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Los estudios historiográ ficos recientes han señ alado dos períodos para las relaciones
hispano-indígenas: uno de guerra armada y otro de "paz fronteriza". No obstante, en la
segunda etapa se mantiene la voluntad españ ola de dominació n: cambia la estrategia de una
ló gica de explotació n–integració n a una de asimilació n–civilizació n. Desde este punto de
vista, decir que la guerra desapareció para dar lugar a la paz fronteriza es dejar de lado las
nuevas técnicas de subordinació n aplicadas a los indígenas. Cambia el tipo de poder
(soberano a uno civilizatorio), mas la voluntad de dominació n se mantiene. De este modo,
con el fin de la guerra de la Araucanía, hacia 1650, no se instala un período ni de paz ni de
coexistencia pacífica.
Introducción
Por otro lado, lo que se propone es analizar los diversos métodos y estrategias desplegados
por los españ oles para someter a los indígenas. Es decir, se buscará determinar la ló gica de
conjunto de las diferentes formas de poder durante la época colonial.
Se buscará determinar la significació n histó rica y los principios que fundan las estrategias de
conquista má s que reconstruir paso a paso los desarrollos de ese momento de la historia
colonial. Volver a la historia de la colonia es una oportunidad de dilucidar las estrategias de
sumisió n puestas en prá ctica por los españ oles a fin de entender mejor las acciones,
reacciones y actitudes de los reche, así como los cambios ocurridos al interior de su sociedad.
Hasta al menos mediados del siglo XX, desde la llegada de los conquistadores hasta los
primeros sobresaltos de la guerra de independencia, la Araucanía no fue má s que el teatro de
una guerra despiadada donde el salvaje araucano hubiera dado libre curso a sus instintos má s
primarios; la historia de las relaciones hispano-indígenas fue resumida a la de la guerra.
Con los nuevos Estudios Fronterizos de la década de 1980, Villalobos y compañ ía negaron
esto. Aclararon que el aspecto guerrero de los contactos hispano-indígenas ha sido exagerado.
Así pues, mientras se observa que durante las primeras décadas de la conquista los
enfrentamientos son casi permanentes y las rebeliones masivas o generales, se puede notar
que al progresar el XVII, los periodos de paz se alargan y disminuyen las explosiones
guerreras efectuadas por los grupos rebeldes. Villalobos elabora una clasificació n de la
historia en dos períodos. El primero, de guerra, que va desde los primeros tiempos de la
conquista hasta el levantamiento general de 1655-1662. El segundo, de paz o de convivencia
pacífica, que comienza inmediatamente después de esta rebelió n y termina en 1883 con la
incorporació n final de la Araucanía al territorio del Estado nacional chileno.
No obstante, para los Estudios Fronterizos los reche está n una vez má s ausentes del escenario
histó rico. La organizació n social de los aborígenes a la llegada de los españ oles no ha sido,
practicamente, abordada. Los Estudios Fronterizos han ignorado la mecá nica política indígena
y no han entablado ninguna reflexió n sobre la naturaleza de los nuevos mecanismos de
dominació n en el segundo periodo, la "paz fronteriza". Al dejar escapar estos dos ó rdenes de
fenó menos, han obliterado las estrategias de resistencia (no necesariamente guerreras)
indígenas, así como la notable creatividad política de los españ oles para poder reducir a un
enemigo tan inconstante como escurridizo.
La disminució n del conflicto bélico en el Biobío pareciera dar cuenta escasamente de las
modificaciones ocurridas en la dinámica político-territorial indígena y no da cuenta de la
existencia de un complejo fronterizo que se compone no de una sino de varias fronteras. Por
otro lado, afirmar que la guerra está ausente al no haber confrontació n hispano-mapuche
directa, es atenerse a una concepció n bastante particular del hecho guerrero y obviar las
formas indígenas de guerra como el maló n ("guerra chica"). Del mismo modo, los
levantamientos deben ser percibidos como tropiezos dentro de la "convivencia pacífica
fronteriza", sino como resistencias y reacciones de los indígenas a la presió n creciente de los
hispano-criollos.
Para que haya frontera, tiene que existir una diferencia cultural. Luego, esta diferencia
conduce siempre a una jerarquía entre las sociedades o culturas en copresencia. A partir de
ahí, los "roces" de la vida cotidiana llevará n a que ambas sociedades se influencien
recíprocamente y se transformen cultural y socialmente. El contacto pacífico y la influencia
que podríamos creer recíproca en realidad só lo conducen a la absorció n de la cultura
jerá rquicamente inferior por parte de la má s evolucionada o, si se quiere, desarrollada. Pero si
existe un hecho certero en la historia de la Araucanía es que la població n mapuche no fue
dominada ni reducida.
No es exacto afirmar que a partir de la rebelió n de 1598 las autoridades españ olas
renunciaron a la incorporació n del territorio araucano, pues, a pesar de la transformació n de
los medios y modalidades de conquista, la voluntad de dominació n y de incorporació n se
mantuvo por completo. Es distinto habla de relaciones fronterizas que de voluntad de
dominació n: instituciones como el comercio, las misiones, la escuela de indígenas, los
parlamentos y los mediados políticos atestiguan un proyecto de conquista, dominació n y
sometimiento.
