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El problema eres tú
Tabla de Contenido
Dedicatoria
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Epílogo
Playlist
Agradecimientos
Sobre la autora
Dedicatoria
Para Nina
Gracias por creer en esta historia
Prólogo
Me he deschavetado.
Es la única explicación que encuentro mientras me escondo
en el baño de chicas hasta que el pasillo se queda vacío.
Cuando pasan unos buenos cinco minutos después del
comienzo del tercer período, salgo del baño, me agacho por el
pasillo y salgo directamente por una de las entradas laterales.
Mi corazón late con fuerza en mi pecho mientras cruzo el
césped y doy la vuelta a la parte trasera del edificio. Pero no es
nada comparado con cómo galopa cuando veo el Dodge
Charger de Jase, el motor vibra como el suave zumbido debajo
de mi piel.
Se ve completamente a gusto cuando abro la puerta y entro.
—No sabía si vendrías.
—Conduce —corto, con los ojos muy abiertos mientras se
lanzan a buscar cualquier señal de que me habían atrapado.
—No parezcas tan preocupada —dice suavemente—. Nadie
siquiera sabrá qué te has ido.
Le lanzo una mirada fulminante y él se ríe entre dientes.
—Es fácil para ti decirlo —digo—. Se te permite hacer lo
que quieras y nadie se inmuta.
—Oh, no estaría tan seguro de eso.
Sus ojos me recorren, haciéndome estremecer y apretar el
estómago. Pero trato de ignorar su tono sugerente, el brillo en
sus ojos.
Demasiado tarde, ya le diste todo el poder accediendo a
saltarte la clase.
—Si quieres volver, puedo…
—Conduce —repito.
—Como desees. —Jason sonríe mientras se aleja y se dirige
hacia las puertas de la escuela—. Sabes, podría ayudar si
respiras.
Le disparo dagas y vuelve a reír.
Pasan unos segundos de silencio y luego dice—: Lo siento,
por lo del domingo por la mañana.
—No, no lo sientes —respondo, más resignada que
enojada. Jason es Jason. No me había prometido nada y yo no
le había pedido nada. Así que no paso por alto el hecho de que
estoy en el carro con él cuando debería haber estado sentada
en el tercer período. Pero parece que no puedo tomar
decisiones racionales cuando se trata del mariscal de campo
estrella, el chico malo de Rixon.
Quizás soy más como Jenna Jarvis y el equipo de gimnasia
y las porristas de lo que pensaba. Pero ellas no tenían una lista.
No quieren vivir cada segundo del último año como si fuera el
último.
Yo lo quiero.
Al menos, esa es mi excusa para mi comportamiento en los
últimos tiempos.
—No eres lo que esperaba, Giles —él murmura, sus
palabras me hacen sentarme un poco más erguida.
—¿Se supone que debo saber lo que eso significa?
Yo soy yo. Nada más y nada menos. Hasta hace poco, Jason
no había hecho ningún esfuerzo por ocultar el hecho de que
me encontraba molesta. Pero ahora me mira de manera
diferente, me habla de una manera que nunca esperé.
Todo es muy confuso.
Cualquier chica normal podría haber creído que significa
que ella es especial o que está capturando el corazón del chico
que le gusta. Sé mejor. Sé que no atrapas a un tipo como
Jason, se te concede una audiencia; se te permite respirar,
hablar, estar en su presencia.
Y por alguna razón, ahora mismo en este momento, él me
había elegido. Dándome el asentimiento especial por el
momento. Sofoco una risa nerviosa.
—¿Qué? —él pregunta mientras mis ojos perforan agujeros
en un lado de su cabeza.
—Nada.
—Puedo oírte pensar hasta acá, escúpelo—. La comisura de
su boca se levanta.
—Me pregunto cómo es ser tú. Amado por todo un pueblo,
adorado por la mayoría de tus compañeros. Los chicos quieren
ser tú, las chicas quieren… —La palabra se atasca en mi
garganta.
—Puedes decirlo, Giles, no le diré a nadie.
—Bien, las chicas quieren follarte aunque saben que es
todo lo que obtendrán de ti.
Eso lo hace moverse incómodo en su asiento.
Bien.
Estúpido.
—Tal vez yo valgo la pena el viaje —se echa hacia atrás y
yo suelto un bufido.
—Nadie es tan bueno en la cama.
—¿Eso es un desafío? —Me mira, desafiándome con su
mirada oscura e intensa.
—¿No deberías estar mirando la carretera?
