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MONTE CARMELO

VOLOMEN 80
1972

Editorial MONTE CARMELO


BURGOS
1972
PRESENTACIÓN

Sólo los grandes protagonistas de la historia han sobre-


vivido más acá de los siglos con su recuerdo. Para unos,
odioso y detestable; para otros, grato y complacido. Este es
casi exclusivo de figuras que han dejado tras de sí una es-
tela luminosa de ejemplaridad o una herencia espiritual per-
petuada en sentimientos filiales.
El hecho tiene una razón profunda, por cuanto en tales
casos la memoria se prolonga como presencia misteriosa, im-
palpable y persistente; no como recuerdo de un hecho con-
creto y circunstanciado, sino como compañía de una figura
admirada y querida. Por este motivo cualquier conmemora-
ción jubilar se torna necesariamente jubilosa.
Los anales de la familia carmelitano-teresiana anotan en
este año de 1972 el primer centenario de la muerte del P.
Francisco Palau y Quer, apóstol fogoso y comprometido, al-
férez de María por tierras de Cataluña y Baleares, armonía
cabal de contemplativo y apóstol, llamarada de fuego ecle-
sial, fundador y animador de las mejores esencias del espí-
ritu teresiano, profeta carismático de la Iglesia perseguida
en el siglo XIX. Serían válidas y posibles muchas fórmulas
que intentasen simbolizar de manera sintética los rasgos
más destacados de su personalidad. Por mucho que se mul-
tiplicasen, lo conseguirían de forma parcial y fragmentaria:
tan dispares y contrastantes son las diversas facetas que
perfilan su semblanza completa.
EULOGIO PACHO
PRESENTACIÓN

Pero la conmemoración centenaria de su muerte no es importantes. Las primeras tienen su compensación en el di-
un reclamo imperativo a causa de los elogios y de los títulos verso enfoque que ofrecen temas afines. Las segundas no
que se pueden tributar a su persona o a su obra. El arsenal deben atribuirse, en los casos más llamativos, a la progra-
de adjetivos panegiristas, propios de semejantes aconteci- mación, sino a los imponderables inherentes a esta clase de
mientos, está bien nutrido. Los centenarios tienen un voca- trabajos. Las circunstancias pueden más que los buenos pro-
bulario tanto más inocuo e ineficaz cuanto más forzado y pósitos. Acaso ¡a tarea más ingrata haya sido la de hallar
mímico. La conmemoración centenaria del P. Francisco Pa- colaboradores animosos y competentes que quisieran enfren-
lau tiene motivos suficientes para no ser anodinamente una tarse con una documentación difícil y con problemas deli-
más. Puede y quiere ser una afirmación de valores perpetua- cados.
dos y vigentes de su espíritu. De ese espíritu encarnado en El plan inicial abarcaba todos los aspectos importantes
quienes le consideran como padre. Espíritu que pervive con de la obra y de la figura del P. Francisco Palau, a excepción
frescura dinámica gracias a su constante renovación. En la del estrictamente biográfico, único campo hasta ahora explo-
fidelidad renovada hay que buscar la clave para justificar la rado con notables aportaciones. Entre las limitaciones que
celebración centenaria y para dar con sus expresiones más han recortado con incidencia destacable la programación de
adecuadas. base, debemos señalar la que se refiere a la actividad apos-
Jubileos y conmemoraciones están sujetos al ritmo me- tólica más comprometida de sus últimos años. Causas extra-
cánico del tiempo. Lo único que cambia en ellos es el mó- ñas a los propósitos de generosa colaboración han impedido
dulo de su reproducción. En una época tan pragmatista co- que el lector pueda familiarizarse con el pensamiento y la
mo la nuestra, y en perspectiva conciliar, la fecha centena- obra del P. Palau en torno al ministerio del exorcistado.
ria de la muerte del P. Francisco Palau —espíritu profético La temática desarollada en los diversos trabajos se su-
inconfundible— no puede ser una vuelta atrás del reloj ni cede en un orden lo suficientemente lógico y progresivo co-
un anacronismo. Lo sería si tratase de avivar simplemente mo para lograr una visión amplia y panorámica de la figura
un recuerdo con fuegos de artificio deslumbrantes y ensor- y de la obra del gran apóstol del siglo XIX.
decedores, que se esfuman instantáneamente en el espacio. Su entorno histórico queda perfilado en los cuatro pri-
Más que perpetuar un recuerdo, interesa prolongar y reavi- meros estudios. Se abre con la panorámica social, política y
var una presencia: la presencia de una figura hecha mensa- religiosa en que vivió y actuó nuestro protagonista. La si-
je para el mundo de hoy. Tal es el intento de las colabora- tuación general condicionó irremisiblemente el marco res-
ciones que integran este volumen. Cuando el lector vuelva tringido de su formación religiosa y carmelitana, aspectos
la última hoja sentenciará si merecía la pena tamaño es- que se analizan en los tres trabajos consagrados a este tema,
fuerzo por parte del Carmelo Teresiano, de quien el P. Fran- es decir: estado del Carmelo Teresiano cuando ingresa en
cisco es hijo preclaro, y del Carmelo Misionero, que le pro- él Francisco Palau y Quer; la vida claustral y la impronta
clama orgulloso su Fundador. por ella marcada en su fisonomía espiritual.
Una segunda sección se centra en su pensamiento y en
* » * su doctrina. El análisis de sus escritos revela las preocupa-
ciones dominantes y la temática más original y frecuentada
por su pluma. Vivencia, doctrina y actividad están insepa-
El manojo de estudios aquí reunidos significa el primer rablemente vinculadas al misterio de la Iglesia. Es la reali-
ensayo serio de penetración en su legado eclesial. El interés dad que da contenido y sentido a toda su vida; el eje en
puesto en la empresa y la competencia de las firmas son sus torno al cual giran siempre su pensamiento y su obra. De
mejores credenciales. Como obra en colaboración, hay que ahí, que se estudie con particular detención y bajo diversos
dar por previsible y, hasta cierto punto inevitable, el hecho puntos de vista, en conformidad con los elementos más re-
de ciertas repeticiones; también el de lagunas más o menos levantes de su mensaje. La originalidad y penetración de
EULOGIO PACHO
PRESENTACIÓN
importantes. Las primeras tienen su compensación en el di-
Pero la conmemoración centenaria de su muerte no es verso enfoque que ofrecen temas afines. Las segundas no
un reclamo imperativo a causa de los elogios y de los títulos deben atribuirse, en los casos más llamativos, a la progra-
que se pueden tributar a su persona o a su obra. El arsenal mación, sino a los imponderables inherentes a esta clase de
de adjetivos panegiristas, propios de semejantes aconteci- trabajos. Las circunstancias pueden más que los buenos pro-
mientos, está bien nutrido. Los centenarios tienen un voca- pósitos. Acaso la tarea más ingrata haya sido la de hallar
bulario tanto más inocuo e ineficaz cuanto más forzado y colaboradores animosos y competentes que quisieran enfren-
mímico. La conmemoración centenaria del P. Francisco Pa- tarse con una documentación difícil y con problemas deli-
lau tiene motivos suficientes para no ser anodinamente una cados.
más. Puede y quiere ser una afirmación de valores perpetua- El plan inicial abarcaba todos los aspectos importantes
dos y vigentes de su espíritu. De ese espíritu encarnado en de la obra y de la figura del P. Francisco Palau, a excepción
quienes le consideran como padre. Espíritu que pervive con del estrictamente biográfico, único campo hasta ahora explo-
frescura dinámica gracias a su constante renovación. En la rado con notables aportaciones. Entre las limitaciones que
fidelidad renovada hay que buscar la clave para justificar la han recortado con incidencia destacáble la programación de
celebración centenaria y para dar con sus expresiones más base, debemos señalar la que se refiere a la actividad apos-
adecuadas. tólica más comprometida de sus últimos años. Causas extra-
Jubileos y conmemoraciones están sujetos al ritmo me- ñas a los propósitos de generosa colaboración han impedido
cánico del tiempo. Lo único que cambia en ellos es el mó- que el lector pueda familiarizarse con el pensamiento y la
dulo de su reproducción. En una época tan pragmatista co- obra del P. Palau en torno al ministerio del exorcistado.
mo la nuestra, y en perspectiva conciliar, la fecha centena- La temática desarollada en los diversos trabajos se su-
ria de la muerte del P. Francisco Palau —espíritu profético cede en un orden lo suficientemente lógico y progresivo co-
inconfundible— no puede ser una vuelta atrás del reloj ni mo para lograr una visión amplia y panorámica de la figura
un anacronismo. Lo sería si tratase de avivar simplemente y de la obra del gran apóstol del siglo XIX.
un recuerdo con fuegos de artificio deslumbrantes y ensor- Su entorno histórico queda perfilado en los cuatro pri-
decedores, que se esfuman instantáneamente en el espacio. meros estudios. Se abre con la panorámica social, política y
Más que perpetuar un recuerdo, interesa prolongar y reavi- religiosa en que vivió y actuó nuestro protagonista. La si-
var una presencia: la presencia de una figura hecha mensa- tuación general condicionó irremisiblemente el marco res-
je para el mundo de hoy. Tal es el intento de las colabora- tringido de su formación religiosa y carmelitana, aspectos
ciones que integran este volumen. Cuando el lector vuelva que se analizan en los tres trabajos consagrados a este tema,
la última hoja sentenciará si merecía la pena tamaño es- es decir: estado del Carmelo Teresiano cuando ingresa en
fuerzo por parte del Carmelo Teresiano, de quien el P. Fran- él Francisco Palau y Quer; la vida claustral y la impronta
cisco es hijo preclaro, y del Carmelo Misionero, que le pro- por ella marcada en su fisonomía espiritual.
clama orgulloso su Fundador. Una segunda sección se centra en su pensamiento y en
su doctrina. El análisis de sus escritos revela las preocupa-
ciones dominantes y la temática más original y frecuentada
por su pluma. Vivencia, doctrina y actividad están insepa-
rablemente vinculadas al misterio de la Iglesia. Es la reali-
El manojo de estudios aquí reunidos significa el primer dad que da contenido y sentido a toda su vida; el eje en
ensayo serio de penetración en su legado eclesial. El interés torno al cual giran siempre su pensamiento y su obra. De
puesto en la empresa y la competencia de las firmas son sus ahí, que se estudie con particular detención y bajo diversos
mejores credenciales. Como obra en colaboración, hay que
puntos de vista, en conformidad con los elementos más re-
dar por previsible y, hasta cierto punto inevitable, el hecho
levantes de su mensaje. La originalidad y penetración de
de ciertas repeticiones; también el de lagunas más o menos
PRESENTACIÓN EULOGIO PACHO

su pensamiento eclesial queda bien destacada en las páginas Juana Gracias acompaña ahora al P. Francisco Palau en el
del volumen. Su lectura hace inútiles nuestras ponderacio- recuerdo centenario de su muerte.
nes. Aunque el misterio eclesial sea el núcleo central de su
enseñanza, ésta no se agota con el tema; más bien se pro- * • *
longa en aplicaciones o irradiaciones del mismo. No le im-
porta la teoría en sí misma; escribe siempre para la vida; La historia nos asegura que la figura del P. Francisco
por lo mismo, la realidad del misterio eclesial se proyecta en Palau es de una singularidad desconcertante. Vivió con in-
toda su obra en dirección vital. La existencia humana tiene tensidad difícil de conmensurar el drama religioso de la Es-
sentido únicamente si está orientada a su destino trascendente, paña decimonónica. Buscó afanosamente de por vida un
es decir: a la santidad. Esta se realiza a través de las virtu- equilibrio perfecto entre las tendencias, al parecer opuestas,
des, pero dentro del contexto comunitario de la Iglesia. Más que polarizan con impelente urgencia sus fuerzas espiritua-
aún, si su cauce es el de la vida consagrada, otra de las gran- les. Ensambló en una sola pieza el apóstol inflamado y el
des preocupaciones del P. Francisco Palau. contemplativo incansable; el luchador obstinado y el solita-
Había en él algo misterioso que atraía extrañamente a rio penitente. Se sintió heraldo y renovador de la Iglesia; se
los demás. Pese a su temperamento adusto, irradiaba de su proclamó con orgullo misionero apostólico.
persona algo casi contagioso: algo que la naturaleza puso a Sus afanes de fundador se entrecruzan con sus intentos
disposición de la gracia, para que ésta hiciera de él un após- de organizar escuelas recristianizadoras. A cada paso, a cada
tol infatigable y comprometido. De las facetas más relevan- trecho de su vida, surge en él impetuosa la llamada a la
tes de su obra se ocupan los trabajos de la última sección: soledad, al más recóndito silencio. Cuando parece atenazado
la consagrada al estudio de sus actividades apostólicas. Lo para siempre a las descarnadas rocas del Vedrá, una sacu-
que pudiéramos considerar como proyección de su vida y de dida misteriosa lo vuelve a lanzar al mar agitado de la acti-
su pensamiento. Empresas como la "Escuela de la virtud" vidad apostólica. Y así, una y otra vez, a lo largo de los años,
demuestran inconfundiblemente un temple apostólico fuera como si su vida fuera un tejer y destejer ilusiones humanas
de lo corriente. Bastaría sólo esa obra para justificar el ape- en torno al misterioso hilo que le tendía sin cesar la Pro-
lativo de apóstol de vanguardia. Acaso no haya otra plani- videncia divina.
ficación apostólica tan avanzada y bien concebida en todo el A distancia de cien años, en lejana, pero clara perspec-
siglo XIX español. Su mismo fracaso, a manos del ateísmo tiva, el perfil de su silueta histórica se ha transformado. Es
y de la revolución, demuestra lo acertado del intento. Pero el fracasado, que triunfa; el frustrado, que se realiza en ple-
la "Escuela de la Virtud" no es más que una muestra de nitud; el carismático, que se adelanta a los tiempos; el so-
los afanes eclesiales del P. Francisco Palau. Se desvivió por ñador realista; el arriesgado, que acierta; el luchador que
su "Amada", la Iglesia y, como buen enamorado, no hizo acepta y se humilla; el grano de trigo, que muere y germi-
otra cosa que buscar o inventar expresiones nuevas para na... Su fruto más sazonado, el Carmelo Misionero: herencia
manifestar su amor. Ese es el móvil supremo de toda su ac- y testimonio de su espíritu.
tividad como predicador infatigable, como misionero popu-
Quien desee una prueba documentada de tales afirma-
lar, como exorcista penitente, como fundador. Al fin, formas
ciones la tiene en las páginas que siguen.
variadas del mismo servicio eclesial que alentaba en su in-
domable espíritu. Si le sobrevivió y bulle todavía en amplias
parcelas del Pueblo de Dios, se debe al Carmelo Misionero, Roma-Burgos.
que es su obra cumbre: su auténtico legado carismático. Du- Diciembre de 1972
rante su lenta y fatigosa gestación la Providencia divina
puso a su vera un alma que supo sacrificarse y renunciar a EULOGIO PACHO, C. D.
personales proyectos en pro de la obra palautiana. Por eso
1.
El hombre y su
tiempo
GUIÓN BIOGRÁFICO DEL
PADRE FRANCISCO PALAU Y QUER

1811 Diciembre
Nace el 29 en Aytona, de José Palau y Antonia Quer, y es bau-
tizado el mismo día.
1817 Abril
Confirmado el día 11 en Aytona, por D. Manuel de Villar, obis-
po de Lérida.
1828-32 Estudios de filosofía y teología en el seminario de Lérida.
1828 Septiembre
Consigue una beca en el seminario de Lérida.
1829 Diciembre
Recibe la tonsura clerical el día 19.
1832 Durante el verano renuncia a la beca del seminario.
Octubre
Ingresa en el noviciado del convento de S. José de Barcelona.
el día 23.
Noviembre
El día 14 toma el hábito como corista, adoptando el nombre
de Fr. Francisco de Jesús, María y José.
1833 Noviembre
Profesa el día 15 como Carmelita Descalzo, en Barcelona.
Diciembre
El día 10 es admitido, por su comunidad, para recibir las Orde-
nes Menores y el Subdiaconado.
Al día siguiente, el P. Juan de S. Bernardo certifica al obispo
de Barcelona que Fr. Francisco ha hecho los ejercicios espiri-
tuales y el examen que se requieren para las Ordenes.
GUIÓN BIOGRÁFICO
10 GUIÓN BIOGRÁFICO 11
Recibe las Ordenes Menores y el Subdlaconado de manos del
obispo de la diócesis de Barcelona, D. Pedro Martínez Sanmartín. Julio
Vencidas las tropas "carlistas" en Berga, el P. Palau pasa la
1834 Enero frontera francesa por Prats-de-Molló-le Preste, el día 21. Van
Fr. José de Sta. Concordia, provincial, le concede autorización con él su hermano Juan y siete compañeros más.
para presentarse a la ordenación de diácono. Al día siguiente presta declaración en Céret y prosigue hacia
Se presenta a los exámenes para la ordenación de diácono en Perpignan, donde se presenta a la autoridad eclesiástica.
el palacio episcopal de Barcelona, en los días 17 y 18. El Vicario General de Perpignan, G. Fort, le concede licencias
Es ordenado de diácono por D. Pedro Martínez Sanmartín el «per transitum».
día 22. Por estas mismas fechas entra en contacto con el convento de
1835 Julio las Clarisas de la misma ciudad.
El día 25 es incendiado el convento de S. José de Barcelona y 1841 Octubre
expulsados los religiosos
G. Fort, Vicario General del obispado de Perpignan, extiende
A finales de mes es encerrado en la prisión de Ciudadela en un certificado atestiguando la buena conducta del P. Palau.
Barcelona.
1842 Durante este año escribe el libro Lucha del alma con Dios,
Agosto que publica al año siguiente en Montauban.
Con fecha 1, solicita al Ayuntamiento de Barcelona un traje 1843 Enero
decoroso de seglar.
Obtiene las primeras licencias, fechadas el 13, para confesar es-
Dos días después, el Ayuntamiento de Barcelona, accede a la pañoles en la diócesis de Montauban.
petición de Fr. Francisco y sus compañeros.
Entre el 5 y el 15, sale de la Ciudadela, dirigiéndose, días más Marzo
tarde, a su pueblo natal. El día 14 le son ampliadas las licencias, para confesar a los
ciudadanos franceses, por el Vicario General, Pierre Guyard.
1836 Marzo A mediados de año fija su residencia en Caylus, en los alre-
El día 7 recibe del P. Provincial las testimoniales para la or- dedores del castillo de Montdesir, donde practica la vida soli-
denación de presbítero y certificado del párroco de Aytona de taria y atiende espiritualmente a los que acuden a él.
haber ejercido el diaconado en la parroquia.
1845 Julio
Del 6 al 13 practica los ejercicios espirituales de preparación a Viaja por la diócesis de Cahors donde recibe licencias para ce-
su ordenación sacerdotal.
lebrar.
Abril
1846 Abril-Mayo
Es ordenado sacerdote en la catedral de Barbastro, el día 2, por Entra en contacto con Juana Gracias y viaja a España donde
D. Santiago Fort y Puig, obispo de la diócesis. permanece cerca de un año.
1837-40 Actividad apostólica en las diócesis de Cataluña y Aragón. 1847 Marzo
Regresa a Francia, pasando por Perpignan, Tolosa, Carcasona
1840 Enero-Febrero
y Montauban y se establece nuevamente en la diócesis de Mon-
Antes del 17 y 18 se presenta a exámenes para la ordenación de
tauban donde continúa la vida solitaria con un grupo de com-
diácono en el Palacio Episcopal de Barcelona.
Con fecha 19 de enero se le nombra, junto con el P. Buenaven- pañeros.
tura de S. Antonio, "Misionero apostólico", para la diócesis de Prosigue la dirección espiritual de un grupo femenino estable-
Tarragona. Idéntico nombramiento recibe el 3 de febrero, para cido en las cercanías de Nuestra Señora de Livron.
el obispado de Lérida; y el 15 del mismo mes, para las diócesis
de Barcelona, Gerona y Vich. 1847-49 Aumentan en estos años las contrariedades por su género de
vida. Escribe, en estas circunstancias, el opúsculo sobre la vida
solitaria y diversos documentos en defensa personal.
12 GUIÓN BIOGRÁFICO GUION BIOGRÁFICO
13
1849 Se interna con sus compañeros en el bosque de Cantayrac cionadas con la Escuela de la Virtud, el Capitán General de
(Loze). Cataluña, La Rocha, le confina en Ibiza.
Inicia los trámites para nacionalizarse en Francia, pero no llega Obtenidas las licencias ministeriales comienza su actividad apos-
a ultimarlos. tólica en Ibiza, estableciéndose en Es Cubells.
Se agrupan en torno suyo algunos colaboradores de la Escuela
1851 Abril de la Virtud y reanudan sus ensayos de vida comunitaria.
Firma el Io de mes con el nombre de "El solitario de Cantay-
rac", una exposición de su vida y la de sus compañeros, dirigida 1855 Alterna su intensa actividad apostólica en la isla, con períodos
al obispo de Montauban. de retiro en la soledad del Vedrá.
Abandona definitivamente Francia. 1856 Marzo
El 21 se detiene en Gerona y prosigue su viaje a Barcelona.
Acogido a la amnistía del Gobierno de Espartero, se traslada a
Se presenta al obispo de la diócesis Dr. Costa y Borras a quien Mallorca, con autorización del Gobernador militar de Ibiza.
le ligaba una antigua amistad.
Octubre-Noviembre
Mayo-Julio
Adquiere terrenos en Es Cubells, para la construcción de una
Se retira a la soledad del Montsant e intensifica su contacto casa y ermita en la que coloca la imagen de Nuestra Señora
epistolar con las incipientes comunidades de Lérida y Aytona. de las Virtudes trasladada desde Barcelona.
Julio-Agosto 1857 Mayo
Visita a las hermanas y a sus familiares en Lérida y Aytona.
Con fecha del 20 envía a la reina Isabel II una instancia, su-
Nuevamente en Barcelona recibe la primera encomienda del plicándole le libere de su confinamiento.
obispo de la diócesis: la dirección espiritual del seminario
mayor. Noviembre
Se le autoriza con fecha del 17, a residir en cualquier lugar de
Noviembre la península excepto en Cataluña.
Funda la "Escuela de la Virtud", que comienza a funcionar re-
gularmente el primer domingo de adviento, en la iglesia pa- Diciembre
rroquial de San Agustín. Aprovechándose de la concesión precedente realiza un viaje a
Comienza la publicación, en fascxulos, del Catecismo de las la península.
virtudes, como texto para los alumnos de su Escuela.
1858 Marzo
1852 Abrü Por sospechas de que intenta reorganizar la Escuela de la Vir-
Con motivo de la dispersión de sus dirigidas agrupadas en Lé- tud, es detenido el día 8 en Barcelona y nuevamente confinado
rida y Aytona, escribe, el día 7, al obispo de la diócesis, Dr. Pe- a Ibiza.
dro Cirilo Uriz, aclarando la situación.
1859 Concluye los trámites para la edición de La Escuela de la Vir-
1853 Enero tud Vindicada que aparece en Madrid a mediados de año.
Redacta los Estatutos de la Escuela de la Virtud, como fun-
Noviembre
dador y director de la misma.
Escribe nuevamente a la reina Isabel suplicándole el levanta-
1854 Marzo miento de su destierro.
Acusada la Escuela de la Virtud de estar implicada en las
1860 Marzo
huelgas organizadas en Barcelona, es clausurada por las auto-
ridades, el día 13. El día 23 otorga testamento en favor de Juana Gracias, Ga-
briel Brunet y Ramón Espasa.
Abrü
Con fecha del 4 y como consecuencia de las acusaciones rela- Mayo
Acogiéndose a la amnistía general concedida con fecha del 1.
GUIÓN BIOGRÁFICO GUIÓN BIOGRÁFICO
14 15
solicita al Gobernador de Ibiza pasaporte para regresar a la 1866 Junio
península. Obtiene del obispo de Barcelona, con fecha del 16, autorización
para trasladarse a Roma por tres meses.
Noviembre
Durante la predicación de la novena de ánimas en Ciudadela, Diciembre
recibe especial ilustración sobre el misterio de la Iglesia. Llega a la Ciudad Eterna el día 8.
A raíz de esas experiencias espirituales surgen los primeros 1867 Enero
planes fundacionales que logran estabilidad y continuidad, apo-
Obtiene del Comisario Apostólico de los Carmelitas Descalzos
yados por la autoridad eclesiástica de la diócesis de Menorca.
de España la patente de director de los Terciarios de la Orden.
Los ermitaños de San Honorato de Randa lo solicitan como
director espiritual y el obispo accede gustosamente. Septiembre
Escribe los Estatutos para los Hermanos Terciarios de la Vir-
1861 Febrero-Marzo gen del Carmen.
Viaja a Madrid donde predica unas misiones.
1868 Noviembre
Mayo-Agosto El día 5 aparece en Barcelona el primer número de El Ermitaño,
Reorganiza la vida de los ermitaños de San Honorato de Randa. semanario fundado y dirigido por él.
Comienza a escribir Mis Relaciones con la Iglesia.
1869 Publica la segunda edición de su libro Lucha del alma con
1862 Aparece en Barcelona su libro Mes de María. Dios, en Barcelona.
Realiza diversos viajes a Barcelona, durante los meses de ve- Prosigue su actividad fundacional y obtiene el refrendo del
rano, tratando de consolidar su obra fundacional. obispo de Lérida.

1863 Afronta dificultades serias, surgidas con motivo de su actividad 1870 Enero-Febrero
ministerial en la diócesis de Lérida. Presenta en Roma a los Padres del Concilio Vaticano I sus ob-
Intensifica sus desvelos por definir y consolidar su obra fun- servaciones sobre el orden del exorcistado.
dacional.
Agosto-Octubre
1864 Se traslada a Ibiza llamado por el Gobernador eclesiástico, Aumentan las dificultades y tensiones con las autoridades, por
para predicar misiones en diversos puntos de la isla. motivo del ejercicio del exorcistado, en Santa Cruz de Vallcar-
Orienta su actividad ministerial en una nueva dirección: el ca, hasta el punto de ser encarcelado el 28 de octubre.
ejercicio del exorcistado. Diciembre
1865 Enero-Febrero El día 23 se le concede libertad provisional y autorización para
Desarrolla intenso apostolado, como predicador de misiones, en regresar a Vallcarca.
el principado de Cataluña.
1871 Durante este año intensifica de manera particular sus preo-
Marzo cupaciones fundacionales, tratando de establecer normas con-
Reanuda las misiones populares en Ibiza. cretas para el gobierno de la Congregación.

Julio-Diciembre Octubre
Intensifica el apostolado de exorcista en Vallcarca (Barcelona) El juez de primera instancia, con fecha del 9, dicta sentencia
y, como consecuencia, surgen complicaciones con las autori- absolutaria a favor del P. Palau y compañeros, «declarando
dades. que dicha absolución se fundaba en que los hechos declarados
probados no constituían delito".
Dirige la publicación del álbum religioso La Iglesia de Dios
figurada por el Espíritu Santo en los Libros Sagrados. 1872 Enero-Marzo
Tramita la publicación de las Regias y Constituciones de la
GUIÓN BIOGRÁFICO
16
Orden Terciaria de Carmelitas Descalzos., imprimiéndolas en
Barcelona.
Febrero
Visita las comunidades de Aytona, Lérida, etc., trasladándose
a Calasanz para ayudar a Juana Gracias y otras Hermanas que
asistían a los epidémicos.
Marzo
Llega enfermo a Tarragona al anochecer del día 10.
Tras diez días de penosa enfermedad, entregó su alma a Dios
el día 20, miércoles.

EL P. PALAU Y SU MOMENTO HISTÓRICO


• • •

Se inicia en Tarragona el 20 de marzo de 1951 su proceso dio-


cesano de beatificación, y se clausura el 20 de marzo de 1958.
El 15 de abril de 1958 se entrega el proceso a la Congregación 1811-1872, los años de vida del P. Fancisco Palau y Quer, coin-
de las causas de los Santos. ciden con las dos fechas más o menos ambiguas y convencionales,
Son aprobados los escritos por su Santidad Pablo VI el día 21 pero aceptadas comúnmente, en que se configura la primera etapa
de diciembre de 1968. de la moderna historia española cuyo proceso ya había comenzado
en el siglo anterior, y cuyo final dista mucho de haber llegado.
Durante esos sesenta y un años y con un ritmo unas veces ace-
lerado, en otras ocasiones más retardado, pero siempre irreversible,
se producen la serie de cambios y transformaciones cuyo resultado
son los tiempos nuevos.
Todo ello se ha de reflejar en esa vida inmersa en un ambiente
cuyos modos de obrar y métodos de acción son las agitaciones, la
impaciencia, el nerviosismo y la prisa. Más aún, esa vida ha de estar
marcada por una realidad que lo impregna todo y lo condiciona bien
por acción directa o por las reacciones que provoca. Esa vida puede
juzgarse históricamente como producto de un momento y de una
realidad que son así y no de otra manera.
Es lo que queremos señalar en este apunte: una caracterización,
por necesidad genérica y lineal de esos años del siglo xix. Primera-
mente un diseño asiluetado del cuadro europeo y seguidamente con
mayor detalle del español. En una segunda parte y en doble para-
lelismo el cuadro de la vida de la Iglesia en ese lapso de tiempo tan-
to en Europa como en España. Finalmente haremos notar cómo toda
esa realidad existente, más o menos próxima, tiene un eco preciso
en la vida del P. Palau, comprobando hasta dónde él mismo se sien-
te inserto en su propio momento y consecuencia del mismo.
EL P. PALAU Y SU MOMENTO HISTÓRICO ALBERTO PACHO jg
18
la impresión de querer conseguirlo los revolucionarios del 89. Sobre
I. EL SIGLO DE LAS REVOLUCIONES todo hasta que no cambiara «el modo común de pensar de las gen-
tes», ambicioso e intencionado programa de la Enciclopedia.
Napoleón supone en parte un intermedio mientras por otro lado
A.—Europa. Las fuerzas revolucionarias se desencadenan.
es quien más contribuye a la liberalización y difusión de las nuevas
fuerzas y de las ideas de la revolución. Los primeros años del si-
1. — Un título justificado
glo xix conocen el momento de máxima expansión de la nueva doc-
trina propagada por los soldados, extendida como un mensaje de
Siglo de las revoluciones, siglo de la revolución burguesa es la liberación, vivida con un misticismo apasionado en todas las nacio-
designación más genérica y más comúnmente aceptada para desig- nes donde llegaron los ejércitos del corso, y que comprende áreas
nar al siglo xix desde el punto de vista político. Es suficientemente tan interesantes como las dos penínsulas mediterráneas más exten-
expresiva para apuntar el resultado, los métodos, las formas y los sas, el centro de Europa y su costado occidental. Saltaron también
actores. Siglo de los cambios es otra expresión válida desde la pers- a América del Sur.
pectiva de los resultados refiriéndose a la misma centuria. Cambios
que se realizan —sistemas de gobierno, nueva estructuración de es-
a) Conservadurismo
tratos y clases sociales, de economía, etc.— por la acción violenta,
revolución, a cargo de una nueva clase cuya conciencia de su propia El cuadro de las fuerzas en presencia a la caída de Napoleón
identidad y de su fuerza se alcanza en el siglo xvni en el clima men- enunciadas en programas doctrinarios más o menos elaborados son
tal, espiritual y material de la Ilustración. En este siglo tienen lugar las siguientes: El conservadurismo, sistema de reacción precozmen-
no unos inicios balbucientes sino los primeros acontecimientos, que te formulado por Edmundo Burke dentro de la polémica que pro-
son en sí mismos metas, y a la vez, primeras etapas de una nueva voca el estallido del 89. Encuentra su momento tras la caída de Na-
evolución puesta en marcha inexorablemente hacia un término que poleón y se consagra en las restauraciones. Es la época del legiti-
ha de advenir, pese a todos los contragolpes, interrupciones y arrit- mismo borbónico bajo el patrocinio del Congreso de Viena y de su
mias que de hecho tuvieron lugar. Esto es el siglo de las revolu- gran pontífice Metternich.
ciones. La andadura del conservadurismo no será desde luego tranqui-
La independencia y la constitución de los Estados Unidos de la y padecerá internas transformaciones manteniendo con todo un
Norte-América, con los actos previos a su definitiva consolidación esquema doctrinal invariable: validez de los viejos esquemas, mo-
Declaración de derechos, Filadelfia 1774, Declaración de Indepen- narquía, clases estamentales —neofeudalismo patriarcal de F. L. von
dencia, 4 de julio de 1776, el Virginia Bill of Rights, 1776— constituye Marwitz—, alterado en diversos subesquemas conservadores, como las
el primer caso de formación de un estado desde la base, de nueva teorías románticas de Adam Muller y el estructuralismo romanti-
planta, producto además de nuevas ideas largo tiempo en suspen- zante de K. L. von Haller —Restauración de las ciencias del Estado,
sión en Europa y que adquieren su plasmación en el nuevo estado, 1816—, formas todas ellas desgajadas del rígido esquema vetero-
siendo a la vez envidia y acicate para los europeos, sobre todo para conservador. Otra alteración, por exceso, del sistema será el tradi-
los franceses, los primeros en imitarlos y copiarlos. cionalismo o legitimismo de De Bonald y de J. de Maistre.
Los franceses no contaron con el hecho de una tradición mul- La vigencia del conservadurismo, como restauración, es bien
tisecular que no pesaba sobre los legisladores americanos. Toda la efímera sobre todo en Francia, en parte por la política inconsiderada
problemática y todas las tensiones hasta conseguir el triunfo de las y reivindicadora de Luis XVIII. Recuérdese como ejemplo de ver-
nuevas ideas en el estado moderno, nacerían de la contraposición a dadera manía restauradora y de voluntad de echar tierra sobre los
una tradición política secular cristiana en unas formas más fáci- acontecimientos, el Concordato de 1817. En Austria-Hungría duró
les de ser anuladas por la crítica que de ser suplantadas en la lo que duró su gran hierofante Metternich, 1848, tras dos décadas
práctica, al menos en muchas de sus implicaciones, sobre todo, es- de vida política todo menos tranquilas sobre un esquema, que no
perando obtenerlo por una acción mágica y de laboratorio, como dan aceptaba unos hechos que tenían al menos el valor de ser fermento.
EL P. PALAU Y SU MOMENTO HISTÓRICO
20 ALBERTO PACHO
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Dos décadas duró también en España la restauración con un Europa: Polonia, Alemania, y en Europa noroccidental Bélgica y
balance igualmente negativo. Menos todavía duró en otros peque- Holanda.
ños estados de Italia y de Alemania. Su estallido como consecuencia de las agresiones de Napoleón
El santuario del conservadurismo, de la reacción, nombre con- o de la situación secular de opresión —Grecia, por ejemplo— es vio-
sagrado para todo el siglo y aplicado a las mismas posturas de lento. Los presupuestos ideológicos o políticos que se agitan en el
filosofía y acción políticas, es decir actitudes retardatarias y retró- subsuelo del nacionalismo son diversos según los distintos cuadran-
gradas ante cualquier movimiento de las nuevas tendencias, por tes geográficos. Pero progresivamente se consigue cierta homoge-
ejemplo, socialismo, evolucionismo, etc., es Viena. Las repercusiones neización, sobre todo cuando llega a su pleamar en los decenios del
de la política vienesa afectan especialmente a España y a la Iglesia. 30 y 40. Es un movimiento aceptado plenamente por las minorías
En el seno del Congreso de Viena, como un fruto híbrido mezcla de burguesas en el instante en que sienten la posibilidad de conseguir
pietismo epigónico y del misticismo eslavo de Alejandro I surge la su sueño dorado de acceso al poder en los estados-nación, meta
Santa Alianza, que también tendrá un momento de presencia en obvia del nacionalismo. La idea de la soberanía nacional propia de
España, que tardó en adherirse a ella a causa de la política anacró- la Revolución Francesa y del rousonianismo, será aislada precisa-
nica y superconservadora de intereses familiares, y el papa que nun- mente por la burguesía, cuando se desencadenen las luchas naciona-
ca se adhirió. La única idea nueva que aporta, dentro de la nube les mientras el pueblo se sumará al movimiento en virtud de fuertes
vaporosa y litúrgica de los pasillos vieneses es la de la solidaridad motivaciones sentimentales en las que se agita una confusa idea
de las potencias, pero no como fruto de una intuición que penetra romántico de pueblo, que adivina por instinto los vínculos afectivos
en el futuro, sino como repliegue contra las nuevas fuerzas en ac- que le sustentan: apego a ciertas tradiciones, sentimiento de lo local,
ción y como fruto de un patriarcalismo arcaico e ingenuo. autodefensa, religión, costumbres, etc.
La burguesía exhibirá como una bandera nueva e hipnotizante
b) Nacionalismo y como título primario la soberanía nacional, impersonal y borroso
elemento que debe concretizarse en alguna forma, el sufracio, medio
El nacionalismo es también un producto de reacción pero bien que la burguesía utilizó en su propio beneficio por el sistema del
definido y de un dinamismo explosivo. Es una fuerza nueva y de sufragio censitario, elevado incluso a categoría de doctrina política,
las más activas y características del siglo xix. La especial dinami- pero que no saciaba las apetencias del nacionalismo, ni de la sobera-
cidad del nacionalismo es su nota esencial y como movimiento den- nía nacional tan solemne y repetidamente proclamada, y que por
samente cargado de emotividad y de reivindicaciones. Basta recor- otra parte era una cortapisa a las exigencias y reclamaciones de una
dar el nacionalismo griego, italiano, alemán, y el despertar de la elemental lógica del nacionalismo. Por eso se llegó tan tarde al su-
conciencia nacional de los recién nacidos estados sudamericanos. Se fragio universal, expresión no sólo del nacionalismo sino de la de-
extendió por casi toda Europa en zonas bien distintas y lejanas. En mocracia (2).
el área del Mediterráneo: Grecia, Italia, España (1); en el centro de

girse nuestras operaciones con arreglo a los mismos m a n d a m i e n t o s del Ser Su-
1 Es de la Constitución de Cádiz donde por primera vez se enuncia y re- premo que reconocemos, son los objetos que deben l l a m a r nuestra atención y
conoce lo español como algo autónomo y circunscrito: «La Nación española es cuidado» (Reproducción en Historia de España, dirigida por MENENDEZ PIDAL.
la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios. La Nación española es vol. XXVI, p. 547). Curioso cuadro axiológico en que se sitúan al mismo nivel
libre e independente y no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia o per- los supremos valores de todo español. No hay que olvidar que está escrito en
sona». Es la enunciación del nacionalismo moderno con su vertiente geográfica 1820 a los pocos meses del triunfo liberal.
y sus derivaciones político-jurídicas (Constitución de Cádiz. Tit. 1, cap. 1, art. 2 La proclamación de la soberanía nacional es inequívoca y altisonante en
1, 2). El sentimiento nacional localizado en los estratos primarios de la sensi- diversas constituciones. Así en la francesa del 1891 : «La soberanía es una e
bilidad había recibido un impulso decisivo en la guerra, y no tardó en adqui- indivisible, inalienable e imprescriptible. Pertenece a la Nación y ninguna parte
r i r peculiares matizaciones, vanidad y orgullo. del Pueblo, ni ningún individuo puede atribuirse el ejercicio de la misma» (Tit.
- Se percibe —un ejemplo entre mil— en la proclama «del pueblo aragonés» con III, a. 1). En la llamada del año III «La universalidad de los franceses es el sobe-
motivo de la j u r a de la Constitución el día 5 de mayo de 1820: «El Dios, Su- rano». Afirmación repetida literalmente en la del 48. La Constitución española
premo hacedor de todo lo creado, la Religión establecida por sus divinos pre- del 69 lo dirá con palabras s i m i l a r e s : «La soberanía reside esencialmente en
ceptos, la Nación, que es la reunión de todos los que dichosamente podemos lla- la Nación, de la cual emanan todos los poderes». El sufragio universal es con-
marnos españoles, y una Constitución que sea el código por donde deban diri- siderado una meta y una conquista de la revolución, pero en fecha tan tardía
EL P. PALAU Y SU MOMENTO HISTÓRICO ALBERTO PACHO
22 23
La primera consecuencia de la afirmación de las nacionalidades la soberanía nacional. En España el momento del romanticismo po-
es la liquidación de toda estructura supranacional, ya crónicamente lítico culmina en la década de los treinta, aunque es en la década
esclerotizadas por estar vinculadas y unidas a una tradición repu- de los veinte en la que se inician y consagran ciertos procedimientos
diada como tal: así el imperio Austro-húngaro, el colonialismo. netamente románticos, como el pronunciamiento. Como romántico
Algunos elementos del nacionalismo —tradiciones— serán utili- es la preparación de la actividad y de los movimientos y zancadillas
zados tácticamente como valores permanentes y lo convertirán en políticas dentro de la liturgia esotérica y tenebrista de las logias. El
reaccionario, justificando así la permanencia de un status político Estatuto Real de Martínez de la Rosa se publicó el mismo día que
social, y haciéndole impermeable a unos cambios que nuevas situa- se estrenaba La Conjuración de Venecia.
ciones postulaban con fuerza. Es el caso de Alemania en 1848. Como actitud vital está presente de una manera decisiva en casi
Otros elementos del nacionalismo: lo autóctono, la raza, lengua, todas las manifestaciones de la vida, y no sólo en el arte. La Guerra
etcétera provocarán más tarde los siguientes fenómenos: las ambi- de la Independencia —intuición, caudillaje, improvisación— es una
ciones panacionales, la emulación racial —nuevos imperialismos— y explosión romántica, como gestos románticos son el comienzo de la
paradógicamente, la opresión de minorías, el irredentismo. Las batalla de Ayacucho —dedicación mutua de los himnos nacionales—
consecuencias del nacionalismo son también peculiares en cada na- y el abrazo de Vergara, aunque en la guerra carlista se liquidarán
ción. Por ejemplo, en Italia, puesto en marcha el movimiento, la li- las formas románticas de guerrear, pese a Zumalacárregui, héroe
quidación del estado temporal de la iglesia, además de previsible, romántico sin duda (3).
era inexorable con las graves implicaciones que provocó. Aunque el romanticismo es una reacción contra el clasicismo y
la Ilustración tiene en común una nota: el liberalismo como actitud
c) Romanticismo vital, como sentimiento, flanco por el que se acercan los revolucio-
narios de la primera hora del 89, el mismo Rousseau y los del apo-
El romanticismo más importante y verificable como actitud exis- geo romántico de las décadas del veinte y treinta del xix. Por otra
tencial, como comportamiento y modo de actuar que como doctrina, parte es un movimiento conservador —tradicionalismo, el llamado
es otro de los componentes activos y eficaces del siglo XIX con orí- romanticismo histórico— y que en el aspecto de lo religioso es la
genes igualmente en el siglo anterior. También nace como reacción, base de positivas aportaciones y restauraciones, peligrosas con todo
siendo por lo tanto un movimiento secundario con un plasma de por su fondo de sentimentalismo relativista: «He llorado, luego creo»
elementos primarios: lo personal, afectivo, sentimental. Es un mo- (Chateaubriand). Pero en esa actitud con todas las reservas y des-
vimiento de amplio espectro; abarca el ámbito filosófico, literario, viaciones se valoraba el hecho histórico y permanente del catoli-
político y religioso y en su historia tiene diversas alternativas. Se cismo (4).
ha valorado más bien su carácter literario y su extensión social mi-
noritaria. d) La vorágine de las ideas
En el aspecto político puede considerarse como generador del
nacionalismo dentro del liberalismo. El romanticismo intenta con- El entramado del pensamiento y de las ideas del siglo xix es
servar la mejor tradición nacional; de ahí su especie de conserva- tan complejo y variado que no se puede resumir ni con facilidad ni
durismo involutivo, expresión del espíritu del pueblo, el Volksgeit,
aceptando a la vez y en consecuencia el postulado del liberalismo: 3 Puede leerse el reciente r e p o r t a j e de J O S é MARíA MORENO ECHEVARRíA, ZU-
maiacárregui campeón invicto de Don Carlos, en «Historia y Vida» 52 (1972) nJ
ss. en el q u e resalta intencionadamente este aspecto.
como 1868, reiterado machaconamente en las proclamas revolucionarias: «I o . La 4 Con frecuencia se ha reducido el romanticismo español al aspecto literario
consagración del sufragio universal y libre como base y fundamento de la legiti- y en este sentido existen valiosos estudios, como la m o n u m e n t a l obra de ALLISON
midad de todos los poderes y única verdadera expresión de la voluntad nacional» PEERS, Historia del movimiento romántico español. Trad. española 2 vols., Ma-
(Programa de la Junta de Sevilla, 20 de octubre de 18(58). «El sufragio universal drid 1954. Existen también estudios sobre el romanticismo en el arte y monogra-
y libre» (Manifiesto de la Junta de Málaga, 26 de septiembre de 1868). «Sufragio fías sobre los principales literatos románticos. Pero falta un buen estudio, al
universal» (Junta Superior de Madrid, 8 de octubre de 1868). VALERIANO BOZAL, menos no lo conocemos, del romanticismo político e histórico en España, aparte
Juntas revolucionarias. Manifiestos y Proclamas. Editorial Cuadernos para el la monografía de VICENTE LLORENS CASTILLO, Liberales y románticos. Una emigra-
Diálogo, Madrid 1968, pp. 92, 94, 99. ción española en Inglaterra (1823 - 1834), México 1954.
24 EL P. PALAU Y SU MOMENTO HISTÓRICO ALBERTO PACHO
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brevemente. Una caracterización generalísima de las corrientes de
pensamiento permite englobarlas dentro de unas tendencias deriva- e) La cuadrícula de los acontecimientos
das de las posturas mentales anteriores, reducibles a los siguientes
grupos: Idealismoj-poaitivismo-materiarismo (socialismo, comunis- Los acontecimientos más importantes que se definen como hitos
mo), monismo, evolucionismo, cuyas mutuas convergencias se deri- y marcan las etapas del proceso revolucionario, aceptados, aun sien-
van de la dinámica del pensamiento y nacen o por normal derivación do acontecimientos particulares de Francia, como hechos clave de la
o por la ley del contraste, como en la dialéctica de los movimientos historia de Europa por su repercusión en ella y porque a toda Euro-
políticos. Podemos con todo apuntar algunas notas comunes: la abun- pa se extendió su honda expansiva:
dancia y proliferación de tendencias y de pensadores, todos ellos den- — Restauración y Congreso de Viena 1814-1815. Es un interme-
tro del denominador común del relativismo y escepticismo y de la dio de conservadurismo, definitivamente liquidado el orden antiguo,
negación de la metafísica. La rápida diversificación de los movi- una especie de contramacha o intento de detener el curso de la his-
mientos y su fulminante transposición, fuera de algunos, que han su- toria. Es la última etapa de los viejos esquemas y de las viejas
perado su propio tiempo. La pronta universalización de los movi- concepciones políticas. El espíritu del Congreso está reflejado en las
mientos, que debido a los nuevos avances de la técnica saltan todas ideas principales de su programa: restauración, referida a un orden
las fronteras. Pese a todo, también se puede apuntar la escasa in- más bien externo: estados y fronteras como en 1892; legitimismo
cidencia sobre las masas, fuera de los movimientos de signo político borbónico, solidaridad de las potencias como medio de defensa de
o social. Tampoco se debe olvidar el esfuerzo de muchos pensadores intereses dinásticos y para mantener un status de equilibrio según
católicos bien intencionados y afanosos de cristianizar movimientos la tradición dieciochesca y los intereses de Inglaterra.
nacidos fuera del cristianismo Denominador común de las ciencias Para obtener esa solidaridad se creó —septiembre de 1815— la
positivas es su carácter laicizante y crítico; así por ejemplo en la Santa Alianza, mezcla singular de romanticismo y misticismo que
historia, que es precisamente en el siglo xix cuando alcanza mayor intentó sancionar la supervivencia del mito periclitado de la alian-
y más expectacular desarrollo. Dentro de este ámbito de las ciencias za entre el trono y el altar. Su historia fue efímera y opaca. Su
surgen como lógica consecuencia la polémica y la apologética. valor está en haber sido el precedente de futuras organizaciones in-
Hay que señalar por otra parte el ocaso definitivo del escolas- ternacionales con ambición de bienestar para toda la humanidad.
ticismo y del pensamiento cristiano en el siglo xvni y la falta de
un pensamiento y de una reflexión cristianos con verdadera altura — Revolución de julio de 1830, triunfo de la alta burguesía que
capaz de colmar las apetencias de los espíritus. En el siglo xix se implanta los postulados de la revolución comprometidos por la reac-
produce la transformación definitiva de las universidades donde en ción borbónica, pese a las atenciones de su insincero constituciona-
siglos anteriores había florecido la gran teología, y nacen con el sig- lismo: libertad de prensa (laicismo), libertad económica, etc. La re-
no de lo civil, cuando no de lo laico y abiertamente materialista. Esta volución de Francia tiene eco inmediato: Bélgica inaugura su inde-
compleja situación colocó a la iglesia en una dolorosa encrucijada: pendencia bajo una constitución liberal, al igual que otros estados
una línea constante de condenaciones y reprobaciones doctrinales, alemanes: Sajonia, Hannover, Brunswick, etc. Suiza estrena también
incluso contra los pensadores católicos tan bien intencionados como constitución liberal. En Italia el movimiento nacionalista inicia una
desafortunados por salvar lo salvable en algunos movimientos, llega etapa agresiva de movimientos y conspiraciones. Lo más caracterís-
a producir una penosa impresión, que puede redimirse con la con- tico de esta etapa revolucionaria es su cobertura constitucional, que
sideración de esa actitud como un medio inevitable de propia de- no llegó a satisfacer las más profundas aspiraciones revolucionarias,
fensa y autoafirmación. Es inevitable aunque no sea más que recor- alentadas en grupos minoritarios pero activos, que esperan su mo-
dando el Syllabus, que es por otra parte símbolo de esa actitud, la mento. La burguesía comenzaba a ser reaccionaria...
impresión de que en cierta manera la Iglesia está a la defensiva... — Revolución de febrero de 1848. La revolución burguesa lleva-
Bien que debe entenderse esa prolongada cadencia de documentos ba en sí misma el fermento de su propio fracaso: la egoísta adju-
condenatorios como algo correlativo a una postura de constantes agre- dicación de derechos políticos. El lema de Guizot: «franceses, enri-
siones en la otra banda. queceos» produjo fatalmente un doble fruto: el mayor enriquecí-
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ALBERTO PACHO 27
miento de los burgueses y la mayor pobreza del proletariado, el trata de una «coyuntura desfavorable para la Iglesia en todos los
nuevo actor que entra en juego por la puerta de las reivindicaciones. frentes» (5). Es un siglo de persecución generalizada en todos los
Así saltó la monarquía del «rey burgués» Luis Felipe en febrero de países de tradición católica y con todos los medios: el poder las
1848. Pero en enero del mismo año había sido publicado el Mani- ideas, la prensa, etc. Es constante la persecución, aunque esa cons-
fiesto comunista. tante esté marcada de alternativas.
Como en 1830 la revolución de Francia sacudió a toda Europa. La revolución es obra de una clase nueva, la burguesía, que
Se produce una cadena de revoluciones: En Prusia y Austria —caí- acepta una adecuada filosofía política, cuyo imperativo básico es lo
da de Metternich. tras tres levantamientos consecutivos—'•, oleada de nuevo: un estado nuevo, en el que no cabe nada viejo. La Iglesia
agitaciones revolucionarias en Italia: Piamonte, Venecia, Ñapóles, adherida más que como estructura autónoma como parte —estamen-
Roma. En todas ellas, descontando peculiares variantes, hay elemen- to— al viejo sistema monárquico debía caer con él (6). Toda posibi-
tos comunes: liberalismo avanzado y tendencias republicanas, rei- lidad de supervivencia como clase, incluso como grupo, estaba tam-
vindicaciones proletarias, nacionalismo. Los actores de la revolución bién condenada en fuerza de otro postulado de la revolución: la
son los que tendrán la iniciativa en todas las del siglo y continuarán igualdad (7).
en el xx: estudiantes, obreros, pequeña burguesía, milicia nacional. La trascendentalidad de la Iglesia por la fe, el dogma, la teo-
El miedo y el moderantismo de diversos grupos de alta burgue- logía no encajaba tampoco en ningún sistema de pensamiento cuyo
sía política y del ejécito permitieron momentáneas restauraciones en arranque inicial y común es el relativismo desde la ilustración al
Austria y, sobre todo la II República Francesa y el autoritarismo del modernismo. Las nuevas ciencias experimentales corren también su
II Imperio, que al fin acabará cuando sea imposible coordenar el au- propia andadura al margen o en contraste abierto con la Iglesia,
toritarismo y el liberalismo en una institución por más acomodacio- desde el evolucionismo hasta el psicoanálisis.
nes y flexibilidades que se intenten (L'Empire liberal). La lucha se produce de una forma nueva y a un ritmo inespe-
Los compromisos políticos del II Imperio permitieron la defini- rado. La aceleración histórica es un signo de los tiempos nuevos. La
tiva cristalización del nacionalismo italiano y alemán con las gra- marcha de los acontecimientos es precipitada, nerviosa y confusa.
ves consecuencias derivadas de este hecho y que marcan y condi- No es posible tomarse el tiempo preciso para captar el sentido de
cionan el último cuarto del siglo para Europa y en particular para los acontecimientos que se suceden vertiginosamente.
la Iglesia. La revolución y los cambios son conducidos por una minoría
que detenta los resortes políticos y económicos. Es la minoría donde
B.—La Iglesia en el siglo de las revoluciones
ó JOSEPH LOHTZ, Historia de la Iglesia desde la perspectiva de las ideas-
Ediciones Guadarrama, Madrid 1962, p. 539.
1.—Seña y contraseña. Aspectos positivos y negativos 6 Tocquevillc ha nalizado agudamente el proceso antirreligioso en la F r a n -
cia del XVIII, prerrevolucionaria especialmente: «...la Iglesia era entonces el
primero de los poderes políticos y el más detestado de todos, aunque no fuese
Tanto en fuerza de los programas políticos que se van a im- el más opresivo, porque habia acabado mezclándose con ellos, sin ser llamada
poner durante el siglo en el convulso proceso revolucionario como a ello por su vocación ni por su n a t u r a l e z a ; porque consagraba frecuentemente
en dichos poderes los mismos vicios que censuraba fuera de ellos, porque los
por virtud del movimiento de las ideas de los que aquéllos nacie- cubría con su sagrada inviolabilidad y parecía querer hacerlos inmortales como
ron —el Iluminismo— como de las nuevas ideologías del propio si- ella misma. Al atacarla, se podía estar seguro de contar inmediatamente con la
adhesión del pueblo» ALEXIS DE TOCQUEVILLE, El antiguo régimen u la revolución.
glo xix, la Iglesia quedaba desplazada: en el siglo xix no hay lugar Versión española. Ediciones Guadarrama, Madrid 1969, p. 200. Ha señalado los
para la Iglesia ni en las estructuras políticas ni en los esquemas del grados de irreligiosidad «hasta la locura» .(ib. 206), pero lo más característico no
es la irreligión en cuanto tal si no el anticlericalismo, el antieclesiasticismo, como
pensamiento. realidad visible, como estructura, como organización. Lucharon tan a fondo que
Este desplazamiento se intenta realizar de diversas formas: des- llegaron a creer que el fin de la Iglesia estaba a punto de llegar. No duraría mas
que la vida del anciano pontífice Pío VI...
de la persecución abierta y radical hasta las formas atenuadas de 7 Los debates previos a la CCC del clero demuestran hasta qué punto lo
propaganda y descrédito. Lortz atenúa excesivamente el carácter defensa de la Iglesia —por otra parte bien pobre— apelando a motivaciones teo-
lógicas no despertó ninguna reacción. Más que ninguna otra reforma la CCC es
de las persecuciones del xix con este eufemismo: En el siglo xix se paradigma de la aplicación de las nuevas ideas.
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se producen también los cambios espirituales. Las masas en las na- con la marcha de los tiempos— de su presencia y de su acción. Unas
ciones del Occidente europeo siguen siendo creyentes. Por esto se nuevas formas de situarse y de actuar en un mundo que ha perdido
explican algunos hechos de la vida interna de la Iglesia que tienen el sentido del ser y del valor de la Iglesia y al que ella con todo
lugar en este período. Las masas no alcanzan presencia como tales, está destinada. Su misión consiste en afirmarse ante un mundo que
y por tanto valor de agentes históricos hasta mediados de siglo en la desconoce o la desecha. Afirmarse a sí misma como institución
el movimiento social y tras los numerosos intentos de cohexionar al y su mensaje como contenido y signo válido en cada contempora-
proletariado en lucha contra la burguesía. neidad.
La presencia de algunas minorías de pesamiento y acción —tra- Todo esto lo consigue en parte a través de esos datos que provi-
dicionalistas, ultramontanismo, grupos conservadores— son el con- sionalmente pudieran considerarse negativos. Formas típicas de ac-
trapunto frente a la oposición. Aunque en algunos momentos coad- ción contra la Iglesia en el siglo xix y con antecedentes en el xvm
yuvaron en el apoyo de la Iglesia y favorecieron algunas restaura- que parten del estado y de su nueva ordenación jurídica son las des-
ciones, otras fueron un obstáculo y cayeron en extremismos repro- amortizaciones, expolios, etc. Este despojo produce, sin embargo,
bables. efectos favorables en la Iglesia. Tanto en la Iglesia en general como
en iglesias particulares. Es ejemplar la reacción y el florecimiento
Destrucción-restauración, persecución-defensa, polémica-apologé-
de la Iglesia en Alemania posteriormente a la «secularización», ver-
tica son las coordenadas de la historia de la Iglesia en el siglo xix y
dadera catástrofe de la Iglesia más rica de Europa, que comienza
en los aspectos visibles.
una andadura despojada de adherencias temporalistas. La pérdida
Con todo lo que de arriesgado e incompleto pueda tener un ba-
de poder político de muchos episcopados contribuye a liberar la pe-
lance puede intentarse un somero apunte.
sada carga del episcopalismo, que claudica definitivamente en el
Aspectos negativos, lo que la Iglesia pierde en el siglo xix: Vaticano I. El regalismo se diluye también como un verdadero con-
trasentido en estados progresistas y laicizantes, lo que perdura es
Ante todo una hegemonía espiritual, pérdida iniciada en los si-
por inercia histórica y resulta anacrónico —recuérdese el caso espa-
glos anteriores y suplantada por la multivariedad de corrientes de
ñol del trienio esparterista—. Consecuencia: la centralización sur-
pensamiento. La Iglesia deja también de estar presente, de ser per-
ge como algo inevitable postulado desde la base y exigida a la vez
cibida como realidad supranacional. Es liquidada su influencia di-
desde el vértice como consecuencia de la nueva realidad y sentida
recta e incluso indirecta, como inspiradora de una forma de rela-
con apremio como condición de la nueva coherencia interna de la
ciones y de una cultura.
Iglesia.
Pérdida de la coherencia con los estados y lucha o tensión per-
manente con ellos, sobre todo contra los nuevos estados nacionalistas. El fenómeno más llamativo que se corporiza lentamente, y es
Liquidación del poder temporal y material de la Iglesia: Pérdida consecuencia del despojo material de la Iglesia y continúa en el si-
del Estado Pontificio, despojo sistemático de sus bienes en casi to- glo xix y en el xx como una nota diferencial bien acusada, es lo que
das las naciones: secularización, expolios, desamortizaciones. Perse- podríamos llamar desgravación temporalista y que con ella misma
cución directa del papa, de los obispos y del clero, expulsión, su- alcanza una liberación y una nueva forma de testimonio más diá-
presión de órdenes religiosas. Atenuación de la vida de piedad de fanamente espiritual.
amplios sectores de fieles. Indiferencia religiosa. Disociación entre La acción de la Iglesia se desarrolla en dos campos: a) Su nue-
Iglesia y cultura y aversión de los intelectuales por la Iglesia. va forma de ser y estar presente ante la sociedad, ante los estados,
Pero el balance negativo tiene también su contrapartida. Los que en el fondo no es si no la exigencia de reconocimiento de su
aspectos positivos y favorables son numerosos y nacen en parte pro- misma realidad, y b) la lucha por la reconciliación con la nueva
vocados por la misma situación que produjo los déficits. cultura superando la antinomia fe y ciencia, sin menoscabo de la
La vida y el quehacer de la Iglesia están condicionados por las propia doctrina. Es la gran preocupación de los últimos decenios del
nuevas situaciones. Ante todo el problema de base, el más hondo siglo.
que tiene que afrontar la Iglesia puede expresarse así: Lo que la Durante todo el siglo dura la lucha, no por reconquistar una
Iglesia ha de conseguir es un nuevo sentido —adecuado y coherente posición que no cabía en las nuevas estructuras sociopolíticas, sino
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por conseguir el derecho de una autonomía específica. Es decir, la li- beralismo católico, fideísmo, ontologismo, tradicionalismo, son un
bertad, el derecho de ser en sí misma. Lo consigue sobre todo por índice de la fuerza y del vigor que la Iglesia debió encauzar y mo-
medio de concordatos. El siglo xix es el siglo de los concordatos. Su derar. Pero es preciso reconocer que el siglo xix conoce el desarro-
florecimiento se explica ante todo: 1) Por la misma Iglesia, que pe- llo pleno y hasta espectacular de una forma de magisterio, el magis-
se a la presión revolucionaria e incluso por eso mismo encuentra terio ordinario en encíclicas, cartas y documentos de porte similar
más definida su identidad como sociedad en el mundo nuevo de los ejercitado casi siempre a contraviento de las nuevas teorías lanza-
estatalismos cerrados; 2) por parte de los estados, como una necesi- das a la circulación por una prensa viva y ágil, manejada por mi-
dad de normalización, de pacificación consiguiente a todos los atro- norías progresistas e intencionadas. Esta presencia doctrinal de la
puellos, y que dentro de los mismos gobiernos era una necesidad y Iglesia es un legado del siglo xix que está todavía en plenitud de
una exigencia de pacificación interior exigida y debida a grandes acción y de fórmula. El espectro de doctrinas afirmadas y de erro-
grupos o masas de fieles. res condenados es enorme, correlativo a las nuevas ideas, los nue-
Los concordatos consagran una fórmula, que si aparentemente vos problemas y sus correspondientes derivaciones.
puede significar debilidad o transigencia —si se analiza detenida- En relación con el papa y su misma persona se produce en el
mente cada uno de ellos, la impresión es de que la Iglesia cede am- siglo xix el fenómeno, verdaderamente espectacular de su popula-
pliamente— en el fondo muestra hasta qué punto y en cada ins- ridad, de la devoción por su misma persona, sobre todo a partir de
tante sabe despojarse de lo accidental por muy consolidado que es- Pío IX, el papa que vivió las mayores crisis de la Iglesia dentro del
tuviera en la tradición, sabe ser realista y consecuente. Ejemplo tí- siglo, exceptuando tal vez a Pío VII. Aparte lo que pudo significar,
pico es el Concordato de Napoleón. Un ejemplo de verdadera au- sobre todo como preparación el ultramontanismo, que debe enten-
dacia, a contrapelo de temores y presiones del conservadurismo de derse como fenómeno de descompensación histórica inteligible en
la Curia. la corriente del romanticismo y de acción bastante limitada, la de-
Como consecuencia de este encuentro consigo misma surge una voción por el papa nace en el pueblo y es favorecida por las difi-
nueva eclesiología, que llamaríamos vertical, aceptando términos cultades personales del mismo. Un dato simbólico y efectivo de esa
recientes y no muy adecuados, y cuyo momento culminante es el preocupación y veneración es el óbolo de San Pedro (72), que con-
Vaticano I, eclesiología continuada hasta la nueva expresión del Va- tribuye a salvar la economía de la Iglesia en los momentos difíciles
ticano II, que es horizontal aceptando la misma terminología. A esta posteriores al expolio. La misma situación del papa —el prisionero
nueva eclesiología responde la formulación del Derecho Canónico del Vaticano— tenía una particular incidencia sobre la sensibilidad
culminada en el código de 1917. del pueblo que desencadenaba una adhesión intensa cargada de ve-
Es decir, la Iglesia se define hacia fuera y en su propia identi- neración, condolencia y estima. Aislado como fenómeno se ha
dad. Hay un dato singular, que visto con la suficiente profundidad calificado peyorativamente de «papolatría».
que confiere el tiempo, resulta el más brillante de la Iglesia en el Muchos estadistas del siglo xix praticaron con notable frecuen-
siglo xix: Lucha siempre sola, sin aliados, incluso contra la inercia cia la política de hechos consumados. Política revolucionaria tam-
y el conservadurismo dentro de ella y del que los «zelanti» son re- bién en los medios. Hechos consumados que resultaban irreversi-
presentantes calificados. Es el caso de los partidarios de la «inopor- bles, como las ocupaciones territoriales, apropiación de bienes y des-
tunidad» en los momentos preparatorios del Vaticano I y del pro- amortizaciones eclesiásticas. A la Iglesia se le impuso una política
blema clave de la infalibilidad. de hechos dados, que tuvo que aceptar forzosamente, mediante acti-
Ante las nuevas corrientes de pensamiento la Iglesia siente la tudes de disimulo, de tolerancia y de forzada aceptación: «si tolle-
necesidad de conservar indemne su propio legado, objetivo inten- rari potest» es la expresión que define el sistema. Se trata lógica-
tado con dos medios: la defensa, a veces a ultranza y con métodos mente de una política mediatizada. La frase que más se repite y la
tajantes, que provocaron sorpresas y traumas dolorosos —recuérde- define es: «habita ratione temporum», que puede inducir un fácil
se las circunstancias de la Mirari vos y del mismo Syllabus—. La equívoco, considerar la política de la Iglesia como política de dimi-
misma abundancia de errores que proliferan entre los católicos: li-
7a Véase el reciente estudio de CONRADO PALLENBEHG, Die Finanze des Vatikans.
32 EL P. PALAU Y SU MOMENTO HISTÓRICO ALBERTO PACHO
33
sión o componenda. Es necesario tener en cuenta esa circunstancia dan al catolicismo una cohesión externa y visible, que mantiene du-
que neutralice un sentimiento de pesimismo al constatar cómo la rante todo el siglo, y que está simbolizada en la lucha por la liber-
Iglesia acepta al final de esta etapa una serie de hechos: aconfesio- tad de enseñanza cuyas etapas —1833 escuela primaria, 1850 escue-
nalidad de los estados, sancionando en los concordatos el régimen las medias y 1875 escuelas superiores— marcan los momentos de
paritético, la libertad de conciencia, las nuevas ordenaciones políti- mayor coordinación, a la vez que el quehacer más empeñado del ca-
co-jurídicas, incluso aparentemente, a veces, los mismos sistemas li- tolicismo galo. Fuera de esos momentos es precisamente el contras-
berales y democráticos en sus concreciones contemporáneas, que en te y las divergencias entre los mismos católicos frente a la varia y
los tres primeros decenios del siglo hubieran paecido imposibles de compleja problemática política y social otra característica del cato-
aceptar. licismo del ochocientos francés, también de vieja raigambre en el
En la vida interna de la Iglesia el siglo xix es un siglo de ver- país.
dadero renacimiento y esplendor cuya explicación está en la pro- La apertura a las situacines nuevas, la sensibilidad ante los
pia vitalidad permanente de la fe y en la acción constante del es- nuevos problemas, el afán de situarse a la altura de los tiempos, de
píritu. Las mismas condiciones externas adversas pueden entender- convertir y utilizar los movimientos desviados u opuestos, son ín-
se como una situación apta para despertar el espíritu y pueden te- dice igualmente de otras tantas actividades y problemas del catoli-
nerse como una constante dentro de la historia de la Iglesia. Se pro- cismo de Francia. Como igualmente la flexibilidad ante los cambios
ducen los siguientes hechos de fácil constatación: y la prontitud con que son advertidos, fuera de contadas excepcio-
— Depuración de la fe en amplios sectores de católicos y desve- nes —por ejemplo el problema social—. Por eso las etapas del ca-
lación de una conciencia más sensible de sus responsabilidades co- tolicismo en toda la centuria se producen paralelamente a los cam-
mo creyentes. bios políticos: Restauración-Romanticismo; revolución liberal bur-
guesa-liberalismo católico y restauración; II Imperio, restauración
— Florecimiento inusitado de nuevas órdenes y congregaciones, y reforzamiento católicos, frente a una mayor intensificación de la
superior incluso al que se produjo en el siglo xvi. propaganda y de los ataques de izquierda anticlerical y antieclesiás-
— Proliferación de asociaciones católicas de seglares, institucio- tica, favorecidos ambos —catolicismo, laicismo— por la política am-
nes de beneficencia, Cruz Roja, etc. bivalente de Napoleón III.
— Restauración de las ciencias eclesiásticas, arte, movimiento li- Dentro de la sensibilidad y de la particular psicología de los
túrgico, místico, etc. franceses hay que entender algunas situaciones límite a la que se
llega en un afán de alcanzar las últimas consecuencias: así la aven-
— Expansión misional y nacimiento de nuevas cristiandades. El
tura del liberalismo católico, el ultramontanismo y el tradicionalis-
siglo xix es el siglo de la conquista de África para la fe. mo. En situaciones especialmente significativas, también hace acto
de presencia el galicanismo nunca extinto.
a) Francia, adelantado de las revoluciones La lucha da al catolismo otra característica: su aspecto bata-
llador y polémico. A ello debe precisamente sus máximas conquis-
El catolicismo de la Francia decimonónica está marcado por la
tas: la brillante literatura apologética y la dinastía de oradores ge-
herencia de la I Revolución con unos especiales condicionamientos.
niales de Nuestra Señora de París. Un arma decisiva y magistral-
Como una secuela inevitable está la liquidación de la unidad reli-
mente manejada es la prensa. UAvenir, L'Univers, La Menais, Mon-
giosa, que comenzó con el iluminismo. La indiferencia, la incredu-
talembert, Veuillot, son nombres que llenan una época.
lidad y la aversión a lo religioso alcanzan en Francia niveles supe-
No se puede olvidar el poder de irradiación del catolicismo fran-
riores a los de otras naciones. La agresividad de los pensadores y es-
cés, fenómeno que le hace estar presente en todo el mundo, pero so-
critores sectarios será compensada con la viveza, capacidad y va-
bre todo en las áreas mediterráneas aptas siempre y expuestas a
lentía de los grupos intelectuales católicos —otro signo del catoli-
una capilarización inevitable de cuantas ideas surgen en Francia.
cismo francés moderno— convertidos en minorías rectoras y vivifi-
El catolicismo francés en los estratos más hondos de la religio-
cadoras de la religiosidad católica. La tensión y la lucha constantes
sidad alcanzó también durante el siglo xix momentos brillantes, ca-
34 EL P. PALAU Y SU MOMENTO HISTÓRICO
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si estelares; así en el campo misional, el florecimiento de las ór-
denes —las antiguas fueron reconocidas cuando se suprimían en Según un buen conocedor de la historia moderna de España du-
otras naciones, 1833-1841—, el nacimiento de otras nuevas, la flora- rante el siglo xix se producen: «Ciento treinta gobiernos; nueve
constituciones, tres destronamientos, cinco guerras civiles, decenas
ción de asociaciones católicas, la santidad de algunas figuras, etc.
de regímenes provisionales y un número casi incalculable de revo-
luciones, que provisionalmente podemos fijar en dos mil» (9). En el
b) Italia ¿reencuentro o nacimiento? trienio liberal 1820-1823 se producen ciento veinte levantamientos
de tipo popular. Efectivamente en esta perspectiva la historia ex-
El más fuerte sedimento dejado por la revolución en Italia fue terna del siglo xix español es un conflicto continuado. Podemos
el nacionalismo que alcanza su grado crítico a partir de 1830. Toda «comparar la dinámica del siglo xix español, más que con el equili-
la problemática del catolicismo en Italia durante el siglo xix nace brio inestable, con el equilibrio indiferente: como el de la bola que
de este hecho: de su planteamiento, de su forma de realizarse y de rueda sobre la mesa al menor impulso, pero que «no se cae». La re-
sus resultados. La incidencia en lo religioso y lo eclesiástico se debe volución que derriba a un régimen constitucional y parlamenta-
a la situación concreta de la península, sobre todo a la soberanía rio implanta automáticamente otro régimen constitucional y parla-
temporal del papa como obstáculo principal para la unificación, me- mentario» (10).
ta del nacionalismo exarcebado y escorado en los arrecifes del li-
beralismo y de las sectas. La alternativa del neogüelfismo —patrio- La impresión que obtengamos a partir de una historia política
tas moderados, católicos conservadores, derechas fluctuantes— sin- exclusivamente no será definitiva ni correcta por ser incompleta.
gular producto del liberalismo católico fue una utopía, y se disolvió «Lo cierto es que no tenemos una valoración completa del siglo xix
como una bengala. Luego se sucedieron las etapas de la unificación español, o al menos el autor de estas líneas no conoce una obra his-
con tanta rapidez cuanto permitieron las circunstancias políticas de tórica en que esta comprensión se haya intentado» (11). Lo político
Europa. Y naturalmente contra el papa, que por sí mismo tenía que ha acaparado sin duda la atención de los historiadores tanto con-
forzar el propio mito artificialmente creado. Fuera de Italia, el pro- temporáneos como posteriores. Se da además la circunstancia de que
blema, la llamada cuestión romana provocó un sentimiento general los historiadores decimonónicos son políticos activos, y por mayores
de adhesión al papa en los católicos de todo el mundo pero no en esfuerzos que hacen para ser objetivos su visión es irremediable-
los gobiernos comprometidos, la llamada «devoción» al papa, co- mente parcial, angular, de sus propios puntos de vista. Para ellos
mo fenómeno no conocido hasta entonces en la misma medida. Las además la política es la verdadera plétora de lo histórico. A pesar de
consecuencias del despojo de los estados pontificios son sobrada- sus propios deseos y de nuestras mejores intenciones no podíamos
mente conocidas, las favorables y las adversas, y su onda ha llega- esperar otra cosa (12).
do hasta bien entrado el siglo xx.
eso imprevisible ningún acuerdo. El dualismo, como hecho histórico del siglo xix
prescindiendo de interpretaciones de toda la historia de España es un algo con-
creto que está a h í . Vicente Marrero ha hecho, a p a r t e el coro de entusiastas en-
II. ESPAÑA EN EL SIGLO DE LAS REVOLUCIONES comiadores, atinadas observaciones al libro de Lain. Iglesia Mundo 10 (1971) 8-10.
9 J O S é LUIS COMELLAS, Historia de España moderna y contemporánea. Edi-
ciones Rialp, Madrid 1968, p. 402. Y el mismo autor precisa: «No nos referimos
«El talante conflictivo de la vida española reaparecerá con nue- a motines o alteraciones del orden, sino a revoluciones propiamente dichas, esto
vo contenido y nuevas formas, para no cesar ya hasta nuestros días, es, intentos organizados, armados y conscientes, para derribar al gobierno. Dos
mil revoluciones en un siglo equivalen a una cada diecisiete dias. El recuento
a partir de la Constitución de Cádiz... Sin interrupción ha sido con- estadístico nos da permiso para l l a m a r al siglo XIX el «siglo de las revolucio-
flictiva la vida histórica y social de la España que solemos llamar nes», a u n q u e técnicamente sería mucho m á s exacto llamarle el siglo de la ines-
tabilidad interna», p . 403.
contemporánea» (8). 10
Ib. id., p p . 405-406.
" Luis SáNCHEZ AGESTA, Historia del constitucionalismo españot, Madrid
19
8 PEDRO LAIN ENTRALGO, .4 qué llamamos España, Madrid 1971, p p . 124-125. ° 4 , p. 15.
El sentido de conflicto es para Lain E n t r a l g o : «Toda situación de la vida social L» La historiografía moderna y reciente ha aportado valiosos estudios m o -
de un pueblo q u e de hecho conduce a la violencia o que de una manera la.tente, nográficos. Casi todas las grandes tendencias y partidos del siglo cuentan con
como posibilidad nunca extinta la lleva de continuo en su seno», p . 123. El tema estudios particulares: MAXIMIANO GARCíA VENERO, Historia del Parlamentarismo
de la interpretación histórica de España es campo de todas las polémicas. P o r español, Madrid 1946; Luis SáNCHEZ AGESTA, Historia del Constitucionalismo es-
Panol, Madrid 1964 2 ; MELCHOR FERRER - DOMINGO TEJERA - J O S é F. y ACEDO, His-
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36 EL P. PALAU Y SU MOMENTO HISTÓRICO 37

La valoración polémica del siglo xix puede ser el signo de su mentos y datos se puede llegar a las dos apreciaciones por contra-
carácter contradictorio y conflictivo un signo con el cual pase a la dictorias que sean.
historia. Lo más llamativo es que las valoraciones tanto negativas
como positivas sean tan tajantes. Para Laín Entralgo el xix es «un
hueco histórico por el que alocadamente vuelan y revuelan el he- A. — Desde la Edad Media al siglo futuro. La historia civil española
roísmo, el entusiasmo, el disfraz y la ineficacia» (13). Antítesis de en el ochocientos.
esta afirmación son las siguientes palabras de Federico Suárez: «es-
te siglo tiene tanto sentido como cualquier otro de nuestra historia, Pese a una historiografía empeñada en considerar lo español
y es falso que le falte existencia histórica, que su característica sea en el siglo xix cerrado sobre sí mismo y aislado del contexto euro-
la casi total inanidad histórica. Antes al contrario, es de una perso- peo, lo cierto es que está vinculado y unido a los grandes fenóme-
nalidad tan rica que puede figurar entre los más fecundos» (14). Sin nos del siglo, sobre todo en su primera mitad (15) en el despertar
duda polemizar sobre el tema será tarea estéril, ya que con argu- del nacionalismo y en la revolución burguesa. Ni siquiera es posible
señalar desfases o una macha retardada. En algunos casos los acon-
tecimientos españoles son verdaderos anticipos y el ritmo es en to-
toria del Tradicionalismo español, Sevilla, a p a r t i r de 19+1; Luis DIEZ DEL CORRAL, do momento más allegro.
El liberalismo doctrinario, Madrid 1956 2 ; ANTONIO EIRAS ROEL, El partido demó- Sin embargo dentro de ese paralelismo general las particulari-
crata español (18Í9 -1868), Madrid 1961. FEDERICO SUAREZ, La crisis política del
antiguo régimen en España (1800 -18M), Madrid 1959. MIGUEL ARTOLA GALLEGO, dades del caso español son tan fuertes que pueden inducir la im-
Los orígenes de la España contemporánea. 2 vols. Madrid 1959. MIGUEL ARTOLA, presión de privatividad o absoluta peculiaridad y distinción.
Los afrancesados, Madrid 1953. FEDERICO SUAREZ, Conservadores, innovadores y
renovadores en las postrimerías del Antiguo Régimen. Estudio General de Na- Con más propiedad que respecto de cualquier otra nación se
varra, Pamplona 1955. — L a s tendencias políticas durante la Guerra de la Inde- puede llamar al siglo xix español el siglo de las revoluciones. El
pendencia. Instituto Fernando el Católico, Zaragoza 1959. La legislación del si-
glo puede seguirse en E. TIERNO GALVAN, Leyes políticas españolas fundamentales contenido el fin y los medios son iguales a los perseguidos en otras
(1808 - 1936). Ed. Tecnos, Madrid 1968. También se h a n publicado estudios de naciones, pero dentro de un contexto, de una tradición y de una
carácter general, y no h a y ninguna de las figuras políticas del siglo q u e no
cuente con biografía, muchas de ellas contemporáneas, y otras recientes. Hay a l - sensibilidad distintos.
gunos temas que h a n acumulado particular interés de los investigadores. Así el En síntesis, se trata de: a) Un proceso revolucionario, es decir,
reinado de Fernando VII a l q u e se h a n dedicado múltiples estudios, RAMóN M E -
NENDEZ PIDAL, Historia de España. Vol XXVI por J O S é MIGUEL ARTOLA GALLEGO. una transformación político-social, b) inspirado en una doctrina, c)
Introducción por CARLOS SECO SERRANO. Espasa-Calpe, Madrid 1968. Uno de los conducido por unos actores, una nueva clase minoritaria más o me-
mejores estudios realizados hasta el presente sobre el reinado de Fernando VII.
Especialmente h a sido tratado de una manera amplia, con extenso conocimiento nos cohesionada, d) con unos medios peculiares, con e) un resultado
de la documentación y con m u y mesurada objetividad, el comienzo y primeros final positivo, f) en un lapso de tiempo bastante largo marcado por
pasos de la revolución burguesa española. La laguna m á s llamativa es la ausencia
de atención a la Iglesia, apenas recordada en dos capítulos y en referencia a los unos acontecimientos determinados, que señalan las etapas del pro-
problemas capitales del momento, la economía y la política (pp. 504 ss., 761 ss.). ceso, y g) en contraste con unas fuerzas contrapuestas, es decir con
La desamortización, etc. Falta con todo la obra sistemática q u e todos quisiéramos
Ya que de carácter general, fuera de una media docena de obras recientes q u e una oposición.
deben tenerse en cuenta, entre ellas ocupa destacadísimo lugar la de RAIMUNDO
CARR, España 1808-1939, Barcelona 1969 (la edición inglesa es de 1966), siguen a) La revolución en España como en Europa desde la Revo-
siendo esenciales las del siglo pasado con las limitaciones consabidas. Afortuna- lución Francesa la gran inspiradora, tiene un programa concreto:
damente la abundancia de fuentes es considerable, en algunos casos a b r u m a d o r a
y por eso mismo no utilizada sistemáticamente; es el caso de la prensa. Tam- crear el nuevo estado suplantando el antiguo régimen. Desde el pri-
poco existen repertorios bibliográficos, fuera de los esbozos que algunos autores mer momento los revolucionarios españoles tienen plena conciencia
han publicado en sus estudios, como los de UBIETO-REGLA-JOVER-SECO, al fin de
los correspondientes capítulos de su obra y ALFREDO MARTíNEZ ALBIACH. En el vol.
3 del Diccionario de Historia de España, Ediciones de la Revista de Occidente,
Madrid 1969 2 y en el Apéndice primero se publica u n sumario bibliográfico, resu- 15 Ténganse en cuenta las siguientes y ponderadas afirmaciones : «De la mis-
mido del m á s amplio inserto en la Historia de España de L. GARCíA DE VALDEAVE- ma forma q u e la guerra de la Independencia forma parte de un proceso general
LLANO. de las guerras nacionales de liberación, la revolución política llevada a cabo por
13 A qué llamamos España, p . 153. No es idea nueva en Laín. Es su juicio del los españoles durante aquella no pueden entenderse si la consideramos aislada-
siglo m a n t e n i d o desde q u e lo emitió p o r primera vez en España como problema, mente. La revolución política mencionada forma parte de un proceso general
Aguilar, Madrid 1962 3 . Edición que utilizamos. Pero escrita por los años 1940-1941. —europeo y americano— llamado «revolución burguesa» UBIETO-REGLA, etc. In-
14 FEDERICO SUAREZ, La crisis política del Antiguo Régimen, p . 18. troducción a la Historia de España, p. 527.
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de ello, y de que esta empresa es nueva y grandiosa (16). Con esa
Hasta la Constitución del año 45 predominará el espíritu de Cá-
preparación mental y psicológica, que tiene tanto de ingenuo triun-
diz en el grupo permanente de políticos doceañistas, con las apor-
falismo como entusiasmo de colegial fue acometida la obra de cam-
taciones del doctrinarismo liberal, más o menos cuajado en la déca-
biar el curso de la historia (17). Inexperiencia y generosidad achaca
da de los treinta, de los moderados y con la parte no pequeña co-
Tocqueville a los revolucionarios franceses de la primera hora (18).
rrespondiente al oportunismo político. La del 69 será la más radical
El empeño, alentado por el mismo entusiasmo —puede recordarse
de todas, verdadera culminación del progresismo español, entorpe-
la literatura proclamista del 68— durará todo el siglo y producirá
cido, torpedeado e invalidado en tantas ocasiones, pero siempre la-
las siguientes constituciones: de Cádiz, 1812, de 1834 (Estatuto Real),
tente y agresivo.
de 1837, 1845, 1856 (nonnata), 1869. 1873 (proyecto de constitución
Son pocos los problemas nuevos que se abordan en cada cons-
federalista), 1876.
titución (20). El único que se halla presente con inevitable insisten-
Un verdadero récord de actividad legislativo-ordenadora de la cia es el problema religioso cuya reglamentación marca las oscila-
sociedad en virtud del derecho primario de la nueva filosofía polí- ciones y tensiones políticas, el avance de las ideas y el nivel de li-
tica: la soberanía nacional declarada previamente a la Constitución beralismo alcanzado.
de Cádiz (19). En la elaboración de los textos constitucionales se perciben los
Las Cortes de Cádiz aplicarán en su extracto más puro las ideas intereses de grupo de la oligarquía politizante y sus propias ambi-
de la clásica doctrina revolucionaria en la línea montesquiana y ciones, los esfuerzos por un encauzamiento del juego de los partidos,
rousoniana: la soberanía nacional, la división de poderes y el ca- y finalmente la lucha por superar el mayor equívoco e injusticia del
tecismo más o menos detallado de los derechos ciudadanos. liberalismo burgués —el voto censitario— extendiendo este derecho
a todos los ciudadanos, en las constituciones de 1869 y 1876, meta
del espíritu democrático de la revolución escamoteado durante tan-
16 El preámbulo de la Constitución de Cádiz es expresivo de este estado de to tiempo.
á n i m o : «En el nombre de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, a u t o r
y supremo legislador de la Sociedad. b) La dependencia de la ideología revolucionaria española de
Las Cortes generales y extraordinarias de la Nación española, bien conven-
cidas, después del m á s detenido examen y madura deliberación, de q u e las a n - la francesa, sobre todo en sus comienzos en las Cortes de Cádiz ha
tiguas leyes fundamentales de esta Monarquía, acompañadas de antiguas provi- sido aceptada como tesis indiscutida. Basta el cortejo material de
dencias y precauciones, que aseguren de un modo estable y permanente su en-
tero cumplimiento, podrán llenar debidamente el grande objeto de promover la los textos legislativos. Así Balmes, Menéndez Pelayo y otros críti-
prosperidad y el bien de toda la Nación...» «Colección de Decretos y Ordenes ge- cos (21). Tesis actualmente en revisión y desechada en parte por su
nerales y extraordinarias desde el 24 de febrero de 18Í3. Imprenta Nacional, Cádiz
1813, p. 101. Así D. Ramón Giraldo al abrir la sesión del 25 de agosto de 1811
en q u e se comenzó a discutir el proyecto de Constitución, afirmaba con énfasis: 20 Cada u n a sin embargo tiene su talante, su signo especial reflejo del paso
«Ha llegado felizmente el día en que vamos a ocuparnos en el más grande y del tiempo y de las situaciones políticas y condicionamientos sociales. Un aná-
principal objeto de nuestra misión» Diario de las Cortes, VIII, 6. Y el arzobispo lisis lúcido de cada una de ellas en Luis SáNCHEZ AGESTA, Historia del Constitu-
de Toledo en la convocatoria de las constituyentes de 1820: «...El establecimiento cionalismo español. Ver nota 12.
de todo nuevo sistema sobre las ruinas del q u e caduca es la operación m á s grande, 21 JAIME BALMES, Dos escollos. Obras completas. BAC. Madrid 1950. Vol. VII,
más difícil y penosa que conocen los hombres... Ciudadanos: Continuemos nues- p. 209. Y Menéndez Pelayo escribe: «Vuelta la espalda a las antiguas leyes es-
tra sublime marcha con el orden y tranquilidad que hasta aquí...» pañolas, y desconociendo en absoluto el valor del elemento histórico y tradicio-
17 J O S é LUIS ARANGUHEN, Moral y sociedad, p. 53 juzga la Constitución gadi- nal, fantasearon, quizá con generosas intenciones, una Constitución abstracta e
tana «como un gesto romántico, como una muestra —la primera en España— inaplicable, q u e el más leve viento había de derribar. Ciegos y sordos al sentir
de romanticismo» paralelo al romanticismo derrochado por el pueblo en las y al querer del pueblo q u e decían representar... Huyeron sistemáticamente de
guerrillas. lo antiguo...» Heterodoxos Edición nacional, VI, p. 89. En un momento mucho
18 ALEXIS DE TOCQUEVILLE, El Antiguo Régimen y la revolución, p. 206. más tardío, el 69 cuando se discute, se interpela, se busca y se aclara la postura
19 «Los diputados que componen este Congreso, y que representan la Nación del gobierno ante el inminente concilio Vaticano I, la convergencia de miras y
española, se declaran legítimamente constituidos en Cortes Generales y extraor- de postura con el gobierno francés —en este caso también con otros, como el de
dinarias y q u e reside en ellas la soberanía nacional. Baviera—, es s i n g u l a r : «Aprés avoir écouté avec un vif interét la lecture de docu-
...El Consejo de Regencia reconocerá la soberanía nacional de las Cortes, y ment, monsieur Silvela m'a dit qu'il ne pouvoit que s'associer a u x vues qui y
j u r a r á obediencia a las leyes y decretos q u e de ellas emanen». Colección de Leyes étaient exprimées, et que Votre Excellence connaissait d'ailleurs, p a r ses entretiens
y Decretos, etc. p . 1. A mitad de la historia constitucional española traza Balines avec monsieur Olózaga, quelles étaient, dans cette circonstance, les dispositions du
un irónico escorzo del constitucionalismo español: «nacimiento, la vida, y la Gabinet de Madrid» (Collectio Lacensis, 7 c. 1245). Las intervenciones de algunas
muerte de las constituciones españolas». Cf. La política de la situación en El figuras, las réplicas y aclaraciones de la oposición, en general todo el t r a t a m i e n t o
pensamiento de la Xación 1 de mayo de 1945. Obras completas, VII, p. 173 ss. del concilio en las Cortes carece de imaginación. Es el Syllabus el que siempre
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simplismo. No se puede explicar más que en un contexto histórico por la reacción contra la Revolución Francesa en las altas esferas
más amplio y donde se entrecruzan realidades más complejas que alcanzó eco impensado en las Cortes de Cádiz.
el simple mimetismo de lo extranjero. Para algunos historiadores la Es cierto que la Constitución de Cádiz es el fruto más maduro
Constitución de Cádiz no puede entenderse más que dentro de una de la revolución española. Reducir su valor a la parte externa al
especial situación histórica contrastada por elementos nuevos que aspecto técnico nos parece una apreciación injusta, aunque sea tam-
presionan sobre ella (22), y en parte como evolución de la ideología bién destacable. Las aportaciones posteriores —el liberalismo doctri-
del xvin español: «No cabe dudar de la originalidad de este curioso nario, el romanticismo— son mucho más pobres y deslucidas. Se fi-
documento constitucional ni de su parcial vinculación a una tradi- jan las posturas, cada día más radicalizadas, y los intereses y la
ción histórica española que bebe confusamente en muchas fuentes, acción acampan sobre todo en el terreno sísmico de las pasiones y
aunque tampoco quepa dudar de la influencia del patrón europeo que de las apetencias. Son conocidos los juicios de Menéndez Pelayo al
radicalizó el movimiento y transformó quizá en revolución lo que respecto:
pudo ser una evolución pacifica. El apremio de una situación histó- «Hasta después de 1856, la revolución española no contiene ma-
rica, el legado de una tradición confusamente recordada, el peso de yor cantidad de materia filosófica ni jurídica, que la que le habían
la actitud ideológica del siglo XVIII español, llevaron a los constitu- legado los constituyentes de Cádiz; es decir el enciclopedismo del
yentes de Cádiz a plantear soluciones que vistieron con las palabras siglo XVIII, lo que traducido a las leyes, se llama progresismo. Sólo
del siglo... No deja de ser curioso advertir que en muchos casos después de esa época comienzan los llamados demócratas a abrir la
fueron más las formas o la letra de los textos de la Revolución lo puerta a Hegel, a Krause y los economistas» (26). «... y conviene
que se imitó más flagrantemente» (23). Que existe un auténtico en- decirlo m u y claro: la revolución en España no tiene base doctrinal,
lace entre el reformismo pregaditano reaparecido posteriormente ni filosófica, ni se apoya en más puntales que el de un enorme des-
—Manifiesto de los persas— y coincidente con la voluntad renova- pojo y un contrato infamante de compra y venta de conciencias»
dora de las Cortes es innegable. Pero esta misma constatación plan- (27). Hoy nos pudiera parecer desproporcionado el valor que M. Pe-
tea nuevos problemas: hasta qué punto las nuevas corrientes modi- layo concede al gesto de Mendizábal. Sin acudir a la inspiración
fican una trayectoria establecida y suponen para esa orientación un francesa por un camino o por otro, con un pretexto u otro, antes o
verdadero traumatismo, un corte o una amputación. Es una temá- después se había de llegar a la desamortización, obsesión de los eco-
tica que debe estudiarse. Menéndez Pelayo encuentra el anclaje con nomistas entonces y número grueso de sus programas de reforma
la tradición anterior en el regalismo y en todas las formas y ten- económica. Aunque pueda reconocerse como válida en sí misma, la
dencias disgregadoras (24). manera de llevarla fue fatal. La motivación de fondo, aparte todas
A la misma conclusión de Sánchez Agesta llega tras unas certe- las teorizaciones económicas, es política. Dentro de una aparente in-
ras calas en el pensamiento de la ilustración española Antonio Elor- genuidad son reveladoras las mismas palabras del preámbulo (28)
za (25) que alcanza a precisar el nacimiento y la balbuciente confi-
guración de un liberalismo español mucho más precoz de lo que 26 Heterodoxos, VI, p. 216.
pudiera suponerse, y que tras el corte brusco a que fue sometido 27 Ib. id. p p . 229-230.
28 «Señora. Vender la masa de bienes que h a n venido a ser propiedad de la
Nación, no es t a n sólo cumplir una promesa solemne y d a r una garantía positiva
entra en la danza como un fantasma, o el símbolo de la anticultura y la a n - a la deuda nacional por medio de una amortización exactamente igual al pro-
ticivilización. El r e s u l t a d o : se toma la postura que entonces era la m á s lógica, ducto de las rentas, es abrir una fuente a b u n d a n t í s i m a de felicidad pública;
la previsible, y se toma con una altenería o una suficiencia de recién llegados, vivificar una riqueza m u e r t a ; desobstruir los canales de la industria y de la
y de sentirse fondeados en el ancho m a r de la modernidad y la pura civilización. circulación; apegar al país por el a m o r n a t u r a l y vehemente a todo lo propio;
Los constituyentes españoles conocen bien los debates de la Asamblea legislativa ensanchar la patria, crear nuevos u fuertes vínculos que liguen a ella; es, en
francesa. Las amenazas en tono de reserva son coindidentes. Es con todo alec- fin, identificar con el trono excelso de Isabel II, símbolo de orden y de libertad.
cionadora u n a comparación con la postura francesa, incluso con la portuguesa No es, Señora, ni una fría especulación mercantil, ni una mera operación de
y sobre todo, las particulares resctricciones de cada gobierno. crédito p o r m á s que ésta sea la palanca que mueve y equilibra en nuestros días
22 L. DIEZ DEL CORHAL, El liberalismo doctrinario, p. 409 ss. las naciones de E u r o p a ; es un elemento de animación, de vida y de ventura
23 Luis SáNCHEZ AGESTA, o.c, pp. 48-49. para España. Es, si puedo explicarme así, el complemento de su resurrección
24 Heterodoxos, VI, p. 89. política.
25 ANTONIO ELORZA, La ideología liberal en la Ilustración española. Editorial El decreto que tengo la honra de someter a la augusta aprobación de V. M.
Tecnos, Madrid 1970. sobre la venta de esos bienes adquiridos ya por la nación, así como en su re-
EL P. PALAU Y SU MOMENTO HISTÓRICO ALBERTO PACHO
42 43

cuyo trasfondo no queda velado por la solemne altisonancia de su burguesía española: El primer acceso al poder lo obtiene en la
redacción. guerra de 1808 de la que se aprovecha para su asalto al mismo con
una audacia y un oportunismo entre ingenuos y proféticos. Pese a
c) La revolución española, como toda revolución es obra de
todo tiene conciencia de su inferioridad y por todos los medios in-
una minoría, de una nueva clase, la burguesía, cuyo primer paso
tentará conseguir los suficientes cuadros numéricos para garantizar
para afirmarse e identificarse como tal clase es la búsqueda y la
su poder y su fuerza. Y lo consigue de diversas maneras y en poco
conquista del poder. Todo el proceso revolucionario es conducido por
tiempo: Aparte el poder dinámico y de aborción de toda clase nue-
esta minoría desde el siglo xvni y durante todo el xix, la burguesía
va —es singular cómo se afiliaron al programa burgués los nobles y
que intenta convertir en derecho su situación de poder de hecho
miembros del ejército, el tradicional y el nuevo nacido de la guerra
—poder económico— desplazando a la minoría —nobleza— con po-
y de las revoluciones— por la acción política e intencionada de hacer
der de derecho (29). En la época del liberalismo doctrinario se jus-
más numeroso el grupo de los ricos —el medio fue la desamortiza-
tificará la restricción del voto censitario con un sofisma, que puede
ción— y sin duda, por la creciente mejora de la riqueza privada, desde
ser más o menos el siguiente: el gobierno sólo lo deben ejercer los
comienzos de siglo, pero que ya es un hecho en el quinto decenio
buenos, los mejores; los mejores sólo son los que tienen cultura,
del siglo, y lo era ya en el tercero. Precisamente a la falta de fuerza
cultura sólo la pueden tener los ricos, léase burgueses, luego... Es
de esa clase se achacará el que la revolución no se haya realizado
el pensamiento de Donoso Cortés no precisamente de su etapa de
antes en España.
madurez (30). No es difícil trazar el diagrama del ascenso de la
El liberalismo del xix, sobre todo el de los comienzos es mino-
ritario, antipopular. Muchos de los constituyentes de Cádiz están an-
sultado material ha de producir el beneficio de m i n o r a r la fuerte suma de la
deuda pública, es menester que en su tendencia, en su objeto y a ú n en los m e - clados en los mismos hábitos mentales del despotismo ilustrado. Por
dios por donde aspire a aquel resultado, se enlace, se encadene, se funda en la eso practican una asepsia rigurosa contra el pueblo, del que se sien-
alta idea de crear una copiosa familia de propietarios, cunos goces y cuya exis-
tencia se apoye principalmente en el triunfo de nuestras actuales instituciones» ten discriminados, aunque apoyen su poder precisamente en los de-
(Gaceta de Madrid, 21 de febrero de 1836). El valor de la desamortización como rechos del pueblo, la soberanía nacional, pero que no es el pueblo
arma política fue reconocido precozmente y manifestado con toda claridad. Ya en
las Cortes de 1820 proclamaba el Diputado Priego: «Todo el que compre bienes sino ellos los que los han de utilizar y manipular. Baste recordar la
nacionales, los adquiera de otro o los reciba ahora en paga de lo que se le debe, forma en que fueron designados los diputados. Así se explica que
será interesado en que se consolide un sistema que h a de mantenerle en posesión
de ellos» (Diario de las Cortes, 2 agosto 1820). El mismo año y dentro de la Co- cayeran en el equívoco de creerse la nación, cuando su situación
misión económica de las Cortes se p r o c l a m a r á : «La comisión entiende que siendo efectiva es de verdadero escorzo respecto a la mayoría de los espa-
la venta de los bienes nacionales el único arbitrio de extinción [de la deuda, los
economistas de esta etapa liberal a d m i t í a n otros] debe facilitarse todo lo po-
sible con el triple objeto de a m o r t i z a r antes la deuda, poner en circulación la legitimamente la soberanía; su gobierno es el de las aristocracias legítimas, es
propiedad acumulada y hacer un gran número de propietarios y en ellos decir, inteligentes, porque sólo la inteligencia da la legitimidad... [los subrayados
otros tantos interesados en el nuevo orden de cosas» (Diario de las Cortes, son n u e s t r o s ] .
día 20 de octubre de 1820). Es decir, la línea en q u e continua Mendizábal ya es- Tal es el Gobierno con que ha dotado a la Europa la revolución francesa,
taba marcada desde mucdo antes. No se les puede tachar de poco explícitos. Se no bien comprendida hasta que a historiadores imbéciles y mercenarios h a n
manifestaban sin restricciones. Como también, y ya en 1821 se h a b í a n hecho las sucedido historiadores imparciales y filósofos. En su primer período es en donde
críticas al milagro de la desamortización: enriquecimiento de los ricos y depau- debemos estudiar su tendencia y examinar su carácter; porque no dirigida en él
peración de los pobres. Lo q u e se repetirá posteriormente. Puede verse la Me- la revolución por causas extrañas, dio libre curso a las ideas que en su seno
moria sobre la deuda interior de Toreno, publicada en 1834 y cuyo resumen final se escondían...» La tonante retórica de Donoso es inequívoca. l'nas páginas mas
es bien pesimista. adelante profetiza cómo ha de llegarse al sufragio u n i v e r s a l : «Hasta ahora los
29 «Aunque la Revolución pueda parecer a una mirada ingenua un fenómeno jefes de uno y otro bando h a n considerado esta cuestión como una cuestión de
de masas, es en realidad obra de este grupo, es decir: el alzamiento de u n a conveniencia; se engañan lastimosamente, se e n g a ñ a n ; y poique he visto el abis-
minoría, los m á s fuertes de hecho, contra otra minoría los m á s fuertes de derecho, mo a q u e su error los conducía, he trazado estos renglones. No os engañéis como
o sea, los privilegiados» J O S é L U I S COMELLAS, Historia de España moderna y con- ellos; el debate es constitucional; si votáis la ley indirecta tened entendido q u e
temporánea (H7Í-1965), p . 413. votáis una revolución. Cierto esa revolución no es inminente, merced a que las
30 Ver el opúsculo publicado en 1835 con ocasión de la reforma electoral pro- masas duermen aqui todavía el sueño de la inocencia y a que no están prepa-
puesta p o r Mendizábal. A él pertenecen estos p á r r a f o s : «...las clases propieta- radas a responder al l l a m a m i e n t o de la ley; pero al fin resonarán en sus oídos
rias, comerciales e industriosas se iniciaron en los misterios de la inteligencia, y se l e v a n t a r á n ; se levantarán cuando a m a e s t r a d a s por la ley en el ejercicio
que las reveló el arte de gobernar y las confió el ejercicio de la soberanía, q u e del poder, cuando cortejadas por la ley que reconoce su soberanía, cuando lan-
las pertenece, luego que se les hubo revelado. Sí; sólo a estas clases pertenece zadas por la ley en las t o r m e n t a s del foro, empiecen a gustar de aquel poder, a
el ejercicio de la soberanía, porque sólo estas clases son inteligentes; sólo a estas gozar en estas t o r m e n t a s y a engreírse con aquella soberanía» DONOSO CORTES,
clases pertenecen los derechos políticos, porque sólo estas clases pueden ejercer Obras Completas Madrid 1946, BAC, t. 1, p. 194 y 200.
44 EL P. PALAU Y SU MOMENTO HISTÓRICO
ALBERTO PACHO
45
ñoles. Ese es en el fondo el drama de las Cortes y de su obra, la
constitución, una constitución para un pueblo que no tiene hábitos todo en el período inicial carecía de fuerza. Consecuencia: su precoz
asociación con el ejército, que se politiza. Es el militarismo, dolen-
mentales ni cívicos para asimilala ni siquiera para realizar los dere-
cia endémica del siglo, tipificado y execrado por todos los políti-
chos que se le ofrecen (31).
cos (34).
Por primera vez el pueblo adquiere cierta conciencia de su sin-
gularidad por la lucha que se desencadena, en la que por la fuerza d) La revolución tiene lógicamente unos medios, sus propios
del instinto y de la adivinación percibe su propia desaparición cuan- medios. La revolución utiliza en España los comunes y otros priva-
do son removidos o pueden ser suplantados los dos valores a los que tivos y característicos. Ante todo la búsqueda y detentación del po-
se siente más vinculado y en los que cree realizarse: la tradición, der, que es a la vez medio y fin: «Los diputados que componen este
la vivencia existencial religiosa y la realeza. Congreso, y que representan la Nación española, se declaran legí-
Es el carácter minoritario de los creadores de la constitución timamente constituidos en Cortes Generales y extraordinarias y que
el que produce otra nota: su idealismo, la ingenuidad de pensar que reside en ellas la soberanía nacional» (35). Así el Decreto de consti-
el pueblo la aceptaría como un regalo de sorpresa o como un premio tución de las Cortes de Cádiz. Es el pimer acto de la revolución.
por su buen comportamiento. Los revolucionarios son los representantes y ejecutores de ese poder,
El funcionamiento de las minorías dirigentes españolas en el si- bajo las formas consagradas por su propia filosofía política: la dis-
glo xix está también bien definido. En primer lugar la propia diver- tribución de poderes, declarada también en el mismo solemne mo-
sificación en subgrupos más o menos diferenciados y divergentes, mento (36).
los partidos, con una precisa mecánica de acción entre ellos mismos: Para la obtención del poder se utilizan en todo el siglo los me-
ascenso-descenso-expectativa; arribada-retirada y compromiso, y dios que el uso acreditó como eficaces, que justifican la misma adje-
frente a la masa no afiliada ni afiliable una constante: mantenerla tivación derivada de la causa a la que sirven, revolucionarios. En
alejada por pincipio de las funciones de gobierno, y utilizarla como el siglo xix español el medio más socorrido es la guerra, y más to-
instrumento fácilmente fanatizable con los eternos slogans: liber- davía, la revuelta, la algarada, cuartelera o no, el manifiesto, y sobre
tad, patria, bienestar, progreso, etc., como una especie de frutos pa- todo el pronunciamiento, que se configura según formas y hábitos
radisíacos de un edén cuyas puertas guardan siempre los hierofantes especiales y toma carta de naturaleza con un sentido peculiar y pro-
de los misterios políticos, pero cuya entrada defienden siempre in- pio que ha pasado desde España al lenguaje político universal. Cada
vencibles espadones. uno de los momentos singularizados de la política de todo el siglo
Con demasiada frecuencia la política se convierte en juego y en nace de un pronunciamiento más o menos solemne:
duelo de personalismos. De hecho en un siglo de tan agitada y epi-
léptica vida política los verdaderos actores individualizados son bien
34 Escriben los continuadores de Modesto Lafuente: «De aquí [falta de po-
pocos. Hasta treinta enumera Valeriano Bozal (32). La lista no es der y cohesión del pueblo: la preponderancia política del ejército entre nosotros:
ni completa ni muy acertada; se pueden omitir algunos nombres y de quí que el ejército haya iniciado, cuando no realizado todo pronunciamiento,
y producido toda mudanza, ya en nombre de la libertad, ya en nombre del orden.
colocar otros. Es indicativa de que el número no es tan sobreabun- No era sólo porque tenia la fuerza material, era también porque cierta organi-
dante como pudiera presumirse (33). La minoría politizante, sobre zación y cohesión, de que carecían los partidos, el ejército las tenía. Y como de
todos los partidos, los que se llaman partidos medios son los que menos se-
cuaces activos h a n tenido hasta ahora en España, resulta que su triunfo se ha
debido siempre al ejército; y, en nombre del ejército, a algún general, o enten-
31 Así lo reconocen patéticamente los mismos liberales: «...pero una vez dido o dichoso...
despertadas las pasiones y heridos los intereses, no podía ser dudoso el resultado
de una lucha entre la minoría liberal, expresión de un idealismo exótico, y la Este m a l del m i l i t a r i s m o ha sido deplorado por hombres notables de los
secular organización del régimen absolutista». Historia de España, continuación partidos, y sobre todo del partido que se ha llamado liberal-conservador, como
de MODESTO LAPUENTE, 20, p. VII.
su m a y o r p l a g a : pero no hay declamación que valga contra este m a l : su único
remedio está en que se forme una opinión pública respetable y briosa y e n 1 u e
32 VALERIANO BOZAL, Juntas revolucionarias. Manifiestos y proclamas de 1868.
se sepa hacerse valer con los recursos que dan las leyes, los cuales al fin no son
Editorial Cuadernos para el diálogo, Madrid 1968, p. 125 ss.
pocos, si se saben emplear y no se tiene la voluntad marchita» Historia de Es-
33 «Los continuos zancadillcos que sufrieron los gobiernos españoles del paña, 22, p. 346 Y sin embargo sin este fenómeno no hubiera triunfado la re-
siglo xix no se deben casi nunca a las fuerzas del descontento social, sino a volución.
rivalidades entre los distintos grupos de la oligarquía dirigente» COMELLAS, O. C ,
p. 405. 35 Colección de Decretos y Ordenes, etc. p. 1.
36 Ib. p. 1.
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47
— 1 de enero de 1820 pronunciamiento de Riego en Cabezas de combaten; las ideas combaten también; abridlas el palen-
San Juan. que» (38).
— 1827 Revuelta de los agraviados de Cataluña —mal contens—
que marca uno de los momentos iniciales del carlismo. Las Cortes de Cádiz sancionaron el derecho de libertad de pren-
— 1833 Pronunciamiento de Talavera. sa, que desde este momento se convierte en santo y seña de las
— 1836 Sublevación de los sargentos de La Granja. reivindicaciones de la libertad. En la Constitución del 69 este dere-
— 1841 Pronunciamiento de O'Donnell. cho alcanzará su máximo desflecamiento: derecho de emisión de
— 1843 Pronunciamiento contra Espartero. pensamiento, no sólo de imprenta, sin ninguna censura previa, ni
— 1854 La Vicalvarada. depósito, ni editor responsable (39).
— 1866 La Sargentada de San Gil, etc., etc. La prensa es el arma de todos, de tirios y de troyanos; de todos
para todo y contra todo, de todos contra todos. La historia del si-
Por los precedentes del siglo XVIII especialmente por el ejemplo glo xix español no se podrá escribir hasta que se haga el despojo
de la Revolución Fancesa, recuérdese como ejemplo «l'affaire des sistemático, inteligente, científico y decantado de la prensa, de toda
cahiers» en los años inmediatamente anteriores, estaba sentada la la prensa, excluyendo los subproductos de la misma, para los que
eficacia incontrastable de la prensa, un instrumento no nuevo, pero es casi demasiado honor quede constancia o noticia de que exis-
del que se intentó conseguir máximo rendimiento y que se convir- tieron. La obra es ingente (40). La prensa es utilizada con una pro-
tió en arma y medio eficacísimo (37). En 1835 escribirá Donoso Cor- digalidad de manirrotos. Da la impresión de verdadera plaga. De ahí
tés estas palabras, que en su fluvial retórica vienen a ser como la sus defectos y limitaciones: apasionamiento encanecido, parcialidad,
declaración dogmática del poder de la prensa:
ñola. Editorial Tecnos, Madrid 1970, p. 208. La prensa se dio cuenta, precozmen-
«Sólo la prensa periódica, sin reposarse jamás, sigue a la te de su propio poder. Es significativo el testimonio que aporta el mismo Autor
sociedad en su vuelo y la acompaña en sus transformaciones; de Sempere y Guariños. Ib. p. 210.
38 DONOSO CORTES, La ley electoral. Obras completas, I, p . 205. Con menos
sólo el opúsculo puede seguirla, aunque de lejos la sigue; sólo altisonancia pero con lucidez expuso Balmes su idea sobre el poder y la necesi-
para el opúsculo ligero y para la prensa periódica tiene oídos dad de la prensa. Y la reconoció como el a r m a de la revolución, que debía ser
por lo mismo el de la contrarrevolución. Véase el artículo publicado el día 28
esa divinidad inexorable [la sociedad]. Pues bien: arrojemos de mayo de 1845 en El pensamiento de la Nación, Obras completas, VII, pp. 197
en el uno o en la otra todas las verdades que en otro tiempo ss. El m i s m o fue consecuente con su doctrina y utilizó la prensa para defender
hubiéramos depositado en las obras de filosofía; así su poder sus programas y su ideario político y social.
39 Véase el Título I, de los a r t . 1-31.
será mayor y su dominio más seguro; así desapadecerán las 40 Puede verse la revista del CSIC: Colección de índices de publicaciones
distancias en el mundo de la inteligencia; así el reverbero ar- periódicas vol. XIX, que recoge el índice de veinticuatro diarios. Existen nume-
rosos estudios dedicados al tema. Todos ellos limitados o bien a u n a ciudad, o a
diente, en el que se reflejan inflamadas todas las pasiones que una época determinada o a una temática. Es interesante el recientemente editado
disuelven, llevará en su seno también todas las ideas que or- por IRIS M. ZAVALA, Románticos y socialistas. Prensa española del XIX. Siglo vein-
tiuno de España Editores. Madrid 1972. Limita su interesante investigación a
ganizan y fecundan. La prensa periódica y el opúsculo serán varios momentos y t e m a s : La prensa exaltada en el trienio constitucional en
antes de mucho el único campo de batalla para todos los que torno a una típica publicación, El Zurriago; a la prensa del romanticismo:
1835-1865, La prensa ante la Revolución de 1868. De cómo se hacia periodismo
en los años de estreno de la libertad de prensa durante las Cortes de Cádiz:
37 «A lo largo del siglo XVIII, la proliferación de las publicaciones periódicas las motivaciones, los modos y formas, lo describe el P . Vélez:
en Europa constituye una transformación en los medios de comunicación social «...Ejercerán tal vez el odioso ministerio de publicista, por buscar su subsis-
que acompaña al período de ascenso burgués anterior a la Revolución. El perió- tencia en unos tiempos de tanta c a l a m i d a d ; m a s como las correspondencias son tan
dico, que se inicia como simple gaceta de noticias, va a cumplir una labor im- reducidas, las noticias escasean, y los periodistas son en tanta multitud, se
portante al servicio de la razón crítica: su fácil lectura y su precio, menos que copian unos a otros, se zahieren y se critican con frecuencia, se dicen los ma-
el de cualquier libro, hacen de él un medio de difusión y eficacia, como se pro- yores insultos, que sufren con resignación. No basta esto para llenar todo su
bará en Francia en la época revolucionaria. Para los progresos de las ciencias p a p e l : insertan cuanto se les da, aunque sea impío o i n m o r a l : congratulan a los
y las artes —.juzgaba en el último cuarto del siglo el español Sempere—, o a lo suscriptores, dándoles por la manía casi general de censurar las autoridades,
menos para la mayor y más rápida extensión de sus conocimientos, h a n con- jefes, el gobierno y sus operaciones, d e r r a m a n d o principalmente la hiél del
tribuido mucho en los últimos tiempos los papeles periódicos. En la forma de sarcasmo y de la maledicencia sobre los ministros de la religión, los usos y cos-
diarios, gacetas, «mercurios» o «correos» constituyen uno de los conductos esen- tumbres de la Iglesia» Preservativo contra la irreligión. Imprenta Repullés, Ma-
ciales de las luces». ANTONIO ELORZA, La ideología liberal en la Ilustración es- drid 1812, pp. 133-134. La obra se escribió seis meses después de la Constitución.
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ALBERTO PACHO
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falseamientos, exageraciones (41). Por eso su validez, aparte la ma-
terialidad de su existencia como hecho físico es en tantas ocasiones los realistas, a las que pertenecen, algunas, como «los Comuneros»,
escasa, lo que urge la necesidad de su estudio. «los hijos de Padilla» de carácter patriótico y popular en la banda
liberal; o «Los amigos del Rey», «La Aurora de la fe», en la banda
El estreno de la libertad de prensa en el Cádiz de las Cortes es
realista, y las sociedades a las que pertenecen los grandes magna-
espectacular y digno preludio de la historia de la prensa en todo el
tes de la política. La proliferación de grupos más o menos crípticos
siglo (42).
durante todo el siglo será una plaga, equivalente en algunas áreas
Los debates en el parlamento o en las cortes son otro medio
nacionales, como Andalucía, a la guerrilla. Su acción no será ex-
de acción revolucionaria también en manos de los dirigentes. Hoy
clusivamente política, en algunos momentos tiene estricto carácter
es una de las fuentes más voluminosas de la historia del siglo. Es
social.
en la oratoria parlamentaria donde puede constatarse una evolu-
ción que llega a cristalizar en un género literario en que se escala- La apologética católica cargará genéricamente sobre la maso-
ron altas cotas. Los comienzos hay que colocarlos en las Cortes de nería extranjerizante todos los males acaecidos a la Iglesia y a la
Cádiz donde se marcan algunas de sus pautas, por ejemplo, la polé- patria durante el siglo. Sin embargo la mitificación de las socieda-
mica. des secretas y de su obra es tan fácil como comprometida por la
falta de datos utilizables con un mínimo de seguridad (43). Algunos
La edad de oro de las sociedades secretas es el siglo xvm. En
histe:.adores modernos colocan en las sociedades secretas el embrión
cambio la edad de oro de su influencia y de su acción es sin duda el
de los futuros partidos políticos españoles (44).
xix. En España comienza una época de esplendor con el advenimien-
to de Fernando VII y su restauración. La sociedad secreta se diver- e) En el último cuarto del siglo cuando tiene lugar la restau-
sifica y se extiende por toda la geografía nacional. Es un instrumen- ración alfonsina la revolución española puede apuntarse el siguien-
to más de acción utilizado también por los diversos grupos políticos, te acreditativo balance; desde sus lejanos comienzos en la primera
por los liberales y por los realistas con una variedad de nomencla- década del siglo ha conseguido cambiar: el régimen, las leyes, las
tura verdaderamente folklórica. Los procedimientos son idénticos, instituciones administrativas, el sistema fiscal, la administración de-
prescindiendo de los ritos y ceremonias mistagógicas de las logias partamental y local, la administración de justicia, la economía. Ha
de más arraigo y tradición, como las de inspiración inglesa o las cambiado también el ritmo, el modo de hacer. En puridad: de lo
importadas por los invasores franceses. Hay sobre todo dos tipos antiguo no queda nada. Ni siquiera el tradicionalismo quedaba co-
de sociedad secreta, la popular, tanto entre los liberales, como entre mo había sido en los postulados de sus comienzos. Subsistía como
otro signo más del tiempo: escindido, por contagio o por el sino
de los tiempos. Lo que subsistía de lo antiguo no subsistía en las
41 «En cuanto a la prensa periódica no oficial de la época, más contribuye a mismas formas. Únicamente quedaba la Iglesia: como institución,
confundir que a aclarar, debido al partidismo político y a la r u d i m e n t a r i a téc-
nica informativa, que en general poseía». R. P é R E Z DEL ÁLAMO, DOS revoluciones como realidad viva en la fe del pueblo, lo único que desafió la revo-
andaluzas. Zyx, Madrid 1971, p. ti. La observación a u n q u e referida a un momento lución. Pero la Iglesia pagó su precio. Ya no es el estamento social
to concreto, las revoluciones andaluzas de 1861, tiene un valor universal.
42 Heterodoxos, VI, pp. 47-48: «Elevada a ley constitucional, en el título IX
del nuevo Código, la libertad de imprenta, comenzó a inundarse Cádiz de un
43 Es posible que nunca se llegue a escribir la historia objetiva de las socie-
diluvio de folletos y periódicos, más o menos insulsos, y algunos por todo ex-
dades secretas. La visión actual de la masonería dista un abismo de la visión de
tremo perniciosos. Arrojáronse, pluma en ristre, mil charlatanes intonsos, a dis- lá historiografía eclesiástica y conservadora del siglo pasado, por ejemplo de la
currir de cuestiones constitucionales apenas sabidas en España, a entonar hin- escrita p o r VICENTE LAFUENTK, Historia de las sociedades secretas, Madrid 1870.
chados ditirambos a la libertad, o a lo que era peor y más pernicioso, a difun- Incluso en la aportación de datos, que por el momento se creen más objetivos.
dir el liberalismo de café, con supina ignorancia de lo h u m a n o y de lo divino, La suspicacia con que se lee toda referencia a las sectas secretas es comprensible
raja a roso y velloso en las cosas de este mundo y del otro». Y continua con Por la carencia de fuentes documentales que no provoquen de por si la sospecha.
una lista que debe ser reducidísima. Es famosa la «Colección del fraile» iniciada Como algo inconcrovertido se creyó en todo el siglo en su influencia. Así, por
por un capuchino gaditano d u r a n t e le período de las Cortes en colaboración, se- ejemplo, el articulo publicado por Balmes en 1845, Dos escollos. Obras completass,
guramente, con el famoso P. Rafael de Vélez, luego obispo de Ceuta. C. SANZ R O S , VII, p. 209. Véase el reciente estudio de IRIS M. ZABALA, Masones, comuneros \l
El obispo Rafael de Vélez y el trienio constitucional en «Naturaleza y Gracia» carbonarios. Siglo veintiuno de España Editores, Madrid 1971.
18 (1971) 142. Cada estallido revolucionario marca un ascenso de algarada b a r r a - 44 IRIS M. ZABALA, Las sociedades secretas: Prehistoria de los partidos políti-
quil de la prensa. ASENJO, La prensa madrileña a través de los siglos, Madrid 1933, cos españoles, en Bulletin hispanique 3-4 (1970). Para corroborar su tesis publica
apunta el siguiente d a t o : Desde octubre de 1868 hasta fines de 1870 aparecieron e
n la obra citada en la nota anterior, una interesante documentación, que ocupa
sólo en Madrid 360 títulos de nuevos periódicos. la mayor parte de su estudio.
EL P. PALAU Y SU MOMENTO HISTÓRICO
50 ALBERTO PACHO ci

clave, el otro miembro del binomio del antiguo régimen, no está — 1813 Las Cortes prosiguen su obra, supresión de la Inqui-
asociada al trono más que en la oratoria arcaizante y nostálgica del sición.
tradicionalismo. No es tampoco un poder económico. Pero es algo — 1814 Se crea la milicia nacional.
presente, vivo y depurado; es todavía una fuerza primaria en la
— 1814 Regreso de Fernando VII, Manifiesto de los Persas,
sociedad española. Lo último a que renunció la jerarquía eclesiás-
abolición de 1 a Constitución del 12, persecución política,
tica española, si es que se ha producido esa renuncia alguna vez, restablecimeinto de la Inquisición, reacciones liberales, ex-
es a la vieja asociación entre el trono y el altar, tan sedimentada en cisión del bando liberal: doceañistas y exaltados.
las conciencias, que en pleno siglo xix, en el reinado de Isabel II
— 1820 Pronunciamiento de Riego: restablecimiento de la
aflora en cualquier documento episcopal que se ojee, y es conside- Constitución.
rado como elemento imprescindible de estabilidad política.
— 1820-1823, trienio liberal, se insinúa el partido carlista —los
No se puede tampoco fijar con total objetividad el saldo nega- apostólicos—. Sublevaciones, regencia de Urgel.
tivo de la revolución que abarca dos columnas contrapuestas, los — 1823 Fernando VII es repuesto por los «Cien mil hijos de
hechos negativos y nefastos y las consecuciones frustradas. Si la S. Luis». Comienza la «década ominosa».
división producida en el siglo se hubiera contenido en unos límites — 1826 Movimiento liberal de los hermanos Fernández Bazán.
de contraste ideológico conllevando una identidad de miras cons-
— 1827 Revuelta de los agraviados (mal contens). El partido
tructivas, este hecho, el más oscuro del siglo, hubiera resultado una carlista se perfila.
gran conquista. Pero la división se produjo y la tensión de una par- — 1831 Intentona de Torrijos en Málaga.
te y de otra se llevaba hasta la mutua exclusión. Los escritos de — 1830 Abolición de la ley sálica.
Balmes sugiriendo la conciliación de las dos Españas contrapuestas, — 1832 Sucesos de La Granja.
todavía producen hoy la sensación de la voz «que grita en el de-
— 1833 Muerte de Fernando VII, regencia de M.1 Cristina,
sierto». Los extremismos verbales, polémicos y afectivos con que
pronunciamiento de Talavera, la I Guerra Carlista.
se combaten los grupos llegan a veces a extremos demenciales y
— 1834 El Estatuto Real, el cólera, matanzas de frailes.
producen una impresión desoladora.
— 1835 Sargentada de La Granja.
Lo que sí se puede afirmar es que la revolución no llegó ni — 1836 Desamortización eclesiástica.
siquiera a sus propios ideales, en política siempre utópicos, y que — 1837 Constitución liberal.
tantas veces fueron comprometidos, alterados, falseados y cambia- — 1838 Supresión de órdenes religiosas.
dos. El único ideal fue la lucha permanente, lo que en principio — 1839 Fin de la guerra, exilio de M." Cristina, regencia de
no era más que un medio, ni lo debiera ser. Ya hemos aludido ante- Espartero.
riormente al número de guerras que llenan el siglo. La guerra es — 1841 Pronunciamiento de O'Donnell en Pamplona.
el signo del tiempo: guerra siempre caliente, o de las armas o de — 1842 Movimiento revolucionario-republicano en Barcelona.
las actitudes y los enfrentamientos. — 1843 Pronunciamiento contra Espartero; caída del mismo.
f) La revolución buscaba un cambio de régimen y de sistema — 1844 Declaración de la edad mayor de la reina, comienza
y ese cambio con sus precariedades e imperfecciones y alternativas la «década moderada».
lo consiguió en un largo proceso cuyas etapas quedan ya estableci- — 1844 Pronunciamiento de Zurbano.
das y aceptadas, pese a su misma limitación y ambigüedad; son las — 1845 Matrimonio de la reina.
que forman la trama de la historia externa del siglo xix: — 1848 Revolución en Europa, España queda al margen.
— 1851 Concordato.
— 1808 Constitución de la Junta Suprema.
— 1854 Pronunciamiento de Vicálvaro, Espartero. Biennio pro-
— 1809 Convocatoria de las Cortes.
gresista. El krausismo en España.
— 1810 Las Cortes en acción: Soberanía nacional división de
— 1855 Desamortización de Madoz, ruptura con Roma.
poderes, libertad de imprenta. — 1856 La constitución «nonnata»; reacción moderada; la
— 1812, 19 de marzo Primera Constitución española.
ALBERTO PACHO
52 EL P. PALAU Y SU MOMENTO HISTÓRICO
53
res que el de salvar la Religión, el Rey y la Patria» (45). Es el tra-
unión liberal. dicionalismo español. Mesianismo a la inversa del mesianismo re-
— 1857 Nacimiento de Alfonso XII, primer censo oficial: Es- volucionario. La repetición de la misma literatura y de los mismos
paña 15.500.000 habitantes. slogans es fatigosa, como fatigosa es la retórica de los mitos liberales.
— 1859-1860 Guerra de África. Intentona carlista en San Car-
los de la Rápita.
— 1863 Caída de O'Donnell.
B. — Un siglo apocalíptico. La Iglesia española en el siglo xix.
— 1865 La noche de San Daniel, caída de Narváez.
— 1867 Movimientos revolucionarios en toda España.
— 1868 30 de septiembre La Gloriosa. Isabel II en Francia. 1. — La faz externa. Los hechos
— 1869 Cortes constituyentes. Constitución revolucionaria. Su-
fragio universal. Regencias de Serrano y Prim. La revolución con todas las resonancias que produce el término
— 1870 Búsqueda de candidatos para la corona de España. es el contexto en que la Iglesia de España realiza su andadura en
Amadeo de Saboya. Asesinato de Prim. el siglo xix. Por eso es un siglo de crisis, persecuciones, alternati-
— 1872 III Guerra carlista. I República. Movimientos canto- vas, éxitos y fracasos. Una historia nueva, inestrenada en la que
nalistas. como resultado final la Iglesia debió encontrar una nueva manera
— 1874 Golpe del General Pavía. Pronunciamiento de Sagun- de ser, de estar presente y de actuar. Durante todo el siglo tuvo que
to. Proclamación de Alfonso XII. recorrer el camino larguísimo e impensable que hay entre una Igle-
sia asociada al trono, la Iglesia medularmente inserta en la historia
g) Los revolucionarios franceses, como los españoles, como to- y en el quehacer de los españoles, hasta ser perseguida, desvinculada
do revolucionario, fueron idealistas, generosos e ingenuos. Así es el de las estructuras y del río del acontecer; de ser decisiva a ser to-
juicio de los historiadores. Su idealismo afecta a sus programas y lerada. Sobre todo ha recorrido con asombro una etapa de perse-
a sus métodos. Lo cual no quiere decir que fueran ni benévolos ni cución, en la que no sucumbió, pero fue sacudida en toda su con-
pacíficos. Su idealismo es de raigambre superficial. La prisa, la es- textura y separada de viejos temporalismos. Es una larga vía do-
pecie de profetismo audaz de que se sienten investidos añade a su lorosa, que dura más que el siglo xix. Es también herencia para el
postura esa fuerte dosis de utopía que no juzgaron como tal. Por veinte. Problemas, situaciones, quehaceres del siglo pasado han con-
eso ni contaron con la tradición, no sólo como valor, pero ni como tinuado siendo problemas, quehaceres y situaciones de la Iglesia de
hecho, que en parte confundieron con algunas estructuras caducas; España en el siglo xx.
ni siquiera tuvieron en cuenta la inercia histórica.
Había muchas cosas profundamente arraigadas. Esas realidades La primera constatación que se verifica al intentar un conoci-
serán las fuerzas que se alzarán contra ellos, serán la reacción, cuya miento, o siquiera una simple aproximación a la historia eclesiás-
meta será la restauración. Esas fuerzas se coagularon en los parti- tica de España en el siglo xix es precisamente su desconocimiento.
dos tradicionales y conservadores, que son el contrapunto en toda Darse cuenta de hasta qué punto es algo sin hacer (46). La postgue-
la historia decimonónica. Los conservadores se adjudicarán la re- rra marca sin duda una etapa de recuperación en muchos aspectos
presentación y defensa de unos valores considerados esenciales y de la vida de la Iglesia en España. Para algunos el campo de la
permanentes: la religión, la patria, el rey. La proclama de la Junta historiografía es uno de los que hay que señalar como incluidos en
Provisional de Gobierno, al amparo de los Cien mil Hijos de S. esa primaveral floración. «Se ha dicho que el año 1939 significa el
Luis, terminaba con estas palabras: «...Españoles: a vosotros está
reservada la gloria de exterminar la hidra revolucionaria que, arro- 45. MELCHOR FERKER, etc. ver nota 12, vol. II, 253 de su obra.
jada de todos los estados de Europa, ha venido buscando asilo a 46 «...la temática eclesiástica —terreno en que la ausencia de conocimientos
es fuera de toda exageración casi completa» J O S é MANUEL CUENCA, La Iglesia
esterilizar y llenar de desastre vuestro suelo. Sea, pues, la más española ante la Revolución liberal. Ediciones Rialp, Madrid 1971, p. 119- Pocas
perfecta unión la divisa de nuestra noble causa, y no halle más que líneas m á s adelante escribe reafirmando el hecho: «es tan alto el grado de des-
conocimiento». Ib. id. p . 120.
una voluntad donde no hay más que una opinión y un mismo inte-
I

54 EL P. PALAU Y SU MOMENTO HISTÓRICO ALBERTO PACHO


55
comienzo de una hermosa primavera en la Historia de la Iglesia La inmensa abundancia de fuentes, ofrece tentadoras posibilidades
Española. y un riesgo, el de la misma superabundancia: Boletines oficiales
Esta apreciación, que nos parece exacta en muchos aspectos, casi todos (?) nacidos durante el siglo, pastorales, exposiciones y re-
lo es ciertamente en el campo de la investigación histórica como presentaciones al gobierno, oratoria, prensa. Inmensa masa casi in-
se podrá constatar en las páginas que siguen» (47). Por suerte que explorada.
en la amplia, pero no completa lista de títulos que elenca el P. Ba-
silio Moreno apenas hemos podido encontrar más de una media
La historia externa de la Iglesia española corre paralela a la
docena que aborden temática del siglo xix: un título sobre el jan-
historia civil. Los avatares políticos, sus incidencias parcelan y se-
senismo y las Cortes de Cádiz (p. 73), algunas de las obras dedica-
ñalan otras tantas etapas en la historia eclesiástica del ochocientos.
das a Balmes como figura del siglo, remitiendo a síntesis bibliográ-
Apuntamos las siguientes, a las que reconocemos un valor apro-
ficas sobre el tema (p. 77), otros dedicados al episcopado español
ximativo, que puede ser alterado buscando matizaciones más depu-
de las Cortes de Cádiz, algunos problemas de la Iglesia en la Amé-
radas, o partiendo de otros presupuestos. Arrancando de hechos po-
rica emancipada, al Concodato del 51. Nada más. Es seguramente a
líticos con incidencia más directa sobre la Iglesia:
partir de 1966, año hasta el que se extiende la reseña del P. Basilio
cuando han aparecido estudios más interesantes. Entre los que cabe 1* Cortes de Cádiz; trienio liberal. Primera restauración cons-
destacar una abundante temática esbozada por José Manuel Cuen- titucional y eclesiástica.
a
ca. Algunos de los estudios recientes tendrán oportuna referencia en 2 1833-1843 Decenio liberal. Guerra carlista. Regencias.
otros lugares de estos apuntes. Todos estamos esperando la inmi- 3 a 1844 Restauración isabelina.
nente aparición del Diccionario de Historia Eclesiástica Española 4" 1854-1856 Intermedio progresista (dos años).
del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Todo esto es 5a 1856-1868 Nueva restauración. Unión liberal. Agitaciones e
cuanto puede justificar un moderado optimismo sobre el particular. inestabilidades precursoras de la revolución.
a
Pero el camino que falta por recorrer es muy largo. Faltan 6 1868 La Gloriosa. Regímenes intermedios. I República.
historias de conjunto, estadísticas, en cuanto sea posible reconstruir- 7a 1875 Restauración alfonsina.
las, análisis de las corrientes y movimientos ideológicos, etc. Cuan-
to pueda iluminar la historiografía civil, mucho más extensa y abun- En la Ia etapa la Iglesia llega con sorpresa a desvelar un he-
dante, no puede suplir la investigación directa. cho. Pese a que en algunos grupos eclesiásticos bien calificados ha
Lo que más urge con todo es una nueva intelección, una nueva
comprensión de la historia de la Iglesia española del xix, que supe-
hablan, piensan, comen, visten y viven a la francesa. Antes que las tropas fran-
re la historiografía del propio siglo escrita con criterios polémicos cesas invadiesen el territorio, lo h a b í a n invadido las ¡deas de aquel país.
unas veces, otras con sentimentalismo victimal, siempre apasionada- El estado de éste d u r a n t e el siglo XIX ha sido de una guerra civil continua.
En los dos reinados que han llenado el siglo XIX hasta nuestros dias [citamos la
mente. Recordemos a Menéndez Pelayo y a Vicente Lafuente (48). edición de 1875] los españoles han tenido por ocupación exclusiva aborrecerse y
matarse. Durante el reinado de Fernando VII, fue la lucha de lo nuevo contra lo
antiguo; d u r a n t e el de su hija, la lucha de lo antiguo contra lo nuevo. ¡Funesto
47 BASILIO MORENO, Veinticinco años de estudios de Historia Eclesiástica en siglo, en que hemos retrocedido al siglo XIV en son de progreso, y al de la época
España en «Naturaleza y Gracia» 13 (1968) 31-82. de las guerras malditas entre Aragón y Castilla, y a las rebeliones de los gran-
48 Invitamos al lector que verifique por si mismo la lectura de la versión des, que ahora llamamos pronunciamientos, y la politicomania que llamamos í-
de los continuadores de Modesto Lafuente de las relaciones España-Roma, espe- b e r t a d ! El clero rico, tan opulento, tan considerado a primeros de este siglo,
cialmente del histérico momento regalista de 1840-1843, Historia de España, 22, ha perdido todo, sus bienes, sus privilegios e inmunidades, sus exenciones, su
pp. 348 ss. Se comprueba con infinita tristeza como un verdadero paradigma de influencia; pero en cambio ha conquistado no poco de su independencia, y ca-
deformación histórica. Casi se parece a una atolondrada falsificación de colegial. mina hacia la emancipación completa y la libertad de la Iglesia. El jansenismo
También la sobria y doliente reseña de Vicente Lafuente debe ser entendida, ha m u e r t o ; la adhesión a la Santa Sede es mayor que nunca; el regalismo esta
aunque está escrita con mucha mayor circunspección y mesura, pero desde su desacreditado y se soporta con impaciencia; el culto, menos ostentoso va siendo
l a d e r a : «Las ideas disolventes de la revolución francesa tuvieron gran acogida en más cordial y devoto; el respeto a los prelados mayor, habiendo desaparecido
España, como en los otros países latinos de Europa y América. La raza germá- las exenciones, y mayor también la energía para combatir a la impiedad, el error
nica ha hecho menos caso de ellas. Atribúyenseles los adelantos de nuestra época. y las intrusiones laicales». Esta es la «idea general» que tiene el ilustre histo-
Sin ellas hubieran sido éstos mayores y mejores. En España han sido muy fu- riador del siglo XIX y de la historia en él de la Iglesia. Cf. Historia Eclesiástica
nestas aquellas máximas, pues a u n los que pasan por buenos y tradicionalistas, de España. Segunda edición corregida y a u m e n t a d a . Madrid 1875. t. VI, p p . l 7 7 - U 8 .
56 EL P. PALAU Y SU MOMENTO HISTÓRICO ALBERTO PACHO
57
estado asociada a los movimientos reformadores y avanzados (49) La guerra creó una situación peculiar aprovechada sistemática-
dentro siempre de un prudente moderantismo y en la línea de la mente por los políticos, progresistas o moderados, para condicionar
tradición monárquica. Dentro de las Cortes se producen movimientos al clero forzando su adhesión a la legitimidad isabelina: Favor al
y se fuerzan medidas que contradicen abiertamente a la Iglesia clero leal por diversos medios, como subvenciones, preferencia en los
y que para muchos sin duda suenan a fraude (50) y son una reve- nombramientos, etc. El climax de la tensión se produce durante la
lación que les deja estupefactos. Las protestas de muchos legislado- regencia esparterista. Tendrá otros momentos culminantes en el bie-
res, la reiterada afirmación de lo religioso, la letra de los textos le- nio progresista, durante la Gloriosa y los gobiernos provisionales I
gales, dan la apariencia de ser una verdadera cortina de humo tras República, Amadeo de Saboya.
la que se ocultan los verdaderos intentos (51). La sorpresa provoca La 3 a etapa es de restauración material, de normalización toda-
desconfianza y prepara la escisión, que tiene un primer sentido e vía en la línea tradicional, y solamente al fin y en los intermedios
intención en esto: colocar la defensa de la Iglesia bajo otras bande- provisionales subsiguientes la Iglesia va adquiriendo conciencia de
ras. No se ve otro horizonte ni otra fórmula que la asociación del que la nueva realidad se impone, de que h a n cambiado las circuns-
altar con el trono. A este propósito es bien conocida la obra del P. tancias. H a y que esperar al fin del reinado de Isabel II y más con-
Vélez, Apología del altar y del trono, escrita en 1812. Muchos de los cretamente a las siguientes etapas para encontrar una forma nueva
eclesiásticos de las Cortes manifestaron claramente su disgusto y de encarar los problemas, que denuncia precisamente eso: la acep-
luego se retiraron. El caso más espectacular fue el del obispo de Lugo. tación de los cambios y un nuevo estilo en la pastoral de la jerarquía
En la 2a etapa se consuma la desvinculación de la Iglesia y el (52). Es el mismo fenómeno que la Iglesia ha experimentado en otras
Estado. Dentro de la misma Iglesia se produce otro doloroso trauma, naciones.
la escisión del clero, entregado no sólo a la causa religiosa, sino a la
Es decir, la dinámica dialéctica de la vida de la Iglesia española
política indiferenciada de aquella, con un ardor rayando en lo paro-
novecentista e s : revolución=destrucción, restauración y recupera-
xístico, como lo había sido desde el principio del siglo, y del que la
ción, para repetirse de la misma manera en cada nueva revolución.
lucha contra los franceses podía tenerse como un ensayo.
Avanzamos una serie bien reducida de los principales aconte-
cimientos que afectan a la Iglesia. Puede comprobarse por su escueta
49 Debe recordarse: En el siglo XVIII y en los comienzos del XIX abundan
entre el clero regular y secular los adheridos a los movimientos avanzados. Los
enumeración el signo progresivo con que se van imponiendo los pos-
afrancesados se h a n infiltrado también en los conventos. Y no solo los que lo tulados liberales que marcan la cadencia agravada paulatinamente de
fueron p o r compromiso, como muchos colaboradores de José Bonaparte, sino la lucha contra la Iglesia (53):
por convicción. Como siempre las nuevas ideas penetraban por capilaridad, y los
conventos fueron siempre sensibles a las nuevas posiciones. En las Cortes de
Cádiz hubo hasta un 20% de clero. Definidos en un sentido o en otro política- 52 J O S é MANUEL CUENCA /•.'/ episcopado catalán ante la revolución del .1868
mente son los primeros sorprendidos por algunas medidas antirreligiosas, sus- o. c. p. 247 ss.
pensión de la Inquisición, etc. Toda la emoción que pudo provocar el solemne 53 AI menos como una ayuda metodológica cuando h a b l a m o s de persecución
j u r a m e n t o de los diputados el día 24 de septiembre de 1811 (Cf. TORENO, Historia se impone la distinción entre antieclesiasticismo — -anticlericalismo y antirreli-
del levantamiento, guerra y revolución de España, Madrid 1835, p . 395) se tuvo ligiosidad—. Fernández Cuenca refiriéndose a la década de las regencias de M.a
que disimar, o dejarles en pleno p a s m o : «Juráis la santa religión católica, apos- Cristina y Espartero hace esta p r e g u n t a : «¿Se desplegó, según se mantiene a
tólica, romana sin a d m i t i r otra extraña en estos reinos?». veces, desde el poder una persecución radical, satánica, contra la Iglesia como
Respecto de la infiltración de las nuevas ideas dentro de los carmelitas des- dispensadora del mensaje evangélico? ¿E —interrogante suprema— los nuevos
calzos antes de 1811, tenemos en nuestro poder algunos documentos que espe- rasgos ofrecidos por la Iglesia en 1843 tuvieron como causa exclusiva o preva-
ramos d a r a conocer. lente los ataques de los gobernantes o fueron también, en amplia medida, re-
50 A este hecho se debe la publicación de algunos libros que adquirieron sultado de la acción de las corrientes configuradoras de la contemporaneidad,
notabilísima difusión. Así, Preservativo contra ¡a irreligión o planes de la filo- """ "" * ' ""'"": liberal los cauces más idóneos para depositar
sofía contra la Religión y el Estado del P. Rafael de Vélez, publicado cinco m e -
ses después de proclamada la Constitución. El P . Vélez, residente en Cádiz era
testigo calificado de los hechos. Cf C. SANZ R O S , El obispo Rafael de Vélez y el
trienio constitucional (1821-1823), en Xaturaleza y gracia 18 (1971) 143.
51 La simple lectura de los textos de la Constitución y de numerosas inter-
venciones conduce a esa sorpresa. La doble intención ha sido apunta por distin-
-. r „ B .^ . o„.„ ..^ J J U ^.^n encarnar en posturas IJIK.
tos escritores. No hace mucho t i e m p o por MELCHOR FERNANDEZ ALMAUIIO, Orígenes
con dificultad presentan la nitidez química que permita aislarlas. Quien lee de-
del régimen constitucional en España, 1928, p. 84. Impresión q u e Sánchez Agesta tenidamente tantos textos legales, tantos discursos, tanta literatura no dejará de
cree neutralizada por el impacto que causa en los procuradores la acusación retener como algo inquietante las motivaciones de las medidas adoptadas con-
de francesismo contra la que se defienden con ardor et cum ira Cf. o. c. p. 17. tra la Iglesia por el liberalismo progresista —y hasta el moderado— español.
EL P. PALAU Y SU MOMENTO HISTÓRICO ALBERTO PACHO
58 59
1813 Supresión de la Inquisición. 1854-1856 Intermedio liberal progresista: Regalismo, Nueva des-
1820 Nueva supresión de la Compañía de Jesús, desamortización amortización. Ruptura con Roma.
de los bienes vinculados. 1864 Retención del Syllabus.
1821 Persecución y destierros. ,1865 Reconocimiento del reino de Italia y malestar entre los
1822 Guerrillas acaudilladas por el trapense Fr. Antonio Ma- católicos.
rañen. 1868 La Gloriosa: nueva escalada de medidas antireligiosas
1823 24 de enero, expulsión del Nuncio. Matanza de religiosos. 1869 Debates en las Cortes sobre el Concilio Vaticano. España
Asesinato del obispo de Vich. adopta la postura francesa.
1827 Levantamiento de Cataluña. Polémica en torno a la inter- 1869 Constitución en la que culmina el progresismo español.
vención del clero. 1870-1872 Gobiernos provisionales y reinado de Amadeo de Sa-
1833 Guerra carlista. Elementos del clero toman parte en distin- boya. Clima de persecución. El 12 de febrero de 1872 se
tos levantamientos a favor del carlismo. suprime el nombre de Dios en los documentos oficiales.
1834 Supresión definitiva de la Inquisición y nacionalización de
sus bienes. Matanza de frailes. Supresión del voto de San-
tiago. Junta eclesiástica para la reforma del clero. a) Sentidos y contrasentidos. Notas peculiares de la historia de la
1835 Asesinato de religiosos en diversas ciudades. 4 de julio ter- Iglesia española del siglo XIX.
cera supresión de los jesuítas. Supresión de los conventos
que no tuvieran 12 profesos. 8 de octubre prohibición de
conferir órdenes mayores. Persecución y destierro de obis- Individuar las características de la historia de la Iglesia española
pos. El nuncio sale de España. del siglo XIX es comprometido. Un empeño condenado desde el prin-
1836 8 y 24 de marzo extinción de monasterios. Desamortización cipio a la parcialidad, al subjetivismo y hasta a la arbitrariedad. Con
general. Reacción en Roma ante la situación de España. todo apuntamos algunas que nos parecen más llamativas. Ante todo
1837 29 de julio supresión de todas las órdenes religiosas. Pro- una nota que parece más real y constante es la postura defensiva,
hibición de conferir beneficios eclesiásticos. como una verdadera constante histórica del siglo. Es una actitud
1840 Clausura del Tribunal de la Rota. Expulsión de Ramírez de impuesta por la fuerza misma de los acontecimientos, que son como
Arellano. un verdadero imperativo dialéctico. La Iglesia es perseguida y se
defiende; es negada y se afirma. La necesidad de defenderse parte
1841 Desamortización de bienes del clero secular. La alocución
en primer lugar de la agresión de que es objeto. En segundo lugar
pontificia Aflictas in Híspanla.
de otro hecho: la fe, el catolicismo es una realidad que se convierte
1842 El regalismo en acción. Escalada de medidas contra la
en valor nacional, en factor aglutinante y cohesivo, aunque a veces
Iglesia. Encíclica de Gregorio XVI de 22 de enero.
sea superficialmente. Se trata de un patrimonio que hay que defen-
1847 Mons. Brunelli delegado del papa en Madrid. Comienza la
der. En el siglo XIX se convierte en un verdadero aglutinante de los
restauración. Provisión de sedes vacantes.
mismos partidos políticos (54). Se puede hablar en tercera instancia
1848-1849 Intervención a favor de Pío IX.
del «complejo» de unidad religiosa de los españoles, convertido en
1849 Restablecimiento de la Nunciatura. Preparativos para el
verdadero mito o supravalor durante todo el siglo, y que, por iner-
concordato.
cia perdura más acá del siglo y llega hasta nuestro tiempo, como una
1851 Concordato. verdadera condensación histórica en la conciencia de tantos espa-
ñoles. El símbolo fue la Inquisición, contrasigno, y por ello primera
víctima, de los nuevos tiempos y de todo liberalismo por minimista
Medidas tomadas con timidez o como furtivamente al principio, descaradamente
al fin, lo que sin duda impone la conclusión de que se está cumpliendo un pro-
grama. Creemos que la sugerencia de Fernández Almagro recordada a r r i b a , a u n -
que referida al momento de las Cortes de Cádiz, debe extenderse a otros mo- 54 Lo reconocen los mismos escritores liberales. Asi reiteradamente Modesto
mentos. Lafuente. O. c. 22, p. 349, entre otros muchos lugares.
60 EL P. PALAU Y SU MOMENTO HISTÓRICO
ALBERTO PACHO
que sea (55). Un hecho constatado y afirmado por todos (56). Esta 61
actitud defensiva puede explicar la monotonía, el monocordismo de situación temporal. Sin duda esa conciencia no podía adquirirse en
otras muchas actividades de la Iglesia: predicación, literatura, etc. poco tiempo, menos en un tiempo en que era posible siempre una
Esta actitud defensiva permite comprender que la Iglesia utili- restauración, y cuando, por otra parte tenía que conseguir la super-
zara determinadas armas de combate y otras actitudes secundarias. vivencia pura. Tal vez ni siquiera adquirida esta conciencia fuera
Concretamente el apego a la misma encarnadura temporal de la tra- posible la paz, porque se invertiría el orden de los frentes, y sería
dición, la creencia en la validez del binomio trono-altar, catolicismo- el trono el que ligitara con la Iglesia. El hecho cierto es este, la
patria. Hecho que se repite en todos los períodos de restauración y mutua defensa y ayuda es invocada tanto por la Iglesia como por el
que encubre una situación de precariedad o un sentimiento, disimu- poder civil cuando el momento es inversamente juzgado oportuno.
lado o no, de miedo. Esta vinculación llevaba anejos varios riesgos Así e n la circular enviada por el Ministro de Gracia y Justicia a los
de los que no se libró el catolicismo español: el exclusivismo y la fiscales y audiencias del reino con motivo de la fallida revolución
confusión de límites entre lo temporal y religioso: es decir el eterno de Loja en 1861. El catolicismo es la base del sistema, y en ese sen-
riesgo de la temporalización de la Iglesia. Las declaraciones de ad- tido invocado con absoluta normalidad y con insistencia (57). Así se
hesión, sobre todo por el episcopado de la época isabelina son fre- explica y comprende el conservadurismo de la Iglesia española (58).
cuentes, y se hacen con absoluta seguridad de que no ocultan ningún Otras armas empleadas por la Iglesia en su defensa con también
riesgo. Ofrecen además su adhesión a la reina con la consciente se- clásicas, la apología y la polémica. El siglo XIX en España, lo mismo
guridad de que con ello contribuyen a la seguridad del trono. Basta que en Europa es el siglo de una nueva apologética. Ambas están
leer las pastorales o los diversos documentos, exposiciones o peticio- presentes en todas las manifestaciones literarias, en las prensa, en
nes a la reina. las pastorales, en la predicación, en los debates parlamentarios, en
La larga perspectiva con que podemos contemplar los hechos los mismos textos científicos. Pueden servir de ejemplo las historias
nos permite descubrir dónde está el mayor problema de fondo, aun- del tiempo. Otra clásica forma literaria del tiempo: las exposiciones
que por otra parte dudemos de la justicia de achacarlo a los contem- del episcopado a los gobernantes (59).
poráneos, por falta de esa visión de futuro: el hecho de que la Iglesia Se comprende en esta situación la pobreza de la teología, el pa-
española no advirtiera la posibilidad de vivir y realizarse en otra norama desolado del pensamiento católico, paralelo, también es jus-
to reconocerlo, a la situación del pensamiento laico y revolucionario.
Aunque hay que buscar e individuar otras motivaciones, este con-
55 En la unidad religiosa de los españoles como hecho que debe mantenerse
están conformes hasta los políticos más avanzados. Nadie discute ni debe discu- texto y esta realidad de pobreza mental, permiten ya comprender la
tir el catolicismo pese a las inconsecuencias de sus actos políticos. Hay algunas llegada de la Institución Libre de Enseñanza.
excepciones, pero no tienen valor ante el hecho masivo. No sabe uno si se t r a -
ta de inconsecuencia o ingenuidad, cálculo, cinismo o tontería. Recuérdense para
ejemplo las discusiones sobre reforma del clero en las Constituyentes de 1837. 57 R. P é R E Z DEL ÁLAMO, DOS revoluciones andaluzas, p . 27 ss.
56 «Nadie, sin embargo dejaba entonces de ser católico, o por lo menos 58 En la literatura liberal la apelación al trono, a la reina, a la patria es
nadie se atrevía a declararse francamente racionalista». I-APUESTE, O. C. 22, p . insistente, empalagosa. Pero ¿no se trata t a n t í s i m a s veces de un pretexto? t i l i -
356. Se refiere al año 1840. El hecho de la unidad religiosa española sobre el camente las circunstancias pudieron d a r apariencia de sinceridad a unas ex-
catolicismo vivido con falsilla o sin ella, defendida durante siglos por la In- presiones q u e no respondían a los ideales: «Las luchas sangrientas entre los
quisición era un hecho de t a l volumen y peso social q u e se desplomaba sobre distintos bandos contendientes no fueron, contra lo que en otro sentido se
todos, pero especialmente sobre los políticos, y les impedía por miedo, como- puede pensar, luchas dinásticas, fueron expresión de problemas m á s hondos»,
didad, conformismo o cálculo una clara manifestación de su postura a n t i r r e - JUAN PéREZ ALHAMA, La Iglesia y el Estado español, Instituto de Estudios Polí-
ligiosa, aunque en su corazón fueran increyentes o anticatólicos. De ahí la d i -
ticos, Madrid 1967, p . 32. En el manifiesto de la J u n t a provisional de Gobierno,
cotomía en la práctica y el sectarismo de algunos momentos, incompatible con
3 de octubre de 1868 se afirma con énfasis: «Como punto de partida para la
un catolicismo confesado pero no sentido. El fenómeno se da en el siglo xvm
y se repite en el xix. Tanto o más q u e del primero se puede afirmar del segun- promulgación de sus principios generadores, la revolución ha empezado por sen-
do este juicio de A r a q u i s t a i n : «Los grandes ministros de Carlos III y IV, Roda, t a r u n hecho que es la base robusta sobre la cual deben descansar sus recon-
Floridablanca, Aranda, Campomanes, así como aristócratas, escritores, profeso- q u i s t a d a s libertades. Este hecho es el destronamiento y expulsión de una d i -
res universitarios y aun clérigos, eran enciclopedistas y a u n volterianos, sin nastía, que, en abierta oposición con el espíritu del siglo, ha sido remora a
dejar de ser externamente católicos; muchos de esos hombres civiles estaban todo progreso, y sobre la cual el gobierno provisional, por respeto a sí mismo,
afiliados a la masonería. El catolicismo era la máscara, y el enciclopedismo o cree oportuno tender la conmiseración del silencio [!]». Cf. VALERIANO ROZAL,
librepensamiento el rostro». Cf. El pensamiento español contemporáneo, Losada. o. c. p p . 110-111.
Rueños Aires 1962, p . 18. 59 A veces con resultado t a n singular como el que tuvieron los firmantes de
una exposición del cabildo de Lugo a l regente en 1842, cuyo delito mereció la
Pena de muerte pedida para ellos por el promotor fiscal de la ciudad.
62 EL P. PALAU Y SU MOMENTO HISTÓRICO ALBERTO PACHO 63

Consecuencia también de la actitud defensiva es que la proble- Las razones y contrarrazones se repiten monocordemente. Res-
mática se polarice en unos pocos temas bien tipificados: la libertad ponden al esquema dialéctico, inamovible e irreconciliable con que
religiosa con sus derivaciones prácticas, tolerancia y libertad de cul- se planteó el problema. Las únicas razones nuevas son las de mero
tos, tema convertido por la revolución en su propio santo y seña a oportunismo político. Por ejemplo en 1855 los llamados argumentos
la inversa (60). Tema planteado siempre de una manera irreconcilia- industriales, es decir, la justificación de la tolerancia para «merecer»
ble, que por parte de la revolución se contrapone a la defensa ce- el acceso de capitales extranjeros. Argumento mil veces repetido y
rrada de la unidad de culto defendida por la Iglesia. Sorprende que mil veces refutado. Cabe preguntar: ¿Creían en él los que lo invo-
tomara carta de naturaleza como problema nacional para ser san- caban? ¿No era más bien un recodo estratégico? Ni siquiera han
cionado en una constitución —los debates más agrios tuvieron lugar avanzado mucho los argumentos a favor de la libertad en 1868. Junto
en 1837 y 1855— algo que no era tal problema nacional que debiera a una intuición válida un argumento de retórica oportunista y vacía:
ser sancionado para evitar complicaciones y regular una situación
«No se vulnerará la fe hondamente arraigada porque autorice-
de conflicto, o instituido para fijar un derecho de nadie, ya que, co-
mos el libre y tranquilo ejercicio de otros cultos en presencia
mo se reconoció en las mismas cortes, la inmensa mayoría eran ca-
del católico, antes bien se fortificará en el combate, y rechazará
tólicos, mejores o peores, como lo habían sido siempre. Es un pro-
con el estimulo las tenaces invasiones de la indiferencia religiosa
blema cada vez más encanecido e irritado cuya razón de ser es po-
que tanto postran y debilitan el sentimiento moral. Es además
sible no se encuentre en la alisada epidermis de los hechos maneja-
una necesidad de nuestro estado político, y una protesta contra
dos, sino en otros estratos más hondos.
el espíritu teocrático que, a la sombra del poder recientemente
El problema se plantea, se discute y se resuleve en todas las derrocado, se había ingerido con pertinaz insidia en la esencia
constituciones. La forma en que se plantea es la clave para valorar de nuestras instituciones, sin duda por esa influencia avasalla-
el avance o retroceso de las dos posiciones opuestas y del problema dora que ejerce sobre cuanto rodea toda autoridad no discutida
como tal. Lo que se consideró logro en 1869 estaba ya pensado y ni contrastada. Por eso las juntas revolucionarias, obedeciendo
consentido, aunque subyacente o tácitamente escamoteado en el 37. por una parte a esa universal tendencia de expansión que señala,
Fue Arguelles quien entonces señaló la «inoportunidad». Lo declara o más bien dirige la marcha de las sociedades modernas, y por
abiertamente el texto de la proclama del Gobierno Provisional de 3 otra, a un instinto irresistible de precaución justificada, han con-
de octubre de 1868 (61). signado en primer término el principio de la libertad religiosa,
como necesidad perentoria de la época presente, y medida de se-
60 Cómo la entendían los intelectuales de izquierda en 1868 puede apreciar- guridad contra difíciles, pero no imposibles eventualidades» (62).
se en este manifiesto, inconcebible dos décadas a n t e s : «Declaración sobre la
Libertad de religión e igualdad de cultos, 1868.
«Los que suscriben: declaran su opinión a fa,vor de la libertad de religión
y de la igualdad de cultos.
Afirmar algo tan obvio después del Vaticano II en una proclama
Creen comprende la p r i m e r a : la profesión, la enseñanza, la propaganda, revolucionaria de 1868 no nos autoriza a pensar en ningún milagro-
la difusión y la crítica en materia religiosa por todos los medios de publicidad; so profetismo, sino en lo que había; pasión política, que se disimula
la reunión y la asociación bajo todas sus formas, y el ejercicio público y pri-
vado de todos los cultos sin intervención ninguna del Estado en el régimen en follaje retorizante.
interior de las Iglesias. El camino a un planteamiento distinto se cerraba lo mismo por
Creen comprende la segunda: la perfecta igua.ldad de todos los cultos ante
el estado con supresión de toda protección y de toda excepción favorable u el impenitente afincarse a una situación dada, rígida y esclerotizada
odiosa. Y se obligan a constituirse en asociación permanente para defender y como por apelar a una identificación con medios y situaciones ultra-
propagar estos principios hasta lograr se realicen en nuestra patria.
Madrid diciembre 1868. Gumersindo de Azcárate.—M. Ruiz de Quevedo.—
Tomás Tapia.—Fernando de Castro.—Nicolás Salmerón.—Luis Vidart.— J. Sanz
del Río.—E. M. Hostos.—F. Giner.—S. Moret y Prendergast.—J. F. González.—V. introduce en la organización secular de España, es la relativa al planteamiento
Romero.—José R.—A. M. García Blanco.—V. Fernández González.—V. Fernández de la libertad religiosa.. La corriente de los tiempos, que todo lo modifica y
Ferraz.—J. A. Labiano.—E. Baselga.—M. de la Revilla.—A. García.—M. Poleyo.— renueva, ha variado profundamente las condiciones de nuestra existencia, na-
Medardo Abbad.—Luis Miravalles.—M. de la Guardia.—S. Aguilera Meléndez. Tex- ciéndola más expansiva, y sopeña de contradecirse, interrumpiendo el lógico
to, ap. C. F. DíAZ DE CEHIO, Fernando de Castro, filósofo de la historia. León encadenamiento de las ideas modernas en las que busca su remedio, la n a ' 1 " ' 1
1970, p. 537. española, contra el cual es inútil toda resistencia». Cf. BOZAL, O. C. pp. l l l - l l ^
61 «La más importante de todas [doctrinas], por la alteración esencial que 62 Ib. id. p. 112.
ALBERTO PACHO «-
64 EL P. PALAU Y SU MOMENTO HISTÓRICO
65
montanas que se habían generado en contextos distintos. La admira- fruto es la descristianización: «...el sórdido e irresponsable esfuerzo
de descristianización llevado a cabo por determinados agitadores de
ción hacia lo exterior encubre un complejo vergonzante, presente
izquierda...» (64) produjeron sus frutos.
en otros momentos recientes de nuestra historia, de posiciones to-
madas. Otras peculiaridades del catolicismo español son la devoción y
adhesión al papa, sobre todo en el pueblo. Es permanente con altera-
El problema se juzga así:
ciones en intensidad según la marea de los movimientos extremos
«El indiferentismo, el laicismo y el relativismo doctrinal consti- —revolución, ultramontanismo— afectaba al papa. Alguien ha ha-
tuyeron el invariable esquema mental con que la libertad reli- blado de «papolatría», aludiendo al efecto que las persecuciones con-
giosa fue siempre defendida por sus partidarios en la España tra Pío IX desencadenaron en los fieles (65).
isabelina, cuando los progresistas lograron imprimir sus ideas
en la dirección de los destinos nacionales y en aquellas otras
etapas en que, por diversas circunstancias, se cuarteó la graní- b) Una víctima propiciatoria
tica dureza del orden público moderado. Ello motivó en gran
parte el que la dialéctica entre los librecultistas y la jerarquía La víctima propiciatoria de la revolución española fueron los
se basase en supuestos irreconciliables, ya que la Iglesia españo- religiosos. Por ser la parte más débil del estamento eclesiástico era
la —y, en general la europea— rechazó siempre el único ele- la más vulnerable. No existe una investigación exaustiva sobre el
mento que habría podido estrechar la ancha fosa que separaba tema, aunque casi todas las órdenes tienen su historia realizada. Se
a los contendientes: la consideración de la libertad religiosa pueden rastrear los primeros ataques y los momentos cruciales.
como un derecho inherente a la condición humana. Presa de la En las mismas Cortes de Cádiz h a y una abierta discriminación
mentalidad reinante en el catolicismo de la época y encastillada contra los regulares: No tienen ninguna representación en las jun-
en una situación cuyos títulos de legitimidad eran cada día más tas electorales, se encuentren en la situación que sea. Los religiosos
discutidos, la Iglesia española —sinónimo aquí de los pastores «ni son vecinos, ni viven en el siglo» (66). Las medidas contra los
y guías— mantuvo en todo momento una posición discrimina- religiosos se repiten insistentemente en todas las legislaturas libe-
toria y privilegiada de la libertad de creencia, sin alcanzar a rales. El tema de su reforma era ya una vieja preocupación de los
verla como un principio de derecho divino-natural sin limitación ilustrados que dejan en herencia a los nuevos padres de la patria.
espacio temporal» (63). La Comisión especial de las Cortes nombrada a este efecto elaboró
un programa completo de reformas propuesto a la asamblea el día
18 de febrero de 1813: Se prohibe a los religiosos pedir limosna para
Nos parece una interpretación correcta, con la reserva de que
la restauración de los conventos dañados por la guerra; no pueden
tampoco la Iglesia tiene garantizada la anticipación de los tiempos.
Debemos por tanto concluir con una apreciación negativa: La
64 A. UBIETO-REGLA, etc. o. c. p . 604.
Iglesia no tuvo conciencia de que había cambiado el signo de los 65 J O S é MANUEL CUENCA, O. C. p . 223. Un caso tipo es el que provocó uno
tiempos. Creyó en una posible reversibilidad, y en un orden per- de los momentos m á s decisivos del expolio de los Estados Pontificios como con-
secuencia de la guerra de Austria contra Piamonte-Francia, 1858-59. La reac-
manente. La solución hubiera sido una vida media, la que Cavour ción del episcopado español fue unánime, cerrada, devotísima, montada siempre
postulaba para Italia: Una Iglesia libre en un estado libre, válida sobre el argumento casi t a b ú : la necesidad de la independencia del pontificado
para su ejercicio del poder espiritual. Lógicamente los fieles secundaron y abun-
para entonces si fuera posible eximirla de ambigüedades y restric- daron los sentimientos de sus prelados. Cincuenta y dos documentos, pastorales,
ciones, como lo es teóricamente. exposiciones a la reina, recoge en u n volumen José Canga Arguelles, nieto del
homónimo y famoso político de primeros de siglo, t i t u l a d o : La Iglesia católica
Este largo contraste tuvo fatales consecuencias. Ante todo apun- V la Revolución. Colección de documentos y escritos notables en defensa del
tamos el distanciamiento entre los intelectuales y la Iglesia, sobre poder temporal del papa- Madrid 1960. Interesante muestra para estudiar u n
instante de la vida religiosa española a n t e u n acontecimiento clave del siglo.
todo a partir de los años finales de Isabel II. Al socaire de polémicas 66 Diario de discusiones y actas de las Cortes de Cádiz, VII, p . 425. Alfredo
y luchas se produce un determinado activismo antireligioso, cuyo Martínez Albiach intentando reconstruir las etapas e incidentes del proceso de
secularización de España hace un análisis de las medidas antirreligiosas de las
Cortes. Véase Religiosidad hispana y sociedad borbónica. Publicaciones de la
Facultad Teológica del Norte de España. Burgos 1969, p . 329 ss.
63 J O S é MANTEL CUENCA, O. C. p . 214.
EL P. PALAU Y SU MOMENTO HISTÓRICO
66 ALBERTO PACHO
67
admitir nuevos candidatos los conventos que cuenten con menos de todo el regular, en la sangrienta reacción de 1823». La filosofía de la
doce —el doce es un número fatal para los religiosos y mágico para exposición es simplista: el crimen que mereció tal castigo debía
los reformadores liberales— ni pueden tener más de una casa en estar adecuado con la pena. Y el crimen fue apartarse de propio
cada localidad. Y hasta que las Cortes no resuelvan otra cosa no ministerio, y ponerse de parte de la reacción absolutista (68).
deben dar el hábito a nuevos candidatos. El cliché que se repetirá co- Las medidas contra los religiosos de las Cortes de Cádiz y sobre
mo un fatal ritornello en toda la legislación liberal hasta el fin, que todo del trienio liberal hacían previsible y fatal la desconexión de
está bien próximo. Las Cortes de 1820 tienen también en cartera su los nuevos grupos dirigentes del clero y de los religiosos, ya que
programa sobre los religiosos. La primera medida es la supresión de la orientación de la nueva política no necesitaba de ningún esfuerzo
los jesuítas y el 14 de agosto las órdenes monásticas. A los mendi- para ser entendida por el elemento clerical. Poco se necesitaba para
cantes se les prohibe dar el hábito a nuevos candidatos. Se suprimen que se colocaran en el otro flanco por instinto de defensa y apoyaran
los conventos que no tengan 12 religiosos no ordenados in sacris. A al pretendiente Carlos. Desde este momento, y aunque sintieran
las religiosas, víctimas de presiones se les facilitó la salida de clau- como sagrada su causa, por el contraste con la otra fracción, quedaba
sura. La secularización se facilita al máximo. El número 16 de la politizado. Los religiosos lo pagaron todo con su existencia jurídica
propuesta de la Comisión eclesiástica sanciona: «El religioso que y física.
quiera secularizarse se presentará al alcalde primero constitucional Dentro de la ortodoxia de la Revolución Francesa abierta o si-
del pueblo de su residencia, quien le dará un certificado para hacer bilinamente copiada por las Cortes de Cádiz estaba la exclusión del
constar su petición, y desde este día vivirá fuera del convento». La clero como grupo, como lo estaba la nobleza: «Los eclesiásticos son
propuesta de la Comisión eclesiástica era radical. En dicha comisión individuos de una corporación que se pretende independiente y se-
había representantes del clero —no hay que olvidar que el regalis- parada, de cuyo espíritu no es posible que se desentiendan absoluta-
mo no estaba muerto y su representación en las cortes era numero- mente, y pudiera esto dar lugar a pretensiones y acuerdos que no
sa—. Toda la nueva legislación culminó en el Decreto, que estaba
ya listo el día 1 de octubre, pero que el rey no confirmó hasta el día
23. Se le planteaba una situación parecida a la de Luis XVI ante el
68 El documento es largo pero típico de un momento y de una mentalidad
hecho consumado de la Constitución civil del clero. en avanzada metamorfosis. En Zaragoza, como en Madrid el asesinato no pa-
reció grave crimen comparado con el pillaje subsiguiente y que fue lo único que
M. Lafuente aporta la siguiente ingenua explicación de las ma- se reprimió (MODESTO LAFUENTE, 1. c. p. 223). Singular dicotomía ética justifi-
tanzas de 1834 como represalia por la actitud de los religiosos en cada p o r un nuevo valor, lo político: «...en efecto, habiendo llegado a saber
que los perversos, que en ninguna parte faltan, se habían aprovechado del m o -
los años finales del decenio absolutista: «El fanático populacho, que vimiento del día y noche anterior para entregarse al pillaje en los conventos
a tan repugnantes escenas de servilismo se había entregado en 1824 acometidos, los mismos hombres que pocas horas antes llegaron hasta desoír los
llamamientos sagrados cuando se t r a t a b a de impedir la muerte a los frailes y
y 25 contra el vencido e indefenso partido liberal, tomó una dirección el incendio de los conventos, corrieron espontáneamente a las a r m a s para per-
del todo opuesta al declararse el contagio. Parte a impulso de la cre- seguir el r o b o ; se lanzaron sobre los ladrones, los apresaron y entregaron a
la autoridad, pidiendo a voces su castigo, y lo presenciaron con muestras de
dulidad del vulgo, siempre dispuesto a prestar oído a lo extraordi- aprobación al siguiente día. ¿En qué consiste, pues, una diferencia t a n noble
nario y a lo absurdo, y mayormente quizá por efecto de la preven- de conducta en t a n breve espacio de tiempo sino en que el robo aparecía como
era en sí, feo, infame y despojado del color político, que por desgracia bar-
ción que contra los frailes abrigaban los infinitos agraviados por nizaba los demás delitos que realmente lo prepararon?» (M. LAFUENTE, O. C. p-
los desmanes y excesos del exagerado realismo de los tres últimos 226). Parece increíble, pero está escrito. La participación activa del clero, secu-
lar y regular en la contrarevolución es un capítulo doloroso pero real de la
años, halló pronta acogida lo inverosímil...». (67). historia de la Iglesia en el siglo xix. Un capítulo por otra parte todavía no
escrito, por eso mismo desconocido en su ancha y profunda realidad, y sobre
El mismo argumento que resulta válido para la Junta de Defen- el que se continúan repitiendo los tópicos y los lugares comunes de nombres y
sa de Zaragoza al año siguiente en la exposición que dirige a la de hechos que en su tiempo se convirtieron en paradigmas. Intervención del
clero vasco en las contiendas civiles 1820-1823, por Pío DE MONTOYA, Gráficas
Reina Gobernadora. Pero no es ya una explicación o una hipótesis. Izarra, San Sebastián 1971, es una de las pocas monografías recientes dedicadas
Los religiosos han merecido eso sin duda alguna por su conducta al tema. Ha utilizado a b u n d a n t e documentación archivística y ofrece una visión
de conjunto exclusiva del País Vasco. Es m u y interesante la revisión crítica
en 1823: «Esta causa es indudablemente la conducta del clero, sobre del «Trapense». Valioso estudio, aunque demasiado literario... Sobre la p a r t i -
cipación del clero en la revuelta de los Malcontents JAIME TORRAS, La guerra
de los agraviados. Barcelona 1967.
67 MODESTO LAFUENTE, O. C. 20, pp. 69-70.
68 EL P. PALAU Y SU MOMENTO HISTÓRICO ALBERTO PACHO
69
fuesen los más convenientes al bien de la nación y del estado» (69). o
Los artículos 2° y 4 hacen una indicativa salvedad: «Exceptúase
La aplicación de la teoría no tardará en llegar. En la primera legis- por ahora la supresión», etc. El 4o «Sobre los demás conventos que
latura de las Cortes de 1821 —6 de abril— se proclamará el carácter subsistan... hasta que otra cosa se determine».
de funcionarios de los obispos. Así lo sancionaba solemnemente el La suerte estaba echada. Les quedaban apenas unos meses de
Decreto de las cortes de ese día (70). Los legisladores españoles co- vida. La fe del pueblo explica sin embargo la supervivencia de los
nocen sin duda la partitura de los que elaboraron la Constitución religiosos y sus posteriores restauraciones (72).
Civil del Clero.
Sin retórica maximilista o minimalista, abundantes las dos, los
Las posiciones estaban tomadas independientemente de preven- efectos de la extinción de los religiosos tuvieron una dolorosa inci-
ciones o motivaciones políticas. Existía una filosofía antireligiosa. dencia en muchos aspectos de la vida religiosa: enseñanza, cateque-
Arguelles, el veterano luchador de las Cortes de Cádiz, argumentaba sis, piedad popular, espiritualidad, dirección de almas, etc. '
en 1835 cuando se discutía en las Cortes el tema de las reparaciones
por la compra de los bienes eclesiásticos: «¿No sería injusto, no se- c) El gran expolio
ría impolítico atender sólo al interés de 800 ó 1000 personas que están
disfrutando de lo que pertenece a siete u ocho mil familias útiles y
Otro de los problemas de más amplio espectro es la desamorti-
acreedoras a toda consideración?... ¿Qué hemos de poner a su lado
zación cuya larga, accidentada y polemizada historia llega hasta
para la comparación? Virtudes si se quiere, pues ciertamente yo no
nuestro siglo en algunas de sus derivaciones (73). Fue también he-
niego que las haya; pero para mi que soy hombre de mundo y pro-
rencia de los reformistas ilustrados y se incrustó como problema
fano, virtudes bien estériles. Yo no he venido aquí a hacer de pro-
esencial en los programas de política económica de los liberales
curador de los que aman la vida ascética y contemplativa y no con-
desde las Cortes de Cádiz a los años sesenta, retórica y propagan-
tentos con las miserias inherentes a la condición humana, recomien-
dísticamente considerado como panacea o piedra filosofal que curara
dan a otros que aumenten las mortificaciones. ...La cuestión prác-
la economía española. Tiene diversas etapas, que culminan en la
tica, pues reducida a los términos más sencillos consiste en saber si
7.000 familias que de buena fe compraron lo que la ley les autorizaba
a adquirir han de merecer menos consideración que corporaciones 72 VICENTE LAFUENTE, publica unas estadísticas sobre el número de religiosos
en 1787, 1835 y 1862:
religiosas muy recomendables, que están poseyendo por un acto de 1787, 52,300; 1835, 31,143; 1862, 7.746. Historia eclesiástica de España. Ma-
violencia [el subrayado es nuestro] bienes de que son detentadores» drid 1875 2, VI, pp. 462, 463, 472. De la inflación del siglo xvm hasta la casi
inexistencia de 1862 hay una larga historia que hace elocuentes estas cifras.
(71). La misma línea de filosofía política del Decreto de 11 de octu- La supresión de los religiosos, medio para la secularización religiosa, es sin
bre de 1835, complemento del de 25 de julio del mismo año: duda un programa, algo intentado por todos los medios. Se explica así el es-
pecial t r a t o de favor concedido a los esclaustrados, pese a que, la situación
agravaba el estado de la economía por el naciente capítulo de la subvención al
— males que causan los religiosos culto y al clero. El a r t . 13 de la ley de 1 de octubre es del siguiente t e n o r :
«El Gobierno protegerá p o r todos los medios que estén en sus facultades, la
— excesivo número de monasterios secularización de los regulares que la soliciten, impidiendo toda vejación o vio-
— escaso número de religiosas en cada convento lencia por parte de sus superiores y promoverá que se les habilite para obtener
prebendas y beneficios con cura de a l m a s o sin ellas». El mismo sistema que
— indispensable y urgente reforma aplicarán los distintos gabinetes posteriormente a la desamortización de Men-
— inútiles e innecesarios para la asistencia de los fieles dizábal.
— desproporcionados a los medios de la nación No h a y datos sobre el n ú m e r o de abandonos que se produjeron en este
p r i m e r intento de secularización. Los cálculos son indirectos partiendo de la
— perjuicio para la amortización. base del montante del gobierno para pago de las pensiones de los exclaustrados,
que en 1821 era de 5.177.900 y de 25.000.000 en 1822, mavo (Datos en MENENDEZ
PIDAL, Historia de España, XXVI, p. 727).
73 Luís PORTERO SáNCHEZ, Hacia el fin de la desamortización, en Revista
69 Afirmaba Capmany en la discusión de la ley electoral en septiembre de Española el Derecho Canónico XVII (1961) 153 ss. Por ley de 26 de diciembre
1811, Diario, etc. VIII, p. 410. de 1959 el Estado compensó a la Iglesia con títulos de la deuda pública los
70 Colección de Decretos y Ordenes generales de la primera legislatura de intereses no devengados p o r ésta desde el reinado de Isabel II por los títulos
las Cortes Ordinarias de 1820 y 1821, VII, p p . 29-30: «El episcopado es un cargo Permutados de bienes amortizados según la Ley Madoz y el convenio de 1860.
público». Los intereses entregados a la Iglesia en títulos al 4 % totalizaban 300 millones
71 Diario de sesiones, 6 mayo 1835. de pesetas. (Boletín Oficial del Estado, 26 de diciembre de 1959).
I

70 EL P. PALAU Y SU MOMENTO HISTÓRICO ALBERTO PACHO


71
verdadera sistematización desamortizadora de Mendizábal, a partir bien en España el mismo fenómeno de Europa, y solo tiene expli-
del cual se convierte en el nudo de la llamada «cuestión eclesiásti- cación como efecto de la fe y de la piedad del pueblo. No es necesario
ca». Es uno de los temas más extensamente estudiados del siglo XIX, enumerarlas. Algunas de ellas han tenido una historia brillante, y
como se refleja en la abundantísima bibliografía contemporánea y todas respondieron a necesidades del tiempo.
posterior, todavía incompleta en algunos aspectos (74). No hay que La fe del pueblo es profunda y se conserva masivamente, aunque
olvidar que por el hecho en sí, por sus repercusiones ha sido tam- la catequesis sea rutinaria y pobre. Se explica el éxito de algunos
bién el símbolo de la postura de los católicos, el que ha pesado en los libros, como el Catecismo de Mazo. Los obispos y el clero, aun si-
juicios de todo signo durante el siglo. Por parte de los católicos todas guiendo esquemas de pastoral consuetudinarios y poco ágiles, sobre
las justificaciones sobre el hecho no compensan cuando menos el todo en los períodos de restauración se distinguen por su celo: vi-
modo... sitas pastorales, misiones, recomendación de devociones, instaura-
ción de asociaciones y cofradías, etc.
También la lucha y el contraste en el campo de las ideas dio
d) Balance sin números
sus frutos: la presencia de un grupo de pensadores católicos, bien
conocidos, una predicación brillante al estilo de la parlamentaria.
Las consecuencias de tan larga historia de tensión, de luchas y
Una publicística superabundante, de tono menor, cuyo símbolo pue-
confrontaciones padecidas por la iglesia fueron graves. No todas
den ser las series de la Librería religiosa, la prensa católica con al-
desde luego negativas. El saldo desfavorable debe anotar: la des-
gunas publicaciones al nivel y altura de las mejores de su tiempo,
cristianización de sectores más o menos amplios de población, a la
los intentos de restauración de las ciencias eclesiásticas, etc.
que ya hemos aludido. Fanatización incontrolada de las masas, sobre
Y la página más brillante, los santos del ochocientos, que no
todo de masas campesinas, y endurecimiento de sus costumbres. Si
son un contrapunto, o una referencia simbólica, sino una realidad tan
no como consecuencia de la infiltración de herejías —la propaganda
excelsa que marca al propio siglo, y sobre todo, el sentido íntimo y
protestante no llegó a producir nunca los efectos que se temían—
permanente de la vida de la Iglesia, el misterio de santidad siempre
se produce de hecho una escisión por motivos religiosos entre los
operante en ella.
españoles.
Para la comprensión de la Iglesia de España en el siglo XIX,
Más grave es el distanciamiento de los intelectuales de la Igle-
las grandes figuras han resultado contraindicadas, por haberlas aco-
sia, sobe todo a partir del reinado de Isabel II, situación largamente
gido como algo totalizante, absorbente y exclusivo. Su influencia y
continuada. En el mismo cuadrante de deficiencias hay que colocar
su poder configurante no se pueden desconocer ni minimizar, pero
las exageraciones del extremismo tradicionalista —integrismo— pro-
la realidad de la Iglesia en ese preciso segmento cronológico que es
longadas hasta nuestro tiempo, hasta en formas cómicas.
el siglo XIX les abarca a ellos y a toda la historia convergente e
La historia externa de la Iglesia española en el siglo XIX, es irradiante de los mismos, y la otra, la que está más distante y lejana
decir la historia de los cuadros jerárquicos y clericales puede arrojor de su presencia y acción.
un balance no muy consolador y brillante. Pero la Iglesia no es solo
eso. La plenitud de su dinamismo se desarrolla en todos sus estra-
tos. Es en una visión de conjunto donde encontramos el saldo posi-
tivo, que por fortuna no es menguado, sino ejemplar. Apuntamos III. UN HOMBRE DE SU TIEMPO
sumariamente algunos hechos:
La floración de nuevas órdenes y congregaciones; se repite tam- Desde la noche del 25 de julio de 1835 —una noche triste de la
Iglesia española— en que se produce el asalto de los conventos de
74 Una selección de t í t u l o s en J O S é MANUEL CUENCA, O. C. pp. 34-35. El ú l t i - religiosos de Barcelona, la caza y dispersión de los religiosos, hasta
m o estudio q u e conocemos es el de F . TOMAS Y VALIENTE, El marco político de
la desamortización en España. Ediciones Ariel. Esplugas de Llobrepat-Barcelona
el 25 de octubre de 1870 en que el P. Francisco Palau es detenido
1971. Estudia la parte técnica de la desamortización sin insistir detalladamente por la policía corren treinta y cinco años, los años del pleamar de
en el aspecto religioso. Desde su punto de vista la desamortización de Mendi-
zábal le parece justa, p. 74.
la revolución en España, Los años de plenitud de la misión aposto-
72 EL P. PALAU Y SU MOMENTO HISTÓRICO ALBERTO PACHO 73
lica del P. Palau. Dos fechas que marginan un ciclo en que probó «En los cuarenta y dos años que llevamos de este siglo
todas las formas de presión y de abierta persecución revolucionaria, —escribe— hemos visto en España la guerra de los ingleses
desde la huida y casi milagrosa conservación de su vida en el asalto cuyos fatales efectos fueron la pérdida total de nuestra armada
al convento carmelitano de Barcelona, pasando por los destierros, la en aguas de Trafalgar, y el haber casi quedado la patria de los
cárcel, la difamación, falseamientos de su conducta, calumnias, su- Magallanes y Pizarros borrada del número de las naciones ma-
presión de sus obras e iniciativas. En verdad, la persecución religiosa rítimas. Enseguida la guerra de Napoleón o de la independen-
le mantuvo durante esos treinta y cinco años en el rizo de sus olas. cia, en la que la nación entera fue entregada a la cuchilla, al
El sino maléfico o satánico le acompañó en todas partes, incluso fuego, y a la brutal rapacidad de una soldadesca, hez de todas
en el destierro: las naciones de Europa. En el año 20, una rebelión militar que
ocasionó la pérdida de nuestras posesiones riquísimas de la
«Bien persuadido, pues estaba yo de que un país que tolera América, encendió en España la guerra civil, que la hubiera
las bestias más feroces del infierno daría hospitalidad a un po- consumido, si una mirada piadosa del cielo no la hubiera sofo-
bre solitario que, expulsado de su convento por la revolución, cado. Y, desde el año 33 al 40, la guerra espantosa cuyos desas-
venía a pedirle asilo: aquel asilo que no se niega a los leones ni tres hemos presenciado todos. En su intervalo nuestra desven-
a los osos, ni a los leopardos, ni a los lobos, ni a las demás bes- turada patria ha sido como inundada con la sangre de sus pro-
tias del bosque de este mundo, pero me he equivocado. La gente pios hijos, degollados por sus mismos hermanos; y cuyos fértiles
de este país ha visto mi género de vida y lo ha juzgado, y desde y hermosos campos convertidos en vastos cementerios, en los
el primer día que me ha visto entrar en una cueva se ha escan- que ¡ojalá los cadáveres de nuestros hermanos hubieran po-
dalizado y ha resuelto echarme de ella, y a este fin ha empleado dido hallar siempre sepultura! no hubieran sido tantas veces
todas las vejaciones y persecuciones que ha tenido en su mano. el pasto de las fieras... En resumen, de cuarenta y dos años que
Y cuando se ha convencido de que por la espada de acero del llevamos del siglo XIX, veinte a lo menos ha estado extendido
gobierno, no podría hacerle desaparecer, ha levantado las manos el brazo de Dios sobre España azotándola con la guerra, y ha"-
al cielo y lo ha fulminado con sus acriminaciones de varias cla- biendo sido los restantes más bien una tregua que una verda-
ses. Mi género de vida ha sido el primer anillo de la cadena de dera paz.
vejaciones y persecuciones que han fabricado contra mi per-
sona. El país es testigo de este escándalo que tiene ante sus Al azote de la guerra se añadió el hambre de 1812, en que
ojos desde hace siete años, o sea, desde el primer día que me llegó a venderse el pan a 5 reales la libra: inumerables cosechas
interné en un bosque. No han osado atacarlo en descubierto; perdidas que obligaron a emigrar a casi países enteros. Y, sobre
pero han empleado bajo mano todos los resortes que han tenido los dos, el contagio del año 11 casi universal a todo el reino; la
a su alcance para combatirlo...» (75). fiebre amarilla de Cádiz y Barcelona, y el espantoso cólera que
devastó las principales ciudades. No diré nada de los horrorosos
terremotos de Orihuela en 29, y de tanta multitud de azotes ya
Por eso el P. Francisco Palau es un testigo de excepción de su generales, ya parciales que hemos visto en nuestros días repe-
tiempo. Un testigo y un producto. Sobre todo es un testigo lúcido: tidos casi de continuo, y que no se vieron en siglos anteriores,
conoce los hechos, los sigue con interés, detenida y detalladamente o se veían raras veces» (76).
y los enmarca en unas precisas coordenadas. Todos los hechos, tanto
los que trenzan la espasmódica historia civil española, como, sobre
La Iglesia ocupa las zonas más extensas y subidas de su sensi-
todo, los que afectan a la Iglesia. Las referencias y alusiones a los
bilidad. Por eso conoce todos los acontecimientos que a ella se refie-
acontecimientos son frecuentes en sus escritos. Reproducimos el si-
ren. Los tiene presentes y alude a ellos con insistencia (77). Sobre
guiente, que es una síntesis perfecta de un largo período de historia,
y por que refleja un conocimiento extenso del mismo: 76 Lucha del alma con Dios. Barcelona 1 8 6 9 2 . pp. 78-80.
77 Pueden verse otras referencias en la obra citada pp. 46-48, 82, 89, 1*1.
75 La vida solitaria y las funciones del sacerdote. Edición mecanografiada 123, 124, 268. A veces hechos distantes y por eso mismo menos fáciles de llegar
a
en Centenario Padre Fundador 1872-1972 1 (1971) 9-10. su conocimiento, y más significativos de la atención que presta a cuanto se
74 EL P. PALAU Y SU MOMENTO

todo conoce las alternativas de la actitud española con Roma, y las


intervenciones de Roma a favor de España. Así glosa y comenta
repetidamente las distintas alocuciones de Gregorio XVI, 2 de fe-
HISTÓRICO

I ALBERTO PACHO

todos los males es el pecado. Los pecados de todos, de todos los espa-
75
Pero, sobre todo, la causa de la persecución contra la Iglesia y de

ñles, de los obispos, del clero, del pueblo, de los altos y de los bajos.
brero de 1836, 1 marzo 1841, 22 de febrero del mismo año (78). La clave exegética del pecado le atormenta al P. Palau. Se le escapa
Pero los hechos de la epiléptica historia que le toca vivir tienen constantemente de los puntos de la pluma, y siempre con un tono de
un sentido particular y preciso para este observador, actos y víctima amargura y de compunción estremedizas. A los ojos de un vidente o
a la vez. Un sentido que él no puede entender más que en una clave de un creyente atormentado, la explicación es definitiva y univer-
teológica, de Apocalipsis: Dios ha castigado a España «la ha vuelto sal (85).
las espaldas» (79). Ha permitido por la misma causa que la Iglesia, La visión de la Iglesia y de la historia es pesimista, fanática. Por
el mayor bien de España sea perseguida y esté a punto de agonía. eso no es un cuadro fríamente objetivo el que el P. Palau nos presen-
Las raíces y las causas de todo esto son: las doctrinas de los ta. Pero es esa visión la que imprimirá un carácter a su vida, y la
ilustrados —iluministas—, el ateísmo y la indiferencia: «acaban de que determinará su pensamiento y su acción: su consagración al bien
arrancar del suelo español el árbol de la religión católica, para plan- de la Iglesia, hasta el misterioso desposorio con ella. Ese sentido de
tar en su sitio el de la libertad filosófica, o de todo lo que se quiera, donación integral a la Iglesia lo tiene toda su obra: sus escritos, su
menos ser bueno, o la brutal indiferencia o el frío ateísmo» (80». vida solitaria, su predicación, su obra de fundador. Por eso el P.
España se ha convertido en un bosque «regado por las aguas negras Palau, a pesar de su tiempo y contra su tiempo, y por eso mismo, es
y podridas de las doctrinas volterianas que reparten por todas par- fruto de su tiempo.
tes los libros impíos y los apóstoles de satanás» (81).
Los jinetes de este Apocalipsis han sido muy particularmente
las sectas secretas. La presencia de las mismas en la vida y en los ALBERTO PACHO,
escritos del P. Palau es constante. Por eso sus alusiones casi obsesi-
vas a las mismas. Las señala con todo el énfasis y convencimiento (82). Facultad Teológica del Norte de España
No hablaba por hablar. Su denuncia está justificada por hechos pro-
bados y por una historia que él conoce. Sabe que su edad de floreci-
miento y de organización más activa ha tenido lugar entre los años
1823-1833 (83).
El mimetismo de lo francés ha sido una de las causas de nuestros
desastres. Idea que comparte con tantos otros contemporáneos y que
se ha hecho tópico en nuestra historiografía: «mas en vez de abrirlos
[los ojos] al desengaño, los abrimos a la vanidad y al error, recibiendo
con aplauso las modas, los usos y los libros emponzoñados de nuestros
vecinos los franceses» (84).

refiere a la Iglesia. Por ejemplo, el recuerdo de la persecución que sufre en


Polonia y Tong-King.
78 O. c. 46-48, 268-269.
79 Ib. p. 80.
80 Ib. p. 124.
81 Ib. p. 81.
82 Algunos lugares señalados al a z a r : pp. 112, 189, 295, 338 de Lucha del
alma con Dios.
83 Ib. p. 338.
84 Ib. p. 80. 85 Ib. pp. 90, 129, 121, 285, 286, 287
LA REFORMA TERESIANA EN LOS DÍAS
DEL P. FRANCISCO PALAU

Al alborear el siglo xix se hallaba la Orden de Santa Teresa de


Jesús y de San Juan de la Cruz en plena decadencia (1). Exactamen-
te como la misma sociedad civil y eclesiástica en que vivía. Este he-
cho condicionó fuertemente su arriesgada singladura por el dieci-
nueve. Entre continuas y sañudas persecuciones el Carmelo Teresia-
no fue perdiendo religiosos, conventos, Provincias y hasta Congre-
gaciones enteras. Y hubo momentos, en que se la vio próxima a
sucumbir. Si realmente no quedó estrangulada entre las fieras ga-
rras de la Revolución, hay que atribuirlo, en una perspectiva pro-
videncialista, a la protección especial de sus Santos Fundadores.
La Orden Teresiana estaba organizada de un modo bastante
complejo y un poco extraño para nuestra mentalidad. En el siglo xix
se componía de tres Congregaciones, independientes en el régimen
aunque convergentes en la finalidad: la Congregación Española, la
Congregación Italiana y la Congregación Portuguesa. Es claro que
de las tres, sólo nos interesa conocer el estado de la primera en el
siglo xix, por ser ella el marco religioso, donde se movió el P. Fran-
cisco. Las referencias a las demás serán sucintas y para completar
el cuadro.
He aquí la estampa recortada del Carmelo Teresiano español,
que vivió el P. Palau, pues sólo teniéndola a la vista, se compren-
derá su vida y obra.

