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II DOMINGO DE PASCUA (Jn 20,19-31)

“… Al atardecer de aquel día el primero de la semana, estando cerradas por miedo a


los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, vino Jesús y se
detuvo en pie en medio de ellos, y les dijo: paz para ustedes. Dicho ésto les mostró las
manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez:
La paz con ustedes. Como el Padre me envió, también yo los envío. Dicho ésto sopló y
les dijo: Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados les quedan
perdonados, a quienes se los retengan les quedan retenidos. Tomás uno de los Doce,
llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le
decían, hemos visto al Señor. Pero él les contestó: Si no veo en sus manos la señal de
los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos, y no meto mi mano en su
costado, no creeré. Ocho días después estaban otra vez sus discípulos dentro, y Tomás
con ellos, vino Jesús estando las puertas cerradas, y se detuvo en medio y dijo: La paz
con ustedes. Luego dice a Tomás: Acerca aquí tu dedo, y mira mis manos, trae tu
mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente. Tomás le contestó:
Señor mío y Dios mío. Le dice Jesús: Porque me has visto has creído. Dichosos los que
no han visto y han creído. Jesús realizó en presencia de los discípulos otros muchos
signos que no están escritos en este libro. Éstos han sido escritos para que crean que
Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida en su nombre…”.

“… Al atardecer de aquel día el primero de la semana…”. Este relato inicia con una
indicación cronológica que da sentido histórico a la narración. Este día María Magdalena y
dos discípulos habían encontrado el sepulcro vacío (Jn 20,1-9). Y Jesús se había aparecido
a Magdalena (Jn 20,16-18). Este primer día de la semana: el Domingo de Pascua, había
iniciado también en tinieblas, como el primer día de la creación: “… La tierra era caos y
confusión y oscuridad…” (Gn 1,2). “… El primer día de la semana va María
Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro…” (Jn 20,1). La
referencia literal más cercana está en el Génesis (Gn 1,5c). “… Y atardeció y amaneció:
día primero…”.

“… estando cerradas…”. Jesús había salido del sepulcro, por su propio pie estando la
tumba abierta, porque alguien había removido la piedra que cerraba la entrada (Jn 20,1c).
Los discípulos se sienten desamparados ante un ambiente hostil.

“… por miedo a los judíos…”. Los judíos en el Evangelio de san Juan, son las autoridades
que se opusieron a Jesús y que lo buscaban para matarle (Jn 7,1). Se habla del temor de la
gente a los judíos (Jn 7,13). Los padres del ciego de nacimiento tuvieron miedo a los judíos
(Jn 9,22). José de Arimatea era discípulo oculto de Jesús por miedo a los judíos (Jn 19,38).
La cohorte y el tribuno, y los guardias de los judíos aprehendieron a Jesús (Jn 18,12). Y lo
llevaron a la muerte.

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“… las puertas del lugar…”. Hay una indicación topográfica de un lugar indefinido. Cada
uno según su situación, tomaba sus precauciones para evitar que los judíos aplicaran su
autoridad amenazadora. Nicodemo fue de noche a ver a Jesús (Jn 3,2). La gente evitaba
hablar abiertamente de Jesús (Jn 7,13). Los padres del ciego evitaban hablar a favor de
Jesús (Jn 9,22). José de Arimatea se conservaba en el anonimato (Jn 19,38). Los discípulos
suponían que, manteniéndose dentro de un lugar cerrado, y no haciéndose notar, pasarían
desapercibidos.

“… donde se encontraban los discípulos…”. En realidad, estaban como sepultados en la


tumba, del miedo que los dominaba. Porque no querían correr la suerte de su maestro.

“… vino Jesús…”. Jesús había dicho en el discurso de despedida: “… No los dejaré


huérfanos: volveré a ustedes. Dentro de poco, los que son del mundo ya no me verán;
pero ustedes me verán…” (Jn 14.18). Les había anunciado la brevedad de su separación,
pero los discípulos no entendían: “… ¿Qué quiere decir con ésto? Nos dice que dentro
de poco ya no lo veremos, y que un poco más tarde lo volveremos a ver, y que es
porque se va a donde está el Padre. ¿Qué quiere decir con eso de dentro de poco? No
entendemos de qué está hablando…” (Jn 16,17-18). Ahora pueden entender el
significado de la frase: “… dentro de poco…”. Ahora lo han vuelto a ver y los ha visto.
Porque vino a donde se encontraban ellos. Los once discípulos aún estando encerrados,
temían que de un momento a otro se presentaran los enviados de los judíos. Pero el que se
hace presente es Jesús. Jesús había muerto en la cruz (Jn 19,33). Pilato había autorizado que
bajaran de la cruz el cuerpo de Jesús (Jn 19,38). Su cuerpo había sido bajado de la cruz (Jn
19,38b), y había sido colocado en un sepulcro (Jn 19,42). Jesús no podía moverse ya por su
propio pie.