—No lo sé, la vista desde aquí es bastante increíble. —
Guiña un ojo antes de volver su atención a la carretera.
Grito silenciosamente ante mis emociones para cerrar las
escotillas porque, lo sepa él o, planeado o no, Jason está
derribando mis defensas una por una.
Él es Jason Ford. Jason magnifico Ford. Él no tiene citas.
Él no se compromete.
Él no se enamora.
Terminada la charla de ánimo interna, me aliso la falda y
dice—: ¿Entonces, a dónde vamos exactamente?
—Es una sorpresa.
—Apuesto a que eso es lo que les dices a todas las chicas.
—Hace una mueca por lo desesperadas que suenan las
palabras. Pero tengo un caso grave de síndrome de poner mi
pie en la boca en un buen día, y mucho menos cuando Jason
está cerca para desconcertarme con sus líneas suaves y su
encanto fácil.
Espero su respuesta, pero nunca llega. En cambio, aprieta
los labios como para evitar que su respuesta se escape.
Extraño.
Sigue el silencio. Fuerte y pesado; del tipo que no se siente
incómodo, pero tampoco del todo cómodo. Me obligo a mirar
por la ventana, a ver pasar la ciudad, dándome espacio para
respirar y prepararme para lo que Jason tenga bajo la manga.
Finalmente, comenzamos a reducir la velocidad, pero solo
porque Jason se ha salido de la carretera principal y se ha
adentrado en una pista cubierta de maleza que serpentea entre
los árboles.
—¿El lago? —pregunto, una emoción me atraviesa. Él me
había traído aquí antes, pero habíamos estacionado en el
estacionamiento arenoso de la entrada. Jason no muestra
signos de detenerse esta vez.
—No te preocupes —dice—, no vamos a nadar. Al menos
hoy no.
El carro da una sacudida y rebota sobre el terreno irregular.
Yo no había estado aquí en años, desde que Hailee y yo
dejamos de nadar en el lago hace unos veranos.
—¿Qué? —La voz grave de Jason se apodera de mí.
—Nos encantaba estar aquí.
—¿Entonces, por qué dejaste de venir?
—Estás bromeando, ¿verdad? El verano después de que
robaste la ropa y la bicicleta de Hailee y ella tuvo que caminar
a casa medio desnuda en el calor abrasador… ¿te suena
familiar?
Frunce los labios.
—Fuiste un completo idiota con ella.
El carro se detiene abruptamente cerca de la orilla del agua.
—Sí, bueno, las cosas cambian.
—¿De verdad? —Le pregunto, desesperada por saber qué
está pensando, por meterme en su cabeza y descubrir sus
secretos más profundos y oscuros.
Cuando no responde, le susurro—: ¿Qué estamos haciendo,
Jason?
—Pensé que era bastante obvio. —Su labio se curva con
aire de suficiencia.
—Jason…
—¿Qué quieres de mí, Giles?
—Quiero conocerte. No el Jason Ford que todos los demás
ven, el verdadero tú.
—El verdadero yo, ¿eh? —se burla—. No creo que nadie
quiera conocer mi verdadero yo. Todo lo que quieren es a la
estrella del fútbol, el deportista, el tipo que pueda impulsarlos
a la grandeza social. La gente quiere la ilusión, no la realidad.
—Yo sí quiero. —Las palabras salen pequeñas.
—¿Y qué pasa si no te gusta lo que encuentras? —Su
expresión se suaviza, no mucho, pero está ahí—. ¿Qué pasa si
debajo de la camiseta número uno no hay nada más que
oscuridad?
—No lo creo. Te preocupas, Jason, sé que te importa. Sobre
Hailee, sobre tus amigos… —Sobre mí. Las palabras se alojan
en mi garganta—. No eres solo el imbécil engreído que dejas
que todos crean que eres.
—Vamos a aclarar una cosa —él dice, sus ojos clavándome
en el lugar—. Soy lo que soy, no voy a ser el chico malo
reformado y no estoy buscando ser cambiado por…
Se traga las palabras y siento que me sonrojo de
indignación.
—¿Crees que quiero cambiarte?
—Todas las chicas lo hacen.
—Dejemos una cosa clara, Jason —le respondo, mi voz
baja y sensual—. No soy todas las chicas.
El calor brilla en sus ojos mientras se inclina más cerca,
llevándose el aire con él.
—Te lastimaré. ¿Lo sabes bien, no? Esto, sea lo que sea, no
terminará bien.
Corre, grita la vocecita en mi cabeza, corre lejos y nunca
mires atrás.