1 ALBERTO DE LA VIRGEN DEL CARMEN, Historia de la Reforma Teresiana


(1562-1962), 285, etc. Madrid, Edit. de Espiritualidad, 1968, 23 c m , 741 p.
78 LA REFORMA TERESIANA EN LOS DÍAS DEL P. PALAU ANTONIO RODRÍGUEZ
79
De más difícil recuperación, por no decir imposible, resultó la
fuerte sangría de personal, que padeció la Congregación en la gue-
1) La Guerra de la Independencia (1808-1814) en la Congregación rra. Muchos religiosos jóvenes, impulsados por el sentimiento reli-
Española de Carmelitas Descalzos gioso y por el patriotismo, se tiraron al monte con todas sus conse-
cuencias. No obstante que hubo Capítulo Provincial, que lo prohi-
La Guerra de la Independencia duró seis largos años (1808-1814). bió (4). Los demás se pusieron a disposición de las famosas «Juntas
Más que lo suficiente para cuartear el edificio mejor construido. de Defensa» para servicios de retaguardia. En una lucha total, como
¡Cuánto más el débil y resquebrajado por las inclemencias del tiem- la que se había desencadenado, no cabían inhibiciones. Como lógica
po! Y este último caso era precisamente el del Carmelo Teresiano consecuencia las bajas de frailes en el período bélico fueron eleva-
español. Los daños, que en él causó la prolongada lucha, fueron das. Los muertos en él, natural o violentamente, se elevan a 527 (5).
incalculables. Tanto los materiales como los espirituales. El necrólo- A estos hay que añadir los de aquellos que, terminada la guerra,
go oficial de la Congregación, testigo de vista, los resume así: «En no regresaron a sus conventos, que no fueron pocos. No extrañará
el año 1808 comenzaron los franceses, impelidos del intruso empe- por ello que, de aquí en adelante, los Capítulos y Definitorios Pro-
rador Napoleón, a ocupar estos reynos de España, llevaron preso a vinciales se quejen constantemente de falta de personal (6). Oficial-
Francia a nuestro Rey Dn. Fernando 7o y a toda la Familia Real, mente sabemos que la Congregación Española se componía en 1817,
nos puso por Rey a un H". suyo, llamado José Io: prendió asi mismo un poco repuesta ya de la catástrofe, de 2.262 religiosos (7). El gra-
a N. SS. P. Pío 7o que gobernaba la Iglesia: causaron infinitos es- ve descenso de personal en la misma es evidente, con sus efectos na-
tragos de todas clases; siendo el más iniquo el hechar de los con- turales en todos los órdenes. Basta con comparar aquella cifra con
ventos a todos los Religiosos del Reyno, llevando muchos presos a la del período inmediatamente anterior, que superaba los 3.000 (8).
Francia: en cuya exclaustración permanecimos desde el mes de no-
viembre de 1809 hasta el mes de Mayo de 1814, en que fue restituido
a su Trono N. Católico Rey Dn. Fernando 7o el qual despedió un De- 4 El Capítulo Provincial de Castilla la Nueva del 6 de mayo de 1808, cele-
creto, en que mandaba retirarse a los Religiosos a sus conventos, y brado en San Pedro de P a s t r a n a (Guadalajara): «Más particularmente quedó
encargado a su Ra. (el P. Provincial) con igual aprobación del Capitulo, de im-
que se nos entregasen con todos los bienes...» (2). Según esto, el poner precepto formal con el fin de prohibir el uso de armas de fuego, en aten-
mal más grave, que irrogó la invasión napoleónica a la Congrega- ción a las justas causas, que se hicieron presentes, relativas al sistema del
ción española fue la exclaustración, como certeramente señala el dia, u sobre que el Gobierno municipal de la Corte ha dado las providencias
más eficaces, con las que debemos enteramente conformarnos, para conservar la
desconocido historiador presencial. Por ser la raíz profunda de don- buena armonía con los Franceses, e impedir los perjuicios, que de lo contrario
de brotaron otros muchos males. podrían originarse a la Religión». Cfr. Libro de los Capítulos Provinciales desta
Provincia del Espíritu Santo. De los Padres Descalzos de Nra. Sra. del Carmen,
Ciertamente los daños materiales de la Congregación fueron in- desde el Año de 1589, fol. 285. Ms. Archiv. Prov. de Carm. Desc. de Castilla,
Arcdiv. N° I, Plút. 8. Contiene las Actas Capitulares de esta Provincia hasta el
calculables : muchos conventos e iglesias, arrasados; todos, incen- Capítulo de 1832.
diados o saqueados; pérdida total de bienes. Como consecuencia, 5 El cronólogo distribuye así las bajas por P r o v i n c i a s : a Castilla la Vie-
ja, 4 1 ; a Castilla la Nueva, 5 7 ; a Andalucía la Alta, . 7 2 ; a Cataluña, 77; a
tuvo lugar un desplome vertical de las economías local, provincial Aragón-Valencia, 9 3 ; a Andalucía la Baja, 8 2 ; a Navarra, 7 3 ; y a Murcia, 72.
y general. Pero, a fin de cuentas, el daño material, por muy grande Cfr. Libro de los Religiosos Difuntos... folios finales.
6 Libro del Definitorio Provincial desta de N. P. S. Elias de Castilla la Vie-
que fuese, no era irreparable. Con la victoria y la paz subsiguiente ja, qe. da principio en el qe. se celebró en este nro. primitivo Conv.'" de Duruelo
podía restaurarse todo (3). el dia 10 de Mayo de 1815, fol. 3, etc. Ms. de 109 folios. Llega hasta el Defini-
torio de noviembre de 1834. Archiv. Prov. de los Carm. de Castilla la Vieja,
Archiv. I, Plút. 7.
7 El «Estado de la Congregación» los distribuye así por P r o v i n c i a s : Cas-
2 Libro de los Religiosos Difuntos desde el Capítulo General intermedio ce- tilla la Vieja, 223; Castilla la Nueva, 236; Andalucía la Alta, 226; Cataluña, 258;
lebrado en San Pedro de Pastrana año de 1760 siendo General N. M. R. P. Fr. Aragón, 398; Andalucía la Baja, 364; Navarra, 327 y Murcia, 229. Cfr. Libro de
Pablo de la Concepción. Ms. sin foliar. Archivo Provincial de Carmelitas Des- los Definitorios Generales, que rije del que se celebró en nuestro Colegio de
calzos de Castilla, Archivador N° I, Plúteo 9, Madrid, la cita se halla en los Reus siendo General N. M. R. P. Fr. Antonio de la Soledad. Año de 1816, fol. 28.
últimos folios del m a n u s c r i t o al hacer la lista de los muertos en la Guerra Ms. 1650, Biblíot. Nac. de Madrid. Llega h a s t a 1824. Poseemos microfilm y xe-
de la Independencia. rocopia del mismo.
3 ALBERTO DE LA VIRGEN DEL CARMEN, Historia de la Ref. Tere., 409-435. 8 ALBERTO DE LA VIRGEN DEL CARMEN, Hist. Ref. Ter., 297.
ANTONIO RODRÍGUEZ
80 LA REFORMA TERESIANA EN LOS DÍAS DEL P. PALAU 81
Pero el mayor mal, que la guerra causó a la Congregación, fue él la utilización de la fuerza. En circunstancias tan difíciles, todo el
sin duda alguna la supresión de las Ordenes Religiosas, decretada tacto de los Superiores Regulares era poco. Por eso, primero, trata-
por José I en 1809, como lo había hecho la Revolución Francesa, cu- ron de reunir a los exclaustrados reacios en casas alquiladas, deján-
yos ejecutores eran los ejércitos napoleónicos. En fuerza de esta doles gozar de sus prebendas; luego, los llevaban a conventos, res-
ley el Carmelo Teresiano masculino desapareció legalmente con to- petando sus peculios, etc. (10).
das sus consecuencias. Es claro que en la zona francesa. Pero como En una vida religiosa tan precariamente restaurada, fácilmente
quiera que las huestes bonapartistas pisaban y repisaban la Penínsu- se puede calibrar su observancia regular, oración, estudios, etc. Al
la de uno a otro confín y dejaban a su paso a los afrancesados, que principio los niveles fueron muy bajos. Sin economía, con unos con-
se encargaban de ejecutar las ideas revolucionarias, se comprenderá , ventos en ruinas con sus habitantes hechos a la vida secular, poco
la extensión de este gran daño: de hecho llegó a todos los lugares se podía hacer. Ya no era poco sobrevivir e intentar algo mejor con
importantes de la patria. el tiempo. Es la impresión que dan las Actas de los Capítulos Pro-
Y no fue el mayor mal de esta primera exclaustración la im- vinciales de Castilla la Vieja y Castilla la Nueva de 1814 a 1832,
posibilidad de vivir una vida religiosa regular, sino la inseguridad que hemos consultado directamente. Así como las Actas de los De-
frente al estado religioso como tal, que sembró en el alma del re- finitorios Generales de 1816 a 1824. Se insiste machaconamente sobre
ligioso perseguido. Y aún en el que no lo era. Esto hizo que no po- los puntos capitales de la vida común, retiro de celdas, oración, po-
cos frailes se pusieran a disposición de los señores Obispos, que con- bleza. Más sucintamente en la Sesión «De Reformatione» los Capí-
tentos los destinaron a Curatos o Economatos ante la falta de clero tulos de Castilla la Nueva, descienden a detalles de juego de naipes
diocesano. Se tendieron así unos lazos difíciles de romper (9). Eli- con dinero, tabaco, etc. (11).
minados legalmente de la sociedad por las nuevas ideas, no sólo en Por su parte el Definitorio General por mandato del Capítulo
España, sino en toda Europa; ver coronar emperador por Pío VII General de 1824 enviaba un Decreto de Reforma a todas las Pro-
en París (1804) a Napoleón, encarnación de tales ideas; contemplar vincias. Muestra clara de que la autoridad no estaba dormida y era
año tras año a los ejércitos revolucionarios avanzar irresistibles por consciente del peligro que corría la Congregación. En él se exige la
los campos de Europa, derribando tronos y quemando altares; etc. mortificación del silencio en la cena, etc. (1* Ord.), que haya una
Se comprende que al fondo del alma de este eterno desconocido, que llave común para las celdas (2a), que los libros repetidos de una
llamamos «fraile», surgiera por primera vez amenazadora la duda Biblioteca se envíen a las que no los tengan (3a), que el P. Provin-
existencial, la ansiedad vital de su futuro. La vida religiosa, por cial pueda obligar a los conventos a permutar sus libros (4a), que
primera vez en la historia de España, entraba en crisis socialmente. en las salidas del convento se guarde lo establecido (5a), que la por-
Y esta crisis vital será el secreto torcedor del religioso del siglo xix. tería esté bien custodiada y que si no puede ser atendida por un
Terminada la Guerra de la Independencia (1814), Fernando VII religioso, lo sea por una persona secular de edad y honrada (6a),
derogó todas las leyes persecutorias de la Iglesia, de las Ordenes que los Colegios estén bien cuidados material, científica y espiri-
Religiosas. Más: expidió un Decreto por el que se obligaba a todos tualmente (7a) y, finalmente, que dada la penuria de religiosos, se
los frailes a retornar a sus conventos. Lo cual es ya bien sintomá- tomen «acólitos», que no bajen de 11 a 12 años y se les instruya
tico. Prueba bien a las claras que muchos no querían volver. Ha- convenientemente, para que puedan aspirar al santo hábito (8a) (12).
bían sido víctimas de la crisis vocacional, que indicábamos arriba Como se ve, los Superiores Generales se fijaban sobre todo en la
y habían tirado por otros derroteros. El más frecuente fue acomo- supervivencia de las Provincias.
darse de párrocos, ecónomos, capellanes, etc., puestos en los que No creemos, pues, que se pueda negar honestamente recta in-
con gusto les colocaron los señores Obispos. Si a esto se añade que, tención en el restablecimiento de la vida religiosa en la Congrega-
en general, cumplieron perfectamente en ellos, con lo que se gran- ción Española a los Superiores. Ni tampoco a muchos de los sub-
jearon el aprecio de sus Prelados, se comprenderá la ineficacia prác-
tica de aquel Decreto regio en muchos casos, a pesar de mandar en
ió Ibm.
11 Ibm., 293.
9 Libro de los Capítulos Provinciales... fol. 288v. 12 Libro de los Definitorios Generales... fol. 287v.
LA REFORMA TERESIANA EN LOS DÍAS DEL P. PALAU
82 ANTONIO RODRÍGUEZ 83
ditos. Mas los frutos no respondieron a sus buenos deseos. Es que la época, es la preocupación constante por el bienestar de las Casas
los agentes disolventes de la vida religiosa eran más fuertes y efi- de Formación. Los Capítulos y Definitorios de Castilla la Vieja y la
caces. Las ideas revolucionarias iban calando lentamente los esta- Nueva dan siempre preferencia en sus elecciones a los formadores
mentos todos del pueblo español. Como la sociedad en que vivían, de Noviciados y Colegios; en estos las cátedras se desempeñan por
los frailes se agruparon en liberales y conservadores, constitucional rigurosa oposición, etc (15). Pensamos que la Provincia de Cataluña
listas y absolutistas, isabelinos y carlistas acentuando así la disgre- estaría en este orden de cosas al mismo nivel de sus hermanas.
gación de la vida comunitaria. De 1820 a 1823 los constitucionalistas Cierto que el hecho mismo de hallarse en el mismo convento de San
se apoderaron de Fernando VII e impusieron al país por la fuerza José de Barcelona el Noviciado y Colegio nos habla ya de una clara
la Constitución gaditana de 1812. Las autoridades religiosas, sobre anomalía, impuesta por las trágicas circunstancias externas, que ha-
todo, que no juraban la Constitución, eran perseguidas a muerte. A cen más heroica la entrada del P. Palau en la Orden. En ella en-
los Superiores Generales de la Congregación no les quedó otro re- contró el aspirante expertos forjadores del espíritu teresiano, no obs-
curso, que prometerla. Ante representantes del Gobierno la juró el tante la decadencia evidente en que se debatía. Más problemático
General de la Congregación en Madrid, Fr. Antonio de la Soledad, es que estos pudiesen realizar su obra en el novicio y colegial, da-
y a continuación sus Definidores en 1820 (13). La misma suerte co- das las revoluciones sangrientas que envolvían la vida religiosa.
rrieron los Superiores Provinciales y locales. Con este hecho, muy Por todo ello pensamos que la formación carmelitana del P.
difícil de evitar, la lucha política arreció en los conventos. Cuando Francisco más fue producto de su interés personal que obra de sus
la reacción absolutista triunfó (1823-1829), los constitucionalistas co- maestros. Su comportamiento subsiguiente frente al ideal teresiano
rrieron los riesgos de la derrota. Los nuevos Superiores Generales, no se explica sin esa simbiosis personal del ideal teresiano y su vida,
elegidos en el Capítulo de 1824, Fr. Andrés de Jesús María, General, en la que aquél se libra de los condicionamientos de tiempo y lugar.
etc. cursaron una orden a los Capítulos y Definitorios Provinciales Ya que le hizo sentirse y vivir como perfecto Carmelita en cualquie-
para que no se eligiese para ningún cargo al fraile constitucionalis- ra circunstancia de su vida: le libró de las pesadas estructuras con-
ta (14). Es evidente el desquiciamiento interno, que todas estas cau- ventuales, creadas por la Congregación con paciencia de siglos y
sas, actuantes a lo largo de los siete primeros lustros del siglo xix, que muchas veces parecían ahogarlo. Esta deficiente formación ma-
provocaron en la Congregación Española. gisterial y excesiva autofomación teresiana nos explican el profun-
En estas circunstancias internas, tan poco favorables para la do desequilibrio, que se nota en su vida entera, entre los distintos
vida religiosa, entra en el Carmelo Teresiano el P. Francisco Palau elementos de la vida carmelitano-teresiana: la supervaloración de
(1832), a la edad de 21 años, terminado su primer curso de Teología la soledad, mortificación y oración y su rechazo con el apostolado,
en el Seminario de Lérida. No era, pues, un crío. Ni su vocación un que serán de por vida el torcedor de su conciencia. Sólo al final de
«producto prefabricado» de los famosos «acólitos». Al contrario: la misma Dios le disipó totalmente tan profundas tinieblas y le hizo
una elección sólida, largamente pensada y realizada con pleno co- ver claro la superior armonía de dichos elementos al servicio de la
nocimiento de causa. Antes de entrar en el convento, se había iden- Iglesia.
tificado con el ideal teresiano, bebido en los libros de Santa Teresa Únicamente, si al P. Palau se le enmarca convenientemente en
de Jesús y de San Juan de la Cruz. Y por lo mismo, sabía a qué el espacio-vida de la Congregación Española de la primera mitad
atenerse en las circunstancias raras del Noviciado-Colegio de Bar- del siglo xix, se medirá en exactitud su recia personalidad religiosa;
celona, que eran, poco más o menos, las que reinaban en las Casas sus fallas y sus éxitos, sus triunfos y sus derrotas: los elementos
de Formación de la Congregación Española en la primera mitad del mismos humanos de su «carisma» se les ve discurrir cada día mas
siglo xix y que a grandes rasgos hemos ya indicado.
Una de las notas, que más se destacan en los Libros Oficiales
15 Líber hujus Provintiae Discalceatorum Carmelitarum S. FMae nuncupatae.
de los Capítulos y Definitorios, así Generales como Provinciales de '" quo continentur Indultum Gregorii. XIII. pro diviss. Nrae. Provinciae. Et In-
auZínm Sixti V. pro Divissione Provinciarum. Necnon et alia Indulta et Statuta,
Urdmationes, electiones, definitor. Suppriorum, et Socior. Capitular. Generalium
13 Ibm., 203. "tque nomina Fratru. totius nrae. Provinciae, fol. 41-83. Ms. Archiv. Prov. de
14 Ibm., 304. Larm. Desc. de Castilla la Vieja, Archiv. I, Plút. 8, Madrid.
84 LA REFORMA TERESIANA EN LOS DÍAS DEL P. PALAU
ANTONIO RODRÍGUEZ
85
claramente por el cauce de barro de su tosca naturaleza, finamente
Si Fernando VII demostró su ineptitud como gobernante a lo
modelada por el fuego purificador del ideal teresiano, que inextingui-
largo de su vida, en la muerte (29 de septiembre de 1833) l a con-
blemente ardió en su alma.
firmó sobradamente al declarar sucesora al trono a una niña de 3
años, Isabel II, hija de su cuarta mujer doña María Cristina de Bor-
2) La supresión de la Congregación Española (1835-1868) bón. Si en algún momento España necesitaba de un rey maduro y
enérgico para librarse de las garras sangrientas de las continuas re-
Al atento observador del panorama político de España tras la voluciones, que impedían la reconstrucción, era ese. Y es entonces
Guerra de la Independencia no puede pasar desapercibido el hecho cuando este hombre, juguete de una mujer ambiciosa, lo entrega en
amenazante de la supresión definitiva de la vida religiosa en el país. manos de una niña, abriendo así un período turbulento de guerras
Expulsadas las huestes napoleónicas, sus ideas revolucionarias se y más guerras entre isabelinos y carlistas, que acabaron de arruinar
quedaron aquí. La prueba oficial de este aserto nos la ofrece irreba- a un país digno de mejor suerte.
tible la misma Constitución gaditana de 1812. Si Fernando VII hu- Y lo más grave del caso, para nuestro tema, no fue la ruina
biera sido capaz de cambiar las viejas estructuras de la nación por material de la nación, que el hecho anteriormente mencionado cau-
otras más actuales y progresistas, éste y otros males se hubieran só, sino la espiritual, la religiosa. Porque resulta que los frailes,
evitado. Pero al no conseguirlo, ni siquiera intentarlo, aquellas ideas queriéndolo o sin quererlo, se alinearon tras las banderías de isa-
represadas en logias y otras sociedades secretas, irrumpieron vol- belinos y carlistas. Y era pública fama que el clero estaba por Don
cánicamente en la vida pública con peligro de la misma sociedad Carlos en su mayoría, por ver en él la personificación de los prin-
española. Las ineptas actuaciones de los absolutistas provocaron las cipios tradicionales. Esto brindó a los liberales una ocasión inme-
violentas reacciones de los constitucionalistas. Cuando estos se apo- jorable para realizar la extinción de las Ordenes Religiosas al estilo
deraron del gobierno del país y de su rey en 1820 por el pronuncia- francés, tan minuciosamente planeada en las logias. Los jacobinos
miento de Riego en Cabezas de San Juan (Sevilla) las ideas más españoles fueron sistemáticamente ahogando la vida religiosa con
deletéreas se desataron por la nación. La Iglesia fue sañudamente decretos y más decretos, a cual más opresores. Hasta que, en lo más
perseguida, etc. Por lo que respecta a la Congregación Española duro de la contienda carlista, Juan Alvarez Méndez (Mendizábal),
perdió unos cuarenta conventos por no reunir el cupo de 24 indivi- judío-masón de Cádiz, por Decreto del 11 de octubre de 1835 supri-
duos, como exigieron los revolucionarios; se depuso a los Superio- mió las Ordenes Religiosas de varones, si se exceptúa la de los
res legítimos y se eligieron otros conforme a las instrucciones del Hermanos de San Juan de Dios, porque no tenía con quien suplir-
Gobierno y bajo la jurisdicción de los Obispos. Un testigo ocular los en los hospitales. En cuanto a las Ordenes de mujeres, se les
dice: «Con esto quedamos aislados, disuelta la Provincia y la Con- prohibió recibir novicias, para que fueran extinguiéndose lentamen-
gregación, y sin influxo de nuestras cabezas principales, ni visitas, te. Así cayó guillotinada la Congregación Española de Carmelitas
ni recurso a ellas, y se procedió a elegir superiores locales constitu- Descalzos. El cruel desamortizador puso como pantalla, que la na-
cionales, con asistencia y presidencia de los eclesiásticos ordinarios» ción necesitaba el dinero infructuoso de los frailes para continuar
(16). Al cerrarse el período constitucionalista, en el Capítulo Gene- la guerra contra los carlistas y conseguir la victoria definitiva. Pero
ral de 1824 se hizo balance de las pérdidas de personal y dio un ne- el vergonzoso despilfarro de los bienes eclesiásticos demostró bien
gativo de 648 bajas. ¡Realmente un agüero fatídico! (17). a las claras, que eran muy otras las intenciones de este judío errante.
La Congregación Española, al ser suprimida violentamente, tenía
ocho Provincias, según el «Estado» de la misma presentado en el
16 F r . MANUEL DE SAN MARTIN, Historia monástica de los Carmelitas Descal- último Capítulo General de 1830, a saber: San Elias de Castilla la
zos de la Provincia de Sta. Teresa en los Reinos de Aragón y Valencia, lib. IV,
c. II, p. 578. Ms. en Archivo Silveriano, Burgos.
Vieja, Espíritu Santo de Castilla la Nueva, San Angelo de Andalu-
17 «En el año 20 había 2.180 religiosos: no siendo ahora sino 1.532, se ha
minorado el número en 6Í8. Los coristas eran entonces 1,668, ahora 1.166, con
que se han minorado los coristas en 502. Los coristas útiles para el trabajo calzos de la Congregación de España conforme a la razón dada por ellas para
público, que son los actuales para las prelacias y confesores, se han minorado el Capítulo General del 15 de Febrero de 182Í, después del trienio constitucio-
cuando menos en 't80». Cfr. ESTADO de las ocho Provincias de Carmelitas Des- nal y en los Capítulos Provinciales siguientes. Ms. en Archiv. Silveriano, Burgos.
18 ALBERTO DE LA VIRGEN DEL CARMEN, His't. Relf. Ter., 441-449.
LA REFORMA TERESIANA EN LOS DÍAS DEL P. PALAU
86 ANTONIO RODRÍGUEZ
87
cía la Alta, San José de Cataluña, Santa Teresa de Aragón y Valen- vida interior con el apostolado y todo al servicio de su «Amada»
cia, San Juan de la Cruz de Andalucía la Baja, San Joaquín de Na- la Iglesia.
varra y Santa Ana de Murcia; con 112 conventos y 2.102 religiosos. Para explicar este enigma hay que tener presente lo que diji-
La «Junta Eclesiástica» liberaloide, constituida por Mendizábal para mos de su formación religiosa. Por las circunstancias fue más pro-
exigir el cumplimiento de las leyes desamortizadoras, enumera 118 ducto de su labor personal que magisterial; más de él mismo que
Casas y 2.124 frailes. Esta leve diferencia de guarismos se puede de sus formadores; no fue él quien se transformó en el ideal tere-
explicar por el crecimiento normal de la Congregación en el espa- siano, sino que él incorporó vitalmente dicho ideal a su vida a su
cio que media entre 1830 y 1835; o también, por un simple error de carácter y temperamento, ya hechos y definidos. Esto hará que cuan-
cálculo (18). En cualquier caso, la pregunta preocupante, que se ha- do, poco después, Mendizábal destruya la vida teresiana comunita-
ce todo historiador ante el hecho consumado de la desaparición de ria y sus miembros o huyan a otras Comunidades extranjeras para
la Congregación Española, es la siguiente: ¿qué fue de ese núme- poder vivirla o definitivamente la abandonen por impracticable, per-
ro, nada despreciable, de religiosos, entre los cuales se cuenta Fr. manecerá inmutable en el P. Palau e indestructible mientras le dure
Francisco de Jesús, María y José? la vida. Y, por lo mismo, no necesitará buscarla en ninguna parte,
Gran parte de ellos se volvió a la vida parroquial, de capella- pues la lleva inextinguible en su propio ser. De este modo, el ideal
nes, etc., que llevaban muy en el alma y de la que por fuerza se teresiano, izado a los cuatro vientos de la perfección en el castillo
les había separado; una minoría selecta intelectual se dedicó a la roquero de su recia personalidad, no se arriará nunca desde 1833,
enseñanza; finalmente otra minoría selecta espiritual espontánea- en que lo profesó, hasta 1872, en que murió, dejándolo florido en
mente se exilió a Francia e Italia en su mayoría, para seguir vivien- las rosas fragantes de su «carisma». Porque en hombres así, el ideal,
do fielmente el ideal teresiano, por el que conscientemente habían que sostiene su vida heroica, no sucumbe con la muerte, sino que
renunciado a todas las cosas de este mundo (19). Pensamos que pa- supervive en fecundas formas eclesiales —«carisma»— en bien del
ra el fin de nuesto trabajo, basta la fijación de estas tres categorías Pueblo de Dios. Y es precisamente lo que aconteció con el ideal te-
supremas de exclaustrados y no es necesario descender a un estudio resiano en el P. Francisco. Hornaguea constantemente su amor a la
pormenorizado de las mismas. Iglesia hasta hacerlo padre de nuevas formas de servicio a la mis-
Totalmente peculiar fue la reacción del entonces estudiante de ma, insospechadas hasta él. Cuando muere, serán sus hijos e hijas,
Teología en San José de Barcelona, Fr. Francisco de Jesús, María los que se encargarán de hacerlas vigentes y eficaces en beneficio
y José, ante el suceso trágico de la supresión legal de su Orden. En de la sociedad.
realidad se hallaba ya exclaustrado, escondido en las ocultas caver-
Que esta interpretación de la vida exclaustrada del P. Palau
nas de los montes de Vich, después de haberse librado milagrosa-
sea exacta y objetiva se deduce de estas palabras del propio Padre
mente de la matanza de frailes en Barcelona, 25 de julio de 1835.
en su obra preciosa «Mis Relaciones con la Iglesia»: «Para vivir en
El joven Palau no abandonó un estado tan perseguido, como la ma-
el Carmen sólo necesitaba una cosa: vocación. Bien persuadido es-
yoría de los estudiantes, sino que se mantuvo ligado y obediente a
taba de ello y también de que para vivir como ermitaño, como soli-
sus Superiores. Por su orden terminó sus estudios en el Seminario
tario o anacoreta, no necesitaba de edificios, que iban presto a des-
de Lérida y se ordenó de sacerdote en la catedral de Barbastro el
plomarse; ni me eran indispensables las montañas del pueblo espa-
26 de abril de 1836. Quemadas así sus naves, el P. Francisco no
ñol, pues creía hallar en toda la extensión de la tierra bastantes
escogió ninguna de las tres salidas, tan socorridas, arriba indicadas.
grutas y cavernas para fijar en ellas mi morada. No temía que las
Ni lo que es más extraño, una nueva, que parecía óptima: ingresar
revueltas político-sociales me hubiera sido obstáculo para el cum-
en el restaurado Carmelo francés por eximios Carmelitas exiliados
plimiento de mis votos; ni tampoco dudaba de que el estado religio-
en 1840, o, luego después, en el español de 1868. El P. Francisco op-
so dejase de ser reconocido por la Iglesia universal y, de consiguien-
tó por vivir el ideal teresiano solo, uniendo de un modo peculiar la
te, por todo su clero. Bajo estas condiciones, no vacilé en contraer
obligaciones, las cuales estaba persuadido que podría cumplir hasta
10 Ibm.
88 LA REFORMA TERESIANA EN LOS DÍAS DEL P. PALAU

la muerte-» (20). La cita es un poco larga, pero necesaria. En ella se


cimenta esta última parte de nuestro estudio junto con las conside-
raciones sobre el estado religioso y sacerdocio, antecedentes y con-
siguientes a esta cita, que el Padre hace. En ellas aparece clara la
idea fundamental, que acabamos de exponer, tan rica en consecuen-
cias para el Carmelo Teresiano y para la propia Iglesia.
Y con esto el marco, que mentalmente nos habíamos dibujado,
queda completo. Dentro de él se mueve la polifacética personalidad LOS CARMELITAS DESCALZOS DE BARCELONA
de este Carmelita extraordinario, de cuerpo entero, del siglo xix. EN LOS DÍAS DE VIDA CONVENTUAL
Sólo dentro de él se puede debidamente comprender y valorar su
maravillosa fecundidad en el Pueblo de Dios. DEL P. FRANCISCO PALAU Y QUER (1832-1835)

ANTONIO RODRíGUEZ CUESTA


Con estas líneas cumplo la grata satisfacción de colaborar en
el centenario de la muerte del P. Francisco de Jesús María José
Madrid (Palau y Quer). Mi aportación es más bien pobre: una visión es-
quemática, un poco de historia, señaladamente cronológica, de la co-
munidad y convento de carmelitas descalzos de Barcelona, donde
se forjó el temple teresiano de este hombre carismático del siglo
XIX. Historia que se limita y concretiza a los tres años escasos de
su vida conventual: desde el ingreso en la Orden, en otoño de 1832,
a la exclaustración forzosa del 25 de julio del año 1835. Pretendo
aportar documentación y datos para conocer mejor, si cabe, el am-
biente y condicionamientos de los años «fuertes» de fomación re-
ligioso-carmelitana del P. Palau: noviciado, profesorado y primeras
órdenes sagradas. Con lo poco que conozco de este carmelita descal-
zo (1), me parece intuir un hombre de Iglesia encarnado en la socie-
dad de su época; un religioso que vive y difunde el carisma tere-
siano acomodado a las circunstancias cambiantes de su tiempo; al-
guien que ha superado muchas cosas que ahora tenemos a revisión
en las instituciones religiosas por voluntad expresa del Concilio Va-
ticano II. Digamos, de paso, que él siguió de cerca el desarrollo del
Vaticano I, incluso llamó a sus puertas desde la misma ciudad de
Roma. Resultaría interesantísimo el estudio de estos aspectos de la
vida del P. Francisco, por otra parte para mí muy tentadores, pero
que ahora no son objeto de mi trabajo.

1 GREGORIO DE J E S ú S CRUCIFICADO, OCD, 1913, Brasa entre cenizas. Biogra-


fía del R. P. Francisco Palau y Quer, OCD (1811-1872). Bilbao, Ediciones Des-
clée de Brouwer, 1956. — 270, [2] p . ; grab.; 24,5 cm.
Fr
ALEJO DE LA VIRGEN DEL CARMEN, OCD, 1884-1953, Vida del R. P- """s™
Palau y Quer, OCD, 1811-1872, por el... Barcelona, Imprenta Imperio, 1933.
20 Mis relaciones con la Hija de Dios, la Iglesia. 431, [1] p . ; retr. (front.); láms.; 21 cm.
LOS CARMELITAS DESCALZOS DE BARCELONA, ETC.
90 GABRIEL BELTRAN LARROYA
91
sagrado (5); Antonio de san Matías (1595-1668), escritor místico y
L—EL CARMELO EN CATALUÑA fallecido en olor de santidad (6); José de la Concepción (1626- 1698)
y José de la Madre de Dios (1722-1807), arquitectos (7); Juan de S.
1.—Ojeada al pasado José (1642-1718), historador (8); Ramón de S. José (1709-1778), mo-
ralista, apologista y exégeta (9); José de la Virgen (1749-1806), bi-
Cuando el P. Palau ingresa en la Orden, los carmelitas descal- bibliotecario (10); varios mártires de la caridad en diversas epidemias
zos llevan ya dos siglos y medio de existencia en Cataluña, configu- infecciosas habidas en el Principado (11); miembros de la Real Aca-
rados, geográficamente, en una provincia religiosa bajo la advoca- demia de Buenas Letras de Barcelona (12); y por citar uno, Salvador
ción de san José. Esta había nacido en la primera estructuración de santa María Magdalena (1766-1824).
general de la descalcez a los seis años de muerta santa Teresa y en Estos siglos de historia tuvieron sus vicisitudes de puertas
vida, todavía, de san Juan de la Cruz (2). El fundador fue el P. afuera que repercutieron, enormemente, en el interior de las comu-
Juan de Jesús Roca —muy apreciado por la Santa— al establecer nidades religiosas, y también teresianas. Me refiero a las guerras
en Barcelona el primer convento teresiano (25 de enero de 1586) y civiles «deis segadors» (1640-58), sucesión (1705-14), independencia
convertirse, dos años más tarde, en el primer superior provincial (1808-14), trienio constitucional (1820-23). Y nada digamos de las
del Principado (3). luchas entre carlistas e isabelinos de los mismos días del P. Palau.
El pueblo dispensó muy buena acogida a los hijos de santa Te- Todas ellas dejaron huellas más o menos profundas en la psicolo-
resa, por esto pudieron fundar 10 conventos en el espacio de vein- gía de los religiosos de mi región.
te años. Son las comunidades de: Barcelona, ya citada, Mataré
(1588), Tárrega (1588), Perpiñán (1589), Lérida (1589), Tortosa (1590),
Gerona (1591), Tarragona (1597), Reus (1606) y Cardó (1606), que más 2.—El presente de la provincia
tarde se incrementaron con Gracia (1626), La Selva del Campo
(1636), Vich (1642), Balaguer (1678) y Villanueva y Geltrú (1735). Por otoño de 1832, la provincia catalana estaba integrada por
Estas casas —salvo Tárrega y Perpiñán, por razones que no son del unos trescientos religiosos distribuidos en los trece conventos ci-
caso— constituían la provincia de San José en los días de Fr. Fran-
cisco Palau y Quer. Cada una de ellas con su historia y tradiciones: 5 JUAN DE SAN J O S é , OCD, 1642-1718: Anuales de los Carmelitas Descalzos
de... Cataluña... [34], 720, [50] p., 2 1 x 2 2 cm., sign. 991. Manuscrito de la uni-
su personalidad. versidad de Barcelona, cfr. lib. 6, c. 6-10, p . 553-62.
6 SEGISMUNDO DEL ESPíRITU SANTO, OCD, 1642-1706: Historia de la vida u
Por esta provincia y comunidades pasaron, a lo largo de los dos virtudes del V. P. F. Antonio de san Matías... 42, 442, 10 p., 21 15,5 cm., sign.
siglos y medio, religiosos con sus más y sus menos. Unos humildes, 511, manuscrito en la universidad de Barcelona. En la misma biblioteca exis-
desconocidos, y también, medianías. Otros célebres y famosos, co- ten varias obras manuscritas del P . Antonio, sign. 31, 32, 523, 526, 632, 956,
1592 y 1831.
mo: Juan de Jesús Roca (1540-1614), doctor y escritor en teología, 7 JUAN DE SAN J O S é , ocd., lib. 6, c. 51, p. 672-73, Catálogo de los religiosos que
superior y diplomático (4); Dionisio de la Cruz (1593-1670), orador han muerto en este convento... de Barcelona... 259 p . 2 9 x 2 2 cm. manuscrito de
la Corona de Aragón, de Barcelona, sign. 83, cfr. p. 242-43.
8 Es el autor y a citado, de los Anales de los Carmelitas Descalzos de Cata-
2 FORTU,NATO DE J E S ú S SACRAMENTADO, OCD, Provincias en que se dividió luña... obra benemérita y única, con algunas otras del mismo P . Juan, sobre la
la Reforma teresiano en el capítulo de Madrid de 1588, en «El Monte Carmelo», Orden en Cataluña de 1586 a 1700.
66 (1958) 300-308. 9 Catálogo de los religiosos que han muerto... en Barcelona, o. c. p. 21o.
3 El P . Roca nació en Sanahuja (Lérida) el 14 de julio de 1540. Se doc- 10 Mi t r a b a j o : Catálogo de la biblioteca de los PP. Carmelitas Descalzos de
toró en teología por la universidad de Barcelona, e ingresó en la Orden en el Barcelona, en Él Monte Carmelo 69-70 (1961-62) 301-332 511-280 99-107, 247-256,
novidiado de P a s t r a n a , donde profesó el 1 de enero de 1573. La descalcez le cfr. 309, donde se habla de los bibliotecarios de la casa.
encomendó misiones diplomáticas m u y delicadas ante la Santa Sede, y luego 11 Baste recordar las epidemias de Barcelona en 1589, 1651 y 1821; la de
la implantación de la Orden en el Principado, del que fue provincial dos trie- Perpiñán en 1631, y sobre la de Bellpuig (Lérida) en 1599, cuyos tres religiosos
nios. Murió en Barcelona el 19 de noviembre de 1614. descalzos muertos sirviendo a los apestados h a n merecido elogios y honores
4 Entre sus escritos, todos ellos manuscritos, c i t e m o s : Tractatus varii de especiales (cfr. Anales, o. c , lib. 2, c. 49, p. 179-181).
e.vercitationibus spiritualibus, in quibus servandus est ordo ut útiles sint et 12 Historia y labor de la Real Academia de buenas letras de Barcelona í i e ^
meritoriae... 216 f. s. n., 15x10,5 cm., sign. 1838. Tractatus musticae Theologiae su fundación en el siglo xvm. Barcelona, Real Academia de buenas letras, 1955,
prior pars, in qua de eius doctrina, et dificilimis sententiis in gratia theologo- 280 p., dib., 25 cm. En la Relación completa de los académicos de número por
rum, tam scholasticorum, quam musticorum agitur... 547 f. s. n., 14,8x10,2 cm., orden de ingreso (p. 230-243) aparecen cuatro carmelitas descalzos. El citado P-
sign. 1316. Ambos manuscritos en la biblioteca universitaria de Barcelona. Salvador ingresó el año 1804 (ib. p. 236).
GABRIEL BELTRAN LARROYA
92 LOS CARMELITAS DESCALZOS DE BARCELONA, ETC. 93
tados. En mayo (13) se había celebrado el capítulo provincial trie- cretario provincial. Vino al mundo en Vilaseca (Tarragona). El más
nal, máxima autoridad legislativa dentro de la demarcación. Aquí intruido y culto del consejo (19).
se eligieron los cuadros de mando: provincial, consejeros provin- Aquí tenemos a los cinco hombres que compartían la responsa-
ciales, superiores locales... responsables todos, a diversos niveles, bilidad de la provincia catalana mediante reuniones periódicas de
de la supervisión y marcha de la provincia (14). Trazo un breve ordinario dos veces al año— denominadas consejos provinciales, pa-
curriculum vitae de los cinco más representativos: provincial y ra continuar y reemplazar la labor de los capítulos provinciales, a
consejeros. celebrar cada tres años. Con todo, el peso y compromiso inmediato
del gobierno recaía habitualmente en el superior provincial, resi-
Provincial.—José de santa Concordia (Sedó Anguera); 55 años
dente en el convento de Barcelona, centro geográfico, casi, de los
de edad, 37 de profesión religiosa y 31 de sacerdocio. Cuando se le conventos de la región. Para conocer mejor la problemática de re-
elige está de profesor de teología en el colegio de Lérida y no figu- ligiosos y comunidades debía visitar personalmente, acompañado
raba entre los capitulares. Ya había sido otras veces profesor, co- de su secretario, cada año, toda la provincia (20). Pese a la relativa
mo también prior de Gerona, Lérida y Barcelona, y también conse- autonomía de las comunidades, éstas debían contar a menudo con
jero provincial. El hecho de que fuera profesor del colegio leridano el provincial, ya que, entre otras atribuciones, le correspondía la
y examinador del Seminario conciliar de la misma ciudad nos lleva asignación de convento a cada religioso.
a pensar en que pudo haber influido en la decisión vocacional del
joven de Aytona, por estas fechas filósofo y teólogo del Seminario La vida religiosa no se encuentra en sus mejores tiempos, bajo
ningún concepto. Ni los hombres que acabamos de presentar —a
diocesano. Natural de La Selva del Campo (Tarragona). Parece un
juzgar por la edad— podían ser, por mucha experiencia que tuvie-
religioso conciliador, pacífico (15).
ran, los más indicados para empujar y crear optimismo entre los
Consejeros provinciales.—I. Juan de los Dolores (Vidiella Bo- religiosos. La provincia tenía que sentirse, forzosamente, apagada,
rras), 67 años. Prior de Gerona, Gracia, Reus, consejero provincial cansada, inmovilizada, cuando precisaban temples vigorosos y fuer-
y general, y dos trienios provincial. Nacido en Marsá (Tarragona). tes para sacudir el lastre de la invasión napoleónica y del período
Toda una autoridad dentro de la provincia (16). constitucional, que diezmaron considerablemente las vocaciones y
II. Joaquín de san Alberto (Masats Sola), 69 años. Pasante, pre- la disciplina regular. Las actas de los consejos provinciales refle-
sidente y profesor de diversas materias; prior de Tortosa, Tarra- jan esta decadencia a través de remociones, renuncias, traslados de
gona, Reus y Barcelona; consejero general. Hijo de Barcelona. superiores locales y otros oficios; de dispensas reglamentarias en
Hombre meticuloso y ordenado. Escribía cuidadosamente su «dia- abundancia; de «cansancio» para los estudios de algunos coristas;
rio» (17). de denuncias contra algún superior; de «motores de desorden» en-
III. Francisco de san José (Camporiol Davis), 60 años. Profesor, tre los 27 estudiantes de filosofía del colegio de Reus —se trata del
consejero provincial; prior de Tortosa, Vich y Tarragona, de cuyo curso 1833-34— que acuden en busca de paz y armonía (21). Una
arzobispado fue examinador sinodal. Es de Agullana (Gerona). Re- paz y armonía que no abundaba, precisamente, en la provincia a ni-
ligioso sin ambiciones humanas (18). vel comunitario, porque desde la calle soplaban hacia los conventos
aires fuertes de nuevas ideologías, de tiempos nuevos.
IV. Esteban de los Reyes (Salvador Rovira), 53 años. Profesor;
prior de tres colegios —Tarragona, Lérida y Reus— y escritor; se-

13 Libro Io del diffinitorio de... [los carmelitas descalzos de Cataluña de


1813 a 1833] : ms. 380 p . ; 3 0 x 2 1 cm. sign. 79, del Archivo de la Corona de Ara-
gón, de Barcelona, cfr. p. 345-354. 19 o . c , p. 434.
14 O. c. p. 350-354. 20 Constitutiones fratrum discalceatorum B. V. Mariae de Monte Carmelo-
15 Mi t r a b a j o : Carmelitas descalzos catalanes de 1835, en El Monte Carmelo, Congregationis Hispaniae, a SS. D. N. Pió Papa VI. Confirmatae diae xiv martu
73 (1965) 275-304, 431-468, 74 (1966) 89-129, cfr. p. 461-62. anno M.DCC.LXXXVI... P a m p e l o n a e : apud Franciscum Xaverium Gadea, ann
16 O. c , p. 467. M.DCCCXXVII. - xxii, 8, 1-515 p. 13,5 cm. cfr. 3 parte, c. 11, n. 3.
17 O. c , p. 453. 21 Cfr. nota 13; nota 15, p. 125-126.
18 O. c , p. 441.
LOS CARMELITAS DESCALZOS DE BARCELONA, ETC. GABRIEL BELTRAN LARROYA
94 95
llica barroca del primer alto contenía una estatuita de san José, y a
los lados de la capilla no faltaban los escudos heráldicos. En el se-
II.—EL CONVENTO DE BARCELONA gundo alto abríase en su centro la buena ventana rectangular, y so-
bre de ella, a la altura de los desvanes, la circular. La terminación
El convento de san José —denominación popular y oficial que de la fachada era la comunmente usada para los templos barrocos,
se daba a los Carmelitas Descalzos de Barcelona— era el máximo jocosamente en la tierra llamada de capsalera o cabecera antigua
exponente de la vida teresiana en el Principado. Lo fue desde sus de cama... Tras de la fachada en el lado meridional del templo er-
inicios, allá por los años de 1586, y lo seguía siendo en pleno siglo guíase el campanario, de planta o sección cuadrada, que terminaba en
XIX. Muy normal. Porque desde entonces, y ahora, continuaba sien- alto por un como templete de cuatro arcos...
do: casa matriz, curia provincial y noviciado para toda la región, El interior del pórtico, en su testera de hacia Belén —iglesia no
que es lo mismo que decir: espejo y modelo de vida carmelitana lejana, a la derecha del visitante— tenía en un hermoso templete
para la provincia. De puertas afuera, mantenía una iglesia dedicada corintio la imagen de santa Teresa, de tamaño natural, en el acto
a san José, frecuentadísima, saturada de pías fundaciones, mucho de la Transverberación, escultura de Ramón Amadeu... En la tes-
culto y algunas asociaciones religiosas; biblioteca pública desde tera opuesta abríase una puerta cerrada, y tras ella aparecía la ca-
mediado el siglo XVII; imprenta, durante algunos lustros, y real pilla de las Esposas de la Cruz (25)... y en ella se veneraba la ima-
fábrica de fundición de letra desde 1746 (22). Mucha actividad. De- gen, de escultura de tamaño natural, de Jesús en la columna... Del
masiadas actividades para lo que la ley pedía al carmelita descal- pórtico se entraba al templo mediante unas gradas...
zo (23), dejado ahora aparte si ésta reflejaba o no la mente de san- Contaba cinco capillas por lado... Las capillas, además del an-
ta Teresa. Y para colmo de la soledad, recordemos que el convento cho pasillo abovedado, tenían cúpula y estaban defendidas por ver-
estaba emplazado en una de las arterias más frecuentadas de la ciu- jas colocadas entre ella y el pasillo... Lado de la epístola: En la
dad: las ramblas. Más todavía, en gran parte de los bajos del edifi- primera capilla, según creo, se veneraba a san Mariano, el cual era
cio que daba a la ramblas había varias tiendas arrendadas, así co- objeto de mucha devoción. El retablo llamaba la pública atención
mo una casa adjunta, propiedad del convento. por su riqueza, pues estaba hecho todo de lustrosa caoba. La mesa
Me parece interesante conocer incluso materialmente la casa o ara se hallaba separada del retablo, mediando entre ambos un pa-
—iglesia y convento —donde el P. Palau aprendió a vivir la vida sillo. El Santo ocupaba su nicho y tenía junto a él un árbol del que
teresiana. Una y otra transcripción las tomaremos del célebre his- pendían manzanas. La corona de la imagen era de plata. Caminan-
toriador de las casas y religiosos catalanes del primer tercio del si- do para el presbiterio ocupaba a la segunda capilla Nuestra Señora
glo XIX (24). de las Gracias. La tercera, santa Inés. La cuarta, san Alberto. Y la
quinta, la Madre Santa Teresa. En el crucero se asentaba el reta-
blo de la Virgen del Rosario. Lado del evangelio: La primera ca-
1.—Iglesia de san José pilla, o sea la contigua a la fachada, venía ocupada por un crucifijo.
La segunda presentaba a San Juan de la Cruz. La tercera a la Purí-
«Vengamos ya a la descripción del templo de Barcelona. Su sima, y en su tumba descansaba un teniente general de artillería,
frontis olía más a barroco que sus hermanos. Tenía el pórtico de los de nombre Juan Barrarsa. La cuarta ofrecía al público culto Nues-
tres arcos o entradas, defendidas aquí por verjas de hierro que re- tra Señora de la Consolación, y en su tumba descansaba D. Fran-
medaban lanzas. Por sobre de los arcos corría una cornisa. La capi- cisco Sembasart. La imagen consistía en una estatuita de cortas di-

22 Sobre la biblioteca, cfr. n. 10, p. 302-315; de la imprenta he visto libros 25 Libro de Resoluciones de la Comunidad de Barcelona, de 1761 a 1835. Ms 300
impresos ahi en distintas épocas, por ejemplo, 1724-28, 1765, 1817. fs., 29,5x20,5 cm., sign. 78 del Archivo de la Corona de Aragón, de Barcelona, t.
23 Nota 20: 1» parte, c. 1. 8 de abril de 1808 la comunidad cede a la «Congregación de las Esposas de a
24 Barraquer y Roviralta, Cayetano, sac., 1839-1922. Las casas de religiosos en Cruz», por petición de la Presidenta, Subpresidenta y Maestra de novicias, « a
Cataluña durante el primer tercio del siglo xix... Tomo II. Barcelona, imprenta pieza que está en el huerto hondo bajo las celdas del Noviciado, para hacer u
de Francisco J. Altes y Alabart, 1908. -626, p. fot., grab., il., 27 cm. Cfr. c. 17, Oratorio a fin de poderse congregar todos los días de exercicios a hacer su
p. 443-449. funciones» (ib. f. 82r).
96 LOS CARMELITAS DESCALZOS DE BARCELONA, ETC. GABRIEL BELTRAN LARROYA
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mensiones y corto mérito artístico, pero largo de afección, pues era del templo, o sea a su mediodía, y por lo mismo dando un lado a la
la misma que la Santa Madre Teresa llevaba en sus fundaciones rambla junto a la iglesia, abríase el claustro. Numerosos testigos me
(26)... La capilla quinta cobijaba la imagen de la Virgen de la Fuen- hablaron de él, pero ninguno me lo describió circunstancialmente
te de la Salud. En el brazo de este lado del crucero había los alta- limitándose los más a decirme que era muy sencillo y pequeño...
res de las ánimas o de la Encarnación y el del Niño Jesús. (27). La cisterna no se hallaba en el mismo claustro, sino cerca de
He oído elogios de la magnificencia del retablo mayor. Ocupaba él. La portería principal daba a la rambla desde este claustro, de
todo el fondo del ábside. Construido en la segunda mitad del siglo consiguiente bajando del templo por la rambla hacia el mar la pri-
XVIII, guardaba las formas greco-romanas con resabios de barro- mera puerta que se hallaba era la presente, por la que atravesando
quismo... Este retablo, a juzgar por un buen fragmento que vi en el ala del edificio se entraba directamente en el claustro. En el pri-
un dibujo, de cuya veracidad tengo certeza, constaba de un gran mer piso alto de éste se hallaba instalada a su derredor la fábrica de
pedestal, sobre el que se asentaban grandes columnas estriadas de la letra de imprenta, la que abría ventanas en la rambla...» En 1665
orden compuesto, las que sostenían anchas cornisas con dentillones. se había alargado considerablemente esta ala del convento, cuya
Estas no estaban en un mismo plano vertical, sino que con las cor- primera planta nueva comprendía «tres oficinas muy capaces», que
nisas unas venían más adelantadas, otras quedaban más atrasadas. probablemente se convirtieron en dependencias para la fábrica de
El nicho principal, o del primer piso alto, cobijaba al titular Pa- letra sobredicha. En la segunda planta instalaron cinco celdas
triarca San José, a cuyo pie en los intercolumnios próximos se veía grandes para enfermería, oratorio y tres aposentos (28), y en la
a Santa Teresa en el lado de la epístola, y a san Elias en el opuesto, tercera, la biblioteca, la mejor dependencia conventual, cuya des-
todos en hermosas estatuas de tamaño al menos natural. Siempre cripción nos la hace el historiador de la provincia (29): «Tiene cua-
ante el Patriarca ardían siete velas. Abundaba allí el rico dorado. tro ventanas grandes que la hacen muy clara. El techo es cielo raso,
Ceán Bermúdez escribe que Antonio Viladomat «pintó seis lienzos todo blanco, como las paredes. Encima los estantes la adornan al-
en el altar mayor y un San Josef en la sacristía»... gunos cuadros: a la testera, el de N. Madre Santa Teresa de Jesús
escribiendo, y todos los demás son de santos y venerables de la Re-
ligión. La puerta es proporcionada; de medio arriba es de verjas
2.—El convento bien labradas, con que desde fuera se registra toda la pieza». Su-
biendo por la escalera principal del convento se llegaba a ella por
«Adherido a un lado del templo estaba en esta orden el conven- una antesala más espaciosa que «dos celdas guarnecidas de bancos
to, en cuyo centro se abría el claustro... Las casas acostumbran te- fijos, desahogada con una ventana y dos puertas de las cuales una
ner sólo dos pisos altos, en los que el corredor cae del lado del claus- sale a la escalera principal y la otra al cuarto enfrente de una de
tro, y las celdas hacia el exterior. Estos corredores brillan por su sus ventanas con que queda clarísima» (ib.). «En los días del P. Pa-
apocamiento, pues miden de anchura sólo 1,50 metros, y de altura lau esta sala estaba adornada con dos lienzos que representaban dos
2,40... No respiran más grandeza las celdas, reducidas, como están milagros del Beato Oriol» (30). Y puesto que acabamos de describir
a, una pieza baja de techo, de 3,60 metros de longitud por 2,10 de el local, digamos que esta biblioteca pública honraba a los hijos de
anchura, y 2,55 de altura. La única ventana de ellas mide 64 centí- la primera doctora de la Iglesia. Cierto que habían recibido una
metros en cuadro —según medidas tomadas en el antiguo convento considerable donación —5.573 volúmenes— en el siglo XVII, pero
de Mataré, construido en la misma época... Al pie del convento so- la comunidad supo estar a la altura de su misión, construyendo un
lía extenderse la grande huerta. local ad hoc, aumentar la riqueza bibliográfica y poner a disposi-
De la anterior idea general o norma del convento carmelita-te-
resiano descendamos ahora al de Barcelona. Al lado del evangelio
27 Nota 24: c. 17, p. 447, cuyos testimonios son dos descalzos de la época:
26 MIGUEL DE SAN J O S é , OCD, 1644-1714. Historia del origen y milagros de la P- Juan de los Reyes Raurell (reí. 3 de jul. 1882) y P. J u a n del Carmelo Alsinet
(reí. 25 de feb. 1884).
santa Imagen de ntra. Sra. de la Consolación que se venera en el... convento de
28 Nota 5, lib. 5, c. 38, p. 492.
san Joseph de Barcelona... 236 fs., 2 0 x 1 5 cm., sign. 513 de la biblioteca univer-
29 Ib., p. 492-493.
sitaria de Barcelona. 30 Nota 24, p. 449.
LOS CARMELITAS DESCALZOS DE BARCELONA, ETC.
98 GABRIEL BELTRAN LARROYA 99
ción de los lectores buenos catálogos. Los últimos databan, nada Para el riego de la huerta y servicio del convento poseía éste
menos que de 1831 a 1834 (31). Sigamos visitando el convento, tal tres plumas de agua de pie, las que no bastarían para lo primero
como lo describe Barraquer. cuando vemos que en la parte alta y occidental de dicha huerta, o
«A espaldas del edificio del claustro y del templo, o sea a su sea cerca de las casas de la calle del Carmen, había una buena
lado occidente, se extendía hacia oriente el resto del convento —el noria».
noviciado— las más de cuyas aberturas daban al huerto. De este
cuerpo de edificio partía un brazo hacia la calle del Carmen, o sea 3.—La comunidad
hacia montaña... y pasaba -adherido al muro trasero de la casa de
la Virreina, de la que del primer piso para arriba sólo le separaba
Me resulta un tanto difícil precisar los religiosos que de 1832
una callejuela destinada a dar luz, la que ciertamente allí no abun-
a 1835 vivieron en esta comunidad. Conozco a varios, pero segura-
daba en razón a la menguada anchura... El noviciado tenía dos pi-
mente no son todos los que están. Se ha escrito que solían ser unos
sos altos y su corredor contaba con 28 celdas. No le faltaba la es-
cincuenta. Y creo que por ahí andaban, si tenemos en cuenta que
calera propia, de espiral o caracol, que bajaba a la sacristía o muy
se trata de la casa provincial; comunidad con mucho culto en la
cerca de ella, y a su lado occidental se extendía su huertecillo o jar-
iglesia; religiosos al servicio de la fábrica de fundición, y, sobre
dín propio de él. Los linderos, pues, del noviciado con su jardín eran
todo, noviciado de la provincia, en el que todo recién profeso debía
los siguientes: por el norte, la parte trasera de las casas de la calle
permanecer de dos a tres años en espera del curso escolar que se
del Carmen; por el este, la Virreina y sacristía; por el sur el con-
iniciaba para él cada tres años. De septiembre de 1832 a julio de
vento, y por el oeste, el jardín de la casa Grases, número 15 actual
1835 profesaron 34 novicios —27 coristas y siete hermanos—. Me-
de la calle del Carmen. La separación entre el jardín del noviciado
diado el año 1834, el prior notifica al obispo diocesano que en la co-
y el del Sr. Grases la efectuaba una pared de cerca de unos tres pal-
munidad viven 16 sacerdotes, descontados, probablemente, los de la
mos de grosor por unos ocho de altura, y esta circunstancia es digna
curia provincial (32).
de notar porque por este muro en la nefasta noche del incendio de
Veamos quiénes formaban parte de la comunidad por estas fe-
1835 huyó la comunidad. Las ventanas de las celdas se abrían a
chas, ejemplos vivos para los formandos y valuadores «humanos»
buena altura, de modo que los novicios no pudieran asomarse a ellas.
de la vocación y cualidades de aspirantes, novicios y ordenandos.
Tenía el noviciado buena capilla u oratorio, que se asentaba sobre
Un candidato, por ejemplo, precisaba: a) permiso del provincial;
la sacristía del templo.
b) examen de sus motivaciones religiosas por parte del prior, maes-
Pero dejemos el noviciado y volvamos al convento, en el que tro de novicios y otro religioso m a d u r o ; c) aprobación, por votos
de este a oeste en los pisos altos se abría un largo corredor con las secretos, de los padres conventuales (33). Y esta última votación se
celdas hacia el mediodía, dando al huerto. En el piso bajo había las repetía tres veces durante el año de noviciado y cada vez que de-
acostumbradas dependencias de cocina, refectorio, de profundis y bían acercarse a recibir alguna de las órdenes sagradas. Unos datos
el aula capitular. de cada miembro de la comunidad ayudarán a darnos una idea de
Al sur del edificio, y creo que también al oeste, se extendía la quiénes eran estos hombres comprometidos en misión tan arriesga-
huerta, la que por lo mismo de este a oeste quedaba entre la ram- da, especialmente por parte de los padres.
bla, la parte trasera del convento y las casas de la calle Jerusalén,
y de norte a sur entre el convento y la calle de la Petxina... La P. José de santa Concordia, provincial, de 55-58 años. Ya lo hemos
puerta de los carros para la comunicación directa del huerto con visto. Conoce a Francisco Palau desde el Seminario conciliar de Lérida.
el exterior parece que estaba en esta calle de la Petxina, bien que Incluso formaba parte del tribunal examinador del tercero de filosofía (34).
algunos ancianos la ponen en la rambla. Desde ella el convento re-
32 Circulares del obispado de Barcelona: 1827-1836, donde existe una carta
partía la limosna a los pobres. del•1 prior, J u a n de san Bernardo, fechada el 11 de junio de 1834, notificando los
religiosos sacerdotes que hay en la comunidad y otras tres del obispado.
« Nota 20: 2 parte, c. 2, n. 5 y 16.
14<W Seaundo Libr
° de Matriculas, que comienza en 18 de octubre de 182G. Ms.,
31 Nota 10, p. 302-315. O fs., 30,5x21,5 c m , sign. 231 del Seminario conciliar, de Lérida. Examina en-
r e eI
9 y 10 de febrero de 1831 (f. 20r-23v).
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Como provincial no tomaba parte en las votaciones o aprobaciones con- to (41). Es la persona más ligada, dentro de la Orden, con Fr Palau
ventuales, pero daba el v°. b°. definitivo para la profesión y órdenes. que como maestro carga con la responsabilidad inmediata de los novicios
en todo y para todo. Incluso era por Constitución (42), con otro religioso
P. Juan de san Bernardo, prior, 60-63 años. Riguroso y exigente. Pro- grave de la comunidad, el confesor nato de la misma. Creo que el amor
fesor, predicador, maestro de estudiantes, prior de varias casas. Hijo de del P. Palau a la soledad y vida eremítica —en lo que puede haber de
Corbera de Llobregat (Barcelona). Por estos días se medica y toma baños importación— quizás deba explicarse desde su encuentro con el P. Maestro
termales cada verano en la Puda (35).
P. Antonio de san Isidro, ayudante del maestro de novicios y del 33
P. Joaquín de san Alberto, II consejero provincial, 68-71 años. Pulcro al 35 consejero local, 68-71 años. Había enseñado gramática a los niños
y ordenado. Ya hablamos de él en el capitulo de la provincia. del barrio de Gracia; prior de La Selva y presidente de conferencias
morales (43).
P. Esteban de los Reyes, IV consejero y secretario provincial, 53-56
años. Parece que su residencia es Reus, pero como consejero y sobre todo P. Juan de santa Cecilia, II consejero y archivero de la casa, 60-61
secretario del provincial, pasó por la comunidad barcelonesa varias ve- años. Muchos años consejero provincial y prior de varias casas. Mediado
ces (36). 1833 le eligen nuevamente superior de Reus (44).
P. Manuel de los Dolores, III consejero de la comunidad, 72-74 años. P. Gabriel de Sta. María Magdalena, 66-69 años. Desconocemos, prác-
Predicador de campanillas, en sus años mozos, muchos de cuyos pane- ticamente su vida conventual. A fines de 1836, ya exclaustrado, el párroco
gíricos andan impresos; socio de la Real Academia de Buenas Letras de de Mataró proponía al prelado diocesano se recluyera al P. Gabriel en
Barcelona y antiguo bibliotecario de la casa. En la Orden desempeñó va- la casa de sacerdotes ancianos por su afición al «vino y licores» (45).
rios cargos. Murió el 12 de abril de 1834 (37).
Juan de la Concepción, ecónomo provincial, 67-70 años. Llevaba mu-
P. Juan de san José, predicador del convento 68-71 años. Exprovincial; chos años responsable inmediato de la economía provincial. Recordemos
varias veces consejero y prior, e incluso candidato a general en el capítu- que aquí radicaba la fábrica de fundición de letra, los mayores ingresos
lo de 1824. En nuestros días «persona muy venerable, de talento, que ha- de la curia provincialicia (46).
bía predicado mucho» (38), y lo sigue haciendo, pese a su edad avanzada.
El procurador de la casa le da gratificaciones por el trabajo (39). P. José de la Visitación, sacristán, 64-67 años. Sabemos muy poco de
su vida. En julio de 1835 estaba «imposibilitado» (47).
P. Pablo de la Anunciación, vicesuperior y I consejero de la casa, 58-
61 años. Había sido director de los terciarios de Reus y superior de otros P. Pedro de san José, de 60-03 años de edad. Un religioso más bien
conventos. Lleva los libros oficiales de la comunidad. También va a los innominado.
baños durante el verano (40).
P. José de los Reyes, predicador y bibliotecario de la casa, y luego
P. Francisco de Jesús Nazarena, maestro de novicios, 50-53 años. Fue también, 1833, archivero, director de las Esposas de la Cruz; de 52-55
conventual del desierto carmelitano de Cardó, y dos trienios seguidos prior años. El hombre más activo de la comunidad: reorganiza los ficheros o
de la misma casa. Después de la exclaustración muere en opinión de san- catálogos de la biblioteca; predica con frecuencia en la iglesia del con-
vento, por otras de la ciudad, y por muchos pueblos de Cataluña. Y me
olvidaba otro título: epactillero de la provincia. Siempre lleva dinero en-
35 Libro del Gasto u Recibo del Convento de S. José de Barcelona, de enero
cima, al menos el procurador de la casa le entrega muchas «gratificacio-
de 1824 a julio de 1835. -300 p. s. n., 20,5x15 cm„ sign. 1890, del Archivo de la nes» por los trabajos, y él tampoco se andaba corto a la hora de pedir (48).
Corona de Aragón. A modo de curiosidad aparecen gastos por medicinas para el
prior en j u n i o de 1832 y marzo de 1833, y los gastos de los baños en la P. Joaquín de Jesús María José, organista, 53-56 años. Compuso obras
Puda (julio de 1832, agosto de 1833, julio y septiembre de 1834). Nota 15; p. 90-91. musicales propias, algunas sonatas, que todavía existen en la biblioteca
36 Libro en que se haze memoria de los Difuntos assi Religiosos como Reli- universitaria (49).
giosas de N" Sagrada Religión empezado en el Mes de Mayo de 1736. En Barcelona,
ms. 281 f s . ; 1 9 x 1 4 cm., sign. 255 Archivo de la Corona de Aragón, de Barcelona,
en q u e aparecen las tres visitas provinciales (4-III-1833, 25-XII-1833 y 6-1-1835) 41 Nota 15, p. 437-438, muerto el 13 de abril de 1846.
con el P . Esteban de secretario. 42 Nota 20, 1 parte, c. 4, n. 1.
37 Catálogo de los religiosos..., nota 7, p . 258, cfr., también, nota 10, p. 310. 43 Nota 15, p. 301.
38 BARRAQUER Y ROVIRALTA, CAYETANO, s a c , 1839-1922: Los religiosos en Ca- 44 Id. p. 92-93.
taluña durante la primera mitad del siglo xix... Tomo II. Barcelona, Imprenta 45 O. c , p. 444-445.
de Francisco J. Altes y Alabart, 1915. - 8 6 6 p., fot., grab., il., 27 cm. cfr. c. 10, p. 557. 46 O. c , p. 465-466.
39 Nota 35, en cuyo manuscrito podemos comprobar las entregas q u e le hace 47 O. c , p. 455.
el procurador por sus sermones. Entre otras muchas, por ejemplo «A N. P . Joan 48 O. c , p. 456.; nota 35, donde se pueden comprobar las cantidades de dinero
de las Pláticas de Juny» 1 libra, 17 sueldos y 6 dineros (junio de 1835). l ú e con mucha frecuencia le da el procurador por sus sermones.
49
40 Nota 35, en las cuentas de septiembre de 1834; nota 15, p. 103. O. c , p. 451.
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P. Onofre de san José, de 51-52 años de edad. Murió el 2 de agosto competentísimo en el arte de la imprenta, como puede verse en cualquier
de 1833. Por su complexión débil y enfermiza, el último año lo pasó pri- tratado sobre impresores barceloneses de su época (58).
vado de las facultades mentales en la comunidad (50).
H. Mariano del Corazón de santa Teresa, hermano carnal del anterior
P. Tomás de santa Elena, presidente de conferencias de moral, de 48- más joven —45-48 años— y con él ocupado en la fábrica de fundición (59).
51 años. Pasa toda su vida conventual en Barcelona, y el 10 de junio de
1835 se le nombra maestro para el colegio de filosofía que se improvisa H. Rafael de san José, portero, 57-60 años. Muere a los dos meses d»
en la misma casa-noviciado (51). enfermedad, el 18 de mayo de 1835 (60).
P. Juan de la Madre de Dios, cantor, de 34-37 años, «hombre de mucha H. Manuel de san Bernardo, cocinero, de 48-51 años.
corpulencia, y de voluminosa voz, tal que después fue sochantre de nues- H. Antonio de santa Teresa, enfermero, de 26-29 años.
tra catedral» de Barcelona (52).
H. Juan de san Miguel, trabaja en la fábrica de letra, de 20-23 años
P. Marcos de san Francisco, de 31 años de edad. El levantamiento de
Riego le pilla haciendo el noviciado, y cuando regresa al convento es
sargento del ejército real. En Barcelona vive desde 1834 (53).
P. Francisco de la Ssma. Trinidad, mallorquín, de 38 años. Ordenado 4.—Novicios y profesos
sacerdote en diciembre de 1832, ignoro cuándo comenzó a formar parte
del capítulo conventual. Una juventud accidentada: Nace en Palma de Junto a los padres y hermanos conventuales había el grupo de
Mallorca; viste el hábito en México; profesa en Sevilla, y acaba la carrera novicios y recién profesos, bajo la vigilancia y dependencia del P.
eclesiástica en Barcelona (54). Maestro o su ayudante, quienes vivían en una parte del convento
P. José, «el que no dice misa». Yo creo que se trata de Fr. José de completamente separada del resto de los religiosos: era el novicia-
santa Eulalia, de 25 años, demente, al parecer (55). do, descrito ya más arriba. Allí tenían las celdas, oratorios y jar-
dín propios nuestros jóvenes. Con todo, a diario se encontraban con
Con estos padres conventuales o responsables —ejemplos vivos para
los formandos— a la hora de decidir, por sufragio secreto, el porvenir de la comunidad para rezos, oración mental, misa y comidas. Luego
los novicios y recién profeso, había también en la comunidad un buen describiré el horario común.
número de laboriosos hermanos —pero sin voz ni voto— que cuidaban En este marco conventual, y sobre todo en el noviciado, pasó
de las dependencias de la casa: huerta, cocina, portería, despensa, enfer- los tres años de formación teresiana Fr. Francisco de Jesús María
mería, etc. El P. Palau conoció a los siguientes, y de los que aprendería, a
buen seguro, el sentido práctico de la vida y del trabajo, rayano en estos José. Veamos, rápidamente, los compañeros que tuvo desde la toma
hombres en el heroismo: de hábito en noviembre de 1832. Coincide en el trienio o ciclo que
comienzan los distintos cursos en los colegios de la provincia, por
H. Francisco de san Segismundo, ropero, de 70-73 años. Para 1835 lo cual, el noviciado quedaba prácticamente vacío. Incluso los pro-
muy «achacoso» (56).
fesos de los primeros meses son destinados, poco después —con las
H. Juan de san Cirilo, ecónomo, de 62-65 años. En 1835 también, «acha- debidas dispensas— al colegio filosófico.
coso» (57).
José de san Jaime, corista (n. Manlleu, de 24 años).
H. Joaquín de la Soledad, director de la fábrica de fundición de letra, José de san Luis Gonzaga, corista (n. Barcelona, de 20 años).
de 62-65 años. Llevaba más de cuarenta años dedicado por entero a la Genis de san Antonio, corista (n. Teyá, de 17 años). Los tres profe-
factoría carmelitana, con creaciones y grabados propios. Era un hombre san el 22 de noviembre de 1832 y pasan inmediatamente al colegio de
Reus (61).
50 Nota 7 y 37, p. 257.
,")1 Nota 15, p. 116-117; nota 35.
52 Nota 15, p. 466; nota 38, c. 10, p. 557. 58 Id., p. 451-452; Diccionario biográfico de artistas de Cataluña, desde la
53 Nota 15, p. 97-98. época romana hasta nuestros días, dirigido por J. F. Ráfols... Barcelona, Edito-
54 Nota 15, p. 439 (nota pie de página); nota 35, aparecen los gastos por sus torial Millán, 1951. - 3 vol., 24 cm. cfr. t. 3, p. 92.
desplazamientos a ordenarse y los ocasionados con su primera misa celebrada 59 Nota 15, p. 98.
en Barcelona (enero de 1833). 60 Nota 37, p. 259.
55 Nota 15, p. 462-463. 61 Libro V de la recepción y profesión de los Xovicios- Año Í828. Ms., 306 p.
56 Nota 15, p. 442. 3 0 , 5 x 2 1 cm., sign. 32 del Archivo de la Corona de Aragón, de Barcelona, cfr.
57 Id., p. 91. p. 163-165.
104 LOS CARMELITAS DESCALZOS DE BARCELONA, ETC. GABRIEL BELTRAN LARROYA
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Juan de san Agustín corista (n. Cornudella, de 16 años), emite los cesano (67). Este sigue, pues, en el noviciado hasta fin del trienio
votos el 4 de enero de 1833 y sigue el camino de los tres anteriores. Son en espera de que le asignen colegio para terminar los estudios ecle-
novicios por estos días:
siásticos y ordenarse sacerdote. Los acontecimientos de julio de 1835
Pedro de san Juan Bautista, organista, que profesará el 1 de mayo y
en julio irá destinado al colegio de Tarragona (62), joven de 16 años, na- acabaron con los planes previsibles de su futuro inmediato. Le te-
cido en Reus. nemos, por consiguiente, en el convento de Barcelona compartiendo
Jerónimo de san José, hermano, que hace los votos después de dos la vida con los demás profesos y novicios que van ingresando. Po-
años de noviciado el 18 del mismo mes y año (n. Oris, con 24 años). cos, ya, por las prohibiciones civiles, pero todavía algunos, casi tan-
Salvador de san Andrés, hermano que profesa con el anterior, (n. tos hermanos como coristas:
Selva del Campo de 24 años). Parece que en julio fue destinado al con-
vento de Tortosa (63). Laureano de la Encarnación, corista (n. Reus, de 18 años), que pro-
Agustín de Jesús María, hermano. Como tal hace los dos años de no- fesa con el siguiente, el 6 de junio de 1834.
viciado y profesa el 4 de julio de este año (n. Valls, de 19 años). El mismo Pedro del Corazón de Jesús, corista-organista (n. Reus, con 16 años).
mes sale destinado para Gerona (64). Francisco de la Madre de Dios, corista (n. Sta. María de Besora, 24).
Ramón del Corasen de María, corista (n. Guiamets, de 17 años). José de san Elíseo, corista (n. Vich. de 19 años), profesan el 5 de sep-
Vicente de la Consolación, corista (n. Tortosa, de 19). tiembre de 1834.
Felipe del Ssmo. Sacramento, corista (n. Tortosa, 21 años) y Mariano de san José, hermano (n. Reus, de 24 años), profesa, a los
Francisco de los Angeles, corista (n. Benicarló, de 18 años). Los cua- dos años de novicio, el 21 de octubre de 1834, y pasa destinado al conven-
tro profesaron el 18 de septiembre de 1833. to de su ciudad natal (68).
José de san Hilarión, corista (n. Figuerola, de 18 años). Andrés de san José, hermano (n. Selva del Campo, de 22 años).
Juan de los Reyes, corista (n. San Julián de Vilatorta, de 19) y Mariano de san Hilarión, hermano (n. Selva del Campo de 20 años).
Juan de santa María Magdalena, corista (n. Selva del Campo, con 18 Los tres pasan su bienio de noviciado y profesan simplemente el 1 de
años), que emiten los votos el 21 de octubre. De estos siete profesos cua- marzo de 1835.
tro van a la casa-convento-desierto del Cardó: dos en septiembre y los Narciso de san Antonio corista (n. Reus de 16 años).
otros dos en octubre (65). Probablemente se trata de Fr. Ramón, Fr. Fran- Jaime de Jesús Nazareno corista (n. Torroja, de 17 años) son los úl-
cisco, Fr. José y Fr. Juan de los Reyes, ya que no figuran en la comu- timos aspirantes al sacerdocio que profesan en san José, el 18 de marzo
nidad de 1834. del tristemente célebre año de 1835.
Carlos de la Concepción, corista (n. Benicarló, de 18 años).
Pascual de san José, corista (n. Benicarló, de 17 años). Con ellos se cerró el noviciado descalzo para convertirse en co-
Juan de san Ignacio, corista (n. Benicarló, de 18 años). legio de filosofía, según acuerdo del consejo provincial de 10 de
FRANCISCO DE JESúS MARíA JóSE, tonsurado (n. Aytona, de 20 años) y
Andrés de santa Francisca, corista (n. Reus, de 18 años). Todos son junio del mismo año (69). Y por lo visto ponen rápidamente manos
connovicios rigurosos ya que los cinco vistieron el hábito el 14 de noviem-
bre de 1832, e hicieron la profesión el mismo 15 de noviembre de 1833. 67 «Illmo. y Rmo. Señor: Fr. Juan de san Bernardo, Prior de Carmelitas Des-
calzos en este Convento de San José de la presente ciudad con todo el respeto y
sumisión a V. S. Y. debida, espone: Que agradecido al favor se dignó dispensarle
En las cuentas económicas de la comunidad aparecen los gas- en las témporas pasadas promoviendo a los Sagrados Ordenes a ocho sujetos
tos de dos profesos —abril de 1834— que viajan al desierto del Car- de su convento, para remediar la necesidad y escazes de Ministros indispensa-
bles para la Solemnidad de las funciones ecclesiásticas; continuando todavía la
dó (66). A juzgar por la estadística del convento de mediados de es- misma necesidad, y teniendo la edad para recibir el Diaconado Fr. Francisco de
te año, deberían ser Fr. Vicente y Fr. Carlos. De ningún modo po- Jesús, María, José, otro de los que fueron ordenados Subdiáconos por V. S. V ;
Suplica, y espera de su conocida bondad, que admitiéndolo para las prosimas
demos pensar en Fr. Francisco de J. M. José, por la sencilla razón temporadas, y dispensándole los insterticios, según se lo pide también N. R. P-
de que acababa de ordenarse diácono por la penuria y falta de mi- Provincial, se digne promoverlo al orden de Diácono. Favor y gracia a que que-
dará agradecida toda esta Rda. Comunidad, y por ella. S. S. Q. S. M. B., Barcelona,
nistros de la comunidad para las ceremonias y actos litúrgicos de la 3 de Febrero de 1834, (rubricado) Fr. J u a n de S. Bernardo, Prior» (Legajo: Or-
iglesia conventual, según confesión expresa del prior al obispo dio- denes de 1834, Archivo diocesano de Barcelona); nota 61, p. 178-182.
68 O. c , p. 183-187; nota 35 (octubre de 1834). .
69 Nota 61, p. 188-192; «Nota de las resoluciones hechas por el V. Dif[mitorioj
62 O. c , p. 166.; nota 35 (enero de 1833). de P r o v [ i n c i ] a l celebrado a los 10 de J u n i o del año 1835 en este Ntro. con[venJto
63 Nota 61, p. 167-169; nota 35 (julio de 1833). de Sn. Josef de la Ciudad de Barcelona en el Principado de Cataluña con motivo
64 Nota 61, p. 170; nota 35 (julio de 1833). de una circular de Ntro. M. R. P. Gen[era]l y Dif[inido]res Generales remitida a
65 Nota 61, p. 171-177; nota 35 (septiembre-octubre de 1833). N. R. P. P r o [ v i n c i a ] l y Dif[inido]res». Ms 1 f.; 3 1 x 2 1 cm. Archivo Silvenano de
66 O. c. (abril de 1834). Burgos, sign. cajón 80b, letra CLXXVII.
106 LOS CARMELITAS DESCALZOS DE BARCELONA, ETC. GABRIEL BELTRAN LARROYA
107
a la obra, al comprar, el mismo mes, doce mesas —cosa desusada al año próximo inmediato. Al menos una vez al mes se reúnen en la igle-
en los novicios— y otros tantos sombreros para «los colegiales» sia para sus ejercicios religiosos. En los días de la exclaustración se en-
(70). Profesor de filosofía sería —por decisión del antedicho conse- contraba en pleno apogeo (74).
jo— el anciano P. Joaquín de san Alberto, y maestro de estudiantes Biblioteca pública. Ya la hemos descrito en otro lugar. Nace para to-
dos los barceloneses con la donación del canónigo Besora (75). Es tal la
el P. Tomás de santa Elena, ambos de la comunidad. Pienso que el importancia y el valor bibliográfico de esta biblioteca, que el «Viaje lite-
P. Palau estaba destinado al colegio de moral, ahora en Lérida, o a rario a las iglesias de España» le tributa grandes elogios y le dedica 54
lo más al de teología dogmática de Reus o Tarragona, ya que ingre- páginas. En nuestros días acababan de modernizar sus catálogos con una
só con la filosofía terminada y un curso de teología. De todas for- caligrafía elegante y clara (76).
mas, mi hipótesis carece de trascendencia práctica, por el hecho de Imprenta. Desconozco su historia viva. He visto obras publicadas en
distintas épocas (1724-28); en 1765 y los Salmanticenses en dos formatos,
que la exclaustración del 25 de julio le encontró, todavía, en el con- de 1817 (77).
vento de Barcelona. Real fábrica de fundición de letra. Data desde 1746 (78). Factoría en
pleno rendimiento, bajo la dirección de hermanos y seglares. Era la ba-
se económica de la curia provincial. Ya hemos dicho el lugar que ocupaba
5.—Actividades dentro del convento. La curia de la provincia pagaba religiosamente el
inquilinato a la comunidad. De ésta formaban parte el procurador pro-
vincal y los tres hermanos que ahora cuidan y dirigen la factoría, todos
Junto con los ministerios propios de la Orden, en especial el muy competentes. En especial Fr. Joaquín de la Soledad (Esplugas Surro-
servicio y culto de la frecuentada iglesia de san José, los carmelitas ca), artífice incluso de algunos modelos de letras que se venden en ella.
de la rambla dirigen asociaciones religiosas ubicadas en la misma, Trabajan un buen número de empleados. Se ha escrito que de 25 a 50
y algunas actividades culturales muy prestigiosas para la ciudad. obreros (79).
Ahí las mencionamos someramente. El posterior diario de la casa
aludirá a ellas en más de una ocasión. 6.—El espíritu de la comunidad
Pía Unión del Rosario, establecida el 27 de noviembre de 1797, y radi-
cada en la capilla de la Virgen del Carmen. Cultos mensuales. El 15 de Intento reflejar, paradójicamente, mediante la letra, el espíritu
marzo de 1799, la comunidad les había cedido una habitación detrás de que debía reinar en el interior de la comunidad, parto del código
la de los monaguillos, donde se guardaban anteriormente las afombras
de la glesia (71). legislativo, en edición muy cercana a los días de Fr. Francisco (80).
Esposas de la Cruz, hermandad, algo así como nuestros terciarios-se-
mana devota, de intensa vida interior y que sobrevivió a la exclaustra- tas Descalzos en este año de 1816, baxo la soberana protección de Jesús, María
ción. La primera noticia de esta entidad me la ofrece el P. Francisco de y Josef; y con aprobación Eclesiástica y Real... Barcelona, por Miguel y Tomás
Gaspar, (s. d.). 48 p., 14,5 cm.
san Benito, que en 1799 era director de la misma. Cultos mensuales. En 74 Diario de Barcelona, Barcelona, Imprenta del Diario, 1792. Es el periódico
1808 pedían a la comunidad «la pieza que está en el huerto hondo bajo decano de la prensa barcelonesa que todavía se publica, si bien apareció en un
las celdas del noviciado para hacer un oratorio a fin de poderse congre- formato de 2 0 x 1 5 cm —que no es el de hoy— y que tenía todavía en 1835. Cfr.
gar todos los días de ejercicios a hacer sus funciones» (72). año 1835 p. 1645.
75 Muerto ya el dadivoso canónigo la comunidad recibe (6-III-1665) nada más
Real Esclavitud de san José, cuyos estatutos examina el consejo pro- y nada menos que 5. 573 volúmenes de donación (cfr. nota 10, p. 303).
vincial a 30 de octubre de 1815 (73), y queda establecida canónicamente 76 O. c , p. 313-315.
77 No se ha hecho aún ningún estudio sobre esta imprenta. Existen, mejor
dicho, conozco varios libros con el pie de imprenta de la casa, entre estas las
70 Nota 35 (gasto, junio de 1835). obras de santa Teresa en cuatro volúmenes de 1724-25.
71 Nota 25, f. 70r, t. 71v y 72r. El 24 de junio de 1800 la comunidad concede 78 «Llibre en lo qual se contenen los Comptes, que dea donar lo P. Procura-
a la «Pía Unión» construir «Antecamaril, camaril y escalera para subir a el en el dor de Provincia de Carmelitas Descalcos de Cattalunga aixi deis productos de
Altar de N. Sma. Me. del Carmen» (f. 72v-73r). las Matrissas per fundir ¡letra com tambe de qualsevol Venda... segons decretat
72 O. c , f. 82r; «Libro de las Esposas de la Cruz. Contiene Votaciones o Reso- en nostre Capítol Provincial proximpassat de 1747. Comenca la present Llibre día
luciones, Elecciones, Ynventarios». Ms. 388 p. 3 0 x 2 1 cm., sign. 141 del Archivo de primer de Dezembre de 17í7. Ms., 386 f., 26,5x19,5 cm., sign. 1857 del Archivo
la Corona de Aragón. Libro muy incompleto, cuyos primeros datos son de 1799, de la Corona de Aragón, de Barcelona. Es la fuente informativa más autorizada
hasta fines de 1833. que conocemos. Abarca de 1746 a 1779, bastante regular, luego hay noticias glo-
73 Nota 13 : y pide al definitorio general «se digne ese dar licencia para fundar bales hasta 1792.
y establecer en nuestra Iglesia de dicho convento (de Barcelona) la Ule. y Religiosa 79 Nota 24, c. 17, p. 452.
esclavitud del Glorioso P a t r i a r c a S. José» (p. 46); «Quadernos para los Hermanos 80 Cfr. nota 20: Constituciones editadas en 1827, en Pamplona. El texto co-
de la Esclavitud del Glorioso P. S. Josef, Fundada en la Iglesia de P P . Carmeli- mienza con la Regla: p. 1-11.
108 LOS CARMELITAS DESCALZOS DE BARCELONA, ETC. GABRIEL BELTRAN LARROYA
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Reglas y Constituciones leídas, estudiadas y vividas por él, que nos Maitines-laudes, medianoche (salvo algunos días señalados), una
puedan dar en primer lugar, una idea de lo que era su comunidad hora (83).
por dentro, y luego punto de partida para comprender muchas ac- Oración mental, de 5 a 6 de la mañana, una hora, y seguidamente
titudes suyas fuera del claustro. Trazo sólo unas pinceladas. Prima, un cuarto de hora.
Según la regla, el carmelita es un ermitaño que vive en obse- Tercia y misa conventual, cantada a la hora oportuna, cerca de
quio de Jesucristo, a quien pretende imitar mediante un corazón una hora.
limpio y una conciencia recta. Porque es eremita debe buscar su mo- Sexta y nona, un cuarto de hora.
rada en la soledad o lugares apropiados para ello. Dentro de la so- Examen de conciencia, ocho minutos, inmediatamente antes de
ledad, goza todavía de un espacio de intimidad, la celda, en la que comer.
permanece día y noche consagrado a la oración y al trabajo para Comida, a las 11 de la mañana (días de ayuno de la Iglesia, a
ganarse el sustento propio, ley del Señor. Se guarda y cuida el si- las 11,30).
lencio, de una manera especial, desde el anochecer hasta la salida Recreación, media hora, terminada la comida.
del sol. Los religiosos se encuentran cada día en el oratorio para la Vísperas, cerca de media hora (durante la cuaresma se rezaban
eucaristía y la liturgia de las horas, y en el refectorio para la comi- antes de comer).
da, durante la cual se lee la Biblia. Una vez por semana hacen re- Oración mental, de 5 a 6 de la tarde, una hora (cuando los mai-
visión de vida a nivel comunitario. Preside la comunidad el «prior», tines-laudes eran cantados se tenían a esta hora y se dispensaba la
elegido por los mismos religiosos —a quien todos deben respeto y oración).
obediencia— para servir a todos. Aquí todo es común; nadie puede Completas, a las 7 de la tarde, quince minutos (84). Del coro
poseer cosas propias; la abstinencia es perpetua —salvo casos de se iba a la
enfermedad u hospitalidad— y se guarda ayuno desde el catorce de Cena o colación (en días de asueto o fiestas importantes se ce-
septiembre al domingo de Pascua, a no mediar las mismas razones naba a las siete fuera del refectorio y se postponían las completas.
(en todo caso la necesidad no tiene ley). Y por último invitaba a la
Examen de conciencia, unos ocho minutos, terminada la cena
supererogación. Los novicios aprendían la regla de memoria.
(tres días a la semana, entre la cena y el examen tenía lugar la dis-
Las constituciones amplían detalladamente los principios funda- ciplina penitencial durante el canto del salmo 50 y el rezo de unas
mentales de la regla que santa Teresa de Jesús quiso instaurar «con oraciones).
la mayor perfección que pudiese» (81). Pese al cariño y simpatía
hacia las ermitas, establece sus monasterios dentro de las ciudades, Terminados los actos de comunidad el religioso se retiraba a
como los demás mendicantes. Y con ser hija de una época «riguris- la celda o volvía a sus labores. Sin embargo, por la noche no tenía
ta» —pensemos en el cariz que toman las reformas de las órdenes más opción que la iglesia o la celda. En ésta pasaba el carmelita
religiosas— dice bien claro «que yo soy amiga de apretar mucho en —y nada digamos del novicio— la mayor parte del día. Un espacio
las virtudes, mas no en el rigor, como lo verán por estas nuestras de 2,10 metros de ancho por 3,60 de longitud y 2,55 de altura, con
casas. Debe de ser, ser yo poco penitente» (82). una ventana de 64 por 45 centímetros (85). Paredes blanqueadas y
unas estampas en blanco y negro, a devoción del interesado —pero
nada de colores— era todo el adorno. El ajuar: una tarima de ma-
7. — Horario cotidiano
dera para dormir, sin colchón ni sábanas —menos en caso de en-
fermedad— mantas, mesa y taburete. Sin llave. Podían retenerse,
A la luz de las leyes, siempre muy detalladas, podemos señalar
el plan diario de los actos comunes, máxime en una casa-noviciado: 83 Nota 20: I a parte c. 1, n. 2. Cuando era cantado, en fiestas señaladas, debía
d u r a r dos horas y se tenían dentro de la oración de la tarde. El horario de a
oración mental de la m a ñ a n a , del 1 de noviembre al miércoles de ceniza, era
de 6 a 7.
81 TERESA DE J E S ú S , 1515-1582: Obras completas. Edición m a n u a l . . . 2 ed. ...
Madrid, BAC, 1967. Cfr. Vida, c. 32, n. 9, p. 145. 84 Del primero de j u n i o al 14 de septiembre, de 6 a 7 de la tarde la comu-
82 Id., Epistolario, carta 156, n. 10, p. 821. nidad tenía recreación (id., c. 13, n. 1).
85 Nota 24; c. 17, p. 447.
110 LOS CARMELITAS DESCALZOS DE BARCELONA, ETC. GABRIEL BELTRAN LARROYA ......

con permiso del superior, libros adquiridos o donados. Los novicios cuencia, utilizo el periódico «El diario de Barcelona» (88). No pienso
no tenían mesa, y la ventana estaba a una altura suficiente para agotar todos los datos —porque me haría interminable—. Al selec-
evitar las miradas al exterior (86). cionar he tenido en cuenta aquellos actos o hechos en que pudo to-
Las salidas del recinto conventual eran muy contadas. El común mar parte activa o influir en su ánimo por lo que representaba para
de los religiosos, y mucho más los novicios, permanecían habitual- la comunidad y sobre todo los formandos. Así, por ejemplo, pode-
mente en casa. Una vez al mes, parte de la comunidad —nunca en mos pensar compartía con sus connovicios y profesos las inquietu-
pleno— estaba autorizada a salir al campo; cuatro o cinco veces al des y preocupaciones de las decisiones capitulares de la comunidad
año podían comer con los familiares íntimos; los estudiantes con en las votaciones relacionadas con ellos. Parto del mes de noviem-
profesores —si el provincial lo juzgaba oportuno— podían pasar las bre de 1832, a los pocos días de ingresar como postulante, y en cuyo
vacaciones en otros conventos de la provincia. Sólo tienen permiso mes inició la participación plena en la vida de comunidad con la
para salidas habituales —y siempre por razones de oficio: el supe- vestición del hábito.
rior, administrador, predicadores, confesores de monjas o quienes
administren los sacramentos a enfermos o moribundos. Hay, tam- 1832. Noviembre
bién, una coletilla legal que autoriza la presencia de hasta doce 11, domingo. Cultos de la pía unión del rosario (aniversario de
religiosos, no más, para algunas solemnidades y actos litúrgicos a la erección): 7,30, comunión general con plática — 10, misa mayor
celebrar en el monasterio de las carmelitas descalzas (87). Siempre cantada por la capilla de la Catedral y sermón por el P. Juan de
san Bernardo, prior — 16, rosario cantado y sermón por el P. Fran-
se salía de dos en dos, aun para asuntos personales, y debían regre- cisco Anglada, franciscano, y canto de los gozos de la Virgen (89).
sar a comer, o a lo más tardar antes de anochecer. 12, lunes. 10, solemne aniversario cantado por la comunidad en
El silencio era otro de los aspectos de la vida carmelitana muy sufragio d€ los difuntos de la pía unión y oración fúnebre por el
señalado. Caso de tener que hablar —comenzaba por decir la ley— P. Francisco Moliner, franciscano — 16, rosario cantado por la mis-
ma capilla «con explicación de misterios» y canto de un responso
pedía hacerse con modales y voz baja. Esto durante el día, porque por la comunidad.
de completas a prima recomendaba encarecidamente hacerlo por se- 14, miércoles. 15-16 h., visten el hábito cinco postulantes: Car-
ñas, cosa que los novicios aprendían muy bien, porque lo practica- los Ramón Roca (Carlos de la Concepción), de 18 años, natural de
ban, casi, durante todo el día o por escrito. Había lugares donde Benicarló (Castellón); Pascual Calvet Martínez (Pascual de san
no se permitía hablar: coro, refectorio, claustro, dormitorio... El José), de 17 años, natural de Benicarló (Castellón); Juan Altava
Castillo (Juan de san Ignacio), de 18 años, natural de Benicarló
trato que se daban entre sí era de vuestra reverencia (V. R.) con (Castellón); FRANCISCO PALAU Y QUER (Francisco de Jesús Ma-
los sacerdotes y de vuestra caridad (V. C.) con los no sacerdotes. ría José), de 20 años, natural de Aytona (Lérida), y Andrés Farré
Mestres (Andrés de santa Francisca), de 18 años, de Reus (Tarra-
gona). La ceremonia tuvo lugar en el coro (90).
8. — Crónicas de la casa 22. 6-7 de la mañana, profesan en el coro tres novicios coristas:
José de san Jaime, José de san Luis Gonzaga y Ginés de san An-
Intento rehacer los hechos de la vida conventual en los días tonio (91).
24. Fiesta de san Juan de la Cruz. A las 17 comienza el nove-
del P. Palau, habida cuenta, siempre, de la situación canónica en
nario.
que los vivió: novicio, profeso y ordenando. Pienso que puede ayu- 25. Domingo. 10,15, ejercicios mensuales de la real esclavitud de
dar a valorar mejor el ambiente y formación recibida ahí. Las leyes san José, con exposición del Santísimo.
hablan de lo que el religioso debía hacer; estos hechos nos pueden
iluminar sobre lo que hacía, a verlo «vivo» y activo dentro de la 88 Nota 74.
comunidad. Las fuentes que informan son, particularmente, libros 89 Esta cita, como las restantes que no remitan a fuente informativa, está
tomada del citado Diario de Barcelona, de fácil comprobación a la hora de re-
oficiales de la casa o provincia, como: consejos provinciales, acuer- conocer la cita, ya que en toda edición periódica, y mucho mejor diaria, basta
dos de la casa, pofesiones, defunciones, e t c . . También, y con fre- con tener en cuenta las fechas.
"0 Libro de resoluciones capitulares en orden a los novicios de S. Joseph de
Barcelona g otras cosas dignas de notar. Empieza desde el año 1792. - 194 fs.,
se Id., p. 448. •«>X15 cm., sign. 252, Archivo de la Corona de Aragón, de Barcelona. Cfr. f. 90v.
87 Nota 20: parte I a , c. 9. n. 4. 91 Nota 61, p. 163-64.
GABRIEL BELTRAN LARROYA
112 LOS CARMELITAS DESCALZOS DE BARCELONA, ETC.
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26. Desposorios de la Virgen y san José. 8, misa matutinal — 10, misma iglesia. 10, misa mayor cantada por la capilla de la Cate-
misa mayor — 16,30, «la santa corona» y sermón por el P. José de dral y panegírico por el P. Joaquín de san Alberto, consejero pro-
los Reyes. vincial — 16,30, canto de la corona del santo, renovación de la «car-
ta de entrega» de los esclavos, predicación por el p. Luis Nadal
1832. Diciembre. carmelita calzado, canto de los «súplicas» e ingreso de nuevos her-
manos.
8. Fiesta de la Inmaculada. Comienzan las cuarenta horas. La
reserva, a las cinco de la tarde. Siguen hasta el día 11, inclusive. 1833. Abril
14. La comunidad aprueba, por votos secretos, al corista Fran-
cisco de la Sma. Trinidad para el sacerdocio (92). 7. Se inician las cuarenta horas. 19 h., reserva. Se tienen hasta
el día 10.
16. El P. Juan de san José, conventual, predica el sermón de la
Pía Unión del Rosario en la parroquia de san Cucufate, a las 16,30 27. Vigilia del patrocinio de san José. 19 h., maitines cantados
horas. por la comunidad.
23. Domingo. 10,15, ejercicios de la esclavitud de san José, co- 28. Patrocinio de san José. 7h., comunión general con plática
mo cada cuarto domingo. por el P. Director presidente de la hermandad — 9,30 h., misa ma-
yor cantada por la capilla de la Catedral y sermón por el Rdo. Jo-
sé Puigmartí, pbro., ejercicio de la novena durante la cual se dirá
1833. Enero
la última misa rezada — 16,30 h., la misma capilla cantará los do-
Uno de los días de este mes tuvo lugar la primera misa cantada lores y gozos del santo, sermón por el P. José Gutiérrez, nuevo ejer-
del P. Francisco de la Sma. Trinidad corista de este convento (93). cicio de la novena y «súplicas para la hora de la muerte». Se gana
4. Profesa, 5-6 de la mañana en el coro, el corista Juan de san indulgencia plenaria. En los ocho días siguientes (del 29 al 6 de ma-
Agustín (94). yo): 7 h., misa matutinal cantada — 10,30 h., misa mayor — a las
18. Llega enfermo de gravedad el prior del convento de Villa- siete menos cuarto de la tarde, función vespertina.
nueva y Geltrú. Tiene un cáncer en el cuello y viene en busca de
mejores tratamientos ordenados por los facultativos «más peritos 1833. Mayo
en el arte», los que efectivamente se cumplieron con grande cari- 1. Entre 5 y 6 de la tarde, en el coro, profesa el corista Pedro de
dad y eficacia, empleando los enfermeros todo el cuidado posible, e san Juan Bta. (98).
igualmente los demás religiosos a fin de aliviarle y consolarle en 6. Entre 3 y 4 de la tarde muere el P. Prior de Villanueva y Gel-
en sus males (95). trú, residente en esta comunidad desde el 18 de enero. Se llama
Raimundo de santo Domingo, de 55 años de edad, y fallece de cán-
1833. Febrero cer en la garganta. «Se le hicieron los sufragios acostumbrados y
los funerales como los demás de esta comunidad». Nuestra comuni-
28. Viste el hábito de hermano Mariano Martorell Girona (Ma-
dad cumplió en acompañar su cadáver hasta la Puerta del Ángel»,
riano de san Hilarión), un chico de 17 años (96). ya que hubo de ser enterrado en el convento de Gracia (99).
1833. Marzo 13. Consejo provincial que dura hasta el 18. Se reúne en sesio-
nes de mañana y tarde en la «pieza del archivo» de la casa. Hace
4. Estos días el provincial está de visita pastoral por la comu- de «portero y amanuense» del mismo, elegido por votos secretos, el
nidad (97). corista recién profeso, Pedro de san Juan Bta, organista de 16 años,
18. Vigilia de san José. 15 h., solemnes maitines cantados por la que jura «guardar secreto en todo lo correspondiente a su oficio y
comunidad. desempeñarlo con fidelidad» (100). Trataron de muchos asuntos de
19. Fiesta de san José, patrono de la provincia catalana y ani- la provincia. El día 18, a las tres y cuarto de la tarde, se reúne en
versario de la erección canónica de la esclavitud, establecida en la última sesión y hacen pública la elección de dos nuevos priores, uno
de los cuales, Juan de santa Cecilia, está de conventual en Barce-
lona.
18. Profesan, en el coro a las 5-6 de la tarde, después de dos años
92 Nota 25, f. 88r. de noviciado, los hermanos Jerónimo de san José y Salvador de
93 Nota 3 5 : «Per la Misa nova del P. Fr. Francisco de la Ssma. Trinitat entre
Ofici, Sermón, Tedeum, cera, p a r a r y desparar lo Altar, Orga, cantar y agasajo san Andrés (101).
a la comunitat» (enero de 1833).
94 Nota 61, p. 98 Nota 6 1 : p. 167.
95 Nota 7: p. 257. 99 Nota 7: p. 257.
96 Nota 61 100 Nota 1 3 : p. 375-380.
97 Nota 36 (febrero de 1833). 101 Nota 6 1 : p. 168-69.
LOS CARMELITAS DESCALZOS DE BARCELONA, ETC.
114 GABRIEL BELTRAN LARROYA
115
1833. Junio 1833. Septiembre
13. Los padres conventuales se reúnen para suplir los oficios
que deja vacantes el P. Juan de santa Cecilia, nuevo prior de Reus. 4. Toma el hábito para corista Juan de san Buenaventura (106).
Sale clavario o consejero de la casa el P. Antonio de san Isidro, y 18. 15-16 h., en el coro, profesan los novicios: Ramón del co-
razón de María, Vicente de la Consolación, Felipe del Santísimo
archivero el P. José de los Reyes (102). Sacramento y Francisco de los Angeles (107).
19. En recuerdo de la muerte de san José, a las 7 h„ misa ma-
tutinal cantada, propia del santo — 10,30 h., misa mayor cantada, 22. Domingo dedicado a san José por la real esclavitud
y «seguirá otra rezada» durante la cual se hará el ejercicio de la 1833. Octubre
novena — 19,15, corona de los dolores y gozos y sermón por el prior
de la casa. 12. Rogativas. 10 h., exposición, oficio, reserva y letanías ma-
23. Domingo. Día de la esclavitud de san José, a las 10,15 h. yores.
15. Fiesta de santa Teresa de Jesús. 1730 h., trisagio cantado,
1833. Julio «un rato de meditación» y novena a fin de que «logre para sus com-
patricios la perfecta contrición de sus pecados, la extinción del
4. Profesa el hermano Agustín de Jesús María José, termina-
aflictivo azote del cólera morbo, la verdadera paz y unión bajo el
dos los dos años de noviciado. El acto se tiene en el coro entre 5-6 reinado de la señora doña María Isabel II, y que todos unánime-
de la tarde (103). mente cooperen a las justas y sabias intenciones de S. M. la Reina
24. Cultos en honor de la Virgen del Carmen «a expensas de sus Gobernadora» (Diario de Barcelona, p. 2.312). El mismo día debía
devotos». 7 h., oficio matutinal por la comunidad — 10 h., misa predicar en las monjas descalzas el P Juan de san José.
mayor cantada por la capilla de Sta. María del Mar y sermón por
21. Profesan tres coristas: José de san Hilarión, Juan de los
D. Alberto Pujol, canónigo de santa Ana — 18 h., solemne rosario Reyes y Juan de santa Magdalena, por la mañana, en el coro, en-
por la misma capilla, sermón por D. Benito Puig y Vivet, beneficiado tre 9-10 (108).
de las Puellas, y gozos de la Virgen.
27. Domnigo dedicado a san José por los hermanos de la escla-
28. Domingo de la esclavitud de san José. vitud.
1833. Agosto 1833. Noviembre
2. A las dos de la madrugada fallece el P. Onofre de san José,
de 52 años de edad y 35 de hábito. Enfermizo desde muy joven y 10. Domingo, aniversario de la Pía Unión del Rosario. 7,30 h.,
desde «este último año privado del uso de todas las facultades in- comunión general con plática — 10 h., oficio solemne por la capilla
telectuales». Celebrados los funerales reglamentarios se le acom- de la Catedral y predicación por D. Alberto Pujol, canónigo — 16 h.,
pañó, toda la comunidad, hasta la puerta del Ángel, afueras de la canto del rosario por la misma capilla, sermón del P. José de los
Reyes y gozos a la Virgen.
ciudad, para enterrarlo en el cementerio de Gracia (104).
18. Actos en honor de san Mariano, ermitaño, confesor y pro- 11. 10 h., solemne aniversario cantado por la comunidad en su-
tector de arrepentidos, que se venera en la iglesia de san José. fragio de los difuntos — 16 h., rosario cantado por la misma mú-
sica con exposición de misterios, lamentos y responso general por
18,30 h., concluida la función del rosario, comenzará la novena y la comunidad.
cantarán los gozos.
19. 10 h., misa del santo cantada por la capilla de la Catedral, 15. PROFESIÓN de cinco novicios coristas, Carlos de la Con-
sermón por el P. Juan Facundo de Artigas de san Agustín, escola- cepción, Pascual de san José, Juan de san Ignacio, Andrés de san-
pio, canto de los gozos y misa rezada en la capilla del santo en su- ta Francisca y FRANCISCO DE JESÚS M.a JOSÉ. La ceremonia
fragio de sus devotos. Se gana indulgencia plenaria. El mismo día, tuvo lugar en el coro, entre 9 y 10 de la mañana. Recibe los votos
el prior, Juan de san Bernardo, y firman el acta —junto con los in-
función al patriarca san José: 7 h., misa matutinal cantada — 18,30 teresados y el prior— Pablo de la Anunciación, subprior, Antonio
h., corona del santo. Este día seguirá la novena a san Mariano, y los de san Isidro y Francisco de Jesús Nazareno, maestro de novicios
demás días a las 19,30 h., finalizando con los gozos (105). (109).
102 Nota 25: f. 88v.
103 Nota 6 1 : p. 170.
104 Nota 7: p. 257. 106 Nota 61.
105 La comunidad fomentó la devoción a este santo, por lo que no es de !07 Id., p. 171-174.
e x t r a ñ a r esos cultos. Incluso se vendía en la portería la vida del santo escrita !08 Id., p. 175-177.
por un descalzo valenciano, del cual hemos visto algunos ejemplares. J
09 Id., p. 178-182.
Hg LOS CARMELITAS DESCALZOS DE BARCELONA, ETC.
GABRIEL BELTRAN LARROYA
117
22. Honras fúnebres en sufragio de S. M. Fernando VII, a cuen-
rista de Aytona subdiácono FRANCISCO DE JESÚS MARÍA pa-
ta de los hermanos esclavos de san José por haber aceptado en su ra ordenarse de Diácono» (113).
día el título de hermano mayor.
20. Aprobación, por segunda vez, de los hermanos Andrés de
26. Desposorios. 8 h., misa matutinal cantada — 10 h., misa ma- san José, Mariano de san Hilarión y Juan de san Elias (114).
yor — 17,30 h. corona de los dolores y gozos con sermón por el prior
22. Recibe el diaconado FRANCISCO DE JESÚS MARÍA JOSÉ
de la casa. en la capilla del Palacio episcopal de la ciudad (115).
1833. Diciembre 23. Domingo. Ejercicios mensuales a cargo de los esclavos de
san José.
1-3. Barcelona está de fiestas por la coronación de Isabel II.
8. Fiesta de la Inmaculada. Cuarenta horas, hasta el día 11. 1834. Marzo
Cada día se reserva el Santísimo a las cinco de la tarde. En las
16. La comunidad vota para vestir el hábito a los postulantes:
monjas carmelitas de clausura, a las 16,30 h., rosario cantado «cu-
Narciso Fargas y Jaime Crivillé (116).
yos misterios explicará» el P. Juan de san José.
17. «Dadas las tres de la tarde, en el coro de este convento...
9. Son examinados ocho coristas, entre ellos FRANCISCO DE delante de la comunidad» el prior inviste con el hábito carmelitano
JESÚS MARÍA JOSÉ, sobre las materias que debían «saber para a dos pretendientes para coristas: Narciso de san Antonio y Jaime
ordenarse; y quedaron todos aprobados por votos secretos por los de Jesús Nazareno. Son las últimas vesticiones del convento de san
examinadores de su suficiencia» (110). José (117).
10. El mismo día la comunidad ratifica las aptitudes de los co- 18. Vigilia de san José. 16,30 h., maitines solemnes cantados por
ristas que deben ordenarse: FRANCISCO DE JESÚS MARÍA JOSÉ, la comunidad.
para las cuatro órdenes menores y subdiaconado; Felipe del Ssmo. 19. Fiesta de san José. 7 h., comunión general con plática por
Sacramento, para tonsura, menores y subdiaconado; Carlos de la el P. Director-presidente de la hermandad, y lo restante como el
Concepción, Juan de santa Magdalena, Vicente de la Consolación, año anterior. Predica en la misa mayor el P. Santiago de la Con-
Juan de san Ignacio, Pascual de san José y Andrés de santa Fran- cepción, trinitario descalzo, y por la tarde el P. José de los Reyes.
cisca, de tonsura y cuatro menores (ib.). 30. Cuarenta horas. Reserva a las siete de la tarde. Cuatro días.
20-21. En el Palacio episcopal son ordenados los antedichos re-
ligiosos. FRANCISCO PALAU recibe, pues, entre estos dos días: las 1834. Abril
cuatro órdenes menores y el subdiconado (111).
22. Domingo dedicado a san José por cuenta de los esclavos. 8. Los novicios Laureano de la Encarnación y Pedro del C. de
Jesús son aprobados por tercera vez (118).
1834. Enero 12. Pasa a mejor vida el P. Manuel de los Dolores, a las siete y
cuarto de la mañana «después de una prolongada enfermedad...
7. La comunidad aprueba, por primera vez en el año de novi- que de medio año a esta parte le había puesto en estado de sus-
ciado, a los coristas, Francisco de la M. de Dios, Juan de san Buena- pensión de potencias y de reflexión...» Había sido toda una autori-
ventura y José de san Eliseo (112). dad dentro y fuera de la Orden, incluso académico de Barcelona
26. Domingo. Cultos a san José por los hermanos de la escla- (119).
vitud. 19. Vigilia del Patrocinio de san José. 17,30 h., maitines solem-
nes cantados por la comunidad.
1834. Febrero
20. Domingo, fiesta del Patrocinio. El mismo horario y actos del
7. Segunda votación capitular para los novicios, Laureano de año anterior. Predican, por la mañana, el Rdo. José Rodon, diácono
la Encarnación y Pedro del Corazón de Jesús. «Y asimismo fue y en la función vespertina el P. José Gutiérrez, quien tendrá todos
aprobado por votos secretos de vita et moribus la conducta del co- los sermones del novenario subsiguiente, durante cuyos días: 7 h.,
misa matutinal cantada — 10,30 h., misa mayor — 18,15 función
vespertina.
110 Nota 90, f. 14r-v.
111 «Ordinationes Sacrae a Rmo. et limo. D. D. Petro Martínez San Martin 113 Ib.
Dei misseratione et Appcae. Sedis gratia Episcopo Barcinonensi peracto; et Litte- 114 Ib., f. 19r.
rae Dimissoriales ab eodem limo. Dno. concessae, a die vigessima quarta mensis 115 Nota 111, f. 9r.
Augusti anni Dni. millessimi octingentessimi trigessimi tertii». Ms., 1-95, [ 3 ] , 116 Nota 90: f. 19r.
1-76, 1-42, [2] fs., 30x20,5 cm., sign. 5/4 del Archivo Diocesano de Barcelona. 117 Ib.
Cfr. f. 4r-5r.
118 Ib.
112 Nota 90: f. 18v.
Ü9 Nota 7: p. 258.
•Qg LOS CARMELITAS DESCALZOS DE BARCELONA, ETC. GABRIEL BELTRAN LARROYA 119
29. Martes. Terminado el novenario, los esclavos recuerdan a 20. La comunidad da el «placet» para la profesión simple del
sus difuntos: 10,15 h., solemne aniversario cantado — 17,30 h., co- hermano Mariano de san José (123).
rona de los dolores y gozos, lamentos a las benditas almas y res-
ponso. 1834. Septiembre
5. Profesan dos coristas: Francisco de la M. de Dios y José de
1834. Mayo san Eliseo. El acto tiene lugar en el coro, presente la comunidad,
6. La comunidad aprueba, por segunda vez, a los coristas Fran- entre diez y once de la mañana (124).
cisco de la Madre de Dios, Juan de san Buenaventura y José de san 11. Novenario a san José por haber librado a la ciudad del
Eliseo, y para «entrar al año de noviciado para la profesión solem- cólera morbo. 18,45 h., rezo de la corona «un rato de meditación»,
ne» al hermano Juan de san Miguel «que trabaja a la Letra» (120). novena y letanías lauretanas cantadas por la comunidad. Cada día
25. Ejercicios de los cuartos domingos a san José. igual.
13. Diversas aprobaciones de la comunidad: para la profesión
1834. Junio del hermano Juan de san Miguel, y para las ordenaciones de Felipe
del Ssmo. Sacramento, José de san Eliseo y Francisco de la Madre
6. Profesan los coristas Laureano de la Encarnación y Pedro de Dios (125).
del C. de Jesús, a las 3-4 de la tarde en el coro (121). 20. Novenario a la Virgen de la Consolación: 18,30 h., —el pri-
19. Jueves. «En obsequio de la dichosa muerte de san José», a mer día traslado de la imagen al altar mayor— corona de san José
expensas de un devoto: 7 h., misa matutinal cantada, propia del rezada, un rato de meditación sobre la Virgen, novena y letanía.
santo — 10,30 h., misa mayor cantada y luego otra rezada, duran- 28. Fin del novenario. 10 h., misa solemne cantada, 18 h., al final
te la cual se hará el ejercicio de la buena muerte — 19,30 h., corona de la novena se repondrá la imagen a su capilla propia.
de los dolores y gozos y sermón del P. José Gutiérrez, agustino cal- 29. Novena en honor de la Virgen del Carmen, por un devoto,
zado. para ser liberado del cólera: 9,30 h., misa solemne cantada por la
22. Domingo dedicado a san José por los esclavos. comunidad cada día y salve cantada por la misma.
29. El gremio de pescadores obsequia a san Pedro: 10 h., misa
solemne con sermón por el padre prior, Juan de san Bernardo. 1834. Octubre

1834. Julio 6. Ejercicios mensuales a san José, del cuarto domingo, trasla-
dados.
4. El novicio Juan de san Buenaventura deja la Orden, a los 15. Fiesta de santa Teresa. Novenario pidiendo libere a la ciu-
diez meses de hábito «por no tener vocación y estar siempre inde- dad del cólera: 18 h., trisagio cantado, novena y gozos de la santa.
terminado e indeciso en resolverse» (122). 21. Entre 10-11 de la mañana profesa en el coro, a los dos años
5. A los tres días de propuestos, la comunidad acepta definitiva- de noviciado el hermano Mariano de san José (126).
mente a los novicios: Francisco de la Madre de Dios y José de san
Eliseo (ib.). 1834. Noviembre
21. Primera votación comunitaria para Narciso de san Antonio
y Jaime de Jesús Nazareno (ib.). 20. Aprobación, por segunda vez, de los novicios Narciso de san
27. Cuarto domingo de mes en honor a san José. Antonio y Jaime de Jesús Nazareno (127).
31. El P. José de los Reyes predica el sermón de san Ignacio de 23. Cuarto domingo dedicado a san José. Vigilia de san Juan
Loyola en la iglesia de Belén, a las 17,30 h. de la Cruz: 16 h., maitines cantados por la comunidad y comienzo
de la novena.
1834. agosto 24. Fiesta del santo: 9,30 h., misa solemne cantada por la co-
munidad y sermón por el P. Tomás de santa Elena: 17 h., trisagio
18. Fiesta en honor de san Mariano. 1915 h., empieza la novena cantado y novena.
y canto de los gozos. 26. Desposorios: 8 h. misa matutinal cantada: 10 h., misa ma-
19. Fiesta del santo. Como el año anterior, con las coincidencias yor cantada, 17 h., corona de los dolores y gozos y sermón del P.
y actos religiosos en honor a san José. José de los Reyes.

123 Id., f. 20r.


124 Nota 6 1 : p. 185-186.
120 Nota 90: f. 19v. 125 Nota 90: f. 20r.
121 Nota 61 : p. 183-184. 126 Nota 6 1 : p. 187.
122 Nota 90: f. 19v. 127 Nota 90: f. 20v.
120 LOS CARMELITAS DESCALZOS DE BARCELONA, ETC. GABRIEL BELTRAN LARROYA
121
1834. Diciembre 1835. Mayo

8. Cuarenta horas. Reserva cada dia a las cinco de la tarde. 9. Vigilia del Patrocinio de san José: 17,30 h., maitines cantados
Son cuatro días continuos. por la comunidad.
16. Aprobación de la comunidad para ordenarse de subdiácono 10. Fiesta del santo. Como en años anteriores.
Francisco de la Madre de Dios (128). 13. Profesa solemnemente el h e r m a n o J u a n de san Miguel, e n -
28. Cuarto domingo de mes dedicado a san José. tre cinco y seis de la tarde, en el coro, en manos del prior y p r e -
sente la comunidad. Entre los testigos que firman el acta de esta
1835. Enero profesión está FRANCISCO DE JESúS MARíA J O S é (137).
18. A las nueve de la noche muere el h e r m a n o Rafael de s a n
2. La comunidad vota a los h e r m a n o s Mariano de s a n Hilarión,
José a causa de u n tumor en el muslo y en la garganta, t r a s dos
J u a n de san Elias y Andrés de s a n José para la profesión simple
meses de paciente enfermedad. Muere consciente. Por dificultades
(129). gubernativas tuvo que ser enterrado en el cementerio de la ciudad,
6. Estos días la comunidad está de visita provincial pastoral (130). en el nicho de los esclavos de san José (138).
16. Aprobaciones para los coristas Narciso de san Antonio, Jaime
29. Son aprobados p a r a el subdiaconado: J u a n de san Ignacio,
de Jesús Nazareno y el h e r m a n o J u a n de san Miguel (131).
Andrés de s a n t a Francisca y José de s a n Eliseo (139).
25. Domingo en honor a s a n José.
1835. Junio
1835. Febrero
10. Consejo provincial «con motivo de u n a circular del general
11. A las 17,45 h., se inicia u n novenario a san José, a expensas y definidores» remitida al provincial y consejeros. Los acuerdos r e -
de u n devoto del santo. lacionados con la comunidad barcelonesa son: Asignar esta casa
p a r a colegio de filosofía; nombrar profesor de la materia al P. Joa-
1835. Marzo quín de san Alberto, I I consejero provincial, y maestro de estudian-
1. Profesan los tres hermanos, aprobados el dos de enero, entre tes al P. Tomás de s a n t a Elena (140).
cinco-seis de la m a ñ a n a , en el coro (132). 19. En honor a san José, a expensas de un devoto: 7 h., misa
8. Es aprobado para el diaconado Francisco de la Madre de m a t u t i n a l c a n t a d a -10,30 h., misa mayor y seguidamente otra r e -
Dios (133). zada, en la cual se hace el ejercicio de la buena muerte - 19 h., c a n -
13. La comunidad d a el pase definitivo «para la profesión de to de la corona y sermón por D. José Benito Atanze, beneficiado.
capa blanca o solemne» a J u a n de s a n Miguel, «de la letra» (134). 28. Domingo dedicado a san José.
18. Profesan en el coro, dadas las 6,45 de la m a ñ a n a , los co- 29. Fiesta de san Pedro. Cultos por el ilustre gremio de pes-
ristas Narciso de san Antonio y Jaime de Jesús Nazareno en manos cadores: 10 h., misa solemne c a n t a d a por la capilla de la Catedral
del prior y presente la comunidad (135). y sermón de D. Mariano Costa, catedrático y beneficiado.
28. Votaciones en la comunidad p a r a varios coristas: sacerdocio,
1835. Julio
Francisco de la Madre de Dios; subdiaconado, Andrés de s a n t a
Francisca y J u a n de san Ignacio —este último reprobado—; t o n - 4. Predica el P. José de los Reyes, a las 17,30 h., en el Hospital
sura y menores, Laureano de la Encarnación, Pedro del C. de Jesús, de la S a n t a Cruz a cuenta de la pía unión del rosario y de la cofra-
Narciso de s a n Antonio y Jaime de Jesús Nazareno (136). día de las almas.
25. Entre siete y nueve de la noche el convento es asaltado e
1835. Abril incendiado por la turba. Los religiosos —quién antes, quién durante,
19. Cuarenta horas, d u r a n t e cuatro días. La reserva a las 19 h. quién después— a b a n d o n a n como pueden y saben la morada con-
ventual. E n t r e ellos está FRANCISCO DE JESúS MARíA J ó S E (141).
26. Domingo consagrado a san José.

128 Nota 2 5 : f. 89r.


129 Nota 90: f. 20v. 137 Nota 6 1 : p. 193. El P. P a l a u firma: «Fr. Franco de J. M. J., Testigo»
130 Nota 3 6 : (mes de enero de 1835). (rubricado).
131 Nota 9 0 : f. 20v. 138 Nota 7: p . 259. En el libro de gastos de la comunidad aparecen cuentas
132 Nota 6 1 : p. 188-190. Por «sangoneras per lo H°. Fr. Rafael» (meses de abril y mayo), cfr. nota 3o.
133 Nota 2 5 : f. 89r. 139 Nota 2 5 : f. 89r.
134 Nota 9 0 : f. 21r. 140 Nota 69: Estas actas fueron firmadas el 16 de junio, y como faltaron dos
135 Nota 6 1 : p. 191-192. Son los dos últimos profesos coristas. consejeros les suplieron el prior de Barcelona, J u a n de san Bernardo, y el de
136 Nota 2 5 : f. 89r. Los cuatro últimos parece que no llegaron a ordenarse Gracia, J u a n de santa Cecilia.
h a s t a después de la exclaustración. 141 Nota 3 8 : c. 10, p. 550-561, c. 11, p. 693-726, donde pueden leerse las pe-
LOS CARMELITAS DESCALZOS DE BARCELONA, ETC. GABRIEL BELTRAN LARROYA
122 123
B. Positivos. «El estado de la disciplina en general no era ma-
10. — Reputación de la casa lo, y tenía la Orden hombres ejemplares... En Barcelona el prior de
los últimos años —Juan de san Bernardo— era hombre muy rígido».
Pongo punto final a mis aportaciones con un manojo de opi- Sobe todo gozaba de una veneración especial por su santidad el
«Padre Francisco de Jesús Nazareno, en 1835 maestro de novicios
niones o juicios de la época sobre el crédito que merecía la comu-
quien después de la exclaustración murió en San Justo en opinión
nidad barcelonesa a propios y extraños. Los encuadro en dos apar-
de santo» (147). «El único noviciado de la provincia estaba en Bar-
tados: negativos y positivos. celona, y en él los novicios eran tratados con mucho rigor, exigién-
A. Negativos. «Parece que los carmelitas calzados gozaban de doseles gran recato, disciplina y apretado encerramiento...» (148).
mejor fama que los descalzos, pues al decir de un respetable anciano La caridad para con los pobres y el trato humano y social que se
éstos eran tenidos por más anchos» (142). Los maitines hacía tiem- daba a los empleados de la fábrica de letra era ejemplar (149).
po que no se rezaban ya a media noche, y las demás prácticas de
Sobre las precedentes afirmaciones de religiosos y seglares de
«la vida regular volvían a encauzarse, de tal modo que dentro de su tiempo, añado por cuenta mía una apreciación general: la vida
poco se hubieran restablecido...» (ib.). La abstinencia y la pobreza religiosa, en todas sus formas existentes, estaba en franca desca-
no brillaban precisamente a gran altura, con ser muy exigidas por dencia. Ya no se trata, para mí, de quiénes gozaban de mejor opi-
la ley (143). «La política había entrado en estos claustros de la des- nión, o cómo se decía hasta muy poco, más observante. Todas las
calcez carmelitana. La inmensa mayoría de los individuos profesa- órdenes religiosas necesitaban, a su manera, una profunda revisión
ban el natural odio al liberalismo; pero en algunos conventos cor- de vida. Y como los hombres seriamente «comprometidos» no sue-
tas minorías simpatizaban con el nuevo orden de cosas. En el de len abundar, la providencia hecho mano de unos acontecimientos
Barcelona ésta, al decir de un seglar empleado en la fábrica de tristemente célebres, pero providencialmente «purifica^ ores». Me re-
la letra, subía a ocho o nueve individuos» (144), y el superior debía fiero a la exclaustración.
pensárselo mucho antes de corregir cualquier inobservancia regu- En estas perspectivas, tras este fondo bastante oscuro de la vi-
lar para que no pudieran tildarle de «político» (145). En los mismos da religiosa, se hace más interesante, se agranda enormemente la
días de 1835 la cárcel conventual estaba ocupada por el corista Ra- figura carismática. profética del P. Francisco Palau y Quer.
món de santa Rosa, acusado de apostasía, y en espera de los trá-
mites legales, solicitados por el mismo interesado, para dejar defi-
nitivamente la Orden (146).
GABRIEL BELTRAN LARROYA, OCD.
ripecias de los religiosos de nuestra comunidad tras el incendio del convento. En
la p. 723 trae una reproducción fotográfica de una solicitud de puño y letra del
P. Francisco Palau al Ayuntamiento, desde la prisión de la Ciudadela, en de-
manda de «un vestido de seglar según el uso sencillo y común de la ciudad
para a n d a r con más decencia y ponernos —son cuatro los descalzos que firman—
en camino si lo dispone el govierno». Era el 1 de agosto de 1835.
142 Nota 24: c. 17, p. 458.
143 Ib.; nota 3 5 : nos dan razón de hechos que nos h a b l a n sobre el particu-
lar de que disponían algunos religiosos por sus trabajos apostólicos (cfr. cual-
quiera de los meses de 1832 a 1835).
144 Nota 24: c. 17, p. 460.
145 Id., p. 461.
146 Carta autógrafa de Fr. Ramón de santa Rosa «Al R. P. J u a n de Sn.
Andrés Definidor Geral. q. D. g. m. a. en Toledo», ms. 1 f. 3 1 x 2 1 era., cajón
n. 75, 1. s. del Archivo Silveriano de Burgos, Poseo fotocopia. El citado defini- 147 Nota 24: c. 17, p. 457-458, con relaciones personales de dos exclaustrados.
dor general era hijo de la provincia catalana. Fr. Ramón se despacha a gus-
to(!) en espera de que le solucionen pronto la desvinculación de la Orden: «...no 148 Id., p. 454.
entiendo esos cumplimientos, diga qué es lo que puede esperar la Religión de mí 149 «El t r a t o que en la fábrica recibían los operarios brillaba por la c a n d a d
ni yo de la Religión (Orden)... y no me asiesen(!) padeser esa m u e r t e lenta...» y bondad... Cuando un oficial quería establecerse por cuenta propia, acudía al
convento» (cfr. nota 24, p. 452). Asimismo, todos los días se repartía comida
Con todo, los indicios que he visto son de que para julio todavía esperaba en a los pobres «no de mendrugos, sino de muy buen alimento» (id., p. 4ao).
la cárcel conventual las dispensas necesarias (cfr. nota 38, c. 10, p. 562).
EL PADRE FRANCISCO PALAU,
CARMELITA TERESIANO

Ninguna prueba histórica más convincente de la fecundidad del


carisma teresiano que el florecimiento, en mayor o menor grado, de
las 50 Congregaciones y 3 Institutos seculares agregados a la Orden
de Santa Teresa con una filiación espiritual a la vez que jurídica (1).
Ahora bien. Entre los fundadores de Congregaciones, cuyo ca-
risma es una interpretación personal del teresiano, destaca de un
modo singular el P. Francisco de Jesús, María y José (Palau y Quer,
1811-1872), Fundador de las florecientes Congregaciones de Carme-
litas Misioneras y Carmelitas Misioneras Teresianas, cuyo primer
centenario de su muerte hemos celebrado a lo largo de este año.
Dejando a un lado comparaciones, siempre odiosas, no cabe la
menor duda que el P. Palau, por haber sido Carmelita Teresiano
antes que Fundador, estuvo en condiciones excepcionales no sólo
de vivir el carisma propio de su Orden sino de haberle sabido adap-
tar a las necesidades de la Iglesia del tiempo tormentoso en que le
tocó vivir.
Estudiar tanto su vocación y formación carmelitano-teresiana,
como las expresiones más destacadas de la misma, haciendo ver la
proyección de su carmelitanismo será el objeto principal de este
artículo (2).

1 Cfr. Conspcctus OCD. Roma, 1971, pars 4», pp. 313-477.


2 Las citas de sus escritos se abrevian con las siglas ya admitidas, v. gr.:
LA. — Lucha del Alma. Barcelona, 1869, 2 a ed.
MR. — Mis relaciones con la Iglesia, mss.
Cta. — Cartas, publicadas en la revista del Centenario.
126 EL P. FRANCISCO PALAU, CARMELITA TERESIANO

I. Vocación y formación camelitano-teresiana del P. Palau

La vocación del P. Palau al Carmelo teresiano —como por lo


demás la de toda persona consagrada— es un misterio de amor de
Jesús a su alma predestinada que no es fácil desvelar, porque el
historiador podrá certificar datos y circunstancias concretas a la luz
de documentos fehacientes, pero la labor de la gracia en un alma
dócil a las inspiraciones del Espíritu Santo tiene lugar en el santua-
rio inviolable del llamado, cuyas intenciones o motivaciones des-
bordan la competencia del biógrafo, a menos que el interesado no
las manifieste.
Históricamene nos consta que para el año 1832 Francisco Palau
había cursado ya la filosofía en el Seminario de Lérida y recibido
la tonsura al fin del segundo año, y que aprobado el primero de
teología renunciaba a su beca y decidía consagrarse al Señor en el
Carmelo teresiano. Es muy probable que para esas fechas estaba ya
en contacto con la Orden, que tenía en Lérida su colegio de teolo-
gía, y algunos de cuyos profesores actuaban en el Seminario sea de
examinadores sea de confesores, entre ellos, un hombre de excelen-
tes cualidades, llamado P. José de Sta. Concordia. En octubre de
dicho año abandonaba su familia y ciudad e ingresaba de novicio
en el Carmen de San José de Barcelona, hoy desaparecido después
de la exclaustración del siglo pasado, situado en la Rambla del
mismo nombre.
Qué móviles le impulsaron a preferir el Carmelo es un secreto
entre su alma y Dios, pero él mismo nos alza un poco el velo al
decirnos que tomó tal decisión al final de una Novena a San Elias
(3) y que buscaba un amor verdadero y durable, como nos confiesa
en una autoreflexión posterior:
«Mi juventud se pasó como una sombra sin conocerte [ha-
bla de la Iglesia] ; no obstante, en ella, reconociendo que todas
las bellezas naturales no eran la que buscaba, en razón de que
no hacían más que atizar el fuego en que ardía mi corazón
dando sin tregua alguna ni alivio mayor tormento, me resolví
a abandonarlas todas y fui al claustro para ver si allí te en-
contraba» (4).
Vistió el hábito de Sta. Teresa el 14 de Noviembre de 1832, tro-
cando sus apellidos seglares por el religioso de Jesús, María y José
y con tal acto comenzó el año oficial de su formación religiosa.
3 Cfr. Artículos del Proceso Informativo. Tarragona, 1953, n. 8.
4 P. GREGORIO DE J. CRUCIFICADO, OCD: Brasa entre cenizas. Bilbao, 1956.
OTILIO RODRÍGUEZ 127

No eran aquellos tiempos lo bastante tranquilos para dedicarse


sin inquietudes a una asimilación adecuada de la rica herencia es-
piritual de la Orden que había abrazado. La gran Revolución estaba
en marcha y la vida conventual se sentía amenazada de muerte. Di-
fícil resulta, por tanto, demostrar hasta qué punto el joven novicio
asimiló dicha herencia tanto en extensión como en profundidad. Pe-
ro un hecho está fuera de duda, a saber: que su consagración a la
vida religiosa fue hecha con una convicción personal de vivirla a
toda costa y fuese como fuese. Con tal resolución emitió su profe-
sión y pronunció sus votos religiosos, como lo demuesra este testi-
monio personal, que aunque un poco largo, no tiene desperdicio:
«Cuando hice mi profesión religiosa, a 15 de noviembre
de 1833, la Revolución tenía ya en su mano la tea incendiaria
para abrasar todos los establecimientos religiosos y el puñal
para asesinar a los individuos en ellos refugiados. No ignoraba
yo el peligro apremiante, ni las reglas de previsión para sus-
traerme a ello; no obstante, me comprometí con votos solem-
nes a un estado en el cual creía poder practicar su Regla hasta
la muerte, independiente de todo humano acontecimiento.
»Para vivir en el Carmen sólo necesitaba una cosa: la
vocación. Bien persuadido estaba de ello, y también de que pa-
ra vivir como ermitaño, como solitario o anacoreta, no nece-
sitaba de edificios que iban presto a desplomarse; ni me eran
indispensables las montañas del pueblo español, pues creía ha-
llar en toda la extensión de la tierra bastantes grutas y caver-
nas para fijar en ellas mi morada. No temía que las revueltas
políticosociales me hubieran sido obstáculo para el cumplimien-
to de mis votos; ni tampoco dudaba de que el estado religio-
so dejase de ser reconocido por la Iglesia universal, y de con-
siguiente, por todo su clero. Bajo estas condiciones, no vacilé
en contraer obligaciones, las cuales estaba persuadido que po-
dría cumplir hasta la muerte.
»Si un solo momento hubiese dudado sobre este punto tan
esencial para abrazar mi estado, ¡oh! no, no sería religioso,
pues hubiese seguido otro género de vida; ni cuando mis Su-
periores me anunciaron que debía ordenarme, jamás aceptara
el sacerdocio si me hubieran asegurado que era incompatible
con mi estado religioso. El ser sacerdote ha sido bajo la firme
persuasión de que esta dignidad no me alejaría de mi profesión
religiosa» (5).
5 Cfr. Vida Solitaria, ed. del Centenario. Roma, 1972, p. 8.
128 EL P. FRANCISCO PALAU, CARMELITA TERESIANO

Nuestra mentalidad postconciliar podría objetar a su perspec-


tiva «sacerdocio-dignidad», pero no olvidemos que él era hijo de su
tiempo. Lo que importa subrayar aquí es la firmísima convicción de
que Dios le llamaba al Carmelo y que por la fidelidad a su vocación
estaba dispuesto a dar la vida. Como nota acertadamente un su
biógrafo: «Sólo la convicción de que, aun arrojado de su convento,
podría dondequiera seguir viviendo su vocación, le animó a dar aquel
paso trascendental. No quería prometer lo que no le hubiera sido
dado cumplir en el caso, que se preveía como cierto, del triunfo de
la Revolución y de la disolución de las Ordenes religiosas. No hay
que olvidar esto, que sirve de clave explicativa de toda su existencia.
El P. Francisco tendrá durante toda su vida conciencia de que es
Carmelita, de que se debe a la Orden del Carmelo, de que tiene
que vivir conforme a su espíritu y seguir sus prescripciones en lo
posible. Cuando las circunstancias lo permitan, seguirá vistiendo su
hábito y luchará contra quien sea por defender este derecho: prac-
ticará la vida de oración, rezará su breviario, ayunará, se discipli-
nará, ajustándose a las reglas de la Orden y, para mantener este
su espíritu carmelitano, luchará, sufrirá, será derrotado y abrazará
gozoso la terrible cruz de humillaciones y, siempre, como supremo
consuelo, brotarán de sus labios las palabras que acaba de pronun-
ciar y que repetirá continuamente durante su vida transformada en
gozosa inmolación, las palabras que en su obra fundamental «Mis
relaciones con la Iglesia» aparecen reiteradamente como expresión
de los momentos cumbres de su vida interior» (6).
Bien pronto le llegaría el momento de demostrar con obras la
firmeza de su profesión. El 25 de julio de 1835 al grito de «.¡Mueran
los frailes!» es asaltado e incendiado el convento de San José de
Barcelona, donde el P. Francisco estaba cursando sus estudios de
teología: iglesia y convento son incendiados, sus religiosos asesina-
dos o dispersos, y el P. Francisco con unos pocos más, logra escapar
a la muerte de los puñales asesinos por auténtico milagro, como lo
insinúan harto claramente estas palabras de su diario espiritual:

«Era yo joven de 23 años cuando vino la Revolución del


35 y encendió mi claustro. Eran tan vibos mis deseos de ver el
objeto de mi amor sin velos y cara a cara, que no cuidé de
salir de entre las llamas. Vino mi Amada, me tendió las manos
y salí ileso de las ruinas de mi convento» (7).

(¡ P. GREGORIO, op. cit. p. 20.


7 MR., pfol. 26.
OTILIO RODRíGUEZ 129

Podrá lícitamente objetarse que si su fidelidad a la vocación


carmelitana fue tan cabal como se pretende, y su convicción perso-
nal tan firme y decidida ¿cómo se explica el hecho de que no se
adhiriese inmediatamente al movimiento restaurador del Carmelo,
tanto en Francia como en España (ya en marcha desde 1868) sobre
todo a partir de la reunificación de las dos Congregaciones en una
sola Orden, mediante el Breve de S. S. Pío IX: «Laetissimas Christi
turmas» (12. 2. 1875) (8) permaneciendo entre el clero secular como
exclaustrado?
Una respuesta satisfactoria podría ser el hecho de que nunca
perdió el contacto con el Proa de su Congregación en Roma, P.
Pascual, de quien recibió el permiso de emprender su obra funda-
cional ya en 1860 y en cuya organización era indispensable su pre-
sencia y libertad de acción.
Históricamente consta que para esas fechas, a lo largo de sus
años de vida errante y apostólica, había llegado a la convicción de
que Dios le había dado la misión de restaurar la Orden en España
según un carisma muy personal, hasta el punto de que ya en 1863
llegó a escribir:
«Estudiando ciertos incidentes de mi vocación a la Orden
de Santa Teresa, creo que Dios me llamó a esta su Orden para
esta obra». (Carta del 15. 8. 1863).
Esta identificación de los designios de la Providencia sobre la
Iglesia con los de la Orden del Carmen y los suyos propios aparece
ya clara y terminante en su «Diario espiritual» del que son estos
textos significativos:
«Ven al monte, me dijo hoy (marzo 1867) mi Amada (la
Iglesia); te espero solitaria para decirte al fondo de tu corazón
tres palabras: la una contiene los destinos de la Providencia
sobre mí, la otra el porvenir de la Orden a que perteneces; y
la tercera los designios de mi Padre sobre ti», (cfr. MR., fol.
278).
«Sobre tres artículos voy a fijar tu misión: Io) La reve-
lación de mis glorias (de la Iglesia) al mundo; 2o) la restau-
ración de la Orden del gran profeta Elias; 3o) la misión de este
profeta en la tierra... (y refiriéndose al segundo): "Despliega
las armas del monte santo del Carmelo para que se acojan a su
protección los que están escogidos para hijos del gran profeta

8 Cfr. P. Alberto Rodríguez: Historia de la Reforma Teresiana. Madrid,


1968, p. 502.
130 EL P. FRANCISCO PALAU, CARMELITA TERESIANO

Elias, y dirígeles a los desiertos, preparándoles allí para reci-


bir el espíritu doble de este gran profeta"». (MR., fols. 102-103).
De estas y parecidas expresiones parece lícito deducir que las
ideas restauradoras del P. Palau respecto a su Orden no coincidían
con las de quienes fueron instrumentos de tal restauración de la
Orden en España, y ello podría explicar porqué siguió insistiendo en
las pruebas de una restauración que él se había fijado con profunda
convicción. Mirando las cosas en retrospectiva creemos ver en todo
ello los designios de la Providencia que le preparaba a una misión
más personal y de mayor gloria para la Iglesia y el Carmelo.

II. — Elementos más destacados de su espíritu carmelitano

Cuanto precede sea dicho por respeto a la crítica histórica y


para no echar a volar la imaginación sobre una indoctrinación o for-
mación que no nos consta, ni podemos inventar basándonos en lo
que pudo ser y no sabemos si fue. Pero si quisiéramos ahora medir
la amplitud de su asimilación de la herencia espiritual del Carmelo,
resultará una tarea fácil ilustrar las raíces o fuentes más importan-
tes de su vivencia carmelitana, tomando como base de estudio sus
numerosos escritos en que ella se reflejaba, sea ella fruto de su for-
mación de noviciado, sea fruto de su reflexión y lecturas poste-
riores (9).

a) Su espíritu mariano-josefino. Comencemos por la más ín-


tima y fontal de todas: su espíritu mariano-josefino. Será exagera-
do decir que el P. Palau no conoció a María Ssma. hasta que vistió
su santo hábito del Carmen, porque ¿qué cristiano hay, digno de tal
nombre, que no la conozca y tenga devoción desde el regazo de su
madre? Pero lo que sí puede afirmarse es que fue en el Carmelo don-
de su espíritu mariano se desarrolló y creció como en tierra pro-
picia, alargando sus raíces hasta el jardín evangélico y aun más allá,
hasta el Santo Monte Carmelo de María, donde, según la antiquí-
sima tradición, asentó ella su trono de Reina y Madre. Fue aquí
donde se dieron la mano el árbol y sus raíces.
En efecto, la mariología del P. Palau tiene más de experiencia
íntima y devocional que de especulativa y teológica. Para él María
es la causa de nuestra salvación, no sólo porque nos dio al Salvador:

9 Quien desee más detalles puede ver mi o b r i t a : Misioneras de cuerpo en-


tero. Barcelona, 1964, pp. 63-122.
OTILIO RODRíGUEZ 131

«La Virgen María —escribe— aquella Virgen singular, fue


la que, con sus clamores y súplicas, de un modo especial in-
clinó los cielos con la fragancia de sus vitudes y atrajo a su
seno el Verbo Encarnado», (cfr. Lucha del alma, p. 28).
sino además porque es la Mediadora universal ni es posible obte-
nerla:
«Así como en la tierra un buen hijo no niega a su madre
ninguna gracia que sea justa y necesaria, mucho menos en el
cielo negará Jesucristo a su Madre lo que le pida... Tanto más
cuanto se cree en la tierra que hasta ahora Jesucristo no ha
negado a su Madre ninguna gracia de cuantas le pidió, y que
María hace lo mismo con nosotros». (Ibid., pp. 277-278).

María es además el tipo perfecto y acabado de la Iglesia:


«Como tipo perfecto y acabado de aquella virgen, siempre
pura, que te ha sido revelada y entregada por Esposa, yo soy
(con todos los santos y ángeles del cielo y los justos y bauti-
zados de la tierra y las almas del Purgatorio unidos a Cristo-
Cabeza) tu Esposa amada; pero no mirándome individuo par-
ticular. Como individuo pídeme, y cuanto pueda haré por ti;
pero no me mires como objeto perfecto y último de tu amor,
pues no lo soy, lo es la Iglesia», (cfr. Mis relaciones, fol. 6-7).

por lo que a Ella hay que mirar como el modelo de todas las virtudes:
«Al hablar de las virtudes de María se ha de notar que
desde su Inmaculada Concepción fue perfecta en el amor de
Dios... Supuesto este principio, se ha de mirar y buscar la vir-
tud en María Virgen, no en ejercicios ordenados —como en no-
sotros— a expeler pecados, destruir malos hábitos y costum-
bres, y a unirnos con Dios, sino en su marcha, dirigidos y con-
centrados todos a un solo punto, que fue la salvación de la
raza de Adán, maldita por la culpa». (Ibid., fol. 95).

De ahí su insistencia en el deber de esforzarse por imitar en


todo a la que él llamó —con verdadera y original inspiración— Ntra.
Sra. de las Virtudes (cfr. id. ibid.). Por eso se le ha podido llamar
con razón el Alférez de María o Pendolista de María como se llamó
él a sí mismo (cfr. Cta. 4, 6, 1855).
En cuanto a su espíritu josefino bastará recordar su carta del
23 abril 1856 a su amigo Agustín Maná (cfr. Cartas en CPF, pp.
36-38).
132 EL r. FRANCISCO PALAU, CARMELITA TERESIANO

b) Su espíritu eliano. El P. Palau asimiló y vivió con entusias-


mo el espíritu eliano de su Orden, aceptando crédulamente la anti-
gua tradición de la descendencia eliánica del Carmelo, sin preocu-
parse poco ni mucho de su consistencia y veracidad histórica. Ello
cuadraba muy bien a su espíritu batallador, y el papel reservado
a Elias y su Orden por dicha tradición en los días apocalípticos de
la Parusía le daba alientos para superar las trabas que las sectas y
la revolución ponían a su obra de predicador popular y de Fundador.

«Somos —escribía a la Cofundadora— de la familia de


Elias. Su misión en el mundo tiene sus formas y época seña-
lada y marcada en los eternos decretos de Dios; y esa misión
no puede cumplirse sino de un modo estupendo y ruidoso. Só-
lo a El toca dirigirnos, El es el que os abrirá paso en su día».
(Cta., 21. 1, 1862).

Dos años más tarde, desde sus soledades del Vedrá revive en sus
meditaciones esa misión apocalíptica del Carmelo:
«El año 1864, habiéndome retirado a este monte, una voz
grande que veinte años me hablaba en los desiertos de los des-
tinos de nuestra Orden —y la cual no sabía de dónde proce-
día— me dijo con gran fuerza lo que sigue: —Yo soy el ángel
de quien habla el cap. XX del Apocalipsis. A mí está confiada
la custodia del pendón del Carmelo y la dirección de los hijos
de esta Orden... Vengo a tí, enviado por Dios, para instruirte
sobre el porvenir de la Orden a que perteneces, para que sepas
la misión que has de cumplir y su forma... Elias, Profeta gran-
de, y los hijos de su Orden sois, y en adelante seréis, mi dedo
y el dedo de Dios y mi brazo en las batallas contra los demo-
nios y contra la Revolución...» (cfr. MR. pp. 40-46).

c) Su espíritu teresiano. Pero toda esta rica herencia espiritual


carmelitana sería ininteligible si se le saca de su marco natural,
es decir: si se olvida que la aprendió a vivir en el Carmelo teresia-
no, o como dice él explícitamente: «en la Orden de Santa Teresa
(cfr. MR., fol. 13).
La Santa fue para él no sólo la Madre Fundadora sino su Maes-
tra y «Doctora de la Iglesia» como escribió con clarividencia pro-
f ética:
«De Santa Teresa de Jesús, nuestra paisana y Doctora de
la Iglesia, sabemos por sus mismos escritos que se propuso en
la oración alcanzar de Dios la conservación de la religión ca-
OTILIO RODRíGUEZ 133

tólica en España. Fue oída, según parece, pues nos dice ella
misma (cfr., Relación 2a) que jamás pidió cosa en la oración
que no la viese cumplida», (cfr. Lucha del Alma, p. 157).

Y este mismo ideal eclesial de la Santa es el punto de enlace


entre la orden a que el P. Palau se sintió llamado y su misión
personal de Fundador, brotada como una flor de su profundo amor
a la Iglesia, «su Cosa Amada». Oigámosle:
«Ha de saber usted, y quisiera lo supieran todas las almas
de oración que uno de los mayores negocios —el mayor, tal
vez, y al que todos los demás estaban subordinados— que agen-
ció con Dios en la oración Santa Teresa, fue la conservación
de la religión católica en España. A este fin conmovía todas
las almas de oración; a este fin congregó las monjas descal-
zas, a las que dice que no conocen su vocación si no se em-
plean de continuo y con todas sus fuerzas en rogar a Dios por
la santa Iglesia, y por detener el torrente de la herejía, que
amenazaba entonces devastar todo el mundo católico... I pre-
cisamente nuestra lucha es la misma que entonces, pues la im-
piedad que ahora combatimos no es más que el resultado de
la pretendida reforma o desbordamiento general de todos los
errores...» (cfr., Lucha del Alma, p. 211-212).

Por eso él ve en su obra una como proyección o revitalización


del ideal teresiano, adaptado a nuevas circunstancias, impuestas por
el avance triunfante de la Revolución. Su pensamiento en este par-
ticular es diáfano y sin ambigüedades:
«Reconocemos— escribía— que el acto más sublime, ar-
duo y difícil de beneficencia es la oración por las necesidades
de la Iglesia. Si bien esta oración en ninguna parte se hará,
ni puede hacerse con más fruto que en una Orden puramente
de vida contemplativa, ordenada a la oración por las necesida-
des del mundo —por lo que es la institución más benéfica de
cuantas pueden establecerse—, confesamos y creemos que, sin
perjuicio de este alto y sublime destino, debe además extender
sus brazos a las escuelas y hospitales», (cfr. P. Gregorio, op.
cit. cap. 14, p. 201).
Y así fue como, por especial asistencia y carisma del Es-
píritu Santo, llegó a concebir una familia religiosa cuya vida
consistirá no sólo en «contemplar en el monte» con las manos
alzadas en súplica constante, sino en descender con ardimiento
EL p
134 - FRANCISCO PALAU, CARMELITA TERESIANO

a las avanzadillas en la batalla empeñada entre la caridad cris-


tiana y la beneficencia filantrópica, y ganar para la Iglesia tan
transcendental victoria.

CONCLUSIÓN

Para terminar: si fuera lícito apropiarse frases ajenas, yo me


atrevería a parodiar aquí aquella que Fr. Luis de León escribió a
propósito de Sta. Teresa: «Yo no conocí ni vi al P. Francisco Palau
mientras estuvo en la tierra, mas ahora que vive en el cielo, le co-
nozco y veo en dos imágenes vivas que nos dejó de sí, que son sus
hijas y sus libros».
Efectivamente, ambos son la mejor proyección de su carmeli-
tanismo teresiano en la Iglesia y para la Iglesia.
Sus numerosos escritos —impresos unos, inéditos otros— están
ahí para dar testimonio de su carisma, integrado con las mejores
esencias espirituales del Carmelo, para que no se tuerza ni desvir-
túe sino que se explique y explicite su rica potencialidad.
Sus hijas están también en medio de nosotros como fruto de
sus virtudes, sus trabajos apostólicos, sus afanes fundacionales, pa-
ra testimoniar con su vida y apostolado cotidianos la viabilidad y
eficacia eclesial del carisma palautiano.
«Mis sentimientos —escribía ya en 1862— son formar una
Sociedad y Orden religiosa que reúna en sí la perfección que
encierran las Reglas dadas por Alberto, Patriarca de Jerusa-
lén, al Carmelo, y reformadas por nuestra Madre Santa Teresa
de Jesús. Y es voluntad de Dios, de la Santa y de los hombres,
que se una a la perfección de la vida contemplativa la acción
de la enseñanza, dividiendo una cosa de otra y uniéndola, se-
gún lo exijan las necesidades de la Iglesia». (Cta., 1, 11, 1862).

Que esta floración primaveral con que el Fundador halla a su


familia religiosa en el primer centenario de su muerte cuaje en abun-
dante cosecha de fruto maduro que el Señor de la mies recoja en
sus trojes del cielo.

OTILIO RODRíGUEZ

Teresianum - Roma. 1972


2.
Escritor
LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

Durante los últimos lustros han aparecido algunas publicaciones


interesantes sobre la vida, la obra y el mensaje espiritual del fun-
dador del Carmelo Misionero, padre Francisco Palau Quer. Necesi-
tan revisión y complemento, pero en conjunto son suficientes para
que cualquier lector atento se haga idea aproximada de su recia
personalidad. Predomina en la bibliografía palautiana el aspecto
biográfico, pero no faltan tímidos ensayos que apuntan a vertientes
doctrinales. Gracias a recientes florilegios que han puesto en circu-
lación textos escogidos de sus escritos el perfil simplemente biográ-
fico va enriqueciéndose y clarificándose. Se hace posible, hasta lí-
mites aceptables, la comunicación entre autor y lector. De la infor-
mación se pasa insensiblemente a través de esas páginas selectas a
la compenetración, al contacto directo con la personalidad descon-
certante, por tan rica de matices, de ese aguerrido apóstol del si-
glo XIX.
Ni los estudios hasta ahora aparecidos ni las selecciones de tex-
tos permiten captar todas las dimensiones de ese espíritu dinámico
y versátil. Los primeros, porque presentan visiones parciales y dis-
tanciadas de lo vivo y personal; las segundas, porque arrancan ine-
vitablemente los pensamientos y expresiones de su contexto natu-
ral. Para quienes no pueden gustar en su frescura original las pági-
nas completas de este carmelita fundador quizás les sean de alguna
utilidad las sumarias consideraciones que pretendemos apuntar en
las páginas que siguen. Quieren ser una descripción general de su
legado como escritor y un análisis —algo más demorado— de cada
uno de los escritos de mayor importancia. Intentan servir de guía
138 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAÜ

a los interesados en situar debidamente los hechos más relevantes


de su existencia y los textos más divulgados de su pluma. Recons-
truir, en cierto sentido, ese contexto redaccional ausente, por nece-
sidad, en antologías, en florilegios y en alegaciones de sus escritos.
Cuanto más íntimas y personales son las páginas de un autor,
tanto mejor nos introducen en las profundidades de su espíritu y
más nos permiten penetrar en los repliegues secretos de su alma.
Las obras de índole doctrinal o prevalentemente teórica revelan
de ordinario las preocupaciones y el pensamiento del escritor. Ape-
nas si descorren el velo que oculta sus intimidades y sus vivencias
personales. Pero, si del mismo autor poseemos páginas autobiográ-
ficas y escritos doctrinales, se acrecientan las posibilidades de lle-
gar a una visión más completa y global de su personalidad.
Por fortuna este es el caso del P. Palau. Por lo que a la variedad
de sus escritos se refiere, estamos en situación casi privilegiada, si
le comparamos con otros casos similares. Fuera de los breves escri-
tos puramente protocolarios y administrativos, todas sus páginas lle-
van intención pastoral y pedagógica. Todas se centran en temas es-
pirituales. La diferencia más importante reside en su índole o generó
literario. Mientras las obras impresas tienen marcado carácter doc-
trinal y divulgativo, en las que permanecen manuscritas o inéditas
prevalece el tono confidencial y autobiográfico. Son pinceladas que
describen al vivo y con rasgos inconfundibles su recia personalidad.
El acceso a los escritos del P. Palau no es fácil ni sencillo. La
dificultad externa más grave proviene de la situación material en
que se encuentran. Los publicados personalmente por él, aunque
tuvieron notable difusión (incluso más de una edición algunos) son
raros hoy día (1). Por otra parte, son los de índole menos personal,
aunque de gran interés para conocer sus preocupaciones pastorales y
apostólicas. Menos asequibles son aún las páginas que permanecen
inéditas y que, mientras dura el proceso de beatificación, no pueden
editarse de forma pública o normal (2). Gracias a las antologías
y a otras formas de difusión cabe un acercamiento bastante amplio

1 Como es sabido, la Lucha del alma con Dios tuvo dos ediciones durante
la vida del autor. La primera aparecida en Francia el 1843 y la segunda en Bar-
celona el 1869. De la primera quedan muy pocos ejemplares. Existen aún bas-
tantes de la segunda. Esta entró a f o r m a r parte de la «Librería religiosa», una
colección de mucha difusión y prestigio en el campo católico d u r a n t e el siglo xix.
También el Catecismo de las virtudes logró notable difusión. Baste pensar que
en un principio se comenzó a editar en cuadernillos sueltos (para los alumnos
y asistentes a la Escuela de la Virtud) y luego se reunió en el libro hoy conocido.
2 Es una norma del derecho aún vigente. Mientras dura el proceso canónico
de beatificación no pueden publicarse íntegros los escritos sin explícita autoriza-
cin de la Sda. Congregación.
EULOGIO PACHO 139

y variado, aunque siempre incompleto y fragmentario. Otras inicia-


tivas en curso, permitirán ampliarlo progresivamente en un futuro
inmediato (3).
A esos obstáculos externos, superables con el tiempo, se añaden
otras dificultades provenientes de la naturaleza misma de los escri-
tos del Fundador. Podemos recordar por el momento: el estado
fragmentario en que han llegado algunos escritos; la índole estric-
tamente confidencial de otros; la carencia de indicaciones precisas
que orienten en la lectura, por lo que se refiere a fechas, destina-
tarios, naturaleza de las piezas, etc. La mayor dificultad proviene
de la temática peculiar desarrollada en algunos escritos y del sin-
gular género literario en que están redactados. Se nos presentan en
un contexto tan extraño, que producen una sensación de lejanía con
respecto a la cultura y a la mentalidad de hoy.
De ahí que, sin una preparación previa, su lectura podría resul-
tarnos desconcertante en un primer momento. Una vez superadas
ciertas disonancias de lenguaje, es relativamente fácil captar el sen-
tido un tanto recóndito de algunas páginas, cargadas de simbolismo
o redactadas en tono aparentemente demasiado plástico y realista.
Para comprender las líneas maestras del pensamiento palautiano, y
poder, luego, encuadrar dentro de ellas aspectos parciales de su en-
señanza, es necesario superar el primer obstáculo de su estilo y de
su especial forma de comunicarse.

I. CARACTERÍSTICAS GENERALES DE LOS ESCRITOS


PALAUTIANOS

Antes de adentrarnos en la enumeración y análisis de cada uno


de los escritos, es conveniente detenernos algún tanto en esclarecer
esos puntos fundamentales de propedéutica a su lectura.
Las consideraciones preliminares que deben preparar para una
lectura fructuosa pueden escalonarse sin necesidad estricta de un
orden lógico. Se trata de aspectos susceptibles de muy diversa or-
denación, según la finalidad que se persiga y el punto de vista en
que nos coloquemos. Por motivos de claridad conviene agrupar es-
tas advertencias previas en dos secciones, a saber: relación entre
el autor y los escritos; clasificación de los mismos.
3 No cae bajo la norma jurídica señalada en la nota anterior la divulgación
privada de los escritos, siempre que quede dentro de la propia familia religiosa
o de personas especialmente interesadas y allegadas al siervo de Dios.
140 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

1. EL P. FRANCISCO PALAU, ESCRITOR.

El P. Palau no sintió una vocación particular de escritor. Lo es


más de ocasión que de consagración. Es una faceta secundaria en
su vida. Un aspecto casi marginal de su actividad. La pluma fue pa-
ra él simple instrumento de apostolado o medio de comunicación
espiritual. Hemos de acercarnos a sus páginas con ideas exactas so-
bre este particular. Es un punto previo que debe quedar bien claro:
preámbulo indispensable para situarnos en la debida perspectiva
frente a sus escritos.

a.—Temática y preocupación dominantes


Que los escritos le ocupasen más o menos tiempo en el conjunto
de su actividad pastoral y apostólica es asunto muy secundario para
enjuiciarlos debidamente desde el punto de vista del «autor» o «es-
critor». No están redactados con esa intención, ni compuestos con
esa premeditación que es característica de quien se entrega a la ta-
rea de escribir como ocupación básica y determinante en su vida.
Esta primera constatación explica el por qué no salieron de su
pluma obras de grandes proporciones ni de planes ambiciosos, cien-
tíficamente hablando. No entraba en sus propósitos. A duras penas
lo consentía su preparación doctrinal. Todos sus escritos son de ex-
tensión relativamente modesta y de esquemas sumamente sencillos,
de acuerdo con los destinatarios de los mismos.
En su conjunto, la producción del P. Francisco, sin que pueda
llamarse amplia o extensa, es bastante notable. Suficiente para lle-
nar varios volúmenes impresos. Conjugando esta afirmación con la
anterior surge otra consecuencia fácil de constatar, que puede for-
mularse así: ninguna de sus obras reúne y transmite todas sus en-
señanzas. Están presentes o resuenan en casi todas ellas ciertos te-
mas preferidos. Son como variaciones de idéntica doctrina. Es ne-
cesario examinar todas sus páginas para extraer el contenido inte-
gral de su magisterio. Tanto la temática particular de cada escrito,
como las reiteraciones y adaptaciones de los puntos claves de su
pensamiento, son elementos que esclarecen mutuamente, a la vez
que se complementan.
En la mayor parte de su producción literaria se entrecruzan de
manera tan íntima los elementos doctrinales y las experiencias vi-
tales o descripciones autobiográficas, que no resulta fácil deslindar
claramente los campos, ni hacerse idea exacta del pensamiento sub-
EULOGIO PACHO 141

yacente que sirve de clave para la interpretación. Tal sucede, por


ejemplo, con el escrito titulado Mis relaciones. Las obras de más
fácil comprensión son las estrictamente pedagógicas o doctrinales.
Incluso en éstas es fácil descubrir la vena de lo personal, no sólo
por la peculiar temática, sino también por el género literario y el
tono de alusión íntima de muchas páginas. Caso significativo, a este
respecto, es el libro Lucha del alma.
En un sentido muy amplio todos los escritos pueden considerar-
se biográficos, hasta los aparentemente menos subjetivos. Sin que él
pensara nunca en escribir completa su biografía, se ha retratado de
cuerpo entero en sus páginas. La mayoría de ellas brotaron de su
pluma como expresión de vivencias incontenibles proyectadas al ex-
terior; a veces sin destinación precisa, como en Mis relaciones. Su
silueta espiritual se refleja inconfundible en cualquiera de sus obras,
porque en todas ellas palpita el mismo afán e idéntica idiosincracia.
Hasta las que mantienen un tenor doctrinal más claro, se presentan
como prolongación de su ideología, como trasparencia de su vida y
como testimonio irrefutable de un profundo sentir eclesial.
Esa prolongación temporal y espacial de su personalidad nos
permite reconstruir, a la vez, el contexto ambiental que le rodea y
su peculiar interpretación del mismo. Los temas abordados y el mé-
todo adoptado para desarrollarlos, están condicionados precisamente
por el escenario histórico en que le tocó actuar, y por su recia psi-
cología de paladín infatigable que piensa, medita, lucha, se afana,
obsesionado por unos ideales que cree en trance de perecer. No hay
que olvidar nunca estos condicionamientos a la hora de encontrar-
nos con él y con sus páginas.

b.—Rasgos más destacados de su pluma


El P. Francisco utilizó indistintamente, según las circunstancias
de su vida y la destinación de sus páginas, las siguientes lenguas:
latina, castellana, catalana y francesa popular. De la primera que-
dan muestras muy limitadas y, por ellas, apenas podemos juzgar de
su dominio de la misma. Este pluralismo lingüístico, hablado y es-
crito, es sin duda, uno de los motivos que explican el escaso atil-
damiento literario de sus escritos. Sin llegar a conseguir notable
perfección, los escritos castellanos parecen, estilística y gramatical-
mente, los mejor logrados.
No hay que perder de vista que escribe siempre sin preocupa-
ciones artísticas. Lo único que le interesa es la eficacia práctica y
la utilidad pedagógica de sus páginas. Tampoco debe olvidarse que
L
142 0S ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

muchas de ellas, han llegado hasta nosotros como apuntes, borrado-


res o como traducciones poco felices. Motivos que influyen notable-
mente en las imperfecciones fácilmente constatables. Desde este pun-
to de vista, existe manifiesta superioridad en los escritos ultimados
por él (editados o no) y los redactados a vuela pluma. A este res-
pecto conviene también tener presente que en su época no estaba
aún definitivamente asentada la gramática, sobre todo por lo que
se refiere a la ortografía. La interpretación dada a sus autógrafos,
o a las copias antiguas, ha sido, en general, poco cuidada en detalles
de puntuación. De ahí que al multiplicarse las copias y transcrip-
ciones se haya corrompido a veces el texto, haciéndolo cada vez más
difícil de entender.
Sería contraproducente abrir los escritos del P. Francisco con
ilusión de encontrar en ellos acabadas piezas literarias. No hay que
ir tampoco al polo opuesto: considerarlos como ilegibles por caren-
cia total de gusto artístico. Su estilo es muy similar al de otros con-
temporáneos suyos, sobre todo, los de su misma región catalana.
Como en cualquier otro escritor, hay también notables diferencias
debidas en gran parte a la inspiración del momento y al género
literario de las diversas obras. Abundan páginas de elevada ento-
nación lírica, cuando describe fulgurantes visiones forjadas en su
fantasía, o cuando contempla escenas maravillosas de la creación.
Entonces su pluma fluye ágil, rápida y elegante. Es fácil encontrar
pasajes de este tipo en la Vida solitaria, en Mis relaciones y en al-
gunos artículos breves de periódicos. Incluso en cartas de intimidad.
La soberana libertad de criterios que preside la composición de
sus escritos se refiere tanto a la despreocupación literaria como a la
ordenación de las ideas y a su desarrollo lógico. Salvo en contadas
ocasiones, como en el Catecismo de las virtudes, procede sin planes
definidos sistemáticamente. Su exposición sigue una especie de orden
connatural al ritmo de su pensamiento o de su experiencia en cada
momento. De ahí proceden las frecuentes e inesperadas digresiones,
las repeticiones fatigosas y otras características de su composición.
Más que un curso rectilíneo, el de su pluma, es avanzar en zig-zag.
Con idas y venidas, en torno a un pensamiento dominante, hasta
que logra configurarlo definitivamente en una expresión feliz o en
una serie de representaciones metafóricas. Este proceso genético do-
minante en las páginas más autobiográficas está también presente en
las de tipo doctrinal, como en la Lucha del alma.
La característica más destacada de sus escritos, y la que mejor
representa su «estilo de pensar», es precisamente esa irrefrenable
EULOGIO PACHO 143

tendencia hacia la expresión figurativa. La última razón de sus es-


critos radica en el movimiento interior que le impele a pensar fór-
mulas vitales y plasmarlas en consonancia con su modo de pensar
y de ver el mundo que le rodea. Esta tendencia es tan marcada en
él que instintivamente se siente arrastrado a configurar su vida, sus
experiencias, y hasta los hechos mismos, en figuras y símbolos. No
contento con el simbolismo literario, se esfuerza por plasmar sus
ideas en figuraciones plásticas, como sucede en Las flores del mes
de Mayo y en las diversas obras sobre la Iglesia.
Es tan acusada esta propensión a la expresión figurativa que no
siempre resulta fácil deslindar lo real de lo ficticio o imaginado. En
una misma obra, a veces en una misma página, se sobreponen e in-
terfieren tan íntimamente ambas formas de expresión que se corre
el peligro de dar por hechos históricos o descripciones reales lo que
no es más que una reconstrucción alegórica.
En esta misma línea de la composición cabe destacar aún otras
peculiaridades de notable relieve y singular importancia para una
correcta interpretación de algunos de sus escritos.
La predilección por la expresión simbólica le lleva con frecuen-
cia a adoptar géneros literarios típicamente bíblicos, como el profé-
tico (en sentido amplio) el místico y el apocalíptico o «visionario».
Varias razones explican este fenómeno tan corriente en él: La fa-
miliaridad con los libros de la Sda. Escritura; la resonancia de los
autores místicos, especialmente de la escuela teresiana y la dificul-
tad natural de expresar en lenguaje corriente o técnico vivencias
espirituales de grande intensidad (4).
Es absolutamente necesario tener presentes estas observaciones
si se quiere comprender la extraordinaria coreografía de figuras,
símbolos y arriesgadas comparaciones que envuelven algunas de sus
obras. Aparecen sin cesar arquetipos bíblicos, representados por per-
sonajes del Antiguo Testamento, que adoptan múltiples significados
o se acomodan a diversas interpretaciones. Con ellos se mezclan
atrevidos antropormorfismos, que sirven como término de compara-
ción con realidades espirituales. Sus actitudes interiores y sus me-
ditaciones personales se presentan, sin explicación alguna orienta-
dora, como si se tratase de visiones, locuciones o revelaciones mís-
tico-proféticas. En el fondo, se trata muchas veces de simple arti-
ficio expresivo.

4 El simbolismo figurativo es el vehículo más connatural para expresar este


tipo de experiencias. Por eso mismo, el usual entre los místicos, como afirma
repetidamente san J u a n de la Cruz en el prólogo de su obras más importantes.
144 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

Otra afición característica de su comunicación escrita se mani-


fiesta en el uso del diálogo. En las obras de sabor pedagógico usa el
diálogo directo, típico de la forma catequística o memorística. Tal
es el caso del Catecismo de las virtudes. Pero la forma por él prefe-
rida es la del diálogo indirecto y ficticio. Unas veces sigue el sistema
tradicional de inventar un interlocutor con quien mantiene conver-
sación y a través del cual enseña su doctrina, como «Teófila» en la
Lucha del alma. En otras ocasiones —las más frecuentes en los es-
critos íntimos—' el diálogo es simple artificio, ya que no son perso-
najes reales con quienes entabla conversación. Extremando la ex-
presión figurativa, convierte en diólogos sus coloquios íntimos con
Dios o con la Iglesia. Los mismos símbolos por él creados son los
que le preguntan o responden, como si fueran personas presentes. El
caso más frecuente se da en Mis relaciones.
Para concluir estas consideraciones previas a la lectura de los
escritos no olvidemos que ciertas dificultades de interpretación pro-
vienen, sin duda alguna, de la misma redacción. Algunas deficien-
cias de ésta hay que atribuirlas a una preparación poco completa.
La brusca interrupción de su vida religiosa, en los momentos en
que culminaba la carrera eclesiástica, produjo una laguna en su
formación intelectual y literaria que nunca pudo colmar.
Añádese a todo esto el hecho de que el P. Francisco fue un
auténtico precursor, un «profeta», en los temas teológicos que más
le preocuparon. La eclesiología de su tiempo no había llegado a
captar ciertas realidades del misterio del Cuerpo Místico que para
él eran evidencia y vivencia. Faltaba una elaboración precisa y, por
lo mismo, una terminología adecuada. En buena parte, él hubo de
improvisarla, más por penetración vital que por estudio analítico.
Así se explica, al menos en parte, el carácter singular de sus páginas
más atrevidas: ese volver con insistencia, casi machacona, sobre un
núcleo de ideas básicas, que son la clave de su pensamiento, pero
que no logra estructurar orgánica y sistemáticamente. Describe in-
cansablemente círculos concéntricos en torno al misterio de la Igle-
sia. Por convergencia hacia ese punto polarizador de toda su vida
y de toda su doctrina, es posible establecer las demás coordenadas
de su pensamiento. El misterio de la Iglesia es el punto cardinal de
su doctrina y el quicio de toda su actividad.
EULOGIO PACHO 145

2. CLASIFICACIONES DE LOS ESCRITOS

Las sumarias indicaciones del apartado anterior preparan para


un primer contacto con los escritos del P. Palau. Son normas apli-
cables, de manera más o menos válida, a todos ellos en general. Se
trata, por tanto, de simples orientaciones metodológicas con finali-
dad bien precisa: ayudar a superar las dificultades que pueden sur-
gir en el curso de las primeras lecturas.
No bastan. Son demasiado genéricas y necesitan ulteriores com-
plementos: orientaciones más concretas para comprender el signifi-
cado peculiar de cada obra. La lectura y el estudio se proponen,
como meta final, llevarnos a una síntesis del pensamiento, al menos,
en sus líneas generales. Como exigencia previa se impone el conocer
la doctrina particular de cada una de sus obras.
A la síntesis se llega a través del análisis. La identificación y je-
rarquización de los elementos fundamentales presupone el recuento
de todos los demás que forman como su contorno o contexto: el
conjunto en el cual destacan. Esto quiere decir que antes de llegar
al resultado final de la síntesis es necesario realizar un detenido aná-
lisis del contenido de cada uno de los escritos del P. Palau.
Hacia ese objetivo apuntan las notas que siguen. No se trata de
exponer aquí minuciosamente la materia desarrollada en todos los
escritos, cosa que alargaría desmesuradamente estas páginas. Se
pretende sólo ofrecer las directrices de lo que puede ser la base del
estudio personal.

Un primer punto de referencia para una visión sintética del


pensamiento palautiano puede ser la misma clasificación de los es-
critos. Obliga a fijar o establecer ciertas categorías mentales que es-
clarecen la visión de conjunto, por lo menos, desde un punto de
vista externo. Sirve además para fundamentar un orden lógico en
el proceso analítico. Todas estas ventajas desaparecen si éste se basa
en un simple elenco de títulos no agrupados por algún criterio. An-
tes de elegir la ordenación más adecuada para nuestro intento, apun-
tamos algunas de las clasificaciones en que puedan encuadrarse los
escritos del P. Palau.
Io) Según la transmisión textual. Considerándolos en su as-
pecto externo y material, es decir, en el estado en que han llegado
146 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

hasta nuestros días (lo que suele llamarse «transmisión textual») se


pueden distinguir dos grandes grupos, a saber: escritos impresos o
publicados, y escritos inéditos o manuscritos. En el primer grupo
cabe distiguir entre los publicados personalmente por él o impresos
durante su vida y los editados posteriormente por otros. Para sim-
plificar la exposición prescindimos de estos detalles, enumerándolos
en serie única. Las distinciones son más significativas en el grupo
de los inéditos, por eso las destacamos tipográficamente.

a.—Escritos impresos
— Lucha del alma con Dios, 1843.
— Catecismo de las virtudes para los alumnos de la «Escuela
de la Virtud», 1851.
— La Escuela de la virtud vindicada, 1859.
— Mes de Maña, o sea Flores del mes de mayo, 1862.
— La Iglesia de Dios figurada por el Espíritu Santo en los
libros Sagrados, 1865.
— Reglas y constituciones de la Orden Terciana de Carmelitas
Descalzos de la Congregación de España, 1872. — En el apar-
tado XII comienzan las reglas de las Hermanas Terciarias
p. 13-21).
— Reglas para los Hermanos Ermitaños Carmelitas (en San
Honorato de Randa - Mallorca) publicadas por el P. Alejo
en 1937.
— Consideraciones dirigidas a los Padres del Concilio Vati-
cano sobre el «exorcistado», 1869.
A esta serie hay que añadir varios artículos y editoriales pu-
blicados en el Ermitaño: semanario político-religioso, por él funda-
do y dirigido, desde el cinco de noviembre de 1868 hasta su muerte,
es decir, hasta el número 176. Entran también en esta sección al-
gunas cartas y circulares suyas publicadas en periódicos de la épo-
ca, como El Ancora, La Actualidad de Barcelona, etc. Cartas y frag-
mentos de algunos escritos se han impreso en publicaciones moder-
nas. Destacan las cartas publicadas por el P. Alejo de la Virgen del
Carmen en el Boletín de la Sociedad Arqueológica Luliana de Ma-
llorca, los fragmentos copiados en la biografía del mismo autor y
los impresos en otras revistas (5).

5 Las cartas aludidas aparecieron j u n t o con las Reglas para los Ermitaños
(de Ronda) y otros documentos relativos al mismo tema en la publicación cita-
da 27 (1937) 49-64. — F r a g m e n t o s b a s t a n t e amplios se publicaron t a m b i é n en
el Almanaque Carmelitano-teresiano (Barcelona) 21 (1932) 94-99 y (1933) 130-133,
así como en la revista p o p u l a r Carmelo Balear 2 (1932) 210-211 y 223-25, etc.
EULOGIO PACHO 147

b.—Escritos inéditos
En este apartado pueden hacerse varias distinciones, relativas a
diversos aspectos de la conservación material de esos escritos. Así,
por ejemplo, tenemos: escritos autógrafos, y escritos llegados hasta
nosotros en copias más o menos fidedignas. Dentro de éstas existen
copias legalizadas, copias manuscritas privadas y copias mecanogra-
fiadas. Bajo otro aspecto podemos distinguir los escritos conserva-
dos íntegros y los escritos fragmentarios o mútilos. — Como estos
particulares se detallarán por separado al analizarlos, aquí los elen-
camos en única serie sin descender a tales pormenores. Notamos
únicamente los escritos inéditos que tienen cierta extensión o con-
sistencia, no las piezas menores, como cartas y documentos.
— La vida solitaria y las funciones de un sacerdote sobre el
altar.
— Mis relaciones con la Hija de Dios, la Iglesia, escrito entre
1861 y 1867.
—r Consideraciones sobre la modificación de las reglas de las
Carmelitas Descalzas según las leyes de la época hacia
1863-64.
— Serie de cartas y documentos que completan el panorama
de su actividad en este campo de la producción literaria. De
momento puede servir de orientación el elenco publicado al
final de Brasa entre cenizas (p. 255-258 y 259-261).

c.—Escritos desaparecidos
Aunque por el hecho mismo de haberse perdido no cabe ha-
blar de estado de transmisión, completan, en cierto sentido, las dos
series anteriores las noticias llegadas hasta nosotros sobre otros es-
critos compuestos por el P. Fundador y que han perecido o se han
extraviado. Las noticias relativas, tanto a la composición como a la
pérdida, en unos casos son ciertas y seguras, en otros más o menos
probables. Los más importantes son:
— Quidditas Ecclesiae Dei per duas metaphoras expósita, com-
puesto en Francia entre 1845-1846 y dividido en varios libros.
Del mismo escrito se dan títulos diversos que, por lo general,
corresponden a partes del mismo, no a todo el conjunto. No
queda duda sobre su existencia, pero no se ha conservado prác-
ticamente nada del texto.
148 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALATJ

— Vida solitaria y otras apologías de la época de Francia, han


llegado sólo en copias fragmentarias, habiendo desaparecido
parte del texto original (al parecer francés).
— Comentarios a las Moradas de Santa Teresa. Por alusión
explícita de una carta parece cierto que compuso un trata-
do sobre este tema, pero no existe rastro alguno del texto
(6).
— Mis relaciones con la Hija de Dios, la Iglesia. Se ha perdido
una parte de la obra en 1936.
— Cartas y escritos breves. Es fácil comprobar por su corres-
pondencia epistolar que se han extraviado, sin dejar hue-
lla textual, bastantes cartas y piezas breves. No es imposi-
ble que algunas vayan apareciendo gracias a nuevas inves-
tigaciones (7).

2o) Según el grado de autenticidad y responsabilidad que les


corresponde, deben hacerse algunas distinciones entre los escritos
conocidos. Una primera distinción separa los escritos ciertos o autén-
ticos de los escritos dudosos o apócrifos. Desde otro punto de vista
hay que distinguir los escritos estrictamente personales y los escritos
redactados en colaboración.

a.—Escritos auténticos
Todos los escritos enumerados en el apartado anterior se consi-
deran pacíficamente como auténticos, aunque no todos cuentan con
pruebas de idéntico valor crítico. Son más débiles las que apoyan
la autenticidad paulatiana de los escritos desaparecidos que las re-
lativas a los escritos conservados, sea íntegra sea fragmentaria-
mente.

6 En una carta del P. Palau a Juana Gracias, fecha 19 de noviembre de


1857, se lee textualmente: «Estos son en sustancia tus ejercicios interiores y
al efecto estudia el tratado manuscrito sobre las Moradas». Las expresiones no
dejan lugar a duda de que no se trata del famoso libro de Santa Teresa, sino
de un trabajo o estudio manuscrito sobre el mismo. Ni los biógrafos ni los
estudiosos han reparado en este detalle. A todas luces se trataba de algo co-
nocido a ambos —el padre Fundador y su dirigida—. Lo que no queda plena-
mente explicitado es si ese tratado manuscrito lo escribió él o era de otro
comentarista del texto teresiano. El sentido obvio de las frases apoya la pater-
nidad palautiana.
7 De hecho, durante la elaboracin de la Positio, o estudio histórico para la
beatificación, han aparecido algunas (incluso autógrafas) desconocidas hasta el
presente. Entre la documentación presentada en el proceso ordinario (elencada
al fin de Brasa entre cenizas) aparecen fuera de lugar varias cartas. En una or-
denación rigurosa de los escritos han de cambiar de colocación e incluirse en
el epistolario.
EULOGIO PACHO 149

Referida la autenticidad no sólo a la existencia de un determi-


nado escrito, sino también al texto del mismo, tal como se conoce
hoy día, es fácil establecer una graduación o escala de genuinidad.
Los impresos por él, los conservados en forma autógrafa y en copias
legales o autenticadas, como su testamento, ofrecen absoluta segu-
ridad sobre la autenticidad del texto. Bastante menor es la que de-
bemos atribuir a los que conocemos únicamente a través de copias
y relaciones. La mayor o menor proximidad de las mismas a la
fuente y otros criterios de crítica histórica ayudan a determinar el
crédito que merecen los textos. Como ejemplo de textos relativa-
mente poco seguros podemos recordar el escrito relativo a la Modi-
ficación de las reglas de las Carmelitas Descalzas, cuyo título origi-
nal nos es desconocido. Tal como se presentan, hoy día, los escritos
anteriormente reseñados hay que considerarlos como auténticos. Se
apoya la autenticidad, por lo menos, en una tradición próxima y es-
tá fundada en indicios científicamente serios. Para descártala es ne-
cesario aducir pruebas convincentes en contrario.

b.—Escritos apócrifos

Aunque actualmente se ha llegado a una coincidencia casi uni-


versal acerca de los escritos ciertamente compuestos por el P. Pa-
lau, en algunas publicaciones anteriores a los últimos biógrafos se
le han atribuido obras que parecen definitivamente descartadas. En-
tre otras de menor entidad, la que con mayor insistencia se le ha
adjudicado es la conocida con el título El vicio y la virtud: obser-
vaciones de una razón despreocupada (Barcelona, imp. de Pablo
Riera, 1864).
La aparición anónima del libro en esa fecha concreta, la iden-
tidad entre el tema fundamental y las preocupaciones doctrinales
del P. Palau han sido algunos de los indicios que han hecho pensar
en su posible paternidad. A tales sospechas se han añadido ciertas
alusiones concretas del libro a otros escritos que se creían del P.
Francisco Palau. Así, por ejemplo, en la p. 345 se cita un Mes de
María, «que redacté y la útilísima Librería religiosa publicó». En
la introducción se repite con frecuencia la frase «Quién como Dios»,
muy usada por el P. Fundador y puesta como emblema del «Ermi-
taño».
Frente a estas singulares coicidencias aparecen tantas discor-
dancias que no parece conciliable la unidad de autor. El estilo ge-
neral del libro se distancia notablemente del propio e inconfundi-
150 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

ble del P. Palau. Lo mismo hay que decir de su forma de composi-


ción y de su método. Tampoco las alusiones señaladas permiten esa
identificación aparente: en lo relativo al Mes de mayo se demues-
tra que no existe concordancia en el título, en el formato y en el
pie de imprenta de ambos libritos. En el lema de batalla pastoral o
apostólico «Quién como Dios» puede existir coincidencia por iden-
tidad de preocupaciones y situaciones ambientales. Incluso depen-
dencia, ya que la publicación del libro anónimo precede de cuatro
años al primer número del Ermitaño.

c.—Escritos exclusivos

Con esta denominación queiemos establecer una distinción en-


tre las obras redactadas en exclusiva por el P. Palau en persona y
las que compuso en colaboración con otros autores. Aunque secun-
dario, es un aspecto que tiene su importancia desde diversos pun-
tos de vista.
La responsabilidad personal y el carácter exclusivo no han de
extenderse en un sentido excesivamente riguroso, de tal manera
que se excluya toda colaboración o sugerencia. La índole personal
se compagina perfectamente con ciertos tipos de ayudas. Por ejem-
plo : con invitación a tratar un tema; con consultas y consejos pe-
didos o libremente ofrecidos; con intercambio de ideas y experien-
cias ; con imposición por parte de una autoridad; con la provoca-
ción a la autodefensa o apología de una actitud o de una doctrina,
etcétera.
Varios escritos del P. Palau tienen su origen en circunstancias
o motivaciones de este género. No por ello pierden el marchamo de
lo personal, en lo que a la «autoría» se refiere, ni la responsabilidad
exclusiva, en lo que atañe al juicio que nos pueden merecer. En es-
te sentido amplio y habitual de escritos personales caben la mayo-
ría de los títulos recordados en los apartados anteriores. En concre-
to todos los no mencionados en el que se sigue.

d.—Escritos en colaboración

El caso más curioso y significativo a este respecto es el de Lu-


cha del alma con Dios. Lleva en la misma portada la confesión ex-
plícita de ser obra de dos autores, a saber: «P. Fr. Francisco de Je-
sús María Carmelita descalzo, misionero y el Dr. D. José Caixal,
presbítero, canónigo de la santa iglesia de Tarragona». El libro,
EULOGIO PACHO 151

compuesto y editado durante la forzada estancia de ambos en Fran-


cia, y tras años de convivencia preocupados por idénticos problemas
pastorales, pudo presentarse como una coproducción de la manera
más natural y sin que nadie se extrañase del hecho.
También hoy resulta natural preguntarse por la participación
respectiva de los dos autores firmantes. Publicaciones carentes de
solvencia e información se lo han atribuido en exclusiva al Dr. Cai-
xal, obispo de Urgel y fundador también como el P. Palau. Por ra-
zones sentimentales, más que por motivos científicos han incurrido
en idéntico error algunas biografías del antiguo amigo y consejero
del P. Francisco.
No sólo no puede sostenerse científica y lealmente esa opinión,
sino que se impone una postura casi del todo contraria. Veremos
más adelante que la obra está compuesta íntegramente por el P.
Palau. La colaboración de Caixal apenas sobrepasó los límites del
apoyo moral, del consejo y de ciertos retoques. Así lo atestiguan
pruebas incuestionables de crítica interna y externa. De momento
bastará aludir a las de más fácil constatación. Tales son: las afir-
maciones expresas de la introducción de la obra (firmada exclusiva-
mente por el P. Palau, cf. p. 21-64) que, en primera persona, hacen
responsable de la misma al firmante; la absoluta identidad de te-
mas, frases y giros entre este escrito y otros del Fundador, sobre to-
do la Vida solitaria. También apoya la misma conclusión el hecho
de que en las cartas remita con frecuencia a este escrito, y reco-
miende su uso, atribuyéndoselo en exclusiva.
Algo semejante ocurre con el Catecismo de las virtudes. En és-
te el título o portada del libro no menciona para nada a otros cola-
boradores. Considerando las circunstancias en que fue compuesto,
aparece más que probable que contó para redactarlo y, sobre todo,
para publicarlo, con la ayuda de sus colaboradores más íntimos en
la obra apostólica de la «Escuela de la Virtud». Esta ayuda no se
limitó ciertamente al aspecto económico, para el cual hubo de re-
currir incluso a su familia; se extendió, sin duda, a otros aspectos
más propios del libro. Así nos lo revela la documentación abundan-
tísima relativa a esa gloriosa empresa pastoral. Con todo, el libro
en sí mismo es fruto literario e intelectual del promotor y director
de la «Escuela», es decir, del P. Francisco.
La única publicación suya que puede presentarse como autén-
tica obra de colaboración es el Ermitaño. Lo exigía la índole misma
de la empresa. Concebida como instrumento de acción religiosa y
política, en forma de publicación periódica, requería imperiosamen-
152 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

te la colaboración de personas animadas por idénticos ideales y pre-


paradas para luchar con la pluma por la causa de la Iglesia. Aparte
la iniciativa y los artícuols firmados, no resulta fácil identificar la
parte que en cada número del seminario (publicó en total 227 nn.,
de ellos 176 en vida del fundador) le corresponde al P. Palau. En
muchas de las páginas se ve algo más que su inspiración. Existen
editoriales anónimos que delatan sintomáticamente su pluma.
De tipo muy diverso es otra obra expresamente presentada co-
mo empresa realizada en colaboración. En la portada de La Iglesia
de Dios se lee este subtítulo: «Álbum religioso dedicado a la Santi-
dad de Pío IX por una sociedad de artistas bajo la dirección del P.
Fr. Francisco Palau, misionero apostólico». Conocida su inclinación
a la expresión figurativa y su irrefrenable tendencia a presentar de
forma gráfica sus peculiares representaciones de la Iglesia, no se ha-
ce difícil pensar en él como el promotor de esta obra y en el inspi-
rador de los diseños o esbozos gráficos, realizados luego por los ar-
tistas que pudo conquistar para la causa. Tanto la dedicatoria al
Papa (que firma en primer lugar), como la integridad del texto que
explica las ilustraciones del libro, se deben, sin duda alguna, a su
pluma.
3.°) Según su finalidad y destinación, los escritos pueden dis-
tribuirse fácilmente en dos grandes grupos. Por una parte, los escri-
tos de índole personal o confidencial; por otra, los de carátíter pú-
blico y doctrinal. En la práctica, no siempre es posible establecer
una línea divisoria, clara y precisa. Ello depende de razones muy
diversas. La ordenación que sigue considera las líneas dominantes
y las motivaciones fundamentales.

a.—Escritos confidenciales

A esta serie pertenecen la mayoría de las cartas y de los pape-


les que se ocupan de asuntos familiares, de trámites legales y otros
temas parecidos, aunque estén relacionados con personas y cargos
públicos. Carecen de intención y de destinación divulgativa. De es-
te género son también casi todas las páginas que se conservan iné-
ditas, aun cuando haya que establecer cierta gradación entre ellas.
Prácticamente todas llevan bien marcado el sello de lo auto-
biográfico. Ofrecen, sin embargo, diferencias notables en lo que res-
pecta al origen o motivación, a la temática y a la forma expositiva
o narrativa.
EULOGIO PACHO 153

La vida solitaria y las apologías escritas son escritos de índole


privada, tienen idéntica motivación: la defensa de un modo de vi-
da. Les es también común el tono apologético e incluso polémico.
Difieren, sin duda, en la destinación y en la aportación de datos au-
tobiográficos. Se complementan bajo este aspecto, mientras se dis-
tinguen también por la estructura redaccional.
El escrito más típicamente autobiográfico y confidencial es el
de Mis Relaciones. Lo demuestra palpablemente su lectura y lo
atestiguan sin lugar a dudas las afirmaciones explícitas del autor
en algunas de sus cartas, como tendremos ocasión de ver más ade-
lante. En este caso lo personal llega al límite extremo de no tener
ni siquiera la destinación confidencial de las cartas. Nadie había de
leer esas páginas mientras viviera el autor. Tal era su voluntad. Por
eso las guardó celosamente, como algo que resellaba los secretos
más íntimos de su espíritu.
Tenemos casi un término medio entre estos escritos privados o
confidenciales y los del grupo siguiente en las Consideraciones so-
bre la modificación de las Reglas. Por una parte, es clara la inten-
ción doctrinal y expositiva, notablemente razonada; por otra, que-
da patente el deseo de que no se divulgue como un escrito público.
Es el mismo caso que el de las normas impartidas por correspon-
dencia o comunicadas personalmente a los miembros con quienes
inició diversas experiencias fundacionales. No parece que tuviera
nunca intención de dar publicidad, por lo menos impresa, a estas
páginas.

b.—Escritos doctrinales

De alguna manera todos los escritos pueden considerarse doc-


trinales, en cuanto necesariamente subyace un pensamiento que les
da trabazón y consistencia lógica. Es un sentido general e indirecto.
En sentido propio y específico, doctrinales son los que están com-
puestos con la intención directa de presentar un cuerpo más o me-
nos sistemático de enseñanzas. A este género pertenecen todos los
publicados por el P. Palau. Todos ellos están destinados a un públi-
co bien definido de lectores. Todos ellos tienen también explícita fi-
nalidad doctrinal y pedagógica.
Es más reducida en los de tipo jurídico o normativo, como en
los varios textos legales de las Reglas por él redactadas, y más am-
plia y ambiciosa en los concebidos directamente para la enseñanza,
como el Catecismo de las virtudes y la Lucha del alma. Incluso en
154 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

los de carácter eminentemente devocional, como en el Mes de Ma-


ría, está patente la preocupación doctrinal. No se trata de fomentar
la devoción sentimental, sino de asentarla en bases doctrinalmente
sólidas.
Doctrinal en el caso de los escritos paulatianos no es equivalen-
te de teórico y abstracto. Al contrario, la doctrina se proyecta siem-
pre en una dirección eminentemente práctica. Todas sus páginas es-
tán redactadas con una finalidad pastoral concreta: le interesa ins-
truir e iluminar la inteligencia para mover al bien y a la virtud. La
teoría por la teoría está al margen de sus preocupaciones apostó-
licas.
4.°) Según la estructura y el género literario resulta bastante
difícil una agrupación satisfactoria. Desde este punto de vista ape-
nas hay un par de escritos idénticos. Cada uno está modelado de dis-
tinta manera. Si tenemos en cuenta el género literario predominan-
te, no exclusivo, podemas hacer ciertas distinciones sustancialmen-
te válidas. Si descendemos a detalles más particulares cabrían casi
tantas categorías como escritos. En plan orientativo pueden distin-
guirse: -Escritos normativos o jurídicos, que se ajustan al módulo
tradicional de reglas o leyes. A este grupo hay que reducir las Re-
glas y Constituciones redactadas para las diversas asociaciones, co-
munidades o Congregaciones fundadas o promovidas por el P. Pa-
lau, desde la «Escuela de la Virtud» hasta los Ermitaños de Randa.
— Como escritos apologéticos y polémicos podemos considerar
la Vida solitaria, y el Exorcistado. — Escritos expositivos en forma
dialogada son: El catecismo y la Lucha del alma mientras el Mes
de María es más bien expositivo sistemático, pero con esquema pu-
ramente funcional o externo. — De índole narrativo-descriptiva te-
nemos Mis Relaciones y La Iglesia de Dios. Tanto estos como los
de carácter más personal y autobiográfico se distinguen por su gé-
nero figurativo y profético.
Se podrían proponer aún otros apartados para sistematizar de
algún modo los artículos periodísticos y otros escritos de índole
muy variada. Por su mismo carácter son reacios a encasillamientos
demasiado concretos. No presentan, por lo demás, novedades de im-
portancia. Tanto en el género literario como en el tono estilístico se
ajustan a módulos muy corrientes en la época en que vivió el autor.
No tuvo por su parte deseos ni veleidades de crear nuevas catego-
rías didácticas ni expositivas. Lo más original se debe a su pecu-
liar conformación psicológica y se manifiesta, por lo mismo, en los
escritos de índole autobiográfica.
EULOGIO PACHO 155

Supuestas estas consideraciones generales, será más fácil darse


idea exacta de cada uno de los escritos. Presentaremos únicamente
los de mayor amplitud e importancia.

II. DESCRIPCIÓN Y ANÁLISIS DE LOS ESCRITOS

Prescindiendo de las clasificaciones establecidas en el párrafo


anterior, para mayor comodidad seguimos el orden cronológico de
composición. Omitimos la descripción minuciosa de los datos biblio-
gráficos y tipográficos, ya que figurarán en otro lugar más propio,
es decir, en la bibliografía general del P. Palau. De momento apun-
tamos sólo los elementos necesarios para identificar y distinguir su-
ficientemente los diversos escritos analizados.
Aunque sin sujetarnos a un esquema rígido e inmutable, consi-
deramos brevemente todos aquellos aspectos que resulten útiles o
necesarios para tener una idea suficientemente clara de cada obra,
incluso en los casos en que no pueda verse o consultarse personal-
mente.

1.—Lucha del alma con Dios o conferencias espirituales, en las


que un alma de oración es instruida sobre el modo de negociar
con Dios el triunfo de la religión católica...

Apareció en 1843 en Montauban (Francia) en una edición redu-


cida y con ejemplares numerados o contraseñados. La contraseña
consistía en la rúbrica autógrafa del P. Palau, por lo menos es la
que figura en los raros ejemplares conservados de esta primera edi-
ción. Que la edición debió de ser notablemente modesta lo demues-
tran los datos apuntados: el carácter de rareza bibliográfica de los
pocos ejemplares conocidos y el hecho de su contraseña o «ex-li-
bris» autógrafo (8).
Acaso fallaron los cálculos hechos sobre su posible difusión. Se
agotó relativamente pronto y por eso se reeditó de nuevo en 1869
8 Esta va en el reverso de la anteportada, seguido de esta advertencia:
«Esta obra es propiedad de los autores. Todos los ejemplares (sic) llevarán la
siguiente rúbrica». No es absolutamente seguro que tal rúbrica sea autógrafa del
P. P a l a u , como tampoco sabemos si era idéntica en todos los ejemplares. Am-
bas cosas parecen muy probables. Son secundarias y de reducido alcance, si no
es para d e m o s t r a r la preocupación de salvaguardar la obra de falsificaciones y
posibles usurpaciones editoriales.
156 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

en Barcelona, incluyendo la obra en la entonces prestigiosa serie o


colección de la «Librería Religiosa», promovida por San Antonio
María Claret. En la portada de esta segunda edición se dice explíci-
tamente que la obra se imprime «corregida». En qué consistieron
las modificaciones o correcciones introducidas no se advierte en nin-
guna parte. Tampoco es fácil descubrirlas por simple comparación
de ejemplares.
En realidad, los cambios han sido mínimos e insignificantes (9).
Para estas notas seguimos la segunda edición por presentar el pen-
samiento definitivo del autor.

a.—Paternidad de la obra

Hablamos del «autor» en singular a pesar de que en la portada


del libro figuran como responsables del mismo el P. Palau y el en-

9 Como muestra de los cambios introducidos en la segunda ed. de la Lucha


podemos recordar los siguientes: en la primera ed. la aprobación o censura de
Montferrand, se publica en francés y en español (p. 5-9), m i e n t r a s en la se-
gunda sólo aparece en castellano (p. 5-6). — En la segunda ed. desaparece t a m -
bién la autorización o i m p r i m a t u r del Vicario General de Montauban, que fi-
guraba en la p r i m e r a ed. (p. 9) en francés. — En la carta de presentación, que
hace las veces de «introducción» se leía en la primera ed.: «Carta de un di-
rector español». En la reimpresión desaparece la especificación de «español». Útil
o necesario en Francia, no lo era ya en España. — Al final de- la primera ed. se
añadía esta declaración: «El Excmo. e limo, señor D. Antonio F e r n a n d o de
Ecdanobe y Zaldíbar, Arzobispo de Tarragona, concede 80 días de indulgencia
a todos los fieles cristianos que lean este libro, esperando que los limos. Prela-
dos de las almas que así lo ejecutaren, p r e s t a r á n su anuencia a tan piadosos
deseos» (375). T a m b i é n este p a r t i c u l a r desaparece en la segunda ed. En la pági-
na siguiente (376) se ponía en la primera ed. una «fe de erratas» de este t e n o r :
«Errata substancial.—En la página 7, línea penúltima donde dice: "raro cono-
cimiento", léase: "vasto conocimiento"», corrección que se realiza en la se-
gunda ed. (p. 5), pero en la que no figura la «fe de erratas». En el ejemplar
de la primera ed. que se guarda en el Archivo Central de las Carmelitas Misio-
neras (Roma) la «fe de erratas» impresa ha sido completada con algunas indi-
caciones m a n u s c r i t a s que señalan yerros en las pp. 79, 125, 154 y 306, y la
m i s m a m a n o ha introducido en esas páginas del texto las correcciones que aquí
denuncia. No deben ser del a u t o r ya que no se introducen en la segunda ed.
y, en realidad, no se t r a t a de yerros sino de modificación de frases. — Las mo-
dificaciones m á s considerables entre a m b a s se refieren a las notas puestas como
aclaraciones al pie de página. La distancia de tiempo entre ellas había cambia-
do notablemente hechos y circunstancias mencionadas o aludidas en la primera
impresión del libro. El texto se deja idéntico en la segunda ed. pero en nota
se advierte con frecuencia la nueva situación y la posible no correspondencia
con lo que ocurría al m o m e n t o de r e i m p r i m i r la obra. Véase, por ejemplo, las
pp. 31, 44, 83, 89, 135, 150, 227, etc. — Es de advertir que en la primera ed.
las notas de simple aclaración al pie de página (y la llamada respectiva del
texto) se introducen con u n asterisco. Las demás de forma corriente con nú-
meros. En la segunda ed. todas siguen este segundo s i s t e m a . — T a m b i é n se dan
diferencias, de índole p u r a m e n t e tipográfica, en el uso de cuerpos y tipos de
letra. — Las relativas al texto m i s m o son insignificantes; cf. respectivamente
pp. 133 y 135.
EULOGIO PACHO 157

tonces canónigo de Tarragona, Dr. José Caixal. Según lo expuesto


anteriormente, resulta claro que la aportación de este último es mí-
nima y además difícil de determinar. El verdadero autor es el P.
Palau. Abundan las pruebas para demostrarlo. Apuntamos sola-
mente algunas. A lo largo de todo el libro existe absoluta identidad
de estilo, si se exceptúa acaso la presentación o prólogo «al lector»
(p. 7-19). Ese estilo concuerda hasta en los detalles más mínimos e
inverosímiles con el del P. Palau. Quien esté familiarizado con él,
lo advierte sin la menor dificultad. A la coincidencia de frases, giros
y expresiones típicas de su pluma hay que añadir la repetición de
temas y pensamientos en escritos suyos contemporáneos y posterio-
res. Sin esfuerzo alguno pueden presentarse en sinopsis páginas
enteras de la Lucha y de la Vida solitaria. También de otros escri-
tos que le pertenecen a él en exclusiva.
En la introducción a la obra, presentada como una «carta de un
director a una hija suya espiritual» (p. 21-64) se atribuye la compo-
sición a la misma persona que firma esa carta y que no es otra que
el «Fr. Francisco Palau, Carmelita descalzo» (cf. p. 64). Abundan
las expresiones de este tenor: «La envío a Vd. en el libro que in-
cluyo una colección metódica de todas las ideas que al presente es-
tán a mi alcance relativas a orar debidamente por la religión del
Reino, al que he puesto el título de Lucha del alma con Dios» (p. 55).
Añade pocas líneas más adelante: «He adoptado la forma de
diálogo y de conferencias entre Vd. y yo, ya porque me ha parecido
que dejaba más libertad al espíritu para manifestarse, ya porque
se acomoda más a la llaneza con que quiero expresarme» (p. 55-56).
Solamente quien poseía el secreto de la trama y contenido del libro
podía escribir en esta introducción: «Hasta la conferencia cuarta
he observado rigurosamente el diálogo entre Vd. y yo» (p. 56).
Insinuando las luchas internas que hubo de superar para deci-
dirse a llevar a la imprenta la obra escribe: «Este pensamiento —si
sería voluntad de Dios que se imprimiera— fue ocasión de un terri-
ble combate para mi espíritu, que ha durado hasta que lo entregué
para darlo a luz» (p. 59). Apunta seguidamente las razones que mo-
tivaban esa lucha interior, entre las que destaca: la lamentable si-
tuación religiosa de España; la necesidad de la oración para sal-
varla; la falta de instrucción y aprecio de este medio eficaz de im-
petrar la ayuda de Dios. Luego continúa: «Mi inhabilidad y falta
de estilo, mayormente en una obra de tanto interés... y el haber ob-
servado varias veces que para desacreditar la oración ha bastado
que yo pronunciase su nombre». Y concluye la confesión estricta-
158 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

mente personal: «Esta lucha interior llegó a tal punto que tuve que
poner el pleito en manos terceras: presenté el libro a personas que
podían darme consejo y fueron de parecer que debía imprimirse»
(p. 60). A lo largo de la obra remite con frecuencia en notas a estas
declaraciones introductorias, reafirmando la pertenencia exclusiva
del texto a su pluma. Probablemente Caixal fue una de esas perso-
nas que aconsejaron la impresión y colaboraron en la misma de
manera más inmediata.
La lectura atenta del libro proporciona abundantes pruebas en
pro de la paternidad exclusiva del P. Palau, pero no merece la pena
insistir en un punto suficientemente claro. Podrían añadirse argu-
mentos de índole histórica o de crítica externa, como la atribución
unánime y constante de cuantos han depuesto y escrito sobre él y
sobre su producción literaria. En el mismo sentido convergen las
frecuentes recomendaciones que el mismo P. Fundador hace de es-
ta obra en sus cartas a Juana Gratias y a otras personas que se con-
fiaron a su dirección espiritual. Lo hace de tal manera que da por
descontado tratarse de un escrito suyo personal (10).

b.—Fecha y circunstancias de la composición

Sobre la finalidad, las motivaciones y circunstancias que impul-


saron al P. Palau a la composición de la obra tenemos aclaraciones
explícitas y abundantes. Procuraremos sintetizar las más signifi-
cativas.
La Lucha del alma con Dios es el primer fruto de la pluma del
P. Palau: sus primicias literarias. La redacción de esas páginas hay
que colocarla durante los primeros años de su estancia en Francia.
Concretamente en los años 1841 y 1842. Su composición le ocupó
pocos meses. Las referencias a documentos y sucesos del 1841 ha-
cen situar su comienzo lo más pronto en el mes de marzo (11). El
manuscrito estaba terminado bastante antes de marzo de 1843, ya
que con esa fecha lo aprueba y recomienda el censor de Montauban,
excusándose de haberlo retenido, por razones de salud más tiempo
de lo que hubiera deseado (12). Con notable aproximación podemos
considerar concluida la obra al filo entre 1842 y 1843.
10 Pueden consultarse, entre otras, las cartas a J u a n a Gracias del 16 de julio
de 1857 y del 19 de noviembre del mismo año.
11 Cita en la contraportada p a l a b r a s textuales de la alocución de Grego-
rio XVI del 1 de marzo de 1841. En el cuerpo del libro cita otros documentos
del mismo Papa de 1836, 1841 y 1842. Del último copia incluso algunos p á r r a -
fos (cf. p, 266-268).
12 Fue censor de la obra el profesor del seminario de Montauban, Montfe-
EULOGIO PACHO 159

En el mismo abundan las insinuaciones que nos sitúan en esas


fechas precisas. Las notas aclaratorias de índole cronológica aña-
didas en la segunda edición repiten varias veces que el texto se
compuso en 1842. Lamentándose de la despreocupación existente
por buscar remedios para mejorar la situación crítica de España,
afirma en el libro que nadie, o muy pocos, pensaban en el asunto.
Añade en la reimpresión de 1869: «Sin embargo, desde que esto se
escribió, en 1842, parece se observa un movimiento marcado de las
almas buenas a ocuparse de este importantísimo negocio» (p. 31,
not.). En otro lugar afirma que varias diócesis estaban gobernadas
por «pastores ilegítimos», y una nota añadida aclara que «esto era
exacto en 1842, en que estas cosas se escribían» (p. 227). Cita varias
veces en el libro los documentos de Gregorio XVI relativos a Espa-
ña, fechados en 1836, 1841 y 1842 (cf. p. 268). Copia incluso párrafos
de los mismos. Aparte diversas alusiones al emanado como jubileo
en favor de la Iglesia en España (cf. p. 150, 320, etc.) lo recuerda co-
mo de fecha inmediata al momento en que él escribe (13).
La referencia explícita al documento pontificio emanado el 22
de febrero de 1842 se halla casi al final del libro, pero a él se alude
ya en la introducción. La segunda conferencia o capítulo está re-
dactado pocas semanas después de aparecida la encíclica de Grego-
rio XVI. Lo asegura una nota aclaratoria puesta en la segunda edi-
ción a un texto de valiente denuncia de la situación político-religio-
sa: «El pueblo, ha pecado... y se va quedando sin religión... aban-
donado a los caprichos de las sectas de la impiedad, las que para
mofarse más de él han hecho celebrar con gran pompa las funcio-
nes de Semana Santa, mientras el clero está luchando con las ago-
nías de muerte por la espantosa miseria en que le tienen». La Se-
mana Santa aludida no es otra que la de 1842 (14). Estos datos, y

rrand, y firma su favorable censura el 20 de marzo de 1843. El 3 de abril del


mismo año da su «imprimatur» el Vicario General de la diócesis P. Guyard.
Del primero son estas expresiones: «Siento vivamente que el estado de mi salud
no me haya permitido examinarle más pronto, pues habría recogido y gustado
antes las preciosas ventajas de su l e c t u r a ; y sobre todo hubiera tardado menos
en ofrecer a V. S. este débil homenaje de la respetuosa obediencia con la que
tengo el honor de ser, m u y Ilustre Señor, de V. S. el más h u m i l d e y obediente
servidor, Montferrand, Pbro. Profesor» (p. 9 de la I a ed., 6 de la 2 a ).
13 Escribe t e x t u a l m e n t e : «Señor, quien me manda luchar con Vos en la
oración por la salvación de la Iglesia de España es la Iglesia, es su Jefe y
supremo P a s t o r y Vicario de Jesucristo, en las alocuciones de 2 de febrero de
1836 y I o de marzo de 1841, que he leído, y en la encíclica para el jubileo en
favor de dicha Iglesia, que expidió en 22 de febrero de este año» (p. 268 - 269).
14 En la segunda edición se añade el texto copiado esta nota que va al pie
de la p á g i n a : «Esto se escribía poco después de la Semana Santa de 1842 cuan-
do por orden del Gobierno (¡vaya un rasgo de su piedad cismática!) se acababa
de celebrar sus funciones con la pompa antigua, y mientras anunciaban los pe-
160 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

otros fáciles de reunir, demuestran sobradamente que el libro fue


compuesto durante los primeros meses de 1842.
Ayudan también a configurar el ambiente que rodea al autor
y a descubrir los móviles que le impulsan al emprender su tarea
apostólica por medio de la pluma. Se encuentra alejado del suelo
patrio como víctima de una lucha fratricida que tiene divididos a
los españoles. En el fondo la guerra más que política es religiosa.
El conoce perfectamente las raíces de la crisis y los antecedentes
históricos que han desencadenado una sistemática y furiosa perse-
cución contra la Iglesia (15). No le interesan ni le preocupan otros
problemas fuera de los estrictamente religiosos. Desde su exilio for-
zado en Francia sigue con atención el desarrollo de la situación es-
pañola. Ha llegado para él al borde del abismo. La piedad y la reli-
giosidad tradicional están amenazadas de muerte. La intervención
del magisterio solemne de la Iglesia, pidiendo a todo el mundo sú-
plicas por la Iglesia española, le confirma en su visión dramática-
mente pesimista.

riódicos que el Excmo. Sr. Allue y Sese, patriarca de las Indias, y un canónigo
de Palencia h a b í a n muerto en la m a y o r miseria y probablemente víctimas de
ella, y que era espantosa la indigencia en que se h a l l a b a todo el clero» (p. 89,
not. 2). Notas de este tipo hacen sospechar si fueron redactadas por el mismo
P. P a l a u o más bien por quienes se preocuparon directamente de la reimpresión
del libro. De que respondan a su pensamiento no cabe duda. Escribe esto mismo
él en p. 123-124.
15 Buena parte de la Lucha del alma se ocupa en describir la situación ca-
lamitosa de la Iglesia en general y de la española en particular. Aunque carga
demasiado las t i n t a s negras acierta en el diagnóstico del mal. Las sumarias
narraciones de la historia de España y de Francia desde la época revoluciona-
ria, agrupa entre los siglo xvm y xix, con sus consecuencias inmediatas en
el campo religioso, demuestran un conocimiento preciso de los hechos más des-
tacados y una viva penetración de su significado histórico. Aparece anclado en
un ambiente que escruta con avidez, cual vigía atento a cualquier ataque ines-
perado a la Iglesia. Pruebas de su contacto con la historia más reciente nos la
ofrecen los datos bien precisos de las persecuciones religiosas y de los desas-
tres políticos recordados con pleno conocimiento de causa en las pp. 78-80, 83,
89, 123-124, 286-272, 268-269, 295-296, 338, etc. En las páginas 122-125 traza un
cuadro fiel y realista de la situación religiosa de España, denunciando con acier-
to los problemas de fondo. Ahí y en otros lugares, llega a penetrar con agudeza
en las raíces históricas o causas más profundas de la crisis. Son para él el
espíritu y la doctrina de los ilustrados o «iluministas» (p. 124), el ateísmo
derivado de sus principios, el fanatismo de las sectas antirreligiosas y la men-
talidad liberal y anticlerical de los gobiernos. Resumiendo el proceso histórico
a n t e r i o r al m o m e n t o que escribe, dice t e x t u a l m e n t e : «En resumen, de cuarenta
y dos años que llevamos del siglo xix, veinte a lo menos ha estado extendido
el brazo de Dios sobre España, azotándola con la guerra, y habiendo sido los
restantes más bien una tregua que una verdadera paz» (p. 79). — También está
m u y al corriente de la actuación de la Santa Sede t a n t o con respecto a España
como en relación a los problemas fundamentales de la Iglesia universal, (cf.
pp. 46-48).
EULOGIO PACHO 161

c.—Finalidad del escrito

Tal como se presentan las cosas, lo único que él puede hacer


para remediar la situación, es secundar la voluntad del Romano
Pontífice orando y haciendo orar a las almas buenas para desarmar
la indignación divina ante tanta iniquidad. Para él, y para todos los
que se encuentran en idénticas o parecidas circunstancias, la única
arma eficaz con que se cuenta para luchar por la Iglesia perseguida
es la oración y el sacrificio. Hay que tentar el supremo esfuerzo.
Quien ame a la Iglesia debe responder a su llamada angustiosa. De-
be entablar una lucha con Dios para que se apiade de «su hija», que
es la Iglesia (16).
En este contexto histórico y en esta postura espiritual empuña
la pluma, como si de una espada se tratara, para redactar esas pá-
ginas ardientes de celo y de fuego que son la Lucha del alma con
Dios. La oración que ha de salvar a la Iglesia no se practica o, si se
practica, no se hace como se debe. Lo que él intenta es precisamen-
te eso: enseñar la manera más apropiada para servirse de la oración
como de instrumento en pro de la Iglesia. Se propone enseñar las
formas más convenientes para que la oración y la ofrenda de la
propia vida sean de valor propiciatorio e impetratorio. Este es el
pensamiento clave que sirve de base e hilo conductor a todas las
páginas. Donde mejor sintetiza sus intenciones y el núcleo de su
pensamiento es en la introducción. Su libro quiere ser «una colec-
ción metódica de todas las ideas que al presente están a mi alcance,
relativas a orar debidamente por la Iglesia del Reino». Dicho de otra
manera: quiere ofrecer «todo lo que puede humanamente practi-
car quien desee sinceramente «cooperar plenamente con el Espíritu
Santo en esta lucha» (17).
Por el título abreviado con que suele citarse apenas es posible
descubrir el tema central. Queda suficientemente aclarado en el
subtítulo que reza, como es sabido: «Conferencias espirituales, en

16 «No cabe duda —escribe— de que todos debemos aplicar a nuestra mo-
ribunda m a d r e la Iglesia de España el remedio de la oración que sola queda
p a r a salvarla de su total ruina» (49). Esta frase destacada tipográficamente es
una especie de lema o leit motiv que se repite incesantemente, en particular en
la introducción (cf. p. 25, 45, etc.)
17 Los textos entrecomillados corresponden a la p. 55. Sintetiza bien cla-
r a m e n t e el intento de la obra el epígrafe de la carta introducción. Reza a s í :
«Carta de un director a una hija suya espiritual, en la que la instruye sobre
el espíritu de oración que debe seguir en la horrenda borrasca de que actual-
mente se ve agitada en España la navecilla de la Iglesia, y que sirve de intro-
ducción a la obra» (p. 21). Llega h a s t a la p. 64.
162 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

las que un alma de oración es instruida sobre el modo de negociar


con Dios el triunfo de la religión católica en España y el exterminio
de las sectas impías que la combaten».
Aunque el título principal —Lucha del alma con Dios— apa-
rezca a primera vista atrevido y equívoco fue pensado y decidido
con toda intención. Por eso se apresura a justificarlo en las primeras
líneas dirigidas al lector: «No podrá menos de haberte chocado,
benévolo lector, el título que hemos puesto al libro que te presen-
tamos, ¡Lucha del alma con Dios...!» (p. 7). La justificación se fun-
damenta en un largo razonamiento que condensa prácticamente to-
do el contenido de la obra y su misma razón de ser. Determina en
parte el mismo método seguido en la exposición de la doctrina, por
lo menos en lo que a las líneas generales atañe.
Arrancando del silogismo que está a la base de esta justifica-
ción podemos darnos cuenta de la estructura interna de la obra, de
la disposición material de sus partes o apartados y de su contenido.
Trata de aclararlo todo el prólogo «Al lector» y en la carta intro-
ductoria.

d.—Justificación del título y contenido del libro

Es una constatación evidente que la Iglesia y las naciones se


ven frecuentemente azotadas por luchas, crisis, persecuciones y otros
males. Causa de ellos suelen ser las infidelidades y los pecados de
los hombres. Tales pecados reclaman la justicia divina, que debe ser
reparada. Los castigos que Dios inflige a la humanidad son mani-
festación de su divina justicia. En cuanto tales castigos son privación
de bienes espirituales y eternos, Dios «no sólo no los quiere, sino que
su voluntad es que ni aún nosotros los queramos» (cf. p. 12-14).
Dios permite en la «Iglesia tan crueles batallas, porque quiere
su triunfo y su corona» (p. 16). En cuanto las persecuciones y los
combates contra la Iglesia son motivo de que una nación católica
sea llevada a la ruina y ofenda a Dios con su prevaricación, el alma
«no sólo no debe quererlos, sino que debe luchar con Dios, pidién-
dole que la salve de la tempestad; y debe trabajar con todo em-
peño en verse libre de las tentaciones» (p. 12). En consecuencia,
«toda la nación en masa, y cada uno de sus individuos deben amar a
Dios justo y ordenar estos castigos a la gloria de un Dios amante de
su justicia» (p. 13-14).
Los castigos divinos, aunque privación de bienes, son verdade-
ros males con los que no puede conformarse el alma como tampoco
EULOGIO PACHO 163

se conforma la divina voluntad. Por el contrario, el hombre «debe


aplicar todas sus fuerzas para que el Señor deje de manifestársele
Dios de justicia, de ira, de furor, y se le muestre Dios de paz, de
bendición, de misericordia y fuente de todo bien» (p. 14). Se insi-
núan ya en estas páginas introductorias el tono y el simbolismo
marcadamente antropomórfico inspirados en la biblia, que dominan
toda la obra.
En la fundamentación de estas afirmaciones recurre a los prin-
cipios de Santo Tomás, explícitamente citado aquí, como en otros
puntos claves del libro. Arranca de los dos aspectos en que puede
considerarse la voluntad divina respecto a las cosas criadas, es de-
cir: respecto a las cosas que Dios quiere y a las que permite, y en
orden al fin que pretende (p. 7-8). Razona así:
«Dios con voluntad permisiva quiere la batalla de la Igle-
sia con las potestades infernales; nosotros no debemos querer-
la. He aquí el choque de voluntades: la nuestra, chocando con
la de Dios, parece que se le opone y que no quiere lo que Dios
permite, y lucha con la de Dios, que para gloria de su Iglesia,
con voluntad permisiva quiere las horrorosas batallas que al
presente sufre la Iglesia. Nosotros porque estas batallas nos
tienen al borde del precipicio no las queremos, y de aquí nace,
y en esto consiste esta terrible Lucha del alma, de que vamos
a hablar en este libro» (p. 17-18).

