EL MESTIZAJE EN LA TRANSICION
DE COLONIA A REPUBLICA
Guiomar Dueiias
Los mestizos eran una anomalfa en la historia colonial de His-
Ppanoamérica. Junto a la poblaci6n negra, fueron el grupo ra-
cial con la peor imagen en el variopinto contexto colonial, con
el agravante de que, a diferencia de los esclavos y de los indige-
nas, no tenfan un espacio legitimo ni en el ordenamiento terri-
torial, ni en Ia legislacién espaziola, ni en la economfa, ni en la
estructura social. Su ausencia en el orden juridico y su invisibi-
lidad intencional en censos y documentos reales contrastan con
su vigorosa capacidad de multiplicacién y de presencia a lo lar-
go de los siglos coloniales. Al final de la Colonia, este grupo invi-
sibilizado, y maltratado por tres siglos, fue clave en el proceso
independentista y en el nacimiento de la nueva repiblica,
En este articulo exploro el origen de los mestizos, los meca-
nismos empleados por ellos para pelearse un lugar en el espa-
cio social y econémico, en contra del mismo Estado colonial, y
sus triunfos pfrricos en el nuevo ordenamiento republicano.
El origen dariado del mestizo
E! mestizaje inicial, el fruto de la seduccién o Ia violaci6n de
las mujeres indigenas por parte del conquistador, fue rechaza-
do como indeseable por las comunidades indigenas al igual que
por la Iglesia y el Estado espaiiol. 39
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GUIOMAR DUERAS
Para las primeras, significé la destruccién del tejido de la
vida social, el deterioro de la vida econédmica y del orden cultu-
ral y la ruptura de las normas de parentesco y familia. En este
Proceso las mujeres probaron ser las mAs vulnerables. La trans-
formaci6n de las indigenas en prostitutas fue uno de los subpro-
ductos de la imposicién de las tradiciones de género occidenta-
les sobre la sociedad americana. Como amargamente lo sefiala
Felipe Guam4n Poma de Ayala, las indigenas fueron, en su oF-
den, engafiadas, seducidas, usadas y rebajadas por hombres de
autoridad. La tragedia, no obstante, reside en el hecho de que
esas mujeres cayeron en la trampa insalvable de convertirse en
parias y forasteras en sus propias comunidades. El mestizaje, de
acuerdo con el cronista amerindio, amenazé la habilidad de su-
pervivencia de la sociedad indfgena, ya que éste estuvo ligado
al abandono de pueblos y ala alarmante disminucién de la po-
blacién americana’,
Poma de Ayala tenfa raz6n. En las sociedades indigenas, la
posicién social estaba estrechamente ligada a la pertenencia al
grupo. Un indio o una india reclamaban su posicién en la socie-
dad y su participacién en los biene’ en virtud de su lugar en esa
red de relaciones de parentesco desde la unidad familiar. El gru-
po de parentesco era base del intercambio y fuente de trabajo.
Los lazos de parentesco, que articulaban derechos y responsa-
bilidades recfprocas, aseguraban el acceso a la tierra y la ayuda
para cooperar en la siembra y la cosecha, la construccién de vi-
vienda y las labores cotidianas de supervivencia. Salir de esa red
intrintada de reciprocidades suponja la muerte del indigena,
"Irene Silverblatt, Moon, Sun, and Witches. Gender Ideologies and Class in Inca and
Colonial Peru (New Jersey: Princeton University Press, 1987), pp. 146-148.
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El mestizo frente a la Iglesia y al Estado colonial
Para la Corona y la Iglesia, los mestizos no tenfan un lugar pre-
asignado en el organigrama colonial. La Iglesia, por su origen
dafiado (ilegitimidad), los estigmatizaba. Se fustigaba al espa-
fiol incontinente y a la indfgena sin principios. El agustino fray
Juan Vasquez ilustra asf la posicién de las érdenes religiosas,
respecto a la conducta de los espafioles:
[...] no cuidando de los partos de su delito, quedan [los
mestizos] s6lo al cuidado de las madres y como éstas son co-
mo ignorantes, indias, incapaces de dar a los indios la doc-
trina que necesitan para crecer en el temor de Dios, suelen
salir de depravadas costumbres?.
