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Extraños en la ciudad 

Experiencias de progresistas y conservadores 

Capítulo 1

Yo no me dejo

“Si la piel de todos los homosexuales se volviera morada de la noche a la mañana, la sociedad,
sorprendida por la enorme cantidad y diversidad de gente a su alrededor con ese color, dejaría
de ver esto como un problema”

Ian Mckellen

Ese día salió de su casa temprano y caminó solo por las calles de San Juan de Lurigancho, hasta
llegar al paradero 7 de Las Flores. Tenía unas zapatillas oscuras, un pantalón de vestir blanco y
una camisa tropical. Se sentó para esperar el bus, sacó el celular y empezó a revisar las redes
para matar el tiempo. Pasó uno, pero estaba muy lleno: el cobrador lo miró mal. Pasó otro, él
se paró para subir, pero el carro nunca paró. Pasó un tercero, tenía asientos libres, pero el
cobrador lo miró de pies a cabeza, le sonrió, le hizo una mueca y luego le mandó un beso. Él lo
ignoró (¿o no?), subió y se sentó. No lo miró más. ¿Qué pasó? ¿Habrá sido la camisa tropical o
los pantalones blancos? Para Miguel este era el pan de cada día antes de la pandemia.

Miguel Vivá es un chico de 26 años que estudió Comunicaciones en la Universidad de


Lima, se especializó en todo lo relacionado al séptimo arte y se dedicaba, hasta antes de la
pandemia, a hacer cortos o trabajos audiovisuales. Es un buen tipo: alegre, conversador,
responsable y bromista. Sin embargo, tiene un “problema”: es gay. En realidad, serlo no es el
problema, el problema es serlo en Perú, y lo que vivió esa mañana no solo lo sufre él, sino
también muchos más. Ser gay es raro para muchos peruanos, no es normal, uno no debería
serlo o al menos eso te quieren hacer creer. Basta con leer los comentarios en las redes
sociales en los que se le presta mínima atención a los temas de inclusión: “Que no nos
impongan su mariconada” se lee y variaciones de ese tipo. También se podría hablar de la
política y los líderes que tuvieron gran apoyo de la ciudadanía, políticos que son
completamente conservadores. ¿Cómo podría una persona homosexual vivir tranquila en un
país así? Él -de convicción fuerte- no le presta atención al problema (¿o sí?) y vive su vida como
lo que es: un chico común y corriente.

—No hay razón para ocultarlo. ¿O tú crees que si? —inquiere Miguel con un tono
burlón.

—Claro que no. —le respondo.


—¿Seguro?

—Si. La pregunta es si tú lo estás.

—Yo soy open mind, amigo. Por supuesto que sí.

Hubo un breve silencio en la conversación. Optamos por reírnos. Es open mind y todo
un fashionista. Resalta su mirada coqueta, su sonrisa pícara y unos ojos oscuros cubiertos por
unas imponentes gafas rojas. Si usa polos estos deben ser entallados, Miguel no tiene una
mala figura. Cuando va a salir prefiere las camisas, como la tropical de aquella mañana en el
paradero. Con los pantalones es igual, a veces parece un rockstar, jeans rotos o jeans pitillo,
siempre da que hablar cuando se encuentra con sus amigos.

Lo criaron con mano dura, a lo Willie Colón, por ser varón. A él y a sus hermanos, uno
mayor y uno menor: José Luis y Julio Cesar. En el seno de una familia conservadora, Miguel
llegó a conocer un par de correazos y unas cuantas cachetadas que no eran nada del otro
mundo y bastante tenues a comparación de la crianza de algunos de sus amigos, a quienes
castigaban con el temible látigo San Martín de tres puntas. Él reconoce que durante su infancia
quizás le inculcaron ideas machistas, pero que en el momento no se daba cuenta. Muchas
veces ignoramos que frases como “los hombres no lloran” o “los varoncitos juegan con los
varoncitos” tienden a marcar una tendencia en las mentes jóvenes. Él tuvo que experimentar
esto desde muy pequeño, y la sensación de ser “distinto” le generó dudas y algunos
comentarios inocentes.

—Yo en ese momento no lo entendía bien. —dice, bostezando—. Pero ya me daba


cuenta de algunas cositas. Te va a sonar a un cliché aburrido, pero no te voy a mentir: los niños
iban a jugar a la pelota y yo no quería, no me llamaba la atención. Algunos me fastidiaban,
pero no lo tomaba como maldad, lo tomaba tal vez como desconocimiento, éramos chibolitos.
La maldad llegaría después.

Cuando le pregunté si de más grande lo habían molestado por ser gay, noté cierta
inseguridad en su voz.

—Y qué sé yo. Puede ser, yo no me lo tomo tan mal. No quiero tomármelo mal. Lo que
sí sé es que no me dejo, a mí me dices algo y yo te jodo el doble. —comenta, mientras lanza
una carcajada.

—¿Entonces tienes carácter? —le pregunto

—Ah no, sí señor. Me buscan y me encuentran. Pregúntale a Juan.

—¿Juan?

—Sí, Juan.

***
Juan Rodríguez es el mejor amigo de Miguel. Se conocieron hace muchos años en el colegio
Daniel Aromia Robles, más conocido como “El DAR” de San Juan de Lurigancho. De pequeños
eran compañeros, y no fue hasta quinto o sexto de primaria que entablaron la que sería la
mejor amistad de Juan. Vivir en “SJL”, como le llaman ellos, siendo homosexual es un arma de
doble filo. Por un lado los vecinos valoran el sentimiento de compañerismo y hay personas
como Juan que son capaces de defender a Miguel cueste lo que cueste. Pero por otro lado hay
un gran componente homofóbico, no necesariamente por ser un distrito considerado como de
“barrunto” o “popular”, porque homofobia hay en toda Lima, pero es algo que siempre tienen
en mente tanto Juan como Miguel.

El DAR queda a la altura del paradero 8 de la Av. Las Flores, y fue en ese colegio y en
esas pistas donde Miguel, Juan, Javier y Álvaro vivieron inmemorables momentos. Las calles
cerca a Las Flores son un espectáculo 24/7. En cada esquina parecen estar celebrando algo
siempre: parrilladas en las veredas, gente tomando cerveza hasta altas horas de la noche y
nunca falta el que se queda dormido en plena esquina después del tono. El grupo de Miguel lo
ha visto todo. Eran y son un grupo unido, pero no es malo admitir que el lazo entre Miguel y
Juan es algo de un “poco más de peso”. En primaria eran de secciones distintas, pero ya
conversaban y hacían bromas. En quinto compartieron salón, y para sexto ya eran patas, uña y
mugre, para todos lados.

—Nosotros ya sabíamos, o al menos eso creemos —dice Juan, mientras enciende un


porro.

—¿Sí? ¿Cómo? exactamente

—Las formas, creo yo. —habla y da una pitada—. Era algo amanerado, no lo digo como
ofensa, claro. Pero lo era. Así siempre fue, y así siempre será mi amigo.

Vuelve a dar otra pitada.

Ocurrió en una noche de octubre del año 2014. Miguel, vestido completamente de
blanco porque había salido con sus amigos a una fiesta, se encontraba en la sala de estar de la
casa de Juan viendo como el resto del grupo seguía tomando y escuchando música. Era algo
tranquilo, y si bien él conocía a todos, esperó a que solo quedaran ellos, los de siempre. Se
paró, apagó la radio y les pidió a los tres que se sentaran. Estuvo callado por unos segundos,
segundos que parecían y se sintieron como horas, Juan recuerda que pensó que les diría algo
malo sobre su salud.

“No quiero que se sientan mal, pero soy gay. Siempre lo he sido. Creo, sí, soy gay.” casi
susurró.

Juan observó temor, miedo, pánico en el rostro de Miguel. Y sintió algo de culpa.
Todos los presentes sintieron culpa. Culpa porque lo habían jodido de pequeño, culpa porque
creía que su amigo lo estaba ocultando y eso le hizo daño, culpa porque en ese momento
pensó que Miguel no les decía nada por temor a perderlos. Nadie dijo nada, Miguel seguía
parado observándolos, como esperando una reprimenda o una despedida. Javier empezó a
sonreír, Álvaro estaba en otro mundo con su bate de marihuana y Juan se paró y le puso una
mano en el hombro.
“No hay problema” y todo estuvo bien.

—A ese man lo admiro porque es así. —dice Juan.

—Es así. Lo admiro porque es valiente, porque le pone huevos, hace sus cosas. —deja
el porro al costado—. ¿Tú sabes? Miguel es director, hace audiovisuales, es buenísimo. Me
jodería que pierda oportunidades por ser gay, no tiene sentido. Sabe de cámaras, edita bien las
fotos. ¿Viste sus fotos? buenísimas. Incluso hasta empresario es, se recursea vendiendo
sábanas, tiene su web y todo. Es bueno, buen hijo. A pesar de todo.

—¿De qué? —pregunto

—Y bueno, su viejo. Su viejo y su hermano creo, el mayor más que nada. No son mala
gente, pero ahí tienen sus cositas.

***

Dos meses antes de aquella revelación en la casa de Juan, Miguel había estado conversando un
tiempo con un chico del barrio por el que sentía cierta atracción. No sabemos su nombre, o
bueno, yo no lo sé, pues nuestro protagonista prefirió mantener esa identidad en el
anonimato. Pero lo que sabemos es suficiente: ambos se gustaban.

Un sábado, muy adentrada la noche en casa de Miguel, se encontraban en su


habitación hablando de mil temas y, a la vez, besándose. Tan fuerte era la química en ese
momento, que ninguno de los dos se percató de la hora: ya eran las dos y media de la
madrugada y habían estado riéndose a carcajadas dando mínima importancia a las demás
personas de la vivienda. Los dos amantes se levantaron de la cama, y entendieron que ya era
hora de acabar con aquel romántico coloquio. Miguel, con el rostro rojo de tanto reír y usando
solo una campera gris con shorts de dormir, le dijo a su compañero que tendría que salir por la
puerta trasera de su casa. “NO hagas ruido” le advirtió, y así fue, ruido no hizo.

Pero de nada sirvió.

Al final del pasadizo, casi indistinguible por la oscuridad, la puerta de una habitación se
encontraba abierta. Una lámpara dentro de ella se encendía y lo que antes era una silueta
ahora se observaba con claridad. En la entrada, y con un rostro de extrañeza, estaba Onorio
Villalobos, el padre de Miguel.

“¿Qué pasó?” Preguntó desde la cama Julia Vásquez, la madre de Miguel. El padre
optó por no decir nada en el momento, y Miguel lo miraba desde la entrada de su alcoba. Se
encerró en su habitación unos minutos, pensando en lo que tendría que decir, creyendo tal vez
que podría mentir: “Es un pata”, “Estábamos tomándonos unas chelas”, “Nos quedamos jato”,
etc. Tantas opciones, tantas posibilidades. Pero él no quería seguir así, no podía, no tendría.

—¿Saliste de nuevo? —consulto con extrema curiosidad

—Si, a los veinte minutos. Mi viejo estaba en la sala.

—¿Y?
—Fui y me senté con él. Luego entró mi mamá y se sentó también.

Miguel, que hasta ese momento había mantenido un notable buen humor, parecía
recordar este evento con algo de tristeza.

—No tienes que seguir si no…

—No, tranqui. Todo bien. —me cortó.

—Yo pude mentir, sí. Pero no era la idea. —sonrió, tomó un poco de agua y concluyó
—. No sé qué me entró en ese momento, pero luego de esperar unos minutos lo solté, así
como si nada. Les dije que era gay, les dije cómo me sentía. Y ellos como que se quedaron algo
helados, mi mamá me sobaba las manos. Mi papá me dijo “okay” y mi mamá me dio un beso
en la frente. Yo dije “ya está, ya lo saben”, pero desde ese día no volvimos a hablar del tema,
es como que ya lo intuyen.

Miguel no durmió esa noche, se quedó pegado al celular escuchando música. Se quedó
pensando en cómo iba a decírselo a sus hermanos, a sus amigos.