“… y se detuvo en pie en medio de ellos…”. El cuerpo de Jesús había salido de la tumba,


a la que le habían removido la piedra que lo cerraba. Lo más seguro es que Jesús salió de la
tumba caminando. En caso de que hubiera querido hacer un trayecto normal de salida. Pero
ahora Jesús entró al lugar en el que se encontraban los once discípulos, sin tocar la puerta
para que le abrieran. Sin introducirse por algún espacio abierto. El cuerpo de Jesús debió
haber tenido una transformación después de la resurrección. Así lo dejaron manifiesto las
vendas plegadas, o como desinfladas como si todavía conservaran el cuerpo de Jesús
envuelto, y el sudario atado, como si contuviera la cabeza de Jesús. Jesús salió de entre el
vendaje sin que se le desatara como a Lázaro (Jn 11,44b). En este momento Jesús se
encuentra de pie en medio de sus discípulos. Es la primera aparición de Jesús resucitado a
sus discípulos.

“… y les dijo: paz para ustedes…”. Jesús podría reprochar a sus discípulos por haberle
abandonado y por haberlo negado (Jn 18,25-27). Por el contrario, les saluda donándoles la
paz. Jesús había dado su paz a los discípulos: “… Les dejo la paz, mi paz les doy; no se la
doy como la da el mundo. No se turbe su corazón ni se acobarde…” (Jn 14,27). Pero el

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mundo los había atemorizado. Jesús había dicho durante el discurso de despedida: “… Les
digo todo ésto para que encuentren paz en su unión conmigo…” (Jn 16,33). Ahora
están nuevamente unidos, y les da el saludo de paz. Están seguros que ha vencido al poder
más agresivo del mundo: la muerte. De esta manera elimina el miedo y la incertidumbre. El
saludo del resucitado es el saludo acostumbrado entre los judíos en hebreo es: shalôm,
significa primariamente: íntegro (Jos 8,31); cumplido (Rt 2,12); terminado (Ne 6,15);
perfecto (Is 42,19). En la LXX shalom se traduce frecuentemente por sotería, salvación (Gn
26,31; 41,16). En griego es: eirēnē: probablemente del verbo primario eirō: unir. La palabra
paz aparece en todos los libros del Nuevo Testamento menos en 1 Juan, y se traduce como
paz. En sentido traslaticio es salud, prosperidad, paz, tranquilidad, bienestar. Éste se
considera bajo el concepto de shalom en el Antiguo Testamento: tranquilidad, salud, paz,
bienestar (Mt 10,34; Mc 5,34; Jn 14,27; 16,33; 20,19.21; libre de preocupación (Ga 5,22).
Describe: relaciones armónicas entre personas (Mt 10,34; Rm 14,19); entre naciones (Lc
14,32; Hch 12,20; Ap 6,4); amistad (Hch 15,33; 1 Co 16,11; Hb 11,31); ausencia de
agresión (Lc 11,21; 19,42; Hch 9,31; 16,36); orden, en el Estado (Hch 24,2); en las Iglesias
(1 Co 14,33); las relaciones armónicas entre Dios y el hombre, conseguidas mediante el
Evangelio (Hch 10,36; Ef 2,17); la conciencia de reposo y contentamiento que surge de ello
(Mt 10,13; Mc 5,34; Lc 1,79; 2,29; Jn 14,27; Rm 1,7; 3,17;8,6). La paz es un concepto
positivo, y retomando sus significados para un grupo de hombres atemorizados, significa en
primer lugar: salvación, porque el maestro que estaba muerto está vivo. En segundo lugar,
ausencia de agresión, porque las amenazas de agresión quedan desvanecidas ante la victoria
de Jesús sobre la muerte, en tercer lugar, restablece las relaciones entre Dios y los hombres,
como se verá al darles Jesús la facultad de perdonar los pecados.

“… Dicho ésto…”. Habiendo dado el saludo de la paz.

“… les mostró las manos…”. La acción cumplida por Jesús es descrita con el verbo
deíknymi: mostrar, señalar, explicar, revelar, probar, exhibir, declarar, mostrar dando a
conocer (Mt 16,21), declarar (Lc 24,40). Después de la multiplicación de los panes, Jesús
había caminado sobre el mar para alcanzar a sus discípulos, que viajaban sobre la barca, y
éstos creyeron que era un fantasma. Por eso Jesús les mostró que no se trataba de un
espíritu, o de un fantasma. Jesús además de identificarse demuestra que su cuerpo ha sido
transformado por la resurrección al atravesar las paredes del lugar. Los Apóstoles fueron
presentados como discípulos así lo evidencia la palabra griega: mathetai, del verbo
manthánō: aprender con el pensamiento y el esfuerzo (Jn 20,19-20). Un discípulo no es
solamente uno que aprende, sino uno que aprende a imitar a su maestro (Jn 8,31; 15,8).
Cuando Jesús fue crucificado no se mencionaron sus manos, sólo se mencionó que fue
crucificado, en griego: estaurōsan (Jn 19,18). Es ésto evidencia que las manos debían tener
alguna señal que les permitiera identificarlo. Así podemos traducir que Jesús como maestro
mostró, o dio prueba a sus discípulos que eran sus manos que fueron perforadas por los

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clavos y su costado que fue traspasado por la lanza, señales de su amor y de que fue
crucificado, con ello estaba presentando las pruebas de su identidad.