EI Estado no previé su surgimiento; para ambos, las mez-
clas eran una calamidad. Decfa Solérzano, jurista del siglo XVII:
[...] lo més ordinario, nacen de adulterio o de otros ilicitos
y punibles ayuntamientos, porque pocos espafioles de hon- _
ra hay que casen con indias o negras. Son infames. Por lo
menos infamia facti?. w=
El no-lugar del mestizo
Su exclusién del orden normativo los redujo a la marginalidad
enel campo laboral y social. A diferencia de los indigenas, y de
? Eduardo Cardenas, S. J., “Los mestizos hispanoamericanos como destinatarios del
Evangelio” (Ciudad del Vaticano: Simposio Internacional, mayo de 1992), p. 387,
? Juan de Soléreano, Polftica indiana, libro 2, capitulo 30, ndmeros 18 y 19. 41
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la poblacién blanca, no pueden acceder a la tierra en calidad de
propietarios. Se les impide la tenencia de encomiendas, asumir
oficios reales ptiblicos, detentar cargos como alcaldes mayores,
corregidores y caciques. Su posibilidad de supervivencia en las
zonas rurales los empuja masivamente a las ciudades, constitu-
yéndose en los estratos mas deprimidos. Alli, su localizacién en
nichos econémicos no serfa facil. En las ciudades, los artesanos
se organizaban en corporaciones y cofradjas que garantizaban
sus derechos y privilegios. Tales organizaciones permitfan, al
menos en los primeros afios, la participacién de indigenas. No
ocurrié lo mismo con las castas. A los mestizos usualmente se
les impedfa el acceso a la actividad artesanal urbana organiza-
da. Era casi imposible acceder al cargo de maestro artesanal, lo
cual borraba cualquier posibilidad a las castas de participar ac-
tivamente en la vida politica de las corporaciones de oficios.
E] monopolio en la direccién de las cofradfas lo detentaban
espafioles, la mayorfa de ellos pobres. Para mantener este lide-
razgo, era preciso segregar a la poblacién mestiza de su partici-
pacién en las artesanias; esto les garantizaba un mayor estatus
y una participacién activa en la vida de la ciudad.
Los mestizos y la vagancia
La sistem4tica exclusi6n del mestizo de nichos econémicos que
garantizaran su supervivencia contrasta con el enjuiciamiento
severo de las autoridades coloniales por su falta de diligencia y
de amoral trabajo. Al mestizo se le acusa en forma reiterada de
ser vago, no pertenecer a las cofradfas y carecer de propiedades,
La vagancia del mestizo noes vista como e] resultado de las mul-
tiples barreras interpuestas por el gobierno espafiol para impe-
dir su enganche Jaboral. La vagancia es sinénimo de pereza, de
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indolencia. En un informe de la Audiencia de Quito, en 1573,
se los describe asf:
Comtnmente de buen talle, aunque algo se diferencian
de los espafioles. Comtnmente son mentirosos, chismosos,
noveleros, glotones; aunque hay otros virtuosos, toda su ocu-
pacién es el ocio',
La tan manida ociosidad del mestizo es vista ademas como
algo peligroso por sus efectos deletéreos sobre la poblacién in-
digena. La incursién de mestizos en los pueblos de indios es
interpretada como un problema de orden publico que debe
atender la Corona con urgencia. Los vagabundos no solamen-
te pecaban por no desempefiar una funcién social apropiada en
la sociedad, sino por dislocar la sociedad indfgena. “Los mesti-
zos maltratan a los indios y les ensefian malas costumbres, su
pereza y vagamunderfa, ademés de otros vicios y errores”, de-
cfa un funcionario al servicio real, en el siglo XVII.
Pero lo mas importante era que no estaban bajo un firme
conwol espafiol; mientras permanecieran fuera del alcance de
Jas autoridades, no habfa un mecanismo que controlara su con-
ducta antisocial. Los impuestos constitufan una forma de do-
minarlos, pero los mestizos no pagaban el tributo real y no se
hallaban sujetos al trabajo mitayo; en parte por ello quedaban
libres del acoso y seguimiento de los recaudadores imperiales.
