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Bucles

Liz
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[Suena música tenebrosa]


Narrador –(voz grave). En medio de la noche, solo un
establecimiento seguía abierto e iluminando tenuemente las
callejuelas de una ciudad maldita. Era una muy vieja taberna,
agrietada y muy persistente a pesar de los años y del tiempo,
parecía no querer dejar que se olvidaran de lo sucedido.
Todos estaban atrapados en un bucle, uno personal, a veces
grupal, fuese el caso, estaban condenados a repetir una y
otra vez sus errores, a no dejar sanar las heridas, a vivir
en un tormento constante.
El mismo día, a la misma hora, en el mismo lugar, las mismas
personas se encontraban una y otra vez. En la mesa más
alejada, en el espacio más oscuro, el mismo joven de
apariencia pulcra, pálida y huesuda, se acurrucaba en su
miseria, repitiendo constantemente la misma frase, como si
fuera un mantra del que dependiera su vida. Todos los días,
las mismas personas lo dejaban en paz, lo dejaban gritar,
blasfemar, balbucear, ya les daba igual, al fin y al cabo,
todos ellos también debían de pasar por su purgatorio y penar
en vida (…)
[Se escuchan murmullos, música y algunos sonidos nocturnos]
Mateús –¡Jamás, óiganme muy bien, jamás volveré a ese lugar,
aunque mi vida dependa de ello!
[Resuena la brusquedad con la que coloca la botella en la
mesa]
Narrador –(voz grave y melancólica). El tiempo se había
congelado a la misma hora, así que ya desconocían cuánto
habían tenido que escuchar decir al joven lo mismo una y otra
vez.
La cantinera suspiró, lamentando el estado del joven, pero
lamentando aún más que fuera ese joven el motivo de la
desgracia que persiguió a su pueblo natal hasta la
desaparición total del mismo, se dio la vuelta y continuó
limpiando meticulosamente los estantes.
De repente, un fuerte vendaval azotó a la precaria taberna.
Vasos, copas y platos, todos fueron arrojados con gran fuerza
en todas las direcciones haciendo que los presentes
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comenzaran a gritar y correr despavoridos, menos dos


personas, la cantinera y el joven (…)
[Suena una música tensa y tenebrosa acompañada por el rugir
del cielo (truenos, lluvia lejana), a partir de esta escena]
Mateús –(arrastrando las palabras). Entonces, estuviste ahí
también, ¿eh? (suelta una pequeña carcajada). Ya sabía que
era extraño que no te espantaras como los demás.
Cantinera –(con voz baja y fría). No es de mi incumbencia,
así que, señor, le pido que se marche de mi taberna y, haga
el favor de llevarse “eso” con usted.
[Se escucha el sonido de bombillas estallando]
Mateús –(burlesco). Claro, claro, mis más sinceras disculpas
por el lamentable estado en el que se encuentra su… Preciosa
taberna. (tarareando). Debo de llevármela conmigo, pero sabes
que ella hace lo que quiera.
[Se escuchan pasos de una niña y una risa dulce]
Narrador –quien iba a pensar que, justo en ese tenso momento,
la única hija sobreviviente de la cantinera, intervendría de
manera tan abrupta en la escena. Una chica dulce, inocente y
ajena al peligro en el que se encontraba, ¿acaso podría
sobrevivir de las garras de un destino maldito? (…)
Lina –(emocionada) yo también quiero jugar, se ve
interesante, déjenme unir a ustedes, ¿sí?
Lilith –(con voz dulce). Es ella Mateús, quiero llevarla
conmigo.
Cantinera –(alzando la voz) ¡Primero muerta!
Lilith –(con voz firme). Que mujer más insolente, ¿en serio
piensas que puedes detenerme?, que ingenua.
[Una estridente risa se escucha por todo el lugar acompañada
por un fuerte trueno]
Lina –(asustada). Mami… Este juego no me gusta.
Cantinera –(en tono consolador). No te preocupes, todo estará
bien, ¿tienes el dije que te regaló papá, no? Juaguemos a
otro juego, la que más tiempo dure escondida, gana, ¿te
parece? Como en los viejos tiempos, mi nenita.
Lina –(en voz baja). Sí, está bien, ¡yo te ganaré mami!
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Narrador –(con tono triste). La inocencia de un niño nunca


dejará de sorprendernos. Pobre Lina, pensando que la
situación era un juego, salió corriendo a su escondite
secreto, agarró su peluche favorito, apretó el dije que le
regaló su papá y cerró fuertemente los ojos, a pesar de que
estaba emocionada por jugar con su amada madre, algo, muy en
el fonde de su pequeño y joven corazón, le decía que iban a
pasar cosas malas, pero en su inocencia decidió creer en las
palabras de su mamá y esperar pacientemente a que el juego
terminara (…)
[Se escucha el golpe sordo de un cuerpo contra el suelo]
Mateús – (con voz temblorosa). ¿Qué haces, Lilith?,
prometiste dejarme libre… (gritando). ¡Prometiste no
devolverme a ese lugar!
Lilith –(risueña). Los humanos no aprenden nunca, ¿no?, que
tonto eres Mateús, ¿en serio creías que te dejaría ir si me
traías a esta pocilga?
[Resuenan gritos de dolor]
Mateús – (agonizante). Tú…
Narrador– así fue como, de nuevo, el joven volvió a su
infierno, al lugar donde todo inició, al pueblo que él mismo
destruyó y el que ahora sería su prisión hasta el final de
los tiempos. Un fuerte alarido y una maldición fue lo último
que se escuchó de él.
Ahora eran solo Lilith y la cantinera, ambos se miraron
fijamente. Después de ver la horrible escena donde el cuerpo
esquelético del joven se convertía en cenizas, la respiración
de la cantinera se aceleró, respiró profundamente y no apartó
la vista de los movimientos de la gran mancha negra que era
Lilith, no podía perderla de vista de nuevo, no como en aquel
entonces, con ello en mente, mantuvo la compostura y,
lentamente, sacó su daga; daga que pondría fin a todo el mal
que amenazaba con atormentarlo y acabar con todo a su paso de
manera insistente (…)
Cantinera – (con voz decidida). Es momento de que pagues por
toda la desgracia que causaste y por todas las vidas con las
que jugaste tan desgraciadamente.
[se introduce el sonido de una daga/espada cortando el aire]
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Narrador –(con voz tensa). Era la última batalla, ¿lograría


quedar uno en pie o sucumbirían las dos a la oscuridad
eterna?
Lilith se abalanzó hacia la garganta de la cantinera, intentó
derribarla, pero la daga la mantenía a raya, desgarrando poco
a poco su aura oscura. Era ahora o nunca, la cantinera se
acercó velozmente, gritó con todas sus fuerzas y un esplendor
cegador, acompañado de un extraño ruido, se expandió por toda
la ciudad.
Lina dormitaba tranquila en su lugar secreto, sin saber lo
que había pasado.
Varios de los clientes de la, ahora desierta taberna, se
acercaron, encontraron el lugar totalmente destruido, varios
gritaron alarmados, otros soltaron maldiciones. Solo un
pequeño cajón se mantuvo en pie en medio del caos, el lugar
donde estaba Lina, ajena al desastre que le había arrebatado
a su querida madre pero que, paralelamente, había salvado al
mundo de otro bucle de terribles sucesos.
[Finaliza con música melancólica]

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