Tratar de convertir las desdichas, las persecuciones y los cas-


tigos permitidos por Dios, como «azotes contra la Iglesia y las na-
ciones», en «misericordias», es luchar «con el juez, con las leyes de
su justicia, contra Satanás y los pecados; es cumplir la voluntad
de Dios, el cual quiere que así lo hagamos. El alma que en esto se
ocupa lucha con Dios en favor de la Iglesia de Jesucristo contra los
pecados, contra Satanás y las sectas de la impiedad que la comba-
ten» (p. 15). Responde esta idea clave al pensamiento paulino de
que la lucha del cristiano o de la Iglesia no es contra la carne y la
sangre, sino contra las potestades de las tinieblas (18).
Aunque propone estos principios como válidos para la Iglesia
en general los aplica de manera concreta al caso de la Iglesia en

18 Cf. Efesios 6, 12: «que no es nuestra lucha contra la sangre y la carne,


sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de
este m u n d o tenebroso, contra los espíritu malos de los aires». — El ascendiente
más claro de la l i t e r a t u r a espiritual española en que pudo inspirarse el padre
P a l a u para epigrafiar su obra es, sin duda, fray J u a n de los Angeles, OPM, con
su Lucha espiritual g amorosa entre Dios g el alma, ed. en NBAE, tom. 20, pp.
273-262.
164 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

España, considerándola «una nación justamente y de muchas ma-


neras azotada por la mano del Señor a causa de sus gravísimos pe-
cados». Ha de reconciliarse con Dios «por la oración y el sacrificio»
(p. 19). Estas son las armas que tiene el alma a su disposición para
luchar con Dios a fin de que se muestre misericordioso y como juez
dicte una sentencia de perdón.
Manteniéndose siempre en un plano figurativo, la trama de la
obra se desenvuelve así. La Iglesia española se presenta como vícti-
ma y reo ante el trono del juez divino, a causa de sus prevaricacio-
nes y pecados. Merece justa condena por los mismos, pero el alma
que anhela el bien de la Iglesia se dirige afligida ante el tribunal
donde se ha de dictar sentencia y, aunque reconoce lo merecido del
castigo, implora clemencia y misericordia. Lo hace con la oración,
la mortificación, las plegarias, las súplicas y el sacrificio. En la car-
ta introductoria y en buena parte del libro insiste en esta idea cen-
tral. La Iglesia, sobre todo en España, está al borde del abismo; hay
que salvarla, pese a que todo es permisión de Dios. «Jesús, escribe,
puede salvar a nuestra patria del monstruo de la impiedad que pre-
tende arrebatarla el tesoro inestimable de la fe: lo quiere y no lo
hace, porque no hay quien se lo pida debidamente, esto es, con las
condiciones que exige la verdadera oración» (p. 25).
Todo el contenido del libro gira en torno a estas dos ideas bá-
sicas, insistentemente repetidas: la descripción pesimista, casi ele-
giaca, de la Iglesia, en particular de la española, y la forma de apli-
car el remedio a tantos males. La oración, presentada como instru-
mento de lucha con Dios, se toma en su acepción más general. Al
hablar de una forma o método adecuado para impetrar la divina mi-
sericordia, no alude a sistemas particulares de oración mental; en-
globa todas las prácticas de piedad, tanto personales, como colecti-
vas que tienen particular sentido de súplica y oblación. El predomi-
nio, sin embargo, corresponde a la oración personal. En este plano
debe ir especialmente acompañada del sacrificio. Y a este aspecto
es al que alude en sus cartas cuando recomienda el método de ora-
ción aquí propuesto. En el aspecto devocional y comunitario propo-
ne prácticas piadosas y penitenciales de uso frecuente en su época.
Van desde las formas litúrgicas basadas en los sacramentos hasta
las procesiones y rogativas (19).

19 Más q u e exponer directamente un método de oración m e n t a l le interesa


t r a z a r u n plan de vida que, basado en la práctica general de la oración, sea
de provecho para la Iglesia y medio de santificación para las almas. Se dirige
a las que se preocupan seriamente por vivir una vida cristiana consciente y
responsable. Aunque dentro de ese plan general de la oración caben todas las
formas, es clara su preferencia p o r la oración personal meditativa. Al respecto,
EULOGIO PACHO 165

Para tener una idea sumaria del contenido bastará recordar los
epígrafes de las seis conferencias o capítulos de que consta el libro.
Se suceden en este orden, después del prólogo al lector (p. 7-19) y
de la Carta introductoria (p. 21-64). En la conferencia primera el
Director describe al alma, su interlocutora (ficticiamente figurada
en «Teófila») sus penas, debidas a la situación dolorosa de la Igle-
sia española. Termina fijando los puntos básicos a desarrollar en
las conferencias siguientes (p. 65-72). — La conferencia segunda es
una amplia y minuciosa descripción de los males que afligen a la
Iglesia en España y de sus causas (p. 73-90). — Continúa el tema en
la primera parte de la conferencia tercera y, a la vez, comienza a
proponer remedios, apuntando como fundamentales: la penitencia,
la oración acompañada del sacrificio y la renovación del sacrificio
de la Cruz todos los días con este fin (p. 129-166). — En la confe-
rencia cuarta se describe el aspecto positivo de la obra, es decir, la
forma de negociar con Jesucristo, a través de la intercesión de Ma-
ría y de los santos, el triunfo del bien sobre el mal, o lo que es igual,
el triunfo de la religión sobre la impiedad y el de la Religión en
España. Se desarrolla en una especie de coloquio entre Cristo y el
alma; algo así como el diálogo alternado del Esposo y la Esposa
(Cristo y el alma) tan familiar en la literatura espiritual o mística,
desde el Cantar de los Cantares hasta el Cántico de San Juan de
la Cruz.
En las dos últimas conferencias (la 5a y la 6a) se altera notable-
mente el plan inicial y la perspectiva general presentando el tema
como un proceso judicial: la causa de la Religión o de la Iglesia es
juzgada ante el tribunal supremo de Dios. Satanás y las fuerzas de
la impiedad hacen de acusadores; el alma se presenta como inter-
cesora recabando como abogados a los ángeles y santos, confiando,
sobre todo, en la intercesión de María (20). Los epígrafes de las con-
ferencias y de los apartados menores son muy genéricos; responden

se aprecia sin dificultad que en el fondo está latente no sólo la formación car-
melitana del autor, sino también la forma peculiar de la oración a lo teresiano.
Sobre todos estos particulares es ilustrativa la nota que se lee en la p. 196.
Como ejemplos de prácticas devocionales y expresiones litúrgicas pueden verse
pp. 199-200; 209-213; 230-31; 245-254; 255-257; 275-277; 315-318; etc. — Entre
las devociones recomendadas destacan la de la Virgen y San José, en clara de-
pendencia teresiana. Como protectores y patronos de España, Santiago y la
Virgen del Pilar.
20 Resume muy bien todo el contenido de las cuatro primeras conferencias
que son así como la p r i m e r a p a r t e de la obra, al principio de la primera de
ellas, p. 71-72. Parece como si las dos restantes fuesen pensadas y añadidas con
posterioridad a este primer cuerpo. Merece destacarse en esta segunda parte por
su consistencia doctrinal el art. 5 o de la conferencia quinta relativo al sacrificio
de la Misa.
166 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

de manera bastante indecisa a su enunciado. Ello se debe al méto-


do o sistema empleado en el libro.

e.—El método y otras características

Si bien es verdad que las líneas generales obedecen a un orden


lógico con clara progresión, no es menos cierto que en el desarrollo
material es poco claro el proceso evolutivo de las ideas. Vuelven
una y otra vez los mismos conceptos bajo expresiones y metáforas
diferentes. La marcha del pensamiento no es lineal ni rectilínea,
por adoptar un procedimiento muy libre. No hay organización sis-
temática ni exposición orgánica. El lenguaje un tanto artificioso, las
descripciones ampulosas y las frecuentes digresiones hacen perder
el hilo de la trama doctrinal si no se pone especial atención en la
lectura.
Lo que acaso más contribuye a crear una especie de desorien-
tación en el lector poco familiarizado con sus modos y su estilo es
el método expositivo del diálogo indirecto. En el subtítulo de la obra,
puesto antes de comenzar la primera conferencia se declara quiénes
son los interlocutores. Dice así: «Diálogo entre un alma de oración,
representada con el nombre de Teófila, y su Director (p. 65).
En la carta introductoria (escrita ciertamente después del texto
de la obra) justifica así la elección de este método: «He adoptado
la forma de diálogo y de conferencias entre V. y yo, ya porque este
método me ha parecido que dejaba más libertad al espíritu para
manifestarse; ya porque se acomoda a la llaneza con que quiero ex-
presarme para ser bien comprendido de V. y de todas las almas de
oración, a quines principalmente me dirijo y que son, por lo común
gente sencilla; ya también porque así será menos seco y llamará
más la atención de V.», o del lector (p. 55-56). Lo que quizás en el
momento de escribir, y en el ambiente a que se destinaba el libro,
era una ventaja, hoy no lo es tanto.
Hasta la conferencia cuarta mantiene rigurosamente el diálogo.
Allí modifica un tanto el procedimiento y el diálogo se desarrolla
como un coloquio entre el alma (que está en primera persona, pero
sustituyendo a Teófila) y Jesucristo, su Esposo. Advierte este cam-
bio en la misma carta introductoria (p. 56). Ha llegado un momento
en que, convencida Teófila de sus razonamientos interviene activa-
mente en la lucha como protagonista. Ese es el motivo de la mu-
tación (21).
21 Es b a s t a n t e antiguo y frecuente este procedimiento del diálogo, incluso
EULOGIO PACHO 167

Hay frecuentes alteraciones a partir de la conferencia citada.


Incluso intervienen en el diálogo otros interlocutores, como la Vir-
gen, los santos, etc.
La doctrina es sólida y la trabazón íntima del pensamiento in-
dica que ha sido objeto de largas reflexiones y meditaciones. Es cons-
ciente el autor de mantenerse fiel a las enseñanzas de la Iglesia
(22) y busca siempre una fundamentación consistente en la Sagrada
Escritura y en los mejores teólogos. Todos los principios básicos en
que apoya sus doctrinas los toma del pensamiento tomista. Varias
veces lo hace de manera explícita (23).
Sin ser empalagosa ni sobreabundante su erudición en materias
y autores religiosos, es bastante notable. En ningún otro escrito
ofrece tantas referencias explícitas como en éste (24). En temas es-
pirituales se demuestra claramente su formación carmelitana. Se
complace en citar a Santa Teresa y proclamarse hijo suyo (25).
Desde este punto de vista de la información o documentación
lo más notable es el singular dominio que demuestra de la Sagrada
Escritura. Está omnipresente en todo el libro. Unas veces, como ale-
gaciones que confirman la doctrina propuesta; otras, como inspira-
ción de prácticas espirituales. Incluso hay ejercicios que se reducen
a copiar capítulos enteros de la Biblia en un sentido bastante afín
a la forma de paraliturgias modernas (26). Aparece ya bien clara su

dentro de la espiritualidad católica. El caso más similar al de la Lucha lo po-


dríamos ver en La introducción a la vida devota de san Francisco de Sales. Los
dos personajes ficticios: «Teófila» y «Filotea» significan lo mismo = a m a n t e s
de Dios. Se t r a t a de invertir los dos vocablos griegos de que se componen. Es
consciente de las digresiones frecuentes, cf. p. 196, not. 1.
22 Sus insinuaciones a este respecto son continuas. Al concluir el libro es-
cribe esta nota bien elocuente: «Todo cuanto decimos en este libro lo sujeta-
mos a la censura de nuestra santa madre la Iglesia católica romana, en cuya
fe y creencia queremos vivir y morir» (p. 352).
23 Asi por ejemplo, en pp. 169 y 171.
24 Cita explícitamente por lo menos a estos a u t o r e s : Flavio Josefo p. 117;
san Ambrosio, p. 149 y 160; san Bernardo, p. 203-204 y Ludovico Blosio, p. 60.
25 Así en p. 157, donde la llama «Doctora de la Iglesia», pp. 209, 212, 253.
26 P a r a darse cuenta de la dimensión bíblica de su exposición es necesario
ponerse en contacto directo con el libro. Es sintomático que al principio men-
cione explícitamente (p. 37) uno de los cursos bíblicos más usados en su tiem-
po. P r u e b a de que no se contentó con la lectura personal de la Sda. Escritura.
Entre los mil lugares relativos a personas carismáticas de la Biblia, cf. pp. 109,
117, etc.
— Copia fragmentos que forman cuerpo de su misma exposición, cap. 26
del Levítico (p. 93-98); cap. 28 del Deuteronomio (p. 98-104) cap. 30 del mismo
libro (p. 104-106); cap. 2 del II de Paralipómenos (p. 106-107); cap. 26 del
Levítico (p. 129-131); caps. 1 y 2 de las Lamentaciones de Jeremías (p. 216-221).
Desde la p. 346 hasta el final son fragmentos bíblicos, propuestos como remate
de todo lo expuesto en la o b r a : lucha, victoria y visión escatológico-apocalíptica
Como manera típica de a r g u m e n t a r doctrinalmcnte sirviéndose de la Biblia pue
den verse pp. 133-134; 190-193.
168 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

preferencia por las figuras «arquetípicas» del Viejo Testamento y


por los personajes carismáticos, como los profetas, así como por los
libros en que prevalece el género literario visionario, oracular, pro-
fético y apocalíptico. Esta tendencia no hará más que acentuarse en
sus escritos posteriores, especialmente en Mis Relaciones y en La
vida solitaria.

# # *

Los escritos redactados durante la estancia en Francia fueron


relativamente abundantes. Han llegado hasta nuestros días en con-
diciones muy precarias, si se exceptúa la Lucha del alma (única
obra impresa de este período). De algunos no queda otra cosa que
noticia de su existencia.
Las circunstancias ambientales que rodearon al P. Palau y el
tenor de su vida explican el carácter peculiar de gran parte de las
páginas de esta época. Empeñado en seguir los imperativos de su
vocación religiosa se decidió por la vida solitaria. Pensó que no sólo
era la mejor respuesta a su vocación, sino también la manera más
eficaz de servir, en su situación concreta, a la Iglesia.
Sin pensarlo ni desearlo, se creó una situación delicada; con
frecuencia hasta peligrosa. La condición de exiliado no le era favo-
rable y las autoridades, tanto religiosas como políticas, se declara-
ron hostiles, más que a su persona, a su forma de vida y a su pro-
selitismo contagioso. Con frecuencia tiene que empuñar la pluma
y salir en defensa de sus posturas religiosas y de las personas que
le están vinculadas.
Las preocupaciones apostólicas que motivaron la composición
de la Lucha del alma no desaparecieron al recluirse voluntariamen-
te en la soledad. Al contrario, se intensificaron orientándose en una
nueva dirección. Los días apacibles de retiro le depararon ocasión
inmejorable para meditar sobre el misterio de la Iglesia. Su pensa-
miento y su interés van desplazándose, durante estos años, del as-
pecto externo (Iglesia perseguida) hacia la vida íntima, hacia el
misterio. Se inicia entonces claramente la que ha de ser en ade-
lante su inconfundible visión eclesial. Son precisamente sus pági-
nas las que nos revelan o demuestran esta paulatina evolución.
Si dejamos a un lado la correspondencia epistolar, los docu-
mentos y trámites oficiales, la poducción literaria de esta época, la
podemos agrupar en dos apartados fundamentales. Un grupo lo com-
ponen los escritos de índole apologética o polémica, en que trata de
EULOGIO PACHO 169

justificar su género de vida. El otro, los consagrados al tema de la


Iglesia.
De la época franqesa son las primeras caitas llegadas hasta
nuestros días. Aunque se han perdido bastantes (algunas menciona-
das por él mismo) no deja de ser una suerte excepcional el poseer
varios autógrafos de piezas tan expuestas a la destrucción o a la
dispersión. El mayor número de documentos pertenece, sin embar-
go, a la serie de escritos y trámites oficiales, cuya conservación es
más segura, teniendo en cuenta su finalidad, su destinación y los
fondos archivísticos en que deben registrarse.
Peor suerte les ha tocado a los dos grupos de escritos antes
mencionados. Aunque llegaron los autógrafos de algunos hasta tiem-
pos relativamente modernos (1936), hoy día únicamente quedan co-
pias del primer grupo: escritos de índole apologética o polémica.
La pérdida más lamentable afecta a una obra que por sí misma lle-
naba el segundo: escritos consagrados al tema de la Iglesia.
Nos referimos a un escrito de notable amplitud y de singular
interés, a juzgar por las noticias que de él han quedado. Lo redac-
tó en latín durante los años pasados en la soledad de Montdesir-
Livron, es decir, entre 1845 y 1846. En el título mismo de una de sus
partes se dice explícitamente el día en que se comenzó y el que se
concluyó, según veremos.

2.—Quidditas Ecclesiae Dei per duas methaphoras expósita, sci-


licet, civitatis et corporis naturalis.
Este era el epígrafe general de la obra que, en versión castella-
na vendría a decir: Lu naturaleza de la Iglesia de Dios expuesta por
medio de dos metáforas, a saber: la ciudad y el cuerpo natural (27).
Los detalles y referencias de que hoy disponemos apenas permiten
aclarar algunos datos externos del escrito, así como las líneas fun-
damentales de su estructura interna. Constaba de varios libros o
cuadernos, cada uno con su título propio. De los cuatro, que con
toda verosimilitud podemos admitir, sólo de tres conocemos el títu-
lo y correspondiente contenido. Nada sabemos del tercero, pero no
es creíble que el autor redactara un «libro cuarto» sin componer el
tercero (28).
27 Tomamos el epígrafe latino del P. Alejo, Vida del P. Francisco, p. 95, al
igual que los demás datos relativos al manuscrito. Según propia confesión, tuvo
el original en sus manos a la hora de componer la biografía. P o r desgracia, pro-
porciona pocos datos concretos y deja en confuso algunas cuestiones que desea-
r í a m o s esclaracer. No distingue bien el título general del particular de cada
una de las partes, como veremos.
28 No deja de e x t r a ñ a r que los biógrafos, especialmente el P. Alejo que
tuvo a la vista el original, no h a y a n intentado aclarar este punto. Pueden ha-
170 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

Desarrollaba la materia en este orden, según los rótulos copia-


dos del autógrafo:
—- «El primer tratado de esta obra se llamará Libro de las tesis,
o proposiciones, ya que en él explanaré la naturaleza de la Iglesia
mediante algunos axiomas o principios, proponiendo una idea y no-
ticia universal de ella y, en cuanto me sea posible, íntegra».
— «El segundo tendrá como título el Libro de las figuras o lá-
minas, porque en él se podrá contemplar la Ciudad Santa y la Casa
de Dios esculpida en 39 láminas y delineada y pintada de varios
modos por innumerables figuras».
— «Libro cuarto, en el cual la Iglesia, que es el Cuerpo Mís-
tico de N. S. Jesucristo, se representa bajo la forma de mujer, de-
lineada en ilustraciones mediante diversas figuras. Obra comenzada
el día diez de febrero y acabada el veinticinco de marzo en la cueva
de la Santa Cruz, en el año 1846» (29).
Parece lo más lógico pensar que este libro cuarto formase par-
te de la misma obra que los dos anteriores: su continuación, junto
con el tercero del que no tenemos datos precisos. Se funda la sos-
pecha en el tenor del título, en el contenido que en él se anuncia
y en la ausencia de noticias sobre otra obra en latín de idéntico te-
ma y con varios libros o tratados. Incluso en el caso de que el autor
considerase esta parte como obra independiente, es claro que su
temática y su forma literaria la reducen a unidad de conjunto con
los dos primeros libros. Con ellos formaba un tratado general sobre
la naturaleza de la Iglesia.

cerse muchas suposiciones, pero en el estado actual de la documentación, con


pocas garantías de certeza. Pudiera darse que esa parte de la obra, si es que
la escribió, desapareciese p r e m a t u r a m e n t e . No puede excluirse un error de nu-
meración o de transcripción, resultando asi que en realidad el tercer libro equi-
valdría al que se dice cuarto. La sospecha proviene del titulo general. En el
libro segundo y cuarto se desarrolla todo lo que en él se a n u n c i a : figuración
en la ciudad (2 o ) y en el cuerpo (4 o ).
29 El epígrafe del libro segundo, en el original latino, lo reproduce el P.
Alejo, 1. c , p. 95, a seguido del título general que va en la not. 27. Suena li-
teralmente a s i : Quidditas ...Primus dujus operis tractatns Líber propositiomim
vocabitur, quia per q u a e d a m exiomata seu principia veritatis quidditatem Ec-
clesiae in eo explanabo, de ea universalein ac in q u a n t u m potero integram tra-
dens ideam ac n o t i t a m . — El segundo se rotulaba a s í : Secundus autem pro ti-
tulo habebit Líber chartarum, quia Civitatem sanctam et Domum Dei in 39
chartas sculptam et variis modis per i n n ú m e r a s figuras delineatam et depictam
contemplari in eo poterimus». Ib. p. 95-96.—Más adelante copia el epígrafe
del libro cuarto, considerándolo como obra d i s t i n t a : Líber quartus in quo Ec-
clesia, quae est D. ¿V. Jesucristi corpus mysticum, sub forma mulieris represen-
t a t u r per varias figuras delineata in chartis. Opus inceptum die decima februarii
et finitum die vigésima q u i n t a martii in spelunea Sanctae Crucis anno Domini
1846». Ib. p. 106.
EULOGIO PACHO 171

La fecha de 1846 que se señala al fin del título puede referirse


por igual a todo el escrito o solamente al libro cuarto, ya que la
expresión latina usada («opus»), en ese contexto, admite ambas in-
terpretaciones. Lo más probable es que se refiera a todo el escrito
aunque el espacio de un mes largo (10 de febrero - 25 de marzo) es
relativamente exiguo, aun cuando no fuese muy extenso (30). En
todo caso, las fechas topes del comienzo y del fin no cabe distan-
ciarlas mucho: dentro de 1846, o a lo sumo, desde los últimos me-
ses de 1845.
Pese a la explícita afirmación de haberse compuesto en la «cueva
de la Santa Cruz», caben posibles confusiones. A lo largo de la vida
del P. Palau, figura siempre como tal, de manera antonomástica la
cueva de Vallcarca^ (Barcelona). Es lo que ha inducido, sin duda,
al P. Alejo a pensar que fue en Vallcarca donde escribió esta obra
(31). Se trata de un pequeño desliz, corregido en las biografías pos-
teriores.
Por cartas del mismo padre Fundador sabemos que bautizó tam-
bién con el nombre de «Santa Cruz» a la cueva en que habitó, cabe
el castillo de Montdesir (32). Como quiera que en la fecha apuntada
en el epígrafe se hallaba en Francia, y no en Barcelona, está claro
que la composición de este escrito hay que colocarla en Santa Cruz
de Montdesir. Consta además que ya estaba listo el tratado antes de
su regreso a España.
Los epígrafes son suficientemente claros. Denuncian, con pre-
cisión, el contenido fundamental de la obra y también su factura o
género literario. La mayor parte la ocupaban figuras y dibujos dise-
ñados por su propia mano, para ilustrar, a través de ellos, su modo
de ver y entender el misterio de la Iglesia. Indudablemente los di-
bujos iban acompañados de la explicación correspondiente. Así, por
lo menos, se disponían los libros segundo y cuarto. En el primero
reunía, en cambio, los principios fundamentales de la doctrina ca-
tólica sobre el tema, presentándolos en forma de enunciados o má-
ximas, acaso con breves explicaciones.
A este primer libro parece que pertenecía una de las tesis cen-
suradas por el obispo de Gerona, Florencio Llórente y Montón, al

30 El P. Alejo afirma que era «una obra voluminosa» (p. 9ó), y ello sin con-
t a r el m a n u s c r i t o del libro cuarto.
31 La afirmación la pone en relación únicamente con el libro cuarto cf. p.
106), pero ni aún para él es válida. Lo corrige acertadamente el P. Gregorio,
fírasa entre cenizas, p. 61.
32 Véase la carta a Eugenia Guérin del 14 de febrero de 1845. Por la co-
rrespondencia en general se demuestra que la «cueva» habitada por el año 1846
no puede ser la de Vallcarca.
172 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

examinar el escrito a requerimientos del mismo autor. Se afirmaba


en ella que la «Iglesia de los gentiles» había sido rechazada por
Dios. Otra proposición reprobada también, por la misma censura, se
hallaba con mayor probabilidad en el libro cuarto, a juzgar por el
epígrafe del mismo. Representaba, en el cuerpo de una mujer lleno
de llagas y heridas, los pecados y abusos de la Iglesia Católica.
Sobre ambas dio cumplida respuesta el autor, en una réplica que
adjuntó al texto original y que corrió su misma suerte (33).
Parece ser que abrigaba intenciones de publicar el escrito. Así
podría deducirse del hecho de haberlo presentado a la censura en
la curia de Gerona. La acogida, un tanto suspicaz por .parte de la
misma, frenó quizás sus entusiasmos. Lo extraño es que en los años
sucesivos no vuelva a mencionar el escrito ni se preocupe más de él.
Probablemente renunció al deseo de publicarlo, contentándose
con aprovechar, buena parte de él, en escritos posteriores. De lo
que no cabe duda es de que en sus meditaciones y en sus páginas
sobre la Iglesia prosiguió inalterable la línea iniciada en esta obra.
Incorporó lo mejor de ella a los escritos redactados más tarde sobre
el mismo tema. No es arriesgado pensar que el álbum de La Iglesia
de Dios figurada por el Espíritu Santo en los libros Sagrados (1865)
recoge o reproduce sustancialmente el libro segundo del escrito per-
dido. Del cuarto (y acaso del tercero) hay más que resonancias en
las cartas y en Mis Relaciones (34).
Si estas deducciones tienen fundamento sólido, debemos pensar
que con la destrucción del manuscrito autógrafo no se ha perdido
lo más representativo y original de la obra Quidditas Ecclesiae.
Además de las ideas claves contenidas en él se perpetuó también
en otros libros suyos, la incontenible inclinación a expresarse por
medio de diseños y dibujos alegóricos. Tenemos muestras inconfun-
dibles en Mis Relaciones, en Las flores del mes de mayo, en El
Ermitaño, además del ya recordado álbum religioso.
Pese a estas constataciones, no deja de ser lamentable pérdida
la destrucción del original, máxime cuando no existen copias del
mismo. Se ha perdido un precioso tesoro y, además, el único libro
consagrado a exponer de manera sistemática y ordenada su doctri-
na sobre el misterio de la Iglesia.

33 Al parecer, las censuras y las respuestas se hallaban j u n t a s con el ma-


nuscrito de la obra desaparecida. El contenido de las mismas nos es conocido
por el P. Alejo, a u n q u e no las copia a la l e t r a ; Vida, p. 107.
34 Incluso del p r i m e r libro o t r a t a d o parece ser que quedan huellas bastan-
te claras en escritos posteriores. Acaso incorporó, aunque no en forma siste-
mática, algunos de los principios o axiomas sobre la naturaleza de la Iglesia
en Mis Relaciones, vol. II, tom. 3, p. 137-138. Cf. Brasa entre cenizas, p. 127.
EULOGIO PACHO 173

El período francés de la vida del P. Palau se caracteriza, en su


vertiente literaria, por los numerosos escritos apologéticos. Son de
diversa índole y motivación. Parte de ellos son simples declaracio-
nes, justificaciones de actos concretos o réplicas presentadas a las
autoridades políticas y religiosas con ocasión de algún incidente o
suceso marginal de su vida. Se trata de documentos breves, en ge-
neral, y de importancia muy relativa. A esta clase pertenecen, por
ejemplo, las comunicaciones presentadas al alcalde y a la policía
de Caylus (14 de junio de 1848), protestando contra las arbitrarie-
dades cometidas contra él y sus compañeros (35).
Solamente dos escritos de esta época y de este carácter, tienen
relativa extensión y notable importancia, desde el punto de vista
biográfico y doctrinal. Son los divulgados con el título de La vida so-
litaria y El solitario de Cantayrac. En el primero es más patente la
iniciativa personal y predomina el contenido doctrinal sobre el bio-
gráfico. En el segundo (desacertadamente epigrafiado hasta ahora)
tiene mayor relieve el acento biográfico. Es además apalogía directa
de la propia vida, mientras el primero lo es sólo indirectamente. Los
analizaremos sumariamente siguiendo la cronología.

3. — La vida solitaria y las funciones del sacerdote

El texto de este escrito está ya al alcance de todos, gracias a


copias mecanografiadas recientemente (36). Con el fin de facilitar
su lectura y comprensión ampliaremos aquí los datos sumarios con
que se acompañaba dicha copia.

a.—Autenticidad del escrito

Las noticias, un tanto confusas, de los biógrafos y las deficien-


cias o variaciones de los textos mecanografiados en circulación, pu-
dieran ser motivo de ciertas prevenciones contra la paternidad pa-
lautiana de la obra. El original, o autógrafo, se perdió durante la
guerra civil en 1936. Estaba escrito en francés y constaba de doce

35 Llevan los nn. 146 y 147 en el proceso diocesano. Copia casi íntegra en
el P . Alejo, Vida, p. 110-11. Alude a d e m á s a esta «hoja suelta», al h a b l a r de
las apologías escritas por el padre Fundador, en p. 142.
36 Es la primera entrega de los escritos p r e p a r a d a por la Comisión Central
del Centenario Padre Fundador, de las Carmelitas Misioneras. Roma.
174 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

hojas, según testimonio del P. Alejo, que lo usó abundantemente.


Antes de su lamentable destrucción, el citado biógrafo publicó di-
versos fragmentos, vertidos por él al castellano (37). A vista del ori-
ginal, realizó también una traducción completa que no llegó a pu-
blicar, pero que ha servido de base a todas las copias posteriores,
incluida la que se presentó para el proceso diocesano de beatifica-
ción (38).
Un testimonio tan autorizado como el del P. Alejo, es de abso-
luta garantía para aceptar sin titubeos la paternidad palautiana del
escrito. Conoció y usó abundantemente los autógrafos. Un error o
equivocación en este punto es inadmisible. Si el P. Alejo certifica
con seguridad el carácter autógrafo del original desaparecido, el
mismo contenido del escrito y su expresión literaria denuncian tam-
bién inconfundiblemente la pluma del P. Palau. Careado con otros
escritos suyos, más que paralelismos y afinidades, constatamos iden-
tidad de pensamiento y fraseología. Sólo él ha podido redactar esas
páginas. Basta leer la Lucha del alma, Mis Relaciones y algunas
cartas para convencerse. Hasta obras de tono tan diverso como el
Catecismo de las virtudes delatan la identidad de pluma (39).
Esa identidad de frases y expresiones se establece incluso a ba-
se de la misma traducción, lo que hace suponer se realizó con fideli-
dad y acierto. Se presenta tan afín a los modos peculiares del P. Pa-

37 Al componer la biografía figuraba en su poder el que da como manuscrito


autógrafo (cf. p. 429). Publicó primero una p a r t e en el Almanaque Carmelitano
Teresiano de 1932, p. 94-99. Luego en la biografía incluyó a b u n d a n t e s fragmen-
t o s ; casi la integridad del escrito, pero sin respetar la secuencia del texto. Cf.
pp. 45-46, 62, 104, 113, 114-117.
38 Un traslado manuscrito de la copia procesual guardado en el Archivo
Central de Roma lleva al fin esta declaración autógrafa del mismo P. Alejo: «El
abajo firmado certifica que el original en francés, a p a r t e la primera página en
castellano, obró en su poder, que él mismo hizo la versión española, el cual
original se perdió en ocasión de la guerra española, ya que fueron martirizados
sus poseedores, discípulos del P. Palau. Y para que conste, firmo en Barcelona a
26 de septiembre de 1949. Fr. Alejo de la Virgen del Carmen, O.C.D.». Rubri-
cado. En la declaración, como testigo, del mismo proceso diocesano de Tarra-
gona, detalla la forma en que llegaron a su poder los papeles y documentos
originales del P. P a l a u a base de los cuales compuso su biografía. Cf. la lla-
m a d a Copia pública (manuscrita en poder de la Postulación O.C.D.) ff. 20-34.
Indicaciones generales en la misma Vicia, por ejemplo, p. 67, 142, 149, 106, e t c . —
El hecho de que en las diversas publicaciones no siguiera la misma versión ha
motivado el inconveniente de que circulen diversos textos del mismo escrito.
Aunque no varían en el contenido, tampoco coinciden literalmente. Es conve-
niente atenerse, como m á s autorizado, al incluido en el proceso diocesano de
beatificación, el mismo que se ha divulgado en la entrega arriba mencionada.
39 Puede verse, como ejemplo típico de coincidencia, entre el Catecismo y la
Vida solitaria, la lección 49 del primero. P a r a quien no pueda comprobarlo por
el libro mismo tiene un extracto en la Vida del P. Alejo, p. 135-138. Algunas pá-
ginas del Ermitaño, que se h a n considerado erróneamente como históricas, coin-
ciden plenamente con las ficciones de idéntico tenor que se encuentran en Mis
Relaciones y en la Vida solitaria, como se verá a su debido tiempo.
EULOGIO PACHO 175

lau, que a veces da la impresión de escrito directo suyo, más bien


que de una versión.

b.—Fecha de composición y destinatario

Aunque no existen afirmaciones explícitas al respecto, puede


datarse el escrito con bastante exactitud. Contiene alusiones a situa-
ciones y acontecimientos que convergen, como fecha más probable,
en 1849. No puede excluirse en absoluto el 1847, pero es menos vero-
símil. En todo caso, la diferencia de un par de años carece de impor-
tancia, bajo cualquier consideración.
La clave para la datación la proporciona la siguiente confesión
del autor: «La gente de este país ha visto mi género de vida y lo
ha juzgado, y desde el primer día que me ha visto entrar en una
cueva se ha escandalizado y ha resuelto echarme de ella, a este fin
ha empleado todas las vejaciones y persecuciones que ha tenido en
su mano. Y cuando se ha convencido de que por la espada de acero
del gobierno no podía hacerme desaparecer, ha levantado las manos
al cielo y lo ha fulminado con acriminaciones de varias clases. Mi
género de vida ha sido el primer anillo de la cadena de vejaciones
y persecuciones que han fabricado contra mi persona. El país es
testigo de este escándalo que tiene ante sus ojos desde hace siete
años, o sea, desde el primer día que me interné en un bosque» (40).
Si la expresión «este país» se refiere a Francia en general, ha-
bría que retrotraer la fecha de composición hasta 1847, ya que des-
de el 1840 vivía en tierra francesa y practicando, al menos esporá-
dicamente, la vida solitaria, como en Galamus (41), cerca de Saint
Paul de Fenouillet (Perpignan). Todo el contexto induce a pensar
que entiende «este país» en un sentido más restringido, es decir: la
comarca donde vivía al escribir el folleto, por tanto, Caylus, Livron,
Montdesir, Loze, Cantayrac y lugares próximos.
En tal suposición los siete años a que hace referencia nos lle-
van necesariamente a 1849, ya que en 1842 se trasladó a esa zona de
la diócesis de Montauban. Desde ese año comienza a practicar de
forma continuada y habitual la vida solitaria. Existen además alu-
siones bien claras a las autoridades de Montauban y a los sacerdotes

40 Véase el texto citado en G. 9-10 de la copia distribuida en la primera en-


trega del Centenario. Todas las citas se hacen en adelante por este traslado.
41 Suele escribirse equivocadamente este nombre en las biografías Gamalus.
Se t r a t a de un lugar agreste de los Pirineos orientales de la vertiente francesa,
cercano a la localidad indicada, y famoso por una grandiosa cueva de grande
tradición eremítica.
176 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

del contorno que se sienten ofendidos por su forma de vida (42). Las
acusaciones difamatorias y las intervenciones arbitrarias llegaron a
su punto más delicado durante su ausencia en España y a su regre-
so (43). A los dolorosos acontecimientos de esas fechas (1846-1848)
responde ante las autoridades con la valiente protesta enviada al
alcalde y a la policía de Caylus. La vida solitaria da como sucedidos
esos hechos y las consecuencias derivadas de ellos, por tanto, está
compuesta a caballo entre 1848 y 1849, y en un ambiente hostil a su
género de vida solitaria y penitente: piedra de escándalo para unos,
de edificación para los más.
Mayor dificultad presenta la determinación del destinatario. En
la presentación o prólogo, añadido más tarde en castellano, afirma
explícitamente que el escrito iba dirigido a una «autoridad eclesiás-
tica, amiga y muy respetable». El hecho de que la obra se escribiera
en francés hace suponer que el eclesiástico en cuestión era de esa
nacionalidad o, por lo menos, comprendía dicha lengua. Bien pudie-
ra tratarse de algún connacional expatriado como él. Sin otros ele-
mentos de juicio cualquier conjetura es peligrosa.
La frase final: «Aquí verá el lector mis ocupaciones en aquella
época», se ha interpretado como una velada insinuación de sus
propósitos de publicar la obra. No se aprecian motivos claros que
apoyen tal suposición. Esa declaración preliminar es bastante pos-
terior al escrito original. Sin duda alguna, añadida después de su
regreso a España. El «aquella época» carecería de sentido a distancia
de sólo dos años. Una vez en España, y cambiando radicalmente el
panorama de su vida, parece inútil la publicación en francés. Si se
hacía aquende los Pirineos, lo natural era hacerlo en castellano co-
mo la advertencia (o a lo sumo en catalán). Si al otro lado de la
frontera, la advertencia previa se hubiera acomodado a la misma
lengua del texto. Todo induce a sospechar que la declaración preli-
minar no tiene otra finalidad que la de advertir, a cualquiera que
pudiera ponerse en contacto con el escrito, de qué se trataba en
aquellas páginas sin título alguno.

42 Véanse las pp. 9-10 y 20 de la edición citada. Al testimonio del interesado


pueden añadirse otros de personas que le t r a t a r o n y conocieron los acontecimien-
tos aludidos. Cr. P. Alejo, Vida, p. 97 y not. Uno de ellos depuso en ocasión
del proceso o r d i n a r i o : «Motivaba un cierto recelo entre los sacerdotes de la co-
marca, principalmente entre los de la p a r r o q u i a de Saint-Pierre de Livron, por
la inferioridad en que les situaba a ellos ante sus feligreses el éxito del P.
Palau. Lo que llegó incluso a q u e elevaran quejas a la autoridad eclesiástica,
dedlde el Deán de Caylus h a s t a llegar las quejas al obispo de Montauban» (f.
Copia pública, f. 60. Otros en f. 49-50 y 59).
43 Como es sabido d u r a n t e los años de estancia en Francia realizó un viaje
a España q u e se prolongó entre mayo de 1846 y marzo de 1847.
EULOGIO PACHO 177

c.—Motivación, finalidad y contenido

Aunque durante su residencia en Livron, Montdesir, Cantayrac,


el padre Palau condujo habitualmente una vida solitaria, no desde-
ñó, sin embargo, el apostolado. Al rumor de sus penitencias y vir-
tudes, las gentes de los contornos corrían a él como a sacerdote
ejemplar e iluminado, como a guía experto en los caminos de la gra-
cia. Su ascendiente espiritual fue creciendo día a día. Llegó a ser
verdaderamente notable: hasta suscitar recelos y cierta celotipia
entre los clérigos de la comarca. Tanto ellos como las autoridades
civiles veían con malos ojos aquella extraña combinación del minis-
terio sacerdotal y de la austera vida del solitario, que paseaba pú-
blicamente, entre despreocupado y desafiante, su tosco sayal car-
melitano.
Llegan a exigirle una alternativa; más bien la reclusión en la
soledad, sin contacto alguno pastoral con los fieles. Por su parte, él
estaba convencido de que podían armonizarse ambas cosas. No exis-
tía ley alguna, ni humana ni divina, que se opusiera a la forma de
vida que había abrazado. Esto es lo que le movió a coger la pluma
para defender su postura, totalmente correcta. «Muchos —escribe en
la advertencia preliminar— fueron de opinión que debían quitárme-
los (los hábitos religiosos) o bien privarme de celebrar la santa misa,
porque les parecía que aquella pobreza de sayal carmelitano era in-
decorosa para un sacerdote. Con el fin de justificarme escribí el
opúsculo siguiente».
El escrito es a la vez defensa de la propia conducta (que se
«quiere hacer pasar por criminal») y apología de la vida solitaria.
Vida de penitencia al servicio de Cristo y de la Iglesia. Por lo mis-
mo, de proyección apostólica y digna de un sacerdote que, junto con
el sacrificio de Cristo, se ofrece constantemente a sí mismo como
víctima propiciatoria para remediar los males que afligen a la Igle-
sia. Retiro y sacerdocio no sólo no son incompatibles; al contrario,
se complementan y armonizan maravillosamente. Tal es la tesis fun-
damental del opúsculo.
Las ideas claves del mismo son dos: en primer lugar, exponer
lo que es la vida solitaria, según el pensamiento de la Iglesia y la
experiencia personal, demostrando que no es incompatible con las
funciones propias del sacerdote. Como segundo componente insiste
en los motivos concretos que a él le han inducido a abrazar tal mé-
todo de vida. Se reducen a dos fundamentales: la fidelidad a su vo-
L0S
178 ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

cación religiosa y el deseo ferviente de defender, con las armas más


eficaces de la oración y de la penitencia, a la Iglesia perseguida y ca-
si en trance de perecer. La visión eclesial del escrito es sumamente
afín a la de la Lucha del alma. De ahí la semejanza de tantas páginas.
En torno a estas ideas giran todas las demás consideraciones,
que vuelven una y otra vez a su pluma, sin seguir un orden bien de-
finido. La destinación privada explica, al menos en parte, el que no
llevase título alguno. Se trataba de simple comunicación a un amigo
eclesiástico y no necesitaba ni rótulos ni epígrafes. De ahí la compo-
sición seguida del texto, sin división alguna de partes. Teniendo en
cuenta su finalidad, y considerando algunas expresiones que aluden
más directamente al contenido de base, se ha recompuesto posterior-
mente el título con que hoy es conocido el opúsculo. Responde, sin
duda, al argumento central y al epígrafe que posiblemente le hubiese
dado el autor, en caso de haberlo publicado.
Como puede apreciarse por su lectura, tiene tono de apología o
justificación y, al mismo tiempo, se presenta como exposición de ex-
periencias y preocupaciones personales de índole eclesial, que que-
dan un tanto al margen del intento primario. En sintonía con los gé-
neros literarios que son habituales en la pluma del padre Palau, se
entrecruzan en el escrito las narraciones biográficas y las descripcio-
nes líricas. Pasa de improviso en forma sorprendente de lo personal
a lo genérico: de la persecución de que es objeto su persona, a los
ataques que sufre la Iglesia; de la justificación de su propia vida, a
la apología de la vida solitaria en general. Mezcla inopinadamente
acontecimientos reales con escenas simbólicas, sin correspondencia
real a tiempos y espacios concretos (44). Como en la mayoría de sus
escritos, especialmente en Mis Relaciones y el Ermitaño, el estilo
alegórico se entrecruza constantemente con el profético y apocalíp-
tico. Con frecuencia asistimos a una libre acomodación de textos bí-
blicos provenientes de Ezequiel, Daniel, Apocalipsis y otros Libros
sagrados en que predomina el mismo estilo. Es necesario tener en
cuenta estas peculiaridades para no desorientarse en la lectura.

44 Así, por ejemplo, cuando habla «de la cumbre de la torre» (p. 14), de «su
habitación en el Vaticano» (p. 15), de su domicilio «en lo alto de un peñasco»,
etc. Lo propio h a y que decir de esos diálogos indirectos que presenta como en-
trevistas con personajes bíblicos, con entidades morales e incluso con Dios Nues-
tro Señor o los ángeles. Lo mismo que en Mis Relaciones, no tienen necesaria-
mente un sentido real e histórico, sino simbólico.
EULOGIO PACHO 179

4. — Escritos en defensa de su vida y actividad en Francia

La presencia del padre Palau en Francia fue para unos motivo


de edificación y admiración, para otros de críticas y escándalo. Como
es sabido, la mayor parte de esos años la pasó en la soledad (Saint
Paul de Fenouillet, Livron-Montdesir, Cantayrac), irradiando desde
ella una fama que fue en continuo aumento.
La presencia del P. Palau en Fancia fue para unos motivo de
edificación y admiración, para otros de críticas y escándalo. Como
es sabido, la mayor parte de esos años la pasó en la soledad (Saint
Paul de Fenouillet, Livron-Montdesir, Cantayrac), irradiando desde
ella una fama que fue en continuo aumento.
Lo que puede llamarse actividad apostólica, no fue algo regu-
lar y programado, durante ese largo período de tiempo. Se redujo
a una proyección, casi espontánea y natural, de su vida, penitente y
retirada, en compañía de unos cuantos seguidores de su espíritu.
Más que salir él al encuentro de las almas, fueron éstas las que lle-
garon con frecuencia a sus cuevas y moradas para pedir consejos y
dirección espiritual. Si su género de vida solitaria fue incompren-
dido, su reducida actividad pastoral (por lo persuasiva y estimulan-
te) suscitó recelos, celotipias y abiertas contradicciones de parte del
mismo clero. Enfrentadas en mil cosas las autoridades civiles y ecle-
siásticas, a causa de la situación de tan marcado tinte antirreligioso,
ambas se encontraron acordes en luchar contra las formas de vida
comunitaria (Livron-Montdesir-Cantayrac) que tenían como mentor
y guía al P. Palau. Su proselitismo —esa constante ininterrumpida
de su vida— fue motivo de presiones y ataques injustificados contra
su persona y contra los que le seguían como a maestro o director.
Para justificar en sí misma la vida solitaria, redactó el opúsculo
que hemos examinado anteriormente (cf. n. 3). No era una defensa
directa de su persona. Intentaba más bien demostrar la legitimidad
y el valor eclesial de esa forma de vida, en sí misma, y su compa-
tibilidad con las funciones del sacerdote. Con ello respaldaba tam-
bién, de manera indirecta, la vida que él se veía obligado a llevar
por circunstancias absolutamente excepcionales. Lo que creía ser,
en su caso, de mayor utilidad a la Iglesia.
Una larga serie de causas le obligó a bajar de ese plano, un
tanto teórico e impersonal, a otro más concreto y doloroso: a de-
fender su coducta irreprochable y la legitimidad de sus actuaciones,
así como la de quienes se sentían vinculados a él: las dirigidas de
180 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

Livron y los solitarios de Montdesir, desplazados más tarde a Can-


tayrac (Saint Aubin).
La sorda oposición que se había ido fraguando desde los pri-
meros momentos de su llegada a Caylus, fue en aumento día a día.
El cariz de asociaciones religiosas que se daba a los dos grupos de
personas que le consideraban como director y el empeño puesto en
no despojarse del hábito carmelitano les acarrearon serios disgus-
tos. Contribuyó a enrarecer el ambiente y a crecer la hostilidad,
algún gesto menos prudente (quizás no del todo correcto) de cier-
tos solitarios o ermitaños moradores de Montdesir y Saint Aubin.
La tormenta estalló con violencia, mientras el P. Francisco es-
taba lejos. Durante su viaje a España, entre mayo de 1846 y marzo
de 1847. A su regreso a Caylus, pudo darse cuenta de la crítica si-
tuación, que fue agravándose a lo largo de los dos años siguientes.
Pese al contexto liberador creado con la proclamación de la Segunda
República francesa, en febrero de 1848, la oposición al P. Palau y a
sus seguidores se fue haciendo más tensa cada día. Allanamiento de
domicilio, encarcelamiento de algunos ermitaños, prohibición de
llevar el hábito religioso y, para colmo de males, suspensión al P.
Palau de sus facultades ministeriales, por parte del obispo de Mon-
tauban, Mr. Doney.
Obligado por los acontecimientos, el P. Francisco tuvo que em-
puñar la pluma para defender su causa y la de los suyos. Y lo hizo
con firmeza y valentía, sin llegar a ofensas personales. En este con-
texto hay que situar las apologías o alegatos defensivos de estos
años de 1848-1851. A excepción de una pieza, todos son escritos re-
lativamente breves, sin otro valor que el histórico o autobiográfico.
Desdichadamente los más importantes han llegado hasta nosotros
fragmentarios e incompletos. Bastarán breves indicaciones sobre ca-
da uno de ellos, siguiendo el orden cronológico de su composición.

a) Reclamación-protesta contra el Brigadier de la policía de


Caylus.

Con fecha 14 de Junio de 1848. El destinatario de este breve es-


crito (apenas ocupa un folio) había comunicado ya al P. Fundador,
por conducto de su hermano Juan, que tenía orden de arrestar a
todos los que encontrase «con hábito religioso». Le escribe el padre
para cerciorarse de si es cierta tal orden y, para advertirle que, aún
en el caso de que así fuera, debería comunicárselo de forma oficial
y legal. Ya anteriormente, la policía había procedido a arrestar a
EULOGIO PACHO 181

algunos de los compañeros. El procedimiento se demostró absoluta-


mente ilegal, pero, por amor a la paz, el P. Francisco perdonó la
ofensa. Si se repitiese el caso, sin respaldo de una ley o de una or-
den superior (de quien tenga autoridad para ello) amenaza el padre
con entablar un proceso legal, previa denuncia. Termina el escrito
haciendo constar que ni el Brigadier ni el Alcalde de Caylus tienen
autoridad para prohibir vestir el hábito religioso, mientras no exista
una ley al respecto. Caso de existir, tiene derecho a exigir se le co-
munique ; de lo contrario, goza de la misma libertad que todo ciu-
dadano para «vestir a su gusto». Le adjunta otra carta o misiva que,
con la misma fecha, envía al Alcalde de Caylus, reafirmándose en
idénticos términos. De ella hablaremos en el apartado siguiente.
En una posdata conmina, en términos enérgicos, al Brigadier,
que dé una respuesta precisa, de lo contrario, recurrirá a su abo-
gado de Montauban, para proceder legalmente contra los abusos pre-
cedentes, que eran todavía muy recientes y sujetos a proceso. Firma
el escrito así: «Cantayrac, Municipio de Loze, 14 junio de 1848».
El texto ha llegado hasta nosotros gracias a la solicitud del
P. Alejo. Lo conservaba aún en su poder, cuando se realizó el pro-
ceso diocesano. Aunque en la documentación de dicho proceso apa-
rece como si fuera el original, no es del todo claro. Acaso se trate de
una copia que conservó, para sí, el P. Francisco. En caso contrario,
no se explicaría cómo lo hizo llegar al destinatario.
b) Carta-denuncia al Alcalde de Caylus. En la misma fecha, y
según anunciaba al jefe de la policía, el P. Palau escribía una carta
alegato, al alcalde del Cantón de Caylus, protestando de la medida
adoptada por éste, de prohibir que los solitarios llevasen el hábito
«ordinario» (de religiosos) fuera de los límites de sus propiedades.
Caso de no atenerse a tal prescripción los haría detener por la po-
licía.
El Alcalde no había hecho directamente la comunicación al P.
Francisco. La noticia le había llegado en forma indirecta por distin-
tos conductos. Por un aviso cursado el día tres de junio a los «guar-
das de campo» y por una carta dirigida por el mismo Alcalde a Te-
resa Christiá, el día seis del mismo mes (ambos textos de 1848). En
la defensa, el P. Francisco, responde a las dos comunicaciones. A la
primera (del tres de junio), casi en los términos que en el escrito
anterior, cosa natural y, en parte, inevitable, teniendo en cuenta
que el comunicado de la policía no era otra cosa que la ejecución
de las órdenes del Alcalde. Añade aquí una razón más concreta, pa-
ra no sentirse vinculado a tales disposiciones. No puede ser más
182 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

convincente. «Nosotros no estamos en su Municipio, por lo que sien-


do usted Alcalde del municipio de Caylus, no tiene ninguna juris-
dicción sobre los ciudadanos residentes en otros municipios de la
región». Así era en efecto: él y los suyos vivían entonces en Can-
tayrac, perteneciente al municipio de Loze. Aunque éste dependía
en determinados asuntos del cantón de Caylus, no en la adminis-
tración ni en el gobierno directo. Por eso, le advierte agudamente
el P. Palau, que cualquier comunicación legal, caso de existir, ha
de intimárseles por la autoridad inmediata, es decir, el alcalde de
Loze.
Se detiene más en detalle sobre el aspecto legal de la cuestión,
comentando la carta del mismo alcalde de Caylus que le ha remi-
tido Teresa Christiá y en la que también a ella se le prohibe vestir
hábito religioso. En esa misma carta trataba de persuadirla, ape-
lando a una orden procedente del Prefecto (Gobernador diríamos en
español) de Tarn et Garonne, en la que prohibía al P. Francisco
llevar en público el hábito religioso. Este rebate semejante afirma-
ción, demostrando que no hubo avenencia entre él y dicha autoridad.
Dadas las circunstancias hostiles que le rodeaban, procuró en
todo momento durante su estancia en Francia, estar al corriente de
las leyes vigentes en el país. El alcalde de Caylus fundamenta su
determinación en la legislación revolucionaria de 1792, odiosa in-
cluso para los más convencidos anticlericales. La réplica del P. Fran-
cisco no puede ser más acertada. Aquellas leyes, obra del temor y
del terror, han sido modificadas unas y abolidas otras por los go-
biernos sucesivos de Napoleón, Luis XVIII, Carlos X y Luis Felipe.
Apelar a ellas significa querer restaurar la «época del terror» y des-
truir las libertades republicanas de los ciudadanos. Precisamente,
hacía pocos meses que se había implantado la Segunda República,
abriendo mayores cauces a las libertades cívicas. Es la llamada «Re-
pública de febrero», por haberse proclamado el 12 de ese mes, con
la caída del rey Luis Felipe. El P. Palau, muy bien enterado, escri-
be al Alcalde de Caylus en su réplica: «En el código de leyes de
esta República yo no encuento ninguna por la cual mi vestido pue-
da ser prohibido; pero veo establecido este principio: «libertad pa-
ra la vestimenta que a cada uno le agrade, salvo la ley». Y un poco
más adelante: «Fuera del círculo del poder que las leyes le designan
todos somos iguales». El Alcalde no puede proceder arbitrariamen-
te inventándose leyes o normas que no existen. Si lo hace, apelará
a los tribunales. En consecuencia —concluye su alegato— «ni yo ni
ninguno de los individuos que están en mi casa, no nos desprendere-
EULOGIO PACHO 183

mos de la libertad de vestirnos a nuestro gusto, salvo la ley, la de-


cencia y la modestia». Firma así: «Su ciudadano Francisco Palau,
Presbítero. Cantayrac, 14 de junio de 1848».
También esta carta lleva una posdata que dice textualmente:
«Me permito adjuntarle una copia de mi carta (la aludida en el tex-
to) al Comisario de Tarn et Garonne, la he enviado a los periódicos.
Usted leerá en ellos una potesta contra todo compromiso que pue-
da comprometer mis intereses y los derechos de la gente, de pro-
piedad y de domicilio». Si realmente mandó esa misiva al Prefecto,
no ha quedado rastro de ella. Por lo menos hasta el momento no ha
podido localizarse. Tampoco parece que la publicaron los periódicos
de Montauban, caso de que llegase a sus respectivas redacciones.
Nadie ha logrado hasta ahora identificar esa pieza, pese al empeño
puesto en el asunto. Respecto a la transmisión textual de este escri-
to son válidas las indicaciones apuntadas en el anterior. Su suerte
histórica ha sido idéntica.
c) Relación de los principales sucesos que motivaron la per-
secución contra el P. Palau, sus discípulos y dirigidas. Se trata de
una exposición muy interesante desde un punto de vista histórico,
pero que ha llegado hasta nuestros días en un estado muy fragmen-
tario y sin datos precisos sobre su destinatario y composición. A
todas luces, estamos ante una exposición que quiere relatar con fide-
lidad la serie de tropelías sufridas por él y los suyos durante los
últimos meses de estancia en Francia. Es a la vez narración y de-
nuncia. Su tenor y estilo inducen a pensar que se destinaba a algu-
na autoridad, pero, tal como ha llegado hasta nosotros, no es posi-
ble averiguar nada concreto al respecto. Aunque contiene abundan-
tes datos para rehacer la historia de su estancia en Francia, no figu-
ra entre la documentación reunida para el proceso diocesano. El he-
cho es aún más sorprendente, si se tiene en cuenta que leyó el es-
crito y lo extractó literalmente, uno de los mejores testimonios del
citado proceso: el P. Alejo.
En realidad, no hay otras pistas de este interesante escrito fue-
ra del extenso párrafo copiado por dicho biógrafo. Es el que se lee
en las páginas 117-121 de la Vida del P. Francisco Palau. Como en
tantos otros casos, el biógrafo omite la fuente de donde toma el
texto y lo acopla a otros escritos, sin advertir debidamente al lector.
En la primera de las páginas señaladas, aparece como si fuera con-
tinuación de la Vida solitaria, que le precede inmediatamente. Para
orientación del lector bastará advertir que este escrito comienza con
esta frase: «Otros hechos por el estilo» (p. 117) y termina: «Esta-
184 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

blecidos en esta defensa» (p. 121). Gracias a esta biografía, conta-


mos hoy con unas cuatro páginas y media del escrito en cuestión,
pero al parecer era una composición bastante más amplia, a juzgar
por la apostilla que sigue al texto copiado: «que por brevedad omi-
timos» (p. 121).
El escrito está íntimamente relacionado, por su contenido, con
los dos anteriores y con el que comentaremos en el apartado
siguiente. No parece, sin embargo, que pueda considerarse como
parte integrante de ninguno de ellos. De los anterioes le separa cla-
ramente la fecha. Por lo mismo, no puede tratarse del alegato remi-
tido al Prefecto de Tarn et Garonne. Tampoco cabe considerarlo
fragmento del que sigue a continuación, ya que aquí se alude varias
veces al obispo de Montauban indirectamente, no como a destina-
tario, sino como a responsable o protagonista de algunas complica-
ciones, lo cual es inconciliable con la exposición dirigida directa-
mente a él en el escrito que sigue.
Por el momento, no es posible llegar a ulteriores averiguacio-
nes. Lo que sí puede asegurarse es que está redactado hacia media-
dos de 1850 o en fecha posterior, ya que se narran sucesos ocurridos
en mayo y por la fiesta de Pentecostés de ese año (cf. p. 120). En
estas páginas se apoya la reconstrucción biográfica de los últimos
años de estancia en Francia, pese a la carencia de referencias ex-
plícitas (45). Probablemente llegó a manos del P. Alejo en forma
de apuntes dispersos o papeles sueltos y no pudo determinar su ori-
gen y procedencia. Pudiera ser que aludiera a este escrito, cuando
habla de «una hoja suelta, arriba transcrita» (46), aunque su exten-
sión no apoye tal hipótesis. La íntima relación con la pieza siguien-
te es manifiesta.

d) Defensa de su vida y actuación presentada al obispo de


Montauban. Poco tiempo antes de abandonar definitivamente el sue-
lo francés, el P. Palau se vio obligado a redactar un largo memo-
rial, para esclarecer, ante la suprema autoridad eclesiástica de Mon-

45 Aunque no se dan citas explícitas de este texto, en él se sustenta la narra-


ción biográfica del P. Gregorio en Brasa entre cenizas, p. 62-76.
46 Escribe el P. Alejo en el Cap. XV de su o b r a : «Al h a b l a r de los escritos
del Padre (no dedica ningún capitulo a ese tema), daremos una relación más
detallada de esta apología, de la cual poseemos dos redacciones, una en francés
y otra en castellano; además hay otra pequeña apología de la vida solitaria, y
una hoja suelta, a r r i b a transcrita (p. 117-121) m u y importantes para este periodo
de la vida del Padre» (cf. p. 142). La correlación con los escritos que aquí co-
m e n t a m o s es la siguiente: 1) la apología con dos redacciones —francés y espa-
ñol—, se refiere al l l a m a d o Solitario de Canta\¡rac (aquí d / ) ; 2) la vida solitaria,
al escrito a n t e r i o r m e n t e e s t u d i a d o ; 3) la «hoja suelta» habría que identificarla
con el escrito incompleto que ahora analizamos.
EULOGIO PACHO 185

tauban toda una serie de datos y cicunstancias que habían contri-


buido a crear un clima insostenible. Firma textualmente este escrito
así: «Cantayrac (Loze, municipio de Caylus, Tarn et Garonne) abril,
primero de mil ochocientos cincuenta y uno. El Solitario de Can-
tayrac, Francisco Palau, religioso exclaustrado de la Orden de Nues-
tra Señora del Monte Carmelo». Según el P. Alejo lo escribió en
francés (cosa natural si se piensa en el destinatario) pero él mismo
P. Palau lo tradujo al español (47). Al elencarlo entre los escritos
del autor, el citado biógrafo lo registra con este título El Solitario de
Cantayrac (48) y afirma que el manuscrito (suponemos el original)
contaba 54 páginas.
Con posterioridad se le ha citado siempre con ese título, toma-
do de la firma, pero es más que dudoso que corresponda al original.
No debía de llevar epígrafe alguno, a juzgar por su destinación, y
por la semejanza con otros escritos de idéntico tenor. Induce a pen-
sar eso mismo, el subtítulo que le pone entre paréntesis el mencio-
nado biógrafo (49). La pérdida de la mayor parte del escrito, impide
aquilatar este dato, lo mismo que otros particulares de interés. De
las 54 páginas que leyó y estudió el P. Alejo (en francés y en es-
pañol) no conocemos, hoy día, más que los extractos reproducidos
literalmente por él en su libro Vida del P. Palau. Una parte míni-
ma: ocho páginas impresas, al parecer las últimas del escrito (50).
En lo que puede considerarse la primera parte (tal como lo co-
nocemos) trata de hacer ver lo improcedente e injusto que es con-
denar a uno sin señalarle los motivos y sin escucharle previamente.
Es lo que le ha' sucedido a él. Se le ha juzgado criminal, se le ha
acusado de «actos execrables» y, sin oírle, se le ha condenado. Alu-
de en estas páginas a la prohibición de celebrar y de practicar su
ministerio sacedotal. No cree que, para casos tan concretos y fáci-
les de esclarecer con buena voluntad, como el suyo, merezca la pe-
na recurrir a Roma. Lo extraño para él es que se quiera hacer ver
la inexistencia de otros tribunales competentes.
Un segundo párrafo está consagrado a ilustrar y aclarar sus re-
laciones con Teresa Christiá, haciendo notar que nada tuvo que ver

47 Así lo asegura en la Vida, p 142: La traducción en español es del mismo


autor. En este sentido puede armonizarse esta afirmación con lo que dice en
otro l u g a r : «Hay dos copias en francés y castellano. Inédito, ambos en poder
del a u t o r » : Bibliografía, p. 429. Debe entenderse dos copias: una en francés
y otra en castellano; a m b a s inéditas, obraban en poder del biógrafo.
48 Cf. p. 429.
49 Suena así «Defensa de su causa»; mientras la Vida solitaria lleva este
otro subtítulo entre paréntesis t a m b i é n : «en defensa de su modo de vida» (p. 429).
¡>0 En la biografía del P. Alejo ocupan las pp. 122-130 y corresponden al lla-
mado Documento n. 150 del Proceso diocesano.
186 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

él con su salida de las clarisas de Perpignan. Tampoco tiene funda-


mento el rumor de que ha engañado a «cinco doncellas de Cahors»,
para que instauren un tenor de vida impuesto por él. Puede certifi-
carlo, como testigo de excepción, Juana Gracias. Otra patraña que
deshace, con datos concretos, es la que han venido a llamar «enga-
ños en materia de intereses» respecto a la misma Teresa Christiá.
Nada le ha sustraído, al contrario, le ha ayudado.
La parte final del escrito está consagrada a demostrar que el
Sr. Obispo de Montauban no puede considerarle a él ni a sus com-
pañeros, como ejemplo de «rebelión escandalosa». Las réplicas son
tajantes, hechas con plena seguridad. No puede hablarse de rebeldía,
ya que ha obedecido siempre, aun cuando ha sido privado de sus
funciones ministeriales, pese a ignorar los motivos. No recuerda co-
sa que le haya mandado su superior jerárquico que no haya obede-
cido. Tampoco es lícito hablar de escándalo, mientras no exista
transgresión de una ley. Si en su caso hay infracción, pide que se le
indique el tenor de esa ley para secundarla incondicionalmente. In-
cluso para reparar el escándalo que, sin saberlo, hubiera podido oca-
sionar.
Si alguien ha sido ofendido, difamado y calumniado, en este ca-
so, es él y sus compañeros. Tienen derecho, por lo mismo, a una
rehabilitación; por lo menos a ser escuchados. Se les ha condenado
con penas y sentencias, en consecuencia, la defensa debe hacerse
con el procedimiento adecuado: con una citación, una corrección,
un aviso. Con gran entereza (actitud peculiar del P. Palau en mo-
mentos críticos como éste) afirma que no piensa presentarse, para
reconocer faltas inexistentes, en un gesto de «humillaciones que
degradan al hombre».
Esta firmeza no le impide terminar con una ejemplar sumisión
al juicio infalible de la Iglesia y de sus legítimos representantes.
Es más: queda incondicionalmente sumiso a las disposiciones del
Sr. Obispo que tan duramente ha procedido contra él. Estas son las
últimas líneas de su apología:
«En esta controversia desagradable con el señor de Mon-
tauban, yo protesto obediencia y sumisión absoluta a todas
sus prescripciones en el círculo de sus atribuciones; respeto a
la autoridad que Dios le ha dado y amor a su persona; yo
depongo todo espíritu de odio, de resentimiento personal, todo
espíritu de revuelta y venganza. Si he tomado la defensa, yo
declaro que esto no es por espíritu particular, ni por amor pro-
pio ofendido por la sentencia o castigo; antes bien, he sido for-
EULOGIO PACHO 187

zado y como arrastrado por el honor del sacerdocio de cuyo


carácter la Iglesia se dignó revestirme. Como es muy difícil el
defenderse sin ofender y herir a la parte contraria, si en mis
expresiones hay algún término mal pronunciado, yo lo retrac-
to desde este momento».
Antes de que el destinatario respondiese a esta valiente inter-
pelación o tomase medidas concernientes al caso, el P. Palau aban-
donaba definitivamente Francia. Estaba convencido de que no podía
esperar un futuro pacífico en el ambiente que se había creado en
torno a él. Con su partida no quedó, sin embargo, zanjado definiti-
vamente el asunto de sus actuaciones en la diócesis de Montauban.
Sin tener ahora en cuenta los problemas de diversa índole, especial-
mente económica, que quedaron pendientes con Teresa Christiá y
con los compañeros de Cantayrac (entre ellos su hermano Juan
Palau) no debe olvidarse que el obispo de Montauban continuó con-
siderándole como sancionado y como persona poco recomendable.
En tal sentido escribió al obispo de Barcelona, tan pronto como supo
que allí había recalado el P. Palau. Este tuvo que justificarse de los
cargos que en tal carta se le imputaban, redactando una minuciosa
narración de los hechos para el obispo Costa y Borras. Este escrito
debe considerarse como complemento de los anteriores. Como todos
ellos, carece de importancia doctrinal. Es, no obstante interesante,
desde el punto de vista histórico o biográfico. De él se han conser-
vado dos redacciones: la que puede considerarse como borrador y
el texto final entregado al destinatario (51).

5.— Catecismo de las virtudes

Si la «Escuela de la virtud» puede considerarse como la obra


apostólica mejor enfocada y planificada del P. Palau, el Catecismo
de las virtudes, texto fundamental de la misma, es indudablemente
su escrito más logrado, incluso desde el punto de vista literario.
Aunque no presente especiales dificultades la lectura o interpreta-
ción, será conveniente ofrecer algunas consideraciones que ayuden
a situarlo en el contexto histórico y en su curioso proceso de im-
presión.

51 En el Proceso diocesano llevan los números 151 y 152. El primero corres-


ponde al texto definitivo y al borrador el segundo.
188 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAÜ

a.—Origen y motivación del escrito

Los meses que siguieron al regreso de Francia (abril 1851) fue-


ron, para el P. Palau, momentos de observación y de meditación.
Estudió detenidamente la situación de Cataluña, con el fin de orien-
tar, en sentido bien determinado, el rumbo de su vida. Pasó un largo
período de tiempo en absoluto retiro en la soledad del Montsant,
tratando de descubrir los designios de la Providencia sobre su vida
futura.
Después de visitar a sus familiares y a las «dirigidas de Lérida
y Aytona», durante los meses de julio y agosto, volvió a Barcelona
en septiembre, dispuesto a ponerse bajo la jurisdicción y dependen-
cia de su viejo amigo, el obispo Costa y Borras. Se convenció de que
por el momento su misión era servir activamente a la Iglesia en
el apostolado, no en la contemplación.
Su actividad pastoral comenzó con una obra relativamente mo-
desta, pero de notable responsabilidad. Al confiársela, el Prelado de
Barcelona, demostraba reconocer en él dotes relevantes y destacada
ejemplaridad sacerdotal. Le encargó como primer ministro la direc-
ción de los ejercicios espirituales en el Colegio Episcopal, entonces
en función de Seminario.
Podía desempeñar esta labor delicada con rigurosa escrupulo-
sidad y plena dedicación, quedándole amplio margen de tiempo para
otras actividades. Para su temperamento emprendedor y para su la-
boriosidad incansable, la encomienda del obispo era algo así como
el mínimo que podía hacer. Con plena seguridad podemos afirmar
que desde el primer momento proyectó su apostolado a otros cam-
pos y actividades. Las necesidades pastorales de la ciudad Condal
eran muchas y apremiantes. Muy pronto se apercibió de ello el P.
Francisco. Comprendió también que la actividad pastoral requería
planteamientos nuevos; postulaba organizaciones y formas más ade-
cuadas a las circunstancias del momento. De la comprobación pasó
al estudio y a la realización.
Encargado de ayudar al anciano párroco de la Iglesia de san
Agustín, en calidad de coadjutor o Vicario cooperador vio el campo
abierto para sus ambiciosas aspiraciones. A lo largo de los meses de
septiembre y octubre fue madurando el plan de una organización
apostólica piloto. De dar resultado, sería la primera de una larga
cadena o red esparcida por la geografía nacional española. Un tram-
polín para lanzarse a la recristianización de las grandes ciudades,
y desde ellas a todo el país.
EULOGIO PACHO 189

Cuando andaban ya muy avanzados sus planes, escribe a sus


«dirigidas» de Lérida y Aytona, para que rueguen por el éxito de la
empresa. Les dice textualmente: «Encomendadme a Dios; tengo
ahora una empresa en la que no querría tener un chasco y mal re-
sultado. Encomendadme mucho a Dios para que, en la obra que ha-
ga, Dios sea glorificado. Dios os escuchará» (52). Ultimaba los deta-
lles para que comenzase a funcionar regularmente la famosa obra
la «Escuela de la virtud». Son bien conocidos el funcionamiento, la
organización, el éxito y la supresión violenta de esa institución. Bas-
ta tenerlos presentes para comprender el origen, el contenido y la
finalidad del Catecismo de las virtudes (53).
Es sabido que redactó este escrito en función directa de la «Es-
cuela de la Virtud», que comenzó a funcionar regularmente durante
el mes de noviembre de 1851, aunque su inauguración oficial data
del 31 del mes siguiente. Los actos o «funciones» —como entonces
se decía— eran de carácter religioso y de índole cultural, con pre-
dominio indudable de éstos. La regularidad con que se celebraban
les confería un tono semejante a la de los modernos cursos de for-
mación cultural y religiosa. De hecho, se llegó incluso a establecer
un plan de exámenes al final de cada curso. «Concluido el catecismo
o el curso anual de conferencias se tendrán exámenes generales», se
dice en el esbozo de los estatutos presentados a la aprobación del
Prelado barcelonés (54). Dos horas intensivas de enseñanza sistemá-
ticamente planificada, a lo largo de todos los domingos del año,
resultaba una forma mucho más eficaz de remediar la ignorancia
religiosa, que la tradicional predicación durante la misa o con mo-
tivo de novenas y festividades. Esta carecía de continuidad y pro-
gramación orgánica. La constatación de su reducida eficacia fue
precisamente lo que indujo al P. Francisco a buscar otros medios
más adecuados para la enseñanza de las verdades religiosas y para
la defensa del dogma católico, entonces insistentemente atacado por
las nuevas corrientes ideológicas y por los sistemas filosóficos de
ellas derivados.

52 Carta del 31 de octubre de 1851. El P. Alejo, en su Vida, p. 160, afirma


que la carta es de primeros de noviembre, pero no hay duda de la fecha, ya que
el autógrafo dice t e x t u a l m e n t e : «Barcelona, Vigilia de Todos los Santos». Evi-
dentemente, se trata de un detalle insignificante, pues las dos expresiones no
suponen m u c h a s fechas de diferencia.
53 Sobre estos particulares pueden consultarse ALEJO, Vida, p. 149-194 y GRE-
GORIO, Brasa, p. 83-103.
54 Cf. Documento, un. 158 y 159 del Proceso diocesano. Textos copiados en
Alejo, Vida, p. 171 y 175. En esta ú l t i m a p. se detallan los planes de los exáme-
nes que se prolongarían d u r a n t e cuatro domingos consecutivos.
190 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

Una enseñanza básica, bien estructurada y sistematizada, no


podía fiarse a la improvisación. Tampoco era el caso de presentar in-
esperadamente cada domingo el tema que se iba a desarrollar. Estas
elementales bases de organización se plantearon con claridad, antes
de comenzar la actividad de la Escuela. Otros detalles de menor al-
cance se fueron perfilando con la prueba de la experiencia. Lo pri-
mero que definió con nitidez el organizador de la empresa, fue la
sistematización de los temas a desarrollar. Gracias a esta previsión,
desde los comienzos mismos de la Escuela se pudo anunciar, con una
semana de antelación, en la prensa y en hojas sueltas, el tema de
cada conferencia. Incluso distribuir impreso el texto base de las
lecciones. Ese texto redactado e impreso semanalmente en cuader-
nillos de pocas páginas (entre 2 y 8) era precisamente el Catecismo
de las virtudes.

b.—La temática y su desarrollo

Tanto el método adoptado en la exposición, como el temario


desarrollado en el libro, responden a unos criterios bien definidos.
Se adaptan a las exigencias que el P. Palau creía eran más inhe-
rentes a las necesidades del momento y a la preparación de los
destinatarios. En la única aclaración explícita que ofrece en la bre-
ve introducción, antepuesta al texto mismo del libro, escribe: «El
Catecismo será dividido en lecciones, y cada lección será objeto de
una conferencia. Este orden facilitará tal vez a los maestros de esta
Escuela la enseñanza de una ciencia, que por ser tan interesante, se
llama -ciencia- de los santos» (55).
Como quiera que las conferencias habían de ser 52, en corres-
pondencia con los 52 domingos del año, idéntico es el número de
lecciones del Catecismo. Esta es la división visible y externa del te-
mario (aparte otros epígrafes menores dentro de algunas lecciones).
Tal distribución material del contenido tiene una razón de ser ex-
clusivamente práctica, tan arbitraria como cualquier otra desde un
punto de vista formal, pero no condiciona para nada el orden lógi-
co o sistemático de la materia desarrollada. Los temas tratados y
su disposición orgánica siguen un esquema muy bien estructurado,
que en el índice final se reduce a tres secciones fundamentales, a
saber: a) las virtudes en general o en común; b) las virtudes cris-

55 Remite explícitamente aquí, al rematar la Introducción, al texto bíblico de


la Sabiduría 10, cf. p. VI en la ed. de 1851.
EULOGIO PACHO 191

tianas en particular, y c) las virtudes en sus sujetos o en relación


con diversos estados de vida.
Por estas sumarias indicaciones se advierte fácilmente que no
estamos ante un catecismo de toda la doctrina cristiana. No era éste
el plan que perseguía el P. Francisco. Suponía la existencia y el co-
nocimiento de tantos libros de esa índole. El suyo tenía una motiva-
ción y una destinación bien concretas. No podía ni pretendía su-
plantar a los catecismos elementales; intentaba completarlos, si-
tuándose en un grado superior y eligiendo una temática que tuviese
incidencia directa en la vida práctica de los cristianos. Quería ense-
ñar para vivir, o, mejor, enseñar a vivir cristianamente. Se abrió la
Escuela « con el fin de instruir en los misterios de nuestra santa
Religión y en los deberes que ella impone», que no son otros sino
la práctica de las virtudes (56). Y la virtud, escribe en la introduc-
ción del libro, «no hace solamente la felicidad del individuo, sino
que organizando todo el cuerpo social, le dispone para marchar ha-
cia su fin natural y sobrenatural, y le conduce hasta el objeto de su
felicidad temporal y eterna. Siendo esto una verdad incontestable,
no debería haber en la sociedad un solo individuo, ninguna clase,
que no poseyera este tesoro inestimable» (57).
Pocas líneas más adelante, justificando la existencia de la Es-
cuela y la composición del Catecismo, añade: «Para poseer la vir-
tud es necesario buscarla con afán, se ha de amar y estimar por lo
que vale; para amarla y apreciarla, se ha de conocer su valor y pre-
ciosidad: no podemos amar sino lo que conocemos; buscamos el
objeto que amamos; no encontramos sino lo que buscamos; no posee-
mos sino lo que hemos encontrado» (58). ¿Cómo buscar, encontrar,
amar y practicar la virtud en ambiente de confusión e incredulidad
o de ignorancia religiosa?
Recuerda, a este propósito, hechos y datos que están a la vista
de todos y que los auténticos católicos lamentan. Han aparecido en
los últimos tiempos filósofos «racionalistas e ilustrados» (son ex-
presiones suyas muy exactas) que han sembrado por doquier la in-
certidumbre y el error. «Han trocado —escribe— los términos, y con
escándalo de la lógica han calificado de bueno lo malo, y a lo malo
de bueno. Han pintado el vicio como una virtud y a ésta como un
vicio» (59). Hasta entonces los religiosos, los obispos y los sacerdo-

56 Cf. Doc. 158. El texto copiado en ALEJO, Vida, p. 169.


57 Cf. Introducción p. I I I ; ed. 1851.
58 Cf. Ib. p. IV.
59 Cf. Doc. 158; cf. el texto en ALEJO, Vida, p. 165-166.
192 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

tes podían poner un freno a los lamentables efectos de esta ideo-


logía, mediante la acción pastoral de la enseñanza religiosa. Supri-
midos unos, perseguidos o desterrados los otros, urge buscar solu-
ciones eficaces. «En frente de estas escuelas antisociales y antica-
tólicas, ábranse otras cuya misión se dirija a denominar el bien y
el mal, la virtud y el vicio por sus propios términos. Escuelas que,
dando la definición verdadera de la virtud y descubriendo el vicio
por sus propiedades destructoras, desarmen al enemigo» (60).
Si no se afronta con prontitud y decisión esta tarea, se caerá
pronto, piensa con razón el P. Francisco, en otra consecuencia casi
tan perniciosa como la incredulidad o el ateísmo. Los mismos cató-
licos, «llevados de un buen celo, caerán en mil ilusiones y supers-
ticiones en sus prácticas piadosas. La mala inteligencia sobre la ver-
dadera virtud, o ignorancia sobre ella, engordará un fanatismo per-
judicial a la Religión como la misma impiedad» (61).
Si este mal tiene remedio humano, prosigue razonando el P. Pa-
lau, y quiérese atajar, la única solución viable es la de establecer
Escuelas de Virtud, donde no de cualquier modo, sino formalmente
y con toda solemnidad se forme al pueblo y se edifique en la parte
que tiene de racionalidad y de espiritualidad» (62). Tal es la supre-
ma finalidad de la Escuela de la virtud. A esa finalidad de una en-
señanza clara, ordenada y sistemática, responde el texto base de sus
clases, es decir, el Catecismo de las virtudes. Estas son también las
motivaciones de elegir, como temas a desarrollar, los elementos más
prácticos de la doctrina cristiana, a preferencia de otros acaso más
importantes, desde un punto de vista objetivo o teórico.
«Mal puede practicarse la virtud si no se tiene de ella una idea
justa y verdadera. La enseñanza de la virtud es uno de los puntos
capitales para la Escuela; y, para proceder con orden en las mate-
rias, se tomará por texto el compendio que en forma de Catecismo
se está redactando» (63). En realidad, ese compendio estaba ya ter-
minado cuando el P. Fundador escribía estas líneas. Andaba pen-
sando en la composición de otro complementario, según veremos en
seguida.
Aunque el P. Francisco reconoce que «la experiencia y la prácti-
ca es maestra de las artes y de las ciencias», tiene conciencia clara
de que no se puede prescindir de las enseñanzas de los doctores de
la Iglesia y de su magisterio, cuando se trata de trazar el camino

60 Ib. p. 166.
61 Ib. 167.
62 Ib. p. 166.
63 Cf. Doc. 159; texto en A L E J O , Vida, p. 171.
EULOGIO PACHO 193

verdadero de la virtud (64). En esas fuentes piensa inspirarse para


redactar su escrito. Sabe muy bien que los Padres y Doctores de
la Iglesia han dejado escritas «sobre esta materia disertaciones vo-
luminosas», y que los escritores ascéticos y místicos «han compues-
to sobre este objeto libros tan bien dictados que ya no podemos es-
perar nada más sublime; y tantos en número que pueden formar
bibliotecas» (65). Ante semejante panorama se plantea inevitable-
mente el porqué de un escrito más sobre el tema de las virtudes.
Su justificación es plenamente válida, incluso desde un punto
de vista objetivo; mucho más si se considera la vertiente pedagó-
gica, motivación última o fundamental del librito.
En síntesis, el razonamiento propuesto en la presentación de la
obra es éste. Cuando se han multiplicado mucho los escritos sobre
una materia «es necesario un compendio que presente en términos
breves y concisos el objeto, reduciéndola toda a los principios de
donde nace la doctrina». Se consigue así «una idea clara, sencilla y
general» de lo más importante. De ahí se puede luego arrancar para
explicar y desenvolver las consecuencias o los aspectos más secun-
darios. «Esta noción sencilla y general, no olvidándose en la lectura
de todas las materias que se han tratado sobre el objeto, nos las ha-
ce comprender y entender». Los compendios de esta índole son úti-
les tanto para los ilustrados como para los principiantes. Los pri-
meros hallan la ventaja de tener reducida toda la materia que les
puede interesar en pocos principios. «Los principiantes aprendiendo
estos principios de memoria, los estudian, los meditan, los profun-
dizan. Estos sabidos, les abren y facilitan la inteligencia de las ex-
plicaciones, que para adquirir la ciencia les dan los doctores» (66).
Movido por estas consideraciones se ha lanzado a la composi-
ción de su libro: «Un compendio, escribe, que reduzca a principios
todo cuanto los escritores sagrados han escrito sobre la virtud, me
ha parecido podría ser de alguna utilidad a los alumnos de nuestra
escuela. Para acomodarlo a la capacidad de todos, se los ofrezco en
forma de Catecismo» (67). Estamos ante un planteamiento abso-
lutamente correcto y de sentido muy práctico, si tenemos en cuenta
que el alumnado de la Escuela estaba compuesto por toda clase de
personas; niños y adultos, maestros que enseñaban por el Catecis-

64 Cf. Introducción al Catecismo, p. IV-V.


65 Ib. p. IV.
66 Ib. p. V.
67 Ib. p. V.

13
194 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

mo y estudiantes que seguían por él las explicacioines de los pri-


meros (68).
En varios documentos relativos a la actividad de la Escuela
expuso sintéticamente el autor el contenido del Catecismo. Entre
los diversos lugares existe a veces casi absoluta coincidencia tex-
tual. El lugar más indicado para hacerlo era, sin duda, la introduc-
ción o presentación del libro. Cumplió puntualmente con este re-
quisito metodológico. Sus propias aclaraciones son suficientes para
comprender el temario del librito y el orden en que se expone la
materia. Las copiamos a la letra.

«La materia será propuesta bajo el orden que sigue. Se


preguntará:
— Qué cosa sea virtud, las especies en que se divide; qué
sean los dones del Espíritu Santo y qué los frutos. — La ar-
monía, el orden y la conexión de todas las virtudes entre sí, y
sus relaciones con los dones del Espíritu Santo y los fru-
tos. — De dónde sale la semilla para sembrarla en el jardín
de nuestro corazón, cómo nacen, crecen y producen a tiempos
convenientes sus flores y frutos: sus grados de perfección. —
La obligación que todo hombre tiene de practicarla conforme
a su estado y vocación, y los preceptos que se nos han impues-
to sobre ellas: esto en general. — Bajando a cada una de ellas
en particular, no olvidaremos ninguna de todas aquellas a las
que los Doctores eclesiásticos han dado nombre, examinando
cuál es su objeto, qué actos tiene y cuáles son los vicios que se
le oponen. — Luego que hayamos visto lo que sea virtud, con-
siderada en sí misma, la buscaremos en todos los estados, cla-
ses y oficios del cuerpo social, proponiendo a cada individuo
las que correspondan a su vocación (69).

En estas líneas está perfectamente sintetizada toda la materia


del libro, así como el orden en que se desarrolla, si bien no existe

68 Aunque en sí la «Escuela» se orientaba a la formación religiosa de los


adultos, sin embargo tenían parte muy activa en ella, por sus métodos pedagó-
gicos los niños, a quienes se encargaba que recitasen o cantasen las lecciones
antes de comentarlas. Sobre el p r i m e r p u n t o (orientación de la Escuela) entre
muchos textos explícitos cf. los doc. 158-159 y las páginas de ellos copiadas por
el P. ALEJO, Vida, p. 167, 170, etc. También las afirmaciones del mismo padre
P a l a u en la Escuela de la Virtud vindicada, p. 35. Respecto a la p a r t e conce-
dida a los niños, cf. los mismos doc. y p. 171 y 175 de P . ALEJO.
69 Introducción, p. V-VI. En los mismos términos resume el contenido del
libro en otros lugares. Coincide casi a la letra en la presentación e invitación
que hace de la obra al comenzar su funcionamiento. Véase el texto íntegro en
ALEJ , Vida, p. 150-158, en p a r t i c u l a r 150.
EULOGIO PACHO 195

(ni puede existir) exacta correspondencia entre la división externa


en lecciones y cada uno de los temas enunciados. Naturalmente, al-
gunos ocupan varias lecciones, mientras otros ofrecen materia para
una sola. Al comenzar las secciones principales (arriba señaladas)
o los apartados más importantes reaparece el epígrafe general de
La Escuela de la Virtud (como en los fascículos sueltos de las pri-
meras lecciones) y luego el tema importante que se va a exponer
en las lecciones siguientes (cf. p. 111 y 157 de la ed. de 1851).
La doctrina, expuesta con singular claridad, es un compendio
muy bien logrado de la Suma Teológica de Santo Tomás, citado con
frecuencia a lo largo del libro. No sólo se sintetiza la suma tomista,
sino que se acomoda también su ordenación o esquema, para ha-
cerlo más accesible y más elemental. Lo que el Doctor Angélico ex-
pone en las dos secciones de su obra (llamada 1/2 y 2-2, es decir,
primera parte de la segunda parte y segunda parte de la Suma) co-
responde a lo que suele denominarse «teología moral», constituyen-
do el tema de las virtudes el núcleo central, eso que intenta reducir
a sus principios más fundamentales el Catecismo del P. Palau. No
se trata de ocultar su fuente de origen, al contrario, se complace en
hacer constar que propone la enseñanza del mejor de los maestros
o doctores. «Ese libro, el Catecismo de las virtudes, contiene una re-
dacción de las doctrinas del Angélico Doctor, Santo Tomás de Aqui-
no, relativas a la moral y al tratado de virtudes y vicios» (70).
Aparecen en las páginas del libro otros maestros o doctores, pe-
ro las citas explícitas son indirectas, casi siempre tomadas del mis-
mo Santo Tomás, como san Anselmo (p. 105), san Gregorio (p. 107),
etc. Esto no quiere decir que el P. Francisco no hubiese leído y con-
sultado otras obras, tanto para su formación personal, como para
la composición de este escrito. Podemos hacer una interesante cons-
tatación a este respecto. Después de haber tratado brevemente de
la fe, siguiendo la doctrina tomista, en las lecciones 36, 37 y 38 (por
errata se dice la última 35) amplía la temática del Angélico desa-
rrollando su tema favorito de la Iglesia. A no dudarlo, recoge en
estas páginas algunos de los enunciados o axiomas propuestos en la

70 Frase textual suya en la Escuela de la Virtud vinculada, p. 177. Proba-


blemente su vinculación a la doctrina tomista en el campo concreto de la moral,
en que se mueve en la obra, procedía del famoso texto conocido y muy divul-
gado en España desde hacía casi un siglo: Compendium Salmanticense universae
theologiae moralis, del Carmelita Descalzo, fray Antonio de san José. Muy di-
fundido entre el clero, era texto en cierta manera oficial en los colegios de la
Reforma Teresiana. Con toda probabilidad lo había estudiado él en Barcelona,
antes de ser expulsado del convento. Sigue con absoluta fidelidad la doctrina
del Angélico Doctor.
196 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

obra perdida, y de la que se trató anteriormente (n. 2), es decir, la


de Quidditas Ecclesiae.
Otra prueba de que su información no se reducía a la Suma de
Santo Tomás, nos la ofrecen las líneas finales del libro. En su pro-
pia escuela espiritual tenía excelentes maestros en el tema de las
virtudes. Entre los «místicos» recordados genéricamente en la in-
troducción estaban aludidos, sin duda, Santa Teresa y San Juan de
la Cruz. Ninguno había tratado tan profundamente el argumento
de las virtudes teologales como el Doctor Místico. Y el P. Francisco
lo sabía muy bien; por eso concluye así su librillo hablando de los
«carismas» o gracias gratis datas: «Y todas estas gracias no son
virtudes, sino medios para adquirir la virtud, para autorizarla, sos-
tenerla y conservarla. Véase sobre esto lo que escribió San Juan
de la Cruz» (p. 176).
Desde el primer momento creyó el P. Palau que el método más
adecuado para la finalidad perseguida era el de «tratar la materia
en forma de catecismo». Siempre que alude a los planes de la «Es-
cuela» y a las doctrinas que en ella se habían de tratar, repite que
la fórmula preferible es ésa. Los niños cantarán a coro las pregun-
tas y respuestas del Catecismo y los maestros las explicarán luego
con más detalle (71).
Fiel a su criterio, adopta la estructura clásica de los catecis-
mos: preguntas y respuestas directas. En todos los escritos doctri-
nales (e incluso en los autobiográficos) se muestra muy propenso a
la forma dialogada, pero es en éste donde la realiza de forma siste-
mática, directa y con verdadera maestría. Sin exageración, ni fácil
concesión al panegírico, se puede afirmar que estamos ante una
obra maestra en su género, pese a que algunas de las expresiones
resulten hoy un tanto extrañas o poco familiares, dado su tenor tí-
picamente escolástico. Sonaban mejor en su época y eran de más
fácil comprensión. Nadie ignora que la dificultad más ardua en esta
clase de escritos estriba en la formulación breve y precisa de las
preguntas. Presupone un dominio perfecto de la materia tanto en
su elección, como en su ordenación y en su enunciado. A este res-
pecto, o bajo este punto de vista, el Catecismo del P. Francisco es
verdaderamente ejemplar, auténtico modelo. Las preguntas son
siempre breves, claras, concisas. Se suceden además en perfecta
progresión lógica y doctrinal, sin repeticiones inútiles. En cambio
las respuestas suelen ser más extensas, abarcando habitualmente
todo y sólo lo que implica la pregunta: otro de los secretos o éxitos

71 Cf. antes not. 68 y textos en la Vida del P . ALEJO, p. 150 y 171, etc.
EULOGIO PACHO 197

de este tipo de escritos. Puede concluirse que es, en su conjunto, la


obra mejor lograda de cuantas salieron de su pluma. Sin duda, la
que mejor consigue los propósitos del autor.

c.—Composición y publicación del Catecismo

Tanto la redacción como la edición de esta obra ofrecen par-


ticularidades dignas de recordarse, al menos por lo que tienen de
curiosidad o anécdota. Ya hemos mencionado la noticia precedente
de la exposición hecha po el P. Francisco a las autoridades civiles
de Barcelona, que indagaban sobre la índole de la institución por
él creada en la parroquia de san Agustín. Al comunicarles las nor-
mas por las que se regulaba su funcionamiento escribe en enero de
1853: «Para proceder con orden en las materias se tomará por texto
el compendio que en forma de Catecismo se está redactando; este
compendio contiene un número de lecciones según las Dominicas
del año y cada semana los alumnos de la virtud estudiarán la lec-
ción, al cual se les mandará recitar en la Escuela y se les explicará
por el Presidente, Vicepresidente y catedráticos» (72).
Que no alude al otro Catecismo que pensaba redactar para la
sección apologética o más científica de la misma Escuela, resulta cla-
ro por las indicaciones que preceden y siguen a las palabras co-
piadas. Refiriéndose al Catecismo de las Virtudes, la afirmación
resulta un tanto desconcertante, por lo menos a primera vista. Es-
cribía esas líneas en 1853 y la obra hacía tiempo que corría en letras
de molde. No estaba redactándose como aquí se afirma. Lo atesti-
guan bien claro los ejemplares del libro llegados hasta nosotros.
Unos llevan la fecha de impresión del 1851 y otros del 1852, sin que
se aprecien diferencias textuales entre ellos. Estas simples consta-
taciones plantean algunos interrogantes que merece la pena escla-
recer, aunque se refieren únicamente al proceso redaccional de la
obra y a su singular historia editorial.
Que la composición y la edición sean anteriores al 1853 no pue-
de ponerse en tela de juicio. Lo asegura el mismo P. Palau de
manera inequívoca. Al rehacer la historia de la Escuela, años des-
pués de su violenta supresión, escribe respondiendo a la acusación
de habérsele encontrado y secuestrado 1.500 ejemplares en 1857:
«Ese libro, el Catecismo de las virtudes, contiene una redacción de
las doctrinas del Angélico Doctor... Le presenté en 1852 a la censu-
ra eclesiástica, y aprobado, fue impreso y publicado bajo las garan-
72 Cf. Doc. 159; ALEJO, Vida, p. 171-172.
198 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

tías de las leyes vigentes de imprenta y desde entonces está en venta


en las capitales del Principado de Cataluña» (73).
Si estaba ya censurado y aprobado en 1852, mal podía decirse
en 1853 que se estaba redactando. Se trata a todas luces, de un desliz
de memoria o de señalar fechas aproximativas, sin demasiado cui-
dado por un aspecto quizás considerado entonces secundario. Por
otra parte, habiendo comenzado a funcionar la Escuela en 1851 sir-
viéndose desde el primer momento del Catecismo, como de texto,
según expresa afirmación hecha al dar el anuncio de su inaugura-
ción (74), no hay duda de que ya habían comenzado a circular im-
presas algunas de las lecciones antes de 1852.
Todos estos datos (y otros que podrían traerse a colación) sir-
ven para esclarecer en líneas generales el proceso seguido en la
composición y en la edición del Catecismo. Al iniciar sus actividades
la Escuela, la obrita no estaba redactada en su integridad. Fue
apareciendo en cuadernillos sueltos (en correspondencia a las leccio-
nes de cada domingo) hasta que se logró adelantar tanto en la re-
dacción del texto, que pudo pensar en reunirlo todo en un cuerpo,
sin que ello impidiese señalar anticipadamente lo que debía propo-
nerse para cada semana.
Este proceso, documentado por la impresión misma de los ejem-
plares conocidos hoy día, se confima con una noticia interesante
trasmitida por el P. Alejo. Escribe textualmente: «Se conservan
originales esas lecciones (del Catecismo) aprobadas cada una por la
autoridad eclesiástica; fue censor el Dr. Constantino Bonet, y el
permiso es del Dr. Ezenarro, Vicario General; la última lección fue
aprobada el Io de marzo de 1852; la primera lo fue el 11 de noviem-
bre del año anterior, lo que demuestra que la redactó (la obra) en
el espacio de cuatro meses, en medio de muchas ocupaciones» (75).
No existen motivos serios para dudar de afirmaciones tan pre-
cisas, por más que los biógrafos y estudiosos posteriores no las ha-
yan concedido el relieve que merecen. El P. Alejo conocía muy bien
los originales del P. Palau lo suficiente para no confundir el texto
impreso donde no figuran para nada las censuras y aprobaciones
eclesiásticas aquí recordadas. Todo ello significa que estamos ante
una lamentable y ddlorosa pérdida de autógrafos llegados hasta
tiempos relativamente modernos.
La información del citado biógrafo rima perfectamente con los
datos que se desprenden de un minucioso análisis del texto impreso,
73 La Escuela de la virtud vindicada, p. 177.
74 Cf. ALEJO, p. 150 y 172.
70 P. ALEJO, Vida, p. 162.
EULOGIO PACHO 199

aunque a primera vista pueda parecer lo contrario. Se conocen ac-


tualmente dos ediciones o impresiones de la obra: una lleva en la
portada, como pie de imprenta, estos datos tipográficos: «Barcelona.
Imprenta de los Hermanos Torras, Calle de Santa Ana, número 8,
1851». La otra, reza, en cambio, así: «Barcelona Imprenta y librería
politécnica de Tomás Gorchs, Calle del Carmen junto a la Univer-
sidad, 1852». El resto de la portada es idéntico, salvo los cuerpos y
tipos de letra así como el adorno tipográfico del centro. Ambos dejan
constancia en la misma portada de estar publicadas «con licencia
del Ordinario». No existen otras aprobaciones particulares para ca-
da lección.
La constatación de estos y otros elementos más particulares es
de singular importancia desde el punto de vista bibliográfico, pero
sería demasiado prolijo y enojoso analizarlos aquí. Lo apuntado es
suficiente para darse cuenta de la laboriosa composición del escrito
y de su notable difusión tipográfica. Resumiendo a grandes líneas
el proceso redaccional y editorial podemos trazar el siguiente guión.
El P. Francisco comienza la composición del escrito a primeros
o mediados de noviembre de 1851. Según va redactando las leccio-
nes las imprime en cuadernillos en la imprenta de los Hermanos
Torras. De ahí que cada fascículo lleve paginación propia y cada lec-
ción vaya encabezada (con grandes caracteres tipográficos) con el
epígrafe Escuela de la virtud. Al entregar a la imprenta la primera
lección parece que consignó también el cuadernillo inicial con la
introducción y los textos litúrgicos que se recitaban durante las
funciones (hacen en total VI y 12 páginas). A todo ello antepuso ya
entonces la portada del libro que lleva la fecha de 1851, respondien-
do, sin duda, a la realidad cronológica. De hecho, al final de la pri-
mera lección (y de toda esa primera entrega) figura de nuevo el pie
de imprenta de los Hermanos Torras (siguiendo las normas tipográ-
ficas, comúnmente aceptadas).
Una parte de las lecciones se compusieron y editaron, por tan-
to, en 1851. Siguió la redacción e impresión en los primeros meses
del año siguiente, hasta que en un momento dado (a partir de la
lección 15, en la página 49 del libro) se procede a la impresión
seguida, con paginación continuada y suprimiendo el rótulo «Escue-
la de la virtud» en cada lección, fuera de las que comienzan seccio-
nes importantes (como en p. 111, 157). Sospechamos que la edición
continuada, en forma de libro, coincide con el momento en que el
autor tiene terminada la redacción, es decir, en marzo de 1852, sin
que ello signifique que a la vez no se distribuyesen en cuadernillos
200 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

separados las lecciones restantes. En tal hipótesis resultaría que la


conclusión del ciclo redaccional coincide con el momento en que en
la Escuela se desarrolla el tema de la lección 14. La mayoría de las
lecciones (por separado y en cuerpo de libro) se imprimen por tanto
en 1852, aunque en la portada se diga 1851.
Una cierta confirmación de cuanto se viene afirmando aquí la
podríamos hallar en el hecho de que los tipos o caracteres de im-
presión (en la edición de 1815) cambian a partir de la lección 15,
cuando comienza la paginación o composición tipográfica seguida.
Una comparación sumaria con la letra de la impresión del 1851
induce a creer que a partir del lugar señalado se encargó de la edi-
ción la politécnica de Tomás Gorchs. Y en los mismos talleres se
volvió a reimprimir todo el texto de 1852, íntegramente o la parte
antes publicada por entregas y en la imprenta de los Hermanos
Torras.
En todo caso, y al margen de estas particularidades de índole
técnica, el texto de la obra es idéntico en ambas impresiones. La
tirada fue, sin duda, de notable amplitud. Después de haberse dis-
tribuido a los alumnos de la Escuela y colocado en las librerías de
Cataluña para su libre venta al público, aún retenía en depósito el
P. Palau 1.500 ejemplares cuando volvió de Ibiza en 1857. Es otro
aspecto digno de tenerse en cuenta para valorar la empresa de la
«Escuela de la virtud» y su libro de texto, el Catecismo de las vir-
tudes.

d.—Complemento inacabado del libro

Como es sabido, desde muy pronto la «Escuela de la virtud»


amplió el programa inicial de la enseñanza de la religión a los
adultos, para crear una segunda sección o actividad que se hacía
cada día más urgente. Era necesario salir al paso de las ideologías
y sistemas filosóficos que, por sus postulados racionalistas o «ilus-
trados», minaban las raíces mismas de esa Religión, cuyos dogmas
y doctrinas se trataba de enseñar y difundir. A la acusación de
«oscurantismo e ignorancia» quiso responder el P. Palau en el pla-
no adecuado, enfrentándose a teorías y sistemas que presumían de
«progresistas», tanto en el campo político-social como en el reli-
gioso y filosófico.
Paralela a la enseñanza de la Religión se abrió otra serie de
conferencias sobre los temas candentes del tiempo. Ocupaban la se-
gunda fase de las conferencias dominicales de la Escuela y en ella
EULOGIO PACHO 201

intervenían los mejores maestros de la prensa católica entonces pre-


sentes en Barcelona. A imitación del Catecismo de las virtudes se
redactó un sumario de temas o cuestiones adaptado también a los
52 domingos del año. Con la exposición de los mismos se intentaba
componer otro Catecismo de mayores vuelos, y que hubiera sido,
de realizarse, un auténtico curso de apologética, orientado en doble
sentido: primero, a demostrar la credibilidad del dogma católico
y, en segundo lugar, exponer la perfecta compatibilidad del mismo
con la ciencia y el progreso.
Esta actividad o faceta de la Escuela fue la que suscitó mayor
preocupación entre los que vieron en ella un enemigo muy digno
de atención por su acertada campaña y por su audaz estrategia. La
injusta y violenta supresión de la Escuela dio al traste con el am-
bicioso plan de presentar un amplio y documentado curso de apo-
logética o de orientación científica y religiosa.
Para que pueda apreciarse mejor el planteamiento realista y
progresista (en el mejor sentido de la palabra) de la Escuela copia-
mos literalmente las palabras del P. Fundador:
«Por muchos y gravísimos motivos dividí toda la enseñan-
za en dos partes: primera, enseñar la doctrina cristiana; se-
gunda, probar su divinidad. Para la primera parte redacté to-
da la doctrina cristiana bajo la idea de las virtudes y ese Ca-
tecismo era el que nos servía de texto en la primera hora...
Para la segunda redacté todo el cuerpo de doctrinas relativas
a los motivos de credibilidad de nuestra Religión en 52 pun-
tos o proposiciones', correspondientes a las cincuenta y dos
dominicas del año. Tenía intención de formar de ellas un se-
gundo catecismo» (76).
Si la redacción de ese cuerpo de tesis es obra personal y exclu-
siva del propio P. Palau, tendríamos una prueba de una cultura
mucho más amplia de lo que suele creerse. Supone ese temario un
conocimiento muy preciso de todos los movimientos religiosos, fi-
losóficos, políticos y sociales de la época. Patentiza además un con-
tacto muy directo con ellos y con sus implicaciones. Parece dema-
siado vasto para que una sola persona esté tan al corriente de esa
multiplicidad de tendencias y corrientes de pensamiento y de acción.
Como quiera que en la exposición de esos temas en la Escuela
de la virtud colaboraron con el P. Palau los más prestigiosos es-
critores y pensadores católicos (sacerdotes y laicos) de Barcelona,

76 Cf. Doc. 105; La Escuela de la virtud, su historia.


202 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

todo induce a sospechar que el cuestionario base para el proyectado


Catecismo es fruto de ese grupo de colaboradores, entre los que des-
tacan Eduardo María Vilarrasa, José Gatell, José Gras. La forma
de referirse el mismo padre a las clases de la segunda sección fa-
vorecen esta sospecha, aunque no siempre es fácil distinguir el sen-
tido de los plurales usados. Así cuando escribe: «Redactamos y or-
ganizamos en dos cuerpos de doctrina todas las materias escogidas
para formar el cuerpo anual» (77). O lo que afirma en otro lugar:
«Todas las materias relativas a la divinidad de nuestra santa Re-
ligión forman un cuerpo de doctrinas; dividimos este cuerpo en
cincuenta y dos secciones o artículos, predicables por turno en las
dominicas del año, y estas materias eran el objeto de la segunda
parte de nuestro plan de enseñanza» (78).
De momento es un extremo de relativa importancia para la fi-
nalidad que persiguen estos apuntes. Fuera obra personal del P.
Francisco o trabajo conjunto de sus colaboradores, dos cosas quedan
bien en claro: en primer lugar, que el P. Palau fue el que plani-
ficó y organizó, no sólo la Escuela sino también esa segunda sec-
ción. Segunda constatación cierta es que el texto ordenado y siste-
mático de esas lecciones quedó en proyecto. Nunca llegó a realizar-
se, a causa de la supresión de la Escuela.
Afortunadamente el P. Alejo tuvo el gran acierto de copiar al
pie de la letra el elenco de los temas o tesis que se desarrollaron
mientras actuó la Escuela y que habían de ser el cañamazo del nue-
vo y ambicioso catecismo. La simple lectura de ese elenco (en p.
177-187 de la citada biografía del P. Alejo) basta para darse idea de
la amplitud temática y de su cualidad en aquellos años de tanta
confusión ideológica y de tan desatada saña anticlerical.

6. — La Escuela de la virtud vindicada

Entre los escritos publicados por nuestro P. Palau, éste es el


que menos difusión alcanzó. Cierta limitación entraba en sus mis-
mos planes. De ahí que el número de ejemplares debió de ser bas-
tante reducido. Así se explica también el que hoy el libro consti-
tuya una verdadera rareza bibliográfica. Un motivo más para jus-
tificar su descripción con abundantes citas literales, ya que no es
fácil tener a mano el original.

77 Cf. La Escuela de la virtud vindicada, p. 33.


78 Ib. p. Ó9 et pussim.
EULOGIO PACHO 203

La obrilla cumple un doble objetivo: es a la vez la primera


historia documentada de la «Escuela de la virtud» y su mejor apo-
logía. Nadie en mejores condiciones para alcanzar ambas cosas como
el creador de la obra y protagonista principal de los hechos que
culminaron con la supresión. Es el escrito palautiano redactado con
mayor vigor dialéctico, con más refinada redacción literaria y con
más depurada documentación. Narra la época más gloriosa y, al
mismo tiempo, más dramática de su existencia. Propone también
doctrinas de avanzada audacia para su tiempo y de singular sinto-
nía con la problemática político-religiosa de nuestros días. Estas
doctrinas giran en torno a dos puntos cardinales: el concepto de
pastoral «como misión» y el de los límites o relaciones entre acción
pastoral y actividad política por parte de la Iglesia y de sus mi-
nistros.
Estas ideas, ampliamente propuestas en el primer apartado, que
sirve de introducción al cuerpo de la obra, culminan en esta afir-
mación: «Si la predicación del Evangelio, en lugar de ser protegida,
fuera al contrario, como sospechosa, vigilada, y si llegara a perder
en sus formas su libertad amplia y amplísima; si no la tuviera tan
ancha como Cristo se la dio a la Iglesia, quedaría impotente para
hacer frente a la incredulidad, al error, y a la inmoralidad: o no
es la palabra divina, o ha de ser libre» (p. 24). Expresiones de esta
índole abundan a lo largo de todo el escrito. Es muy comprensible:
la razón de ser de la «Escuela de la virtud», su justificación defi-
nitiva, radicaba ahí: en la necesidad y en la libertad de adaptar
la predicación del Evangelio a las necesidades de cada época.

a.—Finalidad y motivación del libro

Defender la institución de la Escuela de la virtud y su actua-


ción, implicaba necesariamente demostrar la libertad que la Igle-
sia posee para realizar su obra evangelizadora, y hacer ver, al mis-
mo tiempo, que esa misión sólo puede ser eficaz, si sabe descubrir
las formas más adecuadas a las necesidades de cada época. La rei-
teración con que el P. Francisco vuelve sobre estas ideas denuncia
la postura realista de un hombre abierto a los signos de su tiempo.
La exactitud de sus razonamientos deja bien asentada la base de
donde se partió para la creación de la Escuela. Una vez suprimida,
era inútil insistir sobre esos principios teóricos. Le interesaba el as-
pecto práctico, es decir: hacer ver, con los datos a la mano, que
entre los planes trazados y las actividades desarolladas había ha-
204 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

bido perfecta conformidad. Por ello, el libro es una apología basada


en la narración fiel y estricta de los hechos.
Imperativo de esos mismos hechos es el tratar de justificar la
existencia de la Escuela y su actuación. Se interfieren así, por ne-
cesidad, dos planos: el objetivo, que se refiere a la institución mis-
ma, y el subjetivo, que se centra en su propia persona, en cuanto
responsable supremo de la obra.
Desde el primer punto de vista, lo que interesa primordialmen-
te es demostrar hechos fidedignos: que la Escuela estuvo libre de
cualquier intromisión política; que se mantuvo siempre al margen
de todo lo que no fuera una «misión» estrictamente religiosa. Con
estas palabras expresa el objetivo básico del libro: «Compelido por
la necesidad, voy a escribir una historia relativa a misiones espa-
ñolas de España, la que nos descubrirá el terreno que pisamos: una
historia sobre la Escuela de la Virtud, o sea, sobre estos principios
reducidos a la práctica» (p. 24).
Para comprender el sentido que da él a la «misión en España»
y el alcance que tiene la fórmula predicación del Evangelio, es ne-
cesario leer con atención las páginas del párrafo introductorio. El
título completo de la obra es bastante sintomático y puede ayudar
a captar estas expresiones (79). Sintetizaremos en seguida las líneas
fundamentales de su razonamiento.
En el plano concreto de su postura personal, la historia rigu-
rosa que rodeó a la Escuela de la virtud es la mejor defensa de su
actuación y de todos los que con él colaboraron en ella. Relatando
con fidelidad los acontecimientos quedarán al descubierto las ca-
lumnias y las injusticias cometidas contra la institución y las per-
sonas. Presentada por los enemigos como un «club político, produc-
tor de motines y revoluciones», la Escuela debe quedar limpia de
toda sospecha en tal sentido. «Movidos por la obligación que tene-
mos de vindicarla, escribe, damos al público su descripción, los car-
gos que le ha dirigido la prensa de cierto color, y su contestación,
con todo lo que ha mediado con las autoridades militares del prin-
cipado de Cataluña en orden de esta materia» (p. 25).
Pese a la organización un tanto confusa de los temas tratados,
nunca pierde de vista el objetivo que persigue. El núcleo central de

79 La portada del libro reza a s í : La Escuela de la virtud vindicada, o sea,


la predicación del Evangelio y la enseñanza de sus doctrinas bajo una de las mil
formas de que es susceptible, adoptable, según las necesidades u exigencias ac-
tuales de la nación en las capitales de primer orden, por el U. P. D. Francisco
P a l a u , Religioso de la Orden Descalza de Nuestra Señora del Carmen, Misionero
apostólico. Obra revisada y aprobada por la autoridad eclesiástica. Madrid, im-
prenta a cargo de F. Gainayo, Gravina 21, 1859.
EULOGIO PACHO 205

la obra es precisamente eso: refutar con rigor, sinceridad y humil-


dad los ataques de que ha sido objeto la famosa institución por él
creada en Barcelona. Merece la pena recordar las frases que estam-
pa antes de pasar revista a la prensa que se declaró hostil desde el
primer momento y le siguió persiguiendo, aún después de suprimi-
da la Escuela. Reconoce que no hay obra humana que carezca de
deficiencias y, por lo mismo, no esté expuesta a la crítica y al ata-
que. No es simplemente por eso condenable. Es el caso de su am-
biciosa empresa.
«Examinaremos, escribe, sin pasión, sin preocupación alguna,
y con ánimo quieto, tranquilo y sereno, los cargos que gravitan so-
bre la Escuela de la virtud y su director; buscaremos en nuestra
conciencia y en la historia los datos que puedan apoyarse, y si son
fundados, con mucha humildad reconoceremos nuestros errores;
confesaremos ingenua y francamente nuestras culpas; lloraremos
nuestros extravíos, y formularemos un voto, de gracias para satis-
facción de cuantos han tenido la caridad y la amabilidad de avi-
sarnos, corregirnos, impugnarnos y castigarnos. Si, por el contrario,
nos creemos inocentes de los crímenes pésimos de que somos acu-
sados, estas hojas nos justificarán y vindicarán el honor ultrajado
por la calumna» (p. 78).
Celoso siempre de su buen nombre como sacerdote y reivindi-
cador decidido de sus derechos como ciudadano, el P. Francisco
trata incluso de salvar las intenciones de sus perseguidores. En esta
ocasión lo hace con un tacto y una mesura mucho más depurados
que en otras apologías, como las escritas durante su estancia en
Francia. Con gesto de profundo sentido evangélico defiende incluso
a quienes fueron ejecutores inmediatos de su condena y de su des-
tierro. Intenta salvar sus intenciones achacando la responsabilidad
a falta de información, cosa sorprendente, si se tiene en cuenta la
manera con que fue tratado en los momentos cruciales del asunto.
Aunque bastante extenso copiamos, a modo de ejemplo, lo que es-
cribe refiriéndose al ministro de Gracia y Justicia, a cuyo supre-
mo tribunal fue llevado en última instancia el pleito de la Escuela.
Dice textualmente:

«¿Será que el ministerio haya formado de la Escuela de


la virtud una opinión conforme a lo que han estampado en sus
columnas El Constitucional, La Actualidad y otros periódicos
de igual color? ¿Sería acaso la Escuela de la virtud, en con-
cepto del señor ministro de Gracia y Justicia, un club perenne
de motines y revoluciones? En tal suposición, sería medida
206 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

muy acertada desterrar del principado de Cataluña a su autor,


pues que había el peligro que mandara resucitarla de entre los
muertos. Si así fuera, como hay apariencias que lo hacen creer,
yo no podría consentir en que se me impusiese el borrón de
esa infamia, y en la convicción en que estoy de que el mi-
nisterio ha procedido de buena fe y guiado de intenciones
rectas y puras, leído el real decreto, me vi en el compromiso
de dar al público una descripción fiel y verdadera de la Es-
cuela de la virtud, con el objeto de desvanecer y disipar las
sospechas que contra su autor haya podido concebir el gobier-
no de S. M.; lo he hecho y espero que quedará satisfecho con
las explicaciones que sobre esta materia he dado.
La excepción de no poder residir en Cataluña al levan-
társele el destierro de Ibiza que se me ha hecho en el real de-
creto es una sorda, muda, e implícita confirmación de lo que
ha escrito la prensa contra la Escuela de la virtud. Me había
impuesto un riguroso silencio, pero leído el real decreto, creí
ser un deber mío contestar a los oposicionistas.
Si en el expediente hay informes que me pertenezcan a
mí individualmente, no como ministro de la palabra de Dios,
sino en calidad de ciudadano español, yo me reservo la acción
y el derecho de conocer mi causa y defenderla.
Si es por causas y motivos de alta política y de gobierno,
en esta parte me conformo y estoy dispuesto a secundar las
miras de las autoridades en todas las disposiciones que miren
individualmente a mi persona.
Si es por sospechas concebidas contra la lealtad y fideli-
dad, que como ciudadano español, debo a mi soberana y Reina
doña Isabel II, a sus gobiernos e instituciones, concluyo con
esta protesta: Daré, como criatura racional, una obediencia
absoluta y sin límites a Dios, principio y fin de todas las co-
sas ; y a la Iglesia, a sus legítimos Pastores; y a doña Isa-
bel II, a sus gobiernos e instituciones, aquella que les compete
dentro del círculo de sus respectivas atribuciones» (p. 149-151).
Así terminaba el texto primitivo del libro. En una especie de
apéndice, añadido después, narra los acontecimientos relacionados
con su segundo destierro y el consejo de guerra seguido por el gene-
ral Zapatero, gobernador militar de Cataluña, contra la Escuela de
la virtud. Estas páginas finales o posteriores están compuestas poco
antes de mandar el libro a la imprenta madrileña que se atrevió a
publicarlo. De ahí que no aparezca en el temario o esquema gene-
EULOGIO PACHO 207

ral propuesto al principio por el mismo autor. Están, sin embargo,


incluidas en el índice final (80).

b.—Plan general de la obra

Aunque la lectura del libro no ofrece (ni podía ofrecer) difi-


cultad alguna, el autor ha prodigado mucho más de lo que es habi-
tual en él, subdivisiones de la materia, aunque en los apartados me-
nores no siempre se ve la justa correlación o subordinación de par-
tes. Las líneas fundamentales las presenta en un sumario colocado
al principio, inmediatamente después de la portada y la aprobación.
Corresponde a los títulos o partes mayores del libro, tal como se
enuncian también en el índice final, en el que se añaden los apar-
tados y subdivisiones principíales de cada una de las cuatro par-
tes. Es práctico este índice para tener a la vista la recta ordenación
de los temas desarrollados. Los básicos, y que forman la trama
clave del libro, son los siguientes: a) La predicación del Evangelio
en las naciones católicas y sus formas; b) La Escuela de la virtud:
descripción; c) Ataques de la prensa: contestación; d) Cargos di-
rigidos contra ella por las autoridades militares del principado de
Cataluña: sus defensas (cf. p. 7). A lo que se debe añadir el com-
plemento redactado con posteridad, según lo dicho antes; e) La
Escuela de la virtud ante el Consejo de guerra. Sintetizamos breve-
mente el contenido de cada una de estas partes.
a) La predicación del Evangelio en las naciones católicas (I =
p. 9-24) y las diversas formas que puede adoptar. Sirve de introduc-
ción doctrinal para hacer comprender la finalidad que perseguía la
Escuela y, por lo tanto, su razón de ser. Es la parte más interesante
desde el punto de vista de la doctrina, y nos manifiesta mejor que
ningún otro documento cuáles eran las ideas del P. Francisco sobre
la acción pastoral de la Iglesia. Hay que leer con atención estas
páginas para comprender al detalle su pensamiento sobre el con-
cepto genérico de «misión» y la relación que guarda con el de «pre-
dicación» y «enseñanza de las verdades de la fe cristiana».
La fe «es el fundamento del edificio cristiano» (p. 10); la pre-
dicación del Evangelio entre los infieles e idólatras es la que lleva

80 La documentación ú l t i m a m e n t e localizada en el ministerio de Justicia aca-


ba de disipar las posibles dudas sobre el final del proceso contra la Escuela y
su creador. No conocía el veredicto final el P. Francisco cuando escribía las
líneas que acabamos de copiar. Terminó por imponerse la verdad y fue decla-
rado libre de los cargos y responsabilidades que se le habían atribuido. Así sa-
lió del destierro, no sólo por virtud de la amnistía general, sino con el recono-
cimiento pleno de su inocencia.
208 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

la fe por el mundo levantando el «magnífico, bello y firmísimo edi-


ficio de la Iglesia de Jesucristo» (p. 9). Realizan esa labor de pro-
pagación de la fe e implantación de la Iglesia los misioneros en sen-
tido propio, es decir, quienes predican el Evangelio en lugares que
no han recibido la «buena nueva».
La implantación de la Iglesia y la difusión de la fe cristiana no
son más que un primer paso para que se consolide y desarrolle la
«obra de Dios en los hombres». Con ello, está sólo «bosquejada, de-
lineada y principiada» (p. 10). Si ha de llegar a su fin y plenitud
debe «fundar la caridad y arraigarla en el corazón de la sociedad»
(p. 10). La fe cristiana tiende necesariamente a transformar total-
mente la sociedad según los dictados del Evangelio. A ello se opo-
nen en todas partes grandes obstáculos. El superarlos mediante la
predicación adaptada a las necesidades de cada tiempo y lugar es
una prolongación de la misión estricta: la «misión» en las naciones
católicas.
Escribe literalmente el P. Francisco: «La predicación del Evan-
gelio encuentra más obstáculos y dificultades para sostener la Igle-
sia de Dios en los países católicos, que para fundarla de nuevo en
los desiertos donde viven las tribus salvajes y en imperios donde
está autorizada la idolatría y la infidelidad» (p. 10). Ello se debe a
que la «predicación del Evangelio, en forma conveniente y debida,
está expuesta en naciones católicas a combates los más terribles,
pues que ha de sostener desde la cátedra de la verdad, no sólo la
fe católica impugnada en todos sus flancos por la filosofía moderna,
sino también todas las demás virtudes cristianas y los principios de
la sana moral en que éstas se apoyan» (p. 14).
La situación de la Iglesia en las naciones tradicionales católi-
cas ha dejado de ser la que pudieran hacer creer las apariencias.
Todos se dicen católicos; el estado, las instituciones, los ciudada-
nos, las leyes. Sin embargo, la visión real de las cosas es muy diver-
sa. La vida dista mucho de responder a las exigencias cristianas. Es
más, el cristianismo (y por lo mismo la Iglesia) están en entredicho;
se le presenta como enemigo del progreso y de la sociedad (p. 12).
Es ingenuo creer que la fe ha triunfado y ya no se necesita luchar
con valentía para propagarla, defenderla y afianzarla. Al contrario:
Esa es la labor más urgente y necesaria. Contra la nueva filosofía
que trata de destruir los fundamentos mismos de la fe, hay que bus-
car una estrategia también nueva: formas eficaces de predicar y
proponer las verdades del mensaje cristiano. En este punto la visión
del P. Francisco no era exagerada ni arbitraria. Conocía muy bien
EULOGIO PACHO 209

los engendros filosóficos de la Ilustración y los estragos que estaban


causando en toda Europa. Bastará repasar las lecciones de apolo-
gética dictadas en la Escuela para convencerse.
Al amparo de las nuevas ideologías «la incredulidad ha invadi-
do, escribe, todas las naciones cultas y civilizadas», y el ministro
del Evangelio se ha de presentar armado no sólo de doctrinas, «sino
de valor y vigor para sufrir cárceles, destierros y la muerte», ya que
será tratado como «fanático y fanatizador, como enemigo de las ar-
tes y ciencias, en fin, como malhechor». Tenía buena experiencia de
que «ha de luchar contra espíritus fuertes y despreocupados, que
califican de fanatismo su misión, y se ha de preparar para recibir
sus insultos, befas y desprecios» (p. 13). Que no exageraba ni car-
gaba infundadamente las tintas, lo podía demostrar con su propia
experiencia.
Contemplando este cuadro, en ángulo más delicado de las rela-
ciones entre la predicación cristiana y su relación con la política,
añade a seguido: «Ha de habérselas —el ministro del Evangelio—
con una fracción político religiosa de reformistas, quienes, ponien-
do en juego la intriga, la mentira, la impostura y la calumnia, le
envolverán en las redes de la política, y le combatirán como hom-
bre de partidos y banderías; y para esto ha de tener la paciencia,
la constancia y la magnanimidad de los mártires» (p. 13). También
aquí podía poner por testimonio de verdad su propia vida y la si-
tuación concreta en que redactaba tales afirmaciones.
Pero hablar de su caso era lo mismo que aludir a la situación
de la Iglesia en España. En realidad, era la que él tenía en mientes.
Por lo mismo, los principios sentados tenían necesariamente aplica-
ción a su patria. Es lo que de hecho más le interesa, y lo que expone
con mayor amplitud en este primer apartado.
Su razonamiento, para hacer ver que son de absoluta necesidad
en aquellos momentos «misioneros y misiones en España», procede
a la luz de las afirmaciones siguientes. En la Iglesia ha habido siem-
pre y nunca faltarán sacerdotes llamados por Dios para emplearse
«exclusivamente en la predicación de la palabra de Dios, bajo aque-
llas formas especiales que requieran las necesidades de los pueblos
a los que son enviados. Se titulan misioneros» (p. 15). Esa predica-
ción, en España, como en cualquier otro lugar, puede realizarse de
dos formas fundamentales: «una ordinaria, común y usual de pane-
gíricos, discursos morales o sermones sobre objetos y materias ais-
ladas ; y en forma extraordinaria, metodizada en un cuerpo de doc-
trinas, ordenada a las necesidades especiales y gravísimas a salvar

14
210 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

la fe católica y los principios de la sana moral contra la invasión de


errores y corrompidas costumbres» (p. 14). Esta última es una mi-
sión divina confiada por Dios a sus ministros en ocasiones excep-
cionales. Estos «misioneros» o enviados por Dios son hombres capa-
ces de ver los «signos extraordinarios de los tiempos».
Se llaman legítimamente «misioneros» porque su función es se-
mejante a la de aquellos que «abren paso al catolicismo en tierra
de infieles». Cuando no basta la acción pastoral ordinaria en las
naciones católicas, estos «misioneros» son los que restituyen la fe
perdida y las costumbres corrompidas. Vuelven a reconstruir el ci-
miento sobre el que se fundan las virtudes (p. 16). En este sentido
amplio, afirma, las misiones «son en la Iglesia de Jesucristo una
institución venerada como la predicación misma» (p. 17). En ver-
dad, se trata de la misma realidad, ya que como escribe luego, «las
misiones son la predicación del Evangelio en forma debida, en for-
ma útil y fructuosa, atendidas las circunstancias... Son el ejercicio
del ministerio de la predicación, y por lo mismo, son una de las
atribuciones del episcopado católico» (p. 18).
Así entendidas ¿son necesarias las misiones en España? Las pá-
ginas que siguen son una demostración inapelable a esta respuesta
explícitamente formulada por el autor. La situación a que ha lle-
gado la fe católica las exige como una necesidad imperiosa. Con
tanta urgencia, como puede existir en China, Australia, África y
otras regiones a donde se envían mensajeros del Evangelio. Como
quiera que los centros desde donde se propaga la impiedad, la des-
composición cristiana de la sociedad y el peligro, radican en las
ciudades más importantes, por ahí deben también comenzar esas
empresas «misioneras» o de reevangelización. Apunta explícitamen-
te, como tales a Madrid, Zaragoza, Barcelona. No debe olvidarse que
en el plan de la Escuela estaba precisamente prevista su implanta-
ción «en las ciudades de primer orden» (cf. p. 20-22).
La legitimidad y la necesidad de esa nueva forma de apostola-
do son incuestionables, sin embargo, las «misiones», tal como se pla-
neó la Escuela de la Virtud, encuentran obstáculos insuperables, pe-
se a que el artículo 3o del Concordato de 1851 (como recuerda acer-
tadamente el P. Francisco, p. 23) admite libertad absoluta de pre-
dicación. Reconoce con pena que «de lo dicho a lo hecho no hay
gran trecho» (p. 23), y que en la práctica esa libertad no puede
ejercerse a causa de las presiones políticas y de los ataques de la
prensa. La mejor prueba está en la historia misma de la Escuela
de la virtud.
EULOGIO PACHO 211

b) «La Escuela de la virtud»: historia y descripción (II = p. 25-


76). Esta segunda parte, que puede considerarse como la central, lle-
va como subtítulo: «una misión en Barcelona en los años de 1851,
52, 53 y 54». Con ese enunciado queda de manifiesto que el P. Fran-
cisco consideró la obra como aplicación concreta de los principios
expuestos en el apartado anterior. Por estar bastante bien descrita
en las biografías y ser suficientemente conocida la organización de
la Escuela, no vamos a detenernos en detalles.
En contra de lo que se quiso hacer creer por los enemigos de la
religión, la Escuela no fue un club político, «productor de motines
y revoluciones»; fue una misión dada en Barcelona durante 1851-
1854, según la nueva forma ideada para responder a las exigencias
del momento. «Era, escribe su fundador, la predicación y la ense-
ñanza del Evangelio, bajo una de las formas acomodadas a las exi-
gencias, disposiciones y necesidades del pueblo; era el cumplimiento
de una misión que de parte de Dios creíamos haber recibido para el
bien espiritual de la Iglesia española» (p. 26) o, como dice epigra-
fiando su descripción más detalla: «Una misión formalizada, según
las exigencias del pueblo español en 1851-1854» (p. 27).
El término «formalizada» da un sentido concreto a la expresión
general de misión. Podía llamarla así, porque, como escribe poco
después, fue cosa no de rutina, sino muy estudiada y premeditada,
y al escogerla no íbamos a oscuras y al incierto, ni nos guiábamos
por nuestro antojo y capricho; teníamos reglas fijas a que atendía-
mos, que son las que vamos a proponer» (p. 28).
Reduce esas reglas (que bien pudieran llamarse normas o cri-
terios de actuación) a cinco, por este orden: Primera: «la enseñanza
del Evangelio y de sus doctrinas», por lo mismo no se trataba de
«pronunciar uno que otro sermón moral, sino una enseñanza» (p.
28). Segunda: la enseñanza se organizó como «doctrinas en curso, o
un curso de doctrinas, o sea una enseñanza perenne y continua» (p.
29). Tercera: se redujo el programa a «un curso anual», en confor-
midad con el orden de las festividades eclesiásticas (p. 31). Cuarta:
el curso de esas enseñanzas se desarrollaba siguiendo «un método»
lógico y adecuado, tanto en la elección, como en la organización de
las doctrinas» (31-2). Quinta: complemento del método de enseñan-
za era la atención puesta en la «disposición del educando», para que
no resultase «estéril e infructuosa la doctrina» (p. 32-33).
Reiterando la afirmación de que no se trató de algo improvisado
o rutinario, se detiene a explicar difusamente el plan adoptado tras
de mucha reflexión y experiencias. Lo presenta así: «Redactamos y
212 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

organizamos en dos grandes cuerpos de doctrina todas las materias


escogidas para formar el curso anual, predicables en las cincuenta y
dos dominicas del año eclesiástico. Estos dos cuerpos miraban, el
uno a la moral cristiana, y el otro a su pureza, santidad y divinidad;
y por razón de esta división, la enseñanza y las funciones estaban
ordenadas en dos secciones» (p. 33-34). Es sabido que uno de los
cuerpos de doctrina corresponde al Catecismo de las virtudes, ana-
lizado anteriormente (81). En las páginas que sigue explica profu-
samente las razones que motivaron los temas y el desarrollo de
ambas secciones. Son de extraordinario interés las que se refieren
a la sección apologética o de nivel académico, pero sería fuera de
lugar detenernos a exponerlas aquí (cf. p. 59-76). Baste recodar el
método seguido en ésta que podemos considerar una de las escuelas
apologéticas más originales y destacadas de la época. Lo describe
así el mismo autor:
«En esta —sección— el director proponía la tesis que tocaba,
según el programa ordenado, y una clase de filosofía distinguida la
discutía en los actos siguientes: Io. La proposición se extendía, ale-
gando las pruebas que tiene el Catolicismo en su apoyo. 2o. Esta
misma clase reproducía los sistemas opuestos a ella y sus argu-
mentos. 3o. Terminaba la sección con un acto de fe, relativo al ar-
tículo que se había discutido, apoyándole el director con un breve
discurso, el que cerraba la última sección» (p. 61).
c) Cargos dirigidos por la prensa contra la Escuela y su di-
rector. Respuesta a los mismos (III = p. 77-134). Fue probablemente
durante los años que trabajó en la Escuela cuando el P. Francisco
se percató de la eficacia de la prensa como arma ideológica. A su
vez, ésta descubrió muy pronto el alcance de los planes de la Es-
cuela. Apenas los periódicos de Barcelona anunciaron sus progra-
mas —narra el P. Francisco— se desataron contra su obra las pu-
blicaciones más avanzadas y antirreligiosas. Pensó, en un primer
momento, despreciar los ataques y guardar silencio. Cuando vio el
peligro, no tardó en responder con aclaraciones pertinentes. Como
las autoridades terminaron por dar crédito a los infundios de la
prensa adversaria se vio obligado a reunir las publicaciones más
representativas y a darles cumplida respuesta. Es lo que hace en
esta tercera parte del libro.
Aunque de grande interés bajo el aspecto histórico, es imposi-
ble seguir paso a paso el examen de los artículos, copiados a veces
al pie de la letra y extractados otras en forma muy exacta. Desta-

81 Cf. n. 6 de esta serie.


EULOGIO PACHO 213

carón en la campaña que llevó a la supresión de la Escuela, La Ac-


tualidad, «periódico progresista» de Barcelona y el Clamor público
de Madrid, a través de su corresponsal en la Ciudad Condal.
Una vez suprimida la Escuela, la campaña periodística contra
ella se acentuó notablemente. En la narración de los hechos y en
la interpretación de su actividad, cada periódico abundó en la línea
que le interesaba destacar. Lo que queda bien en claro, por la ex-
posición del autor, es que el eco de la Escuela fue de amplitud na-
cional y duró mucho tiempo. No deja de causar grata sorpresa el
acervo de artículos periodísticos que logró reunir el P. Francisco
para darse idea perfecta de las peregrinas opiniones vertidas en tor-
no a su preclara Escuela de la virtud. Si además tenemos en cuenta
que redacta estas páginas durante su confinamiento en Ibiza, resul-
ta todavía más meritorio el esfuerzo (82).
Concluido el examen de periódicos y revistas dedica un extenso
apartado a confutar las calumnias y acusaciones infundadas (p. 118-
134). Como preámbulo, quiere dejar bien asentado que la Escuela
no fue «sociedad alguna religiosa, ni cofradía, ni congregación: fue
la enseñanza de la doctrina católica, bajo nuestra dirección en una
de las iglesias parroquiales» (p. 119). En cierta ocasión —añade— el
gobernador de la provincia de Barcelona le pidió que legalizaran
su situación, pero no pudo complacerle, «porque no fue jamás nues-
tra idea erigirla en cofradía o sociedad religiosa; y siendo lo que
ya he expuesto, tenía ya sus leyes y sus estatutos, aquellas que rigen
al predicador del Evangelio y a los oradores sagrados en la cátedra
de la verdad» (p. 119).
Hecha esta aclaración y apuntados los motivos que le impulsan
a responder a la persona, resume todas las acusaciones de ésta en
dos «cargos más graves que los citados periódicos nos han hecho, y
los que tienen costumbre de hacer». Se compendian en estas dos
proposiciones: «Ia.—La Escuela de la virtud era un institución po-
lítica por esencia, y religiosa en apariencia y en cuanto convenía a
la política... 2a.—Esta institución tenía por objeto la ruina del trono
de doña Isabel II y de las libertades patrias» (p. 120-121).
Son tan ridiculas y absurdas las acusaciones que duda por un
momento en contestarlas. Al fin, se decide y pulveriza con datos

82 Al concluir el repaso de la prensa hace esta confesión indicadora de la


meticulosidad con que siguió el a s u n t o : «Se me ha extraviado un número de
cierto periódico, del que no he podido recordar el nombre, pero sea quien fuere,
atacaba nuestras d o c t r i n a s ; nos acusaba de que exhortábamos a la clase j o r n a -
lera a la inacción, al ocio, y a la rebelión; predicábamos, en una palabra, el so-
cialismo más puro. Esto es inexacto, es falso. Eramos todo lo opuesto: si se nos
citara el día en que se habló de esta materia contestaríamos» (p. 118).
214 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

irrefutables tales infundios. No hay en ellos la menor brizna de


verdad. Al terminar su demolición concluye lacónico: «Dejemos que
cruja la prensa, y vamos al tribunal de los hombres» (83).
d) Cargos hechos por las autoridades militares de Cataluña
contra la Escuela y defensa de la misma (IV = p. 135-151). En esta
parte final del escrito primitivo no hace otra cosa que narrar los
trágicos sucesos ocurridos en Barcelona en marzo de 1854 y cómo se
quiso hacer responsable de los mismos a la Escuela de la virtud.
Por tratarse de hechos bien conocidos nos contentamos con una su-
maria descripción.
El gobernador militar, general La Rocha, suprimió violentamen-
te la Escuela y en su informe al Ministerio de la Guerra «le atri-
buyó explícitamente la causa del motín monstruoso» de Barcelona
(p. 136). Esta era la acusación más grave; la que verdaderamente
preocupaba al P. Francisco. Al momento de la decisión autoritaria
de La Rocha él se encontraba ausente de la ciudad, por tanto, pudo
huir para sustraerse a cualquier peligro o detención. Ante el cariz
de los acontecimientos vio que no tenía más que dos opciones: «o
la muerte, o la fuga» (p. 137). La segunda tenía todos los visos de
complicidad y culpabilidad, por lo mismo le pareció absolutamente
inaceptable.
«Tampoco creía oportuno, ni prudente, ni honorable esperar a
que me prendieran y me asesinaran, y despreciando los temores fun-
dados de una muerte que creía segura, voluntaria y libremente me
presenté al Sr. Ordóñez, que era entonces gobernador civil, con el
objeto de oír y contestar a los cargos que gravitaban sobre mi cabe-
za» (p. 137). En esta confesión tenemos un gesto que da la medida
exacta de la intrepidez y de la responsabilidad del P. Francisco.
De nada sirvieron sus argumentos. El gobernador le despidió
«con frialdad», sin atreverse a descargar sobre él «responsabilidad
alguna» (p. 137-138). La Escuela de la virtud «ella, era ella la que
tenía toda la culpa» (p. 139). Concluye, sin embargo, con esta ge-
nerosa interpretación en favor del responsable supremo de la su-
presión: «La revolución pidió una víctima, y el general La Rocha,
no creyéndose con fuerzas para negársela, sacrificó, a pesar suyo,
contra su buena voluntad, y con pena y sentimiento, la Escuela de

83 P. 124. En estas páginas (118-134) se encuentran las afirmaciones claves


de su pensamiento sobre la relación entre la politica y la libertad de los minis-
tros del Evangelio p a r a ejercitar su actividad pastoral. Llega a una formulación
precisa en una «profesión de fe» a este respecto. Sintetiza su ideología en ocho
enunciados capitales (p. 123-125). Su extensión nos impide copiar aquí esas
páginas clarividentes y de plena actualidad aún en nuestros días.
EULOGIO PACHO 215

la virtud. Así lo creemos: no podemos persuadirnos de que su exce-


lencia cometiese una injusticia; le conocíamos y le amábamos, y su
excelencia conocía a la Escuela de la virtud, y sabía que era incapaz
de caer en la falta que le imputó (p. 139).
Muy diverso fue el proceder de la autoridad eclesiástica, la
única que en realidad tenía derecho a instruir un juicio sobre la
Escuela, por tratarse de una actividad estrictamente religiosa. El
tribunal eclesiástico juzgó «con rectitud, con interés y con impar-
cialidad, y conocida nuestra inocencia, nos defendió» (p. 140). Si el
consejo de guerra hubiera procedido del mismo modo, «como era
su deber», hubiese encontrado también la inocencia. En cambio «en-
contró una infamia vil y una negra calumnia» (p. 141).
En lugar de la justicia prevaleció la fuerza. Pese a todo, el P.
Francisco, en lo que a su persona se refiere, se sujetó confiadamente
a las órdenes emanadas contra él (p. 145). Lo que no quiso ni pudo
admitir nunca, fue la inculpación alegada por el general Rocha con-
tra la Escuela de la virtud y transmitida a Madrid. Era una infa-
mia para él y para sus colaboradores. Por ello, intentó todo lo que
estaba en sus manos. «Para justificarnos —escribe— de ella (la acu-
sación) hubo, como no pudo menos de suceder, contestaciones desa-
gradables con el señor Alcalde Corregidor, con el señor Gobernador
y con el General. Creyeron que mis defensas eran un desacato, y
fui confinado a ésta de Ibiza en abril del mismo año» (p. 146). Es
clara la alusión a los alegatos enviados a las autoridades en los mo-
mentos dramáticos que precedieron a la orden de confinamiento en
Ibiza. Dadas las circunstancias, su tono no podía ser más suave y
diplomático (84). Hoy sabemos que no se excedió.
Destrozado física y moralmente salió para Ibiza, donde se ha-
llaba cuando escribía estas páginas, convencido más que nunca de
su inocencia y de la absoluta inculpabilidad de la Escuela de la vir-
tud. Al subir al poder O'Donnell se publicaron amnistías en favor
de los confinados por causas políticas. En virtud de las mismas el
gobernador militar ibicenco le concedió pasaporte, para que pudiera
salir de la Isla. Viajó únicamente a las otras islas del archipiélago
Balear, hasta que luego y, tras una instancia dirigida a la Reina
Isabel II en junio de 1857, pensó trasladarse a la península para
arreglar asuntos muy graves, derivados en parte por la muerte de

84 La documentación últimamente localizada en el ministerio de Justicia


demuestra que, aún en aquellos delicados momentos, supo mantener la calma
suficiente para no herir ni desafiar a las autoridades. Hasta las sospecdas que
de sus mismas cartas pudieran inducir a pensar en ofensas personales, se desva-
necen. Se mantuvo firme, pero correcto.
216 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

sus padres. La respuesta de Madrid se hizo esperar hasta diciembre


y, para colmo de males, se le concedía lo suplicado con una grave
restricción: podía trasladarse libremente a cualquier parte menos al
principado de Cataluña (p. 146).
No pudo aceptar semejante concesión, porque la «excepción»
suponía que se consideraban válidas las acusaciones llegadas desde
Barcelona contra la Escuela, no únicamente contra su persona (p.
150). Por ello termina su narración con la protesta de fidelidad a la
Reina, según los límites de sus «atribuciones» (p. 151).
e) La Escuela de la virtud ante el Consejo de guerra (V = p.
155-181). Cuando todo parecía definitivamente resuelto, y todo hacía
suponer que el Ministerio de Gracia y Justicia daba por zanjado el
asunto de la Escuela de la virtud, las cosas se complicaron inespe-
radamente a causa de ciertos hechos torcidamente interpretados. Son
posteriores a la amnistía de 1857, por eso están recogidos en una es-
pecie de apéndice redactado con posterioridad al resto del libro. Se
trata de datos biográficos bien conocidos y no merece la pena dila-
tarnos en su narración. Reducidos a síntesis, siguiendo la letra del
libro, se suceden así.
Elevada instancia a la Corte para que le levantaran el destie-
rro, y tras seis meses de espera, el P. Francisco se creyó «en buena
fe» libre. En diciembre de 1857 se presentó en Barcelona, suponien-
do que estaba para ello «suficientemente autorizado con la cédula
de vecindad y el pasaporte que en marzo de 1856» le había conce-
dido el gobernador militar de Ibiza (p. 156). Protesta reiteradamente
que «si no hubiera estado convencido de que tenía la libertad de
viajar como todo ciudadano español, hubiera permanecido en el des-
tierro a pesar de los perjuicios que mi ausencia pudiera causar a
mis intereses. Las órdenes de las autoridades las obedeceré siempre
con fidelidad, una vez conocidas» (p. 156).
A su llegada a Barcelona se presentó inmediatamente al Gober-
nador Eclesiástico para saber si tenía noticias acerca de la solicitud
elevada a la Reina. Le confirmó la existencia del decreto de libertad
condicionada, es decir: de no poder residir en Cataluña (p. 156-57).
Viendo su situación comprometida y que podía interpretarse como
rebeldía o desobediencia su estancia en la Ciudad Condal, se per-
sonó junto con el alcalde del barrio ante el gobernador civil. No
pudo hablar con él de persona y hubo de valerse de un oficial de
su despacho para asegurarse si, por lo menos, podía permanecer en
la ciudad el tiempo necesario, para despachar sus asuntos más ur-
gentes, quedando a las órdenes de las autoridades (p. 157). No re-
EULOGIO PACHO 217

cibió respuesta alguna, cuando le hubiera bastado una insinuación


en contrario para ausentarse. «El oficial encogió los hombros y ni
negó ni concedió; miró como cosa de poca importancia el asunto
de que le hablaba, y esa indiferencia la tomé yo por un permiso
tácito y consentido, y si me lo hubiese negado... hubiera marchado
al instante de Cataluña» (p. 157-158).
La situación, al parecer tan normal y pacífica, se complicó ines-
peradamente. En lugar de despachar con celeridad sus asuntos, el
P. Francisco tuvo que guardar cama todo el mes de enero (de 1858)
y parte de febrero, y sólo a primeros de marzo había liquidado sus
compromisos. Se disponía a marchar de nuevo para Ibiza, cuando
se precipitaron las cosas. Como él mismo confiesa, si por su parte
«hubo falta, fue no de malicia, sino puramente de mala inteligen-
cia» (p. 158).
Cuando menos se esperaba, y aprovechando la campaña publi-
citaria promovida por la cuestión de la fusión dinástica, la prensa
volvió a soplar en las cenizas de la extinguida Escuela de la virtud.
Le comunicaron al general Zapatero, nuevo gobernador militar, que
se hallaba en Barcelona el antiguo director de la misma, lógica-
mente —según los rumores— con el fin de restaurar la institución.
Improvisamente se presenta una escuadra de emisarios en el
domicilio del P. Francisco y le detienen el 8 de marzo de 1858. Se
registró cuidadosamente su habitación y no hallaron los investiga-
dores otra cosa que «un baúl de ropa de mi uso, escribe el Padre,
una mesa y dos sillas, en un piso alquilado por un mes: estaba allí
de paso. Encontraron encajonados una porción de ejemplares de una
obrita titulada El Catecismo de las virtudes, y como sirvió de texto
para la sección primera de la Escuela, era buena presa» (p. 160-161).
Eran las ocho de la mañana. Fue conducido a la comandancia,
«que está en el mismo palacio general», y allí le tuvieron con guar-
dia hasta las cuatro de la tarde en que le recibió Zapatero. Toda la
acusación se redujo a esto: «Según informes que creía ciertos, se-
guros e infalibles, yo había reorganizado la Escuela de la virtud,
y me instó a que franca y lealmente confesara ese pecado» (p. 161).
La verdad exigía una respuesta negativa, como la dio el P. Fran-
cisco. Ello no sirvió más que para «exasperar a su Excelencia, pues
no pude complacerle, confesando un hecho que no era verídico» (p.
162).
El desenlace era inevitable. Zapatero le mandó «arrestado o pre-
so» al vapor de guerra, anclado en el puerto barcelonés, Basco Nú-
ñez de Balboa. A los tres días se personó en él el fiscal militar con
218 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

su secretario para tomarle nuevas declaraciones, empeñados en que


confesase las acusaciones lanzadas, en particular que la Escuela de
la virtud minaba el trono de Isabel II y ocasionaba motines (p. 163).
Su suerte estaba echada de antemano.
«Tomadas las declaraciones por el fiscal militar, sin más cere-
monias, cumplimientos ni formalidades, diose la sentencia defini-
tiva, y fue ejecutada al día siguiente. Se me impuso una pena gra-
vísima: tal es la reclusión a cárcel perpetua, digo a cárcel perpetua,
porque estoy confinado a esta isla (de Ibiza) por un tiempo indefi-
nido, esto es, para toda mi vida. La cárcel es toda esta isla, circuida
de muros de agua y bajo vigilancia de las autoridades militares» (p.
174). Este es el que suele llamarse segundo destierro a Ibiza. En este
período es cuando redacta el párrafo añadido al escrito compuesto
antes de su salida de la isla en 1857.
Aunque arbitraria e injustificada la sentencia, se comprende su
dureza y su forma perentoria si se tiene en cuenta el concepto tan
denigrante que circulaba sobre la Escuela de la virtud y que acep-
taba como válido el general Zapatero. Una vez más, el P. Francisco
sabe perdonar a sus perseguidores atribuyendo a error y no a ma-
licia las injusticias con él cometidas. Merece la pena conocer este
texto, no sólo por el motivo señalado, sino también porque nos da
idea de su exacta información acerca de los movimientos políticos y
revolucionarios de la época. Dice así con relación a la sentencia de
Zapatero:

«Yo estoy persuadido y convencido que su Excelencia creía


que la Escuela de la virtud, aquella que bajo mi dirección fun-
cionó en la iglesia parroquial de San Agustín de Barcelona en
los años 1851, 52, 53 y 54, era realmente una obra de Satanás,
un club no sé si comunista, socialista, mazziniano o qué. Sólo
diré que tenía de ella una idea que le inspiraba horror... Mi
alma abrigaba sentimientos de gratitud para con su excelen-
cia; creía que había prestado al principado de Cataluña, en
ocasiones apuradas, grandes servicios, y como catalán, no po-
día menos de serle agradecido y amarle; y estos sentimientos
de amor chocaban con los suyos, haciendo un horrible con-
traste. Sentía tuviera sus preocupaciones tan arraigadas» (p.
162).

El P. Francisco, convencido de su inocencia y rectitud, concluye


tajante con estas palabras: «Ni mi conciencia me acusa ni menos
los tribunales» (p. 174).
EULOGIO PACHO 219

La organización de la Escuela había comprometido a muchas


personas. La violencia que la arrasó se contentó, en cambio, con
una víctima: la del creador y director. Ello no quiere decir que las
calumnias y difamación no alcanzasen también a sus colaboradores
más íntimos. Antes de terminar su apología el P. Francisco siente
la necesidad de vindicar el nombre y la buena fama de quienes com-
partieron con él los triunfos, primero, y las amarguras, después. A
ellos dedica las tres últimas páginas de la obra. Le sobran razones
para salir en defensa de los suyos.
«En vista de la actitud que han tomado las autoridades mili-
tares del principado de Cataluña, y de lo que han publicado nues-
tros oposicionistas, cualquiera pensará que esta Escuela fue en su
personal una pandilla o gavilla de díscolos, rebeldes, inquietos, hom-
bres de banderías y de partidos políticos, gente de armas y amantes
de motines y revolucionarios» (p. 179). Nunca se han ocultado;
quien haya querido informarse de la verdad podía hacerlo sin mu-
cho esfuerzo. «Ni su autor y director, continúa, ni los demás que
figuraron en esta obra buena nos escondemos, ni nos avergonzamos,
ni nos confundimos de ella. Iremos a los periódicos religiosos barce-
loneses de aquella época. El Ancora y el Diario de la capital nos
revelarán quiénes son José Gras y Granollers, Eduardo María Vila-
rrasa y José Gatell» (p. 179).
Estos tres jóvenes y virtuosos sacerdotes fueron los adalides
que ayudaron siempre al fundador. Eran conocidos entonces y lo
serían aún más con posteridad por sus escritos y su obra apologé-
tica. Todos ellos escritores de primera fila y directores de publi-
caciones periódicas católicas, como La España Católica, La Rege-
neración. A ellos añade cuatro sacerdotes menos nombrados, pero
no menos beneméritos de la Escuela. Son Alejandro Pí, Antonio
Verjes, Pablo Farrar y Antonio Caselles.
No se olvida tampoco de los oyentes o alumnado. Es, al fin, el
que puede ofrecer un testimonio menos sospechoso, dada su índole
y variedad. Con estas líneas relativas a ese aspecto de la Escuela
concluye su apología: «Alumnos: había un número muy conside-
rable de familias que se habían hecho una especie de compromiso
de asistir, en cuanto se lo permitieran sus quehaceres, todos los días
festivos, a la instrucción religiosa que se daba. Todo los demás del
auditorio nos era desconocido. Ahí está el personal de la Escuela de
la virtud. Fin»' (p. 181).
220 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

c.—Publicación del libro

Cuando el P. Francisco redactaba estas valientes páginas (apo-


logía y a la vez denuncia) no estaba totalmente apagado el rescoldo
de la persecución; cualquier pretexto era suficiente para atizar de
nuevo la hoguera y encender la llama de la venganza. Debemos con-
fesar que una defensa de este tipo era bastante arriesgada, máxime
si se tiene en cuenta que las autoridades supremas no habían falla-
do definitivamente el pleito. Podían interpretar el escrito casi co-
mo un reto.
Se percató de ello el propio autor y no quiso darle demasiada
publicidad. Le interesaba esclarecer su postura y la obra de la Es-
cuela entre personas influyentes e incondicionales que pudieran ser
apoyo o portavoz de sus intereses sin peligro de exponerse a repre-
salias.
Así se explica la intención que tuvo de publicar anónima la
obra y con cierta forma de clandestinidad. Pensó en un primer mo-
mento que lo mejor era imprimirla en Francia y desde allí hacer
llegar los ejemplares que necesitaba a España. Pensando serenamen-
te el asunto, y bien aconsejado por personas de confianza, desistió
de semejante plan y optó por afrontar valientemente el riesgo, pu-
blicándolo en la misma capital de la nación.
Nos revelan estos particulares algunas cartas del mismo P. Fran-
cisco. Por ellas podemos también rehacer a grandes líneas el proceso
redaccional del escrito. Inicialmente lo concibió como un opúsculo
breve de unas cuarenta cuartillas. Fue el núcleo redaccional pri-
mitivo, compuesto casi inmediatamente después de la supresión de
la Escuela y de su confinamiento en Ibiza. La prueba documental
nos la ofrece la carta que desde la isla escribe a su amigo y cola-
borador Agustín Maná en julio de 1854. Esperaba noticias favora-
bles de la curia episcopal de Barcelona. Como pasaba el tiempo y no
llegaban, se decidió a salir en defensa propia y de la Escuela. Co-
munica sus planes al amigo barcelonés con estas palabras:

«Vea si usted aprueba mi pensamiento. Yo quiero justifi-


carme, tengo a ello deber y derecho. Yo deseo imprimir la de-
fensa: es muy redactada (quiere decir, sucinta); no tiene más
que 40 páginas en octavo. Yo desearía tener 100 ejemplares
para mi resguardo y honor de la Escuela; y de ellas enviaría
a ciertos personajes de categoría un ejemplar, y los demás los
guardaría. En el caso lo mandaré imprimir en Francia. Si us-
EULOGIO PACHO 221

ted pudiese encargarse de hacerlo clandestinamente poniendo


el nombre de una fingida imprenta de Lyon o de París, o sin
nombre de imprenta, yo me dispensaría de remitirlo a Fran-
cia. Dígame si usted tendría en esto algún compromiso» (85).
No sabemos si Agustín Maná le disuadió de la idea, pero parece
lo más probable. En cualquier hipótesis, el desistir fue un acierto.
La publicación clandestina, fuera en Francia o en España, habría
sido contraproducente y de éxito nulo. Precisamente por su condi-
ción de anónima se prestaba a la falsificación o a sospechas por
parte de los enemigos.
Evidentemente, el libro publicado en 1859, es diferente de esa
breve apología preparada en 1854. Desistió entonces de la publicación
y siguió reuniendo materiales para componer una obra más completa.
No es fácil individuar en ésta la parte correspondiente al núcleo
inicial. Tampoco es probable que se trate de dos obras absoluta-
mente independientes. Si así fuera, la primera, nos sería hoy día
desconocida. Todo hace suponer que está incluida, aunque con las
modificaciones pertinentes para formar un todo orgánico, en el
libro que acabamos de describir. Puestos en el plano de las hipóte-
sis podríamos suponer que la redacción preparada en 1854 corres-
ponde sustancialmente a los apartados segundo y tercero del libro
definitivo.
También nos son conocidos, por la correspondencia epistolar,
los pasos para encontrar un editor que se comprometiese a la pu-
blicación. No sabemos hasta qué punto llegaba la confianza mutua,
pero existía, sin duda, simpatía y aprecio por ambas partes. El editor
madrileño Gamayo imprimía el periódico La Regeneración, en el
que colaboraba con frecuentes artículos José Gras y Granollers,
uno de los íntimos que ayudaron al P. Francisco en la Escuela de
la Virtud. Acaso por eso, y también por ser el citado periódico por-
tavoz de las tendencias más católicas de la capital, estaba suscrito
el P. Fundador. Lo recibía regularmente durante su destierro en
Ibiza y por él se informaba de los acontecimientos de la nación.
Con motivo de hacer algunas sugerencias al editor, para que no le
llegue con demasiado retraso, pregunta si estaría dispuesto a editar
la obra que tiene preparada en defensa de la Escuela.
El impresor, que andaba más bien falto de originales, para ocu-

85 La carta de Agustín Maná ocupa el n. 12 en la serie de los doc. del pro-


ceso diocesano. En ella hace referencia a otras cartas escritas por estas fechas a
los «filósofos», es decir, a los colaboradores que nombra al fin del libro, p. 180-
181. No h a n llegado h a s t a nosotros esas cartas.
222 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

par sus talleres y personal, no puso reparo alguno. Para tranqui-


lizarle y ofrecerle suficientes elementos de juicio con respecto al
original que le presentaba, el P. Francisco hace detallada relación del
contenido de la obra y le previene que tiene en su poder la autori-
zación de la censura eclesiástica. Todo está en regla; no le puede
crear complicaciones. De tal opinión debió de ser el Sr. Gamayo,
cuando aceptó, sin más, la propuesta. Conviene leer las considera-
ciones del P. Francisco:

«Muy Señor mío y de todo mi aprecio: En el periódico


La Regeneración, cuya impresión está a cargo de usted, leo en
casi todos los números una invitación a cuantos quieran ser-
virse de esta imprenta para la publicación de escritos. Con
este motivo me dirijo a usted por si acaso podía encargarse de
la publicación de una obrita que tiene el título La Escuela de
la virtud vindicada, o sea la predicación del Evangelio y la en-
señanza de sus doctrinas en forma adaptada para las capitales
de primer orden de España».
A continuación le hace una descripción pormenorizada de las
cuatro partes (otra prueba de que el último párrafo es apéndice re-
dactado fuera del plan orgánico inicial) y le confidencia los motivos
que le han impulsado a la composición de semejante escrito. Luego
añade: «La obrita está revisada por la censura eclesiástica y apro-
bada en lo que mira a la fe, religión y moral; contiene unas dos-
cientas páginas manuscritas del tamaño de ésta (carta de cuartilla).
Estimaré me diga si puede encargarse de esta impresión por letra
de cambio o como usted quiera. Como mi único objeto es vindicar
el honor de la Religión, y creo que son piezas que no leen sino los
interesados, no tengo intención de hacer de ella más allá de quinien-
tos ejemplares. Tendrá la bondad hacerme sobre el particular las
observaciones que ocurran».
El editor no debió de poner reparo alguno. Al contrario, parece
que reclamó con urgencia el original y comenzó inmediatamente la
impresión, que estaba lista pocos meses después. El escrito había si-
do aprobado por el Gobernador eclesiástico de Ibiza, Don Rafael
Olives, el 22 de noviembre de 1858, la carta al Sr. Gamayo está fe-
chada en Ibiza el mes de mayo de 1859, y con esta fecha del 16 de
ese mismo mes y año concede el imprimatur la curia eclesiástica
de Madrid, prueba de que para esa data estaba ya en la capital el
original de la obra (86).

86 Aunque la carta no lleva fecha exacta, debió de escribirse en los prime-


EULOGIO PACHO 223

Si concordaron autor y editor en el exiguo número de ejem-


plares (unos 500) y nada se encuentra en la documentación que
pruebe lo contrario, no puede extrañarnos sean tan sumamente ra-
ros los llegados hasta nuestros días. Por eso decíamos al principio
que se trata de una auténtica rareza bibliográfica. Cualquier ejem-
plar que se localice será un feliz hallazgo.

7. — Mis Relaciones con la Iglesia

Al filo de la cronología después de los escritos mejor ordenados


y más pulidos (Catecismo de las virtudes y La Escuela de la virtud
vindicada) pasamos a las páginas más enigmáticas y aparentemente
más desordenadas de cuantas escribió el P. Francisco Palau. Son co-
nocidas bajo el epígrafe de Mis Relaciones con la Iglesia. Junto con
el epistolario constituyen el relato autobiográfico más importante y
fidedigno. No resulta fácil una descripción sucinta del escrito a cau-
sa de su índole peculiarísima y de la soberana libertad con que está
redactado. Pero, esos mismos motivos hacen más necesaria y urgen-
te una presentación de sus rasgos más característicos.
Quien no quiera verse desorientado al ponerse por primera vez
en contacto con el escrito, debe tener en cuenta que no está ante un
libro destinado a la publicidad ni a la lectura continuada. Sus pá-
ginas carecen, muchas veces, de trabazón y de orden lógico, porque
son simplemente retazos autobiográficos, redactados a vuela pluma.
Son expansiones incontenibles de un alma que se siente impelida a
trasladar al papel los sentimientos que la invaden y empapan. Es
absolutamente necesario partir de este presupuesto si se quiere com-
prender el sentido del escrito y llegar a tener una idea exacta de
su trama.

ros días de mayo. De lo contrario no se explica la celeridad de la respuesta del


editor (no llegada hasta nosotros) y el envío del original a Madrid. El texto de
la carta aprobación eclesiástica de Ibiza, que va al principio, reza a s í : «La doc-
t r i n a vertida en el escrito La Escuela de la virtud vindicada, que se nos pasó a
censura, y cuya revisión se encargó al señor canónigo I). Antonio Sebastián
Puiggrós, según su dictamen, en nada contraría a la fe. Lo que digo a V. para
los efectos que convengan. Dios guarde a V. muchos años. Ibiza 22 de noviem-
bre de 1858. Rafael Olives, Gobernador eclesiástico». La de Madrid, que va al
fin, suena a s í : «Nos el licenciado D. Manuel de Obesso, presbítero, Vicario ecle-
siástico de esta Villa y su p a r t i d o . P o r la presente, y por lo que a Nos toca, con-
cedemos nuestra licencia para que pueda imprimirse y publicarse la obra ti-
t u l a d a La Escuela de la virtud vindicada, por el P. D. Francisco Palau, mediante
que de n u e s t r a orden ha sido examinada y no contiene, según la censura, cosa
alguna contraria al dogma católico y sana moral. Madrid, diez y seis de mayo
de m i l ochocientos cincuenta y nueve. Lie. D. Manuel de Obesso. P o r m a n d a t o de
S.S. Segundo de la Cuerda».
224 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

Otra premisa orientadora proviene del estado material en que


ha llegado hasta nuestros días. Se conserva sólo una parte; la que
puede considerarse como segunda mitad del mismo. Le falta la pri-
mera, por tanto el comienzo. Esto supone un notable obstáculo para
el lector ya que se interna en esas páginas sin rumbo fijo, en un
momento cualquiera de la narración casi ex abrupto. Como quiera
que nadie hizo una descripción detallada de su contenido antes de la
mutilación sufrida en 1936, no es posible reconstruir ahora un su-
mario que sirva de introducción a la parte conservada.
Ignoramos el número de hojas o cuadernillos correspondientes
a la parte desaparecida, pero hay indicios para suponer que aproxi-
madamente formaban un tomo de parecidas proporciones al que ha
logrado sobrevivir (87). La sospecha se funda principalmente en la
cronología. En las páginas salvadas de la destrucción la narración
de las experiencias eclesiales del autor abarcan los años 1864-1867.
Las desaparecidas corresponden a los años 1860-1864, por tanto, un
período de tiempo casi idéntico, aunque no debe urgirse demasiado
la coincidencia cronológica. En todo caso nos hallamos ante una hi-
pótesis aproximativa.

a.—Título y composición del escrito

La pérdida irreparable de la primera parte nos impide saber có-


mo comenzaba la obra y si llevaba algún título o epígrafe general.
Bien pudiera darse que, como otros escritos autobiográficos, care-
ciera de portada. El autor no necesitaba esclarecimiento alguno al
respecto. Como no iba destinado a la publicidad podía mantenerse
totalmente anónimo: de autor y de título. Si llevaba algún rótulo,
no debía diferir notablemente del que se le ha impuesto con pos-
terioridad. Los biógrafos que, como el P. Alejo, tuvieron el original
en sus manos, pudieron haber copiado la portada o haberla citado
alguna vez de forma completa. Al no hacerlo, apoyan la creencia
de que el autor no se preocupó de buscar un título para esas pági-
nas reservadas a su exclusivo uso personal.
El epígrafe más corriente y divulgado de Mis Relaciones con
la Iglesia (o en su redacción más extensa, Mis Relaciones con la hi-

87 El autógrafo se guarda actualmente en el Archivo General de las Carme-


litas Misioneras Teresianas, en Roma. Consta de .112 páginas en la copia meca-
nografiada presentada en el proceso diocesano. No existe correspondencia abso-
luta con el autógrafo paginado originalmente por el autor. Además de las pá-
ginas escritas hay algunas en blanco y otras con diseños también autógrafos
u originales.
EULOGIO PACHO 225

ja de Dios, la Iglesia) responde cabalmente al contenido y al senti-


do del escrito. Concuerda además con el distintivo con que le anun-
ciaba el propio P. Francisco a su confidente Juana Gracias. De he-
cho ese título es la composición lograda con los elementos que el
mismo autor aportó en las cartas a su colaboradora.
Las indicaciones del epistolario tienen notable valor para apro-
ximarnos al epígrafe original, pero además son de suma importan-
cia para clarificar otros muchos detalles y para acertar con la exé-
gesis auténtica del escrito. Por ello merece la pena recordarlas aquí.
Con fecha del 23 de agosto de 1861 escribe desde el Vedrá a
Juana Gracias, turbada entonces por las dificultades de las primeras
fundaciones: «Hay para mí tres puntos de meditación con respecto
a ti. Io tu alma y tus relaciones con Dios, éste es el más esencial...
En cuanto a lo primero yo tengo mitad escrito un libro que traigo
conmigo reservado bajo este título «Mis Relaciones con Dios». Pen-
saba enviártelo, porque creo te haría gran provecho, pero lo tengo
por cosa tan reservada y no me atrevo a enviarlo. Te diré, no obs-
tante, su sustancia por lo que te puede concernir a ti». A seguido
compendia brevemente el contenido. Más adelante en la misma car-
ta continúa: «En el libro de que te hablo están escritas mis relacio-
nes con la Iglesia; lo he escrito para mí sólo y lo escribo en los
momentos en que más necesidad tengo de ella». Al concluir la carta
añade: «Mi pluma, hija mía, corre tras estas cosas, porque ocupan
por entero y de lleno mi alma en estos días. Mi unión, mi enlace
espiritual con la Iglesia, hija única predilecta de Dios, este es el
objeto único y principal que tienen mis ejercicios. De esto tengo
llena la cabeza y el corazón, y no sé pensar otra cosa. Y absorbe de
tal modo todas mis potencias y sentidos que en cinco días no he
podido apenas concluir un pan; no obstante, me siento bueno y sin
necesidad de comer».
Aunque insinúa dos títulos, es claro que el contenido responde
al segundo, es decir, a «mis relaciones con la Iglesia». Eso es lo que
tiene escrito. Al decir que lo tiene promediado («tengo mitad escri-
to») y repetir que se trata de un libro, pudiera dar la sensación
de una obra planeada sistemáticamente, según un esquema preme-
ditado. No puede darse tal interpretación a esas frases. Habla de
libro en sentido genérico, como equivalente a escrito. Tampoco cabe
urgir demasiado lo de «la mitad». Precisamente por no tratarse de
un libro sistemático y no poder preveer la extensión.
Las frases copiadas tienen, en cambio, importancia notable pa-
ra fijar la fecha inicial del escrito o su punto de arranque. Suele

15
226 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

afirmarse que comenzó a escribir el primer libro en agosto de 1861,


mientras la parte segunda (correspondiente a lo que se ha conser-
vado) se inicia el tres de abril de 1864 (88). Si en esta carta de 23
de agosto asegura que ya tiene redactado la mitad del libro, parece
que su comienzo debe retrotraerse, por lo menos, de algunos meses,
aun cuando se tome en sentido muy amplio lo de «la mitad».
Bien pudiera ser que el arranque de la narración autobiográfica
se alargue hasta bastantes años antes, pero la escritura del libro no
debió iniciarse antes de 1861; quizás entre 1860 y 1861. Se sitúa así
en un contexto natural y documentado por otras fuentes. Fue en
los últimos meses de 1860 cuando se le desveló vitalmente el miste-
rio eclesial y comenzó para él una forma nueva de relacionarse con
su Amada, la Iglesia. Desde ese momento es cuando se verifica en
él el fenómeno del ensimismamiento a que alude en la carta citada.
Como quiera que ésta está fechada a mediados de 1861, tuvo tiempo
de escribir buen número de páginas sobre su tema favorito: lo que
por entonces pensaba ser la mitad de su narración.
Por otra parte, la sintonía entre la experiencia y su expresión
literaria es fenómeno corriente en las almas favorecidas con espe-
ciales iluminaciones o vivencias, sobre todo, de índole religiosa. En
este caso tenemos además una confirmación en que el contenido del
escrito y su estructura redaccional están en cierto modo vinculados
a un ritmo cronológico.
Gracias al autógrafo, podemos determinar con exactitud el lí-
mite final del escrito. Concluye el 29 de marzo de 1867, en el Vedrá.
No es absolutamente seguro que las meditaciones y experiencias
atribuidas a esas fechas de su vida, estén escritas en el momento
mismo de sentir, aunque parece lo más probable, ya que éste parece
el caso de la mayor parte de las páginas de la obra. En realidad, se
palpa la inmediatez y frescura de la vivencia a lo largo de todo el
escrito. No es otra cosa que un trasladar al papel los sentimientos
que le embargan en determinados momentos de su vida espiritual.
Concretamente el relato abarca siete años más o menos; desde 1860
hasta 1867.

b.—índole y estructura redaccional del escrito

Siete años componiendo una obra sistemáticamente elaborada y


bien trabajada dan margen para cosechar frutos muy sazonados. Pe-

88 Véase el Extracto de la memoria p a r a el proceso diocesano en Brasa entre


cenizas, n. 362, p. 264.
EULOGIO PACHO 227

ro, los siete años que duró la redacción de Mis Relaciones no tienen
nada que ver con el plan de un autor que intenta producir algo serio
y original. Sería contraproducente abrir estas páginas pensando que
el lector se halla ante una obra que ha costado siete años de tra-
bajo. Nada de eso. Hay que desechar incluso la idea de que en el
escrito se contiene la narración continuada o ininterrumpida de sie-
te años de experiencias espirituales. En realidad, las pretensiones de
su autor fueron mucho más modestas: consignar por escrito sus me-
ditaciones y sentimientos en torno a la Iglesia en determinados mo-
mentos o períodos de su vida. Esos períodos se extienden a lo largo
de siete años.
Con estas elementales aclaraciones se comprende que no se tra-
ta de un libro doctrinal. No es tampoco un verdadero diario espiri-
tual. Aunque de ambas cosas tiene algo, no se identifica con nin-
guna de ellas. Se acerca mucho más a la segunda que a la primera.
El sentido autobiográfico queda bien patente en las confidencias a
Juana Gracias, antes copiadas. La predisposición del lector, al po-
nerse en contacto con estas páginas, tiene que ser la del que se
acerca a la intimidad recóndita de un alma en tensión. No pueden
leerse como las de un libro preparado para la publicación; ni siquie-
ra como una narración continuada. La lectura ha de acomodarse a
la composición misma, por tanto ha de ser por entregas, o por partes,
fuera de los casos típicos de investigación o estudio.
Basta un somero repaso para convencerse de que no intenta una
biografía en sentido estricto. Pretende únicamente plasmar, de la
forma más gráfica posible, las vivencias de su espíritu en torno al
misterio de la Iglesia. Sobre ambos extremos —índole confidencial y
tema eclesial— no puede existir la menor duda. Si el examen direc-
to no fuese suficiente para demostrarlo, tenemos las afirmaciones ex-
plícitas y categóricas del autor. En otra carta a Juana Gracias, fe-
chada el 15 de diciembre de 1861 vuelve con mayor insistencia sobre
los conceptos expresados en la carta de agosto del mismo año. Le
dice, entre otras cosas:

«Ese cuerpo moral, del que Cristo es la cabeza, para ti es


tu Esposo tu amante infinitamente amable, y es una misma
cosa con la Iglesia. Tengo escritas mis amorosas relaciones con
esa joven, y hay cosas que las escribo, pero con tal reserva que
si supiera que se habían de leer estando vivo las quemaría.
Cuando venga la ocasión lo leerás. El título es Mis Relaciones
con la hija de Dios. Tengo la llave al cuello que encierre mi
libro y no me descuido de tenerlo cerrado. Hay cosas que te
228 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

servirán en tus relaciones amorosas con el Hijo de Dios... Hay


cosas tan sublimes y misterios tan profundos que temo escri-
birlos, pero me sirven para mí» (89).
No pugnan con estas declaraciones, ni con lo que hemos afirma-
do respecto al carácter del escrito, algunos elementos que a primera
vista parecerían conferirle el tono típico de un libro, como son al-
gunas divisiones o apartados. Carecen de importancia y nada de-
terminan con relación a la estructura de la obra. Aunque en algún
caso interrumpen o alteran ligeramente el tono narrativo y descrip-
tivo dominante, no parece que puedan entenderse como partes de
un esquema planeado antes de comenzar la escritura y al cual se
acomoda ésta. Aparecen cuando menos se espera, como por sorpre-
sa. Así sucede con las dos referencias más llamativas. Al terminar
la página 177 se interrumpen las consideraciones de índole personal
y comienza un tema nuevo con este epígrafe: «La mujer tipo de la
Iglesia de Jesucristo», iniciando también paginación nueva. Se man-
tiene en un tono impersonal, prácticamente doctrinal, en torno a
María modelo y tipo de la Iglesia, durante 14 páginas. Luego ines-
peradamente, aparece una plana con este otro epígrafe: «1866. To-
mo III: Mis relaciones con la Mujer del Cordero», como si hubiera
correspondencia entre los años y los tomos precedentes, cuando en
realidad no es así. No ha propuesto anteriormente tal división, por
lo menos en lo que se ha conservado. En este tomo III reanuda la
narración y el género literario de lo que precede al tema de María
y la Iglesia, sumando 147 páginas. Antes al llegar a la página 103
escribe otra portada con tomo 2, pero sin interrumpir la paginación.
Fuera de esas hojas, que dan la sensación de una digresión, no
existe ninguna otra división que altere el ritmo general de la obra.
Los verdaderos puntos de referencia, a la hora de definir su estruc-
tura externa, son la geografía y la cronología. Sin mucho esfuerzo
de análisis se comprueba que el ensamblaje del escrito se funda-
menta precisamente en la secuencia descriptiva de las meditaciones
que el P. Francisco hace sobre la Iglesia, durante las fechas que
se recoge en lugares solitarios a practicar ejercicios espirituales o
períodos de retiro más intenso. Por eso, el libro, en realidad, no es
otra cosa que el diario espiritual de sus retiros, durante los años
1861 y 1867. La única división que incide claramente en la estruc-
tura externa del libro, es la de los lugares en que se sitúan las re-

89 Aunque esta carta no siempre lleva la misma fecha en los biógrafos,


por el autógrafo se puede determinar que es del 15 (corregido) de diciembre de
1861. Está escrita en Santa Cruz (de Vallcarca), Barcelona.
EULOGIO PACHO 229

flexiones y experiencias eclesiales con sus fechas respectivas. Fuera


de pocas páginas que no llevan suficientemente especificado el esce-
nario de las experiencias narradas, el resto del escrito está vincu-
lado a lugares bien definidos. Se trata de puestos frecuentados por
el autor para dedicarse de manera especial a caldear su espíritu.
Como quiera que a patir de 1860 no practicó permanentemente la
vida solitaria son algo fragmentarias las descripciones de Mis Re-
laciones. De su actividad apostólica y de sus viajes o desplazamien-
tos no hay más que la simple constatación o referencia. Tampoco
una narración de su vida íntima sino simplemente de sus vivencias
en las fechas señaladas en cada lugar. A veces intenta trazar a
grandes líneas su itinerario espiritual del pasado, a la luz de las
experiencias que está viviendo en un momento concreto. Según él
mismo repite, se trata de plasmar gráficamente sus sentimientos y
sus meditaciones sobre la Iglesia en los momentos en que más ne-
cesidad tiene de ella.
Tal como aparecen los escenarios de sus coloquios eclesiales po-
demos trazar el cuadro siguiente, dejando a un lado las divisiones
menores o no suficientemente definidas. Las páginas citadas corres-
ponden a las del autógrafo reproducidas en la copia oficial del pro-
ceso diocesano.
— Retiro en Ibiza (Es Cubells y El Vedrá) desde el 13 de abril por
la noche hasta el 17 del mismo mes de 1864 (pp. 1-24).
— Ejercicios en Montserrat, durante los días 1-5 de agosto de 1864
(pp. 25-32). Retiro el día de san Bartolomé (24 agosto en lugar
no definido (pp. 33-34).
— Retiro en Santa Cruz (Vallcarca-Barcelona) con largas digresio-
nes doctrinales sobre la Iglesia, Cristo y María, y considera-
ciones finales sobre las insidias diabólicas que persiguen a la
Iglesia (pp. 35-43, siguen en blanco pp. 44-46), del uno al 5 de
septiembre 1864.
— Meditaciones en Santa Cruz en torno a la Inmaculada con deta-
lladas explicaciones sobre las visiones y locuciones a partir del
7 de diciembre de 1864 (pp. 47-53).
— Nuevas meditaciones en Santa Cruz, sobre el Santísimo Sa-
cramento y la Virgen a partir del 12 de diciembre del mismo
año (pp. 53-58).
— Reflexiones y meditaciones en Santa Cruz, durante el adviento
y navidad de 1864 (pp. 58-64).
230 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAÜ

— Consideraciones y meditaciones durante la festividad de Año


Nuevo y Epifanía en Santa Cruz (pp. 65-67), de 1865.
— Consideraciones y coloquios durante la estancia en las ruinas
del Alcázar condal de Cervelló, entre el 24 y 25 de enero de
1865 (pp. 69-76).
— Sumaria relación de sus vivencias espirituales en la visita a
san Honorato de Randa (Mallorca) en marzo de 1865 (pp. 77-78).
— Descripción y experiencias de su vida espiritual durante la mi-
sión en Ibiza durante la cuaresma y fiestas pascuales de 1865
(pp. 78-91). Son las reflexiones y coloquios que siguen a su ac-
tividad apostólica, en los momentos de soledad y retiro.
— Retiro o ejercicios espirituales en El Vedrá desde el 10 de mayo
hasta el 13 del mismo mes (pp. 92-117). Lleva una finalidad con-
creta para considerar con detención cuál ha de ser la forma
de servir con su vida a la Iglesia. Por eso, en un determinado
momento interrumpe la narración de sus meditaciones y llena
una plana con este epígrafe, antes de comenzar las reflexiones
del día 11, a saber: «Mis Relaciones con la Hija de Dios». Tomo
2°. Mi vida ordenada al servicio de mi Hija y Esposa la Iglesia
Santa». Continúa la paginación, pero el tema tiene verdadera-
mente una especie de cambio o división. Se inicia con una mi-
rada retrospectiva al pasado para tratar de determinar las épo-
cas de su vida en relación al misterio de la Iglesia. Esta, como
las narraciones procedentes del Vedrá, son las de mayor im-
portancia.
— Reanuda sus meditaciones y coloquios eclesiales en Santa Cruz
(Barcelona) en la vigilia de san Juan, 23 de junio de 1865, y las
continúa sin regularidad en las fechas, saltando muchos días,
hasta el 17 de agosto por la tarde (pp. 118-160).
— Continúa la narración en febrero de 1866, al parecer en el mis-
mo lugar, tratando de enlazar con lo anterior, pero sin preocu-
parse porque aparezca la continuidad. Saltando algunas fechas,
como las del 20-21, prosigue hasta el día 25 del mismo mes. En
estas páginas (161-177) es donde con mayor insistencia vuelve
sobre sus luchas interiores y exteriores con los demonios que
combaten a la Iglesia y a las almas. No se olvide que estamos
en la época más crítica de su postura ante el exorcistado.
— Siguen unas páginas bajo el rótulo «La mujer tipo de la Iglesia
de Jesucristo» que no se ponen en relación con ningún lugar ni
EULOGIO PACHO 231

aluden a fechas concretas de su vida externa. Con ellas inicia


nueva paginación en el manuscrito, sumando las consagradas
al tema un total de 14. Sigue desde ahí la paginación, pero en
la p. 15 propone la división del tomo III, con portada propia,
de esta forma: «1866. Tomo III: Mis Relaciones con la Mujer
del Cordero, representada en María Madre de Dios, en Ester,
Judit, Débora, Raquel y demás mujeres célebres del antiguo
Testamento». Como fecha se propone el 25 de febrero, y al
parecer, el lugar es el mismo de las páginas precedentes, locali-
zadas en Santa Cruz (Barcelona) por lo menos hasta la 20.
— Siguen las meditaciones y consideraciones en torno a la Iglesia
figurada en los arquetipos del Antiguo Testamento, que entre
el 3 y el 13 de marzo se localizan de nuevo en las ruinas del Al-
cázar de Cervelló, donde había ido a dar una misión, (pp. 21-29).
— Otra misión en Corbera ocupa las páginas que reseñan sus ín-
timas meditaciones durante los días que van del 14 de marzo
hasta los primeros días de abril de 1866 (pp. 29-41).
— Las de la primavera de ese mismo año (reducidas prácticamente
a un día, el 20 de abril) se escenifican en Santa Cruz (pp. 42-43).
— A primeros de julio, concretamente el día 4, se sitúa su examen
de conciencia o meditación en san Honorato de Randa (Ma-
llorca, pp. 44-47), que viene a ser una especie de historia de su
vida anterior y un recuento de los retiros que ha realizado en
El Vedrá (cf. p. 47).
—• Otro amplio período, que comprende prácticamente desde el
10 de julio hasta el 4 de agosto se localiza de nuevo en el Vedrá.
Es otro de los momentos más intensos y de narración más con-
tinuada (pp. 48-72).
— Durante los meses de octubre y noviembre, con sólo algunas
fechas concretas, no todos los días, al igual que sucede en tan-
tas otras ocasiones (pp. 73-81).
— Caso singular, que ofrece no pocas dificultades, es el que pre-
sentan las páginas dedicadas a narrar sus impresiones y medi-
taciones con motivo del viaje, a Roma a finales de 1866, po-
niendo la llegada a la Ciudad Eterna la noche del 8 de diciem-
bre y concluyendo sus imaginarios coloquios el 18 del mismo
mes y año, sin descender a detalles encuadrados en los días en-
tremedios (pp. 82-90).
232 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

— Reanuda sus conversaciones y coloquios con la Iglesia el 12 de


marzo de 1867 en la ermita de san Honorato de Randa, donde
continúa hasta el 14 (pp. 91-103).
— Vuelve a coger el hilo de sus meditaciones en la ermita de Es
Cubells (Ibiza) el 22 de marzo, continuando allí hasta el 25
(pp. 104-119).
— Al día siguiente se traslada al Vedrá y allí permanece hasta el
29, del mismo mes, fecha en que concluye el texto de sus «Re-
laciones con la Iglesia» (pp. 120-147, según la paginación del
llamado tomo III).
Estos lugares y estas fechas o períodos de tiempo son las rúbri-
cas que aparecen como titulares a lo largo del escrito. Prácticamente
siempre que comienza a narrar o describir sus vivencias en un deter-
minado momento, inicia párrafo nuevo, determinando con frecuencia
si se trata de su meditación de la mañana o de la noche. A veces, co-
mo subtítulo, añade el tema central de las reflexiones, visiones o co-
loquios que siguen. Con tales referencias hay elementos suficientes
para darse una idea aproximada de lo que contiene el escrito. Tam-
bién de su peculiarísimo género literario. Para completar esta des-
cripción sumaria añadimos algunos particulares acerca de ambos as-
pectos: contenido y género literario.

c.—Contenido y género literario del escrito

Por lo que queda dicho, se comprende que en esta obra no hay


que buscar el desarrollo progresivo y orgánico de un tema, a la ma-
nera de los libros planeados sistemáticamente. Esto, que resulta cierto
para la parte conservada, parece también aplicable a la que se per-
dió y de la cual sólo conocemos algunos fragmentos copiados al pie
de la letra por el P. Alejo en su biografía (90). No existe ni un plan
previo, rigurosamente elaborado, ni una síntesis perceptible a pri-
mera vista, como a flor de letra. El núcleo sustancial del escrito hay
que reconstruirlo a base de lecturas reposadas, de análisis detenidos
y de comparación de textos donde se repiten, bajo formas literarias
diversas, los mismos conceptos.
Toda la obra gira en torno a unas cuantas ideas fundamentales
expresadas y simbolizadas de mil maneras. Fuera de algunas páginas

90 Se encuentran en las siguientes páginas de la biografía: por ejemplo,


87-89, 98-99, 219, 344-345. Desaparecido todo lo demás, hoy suele llamarse pri-
mera parte, o primer vol., de la obra a estos pocos extractos.
EULOGIO PACHO 233

en que se abandona el tono autobiográfico y se expone objetivamente


algún punto determinado, a lo largo del escrito campea la descrip-
ción de experiencias y confidencias personales del autor. Las refe-
rencias epistolares reproducidas anteriormente responden perfecta-
mente al tono y al contenido. Nadie mejor informado que el propio
autor para definir el tema que se desdobla en formas tan variadas a
lo largo del escrito.
Punto central y neurálgico de todas las páginas es el misterio de
la Iglesia. Se contempla casi siempre en una perspectiva personal, en
cuanto se establece con ella una relación de trato íntimo y confiden-
cial. Estas constataciones no deben inducir al error de pensar que
nos hallamos ante páginas de puro lirismo sentimental, sin soporte
alguno de doctrina. Al contrario, afloran continuamente ideas, temas
y pensamientos que subyacen como sustratro mental del autor. Exis-
te, por ello, una constante interferencia entre lo doctrinal y lo viven-
cial; se entrecruzan sin cesar las meditaciones y las reflexiones per-
sonales con los problemas que le absorben y preocupan.
Lo que sucede es que no resulta factible una división externa
de ambos elementos: el ideológico y el confidencial. Lo que sí cabe
es constatar cuáles son los temas en torno a los que se desenvuelve
la trama de la narración íntima de sus vivencias espirituales.
En la secuencia de la descripción personal se yuxtaponen casi
constantemente dos planos. Aparece primero, con mayor relieve, el
que intenta plasmar por medio de diálogos, visiones y figuraciones
el estado de ánimo y la situación espiritual de cada momento. Como
clave de fondo se va trazando, en segundo plano, el proceso cronoló-
gico seguido en el esclarecimiento del misterio eclesial y, en con-
secuencia, las diversas fases de la que se presenta como «relación»
espiritual con la cosa Amada.
En esta dimensión cronológica o evolutiva pueden distinguirse
todav'a dos aspectos bastante bien diferenciados, incluso en su pre-
sentación externa. Uno se refiere directamente al proceso seguido
en sus relaciones con la Iglesia durante los años que abarca el es-
crito (y que responden en sentido amplio al de diario espiritual);
el otro es el que trata de comparar esos años con épocas anteriores
de su vida. Dejando aparte los menos importantes, en tres ocasiones
periodiza toda su vida partiendo de «sus relaciones con la Iglesia».
Si bien es verdad que no hay coincidencia absoluta en los esquemas,
no existen tampoco diferencias tan marcadas que no puedan salvarse
y fijar un cuadro sustancialmente uniforme (91). En lo que debe pro-

91 Los lugares concretos en que traza la historia de su itinerario espiritual


234 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

cederse con cautela es en establecer correlación estrictamente mate-


mática entre los momentos claves de su evolución espiritual y las
fechas externas de su vida. La observación es válida tanto para estos
cuadros o períodos generales como para otros episodios más con-
cretos. Suele tratarse de aproximaciones más que de fechas precisas,
por lo menos en la mayoría de los casos. No podemos olvidar que el
pasado de su vida se considera a la luz de situaciones nuevas y no-
tablemente distanciadas. Por lo demás son bastante reducidos los
datos relativos a su actividad apostólica y a los sucesos de su exis-
tencia. La atención se concentra siempre en la experiencia íntima.
Se verifica también con respecto a los pocos hechos concretos de su
vida el mismo fenómeno que notamos en las descripción de sus me-
ditaciones espirituales: La repetición frecuente y en contextos di-
versos, sin que se advierta explícitamente la identidad. Tal es el
caso, por ejemplo, del suceso singular de la liberación «milagrosa» de
sus perseguidores cuando intentaron poner fin a su vida mientras
estaba recluido en una cueva (que suele identificarse con la de Ga-
lamus en Saint-Poul de Feneuillet). Narra el episodio, con minucio-
sidad en la primera parte (copiada por el P. Alejo, p. 87-89) atribu-
yéndose su salvación a la intervención de «mi Señora» (la Santísima
Virgen) y lo vuelve a mencionar, con algunas variantes, en la segun-
da parte (p. 106, de primera paginación). Aquí se atribuye explícita-
mente a la Virgen del Carmen «cuya fiesta era dicho día».
En más de una ocasión es difícil saber si se trata de hechos rea-
les o de reconstrucciones figurativas a través de las cuales el P.
Francisco quiere exresar alguna idea o consideración puramente es-
piritual. Se dan también casos en que resulta imposible deslindar en
el mismo episodio lo real y lo figurado o ficticio.
La reiteración más insistente se da, sin embargo, en la temática
que sirve de fondo a sus «íntimas relaciones» con la Iglesia. En una
especie de intento desesperado de esclarecer el misterio, vuelve una
y otra vez sobre las mismas realidades, aunque alterando la forma de
presentarlas.
Si queremos destacar los temas que mayor relieve alcanzan a
lo largo del escrito tendremos que mencionar ante todo, los siguien-
tes: La Iglesia sociedad o cuerpo moral vivificado por el Espíritu
Santo y de cuya vida participan todos los creyentes: La Eucaristía
encuentro y unión de los miembros que forman parte de ese cuerpo
místico de Cristo; María modelo perfecto y acabado del mismo; los

a la luz de las vivencias cclesiales de estos años son: 171-173; 224-225 y 297-
299 correspondientes a la copia del Proceso.
EULOGIO PACHO 235

espíritus malignos y las fuerzas del mal que combaten de mil formas
las estructuras externas de la Iglesia e insidian a las almas que quie-
ren mantenerse fieles a la voz de su divino Fundador.
Las incontables repeticiones de idénticas o similares considera-
ciones pierden en parte la inevitable monotonía porque se presentan
en formulaciones y géneros literarios muy diversos. En este escrito
es en el que mayor predominio adquiere la marcada tendencia fi-
gurativa tan típica de la pluma del P. Francisco. La lleva a un extre-
mo casi inverosímil. El simbolismo permanente nos coloca en un
clima que parece irreal. Es precisamente el singular género literario
del escrito su mayor obstáculo interpretativo. Las experiencias reli-
giosas en él plasmadas aparecen revestidas de un extraño ropaje. Se
suceden diálogos con interlocutores, creados por la fantasía del autor,
o tomados de la Sagrada Escritura, como arquetipos de la misma rea-
lidad que quieren revelarle. Unas veces se le aparecen (figurativa-
mente hablando) y entabla conversación con esos personajes como si
los tuviese delante en carne y hueso. En otras ocasiones es él quien
llama a la Iglesia para que por medio de una de esas figuras bíblicas
le aclare sus dudas, le revele sus secretos o le manifieste sus deseos.
Toda esta coreografía de seres simbólicos y de reconstrucciones fi-
gurativas, con los diálogos, locuciones y visiones de todo tipo, confie-
re al escrito un inconfundible tono profético y apocalíptico. Al leerlo
por primera vez da la sensación de que el solitario del Vedrá intenta
imitar al vidente de Patmos. Lo que en la Vida solitaria es un pri-
mer tímido intento, se convierte aquí en fórmula definitiva y habi-
tual de expresión. Los grandiosos escenarios naturales en que se si-
túan esas meditaciones contribuyen a intensificar el sentido esotérico
de este singularísimo escrito. Perder de vista esta perspectiva simbo-
lizante y apocalíptica equivale a cerrarse inevitablemente la vía de
acceso a su comprensión.
No es de este lugar detenernos a discutir si bajo ese simbolismo,
impregnado constantemente de sabor y fraseología mística (con mar-
cado predominio de la teresiano-sanjuanista) se ocultan verdaderas
experiencias de índole sobrenatural. En cualquier caso hay que lle-
gar a descubrirlas abriéndose el paso a través de la frondosa selva
de un lenguaje lo más alejado posible de la narración directa y na-
tural de los hechos. Que esas páginas resellen una profunda e intensa
vivencia eclesial tampoco puede ponerse en tela de juicio. Hasta qué
punto puede decirse mística en sentido estricto, no es fácil determi-
narlo. Lo mínimo que debemos admitir es una interiorización reli-
giosa en el misterio de la Iglesia que se acerca mucho a la auténtica
236 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

experiencia mística. De ahí, que las páginas autobiográficas más ín-


timas del P. Francisco Palau nos demuestran, sin género de duda,
que su espiritualidad es esencial y radicalmente eclesial.

8. — Mes de María, o sea Flores del mes de Mayo

La Virgen María ocupa un puesto destacado en el pensamiento,


en la vida y en la actividad pastoral del P. Francisco Palau. Enri-
queció el legado de su formación carmelitana con vivencias muy pe-
culiares y aportaciones de notable originalidad; ambas en la línea
eclesial que le es inconfundible. Aunque abundan en sus escritos
las referencias y las páginas marianas, éste es el único libro consa-
grado total y exclusivamente a su devoción predilecta.
Es fruto de su celo pastoral y de su devoción a María. Se pre-
senta como un típico devocionario de su época. Para gustarlo y en-
juiciarlo debemos situarnos en el contexto histórico en que fue com-
puesto. Si tenemos en cuenta la finalidad perseguida y los destina-
tarios del librito comprenderemos mejor su peculiar estructura. Lo
que a primera vista pudiera parecer artificio literario o recurso ar-
tístico, de gusto dudoso, adquiere tonalidad muy diversa contem-
plado a la luz de las circunstancias ambientales que indujeron al
autor a adoptar un método original, que desbordaba los moldes tra-
dicionales de esta clase de escritos piadosos.

a.—Origen y finalidad del escrito

Con la «Escuela de la Virtud» había el P. Palau abierto cauces


nuevos —casi revolucionarios— a la catequesis y a la apologética.
La guerra que la declararon las fuerzas hostiles fue la mejor prueba
de su acierto y de su eficacia. Todas sus empresas apostólicas llevan
en el fondo el mismo espíritu de renovación o adherencia a las ne-
cesidades pastorales que aquella obra de vanguardia. Clausurada
violentamente la «Escuela de la Virtud» y confinado su creador en
Ibiza, las manifestaciones de su apostolado en la isla se orientaron
como siempre, y como en otras partes, hacia las necesidades más
urgentes. Se plantearon en la forma más adecuada a las circuns-
tancias.
Lo que se necesitaba en Ibiza era un apostolado de recristiani-
zación popular. El nivel cultural era muy diferente al que acababa
de palpar en Barcelona. El P. Francisco constató que los isleños
EULOGIO PACHO 237

sencillos o incultos necesitaban expresiones casi elementales para


reavivar su tradicional piedad religiosa y su moralidad un tanto
relajada.
No tiene nada de exageración afirmar que cuando se le levantó
el destierro y regresó a la península había cambiado profundamen-
te el panorama religioso de Ibiza. Con pleno derecho puede llamár-
sele el gran apóstol ibicenco del siglo xix. La transformación espi-
ritual fue obra de su ejemplo sacerdotal y de su encendida palabra
apostólica. Recorrió la isla en todas las direcciones en campañas de
predicación y en reiteradas series de «misiones populares».
Uno de sus instrumentos de penetración y reanimación espiri-
tual fue precisamente el culto mariano. Al poco tiempo de su reclu-
sión en Ibiza logró trasladar allí la imagen de Nuestra Señora de
las Virtudes que presidía en Barcelona «La Escuela de la virtud».
La ermita construida en Es Cubells se convirtió, gracias a su acti-
vidad, en el centro mariano de la isla. La imagen carmelitana de
Nuestra Señora de las Virtudes fue paseada en triunfo por todos
los rincones de Ibiza, acompañada de su «alférez» y pregonero. El
P. Francisco Palau se sentía orgulloso de la triunfal acogida dispen-
sada a su Señora en todas partes. Por eso organizaba romerías y
peregrinaciones hasta en casos arriesgados y en ambientes reacios
a la palabra evangelizadora. En las misiones más difíciles logró su-
perar obstáculos, al parecer insalvables, con la presencia de su en-
trañable imagen mariana. La actividad apostólica del P. Palau en
Ibiza está contraseñada inconfundiblemente con un sello mariano.
Por eso no tiene nada de extraño que las gentes profundamente re-
ligiosas de la Isla terminasen por convertir la humilde ermita de Es
Cubells en su santuario mariano.
En este ambiente y durante los años de confinamiento en Ibiza
hay que colocar la composición de este curioso devocionario ma-
riano. Entre las diversas manifestaciones de su piedad a María el
P. Francisco quiso difundir la práctica tradicional del «mes de Ma-
yo», como «mes de María». Aunque el librito vio la luz pública dos
años más tarde de su liberación, no cabe dudar de que la compo-
sición data de los últimos años de confinamiento en Ibiza, aunque
los últimos retoques se los diera a su vuelta a la Península. Así lo
atestiguan de consuno la correspondencia epistolar, la temática de
su actividad apostólica y los extractos de la prensa religiosa. En
algunas de las publicaciones de este género se compendian sus ser-
mones y hasta se reproduce textualmente parte de ellos. Así pode-
mos comprobar en más de una ocasión que hay perfecta concor-
dancia —incluso literal— entre extractos o artículos de la prensa y
238 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

las páginas del Mes de María. Este parece producir un módulo o


esquema experimentado durante varios años y perfeccionado según
le iban sugiriendo los resultados prácticos.
El que la primera idea y la lenta gestación tuvieran lugar en
Ibiza no significa que a la hora de la redacción final y de la publi-
cación el autor limitara su utilidad y destinación a los habitantes
de la isla. Al contrario, pensó que la impresión era el medio más
idóneo para una difusión mucho más amplia. El número relativa-
mente elevado (si se compara con otros escritos suyos) de ejemplares
llegados hasta nuestros días, revela que la tirada tipográfica fue bas-
tante abundante: una prueba más de que intentó propagar en vas-
tos círculos la práctica devocional del «mes de María» a través de
estas páginas.
No parece posible fijar con exactitud el tiempo empleado en la
composición del libro. La parte literaria y doctrinal no debió de
ocuparle demasiadas horas. Tenía a mano el Catecismo de las vir-
zuaes, y allí había expuesto conceptos muy afines, incluso sustan-
cialmente idénticos. Lo dicho en el texto para los alumnos de la
«Escuela de la Virtud» sobre las virtudes en general, lo aplica en
este devocionario a María. La adaptación resulta relativamente fá-
cil. La parte que le debió ocupar más tiempo fue la ilustrativa, tanto
gráfica como literaria. En la elección de las flores que habían de
servir para la reproducción litográfica y en la realización de ésta
hubo de contar con ayuda y colaboración desinteresadas. A pesar
de todo, el acoplamiento de los materiales, dadas las técnicas edito-
riales de entonces, tuvo que importar tiempo y recursos relativa-
mente notables. Por las noticias que el propio autor nos ofrece en
carta del 4 de septiembre de 1861, se deduce que para esa fecha la
obra estaba ya en prensa. Hasta parece que se había hecho una se-
gunda reproducción de los dibujos o litografías, compuestos natu-
ralmente aparte. En esa carta, dirigida a Juana Gracias le dice, en-
tre otras cosas: «Yo te enviaré por el próximo correo las Flores del
mes de Mayo nuevamente litografiadas». Alude a los dibujos o re-
producciones de las diversas flores que simbolizan las virtudes de
María en correspondencia con sus virtudes y los días del mes de
mayo.

b.—Estructura y contenido del libro

Por lo que acabamos de decir, el lector ha podido darse cuenta


de que también en este jugoso devocionario el P. Palau cedió a su
EULOGIO PACHO 239

indeclinable tendencia de figurar o escenificar sus consejos y ense-


ñanzas. El dibujo, o la expresión gráfica en general, le resulta el
método pedagógico más adecuado para cada caso. No hace excepción
este librito. Su esquema básico es sencillo y elemental, casi inevi-
table. Está cortado por el patrón de todos los devocionarios de idén-
tico argumento. Tantos temas y tantas ilustraciones gráficas cuantos
días cuenta el mes consagrado particularmente a María. La origi-
nalidad está en la disposición de la doctrina y de las prácticas pia-
dosas de cada día. En lugar de atenerse a los módulos corrientes,
se le ocurrió una idea, que puede parecemos hoy un tanto pere-
grina, pero que, sin duda, significó un acierto en su ambiente y en
su momento. Tratándose del llamado «mes de las flores», nada más
eficaz para atraer la atención y grabar en la memoria las virtudes
de María que presentarlas a la vez por escrito y figuradas en el
símbolo de una flor.
Este es el motivo de acompañar el texto de cada día con una
lámina (impresa en litografía) de la flor que mejor parece figurar
o simbolizar la virtud que se propone a la consideración de los
fieles. Se trata de las flores y de las hierbas «odoríferas» más co-
nocidas y corrientes en el lugar en que se compuso el libro. Suman,
naturalmente, 31 en correspondencia a los días del mes de mayo.
Fuera de serie se halla una al principio. En ella se representa a la
Iglesia como «jardín cerrado», donde crecen esas otras flores o vir-
tudes (cf. entre pp. 6-7). Sobre la representación figurada de la
Iglesia se ve la del Espíritu Santo con el lema: «los dones del
Espíritu». Su significado se explica detalladamente en la página 7.
No podía estar ausente en un escrito del P. Palau el tema de la
Iglesia. Aquí halla una explicación muy apropiada al presentarla
como el jardín donde florecen las virtudes que resplandecen en Ma-
ría o que en ella admiramos y debemos reproducir en nosotros.
Las láminas (numeradas en serie continua hasta la xxxi en la 2a
ed.) van fuera de texto y sin paginación, pero ocupan plana entera,
paralela al texto en que se explican. Hay que tener en cuenta que es-
tán realizadas por el procedimiento litográfico, el más corriente y per-
fecto de la época; por lo mismo, compuestas separadamente del
texto e insertadas luego en él. Esto explica el que existan ejem-
plares con la explicación de las láminas, pero sin ellas. Es claro que
no se incluyeron en todos. Los que carecen de los dibujos deben
considerarse incompletos.
No es fácil determinar la parte que le corresponde al P. Palau,
en la selección de las flores litografiadas. Acaso sea el principal o
único responsable de la selección y de la explicación, a veces un
240 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

tanto forzada de las diversas flores. Lo que parece le corresponde es


el dibujo o diseño de la Ia edición (92). Un indicio en favor de la
paternidad palautiana de los dibujos, además de la firma, pudiera
entreverse en la sincera confesión que se hace al principio (p. 7) so-
bre sus modestas pretensiones artísticas. No debe concederse impor-
tancia a ese extremo, según el autor. Se trata de «bosquejos y tosco
diseño». Lo importante es el significado que encierran y las ideas
que deben suscitar. Al hablar así, parece no tener miedo de ofender
a posibles colaboradores, descargando sobre sí toda la responsabili-
dad, incluso la artística. Demasiado poco para extraer de tales frases
conclusiones decisivas. Lo más probable es que en ellas aluda a di-
ficultades de índole tipográfica, pues añade que se «pefeccionará con
el tiempo» (p. 7), como se hizo en la segunda edición: la oficial y
coriente cuyos grabados no parecen suyos.
En la introducción explica en detalle toda la trama del devocio-
nario, destacando que lo más importante y nuevo es el método adop-
tado para realizar con fruto esa práctica tradicional de devoción
mariana. Para él se trata de «ofrecer a María flores de esta bella
estación (de mayo) en representación de nuestras virtudes (p. 5). El
buen orden en la práctica de este ejercicio exige dos cosas funda-
mentales, a saber: Ia reducir las distintas clases de flores y «yerbas
odoríficas» a treinta especies distintas, «formando de ellas otros tan-
tos ramilletes», que se han de ofrecer uno cada día a María. Así re-
sultan un ramillete para cada uno de los días del mes de mayo. 2a.
«Las flores simbolizan las virtudes que deben presentarse a María».
Ofrecérselas efectivamente equivale a «comprometernos a la prác-
tica de las virtudes que figuran» las flores (p. 5).
Puestas estas premisas, basta reducir las virtudes (tal como se
exponen en el Catecismo (cf. n. 5 de esta serie) a un número idéntico
al de las flores seleccionadas, y se tiene la correspondencia de ambos
elementos con los días del mes. Tal es el esqueleto del librito: para
los 31 días se escogen otras tantas flores, se les empareja una virtud
(generalmente la que tiene un simbolismo tradicionalmente consa-
grado) y se forma el ramillete con una serie de actos o prácticas.
Cada día se suceden en este orden los cuatro puntos fundamen-
tales, a saber: «la flor del día, la vitud que simboliza, la virtud prac-
ticada por María y la flor del día en manos de María o la presenta-

92 Al igual que las otras láminas lleva en la parte inferior el registro de


propiedad de la «Lit [ografía] Religiosa». En la contraportada se indica el es-
tablecimiento tipográfico que imprimió el texto, a s a b e r : «Barcelona, estableci-
miento tipográfico de Narciso Ramírez y Rialp, Impresor de S. M. MDCCCLXV».
Ignoramos, por el momento, si se t r a t a de la misma entidad editorial o no.
EULOGIO PACHO 241

ción de la flor» (p. 6). A seguido explica cómo se ha de hacer o en-


tender la relación entre las flores y las virtudes por ellas simboli-
zadas (p. 6-7). De esta manera se volverá más fácil y asequible el mé-
todo propuesto y al mismo tiempo quedará mejor grabado en la me-
moria el tema doctrinal relativo a cada una de las virtudes. Remata
la introducción recordando que en el «jardín de la Iglesia» es nece-
saria la presencia de Jesús y María para que las virtudes cristianas
florezcan en el «jardín de nuestra alma».
Al estilo de los devocionarios de la misma índole, en el ejercicio
prop'o de la vigilia del mes de María (p. 9) se reúnen las partes o
actos comunes para todos los días del mes. Son los siguientes: acto de
contricción, oración preparatoria para todos los días, meditación pro-
pia de cada día, coronilla de doce estrellas (que se imprime al final),
plática o sermón, presentación de la flor y letanías de Nuestra Señora
(también al fin, cf. p. 9-10). Este es el esquema que se ha de seguir
cada día. En el de la víspera o vigilia se propone una consideración
general sobre las flores, las virtudes (en relación con las anteriores),
las virtudes en María y el ramillete u ofrenda de las flores.
Al final del texto reúne algunas de las prácticas que deben re-
petirse todos los días, como la «coronita de doce estrellas de María
Santísima» (p. 87-88), especie de gozos. Siguen unas Canciones para
el mes de mayo (p. 90-94). Se cierra el librito con unas notas o adver-
tencias aclaratorias del texto (p. 95) y una explicación sobre la for-
ma práctica de hacer la función o ejercicio del mes de mayo.
Evidentemente, no hay que buscar en estas páginas profundas
disertaciones doctrinales. Tienen una finalidad práctica muy concre-
ta y bajo ese aspecto debe de enjuiciarse el librito. Tiene suficiente
originalidad para destacar entre tantos otros contemporáneos suyos.
La idea más personal radica en la ilustración gráfica de las virtudes.
Para la gente sencilla, a quien se destinaba el devocionario, era un
recurso práctico y eficaz. Es cierto que en muchas ocasiones resulta
forzada la acomodación de las virtudes a las características de deter-
minadas flores, pero se trata de un elemento relativamente margi-
nal. Puede prescindirse fácilmente de la relación establecida y en
nada cambia la parte fundamental del libro. Esta hay que localizarla
en dos puntos claves: la doctrina sobre las virtudes y la aplicación
de las mismas a María. En el primer elemento tenemos un comple-
mento o prolongación del Catecismo de las virtudes (cf. n. 5 de esta
serie); en el segundo encontramos las páginas más ordenadas de la
mariología palautiana. Deben colocarse junto a las de Mis Relaciones
para tener una visión completa de la profunda piedad mariana del
P. Francisco Palau.
242 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

c.—Publicación del libro

Como tantas empresas apostólicas suyas, también este fervoro-


so devocionario fue signo de contradición para el autor. Una de sus
primordiales preocupaciones, siempre que intentó publicar algo, fue
la de recabar la debida autorización eclesiástica. Nada tan natural
en un hombre que sentía el misterio de la Iglesia y estaba dispuesto
a secundar generosamente las disposiciones de las autoridades que
la gobernaban y representaban.
Con toda seguridad no pensó ni remotamente que la publicación
de este devocionario había de encontrar dificultades en la censura
eclesiástica. Tenía experiencia de que entonces se hilaba fino en ma-
terias religiosas. La censura de Gerona había puesto algunos reparos
a su libro latino sobre la naturaleza de la Iglesia. No le parecieron
insalvables, ya que dio respuesta satisfactoria por escrito (cf. n. 2
de esta serie). Sin embargo, no se decidió a publicar nunca aquel
escrito, sin que conozcamos los motivos. Todos los demás, comenzan-
do por la Lucha del alma, habían superado sin dificultad la prueba.
Algunos con elogios lisonjeros y no muy frecuentes.
Aunque es el propio autor quien nos informa de las dificultades
halladas en la publicación, no señala los puntos concretos que el cen-
sor juzgó inconvenientes. Se trataba de un juicio global más que de
temas particulares. Con razón argumentaba el P. Palau, que en cues-
tiones discutidas y en apreciaciones particulares sobre formas de ex-
presión existía libertad. Consecuente con estos postulados, absoluta-
mente exactos, no se dio por vencido y luchó hasta conseguir su in-
tento. La manera más precisa de conocer el desagradable episodio
motivado por la censura es leer la narración misma del autor. Es-
cribe sobre el particular a Juana Gracias con fecha del 4 de septiem-
bre de 1861 desde Ibiza:

«En este correo escribo al Sr. Vicario General sobre las


Flores del mes de mayo. El caso por mi parte fue muy sencillo.
El censor me dijo que el manuscrito estaba todo lleno de men-
tiras, expresiones duras e impropias, si bien nada (había) con-
tra la fe. Yo retiré el manuscrito y la impresión para cortar así
cuestiones y me he dirigido y dirijo a otros prelados. Y bajo
el auspicio y protección de las leyes lo publicaré a su tiempo
¿cómo no? En materias de doctrina sólo rige y reina la teología,
y teología no hay más que una verdadera, que es la que enseña
la Iglesia. En estas cuestiones no valen categorías ni miramien-
EULOGIO PACHO 243

tos, y por la pureza de la doctrina católica tú sabes cuánto he


sufrido y que no cedo. ¿Puedo errar sujetándome a esa doc-
trina? Deja, que si por aquí me atacan, ya sabré responder. Yo
te enviaré por el próximo correo las flores del mes de mayo
nuevamente litografiadas; dejemos esto. Yo por aquí tengo mis
batallas y batallo con satisfacción, porque son las batallas de
la fe».

No tardó en allanar el escollo interpuesto por la censura. Pro-


cedió en consonancia con los planes que comunica aquí a su íntima
dirigida. El manuscrito tan duramente juzgado llegó a manos atentas
y a mentes más abiertas: las mismas que habían concedido el visto
bueno y la aprobación para la Escuela de la virtud vindicada. Emitió
censura favorable a la publicación el Sr. Sebastián Puiggrós, y con-
cedió el imprimatur, con fecha del 23 de septiembre, (apenas veinte
días después de la carta a Juana Gracias) D. Rafael Oliver, Gober-
nador eclesiástico de Ibiza. Pocos meses más tarde, ya en 1862, salía
a luz el librito de los tórculos de Pablo Riera, en Barcelona, el mis-
mo impresor de la Lucha del alma (en su 2a edición). Probablemente
en los mismos talleres se realizaron las litografías que reproducían
las flores-símbolos de las virtudes de María. Una vez más el P. Fran-
cisco demostró habilidad singular para solucionar situaciones difí-
ciles y embarazosas.
En este caso su determinación de sacar a la luz el librito, pese
a la oposición de la censura de Palma, motivó una curiosa situación
en la transmisión textual de la obra. A lo que parece estaba com-
puesta cuando se le negó la autorización. Quedaba añadir a las pá-
ginas impresas el visto bueno de la competente autoridad eclesiás-
tica. Al no llegar a tiempo, se retiraron los ejemplares (según lo
insinuado en la carta citada a Juana Gracias) y siguieron los trámi-
tes para editar el libro en otra parte. Afortunadamente podemos do-
cumentar con pruebas incuestionables estas sospechas. Conocemos
un ejemplar, proveniente de la biblioteca de Jacinto Verdaguer, to-
talmente diferente de los que se conocen de la edición de 1862. Las
reproducciones litográficas son diferentes, mucho más elementales,
pero de características palautianas inconfundibles. Llevan además,
como registro, la firma del autor. Tampoco concuerda la paginación
del texto, aunque en la letra no cambia apenas. Apareció, como pu-
blicado en Palma, en la Imprenta y Librería de Juan Colomer, el
1861. Tenía, por tanto, sentido verdadero y exacto al decir a Juana
Gracias que la mandaba las flores «nuevamente litografiadas». Se
refería a la nueva impresión que aparecería al año siguiente en Bar-
244 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

celona, según lo dicho. La de 1861 carece de censura eclesiástica, y


los ejemplares existentes (sólo conocemos uno) parecen ser de los
que retiró de la circulación al no concedérsele el imprimatur en
Palma. Ese ejemplar tiene además otra particularidad. Sobre el pie
de imprenta, en la portada, se la ha pegado posteriormente un pa-
pelito, con esta indicación manuscrita, pero que quiere imitar a la
imprenta: «Ibiza, Imprenta de Ramón Vidal». Si a efectos de la
difusión apenas puede hablarse de dos ediciones (de 1861 y de 1862,
respectivamente) desde un punto de vista bibliográfico estamos ante
un caso muy curioso: de extraordinario interés para los bibliófilos.

9. — La Iglesia de Dios figurada por el Espíritu Santo en los


Libros Sagrados

Este es el último libro redactado por el P. Francisco Palau con


destinación al gran público. Como todos los suyos tiene un sello
inconfundible. La repetición de las mismas ideas centrales no es
obstáculo para la originalidad. Al contrario, sabe dar siempre a sus
temas favoritos versiones muy diversas; se ingenia en buscar mol-
des nuevos y variados para verter sus preocupaciones apostólicas.
Su vida y su pensamiento giran en torno al misterio de la Iglesia. Es
una especie de leit motiv de toda su producción literaria, que se pre-
senta como variaciones de ese motivo básico y central.
En este libro, pese a la sencillez de su estructura, tenemos una
de las claves interpretativas más claras y seguras del pensamiento
eclesial del autor. Puede afirmarse que con él cierra un ciclo o pro-
ceso iniciado en el primer libro consagrado de intento al tema de la
Iglesia. La obra latina compuesta durante su exilio en Francia (cf.
n. 2 de esta serie), es el primer anillo de esa cadena. Las páginas de
Mis Relaciones son su prolongación directa; las del presente opúscu-
lo, su complemento; el último eslabón del programa anunciado en el
escrito que abre la serie temática.

Según vimos anteriormente el segundo cuaderno o tomo escrito


sobre la naturaleza de la Iglesia tenía como título libro de las figu-
ras, porque en él quería describir la Ciudad Santa y la casa de Dios
«esculpida en 39 láminas y delineada y pintada de varios modos por
innumerables figuras». Otra de las partes de esa obra —la cuarta—
describía la misma realidad —la Iglesia— por medio de figuras, con-
cretamente «bajo la forma de mujer», como más apropiada para ex-
poner el tema del Cuerpo Místico de Cristo. Aunque renunció a la
EULOGIO PACHO 245

publicación de aquel escrito primerizo, incorporó a las páginas pos-


teriores muchas de sus ideas. Con frecuencia vuelve sobre las fi-
guraciones anunciadas, pero, mientras la de los arquetipos bíblicos
y la del cuerpo humano recurren con insistente reiteración, la ima-
gen de la «Ciudad Santa» apenas hace acto de presencia. Probable-
mente es ésta la razón de volver intencionadamente sobre un tema
favorito, nunca olvidado, pero tampoco desarrollado con amplitud.
Este es, de hecho, el argumento central del libro. En esta idea
central se basa su organización o estructura. Aunque el título pu-
diera hacer pensar en una descripción minuciosa de todas las figu-
raciones bíblicas, en realidad se centra casi exclusivamente en una:
la «ciudad celeste» dibujada por san Juan en el Apocalipsis. Con
razón puede considerarse este escrito como un comentario al capítulo
21 del último libro de la Biblia. Se dice en el epígrafe que se trata
de la «Iglesia figurada por el Espíritu Santo», para indicar la ins-
piración divina de la Biblia o el autor principal de esas representa-
ciones que el autor, de acuerdo con la exégesis tradicional, aplica a
la Iglesia.
Teniendo en cuenta los elementos que aparecen en ese capítulo
del Apocalipsis (y en algunos otros textos complementarios) esta-
blece el número y el orden de las láminas que, en su conjunto, figu-
ran a la Iglesia con los elementos propios de una «ciudad» y de «una
casa santa». El centro de convergencia para establecer la acomoda-
ción descriptiva de las diversas partes (láminas y texto explicativo
correspondiente) hay que localizarlo en las páginas dedicadas a la
descripción (con la correlativa lámina) del «fundamento de la Ciu-
dad», que es Cristo (p. 19-20). Allí se reúnen todos los demás textos
bíblicos que se relacionan con la imagen básica de la Iglesia-ciudad
santa.
Las sumarias indicaciones que preceden pueden servir de guía
para darse idea de la factura concreta del libro. Se completará mejor
esa idea leyendo íntegro el subtítulo grabado en litografía en la pá-
gina que hace de portada. Suena así: Albura religioso dedicado a la
Santidad de Pío IX por una sociedad de artistas bajo la dirección del
P. Francisco Palau, Pbro. Misionero Apostólico, Barcelona 1865 (93).

!!3 Estamos unte un caso parecido al del Mes de María. Como quiera que se
realizó por separado la impresión de las litografías y la del texto, al colocar-
las en la debida correlación hubo inevitables descuidos. Por eso se conocen
ejemplares en que faltan láminas y también ejemplares en que no hay coinci-
dencia en la colocación. De ahí que en algunos tampoco exista relación entre
las láminas y su explicación. Por eso se coloca al final una pauta o guia con el
orden que deben guardar. Desgraciadamente hasta en esa pauta se cometió al-
gún error tipográfico (cf. not. siguiente). También conocemos ejemplares en que
246 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

El álbum religioso está formado por 21 láminas (en incisión lito-


gráfica) alusivas a la Iglesia, y su explicación o comentario. Los gra-
bados a toda plana están realizados por la Litografía religiosa de
Barcelona y van fuera de página, con numeración propia, a la que se
hace referencia directa en la correspondiente explicación. Según se
declara en el epígrafe copiado, el dibujo de las láminas es obra de
una sociedad de artistas barceloneses dirigidos por el P. Palau. Este
dio las indicaciones y el croquis de cada tema, señalando lo que de-
bía contener el diseño. Ignoramos cómo se repartieron la labor sus
colaboradores. Firman la dedicatoria, juntamente con él, los siguien-
tes artistas: «José Floch y Brossá, Manuel Oms y Canet, Antonio
Castelucho y Vandrell, Enrique Prados y Paráis». Lleva fecha de
marzo de 1865. Ignoramos si trabajaron en equipo todas las láminas
o se las repartieron entre sí. Como no llevan ninguna otra firma ni
anagrama fuera de la relativa a la propiedad de la «Litografía reli-
giosa», no es fácil aclarar este extremo por las diferencias, apenas
apreciables, de los diseños. Tales diferencias obedecen además al te-
ma propio de cada uno. Su selección se debe, con certeza casi abso-
luta, al P. Palau, por lo menos en lo que se refiere al elemento cen-
tral de las mismas. Este está determinado por dos puntos de referen-
cia: las alusiones figuradas del texto bíblico (casi exclusivamente
del Apocalipsis) y los aspectos correlativos que entraña la constitu-
ción de la Iglesia. Las que procedentes de la primera consideración
podían acaso identificarlas sus colaboradores; no puede afirmarse
otro tanto de las que están condicionadas u originadas por la segunda.
No consta que ninguno de ellos fuese teólogo o especialista en la
materia. Por otra parte, la coincidencia con la temática y las ideas
eclesiales acariciadas y repetidas del P. Palau es un indicio dema-
siado fuerte para hacerle a él autor responsable.
Desconociendo el repertorio de las 39 láminas del libro perdido
sobre la naturaleza de la Iglesia, no podemos establecer comparación
con este álbum. Lógicamente tenemos que pensar en una relativa
coincidencia. Relativa y no absoluta o total por razones evidentes.
Ante todo, porque las pinturas y dibujos de la primera obra proce-
dían de su misma pluma y eran, a no dudarlo, más elementales y
menos logrados artísticamente. En segundo lugar, porque delineaba
la figura de la Iglesia-ciudad santa en 39 láminas o dibujos, mientras
aquí los reduce a 21. Dada la distancia cronológica entre ambos es-
critos, hay que suponer también una maduración de la parte doctri-
se les añadió al principio una nota explicativa de la alteración del orden en
los grabados. Han de tenerse presentes estas indicaciones cuando se consulta
la obra, para comprobar si está completa y bien ordenada o no.
EULOGIO PACHO 247

nal o explicativa. La reflexión personal y las lecturas sobre el tema


eclesial fueron enriqueciendo su pensamiento y clarificando muchas
de sus ideas. Si semejante proceso evolutivo es natural en cualquier
autor y respecto a cualquier tema, no podemos excluirlo en el P.
Palau, enamorado y obsesionado como estaba con el misterio eclesial.
La explicación o comentario doctrinal a las 21 láminas es de mo-
destas proporciones. Se atiene fielmente al tema central de cada una
de ellas, y en su conjunto refleja con bastante fidelidad las doctri-
nas expuestas en otros escritos. Aquí no aparecen en un orden estric-
tamente lógico por estar condicionadas por la secuencia de los dise-
ños. Sin embargo, éstos aparecen dispuestos conforme a un esquema
que trata de integrar sistemáticamente las estructuras eclesiales con
las que configuran una ciudad.
No se deja arrastrar por un esquema arbitrario, sino que guía
su pensamiento y su pluma un bosquejo relativamente lógico y co-
rrespondiente a los elementos fundamentales que integran la cons-
titución de la Iglesia. Se apreciará mejor la estructura básica del
conjunto (dibujo y explicación doctrinal) teniendo a la vista la serie
de las láminas. Se suceden en este orden (94): «1. La preordinación
de la Iglesia de Dios; 2. La construcción en el curso de los siglos;
3. La montaña santa; 4. La cima sobre que está fundada la ciudad; 5.
Plano de la ciudad; 6. Los fundamentos y el terreno con sus dimen-
siones ; 7. La piedra fundamental; 8. Los fundamentos; 9. Uno de los
doce fundamentos; 10. Doce órdenes de piedras preciosas; 11. Sus
muros (de la ciudad); 12. Una de sus puertas; 13. Punto de vista de
la ciudad tomada de sus afueras; 14. Primera jerarquía; 15. Segunda
ciudad tomada de sus afueras; 14. Primera jerarquía; 15. Segunda
jerarquía; 16. Tercera jerarquía; 17. La plaza; 18. El trono de Je-
sucristo ; 19. El árbol de la vida y las aguas procedentes del trono de
Dios; 20. El cielo empíreo; 21. Su magnitud y figura» (95).

94 Por errata tipográfica, cu esta pauta final las láminas que deberían llevar
los números 17 y 18, repiten el 14 y el 15. Acaso este yerro haya influido en
la colocación inadecuada de las m i s m a s en algunos ejemplares de la obra.
95 Los Comentarios al Viejo u Nuevo Testamento de Jacobus Tirinus, S. J.
(Jacques Tirin, 1580-1636) aparecidos por vez primera en tres tomos in folio,
en Amberes el 1632, y lograron un éxito extraordinario. La última edición pre-
parada, por el P. Brunengo, vio la luz en Turín entre 1882 y 1884. Existen edi-
ciones (como la de 1702) enriquecidas con ilustraciones o grabados sobre Pales-
tina, la ciudad santa de Jerusalén, el Templo, pesos, medidas y otras particula-
ridades, útiles como subsidios exegéticos. Tales ilustraciones están escogidas en-
tre las obras de otros comentaristas bíblicos, la mayoría de ellos citados en el
texto original de Tirino. Resulta s u m a m e n t e curioso comparar el libro del P.
P a l a u con estas ediciones t i r i n i a n a s ilustradas. Parece inevitable la conclusión
de que estamos ante una fuente de inspiración, no sólo general, sino también
particular de algunas láminas que aparecen en el Álbum religioso barcelonés.
También proceden de Tirino las referencias a teólogos y exegetas, como Suá-
248 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

Con la que se llama pauta para la colocación de las láminas, o


índice de grabados, (p. 57) se cierra el libro. El texto o comentario
del P. Palau abarca 56 páginas, descontando las ocho preliminares
que se colocan al principio con la contraportada (el título abreviado
de la obra); la aprobación o nihil obstat, dada el 24 de febrero de
1865 por Fr. Francisco de Asís Mestres, exclaustrado; el imprimatur
de D. Pantaleón, obispo de Barcelona, firmado por el Dr. Lázaro
Bauhaz, Pbro., con fecha 25 de febrero de 1865. Sigue la Dedicatoria
a la Santidad de Pío IX», firmada en marzo del mismo año por los
autores arriba citados, encabezados por «Fr. Francisco Palau, Pbro.».
No consta que surgieran dificultades para la impresión del libro,
como sucedió en el Mes de María. No daban motivo para ello las pá-
ginas del escrito, pese a la problemática delicada en sí misma y agra-
bada por la dificultad de relacionar debidamente la doctrina sobre
la constitución de la Iglesia con el simbolismo bíblico, que se pres-
taba fácilmente a arbitrariedades o acomodaciones violentas. Cuando
redacta estas páginas el P. Palau ha conseguido ya un dominio del
tema y un equilibrio expresivo muy superiores a los que manifies-
tan sus primeras obras y sus escritos confidenciales. En cierto modo
se veía obligado por las circunstancias a matizar hasta el límite de
lo posible sus ideas y sus expresiones en una obra destinada al gran
público y, además, dedicada al Sumo Pontífice. Hay que suponer que
a éste le fue remitido un ejemplar lujosamente encuadernado. Si
no hubo ocasión propicia para hacerlo inmediatamente después de
la publicación, es claro que lo llevó el autor, como especie de cre-
dencial y obsequio, al año siguiente, cuando se desplazó por primera
vez a la Ciudad Eterna. Más bien hay que pensar en un envío inme-
diato. El viaje aludido se creyó, sin duda, facilitado por este testi-
monio de devoción y afecto filial hacia el Papa.

En esta obra el P. Fancisco Palau concede mayor relieve que en


ninguna otra a los elementos externos y jerárquicos de la Iglesia,

rez y Luis o Ludovico Alcázar (cf. p. 53). Este último publicó en 1614 un curio-
so e ingenioso comentario al Apocalipsis con una especie de apéndice relativo
a «los sagrados pesos y medidas». Se manifiesta muy afín en la mentalidad ima-
ginativa al P. Palau, y su obra Vestigatio arcani sensus in Apocalipsi editada
en Ainberes, el 1614, se r e i m p r i m i ó en 1619. Otra edición apareció el año ante-
rior, 1618, en Lyon. Esto da idea de su aceptación y del aprecio en que la tiene
Tirino. Además del mentado apéndice publicó otro escrito complemento del co-
mentario al Apocalipsis. Reza así su t í t u l o : Commentarium in eas V. T. partes
quas respicit Apocalipsis, libri 5, cum (¡paseíllo de malis mediéis, Lyon 1631.
Sobre él cf. H HUHTEB, Nomenclátor literarias, tom. III (ed. 1892) p. 188 a ; sobre
Tirino, ibd. p. 324 a . C. SOMMKIWOüKL, S.I, liibliolhéque de la Compaqnie de Jésus,
tom. VIII, col. 40-51.
EULOGIO PACHO 249

por lo menos desde un punto de vista doctrinal. El comentario a las


láminas centrales (desde la sexta hasta la 17) es la mejor prueba.
Esto no quiere decir que olvide o minusvalore el aspecto íntimo y
vital. Lo que consigue es una síntesis más completa y armónica que
en Mis Relaciones y en la Lucha del alma. Ello se debe al plan que
preside el escrito. Destaca en este sentido de integración sintética la
que puede considerarse primera parte (comentario a láminas 1-4) y
su complemento (láminas 19-21). Es ahí donde establece las relacio-
nes entre la Iglesia histórica y visible con el plan salvífico que en
ella se encarna, según los designios de Dios y la voluntad de Cristo.
Al mismo tiempo hace ver los lazos que unen a la iglesia peregrina y
militante con la triunfante «en el cielo empíreo».
Más que por la originalidad del pensamiento y la claridad de ex-
posición, este escrito resulta clave, en cierto sentido, dentro de la
producción literaria del autor, porque nos revela las fuentes básicas
de su pensamiento o síntesis eclesial. Si se le puede achacar falta de
precisión y exactitud en la terminología y en la formulación de prin-
cipios, a tenor de los manuales o libros teológicos, incluso de su tiem-
po, se debe precisamente a carencia de contacto con la tradición es-
colástica. No debió ser ni muy intensa ni muy prolongada. Pero eso
mismo le permitió salirse de los moldes anquilosados en que ésta
se movía y abrirse, por reflexión personal, a una visión más dinámica,
viva y carismática de la Iglesia. La expresión connatural a cualquier
vivencia de este tipo es la figurada y simbolizante. Exactamente, la
que emplea habitualmente el P. Palau.
En su tiempo la concepción eclesial más alejada de los moldes
teóricos y juridistas se prolongaba en la conciencia eclesiástica a
través de los comentaristas de la Sagrada Escritura. Ellos eran los
que seguían sugiriendo una visión espiritualista y simbólica de la
Iglesia a través de los arquetipos bíblicos y de otras figuraciones de
los Libros Sagrados. En la Biblia se inspiraba continuamente el P.
Palau para intentar traducir sus coloquios y sus vivencias eclesiales.
Con el testimonio de estas páginas podemos asegurar que no se limi-
tó a la lectura del Texto Sagrado. Frecuentó también comentaristas
clásicos que le afianzaron en sus indagaciones personales. La exposi-
ción del sentido eclesial del «árbol de la vida» (lámina 19, y p. 49-51)
sustancialmente no es otra cosa que una larga cita textual de J. Ti-
rino (latinizado Tirini). Este insigne exégeta jesuíta (96) compartió

% Tanto el texto de las reglas para los ermitaños como la documentación


relacionada con la obra reformadora del P. Palau la reunió y publicó el P. Ale-
j o de la Virgen del Carmen en su t r a b a j o La ermita de san Honorato de Randa,
Palma de Mallorca (1860-1880), aparecido en el Rolleti de la Socictat Arqueólo-
250 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

durante siglos, con su hermano en religión Cornelio a Lapide y J.


Calmet, el monopolio de la cultura bíblica en los ambientes eclesiás-
ticos. En este sentido las preferencias del P. Palau son muy com-
prensibles. A través de Tirino conoce las opiniones de otros teólogos
(como Suárez) y escriturístas (como Ludovico o Luis Alcázar) según
explícita confesión (cf. p. 53).
Probablemente es también a través de estos grandes infolios
bíblicos por donde le llegó la idea central de este libro, como heren-
cia de una tradición que se remonta a San Agustín. El Santo de Hi-
pona es el gran propagador de la «ciudad de Dios» o ciudad santa,
como símbolo y expresión más fiel del misterio eclesial. No deja de
ser sintomático que el P. Palau cite explícitamente al Santo Doctor
cuando trata de exponer cómo los doce apóstoles son los fundamen-
tos de la Iglesia. No es la única huella agustiniana de su eclesiolo-
gía. La de mayor alcance y relieve es precisamente la que sirve de
arranque y base a todo este libro: el símbolo de la «ciudad santa»,
congregación del pueblo de Dios. Poco importa para el caso que su
contacto con San Agustín haya sido directo o indirecto, a través de
Tirino y otros comentaristas bíblicos. Lo importante es constatar
que se sitúa, aun en escritos doctrinales, en la línea de eclesiología
bíblica y carismática; la que apuntaba hacia el futuro.

10. Últimos escritos

Al tratar de establecer un orden o clasificación en las páginas


escritas por el P. Palau recordábamos series completas formadas por
piezas que si se consideran aisladas o por separado carecen de la
consistencia propia de un opúsculo o libro. Tal es el caso de las
cartas y de los numerosos documentos redactados o firmados por él
como autor responsable. A las dos series presentadas en el proceso
diocesano de beatificación, y reproducidas en el Extracto de la me-
moria (cf Brasa entre cenizas, p. 255-261), deben añadirse bastantes
números identificados por la investigación posterior. No cabe en
estas páginas un análisis ni siquiera sumario de cada una de estas
piezas.

gica Lulliana 27 (1937) 1-64. Las reglas del P. Palau van en apéndice, al fin del
estudio, p. 49-03. Las citas textuales se hacen siempre por esta publicación. Las
frases copiadas proceden de una nota puesta por J u a n Palau en el mismo cua-
derno en que trascribe las normas p a l a u t i a n a s . Ni por él ni por las explicacio-
nes del editor, que tuvo en su poder los apógrafos de J u a n Palau, es fácil ave-
riguar si se trata de uno o de dos cuadernos distintos para las que el editor
l l a m a (sin que sepamos el motivo) dos partes.
EULOGIO PACHO 251

Recordamos únicamente algunos documentos que por su carác-


ter y extensión merecen relieve especial. Son además los escritos
que transmiten las actividades y preocupaciones pastorales de sus
últimos años. En la serie documental antes aludida llevan los nú-
meros 202-206. Por su contenido pueden agruparse en dos secciones:
comprende la primera las normas o reglas dejadas como herencia
y testamento a sus hijos e hijas espirituales del Carmelo Misionero;
la segunda se ciñe a una publicación periódica fundada y dirigida
por él hasta su muerte.
Forzado por las circunstancias o movido por su espíritu proseli-
tista, el P. Palau desde la época de su exilio en Francia se halló
siempre rodeado de compañeros y discípulos que le consideraron co-
mo padre y maestro espiritual. A lo largo de su vida se repitieron
los intentos de agrupaciones religiosas dirigidas por él en sentido
de auténtico fundador. Aun en los casos en que la situación legal o
jurídica excluyen el sentido riguroso y canónico de vida religiosa,
los grupos por él orientados conducían auténtica vida religiosa y co-
munitaria. Necesitaban un mínimo de organización y un plan de
vida. Unas veces de palabra y otras por escrito (frecuentemente en
la misma correspondencia epistolar) el P. Palau establece las nor-
mas que deben observar las comunidades incipientes. Sobre la mar-
cha introduce las modificaciones necesarias o aconsejables por las
circunstancias. Desde los primeros tanteos de Lérida, Aytona y Ba-
laguer, en 1851-54, hasta el fin de su vida, puede afirmarse que no
cesa esta faceta de su actividad de fundador. En su epistolario recu-
rren con frecuencia las referencias a reglas y normas de dirección,
sobre todo para las primeras comunidades de Hermanas. Si excep-
tuamos las de índole más genérica (en parte reproducidas en lo sus-
tancial en las mismas cartas) los textos escritos no han llegado en
su integridad hasta nosotros. En esta serie de documentos merece
mención especial el que suele citarse como Modificación de las re-
glas de las Carmelitas Descalzas (documento 205). No se trata, como
a primera vista pudiera hacer pensar el epígrafe que se ha dado con
poco acierto a estas páginas, de un texto legal impuesto a sus pri-
meras comunidades, partiendo de las Constituciones de las Carme-
litas Descalzas, modificadas o cambiadas en los puntos imposibles
de observar en la nueva Congregación. En realidad, no se trata de
un cambio (al que no estaba autorizado), ni siquiera de una acomo-
dación. En la presentación o introducción demuestra precisamente
que semejante adaptación sería imposible, o por lo menos inconve-
niente, ya que la legislación de las Descalzas está toda ella concebí-
252 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

da para un género de vida que difiere profundamente del que él in-


tenta establecer. De nada serviría cambiar determinados puntos. El
conjunto reflejaría siempre una concepción religiosa distinta, y el
resultado sería algo híbrido, carente de armonía y de directrices que
reflejaran un espíritu bien definido. En consecuencia, concluye el P.
Palau, es preferible redactar unas reglas o normas nuevas, aunque
en ellas se trate de salvar «todo lo que hay de más perfecto» y vá-
lido en las Constituciones teresianas. A continuación hace un ensa-
yo en este sentido. Las nomas que propone a sus hijas (sin que po-
damos determinar su vigencia real ni su valor jurídico) son más de
índole espiritual que disciplinar. Le preocupa más en esas páginas
el espíritu que la letra. Sin descuidar la reglamentación elemental
o genérica de la vida comunitaria, insiste en los motivos y funda-
mentos en que debe asentarse. Ahí es donde intenta condensar la
esencia espiritual del teresianismo carmelitano.
Dada la orientación apostólica (síntesis de vida activa y con-
templativa, según sus expresiones) que establecen esas normas, no
parece arriesgado situar su redacción entre 1861 y 1863, fechas que
delimitan el período de esclarecimiento definitivo respecto al ca-
rácter de su obra fundacional. El tono mismo del escrito parece una
respuesta a dudas y oposiciones. Patentiza una toma de posición ne-
ta frente a posturas semejantes a la mantenida entonces por su fiel
colaboradora Juana Gracias. Para ella y para las autoridades ecle-
siásticas (diocesanas y del Carmelo) resultaba oportuna —acaso ne-
cesaria— la justificación del preámbulo mencionado. Preferible una
legislación nueva que una acomodación forzada y sin coherencia.
Mientras perfilaba y perfeccionaba progresivamente la norma-
tiva que debía encauzar la vida de la naciente Congregación de Her-
manos y Hermanas Carmelitas, una disposición providencial colocó
al P. Palau en la necesidad de mostrar sus dotes de organizador y
legislador. A finales de 1860 el obispo de Mallorca, previo acuerdo
de los interesados, le confiaba la dirección de los Ermitaños de san
Honorato de Randa (de la antigua orden de san Pablo y san Anto-
nio) con el fin de que «reanime su fervor y caridad, y corrigiese los
malos usos que tal vez con el tiempo hayan ido arraigándose en
aquel asilo religioso». Después de un estudio detallado de la situa-
ción, tomó las primeras medidas y reorganizó la decaída vida de
aquella secular atalaya de penitencia y oración. Una de las medidas
fue la de nombrar a su hermano Juan Palau superior de san Hono-
rato en 1862. Allí continuó hasta su piadosa muerte. En el gobierno
de la comunidad de ermitaños éste no hizo otra cosa, según propia
EULOGIO PACHO 253

confesión, que seguir las instrucciones dadas por el Director de la


institución, su hermano el P. Palau, «los cuales mandatos e instruc-
ciones —asegura— han sido para mí otras tantas leyes escritas en
mi corazón, la mayor parte de las cuales instrucciones he escrito en
este cuaderno». En el mismo documento prosigue poco después: «A
continuación he puesto en este cuaderno los ejercicios de los Her-
manos que se dedican a la enseñanza en la escuela de párvulos de
Santa Catalina (de Palma de Mallorca), aunque sean de una misma
pofesión y están bajo la misma dirección, y son dignos de recomen-
dación por su celo y su caridad, por lo que he creído prudente po-
nerlos aquí en esta ocasión».
Gracias a la diligencia de Juan Palau podemos reconstruir sus-
tancialmente hoy las normas establecidas por su hermano en la re-
forma de san Honorato. De los cuadernos autógrafos de Juan Palau
las transcribió para su edición el P. Alejo de la Virgen del Carmen.
Los datos aportados por el editor no esclarecen ciertos interrogan-
tes relativos a la redacción original y a la copia de Juan Palau. Es-
te parece dar a entender que reunió instrucciones dadas unas veces
de palabra y otras por escrito. Desde luego su copia, tal como la
presenta el editor no responde a un texto ordenado y compuesto en
una sola ocasión (97). Todo hace pensar en la genuinidad palautia-
na de las normas, incluso en su aspecto literario o textual. Lo que
no parece está acorde con la disposición original es la disposición
en dos partes. Más que de dos partes de unas reglas para los Er-
mitaños de Randa estamos ante dos cuerpos normativos. El primero
comprende «los ejercicios prácticos o reglamento» (p. 49-57 de la
edición citada) para dichos ermitaños; el segundo, es un complemen-
to del anterior, pero dirigido al grupo que, abandonando la soledad,
se dedicó (bajo la orientación del mismo P. Palau) a la enseñanza
en la ciudad de Palma, y que luego quedó integrado en la Congre-
gación de los Hermanos Terciarios Carmelitas (p. 58-63 de la mis-
ma edición). Sin duda alguna, las primeras normas destinadas a la
reforma de la ermita de san Honorato son bastante anteriores a es-
ta parte complementaria. Podemos colocar su redacción entre 1862

97 Así parece deben entenderse las dos notas o apostillas del copista Juan
Palau, trascritas en p. 57 y fi3-fi4, del trabajo citado en la nota anterior. En la
de p. 57 J u a n P a l a u habla de un cuaderno, al parecer único («en este cuader-
no»), m i e n t r a s en la advertencia del editor, en p. (53-64 se describen hasta con
sus respectivas medidas dos cuadernos, correspondientes a las dos partes en
que se dispone el texto. En cualquier caso la distribución material no da pie
para la división interna propuesta por el editor. J u a n Palau asegura que du-
rante sus años de superior de san Honorato obró en conformidad, «aunque muy
imperfectamente —en humilde confesión— según las instrucciones que el dicho
Director se ha dignado dispensarme» (p. 57, nota).
254 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

y 1863. Para darse idea de la relación que guardan con las reglas des-
tinadas preferentemente a los dedicados al apostolado en Santa Ca-
talina de Palma y constatar los pasos dados por el P. Palau en este
asunto, es de notable interés la relación mandada por el mismo res-
ponsable al prelado de la diócesis a través de su secretario de Cá-
mara, don Teodoro Alcover, con fecha probable de diciembre de
1867 (98).
Ambos reglamentos se caracterizan por su precisión y minuciosi-
dad. El primero, más riguroso en las prescripciones ascéticas (co-
mo destinado a los solitarios) no lleva división de partes ni capítu-
los ; únicamente rúbricas relativas a los diversos aspectos y elemen-
tos de la vida religiosa. El segundo, destinado a los de vida apostó-
lica, se desarrolla en ocho capítulos. Por el hecho de querer man-
tener ambas casas integradas en una única institución, las normas
se complementan, no se excluyen. En buena parte repiten los mis-
mos conceptos, pero con distinción neta de los dos tipos de vida. A
lo largo de estas páginas es transparente la huella carmelitano-te-
resiano grabada en la formación del P. Palau. Trata de armonizar
lo mejor posible la fisonomía tradicional de los solitarios de Randa
con el espíritu (e incluso con las leyes) del Carmelo. En el aspecto
más directamente relacionado con la disciplina externa es manifies-
ta la influencia de la legislación de los desiertos carmelitanos. La
conocía muy bien el P. Palau y la había practicado, en la medida
de lo posible, en Francia e Ibiza.
Su obra de legislador culmina con las que pueden considerarse
páginas testamentarias de su espíritu. Pocos meses antes de su muer-
te tuvo la dicha de ver en letras de molde las Constituciones de la
Orden terciaria de Carmelitas descalzos de la Congregación de Es-
paña, impresas en la imprenta barcelonesa de Cristóbal Miró, a pri-
meros de 1872. Un opúsculo muy manual (de 32 páginas, 13 por 9,5
cm.), como convenía a su destinación. Edita al principio de Regla
carmelitana, como punto de referencia y arranque de inspiración de
las nuevas constituciones. No tiene, evidentemente, el mismo alcan-
ce jurídico o legal que en la primera y segunda orden, pero su pre-
sencia cumple los deseos del P. Palau, al proclamar que en su ins-
titución se había de salvar lo mejor del legado tradicional del Car-
melo, encarnado en la Regla de san Alberto y en la aportación te-
resiana.

gg La publica integra el P. Alejo, loe. cit. p. 13-15, n. 14 de la serie de do-


cumentos ilustrativos. Entre ellos destaca la correspondencia epistolar de Juan
P a l a u , p. 19-40, nn. 20-44.
EULOGIO PACHO 255

El cuerpo legal, muy sobrio, aunque suficientemente pormeno-


rizado, comprende dos secciones o partes, pese a que en la disposi-
ción externa sólo existe una numeración continua de los apartados
o capítulos. Son en total XVII. De ellos, los XI primeros son ex-
clusivos de los Hermanos Terciarios Carmelitas; los restantes
atañen a las Hermanas Terciarias de la Virgen del Carmen de san-
ta Teresa de Jesús (según el título adoptado entonces). Dos núme-
ros introductorios declaran: que deben guardar las mismas reglas
y constituciones de los Hermanos, «en la parte que les compete»;
que «además de la oración serán destinadas a la caridad para con el
prójimo en actos que estime útiles el Director». Con estas normas,
pacientemente pensadas y maduradas remataba el P. Palau un lar-
go proceso de tanteos y ensayos. La experiencia y el estudio le ha-
bían preparado para una labor poco concorde con su temperamento
y sus modos expresivos. En este escrito sabe mantenerse en plan
rigurosamente escueto de enunciados legales sin concesiones a la
literatura ni a la imaginación. Estas normas están redactadas con
precisión y sobriedad. Son modelo en su género. Sus hijos e hijas
espirituales vieron colmados los legítimos deseos de contar con un
reglamento que terminase con las dudas y fluctuaciones y, a la vez,
cerrase la puerta a interpretaciones subjetivas de la voluntad del
Fundador. Este es su testamento espiritual y fundacional.
Los afanes del fundador y las preocupaciones originadas por la
organización de su obra no alejaron al P. Palau de la palestra apos-
tólica en que trabajaba y luchaba infatigable desde 1860. Los últimos
años de su vida concentró sus esfuerzos en una actividad delicada y
heroica. En España la situación religiosa de la Iglesia en lugar de
mejorar, empeoraba con el correr de los años y pese al esfuerzo de
tantos apóstoles que como él intentaban poner un dique a la des-
cristianización social. Más que nunca pensó que la raíz del mal ha-
bía que buscarla en poderes secretos y misteriosos que manejaban
a las autoridades sectarias. La revolución de 1868 —una de tantas,
pero más violenta acaso que ninguna en sus ataques a la Iglesia—
debió de parecerle una confirmación palpable de sus opiniones. La
Iglesia en España y en toda Europa estaba sacudida por tempestad
en que las autoridades persecutorias eran simples instrumentos del
poder diabólico de Satanás. Había escogitado mil medios de opo-
nerse a la impiedad militante; había luchado sin tregua, pero no le
parecía suficiente.
Su espíritu obsevador había captado perfectamente que la pren-
sa era entonces un arma formidable en manos de los enemigos de la
256 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

fe tradicional. Nada más natural que hacerles frente con las mis-
mas armas. Movido únicamente por un incontenible deseo de ser-
vicio a la causa de la religión y de la Iglesia se decidió a fundar un
«semanario» o publicación periódica para enfrentarse a la prensa
antirreligiosa y desenmascarar, a la vez, a las fuerzas ocultas que la
inspiraban. Así nació el Ermitaño: semanario político religioso, am-
parado en los slogan que entonces caracterizaban a los hombres creí-
dos progresistas: «¡libertad! ¡soberanía nacional! ¡sufragio uni-
versal!». Como lema de su batalla contra las potestades infernales
campeaba en la portada de cada número: «¿Quién como Dios?».
Salió a la calle el primer número el cinco de noviembre de 1868.
Se mantuvo en vida hasta el 25 de junio de 1873 (más de un año
después de muerto el fundador) contabilizando 227 números de cua-
tro páginas cada uno (salvo raras excepciones). En los números 177
y 178 se traza la necrología del fundador. No todo lo escrito hasta
el número 176 hay que atribuírselo al P. Palau, pese a que su recia
personalidad impuso un sello inconfundible a la publicación y a que
sus colaboradores se identificaron profundamente con sus ideas y
programas. Al iniciador de la empresa le corresponden práctica-
mente en exclusiva (hasta el número citado) las páginas firmadas
por «la redacción del Ermitaño» además de las que llevan explícita-
mente su firma.
No es de este lugar analizar todos los aspectos ni todos los pro-
blemas de ese singular instrumento de acción que nació del celo in-
cansable del P. Palau. Importa dejar en claro que, pese al subtítulo,
el semanario no tuvo nada que se pareciese a «política». En reali-
dad fue una publicación religioso-apologética. Se excluyó intencio-
nadamente toda orientación política y se reiteró hasta la saciedad
esa postura. El único roce lejano y remoto con lo político es de ín-
dole informativa: noticias de los sucesos más destacados en el ám-
bito nacional o internacional. La vertiente apologética es mucho
más pronunciada. El enfrentamiento con los enemigos de la Iglesia
es continuo y directo, pero siempre en el plano religioso y pastoral.
El enemigo número uno es el espíritu maligno, responsable supre-
mo —según el P. Palau— de las calamidades de la época. Es nece-
sario desenmascararle y atacarle sin tregua. La lectura del «Ermi-
taño» produce la impresión de asistir a una cruzada antidiabólica
más que antirrevolucionaria y antirreligiosa. En realidad, ambas
consideraciones se fusionan en un mismo plan y en idéntica ac-
tuación.
No es de este lugar el estudio pormenorizado de los temas abor-
dados con insistencia en esa publicación singular. Para situar en su
EULOGIO PACHO 257

centexto el tenor general del semanario habría que enfrentarlo a


otras publicaciones parecidas de la época, en particular las de tipo
extremista (en cualquier campo) y satírico. Al lado de ellas no hie-
ren nuestra sensibilidad las peregrinas ilustraciones del «Ermita-
ño», que semana a semana sirve a sus lectores en cabecera de la pri-
mera plana una fantasmagórica escena en la que aparece siempre
como protagonista central el diablo. Por muy volcánica que supon-
gamos la imaginación del P. Palau y por muy obsesionado que le
contemplemos en torno al tema del exorcistado, tenemos que admi-
tir la colaboración de un grupo que compartía sus ideas y se encar-
gaba de diseñar las esperpénticas y dalilianas figuras que ilustran
las cabeceras del «Ermitaño».
Dejando a un lado, por el momento otras muchas consideracio-
nes suscitadas por el curioso semanaria, concluímos este rápido aná-
lisis destacando dos puntos en que se hace sintomática la presencia
del P. Palau como director de la publicación. Nada más lejos de su
pensamiento que servirse de ella como de instrumento para la ac-
ción política ni directa ni indirectamente. Desde el primer editorial
(en que traza el programa del semanario) hasta el último, no cesa
de repetir que los únicos derechos que intenta vindicar son los de
Dios. Los componentes de la redacción, en cuanto ciudadanos, res-
petarán todas las leyes y todos los cambios políticos. Se enfrenta-
rán abierta y decididamente cuando comprueben que se violan las
leyes del Legislador supremo.
Las páginas dle «Ermitaño» tienen notable interés, no porque
señalan una corriente política, sino porque repiten hasta la saciedad
el pensamiento y la postura del P. Palau sobre un tema de actuali-
dad en la Iglesia. Nos referimos al problema de la actitud del sacer-
dote ante la política. El P. Palau tiene ideas muy claras al respecto.
Las expone además con decisión y valentía. En el «Ermitaño» no
hace otra cosa que repetir y completar lo expuesto sobre el tema en
La Escuela de la Virtud vindicada. En ambos escritos hay que estu-
diar su doctrina sobre esa temática que anda ahora de moda bajo
la etiqueta de «teología política». La postura que el P. Palau exige
de un apóstol o ministro de la Iglesia es la de absoluta neutralidad
política ante las diversas opciones posibles. No le debe guiar otro
móvil en sus actuaciones que el servicio de Dios y de los hermanos.
Sólo en cuanto de ahí se derive un compromiso, el sacerdote estará
situado en un determinado entorno político. No se trata de una ac-
ción directa, sino de una situación consiguiente a un estado y a una
misión especiales.

17
258 LOS ESCRITOS DEL P. FRANCISCO PALAU

Otro de los rastros profundos dejados por el fundador en la pu-


blicación semanal hay que localizarlo en la temática del exorcismo
y de la influencia diabólica. Aparece en todos los números como al-
go inevitable, y tiene su formulación más amplia y sistemática en
varios artículos o entregas redactados por el mismo P. Palau y reu-
nidos luego en forma de opúsculo al fin del tomo primero, entre los
números 112 y 113. Lleva este epígrafe: El exorcistado. Influencia
de este misterio sobre la ruina o salvación actual. En la tirada apar-
te se añade el subtítulo: «Observaciones dirigidas a los Padres del
Concilio Romano (Vaticano I) por la redacción del «Ermitaño». En
las ocho páginas de que consta el escrito expone, primero, su pen-
samiento sobre el orden del exorcistado y su función en la Iglesia,
tratando de situarse en un plano teológico. En un segundo apar-
tado rebate la opinión contraria de algunos que no compartían su
opinión (como el doctor Puigllá y Amigó, san Antonio María Cla-
ret —desertor de la misma teoría— y el obispo de Lérida). En con-
tra de ellos sostiene que son muchos los casos de posesión diabólica
y que el influjo social del espíritu maligno es mucho mayor de lo
que comúnmente se cree. Después de trazar una tétrica descripción
de la situación en que se encuentran los pobres endemoniados, pro-
pone el establecimiento de centros asistenciales para estas pobres
gentes, y al mismo tiempo insta para que la Iglesia establezca —o
restituya, según su opinión— el exorcistado como orden permanen-
te para luchar contra los estragos que causa Satanás en las almas
y en la sociedad.
Desde un punto de vista puramente teórico la doctrina y la ac-
tividad apostólica relacionadas con el exorcistado son los aspectos
más discutibles de la polifacética figura del P. Palau. Si nos situa-
mos en su momento histórico y en su ambiente podemos comprender
mejor su postura. Si nos adentramos luego en los móviles que le im-
pulsaban y constatamos los sufrimientos que le ocasionó su preo-
cupación por los endemoniados nos convenceremos fácilmente de
que en ningún momento de su vida rayó tan alto su espíritu de en-
trega y sacrificio por el bien de las almas. Tendremos que concluir
que, pese a equivocaciones materiales indudables, estamos ante un
apostolado auténticamente heroico. La mejor prueba de que sólo le
movía el bien de las almas, y no intereses personales, la tenemos
en las frases finales de ese escrito dirigido al Concilio. Como no po-
día ser menos concluye con un acto de fe y de sumisión a las deci-
siones de la Iglesia. Si ella es el objeto supremo de su amor, nada
que empañe tal amor puede anidar en su alma. «Perdón, ¡oh Pa-
EULOGIO PACHO 259

dres del Concilio! ¡Pedón! tal vez es completa ilusión. ¡Ojalá! En


tal caso anatematizamos nuestras doctrinas y las retiramos, si el
concilio las reprueba; nos condenamos, si él nos condena. Si somos
ilusos, nuestro delirio es producido por una especie de fiebre que nos
causa el amor con que amamos a la Iglesia. ¡Que la Madre nos
perdone!».

EULOGIO PACHO
Teresianum-Roma
3.
Pensamiento
PENSAMIENTO ECLESIOLOGICO DEL PADRE
FRANCISCO PALAU QUER
LINEAS GENERALES

El P. Palau, fundador de las Hermanas Carmelitas de vida ac-


tiva, divididas en dos florecientes ramas, vivió en el siglo quizá más
desastroso que ha conocido la historia de España. Cánovas del Cas-
tillo, en un discurso pronunciado en el Ateneo, confesaba de su si-
glo: «El siglo presente, sin duda, es el más infeliz de nuestros ana-
les, desde que formamos nación» (1).
Esto no es afirmar la absoluta carencia de valores. El siglo XIX
los tiene en todos los campos; los más, malogrados. Pero ¿quién
sabe si unos no se malogran para que otros se beneficien?
El P. Francisco Palau es una figura señera del Carmelo español.
Un hombre de recia talla religiosa. Parecía forjado en la misma Es-
cuela de los profetas del Monte Carmelo. En no pocos casos recor-
daba la figura del profeta de Thesbis o la de Juan el Bautista. De
él dijo la escritora Eugenie de Guerin que le conoció en Francia
vestido de hábito: «La piel de cordero de San Juan Bautista le sen-
taría mejor» (2).
Tuvo que transitar toda su vida por circunstancias muy comple-
jas y dificultosas. Se vio amenazado de muerte; en situaciones de
exclaustrado, perseguido, desterrado, confinado. Desterrado en Fran-
cia; confinado en Ibiza. La vida del carmelita de Aytona fue una
vida muy agitada y densa. Sin poder vestir el hábito religioso gran
parte de su vida, sentía la vocación del Carmelo, llevándola en el al-
ma, prescindiendo de formas más o menos tradicionales y canó-

1 Día 6 de nov. de 1882.


2 Cf. Brasa entre cenizas, P. Gregorio de J. Cr., O.C.D., p. 56, ed. Desclée
de Brouwer, Bilbao, 1956. Eugenia de Guerin fue dirigida del P. Palau.
264 PENSAMIENTO ECLESIOLOGICO DEL P. FRANCISCO PALAU

nicas, más o menos añoradas por un buen religioso. Nos demostró


que un espíritu, en coyunturas especiales, puede prescindir de nu-
merosas envolturas accidentales, incluso de los mismos claustros.
Hombre de enormes cualidades y recursos; de contrastes a ve-
ces violentos; de virtudes humanas dispersas que a fuerza de lucha,
pruebas y oración van logrando la síntesis. Porque el P. Palau es un
espíritu sintético, unitario. Pero la síntesis no se logra en un día, ni
en un año. Puede sentirse vivamente su necesidad, pero solamente
se alcanza mediante ingentes esfuerzos.
La síntesis o unidad de valores es propia del estado de origen.
Desde el pecado, causa de la dispersión en todos los órdenes, no se
recobra la unidad sin un precio elevado de energías y súplica. El
hombre consciente busca la unidad. Mas su psicología, como senti-
miento de los propios valores, es dispersa. El hombre, reflexionando
sobre sí mismo, siente la impresión de hallarse encerrado dentro de
una nueva arca de Noé donde crecen y vuelan distintas especies de
aves que, aunque juntas en el espacio, cada una lleva su aire.
La conciencia busca la cohesión de toda la actividad bajo una
norma. La razón, la unidad de la mente bajo una lógica. Todo el es-
píritu, la unidad de la paz. Pero todo esto, por más eficaz que pa-
rezca, es insuficiente para alcanzar la síntesis de toda la persona,
de sus valores. El hombre espiritual lo sabe; el místico lo experi-
menta con mayor viveza.
Es del todo necesaria la gracia que procede del Espíritu, uno
en la multiplicidad de sus dones. Es el Espíritu el supremo factor
de unidad. Derrama sus carismas y los estrecha entre sí. Además
produce una especie de simbiosis espiritual que subordina todos los
valores, por más dispersos que parezcan, a un solo fin, Dios y la
perfección integral de la persona.
Todas las almas santas han logrado una maravillosa síntesis
espiritual mediante su unión con Dios, mediante la oración, puerta
de esta unión. Nos dan la sensación de ser unos seres armónicos,
graníticos, sin resquicios. La unión con Dios produce la integridad,
la coherencia de valores dispersos. La unión con Dios no es, pues,
una característica personal de éste o de aquél; es propia de todos
los santos. La síntesis, su efecto. «Yo soy la vid; vosotros los sar-
mientos...» (Juan, 15, 1 ss).

Temblé dualidad
Durante bastantes años experimentó el P. Palau una terrible
dualidad entre el amor a la soledad y contemplación, soledad ermi-
ILDEFONSO DE LA INMACULADA 265

taña de cuevas, peñascales ásperos, islotes del Vedrá, y la vocación


impetuosa al apostolado. Fue una continua pesadilla. Llamado a
una Orden de vocación mixta, como es el Camelo masculino, trató
de unir estrechamente en un solo ideal vivo el amor al recogimien-
to y el celo del apostolado en sus variadas formas. No lo conseguía
satisfactoriamente. Problema particular de muchas almas de vocación
mixta, religiosa o seglar y en cierta manera, problema de todo cristia-
no, por naturaleza bautismal, orante y apóstol.
Tal anhelo de síntesis es de todo punto necesario para las al-
mas que sienten particularmente la doble inclinación o vocación.
Hasta conseguir convertirlo en hábito. Cualquier desequilibrio en
esta base puede acarrearles un riesgo serio o una desviación voca-
cional.
El P. Palau alternaba, de una manera brusca las más veces, el
apostolado intenso y la soledad más cruda. Tan cortante brusquedad
tal vez fuese el reflejo exacto de la crisis que sostenía su espíritu,
que cuando bregaba en el trabajo apostólico codiciaba el retiro,
cuando se hundía en la placentera contemplación suspiraba por la
salvación de las almas en la palestra. ¿Cuándo hallaría la auténtica
y apacible ecuación que le dejase reposar, trabajar en paz, sin in-
quietudes en orden a su verdadera misión?
Además, los hombres. ¿Quiénes eran los hombres? ¿Qué habían
sido los hombres para él? Los hombres le habían rechazado y él no
les había hecho más que bien. Ahí está, en Ibiza, en abril de 1854,
confinado. En Ibiza nadie le conoce. No tiene amigos ni enemigos.
El mismo lo dice en una carta: «Yo no puedo de modo alguno afi-
cionarme a la gente de este país, no tengo amigo ni enemigo».
Desde la tierra secana de Es Cubells, en la parte meridional de
la isla, donde se había establecido, salta a un islote del todo salvaje,
el Vedrá. Peñón extraño y retador; terreno abrupto y feroz en me-
dio del mar, a una milla de distancia de la costa. Descubre allí una
gruta, donde mana un poco de agua de humedad. Desde allí escribe
a Juana Gracias:
«Hace cuatro días que vivo en estas peñas solo; encontré la
cueva grande donde está el agua y una gotera sola me da bastante
para mi consumo... ¡Qué feliz si no saliera más de aquí!... Para mí
esta soledad es el cielo. ¿Qué tengo que ver yo con los hombres 9
¿Quién me arranca de aquí?...» (3).

3 Ib., p. 121.
266 PENSAMIENTO ECLESIOLOGICO DEL P. FRANCISCO PALAU

El secreto de su síntesis

Sabía el P. Palau que los hombres eran sus hermanos. Pero no


había considerado este misterio en su profunda luminosidad ecle-
sial. Había estudiado muchas veces el misterio de la Iglesia, incluso
con profundidad teológica; lo había enseñado. Pero la luz que ne-
cesitaba tenía que venir de arriba. Son ilustraciones místicas que
de cuando en cuando sobrecogen al espíritu humano, lo envuelven
y le hacen descubrir un nuevo mundo dentro de la fe. El P. Palau
descubre ese nuevo mundo en la gruta del Vedrá, a la vista placen-
tera del Mediterráneo. Toma en sus manos un cuaderno y escribe
en su portada: «Mis relaciones con la Iglesia». Su enigma, su pro-
pio misterio se va abriendo a la luz. Va llegando a la síntesis de-
seada.
Más tarde, en la iglesia catedralicia de Ciudadela, predicando,
acabará de verlo todo claro. Escribirá a su hermano Juan en 1860:
«Para mí estos días de Palma y Ciudadela son y serán memora-
bles porque el Señor se ha dignado fijarme de un modo más seguro
el camino, mi marcha y mi misión. El Señor me ha concedido en la
iglesia catedral de ésta lo que 14 años hacía le pedía con muchas lá-
grimas, grandes instancias y clamor de mi espíritu: y era conocer
mi misión. Dios en esto me ha manifestado abiertamente y ahora
estoy ya resuelto» (4).
Dos fenómenos se operan en él desde la susodicha merced: la
síntesis de su vida, cosa importantísima, y una mística de su apos-
tolado.
Desde aquel dichoso momento la espiritualidad del carmelita
de Aytona se centra en el misterio de la Iglesia, clave de la síntesis.

I.—EL MISTERIO DE LA IGLESIA

El misterio de la Iglesia, con ser de los más próximos a nos-


otros, es un misterio hondísimo y oculto. El Concilio Vaticano II ha
reflexionado seriamente sobre él y, sin embargo, no ha agotado ni
con mucho su maravilloso contenido.
La Iglesia es considerada por nuestro carmelita en su magnífica
totalidad y grandeza. Es el Cuerpo Místico de Cristo: un cuerpo mo-
ral, vivo, dinámico, armónico e indivisible, donde Cristo es la Ca-

i Ib., pp. 136-137.


ILDEFONSO DE LA INMACULADA 267

beza y nosotros, sus miembros. Cristo, desde la encarnación, no pue-


de separarse de sus miembros. Ni los miembros unidos a Cristo
pueden dejar de relacionarse entre sí. Donde está Cristo allí está su
Iglesia, y donde está la Iglesia allí está Cristo.
Este es el punto eclesial que tal vez impresione con mayor fuer-
za la mente del P. Palau: la presencia y vida de Cristo en su Cuer-
po Místico y la unión vital y coherente de la Iglesia en Cristo.
«Donde está la cabeza está el cuerpo; donde está el cuerpo está
la cabeza. Donde está Cristo, está moralmente la Iglesia, y donde
está la Iglesia está Cristo, y no puede concebirse separadas siendo
cosa viva cabeza y cuerpo. La Iglesia, pues, está en el altar unida a
Cristo como cuerpo a su cabeza» (5).
Unas páginas más adelante añade: «Ya no me es posible ver y
contemplar al Hijo de Dios bajo otra figura, noción o idea que como
cabeza unida en el cielo, en la tierra y en el purgatorio al cuerpo
santo de la Iglesia. Por lo mismo mirando la cabeza veo en ella a
todo el cuerpo y en su cuerpo y cabeza una sola entidad y realidad
que es la Iglesia y comulgando creo unirme con mi esposa la Igle-
sia ; con la cabeza, con un acto de amor divino; y con todos los
miembros con actos de amor hacia los prójimos» (6).
Sencillamente, con esta verdad maravillosa ha logrado el P. Pa-
lau la ecuación entre la contemplación y el apostolado, la síntesis
tan deseada de su vida. Si se dirige a Cristo se une con su Iglesia;
si se acerca al prójimo se estrecha con Cristo. Siempre encuentra a
Cristo; siempre encuentra a la Iglesia.
En el siguiente texto, el P. Palau hace hablar a la Iglesia en
estos términos:
«Cuando estás solo estás conmigo y yo contigo, y cuando estás
con tus prójimos también estoy yo allí contigo, porque yo soy los
prójimos unidos con Cristo mi cabeza» (7).
«Cuanto haces a mis miembros los enfermos, lo haces a mí
—iglesia— y yo te lo agradezco; y porque me buscas y sirves en
los pecadores, enfermos y afligidos, porque en la pena y aflición me
das consuelo, yo te devolveré mil por uno» (8).
¡Qué forcejeo desarrollan los hombres grandes por conseguir la
unidad! ¡Y qué gozo tan profundo rezuman por todo su ser cuando
la alcazan! El filósofo, el teólogo, el escritor, el artista, buscan an-

5 Herencia y testimonio - Antología, Roma, 1970, n. 102 (Mis Relaciones,


II, p. 34).
6 Ib., n. 106 (Mis Reí., II, p. 56).
7 Ib., n. 108 (Mis Reí., II, p. 74).
8 Ib., n. 112 (Ib., p. 113).
268 PENSAMIENTO ECLESIOLOGICO DEL P. FRANCISCO PALAU

siosamente la unidad y se sienten poderosos y felices cuando la en-


cuentran. La unidad en estos hombres grandes es como un torrente
impetuoso que ha llegado a una alta pendiente y de allí se precipita
en cascada de conclusiones y descubrimientos alucinantes.
Pronto se da cuenta el P. Palau que a través de este luminoso
principio unitario la Iglesia viene a ser la única realidad sobrena-
tural revelada. Si se considera bien, esto aparece claro. La Iglesia
es la gran obra de Dios, «el misterio escondido desde los siglos y
desde las generaciones y ahora manifestado a sus santos..., el mis-
mo Cristo entre vosotros» (Cois., 1, 26-27). Toda la revelación se
centra en Cristo, cabeza de la Iglesia. Afirma el Concilio Vatica-
no II: «La verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación
humana se nos manifiesta por la revelación de Cristo, que es a un
tiempo mediador y plenitud de toda la revelación» (9). Más aún, la
misma creación gira alrededor de Cristo, porque «es la imagen de
Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque en El fueron
creadas todas las cosas...; todo fue creado por El y para El. El es
antes que todo y todo subsiste en El. El es la cabeza del cuerpo de
la Iglesia...» (Colos. 1,15-18).
Hasta el mismo misterio trinitario se nos comunica en relación
a la vida de la Iglesia. Cristo une su Cuerpo Místico a la misma vi-
da trinitaria en su oración al Padre: «Que también ellos sean en
nosotros y el mundo crea que tú me has enviado... Yo en ellos y tú
en mí, para que sean perfectamente uno» (Juan, 18, 21-23). «Así se
manifiesta —enseña el Vaticano II— toda la Iglesia como una mu-
chedumbre reunida por la unidad del Padre y del Hijo y del Espí-
ritu Santo» (10).

1. «Tú eres Dios y los prójimos»


La síntesis va trabándose cada vez más en el carmelita de Ay-
tona. Un paso hacia adelante: si la Iglesia es la única realidad so-
brenatural revelada, si en la Iglesia se une indisolublemente Cristo
y todo su Cuerpo, Dios-Hombre con todos sus miembros que son el
prójimo, entonces la Iglesia es también el objeto único e integral
de nuestro amor.
«Creo —escribe el P. Palau— que existes y que tú eres el ob-
jeto único de amor designado por la ley de gracia. Que tú eres Dios
y los prójimos» (11).
9 Dei Verbum, 2 .
10 Lumen gentium, 4.
11 Obra cit., n. 75. El misino concepto, casi con las mismas palabras, se
repite en varios textos: cf. n. 52.
ILDEFONSO DE LA INMACULADA 269

Esta afirmación puede parecer demasiado silogística. Por ella


no quiere el P. Palau negar o disminuir la trascendencia de Dios y
el absoluto amor que le hemos de dar, sino significar la inmanencia
y vida de Dios en la Iglesia, inmanencia sobrenatural que auna el
amor del prójimo con el de Dios. Este es el respaldo misterioso que
posee el amor al prójimo con el de Dios. Este es el respaldo miste-
rioso que posee el amor al prójimo, manifestado en el mismo Evan-
gelio: «Un precepto nuevo os doy: que os améis los unos a los
otros; como yo os he amado, así amaos mutuamente» (Juan, 13, 34).
Y San Juan en su I Carta insiste: «Si alguno dijere: amo a Dios,
pero aborrece a su hermano, miente. Pues el que no ama a su her-
mano, a quien ve, no es posible que ame a Dios, a quien no ve»
(I Juan, 4,20). Este precepto cobra una fuerza especial cuando se lo
integra en el misterio eclesial. Cristo no sólo nos manda amarnos,
sino que crea una realidad suprema que motiva este amor: porque
El es la cabeza y nosotros sus miembros. El Padre lo ha enviado pa-
ra que nos comunique su vida; El es la vid que nos transmite la
vida del Padre; el Espíritu Santo habita en nosotros como en un
templo y nos mueve a dar frutos de santidad. En una palabra, so-
mos hijos de Dios, linaje santo, o como dijo San Pablo a los atenien-
ses: «en El vivimos y nos movemos y existimos... porque somos li-
naje suyo» (He. 17,28).
En fin, el amor de Dios nos conduce a la Iglesia de una manera
ineludible; como el amor a la Iglesia se dirige mediante su cabeza
a Dios: único objeto de amor. La Iglesia no son los hombres solos:
incluye necesaria y vitalmente a Cristo, Dios-Hombre.
El P. Palau parafrasea de muy diverssa maneras este concepto,
unas veces haciendo hablar a la Iglesia, otras a Cristo su cabeza.
Asimismo él se dirige a la Iglesia como a un ser vivo y real que le
escucha, que le entiende, que le puede devolver amor por amor. Y
es que cuando se dirige a la Iglesia entiende que está dialogando con
su cabeza Cristo; que en la Iglesia hay un alma que es todo amor,
el Espíritu Santo. Esto es, la Iglesia es un ser real y perfecto, perso-
nalizado sobrenaturalmente por el Padre, el Hijo y el Espíritu San-
to. Es más que un ser moral perfecto. Es un ser más vivo y respon-
sabilizado que cualquier ser vivo y personal creado.
Ciertos textos a este respecto son dignos de mención. En el pri-
mer texto nuestro ermitaño, nuestro místico del Vedrá, se goza de
haber descubierto el objeto íntegro de su amor en una sola reali-
dad, la Iglesia:
«¡ Iglesia santa; veinte años hacía que te buscaba: te miraba
270 PENSAMIENTO ECLESIOLOGICO DEL P. FRANCISCO PALAU

y no te conocía, porque tú te ocultabas bajo las sombras oscuras del


enigma, de los tropos, de las metáforas, y no podía yo verte sino
bajo las especies de un ser para mí incomprensible: así te miraba y
así te amaba. Eres tú, ¡ oh Iglesia santa, mi cosa amada; Eres tú el
objeto único de mis amores. ¡Ah! puesto que tantos años hacía que
yo penaba por tí ¿por qué te cubrías y escondías a mi vista? ¡Oh,
que dicha la mía! Ya te he encontrado» (12).
El místico carmelita quisiera que todos descubriesen este mis-
terio eclesial en toda su plenitud:
«¡Iglesia Santa! ¡Madre la más tierna!... ¿por qué te escon-
des?, ¿por qué no manifiestas tu poder, tu gloria, tus inmensas ri-
quezas?, ¿por qué no te revelas al miserable mortal?, ¿cómo te ama-
rá el hombre viador si no te conoce?, ¿cómo te conocerá si tú no te
revelas y descubres? Descubre tu inmensa belleza, tu magnificencia
y grandeza al miserable viador y te amará» (13).
Para él, la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, merece todo el ser-
vicio, entrega y amor que merece Cristo. Ella en su cabeza y en su
espíritu es infinitamente bella, infinitamente amable, digna de ser
amada sin límites. Los santos, terrestres y celestes, llevan en sí la
vida de Dios, están unidos a Dios, como los sarmientos a la vid, for-
mando una realidad sobrenatural con El. Este misterio sobrepasa
nuestra inteligencia.
El lenguaje eclesial y místico del P. Palau nos parece a primera
vista extraño y es que estamos acostumbrados a considerar la Igle-
sia de una manera muy parcial, bajo un aspecto un poco humano y
limitado. Hoy la Iglesia viadora está reflexionando cada vez más so-
bre sí misma, se esfuerza por descubrir su faz.
Y es que la Iglesia no posee otra realidad a la que se ajuste
plenamente para poderla cotejar, sino es el mismo Cristo, de quien
es su Cuerpo. Cristo es Dios y hombre. La Iglesia es divina y hu-
mana: Dios en su cabeza y hombre en su cabeza y en sus miembros.
Pero también por los miembros aletea la vida de Dios, como en ía
humanidad de Cristo se halla la plenitud de la divinidad (cf. Colos.
2, 9). Es cierto que la Iglesia es obra de Dios, pero es una especie de
obra inmanente donde permanece Dios de una manera muy particu-
lar. Si Cristo es Dios-Hombre, la Iglesia es también Cristo, unida
indisolublemente a El, y por consiguiente es también Dios-hombre.
La unidad máxima del Dios-hombre se realizará con toda su hermo-
sura y grandeza infinita en la patria. Aquí en la tierra aparece la

12 Ib., n. 3, (Mis Reí., I, p. 104).


13 Ib., n. 25, (Ib., II, p. 60).
ILDEFONSO DE LA INMACULADA 271

Iglesia rodeada de sombras y tamizada por figuras que la encubren:


aparece predominantemente su humanidad. Allá arriba, en la Jeru-
salén celeste, aparecerá el Cordero sin mancha desposado con su
Iglesia (cf. Apoc. 21, 2-3 y 23).
Nuestro ermitaño y místico se sitúa en esa maravillosa perspec-
tiva eclesial. De aquí que no nos maravillen ciertas expresiones
suyas:
«La pasión del amor que me devora hallará en tí su pábulo,
porque tú eres tan bella como Dios, eres infinitamente amable. Mi
corazón fue creado para amarte, ahí lo tienes, tuyo es, te ama» (14).
Y siguen y se repiten las expresiones de amor y de entrega, re-
sumidas en esta frase feliz:
«Vivo y viviré por la —Iglesia—; vivo y moriré por ella» (15).
Aunque en este mundo no vea más que la sombra y la imagen
de la Iglesia:
«Yo deseo verte cara a cara y sin velos —Iglesia—, yo te llamo
y busco conocerte; mas, ¡ay, no veo más que tu sombra e ima-
gen!» (16).
Si el P. Palau hubiera sido poeta, sin duda hubiera compuesto
otro Cántico espiritual de amor a la Iglesia, su Amada. Sus frases
ardientes con frecuencia evocan el Cántico de San Juan de la Cruz.
Porque:
«La Iglesia es una belleza inmensa, porque reúne en sí todas
las perfecciones y atributos que forman la imagen del mismo Dios
y por lo mismo es el único objeto de amor que puede satisfacer to-
dos los apetitos del corazón humano y la vista intelectual y mate-
rial del hombre» (17).

2. Vertiente eucarística

El carmelita de Aytona es un hombre lógico. Se halla situado


en una cumbre muy alta y descubre con facilidad las distintas ver-
tientes de sus principios. Sólo quiero destacar dos: la vertiente eu-
carística y la mariana.
El parte de la indisolubilidad de Cristo y su Iglesia:
«Cristo está en el altar no sólo como individuo particular sino
como cabeza de la Iglesia» (18).

14 Ib., n. 4, (Ib., I, p. 105).


15 Ib., n. 12, (Ib., II, p. 16).
16 Ib., n. 27 (Ib., p. 75).
17 Ib., n. 53 (Ib., p. 292).
18 Ib., n. 131 (Ib., p. 34).
272 PENSAMIENTO ECLESIOLOGICO DEL P. FRANCISCO PALAD

La Eucaristía es el sacramento de la unidad, unidad con Cristo


pero también con la Iglesia. Pero no sería posible la unión sacra-
mental con la Iglesia mediante la Eucaristía si la Iglesia no estu-
viese incorporada a Cristo con un vínculo tan estrecho como el que
supone ser su Cuerpo Místico.
Cristo en el altar no sólo representa a la Iglesia sino que tam-
bién nos une con la Iglesia, con todos sus miembros vivos, fomen-
tando el incremento interior de la caridad o santidad. Esto consti-
tuye una labor inmanente e incesante de crecimiento y perfección.
De la presencia moral de la Iglesia en la Eucaristía nos habla
repetidas veces el P. Palau en Mis Relaciones:
«Donde tengo mi cabeza —Jesús Sacramentado— estoy yo —ha-
bla la Iglesia— y dándose la cabeza a tí, se te da todo el cuerpo por
amor; la cabeza se te da sacramentalmente y todo el cuerpo moral-
mente y tantas veces cuantas comulgas».
«Jesús es mi cabeza: en el altar, al entregarse la cabeza, se da
moralmente todo el cuerpo» (19).
En la Eucaristía se perfecciona y fortalece, estrechándose cada
vez más, nuestra incorporación al Cuerpo Místico de Cristo que se
inició e instituyó en el santo bautismo.
«Los bautizados —escribe— aunque unidos a Cristo por el bau-
tismo, al comulgar se incorporan a su cabeza moral o sacramental-
mente en fe, esperanza y amor».
Esta incorporación sigue a través de la muerte reteniendo su
enorme fuerza de atracción, de modo que la cabeza que es Cristo
busca la unión de sus partes en la gloria:
«Incorporados los bautizados por el bautismo y la eucaristía a
Cristo, su cabeza, por más que la muerte reduzca a polvo y a ceniza
la carne, si mueren en gracia, una vez purgados suben a la gloria:
ya estén en el Empíreo, ya en la tierra, ya bajo la tierra, son el
cuerpo de Cristo» (20).
Colocados en otro ángulo de perspectiva, la Iglesia se da a Cris-
to en ósculo de amor en cada uno de los que participan del acto eu-
carístico. Escribe el P. Palau en el libro citado de Mis relaciones
con la Iglesia que es el más característico y acabado en materia
eclesial:
«Comulga uno, comulgan mil, y la congregación de los que co-
mulgan, que es la Iglesia, se da a sí misma al Esposo, amando a la
Cabeza y a todos los miembros de su cuerpo moral, y cuando el sa-

19 Ib., n. 138 (Ib., p. 121); y n. 139 (Ib., p. 122).


20 Ib., nn. 144 y 145 (Ib., p. 177).
ILDEFONSO DE LA INMACULADA 273

cramento toca las carnes, si la Esposa recibe el ósculo de paz y


acepta la dádiva y la entrega del amante, éste también a su vez re-
cibe, acepta y abraza a su esposa, fortificando y corroborando con
sus gracias y dones, su fe, su esperanza y su caridad» (21).
Dicha unión con la Iglesia da sus frutos. La Iglesia como ser
vivo comunica sus especiales dones y características a todo el que
se une con Ella. Las virtudes especiales de la Iglesia son la virgini-
dad y la maternidad, y éstas las comunica a las almas:
«Yo —habla la Iglesia— soy virgen y el que me ama se une a
mí y cuanto más por amor unido conmigo, más casto es, más pu-
ro y santo. Virgen soy, virgen seré siempre y no puedo unirme sino
con amantes castos, puros y vírgenes como yo» (22).
En otro texto se expresa el mismo concepto: «¡Oh Iglesia! Tal
cual soy me doy a tí; y si no soy cosa mejor es por culpa mía: haz-
me tú puro, casto, santo y perfecto y lo seré. Yo deseo vivamente
ser tan amante como un serafín» (23).
Lo mismo debemos decir de la maternidad de la Iglesia, con-
cepto tan patrístico, y que el P. Palau supone en múltiples textos.
La Iglesia es virgen y es madre, y tal virgnidad y maternidad se co-
munican a todos los miembros vivos del Cuerpo y por la misma
fuerza del Cuerpo derivada de su Cabeza que es Cristo. La virgini-
dad es la fidelidad de mente y corazón a Cristo por encima de todo
otro amor. La maternidad es la capacidad y la realización de la ex-
tensión del mismo Cuerpo mediante la incorporación de nuevos
miembros.
Después del bautismo, en la Eucaristía, realidad viva de unión
nupcial, es donde de una manera particular comunica Cristo como
Cabeza a todos sus miembros los dones de la virginidad y de la fe-
cundidad espiritual.
Todos estos puntos se prestan a maravillosas consideraciones
sobre la conciencia eclesial que los cristianos han de tener y culti-
var en el acto eucarístico, «fuente y cima de toda la vida cristiana»
—como ha dicho el Concilio— (24), y por consiguiente sobre el pre-
cepto de la caridad vinculado esencial e históricamente a la Euca-
ristía. Nunca destacaremos bastante el carácter eclesial de la Euca-
ristía.
Vinculados al Cuerpo Místico de Cristo por el bautismo y for-
talecidos y enraizados cada día más en él por la Eucaristía, la Igle-

21 Ib., n. 133 (Ib., p. 37).


22 Ib., n. 741 (Ib., p. 79).
23 Ib., n. 753 (Ib., p. 133).
24 L. g., n. 11.

18
274 PENSAMIENTO ECLESIOLOGICO DEL P. FRANCISCO PALAU

sia nos acompaña como amiga y madre fiel toda la vida (25), nos
hace felices (26), nos da todo lo bueno que podemos tener (27). En
todas partes donde oramos, donde trabajamos y donde nos mostra-
mos al mundo, somos portadores de una imagen de la Iglesia, una
imagen viva: «una imagen que vive, entiende, ama y se mueve»
(28). Debemos ser, pues, no sólo imágenes del Cristo cabeza sino
también de todo el Cristo Místico: otros Cristos en toda su plenitud.

3. María y la Iglesia

El P. Palau al considerar a María nos sumerge en el misterio


eclesial, algo así como ha hecho recientemente el Concilio Vatica-
no II. María, en efecto, no puede ser considerada fuera del misterio
de la Iglesia. Ni la misma Humanidad de Cristo, para nuestro con-
suelo, puede abstraerse de este misterio. Cristo se ha hecho hombre
para ser la cabeza de la humanidad redimida.
María es un miembro excelentísimo y primordial del Cuerpo
Místico de Cristo, como enseñaba San Agustín: «Quia Maria portio
est Ecclesiae, sanctum membrum, excellens membrum, superemi-
nens membrum, sed tamen totius corporis membrum» (29).
Ella es asimismo, como lo recuerda el Vaticano II y fue decla-
rado ya por los Padres, particularmente por San Ambrosio, el tipo
y modelo de la Iglesia. Dice el Concilio: «La Madre de Dios es tipo
de la Iglesia, como ya enseñaba San Ambrosio, a saber: en el orden
de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo» (30). Tam-
bién es tipo de la Iglesia en su virginidad y maternidad: «Porque en
el misterio de la Iglesia—sigue enseñando el Concilio— que con ra-
zón también es llamada madre y virgen, la Bienaventurada Virgen
María la precedió, mostrando en forma eminente y singular el mo-
delo de la virgen y de la madre» (31).
Finalmente María es Madre de la Iglesia, a lo cual no obsta en
manera alguna ser miembro, pues se trata de una especie de mater-
nidad inmanente. María cooperó con su Hijo en el nacimiento y en
la edificación del Cuerpo Místico: «Plañe mater membrorum eius,
quod nos sumus, quia cooperata est caritate ut fideles in Ecclesia

25 Obra cit., cf. nn. 743, 749 y 757.


26 Ib., cf. n. 740.
27 Ib., cf. nn. 764, 777, 778.
28 Ib., n. 778.
29 Sermo, Denis 25, 7.
30 L. g., n. 63.
31 Ib.
ILDEFONSO DE LA INMACULADA 275

nascerentur, quae illius Capitis membra sunt» —afirmaba San Agus-


tín— (32).
Recordamos que para el P. Palau la Iglesia siempre es «un
cuerpo moral perfecto, constituido de todos los espíritus, ya sean
angélicos ya humanos, bajo Cristo, su cabeza» (33).
En este sentido, que responde plenamente a la revelación, Ma-
ría está ordenada hacia la Iglesia, de la cual es miembro, tipo, ma-
dre y medianera. La Iglesia es la suprema realidad sobrenatural
bajo Dios, como cuerpo moral. Verdadera realidad en la cual cada
uno tiene su parte. María forma parte de esa realidad. Pues bien, en
esa perspectiva afirmaba el Obispo de Hipona: Si María es miem-
bro «de todo el cuerpo, ciertamente es más el cuerpo que el miem-
bo» (34).
Podemos resumir la doctrina mariano-eclesiológica del P. Palau
en los siguientes puntos:
Io—María es la figura o tipo más perfecto de la Iglesia:
«Yo soy María, la Madre de Dios; he sido siempre virgen, toda
pura: mi eterno Padre quiso que yo fuese virgen, siempre pura y
madre. Siendo la Iglesia, esto es, la Congregación de todos los san-
tos bajo Cristo cabeza, la cosa amada, el objeto de amor designado
por la ley de gracia; para que la virginidad y la maternidad, la pu-
reza, la santidad, la belleza de la Esposa de mi Hijo, la Iglesia Santa,
tuviera un tipo perfecto y acabado en la concepción humana que la
representara, la eterna Paternidad de Dios me escogió a mí» (35).
Sin embargo, no podemos entender este texto y otros parecidos
en el sentido de que la función y la finalidad del ser de María se
agoten en el concepto de representar o figurar a la Iglesia. El mis-
mo P. Palau nos la predica Medianera en estos términos: «María
no sólo es el tipo y la figura más perfecta posible de la Iglesia para
el que se enlaza con ésta, sino que es constituida medianera, la más
poderosa para este enlace sagrado, entre la Iglesia y su amante»
(36). Además afirma la capitalidad de María con Cristo: «Vi la
Virgen María y su cuerpo glorificado, constituyendo con Cristo y su
Hijo, cabeza de la Iglesia triunfante, y admirándome yo de tal mis-
terio me dijo: «yo soy con mi Hijo la cabeza de la Iglesia», así co-
mo Adán y Eva lo fueron de la raza humana según la carne: yo
soy el tipo único, perfecto y acabado de la Iglesia» (37).

32 De s. virginitate 6 : PL 40, 399.


33 Obra cit., n. 123 (Iglesia, p. 11).
34 Texto cit.
35 Obra cit. n. 148 (Mis Reí., II, p. 6).
36 Ib., n. 164 (Ib., p. 182).
37 Ib., n. 156 (Ib., p. 93).
276 PENSAMIENTO ECLESIOLOGICO DEL P. FRANCISCO PALAU

Por otra parte, tampoco podemos entender a la Iglesia como un


tertium quid distinto de la cabeza y de los miembros. La Iglesia es
la Cabeza viviendo en todos los miembros, la vid y sus sarmientos.
Cristo ha venido a santificar y glorificar a su Iglesia; esto es, co-
menzando por su Humanidad, a santificar y glorificar a cada uno
de sus miembros. Y entre todos los miembros destaca en primer lu-
gar María, la Madre del Señor. Todo, pues, en el Cuerpo Místico de
Cristo va dirigido a la santificación y glorificación de cada uno de
los miembros unidos a la cabeza, no al revés, pues ese tertium quid
no existe.
2o — La santidad y belleza de María nos conduce a la contem-
plación de la soberana santidad y belleza de la Iglesia, como Cuerpo
unido y fruto de la redención de Cristo, de la cual María es el tipo
más acabado:
«Elevándose más arriba —habla María— te descubrirá en mí y
por mí a otra Virgen sin ninguna comparación más bella que yo,
que es la Congregación de los santos, bajo Cristo su Cabeza, esto es,
la Iglesia Santa: de ella yo no soy más que una sombra, una figura
que si bien es la más perfecta de las puras criaturas, pero en rela-
ción y frente a la cosa figurada hay la diferencia inmensa de la
sombra a la realidad: tal soy yo en relación con la Iglesia de la
que soy miembro, parte y tipo» (38).
Absorto el P. Palau en la contemplación de la Iglesia, todo el
Cuerpo Místico de Cristo, incluyendo cabeza y miembros, por con-
siguiente a María, ve que María no agota el misterio eclesial. Este
es más amplio. En realidad sólo Cristo puede agotar y abarcar todo
el misterio eclesial. El tema es delicado y habría que matizar varios
aspectos del misterio eclesial para dar una conclusión completa acer-
ca de las relaciones de la Iglesia y María, incluso considerada esta
última como figura o tipo. Los Padres antiguos nunca quisieron en-
frentar estas dos realidades que no son adecuadamente distintas. Pues
la Iglesia no se da sin María y María no puede considerarse fuera
del Cuerpo Místico de Cristo, del cual es excelentísimo miembro.
María y la Iglesia se interfieren constantemente, de tal manera que
los mismos textos de la revelación han sido usados por la Iglesia
para mostrar y ensalzar la grandeza de ambas.
Los Padres de la Iglesia encontraban innúmeras analogías en-
tre María y la Iglesia. Pero como dice el P. E. M. Llopart en su obra
María-Ecclesia, «la analogía no es ninguna comparación, no es nin-
gún paralelismo. La inclusión formal de María dentro de la Iglesia

38 Ib., n. 151 (ib., p. 14).


ILDEFONSO DE LA INMACULADA 277

aparte —la Iglesia es la gran realidad que, después de la divina, in-


teresaba sobre manera ponderar en la exposición del dogma cristia-
no—, debemos conceder que, para los antiguos Jesucristo era quien
creaba las analogías entre María y la Iglesia» (39).
Admiremos en el P. Palau que, ajeno a discusiones teológicas,
quiera adentrarse en el inmenso misterio eclesial, la gran obra de
Dios, el misterio del Cristo total, del cual todos formamos parte, y
en el cual debemos trabajar incansablemente, y donde el que cum-
ple la voluntad de Dios se convierte en hermano y Madre de Cristo.
Aunque la realidad, como afirmaba San Ambrosio, es que «non ora-
nes sunt Mariae, quae de Spíritu Sancto Christum concipiant, Ver-
bum pariant» (40), es decir, todos no imitan la conducta e ideal
altísimo de María. El P. Palau buscaba ansiosamente imitar al Mo-
delo más acabado de la Iglesia, María: «María es el tipo más aca-
bado para representarnos la Iglesia Santa» (41). Y más adelante
añade: «María, Madre de Dios, tipo perfecto y acabado de la Igle-
sia universal, viene a tu corazón ya dispuesto, para tratar, no asun-
tos de amor, sino de los intereses que miran al bien universal de la
misma Iglesia» (42).
Realmente el misterio eclesial le absorbió toda su vida, pero
con mayor impetuosidad y ardor, los últimos años. Exclamaba:
«¡Oh! quién me diera poder aliviar las angustias de la Iglesia
aunque fuera con mi propia sangre... ¡Cuan gustoso la daría! Esta
es la única pena que me aflige».
La devoción a la Virgen, cultivada con esmerado amor toda su
vida, le condujo a la plena dedicación a la Iglesia. Y el amor a la
Iglesia acrecentó su amor a la Virgen. Muriendo tiene una última
recomendación mariana para su Congregación: «Tenéis la Virgen
María del Carmen, que es vuestra Madre; acudid a Ella, que os
cobijará» (43).

39 Maria-Ecclesia, Abadía de Montserrat, 1956, p. 96.


40 Expos. ev. Luc, 10, 24-25 (CSEL, 32, 4).
41 Obra cit., n. loó. Lo repite de muy diversas m a n e r a s en su obra.
42 Ib., n. 157 (ib., p. 119).
43 P a r a darse cuenta de la profunda y tierna devoción que el P. Palau pro-
fesaba a la Virgen hay que leer su obrita Flores de Mayo. P a r a él la Virgen
María en m a n e r a alguna se diluía en la Iglesia. En la Iglesia no se diluye na-
die. La Iglesia redimida debe a María su mayor esplendor. Cuanto más predi-
quemos a Maria, m á s grande predicamos a la Iglesia redimida por su Cabeza
Cristo. Pero hay que darse cuenta de la verdad que nos enseña el Concilio Va-
ticano I I : «Quiso... el Señor santificar y salvar a los hombres no individual-
mente y aislados entre sí, sino constituir un pueblo que le conociera en la ver-
dad y le sirviera santamente» (L. g., n. 9). La perspectiva eclesial es la gran
perspectiva de la obra de Dios, y ahí se incluye de una manera excelentísima
la Madre del Señor, María.
278 PENSAMIENTO ECLESIOLOGICO DEL P. FRANCISCO PALAU

Junto a esta devotísima recomendación suya hay que colocar


estas otras frases que complementan su espíritu: «¡Cuan dulce
cuan agradable, cuan deleitable debe ser el reposo en los brazos de
una Madre Virgen y tan pura cual es la Iglesia triunfante, después
de las agitaciones y trastornos de la vida presente!».

II.—MíSTICA ECLESIAL

Dejaríamos incompleto el pensamiento eclesiológico del P. Pa-


lau si no tratásemos de su aspecto místico. Sus ideas eclesiales al-
canzaron su máxima tensión cuando se trasformaron en una espe-
cie de espiritualidad mística, cuando se revistieron de una forma psi-
cológica mística.
Yo entiendo aquí por místico no un fenómeno experimental ex-
traordinario por el que un alma pueda unirse de modo peculiar con
Dios, sino una manera interna de vivir una verdad, en que todo el
ser íntimo toma parte, desde la imaginación hasta los más hondos
sentimientos humanos. Gran fuerza posee una verdad filosófica o
teológica, pero cuando esta verdad se torna en mística, la fuerza se
incrementa a ultranza. Hasta el mismo comunismo moderno está
buscando ciertas formas de misticismo. Cuando el misticismo en-
vuelve una idea falsa, produce estragos; cuando es sano, es abun-
dante fuente de energías saludables.
El P. Palau convirtió en místicas sus relaciones con la Iglesia.
En su vida —descubre en el Vedrá— ha recorrido distintas etapas
en orden a la Iglesia, esto es, la de amante, amigo, y ahora, en 1861,
la de esposo de la Iglesia; más tarde descubrirá la de padre. Bueno,
no nos extrañen demasiado estos términos empleados por un místi-
co de mediados del siglo xix. Frases de enamorado:
«Hombre mortal, tu amada Iglesia es de una belleza indescrip-
tible».
«La Iglesia... era figurada en una virgen que no había sido ja-
más manchada con la culpa, toda bella, toda perfecta, toda pura...»
«¿Cuándo te veré sin sombras, ni figuras, sin velos ni enigmas
cara a cara? ¡Virgen purísima, Iglesia Santa!»
El carmelita del Vedrá está enamorado de la Iglesia. Se desposa
con ella. He aquí la mística. Las verdades que hemos presentado van
a formar parte íntima de su vida, van a polarizar desde ahora todos
sus sentimientos, su corazón.
ILDEFONSO DE LA INMACULADA 279

El desposorio con la Iglesia es al cabo el mismo desposorio de la


Iglesia con Cristo, del que habla San Pablo (44), pero con algún
leve matiz de diferencia. El desposorio espiritual se realiza, según
nuestro carmelita, con la Cabeza de la Iglesia, Cristo, y mediante El
con todo su Cuerpo Místico. La Eucaristía es el momento y lugar
propicios para la entrega del alma a la Cabeza, que a su vez nos da
asimismo su ser. La comunión eucarística nos trasforma en una sola
cosa con Cristo: un solo corazón, una sola alma.
El matiz peculiar a que hemos aludido reside en esto: en que
nosotros no somos la Iglesia sino una partecita incorporada a la Igle-
sia. Prescindiendo de nosotros, de mí y de ti, la Iglesia sigue despo-
sada con Cristo en todos sus santos. Al incorporarnos cada uno in-
dividualmente al Cuerpo Místico no sólo entablamos unas relaciones
espirituales con Cristo cabeza sino con todo su Cuerpo Místico. Jun-
tos a El, nos comprometemos con su Cuerpo entero: compromiso de
amor, de servicio fiel. Resulta, pues, de aquí un verdadero despo-
sorio espiritual con la Iglesia. Surge un amor, fuerte, inquebranta-
ble:
«Tú sabes, Iglesia Santa, que si vivo, vivo por ti y para ti».
«¡Oh si yo te amara! Si en mi corazón no hubiera vacío alguno
sino que estuviera todo lleno de amor para ti».
«Amaba con tal pasión que buscaba mil ocasiones par acreditar
que daba y ofrecía mi vida y mi sangre, en testimonio de mi lealtad».
Lo maravilloso del misterio eclesial es que la Iglesia puede siem-
pre corresponder a este compromiso de amor que se le ofrece. ¿Có-
mo? Desde luego por medio de su Cabeza: «En verdad os digo que
cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a
mí me lo hicisteis» (Mat. 25, 40). Y también por medio de su alma,
el Espíritu Santo. La Iglesia tiene inteligencia, la de su Cabeza;
posee amor, el mismo Amor de Dios, el Espíritu Santo.
No es, pues, la Iglesia como un cuerpo civil o una entidad co-
munitaria humana. Estas realidades pueden desconocer y olvidar sa-
crificios realizados en favor de ellas. La Iglesia siempre corresponde
al que le sirve y ama. Puede afirmar: «Yo amo a los que me aman»
(Prov. 8, 17).
La cima de la mística eclesial del P. Palau se halla en el senti-
miento de paternidad respecto a la Iglesia. Es una manera de hablar
del místico, que tiene su raíz teológica.
En la Catedral de Ciudadela, al cabo de una misión, se encon-
traba el Padre postrado y en oración delante del sagrario. Entonces

44 Cf. Eph. 5, 22-27; 2 Cor. 11, 2.


280 PENSAMIENTO ECLESIOLOGICO DEL P. FRANCISCO PALAU

tuvo una visión. Viose trasportado ante el trono de Dios y en esa


gloria contempló a la Iglesia en la figura de una joven hermosísima,
llena de gloria, con el rostro cubierto por un candidísimo velo: co-
mo una visión apocalíptica (cf. Apoc. 21, 2). En aquellos momentos
oyó una voz que le decía: «Tú eres sacerdote del Altísimo: bendi-
ce, y aquel a quien bendijeres será bendito, y lo que tú maldijeres
será maldito. Esa es mi hija muy amada. En Ella tengo todas mis
complacencias» (45).
La Iglesia, hija del sacerdote. Incluso, hija de todo cristiano,
pues en su bautismo se le ha conferido un sacerdocio. Santa Tere-
sita veía en el alma fiel de la Esposa de Cristo, la virgen consagrada
al Señor, una maternidad. Edith Stein enseña que toda mujer cris-
tiana ha de ser virgen y madre dentro de la Iglesia. Entonces, con
mayor razón, todo sacerdote participa de la fecundidad de la Igle-
sia y de la gracia, pues es ministro de los sacramentos y de la pala-
bra. En este sentido interpretaba la paternidad el P. Palau.
Tales conceptos y títulos lo ataban estrechamente a la Iglesia.
El debía guardarle fidelidad hasta la muerte.
«Enjuga las lágrimas de la Iglesia, consuélala en sus aflicciones,
alivia sus pesares: lo que tú hagas con ella en la tierra, ella te lo
devolverá y hará por ti en el cielo».
«Yo soy y seré tu herencia».
¡Oh si yo te amara!
«Tú sabes, Iglesia Santa, que si vivo, vivo por ti y para ti».
Todos estos pensamientos lo empujaron al apostolado, lo mismo
que a la oración, sin inquietudes. En todas partes encontraba a su
Amada y con ella a Dios. Ahora exclamará el P. Palau: «La predi-
cación abre camino a todo».

ILDEFONSO DE LA INMACULADA, O.C.D.

45 Cf. Brasa..., cit., p. 13fi.


EL P. FRANCISCO PALAU
Y LA ECLESIOLOGIA DE SU TIEMPO

I. PRELUDIO

R. Aubert se extraña de la casi total ausencia de teólogos his-


panos en el cuadro de la «geografía eclesiológica» del siglo XIX (1).
¿Es posible que una nación de tan profundas y fecundas raíces espi-
rituales y de tan señero ímpetu teológico aparezca como inhibida,
desinteresada y al margen de las inquietudes eclesiológicas del siglo
XIX?
Dos motivos obvios desdramatizan el pesimismo de la ojival pre-
gunta: el primero, los negros tiempos que la Iglesia española atrave-
só a lo largo del siglo XIX, sacudida, ya que no vencida, por lo aires
ideológicos y hechos liberales que desarticularon su tradicional es-
tructura interna (2); el segundo, el escaso conocimiento de su no muy
abundante cosecha eclesiológica.
En general, los que escriben de estos temas, aun internos, suelen
hablar por boca de otros. Y si esas bocas son bocas de oca, no caben
juicios de conjunto muy halagüeños. El Diario de Arrigoni —un Pa-
dre tímido del Vaticano I, que no habló nunca en público pero juzgó
en secreto con bufona mordacidad los personajes hispanos que inter-
vinieron en la ecuménica asamblea— es un documento palmario de

1 Cf. R. AUBERT, Géographie ecclésiologique au xix e siécle, en AA. W . V


écclesiologie au xix e siécle (Unam sanctam 34), P a r i s éd. du Cerf, 1960, p. 36.
2 Cf. PEñALVER, La filosofía europea (1830-1870) y el Concilio Vaticano I,
«Scripta Theologica» 2, 1970, pp. 39-60; J. M. CUENCA, La desarticulación de la
Iglesia española del antiguo régimen (1833-1840), «Hispania Sacra» 20, 1967, pp.
33-98.
282 EL P. FRANCISCO PALAU Y LA ECLESIOLOGIA DE SU TIEMPO

injusticia judicativa (3). Recientemente, y a nivel histórico teológico


superficial, Dejaifve cae en análogo desprecio (4). El mismo Congar,
erudito siempre, sólo alude a Donoso Cortés, el profeta, debelador
del liberalismo; pero lo ha entrevisto a la luz de fuentes... fran-
cesas, es decir, de traducciones (5). Torrell, por una vía distinta de
mejor información documental y de juicios más serenos, ha puesto
de relieve el valor de algunas aportaciones de la teología hispana a
la temática y a la problemática del Vaticano I (6). La verdad, monda
y lironda, es que los Padres españoles dieron pruebas fehacientes de
una preparación teológico-eclesiológica y de una experiencia de alta
calidad, en contraste con la garrulería de los políticos del propio país,
que gastaban las horas en hueras peroratas en el salón de las Cortes,
y en choque con la vanguardia de los eclesiólogos de Centro-Europa,
quienes, alcanzado el vértice álgido de su avanzadilla, recibieron un
golpe mortal en el Concilio. La densidad doctrinal de los Padres es-
pañoles, su romanismo, su infalibilísimo , y su pasión, asombraron a
los espectadores e interlocutores. L. Dehon los admira por su talla de
teólogos (7). Una picante anécdota corrió entonces por los ambientes
conciliares, caracterizando la desigual, carga teológica de los Padres
del Vaticano I: los españoles, se contaba, han estudiado su teología
en «in-folios» ; los italianos, «in-cuartos» ; los franceses, «in-octavos» ;
los bávaros, «in-folletos» (8).
Ironías aparte, la preparación —y el estilo— no eran ni podían
ser fruto improvisado.
La escasez relativa de aportaciones de la teología hispana en el
siglo XIX exige, más que nada, estudios monográficos serios, fonta-

3 M. MACCAHHONK, // Concilio Vaticano I e il tGiorniile» di Mons. Arrigoni


(Italia sacra 7-8), Padova, Antenore, 1966; en el primer volumen Maccarrone per-
geña una documentadísima radiografía del Concilio; en el segundo da el texto
del Diario de Arrigoni. Sobre los juicios despectivos de Arrigoni y su flaca en-
jundia, ef. el c/r de J. G(oñi) en «Hispanía Sacra» 20, 1967, pp. 2.r>0-2.V2.
4 Cf. O. DE.JAIKVE, Pape et éneques au premier Concite du Vaticun, Bruges-
Paris, 1961. La observación sobre los juicios injustos de este a u t o r la apunta
J. M. ALONSO, i.u infalibilidad conciliar en la relación Primado ¡¡ Episcopado, en :
A A. VV., Teología del Episcopado (XXII Semana española de teología), Madrid,
CS1C, 1963, p. 366, n. 77.
5 Cf. Y. CONüAII, L'Ealise de Saint Augnstin ü l'époque moderne (Histoirc
des dognies 111/3), Paris, éd. du Cerf, 1970, p. 415, alusión de pasada y referen-
cias en n. 8.
6 Cf. J.-P. TORELL, La théologie de l'épiscopat au premier Concite du Va-
tican (Unam sanctam 37), Paris, éd. du Cerf, pp. 34, 40, 172, 181, 224, 228, 237,
251, 253, 254 y 274.
7 Cf. L. DEHON, Diario del Concilio Vaticano I, a cura di V. Carbone, vol.
I, Roma, 1962, p. 52.
8 Cf. T. GHANDEHATH, Histoire du Concite du Vatican depuis sa premiére
annonce jttsqu'ú sa prorrogation d'aprés les documents authentiques, t. 1, Bru-
xelles, A. Dewit, 1908, p. 456.
ALVARO HUERCA 283

les. Estas páginas pretenden una aproximación al clima eclesiológico


español a través de un autor casi inédito y desconocido fuera de los
ambientes de familia: F. Palau y Quer. Su pensamiento —su Eclesio-
logía—, se me antoja de peculiar interés por la intensidad vivencial,
por la punta apologética, por la gama pluriforme de problemas que
aborda, y, sobre todo, porque testimonia muy vitales inquietudes
eclesiales en vísperas del Vaticano I y, en algunos aspectos, parece
un profeta del Vaticano II.
De intento procuraré destacar, en planos paralelos, las ideas
eclesiológicas de Palau y Quer y las de su amigo y colaborador Cai-
xal y Estradé, el. Padre español que más destacó en el Vaticano I.
Espero que estas modestas páginas contribuyan a dar a conocer
sus vivencias y preocupaciones eclesiológicas, sus actitudes típicas,
sus intuitivos y acopalípticos esbozos. Por rigor de metodología, sin
desbordar el cauce cronológico, y por deber de teología, sin salirme
de los límites contextúales. La exposición será preferencialmente
analítico-objetiva, en torno a los ejes o artículos que verá quien le-
yere.

II. VIVENCIA ECLESIAL

Francisco PALAU Y QUER (n. Aytona, Lérida, 29-12-1811 — t Ta-


rragona, 20-3-1872) pertenece al grupo de egregios sacerdotes catala-
nes que, en medio de adversas circunstancias históricas, iluminaron
la noche de la Iglesia española en la segunda mitad del Ochocientos
(9): Manuel Sol, Enrique de Ossó, Sarda y Salvany, Balmes, Mosén
Jacinto Verdaguer, Coll, Antonio María Claret... ¿Quién no los re-
cuerda y admira?
La figura de Palau y Quer destaca por su personal, abismal vi-
vencia del misterio de la Iglesia. Su vida, tejida de azar y zozobra,
tiene ahí su núcleo de condensación, su centro de gravedad, su fuer-
za motriz expansiva. Exclaustrado a punta de bayoneta y tea incen-
diaria (1835), prófugo en Francia con los restos del carlismo (1840-
1851), desterrado ad tempus y más tarde ad vitam en la isla de Ibiza

9 Cf. A. LAUHAONA, l'resentazione de: M. GONZáLEZ, La forza del sacerdozio,


Don Enrico de Ossó (1840-1896), Milano, Ancora, 1963, p . 7.
En el grupo cabe t a m b i é n incluir a Torras y Bagés (1846-1916), que seria
el más joven; sobre sus ideas y actividades ha escrito J. M. JORDA, La Iglesia
en el obispo Torras u Bagés (tesis doctoral, inédita, Roma, Univ. Santo Tomás,
1969). Amigo y a d m i r a d o r de F . P a l a u fue el poeta Verdaguer, sobre el que
puede verse: J. PABON, El drama de Mosén Jacinto, Barcelona, ed. Alpha, 1954.
Sobre Coll, véase: I... ALCALDE, Vida del P. Fr. Francisco Coll, Fundador de las
Terciarias Dominicas de la Anuncíala, Salamanca, Calatrava, 1908.
EL p
284 - FRANCISCO PALAU Y LA ECLESIOLOGIA DE SU TIEMPO

(1854-1860), misionero, vidente, fundador, escritor, Palau y Quer no


quebró nunca en su vocación teresiana —y, por teresiana, intrépi-
da— ni en sus afanes de organizar «escuelas de virtud» que renova-
sen desde dentro la maltrecha Esposa de Cristo. Ser «padre de la Igle-
sia y en la Iglesia» fue el ideal y la realidad consecuente de su viven-
cia eclesial (10).
Si de Antonio María Claret se ha podido escribir, con filial exac-
titud, que fue «hombre de Iglesia», no «doctor de Iglesia» (11), con
idéntica y aun subrayada razón cabe decirlo de Palau y Quer. En las
venturas y desventuras de su peregrinar por el mundo del siglo XIX,
«el pensamiento de la Iglesia se convirtió para él en una verdadera
obsesión, la imaginación se la presentó como la única Amada y Aman-
te digna de su amor y se desarrolló de tan prodigiosa manera la con-
cepción de la Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo, llegando a plas-
marla con imágenes con tal viveza y riqueza de contenido dogmático,
que dudo que nadie la haya representado de una manera tan perfec-
ta, convirtiéndola en centro de toda la vida espiritual de las almas»
(12). El piropeo de su biógrafo quizá tenga sabor a panegírico. Sin
embargo, la línea recta de las místicas vivencias de Palau y Quer na-
ce, pasa y acaba en ese centro.
Por fortuna, Palau y Quer tuvo la feliz ocurrencia de consignar
en escrito sus personalísimos contactos y visiones eclesiales. Mis re-
laciones con la Iglesia son una especie de diario autobiográfico de sin-
gular valor. Por desgracia, del primer volumen sólo existen fragmen-
tos (13), porque ardió y quedó reducido a cenizas al incendiar las
hordas rojas en 1936 el archivo de las Carmelitas Misioneras, funda-
das por Palau (Barcelona, calle Montseny, 55). Pero queda el segundo
volumen, con incipit o inicio en 13-4-1864. Era un hermoso y soleado
día de primavera; «la mar estaba pacífica y quieta»; Palau sube a
una barca y, tendida la vela con viento suave del Este, se aleja de
la costa, se dedica a pescar —haciendo provisiones— y, terminada la
faena, se encierra en el islote del Vedrá (14). Allí, como el vidente

10 Reí. I (Alejo, p. 242); cf. infru, nota 13.


11 Cf. A. PINA RIBEIRO, A Igreja de Cristo em S. Antonio Mario Claret (1807-
1870), (tesis doctoral bajo mi dirección) Roma 1971, p. 9.
12 Gregorio DE J E S ú S CRUCIFICADO. Urano entre cenizas, Hioyrafia del l{. I'.
Francisco Palau y Quer (1811-1872), Bilbao, DDB., 1956, p. 122.
13 Alejo DE LA VIRGEN DEL CARMEN, Vida del R. P. Francisco Palau Quer,
O.C.D., Barcelona, imprenta Imperio, 1933, examinó el manuscrito original y
transcribió algunas frases (cf. pp. 87, 89, 99, 219, 344 y 345), m a l a v e n t u r a d a m e n -
te muy pocas y, por a ñ a d i d u r a , las glosas que hace no siempre son claras.
Citaremos los fragmentos indicando, entre paréntesis, la página correspon-
diente de Alejo. El vol. I de Reí. lo empezó F. P a l a u en agosto 1861.
14 Reí. II, 1.
ALVARO HUERGA 285

de Patmos —-con el que sintoniza, salvadas las distancias, en espíritu


y en género literario—, se abisma en sus meditaciones, en sus soli-
loquios, en sus diálogos imaginarios sobre y con la Iglesia.
El tema aparece claramente indicado: «La idea, la sombra, la
figura y la realidad [de la Iglesia] conocida por fe» (15). En una
«visión» —no atino a descifrar si se trata de «visión» o de pura crea-
ción literaria— ve, en forma de misteriosa vaporosidad, una bellísi-
ma mujer:
«¿Quién eres tú?
—Yo soy tu Amada.
—¿Una sombra, una figura?
—Sí, la figura de tu Amada.
—¿Sin realidad?
—¿Crees en mí?
—Sí, creo en tí.
—Si crees en mí, tras la sombra verás siempre la realidad, en la
figura la cosa figurada, en la vida el ser, en la especie o imagen la be-
lleza inmensa que ha robado todos los afectos de tu corazón» (16).
No vamos a detenernos en el análisis del género literario de esas
Memorias autobiográficas, típicamente apocalíptico (17). Opino, con
todo, que una conclusión se impone al lector de este curioso libro:
Palau y Quer estuvo sensibilizado hasta el hondón de su mismidad
por el misterio de la Iglesia. Un misterio entrevisto a base de fe viva
y enamorada: «Creer es ver para el entendimiento»; creer en la
Iglesia es verla «a la luz de la fe» (18).

15 ib., 4.
lfi Ib., 5-fi.
17 Este género literario, con sus visiones (Apocalipsis significa revelación)
sus b a t a l l a s fantásticas y su proyección futurista, es la piedra de toque para
captar el estilo literario de F. Palau. El género en sí, a pesar de la t r a m a con-
flictiva, está tensado por un enorme optimismo de victoria final. Nacar-Colunga
subrayan, a propósito del Apocalipsis de San J u a n , que podria llamarse «el evan-
gelio de la resurrección y, por consiguiente, el evangelio de los triunfos y espe-
ranzas c r i s t i a n a s » : Sagrada Biblia, vers. de E. NáCAR - A. COLUNGA, Madrid BAC
1), 1947, p. 19.r>2 (Introducción al Apocalipsis).
18 Reí. II, 51.
«Mi objeto era unirme con la Iglesia en fe, en esperanza y amor y ejecuta.r
sus órdenes»: Reí. 1 (Alejo, p. 344). «Todos mis soliloquios y ejercicios se han
dirigido a una sola cosa, que es unirme en fe, esperanza y a m o r a mi Amada
(la Iglesia)»: Reí. II, f. 98. «Como carmelita, como hijo de Santa Teresa de Jesús,
no puedo menos de besar estas llaves que me tienen encerrado dentro de estos
m u r o s de aguas m e d i t e r r á n e a s . . . Con los destrozos de la Escuela de la virtud
hemos fabricado entre estas rocas una ermita [Nuestra Sñora de Es Cubells]
y a q u í . . . tengo mi celda, mi cielo, aquí puedo con todas mis fuerzas emplearme
en agenciar, como buen sacerdote, con Dios Padre los asuntos e intereses de
Jesucristo y de su Iglesia»; Memoria personal enviada a San Antonio María
Claret, a la sazón confesor de Isabel II ( d a t a : 28.11.1858, Es Cubells). Los escri-
286 EL P. FRANCISCO PALAU Y LA ECLESIOLOGIA DE SU TIEMPO

En definitiva, el programa de su vida interior fue ése: Vivir mu-


riendo de amor eclesial (19). O como él dice, lapidaria, enamorada-
m e n t e : «Vivo y viviré por ella; vivo y moriré por ella» (20).

III.—LUCHA «PRO ECCLESIA»

En los numerosos escritos de Palau y Quer —todos ellos centra-


dos en el leit motiv eclesiólogico— es fácil observar el paso de la vi-
vencia eclesial a la perspectiva apologética.
En efecto ; la vivencia —honda, dolorida como una llaga— lo lan-
za a la acción. Diríase que transpone a lo divino, como gustaban ha-
cer Santa Teresa y San J u a n de la Cruz, aquello de
Las mis penas, Madre,
de amores son.
De amor a la Iglesia, que para él es la «Amada». Temperamento
combativo, los avatares históricos y la «visión» de una Iglesia perse-
guida acentuaron su espíritu de lucha cristiana.
Bajo un aspecto teológico, no sería difícil individuar la fuente:
es el fruto de la gracia sacramental de la confirmación, el acto pro-
pio de quienes h a n llegado a la edad viril de la fe, como advierte
Santo Tomás (21). Palau y Quer, que buena parte de la teología que
ha aprendido en las «escuelas» la ha bebido en la Summa theologiae
del Aquinas (22), aparece con lúcida conciencia de dos consecuen-
cias inherentes a la gracia de la confirmación: una, el ejecicio de la
fortaleza cristiana, en su doble vertiente de aguantar o sufrir y de

tos y documentos de F. P a l a u han sido clasificados por una «Comisión de peritos


en ciencias históricas»; el elenco, que sigue enumeración corrida, puede verse e n :
(IRF.OOTUO, o. c , pp. 255 - 270. Cuando ocurra el caso, daré una simple referencia
a esa clasificación, con la sigla: doc. n° tal. El texto citado corresponde a:
doc n° 175.
19 «Yo m u e r o de a m o r por la Iglesia»: Reí. I (Alejo, p. 221).
20 Reí. II, IB.
21 «Pugna spiritualis contra hostes invisihiles ómnibus (christianis) com-
petit. Sed contra hostes visibiles, id est contra persecutores fidei pugnare, nomen
Christi confitendo, est confirmatorum, qui iam sunt perducti spiritualiter ad vi-
rilem aetatetn»: Summa theologiae, 111, q. 72, a. 4 ad 1.
22 «El texto que estudiaban era la Suma de Santo Tomás y tenían que
aprenderla, conforme a lo ordenado por las Constituciones, "no sólo en cuanto
al sentido, sino literalmente, de tal forma que, a ser posible, los discípulos apren-
dan de memoria el texto íntegro del Doctor Angélico". El Hermano Francisco
(Palau) se empeñó en seguir estas prescripciones de las Constituciones y con
motivo de la Escuela de la virtud, pudo demostrar lo familiarizado que se
hallaba con la Suma de Santo Tomás, que le sirvió de base para su Catecismo
de las virtudes [Barcelona, 1851], así como para sus numerosas conferencias»:
Gregorio de J E S ú S CRUCIFICADO, O. C, p. 21.
ALVARO HUERGA 287

acometer: «la magnanimidad y la magnificencia conducen al hombre


—afirma— a la batalla y a las conquistas» (23); otra, el urgente
quehacer para un sacerdote de lanzarse a la lucha «pro Ecclesia».
Gestos tanto más bellos cuanto Palau y Quer era un «joven de 23
años cuando vino la revolución del [18]35 e incendió mi claustro»
carmelitano (24), poniéndolo en coyunturas de muerte o, por lo me-
nos, en una situación existencial de sacerdote exclaustrado. Sumer-
gido en un mundo y en un clima descorazonadoramente hostil, nave
sacerdotal a la deriva, vivió siempre en pie y en la brecha. Como he
indicado, no dio su brazo a torcer, no se amilanó, porque estaba uni-
do con la Iglesia «en fe, esperanza y amor» (25), y ella le saldría al
encuentro en las encrucijadas y a la vuelta de cada esquina de su
azaroso existir: «A mí me hallarás, dice que le dice, pastora en medio
de los pueblos, peregrina en los caminos y toda en todos y en todas
las partes donde la caridad ejerce sus actos y funciones» (26). Por
otro lado, es responsable de su vocación y de su misión, pues «en el
día en que fui ordenado sacerdote, fui consagrado... a tu servicio...,
fui entregado a ti, y desde aquel día yo no me pertenezco a mí:
tuyo soy [yo] y todas mis acciones» (27).
Contamos también con el testimonio de su primer libro impreso:
Lucha del alma con Dios (28). Una pequeña autobiografía y un re-
trato de la situación de la Iglesia española en esos años en que Pa-
lau saborea el pan amargo del exilio. Escribió la Lucha con afanes
apostólicos. Le ayudó J. Caixal, cuyo nombre aparece en la portada.
Caixal era otro desterrado.
Sin atreverme a opinar sobre la parte que corresponde a Caixal
en la Lucha, sí creo oportuno subrayar que la lectura de ese librillo
evidencia que el forzoso destierro agudizó en Palau su sentido de
Iglesia y su amor a la patria. «¡Ay, España! ¡Ay de tí, querida patria
mía! ¡Oh España, oh dulce patria mía!»: ahí está grabada, en letras
muertas, la llaga viva del sacerdote desterrado (29). Pero más fuerte
y hondo que la nostalgia de la patria debió sentir el dolor de la Igle-

23 Doc. 231, p. 40.


24 Reí. I (Alejo, p. 58).
25 Reí. I (Alejo, p. 58). «Eres tú el objeto único de mis a m o r e s » :
Reí. I (Alejo, p. 104).
26 Reí. II, 267.
27 Reí. II, 294.
28 Francisco de Jesús María José (PALAU) - José CAIXAL, Lucha del alma
con Dios, Montauban, Forestié, 1843, 1 2 x 8 c m , 380 páginas. Reedición en Bar-
celona, Heredero de Pablo Riera, 1869, 1 2 x 8 cm., 352 páginas. Haré las citas
por la editio princeps, de la que se guarda, como oro en paños, un rarísimo
ejemplar en las Carmelitas Misioneras de Roma (Via del Casaletto, 115). Parece
que el a u t o r principal, y quizá único de esta obra fue F. Palau (cf. infra, no-
ta 132).
288 EL P. FRANCISCO PALAU Y LA ECLESIOLOGIA DE SU TIEMPO

sia. «¡Quién me diera poder aliviar sus angustias, aunque fuera con
mi propia sangre!» ; «el deseo que tengo de la salud de mi Madre
no me deja un instante de reposo» (30). La contempla como «un Je-
sús paciente en su Cuerpo Místico crucificado» (31).
Por lógica derivación de tal estado de ánimo, su mirada se exten-
día a la Iglesia universal, a la iglesia navegante y peregrina, azotada
por la marejada multiforme del siglo XIX. Mas advierte que es nave
que no naufraga. En cambio, la Iglesia particular puede hundirse. Es
el riesgo, el drama de la Iglesia española. La lucha incita a una bata-
lla de oración contra los enemigos, desenmascarándolos, agrediéndo-
los con las armas del espíritu; es llanto, lamentación y, a la par, cán-
tico de victoria (32).
La trama interna del libro, redactado en primavera, «un poco
después de Semana Santa de 1842» (p. 87), comprende tres o cuatro
puntos cardinales: a) descripción del drama de la Iglesia española;
b) temor de que, por ser una Iglesia particular, se hunda; c) solu-
ción medularmente teresiana, como de hijo bien nacido: «La Igle-
sia de España camina precipitadamente a su exterminio, y sólo la ora-
ción puede salvarla. Sí, sola la oración puede salvar del naufragio la
Iglesia española» (33); d) esperanza en la victoria final.
El destierro del autor recrecía su sensibilidad, ya de suyo dotada
de fogosidad imaginativa, purificándola en el fuego de la responsa-
bilidad y de la entrega sacerdotales.
29 Lucha, pp. 127 y 78.
30 Lucha, p. 62, respondiendo a la p r e g u n t a : «¿Es mucha la pena que le
causan los males de la Iglesia?»; cf. Ib., 185-186.
31 A Juana Gracias, El Vedrá, 24 julio 1857.
32 Lo que pudiéramos l l a m a r «Iglesia a la defensiva» —admitiendo que
no hay defensa sin a t a q u e — es una dimensión persistente en Lucha. Dice, en
efecto, en el prólogo: «El alma que en esto se ocupa LUCHA CON DIOS en favor
de la Iglesia de Jesucristo contra los pecados, contra Satanás y las sectas de
impiedad que la combaten» (Lucha, p. 18). Los enemigos q u e d a n individuados
en esta trilogía, una trilogía que encontramos frecuentemente en sus escritos
eclesiológicos. Es h a b i t u a l la costumbre de darle muchas vueltas a la misma
idea. T e r m i n a n t e también en su esperanza de la victoria final, cuyo autor no
será el h o m b r e , sino el Dios o m n i p o t e n t e : «En estas batallas sólo Dios nos
ha de dar la victoria, de sólo Dios la hemos de esperar, y a sólo Dios la hemos
de pedir. Dios con voluntad permisiva quiere la b a t a l l a de la Iglesia con las
potestades infernales... En las profundas llagas que tan a m a r g a m e n t e llora la
Iglesia seria falsa resignación el conformarnos con la voluntad permisiva de
Dios; él mismo quiere que nos opongamos con valor y decisión, quiere esta
lucha. ¡Feliz, mil veces feliz el alma que lucha debidamente esta b a t a l l a ! ¡Afor-
t u n a d í s i m a la que estuviere tan diestra y peleare con tal fortaleza que obtenga
la victorial» (Lucha, pp. 20-21).
En pp. 225-230 incluye, inspirándose en Jeremías, unas Lamentaciones de
la Iglesia de España. A pesar de los pesares, Lucha patentiza la fe de P a l a u
en el t r i u n f o : «La Religión en España ha de t r i u n f a r pronta y completamente»:
Lucha, p. 283. De hecho, el librito acaba en un cántico de la victoria, tejido
con fragmentos del Apocalipsis: cf. ib-, pp. 272-374.
33 Ib., p. 28. La tesis aparece insistentemente repetida a lo largo de Lucha.
ALVARO HUERGA 289

No voy a detenerme en el análisis de Lucha, obra alerta al sesgo


existencial de la Iglesia hispana en aquellos años difíciles de su his-
toria. El leit motiv de Lucha es la actitud apologética. Una actitud
consecuente a la radical, caracterizadora, vibrante y fragante viven-
cia eclesial de Palau y Quer.
Paso, pues, supuestas las anteriores premisas —fundamentales—,
a la exposición de su esbozo de Eclesiología.

IV. BOSQUEJO DE UNA ECLESIOLOGíA

1. La reflexión teológica

Conviene distinguir, en el itinerario progresivo de las ideas ecle-


siológicas de F. Palau, una fase posterior a las de vivencia y lucha:
es la etapa de la reflexión teológico-vital, caracterizada por un enor-
me esfuerzo de estructuración científica. En la fermentación de la
doctrina de F. Palau sobre la Iglesia jugó un papel decisivo la perso-

Por lo demás, la consignó en el s u b t í t u l o : Lucha..., o conferencias espirituales,


en las que un alma de oración es instruida sobre el modo de negociar con Dios
el triunfo de la Religión católica en España u el exterminio de las sectas im-
pías que la combaten. «Negociar con Dios por la oración» es fórmula típica de
Palau, que la reitera con espontánea abundancia (Cf. ib., pp. 28, 47, 58, 145, etc.).
Fácilmente se descubre en ella su origen «teresiano».
La finalidad apologética de la obrita la puso de relieve el censor Montfe-
rrand, francés: «Ce traite, sentencia, précieux, á mon avis, dans les circons-
tances actuelles, me p a r a i t é m i n e m m e n t propre, t a n t p a r sa forme dramatique
que par le fond meme des choses, á conduire les ames pieuses, par une routc
agréable et sure, au but si i m p o r t a n t que nos auteurs leur ont proposé. J'ai
admiré, dans presque tout le cours de l'ouvrage, une foi merveilleuse, un zéle
dévorant, une vaste connaissance des saintes Escritures et des Peres de l'Eglise.
Le style du manuscrit est simple, mais j ' a i cru pouvoir inférer de la lecture
de certains morceaux qu'il serait tout aussi bien magnifique et sublime, si les
modestes auteurs n'eussent préferé s'y teñir a la portee du commun des inte-
lligences. J e . . . suis persuade que les Espagnols restes fidéles ont généralement
gran besoin d'un livre de cette n a t u r e » : Lucha, pp. 5-6. La censura está datada
el 20 de marzo 1843. Montferrand era profesor del Seminario de Montauban.
La finalidad docente de laucha la h a l l a m o s indicada en p. 56. La situación
crítica aparece en muchas páginas, t a n t o cuando la describe en general —«des-
hecha borrasca» que se cierne sobre la Iglesia spañola (cf. pp. 24, 27, 39, 43, 75,
124, 145, etc.)— como cuando refiere datos concretos (cf. pp. 75 ss.). Finísimo
el análisis de las causas, más aun del remedio o «medicina». Muy importante,
a mi leal saber y entender, la distinción, aludida en el texto, que Palau hace
entre Iglesia universal, imperecedera, e Iglesia particular, abocada a un posible
naufragio. «La barca de Pedro —escribe— es figura de la Iglesia universal,
que por más tempestades que la levanten las potestades de la tierra y del in-
fierno, no se h u n d i r á j a m á s . Sin embargo, [...] las Iglesias particulares pueden
naufragar, y así no es falta de confianza el clamar a Jesús que despierte y
salve nuestra Iglesia de España, sino un deber que nos impone el instinto de
la propia conservación y el precepto de orar para ser salvos» : Lucha, p. 59, n. 1.
290 EL P . FRANCISCO PALAU Y LA ECXESIOLOGIA DE SU TIEMPO

nal vivencia del misterio; incluso el urgente quehacer apologético;


mas no se detuvo ahí: trabajó con admirable afán en labrar una
«teología de la Iglesia». El paso de una etapa a otra, tal como nos es
posible atisbarlo, resulta incitante, aleccionador.
F. Palau, a pesar de su vida de azar, fue hombre que nunca per-
dió el rumbo de la vocación teológica. Es delicioso, por valentía e in-
genuidad, verle argüir, casi con aire de desafío, al obispo de Lérida
que lo molestaba negándole o retirándole las licencias ministeriales:
obediente, sumiso como sacerdote, le replica «como teólogo», y «co-
mo teólogo, yo le niego ese poder» de desenvainar la espada de las
censuras canónicas sin ton ni son, es decir, sin previo proceso canó-
nico (34). Se trata de un gesto o de un episodio mínimo, pero a la vez
revelador o sintomático de que F. Palau es hombre de carácter, sacer-
dote que está convencido de pisar tierra firme.
Reduciéndonos al campo eclesiológico —la Iglesia es la morada
vital del pensamiento de F. Palau—, ahí también le descubrimos en
actitud de esforzado teólogo: «Todas mis relaciones con el Hijo de
Dios... son siempre en relación con su Iglesia. No pudiéndome apo-
yar en estas materias en obras escritas sobre ella..., dudo de todo y,
en mis dudas, busco en las Escrituras Santas y en los Santos Padres
y Doctores de la Iglesia apoyo y doctrina» (35).
Sentía, pues, la necesidad de dar una sistematización teológica
a su vivencia eclesial. Y, fundamentándose en la Biblia y en el «An-
gélico Doctor» —cuya savia invade todos sus escritos—., acomete, a
estilo y aire propios, la descomunal aventura.

2. «Quidditas Ecclesiae»

F. Palau, en las soledades de sus destierros, que él convertía en


paraísos de vida interior, de impaciencias y experiencias místicas, de
ansias apostólicas y de reflexión teológica, emprendió, acicateado por
las ilusiones de la verde y florida juventud sacerdotal, la faena de
escribir una Teología de la Iglesia. ¡Arriesgada hazaña! El plan y el
mismo epígrafe con que la bautizó agrandaban las dificultades:
Quidditas Ecclesiae. Ni más, ni menos. Dividió el proyecto en cuatro
libros: el 1.°, de las tesis; o sea, intentaba en él, a base de proposi-
ciones o tesis universales, una definición de la esencia de la Iglesia;
el 2.°, de las figuras, o, en otros términos, explicación con imágenes

34 Cf. Gregorio de J E S ú S CRUCIFICADO, O. C , p . 161.


35 Reí. 11, 61-62.
ALVARO HUERGA 291

gráficas y glosas literariodoctrinales de los diversos símbolos des-


criptivos que permiten aproximarse al misterio de la Iglesia; el 4.°,
de la Iglesia-Cuerpo Místico, símbolo-realidad analizado con la ayu-
da de imágenes gráficas también (36). El 3.° nos lo hemos saltado, pues
ignoramos de qué trataba. Porque el manuscrito pereció, al igual
que el volumen 1.° de Mis relaciones con la Iglesia, en 1936; y quien
lo tuvo en sus manos, el P. Alejo, no da más noticias, y no siempre
las que da son del todo seguras (37). El P. Gregorio supone que Quid-
ditas Ecclesiae es la producción literario-teológica más importante de
F. Palau (38). Aceptar o negar la conjetura no conduce a nada. En
cambio, sí hay que subrayar algunos detalles significativos: primero,
el hecho de plantear y embarcarse en un trabajo de tan vastas y de-
licadas proporciones; segundo, el redactarlo en latín, quizá, como
sospecha el biógrafo, pensando estamparlo en Francia, donde a la
sazón residía (39), o quizá, como es también lícito sospechar, por otros
motivos: la índole de la materia, un destino a nivel europeo (en el
siglo XIX los teólogos aún sabían y escribían en latín), etc.; tercero,
presentó la obra, entera o en parte —es imposible precisar— a la cu-
ria de Gerona, signo evidente de que tuvo intención de publicarla;
pero el censor tachó algunas proposiciones de no estar acordadas con
la ortodoxia; Palau se aprestó a la autodefensa con un memorial
aclaratorio (40). Pero quizás un poco dolorido por el inesperado con-
tratiempo, se desanimó y no volvió a pensar en pulirla; de hecho, su
Quidditas Ecclesiae no vio la luz pública en letras de molde y, para
colmo, en 1936 fue pasto de las llamas.
Sin embargo, no todo aquel esfuerzo, probablemente inmaduro,
pereció. Aprovecha los materiales valiosos para sus escritos poste-
riores en romance.

30 Quidditax Ecclesiae Dei ¡ier duas metaphoras expósita, scilicet civitatis


et corporis naturalis.
Priimis tumis operis tractatus Líber propositionum vocabitur, quia per quae-
dam axiomata seu principia vcritatis quidditateni Ecclesiae in eo explanabo, de
ea univcrsalem ac, in q u a n t u m potero, integran! tradens ideam ac notitiam.
Secundus autcm pro titulo habebit Líber chartarum, quia Civitatem sanc-
t a m et Donium Dei in 39 chartas sculptam et variis inodis per i n n ú m e r a s fisu-
ras delineatam et depictam contemplari in eo poterimus. [...?]
Líber q u a r t u s in quo Ecclesia, quae est D. N. Jesuchristi «Corpus Mysticum»,
sub forma mulieris r e p r a e s e n t a t u r per varias figuras delineata in ehartis. Opus
incoeptum die decima februarii et finitum die vigésima q u i n t a martii in spelunca
Sanctae Crucis anuo Domini 1846». Alejo DE LA VIRGEN DEL CARMEN, O. C, pp 95-
96 y 106 que vio el manuscrito, transcribe los epígrafes y asegura que se trata
de «una obra voluminosa».
37 El líber quartus lo considera obra distinta o independiente: cf. ib., p. 106.
38 Cf. Gregorio de JESúS CRUCIFICADO, O. C, p. 61.
39 Cf. In., ib., p. 61, n. 1.
40 Cf. ALEJO, O. C , p. 107, que da noticia de la censura y de la réplica.
Ambas estaban cosidas al manuscrito original y ardieron con él.
292 EL P. FRANCISCO PALAU Y LA ECLESIOLOGIA DE SU TIEMPO

En el «Ermitaño», semanario que él fundo y dirigió (abundaban


por entonces, sobre todo en Cataluña, revistas periódicas de carácter
religioso), retorna su pluma con frecuencia al tema eclesiológico (41).
Y antes de fundar el «Ermitaño», hacia 1864, F. Palau, instalado en
Barcelona y de vuelta del destierro, concibe un nuevo plan eclesio-
lógico: lanzar un libro, con la ayuda de un grupo de artistas para
la parte gráfica, que presente al gran público católico una «defini-
ción», lo más adecuada posible, de la Iglesia. Esta vez el proyecto se
realizó. Visto el voto favorable del censor eclesiástico, el obispo de
Barcelona, don Pantaleón Montserrat, dio permiso para su publica-
ción y en los primeros meses de 1865 salía a luz, en gran formato,
La Iglesia de Dios figurada por el Espíritu Santo en los libros sagra-
dos (42).
Antes de analizar este rarísimo libro, quiero hacer todavía hin-
capié en un par de detalles: uno, la simultaneidad cronológica con
la redacción del volumen II.0 de Mis relaciones con la Iglesia, comen-
zado el 13 de abril 1864 e interrumpido el 29 de marzo 1867; otro, la
coherencia estilística, temática y doctrinal, si bien en estructura nue-
va, de La Iglesia de Dios con los anteriores escritos eclesiológicos. La
trilogía de enemigos, omnipresente en Lucha, reaparece en la dedi-
catoria de La Iglesia de Dios a Pío IX: «En las batallas de la fe, dice
el prólogo-ofrenda, nos han salido al encuentro tres formidables ejér-
citos, y son: el príncipe tenebroso con sus ángeles perversos, las po-
testades de la tierra en liga con ellos y las pasiones malas del mundo
y la carne» (43), Reaparecen también los transfondos de las figuras y
alegorías, de raíz apocalíptica, que dominan en Mis Relaciones; y,
en fin, el recurso a un equipo de artistas para dar forma plástica a
esas imágenes en La Iglesia de Dios, estaba presente, por lo que nos
es dado conocer, en Quidditas Ecclesiae.

41 VA n ú m e r o 1" salió el 5.11.1868; el último, el 25.6.1873: cf. GREGORIO,


p. 263. Siendo P a l a u fundador y redactor principal, y conocidas sus preferen-
cias temáticas, no es de e x t r a ñ a r que abunden los artículos sobre la Iglesia.
GREGORIO (O. C , pp. 129-130) juzga desacertada alguna representación gráfica:
por ejemplo, la que insertó en el n° de 11.1.1870, pp. 3-4. La sustancia doctrinal,
sin embargo, discurre por los cauces típicos de Palau.
42 La Iglesia de Dios figurada por el Espíritu Santo en los Libros Sagra-
dos. Álbum religioso dedicado a la Santidad de Pío IX por una Sociedad de
a r t i s t a s bajo la dirección del R. P. Francisco P a l a u , Pbr., misionero apostólico,
Barcelona, [establecimiento tipográfico de N. Ramírez y Rialp, Pasaje de Es-
cudillers, n ú m e r o 4 ] , 1865, VIII-56 páginas + 21 l á m i n a s fuera de paginación
+ 1 lámina (portada), formato 3 0 x 2 1 cm. Los a r t i s t a s que dibujaron las lámi-
nas —grabadas luego por «Litografía religiosa»— eran J. Folch y Brossa, M.
Oms y Canet, A. Castelucho y Vandrell y E. P a d r ó s y P a r a l t o . La prosa es in-
t e g r a m e n t e de F . P a l a u .
43 La Iglesia, p. VIL
ALVARO HUERGA 293

En definitiva: La Iglesia de Dios es un libro que pretende presen-


tar, sincronizando gráfico artístico y glosa teológica, una descripción
de la Iglesia tal cual la figuró el Espíritu Santo en la Biblia. Los
«instrumentos de las bellas artes del dibujo» contribuyen, en efecto,
a comprender mejor «la figura» y la «imagen» de esa realidad miste-
riosa que es la Iglesia de Dios, «cuyo retrato estamos bosquejando»
(44). Bosquejo, pues, de la Iglesia en figuras e imágenes. Bosquejo de
una Eclesiología. Lo que vale y cuenta no son las litografías, algunas
muy logradas y otras menos, sino el jugo doctrinal del comentario a
los grabados. No debemos olvidar que por esos años F. Palau, según
refiere en Mis Relaciones, ha recibido una nueva luz sobre la Igle-
sia (45).

3. Las tesis o «axiomas»

En el proyecto de su obra latina Sobre la esencia de la Iglesia


(De quidditate Ecclesiae) traza F. Palau la doble ruta metodológica
que vamos a seguir: tesis o proposiciones y símbolos o figuras. Ambas
rutas son paralelas, complementarias y, a su vez, se subdividen en
varios eslabones. Trataremos de engranarlos.

a. Indefinibilidad de la Iglesia

A primera vista podría juzgarse harto pretenciosa la aventura


de F. Palau. El título del libro —Quidditas Ecclesiae— entraña, en
efecto, un conato de definición esencial. Sin embargo, los epígrafes
engañan, prometiendo más de lo que luego dan. En este caso se trata
de un título de fuerte sabor metafísico —caza o definición de esen-
cias—, faena vedada al teólogo frente al misterio que es coto cerra-
do, jardín indefinible. F. Palau se adelanta a decírnoslo: sólo es via-
ble una aproximación intelectual a la Iglesia a través de la luz de
la fe y prendida a figuras e imágenes. Casi una aproximación de
amor, que se resuelve, en última instancia, en búsqueda más que en
hallazgo. «¡Iglesia santa!, veinte años hacía que te buscaba, te mira-
ba y no te conocía, porque tú te ocultabas bajo las sombras del enig-
ma, de los tropos, de la metáfora, y no podía yo verte sino bajo las
especies de ser para mí incomprensible: así te miraba y así te ama-
ba» (46). Y así continuará viéndola. Por tanto, en vez de una defini-

44 Ib., p. VIII.
4.") Cf. Reí. II, 98.
46 Reí. I (Alejo, p. 104).
294 EL P. FRANCISCO PALAU Y LA ECLESIOLOGIA DE SU TIEMPO

ción esencial, ofrecerá una descripción frondosa. «Siendo tal nuestra


condición sobre la tierra que no podemos percibir las cosas espiritua-
les, celestes, invisibles, eternas, sino bajo las sombras —figuras y
especies de lo visible, temporal y terrestre—, el Espíritu Santo, en
las Escrituras Sagradas, nos presenta la Iglesia tras el velo de las
metáforas, entre enigmas y figuras de una ciudad, de una vid, de
un jardín cerrado, de un campo, de una grey, de un cuerpo humano;
y mirándola por la fe tras las sombras de lo humano, por figuras y
especies nos ha revelado de ella todo aquello que está al corto al-
cance de inteligencias que viven en carne mortal» (47).
No hay más que esperar o que pedir. En este pasaje de Mis Rela-
ciones, que contiene un embrión o esquema de La Iglesia de Dios,
«define» no la Iglesia, sino las posibilidades inquisitivas del eclesió-
logo: aproximación a una realidad misteriosa que Dios ha ido reve-
lando o manifestando «poco a poco y bajo mil formas y figuras» (48).
De paso, indica el norte y guía de la reflexión teológica: la Biblia,
fuente de la que emanan todos esos símbolos o imágenes frescos, fra-
gantes, vivos. Método, pues, bíblico, auxiliado en escala secundaria
por la doctrina de los Santos Padres y Doctores de la Iglesia (49).

b. La Iglzs'.a no es sólo estructura espacio-temporal

Para la aproximación al misterio de la Iglesia no basta definir


o describir su estructura espacio-temporal, humana. Lo humano es
sólo una dimensión de la Iglesia. Un aspecto histórico que no agota
toda su misteriosa realidad y ni aún es, siendo necesario, el núcleo
primordial. F. Palau, que siente el máximo respeto por la estructura
espacio-temporal de la Iglesia, no se detiene ahí. Busca el hondón del
misterio, la corriente interior, la cara sobrenatural de la Iglesia.
Se ha instalado en una perspectiva mística que ultrapasa la apa-
riencia de las imágenes e incluso las reales, palmarias, insustituibles
estructuras humanas. En este enfoque radica uno de los mayores mé-
ritos de la Eclesiología de F. Palau, teniendo en cuenta la era teoló-
gica en que vive y escribe. Para él, en efecto, la Iglesia no es sólo una
realidad jurídica, sino y sobre todo una realidad sobrenatural. Un
misterio vivo y salvífico.

47 lid. II, 178.


18 «<•/. //, 289.
49 Cf. supra, nota 39. «Es necesario que oigamos sus lecciones por los ór-
ganos que quiere manifestárnoslas... Estos son, como ya Ud. sabe, las Sagra-
das Escrituras y la Tradición, expuestas por los Santos P a d r e s y por el ...ma-
gisterio vivo de la Iglesia»: Lucha, p. 49.
ALVARO HUERGA 295

La Iglesia, dice Palau, inspirándose en San Pablo (cf. 1 Cor


12,27) «es semejante a un cuerpo humano vivificado por su alma». La
contextura orgánica, visible le es absolutamente necesaria en su es-
tadio espacio-temporal; con todo, hay que trascender esa estructura
porque la Iglesia la trasciende y la misma estructura tiene su razón
de ser y su vital injerto en lo interior. En el alma. Más abajo aludi-
remos a la crítica de J. Caixal a la definición de la Iglesia como so-
cietas. Para el P. Palau la insuficiencia de una definición de la Igle-
sia como estructura jurídica radica, razonando teológica y experi-
mentalmente, en que, si no calamos más hondo, cabría la posibilidad
de una estructura exterior perfecta y, a la par, desanimada, desha-
bitada. Esto no puede acontecer en la Iglesia universal, a la que
Dios nunca deja de su mano y de su acción vitalizadora; mas puede
ocurrir en las iglesias locales. Con todo, la argumentación de fondo
abarca —y distingue— el doble aspecto de la Iglesia: estructura vi-
sible y espíritu o alma divina (50).

c. Los períodos de la Iglesia

F. Palau distingue tres fases o estadios en la Iglesia. Está ahí uno


de los «axiomas» o «tesis» mayores de su Eclesiología. La distinción
ahonda en el misterio comprensivamente, por un lado; por otro,
le sirve para no confundir sus estructuras «pasajeras» con sus estruc-
turas eternas.
Dios, «artífice» de la misteriosa realidad eclesial, concibió los
«planes» ab aeterno y «preordenó el modo y el tiempo de llevar a su
última perfección su gran obra. Concebido el plano, Dios dijo una
palabra, y esa palabra es la edificación de su Iglesia en el curso de
los siglos bajo el mismo orden que fue preordenada por la eterna
Sabiduría. Consumados los siglos aparecerá en la eternidad a parte
post la ciudad Santa en su ser perfecto, quedando lleno, perfecto y
acabado el plan bajo el que fue delineada. Bajo estos tres puntos de
vista, en todas las figuras que lo permitan, describiremos la Iglesia
de Dios» (51).

óO «...ya puede esta Iglesia empeñarse en conservar las formas exteriores


que antes tenía, en a d m i n i s t r a r los mismos sacramentos, en predicar el mismo
Evangelio, y en decir que es católica: todo esto no la aprovecha más que los
licores y b á l s a m o s a la m a n o cortada, que a u n q u e la conservan su exterior,
no la restituyen nunca el principio de vida, que sólo puede venirla de su co-
municación con la cabeza»: Lucha, p. 81.
51 La lylesia, p. 3.
EL p
296 - FRANCISCO PALAU Y LA ECLESIOLOGIA DE SU TIEMPO

El triple punto de vista es, a la par, el punto de partida de su


bosquejo eclesiológico. Tan básico —tan luminoso— que lo repite
inmediatamente: «mirémosla (a la Iglesia) en estos tres períodos:
1.° La suprema Inteligencia la concibe y preordena antes que el
mundo fuera.
2.° Su edificación en el curso de los siglos.
3.° Su perfección, consumados los siglos» (52).
La tercera fase o período equivale, como captamos en seguida,
a la Iglesia celeste; la segunda, a la Iglesia en camino; la primera,
es como una idea divina, eterna, antes de todos los tiempos. «Dios,
siendo una inteligencia de una virtud infinita, nada ha producido en
el curso de los siglos que no haya ordenado en la eternidad. La pri-
mera Inteligencia, allá en la eternidad, a parte ante, como arquitecto
de inmenso poder, fija la forma que ha de tener..., predestina y fija
el modo, el orden, los medios y el cuándo» (53).

d. «Ecclesia de Trinitate»

Ya en Lucha había esculpido, a la luz de la fe, este hondísimo


«axioma»: La Iglesia no es obra de hombres, sino obra ad extra de
la SSma. Trinidad. «Este edificio, como nos enseña la fe —escribe—,
no es fabricado por mano de hombres, sino por la omnipotencia del
Padre, por la infinita sabiduría del Hijo y por la bondad inefable del
Espíritu Santo, dependiendo de la mano de Dios tanto en su ser co-
mo en su conservación» (54).
En La iglesia de Dios, como hemos visto, florece nuevamente la
fundamental, bellísima idea. Con matices que no hay que olvidar y
que, en todo caso, constituyen el cañamazo —fino, consistente— de su
Eclesiología: Concebida y preordenada la Iglesia en la eternidad,
Dios «dice una sola palabra, y el Verbo... ejecuta el plano concebido
en la mente divina con tal puntualidad y exactitud» que nada hay
que «añadir, ni quitar, ni borrar, ni corregir» (55). Las obras de Dios
son perfectas. Son obras de Poder, de Sabiduría, de Amor. Y por ser-

52 Ib., p. 11.
53 Ib., pp. 11-12.
Como la «fuente teológica» de F. Palau es Santo Tomás (ef. F. PALAU,
Catecismo de las virtudes, Barcelona, Torras, 1851, p a s s i m ; Lucha, pp. 173,
citando la Suma, III, P ; y 176, citando con precisión el Scriptum super Senten-
tiis), es muy probable que se inspire, consciente o inconscientemente, en él al
distinguir los «períodos» de la Iglesia; la analogía o coincidencia de fondo es,
de todas maneras, c a b a l ; véase A. OSUNA, La doctrina de los estadios de la
Iglesia en Santo Tomás, «La ciencia tomista» 88, 1961, pp. 77-135 y 215-266.
54 Lucha, p. 142.
55 La Iglesia, p. 12.
ALVARO HUERGA 297

lo así, subrayará con trazo fuerte la finalidad salvífica del misterio


eclesial: «omnia propter electos» -Todo para el bien de la Iglesia»
(56).
El concepto trinitario de la Iglesia lo hallamos también en Mis
Relaciones. Da gusto espigar allí, en la frondosidad del estilo típico
de esa obra, frases tan bien acuñadas, literaria y teológicamente, co-
mo éstas: «El Padre es el principio de donde procede (la Iglesia).
El hijo es su Cabeza. El Espíritu Santo es el alma que la vivifica. La
Trinidad ha impreso en ella su imagen» (57). «Creo que en tí el amor
es el Espíritu Santo..., derramándose por todos los miembros de tu
cuerpo... No tienes alma como nosotros, pero tienes espíritu y éste
es el Espíritu Santo, Tercera persona de la Trinidad, que te da vida,
movimiento, virtud, gracia y gloria. Eres una inteligencia, y ésta es-
tá en tu Cabeza, que es Cristo, Hijo de Dios vivo y hombre hijo de
María Virgen. Y con el Espíritu Santo [y con el Hijo] está el Padre,
como principio de donde proceden los dos; en tí, contigo y por tí
obra Dios trino y uno, y fuera de tí no hay salvación» (58). «Siendo
Dios y los prójimos, esto es, la Iglesia Santa, la imagen viva y aca-
bada de Dios Trino y uno». «Siendo la Iglesia santa obra ad extra
de la Santísima Trinidad» (59).
Ecclesia, pues, de Trinitate.

e. Historicidad de la Iglesia

En su segundo período o estadio, la Iglesia es historia sagrada,


historia de salvación. San Agustín esbozó, como método catequético,
un cuadro eclesiológico en este sentido (60). F. Palau en su Lucha
—que es una «catequesis» de luz y aliento teresiano para la Iglesia
española en una de sus peores encrucijadas históricas— insiste tam-
bién en esa línea estimulante. «Si se abren los libros sagrados, dice,
se encuentra en ellos estampada esta verdad tan consoladora: cuan-
do el pueblo escogido se ha visto azotado por la mano de Dios, y ha
hecho rogativas y ha clamado al cielo, ha sido siempre oído y le ha

56 Cf. ib. y p. 53 («no h a y que d u d a r l o : otnnia propter electos»).


57 Reí. II, 160.
58 Reí II, 292. «El Espíritu Santo es el que unifica la Iglesia, el que
coaduna todos sus miembros para que no formen más que un solo cuerpo, es
el que con gemidos inenarrables pide en el corazón de sus hijos por todas sus
necesidades»: Lucha, p. 289.
59 Reí. II, 299 y La Iglesia de Dios, p. 26, respectivamente.
60 Cf. T. APARICIO, La catequesis pastoral en el «De catechizundis rudibus»,
[de S. Agustín], «Estudio agustiniano» 7, 1972, pp. 105-127.
298 EL P. FRANCISCO PALAU Y LA ECLESIOLOGIA DE SU TIEMPO

vuelto Dios en gracia» (61). F. Palau no se contenta con la afirma-


ción del principio general, sino que va describiendo los episodios de
la historia sagrada que juzga de más ejemplar relieve: en el éxodo y
camino por el desierto, en la época de los Patriarcas, en el reinado
de Salomón, en Nínive, etc. (62).
El «pueblo de Dios» es la Iglesia del Viejo Testamento. Los mo-
tivos —la historicidad— se repiten en la Iglesia neotestamentaria,
continuación y perfección de la antigua por el misterio de la Encar-
nación del Verbo, que es el fundador de un pueblo universal, de una
Iglesia católica, de una Iglesia llena de su gracia y de su verdad (63).
«Todo este mundo material» con sus estrellas y planetas es «la
matriz donde, con respecto al hombre y a la mujer, fue encerrada
la Iglesia al tiempo fijado para su santificación y, terminado este
tiempo, sale ésta a la luz, respira y goza en un nuevo cielo y nuevo
país [cf. Apoc. 21,1] el aire de vida eterna e imperecedera» ( 4).
Palau ve la historicidad de la Iglesia en estrecha analogía con
la historicidad de la Encarnación: «Por esta unión hipostática, el Hi-
jo de Dios unió a sí con vínculos indisolubles la naturaleza humana
y ésta en Cristo fue constituida cabeza de toda la Iglesia» (65). Por
esto no comparte Palau la opinión «de algunos» que ponen el sol
material como centro del universo; prefiere remontarse a una visión
en profundidad, a una visión cristológica-eclesiológica del cosmos
y de sus moradores —historia sagrada— y poner el centro «en la hu-
manidad de Jesucristo y el cuerpo de su Esposa la Iglesia, por la
que ha sido todo criado y a cuya gloria servirán las criaturas todas.
Nuestra imaginación débil forma sus figuras según lo que ve, y estas
grandes verdades, que la fe católica le descubre, son las únicas me-
didas que tenemos» (66). En breves palabras: la historia humana
es, para F. Palau, historia sagrada. Historia de salvación.

61 Lucha, p. 147.
62 Cf. ib., pp. 148-151.
(!3 Cf. La Iglesia, pp. 19-20 «En los cimientos de la Iglesia [...] están re-
presentados no sólo los doce apóstoles [...] sino todos cuantos, ya sean hom-
bres ya mujeres, en el curso de los siglos han sotenido la Iglesia Santa; tales
son en el A. T. los grandes patriarcas [...], los grandes profetas [...]. En el
N. T., los grandes misioneros enviados al m u n d o para renovarlo, tales como el
Gran Bautista [...], Santo Domingo, Santo Tomás de Aquino, San Vicente Ke-
rrer [...] y entre las mujeres [...] Santa Catalina de Siena, Santa Teresa de
J e s ú s » : Ib. pp. 21-22.
64 Ib., pp. 55-56.
65 Reí. II, 176.
66 La Iglesia, p. 56.
ALVARO HUERGA 299

f. Cristo-Iglesia.
Fácilmente se comprenderá la importancia del «axioma» Cris-
to-Iglesia en esa perspectiva en que F. Palau se ha instalado. Con
enérgicos y reiterativos trazos describe:
1.—El entronque vital Cabeza-Cuerpo Místico: «Donde está
Cristo está su Iglesia, porque no puede concebirse vivo un cuerpo se-
parado de su cabeza, ni una cabeza separada de su cuerpo» (67); «La
Iglesia está en Cristo y Cristo en su Iglesia, siendo los dos una misma
cosa» (68); «Ya no me es posible ver y contemplar al Hijo de Dios
bajo otra figura, noción o idea que como cabeza unida... al cuerpo
santo de la Iglesia. Por lo mismo, mirando la cabeza, veo en ella a
todo el cuerpo y su cuerpo y cabeza son una sola entidad y realidad,
que es la Iglesia» (69);

2.—La solidaridad: «Los prójimos, bajo Cristo su Cabeza, uni-


dos entre sí por amor, son la Iglesia» (70); «repetiremos en el curso
de esta obra muchas veces esta grande verdad: Cristo Dios y nues-
tros prójimos... Cristo con los prójimos constituye un solo cuerpo,
una sola ciudad, un reino, una grey; y ese cuerpo moral, ese reino,
esa sociedad es la Iglesia santa» (71);
3.—Cristo, fundamento principal: «Sobre Cristo y sus sublimes
atributos y perfecciones está fundada la Iglesia santa» (72). Y más
explícitamente: «Si la Iglesia es un cuerpo moral, Jesucristo es la
cabeza; si una república perfecta, Cristo es su rey y señor; y si una
ciudad, él es la piedra suma, angular, fundamental, sobre la que des-
cansa y se apoya la ciudad y sus fundamentos». La glosa explicativa
es muy bella y vamos a seguir copiándola: «Esta es la piedra que vio
en sueños Nabucodonosor, cortada sin mano alguna del monte, la
que, cayendo sobre todos los reinos e imperios que no estaban fun-
dados en ella, los destruyó y, creciendo, se transformó en un monte
tan grande que llenó toda la tierra (Dan 3). Esta es la piedra que vio
el Profeta Zacarías (Zac 3), que tenía siete ojos, cuya escultura es-
taba grabada por mano del mismo Dios. Esta fue la piedra que Moi-

67 Reí. II, 38.


68 La Iglesia, p. 4. Cristo/Iglesia: «los dos somos una sola u n i d a d » : Reí.
II, 133.
(¡9 Reí. II, 56.
70 Reí. II, 37.
71 La Iglesia, p. 19.
72 Ib., p. 11.
300 EL P- FRANCISCO PALAU Y LA ECLESIOLOGIA DE SU TIEMPO

sés hirió con su vara, saliendo de ella las aguas que el pueblo pedía
para apagar su sed.
Esta piedra figura la humanidad de N. S. J. C... Encierra todas
las gracias, todos los dones, todas las virtudes con tal plenitud, que
vale ella sola más que todo cuanto hay fundado encima... Tal es Je-
su-Cristo en calidad de fundamento de su Iglesia... No sólo la Iglesia
triunfante, sino también la militante está edificada sobre esta inmen-
sa piedra; pues que no hay más que una sola Iglesia, y los del cielo,
los de la tierra y los de debajo de la tierra que están unidos a Cristo,
todos están construidos sobre este mismo fundamento. Cristo es el
que los contiene, los defiende y ampara; él da en el cielo la gloria
a los bienaventurados, en la tierra la gracia, las virtudes y los dones
a los justos, y la esperanza a las almas que purgan en el fuego del
purgatorio sus defectos. Los Apóstoles, y cuantos con Cristo, y en
nombre de Cristo sostienen la Iglesia santa, todos reciben de él la au-
toridad, el poder, la virtud y la doctrina de la verdad» (73);

4.—La piedra vicaria: la última frase de la cita que acabamos


de transcribir está indicando otro aspecto —otro «axioma»— de la
Eclesiología de F. Palau. Sobre Cristo, piedra angular de la Iglesia,
pone él los «fundamentos» instrumentales que sirven a la arquitec-
tura dinámica de la Iglesia. Son piedras sobre Piedra. «Los Patriar-
cas, los Profetas, los Apóstoles y todos cuantos en la tierra edificaron,
sostuvieron y defendieron la Iglesia santa con sus doctrinas, con su
autoridad, con los buenos ejemplos de las virtudes cristianas, figuran
como fundamentos sobre la piedra suma, y no sólo es Cristo funda-
mento de los fundamentos, sino de todos los que se han salvado y se
han de salvar» (74);

5.—Los fundamentos ministeriales: F. Palau dedica un capítulo


especial a los «"doce" fundamentos», es decir, a los Apóstoles, pues
«son una de las partes integrales... de la Iglesia» (75). Como cabía
esperar, dedica también otro a «uno de los doce fundamentos»: San
Pedro, porque «Pedro, y con Pedro el Pontífice de Roma», es roca
firme (76): «cuando habla el Papa como tal, habla la Iglesia, porque

73 Ib., pp. 19-20.


74 Ib., p. 19.
75 //;., p. 21. «Cristo con ellos es el fundamento» de la Iglesia celeste...
«y los doce con El son los que m a n t u v i e r o n en la tierra la Iglesia m i l i t a n t e » :
Ib., p. 18.
76 Ib., p. 24; cf. ib. pp. 31-32.
«Pedro [es] la piedra fundamental de la Iglesia S a n t a : Ib., p. 23. «Son
los apóstoles los fundadores de la Iglesia»: Ib., p. 26.
ALVARO HUERGA 301

habla como cabeza de su cuerpo y el Pontífice con Cristo son una


sola cabeza» (77). La «sumisión» al Papa —dice en el prólogo-ofer-
torio de La Iglesia de Dios— es «un testimonio público, inequívoco
de nuestra fe y amor» al Papa y a la Iglesia. El libro trata materias
difíciles y «la pluma, cuando toca el dogma y la moral», necesita
la dirección del Magisterio y se somete, con devoción, a la «censura
infalible» del Vicario de Cristo (78), «cabeza visible» de la Igle-
sia (79).
Volveremos más abajo a referirnos a la actitud filial de F. Palau
respecto al Papa, pieza clave de la Iglesia que vive y peregrina en el
tiempo y en el espacio.

g. En camino hacia la Iglesia celeste

El período o fase espacio-temporal de la Iglesia es drama y gozo.


F. Palau, que vio y vivió una época extremadamente difícil, no pier-
de nunca de vista la vena caudal que la nutre, el sacrificio que la
purifica, la esperanza del triunfo final. Las estructuras visibles o ex-
ternas dan la sensación de amenazar ruina, cuando el vendaval des-
atado de sus «enemigos» la sacude. Su mirar la Iglesia por dentro le
asegura que sus raíces son vitales, que su fundamento y sus funda-
mentos no cederán jamás. «Para que los pecados de cada nación, pue-
blo o individuo no impidan la aplicación de los frutos de la Pasión
del Redentor y para que estos frutos quedaran siempre frescos, vivos
y vivificantes, instituyó el tremendo sacrificio del altar» (80). «Cristo
está en el altar no sólo como individuo particular, sino como cabeza
de la Iglesia» (81). «Los bautizados, aunque unidos a Cristo por el
bautismo, al comulgar se incorporan a su cabeza sacramentalmente
en fe, esperanza y amor» (82). Las afirmaciones son también «axio-
mas» o principios mayores de su Eclesiología. La Iglesia vive la vida
de Cristo mediante los sacramentos, sobre todo mediante la Eucaris-
tía ; la Iglesia vive en fe, esperanza y amor.
Vive en lucha y camino hacia la «tierra nueva y el cielo nuevo».
F. Palau, como ya nos consta suficientemente, gusta instalarse en la
perspectiva optimista del Apocalipsis y no se cansa de traer a cola-
ción sus versículos. Su Eclesiología rezuma, por tanto, interioridad,

77 Reí. II, 58.


78 La Iglesia, p. VIII.
79 Reí. II, 91.
80 Lucha, p. 177.
81 Reí. II, 34.
82 Reí. II, 177; cf. ib., II, 174 s.
302 EL P. FRANCISCO PALAU Y LA ECLESIOLOGIA DE SU TIEMPO

esplendorosos panoramas, cánticos, perfumes, brisas, prisas (83). «Ya


que durante esta vida caduca hemos sido peregrinos y no hemos
tenido punto alguno fijo, porque nuestras miserias nos han sacado
de todas partes, es justo tengamos allí, ya miremos al ciudadano en
individuo, ya consideremos en cuerpo de nación la Iglesia toda, un
punto fijo, un sitio estable» (84). Al escribir esto diríase que reme-
mora su vida zarandeada por exilios y cárceles. Pero en lo que real-
mente piensa es en el término final del viaje: viaje popio, como aca-
ba de confesar, y viaje de la Iglesia peregrina que, en este mundo,
«continuará creciendo hasta llegar a su perfecta edad, esto es, a su
última perfección» (85). La nostalgia de la Iglesia celeste lo invade,
en medio del dolor y de la zozobra de su humano existir. Es uno de los
motivos dominantes de su Eclesiología. «Mira, hombre mortal, mira
desde este tu destierro la ciudad santa, término de tu viaje» (86).
«A la tarde te examinarán en el amor» (87). San Juan de la
Cruz había condensado en este «dicho de luz» sus noches, sus cánti-
cos y sus llamas. F. Palau, que ha rumiado calladamente la mística
sanjuanista, saborea el jugo quintaesenciado en la frase al proyectar
su visión eclesiológica a la escatología, al más allá, a las realidades
últimas. Si la Iglesia va de camino hacia un «nuevo cielo», estimu-
lada por el amor y sostenida por el sacrificio eucarístico, que es sa-
crificio de amor, la gloria final se dará en proporción a la caridad.

83 «En el orden está la belleza, y el orden se funda en el más, en el me-


nos y en la igualdad»: Ka Iglesia, p. 15; «nos reuniremos... para c a n t a r en gran
Orfeón las a l a b a n z a s del Señor»: Ib., p. 44; «(.Tendremos allí música? Claro
está que si... El cántico será siempre nuevo»: Ib., p. 47. «¿Nuestro olfato ten-
drá también sus goces? Sí; los tendrá, como todos los sentidos, de una manera
t a n perfecta y pura cual pueda imaginarse... y a más no creemos incurrir en
error alguno afirmando que el rio de aguas de vida procedente de la silla del
Cordero conserve siempre en su lozanía flores inmarchitas... En apoyo de esta
nuestra opinión copiamos de Tirirú lo siguiente»: Ib, p. 40.
84 //;., p. 53.
85 Reí. II, 178
86 La ¡ulesia, p. 13. «Somos sobre la tierra viandantes, y nos dirigimos a
la Ciudad santa que estamos describiendo. Antes de llegar, ya vemos entre
enigmas, sombras y misterios la gloria que esperamos»: Ib., p. 33. «Allí vere-
mos de un golpe de vista el objeto de nuestro amor, que es Dios y los prójimos
constituyendo en Jesucristo-Cabeza una sola cosa, que es su Iglesia...; vere-
mos la Iglesia triunfante glorificada...; la veremos allí en todo su orden, en su
ser perfecto...; comprenderemos entonces lo que significa esta l e y : amarás a
utos... u a tus prójimos como a ti mismo; allí veremos que la Iglesia, esto es,
Cnisto formando cuerpo moral con los escogidos, es el término y objeto de
nuestra dicha verdadera; allí conocerá el hijo a esta su tierna Madre y Virgen
P u r í s i m a ; allí el a m a n t e se sentirá reposar en el pecho y en los brazos de
esta Esposa siempre fiel; en ella verá una belleza indefinible e indescriptible...
La Beatísima Trinidad nos descubrirá sin velos la Iglesia s a n t a » : Ib., p. 44.
87 S. JUAN DE LA CHUZ, Dichos de luz u amor. 56: Obras, Madrid, BAC, 1964,
p. 963.
ALVARO HUERGA 303

Relaciona, pues, bienaventuranza y caridad. Hay, escribe, un princi-


pio general en el que los bienaventuprados son iguales: en «ver y
gozar de Dios». Esta «gloria esencial» es «el galardón de la caridad»
(88). Luego explanará, como es usual en él, el principio: «Los grados
de gloria... están en relación con las gracias y dones, mediante los que
adquieren», los incoporados a Cristo en la Iglesia, la plenitud cris-
tiana: corresponden a «los grados de perfección de caridad que ad-
quieren en la tierra». «Veamos —-añade inmediatamente— los gra-
dos de perfección que tiene la caridad en la Iglesia militante, y por
aquí conoceremos los de gloria en el cielo». Escribe Caridad, así, con
mayúscula; y va bordando el parangón o correlación con pulso teo-
lógico, con pulso enamorado: «La Caridad excluye todo pecado... La
Caridad arranca del corazón, mediante el ejercicio de las virtudes
morales, los malos hábitos producidos por los vicios opuestos... La
Caridad purga el corazón humano de todas las afecciones terrestres...
La Caridad, auxiliada de la Fe y de la Esperanza, une nuestros cora-
zón con Dios en puro amor... La Caridad en la tierra... dispone y
prepara todas» las fuerzas físicas y morales del cristiano «para que
sin retardo pueda volar a Dios». La Caridad... «pone en orden todas
sus compañeras —Fe, Esperanza, Prudencia, Justicia, Fortaleza y
Templanza—... La Caridad destruye en el corazón humano el egoís-
mo espiritual», ordenándolo todo «al bien de los prójimos», «al bien
de la Iglesia»... «La Caridad, por fin, dispuestas todas las fuerzas
del hombre, y ordenadas a la gloria de Dios y de los prójimos, ele-
vándole sobre sí mismo, le pone en posesión de amor con el objeto
amado..., que es Dios y los prójimos, y siendo estos dos objetos uno
sólo en la Iglesia, le une con ésta en fe, esperanza y amor, y este ma-
trimonio espiritual entre la Iglesia y su amante es... el sacramento
grande y admirable» (89).
Resumiendo: «La Iglesia santa triunfante es el fin, a cuya gloria
son criadas todas las cosas y el universo entero» (90).
La Iglesia terrestre, «imagen viva de Dios», va camino de este
triunfo celeste.

h. La Virgen, tipo de la Iglesia


Sin forzar el esquema de la Eclesiología de F. Palau —y menos
aún su pensamiento— vamos a poner brevemente en escorzo un úl-

88 IM Iglesia, p. 37.
89 Ib., 39-41.
90 Ib., p. 55.
304 EL P. FRANCISCO PALAU Y LA ECLESIOLOGIA DE SU TIEMPO

timo «axioma» que, sin duda, le calaba en el alma y le florecía en los


ojos: La Santísima Virgen es el tipo de la Iglesia.
Un buen número de sus reflexiones eclesiológicas confluyen en
la gozosa afirmación. F. Palau, apocalíptico también aquí y en el más
jubiloso de los sentidos, se figura «la Iglesia bajo la especie de una
Mujer» (91). Algunas veces la llama «Hija predilecta» de Dios, «Es-
posa de su Hijo» (92). Por supuesto, una «Mujer» bellísima (93), que
reúne en sí las prerrogativas de la virginidad y maternidad. Es pre-
cisamente la relación virginidad-maternidad —«virgen purísima y
madre fecundísima» (94)— la que le permite inducir, con espontánea
coherencia eclesiológica, que María, la Madre de Jesús, es el tipo o
modelo de la Iglesia. «Yo soy una figura acabada y perfecta de tu
amada la Iglesia santa, y en mí verás la virginidad y la maternidad
de la Iglesia» (95).
En Mis Relaciones hallamos a cada paso el «axioma» María, tipo
de la Iglesia. Casi siempre hablando María en primera persona: «pa-
ra que la virginidad y la maternidad... de la Esposa de mi Hijo, la
Iglesia Santa, tuviera un tipo perfecto y acabado en la concepción
humana..., la eterna Paternidad me escogió a mí» (96). Cuando Pa-
lau habla por cuenta propia —en realidad, siempre—, tampoco se
cansa de repetir lo mismo. Con filial machaconería: «María es... tipo
de la Iglesia, su figura, su representación»; y, además, «una media-
nera» (97). «No es la Iglesia...: es su tipo» (98). «Es el tipo más aca-
bado para representar la Iglesia» (99). Un tipo «único» (100). Virgi-
nal. Materno.

4. Las «.figuras-»
Si recuerda el lector, F. Palau prometía «definir» la Iglesia a ba-
se de axiomas o proposiciones y a base de figuras. Siguiendo aquel
proyecto de Quidditas Ecclesiae —en parte inconcluso, en todo per-
dido—, intentaremos ver ahora, rápidamente, lo que dice de las figu-
ras. Ya hemos visto, al agavillar y analizar los axiomas o proposicio-
nes, cómo destaca la figura-tipo, es decir, la Virgen María.

91 Ib., p. 42.
92 Ib., p. 55.
93 «Su indescriptible belleza»: Ib., p. 4 ; «belleza indefinible»: Ib., p. 44.
94 Ib., p. 4. Cf. Reí., II, tíO.
95 Reí., II, 145.
96 Reí., II, 7.
97 Reí., II 21.
98 Reí., II, 25.
99 Reí., II, 31.
100 Reí., II, 2 3 : «es el único tipo, la única figura que... representa la Igle-
sia».
ALVARO HUERGA 305

El libro cuarto de la vasta obra Sobre la esencia de la iglesia


anunciaba que su tema iba a ser precisamente la figura de la Iglesia
bajo forma de mujer (101). No hay duda de que esa mujer es la San-
tísima Virgen. En el libro segundo las figuras eran la «Ciudad San-
ta» y la «Casa de Dios». El epígrafe general de la obra prometía tam-
bién «definir» la Iglesia a través de la metáfora de la «ciudad» y del
«cuerpo natural».
De hecho, las figuras que representan a la Iglesia son, en los es-
critos de F. Palau, muy numerosas; por lo común, provienen de la
cantera bíblica. Las más usadas son, pues, la de ciudad (que es el
motivo dominante en La Iglesia de Dios), reino, cuerpo, congregación,
etc. (102). Alguna que otra vez usa las «figuras» de jardín y viña
(103). La más intensa, sin embargo, es la de cuerpo moral o cuerpo
místico. Cuerpo moral y cuerpo místico son expresiones o figuras
equivalente para F. Palau (104). Con frecuencia acaballa varias fi-
guras. Una sola no agota ni basta para «definir» el misterio de la
Iglesia.
En verdad, así es, ya que se trata de un misterio que, por serlo,
es indefinible. Lo que el eclesiólogo, inspirándose en los Libros Sa-
grados y alumbrado por la fe, columbra, no son más que «sombras»,
imágenes, figuras: la realidad viva y vivificante se esconde detrás
de los símbolos (105).
«Yo soy una realidad, tengo cabeza y miembros que cons-
tituyen mi cuerpo; mi cuerpo tiene una perfecta armonía..., es
ágil, bien proporcionado, infinitamente bello, en perfecta sa-

101 Cf. supra, n. 30.


102 La Iglesia es la «congregación de todos los santos, unidos a Cristo su
cabeza»: Reí. II, 33.
«La Iglesia... es un cuerpo moral perfecto, visible...»: La Iglesia, p. 52.
«Donde Jesucristo tiene la ciudad, allí debe tener su trono y su Reino, porque
Cristo y la Iglesia son un solo cuerpo. Donde está Cristo, está la Iglesia; donde
está la Iglesia, está Cristo»: La Iglesia, p. 47. La figura del reino para designar
la Iglesia es la que prevalece en los Sinópticos, de modo especial en las lla-
madas parábolas del Reino.
Los teólogos medievales explicaron por qué el régimen eclesiástico es «mo-
n á r q u i c o » : «así como sólo h a y una Iglesia, así h a y también un solo pueblo
cristiano... El mejor régimen de la muchedumbre es el monárquico, como se
ve si consideramos el fin, que es la p a z ; pues la paz y la unidad de los sub-
ditos es el fin del gobernante». Por analogía y p o r divina institución, también
en la Iglesia hay un principio de unidad y gobierno, que es el P a p a : SANTO
TOMAS DE AQUINO: Summa contra gentiles, IV, 76. Tanto el Vaticano I como el
Vaticano II, sobre todo el primero, h a n enseñado q u e la Iglesia es una «mo-
narquía» : Cf. A. HUEHGA, Doctrina de los Concilios Vaticanos sobre la estructu-
ra monárquico-jerárquica de la Iglesia, «Communio» 3, 1970, pp. 357-386.
103 Cf. La Iglesia, p. 4.
104 Cf. La Iglesia, p. 56; Reí. II, 263; Lucha, p .
105 Cf. La Iglesia, pp. 4, 17, 45, 47 y 56.

20
306 EL P. FRANCISCO PALAU Y LA ECLESlOLOGIA DE SU TIEMPO

lud; en mí no cabe enfermedad alguna, soy siempre joven, sin


tacha ni arruga y con el tiempo no envejezco» (106).
Es la Iglesia espiritual, por cuyas venas corre la gracia —la san-
gre— de Cristo.

V. E N EL VATICANO I

1. Los problemas de la Iglesia

El siglo XIX acarreó a la Iglesia problemas muy graves, situa-


ciones muy críticas. En el orden temporal, la pérdida de los estados
pontificios determinó la marcha de Pío IX a Gaeta (107) y en algu-
nas diócesis españolas se recogieron firmas y fondos para ofrecerle al
Papa un refugio (108). En el orden doctrinal, la marea de las novísi-
mas ideas cernió su amenaza incesante. En las antiguas naciones ca-
tólicas sucedía, en mayor o menor intensidad, lo que F. Palau dice
de España: «Así en España se halla la navecilla de Pedro tan agi-
tada por la furia de los vientos de las falsas doctrinas, y por las olas
de todas las pasiones humanas, que las aguas han entrado ya en ella
y ponen a todos los fieles en inminente peligro de hundirse en el cis-
ma» (109).
La pérdida de los estados pontificios fue una liberación, una ga-
nancia espiritual. Pío IX, reducido a un espacio vital mínimo, pro-
mulgó el 8 de diciembre 1864 la encíclica Quanta cura y el famoso
Syllabus o «colección de los errores modernos» (110). El Syllabus
produjo un impacto tremendo, de signo diverso, en los católicos fer-
vientes y en los librepensadores a la moda. Estos se rasgaron las
vestiduras, clamaron, vociferaron. El Papa, agudizada la responsabi-
lidad de la misión y seguro de las fuerzas sobrenaturales que le asis-
tían en el ejercicio de su oficio, no se contentó con el Syllabus: pensó
convocar un Concilio para deliberar y «definir» con los obispos de la
Iglesia universal sobre temas dogmático-morales-pastorales y para

106 Reí. II, 281.


107 Cf. R. AUBERT, Le pontificat de Pie IX, en : A. F L I C H E - V . MARTIN, Hisloire
de VEglise, t. 21, P a r i s , 1962, pp. 270-285; P . DROULERS-G. MARTINA-P. TUFARI, La
vita religiosa a Roma intorno al 1870 (Miscellanea Historiae Pontificae, 31), Ro-
ma, 1971; c / r . de F . GALLóN, en «Pío IX. Studi e ricerche sulla vita della Chiesa
dal Settecento a d oggi», 1, 1972, 1, p p . 176-181.
108 En la diócesis de Orihuela, por ejemplo, se promovió u n a cálida campa-
ña de recolección de firmas en 1867 con esa intención: ASV., Arch. Nunz. Madrid,
secc. 14, 379, t i t . 3 (C).
109 Lucha, p . 27.
110 Cf. Denz. 1688-1780.
ALVARO HUERGA 307

hacer frente a la marea deseclesializadora del siglo. Las cuestiones


de mayor urgencia han sido elencadas así: 1) los nuevos tiempos re-
queran una nueva conciencia de la Iglesia, despojada de su poder
temporal, pero recrecido su poder espiritual, su autoridad, su uni-
versalismo ; 2) los nuevos tiempos habían creado tensiones conflicti-
vas entre las estructuras temporales de la Iglesia y las estructuras de
las naciones civiles; 3) en el panorama de la cultura estaban infil-
trándose, por herencia del racionalismo, corrientes laicas; 4) como
consecuencia, la teología, en situación efervescente, tomaba un sesgo
inquietante a la vez que intentaba asimilar lo que de bueno y válido
el progreso científico o filosófico le brindaba; 5) en fin, era urgente
una adaptación de los métodos pastorales para responder a las nece-
sidades del nuevo contexto socio-religioso de los fieles (111).
Apenas se difundieron los rumores de que el Papa preparaba
un Concilio, cundió la alarma. Sin duda F. Palau oyó las salvas de las
Cortes Constituyentes españolas. Salvas disparadas al aire.

2, Salvas en las Cortes Constituyentes

En el mundo socio-religioso que vivió F. Palau —y no de pasivo


espectador— la convocación del Concilio Vaticano provocó dos acti-
tudes radicalmente opuestas: por un lado, el pueblo fiel y la jerar-
quía, es decir, la Iglesia española, alborozada de contento; por otro,
el gobierno, alarmado y a la escucha, vociferante y amenazante.
Los historiadores del Vaticano I han recogido una sintomática
documentación de lo que se dijo en las Cortes Constituyentes de Ma-
drid a propósito del Concilio. ¡Cuánta oratoria de salón! ¡Cuánta ver-
borrea! Los discursos, a la luz de su fuego fatuo e infatuado, nos
permiten entrever —-entrever y sonreír— lo que los señores diputa-
dos en Cortes Constituyentes pensaban del Concilio, sus «liberales»
preocupaciones y su gregarismo.
El 5 de mayo de 1869 pidió la palabra Salustiano Olózaga. Enfáti-
camente exordio: «Hablaba el señor Castelar del Concilio que debe
celebrarse en este año... Yo que deseo la unidad católica de España,
cuando la unidad católica sea libre..., cuando todos tengan igual li-
bertad para ejercer la religión que profesan..., yo, que doy grande
importancia a ese Concilio, yo..., yo no sé aún si se verificará, por-
que a mí me ocurre una duda muy grande: ¿ese Concilio tendrá sus
sesiones con la protección de unas tropas extranjeras?... Pero, doy

111 Cf. J. M. GOMEZ-HERAS, Temas dogmáticos del Concilio Vaticano I, Vic-


toriensia 3, I, Vitoria, 1971, pp. 4-15.
308 EL P. FRANCISCO PALAU Y LA KCLESIOLOGIA DE SU TIEMPO

por supuesto que se reúna, por amor a la paz de la Iglesia, por amor
a la paz religiosa de España, deseo mucho que ese Concilio no venga
a aprobar, a sancionar, a ratificar las declaraciones del famoso Sylla-
bus, que hace incompatibles las doctrinas de la Iglesia con la civili-
zación moderna». Si eso aconteciera, sigue perorando el señor Salus-
tiano, «la España liberal» se unirá a la «liga de los pueblos contra
la Iglesia que pretendiera avasallarlos» (112).
El 23 de octubre del mismo año y en el mismo salón, pidió la
palabra el señor Carrascón: «¿Tiene el Sr. Ministro de Estado cono-
cimiento oficial del Concilio que debe celebrarse en Roma en 8 de
diciembre de este año? ¿Tiene conocimiento de las inquietudes a que
las resoluciones de esa próxima asamblea dan lugar, no ya entre los
hombres pensadores de las Academias, sino entre los gobiernos?
¿Cuál sería la actitud del gobierno de la nación española en el caso,
posible, de que en esa asamblea se atacasen los principios constitu-
cionales, a los que la nación recientemente se ha adherido?» Tras una
arenga del Presidente de las Cortes, tomó la palabra el Presidente
del Consejo de Ministros. Y dijo, entre otras cosas: «Puede tener se-
guridad el Sr. Carrascón, como las Cortes Constituyentes y el país,
que si en ese Concilio... se tomaran resoluciones que fueran contra-
rias al espíritu de progreso y de libertad que han establecido las
Cortes Constituyentes, sería como si tales resoluciones, como si tales
acuerdos no se hubieran tomado para la nación española». Así habló
Prim. Y sonaron los aplausos y los «¡muy bien, muy bien!» (113).
El 7 de diciembre volvió el Sr. Carrascón a intervenir: «Hace
algunos días tuve el honor de interrogar al gobierno... acerca ...de
su opinión sobre el próximo Concilio Ecuménico y las decisiones que
allí pudieran tomarse y pudiesen afectar a España. El Sr. Conde de
Reus tuvo la bondad de contestar de una manera muy precisa, muy
categórica y de un modo que honraban su liberalismo; pero el Con-
cilio está ya muy próximo, se reúne mañana». Alude, a continuación,
a las inquietudes que ha despertado en Francia y aun en Italia, e in-
quiere si «la manera de ver del gobierno español ha sido hecha cono-
cer en Roma». El Sr. Cristino Martos pidió entonces la palabra, pues
la pregunta del Sr. Carrascón le instaba a «declarar solemnemente
cuál es la actitud del gobierno español». ¿En qué consistía esa acti-
tud? Ante todo, el gobierno de Baviera opinaba que «no parece ur-

112 Pueden verse los discursos e n : E. CECCONI, Storia del Concilio Ecuménico
Vaticano scritta sui documenti originali, I I / 2 , Roma, Tipografía Vaticana, 1878,
pp. [665]-[684], doc. CXCVII-CC; y en Coll. Lac, 1239-1248; el texto citado:
CECCONI, p p . [665]-[666].
113 Ib. [667]-[669].
ALVARO HUERGA 309

gente ni necesaria la definición de ningún dogma»; el Príncipe de


Hohenlohe ha enviado al Sr. Cristino, amén de a otros Ministros eu-
ropeos, un despacho; la actitud del gobierno español es la que dicta
el Sr. de Hohenlohe, traducida al romance: Pío IX ha procedido
con «poder absoluto», sin pedir la colaboración de las potestades
temporales, como era costumbre en los pasados Concilios, y sin escu-
char al «parlamento... del elemento liberal» de la Iglesia, represen-
tado por los obispos alemanes reunidos en Fulda o por el gran «Du-
panloup». Además, al Sr. Cristino le preocupa la especie de secreto
y de misterio en que las Congregaciones de la Curia Romana envol-
vieron los trabajos preparativos del Concilio. Y, sobre todo, «la po-
sibilidad de la definición del dogma de la infalibilidad personal del
Santo Padre» y la «consagración a dogma de fe de las declaraciones
contenidas en el Syllabus, es decir, por medio de la condenación de
todas las conquistas que hacen la grandeza, el poder, la felicidad, la
gloria de la civilización moderna». Teme que la Iglesia acometa la
«invasión del dominio de los poderes temporales» y se ponga «en
lucha con todas las ideas del progreso y libertad». Teme, en fin, que
el Concilio provoque «un cisma pavoroso» en la Iglesia y que, bajo el
aspecto civil y político, el «oscurantismo de los ultramontanos» ace-
lere la separación Estado/Iglesia, iniciándola ésta. Y, en fin, espera
que, «promovido el Concilio tal vez con el propósito de declarar in-
compatible el catolicismo con la moderna civilización, acabe por ha-
cer declaraciones que hagan por mucho tiempo compatible y social,
y compañera y hermana a la Iglesia católica de la civilización y del
progreso».
Subrayó también la «libre presencia de los obispos españoles en
el Concilio», es decir, que «el gobierno de un país liberal ha obrado
liberalmente», autorizando a los obispos a partir para Roma (114).
La insidiosa perorata del Sr. Cristino impacientó a más de un
Diputado. Por ejemplo, a Muzquiz, católico y carlista, que pidió la
palabra e intentó, ya que no una réplica, sí una protesta. A Muzquiz
el discurso del Sr. Cristino le sonó a blasfemia pedante, a monólogo
poco cristiano. «El talante sectario» del gobierno liberal era dema-
siado evidente (115). Hablando por boca propia, pero con ideas aje-
nas, el Sr. Cristino acababa de lanzar una tumultuosa serie de «acu-
saciones» contra el Concilio «legítimamente reunido en Roma», y a
contrapié había «querido convertir el Congreso de Diputados casi en

114 Ib. [670]-[673].


115 Cf. J. M. CUENCA, La desarticulación de la Iglesia española del antiguo
régimen (1833-18Í8), «Hispania sacra» 20, 1967, pp. 33/98.
310 EL P. FRANCISCO PALAU Y LA ECLESIOLOGIA DE SU TIEMPO

un Concilio»... («El señor presidente suena la campanilla»). El Sr.


Cristino sintió la punzante ironía contra su arrogancia y hasta con-
tra sus liberales mentiras, pues Muzquiz le pidió aclarase la situa-
ción del proceso gubernamental al cardenal arzobispo de Santiago,
que no pudo acudir a Roma (116).
Muy liberalmente, respondió que lo tenían «sin cuidado» las
protestas del Sr. Muzquiz. De hecho, el 28 de septiembre de 1869, el
embajador francés en Madrid, Barón Mercier de Lostende, comunica-
ba a su gobierno que el español se adhería a la actitud de Francia
(117); y el 19 de noviembre el Sr. Cristino, Ministro de Estado, cur-
saba despachos al Ministro Plenipotenciario de España en Viena y
Munich, notificándole que el gobierno español estaba de acuerdo con
las sugencias del Príncipe de Hohenlohe (118); y el mismo día firma-
ba otra carta dirigida al Encargado de negocios de España en Roma,
avisándole que «entre los propósitos que, con razón o sin ella, se atri-
buyen de público a los promovedores del Concilio, dos principalmen-
te han alarmado a las potestades temporales: la declaración de la
infalibilidad del Santo Padre, y la sanción de los anatemas fulmina-
dos en el Syllabus contra las ideas de la civilización contemporánea»
(119).
El Sr. Cristino creyó seguramente que había puesto una pica en
Baviera y otra en Roma. Y, por supuesto, que los españoles quedaban
hartos de luz liberal. Hartos estaban y hasta empachados de atrope-
llos de las más elementales libertades religiosas.

3. A Roma por todo

Gregorio XVI (1831-1846) siguió muy de cerca los sufrimientos


de la Iglesia española (120); Pío IX, también. Al acariciar el pro-
116 En E. CKCCONI, 11/2, p. [674]-[677].
117 Véase ib., p. [678].
118 Cf. ib., pp. [679]-[681].
119 Cf. ib., pp. [682]-[684].
120 F. P a l a u lo refleja repetidas veces en Lucha (cf. pp. 44, 46, 334, 350 e t c . ) .
«No bastando ya las lágrimas y gemidos del P a s t o r supremo de la Iglesia, levanta
más alto su voz, convoca la Iglesia toda esparcida en todo el mundo... y por
medio de un solemne jubileo convida a todos los fieles a que levanten sus
manos al Padre de las misericordias y con sus fervorosos ruegos le obliguen a
dar una m i r a d a compasiva sobre la Iglesia de España» : Lucha, pp. 46-47. Alude
ahi y en otros lugares (cf. pp. 45, 153, etc.) a l jubileo que Gregorio XVI pro-
mulgó para pedir por la Iglesia de E s p a ñ a : 22.2.1842. La situación no podía,
pues, ser m á s dramática.
Sobre Gregorio XVI, cf. AA.VV., Gregorio XVI (Miscellanea Historiae Pon-
tificae, 13-14), 2 vol., Roma, 1948; en I, 299-352 hay una colaboración de P. Le-
t u r i a , Gregorio XVI y la emancipación de la América Española.
ALVARO HUERGA 311

yecto del Concilio, consultó a un selecto y representativo grupo de


obispos españoles. Deseaba saber qué temas juzgaban más urgentes.
Las respuestas insistían en la necesidad de condenar los pestilentísi-
mos errores y en poner freno a las extralimitaciones con que la auto-
ridad civil coartaba la vida y la acción eclesiásticas (121). Por lo de-
más, el elenco de «reales órdenes» y «reales decretos» subsiguientes
a la desamortización del judío Mendizábal constituyen un testimonio
irrecusable de la «liberalidad» con que el gobierno español iba talan-
do las propiedades de la Iglesia y suprimiendo los institutos religiosos
(122). F. Palau escribirá, en su exilio, que en España «se persigue
al clero que osa levantar la voz y manifestarse adicto al centro de
la unidad católica, que es el Papa» (123). Lógicamente, los Prelados
españoles, que han sufrido indecibles procesos y destierros, acuden
a Roma por todo. Su actitud va a ser decisiva, de gran calidad teoló-
gica y, por qué no decirlo, de gran pasión hispana. De raza les venía
la garra dialéctica, la sangre caliente y la fe en la Iglesia.

4. Palau, en el Concilio

La vida y la obra de F. Palau patentizan su lucha contra el libe-


ralismo y «pro Ecclesia». Los flamantes liberales están demoliendo
la tradición religiosa nacional: «acaban, dice, de arrancar del suelo
español el árbol de la Religión católica para plantar en su sitio el de
la libertad filosófica, esto es, de ser todo lo que se quiera menos ser
bueno, o el frío y desconsolante jansenismo, o la brutal indiferen-
cia» (124).
En 1843 con Lucha y en 1865 con La Iglesia de Dios evidenció su
temple sacerdotal, su fe y su adhesión al Papa. La Iglesia, repite co-
mo en un estribillo machacón, es «la congregación de los fieles cris-
tianos unidos a Cristo-Cabeza invisible y al Papa-Cabeza visible»
(125). «Infalible la Iglesia en sus juicios, yo apruebo todo cuanto ella
121 Conocemos les «respuestas» de Miguel García, cardenal-arzobispo de San-
tiago (MANSI, 49, 153-154), J u a n Ignacio Moreno, cardenal-arzobispo de Valla-
dolid (MANSI, 49, 157-160), F e r n a n d o de la Fuente, cardenal-arzobispo de Bur-
gos (MANSI, 49, 161-165), Manuel García, O. P „ arzobispo de Zaragoza (MANSI,
49, 172-174), F e r n a n d o Blanco, O. P., obispo de Avila (MANSI, 49, 177-178), y
Anastasio Rodrigo Yusto, obispo de Salamanca (MANSI, 49, 167-170).
El card. de Santiago teme que el gobierno «vete» la asistencia de los obis-
pos al Concilio; a él le ocurrió a s í ; la mayoría, con todo, gozó de libertad y,
de hecho, asistieron cerca de medio centenar.
122 Cf. J. M. CUENCA, art. cit., pp. 45-66.
123 Lucha, p. 80.
124 Ib., p. 125.
125 Reí. II, 91. «La Iglesia es la congregación de todos los ángeles y justos
predestinados p a r a la gloria, unidos en Cristo su cabeza y vivificados por el
312 EL P. FRANCISCO PALAU Y LA ECLESIOLOGIA DE SU TIEMPO

quiere aprobar. Yo anatematizo todo lo que ella tenga a bien anate-


matizar. Yo sujeto a sus juicios y decisiones todos mis escritos, mis
pensamientos, operaciones, palabras y acciones» (126).
A Pío IX dedicó, como hemos visto, La Iglesia de Dios. En reali-
dad, la obra eclesiológica de Palau es cronológicamente anterior al
Vaticano I, pues fue escrita casi íntegramentee en el período 1842-
1865.
Me place, a mayor abundancia, referir aquí que F. Palau, cuan-
do la tormenta arrecia o no logra salir de una espinosa cuestión teo-
lógica o pastoral, mira a lo lejos en busca de norte: Mira a Roma.
¡Con qué íntima fruición lee y relee las encíclicas de Gregorio XVI!
¡Qué júbilo católico, qué esperanza le brota en el alma al oir que la
Iglesia va a reunirse en Concilio! Las páginas de su semanario «El
Ermitaño» rezuman ese júbilo, esa esperanza.
En 1866, por el mes de diciembre había ido a Roma para tratar
con Pío IX de una cuestión que le preocupaba mucho: los exorcis-
mos ; deseaba exponer personalmente al Papa sus puntos de vista
(127). El resultado no debió ser muy positivo en cuanto al problema
que atormentaba a Palau. A falta de datos precisos, cabe conjeturar
que no regresó al tajo apostólico desilusionado. Quizá Pío IX aplazó
la solución del asunto que F. Palau le proponía, remitiéndola al Con-
cilio.
Palau, misionero apostólico, emprendió nuevo viaje a Roma,
apenas el Concilio inicia sus sesiones.
Del viaje nos dejó un confidencial relato: fue una aventura por
tierra y por mar, por la cuesta de nieve y frío de enero de 1870 (128).
Con todo, nos interesa más lo que hizo en Roma que el viaje. El bió-
grafo no alude sino a su preocupación porque el Concilio resolviese,
con autoridad inapelable, el problema de los exorcismos, que tanto
preocupó a F. Palau (129).

Espíritu Santo»: Reí. II, 48. Y precisando y r o m a n i z a n d o : «La Iglesia romana


es la congregación de los miembros de mi cuerpo q u e tengo sobre la t i e r r a » :
Reí. II, 102. «En la Iglesia católica, apostólica, romana está la sola y verdadera
escuela donde sin mezcla de error se define, explica y demuestra qué sea virtud
y q u é sea vicio»: Doc. 260, p . 76. «Habló Roma... y así no cabe ya d u d a . . . » :
Lucha, p. 47.
126 Doc. 150, p. 68.
127 Cf. GREGORIO, O. C, pp. 224-225.
128 «La diligencia emprendió su camino [23 enero 1870] hacia Figueras sin
e s t a r seguros de si el paso p o r el P o r t ú s estaba interceptado. Nos cogió la no-
che en camino. Todo era sombra y, en la oscuridad, el carruaje se hundió...
Las noticias eran m u y desfavorables, pero... resolvimos t r e p a r los Pirineos, brin-
cando como conejos sobre la nieve... El 27... llegamos a Perpignan, pisando
siempre nieve helada... Mañana, 30, nos embarcamos para Civitavecchia» en
Marsella: «El Ermitaño» 17.2.1870, p p . 1-2.
129 Cf. GREGORIO, O. C , pp. 235-238.
ALVARO HUERGA 313

Obviamente, dadas las tensiones que hacían dramática la mar-


cha del Concilio (130) y la gravedad y dificultad de las cuestiones
teológicas planteadas, el tema peculiar de F. Palau, expuesto en un
amplio informe, quedó inexorablemente al margen.
Pero, aunque el biógrafo no diga nada, sospecho por mi cuenta
que F. Palau se interesó por ver y vivir de cerca la lucha de los par-
tidos y, sobre todo, los grandes temas conciliares. Uno, el más reñido,
por ser el más temido o el. más querido, según las encontradas opi-
niones, era la definición de la infalibilidad del Papa. Otro, el de la
definición de la Iglesia.
La Iglesia constituía el núcleo de condensación y de expansión
de la vida, de los escritos y de las inquietudes de F. Palau. Cuando
llegó por segunda vez a Roma, los Padres Conciliares estaban estu-
diando ya un esquema De Ecclesia. Su elaboración había sido lenta
en la fragua de una comisión de teólogos, en su mayoría «romanos»;
sólo un teólogo español participó; el peso y la responsabilidad del es-
quema se cargó casi íntegramente a las espaldas de Perrone, Schra-
der, Franzelin, etc. (131).
No es improbable que F. Palau lo conociese, pues contaba con
buenos amigos entre los Padres del Vaticano I. El obispo de Barce-
lona, don Pantaleón Montserrat, que era su obispo y lo estimaba mu-
cho ; el doctor José Caixal y Estrado, paisano y antiguo compañero
de venturas y desventuras (132).
Caixal atacará durante el esquema De Ecclesia, en contrapartida,
presentando uno propio. El encuentro de los dos amigos en Roma en
el instante en que el obispo de Urgel prepara su crítica y su proyecto,
la co-producción de Lucha, la comunión en carlismo y destierro y la
coincidencia de la Eclesiología de Palau con la de Caixal, ¿no espo-
lean la curiosidad, no incitan a un examen y a una comparación?

130 Cf. C. BUTLER, The Vatican Council, 2 vol., London, 21965; R. AUBERT,
Le premier Concite du Vatican, «Communio» 3, 1970, pp. 329-355.
131 Cf. R. AUBERT, La composition des Commissions préparutoires du Pre-
mier Concile du Vatican, en: A A . W . Reformata reformando. Fextgabe für H. Je-
din, II, Münter W. i., 1965, pp. 447-482; J. M. GOMEZ-HERAS, O. C, I, pp. 309-334.
132 Dejé sin averiguar el problemilla de la «colaboración», de J. Caixal en
Lucha; la edición, aparecida en Montauban, 1843, lleva el nombre de Caixal
como co-autor; leyendo el libro se convence uno pronto de que es obra exclu-
siva de P a l a u , que habla en primera persona siempre. Alguna sugerencia o al-
guna corrección sí debió a p o r t a r Caixal en charlas privadas y aceptando revisar
el manuscrito o r i g i n a l : «Uno de los fuertes motivos que me impedían no sólo
el darle a luz, sino aun el arreglarle... era mi inutilidad y llaneza...; encargué
a un amigo la corrección de este libro con facultad para a ñ a d i r lo que le pa-
reciese» : Lucha, p. 58.
En cuanto a las ideas y actuación del obispo de Barcelona en el Vaticano I,
véase la estupenda y documentada monografía de J. MARTIN, El episcopalismo
de Montserrat u Navarro en el Concilio Vaticano I, en «Estudios Eclesiásticos»
45, 1970, pp. 533-565.
314 EL P. FRANCISCO PALAU Y LA ECLESIOLOGIA DE SU TIEMPO

VI.—EL ESQUEMA «DE ECCLESIA», DE J. CAIXAL

1. Examen

J. CAIXAL Y ESTRADE (1803-1879) tuvo en el Vaticano I una


actuación destacada (133). Desde el 30 de diciembre de 1869, le ve-
mos subir con frecuencia al ambón conciliar y criticar duramente los
esquemas (134). El 21 de enero de 1870 se había distribuido a los Pa-
dres el De Ecclesia Christi. Invitados a estudiarlo y a dar por escrito
su opinión sobre los diez primeros capítulos (135), Caixal no anduvo
ni corto ni perezoso. Lo impugnó con vehemencia por hallarlo ta-
rado, a su parecer, de cinco graves fallos: 1) seguía un método de sín-
tesis rígida, más propia de una clase que de un Concilio; 2) silencia-
ba el fundamento de la Iglesia; 3) partía de una definición de la

133 No existo una monografía sobre este personaje batallero y eclesiástico


distinguido. Nació en Vilosell (Lérida) en 1803. En 1831, canónigo de Tarragona;
carlista acérrimo, se refugió en Francia, lo mismo que Palau. Se conservan car-
tas y documentos suyos de aquella época. En 1852 fue preconizado obispo de
Urgel. Desterrado a Mallorca (puede verse en el B. O. del Obispado de Urgel
una carta a S. S. dándole cuenta del destierro, datada el 29 agosto 185f>); en
1854 había publicado una Pastoral sobre el jubileo de la Inmaculada ;/ perse-
cución de la Iglesia. De regreso del Concilio publicó o t r a : Pastoral sobre los pe-
ligros que se ciernen sobre España publicando la Constitución primera de la
Iglesia: La infalibilidad pontificia, 1 agosto 1870. En 1876 fue encarcelado en
el castillo de Alicante. Al recobrar la libertad optó por irse a Roma, falleciendo
allí el 26 agosto 1879.
En 1871 fue senador del Reino por la provincia eclesiástica de Tarragona,
distinguiéndose, como siempre, por su elocuencia, por su saber y por su agre-
sividad.
Ka mejor ocasión de su vida la tuvo en el Concilio. Y, en verdad, no la
desaprovechó. Aunque no le cae del todo simpático, J. Martín Tejedor no puede
menos de a d m i r a r su figura: «Caixal y Estradé, el español que más se hizo no-
t a r en el Concilio» pertenecía «a la raza de los Balines, Claret, Prim, hombres
de distinta significación, pero con una nota común que los asimila y emparenta
como miembros que son de un mismo substracto biológico» (catalanes). «Un
empuje sin límites, una pensatividad y actividad febril allá donde se ponen,
una desconcertante osadía para acometer los planes más arduos, sea en el te-
rreno de la metafísica, de la religión o de la política, es la característica de
estos hombres. Esto fue Caixal, pero añadiendo además la nota de carlista sin
rebozo, de una inteligencia e instrucción teológica notables y religioso de cuer-
po entero»: J. MARTIN TEJKDOR, art. cit., pp. 120-121. Son esas cualidades hu-
m a n a s las que perfilan también a F. P a l a u . Caixal hablará en el Concilio del
heroísmo de los sacerdotes españoles (cf. MANSI, 50, 576-581).
El documentadísimo y ágil ensayo de J. Martín no analiza el esquema De
Ecclesia de Caixal; sí, en cambio, sus numerosas intervenciones orales. Por el
momento, el estudio de J. Martin Tejedor, que ha utilizado numerosas fuentes,
es imprescindible para acercarnos a la actividad de los obispos españoles en el
Vaticano II. Sus conclusiones, empero, hay que tomarlas con alguna reserva.
Y es menester, sobre todo, completarlas, ahondarlas.
134 Puede verse en MANSI, 50, 152-159.
135 Cf. MANSI, 50, 418; y 51, 638. MANSI, 51, 539-553 (texto del esquema);
553-636 («Annotationes» al mismo).
ALVARO HUERGA 315

Iglesia no muy feliz, pues, a juicio del censor, se debía tomar en su


sentido concreto y singular, para después extenderla, por catacresis,
a sus puntos cardinales; 4) la definición de la Iglesia, tal como el
esquema la presentaba, podía ofrecer a los protestantes ocasión de
inclinarla a su favor; y 5) el esquema era también vulnerable por
su defecto de orden expositivo (136).
En cuanto a la denominación de la Iglesia como «Cuerpo Mís-
tico» —la introdujo Schrader, pues en el «voto» primitivo de Pe-
rrone no se menciona (137)—, las opiniones de los Padres anduvie-
ron divididas: unos juzgaban que era un símbolo muy misterioso
y oculto para empezar por él; otros, que abstracto; otros, que
...«místico» (138). A Caixal le place; es «ciertísimo» —verissimum—
que la Iglesia es Cuerpo Místico (139), pero no está bien perfilada
la definición y, además, no agota la realidad de la Iglesia. Es nece-
sario usar otras expresiones que completen, en alguna manera, ese
concepto de base. El esquema empleaba el de sociedad —societas—
(140), y contra él arremete Caixal, argumentando por dos flancos:
a) societas, con su sabor a estructuras civiles, no puede aplicarse a
la definición de la Iglesia si no se precisan bien las cualidades de
esta «sociedad» tan singular, cosa que el esquema no hace; b) es
preferible el término reino —regnum—, de raigambre evangélica,
ya que «la Iglesia de Cristo es un reino verdadero, uno y universal
o católico, visible y espiritual, frágil en su dimensión humana, pero
fuerte y sobrenatural en la omnipotente virtud del Espíritu que la
vivifica» (141).
En conclusión, Caixal, que no ahorró tinta al poner reparos al
esquema, rechazándolo de plano, propone que, para definir la Igle-

13fi «Vehementer improbat schema ob sequentes defectus: I o , ob methodum


iiiinis sintheticam, quae scholis potius q u a m Concilio oecumenicu conveniat;
'Io, ob silentium de fundamento Ecclesiae...; 3 o , ob non rectum usum notionis
Ecclesiae, quae sumenda erat in sensu concreto ac sigulari, et dein per cata-
chresim in partes deducenda; 4 o , ob consectaria, quae ex notione Ecclesiae, prout
in schemate u s u r p a t u r , deducere possunt in suum favorem p r o t e s t a n t e s ; .r>°, de-
nique ob defectum ordinis...». MANSI, 51, 740.
137 Cf. ,1. M. GOMKZ-HEHAS, O. C . I, 309-312; 837-349 (texto del «voto»).
138 Cf. J. MADOZ, La Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, según el primer es-
quema «De Ecclesia» en el Concilio Vaticano [ I ] . «Revista española de teología»
3, 1943, pp. l;-)9-181.
139 MANSI, 51, 756: «credit verissimum esse, Ecclesiam esse Corpus Christi
Mysticum; sed rationem rei cnunciandae, et deinde eam evolvendi, prout est in
Schemate, satis obscuram et implicatam, nec dignam tanto Concilio»—.
140 Cf. ií>., 51, 540.
141 «Displicet vox societatis cuín agitur de Ecclesia definienda, q u a m regnum
potius vult apellari». P r o p o n e : «Ecclesia Christi Domini est regnum verum,
u n u m et universale, seu eatholicum, visibile atque spirituale, inflrmum in hu-
m a n a potentia, sed s u p e r n a t u r a l e in omnipotenti virtute Spiritus quo vivifica-
t u r » : MANSI, 51, 774, y 881-3.
316 EL P. FRANCISCO PALAU Y LA ECLESIOLOGIA DE SU TIEMPO

sia, el Concilio adopte y ahonde dos figuras: las de Cuerpo Místico


y Reino.
Y promete elaborar, por este cauce, un esquema personal que
sustituya al presentado por la Comisión Teológica y que sirva, en
primera instancia, de instrumento de trabajo.
Efectivamente, Caixal presentó su esquema De Ecclesia (142).
Tiene, respecto al «oficial», la ventaja de estar tejido con textos de
la Sagrada Escritura casi exclusivamente. El cañamazo es consis-
tente y limpio: I.°—-Dios Padre constituyó a su Hijo en Cabeza del
nuevo pueblo por él redimido; II.0—Ese nuevo pueblo —la Igle-
sia— es un Cuerpo Místico, cuya cabeza visible y vicaria en la tierra
es el Papa, «para unidad y trabazón de la unidad invisible de la fe
y de la camunión»; III.0—La Iglesia es también, como la llama el
Evangelio, el Reino de Dios; IV.0—Entre las propiedades de ese
Reino de Dios descuella la verdad y la justicia, la indefectibilidad e
incorruptibilidad, la infalibilidad; y V.°—La Iglesia posee propia
potestad de orden y de jurisdicción, independiente de cualquier po-
der temporal, y su régimen está encomendado al Vicario de Cristo,
Pedro y y sus sucesores en el Papado; los obispos reciben sus po-
deres del Espíritu Santo, mas su ejercicio —missio— no puede des-
ligarse del Papa (143).
Nos sorprende la robusta contextura del esquema de Caixal, su
acento espiritual, su riqueza bíblica. Pero ni éste ni el presentado
por la Comisión, ulteriormente retocado por Kleutgen, lograron ma-
durar. En cambio, se desgajó del esquema conciliar el capítulo XI
—recordemos que a las animadversiones Patrum se les puso tope,
en el primer momento: detenerse en el capítulo X— que trataba
de la infalibilidad. Tomándolo como base, la Comisión preparó un
nuevo esquema, el esquema primero De Ecclesia. También en su
discusión participó activamente Caixal, infalibilista jubiloso. «Iam
laetus moriar» —ya podré morir en gozo—: así empezó su inter-
vención, alegando al final versos del español Prudencio (144).

142 Puede verse en MANSI, 51, 878-885.


143 «Habent episcopi jurisdictionem a Spiritu Sancto, qu¡ posuit eos refiere
Ecclesiam Dei (Act. 20, 28), sed necesse o m n i n o e i s est ut a R. P. acceperint
veram et legitimam missionem... Atque hoc admirabili ac divino consortio...
episcopi arctissimo vinculo unionis fraternae vinciuntur inter se et cum R. P.,
monarcha et capite totius regni Christi»: MANSI, 51, 885.
144 Puede verse en MANSI, 51, 225-230; otras intervenciones de Caixal: cf.
ib. 51, 658-661, 707-709, 910-915, 1266-1267; 1276-1279. A propósito del Papa,
Caixal escribió en su esquema De Ecclesia: «Christus... subministravit Mystico
Corpori Ecclesiae suae vicarium-caput, quo eius divina virtus et auctoritas ma-
neret visibilis in terris ad invisibilem fldei et communionis unitatem et com-
pagem»: MANSI, 51, 883.
Sobre la infalibilidad pronunció t a m b i é n una calurosísima disertación M.
ALVARO HUERGA 317

Como es sabido, este primer esquema De Ecclesia, con las en-


miendas oportunas, fue aprobado y promulgado el 18 de julio de
1870, ante la rabia y la impotencia de Dupanloup y los anti-infali-
bilistas, que optaron por la retirada. En cambio, el segundo esque-
ma De Ecclesia, al interrumpirse bruscamente el Vaticano I por
circunstancias bélicas extrínsecas, quedó inacabado, indefinido. La
continuación se aplazó sine die. Hoy, a hechos consumados, nos cons-
ta ya cómo el tema fue reanudado y ahondado en el. Vaticano II.

2. Comparación
Sin insistir en lo que pudo ser y no fue el segundo esquema De
Ecclesia —por rango real y dogmático le corresponde la primacía—,
no hay duda de que es un documento precioso, un testimonio pre-
ciso del pensamiento eclesiológico de la época. Tanto el esquema
«oficial», en sus diversas redacciones, como los esquemas «priva-
dos», entre ellos el de Caixal, son índice del estado de madurez de
la teología de la Iglesia en un momento histórico. Valen, teológica-
mente hablando (145); y por ese motivo —-y por otros— los espe-
cialistas recurren a estudiarlos muy a menudo.
Pero regresemos, por unos instantes, al De Ecclesia, de Caixal,
viéndolo desde una angulación comparativa.
Ya examinamos por el sobrehaz sus líneas, su contenido esen-
cial. La comparación puede enfocarse en dos direcciones: hacia el
esquema «oficial», en primer término; hacia las tesis y figuras que
dominan la Eclesiología de F. Palau.
En cuanto al esquema oficial, el del obispo de Urgel resulta, evi-
dentemente, más jugoso por su riqueza bíblica y por su transparen-
cia doctrinal. Ha captado en profundidad —y en modernidad— una
visión teológica de la Iglesia que acentúa sus dimensiones divinas,
su interioridad mística, rebelándose contra un concepto sociológico
a nivel puramente humano. No por ello descuida su estructura es-

PAYA Y RICO, obispo de Cuenca; puede verse en MANSI, 51, 967-983; y en edi-
ción castellana : Discurso en favor de la infalibilidad del Romano Pontífice pro-
nunciado en el Concilio Vaticano, Cuenca, 1873. Cf. F. ALONSO BARCENA, España
li la definición del Primado de Roma en el Concilio Vaticano [ I ] . «Revista es-
pañola de teología» 3, 1943, 2», p p . 133-180. J. M. GOMEZ-HERAS (O. C, I, p . 27,
n. 44) lo califica de «triunfalista estudio», pero no achaca el menor reparo a
quienes p o r la banda opuesta se deladean hacia un larvado Galicanismo al es-
corzar que la Eclesiología del Vaticano I se desarrolló a la enseña del robuste-
cimiento de la a u t o r i d a d del Papa y del centralismo romano. La autoridad es-
piritual del Papa salió reforzada, sí, pero el Vaticano I hizo otra.s cosas t a m -
bién que no se deben silenciar o minimizar.
145 Cr. J. SALAVERRI, Valoración teológica de las actas del Vaticano I, «Divi-
nitas» 4, 1960, p p . 205-226.
318 EL P. FRANCISCO PALAU Y LA ECLESIOLOGIA DE SU TIEMPO

pacio-temporal, su estructura de Reino de Dios, afinando las propie-


dades típicas y el principio visible de la comunión de fe: el Papa.
La actitud infalibilista de Caixal, que es la que defiende en bloque
el episcopado español, no permite dudas a este respecto. Con todo,
preparó el esquema De Ecclesia a toda prisa, en medio del hervor
y del trabajo del Vaticano I, y, por fuerza, tampoco su proyecto lo-
gró una plena madurez.
En cuanto a la comparación con la Eclesiología de su amigo
F. Palau, resulta obvia la coincidencia, sin quitar a cada uno lo que
es de cada uno. Para F. Palau —que es menos sistemático o, si se
quiere, menos científico— las tesis de base, que ya hemos expuesto,
patentizan que prefiere la visión interiorista de la Iglesia a las es-
tructuras jurídicas; las figuras, frondosas y vivenciales, a las que
da mayor relieve, son también la de Cuerpo Místico o cuerpo moral
y la de ciudad y reino (146).
De ahí la curiosa pregunta: ¿no implica la coincidencia de la
Eclesiología de Palau con la Eclesiología de Caixal una incidencia
de influjo? Es simple pregunta. Simple hipótesis.

VIL JUICIO CRITICO

Acercándome al término de mi faena analítieo-expositiva, es


oportuno dar un juicio crítico, desde el ángulo de la teología, sobre
el valor de las ideas eclesiológicas de F. Palau.
A lo largo del recorrido han aflorado las constantes que domi-
nan su visión del misterio eclesial. Que son tres: la vivencia, la
lucha, la reflexión teológica.
Vivir el misterio —porque la Iglesia es misterio vital— fue la
absorbente preocupación de F. Palau. En hondura mística.
Luchar en su defensa y en su propagación fue una tarea que se
impuso al abrazar el sacerdocio como estado de vida. La cumplió
sin quebrar un momento.
Pensar, a la luz de la fe, en el misterio fue labor consecuente
a la vivencia y a la lucha, mas no de menor intensidad.
Su teología -^su Eclesiología— aparece a nuestros ojos críti-
cos sin fisuras, sin saltos, incluso sin evoluciones progresivas. A
fuerza de fe, esperanza y amor, a fuerza de meditar la Biblia y los

146 A los textos ya citados, a ñ a d i r é uno de síntesis: Cristo + Iglesia for-


man «una sola nación, un solo principado, un solo reino, una sola familia, un
solo cuerpo»: Reí. II, 291.
ALVARO HUERGA 319

Santos Padres y los Doctores, a fuerza de vida y de lucha y de es-


tudio consigue aferrar una noción místico-esencial de la Iglesia que
no sufre, con el correr del tiempo, variantes sustanciales. Los nú-
cleos eclesiológicos de Lucha (1843) son idénticos a los de Mis Rela-
ciones y a los de La Iglesia de Dios (1865). Lo que cambia es el «gé-
nero literario». En Lucha el estilo expande más frescura, más com-
batividad. Es obra de juventud. Procuró, intencionadamente, escri-
bir una prosa llana, directa (147). Más complicado es el género lite-
rario de Mis Relaciones, especie de diario escrito para uso personal
(148), rico de intuiciones y «visiones» apocalípticas, rico también de
repeticiones y fárrago. Por haber ardido el manuscrito De quiddita-
te Ecclesiae, no es posible verificar su estilo y su contenido. Cabe
suponer, sin embargo, que el epígrafe anunciaba una sistematiza-
ción que luego se resolvía —y hasta se perdía— en explicaciones
de símbolos o figuras de la Iglesia. Al desistir de publicar esa obra
—signo de que no la consideró en sazón, amén del frenazo de la
censura gerundense— tenemos que contentarnos con la doctrina que
derrama en La Iglesia de Dios. En esta obra, como hemos visto, ha
sembrado una Eclesiología de figuras, construida sobre las tesis
fundamentales que ya conocemos.
La continuidad de su pensamiento eclesiológico es manifiesta.
Son también patentes sus límites, junto a innegables valores.
F. Palau no es un teólogo de profesión ni un académico del es-
tilo. Vive, lucha y piensa dentro de moldes muy personales. A veces la
fronda de sus descripciones apocalípticas —ya hemos indicado su
carácter simbólico y optimista— impide ver con nitidez las tesis
o axiomas. Con todo, las repite tantas veces que al fin el lector lo-
gra individuarlas y no olvidarlas.
«Definir» la Iglesia no era caza menor. Ni para Palau, ni para
Mólher, ni para los Teólogos y Padres del Vaticano I (149). Medio
siglo más tarde hallaremos a Arintero, genial eclesiólogo, atarea-
do en la faena, concluyendo, a vuelta de afán y empeño, que la
Iglesia es «indefinible» (150). Y un siglo más tarde, otro Concilio, el

147 «He adoptado la forma de diálogo..., porque se acomoda más a la lla-


neza con que quiero expresarme»: Lucha, p. 53.
148 «Ya tengo m i t a d escrito un libro que traigo conmigo reservado bajo el
t í t u l o : Mis relaciones con la Iglesia... Lo he escrito para mí solo»: Carta a
Juana Gracias, 23.8.1861.
149 Cf. .1. R. GEISELMANN, Les variations de la définition de t'Eglise che: .1.
Adam Mólher, en: A A . W . L'ecclesiologie (cit. supra nota 1), pp. 141-195; Y.
CONOAR, Sainte Eglise (Unain Sanctam 41), Paris, 1963, pp. 21-44.
150 Cf. A. HUERGA, La evolución de la Iglesia según Arintero, «Communio»
1, 1968, pp. 65-93.
320 EL P. FRANCISCO PALAU Y LA ECLESIOLOGIA DE SU TIEMPO

Vaticano II, promulgará la Constitución Dogmática Lumen Gen-


tium, continuación de la Constitución De Ecclesia inacabada del Va-
ticano I, ápice y faro de la Eclesiología contemporánea. Sin desve-
lar, sin embargo, el misterio. Por aproximación y a base de ideas y
figuras (151).
F. Palau acertó con el método: «definir», describir diríamos con
más exactitud, la Iglesia utilizando «el mismo bosquejo que de ella
nos da el texto sagrado» (152). Acertó también la ruta de la interio-
ridad, de la misteriosidad vital de la Iglesia, trascendiendo las es-
tructuras espacio-temporales, que se fundan en las místico-sobrena-
turales. Acertó, además, en la formulación de tesis primordiales, que
hoy se nos antojan obvias, pero que en su época no estaban tan cla-
ras. Acertó, en fin, en la elección de las metáforas o figuras o sím-
bolos.
Hay, en efecto, un rico filón eclesiológico en su obra escrita
que, lo diré por última vez, tiene su centro de gravedad en la Igle-
sia. Una obra datada antes del Vaticano I. En este sentido, es un
precusor. Una obra proyectada, por lo que contiene de valioso, al
futuro. Por ello no faltará quien opine y diga que el precusor del
Vaticano I fue también profeta del Vaticano II.
Preferimos no desorbitar el asunto, cayendo en innecesarios
anacronismos o en hueras apologías. La Eclesiología de F. Palau es,
en el contexto de su época y de su autor una cima. Una de las más
altas en la Eclesiología hispana del siglo XIX. Sin rigor sistemá-
tico. Pero con enjundia vital. Con intuiciones luminosas. Perennes.

VIII. EPILOGO

En F. Palau admiramos, sobre todo, al sacerdote que, contra el


viento y la marea del «Siglo de las luces» miopes, luchó a alma
partida por encarnarse eclesialmente. Ya sabemos lo que significó
el adverbio para él. La anterior exposición, en la que vida y doc-
trina eclesiales discurren paralelas, pretendía un análisis orgá-
nico de sus enseñanzas eclesiológicas.
Remataré mi faena aduciendo aún algunos textos reveladores
de su gran intimidad sacerdotal, de su identidad eclesial.

151 «Como en el A. T. la revelación del Reino se propone muchas veces bajo


figuras, así a h o r a la íntima n a t u r a l e z a de la Iglesia se nos manifiesta también
bajo diversos símbolos»: C. VATICANO II, Lumen gentium, 6.
152 La Iglesia, p. 14.
ALVARO HUERGA 321

1.° Pone en labios de Cristo las siguientes palabras. Son el


autorretrato de Palau sacerdote: «¿Quién hay entre ellos (los sacer-
dotes) que, con el corazón fuertemente herido [...] por el mismo
puñal con que el impío traspasa la Iglesia, después de haber medi-
tado seriamente las profundas llagas de mi Cuerpo Místico [...],
reconociéndose ministro de paz [...], viéndose revestido del carác-
ter sacerdotal, carácter que le impone el deber de reconciliar al
pueblo con su Dios; quién es, digo, el que subiendo las gradas del
altar como enviado que es mío y de mi Iglesia al Padre para agen-
ciar con él la salud de mi pueblo, presenta su demanda de paz y de
salud [...] y así logra la reconciliación de mi pueblo? ¿Y si el Pa-
dre retarda el dar buen despacho a su petición, lejos de disminuir
en nada su confianza, redobla su oración, repite los sacrificios, y así
persevera con ánimo de no desistir en la lucha hasta ver a Dios pro-
picio y salva la Iglesia de la espantosa tempestad que la turba? [...]
¿Quién es éste que, hecho un verdadero Padre de la Iglesia, la to-
ma en sus brazos paternales, la aprieta contra su pecho, siente sus
propias llagas, agoniza con sus agonías, y es tan agudo el dolor que
por ello siente su corazón que no le deja pensar en otra cosa, ni dis-
currir sino cómo ha de curarla?» (153). Bajo la ojiva de estos inte-
rrogantes está Palau. Está vibrando de dolor y amor. Está oteando
un panorama eclesial lacerado (154). Le duele la Iglesia. Y le due-
len los sacerdotes que, por desgana o cobardía, por mundanización
ideológica o por miedo a los perseguidores, no luchan heroicamente
(155). Incluso teme que se extinga la raza sacerdotal, pues el gobier-
no llegó a prohibir la ordenación de nuevos sacerdotes; medida sa-
tánica: «quitados los sacerdotes, está quitada la misión de Jesu-
cristo y, por consecuencia, la Iglesia»; «han derribado sus templos
y altares, y han asesinado una buena porción de sacerdotes; a otra
porción la han obligado a escapar y anda dispersa por todo el orbe»,
cortando «las aguas de vida eterna que corren» por la Iglesia me-
diante el ministerio de los Sacramentos y de la palabra de Dios (156).

153 Lucha, pp. 192-193.


154 «¡Pobre clero! ¡Pobres sacerdotes!... En el templo, en el mismo altar,
en un rincón de su casa, y ni aun en una choza están seguros»: Lucha, p. 155.
155 «Si la Iglesia de España estuviera debidamente preparada y b a t a l l a r a . . . ,
consuelo grande seria verla... reportar una insigne victoria. Pero... ya no tiene
fuerzas para pelear..., es más bien un campo cubierto de cadáveres y fugitivos»:
Lucha, 249.
15fi «Los sacerdotes católicos que aun quedan pronto vendrán a a c a b a r s e :
la persecución presente y el estado de miseria y desprecio a que van reduciendo
al clero, harán imposible, o por lo menos muy difícil, que suban otros, aun
cuando levanten la prohibición de o r d e n a r » : Lucha, p. 125.

21
322 EL P. FftAÑClSCO PALAU V LA ECLfcSÍOLOGlA DÉ SU TIEMPO

F. Palau clama desde la soledad del exilio. Invoca a los Santos.


¡Qué gemelo nos parece su gesto al de Teresa de Jesús y Catalina de
Siena, a las que no pierde de vista! ¡Con qué fervor recuerda la
lección de Santo Domingo de Guzmán, de San Vicente Ferrer, de
Francisco Javier y de tantos héroes, mártires sacerdotes!
Quien se aproxima a su vida y a su obra —al hondón del alma
de F. Palau— no puede menos de constatar su dramática lucha por
ser auténtico ministro de Cristo.
2." Quizás una hazaña imposible o que sólo en parte se puede
realizar en esta vida. La vivencia del misterio de la Iglesia, la lucha
por servirla y la aventura teológica de «definirla» son manifestacio-
nes de un supremo esfuerzo por superar las márgenes de lo huma-
no. Sus raíces, sin embargo, son divinas. La vivencia, el servicio, la
teología, no obstante sus logros, siguen siendo tensión y anhelo.
F. Palau sabe, en definitva, que su Amada —la Iglesia— se le reve-
lará, en toda su indescriptible belleza vital, al fin de la jornada. Lo
cree, con fe erecta y enamorada; lo espera, con certeza y con ardui-
dad; lo presiente, con amor incontenible: «y acabada esta vida, te
dejarás ver sin velos y a cara descubierta», murmura (157).
Y su vivir cristiano grita: «¡Virgen hermosa, oh triunfante
Iglesia, abre tus brazos y recíbefme] en tu seno!» (158).

ALVARO HUERGA, O. P.

Universidad Santo Tomás de Aquino


Largo Angelicum, 1.
00184 ROMA.

157 Reí. II, 44.


158 Reí. II, 104.
LA DOCTRINA DE LA IGLESIA
COMO CUERPO MÍSTICO SEGÚN EL P. PALAU

1. PREáMBULO. LA IGLESIA EN SU VIDA Y EN SU DOCTRINA

El pensamiento de la Iglesia llena la vida del P. Palau, y es co-


mo el eje de su espiritualidad, de su actuación apostólica y de sus
escritos. El misterio de la Iglesia ha irrumpido en su existencia con
tal fuerza fascinadora, que la presencia de ella ocupa por entero su
corazón y su mente, inspira su obrar e impulsa su ministerio de
sacerdote y apóstol. Esta santa obsesión por la Iglesia es la nota
dominante de su vida.
Su vivir en la Iglesia, con la Iglesia y para la Iglesia tiene un
claro carácter carismático, que se manifiesta sobre todo en la trama
autobiográfica de su obra Mis relaciones con la Iglesia. En este es-
crito deja esbozada la trayectoria de la gran amistad que llenó y
selló su vida. Distingue tres períodos o etapas en esas relaciones
con la Amada: en su primera juventud se da ya un amor auténtico
y generoso, pero su objeto no está bastante definido: «Yo no la co-
nocía y ella no se revelaba; no obstante la pasión de amor no es-
taba en mí ociosa, sino que crecía de año en año hasta devorar mi
corazón» (1); desde su entrada en el Carmelo, es el ardor del ena-
morado que ha entrevisto la belleza incomparable de la amada y
anhela luchar y morir por ella: «Yo amaba con tal pasión que bus-
qué mil ocasiones para acreditar que daba y ofrecía mi sangre en
testimonio de mi lealtad» (2); finalmente, en 1860, acontece el en-
1 MR 172.—Se cita siempre con esa sigla. La paginación corresponde a una
copia mecanografiada.
2 MR 172.
324 LA DOCTRINA DE LA IGLESIA COMO CUERPO MÍSTICO SEGÚN EL P. PALAU

cuentro decisivo y luminoso que tiene hondura y fuerza de matri-


monio espiritual (prescindiendo de los conceptos técnicos de la mís-
tica): «El 1860 con gran sorpresa mía empezaron las relaciones con
mi cosa amada... y en estas relaciones continuas he pasado hasta
esta fecha...» (3) «Mi unión, mi enlace espiritual con la Iglesia, hija
única y predilecta de Dios, éste es el objeto único y principal que
tienen mis ejercicios. De esto tengo llena la cabeza y el corazón y
no sé pensar en otra cosa» (4). Desde el gozoso descubrimiento de
la Amada, Palau siente que su misión se reduce a mostrar a los pue-
blos la belleza inefable que ha visto en ella, dedicándose todo a su
servicio: «Mi vida ordenada al servicio de mi hija y esposa, la Igle-
sia santa»: así suena el significativo subtítulo del segundo tomo
de Mis relaciones (5).
No podríamos hablar de la eclesiología del P. Palau sin tener
presente esta gran pasión de su vida y las relaciones íntimas y sa-
brosas que ligaron su espíritu a la persona mística de la Iglesia. Sus
reflexiones y su doctrina sobre el misterio de la Iglesia llevan el ca-
lor y la fragancia de las vivencias entrañables de su trato amoroso
con ella. Nuestro autor habla siempre, en grado relevante, de la abun-
dancia del corazón.
Palau no nos ha dejado en sus obras un tratado didáctico o una
exposición sistemática sobre la Iglesia. Es de lamentar que se haya
perdido uno de sus escritos, voluminoso al parecer, cuyo título Quid-
ditas Ecclesiae Dei... hace pensar en un tratado completo y orgánico
(6). En ese escrito de su juventud se ve ya que la Iglesia ocupa el

3 MR 138. Cf. 106-107; 173: «La a m a d a se descubrió a su amante, y en


estas relaciones h a n pasado cinco años» (escribe en 1865).
4 Carta 54 (23-8-1861). La numeración de las Cartas corresponde a la serie
del proceso diocesano. Cf. MR 105: «Cinco años ha que mi vista no se aleja de ti.
Desde que te vi, mi corazón quedó herido de muerte, y ya no me es posible
a m a r otra cosa que a t i » ; 121; 142, etc. El recuerdo de aquel momento estelar
está siempre vivo en su espíritu.
5 MR 103. Cf. 189: «Mi misión se reduce a a n u n c i a r a los pueblos que tú
eres infinitamente bella y amable, y a predicarles que te amen».
6 Quidditas Ecclesiae Dei per duas metaphoras expósita: scilicet Civitatis et
Corporis naturalis. Primus huius operis tractatus Líber Propositionum vocabitur,
quia per quaedam axiomata ceu principia veritatis Quidditatem Ecclesiae in eo
explanabo, de ea universalem ac in quantum potero integram tradens ideam ac
notitiam. — Secundus autem pro titulo habebit Liber Chartarum quia Civitatem
Sanctam et Domum Dei in 39 Chartas sculptam et variis modis per innúmeras
figuras delineatam et depictam contemplan in eo poterimus». Así cita el escrito
ALEJO DE LA VIRGEN DEL CARMEN, Vida del R. P. Francisco Palau Quer O. C. D.,
Barcelona, 1933, p. 95. Más adelante, en la p. 106, aduce como título nuevo éste
que parece ser el de una parte de la m i s m a o b r a : Liber quartus in quo Ecclesia
quae est D. N. Jesuchristi corpus mysticum sub forma mulieris repraesentatur per
varias figuras delineata in chartis (datado en 1846). Toda la obra desapareció
en la revolución de 1936. P o r los enunciados se ve el interés del joven P a l a u por
el tema eclesial, el relieve que p a r a él tienen las metáforas de Ciudad de Dios
OLEGARIO DOMÍNGUEZ 325

centro de su preocupación teológico-pastoral. Hubiera tenido para


nosotros mucho interés poder comparar los conceptos vertidos en
esas explanaciones juveniles con los de sus obras posteriores para
trazar el itinerario ideológico del autor. Privados de esa aportación,
tenemos que contentarnos con los dos escritos de carácter eclesioló-
gico que hoy se conservan: Mis relaciones con la hija de Dios, la
Iglesia (7) y La Iglesia de Dios figurada por el Espíritu Santo en los
Libros Sagrados (8). Algún otro elemento útil se ofrece en los demás
escritos, particularmente en algunas cartas (9) y en el libro Lucha
del alma con Dios (10).
Las dos obras mencionadas llevan el cuño de una profunda ori-
ginalidad, saliendo de los moldes literarios usuales. Y entre ambas
hay una diferencia grande de perspectivas y de estilo. En La Iglesia
de Dios campea la afición de Palau a los símbolos y figuraciones vi-
suales. Es un intento amoroso por plasmar en forma sensible, con la
ayuda de los símbolos y alegorías bíblicas, «la verdadera figura y
hermosa imagen de la Iglesia de Dios» (11). Contiene 21 láminas con
los comentarios respectivos, que son una exposición teológica sen-
cilla a modo de catequesis. Mis relaciones es la obra más personal
y característica del P. Francisco Palau. En ella discurren a la par,
en constante y espontánea interferencia, la vena de una clara y ob-
jetiva teología y la de unas vivencias subjetivas de singular hondu-
ra. Sobre una trama autobiográfica cargada de efusiones íntimas, el
autor va tejiendo consideraciones doctrinales acerca del misterio de

y de Cuerpo místico en la eclesiología, y la afición que muestra por los símbolos.


Un claro presagio de lo que será su pensamiento y su obra en el futuro.
7 El m a n u s c r i t o así titulado constaba de dos volúmenes: el primero, escrito
en 1861, pereció en 1936. De él quedan algunos trozos transcritos p o r el P . Alejo
en la obra citada, pp. 87, 89, 99, 219, 344 y 345. El segundo volumen comenzado
en 1864 se conserva en el archivo de las Carmelitas Misioneras Teresianas de
Tarragona.
8 Obra editada en Barcelona, 1865. Lleva el s u b t í t u l o : Álbum religioso
dedicado a la Santidad de Pió IX por una sociedad de artistas bajo la dirección
del Padre Fr. Francisco Palau, pbro, misionero apostólico. Son 8 + 56 páginas
de texto y 21 láminas. Aunque alude a la colaboración de otros artistas, a él
pertenece la inspiración de la obra, y el texto del comentario. Acaso las lámi-
nas sean parcialmente reproducción de los 39 dibujos que contenía el segundo
libro del t r a t a d o Quidditas Ecclesiue a r r i b a mencionado, nota (6). La coinciden-
cia del contenido hace verosímil este aserto.
9 Entre las cartas, merecen nuestra atención singularmente las dirigidas a
J u a n a Gracias, confidente y colaboradora del P. P a l a u : en ellas se trata con
frecuencia del tema preferido, del misterio de la Iglesia. Cf. las cartas n. 4,
27, 32, 54 y 76.
10 Editado en 1845, y de nuevo en 1869. Propone un plan de batalla, a base
de oración, contra los enemigos encarnizados de la Iglesia.
11 Dedicatoria del á l b u m a S S. Pío IX, p. 7.
326 LA DOCTRINA DE LA IGLESIA COMO CUERPO MÍSTICO SEGÚN EL P. PALAU

la Iglesia, del que pretende hablarnos, más que como maestro, como
testigo y como enamorado (12).
Dada la índole peculiar de estas obras, resulta evidente que no
podemos buscar en ellas ni una eclesiología orgánica completa —al
estilo de los manuales de escuela—, ni tampoco estudios de factura
técnica sobre algunos de los aspectos particulares del misterio. Pa-
lau no trata de la Iglesia al modo de un profesor escolástico que
plantea y discute cuestiones y teje razonamientos teóricos y ordena
sus conclusiones en un sistema. Su talante personal, su carisma in-
negable y la finalidad práctica (espiritual y apostólica) que persi-
gue, le llevan por otros derroteros. No es el maestro que enseña en
las aulas: es el juglar que requiebra, y el contemplativo que descu-
bre a los demás lo que han visto sus ojos cargados de amor, y el
sacerdote apóstol que arde en afán de ver al mundo postrado ante
la belleza inefable de su Amada.
De ahí las cualidades, y también los límites, de su enseñanza.
Aparecen muy destacadas las líneas maestras de su pensamiento, que
con insistencia vuelven una y otra vez —en fórmulas casi estereo-
tipadas— a su pluma. En cambio, es pobre el desarrollo lógico de
las ideas, el análisis, la labor deductiva y el ensamblaje orgánico.
Prevalece con mucho el pensar intuitivo y contemplativo sobre la
función razonadora. Esa forma de pensamiento halla su expresión
adecuada en un lenguaje simbólico y figurativo, fresco y concreto,
más cercano al lenguaje de la Biblia y al de los místicos, que al de
los doctores escolásticos.
Así las cosas, si la tarea de adentrarnos en la eclesiología del
P. Palau resulta gozosa y enriquecedora en el orden de la fe y de
la sabiduría cristiana, resulta por otra parte delicada y difícil en el
orden de la exposición en conceptos técnicos y fórmulas precisas.
Intentaremos ser fieles a su pensamiento, tratando de explanarlo
en forma orgánica, pero sin pretender vaciar del todo su riqueza
y su fuerza vital en nuestros pobres moldes conceptuales. Utiliza-
remos sus ideas sin forzarlas y sin arrancarlas de su contextura
redaccional y de su perspectiva, más funcional —espiritual y apos-
tólica— que especulativa.

12 Este escrito íntimo, difícilmente clasiflcable, que recuerda algo a las


Confesiones de S. Agustín, parece obedecer a n t e todo al deseo de fijar las ex-
t r a o r d i n a r i a s vivencias personales del autor, que afirma «lo he escrito para mí
solo» (Carta n. 54), «para a l e n t a r mi fe me resolví a escribir cuanto me pasaba
con ella [la Iglesia]. La lectura de mis relaciones concernientes al amor me
sostenían en tiempo de combate» (MR, 174). Lo guardaba con gran reserva lle-
vando al cuello la llave (cf. Carta n. 6).
OLEGARIO DOMÍNGUEZ 327

Ofreceremos en primer lugar una visión complexiva de la doc-


trina de nuesto autor sobre el misterio de la Iglesia como Cuerpo
místico; después iremos exponiendo los diversos elementos que lo
integran (la Cabeza; los miembros; el alma), los factores que in-
tervienen en su desarrollo vital (organización visible; Eucaristía;
María), y los frutos o proyección práctica de la contemplación de
dicho misterio.

2. EL MISTERIO DE LA IGLESIA, CUERPO MíSTICO DE CRISTO

La eclesiología postridentina que exponían corrientemente los


manuales hasta hace unos lustros, la que con toda probabilidad es-
tudió Francisco Palau en su curso teológico, adolecía de una orien-
tación predominantemente apologética y jurídica. Se insistía —y
con razón— en defender, establecer y dilucidar la constitución vi-
sible y jerárquica de la Iglesia de Cristo. Pero —con menos razón—
se dejaba casi en el olvido el aspecto interno y dinámico de la mis-
ma, su realidad más íntima, su vida, su misterio.
Esta dimensión profunda y sobrenatural de la Iglesia atrajo,
sin embargo, la atención preferente de algunos destacados teólogos
comenzando por MOHLER a principios del siglo XIX, siguiendo
por los jesuítas del Colegio Romano -JPASSAGLIA, FRANZELIN,
etc.— que dejaron su huella en el esquema De Ecclesia Christi del
Concilio Vaticano I, y por SCHEEBEN. Es sabido que la doctrina
sobre el cuerpo místico con la que se abría el citado esquema con-
ciliar suscitó recelos en no pocos padres: no acostumbrados a esa
concepción —tan bíblica y tradicional—, la encontraban vaga e im-
precisa, y para algunos tenía cierto resabio jansenista (13). Sólo
unas seis décadas más tarde iba a conocer el tema un florecer pri-
maveral en la literatura teológica —recordemos los nombres de
CLERISSAC, MERSCH, ANGER, MURA, FECKES—; y en 1943
la encíclica Mystici Corporis de Pío XII representará la espléndida
y sazonada cosecha puesta al alcance de todo el Pueblo de Dios. Es-
te movimiento teológico haría posible ulteriormente los nuevos en-
foques y las ricas aportaciones del Vaticano II sobre el misterio de
la Iglesia (14).

13 En efecto, el Sínodo de Pistoya (1786) había propuesto un concepto de


Iglesia como cuerpo místico del que no serían miembros sino los perfectos ado-
radores en espíritu y verdad. Cf. DS, 2615.
14 Sobre la trayectoria de la eclesiología moderna puede v e r s e : JAKI, St.,
Les tendances nouvelles de l'ecclésiologie, 1957. L'ecclésiologie au xix siécle (col.
Unam Sanctam n. 34), 1960 (varios autores).
328 LA DOCTRINA DE LA IGLESIA COMO CUERPO MÍSTICO SEGÚN EL P. PALAU

El P. Palau escribe sus exposiciones eclesiológicas en los años


1861-1865, cuando se presagiaba ya la celebración del Concilio Va-
ticano. Pero no parece estar al corriente de las concepciones reno-
vadoras que empezaban a abrirse paso. Hombre de su tiempo, ha-
bía asimilado las ideas reinantes acerca de la Iglesia, institución
social y jerárquica, «congregación de los fieles cristianos cuya ca-
beza es el Papa». Esta noción, sin embargo, no había satisfecho a
su espíritu: amante y servidor apasionado de la Iglesia, la buscaba
con afán, queriendo ver su rostro, encontrarse con su realidad viva
y trascendente. Y he aquí que a su afanosa búsqueda la Amada se
rinde, y le descubre su belleza inefable en un encuentro vivencial
carismático (15). El autor de Mis relaciones con la Hija de Dios, la
Iglesia llega así, por vía de contemplación sapiencial y de ilumina-
ción divina, a la concepción del misterio de unidad que reina entre
la Iglesia y Cristo: el misterio del Cuerpo místico (16).
Desde el gozoso descubrimiento de la Amada en 1860, cada
vez se hace más honda y más viva la fe de Palau en el misterio y
más serena y sabrosa su contemplación del mismo. Veamos lo que
escribe cinco años más tarde:

En 1860 empezaron las relaciones con mi cosa amada, y


como era extraño a estas relaciones, y no las creía ni menos
posibles, por esta causa ha tenido que trabajar en mí la gracia
para establecerlas, para unirme en Fe, Esperanza y Amor con
mi Amada, la Iglesia Santa» (17).
«La amada se descubrió a su amante y en estas relacio-
nes han pasado cinco años. En los principios era tanta mi sor-
presa que no podía yo acabar de creer que mi amada fuese lo

15 Llamamos carismático a ese hecho porque, prescindiendo de si entra en


el á m b i t o de lo místico estrictamente dicho, lleva a las claras el sello de una
especial y directa iluminación divina. Supone un ejercicio excepcionalmente vi-
vo e intenso de la fe perfeccionada por los dones de entendimiento y sabiduría,
cuya actuación se traduce en la penetración y simplicidad de la visión y en
la suavidad y ardor que envuelven al alma.
16 Se mueve con cierta inquietud en el tema, echando de menos el respaldo
de obras teológicas. Por eso, con instinto cristiano, busca luz en las fuentes
de la revelación. «No pudiéndome apoyar en estas materias en obras escritas
sobre ellas, ando con mucho temor y cautela, porque en el día malo en que
todo se revuelve, dudo de todo, y en mis dudas busco en las Escrituras Santas
y en los SS. P P . y DD. de la Iglesia apoyo y doctrina» (MR 61). — Una ligera
y sutil inquietud se refleja con insistencia a lo largo del escrito: teme vivir en
la ilusión respecto a sus relaciones con la Amada, aun cuando por otra parte
se muestre plena y definitivamente asentado en su convicción. Verosímilmente
se t r a t a de una prueba espiritual para purificar y afianzar su fe, y para m a n -
tenerle en postura de h u m i l d a d y confianza. Cf. MR 287.
17 MR 106.
OLEGARIO DOMÍNGUEZ 329

que ahora creo; y para alentar mi fe me resolví a escribir


cuanto me pasaba con ella; la lectura de mis relaciones con-
cernientes al amor me sostenían en tiempo de combate. Ahora
¡qué cambio en mí!, ¡qué situación tan distinta! Conozco a
mi Amada porque ella cuida de revelarse a quien ama» (18).

La Amada con quien se ha encontrado es mucho más que una


institución social: es un misterio de vida sobrenatural, que sólo des-
de la fe es cognoscible, y sólo ante una fe profunda y amorosa des-
cubre su secreto. «Es un misterio que no veremos en esta vida» (19)
sino a través de analogías y velos. Sólo después se dará a ver «a
cara descubierta» (20).
Muchas veces se refiere el autor a la fe como única vía de ac-
ceso a la realidad íntima de la Iglesia (21), y aduce expresamente
el artículo del Credo: Et unam sanctam catholicam et apostolican
Ecclesiam (22). Pero hay un pasaje singular en sus escritos donde
formula en nueve proposiciones los puntos principales de su creen-
cia en la Iglesia. Reproducimos este «credo eclesial», que aparece
en las últimas páginas de Mis relaciones, como expresión cimera de
su pensamiento:
1."— Creo que existes, y que tú eres el objeto único de
amor designado por la ley de gracia: «amarás».
2.°— Que tú eres Dios y los prójimos.
3.°— Que todos los prójimos, esto es, los predestinados a
la gloria, forman un cuerpo moral perfecto bajo Cristo Dios
hombre su Cabeza.
4.°— Que donde está Cristo está la Iglesia, y que no son
cosas separadas sino individualmente, pero unidas moral y es-
piritualmente, formando una sola Nación, un solo Principado,
un solo Reino, una sola familia, un solo cuerpo unido entre sí
con su cabeza con lazos más fuertes que los del cuerpo mate-
rial, por ser Dios él mismo el espíritu que hace en él lo que el
alma en el individuo.
5.°— Que este cuerpo se llama Iglesia, formando una sola,
la que está en el cielo, en la tierra y en el purgatorio por ser

18 MR 174. Esa sorpresa y extrañeza son garantía de autenticidad.


19 MR 8.
20 MR 4 3 : «y acabada esta vida, te dejarás ver sin velos y a cara des-
cubierta».
21 Cf. MR 6-7, 43, 54, 127, 154, 264, 278, etc.
22 Cf. MR 12, 54, 94, 175, 301. «La verá con t a n t a más claridad cuanto
más pura sea la Fe en el artículo del Credo Et Unam Sanctam Catholicam Ec-
clesiam» (54).
330 LA DOCTRINA DE LA IGLESIA COMO CUERPO MÍSTICO SEGÚN EL P. PALAU

una sola su cabeza y un solo el espíritu que la vivifica, que es


Dios.
6.°— Que la Iglesia es una belleza inmensa, porque reúne
en sí todas las perfecciones y atributos que forman la imagen
del mismo Dios: y que por lo mismo es el único objeto de
amor que puede satisfacer todos los apetitos del corazón hu-
mano y la vista intelectual y material del hombre.
7.°— Que este cuerpo moral perfecto que eres tú, eres una
realidad, una entidad distinta, con vida, y movimiento pro-
pio: que tienes espíritu y vives, entiendes, y amas, que ha-
blas, oyes, y ves.
8.°— Que siendo Amada como objeto digno de amor para
el hombre y el Ángel, puedes corresponder con amor, amando
a tus amantes...
9.°— Que en tí el amor es el Espíritu Santo que derra-
mándose por todos los miembros de tu cuerpo, corresponde
con amor al que ama. No tienes alma como nosotros, pero tie-
nes espíritu y este es el Espíritu Santo, persona tercera de la
Trinidad que te da vida, movimiento, virtud, gracia y gloria.
Eres una inteligencia y ésta está en tu cabeza, que es Cristo,
hijo de Dios vivo, y hombre, hijo de María Virgen, y con el
Hijo y el Espíritu Santo está el Padre, como principio de don-
de proceden los dos: en tí, contigo y por tí obra Dios trino y
uno, y fuera de tí no hay salvación, vida, ni felicidad, sino
agitación y tormento eterno» (23).

En esta hermosa y densa profesión de fe tenemos como la quin-


taesencia de la concepción teológica —y espiritual— del P. Palau
sobre el misterio de la Iglesia, que ocupa el centro de su perspecti-
va doctrinal y apostólica. Este misterio hunde sus raíces en las re-
laciones trinitarias, lleva como fruto la vida y la salvación de los
hombres, y tiene como constitutivo esencial la unión íntima y vital
con Cristo, de donde procede la belleza inefable de la Iglesia, que
siendo una persona viviente, inteligente y amante, actúa en nuestra
vida y se presenta como objeto adecuado y único del amor cris-
tiano. El misterio del Cuerpo místico viene a compendiar así —¡y
con qué luz subyugadora, y con qué fuerza vital!— todo el dogma

23 MR 301-302. Esta profesión, en el contexto literario, responde a un sim-


bólico requerimiento explícito de la Iglesia: «¿Qué es lo que crees de mí?». Y
se cierra con esta afirmación: «Esto es lo que yo creo de ti». — Otra profesión
similar, menos elaborada, aparece en MR 166.
OLEGARIO DOMÍNGUEZ 331

y toda la moral del Evangelio. Semejante concepción, expuesta an-


tes del Concilio Vaticano I, llama la atención por su audacia y por
la clara seguridad con que se enuncia.
La realidad del misterio expresada en concepto teológico tenía
también para nuestro autor un revestimiento psicológico de figuras
e imágenes llenas de vida y colorido. La presencia de su Amada
que se le ha descubierto, ha puesto en conmoción todas las fibras
de su ser: no es una entidad abstracta, una idea maravillosa pero
descarnada, un dogma trascedente pero frío, sino una persona cer-
cana, cuya belleza se ve y cuyos efluvios se sienten. La Biblia la
ha representado bajo mil símbolos. Palau muestra su preferencia
por uno particularmente sugestivo: el de una virgen colmada de
gracia y atractivos, que recuerda a la novia ataviada del Apocalip-
sis (24). Esta virgen ha sido bosquejada por las grandes figuras fe-
meninas del Antiguo Testamento, y ha hallado su perfecta y de-
finitiva expresión concreta en María (25).
Sin dejar de lado completamente otros esquemas conceptuales
—por ejemplo el de Ciudad de Dios y el de Reino de Dios (26)—,
Palau asienta y centra su pensamiento eclesiológico en la idea pau-
lina del Cuerpo místico, en la que la unidad de los fieles con Cristo

24 Apoc. 21, 2.
25 Cf. MR 185-191. «Siendo tal nuestra condición sobre la tierra que no
podemos percibir las cosas espirituales, celestes, invisibles, eternas, sino bajo
las sombras, figuras y especies de lo visible, temporal y terrestre, el Espíritu
Santo en las sagradas Escrituras nos presenta la Iglesia t r a s el velo de las
metáforas, entre enigmas y figuras de una ciudad, de una vid, de un j a r d í n
cerrado, de un campo, de una grey, de un cuerpo h u m a n o . (...) Entre otras
figuras, la de una m u j e r nos describe las relaciones entre Cristo y los santos
en el m a t r i m o n i o espiritual entre Cristo y la Iglesia. (...) De entre todas las
mujeres María Madre de Dios es el tipo más perfecto y acabado de ella» (185).—
Ya en el título de su obra juvenil sobre el cuerpo místico P a l a u se refiere a
su figuración femenina : Líber quartus in quo Ecclesia quae est D. N. Jesuchristi
corpus mysticum sub forma mulieris repraesentatur... La llama i n d i s t i n t a m e n t e :
Niña, Joven, Virgen, Mujer. Esta figuración, de indiscutible fondo bíblico, tiene
fuerte resonancia psicológica para el a u t o r que, mediante ella, vive h o n d a m e n t e
su desposorio con la Iglesia. Dice a este propósito a J u a n a Gracias: «desde
mis ejercicios últimos del Vedrá siento en mi compañía bajo la sombra de una
mujer a la Iglesia: su presencia absorbe toda mi atención». (Carta 61 a). Reco-
noce que para las mujeres convendrá prescindir de esos rasgos femeninos y
a t e n d e r a la figura de Cristo que se proyecta en su Cuerpo m í s t i c o : «Para las
mujeres el cuerpo de Jesús... es el tipo perfecto de su cuerpo m o r a l que es la
Iglesia» (MR 8). «La mujer, que mire ese cuerpo bajo el tipo y figura del cuer-
po n a t u r a l del h o m b r e , que pueda imaginarse mejor organizado, siempre joven,
sin arruga ni tacha, ni defecto...» «Vosotras, las mujeres, os podéis casar con
el Hijo de Dios y se os sienta m u y bien... A nosotros, los hombres, nos va
muy bien... t o m a r en seguida a la Iglesia por esposa y casarnos con ella»
(Carta 54).
26 Alude a ellos con frecuencia, incluso cuando expone el concepto de cuer-
po m í s t i c o ; y en la obra La Iglesia de Dios figurada por el Espíritu Santo los
desarrolla, comentando las imágenes bíblicas.
332 LA DOCTRINA DE LA IGLESIA COMO CUERPO MÍSTICO SEGÚN EL P. PALAU

alcanza su expresión máxima. Y presenta la realidad misteriosa de


ese Cuerpo sensibilizada en la imagen de una mujer ideal: «bella,
siempre joven, afectuosa, viva, perspicaz, ágil, en cuyo corazón el
amor divino reside como el fuego en su elemento» (27).
Antes de entrar en el análisis de los diversos aspectos implica-
dos en esa concepción teológica, es preciso fijar la atención breve-
mente en la terminología del autor y en el significado o contenido
de la misma.
Respecto a la terminología, nos encontramos con un dato curio-
so y, a primera vista, desconcertante. Al principio utiliza exclusiva-
mente la fórmula cuerpo místico; después, como si sintiera repa-
ros, mezcla en el mismo contexto con esa fórmula la de cuerpo mo-
ral, o usa la expresión cuerpo místico y moral; y en sus últimos
escritos, ya únicamente emplea la expresión cuerpo moral, a la que
con frecuencia añade el calificativo perfecto (28).
¿Cómo explicar esta fluctuación y esta reserva para con el ad-
jetivo místico'*. ¿Cómo interpretar este dejar de lado una expresión
consagrada por el uso de los grandes doctores medievales y de la
escolástica? No conocemos las razones, pero debieron de ser análo-
gas a las que habrían de influir en los Padres del primer Concilio
Vaticano para que miraran con recelo la doctrina del Cuerpo mís-
tico presentado en el esquema (29). Lo cierto es que para el P. Pa-
lau la denominación cuerpo moral tiene idéntico contenido dostri-
nal que la clásica de cuerpo místico: jamás la aplica a la Iglesia en
el sentido de una unidad de tipo meramente social, como veremos
al exponer el conjunto de su pensamiento. Y la fórmula cuerpo mo-
ral perfecto, a la que se acoge a menudo, es sin duda fruto de la in-
satisfacción que en él producía la expresión escueta de cuerpo mo-
ral. La sola variación que es dable encontrar en sus escritos es la

27 Carta 54. Cf. MR 8-9; 185-190.


28 Usa exclusivamente la denominación cuerpo místico en el título de su
obra latina desaparecida (cf. nota 6), y en el libro Lucha del alma con Dios
(8 veces: p. 84, 152, 186, 198, 241, 244, 254 y 312). — Después alterna dicha de-
nominación con la de cuerpo moral en las cartas 4, 29, 31, 32, 54, 61 y 68, en
Vida solitaria, 6, y en Catecismo de las virtudes 121. Y a veces emplea la fór-
mula c o m p l e x i v a : «La Iglesia es el cuerpo moral n místico de Jesús» (Carta 54);
«Cristo es cabeza de un cuerpo místico y moral, que es su Iglesia» (Carta 59;
cf. 28 y 29). — Finalmente, en Mis relaciones y en otros escritos contemporáneos
sólo emplea (menos en MR 40, donde reaparece cuerpo místico y moral) la fór-
mula cuerpo moral o cuerpo moral perfecto: MR 8, 9, 28, 49, 100, 138, 166, 182,
302, etc.; El Ermitaño, n. 37, p. 2. — Muchas veces, por lo demás, aduce el tér-
mino cuerpo sin especificativos; y los correlativos cabeza y miembros.
29 Tal vez el adjetivo místico le pareciera vago o sospechoso de inducir a
una concepción p u r a m e n t e espiritual de la Iglesia, de tipo protestante o j a n -
senista.
OLEGARIO DOMÍNGUEZ 333

de un progresivo ahondamiento y una percepción cada vez más in-


tensa del misterio de unión entre Cristo y los suyos. Paradójica-
mente, a la vez que la concepción gana en penetración, riqueza y
hondura, los términos pierden en fuerza expresiva.
Falta ahora precisar el alcance y extensión que Palau daba a los
términos —para él equivalentes— de cuerpo místico, cuerpo moral
e Iglesia. ¿Qué contenido les atribuye? ¿En qué acepción los toma?
Es sabido que los grandes escolásticos —lo mismo que los
Padres— empleaban el término Iglesia y sus sinónimos con un sig-
nificado análogo y flexible, no rígido y unívoco. Ya le dan un sen-
tido amplísimo, incluyendo a todos los seres que reciben algún in-
flujo vivificador de Cristo: bienaventurados (y ángeles) del Cielo,
almas del purgatorio y fieles de la tierra; ya lo toman en una acep-
ción relativamente amplia que abarca a todos los fieles de la co-
munidad militante, desde el comienzo de la historia salvífica («la
Iglesia desde Abel»); ya lo limitan a la comunidad establecida por
Cristo en la tierra (sentido más estricto). Estas diversas acepciones
siguen aún en pie, aunque la última es la más usual en la eclesio-
logía moderna de los manuales y en la literatura religiosa. Esta
acepción restringida es la que normalmente se tiene en cuenta cuan-
do se habla de la Iglesia sin más (30).
En nuestro autor lo más común es que las denominaciones
Iglesia, Cuerpo Místico, etc. se tomen en el sentido más amplio, co-
rrespondiendo en su plenitud integral a todos los seres ligados vi-
talmente con Cristo, bien por la gloria, bien por la gracia o por la
fe y el bautismo. Cuando quiere restringir el significado, suele acu-
dir a algún calificativo como Iglesia romana, Iglesia militante o
peregrina (31).
La definición que da de la Iglesia en su sentido complexivo es
ésta: «la congregación de todos los ángeles y santos del cielo, de la
tierra y de debajo de la tierra unida a Cristo... Cabeza» (32). O más
sencillamente: «ía congregación de todos los santos bajo Cristo su
cabeza» (33). Raramente intenta definir a la Iglesia en su acepción

30 Cf. SALAVERRI, I., De Ecclesia Christi, n. 155-158, en Sacrae Theologiae


Snmmu, I, edit. 3, 1955, p. 550; JOURNET, C , L'Kglise du Verbe Incarné, I, edit
2, 195 p. 63-67; II, 1951, p. 50-92; 1172-1190.
31 Cf. MR 9 8 : «soy tu a m a d a hija que sobre la tierra m i l i t a » ; 108: «La
Iglesia R o m a n a es la Congregación de los miembros de mi cuerpo que tengo
sobre la t i e r r a » ; 112: «La Iglesia Romana, esa que esparcida en toda la tierra
peregrina en ella», etc.
32 MR 107. Cf. 8 y 97.
33 MR 7. Cf. 15, 28, 80, 92, 100, 124, 182, 305, 312, etc. Una veintena de
veces reaparece la definición, con leves variantes. El a u t o r tiene a la vista ante
todo a quienes pertenecen en la forma más plena al Cuerpo de Cristo: por ello
algunas veces menciona como sus miembros sólo a los santos o a los predesti-
334 LA DOCTRINA DE LA IGLESIA COMO CUERPO MÍSTICO SEGÚN EL P. PALAU

más estricta: lo hace de esta forma: «.la congregación de los fieles


cristianos unidos a Cristo su cabeza invisible y al Papa cabeza vi-
sible» (34). Nos hallamos, pues, ante una noción análoga o poliva-
lente de la Iglesia: el aspecto primordial, que admite diversos gra-
dos y fases, es el de la santidad o unión con Dios realizada median-
te el influjo capital de Cristo; pero no se deja en olvido la estruc-
tura orgánica que Cristo mismo estableció para su cuerpo místico
en la condición de peregrino por la tierra. La unión con Dios no se
realiza si no por Cristo; y la inserción en Cristo aquí no se da si no
dentro de la institución visible y jerárquica por El fundada.
Esta concepción responde sensiblemente a la idea más tradicio-
nal, según la cual la sustancia de la Iglesia consiste en la vida di-
vina comunicada a los hombres por Cristo (35). En ella se funden
la perspectiva teocéntrica y la cristocéntrica: la Iglesia es «Dios
y los prójimos», «Dios formando cuerpo moral con los santos», mas
siempre «bajo Cristo su cabeza» (36). «El Padre es el principio de
donde procede. El Hijo es su Cabeza. El Espíritu Santo es el alma
que la vivifica. La Trinidad ha impreso en ella su imagen, y es be-
lla como Dios, amable como la divinidad. Es una en Dios trino y
uno» (37).
Algún que otro pasaje del autor acentúa de tal modo la unión
entre Dios y los seres a El adheridos por la gracia o la gloria, que
da la impresión de sugerir como una extraña fusión de las criatu-
ras con el Ser divino: «Yo soy Dios y los prójimos, objeto de amor
designado por la ley de gracia» (38); «Tú eres los prójimos forman-
do en Dios una sola cosa» (39); «Eres infinitamente bella y amable»
(40). Pero el vértigo de esa impresión se desvanece pronto, aten-

nados (cf. MR 7, 75, 120, 182, 301). Pero en otros pasajes cuenta entre ellos no
sólo a los santos del cielo y a los justos de la tierra sino t a m b i é n a los bautizados
(MR 8). A m e n u d o simplifica aún m á s la definición diciendo «Cristo y los pró-
jimos», o «Dios y los p r ó j i m o s » : cf. MR 41, 43, 74, 132, 138, 182. En este últi-
mo lugar especifica que Dios con los prójimos formando un cuerpo moral per-
fecto «es la Iglesia en sentido lato».
34 MR 97. Cf. 108: «La Iglesia Romana es la congregación de los miem-
bros de mi cuerpo que tengo sobre la t i e r r a » ; El Ermitaño, n. 8, p. 2 : «Yo
soy la Congregación de todos los católicos unidos a Cristo mi cabeza invisible
y a Pío IX cabeza visible».
35 Cf. CONGAR, Y., La idea de la Iglesia según Santo Tomás, en Ensauos
sobre el misterio de la Iglesia, Barcelona 1959, 59-88.
36 Cf. MR 8, 75, 182; La Iglesia, 3 y 44: «Dios y los prójimos, constitu-
yendo en Cristo cabeza una sola cosa».
37 MR 167.
38 MR 265. Cf. 43, 75, 100, 167, 182, 301, etc.
39 MR 189. Cf. 130, 132, etc.
40 MR 189 y 273. Cf. 105: «tan bella como Dios..., infinitamente amable»;
166: «bella como Dios, amable como la divinidad»; 301, etc.
OLEGARIO DOMÍNGUEZ 335

diendo al contexto mismo de esas frases, que son simplemente un


forcejeo por expresar el inexpresable misterio de la comunión en la
que Dios admite a sus criaturas. La Iglesia no es Dios (41): es «la
hija de Dios» (42), «la más perfecta de todas las criaturas» (43), el
más espléndido reflejo e imagen de la Trinidad (44). No se trata,
pues, de unidad de esencia o de absorción de tipo panteísta, sino de
la unión peculiarísima resultante de la comunicación de la vida
divina, por la que hombres y ángeles quedan «deificados», según la
expresión tradicional. El misterio de la Iglesia es el misterio mismo
de la gracia en su esencial dimensión comunitaria (45). De ahí que
no se la pueda concebir desligada de Dios, sino como formando con
El una misma cosa: «la cosa amada». Así se entiende también la
bella y profunda intuición de Juana de Arco: «Dios y la Iglesia es
todo uno» (46).
Supuesta esta concepción genérica del misterio de la Iglesia y
de su sentido teocéntrico, vamos a detenernos en el estudio de la
doctrina específica del Cuerpo místico, comenzando por el núcleo
vivo de dicho misterio que consiste en la unión íntima vigente en-
tre Cristo Cabeza y su Cuerpo.

3. CRISTO CABEZA Y LA IGLESIA SU CUERPO: MISTERIO DE UNIDAD


ENTRE AMBOS

La Iglesia, asamblea de los hijos de Dios, asociados por El a


su Vida, tiene por cabeza a Cristo: es «el pueblo de Dios reunido
bajo Cristo... cabeza» (47). Cuando Palau habla de cuerpo místico
o de cuerpo moral, o dice simplemente, ateniéndose al lenguaje pau-

41 Cf. MR 5 2 : «¿Eres una cosa distinta de Dios? —Si no fuese una cosa
distinta de Dios seria Dios, y Dios sería la Iglesia y la Iglesia sería Dios; y
si la Iglesia fuese Dios, lo serían las criaturas que la constituyen. No soy Dios
(...) Dios es el alma que me vivifica». Queda así eliminado todo posible equí-
voco, y excluida toda forma de unión que —según la expresión de la Mystici
Corporis— «haga a los fieles t r a s p a s a r de cualquier modo el orden de las cosas
creadas e invadir erróneamente lo divino» (AAS, 1943, 231).
42 Este apelativo figura en el título mismo de la obra Mis relaciones con
la Hija de Dios, la Iglesia, y es usado con frecuencia en toda ella.
43 MR 183.
44 Cf. MR 42: «en su fisonomía la cara e imagen del mismo Dios»; 167:
«La Trinidad ha impreso en ella su imagen»; 302: «reúne en sí todas las per-
fecciones y a t r i b u t o s que forman la imagen del m i s m o Dios»; 312: «la imagen
viva y acabada de Dios Trino y uno».
45 La vida de comunión t r i n i t a r i a sólo puede reflejarse adecuadamente en
una comunidad. P o r eso la Iglesia es un Pueblo, un Reino, un Cuerpo místico,
Cf. MR 312.
46 Cf. MARITAIN J., La Iglesia de Cristo, Bilbao 1972, 316-317.
47 MR 80.
336 LA DOCTRINA DE LA IGLESIA COMO CUERPO MÍSTICO SEGÚN EL P. PALAU

lino, que la Iglesia es el cuerpo de Cristo y que Cristo es cabeza de


la Iglesia, tiene siempre ante sí la misma realidad: la de una íntima
e inefable unión vital entre Cristo y todos aquellos que de El reci-
ben algún influjo salvífico: el bautismo, la fe, la gracia, la gloria.
En esta unidad entrañable está precisamente el constitutivo
más profundo y sustancial del misterio de la Iglesia. Ella confiere
a la asamblea de los santos su peculiar y nobilísima personalidad
que rebasa todos los moldes de asociación jurídica y moral, todas
las categorías de comunión social conocidas entre los hombres.
Nuestro autor recalca con vigor la singularísima ligazón que
une a Cristo con la Iglesia, de modo que constituyen «un solo cuer-
po», «una sola cosa», «una sola entidad y realidad», «una sola uni-
dad» (48). Esta convicción viene a ser el tema por excelencia de sus
meditaciones y vivencias íntimas, el núcleo de su mensaje apostó-
lico y el quicio de su espiritualidad. Es la idea-fuerza que le sub-
yuga y que rige su vida interior y su apostolado. A través de la
unión estupenda entre Cristo y su cuerpo, intuye la profunda uni-
dad que ensambla y funde en uno solo los dos preceptos del amor;
y este descubrimiento luminoso y fecundo asentó para siempre en
la paz, en la armonía y el gozo su existencia de carmelita, sacerdote
y fundador (49).
«La Iglesia está en Cristo y Cristo en su Iglesia, siendo los dos
una misma cosa» (50). «Donde está Cristo está la Iglesia, donde es-
tá la Iglesia está Cristo» (51). «Donde va uno, va otro; porque no
puede concebirse vivo un cuerpo separado de su cabeza, ni una ca-
beza separada de su cuerpo» (52). Semejantes afirmaciones incisi-
vas menudean en la obra del P. Palau, haciéndonos recordar aque-
lla egregia fórmula acuñada por S. Agustín: «Totus Christus, Ca-
put et Corpus est» (53). Pero no se detiene —como tampoco el S.
Doctor— en disquisiciones y precisiones técnicas para determinar

48 La lqlesia 44 y 47; MR 61, 62, 75, 133, 139, etc.


49 Lo destaca con razón el P. GREGORIO de J. C. en la biografía fírasa entre
cenizas, Bilbao 1956, 121-129; asi como el opúsculo Vocación del Carmelo Mi-
sionero, elaborado por las hijas del P. Palau. — Son incontables los textos en
que P a l a u ve compendiadas en el amor a la Iglesia las dos vertientes del amor
c r i s t i a n o : ella es «el objeto único de amor designado por la Ley» (MR 301).
Alguna vez matiza más, excluyendo toda apariencia de confusión entre lo di-
vino y lo h u m a n o , y dice, por ejemplo, que la Iglesia es «el objeto esencial y
accidental, o p r i m a r i o y secundario del a m o r del hombre» (MR 299).
50 La Iglesia 10. Cf. MR 138: «Siempre soy yo en la Iglesia y ella en mí».
51 La Iglesia 47. Cf. MR 37, 41.
52 MR 41. Cf. 37.
53 Contra üonatistas, 4, 7. — Es conocida la importancia que en la eclesio-
logía de Agustín tiene la idea del Cristo total o integral, que a cada paso apare-
ce en su explicación de los Salmos.
OLEGARIO DOMÍNGUEZ 337

el alcance y contenido teológico de esa realidad impresionante. La


acepta como un dato revelado, apoyándose en los textos del Após-
tol, y la asienta como principio inconcuso. Nos queda a nosotros
la tarea de precisar en lo posible el sentido, la extensión y la pro-
fundidad que el autor atribuye a la unidad entre Cabeza y Cuerpo.
Hay que decir ante todo que Palau se mantiene muy clara-
mente dentro de los límites señalados por Pío XII en la Mystici
Corporis: la unión interna y vital del Cuerpo místico va mucho
más allá de los lazos jurídicos y morales que estructuran el orden
social humano; pero queda por fuerza más acá del orden estricta-
mente divino (54). La Iglesia es designada como cuerpo moral: pe-
ro es una corporación moral perfecta, en la que, por encima de los
vínculos jurídicos (autoridad, normas) y de la unión moral y afec-
tiva que puede aglutinar las voluntades, se da una cohesión íntima
y vital mucho más fuerte que la que reina en un organismo natu-
ral vivo. Como tendremos ocasión de exponer más abajo, es el mis-
mo Espíritu de Cristo el alma que compagina y une, a la vez que
lo vivifica, al cuerpo de la Iglesia (55). Sin embargo, esa profunda
unión de vida y espíritu no implica una absoluta identificación en-
tre cabeza y cuerpo, ni suprime la personalidad física de cada uno
de los miembros. Somos uno con Cristo, viviendo cada cual perso-
nalmente la vida divina que de El como Cabeza fluye sobre todo
el cuerpo.
La misma metáfora Cuerpo místico expresa una trabazón vital
dentro de una distinción de funciones y actividades, e indica a la
vez que esa trabazón no es la misma que la existente en una per-
sona física. Cabeza y cuerpo son inseparables (56), pero también
inconfundibles. El Cristo personal no puede entenderse adecuada-
mente sino como el Cristo total, el cual posee una personalidad sui
generis donde no desaparece la pluralidad sustancial de sujetos. Por
eso la unidad del Cuerpo místico es una unidad social, una unidad
de comunión que refleja el intercambio de vida y amor entre las
Tres Personas divinas (57). Así hay que entender afirmaciones co-

54 Cf. A AS, 1943, 221-222; 2 3 1 ; 234.


55 «Un solo cuerpo unido entre sí con su cabeza con lazos más fuertes que
los del cuerpo m a t e r i a l , p o r ser Dios él mismo el espíritu que hace en él lo que
el alma en el individuo»: MR 301.
56 «No puede concebirse vivo un cuerpo separado de su cabeza ni una ca-
beza separada de su c u e r p o » : MR 38. «Ya no me es posible ver y contemplar
al Hijo de Dios bajo otra figura noción o idea que como cabeza unida en el
cielo, en la tierra y en el purgatorio al cuerpo santo de la Iglesia»: MR 56. Cf. 34.
57 Cf. MR 312: «Sólo la Iglesia es su imagen perfecta y acabada... la ima-
gen viva de Dios Trino y u n o » ; cada uno de los santos lo es de modo parcial.

22
338 LA DOCTRINA DE LA IGLESIA COMO CUERPO MÍSTICO SEGÚN EL P. PALAU

mo éstas: «Yo y la Iglesia somos dos en uno como el cuerpo y la


cabeza» (58); «la cabeza y el cuerpo, esto es Cristo y sus santos
son siempre en el mundo intelectual, real y positivo, una sola enti-
dad» (59); «en el mundo real y verdadero yo soy una sola y misma
cosa con la Iglesia... El entendimiento humano... me mira separa-
damente de ella: esta separación puede concebirse y puede estar
en el entendimiento, pero moralmente esta separación no tiene rea-
lidad en el reino de la verdad» (60).
¿Cuál es la razón de ser de esta misteriosa unión y continuidad
vital entre la Cabeza y el Cuerpo? ¿Cuáles son los lazos que cons-
tituyen la íntima trabazón orgánica entre ambos? En otras pala-
bras ¿cuáles son las funciones capitales de Cristo? Palau no se de-
tiene a exponerlas en forma sistemática. Pero supone y recoge, en
sustancia, cuanto enseña la teología escolástica al explanar el pen-
samiento de San Pablo. Cristo es Cabeza de la Iglesia: por el pues-
to preeminente que ocupa («para que sea El el primero en todo»),
por la plenitud de vida y santidad que posee («Dios tuvo a bien ha-
cer residir en El toda la Plenitud»), y por el múltiple influjo que
ejerce («y reconciliar por El... todas las cosas»), ya rigiendo a su
cuerpo exteriormente como principio de organización y unidad vi-
sible, ya santificándolo y moviéndolo interiormente como principio
inmanente de vida (61). La preeminencia y plenitud constituyen la
primacía o capitalidad ontológica; la doble forma de influencia —ex-
terna e interna— constituye la principalidad dinámica o activa, de
la que la anterior es condición y fundamento.
a) La preeminencia de Cristo sobre toda la creación —sobre
el mundo natural y el sobrenatural— es secuela ineludible de la
unión hipostática, en razón de la cual la humanidad de Jesús fue
asumida como propia de la persona del Verbo: «Por esta unión
hipostática el Hijo de Dios unió a Sí con vínculos indisolubles la
naturaleza humana, y ésta en Cristo fue constituida cabeza de toda

58 MR 138. Cf. 132: «Yo soy Jesús, cabeza de mi cuerpo que es la Iglesia;
y con la Iglesia yo soy cabeza con cuerpo».
59 MR 38.
60 MR 57. En abstracto, podemos distinguir en Cristo el ser personal y la
proyección salvifica, la gracia individual y la gracia c a p i t a l ; pero en la reali-
dad concreta Cristo es inseparable de su cuerpo místico, y su gracia individual
se identifica con aquella por la que es cabeza y principio de la Iglesia. Ct.
S. TOMAS, III, 8. 5.
61 Cf. Col 1, 18-21; Ef 1, 22-23; J n 1, 14.16, Esas cuatro funciones son las
que especialmente menciona Santo T o m á s : Sent III, 13, 2, 1; De Verit 29, 4;
Suma Teol. III 8, 1; In I Cor 11, lect. 1; In Ephes 1, lect. 8; In Colos I, lect. 5.
OLEGARIO DOMÍNGUEZ 339

la Iglesia» (62). Cristo es la piedra angular: «tiene más peso, más


precio, más valor y más estima que toda la creación junta» (63).
b) La plenitud de gracia y dones divinos que Cristo posee, es
también consecuencia de la unión hipostática, pero además es exi-
gencia de su misión salvífica, ya que El recibió la gracia, no como
simple individuo, sino a título de principio universal de salvación:
«A Jesucristo se le dio gracia no sólo como a un particular, sino tam-
bién como cabeza de toda la Iglesia, y con ella pudo merecer y en
verdad mereció... para los hombres todos» (64). Gracias a esta ple-
nitud desbordante, Cristo será fuente viva de toda la santidad,
fundamento necesario del reino de la gracia en su totalidad, de la
ciudad de Dios: «Cristo, piedra angular de la Iglesia, encierra todas
las gracias, todos los dones, todas las virtudes con tal plenitud que
vale ella sola más que todo cuanto hay fundado encima» (65).
c) El influjo exterior de gobierno o dirección es apenas desta-
cado por el P. Palau, pero va implicado en su doctrina sobre la fun-
ción apostólica y jerárquica de la Iglesia militante: «Los apóstoles
y cuantos con Cristo y en nombre de Cristo sostienen la Iglesia
santa, todos reciben de él la autoridad, el poder, la virtud y la doc-
trina de la verdad» (66). Mediante los apóstoles a quienes confirió
su misión y su autoridad, Cristo es el fundamento primordial de la
Ciudad santa: «Cristo es la piedra suma, angular, fundamental, so-
bre la que descansan y se apoyan los demás fundamentos, de los
que el primero es Pedro». Así es Pastor y Rector supremo de toda
la comunidad de los creyentes: «no sólo es Cristo fundamento de
los fundamentos, sino de todos los que se han salvado y se han de
salvar» (67).
d) El influjo interno y vital es el factor de mayor relieve en
la concepción tradicional del Cuerpo místico, y descuella también
espléndidamente en la doctrina de nuestro autor. La vida divina
fluye de Cristo cabeza sobre todos los hijos de Dios. El vino «lleno
de gracia y de verdad» para que de su plenitud recibiéramos todos

62 MR 183.
63 La Iglesia 20.
04 Lucha 168. Recoge, casi al pie de la letra, la enseñanza de S. Tomás,
III, 48, 1.
65 La Iglesia 20. Cf. 10, 13, 18-21.
66 La Iglesia 21.
67 La Iglesia 19. Cf. MR 6 3 : «El Pontífice con Cristo son una sola cabeza»;
MR 185: «Cristo y Pedro son una misma cabeza, visible en la tierra la una, e
invisible la otra en el cielo, pero presente a todo el cuerpo».
340 LA DOCTRINA DE LA IGLESIA COMO CUERPO MÍSTICO SEGÚN EL P. PALAU

(68): toda la vida sobrenatural que circula por los corazones —en
el cielo y en la tierra— es como un rebosar de la suya, como la
savia que corre por los sarmientos fluye de la cepa. Esta comunica-
ción íntima de vida y movimiento es la que da a la metáfora Cuerpo
místico su significado más hondo y su realidad más plena. La Iglesia
aparece como prolongación vital, como «pleroma» del Salvador, co-
mo organismo en el que se difunde su influjo vivificante y del que
se sirve para extender ese influjo al mundo entero (69).
Aquí está el corazón mismo del misterio. Una urdimbre de la-
zos íntimos y vitales, cuya fuerza y hondura sólo en el cielo se
nos hará patente (70). Una comunión insospechada entre Cristo y
el grupo de los otros hijos de Dios. Una inclusión de éstos en Aquél,
y una mutua inmanencia de la Cabeza en los miembros y de los
miembros en la cabeza: «La Iglesia está en Cristo y Cristo en la
Iglesia» (71); «siempre soy yo en la Iglesia y ella en mí» (72). De
ahí esa impresionante unidad, que hace de la Iglesia un ser per-
sonal dinámico, inteligente, amante, capaz de requerir de amores
a los hombres, exigiéndoles una entrega incondicional y exclusiva
y ofreciéndoles con su comunicación amistosa la plenitud de la di-
cha. Movida por Cristo, henchida de su vida y de su Espíritu, la
Iglesia es a la vez su Cuerpo y su Esposa amada y amante: y es
asimismo la Amada de todo cristiano verdadero (73).

68 J n 1, 14. 16. — Santo Tomás entre las funciones capitales de Cristo des-
taca como principal la influencia i n t i m a ejercida sobre los m i e m b r o s : «gratia
capitis, secundum quod praedictae proprietates ei conveniunt, praecipue secun-
dum quod influit a l u s m e m b r i s » : Sent III 13, 2, 1. cf. Suma Teoí. II, 8 5-6.
69 Cf. Ef 1, 22-23. La p a l a b r a Pleroma puede interpretarse, ya en su acep-
ción p a s i v a : en la Iglesia se d e r r a m a la sobreabundancia vital de Cristo, ya
en sentido a c t i v o : la Iglesia completa a Cristo, llevando a plenitud su obra
salviflca en el m u n d o . Ambos conceptos responden a la realidad. Cf. S. Tomás,
In Ephes I, lect 8.
70 «Es un misterio que no veremos en esta vida, esto es, la organización
interna de la Iglesia, de los ángeles y santos entre sí y con Cristo su cabeza»:
MR 8. Cf. La Iglesia 44 y MR 5 1 : «No puedes conocer intuitivamente mi na-
turaleza, mi constitución m o r a l orgánica, las relaciones de todos mis miem-
bros entre si y las de éstos con la cabeza...».
71 La Iglesia 10. Cf. 47.
72 MR 138.
73 Uno de los puntos que más destacan en la doctrina de P a l a u es el del
carácter personal de la Iglesia: ser vivo y dinámico que entiende y ama, ve,
h a b l a y escucha. Cf. MR 168, 175, 220, 302. L l a m a la atención que a menudo
la designe con la expresión «/a cosa amada». ¿Será, acaso, p a r a evitar delica-
d a m e n t e q u e se la conciba como una persona física? ¿O simplemente que cen-
tra su atención en el concepto formal de «objeto» o término intencional del
acto de a m o r ? Sea como sea, nuestro a u t o r no la ve j a m á s como una mera
personificación literaria, sino como ALGUIEN que es sujeto y objeto de amor.
Toda la obra Mis Relaciones lo pone de relieve con extraordinaria viveza. «No
creerlo fuera una herejía in unan sanctam catholicam Ecclesiam»: MR 175.
OLEGARIO DOMÍNGUEZ 341

Intentando analizar más de cerca la naturaleza del influjo ínti-


mo ejercido por Cristo en su Cuerpo místico, creo que el pensa-
miento de Palau se sitúa en la perspectiva tomista, admitiendo, por
encima de una causalidad puramente meritoria, una causalidad ins-
trumental física con influencia óntica y directa sobre el efecto.
Respecto al influjo meritorio, enseña que Cristo, por haber re-
cibido gracia no sólo como particular, «sino también como cabeza
de toda la Iglesia... con ella pudo merecer y en verdad mereció en
todas sus acciones para los hombres, todos, la posesión de la gloria
y todas aquellas gracias y auxilios que necesitamos para conseguir-
la...» (74).
La eficiencia instrumental directa parece postulada por el con-
junto de la doctrina que tanto énfasis pone en la unidad vital entre
la Cabeza y el Cuerpo. «Es Dios-Hombre, que como Cabeza une a
sí en la tierra por fe, amor y gracia, a sus miembros, y en el cielo
por gloria; y éstos son sus carnes, sus huesos, su cuerpo» (75). «Los
del cielo, los de la tierra y los de debajo de la tierra que están uni-
dos a Cristo, todos están constituidos sobre este mismo fundamento.
Cristo es el que los sostiene, los defiende y ampara; El da en el
cielo la gloria a los bienaventurados, en la tierra la gracia, las vir-
tudes y los dones a los justos, y la esperanza a las almas que pur-
gan en el fuego del purgatorio sus defectos» (76). Este unir a sí y
este dar o comunicar la vida sólo alcanzan su pleno sentido supo-
niendo una derivación óntica —no de carácter meramente moral—
de la Cabeza a los miembros. La vida divina llega a nosotros me-
diante el influjo o la eficiencia instrumental de la humanidad de
Cristo llena de gracia (77).
Hay, pues, una profunda vinculación ontológica entre Cristo y
los seres que forman su Cuerpo. Pero como se trata de unión entre
personas, no puede prescindirse de otras relaciones de índole psico-
lógica (intencional, afectiva y moral), que ineludiblemente fluyen
de aquella vinculación y la acompañan y refuerzan. Ni podemos con-
cebir como ciega o forzada la influencia de Cristo; ni podemos en-

74 Lucha 168. Cf. 28: «Jesucristo con su vida, pasión y muerte satisfizo
plenamente a la justicia divina, nos redimió con el precio de su sangre... y nos
mereció la gloria, con todas las gracias y auxilios que son necesarios para ob-
tenerla».
75 MR 234.
76 La Iglesia 20.
77 Es la conocida doctrina del Angélico: «El influjo interior de la gracia
no proviene de nadie más que de Cristo, cuya h u m a n i d a d , por estar unida a
la divinidad tiene el poder de justificar»: III, 8, 6; cf. III, 8, 1 ad 1; 48,6 etc.
Creemos que el P. Palau, formado en la doctrina tomista, la sigue en este pun-
to, aun cuando no utilice los conceptos técnicos.
342 LA DOCTRINA DE LA IGLESIA COMO CUERPO MÍSTICO SEGÚN EL P. PALAU

tender que El influya en las almas sin exigir y suscitar en las mis-
mas una correspondencia inteligente, libre y amorosa. La vida que
Cristo comunica a su Cuerpo es una vida de comunión interperso-
nal, una vida de amistad íntima, en la que entrambos se funden en
un «nosotros» inaudito, en un «yo» psicológico del todo original.
Palau se refiere con frecuencia al amor como aglutinante supre-
mo del Cuerpo místico: «La caridad es la que hace esta unión» (78);
«mi cuerpo unido por el amor» (79); «soy los prójimos unidos entre
sí por amor bajo Cristo mi cabeza» (80). La caridad es el vínculo
unitivo perfecto entre la Cabeza y el Cuerpo y entre los diversos
miembros de éste. También se mencionan a veces la fe y la espe-
ranza como actitudes vitales inseparables del amor cristiano (81).
En realidad, estas virtudes o disposiciones son la floración conna-
tural y necesaria de la vida divina que Cristo infunde en su or-
ganismo místico. No son un producto humano mediante el cual po-
damos pretender unirnos con Cristo, sino que son en sí mismas obra
del influjo íntimo de Cristo cabeza. Quien cree en Cristo y le ama,
es porque se encuentra actuado por El y recibe el impulso de su
Espíritu. Lo expresa el Credo eclesial de esta forma: «En ti el amor
es el Espíritu Santo, que derramándose por todos los miembros de
tu cuerpo corresponde con amor al que ama» (82).
El mutuo amor entre Cristo y la Iglesia presenta en varios pa-
sajes de la Escritura los caracteres del amor conyugal: es un amor
ardiente y generoso que se traduce en una entrega recíproca de bie-
nes y de la misma persona. Palau acude con frecuencia a ese sím-
bolo matrimonial, extendiendo su alcance a cada uno de los fieles
—con razón, puesto que cada uno es Iglesia— y refiriéndose en par-
ticular a su propia incomparable vivencia. La amistad connubial,
que puede revestir diversas modalidades según los enfoques (enla-
ce del alma-Iglesia con Cristo; enlace del alma con la Iglesia esposa;

78 MR 39.
79 MR 62.
80 MR 74. Doc. 352 p. 209 y Doc. 343, p. 190: «La unión es el efecto prin-
cipal del amor. Cristo está por a m o r de caridad en su Iglesia, y la Iglesia está
en Cristo: la caridad constituye la unión hipostática y forma de estos dos
a m a n t e s un solo cuerpo del que somos los creyentes parte y miembros». El P.
Alejo nos t r a n s m i t e un esquema de sermón cuya idea central es que la cari-
dad forma la trabazón de la Iglesia: Vida del lí. P. Francisco Palau Quer
O. C. D., 236-237.
81 Cf. MR 87: «para que... te unieras con su hija en Fe, Esperanza y
Amor»; 138: «Todos mis soliloquios y ejercicios se han dirigido a una sola
cosa, que es u n i r m e en Fe, Esperanza y Amor con mi Amada»; 246: «Feliz
¡oh Iglesia S a n t a ! el que llega a unirse contigo en fe, esperanza y a m o r » ; 312:
«el Esposo le da en dote Fe, Esperanza y Caridad».
82 MR 302.
OLEGARIO DOMÍNGUEZ 343

enlace del alma con el Cristo total, esposo o esposa) es concebida


por nuestro autor preferentemente como mutua donación nupcial en-
tre cada cristiano y Cristo en su proyección integral, formando una
entidad con la Iglesia. Cristo con su Iglesia es quien ama y quien
requiere nuestro amor. El constituye la cosa amada, la Esposa dilec-
ta para los hombres, el Amado y el Esposo para las mujeres (83).
En esta unión nupcial de Cristo con su Iglesia, todos los fieles
tienen su parte y su lugar. Pero, las relaciones matrimoniales co-
munes a todos los miembros, en algunos alcanzan un grado privi-
legiado de intensidad y hondura por la experiencia sabrosa que se
da en las últimas moradas de la mística, en el desposorio y matri-
monio espiritual (84). La unión con Dios en que el alma se siente
colmada, según el pensamiento de Palau queda enriquecida y po-
tenciada cuando se sitúa en la vertiente de la doctrina del Cuerpo
místico, es decir, cuando las miradas del creyente se fijan en Dios
como Padre de la familia universal y en Cristo como Salvador y
Cabeza de la humanidad (85).
Estos desposorios tienen aquí abajo su expresión más viva y
su momento culminante en la unión sacramental de la Eucaristía,
donde por la mutua donación real e íntima «queda consumado el
matrimonio espiritual entre los dos Esposos» (86).
Tal es la naturaleza del influjo capital de Cristo: supone un
continuo influjo causativo y una presencia íntima del Salvador en
sus miembros, con el consiguiente intercambio amoroso o comunión
afectiva entre la Cabeza y el cuerpo. Quedan por exponer los actos
capitales a los que la Iglesia debe su incorporación y comunión vital
con Cristo.
¿Cuáles son los actos por los que Cristo ejerce su influjo sal vi-
nco sobre los hombres constituyéndolos pleroma y cuerpo suyo? El
P. Palau destacja especialmente estos cuatro: la Encarnación, la
83 Toda la obra Mis Relaciones expresa con viveza de fantasía y hondura
de sentimiento la personal vivencia de intimidad conyugal con la Amada. El
a u t o r ve en los desposorios la forma cimera del amor, que supera los vínculos
de la simple amistad y las relaciones de madre a h i j o : «los desposorios son
la entrega m u t u a de los a m a n t e s uno a otro»: MR 307. Cf. 3 9 : «El hombre
a m a n d o a Dios y a sus prójimos se hace un solo cuerpo con su a m a d a y se
entrega a ella, y ésta en correspondencia de a m o r se entrega a su amante». So-
bre las distintas resonancias psicológicas del connubio espiritual para hom-
bres y para mujeres, véase la nota 25.
84 Cf. Carta 54: «Ya has leído lo que hay en la séptima mansión...»
85 «En la primera unión no hay más sino el alma y Dios, y en la segunda
se une con un Rey, con un gran Señor, con un Padre de familia, con Jesús cons-
tituyendo como cabeza cuerpo con toda la Iglesia. En esta segunda unión todas
las m i r a d a s de la esposa van dirigidas al cuerpo moral y místico de J e s ú s » :
Carta 54.
86 MR 308. Ver, más abajo, el artículo 7.
344 LA DOCTRINA DE LA IGLESIA COMO CUERPO MÍSTICO SEGÚN EL P. PALAU

Redención, el envío del Espíritu Santo y la acción de Cristo glo-


rioso mediante los Sacramentos que aplican la Redención. Resumen
de su pensamiento son estas dos páginas de Mis Relaciones, en que
se describe el origen y desenvolvimiento de la Iglesia:

«Llegada la hora fijada por la eterna sabiduría en que


había de salir de la concepción divina y nacer al mundo la
Iglesia Santa, creada con anticipación la más perfecta de todas
las criaturas..., el Hijo de Dios se unió hipostáticamente a la
humanidad... —Por esta unión hipostática el Hijo de Dios
unió a sí con vínculos indisolubles la naturaleza humana, y
ésta en Cristo fue constituida cabeza de toda la Iglesia—. Ins-
tituyó Cristo en la cena el Sacramento de la Eucaristía, co-
mulgó Pedro, comulgaron los Apóstoles y Discípulos, comulgó
la Virgen María, y por la comunión se incorporaron sacra-
mentalmente y moralmente a su Cabeza Jesucristo, y así tomó
creces el cuerpo. —Muerto Jesús su alma unida hipostática-
mente a la divinidad bajó a los limbos, y allí como cabeza unió
e incorporó a sí por gloria millares de almas...; en este acto
la Iglesia tomó un nuevo aumento. —Cristo con las almas de
los Santos Padres formando un cuerpo moral subió a los cielos,
y en el empíreo incorporó a sí como cabeza todos los ángeles,
y ésta es la Iglesia triunfante. Cristo envió desde el cielo se-
gún había prometido el Espíritu Santo, que procede de El y
de su Padre. El Espíritu Santo bajó en el cenáculo como alma
(si así se puede decir) a su cuerpo, a la Iglesia militante ya
organizada y formada para darle vida, virtud, fuerza, fuego,
amor. Cuando bajó el Espíritu Santo ya estaba formada la
Iglesia porque Cristo y Pedro eran una misma cabeza visible
en la tierra la una, e invisible la otra en el cielo pero presente
a todo el cuerpo. —-Los Apóstoles se repartieron todas las Na-
ciones del mundo, y los bautizados, aunque unidos a Cristo
por el bautismo, al comulgar se incorporan a su cabeza moral
o sacramentalmente en fe, esperanza y amor y por gracia. In-
corporóse a su cabeza una Nación, incorporáronse mil, y así
el cuerpo de la Iglesia fue tomando en la tierra y en el cielo
el desarrollo moral de todos sus miembros... —La Cabeza de
la Iglesia Cristo Dios y Hombre está presente en el cielo y
en la tierra, allá como aquí con presencia real: comulga uno,
comulgan mil, todos son miembros unidos a ella. —El Pontí-
fice, el sacerdote por razón del sacerdocio es con Cristo la ca-
beza de la Iglesia,y en el Sacerdocio la Esposa del Cordero
OLEGARIO DOMÍNGUEZ 345

Inmaculado tiene su cabeza visible sobre la tierra... —La Igle-


sia continuará creciendo hasta que llegue a su perfecta edad, es-
to es, a su última perfección; y entonces aparecerá ante su
Padre en cuerpo moral perfectamente organizada bajo Cristo
su Cabeza visible en su carne glorificada» (86a).
Sin pretensiones técnicas, el autor va señalando las diversas
etapas de evolución del Cuerpo místico, previsto y querido ab aeter-
no, realizado fundamentalmente por la unión hipostática y en for-
ma plena por el misterio de la redención —este punto tiene poco re-
lieve en este texto, pero se expresa netamente en otros pasajes (86b)—,
incrementado por la aplicación de la gracia a través de los siglos
mediante la acción apostólica (86c) y muy particularmente median-
te la celebración eucarística que es como una continuada transfu-
sión de vida y de amor a los miembros del organismo (86d).
Así va realizando Cristo desde el cielo y desde la Eucaristía
su propia plenitud integral aplicando a la humanidad los frutos de
su redención y consumando así el misterio de su unidad y comu-
nión con los hombres que constituyen su Cuerpo.
Para completar la visión de dicho misterio, vamos a fijar ahora
nuestra atención en los miembros o partes integrantes del Cristo
total.

4. L O S MIEMBROS DEL CUERPO MÍSTICO

Todos los seres personales que reciben algún influjo vivifican-


te de Cristo integran su Cuerpo místico. Constituyen tres grandes
sectores, según el triple estado: de plenitud definitiva (Iglesia
triunfante), de plenitud segura pera aún no consumada (Iglesia pur-
gante), de crecimiento y de lucha (Iglesia militante). No son tres
iglesias, ni tres compartimientos separados, ni tres etapas de una

86 a MR 183-185.
8 6 b Cf. Lucha 2 8 : «Nos redimió con el precio de su sangre»; 29: «Antes
que la redención se aplicará al mundo, o lo que es lo mismo, antes que el es-
t a n d a r t e de la cruz fuera enarbolado».
86 ° En el pasaje aducido se indica cómo el Espíritu actúa sobre la Igle-
sia jerárquica que participa de la capitalidad de Cristo y la manifiesta visible-
m e n t e : «el Pontífice, el sacerdote... es con Cristo la cabeza de la Iglesia». Véa-
se abajo el a p a r t a d o n. 6. Cf. Carta 95 I I I : «Ordenó Jesucristo que la reden-
ción fuese aplicada p o r m a n o apostólica...»
8 6 d El texto alegado lo expresa h e r m o s a m e n t e . Cf. t a m b i é n Lucha 28-29 y
172; MR 242: «Dios recibe propicio el sacrificio del Altar; Dios acepta la hos-
tia que se ofrece sobre el Gólgota en redención del m u n d o ; consumado el sa-
crificio las naciones todas, todas sin quedar un rincón sobre el orbe están re-
dimidas de la potestad de los demonios...»
346 LA DOCTRINA DE LA IGLESIA COMO CUERPO MÍSTICO SEGÚN EL P. PALAU

misma Iglesia unidas por la mera continuidad temporal: son la


misma y única Iglesia de Cristo en tres situaciones diferentes pero
bajo un mismo impulso vital. «Este cuerpo se llama Iglesia, for-
mando una sola la que está en el cielo, en la tierra y en el pur-
gatorio, por ser una sola su cabeza y uno solo su espíritu que la vi-
vifica que es Dios» (87). El mismo Cristo «da en el cielo la gloria a
los bienaventurados, en la tierra la gracia... a los justos, y la espe-
ranza a las almas que purgan en el fuego...» (88).
La Iglesia triunfante es formada por los bienaventurados y los
ángeles. Palau no expone en qué sentido los ángeles reciben de
Cristo la bienaventuranza, pero siempre los menciona entre los
miembros de Cristo (89). Respecto a los santos del cielo, Cristo es
Cabeza comunicándoles la gloria en la gozosa intimidad de la visión
intuitiva, como coronación de la fe, la esperanza y el amor de que
vivieron en la tierra: «La Esposa es correspondencia a la fe del via-
dor le comunica la visión, y en razón de la esperanza y de la cari-
dad la posesión y fruición de todos los goces celestes, y así ricos
cuanto corresponde a tales amantes los presenta semejantes a sí en
el día de las bodas» (90). En ellos ha alcanzado su culmen definitivo
el desposorio espiritual, aunque según diferentes medidas (91).
La Iglesia purgante está constituida por «las almas que purgan
en el fuego del Purgatorio sus defectos» (92), a ellas Cristo les co-
munica la gozosa y segura esperanza de la admisión a las nupcias
de la gloria.
Mayor relieve tiene en la doctrina del autor lo referente a
la Iglesia militante, aun cuando no se adentre expresamente en la
compleja problemática del tema. Forman esta Iglesia los justos que
viven en la tierra: en una concepción ideal complexiva, los que
vivieron, viven y vivirán hasta la consumación de los tiempos. La
ley de los miembros en este estado es la del esfuerzo y la lucha por
acrecentar la caridad bajo la guía oscura de la fe y en la tensión
de la esperanza.

87 MR 301. Cf. 108: «Yo soy la Iglesia triunfante, militante y purgante,


soy las tres en una sola cabeza»; La h/lcsia 20: «No hay más que una sola
Iglesia, y los del cielo, los de la tierra y los de debajo de la tierra que están
unidos a Cristo, todos están construidos sobre este mismo fundamento».
88 La Ifílesia 20.
89 MR 8, 28, 80, 92, 97, 100, 107, 182, 204 etc. Cf. las precisiones de S. To-
más, III, 8,4.
90 MR 312. La Esposa es la Iglesia, es decir, Cristo con su cuerpo.
91 Cf. La Iglesia 22, 34 («entre ciudadano y ciudadano h a y una gradua-
ción de gloria casi infinita»), 42.
92 La Ialesia 20. Cf. MR 184.
OLEGARIO DOMÍNGUEZ 347

Al designar los miembros del cuerpo místico en su situación


terrena, Palau habla invariablemente de los justos o los santos, es
decir, de aquellos que reciben de Cristo la vida de la gracia, y con
ella las virtudes sobrenaturales y los dones del Espíritu Santo. Cris-
to Cabeza «une a sí en la tierra por fe, amor y gracia a sus miem-
bros» (93); comunica «en la tierra la gracia, las virudes y los do-
nes a los justos» (94). Esta concepción no se orienta en la línea
del pensamiento protestante, puesto que, como veremos, implica
como esencial una estructura social eterna: «Soy la congregación
de todos los católicos unidos a Cristo mi cabeza invisible y a Pío IX
cabeza visible» (95). Se orienta más bien en la línea clásica que
destaca el elemento primordial de la pertenencia a Cristo (la gracia
santificante) sobre los demás factores que a aquél se ordenan. La
incorporación externa por sí sola no basta para que digamos con
toda propiedad de alguien que es miembro de Cristo; y en este
sentido Santo Tomás decía que los pecadores bautizados en la Igle-
sia son sólo miembros de Cristo «secundum quid», parcial e imper-
fectamente (96). También el Vaticano II se sitúa en esa perspec-
tiva señalando como primera condición del miembro cabal la pose-
sión del Espíritu de Cristo (97). Por otro lado, Palau no acude a
la distinción poco acertada difundida por bastantes manuales entre
pertenecer al cuerpo de la Iglesia y pertenecer a su alma.
Alguna que otra vez parece reservar a los predestinados el ca-
rácter de miembros de Cristo. Así en el credo eclesial arriba citado:
«Que todos los prójimos, esto es los predestinados a la gloria for-
man un cuerpo moral perfecto bajo Cristo Dios Hombre su cabeza»
(98). En el contexto doctrinal del autor, que afirma la visibilidad
de la Iglesia y la posibilidad de perder la gracia, las expresiones
«Cristo formando cuerpo moral con los escogidos» (99), «la con-
gregación en Cristo de todos los que se han de salvar por su sangre»

93 MR 2.34.
94 La Iqlesia 20. Define a la Iglesia como «congregación de los santos» o
«de los justos» en MR 7, 15, 28, 41, 80, 92, 97, 107, 124, 204, etc.
95 El Ermitaño, n. 8, p. 2. Cf. MR 91. El a u t o r reconoce expresamente que
«el error principal de los protestantes es no reconocer a la Iglesia de Dios como
un cuerpo moral visible»: Catecismo 128.
96 Cf. Suma Teol. III, 8, 3 ad 2.
97 Cf. Lumen Gentium 14: «A la sociedad de la Iglesia se incorporan ple-
namente los que, poseyendo el Espíritu de Cristo... se unen por los vínculos
de la profesión de la fe, de los sacramentos, del régimen eclesiástico y de la
comunión, a su organización visible...»
98 MR 301. Cf. 5 7 : «los miembros de mi cuerpo que son todos los pre-
destinados a la gloria»; 182 etc.
99 La Iglesia 44. Cf. MR 75: «Cristo constituyendo como cabeza cuerpo con
todos los que están escritos en el libro de la vida».
348 LA DOCTRINA DE LA IGLESIA COMO CUERPO MÍSTICO SEGÚN EL P. PALAU

(100) y otras semejantes, se han de entender como referidas a la


Iglesia vista idealmente desde su consumación futura: los predes-
tinados son los que definitivamente constituirán el Cuerpo místico
de Cristo.
Aunque raramente hable de los bautizados al determinar quié-
nes sean los miembros que integran el Cristo total (101), es cons-
tante su doctrina de que la incorporación a Cristo se realiza por el
bautismo y se consuma después por la eucaristía: «Cristo como
cabeza incorpora a sí en el bautismo y la eucaristía a quienes re-
ciben dignamente estos sacramentos» (102). Por el bautismo el cre-
yente queda injertado en la plenitud vital de Cristo, a la vez que
entra a formar parte de la sociedad visible y jerárquica por El es-
tablecida. Podemos, pues, concluir que, según Palau, sólo los bauti-
zados que viven en gracia son miembros de Cristo en el pleno y
normal sentido de esta expresión. Mas semejante conclusión obliga
a plantear este problema: ¿cuál es la situación de los bautizados
pecadores, y la de los no bautizados?
Desgraciadamente es posible que el bautizado sea un «hijo des-
leal» (103), un miembro rebelde que se sustrae a «las influencias
del Espíritu» (104), un pecador. El pecado, al suprimir la vida, des-
gaja en cierto modo del cuerpo al miembro que queda muerto; pero
—a menos que implique apostasía— no lo separa del todo. Perma-
necen unos vínculos ontológicos y vitales que tienden a la plena
reinserción y la reclaman. Dentro del pecador se da, por tanto, una
tensión entre las fuerzas de la vida que actúan todavía sobre él y
las de la culpa. Palau se pregunta si el pecado no empaña de algún
modo el esplendor de «esa joven siempre virgen» que es su Amada,
y dialoga así con ella:
«—¿Y el pecado no afea tus miembros?
—El pecado no me pertenece; todo cuanto hay sobre la
tierra de inmundo no es cosa mía, es cosa de los hombres.
—Y los hombres ¿no son acaso las partes de tu cuerpo?
—Por lo que tienen y han recibido de Dios, son carne de

100 MR 120.
101 MR 8 : «Yo soy con todos los Santos y Angeles del cielo, y los justos y
bautizados de la t i e r r a » ; Cf 183.
102 El Ermitaño, n. 47, p . 1. Cf. MR 183: «Los bautizados, a u n q u e unidos a
Cristo por el b a u t i s m o , al comulgar se incorporan a su cabeza moral o sacra-
m e n t a l m e n t e en fe, esperanza y a m o r y por gracia». Sobre la incorporación
por la eucaristía, cf. abajo el p u n t o 7.
103 Esquema de sermón aducido por ALEJO, O. C. 237.
104 Lucha 84.
OLEGARIO DOMÍNGUEZ 349

mis carnes, y miembros de mi cuerpo, pero por lo que hay en


ellos de culpable, pertenece esto a ellos y al diablo» (105).
El autor admite que hay pecados en los miembros de la Igle-
sia, pero excluye el pecado de la Iglesia misma siempre pura e in-
maculada. Se sitúa así en una perspectiva que podríamos llamar
formal, en la que las manchas y defectos de los miembros no man-
chan ni inficionan el cuerpo vivo del que forman parte. Este será
uno de los puntos que aparecerán destacados en la síntesis eclesio-
lógica de Carlos Journet, para quien la frontera de la Iglesia pasa a
través de nuestros propios corazones, dividiendo la zona del bien y
la santidad —que le pertenece como propia —de la del pecado —-que
nos afecta a nosotros personalmente— (106).
Con todo, en las primeras obras de Palau parece reflejarse una
concepción algo distinta basada en una consideración más material
según la cual afectan al mismo cuerpo místico de Cristo las llagas
del pecado y la impiedad: «se han de curar las crueles llagas que
en su cuerpo místico tiene Jesús» (107). Es más, su Quidditas Ecle-
siae halló dificultades en la censura por representar a la Iglesia ca-
tólica llena de heridas y llagas, representación que, por lo demás,
no era en absoluto extraña al pensamiento tradicional cristiano (108).
Y ¿qué pensar de los no bautizados? El autor no trata ex pro-
fesso del tema de la salvación mediante la pertenencia invisible a
la Iglesia visible, pero sí afirma el doble principio de que todos los
hombres son miembros potenciales del Cuerpo místico, y que éste
busca y pide solícitamente para todos la salvación. Según esto, no
hay hombre mortal que no esté relacionado con la Iglesia, tanto por
el propio destino que lo orienta hacia ella, como por el influjo mo-
ral que de ella recibe en forma acaso desconocida. Por eso, puede
escribir Palau: «La Iglesia católica en sentido lato es la sociedad
humana toda entera: los bautizados están incorporados a ella «in

105 MR 114.
106 JOURNET, C , Teología de la iglesia, Bilbao 1960, 255-286. La Mgstici
Corporis se mantiene en esa misma perspectiva, cuando a f i r m a : «Y no se le
puede i m p u t a r a ella si algunos de sus miembros yacen postrados, enfermos o
heridos, en cuyo nombre pide ella a Dios todos los d í a s : Perdónanos nuestras
deudas» (AAS 1943, 225).
107 Lucha 241. Cf. Carta 29: «Comienza al mismo tiempo a mirar, a me-
d i t a r y contemplar en Jesús crucificado el cuerpo moral suyo que es la Iglesia,
llagada por las herejías y errores y pecados»; Carta 32.
108 Cf. GREGORIO de J. C , Brasa entre cenizas 61, nota. — S. Agustín, por
ejemplo, habla de la Iglesia que «tiene muchas a r r u g a s » : Serm 171, 5, 7 (PL
38, 982). Da la impresión de que nuestro autor, t r a s su encuentro vivencial con
la Iglesia, dejó esta primera manera de considerarla como manchada y lla-
gada. Aunque en principio a m b a s perspectivas no sean del todo incompatibles
entre sí.
350 LA DOCTRINA DE LA IGLESIA COMO CUERPO MÍSTICO SEGÚN EL P. PALAU

actu», y los que no lo son, le pertenecen «in potentia» (109). Y tam-


bién: «El Hijo de Dios y su Esposa aborrece el mal, la culpa, pero
ama las personas y las ama con amor puro, leal, fiel, desinteresado:
ama al justo porque es justo, y al pagano, al idólatra, al hereje, al
que le persigue, al hijo desleal, en cuanto ve que es posible se con-
vierta y viva, y a todos extiende su amor, por todos ora, por todos
anda solícita, de todos busca la salvación...» (110) A menudo resalta
en Lucha el influjo universal de la oración de la Iglesia y de la ce-
lebración eucarística en la difusión del Evangelio y conversión de
los gentiles (110)a.
Todos los miembros, como parte de un organismo vivo, se ha-
llan íntimamente ligados entre sí por vínculos funcionales en una
trabazón armónica que permite el intercambio vital y la solidaria
conspiración de todos al bien común, es decir, al pleno desenvolvi-
miento del mismo cuerpo. Hay una organización jerárquica externa
en el plano de la vida social, y a ella se refiere el autor con cierta
extensión en un número de El Ermitaño.
«Para que una tal multitud esté ordenada ha de haber en
ella supremos, medios e ínfimos. Los supremos gobiernan y
mueven las masas por los subalternos.
Vengamos a lo religioso: el Papa, cardenales y concilios
son los miembros supremos, y las masas de la sociedad huma-
na divididas en naciones son los miembros ínfimos... Entre la
cabeza y las masas del pueblo deben mediar mimbros subal-
ternos. Divídase el mundo en doce patriarcados ...Nómbrese
para cada nación un primado sujeto al patriarca... Póngase en
cada metrópoli un arzobispo... Póngase en cada diócesis un
obispo... Envíese a cada parroquia un párroco... Agregúense
a él, como auxiliares, vicarios, beneficiados, órdenes religio-
sas...
El más, el menos, el igual, constituyen en la multitud un
orden, cuyo autor siendo Dios, debe ser atendido y respetado...
Y la buena armonía exige que cada cual obre dentro del radio
de su esfera.
[Además, es preciso que cada una de las piezas] esté en
sí misma perfectamente organizada para secundar la moción
del miembro inmediato superior.

109 Es la conocida enseñanza del Angélico, Suma T., III, 8, 3. Está basada
en la universalidad de la obra salvífica de Cristo: cf. I Tim 4, 10; I Jn 2,2.
110 Esquema de sermón aducido por ALEJO, C. C , 236-237.
110" Lucha, 28-30; 138; 171-172.
OLEGARIO DOMÍNGUEZ 351

Para que sean tales la elección pertenece a Dios: sólo él


conoce los destinos del hombre ¡ay del intruso! Dios es el au-
tor del cuerpo moral de su Iglesia y a El toca dar destinos.
Los miembros inferiores deben estar perfectamente sumi-
sos a los superiores; y a su vez éstos deben regir a aquéllos,
jamás por sí propios, siempre según las leyes de la caridad
y de la justicia...» (111).
Hay también otro tipo de conexión y organización interna, se-
gún la cual los miembros sanos influyen en los enfermos, y los más
ricos en vitalidad divina sostienen a los más débiles, bajo la di-
rección e impulso del Espíritu Santo:
«El Espíritu Santo, pues, que es como el alma y el vivi-
ficador del cuerpo místico de la Iglesia ¿qué quiere usted que
haga al ver uno de sus miembros, la Iglesia de España que va
consumiéndose por el cáncer de la impiedad, sino lo que hace
el alma de usted en favor de su cuerpo herido? Aplica todos
los miembros sanos de la Iglesia en alivio y remedio de los
enfermos y heridos: aplica todas aquellas almas que están po-
seídas de El y se rigen por sus mociones en salvar a todo el
cuerpo y a cada uno de sus miembros. A unos les mueve a es-
cribir ; otros a predicar; otros a administrar sacramentos;
otros a buscar medicinas... a todos, en fin, les aplica según es
su disposición» (112).
Así buscando la plena edificación del cuerpo hasta la medida
de la plenitud de Cristo (113), los miembros se prestan mutuamente
una colaboración multiforme. «El cuerpo de la Iglesia... va toman-

111 El Ermitaño n. 3 7, p. 2. P a l a u escribía esto en vísperas del Concilio


(2-12-1869), y añadía ia expresión de su deseo: «y a este objeto e! Concilio
Ecuménico redactará un código de leyes, breve, sencillo, puesto al alcance y a
manos de toda la m u l t i t u d , y este código debe ser cosa tan sagrada como lo
son en el cuerpo h u m a n o los nervios que ligan un m i e m b r o con otro».—Abajo,
en el p u n t o 6, expondremos lo referente a la organización visible del Cuerpo
místico.
112 Lucha 39-40. Cf. ib. 4 1 : «Estas a l m a s poseídas del Espíritu Santo, vien-
do el miembro de la Iglesia a que ellas pertenecen, en peligro gravísimo de
muerte, por más que ellas sean miembros sanos ¿podrán tener reposo ni descan-
s o ; podrán día y noche ocuparse en otra cosa que en g r i t a r y clamar a Dios por
la salvación de la Iglesia? No por cierto; no podrán hacer otra cosa, ni les sería
posible, a u n q u e quisieran, olvidar el mal que consume a la Iglesia, porque le
m i r a n como propio». Todo el libro está tejido sobre la t r a m a de este concepto
de la necesidad y la eficacia de la oración de unos miembros por otros. — Esta
perspectiva de lucha casi aiiflustiosa contra el mal, cede el paso en las últimas
obras a una visión más positiva y optimista en que domina el a m o r ilusionado
y feliz.
113 Cf. Ef 4, 11-13.
352 LA DOCTRINA DE LA IGLESIA COMO CUERPO MÍSTICO SEGÚN EL P. PALAU

do en la tierra y en el cielo el desarrollo moral de todos sus miem-


bros, creciendo moralmente como crece la mujer paulatinamente
pasando de la infancia a su juventud y de ésta a la edad viril» (114).
Mas todo ese influjo recípoco de los miembros es —como acertada-
mente destaca Palau— obra del Espíritu que los vivifica y aglu-
tina.

5. EL ESPíRITU SANTO, ESPíRITU VIVIFICANTE DEL


CUERPO MíSTICO

«El Espíritu Santo es el que vivifica la Iglesia el que coaduna


todos sus miembros para que no formen más que un solo cuerpo»
(115). «El Espíritu Santo bajó en el cenáculo como alma (si asi se
puede decir) a su cuerpo, a la Iglesia militante ya organizada y for-
mada, para darle vida, virtud, fuerza, fuego, amor» (116). «El Es-
píritu Santo es el alma que la vivifica» (117). «No tienes alma co-
mo nosotros, pero tienes espíritu y éste es el Espíritu Santo, perso-
na tercera de la Trinidad que te da vida, movimiento, gracia y glo-
ria» (118).
Con semejantes asertos, frecuentes en su enseñanza eclesioló-
gica, Palau nos introduce en lo más entrañable del misterio, seña-
lándonos el factor primordial, el principio ontológico y dinámico
del organismo de la Iglesia. Siguendo la línea de la tradición patrís-
tica y escolástica, que más tarde recogerían los Papas León XIII
y Pío XII, reconoce en el Espíritu divino el agente íntimo, el mo-
tor invisible pero indispensable de toda la vida, la actividad y las
propiedades del Cuerpo místico. El Espíritu es el que vivifica o ani-
ma a todo el organismo, el que unifica vitalmente a los miembros
con la cabeza y a los miembros entre sí, el que mueve e impulsa a
cada uno a ejercer su función propia y a realizar su propio desarro-
llo y el de todo el cuerpo: es decir, hace «lo que el alma en el in-
dividuo» (119).

114 MR 185. Cf. iba.: «La Iglesia continuará creciendo hasta que llegue a
su perfecta edad, esto es, a su última perfección, y entonces aparecerá ante su
P a d r e en cuerpo m o r a l perfectamente organizada bajo Cristo su Cabeza visible
en su carne glorificada».
115 Lucha 276. Cf. 198: «Vos sois el Espíritu q u e dais vida, q u e ilumináis
y coadunáis los miembros del cuerpo místico de Jesucristo».
116 MR 183.
117 MR 166. Cf. 5 2 , 3 0 1 ; Lucha, 39,84, etc.
118 MR 302.
119 MR 301.
OLEGARIO DOMÍNGUEZ 353

Unas veces nuestro autor llama al Espíritu alma del cuerpo


místico; otras, manifiesta cierto reparo y se sirve de algunas preci-
siones para evitar la ambigüedad del término que en su acepción
natural expresa la idea de una forma substancial que entra en com-
posición con la materia. Así matiza: «no tienes alma como nos-
otros, pero tienes espíritu... que te da vida»; «el Espíritu Santo ba-
jó... como alma (si así se puede decir) a su cuerpo» (120); «el Espí-
ritu Santo que es como el alma y el vivificador del cuerpo místico»
(121).
Las funciones principales que asigna a esa alma o cuasi-alma
increada del Cuerpo místico son la de vivificar, la de unir y la de
mover. Vivifica o anima comunicando interiormente al organismo
entero la vida divina que colmando a Cristo Cabeza, de El refluye
como savia deificante sobre los otros miembros que no se sustraen
a su influencia (122). Coaduna y ensambla todos los miembros dán-
doles una unidad más recia y más profunda que la de cualquier or-
ganismo natural «por ser Dios él mismo el espíritu que hace en él
[el Cuerpo místico] lo que hace el alma en el individuo» (123).
Siendo el mismo Espíritu el que llenó a Cristo y el que vivifica a
sus miembros, todos éstos, cualquiera que sea su situación —triun-
fante, purgante o militante— forman con la Cabeza una sola y mis-
ma Iglesia (124). El Espíritu distribuye también las funciones de
los diversos órganos para que conspiren al bien del conjunto (126).
Y mueve el organismo, iluminándolo y dirigiéndolo con su luz, for-
taleciéndolo y santificándolo con la infusión de las virtudes —sobre
todo de la caridad—, aplicando cada uno de los miembros a su tarea
para la salvación de todo el cuerpo, y orando en ellos con gemidos
inenarrables e irresistibles (126).

120 MR 302; 183.


121 Lucha 39.
122 Cf. Lucha 84: «Como el espíritu h u m a n o no vivifica los miembros sino
en cuanto manteniéndose unidos al cuerpo les comunica vitalidad, en el mo-
mento en que la m a n o se separara o fuera cortada, en el mismo dejaría de
participar de las influencias del espíritu y moriría sin remedio».
123 MR 3 0 1 : «Un solo cuerpo unido entre sí con su cabeza con lazos más
fuertes que los del cuerpo material, por ser Dios él mismo el espíritu que hace
en él lo que el alma en el individuo». Cf. JUAN CRISOSTOMO: «Se dio el Espíritu
p a r a u n i r a hombres distintos por raza y costumbres... Todos forman una uni-
dad, y más una que si fueran un solo cuerpo. Pues mucho m a y o r que la liga-
zón corporal es la espiritual» (PG 62, 72). — S. TOMAS, De Verit, 29, 4. — Pío XTI,
Mustici Corp., AAS, 1943, 219-222.
124 Cf. MR 3 0 1 : «formando una sola la que está en el cielo, en la tierra y
en el purgatorio, por ser una sola su cabeza y uno solo su espíritu que la vi-
vifica». Lucha, 198, 276, etc.
125 Cf. Lucha 39-40; Doc 303, 151.
126 El Espíritu «da vida, movimiento, gracia»: MR 302; -enseña e i l u m i n a :
Lucha 51 y 198; -fortalece al hombre para la lucha, «le corrobora, le robustece

23
354 LA DOCTRINA DE LA IGLESIA COMO CUERPO MÍSTICO SEGÚN EL P. PALAU

La animación del Espíritu es lo que da razón de la personali-


dad íntima, misteriosa, de la Iglesia. Lo que la diviniza, insertán-
dola en la corriente vital de la misma Trinidad, formando con ella
una unidad profundísima, actuándola transcendentalmente de mo-
do análogo a la información que el alma ejerce en el cuerpo. Es lo
que la hace presentarse como un ser personal vivo, que entiende,
ve, oye y ama, y que exige correspondencia de amor. Y es lo que
le da el ser indefectiblemente santa con una belleza y amabilidad
infinita. Así se entienden expresiones como éstas del Credo eclesial
de Palau:
«Tú eres el objeto único de amor designado por la ley...
Tú eres Dios y los prójimos... La Iglesia es una belleza inmen-
sa porque reúne en sí todas las perfecciones y atributos que
forman la imagen del mismo Dios... Eres una realidad, una
entidad distinta con vida y movimiento propio... Siendo ama-
da como objeto único de amor... puedes corresponder con amor
amando a tus amantes... En ti el amor es el mismo Espíritu
Santo que derramándose por todos los miembros de tu cuerpo,
corresponde con amor al que ama... En ti contigo y por ti obra
Dios trino y uno, y fuera de ti no hay salvación, vida ni feli-
cidad» (127).
Puede plantearse la cuestión de si la animación de la Iglesia es
concebida por nuestro autor como propia del Espíritu Santo o como
común a las Tres Personas y sólo apropiada a la tercera. Aunque
nunca trata explícitamente el problema, y aunque en algunos pa-
sajes dice que Dios es el alma que vivifica a la Iglesia (128), el acen-
to que pone en referirse a las propiedades del Espíritu, como Amor,
como Persona tercera de la Trinidad, como distinto del Padre y el
Hijo de quienes procede, parece indicar que piensa en algo más
que en una mera apropiación: «Tu amada es la Hija única del eterno
Padre... La cabeza de tu amada es Cristo. El Padre es el principio
de donde procede. El Hijo es su cabeza. Es Espíritu Santo, es el
alma que lo vivifica. La Trinidad ha impreso en ella su imagen»

y le da aliento en la práctica de las v i r t u d e s » : Doc 253, 67; cf. Doc 298, 141-
142; Lucha 5 1 ; -ora en nosotros y nos hace orar eficazmente: Lucha 39-40,
163, 197, 276.
127 MR 302.
128 MR 5 2 : «Dios es el alma que me vivifica»; «soy Dios formando cuerpo
con todos t u s p r ó j i m o s unidos a Cristo su cabeza en Dios y p o r Dios que cual
alma los mueve, dirige, vivifica, santifica y glorifica»; 302: «por ser Dios él
m i s m o el espíritu que hace en él lo q u e el alma en el individuo». Evidente-
mente h a y que rechazar toda figuración de composición física o información
e n sentido estricto.
OLEGARIO DOMÍNGUEZ 355

(129). Esta perspectiva trinitaria es un aspecto interesante y desta-


cado de la eclesiología de Palau, que conectando con la vena de la
tradición patrística, superaba los planteamientos corrientes en su
época.
Las relaciones de la Iglesia con Dios Trino implican una con-
secuencia ineludible: fuera de ella no hay vida, no hay amor, no
hay santidad, y por lo mismo no hay dicha alguna posible: «fuera
de ti ni hay salvación, vida ni felicidad, sino agitación y tormento
eterno» (130). La Iglesia es, pues, necesaria con necesidad de medio
para la salvación eterna de los hombres.
El Espíritu Santo, según lo arriba dicho, es el principio vital de
donde dimana la unidad íntima del cuerpo místico y toda su acti-
vidad santificadora. Pero el influjo vivífico del Espíritu no excluye,
antes bien reclama, otros influjos externos y visibles que configuran
este cuerpo como un organismo social. Vamos a tratar este aspecto.

6. EL CUERPO MíSTICO COMO SOCIEDAD VISIBLE

En una concepción plena y auténtica de la doctrina del cuerpo


místico, por mucho que se acentúe el valor primordial de los facto-
res espirituales (la animación del Espíritu Santo, la solidaridad ín-
tima con Cristo, la vida en caridad bajo el influjo del Salvador),
hay que tener como esenciales los elementos externos que, según
el querer de Cristo, estructuran la Iglesia como sociedad visible.
Palau como Sto. Tomás y los clásicos no separa los elementos vi-
sibles de la Iglesia de los espirituales e internos (131), sino que los
funde en un todo indisoluble, definiendo a la Iglesia en su sentido
más estricto como «la congregación de los fieles cristianos unidos a
Cristo cabeza invisible y al Papa cabeza visible» (132). La Cabeza
invisible y la visible, «Cristo y Pedro eran una misma cabeza» (133):
una dirigiendo interiormente y transmitiendo la vida divina al or-
ganismo en forma espiritual; la otra gobernando en forma sensible
y sirviendo de instrumento al influjo capital de Cristo. La Iglesia

129 MR 167. Cf. 302 y 312.


130 MR 302. Cf. 2 8 1 ; La Iglesia 8 : «Fuera de ella no h a y salvación»; Doc
343, 190.
131 «La Iglesia-institución o la Iglesia-sociedad ...en la teología de Santo
Tomás aparece estrechamente ligada a la Iglesia-Cuerpo místico, vida nueva
en Cristo por el Espíritu Santo, que según hemos podido ver, representa la idea
principal de la Iglesia»: CONGAU, Ensayos sobre el misterio de la Iglesia, 78.
(Desarrolla este pensamiento en las páginas 78-88).
132 MR 97; cf. El Ermitaño n. 8 p. 2.
133 MR 185; cf. 63
356 LA DOCTRINA DE LA IGLESIA COMO CUERPO MÍSTICO SEGÚN EL P. PALAU

jerárquica e institucional no se sitúa al margen del Cuerpo místico,


sino que es como su manifestación visible y el instrumento de su
acción santificadora. «Ordenó Jesucristo que la redención fuese apli-
cada por mano apostólica» (133a).
En el libro La Iglesia de Dios destaca la función primacial de
Pedro y el carácter peculiar de fundamentos de la ciudad de Dios
que distingue a los doce Apóstoles, los cuales sostuvieron la Iglesia
con su autoridad, con su doctrina y con los ejemplos de una virtud
eminente, de la que estaban dotados para cumplir adecuadamente su
misión (134).
El concepto de fundamento tiene un valor analógico: Cristo es
«fundamento de los fundamentos» de quien reciben su solidez y
fuerza todos cuantos de alguna forma intervienen en la sustentación
y dirección de la Iglesia (135); «Pedro, y con Pedro el Pontífice de
Roma» es, por concesión de Cristo, el primero de los fundamentos
distintos del mismo Salvador, la «piedra fundamental de la Iglesia
Santa», que permanece siempre inconmovible (136); los Doce son
también, por Cristo y bajo Pedro, «el fundamento de la misma ciu-
dad..., los que la mantuvieron en la tierra la Iglesia militante» (137).
Y por extensión también se atribuye el concepto de fundamento a
cuantos participan de algún modo en la autoridad y en el ministe-
rio sacerdotal y profético: «todos cuantos en la tierra edificaron,
sostuvieron y defendieron la Iglesia Santa con sus doctrinas, con
su autoridad, con las buenos ejemplos de las virtudes cristianas»
(138). «Tales en el Antiguo Testamento los grandes Patriarcas... los
grandes profetas... en el Nuevo Testamento los grandes misioneros»
(139). «Con los Apóstoles forman fundamento todos cuantos en esta
vida se presentan ante los enemigos de la fe católica como muro de
bronce para hacer frente a sus ataques; y todos cuantos la sostie-

133 » Carta 95: HT n. 820.


134 La Iglesia 18-24. Autoridad, doctrina y virtud son los elementos que ca-
racterizan a los Apóstoles como fundamentos de la Iglesia (ib. 19); pero estos
y cuantos participan de su misión, tienen todo eso de C r i s t o : «todos reciben
de él la autoridad, el poder, la v i r t u d y la doctrina de la verdad» (ib. 20). To-
cante a la v i r t u d de los apóstoles, el autor se hace eco de la doctrina tradicio-
nal cuando escribe: «Las virtudes que se comunicaron repartidas en la masa
del pueblo fiel, se h a n dado en plenitud y reunidas en el Apostolado, y en gra-
do m u y perfecto y eminente», ya que h a b í a n sido elegidos «en calidad de fun-
dadores» (ib. 24). Cf. S. TOMAS, In Rom. 8, lee. 5 ; In Eph 4, lee. 4 ; Suma Teol.
I, II, 106,4.
135 La Iglesia 19. Cf. 10 y 20
136 La Iglesia 24.
137 La Iglesia 18.
138 La Iglesia 19. La m i s m a idea se expone en las páginas 20-24 y 31.
139 La Iglesia 21.
OLEGARIO DOMÍNGUEZ 357

nen con su autoridad y jurisdicción, como son los obispos y párrocos


y demás sacerdotes» (140).
Arriba, al hablar de los miembros del Cuerpo místico, aludimos
al concepto de organización jerárquica expuesto por el autor en un
número de El Ermitaño: los miembros supremos son el Papa, los
Cardenales (por su poder de elección y su intervención en el gobier-
no general de la Iglesia) y los Concilios ecuménicos; después vienen
los demás jerarcas: Patriarcas, Arzobispos y Obispos; finalmente
están los párrocos y sus auxiliares, entre los cuales Palau incluye
curiosamente a las órdenes religiosas (141).
La autoridad jerárquica tiene poder de regir y de enseñar auto-
ritativamente en nombre de Cristo, y es infalible al proponer al
pueblo de Dios lo que hay que creer: «Cuando habla el Papa como
tal, habla la Iglesia, porque habla como cabeza de su cuerpo y el
Pontífice con Cristo son una sola cabeza» (142); «el Pontífice "loquens
ex cathedra" es la lengua de la Esposa del Cordero» (143); «la Igle-
sia católica Romana es infalible proponiéndonos lo que Dios ha reve-
lado o no, lo que se ha de creer y lo que no se ha de creer. Si en
esto pudiera errar dejaría de ser pueblo de Dios y verdadera Iglesia
suya. A ella toca de derecho definir y decidir y resolver lo que es
verdad revelada por Dios y lo que no» (144).
Entre los ministerios jerárquicos el P. Palau considera con par-
ticular cariño el del sacerdocio, cuyo alto sentido penetró con hu-
milde y gozosa gratitud, y cuyas exigencias vivió con apasionada y
generosa entrega. Afirma que «en el sacerdocio la Esposa del Cor-
dero Inmaculado tiene su cabeza visible sobre la tierra» (144a). Al
tratar de sus relaciones personales con la Hija de Dios, la Iglesia,
recuerda con frecuencia la gracia del sacerdocio que le ha constituí-
do mediador entre Dios y su pueblo y le ha otorgado una peculiar

140 IM Iglesia 22.


141 El Ermitaño, n. 37 (2-12-1869), p. 2. La consideración de los Religiosos
como meros auxiliares de los párrocos quizá se deba a la situación que de he-
cho aquéllos tenían ante la ley civil.
142 MR 63. Cf. 185.
143 MR 185. Cf. lo que afirma Pedro como fundamento inconmovible: La
Iglesia 24.
144 Catecismo, 118. Cf. Doc 260, 76: «En la Iglesia Católica, Apostólica, Ro-
m a n a está la sola y verdadera escuela donde sin mezcla de error se define, ex-
plica y demuestra qué sea virtud y qué sea vicio»; Lucha 52: «Es necesario
que oigamos las lecciones del Espíritu Santo por los órganos que quiere m a n i -
festárnoslas y nos tiene señalados. Estos son las Sagradas Escrituras y la Tra-
dición, expuestas por los santos P a d r e s y por el juez y magisterio vivo de la
Iglesia». Ver t a m b i é n Doc 150, 68 y Doc 307, 159 (144 *) MR 185. Participación
en la P a t e r n i d a d divina, es participación en la capitalidad de Cristo.
144 a MR 185. Participación en la P a t e r n i d a d divina es participación en ia
Capitalidad de Cristo.
358 LA DOCTRINA DE LA IGLESIA COMO CUERPO MÍSTICO SEGÚN EL P. PALAU

participación en la paternidad amorosa del Altísimo para con las


almas, para con la Iglesia. Oye que el Padre del Cielo le dice:
«Esta es mi hija y tu hija; ésta es la que acaba de recibir por tu
mano mi bendición paternal; ésta es a quien en boca tuya he dirigido
mi palabra... Yo y tú somos una sola Paternidad» (145). Y de labios
de la Iglesia escucha repetidamente la asombrosa afirmación: «Soy
la hija del Eterno Padre y tuya» (146); «mi Padre celestial te dio
para conmigo amor de padre, y me dijo a mí: "este es tu Padre",
y a ti: "ahí tienes a tu hija" y desde entonces devorado por el amor
de padre para conmigo buscas ocasiones de servirme y acreditar tu
amor paternal» (147). Palau siente que a través de su actuación
sacerdotal se hace sensible y cercana la paternidad divina, y que él
mismo «como sacerdote en unión: con el Pontífice de Roma y demás
obispos y sacerdotes» (148) es mediador poderoso ante el Altísimo
y ministro e instrumento de su amor (149).
La idea de una iglesia espiritual sin sacerdocio jerárquico que
medie entre Cristo Cabeza y sus miembros, es herética, y en ella
consiste «el error principal de los protestantes» (150).
Pero la idea de una iglesia jerárquica cuyas estructuras no fun-
cionaran bajo el impulso del Espíritu, presionadas por el amor y
puestas al servicio del amor, es también ajena al Evangelio, y al
pensamiento pastoral del P. Palau. El no concibe su misión sacer-
dotal y apostólica más que como la irradiación explosiva del amor
a la Iglesia —Madre, Esposa, Hija, en quien la belleza divina se re-
fleja— que le ha cautivado con fuerza definitiva: «Mi misión se re-
duce a anunciar a los pueblos que tú eres infinitamente bella y
amable y a predicarles que te amen... Este es el objeto de mi

145 MR 4. Cf. lOfi: la Iglesia habla a s i : «Padre mío, has comunicado tu


P a t e r n i d a d al hombre mortal, para que yo en mi peregrinación... sobre la tie-
rra tuviera visible tu P a t e r n i d a d en el hombre». La idea del sacerdote = padre
de la Iglesia reaparece constantemente en MR: 31, 43, 80, 82, 84, 85, 96, 106,
111, 112, 113, 141, 142, 178, 242. Esta idea entusiasma a P a l a u : «Desde que re-
cibí en mi corazón el a m o r de padre para contigo ¡ay qué v i d a ! » : MR 142.
146 MR 98, 120, 141.
147 MR 242. El amor de padre y el de esposo no se oponen: se conjugan
y completan m u t u a m e n t e . La Iglesia es la Amada y es la Hija a la p a r para el
s a c e r d o t e : «El P a d r e eterno haciendo oir su voz d i j o : 'Esta es mi Hija y tu
hija', y el H i j o : 'esta es mi Esposa y tu Esposa', y el Espíritu Santo: 'Yo soy
el a m o r del P a d r e y del Hijo y soy el lazo que te tendrá unido por gracia y
por a m o r con la Hija de Dios». Cf. 103, 145, etc.
148 MR 106.
149 Cf. Vida solitaria, 5 : «Habiéndome la Iglesia por ministerio de uno de
sus pastores impuesto las manos sobre mi cabeza, el Espíritu del Señor que
vivifica ese cuerpo moral me mudó en otro hombre, a saber, en uno de sus mi-
nistros, en uno de sus representantes sobre el altar, en sacerdote del Altísimo».
Sobre el oficio sacerdotal habla a m p l i a m e n t e en Lucha, 274-336.
150 Catecismo, 128.
OLEGARIO DOMÍNGUEZ 359

misión» (151). «En cuanto sacerdote, soy esposo tuyo, y si yo amara


otra belleza fuera de ti, fuera tu esposo pero infiel y adúltero» (152).
En las vísperas del Concilio Vaticano I que había de destacar
algunos puntos fundamentales de la estructura jerárquica de la Igle-
sia, Palau señala las condiciones del buen funcionamiento del Cuer-
po místico: a) cada miembro debe ocupar en el organismo el lugar
o grado jerárquico asignado por Dios; b) cada miembro debe estar
perfectamente adaptado para recibir y «secundar la moción del
miembro inmediato superior» ; y c) «los miembros inferiores deben
estar perfectamente sumisos a los superiores, y a su vez éstos deben
regir a aquéllos, jamás por sí propios, siempre según las leyes de la
caridad y la justicia». Y prosigue:
«A este objeto el Concilio ecuménico redactará un código
de leyes breve, sencillo, puesto al alcance y a manos de toda
la multitud, y este código debe ser cosa tan sagrada como lo
son en el cuerpo humano los nervios que ligan un miembro
con otro. La ley debe ser inflexible, inviolable, igual para papa,
patriarcas, primados, arzobispos y obispos, que para la masa
de clero y pueblo» (153).

En el concepto del Cuerpo místico, tal como Palau lo percibe


y lo vive, los elementos externos y orgánicos están íntimamente re-
lacionados con el aspecto más profundo y vital del misterio de la
Iglesia. Los vínculos legales y toda la estructura jerárquica están
radicalmente ordenados al crecimiento y perfección del cuerpo por
la caridad, que es la expresión de su propia esencia. La ley del amor
que resume el Evangelio es la que configura y rige este organismo
divino, animado por el Espíritu que es Amor (154) por eso el Cuerpo
místico se nos ofrece también como el objeto único de amor «que
puede satisfacer todos los apetitos del corazón humano» (155). Plas-
mado por el amor, el Cuerpo místico es como la encarnación del
amor divino que se da, y el centro concreto del amor sobrenatural

151 MR 189.
152 MR 308. Cf. 294: «En el día en que fui ordenado sacerdote... fui en-
tregado a tí y desde aquel día yo no me pertenezco a mí, tuyo soy yo y todas
mis acciones, cuanto soy y tengo».
153 El Ermitaño n. 37, p. 2.
154 Cf. MR 302: «En tí el Amor es el Espíritu Santo que derramándose por
todos los miembros de tu cuerpo, corresponde con amor al que a m a » ; 62: el
cuerpo de Cristo es un «cuerpo unido por el amor»
155 MR 301. Que la Iglesia como cuerpo místico es el único objeto de amor,
ya que engloba a Dios y a los prójimos, lo afirma insistentemente P a l a u : La
Iglesia, 19 y 44; MR 130, 147, 175, 189, 302, etc. La Iglesia es cabalmente la co-
sa amada.
L
360 A DOCTRINA DE LA IGLESIA COMO CUERPO MÍSTICO SEGÚN EL P. PALAU

de los hombres, que al amarle aman a Dios y a los hermanos con-


junta e inseparablemente. Las estructuras orgánicas, las relaciones
autoridad-sumisión, los vínculos jurídicos han de ser expresión del
impulso vital del amor e instrumentos al servicio del mismo (156).
Entre los factores sensibles que constituyen la realidad de la
Iglesia peregrina, tienen la primacía los sacramentos. Y entre ellos
destacan el Bautismo y la Eucaristía. Por el primero se efectúa la
incorporación de los miembros a Cristo-Cabeza y se recibe el in-
flujo vital del Salvador. Por la segunda se lleva a remate y consu-
mación la unión íntima entre Cristo y los suyos, el enlace nupcial
en la mutua donación amorosa. El tema de la eucaristía alcanza
notable relieve en los escritos de Palau, sobre todo en Mis Rela-
ciones ; por ello es preciso dedicarle un apartado de nuestro estudio.

7. LA EUCARISTíA EN EL CUERPO MíSTICO

Nuestro autor, fiel a la doctrina tradicional que el Angélico ex-


presó al decir que la Eucaristía es el sacramento de la «unidad del
Cuerpo místico» (157), repite con saboreo contemplativo la idea de
que la Eucaristía es el Sacramento de la unión, de la unidad consu-
mada. Allí está Cristo «no sólo como individuo particular, sino co-
mo Cabeza de la Iglesia» (158) comunicando a ésta sus tesoros de
vida, dándose todo a ella, formando con ella «una misma cosa» (159).
Allí está, por tanto, la misma Iglesia formando un todo con su
Cabeza, comunicando la vida a los fieles, anudando con ellos los
lazos de la caridad, entregándose a cada uno en gesto de donación
nupcial. Allí se realiza y culmina «el enlace con la Hija de Dios, la
Iglesia Santa» (160).
El concepto tradicional es vivido por Palau con singular hondu-
ra y fruición manifiesta, y adquiere en él una marcada proyección
nueva: no se trata ya sólo de la mutua donación amorosa entre
Cristo y su Esposa( representada en sus miembros comulgantes), si-
156 Cf. La Iglesia 4 1 : «La caridad... le pone [al h o m b r e ] en posesión de
a m o r con el objeto amado, fijado y marcado por la ley, que es Dios y los pró-
j i m o s y siendo estos dos objetos uno solo en la Iglesia, le une con ésta en fe,
esperanza y amor, y este m a t r i m o n i o espiritual entre la Iglesia y su a m a n t e
es el complemento de todas las leyes, es el sacramento grande y a d m i r a b l e que
encierra profundos misterios».
157 Suma Teol. III, 7 3 , 3 ; 82,9 ad 2 ; De artic. fidei Ecclesiae Sacram.
158 MR 34; cf. 38.
159 MR 57: «Estoy en el Sacramento como cabeza de ella y los dos aquí
somos una misma cosa»; cf. 3 7 : «La Iglesia está en el a l t a r unida a Cristo
como cuerpo a su cabeza».
160 MR 37.
OLEGARIO DOMÍNGUEZ 361

no también de una verdadera entrega matrimonial entre la Iglesia


unida a su Cabeza y el fiel que comulga. Es la aplicación al miste-
rio eucarístico de la intuición eclesial propia del autor. Una aplica-
ción muy significativa, sin duda.
Recojamos algunos textos entre los muchos referentes a este
tema:
«Cristo está en la hostia y en el cáliz sacramentalmente...
bajo las especies de pan y de vino. Está allí también mística
y moralmente como cabeza de la Iglesia. Cristo dase todo a su
Esposa la Iglesia, esto es a la congregación de los que comul-
gan, la Esposa lo recibe, y desde que toca el Sacramento sus
carnes, ya no son dos, sino un solo cuerpo místico y moral,
esto es la Iglesia» (161).
«El que comulga ha de mirar con fe entronizada sobre el
Altar a la Iglesia, esto es, ha de ver allí a Cristo no como un
individuo o una persona sola, sino como cabeza de su cuerpo
que son todos los santos y justos del cielo, de la tierra y del
purgatorio» (162).
«Comulgando, creo unirme con mi Esposa la Iglesia; con
la cabeza con un acto de amor divino, y con todos los miem-
bros con actos de amor hacia los prójimos. Por lo mismo todas
mis relaciones con el Hijo de Dios y con su Pade son siempre
en relación con la Iglesia» (163).
«Si me buscas a mí... deseas a la Hija de Dios, es la Iglesia
Santa la que pides a mi Padre por esposa... Esta misma ma-
ñana se celebrarán las bodas y me uniré contigo en amor. En
el altar yo me daré toda a ti, allí te daré mi cuerpo y mi
Cabeza se reclinará en tus brazos, en tu seno, y seré eterna-
mente tuya» (164).
«En la consagración... te has de ofrecer, dar y entregar a
tu amada, y en signo de esta total entrega, te rendirás ado-
rando a tu Dios y Señor. En la comunión la amada se entrega

161 MR 40; cf. 20, 30, 67, 128, 184.


162 MR 38; cf. 62: «Sacramentalmente Cristo, mi cabeza, estando presente
en el a l t a r bajo las especies de pan y vino, allí está m o r a l m e n t e mi cuerpo
unido por amor, y donde tengo la cabeza y mi cuerpo, allí estoy yo» -dice la
Iglesia; 121: «donde tengo mi cabeza estoy yo», etc.
163 MR 6 1 ; cf. 133, 308.
164 MR 147; cf. 3 8 : «Aquí está el lecho nupcial donde se une el a m a n t e y
la a m a d a y en esta unión inefable funda la Iglesia su m a t e r n i d a d » ; 40, 115,
127, 128, 134, 136, 271, etc. «En este enlace y unión sacramental, para un ver-
dadero m a t r i m o n i o espiritual, ha de haber dos actos en uno solo, esto es, la
entrega de ti a tu a m a d a , y la de ésta a tí».
362 LA DOCTRINA DE LA IGLESIA COMO CUERPO MÍSTICO SEGÚN EL P. PALAU

a ti, te da su cuerpo, te da su sangre, se da a sí toda entera a


ti» (165).
Signo de amor y de unidad, de unidad cimentada en la caridad
que impulsa a la total entrega mutua, la Eucaristía es el alimento
sustancial del cuerpo místico. Por ella «El Verbo crece, se organiza,
se forma, se fortifica» en el corazón de cada creyente y de la Igle-
sia (166). Por la comunión de los Apóstoles y de María en la última
cena, «tomó creces el cuerpo» en su etapa fundacional (167). Y por
las comuniones sucesivas Cristo va extendiendo su influjo salvífico
en la Iglesia «fortificando y corroborando con sus gracias y dones,
su fe, su esperanza y su caridad» (168).
Naturalmente, por tratarse de un encuentro amoroso y de una
donación recíproca, el efecto del Sacramento, la unión fruitiva, se
logrará en proporción a las disposiciones y a la caridad del que co-
mulga: «Para que esta entrega de mí a ti produzca la unión de
amor, es preciso que tú te dispongas» (169); «el que comulga...,
haciendo un acto de caridad, se da a Cristo con tanta más perfec-
ción cuanto es más perfecto este acto» (170).
El pan y el vino, consagrados los signos sacramentales, desig-
nan en forma sensible la realidad interna de la unión nupcial: son
«las arras y los signos de nuestro enlace» (171), «el signo externo y
visible de mi amor para contigo, y las arras de nuestro desposo-
rio» (172).
Podríamos resumir esta rica teología intuitiva y sapiencial de
Palau sobre la eucaristía, con su propia fórmula: «el Sacramento
del matrimonio espiritual» (173). La Eucaristía es el abrazo íntimo
entre Cristo y su Iglesia, abrazo que funde y transforma a la amada
en el Amado, abrazo del que fluye todo el calor y la vida del orga-
nismo, abrazo que unifica y santifica en la comunión perfecta del
amor, abrazo que se proyecta en una fecundidad inexhausta: «en
esta unión inefable funda la Iglesia su maternidad» (174). Por eso

165 MR 128. Cf. Carta 29 sobre el ofrecimiento personal en el Sacrificio de


la Misa.
166 MR 35.
167 MR 183.
168 MR 37.
169 MR 124.
170 MR 37.
171 MR 141. Cf. 3 9 : «Las especies de pan y vino en este sacramento son el
signo de este m a t r i m o n i o espiritual»; 2 7 1 : «el pan y el vino en especies es el
signo de esta entrega».
172 MR 130.
173 MR 37. Cf. 39, 128.
174 MR 38. Cf. Lucha 28 y 172 sobre la proyección apostólica y misionera
del Sacrificio del Altar.
OLEGARIO DOMÍNGUEZ 363

en el Altar la Iglesia se encuentra como en su lugar propio, como


en su morada de reposo, como en el centro de su vida, como en el
tálamo de su amor (175).

8. MARíA MIEMBRO PERFECTO Y ARQUETIPO DEL CUERPO MíSTICO

En la consideración y vivencia palautiana del misterio de la


Iglesia tiene destacado relieve la figura de María. No cabe en este
lugar dar una exposición completa de la mariología eclesial de Pa-
lau, a la que en otro estudio se hace referencia. Bastará que seña-
lemos brevemente los puntos esenciales que conciernen a nuestro
tema.
Dos son fundamentalmente las funciones que María ejerce con
el Cuerpo místico: la de figura o ejemplar perfecta, y la de media-
nera y madre. El P. Palau, sin descuidar este segundo papel, tan
acentuado en la teología y en la piedad tradicional, y aun notando
a veces la posición de María sobre la Iglesia, al lado de Cristo (176),
mira con preferencia a María como parte y miembro de la Iglesia,
miembro singularmente excelente y «tipo único, perfecto y acaba-
do» del Cuerpo místico (177).
En este aspecto, la doctrina de nuestro autor presenta rasgos
originales profundos, en los que podemos ver como una clara anti-
cipación de las perspectivas mariológicas de la segunda mitad del
siglo xx. Su concepción está íntimamente relacionada con la excep-
cional vivencia carismática de la Iglesia unida a Cristo y constitu-
yendo con El la única realidad o cosa amada.
En la unidad misteriosa anudada y establecida por Cristo entre
Dios y la humanidad, en la Iglesia mirada en su plenitud como rei-
no de la gracia o como pleroma del Salvador, María es sin duda
una parte, un miembro, una persona humana iluminada y vivificada
por la Luz y la Vida de Cristo. Y como tal, es necesariamente in-
ferior, menos bella y luminosa que el conjunto formado por Cristo
175 Cf. MR 115: «Tengo mi residencia en el templo del Señor, mi P a d r e ;
allí sobre la mesa del a l t a r estoy de reposo, mi cabeza reclinada sobre ella no-
dhe y d í a ; en el a l t a r está el t á l a m o sagrado donde me uno con los que me
quieren y a m a n ; allí mi trono donde como reina gobierno y dispongo los des-
tinos de cada uno».
176 Es muy significativo, por ejemplo, el texto en que P a l a u ve a María
glorificada «constituyendo con Cristo su Hijo cabeza de la Iglesia triunfante»
y a f i r m a n d o : «Yo soy con mi Hijo la Cabeza de la Iglesia, así como Adán y
Eva lo fueron de la raza h u m a n a según la carne»: MR 93. La idea de María
como cabeza secundaria del Cuerpo místico ha sido propugnada por varios teó-
logos.
177 MR 93. Cf. 9, 25, 45, 145, 179, 182, etc.
364 LA DOCTRINA DE LA IGLESIA COMO CUERPO MÍSTICO SEGÚN EL P. PALAU

Cabeza y todos sus miembros. La misma Virgen se lo descubre al


solitario de El Vedrá:
«Elevándose más arriba te descubrirá en mí y por mí a
otra Virgen sin ninguna comparación más bella que yo, que
es la Congregación de los santos bajo Cristo su Cabeza, esto
es, la Iglesia Santa: de ella yo no soy más que una sombra,
una figura que si bien es la más perfecta de las puras criatu-
ras, pero en relación y frente a la cosa figurada hay la dife-
rencia inmensa de la sombra a la realidad: tal soy yo en rela-
ción con la Iglesia, de la que soy miembro, parte y tipo» (178).

Eso sí, se trata de una figura de categoría trascendente, de un


tipo único, «perfecto y acabado» (179) que desborda inmensamente
la hermosura y esplendor de todas las otras imágenes y reflejos de
Cristo. María es «el verdadero retrato» de la Amada (180). «Creada
y formada para este fin, es... la obra más acabada y perfecta de la
sabiduría y omnipotencia de Dios» (181). «Ha dispuesto Dios que
en la pureza, virginidad y maternidad de María viera el miserable
mortal la pureza, la virginidad y maternidad de la Iglesia» (182).
«Para que la virginidad y la maternidad, la pureza, la santidad, la
belleza de la Esposa de mi Hijo tuviera un tipo perfecto y acabado

178 MR 14. Es interesante lo que el a u t o r dice en las páginas precedentes:


confiesa sus esfuerzos buscando la intimidad de María, en quien pensaba h a l l a r
«la cosa amada» donde descansara su corazón. Finalmente, María se le descu-
bre, pero en su función y proyección eclesial: «Tú me buscabas —le dice—, t ú
me l l a m a b a s y no respondía, porque m i r a b a s como una Virgen singular, co-
mo un individuo, y bajo este aspecto no convenía que me m i r a r a s . Ahora que
ya te ha sido revelada tu cosa a m a d a , de hoy en adelante estaré contigo» (7).
«Ahora, continuó h a b l a n d o María, ya has visto mi cuerpo, me h a s visto a mí,
has visto en mi la imagen de tu amada, de esa Virgen Madre que ha robado
los afectos de tu corazón, mira en mí a tu Esposa» (9).—«Yo soy la que te ha
l l a m a d o a esta soledad p a r a ratificar y confirmar t u s desposorios con la Esposa
de mi Hijo, la Iglesia Santa» (12).
179 MR 7, 93, 119, 179. «Sara, Rebeca, Raquel... no pueden representarla en
toda la fuerza de la figura, porque su historia nos las pinta imperfectas, pero
María, siendo una mujer perfecta y obra acabada por la m a n o del Supremo
Artífice, es el único tipo que bajo la especie de una mujer nos la puede figu-
r a r » : MR 179.
180 MR 145. Una viñeta literaria en las páginas preliminares de La Iglesia
(p. 4) expone la idea en forma sugestiva: el a u t o r pide a un fotógrafo el re-
t r a t o de «su señora» (del a u t o r ) ; aclara que esa su señora es la Iglesia y el fo-
tógrafo p r e g u n t a : «-¿qué figura tiene? -Ahí v a : este es su tipo más perfecto
y acabado que se conoce en la creación. Era una imagen de la Virgen, Madre
de Dios, '-Esta m u j e r es, le dije, la figura de la Iglesia'. La fotografió y la llevé
conmigo».
181 MR 2,r).
182 MR 183. Cf. 45.
OLEGARIO DOMÍNGUEZ 365

en la concepción humana que la representara, la eterna Paternidad


de Dios me escogió a mí» (183).
María fue prevista y predestinada por Dios, no sólo como Ma-
dre del Verbo, sino también como modelo y representación acaba-
da de la Iglesia. Tal fue el designio sabio y condescendiente del Pa-
dre: para introducirnos en la contemplación y el amor del misterio
de la Vida en Cristo, nos ofrece la imagen fascinadora, llena de
gracia, de María; y a la vez, viene en ayuda de nuestra pobreza y
debilidad, dándonos a esa misma Virgen como poderosa medianera:
«Siendo la Iglesia tal cual voy describiendo..., necesitá-
bamos una mujer que nos la representara y que en nuestro
enlace con ella fuera al mismo tiempo la medianera; tal es
María Madre de Dios: y por esto la formó el Señor tan per-
fecta cual posible fue serlo una pura criatura» (184).

Este pensamiento en que convergen los dos aspectos de la fun-


ción eclesial de la Virgen en síntesis armoniosa, muestra cómo el
«eclesiotipismo» de Palau supera el escollo en que habrían de in-
cidir otros eclesiotipismos menos lúcidos, que tratarían de eliminar
la mediación corredentora de María sobre el resto de los redimidos.
Nuestro autor no vacila en llamar a la Virgen «corredentora» y «Ma-
dre común de todos los vivientes» (185).
Baste este leve esbozo como expresión del carácter acusadamen-
te mariano de la doctrina eclesiológica de Palau. En el cuerpo vivo
de Cristo, María ejerce unas funciones únicas y esenciales.
Estudiados los elementos y factores que configuran el tema del
Cristo místico, hemos de referirnos someramente a la proyección
espiritual de este misterio que —como los demás— debe ser no
sólo contemplado, sino vivido.

183 MR 6. Cf. 181: «Dios en su sabia providencia ordenó presentarla en una


mujer perfecta para que en ella contemplara un tipo acabado, en cuyo cuerpo
viera el de su a m a d a . Tal es María».
184 MR 31. Cf. 24: «Además de ser figura acabada y perfecta de ella, es
también una medianera la más poderosa, fiel y leal»; 25, 182, 188-190. Maria
actúa como medianera influyendo en el «enlace sagrado entre la Iglesia y su
amante» (189). Asi aparece en el caso personal de P a l a u : cf. p. 6-12.
18.5 Mes de María, 20: «Al amor de María debe el m u n d o la salvación; nos
vio perdidos, buscó un Salvador y lo encontró y nos lo ofreció sacrificado so-
b r e el ara de la Cruz; y en este sacrificio ella quiso ser con su Hijo nuestra
Corredentora. Por este a m o r mereció el título de Madre común de todos los
vivientes». Cf. 40 y 48. -Es digna de nota la coincidencia de las perspectivas
mariológicas de nuestro autor con las que ha hecho suyas ú l t i m a m e n t e el Va-
ticano II.
366 LA DOCTRINA DE LA IGLESIA COMO CUERPO MÍSTICO SEGÚN EL P. PALAU

9. PROYECCIóN ESPIRITUAL DE LA DOCTRINA DEL CUERPO MíSTICO

Pío XII y Pablo VI han ponderado la eficacia práctica y los fru-


tos espirituales de esta doctrina «tan grandiosa y sublime» (186). El
P. Palau no se entretiene exponiendo en forma explícita y teórica
la fecundidad ascética de la misma. Pero hace algo mejor: vive in-
tensamente el misterio, quedando prendido y fascinado por su luz e
impregnado de su aroma, y con su rica y profunda vivencia nos
muestra de forma práctica cuáles son los frutos que produce, al
mismo tiempo que nos indica cuáles son los trazos fundamentales de
una fisonomía espiritual marcada por el influjo de este dogma.
En sus escritos primeros (Lucha y varias Cartas) Palau, que ya
está prendado de la doctrina del Cristo total, deduce de ella sobre
todo la consecuencia de la responsabilidad de los miembros en la
tarea común: todos tienen que cooperar con su oración y su acción
a la curación de los males y enfermedades de la Iglesia, al incremen-
to de su vitalidad interna y de su difusión por el mundo. El Espíritu,
que anima a los miembros, los impulsa a esta oración ardiente y a
esta acción generosa (186a). Palau se siente invadido por un celo
incoercible, amando a la Iglesia con tal pasión que anhela dar su
sangre por ella (186b). A la vez se empeña en transmitir a sus discí-
pulos el ardor apostólico que embarga su alma y la gran convicción
de que ocuparse del bien de los prójimos «es cuidar de Dios en su
cuerpo mortal» (187), pues cuanto se hace a los miembros se hace
al mismo Cristo (187 a ).
Entonces aun no se le había manifestado la Iglesia en toda su
hondura. Cuando, en el encuentro carismático de 1860, él llega a des-
cubrirla en su misteriosa trascendencia, en su unidad íntima, en su
belleza fascinadora, la vida del fogoso apóstol tomó un giro nuevo,
transformada y cautivada por un nuevo y formidable amor. Esta de-
cisiva vivencia tuvo en la espiritualidad del autor dos repercusiones

186 Mystici Corporis, AAS, 1943, 193. Cf. Ecclesiam suam n. 19, 24, 25.
186<" Cf. Lucha 39-41 (arriba, nota 112); 28-30; 50-51, etc. «La voluntad de
su esposo Jesús es que se ocupe toda entera en orar continuamente por la sal-
vación de la Iglesia» (ib. 50). -«Mírale en este cuerpo, que es la Iglesia llagado
y crucificado, indigente y perseguido, despreciado y burlado y bajo esta consi-
deración ofrécete a cuidarle y a prestarle aquellos servicios que estén en tu
mano» (Carta 32).
186 b Cf. MR 172.
187 Carta 4. Cf. 31 : «Cuida de mi, y yo cuidaré de ti. Jesús crucificado en
su cuerpo moral es el objeto de toda la solicitud y cuidado del alma».
187 a Cf. MR, 118: «Cuanto haces a mis miembros lo haces a m í » ; y 98:
«lo haces a mí porque soy ellos».
OLEGARIO DOMÍNGUEZ 367

muy señaladas: la primera, respecto de su vida personal, que quedó


profundamente enraizada en el amor; la segunda, respecto de su mi-
sión y actuación eclesial, que resultó caracterizada por una recia y
original síntesis contemplativo-apostólica.
Desde el gozoso descubrimiento, el ardor irreprimible del amor
le subyuga y le acucia, llena su pensamiento e inspira todo su apos-
tolado, como inequívocamente atestiguan las páginas autobiográfi-
cas de Mis Relaciones, cargadas de acentos apasionados y tiernos, dul-
ces y vehementes. Este nuevo amor encierra una riqueza impresionan-
te de tonos y matices: es amor de admirador, de amigo, de amante,
de hijo, de esposo y de padre... Pero es ante todo apasionado y deli-
cioso amor nupcial (188): amor de mutua entrega e intercambio, amor
de unión íntima, amor que responde a la más radical exigencia del co-
razón humano y de la misma vocación cristiana. Contemplar la uni-
dad trascendente entre Dios y las almas asociadas a su vida (unidad
que la Biblia refleja en términos de amistad, Alianza y Desposorio),
ver a Dios y a los prójimos formando en Cristo un solo Cuerpo, fue
para Palau percibir la irresistible llamada personal a las bodas con
la Hija de Dios, la Iglesia.
Aduzcamos como simple muestra del afecto que traspasa su alma,
un puñado de expresiones, entre las mil que esmaltan su obra: «Eres
tú ¡oh Iglesia Santa! mi cosa amada. Eres tú el objeto único de mis
amores. ¡Ah! puesto que tantos años hacía que yo penaba por tí ¿por
qué te cubrías y escondías a mi vista? ¡Oh, qué dicha la mía! ¡Ya te
he encontrado!» (189). «Mi corazón fue creado para amarte, ahí lo
tienes, tuyo es, te ama» (190). «Yo por ti me olvido de mí, por ti me
echo al mar, me lanzo al peligro» (191). «Iglesia, virgen amable, abre
tus brazos y recibe en tu pecho a este miserable mortal que suspira
por ti, que no puede vivir fuera de ti, que desea verte cara a cara y
sin velos» (192). «Amada mía, esposa mía, hermana mía, has herido
de muerte mi corazón» (193). «Yo me vuelvo loco: ese amor para
contigo ¡oh Iglesia Santa! me quita el juicio» (194). «Mi misión se

188 Cf. MR 273 : «Digo con amor de esposa porque éste es el único que pue-
de satisfacer todas lqs exigencias del corazón, porque t r a e consigo igualdad de
a m o r y unidad perfecta con los a m a n t e s » ; 274.
189 MR I, 104.
190 MR I, 105.
191 MR I, 345.
192 MR 3. Cf. 16, 283.
193 MR 30. Cf. 115: «¡Oh a m o r ! ¡que eres cruel! Me m a t a s y me dejas
vivo p a r a a m a r ; me hieres y no me acabas»
194 MR 142.
368 LA DOCTRINA DE LA IGLESIA COMO CUERPO MÍSTICO SEGÚN EL P. PALAU

reduce a anunciar a los pueblos que tú eres infinitamente bella y ama-


ble, y a predicarles que te amen» (195).
Este afecto contemplativo y apostólico, de esposo enamorado, al
que no faltó —como sello de autenticidad— el crisol de la prueba, con
«dudas, temores y ansiedades que son más duras que la muerte» (196),
dejó marcada con indeleble huella la última etapa de la vida de Pa-
lau. Para el solitario de El Vedrá entrar en contacto vivencial con la
Iglesia como Cuerpo místico, fue captar de pleno el núcleo esencial
del Evangelio, resumido en dos proposiciones: Dios es amor, que en
Cristo se nos ofrece y nos busca; el hombre tiene que corresponder a
ese amor. Fue entender que la Ley de gracia se cifra en el único man-
damiento del amor, y que la doble vertiente del amor cristiano tiene
su clara confluencia en la realidad mística de la Iglesia: «Tú eres el
objeto único del amor designado por la ley de gracia: amarás... Tú
eres Dios y los prójimos» (197). Esta visión simplificó su vida interior,
dándole intensidad y hondura y caracterizándola con un sentido ecle-
sial inconfundible: «Todas mis relaciones con el Hijo de Dios y con
su Padre son siempre en relación con su Iglesia» (198).
Unida a esta simplificación de su existencia personal, Palau reci-
bió la concepción unitaria y armoniosa de su misión en el Cuerpo
místico. Antes experimentó con fuerza la tensión entre la que le
parecía ser su vocación de carmelita puramente contemplativo y la
insistente llamada de las almas necesitadas, entre la tendencia a la
vida solitaria y la urgencia del ministerio activo. Después entiende
cómo ambas llamadas se funden maravillosamente en una sola: la
entrega amorosa a la Iglesia, que le requiere así; «¿Crees que es
olvidarme tomar cuidado en el ganado confiado a mi amor? [...] A

195 MR 189.
196 MR 99. La razón de esta zozobra interior es la triste posibilidad de
perder el amor, y la comprobación de la propia m i s e r i a : «(.Cómo has de a m a r
con amor de esposa cosa tan vil, t a n inmunda, tan fea v despreciable?» (MR
274). Cf. 25, 54-55, 99, 150, 273.
197 MR 301. La idea —ya lo notamos arriba en el a p a r t a d o 2— se repite
con mucha frecuencia.
198 MR 62. Anteriormente P a l a u buscaba a Dios en sí mismo, sin h a l l a r
satisfacción: «El objeto de mi a m o r era para mi Dios de un modo confuso y
vago y sin detalles» (MR 98). Ahora ha aprendido a verlo en forma concreta
en la Iglesia: «Dios formando cuerpo m o r a l con los santos» (cf. MR 175). Res-
pecto a Cristo: «Ya no me es posible ver y contemplar al Hijo de Dios bajo
otra figura, noción o idea que como cabeza unida en el cielo, en la tierra y en
el purgatorio al cuerpo santo de la Iglesia» (MR 56). Con frecuencia menciona
P a l a u las dos uniones: una con Dios en sí mismo, otra con Dios en los próji-
mos (formando con El un cuerpo moral). Pero, m i e n t r a s en los primeros escri-
tos parece q u e r e r l a s conjugar manteniendo su dualidad (cf. Cartas 28, 29, 31, de
1857), después concibe a la segunda como absorbiendo y sustituyendo a la
p r i m e r a : (Cartas 54 y 59).
OLEGARIO DOMÍNGUEZ 369

mí me hallarás solitaria en los claustros, desiertos y ermitas, y pasto-


ra en medio de los pueblos, peregrina en los caminos y toda en todos
y en todas partes donde la caridad ejerce sus actos y funciones» (199).
De esta intuición nació el Carmelo Misionero.
El Cuerpo místico es un misterio de vida, de amor y de unidad.
Los escritos y toda la obra del P. Palau ponen de manifiesto cómo
adentrarse en ese misterio y asimilarlo interiormente es vivir con go-
zosa plenitud las exigencias radicales del evangelio, es enraizarse de-
cididamente en el amor, tomándolo como único móvil y único objetivo
de la existencia y es —por lo mismo— establecerse en la paz, la ar-
monía y la sencillez del Plan divino.

10. CONCLUSIóN: APORTACIóN DE PALAU A LA TEOLOGíA DEL


CUERPO MíSTICO

Después del estudio analítico de los diversos aspectos y elemen-


tos doctrinales, vamos a intentar una valoración sintética del pen-
samiento de Palau. Al realizarla, hemos de situarnos —una vez más—
en las coordenadas espirituales en que él se movió. No podemos pe-
dir a un autor que habla del misterio de la Iglesia desde unas páginas
de divulgación religiosa {La Iglesia de Dios) o de efusión contempla-
tiva (Mis Relaciones), ni una visión completa y sistemática de la
doctrina, ni una exposición escolástica, lógica y precisa. No pretende
enseñar un saber teórico, sino transmitir el sabor de la doctrina por
él intimamente gustada. Su lenguaje aunque suele ser notablemente
preciso, raramente es el técnico de las escuelas, sino el simbólico y
figurado propio de los espirituales. No tiene miedo a las repeticiones,
muchas veces literales, que vienen a poner de relieve los puntos en
que se centra especialmente su contemplación afectuosa.
¿En qué consiste la aportación de Palau? Creo que en primer
lugar hay que destacar la importancia que da a la doctrina del
Cuerpo místico, haciéndola, a su modo, eje y centro, del dogma, de
la moral y de la espiritualidad cristiana, y adelantándose así en tres
cuartos de siglo a las perspectivas sugerentes que abrirían autores
como Mersch y a las enseñanzas oficiales presentadas en la Mystici
Corporis. Desconozco los posibles influjos de Palau sobre otros auto-

199 MR 266-267. Cf. Carta 74: «¡Cuan t a r d e he conocido mi m i s i ó n ! . . . Te


había hablado siempre y únicamente del a m o r de Dios, de la unión del alma
con Dios..., pero nada te decía del a m o r hacia los prójimos, porque Dios a mi
no me t r a b a j a b a aqui. Ahora, hija mía, he tomado mi vuelo hacia los prójimos
sin dejar a Dios».

24
370 LA DOCTRINA DE LA IGLESIA COMO CUERPO MÍSTICO SEGÚN EL P. PALAU

res contemporáneos o posteriores, pero bastan sus escritos para que


merezca un puesto señalado entre los precusores de la moderna teo-
logía y espiritualidad del Cuerpo místico, que han contribuido a en-
sanchar los horizontes de la actual eclesiología católica. La concep-
ción central de nuestro autor queda delineada en su obra con gran
fuerza expresiva y con trazos vigorosos y armónicos que delatan una
síntesis personal profundamente lograda.
Entre los puntos particulares que el autor subraya con más vi-
gor y originalidad, resalta ante todo la íntima unidad misteriosa en-
tre Cristo y sus miembros. «La Iglesia está en Cristo y Cristo en su
Iglesia, siendo los dos una misma cosa» (200). Esta unidad profunda
que brota del influjo salvífico de Cristo y de la comunicación de su
Espíritu da a la Iglesia una personalidad peculiar: no es una comuni-
dad abstracta o ideal, una mera realidad colectiva de tipo jurídico-mo-
ral, sino —como diría el Angélico— «una persona mística» (201); un
ser que entiende y ama y busca correspondencia en el amor. La Iglesia,
por tanto, puede ser y es LA AMADA capaz de satisfacer todo el deseo
de amor que bulle en el corazón humano. Impregnada de la vida y
la hermosura y santidad de Dios, que Cristo, su Cabeza, le trasmite,
es LA HIJA DE DIOS formando un todo con el HIJO DIVINO. El P. Palau
lo ve con impresionante viveza.
Es notable también la estrecha conexión que reconoce entre la
vida íntima de comunión con Cristo y los factores visibles que son
manifestación, condición e instrumento de tal comunión. Para él
«Cristo y Pedro eran una misma cabeza» (202). El influjo capital de
Cristo es participado por los jerarcas y sacerdotes de la Iglesia; y
ésta no puede concebirse a modo de una sociedad puramente espi-
ritual e invisible.
El significado de la Eucaristía como culminación de la inserción
en Cristo, como plenitud de la entrega conyugal entre El y su
Esposa y como fuente para ésta de maternidad gozosa y fecunda, es
otro tema capital fuertemente destacado en la teología sapiencial
de nuestro autor: «Cristo dase todo a su Esposa..., la Esposa lo re-
cibe, y desde que toca el Sacramento sus carnes, ya no son dos sino
un solo cuerpo místico» (203); «y en esta unión inefable funda la
Iglesia su maternidad» (204).

200 La Iglesia 10.


201 Suma Teol., III, 48, 2 a d 1.
202 MR 185.
203 MR 40.
204 MR 38.
OLEGARIO DOMÍNGUEZ 371

Finalmente es muy digna de destacarse la función tipológica de


María, a la que Palau dedica insistente atención y páginas muy ex-
presivas, situándose con mucho adelanto y justeza en la pista por
donde iba a discurrir buena parte de la mariología de nuestro siglo,
que hallaría acogida y definitiva formulación en el Vaticano II. Co-
mo «espejo limpidísimo» (205) en que se refleja sin sombra alguna
la hermosura de Dios, María es el «verdadero retrato» (206) de la
Hija de Dios, de la Esposa perfecta sin mancha ni arruga, Madre
virginal de todos los vivientes.
A la meritoria aportación doctrinal contenida en estos puntos,
hay que añadir, en el orden espiritual, la fuerte acentuación del amor
como eje y motor de toda la vida cristiana. El amor a la Iglesia re-
sume y condensa todo el Evangelio: amarla a ella es amar a Dios y
a los prójimos, es entregarse a la vida divina que por ella discurre
inundándola y hermoseándola, haciéndola reflejo vivo de la Trini-
dad. Y ese amor es la exigencia radical del corazón humano, llama-
do al encuentro amistoso con Dios. En la Iglesia, que Cristo dirige y
vivifica con su Espíritu, halla el cristiano a su Amada, fascinadora-
mente bella y buena, que le invita a la entrega generosa y feliz del
desposorio espiritual. La rica y fecunda espiritualidad eclesial de
Palau es un hermoso ejemplo de la virtualidad y eficacia santifica-
dora encerrada en la vivencia de la doctrina del Cuerpo místico.
Ejemplo que puede servir particularmente en esta «era eclesial» que
vive hoy la cristiandad bajo el impulso decidido del Concilio.
Junto a estos valores positivos, son muy débiles los fallos o im-
perfecciones que merezcan nuestros reparos. Podemos lamentar la
terminología un tanto encogida, y desvaída que aparece en las muy
usadas expresiones cuerpo moral, la cosa amada. Podemos también
echar de menos algunas precisiones teológicas sobre puntos como
éstos: naturaleza del influjo capital de Cristo, alcance de la unidad
entre Cristo y su Cuerpo, función de los elementos visibles, relación
de los no cristianos con la Iglesia y la salvación. Respecto a la con-
cepción o intuición fundamental de Palau, se nota a veces cierta am-
bigüedad o transposición de planos entre el cristocentrismo y el teo-
centrismo: la Iglesia es «la congregación de los santos bajo Cristo
su cabeza» ; es igualmente «Dios y los prójimos fornando un cuer-
po moral». No carece tampoco de ambigüedad en algunos pasajes (en
otros el autor matiza) la expresión frecuente: «La Iglesia es Dios y
los prójimos, el objeto único de amor».

205 MR 190.
206 MR 145.
372 LA DOCTRINA DE LA IGLESIA COMO CUERPO MÍSTICO SEGÚN EL P. PALAU

Estos leves reparos no ensombrecen la obra doctrinal y espiri-


tual del P. Palau, sobre todo si tenemos en cuenta el carácter pecu-
liar de sus escritos y la índole, más intuitiva y contemplativa que ra-
zonadora, de su mente. La misión del gran enamorado de la Iglesia:
darla a conocer en su incomparable belleza para que todos la amaran,
fue por él maravillosa y cabalmente cumplida. ¡Ojalá no le falten
discípulos y seguidores, que promuevan el conocimiento y el amor de
esa Virgen cuyo rostro refleja la hermosura y la vida de la Trinidad
y «en cuyo corazón el amor divino reside como el fuego en su ele-
mento» (207).

OLEGARIO DOMíNGUEZ, O.M.I.

207 Carta 54.


M. B.—Este artículo debe mucho al meritorio t r a b a j o presentado como tesis
en el «Regina Mundi» por la Hna. María Rosario Arrizabalaga, c. d. m., en 1962,
con el titulo «£/ misterio de la Iglesia, clave de la vida y actividad del P. Fran-
cisco Palau y Quer, O. C. D. (1811-1872)». Expresamos nuestro agradecimiento
sincero a la autora que amablemente puso a nuestra disposición el fruto de su
investigación valiosa.
MARIOLOGIA Y ESPIRITUALIDAD MARIANA
DEL PADRE FRANCISCO PALAU QUER

El P. Francisco Palau Quer (1811-1872), carmelita descalzo, fun-


dador de las Congregaciones que actualmente se denominan de Car-
melitas Misioneras (Barcelona) y Carmelitas Misioneras Teresianas
(Tarragona), es un caso típico de espiritualidad en la época turbu-
lenta que le tocó vivir (1).
Hombre de Dios, religioso y sacerdote secular, contemplativo y
apóstol, escritor y fundador, todo un profeta en pleno siglo xix,
figura plural y desconcertante, amante de la soledad y luchador ina-
sequible al desaliento, el P. Palau es un ejemplo de fidelidad a sus
convicciones y de lealtad hasta el heroismo a sus ideales.
Alma profundamente espiritual, influyó decisivamente en gru-
pos selectos y en las masas. Vivió del espíritu y lo comunicó a mu-
chas almas y todavía perdura su huella en la numerosa sucesión de
sus hijos espirituales. Un paradigma de época y de mentalidad, dig-
no de atención.
Su espiritualidad está marcada por dos características incon-
fundibles: el misterio eclesial y el misterio mariano, que para al-
gunos aspectos en la mente de Palau se entrecruzan e integran en
una misma realidad sobrenatural.
Dejando para estudios especiales la consideración eclesial de su
espiritualidad (que en Palau es fundamental, copiosa y única), nos
limitamos aquí a la exposición de su mensaje mariano desde el pun-
to de vista de la doctrina, del culto y de la piedad.

1 P a r a la biografía y la bibliografía del P. P a l a u nos remitimos a las


secciones correspondientes de este mismo número monográfico de «El Monte
Carmelo».
374 MARIOLOGIA Y ESPIRITUALIDAD MARIANA DEL P. FRANCISCO PALAU

En esta proyección mariana de su espiritualidad Palau merece


un puesto de honor entre los Claret y Escola, contemporáneos y co-
legas suyos en preocupaciones y actividades.
Palau se muestra suficientemente instruido e ilustrado en los
terrenos que pisa, y por lo mismo procuraremos extraer su pensa-
miento para descifrar su mentalidad acerca de las cuestiones mario-
lógico-marianas que dieron ser y matiz a las vivencias espirituales
suyas y de sus discípulos y dirigidos.

Mariología del P. Francisco Palau

No es ahora la primera vez que se admite la posibilidad de un


estudio sobre la mariología del P. Francisco Palau Quer.
El P. Otilio Rodríguez escribió en 1960: «Que yo sepa, aún no
se ha escrito una monografía de la mariología de este gran carmelita
teresiano. Y es una pena, porque el tema es bien tentador, y no es
escasa la documentación para intentarla» (2).
El propio P. Otilio hace una síntesis mariológico-mariana del pen-
samiento y de la obra palautiana, que nosotros quisiéramos ampliar
y completar en ocasión del centenario de la muerte del P. Francisco.
Todavía no se ha abordado plenamente esta tarea, pero cuantos
han aludido al aspecto mariano de la doctrina y espiritualidad del
P. Palau han reconocido que Ntra. Sra. tuvo profunda y extensa ca-
bida en su espíritu y en su actividad.
Prescindiendo por ahora y dando por supuesta la intensa viven-
cia mariana de su alma, nos ceñiremos aquí a extraer y exponer su
pensamiento y su doctrina acerca del sitio y misión de María en el
misterio de Cristo y de la Iglesia. Precisamente la idea que de la
Virgen se forjó el P. Palau se resume fielmente en lo que será epí-
grafe del capítulo VIII de la «Lumen Gentium».
Ciertamente el P. Palau no se propuso escribir una mariología
en forma, que no se estilaba como tal en su época. Ni su precipitada
formación teológica en pleno torbellino de los años treinta del xix
. consentía mayor especialización y profundización de las cuestiones
teológicas.
Aparte de que en su tiempo era aún muy somera la reflexión
mariana en el tratado «De Verbo Incarnato». Seguramente no llegó
a conocer los primeros tratados mariológicos que Raulica, Passaglia
y Scheeben publicaron en la segunda mitad de aquella centuria. De
2 RODRíGUEZ, OTILIO, Misioneras de cuerpo entero, Eugenio Subirana S. A.,
Barcelona, 1964, p. 182.
ISMAEL BENGOECHEA IZAGUIRRE 375

la primera mitad del siglo xix ha escrito Laurentin que es «el pe-
riodo más vacío de la literatura mariana» (3). Por eso mismo, sor-
prende más la solidez fundamental de su doctrina mariológica y la
justeza de sus expresiones y conceptos en torno a Nuestra Señora.
No faltan tampoco originalidades e intuciones sobre la presen-
cia y acción de María en la vida de la Iglesia y de las almas, eco
del momento histórico en que le tocó vivir y actuar.
En todos sus escritos tiene amplia participación la Virgen Ma-
ría, pero de asiento habla de Ella en Lucha del alma con Dios, Mes
de María y Mis relaciones con la Hija de Dios, la Iglesia (4).
Trata de la Virgen abordando todos los aspectos de la temática
mariana, partiendo de la base de las verdades y doctrina mariana
de la Iglesia Católica. Aparte de las verdades definidas, escribe con
más insistencia sobre la gracia y perfecciones de la Virgen María,
sobre su corredención, sobre María y la Iglesia y sobre el culto ma-
riano de imitación. En eso estriba su mayor originalidad.
Lógicamente no se propuso escribir un tratado teológico sobre
Nuestra Señora, por lo que tampoco expuso su pensamiento en for-
ma sistemática y científica. Su intencionalidad era de orden espi-
ritual y didáctico y su método eminentemente popular, un poco al
estilo del P. Claret, su contemporáneo y maestro (5).
De ahí que proceda en sus escritos por simple exposición de temas
y por vía de afirmaciones, sin cuidarse poco ni mucho de aducir sis-
temáticamente las pruebas de cada aserto. Se contenta con saber
que cuanto dice o escribe está conforme con la doctrina católica y
como tal la admite y propone sin discusiones. Por otra parte, muy
conforme con su psicología y sus extrañas vivencias y experiencias,
hay en su testimonio mariano intuiciones y manifestaciones de sig-
no profético.
Por esto mismo, no hay en sus escritos mucho de metodología
positiva: no abundan los textos de la Sagrada Escritura, ni las ape-
3 Santiago Ventura di R a u ü c a (1792-1861), La Madre di Dio Madre degli
uomini (Roma, 1841); Carlos Passaglia (1812-1887), De immaculato Deiparae
semper virginis concepta; Matías José Scheeben (1835-1888) «Flores Marianas»
(1860). Laurentin R., Coart traite sur la Vierge Marie. Lethielleux, Paris, 1968,
p. 86.
4 Lucha del alma con Dios, R. P. Kr. Francisco de Jesús Maria José, car-
melita descalzo misionero y el Doctor D. José Caixal, presbítero. Montauban,
1843; 2 a ed. Barcelona, 1869. Mes de María, R. P. Francisco Palau, Barcelona,
1862, 94 págs. Mis relaciones con la Hija de Dios, la Iglesia, Manuscrito, 2 vol.
1861-1864 (Archivo Carmelitas Misioneras Teresianas, Tarragona). Pa.ra abre-
viar citaremos aquí estas obras por las siglas: Lucha, MM y Reí.
5 San Antonio María Claret (1807-1870). CANAL, I. C. M. F., S. Antonias M.
Claret, «Doctor Marianus» en «Marianum», 10 (1950) 460-465; id. María y la
Iglesia en los escritos de S. Antonio María Claret, en «Estudios Marianos», 18
(1957) 259-270.
376 MARIOLOGIA Y ESPIRITUALIDAD MARIANA DEL P. FRANCISCO PALAU

laciones al Magisterio eclesiástico, ni las citas de Santos Padres y


Doctores, ni los argumentos de teólogos, aunque en el fondo deja
adivinar que posee conocimientos suficientes de unos y de otros.
Ha asimilado las enseñanzas de la Iglesia y las expone con ideas
propias hechas sustancia de su fe y de su piedad.
Concretamente, en cuanto a la Biblia hace peculiar uso del Apo-
calipsis y en cuanto a los escritores demuestra conocer bien a Sto.
Tomás de Aquino, a quien sigue estrechamente en su «Catecismo de
las Virtudes». Indirectamente alude también a los SS. Padres (Gre-
gorio, Anselmo), etc. (6).
Teniendo en cuenta estas observaciones pasamos a exponer el
pensamiento del P. Palau, según se desprende de sus escritos, acerca
de las distintas cuestiones mariológicas.
En realidad aborda de algún modo todos los temas marianos, si
bien algunos apenas los roza levemente y otros los toca muy de pro-
pósito volviendo a ellos casi obsesivamente. Para el tema María-Igle-
sia, como el más original de los tratados por el P. Palau, remitimos
al estudio correspondiente.

La predestinación de María

Si bien para el P. Palau la misión fundamental de María se ci-


fra en su maternidad divina, él concibe esta maternidad conjunta-
mente en forma más plena en función de la Iglesia y para la Iglesia.
En su misma predestinación no es María el objeto primordial del
plan divino sino supeditada a la consideración global del misterio
redentor.
María es pieza clave, pero solo pieza en el conjunto del engranaje
salvífico. Así resulta de peculiar y original la razón de ser de María
en la mente palautiana, que además responde a una profunda convic-
ción de su espíritu.
Según él, primero fue la Iglesia, y por ésta y para ésta fue María.
Así se explica esta paladina afirmación:
«María Virgen es el único tipo, la única figura que en el
cielo representa con más perfección la Iglesia Santa, porque
criada y formada para este fin, es, tanto en el orden moral y
espiritual como en el físico y material, la obra más acabada y
perfecta de las sabiduría y omnipotencia de Dios» (7).

6 «Cuadernos Centenario» n° 6, F. 60, 03-65.


7 ttel. II, 23.
ISMAEL BENGOECHEA IZAGUIRRE 377

No deja de sorprender que Palau vea en María no solo la repre-


sentación espiritual de la Iglesia, sino también «física y material».
Parece ser que esta apreciación suya se fundamenta en que María,
aisladamente considerada, es una persona, un individuo en el que se
reflejan las perfecciones de la entidad, congregación o «cosa amada»
que es la Iglesia.
Hasta las prerrogativas de maternidad y virginidad de María
las contempla Palau en base a esas mismas cualidades en la Iglesia
Santa :
«Para que la virginidad y la maternidad, la pureza, la san-
tidad, la belleza de la Esposa de mi Hijo, la Iglesia Santa, tuviera
un tipo perfecto y acabado en la concepción humana que la re-
presenta, la eterna Paternidad de Dios, me escogió» (8).
La misma condición de Nueva Eva en María está supeditada a la
visión eclesial de todo el misterio salvador (9).
Por este primer enfoque de su mariología bien se echa de ver
que el P. Palau contempla a María más en línea eclesiológica que
cristológica, aunque no se excluyen sino que se integran mutua-
mente. Pero no deja de sorprender este aspecto innovador de su
pensamiento, que se nos habría de hacer muy familiar a partir del
Vaticano II.
Viene a ser como una intuición, como un presentimiento de
mentalidades posteriores en tiempo y esfera.

La maternidad divina

El P. Palau no se detiene en probar la maternidad divina de


María. Parte de este hecho inconcuso como dato adquirido de la
doctrina católica. Lo afirma sencillamente llamando a María Madre
de Dios.
De ahí el altísimo concepto que se ha forjado de la perfección
y dignidad de María. Pero también aquí aparece un rasgo de la
peculiaridad de su pensamiento. Parece como si invirtiera los tér-
minos de la apreciación y contempla a María colmada de dones y
gracias antecedentemente a su predestinación de Madre de Dios,
de modo que sea precisamente ese cúmulo de perfecciones lo que
determina la elección de la Virgen para Madre de Dios.
Véase cómo se expresa a este respecto:

8 Reí. n , 6.
9 Reí. II, 93.
378 MARIOLOGIA Y ESPIRITUALIDAD MARIANA DEL P. FRANCISCO PALA!)

«María, prevenida por la plenitud de las gracias y dones


del Espíritu Santo, poseyó todas las virtudes en grado muy
sublime, superior al de todos los ángeles y hombres juntos y
por esto fue escogida por Madre de Dios-» (10).
Esa afirmación cabe en el contexto de su libro del Mes de Ma-
ría, ya que en él trata de poner de relieve el mérito personal y el
ejercicio de las virtudes por parte de Nuestra Señora.
Además, a continuación apunta a la parte de mérito que tuvo
María por su eficaz correspondencia a los dones de Dios y por el alto
grado de amor divino que cultivó en su alma, lo que la hizo me-
recedora de la Encarnación y digna Madre de Dios:
«María asistida por la gracia y dones del Espíritu Santo
desde su inmaculada concepción, amó con tal intensidad a
Dios que atrajo a su seno virginal con la fragancia suave y
pura de esta flor mística al mismo Hijo de Dios, y el Hijo
del Eterno no vaciló, aunque hija de Adán prevaricador, en
tomarla por Madre» (11).
Se ve que esta idea estaba muy penetrada en él, pues la expre-
só con anterioridad en otro escrito suyo:
«La Virgen María, aquella Virgen singular, fue la que con
sus clamores y súplicas, de un modo especial inclinó los cielos
con las fragancias de sus virtudes y atrajo a su seno al Verbo
Encarnado» (12).
Pero, como era lógico suponer, el orden exigía la prevalencia de
la maternidad divina como razón y raíz de esas singulares perfec-
ciones. Así lo declara manifiestamente:
«María fue perfecta cuanto posible es concebir perfección
en una pura criatura porque así convenía a la dignidad de Ma-
dre de Dios» (13.)

La Inmaculada Concepción

Al P. Palau cupo en suerte vivir el día luminoso de la procla-


mación del dogma de la Inmaculada Concepción de María por Pío IX
en 1854.

10 MM. 12.
11 MM. 17.
12 Lucha, 28.
13 Reí. II, 181.
ISMAEL BENGOECHEA IZAGUIRRE 379

Sin embargo, no ha quedado rebajada en sus escritos la viven-


cia personal de ese acontecimiento, si bien es de suponer que lo
celebraría intensamente dado el profundo sentido mariano de su es-
piritualidad. La proclamación dogmática le sorprendió estando con-
finado en Ibiza, después de la supresión de su «Escuela de la Virtud».
La admisión y profesión de esa verdad inmaculista no admite
reservas en su mente y en su enseñanza. Cada vez que hace refe-
rencia a las gracias y perfecciones de María repite machaconamente
el inciso: María desde su inmaculada Concepción...
Por lo demás, la idea que él tiene de la Inmaculada Concep-
ción es de una integridad exhaustiva tanto en su aspecto negativo
como en el positivo.
Es decir, que no se conforma con decir que María no contrajo
el pecado de origen sino que elimina de Ella incluso toda forma de
criatura o todo movimiento menos perfecto, así como asegura que
desde el principio fue investida de la plenitud de gracia y poseída
del Espíritu Santo.
Parece un eco de San Juan de la Cruz en esta materia, como ya
lo hizo notar el P. Otilio Rodríguez (14).
«María desde su concepción inmaculada tuvo su corazón
enteramente vacío de criaturas. Dios y sólo Dios ocupó siempre
de lleno todos sus afectos y pensamientos» (15).
«Ni antes de ser elevada a la altísima dignidad de Madre
de Dios, ni después, tuvo María en su ánimo movimiento algu-
no que la descompusiera, desarreglara ni desordenara» (16).
A mayor abundamiento, al no haber en Ella pecado original
tampoco la afectaron las secuelas del mismo: ni concupiscencia, ni
mociones desordenadas:
«María fue toda pura, libre de la tacha de la culpa original
y personal» (17).
«María tuvo desde su inmaculada concepción sus pasiones
ordenadísimas y por un privilegio especial ninguna se le re-
beló jamás» (18).
La interpretación es la misma que da San Juan de la Cruz:
en María se dio desde el principio la unión perfecta, de modo que
no se interpuso ninguna forma de criatura. Palau lo dice a su aire:
14 h. C. P. 89; Subida del Monte Carmelo, III, 2, 10.
1¡) MM. 72.
16 MM. 78.
17 Reí. II, 180.
18 MM. 63.
380 MARIOLOGIA Y ESPIRITUALIDAD MARIANA DEL P. FRANCISCO PALAU

«María desde su inmaculada concepción... se sintió unida


a Dios de modo que no experimentó jamás ninguna división
ni separación» (19).

La gracia en María

El aspecto positivo de la presencia y acción de la gracia en Ma-


ría es —según Palau— de más entidad y más operativa que la pura
negación del pecado y de desorden.
Ya hemos citado antes el texto en el que Palau considera a Ma-
ría, que, «prevenida por la plenitud de las gracias y dones del Espí-
ritu Santo, poseyó todas las virtudes en grado muy sublime, supe-
rior al de todos los ángeles y hombres juntos» (20).
Maravilla la insistencia y la propiedad con que el P. Palau se
expresa para reconocer en María los dones del Espíritu Santo. La
acción del Espíritu en su alma es de singular eficacia y trascenden-
cia, y Palau no deja pasar ocasión sin hacerlo constar.
Una idea que se repite constantemente en toda la obra palau-
tiana: María es el ser más cabal, que reúne en sí «todos los dones,
todas las gracias y todas las perfecciones que son posibles en una
pura criatura» (21).
Por eso mismo, su compostura «exterior fue cual correspondía
a su ordenación interior» (22).
No obstante esa plenitud de gracia, María fue en aumento cons-
tante de perfección. Si Jesús creció en gracia, se comprende que
también creciera su Madre en ese orden:
«María desde su inmaculada concepción fue perfecta en
el amor de Dios, creciendo en él durante su vida» (23).
Concretando más en particular esas perfecciones las halla to-
das en la Madre de Dios. En primer lugar las dotes de orden na-
tural :
«Dios, como autor del orden natural, comunicó a la que
estaba destinada para ser su madre, todas las virtudes natura-
les en el más alto grado de perfección de que era capaz una
alma racional» (24).
También las virtudes teologales, comenzando por la fe.
19 MM. 95.
20 MM. 12.
21 Reí. 182, 179, 23, 14.
22 MM. 82.
23 MM. 95.
24 MM. 33.
ISMAEL BENGOECHEA IZAGOIRRE 381

«María tuvo fe en más alto grado que todos los Patriarcas


y Profetas» (25).
Lo mismo se diga de las virtudes cardinales. Se le infundieron
todas y ella las cultivó y aumentó en grado sumo:
«Estas virtudes, prudencia, justicia, fortaleza y templanza
dadas con gran perfección a María, recibieron con el cuidado,
práctica y ejercicio, dirigidas por la caridad, un grado muy
sublime de excelencia» (26).
Con la gracia se le infundieron todas las virtudes:
«Mientras vivió no hubo ninguna virtud que no estuviese
en su corona: las tuvo todas en su plenitud: Ave gratia plena;
sí, llena de gracias, llena de dones, llena de virtudes». (26bis).
Pero no todo se le dio gratuitamente, sino que Ella puso su im-
pronta personal en toda perfección, ella correspondió fiel y gene-
rosamente a la gracia, colaboró eficazmente a la acción del Espí-
ritu, y por eso tuvo mérito personal en la obra de su omnímoda per-
fección.
«La corona que ciñe María en la gloria le fue dada como
premio de todas sus virtudes» (27).

La virginidad de María

La virginidad pepetua y perfecta de María es un dato de fe


que sólo admite para el creyente la simple profesión sin lugar a ob-
jeciones ni reticencias. Palau la afirma constantemente haciendo de
ese apelativo como un sinónimo del nombre personal de María:
«Yo soy María, la Madre de Dios, he sido siempre Virgen,
toda pura: mi eterno Padre quiso que yo fuese Virgen, siem-
pre pura y madre» (28).
Es privilegio concedido a la Madre de Dios en virtud de su
altísimo y original destino:

25 MM. 28.
20 MM. 33.
26bl» MM. 85.
27 MM. 85.
28 Reí. II, 6.
382 MARIOLOGIA Y ESPIRITUALIDAD MARIANA DEL P. FRANCISCO PALAU

«Sólo María, Madre de Dios, fue Virgen y madre, y en es-


tas perfecciones es Ella sola que nos figura la pureza, virgini-
dad y maternidad de la Iglesia» (29).
«La virginidad y la maternidad en María es una prerro-
gativa especial que la singulariza y distingue entre todas las
mujeres; en esto María no ha tenido ni tendrá igual» (30).
Todo es virginal en torno a María.
Así lo expresa Palau con frase cargada de resonancias patrís-
ticas:
«María fue siempre Virgen, su eterno Padre es virgen y
su único Hijo es Virgen» (31).
Una tal virginidad integral sólo podía producir frutos virgina-
les. Nos lo recuerda poéticamente el carmelita leridense:
«¡Oh prodigio de la naturaleza! una flor produce otra
flor; de una flor, sale otra. Una virginidad concibe y su semi-
lla es una flor y no una planta, sino una virginidad, y la Ma-
dre Virgen es pura y no pierde en el parto su pureza» (32).
María más que la Virgen viene a ser la virginidad, como su con-
cepción vino a ser la Inmaculada Concepción.
Resumiendo toda la doctrina sobre la perpetua virginidad de
Nuestra Señora escribe Palau:
«María virgen concibió una flor, nació esta flor y fue vir-
gen Jesús, como su Madre, y la Madre no perdió su pureza
ni en la concepción ni en el parto, María era hija de Dios vir-
gen, María fue hija de una virginidad y sin perder jamás su
pureza quedó siempre Virgen» (33).
Está implícita en estas expresiones la triple formulación clási-
ca de la virginidad mariana.

María y la redención

La asociación de María a la obra redentora de Cristo y su di-


recta, personal e inmediata cooperación a la redención del género

29 Reí. II, 181.


30 Reí. II, 180.
31 Reí. II, 180.
32 MM. 67.
33 MM. 68.
ISMAEL BENGOECHEA IZAGUIRRE 383

humano es cuestión clave de la mariología palautiana y el tema que


con más insistencia torna a los puntos de su pluma.
Es mérito grande haber intuido tan claramente la participación
de Nuestra Señora en la historia de la salvación. De esa coopera-
ción mariana tan plena, tan total, tan generosa, deriva después to-
da la importancia que tiene la acción de María en la salvación y
santificación de las almas, la eficacia de su intercesión decisiva y
la misión específica que ejerce la Virgen en la suerte y porvenir de
la Iglesia Santa.
Tanto es más digno de destacarse este matiz del testimonio del
P. Palau cuanto que es menos conocido y tratado por otros escrito-
res de su época. Piénsese que todavía no habían aparecido las en-
cíclicas de tan generoso fondo mariológico de Pío IX y Pío X, ni
las documentos de Benedicto XV que tan de relieve pusieron el as-
pecto de la asociación de María a la obra redentora. Menos aún era
previsible entonces el magisterio mariológico de Pío XII, así como
tampoco se conocían todavía los tratados de mariología que tanto
proliferaron después con su secuela del tema mariano en las acti-
vidades de las Sociedades Mariológicas y en los trabajos de los Con-
gresos y asambleas específicamente mariológicos. Esta constatación
acrece el mérito del tratamiento que da Palau a las cuestiones ma-
ñanas que él plantea y resuelve.
Aunque no de forma sistemática hay en sus varios libros elo-
cuentes y múltiples textos en los que aborda prácticamente todos los
aspectos y momentos de la corredención mariana: desde su predes-
tinación a esta finalidad redentora, hasta su eficaz colaboración a la
redención misma, tanto mediata como inmediatamente, pasando por
los actos específicamenlé corredentores y por la influencia que sigue
ejerciendo su acción en los hombres redimidos.