Horas después, cerca al mediodía, despertó con el celular aún prendido y la música en
el mismo volumen. Salió de su habitación y vio a sus hermanos conversando en su patio. Los
saludó y les preguntó de qué hablaban, al parecer esa tarde iban a salir. José Luis, el mayor, le
dijo que no pasaba nada, que hablaban de cualquier cosa. Julio Cesar, el menor, le sonrió y le
dijo que todo estaba bien, que hablaban de la salida de la tarde. Para Miguel era evidente que
sus padres ya lo habían platicado. Cuando se sintió cómodo se los dijo, ahí, en el mismo patio.
José Luis, algo incómodo, dijo rápidamente: ya, Miguel, es tu vida. Y dejó el patio para ir a la
cocina. Julio Cesar, por su parte, le bromeó y hasta incluso conversó con él. Le preguntó si
tenía enamorado, si siempre se había sentido así, si le gustaba Zac Efron, etc. Se rieron juntos y
terminaron abrazándose.

Las cosas estaban bien con Julio Cesar, pero no parecían estarlo con José Luis.

—Eso pasó hace ya varios años —confirmo, para estar seguro.

—Sí, ese día les hablé y todo bien.

—¿Y José Luis?

—Es mi hermano, lo quiero y él me quiere también, pero no le gusta. No está de


acuerdo.

—¿Hablan?

—Poco. Vivimos en la misma casa, comemos juntos los domingos. No es que me


ignore, pero la relación está ahí.

¿Por qué? ¿De dónde podría nacer esta incomodidad o desconocimiento? Debe ser por
los valores o creencias de antaño. Debe ser que no todos aún se sienten bien hablando de ello,
o tal vez si pero no están de acuerdo. Después de todo, el mundo no es blanco y negro. Hay
matices, hay ideas, hay acuerdos.
Pero también hay extremos.

***

El conservadurismo no se encuentra inmóvil en el tiempo. Este viene ya desde hace siglos, al


igual que el progresismo. Y ambos van cambiando dependiendo de qué tipo de fenómenos
sociales se den de manera natural. Si bien son dos corrientes que surgieron a finales del siglo
XVIII en la Europa Occidental, las ideas y valores de cada grupo se han movilizado a través del
globo terráqueo. Diversos debates se han dado por este conflicto de ideales y,
lamentablemente, de intereses políticos, de esos que se dan por debajo de la mesa.

Si fuese una tarea resumir el significado de ambos, uno podría decir que mientras que
un bando prefiere preservar creencias y valores de antaño, dado que siempre les ha
funcionado; el otro implica un cambio constante (décadas) de actitud y de ideas, muchas veces
catalogadas como modernistas o adelantadas a la época en la que se dan.

No existe un bando que esté libre de culpas o de prejuicios. Ambos, en repetidas


veces, han sido partidarios de lo exacerbado. No existe un bando que pueda ser considerado
como el correcto, o al menos yo lo creo así. Es necesario cambiar, es necesario avanzar, pero se
debe analizar hasta qué punto y bajo cuáles métodos.

—Esto siempre fue así. —dice Deynes Salinas.

Salinas es un historiador, investigador y profesor de la Universidad Nacional Federico


Villarreal. Siempre le interesaron los cambios sociales, siempre le llamó la atención la historia,
desde que cursaba secundaria en el colegio N° 2091 de los Olivos. Su profesora de Historia del
Perú y Universal, Haydee Arancibia, lo retó a cuestionar todo lo que ocurría, a investigar los
hechos, a buscar razones. Y esto siempre hizo.

—¿Qué cosa? —le pregunto

—El debate, la discusión entre el conservadurismo y el progresismo. —dice, mientras


toma un café—. Siempre fue así esto. Allá por el siglo XIX, aquí nomás, en Perú. El conservador
luchaba por preservar la esclavitud y el progresista por abolirla. Luego uno quería preservar un
orden social y el otro quería cambiarlo. Otro quería preservar la marginación de la comunidad
andina y el otro quería revalorizarla.

—¿Y hoy?

—Bueno, hoy es lo mismo. Mientras el conservador tiene un approach más antiguo y


quiere debatir lo relacionado al movimiento LGTBI, el enfoque de género, la educación básica,
etc. El progresista considera que estos son cambios que ya tendríamos que haber hecho hace
años.

La historia es buena, sobre todo si la estudias en su totalidad. Esta, quieras o no, te


enseña de todo, incluyendo extremos de cualquier ala pensadora.
Miguel, aunque no de manera drástica, sufre algunos de estos. Más adelante
conoceremos a la otra cara de la moneda, pero por ahora, revisemos a qué se tiene que
enfrentar nuestro protagonista a diario, semanalmente, siempre.

Hace once meses, el diario Gestión publicó los resultados de una encuesta realizada a
pedido del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos. Sucede que, en nuestro país, solo un
8% de personas adultas se identifican como comunidad LGTB, es decir, 1.7 millones de
personas de un país de 32 millones de acuerdo al INEI. ¿Ahora se entiende por qué Miguel a
veces se siente aislado? El 71% de personas cree que la comunidad LGTB es discriminada. De
tener una empresa, un 37% de personas estaría indispuesta a contratar a una persona de esta
comunidad. En zonas rurales, la discriminación para la contratación de personas trans llega a
un 49%.

¿Y qué hay de los estereotipos?

El 46% de personas cree que una persona trans vive confinada. El 45% afirma que una
persona se vuelve homosexual por culpa de traumas de la infancia. Sin embargo, Miguel me
dijo que a él simplemente no le gustaba jugar a la pelota. ¿Creerán que es gay porque vive
confinado? ¿Entonces la cuarentena nos ha vuelto a todos gays? Un 36% considera que es un
peligro dejar a un niño o niña con un homosexual, pero Miguel es querido por muchos en su
barrio, incluyendo a los pequeños que conoce. Para un 31% de personas, el VIH-SIDA es una
enfermedad homosexual. Y ahora, dejando lo peor para el final, 1 de cada 5 personas en el
país sostiene que la homosexualidad es una enfermedad. ¿La enfermedad no sería creer que
alguien es menos que un humano normal por ser gay? Datos, cuestionamientos, nunca acaba.
¿Cuál es el problema?

—Es una cuestión de educación —comenta Salinas.

—¿Solo eso?

—Correcto. El Perú es un país con una desigualdad mórbida. No solo hablando de las
personas homosexuales, sino también de los que se ven afectados de manera transversal, el
pueblo andino.

Educación, concepto olvidado también.

Pero el olvido es una característica propia del país. Parece que, en esencia, olvidar es el
arma predilecta del peruano ante cualquier situación. Y lo vemos todos los días. ¿Cómo puede
vivir tranquilo Miguel en un país así?

Fue el 20 del mes pasado (sí, 2021) cuando se difundió un video de extrema polémica
(o tal vez no). Un video que llamaría la atención de Miguel.

Un día antes, el 19 de abril, Simón Flores Salva, conocido “comunicador” loretano, se


paraba frente a las cámaras de Selva TV y en tono burlesco comentaba sobre el terrorismo. Él,
usando una camisa turquesa y mostrando un rostro pícaro pero vehemente, pedía que los
asesinos regresaran a su ciudad. ¿Por qué? se cuestionaría un ser pensante. Y pues porque el
caballero de la seudo sabiduría quiso aleccionar a su público diciendo que el terrorismo hizo
bien, pues eliminó a los ladrones, a los "fumones" y a los homosexuales.
Es ese el problema del que tanto habla el historiador. La falta de educación o las malas
intenciones generan extremos, y muchas veces estos se maquillan tras corrientes ideológicas.

—El conservador, al igual que el progresista, puede ser un completo idiota. Primero
hay que analizar eso. Así como este señor de Loreto, hay miles. Una pena, pero así somos.

***

A pesar de estas experiencias, incluyendo las que creo no se siente bien al contar, Miguel trata
siempre de mantener el buen humor que lo caracteriza. Se considera afortunado por la vida
que vive, pues entiende que otros gays “la tienen peor”. Conoce a personas que viven un
abuso constante, incluso por su propia familia. Sabe que la realidad de él no se aplica o se
proyecta en la vida de los demás miembros de la comunidad LGTB. Esto le apena, pero no le
queda de otra, tiene que seguir viviendo.

—Hay gays a los que les pegan, y les pegan fuerte. —comparte Miguel mientras
acomoda su cámara.

—Pero en ese sentido saliste “premiado”

—¿Por qué?

—Porque no te pasó nada, o bueno, nada tan grave.

Miguel comenzó a dudar. Parecía que estaba pensando cuidadosamente lo que iba a
decir a continuación. Después de todo, somos dos completos extraños.

—Si… sobre eso. —habla y juega con su micrófono. — Parece que eres un buen chico.
Hay algo, quizás. No tan serio, no tan fuerte a comparación de otros. Pero hay algo.

Estaba en tercer año de secundaria, faltaban 10 minutos para el recreo y Miguel se


encontraba casi dormido en su clase de Historia. La profesora se percató de esto, interrumpió
sus sueños y le exigió que vaya a lavarse la cara de manera inmediata. Él, a regañadientes, se
paró y fue camino al baño. En el camino se dio cuenta de que tres chicos de un grado mayor lo
estaban siguiendo, murmurando y riendo. Al entrar, aprovechó para orinar, y mientras lo hacía
escuchó lo de siempre: gemidos, “sau”, “loquita”, etc. Pero ese día Miguel no estaba de
humor. Salió del cubil, les gritó que no lo fastidiaran y abrió el caño para mojarse el rostro.

El grito no les gustó para nada.

Luego de forcejear por unos segundos, la superioridad numérica prevaleció y lograron


tomar de los brazos a Miguel y hacer que se arrodille. Él, como prisionero de guerra, esperaba
un par de patadas o puñetazos. Sin embargo, no se dio de esa manera. Uno de los presentes se
abrió la bragueta del pantalón y le mostró su pene. “Esto es lo que te gusta ¿no?” era uno de
los tantos insultos que se escuchó en aquel baño del DAR. Los otros dos individuos se reían y
utilizaban la fuerza para nulificar a Miguel, intentaba zafarse, pero no podía. El chico del
miembro al aire le hizo un gesto, como indicando que quería recibir sexo oral. Pero, por cosas
del destino, Juan logró abrir la puerta del baño y entró a preguntar qué ocurría. Para los chicos
todo había sido un juego, incluso “ayudaron” para que Miguel se pare. Trataron de reírse con
él, como si nada hubiera pasado, como si lo ocurrido fuera normal. Miguel sonrió, se lavó la
cara y salió del baño. Afuera había mucha gente, ya estaba sonando la campana del recreo.

—Todo fue un juego. ¿Te imaginas? —pregunta algo incómodo.

—No fue tan grave, como te dije. Otros sufren cosas peores. Pero esto se ha quedado
siempre conmigo.

Miguel siempre creyó que los enterados de lo ocurrido eran solo las personas que
lograron entrar al baño: los tres chicos, Juan y él. Pero a las horas se enteró de que hubo
alguien más que lo escuchó todo. Lo escuchó, porque no se le estaba permitido entrar a ese
lugar. Era una chica, delegada de otra sección de su promoción, que estaba limpiando las
motas afuera en el pasadizo. Había visto entrar a Miguel y los otros tipos al baño, escuchó los
caños malogrados del colegio y también los insultos. Afortunadamente no vio nada, las
imágenes vendrían después. No eran amigos en ese entonces, pero sí se conocían. Días
después ella se le acercaría a él para preguntarle por lo que pasó, y lo que comenzó como una
curiosidad un tanto morbosa, se convirtió en una buena amistad.

—Se paró frente a mí y me dijo: ¿Qué ocurrió en el baño? —recuerda él.

—¿Y…?

—Y nada, pues me sorprendió. Pero le conté, no todo. Luego sí.

La chica en cuestión se llama Sofía Rosales, de la misma edad de Miguel y en ese


tiempo nueva “integrante” del grupo de Juan, Álvaro y Javier. Después de que Miguel le contó
poco a poco lo ocurrido ella empezó a desarrollar un interés en él, no romántico, pero si
empático y enternecedor. Si ella creyó que Miguel iba a tacharla de loca por hacerle semejante
pregunta sin ser muy cercanos en ese tiempo: se equivocó. Pues él siempre ha sido una
persona directa, y nunca tuvo mal ojo para juzgar el carácter de alguien.

Años después de lo ocurrido el grupo seguiría unido, cada uno trabajando y


estudiando, pero siempre frecuentando cada vez que se podía. Fiestas, reuniones, “vagancia”
en la calle, tú nómbralo, lo habían hecho. Ya más adultos decidieron irse de viaje a Marcahuasi,
al Este de la capital. Este viaje, a pesar de que tuvo sus inconvenientes, es el más recordado
por el grupo. Él guarda con cariño esos momentos.

***

La banda, menos Miguel, se reunió temprano en la casa de Juan y empezaron a organizarse


bien para lo que sería el primer trayecto hasta Chosica. Cada uno estaba vestido con ropa
cómoda y zapatillas porque sabían que el recorrido iba a ser algo demandante físicamente y
tenían preparadas sus mochilas con algunos snacks, agua y mudas de ropa. Al salir de la casa,
no entendían la ausencia de nuestro protagonista, por lo cual Juan decidió llamarlo al celular.
Llamada breve que terminó con este suspirando y diciendo: “Ya vengo… voy a recogerlo.”

—Él siempre quiere que lo recojan. —me cuenta Sofía entre risas—Y no solo ese día,
también cuando vamos a fiestas alguien lo tiene que recoger. Dice que él es un rey y que
debemos tratarlo como tal. Es divertido, lo hace por bromear y sabe que nos da risa, pero a
veces sí se pone espeso. Aún así lo queremos.
Con el grupo ya completo se dirigieron todos hacia Chosica, y luego, tomaron un bus
que los llevaría hasta San Pedro de Casta, provincia de Huarochirí. Para ellos fue una suerte de
pueblito acogedor en la cual pasaron unos momentos antes de comenzar el camino a la
meseta de Marcahuasi. Ya en el pueblo hicieron una parada para comprar algunas cosas, entre
ellas, algunos caramelos para el soroche (mal de montaña o altura) que no servirían de mucho.
En el bus durmieron, conversaron y se hicieron bromas, sin saber que luego tendrían que
caminar y sufrir para llegar hasta la montaña. “Sufrir”, al menos esa es la palabra que utiliza
Sofía.

Marcahuasi es un terreno andino que está a cuatro mil metros de altura


aproximadamente, lo cual no es suelo simple de caminar para algunos, y si se toma en
consideración que algunos trechos son rocosos, es entendible cómo alguien podría pasarla un
poco mal. A Sofía le tocó vivirlo, y en el camino tuvieron que hacer un par de paradas para que
ella pueda recobrar el aliento. La altura le había afectado sólo a ella. Por ahora.

—¿Qué tan feo estuvo? —inquiero.

—No feo, pero si me cansé y me dio soroche.

—¿Y los caramelitos?

—Por las huevas. No pasa nada. El camino fue algo complicado para mi y algunos se
molestaban por las constantes paradas. Todos menos Miguel, él hacía bromas
constantemente.

El grupo llegó tarde a la montaña. Eran las seis de la tarde y se suponía tenían que
haber llegado a las cuatro. Sin embargo, a pesar de estar oscureciendo, el paisaje era hermoso:
el cielo limpio, con algunas estrellas agrupadas. Un bosque acompañado de rocas gigantescas
que llegan hasta los veinte metros, con algunos puntos desde donde se pueden apreciar las
lagunas Cachu Cachu y Huacracocha. Había valido la pena el ajetreado transcurso.

Esa noche hacía frío, una peculiar temperatura de catorce grados y vientos fuertes. El
grupo se congelaba, sobre todo porque por una mala recomendación de Miguel habían ido sin
mucho abrigo. Juan, que tuvo el rol de salvador, le prestó prendas a cada miembro del grupo.
No solo eso, pero tuvieron que dormir todos en una misma carpa, pues el cierre de la carpa de
Miguel se había malogrado. Esto quizás fue bueno para el grupo: más gente es más calor.
Bueno, si la gente no roncara tanto.

Los días en la montaña pasaron rápidos para algunos y lentos para otros. Juan y Javier
conversaban con el resto, pero a veces se escapaban para ir a tomar con los demás turistas.
Miguel y Sofía salían de las carpas de vez en cuando, pero preferían estar dentro por el frío y
porque esta última seguía golpeada por la altura. En el tercer día bajaron a San Pedro de Casta
para el último almuerzo y a las dos de la tarde tomaron el bus de regreso a Chosica. El viaje de
regreso fue más calmado, no hubieron tantas risas ni comentarios absurdos de Miguel, quien
casi pierde el bus de regreso por quedarse comiendo en el restaurante.

—Son cosas que pasan. —afirma Sofía— Todo lo vale: la experiencia, la vista, las risas,
las náuseas por la altura, todo.
El soroche, la carpa malograda, el frío, etc. Nada importó. Esos días Miguel estuvo con
gente buena, también conoce a gente así. Ellos son su soporte. Son la prueba clara de que a
pesar de que la sociedad tiene muchos aspectos negativos para con las personas
homosexuales, hay gente que aun vale la pena resaltar. ¿Pero quiénes más podrían hacer algo
por él?

***

Bruno Fernández es un joven abogado de 27 años que se dedica a coordinar incidencias dentro
del grupo Más Igualdad Perú, una organización que defiende los derechos LGTBIQ+. Él se unió
a este grupo en febrero del 2017, meses después de que el congresista Carlos Bruce anunciara
un proyecto para la ley de unión civil.

Haciendo el esfuerzo por no sonar poético, dice que su labor es ayudar a la sociedad a
encontrar igualdad, igualdad que se le priva a gran sector de la población desde hace muchos
años.

—Tu amigo, Miguel, conozco casos así todos los días.

—Similares

—Si, calcados y distintos. Lo mismo con mujeres: lesbianas, golpeadas, etc. —decía
Bruno—. Muchos no quieren ni decir su nombre al buscar contacto. “Trátame de X, mejor así”
me dicen algunos. ¿Te das cuenta? en pleno 2021. Algunos hacen como que no les importa,
capaz Miguel va por ese lado.

—Él siempre me dice que se defiende —le comento

—Ya, pero eso puede colaborar con el conflicto a veces. Suena duro, pero es así. No
todos son un libro abierto, a lo mejor sí lo comprende.

Las conversaciones con Bruno siempre son rápidas, no por la duración, pero si por la
gran cantidad de información que da en tan poco tiempo. Acepta que la educación es el
problema, acepta que a veces los medios para encontrar una buena son cuestionables, acepta
que se necesitan más voces y acepta que se necesitan ya.

Eso, más voces.

—¿Cómo Miguel?

—No. Bueno, si. El testimonio es importante, pero los que los hacen público también, y
mucho. Los que quieren enseñar.

—¿Conoces a Alesia Lund? —me pregunta.

***

¿Y si el cobrador de ese micro no le hubiese mandado un beso a Miguel? ¿Y si esos tres chicos
del DAR no le hubiesen mostrado sus penes en el baño? ¿Y si su hermano mayor le hablase un
poco más? ¿Y si no lo miraran -raro- algunos por la Av. Las Flores? ¿Será que solo podemos
imaginarlo? ¿Alguien lo puede cambiar?

Miguel se iba a reunir con unos amigos afuera de su casa esa noche, nada más porque
la pandemia no lo permite. Era viernes. Antes de cerrar la sesión del Zoom le pregunto sobre
su visión del país en unos años, si cree quizás que hay algo de esperanza, si cree que “salir del
closet” ya no sería un problema en el Perú de aquí a algunos años y si cree que “no dejarse”
podría dejar de ser una opción en el futuro.

—Mejor dime si quieres hablar toda la noche.

Solo atiné a reírme.

—¿Viste a los candidatos que tenemos? —pregunta mientras usa la webcam para
revisarse el cabello—. Es difícil, siempre lo ha sido. Quisiera decir que sí, pero después de
tantos años ya no entiendo nada.

—No lo sé, Pedro. No lo sé.

Yo tampoco.
Capítulo 2

Emma y yo

“Existen pocas armas en el mundo tan poderosas como una niña con un libro en la mano.”

Malala Yousafzai - Premio Nobel de la Paz 2014

Cuando hablé con Bruno Fernández de Más Igualdad Perú esa noche no pensé que lo que
seguiría serían una serie de conversaciones relámpago que me llevarían a conocer a una de las
mujeres más apasionadas que conocí en la vida. Lo que fue una pregunta rápida a la que no le
di mucha importancia, ahora era mi siguiente paso para comprender más al bando progresista
del país. La duda me llevó al distrito arenoso de La Molina, cerca de la sede de medicina de la
Universidad Privada San Martín de Porres. Bueno, “me llevó” por una videoconferencia de
Zoom ya que la pandemia hoy en día no permite casi nada. ¿Quién es ella? le pregunté a Bruno
esa vez.

El resto se cuenta solo.

***

Ese día, como todos, se sentó a revisar las publicaciones que se habían hecho sobre su trabajo
en las redes sociales. Lejos de ser algo alentador, se encontró con un tsunami de emojis
enojados y riendo, acompañados con palabras hirientes que en su mayoría no tenían
absolutamente nada que ver con lo publicado. Criticaban su labor, la insultaban a ella,
insultaban a su hija y aparentemente no había nada que los detuviera. Esto, a la Alesia de otros
años, la hubiese derrumbado completamente. Hoy, en pleno 2021, comprende que es solo una
señal de que sus ideas están llegando a todos y que está funcionando. Cuando el animal se
encuentra acorralado opta por atacar, después de todo, el cambio siempre asusta.

Alesia Lund Paz, con la cámara prendida y el micrófono en mute, arregla como puede
su ondulada cabellera y termina de ordenar un poco su escritorio de trabajo. Gira su rostro de
improvisto y, con un gesto de vergüenza, mueve las toneladas de maquetas y diseños que
yacen en su velador. Sobre este hay un cuadro con letras grandes y coloridas: “E y L” alcancé a
leer. En el acto se percata de que su labrador chocolate corre hacia la alcoba y le cierra la
puerta con mucho cuidado, no quiere interrupciones. Si va a contar su vida, la va a contar bien,
aunque no del toda, pues siempre fue algo tímida. Se sienta, respira hondo y enciende el
micro.

—Disculpa que hayas visto todo eso

Me hace una señal de “stop” y vuelve a apagar el micro. Esta vez ella observa a alguien
que no sale en cámara. “Ahí nomás” logro descifrar de sus labios. Abre los ojos por completo y
hace una mueca, luego sonríe. De perfil se le nota un lunar cerca al ojo derecho y una sonrisa
bastante tierna. Las ojeras las tenía marcadas, quizás por diseñar hasta altas horas de la noche.
Vuelve a prender el micro.

—“No, te”, por favor. No me hagas sentir vieja. Solo son 40 exactos —dice en tono
burlesco—. Acá todo está hecho un desorden, como estoy chambeando desde casa es así. Pero
no siempre, yo no soy así.

Alesia es una feminista acérrima. Toda su vida quiso seguir los pasos de su madre y
demás familiares (docentes) para así poder educar a la sociedad peruana. Una misión algo
utópica pero a la que no está mal aspirar. Ella trabaja como profesora de arte en el Colegio
Alemán Humboldt, su alma mater. Y, a la vez, se dedica a hacer ilustraciones sobre educación
sexual para luego publicarlas en redes como Instagram y Facebook. Tiene más presencia en la
primera que en la segunda, llegando incluso hasta los sesenta mil seguidores. Estos diseños y
mensajes, los que tanto reciben odio de otras personas, se encuentran bajo el nombre de un
mismo proyecto: Emma y yo. ¿De qué habla? de la bisexualidad, pansexualidad,
polisexualidad, feminismo, libertad, educación moderna, etc. Tu nombralo y ella ya lo trabajó.
¿A quiénes les habla? a todos nosotros. ¿Quién es Emma? Su máxima inspiración en el
momento de crear el proyecto, “la luz de sus ojos” dice ella. Emma es su hija. Años después
nacería Liam y ahora tendría dos motivos claros para vivir y enseñar.

