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Ahí estaba la luna cuyos movimientos veloces y joviales, perfectamente descritos por la verdadera

ley de atracción, aparentemente le acercaban hacía su acérrimo rival de la bóveda celeste quien
permanecía estático e indolente. Sus disputas eran infrecuentes y por lo mismo interesantísimas
para las mentes terrenales, aunque ya conocieran al vencedor de antemano, por eso el presumido
astro nocturno se mostraba ansioso de llegar a la cita para opacar a su rival.

Se logró, tres cuerpos en una línea recta. Los pocos fotones que desviándose de su trayectoria
recta alcanzaban a evadir el contacto con la superficie lunar, evitando así el trágico final de morir
sin ser vistos, producían una tenue luz sobre la superficie de la tierra que hacía brillar las
superficies acuosas bajo el sol eclipsado.

Por razones del destino la luna no pudo mantener su posición y continuó su trayectoria hasta
ocultarse cediendo así el escenario al solitario sol que brillaba igual que siempre.

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