“… y el costado…” Jesús además de mostrar las manos a sus discípulos, les mostró el
costado. Ésto nos permite afirmar con seguridad que se trataba de una señal de
identificación. Porque “… uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al
instante salió sangre y agua…” (Jn 19,23). Entonces Jesús debe estar mostrando las
llagas o cicatrices que hicieron que muriera. Por lo cual no puede haber ninguna duda o
confusión, verdaderamente se darán cuenta que es el mismo Jesús que fue crucificado, y
traspasado por la lanza. Las manos y el costado de Jesús deben recordar a sus discípulos el
discurso de Jesús en su última convivencia: “… Nadie tiene mayor amor que el que da
su vida por sus amigos…” (Jn 15,13). Estas llagas son signos inequívocos del amor de
Jesús por sus discípulos. Jesús ha dado su vida por ellos. Éstos son signos de que Jesús es el
cordero de Dios que ha sido sacrificado, porque no le quebraron ningún hueso (Jn 19,33).
Los discípulos deben convencerse de que han visto a Jesús que fue crucificado.

“… Los discípulos se alegraron de ver…”. Habiendo cumplido una actividad de


reconocimiento de Jesús resucitado por parte de Jesús y de los discípulos. La alegría de los
discípulos se desborda. Jesús había dicho a sus discípulos en el discurso de despedida: “…
Ya han oído lo que les dije: me voy, pero volveré a ustedes. Si me amaran, se
alegrarían de que voy al Padre, porque el Padre es mayor que yo…” (Jn 14,28). Jesús
había advertido a los discípulos de lo que sucedería al separarse: “… De verdad se lo
aseguro: ustedes llorarán y se lamentarán, mientras que el mundo estará alegre;
ustedes estarán tristes, pero su tristeza se convertirá en alegría…” (Jn 16,20). En este
momento se cumplió aquello que Jesús les había anunciado.

“… al Señor…”. Jesús había sido llamado Señor al referirse a la unción de Betania (Jn
11,2). María Magdalena también se refirió a él como Señor, cuando vio la tumba vacía (Jn
20,2). María Magdalena llamó Señor a Jesús refiriéndose a él, creyendo que era el jardinero
(Jn 20,13). María anunció a los discípulos que había visto al Señor (Jn 20,18).

“… Jesús les dijo otra vez…”. El maestro resucitado volvió a dirigir sus palabras a sus
discípulos que todavía se bambolean entre el miedo, la confusión y la paz.

“… La paz con ustedes…”. Les reitera el saludo de paz probablemente porque se sienten
desconcertados por su presencia inesperada. Jesús había prometido que daría la paz a sus
discípulos (Jn 14,27-28; 16,20-22). Ahora Jesús mismo es el fundamento de la paz.

“… Como el Padre me envió…”. En el griego el adverbio kathōs; como, designa la


semejanza, pero también el fundamento. Jesús quiere asegurarlos en la paz, porque se
enfrentarán a un mundo adverso (Jn 15,18-20; 17,14). El don de la paz va unido a la misión
de la que los hace partícipes como de su propio destino. Los discípulos deben continuar la
misión que el Padre dio a Jesús. Jesús como enviado, representa la autoridad de quien le

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envió. Juan el Bautista fue enviado por Dios delante de Jesús (Jn 1,6), pero no fue enviado
como Cristo (Jn 3,6). La fuente de Siloé significa lo mismo que Jesús y el ciego: enviado
(Jn 9,7). Jesús ha insistido muchas veces en que él es el enviado del Padre. Las obras que
Jesús realiza dan testimonio de que Jesús es el enviado del Padre (Jn 5,38). La resurrección
de Lázaro era una prueba de que Jesús es el enviado.

“… también yo los envío…”. Después de haber reiterado el saludo de paz a los discípulos
atemorizados, dijo Jesús resucitado a los discípulos, que les enviaba de la misma manera:
como el Padre le había enviado a él. O a la misma misión. Durante la cena de despedida
Jesús había dicho a sus discípulos: “… No me han elegido ustedes a mí, sino que yo los
he elegido a ustedes, y los he destinado para que vayan y den fruto, y que su fruto
permanezca…” (Jn 15,16). Jesús había orado al Padre en la oración sacerdotal: “… Como
tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo…” (Jn 17,18).

“… Dicho ésto…”. El evangelista informa que después de haber donado la paz por
segunda vez a los once discípulos, les anunció en qué consistía su misión.

“… sopló…”. El verbo griego enefýsēsen significa: soplar sobre algo o alguien. Después
de hablar, el Señor resucitado realizó una acción que no había realizado antes. El soplo es
signo y símbolo de una realidad espiritual, incluso es símbolo del Espíritu de Dios. Jesús
realizó una acción simbólica al modo de los antiguos profetas. Evoca la creación del
hombre: “… Entonces Yahvéh Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en
sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente…” (Gn 2,7). Conforme a
la visión de Ezequiel el don del Espíritu da la vida (Ez 37,9-10). De esta manera Jesús
comunica la vida (Sb 15,11).

“… y les dijo…”. Jesús después de haber efectuado esta acción desconcertante dio una
explicación a lo que había realizado.