1) Misión redentora de María.

La misión salvadora de María viene de su origen, se identifica


con la razón de ser de su existencia y por eso está marcada y actúa
en esa línea desde el principio, desde su concepción, en que se le
revelan gradualmente los misterios:
«María conoció desde su inmaculada concepción sus des-
tinos a proporción que le fueron revelados» (34).

34 MM. 36.
384 MARIOLOGIA Y ESPIRITUALIDAD MARIANA DEL P. FRANCISCO PALAU

«María desde su concepción inmaculada tomó como pro-


pia la causa de todos los hijos de Adán y negoció eficazmente
con Dios nuestra salvación» (35).
«Nos vio perdidos a todos, propuso en su ánimo salvarnos;
perseveró en su propósito, y lo consiguió» (36).
«María se propone en su ánimo cambiar la faz del mundo
moral; pide la salvación, pide y la espera, espera y la consi-
gue» (37).
Aquí parece la Virgen antecedentemente al conocimiento de los
planes de Dios ocupada y preocupada por la suerte de la humanidad.
Nuestra salvación entra de lleno en la honda preocupación de
su espíritu. No sólo se halla pasivamente dispuesta a colaborar con
Dios sino que por su parte se adelanta, ruega, suplica, se ofrece,
apremia, y en cierta manera merece que el Padre Eterno la escuche
y se decida a poner por obra lo que desde la eternidad tenía decre-
tado. Por el dolor vendría la redención, y María ya comenzó desde
el principio a prestar su propio dolor por esta causa:
«Desde su inmaculada concepción hasta la encarnación
sufrió María porque nos veía sin redención» (38).
Era su predestinación, su misión:
«María desde su concepción inmaculada, en cumplimiento
de sus altos destinos, se propuso en su ánimo la salvación del
género humano» (39).

2) Ordenada a la Redención.
En esta perspectiva mariana nada tiene de extraño que María
ordene toda su vida y acción a la realización en el tiempo de la obra
redentora. Lo testimonia Palau de múltiples maneras. Hay textos
elocuentes a este respecto:
«Se propuso un fin, y este fin no fue otro que el de la
salvación de la raza humana, corrompida y perdida por el pe-
cado.
A esta tan alta y sublime misión ordenó toda su vida,
todas sus acciones y todos sus movimientos y consiguió su pro-
pósito dándonos un Salvador» (40).
35 MM. 22.
36 MM. 56.
37 MM. 30.
38 MM. 61.
39 MM. 38.
40 MM. 36.
ISMAEL BENGOECHEA IZAGUIRRE 385

«Un solo pensamiento ocupó de lleno a María en toda su


vida, o mejor diré, todos tendían, todos vinieron a parar a un
solo objeto y fue: el hombre está perdido por la culpa; se ha
de salvar; Dios salvador, Dios redentor» (41).
Por esto mismo y en cuanto de Ella dependía no escatimó es-
fuerzo y puso todo el caudal de su actividad meritoria al servicio
de esta obra de reconciliación. Palau reitera esta idea en inconta-
bles pasajes:
«La Virgen purísima... con toda la plenitud de la gracia,
de los dones y virtudes ordenó su vida al bien común de to-
dos» (42).
«María... ordenó todos sus actos y ejercicios al bien de los
prójimos, esto es, a la salvación del mundo por los medios que
la bondad divina le reveló» (43).
«Sus actos fueron dirigidos y concentrados todos a un so-
lo punto, que fue la salvación de la raza de Adán» (44).
Bien patente parece aquí el carácter social de la gracia en
María.
Reiteradamente revierte en Palau esta idea de la corredención
de la Virgen y cada vez en términos más expresivos y potenciados:
«María desde su concepción inmaculada se propuso en su
ánimo la salvación del género humano. Para pagar las deudas
contraídas por la culpa con la justicia de Dios, este tribunal
recto le pidió una prenda de valor infinito: la buscó, la encon-
tró, la presentó y fue aceptada: la víctima fue inmolada sobre
la cruz y con el cuerpo y sangre de su amado Hijo, pagó por
nosotros todas las deudas y la justicia divina quedó satisfe-
cha» (45).

3) Cooperación a la redención.

Cuando llegó la hora de Dios encontró a María totalmente dis-


puesta a secundar fielmente su voluntad salvífica. Así la presenta
Palau en todos los estadios del proceso redentor.

41 MM. 43.
42 MM. 95.
43 MM. 95.
44 MM. 95.
45 MM. 38.

25
386 MARIOLOGIA Y ESPIRITUALIDAD MARIANA DEL P. FRANCISCO PALAU

«Sintió en sus entrañas a Dios Redentor y vio en la en-


carnación el mundo redimido» (46).
«Estábamos perdidos por la culpa original y nos dio un
Salvador» (47).
«Desde su inmaculada concepción hasta la encarnación su-
frió porque nos veía sin redención. Bajado a su seno puro y
virginal el Redentor, sufrió la persecución por causa de su
Hijo» (48).
Hizo suya la Pasión de su Hijo, más que si fuera su propia
Pasión:
«María en su pasión presentó tres clavos, cinco llagas, una
corona de espinas, y en su pena y en la opresión y presión de
su corazón llenó al mundo de fragancia suavísima» (49).
«En la muerte de su Hijo, stdbat Mater, recibió en su co-
razón los golpes terribles que caían sobre su Hijo; la lanza
traspasó su alma y no se intimidó, ni se acobardó ni desfa-
lleció» (50).

4) María corredentora.
Con expresiones que parecen tomadas de los conocidos textos
de Benedicto XV sobre la compasión de María, presenta Palau el
resumen de su pensamiento sobre la cooperación de la Virgen a la
obra redentora:
«Al amor de María debe el mundo su salvación. Nos vio
perdidos, buscó un salvador y lo encontró y nos lo ofreció sa-
crificado sobre el ara de la cruz; y en este sacrificio ella quiso
ser con su Hijo nuestra corredentora. Por este amor mereció
el título de Madre común de todos los vivientes» (51).
La redención se hace con reparación total y satisfacción plena
con carácter de sacrificio:
«María pagó a la justicia divina el tributo de amor, de
adoración, de obediencia que le debía, pagó no sólo por ella
sino por todos los hombres. Al pie de la cruz ofreció en sacri-
ficio voluntario a su Hijo y a sí misma» (52).
40 MM. 50.
47 MM. 25.
48 MM. 61.
49 MM. 58.
50 MM. 56.
51 MM. 20.
52 MM. 40.
ISMAEL BENGOECHEA IZAGUIRRE 387

5) Actos corredentores de María.

Fundamentalmente la cooperación de María a la redención es


plena e incondicional tanto en el orden de la preparación como en
el de la ejecución.
Su prestación es absoluta y por eso mereció el título genérico
de corredentora. Sin embargo, se pueden señalar, y el P. Palau se-
ñala, algunos momentos y actos redentores determinados en la ac-
ción de Nuestra Señora.
a) Por su fe.
«María tuvo fe en más alto grado que todos los Patriarcas
y Profetas: creyó en Dios salvador y su fe salvó a toda la raza
de Adán proscrita por la culpa» (53).
b) Caridad y esperanza.
«A la fe, a la esperanza y a la caridad de María debemos
nuestra salvación. ¡Gloria a ella!» (54).
c) Obediencia.
«Obedeció María al ángel y a Dios en todo cuanto se le
mandó y obedeció a Dios que mandó como a Abraham sacri-
ficar a su Hijo amado» (55).
d) Por el dolor.
«María ordenó todo cuanto tuvo de penible, de duro y de
amargo a la remisión de nuestros pecados» (56).

6) María prosigue la obra redentora.

Lo que fue una vez en la mente divina y en la realización del


tiempo, sigue produciendo sus efectos con idéntico signo en la apli-
cación de los merecimientos de Cristo en la salvación de las almas.
Por eso mismo, la cooperación redentora de María no se agotó
en el Calvario, sino que se prolonga y reitera en la vida y acción
de la Iglesia.

53 MM. 28.
54 MM. 30.
55 MM. 47.
56 MM. 70.
388 MARIOLOGIA Y ESPIRITUALIDAD MARIANA DEL P. FRANCISCO PALAU

«Muerto Jesús, María sufrió la persecución que vino sobre


la Iglesia recién nacida y sufrió con igualdad de alma hasta
la muerte y sufrió por nosotros un martirio espiritual que du-
ró toda su vida» (57).
Su misión fue la de aplacar a Dios, pero no de forma esporádica
y como acto único, sino que ejerce todavía esa misma misión en fa-
vor nuestro «mientras haya sobre la tierra pecadores» (58).

7) María nos hace corredentores.

La meditación prolongada sobre la corredención de María sus-


cita en el alma del P. Palau el ansia de la imitación de Nuestra
Señora también en este aspecto de su misión, y a tal fin se propone
ordenar todos sus sufrimientos de esta vida. Son expresivos los pro-
pósitos en este sentido que manifiesta a la propia Virgen Santísima.
«María, ¿qué puedo yo hacer por el bien de las almas?
Yo me ofrezco en sacrificio al pie de la cruz para su salva-
ción» (59).
«Señora, yo me obligo y comprometo a tomar voluntaria-
mente, de buen grado y gusto, las penas, las contradicciones y
las tribulaciones. Presentad mi pasión a vuestro Hijo» (60).
Y, a buen seguro, que necesitó el P. Francisco de todo este
acopio de voluntad corredentora, ya que la vida no le escatimó
penas, contradicciones y tribulaciones de todo género.

La mediación de María

Por cuanto Palau dice acerca de la corredención de Nuestra Se-


ñora, tan plena y tan cabal, se echa de ver que tenía por ello mis-
mo el más alto concepto acerca de su mediación universal. Si Ella
cooperó tan estrecha y eficazmente a la obra salvadora es porque
Dios la escogió como socia suya en esa salvación. Y sigue conse-
cuentemente su acción mediadora. Lo que Dios hizo de una vez es
para toda vez, proceso irreversible.

57 MM. 61.
58 MM. 76.
59 MM. 23.
60 MM. 59.
ISMAEL BENGOECHEA IZAGUIRRE 389

«El mundo no se salvará sin María; la tierra no verá una


restauración sin María, no hubo salvación sin María» (61).
Con María se ha de salvar quien se salva, por Cristo con María.
Por eso, a Ella se puede y se debe confiar la suerte del alma.
«Nadie puede mejor encargarse de nuestra alma que Ma-
ría» (62).
«A su cuidado, habilidad y buen gusto fiamos la cultura
de este jardín» (63).
Reconoce que Dios ha hecho a su Madre depositaría de los te-
soros espirituales con poder para otorgarlos, y dispensarlos gene-
rosamente, como mediadora de esos bienes entre el cielo y la tierra,
entre Dios y los hombres. Así lo refleja esta súplica que el P. Fran-
cisco dirige a María:
«En vuestras manos, oh María, están las llaves de aquella
fuente cristalina y pura, cerrada por mis culpas... Abridla y los
favores y las gracias y los dones del cielo correrán a torren-
tes sobre mí» (64).
La razón suprema por donde María alcanza cuanto alcanza es-
tá en su condición de madre del Todopoderoso. La ley de la mater-
nidad imprime lógicas exigencias a la filiación. El fundamento es
fuerte y no queda a merced del azar y del talante de cada ocasión
o momento.
Los motivos de la mediación de María tienen sus apoyaturas no
en los hombres sino en la razón de Dios. Así lo sugiere Palau en
esta frase:
«Así como en la tierra un buen hijo no niega a su madre
ninguna gracia que sea justa y necesaria, mucho menos en el
cielo negará Jesucristo a su Madre lo que le pida... Tanto más
cuanto se cree en la tierra que hasta ahora Jesucristo no ha
negado a su Madre ninguna gracia de cuantas le ha pedido, y
que María hace lo mismo con nosotros» (65).
Los mismos términos de mediación y de medianera afloran en
los escritos palautianos, en los que declara suficientemente la auten-

61 Cta. 23, X, 1861. Es de advertir que P a l a u se refiere aqui a María como


símbolo de la contemplación, si bien tiene también aplicación a su idea de la
Madre de Dios.
62 MM. 12.
03 MM. 7.
64 MM. 9.
05 Lucha, 277-278.
390 MARIOLOGIA Y ESPIRITUALIDAD MARIANA DEL P. FRANCISCO PALAU

ticidad y la valía de la mediación de Nuestra Señora. A Ella confía


la suerte y la santificación del alma diciendo a María:
«Seré fuerte con la fuerza que espero recibir de Dios por
vuestra mediación» (66).
«María, además de ser figura acabada y perfecta de la
Iglesia, es también una medianera la más poderosa, fiel y leal»
(67).
Idea y expresión —medianera— que repite en otros lugares de
sus Relaciones, en que aparece la Virgen en la peregrina función de
medianera para el místico enlace del alma con la Iglesia (68).

Un caso especial de mediación

Un caso típico de mediación mariana en el P. Palau lo hallamos


amplia e intensamente expuesto en su libro Lucha del alma con
Dios.
En dicha obra se pone bien de manifiesto la mediación de Ma-
ría para el remedio de los males que aquejan a la Iglesia concreta-
mente en España en el período convulsivo que le tocó vivir al P.
Palau.
Impresionado el Padre por la situación de caos en que se de-
batía la nación y angustiado por la crisis de la fe y de la religión
en la católica España, insta al alma cristiana a procurar la salvación
por medio de la oración luchando en cierta manera con Dios para
conseguir su noble propósito.
En esta tenaz porfía la intercesión de la Virgen tiene un papel
determinante y decisivo, ya que a Ella le es dado aplastar la cabeza
en todo el mundo a todos los errores y herejías (69).
A veces, ante el temor de que quizá la Virgen no atienda a la
ardiente súplica, el alma se dirige a Ella con acentos desgarradores:
«¿Por qué motivo siendo Vos nuestra buena Madre y nues-
tra Inmaculada Patrona, teniéndonos un amor tan fino que no
ha habido, ni hay, ni habrá jamás en el mundo otra madre que
os iguale, y que mire con tanta ternura á sus hijos como Vos
miráis á los cristianos; por qué motivo, digo, estáis viendo
cómo son despedazados por el monstruo de la impiedad como

66 MM. 55.
67 Reí. II, 24.
68 Reí. II, 31, 182.
69 Lucha, 17.
ISMAEL BENGOECHEA IZAGUIRRE 391

ovejas sin pastor, y no salís á su defensa? Vuestros hijos pe-


queñuelos de esta nación, llamada no sin motivo herencia
vuestra y vuestro dote, están pereciendo porque les falta el
pan de vida eterna Jesús sacramentado, el pan de la divina
palabra y sana doctrina, y las aguas de gracia que corren por
los santos Sacramentos, porque van faltando quienes se lo re-
partan, ó temen hacerlo los que aún quedan, ¿y Vos no soco-
rréis esta necesidad? ¿Qué se han hecho aquellas vuestras en-
trañas de misericordia, á las que nadie recurrió jamás en vano,
como nos asegura vuestro gran siervo san Bernardo? ¿Será
que nada os importa el que nos perdamos? ¡Madre!... ¿tam-
bién Vos nos habéis abandonado y os olvidáis de nosotros? ¿ó
será que la multitud y enormidad de nuestros pecados exce-
derán el poder de vuestra omnipotencia suplicante, y nos mi-
raréis ya como hijos reprobados? Si así fuera, haced callar á
vuestros siervos los Santos y prohibidles el que publiquen las
grandezas de vuestro poder y los senos inagotables de vuestras
bondades. Haced que calle especialmente san Bernardo, y que
no nos diga más que: si se halla uno que acude á Vos y no
sea socorrido, no se hable más de vuestras misericordias, por-
que podrían engañarse los tan excesivamente necesitados es-
pañoles acudiendo á Vos y haciéndoos quedar mal.
Pero ¡oh Madre! ¡poderosa y, en cierto modo, omnipoten-
te Madre! Si la divina Omnipotencia ejecuta todo cuanto Vos
queréis y pedís; si los Angeles están pendientes de vuestros
labios para cumplimentar volando lo que les mandáis; si el
infierno todo se estremece a la sola invocación de vuestro nom-
bre, ¿será que pudiendo aliviarnos no lo queréis? ¡oh Madre!
¡oh misericordiosísima Madre! mis labios no sabrían articular
una tan cruel ofensa a vuestras entrañas maternales, ni aun
mi espíritu sabría sospecharla. ¿Cómo? ¿Vos dejar de ser com-
pasiva, sean las que fueren las necesidades? ¿Vos dejar de ser
Madre de los pecadores, sean los que fueren sus pecados? Sería
borraros el más glorioso de vuestros títulos, y el en que más
os complacéis Vos. ¡oh Madre! pues Monstra te esse Matrera,
dadnos muestras de una buena madre» (70).

Y cuando se establece el tribunal de Dios para juzgar la causa


de la Iglesia española allí aparece la Madre de Dios haciendo uso de
su eficaz valimiento. En labios de María pone Palau este discurso:

70 Lucha, 202-205.
392 MARIOLOGIA Y ESPIRITUALIDAD MARIANA DEL P. FRANCISCO PALAU

«Esta es mi hija; esta es un alma generosa que ha diri-


gido la batería de sus súplicas á mi corazón con el fin de obli-
garme á partir la cabeza de la serpiente infernal, que tan en-
roscado y apretado tiene en España el cuerpo místico de la
Iglesia. Yo no puedo resistir á su petición, y ella está resuelta
á insistir en su demanda hasta que vea triunfante la Iglesia.
Me es preciso desenvainar la espada que allá en el paraíso
puso en mis manos el Padre, levantar mi mano y dejarla caer
con furia contra ese monstruo de iniquidad que destruye y
asóla la viña que mi Hijo me ha encargado. Es preciso que to-
memos por nuestra la causa de la Religión de España, que esta
esposa de Jesús se ha propuesto defender a todo trance en el
tribunal de la divina Justicia.
Toda la Corte. Mandad, Señora; á nosotros solo nos toca
dar exacto cumplimiento á lo dispuesto por vuestra soberana
voluntad.
María. Vamos a negociar el asunto con mi Hijo» (71).
Y ante el acatamiento del Hijo el razonamiento de la Madre no
puede ser más vivo y convincente. No nos resistimos a copiar el largo
florilegio de sus motivos mediadores.
Dice María:
«Hijo mío, no puedo resistirme á las súplicas que en lo
más profundo de su aflicción me dirigen mis hijos. Me recuer-
dan las entrañas maternales que para con ellos me habéis dado
Vos mismo, el amor tierno y maternal con que siempre los he
socorrido, y el oficio de Patrona que me han confiado para de-
fender su causa en este tribunal: el encargo que me tiene he-
cho el Padre de aplastar la cabeza a la serpiente infernal, que
por medio de sus sectas impías arranca de su suelo el árbol de
la Religión; esto, y otras muchas causas que de continuo me
proponen, me obligan á postrarme á vuestros pies para que
les concedáis lo que piden, y lo alcancéis de vuestro Padre.
No lo hagáis porque ellos lo merezcan, pues no ignoro sus
deméritos; ni tampoco precisamente por mis méritos. Si el
haberos traído en mis entrañas nueve meses; si el haberos ali-
mentado con la leche de mis pechos; si el haber pasado tan-
tas angustias y trabajos con Vos por su salvación; si los acer-
bísimos dolores que me causó vuestra pasión y muerte; si to-
dos los servicios que en la tierra os presté, y el amor que os

71 Lucha, 253-254.
ISMAEL BENGOECHEA IZAGUIRRE 393

tuve y tengo no merece ser atendido, hacedlo a lo menos por


la sangre que por ellos derramasteis. Hé aquí, Hijo mío, lo que
con toda mi corte me tiene postrada a vuestros pies». (72).

El reconocimiento del Hijo-Dios no sólo es en todo conforme a


la voluntad de su Madre sino en cierta manera deroga sus derechos
y trueca esos deseos en formales mandatos.
Contesta Jesús:
«Madre mía; España es posesión vuestra: Vos quisisteis
ir allá en carne mortal á fundar la Religión: Vos debéis cui-
dar de que no arranque ahora Satanás lo que Vos misma plan-
tasteis. Como fundadora que sois de la Religión en España,
justamente los españoles os han dado la comisión de que en
este tribunal patrocinéis su causa. Y ya que Vos enarbolasteis
en aquellos países el estandarte de mi Religión, á Vos toca el
no permitir que sea hollado por mis enemigos. España es he-
rencia vuestra: se hará en ella lo que Vos queréis. Mirad, Ma-
dre, que ya es tiempo de que empuñéis vuestra espada y co-
rráis á partir la cabeza de la serpiente infernal, que tantos
estragos causa en aquella nación. Mi esposa la Iglesia, quasi
parturiens, como mujer que se halla en los dolores del parto, está
clamando, y el dragón infernal está aguardando para devorar
el fruto de sus entrañas.
María. Hijo mío, vuestra voluntad es la mía» (73).
El final de todo es la salvación espiritual de España por la in-
tercesión eficaz de María.
Antes de proclamarse la victoria final interviene decisiva Nues-
tra Señora:
«Señor, Satanás está lleno de confusión, y no debe ya
dársele más audiencia en este tribunal. Esos impíos, cuya cau-
sa se discute, ¿no son, por fin, españoles? pues, Señor, yo soy
la Patrona de las Españas, y quiero patrocinar hasta el impío»
(74).

Por insinuación de la misma Virgen María el conflicto entre


justicia y clemencia se resuelve con un castigo de misericordia.

72 Lucha, 279-280.
73 Lucha, 280-281.
74 Lucha, 348.
394 MARIOLOGIA Y ESPIRITUALIDAD MARIANA DEL P. FRANCISCO PALAU

Y concluye la lucha con cánticos de victoria por el triunfo de


la fe en la nación escogida. Esta obra palautiana es todo un monu-
mento a la mediación de Nuestra Señora.

María, madre espiritual

Por su cooperación en la obra salvífica de Cristo nos dice el


P. Palau que María «mereció el título de Madre común de todos los
vivientes» (75).
Se trata de una maternidad espiritual conquistada por Nuestra
Señora con actos y méritos propios, a prueba de su sacrificio unido
al sacrificio de su Hijo en el ara de la cruz. Es una maternidad lo-
grada en el drama del más profundo dolor. En Palau es absoluta-
mente normal llamar madre a María aplicándole consecuentemente
todas las funciones maternales en la vida del espíritu:
«María madre: mis pensamientos están recogidos en vues-
tras manos, presentadlos a Dios» (76).
Por eso fía de la Virgen y confía en Ella como en una madre:
«En la oración ofrécete a Nuestra Señora, ponte bajo su
protección y fíate de ella. Fiemos de Dios y de su Madre, fie-
mos a ellos todas nuestras cosas y no seremos burlados ni con-
fundidos en nuestros esperanzas» (77).
Reconocido a los oficios maternales de María, Palau mueve al
alma a ser agradecida con su Madre del cielo:
«Yo me resuelvo a ser agradecido a vos, Reina de los cie-
los, por haberos dignado tomarme por hijo vuestro» (78).
Un matiz peculiar pone Palau en el alcance de la maternidad
de María: y es que, cuando el alma cree en esa maternidad y se
conduce con confianza filial, la acción maternal se torna eficaz:
«Cuando me piden —habla María— alguna cosa necesa-
ria... si su demanda va acompañada con la confianza de hijos,
me obligan y me fuerzan a darles lo que quieren haciendo yo
misma su voluntad» (79).
En consecuencia, el alma enseñada en esta doctrina se entrega
confiadamente a los cuidados de su Madre celestial encomendándole
75 MM. 20.
76 MM. 44.
77 Cta. 28, X, 1860 (Antología 914).
78 MM. 51.
79 Lucha, 207.
ISMAEL BENGOECHEA IZAGUIRRE 395

la trasformación de su espíritu (80). Ella como Madre se cuidará


de guardarla, protegerla, fecundarla y perfeccionarla (81).

Reina asunta al cielo

Nada peculiar encontramos en Palau sobre la muerte de María.


Tampoco es muy explícito acerca de la Asunción. La afirma y
profesa como verdad de la Iglesia. Así la contempla con iluminación
extática:
«Vi la Virgen Maía y su cuerpo glorificado...» (82).
María es por dones y méritos Señora y Reina del universo. Lo
declara Palau reiteradamente:
«María excedió en caridad a todos los hombres y a todos
los ángeles juntos, y por eso fue exaltada sobre todos ellos»
(83).

Esta realeza mariana la entiende Palau en sentido estricto, rea-


leza en ejercicio, señorío con mando en plaza, y así se dirige a Ella:
«Mandad, señora del mundo, mandad, reina de los ánge-
les, y el terreno de mi alma será transformado en un paraíso
de delicias para vos y para vuestro Hijo: mandadlo y vuestras
órdenes serán fielmente ejecutadas» (84).

En otros pasajes la llama «Reina de los cielos» (85).


En señal y acatamiento de esta realeza de María invita al alma
a que la considere como dueña de su vida y de sus destinos:
«Entrega a esta Señora las llaves de tu corazón; dale el
jardín de tu alma y fíale a su maternal solicitud y cuidado»
(86).
Pero el recuerdo de María no es simple don gratuito de una
herencia fortuita, sino que es galardón debido a sus méritos perso-
nales, supuestos todos los otorgamientos de la benevolencia divina:

80 MM. 10.
81 MM. 86.
82 Hel. II, 93
83 MM. 14.
84 MM. 9.
85 MM. 51.
86 MM. 12.
396 MARIOLOGIA Y ESPIRITUALIDAD MARIANA DEL P. FRANCISCO PALAU

«La corona que ciñe Maía en la gloria le fue dada como


premio de todas sus virtudes» (87).
Por la misma razón han de pasar por sus manos de reina todas
las coronas de sus hijos:
«Vamos a presentar hoy (fin de Mayo) por manos de nues-
tra Reina ante el trono de Dios nuestra corona» (88).

El culto de María

Fruto del conocimiento que el P. Palau tenía de la misión y


perfecciones de la Madre de Dios brotó en su alma una profunda
devoción a Nuestra Señora, que se exteriorizó a lo largo de su vida
en un culto intenso, extenso y permanente a María ejercido por él
y fomentado y promovido por doquier en los demás.
No hace falta destacar hechos, ya que el hecho patente es su
vida entera. Pero señalaremos dos manifestaciones de este tipo que
vienen a poner de manifiesto su actitud personal en este aspecto del
culto mariano. Una se refiere a la veneración de María en el orden
práctico, la otra a ese mismo culto en el orden teórico. Aludimos al
episodio tan sintomático en torno a la imagen de la Virgen de las
Virtudes y a su libro de piedad popular el «Mes de María».

Veneración de las imágenes

En 1851 el P. Palau fundó en Barcelona su famosa Escuela de


la Virtud. Apenas se estableció esa Escuela en la iglesia barcelonesa
de San Agustín procuró para ella una imagen de Nuestra Señora, a
la que llamó «Virgen de las Virtudes», y a la que rindió fervoroso
y público culto.
Pero no se contentó con un culto de simple veneración, sino
que, confome al concepto de la omnímoda perfección que se había
forjado de María, la constituyó en Madre y Maestra de su Escuela
de la Virtud cifrando en Ella para sus alumnos el ideal práctico de
las virtudes cristianas.
Toda su intensa actividad al frente de la Escuela discurrió así
bajo la mirada amorosa de la Virgen, objeto de la devoción ge-
neral (89).
Cuando al cabo de tres años fue suprimida la Escuela de la

87 MM. 85.
88 MM. 85.
89 GREGORIO DE J. C , Brasa, 86.
ISMAEL BENGOECHEA IZAGUIRRE 397

Virtud y disuelta como institución por la autoridad civil, siendo con-


finado el P. Palau a la isla de Ibiza, surgió en su conciencia una
preocupación: la suerte de la imagen de la Virgen de las Virtudes
retirada del culto público. Entonces su corazón no consintió que la
imagen de María quedara arrinconada como un objeto inservible en
un armario y expuesta a su incautación por manos extrañas o a ser
mercancía de transacción en deshonrosa almoneda. El buen Padre,
ante esta coyuntura, no se sabe aún cómo, consiguió trasladar secre-
tamente la imagen de la Virgen de su Escuela al lugar de su retiro
y apostolado en Ibiza. Con su llegada su corazón recobró la paz y el
contento que había perdido por la lejanía y la ausencia. Pero no se
contentó con tenerla consigo haciéndola blanco de sus amores y fer-
vores sino que infundió su mismo amor mariano a los isleños de
tal forma que prendió fuertemente la devoción en aquellos contor-
nos y entre todos lograron construir una capilla y altar en su honor.
Este fue el origen del principal santuario mariano de Ibiza aún
en nuestros días, vinculado al recuerdo del P. Palau y consagrado
a la Virgen del Carmen de las Virtudes en Es Cubells, en las pro-
ximidades de El Vedrá (90).
Desde Ibiza describe Palau entusiasmado las maravillas de fe
y de gracia que realiza esta Virgen entre aquellos campesinos «a
los que Ella tenía ya vencidos y esclavos de su amor».
En especial habla de la misión dada en las localidades de Santa
Eulalia, San Lorenzo y San Carlos: los jóvenes se disputan el ho-
nor de llevar en hombros a su Reina, la predicación tiene que hacer-
se al aire libre porque los fieles no caben en las iglesias, las gentes
siguen incansables a su Reina cuando se desplaza de un lugar a
otro sin acordarse de comer y descansar, las comuniones se hacen
interminables, todos se afanan por besar las manos de la santa ima-
gen.
Concluye el P. Palau: «No puedes tú formarte una idea del en-
tusiasmo y fervor religioso que ha producido y está produciendo en
los ánimos de los campesinos isleños la vista de su Reina» (91).
Pero no concluyó aquí la aventura de la Virgen de las Virtudes
y el P. Palau. Los antiguos colaboradores del P. Francisco en la Es-
cuela de la Virtud, enterados por el propio Padre de lo ocurrido
con la imagen de la Virgen, se le quejaron de su traslado y apropia-
ción considerándolo como un abuso de poder y como una usurpa-
ción. Esta queja de los antiguos compañeros dio lugar a que el Padre

90 Ibid., 110-112.
91 Carta, Ibiza, 8, 3, 1864; Epistolario, 84.
398 MARIOLOGIA Y ESPIRITUALIDAD MARIANA DEL P. FRANCISCO PALAU

Fundador defendiera la decisión tomada a la vez que expresara su


tierno amor para con su Divina Maestra. Son justos y conmovedo-
res los conceptos que vierte el P. Francisco en esta carta-réplica a
sus amigos de Barcelona. Véanse unas muestras:
«Como no tenía (la Virgen de las Virtudes) altar propio, vi-
viendo en tiendas como los israelitas en el desierto, no teniendo
tabernáculo ni templo, se escapó y, marchando por los mares, ha
venido a refugiarse entre estas peñas. Aquí a sus órdenes se ha
levantado altar y capilla donde recibe las oraciones, cánticos, cul-
tos y obsequios que la tributan estos isleños, quienes, si no cono-
cen su nombre, al menos son incapaces de combatir su Escuela.
A sus órdenes hanse abierto los fundamentos para una Iglesia con
título de su nombre; ya no estará más oculta y encerrada en los
armarios...»
«¿Volverá? Yo no lo sé. Se ha retirado; entre estas peñas
vive solitaria, festejada de pescadores y de isleños rústicos e ig-
norantes, pero devotos suyos. Donde está mi Maestra estaré yo,
dispuesto a seguirla a donde quiera que vaya».
¿Volverá? Yo no lo sé, le he preguntado; pero si el mundo
quiere oír lecciones sobre virtud y vicio, si Dios en su misericor-
dia cree al mundo digno de que organice su Escuela y levante
pendón, en este casi se escapará, huirá de la soledad y yo la se-
guiré haciéndome pendonista de su Colegio.
Esto, amabilísimos coalumnos, va a contristaros; sé que
amáis como yo mismo la virtud, que la buscáis, que la pedís y
que la voz en alboroto gritáis: «Volued, Madre; venid, os invo-
camos» ; pero si la ausencia de esa Señora os amarga el corazón,
alegraos, al menos, al saber que vive aún; alegraos al tener no-
ticia de ella; alegraos al saberla obsequiada con cultos públicos
en altar, capilla e Iglesia propia; alegraos al saber que aún exis-
te. Yo no la dejaré; y si quiere volver yo no podré retenerla pero
la seguiré como alumno de su Escuela» ( 92).
En otra carta (Ibiza, 16 julio 1855) insiste en justificar su ac-
titud respecto a la imagen y objetos de culto de la Escuela que
procuró poner a buen recaudo en evitación de posibles profana-
ciones. No le movió otro motivo de interés, ya que «todo lo que
no es Dios y su amor lo doy muy barato y me causa fastidio toda
posesión» (93).

92 Cta. Ibiza, 4-VI-18í)f>. «Cuadernos Centenario» (mecanografiados) II, 30-32.


93 Ibidem.
ISMAEL BENGOECHEA IZAGUIRRE 399

No obstante, todavía sueña con una posible restauración de la


Escuela de la Virtud en cuyo caso volverá su Maestra con todos los
honores a tomar posesión de su cátedra de ejemplaridad:
«La Escuela de la Virtud ¿volverá a funcionar? Y vos, Seño-
ra, que sois norma, modelo, espejo, apoyo y firme sostén de las
virtudes, ¿volveréis a Barcelona? Esta es la cuestión que no ol-
vido en mis oraciones» (94).
Por este significativo episodio en torno a la imagen de María
se echa bien de ver una serie de coordenadas en el comportamiento
del P. Palau: que todas sus actividades de envergadura las ponía
bajo el alto patrocinio de Nuesta Señora manifestado a veces, como
en este caso, en una imagen de la Virgen; que no sufría su corazón
dejar de rendir fervoroso culto a la imagen a la vez que proponía
a la Virgen como lección y ejemplo de la más perfecta vida cristia-
na, lo cual hace palpables su aprecio, veneración y honor por los
símbolos de la fe y de la devoción, que tuvo, en ocasiones, como en
este santuario que erigió en Es Cubells, larga proyección apostólica
en una imprevista visión del futuro.

Culto de imitación
El otro testimonio importante del P. Palau en orden al culto
mariano es su libro Mes de María o Flores del Mes de Mayo (1862).
Tomando pie de la tradicional práctica del mes consagrado a
María, el P. Francisco no se contenta con que se rinda fervoroso
homenaje a la Virgen a base del culto de veneración y de invoca-
ción, sino que se eleva en la consideración y profundiza con solidez
de doctrina sobre los motivos de esta devoción dando sentido prác-
tico de verdadera santificación de las almas al secular ejercicio en
honor de Nuestra Señora.
Por eso, este librito posee un evidente trasfondo doctrinal. En
efecto, parece como si el Mes de las flores fuera la plasmación y la
concreción en la persona de María de cuanto el mismo autor expuso
en su Catecismo de las Virtudes (1851) con destino a su Escuela de
la Virtud. En el Mes de Mayo aflora todo el caudal doctrinal, ins-
pirado en la Suma de Santo Tomás de Aquino y que quedó reman-
sado en el Catecismo (95).
Es exacta la apreciación que se ha hecho a este propósito: «En
el Mes de María está patente la preocupación doctrinal. No se trata
94 Cta. Ibiza, 23-IV-1856. Ibidem F. 37-38.
95 «Cuadernos Centenario», n° 6, f. 63.
400 MARIOLOGIA Y ESPIRITUALIDAD MARIANA DEL P. FRANCISCO PALAU

de fomentar la devoción sentimental, sino de asentarla en bases


doctrinalmente sólidas» (96).
El P. Gregorio resaltó un punto concreto de su valoración: «No
es muy abundante la doctrina mariológica que encierra, pero tiene
el mérito de haber destacado la corredención mariana» (97).
No se detiene Palau en aducir detalladamente los motivos del
culto que se debe a María, si bien fácilmente se deduce que es lógi-
ca consecuencia del elevado concepto que tiene sobre las perfeccio-
nes, la dignidad y la misión singular de María, como Madre de Dios,
Corredentora de los hombres y Reina de los cielos. Desde el umbral
de esta práctica de devoción recuerda que María es digna de nues-
tra veneración, acatamiento e imitación en virtud de que «prevenida
por la plenitud de las gracias y dones del Espíritu Santo poseyó
todas las virtudes en un grado muy sublime, superior al de todos
los ángeles y hombres juntos; y por esto fue escogida por Madre
de Dios» (98).
Se le debe singular veneración sintetizada en esta oración suya:
«María, postrado delante de vuestro trono os prometo y me obligo
a daros lo que me pedís y os debo, que es amor, culto y gratitud»
(99).
En realidad, todo el libro es una puesta en ejercicio de ese culto
especial de veneración, invocación, intercesión y, en definitiva, de
amor.
En efecto, a María confía el alma el cultivo de su vida sobre-
natural, a Ella dirige sus oraciones en demanda de auxilio, a Ella
ofrece el fruto de sus conquistas, y de su solicitud espera nuevos
tesoros de gracias y de dones divinos.
No es necesario citar ejemplos, porque todo el libro es una
constante invocación y un ofrecimiento perenne del alma a María.
Pero existe un aspecto original en el método de la pía práctica
del mes de mayo propuesto por el P. Palau: el culto de imitación.
En esto se distingue el mes del Padre Carmelita del de otros autores
de su época.
Convencido el P. Francisco de que «sin virtudes no nos recibi-
rán en el paraíso» (100), ordena y orienta esta secular devoción a la
perfecta imitación de las virtudes de Nuestra Señora. En esto radi-

96 «Cuadernos Centenario». Escritos del P a d r e P a l a u , II, F. 18.


97 Brasa entre cenizas, Gregorio de Jesús Crucificado, Ed. Desclée de Brou-
wer, Bilbao, 1956, p. 145.
98 MM. 12.
99 MM. 12.
100 MM. 8.
ISMAEL BENGOECHEA IZAGUIRRE 401

ca la singularidad del enfoque que da a la devoción mariana, la que


se dirige persistentemente a la santificación de las almas. Para ello,
el P. Palau presenta cada día el ejemplo de una virtud practicada
en grado perfecto por María, infunde en el alma el ansia sincera
de su adquisición, la mueve a ponerla en ejercicio y para lograrlo
mejor invoca cada vez en este sentido la poderosa intercesión de
la Madre de Dios.
De esta manera el mes de las flores se trueca en siembra y
cultivo de virtudes. No divagaba Palau en imaginarias devociones
ni en líricas efusiones sentimentaloides, sino que todo en él se hace
vida y perfección. No es la suya, ciertamente, una devoción estéril,
sino grandemente santificadora y enriquecedora. Se anticipó en es-
to a las recomendaciones del Vaticano II. Por eso, no hay miedo
de pecar por exceso en esta devoción, ya que siempre es progresivo
el proceso de santificación del alma.
Por esta razón, el P. Palau, más que en las prerrogativas y glo-
rias de María, se fija en la imitabilidad y sencillez de su existencia
y por eso mismo excluye de su consideración las sublimes grandezas
y presta su atención a las virtudes asequibles:
«Las flores raras o difíciles de cultivar las colocamos en
los jarros del heroísmo, y no presentamos más que las virtu-
des que están en las manos de todos y al alcance de la multi-
tud ; lo heroico es un caso excepcional» (101).

En los acabijos de este mismo siglo, otra hija del Carmelo, Te-
resa del Niño Jesús, pondrá el acento de su devoción a María en esta
línea de perfecta imitabilidad de sus virtudes:
«Que les prétres nous montrent done des vertus pratiqua-
bles! C'est bien de parler de ses prerogatives, mais il faut sur-
tout qu'on puisse l'imiter» (102).
Por otra parte, el P. Francisco sabe bien lo que intenta y a cada
elemento asigna su propia acción. En este laboreo del espíritu y en
esta obra de perfeccionamiento del hombre bajo la égida mariana a
cada parte da su parte. He aquí su gráfica y exacta descripción:
«El jardín es la Iglesia, el jardín es el alma. Cristo es la
fuente siempre perenne que le fertiliza, es la fuente y el hor-
telano. María nuestra bella y hábil jardinera. A su cuidado,
habilidad y buen gusto fiamos la cultura de este jardín.

101 MM. 6.
102 Dernierx Entretiens, Desclée de Brouwcr, 1971, p. 338.

26
402 MARIOLOGIA Y ESPIRITUALIDAD MARIANA DEL P. FRANCISCO PALAU

Las ñores son las vitudes; las aguas son la gracia; los
arroyos, acequias y canales, los santos sacramentos; las llu-
vias, los dones del Espíritu Santo correspondientes a las virtu-
des ; las malas yerbas, los vicios; las malas bestias que las des-
vastan, el mundo, los hombres de mala voluntad y los demo-
nios. Los vientos, borrascas, huracanes, hielos, fríos, ardores,
son las malas pasiones» (103).

Es de advertir el papel preciso que Palau atribuye a María, la


que no suplanta a la fuente ni al hortelano que es Jesús; ni a las
aguas ni canales (que son la gracia y los sacramentos) ni a las llu-
vias (que son los dones)... María es la linda y experta jardinera
que: cuida, ordena, cultiva; pero es más que jardinera simplemente,
porque influye eficazmente en toda fecundidad, ya que tiene poder
para atraer benéficos influjos al jardín del espíritu:
«María se compromete a que llueva sobre nosotros, a tiem-
pos oportunos, gracias, dones y virtudes infusas» (104).
Reconoce que la intercesión de María es poderosa y eficaz para
operar estas transformaciones espirituales:
«Yo os entrego y doy el terreno de mi alma; mandad, Se-
ñora del mundo, y será transformado en un paraíso de deli-
cias para Vos y para vuestro Hijo. Mandadlo, y vuestras ór-
denes serán fielmente ejecutadas.
En vuestras manos están las llaves de aquella fuente cris-
talina y pura cerrada por mis culpas... abridla, y los favores
y las gracias y los dones del cielo correrán a torrentes sobre
mí» (105).
Otra consideración es digna de tenerse aquí en cuenta según el
P. Palau, y es el carácter social de las perfecciones de María. Palau
tiene una visión exacta de la realidad y del alcance de las virtudes
de Nuestra Señora. Consecuente con la verdad de la concepción in-
maculada y de la infusión de la gracia y virtudes desde su origen,
María es perfecta desde el principio (aquí Palau se hace eco de la
doctrina de San Juan de la Cruz (106). Pero no acaba ahí el pro-
ceso de perfección de María. Esta crece y se aumenta, pero crece
en sentido social y redentor en favor de los hombres.

103 MM. 7-8.


104 MM. 8.
105 MM. 9.
100 MM. 95.
ISMAEL BENGOECHEA IZAGUIRRE 403

He aquí cómo expone y con qué precisión explana su pensa-


miento que viene a ser como el principio desarrollado de toda su
mariología:
«Al hablar sobre las virtudes de la Madre de Dios se ha
de notar que desde su inmaculada concepción fue perfecta en
el amor de Dios, creciendo siempre en él durante su vida, y
por lo mismo se sintió unida con él, de modo que no experi-
mentó jamás ninguna división ni separación. La virtud, al en-
trar en esta alma purísima, hallándola unida por amor con
Dios, no se detuvo aquí, sino que con la gracia y dones ordenó
todos sus actos y ejercicios al bien de los prójimos, esto es, a la
salvación del mundo por los medios que la Bondad divina le
reveló.
Supuesto este principio, se ha de mirar y buscar la virtud
en María Virgen, no en ejercicios ordenados como en nosotros
a expeler pecados, destruir malos hábitos y costumbres, y a
unirnos con Dios, sino en su marcha, en sus actos, dirigidos y
concentrados todos a un solo punto, que fue la salvación de la
raza de Adán, maldita por la culpa.
La caridad, a la que siguen todas las virtudes, y la gracia
y los dones, tiene dos actos, que son unión del alma con Dios
en amor y amor en los prójimos. Perfecto el hombre en el pri-
mero, en paz con Dios, conforme con su voluntad, concentra,
une y organiza sus fuerzas y las ordena al bien común. Noso-
tros pecadores, pasamos toda la vida, o gran parte de ella, en
unirnos con Dios destruyendo pecados y vicios, y con actos de
amor; y feliz el que con grandes fatigas llega al fin a triun-
far domando sus pasiones. La Virgen purísima, habiendo sido
libre de toda culpa, no tuvo necesidad de detenerse aquí, sino
que con toda la plenitud de la gracia, de los dones y virtudes
ordenó su vida al bien común de todos.
Por esta razón hemos buscado sus virtudes en el segundo
acto de la caridad, que es una vida formada al bien de los
prójimos» (107).
En esta perspectiva en que se sitúa Palau, las virtudes son ob-
jeto de esta consideración conjunta del alma y de María; las teo-
logales y las cardinales, incluso las virtudes naturales. Todas están
reflejadas en María y todas son deseadas y procuradas por el alma.

107 MM. 97.


404 MARIOLOGIA Y ESPIRITUALIDAD MARIANA DEL P. FRANCISCO PALAU

Podríamos catalogar la letanía de estas virtudes siguiendo el


hilo de sus reflexiones. Baste con algunas ligeras indicaciones sobre
determinadas virtudes contempladas por el P. Palau en María:
La fe.—La fe de María, superior a la de los patriarcas y profetas,
«salvó a toda la raza de Adán» (108).
La esperanza.—Estaban abiertos los infiernos, los cielos cerra-
dos, los hombres esclavos del demonio, María «pide la salvación, pi-
de y espera, espera y la consigue» (109).
La caridad.—«Al amor de María debe el mundo su salvación.
María excedió en caridad a todos los hombres y a todos los ángeles
juntos, y por esto fue exaltada sobre todos ellos» (110).
La prudencia.—«La ordenación de toda su vida a la salvación del
mundo, fue obra de la prudencia de María» (111).
Justicia.—Al pagar con el sacrificio de su Hijo cumplidamente
la deuda del pecado de los hombres María «tuvo por este heroísmo de
amor la justicia en el alto grado de perfección que requería y recla-
maba nuestra salvación» (112).
Fortaleza.—«María dio prueba de su fortaleza en todo el curso
de su vida, pero especialmente en la pasión de su Hijo» (113).
Templanza.—Fue para María como una derivación de su concep-
ción inmaculada por la que sus pasiones estuvieron ordenadísimas
siempre sin movimiento alguno desordenado (114).
Obediencia.—María obedeció a sus padres, a los sacerdotes, a José,
al Ángel, a Jesús, a Dios «que mandó como a Abrahan sacrificar a su
Hijo amado, y porque obedeció fue digna de ser exaltada» (115).
Pureza.—Pureza singular de María, que «fue hija de una virgini-
dad (Dios) y madre de otra virginidad» (116).
Pobreza.—La pobreza de María fue absoluta, ya que su despren-
dimiento llegó hasta el fondo del alma. Ella desde su concepción
«tuvo su corazón enteramente vacío de criaturas». Solo Dios ocupó
su mente y su corazón (117).
108 MM. 28.
109 MM. 30.
110 MM. 14, 20.
111 MM. 36.
112 MM. 38.
113 MM. 54.
114 MM. 63.
115 MM. 48.
116 MM. 68.
117 MM. 72.
ISMAEL BENGOECHEA IZAGUIRRE 405

Humildad.—«Cuan lejos estaba María de pensar que Gabriel


Arcángel le anunciase su elección para la alta dignidad de Madre de
Dios. Dios vio la humildad de su sierva, y la exaltó» (118).
Virtudes naturales.—«Dios, como autor del orden natural, co-
municó a la que estaba destinada para ser su Madre todas las virtu-
des naturales en el más alto grado de perfección de que era capaz
un alma racional. Estas virtudes, dadas con gran perfección, recibie-
ron con el cuidado, práctica y ejercicio, dirigidas por la caridad, un
grado muy sublime de excelencia» (119).
Después de esta panorámica aleccionadora y estimulante de las
perfecciones de María nada tiene de extraño que termine su contem-
plación mostrándola como Reina de las virtudes:
«La corona que ciñe María en la gloria le fue dada como
premio de todas sus virtudes. Mientras vivió no hubo ninguna
que no estuviese en su corona: las tuvo todas en su plenitud.
Ave gratia plena; sí, llena de gracias, llena de dones, llena de
virtudes» (120).
Esta es la visión que de María propone Palau al alma devota y
la imitación de tan excelsas virtudes es la mejor devoción que le
sugiere el mariano mes de las flores. Nadie podrá achacar a Palau
de que la piedad mariana que él promueve y fomenta no sea autén-
tica, verdaderamente evangélica y anticipadamente conciliar.
Lógicamente, Palau va suscitando en el alma los deseos de imi-
tación perfecta al ritmo de la consideración de las virtudes de María
y concluye su itinerario de perfección encomendando a la Virgen los
buenos propósitos, las pequeñas conquistas, las virtudes incipientes
de las almas deseosas de perfección:
«Señora, en vuestras manos sagradas encomiendo mis vir-
tudes. Guardadlas, protegedlas, regadías, cultivadlas y perfec-
cionadlas» (121).
Ciertamente, que este culto mariano que propone Palau no es
de puro trámite ni de ocasión esporádica ni de puro interés temporal.
Es una devoción de testimonio porque es veraz. Lo dijo él en térmi-
nos equivalentes: «Presentar flores a María es comprometernos a la
práctica de las virtudes» (122).
118 MM. 80.
11!) MM. 33.
120 MM. 85.
121 MM. 86.
122 MM. ó.
406 MARIOLOGIA Y ESPIRITUALIDAD MARIANA DEL P. FRANCISCO PALAU

Devoción que implica compromiso de perfección. Cierto que no


es ahora, después del Vaticano II, cuando se ha descubierto la ver-
dadera devoción a María.
Porque resulta que esta devoción, que es un camino de perfección
se convierte a la postre en el mejor homenaje que el alma rinde a
María, ya que puestas en práctica las treinta virtudes en las que re-
sume la teología moral, forma con ellas la más preciada corona para
la Señora:
«Acabada nuestra obra, coronando a nuestra Reina con la
guirnalda de todas nuestras virtudes» (123).

Consagración a María

¿Se da en el Padre Palau la consagración del alma a María? En


verdad que no se encuentra en los escritos palautianos esa expresión
ni la de esclavitud mariana ni parece que conociera la espiritualidad
del beato Rojas ni el Tratado de la Verdadera Devoción de Luis de
Montfort que por su época no dejaba de ser en España una rareza
bibliográfica (124). Pero sí está en Palau el espíritu de esa devoción
y el fondo de esa doctrina, lo que, calificándole de original, aumenta
su mérito. Esto se pone de manifiesto en la ordenación que hace de
toda la devoción mariana orientándola hacia Jesucristo en Dios por
medio de la práctica real de todas las virtudes cristianas.
¿Y, qué otra cosa, que una consagración de todo el ser del alma
a la Virgen, constituye su entrega plena a la solicitud, a los cuidados
y al amor de tan amorosa Madre, actitud básica de todo el ejercicio
ascético-místico de su Mes de María"!
«Señora: Mi vida os pertenece y mi sangre; os la ofrezco.
Yo os prometo perseverar firme en vuestro servicio hasta la
hora de mi muerte. Aceptad mi ofrenda» (125).
Categoría de auténtica consagración a María encierran los con-
sejos que Palau da aquí al alma: «Entrega a esta Señora las llaves de

123 MM. 6.
124 La primera edición francesa es de 1843 y se hicieron otras tres edicio-
nes d u r a n t e el período que P a l a u permaneció en Francia. Pero no consta que
él tuviera noticia de tal libro. La primera edición castellana es del m i s m o año
en que murió Palau, 1872.
12i) MM. 62.
ISMAEL BENGOECHEA IZAGUIRRE 407

tu corazón; dale el jardín de tu alma, y fíale a su maternal solicitud


y cuidado» (127).
Y el alma, adiestrada en tan alta escuela por tan hábil maestro,
hace entrega a la Virgen no solo de su ser sino de todo su haber,
incluso del orden sobrenatural: «Señora. Pongo en vuestras manos
todas las virtudes, todos los dones, todas las dotes que he recibido de
Dios» (128). «Reina de los cielos: Os he dado cuanto tenía de mejor
y os lo doy de nuevo» (129).
En otras ocasiones esta consagración se hace más interior y filial:
«Madre: Mis pensamientos están ahora recogidos en vuestras manos;
presentadlos a Dios» (130).

Espiritualidad de filiación

En la misma proporción y medida hay materia en Palau para


fundamentar en su espiritualidad el culto de intimidad y de filiación
con María. Sería cuestión de espigar en sus escritos citas y textos que
confirman nuestro aserto.
Sin salimos de este mismo Mes de María encontramos suficien-
te base para afirmar esa devoción de confianza filial, que en el siglo
XIX ya estaba madurando el venerable Chaminade en su modalidad
característica de filiación mariana (131).
Palau muestra a María el agradecimiento del alma «por haberos
dignado tomarme por hijo vuestro» (132).
Es la misma Virgen quien suscita en el alma el sentimiento de
la filiación de la que deriva una tal confianza en su amor:
«Cuando me piden —habla María— alguna cosa necesaria...
si su demanda va acompañada con la confianza de hijo, me obli-
gan y me fuerzan a darles lo que quieren haciendo yo misma su
voluntad...» (133).
Filiación y confianza que lleva al alma al abandono en brazos de
su Madre celestial:

127 MM. 12.


128 MM. 34.
129 MM. 86.
130 MM. 44.
131 Guillermo José Chaminade (1761-1850). FKRNANDEZ F., La piedad Filial
mariana. Ediciones S. M., Madrid, 1954, 146 pp.
132 MM. 51.
133 Lucha, 207.
408 MARIOLOGIA Y ESPIRITUALIDAD MARIANA DEL P. FRANCISCO PALAU

«En la oración, ofrécete a Nuestra Señora; ponte bajo su


protección y fíate de Ella. Fiemos de Dios y de su Madre, fiemos
a ellos todas nuestras cosas , no seremos burlados y confusos en
nuestra esperanza» (134).

Llevado de este fuerte impulso de amor hacia Nuestra Señora el


alma expresa un sentimiento heroico que da la medida de su entera
dedicación al ideal de su existencia: dar la vida por María. Conside-
rando lo que sufrió por nosotros la Virgen María antes de la reden-
ción y después de la redención, «martirio espiritual que duró toda su
vida-» (135), el alma no quiere ser menos en su holocausto por el
amor de la Madre y así se compromete a aceptar la cruz de por vida.
Por eso al hacer este ofrecimiento dice a María:
«Señora: ahí tenéis mi ramillete como señal de mi firmeza
y constancia en sufrir, y sufrir hasta dar la vida por Vos. Mi
vida os pertenece y mi sangre; os la ofrezco» (136).
Esto recuerda aquel «voto de sangre» de los inmaculistas y ex-
presa el grado más alto de vivencia mariana, que en Palau conecta
con resonancias carmelitanas de los Bostio, los Miguel de San Agus-
tín y María de Santa Teresa.
Hemos podido comprobar que en Palau el culto es más que una
devoción, que la devoción es más que unos actos piadosos, que los
actos piadosos informan toda una vida y que esa vida es de intimi-
dad, de consagración y de filiación profundamente marianas. Más
allá no ha llegado la espiritualidad mariana más acendrada.

Cuestiones particulares

El Padre Palau tocó como al desgaire, insinuando más que expo-


niendo, algunas cuestiones marianas peculiares con cierto tinte de
originalidad.
A beneficio de inventario señalaremos algunos casos típicos.

A) Comunión de la Virgen
El Padre Francisco da por supuesta la comunión de la Virgen
en la Ultima Cena, estimándola tan normal como la de los apóstoles y

134 Cta. 28, Octubre 1860. PADRE ALEJO DE LA V. DEL CAIIMEN, Vida del P.
Francisco Palau Qaer, Barcelona, 1933, p . 25, 245.
135 MM. 76.
136 MM. 62.
ISMAEL BENGOECHEA IZAGUIRRE 409

añade una explicación peculiar del misterio en el sentido de ver en


esa comunión como una encarnación al revés, no la de Cristo en Ma-
ría, sino la incorporación de María en Cristo por obra del misterio
eucarístico.
«Instituyó Cristo en la cena el sacramento de la eucaristía;
comulgó Pedro, comulgaron los apóstoles y discípulos, comul-
gó la Virgen Maía. Por la comunión se insertaron sacramental-
mente y moralmente a su cabeza, Jesucristo, y así tomó creces
el cuerpo, la Iglesia» (137).

B) Comer y beber

Aparte de que no existe ninguna imperfección ni supone desor-


den el comer y beber con moderación, en Jesús y María se daba una
circunstancia por la que convenía no someterse a una abstinencia
absoluta: el testimonio de su auténtica humanidad. Palau se hace
eco de esta razonable interpretación:
«Ni María ni su Hijo se presentaron al mundo vestidos de
saco y cilicio, sin comer ni beber, como el Bautisla y otros ana-
coretas. Así convenía por la edificación de la Iglesia, a fin de que
se creyera en la humanidad del Hijo de Dios» (138).

C) Medianera del enlace eclesial

Dentro de la peculiar teoría del P. Palau acerca de la Iglesia,


idea-fuerza de todo su cosmos religioso, expone de forma bastante
original la misión de María en el desposorio que se verifica entre el
hombre y la Iglesia: por una parte representa como mujer a ésta y
por otra desempeña la función de medianera en su místico enlace:
«Siendo la Iglesia tal cual voy describiendo en este mi libro
necesitábamos una mujer que nos la representara, y que en
nuestro enlace con ella fuera al mismo tiempo la medianera; tal
es María, Madre de Dios. Y por esto la formó el Señor tan per-
fecta cual posible fue serlo una pura criatura» (139).

137 Reí., II, 176.


138 MM. 65.
139 Reí., II, 31.
410 MARIOLOGIA Y ESPIRITUALIDAD MARIANA DEL P. FRANCISCO PALAU

La penitencia en María

El P. Fancisco comprendió el verdadero sentido de la prueba


penitencial en la vida de María, que no se enderezaba a su propia
causa personal, sino que tuvo una superior finalidad de orden social.
No por Ella sino por nosostros, no por su salvación o reparación sino
por la nuestra:
«Esta virtud de la penitencia, en cuanto a ser arrepentimien-
to de una falta y la contrición de las culpas, no cupo en María,
pero ordenó todo cuanto tuvo de penible, de duro y de amargo a
la remisión de nuestros pecados» (140).

Es aplicación del principio que es básico para él en cuanto al


alcance de la misión social de María:
«La Virgen purísima, libre de toda culpa... ordenó su vida
al bien, común de todos» (141).

La eutrapelia en la Virgen

Es curiosa la manera con que Palau entiende y aplica a María la


virtud de la eutrapelia que equivaldría a la urbanidad o buenos modos
en nuestra manera de comportarnos en sociedad:
«María fue tan compuesta en su exterior cual correspondía
a su ordenación y gravedad interior. Nadie la vio jamás hacer
un gesto desaliñado, y tanto en el vestir como en el andar, y en
toda su actitud exterior fue un modelo de decoro y de mode-
ración» (142).

CONCLUSIÓN

De este somero excursus por la obra escrita del P. Palau se dedu-


ce con evidencia que, no obstante la limitación de su formación teoló-
gica, propia de la época, estaba sólidamente impuesto en el tema ma-
riano, que, anclado en la tradición y en el magisterio eclesiástico,

140 MM. 70.


141 MM. 95.
142 MM. 82-83.
ISMAEL BENGOECHEA IZAGUIRRE 411

poseía un conocimiento amplio y seguro sobre las cuestiones funda-


mentales de la mariología y que, en general, sostenía las posiciones
más positivas para la Virgen en línea de máxima, aunque sin salirse
de los cánones de la ortodoxia y de la teología católica.
Es de notar también que casi en todas las cuestiones marianas po-
nía Palau algún matiz o algún rasgo de originalidad, como aparece
más particularmente en las recíprocas relaciones de María - Iglesia.
Finalmente, mostrándose el P. Francisco celoso propagador de
la devoción a la Madre de Dios tuvo el gran acierto de orientar en la
práctica esta devoción hacia la más perfecta y generosa imitación de
las virtudes de María.
Merece, pues, el P. Palau todos los respetos como maestro de la
doctrina mariana y todos los honores como apóstol del culto a Ntra.
Señora.

P. ISMAEL BENGOECHEA IZAGUIRRE, OCD


de la Sociedad Mariológica Española
PERFECCIÓN Y VIRTUDES SEGÚN EL PADRE
FRANCISCO PALAU

La vida del P. Francisco Palau estuvo desde muy temprana edad


orientada a la perfección, a la búsqueda y cumplimiento de la vo-
luntad divina. Basta para convencerse ojear cualquiera de sus bio-
grafías.
En su juventud de las dos dimensiones de la santidad —vida
teologal y vocación temporal— ve con claridad la primera: la que
solemos llamar vida contemplativa. Por eso ingresa en la Orden del
Carmen y, exclaustrado muy pronto por la revolución, abraza la
vida eremítica. Ya sacedote, juzga compatibles sus funciones de mi-
nistro del Señor con la vida de anacoreta y busca la soledad de los
bosques y de las montañas para entregarse a la oración y abogar
ante el trono del Altísimo por la causa de la Iglesia.
Poco a poco va descubriendo en sus meditaciones la segunda
dimensión de la perfección y, cuando se cree llamado a empresas
apostólicas, se entrega a ellas con todo el ardor de su espíritu. Tras
muchos años de trabajos, ilusionados y fracasados en su vida exte-
rior, y de vacilaciones y fervientes súplicas en el interior de su es-
píritu, cerca ya de los cincuenta años de edad, Dios le da a entender
su vocación al apostolado de la predicación. Cesan entonces sus du-
das y angustias.
Los dos elementos de la santidad, antes en cierto modo en pug-
na en su alma, se han unificado. Se compenetra con el misterio de
la Iglesia, el Cristo Total. Ha descubierto su puesto en el Cuerpo
Místico de Cristo. La Iglesia no es sólo su madre y esposa, es tam-
bién su hija. Como sacerdote es padre en la Iglesia y de la Iglesia.
Este hallazgo luminoso hace brotar de su pluma páginas de hondo
lirismo en Mis relaciones con la Hija de Dios, la Iglesia. Es ésta la
414 PERFECCIÓN Y VIRTUDES SEGÚN EL P. FRANCISCO PALAU

amada infinitamente bella, tras la que ha corrido durante tantos


años, y que por fin se le ha manifestado. Con ella dialoga en la so-
ledad y con ella está cuando anda en medio de los hombres. Es el
único objeto de su amor ya que «la Iglesia es la congregación de to-
dos los ángeles y justos predestinados para la gloria unida en Cris-
to su cabeza y vivificada por el Espíritu Santo» (1). A su servicio
consagrará todas sus energías (2).
Algunos escritos de Nuestro Padre Fundador están en su mayor
parte dedicados a enseñar a las almas el camino de la santidad. En
otros da a conocer sus propias vivencias. No encontramos en ellos
un tratado acabado de espiritualidad. Tampoco busquemos, salvo en
lo que a su carisma eclesial se refiere, originalidad en las ideas o en
la exposición. Son todos de carácter sencillo y práctico, e intencio-
nadamente tradicionales en su contenido.
Su doctina espiritual se halla diseminada por todas sus páginas
especialmente en sus cartas de dirección espiritual, en el Mes de
María y, de una manera sistemática, pero en algunos aspectos in-
completa, en el Catecismo de las virtudes.
Trataremos de resumir sus enseñanzas acerca de la perfección
cristiana en cuanto a su naturaleza y desarrollo. Después hablare-
mos brevemente de su doctrina acerca de dos importantes medios
de alcanzarla: las virtudes y la oración.

1. La perfección cristiana: naturaleza y desarrollo

En las primeras lecciones del Catecismo de las virtudes trata


concisamente de los elementos de la vida sobrenatural: virtudes,
gracia santificante, dones y frutos del Espíritu Santo. Habla después
de la conexión, orden y armonía entre ellos y compara el organismo
sobrenatural a una planta. Escribe textualmente:
«En el árbol de la virtud la caridad es el tronco, sus há-
bitos son las raíces, sus actos son las ramas y hojas; y lo que
hay de más perfecto en los actos es el fruto de la perfección:
nuestro corazón es el jardín, la gracia es la lluvia que riega la
planta y los dones son la savia que sube por las raíces, se reú-
ne en el tronco y se divide circulando y filtrando por todas las
ramas, hojas y frutos» (3).
1 Reí. II, p. 48.
2 «Tú sabes muy bien —dice dirigiéndose a la Iglesia— que no temo ni
vida, ni muerte, ni cárcel, ni destierro, ni h a m b r e , ni sed y que el mundo no
me h a r á torcer mis caminos» (Reí. II, p. 102).
3 Cat. lee. 4 p. 3.
ROSALÍA RUIZ, C.M. 415

No hay en sus escritos largas disquisiciones sobre la naturaleza


de la santidad. La perfección en el hombre, dice sencillamente,
«consiste en la unión con el principio de donde procede: Dios» (4).
El hombre se une a Dios mediante la caridad y el ejercicio de
todas las virtudes. Como toda la ley se encierra en el doble precepto
del amor, podemos decir que la perfección consiste en la caridad.
Muchas veces emplea estas palabras como sinónimas.
«Toda la perfección cristiana —escribe— está basada so-
bre la caridad. Todas las virtudes divinas, humanas, infusas y
adquiridas, teologales, morales e intelectuales de parte tuya, y
todas las gracias, dones y auxilios espirituales administrados
por mano de Dios y de los ángeles y de los hombres, tiende to-
do y se encamina a que la caridad haga en tí su curso» (5).

La marcha hacia la perfección es trabajo de toda la vida, pues


los tres enemigos del alma no dejan de poner obstáculos para apar-
tarla de la senda recta, que culmina en la unión con Dios: «Esta
unión —dice— no puede consumarse y ser perfecta sino en la glo-
ria, porque en esta vida hay siempre peligros y posibilidades de
romperse estos sagrados lazos» (6).
El hombre debe tender a la perfección y marchar a ella por gra-
dos, ya que, añade: «Dios decretó en su sabiduría no dar al hombre
toda su perfección en el primer instante de su creación. El tiempo
que la Divina Providencia le concede de vida sobre la tierra, está
ordenado a que pueda en él y con él obtener su perfección» (7).
El crecimiento en perfección es semejante al curso natural de
desarrollo de una planta, la cual se siembra, nace y crece toda en-
tera, y al llegar el tiempo oportuno da frutos dulces y sazonados. En
este desarrollo progresivo distingue nueve grados de perfección o
de amor de Dios, es a saber:
— Dios infunde la caridad en el alma el día de su bautismo.
— Nace en los adultos mediante las obras de piedad, frecuen-
cia de sacramentos, asistencia a las funciones de culto, cumpli-
miento de los mandamientos, lectura espiritual, oraciones y súpli-
cas, obras de misericordia, etc.
— Toma nuevo incremento con propósitos firmes de marchar
siempre a la perfección que el hombre concibe en la oración.

4 Cf. Cat. lee. VI, p. 1.


¡> Carta a J u a n a Gracias, (i, VI, 1857.
(! Reí. II, p. 98.
7 Cat. lee. 11, p. 6-7.
416 PERFECCIÓN Y VIRTUDES SEGÚN EL P. FRANCISCO PALAU

— Se robustece con la perseverancia y fidelidad en poner en


práctica esos propósitos. Así se adquieren las virtudes morales.
— Mediante las tres virtudes teologales y los dones del Espí-
ritu Santo se perfecciona la parte superior del hombre.
La fe representando a Dios como un bien sumo, prepara y
alienta el corazón para caminar a la unión con Dios.
— La caridad le transforma en imagen viva de Dios y le une
con El.
— La caridad ordena todas las fuerzas y acciones al bien del
prójimo: son las flores y frutos de la virtud.
— Estos frutos de la virtud llegan a la madurez. El hombre es
capaz de hacer actos heroicos de perfección. Son los frutos dulces,
saludables y sazonados del Espíritu Santo (8).
En sus cartas de dirección espiritual trata con frecuencia de
los últimos grados que corresponden a la actuación intensa de los
dones del Espíritu Santo. Con ayuda de éstos las virtudes, tanto
teologales como morales, llegan a su perfección y el alma se une a
Dios.
«Las tres virtudes fe, esperanza y caridad, auxiliadas por
los más altos y sublimes dones del Espíritu Santo, como son
inteligencia, sabiduría, ciencia y consejo, unen las criaturas
con el Creador, al Espíritu del hombre con su Dios, al alma
con el Verbo Dios» (9).

Habla con insistencia de dos uniones que se corresponden con


los grados séptimo y octavo. En la primera, el alma se une a Dios
solo, como a esposo infinitamente bueno y amable que le roba el
corazón y el entendimiento. Esta unión lleva consigo la conformi-
dad con la voluntad de Dios, la paz del alma en medio de las vicisi-
tudes de la vida y excluye toda imperfección voluntaria (10).
En la segunda unión, que comienza mientras se trabaja la pri-
mera, el alma se une a Cristo como cabeza del Cuerpo Místico, así
se obra en el alma el amor a los prójimos. Con esta unión se robus-

8 Cf. Cat. lee. 7-8.


9 Carta a J u a n a Gracias, 16, VII, 1857.
10 «Consiste —la unión del alma con Dios— en que tu voluntad sea en to-
das las cosas, en acciones, en pensamientos y p a l a b r a s conforme a la de Dios,
por manera que no seas tú la que quieras o no quieras, sino Dios en ti, Dios
contigo y Dios por ti. Esta operación de la caridad subyuga las pasiones y las
domina, y ordena, y con las pasiones el corazón; excluye al mundo y sus deli-
rios, extravagancias, sus v a n i d a d e s ; vence al demonio, los caprichos, sus suges-
tiones, y destruye del alma todo pecado, sea grave o leve, y toda imperfección
voluntaria y estudiada». (Carta a J u a n a Gracias, 6, V I , 1857).
ROSALÍA RUIZ, C.M. 417

tece y perfecciona la primera. Es un paso adelante en el camino de


la perfección.
«La primera unión hace al alma una diosa, esto es, la dei-
fica, la diviniza, la hace esposa de Dios; y la segunda la eleva
a la dignidad de reina, de corredentora del mundo, de señora
y princesa. La primera es el amor de Dios y la segunda el
amor a los prójimos» (11).
Este amor a los prójimos, que brota del amor de Dios, hace que
los actos de virtud, antes mezclados con imperfecciones, lleguen al
heroísmo.
La santidad cristiana es única, no hay varias clases de santi-
dad. Pero tiene distintas manifestaciones según la vocación perso-
nal de cada uno. Afirmación repetida insistentemente. Bastará un
texto: «La caridad, aunque haga en todos los hombres su incremen-
to con tiempo, no en todos produce ramos y frutos de perfección de
la misma especie: opera en cada uno de nosotros según la vocación
especial a que somos llamados» (12).

2. Virtudes y santidad

El criterio que permite decidir acerca de la santidad de un cris-


tiano es la heroicidad de las virtudes: es el que emplea la Iglesia
en los procesos de canonización. Dado el carácter práctico de los
escritos espirituales del P. Palau, el tema de las virtudes alcanza en
ellos singular relieve. Hay dos que tratan de este asunto de forma
sistemática: el Catecismo de las virtudes y el Mes de María.
El primero es un compendio en forma dialogada de la doctrina
de Santo Tomás sobre esta materia. Lo publicó para que sirviese de
texto a los alumnos de la «Escuela de la virtud», catequesis de adul-
tos que el P. Palau planeó y dirigió durante tres años en Barcelona.
En el Mes de María reduce a treinta todas las especies de virtudes
para ofrecerlas a María simbolizadas en las flores y hierbas aromá-
ticas propias del mes de mayo. En sus cartas y otros escritos insiste
con frecuencia sobre el tema de las virtudes. Seguiremos principal-
mente el Catecismo de las virtudes.
Define la virtud diciendo que es una cualidad que hace bueno
al que la tiene y buenas todas sus obras. Las virtudes son el medio

11 Carta a J u a n a Gracias, 16, VII, 1857).


12 Cat. lee. 8, p. 3-4.

27
418 PERFECCIÓN Y VIRTUDES SEGÚN EL P. FRANCISCO PALAU

de unión con Dios, es decir, el medio de alcanzar la perfección. Dios


es el único objeto que puede hacer feliz al hombre. Se posee a Dios
en la gloria mediante la visión, la comprensión y la fruición: es la
felicidad perfecta. En esta vida el hombre se une a Dios por la vir-
tud: es la felicidad imperfecta.
Siguiendo el esquema clásico, divide las virtudes en naturales
y sobrenaturales, adquiridas e infusas. Las virtudes naturales dis-
ponen al hombre para bien obrar en orden a su fin natural. Las so-
brenaturales, en orden a su fin sobrenatural. Las virtudes adquiri-
das resultan de la repetición de actos de la misma especie. Las in-
fusas son hábitos dados al hombre por el Espíritu Santo.
Subdivide las virtudes naturales en morales e intelectuales.
Las intelectuales son: sabiduría, entendimiento o inteligencia, cien-
cia, prudencia y arte. Reduce las virtudes morales a las cuatro que
llamamos cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.
Tanto unas como otras son exigidas por la naturaleza racional del
hombre. Dentro de cada una de las cardinales estudia las virtudes
a ella unidas como partes esenciales, subjetivas y potenciales, y los
vicios a ellas opuestos. Sigue fielmente la doctrina del Doctor An-
gélico.
«La justicia y las otras tres virtudes cardinales, pruden-
cia, fortaleza y templanza son las cuatro columnas que sostie-
nen el edificio de la moral del hombre... son los puntos esen-
ciales que el hombre debe estudiar, aprender y practicar para
que viva como racional o como hombre» (13).
Las virtudes naturales las siembra Dios en el alma como autor
de la naturaleza. A veces «son dadas y crecen en nosotros sin gran
cuidado nuestro, porque por un don natural tenemos a ellas ten-
dencia, inclinación, voluntad y amor» (14). Otras veces exigen gran
esfuerzo por nuestra parte. Pueden existir en el hombre sin la cari-
dad como virtudes meramente naturales, pero acompañadas de la
caridad se ordenan al fin último y sobrenatural del hombre, ya que,
afirma: «Toda virtud que lo sea de veras, procede de la caridad,
crece en la caridad y con la caridad, y vive ligada a ella y con
ella» (15).
Las tres virtudes teologales son sobrenaturales e infusas. Ellas
nos unen en esta vida con Dios y a él se refieren inmediatamente.

13 Doc. 277, p. 103.


14 Fl. p. 32.
15 Fl. p. 84.
ROSALÍA RUIZ, C.M. 419

«La fe, la esperanza y la caridad, estas virtudes sobrena-


turales con que van juntas todas las demás, son el tesoro más
precioso que puede poseer el hombre en esta vida, puesto que
constituye su felicidad formal y verdadera. A ellas correspon-
de en la gloria por premio y galardón, la visión de la divina
esencia, la posesión de Dios y la fruición» (16).
La más excelente de las virtudes teologales es la caridad, por
ser la que más íntimamente nos une a Dios. Sin ella la fe y la espe-
ranza son virtudes informes. Es la reina de todas las virtudes: «Ella
da forma de virtud a todas: auxiliada de los siete dones del Espí-
ritu Santo, como de sus ministros, mueve, dirige, eleva todas las
fuerzas, acciones y la vida del hombre a su fin último que es
Dios» (17).
Es la caridad, como las demás virtudes, un medio para llegar
a la santidad. Pero dada su excelencia, es ella la que nos da la me-
dida de la perfección. De ella habla con insistencia el P. Palau y,
como ya hemos dicho, emplea este témino como sinónimo de per-
fección.
Todos los hombres, obligados a buscar la perfección, han de
practicar las virtudes como medio que son de alcanzarla. Los pre-
ceptos negativos sobre su práctica obligan a todos y siempre, pero
en su aspecto positivo no todos debemos practicar por igual. Las
que cada uno debe poner por obra depende de su vocación personal.
«Hay virtudes que son propias de un estado, las que, en
cuanto al ejercicio y práctica las han de poseer solamente los
individuos que lo constituyen; pero todos hemos de tenerlas
todas en la buena disposición de ánimo de practicarlas, si las
circunstancias nos lo exigen» (18).
Unas son las virtudes propias de los gobernantes y otras las de
los subditos. Unas las de los casados, otras las de los eclesiásticos y
otras distintas las de los religiosos. Es más, en cada persona revisten
las virtudes una forma especial.
«Así como nos conocemos en la tierra por la figura espe-
cial y propia de cada uno, así en el cielo las almas se conocen,
denominan y se distinguen unas a otras por una forma espe-
cial, personal e individual, correspondiente a la forma espe-
cial de virtud que al desarrollarse en la tierra tomó la perso-

16 Doc. 245, p. 57.


17 Cat. lee. 47, p. 150.
18 Cat. lee. 4, p. 4.
420 PERFECCIÓN Y VIRTUDES SEGÚN EL P. FRANCISCO PALAU

na, y que le era debida según el orden moral e intelectual, y


en estas virtudes individuales no hay dos que convengan per-
fectamente» (19).
Cada persona ha de practicar la virtud según el grado de per-
fección en que la tiene, pues las virtudes para perfeccionarse re-
quieren tiempo y ejercicio.
«Si un niño quisiera levantar un peso que mueve un hom-
bre robusto se desalentaría y caería en el desespero. Si un
principiante en la virtud practica o presume practicar las obras
de un hombre perfecto, siendo sobre sus fuerzas, caerá en el
mismo desespero. De un modo ha de obrar un niño y de otro
el joven: cuando era pequeño, decía el apóstol San Pablo, ha-
blaba como pequeño y, llegado a ser hombre perfecto, he de-
jado las obras de cuando niño» (20).
En su correspondencia y otros escritos dirigidos a sus hijos e
hijas espirituales trata con extensión de las virtudes monásticas.
Entre ellas dedica un lugar destacado al amor mutuo, procedente
del amor de Dios.
«Si todas —escribe a las hermanas de Lérida y Aytona—
no formáis sino un solo corazón, si ese corazón está animado,
vivificado, dirigido y gobernado por el Espíritu de Dios ¡con
cuánta abundancia derramará Dios sus gracias sobre vos-
otras!» (21).
Junto a la caridad fraterna coloca la obediencia. A éstas van
vinculadas otras virtudes fundamentales en la vida religiosa. Es-
cribe a este propósito: «La pobreza, la penitencia, la mortificación
y la humildad, si hay obediencia y caridad, nos serán naturales, di-
go connaturales, porque nos disputaremos lo más amargo, lo más
penoso, lo más desagradable» (22).
En lo que se refiere a ayunos y penitencias recomienda pruden-
cia. El alimento ha de ser pobre, pero suficiente. Si alguna vez falta
—cosa no rara, dada la penuria en que tenían que desenvolverse a
veces! sus incipientes fundaciones— «todas tomen paciencia —di-
ce— acordándose de que Jesucristo en el desierto llegó a tener ham-
bre y en la cruz, en su ardientísima sed se le dio vinagre y fíen de
Dios, que alimenta a los pájaros del cielo» (23).
19 Igle. p. 22.
20 Cat. lee. 52, p. 174.
21 Carta a las H e r m a n a s de Lérida y Aytona, 31, X, 1851.
22 Carta dirigida a todas las Hermanas, 5, III, 1853.
23 Doc. 205, p . 511.
ROSALÍA RUIZ, C.M. 421

Pide a las hermanas que gobiernan «amor, solicitud, prudencia


y discreción. Hacerse toda para todas, no ser de sí misma sino de
todas; cuidar de cada una de las hermanas como de sí misma, po-
nerse... en el lugar de la más ínfima de todas» (24).
Otra .de las reglas que sus hijas han de observar con todo cui-
dado es el trabajo. En los primeros tiempos, antes de orientar sus
fundaciones a la enseñanza y cuidado de los enfermos, es un tra-
bajo exclusivamente manual.
«Os recomiendo —escribe— el trabajo de manos; aparte
las horas destinadas a los ejercicios, trabajad con todas vues-
tras fuerzas, porque Dios lo manda y lo quiere así... El diablo
tendrá las puertas cerradas para ciertas tentaciones que no
podríais vencer» (25).
Orientada definitivamente la Congregación a las obras de apos-
tolado, las hermanas han de servir con amor de madre a los miem-
bros necesitados del Cuerpo Místico de Cristo.
«Unidas con el Hijo de Dios en fe, esperanza y amor, el
Esposo os dice dirigiéndose a vuestras escuelas: éstas son mis
hijas y vuestras hijas, amadlas con el amor que yo las amo,
y cuanto hiciereis a una de ellas lo hacéis a mí. Yo estaré con
vosotras en medio de ellas; educadlas y enseñadlas» (26).
Han de practicar también el silencio, la soledad, el retiro y la
abstracción de todas las cosas mundanas como medio para dedicarse
a la oración, característica principal de la Orden del Carmen, de
cuyo tronco brotaron las congregaciones por él fundadas» (27).

3. Oración y santidad

La vida de Nuestro Padre Fundador estuvo, ya lo hemos visto,


centrada en la oración. Es ésta además el tema principal de muchos
de sus escritos. Basta recordar La vida solitaria, la Lucha del alma
con Dios, Mis relaciones con la Hija de Dios, la Iglesia y muchas
de sus cartas.
En el Catecismo de las virtudes trata de la oración al hablar de
los actos internos de la virtud de la religión. La define así: «La ele-
vación de nuestra alma a Dios; o mejor, un acto interior inspirado

24 Carta a las H e r m a n a s de Lérida y Aytona, 31, X, 1851.


25 Carta a las H e r m a n a s de Lérida y Aytona, 17, V, 1851.
26 Carta a «Mis a m a d a s hijas», 19, X, 1862.
27 Constituciones de 1872, 1.
422 PERFECCIÓN Y VIRTUDES SEGÚN EL P. FRANCISCO PALAU

por la religión mediante el que el hombre pide a Dios gracias re-


conociéndole autor de todos los bienes». Y, como hijo de Santa Te-
resa, añade que la oración es «un trato íntimo, amigable y familiar
que el hombre tiene con su Dios» (28).
Es la oración medio imprescindible para crecer en la virtud y lle-
gar a la santidad. Lo es asimismo de alcanzar gracias para los de-
más. Abundan las afirmaciones a este respecto.
«Dios en su Providencia —escribe— tiene dispuesto no re-
mediar nuestros males ni otorgarnos sus gracias sino mediante
la oración y que por la oración de unos sean salvos otros» (29).
La Lucha del alma con Dios está dedicada, ante todo, a enseñar
el valor y la eficacia de la oración y el modo de orar por las necesi-
dades de la Iglesia en España, que entonces atravesaba por circuns-
tancias críticas. Emplea el término oración de modo genérico: li-
túrgica y privada, mental y vocal, comunitaria y personal. Insiste
principalmente en la práctica de la oración mental unida al sacri-
ficio. No es extraño dada la importancia que ha concedido siempre
el Carmen Descalzo a esta forma de oración.
«Para que la oración de Jesucristo —dice— y los frutos
de su redención se apliquen a alguna nación o pueblo; para
que haya quien la ilumine con la predicación del Evangelio y
le administre los sacramentos, es indispensable haya alguno o
muchos que con gemidos y súplicas, con oraciones y sacrifi-
cios hayan conquistado antes aquel pueblo y lo hayan recon-
ciliado con Dios» (30).
Son la oración y la mortificación las armas que él mismo em-
pleaba por las fechas en que escribió la Lucha en su vida eremítica
en las grutas de Montdesir y Cantayrac. Las seguirá empleando du-
rante' toda su vida en los largos y frecuentes retiros; en la soledad,
en el seno de una naturaleza bravia (31). Son también las que acon-
seja a su dirigida y colaboradora Juana Gracias al recomendarle el
método de oración propuesto en la Lucha (32).
28 Cat. lee. 18, p. 60-61.
29 Luch. p. 27.
30 Luch, p. 28.
31 «No podía yo presentarme en el campo de batalla sin a r m a s ; pero las
de hierro y acero me eran completamente inútiles, ya que mi combate iba di-
rigido, no contra la carne y la sangre, sino contra las potestades, los principes
y directores de las tinieblas de este mundo. Tomé, pues, del arsenal del templo
del Señor una a r m a d u r a del todo espiritual, como son la cruz, el saco y el
cilicio, la penitencia y la pobreza, j u n t a m e n t e con la plegaria y la predicación
del Evangelio». (La trida solitaria, p. 11).
32 Cf.' Cartas a J u a n a Gracias 16, Vil, 1857 y 19, XI, 1857.
ROSALÍA RUIZ, C.M. 423

En lo que se refiere a la práctica de la oración mental sigue en


líneas generales el método carmelitano. Señala siete partes o actos:
preparación, lección, meditación o contemplación, petición, ofreci-
miento, acción de gracias y resumen o epílogo. No es necesario, ad-
vierte, seguir este orden. El alma según la moción del Espíritu San-
to, puede ocuparse ya en una ya en otra de ellas.
En la misma línea carmelitana distingue la meditación de la
contemplación.
«La meditación es un acto del entendimiento que recae
sobre objetos materiales representados en la fantasía y con
el que comparando los unos con los otros y combinando unas
cosas con otras, hacemos reflexiones, observaciones y discursos.
La contemplación es un acto sencillo del entendimiento con
el que nuestro espíritu fija, sin discursos ni combinación al-
guna, su ojo intelectual sobre una verdad. La contemplación
recoge el fruto de la meditación, porque nuestro entendimien-
to cansado de discurrir se para y se recoge en alguna verdad
que más le interesa conocer» (33).
En ninguno de sus escritos hace un estudio sistemático de los
grados de oración ni se ocupa de distinguir la oración ordinaria de
los estados de oración mística. Había ya dentro de su Orden maes-
tros eminentes en esta materia. Las últimas líneas del Catecismo
de las virtudes remiten expresamente al hablar de las gracias «gra-
tis datas» a San Juan de la Cruz (34). En carta a Juana Gracias le
recomienda el estudio de un tratado manuscrito sobre Las Moradas
de Santa Teresa, cuyo autor sería probablemente el mismo P. Palau
y del que no tenemos ninguna otra noticia.
No es de extrañar que pase rápidamente sobre estos temas. En
sus obras se acomoda a la generalidad de los cristianos y en las
líneas que dirige a personas determinadas a las necesidades de és-
tas. En los escritos de carácter autobiográfico, como Mis relaciones
con la Hija de Dios, la Iglesia, abundan expresiones propias de la
mística; no deben, en general, entenderse en sentido literal, sino
más bien en el simbólico. No quiere esto decir que él personalmen-
te no rozase el terreno de lo místico.
33 Cut. lee. 19, p. 62-63.
34 «Dios puede darlas —habla de las gracias «gratis datas»— a los perfec-
tos e imperfectos, a los flacos y a los fuertes, y no pueden tomarse por señal
cierta e infalible de santidad y perfección de una persona, porque no son sino
las virtudes las que perfeccionan al hombre, y todas estas gracias no son vir-
tudes, sino medios para a d q u i r i r la virtud, para autorizarla, sostenerla y con-
servarla. Véase sobre esto lo que ha escrito San J u a n de la Cruz». (Cat. lee. 52,
p. 176).
424 PERFECCIÓN Y VIRTUDES SEGÚN EL P. FRANCISCO PALAU

En las cartas de dirección espiritual vuelve una y otra vez sobre


el tema de la oración adaptándose al grado de aprovechamiento del
destinatario.
A un alma principiante le encarece, por ejemplo, la necesidad
de la fidelidad a la práctica de la meditación, a pesar de las dificul-
tades que en ella encuentre.
«Haga su meditación —escribe a Eugenia Guerin— todos
los días con fidelidad y con valor, si es posible, media hora a
la mañana y a la tarde, no la deje nunca... el Dragón infernal...
combatirá con rabia para tenerla fuera de la puerta de la
vida, es decir en los entretenimientos peligrosos del mundo;
pero combata con valor para entrar en el templo de su alma
en donde el Rey de los reyes ha querido fijar su morada...» (35).
Sus vivencias eclesiales se transparentan en los consejos que
da a las almas que dirige. En correspondencia con las dos uniones de
que ya hemos hablado, como etapas en el camino de la perfección,
habla también de dos uniones en la oración.
En la primera el alma contempla los atributos divinos y se une
a Dios en fe, esperanza y amor, prescindiendo más bien de los pró-
jimos. A un alma ya experimentada, esta unión se le hace habitual.
«En la oración —escribe a Juana Gracias— encontrarás
la fe, la esperanza y el amor, y como tienes ya instrucción y
experiencia suficiente para juzgar estas virtudes, como han si-
do ya destruidas las principales preocupaciones y errores que
tenías, los actos de unión te son fáciles, dulces y satisfactorios,
y de ahí es que sin conocer ni ver la unión la sientes, te hallas
bien con Dios, te arreglas amigablemente y fácilmente con El
y hacéis luego amistades» (36).

En la segunda unión el alma ve en el cuerpo físico de Cristo


crucificado el místico y moral de toda la Iglesia y mira a Dios como
gobernador, rey, redentor y padre de la gran familia de la Iglesia.
El alma se perfecciona así en el amor del prójimo. Sin embargo,
esta unión no debe hacer olvidar la primera, por eso recomienda
empezarla siempre con un acto de unión, es decir, de conformidad
con la voluntad divina.
«Al entrar en la oración —dice a Juana Gracias— por pre-
paración debe servirte un acto de unión; este acto es cosa muy

35 Carta a Eugenia Guerin, 14, II, 1845.


3fi Carta a J u a n a Gracias, 16, VII, 1857.
ROSALÍA RUIZ, C.M. 425

simple y sencilla: es querer lo que Dios quiere y no querer lo


que no quiere, es abrirle el corazón y ofrecerse a cuanto exija
y disponga de ti» (37).
Hecho esto el alma pasa al segundo acto de unión o amor.
«Mírale —sigue diciendo— en este cuerpo, que es su Igle-
sia, llagado y crucificado, indigente, perseguido, despreciado y
burlado, y bajo esta consideración ofrécete a cuidarle y a pres-
tarle aquellos servicios que estén en tu mano. Mírale, además,
como a señor y dueño y rey del mundo; y como no reina en
nosotros sin nosotros, sino con nosotros, en nosotros y por no-
sotros, bajo este punto de vista ofrécetele también a cuanto
quiera de ti» (38).

Es impotantísimo el papel concedido por el P. Francisco Palau


a la oración en la vida cristiana. En el Catecismo de las virtudes
trata de la perfección relativa de las llamadas vida contemplativa,
activa y mixta, consideradas en sí mismas. La vida contemplativa,
dice, es de mayor mérito que cada una de las otras dos consideradas
por separado, porque reparte a los demás la doctrina de la verdad
que ha adquirido en la contemplación. E insistiendo sobre ideas ya
apuntadas en La vida solitaria agrega:
«Puede, no obstante esto, ejercer esta vida mixta el soli-
tario sin dejar su soledad. Puede hacer el oficio de abogado,
de medianero y de intercesor entre Dios y los hombres. Esta
vida sería ordenada en este caso al bien común de la socie-
dad» (39).

Para tratar de entresacar de sus escritos y de su vida las líneas


fundamentales de la doctrina espiritual, debe distinguirse, como él
hace varias veces en sus cartas, lo que él llama orden o marcha
interior de lo que denomina marcha o forma exterior de vida.
En cuanto al orden interior, pide a sus hijas una intensa vida
teologal, alimentada en la oración y en la presencia continua de
Dios. La vida teologal no llega a su plenitud hasta que en el alma
se compenetran íntimamente el amor a Dios y el amor al prójimo.
Esta compenetración hace que sus oraciones y sacrificios se orien-
ten al bien de todos los miembros del Cuerpo Místico de Cristo.

37 Carta a J u a n a Gracias, 19, XI, 1857.


38 Ib.
39 Cat. lee. 49, p. 166.
426 PERFECCIÓN Y VIRTUDES SEGÚN EL P. FRANCISCO PALAU

Por lo que a la forma exterior de vida se refiere, se ha de


procurar con todas las fuerzas buscar y cumplir la voluntad de Dios.
A ser posible se ha de abrazar una forma de vida estable, de acuer-
do con lo que nos parece ser nuestra vocación. Esta estabilidad es
una ayuda importante para el aprovechamiento espiritual, pero de
la que no podemos esperar demasiado. Puede ser que, como le ocu-
rrió tantas veces a él y a sus primeros seguidores, Dios parezca
complacerse en deshacer nuestros planes uno tras otro apenas apun-
tan sus primeros y esperanzadores frutos. Entonces hemos de ver
en esa inestabilidad de la vida la voluntad de Dios y confiar en su
Providencia que no nos dejará sin luz ni ayuda, si de veras bus-
camos su voluntad.
Estos cambios y vaivenes exteriores no deben entorpecer nues-
tra vida teologal, que ha de conservarse inconmovible y seguir siem-
pre su marcha ascendente en medio de todas las vicisitudes de nues-
tra vida exterior.
Pero este ver deshechas nuestras ilusiones, este adaptarse a for-
mas de vida provisional, no puede, muchas veces al menos dejar de
crear tensiones y vacilaciones en el pobre espíritu humano.
Suele llegar, por fin, en la vida de las almas que tienen como
norte la voluntad de Dios un momento en que parece como si una
venda cayera de sus ojos para dejarles ver claros los planes de Dios
sobre ellas. Impulsadas ahora por el Espíritu Santo se lanzan a se-
cundar esos planes de vida exterior que se transforman para ellas
en un complemento y ayuda de su vida teologal.
Pesonalmente llegó este momento para el P. Palau cuando le
fue concedido penetrar en el misterio de la Iglesia, Cuerpo Místico
de Cristo. Y como fundador de la Congregación, cuando (como con-
secuencia de sus vivencias íntimas de este misterio) la orienta de
manera decidida hacia las obras de apostolado exterior, no sólo co-
mo una adaptación necesaria a las circunstancias, sino como res-
puesta consciente a la divina voluntad.
La unidad que esta revelación realiza en su espíritu se traduce
en una entrega total a su Amada infinitamente buena, bella y ama-
ble, sin mancha ni arruga: la Iglesia de la que como sacerdote es
padre. Para lograr esta unidad, recomienda a sus hijas, de acuerdo
con la psicología femenina, la unión con Cristo como esposo, unión
que les hace madres de los miembros de su Cuerpo Místico.

ROSALíA RUIZ, C. M.
LA VIDA RELIGIOSA SEGÚN EL PADRE
FRANCISCO PALAU

Los religiosos, sobre todo a partir del Concilio Vaticano II, han
sentido como un aldabazo en sus conciencias, como para despertar-
los y adquirir una conciencia más concreta de su vocación, ante una
Iglesia que los necesita y un mundo que los interpela. Han sentido
como una exigencia por identificarse; por vivir más actualizados,
pero siempre dentro de un espíritu evangélico y según el espíritu
que los definió desde el primer momento de su existencia. De ahí
la necesidad de volver a las fuentes, de entablar diálogos con la
historia, de estudiar a fondo el mensaje de aquellas figuras que, vi-
viendo una vida consagrada a Dios, supieron dar un ritmo nuevo a
un sistema de vida dentro de la Iglesia.
Los religiosos necesitan hoy entablar un diálogo sereno con los
fundadores de órdenes o congregaciones religiosas; preguntarles
por su espíritu, para llegar a su mensaje; estudiar sus vidas, para
descubrir la riqueza y valor que escondieron bajo unas formas apa-
rentemente humanas, pero al mismo tiempo divinas; conocerlos en
profundidad, para detectar la virtud y espíritu que quisieron di-
fundir en la sucesión de sus hijos, como empuje perenne de vitali-
dad eclesial.
Son ellos, los fundadores en particular, después del Evangelio,
los que hoy necesitan ser estudiados, para descubrir dónde está la
auténtica renovación que hoy se exige y conseguir la visión concreta
de la vida religiosa. Todo fundador, o por escrito o por sus obras,
dejó a la posteridad cuáles eran los motivos y las metas a conseguir
en su orden o congregación. Incumbe a nosotros vitalizar su caris-
ma y actualizar sus enseñanzas.
428 LA VIDA RELIGIOSA SEGÚN EL P. FRANCISCO PALAU

-EL P. FRANCISCO PALAU ANTE EL TEMA DE LA


VIDA RELIGIOSA

A.—Teórico o escritor sobre el tema

Como todo fundador, también el P. Palau se planteó el tema de


la vida religiosa. Sintió además necesidad de expresar su pensamien-
to sobre algunos pricipios base para su funcionamiento y desarro-
llo. Pero no fue el simple teórico. La visión de la vida religiosa que
de él podemos sacar, revisando sus escritos, tendrá un sentido prác-
tico, pues nunca pretendió hacer teoría. Pero un estudio sobre su
pensamiento no sería completo, si olvidase las alusiones que tiene
a la vida religiosa en algunos de sus escritos (1), donde, dejando a
un lado la práctica, se plantea teóricamente el valor de la vida re-
ligiosa. En la Escuela de la Virtud, insertada en el Catecismo de
las Virtudes (2), comienza por admitir, siguiendo en esto la escuela
tomista, tres categorías de individuos en la sociedad: los dedicados
a la vida activa, a la contemplativa y a la mixta. En este plantea-
miento de la vida, es la mixta la que para él tiene particular interés

1 Catecismo de las Virtudes, para los alumnos de la Escuela de la Virtud...


Barcelona, imp. de los Hermanos Torras, 1851 p p . VI + 180, 1 5 x 1 0 cm. Es a
p a r t i r de la lección 48 donde aborda el tema de la vida religiosa.
Tienen también importancia las Reglas que organizan la vida de los er-
m i t a ñ o s de san Honorato, en Randa, e n las que, a p a r t e ordenar su vida en lo
exterior, hace algunas observaciones sobre lo q u e lleva consigo la consagración
religiosa. Fueron publicadas por el P . Alejo, O. C. D., e n : «Bolletí de la Societat
Arqueológica Lulliana», 27 (1937) p p . 49-64. En este caso, el P . P a l a u no legisla
o codifica s i m p l e m e n t e ; establece un r i t m o externo, movido por un espíritu in-
terno, q u e da consistencia a un sistema de vida consagrada a Dios.
Ofrece t a m b i é n p a r t i c u l a r i n t e r é s : Mis Relaciones con la Hija de Dios, la
Iglesia. Dos volúmenes: el primero escrito en 1961, se perdió en la Revolución
de 1936. La segunda parte del manuscrito comenzado el 13 de abril de 1864, se
conserva en el Archivo de la Casa Gen. de C. M. T., de Tarragona. Aunque esté
dedicado el segundo volumen a c a n t a r a la Iglesia principalmente, nos descu-
bre t a m b i é n la vida que hacía en el Vedrá y cómo descubrió el sentido pleno
de su vida como religioso.
— P a r a varios textos nos hemos servido también de Herencia y Testimonio.
Antología del siervo de Dios P a d r e Francisco Palau, O.C.D., Roma, 1970, 348 pp.
Usamos siempre la sigla d e : HT.
— Para algunos datos nos h e m o s servido d e : Fn. GREGORIO DE J E S ú S CRU-
CIFICADO, carmelita descalzo, Brasa entre cenizas. Ediciones Desclée de Brouwer.
Bilbao, 1956. 272 p p .
Rvdo. P. GREGORIO DE J E S ú S CRUCIFICADO, Las Carmelitas Misioneras. Vo-
lumen I - Los orígenes. Barcelona, 1967. 347 p p .
J. PASTOR MIRALLES, cmt., Hablo contigo ¿Amas a la Iglesia? Barcelona,,
1971, 173 p p .
2 Catecismo, p . 157.
EVARISTO RENEDO 429

y mayor relieve (3), aunque observa cómo el solitario puede influir


en la sociedad, ordenando su vida al bien común (4).
Por carecer entonces de una doctrina teológica, hecha sistema,
no es de extrañar que el P. Palau se detuviese poco a teorizar so-
bre la vida religiosa. La teología de la vida consagrada ni se expli-
caba en las clases ni se enseñaba en los noviciados. Era más bien
una doctrina vivida, una doctrina de tradición, hecha costumbre y
quizá aplicada a los actos de la vida religiosa demasiado matemá-
tica. Pero tal doctrina estaba basada en la experiencia de siglos o
era entresacada de los libros de vida espiritual.
Al escribir sobre puntos de vida religiosa, el P. Palau no habla
de teorías o de sistemas; expone una teología vivida por él mismo
y amasada por la experiencia de años de prueba. El sabe que su
vida responde a unos principios teológicos y que, movido por el Es-
píritu, será capaz de transmitir una vivencia espiritual. Y es que
todo fundador deja a la posteridad su espíritu y con su espíritu una
doctrina, escrita unas veces, pero siempre un espíritu que se con-
vierte en historia sobre todo a partir de sus inmediatos seguidores.
Para la vida religiosa es más importante una teología vivida que
hacer de la vida religiosa teología. Vale más una idea llevada a la
realidad que muchas doctrinas inertes o infecundas.
Lo que enseña el P. Francisco Palau sobre la vida religiosa es
princialmente experiencia personal, fruto de muchos ratos de medi-
tación (5), efecto de una sinceridad buscando la voluntad de Dios
sobre su vida. De aquí que sus enseñanzas tengan un valor extra-
ordinario. Desde este punto de vista, podría decirse que su visión
de la vida religiosa no es exclusiva para sus Hijas. En ella se en-
cuentran elementos comunes a toda consagración, aunque sobresal-
gan los matices peculiares y propios del Carmelo Misionero. No pre-
tendemos, por tanto, reducir este estudio a presentar su doctrina,
como exclusiva y escueta, de lo que él pensó que debiera ser el Car-
melo Misionero; sino a dar un horizonte más amplio a su perspec-
tiva religiosa, encuadrada siempre dentro del marco eclesial.
3 Ib., p. 16,5. «¿Y la mista de acción y contemplación? Es de mayor méri-
to que las dos consideradas por s e p a r a d o ; porque en este caso la vida mista es
la misma contemplativa que reparte la doctrina de la verdad que ha adquirido
en la soledad».
4 Ib., p. 165. «Puede no obstante ejercer esta vida mista el solitario sin
dejar su soledad; puede hacer el oficio de abogado, de medianero y de inter-
cesor entre Dios y los h o m b r e s ; esta vida sería ordenada en este caso al bien
común de la sociedad».
5 Sus ensayos de vida eremítica, que a veces inició obligado por el des-
tierro, p r i m e r o en Francia y luego en Ibiza, le llevaron a profundizar en el
sentido auténtico de su vocación. Vivió como eremita en Cantayrac (Francia),
El Vedrá, San Honorato y Santa Cruz (España).
430 LA VIDA RELIGIOSA SEGÚN EL P. FRANCISCO PALAU

B.—Vocacionado por Dios o religioso

Para comprender su visión sobre la vida religiosa, es obligado


e imprescindible descubrirlo como religioso. Siempre se sintió con
la obligación de vivir como consagrado. El mismo se plantea el pro-
blema de su vida religiosa, que resuelve como persona convencida
y consecuente con unos principios por él abrazados, es cierto; en mo-
mentos difíciles, pero no por eso con menos conocimiento de cau-
sa. Los cortos años que pudo hacer de vida de comunidad calaron
hondo en su espíritu. Asimiló la doctrina que se le enseñó y trató
de hacerla identidad en su vida. Es en La vida solitaria donde se
retrata a sí mismo y donde nos descubre el punto de partida de su
vida posterior de consagrado (6).
Como vocacionado al Carmelo, su visión de la vida religiosa se
presenta fortalecida, sobre todo cuando habla de la obediencia y vi-
da de convivencia, por la doctrina sanjuanista sobre la liberación
de la voluntad y por la enseñanza teresiana sobre las exigencias de
una comunidad, creada para servicio a la Iglesia.
Pero además se siente llamado para una misión concreta: la
de servir a la Iglesia. Esta misión, sin embargo, no le sería descu-
bierta plenamente hasta, más o menos, el año 1862. La Iglesia le
sale al encuentro y aquellos días son fechas memorables, como él los
califica (7). Este descubrimiento de la Iglesia repercute de modo
particular en su concepción de la vida consagrada. Llegar a ella no
fue para el P. Palau un camino fácil (8); recorrer ese camino, ado-
bado por combates y persecuciones, fue hacer riqueza experimen-
tal, donde la fe y el amor por la Iglesia se había fortalecido. Sobre

(i La vida solitaria u las funciones del sacerdote. Obra inédita, compuesta


entre 1847 y 1849. Texto dactilografiado, publicado en «Centenario Padre Fun-
dador», 1872-1972.
En la página 8 habla de su convencimiento de estar vocacionado por Dios,
en concreto a la Orden Carmen y en circunstancias difíciles. Para vivir como
carmelita sólo iba a necesitar una cosa, que él mismo nos confiesa: vocación.
Señala también en esta misma página su aprecio por la vida religiosa, que
antepone al estado sacerdotal, no por valor o dignidad, sino por vocación o
llamada de Dios.
7 «Son y serán fechas memorables porque el Señor se ha dignado fijarme
de un modo más seguro mi camino, mi marcha y mi misión». Carta del 19 de
noviembre de 1860. Cfr. Mis relaciones, II, p. 100, 104.
8 «¡Iglesia s a n t a ! veinte años hacía que te b u s c a b a ; te miraba y no te
conocía, porque tú te ocultabas bajo las formas oscuras del enigma, de los tro-
pos, de las metáforas, y no podía yo verte sino bajo las especies de un ser para
mí i n c o m p r e n s i b l e : así te miraba y así te amaba». Mis Relaciones, I, p. 104.
HT. n. 3.
EVARISTO RENEDO 431

esa visión de la Iglesia, buscada por él con ansiedad, cimentaría la


vida religiosa que estaba planeando. Se ha dado cuenta que su vida
está en la Iglesia y es para la Iglesia. Pero esto opera en él una
doble responsabilidad: llevar a término su propia vocación y orien-
tar definitivamente en un único sentido las almas que están agru-
pados bajo su dirección (9).
Con su gran hallazgo, con su encuentro, según él dice (10), con
la Iglesia, tiene ya la base de donde debe arrancar no sólo el edifi-
cio que está proyectando y que él tiene no sólo que planificar, sino
consolidar sobre principios firmes e inamovibles, sino incluso cual-
quier clase de vida consagrada. Es en razón de Iglesia como él ve
siempre la vida religiosa.

C.—Con la misión de fundador

Pero como todo fundador, también el P. Palau es consciente de


que necesita presentar un sistema concreto de vida religiosa, estruc-
turado en formas humanas, dándole sobre todo un calor interno,
profundo, capaz de permanencia. Y es que todo carisma, todo espí-
ritu que se va transmitiendo, lleva en germen un principio de pater-
nidad o maternidad. Pero ese germen necesita un corazón de amor
que lo haga fructificar. El se siente con corazón de padre, con la ne-
cesidad de confiar en todos, de llevarlos dentro, de ser amigo (11).
Aparte lo codificado y legislado en Reglas y Constituciones (12)
para el Carmelo Misionero, es principalmente en sus cartas, donde,
según circunstancias, va dejando su idea sobre lo que constituye
una auténtica vida religiosa. En este sentido, es su epistolario de
una riqueza incalculable. A veces legisla o soluciona problemas so-
bre la marcha; otras se reduce a meros consejos; pero con frecuen-
cia expone una doctrina, rica en contenido, para hacer más eficaz,
dentro de la Iglesia, la vida de consagración.

9 «Como yo tengo responsabilidad, como pesa sobre mi alma la responsa-


bilidad, mi espíritu está atento, alerta, vigilante a la voz de Dios». Carta sin
fecha de 1862. HT. n. 828.
10 «Pasados cuarenta años en busca de ti —¡oh Iglesia!—, te hallé, te hallé
porque tú me saliste al encuentro». Mis Relaciones, II, p. 289. HT. n. 773.
11 «Yo no tengo, ni tendré para vosotros —los Hermanos— j a m á s en mi
vida, sino corazón de p a d r e : no conozco contra vosotros tentación alguna, por-
que mi a m o r p a r a con vosotros llena todo mi corazón, y no cabe en é l : me ha-
llaréis siempre en paz, siempre amigo, siempre de buen humor». Carta escrita
desde El Vedrá, a Gabriel Brunet, el 15 de mayo de 1867.
12 Realas ¡/ Constituciones de la Orden Terciaria de Carmelitas Descalzos de
la Congregación de España. Barcelona, imp. de Cristóbal Miró, 1872, 32 pp
18X12 era.
432 LA VIDA RELIGIOSA SEGÚN EL P. FRANCISCO PALAU

Es en particular a través de sus cartas como va descubriendo


el carácter peculiar del incipiente Carmelo Misionero: lo vislumbra
con un exquisito sentido eclesial, en continua intimidad con Dios
penetrando el misterio del Cristo total, en entrega consciente y
generosa a los miembros del Cuerpo Místico para hacerles partíci-
pes de la misma comunión de vida (13).
Pero esta visión del futuro Carmelo Misionero necesitaba una
estructura permanente. Por eso el P. Palau fue dejando los elemen-
tos claves de lo que tenía que ser la vida religiosa. Sin llegar a ex-
poner todos los temas que hoy se exponen en una Teología de la
vida consagrada, sí presentó, no sólo a sus Hijas, sino a todos los
que profesan los consejos evangélicos, los elementos básicos para
llegar a conseguir, no sólo una perfección, sino el bien del prójimo
como servicio que tenían que ofrecer a la Iglesia. A la distancia
de cien años de su muerte y con una Teología más hecha, con una
vida religiosa más insertada en la Iglesia, podemos apreciar mejor
el alcance de sus afirmaciones o el valor de sus consejos.
Conviene advertir, en el momento de examinar la visión del
P. Palau sobre la vida consagrada, que se hace imprescindible em-
plear la terminología actual. Lo que interesa son las ideas, no las
palabras, captar el contenido de éstas. Se puede, sin embargo, ten-
der, sin quererlo, a dar más valor a ciertas expresiones, vistas ante
la panorámica de la vida religiosa actual, que nunca tuvieron y
que hoy nos inclinamos a interpretar con una mentalidad del Va-
ticano II. Lo que pretendemos es llegar hasta su doctrina, captar
su mensaje, darle el alcance que merece y encuadrarlo dentro de la
visión actual de la vida religiosa. De este modo, no se falsifican sus
ideas; se las enmarca para que recobren la fuerza y viveza con que
nacieron y que el tiempo iba gastando como para hacer historia. Pe-
ro, aun, así, ahí están sus palabras y sus ideas, testigos fieles de su
vida y de sus realizaciones.

II—EL CONTENIDO FUNDAMENTAL DE LA VIDA RELIGIOSA

A.—Consagración a Cristo y su Iglesia

Es de suponer que el P. Francisco Palau no empleó la expre-


sión de «seguidores de Cristo», tan acertadamente empleada por el
13 Cfr. Documentos Capitulares. Carmelitas Misioneras, Vocación del Car-
melo Misionero, n. 36-37. Roma, 1970.
EVARISTO RENEDO 433

Vaticano II, aunque la idea no sea nueva. Era una noción tradicio-
nal, que de nuevo rejuvenece en la vida religiosa y que, sin saber
cómo, había pasado a segunda línea. Con la «sequela Christb el
Concilio quiere centrar la vida religiosa en el marco de la espiritua-
lidad cristiana y de la vida de la Iglesia.
El P. Francisco ve al religioso perfecto como la mejor afirma-
ción del absoluto de Dios, pues antes que renuncia la vida consa-
grada es camino hacia la plenitud. Ve al religioso como «un consa-
grado totalmente a Dios» (14); pero con una exigencia: la de re-
vestirse del celo de Cristo (15). Un celo que tiene un móvil y una
manifestación: amar. Cristo es el centro, en donde todo converge
y de donde todo parte. «Si vuestro corazón está fuera de El, está
perdido» (16). El religioso se consagra a Dios, renunciando al mun-
do, para hacer de Dios el fin exclusivo, el único amor de la vida.
Dios es el ideal que quiere expresar toda la vida consagrada. El re-
ligioso es un comprometido, pues «no vivirá más que por Dios y pa-
ra Dios» (17); «nunca ante Dios puedes ser otro de lo que diste pa-
labra de ser» (18). Es pertenencia de Dios, porque la consagración
abarca lo más íntimo del ser. «Vuestro corazón ha sido fabricado
para amar y para amar a El solo» (19). Para el P. Palau lo primero
es la entrega a Dios, la consagración; de aquí nacerá el estar a su
servicio. El don de sí mismo se realiza primero en una relación con
Dios.
A los religiosos presenta el P. Palau a Cristo como la única co-
sa que merece ser amada; es el único en quien pueden encontrarse
todas las cualidades y satisfacer plenamente a todos los amadores
(20). Centra toda la atención de los seguidores de Cristo en el amor.
Por el amor llegar a la unión con Cristo. Lo importante en la mar-
cha de acercamiento a Cristo es la unión con El.
Pero para el P. Palau la consagración no es solamente afirma-
ción del absoluto de Dios, unión con Cristo sin reservas; él distin-
gue perfectamente entre consagración bautismal y la nueva consa-

14 Lucha del alma con Dios. Segunda e d i c , Barcelona, irnp. del Heredero
de D. Pablo Riera, 1869, p. 31. HT. 631.
15 ídem.
16 Carta del 19 de octubre de 1862. HT. n. 247.
17 Documentos, 206, p. 547. Bajo esta denominación quedan reunidos todos
los escritos del P. P a l a u que no tienen título especial. HT. n. 632.
18 ídem, p. 542. HT. n. 633.
19 Carta del 19 de octubre de 1862. HT. u. 247.
20 Desde la ermita de san Honorato, con fecha de la carta de la nota ante-
rior, escribe a sus H i j a s : «Vuestra unión con el Hijo de Dios depende de estos
dos artículos de nuestra santa fe católica: primero el Hijo de Dios es par»
vosotras la cosa a m a d a ; segundo, es El para vosotras el único a m a n t e que te-
néis y es posible tener, que reúna todas las cualidades de tal». HT. n. 248.
434 LA VIDA RELIGIOSA SEGÚN EL P. FRANCISCO PALAU

gración por medio de los votos. Como anteponiéndose a la misma idea


del Vaticano II, dice en este sentido: «Acuérdate de que eres cris-
tiano y por el bautismo prometiste renunciar a Satanás, a sus pom-
pas y vanidades y por los votos de religión contribuiste más de ve-
ras a su cumplimiento» (21). El Vaticano II distingue claramente
entre bautismo y consagación, y señala la ventaja de la profesión
de los consejos evangélicos, para «conseguir un fruto más abundan-
te de la gracia bautismal» (22). El P. Palau no nos habla de venta-
jas; se contenta con decir: «Desde el día de la profesión los Herma-
nos gozarán del privilegio de los votos, considerándose renovados
por el segundo bautismo de amor en una vida nueva» (23).
No se trata, pues, de la vida primera del bautismo; en el con-
sagrado se da además una transformación que lo renueva, lo enca-
mina y obliga a una vida de amor. La vida nueva de amor significa
entrega, vivir la caridad en profundidad como medio de liberación
de uno mismo y de servicio a los demás. «Desde este día (se refiere
a la profesión) están obligados a caminar a la perfección» (24).
Y en esta misma línea de seguimiento de Cristo con exclusivi-
dad, de ser sólo para Dios, el religioso termina por ser también pa-
ra la Iglesia. El P. Palau, para identificarse, terminó por ponerse
ante ella. Sólo así comprendió el alcance de su consagración y pe-
netró profundamente en el sentido de sus votos religiosos, hechos
en la Iglesia y para la Iglesia (25). El siguiente texto es más que
expresivo para deducir, sin explicaciones, el compromiso que el
P. Palau había adquirido por razón de los votos ante la Iglesia:

«En fuerza del voto de obediencia cumpliré fielmente tus


mandatos, Iglesia, y me sujetaré a tus órdenes; en virtud del
voto de castidad, te entrego mis carnes, mi sangre y mi cuer-
po todo y seré carne de tus carnes y miembro verdadero de tu
cuerpo; y en razón del voto de pobreza, renuncio a todos los
bienes de la tierra y, a tus órdenes, los cuidaré... Recibe mis
votos y promesas y dame gracia para cumplirlos. Cuida de mí,
pues soy cosa tuya» (26).

21 Documentos, 206, p. 542. HT. n. 633.


22 LG, 44.
23 Documentos, 206, p. 547. HT. n. 632.
24 Ib.
25 Como confiándose a la Iglesia, escribe: «Tú sabes que, si vivo, vivo por
ti y p a r a ti». Mis Relaciones, I, p. 74.
26 ídem, p. 28.
EVARISTO RENEDO 435

Vocación religiosa y vivencia de los votos es para el P. Francis-


co una donación a la Iglesia. Pero esto puede verse más claramente
en el siguiente apartado.

B.—La oración, vínculo de comunión interpersonal y eclesial

Aunque la oración sea necesaria a todo cristiano y no se con-


ciba una vida religiosa sin oración, sin embargo, hay órdenes y con-
gregaciones religiosas que consideran la oración como elemento im-
prescindible de su propia vida. Y es que hacen partir de la oración
su actividad y eficacia apostólica y ofrecen a la Iglesia, por medio
de ella, lo mejor de sus servicios.
Dejando de lado el proceso que siguió el P. Palau, desde sus
primeros intentos de fundador hasta que vio consolidada su obra,
es de notar cómo siempre intentó implantar en la Iglesia una vida
consagrada especialmente a la oración. Su idea de siempre fue crear
comunidades orantes el servicio de la Iglesia. Se dio cuenta que no
había medio mejor de salvarla que orando; pero no pensaba en una
oración personal solamente o individual, sino interpersonal y colec-
tiva, con una fuerza mayor de comunidad. Y por eso él, siguiendo
en esto a Santa Teresa, pensó primeramente en la oración como ele-
mento unitivo de todos los miembros que forman una comunidad;
ella sería su fuerza y su dinámica. Sólo así, la proyección de la co-
munidad en servicio al prójimo, sería eficaz. No concibe miembros
sueltos, independientes, trabajando a su aire (27).
Como fiel hijo de Teresa, ve la oración en su doble vertiente:
como autenticidad de vida de convivencia y como servicio eclesial.
No concibe la vida religiosa en común sin oración ni tampoco a un
alma religiosa sin entregarse a la oración para pedir por la Iglesia.
Dos cosas influyeron en él para recomendar o exigir la vida de
oración en la nueva congregación que iba a nacer: su vocación de
carmelita y su amor a la Iglesia. Pocos como el P. Palau han com-
prendido que una vida cristiana es en la Iglesia y para la Iglesia.
Por eso él, desde el primer momento, pensó servirle del modo que
creía más eficaz. No se trata sólo de orar. La oración auténtica tiene
siempre un sentido eclesial. El hubiera preferido la oración-contem-
plación como el mejor servicio; pero no vio tuviera dificultad una

27 A J u a n a Gracias le escribe: «En tus meditaciones y oraciones has de


tener muy presente que no marchas ni combates sola, pues que estás ligada,
no eres libre; estás encadenada por los vínculos sagrados de la caridad con
la obediencia». Antología dactilografiada, n. 1¡>2, preparada con motivo del año
centenario 1872-1972.
436 LA VIDA RELIGIOSA SEGÚN EL P. FRANCISCO PALAU

manifestación apostólica de servicio a los enfermos y de entrega en


la enseñanza (28).
La Iglesia de su tiempo estaba sufriendo (29). El encuentra en
la oración su salvación. Con frase muy suya, de estilo tajante, nos
dice:
«La oración es la única medicina que queda a la Iglesia
para que sea salva; y para que esta oración se haga debida-
mente es necesaria la virtud del Espíritu Santo» (30). «Fal-
tando la penitencia, aún queda un medio de salvación; ésta
es la oración, medio único por cierto, pero eficaz e infalible,
si va acompañada con sacrificio» (31). «Siendo la oración, de-
bidamente dirigida a Dios por su salud, la medicina eficaz, la
única que puede restablecerla, y tanto más cuanto que la te-
nemos en nuestras manos» (32).

Esta característica de comunidad orante que quiere tenga el


Carmelo Misionero, no es exclusivo de él. Es exigencia y propiedad
de toda alma consagrada y con ansias de convivencia. El supo fu-
sionar admirablemente vida de oración y actividad apostólica. Se
da entre las dos unidad y armonía perfectas. Por eso, toda comuni-
dad del Carmelo Misionero en particular, partiendo de la oración,
tiene que proyectarse hacia el apostolado que la Iglesia le exige.
La comunidad no se sentiría unida sin oración ni la Iglesia se sen-
tiría fecunda sin almas orantes.

II. — ELEMENTOS PROPIOS DE LA VIDA CONSAGRADA

A. — Los votos.
No pasó por alto el P. Palau abordar el problema de los votos
en la vida religiosa. Tratándose de elementos imprescindibles en
28 «Reconocemos que el acto más sublime, arduo y más importante de be-
neficencia es la oración por las necesidades de la Iglesia, si bien esta oración
en ninguna parte se hará ni puede hacer con más fruto y fervor que en los
ejercicios de vida contemplativa, si bien creemos que una Orden de vida pura-
mente contemplativa ordenada a la oración por las necesidades del mundo es
la institución más benéfica de cuantas pueden establecerse, confesamos y cree-
mos que sin perjuicio de este su alto y sublime destino puede a más extender
sus brazos a las escuelas y a los enfermos u hospitales». Documentos, 205, p.
503, HT. n. 869.
29 En Lucha del alma con Dios, escribe: «Está en peligros y angustias de
muerte», p . 42. HT. n. 547.
30 ídem, p. 40. HT. n. 545.
31 ídem, p. 136. HT. n. 556.
32 ídem, p. 42. HT. n. 547.
EVARISTO RENEDO 437

toda vida consagrada, era necesaria su palabra, para matizar la fiso-


nomía que quería imprimir en su obra fundamental. No pretendió,
sin embargo, al tocar el tema de los votos, definir el carácter pecu-
liar de la naciente congregación. Pero a través de sus afirmaciones,
se traslucen ciertas facetas que demuestran cómo quería se encar-
nasen esos elementos básicos en su obra.
Es la obediencia la que tiene caracteres más universales y la
que en su concepto adquiere matices de especial trascendencia en
la vida religiosa. Aunque no pueda hablarse de más o menos im-
portante entre los votos, sí podría decirse que la obediencia, en la
idea palautiana, está en primera línea. Y la razón quizás sea, como
luego veremos, por hacer consistir la vida consagrada en vida de fra-
ternidad. Para que todo marche ordenadamente, en lo exterior e
interior, considera imprescindible la obediencia. Su estimación por
este voto nos obliga a concederle un apartado especial, cortando el
orden seguido después de tratar de la castidad y pobreza.

1) La castidad consagrada. — Sin duda es este el voto del que


menos habla el P. Francisco Palau. Cuando a él se refiere, lo hace
como de paso, dándole, sí, la importancia que merece; pero sin esa
insistencia que le caracteriza cuando habla de la pobreza y en par-
ticular de la obediencia. No se aprecia en sus alusiones a la casti-
dad una profundidad de doctrina; se trata más bien de un elemen-
to, tan básico e imprescindible en la vida consagrada, que da la
impresión de que juzga inncesario el insistir en él. La explicación
pudiera estar en este detalle: mientras los otros dos votos tienen
para él un carácter marcadamente comunitario y de convivencia,
éste de la castidad tiene un sentido más bien eclesial, como de ser-
vicio, como de recuerdo hecho a la misma Iglesia. Por el voto de
castidad todos los miembros del Cuerpo Místico de Cristo tienen
derecho al amor del alma consagrada.
Aparte alguna alusión a ideas tradicionales sobre la castidad
como virtud, comunes a cuantos tocan de paso este tema y que se
encuentran en cualquier manual de virtudes, merece resaltar dos
ideas cuando se refiere a esta virtud como voto: Cristo es el único
que merece ser amado por encima de todo. «Nada más noble y
conforme a la razón que consagrar el hombre todas sus pasiones y
hasta su mismo cuerpo a Aquél que es el principio de todas las co-
sas» (33). En segundo lugar, cómo el mismo Cristo quiso «que su

33 Documentos, 287, i>. 120. HT. 630.


VIDA
438 LA RELIGIOSA SEGÚN EL P. FRANCISCO PALAU

esposa —la Iglesia— sobre la tierra tuviera amantes consagrados a


su amor y servicio» (34).
La castidad consagrada será siempre entrega de la propia vida
a la posesión y al servicio del amor; pero lo que es amado necesita
unas cualidades que satisfagan todas las apetencias del corazón, que
lo llenen por completo (35). «Sólo quien es suficientemente bello,
generoso, afable y hermoso» (36), puede llenar el corazón. Según
esto, la castidad, antes que una renuncia o una negación, es una
elección noble y sublime, que sólo corazones generosos son capaces
de hacer. Es un entregarse al amor verdadero para no encontrar
luego fronteras en su ejercicio de apostolado, sino abarcar la fami-
lia universal de los hijos de Dios.
El alcance del voto de castidad, que comienza por entregar el
corazón a Dios, por enamorarse de Cristo, se completa y perfeccio-
na amando y estando al servicio de la Iglesia. El P. Palau ve como
connatural que quien llega a conocer a la Iglesia, «abandone todos
los amores del siglo y consagre su vida y existencia al servicio del
objeto de amor marcado al corazón humano por la del «amarás» (37).
Este enamoramiento de Cristo y servicio a la Iglesia, por ha-
berse desposado con ella en matrimonio espiritual, exige del consa-
grado «ser luz no escondida», «servir de ejemplo a los otros» (38).
No creo que esta expresión tenga otro sentido, dicho con palabras
conciliares, que la de recordar a «todos los cristianos aquel matri-
monio establecido por Dios, y que ha de revelarse totalmente en la
vida futura, por el que la Iglesia tiene a Cristo por esposo único» (39).
La castidad, como expresión de consagración en la vida religio-
sa y partiendo del amor a Cristo, termina siempre en disponibilidad
a la Iglesia, por estar liberada de todos los compromisos humanos.
Vivida en profundidad, será siempre la vida consagrada una mani-
festación de lo que es la Iglesia y la presencia palpable de los bie-
nes celestiales ya en este mundo.

2) Pobreza real y de espíritu. — Para comprender el alcance


que tiene la pobreza, considerada como virtud y como voto, según
la visión que el P. Palau tiene de ella en la vida religiosa, bastaría
afirmar que fue un enamorado de la pobreza. Esta abarca múltiples

34 La ¡alesia de Dios ¡¡(jurada por el Espíritu Santo en los Libros Sayrudos.


Barcelona, tip. de Narciso Ramírez y Iiialp., 1860, p. 7. HT. 634.
35 Carta del 19 de octubre de 1862. HT. n. 638.
36 Ib.
37 La Iglesia de Dios, o. c., p. 7. HT. n. 634.
38 Documentos. 206, p. 542. HT. 64!).
39 PC. n. 12.
EVARISTO RENEDO 439

aspectos: es prueba de fidelidad a Cristo; medio de liberación exte-


rior e interior de todo cuanto puede impedir la auténtica libertad;
testimonio de esperanza únicamente en Dios y también una apor-
tación a la obra de la redención. Es además vínculo comunitario, ex-
presión de fraternidad. El estaba convencido, no sólo de que como
religioso le era necesaria la pobreza, sino que tenía que vivir en
consecuencia pobremente. «He de vivir muy pobre, lo haré. Ya sa-
bes cuánto estimo esta pobreza; el Señor me casó con ella, me la
dio, y si bien la naturaleza tendrá mucho que sufrir, pero no im-
porta, Dios lo manda» (40).
Se siente también mandado por la Iglesia a ser pobre. Ha he-
cho un voto, que la Iglesia lo recibió y aprobó (41). Y pensando en
todo lo que lleva consigo el voto, en las obligaciones de un consa-
grado ante la Iglesia, nos hace, como queriendo presentar su vida
para que la juzguemos, una descripción de su pobreza, que abarca
no sólo la material, sino una riqueza de pobreza, conseguida a base
de renuncia interior. Se pregunta sobre su deber por haber hecho
voto de pobreza y responde:
«Vivir pobre en la habitación y muebles de ella, pobre en
el comer, pobre en el vestir, pobre en todo, siempre pobre y
en todo pobre. La pobreza es un voto que ahora te hago de
nuevo, y mil veces he renovado y tú has recibido; mi casa
es una cueva, un sepulcro, esto me basta. Yo me complazco
en ser por ti pobre... Este camino he seguido y sigo. ¿Voy
bien? Ya que lo aceptas, yo renuevo mi voto de pobeza» (42).

Para él la pobreza es algo sagrado y a lo que no puede renun-


ciar, aunque se tratase de promover la gloria de los demás o de
defenderlos por medios que contradigan su estado y profesión de
pobre (43).
Partiendo de esta vivencia suya de la pobreza, se comprenderá
mejor cuanto enseña sobre esta materia. Sus ideas o consejos, dise-
minados en cartas y escritos mayores, constituyen una doctrina se-
gura, profunda, con visión evangélica de todo el alcance de la po-
breza. Quizás sea en este tema donde más se note la influencia san-
juanista. Este pretende liberar el espíritu para llegar a la auténtica
libertad. El P. Palau ve la pobreza más que en su exigencia, en sus

40 Carta a su h e r m a n o J u a n Palau, sin fecha y escrita hacia 1860. HT. n. 728.


41 ALEJO DE LA VIRGEN DEL CARMEN, Vida del R. P. Francisco Palau ¡/ Quer,
o.c.d., Barcelona, 19.13. p. 296. HT. 733.
42 Ib.
43 Ib.
440 LA VIDA RELIGIOSA SEGÚN EL P. FRANCISCO PALAU

consecuencias, y son éstas las que principalmente presenta a las


almas consagradas. Por eso, no se fija en los medios; es el fin lo que
cuenta. Escribiendo a las Hermanas de Lérida y Aytona, desde Bar-
celona, el 31 de octubre de 1851, les dice:
«Si sois pobres seréis mortificadas y penitentes; si no que-
réis nada, lo tendréis todo; si os despojáis de todo, seréis ves-
tidas de Dios; sed pobres de espíritu y de cuerpo; despojaos dfc
vuestros juicios propios y de vuestra voluntad» (44).
Desde luego nunca aflora en él la menor sombra de una pobre-
za jurídica, hecha de moldes canónicos, que al final terminan por
favorecer la propia voluntad y aprisionar el espíritu. El quiere que
el alma consagrada sea ante todo pobre de espíritu; desprendida
por fuera y liberada por dentro; en una pobreza que se extiende a
la sensibilidad, la afectividad, la voluntad y la inteligencia (45).
El P. Palau distingue claramente entre pobreza real y pobreza
de espíritu; pero no son dos aspectos o elementos de la pobreza
que pueden separarse; van siempre unidos. La primera será siem-
pre una manifestación de la segunda. Pero la pobreza real se ma-
nifiesta en algo concreto. Es sobriedad de vida y hasta privación de
cosas convenientes. «Vosotras os habéis de conformar o no tener
más que lo que pisa vuestro pie, ocupa vuestro cuerpo y aun pres-
tado; y habéis de aceptar lo que Jesús os da» (46). De aquí nace
la inseguridad y dependencia de los demás, cualidades inherentes a
la pobreza. El pobre sólo tiene cierta una cosa: que Dios no aban-
dona a los que lo han dejado todo por El. Pero el pobre auténtico,
el que carece de medios propios de subsistencia, necesita la vivencia
de algunas virtudes, manifestación no sólo de una creencia, sino so-
bre todo de una esperanza, de una fidelidad a Cristo a través de las
pruebas. La vida pobre «exige el ejercicio en grado heroico de la
penitencia, de la humildad y desprecio de sí mismo y del mundo,
el renunciamiento y desprendimiento de todos los bienes materiales,
la pobreza, amor de Dios y a las cosas celestiales, fortaleza en los
sufrimientos corporales» (47).

44 Carta del 31 de octubre de 1851. HT. n. 652.


45 En la carta citada a n t e r i o r m e n t e , que puede considerarse como uno de
los mejores documentos que nos dejó sobre la vida religiosa, dice: «Jugando
a cuál puede ser más pobre, sed gloriosas en los desprecios; sed pobres, si
queréis ser r i c a s ; sed pobres de propia voluntad, despojaos de todos vuestros
propios afectos; sed pobres en el vestir, pobres pero decentes, limpias y modes-
t a s ; sed pobres en el comer, pero curiosas y a s e a d a s ; pobres en el dormir,
pobres en todo cuanto podáis tener, pobres en casa y pobres fuera de casa».
HT. 651.
46 Carta del 4 de septiembre de 1861. HT. n. 659.
47 Carta del 18 de diciembre de 1855. HT. 656.
EVARISTO RENEDO 441

El P. Palau quiere la pobreza real y de espíritu para sus Hijas.


Una pobreza que se concretiza en algo tiene que ser exterior e inte-
rior. No se le oculta que para conseguir ambas, tienen que darse a
la par, pues se compenetran y completan. Para él pobreza es sinóni-
mo de renuncia, de sacrificio, de penitencia. El pobre está siempre
pendiente de la forma de vida que se presenta. Su vida aquí es pro-
visional ; sólo en Dios tiene la plena seguridad.
«Tiene de bueno que presenta al espíritu abandonado a
todo lo material y desprendido de él, sin tierra, ni casa, ni ciu-
dad, ni pueblo, a semejanza de Cristo y sus apóstoles, presenta
un estado de abnegación exterior y de pobreza absoluta, y po-
ne al espíritu en la necesidad de fomentar el renunciamiento
y desprecio del mundo y de todas sus riquezas y tesoros, bie-
nes y posesiones» (48).

Matizando más el concepto de pobreza en el P. Palau, obser-


vamos que está en íntima relación con su idea primordial de que
la vida religiosa (como luego veremos) es ante todo unión de per-
sonas, que viven, partiendo del amor, la vida de Cristo. Por eso ve
la pobreza como indispensable para la caridad y como medio para
sentirse y estar unidas.
«La pobreza es una virtud indispensable para que obre
en nosotros la caridad. El amor de Dios vacía y limpia el alma
de todo cuanto hay en ella que no sea Dios... y ese desprendi-
miento interior de toda cosa criada, es una virtud tan necesa-
ria que sin ella la caridad no obra» (49).

La pobreza tiene para el P. Palau un carácter marcadamente co-


munitario. No se contenta sólo con una pobreza individual; requie-
re la colectiva, pero vivida en convivencia, en fraternidad. Es una
pobreza de espacio y de tiempo. La comunidad, al caminar unida,
no es sólo testimonio de caridad y de amor, es también signo pa-
tente de pobreza (50). Para que las personas consagradas lleguen a
formar comunidad, donde la caridad sea el elemento motor de todos
sus miembros, se impone la pobreza. «Si alguna tiene nada, siempre
estaréis unidas y en paz en Jesucristo» (51). En el contexto, la pa-

48 Carta del 6 de junio de 1857, dirigida a J u a n a Gracias, desde Ibiza.


49 Flores del mes de mano, Barcelona, imp. de Pablo Riera, 1862. p. 71.
HT. n. 666.
50 «Las habitaciones serán pobres, los muebles indispensables y acomoda-
dos a la pobreza». Documentos, 206, p. 532. HT. n. 669.
51 Carta del 31 de octubre de 1851. HT. n. 652.
LA
442 VIDA RELIGIOSA SEGÚN EL P. FRANCISCO PALAU

labra «nada» tiene la fuerza de una pobreza real y de espíritu. Na-


die, aunque carezca de bienes materiales, puede sentirse unido a
otro, si su mundo interior está lleno de egoísmos o de apetencias
personales.
El tiempo es también una dimensión de la pobreza en la vida
religiosa. No se le pasó por alto este factor al P. Palau. Porque la
pobreza de tiempo tiene su manifestación en el trabajo. Quería a
sus Hijas, no solamente empleadas en un trabajo deteminado, sino
ocupando todo el tiempo libre (52).
Pero atento siempre a cualquier mal entendimiento en materia
de pobreza, recomienda también precaución y prudencia (53). A sus
Hijas las quiere pobres, «pero libres de polilla» (54). Son semilla
de Dios, que ha de producir pobreza, como seguidoras de Cristo,
como comprometidas con la Iglesia, como exigencia de vida de co-
munidad.
Pobreza para el P. Palau no es propiamente renuncia y mucho
menos carencia de bienes materiales; es sobre todo liberación inte-
rior, purificación de apetencias que impiden la libertad de espíritu.
Sólo el pobre evangélico puede encontrar la libertad. Este llega a
ser el dueño de todo, porque primero lo ha sido de sí mismo (55).

B.—La obediencia y su función capital.

Aunque todas las virtudes tienen su valor en el camino de la


perfección, hay algunas, sin embargo, que lo tienen particularmente.
Entre éstas hay que contar la virtud de la obediencia. Pero para
el P. Francisco Palau la obediencia no es sólo un voto más exigido
en la vida consagrada, es también la virtud imprescindible de la
convivencia fraterna, la que hace auténticas comunidades apostó-
licas.

52 «Aparte de las horas destinadas a los ejercicios, t r a b a j a d con todas vues-


tras tuerzas porque Dios lo manda y lo quiere asi. El t r a b a j o de manos es una
de las reglas que habéis de observar inviolablemente». Carta del 17 de mayo de
1851, dirigida a las Hermanas de Lérida y Avtona y escrita desde Barcelona.
HT. n. 840.
58 Carta escrita desde Barcelona a todas las Hermanas, con fecha 5 de
marzo de 1853, y donde les recomienda: «Entiendan bien la pobreza y la peni-
tencia; si las circunstancias lo piden se ha de a y u n a r , mal c o m e r ; pero fuera
de aquí, si tenéis, comed cuidando de no hacer excesos». HT. n. 654.
54 Carta sin fecha y escrita hacia 1855. HT. n. 654.
55 En carta escrita desde Ibiza, con fecha 4 de septiembre de 1861, dice:
«¿Lo habéis dejado todo?, pues bien, con fecha del día de vuestro renuncia-
miento, el mundo m a t e r i a l todo, con sus montes y campos, los cielos y cuanto
h a y en ellos, todo os pertenece, todo es vuestro». HT. n. 660.
EVARISTO RENEDO 443

Mira siempre la obediencia desde el ángulo de la persona que


tiene que practicarla. Por eso él habla de distinto modo cuando lo
hace para las subditas que cuando se refiere a las superioras. En uno
y otro caso, sin embargo, nunca pierde de vista estos dos factores:
— la voluntad de Dios
— y el bien común, basado sobre todo en la paz. No puede ha-
ber bien común, si no existe paz comunitaria. Y ésta nace cuando
se da el espíritu de obediencia entre los miembros que forman una
fraternidad.
Quien estudiase al P. Palau y considerase su doctrina sobre la
obediencia de subditas y superioras por separado, nunca sus afirma-
ciones alcanzarían el valor que el P. Palau ha dado a sus expresio-
nes. No puede hablarse de la obediencia de las subditas sin tener
delante lo que dice también a las superioras. La primera nunca se-
ría comprendida y la segunda carecería de sentido.
Hablando de la obediencia que deben practicar las subditas lo
hace en términos que hoy nos llaman la atención, sobre todo desde
que el Vaticano II ha hecho ver el verdadero alcance de la obedien-
cia. Pero sus palabras hay que interpretarlas no en su sentido es-
cueto, sino vistas en el contexto. Cuanto dice de la obediencia tie-
ne un sentido profundo, que no se descubrirá, si es olvida que la
basa en la manifestación de la voluntad de Dios, aunque sea a tra-
vés de instrumentos imperfectos; que la obediencia es olvido de
uno mismo para estar más disponible, como entrega a los demás y
como exigencia de una vida comunitaria.
Con una visión completa de lo que debe ser la obediencia, cuan-
do habla a los superiores lo hace en términos y con palabras tan
expresivas, que más que escritas en la mitad del siglo XIX, creería
uno estar leyendo un comentario del texto del Perfectae Caritatis
sobre la obediencia. La mayor parte de las ideas que hoy se expo-
nen explicando la obediencia bajo la perspectiva del Vaticano II,
las encontramos en el P. Palau, aunque expresadas de distinto mo-
do. No es mérito propio, sino doctrina que forma parte del mensaje
de Cristo. El mérito actual está en haber descubierto esas ideas, en
haber actualizado esa doctrina. Hoy tiene particular relieve la doc-
trina de la obediencia en cuanto a los superiores se refiere. El P.
Palau parte siempre, cuando se refiere a los superiores, de que la
autoridad ante todo está en acto de servicio.
El Vaticano II nos recuerda que la obediencia debe ser humil-
de, practicada con espíritu de fe y de amor para con la voluntad de
Dios, empleando las fuerzas de la inteligencia y de la voluntad y los
444 LA VIDA RELIGIOSA SEGÚN EL P. FRANCISCO PALAU

dones de la naturaleza y de la gracia, sabiendo que se colabora en


la edificación del Cuerpo de Cristo según el designio de Dios (56).
Puede extrañar que estas mismas ideas las encontremos en el P. Pa-
lau, como luego veremos. La explicación estaría en que se trata de
principios teológicos sobre los que se basa la virtud y el voto de
obediencia. Cualquiera que se haya puesto delante la imagen de
Cristo habrá encontrado que la obediencia no puede tener otra base
como principio de arranque.

1) La obediencia como exigencia de la misma vida de frater-


nidad. — Ve tan connatural la obediencia el P. Palau en la vida re-
ligiosa que considera innecesario aconsejarla: «No querría encomen-
daros la obediencia, porque pienso que la practicáis con toda per-
fección» (57).
Pero esto que pudiera parecer un cumplido, un tanto extraño
en el P. Palau, tiene una explicación. Desde el momento que alguien
se ha decidido a vivir en religión, se encuentra con la autoridad y
por consiguiente con la obediencia: «No puede haber una casa sin
alguien que la gobierne y los que vivan en ella deben obedecerle»
(58).
Además hay algo aún de mayor importancia para el P. Francis-
co Palau: toda casa religiosa tiene que brillar por el orden y ser
un espejo de paz. El orden no se rompe y la paz no se pierde cuan-
do todos obedecen. Habrá, sí, que luchar contra unos defectos co-
munitarios o personales; pero siempre terminará la voluntad de
Dios por hacerse sentir a través de la autoridad. «La voluntad de
Dios se os revela a través de las que os dirigen y gobiernan; a
éstas Dios comunicará sus luces y a vosotras fuerza para batallar
contra vosotras mismas» (59).
No ve otro medio de conservar la paz y el orden que obedecien-
do. «Lo primero y ante todas las cosas se ha de sostener entre vo-
sotras mismas el orden y éste se funda todo en un solo punto que
es la obediencia» (60). La consecución de la paz comunitaria tiene
también una exigencia: sujeción a la hermana constituida para go-
bernar, pues a ella Dios revela su voluntad. «Es la ley suprema a la
que os habéis de sujetar, y cuando en esta batalla hayáis vencido,
cuando triunfe en vosotras la ley de Dios, tendréis paz y os goza-

56 PC, 14.
57 Carta del 17 de m a y o de 1851. HT. n. 672.
58 ídem.
59 Carta del 15 de diciembre de 1863. HT. n. 690.
60 ídem.
EVARISTO RENEDO 445

réis en el triunfo, y doquiera que vayáis portaréis el orden y la


paz y con la paz la gloria» (61).
El fundador del Carmelo Misionero ve a una comunidad obe-
diente caminando, no sólo hacia Dios, sino dirigida por Dios. Pero
para eso se necesita que el cumplimiento de la obediencia haya crea-
do un clima de paz; que las Hermanas estén «dispuestas y encade-
nadas con las virtudes». De este modo, «Dios os enviará su ángel
delante de vosotras y éste con luz interna dirigirá a la que os go-
bierna, llevará de la mano a la Hermana que ha constituido para
vuestro gobierno, y sin que ella ni vosotros reparéis en ello, le dic-
tará lo que ha de mandar» (62).
En una comunidad, con clima de paz y orden, fruto de la obe-
diencia vivida por todas y cada una, se facilita el mandar, se com-
prende mejor la exigencia de Dios manifestada a través de la su-
periora y se hace más ligera la vida religiosa al caminar todas uni-
das. El buen orden, pues, en una comunidad, como consecuencia del
acierto en el mandar, la paz que santifica y el ambiente comunita-
rio que se trasluce en todos los actos de cada uno de los miembros
que forman parte de la comunidad, es más bien fruto de una obe-
diencia vivida en profundidad, en sentido de fraternidad. Donde
hay paz, el Señor se vuelca; pero manifestando su voluntad a tra-
vés del constituido en autoridad.
2) La autoridad en acto de servicio. — Para el P. Palau la auto-
ridad tiene un valor decisivo en la vida religiosa. Pero la destinada
a regir una comunidad, no tiene que ser propiamente la que man-
da ; es más bien la que obedece a la voluntad de Dios. Tiene la res-
ponsabilidad de transmitírsela a todos los miembros de la comuni-
dad en conjunto y a cada uno en particular. Por eso todo religioso
tiene que ver a los superiores representando a Dios. Pero lo orde-
nado a la consecución del bien común cumpliendo además la volun-
tad de Dios. El superior, según el pensamiento del P. Palau, es el
que está siempre en actitud de escucha para captar la voluntad de
Dios y en acto de servicio.
Tiene una carta, escrita en 1851, en la que presenta con una
precisión que le es característica cuando quiere decir mucho en
pocas palabras, cómo debe ser una superiora:
«En las que gobiernan debe haber: amor, solicitud, pru-
dencia y discreción; hacerse toda a todas, no ser de sí misma
sino de todas; cuidar de cada una de las Hermanas como de
61 Flores, o. c. p. 47. HT. 686.
62 Carta del 31 de octubre de 1851. HT. n. 846.
LA VIDA
446 RELIGIOSA SEGÚN EL P. FRANCISCO PALAU

sí misma; ponerse en el puesto y en el lugar de la más ínfima


de todas; considerarse ser de todas la criada, la escoba de la
casa, la más miserable y la esclava de todas; fidelidad y
exactitud en observar y hacer observar las reglas y ejercicios;
condescendencia por las faltas de debilidad y mano fuerte y
pesada para las faltas de malicia» (63).

No puede ser más expresivo. La superiora auténtica tiene que


tener unas virtudes: sentirse responsable de todas y cada u n a ; ser
la primera en fidelidad y exactitud y la última ante las Hermanas;
ser madre comprensiva ante la debilidad y exigente ante la malicia.
No se olvida recomendar, como buen observador, que toda superio-
ra, ante las deficiencias humanas, tiene que practicar una triple tác-
tica : a veces soportar las limitaciones de las H e r m a n a s ; otras disi-
mular sus faltas y cuando llegue el momento, corregirlas siempre
con amor (64). La superiora es ante todo una madre, que se va, no
agotando, sino entregando a las demás, haciéndolas mejores, si ya
lo son, y empleando todos los recursos maternales, si hay defectos
que corregir. Pero cuando llega la corrección dice: «No debe em-
plearse la fuerza de la autoridad, sino después que la caridad ha
agotado inútilmente todos los medios que la misericordia, el amor y
la benignidad, le han inspirado» (65).
Para él una superiora, puesta ante las demás, no es la que
manda, es la que suplica (66). Es la que se siente la última ante las
demás; pero la primera en responsabilidad; la que está pendiente
de las necesidades de todas. «Las Hermanas que gobiernan se han
de considerar servidoras de la casa, han de estar a los pies de todas
y se han de alegrar y tenerse por dichosas de ser esclavas de todas
las Hermanas» (67).
Pero nadie puede no sólo sentirse sino ser servidora de las de-
más, si no es «la más humilde, la más obediente y la más dócil» (68).
La constituida en autoridad debe ser como una lección permanente
que enseña sin hablar; sólo obedeciendo y humillándose y sirvien-
do (69).

63 ídem. HT. n. 843.


64 ídem. HT. n. 844.
65 Catecismo lee. 45, p. 147. HT. 301.
66 «La priora cuide de no m a n d a r j a m á s con imperio, sino con súplicas».
Reglas y Constituciones, 1, 1972. HT. 886'.
67 Carta del 5 de marzo de 1853. HT. 847.
68 Carta sin fecha. HT. n. 682.
69 ídem. Y a la J u a n a Gracias, en carta de 1864, le dice: «Conviene que
des ejemplo de h u m i l d a d y obediencia. Hija mía, servir, ser la última de todas,
h u m i l l a r t e , esto es lo que te ha de acreditar, y h a s de gobernar obedeciendo
y humillándote, y serás la p r i m e r a haciéndote la última». HT. n. 473.
EVARISTO RENEDO 447

Un buen entendimiento será necesario también cuando en la


misma casa tienen que actuar tres responsables distintas. Entre ellas
será necesaria una compenetración, llegar a un acuerdo cuando se
está en desacuerdo. Un diálogo mutuo acercará pareceres y cortará
distancias.
«En juntas reservadas os habéis de entender las tres
—priora, visitadoras de colegios y de enfermos—; pero delan-
te de las Hermanas debéis de dar ejemplo de humildad, de
docilidad y obediencia a la que os destine para el colegio. Si
tenéis quejas y correcciones que hacer a ésta, si no es en cosa
evidentemente escandalosa y pecado, lo que no será, absteneos
de dar correcciones o avisos; escribidme a mí y yo corregiré
los defectos de las directoras» (70).

Aún le queda un consejo para las superioras: la distribución


de los trabajos y oficios para evitar la ociosidad y eliminar las dis-
cordias (71). Y la razón de este consejo es clara, si se tiene en
cuenta que en la vida religiosa tiene que darse un orden y una
armonía. No basta para conseguirlo el hecho de tener que obedecer.
Hay que facilitar esa obediencia, proporcionando a cada uno lo
que es más conforme con sus cualidades.

3) La obediencia de la subdita.—La obediencia adquiere un


matiz distinto cuando se refiere a las subditas. Quizás algunas de
sus exigencias puedan parecer exageradas en nuestros días. Pero no
lo son, si atendemos a los principios de donde parten sus afirmacio-
nes. No puede echarse en olvido que las constituidas en autoridad
representan a Dios; que la obediencia es una exigencia de la fe;
que tiene unas cualidades, sin las que no puede darse; que es una
virtud necesaria para el subdito e imprescindible en la vida de con-
sagración (72).
En una corta frase nos indica todas las cualidades de que debe
estar adornada la obediencia. Esta es «ciega, humilde, pronta, ale-
gre, sencilla, sin discurso, sin juicio propio, sin contradicción a las
Hermanas que gobiernan; obedecedlas como a Dios porque os re-
presentan a Dios» (73).

70 Carta del 3 de noviembre de 1863. HT. 858.


71 Documentos, 206, p. S34. HT. 834.
72 «La obediencia, la humildad, la sujeción son virtudes necesarias para los
subditos». Catecismo, lee. 50, p. 168. HT. n. 676.
73 Carta del 31 de octubre de 1851. HT. n. 673.
448 LA VIDA RELIGIOSA SEGÚN EL P. FRANCISCO PALAU

Quien tomase al pie de la letra este texto, quizás llegase a afir-


mar que la obediencia, así entendida, anula la personalidad e im-
pide al religioso llegar a una madurez. Nada de eso. Aunque emplee
la palabra «ciega» no se la puede tomar en el sentido de que el
subdito tiene que prescindir de todo razonamiento, pues en otra
parte nos dice: «En todas las cosas seguirás más bien el espíritu
de la obediencia que la misma obediencia, interpretando antes bien
la voluntad racional que lo literalmente mandado, cuando de la obe-
diencia se siguen dificultades o casos imprevistos» (74).
Las dificultades en la práctica de la obediencia nacen cuando
se comienza a razonar bajo el aspecto humano. Es entonces cuando
nos olvidamos de la voluntad de Dios, trasmitida por instrumentos
limitados; de la exigencia de la fe, y nos colocamos a la misma al-
tura de la persona que nos manda, tomando a ésta, no por lo que
representa sino por lo que es. Despojando a ésta de la cualidad de
autoridad y dejándola con la deficiencia humana, es difícil ver que
Dios nos manifiesta su voluntad a través de una criatura. Quizás el
P. Palau, consciente de esta tendencia humana de colocar a los de-
más a nuestro mismo nivel, no se cansa de recomendar que vean
en los que mandan a Dios, como para convencerles más fácilmente
de la necesidad de obedecer.
«El que obedece está a los pies del que en nombre de Dios
manda; y arrodillándose para recibir el precepto, la orden y
la ley, manifiesta el respeto que tiene a la autoridad de quien
lo recibe». «El que obedece está a los pies del que manda, re-
cibe de él la presión y cuanto más duro es el precepto, despide
y manifiesta más la fragancia de su fidelidad, de su humildad
y de su sumisión (75).

El P. Palau no emplea naturalmente la expresión «obediencia


en fe», tan usual en nuestros días y que nos suena, como más teo-
lógica, mejor que la de «obediencia ciega». Sin embargo, cuando él
emplea los términos «ciega», «sin discurso», «sin juicio propio», lo
hace con una evidente exigencia de fe. Sin ésta no será posible des-
cubrir la voluntad de Dios y luego secundarla. Sólo el que cree pue-
de «callar, obrar y obedecer» (76). Al que obedece creyendo, le bas-
ta una cosa: saber que Dios lo ordena. «Muchas veces has tenido
que obedecer, dice en una carta, de 1861, a Juana Gracias, sin razón,

74 Carta del 1 de j u n i o de 1855. HT. n. 678.


75 Flores, o. c , p. 47. HT. nn. 685, 686.
76 Carta del 16 de m a r z o de 1861. HT. n. 680.
EVARISTO RENEDO 449

contra razón, porque yo no quiero que Dios, cuando me ordena una


cosa, me dé el porqué; me basta conocer su voluntad» (77).
Pero como el P. Palau sabe que una religiosa, por el hecho de
ser constituida en autoridad, ni pierde sus defectos ni adquiere las
virtudes de superiora, recomienda que no se fijen en las faltas y
debilidades de las que gobiernan. Y así como las superioras tienen
que soportar el temperamento de sus subditas, disimular sus faltas
y corregirlas si es necesario, de igual modo las subditas habrán de
«sufrir sus genios; soportarlas en los días malos», «en aquellos tiem-
pos en que ellas son tentadas; la caridad manda disimular las faltas
de las que os gobiernan» (78). Incluso, si llega el caso, que el
subdito dialogue con el superior, exponiendo «con humildad su pen-
samiento, sin pensar más en ello, guardado bien de censurar su con-
ducta y proceder» (80).
La obediencia tiene además unas manifestaciones externas, que
favorecen el orden y la paz en toda comunidad obediente. Por eso
recomienda el «manifestar exteriormente con obras, palabras, gestos
y modos, alegría y satisfacción en obedecer» (81).
Y como conclusión de este punto de la obediencia, compromiso
ante el Señor y exigencia en toda vida comunitaria, presentamos el
siguiente texto, que sintetiza todo lo dicho anteriormente:
«Por la obediencia han de estar sujetas, como Hijas, a una
Hermana que haga todos los oficios de una buena madre; en
cada casa ha de haber una cabeza y esto, aunque no seáis sino
dos y en todas y para todas las casas una Hermana que tenga el
gobierno de toda la familia. Eso es imprescindible y necesario.
Habéis de obedecer a la Hermana que hace los oficios de ma-
dre con simplicidad de espíritu, con fidelidad, haciendo su vo-
luntad en todo, conformándose con lo que ella ordene, y cuan-
do no sabéis su voluntad y urge el caso, interpretadla; habéis
de obedecer unas a otras ciegamente, prontamente, con ale-
gría, sea o no lo que se manda conforme al propio gusto o jui-
cio, sea o no lo que se manda contrario a la naturaleza, sea o
no contra la propia voluntad; traicionar a la obediencia es
traicionar a Dios» (82).

77 Ib.
78 «Mirad en ella la voluntad de Dios y sujetaos». Carta del 15 de diciem-
bre de 1863. HT. n. 692.
79 Carta del 5 de marzo de 1853. HT. n. 848.
80 Documentos, 205, p. 515. HT. n. 877.
81 Reglas g Constituciones, 1, 1872. HT. n. 698.
82 Carta del 5 de marzo de 1853. HT. 677.

29
450 LA VIDA RELIGIOSA SEGÚN EL P. FRANCISCO PALAU

Para el P. Francisco Palau, pues, la superiora es la buena ma-


dre que dirige la familia; la que representa la autoridad de Dios;
la que transmite la voluntad divina; la primera responsable. Las
demás son los miembros de la familia, que viven en profundidad la
fe en la obediencia y la obediencia de la fe; los responsables secun-
darios, aunque principales también de un orden y una paz que es
fruto de la obediencia; responsables además de sus propios actos
al obedecer, pues tienen que obrar conforme a razón; los que se
olvidan de sí mismos y atienden sobre todo a la paz y orden de
la casa; los que en virtud del orden y de la paz, se obedecen mu-
tuamente.
Ante esta visión de la obediencia, hay que afirmar también que
el P. Palau no escapa a la mentalidad de entonces en materia de
obediencia. Era hijo de su época. Las aportaciones nuevas o idea?
originales, si así se las puede calificar, son consecuencias lógicas-
de su concepción de la vida eligiosa como vida de convivencia, ínti-
ma y profunda. Pero esto se comprenderá mejor al hablar de la
convivencia fraterna, punto clave en la visión palautiana de la vida
consagrada. Creo poder afirmar que si ha dado tanto relieve a la
obediencia, más que por basar la vida religiosa sobre ella, ha sido
por considerar a ésta sobre todo como fraternidad. Y una fraterni-
dad no puede desarrollarse sin la obediencia por medio.

C. — Convivencia fraterna.

Tiene el P. Palau una carta del año 1851, que pudiera conside-
rarse como la carta magna de su pensamiento sobre la vida de con-
vivencia y donde se encuentra la clave para precisar su concepto so-
bre la vida religiosa. El clima comunitario, señala en ella, que debe
reinar en toda casa religiosa, está compuesto para él de paz, de ar-
monía y de amor. Pero exige además unas virtudes básicas en los
que gobiernan y en los que cumplen la voluntad de Dios a través
de instrumentos humanos. El amor que deben profesarse las unas
a las otras será el vínculo de unidad y armonía. La vida religiosa,
dividida en pequeñas comunidades, es ante todo vida de unión, de
convivencia, de uniones de fraternidad, como él las llama. Todos los
consejos que da a cuantos entran a formar parte de una comuni-
dad, van encaminados a que los religiosos vivan en paz y formen la
casa de Dios, para que en ella tenga sus delicias (83).

83 Carta del 31 de octubre de 1851. HT. 843.


EVARISTO RENEDO 451

Pero como todo organismo, también la vida religiosa necesita un


medio que estreche las relaciones de los distintos miembros, que
hagan latir a todos al unísono, que garantice la permanencia de la
unión. Esto no será posible si es que no llega a darse un solo cora-
zón. Existe comunidad, cuando se da la unidad interior.
«Yo deseo que todas no seáis sino un solo corazón, ani-
mado por un solo y mismo espíritu. Os ofrezco a Dios todos
los días en el santo sacrificio y os presento sobre el altar del
sacrificio como un solo corazón. Si todas formáis un solo cora-
zón,, ese corazón está animado, vivificado, dirigido y gober-
nado por el espíritu de Dios, ¡con cuánta abundancia derra-
mará Dios sus gracias sobre vosotras!» (84).

Sólo teniendo una sola alma y un solo corazón se cumple el


deseo de Cristo, que es la realización de la salvación, «que sean
uno» (85). Esto es una realidad cuando a todos los miembros de
una comunidad los mueve el mismo espíritu de Dios. Esto exigirá
el tener una misma fe, perseverar en la oración, comulgar al mismo
Cristo, tenerlo todo en común.
Pero además, para que este único corazón comunitario sea una
realidad, con el fruto de la paz y armonía, es preciso tener delante
algunas virtudes, que podríamos considerar como fuerzas motrices
de la convivencia, porque obligan a fijarse más en los otros que en
uno mismo y, porque sin ellas, la unión en la vida religiosa no sería
posible. «Para que formen un solo espíritu en diferentes cosas son
necesarias estas tres virtudes principales: obediencia, pobreza y ca-
ridad de unas para con otras» (86). Terminamos de ver el alcance,
marcadamente comunitario, que da a los votos de la obediencia y
pobreza. No son solamente signos de consagración; son además ele-
mentos de unión en toda convivencia.
En el texto que terminamos de citar, «la caridad de unas para
con otras», más que como expresión del voto de castidad, que no
se excluiría y que hemos considerado como el elemento motor prin-
cipal de toda comunidad religiosa. Y esto, no sólo por ser el man-
damiento cristiano por excelencia, sino porque la naturaleza misma
de toda unión de personas exige la caridad como medio de compe-
netración. En qué haya que centrar la caridad, como medio para
crear un clima de paz y armonía, nos lo dice en una carta del 15 de
diciembre de 1863, dirigida a sus amadas Hijas, desde Santa Cruz:
84 Ib. HT. n. 842.
85 Jn 17, 12.
80 Carta del 5 de marzo de 18Ó3. HT. 699.
452 LA VIDA RELIGIOSA SEGÚN EL P. FRANCISCO PALAU

«Para vuestro orden interior es la primera obra de cari-


dad ser una de la otra, esclava, servidora. Servir, ser una cria-
da de todas y todas de cada una, éste es el acto consumado de
perfección y si no hay esto la perfección es una ilusión. Bus-
car para las otras lo dulce, lo agradable, lo suave, y para sí lo
penoso; juzgar bien de los demás y mal de sí, condenarse a sí
misma y aplaudir a las otras, tener por bueno y acertado lo
que las otras piensan y quieren, y disparates lo que uno mismo
piensa, esta es la obra del amor divino, y sobre esta caridad se
fundan las uniones de fraternidad» (87).

La comunidad es, pues, una unión de fraternidad. Esta exigirá


unas virtudes, como se deduce del texto. La humildad como princi-
pio, el interés por todas, la confianza entre sí, la sinceridad mutua.
Y al lado de estas virtudes, se impondrá el diálogo a escala comuni-
taria e interpersonal, la participación en las empresas comunes, la
corresponsabilidad y cooperación. Todo será necesario para que los
miembros de una comunidad terminen por conocerse y amarse. De
aquí nacerá la amistad de unas con otras y de todas entre sí. Esta
exigirá siempre un respeto mutuo, una confianza sin límites, pues
todas se sentirán a salvo de sus secretos y confidencias, por la leal-
tad y fidelidad ente sí (88). Y además, una unión de fraternidad
nunca deberá ser rota por comentarios de los defectos ajenos ni por
dar siquiera crédito a lo que se oye contra una persona del Insti-
tuto (89).
La vida de convivencia es sobre todo ejercicio de caridad. Pero
ésta no es posible mientras cada uno de los miembros comunitarios
no se sienta el menor de todos. «Una hermana ha de ser servidora
de las otras considerándolas a todas como otras tantas señoras; aquí,
en la persona de Jesucristo, se le manda servir. Si hay amor de ca-
ridad entre vosotras, ¡cuan dichosas seréis! La caridad formará de
vosotras un solo espíritu en Dios, vivificando y animando diversos
cuerpos; si así lo hacéis, ¡cuánta paz y qué calma! (90).
Tiene el P. Palau otra obsevación que matiza más aún en qué
deben basarse las uniones de fraternidad. Estas sólo serán posibles
si todos buscan el amor de Dios. Si esto no se da, ni el amor de
Dios es verdadero, ni la vida de convivencia puede ser muy dura-
dera o efectiva. «Los que viven unidos en Dios habitan en una mis-

87 Carta del 15 de diciembre de 1863. HT. n. 862.


88 Flores, p. 52. HT. 520.
89 Documentos, 205, p. 513. HT. n. 875.
90 Carta del 5 de marzo de 1853. HT. n. 850.
EVARISTO RENEDO 453

ma estancia y se oyen y se hablan» (91). Posible es hablarse, pero


no oírse.
Según esto, cualquier acto en una comunidad, aun hecho por los
distintos miembros que la componen, más que personales, son co-
munitarios. Un alma consagrada obra ante todo en función de co-
munidad. Cualquier acto individualista es una ruptura de la convi-
vencia, de la unión de fraternidad. Por eso el P. Francisco Palau ve
la vida religiosa como un solo corazón (92); quiere a todos los miem-
bros de una comunidad unidos para marchar juntos (93); encade-
nados por las virtudes y por las cadenas del amor de Dios (94); hasta
llega a decir: «Te salvarás con ellas y ellas contigo» (95). Pensar
en la otra es exigencia de toda vida de convivencia. Podría decirse
que es el otro el que cuenta cuando uno se ha comprometido a vivir
la vida religiosa. No sólo hay que hacer el bien, sino procurar el
bien común, teniendo sentido de fraternidad. Llega a afirmar: «Sin
la beneficencia no puede haber verdadera fraternidad, y no puede
haber verdadera beneficencia sin la fraternidad evangélica» (96).
Beneficencia y fraternidad no sólo se completan, sino que la una
no puede darse sin la otra. Hacer el bien comunitariamente es fra-
ternidad y fraternidad es ayudarse en convivencia.
La vida religiosa será, pues, comunidad de amor de caridad,
manifestada por una cooperación entre todos, expresada por la unión
interior más que por la exterior. Será una fraternidad, cuyo clima
es paz y armonía, con un solo corazón, que late al tictac unísono
de las virtudes de la convivencia.

* * *

En esta breve visión de la vida religiosa, según el Fundador del


Carmelo Misionero, cabrían aún algunos puntos de estudio, como,
por ejemplo, la humildad en función comunitaria de servicio y de
convivencia. Igualmente su aprecio por el trabajo, en cuanto expre-
sión de espíritu de pobreza. Baste, sin embargo, lo expuesto y las
breves alusiones que a estos dos puntos hemos hecho en la exposi-
ción. Atención especial merecería también la abnegación, no tanto
por lo que tiene de mortificación cuanto, porque liberando y puri-

01 Carta de] 15 de diciembre de 1861. HT. n. 701.


92 Carta del 31 de octubre de 1851. HT. n. 842.
93 Ib. HT. n. 844.
94 Ib. HT. nn. 846 y 844.
95 Carta del 7 de abril de 1861. HT. 825.
96 Documentos. 295, p. 135. HT. n. 519.
454 LA VIDA RELIGIOSA SEGÚN EL P. FRANCISCO PALAU

ñcando el alma, hace al consagrado más libre de egoísmo y apeten-


cias, y por lo tanto más apto para la vida de comunidad.
La aportación palautiana a la doctrina sobre la vida religiosa
está en haberla concebido como familia, como fraternidad, movida
por un solo corazón. De ahí su visión comunitaria de los votos, so-
bre todo el de pobreza y obediencia. La castidad es más bien el eje
de donde parte la consagración. Pero todo, insertado en la Iglesia y
concebido para su servicio. Todo en el Carmelo Misionero está en
función de Iglesia.

EVARISTO RENEDO, C. D.

León, 15 de agosto de 1972.


4.
Apóstol
LA PREDICACIÓN DEL P. PALAU:
UN SERVICIO A LA IGLESIA

El propósito primero y principal de este trabajo no es tanto


presentar un estudio científico y minucioso sobre el apostolado del
P. Francisco Palau, cuanto su actitud apostólica. Conocemos lo su-
ficiente la obra de este misionero carmelita como para comprender
la dificultad de presentar en un artículo su figura polifacética, así
como lo incompleto que sería un estudio que se limitase a una
sola época de su vida, identificándola con «el apostolado en el P.
Palau».
El sentido del apostolado en el P. Palau ha de ser estudiado no
tanto en su acción externa cuanto en la actividad y vitalidad inter-
na de hombre contemplativo, que ha llegado de un modo gradual
y progresivo a penetrar el misterio de la Iglesia, cuerpo místico de
Cristo, cabeza y miembros, Dios y los prójimos. Esto es, el estudio,
sin dejar de lado la obra del P. Palau se va a dirigir hacia el pen-
samiento que ha impulsado esta obra; trata de presentar la evo-
lución de este pensamiento configurado por «el hecho» místico e
histórico a la vez, que marca una división en la vida de este após-
tol, convirtiéndolo en «un desposado con la Iglesia».
El trabajo, más que una descripción estadística de la labor del
P. Palau quiere describir el móvil que da sentido a ese apostolado,
es decir, no tanto la cantidad, el potencial exterior, cuanto «la cua-
lificación», la fuerza motriz que impulsó una acción y, sobre todo,
una actitud de servicio y disponibilidad hacia la Iglesia, amada co-
mo realidad viviente, digna de ocupar el corazón del sacerdote hasta
dar sentido pleno a su virginidad y fecundidad efectiva a su celo
apostólico.
LA
458 PREDICACIÓN DEL P. PALAU: UN SERVICIO A LA IGLESIA

Existe, además, un segundo motivo que nos impulsa a seguir


esta línea de presentación. El primero ha sido expuesto: creo ser
más fiel al P. Palau dando a conocer su pensamiento y actitud de
servicio a la Iglesia, tal como él mismo ha dejado escrito, que su
obra en sí con datos precisos y contabilizados, que al fin no son más
que derivación connatural de un amor que se manifiesta en obras.
El segundo motivo es periférico. No toca al P. Palau directa-
mente, sino a cuantos formamos su familia y creemos ser alimen-
tados en su mismo espíritu.
Sin duda interesan su actividad, sus obras concretas, pero habrá
de diferir inevitablemente el modo las normas, las circunstancias
externas que acompañaron el desempeño de tal o cual labor a rea-
lizar. Por ello es, en primer lugar, la actitud interior, la vivencia
eclesial, su pensamiento religioso lo que importa. El cómo vendrá
delineado por la mayor o menor generosidad de entrega a la Igle-
sia en sus verdaderas y auténticas necesidades.
Plantearse el problema del apostolado, tal como lo exige la
Iglesia en el momento actual, no es lanzarse desordenadamente a
cualquier empresa de trabajo, sino más bien reflexionar sobre las
verdaderas bases en las que debe asentarse ese lanzamiento, siem-
pre con la mirada puesta en las directrices de la Iglesia, que la
encauzan y promueven. Una de esas bases ha sido dada por la mis-
ma Iglesia como norma: la vuelta al genuino espíritu. Ese slogan del
«retorno a las fuentes», quizás ya demasiado gastado, pero siempre
joven es el que debería marcar la pauta de renovación, según el
sentir de la Iglesia. Y es el que constituye la segunda motivación
que justifica este estudio: descubrir el equilibrio de una contem-
plación activa de la Iglesia y de una acción contemplativa en favor
de la Iglesia tal cual la vivió el P. Francisco Palau. Esa es la fuente
originaria y la gracia seminal en la que ha de beber y alimentarse
toda hija del P. Palau y todo el que considere que una acción apos-
tólica efectiva es fruto de amor y vitalidad interior.

I. —NOTAS PRELIMINARES Y EXPOSICIÓN DEL TRABAJO

La palabra apostolado no se halla en los escritos del P. Palau.


Ella encierra en sí un campo vastísimo, que se presta a multitud de
matices y formas, según se tome en su sentido más amplio y gené-
rico o bien se restrinja a un aspecto concreto y delimitado expresa-
H. JOSEFA PASTOR, CMT 459

mente. Esta segunda opción es la que escogemos en el estudio, que


presentamos .
— Desde 1836, fecha de la ordenación de Fr. Francisco de Je-
sús María José hasta 1872, año que señala el fin de su vida terrena,
podemos hablar de una continua actividad del P. Francisco en favor
de la Iglesia. Actividad que pasará, según circunstancias condicio-
nantes, de una intercesión solitaria ante el trono de Dios a la pre-
dicación más arriesgada en pleno campo de batalla. Siempre el mó-
vil de estos primeros años (1836-1840) será la intervención en favor
de su patria dolorida (en plena guerra carlista), de la Iglesia espa-
ñola ensangrentada. Es el deseo vehemente, que llega a ser dolor
encarnado, de apartar el mal que le persigue desde su nacimiento
(invasión francesa y sus consecuencias). El problema del dolor y
del mal estará siempre presente ante los ojos contemplativos del
niño, del joven, del sacerdote Palau, llegando a configurar su fiso-
nomía, su mente y hasta su concepción teológica del hombre y de
la Iglesia.
Conocemos por documentación de primera mano que el novel
sacerdote armonizó perfectamente una vida de retiro y soledad, jun-
to a una ascesis durísima, con una predicación constante desde 1838
a 1840, año que marca su paso a Francia. Su labor como predicador
por varios pueblos del arzobispado de Tarragona y las diócesis de
Tortosa, Lérida y Vich le valdrán en este año el título de Misionero
apostólico concedido por D. Manuel Millán canónigo de Tarragona,
delegado del arzobispo D. Fernando de Echánove y Zaldívar.
Para comprender hasta qué punto vivía en sí los acontecimien-
tos de España, identificándolos con el dolor de la Iglesia, basta leer
su obra Lucha del alma con Dios. El sentido apostólico de su ora-
ción, en este tiempo, nos lo da su opúsculo La vida solitaria no se
opone a las funciones de un sacerdote sobre el altar.
En este estudio no vamos a ocuparnos de estos años ni toca-
remos el período de su permanencia en Francia, pues nos llevaría
muy lejos del tema que nos hemos propuesto desarrollar, ya que
vamos a centrarlo en LA PREDICACIÓN del P. Palau, dividién-
dola en dos épocas bien delimitadas por «el hecho», que marcará su
vida, dándole una solidez teológica definitiva: la revelación del mis-
terio de la Iglesia en 1860.
Primera época: 1851 a 1860.
Segunda época: 1860 a 1872.
En ambos períodos, lo fundamental es la actitud interna que
moverá al P. Palau a dar una respuesta efectiva a la Iglesia, pero
460 LA PREDICACIÓN DEL P. PALAU: UN SERVICIO A LA IGLESIA

entre las llamadas «primera ysegu nda época» habrá una diferencia
de acentuación teológica y existencial, la misma que hallamos en-
tre lo conocido por teoría y lo vivido por experiencia. El estímulo
será tan fuerte y profundo que, a partir de 1860, ya no será «un
predicador» sino «el predicador de la Iglesia», el sacerdote entre-
gado a presentar su belleza ante el mundo. Todo él queda transfor-
mado, camina por senderos renovados, su labor de dirección espi-
ritual entra por los mismos raíles de su vivencia religioso-eclesial,
tomando un matiz marcado de entrega y servicio a la Iglesia.
En el manuscrito autógrafo Mis relaciones con la Hija de Dios,
la Iglesia, el P. Palau ha dejado delineada la marcha de su pensa-
miento, la trayectoria de su vocación hasta llegar al año 1860 y la
novedad de vida al entrar en relaciones amorosas con la Iglesia:
«Ahora voy a entrar en otro período de vida y modo muy distinto
de proceder delante de Dios y en mis relaciones con la Iglesia [...]».
«Entro en un modo nuevod e proceder [...] (1).

II. — PRIMERA ÉPOCA: 1851-1860

Los diez años largos de permanencia del P. Palau en Francia


sirvieron para confirmar más y con mejor conocimiento de causa
los males que sobre la Iglesia se habían desplegado. El liberalismo
y racionalismo llevaban a cabo una labor destructora en el campo
de las ideas y valores religiosos.
En abril de 1851 el P. Palau regresa a su patria y en breve
tiempo organiza la Escuela de la Virtud en Barcelona. Es su res-
puesta a la Iglesia, que ha lanzado su llamamiento por la voz del
prelado Costa y Borras, obispo de la diócesis barcelonesa, intérprete
del mandato de Pío IX en su encíclica Notis et Nobiscum del 8 de
diciembre de 1849.
El obispo de Barcelona consideraba «una imperiosa necesidad
de la época en lo religioso y social» planificar la evangelización.
Para ello juzgaba como medios más oportunos, la predicación y la
publicación de libros, dirigidos de modo especial al pueblo (2).
La acción del P. Palau será orientada según estas directrices.
Con mirada perspicaz capta la situación. Una ola de ateísmo y mate-

1 Pp. 107 y 108. Se citan según la numeración del original. Cf. también pp.105,
131, 171-172; t. 111, p. 44 etc.
2 Cf. Circular impresa del obispo de Barcelona, agosto de 1850, en legajo:
Decretos y correspondencia de Costa y Borras, archivo diocesano de Barcelona.
H. JOSEFA PASTOR, CMT 461

rialismo positivista invade la sociedad; la respuesta ha de ser pron-


ta, se requieren soluciones urgentes y acertadas. Creará la Escuela
de la Virtud, predicación-catequética para el pueblo adulto y publi-
cará el Catecismo de las virtudes, síntesis de los principios teológi-
cos del tratado sobre las virtudes, siguiendo a Santo Tomás, aco-
modados a la inteligencia y capacidad de la gran masa, con las co-
rrespondientes derivaciones morales en orden a la conducta social,
familiar y personal del individuo.
Un punto interesa aclarar con respecto a la Escuela de la Virtud
y en relación directa con el tema (3): ¿La Escuela de la Virtud fue
una auténtica predicación? ¿La concibió como tal su fundador?

1. La Escuela de la virtud, auténtica predicación (1851-1854).

El P. Palau se define «un llamado por Dios al ministerio de la


predicación del Evangelio». Consecuente con esta convicción, se pre-
senta al obispo en 1851 (4).
— Concibe la obra como una auténtica misión. La necesidad
de misionar a España por la predicación impulsó y movió su espí-
ritu a presentar, en forma docente, lo que era proclamación, para
hacer asimilable la doctrina: «La predicación del Evangelio es una
enseñanza, «euntes docete». Enseñar sin forma equivaldría a edifi-
car sin plano y sin idea» (5).
— La primera regla que guía a la Escuela es «la enseñanza
del Evangelio y sus doctrinas» (6): "Euntes docete". Ahí hay la
regla que nos dirige (sic). Nos propusimos no pronunciar uno que
otro discurso moral, sino una enseñanza. Al efecto, nos dirigimos
al reverendo cura párroco de San Agustín, de Barcelona y toma-
mos bajo nuestra responsabilidad la carga que pesaba sobre sus en-
corvados hombros, relativa al ministerio de la predicación».
— En la segunda regla el P. Palau da un paso más: esta pre-
dicación-catequética ha de ser «perenne y continuada», según las
directrices del Magisterio: «Manda el santo sínodo a los párrocos,
que expliquen la palabra divina a los fieles y les den laudables avi-

3 P a r a un conocimiento exacto de la Escuela de la Virtud, remitimos a nues-


tro estudio «I.a obra socio-religiosa del P. Francisco P a l a u en Barcelona, 1851-
1854», pp.
4 Cf. «La Escuela de la Virtud. Su historia», manuscrito incompleto del P.
Francisco Palau. Se conserva copia hecha por Alejo de la Virgen del Carmen.
5 FRANCISCO PALAU, La Excítela de la Virtud vindicada, Madrid 1859, p. 27.
fi Ibid., p. 29.
462 LA PREDICACIÓN DEL P. PALAU: UN SERVICIO A LA IGLESIA

sos y les instruya en la ley del Señor [...] Enseñad, nos manda
nuestro adorable Maestro Jesucristo y ¿cuándo?, ¿en qué tiempo y
ocasiones? La Iglesia nos da una regla, que nos designa el tiempo
destinado a la enseñanza religiosa, que se debe en una iglesia pa-
rroquial» (7).
«En la primera regla tenemos una enseñanza y en la segunda,
una enseñanza perenne y continua. Se han de administrar, pues,
las doctrinas en curso continuo y que fluya siempre; y añade el
Apóstol: "Predica la palabra de Dios; predícala con instancia, con
oportunidad y sin ella; arguye, persuade, reprende con mucha pa-
ciencia y con mucha doctrina"» [2 Tim. 4, 2] (8).
— Las materias que constituyen el programa de esta enseñan-
za se reducen al Evangelio, en el que el hombre tendrá siempre su
alimento: «Siendo las doctrinas, que fluyen del Evangelio, la vida
spiritual (del hombre), su alimento y sus fuerzas, se le han de ad-
ministrar a su debido tiempo, paulatinamente y con mesura, gui-
sadas (sic) según su capacidad y disposición: en la escuela de Cris-
to, el noviciado dura toda la vida» (9).
— Esta predicación tiene su fundamento y sentido única y ex-
clusivamente en la Palabra por excelencia, que siempre será nueva
y portadora de un mensaje renovador: «La palabra, el verbo o la
verdad es en sí una y simple como Dios, e infinitamente predica-
ble» (10).
— El P. Palau se propuso la formación religiosa y doctrinal
del hombre adulto para solidificar su fe y capacitar al pueblo frente
a las nuevas corrientes filosóficas, que desvirtuaban la sana moral
y atacaban la ortodoxia cristiana. Este propósito sería alcanzado por
medio de «la predicación del Evangelio», si bien ésta debía revestir
formas nuevas, adecuadas, adaptadas, exigidas por las necesidades:
«Cuando en un país católico se levantan herejías y se corrompen
las costumbres y, para atajar este mal, no bastan los esfuerzos co-
munes y ordinarios de la religión, para este caso, son necesarias las
misiones. Entonces la predicación del Evangelio, deja su forma
usual, común y ordinaria, y concentra todas sus fuerzas bajo aquella
que piden, requieren y exigen necesidades espirituales, gravísimas,
urgentes y apremiantes, producidas por causas de la actualidad y
por las circunstancias de la época» (11).
7 Ibid., pp. 29-30.
8 Ibid., p. 30
9 Ibid., p. 31.
10 Ibid., p. 32.
11 Ibid., p. 17.
H. JOSEFA PASTOR, CMT 463

— Esta lucha cuyas armas eran la predicación del Evangelio,


no se dirigía sólo al individuo, quiso ser, por sí misma, muralla que
detuviera «el huracán de sistemas, principios y doctrinas, que es-
tán en oposición con el dogma católico, con las reglas de la sana
moral y con la disciplina eclesiástica» (12).
Tres fueron los factores en los que el P. Palau concentró sus
esfuerzos: la colaboración, el estudio personal de las nuevas co-
rrientes y sus principales propagadores, y la difusión por la prensa.
— A las frecuentes y suspicaces interrogaciones de la prensa li-
beral sobre el porqué de la Escuela de la Virtud, su director res-
ponderá sin titubeos: «En el caso que se nos pregunte qué es la Es-
cuela de la Virtud, daríamos la siguiente respuesta [...] Creemos ha-
cer en San Agustín lo que hacen los demás predicadores del Evan-
gelio» (13).
Cinco años después de la suspensión de- la Escuela por la auto-
ridad militar, insistirá: «Estábamos fijos, y aún lo estamos, en una
sola cosa y era el objeto de esta misión, a saber, anunciar y predi-
car el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo y enseñar sus doctri-
nas. En cuanto a las formas, como dependen de las circunstancias,
ni entonces ni ahora ni jamás, hemos estado ligados a una. Antes
de principiar el año, las examinábamos y cambiábamos, según que
nos lo inspiraban las circunstancias» (14).

2. Temas de la predicación del P. Palau, 1851-1854

No se ha de reducir en forma exclusiva la labor apostólica del


P. Palau en esta primera época a su actividad en la Escuela de la
Virtud. Su predicación abarcó, además de San Agustín, otras va-
rias parroquias de la urbe barcelonesa, como Nuestra Señora de
Gracia, San José, La Providencia, Jesús, etc. (15), así como la aten-
ción a algunas barriadas de las afueras, desatendidas espiritualmen-
te y faltas de medios para solucionar su situación (16).
También la dirección espiritual fue otro de los campos de tra-
bajo apostólico del P. Palau. El grupo de filósofos en el seminario
de Barcelona y las fieles jóvenes que, desde finales de 1847 vivían

12 Ibid., p. 67.
13 Diario de Barcelona, l(i de mayo de 1852.
14 La Escuela de la Virtud vindicada, p. 61.
15 Cf. El Ancora, 17 de julio de 1852; 24 de marzo de 1853; 5 de mayo de 1853;
21 de octubre de 1853; 13 de noviembre de 1853 etc.
16 Cf. El Ancora, 12 y 14 de agosto de 1852.
464 LA PREDICACIÓN DEL P. PALAU: UN SERVICIO A LA IGLESIA

en Lérida y Aytona, guiadas por sus consejos, se alimentaron de su


doctrina y pensamiento. Si bien, hemos de destacar la marcada dife-
rencia de orientación entre los seminaristas y sus dirigidas. A aqué-
llos los enroló en su «misión», convirtiéndoles en directos colabora-
dores de la Escuela de la Virtud; no así a éstas, a quienes dirigía
y aconsejaba en orden a una vida de piedad y común convivencia
y subsistencia (17).
Con todo, el apostolado del P. Palau en esta primera época que-
da con más precisión encuadrado en la predicación. Dentro de este
ministerio, se ha de situar su faceta como articulista de prensa. No
sería exacto pretender convertir al P. Palau en un repórter o en
periodista de profesión. El P. Palau era ante todo un apóstol, el
sacerdote que buscaba el mejor servicio, el más adecuado según las
circunstancias históricas por las que atravesaba España y, en este
sentido, sí vale la pena considerar su innovadora y acertada in-
tuición al poner al servicio de la predicación uno de los medios de
comunicación social más importante del tiempo y casi el único: la
prensa.
Los periódicos El Ancora y El Diario de Barcelona fuerons ins-
trumentos eficaces en pro de una mayor difusión de las doctrinas
predicadas en la Escuela de la Virtud (18).
Presentamos el cuadro de conferencias habidas en el primer
curso, 1851-1852, según las publica El Ancora, Diario, Religioso-so-
cial, Económico-administrativo Literario, Mercantil, de noticias y
avisos.
Los artículos, excepto los dos primeros, aparecen firmados por
Francisco Palau, Pbro. La sola lectura de los epígrafes puede ilus-
trar sobre la labor realizada por el director de la Escuela, fruto,
quizá, más de su celo apostólico y de estudio personal que de una
17 Cf. Declaración autógrafa de Rosa Ibars P a l a u al obispo de Lérida, D. Ci-
rilo Uriz, sin fecha (abril de 1852). En los planes del P. Palau entraría el orga-
nizarías como corporación religiosa en un futuro previsible pero, ante los acon-
tecimientos en España y la fuerte oposición del prelado ilerdense, el plan no
llegó a fraguar en realidad.
En una solicitud, dirigida al mismo obispo y firmada por las siete primeras
dirigidas del P. Palau, 1 de abril de 1852, confiesan: «Una reunión de personas
encaminadas a su m u t u o favor e instrucción y a hacerse útiles a la sociedad, no
puede ser objeto de una prohibición, ni exige autorización, toda vez que no se
pronuncian votos ni se contraen obligaciones de ningún género, sino que cada una
está en el pleno ejercicio de su libertad».
18 También el Boletín Eclesiástico de la Diócesis publicaba una crónica de
las sesiones y temas habidos en la Escuela. Sólo se conservan algunos artículos
por la sencilla razón de que comenzó el Boletín el 14 de septiembre de 1853,
siendo interrumpido el 3 de enero de 1854, hasta 1858 en que se creó como
órgano oficial de difusión de la diócesis por su prelado D. Antonio Palau, con el
título de Boletín Oficial Eclesiástico del Obispado de Barcelona, según decreto del
26 de diciembre de 1857.
H. JOSEFA PASTOR, CMT 465

preparación sólida, supuesta la interrupción de sus estudios teoló-


gicos (19).
El P. Palau distinguía entre «conferencia» y «sermón». La pri-
mera respondía a la forma dialogada, el segundo a la expositiva.
Durante el primer año (el que presentamos), ambos corrieron a car-
go del director de la Escuela:

Fecha del artículo Tema de la conferencia


23 nov. 1851: Verdadera felicidad del hombre y su único objeto,
que es Dios.
1 enero 1852: Renovación de las promesas del bautismo.
3 enero 1852. Los diferentes grados de perfección.
6 enero 1852: Fin propuesto por la Escuela de la Virtud.
11 enero 1852: La caridad perfecciona al hombre en sus relaciones
con el prójimo.
18 enero 1352 El hombre libre es susceptible del bien y del mal.
24 enero 1852: El camino hacia Dios.
31 enero 1852: El universo camina hacia la perfección y el hombre
con él.
7 febrero 1852: Virtudes naturales e intelectuales.
14 febrero 1852: Virtudes morales: la prudencia.
21 febrero 1852: Relaciones del hombre con Dios.
28 febrero 1852: Vicios contrarios a la prudencia.
6 marzo 1852: [La justicia].
11 marzo 1852: [No consta la conferencia! (20).
21 marzo 1852: Pecados contra la religión.
27 marzo 1852: La oración: modos de orar.
3 abril 1852: Actos internos y externos de la Religión.
7 abril 1852: [No consta la conferencia] (21).
10 abril 1852: La superstición.
18 abril 1852: Deberes que la justicia impone a los hijos para con
sus padres: la piedad.
24 abril 1852: La Obediencia.
1 mayo 1852: [No consta la conferencia] (22).
8 mayo 1852: La afabilidad, la libertad y la equidad.
15 mayo 1852: La fortaleza.
23 mayo 1852: Partes de la fortaleza.
27 mayo 1582: Dones del Espíritu Santo.

19 I.a Escuela desarrolló a p a r t i r del 25 de diciembre de 1852 un doble pro-


grama, que respondía a las dos secciones en que se dividían sus ejercicios. Cf.
«La Obra socio-religiosa del P. Francisco P a l a u en Barcelona, 1851-1854».
20 Se t r a t a de un artículo extraordinario en respuesta a las sospechas pro-
paladas de que «algunos malintencionados pretendían alterar el orden de la Es-
cuela».
21 Se anuncia la función de Jueves Santo. El P. Palau, como director de la
Escuela de la Virtud, lavará los pies a doce alumnos y predicará el Sermón de
la Cena.
22 Se anuncia el plan a desarrollar d u r a n t e el mes de mayo.

30
466 LA PREDICACIÓN DEL P. PALAU! UN SERVICIO A LA IGLESIA

1 junio 1852: Sabiduría y entendimiento.


2 junio 1852: Consejo.
5 junio 1852: Piedad y temor de Dios.
12 junio 1852: [Noconsta la conferencia] (23).
19 junio 1852: [No consta la conferencia] (24).
23 junio 1852: La templanza.
26 junio 1852 Abstinencia y sobriedad.
29 junio 1852: La castidad y la virginidad.
3 julio 1852 Partes de la templanza.
10 julio 1852: Preceptos dados al hombre sobre la práctica de las
virtudes morales.
24 julio 1852: Virtudes sobrenaturales.
31 julio 1852: La Iglesia de Dios.
7 agosto 1852: Artículos de la fe, propuestos por la Iglesia como
tales.
14 agosto 1852: La realidad y la verdad figuradas en las ceremo-
nias de la consagración de una nueva iglesia (25).
21 agosto 1852: Pecados contra la fe.
28 agosto 1852: La esperanza.
4 septiembre 1852: Vicios opuestos a la esperanza.
11 septiembre 1852: La caridad.
18 septiembre 1852: Actos y efectos de la caridad.
25 septiembre 1852: Preceptos impuestos al hombre por la caridad.
2 octubre 1852: [No consta la conferencia] (26).
9 octubre 1852: Vicios opuestos a la caridad.
16 octubre 1852: Relación entre las virtudes y los dones del Espíritu
Santo.
23 octubre 1852: La virtud, base de la felicidad del individuo, de la
familia y de la sociedad.
30 octubre 1852: La vida contemplativa y sus virtudes propias.
6 noviembre 1852: Virtudes propias y especiales de todo buen gobierno.
13 noviembre 1852: Estados del cuerpo social.
20 noviembre 1852: Las virtudes en varios y diferentes grados de per-
fección en un mismo estado u oficio.
26 noviembre 1852: Exámenes y conclusiones de las materias explicadas
en el curso.
28 noviembre 1852: Exámenes y conclusiones de las materias explicadas
en el curso.
3 diciembre 1852: En la Iglesia católica, apostólica, romana está la
sola y verdadera Escuela sin mezcla de error.

23 Se suspenden los ejercicios de la Escuela para asistir a las procesiones


del Corpus.
24 De nuevo se anuncia suspensión de las funciones de la Escuela.
25 El t í t u l o se sale del á m b i t o de la temática desarrollada. El motivo es que
los asistentes a la Escuela de la Virtud fueron invitados a la inauguración, por
el obispo de Barcelona, José Domingo Costa y Borras, de una nueva iglesia en
San Martín de Provensals. Cf. t a m b i é n El Ancora, 12 de agosto de 1852.
26 La Escuela suspende sus ejercicios para unirnos a la cofradía del rosario,
que festeja a la Virgen María.
H. JOSEFA PASTOR, CMT 467

4 diciembre 1852: Dios, en su sabiduría, ha instituido el magisterio


eclesiástico para enseñar por este órgano la ciencia
de los santos.
7 diciembre 1852: En las ciencias, sean divinas o humanas, en las que
el hombre es discípulo y maestro, es necesario el
estudio.
10 diciembre 1852: La incredulidad nos hace, de la virtud sólida y ver-
dadera, la pintura de un monstruo execrable.
11 diciembre 1852: El pueblo católico tiene obligación de emplearse en
el estudio de aquella ciencia que, si se ignora, no
puede santificarse.

A partir de 1853 el programa fue renovado, introduciendo ade-


más el correspondiente a la segunda sección (27). Las 52 tesis que la
componen, fueron obra del P. Palau y, si es cierto que en su expo-
sición y desarrollo intervinieron distintos sacerdotes y aún más los
mismos seminaristas, no lo es menos que la orientación de estos te-
mas doctrinales y apologéticos, se debe al director de la Escuela
de la Virtud. Sólo a título de ejemplo citamos algunos de los te-
mas en las conferencias habidas en 1853, pues reflejan lo acertado
de una revisión en el programa, según las exigencias y necesidades
del momento histórico:
«El ateísmo» (28). «La esperanza cristiana», expuesta bajo el
título Esperanza del cristianismo y esperanzas de los pueblos no cris-
tianos (29). «La virtud en el clero», en la que se armonizó el estu-
dio de las virtudes necesarias al sacerdote con una defensa del
episcopado y sacerdocio en general, combatido con dureza y abierta-
mente por el campo liberal.

3. Tiempo de reflexión (1854-1860)

Clausurada la Escuela de la Virtud y desterrado su director a


las Baleares, su vida apostólica entra en período de gradual profun-
dización y toma de conciencia del misterio de la Iglesia. Es tiempo
de reflexión y contemplación. La evolución histórica de su vida
pasa ante su mente como una proyección filmada: «Desde el año
43 al 56 he atravesado una montaña, donde de noche, sin camino,
entre borrasca y tempestad, he tenido que sufrir y aguantar» (30).
España sigue agitada po la lucha de partidos, la Iglesia sufre
las consecuencias de una persecución, amparada en los aconteci-
27 Cf. «La obra socio-religiosa del P. Francisco P a l a u en Barcelona», pp.
28 Cf. El Ancora, 20 de agosto de 1853.
29 Cf. El Ancora, 27 de agosto de 1853.
30 Carta a J u a n a Gratias, incompleta y sin fecha (1855).
LA
468 PREDICACIÓN DEL P. PALAU: UN SERVICIO A LA IGLESIA

mientos políticos. La predicación del P. Palau sufre una paraliza-


ción forzosa.
Durante el primer año de su destierro, el P. Palau se ve alen-
tado por la remota esperanza de que todo vuelva a la normalidad.
Mas la revolución de julio de 1854 se vio prolongada por el gobier-
no terrorista del capitán general de Cataluña, Juan Zapatero. Pron-
to se convenció el P. Palau, no sin dolor, de la realidad: «Me es
sensible y estoy muy apenado de ver el estado a que han llegado
las cosas en España en materia de Religión» (31).
No se mantiene, sin embargo, inactivo. Conocemos, incluso, al-
gunas de sus predicaciones en las Baleares durante su destierro:
Predica la Cuaresma de 1855 en Ibiza (32), al año siguiente en Pal-
ma, la novena de San José en la iglesia de Montesión de la Compa-
ñía de Jesús (34). Son, con todo, intervenciones aisladas, que el pro-
pio P. Palau califica de «rutina». Su espíritu apostólico se concentra
en la meditación, la vida solitaria caracteriza estos años de destie-
rro. La isla de Ibiza conocerá un renacer de su devoción mariana,
gracias al P. Palau, quien, habiendo hecho trasladar la imagen de
la Virgen de las Virtudes, que había presidido las sesiones de la
Escuela de la Virtud, puso todo su celo en la construcción de una
digna capilla, donde «los isleños rústicos e ignorantes, pero devotos
suyos», le rindieran culto y veneración (35).
No le abandonaron sus discípulos. Algunos le siguieron libre-
mente en el destierro, otros permanecerán fieles a su dirección por
correspondencia. Entre éstos, destacamos a Juana Gratias, su más
leal dirigida. La conservación de las cartas de estos años permiten
a través de la dirección espiritual, estudiar su pensamiento y su
propia evolución, ya que él mismo confesará dirigirla según la luz
que él mismo recibía de Dios (36).
El Vedrá, islote solitario y agreste, símbolo del espíritu del P.
Palau, será el escenario y testigo mudo de su contemplación. Es-
cribía a su dirigida Juana Gratias: «Hace cuatro días que vivo en
estas peñas solo» (37).
Su pensamiento queda plasmado en carta a la mencionada di-
rigida escrita desde Ibiza, 6 de junio de 1857:
31 Carta a Agustín Maña, Ibiza, 10 de j u l i o de 1854.
32 Carta a la j u n t a directiva de la Escuela, sin fecha (marzo de 185f>).
33 Carta a Agustín Maná, P a l m a , 23 de abril de 1856.
34 Cf. Diario de Palma, 29 de octubre de 1857. El éxito de esta predicación
consta en la Historia m a n u s c r i t a del Beato Alonso Rodríguez, en la biblioteca de
los P P . J e s u í t a s de P a l m a de Mallorca, 30 de noviembre de 1857.
35 Carta a la j u n t a directiva de la Escuela, Ibiza, 4 de j u n i o de 1855.
36 Cf. Carta a J u a n a Gratias, Maslloreiis, 17 de noviembre de 1862.
37 Carta desde el Vedrá, 24 de ulio de 1857.
H. JOSEFA PASTOR, CMT 469

«La caridad tiene dos actos, prorrumpe en el alma en dos


operaciones: 1.a Une el alma con Dios; 2.a Unida con Dios, la
dedica al bien de los prójimos [...]
El amor de los prójimos, antes de prorrumpir en obras,
ha de existir, se ha de ordenar y adquirir y, sino no es él, si no
está ordenado, las obras salen como frutas verdes y da por
resultado la temeridad, la indiscreción, la precipitación; agi-
ta, turba e inquieta el alma y la fatiga y quita de su reposo».

A pesar de haberle afirmado «Toda la perfección cristiana es-


tá basada en la caridad», no apoya el P. Palau una actividad exter-
na en su dirigida, dice un no «a las obras de caridad», a las «formas
externas»: «Si Dios lo quiere, allanará obstáculos y sino éstas en-
grasarán» (sic). No es la acción lo que ahora le importa, está lejos
de las afirmaciones tajantes de cartas posteriores en orden al apos-
tolado como algo indisolublemente unido al amor de la Iglesia. Es
tiempo de maduración del pensamiento, por ello las cartas de estas
fechas están caracterizadas por su llamada doctrina de «las dos
uniones», unión con Dios, unión con el prójimo:
«Yo, aunque muy atrasado, me complazco en predicar, en
hablar, escribir y meditar esta grande obra y, a su contem-
plación, el espíritu se alienta, se anima y vivifica. Estas dos
uniones se trabajan en la oración, en la meditación, en el si-
lencio y retiro interior» (38).
Es su propio trabajo interior el que va plasmando en sus car-
tas. Dirige según es dirigido, ilumina según la luz que sobre él se
proyecta. Es tiempo de preparación su pedagogía no es más que
proyección de la progresiva manifestación a su fe del misterio de
la Iglesia. La primera alusión directa, en este tiempo, la hallamos
en una carta escrita desde el Vedrá, 24 de julio de 1857:
«Te decía en mi anterior que la unión de tu alma con Dios
habrá de ser el objeto de toda tu oración y meditación [...] Al
mismo tiempo, comienza a mirar, a contemplar y meditar en
Jesús crucificado el cuerpo moral suyo, que es la Iglesia, lla-
gada por la herejías, errores y pecados».

La orientación se mantiene dentro de la línea ya señalada en


sus obra Lucha del alma con Dios. No hay todavía una apertura apos-
tólica de obras, se habla de «ofrecimiento» a través del Sacrificio
;i8 Carta a J u a n a Gratias, (Ibiza), Nuestra Señora del Carmen 1857.
470 LA PREDICACIÓN DEL P. PALAU: UN SERVICIO A LA IGLESIA

de la misa, y de la oración como medio «de negociar con el Cielo


la cura y el alivio de Jesús paciente en su cuerpo místico crucifica-
do». El consejo que a continuación le da, esclarece su postura en
esos momentos:
«En cuanto a la forma exterior, no te precipites, seas pa-
ciente, moderada, sufre y espera, porque puede convenir a la
gloria de Dios una forma que tenga en su providencia fijo el
tiempo el día y la hora y, mientras esta hora llega, cualquiera
tentativa para una forma estable, sería inútil» (ibid).

Se ha de esperar activamente la manifestación de Dios; mien-


tras «Jesús crucificado en su cuerpo moral es el objeto de toda so-
licitud y cuidado del alma» (ibid).
Tras las vicisitudes que acompañaron su segundo exilio en Ibi-
za, el silencio se hizo más intenso. Creemos ser ésta la causa de no
conservar ninguna carta desde el 17 de noviembre de 1857 a mayo
de 1859.
El P. Palau seguirá luchando por su libertad, ya no por salir
de aquella soledad, que le es «deleitable y amable» sino porque «es
un deber batallar con fuerza contra todos los obstáculos que el in-
fierno y la impiedad puedan oponer y opongan a una misión» (39).
El problema del mal, tan arraigado en su espíritu, se recrudece
«son intrigas del Ángel Malo» (ibid).
En julio de, 1860 el P. Palau será declarado en libertad por el
Tribunal Supremo de la Nación, que considerará injustificado su
largo destierro (40). Comenzará una nueva etapa en su actividad apos-
tólica, cuyos cimientos serán inconmovibles por estar asentados en
su vivencia interior del misterio eclesial.
Ninguna obra de tipo pastoral o de carácter apostólico escribió
el P. Palau de 1854 a 1860. La Escuela de la Virtud vindicada, pu-
blicada en 1859, no puede ser considerada tal, no es más que una
defensa de la misión desarrollada por la Escuela, frente a las acu-
saciones lanzadas por la prensa liberal y acogidas por el Gobierno.
Si bien, en su Parte I, se expone el espíritu «misionero» que la im-
pulsó. En esta obra el P. Palau justificará su conducta y se ratifica-
rá en ella, dándonos, probablemente sin pretenderlo directamente,
los elementos característicos del apóstol-predicador. Anunciará la
verdad a los hombres con libertad. No podrá permanecer indiferen-

39 Carta al obispo D. Antonio María Clarct, (28 de noviembre de 1859).


40 Cf. Expediente de I). Francisco P a l a u , en archivo general m i l i t a r de Se-
irovia.
H. JOSEFA PASTOR, CMT 471

te ante el abandono religioso, proclamará el mensaje hasta ser es-


cuchado, aún conociendo que esta proclamación puede acarrearle
persecución y hasta la muerte. Su voz se hará oir. El predicador,
penetrado de su misión sagrada, protestará contra las voces que
pretenden hacer enmudecer al mensajero del Evangelio.
Por la aportación que sus propias palabsas pueden suponer pa-
ra el estudio, que presentamos, las transcribimos textualmente:
«¿Queréis que los ministros del altar y los sacerdotes del
Señor Dios seamos unos meros autómatas y fríos e indiferen-
tes espectadores de las ruinas del hombre? Eso no. Celaremos
por la ley santa del Señor para que sea acatada, respetada y
observada de todos los hombres, de todos sin distinción de cla-
ses y, a este fin y para este objeto, hemos recibido de El, y no
de los hombres, la misión de anunciarla predicarla y enseñar-
la, cuyo ministerio cumpliremos, ya tengamos gracia y favor
o persecución de parte de los poderes seculares» (41).