Sus diseños e ideas le permitieron vender su primer y único libro (hasta el momento)
titulado “Las cosas por su nombre”, el cual sirve de guía para que padres y madres puedan
enseñar a sus hijos desde pequeños a no sentir vergüenza al hablar de sexualidad y a,
efectivamente, llamar todos los conceptos por su nombre. El pene ya no es pipi, la vagina ya
no es un tesoro, el sexo ya no es “cuando papi y mami se quieren”, etc. Ella siente que ese tipo
de enseñanzas son antiguas y que pueden ser contraproducentes, pues el niño o la niña no
recibe toda la información y se expone a conocer de más en las redes.

Alesia tiene su presente bien establecido y conoce cuál es su misión.

Sin embargo, tiene un problema, uno al que muchas mujeres de este país se enfrentan
y que a diferencia del COVID 19 si se puede ver: el machismo. Ella siempre tuvo que
enfrentarse a ideas conservadoras y machistas desde que era joven. Por muchos años estuvo
bajo la agobiante presión del “qué dirán”, con gente que, a pesar de haberla visto estudiar,
consideraba que su lugar era estar en casa y ser un mero soporte de su pareja o que estudiar
educación y diseño no le daría dinero y sería alguien irrelevante.

El problema, incluso ahora trabajando, persiste y su labor es complicada. No solo eso,


hay que ser valiente: “porque vivimos en un país donde por ser mujer te tiran gasolina y te
prenden fuego en pleno transporte público. Vivimos en un país en donde activistas feministas
son acosadas sexualmente para luego desaparecer y ser encontradas descuartizadas” comenta
Alesia, enojada. Eyvi Ágreda y Solsiret Rodriguez, las mujeres de las que ella habla, son solo la
culminación de un machismo que comenzó hace mucho y de a pocos. De un machismo que
funciona como bota en la nuca y no te deja levantar la cabeza.

¿Cómo comenzó todo para ella?

Nacida en diciembre de 1981, fue criada en el seno de una familia amorosa y unida.
Sus padres: Cesar Lund y Pilar Paz, le inculcaron valores y promovieron en ella ese deseo de
superación constante que hasta ahora mantiene vigente. Su hermana, Talía, mayor que ella
por dos años, fue (y es) su compañera de vida desde que ella tiene memoria. Juntas jugaban a
la escuelita de pequeñas y se turnaban con el rol de maestras, como una premonición del
camino por el que optarían muchos años después. Cesar, de 71 años, siempre fue un hombre
serio y para los ojos desconocidos algo parco, pero con sus hijas y su esposa es un manojo de
emociones. Toda su vida trabajó como administrador en centros comerciales ya olvidados
como Monterrey o Top Market. Pilar, de 70, es una “mamá oso”, como la describe Alesia. Una
mujer estudiosa pero dedicada a su familia. Profesora de primaria durante toda su trayectoria,
Pilar fue la promotora principal del interés por educar en sus hijas. Tanto así, que Alesia aún
conserva un cuadro amateur que pintó su madre para ellas en los 90s.

“La mejor herencia que les puedo dejar es la educación”

Vivió en dos casas. La primera en Miraflores, cerca de la Alianza Francesa de la avenida


Arequipa. En una calle pequeña llamada Domingo Ruiz. Aquí pasaría los primeros nueve años
de su vida y conocería a su mejor amiga, Jessica Zimmerman. Sin embargo, se mudó a La
Molina a finales de la década.

—Y la bienvenida no fue bonita.

—¿Por qué?

—Era 1990, todavía no se solucionaba el tema de Abimael. A los tres días explotó un
coche bomba a las afueras de un Kentucky —recuerda, con algo de tristeza.

Ella y Talía estudiaron juntas en el Colegio Peruano Alemán Alexander Von Humboldt.
Talía en dos grados más avanzados y Alesia, junto a Jessica, en el mismo salón. Las tres, a pesar
de tener una diferencia de edades que en el colegio se suele sentir más, compartían amistades
y paraban juntas de lado a lado, desde primaria hasta su graduación en secundaria. La rompía
en los cursos de historia, cívica y comunicación integral. En su salón era de las primeras en
presentar sus trabajos de arte, le gustaba recolectar frases de periódico y las utilizaba en sus
trabajos. El tema de las frases era una manía que tenía desde pequeña, así aprendía a decir
nuevas palabras. En la secundaria no tuvo enamorado, pero sí interesados en ella, y tras
algunas desilusiones decidió refugiarse en su hermana y su mejor amiga.

Cuando tenía 18, y como suele ocurrir, no sabía qué hacer con su futuro. Alesia le da
gracias a sus padres por la vida que le dieron, por las oportunidades que ella pudo tener y de
las que otros no gozan. Pero al momento de decidir qué hacer con su futuro, tuvo la desdicha
de juntarse con personas tóxicas. Un par de hombres, cuyos nombres no quiso mencionar, se
encargaron de hacerla sentir inútil, menos que el resto. Los padres de sus compañeros le
recomendaban estudiar algo simple para luego poder estar en casa con sus hijos (si es que los
tenía). Cuando pensó en el Diseño le dijeron que de eso no se podía vivir. Cuando pensó en la
educación le dijeron que ella era muy tímida para enseñar. Y cuando, cuando, cuando. Siempre
había algo.

—Todos menos mis padres, Talía y Jessica, me hacían sentir mal.

—Era como un círculo vicioso, lo tenía todo y aun así no era feliz. La pobre niña rica,
aunque ricos no éramos. Pero si trabajadores.

—¿Y qué hiciste? —le pregunto

—Tuvo que desahuevarme mi mamá.

***

Pasaba el verano de 1999 y Alesia disfrutaba (en realidad no) de sus últimas vacaciones
escolares. Con el cabello amarrado en una cola, y usando un vestido blanco característico de
las épocas calurosas, se remecía en la hamaca de su padre pensando en qué hacer con su vida.
A su costado estaba Talía, quien ya había acabado la secundaria dos años antes y estaba
estudiando para ser profesora en la San Ignacio de Loyola. Su hermana menor no estaba bien.
Se acercaba el fin de marzo y la presión por encontrar algo se acrecentaba. Talía sabía que
Alesia estaba preocupada y que los comentarios que había recibido hasta ese momento la
limitaban enormemente, ella misma trató de convencerla de mandar al diablo a todos y pensar
por sí misma, pero en ese entonces su pequeña hermana era fácilmente influenciada.

Echada en esa hamaca comenzó a llorar en silencio, haciendo lo posible por mirar
hacía el otro lado y así evitar un posible aleccionamiento de su hermana mayor. Pero Talía no
era ninguna tonta. “Ale, por favor. ¿Ya está no?” exclamó, como reclamándole algo. Alesia
optó por ignorarla, pero cuando la presión fue demasiada explotó. En su desconocimiento del
mundo y su poca experiencia lidiando con el estrés, vociferó “Un montón de porquerías”
(comenta ella misma) que fueron escuchadas por toda la casa. Pilar, su madre, que en ese
tiempo rondaba por los 50s y tenía un carácter fuerte cuando la situación lo demandaba,
escuchó esta batahola y decidió darles el encuentro.

—Grité de todo, era muy chibola.

—¿Las insultaste?

—No. Pero dije algunas cosas alarmantes: que ya no quería seguir viviendo y que me
iba a colgar del árbol de nuestro patio —se detiene un momento—. Hoy lo cuento como si
nada, pero yo de verdad me sentía así. En el Humboldt la comunidad era bien cerrada, y los
comentarios me lastimaban muchísimo. Padres, compañeros, compañeras, etc. Todo era una
mierda. Yo iba a tener que ser la madre de la casa, el soporte del marido. Uno pensaría que
por ser colegio “bien pagado” algo sería distinto, pero no.

—¿y el arte? —increpo

—No era bien visto por los demás. Me iba a “morir de hambre”. Nada, Pedro, nada era
suficiente.

Alesia dice que caminó a paso militar todo su patio hasta llegar a la mampara de su
sala, Talía se quedó sentada junto a la hamaca. Abrió la puerta de vidrio, casi la saca de su sitio.
Subió las escaleras hacia el hall del segundo piso, cada escalón que pisaba se escuchaba hasta
el otro lado de Lima. Giró y vio la puerta de su habitación abierta. Caminó, pensando y
“midiendo” con cuánta fuerza iba a tirar la puerta. En el trayecto, de improviso, sintió una
fuerza que nunca antes había sentido, una presión rasante en su hombro izquierdo. Un
apretón que direccionó todo su cuerpo hacia el baño aledaño a la habitación. Era su madre.

Cuenta Alesia que Pilar había escuchado todo y que esto no le había agradado nada. Su
madre tenía los ojos rojos y le reclamó muchas cosas, vociferando al igual que lo había hecho
ella misma en su patio. Ella, que estaba en plena flor de juventud y creía que tenía la razón en
todo, se limitó a escuchar “el berrinche” de su mamá. Cuando esta última acabó, Alesia la miró
desafiante y le gritó algo como “A ti solo te fastidió que yo hiciera ruido”. Su madre se quedó
algo asombrada por esa respuesta, “como afligida” dice ahora Alesia, y con una voz potente
lanzó un grito casi masculino que se escucharía en casi toda la casa.

“ALESIA LUND PAZ, no estoy reclamándote nada. Solo intento ayudarte, hija.”

Ella recuerda este momento por lo importante que fue en su vida, es tal vez el
momento en que comenzó a ser adulta. Nunca olvidó el rostro que tuvo su mamá ese día.
Luego de ese grito, ambas comenzaron a llorar.

***

Alesia cree que lo sufrido por el país en sus años de formación, los comentarios negativos de
su círculo social y aquel altercado con su madre fueron sus inicios en el mundo del diseño, la
educación y el progresismo. Esa idea de seguir adelante, de mejorar la comunicación entre las
personas. Desde muy joven quiso entender el porqué de las cosas, cuestionaba lo que veía y
oía y eso a Pilar le fascinaba. Alesia, como si se tratase de la década de los 20s, tuvo y tiene
dificultades para promover sus ideas. Pero nunca estuvo sola.

Talía Lund Paz tiene 42 años. Exactamente dos años y medio más que Alesia. A
diferencia de su hermana, y a mucha honra, el paso del tiempo ya se observa en su cabellera y
en su rostro. Cabello ondulado, diferente al de la menor, y algunos destellos plateados en él.
Un par de líneas en la frente, en parte porque siempre frunció el ceño durante su vida. Amante
del café pasado, la lúcuma y, por sobre todas las cosas, de la educación. Un gusto que corre
por las venas de la familia. Su madre es profesora, su tía Constanza también, su tía Cecilia
también y Alesia también lo es.

—Tiempo después de esa conversación Alesia se metió a estudiar diseño. —comenta


Talía

—¿Ya no tuvo dudas?

—No. La gritoneada de mi mami funcionó. Se metió al diseño con Jessica. Misma


universidad que yo.

Alesia tuvo notas sobresalientes en sus primeros meses. Y cada vez que algún conocido
del pasado reaparecía para hacerla sentir mal ella lo ignoraba o lo puteaba. Talía la ayudó
mucho en eso. Desde la conversación con su madre se volvieron más unidas. Ella se sentía
contenta, pues Alesia ahora se sabía defender y respondía a cualquier intento de
menospreciarla. Se metió al “lettering”, y todas las frases que había recopilado durante su
niñez y adolescencia las utilizaba en sus diseños. Talía, que ya tenía un tiempo en la carrera de
educación, la ayudaba a encontrar temas para sus trabajos: la lectura, la igualdad, la
comunicación, etc.

“No solo diseñaba por la nota, diseñaba porque quería mandar un mensaje” me dice
Talía, con los ojos brillosos, contando con orgullo el progreso de su hermana. Y así la vio crecer
esos cinco años. Cuando Alesia terminó la carrera, ella pensó que volvería a darse contra una
pared y no sabría que hacer, pero esta vez fue distinto. Esta vez lo tenía muy claro.

—En la misma noche de su graduación, cuando estábamos celebrando, se me acercó y


me dijo “mañana empiezo a buscar chamba de profe”.

—¿Así nomás? —pregunto con algo de asombro.

—Así como lo escuchas. Ella ya sabía al parecer. Ya tenía en mente algo.

Y así lo hizo.

Talía, que en ese momento ya trabajaba como profesora en su alma mater, el


Humboldt, ayudó a Alesia a buscar empleo en numerosos colegios (como profesora de arte) e
institutos. Era 2004 y todavía no se veían muchas academias de diseño gráfico, pero uno que
otro la aceptó sin contrato y comenzó a ganar dinero de esa forma. Pero ella no lo hacía por
plata, o al menos eso dice Talía. Alesia quería que los más jóvenes no actuaran como
máquinas, quería que aprendan a expresarse y a decir lo que sienten. Estar conectados, no
tener miedo, no siempre ir detrás de lo material.

Eso es algo que resalta de ella. Muchos de nosotros nos despertamos y nos dormimos
pensando en los papeles verdes, pero ella no. “De niña éramos engreídas, pero de adulta
empiezas a valorar cada centavo” dice Talía. “Ella lo valora, pero no es su objetivo. Eso es lo
que admiro de ella: quiere enseñar, quiere educar. No te quiere en terno, te quiere con ropa
cómoda”.

—A veces cuando salíamos a tomar unos tragos me decía que ella no iba a permitir
que ninguno de sus alumnos piense en cosas negativas como a ella le ocurrió ese día con mi
mamá.

—Pero… estaban…

—Ah no —se ríe— no estábamos zampadas, por si acaso. Me lo decía sin una gota de
alcohol encima. Y lo sigue diciendo. Se lo repite también a Emma y Liam.

“E y L”

***

Para Alesia los años pasaron volando. De un trabajo en otro, de instituto a instituto hasta llegar
al propio Humboldt allá por el 2009. Profesora de arte. Les pedía a los chicos que se expresen
como quisieran, pero con respeto. Actuó muchas veces de consejera, sus alumnos no solo la
trataban como a una maestra más, la veían como una segunda madre. Ese rol le gustaba a ella,
desde siempre, ser una posible fuente de inspiración. La educación siempre fue el único
camino para Alesia.

¿Las críticas? Le llovían. Cuando publicaba sus primeros trabajos en redes sociales
como Hi5 y luego Facebook le comentaban obscenidades en sus fotos. Muchas veces la
degeneración llegaba a tal punto que se metían con su familia. La Alesia de los 90 se hubiese
afligido y consternado monumentalmente. Sin embargo, sus “haters” no saben que ella ahora
es otra. Encontró el amor con Paul Sánchez, un colega del trabajo. Su noviazgo fue profundo
pero repentino. Siempre se llevaron bien, con alguna que otra discusión, pero lo normal. Se
casaron en una ceremonia privada, un día después del terremoto en Japón del 2011. Estaban
algunos amigos de él y ella con sus padres, Talía y Jessica, los de siempre.
Tan solo un año después, en marzo del año 2012, su vida daría un giro completo.

Esa noche todos la trataron bien. El doctor, con una bata blanca como es de costumbre
y unos lentes oscuros algo tétricos (recuerda ella), le decía que en unas horas todo habría
terminado. Ella estaba nerviosa, sudando un poco por la ansiedad y con el cabello
completamente recogido. No histérica como otras mujeres que había visto al llegar al
Rebagliati, pero igual algo asustada. Sus padres estaban afuera con Talía. Jessica estaba al
tanto, pero no se encontraba en el país por temas de trabajo. Paul estaba más nervioso que
Alesia, y cada diez minutos le preguntaba a la enfermera si todo estaba en orden. El tiempo
volvió a pasar rápido para la profesora.

—Las contracciones a veces eran insoportables. Sentía que el agua del sudor me
bajaba por toda la espalda. Me dormía y me despertaba, no sabía cuánto tiempo pasaba.

La dinámica era la misma. Ella no tenía noción del tiempo, y a veces veía a Paul
sentada a su costado. En la madrugada, aproximadamente a las dos y media, las contracciones
la levantaron de su letargo, esta vez eran peores y todo indicaba que ya era la hora. Nadie la
había preparado para ese momento, Pilar siempre le había dicho que era algo que se tenía que
vivir. Y a las tres y cinco de la madrugada del miércoles 14 de marzo del 2012, la habitación se
llenó de unos suspiros de alivio.

Y de los llantos de una bebe.

Emma le cambió la vida. Emma se volvió todo para Alesia. ¿Su trabajo? ¿Su misión? Ya
no se trataba solo de sus alumnos a quienes les tiene mucho cariño, ahora era algo de ella. La
pequeña no solo es su inspiración principal, sino también es un bálsamo de esperanza y
consuelo ante los desatinados comentarios que recibe Alesia por las redes. A los dos años ella
crea Emma y yo. Al año siguiente, 2015, nació Liam. Y a los dos años se separó de Paul. No se
convirtieron en enemigos, al contrario, supieron entender que el amor ya no existía.

Cuando uno googlea “Emma y yo” se encuentra con una niña pequeña, muchas veces
sonriente o pensativa. Es un dibujo de Emma que Alesia hizo cuando la pequeña estaba a
meses de cumplir tres. Para ella, era su forma de dejar un legado, inspirándose en la imagen de
su hija para seguir adelante y enfrentar las críticas.

Son pocos los que entienden que significó para ella la llegada de estos dos pequeños.
Eran todo lo que ella había esperado y mucho más. La posibilidad de ver el tiempo pasar y
saber que mucho tiempo después le estaría dejando al mundo dos joyas. Para Alesia, quien
tuvo siempre la palabra “educación” inscrita en ella, esto era algo superlativo. Demostrar que
se puede crecer sin miedo a hablar, que se puede crecer libre y respetando a los demás.
Demostrar que se puede progresar en el Perú.

—Es increíble

—¿Qué cosa?

—Esta loquita llegó y cambió todo. —Le hace un gesto a la distancia—. Hay cosas que
prefiero no contar, pero ella nació y la cosa no iba muy bien para mí. Estaba encontrándome,
me sentía diferente. Paul lo entendería después. Quería enseñarle a la gente, a los jóvenes.
¿Qué era lo más taboo? ¿A qué le tiene miedo la mayoría? Era fácil. “Emma y yo”, en ese
momento éramos las dos y cuando planteé este proyecto de educación sexual lo hice
pensando en ella. Liam llegaría después pero el nombre se quedó así cortito. También diseño
pensando en él. Él es un niñito, tiene que crecer bien.

—Tiene que ser un caballero —le respondo

—Caballero no. Una buena persona, lo demás lo decide él.

Alesia sonrió. Nos entendimos.

***

Corría sin preocupación por el patio para niños del colegio Humboldt, pensando en Dios sabe
qué y riéndose de nada en particular. Algo descoordinada, pero aprovechando al máximo su
buzo de educación física, Jessica Zimmerman, con dos trencitas, algunos dientes de leche
caídos y de seis años, disfrutaba de su recreo como cualquier niña de primaria. Desconectada
de toda realidad, y sin percatarse de lo que había hecho, le pisó la mano a un niño de tercer o
cuarto grado y este no encontró mejor opción que acercarse a intimidarla. Burra, tonta y torpe
se escucharon en voz alta mientras Jessica lloraba sola en una esquina. Al querer salirse de
esta cárcel improvisada era forzada a quedarse ahí por la mirada penetrante del niño mayor.
Luego de varios minutos, otra pequeña apareció con la tutora de la sección y el niño no solo
recibió una reprimenda fuerte sino también una anotación en la agenda. La niña era del mismo
salón de Jessica, tenía una sola colita, llevaba lentes que ocupaban todo su rostro y también le
faltaban algunos dientes. Era Alesia, y acababa de conocer a su mejor amiga.

—No fue la última vez que Alesia me ayudó ¿sabes? —Pregunta Jessica mientras
acomoda su cámara—. Las personas en ese sentido no cambian muchas veces. La gente jode
toda la vida, manyas. Y Ale siempre estuvo ahí para mí. En el cole la llamaban mi abogada, en
la U no había curso en el que estuviéramos separadas. Ya chambeando tuvimos que
distanciarnos de la rutina diaria, pero siempre estamos ahí por el WhatsApp.

—No pudo estar en el nacimiento de Emma

—Uh, bajón. ¿Te contó? —se ríe un poco—. Si, malísimo. Estaba en Buenos Aires
haciendo una conferencia sobre diseño. Pero si estuve para el de Liam felizmente. Dentro de
poco cumple seis si no me equivoco.

—Tú diseñas como ella.

—Si, pero lo mío es más empresarial. Ella hace la chamba de verdad.

Si por algún motivo Talía no podía estar para Alesia cuando esta necesitaba de
conforte, Jessica era la tercera hermana (“hija de otra fulana” cómo se califica ella) que estaba
para conversar. No solo estudiaron en el mismo colegio, estudiaron en la misma universidad, la
misma carrera y terminaron en el mismo año. Luego de graduarse en la USIL, siguieron con el
diseño, pero tomaron caminos distintos. Mientras que Jessica optó por el diseño empresarial,
Alesia decidió inicialmente dedicarse a enseñar arte en colegios y luego comenzó con el
activismo feminista.

Jessica es sincera y reconoce que a pesar de que respeta el progresismo de Alesia este
“no es su área” ya que cree que en un país como el nuestro hay que tener huevos para luchar
por la igualdad y la educación moderna. Los comentarios que lee Jessica en las publicaciones
relacionadas al proyecto Emma y yo son en su mayoría desalentadores, morbosos y
extremistas. Ella no podría soportarlo. Siente que tomó un camino algo más seguro, pero para
sorpresa de nadie, pues su mejor amiga siempre fue defensora de sus ideales.

“Nadie le da pantalla porque eso en este país no vende. Aquí importa si armaron unos
cuantos vasitos por aquí y por allá. Ah, pero si una mujer quiere educar a las personas sin
prejuicio alguno la gente se aloca.” Casi exclama Jessica. En el colegio a Alesia la llamaban
angurrienta, ya de más adultas en la San Ignacio tenía a sus detractores: Hijita de papi esto,
hijita de papi el otro. Como si toda persona con padres trabajadores estuviera despojada de
empatía. La gente no conocía a esta mujer, y, aun así, como con nuestro amigo Miguel Vivá, la
ofensa era constante.

Cuando el mundo se volvió más electrónico y el anonimato por redes se empezó a


hacer más común, las personas desalmadas no encontraron mejor pasatiempo que comentar
estupideces en las presentaciones de Alesia.

—Ese tema me jode. Todo bien, pero me jode. —comenta Jessica.

—“Enferma de m”, “Comunista hija de p”, “tu hija es una..”. Los comentarios los tengo
grabados en la memoria. Yo no sé cómo lo hace, de verdad.

—Al igual que con Talía, noto admiración en tu voz.

—Pero claro que sí. Eso y mucho más.

***

“Mi mejor amiga ha sido la experiencia, creo.” Dice Alesia. Cuando hablamos de estos ataques
constantes y algunos episodios cortos que ella prefirió que yo no cuente. Me comenta que el
tiempo en Lima a uno lo hace duro, para bien y para mal. Nos acostumbramos. Uno
comprende que por muy positiva que sea la lucha, el mundo va a seguir siendo un lugar difícil.
Más malo que bueno.

Ella no se cree pionera de nada, pero está dispuesta a continuar cueste lo que cueste.

—Nada de esto es nuevo. Digo, mis intentos por educar.

—Pero vale la pena —replico

—Si, pero igual es triste. 2021 y la gente vota por políticos cuyos ideales pretenden
mantener a la mujer en la cocina. 2021 y la gente sigue celebrando comentarios machistas,
homofóbicos, etc. Si no es ahora ¿cuándo? Dime tú ¿cuándo va a ser tarde? 2021 y las mujeres
siguen muriendo o saliendo embarazadas prematuramente.

Fue mi culpa haber tocado ese tema sin tener en mente la magnitud real de lo que
estaba ocurriendo. Al investigar más del caso me di cuenta de que no solo hay que “ponerle
huevos” si uno decide meterse al activismo como Alesia, sino también necesitas ser paciente.
Resultados positivos a nivel macro quizás no veas. Es más, la realidad es algo desalentadora.
No hay estudios todavía para la primera mitad del 2021, pero lo que presentó “Promsex”, una
organización feminista de promoción y defensa de derechos sexuales y reproductivos, en
relación a la primera mitad del 2020 en plena pandemia es algo alarmante.