“… Reciban…”. Jesús ordena a sus discípulos con el verbo griego lambánō que tiene
varios significados: entrar, intentar, llevar, aceptar, alcanzar, casar, cobrar, obtener, olvidar,
prender, quitar, recibir, recobrar, recoger, sobrecoger, tener, tomar, traer, agarrar, coger,
obtener, conseguir, quitar, sacar, tomar, sujetar, adquirir. El sentido más adecuado es que
los discípulos deben obedecer la orden del maestro resucitado: recibir lo que les está
donando con el soplo de sus labios.

“… el Espíritu Santo…”. Jesús había entregado el espíritu: “… E inclinando la cabeza


entregó el espíritu…”. En griego dice: parédōken tó pneuma (Jn 19,30). Jesús había dicho
que él daría el Espíritu Santo sin medida (Jn 3,34). Juan Bautista había visto bajar al
Espíritu Santo sobre Jesús (Jn 1,32). Jesús habló del Espíritu como ríos de agua viva (Jn
7,39). Y anunció que Jesús debía bautizar con el Espíritu Santo (Jn 1,33) El Señor
resucitado con el aliento de su boca había comunicado el Espíritu Santo a los discípulos,
pero les ordenó recibirlo, no es opcional no pueden rechazarlo. Jesús habló del espíritu

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como el espíritu de la verdad (Jn 14,17). El Espíritu Santo prometido por Jesús a sus
discípulos: “… el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, les enseñará
todo y les recordará todo lo que yo les he dicho…” (Jn 14,26). Jesús dijo que el Espíritu
sería enviado por él de parte del Padre y sería su testigo (Jn 15,26). La conveniencia de que
venga el Espíritu Santo Jesús la dio a conocer a sus discípulos: “… Pero yo les digo la
verdad: les conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a ustedes el
Paráclito; pero si me voy, se lo enviaré: y cuando él venga, convencerá al mundo en lo
referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio…” (Jn 16,7-
8). El Espíritu Santo ayudará respecto al pecado. Este Espíritu guiará a la verdad y hablará
de lo que está por venir (Jn 16,13). El Espíritu Santo manifestará la verdad en el momento
de juzgar.

“… A quienes perdonen…”. Juan había anunciado a Jesús como el que bautiza con el
Espíritu Santo (Jn 1,33). Ahora que Jesús ha sido levantado en la cruz dona el Espíritu
Santo (Jn 7,39). Gracias a este don los discípulos pueden entender la misión y la obra de
Jesús (Jn 14,26; 15,26-27). Ésto mismo hará Jesús al enviar a sus discípulos. Deben
aprender a qué los envía con la misma autoridad, y al modo del Padre. En esta ocasión no
se les da el Espíritu a los discípulos para ser testigos. El don del Espíritu es para
capacitarlos a perdonar. Es un poder real. Juan fue enviado delante de Jesús, pero Jesús fue
enviado como el Cordero de Dios a quitar el pecado del mundo.

“… los pecados...”. ¿En qué consiste el pecado? Es una relación anómala entre el mundo y
Dios. Es el pecado que el Cordero de Dios debe eliminar (Jn 1,29). Quien no cree en Jesús
morirá en su pecado (Jn 8,24). Jesús dijo: “… todo el que comete pecado es esclavo del
pecado…” (Jn 8,34). Jesús retó a los judíos para que le demostraran que él era pecador (Jn
8,46). Habiendo venido Jesús al mundo y habiendo hablado no hay excusa por el pecado de
los perseguidores de los discípulos de Jesús (Jn 15,22). Jesús dijo que el Paráclito: “…
convencerá al mundo en lo referente al pecado…” (Jn 16,8). “… porque no creen en
mi…” (Jn 16,9). El pecado consiste en no creer en Jesús. El pecado de aquellos que dicen
que ven permanece, porque no quieren ver (Jn 9,41).

“… les quedan perdonados…”. Jesús fue enviado como el Cordero que quita el pecado
del mundo (Jn 1,29). Ahora Jesús envía a sus discípulos con el poder de perdonar, o retener
los pecados. Es la obra de salvación para todo el mundo, pero que depende de las
reacciones de los destinatarios. Quien lo recibe, recibe a Jesús como su Salvador, que le
perdona los pecados, y le da la comunión con Dios. Quien no recibe a Jesús, merece que
Jesús le insista en que permanece en su pecado (Jn 9,41; 15,22.24). La recepción del don
del Espíritu Santo tiene una finalidad: que como Jesús eliminen los pecados del mundo. La
modalidad es diferente. Jesús murió en la cruz derramó su sangre como el cordero de
pascua. Los discípulos deben discernir guiados por el Espíritu Santo que han recibido, a
quien pueden o deben perdonar los pecados. La remisión de los pecados comporta una
nueva creación (Ez 37).

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“… a quienes se los retengan…”. El Espíritu Santo recibido como el don de Jesús
resucitado, capacita a los discípulos para dar, o retener el perdón de los pecados, que no se
otorga indiscriminadamente. Los discípulos deben discernir, quién puede y debe ser
perdonado, y quién no está en condiciones de recibir el perdón de sus pecados. Ésto
depende del estado del penitente, de un pecador que persiste en su estado de pecado
voluntariamente, sin verdadero arrepentimiento de las faltas cometidas, su obstinación le
mantiene alejado de Dios, y por ello no puede recibir su perdón. Retener los pecados no es
una condena definitiva, sino una llamada a una verdadera conversión, para recibir el don de
la paz.