Pero no alcanzo la manija de la puerta. En cambio, mi
mano lo agarra, retorciéndose en su camiseta y tirando de su
boca hacia la mía.
—Estás loca —murmura, encontrándose con mis labios a
mitad de camino, atacándome con su boca, con lamidas
frenéticas de su lengua. Jason besa como si fuera la última
jugada y todo el partido estuviera en juego.
Sus manos no pierden el tiempo recorriendo mi cuerpo,
palmeando mis pechos a través de mi suéter.
—Fuera, ahora —ordena como si sus palabras fueran el
evangelio. Quizás lo son, dada la rapidez con la que lo ayudo a
sacármelo por la cabeza. Sus labios se tuercen en una sonrisa
de lobo mientras evalúa mi cuerpo—. ¿Alguna vez te han
follado en el capó de un carro, nena?
Volvemos a eso.
No Giles.
Nena.
No sé cuál odio más.
—Jason —susurro, sin aliento—, sabes que no.
—Así es, no lo has hecho porque soy el único hombre que
ha tenido esto. —Su mano se desliza por mi estómago,
encontrando la cintura de mis leggings.
—Dios, te odio —las palabras vuelan fuera de mi boca
antes de que pueda detenerlas.
Su cabeza se levanta, la confusión pellizca su expresión—.
Es curioso, porque desde donde estoy sentado, parece que
harías cualquier cosa para rebotar en mi…
—¡Jason, detente!
—¿Detenerme? —Su ceja se arquea. Antes de que pueda
procesar lo que está sucediendo, Jason me empuja hacia su
cuerpo, forzando mis piernas a separarse para montar a
horcajadas sobre sus muslos—. ¿Quieres que pare?
Se mece contra mí, su erección golpea mi estómago.
—Yo… sí… no. —Trato de sofocar el ruido de mis
gemidos.
—¿Decídete, Giles, porque me estás enviando señales
contradictorias aquí? —Continúa meciéndose contra mí
mientras sus manos juegan perezosamente con mis pechos.
—No puedo pensar cuando estás… —El placer me invade.
Pero no es suficiente.
No es suficiente.
—¿Qué nena? ¿Necesitas más? —La mano de Jason se
desliza por mi garganta abarcando mi cuello para poder
empujarme hacia atrás suavemente. Luego chupa la piel allí.
Mis manos se retuercen con más fuerza; tirando de él,
empujándolo lejos, ya no estoy segura.
—Dilo —su voz hace eco a nuestro alrededor—. Dime que
me deseas, que deseas esto.
—Yo… —No lo hagas, no le des tanto poder sobre ti.
—Di las palabras, nena. —Su pulgar presiona mi centro, lo
que me hace moverme por encima de él.
—Te deseo —mi voz tiembla, reflejando mi cuerpo—.
Deseo esto.
Las palabras me dejan en una fuerte exhalación. La victoria
brilla en sus ojos, el aire a nuestro alrededor cambia cuando un
entendimiento se establece entre nosotros.
Yo lo odio.
Odio que me haga sentir tan viva, tan deseada.
Odio la forma en que sabe exactamente cómo besarme,
tocarme, hacer que caiga a sus pies.
Pero sobre todo odio cómo no lo odio, ni siquiera un
poquito.
—Relájate —dice como si supiera que estoy toda hecha
bola en mi cabeza—. Si te hace sentir mejor, también te odio.
Su pulgar roza mi cuello lentamente antes de hacer lo
mismo con los labios.
—Odio cómo no puedo dejar de pensar en ti.
Beso.
—Odio que digas las cosas más ridículas.
Beso.
—Pero sobre todo odio que Thatcher y su matón te hayan
puesto las manos encima. Odio… —Sus labios tocan mi piel
de nuevo mientras mi corazón resuena como loco dentro de mi
caja torácica.
Este no es el plan.
No se supone que él diga todo esto, para alimentar la
pequeña parte de mí que sueña con un momento y un lugar
diferente. Un momento y lugar donde Felicity Giles podría
terminar con un tipo como Jason Ford.
Espero sus palabras, ansiosa por más. Pero nunca llegan,
reemplazados por besos calientes mientras arrastra su lengua
arriba y abajo del hueco de mi garganta. La decepción inunda
mi pecho, pero en el fondo, no me sorprende. Jason nunca
admitirá la verdad. Que hay algo entre nosotros. Que esto es
más que solo sexo. Y por mucho que duela, tal vez es mejor
así.
Sus manos están sobre mí ahora, su boca es la misma.