Este grupo, de la mano del Ministerio de salud de nuestro país, anunció que solo entre
enero y julio del año pasado se registraron 1890 partos en adolescentes. El estudio también se
centró en un análisis desde 1990 hasta la actualidad: 26400 partos en menores de 19 años,
460 en menores de 14 años. Pero ¿cuántos embarazos más no se habrán contado? Vivimos en
un país en donde usualmente no se le presta atención a este tipo de estudios, es triste saber
que, aun teniendo data importante del problema, esta quizás no es la historia completa. Pensé
que tal vez por la pandemia las cifras no serían muy altas, pero me equivoqué de nuevo. Tras
un breve momento de estupefacción, llegué a la conclusión de que si ya en tiempos modernos
y pre COVID la mujer era víctima de abusos por parte de sus parejas, encerrada y sin
posibilidad de atención esto sería peor. Resulta que en todo el 2020 se reportaron 132
feminicidios, 94 de estos durante el estado de emergencia. Estas mujeres no solo vivían con
temor por un enemigo al que no podían ver en las calles, sino también con temor a uno en
casa. ¿Cómo se evita todo esto? Con la educación, la misma que Alesia quiere para todos.

—Yo tengo suerte, Pedro. Los insultos duelen, pero no son nada a comparación de lo
que viven otras mujeres. Yo no estoy sola. He sido joven y he sido estúpida, pero jamás estuve
sola. He tenido mucha suerte. 2 hijos hermosos con un padre que los quiere, a pesar de ya no
estar conmigo. Una hermana hermosísima y una amiga/confidente como Jessica. Ahora recién
ando conociendo a Wen y a “Yorch”, mi círculo es pequeño, pero lo vale.

***

Wen Luna y Jorge Chávez, ambos de 38 años, son amigos desde hace mucho tiempo. Trabajan
en la parte operacional de una empresa textil local cuyo nombre no tengo permitido
mencionar y conocieron a Alesia en una conferencia virtual unos meses después de iniciada la
pandemia. En ese entonces ella estaba presentando “Las cosas por su nombre”, la charla la
comenzaron a ver ambos de improvisto.

“La info era buena. Simple, directa y con sus dibujitos. Pero eso sí, teníamos que bajar
el volumen para que la mamá de -Yorch- no se espante” recuerda Wen de buen humor. A
Jorge le dicen Yorch, como “George” pero no exactamente. Es un apodo que tiene desde
adolescente y que Wen siempre usó. Alesia se unió al chiste recientemente.

“Ale es super buena onda. No la conozco mucho, pero parece una buena persona” dice
Jorge, que en ese momento escuchaba los raros truenos que experimentó Lima en una
mañana algo bizarra. De los dos, el que habla más con Alesia es Wen, pero él también se
mantiene al tanto de lo que ocurre con Emma y Yo. No solo eso, se mantiene al tanto de lo que
ocurre entre Wen y Alesia. La primera le cuenta a este todo lo que ocurre.

—Ahí hay algo, sí. Te va a sonar como chisme de callejón, pero hay algo. Te lo tiene
que haber contado Wen.

—Si, algo me dijo.

—Bueno, no hay problema tampoco. Dos mujeres lindas y de similar edad, era de
esperarse.

Es algo privado, lo comprendo. A mí tampoco me gustaría hablar mucho. Alesia me


había dicho que era una amistad muy cercana, respetuosa. Pero algo privada. Similar a lo dicho
por Wen, cuando le pregunté sobre ella. Considera que Alesia es una mujer de una labor
importante y resalta siempre el ímpetu con el que les habla sobre la educación, el feminismo y
la sociedad. ¿El resto? Son cosas de ellas.

—Lo que importa es el mensaje —dice Wen.


—Es difícil no ser feminista en un país como este, es difícil mantenerse al margen. No
lo tenía presente hasta que conocí a Ale. Desde ese momento me reprocho un poco el hecho
de que no haya hecho activismo nunca en mi vida. No es mi estilo tampoco, pero los ideales los
compartimos.

Conversé con ambos sobre los problemas que enfrenta Alesia, ambos sintieron algo de
lástima porque si es algo que ella les ha comentado. “No los llamo animales, porque creo que
hasta un animal razona mejor” me dijo Jorge. “Es una pena, pero ella es fuerte. Ella y sus
hijitos. Hablar de los otros sería perder el tiempo” me dijo Wen.

Son simpáticas las nuevas amistades que tiene Alesia. En una de las tantas
conversaciones que tuvimos me dijo que siempre había tiempo para cambiar, que no era
obligatorio ser muy joven para poder crecer en un mundo progresista. Quizás este es el caso
de Wen y Yorch, quizás, así como ellos todos pueden intentarlo.

“Conversar, expresarse, aprender y no tener miedo” es lo que Alesia le repite a los que están
detrás de ella: a Pilar, Cesar, Talía, Jessica, Wen y Jorge. Pero, sobre todo, a Emma y Liam.

***

Le llegan notificaciones del último post y lee felicitaciones, pero también comentarios cloaca
como son de costumbre. Muchas veces llegan al extremo de amenazar a sus pequeños, pero
felizmente Facebook identifica a esos individuos y los bloquea. Se tiene que parar un
momento, para evitar responder y discutir. Camina por su departamento y mira la calle por su
ventana. Da la vuelta y escucha que Emma le pide que le sirva su cereal.

“Por favor”

Liam le pide un poco a su hermanita y ella le invita.

“Gracias”

Alesia ve que ahora todo está bien, que todo está funcionando. Que todo sigue como
lo planeado. Se sienta de nuevo.

Comienza a dibujar.
Capítulo 3

Solo hablando

“En el principio era el Verbo y el Verbo era en Dios, y el Verbo era Dios. Esto era en el principio,
en Dios, y el monje fiel debería repetir cada día con salmodiante humildad ese acontecimiento
inmutable cuya verdad es la única que puede afirmarse con certeza incontrovertible.”

Umberto Eco - El nombre de la rosa

Cuando su primo, a quien llamaremos “J”, le dijo que era gay, Enzo sonrió y respondió: “Ya lo
sé”. Ni se inmutó. J, que estaba extremadamente nervioso, no supo cómo responder, pero
ahora estaba tranquilo. Le había confesado algo a un conservador, pero a uno moderno. No
hubo truenos, nadie escuchó la voz del diablo, no se vio a una serpiente ni tampoco una
manzana, Sodoma y Gomorra no se destruyeron y mucho menos se crucificó a alguien. No
ocurrió nada. “Ya lo sé” le repitió Enzo y todo estuvo bien.

Enzo Galindo tiene veintidós años, es fiel católico y vive con su familia en el distrito
limeño de La Victoria. Su padre, Alejandro Galindo, trabaja en una constructora y su madre,
Patricia Concha, es profesora en un jardín de infantes. Enzo es el hermano del medio, “el
jamón del sandwich” se llama a sí mismo. Su hermana menor se llama Natalia y su hermano
mayor, Marcio. Hace un tiempo acogieron a J en su hogar, a quien llamaré así por petición
propia. J es primo de Enzo y mayor que él por dos años. Se mudó con la familia Galindo hace
dos años y medio, luego de constantes discusiones con sus padres y la inminente separación
de ellos.

Tanto Enzo como J conversan constantemente en la cocina de la casa, sobre todo


desde que el segundo le hizo su confesión. Ellos platican después de la cena o cuando están
aburridos, parece una escena del cine de Bergman: como cuando un caballero de las viejas
cruzadas decide jugar ajedrez con el diablo, apostando su vida en la partida. Solo que en este
caso son dos chicos jóvenes de pensamientos opuestos que se quieren entender y que
terminan cada sesión entre bromas y carcajadas.

Desde hace unos años es miembro de “Communio”, una comunidad cristiana devota al
santo San Agustín. En ella conoció a sus dos mejores amigos: Diego y Franco. Los tres son
estudiantes conservadores que se reúnen una vez a la semana por Zoom para conversar sobre
temas de actualidad y sobre la biblia.

Enzo, además, es un hábil estudiante de Teología y Psicología, la primera le encanta, es


su pasión y la estudia en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima. La segunda, no tanto,
es solo un hobby, y la estudia en la Universidad de Lima. Sus padres, a pesar de aceptar su
decisión de estudiar Teología, le recomendaron estudiar una carrera algo más remunerada. Él
pudo decir que no, pero lo aceptó porque no era una carrera que le desagrade.

Su vida tiene altos y bajos, lo usual. Es un buen chico, un buen hijo y estudiante, buen
amigo y confidente. Sin embargo, algo le molesta, algo no lo deja dormir por las noches. Lo
observa todos los días: lo lee, lo escucha. Enzo tiene un problema.

—Pues verás, en mi comunidad hablamos mucho de esto. Mucha gente nos ve mal.

—¿En qué sentido?

—Tú sabes: que somos retrógradas, que somos homofóbicos, que queremos a las
mujeres en la cocina, etc. Hay que decirlo sin pelos en la lengua —sonríe —Tenemos mala
fama por culpa de gente desconsiderada. Por culpa de gente que tergiversa la biblia y que
tiene cero juicio crítico.

—¿Los progresistas? —pregunto, listo para escuchar un sermón algo clásico.

—No, amigo. Nosotros mismos. Los que se creen cristianos, pero no lo son. O al menos
así los veo yo.

***
Pero no lo entendamos mal, Enzo es conservador. Considera que el mundo se maneja de
acuerdo a un orden moral ya establecido, entiende que son los valores los que tienen que
guiar al ser humano. Defiende fervientemente la religión, está en contra del aborto, no sería
homosexual, cree en la educación tradicional y muchas cosas más que no nos permite
considerarlo alguien progresista. Pero, no se le ve nunca ofendiendo a la comunidad LGTB,
jamás le ha dicho a una mujer que se limite a lavar platos, la persona con la que más debate y
a la que le tiene más respeto es J, etc. No es una contradicción andante, no es algo de otro
mundo: Enzo es conservador, pero no es una mala persona.
Él piensa que la mala fama que tienen los conservadores la han conseguido en parte
por los políticos a nivel mundial. Estos mandatarios que jamás han tenido en mente el
bienestar de su pueblo, solo el peso de su billetera y el lustre de su ego. Habla de Donald
Trump y su hazaña de conseguir que la gente religiosa vote por él en Estados Unidos o de
Bolsonaro hablando de su lucha contra la homosexualidad. “Lo graban a Trump diciendo ‘grab
them by the pussy’ o sale Bolsonaro a decir que no quiere que Brasil sea un país de turismo
gay. Disculpa mi vocabulario, pero esos tipejos son los que nos hacen mierda”. Enzo no es
ciego, comprende que los radicalismos también manchan los conceptos. Él, al igual que la
mayoría, ha visto a gente religiosa que cruzaría la calle antes de pasar cerca de una persona
gay.

En Communio conoció gente así. En líneas generales, es una comunidad devota a San
Agustín, sana, juvenil y moderna. Pero, como siempre, en todos lados se cuecen habas.
Recuerda con buena memoria unos cuatro o cinco casos similares: jóvenes recién salidos de la
confirmación que vienen de familias conservadoras y están equivocados (según él) en ciertos
aspectos de la vida. Tiene en mente a un chico, Álvaro Rosales, que se incorporó al grupo el
año pasado pero su estadía fue efímera. “Bastante amable, pero al hablar de los homosexuales
mi grupo y yo poníamos cara de asombro o nos quedábamos callados en el Zoom”. Para
Álvaro, los homosexuales no eran personas normales, eran gente enferma que necesitaba
ayuda de inmediato. Un pensar que definitivamente no compartían en Communio. Luego, hace
un par de meses habló con Gianina, una joven de la capital que había ingresado al grupo por
presión de sus padres. “Tierna y tímida, me dio pena. Cuando hablamos de su futuro parecía
que estábamos hablando con sus padres. Ellos, en su mente algo retorcida, ya sabían lo que
una mujer tenía que hacer.” Sus padres eran conservadores, pero de los equivocados, como
diría Enzo. Eran adultos que pretendían que su hija crezca estudiando algo básico y no de su
agrado, para luego simplemente tener una vida en la que le sea devota a un hombre. Luego
otros más con los que no tuvo contacto personal pero sí tuvo la desdicha de escuchar sus
opiniones de la comunidad LGTB. Opiniones similares a las de Álvaro Rosales, aunque muchas
veces con palabras y tonos más aberrantes y drásticos. Enzo no quiso entrar mucho en detalle,
pero digamos que para estas personas los homosexuales no merecían vivir. Si hay algo que
esta suerte de “iniciados” o “ingresantes” comparte es que la mayoría no dura ni una o dos
semanas en Communio.