“… les quedan retenidos…”. El verbo griego kratéō significa: echar mano, guardar,
abrazar, aferrar, asir, detener, prender, retener, tener, tomar, agarrar, apresar, arrestar,
detener, mantener firme, realizar, aferrarse a algo o a alguien. En el tiempo perfecto:
significa que se les retendrán, y les quedarán retenidos. No se trata de una decisión
unilateral por parte de los discípulos que han recibido al Espíritu Santo. No es decisión de
los discípulos dar o negar el perdón. Se deben limitar a cumplir con las disposiciones del
maestro. “… El que cree en el Hijo vive de vida eterna, pero el que se niega a creer en
el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él…” (Jn 3,36).

Se trata de la misma potestad de perdonar los pecados, que Jesús ejerció durante su vida
terrena, en su condición de Hijo del Hombre (Mc 2,5; Lc 7,47-48). La manera de aplicar o
cumplir las disposiciones del maestro resucitado, desde el inicio fue a través de la confesión
oral, que es la única manera de poder hacer la labor de jueces, y poder decidir a quién se
puede dar el perdón de los pecados, y a quién se le debe negar. Mientras unos recibirán el
perdón de los pecados otros los rechazarán. El don del Espíritu Santo está conectado con la
misión de los Apóstoles, que tendrá como objetivo la remisión de los pecados. Este poder
es semejante al que fue dado a Pedro de atar y desatar (Mt 16,19; 18,18). La diferencia es
que en Mateo el lenguaje es más jurídico.

“… Tomás…”. Es un sobrenombre que significa “dos veces,” o “gemelo.” Corresponde a


la raíz hebrea te’om: duplicar, y al arameo te’oma: duplicado, gemelo, mellizo, y del cual el
nombre evangélico no es más que una transcripción griega del nombre arameo. Tomás fue
mencionado como el discípulo atento no solo a las palabras de Jesús, sino también a los
acontecimientos que se cernían sobre Jesús, es por eso que invitó a los doce discípulos a ir a
morir con Jesús a Judea, cuando Lázaro estaba en la tumba (Jn 11,16). En la última cena
durante el discurso de despedida Tomás mostró ser un hombre reflexivo y atento a las
palabras del maestro que se estaba despidiendo y aclaró: “… no sabemos a dónde vas
¿cómo vamos a saber el camino?...” (Jn 14,6).

“… uno de los Doce…”. En este renglón el relato cambia dirección. Tomás es descrito
como uno de los miembros del grupo más cercano a Jesús, Así fue descrito Judas Iscariote
(Jn 6,71).

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“… llamado el Mellizo…”. Tomás había sido ya descrito como el gemelo, o el doble o el
mellizo (Jn 11,16). En el hebreo es usado este término para testículos: dídymōn (Dt 25,11).

“… no estaba con ellos cuando vino Jesús…”. Habiéndolo descrito se informa que estuvo
ausente el día de la resurrección, y de la aparición de Jesús a sus discípulos. De esta manera
el evangelista prepara un crescendo en el relato de las apariciones.

“… Los otros discípulos le decían…”. El verbo griego élegon: es imperfecto o


copretérito, indica duración o repetición, insistencia o una circunstancia. Tomás es
indirectamente mencionado como uno de los discípulos, al que los demás discípulos dirigen
su palabra.

“… Hemos visto al Señor…”. El discurso de los otros discípulos es breve y unánime, su


contenido es un testimonio ocular. Han visto a Jesús resucitado.

“… Pero él les contestó…”. Que se ha mostrado como un tipo reflexivo y decidido. Da


una respuesta a sus condiscípulos.

“… Si no veo en sus manos la señal de los clavos…”. Tomás es un tipo reflexivo y


agudo. Quiere una prueba experimental. Por eso decide condicionar su fe al cumplimiento
de tres condiciones. La primera es ver la señal de los clavos en sus manos. A la hora de
mencionar la crucifixión no se afirmó si Jesús solamente había sido atado, como en muchas
ocasiones se hacía dejando que los crucificados acabaran asfixiándose. Pero Tomás tiene el
cuidado de asegurarse, que sea el Jesús que murió en la cruz, cuyas manos fueron
atravesadas por clavos. Por eso exige que precisamente ese un dato de identificación de
Jesús.

“… y no meto mi dedo en el agujero de los clavos…”. La segunda condición muestra que


para Tomás no basta ver los agujeros producidos por los clavos en las manos de Jesús,
además quiere impedir que se trate de alguna falsificación. Que podía hacerse con
maquillaje. Tomás quiere introducir su dedo en la perforación que los clavos produjeron en
las manos del Señor.

“… y no meto mi mano en su costado…”. La tercera condición se supone unida a aquella


de ver el costado de Jesús, que fue atravesado por la lanza (Jn 19,34). Por una parte,
podemos ver que Tomás tiene ya información acerca de la manera en la que el Señor murió
o se comprobó que estaba muerto en la cruz. Por parte podemos estar seguros, de que este
Apóstol no era un tipo simplón, que fácilmente daba crédito a cuanto se decía, y mucho
menos de este caso.

