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Breve apología del descontrol

Resumen
Este ensayo presenta el descontrol como una virtud y una invaluable herramienta para la
transformación personal y social. A su vez muestra los retos producidos por la constante
búsqueda de control y creación de límites. Presenta al arte, a la reflexión, a la imaginación y
a voluntad como el camino hacia la libertad.

Abstract

This essay presents lack of control as a virtue and an invaluable tool for personal and social
transformation. In turn, it shows the challenges produced by the constant search for control
and creation of limits. It presents art, reflection, imagination and will as the path to
freedom.

Breve apología del descontrol

Tengo una bicicleta que tomé prestada, un ejército de hombres de jengibre y un ratón sin
hogar llamado Gerald. Ahí, al fondo, si escuchas con cuidado podrás notar mi habitación,
está llena de melodías, algunas riman, otras rechinan, la mayoría son mecánicas, vamos
hacia allá a hacerlas sonar.

Y al cruzar la puerta de la habitación el loco nos hace partícipes de la manifestación pura y


explícita de la esencia de la naturaleza humana. A nuestro alrededor flotan, relampaguean y
se retuercen fragmentos y totalidades de cuantas maravillas sea posible imaginar, el
complejo mecanismo de la mente humana se abre y le escupe descaradamente a los límites
que alguna vez decidió imponerse, para mostrase tal como es, libre, ruidosa e
independiente de cualquier clase de control externo. Aquellos ruidos metálicos en la
habitación, más que una serie aleatoria de perturbaciones en las ondas sonoras, son la
presencia de la mente fluctuante de su creador, un hombre cuya mirada perdida y actitud
errática no hacían más que mostrar el hecho de se había topado, cara a cara con la diosa
libertad.

Es así, como Syd Barrett, noble manifestación del caos universal, llamado hombre por
algunos, músico por unos cuantos y loco por otros nos transportaba a la intimidad de su
habitación y por medio de una bien acertada recreación sonora, nos puso frente a frente con
su identidad, para nada distante de la nuestra. En la mente del genio y en la de cada
individuo reside una fuerza poderosa e ilimitada que nos hace creadores, pensadores y
transformadores de nuestra realidad. Mientras menos límites sean impuestos, mayor será su
manifestación, la clave para demoler cualquier límite, el descontrol.

Resulta incluso esperable que una sociedad fundamentada en límites y convenciones


contemple el descontrol como uno de los grandes enemigos a vencer, un obstáculo a
superar para la formación de sociedades homogéneas, y estables con miembros de
comportamiento predecible capaces de seguir un proyecto de vida impuesto dentro de un
sistema con claras jerarquías que no sólo esté dispuesto, sino también gozoso de respetar
hasta las últimas consecuencias.

¡Qué desdichado sería el mundo si perdiera una pizca de control! Resulta inimaginable la
barbarie en la que este se sumergiría. Personas ejerciendo un sagaz pensamiento crítico por
las calles oscuras, los tejados y los campos, completamente indispuestos a tragarse entera la
nueva ideología que en el momento desfilara por radio, páginas web y de boca de
adoctrinados carentes de personalidad y raciocinio. Una completa desgracia sería que
hombres y mujeres decidieran libremente sobre su futuro y sus vidas en lugar de crecer para
incorporarse a un sistema que les promete lujos efímeros mientras entregan su cuerpo
desnudo para ser mutilado y rostizado por Moloch. Sería realmente aterrador que la
humanidad dejara de temerse a sí misma dejando así de sentirse en la necesidad de ceder
su libertad al César, decapitando así a la bestia fantástica más ruin y mentirosa de la historia,
el Estado. Una realidad simplemente aterradora, para aquellos pocos que se benefician del
control. Para el resto de la humanidad, sería otra historia.

El descontrol, la liberación completa de cuerpo y mente humanas como unidad es la mayor


herramienta para el avance, cada vez que un sólo hombre es capaz de perder el control, de
liberarse, la humanidad ha ganado una aportación invaluable. Era el descontrol hablándole a
Sócrates a través de su Daemon, llamándolo a “corromper a la juventud se su tiempo”, fue el
dios descontrol el que condujo a Jesús de Nazaret a tomar el látigo y destrozar los comercios
dentro del templo, pisoteando la instrumentación comercial de la invaluable fe. Ha sido el
descontrol el que ha guiado a cada uno de nuestros héroes a rechazar toda convención, todo
temor y todo límite y lanzarse a la incertidumbre para transformar su realidad interna y
externamente, valiéndose de nada más que su voluntad y su fe en la interminable capacidad
creadora del ser humano.

Constantemente ocurre también que cuando alguien tiene el atrevimiento de escuchar el


salvaje llamado de la libertad, los agentes del control y lo establecido reaccionan, de manera
prácticamente inmediata, gritarán, llorarán y harán todo cuanto esté en su poder para frenar
el avance del descontrol. Convencerán a sus ovejas de que aquel hombre que explora los
abismos del cambio y se encuentra a sí mismo en la plena libertad, es perverso, insano,
inmoral y nada funcional para su sociedad. Se procede entonces a condenarlo, excluirlo,
recluirlo o directamente terminar con su existencia terrenal. Cualquier cosa es preferible a
permitir que semejantes engendros anden por ahí con intenciones tan oscuras como las de
inducir a otros a la peligrosa droga llamada libertad.

Pocas virtudes son más grandes que la de ser inmoral en un mundo cuya moral hace ver
justas las injusticias y normaliza la mentira y la traición. Pocos gozos son mayores que el de
no ser un instrumento más, útil para una sociedad que te contempla como un objeto
reemplazable y te valora en base a lo mucho o poco que eres capaz de enriquecer al
sistema. El regocijo de la pérdida de control antecede a estas anteriores.

