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Fernando Fuentes
El Peugout 205 estaba con las luces de emergencia encendidas, Alberto salió de la parte de atrás,
dijo una palabras de despedida y se alejó.
Irene arrancó el coche en cuanto le vio entrar en el portal de su casa, aun le quedaba pasar por las
casas de Luis y Julio. Conforme se acercaba al semáforo de Blasco Ibáñez más nerviosa se ponía.
Julio estaba en la parte de atrás del 205, miraba desde ahí a Irene, su pelo, sus ojos… También él
se había dado cuenta del semáforo al que se estaban acercando.
Luis estaba en el asiento del acompañante. También estaba nervioso. ¿Sería esa la noche?
La luz naranja se encendió, y luego la luz roja. Irene frenó con delicadeza y paró. Valencia estaba
tranquila a esas horas y apenas pasaban coches por Blasco Ibáñez. Enfrente, al otro lado de la avenida
estaba ya Manuel Becerra. El itinerario estaba claro, primero a Luis en su casa de Manuel Becerra y
luego a Julio en el piso de Cardenal Benlloch, que además la embocaba en dirección a su casa. Pero,
¿era eso lo que quería? Julio empezaba a estar nervioso también, ¿tendría una oportunidad esa noche?
Iba a aprovechar la ocasión, desde luego, no tenía sentido que Irene torciera a la derecha para dejarle
primero a él, demasiado rodeo. Lo de vivir en primera persona un triángulo amoroso propio de un
shojo de instituto le estaba empezando a pasar factura. Y lo peor es que era uno de esos shojos en la
que los protagonistas se gustaban desde el primer tomo, pero tenían demasiado miedo a dar el primer
paso.
Irene no dejaba traslucir su nerviosismo, estaba ahí viendo justo delante Manuel Becerra, el
camino más corto y lógico. A su derecha Luis estaba callado y tenía aire despistado. Ella tenía
mariposas en el estómago. Tenía que tomar una decisión, una que dejara a las claras sus intenciones a
sus dos acompañantes.
Luis ya se imaginaba que sería el primero en bajar, se estaba haciendo a la idea. Esa tampoco
sería la noche.