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CARLOTA (I)

Carlota es una solterona que vive en un edificio del centro de la ciudad de


Valparaíso y habita el departamento 23 del 2° piso. Tiene cincuenta y ocho años, es
enfermera y trabaja en una clínica privada.

Físicamente no es buenamoza ni tampoco feúcha, pero su figura alta y espigada


llama la atención y por su abundante cabellera desparramada color rojo y su busto
generoso. Sus grandes ojos negros los maquilla con rímel y sombras de color, que esconde
bajo unos lentes de marco azul con brillos, lo que le da un aspecto psicodélico.

Su vestimenta se caracteriza por ser de buen gusto, pero atrevida. Luce faldas muy
apegadas a su cuerpo y sobre la rodilla, que dejan ver sus piernas bien torneadas
encaramadas sobre altos tacones y, otras veces, viste amplios vestidos acinturados muy a
la moda y de gran colorido.

Disfruta llamando la atención, especialmente de los hombres y provocar las


murmuraciones de las mujeres, tanto de los vecinos como en la calle, y lo hace
contoneando su cuerpo y revolviendo su roja cabellera.

Al llegar a la clínica por las mañanas, tiene que despojarse de su vestuario, que lo
hace de mala gana, ya que debe obedecer órdenes de la enfermera supervisora, que es
muy apegada a los reglamentos y que la tiene entre cejas, pues continuamente está
pasando por el piso mirando de reojo lo que ella está haciendo.

Precisamente se ve venir a la enfermera jefe que se dirige directamente a ella, que


está conversando con otra colega:

- ¡Carlota, le he dicho mil veces que debe usar las uñas cortas y sin esmalte y sus
joyas debe dejarlas en la casa. En cuanto a su uniforme, deberá alargarlo bajo la
rodilla. Espero verla mañana vestida correctamente, ¿me entendió?
- (qué vieja tan molestosa y antipática) – piensa para sí Carlota – ¡Sí jefa, me olvidé,
qué distraída soy, inmediatamente me corto las uñas!. – responde, sacándose
apresuradamente los anillos de fantasía que usa en cada uno de sus dedos,
echándolos en su bolsillo. - ¡Hoy mismo llegaré a alargar mi uniforme, se lo
prometo jefa!
- ¡Última vez que le voy a advertir, a la próxima le colocaré una anotación negativa
en su hoja de vida!

Carlota la mira con cara de contrición y, tan pronto la pierde de vista hace un gesto de
desdén y, con un respingo de narices, le hace comentarios a su colega:
- ¡No poh, esta vieja no me va a cambiar, sus reglas son puras chifladuras de una
persona amargada y menos cuando hoy viene el Dr. Pérez.
- ¿Te gusta el Dr. Pérez?, - le pregunta la colega. - yo lo encuentro raro, tiene gestos
que me hacen dudar.
- Humm…¿crees tú que es…?

Luego de irse por otro pasillo, busca sus anillos y se los vuelve a colocar en sus dedos.
Acto seguido, va a la toilette para repasar el labial y el delineador de ojos; revuelve su roja
cabellera con sus manos, de manera altiva levanta su busto y pestañando como una
dormilona, frunce sus labios como si fuera a dar un beso.

Sigue reflexionando sobre el Dr. Pérez antes de ponerse a trabajar:

- (Hoy viene el Dr. Pérez, es solterón como yo y lo encuentro atractivo. Voy a abordarlo
qué tal me va, pero ¡ojalá que no sea gay!. Todos lo encuentran amanerado al caminar
y que levanta el meñique para tomar el bisturí. ¡Ay, qué nervios me daría si fuera cola!
Aunque hay tantos gay casados que viven felices y ¡hasta tienen hijos! En fin, no pierdo
nada. ¡Oh…Dios mío…ahí viene precisamente!).

Por el pasillo, se le ve venir. Es de estatura mediana, bien parecido pero algo


desgarbado y camina muy erguido en sentido contrario.