“… no creeré…”. Tomás se fía sólo de aquello que puede comprobar con sus propios
sentidos. Simón Pedro y el discípulo amado habían visto el sepulcro abierto, las vendas
plegadas (como las piñatas hechas con globos, engrudo y periódico, cuando se desinflan los
globos), el sudario enrollado como si contuviera la cabeza del Señor, y creyeron. Tomás es
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más exigente que la ley judicial de Israel que exigía dos o tres testigos para acertar una
verdad: “… Un solo testigo no bastará como prueba contra un hombre por cualquier
culpa o delito, por cualquier delito que haya cometido: sólo por declaración de dos
testigos o por declaración de tres testigos se podrá fallar una causa…” (Dt 19,15). Si
las condiciones puestas por Tomás no se cumplían, Tomás no daría crédito al testimonio de
diez personas: los diez Apóstoles (menos Judas Iscariote) que unánimemente habían
declarado a Tomás: que habían visto al Señor. Los discípulos no habían creído a María
Magdalena (Mc 16,11). Ni los que se dirigían hacia una aldea (Mc 16,13). Lo mismo
sucedió según el Evangelio de san Lucas, los Apóstoles pensaban que eran desatinos (Lc
24,11). ¿Por qué Tomás debía creer por una sola afirmación?

“… Ocho días después…”. Pasada una semana, Tomás persistía en sus dudas legítimas y
justificadas. El autor del Evangelio con discreción indica que el mismo día de la
resurrección, estaban otra vez reunidos. El día exacto: el primer día de la semana, al
Domingo siguiente. Este dato muestra que los discípulos tenían la costumbre de reunirse el
día de la resurrección, en conmemoración de la resurrección.

“… estaban otra vez sus discípulos dentro…”. La indicación topográfica de la presencia


de los discípulos es la misma. Probablemente se encuentren en el interior del cenáculo,
como informa la tradición de la Iglesia.

“… y Tomás con ellos…”. La novedad es que Tomás, quien la semana anterior había
estado ausente, ahora se encuentra presente en compañía del resto de los discípulos.

“… vino Jesús…”. El verbo griego que es usado una vez más para describir la llegada de
Jesús al lugar en el que se encontraban los Apóstoles es: érxetai; significa: venir o ir,
acercar, arribar, entrar, llegar, pasar, redundar, salir, sobrevenir, venidero. De manera
inesperada nuevamente vino Jesús resucitado.

“… estando las puertas cerradas…”. Las puertas como la semana anterior se encontraban
cerradas. Pero ahora no se menciona que los discípulos se encuentren encerrados por miedo
a los judíos.

“… y se detuvo en medio…”. El verbo éstē que describe la acción efectuada por Jesús
tiene los siguientes significados: asignar, comparecer, confirmar, constar, decidir, detener,
establecer, firme, hacer (estar firme), levantar, llevar, parar, permanecer, perseverar, (en)
pie, poner (sobre), presentar, presente, quedar, sostenerse (en pie). Jesús sin llamar a las
puertas, ni introducirse por algún espacio abierto al lugar en el que estaban los discípulos.
Jesús vino caminando hasta que se detuvo en medio de sus discípulos, como lo había hecho
ocho días antes.

“… y dijo: La paz con ustedes…”. Una vez más resuena el saludo pascual de Jesús. Es
verdad que era un saludo normal entre los judíos el deseo de paz, pero en estas condiciones,

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tiene un significado diferente, porque el miedo a la muerte ha sido definitivamente
exorcizado al ver que el maestro está vivo. Y para Tomás todavía mayor porque cumplidas
las condiciones que ha puesto para creer, por fin estará en paz.

“… Luego dice a Tomás…”. Apenas pronunciado el saludo de paz, Jesús se dirige


verbalmente a Tomás.

“… Acerca aquí tu dedo…”. Jesús ha demostrado a lo largo y ancho del Evangelio de San
Juan que tiene conocimientos extraordinarios. Lo hizo ver con Bartolomé (Jn 1,47-48).
Después de expulsar a los vendedores del Templo no se confía de los hombres porque los
conoce (Jn 2,24). Jesús sabe que los maestros judíos no aceptan el testimonio de Jesús (Jn
3,11). Sabe cuántos maridos ha tenido la samaritana (Jn 4,17-18). Jesús sabía quién lo iba a
traicionar (Jn 13,21). Por eso no es extraño que Jesús conozca las condiciones puestas por
Tomás para creer en la resurrección del maestro. Jesús no tenía necesidad de informadores
o espías, para saber lo que Tomás pensaba, y la posición en la que se encontraba respecto a
la resurrección de Jesús. Jesús admitió las condiciones puestas por Tomás para creer en la
resurrección, y le invita a verificar su identidad, con las mismas palabras que había puesto
las condiciones. El discurso de Jesús a Tomás incluye cinco imperativos. El primero no
corresponde al orden de las condiciones puestas por Tomás, pero sí al contenido. La
segunda condición puesta por Tomás para creer que Jesús resucitó es la primera que Jesús
va a cumplir: “… si no meto mi dedo en el agujero de los clavos…” (Jn 20,25c). Jesús
ordenó a Tomás a acercar su dedo probablemente a las perforaciones que los clavos habían
hecho en sus manos.

