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ANEXO 1

LOS SUFRIMIENTOS DE CRISTO EN SU


PASIÓN
Jesús en su Pasión sufrió como nadie ha sufrido. Sufrió
en todas las partes de su cuerpo: en su cabeza por la
corona de espinas, en su cuerpo por los latigazos de la
flagelación y por el peso de la cruz, en sus manos y en
sus pies traspasados por los clavos, en su costado y en
su corazón, que fue atravesado por una lanza…
Pero mucho más le dolieron a Jesús los sufrimientos
morales: fue traicionado por uno de sus Apóstoles,
abandonado por la mayoría de ellos, negado por Pedro a quien había confiado su Iglesia,
condenado por su pueblo.
Pero, sobre todo, le dieron a Jesús todos los pecados de los hombres de todos los tiempos;
por ellos pagó para que el Padre Eterno volviera a mirarlos como sus hijos amados, después
de haber pagado el Cordero inocente las deudas de nuestros pecados culpables.

LA RESURRECCIÓN ES LA MAYOR GARANTÍA DE NUESTRA FE


San Pablo, predicando a los Corintios, les decía que, si Cristo no resucitó,
nuestra predicación no tiene contenido, como tampoco la fe de ustedes (I
Carta a los Corintios 15,14). Pablo no podía soportar que algunos dudasen
de la Resurrección de Jesús; había resucitado, pues le había visto con sus
ojos y escuchado con sus oídos. ¿Recuerdan lo que le ocurrió a Pablo
cuando iba camino a Damasco?
Mientras iba de camino, ya cerca de Damasco, le envolvió de repente una
luz que venía del cielo. Cayó al suelo y oyó una voz que le decía: Saulo,
Saulo, ¿por qué me persigues? Preguntó él: ¿Quién eres tú, Señor? Y él
respondió: Yo soy Jesús, a quien tú persigues.

Cristo, al resucitar de entre los muertos, abrió el camino para nuestra propia
resurrección, de ahí lo que afirma de Catecismo: Cristo, el primogénito de entre los
muertos, es el principio de nuestra propia resurrección, ya desde ahora por la
justificación de nuestra alma, más tarde por la vivificación de nuestro cuerpo.

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