- ¡Buenos días doctor Pérez! – lo saluda Carlota con su mejor sonrisa, esperando ser
advertida por él.
- ¡Buenas… – dice distraídamente el galeno, quien escribe algo en una libreta sin mirarla
y sin detenerse a conversar.
- (¡Viejo roto, pero se las va a ver conmigo!) – murmura Carlota que camina tras él
siguiendole a ver los pacientes de una sala.
- ¡Doctor, ¿va a examinar a don Jorge, el paciente de la pieza siete?, él quiere conversar
con usted desde ayer…
- …Hum… - musita débilmente el doctor, luego carraspea, sigue escribiendo sin levantar
la vista del documento.
- ¡Doctor…es que…este paciente quiere que le dé el alta! – insiste Carlota esperando una
respuesta satisfactoria.
- ...Hum…ya…pero ahora estoy muy ocupado. – responde toscamente el médico.
- ¡Doctor…recuerde que ayer usted le prometió que se iría a su casa! –insiste Carlota.-
Con ojos lánguidos lo mira a la cara y le dice: - ¡Además, yo también necesito hablar
algo privado con usted!
- ¡Está bien…ahora termino y hablamos…¿es muy largo lo que tiene que decirme?
- (¡Chitas el gallo apurón! – No doctor, es cortito…

Luego de examinar sus pacientes, ambos se dirigen a la oficina. Carlota de pie y el


doctor sentado en el escritorio, no se digna a ofrecerle asiento.
- ¿Qué me tiene que decir? ¡hable rápido porque tengo poco tiempo! –dice el médico
impaciente y algo molesto.
- Este…doctor…yo quería decirle que… - Carlota trata de hablarle, pero repentinamente
se escucha por altoparlantes el nombre del doctor Pérez, “DR. PEREZ, se le necesita en
Enfermería”. Carlota no puede disimular su molestia dando una patada en el piso.

Luego de unos minutos, el médico regresa a la oficina para reiniciar la conversación.


Carlota respira profundo, arregla su melena rojiza y piensa: - ¡Ahora sí, es ahora o nunca!

- Bueno, prosigamos con nuestra conversación, ¿qué me quería decir Carlota?


- ¡Mire doctor, seré breve, yo quería…

Mientras Carlota trata de hilvanar palabras, se escuchan dos golpecitos en la puerta: es


un auxiliar que trae el celular del doctor que lo había dejado olvidado en la Recepción. El
doctor Pérez se disculpa y trata de continuar la conversación, pero, nuevamente hay otra
interrupción: suena el celular del doctor, quien atiende una llamada de un paciente.
Carlota escucha que el enfermo está alterado, el doctor trata de tranquilizarlo, pero el
hombre está fuera de sí y se ve que la situación se está complicando y quizás termine
quien sabe cómo y a qué hora.

Así pasan y pasan los minutos, la conversación entre el médico y su paciente es para
largo.

- ¡Mejor me voy, no aguanto más! – dice Carlota molesta de tantas interrupciones y de


malas ganas decide retirarse de la oficina.
-

Al cabo de varios días, en un encuentro casual en los pasillos con el doctor, éste
recuerda la frustrada conversación con Carlota.

- Enfermera, usted tenía que decirme algo, que quedó pendiente. – le dice el doctor sin
mostrar ninguna preocupación por la desazón de Carlota.
- Sí doctor, pero el problema ya se solucionó. Gracias.
- ¡Qué bueno. ¿A qué paciente debo ver ahora?
- Al paciente de la sala dos cama cuatro, doctor. – responde Carlota, pero íntimamente
desearía preguntarle ¿y a mí cuándo me va a revisar!

Así, nuevamente su intento ha terminado “sin pena ni gloria”. Pero se promete no cejar
en su empeño de conquistarle, porque ella dice poseer atributos de sobra.

Mientras se da ánimo y no ceja en su intento de conquista, pasa por su lado un joven


galeno muy bien parecido, que viene desde Venezuela y que recién ha ingresado a la
clínica. Sus ojos se clavan en él y se dice:
- ¡Oh, qué buenmozo es este pimpollo venezolano que llegó!, dicen que éstos son
medio calentones y, como que me llamo Carlota, lo tendré redondito en mis brazos.

Lo mira coquetamente, se contonea con discreción y con su mejor estilo palmera


tropical, sin ser tan provocativa.

- ¿Cómo le va doctor?…¿cuál es su nombre?