Segú n Foucalt, el "poder" debe ser entendido como una situació n estratégica compleja en una
sociedad dada que posee métodos de sujeció n y un saber desarrollado (para dominar al otro,
se le debe conocer y así influenciarlo). Por lo tanto, el poder no es solo represió n (como
sucede en la primera etapa, el poder soberano), sino también incita, limita, induce, etc. (como
en la segunda etapa, el poder civilizatorio: se "sugiera la vida en comunidad, se "sugiere"
trabajar).
El tipo de poder durante el primer siglo de la conquista puede ser calificado como soberano y
se encarna en una serie de dispositivos concretos de poder, tales como la encomienda, la
maloca, el requerimiento y la esclavitud. El fuerte y el camino real funcionan entonces como
símbolos del poder del Rey y enclaves en el territorio enemigo. Este primer periodo (1545-
1641) se diferencia del segundo (1641-1819) no por la manera en que la guerra se opone a la
paz, sino porque se ponen en prá ctica, a partir de la segunda mitad del siglo XVII, mecanismos
de sujeció n que siguen otra ló gica, má s sutil, civilizadora. Se intentará mostrar que con el fin
de la guerra de la Araucanía, hacia 1650, no se instaura un periodo de paz ni de coexistencia
pacífica.
Por otro lado, no existe ni ruptura ni continuidad en el paso de un período al otro, sino un
deslizamiento de un tipo de saber-poder a otro, determinado por las restricciones mentales y
materiales de una conquista que plantea el problema crucial en relació n a un Otro que,
progresivamente, deja de presentar diferencias de naturaleza con un Nosotros.
Es dentro del marco del ejercicio de un poder de soberanía que hay que comprender la
violencia externa de la represió n y el aspecto espectacular y pú blico de las mutilaciones de los
cuerpos de los indígenas capturados durante las expediciones. Los españ oles creían
aleccionar así a los indígenas que supuestamente habían ofendido la figura del rey. De este
modo se expresaba simbó lica y físicamente la fuerza soberana del soberano. Es a través de la
lectura del requerimiento, y mediante el ritual a la que está asociada, que los españ oles
tomaban posesió n de un territorio y convertían a sus habitantes en vasallos del rey. Faltar el
respeto del poder real hacía automá ticamente que la guerra fuera justa y la esclavitud
legítima. La obra evangelizadora se encuentra subordinada a la imposició n de un marco
político jurídico de la soberanía. El principio que gobierna la instauració n de los dispositivos
de poder revela una ló gica de soberanía que tiene como piedra angular a la figura del rey. La
evangelizació n interviene como una de las modalidades posibles de imposició n de una
soberanía política trascendente y omnipotente.
Por otro lado, construir un fuerte en territorio enemigo implica significar una presenta y,
consecuentemente, realidad un acto de apropiació n de las tierras circundantes: simboliza el
poder real. El camino real, por su parte, era símbolo de la presencia real y, por tanto, de la
supuesta dominació n del soberano en territorio rebelde. No tenía el objetivo de comunicar
con el enemigo ni mucho menos de vigilarlo; el ú nico tipo de contacto que los conquistadores
mantenían con las comunidades que vivían en los alrededores del fuerte apuntaba a
proveerse bienes alimenticios.
Luis de Valdivia: precursor del ejercicio del poder civilizador con la Guerra Defensiva
Valdivia no piensa la frontera tanto como una línea defensiva y guerrera, sino má s bien como
un espacio de comunicació n ú til para establecer contactos, tejer lazos e informarse de lo que
pasaba al interior de las otras tierras. De esta forma, la maquinaria política en la que se
inscriben estos nuevos dispositivos de poder (la misió n, el agrupamiento permanente de
indios amigos en poblados, la línea fronteriza como espacio de comunicació n y vigilancia, la
parla como institució n para informar e informarse, etc.) se distingue radicalmente de la que
domina durante el primer periodo.
Si el proyecto de Valdivia fracasó , es porque obedecía a una ló gica distinta a la que existía en
dicha época. Los misioneros jesuitas "tuvieron la razó n demasiado temprano": mientras
Valdivia se esforzaba en predicar un mensaje de paz a los reche, los soldados y los
gobernadores no interrumpían sus expediciones en tierra indígena; ademá s, las primeras
décadas de la conquista habían estremecido a la Araucanía debido a las masacres y excesos
cometidos y desembocado, a través de un proceso de resistencia-aculturació n, en la
transformació n de la ló gica guerrera y la sociedad reche: se requería por tanto un período de
transició n.
Las misiones, paradigma del nuevo poder. Hubo un sistema de obligaciones que los
misioneros impusieron a sus indios. Se apuntaba a civilizar al indígena para mejor
controlarlo y hacerlo trabajar. Los mismos indígenas usaban a los misioneros con fines
políticos y econó micos. Así, las misiones cumplieron una doble funció n de vigilancia y
de penetració n de los territorios indígenas.
En los parlamentos generales su tratamiento regular, a partir de fines del XVII, de las
comunidades indígenas como parte constituyente de un conjunto homogéneo y
estructurado, la incitació n a crear centros de poder estables y la voluntad de poner fin
a los conflictos internos contribuirá n ampliamente a la constitució n de una identidad
política mapuche inexistentes en los primeros tiempos de la conquista.
Los tipos fronterizos o mediadores, que hicieron circular las ideas entre las ideas y las
poblaciones. Fueron a la vez agentes aculturadores y aculturados de la frontera: