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Allí, dónde faltan consonantes y sobran abrazos, donde el calor arrea con las gentes y sus

deseos, un par de ojos cansados encuentran su solaz. Lejos del tedio y la rutina, cada día
es en algún punto un nuevo descubrir, un despertar a la íntima conciencia.

Las sonrisas pasan fugaces, la gente lleva consigo el candor propio de la mañana. El tipo
toma tranquilamente su café (Américano doble carga y amargo, que para dulce ya está ella
) y observa el devenir del mundo viendo la Plaza Circular. Saca un negro de la cajetilla y lo
enciende, las volutas de humo flotan un segundo en el aire y se van, dispersadas por un
golpe de aire seco. Da un par de caladas, tose como es de esperar, y se pierde en la
ensoñación.

Esas piernas que lo cobijaron, el nudo en su espalda, la risa franca, los eléctricos duendes,
las huellas en su piel. La ansiedad, el no saber que esperar, el descubrimiento. El peso de
su timidez cada vez más leve, el deseo al galope, el sudor, la humedad.

Bebe otro sorbo de café, maldice la falta de pericia del hostelero y el exceso de temperatura
del agua al tirarla, está quemado, carajo! piensa; levanta la vista como quien aguarda nada,
da una calada para enturbiar la garganta y vuelve a su propio universo, pensando en la
siguiente figura de esa, su historia...

El estaba ahí, tan seguro, tan tranquilo, con una sonrisa en los labios, una copa de burbujas
en la mesa de luz, y la postura felina de quién se sabe dueño del momento. Cumpliendo sus
deseos con gallardia digna de su estirpe, de su devoción. La amaba con locura y así lo
demostraba, buscando su placer fundido en su boca, en otras bocas, en todas las bocas del
mundo representadas en sus ocasionales partenaires. Se sabía bien acompañado, todos
los actores de esa comedia conocían su papel a la perfección. Generoso en dar placer,
gustoso de recibirlo, incansable y asombrado. Feliz.

Levanto por instinto la taza, sorbio la última gota, ya fría, y la borra inundó su paladar. Se
divirtió pensando en que las posibilidades de encontrar buen café en este país son casi las
misma que las de encontrar buen sexo: todos lo hacen, pero pocos lo sienten. Un buen
barista sabe cuánta carga va al filtro, la temperatura ideal del agua, el momento de abrir
presión, como dar la espumada final...

No pudo evitar el paralelismo, y una camisa vaporosa inundó su memoria. Si había un ser
humano con suerte, era quien gozara de su compañía. Bastonera de todo desfile que fuese
de la cama al living o viceversa, la sangre sureña que corría por sus venas entraba como un
torrente en ebullición cada vez que Eros se apoderaba de su ser. La dama recatada y
primorosa se doblaba prolijamente a si misma sobre el sillón, y daba paso a la fiera.
Gustaba casi más de dar placer que de recibirlo, sabía muy bien lo que quería y como.
Zambullida por debajo de un ombligo, poco pagaban las casas de juego por la cordura del
afortunado o afortunada recepcionista de sus caricias. Apostar contra ella era jugarse un
pleno al 0. Rara era la vez que no cumplía su cometido, arrancando gemidos a su paso,
tirando las inhibiciones por la borda.

Preguntándose un poco que habría hecho para conseguir el favor de ese espécimen rara
avis, de esa hembra enfundada en traje de inocente; dio la última pitada al cigarrillo, dejo
dos duros en la mesa y amago a levantarse. Una mujer así no era fácil de encontrar, y
esperaba acompañarla en su camino todo el tiempo que ella quisiera; de algunos tranvías
es mejor no bajarse pronto aunque quien sabe dónde terminan.

Un taconeo familiar lo distrajo de su deriva devolviéndolo a la realidad, y se dio vuelta


sonriendo. Nunca fallaba...

-Siempre tarde vos? Ni bola al teléfono, lo tenés de adorno...

-Me estaba maquillando, asique es tiempo bien invertido. Alguna otra queja?

- Ninguna, estimada esposa. Metele, que nos esperan y no quiero llegar tarde.

-No me vas a decir que estás nervioso

-Siempre, por eso nunca me aburro de esto. El día que la expectativa de un encuentro me
deje estático, me vuelvo a casa y me hago célibe

-Celibe no, querido... A esta dama hay que atenderla como se debe...

Se giró, la beso profundamente, y en ese momento comprendió que no había otro lugar en
el mundo donde quisiera estar.

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