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Resumen
Este ensayo presenta el descontrol como una virtud y una invaluable herramienta para la
transformación personal y social. A su vez muestra los retos producidos por la constante
búsqueda de control y creación de límites. Presenta al arte, a la reflexión, a la imaginación y
a voluntad como el camino hacia la libertad.
Abstract
This essay presents lack of control as a virtue and an invaluable tool for personal and social
transformation. In turn, it shows the challenges produced by the constant search for control
and creation of limits. It presents art, reflection, imagination and will as the path to
freedom.
Tengo una bicicleta que tomé prestada, un ejército de hombres de jengibre y un ratón sin
hogar llamado Gerald. Ahí, al fondo, si escuchas con cuidado podrás notar mi habitación,
está llena de melodías, algunas riman, otras rechinan, la mayoría son mecánicas, vamos
hacia allá a hacerlas sonar.
Es así, como Syd Barrett, noble manifestación del caos universal, llamado hombre por
algunos, músico por unos cuantos y loco por otros nos transportaba a la intimidad de su
habitación y por medio de una bien acertada recreación sonora, nos puso frente a frente con
su identidad, para nada distante de la nuestra. En la mente del genio y en la de cada
individuo reside una fuerza poderosa e ilimitada que nos hace creadores, pensadores y
transformadores de nuestra realidad. Mientras menos límites sean impuestos, mayor será su
manifestación, la clave para demoler cualquier límite, el descontrol.
¡Qué desdichado sería el mundo si perdiera una pizca de control! Resulta inimaginable la
barbarie en la que este se sumergiría. Personas ejerciendo un sagaz pensamiento crítico por
las calles oscuras, los tejados y los campos, completamente indispuestos a tragarse entera la
nueva ideología que en el momento desfilara por radio, páginas web y de boca de
adoctrinados carentes de personalidad y raciocinio. Una completa desgracia sería que
hombres y mujeres decidieran libremente sobre su futuro y sus vidas en lugar de crecer para
incorporarse a un sistema que les promete lujos efímeros mientras entregan su cuerpo
desnudo para ser mutilado y rostizado por Moloch. Sería realmente aterrador que la
humanidad dejara de temerse a sí misma dejando así de sentirse en la necesidad de ceder
su libertad al César, decapitando así a la bestia fantástica más ruin y mentirosa de la historia,
el Estado. Una realidad simplemente aterradora, para aquellos pocos que se benefician del
control. Para el resto de la humanidad, sería otra historia.
Pocas virtudes son más grandes que la de ser inmoral en un mundo cuya moral hace ver
justas las injusticias y normaliza la mentira y la traición. Pocos gozos son mayores que el de
no ser un instrumento más, útil para una sociedad que te contempla como un objeto
reemplazable y te valora en base a lo mucho o poco que eres capaz de enriquecer al
sistema. El regocijo de la pérdida de control antecede a estas anteriores.
En un arrebato de temor, el ser humano tiende a escapar del descontrol haciendo uso de su
divina capacidad creadora para forjar nuevos límites para sí mismo y para los demás, a
imagen, semejanza y tamaño de su miedo, implantado también por medio de límites, al
descontrol y la liberación. Es así, como el individuo, aterrado por la libertad contenida en el
canto lisérgico de Leary que lo invita a apagar la mente, relajarse y flotar por el arroyo,
comienza a repetirse religiosamente que la mente no es más que ese conjunto de circuitos
eléctricos en su materia gris y que si la apaga estará muerto, se quedará sin su valioso
control. Se asegura también que la relajación en extremo es pereza y sobre todo que aquel
arroyo al que se refiere el viejo loco debe estar lleno de agua sucia, pirañas y enfermedades
virales traídas de oriente, que debería tomar una capacitación antes de estarse metiendo a
nadar en los arroyos, o mejor aún, que debería hacer un estudio de mercado para saber si
puede usar el agua del arroyo para un nuevo y flamante start-up o aún mejor que lo anterior,
que un poderoso y sabio leviatán debería surgir de esas aguas para dictarle, por los siglos de
los siglos, lo que tiene y no tiene permitido hacer en el arroyo de Leary.
Todo sea con tal de no toparse cara a cara con el infinito poder de la mente, el hombre
temeroso se valdrá de su poder como creador para construir tantos límites como le sea
posible, creerá en ellos con toda su intención y se ocultará cómodamente tras sus muros. De
ser posible, se asegurará de que personas a su alrededor crean en los mismos límites que
ellos, volviéndose así, involuntariamente, un predicador del control, capaz de implantar sus
límites en el espíritu de otros desprevenidos.
¿Existirán acaso vías para saltar del control hacia la liberación? Las hay y su poder es tan
grande que es capaz de reducir a cenizas cualquier límite existente y por existir. La primera
de ellas, la valentía. Siendo el temor el catalizador de los límites y estos a su vez la fuente del
control, es la capacidad de transformar ese miedo en valor la que nos llevará a tirar muros y
hacer estallar cercas. Sabiéndonos capaces de hacer frente a las adversidades valiéndonos
de nuestra volun adquiriendo sabiduría de ellas y entendiéndolas como parte de la riqueza
de la experiencia de la vida, no será necesario ocultarnos. Ni detrás de nosotros, ni de nadie.
En una fe enfocada con libertad más allá de límites religiosos se encuentra otro gigantesco
poder para hacer frente al control. La confianza en la absoluta capacidad del ser humano de
crear y transformar su realidad para bien. La creencia en aquellos grandes ideales que han
movido individuos y civilizaciones, que nos aseguran que la existencia trasciende lo material
y lo efímero y nos unifica en torno a una visión trascendental, que nos lleva colaborar unos
con otros no por imposición o algún fin individualista, si no por el más grande de todos esos
ideales, el amor, haciéndonos así conscientes de que nuestro mundo es sólo tan bueno
como nuestra mente es capaz de soñar.
Bibliografía
Autor
2023