“… y mira mis manos…”. En segundo lugar, Jesús ordena a Tomás que cumpla con la
primera condición que estableció: “… si no veo las señales de los clavos…” (Jn 20,25b).

“… trae tu mano y métela en mi costado…”. La tercera condición puesta por Tomás fue
meter su propia mano en el costado traspasado por la lanza. La cual suponía que primero se
la mostrara el Señor. Y en ésto Jesús parece haber escuchado las condiciones puestas por
Tomás: “… si no meto mi mano en su costado...” (Jn 20,25d). Con dos imperativos Jesús
demuestra que conoce la petición de Tomás. Y le ordenó cumplir sus condiciones.
Acercando su mano y metiendo la mano en el costado. Aquí hay dos posibilidades de
interpretación: La primera es suponer que para Tomás fue suficiente ver al Señor e
identificar sus llagas, sin haberlas tocado. Porque el texto no menciona el cumplimiento.
Pero según la técnica narrativa puede tratarse de una elipse, lo cual supone que Tomás si
obedeció a todos los imperativos que el Señor resucitado le impartió. Normalmente los
discípulos eran obedientes a todas las órdenes que les dio el maestro, no se ve por qué
motivo Tomás no lo hubiera obedecido. Los datos nos demuestran que la aparición de Jesús
es una aparición de reconocimiento.

“… y no seas incrédulo sino creyente…”. La quinta orden que Jesús impera a Tomás,
después de haber cumplido y dejado satisfechas las condiciones puestas por Tomás, le
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ordenó que sea creyente. Las palabras griegas gínou manifiestan que Tomás no había
perdido la fe, sino que estaba en camino de perderla. Jesús ha concluido su enseñanza para
este discípulo.

“… Tomás le contestó…”. Seguramente impresionado porque el maestro conoce


plenamente sus pensamientos y le ha dado amplia satisfacción, además de haber visto a
aquel que había muerto en la cruz y había sido depuesto inerte en la tumba, que llegó
caminando y se colocó en medio de sus discípulos. La respuesta no puede ser menor.
Aunque seguramente la impresión que ha dejado la presencia de Jesús resucitado le debe
haber dejado atónito por algunos minutos. Finalmente, Tomás habló.

“… Señor mío…”. Jesús ha vencido y convencido al cumplir las condiciones puestas por
Tomás. La expresión Señor en labios de Tomás no es una expresión de cortesía, como fue
para los Apóstoles durante la vida terrena de Jesús. Es una confesión de tipo religioso.
Tiene el mismo valor que cuando se aplica a Yahvéh al confesar la divinidad de Jesús
resucitado. Esta frase no es una exclamación, porque no se usa en ella el vocativo. Es un
reconocimiento de quién es Jesús. Si las últimas palabras de Tomás manifestaban que era
un incrédulo en la resurrección de Jesús, y en el testimonio de diez testigos, ahora a través
de su boca sale la confesión de un creyente. Que confiesa que Jesús es su Señor. En todo el
Antiguo y el Nuevo Testamento no hay una confesión de fe tan profunda y perfecta como la
de Tomás.

“… y Dios mío…”. El título de Dios en el Evangelio de san Juan fue dado en el prólogo a
Dios Padre y a Jesús (Jn 1,1). Jesús había designado a Dios el único Dios verdadero a su
Padre (Jn 20,17). Los judíos acusaban a Jesús de hacerse igual a Dios (Jn 5,18) o de hacerse
Dios (Jn 10,33). Este doble título: “Señor y Dios” se encuentra como invocación en el Sal
35,23 en los LXX y en Apocalipsis 4,11.

“… Le dice Jesús…”. Jesús contrarresponde a la confesión de Tomás.

“… Porque me has visto…”. Aquí se expresa la causa de la fe de Tomás, que habiendo


visto a Jesús en persona ha tenido una consecuencia. Tomás ha visto a Jesús, no como lo
conoció antes, lo ha visto resucitado.

“… has creído…”. El verbo que describe la reacción de Tomás es pepísteukas: Has creído.
Manifiesta el punto de llegada de un proceso, y el inicio del nuevo estado. La causa por la
que Tomás ha dejado atrás sus dudas se debe a que ha comprobado que Jesús está vivo. Es
que ha visto las llagas de las manos y de los pies de Jesús. Jesús no afirma que las haya
tocado. Si Tomás no tuvo el valor de tocar las llagas de Jesús, entonces puede deducirse de
la afirmación de Jesús, que no dijo: “… porque has visto y has tocado has creído…”.
Tomás ha llegado hasta este punto porque ha tenido la ayuda de su maestro resucitado.

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“… Dichosos los que no han visto…”. La respuesta de Jesús a Tomás no tiene la intención
de una censura o reproche, sino de una instrucción para las generaciones futuras de
discípulos. Jesús pronuncia una bienaventuranza para los que no han tenido la experiencia
de Tomás. Los que no han visto son declarados dichosos. Es evidente que aquellos que no
han visto las llagas de las manos y del costado de Jesús son declarados bienaventurados,
porque su fe cimentada en la predicación de la Iglesia, tiene el mismo valor que el de los
testigos oculares, una y otra comunican la vida eterna.

