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Sin título

por Marosa di Giorgio

Era de noche cuando apareció el Animal, hecho sólo con Hibiscos. Estaba absolutamente
quieto y mudo. Y todo hecho con hibiscos. Hibiscos rojos, morados, blancos, lilas, color
oro. Desde lejanísimos cielos caía una llovizna finísima, celeste, que no mojaba,
iluminaba. Yo miré al Animal hecho sólo con Hibiscos y no sabía cómo nombrarlo,
llamarlo. Y creí que no debía hablar, pues él estaba mudo, inmóvil. Mi voz rompería una
ley. Le observé las flores que lo conformaban, en la cabeza, el lomo, los pies, la cola,
todas sus flores. Le levanté la cola; el ano era un hermoso hibisco hermosísimo, rojo
como una rosa, crespo, con intenso perfume; lo mismo, testículos y pene.

Quedé trémula, irradiada de algo que venía del Animal a mí. ¿Qué hacer? Recordé que
en casa decían desde remotos años, que había un animal hecho con hibiscos. Ahora
estaba aquí.

Me tendí a su lado, empecé a vibrar, a contorsionarme; mis pezones crecieron largos


como lápices, querían llegar al Animal hecho sólo con hibiscos; me ardía el ombligo, el
clítoris. Entonces, me levanté y arranqué algunas de las flores más íntimas del Animal
hecho sólo con Hibiscos, me volví a tender, puse las flores adentro de mi vulva, las
empujé más adentro. Sentí, primero, desazón, amargura, las tetas se me retrajeron.

De pronto, aquello, dentro de mí, empezó a moverse, a desplazarse, a ubicarse, hacía


como un barullo; se oía el trabajo, un perfume nunca oído y llegué al cielo en un
minuto.

Extraído de La flor de lis, Marosa di Giorgio, El cuenco de plata, 2004

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