En un arrebato de temor, el ser humano tiende a escapar del descontrol haciendo uso de su
divina capacidad creadora para forjar nuevos límites para sí mismo y para los demás, a
imagen, semejanza y tamaño de su miedo, implantado también por medio de límites, al
descontrol y la liberación. Es así, como el individuo, aterrado por la libertad contenida en el
canto lisérgico de Leary que lo invita a apagar la mente, relajarse y flotar por el arroyo,
comienza a repetirse religiosamente que la mente no es más que ese conjunto de circuitos
eléctricos en su materia gris y que si la apaga estará muerto, se quedará sin su valioso
control. Se asegura también que la relajación en extremo es pereza y sobre todo que aquel
arroyo al que se refiere el viejo loco debe estar lleno de agua sucia, pirañas y enfermedades
virales traídas de oriente, que debería tomar una capacitación antes de estarse metiendo a
nadar en los arroyos, o mejor aún, que debería hacer un estudio de mercado para saber si
puede usar el agua del arroyo para un nuevo y flamante start-up o aún mejor que lo anterior,
que un poderoso y sabio leviatán debería surgir de esas aguas para dictarle, por los siglos de
los siglos, lo que tiene y no tiene permitido hacer en el arroyo de Leary.

Todo sea con tal de no toparse cara a cara con el infinito poder de la mente, el hombre
temeroso se valdrá de su poder como creador para construir tantos límites como le sea
posible, creerá en ellos con toda su intención y se ocultará cómodamente tras sus muros. De
ser posible, se asegurará de que personas a su alrededor crean en los mismos límites que
ellos, volviéndose así, involuntariamente, un predicador del control, capaz de implantar sus
límites en el espíritu de otros desprevenidos.

¿Existirán acaso vías para saltar del control hacia la liberación? Las hay y su poder es tan
grande que es capaz de reducir a cenizas cualquier límite existente y por existir. La primera
de ellas, la valentía. Siendo el temor el catalizador de los límites y estos a su vez la fuente del
control, es la capacidad de transformar ese miedo en valor la que nos llevará a tirar muros y
hacer estallar cercas. Sabiéndonos capaces de hacer frente a las adversidades valiéndonos
de nuestra volun adquiriendo sabiduría de ellas y entendiéndolas como parte de la riqueza
de la experiencia de la vida, no será necesario ocultarnos. Ni detrás de nosotros, ni de nadie.
En una fe enfocada con libertad más allá de límites religiosos se encuentra otro gigantesco
poder para hacer frente al control. La confianza en la absoluta capacidad del ser humano de
crear y transformar su realidad para bien. La creencia en aquellos grandes ideales que han
movido individuos y civilizaciones, que nos aseguran que la existencia trasciende lo material
y lo efímero y nos unifica en torno a una visión trascendental, que nos lleva colaborar unos
con otros no por imposición o algún fin individualista, si no por el más grande de todos esos
ideales, el amor, haciéndonos así conscientes de que nuestro mundo es sólo tan bueno
como nuestra mente es capaz de soñar.

Es el amor la más grande de todas las herramientas de la liberación, la máxima expresión de


descontrol y libertad. No existe ser humano incapaz de amar, no hay sobre la tierra quién
por su propia naturaleza no sea llevado a sentir amor y en consecuencia manifestarlo como
acción. No es algo voluntario, estamos hablando de descontrol en su más pura forma,
instintivamente la humanidad busca formas de obtener y compartir amor. Amistades,
familias, parejas, un maniático compartiendo una idea descabellada con el mundo
convencido de que lo convertirá en un lugar mejor, todas estas y muchas más son
manifestaciones de este infinito poder capaz de eliminar los límites que dividen a la
humanidad en base a intenciones egoístas. Es el amor quien transforma el temor en valor y
nos une para salir a incendiar muros y demoler hoteles, por el bien de todos.
No hay mejor forma de transmitir los valores del descontrol al mundo que la labor artística.
El arte es capaz de llegar a donde un ensayo con suerte roza, al mismísimo espíritu humano.
Son las ideas plasmadas explícitamente en este escrito las que han transmitido de mil
maneras artistas de otros tiempos. El descontrol y sus virtudes viven en las de Moliere,
Tolstoi y Lorca, en los lienzos de Matisse, Munch y Delacroix. La música, valiéndose de un
lenguaje completamente independiente le habla al alma de una forma inquietantemente
directa por medio de ella, el descontrol envía a sus mensajeros Wagner y García pidiéndonos
más nibelungos delirantes por ahí, bailando en calles cualquiera, celebrando que
mefistófeles y sus dinosaurios van a desaparecer mientras cuatro ingleses inmortales les
recuerdan que al final, todo recae en el amor.

Así es como termino esta humilde representación apolínea de mi descontrol interno,


esperando haber sacudido algunos límites o provocado algún impulso de libertad. No se
debe olvidar que el descontrol es algo que se experimenta más allá de lo racional y tarde o
temprano llega. Mientras tanto queda poco más que buscar nuestros límites para llenarlos
de pólvora y asegurarnos de ser valientes, de creer y de amar.

Bibliografía

Barrett, S. (1967, mayo 21). Bike. EMI. https://www.youtube.com/watch?v=POlaR26dD1Y

García, C. (1981, diciembre 3). Yo no quiero volverme tan loco. EMI.


https://genius.com/Charly-garcia-yo-no-quiero-volverme-tan-loco-lyricsb
Lennon-McCarney. (1989, julio 23). The end. Apple.
https://genius.com/The-beatles-the-end-lyricsuiero-volverme-tan-loco-lyrics

Autor

Benjamín Adrián Rodríguez Silva

2023

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