- Me llamo Antonio Jerez.
- ¿cómo lo tratan en Chile doctor Jerez?, en Chile dice una tonada que queremos en
Chile al amigo cuando es forastero.
- ¡Muy bien señorita Carlota!
- ¡Oh…conoce mi nombre y eso es un buen comienzo!. – piensa emocionada Carlota. Los
ojos del médico brillan con picardía.
- Me he sentido muy bien, he sido acogido por todos. Lo que extraño de mi país es el
calor. ¡Aquí casi me he congelado!
- (Yo podría calentarlo doctorcito) –dice Carlota para sus adentros.
- ¡Doctor, ¿lo han invitado a la fiesta de aniversario de la clínica?, habrá una cena
bailable este viernes.
- ¡No lo sabía! – responde sonriente el venezolano.
- Entonces usted será mi invitado especial; ¡también podría traer a su novia!. – le
responde astutamente Carlota.
- ¡Con mucho gusto asistiré, pero le advierto que no tengo novia!
- ¡Esta es la mía! – piensa para sí Carlota. –(aunque sea en cuotas, me compraré un
vestido verde de jersey que vi en una boutique muy top, es muy ajustado y con un gran
escote en la espalda, lo que destacará mi figura; es discreto pero revelador).

Envuelta en sus sueños, escucha decir al doctor venezolano:


- ¡Adios, señorita Carlota, Nos vemos en la fiesta del viernes!
- ¡Bye doctor, allí nos vemos! (¡qué hombre tan tierno!) – suspira

Llegó el día viernes. La fiesta está a todo andar en el Hotel San Martín. Carlota se
baja de un Uber y hace su entrada al recibidor del hotel, vestida como se lo había
propuesto, ¡deslumbrante!

Cuando el doctor venezolano la vio entrar no dudó en convertirla esa noche en su


pareja. Se acercó a ella llevándole un trago en la mano y, luego de un largo preámbulo, la
invita a bailar. La pareja se ve muy contenta y entretenida y bailan todo tipo de piezas
como también beben todo tipo de tragos., de tal manera que, poco a poco, ambos van
calentando los motores.

En una de esas, el venezolano la toma de la cintura y la acerca a su cuerpo apretándola


firmemente. - ¡Estas hermosísima Carlota! - le murmura en su oído. - Gracias! – responde
ella. – ¡Tu también te ves muy atractivo! –Así, ella fue tomando vuelo y se fue apegando
más y más a su cuerpo introduciendo sus muslos hasta provocarle la dureza de su
virilidad.

Pero, ya son las 2 de la madrugada y antes de que se rompa el encantamiento, como en


el baile de la Cenicienta, Carlota decide hacer su retirada.

- Es tarde, ya es hora de retirarme, ¡contigo lo he pasado maravillosamente!. – le dice


dando tumbos al salir.

- ¿Te puedo ir a dejar a tu casa? – le dice el doctor.

- ¡Bueno, te invito a tomar un café en mi departamento! – responde Carlota.

Salieron y llamaron un Uber que los dejó en el edificio de Carlota. Tomados de la mano
y saludando al conserje, entran al ascensor que los dejó en el 2° piso.

Ofreciéndole asiento en el living, ella se dirige a la cocina. El venezolano no se sentó,


sino que la siguió y la observa apoyándose en el marco de la puerta. Carlota se trata de
empinar para abrir el mueble dejando ver sus muslos y bellas piernas torneadas, y
también levanta sus brazos para tratar de sacar las tazas y el frasco de café, dejando ver a
través de su vestido parte de su seno de forma generosa. El doctor ya no podía más
contenerse

Antes de preparar el café, sintió que el doctor la abrazaba por la espalda tomando a
dos manos sus generosos pechos, desprendiendo de un tirón los tirantes de la prenda de
ropa dejando al descubierto su torso. Ella se vuelve hacia él besándolo apasionadamente.
Abrazados y sin dejar de besarse, se dirigen al living, la sube a la mesa, le arremanga el
vestido y procede a bajarle los calzones de encaje para besarle los muslos y su vientre.
Luego la coge y la tiende sobre la alfombra, culminando haciendo el amor a sus anchas.

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