Levítico 19:18: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” dice la Biblia, pero: ¿lo hacen? Es
romántico decirlo, tal vez suena a un mundo ideal y muchas veces hipócrita. Miguel Vivá me
dijo alguna vez que conoció a muchos conservadores que lo trataron con un respeto lejano y
algo ambiguo, que muchos de ellos mejor hubiesen escrito: “Ama a tu prójimo como a ti
mismo, excepto si este es gay, de ser así, quémalo”. Y no lo culpo, muchas veces parece así. No
obstante, Enzo lo tiene claro.

—La Biblia dice que hay que amar. Entonces dime tu cómo yo podría odiar a un homosexual.

—También dice que el homosexual es una aberración.

—Por supuesto, y yo lo cuestiono. He ahí la diferencia, Pedro. Yo no voy a agarrar un pasaje del
antiguo testamento, sacarlo de contexto y aplicarlo como regla general. ¿Me entiendes? Hay
que aprender a cuestionar y a hablar.

—Suenas como un progresista —le bromeo.


Luego de lanzar una carcajada se recompone.

—No. Pero hay progreso en el conservadurismo.

***

J mantuvo a escondidas su homosexualidad por casi toda su vida, una vida marcada por abusos
constantes en su escuela, en su barrio y hasta dentro de su antiguo hogar. Sus padres, cuyos
nombres prefiere no mencionar, nunca estuvieron de acuerdo con que él sea gay y si se
mantuvo en secreto fue por la vergüenza que sentirían si el resto de la familia o conocidos se
llegaran a enterar. “No es natural” y “ya se te pasará” era lo que escuchaba de sus padres cada
vez que tocaba el tema con ellos.

Mantuvo contacto con un “amigo” de la escuela hasta su etapa universitaria. Y si bien


nunca le reveló a él su secreto siempre supo la opinión que tenía de las personas gays: sus
huevadas no me gustan. J nunca se sintió libre, nunca quiso buscar ayuda porque tenía miedo
de encontrarse con más personas así en el camino y varias veces sintió que la vida, sobre todo
la de él, ya no tenía mucho sentido. Las dos veces que trató de acabar con ella, él recuerda, no
se dieron con mucha convicción. Él se quería ir pero también se quería quedar, era un círculo
vicioso para el cual ya no tenía mucha tolerancia.

Pero en un momento el círculo se acabó. En un momento encontró ayuda, en un


momento encontró a Enzo.

Era agosto de 2019, el mundo aún estaba sano, y J estaba afuera de la puerta de los
Galindo Concha con unas cuantas maletas y practicando frente a esta qué es lo que les diría a
Alejandro Galindo y Patricia Concha para poder quedarse. No recuerda cómo se encontraba
vestido pero sí recuerda que era muy temprano. Lo recuerda porque Enzo lo sacó de ese
trance mientras salía a comprar el pan del desayuno. “¿J? Mano, qué fue” le preguntó y este,
que ya tenía un discurso preparado, estaba tan angustiado que se olvidó de todo. “¿Puedo
quedarme contigo? Porfa, al menos un tiempo”. Enzo no lo pensó mucho. Metieron sus
maletas y luego se lo llevó a comprar el pan. Cuando regresó le dijo a sus padres lo que había
ocurrido y J les explicó a sus tíos con lujo de detalle. Con ayuda de su primo armó una especie
de habitación dentro de la lavandería, una que luego con el tiempo modificaron
completamente y la amueblaron para que sea una habitación digna. A las dos semanas ya se
sentía parte de la familia y al mes le confesó a Enzo que era gay. Días después comenzaron las
charlas.

—El prejuicio era muy fuerte. Yo pensaba que Enzo ahí mismo me iba a botar de su
casa.

—¿Por qué? —pregunto, sabiendo la respuesta.

—Y bueno, porque yo ya sabía que él era muy religioso y que la mayoría de sus amigos
venían de su comunidad. Y tú sabes que los conservadores…

Me hizo un gesto algo ambiguo, se llevó los dedos a la frente como si fueran los
cuernos de un demonio.
—Pero nada que ver, apoyo total siempre. Sé que él no está de acuerdo, pero nunca
me ha mirado distinto o me ha dicho algo hiriente.

Entre primos se ayudaron. Si. J le había revelado su secreto a alguien más,


definitivamente a alguien inesperado debido al tipo de vida que llevaba. Pero Enzo también
comenzó a conocer a alguien importante, era la primera vez en sus vidas que ambos se
encontraban en una suerte de Yin y Yang, bandos opuestos, ya no entre desconocidos sino en
familia. Enzo se comportó como su amigo, como su primo, como un ser humano.

No es una exageración decir que Enzo le cambió la vida a su primo. El progreso y la


confianza fue tal, que con el tiempo se abriría más dentro de su nuevo círculo social (quizás el
primero de su vida) y terminaría por contarle acerca de su vida a Diego y Franco, los mejores
amigos de Enzo. Ambos de edades similares y del mismo Communio.

La primera visita al colegio San Agustín de la avenida Javier Prado, no fue algo simple.
“Me estaba cagando de miedo” recuerda J entre risas. Él no sabía que iba a hacer alrededor de
tantas personas religiosas, nadie sabría nada en el momento, pero el nerviosismo ese día fue
perenne. Diego y Franco se presentaron al ver a su amigo junto a un desconocido y el resto se
dio de manera natural.

Gracias a Enzo, J tendría dos nuevos conocidos con los que hablar de cualquier tema.
Las conversaciones durante esos meses hasta antes de la llegada del COVID solían darse en la
casa de Enzo o en el mismo colegio, muchas veces se encontraban los cuatro vagando por las
calles de Lima durante horas. Se perdían con la palabra, se entretenían con los chistes. Y ahí
estaba J, el ateniense caminando junto a tres espartanos. Pero esta vez no hubo guerra del
Peloponeso, esta vez eran cuatro amigos platicando.

***

Ahora con J en su vida, Enzo se sentía algo más completo, no por un tema de compañía pero si
por un tema ideológico. Nunca antes había compartido el mismo techo con alguien que
pensara tan distinto a él. Ya había comprendido que no necesariamente el conservador iba a
eliminar de su vida a una persona del bando opuesto. En realidad, esto ya quizás lo sabía, el
problema es que son pocos los que entienden esta idea. Que el mundo no es blanco y negro,
que siempre fueron matices y que señalar a alguien con los dedos no es sinónimo de progreso.

Es algo irónico, en realidad, ver el mundo de esta forma. Si se analiza la biblia como tal
hay ciertas incongruencias que hasta el propio Enzo cuestiona, como bien sabe hacer él. No
hay mucha lógica en recordar el libro de Levítico y la enseñanza de amar al prójimo, si luego en
el libro del Génesis se va a querer culpar a los homosexuales de la destrucción de las ciudades
Sodoma y Gomorra a orillas del Mar Muerto. ¿Pero cómo los culpan? pues es simple.
Tradicionalmente se conoce que la destrucción de ambos lugares se dio por el “pecado contra
la naturaleza” y para el “conservador” que “sigue e interpreta de manera completa la biblia”
esto es una excusa más para decir: El pecado de la homosexualidad destruyó a Sodoma.

Enzo ha conversado con personas así, que utilizan su tiempo para buscar fragmentos e
interpretarlos de manera vil. No está de acuerdo con ellos, al contrario, los condena y siente
que utilizan el libro sagrado para su propia conveniencia. Afortunadamente, según él, también
ha podido conversar con los oprimidos por estas vagas interpretaciones.

El destino le tenía preparado casos similares a nuestro protagonista, la mayoría dentro


de su propia comunidad. “Yo siento que son desafíos de Dios. Pero ojo, jamás obstáculos.
Siempre para aprender” dice, al recordar que ya durante las sesiones virtuales del 2020 tuvo la
oportunidad de conversar con muchas personas del conjunto LGTB tanto para trabajos de la
universidad como en los conversatorios de Communio. En estas oportunidades, cada vez que
terminaba una conversación, se sentía realizado culturalmente pero afectado emocionalmente
por algunas de las tragedias que estas personas han tenido que experimentar y que le
contaban porque casi siempre llegaban a entrar en confianza.

En la primera mitad del 2020, Communio le ofreció al colegio San Agustín un programa
de confirmación virtual al cual la institución educativa accedió rápidamente. Enzo sería uno de
los catequistas y tendría en su grupo a varios adolescentes de secundaria. Todo pasaría muy
rápido para él, pero en particular tiene en mente a Sofía, una chica que tenía una familia
disfuncional y un secreto ya algo conocido para él.

Su grupo lo veía como un hermano mayor al quien le podían contar sus “cosas”
juveniles, pero Sofía siempre estaba callada durante las sesiones. Muy pocas veces levantaba
la mano, respondía únicamente por el chat y solo prendió su cámara una vez. Nada de esto era
obligatorio, claro, pero era la única del grupo que parecía ser algo introvertida. En la penúltima
sesión ocurrió algo que de nuevo lo pondría a prueba.

Ya faltaban cinco minutos para que acabe la reunión, era viernes y los chicos ya se
notaban algo aburridos. Enzo estaba terminando una dinámica con unas fábulas y de
improvisto escuchó el sonido del chat personal de Zoom.

Sofía Manrique: Enzo tú crees que podamos hablar después de la sesión???

Enzo aceptó y al despedirse de todos solo se quedaron ellos dos. Todo comenzó mal,
ella se puso a llorar de inmediato y le dijo que sus padres habían vuelto a pelear y que ya no
sabía cómo hacer para concentrarse en el colegio. No solo eso, pero entre sollozos le pidió
perdón de antemano, se lo dijo varias veces. Él no entendía por qué, y se limitó a tratar de
calmarla. Sofía le confesó que se había reunido con su mejor amiga y que en ese encuentro ella
sintió ganas de besarla y lo hizo. No solo fue algo increíblemente irresponsable dada la
situación del país, pero fue algo que ella consideraba como imperdonable. “Yo sé que es
pecado, perdóname” le decía, según él, que recuerda esa noche con algo de tristeza. Sofía
apagó su micrófono y le escribió que entendería si ahora la odiaba. Enzo le preguntó si su
amiga correspondió este beso, ella le dijo que sí. Él le respondió que entonces no tenía que
pedirle perdón de nada.

—Lo mismo que te comenté hace un rato: ¿Cómo la podría odiar? —me pregunta—.
¿Con qué derecho puedo juzgar yo a alguien? ¿Lo considero común? No. ¿Lo haría yo? No,
pero ¿le hizo daño a alguien? ¿Se forzó sobre su amiga? Tampoco.

—Entonces no hay problema alguno.


—Es que es amor, Pedro. Te va a sonar raro viniendo de mí, tal vez, pero es amor. No
le hace daño a nadie.

—Algo platónico quizás.

—Si, pero eso lo tendrá que aprender ella. El tema es que yo no me meto, no hay texto
que se pueda meter con lo que ella siente.

Enzo, de acuerdo a sus creencias agustinas, hizo que Sofía conozca a Diego y a Franco, y si bien
no hablaron mucho, ambos se enteraron de lo ocurrido y decidieron darle algunas palabras de
aliento a la muchacha. La última sesión de ese “ciclo” fue emotiva, Sofía le agradeció a Enzo la
conversación que habían tenido dos semanas atrás y luego de intercambiar números para
conversar por Whatsapp se despidió de él. Aún siguen en contacto, de vez en cuando le
pregunta cómo le va.

—Creo que siguen juntas.

—¿Sofía y su amiga?

—Si. Y ahí van, están bien.

***

Hechos de los Apóstoles 2:42-45

“Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el


partimiento del pan y en las oraciones.”