—Jason —le digo, tirando suavemente de su cabello—. Ve
más despacio.
Levanta la cara, arqueando la ceja. Aprovecho el momento,
empujando mis manos contra su pecho para moverlo hacia
atrás. Luego busco a tientas para encontrar la manija de
reclinación y tiro.
—¿Qué carajo? —gruñe, y yo ahogo una risita. Jason
necesita control. Necesita tener todo el poder. Pero esta vez,
quiero estar en el asiento del conductor.
Quiero volverlo loco a él.
—¿Qué juego estás jugando, Giles? —él pregunta, sus
manos agarrando mis caderas mientras me balancea
suavemente sobre él. Ambos gemimos y otra emoción me
atraviesa. Ahora está a mi merced.
Con mi nueva confianza, engancho mis manos en la cintura
de mis leggings y los empujo hacia abajo sobre mis caderas.
No es tarea fácil quitármelos, pero lo logro. Si Jason nota mi
torpe striptease, no hace ningún comentario, su mirada
encapuchada está demasiado ocupada devorando cada
centímetro de mi piel desnuda.
—Joder, eres hermosa —susurra.
Sí, joder. Sus palabras son como una flecha envenenada
atravesando mi corazón.
Como si hubiera notado mi vacilación, el desafío brilla en
sus ojos. Está listo para saltar, recuperar el poder y voltear
todo esto sobre mí. Pero no estoy retrocediendo. No soy solo
un peón en su juego.
Yo soy la maldita reina.
Y esta reina quiere que su rey se arrodille a sus pies.
Deslizando mis manos alrededor de mis costillas,
desabrocho mi sostén y lo dejo deslizarse por mis brazos.
Jason no habla, no tiene que hacerlo. Sus ojos traicionan cada
pensamiento que pasa por su cabeza, y aunque sé que es solo
temporal, lo tengo justo donde lo quiero.
—Quítatelo —exige.
Mis ojos fijos en su camiseta.
—Está bien, jugaré, nena. —Hay un toque de diversión en
su voz mientras se inclina hacia adelante para quitarse la
camiseta. Él es tan hermoso; un Adonis perfectamente
esculpido. Quien, en este momento, es mío. Ni de Jenna Jarvis
ni del equipo de gimnastas. Ni de Rixon High ni del equipo, ni
siquiera la de la ciudad.
Mío.
Pero no puedes quedarte con él, Felicity. No lo olvides.
Nunca olvides eso.
Mis manos bajan por sus abdominales, contando cada
cresta hasta que mis dedos se ciernan precariamente cerca de
la cintura de sus pantalones de chándal. Sin darme tiempo para
dudar, tiro suavemente, esperando a que Jason levante su
trasero de la silla para poder moverlo de sus caderas.
Santo cielo. Está duro como una roca.
Su suave risa corta la tensión que crepita a nuestro
alrededor. Mis ojos se levantan hacia los suyos.
—¿Qué? —pregunto.
—Me pregunto si eres lo suficientemente valiente…
Lo palmeo con brusquedad, sus gemidos llenan el carro.
—Mierda, Felicity. —Mi nombre en sus labios es como
música para mis oídos.
—¿Condón?
—Guantera.
Por supuesto, guarda un alijo de condones en su guantera.
Ruedo mis ojos y levanta una ceja, sus ojos entrecerrados,
nublados por la lujuria.
Con gran habilidad, me las arreglo para inclinarme y
agarrar uno. Jason me sorprende al capturar mis muñecas y
tirarme hacia abajo. Me besa con fuerza, magullando mis
labios y dejándome sin aliento. Casi puedo sentir su mente
trabajando horas extras, escuchar sus pensamientos.
Pero estoy demasiado lejos para que me importe. Necesito a
Jason más de lo que nunca había necesitado.
Es aterrador.
Estimulante.
Y completamente loco.
Me mira, con las pupilas dilatadas, mientras le suelto la
polla y rasgo la envoltura, enrollándola sobre él. Su
respiración es irregular, sus músculos se ondulan con cada
fuerte ingesta de oxígeno.
Una mano descansa sobre su hombro, me levanto sobre él,
engancho mis bragas a un lado y lentamente me dejo caer.
—Joooder —Jason gruña, su mano sujetando mi cadera,
tratando de estabilizarme. Pero no estoy dispuesta a dejar que
él tome la iniciativa. No ahora, no cuando finalmente tengo
algo de poder.
Incluso si es temporal.
Capítulo 18
Jason
Jason
Felicity
Jason