III.—SEGUNDA ÉPOCA: 1860-1872

Declarada oficialmente la libertad de Francisco Palau por Isa-


bel II, abandonará su destierro para comenzar un período nuevo de
su vida.
La profundización graduada del misterio de la Iglesia fluye de
lo más íntimo de su ser, hasta ser penetrado en plenitud. La liber-
tad física ha dado alas a sus ideas, encadenadas en parte por las
circunstancias, que constreñían su libertad de espíritu. El mismo
lo reconocía así en carta escrita tan sólo cinco meses antes del fallo
absolutorio del Tribunal Supremo: «Yo tengo mis ideasy resolu-
ciones encadenadas y suspensas en parte a la respuesta que me dé
el Gobierno de Madrid sobre mi libertad» (42).
Hacemos mención de una graduación, esto es, tratamos de pre-
sentar el -proceso de maduración que el. P. Palau siguió hasta hacer
«suyo» el misterio de la Iglesia. Por ello, no intentamos describir
«un hecho» determinado y singular, con sus elementos toponímicos
y cronológicos, exactos y minuciosos. El hecho que aquí se estudia,
es una realidad más íntima, mística, que escapa a la cuadratura y
mecanismo del reloj.

41 La Escuela de la Virtud vindicada, p. 126.


42 A J u a n a Gratias. Ibiza, 13 de febrero de 1860.
472 LA PREDICACIÓN DEL P. PALAU: UN SERVICIO A LA IGLESIA

No obstante, es cierto que ha de fijarse un principio. Y la si-


tuación de este comienzo, como hecho histórico, parece innegable.
Podría fijarse entre julio-noviembre de 1860, coincidiendo con la
declaración oficial de su libertad. Hacer otras precisiones de tiempo
y espacio sería peregrino y poco veraz. Repetimos que es un proceso
el que ha de ser estudiado; proceso que tendrá su punto de apoyo
en las fechas indicadas, pero que seguirá una línea ascensional de
manifestación hasta que la Iglesia llegue a ser aprehendida como
Cuerpo Místico, como realidad viva y existente, como esposa que
llena y da sentido a unas relaciones amorosas.
El P. Palau es consciente del fenómeno que en él. se opera. Co-
mienza a entrar en el gran momento de su historia. Todo le parece
nuevo: «Yo, ahora, entro en un campo nuevo y un país y mundo
nuevos» (43). «Puesto en libertad me parece que estoy en otro
mundo. Voy a cambiar de modo de hacer» (44).
El espíritu es movido al servicio de la Iglesia, revelada y des-
cubierta como «amada y amante», ya no ha de buscar, sólo servir:
«Ahora voy a entrar en otro período de vida y modo muy distinto
de proceder delante de Dios y en mis relaciones con la Iglesia y
consiste en que hallada la Cosa Amada, no teniendo el espíritu sus
fuerzas ocupadas en buscarla, éstas se han de dirigir a servirla y
cumplir la Misión que su Padre celestial tenga a bien darme con
respecto a ella» (45).
Estas palabras las escribió el P. Palau en un intento de histo-
riar su propia vida: «Tres períodos tiene mi vida...» (46), señalan-
do el año 1860 como línea divisoria y punto de arranque a la vez.
¿Hubo algún fenómeno místico que pueda calificarse de extra-
ordinario en este momento de su historia? ¿Quedó marcada su vo-
cación de servicio a la Iglesia por una determinada visión o revela-
ción, que pueda ser precisada y definida, dónde y cuándo?
Los datos conocidos apoyan más bien la realidad de un proceso
evolutivo de penetración del misterio eclesial, tal como lo comen-
zamos a presentar en el apartado Tiempo de reflexión de la llama-
da «Primera época».

-1,'! Carta a Juana Gratias. Alcudia, 27 de octubre de 18(50.


44 Carta a Gabriel Brunet. Marión, 19 de noviembre de 1860.
45 Mis relaciones con la Hija de Dios, la Iglesia, p. 108. Manuscrito autógrafo
del P. Francisco Palau. En este estudio lo citaremos según la paginación del
original y con la abreviatura Mis reí, distinguiéndolo de un primer volumen
desaparecido y del que sólo conocemos algunos fragmentos transcritos por el
P. Alejo de la Virgen del Carmen en su biografía sobre el P. Palau.
40 Mis reí., pp. 107-108.
H. JOSEFA PASTOR, CMT 473

Una carta, escrita desde Mahón, en noviembre de 1860 parece


dar una pista sobre los interrogantes planteados. Se alude a la gra-
cia de una manifestación divina, pero poco esclarece sobre la cues-
tión ¿hubo revelación de tipo extraordinario?
Aportamos, a continuación, los datos que pueden iluminar la
historicidad de un comienzo en la vivencia del P. Palau.
El P. Alejo sitúa el hecho que califica de «favor extraordina-
rio» en Madrid, entre el 24 de agosto y el 3 de septiembre de 1860,
haciéndolo coincidir con el Triduo predicado en la real iglesia de
San Isidro (47).
— El P. Gregorio llega a ser más preciso, fijando el 12 de no-
viembre de 1860 en Ciudadela:

«Durante la misión que dio en Ciudadela, Dios le hizo pa-


tente sus designios, revelándole el misterio de su paternidad
respecto de la Iglesia y comprendió lo que, en adelante, creyó
ser la razón de su vida. Esta verdad quedó tan claramente gra-
bada en su mente y en su corazón, que se convirtió en ade-
lante en el móvil de todas sus acciones. Fue el día 12 de no-
viembre de 1860, mientras, recogido delante del sagrario, se
preparaba en la catedral para la función de fin de misión, en
que debía dar la bendición al pueblo. Tuvo una visión [...]»
(48).

Hemos estudiado detenidamente la documentación y podemos


asegurar que ambas interpretaciones, aun teniendo un fondo de
verdad, aparecen faltas de fundamento.
Con respecto a la primera, está fuera de dudas que el P. Palau
no predicó ningún Triduo en Madrid en 1860, sino al año siguien-
te (49).
Tampoco hallamos razón suficiente que apoye el aserto del P.
Gregorio. Es cierto que el día 12 de noviembre de 1860 concluyó su
predicación en Ciudadela, pero no es esto una prueba de que en ese
día tuviera «una visión». Por otra parte, el mismo P. Gregorio se
muestra prudente en la interpretación de esta visión.

47 Vida del Rodo. I>. Francisco Palau Quer, Barcelona 1933, pp. 235-242.
48 lirasa entre cenizas, Bilbao 19'jfi, p. 136.
4!) La prensa madrileña anunció y se hizo eco de estas predicaciones. Cf.
l.a Esperanza, 26 de febrero de 1861 y La Regeneración, 18 de marzo de 1861.
Cf. Cartas escritas por Francisco P a l a u desde Madrid, 24 de febrero, 4 y 16 de
marzo de 1861. Este último especifica: «Celebramos un Triduo solemne a los
Dolores de la Iglesia, que son los de Marín •ia».
474 LA PREDICACIÓN DEL P. PALAU: UN SERVICIO A LA IGLESIA

La revelación del misterio de la Iglesia y, sobre todo, la íntima


experiencia de unas relaciones amorosas con ella, no fue obra de un
momento aislado, de una visión o acontecimiento que marque su vi-
da. Responde a una evolución, si se quiere, es fruto de una relexión,
madurada en la contemplación del misterio. Ahora bien, es cierto
que, a lo largo de todo este proceso, el P. Palau habla numerosas ve-
ces de «visiones» en el manuscrito en que, a partir de 1860, ha de-
jado plasmados los momentos fuertes de su vocación con relación al
objeto que le dio sentido y eficacia. De este manuscrito, dividido en
dos volúmenes, sólo se conserva (como ha quedado indicado) el se-
gundo. El primero lo comenzó a escribir a raíz de esta experiencia
religiosa sobre el misterio de la Iglesia. Escribía en 1865: «La Ama-
da se descubrió a su amante y, en estas relaciones, han pasado cinco
años. En los principios era tanta mi sorpresa, que no podía yo acabar
de creer que mi Amada fuese lo que ahora creo y, para alentar mi
fe, me resolví a escribir cuanto me pasaba con ella, y la lectura de
mis relaciones, concernientes al amor, me sostenía en tiempo de
combate» (50).
En agosto de 1861 ya tenía escrito la mitad del primer volumen,
al que titula Mis relaciones con Dios (51). Es, precisamente, este pri-
mer volumen desaparecido el que da la clave de las afirmaciones de
ambos biógrafos del P. Palau y el que, a su vez, explicaría si hubo
o no algunas manifestaciones de tipo místico.
*
Aunque un tanto largo, transcribimos el pasaje según lo trae
Alejo, pp. 241-242:
«Historia.—Una tarde estaba yo en una iglesia catedral espe-
rando llegase la hora de la función. En ella había de dar la
bendición últim aque se acostumbra, después de concluida la
Misión. Y fue mi espíritu transportado ante el trono de Dios.
Estaba en él un respetable anciano, millares de ángeles le ad-
ministraban (sic). Uno de ellos vino a mí y traía en sus ma
nos una ropa blanca como la nieve, y me vistió con ella. Me
dio una banda de oro purísimo, especie de estola. Así vestido,
el que estaba en el trono sentado, me llamó y me presenté de
pie sobre el altar, que allí había.
El anciano me hizo seña y me dijo diese en su nombre la ben-
dición. Me volví hacia el altar y vi en sus gradas una bellísi-
50 Mis reí., p. 171.
51 Carta a J u a n a Gratias. Vedrá, 23 de agosto de 1861. Este título no es del
todo exacto, ya que su mismo a u t o r en carta fechada, 15 de diciembre del mismo
año le l l a m a r á «Mis amores con la Hija de Dios».
H. JOSEFA PASTOR, CMT 475

ma Joven, vestida de gloria; sus ropas blancas como la luz.


No pude verla, sino envuelta de luz y no me fue posible dis-
tinguir de ella otra cosa más que el bulto (sic), porque no se
podía mirar. Cubría su cabeza un velo finísimo. Oí una voz
que salía del trono de Dios y me decía: «Tú eres sacerdote del
Altísimo, bendice y aquel a quien tú bendecirás, será bendito
y lo que tú maldecirás, será maldito.
Esta es mi Hija muy amada. En ella tengo mis complacencias,
dale mi bendición».
Los príncipes del reino de Dios hacían corte a la Joven y se
arrodilló ante el Altar, recibió mi bendición y desapareció to-
da aquella visión».
Prescindiendo del estilo figurado del escrito, emparentado di-
rectamente con el género apocalíptico, dos puntos interesan en or-
den a la historicidad de la narración: ¿Hubo auténtica visión en
el sentido técnico de la palabra? ¿Responde a una realidad histó-
rica o es tan sólo una forma literaria para expresar una experiencia
interna?
La primera cuestión es el propio P. Palau quien la responde y
aclara. Las «visiones» descritas en el manuscrito han de ser enten-
didas en un proceso espiritual, el de conocer por analogías el con-
-tenido de la fe. Es una operación del entendimiento: «Yo miraba
con el entendimiento» (52). En el apartado «Visiones y locuciones»
(53) el autor despeja toda incógnita con una advertencia, que le ca-
lifica de «importante»: «La Iglesia es, en parte, invisible [...], el
ojo mortal no puede concebirla por nuestro entendimiento, sino
mirándola en la figura de una Mujer [...]. Si el entendimiento
cree con fe viva cuanto se ha revelado en orden a la Iglesia, la luz
de la fe, en razón de que descubre al entendimiento los objetos re-
velados, en esta luz y por esta luz, ve las verdades eternas con más
claridad que los objetos externos.
Creer es ver para el entendimiento. Estas son las visiones de
que se habla en este libro».
En cuanto al segundo punto parece que la «visión» (así en-
tendida) encuentra su marco histórico durante la predicación del
P. Palau en Ciudadela de Menorca, en donde permaneció del 28
de octubre hasta el 19 de noviembre de 1860. En carta a Gabriel
Brunet (54), en la última fecha citada, escribe: «En esta salida,
52 Mis reí., p. 48.
53 Ibid., p. 51.
54 No se trata de su h e r m a n o J u a n Palau, como afirma el P. Gregorio, o. c ,
p. 136.
476 LA PREDICACIÓN DEL P. PALAU: UN SERVICIO A LA IGLESIA

que he hecho de Ibiza, he buscado conocer mi Misión. Para mí es-


tos últimos días en Palma y Ciudadela son y serán memorables,
porque el Señor se ha dignado fijarme de un modo más seguro el
camino, mi marcha y mi Misión. El Señor me ha concedido en la
iglesia-catedral de ésta [Ciudadela] lo que 14 años había, le pedía con
muchas lágrimas, grandes instancias y con clamor de mi espíritu
y era conocer mi Misión. Dios, en esto, se me ha manifestado
abiertamente y ahora estoy ya resuelto.
Veas lo que voy a ejecutar: 1.° Vida apostólica-Predicación...
Lo haré bajo la forma que entiendo debo hacerlo. Tengo yo que ir
de uno a otro extremo de España y trabajar con todas mis fuerzas
en la salvación de las almas, allá donde se me abra camino».
El P. Palau habla en un sentido amplio «en esta salida de Ibi-
za», «estos últimos días en Palma y Ciudadela» (55). No parece
exacto fijar un día concreto como el determinante de «su nuevo mo-
do de proceder». Lo que sí está fuera de toda duda es que el año
1860 marca un jalón en la definitiva orientación vocacional del P.
Palau, a partir de sus relaciones interpersonales con la Iglesia:
«En el libro que te hablo —dirá a Juana Gratias— están es-
critas mis relaciones con la Iglesia. Las he escrito para mí só-
lo y lo escribo en los momentos que más necesidad tengo de
ella» (56).

La Iglesia se convierte para él en motivo perenne de credibili-


dda y atracción, en depositaría de su amor sacerdotal, en objeto
que alimenta constantemente su contemplación (57). Su vida hasta
ese momento ha sido «un vivir muriendo» (58), una larga noche
«sin un día de luz» (59). El año 1860 pone fin a este estado: «Desde
que mi Amada se reveló al corazón, huyeron las tinieblas poco a
poco, a proporción que crecía y ha aumentado la fe en ella; y los
demonios, a la presencia de mi Amada, me han abandonado, y yo
he salido de su jurisdicción poco a poco, al paso que he tenido fe
en la Palabra de Dios» (60).

55 El 18 de octubre predicó en P a l m a hasta el 27 del mismo mes en que


pasó a Alcudia, para volver de nuevo a la ciudad de Palma, t e r m i n a d a su pre-
dicación en Ciudadela.
56 Vedrá, 23 de agosto de 1861.
57 Cf. Mis reí., t. III, pp. 44, relación histórica de su vocación; p. 169,
«Historia. El a m a n t e , el a m o r y la amada».
58 Mis reí., p. 169.
59 Ibid., p. 170.
60 Ibid., p. 172.
H. JOSEFA PASTOR, CMT 477

Estas relaciones esponsales no fueron algo estático, de una vez


para siempre. Entran en juego el amor y la fe en la Iglesia, conce-
bida como encarnación mística de Cristo. Hubo un progreso de pe-
netración y vivencia, así escribía el 4 de julio de 1866 desde San
Honorato de Randa «los grados» de ese amor hacia la Iglesia, histo-
riando su personal vocación:

1." El amante y la cosa amada — amor (1860)


2." El amigo y la amiga — amistad (1861)
3.° El esposo y la esposa — desposorios (1862-1864)
4." El marido y la mujer — matrimonio (1865)
5.° El padre y la mujer e hijos — paternidad (1866) (61)
Podemos concluir: señalando el año 1860 como punto de par-
tida (tengamos presente que lleva seis largos años de destierro), el
P. Palau considerará su vida como una entrega, un servicio incon-
dicional a la Iglesia. Su vocación será netamente apostólica en fun-
ción de ese servicio a la Amada, que le descubre y manifiesta su
belleza no para deslumhrarle, sino para que la manifieste a los
hombres.
A partir de ese año, la Iglesia será el único objeto que contem-
pla, le llena y absorbe:
«Ocupa por entero mi alma en estos días. Mi unión, mi enlace
espiritual Ion la Iglesia, Hija única, predilecta de Dios, este es
el objeto único y principal que tienen mis ejercicios. De esto
tengo llena la cabeza y el corazón y no sé pensar en otra cosa.
Absorbe mis potencias y sentidos» (62).
Este es el fenómeno en sí. Estudiamos, a continuación, la re-
percusión y derivaciones qu tal manifestación comportó para el P.
Palau y, como consecuencia, para sus dirigidas, tanto en el orden
de las ideas como en la plasmación eficaz y práctica de tales pensa-
mientos, según las condicionantes históricas.

1. Evolución de pensamiento: sentido apostólico

En un estado de gran debilidad física, probablemente causado


por las ásperas austeridades a que ha sometido su cuerpo en el Ve-

61 Cf. Mis reí., pp. 44-46.


62 Carta a J u a n a Gratias. Vedrá, 23 de agosto de 1861.
478 LA PREDICACIÓN DEL P. PALAUI UN SERVICIO A LA IGLESIA

drá desde 1856, el P. Palau emprende «su nuevo estilo de vida» (63).
Sus primeros pasos llevan el sello de la convicción, la impron-
ta de una certeza absoluta. No duda, la llamada divina es clarivi-
dente. Su camino es la predicación: «Dios me llama a la predica-
ción» (64). «Siento que Dios me llama a la predicación y me he de
abandonar al espíritu que me guía, y allá donde vea puerta abierta,
por allí he de entrar» (65). Ha descubierto «su Misión» (66).

Vivencia religiosa personal

Todo el sentido de la experiencia religiosa del P. Palau se cen-


tra en «el objeto» que la ha suscitado y al que se dirige: Dios y los
prójimos formando un solo cuerpo, que se llama Iglesia.
El pensamiento del vidente no ha variado en su sustancia: «El
corazón humano ha sido fabricado para amar y ser amado» (67). Sí
ha sufrido un cambio en cuanto al término de dicho amor. Este es
el punto en el que radica toda la transformación fenomenológica
operada en el P. Palau. Su sentido de Iglesia ha pasado de ser algo,
en parte teórico, a una concretización cada vez más consciente, has-
ta descubrir una Iglesia formada por hombres y ¡hombres pecado-
res! (68). Un Cristo contemplado y amado no como individuo solo,
sino como cabeza de un cuerpo, una unidad y un todo.
Reflexionando sobre su personal evolución, el P. Palau habla-
rá con una terminología característica de «amor virgen», subdivi-
diéndolo en «nuevo y probado». La razón fundamental de tal dis-
tinción «es el objeto que determina dicho amor» y su consecuencia
ineludible, la proyección apostólica. Escribía desde el Vedrá, el 13
de julio de 1866:
«El amor no puede estar ocioso en el corazón humano, obra a
proporción que se le da pábulo y, según el objeto a que se di-
rige, toma [diversos] nombres: amor virgen, nuevo y joven

(¡I! «En P a l m a , Barcelona, Lérida y Aytona estuve perdido, sin apetito, el


pecho cargado, el vientre flojo, y ú l t i m a m e n t e en Aytona con tos y sequedad
de estómago y sufrí bastante. Por buena suerte estaba entre familia y podía
cuidarme. Dios da el frío conforme a la ropa». Carta a .1. Gratias. Madrid, 24
de agosto de 1860.
64 Carta dirigida a Ramón Espasa, aunque el contenido es para Juana (Ira-
tías. Madrid, 29 de agosto de 1800.
65 Carta a J u a n a Gratias. Alcudia, 27 de octubre de 1860.
66 Cf. Cartas escritas desde Madrid, 24 de febrero y 4 de marzo de 1861;
Ibiza, 7 de abril de 1861, etc.
67 Mis reí., p. 136.
68 Cf. Mis reí., p. 115.
H. JOSEFA PASTOR, CMT 479

o antiguo y probado [...] El amor virginal es aquel que nace


en un corazón virgen y tiende con todas sus fuerzas a su pro-
pio objeto. Este, mientras es nuevo, busca a Dios sólo y, cre-
yendo que la divinidad sin relación a los prójimos basta, se
detiene aquí, se para aquí y si de aquí no saliera derramán-
dose a los prójimos, el egoísmo espiritual lo consumiría y per-
dería, pues que la Cosa Amada, como objeto principal, es Dios,
pero a[de]más hay los prójimos que, unidos a Dios, hombres
como miembros a la cabeza, forman un cuerpo y este cuerpo es
la Iglesia santa [...] Este amor en un joven, es nuevo y el tiem-
po lo perfecciona. En un adulto («anciano»), que lo ha nutrido
en su corazón con cuidado, obra con toda plenitud» (69).

Partiendo de la experiencia inicial, la contemplación del miste-


rio es necesidad existencial. La misma Iglesia le habla, le guía, le
ordena por boca de María, la Madre de Dios, en quien descubre el
tipo perfecto y acabado, la imagen de la Iglesia, Virgen y Madre.
En continuos diálogos y visiones va plasmando el P. Palau la
transformación que en él se opera. La Amada le escudriña e inter-
pela, le modela y perfecciona su pensamiento:
«—¿Qué dice la ley de gracia,
—Amarás a Dios por ser él quien es, bondad infinita, y a tus
prójimos como a tí mismo.
—Bien, ¿cuál es el objeto del amor según la ley?
—Dios y los prójimos.
—Pues bien, si Dios, al crear el corazón humano, sopló sobre
él, le inspiró amor, le mandó amar, está fabricado para
amar y ser amado; al mismo tiempo, le designó, le mani-
festó y le reveló el objeto de su amor, que es Dios y sus pró-
jimos ¿qué idea tenías formada del objeto de tu amor?
—Yo pensaba que eran objetos separados. No pensaba que
Dios y los prójimos fueran cabeza y cuerpo» (70).

El mismo Padre confesará ser verdades ya conocidas, estudia-


das pero no asimiladas, no hechas realidad viva en la propia exis-
tencia. Verdades admitidas «con fe implícita, en confuso, sin deta-
lle», ahora, el objeto de su fe era alguien, Cristo y la Iglesia cons-
tituyendo una sola realidad mística, «fuera de la cual no hay salva-
ción, vida ni felicidad, sino agitación y tormento» (71).
(¡9 Mis reí., t. III, pp. 55-56.
70 Ibid., p. 13fi.
71 Ibid., p . 138.
480 LA PREDICACIÓN DEL P. PALAU: UN SERVICIO A LA IGLESIA

«[Creo] que, donde está Cristo, está la Iglesia y que no son


cosas separadas sino individual [men] te, pero unidas moral y
espiritual[men] te, formando un solo reino, un solo cuerpo
unido entre sí con su cabeza con lazos más fuertes que los del
cuerpo material, por ser Dios, él mismo, el Espíritu que hace
en él lo que el alma en el individuo» (72).
Jesús sacramentado confirma la visión de su fe. A través de
la eucaristía le es desvelada la realidad del misterio:
«Cree, no dudes de esta verdad. Yo soy la Iglesia en Cristo y
Cristo en la Iglesia. En el mundo real y verdadero yo soy una
misma y sola cosa con la Iglesia y no hay separación alguna
ni divorcio con ella. Donde yo estoy, está mi Esposa, donde yo
voy, viene ella» (73).

Proyección apostólica

La Iglesia va siendo percibida por el P. Palau en su sentido


íntegramente sacramental, donde lo visible y lo invisible, lo caris-
mático y estructural se dan cita (74). La contempla como «Joven
infinitam[en]te bella, reflejo de los atributos y perfecciones de
Dios», pero a la vez en desarrollo y crecimiento por su condición de
«peregrina»: «La Iglesia seguirá creciendo hasta que llegue a ser
perfecta en edad, esto es, a su última perfección» (75).
Esta Iglesia, así contemplada y amada, le ordena que la pre-
sente ante los hombres, que la anuncie y predique, que describa su
belleza al mundo, para que el mundo la pueda conocer y amar. Es
un mandato, lo concibe como una exigencia de la gracia que le ha
sido otorgada: «Yo estoy preparado para la ejecución de tus ór-
denes y mandatos [...] tú sabes muy bien que no temo ni vida ni
muerte, ni cárcel ni destierro, ni hambre ni sed» (76). La Iglesia
acoge su ofrecimiento y le declara que una elección siempre es en
función de una misión: «Yo soy tu Amada, pero no me mires ni
te detengas en amores [...] en adelante trataremos de la suerte, de
la situación de la Iglesia y de tu misión en ella» (ibid).
72 Ibid., p. 137.
73 Ibid., p. 62.
74 Cf. Mis reí., pp. 160-161; t. III, 26-27, 69. — Este aspecto ha sido tratado
en mi estudio María, tipo u figura de la Iglesia en el pensamiento del P. Fran-
cisco Palau, ocd. tesina presentada en el Instituto de Ciencias Sagradas «Mater
Inmaculata», Barcelona 1969, bajo la dirección del P . Rafael Casasnovas, SDB.
75 Mis reí., «La mujer, tipo de la Iglesia de Jesucristo», p. 5.
76 Ibid., p. 110.
H. JOSEFA PASTOR, CMT 481

Ha llegado el P. Palau al sentido auténtico de su vocación


apostólica. El solo epígrafe del llamado t. 2.° de su manuscrito, pp.
102-177, es toda una apología que lo confirma: «Mi vida ordenada
al servicio de mi Hija y Esposa, la Iglesia Santa».
El estilo figurado del escrito continuará idéntico, las visiones
y diálogos con la Iglesia seguirán sucediéndose, en ocasiones pare-
cerán repeticiones, pero el estudio detenido descubre un matiz nue-
vo y original, la del sacerdote que vive su consagración en función
del servicio a la Amada: es la proyección apostólica.
Esta fecundidad apostólica ha surgido como consecuencia ló-
gica de su contemplación del misterio. Ha nacido de la experiencia
de su desposorio místico con la Iglesia.
Sería un grave error, en la interpretación y estudio de la vo-
cación del P. Palau, creer que esta realidad mística la ha vivido
como mera analogía, pues la experimentó en su sentido más real
y verdadero, el más profundo sentido, avalado por unas relaciones
fundadas en la vivencia teologal de las virtudes: Fe, Esperanza y
Caridad (77).
No lo intentamos en este estudio, pero sería interesante pro-
fundizar, partiendo de esta experiencia, el horizonte que se abre
para el P. Palau en su sacerdocio. El vive individualmente su rela-
ción esponsal con la Iglesia, pero es el sacerdocio en sí a quien de-
be realmente aplicarse el calificativo de «esposo de la Iglesia» (78).
Es tan profundo el convencimiento que ineludiblemente tuvo
que repercutir, ya no sólo en el campo del pensamientoo, sino en la
orientación práctica de su plan de vida, tanto en orden a sí mismo
como en los fines y organización de sus dirigidas, que pasarán a
formar parte de «su Misión», quedarán encuadradas en ella y se-
rán lanzadas hacia los prójimos, como prueba irreversible de dis-
ponibilidad hacia la Iglesia.
No sería completo el estudio del pensamiento del P. Palau si
prescindiéramos de este último aspecto indicado: la orientación ra-
dicalmente apostólica por la que hace entrar necesariamente su
Congregación. Sus dirigidas no son, ahora, algo al margen de su
ministerio, forman parte de su obra, entran dentro de su plan de
predicación.
Con una diferencia marcada con respecto a la «primera épo-
ca», en ésta, las hijas del P. Palau quedan convertidas por su fun-
dador en Congregación carmelitana al servicio de la Iglesia,

77 Cf. Mis reí., pp. 144-145.


78 Cf. i'&irf., pp. 140 ss.

31
482 LA PREDICACIÓN DEL P. PALAU: UN SERVICIO A LA IGLESIA

2. Actividad del P. Palau: EBPZ-EBST

Varia e intensa fue la labor apostólica del P. Palau. Su activi-


dad externa cabalga pareja con su vivencia mística, nada hay en
su vida que no sea expresión de su amor a la Iglesia o simple e in-
condicional respuesta a las insinuaciones que esta misma Iglesia
pone ante los ojos de su fe.
Nuestro estudio fija su atención en uno de esos variados aspec-
tos: la predicación. No ya como algo común a todo sacerdote o co-
mo necesidad concreta de una época, sino como exigencia conna-
tural de sus personales relaciones con la Iglesia. La predicación del
P. Palau tendrá un matiz propio, peculiar y característico, una fina-
lidad bien definida e irrevocable: presentar ante el mundo la be-
lleza de la Iglesia, para que el hombre, conociéndola, la ame.
Paralela a esta actuación correrá la dedicación a sus hijas que
tendrán razón de ser en tanto en cuanto quedan integradas en esa
misma e idéntica entrega a la Iglesia, a la que deberán dirigir su
mirada para descubrirla como cuerpo místico de Cristo, necesitado
de atención y cuidados, pues el rostro que presenta ante el mundo
no es todavía el que le corresponde en realidad, el de «una Virgen
infinitamente bella, sin mancha ni arruga» (79).
Ambos campos de actuación llegan a una cuasi-unificación al
remontarse al origen y fuente de donde manan: sin la Iglesia, en-
tendida como íntima comunión con Cristo y los hombres, cae en el
vacío la motivación que alienta la predicación del P. Palau y des-
aparecería, por falta de fundamento, la Congregación por él fun-
dada.
Estudiada la progresiva maduración de su pensamiento, pre-
sentamos la obra que convierte en testimonio vivo y eficaz su doc-
trina, lo que el P. Palau designa y describe en los escritos de esta
época «mi Misión». Misión interrumpida tan sólo de tiempo en
tiempo para fomentar una más íntima unión con la Iglesia (Dios y
los prójimos). En realidad, tiempos fuertes de más intensa activi-
dad interior, atractivo por la soledad, que formará una de las cons-
tantes específicas de su carisma.
Tras los dos primeros años, caracterizados por una más precisa
búsqueda de lo que por antonomasia el P. Palau ha llamado «mi
Misión», acaba definiéndola: «Mi Misión se reduce a anunciar a los
pueblos que tú eres infinita [men] te bella y amable y a predicarles

79 Ibid., pp. 6, 7, 11-12, 3-132, 47-48, etc.


H. JOSEFA PASTOR, CMT 483

que te amen, amor a Dios, amor a los prójimos. Este es el objeto de


mi Misión y tú eres los prójimos formando en Dios una sola cosa»
(80).
A partir de 1864, el P. Palau va plasmando en continuos diálo-
gos con la Iglesia sus inquietudes misioneras, historiándolas con
fechas y lugares concretos. Debe empeñar cuanto es y posee, en el
orden material y espiritual, en la obra que la misma Iglesia le con-
fía y ordena: «La revelación de mis glorias al Mundo y la restau-
ración de la Orden del gran profeta Elias» (81).

Su obra como predicador

Desde el primer momento, el P. Palau se entregó a la predica-


ción. Sólo la reconstrucción del esquema de sus viajes desde agosto
de 1860 convence del ímpetu con que se lanzó a su ministerio, sus
compromisos le obligan a no demorarse en un lugar: «El 12 con-
cluí [en Ciudadela] y el mismo día tenía que irme y, como dejaba
muchísimas confesiones que oír, se hizo mucha oración para que se
prolongara mi marcha y así fue, que el viento ha sido malo y hasta
hoy he estado trabajando» (82).
El 26 de noviembre debía estar en Ibiza, la semana siguiente
en Palma y en diciembre (para la Navidad) en Barcelona (ibid).
Al parecer, comenzó su itinerario en Palma, pasando a Bar-
celona, Lérida y Aytona, su pueblo natal. Debió ser muy breve su
estancia, pues el 24 de agosto ya escribe desde Madrid, aunque no
queda constancia de que predicara en la capital española en 1860
(83).
En octubre predicó la novena de Santa Teresa en las carmeli-
tas descalzas de Palma (84). Siguió en Ibiza y volvió de nuevo a
Mallorca, predicando dos días en Alcudia (85), para continuar su
labor en Menorca, en las ciudades de Mahón y Ciudadela (86).
Pasada la Navidad en Barcelona el P. Palau se dirigió a Ma-
drid: «El domingo empieza mi Misión y durará hasta la Dominica
80 Ibid., pp. 21-22.
81 Ibid., p. 112.
82 Carta a Gabriel Brunet. Mahón, 19 de noviembre tle 18f>0.
83 Cf. Carta a ,1. Gratias. Madrid, 24 de agosto de 18(¡0.
84 Cf. El Mallorquín y Diario de Palma, 14 y 15 de octubre de 18fi0; t a m -
bién carta a Gabriel Brunet, Palma, 18 de octubre de 1860.
85 Cartas a J. Gratias. Alcudia, 27 de octubre de 1860 y a Gabriel Brunet,
28 de octubre de 1860.
86 Carta a ,T. Gratias. Menorca, Citadella, 28 de octubre de 1860; a G. Bru-
net, Mahón, 19 de noviembre de 1860.
484 L A PREDICACIÓN DEL P. PALAU-. UN SERVICIO A LA IGLESIA

de Resurrección» (87). Dos meses de continua predicación en la ca-


pital española, en las iglesias de San Isidro y Santa Isabel, le ocu-
paron enteramente. Quedó fatigado. Reconoce haberse entregado
con entusiasmo, sin cálculos y hasta con imprudencia, acusándose
de «indiscreción» por haber subido al pulpito «sin fuerzas y con
una gran debilidad», causada por la dura ascesis a que sometía su
cuerpo, aún antes de la predicación (88).
El éxito de estas predicaciones no debió ser menguado, pues la
prensa se hizo eco de ellas, no sólo en Madrid sino también en Bar-
celona, reproduciendo el esquema y parte del contenido de los ser-
mones (89). El P. Alejo defiende «el éxito completo» de esta predi-
cación desde sus principios (90). El P. Gregorio se muestra más par-
co y opina que la atención del público debió ser gradual para termi-
nar en «éxito rotundo» (91).
Opinamos que la originalidad de los temas —paralelismo entre
los dolores de Jesús y María con los de la Iglesia— y la vehemencia
con que fueron expuestos tuvo que producir impacto en el auditorio,
contando con todo que la oratoria del P. Palau no debía ser muy ele-
gante a juzgar por algunas incorrecciones de sus escritos, plagados
de catalanismos. El éxito parece confirmarlo la repercusión que estos
temas tuvieron en Barcelona, donde al año siguiente se seguían re-
cordando al hacer la «Reseña histórica» de las intervenciones más
destacadas del episcopado y clero español en 1861 en materia de pre-
dicación, frente a las acusaciones «infundadas» de la prensa liberal:
«Nada diremos de la manera digna con que se ha ejercido
el santo ministerio de la predicación durante este período
[1861] ; es verdad que algunos periódicos intolerantes tuvieron
algo que decir sobre éste o aquél discurso, pero tan infundadas
han sido las acusaciones que, a lo menos, no tenemos noticias
de haber sido atendidas por autoridad alguna religiosa ni civil.
Y no que hayan dejado de tratarse desde la sagrada cátedra las
cuestiones planteadas por la actual situación política. Pero el
87 Carta a G. Brunet. Madrid, 24 de febrero de 1861.
88 Alejo de la Virgen del Carmen, o. c.( p. 229. — En las pp. 228-30 re-
produce un fragmento del m a n u s c r i t o del P. Palau, correspondiente al volu-
men desaparecido, en que describe su predicación en la real iglesia de S. Isidro.
La fecha, que intercala Alejo, es errónea, pues se trata de 1861 sin ninguna duda.
89 Cf. los priódicos madrileños La Regeneración, 11 de marzo de 1861, que
inserta un amplio programa de las conferencias. — También La Esperanza, 26
de febrero de 1861 y Revista Católica de Barcelona, 1861, t. 9, p. 562.
90 En o. c , pp. 235-240 reproduce párrafos de las conferencais. Lo más pro-
bable es que el biógrafo poseyera los originales del P. Palau. Es evidente el
afán del predicador por d a r a conocer el misterio de la Iglesia, a la que hay
que a m a r y aliviar en sus dolores.
91 Cf. o. c , p. 139.
H. JOSEFA PASTOR, CMT 485

espíritu de prudencia no ha faltado a los atalayas de la santa


Jerusalén. Como muestra del carácter de algunos trabajos ora-
torios, citaremos el programa de los sermones predicados en un
solemne triduo celebrado en la iglesia de San Isidro de Madrid
para consuelo de la Iglesia en sus dolores. Nuestro amigo y an-
tiguo Director de la Escuela de la Virtud, el P. Francisco Palau,
lo predicó. El interés de sus discursos aparece con la sola lec-
tura de su plan» (92).

Por otra parte, el optimismo que muestra el P. Palau, después


de estas agotadoras intervenciones, hace pensar en una fructuosa
labor (93). No obstante, no queda constancia de ninguna otra pre-
dicación del P. Palau en Madrid en años posteriores, a pesar de su
afirmación: «Unas cuantas Cuaresmas las daré en Madrid» (94).
Acabada su misión en la capital del reino, trasladóse, a prime-
ros de abril, a Ibiza y de aquí a Palma donde predicaría el mes de
mayo en la iglesia de Santa Eulalia (95). El orden que sigue, respon-
de a su obrita Flores del mes de mayo (96).
Los viajes, desde finales de 1861, fueron frecuentes. Su activi-
dad se centra en las diócesis de Barcelona, Mallorca, Menorca e Ibi-
za, alternada con sus retiros al Vedrá y, en alguna ocasión, a Mont-
serrat (97).
Los datos proporcionados por la documentación acerca de la pre-
dicación en los años 1862-1863 son escasos. Quizá se deba a su dedi-
cación especial al complejo creado por él en Vallcarca, valle de

02 Revista Católica, 1862, t. 13, p. 117. — L a s pp. 118-119 reproducen el es-


quema, completo de cada uno de los días, t e r m i n a n d o siempre con un lema de
«consuelo», basado en la «fidelidad, lealtad y amor para con la Iglesia». Virtu-
des que debían manifestarse en favor de la Madre común «con resolución de
cisión, actividad y sacrificio». La Revista continúa elogiando la actuación de
otros sacerdotes, destacando a José Escola, fundador de la Academia bibliográ-
fica m a r i a n a en Lérida y antiguo discípulo del P. Palau.
93 «Yo he estado hasta ahora muy ocupado, sin tener un momento mío,
porque esta Misión ha ocupado todo mi tiempo y espíritu», carta a J. Gratias,
Madrid, 4 de marzo de 1861.
«Si hubiese escuchado las razones, todos estaban en que no viniese a Ma-
drid, pero yo tenía otra razón superior a todas las razones y, aunque repug-
nante a la naturaleza, hay que seguir la razón superior, que es la obediencia
a Dios que no faita en manifestar lo que El quiere, si hay disposición de obe-
decerle. Ahora veo que Dios lo quería y así convenia a mis intereses, que son
los de su gloria», carta a .1. Gratias, Madrid, lfi de marzo de 1861.
94 Carta a J. Gratias. Ibiza, 7 de abril de 1861.
95 Cf. El Mallorquín, 27 de abril de 1861.
96 En 1861 surgió alguna dificultad en la impresión de la obra, siendo re-
tirada por su propio autor (cf. carta a J. Gratias, Ibiza, 4 de septiembre de
1861). Los ejemplares, que se conservan llevan el doble título de Mes de María o
sea Flores del mes de mayo, publicados en Barcelona, Imp. de Pablo Riera, 1862.
97 Cf. Cartas de Francisco Palau, Barcelona, 22 de j u n i o de 1861, Ibiza 14
de agosto de 1861 y Vedrá, 23 de agosto de 1861.
486 LA PREDICACIÓN DEL P. PALAU: UN SERVICIO A LA IGLESIA

Horta (Barcelona) abandonado en el orden material y religioso. Co-


nocemos que predicó durante la Cuaresma de 1862 en la iglesia de
Nuestra Señora de Belén, en Barcelona (98), sin embargo la corres-
pondencia de estos años con sus dirigidas revela una mayor preocu-
pación por ellas, por su orientación y formación apostólica, lo que
debió restarle tiempo para la predicación. El, que por vocación y
temperamento se encuentra lanzado al servicio de la Iglesia, se es-
fuerza por grabar en quienes le siguen el sello con que él mismo ha
quedado marcado. No existen ya en el P. Palau dos direcciones,
amor a Dios y amor a los prójimos, su ideal (su carisma) es único:
«La Iglesia, Dios y los prójimos», una unidad existente, una misma,
sola y única dirección. Por esta línea han de marchar quienes se
crean llamados a seguir su espíritu.
En su labor de predicador se sabía sembrador y pretendía que
sus dirigidas continuaran una obra que comprendía incipiente. Ellas
deberían cultivar y hacer fructificar la semilla sembrada. Es éste el
estilo que le caracteriza desde 1863. Son modos y adaptaciones sur-
gidos de su personal experiencia mística con la Iglesia. Es el dina-
mismo de quien sabe escuchar y contemplar en soledad y silencio.
Desde finales de 1862 predicó sucesivamente en los pueblos de
Masllorens, Rodona, Vendrell, Alcarraz y Aytona (99). Ningún ras-
tro ha llegado a nosotros sobre el contenido de estas predicaciones.
Parece que el P. Palau muestra particular atención e interés en el
tradicionalmente llamado Mes de María. Hasta agosto de 1863 dice
estar ocupado: «Terminado el mes de María, mi espíritu ha queda-
do libre [...] No quedaré libre de compromisos hasta agosto» (100).
Esta aparente paradoja, quedar libre de espíritu y no de compro-
misos, denota lo apasionante que debía resultar para el P. Palau el
predicar sobre María, tanto más si tenemos presente su peculiarísi-
ma devoción mariana, en la que la Señora juega el papel de reve-
ladora de la belleza de la Iglesia, hasta llegar a presentársele como
«tipo perfecto y acabado de la Iglesia».
En los tres años siguientes, 1864-1866, las predicaciones del Pa-
dre toman el matiz de las llamadas «misiones». Se entusiasma y des-
borda en una actividad asombrosa, de la que son testigos la prensa
contemporánea y la voz popular, que ha hecho llegar hasta nuestros
días letrillas y canciones, que rememoran el paso inolvidable del
«misionero» no sólo por sus tierras sino, ante todo, por sus corazo-

98 Cf. carta a J. Gratias, Santa Cruz, 3 de febrero de 1862.


99 Cf. Carta de Francisco Palau, Masllorens, 17 de noviembre de 1862.
100 Carta a .1. Gratias. Cueva de Santa Cruz, 7 de julio de 1863.
H. JOSEFA PASTOR, CMT 487

nes de sinceros y sencillos campesinos y pescadores que «repetían


de memoria fragmentos de sus sermones» (101).
En febrero de 1864 fue requerido por el gobernador eclesiástico
de Ibiza, Rafael Oliver, para dar ejercicios espirituales al clero. Es
elocuente a este respecto la circular dirigida a todos los sacerdotes
de la isla el 1 de febrero del citado año, en la que se detallan las
urgentes necesidades por las que atravesaba la diócesis en materia
religiosa. Quería el prelado despertar en su clero «un doble espíritu
y hacer que reanimase y ardiese en el pecho de todos y en cada uno
la misteriosa llama del verdadero celo». Las expresivas frases del
prelado ibicenco vienen a encarnar el espíritu eliano, fogoso y apa-
sionado del P. Francisco Palau. Le considera el más apto «Misione-
ro Apostólico» para despertar en sus sacerdotes «un gran incendio
que crezca y se propague a medida que es agitado por la furia de
los vientos», para «inspirarles el celo de los apóstoles» (102). Estos
ejercicios, comenzados el miércoles de ceniza, duraron diez días
(103). Iniciándose después, el segundo domingo de Cuaresma, una
misión que, partiendo de la iglesia de los PP. Dominicos en la ciu-
dad de Ibiza, se extendió por las parroquias rurales de la isla.
Se comprenderá mejor el alcance apostólico de esta misión, que
tuvo que ser interrumpida el 10 de abril de 1864, conociendo el esta-
do de irregular excitación en que se hallaban las gentes por los re-
cientes crímenes ocurridos en la isla y por inmoralidad reinante,
amparada y aún favorecida por tradiciones antiquísimas sobre los
llamados «cortejos» de los jóvenes (104). Sólo cinco de las veintidós
101 Isidoro MACABICH, Historia de Ibiza, vol. 2, p. 199.
102 LUCERO, parroquia de S. Mateo, fs. 95v/96 en archivo diocesano de Ibi-
z a . — La a m i s t a d con D. Rafael Oliver se remontaba a 1854, año del destierro
del P. Francisco P a l a u a la isla. El prelado le conocía, por haber tenido que
intervenir activamente en la odisea del P. P a l a u
103 Revista Católica, 1864, t. 21, p. 311, en su sección «Gacetilla religiosa»
elogia el éxito de estos ejercicios, dados al clero de Ibiza por «el P. D. F r a n -
cisco Palau, misionero apostólico, muy conocido en Barcelona por su celo y
laboriosidad».
104 En 1864 fueron asesinados los párrocos de S. Jorge y S. Lorenzo, J u a n
Ferrer y Bartolomé Ribas respectivamente. El bandolerismo estaba a la orden
del día. Los crímenes de carácter pasional no eran nada extraños, situación
favorecida por el estado precario de la isla, la dispersión del caserío rural, la
falta de escuelas y la carencia de policía y guardia civil en los pueblos. Cf.
Isidoro MACABICH, O. C , vol. 2, p. 243.
José PLA, Guía de Mallorca, Menorca e Ibiza, Barcelona 1950, pp. 499-514,
bajo el título «Las reminiscencias» hace un amplio comentario sabré las cos-
t u m b r e s que acompañaban Los noviazgos y sus trágicas consecuencias entre
los protagonistas, en general, menores de 21 años. Lo normal era comenzar sus
relaciones a los 14 y 16 años, las chicas y los muchachos respectivamente.—
Cf. también, cartas de Francisco Palau a Ildefonso Gatell, Ibiza, 22 de febrero
de 1864, 8 de marzo y 25 de abril de 1864 publicadas en Revista Católica, 1864,
t. 54, pp. 378, 530-533 y t. 55, pp. 268-271 respectivamente, en las que da un
a m p l í s i m o y detallado informe de la situación de la isla, t a n t o en lo religioso
LA
488 PREDICACIÓN DEL P. PALAU: UN SERVICIO A LA IGLESIA

parroquias de Ibiza fueron misionadas: Santa Eulalia, S. Lorenzo,


Santa Gertrudis, S. Jorge y S. José (105). En los límites entre ellas
era colocada una cruz de piedra, que aún se conserva en algunos
pueblos. La Virgen de las Virtudes, que en años anteriores había
presidido las sesiones de la Escuela de la Virtud, guiaba la misión
y tras ella seguían entusiasmadas más de dos mil personas, que res-
pondían eficazmente a la voz del misionero que a su vez, fiaba en
la Reina de las Virtudes el éxito de su empresa: «Nos salvó su ma-
no fuerte. Su presencia ha bastado para rendir a su amor los cora-
zones más obstinados» (106).
«Rendido y fatigado de tanta acción», el P. Palau se retiró días
al Vedrá para reanudar en la soledad sus fuerzas interiores (107).
Precisamente en este retiro comenzará a escribir el segundo volu-
men de su manuscrito el día 13 de abril de 1864, es el que se con-
serva actualmente.
Esta misión, decisiva para la historia de la diócesis de Ibiza,
no lo fue menos para la espiritualidad del P. Palau. Confiesa y es-
cribe en estos días de intimidad mariana: Hacía tiempo que hacía
(sic) esfuerzos de espíritu, excitando mi amor para con María, la
Madre de Dios, y mi devoción para con ello no me satisfacía [...]
En esta Misión que acabo de dar en esta Isla, María era llevada en
triunfo por los hijos de los pueblos y oí una palabra y esta palabra
procedía de los labios de la Madre de Dios y la palabra era: «Hasta
ahora no me has conocido porque yo no me he revelado a ti. En
adelante me conocerás y me amarás». Yo guardé esta palabra (108).
Ese «en adelante» era definitivo. El P. Palau contemplaría siem-
pre a María como el tipo más acabado y perfecto de la Iglesia. No
debía mirarla como individuo particular sino como «figura e imagen
acabada de la Iglesia» y, bajo este aspecto, se afianzaría toda la es-
piritual eclesio-mariológica del P. Palau. Después de las palabras
citadas, continúa describiendo en estilo figurado y, mediante las vi-
siones que le son características, todo el proceso espiritual que la
misión ha supuesto para él, sus zozobras ante la labor que ha que-
dado sin realizar. La Joven, Virgen Madre, que en esta visión re-
presenta la Iglesia de Ibiza, le grita «¡Padre mío!, ¡Padre mío! ¿te
como en lo civil, denunciando la urgencia de una solución inmediata que res-
tableciera el orden que, en gran parte, se consiguió con las misiones del P.
Palau.
105 Los nombres subrayados corresponden a las parroquias huérfanas por
asesinato del párroco e intento del mismo.
106 Carta de Francisco P a l a u a Ildefonso Gatell, 2ó de abril de 1864, cf.
nota 104.
107 Cf. Mis reí., pp. 1-24.
108 Mis reí., p. 2.
H. JOSEFA PASTOR, CMT 489

vas y me dejas? No me abandones [...] Yo volveré y te hablaré al


corazón (109). Esta promesa se vería realizada y cumplida al año
siguiente (1865). La isla en pleno esperaba ansiosa la nueva misión,
que comenzó el día de la Anunciación. La Señora de todas las Vir-
tudes abandonó una vez más el santuario de Cubells, que nueve
años antes le construyera el P. Palau, para recorrer las parroquias
de S. Agustín, S. Antonio, Santa Inés, S. Mateo, S. Miguel y S. Juan.
De aquí pasaría a S. Carlos y a Jesús, terminando en S. Rafael en el
mes de mayo (110). Ibiza respondió al deseo vehemente del misio-
nero: «¡Ojalá desaparezcan tan perversas costumbres!» (111). La
devoción a «la Virgen Carmelitana y Misionera» se ha mantenido
viva entre los isleños hasta nuestros días, siendo el santuario de
Cubells el centro mariano por excelencia.
— El intervalo que medió entre una y otra misión en Ibiza,
fue tiempo de muy intensa actividad para el P. Palau. Los meses de
octubre y noviembre de 1864 le hallamos, junto a otro carmelita des-
calzo P. Ramón Ferrer misionando los pueblos de Hospitalet. Sans
y Sarria, vedaderos complejos industriales, superpoblados por la
afluencia de emigrantes de distintos lugares de España (112). La mi-
sión sólo pudo abarcar estas grandes poblaciones, hoy agregadas
(menos Hospitalet) a Barcelona, si bien el proyecto era más vasto:
«Después del planteamiento de los ferrocarriles, Barcelona ha toma-
do y va cada día tomando mayores proporciones. Sans al Oeste, Gra-
cia, S. Gervasio y Sarria por el Sur, S. Martín de Provensals, S. An-
drés de Palomar y S. Juan de Horta por el Este. Estas grandes po-
blaciones son arrabales de Barcelona y estos arrabales son los que
recorre nuestra Misión» (ibid).
El prelado asistió personalmente para comprobar el fruto de la
predicación en estos pueblos fabriles, gozándose del éxito obtenido
109 Mis reí., p. 4. Las pp. 5-24 son reveladoras para comprender toda la
vivencia del I'. P a l a u : la contemplación del misterio de la Iglesia, Virgen Ma-
dre a través del misterio de Maria, Virgen Madre.
110 Cf. Cartas de Francisco Palau a Ildefonso Gatell, 29 de marzo y 17 de
abril de 1865, publicadas en Revista Católica, 1865, segunda serie, t. 26, pp.
223-225. Hace el P. Palau una relación detallada de la conversión operada en
los ibiceneos, que ordenaron su vida «según la Ley santa de Dios».
111 Se referia a las consecuencias de tales costumbres, entre las que cita
«asesinatos, abortos, infanticidios», cf. Carta, Ibiza, 29 de marzo de 1865, en
nota 110; cf. Mis reí., pp. 78-104.
112 «Sans consta de unas 15.000 almas y unas 10.000 se han domiciliado
allí en el período de unos diez años. La España Industrial y otros muchos talle-
res de fabricación y los grandes almacenes y la infinidad de carruajes para
su transporte, han hecho necesarios millares de operarios y éstos, acudiendo
de todos los puntos de España y, fijando allí su comercio e industria, forman
la población actual», carta de F. Palau, Sarria, 18 de noviembre de 1864, pu-
blicada en Revista Católica, segunda serie, t. 24, pp. 374-375.
490 LA PREDICACIÓN DEL P. PALAU: UN SERVICIO A LA IGLESIA

(113). Tan sólo a un mes de distancia, Pantaleón Montserrat, obispo


de Barcelona, encomendó una nueva misión al P. Palau en su dió-
cesis (114). Apenas repuestas sus fuezas, después de pasar la Navi-
dad en su cueva de Santa Cruz de Vallcarca (una gruta excavada
directamente en la roca) reemprendió su obra. Los pueblos de Cer-
velló, Vallirana, La Palma y Prat de Llobregat recibieron el men-
saje evangélico desde enero a últimos de febrero de 1865, fecha en
que, sin interrupción alguna, se trasladó a la diócesis de Ibiza para
continuar la misión iniciada el año anterior.
De estas predicaciones, presididas (como todas las del P. Palau)
por la imagen de María, se conservan varios testimonios. Esta do-
cumentación de primera mano nos da a conocer que la misión no
se limitaba sólo a lanzar la semilla, sino a crear núcleos compro-
metidos, generalmente a través de las maestras de las escuelas, que
en coordinación con el párroco y el prelado pudieran asegurar la
continuación de la obra. El método del P. Palau parece estar basa-
do en la creación de centros de juventud, las llamadas «conferen-
cias dominicales» (115).
La tónica espiritual del P. Palau, la fuerza que promueve e im-
pulsa esta ininterrumpida acción es única. Una vez más es la Igle-
sia quien le ordena que predique. Esta vez, en las peñas de Cervelló
es la Iglesia de Cataluña la que habla (116).
— Sin pretender que el estudio sea exhaustivo (directamente
nos hemos limitado a un aspecto), hacemos notar que toda esta la-

113 Cf. Boletín Oficial Eclesiástico del Obispado de Barcelona, 1!) de no-
viembre de 1864, pp. 76017B1; también Carta de F. Palau, Sans, 6 de noviem-
bre de 1864, en Revista Católica, segunda serie, t. 24, p. 373.
114 «Yo no iré a ésa [Ibiza] hasta primeros de marzo porque no he podido
menos que eeder al Sr. Obispo, que me pidió estuviera en Misión hasta la
Cuaresma», carta a J. Gratias, Cervelló, 26 de enero de 186").
115 En carta a Ildefonso Gatell, sin fecha, publicada en Revista Católica,
segunda serie, 1865, t. 25, pp. 555-557, el P. Palau, haciendo una extensa cró-
nica de la misión, destaca la colaboración de Josefa Trocha, maestra de Prat
de Llobregat. Cf. también oficios del párroco de Vallirana, J a i m e Rocabert, al
obispo de Barcelona, 23 de enero y 8 de febrero de 1865, dando cuenta de los
frutos de la misión e informándole sobre la la.bor a realizar en las escuelas
dominicales, en colaboración con la maestra, Teresa Balcells, en sección «Pa-
rroquias» del archivo diocesano de Barcelona; Acta de la visita de D. P a n t a -
león Montserrat a Cervelló, 3 de febrero de 1865, en Libro de Visitas, fs. 44r/
46v, en archivo parroquial de Cervelló.
El punto más importante para el P. P a l a u fue el P r a t de Llobregat «por
ser el más perdido». Se preocupó del establecimiento de las conferencias do-
minicales para la juventud, pues no existía ninguna cofradía ni sociedad re-
ligiosa. No podemos precisar el alcance directo de su intervención, pero afirma
en carta al obispo, desde P r a t de Llobregat, 14 de febrero de 1865: «La maes-
tra está bajo la dirección del Sr. Deán [de Barcelona, D. José P a r r a ] y mía».
116 Cf. Mis reí., pp. 69-77.
H. JOSEFA PASTOR, CMT 491

bor de predicación continua no responde a una sola forma de activi-


dad. Dentro del angustiado marco histórico que sostenía España
desde 1835, la ignorancia y la superstición, las epidemias y pestes,
constituían una plaga amenazante para la sociedad y, como conse-
cuencia, la desviación del sentido religioso verdadero también se
veía alentada. Estos dos campos absorbieron la mirada del. P. Palau,
conocedor experto de los arrabales de Barcelona.

No se permitió tiempo de reposo. El problema del mal, como


acción diabólica, se le presentaba acuciante y angustiosa y requería
una lucha sin tregua. Es abundante la documentación que acredita
esta preocupación del P. Palau. Su misión en el valle de Vallcarca
(Horta) se centra en este aspecto, pero pediría por sí una monogra-
fía. Por esta vez sola esta indicación para encuadrar mejor toda la
actividad de este carmelita.

El 3 de enero de 1866, el obispo de Barcelona hizo un llama-


miento apremiante a los sacerdotes:
«La necesidad de anunciar al pueblo fiel la Palabra crece
a medida que se agitan en rededor (sic) suyo elementos deleté-
reos que siembran dudas en sus creencias y excitan las pasiones,
que la moral del Evangelio sola puede moderar [...], nos dole-
mos de que la escasez de sacerdotes ofrezca cada día más difi-
cultades para que la predicación sea tan abundante y continua
como reclaman las circunstancias por las que atraviesa la so-
ciedad».

Les lanza una urgente invitación para que se presten volunta-


rios «con todo celo y caridad» en el tiempo de Cuaresma, si «es que
se sienten animados por la gloria de Dios y salvación de las al-
mas» (117).
El P. Palau se siente de nuevo interpelado. Esta llamada de
la Iglesia es el encuadre cronológico e histórico en que han de ser
situadas sus palabras de amorosa queja: «Ando como un padre que,
viendo su hija adorada entre las uñas de león, sin calcular sus fuer-
zas, se echa sobre él para salvarla. Soy un pobre padre de familia
que anda sobre las llamas, que se precipita sobre lo profundo de las
aguas para salvar a su hija y, como el amor todo lo cree posible,

117 Circular de Pantaleón Montserrat, en el Boletín of. eclesiást. de Bar-


celona, 4 de enero de 186(5, pp. 4-5.
LA
492 PREDICACIÓN DEL P. PALAU: UN SERVICIO A LA IGLESIA

sin mirar si tiene o no medios de salvación, se mata, se arruina, se


precipita, ¡oh amor, que cruel eres!» (118).
La respuesta fue pronta. Ofrecióse el 19 de enero de 1866 al
Sr. obispo (119). Aceptados sus servicios (120), escogió el P. Palau
misionar en los pueblos donde había estado el año anterior, Valli-
rana, Corbera, La Palma, Cervelló, etc., junto al también carmelita
descalzo P. Buenaventura Guinovart (121).
— Una faceta particular de la «Misión» del P. Palau, situada
en este tiempo fuerte de su predicación y en el mismo estadio de
respuesta obediente al mandato de la Iglesia, es su carácter de pu-
blicista. No fue el P. Palau escritor por vocación u oficio. Sus esca-
sas obras encuentran su sentido dentro de una finalidad pastoral y
nacieron como expresión y mensaje de la realidad existencial en
que vive embargado. Ya hemos aludido a su obrita Mes de mayo;
también, desde 1868, aparecerá como promotor y alma del semana-
rio El Ermitaño, pero por entroncar directamente con nuestro estu-
dio, vamos a ocuparnos de una de sus obras menos conocidas, La
Iglesia de Dios, figurada por el Espíritu Santo en los libros sagrados.
Álbum religioso, dedicado a la santidad de Pío IX por una socie-
dad de artistas, bajo la dirección del P. Francisco Palau, Pbro., Mi-
sionero Apostólico, Establecimiento tipográfico de Narciso Ramírez
y Rialp Barcelona 1865 (122).
La idea martilleaba en la mente del P. Palau desde finales de
1864: ¿Cómo hacer que la Iglesia fuera amada? Era la gran des-
conocida de los hombres que, por otra parte, la constituían y for-
maban. ¿Bastaba con las misiones? ¿Eran el medio más adecuado
y apto para darla a conocer? Una vez más pondrá su propio pen-
samiento en boca de la Iglesia: «Toma la pluma y el lápiz [...] Yo
agregaré a tí mis artistas (123). El P. Palau renovaba su fe: «Yo
creo en ti, Iglesia Santa». Y la Amada exigía pruebas eficientes de

118 Mis reí., p. 141.


119 Carta de Francisco Palau a Pantaleón Montserrat, Barcelona, 19 de no-
viembre de 1866.
120 Oficio del obispo de Barcelona al P. Francisco Palau, 1 de febrero de
1866, cf. Libro Diario 2o, 1866, f. 26, en arch. dioc. de Barcelona.
121 Mis reí., t. III, pp. 21-41.
122 La censura del prospecto y plan del libro fue enconmendada por el
obispo de Barcelona al Rdo. D. Francisco de Asis Mestres el 11 de febrero de
1865, que dio su respuesta satisfactoria el 24 del mismo mes y año. Siendo
autorizado por el prelado para su publicación al día siguiente, cf. Diario libro
1", 186.r>, f. 104v, en arch. dioc. de Barcelona. Los ejemplares que se conservan,
están encuadernados en un volumen pero, siendo un álbum, la obra debía ser-
virse por entregas, impresas en distintos establecimientos.
123 Mis reí., p. 63.
H. JOSEFA PASTOR, CMT 493

esa fe: «Pues, si crees, yo te he escogido a ti para revelarme al


mundo. Escribe, yo dirigiré tu pluma» (124).
Fiel al mandato, dio comienzo a la obra. Sus colaboradores fue-
ron: José Folch y Brossa, Manuel Oms y Canet, Antonio Castelu-
cho y Vendrell y Enrique Padrós y Paráis. El prospecto introduc-
torio define el objetivo apostólico de aquellas láminas que, a través
de las mujeres de la biblia y de imágenes explicativas, querían lle-
var al hombre al conocimiento de la Iglesia: «Nosotros nos presen-
tamos en el campo de operaciones con el lápiz y el pincel, con la
noble, alta y sublime misión de trazar sobre el objeto impugnado
el mismo bosquejo que ha hecho ya la pluma, dirigida por el Espí-
ritu Santo, sobre la Iglesia de Dios» (o. c, p. 2).
No ha sido posible hasta el momento, conocer el motivo cau-
sante de la interrupción de la obra, que pretendía ser «un tratado
extenso, a la vez que compendiado» sobre la Iglesia. Presumimos
que pudieron existir dificultades económicas, pues sólo fueron pu-
blicadas 21 láminas del centenar pasado que comprendía el índice
proyectado.
Más importante, en cuanto al tema que nos ocupa, es lo que
supuso de fidelidad a la Iglesia la publicación del álbum: «Predica
al Mundo esta gran verdad. Yo no soy el término último del amor
del hombre, sino que soy la figura de la Iglesia —dirá la Madre de
Dios—. Describe con la pluma y el lápiz su inmensa belleza y pre-
séntala a los ojos del hombre viador como término de amor» (125).
— El año 1866 el problema del mal, que siempre había estado
ante sus ojos, llega a ser obsesionante para el P. Palau. Cree en la
existencia del demonio, a él atribuye, fiel a la formación y general
mentalidad del siglo xix, cuanto de adverso le ocurre a la Iglesia.
Sin dejar de reconocer que son enfermos, considerará «posesos» a
cuantas personas llegan a él atacadas de alguna anormalidad psico-
somática. Se sentirá llamado por la Iglesia para poner freno al mal
en este campo: «Prepara para estos enfermos casas de asilo, cuida-
das y dirigidas por el poder eclesiástico exorcista. Esto nada tiene
de extraordinario para que temas tratarlo y hablarlo con los su-
periores de tu Orden y con el obispo de la diócesis donde resides»
(126).

124 Ibid., p. 77.


125 Ibid., p . 100.
126 Carta de Francisco Palau al P r o c u r a d o r general de los Carmelitas de
la Congregación española en Roma, Vedrá, 1 de agosto de 1866.
494 LA PREDICACIÓN DEL P. PALAU: UN SERVICIO A LA IGLESIA

En diciembre de 1866 viajará a Roma con la finalidad de su-


jetar a la obediencia al doble objetivo que constituye su «Misión»:
la lucha contra el poder del mal y la legalización de su Congrega-
ción, ambos en función de un servicio amoroso a la Iglesia. Era ella
la que dictaba sus adaptaciones y modos en tiempos y circunstan-
cias. Cuando y donde la Iglesia sufriese, el P. Palau acudiría sin
aferrarse a métodos inmovilistas, fijos, incapaces de creatividad y
adaptación.
Intencionadamente no entramos en el problema de discernir si
hubo o no exageración o extremismo en el P. Palau en la concep-
ción diabólica del mal. No es nuestro propósito aquí. Sólo intenta-
mos seguir la línea de su pensamiento y doctrina en paralelo con
su actuación exterior.
A partir de 1867, sin abandonar de modo absoluto la predica-
ción (127) el P. Palau vivirá dedicado a la organización de sus
hijos e hijas hasta su muerte (128). Se confiesa «fatigado». El mismo
definió su vida como «una larga cadena de penas». Las tribulacio-
nes e incomprensión le persiguieron siempre hasta en sus más loa-
bles empresas. A los 56 años, El P. Palau era un anciano prematuro
en su constitución física; su cuerpo, molido por las penitencias a
que lo ha sometido, apenas le sostiene. Eleva su oración al Cielo,
no por él sino ansiando dejar cumplida la «Misión», y suplica unos
años más de vida: «Esta es la sola vez que, al subir al Vedrá, no
he podido llevar apenas el peso de mi cuerpo. ¡Ah!, si estuvierais
más organizados, no me veríais más, porque Dios oiría la súplica
que le hago de dejarme morir solo sin más testigos que sus ángeles,
enterrados en estas cuevas. ¡Cuan horrible cosa es para mí volver a
bajar este monte [el Vedrá] y volver a la conversación humana»
(129).
Los días 28 y 29 de marzo de 1867 marcan el fin de su manus-
crito Mis relaciones con la Hija de Dios, la Iglesia. Sus últimas pa-
labras desde el Vedrá corroboran su afirmación en la carta citada,
son expresión manifiesta de su esperanza escatológica, su amor y su
fe suspiran por ver «cara a cara, sin sombras ni velos»: «Gracias os
doy ¡oh mares! que rodeáis este monte, pues que aseguráis mi so-

127 «Yo estuve en Aytona el mes actual y prediqué un novenario. En ésta,


otro. Por la Concepción estaré en Barcelona, el 10 de diciembre volveré a Ayto-
na y predicaré un novenario en Seros», carta sin fecha [noviembre de 1869].
128 Dado que los Hermanos Carmelitas, fundados por el P. Palau, se ex-
tinguieron definitivamente, sólo nos referiremos a su Congregación en la rama
femenina.
129 Carta a G. Brunet. Vedrá, 15 de mayo de 1867.
H. JOSEFA PASTOR, CMT 495

ledad contra las conversaciones de los hombres; gracias a tí ¡oh


monte! que, al levantar tus firmísimas columnas desde el fondo del
Mediterráneo cortaste la subida al hombre que, como la cabra mon-
tes, no sepa escalar tus peñas. Ven noche y cubre con tus tinieblas
el monte. ¡Feliz noche!, seguro estoy contigo de que nadie turbará
el reposo de mi soledad» (130).

Definitiva orientación apostólica en su Congregación.

Hemos aludido varias veces, a lo largo del estudio, al parale-


lismo entre la personal evolución del P. Palau y la proyección que
tal evolución supuso para sus dirigidas. Presentamos unas breves
notas que maticen estas insinuaciones.
— Ante la reiteradas consultas de Juana Gratias sobre la orien-
tación que debían seguir cuantas le habían permanecido fieles, el
P. Palau responderá todavía con vaguedad en febrero de 1860:
«Aprendamos en tiempo de necesidad a confiar en Dios y fiarnos de
él, a esperar en su paternal protección, y no temas nos abandone,
no desoye a quien le invoca y le busca de buen corazón. Dios sólo
conoce los destinos del hombre y los caminos por donde puede
marchar y, muchas veces, para que le invoquemos de veras, nos es-
conde una fácil salida a nuestros asuntos» (131).
Ha de llegar su libertad para que, al tiempo que se siente lan-
zado a la predicación, vea campo abierto para sus dirigidas: «La
predicación abre camino a todo» (132). Comprende que no puede
haber incompatibilidad entre sus dos grandes objetivos: la predica-
ción y la Congregación. Sería como una división en sí mismo. Sus
dirigidas forman parte de su respuesta a la Iglesia, que se le revela.
Por ello, en 1861 será más expedito en sus contestaciones: «Del
mismo modo que Dios me guía a mí, yo te he de guiar a ti» (133).
Comienza a dirigir, a la que consideraba su más fiel discípula, por
el camino que a él mismo se le iba desvelando. Aquella reticencia
y desconfianza hacia «las formas externas» desaparece. Su doctri-
na sobre «las dos uniones» se consolida en una dirección definitiva
hacia los prójimos. Juana Gratias (y en ella quedan personificadas
las demás dirigidas) ha de mirar a Jesús «no como Dios solo ni
hombre solo, ni Dios-hombre considerado individualmente, sino co-

130 Mis reí., t. III, p. 145.


131 Carta desde Ibiza, 13 de febrero de 1860.
132 Carta a G. Brunet. Mahón, 19 de noviembre de 1860.
133 Carta a J. Gratias. Madrid, 16 de marzo de 1861.
LA
496 PREDICACIÓN DEL P. PALAU: UN SERVICIO A LA IGLESIA

mo Dios constituyendo cuerpo moral con toda la Iglesia universal»


(134). Insistirá sobre esta formación doctrinal, a la que Juana Gra-
tias oponía cierta resistencia: «Continúa mirando en Jesús el cuer-
po de la Iglesia, y trátale no como persona e individuo solo, sino
como cabeza de un cuerpo moral y este cuerpo moral es la Iglesia»
(135).
Desde 1862, sus indicaciones dejan de ser sólo orientadoras para
pasar a ser terminantes y categóricas. Ha de seguir dictámenes su-
periores. La Iglesia le ha hablado y le habla y él no ha de ceder a
personales sentimientos, sino dejarse guiar por ella. Ese mismo ca-
mino deberán andar sus hijas espirituales, porque no existe otro
posible para ellas: amor a Dios indisolublemente unido al amor al
prójimo, porque «Dios y los prójimos son la Iglesia».
Este amor ha de buscar cuáles son las necesidades de esa Iglesia
para remediarlas. Respondiendo a las circunstancias históricas por
las que atravesaba España, el P. Palau contempla el abandono de
la instrucción y concreta este amor a la Iglesia en las escuelas:
«Este invierno se establecerá en Barcelona el colegio central, donde
estudiarán y se prepararán las que hayan de presentarse a exáme-
nes y oposiciones, y aquí se reunirán las maestras para llevar ade-
lante el plan de escuelas». Esta carta escrita desde Masllorens, 17
de noviembre de 1862, es decisiva para la concretización de la fina-
lidad de la congregación, pues en ella confiesa el P. Palau que este
ministerio es su «Misión» y, comparando todo lo dicho en este es-
tudio acerca de las predicaciones, fácilmente se colige que las es-
cuelas las veía como verdaderas cátedras de predicación. No le im-
porta sacrificar sus más caros afectos, todo en función de su «Mi-
sión». Escribirá a Juana Gratias en la carta citada:
«Hija mía, yo no puedo marchar por otro camino sino por
el que ya está abierto por la providencia. Las escuelas están
ya autorizadas por ambos gobiernos y cuentan con medios de
subsistencia para mantenerse a sí mismas y su personal y con
la protección de las leyes y de las autoridades.
Yo no puedo correr por otra vía y, por ésta que he entra-
do, tengo seguridad de conduciros a donde intento.
¿Qué es lo que queréis? ¿Soledad en el claustro, retiro
en la celda, clausura, silencio, penitencia, pobreza, oración?
Esto conduce el alma a Dios, esto es amor de Dios y esto ten-
134 Carta desde el Vedrá, 23 de agosto de 1861. Coincide cronológicamente
con su absorción por el misterio de la Iglesia y el comienzo de la redacción
de su manuscrito sobre sus relaciones amorosas.
135 Carta, Santa Cruz, 3 de febrero de 1862.
H. JOSEFA PASTOR, CMT 497

dréis a su tiempo cumplidamente. Esto no me basta. La per-


fección está en el cumplimiento de los dos preceptos del amor.
Por el segundo se os autoriza para enseñar y este alto y su-
blime ministerio confiado a la flaqueza de una mujer, para
cumplirse con fruto, se han de observar las leyes que fijan
sus fórmulas. Y ved aquí las escuelas ¡cuan tarde he conocido
mi Misión! ¡cuan tarde he llegado al campo del. Señor para
trabajar! Te había yo hablado siempre y únicamente del amor
de Dios, de la unión del alma con Dios, de los medios que con-
ducen a esta unión; pero nada te decía del amor hacia los
prójimos, porque Dios a mí no me trabaja aquí. Ahora, hija
mía, he tomado mi vuelo hacia los prójimos sin dejar a Dios».

Continúa en un estilo aparentemente duro, excluyendo a Juana


Gratias de esta organización. Sólo le importa el mejor servicio a
la Iglesia. Por ello pasa por encima de malentendidos y murmura-
ciones. Confiará los puestos de enseñanza a quienes según la ley
les corresponde. Si bien siempre alentará en él la esperanza de una
visión apostólica en su primera dirigida:
«Tú, por ahora, no puedes servirme en esta empresa, todo
lo contrario. Te sucedería, tal vez, como a la Rosa que conde-
narías al mundo y vanidad el sagrado magisterio de enseñar,
confiado por la ley y la autoridad a las jóvenes de 20 años.
Servirás después, si perseveras, como lo espero de tu fidelidad
a la dirección [...]. Hija mía no ha sido mi intención [con-
tristarte]. He procedido en mi conducta exterior bajo la im-
presión de las circunstancias y he hecho recta y puramente lo
que me ha inspirado la gloria de Dios y de su Iglesia, sin res-
peto a personalidades.
Mi alma ha conservado siempre puro para contigo el amor
de Padre, y no me remuerde la conciencia de pecado ni falta
alguna de infidelidad ni traición» (136).

Sólo las necesidades de la Iglesia han de marcar la pauta para


las adaptaciones y modificaciones. El mejor testimonio es el título
que el P. Palau dará a las reglas que ordenó y modificó en 1863 y

136 Puede verse también la carta escrita desde el Vedrá, 15 de abril de


1864. El P. Palau ama profundamente a su dirigida y sufre ante su resistencia.
Una y otra vez trata de centrarla en su obra, que ha de ser necesariamente
apostólica, pero no hay una respuesta efectiva por parte de ella (contaba 40
años de edad). Acaba retirándola de la organización a u n q u e no de la obra. No
permite que ocupe un cargo d i r i g e n t e : «Te he encomendado y veo delante del
Señor [...] Hija mía, tú conoces a fondo mis sentimientos de afección para

32
LA
498 PREDICACIÓN DEL P. PALAU: UN SERVICIO A LA IGLESIA

que, probablemente, ya debían poseer: «Carmelitas Descalzas, mo-


dificación de sus Reglas, según las leyes vigentes» (137).
El objetivo del fundador era limpio y definido, apoyado a su vez
por las condiciones impuestas por el Gobierno español: «Es volun-
tad de Dios que se forme una sociedad religiosa, que reúna en sí
toda la perfección que encierran las Reglas, dadas por Alberto, Pa-
triarca de Jerusalén, al Carmelo y reformadas por N. S. Madre Te-
resa de Jesús, y es voluntad de Dios, de la Santa y de los hombres
que se una a la perfección de la vida contemplativa, la acción de la
enseñanza, dividiendo una de otra y uniéndolas según la exijan las
necesidades de la Iglesia. Digo que es voluntad de Dios y de los
hombres porque han ordenado los gobiernos a las Ordenes de vida
contemplativa tomar acción de enseñar, so pena de abolición. Es
voluntad de Dios, porque los obispos han reconocido estas leyes y
las mandan obsevar» (138).
Es curioso que, tomada esta decisión irrevocable, esta orien-
tación definitiva hacia la vida apostólica (él la llama «mixta», si-
guiendo la terminología tradicional), habla de «la primera funda-
ción», como si todo lo hecho hasta ahora no lo considerase tal. Es-
cribe desde Palma, el 15 de agosto de 1863: «Necesitamos ahora
fijar el punto donde establecer la primera fundación, que es la más
difícil». Más todavía, cree que es ahora cuando descubre el porqué
de su llamada al Carmelo: «Lo he encomendado muchísimo a Dios
y, estudiado cietos incidentes de mi vocación a la Orden de Santa
Teresa, creo me llamó a su Orden para esta obra. Mientras se salve
y se sostenga con todas sus Reglas la vida contemplativa, la activa
será perfeccionada por ésta y aquélla dará a la acción la perfec-
ción que ella no tiene en sí».
Desde últimos de agosto de 1863 comienza a incluir en la obra
la asistencia a los enfermos. Principia en Ibiza, donde el goberna-
dor eclesiástico le ofrece el hospital y un caserío de las afueras. Mas
siempre la indecisión de Juana Gratias era un freno para el libre
lanzamiento de la Congregación. El P. Palau se sentía ligado y
atado por ella:

«Hija mía, ya te he insinuado otras veces que instalar los


conventos de vida puramente contemplativa, sin unión de la

contigo y no pienses .jamás que yo proceda sino rectamente y según que el


Señor se digne inspirarme para su gloria, bien tuyo y mió».
137 Se conserva copia, autógrafa de una de las p r i m e r a s Hermanas. En carta
desde Ibiza, 13 de septiembre de 1863, dice el P. P a l a u : «Yo he ordenado las
Reglas en mis ejercicios del Vedrá, que te daré para que tomes copia».
138 Carta a J. Gratias. Cueva de Santa Cruz, 7 de j u l i o de 1863.
H. JOSEFA PASTOR, CMT 499

activa, no era para mí voluntad de Dios y que, para esta em-


presa, era indispensable principiar y entrar por las obras de
caridad» (139).

Pero fiel al mandato divino, entendió y organizó su Congrega-


ción bajo el sello de la vida apostólica. Si llegasen al dilema extre-
mo de tener que escoger entre vida conventual y obras de caridad,
éstas debían preferirse, aún en perjuicio de aquéllas.
«Las obras de caridad, enseñanza y asistencia a los enfermos»
servirían para «formalizar y legalizar la empresa»:
«En cuanto a establecer un convento de Carmelitas en to-
das sus reglas, si es posible, se hará y sino, ya se funde o no,
llevaremos adelante las obras de caridad» (ibid).

Prescindiendo (no ciertamente sin sufrimiento y esfuerzo) de-


cididamente de la voluntad de la H. Juana, el P. Palau se entregó
de lleno a la organización interna y expansión de la Congregación:
«Por una disposición, que yo tengo dictada, la maestra
que presenta el título ante las autoridades, es la que está des-
tinada por Dios para vuestro gobierno».

Y para no levantar suspicacias y recelos entre las Hermanas,


añadirá:
«Lejos de vosotras el pensar que yo, en esto, tenga miras
parciales es cosa que la tengo muy meditada y consultada.
Para mí no hay más que la eterna paternidad de Dios comu-
nicada a mí y la filiación a vosotras y, en esto, no hay en mí
más una que otra, todas sois una filiación sola en Dios» (140).

— La correspondencia del P. Palau con sus hijas hasta 1872


va dando las pistas de su esfuerzo por organizarías y formarlas en
el espíritu apostólico, a la vez que busca dar carácter legal a la
obra. En su viaje a Roma en diciembre de 1866, se preocupa de
obtener la debida autorización de la Orden para recibir los votos
de las Hermanas (141). Pero no es éste el intento directo de nuestro

139 Cubells, 29 de agosto de 1863.


140 Carta a «Mis amadas Hijas». Santa Cruz, 15 de diciembre de 1863.
141 Carta de Fv. Pascual de Jesús María, Procurador general y Comisario
apostólico ante la Santa Sede para los Carmelitas de la Congregación española,
al P. Francisco Palau, 8 de enero de 1867, autorizándole para recibir los votos
de Terciarios.
500 LA PREDICACIÓN DEL P. PALAU: UN SERVICIO A LA IGLESIA

estudio, sino más bien la presentación de aquellos rasgos funda-


mentales con su debida situación histórica, que redondeen el pen-
samiento del P. Palau y su respuesta fiel y leal a la Iglesia, amada
y servida. Esto es, la proyección apostólica que encauzó y alentó su
vocación y la de quienes se alimentaron (y alimentan) de su vi-
vencia eclesial.
Las hijas del P. Palau tuvieron sobradas ocasiones de experi-
mentar la robustez de espíritu de su fundador. Poco antes de morir
vería impresas las Constituciones de 1872, en las que daba las nor-
mas a seguir en el servicio a la Iglesia, siempre respondiendo a
las necesidades de la época. Si el caso lo requería, podrían ofrecerse
«voluntarias» en tiempo de guerra o epidemia (142). El mismo P.
Palau acompañaría a tres de sus hijas para atender a los apestados
en Calasanz (Huesca) en la epidemia de febrero-marzo de 1872.
Sería su postrer testimonio de amor a la «Cosa Amada», tan sólo
unos días antes de su muerte, acaecida el 20 de marzo del citado
año (143).

CONCLUSIÓN

El estudio de la actuación del P. Francisco Palau puede espo-


learnos, servirnos de ejemplo y estímulo para preguntarnos con leal-
tad, sinceridad y valentía: ¿Cuáles son las verdaderas y auténticas
necesidades de la Iglesia, Podemos prescindir, si se quiere, de la
palabra «actualidad», esto es, de diigir la pregunta hacia «las ne-
cesidades actuales», pues «el hoy» en la Iglesia es eterno. Más bien,
esa mirada limpia y desinteresada del P. Palau, a veces ingenua,
nos indica, cómo intentó hacérselo descubrir a aquellas sus primeras
dirigidas, el móvil, el centro motor, lo demás es consecuencia, es
derivación. El amor puro a la Iglesia nos llevará a plantearnos la
necesidad de una actualización, de una amplitud, de un abrir ven-
tanas para que el ambiente se sienta renovado, pero, ciertamente,
no es el anhelo perenne de cambio el que nos plantea el P. Palau,
sino «la cualificación». Su obra pasó por muy difíciles momentos,
en varias ocasiones amenazó con desaparecer, unas veces por mo-

142 Cap. XIII, n° 10.


143 Cf. Carta a H. Dolores Rovira, Aytona, 26 de febrero de 1872; Calasanz,
7 de marzo de 1872, publicada en El Ermitaño, 14 de marzode 1872.
H. JOSEFA PASTOR, CMT 501

tivos internos, otras por incomprensión por parte de la misma je-


rarquía del impulso que suponen en la Iglesia los movimientos nue-
vos. La prudencia del que nunca arriesga nada no fue la caracterís-
tica del P. Palau. Se arriesgó muchas veces y en no pocas fracasó
en sus más nobles intentos, calificados de «sospechosos e innovado-
res». Siempre aceptó, siempre estuvo dispuesto a comenzar de nue-
vo, porque era muy alto el motivo que le impulsaba. Cuando por
medio andaba «la gloria de Dios y de su Iglesia», él no se detenía,
para ser del todo exacto, diremos con sus propias palabras «no hay
obstáculo que no asalte ni atropelle». No se limitó a lamentarse
cuando parecía que todo se venía abajo, oró y confió en la palabra
que le fue dicha por la misma Iglesia. Supo penetrar, en los distin-
tos momentos de su zozobrada vida, que cada fracaso, cada ilusión
frustrada, cada impulso refrenado, podían significar, y de hecho pa-
ra él significaron una mayor entrega a lo universal, a una nueva ac-
tividad eclesial.
En realidad, el núcleo fundamental del pensamiento del P. Pa-
lau hay que centrarlo «dentro», por eso hemos escogido la palabra
núcleo. El apostolado en su vida siempre ocupó un lugar, pero su
urgencia se le hizo más íntima, a la vez que teológica, en la que
hemos llamado segunda época. Si, al hablar del apostolado en el
P. Palau, prescindiéramos de la Iglesia como misterio de conjunción
entre lo humano y lo divino, no hallaríamos más que un vacío, no
podríamos delinear su fisonomía de «enamorado» y por tanto tam-
poco de apóstol-predicador que busca, como él mismo revela, obras
con las cuales demostrar ese amor.
El mensaje es diáfano. No hallamos en sus escritos estadísticas
sobre el hambre ni el analfabetismo, no nos ha transmitido datos
concretos sobre el número y especie de las enfermedades a com-
batir. Pero sí nos ha dejado en sus escritos un pensamiento constante,
que nos habla de la necesidad de combatir el mal y de curar las
llagas de la Iglesia. Son estos dos factores los verdaderos estímulos
para su actividad apostólica y ello como denominador común en to-
das sus actuaciones históricas, tanto en la llamada primera como
segunda época. Pero, descubierta la Iglesia, como persona, vivida
como esposa amada como cuerpo de Cristo, esa misma actividad apos-
tólica se afianza, se interioriza. Ya no consistirá en hacer «algo» pa-
ra disminuir el mal y el dolor, no serán una acción individual en
favor de una Iglesia, un tanto teórica, sino que se convertirá en un
empeño comunitario un servicio de conjunto hacia una Iglesia con-
creta, compuesta de hombres: un cuerpo con cabeza y miembros.
502 LA PREDICACIÓN DEL P. PALAU: UN SERVICIO A LA IGLESIA

Es decir, del amor a la Iglesia ha de brotar la vitalidad del servicio.


No han de ser las necesidades de una determinada época las que
fijen la dinámica de una acción pues, de ser así, esta acción sería
en frase del P. Palau «fruto verde y sin madurar». Estas han de
ser consideradas no como determinantes, pues las necesidades cam-
bian con las personas y los tiempos. Se ha de ser hijo de la época y
encarnarse en ella para no ser ni un fósil, bella muestra para un
museo, ni el ser extraño que vive en el siglo futuro sin tocar la
realidad.
El P. Palau tuvo muy en cuenta las circunstancias, tuvo genia-
les intuiciones de adaptación a las exigencias y necesidades de su
tiempo, pero no fueron éstas el móvil de su apostolado, que no llegó
a su pleno sentido hasta haberlo concebido como respuesta de amor
a Cristo, prolongado y encarnado en la Iglesia: Cristo y los pró-
jimos.
La comprobación real de este amor, que él concibió en térmi-
nos de matrimonio espiritual, fue el sello apostólico que imprimió
en sus dirigidas, concebidas y engendradas en y para la Iglesia.

H. JOSEFA PASTOR MIRALLES, CMT


LA OBRA SOCIO - RELIGIOSA DEL
P. FRANCISCO PALAU
EN BARCELONA, 1851-1854

En las páginas que siguen presento la labor socio-religiosa del


P. Francisco Palau en Barcelona: estudio de la Escuela de la Virtud,
1851-1854.
Se trata de un momento importante en la biografía de este car-
melita, tanto por la repercusión de su obra en la sociedad barcelo-
nesa, como por las consecuencias dolorosas derivadas de su misma
acción apostólica. Por esta razón el trabajo comprende dos partes, en
las que estudio la Escuela de la Virtud en sí misma y las vicisitudes
históricas que determinaron el desarrollo de los acontecimientos.
En sustancia la Escuela de la Virtud fue una iniciativa de ca-
rácter catequético, no improvisada sino meditada y estudiada según
las necesidades de la época. Pese a su escasa duración, su influencia
fue notable en la sociedad de Barcelona. No obstante esta acción
eficaz, la Escuela terminó dramáticamente su carrera con el destie-
rro de los dos responsables directos: el P. Francisco Palau y don Jo-
sé Domingo Costa Borras, obispo de Barcelona.
Este violento desenlace coincide con ciertos acontecimientos re-
lacionados con la toma de conciencia de la clase obrera en Barce-
lona, que se manifestaron en los levantamientos de 1854 y 1855. El
análisis y estudio detenido de la documentación da por resultado dos
realidades, que justifican la postura de algunos historiadores de Bar-
celona al identificar el movimiento obrero con la acción social de la
504 LA OBRA SOCIO-RELIGIOSA DEL P. PALAU EN BARCELONA, 1851-1854

Escuela de la Virtud, dándole «el carácter de sociedad obrera con-


fesional» (1):
1.a) Gran parte de los miembros de la Escuela eran obreros.
2.a) En las sesiones de la Escuela se explicaron y clarificaron las
nuevas corrientes filosófico-sociales, características del siglo XIX.
Para comprender la verdadera razón de este enfoque particula-
rísimo que el P. Palau dio a su obra, concebida en principio como
catequesis en orden a la promoción religioso-moral de la clase adulta,
se hace necesario tener presente la situación política, social y reli-
giosa por la que atravesaba no sólo España sino toda Europa. Una
ambientación general, en este sentido, nos alejaría del. tema bien
concreto y definido que presento, haciéndolo demasiado amplio y
genérico (2). Tan sólo unas breves indicaciones sobre un personaje,
clave en nuestro caso, el sacerdote Felicidad Lamennais, cuyas doc-
trinas estaban alimentando el deseo de revolución en la subyugada
clase obrera (3).
Lamennais, verdadero fundador del catolicismo liberal, había
dado paso a desviaciones peligrosas. Censurado por los arzobispos
de Rouen y París y después por Roma, siguió su campaña doctrinal

1 Casimiro MARTI «1830-1912: «Del gremio mixto al sindicato obrero cató-


lico», en Historia del movimiento obrero cristiano, Barcelona 1964, p. 209, refuta
esta h i p ó t e s i s : «En tal caso se t r a t a r í a del primer sindicato cristiano de Cata-
luña... Las investigaciones m á s recientes ponen en claro la falta de fundamento
d estas suposiciones». En el estudio volveremos sobre esta opinión.
2 Remitimos a la bibliografía en la que puede ser estudiada la situación de
España y especialmente de Cataluña, dentro del cuadro general europeo. Prefiero
aquellas obras q u e relacionan el tema obrero con la política y la religión, por
hacer relación más directa al estudio. Cf. E. VERA Y GONZALKZ, Pi ;/ Margall // la
Política contemporánea, t. 1, Barcelona 1880. — Pi Y MAUOALL, Historia de España
en el si(jlo XIX, t. 4, Barcelona 1902. — P . PIFEHRE - E. Pi Y MAUOALL, España.
Cataluña, Barcelona 1884. — A. PIFíALA, Historia contemporánea. Segunda parte de
la guerra civil, t. 3, Barcelona 1893. — MELCHOR FERRER, Historia del Tradiciona-
lismo español, t. 20, Sevilla, s/f. — A. GUZMAN DE LEóN, El último Barbón. Histo-
ria dramática de Isabel II desde sus primeros años hasta su caída del trono, t. 2,
Barcelona 1869. -—J. Luis COMELLAS, LOS Moderados en el Poder 1844-1854,
Madrid, 1970.
Sobre la situación de la Iglesia, cf. Alee MELLOR, Historia del anticlericalismo
francés, Bilbao 1968. — Roger AUBEHT, Le Pontificat de Pío IX (1846-1878) en
Histoire de l'Ealise, t. 21, Turnai 1952.—Jean LELON La crise révolutionnaire
1798-1846, en Histoire de VEqlise, t. 20, Turnai 1951.— Un estudio directo sobre
la Iglesia en España, J. CANOA ARGUELLES (director de La Regeneración), Tribula-
ciones de la Iglesia en España durante los años 1854, 1855 \; 1856, Madrid, 1857.
3 Lamennais había organizado en 1849 una sociedad separatista franco-
italiano-española para el renacimiento de estas naciones bajo la dirección fran-
cesa. Cf. E. E. HALES, Pío IX, Studio critico sulla política e sulla religione d'Europa
nel secólo xix, Torino 1958, p p . 48-50. En las p p . 110-115 el a u t o r compara la
gran admiración que despertó Lamennais entre sus lectores con la fría acogida
de Roma, en especial del secretario de estado Lambrushini, considerándolo parte
causante del endurecimiento del abate francés. — P a r a un estudio m á s completo
del pensamiento de Lamennais, cf. Paul DU.ON, Lamennais et la Sainte Siége, 1820-
1834, París 1911.
JOSEFA PASTOR MIRALLES 505

publicando su famoso libro Paroles d'un Croyant, que fue condena-


do por Gregorio XVI en su encíclica «Singulari Nos» de junio de
1834 (4). Lamennais acabó abandonando el ministerio sacerdotal, al
tiempo que se convertía en el gran ídolo de los liberales franceses
e italianos. Sus obras, traducidas al español, Palabras de un creyen-
te y Libro del pueblo, estaban siendo prodigadas en Barcelona por
la Biblioteca del hombre libre (5).
A la demolición de este peligro dedicó sus esfuerzos el P. Palau
en la Escuela de la Virtud.
— Finalmente una ulterior aclaración con respecto a la variada
intrepretación que la Escuela de la Virtud ha merecido a los histo-
riadores. Ya hemos indicado que en todas ellas hay un fondo de
verdad. Creo dar el juicio exacto sobre la Escuela a base de la do-
cumentación recientemente hallada.
Unos le han dado un carácter religioso y catequético, dirigido
de modo especial a la clase obrera (6). Otros le han atribuido una
directa acción social (7). Los más actuales estudios defienden que

4 El libro pretendía ser una oración y un l l a m a m i e n t o a la vez, al estilo


de El libro de los peregrinos polacos de Mickiewicz, pero sustancialmente era
mucho más subversivo, cf. E. E. HALIíS, O. C , p. 4.").
5 El obispo de Barcelona, don José Domingo Costa y Borras alzaba su voz
en la pastoral del 2 de febrero de 1854: «Según el prospecto que tenemos a la
vista, la primera obra que va a publicarse es la conocida en mala hora bajo el
titulo Las palabras de un creyente del desventurado Lamennais. Apenas podía
escogerse una producción más perniciosa, porque lleva consigo el sello de la re-
probación y condenación de la Iglesia», pp. 3-4. Ejemplar en archivo diocesano
de Tarragona, legajo: Obras de ./. U. Costa y Horras. Citaremos en adelante este
archivo con las siglas ADT. — Casimiro MAUTI, en a. c, p. 210 al estudiar la for-
mación de «Los circuios obreros-» cita algunos de los folletos clandestinos que
circulaban a b u n d a n t e m e n t e por las fábricas: Nueva Doctrina de los Padres de la
l'jlesia, Catecismo democrático y Los Nuevos Fariseos, todos ellos de marcado
acento anticlerical.
(i Cf. J. CARHUIIAS PU.IAL, Historia política de Cataluña en el siglo xix, t. 4,
Barcelona 1957, pp. 235-236: «[...] la catequística de la Escuela de la Virtud,
que el Capitán General suprimió, cuando lejos de ser perjudicial, a p a r t a b a a la
clase obrera del socialismo», «[...] no vaciló en recriminar a la Escuela de la
Virtud, dedicada a la enseñanza religiosa de la clase proletaria». — En el mismo
sentido se expresan Manuel REVKNTOS, Els moviments socials á Barcelona durant
el seyle xix, Barcelona 1925 y J. M. VILA, Els primers moviments socials á Ca-
talunya, Barcelona 1935.
7 Cf. J. VICKNS VIVES, Industriáis i Politics de Catalunya, Barcelona 1958,
p. 116. Este mismo autor se expresa en igual sentido en el prólogo a la obra
de C. MARTI, Orígenes del anarquismo en Barcelona, Barcelona 1959, p. 11. — Muy
interesante la cita de Viccns Vives sobre una obra de finales del siglo xix, His-
toria universal del proletariado s. a., t. 2, pp. 192-193: «Eos sacerdotes de la
Escuela de la Virtud predicaban el socialismo y el comunismo, pero un comu-
nismo católico, que daba ocasión a los predicadores para ealumnia,r a los ver-
daderos socialistas y desfigurar sus ideas». Es el testimonio, al parecer, de un
socialista que, sin pretenderlo, reconoce la labor que la Escuela realizaba en
defensa de las verdades evangélicas.
506 LA OBRA SOCIO-RELIGIOSA DEL P. PALAU EN BARCELONA, 1851-1854

la misión de la Escuela de la Virtud se redujo dentro del marco de


una estricta labor catequética (8).
Los hallazgos documentales han sido decisivos en este sentido
(archivos del Ministerio de Gracia y Justicia de Madrid y dioce-
sano, histórico y municipal de Barcelona). A base de ellos presento
el trabajo. El material es tan rico que requeriría una amplia mo-
nografía para su adecuada presentación. Limitamos el estudio a los
dos aspectos indicados, demostrando que la idea primigenia del
P. Palau debe situarse en el terreno religioso-catequístico, pero re-
conociendo al mismo tiempo la existencia de una preocupación so-
cial, enmarcada en la situación crucial por la que atravesaba Es-
paña y, en concreto, Barcelona. El mismo P. Palau reconoce que la
Escuela no podía ser indiferente a los problemas por los que atra-
vesaba la sociedad y la Iglesia. O sea el creador de la Escuela de la
Virtud comprendió que no podía dejar a un lado, con indiferencia,
los sistemas filosófico-sociales que invadían la sociedad intentando
sumirla en el error. ¿Podía una catequesis para adultos desenten-
derse de aquellos temas doctrinales en los que difícilmente podía es-
tablecerse el límite entre lo social y lo religioso?
Además del objetivo indicado como central en el estudio, tam-
bién se da luz sobre ciertas lagunas y situaciones ambiguas que pre-
sentan las biografías sobre el P. Palau (9). Es un trabajo documen-
tado ; no obstante requiere su lectura un mínimo de esfuerzo para
situarse en el ambiente, mentalidad y estilo del tiempo, con el fin

8 Asi opina ('.. MAHTI, considerado un experto del tema obrero en Barce-
lona : «L'institution eut un earactére strictamcnt religeusc et catéchctiquc, el les
accusatioiis dont elle fut Pobjet étaient une tactique emplovcc p a r les forces
;iu pouvoir pour asshniler les protestations ouvriéres á l'insurrection carliste,
dcpréciant ainsi le inouvement ouvrier devant Popinion libérale et justifiant le
répression manu militari des inanifestations ouvriéres», a c , p. 184. — Para una
mejor comprensión del pensamiento de este a.utor acerca del movimiento obre-
ro, cf. ¡.es antéeedenls de l'orientation du Mouvement ouvrier enlutan ver* Vanar-
chisme, en Colloques internationiiu.v du Centre National de la Reclierche Scien-
lifique, París 1965, p p . 297-311. — Su opinión sobre la Escuela de la Virtud en
relación con el levantamiento de marzo de 18.">4, en El movimiento obrero en
Barcelona durante el período progresista (1854-1850), inédito en catalán.
Obi-as de carácter más general que estudian la evolución del movimiento
obrero en España, cf. .T. N. (IAHCIA-NIETO, El sindicalismo cristiano en Es/iañu.
Notas sobre su origen y evolución hasta 1036, Deusto, Bilbao 1960. - - S . H.
SCHOLL, Historia del movimiento obrero cristiano. Barcelona, 1964. Traducida al
francés, Paris, 1966.
0 [Ramón GUILLAMET], Noticias biográficas del Rdo. P. Francisco Palau n
Quer, Religioso exclaustrado de la Orden descalza de Nuestra Señora del Car-
men u Misionero Apostólico, Tarragona 100!).
ALEJO DE LA VIRGEN DEL CARMEN, Vida del R. P. Francisco Palau Quer, OCA),
1811-1872, Barcelona 1933.
P. CRISOGONO. Vida del Padre Francisco Palau, Madrid 1944.
GHEOOHIO DE J E S ú S C.HUGIFICAHO, lirasa entre cenizas, Bilbao 1956.
JOSEFA PASTOR MIRALLES 507

de no exigir a los personajes (en nuestro caso el P. Palau y el obis-


po Costa y Borras) soluciones de problemas que, aún hoy, la socio-
logía tan sólo tiene planteados. En cambio sí se valorará la respues-
ta de quienes con los medios a su alcance, hicieron todo lo posible
por adaptar la predicación a las necesidades y exigencias de una so-
ciedad angustiada: «Nos cabe la gloria —dirá el P. Palau— de ha-
ber trabajado cuanto estuvo a nuestro alcance para conseguir este
efecto: combatir en las ciudades de primer orden los mil y un sis-
tema opuestos todos a nuestras creencias religiosas» (10).

AMBIENTACIÓN HISTÓRICA: SITUACIÓN DE LA DIÓCESIS


DE BARCELONA

Por toda Cataluña y especialmente en Barcelona se estaban pro-


pagando «las obras más notables de los comunistas franceses», difun-
diéndose diversas versiones de los escritores de Fourier, Saint Si-
món, Blanc, Cabet y otros autores. El Sistema Industrial de Fourier
era muy conocido en Barcelona, antes que llegase un solo ejemplar
a Madrid. La obra de Vidal, República de las riquezas, movió en-
tonces a muchos obreros a abrazar el comunismo (1). En gran parte,
esta situación se debía y era consecuencia de la revolución francesa
de 1848, que había hecho resucitar con nueva vida y aliento los clubs
secretos de carbonarios, que encontraron tierra abonada en el de-
bilitado pueblo español.
Huérfana de pastor, por la muerte de su prelado Pedro Mar-
tínez de San Martín, la diócesis pareció renacer con nueva es-
peranza el 9 de mayo de 1850, fecha que marca la entrada de su
obispo José Domingo Cos'ta y Borras. El pueblo lo recibió «con
entusiasmo y respeto» según los historiadores contemporáneos de su
época, pero no así en determinados sectores, para quienes la presen-
cia de un prelado de la categoría de Costa y Borras no significaba
otra cosa que el entorpecimiento de planes prefijados (2).

10 La Escuela de la Virtud Vindicada o sea la predicación del Evangelio


y la enseñanza de sus doctrinas, Madrid 1859, p. 70.—Esta obra, que citaremos
con frecuencia, fue escrita por el P. Palau en defensa de la Escuela de la Virtud
y de su misión en Barcelona. 1 citarla lo h a r e m o s sin el subtítulo.
1 Cf. Enrique VHUA Y GONZALKZ, I'i // Margall u l" Política contemporánea,
Barcelona 1886, t. I, pp. 423-424. Interesante nota 1, en la que el autor da una
lista de republicanos barceloneses pertenecientes a la clase obrera.
2 .Según Eduardo M.a VILAIIHASA, testigo de los hechos, «el espíritu del
mal no podía ver tranquilo esta excelente disposición de ánimos en una capital
sobre la que la impiedad había fijado sus planes y comenzó una guerra enérgica
508 LA OBRA SOCIO-RELIGIOSA DEL P. PALAU EN BARCELONA, 1851-1854

La prensa antirreligiosa comenzó una verdadera campaña de


persecución «desacreditando cuanto procedía del deber o del senti-
miento religioso». Se repartieron folletines de propaganda, «verda-
deros gérmenes de anarquía, que diseminaban en el pueblo las an-
sias de revolución y los deseos socialistas» (3).
El temor y la preocupación, tanto del Prelado como del clero
barcelonés en general, se centró en la táctica desarrollada, pues los
entonces actuales clubs de carbonarismo español no se reclutaban,
como sucedía entre los antiguos francmasones, en las clases medias
y altas de la sociedad sino que iban a buscar directamente la mise-
ria y la ignorancia de los campos y de los talleres (4). Percatado de
esta realidad, Costa y Borras comprendió la gran amenaza que se
cernía sobre la diócesis, sobre la masa del pueblo y más de un pue-
blo eminentemente obrero e industrial, como lo es Barcelona, un
pueblo que, desde hacía más de diez años, estaba sufriendo y siendo
educado en la tiranía y el fanatismo y, ya desde el comienzo de su
Pontificado, concibió y emprendió un plan evangelizador que pu-
diera hacer frente a la necesidad imperiosa de formar al pueblo,
falto de dirección, especialmente, religiosa. A los dos meses escasos
de su entrada en la diócesis, dirigió a los sacerdotes una circular
impresa solicitando su colaboración en «las misiones y en la difusión
de libros de sanos principios entre el pueblo» (5). La respuesta por
parte del clero regular y secular fue efectiva y la diócesis de Bar-
celona conoció una floración de las llamadas «misiones populares».

y desconcertada contra lo más santo que existe en las personas y en las doc-
trinas». Extracto del artículo publicado en el Boletín Oficial Eclesiástico del
Obispado de Barcelona, 7 de mayo de 1864, n° 334, p. 301, con motivo de la
muerte del Excmo. e limo. Sr. D. José Domingo Costa y Borras.
3 «Reseña histórica» en Revista Católica, Historia contemporánea de los
padecimientos y triunfos de la Iglesia de Jesucristo, t. XXXIV, segunda serie t.
I, 1859, p. 80. — En adelante citaremos sólo Revista Católica sin el subtitulo.
4 Cf. Revista Católica t. III segunda serie t. XIX, 1863, p. 190. El cronista
afirma: «Ya que la finalidad de estas sociedades es la ruina universal de todo
lo existente, empezando por la Religión p a r a t e r m i n a r con la moral y la fa-
milia».
5 Entre otras cosas decía el P r e l a d o : «Si queremos evitar en nuestra Pa-
tria esa frenética lucha de los pueblos contra los gobiernos, del pobre contra el
rico, de la impiedad contra el sacerdocio y, en una p a l a b r a , del h o m b r e contra
Dios, preciso es destruir los errores que tal desorden producen. Nada más aná-
logo a nuestro objeto que v a l e m o s de los mismos medios que utilizan los maes-
tros de iniquidad, a saber, la predicación y los libros». Extracto de la Circular,
agosto de 1850, ejemplar en Archivo Diocesano de Barcelona (ADB), legajo:
Decretos y Correspondencia 1850-1858.
Esta Circular respondería seguramente al l l a m a m i e n t o del Papa Pío IX a
los Obispos en su Encíclica «Notis et Nobiscum» del 8 de diciembre de 1849:
«Para a t a j a r el contagio de los malos libros será sumamente útil, venerables her-
manos, que cada uno de los varones insignes y de sana doctrina que haya junto
a vosotros, publiquen otros libros, aun de pequeño volumen, aprobados antes
por vosotros, p a r a edificación de la fe y saludable instrucción del pueblo».
JOSEFA PASTOR MIRALLES 509

Esta acción pastoral desplegada por el Prelado movió los rece-


los del partido progresista, uniéndose a sus intereses la actividad
de la prensa del partido, especialmente los periódicos La Actuali-
dad de Barcelona y El Clamor Público de Madrid, órgano de la Cor-
te (6). El ataque más directo se lanzó contra los misioneros, su ac-
ción evangelizadora entre el pueblo les molestaba. Y se halló la
fácil solución, tantas veces acuñada a través de la historia, de acu-
sar al clero de mezclarse en cuestiones políticas (7). Las sospechas
del Gobierno de Barcelona no se hicieron esperar, los edictos epis-
copales se sometieron a censura del Gobierno y se acusó al Obispo
de que comprometía la tranquilidad y el orden (8).
Otro peligro venía a sumarse a la ya comprometida situación
de Barcelona: la publicación de la Biblioteca del hombre libre, que
había tomado por centro dicha capital. Haciendo la crónica de aquel
tiempo, el historiador Eduardo María Vilarrasa escribía en 1859:
«Por este tiempo, varios literatos compadeciéndose, según decían,
de la posición rezagada que ocupaba la España en la esfera del si-
glo, determinaron proporcionar al pueblo el conocimiento de los
principios políticos, de las inmunidades religiosas y de los derechos
sociales que asistían al individuo y a las masas, y ofrecieron la
traducción de las obras más célebres que ha dado a luz el espíritu
anticatólico. Esta monstruosa colección, arsenal desprovisto, donde
podían ir a buscar armas todos los enemigos del orden y de la je-
rarquía, llevaba por introducción Las palabras de un Creyente, de
LAMMENNAIS» (9).
Estos eran, a grandes rasgos, el estado y situación de la diócesis
de Barcelona en su aspecto socio-religioso en los años 1851-1854,
tiempo en que el P. Palau desarrollará una intensa labor apostólica,
cuyo estudio pretendemos hacer en este trabajo.
(i Ambos periódicos fueron motivo próximo de varias pastorales del Obis-
po Costa y Borras en diferentes fechas, 28 de abril y 26 de agosto de 1852;
2, 17 y 2!) de octubre de 1853; 7 de diciembre de 1853. Cf. legajo: Obras de
,1. D. Costa y Horras, en ADT. También puede verse Revista Católica, t. XXIV,
primera serie, 1854, pp. 10-20.
7 En el Archivo del Ministerio de Gracia y Justicia de Madrid, legajo 3760,
núm. 12. 681, se conservan varias declaraciones, fechadas los días 20 y 21 de
noviembre de 1851, en las que t a n t o el obispo de Barcelona como los fieles de
las distintas p a r r o q u i a s misionadas defienden a los misioneros, asegurando no
haber sido propaladas ideas políticas.
Este Archivo será citado con las siglas A. Minist. G. y J.
8 En el Archivo del Seminario de Barcelona, legajo 1079 se contienen al-
gunas cartas del obispo referentes a este asunto, diriidas al gobernador civil
de Barcelona, al Ministro de Gracia y Justicia y al Nuncio de Su Santidad en
España. En ellas protesta Costa y Borras de la situación a que habían llegado
las cosas en materia religiosa, denunciando la abusiva intervención del periódi-
co La Actualidad en m a t e r i a s religiosas.
9 «Reseña histórica», en Revista Católica, t. XXXIV, 1859, p. 81.
510 LA OBRA SOCIO-RELIGIOSA DEL P. PALAU EN BARCELONA, 1851-1854

I. —LA ESCUELA DE LA VIRTUD: SU MISIÓN

En este primer apartado nos ocupamos directamente de la mi-


sión catequética, conocida en Barcelona con el nombre de Escuela
de la Virtud.
Daremos a conocer primero los fines y el objeto perseguidos
por el creador de la Escuela, pasando después a la descripción y or-
ganización de la obra, con los factores que la favorecieron y los
obstáculos que entorpecieron e hicieron fracasar una misión llama-
da a renovar a la clase adulta de Barcelona.

1. Regreso del P. Palau a España

El P. Francisco Palau, profeso del Convento de Carmelitas des-


calzos de San José de Barcelona, permanecía en Francia desde el
año 1840, fecha que marca el paso del resto de las tropas carlistas
a dicho país.
Entre las hipótesis formuladas sobre el motivo o motivos que
pudieron influir en su decisión de regresar a España, prevalece la
de Gregorio de Jesús Crucificado, que considera el nuevo orden en
que parecía iba a entrar la nación española a ra'z del Concodaío,
firmado el 16 de marzo de 1851 entre la Santa Sede y el Gobierno
español, como la determinante más poderosa que indujo al P. Palau
a volver a España (10).
En abril de 1851, tras una breve estancia en Gerona, donde le
fueron concedidas licencias (11), pasó el P. Palau a Barcelona, in-
cardinándose en esta diócesis (12).
Para poder comprender la actitud que, a partir de este mo-
mento, tomará el P. Francisco en el campo apostólico (téngase en
cuenta su edad, 39 años), se hace necesario un breve paréntesis en
la narración histórica de su llegada a Barcelona, para rememorar
los sentimientos que el mismo Padre nos da a conocer como condi-
cionantes de su personal vocación.
El P. Palau llevaba muy dentro de sí, como algo propio, el su-
frimiento de una España ensangrentada y dividida. Para él la Igle-

10 Cf. Brasa entre cenizas, pp. 77-78.


11 El día 18 de abril de 1851 le fueron concedidas licencias de predicar,
celebrar y confesar, cf. Libro 2" cíe licencias, año 18~>1. Sección T., núm. 354, en
Archivo Diocesano de Gerona.
12 El Obispo de Barcelona le acogió favorablemente, concediéndole licencias
de celebrar, confesar y predicar durante todo su Pontificado, cf. Registro de
licencias, 1833-3 de diciembre de 1862, f. 13 en ADB.
JOSEFA PASTOR MIRALLES 511

sia en España gemía con dolores de parto. Su ordenación sacerdotal


no se había realizado, precisamente, con bellos augurios y felices
horizontes: «Cuando, con el incensario en la mano, por vez prime-
ra subí las gradas del altar para ofrecer a Dios el perfume de las
plegarias del pueblo, mi Patria era un cementerio cubierto, de es-
queletos» (13). Se sentía llamado a luchar con «el ángel vengador» ;
debía combatir «no contra la carne y la sangre sino contra las po-
testades, los príncipes y los directores de las tinieblas de este mun-
do» (14). Pasado a Francia, pudo comprobar que el mal no invadía
tan sólo la Iglesia española, era la Iglesia universal, era la Religión
Católica, era la sociedad toda la que estaba amenazada: «En esta
lucha me limitaba al principio a sostener la causa de mis conciuda-
danos y de mis cohermanos pero, vomitado por la revolución al
otro lado de los Pirineos y, habiéndome apercibido de que esta
misma espada que tan espantosa carnicería hacía en España, ame-
nazaba igualmente a las demás naciones, decídime, entonces, a fi-
jar mi residencia en los más desiertos, salvajes y solitarios lugares
para contemplar, con menos ocasión de distracciones, los designios
de la Divina Providencia sobre la sociedad y sobre la Iglesia» (15).
Ya en España, el P. Palau prosiguió por breve tiempo el régi-
men de vida solitaria que había adoptado en Francia. Trataba de
descubrir en el contacto con Dios qué orientación debía dar a su
vida, qué nuevo rumbo debía tomar ante las manifestaciones divi-
nas, reveladas en las circunstancias y signos concretos de la época:
«Yo no estoy todavía resuelto a emprender la predicación, lo con-
sulto con Dios y le pido me dé luz para conocer su voluntad» (16).
Esta aparente indecisión, que es más bien «búsqueda», le apre-
miaba ante la llamada del Prelado a todos los sacerdotes y ante la
contemplación del estado de la diócesis, sobre todo de la ciudad de

13 La Vida solitaria no se opone a las funciones de un sacerdote sobre el


Altar, p. 9. — Se trata de un manuscrito del P. Francisco Palau, cuyo original
en francés ha desaparecido. Se conserva copia de la traducción hecha por ALEJO
DE LA VIHOEN DEL CAUMEN, que poseyó el autógrafo. — Por razón de brevedad,
lo citaremos en adelante con el epígrafe La Vida solitaria, que también usa
Alejo. En realidad no puede asegurarse que el título sea original, aunque son
p a l a b r a s usadas por el P. P a l a u en el texto. También la paginación es relativa,
pues corresponde a una de his copias mecanografiadas.
14 Vida solitaria, p. 9; cf. Ef. 6, 12.
15 Vida solitaria, p. 10.
16 «Yo no estic encara resolt á cnprende la predicació, hu consulto á Deu
y li demano me done sa llum para conexyer sa voluntad». Carta autógrafa de
Francisco Palau a algunas de sus dirigidas, 17 de mayo de 1851.
Todas las cartas que se conservan del P. Francisco P a l a u (la mayor parte
de ellas autógrafas) se hallan en Archivo general de las Carmelitas Misioneras
y Carmelitas Misioneras Teresianas, Roma y Tarragona respectivamente. Pres-
cindiremos en adelante, al citar las cartas, de indicar el archivo.
512 LA OBRA SOCIO-RELIGIOSA DEL P. PALAU EN BARCELONA, 1851-1854

Barcelona. Poco tiempo bastó para que el P. Palau se convenciera


de que el Concordato no había solucionado el mal en España; las
esperanzas de una estabilidad social y religiosa estaban todavía muy
lejos de tocar su objetivo y plasmarse en realidades. Debía seguir
luchando. Era necesario combatir con las verdaderas armas, armas
que dieran el triunfo a la verdad, porque una avalancha de ideas
erróneas invadía la sociedad. Su espíritu se angustiaba ante la pro-
fusión y rapidez con que se propalaban las filosofías más reacciona-
rias, veía y contemplaba el alejamiento de grandes sectores de la
población, abandonada aún en los más esenciales cuidados espiri-
tuales, y se preguntaba cuáles serían los medios más aptos para la
solución de tan agudo problema, que tenía por aliados la ignoran-
cia y una piedad desviada carente de sólidos fundamentos.

—En su juventud sacerdotal (a los 25 años) el P. Palau se ha-


bía impuesto a sí mismo una norma de vida, siempre con la mirada
puesta en la Iglesia necesitada de paz: «Tomé del arsenal del tem-
plo del Señor una armadura del todo espiritual [cf. Ef. 6,13] como
son la cruz, el saco y el cilicio, la penitencia y la pobreza, junta-
mente con la plegaria y la predicación del Evangelio» (17). Ahora
el problema se le hacía más profundo y entrañable, más íntimo si
cabe, porque el combate debía librarse en el campo de las ideas y
doctrinas. El P. Palau contemplaba desde las montañas del Mont-
sant el pueblo de Barcelona (18) y veía que la ignorancia reinaba
en materia religiosa. Para él no era el hombre el culpable directo
de lo que sucedía, era la ignorancia religiosa la causante primera
de aquel caos y abandono, aprovechado por los enemigos de la Re-
ligión. Ella daría por fruto en el futuro un hombre degenerado, si
no se ponía inmediato remedio: «La ignorancia sobre la verdadera
virtud ha de dar por parto un hombre sensual y carnal», decía él a
su Obispo. Fueron estas reflexiones las que le llevaron a entregarse
decididamente a combatir el mal (19).
Esta decisión, llamada por el P. Palau «misionera» (20) puede
fijarse como definitiva en julio de 1851 (21).

17 La Vida solitaria, p. 9.
18 Cf. Carta a.utógrafa en catalán de Francisco P a l a u a sus dirigidas, Mont-
sant, 8 de j u l i o de 1851.
19 Cf. Carta de Francisco P a l a u al Obispo de Barcelona D. José Domingo
Costa y Borras, 18 de enero de 1853.
20 Cf. La Escuela de la Virtud Vindicada, pp. 15, 16, 17, 22, 25, 27.
21 El 17 de mayo de 1851 (cf. nota 16) escribía a algunas de sus dirigidas:
«Encomanaume carisimes filies, sí encomanaume mol á Deu perqué dirigesca mes
pasos y beneyesca mes proyectes». Estas p a l a b r a s parecen revelar que su in-
quietud nació expontánea al contacto con el pueblo de Barcelona. Da a entender
JOSEFA PASTOR MIRALLES 513

Sabiendo que el P. Palau pasó gran parte de este tiempo en la


soledad montañosa del Montsant, surge espontánea una pregunta,
que exige respuesta, antes de pasar al estudio directo de su misión:
¿Cómo pudo llegar a tan profundo conocimiento de la situación de
Barcelona? Aún más, si su formación teológica se vio interrumpida
brusca y violentamente en 1835 por los acontecimientos históricos
(22), ¿cómo se explica su penetración de las más avanzadas teorías
filosóficas y doctrinales del tiempo? Este dilema nos lleva a la con-
clusión de que la vida del P. Palau no puede identificarse con la
de un anacoreta, no lo era, aunque amaba entrañablemente la so-
ledad.
Sus diez largos años de estancia en Francia le pusieron en con-
tacto, o al menos en conocimiento, de los nacientes sistemas, cono-
ció la revolución de 1848 y sus consecuencias. Su trato abarcó per-
sonas de la más diversa categoría, desde escritoras como Eugénie
du Guerin y nobles como la Condesa de Cahuzac hasta conventos
de religiosas y la casa del más humilde labrador (23). En cuanto a
Barcelona, su estancia solitaria en la ermita de San Bartolomé se
conjugó perfectamente con su cargo de director de los Ejercicios en
el Colegio Episcopal (24) y con la más abierta actividad, pues él
mismo se nos presenta como hombre «informado» de los más ac-
tuales problemas de su tiempo, conocedor de las doctrinas deriva-
das del socialismo y comunismo de entonces. Esta información no le
venía al P. Palau tan sólo por la prensa; de sus escritos se despren-
de que, personalmente, visitó los distintos ambientes y estratos del

que se halla ocupado, pues no puede hacer un viaje q u e les había prometido.
Vive en la ciudad o r d i n a r i a m e n t e : «Si h a y bayxat de las n tañas santas del
Carmelo, no es para reposar en les oles encrespades y alborotaues del Mon, ayxo
no. Estic en la Ciutat no para a p r o b a r lo Mon en ses iniquitats y vanitats, sino
para atacarlo y combatrelo». Y en carta fechada en el Montsant, 8 de julio de
1851, les manifiesta que su decisión está tomada, pero conservará firme su prác-
tica de retirarse de tiempo en tiempo a la soledad: «Hara trobat moltas cobas
podré r e t i r a r m e q u a n estiga fatigat del mon. Te escric desde la hermita de
St. Bartolomeu».
22 Cf. GREGORIO DE J E S ú S CRUCIFICADO, O. C, pp. 21-22; 24-25.
23 El exilio del P . P a l a u en Francia no forma parte de este estudio y por
ello no nos detenemos en este punto. P o r los escritos se puede comprobar q u e
se vio, casi como obligado a u n estudio detenido de las leyes de la República
de 1848. Muy recientes investigaciones ponen m á s de manifiesto estas afirma-
ciones, a.1 clarificar la situación del P . P a l a u d u r a n t e los años 1840-1842, q u e
hasta el momento aparecían un t a n t o oscuros.
24 No se posee ningún documento q u e pueda especificar el alcance de este
oficio. Pero la certeza de q u e lo ejerció consta p o r la prensa del tiempo, cf.
El Ancora y Diario de Barcelona, 23 de noviembre de 1851. El P . P a l a u nos
habla de su residencia en el Colegio Episcopal en enero de 1852, cf. Circular
de Francisco P a l a u a varios señores de Barcelona, copia en Archivo CMT,
Tarragona.
514 LA OBRA SOCIO-RELIGIOSA DEL P. PALAU EN BARCELONA, 1851-1854

pueblo. Escribirá en 1859, refiriéndose a los años 1851-1854: «En los


salones de las altas esferas sociales y en el pobre tugurio del labra-
dor, en los talleres de simple artesano, en las plazas y paseos pú-
blicos, en el horno y en el lavadero, se disputaba, se alteraba, se ar-
güía» (25).

2. Motivación y fines que se propuso el P. Pálau en la creación de


la Escuela de la Virtud

Asociado a la misión pastoral del Obispo de Barcelona, el P.


Palau desplegó su actividad como predicador en las grandes parro-
quias de la ciudad: San Agustín, Nuestra Señora de Gracia, San
José, La Providencia, etc. Atendió en más de una ocasión la iglesia
de MM. Carmelitas descalzas (26), hizo oír su voz en favor de los
barrios que iban formándose en los alrededores de Barcelona. Se
preocupó de sus necesidades espirituales y religiosas: «La falta de
nuevas iglesias en los pueblos que se están fundando en el circuito
de Barcelona, hace imposible los auxilios de la Religión y, faltando
éstos, la desmoralización cunde por todos lados y hace progresos
espantosos. En vista de todo esto, no podemos menos de llamar la
atención de nuestro Gobierno y de todos aquellos, en cuyas manos
están las fortunas y los intereses materiales del país, solicitándoles
en nombre de la religión y civilización alarguen sus benéficas y po-
derosas manos para, con ellas, promover la felicidad espiritual de
los arrabales de la culta Barcelona. Innumerables familias, que de-
ploran la falta J.e iglesias como una verdadera calamidad, les que-
darán sumamente agradecidas» (27). Y no sólo hizo el llamamiento,
sino que intervino directamente en favor de estas nuevas barriadas,
como la de Poblé Nou [Pueblo Nuevo], situado en los términos de
la parroquia de San Martín de Provenzals, pues en aquella época
algunos sectores, como el de Taulat, distaban una hora de la citada

25 Sigue h a b l a n d o el P. P a l a u de los m á s sagrados misterios del dogma


católico puestos en discusión, como la encarnación, Dios uno y trino, el in-
fierno, el purgatorio, y el mismo sacerdocio, que estaba siendo muy denigrado.
C.i. La Escuela de la Virtud Vindicada, p. 71.
26 Cf. El Ancora, 17 de j u l i o de 1852; 24 de marzo, 5 de mayo, 9 de mayo,
21 de octubre, 13 de noviembre de 1853, etc.
27 Extracto del articulo «Desde los alrededores de Barcelona», 14 de octu-
bre de 1853, firmado por Francisco P a l a u . Se conserva copia del manuscrito ori-
ginal, perdido al ser destruido gran parte del archivo del P. Alejo de la Virgen
del Carmen, que poseyó la m a y o r parte de los autógrafos del P. Francisco Palau,
d u r a n t e la guerra de liberación española, 1936-1939.
JOSEFA PASTOR MIRALLES 515

parroquia (28). Obra en la que tomó especial interés el Prelado,


haciendo una aportación de 4.000 duros (29).
Otras intervenciones del P. Palau podrían citarse, como la par-
te que tomó en el engrandecimiento de la capilla de Nuestra Se-
ñora del Pilar, construida el 2 de mayo de 1850 en la parte monta-
ñosa de la ciudad, confrontando con la Villa de Gracia, para cuya
bendición el 17 de octubre de 1853 fue designado por la autoridad
eclesiástica (30). Sin duda fue activa la intervención del P. Palau
en la promoción del bien espiritual de Barcelona, pero no fueron
estas actuaciones, más o menos esporádicas, las llamadas a unir el
nombre del P. Francisco Palau a la historia de la ciudad condal en
su azaroso siglo XIX. Su gran aportación fue la creación de «La
Escuela de la Virtud», concebida como una catequesis organizada
para adultos, lo que hoy llamaríamos Curso de Teología para segla-
res, adaptado a las necesidades de la época.

—Lo hemos dicho, la descristianización de las masas era objeto


de preocupada reflexión para el P. Palau. Este continuo y profundo
reflexionar sobre el mejor modo de hacer frente al mal, hizo pe
netrarse a este carmelita de la convicción de que, las hasta entonces
tradicionales formas de predicación, no aportaban una solución au-
téntica a la diócesis. Comprendió que no eran el medio más apro-
piado para hacer descubrir al hombre (y el hombre barcelonés es,
en su gran mayoría, obrero) su superioridad sobre la técnica y el
mundo material. Urgía el hacer descubrir y conocer a este hombre
la sabiduría superior, enseñarle la verdad para amarla, el bien y la
virtud, y ello no se lograría sólo con intervenciones ocasionales. Con
la predicación sí, pero organizada y metódica que, a la vez que die-
ra a conocer al hombre que su máximo destino y vocación estaba
en su realidad de hijo de Dios, le hiciera capaz de hacer frente a
ideologías extrañas, provenientes de una filosofía económica que
trataba de «hacer entender a las turbas que el monopolio indus-
trial era fruto del monopolio teológico, que no había derechos pri-
vados, etc.» (31).

28 Cf. Articulo firmado por Francisco Palau, «Iglesia nueva en el Poblé


Nou», en El Ancora, 12 de agosto de 1852.
29 Cf. El articulo «Desde los alrededores de Barcelona»; también El Ancora,
14 de agosto de 1852.
30 Cf. a. c , en nota 27.
31 Cf. «Necrológica del Excmo. e l i m o . D. José Domingo Costa y Borras», en
Boletín Oficial del Obispado de Barcelona, 7 de mayo de 1864, n° 334, p. 304.
El artículo presenta una síntesis del pontificado de este prelado, dedicando una
parte extensa a los años 1850-1854.
516 LA OBRA SOCIO-RELIGIOSA DEL P. PALAU EN BARCELONA, 1851-1854

El P. Palau decía: «Enseñar las doctrinas sin forma no fuera


otra cosa que amontonar y nada más que amontonar, echando re-
mesas de ideas unas sobre otras. Y, en el mundo intelectual, un mon-
tón de ideas cortadas, fracturadas y sin relación no son luz sino ti-
nieblas, no son ciencia sino ignorancia, no son orden sino confusión,
no son plano alguno que pueda servir para edificar en el alma racio-
nal el bellísimo edificio de la moralidad sino al contrario, la imagen
de una obra arruinada» (32). La obra estaba decidida, el P Palau
iba a iniciar su lucha, o mejor, a proseguirla porque, en realidad,
no comenzaba ahora. La Escuela de la Virtud era una continuación
de la lucha que, desde su ordenación sacerdotal, había emprendido
contra «el ángel vengador», tan sólo el estilo era nuevo: «La Es-
cuela de la Virtud recibió de Dios la misión de disipar al ángel ten-
tador, fugar sus infernales sugestiones, desvanecer las dudas, co-
rroborar la fe» (33), pero se hacía necesaria una adaptación a los
tiempos un amoldarse a las circunstancias y necesidades del mo-
mento histórico, se requería «una verdadera misión»:
«Cuando en un país católico se levantan herejías y se co-
rrompen las costumbres y, para atajar ese mal, no bastan los
esfuerzos comunes y ordinarios de la Religión, para este caso,
son necesarias las misiones. Entonces la predicación del Evan-
gelio deja su forma usual común y ordinaria, y concentra to-
das sus fuerzas bajo aquélla que piden, requieren y exigen las
necesidades espirituales, gravísimas y apremiantes producidas
por causas de la actualidad y por las circunstancias de la épo-
ca» (34).
«Misiones en España, en la España de hoy, significan la
predicación del Evangelio en forma acomodada, adaptada y
escogida, en las capitales de primer orden, para salvar su fe,
la fe católica y con la fe los principios de la moral cristiana,
puntos ambos horriblemente impugnados y combatidos teóri-
ca y prácticamente» (35).

El P. Palau concibió la Escuela de la Virtud como centro difu-


sor de la enseñanza que, por exigencia divina y humana, o lo que
es lo mismo, por justicia, debía impartirse al pueblo:
«La Escuela de la Virtud era por consiguiente, aquella en-
señanza cristiana, era aquella educación católica que, por de-

32 La Escuela de la Virtud Vindicada, p . 27.


33 Ibid., p. 70.
34 Ibid., p . 17.
35 Ibid., p. 22.
JOSEFA PASTOR MIRALLES 517

recho natural, divino y eclesiástico se debe y se da al pueblo


en una iglesia parroquial» (36).
Esta enseñanza debía proponerse en primer lugar la renovación
espiritual del individuo y con él de la sociedad española, de la Igle-
sia en España. Este debía ser el objetivo que formalizara la misión:
«Las necesidades espirituales de la Iglesia en España las
llagas y heridas abiertas en su cuerpo por los errores de la ac-
tualidad y por la corrupción de costumbres, fueron el cuadro
donde fijamos nuestra atención para dar forma a nuestra mi-
sión» (37).

Consideró necesario el P. Palau que el católico seglar adqui-


riese una cultura moral acomodada a su condición y estado, para
que pudiera llegar a formarse una conciencia recta e intachable en
todas las actividades de su vida, en su triple aspecto: individual,
familiar y social. Se requería, por lo tanto, una continuidad perió-
dica que diera estabilidad a la enseñanza, «un curso anual» (38),
que al mismo tiempo revistiera forma de escuela, dirigida de modo
especial a las clases adultas:
«Nuestra Escuela se ha propuesto, y no puede ser otra su
misión, educar a toda las clases adultas dei pueblo católico, en
señándoles los deberes que le pescribe la Religión» (39).
Esta innovación catequética, dentro del estilo tradicional de pre-
dicación y oratoria del tiempo, pedía forma y métodos propios. El
P. Palau era consciente de que estaba iniciando una reforma en el
campo de la predicación: «No nos propusimos pronunciar uno que
otro sermón moral, sino una enseñanza» (40). Lo exigía el fin que
la Escuela se había propuesto, alimentar al pueblo con las autén-
ticas verdades, «aquéllas que son el pábulo, la leche, el pan, el ali-
mento, la vida y las fuerzas de los que dudan y vacilan en la fe, y
la conversión de los que la han perdido» (41). En su fina intuición
el fundador de la Escuela de la Virtud establece un postulado de
acertada pedagogía, que había de tener muy en cuenta la Escuela,
no es el alumno el que se ha de adaptar al método, éste existe en
función del alumno:
3(i Ibid., p. 29.
37 Ibid, p. 33.
38 Cf. «Escuela de la Virtud», articulo firmado por Francisco Palau, en El
Ancora, 19 de diciembre de 1852.
39 Ibid., en El Ancora, 10 de diciembre de 1853.
40 La Escuela de la Virtud Vindicada, p. 29.
41 Ibid., p. 08.
518 LA OBRA SOCIO-RELIGIOSA DEL P. PALAU EN BARCELONA, 1851-1854

«Para metodizar cualquiera enseñanza se han de tener muy


conocidas, estudiadas y meditadas las cualidades, disposicio-
nes, capacidades, exigencias y necesidades de los educandos.
Un error en esta materia haría estéril o infructuosa la doc-
trina» (42).

Consiguiente con este principio, «al tratar de metodizar la pre-


dicación y enseñanza del Evangelio en Barcelona», el P. Palau con-
sideró indispensable «tomar el pulso a nuestra enferma y agoni-
zante Patria» (43) y halló que no sólo las teorías socialistas, deri-
vadas del más avanzado liberalismo, constituían un grave peligro
para el pueblo sino que a su misma altura se colocaba el inmóvil
y cerrado tradicionalismo que le empujaba a la superstición y a
las falsas formas de piedad (44).
Decididamente la misión que iba a emprender el P. Palau, sería
una escuela de auténtica virtud. No podía, por esta misma exigen-
cia, dejarse a la improvisación. Así la Escuela de la Virtud nació
hija de madura reflexión y apostólica preocupación pastoral. Fue
obra pensada, meditada con atención y estudiada hasta en sus mí-
nimos detalles:

«He dicho esto, para que se vea y se entienda que la for-


ma, adoptada por la misión a que aludimos [la Escuela de la
Virtud], fue cosa no de rutina, sino muy estudiada y preme-
ditada y, al escogerla, no íbamos a oscuras y al incierto, ni nos
guiábamos por nuestro antojo y capricho, teníamos reglas fijas
a que atendíamos» (45).

— Podríamos, como síntesis, resumir en tres los motivos que


indujeron al P. Palau a la creación de la Escuela de la Virtud. Para
ser del todo exactos, empleamos sus propias palabras:
Io) En el plano doctrinal: «Presentar y enseñar, frente al hu-

42 lbid., p. 32.
43 lbid., p. 33.
44 Cf. Carta de Francisco Palau al obispo de Barcelona, 18 de enero de
1853. Hace el Padre una exposición de las necesidades apremiantes del mo-
mento, que urgían la creación de escuelas catequéticas en las que se «acomode
la doctrina y enseñanza a la capacidad del pueblo», de lo contrario «llevados
de un buen celo caerán en mil supersticiones en sus prácticas piadosas. La
mala inteligencia sobre la verdadera v i r t u d o ignorancia sobre ella engordará
un fanatismo tan perjudicial a la Religión como la misma impiedad. Este fa-
natismo, ¿cuánto no dará que sufrir a los Prelados?, y ¿no es un arma de que
si sirven los incrédulos para q u i t a r el prestigio a la Religión?».
45 La Escuela de la Virtud Vindicada, p. 28.
JOSEFA PASTOR MIRALLES 519

racán de sistemas, principios y doctrinas que invaden la nación, el


dogma católico y el derecho imprescriptible de la Iglesia» (46).
2o) En el plano social: «Estimular las familias a la instruc-
ción de la juventud» (47).
3o) En el plano moral: «Oponer un dique al torrente de vicios
que, con impetuosa furia, arrastran nuestra católica España a la
incredulidad, al indiferentismo y al más absurdo materialismo» (48).
Esta triple motivación respondía a su vez a una triple finalidad
en relación estrecha con cada uno de los campos a abarcar:
«Nuestra Escuela, definiendo la virtud desde la cátedra de
la verdad, se había propuesto desbaratar a tres formidables
aliados:
Io) El siglo y sus pseudo-doctores (49).
2o) El ángel de las tinieblas y del error (50).
3o) Las pasiones humanas» (51).

— Antes de pasar al estudio directo de la Escuela de la Virtud,


conviene precisar el motivo que indujo al P. Palau a escoger Bar-
celona como centro de su misión. ¿Por qué precisamente Barcelona?
Adelantando que no fue extraña a su decisión la llamada de
Costa y Borras, hemos de añadir que la elección del P. Palau res-
pondía a una razón más profunda, a una exigencia eclesial, univer-
sal: era España entera la que se hallaba necesitada de evangeliza-
ción. Mas para conseguir la difusión del mensaje de salvación y su
penetración en la masa, había de emplearse una táctica semejante
a la del enemigo, marchar a su mismo ritmo, no quedarse rezaga-
dos, buscar los puntos estratégicos, combatir en primera línea. Bar-
celona era en el siglo xix, por capital importante, por centro fabril
e industrial a la vez que foco de cultura, por la gran masa obrera
que la habitaba, eje crucial, ciudad de preeminente influencia en
la esfera de España. Era a la vez lugar de incubación e irradiación
de las más reaccionarias doctrinas, que a ella afluían de allende los
Pirineos. Barcelona fue por estas razones la ciudad escogida por el
P. Palau, él nos lo dice, haciéndonos comprender que le importaba
toda le Península:

4G Carta de Francisco Palau a algunos párrocos de Barcelona, 1 de noviem-


bre de 1852. Cf. La Escuela de la Virtud Vindicada, p. 67.
47 Carta de Francisco P a l a u a directoras de Colegios de Barcelona, agosto
de 1852.
48 Carta de Francisco P a l a u a varios señores de Barcelona, [enero] de 1852.
49 Cf. La Escuela de la Virtud Vindicada, p. 41.
50 Cf. lbid., p. 44.
51 Cf. Ibid., p. 43.
LA
520 ° B R A SOCIO-RELIGIOSA DEL P. PALAU EN BARCELONA, 1851-1854

«Se dan las batallas en las capitales de primer orden y, de


las derrotas y victorias de una y otra parte, se resienten las
restantes poblaciones de la Península» (52).

3. La Escuela de la Virtud: su organización.

Siendo director de los Ejercicios en el seminario de Barcelona


y auxiliar del párroco de San Agustín, presentó el P. Palau sus
proyectos sobre la Escuela de la Virtud al obispo de Barcelona en
noviembre de 1851.
Aprobado por el prelado, la Escuela se inauguró con carácter
diocesano en la parroquia de San Agustín el domingo, 16 de no-
viembre de 1851. La prensa católica de la ciudad se hizo eco del
acontecimiento (53), si bien el comienzo oficial se celebró al inicio
del año 1852 con la participación del prelado, que bendijo la imagen
de la Santísima Virgen que, bajo el título de Nuestra Señora de
las Virtudes, debía presidir las funciones de la Escuela (54).
La Escuela de la Virtud tendría sus sesiones todos los domin-
gos de seis a ocho de la tarde. Las funciones serían públicas, pu-
diendo asistir libremente personas de ambos sexos, pertenecientes a
distintas clases y condiciones; tan sólo se les pedía (pues la ense-
ñanza era totalmente gratuita) un firme propósito y deseo de lu-
char contra el vicio y una voluntad recta para seguir el camino
de la virtud cristiana (55).
El objeto y funcionamiento de la Escuela fue anunciado tam-
bién con hojas volantes (56), fueron repartidas invitaciones a do-
micilio (57). No regateó esfuerzo el P. Palau, buscó la colaboración

52 La Escuela de la Virtud Vindicada, p. 67.


53 «El domingo próximo pasado inauguróse en la iglesia parroquial de
San Agustín una asociación con el título de Escuela de la Virtud, bajo la di-
rección del Rdo. P. D. Francisco P a l a u , director de los Ejercicios del Colegio
episcopal». Puede verse el articulo íntegro, 20 de noviembre de 1851, firmado
por Miguel Puig, en El Ancora, 23 de noviembre de 1851. Cf. también Diario de
Barcelona, 23 de noviembre de 1851.
54 Cf. Artículo firmado por Francisco Palau, 31 de diciembre de 1851, en
El Ancora, 1 de enero de 1852.
55 Cf. Artículo citado en nota 53.
56 ALEJO DE LA VIRGEN DEL CARMEN, O. C , pp. 150-151, publica u n o de estos
impresos, que afirma poseer en sus manos en el momento de redactar la bio-
grafía sobre el P. P a l a u [1933]. Hoy no se conserva ningún ejemplar.
57 ALEJO DE LA VIRGEN DEL CARMEN, O. C , pp. 160-161 publica dos modelos
de estos billetes o invitaciones, recalcando de nuevo «se conservan». Tampoco
estos documentos se conservan en la actualidad. Alejo apunta q u e en la libreta
de cuentas de la Escuela de la Virtud figura la siguiente anotación, firmada por
J u a n P a l a u : «18 duros gastados por el señor P a l a u en escritos, anuncios y car-
t a s de invitación para la Escuela».
JOSEFA PASTOR MIRALLES 521

de colegios, sacerdotes y seglares de Barcelona (58). Se organizó


una Junta asesora, compuesta de eclesiásticos y laicos, cuya presi-
dencia se reservaba al obispo y en su defecto al párroco, con un
director y un secretario, ambos eclesiásticos. El cargo de director
de la Escuela lo asumió siempre el P. Francisco Palau, desempe-
ñando el de secretario D. José Valls y Bonet durante los tres pri-
meros meses de funcionamiento, y posteriormente el sacerdote D.
Federico Camps. Los seglares componentes de la Junta fueron. Juan
Casases, Agustín Maná, Francisco García y Joaqu'n Grabulosa (59).

a) Método utilizado en la Escuela de la Virtud.

En la planificación de la Escuela el P. Palau estudió de modo


particular el método a seguir. No podía dejarse al arbitrio o casua-
lidad, se requería un método que ordenando y organizando la pre-
dicación, le diera forma atrayente. La enseñanza debía despertar
simpatía en el más puro sentido de la palabra:
«Las doctrinas, por buenas que en sí sean, si se presentan
sin elección, sin orden, sin método, se hacen incomprensibles
o inapetecibles y, por consiguiente infructuosas. Pero, si se
escogen las más necesarias e importantes, si se forma de ellas
un cuerpo de materias, si se desarrollan con tiempo, método
y orden, si se presentan, explican combaten y defienden, la
verdad queda revestida de sus propias formas y no puede me-
nos de atraer a sí al que la contempla» (60).

En este terreno podríamos considerar al P. Palau como un au-


téntico avanzado de la pedagogía catequética. Es sorprendente su
elevado grado de captación de las circunstancias históricas y exi-
gencias concretas del público heterogéneo a quien se dirigía la en-
señanza, adaptándose a la distinta capacidad de sus oyentes y alum-
nos, no obstante no ser la suya una oratoria fácil y cuidada. Sin
duda habría que considerar que el éxito del método empleado, se
vio favorecido por el acierto en la elección de los colaboradores.
El método revestía forma académica. Tomaba como fúndamen-

os Cf. notas 46, 47 y 48. Estas cartas están escritas a modo de circular.
59 Sus nombres aparecen en carta autógrafa de Francisco P a l a u a la J u n t a
directiva de la Escuela, sin fecha [Cuaresma de 1855]. Se conservan varias
cartas de la correspondencia mantenida con algunos de los miembros de la
Junta.
60 «Escuela de la Virtud», artículo firmado por Francisco Palau, en El
Ancora, 17 de diciembre de 1853.
522 LA OBRA SOCIO-RELIGIOSA DEL P. PALAU EN BARCELONA, 1851-1854

to «el recto raciocinio» (61) y como forma «la discusión y el libre


examen» (62). Con este método quiso dar a entender el P. Palau
que la Iglesia no rehuye el diálogo, y que la Religión no entorpece
el progreso, males que se le achacaban con impertinente insistencia
por la prensa progresista. Los términos «raciocinio, discusión y li-
bre examen» habían sido cuidadosamente seleccionados y fueron
usados intencionadamente frente a los errores doctrinales y filo-
sóficos que, amparados en estos mismos vocablos, pugnaban por pro-
pagarse pese a las condenaciones pontificias (63).
Consciente de que la Escuela de la Virtud era uno de los órga-
nos importantes en la pastoral diocesana de Barcelona, quiso el P.
Palau que la forma dialogada fuera la característica de su ense-
ñanza :
«Es una impostura lo que se nos dice, que nuestra Religión
entorpece la inteligencia del hombre. Nosotros no huimos la
discusión en materia de Religión, la queremos y la tenemos
en todas las materias controvertibles»,
pero, saliendo al paso de errores vigentes en cuanto a la Revelación,
añade inmediatamente:
«Creemos a la Iglesia órgano del Espíritu para promover-
nos la Revelación y, atrincherados de esta parte, cedemos el
campo y retiramos nuestros discursos tan luego como ella nos
dice que Dios lo ha dicho» (64).
«Nosotros discutiremos sí, pero también sostendremos con
la Iglesia Católica que hay misterios, esto es, ciertas verdades
que son por su naturaleza indiscutibles por estar fuera de la
comprensión humana» (65).
Las palabras del P. Palau y su actitud combativa, quizá dema-
siado polémica para el gusto de nuestro siglo, se comprenderán con
más exactitud encuadrándolas en el marco de las doctrinas, a las

(¡1 Cf. Ibid., cu El Anconi, 16 de abril de 1853.


(i2 Aludiendo algunos años más tarde (1859) al método empleado en la
Escuela de la Virtud, escribió su f u n d a d o r : «El error no es luz sino t i n i e b l a s ;
la incredulidad teme la discusión y la huye, pues sabe que para su ruina le
basta presentarse ante el trono de las verdades católicas. Y porque la Escuela
de la Virtud era discutidora y académica y aceptaba el libre examen, dentro
de los justos límites fijados por la misma razón, por esto, fueron los libre-
discutidores los primeros en atacarla», La Escuela de la Virtud Vindicada, p. 73.
63 Cf. Denz. 1703, 1704, 1706. El término «discusión», muy usado por el
P . P a l a u , es aplicado en el sentido de «forma académica dialogada», Cf. La
Escuela de la Virtud Vindicada, p. 70.
64 Artículo firmado por Francisco Palau, en El Ancora, 24 de abril de 1853.
65 Ibid., en El Ancora, 17 de diciembre de 1853.
JOSEFA PASTOR MIRALLES 523

que él implícitamente está aludiendo. Por ejemplo las teorías ra-


cionalistas condenadas en la Encíclica «Qui Pluribus» del 9 de no-
viembre de 1846:
«La razón humana, sin tener para nada en cuenta a Dios, es
el único arbitro de lo verdadero y de lo falso, del bien y del mal;
es ley de sí misma y por sus fuerzas naturales basta para procurar
el bien de los hombres y de los pueblos».
«Todas las verdades de la religión derivan de la fuerza nativa
de la razón humana, de ahí que la razón es la norma principal por
la que el hombre puede y debe alcanzar el conocimiento de las ver-
dades, de cualquier género que sean».
«La fe de Cristo se opone a la razón humana; y la revelación
divina no sólo no aprovecha para nada sino que daña la perfección
del hombre».
En realidad y como conclusión, podemos decir que el método
empleado en la Escuela de la Virtud no era más que una aplicación
acomodada a los tiempos, del método escolástico o especulativo que,
fundándose en los principios de la divina revelación, estudiaba con
la razón iluminada por la fe las verdades reveladas y desentrañaba
sus virtualidades en orden a la pastoral bajo la idea de las virtudes,
descendiendo al plano normativo de la vida práctica cotidiana. En
este último aspecto radicaba su originalidad y, quizá, el secreto de
su éxito entre la gran masa de Barcelona (66).

b) Plan y desarrollo de las funciones de la Escuela de la Virtud

Durante el primer año los ejercicios de la Escuela se reducían


a una sola sección que, casi en su totalidad, era labor de su funda-
dor. Invocado el Espíritu Santo con el himno propio, se tenía una
hora de catequesis o enseñanza de la doctrina cristiana. Un coro
de niños recitaba de memoria la lección del Catecismo que, expues-
(56 La formación teológica del P. Palau era eminentemente tomista. Sus
estudios, t a n t o en el seminario de Lérida como en el convento de San José de
Barcelona, tuvieron como base primera y fundamental la Suma de Santo To-
más. Requisito expresamente marcado en las Constituciones del Carmen des-
calzo : «nunca deben dejar la mente de Santo Tomás», ef. Regla primitiva u
Constituciones de los Religiosos Descalzos de Nuestra Santísima Madre la Biena-
venturada Virgen Marta del Monte Carmelo de la Primitiva Observancia. Tra-
ducidas del idioma latino al castellano. Imp. de D. Joseph Doblado, Madrid 1788,
P a r t e II, cap. V, art. 1, pp. 209-210. Fueron reimpresas en Pamplona, 1827.
Se comprende fácilmente que el método empleado en la Escuela recuerde
el analítíco-deductivo utilizado p o r los grandes teólogos escolásticos, principal-
mente Santo Tomás, a quien el P. P a l a u tomó como guía y doctor de la Escuela
de la Virtud. Cf. Artículos firmados por Francisco Palau, en El Ancora, 6 de
marzo y 8 de mayo de 1852, 20 de noviembre de 1853.
524 LA OBRA SOCIO-RELIGIOSA DEL P. PALAU EN BARCELONA, 1851-1854

ta e impresa en forma de diálogo, se repartía oportunamente a los


asistentes. Seguidamente el P. Palau la explicaba y entablaba un
diálogo con los alumnos, procurando resolver las objeciones que se
le ponían. Intercalado el canto o rezo de algunos salmos, se tenía
un discurso moral «que versaba sobre la divinidad y solidez de las
doctrinas expuestas» y su aplicación a la vida cotidiana (67).
Tras un año de experiencia fructuosa, el plan de la Escuela se
modificó quedando la enseñanza dividida en dos secciones, que com-
prendían la parte moral y el dogma respectivamente:
Io) La moral cristiana bajo forma de virtud.
2o) Divinidad de la Religión cristiana y pureza de sus doctrinas.
En la Ia se analizaban todas las materias relativas a la moral
cristiana bajo la noción de «la virtud», formando de ellas un cuer-
po de doctrinas en forma catequística. Este cuerpo estaba organizado
en 52 lecciones que, correspondiendo a las cincuenta y dos domi-
nicas del año, constituían un curso anual completo (68). De ellas
formó el P. Palau el texto para la Escuela en su primera sección,
llamándolo Catecismo de las Virtudes. En los inicios de la Escuela
estas lecciones se repartieron en fascículos independientes, que eran
presentados a la autoridad eclesiástica para su aprobación. Fue cen-
sor el Dr. D. Constantino Bonet y el permiso venía firmado por el
Vicario General D. Ramón de Ezenarro (69).
En la ordenación del nuevo plan, el canto de los salmos mar-
caba el fin de la primera sesión y el paso a la segunda. Las tesis
escogidas para esta sección eran de palpitante actualidad. También
en número de 52 venían a ser un compendio de «todas las materias
relativas a la divinidad de Jesucristo, de su Evangelio y de sus doc-
trinas, que la Iglesia Católica proponía» (70). Estas tesis o proposi-
ciones recogían a su vez las modernas teorías y dificultades doctri-
nales, que iban tomando cuerpo en el campo teológico, filosófico y
social, constituyendo una exposición bastante completa y actuali-
zada de las verdades católicas frente al ateísmo, materialismo y co-
munismo en su doble dimensión de agnosticismo e indiferentismo.

67 Cf. «La Escuela de la Virtud. Su historia», manuscrito incompleto del


P. Francisco Palau. Sólo se conserva copia del autógrafo que poseyó Alejo de
la Virgen del Carmen, en Archivo, CMT, Tarragona.
68 Cf. La Escuela de la Virtud Vindicada, p. 34.
69 ALEJO DE LA VIRGEN DEL CARMEN poseía (en su archivo originales) estas
lecciones, a p r o b a d a s la p r i m e r a el 11 de noviembre de 1851 y la última el 1
de marzo de 1852, cf. o. c., p. 162.
70 La Escuela de la Virtud Vindicada, p. 60.
JOSEFA PASTOR MIRALLES 525

La sección terminaba con un acto público de fe, referente al


artículo que se había tratado, apoyándolo el director de la Escuela
con un breve discurso (71).

c) Programas de la Escuela de la Virtud.

En perfecta consonancia con las dos secciones, que comprendía


el plan de la Escuela, se desarrollaba en cada curso un doble pro-
grama:
Al primero respondía el ya citado Catecismo de las Virtudes,
del que se conservan dos ediciones: Barcelona, Imp. de los Herma-
nos Torras, calle Santa Ana, n° 8, 1851 y Barcelona, Imp. y librería
politécnica de Tomás Gorchs, calle del Carmen, junto a la Univer-
sidad, 1852.
El Catecismo de las Virtudes es un compendio del tratado sobre
las virtudes, siguiendo a Santo Tomás (72), como lo declara su mis-
mo autor y puede ser comprobado fácilmente en el programa que
sigue:

ESCUELA DE LA VIRTUD. SECCIÓN PRIMERA

Virtudes en común
Lección 1, Verdadera felicidad.
» 2, Virtud y sus especies.
» 3, La gracia y los dones y frutos del Espíritu Santo
» 4, Conexión, orden y armonía.
» 5, Semilla de la virtud, su nacimiento y su aumento en el cam-
po de nuestra alma.
» 6, Perfección del hombre.
» 7, Grados de incremento en la caridad: Amor de Dios.
» 8, Amor a los prójimos.
» 9, El vicio. El pecado.
» 10, La virtud consiste en un justo medio.
» 11, Preceptos dados al hombre sobre la práctica de las virtudes.

71 Cf. lbicl., p. 61.


72 La obra va precedida de una Introducción del propio autor, pp. III-VI,
en la que explica la utilidad de un compendio que reduzca a principios cuanto
se ha escrito sobre la virtud, y la necesidad de presentarlo en forma de Cate-
cismo para amoldarlo a la capacidad de todos. La p. [7] contiene el Himno o
Prosa del Espíritu Santo, que los a l u m n o s cantaban al inicio de los ejercicios
de la Escuela, y las pp. 9-12 los salmos 83 y 116 en latín y castellano para uso
de los a l u m n o s .
526 LA OBRA SOCIO-RELIGIOSA DEL P. PALAU EN BARCELONA, 1851-1854

Virtudes en particular
Lección 12, Virtudes intelectuales.
» 13, Virtudes morales: Prudencia.
» 14, Partes integrales o esenciales de la Prudencia:
— Prudencia individual.
— Prudencia social: militar, económica, regnativa, política.
» 15, Vicios opuestos a la prudencia.
» 16, La Justicia: partes subjetivas. Justicia distributiva y con-
mutativa.
» 17, Virtudes adjuntas a la justicia: La religión y el culto.
» 18, Actos interiores y exteriores de la religión: devoción y ora-
ción.
» 19, Las partes de la oración.
» 20, Actos exteriores de la religión: Adoración, sacrificio, obla-
ción, voto y juramento.
» 21, Vicios opuestos a la religión como virtud moral: La supers-
tición y sus especies. La irreligiosidad.
» 22, La Piedad: La observancia.
» 23, La Obediencia.
» 24. La gratitud, la venganza y la verdad.
» 25, La afabilidad, la liberalidad y la equidad o epiqueya.
» 26, La fortaleza.
» 27, Partes de la fortaleza.
» 28, La magnanimidad y magnificencia.
» 29, Paciencia y perseverancia.
» 31, La abstinencia y la sobriedad.
» 32, La castidad y la virginidad.
» 33, Partes potenciales de la templanza.
» 34, La humildad, la estudiosidad y la eutropelia.
i) 35, Preceptos dados al hombre sobre la práctica de las virtudes
morales.

Virtudes sobrenaturales

Lección 36, Virtud sobrenatural: la fe y la revelación.


» 37, La Iglesia de Dios.
» 38, Artículos de fe.
n 39, Actos internos y externos de fe.
» 40, Vicios contrarios a la fe.
. >• 41, La esperanza.
i) 42, Vicios opuestos a la esperanza.
» 43, La caridad.
» 44, Actos y efectos de la caridad.
» 45, Preceptos impuestos al hombre sobre la caridad: La correc-
ción fraterna.
» 46, Vicios opuestos a la caridad.
» 47, Dones del Espíritu Santo: Excelencia de las virtudes y dones.
JOSEFA PASTOR MIRAIXES 527

Las virtudes consideradas en los individuos


Lección 48, El hombre como individuo, miembro de una familia y parte
del cuerpo social: Vida activa.
» 49, Vida contemplativa: Vida solitaria, contemplativa y activa.
» 50, Gobierno eclesiástico y civil, económico y monástico.
» 51, Estados del cuerpo social: Vocación al estado.
» 52, Las virtudes en varios y diferentes grados de perfección en
un mismo estado y oficio.

En el segundo programa se armonizan perfectamente los prin-


cipios filosóficos, dogmáticos y sociales del tiempo, con una intui-
ción que sorprende, pues en aquellos años la doctrina social de la
Iglesia era aún incipiente. No pretendemos hacer suposiciones aprio-
rísticas ni meras hipótesis sin fundamento, que rebasen el conte-
nido y finalidad que a este programa dio el P. Palau. Ciertamente
no fue un sociólogo ni la Sociología (desarrollada como ciencia en
el siglo XX) pudo ser un objetivo directamente perseguido por el
director de la Escuela de la Virtud. Este objetivo fue, y sólo podía
ser, religioso. Pero al mismo tiempo, el P. Palau proclamó los dere-
chos del individuo, de la familia, el libre derecho de asociación, etc.,
defendiendo que son necesarios para consolidar la sociedad según
los principios católicos. Exhortó a los hombres a cumplir con fide-
lidad sus obligaciones y deberes temporales, dándoles como norma
la virtud evangélica. Demostró, frente a las acusaciones de obscu-
ratismo aplicadas a la Iglesia, que ésta no desprecia el progreso
material, sino todo lo contrario, lo fomenta y lo impone al cristiano
como deber y, llegado a este punto, habla el P. Palau del progreso
intelectual frente al escepticismo teórico de Kant y equivocada
exaltación del Racionalismo, procurando dar a los alumnos de la
Escuela el mensaje cristiano del Evangelio ilustrándolo con el sa-
ber filosófico.
Hoy no es difícil captar cómo pudo el P. Palau infundir este
dinamismo a la Escuela de la Virtud, pero el hecho es una realidad
incontestable, pues es su mismo creador quien nos dice haber ele-
gido conscientemente las doctrinas «pues eran las que más al caso
hacían para consolidar y fortalecer la fe católica» y esta elección
fue fruto «de un examen serio sobre los problemas, situación, mar-
cha y desarrollo de la incredulidad en España» (73).
Publicamos el programa tal como lo organizó y preparó el di-
rector de la Escuela de la Virtud, que pensaba formar de las tesis

73 La Escuela de la Virtud Vindicada, p. 60.


528 LA OBRA SOCIO-RELIGIOSA DEL P. PALAU EN BARCELONA, 1851-1854

propuestas un segundo catecismo, de no haberlo impedido las cir-


cunstancias y acontecimientos de 1854:

ESCUELA DE LA VIRTUD. SECCIÓN SEGUNDA (74)

I a Proposición: El método es una de las leyes inherentes a todo plan


de enseñanza. - Desarrollo de nuestro plan ñlosóñco-religioso de ense-
ñanza. - Refutación del eclecticismo. - Bases de esta enseñanza.
2a Proposición: Existen criterios que evidencian la existencia de
una certeza. - Refutación del Escepticismo.
3a Proposición: Evidenciada la existencia de esta certeza, es una
propiedad del hombre inquirir donde ella exista. - Refutación del Indi-
ferentismo.

Teorías deducidas de estos preliminares

4a Proposición: La inquisición de esta certeza nos dará por prime-


ros resultados la existencia y unidad del primer principio. - Refutación
del Ateísmo y Maniqueísmo.
5a Proposición: El análisis de la Naturaeza nos ha dado por resul-
tado la certeza de que, además del orden de los fenómenos cosmológicos,
existe el orden de los fenómenos psicológicos. - Refutación del Materia-
lismo.
ga proposición: Este análisis ha demostrado también haber existen-
cias pertenecientes al orden psicológico e independientes del orden cos-
mológico. Tal es el primer principio. - Refutación del Panteísmo.
7a Proposición: Este análisis nos ha demostrado haber existencias
pertenecientes al orden cosmológico e independientes del orden psicoló-
gico. - Refutación del Esplritualismo
8a Proposición: Este mismo análisis nos ha demostrado haber exis-
tencias pertenecientes al orden psicológico y cosmológico, tal es el hom-
bre. - Refutación del Organicismo y del Unitarismo filosófico.

Análisis de algunos entes pertenecientes al orden psicológico

ga proposición: Puesto que del primer principio han salido todas las
cosas, el primer prncipio debe ser Omnipotente. - Refutación del Teísmo.
10a Proposición: La Providencia es otra de las propiedades inheren-
tes a la idea del primer principio. - Refutación del Deísmo.
11a Proposición: La Justicia es otra de las propiedades inherentes
del primer principio. - Refutación del Protestantismo en sus relaciones
a esta teoría.

74 Este programa, autógrafo del P. P a l a u , lo conservaba Alejo de la Virgen


del Carmen, que lo cita entre «Papeles varios para la Escuela de la Virtud
Vindicada», cf. o. c , pp. 177-183.
JOSEFA PASTOR MIRALLES 529

12a Proposición: La sana filosofía de todos los siglos ha convenido


en que el primer principio era la Verdad. - Refutación del Escepticismo
en sus relaciones con este principio.
13a Proposición: Todo ser perteneciente al orden psicológico tiene
como propiedad inherente a su propia actividad el principio de responsa-
bilidad y, por consiguiente, el de libertad. - Refutación del Fatalismo y
Determinismo. - Examen de la Frenología.
14a Proposición: La inmortalidad es otro principio inherente a todo
ser dotado de actividad propia, según este principio: Dios y el alma son
inmortales. - Refutación del Materialismo.

Aplicación de estas teorías a los principios religiosos

15a Proposición: Existen relaciones entre el hombre y el primer prin-


cipio. - Refutación del Teísmo.
16a Proposición: Estas relaciones se fundan en los principios de la
Razón por parte del hombre, y en los de la Revelación por parte de
Dios. - Refutación del Naturalismo.
17a Proposición: La Revelación es un hecho. - Refutación del Deís-
mo.
18a Proposición: Esta Revelación se nos comunicó en los tiempos
primitivos por la Ley Mosaica y en los modernos por la Ley Evangélica. -
I a parte: Refutación del Naturalismo. - 2" parte: Refutación del Ju-
daismo.
19a Proposición: Los milagros obrados en favor de la doctrina mo-
saica son una prueba de su divinidad; los obrados en favor de la doctri-
na evangélica son también una prueba de su divinidad. - Refutación del
Naturalismo.
20" Proposición: La realización de las profecías en la doctrina mo-
saica es otra prueba de su divinidad; la santidad de la doctrina evangé-
lica es también otra prueba de su divinidad. - Refutación de la antirre-
ligión.
21a Proposición: Existe una completa armonía entre la Razón y la
Revelación. - Refutación del Filosofismo.

Corolario de esta proposición

22a Proposición: Las teorías inscritas en los libros de la Ley Mosai-


ca y los verdaderos principios de las ciencias modernas están en com-
pleta armonía. - Refutación de algunas falsas aserciones de la filosofía
moderna.

Aplicación de nuestra teoría al Catolicismo

23a Proposición: Es necesaria una Iglesia depositarla de la doctrina


evangélica. - Refutación del libre examen.

34
530 LA OBRA SOCIO-RELIGIOSA DEL P. PALAU EN BARCELONA, 1851-1854

24a Proposición:La Iglesia, depositarla de la doctrina evangélica,


debe ser justificada por los testimonios de la Revelación y apoyada por
los criterios de la Razón. - Refutación del Socinianismo.
25a Proposición: Sólo la Iglesia, justificada por estos testimonios y
apoyada por estos criterios, puede manifestarnos las relaciones del hom-
bre con el primer principio, debiendo sostener, por consecuencia, el prin-
cipio de intolerancia religiosa. - Refutación del Tolerantismo.
26a Proposición: Esta Iglesia debe ser un cuerpo moral perfecto. -
Refutación del Protestantismo.
27a Proposición: En esta Iglesia el principio de autoridad es una
necesidad. - Refutación del Liberalismo protestante y contra el Anglica-
nismo.
28a Proposición: Admitidas estas dos últimas teorías, debe admitir-
se en la Iglesia el poder legislativo y, como consecuencia, el poder coac-
tivo. - Refutación de algunas aserciones modernas.
29a Proposición: Como consecuencia del poder legislativo, debe re-
sidir también en la Iglesia la jurisdicción judiciaria y, por consiguiente,
el poder de exigir tribunales eclesiásticos. - Contra algunas teorías mo-
dernas.
30a Proposición: La Inquisición, según estos principios, es el uso de
uno de los derechos de la Iglesia. - Contra Puigblanc en su Inquisición
sin máscara.

Examen de algunas doctrinas católicas

31a Proposición: El Papa hablando excátedra es juez infalible en


materia de fe y costumbres.
32a Proposición: El Catolicismo, con el dogma del pecado original,
explica la verdadera causa de la actual degeneración. - Contra el Fa-
lansterianismo.
33a Proposición: El sistema penitenciario, adoptado por la Iglesia
católica y autorizado por Jesucristo, es altamente racional y conforme
con los principios de la humanidad. - Contra el Protestantismo.

Aplicación de estas teorías filoso)ico-católicas: Tesis general

34a Proposición: Los sentados principios con todas sus consecuen-


cias influyen en los progresos materiales, intelectuales y morales de la
humanidad. - Vindicación del dictado de retrogradismo, aplicado a la
Iglesia.

Tesis particulares: Las tteorías católicas en su relación con el


progreso material

35a Proposición: Las teorías católicas prescriben del modo más ex-
plícito la conservación y perfección, aun material, del individuo. - Refu-
tación del suicidio y del duelo.
JOSEFA PASTOR MIRALLES 531

36a Proposición: Las teorías católicas cooperan y aun prescriben la


más perfecta organización y la más alta conservación de las socieda-
des. - Refutación del Socialismo y Comunismo.

Teorías que cooperan a la perfección social, sancionadas por


el Catolicismo

37a Proposición: El derecho de asociación está garantizado en la


misma Naturaleza. - Juan Jacobo Rousseau en su Contrato social.
38" Proposición: El derecho de familia está garantizado en el dere-
cho de asociación. - Contra los principios revolucionarios.
39a Proposición: Las comunidades religiosas están también garanti-
zadas por el derecho de asociación. - Contra las ideas antimonásticas.
40a Proposición: Los principios cristianos, que son los principales de
la perfectibilidad llevada al más alto grado; los atractivos de su culto;
toda la historia católica, demuestran cuánto deben los adelantos artísti-
cos y todos los progresos materiales a esta Religión, la más fomentadora
de la actividad humana. - Vindicación del dictado de obscurantismo,
aplicado a la Iglesia.

Las teorías católicas en su relación con el progreso intelectual

41a Proposición: Las teorías católicas, uniendo el orden psicológico


al orden cosmológico, y enlazando los fenómenos conocidos por la razón
con los fenómenos desconocidos pero ciertos de la Revelación, es el prin-
cipio de la sana filosofía. - Refutación del Kantismo y del Racionalismo.
42a Proposición: La historia nos demuestra también ser los princi-
pios católicos fomentadores del progreso intelectual. - Refutación de al-
gunas aserciones de Carlos Villiers.
43a Proposición: El principio de autoridad, tal cual lo establece la
Iglesia, fomenta también el progreso intelectual. - Contra los discípulos
del libre examen.
44a Proposición: La libertad que fomentan los principios católicos,
es otra garantía que ofrece el Catolicismo a los progresos intelectua-
les. - Contra aserciones de los discípulos del libre examen.
45a Proposición: La doctrina católica es eminentemente civilizado-
ra. - Refutación de algunas teorías modernas.

Aplicación de esta tesis

46a Proposición: El principio de autoridad ha enseñado el camino


a la civilización moderna. - Refutación de algunas aserciones de Guizot.
47a Proposición: Las doctrinas de intolerancia católica han sido el
contrapeso a la barbarie. - Refutación de algunas teorías del citado se-
ñor Guizot.
48a Proposición: La Inquisición que no es más, según Balmes, que la
aplicación de la doctrina de intolerancia a un caso particular, ha tam-
532 LA OBRA SOCIO-RELIGIOSA DEL P. PALAU EN BARCELONA, 1851-1854

bien Impedido que la herejía y la impiedad opusiesen un dique a la mar-


cha civilizadora de la Iglesia Católica. - Refutación de Mr. Jercal en sus
Misterios de la Inquisición.
49a Proposición: El sacerdote es el preceptor de la civilización. -
contra los detractores del sacerdocio.
50a Proposición: Los conventos, focos de instrucción y moralidad,
han sido por consecuencia focos de civilización. - Contra los detractores
de los frailes.
51a Proposición: Los colegos de los Jesuítas, tan célebres por su
instrucción, que es la base de la moralidad, fueron y son también focos
de civilización. - Contra el antijesuitismo.
52a Proposición: Las prácticas de las confradías religiosas, lejos de
fomentar el fanatismo, fomentan la moralidad. - Contra los detractores
de las asociaciones religiosas.

4. Respuesta de Barcelona a la Escuela de la Virtud

Desde sus comienzos la Escuela de la Virtud fue plenamente


aceptada, acogida y apoyada por la autoridad eclesiástica y por el
pueblo barcelonés, pero no menos combatida y atacada por la auto-
ridad civil y por «la prensa pseudo-católica» que veía en ella un
serio peligro para la consecución de sus fines y proyectos (75). Sus
artículos moverían las sospechas del Gobierno de Barcelona, como
ya lo había conseguido con las primeras misiones organizadas por
Costa y Borras (76).

75 Con este título «prensa pseudo-católica» (cf. La Escuela de la Virtud


Vindicada, p. 72), el P. P a l a u se refería voladamente a determinados periódicos,
de modo particular a La Actualidad de Barcelona y al Clamor Público de Ma-
drid q u e , con frecuencia atacaban a la Iglesia de «obscurantista y enemiga del
progreso»: «¡Ya vuelven [aludiendo a los frailes! ya vuelven y <,qué va a ser
de la libertad? ¿Qué de la ilustración encendida en los fogonazos de las bata-
llas? ¡Ya vuelven y, por consiguiente, ya se marcha el progreso!» «La razón
y el convencimiento son los únicos reguladores de nuestras acciones». «Ya se ha
inaugurado la lucha del espíritu del clero con el espíritu de la libertad». Estas
frases extractadas son suficientes para comprender la línea anticlerical y anti-
rreligiosa de tales periódicos, mas para una visión exacta pueden leerse los
artículos completos de La Actualidad, 7 de marzo y 6 de agosto de 1852, y
El Clamor Público, 17 de octubre y 12 de noviembre de 1853, entre otros nú-
meros. Extracto de estos periódicos se citan en las Pastorales del Obispo Costa
y Borras, 28 de abril y 26 de agosto de 1852, 7 de diciembre de 1853. Cf. t a m -
bién Revista Católica, t. XXII, primera serie, 1853, pp. 105 y ss., t. XXIV, 1854,
pp. 10 ss. t. XXXIV, 1859, p p . 133 y ss.
76 En carta al Ministro de Gracia y Justicia, 2 de abril de 1852, decía el
Obispo de Barcelona: «Misiones. El Obispo las consideró necesarias para el bien
de la Religión, del Gobierno y de los pueblos. Eligió personas virtuosas e ilus-
t r a d a s , les dio competentes instrucciones para evangelizar la paz y los verda-
deros bienes. Los frutos fueron a b u n d a n t e s [...] pero el Gobernador de la P r o -
vincia expidió órdenes para concluir, si era posible, con las misiones», cf.
Archivo Seminario de Barcelona, legajo 1079.
JOSEFA PASTOR MIRALLES 533

Subdividimos este apartado para presentar ordenadamente la


respuesta positiva y la persecución que sufrió la Escuela de la
Virtud:

a) Respuesta y colaboración.

La Escuela de la Virtud se vio favorecida por el pueblo y por el


clero desde su origen. Inaugurada en la segunda mitad de noviem-
bre de 1851, contaba ya con 200 alumnos en enero de 1852 (77). El
periódico de Barcelona El Ancora nos da a conocer que un mes más
tarde el número se acercaba a los 300 (78), sobrepasando esta cifra
en marzo del mismo año (79).
Jóvenes y mayores, pobres y ricos, sabios e ignorantes, todas
las clases sociales de Barcelona, acudieron a estudiar las lecciones
que sobre la virtud, el bien y el mal, la luz y las tinieblas, la ver-
dad y el error se le explicaban en la Escuela de la Virtud (79).
Semanalmente la prensa de Barcelona anunciaba las funciones
que habían de tener lugar en San Agustín, mientras que el Boletín
Eclesiástico de la diócesis publicaba una crónica de los ejercicios
realizados. La Escuela se transformó rápidamente en un centro de
primera magnitud con un aumento constante y progresivo de asis-
tentes, llegando a afirmar la prensa: «El auditorio es de los que
hay de mayor concurrencia en esta ciudad» (80). Las vastas naves
de San Agustín fueron insuficientes en muchas ocasiones, llegando
a ver reunidas más de 2000 personas (81).
Este éxito, expresión a la vez de la religiosidad innata en el
pueblo barcelonés, se vio favorecido por tres factores que contribu-
yeron a hacer más eficaz la misión de la Escuela:
—La activa intervención del grupo de filósofos del seminario
de Barcelona.
—La aportación del clero de la diócesis.
—La colaboración con otras asociaciones religiosas.
El llamado «grupo de filósofos», jóvenes cursantes en el semi-
nario, tuvo una participación eficacísima en las conferencias cate-
quéticas de la Escuela. Al atractivo de una enseñanza en la propia
77 Cf. Carta de Francisco Palau a varios señores de Barcelona [enero] de
1852.
78 Cf. el número correspondiente al 7 de febrero de 1852.
7!) «Más de 300 jóvenes, más de 500 sillas ocupadas por fieles de ambos
sexos, un gentío inmenso, compuesto por lo regular de hombres, ocupa lo res-
tante del templo», Cf. El Ancora, 11 de marzo de 1852.
80 Cf. El Ancora, 2G de noviembre de 1853.
81 Cf. Revista Católica, t. XXXIV, 1859, p. 133.
534 LA OBRA SOCIO-RELIGIOSA DEL P. PALAU EN BARCELONA, 1851-1854

lengua catalana, añadieron el de su entusiasmo juvenil e intrépido.


La mayoría fueron, posteriormente, grandes personajes en el cam-
po histórico-religioso y literario de España, especialmente de Cata-
luña. Citamos los principales entre ellos:

Nombre nacimiento ordenación muerte


José Gras y Granollers 22.1.1834 20. 3.1858 7.7.1918 (82)
Eduardo M.a Vllarrasa 6.8.1834 13.12.1858 24.4.1900 (83)
José Ildefonso Gatell 22.1.1834 20. 3.1859 19.1.1918 (84)
Alejandro Pí 25.8.1829 23. 9.1854 (85)
Juan Casellas 1.2.1830 7. 3.1857 (86)
Antonio Vergés 15.8.1832 7. 3.1857 18.7.1874 (87)

Por otra parte, gran número de sacerdotes de Barcelona toma-


ron parte en las funciones de la Escuela de la Virtud (88). Consig-
namos los que de una manera más asidua y particular la favore-
cieron :
Don Pablo Puigmartí, párroco de San Agustín (89).
Don Lorenzo Galcerán, vicario de San Agustín (90).

82 Insigne escritor, a u t o r de numerosas obras de carácter social y religio-


so. F u n d a d o r de la revista «El Bien» órgano difusor de la Academia y Corte
de Cristo, que él mismo fundó, así como el Instituto religioso Hijas de Cristo
Rey. Su causa de beatificación ha pasado ya a Roma. ( X Causa de beatificación
y canonización del Siervo de Dios D. José Gras y Granollers. Artículos para el
Proceso Ordinario Informativo, Imp. Luis F. Pinas, Granada 1949.
83 ( X Estadística del Clero 1861-1881, p. 153, en ADB. J u n t o con José
Gatell fueron los principales colaboradores de Revista Católica y creadores del
periódico barcelonés La España Católica (185(5-1807). Autor de varias obras,
entre las que destacamos, por la relación que tienen con el estudio que pre-
s e n t a m o s : «Palabras de un creyente dirigidas a los Gobiernos y al pueblo»,
refutación de los pensamientos y planes socialistas de la Escuela de Lamennais,
Barcelona 1858, obra que consideramos fruto del tiempo que Vilarrasa actuó
en la Escuela de la V i r t u d ; «Historia de las persecuciones sufridas por la Igle-
sia Católica desde su fundación hasta la época actual», Barcelona 1870.
84 ( X Estadística del Clero, 1861-1881, p. 107, en ADB. Es una de las pri-
meras figuras en el campo literario y religioso de Barcelona en el siglo xix.
Sus ú l t i m a s intervenciones en el siglo xx tuvieron un marcado acento social en
orden a la promoción obrera. Escribió, entre sus muchas obras, algunas de ca-
rácter didáctico. En el AHB., se conservan casi todas e igualmente las de Vi-
larrasa.
85 Cf. lbid., p. 231. No consta la fecha de su muerte por haberse trasladado
a Granada, donde le fue concedido un curato el 10 de octubre de 1861.
86 Cf. lbid., p. 125. No consta la fecha de su muerte.
87 Cf. lbid., p. 140.
88 Puede comprobarse en los periódicos /•,'/ Ancora y Diario de Harcelona,
de noviembre de 1851 h a s t a abril de 1854.
89 Regía la pa.rroquia de San Agustín desde el 14 de agosto de 1846. Cf.
Speculum Septem Ecclesiarum parochialium intus civitatem barcinonensem exis-
tentium, f. 59, en ADB.
90 Nacido en Olesa de Montserrat el 9 de junio de 1816, fue ordenado en
Roma el 2 de marzo de 1844 por el Cardenal Vicario Patrizi. Cf. Estadística del
Clero, 1861-1881, p. 80, en ADB.
JOSEFA PASTOR MIRALLES 535

Don Federico Camps, secretario de la Escuela de la Virtud (91).


Iltre. don Antonio Fontán, Canónigo magistral, que presidió los
exámenes de la Escuela como delegado del Obispo (92).
Don José Rabell y Pareras, párroco de San José. Actuó como
predicador y formó parte del tribunal examinador en la Escuela (93).
D. Francisco Ventalle, Catedrático del Colegio episcopal (94).
Rvdo. Padre Freguell, Director de los Ejercicios de los Orde-
nandos en el seminario conciliar. Tomó parte en los exámenes de la
Escuela (95).
D. Miguel Puig (96).
D. José Valls y Bonet (97).
D. Antonio Sagiies y D. José Cuxart (98).
D. José Puig, Beneficiado de la catedral (99).
D. Antonio Jordá y D. Antonio Crehuel (100).
D. Jaime Alsina, Beneficiado de la catedral (101).
Rvdo. P. José Serráscoli (102).
D. Agustín Braso (103).
Rvdo. P. José Sayol (104).
Aun un tercer factor, esencial cuando se quiere conseguir el
triunfo de una empresa, vino a fomentar la difusión de la Escuela:
la colaboración. Es éste otro de los puntos que reafirman la intui-
ción pedagógica del P. Palau. Toda misión requiere unión; compren-

91 Nacido en Almasera ti 18 de octubre de 1813, fue ordenado en Koma


por el Cardenal Vicario en 1844. Desempeñó el cargo de profesor en el semina-
rio de Barcelona d u r a n t e los años 1855-1856. Cf. legajo Estadística de Parroquias
U Oratorio*. Parroquia de San Jaime, en ADB.
92 Cf. Diario de liarcelona, 5 de diciembre de 1852. Para sus datos perso-
nales, cf. legajo, Biografías u listas del personal, I8M-Í8SÜ. Estadística del Cle-
ro Catedral, en ADli.
93 Cf. Diario de Barcelona, 5 de diciembre de 1852 y El Ancora, 8 de enero
de 185,'!. Pertenecía a la Orden de PP. Agonizantes. Ordenado en septiembre de
1823, ejercía el oficio de párroco de San José desde diciembre de 1852. En su
Orden desempeñó el cargo de Maestro de Novicios y Profesor de Filosofía y
Teología, cf. legajo, Estadística de Parroquias ¡j Oratorios. Parroquia de San
José, y Estadística del Clero, 18ÜI-1881, p. 112.
94 Cf. El Ancora, 31 de enero de 1852, 24 de agosto, l(i de octubre, fi de no-
viembre, 7 de diciembre de 1852.
95 Cf. El Ancora, 5 de diciembre de 1852. Parece desprenderse lógicamente
que fue el sustituto del P. Palau en este oficio,
9(> Cf. El Ancora, 23 de noviembre de 185!.
97 Cf. Ibid., 3 de enero de 1852.
98 Cf. ibid., 5 de diciembre de 1852.
99 Cf. ibid., 7 de diciembre de 1852.
100 Cf. ibid., 1 de mayo de 1852.
101 Cf. ibid., 10 de diciembre de 1852.
102 Cf. ibid., 29 de junio de 1852.
103 Cf. ibid., 11 de diciembre de 1852.
104 Cf. ibid., (i de febrero de 1853.
536 LA OBRA SOCIO-RELIGIOSA DEL P. PALAU EN BARCELONA, 1851-1854

diéndolo así el director de la Escuela, no sólo aunó el esfuerzo de


los varios sacerdotes que apoyaron la obra, sino que conociendo
que la dispersión y el individualismo son causa de debilidad, am-
plió sus horizontes colaborando con otras asociaciones religiosas de
Barcelona, en ocasiones en que lo exigía o aconsejaban las circuns-
tancias, a fin de que la devoción popular y el mensaje de la palabra
divina se vieran acrecentados, llevando a los fieles a una madura
vida de fe y a la auténtica práctica de la virtud y de la piedad.
Entre las asociaciones religiosas de Barcelona destacaban por su
importancia: la Sociedad Catequística de la Doctrina Cristiana,
instalada en la parroquia de San Jaime (105) y La Corte de María,
situada en la parroquia de Santa María del Mar, dedicada a honrar
a la Sma. Virgen, especialmente durante el mes de mayo (106).
Amante de María, el P. Palau inculcó un particular sello mariano a
la Escuela de la Virtud, cuyas funciones eran presididas por la ima-
gen de Nuestra Señora de las Virtudes. Esta devoción mariana se
expresaba particularmente en el mes de mayo, en el que la Escuela
se unía a La Corte de María para el mejor esplendor del culto a la
Madre de Dios (107).
Así mismo los alumnos de la Escuela, precedidos por su direc-
tor, hicieron obra conjunta con los de la Caridad Cristiana en em-
presas de carácter religioso-social (108) y de tipo exclusivamente
piadoso (109).
Con el objetivo de promover una fe viva y operante en el pue-
blo, frente a las desvirtuaciones y confusión que producía la pro-
paganda más revolucionaria, el P. Palau se valió de todos los me-
dios a su alcance y, con la finalidad de despertar el amor a la Reli-
gión y el fomento de una auténtica piedad, siguió buscando la cola-
boración de las demás sociedades religiosas de Barcelona, como la
Pía Unión de La Minerva, consagrada al culto del Santísimo Sa-

105 En el legajo, Asociaciones católicas y otras entidades. Estatutos hasta


Í900, en ADB., se halla un ejemplar de los Estatutos que regían la Sociedad Ca-
tequística. Fueron reformados posteriormente por intervención de la Autoridad
civil, cf. «Expediente sobre la reforma de los Estatutos de la Caridad Cristiana»,
legajo 3455-3498, núm. 3458. en el Archivo Municipal del Ayuntamiento de Bar-
celona. En enero de 1853 acudían unos 800 niños a la enseñanza de la doctrina
en esta Sociedad religiosa, cf. El Ancora, 5 de enero de 1853 y Diario de Bar-
celona, 30 de abril de 1854.
106 El folleto impreso «La Corte de María» es un historial de dicha asocia-
ción desde su origen en Madrid (1839) hasta su elevación a la dignidad de Ar-
chicofradía en 1865. E j e m p l a r de este folleto en Archivo CMT., Tarragona. Cf.
también Diario de Barcelona 30 de abril de 1854.
107 Cf. El Ancora, 31 de mayo de 1852.
108 Cf. ibid., 12 y 14 de agosto de 1852.
109 Cf. ibid., 5 de noviembre de 1853.
JOSEFA PASTOR MIRALLES 537

cramento (110) y la Congregación Redentora de las almas, estable-


cida en la parroquia de San José, cuyo primer fin era el ofrecer su-
fragios por los difuntos (111). Fue también el P. Palau quien esta-
bleció el Rosario de la Aurora en la parroquia de Ntra. Señora de
Gracia, el primer domingo de febrero de 1852 (112). Cuatro meses
más tarde se inauguraría en la citada parroquia la antiquísima co-
fradía del Santísimo Rosario con la asistencia de los alumnos de la
Escuela de la Virtud y los niños de la Caridad Cristiana (113).
Este incansable espíritu apostólico fue el que consiguió que las
aulas de la Escuela se vieran repletas de gente de las más diversas
categorías que buscaban el renacer de la Religión en España y en
Barcelona. En San Agustín se habló de amor y justicia al obrero
y al empresario, se predicó la verdad al profesor y al estudiante,
el médico y el abogado pudieron comprobar la armonía entre cien-
cia y revelación etc. Barcelona resurgía en su espíritu religioso y
los ánimos alterados por ideales de falsa libertad se aquietaban.
Digamos ya, desde este momento, que esta acción pacificadora
de la Escuela de la Virtud, cuyos alumnos pertenecían en gran par-
te a la clase obrera, no convenía a ciertos sectores «interesados en
el reinado de la confusión de ideas, a quienes incomodaba la clari-
dad de principios que manaban de las explicaciones teológico-so-
ciales de aquella Escuela. Hay cierta clase de gente que todo lo
quieren teórico, hasta la ilustración que invocan y el examen que
defienden; de ahí las acusaciones gratuitas y abundantes que se
formulaban contra aquellos ejercicios, los planes secretos que algu-
nos se figuraron ver en la asociación, y los graves peligros en que,
según los mismos, ponía al orden de las cosas el discurso de aque-
lla materias» (114). Se trató de acusar a la Escuela desvirtuando,
precisamente, su labor social, consecuencia lógica de su misión ca-
tequética: «Afectóse creer que la Escuela de la Virtud abrazaba
ideas socialistas, bien que por segundos y refinadamente maliciosos

110 Cf. ibid., 24 de marzo, 23 de mayo, 17 de junio de 1852. La Minerva ac-


tuaba en las principales p a r r o q u i a s de Barcelona, aunque estaba establecida en la
de Santa María del Mar. Una historia completa de su origen e institución puede
verse en Boletín Oficial Eclesiástico del Obispado de Barcelona, año 1859, ipp.
445, 501, 540, 573, 584, 601 y 650.
111 Cf. El Ancora, 3 de noviembre de 1852.
112 Cf. Diario de Barcelona, 1 de febrero de 1852.
113 Cf. El Ancora, 1 de m a y o de 1852. A la ceremonia, en la que celebró el
P. Palau, acudió un elevado n ú m e r o de fieles. Fue tan grande esta manifestación
religiosa, que de ella se hizo eco la prensa de Mallorca, cf. El Monitor Religioso,
23 de mayo de 1852.
114 «Reseña histórica» por Eduardo M.» VILAMIASA, 30 de enero de 1859, en
Revista Católica, t. XXXIV, 1859, p. 133.
538 LA OBRA SOCIO-RELIGIOSA DEL P. PALAU EN BARCELONA, 1851-1854

intentos. Sin embargo, las ideas sociales que se profesaban allí, es-
tán escritas en la lección 50 de su Catecismo» (115).

b) Ataques de la prensa contra la Escuela de la Virtud.

En general las asociaciones religiosas estaban siendo objeto de


restricciones y prohibiciones del Gobierno español, fruto de una
política imbuida de las exaltadas doctrinas provenientes de Fran-
cia e Italia (116). La Escuela de la Virtud no quedó excluida de
esta persecución, solapada unas veces y abierta otras. Ya desde sus
orígenes, la prensa de cierto color había tomado a la Escuela por
centro de sus ataques, por considerarla el órgano difusor de la voz
del prelado y la aliada más firme de la Compañía de Jesús (117).
En repetidas ocasiones el P. Palau hizo frente a las injurias pro-
paladas por el periódico La Actualidad. En el número correspon-
diente al 19 de mayo de 1852, su director D. Joaquín M.a Nin tra-
taba de probar con argumentos que «los hechos y conducta del
director de la Escuela de la Virtud, lo acreditaban de un Jesuíta».
En esa misma fecha el P. Palau escribió una carta al redactor, de-
fendiéndose de los cargos que le atribuía dicho periódico y confe-
sando su respeto y veneración a la Compañía de Jesús «por los
profundos talentos que se han desarrollado en ella, por las emi-

115 Cf. ibid., pp. 134-135, transcribe la lección 50 del Catecismo de las Vir-
tudes, poniéndola en paralelo con las doctrinas de Lamennais en su libro, Palu-
brus de un creyente, en el que la libertad es considerada «una forma de esclavi-
tud, a r r e b a t a d o r a del gran don de la Libertad».
11(¡ En la «Crónica religiosa» del tiempo, hablando de la gran libertad del
espíritu de asociación en todas las empresas, «que lia venido a formar el carác-
ter de nuestro siglo», se afirma: «No sucede lo mismo con las asociaciones que
tienen objeto religioso. Para éstas se quiere hacer revivir las antiguas leyes de
España en lo que tienen de restrictivo. Y decimos «revivir» porque aquellas leyes
habían caído en desuso. Cuando para formar casinos, sociedades de socorros mu-
tuos y otras mil de esta especie, bastaba obtener la autorización del alcalde o
cuanto más del gobernador de la provincia, es de creer que, para instalar una
cofradía o h e r m a n d a d bastara la autorización del cura párroco o cuanto más
del Prelado diocesano [...}.
A las asociaciones religiosas no quiere permitírseles el desarrollo que a las
seglares. Para las p r i m e r a s se invoca la observancia de las antiguas leyes, a las
segundas se las deja c a m i n a r y desrrollarse conforme al espíritu del siglo», en
Revista Católica, t. XXV, 1851, pp. 93-95.
117 Cf. La Actualidad, '25 de marzo de 1852. La acción denigratoria contra los
j e s u í t a s en España tenía sus principales aliados en este periódico y El Clamor
Público. El obispo de Barcelona defendió en varias ocasiones a los j e s u í t a s de
los ataques de esta parte de la prensa. Escribió su Pastoral del 28 de abril de 1852
censurando la obra «Retrato al daguerreotipo de los Jesuítas», redactada por el
gran colaborador de La Actualidad, I). Joaquín M.a Nin. «Verdadero acopio de
blasfemias, que ya h a b í a n sido vomitadas en los números sueltos de La Actua-
lidad» en opinión de Costa y Borras.
JOSEFA PASTOR MIRALLES 539

nentes virtudes de que ha dado ejemplo y por los muchos servicios


que ha prestado a la Iglesia» (118).
En Madrid la campaña contra la Escuela de la Virtud tenía su
aliado en El Clamor Público, periódico de la Corte. En un artículo
remitido desde Barcelona delataba, dirigiéndose a S. M. Isabel II,
el gran peligro que suponían las asociaciones religiosas, especial-
mente en Barcelona, «verdaderas madrigueras o fábricas donde se
forjaban complots contra el trono y la patria», terminando con es-
tas palabras: «O si no, que se traslade el curioso espectador de seis
a ocho de la noche, los domingos, al grandioso templo de San Agus-
tín y, entre ceremonias extrañas y lúgubres, verá la influencia que
esa gente fanática ejerce sobre innumerables jóvenes confiados a su
educación» (119). Los ataques llegaron a ser tan abiertamente ofen-
sivos, que La Actualidad fue suprimido por Real Orden del 23 de
octubre de 1852 (120). Esta decisión se debió en parte a la inter-
vención del Obispo Costa y Borras que, incansable, denunció la ac-
ción denigratoria del periódico contra todo principio religioso (121).
También condenó el prelado al Clamor Público en su Pastoral del
29 de octubre de 1853 (122).
Suprimido La Actualidad, continuó su obra en Barcelona el Dia-
rio de la Tarde. De nuevo arreciaron las denuncias publicitarias con-
tra la Escuela de la Virtud. El P. Palau, siempre fiel a la verdad,
respondió públicamente en dos ocasiones por medio de la prensa
«a las absurdas conclusiones» del citado periódico, exigiendo prue-
bas de las acusaciones de que se hacía promotor, ya que recaían no
sobre una persona en particular, sino sobre la Iglesia y la persona
del Pontífice a quien se ofendía. Ninguna respuesta obtuvo (123).
La verdadera razón de cuantas acusaciones se prodigaron con-
tra la Escuela de la Virtud (siempre por la prensa extremista) tiene
su fundamento en la misión evangelizadora y catequética que de-
sempeñó. La Escuela «no podía pasar por alto ni ser indiferente»
—-dirá su director— a los errores que amenazaban el orden y el

118 Cf. Un el Programa de la Escuela de la Virtud, correspondiente a la se-


gunda sección, la Proposición 51.
11!) Cf. /•;/ Clamor Público, 2 de marzo de 1852.
120 Esta Real Orden se publicó en El Ancora, 27 de octubre de 1852.
121 Cf. Cartas del obispo de Barcelona al Ministro de Gracia y Justicia, 15
de septiembre de 1852 y al nuncio de Su Santidad en España, 17 de septiembre de
1852, en legajo 1079, Archivo Seminario de Barcelona.
122 Dice el obispo en la p. 22 de esta P a s t o r a l . «Dos puntos cardinales a b r a -
za nuestro escrito. El primero se refiere al Clamor Público, cuyo modo de t r a t a r
las personas y las cosas de la Religión es h a r t o censurable e indigno de una
pluma católica».
123 Cf. Cartas firmadas por Francisco Palau y publicadas en El Ancora, 23
de junio y 29 de octubre de 1853 respectivamente.
540 LA OBRA SOCIO-RELIGIOSA DEL P. PALAU EN BARCELONA, 1851-1854

bien espiritual del pueblo (124). En sus conferencias se clarificaron


«las desviaciones del libro Palabra de un Creyente'», «se pulveriza-
ron los argumentos del Libro del Pueblo», del mismo Lamennais, y
«las teorías utópicas de GUIZOT» (125). El director de la Escuela unió
su voz a la del prelado de Barcelona para disolver los argumentos
de la falsa filosofía, invitó a los contrarios a un sano diálogo, sin
negarse a dar auténticas pruebas de la verdad cristiana a los llama-
dos «filósofos ateos» (126): «Interrogados los filósofos reformadores
de la Religión en el siglo xix, sobre las causas que les impulsaron
a atacar con tanto furor y frenesí la Iglesia Católica, nos han dicho:
"Las doctrinas del Catolicismo son un obscurantismo, porque se
oponen a la verdadera ilustración, paralizan el progreso de las artes
y combaten la verdadera civilización". Nuestra Escuela, aprovechan-
do la ocasión en el tratado de la Justicia, responderá a los argu-
mentos sofísticos de nuestros adversarios. Sin leyes no hay justicia
y sin justicia no hay civilización» (127).
Esta claridad de exposición, que daba luz y doctrina a un pue-
blo hambriento de verdad y justicia, y que hacía volver a la obe-
diencia libre y voluntaria a las leyes de la Iglesia y a la autoridad
del Pontífice, destruía, echaba por tierra los planes del racionalismo
extremado que proclamaba: «La razón humana es el único arbitro
de lo verdadero y lo falso, del bien y del mal, sin tener en cuenta
a Dios» (128). Diluía las teorías de un liberalismo arbitrario que,
de la total separación de Iglesia y Estado pasó al extremo opuesto,
haciendo renacer las doctrinas del más exigente galicanismo: «No
es lícito a los Obispos, sin permiso del Gobierno, promulgar ni aun
las mismas letras apostólicas» (129). «Pueden establecerse iglesias
nacionales sustraídas y totalmente separadas de la autoridad del
Romano Pontífice» (130). «Las gracias concedidas por el Romano
Pontífice han de considerarse como nulas, a no ser que hayan sido
pedidas por conducto del Gobierno» (131).
Este fue, en definitiva, el poderoso motivo que desató tan te-
rrible persecución contra la Escuela de la Virtud. El P. Palau, fijo
124 Cf. Artículo firmado por Francisco Palau, en F.l Anconi, 22 de octubre
de 1853.
125 Cf. a. c , en Revista Católica, t. XXXIV, 1859, pp. 133-134. Cf. también
en el P r o g r a m a de la Escuela, segunda sección, las Proposiciones 46 y 47.
126 Cf. Artículos firmados por Francisco P a l a u , en El Ancora, 16 de abril
y 1 de mayo de 1853.
127 Artículo firmado por Francisco P a l a u , en el Diario de Barcelona, 11 de
j u n i o de 1853.
128 Denz. 1703.
129 Denz. 1728.
130 Denz. 1737.
131 Denz. 1729.
JOSEFA PASTOR MIRALLES 541

e inconmovible en su propósito de combatir el mal y el error, con-


testaba a las incitaciones de la prensa, que se esforzaba por dar ca-
rácter político y sentido socialista a la enseñanza impartida en San
Agustín: «Esparcidas estas doctrinas lo suficiente para que ciertos
espíritus miopes vean el error y no miren la verdad, es un deber
de nuestra Escuela ocuparnos de esta cuestión» (132). Así pues, la
Escuela continuó su misión: elogió las Ordenes monásticas (133),
«rebatió una libertad mal definida» (134), refutó el ateísmo y el
materialismo (135), etc.
El historiador y cronista Vilarrasa, miembro activo de la Es-
cuela, escribía en 1854, haciendo alusión indirecta a los ataques de
la prensa y elogiando implícitamente la labor de los sacerdotes en
la Escuela de la Virtud: «El clero desea no ver renovarse aquellos
días de prueba (1835) porque, ciertamente, no son muy dulces el
extrañamiento y el destierro; pero el clero tiene doctrinas que sus-
tentar, tiene deberes que cumplir y, sobre todo, tiene un conciencia
a la que nunca hace traición por todo lo de este mundo» (136).
La reacción del Gobierno no se hizo esperar, movido a sospe-
cha por los artículos de cierta prensa o afectando creer cuanto so-
bre la Escuela se propagaba en esos periódicos, intervino de forma
radical e inesperada. La Escuela de la Virtud y su director serían
las primicias de la revolución que estallaría incontenible en Barce-
lona, en julio de 1854.
Terminamos este apartado con las palabras de Vilarrasa, testi-
go de los hechos que narra: «Cuando vimos que no eran los artícu-
los de fondo incendiario, ni los clubs socialistas los que se supri-
mían, sino que el Gobierno, como participando de los temores de
«El Clamor Público, pretendía disminuir el círculo de acción de las
asociaciones religiosas, ya temimos lo que no se hizo esperar mucho.
La revolución era natural» (137).

132 Artículo firmado por Francisco Palau, en El Ancora, 30 de junio de 1853.


133 Cf. Artículos firmados por Francisco Palau, en El Ancora, 22 y 29 de
octubre de 1853.
134 Cf. ibid., en El Ancora, 12 de noviembre de 1853.
135 Cf. ibid., 11 y 17 de febrero de 1854.
136 «Crónica religiosa», en Revista Católica, t. XXV, 1854, p. 189. Es sobra-
damente conocido el éxodo de Fr. Francsico Palau en la noche del 25 de julio
de 1835 en que la turba medio enloquecida incendió varios de los conventos de
Barcelona, entre ellos el de San José de Carmelitas descalzos.
137 «Reseña histórica», en Revista Católica, t. XXXIV, p. 13fi.
542 LA OBRA SOCIO-RELIGIOSA DEL P. PALAU EN BARCELONA, 1851-1854

II.—EL TRIUNFO DE LA JUSTICIA

En este apartado se estudian las vicisitudes dolorosas que, como


consecuencia del estado de revolución y persecución religiosa, tuvo
que sufrir el P. Francisco Palau, víctima de las más infundadas sos-
pechas contra el clero barcelonés y de las arbitrarias medidas to-
madas por el Gobierno militar de Barcelona con repecto a la Escuela
de la Virtud.
Puesto que la acusación próxima que se lanzó contra la Escuela
fue el atribuirle las huelgas obreras de marzo de 1854, presentamos
en visión panorámica la situación proletaria del tiempo.

1. Sucesos obreros y religiosos en Barcelona: la huelga de marzo


de 1854.

La situación de la clase obrera en Barcelona viene sintetizada


por C. Marti: «La situación de los obreros a través de estos vai-
venes de industrialización es muy semejante a la de los obreros
de los otros países industriales: salarios en general bajos, insegu-
ridad en el empleo, duración excesiva de la jornada de trabajo, con-
diciones higiénicas deficientes en los locales industriales y en las
viviendas particulares, imposibilidad de atender a las necesidades
surgidas de la enfermedad, accidente, vejez o paro, trabajo de los
niños, etc.» (138).
Estos condicionamientos, podemos llamar forzados, hacen com-
prender que muy poco de extraño tenía el que estallara una huelga
obrera, que no respondía sólo al momento, sino a una situación so-
portada durante largos años por un pueblo sujeto a los vaivenes de
una política inestable y cambiante (139). El 23 de marzo de 1854 se
declaró en huelga lá mayor parte de la población fabril, de Cata-
luña (140). La chispa próxima que la originó se localizaba concre-

l,'i8 a. c , p. 205. C.f. nota 5 de la Introducción.