Todas las órdenes religiosas tienen un “carisma”. Se le llama así a la idea que regula las
diversas actividades que realizan en estos grupos de religión conformados por una cantidad
considerable de gente. No es solo un eslogan o algo superficial, es algo mucho más profundo.
El carisma moldea a la persona que decide, por cuenta propia, ingresar y ser parte de la
congregación. Es un llamado que define los tópicos a tratar dentro de sus reuniones semanales
para que así se tenga en mente como crecer espiritualmente como individuo. La orden de
Santo Domingo tiene el carisma del estudio y la predicación. La orden de San Benito tiene el
carisma de la contemplación, que en palabras simplistas significa que uno debe aprender a
disfrutar de la soledad y la meditación, no es que estén aislados, no, pero encuentran regocijo
en sus momentos reflexivos. La orden de San Agustín, a la que Communio pertenece, tiene el
carisma de la comunidad, el cual se centra en practicar y predicar la fe en conjunto con tus
hermanos. Y es así como Enzo se relaciona con sus amigos, no siempre está de acuerdo con
ellos, eso es imposible, pero dialogan para sí estarlo.

Diego Uehara Oshiro y Franco Tamanaha Matsufuji, ambos jóvenes, ambos nikkei (peruano
con ascendencia asiática) y ambos con frío, estaban parados afuera del colegio San Agustín
cuando conocieron a Enzo. Este último bajó de un taxi algo apurado, sin percatarse de que el
conductor le estaba cobrando tres soles más por el tráfico que tuvieron que aguantar. Estaba
apurado porque iba a llegar algo tarde a la primera reunión de Communio. El chofer lo alcanzó
y le (casi) exigió algo más de dinero. Enzo estaba misio, solo tenía un sol más para su pasaje de
regreso, en la entrada vio a Diego y le pidió con algo de vergüenza si tenía dos soles más para
completar. “Si, claro que si man.” le dijo este. Le pagó al taxista y listo, ya eran amigos.
Diego y Franco se conocían desde antes de Communio, por ser chicos Nikkei ya se habían visto
años atrás en la catequesis del colegio La Unión. Diego tiene veintidós y Franco veinte, no eran
de la misma promoción pero participaban juntos en las actividades religiosas. Para ellos,
Communio iba a ser una experiencia algo nueva y estaban nerviosos, por lo cual ya habían
pactado estar juntos siempre. Nunca se imaginaron que se amistarían con alguien desconocido
el primer día.

“Ese Enzo es un condenado, creo que sigue sin pagarme lo del taxi” me bromea Diego, quien
se mostraba algo ansioso para comenzar a hablar de su amigo. Cualquiera pensaría que iba a
contar cosas vergonzosas o rajar de él, pero todo lo contrario. Diego recuerda que ese día iba a
ser la primera junta de Communio con un nuevo grupo de personas y que estaba en la puerta
con Franco esperando a que fuera la hora para entrar. Luego de prestarle dinero a Enzo y de
presentarse, los tres comenzaron a hablar sobre lo que verían dentro o si estaban enterados
de las actividades o temas a debatir. Nadie sabía mucho. Estuvieron en el patio del colegio
esperando a que un guía los llame para poder movilizarse, hacía frío y no tenían donde
sentarse. Decidieron charlar. Días antes, Gareca había convocado a Corzo para Brasil 2019 y
este se convirtió en el primer tema de debate del trío.

—Me acuerdo perfectamente que Enzo no lo quería a Corzo en la selección —dice Franco

—¿Se quejaba?

—Uf, ni te imaginas. Y siempre ha sido así, bravo para defender su postura.

—¿Solo hablaban de fútbol?

—En un principio sí. Ya luego lo conocimos más: política, sociedad, todas esas cosas.

En Communio, los chicos tienen espacios de recreación en los que conversan acerca de
cualquier tema. No siempre claro, cuando era presencial era posible pero luego de la llegada
de la pandemia se limitaron a una o dos reuniones virtuales por semana. Les enseñan los
ideales de Agustín de Hipona: quien fue, en cual época vivió, cómo vivir como él, etc. Los
ayudan a reforzar y practicar su fe mediante dinámicas con anécdotas, fábulas, temas actuales
e incluso situaciones imaginarias. En los tiempos recreativos platican en grupo, usualmente
con los grupos con los que realizan las actividades: Enzo, Diego y Franco son uno. Al inicio,
como comentaba Franco, se distraían conversando sobre deporte y cosas simples, pero
conforme el tiempo pasaba las charlas se volvían más profundas y complicadas. “Una cosa es
hablar de Gareca y otra es analizar si una mujer debe abortar o no”, dice Diego. Y es así:
aborto, homosexualidad, roles de género, etc. Todos estos son tópicos revisados casi a diario
por ellos, les llama la atención, los motiva a investigar.

Cuando debaten la cosa se pone seria, cuando están de acuerdo también. “No pienso igual,
pero podríamos verlo así” es algo que suelen repetir los tres, sobre todo cuando uno no da el
brazo a torcer. No dejan que el debate llegue a más, porque es solo eso, un debate. Son tres
amigos conversando, ninguno está en lo correcto o en lo incorrecto. Para ellos, Enzo es el que
mejor se sabe expresar y usualmente el más preparado. Es esto lo que a veces suele
intimidarlos, pero nace más de un espíritu competitivo y fraterno.
“Es un buen chico, un buen pata. Siempre dice lo que piensa y está ahí para nosotros”, me dice
Franco, algo orgulloso de su amistad. “Tener una posición es algo complicado, muchas veces
uno se ciega y la terquedad no te deja ver toda la pintura. A mi me pasa, a Enzo no”. Y es que
Enzo siempre está dispuesto a aprender y a escuchar al otro, lo hizo conmigo cuando
conversamos un poco off the record y me pareció un chico sensato. Al hablar de política supo
darle “duro” a todos los candidatos de las últimas elecciones presidenciales, ni el candidato
conservador López Aliaga se salvó, y eso dice mucho. “A mi me gustaría que la gente lo
conozca más, parece serio, pero es divertido” afirma Diego, quien cree que a pesar de tener un
rostro serio y una voz grave, Enzo es uno de los más cómicos de Communio.

Ambos están enterados del malestar de Enzo, de ese “problema” que lo incomoda. La forma
en que ven a los conservadores en la actualidad. Es un tema que tocan de vez en cuando,
quizás es sobre el que menos platican debido a lo sensible que es para su amigo. Creen
también que es la falta de educación y la corrupción política la que le da una mala imagen a su
forma de pensar y que el sentir sería distinto si los mandatarios supiesen ser honrados y
transparentes.

—O como Enzo —dice Diego.

—¿Si?

—Claro. ¿A quién no le gustaría tener a un presidente que no te reduzca a rebaño y trate de


llegar a acuerdos contigo? Es decir… lo que en verdad tendrían que hacer. —ríe— así se
manejaría él. Desafortunadamente aquí en Perú eso es un sueño de tontos.

Para “Los chicos nikkei” (apodo que nuestro protagonista les pondría semanas después de
conocerse) Enzo fue una brisa de aire fresco. Aprenden con él algo nuevo todos los días y
saben aceptar sus diferencias, es eso lo que hace que su amistad sea tan fuerte. Poder
conversar libremente, sin tener miedo.

***

La vida de Enzo siempre estuvo marcada por la necesidad de comprender “al otro” y de
conversar con él. Lo hace con J, lo hace con Diego y Franco y lo hizo con Sofía. Nunca le ha
bastado el “Bueno, ahí lo dejamos”, siempre trata de llegar a una solución, a un consenso, y es
así como él considera que se tendría que analizar a los conservadores: como personas de bien
que buscan una estructura fundada en valores, no como fanáticos empedernidos y dictadores
de la verdad.

“Que yo no esté de acuerdo contigo no quiere decir que seas menos que yo o que yo sea más
que tú, nunca ha sido así, así nunca va a funcionar el mundo” me dice, como recitando su
código de vida. Para Enzo, ser conservador o progresista no es el problema, el problema es ser
un completo imbécil. Estos, los imbéciles, abundan en Perú.

Era la última semana del ciclo 2019-2 en la Universidad de Lima. Enzo, vestido con un terno
prestado en un intento por verse formal, estaba esperando su turno para hablar en un debate
programado como examen final para su curso de Filosofía. El tema a tratar era el aborto, él
tendría que estar en contra y ya estaba preparado para conversar con su oponente de turno. El
inicio fue algo lento y trabado, pero con el pasar de los minutos y de las intervenciones era
claro que solo Enzo se había alistado para esa tarde, incluso recuerda que en las últimas
participaciones el chico del bando opuesto le hacía gestos de “ya no más, por favor” y ambos
se sonreían. El ambiente era ameno, en ningún momento se insultaron o se hicieron
comentarios personales, a pesar de sí conocerse un poco, nunca se convirtió en un debate
presidencial peruano. Al concluir, se dieron la mano y su oponente supo reconocer frente a él
que había sido vapuleado y que la diferencia en preparación era notable. Sin embargo, el
profesor, cuyo nombre prefirió no mencionar, se paró y dijo que para él Enzo había sido
derrotado y que la mayoría de sus argumentos se habían basado en creencias propias. El
comentario causó algo de indignación en los presentes, incluyendo al compañero que había
debatido con él. “Nada que ver” se escuchaba al fondo del salón e incluso una chica que estaba
sentada en la primera fila preguntó: “Profe ¿Está usted seguro?” cuestionamiento que el
docente vio con mala cara y aprovechando que ese había sido el último debate concluyó
mandandolos a casa sin respaldar lo que había dicho.

Enzo sacó de nota trece en ese debate, mientras que su compañero y rival sacó quince de
calificación. Algunos alumnos que asistieron al debate le dieron la idea a Enzo de quejarse con
la directora de su carrera, pero este declinó.

“Completamente falso” me dice Enzo, quien recuerda que la única vez que habló de su
creencia religiosa fue en la segunda sección del debate, uno que estuvo dividido en seis
secciones exactas. Entonces ¿qué ocurrió? ¿Por qué lo aprobó con tan poca nota? ¿En qué
momento se habrá sentido ofendido? Nadie lo puede responder, pero es algo que se ha
quedado grabado en su memoria.

—No sé. Yo sé lo que me vas a preguntar y te digo desde ya que no sé —se adelanta Enzo.

—¿Qué cosa?

—No sé si el profesor era progresista, no puedo afirmar algo así. Pero si recuerdo su rostro
cada vez que yo hablaba, algo no le gustaba, nunca supe exactamente qué fue.

—Ya, pero tenía que ver con tus ideas y argumentos.

—Si, definitivamente.

Enzo, como dije, no decidió hacer problemas. Se concentró más en entender el porqué de las
cosas, algo que lastimosamente fue una lucha en vano. Accionares así los esperaba de un
adolescente engreído, no de un docente con muchos años encima. Meses después decidió
presentar lo ocurrido como una simple injusticia que se dio por diferencia de pensamientos, el
problema que aqueja a nuestra sociedad. Él no se considera una víctima, siente que esa es una
palabra fuerte para otros casos más serios, pero no deja de repetir que el conservadurismo, al
igual que el progresismo, no son los problemas a revisar, pues el enemigo de la educación es la
corrupción, los intereses propios, más de la misma política que conocemos.

Quiere lograr un cambio generacional pero no sabe cómo, entiende que el diálogo es
primordial y que se debe recobrar esa empatía que en algún momento perdimos o que quizás
nunca tuvimos. Él hace su parte, ayudando a los que conoce y aceptando a todos por igual.
Con virtudes y defectos, Enzo es tal vez el conservador del futuro, uno que es visto como un
hombre que está dispuesto a hablar y velar por el bienestar de los demás y no como un
demente apocaliptico que con una biblia en mano condena al homosexual por ser feliz.

El panorama actual le pone obstáculos a ese sueño, el peruano siempre se ha acostumbrado a


elegir mal, pero vivir sin esperanza de algún cambio no es vivir, es solo una rutina más.

¿Quién sabe? Quizás, con algo de esfuerzo y un poco de suerte, en un futuro no muy lejano,
personas como Miguel Vivá, Alesia Lund y Enzo Galindo podrán sentarse a conversar sin
ningún tipo de miedo o expectativa negativa. Porque solo así se puede llegar a algo. Solo así el
futuro no necesariamente tiene que ser malo.

Solo hablando.

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