Los mestizos, como ningiin otro grupo racial, tuvieron el po-
der de movilizarse libremente por el territorio virreinal. En ello
consistia su fuerza: podfan escapar sin dejar rastro alguno. No
* Cita de Eduardo Cardenas, p. 368. 43
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GUIOMAR DUENAS
aparecen en padrones ni en listados tributarios; no se les sigue
la huella para que respondan a un Estado confiscatorio. Asi, no
resulta gratuito el afan imperial por proteger a los indios, por
garantizar que éstos se casaran como era debido y tuvieran una
abundante prole. Todo esto aseguraba que las arcas reales per-
manecieran llenas. Es por ello que el inefable Juan de Solérzano
aconsejaba a la Corona implantar controles efectivos:
Para que hombres de tales mezclas y viciosos por la ma-
yor parte no ocasionen dafios y alteraciones en el Reino, cosa
que siempre se puede recelar de estos semejantes, y sobre los
pecados a que los llama su mal nacimiento, afiadir otros que
provienen de la ociosidad, mala ensefianza y educacién, con-
viene obligarlos a pagar tributo y Ilevarlos también a ellos al
trabajo en las minas°.
La repiiblica de blancos... ahora tiene mestizos
El aumento de las castas y su temible desorden Ilevé a la Coro-
na a tomar medidas tendientes a sujetarlas de alguna manera.
Eso se hizo reforzando el concepto de separaci6n de las dos re-
publicas. La reptiblica de indios se segreg6 completamente de
cualquier otro segmento étnico y se prohibié de un modo termi-
nante que a ella se incorporaran blancos, mulatos 0 mestizos,
todos ellos, segiin la autoridad colonial, elementos perniciosos
y dafiinos para los crédulos y vulnerables indigenas,
Se buscaba liberar al indio de la mala influencia del mesti-
zo y del blanco pobre. A la repiiblica de blancos se incorporé el
* Colorado, p. 27.
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temido contingente de castas. Cabria pensar que con la nueva
visibilidad fisica del mestizo en los centros urbanos sc produci-
rfa una incorporacién efectiva en el ordenamiento colonial y un
reconocimiento en el campo juridico. Por desgracia no fue asi.
La cercanfa habitacional de mezclas, criollos y espafioles pro-
dujo el refinamiento de categorias de separacién racial y étnica
en el medio urbano. Al dualismo inicial de ambas reptilicas se
afiadié uno nuevo, que tomaba lugar dentro de la reptiblica de
blancos. Surgié entonces una nueva forma binaria de categoria
racial, ya no entre indios y blancos, sino entre castas y blancos.
En teorfa, el principio racial dividfa a la sociedad colonial urba-
na en dos grupos:
Blanco / Casta.
Cristiano viejo / Cristiano nuevo.
Legitimo /Ilegftimo.
Pureza de sangre / Manchado de tierra.
Honorable / Infame.
Observador de la ley / Criminal.
Rico / Pobre.
Noble / Plebeyo.
‘Trabajo intelectual / Trabajo manual’.
Hay que subrayar, no obstante, el cardcter tedrico de esta
clasificacién, que hace relacién al mestizo tipico, el ilegitimo,
el que ha sido socializado por madre indfgena. Las primeras
generaciones de mestizos fueron integradas répidamente al ho-
gar de los padres espafioles, en donde se socializaron dentro de
*R. Douglas Cope, The Limits of Racial Domination. Plebeian Society in Colonial
Mexico City, 1660-1720 (Wisconsin: University of Wisconsin Press, 1994), p. 19. 45
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NAS.
GUIOMAK DI
la cultura hispdnica, pues la calidad de bastardo se destefifa por
el reconocimiento paterno y la lejanfa definitiva de la cultura
indigena de la madre. En esta categoria se hallaban los mesti-
zos fruto de matrimonios consagrados por la Iglesia, los cuales
ocuparon un lugar estratégico en la sociedad de los inicios de
la Colonia, ya que fueron mediadores entre los espafioles y los
indigenas, ademés de facilitar la comunicacién y propiciar la
cristianizacién de pueblos indigenas. Sin embargo, Jas uniones
consagradas no abundaron en el Nuevo Reino de Granada. La
legislacién no prohibfa el matrimonio interracial, pero tampo-
co lo estimulaba, salvo para remediar uniones de concubinato.
La atraccién sexual entre personas de distintas razas dio lugar
a encuentros que resultaron fugaces, cuando no permanentes,
pero la distancia social entre ellas fue un obstéculo insalvable
para la realizacién de matrimonios. .
En realidad, si bien se puede hablar de un grupo privilegia-
do de mestizos, éstos fueron una minorfa dentro del conjunto
de relaciones interraciales coloniales.