“… y han creído…”. Pero sin haber tenido la oportunidad de ver las huellas del amor de
Cristo que ha dado la vida por sus ovejas, han creído que está vivo, que ha vencido a la
muerte. Se trata de aquellos por los que Jesús ha orado al Padre en la oración sacerdotal:
“… No ruego sólo por éstos (los Apóstoles), sino también por aquellos que, por medio
de su palabra, creerán en mí…” (Jn 17,20).

“… Jesús realizó en presencia de los discípulos…”. El autor del Evangelio informa que
Jesús efectuó delante de los ojos de sus discípulos, por lo que son testigos cualificados de lo
que hizo. Por lo que Jesús se comportó como maestro ante sus discípulos.

“… otros muchos signos que no están escritos en este libro…”. El Evangelio de Juan no
fue escrito para hacer un relato exhaustivo de las señales efectuadas por Jesús, el
evangelista escogió algunos con la finalidad de confirmar a los discípulos en la fe en el
Mesías e Hijo de Dios. San Juan considera que la aparición de Jesús a sus discípulos y a
Tomás forman parte de varios signos, que Jesús realizó. Signos nos refiere solamente a los
siete signos presentes entre los capítulos en el libro de los signos 1-12. Son signos que
completan la revelación. Los signos contribuyeron a manifestar progresivamente la gloria
de Jesús. Lo que hizo ante los ojos de sus discípulos fueron muchos signos, no se afirma
que ésto se haya efectuado después de que Tomás hizo su profesión de fe. Lo mejor es
considerar que se habla de todos los signos que hizo a lo largo de su ministerio. De los
muchos signos que Jesús ha efectuado en presencia de sus discípulos, sólo un pequeño
número ha sido escogido para conocerlo a través de este Evangelio.

“… Éstos han sido escritos para que crean…”. San Juan informa que ha hecho un
trabajo selectivo, de entre todos los signos que Jesús cumplió, solamente ha escogido
algunos y los ha puesto por escrito. Si la fe de los Apóstoles se fundaba sobre la experiencia
de haber visto, oído y tocado al verbo de la vida (1 Jn 1,1). En adelante la fe de los futuros
creyentes se fundará sobre el testimonio escrito.

“… que Jesús es el Cristo…”. Los signos puestos por escrito en este Evangelio tienen una
finalidad obtener la fe en Cristo. Esta confesión la pronunció Andrés ante su hermano
Simón testificando: “… hemos encontrado al Mesías, que quiere decir Cristo…” (Jn
1,41). Jesús ante la samaritana declaró que él era el Cristo (Jn 4,25-26). La samaritana
invitó a sus paisanos a ver a quien podía ser el Cristo (Jn 4,24). Los samaritanos también
reconocieron a Jesús como el Cristo (Jn 4,42), algunos de Jerusalén se interrogaban acerca
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de si Jesús sería el Cristo (Jn 7,29), algunos pretenden que Jesús no sea el Cristo, porque
creen que saben de dónde es (Jn 7,27). Muchos creyeron en Jesús, pero suponían que no era
el Cristo (Jn 7,31). Había disensión en Jerusalén sobre Jesús si era el Cristo o no (Jn 7, 41).
Algunos declaraban de dónde procederá el Mesías (Jn 7,42). Los judíos preguntaban a
Jesús si era o no el Cristo (Jn 10,24). La multitud dijo a Jesús que el Cristo permanece para
siempre (Jn 12,34)

“… el Hijo de Dios…”. Juan el Bautista dio testimonio de que Jesús es el Hijo de Dios (Jn
1,34). Natanael declaró a Jesús que él era el Hijo de Dios, porque le había revelado un
aspecto sólo por él conocido (Jn 1,49). Jesús se había designado a sí mismo como el Hijo
de Dios cuya voz escucharían los muertos (Jn 5,25). Jesús respondió a los judíos que le
acusaban de blasfemar llamándose a sí mismo Hijo de Dios (Jn 10,36). Jesús hablando de la
resurrección de Lázaro mencionó que ese milagro lo glorificaría (Jn 11,4). Marta la
hermana de Lázaro, cuando Jesús le preguntó que si creía que él era la resurrección y la
vida, Marta confesó que Jesús era el Cristo, el Hijo de Dios, y agregó que era el que había
de venir al mundo (Jn 11,27). El contenido esencial de la fe es indicado por dos títulos
atribuidos a Jesús: él es el Cristo: el Mesías davídico, y es el Hijo unigénito de Dios en el
que es necesario creer para obtener la vida eterna.

“… y para que creyendo tengan vida en su nombre…”. Jesús es el Cristo: el ungido,


Mesías davídico largamente esperado, y es el Hijo unigénito de Dios, en quien es necesario
creer para obtener la vida terna. Los signos que san Juan ha seleccionado de entre los
muchos que Jesús hizo, no son para deleitar con los escritos, y entretener al lector, sino para
demostrar que Jesús es el Cristo, y el Hijo de Dios, pero esta fe en él da la vida.

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