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TENEMOS UN CORAZÓN ENFERMO

Monseñor Alfonso Uribe Jaramillo


Muchos tienen sana la víscera que llamamos corazón, pero están enfermos en su
mente, en sus emociones, en sus recuerdos y en su conducta. Nadie está plenamente sano
en su mundo interior. Todos hemos acumulado odios, resentimientos, miedo, angustia,
complejos. La palabra corazón en el lenguaje bíblico abarca todo el mundo de las
emociones, muchas de las cuales están enfermas.
Son muchos los que tienen que reconocer que el odio, la hostilidad, la amargura y la
critica despiadada han sido el motor de la vida, sin darse cuenta de esta dolorosa realidad.
Muchos son también los que al experimentar los dolorosos efectos de enfermedades tales
como el asma, la alergia, la artritis, colitis, úlceras y diabetes han comprendido que la causa
de estos males está en todos esos sentimientos negativos que han sido reprimidos, que
envenenan el corazón y en tantas heridas recibidas desde el comienzo de la existencia y
que nunca han cicatrizado.
La sicología ha descubierto la realidad de nuestro mundo subconsciente y ha
desenmascarado a los principales agitadores y tiranos que se han ocultado allí para ejercer
desde las sombras su tremendo influjo. Sus nombres son odio, miedo, culpabilidad y
sentimientos de inferioridad y frustración.
Ya el salmista había dicho: “Sí, cuando mi corazón se exacerbaba, cuando se torturaba
mi conciencia, estúpido de mí, no comprendía, una bestia era ante ti” (Sal 72,21-22).
Odio es lo que queda en nosotros y se va acumulando cada vez que no hemos recibido
el amor que esperábamos, especialmente de nuestros padres, cuando hemos sido
rechazados, ultrajados, despreciados o ignorados. Y ¿Quién puede afirmar que no ha sido
herido en el campo del amor? ¿Quién ha recibido todo el amor que necesita?
Por eso todos estamos enfermos de odio y más de lo que suponemos. Y ¿Qué decir
del miedo? Si al nacer sólo sentíamos miedo de caernos y a los ruidos fuertes, poco a poco
fuimos acumulando temor al castigo, al fracaso, a la soledad, a confiar en los demás, a
hablar delante de determinadas personas, a defendernos, a morir, etc. Si logramos sacar a
la mente consciente y superarlos así, estos temores no nos perjudican, pero si no lo
conseguimos y quedan sepultados y reprimidos pueden reaparecer en formas tales como un
tic, tartamudez, alta presión arterial, dolores abdominales, propensión al alcohol o a las
drogas, y aun mudez.
Otra causa de enfermedad interior es el complejo de culpa o sea la culpabilidad
exagerada que engendra miedo y aun depresión. Sentirse culpable cuando se ha
transgredido a ley es normal y saludable. Deformar la conciencia para que no experimente el
dolor de la culpabilidad normal, es la tragedia que está viviendo hoy buena parte de la
juventud.
El sentimiento anormal de culpabilidad amarga la existencia y puede llevarnos a una
autodestrucción inconsciente, que puede tener diversas manifestaciones. A veces puede
producir efectos como esta parálisis que describe el Doctor Parker: “Durante la guerra un
piloto de 24 años con quien participe en una misión aérea un día miércoles tuvo que ser
hospitalizado el jueves siguiente debido a la parálisis del brazo derecho. Se le podía punzar
con agujas en este brazo y no sentía. Se requirió algún tiempo antes de que el pudiera
asociar esto con un episodio que le había ocurrido cuando era bastante joven. En un ataque
de furia, él golpeó a su hermana pequeña, causándole una lesión que perjudicó a su oído.
Bajo la tensión de la guerra esta culpabilidad, que estaba sepultada y había sido disimulada
por sus padres, se manifestó bruscamente bajo la forma de una privación de las
frustraciones normales del brazo “culpable”.
El sentimiento de inferioridad aparece desde la infancia cuando la persona no recibe de
los adultos la comprensión, el amor y los estímulos que necesita y anhela. El Doctor Katz
señala los siguientes síntomas que denuncian la presencia de un gran complejo de
inferioridad:

Aislamiento: el individuo evita estar con otros y rehúsa participar en actividades


sociales y busca estar solo.

Conciencia exagerada de si mismo: el individuo es reservado y le impacienta


fácilmente la presencia de otros.

Hipersensibilidad: el individuo es especialmente sensible a la crítica o a la comparación


desfavorable con otras gentes.

Proyección: el individuo culpa y critica a los otros viendo en ellos rasgos o motivos que
seria indigno que él tuviese.

Autorreferencia: el individuo se aplica todos los comentarios desfavorables y las criticas


hechos por lo otros.

Llamar la atención: el individuo procura atraer toda la atención por cualquier método
que le parezca que tenga éxito. Se esfuerza en que se fijen en él mediante artificios burdos
con los cuales generalmente no gana ante los ojos de la sociedad.

Afán de dominio: el individuo trata de gobernar a otros generalmente más jóvenes y


más pequeños que él, intimidándolos con sus bravuconadas y desaprobaciones.

Compensación: el individuo disfraza su inferioridad exagerando un rasgo o tendencia


deseable, algunas veces de una manera aceptable socialmente; otras veces de una manera
antisocial.

Nadie sabe lo que perjudica a un niño los rechazos, las burlas, los desprecios, las
comparaciones desfavorables, las humillaciones, la desaprobación injusta, los castigos muy
fuertes y aún la solicitud exagerada y el paternalismo abrumador.
Todo queda registrado en ese computador admirable de nuestra memoria e influye en
nuestra conducta actual, somos lo que hemos sido y lo que hemos recibido.
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PERO EL SEÑOR SANA LOS CORAZONES


ENFERMOS
El Salmo 147, ese hermoso himno al Todopoderoso nos dice: “Él (Yahveh) sana a los
de roto corazón, y venda sus heridas”. Por eso cuando Jesús leyó la Profecía de Isaías: “El
espíritu del Señor Yahveh está sobre mí, por cuanto que me ha ungido Yahveh. A anunciar
la buena nueva a los pobres me ha enviado, a vendar los corazones rotos” (Is 61,1), dijo:
“«Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy»” (Lc 4,21).
En efecto, gran parte del Ministerio del Señor se dedicó a sanar a los hombres del
pecado, del odio, del miedo y de los demás males que los mantenían interiormente
enfermos. Si borrásemos del Evangelio la maravillosa sanación interior que efectuó el amor
de Jesús en muchas vidas, suprimiríamos muchas páginas y de las más admirables.

SALMO 116
Yo amo, porque Yahveh
escucha mi voz suplicante;
porque hacia mí su oído
inclina el día en que clamo.

Los lazos de la muerte me aferraban,


me sorprendieron las redes del seol;
en angustia y tristeza me
encontraba, y el nombre de Yahveh
invoqué: “¡Ah, Yahveh, salva mi
alma!”

Tierno es Yahveh y justo,


compasivo nuestro Dios;
Yahveh guarda a los
pequeños, estaba yo postrado
y me salvó.

Vuelve, alma mía, a tu reposo,


porque Yahveh te ha hecho bien.
Ha guardado mi alma de la
muerte, mis ojos de las lágrimas,
y mis pies de mal paso.

Caminaré en la presencia de
Yahveh por la tierra de los vivos.
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