El blanqueamiento, una via de ascenso social
No obstante la intencién separatista de las autoridades virreina-
les, la integraci6n de las castas a la cultura y la vida econémica
de cufio hisp4nico fue un proceso que se aceleré a finales del pe-
riodo colonial. Con la merma de la poblacién indigena, las cas-
tas la sustituyeron como mano de obra. El siglo XVIII presencid
Ja integracién lenta pero sostenida de las castas en la vida econ6-
mica de las ciudades y su ingreso en las actividades comerciales
de los blancos. Las barreras legales eran facilmente salvables por
los mestizos que penetraban el mundo de las artesanias contro-
ladas por blancos pobres. Las calles de las ciudades se llenaron
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de vendedores ambulantes que expendfan alimentos y bebidas
a los parroquianos. Las chicherfas, los negocios mAs florecien-
tes a finales de la Colonia, estaban en manos de mestizas. Los
oficiales espafioles que seguian embebidos en los viejos estereo-
tipos raciales tuvieron que acomodarse a las nuevas realidades
econémicas y permitir el acceso de los distintos grupos de mez-
claa las cofradfas de artesanos, las actividades comerciales urba-
nas y las ventas en las plazas de mercado, controladas por pla-
ceras de origen mestizo. Una vez que las castas se localizaron
en la economia colonial, los controles sociales probaron no te-
ner sentido. las castas habfan logrado legitimarse en el mundo
social y econémico.
. Las estructuras abiertas que habian facilitado la espontanei-
dad en las relaciones sociales interraciales probaron su eficacia
para el ascenso social de los mestizos en el medio urbano. Las
ciudades coloniales tenfan a un buen miimero de espafioles po-
bres que en su estilo de vida, sus creencias, sus formas de diver-
sin, sus expectativas y sus frustraciones en nada se distinguian
de los mestizos. Su encuentro amoroso fue inmediato y el cami-
no del blanqueamiento qued6 establecido, La convivencia y la
cotidianidad con los sectores blancos pobres llevaba paulatina-
mente al blanqueamiento de los mestizos y a la integracién de
un conglomerado social que compartfa habitos, ingresos y ma-
neras de sociabilidad que los diferenciaban de la élite burocr4-
tica y politica.
Los mestizos y la Independencia
El gradual proceso de hispanizacién de los mestizos y de las
otras castas a través de] blanqueamiento, de su penetraci6n en
las actividades econémicas reservadas a blancos, del ascenso en
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GUIOMAR, DUENAS
su estatus social y cultural, se constituyé en fuente de preocu-
Paci6n y ansiedad politica para los sectores de poder colonial.
Como acertadamente lo sefiala el historiador Claudio Esteva
Fabregat, las élites buscaron desde siempre impedir el ascenso
de etnias americanas, por lo que esto significaba en términos
de pérdida de poder real de los grupos peninsulares:
En el fondo de las regulaciones destinadas a controlar
las relaciones interraciales durante la €poca virreinal estuvo
siempre el temor de que las ideas y las instituciones puras
de la Corona acabaran contagidndose de los principios de
desorganizacién moral que acompafiaban el desorden en las
uniones sexuales y a la ilegitimidad de muchos de los pro-
ductos de mezela, no tanto porque se tratara de mestizos, mu-
latos o zambos, sino porque el desarrollo del volumen de-
mogrfico de éstos y su estatus social marginal, se convertia
en un problema para la integracién estable del sistema polf-
tico espafiol’,
En efecto, a finales de la Colonia, las castas representaban
el conglomerado de mayor densidad poblacional: acorralaban
literalmente en néimero a los criollos y peninsulares, se despa-
rramaban hacia los poblados de indios, cuyo némero se habfa
reducido, y presionaron hacia arriba con mayor fuerza y sin el
obstéculo insalvable del color por efectos del blanqueamiento.
Ahora, en verdad, eran un problema politico.
Iberoamérica, en visperas de la Independencia, era un cal-
dero étnico hirviente, en busca del principio de americanidad,
” Claudio Esteva Fabregat, El mestizaje en Iberoamérica, p. 50.
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Las sublevaciones y las revueltas de las poblaciones indigenas,
mestizas y mulatas eran el pan de cada dfa: en Pert, el mestizo
TGpac Amaru asume la bandera de los indigenas; en Socorro,
el movimiento convoca a los sectores plebeyos (integrados por
blancos pobres y segmentos de varias etnias), pero se extiende
a los poblados indigenas circunvecinos; en Ecuador, durante el
siglo XVIII, se suceden sin parar revueltas de indigenas y mesti-
zos; en Venezuela, como antesala a las guerras independentis-
tas, el movimiento de los pardos es radical y politico.
Los frutos de esa etapa de insurreccién de indigenas, de mu-
latos y de mestizos fueron capitalizados por las élites criollas en
el perfodo independentista. En algunas partes de Iberoamérica,
la propuesta de los grupos blancos era francamente antirrevolu-
cionaria. En México, las banderas indigenistas ondeadas por el
mestizo padre Hidalgo fueron morigeradas con adhesiones in-
debidas a la Corona espajiola, y lo mismo pasé en Caracas y en
Cartagena. En todos aquellos lugares en donde la poblacién de
castas representaba una amenaza para el poder de los blancos,
se opté por una separacién polftica de la madre Espafia. En lo
demas, todo continué tal cual. Las ciudades, las haciendas, los
grupos étnicos, las regiones, retuvieron sus caracteristicas colo-
niales. Si hubo cambios, éstos ocurricron dentro de los cauces
ya conocidos.
La historiografia tradicional rescata la participacién de las
castas en los ejércitos independentistas. Se dice que la composi-
cién de éstos reflejaba la composicién general de la poblacién,
La oficialidad estaba integrada por los prominentes locales; los
humildes ~blancos pobres, mestizos, negros mulatos o indfge-
nas— constitufan la soldadesca. Ellos presionaron en el perfodo
independentista por mejorar su posicién en las economfas urba-
na y rural. Al fin y al cabo, se lo habian ganado en la guerra.
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De una forma extraordinaria, la actitud de las élites criollas
resulté ambivalente a la hora de encarar las consecuencias socio
rraciales del movimiento que habfan emprendido, Por un lado,
estaban sus temores y el deseo de conservar su privilegiada po-
sicién; por el otro, las ideas de igualdad de la Revoluci6n Fran-
cesa que habfan inspirado sus deseos de autonomia politica. La
aplicacién de los principios sobre los que se hizo la Revolucion
tuvo escaso cumplimiento. Las castas no posefan las condicio-
Nes para participar activamente en los nuevos gobiernos.
La ambivalencia de los criollos se ilustra bien en el pensa-
miento de Bolfvar: si en la Carta de Jamaica se muestra defen-
sor de la necesidad de proporcionar igualdad civil a todos los
“fisicamente desiguales”, achaca al origen mezclado la incapa-
cidad de autogobierno de las nuevas repdblicas, como se apre-
cia en el mensaje dirigido al general Santander en relacién con
la subordinacién del general P4ez. Dice asf el Libertador:
Estamos lejos de los tiempos maravillosos de Atenas y
Roma y no debemos compararnos de ningtin modo con nada
europeo. Los origenes de nuestra existencia son impuros. To-
do lo que nos ha precedido esté envuelto en la cloaca negra
del crimen. Somos los abominables hijos de aquellas bestias
salvajes que vinieron a América a derramar su sangre y aen-
gendrar con sus victimas antes de sacrificarlas. Més tarde, los
frutos de esas uniones se mezclaron con esclavos desarraiga-
dos del Africa. Con tal mezcla fisica y tales elementos mora-
les, épodemos colocar las leyes sobre los héroes y los princi-
pios sobre los hombres?*.
* Magnus Morner, Race Mixture in the History of Latin America (Montreal: Little
50 Brown and Co., 1967), pp. 87-88.
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Las nuevas repiiblicas debieron abolir las denominaciones
raciales instauradas en la Colonia, Asf, en alguna parroquia de
México aparecié en 1822 el siguiente aviso:
Por orden del gobierno superior se hizo una proclama
piiblica el dia 14 del mes de enero, ordenando que las cali-
dades de espafioles, indios, mulatos, etc. no se vuelvan a ¢s-
pecificar en los libros parroquiales, sino que cada cual reci-
ba la calidad de americano. Esta orden se acatard de ahora
en adelante’.
La sociedad de castas fue abolida. Pero la estratificaci6n en
clases preservé la distancia tradicional entre los grupos étnicos,
s6lo que, en un nivel individual, la movilidad social, hacia arriba
o hacia abajo, ahora como antes, afectaba a personas de color
diferente'”. Los prejuicios sociorraciales no desaparecieron; sus
expresiones, no obstante, se recubrieron con el velo de la hipo-
cresfa.
” Ibid. p. 86.
" Ibid. p. 90. st
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