139 Los orígenes de la toma de conciencia de la clase obrera habría que
remontarlos al 10 de mayo de 1840 en que se creó la célebre Sociedad de
protección mutua de Tejedores. — Para un estudio del desarrollo y evolución de
la citada Sociedad en sus primeros años, cf. M. OLLER I ROMEU, «Balines i el
moviment obrer á Catalunya del 1840 al 1843», en Serra d'Or, julio de 1968,
núm. 106, pp. 599-602; más información en G. GRAELL, Historia del Fomento,
Barcelona 1911, pp. 87-88; J. M. VILA, Els primera moviment* socials a Cata-
lunya, Barcelona 1935, pp. 40-44; M. REVENIOS, Els Moviments socials a Bar-
relona durant el segle xix, Barcelona 1925, pp. 40-50.
140 Así lo afirma MANE Y FLAQUEB, testigo de los hechos al Duque de Solfe-
rino en carta desde Barcelona, 31 de marzo de 1854: «Desde Berga y Higueras
JOSEFA PASTOR MIRALLES 543

tamente en la fábrica de Sans, titulada La España Industrial. Lo


afirma Mané y Flaquer al Duque de Solferino en carta del 1 de abril
de 1854: «Algunos trabajadores de La España Industrial se opusie-
ron a que otros ocuparan telares que se les había hecho desocupar.
La Autoridad quiso intervenir en el asunto y entonces todos deso-
cuparon la fábrica. Prendióse a algunos (unos 50) y, como eran te-
lares mecánicos, todos los tejedores de esta clase de Barcelona y sus
alrededores abandonaron las fábricas (141).
El 30 de marzo, el capitán general de Cataluña, Ramón M.a La
Rocha, dirigió una exhortación a los obreros (142). Al día siguiente,
el obispo Costa y Borras asistió a una «Junta de Autoridades y Co-
merciantes o Fabricantes», que tuvo lugar en la capitanía general,
con el fin de aportar su colaboración en la pacificación de los áni-
mos. Prometió hablar a los fieles y lo hizo en una exhortación pas-
toral, impresa ese mismo día en catalán y castellano (143). Mas la
autoridad militar, sin atender al sentido común y llevada de un
apresuramiento irreflexivo ante las inquietantes reivindicaciones
obreras, decretó «la supresión y completa disolución de la Escuela
de la Virtud el mismo 31 de marzo, en que el obispo exhortaba al
pueblo al orden y la calma. En sus medidas preventivas, La Rocha
dictaba otras órdenes encaminadas a la desaparición de las demás

u Barcelona todas las fábricas están cerradas». Cf. Correspondencia de Benito


Lianza, I, ltií), en A H B . — E l cónsul francés en Barcelona Ramón de Baradére,
en carta 30 de marzo de J854 informa a su Ministro de Asuntos exteriores que,
esta vez la huelga en lugar de limitarse a la ciudad de Barcelona, se ha exten-
dido «presque s i m u l t a n é m e n t dans toute la Principa.uté de Catalogue», cf. De-
péches politiques de Barcelona, Vol. 51, f. 155, en Archivo del Ministerio de
Asuntos Exteriores de París. España. —Para noticias sobre la huelga, cf. J.
CARRERAS PUJAL, Historia política de Cataluña en el siglo xix, Barcelona, t. IV,
pp. 233-236. Más información en .1. M. VILA, Els primers moniments saciáis á
Catalunya, Barcelona 1935, pp. 167-177.
141 Cf. Correspondencia de Benito Lianza, 1, 168, en AHB.
142 La publica El Presente, 31 de marzo de LS54. La colección de este pe-
riódico también en AHB. —- A través de la prensa de Barcelona y Madrid pueden
seguirse paso a paso los incidentes de esta huelga. Nosotros tan sólo referimos
aquellos datos necesarios para s i t u a r en su marco exacto los acontecimientos,
que d e t e r m i n a r o n la disolución de la Escuela de la Virtud y el destierro del
P. Palau. Cf. Diario de Barcelona, El Presente, Diario de la Tarde, El Correo de
Harcelona, etc., en los números correspondientes a los dias del 1 al 8 de abril
de 1854; Boletín Oficial de la Provincia de Harcelona, 3 de abril de 1854;
Boletín Oficial Extraordinario, 2 de abril de 1854; Gaceta de Madrid, 4 de abril
de 1854.
143 Se conserva un ejemplar en el A. Minist. G. y ,1. Sección Asuntos ecle-
siásticos, legajo 4039, núm. 21.604. Las p a l a b r a s del obispo eran las menos in-
dicadas para levantar sospechas en la a u t o r i d a d : «Las Autoridades h a n de ser
respetadas y, las que actualmente nos gobiernan, tienen adquiridos títulos muy
especiales a nuestro respeto y confianza. Con paz, con orden y con cajma todas
las cosas pueden tener una prudente y honrosa solución».
544 LA OBRA SOCIO-RELIGIOSA DEL P. PALAU EN BARCELONA, 1851-1854

asociaciones religiosas (144), acusando además al clero de la parro-


quia de San Jaime de haber influido con sus sermones al levanta-
miento obrero (145). El Capitán General apresurándose a dar forma
legal a su intervención militar, remitió relación de los hechos ai
Ministerio de la Guerra, que publicó el parte en La Gaceta del 4 de
abril de 1854. Los detalles de la huelga coinciden con los de Mané
y Flaquer, si bien se precisa el número de detenidos (45 hombres y
13 mujeres), pero el resto del parte es contrario y no guarda lógica,
pues La Rocha afirma: «Constaba a la Autoridad que se habían
pedido auxilios a personas conocidas por sus ideas avanzadas en
política, las que se habían negado a ello por ser cuestión entera-
mente ajena a la política». En cambio el articulista termina: «El
Capitán General entiende que el verdadero objeto del motín no es
la cuestión fabril sino un movimiento de carácter carlista; y como
prueba alega el que el partido liberal, hasta el más avanzado en
ideas, no ha tomado parte alguna, además de que, según noticias
recibidas por dicha Autoridad, una sociedad religiosa formada en
la Capital y aumentada con empeño, denominada Escuela de la Vir-
tud, ha tenido gran parte en el motín referido; por lo que ha orde-
nado la disolución de dicha sociedad».
Preguntamos: ¿Era o no cuestión política? El artículo da la
sensación de ser más bien un justificante de la actuación de La
Rocha.
Veamos ahora la narración de los mismos hechos en su versión
religiosa, según Vilarrasa, a quien tan de cerca tocaron los aconte-
cimientos (146): «A últimos de marzo los distritos industriales de
España se encontraban agitados por una fiebre devoradora; un fre-
nesí horroroso excitaba tremendas convulsiones en el corazón de
las lesiadas masas; todo indicaba la próxima rotura entre el pueblo

144 Cf. Oficio del Gobernador Civil de Barcelona, incluyendo otro del Capi-
tán General de Cataluña, al Obispo de la diócesis, 31 de marzo de 1854, en
Sección judicial, legajo correspondiente a 1854, ADH.
145 Se conserva autógrafa la correspondencia entrecruzada entre el Obispo
de Barcelona y los predicadores J u l i á n Maresma, párroco de San Jaime, Ramón
Boldú, Pedro Mías, José M.a Rodríguez, Manuel Ribé y J u a n Renom, a raíz de
estas infundadas acusaciones. En sus cartas de respuesta al Obispo incluyen el
teína de sus sermones, incluso párrafos de los mismos, de lo que se deduce la
falta de f u n d a m e n t o de tales sospechas. Cf. legajo 4039, núm. 21.604 de la Sec-
ción de Asuntos eclesiásticos en el A. Minist. G. y J.
146 El 2 de abril de 1854 fue l l a m a d o a presencia del Gobernador, j u n t o
con los demás componentes del grupo de filósofo de la Escuela de la Virtud,
siendo acusados como responsables del estado de rebelión obrera. Cf. Exposi-
ción firmada p o r Alejandro P i , Eduardo Vilarrasa, José Gras y Luis Sagües,
dirigida al Obispo de Barcelona, 2 de abril de 1854 y Exposición de Francisco
P a l a u al Gobernador Civil, 3 de abril de 1854, en Sección judicial, legajo co-
rrespondiente a 1854, ADB.
JOSEFA PASTOR MIRALLES 545

trabajador y la alta clase fabril. Llegó por fin el día de la protesta


y la clase trabajadora de Barcelona, movida por un movimiento se-
creto, abandonó en masa los talleres y se paseó tranquilamente por
las calles de la capital [...].
Era después de haber circulado las Palabras de un Creyente y
el Libro del pueblo; era después que las madres del vulgo habían
leído las instrucciones del Aimé-Martin; era después que la polí-
tica de Maquiavelo había sido entregada al apetito popular en co-
pas de sabrosa literatura; era después que un economista había
dicho que la organización industrial vigente era fruto de la dicta-
dura eclesiástica de la edad media; cuando las laboriosas, las infa-
tigables masas catalanas como invadidas por un vértigo inexplica-
ble, abandonaron sus manubrios y sus miedos y clamaron: ¡Basta
de trabajo!» (147).
Aun prescidiendo de la opinión de los historiadores y testigos,
es fácil descubrir la postura incómoda en que se había colocado la
Autoridad militar. Fue necesario buscar una solución airosa al pro-
blema, pues los obreros, a pesar de las severas medidas tomadas
(148), seguían firmes en sus justas reivindicaciones: salario ade-
cuado y honesto, seguridad de empleo, honradez en lo estipulado
en cuanto al tiraje de las piezas, etc. (149). Esta solución se creyó
hallar, siguiendo la política de persecución religiosa, acusando al
clero y a la Escuela de la Virtud como promotores de la huelga.
Pensó la Autoridad que desprestigiando al clero, se granjearía el
atractivo del pueblo y justificaría su actuación e intervención mili-
tar. Pero esta decisión no halló, por lo absurda, acogida entre los
barceloneses, que se convirtieron en los personales defensores de la
Escuela de la Virtud, tanto obreros como empresarios.

2. Defensa de la Escuela de la Virtud


Ramón La Rocha, agente primerísimo como responsable del
Principado, reconocerá un año más tarde del desenlace de los he-

147 «Reseña histórica», en Revista Católica, t. XXXIV, 1859, p. 132.


148 El Capitán General La Rocha había declarado la ley marcial y el esta-
do de excepción el 31 de marzo de 1854. El Boletín Oficial Extraordinario, do-
mingo 2 de abril de 1854, publicaba un edicto de Melchor Ordóñez, incluyendo
otro de la misma, fecha del Capitán General, en el que se daban órdenes ter-
m i n a n t e s y s e v e r a s : «El el día de m a ñ a n a se han de ocupar en los t r a b a j o s ;
en el concepto de que el que falte a este t e r m i n a n t e m a n d a t o será inmediata-
mente perseguido y preso para embarcarlo y deportarlo a los puntos de la pe-
nínsula o de u l t r a m a r , o para proceder a la imposición de mayor pena, hasta
la de fusilamiento, si la gravedad de su falta la hiciera j u s t a » .
149 Cf. Diario de Barcelona 2 y 3 de abril de 1854; El Correo de Barcelona,
3 de abril de 1854.

35
546 LA OBRA SOCIO-RELIGIOSA DEL P. PALAU EN BARCELONA, 1851-1854

chos, que no fue justa y acertada su actuación y, habiendo salido


de Cataluña, escribirá como personal justificación de lo ocurrido en
1854: «Cataluña es un país de cristal donde, cuando se lanza la
piedra, es difícil preveer donde pueda ir a romper [...]. Si cometí
algún error, sería porque no alcancé más, pero nunca porque pecara
de intención» (150).
Este error, que La Rocha califica de involuntario, fue desde el
primer momento duramente criticado por el pueblo de Barcelona
en sus distintos estratos sociales. Mané y Flaguer escribía dos días
después de la supresión de la Escuela: «La Escuela de la Virtud
ha sido disuelta, efectivamente y las autoridades afectan creer que
el movimiento es cosa suya; pero ninguna persona de buen senti-
do lo cree por más que el General dice que tiene pruebas. El caso
es que se ven en ridículo por sus mismas providencias y ahora se
empeñan en darle un carácter que no tiene» (151).
Comunicada oficialmente al Obispo la disolución de la Escuela,
éste respondió al día siguiente con un escueto y breve oficio aca-
tando las disposiciones de la Autoridad, atendiendo «a las presen-
tes circunstancias», mas haciendo notar con respecto a las asocia-
ciones religiosas: «no me consta que ninguna de ellas por su orga-
nización pueda inspirar recelos a la Autoridad, ni menos compro-
meter el orden público» (152).
Por su parte, el director y el grupo de filósofos de la Escuela
elevaron sendas exposiciones al Obispo manifestando su sorpresa
y exigiendo se hiciera justicia a una causa, que era de incumbencia
eclesiástica. El P. Palau tomaba sobre sí toda la responsabilidad:
«Exmo. e limo. Señor, he tenido el honor de presidir todas las con-
ferencias de la Escuela, he revisado todas las teorías que en ella
se han emitido, sobre mí cae, por consiguiente, toda responsabilidad
y, por lo tanto, puedo muy bien responder de que jamás se ha emi-
tido una sola frase subversiva» (153). A su vez los seminaristas so-
licitan del Prelado, «animados por el valor que sólo la inocencia
inspira», que se averiguase oficialmente la verdad de los hechos,
basando la fuerza de su exposición en tres puntos:
—«ni el director ni los que suscriben han recibido aviso alguno

150 Carta a D. Pedro Chamorro, Madrid, 26 de septiembre de 1855, publica-


da en el libro Estado Mayor General del Ejército Español, Sección de Tenientes
Generales, Historia individual de su cuadro, 1851-1856, pp. 403-404.
151 Carta al Duque de Solferino, 2 de abril de 1854, Correspondencia de
Benito Lianza, I, 167, en AHB.
152 Cf. Oficio del Obispo al Gobernador de la Provincia, 1 de abril de 1854,
Sección reservados, legajo, Documentación del P. Francisco Palau, en ADB.
153 Véase el documento completo en Apéndice A.
JOSEFA PASTOR MIRALLES 547

de la Autoridad de Barcelona, a pesar de haber subsistido la Es-


cuela largo período de tiempo»
—han actuado siempre bajo la obediencia «del Sr. Presidente
de la Escuela [el Obispo]» y «sujetos a la autoridad eclesiástica
designada por S. E. I. para dirigir las funciones [Francisco Palau]»
—«juzgar de las doctrinas religiosas pertenece al Obispo, así
como fallar sobre las faltas doctrinales o ideas erróneas» (154).
Respondiendo a este doble recurso y con el fin de averiguar la
verdad o falsedad de las inculpaciones, fue incoado en el Tribunal
Eclesiástico de Barcelona un proceso (155). Comenzaron las Dili-
gencias el 2 de abril y terminaron el 5 de mayo de 1854. Actuó co-
mo escribano don Agustín Obiols y Tramullas, Notario Público, y
como alguacil del Tribunal D. Pedro Martín Compte, presidiendo
las sesiones el vicario general de la diócesis D. Ramón de Ezenarro.
El expediente que se formó, lleva adjunto el oficio correspon-
diente de D. José Domingo Costa y Borras, intimando tales diligen-
cias a su Vicario, seguido del auto de éste en que ordena se una
un ejemplar de la doctrina, que servía de texto a la Escuela [el Ca-
tecismo de las Virtudes]. Consta en total de 39 declaraciones, entre
las que figuran personas de las más diversas clases sociales: obre-
ros y fabricantes de distintos ramos, comerciantes, propietarios, per-
sonas de profesión liberal, sacerdotes, etc. En la exposición, que
acompaña a la copia remitida a Madrid, el Obispo declara que los
testimonios podrían multiplicarse por millares (156). Todos los de-
clarantes coinciden en afirmar la pureza de las doctrinas enseñadas

154 Cf. Exposición citada en nota 146. El documento se conserva adjunto al


expediente que sobre la Escuela de la Virtud se formó en el Tribunal eclesiás-
tico de Barcelona, pero no fue remitido a Madrid. En el original la fecha está
equivocada «2 de marzo de 1854», en lugar de 2 de abril de 1854.
155 De este proceso, t i t u l a d o «Diligencias en averiguación de las doctrinas
emitidas por la Escuela de la Virtud, establecida en la parroquial de San Agus-
tín e influencia que haya tenido el Clero en los sucesos de esta Capital en los
días 23 de marzo de d [ i c ] h o y sig[uien]tes». Se conservan dos ejemplares, el
original en ADB, Sección Judicial, legajo correspondiente a 1854, y la copia
autógrafa del mismo escribano del t r i b u n a l , remitida al Ministerio de Gracia
y Justicia de Madrid, órgano encargado oficialmente de los asuntos eclesiásticos
en conexión con el Gobierno. Hoy forma parte del legajo 4039, núm. 21604.
156 Las Diligencias sobre la Escuela de la Virtud fueron remitidas a Madrid
por partes, a medida que se desarrollaba el proceso en Barcelona, y acompa-
ñadas siempre de una exposición del Obispo con su personal declaración sobre
los hechos. El p r i m e r envío se hizo el 8 de abril de 1854 y comprende 16 de-
claraciones (del 2 al 7 de abril), acompañando también un ejemplar del n° 85
del Correo de Barcelona, que solapadamente atribuía a la Escuela de la Virtud
la huelga obrera.
La segunda p a r t e abarca los 23 testimonios restantes (del 10 de abril al
5 de mayo), siendo llevada personalmente a Madrid por el Obispo el 18 de mayo
de 1854.
548 LA OBRA SOCIO-RELIGIOSA DEL P. PALAU EN BARCELONA, 1851-1854

en San Agustín, calificando la acusación contra la Escuela de «baja


calumnia inventada», «acusación sin fundamento», «altamente rir
dícula», «calumnia de los enemigos del estado eclesiástico», «absur-
da idea» etc. En este sentido, algunas declaraciones son expresivas
y elocuentes, como la de D. Agustín Casas, maestro de carpintería:
«Entre todas las ridiculeces y calumnias, que más de una vez se
propalan contra determinadas personas o corporaciones, ninguna
puede parangonarse con la que los enemigos del Clero y de la Es-
cuela de la Virtud inventaron contra tan respetables clases».
Habiendo insinuado uno de los testigos, Joaquín Camps de Pa-
drós, que temía volvieran de nuevo a surgir conflictos si las auto-
ridades no cumplían lo ofrecido a la Sociedad de Obreros, se invitó
por orden del vicario general a algunos de los miembros de la Co-
misión de la Clase Obrera. Presentados ante el Tribunal el 5 de
abril de 1854, Jaime Puig y Mariano Moncunill, componentes de
dicha Comisión y pertenecientes a la Sociedad de Tejedores de Al-
godón, declararon que los sucesos ocurridos en Barcelona en modo
alguon fueron promovidos ni por el Clero ni por la Escuela de la
Virtud (157). A este testimonio de personas a quienes directamente
afectaba la huelga de marzo, se unió el de varios miembros de la
clase obrera, expertos conocedores de los sucesos y de sus causas,
pues algunos desempeñaban cargos de responsabilidad en la Socie-
dad de Tejedores: José María de Grau, secretario de la Sociedad de
la Clase Obrera. Juan Soler y Gavarrell, abogado y presidente de
la Sociedad de la Clase Obrera. Tomás Ylla y Balaguer, maestro
del Arte Mayor de Tejidos. José Masferrer y Morera, operario y di-
rector de la Asociación de Socorro y Protección a la Clase obrera
y jornalera. Pedro Gaspar, tejedor e individuo de la Asociación de
Socorro y Protección a la Clase obrera y jornalera. Narciso Amar-
gant, tejedor de colores e individuo de la misma Asociación. Ber-
nardino Martorell, fabricante de tejidos. José Jordana, Francisco
Oliveros, José Fuibas, Juan Garriga y Francisco Altamira, tejedo-
res todos ellos, que habían vivido la huelga del 23 y 24 de marzo
de 1854, y conocían por personal experiencia las verdaderas motiva-
ciones del malestar reinante entre la clase obrera.
En las declaraciones se repite una y otra vez la más entusiasta
defensa de las enseñanzas recibidas en la Escuela de la Virtud, que
califican de «auténticamente cristianas y enteramente acordes con
157 Ramón SIMO Y BADIA, fundador de El Eco de la Clase Obrera, en opúscu-
lo «Memoria sobre el desacuerdo entre dueños de taller y jornaleros». Madrid
1855, presenta a J a i m e Puig y Mariano Moncuill como «representantes que fue-
ron de la Clase Obrera d u r a n t e los acontecimientos, que tuvieron lugar en
aquella capital [Barcelona] en marzo de 1854».
JOSEFA PASTOR MIRALLES 549

el Evangelio». A través de sus palabras se van perfilando las re-


clamaciones profesionales que originaron el levantamiento obrero,
coincidiendo unánimemente y cuidando de recalcar que «por perte-
necer a la clase obrera pueden conocer las verdaderas causas del
conflicto». Algunos corroboraron sus afirmaciones con hechos con-
cretos y convincentes: «Recorrí los grupos que se habían formado
en distintas calles y plazas». «Asistí a la sesión del 31 de marzo en
el Salón de Ciento de las Casas Consistoriales» etc.
En cuanto a los errores doctrinales, que la prensa interesada
quiso atribuir a las conferencias de San Agustín, quedaron desmen-
tidos por las declaraciones de insignes sacerdotes, como:
Antonio Fábregas y Caneny, licenciado en Jurisprudencia y ca-
tedrático de Filosofía; Francisco Ventalló, licenciado en Teología
y catedrático de Retórica; Antonio Fontán, canónigo magistral etc.
Cuantos sacerdotes fueron llamados como testigos, afirmaron
que las doctrinas expuestas en la Escuela de la Virtud tenían co-
mo base principal la doctrina de Santo Tomás de Aquino, decla-
rando que «las conferencias eran las más conformes y conducentes
a la paz y al orden público, y muy a propósito para fomentar el
amor, el respeto y la obediencia a las Autoridades y al Gobierno de
la Reina». En cuanto al método empleado, alabarán el acierto de
su director al introducir la forma dialogada y la lengua catalana
en la enseñanza, «adaptándose aun a las personas de menor capa-
cidad, sin que jamás se hubiese observado expresión alguna sub-
versiva ni atentatoria». «Dadas las actuales corrientes que comba-
ten todo lo religioso —seguían declarando los sacerdotes— a la Es-
cuela de la Virtud le cabe la gloria de haber ventilado y discutido
los sistemas de la filosofía moderna en aquellos puntos que podían
afectar a la Sociedad y a la Religión».
Llamado como testigo el propio P. Palau el 6 de abril de 1854,
hizo pública la defensa de la Escuela de la Virtud: «Lejos de emi-
tir doctrinas contrarias al orden público, se han sostenido siempre
los más severos principios de autoridad contra socialismo y comu-
nismo, inculcando siempre el amor, fidelidad, respeto y ciega obe-
diencia a las autoridades todas». Continúa su declaración haciendo
alusión a los ataques de la prensa. Si el hecho de rezar por la salud
de S. M. la Reina con ocasión del atentado de que fue objeto [7 de
febrero de 1852], puede ser considerado «cuestión política» es lo
único de que puede ser acusada la Escuela (158).

158 Cf. Articulo firmado por Francisco Palau, en El Ancora, 14 de febrero


de 1852.
550 LA OBRA SOCIO-RELIGIOSA DEL P. PALAU EN BARCELONA, 1 8 5 1 - 1 8 5 4

Del resultado de este proceso, tanto la Escuela de la Virtud


como su director salieron favorecidos. Una aureola de entusiasmo
y hasta de leyenda más tarde, se creó en torno a ella. De no haber
tenido fines premeditados, las autoridades de Barcelona no hubie-
ran podido cerrar los ojos ante la evidencia de tantos y tan claros
testimonios, a los que se añadieron los de personas influyentes en
la esfera social de Barcelona, como D. Antonio Jaumar, notario pú-
blico y catedrático por S. M. de la Escuela Industrial Barcelonesa.
Para mayor confusión de quienes decretaron el fin de la Escuela,
se encontraban entre los declarantes miembros del Ayuntamien-
to de Gracia, como D. Antonio Rabasa y D. Francisco Amat,
alcaldes regidores de la citada Villa. Ambos con minuciosidad de
detalles probaron lo infundado de las sospechas contra el clero y la
Escuela de la Virtud, fijando el foco de la insurrección obrera en
la fábrica de La España Industrial de Sans, y como causas las ya
alegadas y repetidas por los demás testigos, con el agravante de
haberlas comprobado personalmente en las propias fábricas y por
orden del gobernador civil de Barcelona.

3. Destierro del P. Francisco Palau

Por orden de su Prelado, el P. Palau acudió al Gobernador de


la Provincia el 3 de abril de 1854 con una exposición (159) en la que
detalladamente daba cuenta de la misión catequética realizada por
la Escuela de la Virtud desde su comienzo. Manifestaba su adhe-
sión a la Autoridad, a la vez que solicitaba su intervención en el
esclarecimiento de lo ocurrido, pues la verdad había sido desvirtua-
da por falsas informaciones.
Mas los acontecimientos iban a precipitarse. El domingo, 2 de
abril, a la 1 de la tarde, el alcalde corregidor de Barcelona, D. An-
tonio Aherán, mandó fuera arrancada del cancel de San Agustín
la inscripción «Escuela de la Virtud». Con esta medida se trataba
de desacreditarla ante la masa, haciéndola responsable del estado
de revuelta que reinaba en la ciudad. Eran estas intervenciones
abusivas de la autoridad en materia religiosa y gobierno espiritual.
La Autoridad de Barcelona había podido comprobar que, si-
guiendo sus conferencias dominicales, la Escuela había anunciado
para el 19 de marzo el sacramento de la Penitencia, y para el sá-
bado y domingo siguientes, 25 y 26 de marzo respectivamente el

159 Véase Apéndice B.


JOSEFA PASTOR MIRALLES 551

sacramento de la Eucaristía (160). Temas éstos los más ajenos a


una huelga obrera, no obstante sacrificó la Escuela de la Virtud a
sus personales intereses. Ante estas medidas, que al P. Palau se le
hacían incomprensibles, elevó una tercera exposición o recurso al
alcalde corregidor, en el que armonizando la entereza con la obe-
diencia «que dicta la prudencia en circunstancias análogas a los
actuales acontecimientos», protesta que tales intervenciones exce-
den a la incumbencia de una autoridad secular, siendo el asunto de
exclusiva competencia del Obispo. Poniendo su palabra y su cora-
zón al servicio de la verdad, el P. Palau dictó este recurso guiado
por el deber que le imponía su carácter de sacerdote de defender
el derecho de la Iglesia, y por el más puro respeto a la conciencia
popular como el mismo lo declara (161).
El 6 de abril, el mismo día en que el P. Palau prestó declara-
ción ante el tribunal eclesiástico, el alcalde Aherán comunicó un
oficio al prelado en los siguientes términos: «Debiendo el Pbro D.
Francisco Palau comparecer ante mi Autoridad para reconocer la
firma de una exposición y ratificarse en su contenido, he dispuesto
ponerlo en conocimiento de V. E. I. a fin de que tenga la dignación
de prestar su consentimiento» (162). El mismo día y en el mismo
instante de recibir la comunicación contestó el Obispo (163), pero,
habiendo hablado después con el P. Palau, volvió a redactar otra
comunicación en el mismo día pero de carácter más personal. Se
ratifica en su consentimiento, no aprobando que el Pbro. Palau ha-
ya hecho tal gestión sin consultarle primero, por considerarla de
responsabilidad propia del Prelado de la diócesis, añadiendo «aun-
que no he visto yo el mencionado escrito» (164).
Presentado el Pbro. Palau en la alcaldía corregimiento el día
6 por la tarde, reconoció su firma y rúbrica ante el secretario D.
Manuel Duran y Bas, y se declaró responsable del escrito (la letra
de la exposición es autógrafa de Ildefonso Gatell). Con edificante

160 Cf. El Ancora y Diario de Barcelona, 18 y 24 de marzo de 1854.


lfil Véase Apéndice C.
162 Oficio de D. Antonio Aherán al Obispo de Barcelona, 6 de abril de 1854
incluido en e] «Expediente instruido sobre una exposición presentada por el
Pbro. Dn. Kran co . P a l a u relativa a haberse arrancado el rótulo de la Escuela
de la Virtud», en legajo 4039, núm. 21604, A. Minist. G. y ,1., Sección Asuntos
eclesiásticos.
163 Cf. Oficio del Obispo de Barcelona al Alcalde, 6 de abril de 1854. Forma
parte del Expediente citado en nota anterior. El documento no es autógrafo de
Costa y Borras, pero sí la firma. Tiene un tono p u r a m e n t e oficial y t e r m i n a :
«[...1 según se sirve indicarme este señor [el alcalde] en comunicación del dia
de hoy, que acabamos de recibir en este instante».
164 Todos estos documentos forman parte del mismo expediente citado y
que fue remitido por el alcalde al Capitán General, que lo trasladó al Ministe-
rio de la Guerra de Madrid.
552 LA OBRA SOCIO-RELIGIOSA DEL P. PALAU EN BARCELONA, 1851-1854

ejemplo de humildad y obediencia a su Obispo, declaró que, ha-


biendo hecho el recurso sin previa autorización y denegada ésta,
una vez consultada la autoridad, «desea se tenga por no comuni-
cada la exposición y pide no se haga uso de ella». También el Obis-
po acudió al alcalde intercediendo a favor del P. Palau y rogando
se diera por no presentado el escrito, siempre añadiendo la cir-
cunstancia de no haberlo visto ni leído. Su solicitud fue denegada
porque, según el corregidor, «al decoro y buen nombre de la Auto-
ridad que ejerzo por voluntad de S. M., importa mucho en interés
de la Sociedad reprimir con mano fuerte la calumnia, el agravio y
el desacato inferidos por dicho Pbro.» (165). Este comunicado de
respuesta guarda todo él un tono despectivo, habiendo impedido di-
rectamente que el Obispo pudiera leer la exposición del P. Palau,
le increpa: «V. E. I. sería el primero que, en honra de la Iglesia, pe-
diría su castigo si hubiese podido leer la expresada exposición» y
termina: «Por esto ruego a V. E. I. excuse que no acceda a sus de-
seos, sin que tampoco por ello crea que la reclamación de Palau
sea confundida con las que V. E. I. pudiere dirigir a este Corregi-
miento y que, en su caso, habrían de ser consideradas como cumple
a la dignidad de su investidura» (166).
El estudio detenido de los documentos que forman este expe-
diente sobre el P. Palau, nos ha llevado a una conclusión, muy fá-
cil de deducir, pues todos llevan la misma fecha, 6 de abril de 1854.
No cabe duda, a la autoridad le urgía actuar con rapidez, ya que el
proceso eclesiástico sobre la Escuela estaba ganando la opinión de
la sociedad de Barcelona. Sin demora el alcalde trasladó ¡el mismo
día 6!, todo el expediente con la exposición original al capitán ge-
neral, acompañada de extensa declaración de los hechos que el con-
sidera altamente graves porque «las ideas que en el recurso se han
estampado por el Pbro. Palau son altamente ofensivas a las rega-
lías y al poder público, como a la Autoridad de V. E. y mía, siendo
además sus expresiones calumniosas, denigrativas y con tendencia
a perturbar el orden público» (167).

165 Efectivamente había sido nombrado por Real decreto del 21 de diciem-
de 1853, d u r a n d o su m a n d a t o desde enero de 1854 basta el 8 de j u l i o del mismo
año, en que fue destituido por incapacidad para el cargo. Cf. Expediente de
Aherán, en legajo 2891-2916, núm. 2913, Archivo Municipal del Ayuntamiento de
Barcelona.
166 Todo el documento es de letra autógrafa de Aherán y lleva fecha, 6 de
abril de 1854.
167 Oficio del alcalde Corregidor al Capitán General de Cataluña, 6 de abril
de 1854, incluido en el que éste remitió al Ministerio de la Guerra, 8 de abril
de 1854. F o r m a parte del legajo citado en nota 162, pero no del Expediente
mencionado, pues habiendo estado perdido sete documento d u r a n t e mucho tiem-
JOSEFA PASTOR MIRALLES 553

Sin más justificantes ni pruebas, sin ninguna comunicación an-


tecedente al prelado, sin llamar ante sí al P. Palau para su propia
defensa, Ramón María La Rocha decretó el confinamiento de Fran-
cisco Palau a Ibiza el 7 de abril de 1854 (168).
* Nos limitamos a dejar constancia de los hechos, permitiendo
que el lector pueda formar su personal opinión ante el estudio di-
recto de las exposiciones del P. Francisco Palau, que publicamos
en el Apéndice. Tan sólo unas breves reflexiones, fruto del análisis
minucioso y detenido de los recientes documentos hallados en el
archivo del Ministerio de Gracia y Justicia:
* Los trámites del traslado de documentos a la Capitanía Ge-
neral hubieron de realizarse forzosamente el día 6 por la noche,
pues la declaración del P. Palau en el Ayuntamiento fue a partir
de las 6,30 de la tarde, salvo que la decisión estuviera ya tomada
aún antes de presentarse el Pbro. Palau. En este caso la actuación
del tribunal quedaría reducida a un simulacro de juicio o a una
pura comedia que, por otra parte, resultó dramática.
* El día 7 por la mañana ya tenía el Prelado en su poder la
orden de confinamiento para el P. Palau:
¿Cuándo tomó su decisión el capitán general de Cataluña?
¿Qué representó la solicitud del recurrente de que se retirara
la exposición y no se hiciera uso de ella?
¿Por qué no asistió el alcalde al interrogatorio?
¿Por qué se aprovechó la noche para unos trámites oficiales,
cuando es conforme al reglamento que, tanto las oficinas de Capita-
nía como del Ayuntamiento permanecen cerradas por la tarde?
¿Por qué se impidió que el prelado pudiera leer el recurso ori-
ginal, comunicándole tan sólo que era altamente calumnioso?
No respondemos a estas preguntas, dejando que sea el testigo
e historiador Vilarrasa, quien les dé sentido haciéndolas entrar en
el designio divino, que permite acontecimientos que sólo a través
de la fe pueden ser interpretados: «No obstante a la Escuela de la
Virtud le fue atribuida la revolución pasiva de marzo. El Gobierno
militar, en virtud de las atribuciones que le concedía el estado ex-
cepcional de la plaza, suprimió aquella asociación religiosa, canóni-
camente erigida en San Agustín. "Exmo. Sr. —decía el Director de

po por confusión de numeración, fue incorporado a este legajo al ser hallado


en julio de 1970.
168 Cf. Oficio del capitán general de Cataluña al Obispo de Barcelona, 7 de
abril de 1854, comunicándole el destierro del P. Francisco P a l a u en legajo, Co-
rrespondencia de la Capitanía General de Cataluña, 1854, ADB.
554 LA OBRA SOCIO-RELIGIOSA DEL P. PALAU EN BARCELONA, 1851-1854

la Escuela a la Autoridad suprema— las doctrinas de la Escuela de


la Virtud están escritas. Yo, en representación de mi Escuela, pue-
do decir a S. E. lo que Jesucristo a las turbas: Ego palam locutus
sum mundo, et in occulto locutus sum nihil. Si hemos hablado mal,
muéstrenos en qué, y si no ¿por qué se nos suprime?"
Corramos un velo sobre ciertos episodios tristes que acompa-
ñaron aquel amarguísimo asunto.
Creemos que la justicia fue perfectamente reconocida, pero los
gobiernos humanos a semejanza del divino tienen ciertos - arcanos
en que muy pocos entran. Acatemos sus acuerdos y creamos que
todo son disposiciones inescrutables de la Providencia» (169).
Hoy esos «arcanos» a que se refiere el historiador, han podido
ser desvelados gracias a las recientes investigaciones, digamos tam-
bién ¡designios inescrutables de la Divina Provindencia!

4. En defensa de la verdad

El mismo día, 8 de abril, en que el P. Palau fue arrestado en


casa del Gobernador (a donde habíase dirigido para recoger el pa-
saporte) (170), el Obispo de Barcelona escribía al Ministro de Gra-
cia y Justicia una extensa exposición (12 cuartillas 21x15 cms.) de-
clarando «inocente» al Pbro. Palau. Admite Costa y Borras que «no
queriendo juzgar con precipitación, prefirió dudar en principio» de
las acusaciones sobre el clero,, incluso por amor al orden hubiera
cerrado de momento la Escuela de la Virtud, y termina: «Hoy ten-
go la más profunda convicción que el. negocio es puramente fabril
y me haré un deber (sic) apenas pueda respirar, en ofrecer mi humil-
de opinión acerca de los males y de su remedio» (171). Reconoce el
Prelado su indecisión primera. Es conforme a verdad que el P. Pa-
lau sufrió, en parte, por este titubeo de su Pastor, pero el mal ya

169 «Reseña historien», en Revista Católica, t. XXXIV, 185Í), p. 136.


170 En carta a su í n t i m o amigo Agustín Maná, 24 de m a y o de 1854, dice el
P a d r e : «Carísimo a m i g o : recibí su carta. No tuvimos tiempo para despedirnos;
pensaba pasar en casa de Vd. antes de irme pero, llegado a casa del Goberna-
dor, fue arrestado allí hasta la hora de partir. El Sr. Serra, Comisario, me acom-
pañó al barco, me hubiera pasado sin tales honores, y no pude ya volver a
casa de Vd. tomado el pasaporte, como tenía intención».
El barco, a que alude el P. Palau, es el vapor Mallorquín, al mando del
Capitán José Estade y Sabater, que fondeó en Mallorca, procedente de Barce-
lona, el 9 de abril de 1854, con 45 pasajeros, cf. Diario de Palma, 12 de abril
de 1854.
171 Exposición del Obispo de Barcelona al Ministro de Gracia y Justicia, 8
de abril de 1854, legajo 4039, núm. 21.604, Sección, Asuntos eclesiásticos, A.
Minist. G. y J.
JOSEFA PASTOR MIRALLES 555

estaba en acción y el Obispo no podía impedirlo, porque, en reali-


dad, procedía de causas más internas que las aparentemente visi-
bles. Comenzaba el destierro de un sacerdote, uno de los muchos
que a través de la historia han hecho realidad la profecía evangé-
lica (cf. Mt. 10, 18).
Quizá la mejor defensa que Costa y Borras hizo de la Escuela
de la Virtud y su director sea su Pastoral del 5 de abril de 1854,
que el P. Palau conoció ya en su destierro. Refiriéndose al clero, y
creemos ver en sus palabras una alusión al director de la Escuela
de la Virtud, Costa y Borras habla de «aquel varón sincero y probo
de quien dice [el texto sagrado] que caminaba en la inocencia de
su corazón en medio de su casa». También parece referirse al P. Pa-
lau, cuando al hablar de la Escuela, dice: «La Divina Providencia
permite incidentes de esta naturaleza para que nos purifiquemos y
procuremos más de veras ser perfectos y santos» (172). La Pastoral
en sus pp. 4-5 es un elogioso panegírico de la Escuela a la que el
Prelado barcelonés califica de «catequística de ampliación indispen-
sable en una grande capital». Lo particular e interesante de esta
Pastoral, «la mejor de todas», según algún historiador (173), es que
va refrendada con las firmas del metropolitano de Tarragona, obis-
pos sufragáneos de Gerona, Tortosa, Lérida, Seo de Urgel y los go-
bernadores eclesiásticos, sede vacante, de Vich y Solsona «en se-
ñal de aprobación y conformidad», con lo que conocemos la opinión
que mereció la Escuela de la Virtud a gran parte del Episcopado
español del siglo pasado.
La postura del Obispo no volverá a ser indecisa en ningún otro
momento, y será esta abierta defensa del clero y de las sociedades
religiosas la razón que movería los recelos del Gobierno. El 10 de
abril (tres días después del confinamiento del P. Palau) será expe-
dida una Real Orden en la que se conminaba al Obispo de Barce-
lona a pasar a la Corte para «la solución de urgentes asuntos» (174).
Trasladóse Costa y Borras a Madrid en mayo del mismo año, «con-
ferenció con el Presidente del Consejo de Ministros y con el co-

172 Exhortación Pastoral <¡ue el Excm. e iltno. Sr. D. José Domingo Costa
¡I Horras, Obispo de Barcelona, dirige a sus diocesanos. Iinp. de Pablo Rier'a,
1854, p. 5. Ejemplar en ADT., legajo, Obras de J. ü. Costa y Borras.
173 R. EZENARRO. José Domingo Costa y Borras. Obras completas, t. 1, Barce-
lona, 1865, p. 5. Cf. también J. CARRERAS PUJAL, Historia política de Cataluña en
el siglo xix, t. IV, p. 235.
174 De este documento se conservan dos ejemplares autógrafos y de mano
distinta. Ambos están escritos en papel oficial del Ministerio de Gracia y J u s t i -
cia. Parece desprenderse que se trata del b o r r a d o r y de la redacción definitiva,
pues el primero aparece sin firma. Adjunto se halla el oficio de respuesta de
Costa y Borras, todo él autógrafo del prelado barcelonés, 14 de abril de 1854.
556 LA OBRA SOCIO-RELIGIOSA DEL P. PALAU EN BARCELONA, 1851-1854

rrespondiente de Gracia y Justicia. Aunque ningún cargo se le hi-


zo, conoció, no obstante, que abrigaban prevenciones poco favora-
bles a su Clero y, como éste tiene tantos puntos de contacto con el
exponente [el mismo obispo] procuró dejar sólidamente afianzada
su reputación, disipando como el humo, no sólo con palabras sino
con hechos y escritos, cuanto podía obrar en contrario en poder del
Gobierno, sorprendido con siniestras noticias» (175). El resultado,
después de un tiempo de estancia en la Corte, fue el destierro del
Obispo de Barcelona a Cartagena (176).
El P. Palau que, no teniendo ninguna noticia concreta sobre el
desarrollo de los acontecimientos, supuso que el Obispo se había
defendido a sí mismo (177), aludirá también a la situación dolorosa
que ambos responsables de la Escuela de la Virtud sufrían por cau-
sa de la fe, por haberse presentado como defensores del legítimo
derecho de la Iglesia a una independencia absoluta de todo poder
civil en el terreno religioso y espiritual: «¿Puede un seglar supri-
mir la palabra de Dios, la enseñanza del Evangelio y la explicación
de sus doctrinas? [...]. Pueden cortarnos la lengua pero no podrán
vulnerar nuestra libertad; pueden cortar las manos a un Obispo
pero no perderá su báculo; pueden matar el cuerpo pero no encar-
celar al Verbo de Dios. Déjales, ningún mal pueden hacer a los que
son fieles a Dios» (178).

—Vamos a ver ahora brevemente el curso que siguió la causa


de la Escuela de la Virtud en el tribunal de Madrid.
Con la documentación remitida al Ministerio de la Guerra por
el capitán general de Cataluña en fecha 8 de abril de 1854, y la
correspondiente enviada por el Obispo de Barcelona al Ministerio
de Gracia y Justicia, se formó en este último un nuevo expediente
con el título: «1854. Barcelona. Disidencias entre el Obispo y Au-
toridades con motivo de la influencia que en la actitud de los obre-
ros parece ejercían la Escuela de la Virtud y algunos sermones. Sá-

175 Extracto de la Exposición elevada a S. M. la Reina i¡or el Obispo de


Barcelona, con motivo de su destierro, Barcelona, Imp. de Pablo Riera 1855,
p. 3. Ejemplar en ADT. 1. c.
17fi No nos detenemos en relatar el penoso destierro de Costa y Borras, Re-
mitimos al lector a los lugares en que puede ser estudiado con detención. Ct.
Exposición a S. M. del Obispo de Barcelona, Cartagena, 15 de marzo de 1855,
en legajo, Obras de .7. D. Costa y Borras, ADT; Heoista Católica, t. XXXIV, 1859,
pp. 450-500; Boletín Oficial eclesiástico del Obispado de Barcelona, n° 335, 14
de mayo de 1864, pp. 309-320.
177 Cf. Carta de Francisco Palau a D. Agustín Maná. Ibiza, 10 de julio de
1854.
178 Carta de Francisco P a l a u a D. Joaquín Grabulosa, sin fecha. Puesto que
alude a la situación del Obispo, parece lógico que tuvo que ser escrito después
de j u l i o de 1854.
JOSEFA PASTOR MIRALLES 557

lida de un Ecco. Para Ibiza. Venida del Obispo a Madrid» (179). En


él se recogen minuciosamente todos los documentos con sus fechas
correspondientes, terminando la copia el 21 de junio de 1854. Acom-
paña una nota instructiva, firmada por A. G. de los Ríos, decla-
rando que «procede penar al Consejo Real todas las comunicacio-
nes». En esa fecha (recordemos que ya lleva más de dos meses des-
terrado el P. Palau) fueron trasladados al vicepresidente del Con-
sejo Real «a fin de que oyendo éste a sus secciones de Gracia y
Justicia, Guerra y Gobernación, informe en pleno con devolución,
lo que se le ofrezca sobre cada uno de los hechos que han tenido
lugar, y consulte lo que, en vista de todos, deba hacerse». Es, pues,
seguro que a últimos de junio de 1854 nada se había decidido sobre
la causa de la Escuela de la Virtud y su director. Un mes más tar-
de estallaría en Barcelona y otros puntos de España la conocida
revolución de julio de 1854, abiertamente antirreligiosa, quedando
interrumpida y olvidada la cuestión de la Escuela de la Virtud (180).
Seis años permanecerá el P. Palau en Ibiza. No nos ocupamos
en este trabajo de su estancia en las islas (181), pero sí hacemos
constar de la actitud cristiana con que el Padre aceptó esos años de
reclusión. No aprobando y hasta rechazando como injusta y fuera
de competencia la intervención de la autoridad de Cataluña, salva-
rá la intención personal de quien, en definitiva, fue el causante di-
recto de su destierro: «Para cierta fracción política es ya costum-
bre, que ha pasado a ser ley vigente, el achacar, atribuir e inculpar
los movimientos revolucionarios, los motines y las conspiraciones
a la gente que más dista y que más opuesta está a ellos... Esta vez
cayó la suerte de llevar la culpa a la Escuela de la Virtud.
El General La Rocha conocía la Escuela de la Virtud y, no obs-
tante, la suprimió y además, en el parte que comunicó al Ministe-
rio de la Guerra, le atribuyó la causa de ese motín [huelga de mar-
zo]».
«La revolución pidió una víctima y el General La Rocha, no
creyéndose con fuerzas para negársela, sacrificó a pesar suyo, con-
tra su buena voluntad y con pena y sentimiento, la Escuela de la

179 Este expediente también forma parte del legajo 4039, n ú m . 21.604, de
la Sección. Asuntos eclesiásticos, A. Minist. G. y .1.
180 El P . P a l a u alude a esta revolución: «Me es sensible y estoy m u y ape-
nado de ver el estado a q u e h a n llegado las cosas en España en materia de
Religión», Carta a Agustín Maná, Ibiza, 10 de j u l i o de 1854.
181 Cf. ALEJO DE LA VIRC.EN DEL CARMEN, o. c , p p . 196-204; 216-227; y GRE-
GORIO DE J E S ú S CRUCIFICA.O, o. c , p p . 105-132; t a n sólo haremos mención de
aquellos hechos necesarios para establecer la ilación conveniente en la presen-
tación de los documentos que acreditan la verdad de lo ocurrido con la Escuela
de la Virtud y su director.
558 LA OBRA SOCIO-RELIGIOSA DEL P. PALAU EN BARCELONA, 1851-1854

Virtud. Así lo creemos, no podemos persuadirnos de que Su Exce-


lencia cometiese una injusticia. Lo conocíamos y amábamos, y Su
Excelencia conocía la Escuela de la Virtud y sabía que era incapaz
de caer en la falta que le imputó» (182).
La mirada del P. Palau penetraba más allá de los aconteci-
mientos humanos, pasaba por encima de las causas segundas para
llegar al centro, a la razón primera y última de su situación, que
no era más que un eslabón en la cadena de dolores por los que atra-
vesaba la Iglesia en España: «Mi destierro me ha dado ocasión de
conocer que los males, que yo ya temía, son más graves de lo que
pensaba. La impiedad prevalece y el justo apenas tiene fuerza para
hacer su confesión de fe, porque ésta, que en ciertas épocas ocasio-
naba el martirio, ahora es mirada como a crimen de desacato a las
Autoridades. ¡Cuántos de estos desacatos cometieron los mártires
ante los Reyes y Emperadores!
El mal ha de avanzar, ha de progresar, se ha de aumentar, ha-
rá su curso sin que fuerza humana lo pueda contrarrestar, y caerá
por sí mismo cuando esté maduro; pero su marcha no nos exime
del deber de atajarlo. Yo no sueño sino cruces, contradicciones y
combates, ni quiero por eso ningún camino más que el de la cruz
[...]. No está en nuestra mano el ordenar nuestros pasos, Dios los
tiene todos contados. Yo estoy atado a su voluntad y no miraré
nunca ni los intereses míos propios, corporales o espirituales, ni los
vuestros, sino los de Dios y los de su Iglesia y caminaremos por
allá donde El querrá» (183).

— El P. Palau tenía razón al decir que «la Escuela suprimida


hará un sermón eterno» (184). Así vemos cómo, desterrado el direc-
tor y también el obispo, la prensa enemiga siguió su campaña. El
Clamor Público afirmaba desde Madrid: «Toda Barcelona ha visto
con satisfacción la medida de la Autoridad» (185). De nuevo trataba
de hacer renacer las ya gastadas acusaciones: «La Escuela de la
Virtud era Jesuítica» y denunciaba a la vez el gran peligro ¡eterna
obsesión!, de las sociedades religiosas, sobre todo La Corte de Ma-
ría. Hubo contestación por parte de otros periódicos de Madrid, co-
mo La Esperanza, en defensa de la Escuela (186). Pero la política
182 La Escuela de la Virtud Vindicada, pp. 136 y 139.
183 Carta de Francisco P a l a u a sus discípulos Gabriel Brunet y Pablo Bagué.
No consta la fecha por estar muy deteriorada la carta. [8] de mayo [1854].
184 Cf. Carta citatada en nota 178.
185 Cf. Carta r e m i t i d a desde Barcelona, 10 de abril de 1854, y publicada en
El Clamor Público, 18 de abril de 1854.
186 Cf. La Esperanza, 19 y 20 de abril de 1854; 1 de mayo de 1854. La co-
lección de este periódico se guarda en la Hemeroteca Municipal de Madrid.
JOSEFA PASTOR MIRALLES 559

española de los ministros Aguirre y Alonso no era la más propicia


para la Religión. Su fruto fue la ley o Real Orden del 17 de abril
de 1854 por la que quedaban suprimidas todas las sociedades reli-
giosas no aprobadas por el Gobierno (187).
Venida la revolución de julio de 1854, una vez más resucitó la
prensa el fantásmico peligro de la Escuela de la Virtud. ¿Qué sig-
nificó la misión de esta catequética de adultos que, después de desa-
parecida, seguía ejerciendo este influjo aun en sus mismos perse-
guidores? La respuesta la hallamos en algunas Hojas periodísticas
del más descarado anticlericalismo que, tratando de denigrar a la
Escuela de la Virtud, no consiguen más que realzar su labor apostó-
lica, como El Genio de la Libertad, que, después de calificar de «ser-
pientes» y «asesinos» a los jesuítas, sigue: «Esa tanto tiempo tole-
rada en mengua de la sana moral, escuela de la mentira y cínica-
mente denominada escuela de la virtud, tanto pulpito para hablar
alto y tanto confesonario para hablar bajo» (188).
Mientras el P. Palau vivía el más solitario de los retiros, los
enemigos se empeñaban en aparecer y hacer reaparecer sombras de
Escuela (189). Ante esta reiterada persecución el obispo y el P. Palau
proclamarán su inocencia desde el destierro y defenderán su misión
sagrada y su deber y derecho de enseñar y predicar la verdad, sin
que ello suponga, en absoluto, mengua a su espíritu y sentido de la
obediencia debida a la autoridad. Decía el obispo: «Al colocar la
Iglesia sobre mis sienes pecadoras la sagrada mitra, oró, deseó y
me estimuló, a fin de que, armado con la virtud invicta de ambos
Testamentos, fuese terrible batallador (190) contra los enemigos de
la verdad. En otro terreno no conozco ni he dado jamás batalla
alguna. Mis escritos y mi conducta responden. Obediencia y respeto
a las Autoridades, en este elemento vivo y en el mismo tengo el re-
gulador de todas mis operaciones. Franco y leal como el que más
en dar al César lo que le pertenece, también lo soy en rogar y re-
clamar de éste lo que es de Dios» (191).

187 El original de esta Real Orden se halla archivado en A. Minist. G. y .1.


legajo 3774, núm. 13.286, de la Sección, Asuntos eclesiásticos. Se publicó en
La Gaceta de) 18 de abril de 1854.
188 Cf. artículo completo, firmado por J u a n Abellá, en El Genio de la Li-
bertad, Hoja n° 4, Barcelona, 23 de julio de 1854; cf. también La Libertad, 2fi
de j u l i o de 1854.
189 Cf. En El Constitucional, Barcelona 2!) de j u n i o de 1855, el artículo «La
Polonia y La Escuela de la Virtud». Es mordaz en exceso. Las siglas JMN, del
articulista corresponden a Joaquín María Nin, antiguo redactor del suprimido
periódico La Actualidad.
190 Usa e! prelado intencionadamente esta palabra, pues se le acusaba de
«ser más b a t a l l a d o r que cristiano».
191 Extracto de una carta de Costa y Borras al Ministro de Gracia y Jus-
560 LA OBRA SOCIO-RELIGIOSA DEL P. PALAU EN BARCELONA, 1851-1854

Por su parte el P. Palau se expresaba en términos equivalentes:


«¿Queréis que los ministros del altar y los sacerdotes del Señor
Dios seamos unos meros autómatas y fríos e indiferentes espec-
tadores de la ruina del hombre? Eso no. Celaremos por la ley santa
del Señor para que sea acatada, respetada y observada de todos los
hombres, de todos sin distinción de clases y, a este fin y para este
objeto, hemos recibido de El y no de los hombres la misión de anun-
ciarla, predicarla, explicarla y enseñarla, cuyo ministerio cumplire-
mos, ya tengamos gracia y favor o persecución de parte de los po-
deres seculares» (192).

— El 20 de mayo de 1857 elevó el P. Palau, desde Ibiza, una


atenta solicitud a S. M. pidiendo se le levantara el destierro que
sufría injustamente (193) y que obtuvo como respuesta una Real
Orden, 17 de noviembe de 1857, por la que «en atención a los mo-
tivos alegados por el Presbítero exclaustrado D. Francisco Palau, re-
sidente en Ibiza, y en vista de cuanto consta en el expediente ins-
truido al efecto en este Ministerio, S. M. la Reina, q. D. g. ha tenido
a bien concederle autorización para regresar a la Península y resi-
dir donde tenga por conveniente, exceptuando, por ahora, las pro-
vincias de Cataluña» (194). El documento, redactado en papel oficial
con el sello del Ministerio de Gracia y Justicia, lleva adjunta una
carta del vicario general de Barcelona, Ramón de Ezenarro, fecha
24 de noviembre de 1857, dirigida al «Rdo. D. Franc0. Palau Pbro.»,
incluyendo copia íntegra de la Real Orden. Esta carta no fue remi-
tida (no conocemos el motivo) al interesado, quedando archivada en
el Obispado (195).

ticia, T). José Arias y Uria, publicada en Boletín Oficial Eclesiástico del Obis-
pado de Barcelona, n° 335, 14 de mayo de 1804, p. 318.
192 La Escuela de la Virtud Vindicada, p. 126. — Sigue una amplia defensa
de su cansa, que t e r m i n a con una protesta de respeto y obediencia «absoluta»
a Dios y a la Iglesia; y a Isabel II y su Gobierno «la que les compete dentro
del círculo de sus respectivas atribuciones», cf. o. c , p. 151.
193 Esta solicitud se conserva original en el Archivo de P P . Carmelitas des-
calzos de Zaragoza. La fecha de la instancia es 20 de mayo de 1857, pero el
P. P a l a u , al referirse a ella, dice haberla elevado en j u n i o : «Con la muerte de
mis padres, asuntos importantes de familia me l l a m a b a n a Cataluña y, aunque
me creía libre, un exceso de amor, de obediencia y respeto para la Reina doña
Isabel II, sus Gobiernos e Instituciones, me inspiraron una solicitud, que en
junio de 1857 elevé al conocimiento de S. M., pidiéndole se dignara levantarme
el destierro», La Escuela de la Virtud Vindicada, p. 146. Estos datos confirman
que se t r a t a de u n p r i m e r b o r r a d o r del autógrafo t r a m i t a d o .
194 Real Orden comunicada al Gobernador Eclesiástico de Barcelona, en le-
gajo, Reales Ordenes 1852-1860, ADB.
195 Esta Real Orden le fue comunicada al P. P a l a u de viva voz en diciem-
bre de 1857, al hacer éste un viaje a Barcelona por razón de intereses fami-
liares. Por ello fija él esta fecha como propia del documento, cf. La Escuela de
la Virtud Vindicada, p. 146.
JOSEFA PASTOR MIRALLES 561

En diciembre del mismo año, no habiendo obtenido respuesta y


creyéndose suficientemente autorizado por la cédula de vecindad y
el pasaporte que le expidió el gobernador militar de Ibiza (196) el
P. Francisco pasó a Barcelona por asuntos familiares de tipo eco-
nómico (197).
Llegado a Barcelona y enterado de la respuesta de la Reina, el
P. Palau solicitó la debida autorización del gobernador civil para
permanecer en la ciudad el tiempo necesario para el arreglo de sus
intereses (198).
Mas la política española seguía sus agitados vaivenes. Desde la
huelga general obrera de 1855 (199), Barcelona estaba conociendo
la actuación cruel del capitán general Juan Zapatero, rayana en la
barbarie a través de los Consejos de guerra. Muchos obreros fueron
arrancados de sus talleres y conducidos a presidio; fueron disuel-
tas todas las asociaciones obreras en Cataluña, se prohibieron las
cajas de socorros y se persiguió a cuantos se creía complicados en
el movimiento obrero (200).
Queriendo amalgamar (cosa que había pasado a ser tradicio-
nal) el levantamiento obrero con la causa carlista y el clero, Zapa-
tero pidió al obispado de Barcelona relación de «todos los sacerdotes
ordenados en el extranjero en tiempo prohibido por S. M. con la
anotación de los que estuvieron en el campo carlista» (201). Nueva-

19(¡ Cf. La Escuela de la Virtud Vindicada, p. 156.


197 Un el Notariado 4 o del Archivo de Protocolos de Barcelona se conserva
el original de la Escritura de Establecimiento a favor de D. Francisco Palau,
Pbr. autorizada por el Notario D. Joaquín Odena, en fecha 13 de febrero de
1804. Se t r a t a b a de extensos terrenos, adquiridos a censal, conjuntamente con
sus h e r m a n o s José y Rosa P a l a u , en la región de Horta, exactamente en la actual
calle Tiziano, entonces Santa Cruz. Estos terrenos dieron muchos quebraderos
de cabeza al P. P a l a u por razón de que su inesperado destierro truncó de raíz
sus proyectos, a la vez q u e hizo m u y difícil la satisfacción del censal. — En
varias de las cartas escritas a su amigo Agustín Maná se habla de esta cuestión,
de los intentos del P a d r e p o r buscar u n a solución honrosa al problema y de
sus frustrados proyectos en vistas a una obra de vastas proporciones apostóli-
cas. Lo anotamos sin ocuparnos del tema.
198 Cf. La Escuela de la Virtud Vindicada, pp. 157-158, en que el mismo
P. P a l a u describe los incidentes de sus tres visitas al gobernador. Los porme-
nores del viaje pueden verse en pp. 157-162.
199 Amplia documentación en C. MARTI, Las sociedades obreras de Barcelona
u la política en junio de 1856, Homenaje a JAIME VICENS VIVES, Vol. II, Bar-
celona 1967.
200 Cf. ENRIQUE VERA Y GONZáLEZ, Pí ü Margall ¡j la Política contemporánea,
Barcelona 1886, t. I, pp. 519-525. — Las atrocidades de Zapatero pueden verse
en Pí Y MARGALL, Historia de España en el siglo xix, Barcelona, 1902, t. IV, pp.
160-162. — Detalles curiosos y gráficos referidos a personas concretas de la clase
obrera en C. MARTI, o. c., p p . 373-375; t a m b i é n su estudio Les antécedents de
l'orientation du Mouvement ouvrier catalán vers l'anarchisme, Colloques inter-
n a t i o n a u x du Centre National de la Recherche Scientiflque, París 1968, p p . 300-307,.
201 Oficio de 30 de agosto de 1855, legajo, Oficios de la Autoridad Militar

36
562 LA OBRA SOCIO-RELIGIOSA DEL P. PALAU EN BARCELONA, 1851-1854

mente comenzaron a pulular las suspicacias y sospechas contra las


asociaciones religiosas y ¡sin remisión! la principal culpable era la
Escuela de la Virtud (202). Este ambiente enrarecido, aumentado
por las intrigas de la prensa extremista y por la sangrienta actua-
ción de Zapatero, empeñado en la persecución de los principales di-
rigentes de la clase obrera, vino a recaer sobre la persona del P. Pa-
lau, a quien el capitán general consideraba, según sus propias pala-
bras «uno de los principales gerentes» (203).
Francisco Palau fue confinado de nuevo a Ibiza (204). Según
Zapatero «el P. Palau ha venido furtivamente a la Capital, proyec-
tando reconstruir la sociedad disuelta [la Escuela de la Virtud], se-
gún los datos que he adquirido. Su conducta se ha hecho altamente
sospechosa, por lo cual he dispuesto sea detenido a bordo del va-
por de guerra Vasco Núñez de Balboa» (205).
Sobradamente infundadas y falsas eran las afirmaciones del ge-
neral. El P. Palau no era fugitivo (206), no hubo intento de reorga-
nizar la Escuela de la Virtud, «las máximas subversivas», a que alu-
de Zapatero en su comunicado, corresponden al Catecismo de las
Virtudes. De nuevo este sacerdote fue víctima de las más apasiona-
das intrigas.
Esta segunda intervención de la Autoridad militar dejó perplejo
al Padre, ¡no podía comprender!: «¿Qué es lo que yo escribo? ¿Una
fábula? ¿Es esto algún drama de comedia? ¿Será un sueño o algu-
na visión?
¡Dios de verdad y justicia! ¿Es posible que los hombres, en
cuyas manos habéis depositado vuestra autoridad y a quienes habéis
confiado la espada de vuestra fuerza y poder, caigan en tales ilu-
siones y engaños y sean tan disformemente preocupados? ¡Qué abe-
rración de juicios! ¡Qué distancia de ideas!» (207).
1855-1877, ADB. Se conservan a d j u n t a s dos listas o relaciones de sacerdotes. La
primera lleva la siguiente n o t a : «Esta lista no se remitió».
202 Cf. Oficio de Zapatero al Gobernador Eclesiástico de Barcelona, 30 de
mayo de 1855, legajo, Capitanía General de Cataluña, año 1855, ADB. En esta
comunicación el Capitán General habla de la Escuela de la Virtud como una
sociedad vigente a pesar de estar disuelta desde hacia m á s de un año.
203 Cf. Oficio citado en nota anterior.
204 P a r a detalles de este segundo destierro, cf. La Escuela de la Virtud
Vindicada, pp. 160-163; ALEJO DE LA VIHGEN DEL CARMEN, o. c., pp. 222-223;
GREGORIO DE J E S ú S CRUCIFICADO, p. 115.
205 Cf. Comunicado de J u a n Zapatero al Obispo de Barcelona [Antonio P a -
l a u ] 9 de marzo de 1858, legajo, Oficios de la Autoridad Militar, 1855-1877.
Expediente de 1858, ADB.
206 Aun no teniendo autorización, que la tenía, el P. P a l a u podía acogerse
a la a m p l i a a m n i s t í a concedida el 8 de abril de 1857 p o r el Gobierno español.
Cf. MELCHOR FERRER, Historia del Tradicionalismo español, t. XX, p. 184; cf.
La Escuela de la Virtud Vindicada, p. 146.
207 La Escuela de la Virtud Vindicada, p . 161.
JOSEFA PASTOR MIRALLES 563

Los acontecimientos sumieron al P. Palau en el problema del


mal, tan enraizado en su vida, «un espíritu de ilusión dirigía la tra-
ma y reducía a la Autoridad» (208). Parecía que «el ángel vengador»
se reía de él. ¿Qué quedaba de su gran misión en Barcelona? ¿Qué
había conseguido? Y el P. Palau conoció la tentación: sepultar para
siempre sus aspiraciones apostólicas, vivir sólo para Dios, «¿qué
me importan los hombres?». Pero no, él sabía que «como ministro
de la palabra de Dios» estaba obligado a luchar contra «los obstáculos
que el Genio del Mal oponía al libre ejercicio de su misión». No
podía permitirse el lujo de sumirse en la soledad, mientras en Es-
paña seguía triunfando la impiedad y la injusticia. La voz divina se
impuso, debía luchar por su libertad, no por él sino por la Iglesia,
y acudió con una nueva exposición a Isabel II (209); publicó su obra
La Escuela de la Virtud Vindicada, en Madrid y solicitó la ayuda
del entonces confesor de la Reina, el obispo D. Antonio M." Claret.
Transcribimos un extracto de la carta que dirigió al P. Claret, que
da objetividad a lo expuesto: «Lo digo, Exmo. Sr. confesándome con
V. E., para pedir libertad es preciso un mandato de Dios, una voz
a la que no pueda resistir y que no pueda yo sofocar, pues que pido
contra todo mi amor propio espiritual... Pero mis delicias están en
hacer la voluntad de Dios conocida.
Elevo a S. M. la Reyna esa exposición porque creo que es un
deber mío batallar con fuerza contra todos los obstáculos que el in-
fierno y la impiedad puedan oponer y opongan a una misión cual-
quiera que el Señor tenga a bien darme. Escribo a S. M. porque lo
creo ordenado por Dios... y escribo a V. E. porque creo puede ayu-
darme a secundar los designios de Dios y a frustrar las intrigas del
Ángel Malo »(210).
Cinco meses después, el 1 de mayo de 1860, concedía Isabel II,
por solicitud del Consejo de Ministros, presidido por Leopoldo
O'Donell amnistía general, completa y sin excepción, a todas las per-
sonas procesadas, sentenciadas o sujetas a responsabilidad por cual-
quiera clase de delitos políticos, cometidos desde la fecha del Real

208 Cf. ibid., p. 162.


209 El b o r r a d o r de esta exposición se halla en el Archivo CMT Tarragona.
Fechada el 28 de noviembre de 1859, es una extensa relación en la que el
P. P a l a u hace detallado recuento de los acontecimientos desde la creación de
la Escuela de la Virtud hasta el momento. Está escrita en papel oficial con
sello 4», año 1859.
210 Carta de Francisco P a l a u al Excmo. e limo. Sr. D. Antonio M.a Claret,
sin fecha [28 de noviembre de 1859]. El original que se conserva en Archivo
CMT, creemos responde a un b o r r a d o r autógrafo del P. Palau, no obstante es
una suposición sin más fundamento, por ello decimos «original», tanto más
cuanto que la carta al P. Claret no se ha hallado.
564 LA OBRA SOCIO-RELIGIOSA DEL P. PALAU EN BARCELONA, 1851-1854

decreto del 19 de octubre de 1856 (211). Enterado el P. Palau de di-


cha amnistía, dirigió el 13 de mayo una solicitud al gobernador mi-
litar de Ibiza para ser incluido en ella (212). El 6 de julio se obtenía
respuesta por medio de la capitanía general de Cataluña. El Pbro.
Palau estaba «en completa libertad para trasladarse al punto que
más le convenga», sujetándose a las formalidades prescritas en el
art. 4o del Real decreto (213). ¡El P. Palau estaba en libertad!, pero
si reparamos en el contenido de este art. 4o: «Los que se hallen de-
tenidos por haber tomado parte en actos ostensiblemente contrarios
a la dinastía o a las instituciones, prestarán juramento antes de ser
puestos en libertad», una sombra se proyecta sobre la inocencia del
director de la Escuela de la Virtud y aun sobre la misma Escuela.
Quedaban oscurecidas, faltas de sentido y contenido las palabras del
P. Palau: «Para que la nación vea que sufrimos, no como políticos
sino como sacerdotes, ministros de la palabra de Dios y para que
vean los Gobiernos de doña Isabel II [...]» (214). Si se cerrara aquí
la odisea del P. Palau (215), su figura quedaría encerrada en la pe-
numbra de una culpabilidad perdonada, su causa sería puramente
política, ya que el tribunal supremo nada había fallado sobre un
asunto interrumpido y olvidado. Pero un nuevo documento, ¡feliz
hallazgo en este año centenario de su muerte!, viene a proclamar
la inocencia del director de la Escuela de la Virtud, no sujeto a ju-
ramento alguno porque siempre en su Escuela se había prelicado el
amor, el respeto y la obediencia a los legítimos superiores a nivel
religioso y civil.
El Consejo Supremo de la nación falló favorablemente el pro-
ceso de la Escuela o la causa del P. Palau el 7 de julio de 1860.
Comunicada la sentencia al Ministerio de la Guerra (216), fue tras-
ladada a la capitanía general de Cataluña el 2 de agosto de 1860
una Real Orden que declaraba inocente y en completa libertad al
Pbro. D. Francisco Palau y Quer. El ejemplar hallado de esta Real

211 Cf. Real Orden del 1 de m a y o de 1860, en Colección Legislativa de Es-


paña, n° 209, año 1860, pp. 404-405. Hay un sello en tinta «Intervención m i l i t a r
a o
de la 4 Región», y una póliza sello 8 año 1860.
212 El autógrafo se conserva en Archivo CMT. Lleva una póliza sello 4 o .
213 Comunicado al Sr. Obispo de Barcelona, firmado por el General 2 o Cabo
José Rodríguez Soler, en legajo, Oficios de la Autoridad Militar 1855-1877... 1881,
ADB.—-También fue remitido el correspondiente comunicado al capitán general
de las Baleares.
214 La Escuela de la Virtud Vindicada, p. 123. A renglón seguido, el P. P a l a u
hace una profesión de fe de las verdades y dogmas católicos, dando a conocer
el verdadero motivo p o r el que sufría el destierro, cf. o. c , pp. 124-125.
215 Cf. GREGORIO DE J E S ú S CRUCIFICADO, o. c, pp. 130-132.
216 Cf. Carta del Pbro. D. José Pascual García al P. Francisco Palau, Ma
drid, 14 de j u l i o de 1860, en Archivo CMT.
JOSEFA PASTOR MIRALLES 565

Orden no es el original, sino una copia remitida al Sr. Obispo de


Barcelona (217). ¡Había triunfado la justicia!

APÉNDICE

Nuestro siglo xx, se ha hecho admirador entusiasta del respeto


a la verdad de los acontecimientos, exigiendo con sana crítica la
mayor objetividad posible, tanto en la descripción de los hechos
como en la presentación de aquellos detalles, que pueden valorar o
disminuir la buena fama de los hombres. Reconocemos que el tra-
bajo puede resultar parcial desde el momento en que no entra en
el análisis de las motivaciones que pudieron impulsar a los «ene-
migos» de la Escuela de la Virtud a una tan encarnizada persecu-
ción.
En nuestro caso, hemos tratado de aportar y elaborar un mate-
rial informativo, ateniéndonos al contenido documental de cuantas
fuentes están a nuestro alcance. Esto, no obstante, reconocemos y
aceptamos que difícilmente se podrá presentar una historia, por do-
cumentada que sea, que no refleje de algún modo el sello personal
del que escribe o la tendencia de quien transmite tales o cuales
hechos, sin contar el subjetivismo de unos elementos afectivos o de
simple raciocinio, de los que apenas podremos prescindir por formar
parte del propio ser. Si a esto añadimos que la prensa del siglo xix
hizo del periodismo más que una fuente de información, un órgano
difusor de las propias tendencias o ideas y hasta una técnica per-
suasiva de partidos, hallamos que la objetividad, en su sentido más
genuino, queda muy ensombrecida. Es por ello que, como colofón
de este estudio dedicado a la memoria del P. Francisco Palau y al
triunfo de la verdad, publicamos las tres exposiciones que el direc-
tor de la Escuela de la Virtud dirigió a la autoridad de Barcelona,
eclesiástica y civil, en defensa de la misión que durante tres años
desarrolló entre la sociedad barcelonesa. De este modo el lector po-
drá formar su propio juicio y opinión sobre la actuación de los pro-
tagonistas de este episodio de la historia de Barcelona en el siglo xix.
Ninguna alusión hallamos en los escritos del P. Palau, posterio-
res a 1860, sobre la Escuela de la Virtud. ¿Fue demasiado dura la
realidad? ¿Cerró voluntariamente este capítulo de su vida? No nos

217 La Real Orden aparece firmada por el Ministro de Fomento, interino


de Gracia, y Justicia. Cf. legajo, Reales Ordenes 1852-1860, «Reales Ordenes re-
cibidas d u r a n t e el año 1860», ADB.
566 LA OBRA SOCIO-RELIGIOSA DEL P. PALAU EN BARCELONA, 1851-1854

lo ha dicho, pero la Escuela de la Virtud quedó sepultada en su co-


razón. Ni siquiera en El Ermitaño, periódico por él fundado y por
el cual hemos conocido hechos de su vida pasada, que nos eran
desconocidos, encontramos vestigios de aquella catequética para
adultos. Sólo diez años más tarde de la supresión de la Escuela, con
ocasión de la muerte del Excmo. D. José Domingo Costa y Borras,
Arzobispo de Tarragona, el Boletín oficial Eclesiástico del Obispado
de Barcelona, 7 de mayo de 1864, n° 334, pp. 302-306 recordará la
Escuela de la Virtud como una de las grandes aportaciones de este
obispo a la pastoral diocesana.

Exposición del Pbro. D. Francisco Palau al Obispo de Barcelo-


na, Exmo. e limo D. José Domingo Costa y Borras, 2 de abril de
1854 (*).

Exmo. e limo. Señor.


En contestación a lo convenido en el oficio que en fecha de hoy
V. E. lima, se ha servido comunicarme, debo contestar lo que sigue:
No hemos podido menos de sorprendernos al saber que la Au-
toridad civil haya siquiera sospechado, que la Escuela de la Virtud
haya tenido parte en los acontecimientos de que en la actualidad
esta Capital es teatro. La Escuela de la Virtud, Exmo. e limo. Señor,
ya desde sus principios ha sido el blanco de los recios tiros y, antes
de que se le atribuyese el descontento que hoy reina en los operarios
de esta Capital, se le habían ya atribuido otros crímenes en doctri-
nas y costumbres; mientras las Autoridades no han dado oído a
tales acusaciones, hemos creído prudente contestar a ellas con el si-
lencio o con el desprecio, mas como hoy la Autoridad civil parece
las toma en cuenta, la justificación es de parte nuestra un imperioso
deber.
Exmo. e limo. Señor, he tenido el honor de presidir todas los
conferencias de la Escuela, he revisado todas las teorías que en ella

(*) De este documento se conservan además del original cuatro copias au-
tógrafas. Dos de ellas forman parte del expediente sobre la Escuela de la Vir-
tud, en los dos ejemplares conservados en ADB.. y A. Minist. de G. y J. res-
pectivamente, y son autógrafos de Agustín Obiols, Escribano del Tribunal Ecle-
siástico. Las otras dos copias están escritas en papel oficial del Obispado de
Barcelona, ocupando cada una i fs. 30,5x21 cms.
La exposición lleva adjunta una lista de miembros de la Escuela de la Vir-
tud, a la que se alude en el texto, y que no transcribimos.
JOSEFA PASTOR MIRALLES 567

se han emitido, sobre mí cae, por consiguiente, toda responsabilidad


y, por lo tanto puedo muy bien responder de que jamás se ha emiti-
do una sola frase subversiva, muy al contrario, habiéndose ocupado
la Escuela en catequizar la Sociedad barcelonesa en sus diversas
clases, no ha hecho más que aclarar aquellas doctrinas fundamenta-
les, que ha enseñado siempre la Iglesia Católica, doctrinas de orden,
de paz y tranquilidad. En estos últimos días la conferencia ha ver-
sado sobre el ayuno eclesiástico, sobre la Penitencia y la Eucaristía,
y hoy nos habíamos propuesto tratar del Sacrificio de la Misa, ha-
biendo sido los sermones una exhortación a orar por la conversión
de los pecadores, por la prosperidad, paz y concordia de los Prínci-
pes reinantes, extirpación de las herejías y exaltación de nuestra
Santa Fe Católica. En los ataques que varias veces nos ha dirigido
la prensa periódica, hemos invitado a nuestros adversarios a que
nos citaran una sola frase contraria a la ortodoxia religiosa. Por lo
que mira a los individuos que comprende la Escuela de la Virtud,
sus nombres y sus actos son la más completa justificación. Sin duda,
Exmo e limo. Señor, el Gobierno estará mal informado de lo que
es la Escuela de la Virtud. Ella no es otra cosa que el pueblo cató-
lico congregado en la iglesia parroquial de San Agustín, para oír
la explicación de la doctrina cristiana acomodada a la capacidad de
todas las clases. Sus ejercicios han sido siempre públicos, no hemos
verificado ninguno a puerta cerrada, el auditorio ha sido de los más
considerables y respetables de esta Ciudad. Barcelona en todas sus
clases es testigo fiel de todas nuestras doctrinas y ejercicios; a ella
han asistido y asisten constantemente sabios e ignorantes, ricos y
pobres, fabricantes y operarios. Ellos que respondan de nuestros
principios. Yo no me he propuesto, Exmo. e limo. Señor, hasta aho-
ra, otra cosa que coadyuvar al digno párroco de San Agustín en las
funciones que atañen a mi ministerio y, pudiendo elegir yo en cali-
dad de predicador del Evangelio las formas (salva la disciplina ecle-
siástica) que creyera más convenientes, he adoptado el método ca-
tequista, y si he tomado algún nombre, ha sido solamente para sa-
ber a quién dirigirme en mis preguntas, y de ahí ha venido el tí-
tulo de Escuela. No obstante, para que V. E. lima, conozca los que
más cooperan en esta catequética, le remito sus nombres en la lista
que acompaño. Ellos todos son sujetos de la mayor probidad, en
varias ocasiones han dado pruebas no equívocas del amor por la
paz y tranquilidad pública; se han puesto constantemente en sus
respectivas clases a todos los intentos de desorden y de trastorno.
Heridos en su honor y estando seguros de lo infundado de estas sos-
568 LA OBRA SOCIO-RELIGIOSA DEL P. PALAU EN BARCELONA, 1851-1854

pechas, como intérprete de sus sentimientos, no puedo menos de


reclamar a V. E. lima, un acto de justicia, y es:
Primero. Ser citados en Tribunal competente.
Segundo. Que las acusaciones de crímenes tan atroces, les sean
notificadas por quien corresponda.
Tercero. Que los acusadores les sean conocidos para que ellos
carguen con la responsabilidad de la acusación, en caso de que la
Escuela de la Virtud resulte inocente.
Cuarto. Que se dé a todos los acusados el competente derecho
de defensa.
Exmo. e limo. Señor, en nombre de todos los alumnos de esta
Escuela reclamo lo que el derecho concede a todo español compelido
a justificarse. Bajo esta forma, y únicamente de este modo, podrá
la Autoridad conocer si es la Escuela o sus acusadores los que mo-
tivan el desorden. El Gobierno de esta Prov[inci]a, habiendo insta-
do para que redactara estatutos, siendo la Escuela una enseñanza
religiosa catequística, dependiente únicamente de un sacrificio vo-
luntario y sin retribución alguna, que yo he hecho hasta ahora, no
veo posible ligarme con estatutos a continuarla; no obstante, si se
estima conveniente darle forma de sociedad religiosa, deseoso como
el que más de obedecer hasta las insinuaciones de una Autoridad,
me conformaré siempre a sus disposiciones.
Disolver la Escuela no es otra cosa que privar a un predicador
del Evangelio de adoptar en su predicación la forma catequística
o de conferencia. El juicio sobre las formas y método de enseñanza
religiosa que se da en los templos, es una de las atribuciones del
Episcopado. Por mi parte estoy y estaré siempre rendido, sumiso y
obediente a las órdenes de V. E. I. Es todo cuanto ocurre en con-
testación al oficio que V. E. lima, acaba de dirigirme.
Dios guarde a V. E. I. muchos años.
Barcelona, dos de abril de mil ochocientos cincuenta y cuatro.

Francisco Palau, Pbro.


Exmo. e limo. Dr. D. José Domingo Costa y Borras, Obispo de
esta Diócesis.
JOSEFA PASTOR MIRALLES 569

Exposición del Pbro. D. Francisco Palau al Gobernador de la


Provincia, Melchor Ordóñez y Viana, 3 de abril de 1854 (*).

Exmo. Señor.
El Exmo. e limo. Señor Obispo, mi dignísimo Prelado, me ha
comunicado una orden de ese Gobierno según la cual la Escuela
de la Virtud, que está bajo mi dirección en la iglesia parroquial de
San Agustín, queda suprimida. En fecha de ayer, V. E., habiendo
llamado a su presencia los SS. D. José Gras, D. Alejandro Pi, D.
Luis Sagüés, interrogados si pertenecían a esta nuestra Escuela, en
contestación a su respuesta afirmativa, V. E., les dijo: que en cali-
dad de alumnos eran la causa de todo este trastorno, que por parte
de los trabajadores tenía en expectación a esta Capital, por haber
con sus discursos exhortado a la clase obrera a no trabajar, hacién-
doles en consecuencia responsables de todos los desórdenes que en
adelante acontecieren, motivados por la misma Escuela; en la mis-
ma fecha se presentaron a V. E., llamados con el mismo objeto los
SS. D. Pablo Ferrer, D. Juan Casellas y D. Eduardo María Vilarrasa,
cargando sobre ellos la misma responsabilidad que a los primeros,
imputándoles el mismo crimen. Estos son hechos incontestables y,
en vista de ellos, convencido del buen celo que anima a V. E. y de
la rectitud de justicia de que tantas pruebas ha dado a esta Capital,
persuadidos por otra parte, que estos procedimientos nacen de algún
mal informe sobre la Escuela que está a mi cargo, como a director
responsable de ella, acudo a la lealtad de V. E. para exponer lo que
sigue:
La Escuela es acusada de un crimen el más atroz, crimen que,
según las leyes civiles de todos los países, merece ser expiado con
la última pena. La acusación es grave y, cayendo sobre la parte re-
ligiosa, gravísima, puesto que imputa a la Religión un desorden so-
bre el que todos los pueblos tienen en la actualidad fijos los ojos. El
ser acusado no es ser criminal, V. E., interesado como yo mismo por

(*) El origina] remitido al Gobernador no se conserva. Hemos visitado de-


tenidamente el Archivo del Gobierno civil de Barcelona, comprobando que nin-
gún documento se conserva a n t e r i o r a 1880. Pero se posee la copia autógrafa,
que el mismo P. P a l a u envió a su Obispo y que va encabezada con la siguiente
a n o t a c i ó n : «Excmo. e limo. Sr. Con esta fecha dirijo al Sr. Gobernador de esta
Provincia una exposición de la que para su gobierno, remito copia. Dios guarde
a V. E. I. muchos años.
Barcelona, 3 de abril de 1854. Francisco Palau»
570 LA OBRA SOCIO-RELIGIOSA DEL P. PALAU EN BARCELONA, 1 8 5 1 - 1 8 5 4

la tranquilidad pública, dirige con autoridad todos sus actos a des-


cubrir el principio del mal; no querrá ser engañado ni sorprendido
por una lengua mordaz, ni errar el blanco donde debe dirigir sus
tiros; comprometido está por su alta misión a conocer el crimen,
pues que Dios le ha confiado su espada para atajarle, reprimirle y
castigarle, y proteger, al mismo tiempo, salvar y defender la ino-
cencia. En asuntos de esta clase, tengo un medio muy sencillo a la
par que seguro para justificarme de los cargos que se me han hecho.
Traigamos la causa a su propio terreno: Con motivo de la necesi-
dad que hay siempre de enseñar al pueblo la doctrina cristiana y de
predicarle el Santo Evangelio, me ofrecí al señor Cura párroco de
San Agustín como auxiliar en el ministerio de la predicación. Debi-
damente autorizado por mi Prelado, quedaba a mi cargo en calidad
de predicador de la parroquia, adoptar aquel estilo, forma y mé-
todo que estimara más conveniente. Elegí la forma catequística, y
para que el pueblo fiel recogiera el fruto de mis trabajos, acomodé
la Doctrina a todas sus clases y categorías. Tomé los nombres de
todos aquellos que voluntariamente se comprometieron a responder
a mis preguntas, y los demás han asistido en clase de oyentes. Como
no he tenido hasta ahora la intención de formar hermandad, con-
gregación ni sociedad religiosa, me he creído dispensado de redac-
tar estatutos y de acudir a la Autoridad civil para pedir autoriza-
ción especial, puesto que, para enseñar la doctrina cristiana y pre-
dicar el Evangelio en el templo, me creí suficientemente autorizado
por el Prelado. La enseñanza religiosa, que todos los días festivos
se da en la iglesia parroquial de San Agustín, en nada se distingue
de las otras parroquias, sino es que sea en su forma catequética.
Hasta nuestros días, para este método, no se ha exigido por parte
de autoridad alguna permiso especial. Los términos de que hemos
usado para expresar la forma Dialéctica, han sido muy naturales,
tales son: conferencias morales, aulas, escuela; y por ser el fin de
la predicación plantear la virtud y destronar el vicio, no ha sido
extraño a esta enseñanza el título de Escuela de la Virtud.
Con el debido permiso, redactamos el libro textual, bajo el nom-
bre de Catecismo de las Virtudes, del que remito a V. E. un ejem-
plar. El buen éxito ha excedido todas nuestras esperanzas; princi-
pié la predicación en noviembre de 1851, y he continuado sin inte-
rrupción alguna todos los días festivos. Las funciones de esta Es-
cuela han sido siempre las parroquiales de San Agustín; se han
tenido siempre a puertas abiertas, invitando al público a asistir a
ellas. Las conferencias se han efectuado en una basílica de primera
JOSEFA PASTOR MIRALLES 571

magnitud, hemos enseñado constantemente en medio de un concur-


so numeroso, un auditorio de los más respetables de esta Capital
ha oído nuestras doctrinas y, si sobre ellas somos acusados, el pú-
blico barcelonés es nuestro tribunal, a él apelamos. Hemos siempre
anunciado anticipadamente por los diarios nuestras funciones, nos
hemos suficientemente explicado, y en la ejecución hemos sido fie-
les. Hemos públicamente interrogado sobre las doctrinas católicas a
todas las clases del pueblo y hemos acomodado nuestro estilo a la
capacidad e inteligencia de todos. Nuestro fin, Exmo. Señor, no ha
sido ni es otro que explicar, sostener y defender las doctrinas cató-
licas, morigerar al pueblo y aclarar aquellas verdades, que son la
base de todo edificio social religioso. Hemos aprovechado todas las
ocasiones que se nos han presentado para predicar la paz, la obe-
diencia, el amor fraternal. Hemos, en fin, pintado con mil colores
todas aquellas virtudes que son el vínculo sagrado de todo cuerpo
moral; y sobre todo citamos por testigo a todo el pueblo barcelonés.
Sí, a todo el pueblo en todas sus clases, porque muy pocos son los
que no hayan oído las lecciones que sobre virtud y vicio hemos da-
do y explicado. V. E. no ignora que las doctrinas que enseña la
Iglesia Católica son para la raza revolucionaria subversivas del or-
den público, sospechosas, impías y, ya desde los primeros días de
nuestra predicación, no ha cesado de dirigirnos de tiempo en cuan-
do los más recios tiros. Hemos contestado siempre y nos hemos de-
fendido. La causa es pública y V. E. no podrá engañarse en el juicio
que forme de ella, porque millares de testigos auriculares atestarán
contra lo infundado de esas sospechas de que es objeto la Escuela.
Si lucha hemos tenido, ha sido siempre ocasionada por una porción
de hombres díscolos, gente desmoralizada, siempre dispuesta a tras-
tornar el orden público. Hemos combatido, pero los enemigos de
la Autoridad han sido siempre los nuestros, y con ella hemos hecho
y haremos siempre causa común. ¡Cuan sensible nos sería que V. E.
dirigiera sus tiros sobre sus propios aliados, amigos y defensores! No
creo ese divorcio posible, pues que convencido estoy, que V. E. to-
mará del público sensato informes, y las prevenciones desaparece-
rán. Y, entonces, V. E. no podrá menos de apoyar con mano fuerte
los esfuerzos que hemos hecho para inspirar con nuestras doctrinas
pensamientos de paz, amor, fidelidad, obediencia a las Autoridades.
Para el caso que una mala inteligencia hubiese recogido, en sentido
contrario, alguna expresión de lo mucho que hemos hablado y en-
señado sobre las doctrinas de orden, V. E. tendrá la amabilidad de
refrescarnos la memoria, y la explicaremos de todos los modos y
572 LA OBRA SOCIO-RELIGIOSA DEL P. PALAU EN BARCELONA, 1851-1854

sentidos de que sea susceptible. Si se nos ataca en materia de he-


chos, V, E. no encontrará entre los revolucionarios un solo individuo
de los que funcionan en mi Escuela, ni menos podrá presentarse ac-
to alguno sospechoso de rebelión. En vista de todo lo expuesto,
espero de la rectitud de V. E. que, lejos de echar sobre la Escuela
de mi cargo, y en consecuencia, contra la Religión, borrón tan ne-
gro, hará recaer toda la responsabilidad sobre los verdaderos cul-
pables.
Dios guarde a V. E. muchos años.
Barcelona, tres de abril de mil ochocientos cincuenta y cuatro.
Francisco Palau, Pbro.
Exmo. Sr. Gobernador de esta Provincia de Barcelona.

c
Exposición del Pbro. D. Francisco Palau al Alcalde Corregidor
de Barcelona, D. Antonio Aherán, 5 de abril de 1854 (*).

(*) Este documento encabeza el «Expediente instruido sobre una exposi-


ción presentada por el Pbro. Dn. Fran c o Palau, relativa a haberse arrancado el
rótulo de la Escuela de la Virtud» (citado en nota 162). Abarca seis folios 3 1 x 2 1
cms. escritos de letra autógrafa de José Ildefonso Gatell, pero firmados y rubri-
cados por Francisco Palau. Está redactado en papel oficial, t i m b r a d o con póliza
de sello 4 o , año 1854, en sus folios 1, 3 y 5. El folio I o lleva en el margen iz-
quierdo una anotación de Aherán, dando las órdenes pertinentes para la presen-
tación del Pbro. Dn. Francisco Palau a las seis y media de la tarde de ese misino
día, fi de abril de 1854. En algunas cartas posteriores al destierro, el P. Palau
alude a esta exposición. En la dirigida a D. Joaquín Grabulosa (cf. nota 178) da
como título a este recurso: «El pueblo en lo espiritual y religioso ha de ser
gobernado por Cristo y su Iglesia, potf los Ob ; sp >s sus legítimos Pastores, y
demás ministros, y no por seglares, no por hombres legos, no por las potestades
de este mundo».
Un extracto de la carta escrita a José Gatell, sin fecha [junio o julio de
1854] nos da a conocer el estado moral y psicológico del P. Palau ante el triunfo
de la impiedad, en el momento de redactar la exposición: «[...] Cuanto te agra-
dezco la compañía que un día peligroso me hiciste. Has sido fiel de verdad, reci-
be de mi parte un voto de gracias. Cuánto me anima ver genios fieles y leales
a la v e r d a d ; qué bueno es un amigo en tiempo de necesidad.
Cuánta satisfacción me cabe en haber dictado la exposición que tú escribiste.
¡Ah!, si yo h u b i e r a sido cobarde y t r a i d o r a mi conciencia, qué remordimientos
agudos la despedazarían ahora. He tenido tiempo para la reflexión, y ahora veo
lo mismo que veía en una noche negra de insomnio, en aquella que precedió al
día que redactamos la exposición al Sr. Corregidor. ¡Noche de insomnio! [...].
¡Qué hondas meditaciones sobre el misterio de la cruz, confesar y sufrir, ésta
es la única a r m a que has de presentar para cortar a esta fiera infernal sus ca-
bezas serpentinas [...]. La voz del deber prevalecía y ahora doy gracias al Cielo
por h a b e r m e hecho loco una noche y una m a ñ a n a , y también a ti, que no te
opusiste al cumplimiento de mi deber».
JOSEFA PASTOR MIRALLES 573

Muy Iltre. Señor.


El día dos del corriente a la una de la tarde, dos guardias muni-
cipales se presentaron en la iglesia parroquial de San Agustín, acom-
pañados de un dependiente, quien a sus órdenes, mediante una es-
calera, subió a lo alto del cancel de la iglesia y arrancó un cuadro
de dimensiones a poca diferencia de cuatro palmos, en que había-
mos fijado con letras doradas muy legibles esta inscripción: «Escue-
la de la Virtud». Esta comisión llevó la misma inscripción a las
Casas consistoriales. Este cuadro estaba por orden mía clavado en
el frontispicio de la mencionada iglesia parroquial. En vista de este
hecho, acudo a V. S. para exponer lo que sigue:
El título de Escuela de la Virtud cuadra perfectamente a todas
las iglesias del Catolicismo; pues que en todas ellas hay cátedra de
enseñanza instituida por Cristo y sus Apóstoles; en todas ellas hay
miembros legítimos y competentes; tales son: los Obispos, curas
párrocos y demás sacerdotes autorizados para predicar el Evange-
lio y enseñar la doctrina cristiana. En todas ellas hay discípulos y
alumnos, y éstos son todos los fieles bautizados no excomulgados.
Donde hay cátedra, maestro y alumnos hay aula y escuela. En todas
las iglesias del Catolicismo se enseña, se defiende, se describe y se
predica la virtud. En sana lógica se deduce de aqu, por consecuen-
cia legítima, que el título «Escuela de la Virtud es una atribución
exclusiva de todas las iglesias, del mismo modo que estos otros:
templo del Espíritu Santo, casa de oración, etc., etc.
Dejo a la consideración de V. S. juzgar si es de la incumbencia
de un Alcalde, o de cualquier otra Autoridad civil o municipal, po-
ner o quitar tales inscripciones.
Muy Iltre. Sr.: comisionado por la Autoridad eclesiástica para
enseñar en todos los días festivos la doctrina cristiana y predicar el
Santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo en la iglesia parroquial
de San Agustín, con el objeto de recordar a los fieles esta enseñan-
za religiosa, en uso de las facultades que me competen por el minis-
terio eclesiástico, mandé fijar en el cancel de la iglesia, en que yo
enseño, la ya citada inscripción.
Este sagrado título ha sido arrancado de su propio lugar. Este
acto es sacrilego, porque es el robo de una cosa sagrada; robo, digo,
porque ha sido arrancado y tomado contra la voluntad de su dueño,
que es la Autoridad eclesiástica. Es en gran manera sacrilego por
ser un insulto hecho a la casa del Espíritu Santo; semejante acto a
la par que sacrilego se muestra altamente escandaloso, pues se efec-
tuó en una hora en la que la calle estaba atestada de gente.
574 LA OBRA SOCIO-RELIGIOSA DEL P. PALAU EN BARCELONA, 1851-1854

Ni hay ni puede haber causa alguna que justifique medidas de


esta naturaleza. Me dirá V. S. tal vez: «La Escuela de la Virtud
ya no existe, ha sido suprimida, y en consecuencia de la supresión,
era de mi incumbencia destruir el título que la designaba». A esto
debo contestar:
La Escuela de la Virud ha siempre existido, existe y existirá
hasta la consumación de los siglos en todas las iglesias del Catoli-
cismo, bien que bajo diferentes formas, porque siempre ha habido,
hay y habrá en ellas cátedra, maestros y alumnos. La Escuela de la
Virtud, tal como ha estado y está aún bajo mi responsabilidad en la
iglesia parroquial de San Agustín existe. El Obispo puede variar de
maestros y método de enseñanza, y esto no será jamás destruir la
Escuela de la Virtud, sino variar sus formas. Enseñar bajo la forma
catequística, de conferencias, de discursos o sermones, es cosa ac-
cidental a una escuela, y esto es lo que el Obispo puede hacer y
hará, si lo juzga oportuno, pero no desistirá jamás de la enseñanza
que el ministerio eclesiástico debe a una parroquia.
Autorizar, modificar, variar, suspender, suprimir, disolver la en-
señanza religiosa que se da en los templos, y en consecuencia poner
o quitar del cancel de las iglesias títulos que la designen, no ha sido
jamás atribución de Autoridad alguna militar, civil o municipal;
pero sí únicamente de la Autoridad episcopal. Esto es no menos que
un dogma de los más sagrados que siempre ha creído y cree la Igle-
sia Católica Apostólica y Romana. La supresión de la Escuela de la
Virtud, tal como está a mi cargo en la iglesia parroquial de San
Agustín, anunciada oficialmente a la Autoridad eclesiástica, hecha
ex plenitudine potestatis por un General de ejército es un acto ex-
tralimitado. Yo no intento censurar en lo más mínimo las disposicio-
nes y medidas que, atendidas las circunstancias, hayan tomado las
Autoridades militar, civil y municipal, en orden a que se suspendie-
ran en tal estado las funciones de las iglesias: nuestro dignísimo
Prelado y todo el clero las ha siempre respetado y se ha conformado
a ellas. A lo que nos oponemos es a reconocer por legal y compe-
tente la supresión de la Escuela de mi cargo, hecha por el Excmo.
Sr. Capitán General de este Principado sin intervención alguna del
Obispo diocesano. A pesar de mirar como incompetente la tal su-
presión, nos hemos conformado a ella y hemos obedecido a una fuer-
za material irresistible. Esta obediencia es un deber imperioso, que
dicta la prudencia en circunstancias análogas a los actuales aconte-
cimientos. Obedeceremos siempre como hemos hecho hasta ahora:
pero, como nuestro silencio sancionaría actos que tienden directa-
JOSEFA PASTOR MIRALLES 575

mente a transmitir las atribuciones más trascendentales, que residen


en el poder eclesiástico, a las Autoridades del siglo; y como la tal
sanción daría ocasión al pueblo católico de creer que es gobernado en
lo espiritual y religioso, no por Jesucristo y sus Apóstoles, no por los
Obispos sus legítimos Pastores, no por el Espíritu Santo, sino por el
poder de este mundo, en tales casos, nuestra Religión Sacrosanta
nos impone la obligación de protestar a riesgo de graves peligros.
La Escuela de la Virtud ya no existe en el terreno de los hechos,
porque una fuerza material irresistible la ha suspendido, a esta su-
presión yo me conformo, porque las leyes de la obediencia así me lo
prescriben. La Escuela de la Virtud existe en el terreno del derecho,
porque la Autoridad competente, que es el Obispo, no me ha comu-
nicado la supresión y ha protestado lo contrario.
La Escuela de mi cargo está identificada con la parroquia; no
es otra cosa que los fieles de ambos sexos convocados y congregados
los días festivos para oír la explicación de la doctrina cristiana. Es
una catequística acomodada a todas las clases del pueblo, no tiene
otros estatutos que las reglas que rigen a los eclesiásticos en el mi-
nisterio de la predicación y, bajo ese punto de vista, su autorización,
modificación, suspensión o supresión, es de la incumbencia del Pre-
lado diocesano.
En vista de todo lo expuesto vengo a V. S. para suplicarle tenga
a bien mandar sea restituido a su propio lugar el título «Escuela de
la Virtud».
Así lo espera de la religiosidad, justicia y rectitud de V. S.
Dios guarde a V. S. m[ucho]s años. Barcelona, cinco abril de
mil ochocientos cincuenta y cuatro.
Muy Iltre. S[eñ]or.

Fran™ Palau [rubricado].

JOSEFA PASTOR MIRALLES, C.M.T.


5.
Fundador

37
ENTRE DOS MANOS ENLAZADAS
«LA OBRA DE DIOS»

EL PADRE FRANCISCO Y LA MADRE JUANA Ma


ARTÍFICES DEL CARMELO MISIONERO

Una publicación dedicada a evocar la figura del Padre Francisco


Palau en el primer Centenario de su muerte no podía dejar a la que
con él compartió los dolores y esperanzas de la labor fundacional, y,
como nadie, sufrió las consecuencias de su desaparición desde aquel
20 de marzo de 1872.
Juana María Gratias Fabre tiene bien merecido este recuerdo de
gratitud, pues siguiendo, paso a paso las vicisitudes del Carmelo Mi-
sionero no puede menos de sorprendernos el tesón de esta mujer in-
condicionalmente abandonada a la Providencia divina, que, con su
oración, sencillez y obediencia, no menos que con su humilde, fiel y
perseverante colaboración, no sólo vio nacer entre sus manos la obra
palautiana hasta su plena configuración, sino que después de la
muerte del Padre, fue ella quien dio continuidad y la aseguró dentro
de la fisonomía que él le imprimiera. No en vano él le había dicho:
«Mío es lo tuyo y tuyo es lo mío, porque lo mío y lo tuyo es lo de
Dios» (1).
Esta aportación solo pretende allegar un inicio a futuras inves-
tigaciones sobre el tema, y no lleva otro deseo sino el de contribuir
de algún modo a cumplir un deber por tantas razones contraído con
la más leal colaboradora del Padre Francisco, poniendo a su lado a
la que con él, Fundador, fue Fundadora del Carmelo Misionero.

1 Carta desde Ibiza, 7-IV-1861. Citamos las cartas señalando lugar y fecha.
580 ENTRE DOS MANOS ENLAZADAS «LA OBRA DE DIOS»

Lejos de las cuevas de Gamalus que cuelgan como un milagro


prendidas en las crestas de los Alberes, el Padre Francisco, en el
seguimiento de su amada —la Iglesia—, continúa acompañándola
por sitios solitarios, pero, en su corazón, hace tiempo que una herida
aflora, con su dolor, una inquietud, cuyo nacer todavía en penumbras
le muestra con impreciso despertar un horizonte que aún tardará en
clarificarse a pesar de sus denodados esfuerzos.
Entre tanto crece su incipiente eremitorio de Montdesir en las
proximidades de Caylus (Tarn et Garone), y su gruta convertida en
oratorio es el centro espiritual de aquellos pueblos comarcanos, donde
los lugareños sencillos acuden en busca de su palabra recia y tensa
que, a través de su aparente brusquedad, lleva una fuerza suave y
penetrante e internándose en las almas las sumerge en oleadas de
gracia, conduciéndoles a la intimidad de su encuentro con Dios.
Al mismo tiempo, en uno de los reducidos abrigos montaraces
que se encuentran en las laderas de la agreste y pequeña colina que
rodea el Santuario de Notre Dame de Livron, y bajo la mirada de
María, inicia sus primeros intentos fundacionales femeninos que un
día aún lejano constituirían la huella más preciada de su paso por la
tierra, la expresión más genuína de su pensamiento y la proyección
de su profundo y carismático espíritu eclesial. Pero, eso sí, no sin
antes recorrer una larga purificación de interminables pruebas.
Sería 32 años más tarde, cuando en un cielo sin nubes habría
de columbrar la misión de su paternidad en la Iglesia, y en la ma-
ravilla de un cosmos insospechado verla en su plenitud como Cuer-
po Moral del que Cristo es cabeza, y, entonces, a la luz de este des-
cubrimiento, moldear con trazos firmes y seguros lo que él llamó
«La obra de Dios».

I. PREPARANDO UN FUTURO

Mas, no sería Teresa Christiá, la ex-religiosa de Pergignan, el


pedestal suficientemente resistente para sostener aquellos primeros
balbuceos en los cuales asentaba ya el porvenir que aleteaba en la
en la joven ilusión del Padre Francisco. Y, aunque, tal vez, para él
pasaba inadvertido, Dios que como él mismo confiesa «lo conducía
de la mano por caminos para él desconocidos», puso a su paso una
joven sencilla, de familia modesta, pero delicadamente cultivada.
MARÍA LOURDES GARCÍA, C.M. 581

A.—Unidos en una misma trayectoria

Sin poder precisar con exactitud la fecha, puede muy bien situar-
se entre 1845 y principios de 1846 coincidiendo con uno de los viajes
del «Ermitaño» a Cahors, aquel primer encuentro entre el Padre
Francisco y la entonces Srta. Juana María Gratias Fabre, la que,
educada en el seno de una Familia cristiana y en cuyo hogar había
recibido las sólidas bases de su formación religiosa, quiso afianzar
esa misma formación y pudo hacerlo bajo el influjo de una pía aso-
ciación dirigida por un celoso sacerdote que incluso ponía al alcance
de sus jóvenes asociadas la estancia en una casa de Religiosas de
París, llamada de Santa Clotilde, en cuyo centro hay motivos para
creer que también estuvo la Srta. Gratias Fabre antes de ponerse
bajo la dirección del Padre Francisco.
Aquel «ser extraño» a quien, en boca de la refinada escritora
francesa Eugenia de Guerin, «la piel del cordero de San Juan Bau-
tista le sentaría mejor que su vestido», con toda la adustez de su
ruda apariencia, tenía mucho de humano y no poco de atractivo;
ella misma llegó a abrirle confidencialmente las intimidades de su
espíritu.
Es que su alma, tan fuertemente unida al que es la suma deli-
cadeza, escondía algo, por no decir mucho, de la bondad de Dios.
Lo cierto es que aquella joven de 21 años quizá no cumplidos, —ha-
bía nacido en Grammat el 28 de octubre de 1824—, se sintió irresis-
tiblemente cautivada por la firme y sobria espiritualidad que rezu-
maba contagiosa del Padre Palau.
¿Qué pasó entre estas dos almas? No queda rastro alguno que
pueda abrir un resquicio por donde se deje traslucir el cauce de
aquellas primeras relaciones espirituales, lo que sí es cierto que dos
años más tarde, en 1847, sus vidas se encuentran ya sobre un mismo
camino que juntos han de recorrer en penosa ascensión hacia la
santidad.
Bajo el punto de vista de la humana prudencia, estos comienzos
no fueron precisamente ni de lo más esperanzadores ni de lo más
halagüeños, pero, sí prueba fehaciente de la «determinada determi-
nación», que diría Teresa de Jesús, de aquella muchacha francesa,
en el preciso momento en que el Padre Francisco, durante el verano
de 1847, en la sospecha y en el entredicho con que a su vuelta del
viaje realizado a España se veía envuelto, y que lo hicieron víctima
de la prevención y de la censura por parte de las autoridades civiles y
582 ENTRE DOS MANOS ENLAZADAS «LA OBRA DE DIOS»

eclesiásticas, hasta el punto de verse obligado a no poder ejercer sus


funciones ministeriales, se encuentra difamado en lo más sagrado de
su honra cuando sabe que el obispo ha calificado la humilde vivienda
de las jóvenes que él había reunido en Livron de «lugar destestable
y casa de abominación pública».
Sobre la pauta del dolor se abre un camino y se sella una amis-
tad que sobrepasará hasta lo inmutable. Con sangre del corazón dos
almas dejarán sus huellas sobre un mismo sendero en su peregrinar
hacia Dios.

B.—Forjando un espíritu

El sendero que conduce hacia Dios es tremendamente empinado,


solo el atractivo con que él ofrece ese acercamiento da el impulso
para aceptar las exigencias de una ascensión constante y de una
energía pronta a cortar y despojar al alma de cuanto le impide su
avance hacia esa unión por la que se llega tras lenta purificación al
encuentro del Sumo Bien.
Esta ruta que vamos a seguir fue el itinerario marcado en aquel
unísono andar. El Padre Francisco, a pesar de la desconcertante si-
tuación en que le ponían las autoridades francesas, con la presencia
de aquel nuevo elemento, siente que sus esperanzas se hacen más
anchurosas. Ella es ya la fiel depositaría de sus sentimientos y la per-
sona segura en la que puede confiar su proyectada labor. En corres-
pondencia, la Madre Juana María, seguirá con inquebrantable fide-
lidad no solo la encomienda que, en un primer intento, empezó a flo-
recer entre sus manos, sino que con filial abandono deja su alma
en la del «Ermitaño» de Montdesir, con lo que aunan su carrera de
tal suerte, que, no solo no la truncaría la muerte, sino que tras de
ella arraigaría con insospechada seguridad.
En 1848, cuando es enviada con alguna de sus compañeras a su
primera incursión vocacional por tierras francesas, el Padre Fran-
cisco le escribe: «Me es muy difícil, querida Hija, decirte... lo que
has de hacer con respecto a esta tu labor vocacional. Obra con liber-
tad cuanto el espíritu de Dios te inspire... ten valor querida Hija...»(2).
Y después de que en 1849, con análoga comisión viene a España
y da forma comunitaria a dos grupos, el P. Francisco que en 1851 re-
gresa definitivamente a su patria, si bien éste nombra a una superio-
ra para cada grupo, claramente demuestra dar a la Hermana Juana

2 Sin fecha-
MARÍA LOURDES GARCÍA, C.M. 583

la primacía sobre ambos: «Las Hnas. Dolores y Juana me escribirán


una vez al mes... Las demás Hermanas si tenéis necesidad también
podéis escribirme. ...La Hermana Juana incluirá todas en una» (3).
A final de año volvía a escribirles: «Yo me dirijo a la Hermana
Juana María para vosotras... y le dicto lo que ha de hacer y mandar
para todas y no para ella sola... así lo exige el orden establecido por
Dios» (4).
El epistolario del P. Francisco a ella dirigido es riquísimo en ma-
nifestaciones conjuntas de amor y de exigencia. Su alma alimentada
por esa fuerza de amor innata en él: «Dios grabó en lo más profundo
de mi alma esta ley: ¡Amarás!» (5), pero sustentada con la negación
aprendida sobre el camino de la «Escalada al Monte», abierto por
su Padre, S. Juan de la Cruz, al pisar su sendero interminable de
«nada, nada, nada...», fue implacablemente acrisolada por los más
desconcertantes eventos de una vida siempre a merced de lo impre-
visto, pero siempre doblegada ante Dios, «que como buen Padre me
guía por donde quiere...» (6).
Esto hace de él un maestro consumado para aquellos que habían
de salir de su generación epiritual. Los tiempos se presentaban di-
fíciles. La Madre Juana María se rindió sin reservas a una vida de
austeridad y renuncia que no había conocido y que exigía acopio de
fortaleza y no poca sumisión a los designios de Dios, y, desde el
primer momento, fue la dirección del Padre Francisco el yunque en
que deja moldear desde los primeros forcejeos de su espíritu hasta
la identificación más plena con Dios, pues, su director, aunque sabía
amarla con todo el desinterés de su corazón noble y generoso, no le
negó los golpes rudos, a veces inconcebibles, con los que troqueló
el alma de su dirigida, quien, recíprocamente, acataba aquel limpio
y sincero amor rindiéndose sin titubeos ni sustracciones a la firme-
za de una mano que, según en qué circunstancias, la condujo sin
grandes miramientos por el extraño sendero, por el que, a su vez, él
se veía conducido por Dios. «Te conviene salir de la casa del amor
propio espiritual. Para la vida solitaria es necesario tener comercio
antes con Dios relativo a la salvación de los hombres» (7).
El P. Palau como él mismo confiesa cruzó asimismo un túnel de
oscuridades: «Desde el 43 al 55 he atravesado una montaña enorme,

3 Barcelona 17-V-1851
4 Barcelona 31-X-1851
5 M.R. Citamos siempre con esta sigla el escrito Mis Relaciones
tí Ciudadela 28-X-1860
7 Barcelona 8-VII-1851
584 ENTRE DOS MANOS ENLAZADAS «LA OBRA DE DIOS»

de noche, sin camino... entre borrascas, y tempestades... las más


rudas...» (8).
Estas sacudidas repercutieron sin remedio en su dirigida. Recor-
demos su situación en Francia que moralmente le obligó a aban-
donar el país vecino, cierre de la Escuela de la Virtud, confinamien-
to a Ibiza, oposición del obispo de Lérida a sus primeros ensayos
fundacionales, a pesar de no tener más que carácter meramente par-
ticular, dificultades económicas para sostener el incipiente eremito-
rio de Santa Cruz, privación de toda prebenda ministerial en Ibiza,
etc., etc. El ánimo del P. Francisco, forzosamente tenía que sentirse
derrotado, si no fuera el espíritu fuerte que lo animaba y la tena-
cidad de su carácter que nunca se dejó vencer ni abatir ante la ad-
versidad cuando sinceramente creía que la verdad lo sostenía o la
voluntad de Dios actuaba en sus empresas.
Ante esta azarosa y, humanamente hablando, nada envidiable
suerte, fácilmente se comprende lo poco halagüeño que se le pre-
sentaba el porvenir a la Madre Juana María, pero jamás ni en el
uno ni en la otra se apagó la luz de la fe, único agarradero a que
podían asirse cuando todo contribuía a eclipsar sus esperanzas.
Lástima que el mismo P. Palau no hubiera tenido el mismo cui-
dadoso empeño por conservarnos la correspondencia recibida, sobre
todo la de su incondicional discípula de la que no se conserva ni
una sola de las cartas que le envió. Sería el mejor modo de ponde-
rar el reflejo fidedigno de los sentimientos que tan naturalmente se
habrían manifestado en ellas, como bien a las claras nos lo dejan
entrever las cartas que ella tan cuidadosamente guardó y que tan-
to le servirían, no sólo para alentar y sostener las directrices en que
fue cimentada la Congregación, sino para defenderlas y hacerlas
prevalecer cuando circunstancias dolorosamente inesperadas la pu-
sieron en peligro no sólo de desvirtuarlas sino de hacerlas desapa-
recer.
Bajo las alentadoras lecciones del P. Francisco la vida interior
de Madre Juana iba cimentándose y fortaleciéndose en virtudes tan
sólidas como la de la unión con Dios, desprendimiento, olvido de sí
misma, abandono absoluto en la Providencia y obediencia incondi-
cional. «Las tres virtudes, fe, esperanza y caridad, auxiliadas por los
dones del Espíritu Santo, unen a la criatura con el Criador. Esta
unión es la que has de querer, tener y poseer» (9).

8 Sin fecha
9 Alcudia 28-X-1860
MARÍA LOURDES GARCÍA, C.M. 585

Sin dejar de hacer hincapié sobre el despojo personal y confia-


do en el auxilio divino:
«En cuanto a ti descuidate de ti misma, déjate en manos de la
Providencia, ella te guiará» (10).
Recordemos que la M. Juana llevó la responsabilidad de los
grupos de Aytona y Lérida, y con este motivo le decía: «...Las que
gobiernan... no han de mirar por sí propias sino por todas... ponerse
en el lugar y puesto de la más ínfima... ser criada de todas... la
esclava de todas...» (11).
Otra vez que intentaba cerciorarse de la verdad de su género
de vida el Padre le contesta: «¿Qué piensa Dios de vuestro género
de vida?... Yo no tengo interés alguno más que el de la gloria de
Dios y el de suministraros la verdad... No cuidéis sino de perseve-
rar...» (12). Haciéndoles notar su porqué para la Iglesia: «La Divi-
na Providencia os sembró en los jardines de la Iglesia y sois una
especie de semilla que ha de producir por flores y frutos pobreza y
penitencia; cuidad de conservaros y sosteneros creciendo continua-
mente en virtudes» (13).
La pedagogía del P. Francisco era austera y previsora. Aquellos
tiempos no eran precisamente los más acomodados para una aven-
tura de seguridad; y aunque tan unificado con la Madre Juana en
cuanto a vida de soledad, silencio y retiro, comprendía, sin embar-
go, la situación del momento y dadas las condiciones del concor-
dato entre España y la Santa Sede quiso prevenir con los tropiezos
de Lérida otras posibles contradiciones, si bien tardó en acertar con
los medios de lo que él intuía pero sin saber a punto fijo a dónde
había de conducirle. Por de pronto trató de ir impregnando, gota
a gota, con sus mismas ideas el espíritu de su dirigida y con miras
a un futuro, a la par que el recogimiento e intimidad con Dios, vir-
tudes tan afines con sus inclinaciones, trató de abrirle otro campo
más amplio que, sostenido y reforzado por el primero, pudiera irra-
diar su luz en trabada unidad con el Cuerpo Moral de Cristo, del
cual éste era cabeza y plenitud. Su mirada intuitiva había descu-
bierto en ella una seguridad para sus ideales.
«Al bien de los otros ordenarás tus fuerzas, tus virtudes, tu
tiempo; tu vida para la salvación de los prójimos; estas virtudes
para que sean verdaderas y que brillen en el templo de Dios, ne-

10 Alcudia 28-X-1860
11 Barcelona 31-X-1860
12 Sin fecha
13 Sin fecha
586 ENTRE DOS MANOS ENLAZADAS t«LA OBRA DE DIOS»

cesitan pasar por manos de muchos artífices, que las pulirán al fue-
go y golpes de martillo... quiere decir que para que sean virtudes
sólidas es necesario que concurran muchas circunstancias... La lla-
ma interior calentará tu corazón y dará fuerza a tus acciones...»
«Ocuparte del bien de los otros por Dios, es cuidar de Dios; y cui-
dar de Dios en su cuerpo moral, es ser en verdad de Dios» (14).
En otras le hablará de los modos de unión con Dios: «El alma
mira a Dios bajo dos aspectos o formas: Se une primero con El
en cuanto es su amado... Esta primera unión la hace una diosa...
Luego como a Rey y Gobernador del mundo. Esta unión mira a Dios
como Criador... Redentor... vivificador de todo lo criado. Como la
primera unión no se consuma sino en ésta es necesario que empieces
a trabajar por aquí». Por lo mismo insiste: «Negocia la cura y el
alivio de Jesús paciente en su cuerpo Místico crucificado» (15).
Hasta llega a ponerle por norma una consagración plena de
ofrecimiento incondicional al servicio de Dios:
«Jesucristo en su Cuerpo Moral es el objeto de toda solicitud y
cuidado del alma»... «La organización y el orden espiritual... ha
de mantenerse (ahí está el milagro) en medio de una eterna y con-
tinua vicisitud... inmóvil, inalterable, invariable... Pasa a meditar
las llagas del cuerpo moral de Jesús y ofrecerte como víctima para
cuanto quiera y exija de ti...» (16).
Y como él en el Vedrá iba atisbando, aunque todavía borroso,
el enfoque de su futura Congregación trata de ir asegurándola para
sus planes: «Te insisto e insto a que lo que toca en tu exterior...
lo dejes a mi cuidado»... «Sufre y espera, porque puede convenir a
la gloria de Dios una forma que tenga su Providencia fijo el día, el
tiempo y la hora. ...Puede también la forma exterior estar orde-
nada al bien de otras almas» (17), exhortándole continuamente a una
vida de confianza: «Veo una cosa... Dios como buen Padre me guía
por donde quiere, ...te digo ésto para que tú te abandones también
a su Providencia» (18).
Ya entre 1853 y 1855, cuando se les habían caído por tierra aque-
llos intentos iniciales, y la Madre Juana M.a ve inesperadamente des-
plomados aquellos sus sueños primerizos, el Padre más realista le
dice: «¿Se trata de ayudarte a vivir según el Corazón de Dios, sola,
...de tomar una posición donde encuentres la paz? ...Si nuestras co-

14 Montsant 8-VII-1851
15 Montsant 16-VII-1857
16 P a l m a 7-XI-1857
17 Vedrá 24-VII-1857 y 19-X1-1857
18 Ciudadela 28-X-1860
MARÍA LOURDES GARCÍA, C.M. 587

municaciones hubieran tenido este objeto estaría arreglada ya ...Sí


me dirás, ¿qué medios, qué caminos he de tomar? Jacob, hija mía,
pedía a Raquel, se le dio a Lía, su hermana... Tu espíritu deman-
daba la vida contemplativa y la Providencia te ha dado acción. ¿Ha
sido culpa mía?, no, ¿y tuya?, tampoco ...el uno y el otro hemos
ido guiados por las mejores intenciones». «Yo me encuentro en igual
caso que tú ...No te muevas de Barcelona, espérame...» (19).
Y siempre consecuente con sus ideas, a medida que el tiempo se
acerca y presiente próximo el fin de su destierro con lo que podrá
tener más libertad de movimiento, insiste sobre lo mismo, pero pre-
sionando como siempre lo hizo, sobre la obediencia.
Conocía lo bien que eran aceptadas y cumplidas sus prescrip-
ciones, sin para que, al mismo tiempo, la confianza y la sencillez no
impidiesen manifestar los sentimientos de aquella que, con él, esta-
ba a merced de unos mismos combates: «Ordena y dirige y concen-
tra tus fuerzas a estos dos puntos: Io Obedecer. Toda dirección está
expuesta a grandes pruebas. 2o Ejecución. Defiéndete con ardor con-
tra los ataques dirigidos contra las cadenas de la dirección, y que
serán violentos toda la vida» (20).
Y por si surgieran nuevas posibilidades le dice cómo proceder:
«Quedo encargado de tu dirección particular... pero de convenir te-
ner en tu compañía otras compañeras, quedo encargado de dictar
las acciones que se ordenan a la vida doméstica». «Si llega el caso
de formar sociedad religiosa... tú quedas encargada de ejecutar la
voluntad de Dios tal como te sea manifestada por la dirección». «En
esta elección, para ti, entran los consejos de Dios y de los hombres»
(21). Ya en 1860 vuelve sobre el acatamiento del querer de Dios, sin
dejar de realzar la obediencia como manifestación de sus designios,
pero también unificando sus vidas en este incierto porvenir que les
faltaba por recorrer. «Dios sólo conoce los destinos del hombre y
los caminos por donde puede marchar...» (22). No omite demostrar-
le su preocupación en cuanto a ella atañe, le dice: «Yo pienso en
tus cosas todas... déjalo todo a mi cuidado. Entre tanto aprovecha
este tiempo de soledad y de retiro» (23). Siempre haciéndola solida-
ria de su misma suerte: «Unida tú, por providencia divina, a mi
carro nada te queda que hacer sino seguir: Dios nos salvará y bur-
lará las esperanzas de los enemigos de su nombre. Por lo que toca

19 Sin fecha
20 Barcelona 5-III-1853
21 Ibiza l-VI-1855 y 18-XII-1855
22 Ibiza 13-11-1860
23 Aytona 13-VIII-1860
588 ENTRE DOS MANOS ENLAZADAS "LA OBRA DE DIOS»

a nuestra vocación, estando como estamos dispuestos a secundar los


designios de Dios, no nos dejará sin luz ni dirección» (24). Al mis-
mo tiempo le pide acatar con rendimiento sus normas: «Para sal-
varte y salvarme te doy una regla y es... callar, obedecer y fiar
de Dios la salvación, así lo hago yo en la parte que a mí me toca...
Si de lo que yo mando no te doy explicaciones, no las desees... sino
con profunda humildad confórmate a la obediencia y todo saldrá
bien. Muchas veces no me revela Dios el porqué de su voluntad,
ni quiere que lo diga, o no me lo dice. En tales casos no me culpes
si guardo silencio» (25).
Y, en 1861, ya ella en Ciudadela ultimando los trámites de la
primera fundación, llega a decirle, quizá ante ciertos temores de la
Madre Juana M a : «Uno de los modos más seguros de mandar Dios,
es el de mandar sin dar razón... Yo no quiero que cuando Dios me
ordena una cosa me de el porqué» (26).
Ahora bien, pecaríamos de injustos si consideráramos esta fa-
ceta de la labor formadora del P. Francisco tomándola exclusiva-
mente de estas citas particulares, desarticuladas del marco que en-
cuadra dentro del conjunto de cada una de sus cartas, como también
es fácil comprender la imposible transcripción del total de dichas
cartas.
No podemos bajo ningún pretexto ver en ellas una relación de
rigidez a través de una dirección que si fue firme no estuvo nunca
falta de la madura sensatez que le animaba ni fue nunca una im-
posición sino un empuje y una superación de quien consideraba con
talla suficiente para no quedarse en vulgaridades y sí destinada a
una nada corriente elevación.
No era el P. Palau hombre de superficialidad, ni la Madre Juana
a
M alma dada a bagatelas y nimiedades y, si siempre las directrices
del primero se afincaban en pilares consistentes, ¡con cuánta más
razón no había de quererlas seguras en aquella que constituía para
él un segundo yo y, porque la vio capaz de prestación y resistencia,
trató de modelarla, no tanto para ella subjetivamente considerada,
cuanto para la posteridad que entre ambos habían de forjar!
Y, en consecuencia, la Madre Juana Ma convencida de una mi-
sión que a ambos esperaba se corresponsabilizó por su parte para
mejor y más eficazmente aportar cuanto de ella esperaba. Nunca

24 Barcelona 26-VII-1860
25 Aytona 15-VIII-1860
26 Madrid 16-111-1861
MARÍA LOURDES GARCÍA, C.M. 589

mejor que a los dos se pudieran aplicar las palabras del Profeta:
«Mis caminos no son vuestros caminos».
La comunión de afectos y la seriedad con que ambos tomaban
por su parte esta labor tan grave como fructífera nos lo refleja con
encantadora expontaneidad el P. Francisco, cuando nos deja tras-
lucir con una simplicidad sorprendente, lo que su alma alberga de
sinceridad relativo a la dirección y a sus sentimientos. Sirvan de
ejemplo confesiones como las siguientes:
«Cuando examino mi conciencia no olvido esta parte de mi mi-
nisterio ...procuro corregirme de las faltas en orden a la Direc-
ción» (27).
«Es una necesidad que yo revise esa Dirección y puesto que
no se puede cortar, yo examinaré mis faltas y las tuyas, y los re-
medios...»
«Dónde están los hijos de Adán están las faltas y las miserias.
Yo tengo muchas y tú también; y conocidas se han de corregir» (28).
«Si Dios lo quiere es necesario remover cuantos obstáculos lo
entorpezcan. Por mi parte los miro y examinaré y los que haya los
quitaré...»
«Por mi parte no tengo indisposición y estoy preparado al sa-
crificio y a corregir mis defectos» (29).
En cuanto a sus propios sentimientos respecto a su proceder
escribe también:
«Yo no miraba tu bien espiritual sino en lo que tenía relación
con los demás. Y este proceder era marchar contra corriente... te
sacrificaba en utilidad de los otros... y así te encontrabas herida,
abatida...» (30).
«Sea para lo material o sea para lo espiritual, haré cuanto sea
capaz para labrar tu verdadera felicidad...» (31).
«Ya que hayamos de vivir unidos en espíritu hemos de econo-
mizarnos penas... sobradas vienen de fuera... Créeme si no lo he
podido evitar ha sido por no poder más».
«Muchas veces has tenido que obedecer sin razón, con razón y
contra razón... porque yo no quiero que cuando Dios me ordena
una cosa me de el porqué» (32).

27 Sin fecha
28 Barcelona 22-VI-1861
29 Ibiza 14-VIII-1861
30 Sin fecha
31 Sin fecha
32 Madrid 16-111-1861
590 ENTRE DOS MANOS ENLAZADAS «LA OBRA DE DIOS»

Razón bien contundente para asegurar que por parte del P.


Francisco, su objetividad no restó un ápice a que esa dirección se
desenvolviese en un clima de prudencia, táctica, respeto y delica-
deza sumas y dentro de una percusión de reciprocidad de afectos
tan humano como santo, porque lejos de toda mezquindad se había
anclado por entero en Dios y para el Fundador, la Madre Juana M.\
desde aquel ya primer lejano encuentro en tierras francesas, fue
siempre la confidente y el corazón amigo que supo de sus desahogos
íntimos y sobre todo en cuya estrecha colaboración, sin temor a
equivocarse, avizó, plasmó y vio logrado su afán de Fundador.

II. NACE UNA FILIACIóN.

Era llegada la hora de poner en ejecución el plan logrado tras


penosa y larga maduración. A nadie se nos oculta que todo logro
supone un riesgo, lo que equivale a la lucha entre dos fuerzas, el
temor y el triunfo. Se arriesga el explorador en su afán de situarse
en lo desconocido, el inventor ante el empeño de conseguir un me-
canismo ignorado, el investigador en deseo de dar a la ciencia un
nuevo conocimiento, el artista por la inquietud de hacer tangible la
belleza que es fiebre en su mente y el santo mientras dura el des-
pojo de sí mismo, en la constante búsqueda de su encuentro con
Dios.
Este es el lugar en que tenemos que situarnos para enfocar
conjuntamente los esfuerzos realizados por quienes, al unísono, fue-
ron alma y vida de la Congregación Carmelitano-Misionera, y, así
verlos mejor, justamente polarizados en la idéntica finalidad de su
vocación.
El Carmelo lleva en sus entrañas, como parte esencial de su
existencia la vida de intimidad con Dios basada en el misterio de
la Encarnación que le da una característica marcadamente cristo-
céntrica y mariana, con su innegable prolongación dentro de la Igle-
sia. Baste recordar aquella frase con que Teresa de Jesús cerró por
última vez sus labios, sin cesar de continuar resonando en ellos:
«Al fin muero Hija de la Iglesia». Magnífico resumen del fin de sus
Carmelos.
Al P. Palau forzosamente tenemos que verlo bajo este prisma
luminoso de la Descalcez Teresiana en la que templó su espíritu,
pero, a fuer de meditarlo, lo ahondó tan hasta el fondo que consi-
guió darle una nueva y peculiar fisonomía brotada de su infatigable
penetración que le internó hasta el mismo meollo de la exposición
MARÍA LOURDES GARCÍA, C.M. 591

paulina. Para él su concepto de Cristo-Iglesia, formando un cuerpo,


consiguió romper los límites contemplación-acción, haciendo del
conjunto un todo en su incomparable y avanzada perspectiva de la
Sacramentalidad de la Iglesia:
«Yo soy la Iglesia en Cristo y Cristo en la Iglesia. Estoy en el
Sacramento como cabeza de ella y los dos aquí somos una misma
cosa. En el mundo real y verdadero yo soy una sola y misma cosa
con la Iglesia... El entendimiento humano en el hombre mortal no
me concibe y me contempla y me mira separadamente de ella: esta
separación puede concebirse y puede estar en el entendimiento, pero
moralmente esta separación no tiene realidad en el reino de la ver-
dad» (33).
De aquí la aplicación práctica que había deducido y se había
propuesto llevar a la práctica, sin salirse del terreno de su propia es-
piritualidad carmelitana con una dimensión tan personal que ade-
lantándose a las actuales corrientes eclesiales en la profundización
del contacto evangélico, sin quitar a Dios lo que es de Dios, más
bien dándole cuanto en adoración, culto y servicio le pertenece, asi-
mila con tal fuerza el don de sí mismo que al entregarse lo hace
reconociendo en el cuerpo moral de Cristo la extensión del mismo
Cuerpo de Dios.
«De la Iglesia, Cristo es la Cabeza y nuestros prójimos los miem-
bros de su cuerpo. En este sentido la Iglesia es Dios y los prójimos
y en este concepto es ella el objeto y el término último de nuestro
amor, ella es nuestra cosa amada por la ley de gracia que dice:
«Amarás a Dios, amarás a tus prójimos» (34).
Si el P. Palau no fue un intelectual como tampoco un especu-
lativo en el campo del pensamiento, sí que fue un hombre práctico
y de convicción tenaz con una idea. En la mejor de las expresiones,
fue un místico que cruzando una «noche oscura» de años intermi-
nables supo luchar a brazo partido para conseguir desbrozar una
realidad que le atormentaba hasta hacerla luminosa, darle estructu-
ra determinada y convertirla de tal forma en evidencia que consti-
tuyera un compacto consigo mismo. Pero era también un arriesgado
y, una vez conquistada su convicción, nada había que se le opusiera
al paso que le impidiera manifestarla. De ahí su confesión: «Mi
misión se reduce a anunciar a los pueblos que tú —Iglesia— eres
infinitamente amable, y a predicarles que te amen; amor a Dios,

33 M. R. II, p. 57 y H. T. n. 136, p. 65. Con esta sigla H. T. citamos la An-


tología Herencia y Testimonio
34 M. R. p. 3. y H. T. n. 121, p. 61
592 ENTRE DOS MANOS ENLAZADAS «LA OBRA DE DIOS»

amor a los prójimos, este el objeto de mi misión; y tú eres los pró-


jimos formando en Dios una sola cosa» (35). Y puesto ya en el ca-
mino no hay obstáculo que se interponga a su decisión. «Yo, por
ti —Iglesia—, me olvido de mí, por ti me echo a la mar, me lanzo
al peligro» (36).
Colocado en esta línea termina de completar su primera con-
cepción, dándole un nuevo brote al Carmelo, y tal vez como nació
en su corazón, y sin restricción alguna, entrega a sus Hijas su orien-
tación fundacional cuyo resumen podemos verlo condensado en es-
tas frases que salieron de su pluma en diversas ocasiones:
«El Cuerpo moral del que Cristo es Cabeza, para ti es tu espo-
so, tu amante, infinitamente amable, y es una misma cosa con la
Iglesia» (37).
«Dios os dará un claustro para recogeros y de allí saldréis y
volveréis, celda y cielo subiréis y bajaréis por los ejercicios de la
vida contemplativa a Dios, y bajaréis por los de la vida activa». (38).
«Unidas con el Hijo de Dios en fe, esperanza y amor, os dice el
Esposo dirigiéndose a vuestras escuelas y a las niñas y a las jóve-
nes educandas: éstas son mis hijas y vuestras hijas, amadlas con
el amor con que yo mismo las amo; y veis aquí el fruto de Jesús
para con su esposa y de ésta para con Jesús» (39).
«Creemos que servir a un enfermo es misión que el Espíritu
Santo confía a una mujer... Ella es el amor de madre encarnado
en sus actos» (40).
¡Cómo quisiéramos disponer para esta ocasión de las cartas que
la Madre Juana Ma habrá entrecruzado con el Fundador! Con toda
seguridad encontraríamos en ellas una parte orientadora de aquel
actuar de su corazón recto que tampoco supo de dobleces ni de des-
figuraciones ; con ellas se nos hubiera dado a seguir la veracidad
de su marcha, así como su total condescendencia al contacto de la
doctrina palautiana de la que ella fue quien mejor, —por no decir
la única— captó en toda su pureza la esencia de su contenido.
Con todo, no sólo esta intimidad y compenetración recíprocas,
sino el concepto y la estima que el P. Francisco tenía a la Madre
Juana, es él mismo quien nos lo revela a través de su propia corres-
pondencia. Entre los años 1853 y 1855, tratando de solucionar la

35 M R. II, p. 189 y H. T. p. 42 p. 38/39


36 M. R. I, p. 345; y H. T. n. 9 p. 31
37 Barcelona 15-XII-1861 y H. T. n. 637 p. 221
38 Santa Cruz (Barc) 15-XII-1863. H. T. n. 861, p. 302 y n. 889, p. 312
39 San Honorato (P. M.) 19-1-1862
40 Constituciones de 1872
MARÍA LOURDES GARCÍA, C.M. 593

incierta situación en que les dejara el obispo de Lérida, reconoce


sin rodeos a dónde había llegado la virtud de su dirigida, así como
su confianza en ella.
«¿Cuáles son los caminos que tienes abiertos para practicar una
vida ...de unión con Dios en lo que te resta de vida?... No sé, ¿una
comunidad religiosa, un convento? Las virtudes monásticas las tie-
nes adquiridas ya por modo mucho más sublime... la necesidad te
ha llevado a practicar otras virtudes más fuertes».
«Yo no dejaré de hacer ningún sacrificio y haré cuanto pueda.
Tú me has sido fiel en todos tus combates. Yo no puedo menos de
corresponder a tu fidelidad» (41).
En otras le habla del querer santo que une sus corazones en
una mutua aspiración de sentimientos: «Es de tu interés espiritual
que yo sea fiel, fidelísimo a Dios... y que tú seas también fiel a tu
vocación... Sólo la caridad, amor eterno y verdadero es la que pres-
ta los lazos para unirnos en esta vida... sin separarnos de Dios».
«Tal como soy te visitará mi espíritu y tal como seré tú me cono-
cerás... porque si tengo vida vivo iré... y a un vivo escucharás y
seguirás: no podría dejarte sino forzado por la muerte. El tiempo
y la experiencia te anunciarán que es una realidad lo que te digo.
Estáte pues segura, hija mía...» (42). «Tú sabes que te amo con
aquel amor espiritual que toma por propios los intereses del alma,
y como amigo fiel y padre solícito te diré lo que tenga que decirte
para bien tuyo y mío» (42b).
Con ella comparte sus propias intimidades espirituales y le ra-
tifica su permanente comunión con ella en Dios: «Yo tengo mitad
escrito un libro que traigo conmigo reservado bajo el título de "Mis
relaciones con Dios". Pensaba enviártelo porque creo te haría gran
provecho, pero lo tengo por cosa tan reservada que no me atrevo a
enviártelo, te diré no obstante su sustancia por lo que te puede con-
cernir a ti». «Yo cuido de ti, no te olvido, te tengo presente de con-
tinuo en mi espíritu ante Dios, y te ofrezco todos los días junta-
mente conmigo y con Jesucristo ante el altar de los sacrificios; y el
Padre, ese Padre providente que vela por nuestro bien, acepta mi
ofrenda y víctimas... suframos con valor... no me olvides en tus
oraciones...» (43).
En cuanto a la Madre Juana M" tampoco era un carácter su-
perficial y voluble que se dejara arrastrar al primer viento que so-

41 Sin fecha
42 Sin fecha
42" Ibiza 14-VIII-1861
43 Aytona 15-VII-1860

38
594 ENTRE DOS MANOS ENLAZADAS «LA OBRA DE DIOS»

piara. Su vida, corriendo paralela a la del P. Francisco, no se le


había presentado nada bonancible, sino que, desde bien joven, sus
deseos que había lanzado por un mar de ilusiones, habían sido azo-
tados por todos los embates de elementos encontrados; sus anhelos
arremetidos por todas las tormentas de un tiempo amenazador, sin
conseguir el abrigo de una playa donde gozar de la apacible inti-
midad con Dios, en una serena quietud, objeto de su eterno suspi-
rar. Pero, precisamente, ese eterno vivir de continua zozobra fue el
medio del que Dios se valió para bruñir hasta el máximo su alma,
utilizando el crisol de una prolongada contradicción a sus inclina-
ciones naturales de calma y de sosiego. Ya hemos tenido ocasión
de ver hasta qué grado llegó en el vencimiento de sí misma y de
abandono en la Divina Providencia.
Alma de extraordinaria interioridad e intensa oración, iba re-
cogiendo, haciendo suyas, y transformando en experiencia propia
las enseñanzas de su Director, pero, a la vez, espíritu profundamen-
te reflexivo, si consideraba su valor medía también las consecuen-
cias de cuanto pudiera aminorar o desvalorar una consagración to-
tal y entera en el don que sin reservas había hecho de sí misma al
Creador.
Y como las aves, antes de ingerir el agua mitigadora de su sed
la paladean y degustan, como queriendo adivinar el grado de sus-
tancias nutritivas que contiene, así, la Madre Juana Ma, ante la vi-
bración de aquellas percusiones eclesiales que con un exponer un
tanto desconocido y novedoso, resonaban en su corazón al contacto
de la palabra encendida del P. Palau, no quiso nunca sustraerse a
su evidencia, pero sí descubrir en ellas su toque de verdad.
Por esta su actitud de sensatez ante una vocación que consi-
deraba como exigencia divina, no podemos suponerle juguete de un
temperamento reconcentrado y calculador, sino más bien resultante
de un carácter prudente y previsor, cual el dueño precavido del arca
evangélica que recogía lo nuevo y lo viejo para justipreciarlo equi-
tativamente y sin menoscabar lo uno ni lo otro, mejor armonizar la
utilidad de ambos.
No fue, la Fundadora, corola abierta a todas las brisas, sino más
bien caja cerrada de flor candeal que sólo entreabre sus pétalos al
tiempo oportuno de recoger el germen vital para después, de nuevo
encerrada en sí misma, alimentándolo con su propia sustancia, trans-
formarlo sencilla y ocultamente en espiga cargada de una nueva
generación, asentada sobre su tallo por el don sublime de la ma-
ternidad.
MARÍA LOURDES GARCÍA, C.M. 595

No, ni el P. Francisco ni la Madre Juana Ma fueron nunca ele-


mentos dispersos, fueron dos fuerzas que si se quiere desde puntos
encontrados veían, se sentían atraídos y caminaban, no en sentido
contrario pero sí opuesto avanzando hacia un mismo objetivo. Evi-
dentemente esto produjo cierta disparidad de opiniones que no quie-
re decir desunión de ideas y mucho menos rompimiento de afectos.
Tropiezos lógicos e inevitables entre quienes, comprometidos en una
tarea, tienen que compartir el estudio y la solución de un problema
común y más si como éste trasciende el ámbito de la fidelidad per-
sonal de la que cada uno, tan justa como rectamente, se sentía res-
ponsable ante Dios. La lucha suscitó en ambos su propio y titánico
combate, que se equilibraría en una armonía total. Fue la lucha
entre una vocación sentida y una vocación exigida.

A.—Alternativas en el proceso fundacional

Con lo expuesto podremos fácilmente seguir las alternativas del


nacer Carmelitano Misionero que con la Madre Juana Ma da co-
mienzo en Ciudadela en febrero de 1861, constituyendo el paso de-
cisivo, dado que fue allí donde, por vez primera, con el consenti-
miento del señor obispo, la meta palautiana logra la orientación de-
finitiva que el Fundador quiso plasmar en su Obra. «A la vida con-
templativa se ha de unir la activa, y a la activa las obras de cari-
dad...» (44).
Ya tiempos atrás, el Padre Francisco, con motivo de su liber-
tad escribe con marcado entusiasmo a su colaboradora desde Bar-
celona, Madrid y Alcudia respectivamente:
«Veo delante de mí un nuevo orden de cosas y conjeturo que
la Providencia nos proporcionará y facilitará medios para salir de
nuestra posición crítica y apretada en que nos colocaron penosas
pruebas» (45).
«Encontré tus dos cartas, para mí ha sido muy satisfactorio,
porque acostumbrado y¡a a verte enferma, parece increíble estés
tan fuerte. Yo deseo tengas salud y la he pedido muchas veces por-
que la necesitas» (46).
«Por esta vez te portas maravillosamente bien porque me escri-
bes con regularidad... por lo demás no te aflijas, echa en Dios tu

44 Ibiza 13-IX-1863
45 Barcelona 26-VII-1860
46 Madrid 24-VIII-1860
596 ENTRE DOS MANOS ENLAZADAS "LA OBRA DE DIOS»

confianza y no te dejará jamás; tu buena salud es cosa providencial,


será que aún te resta algo que hacer» (47).
«Yo pienso en tus cosas todas... Escríbeme porque estoy con
cuidado pues que desde primeros de este mes nada he sabido de
ti... Manda a este tu affmo. Padre que desea verte buena y perfecta
en la tierra y en el cielo» (48).
Efectivamente, era ella la llamada a ser la Fundadora con el
Fundador, por lo que el Padre Francisco, si la pone al frente de
aquella Comunidad, con muy buen acierto, quiere tenerla disponi-
ble para ulteriores contingencias. La Madre Juana Ma está ya en
Ciudadela. El interés y la confianza despositados en ella se traduce
en esta carta del P. Francisco:
«Has de aprovechar esta ocasión oportuna que se te ofrece para
establecer vuestro género de vida... No hay más que un solo in-
conveniente, y es si puedes o no ligarte... esto se resuelve del modo
que te insinué en mi última y es decir, yo y tú también, que tene-
mos otras casas que están a tu cuidado... Y para no engañar, en
el caso que te pidieran dónde, tienes Barcelona y Fraga... Que esto
no te impedirá que tú te encargues de la Casa... Así te ligas sin
ligarte y quedas libre con honor» (49).
Ambos tuvieron ocasiones favorables para conocer y entablar
amistad con otras jóvenes y no era extraña la probabilidad de nue-
vas vocaciones y en consecuencia de nuevas Comunidades puesto
que prácticamente continuaban relaciones de dirección con el Padre
aquellas que constituyeron los núcleos de Lérida; como no es nada
dudoso que con cierta frecuencia compartieran la presencia de la
Madre Juana Ma, pues algunas continuaban viviendo unidas.
Pero abramos esta época fundacional que distingue tres fases
bien definidas: Ciudadela, Ibiza, la Península.

a) Ciudadela

Con tendencia marcadamente contemplativa, pero, en cuyo pe-


ríodo, el P. Palau, concretamente en 1862 orientaba ya su idea hacia
la proyección social, si bien no previo las consecuencias poco satis-
factorias a que le llevaría una triple división de actividades dentro
de una misma casa, tal como lo determinó, primero en sus cartas
y al año siguiente con las Constituciones de 1863. Esta organización

47 Madrid 29-VIII-1860
48 Alcudia 28-X-1860
49 Madrid 4 - I I M 8 6 1
MARÍA LOURDES GARCÍA, C.M. 597

produjo una fundada inquietud en la Madre Juana, que podemos


apoyar en su propia experiencia de la vida comunitaria.
El P. Palau se dio por entero a la Casa de Ciudadela, donde,
si no faltaron las dificultades inherentes a todo comienzo, motivo
de no poco sufrimiento para la Madre debido a incomprensiones,
ingerencias externas, grandes privaciones motivadas por la extre-
mada pobreza —-eterna compañera de su existir— y como resultado
verse aquejada por la enfermedad; causas que nos pudieron dar a
conocer el don de su generosa fortaleza, apoyada de continuo en el
silencio y en la oración tan connatural a ella. De ahí que el Fun-
dador fuera siguiendo con solicitud extremada todas las incidencias
de aquel empezar: «Estaba en ansia por saber el resultado de tu
visita a ésa» (50), después de escribir varias veces desde Madrid
contesta a la última recibida en la capital de España: «Recibí tu
última estando para partir de Madrid y en el último correo te con-
testo diciéndote estaba ya en el vapor marchando a Ibiza» (51), y
le hace patente cómo su espíritu se unifica, mejor, se identifica con
el de ella: «...Aunque sean graves, muy graves mis ocupaciones,
como una de éstas eres siempre tú, no puedo sustraerme... Vamos
a lo tuyo y a lo mío aunque «lo mío es lo tuyo y tuyo es lo mío, por-
que lo tuyo y lo mío es lo de Dios» (52).
Como a su regeso de Madrid la echara en falta en Es Cubells
(Ibiza), donde pasara la última temporada en una casa acomodada
al efecto, le dice con toda naturalidad la impresión recibida: «Me
alegro saberte buena y mucho me hubiera alegrado de hallarte aquí.
Acostumbrado a verte en estos sitios te he buscado y no te he ha-
llado, mal digo porque tu espíritu está aquí» (53).
Pero pese a los contratiempos que supone toda estabilización,
el P. Francisco vio en Ciudadela la mano de la Providencia y ani-
ma y conforta a su dirigida, en quien sabía que sus palabras eran
decisivas; aun cuando asombrado ante el espíritu que animaba aquel
cenáculo inicial no pudiera menos de exclamar conmovido: «Yo ad-
miro en vosotras la Obra de Dios» (54.
En verdad, aquellas raíces impregnadas por el desdén de todas
las inclemencias, con el riego de la gracia se transformarían en un
brote que crecerá lento pero seguro, en medio de las contingencias
humanas entre las cuales encontraría su desarrollo.

.->0 Madrid 4-II1-1861


51 Ibiza 7-IV-1861
52 Ibiza 7-IV-1861
53 Ibiza 7-IV-1861
54 Santa Cruz 26-1-1802
598 ENTRE DOS MANOS ENLAZADAS "LA OBRA DE DIOS»

Claramente traslucen las frases del P. cuántos imprevistos do-


lorosos afligieron entonces el corazón de la Madre, como la inter-
vención de la correspondencia: «Yo he quedado sorprendido de lo
que me dices de la correspondencia... la reserva es de lo más sa-
grado... Es necesario te expliques con D. Juan... Avisa al cartero
que entregue las cartas en casa de la patrona» (55). También la ca-
rencia de una dirección adecuada: «Los que os confiesan son extra-
ños a vuestro espíritu... no pueden darle vuelo... porque hay mis-
terios que no pueden penetrar en materia de perfección».
Nadie como el P. Francisco llegó a penetrar ni a compartir lo
más recóndito del alma de su dirigida, de la cual es el eco su mismo
corazón de Padre y así le continuó diciendo: «Estás privada de ma-
nifestar de viva voz tus penas y te sientes en una gran soledad, por-
que para tí nadie te sirve de compañía ni de apoyo fuera de mí», al
tiempo que la conforta haciendo suyos sus mismos sufrimientos.
«Siento vivamente tus penas... no me son ocultas. Cuando vas a la
oración no hablas tan bajo que yo no te oiga. Los que viven unidos
en Dios, habitan una misma estancia, se hablan y se oyen» (56).
Mas, si extrema su preocupación, no rehusa exhortar a sus hi-
jas en la virtud de la perseverancia: «Tus dos cartas me han sa-
cado de una pena muy dura, hacía tres días que oraba por vosotras
porque erais objeto de una aflición que me era intolerable ...Te diré
la causa porque te interesa: «Yo deseo, hija mía, que tu obra vaya
adelante-», tal como está delineada en nuestra doctrina» (57). Ga-
rantizando a todas de la seguridad del camino emprendido: «Re-
signaos en vuestras privaciones, una sola cosa os puedo asegurar y
es que delante de Dios vais bien» (58) y de que sólo deben contar
con Dios si quieren que la obra subsista. «Vuestra obra es la mía y
la mía y la vuestra obra de Dios, por lo mismo, o no marchará o ha
de marchar desarrimada de todos los auxilios humanos» por eso
tanto repite que sepan ser fuertes en la tribulación (59). «Consué-
late y soporta con resignación ese destierro» (60).
Sabía bien el Padre lo que se hacía al cimentar su obra y sobre qué
pilar la asentaba, de aquí que, cuando la enfermedad afecta a su
dirigida, no reprime su propia pena: «No dejes de escribirme por-
que estuve con mucho cuidado sabiéndote enferma» (61).

55 Ibiza 4-IX-1861
56 Barcelona 15-11-1861
57 Santa Cruz (Barc.) 26-1-1862
58 Santa Cruz (Barc.) 26-1-1862
59 Santa Cruz (Barc.) 26-1-1862
60 Santa Cruz (Barc.) 26-1-1862
61 Barcelona 23-1-1861
MARÍA LOURDES GARCÍA, C.M. 599

Y no conforme, por la misma causa, en otra ocasión contesta


a la hermana Magdalena Calafell, hija tan predilecta de ambos: «Mi
amada Hija: Recibí tu muy apreciada en que me decías que la her-
mana Juana María estaba enferma. Espero me digas en qué consiste
su enfermedad y si continúa yo estaré en cuidado hasta saberlo»
(62). , ij [
También por las hermanas tenía el Padre sus preocupaciones y se-
guía muy de cerca su crecimiento espiritual, recordándolas en sus
cartas, o bien dirigiéndose a ellas en común o en particular según
los motivos lo exigiesen; pero nos basta con citar estas expresiones
suyas: «Mis afectos a toda mi familia y recibid todas la bendición
de vuestro Padre» (63). «Mis afectos a todas mis Hijas. Todos los
días a la Misa les doy la bendición» (64). No olvida nunca conside-
rarlas como su más cara filiación espiritual: «Recibe tú y mis Hijas
la bendición que te envía tu affmo. Padre». «Dirás a mis Hijas que
no las olvido» (65).
Y de la confianza depositada en su incondicional colaboradora,
hacia el futuro que presentía, dan prueba estas otras demostracio-
nes: «No sé si podré ir por ahora a Menorca. Tus fundaciones no
necesitan mi presencia» (66). Se congratula con ella del espíritu rei-
nante en la comunidad así como de la eficacia de la formación qué
ella les da. «No puedes saber la satisfacción que tengo al saber la
perseverancia de todas las Marías (familiarmente llamaba así a sus
Hijas de Ciudadela). ¡Cuánto desearía darles de viva voz forma de
vida interior! Pero las fío a tí y estoy seguro no las dejarás caer
en ninguna de aquellas ilusiones propias de su posición. Diles que
no las olvido como que no me olviden ellas» (67). En otra insiste
sobre lo mismo con la confianza de que por ser cosa de Dios todo irá
adelante: «Ha sido ordenación divina que tú te fijaras por ahora en
Ciudadela... Yo me alegro muchísimo al saber que todas perseve-
ran. Ahí está el dedo de Dios. Es Obra suya y seguirá su carrera»
(68).
Esta confianza la comunica a todas sus Hijas durante la estan-
cia de la Madre Juana M.a en Barcelona, refiriéndose a las cartas
de ellas recibidas: «He recibido la carta que habéis escrito a la Hna.

62 Santa Cruz (Barc.) l-X-1862


63 P a l m a 14-IX-1861
64 Bacelona 23-X-1861 y l-XII-1861
65 Sin fecha
66 Ibiza 7-VI-1861
67 Barcelona 28-X-1861
68 Barcelona l-XII-1861
600 ENTRE DOS MANOS ENLAZADAS «LA OBRA DE DIOS»

Juana como es natural. Yo he tenido gran cuidado de preguntar


por cada una de vosotras. Ahora ha ido a Montserrat a hacer ejer-
cicios. He tenido gran pena al saberos sin ella» (69).
No intentamos dar en detalle la obra fundacional sino única-
mente proyectar la participación directa y personal que la M. Jua-
na M.a tuvo en la misma. Anteriormente hemos esbozado unas ideas
sobre los dos fundadores, ahora entramos en el punto álgido respecto
a la posición de ambos en el momento de desarrollar su plan.
El P. Francisco había visto la hora de ejecutar su idea elabo-
rada tras largos años de incubación, pero que, como todo lo humano,
no careció de deficiencias en ciertos puntos esenciales que aunque
teóricamente pudieran parecer normales ofrecían dificultades de or-
den práctico.
Ello, más que ninguna otra razón en quien estaba siempre dis-
puesta a toda renuncia propia, dio base para que la Madre Juana
María se sintiera un poco reacia y prefiriera dar largas al asunto e
incluso sensatamente tratar de reflexionar y consultar sobre su con-
veniencia ; y prefiere ir orillando el problema, aun a pesar de verse
preterida. No obstante todo siguió su curso normal, puesto que el Pa-
dre no quiso prescindir de su colaboración ni ella se negó a seguirle,
rii siquiera en un último plano. No se nos oculta que tanto para el
uno como para la otra fue esta época de cierta tensión, dada la ex-
quisita sensibilidad que a los dos caracterizaba, y tuvo que afec-
tarles hondamente pero la obediencia y la sumisión tuvieron aquí
su magnífico exponente. Las cartas del P. Francisco marcan las al-
ternativas de este cruce clave en la Obra Fundacional.
En realidad las vocaciones surgían y en Barcelona se les brin-
daban oportunidades nada despreciables, sin embargo el Padre quizá
por una mal entendida consideración, trata con ciertos ambajes a
su dirigida y fluctuando en sus proposiciones, ofreciéndoles siem-
pre una semioscuridad de vida contemplativa bajo una apariencia
totalmente activa. Esto francamente no podía convencerla, además
de que no precisaba en concreto su pensamiento: «Estoy pensando
en si podían establecerse o no actos de beneficencia... No hay otros
admisibles que Casa de ejercicios y salas de enseñanza. En el con-
tinente no se da impulso a ningún nuevo convento si no toman en-
señanza...» (70).
Pero aún así le añade: «Para nosotros no son admisibles estas
fundaciones sino para presentarlas como pantalla ante el Gobier-

69 Barcelona 24-VII-1862
70 Santa Cruz (Barc.) 26-1-1862
MARÍA LOURDES GARCÍA, C.M. 601

no» (71). Y todavía insiste urgiendo su presencia en Barcelona:


«No veo en esa posibilidad de ejecutar nuestros proyectos. En Bar-
celona hay para lo bueno y para lo malo gente y medios». «Yo no
veo cómo puede estar aquí el noviciado. Si tú quedaras libre para
viajar o ausentarte, enhorabuena, pero estando tú ligada, eso no
puede moverse de ahí» (72).
Desde un principio centra en Santa Cruz su preferencia y pien-
sa establecerse en este lugar: «El terreno de Santa Cruz-Barcelona
toma gran valor. Convendría hacer en esta una fundación. Aquí po-
dríais arreglar una casa a vuestro gusto... Sería muy conveniente
que te vinieras con otra, al menos todo el mes de mayo» (73). En
otra carta vuelve sobre el mismo asunto: «Vosotras sois para mí
objeto de gravísimas preocupaciones... Una de dos, o quedaros so-
focadas o es preciso que os hermanéis con Marta». A renglón se-
guido: «Vuestra soledad no puede ser presentada como tal, es pre-
ciso una pantalla que os cubra... Poniendo una maestra de título
queda todo protegido y autorizado...» (74). Pero a continuación in-
cluye: «Mientras se prepara en Santa Cruz «vuestro desierto» se
ordena en Vallcarca una enseñanza... sin esto no veo otra salida».
«Todo esto «no pasa de proyecto» y desearía muchísimo que tú pu-
dieses venir para el mes de Mayo solamente para vértelo por ti mis-
ma» (75).
El Padre no se descuidó de reclutar vocaciones y reclama la visita
de la Madre. Esta parece titubeante más que por el nuevo giro por
el temor de un encaje carente de ordenada conjunción en el triple
gobierno; por otra parte, ella rechazaba abiertamente obrar bajo
disimulos. No aceptaba el doble fondo. Claro que el Padre, en su pri-
mera fase experimental, trataba de armonizar la vida de recogi-
miento con la de servicio sin menoscabo de lo uno y de lo otro.
Y repite la llamada en forma apremiante: «Aquí no puede
abandonarse la empresa; yo creo que este viaje te servirá de sa-
tisfacción porque todo va según nuestros deseos... Nada te digo de
la gran alegría que tendrán las Hermanas de aquí en poderte ver...
Si puedes venir en el correo próximo te saldrán a recibir» (76). Pe-
ro acepta el reparo que hemos supuesto en la M. Juana, que, a la vez,
conocía el personal con que contaba y trata de hacérselo superar:

71 Santa Cruz (Barc.) 26-1-1862


72 Santa Cruz (Barc.) 26-1-1862
73 Santa Cruz (Barc.) 3-II-1862
74 Sin fecha.
75 Sin fecha.
76 Santa Cruz (Barc.) Pentecostés-Junio 1862
602 ENTRE DOS MANOS ENLAZADAS «LA OBRA DE DIOS»

«El motivo que tengo para pensar si conviene o no que tú vengas es


para terminar y completar nuestra unión... Así tu presencia confir-
maría lo que les digo, para tu paz... Toda nuestra gran misión consis-
te en acordar las vocaciones hermanando la vida activa y la contem-
plativa» (77).
Fue en este intervalo, cuando, al fin, la Madre Juana María se de-
cidió a pasar a Barcelona y en vista al enfoque observado en aque-
llos inicios de Vallcarca decidió, antes de tomar su resolución, hacer
unos ejercicios en Montserrat. El caso es que volvió a Ciudadela, qui-
zás aconsejada, y, por el momento continuó en la ciudad menorqui-
na, según se deduce de la correspondencia: «...Te escribiré lo que
me inspire el Espíritu Santo (sobre las Reglas y Direcciones) que
preside esta soledad para bien tuyo individual y de tus compañeras
y para gloria de Dios» (78).
El P. Francisco había abierto ya la ruta para la enseñanza y op-
tó por una posición radical. Recordemos una de sus frases donde se
revela su natural ardiente. «Cuando Dios me llama nada hay de
cuanto se me pone delante por desagradable que sea que no lo asalte
y atrepelle» (79).
No estaba dispuesto a ceder, y, aunque no pierde la esperanza
de enrolarla a su tarea, pues no deja nunca el por ahora, no teme de-
cirle: «En estos días no he dejado de encomendarte a Dios porque
lo necesitas... Y no puedo decirte otra cosa que perseveres del mismo
modo... persevera bajo los mismo principios porque «por ahora» tú
no puedes hacer más» (80). Y le repite sus intenciones: «Mientras
marcha el plan trazado para las escuelas... se buscan medios para la
casa de retiro y soledad, y de ejercicios para las Maestras y para las
señoras que tengan esa devoción» (81).
De todas formas trata de suavizar y continúa: «¿Qué queréis,
retiro, claustro, soledad, silencio, pobreza, oración? Esto no me basta.
La perfección está en el cumplimiento de los dos preceptos del amor...
Tú, por ahora, no puedes servirme en esta empresa...». «Hija mía, yo
no puedo marchar por otro camino... Las escuelas están autoriza-
das» (82).
Pero la causa de ese por ahora podríamos asegurar que se la atri-
buía a sí mismo, puesto que con su característica franqueza, el Padre

77 Sin fecha
78 P a l m a 20-X-1860
79 P a l m a 20-X-1860
80 Masllorens (Tarrag.) 17-XI-1862
81 Masllorens (Tarrag.) 17-XI-1872
82 Masllorens (Tarrag.) 17-XI-1872
MARÍA LOURDES GARCÍA, C.M. 603

se lo confiesa en la misma carta: «¡Cuan tarde he cumplido mi misión!


¡Cuan tarde he llegado al campo del Señor para trabajar! ¡Te había
hablado siempre y únicamente del amor de Dios... pero nada te de-
cía del amor hacia los prójimos! ¡Ahora, Hija mía, he tomado el
vuelo hacia los prójimos sin dejar a Dios» (83).
No parece que la experiencia de Barcelona, según lo previsto por
la Madre Juana, le hubiera resultado como el P. Palau planeaba, pe-
ro no por eso ceja en su empeño, y como no cabía menos de esperarse
recurre a Ciudadela, donde resueltamente quiere establecer la pri-
mera fundación de este estilo. Veremos, como la Madre Juana, pese
a su manera de opinar, no se opondrá, sino que siguiendo sus ins-
trucciones, ella misma tramitará las gestiones indispensables para
resolverlo.
«Mis sentimientos son... que se una a la perfección de la vida
contemplativa la acción de la enseñanza... Es voluntad de los hom-
bres porque lo ordenan los gobiernos, es voluntad de Dios porque
los obispos han reconocido estas leyes y las han mandado obser-
var» (85).
«Faltaba, Hija mía, tratar de la aprobación y de la ejecución.
Para la aprobación tenemos de la nuestra Orden y la del Gobierno...
Necesitamos el punto donde establecer la primera fundación... Po-
dría hacerse en Ciudadea... Todo depende del Sr. obispo... tú luego
que tengas ocasión puedes insinuárselo... En caso de fijarse la pri-
mera Casa en Ciudadela, la matriz ha de establecerse en Barcelona
porque es el centro de toda Cataluña para esta empresa».
«Mientras se salve la vida contemplativa la activa será perfec-
cionada por aquélla y aquélla le dará a la acción la perfección que
ella no tiene en sí» (85).
En tanto el P. Palau iba ultimando el estudio de sus estatutos (86).
Probablemente, para reanimar su espíritu, fue en esta coyuntura cuan-
do, dada la confianza que la unía con Mons. Jaume y Garau, deter-
minó ponerse bajo su dirección para sus ejercicios espirituales. El
Prelado que, a la vez, era tan sincero admirador como amigo del P.
Palau, le dirige dos cartas sin fecha, firmadas por «el obispo de Me-
norca», en una de las cuales se lee «5 de octubre», y le aconseja:
«El Divino Maestro tiene prometido hablar en la soledad y no

83 Masllorens (Tarrag.) 17-XI-1872


84 Santa Cruz (Barc.) 7-VII-1863
85 P a l m a 15-VIII-1863
86 «Yo he ordenado las Reglas en el Vedrá las que te daré para que tomes
copia» (Ibiza 13-X-1863)
604 ENTRE DOS MANOS ENLAZADAS «LA OBRA DE DIOS»

dudo que dirá a Vd. todo lo que le interesa saber en esta ocasión
para cumplir su santa voluntad».
«Entiendo que la primera y más principal que después de su pro-
pia santificación debe pedir al Señor, es que le haga conocer el modo
de servirle y cumplir su santa voluntad, atendidas las circunstancias
en que se encuentra la Orden de Terciarias y el estado de España, a
fin de que saliendo de ejercicios pueda Vd. poner manos a la obra
sin dudas ni perplejidades... con absoluta indiferencia a todo lo cria-
do y dispuesta a seguir el divino acatamiento» (87).
El efecto fue inmediato. Ya no hubo prevenciones, sino disponi-
bilidad absoluta. No se guarda correspondencia relativa a la instala-
ción de la escuela, pero lo cierto es que dos Hermanas figuraban en el
censo del año siguiente, una como maestra y con ella otra de las pri-
meras llegadas a Ciudadela, que puede muy bien pensarse se dedicó
al servicio de enfermos, como es tradición en el mismo pueblo. La
Madre Juana había cumplido fielmente su cometido, así se deduce de
una de las cartas que el Padre le escribió en esta época (88).
Mas la prueba se acercaba para la Fundadora, había pasado por
otras muchas pero Dios le reservaba la más fuerte y no precisamente
por el efecto sino por el medio de que se iba a valer. Los designios
de Dios son incomprensibles, pero no se resistió. Dejaría Ciudadela
para ir a Ibiza (89).
Y como anteriormente en Barcelona dicta disposiciones inape-
lables estableciendo un triple gobierno para las Casas de Ciudadela
e Ibiza, a las que parece considerar como un todo.
«Estas son las disposiciones que se han de observar. Sonará el
convento de ahí y de Ibiza bajo el título de Santa Teresa; abrazará
tres ramas, salas de enseñanza, obras de caridad, ejercicios de la
Casa».
«Ante el público ha de sonar un Colegio... Teresa queda encar-
gada de la dirección de las escuelas. Rosa de lo que toca a enfermos,
tú de los ejercicios de la casa y de hacer lado a Rosa... En juntas re-
servadas os habéis de entender las tres, pero delante de las Herma-
nas habéis de dar ejemplo de humildad, docilidad y obediencia a la
que yo os destine para el Colegio».
Y todavía fija fecha de respuesta en la postdata, sin dejar de exi-
girle en párrafos anteriores su cooperación:

87 Carta del obispo de Menorca, sin fecha. Por otra que le acompaña relativa
al mismo asunto fue en el mes de Octubre pues lleva la fecha de «5 de Octubre».
88 «Me he alegrado de saber que todo ha ido bien» Palma 2-XI-1863
89 «Estoy comprometido ahora en la fundación de Ibiza» (Palma 2-XI-1863)
MARÍA LOURDES GARCÍA, C.M. 605

«No olvides que tu llamada al retiro y a la soledad... no te deja


el corazón para esa actividad, pero puedes y debes ayudar a Marta
en su ministerio de las escuelas y demás actos de la vida activa, apo-
yando con todas tus fuerzas el orden que voy a fijar en ella. Contés-
tame el jueves» (90).
La cita es larga pero es necesario tenerla en cuenta. La Madre
Juana había recibido el golpe de gracia. Pero, aunque Ciudadela ter-
minaba para ella, no así su recuerdo que el tiempo haría revivir con
su presencia.

b) Ibiza

Consecuencia ya de su decisión irrevocable que afectó como he-


mos visto a Ciudadela, la Madre Juana, sobre todo cuanto cabría su-
poner, se somete sin reticencias a ser relegada. Consiente en salir de
Menorca, y se prescinde de ella aun cuando dos años antes le había
dicho: «Te escribirá el Sr Planes, Director del Seminario... Está en-
tusiasmado con vosotras y pide una fundación en Ibiza... Sostendrás
con él correspondencia».
Y así como en la carta del 2-XI-1863, anteriormente citada, el
P. Francisco, que en principio le había reservado un tercer lugar en
orden al gobierno, a la hora de la verdad, la aisla destinándola a la
escuela de Formentera sin ninguna otra compañía.
También aquí un intermedio entre 1866 y 1867. Solicitada por el
Sr. Planes, patrocinador de la Obra propuesta por el P. Palau, ac-
cede a ponerse al frente de la misma pero era ya demasiado tarde.
Por segunda vez su mirada previsora vería cumplirse sus temores.
Los únicos antecedentes sobre la fecha de esta fundación de Ibi-
za son las cartas del Padre y debió ser bien entrado el año 1864 a juz-
gar por la que le envía a su dirigida a Formentera (91).
No hacen falta muchas indagaciones para ver que la Madre
quedó marginada, si bien, ella, con su gran espíritu sobrenatural no
se mantiene al margen. Sencillamente, se somete sin reserva a las,
humanamente hablando, increíbles circunstancias que se le presen-
tan a pesar de las reiteradas muestras de estima con que el Fundador
quiere aminorar el golpe.
«Mi amada Hija: Te escribo en particular para decirte que
no pienses que yo te eché a un rincón; tengo para tí, ahora
90 P a l m a 2-XM863
91 «Me alegré de la buena acogida que has hallado en esa Isla» (Barcelona
23-VII-1864)
606 ENTRE DOS MANOS ENLAZADAS «LA OBRA DE DIOS»

como siempre, todo el amor y respeto que merecen los sacri-


ficios que has hecho por la causa que sostenemos... Hija mía,
conviene que des ejemplo de humildad y obediencia... serás la
primera haciéndote la última, conviene por ahora entregues
el gobierno a Teresa y de viva voz te diré el porqué, es bien
tuyo y mío y no quieras saber la causa, ya lo sabrás». «Y bajo
estas disposiciones tú quedarás libre y descargada» (92).
¿Acaso la Madre Juana M.a con aquella su natural sencillez,
que nada ocultaba a su Director le había mostrado alguna mani-
festación de perplejidad aunque no de evasión a sus mandatos?
¿Tal vez las sobrinas del Padre, Hermanas Teresa y Rosa, se sentían
molestas con la presencia de la Fundadora? Acaso las demás Herma-
nas, acostumbradas como estaban al gobierno cariñoso y suave, a
la vez que austero e íntegro de la Madre, se quejaron de las disposi-
ciones recibidas puesto que en la carta del 15 de Diciembre de 1863
también a ellas les decía lo siguiente:
«La Maestra que presenta el título ante las autoridades es la
que está destinada por Dios para vuestro gobierno... no miréis sus
faltas y debilidades que ya creo que serán muchísimas; mirad en
ella la autoridad de Dios... Lejos de vosotras pensar que yo ten-
go vistas parciales...» (93).
Las cosas en Ibiza no funcionaron como el Padre imaginara, según
se deduce del relevo de personal comunicado a la Madre Juana M.a
en 26 de enero de 1865, al tiempo que le insiste que siga sin meterse
en «esos huesos». Por cuanto podemos entresacar de la poca corres-
pondencia epistolar que de entonces se conserva, la Madre debió de
quejarse insistentemente al Padre de la necesidad que las Hermanas
tenían de su atención espiritual, pues no debieron escasear las oca-
siones de comprobar cierta mengua de la vida interior y del espí-
ritu religioso. A pesar de ello le contesta:
«Te alarmas sin causa... puedes tú considerar lo que es en tiem-
po de misión uno de nosotros. Yo no he podido ocuparme de vos-
otras por causa de una misión que no puedo dejar de cumplir...
Siento vivamente no haberos podido dar el tiempo que necesitáis...
pero no es falta de amor paternal» (94).
A la Madre forzosamente le dolía el que la realidad no respon-
diese al recto espíritu del Fundador que ella llevaba tan dentro de
sí y no teme repetir la insistencia, que encuentra otra evasiva, dado

92 Sin fecha
93 Santa Cruz 15-XII-1863
94 Ibiza 17-V-1865
MARÍA LOURDES GARCÍA, C.M. 607

que entonces a él le absorbía de lleno la cuestión del exhorcista-


do (95).
Esta es la última carta que se conserva del P. dirigida a Formen-
tera, y en la que a pesar de sus recomendaciones de que permane-
ciera en aquella isla parece como si le doliera desentenderse de ella
personalmente y le añade: «No dejes de escribirme, te enviaré se-
llos para cartas...» (96).
Aunque desconocemos los planes que iba madurando puede
darnos ocasión de pensar que la echa de menos a su lado, para al-
gún proyecto contaba con ella; quizá que, a pesar de todas sus re-
comendaciones, era en la misma Ibiza donde esperaba salvar unos
comienzos que ya veía en camino de desaparecer por lo que se de-
duce de lo que escribe a la Hna. Magdalena Calafell (97).
Por fin, el mismo Sr. Planes, patrocinador de la Obra, invita a
la Hna. Juana para que se ponga al frente de la misma, según indi-
camos líneas atrás. Poco podía ya hacer. Sin embargo, un tanto sor-
prendida y más que nada temiendo a la carga de la responsabilidad
y la nada halagüeña situación, antes de decidirse, como tenía por
norma, a finales de aquel año, se dirige a Mons. Jaume, quien sin
salirse de la línea del Fundador le contesta:
«Entiendo que Dios Nuestro Señor la llama a asociarse a los
útiles proyectos que lleva entre manos el Sr. D. José Ramón Pla-
nes... Parecióme que esto es lo que quiere la Divina Providencia
proporcionándole ocasión oportuna de ejercer la caridad de un mo-
do semejante al plan del P. Palau».
«No debe Vd. detenerse por la viva repugnancia que siente a
tener mando de otras personas... es también necesario confiar en el
poder de la gracia... Anímese Vd., por tanto, y proponiéndose hacer
de su parte cuanto pueda en tan buena obra, no dude que Dios ha-
rá lo demás... Mateo, obispo de Menorca» (98).
Según el P. Gregorio, colaboró decididamente con el Sr. Planes,
pero, ella, forjada en el fragua del P. Francisco, tendía a una obra
de interés general, mientras el Rector del Seminario ibicenco se
reducía al marco local, motivo que ocasionó la incompatibilidad y
desde principios de 1867 la sabemos ya en la península (99).

95 Santa Cruz (Barc.) 29-VI-1865 «¿Qué puedo hacer yo desde a q u í ? Muy po-
ca cosa... Tú sigue en F o r m e n t e r a y veas que puedo hacer por ti y por las demás».
96 Santa Cruz (Barc.) 29-VI-1865
97 «Que la Hna. Margarita se disponga para t o m a r la (escuela) que tiene J u a -
na en Formentera». (Sin fecha)
98 Ciudadela 10-XII-1865
99 Carm. Mis. pág. 102
608 ENTRE DOS MANOS ENLAZADAS «LA OBRA DE DIOS»

Al carecer de cartas durante este intervalo no podemos saber


cuáles fueron las relaciones con el Fundador. Lo que sí podemos
evidenciar que, contra todo lo que ella creía, su vocación personal,
no abandonó nunca aquellas formas que el P. Francisco le indujera
a abrazar e incluso podemos juzgar en buena lid que, en Ibiza, sólo
el haber sido iniciativa suya fue la causa formal de su absoluta en-
trega de apropulsarlas.

c) En la Península

Ultima y definitiva fase. Por tierras de Aragón se encuentran


los dos Fundadores. Todo nos fuerza a pensar que había cesado el
período efervescente y que los espíritus templados por el dolor y el
gozo de sus vidas, troqueladas al unísono de un desconcertante azar,
coordinaban sus esfuerzos en una mutua inteligencia y dentro de
un clima de serenidad que no traspasaba más allá de los límites de
la tarea fundacional, en cuya postrer fase desempeñó parte tan ac-
tiva la M. Juana. La última fundación del P. Palau que se puede fijar
entre 1871 y 1872 y por la que demostró un bien marcado interés
fue la de Tarragona. Ciclo que se cierra con la inesperada muerte
del Fundador.
Don Pablo Salich, desde Olot, se dirige a la Madre Juana en es-
tos términos, con fecha 7 de febrero que bien puede coincidir con el
año 1867, si bien omite este dato: «Sra. Dña. Juana Gratias.—Apre-
ciable Madre Juana: ...creía que me escribiría por lo que la vi muy
determinada para hacer las diligencia sobre «El buen retiro»... (100).
Nada más conocemos sobre el particular, pero sí que no debió
tardar en desplegar su actividad en Aragón y establecer escuelas
dominicales en pueblos de aquella provincia, pues el mes de Junio
siguiente, firma con la Hna. Adelaida Forés una instancia solicitan-
do al Sr. Gobernador Eclesiástico y Vic. Capitular de Barbastro ayu-
da económica para tal fin.
«...Que deseando llevar a cabo el plan trazado, en nuestro hu-
milde concepto, por la Divina Providencia, de establecer formal-
mente en estos pueblos de Salas Altas y S. Bajas las escuelas do-
minicales... y viendo por otra parte el buen deseo que anima a los
padres de familia y amos, habitantes en estos pueblos de mandar
sus hijas y criadas a la escuela en los indicados días... pero como
el carácter de gratuita... y no tener por nuestra parte fondo alguno

100 Olot, 7 febrero (Pablo Salich)


MARÍA LOURDES GARCÍA, C.M. 609

disponible para subvenir a las necesidades anejas a lo material de


la obra... y todo lo que pueda ser estímulo para la juventud estu-
diosa, a V. S. suplican se digne conceder... la cantidad que para di-
cho objeto conceptúe necesaria» (101).
¿Cuándo y cómo se encontró con el P. Francisco? Lo más lógi-
co es creer que mediaría una primera entrevista personal, tras aquel
lapso del que no existe rastro de un asiduo intercambio apistolar, y
aunque todo da a entender que debió de mediar algún tiempo hasta
que aquellas dos fuerzas que, aún sin percatarse, venían actuando
unidas, rompieran esa situación aparente de cierta mutua reserva
discrecional en cuanto a sus miras. Tampoco podemos ocultar como
principio que, el P. Francisco, sintió su prevención y así se lo dice
a la Hna. Calafell (102).
Pero dirigiéndose a la Hna. Juana, si parece querer tomar la
misma posición, se siente incapaz ya de toda política y le contesta
a una de sus cartas: «Yo hallo mucha repugnancia en encagarme de
ti ahora (se refiere probablemente a cuestión de Dirección). Si has
de estar a mis órdenes ni tú ni otra gobernará... vale más vivir se-
parados que chocar» (103).
Si respecto a ella, podemos opinar que, precisamente, era esa
dirección recia y austera la que echaba de menos, en cuanto al se-
gundo tendremos que formularnos una pregunta. ¿Podemos asegu-
rar que el P. Francisco obraba consecuentemente consigo mismo?
Porque en la carta anteriormente citada, al tiempo que le pone Her-
manas a su disposición y la previene del comportamiento deficiente
de alguna de ellas, dándole otras noticias, se ve impotente para re-
primir para más adelante los sentimientos dolorosamente sofocados
dentro de sí mismo, que necesitaba y con nadie mejor podía com-
partir que con ella, pues estaba cruzando una época de prueba que
torturó su espíritu con el desafecto y la rebeldía de alguno de sus
Hijos que no dejó de inferirle serios disgustos.
«Hija mía... Tengo en Santa Cruz a las Hermanas Eustaquia y
Margarita y la hallarás en Aytona (a la primera)... El Hno. Martín,
creyéndose apoyado por ti —según sus palabras—• me movió una
revolución... Te cuento la historia porque es muy regular que vaya
a ese país y sepas cómo has de proceder...» (104).
De todas formas el Padre había rectificado en cuanto a la for-

101 Salas Altas 7-VI-1867


102 «La Hna. J u a n a me ha escrito... Yo consultaré a Dios si puedo o no en-
cargarme otra vez de ella» Santa Cruz (Barc.) 23-X-1867
103 Tarragona l-XII-1867
104 Santa Cruz (Barc.) 10-XII-1867

39
QIQ ENTRE DOS MANOS ENLAZADAS «LA OBRA DE DIOS»

ma de gobierno lo que no impedía, y esto, con muy buen acierto,


dedicar una Hermana a orientar el campo de la enseñanza, y que
continuó siendo su sobrina Teresa (más tarde fundadora de las Her-
manitas de los Pobres y actualmente conocida por la Beata Teresa
Jornet), al mismo tiempo que reintegra a la Madre Juana el encar-
go de hacer cumplir las directrices de él dimanadas, comisionándola
para las nuevas fundaciones que iban estableciéndose por Lérida y
Aragón.
Por lo que toca a sus comunicaciones con las Hermanas, hay
que tener en cuenta que miraba con gran interés Aragón y era Bar-
bastro lugar destinado a ser foco de irradiación con Lérida por lo
que esta parte la tenía confiada a la Madre Juana y en el ramo de
la enseñanza a la Hna. Teresa. Dada la escasez de personal, incon-
veniente para prolongados y continuos viajes, el Fundador se preo-
cupaba de Barcelona y últimamente de Tarragona, pero nunca sin
comunicar a la Madre Juana todos sus proyectos y decisiones toma-
das, que hemos omitido por no hacer demasiado prolijas las citas.
Se nota en cambio su correspondencia más sobria y exclusivamente
encauzada a la labor fundacional. Claro que al estar más entregado
a la tarea congregacional no escasearían las ocasiones de entrevistas
en las cuales cabía la oportunidad de una dirección directa.
Estos trozos recogidos de las contadas cartas que se conservan
de aquellos últimos años evidencian la intervención de la Madre
Juana en esta época que marca el apogeo fundacional del P. Palau:
«Dña. Pilar me escribe diciéndome que si hallaba bien hacer una
fundación en Graus... Yo iré a Aytona, puedes ir allí y hablaremos»
(105); y en otra, «estando yo autorizado para establecer Terciarios
y Terciarias del Carmen Descalzo, en carácter de tal puedo agrega-
ros a la Orden y así seréis una cosa autorizada. Digas esto a todas
las Hermanas y que cuenten con mi amor de Padre» (106). Más tar-
de, «Vayamos a las Hermanas, te hubiera enviado otras enseguida
pero he creído conveniente que veas el país de Barbastro...» (107).
Ya no pensaba el Padre en tres superioras: «Teniendo escuela,
hospital y enfermos a domicilio tenéis necesidad de un número su-
ficiente de Hermanas» (108), y no sólo dentro de una Comunidad
sino que mirando el bien general de la colectividad, en otra de sus
cartas, le incluye «para que haya uniformidad ordeno en todas esas
fundaciones, tengan para su gobierno una superiora y al efecto te

105 Santa Cruz (Barc.) 10-XII-1867


106 Santa Cruz (Barc.) 30-VII-1868
107 Barcelona 20-1-1870
108 Barcelona 20-V-1870
MARÍA LOURDES GARCÍA, C.M. 611

nombre a ti por ahora... Saluda a toda la Comunidad y recibid la


bendición de vuestro affmo. Padre» (109).
Al prevenirle sobre posibles declaraciones relativas a la situa-
ción de detenido en que se encontraba, le escribe desde la cárcel de
Barcelona: «Avisa a todas y a las de Graus» (110), deja a su ar-
bitrio la solución de lo que tienen entre manos, «...por lo que toca
a Estadilla toma lo que se te presente... En cuanto a Ribas Bajas
mira si puedes contestarle lo mejor posible... En cuanto a tu retiro
no pienses ahora sino en sostener tus compromisos» (111), urgién-
dole en otra carta, «debo decirte que creo conveniente des movi-
miento a ese país» (112); y cuando tiene las Constituciones termi-
nadas, que son las primeras y únicas que salieron impresas se lo
comunica: «Las Reglas están ya en la imprenta y bien pronto las
tendrás impresas en tus manos (113).
En las cartas dirigidas a las Hermanas destacando por su nú-
mero las conservadas por la M. Magdalena Calafell, leemos con re-
ferencia a la Fundación: «Me ha escrito la Señora de Estadilla y
le he contestado que iría por ahora la Hna. Juana. Si está ahí que
vaya. Si está en Graus enviadle ésta» (114). En otras la pone al
corriente de sus viajes, aprovechando tener que escribirle, «la Hna.
Juana se ha ido a rondar por Barbastro y demás pueblos» (115). Por
análogo motivo lo hace en otra (116) escrita para todas las Hermanas
pero dirigida a la M. Calafell incluía, «recibí la de la Hna. Juana
y no pude contestar porque estaba fuera. Si ella no está ahí remi-
tidle ésta... Relativo a lo de Ribas Bajas, haga Juana lo que Dios
le inspire» (117); y a todas en relación con la labor de las respon-
sables les dice: «En asunto de enseñanza os sujetaréis a una visi-
tadora... Teresa Jornet... en lo demás habéis de obedecer a la Hna.
Juana como visitadora» (118).
Con motivo de declararse el tifus, entonces mortífero salvo ra-
ras excepciones, el pueblo de Calasanz reclama a las Hermanas de
Estadilla para colaborar en servicio de los atacados de la terrible

109 Barcelona 27-XI-1870


110 Barcelona 2-XII-1870
111 Vedrá 3-III-1871
112 Vedrá 11-111-1871
113 Sin fecha (Feb. 1872?)
114 Vedrá 25-VII-18... y 2-IX-1869
115 «El 4 de diciembre enviaré a Hna. Carmen... con otra a Estadilla a t o m a r
posesión del Hospital... La Hna. J u a n a está allí...» 28-XI-1869
116 «En Estadilla está la Hna Juana» .14-XII-1869
117 Santa Cruz (Barc.) 31-V-1871
118 Santa Cruz (Barc.) 27-IX-1871
612 ENTRE DOS MANOS ENLAZADAS «LA OBRA DE DIOS»

epidemia. Precisamente, el P. Palau acaba de publicar sus últimas


Constituciones en las que prescribía: «En caso de epidemia en al-
guna localidad enviará el Director el número de enfermeras que se
necesita y están disponibles para el auxilio de los enfermos (119).
Las primeras que se entregaron para el cuidado de los contagiados
fueron las dos visitadoras Hnas. Juana Ma Gratias y Teresa Jornet,
a las que pocos días después se unieron otras dos más. Afectada por
el contagio la Madre Juana, no tarda el Fundador en presentarse en
Calasanz donde permaneció hasta dejar a su colaboradora fuera de
peligro, al mismo tiempo que en el pueblo ya cedía el mal. Esto
ocurría el mes de febrero y pocos días después escribía ya sin mayor
preocupación a la Hna. Calafell: «Yo dejé a la Hna. Juana fuera
de peligro» (120). El interés demostrado por el P. Francisco bien se
deja traslucir a la entonces Priora de Tarragona que lo era desde la
fundación en dicha ciudad a mediados del año anterior, 1871, M.
Dolores Rovira: «El martes de la semana pasada fui a Calasanz y
acompañé allí a la María y a la Roseta (familiarmente trataba así
a las Hermanas) para auxiliar los epidémicos del tifus con la Hna.
Juana. La rectoría era hospital» (121).
¿No tendría acaso en estas circunstancias la misma preocupa-
ción que diez años antes manifestara cuando la supo enferma en
Ciudadela? «Y como Juana estaba enferma, estaba yo en gran cui-
dado, no por su muerte que será la de las santas, ni por su enferme-
dad, pero sí porque veo vuestra empresa expuesta a pruebas que
sólo la mano de Dios puede sostener...» (122).
Poco antes de un mes sería él, quien, al parecer por efectos del
contagio, traspasaría el más allá.

B.—Dios y el hombre en el equilibrio de una superación

Antes de cerrar este apartado podemos resumir el transcurso de


estos once años bajo dos aspectos: el meramente humano, aún en
función de una misión superior, y el de la acción santificadora del
Espíritu, mucho más intensa en esa misma actuación humana para
quienes fueron seleccionados como colaboradores a un fin determi-
nado por el mismo Dios.
En cuanto a lo primero pudimos observar, cómo el Fundador,
luchando por descubrir una realidad que penosamente llevaba den-
119 Constituciones de 1872 cap. XIII n. 2
120 Sin fecha
121 Aytona 26-11-1872
122 Santa Cruz (Barc.) 26-1-1862
MARÍA LOURDES GARCÍA, C.M. 613

tro, no la vio desvelada hasta 1860 y, en cuanto a la labor funda-


cional hasta dos años más tarde; cómo en su planificación no repa-
ró en dificultades de orden práctico debidas primordialmente a la
inclinación por él sentida hacia la contemplación que, todavía en
1863 le da una preferencia. Reconocemos que el acto más sublime
arduo y difícil de beneficencia es la oración por las necesidades de
la Iglesia» (123). Pero puesto a ejecutar había de empezarse por las
obras de apostolado como respaldo protector a una vida de oración;
y que, para llevar a efecto su pensamiento, estableció tres gobiernos
diferentes según se tratase de enseñanza, enfermos o vida contem-
plativa.
Por parte de la Fundadora, notamos el choque causado por el
contraste de aquella determinación en quien, como el P. Francisco,
tuvo cuidado sumo en hacer de la vida consagrada de su dirigida
una entrega exclusivamente personal a Dios que aún presentándo-
selo como el Cristo Moral jamás la había puesto en el dilema de
una posibilidad de la acción transformada en dádiva a ese mismo
Cristo total extendido a los prójimos. «Deja que las cosas sigan su
curso... No te faltarán sitios convenientes a tu vocación...» «Dios
no te da esas aspiraciones para martirizarte sino para fines de su
gloria» (124). Y que ella, a pesar de su natural contrariedad, sólo
expuso pero no se opuso, más bien dócilmente se esforzó en asimilar
la idea hasta hacerla palpitación propia y que no rehusó a ser pre-
terida, cuando ante aquel insperado enfoque, sí más previsora, no
aceptó ni la duplicidad de vida supeditada bajo un disimulo, ni la
multiplicidad de gobierno por las contingencias que impedirían po-
derlo armonizar. Y como muy bien afirma el Padre Gregorio. «El
tiempo se encargó de darle la razón» (125).
La muerte tronchó en flor este tiempo de transición, que marca
el nacer de la obra palautiana, paréntesis abierto en Ciudadela el
1861, marcado por las luchas de su encuadre carmelitano-eclesial y
cuya expansión aunque limitada, no dejó de ser una provechosa ex-
periencia al servicio de la Iglesia, pero que, cuando más promete-
dora era su esperanza, en plena actividad, quedó cerrado con la de-
saparición del Fundador.
No es pues de extrañar que este período de gestación preocu-
para hondamente a sus dos promotores y originara cierta contrapo-
sición de pareceres lógicos e inevitables en quienes labraban con-

123 Constituciones de 1863 (manuscritas)


124 Santa Cruz 15-XII-1861
125 Brasa entre Cenizas p. 201
614 ENTRE DOS MANOS ENLAZADAS «LA OBRA DE DIOS»

juntamente un porvenir. La lucha entre una vocación sentida y una


vocación exigida era mutua, él tendía a equilibrar las dos vidas,
ella, en la misma aspiración, temía perder lo principal, ambos se
hermanaban en el plan salvífico de la Iglesia. Los dos sufrían y
esperaban. Dolor y gozo que abrazados en el amor vieron engen-
drados por fruto, la alegría de una filiación.
Ahora bien al seguir esta trayectoria fundacional, sus aconteci-
mientos nos fueron marcando, en la Madre Juana, el punto central
de los proyectos del Fundador, al igual que nos señalaron como, con
todo, no faltó un lapso difícil entre los dos y que humanamente
hablando pudiera juzgarse obstáculo para el mejor resultado de sus
aspiraciones.
Esto que considerado así, subjetivamente, en cuanto a la postura
personal de ambos puede parecemos un tanto extraño por la sola
materialidad de los hechos, para una mirada atenta, sin prescindir
de la existencia de los mismos hechos, pero observados serenamente
sobre un trasfondo de la intervención de Dios, puede muy bien en-
contrar en ellos la solución del problema que no cabe negar existió
en ese recíproco comportarse de ambos; y que en el tiempo que
más real asemeja un cierto distanciamiento, lo es sólo temporal,
casi momentáneo.
No nos equivocaremos creyendo que ese choque de oposiciones,
esa disparidad de juicios, ese contraste de opiniones, siempre situa-
dos sobre un mismo plano, los iba aproximando, cada vez con más
empuje hacia un único centro de atracción, porque fueron incapa-
ces de romper los vínculos en los que, como con firmes nervaduras,
se sentían tan leal como inexplicablemente trabados por una sobre-
natural y unísona aspiración. Pero, más acertadamente podemos in-
terrogarnos, ¿no fue éste el medio escogido por Dios para dar el
golpe certero a la extraordinaria afectividad de ambos corazones y
dejarlos así más libres para que esa misma afectividad se comple-
tase en orden al destino hacia el que el mismo Dios los preparaba?
Sin destruirla sino purificándola, no rebajándola ni empeque-
ciéndola en lo que de grande tiene lo humano, sino que acreciendo
y elevando aquel amor ya limpio, los forzó a caminar, sin otro arri-
mo que el suyo, con pasos de gigante, por el incógnito sendero que
conduce hasta la cumbre de aquel monte donde todos los caminos
se pierden y sobre el cual, el incomparable místico de Duruelo, ha-
bía escrito «En la cumbre nada» «Aquí mora sólo la gloria de Dios».
Todo nos hace pensar que fue concretamente esa tensión que
durante algún tiempo tuvo en suspenso dos corazones lo que puso
MARÍA LOURDES GARCÍA, C.M. 615

punto final al vaivén de dos fuerzas que, aún sabiéndose unidas,


pugnaba por equilibrar sus energías que todavía no habían conse-
guido alcanzar el grado de sedimentación que exigida para ellos,
aseguraría su definitiva compenetración. Ahora la Gloria de Dios,
diáfana y transparente, era el foco que, ya sin nubes, polarizaba en
toda su amplitud la grandeza de sus anhelos.
Las relaciones se hacen, tal vez, sensiblemente menos confiden-
ciales sin perder nada de su cordialidad, tienen un tono, quizá, me-
nos expresivo, pero más intenso. Habían escalado la meta fijada por
el mismo Dios.
Es que habían cruzado ya su «noche oscura», la cual nos define
el P. Peryguére «como el terrible rodillo bajo el que Dios aplasta y
estira a quienes son ya grandes, para que lo sean más. Crisol des-
piadado en el que se dacantan las almas y las grandes cosas que
llevan en sí, en el que se purifican de lo humano y al mismo tiempo
se humanizan» (126).
Ese incondicional afecto que enlazaba a los dos Fundadores,
nos lo dejó retratado el P. Francisco con su característico y fogoso
impulso: «Tú me conoces, tú sabes que te amo con el amor con que
Dios te ama. Y ese amor es puro, leal, firme, invariable, constante,
y más fuerte que la muerte, el infierno y el mundo; y tú puedes
confiar en él, estar segura de él. Yo sé que tú me amas con el mis-
mo amor y yo fío de ti y cuento contigo» (127).
Pero llamado como estaba a trascender este amor, suscitado y
afincado en Dios, necesitaba de esa «noche oscura» que, en frase del
mismo P. Periguére, sus «altas y abrumadoras temperaturas hacen
madurar todo en las almas» (128).
Fue el mismo Dios quien se encargó de sublimar aquel amor
haciéndolo pasar por el fuego de su mismo amor. Era que, como el
P. Francisco presintiera, tenía que trasponer más allá de la muerte.

III. LA MADRE JUANA EN LA OBRA DE DIOS

No parece sino que Ella —la Iglesia—-, cual queriendo sorpren-


der con su realidad el insatisfecho deseo de su fiel enamorado, si-
gilosamente, con «mano blanda y toque delicado que a vida eterna
sabe» —que diría San Juan de la Cruz—, acercándose casi como el
cauteloso ladrón del pasaje evangélico, en un prenuncio de prima-
126 El Tiempo de Nazareth del P. A. PEHYüUERE pág. 24
127 Santa Cruz 15-XII-1861
128 El tiempo de Nazareth, P. A. PEHYGUKHE pág. 24
616 ENTRE DOS MANOS ENLAZADAS «LA OBRA DE DIOS»

vera, recoge la vida del Fundador en la insondable ternura de su


abrazo. «¡Cuan dulce, cuan agradable, cuan deleitoso debe ser el
reposo en los brazos de una Madre Virgen y tan pura como es la
Iglesia triunfante!» (129).
El Padre Francisco había penetrado con la Iglesia el inefable
misterio de su gloriosa eternidad. «Era el día 20 de marzo, día de
San Aniceto, estando la luna a los cuatro días de su menguante, y
a las siete y media de la mañana» (130).
Indiscutiblemente fue para él un día de gloria, más no lo fue tan-
to para quienes veían desaparecer para siempre al que considera-
ban como Padre, cuando su fruto, todavía en brote, más necesitaba
de su mano vigorosa para ser conducido a plenitud. Pero si doloroso
para todos, ¡quién podrá sospechar el desgarrón de quien como la
Madre Juana había seguido, paso a paso, minuto tras minuto, una
trayectoria de resonancias mutuas y cuyo derrotero, cual barrera
infranqueable, se interponía a la muerte, truncando así quizá los
momentos más bellos de su vida!
Ahora sí que como aldabonazos incoherentes golpeaban en su
corazón con vibración dolorida pero; a la vez, aportando su forta-
lecedora paz las palabras con que otra hora trataba de confortarla
(131). Con todo, en aquel trance que nosotros pudiéramos encerrar
en un fatídico interrogante, más bien, sobreelevando su mirada por
encima de la tremenda realidad, abrió su alma a la esperanza y
dejó que en ella hallaran eco, con la misma apacible serenidad y
acento profético con que habían sido escritas aquellas otras pala-
bras, también a ella dirigidas y que ahora le llegaban anunciadoras
como nuevo mensaje de aquel que entre ellas se le aproximaba has-
ta hacerle perceptible su presencia. «Aquel tiempo malo ha termi-
nado para ti porque ha terminado para mí; camina, da un paso y
descansarás en medio del camino. De lo que te digo el tiempo res-
ponderá. No juzgues por el pasado de lo que vendrá porque te en-
gañarías, continúa, y la sombra será luego una realidad» (132).
¿Qué importa que sus ojos empañados por el llanto se resis-
tieran a contener las lágrimas que silenciosas rodaban como cuen-

129 M. R. p , 8 y H. T. n. 54 p. 42
130 P. Alejo, p. 487
131 «En t u s penas que serán muchísima sy graves, aprende a refugiarte en
El (Jesús); nunca serás mejor atendida que cuando vayas cargada de penas».
(Carta sin fecha). «Aprendamos en tiempo de necesidad a confiar en Dios... a espe-
r a r en su p a t e r n a l protección y no t e m a s que nos abandone... no hay m á s sino
pedirle y esperar... muchas veces Dios queda con el encargo de abrirnos» (Ibiza
13-11-1860)
132 Sin fecha
MARÍA LOURDES GARCÍA, C.M. 617

tas de un rosario de recuerdos, preñadas de ternura y de inquietud?


Sí, a la Madre Juana le quedaban muchas nubes que descorrer, y
quizá, como no lo sospechara el Padre Francisco, se manifestó aquí
la mujer fuerte que sin dejarse arredrar por timideces ni temer a
imposiciones poco mesuradas, supo dar a su pequenez la suficiente
cabida para guardar, en la suya, la grandeza inabarcable del alma
del Fundador y con ella, consciente de que en sus manos quedaba
confiada aquella todavía débil heredad, como el administrador pru-
dente, llegó a hacerla producir en tiempo oportuno.
Intentemos seguir, lo más brevemente posible, el desarrollo de
aquella segunda fase, difícil, pero en la que la Congregación ad-
quirió personalidad e independencia jurídicas dentro del seno de la
Iglesia.

A.—Estado de la Congregación a la muerte del P. Palau

La actividad de las Hermanas puede decirse que se centraba en


Cataluña y Aragón, siendo Barcelona, Santa Cruz de Vallcarca, la
residencia habitual del P. Palau como lugar escogido para casa ma-
triz de la Congregación. Las Casas tenían su Priora propia, bajo la
dirección compartida entre ambos Fundadores. En Estadilla, desde
el conflicto que ocasionó el desalojo de Santa Cruz como casa de
beneficencia, radicaba el noviciado y Casa de Formación bajo los
cuidados de la Madre Juana.
En cuanto a validez jurídica, toda organización de Terciarios
debía tener autorización del Ordinario correspondiente, si bien, el
P. Francisco, después de previas consultas a los Superiores de la
Orden en Roma, en vistas al deseo manifestado de que su obra, sin
perder el entronque carmelitano, adquiriera autonomía propia con
sola la dependencia de la Santa Sede, iba orientando sus Reglamen-
tos internos y disposiciones particulares para lo que le autorizaba
la carta que unida a la Patente extendida por el Procurador Ge-
neral el 8 de Enero de 1867 le dirigía en los siguientes términos:
«...Para nuestros Terciarios de ambos sexos existe una Regla...
que puede servir también a los Terciarios que viven en común,
añadiendo con la aprobación del limo, y Rvdmo. Sr. Obispo algunas
disposiciones tomadas de nuestras Constituciones, Ceremonial y dis-
ciplina claustral acomodados con discreción a los mismos Tercia-
rios... que pueden emitir si al Obispo le pareciera el tercer voto
simple de pobreza...» «Te advierto que conviene procedas de acuer-
do con el Ordinario Diocesano sobre todo a lo que refiere a los Ter-
618 ENTRE DOS MANOS ENLAZADAS «LA OBRA DE DIOS»

ciarios que viven en común, cuya Regla, después de aprobada por el


Obispo, enviarás a Roma para que sea aprobada por la Santa Se-
de» (133).
Después de recibida esta carta, el P. Palau redactó un nuevo
Reglamento en Septiembre de dicho año que seguramente le sirvió
para un tiempo experimental antes de su determinación a publicar
las últimamente redactadas en 1872, pocos días antes de su inespe-
rado fallecimiento.
Más, al no tener dichos estatutos una aprobación directa del Or-
dinario, su obra se reducía a simple asociación sometida a la Orden
Tercera del Carmen Descalzo. De aquí que sus vínculos no lo fue-
ran jurídicos en sentido expreso, si bien se guardaba fielmente el
espíritu que él iba imprimiéndole empapado de la savia vitalizado-
ra del árbol carmelitano.
No quiere decir que careciera de normas escritas directamente
para dirigir la nueva vida religiosa. Expl f citamente las recuerda él
en sus cartas (134).
Las últimas reglas publicadas, en consonancia con la evolución
de su pensamiento en cuanto al binomio contemplación-acción, no
cabe dudar que tenían fuerza de ley y validez testamentaria para
todos sus Hijos e Hijas, (dirigidas a ambos con las consiguientes se-
paraciones), quienes las respetaron como «regla viva».
Puntos fundamentales que tanto habían de pesar en conflictos
ulteriormente surgidos fueron los siguientes del Cap. II:
«Io—La Orden se regirá por el Capítulo General que se com-
pondrá de todos los que tengan voto en él.
2o.—Es de su competencia dictar, variar y modificar las Consti-
tuciones, reuniendo la autoridad suprema con sujección al General
de la Orden y al Papa.
3o.—Si por algún impedimento no puede reunirse el capítulo,
su autoridad residirá en el General de la Orden sustituyéndole éste,
en todas sus atribuciones.
4o.—Tendrán voto a Capítulo todos los que hayan cumplido con
mérito diez años de Priorato.

133 Roma Ex-convento de Santa M.a de la Victoria. Fr. Pascual de Jesús María
Com. Apostolicus, Fr. Jacobus a Corde Jesu, Secretarius.
134 «Te envío las Reglas» Montsant 8-VII-1851
«Las Reglas no las tocaré... pondré en ellas todo el peso que la oración re-
clama» (Ibiza 4-IX-1861)
«Yo he ordenado las Reglas en el Vedrá, las que te dará para que tomes
copia» (Ibiza 13-IX-1863)
«Las Reglas están ya en la imprenta y bien pronto las tendrás en tus ma-
nos» (1872 ¿febrero?)
MARÍA LOURDES GARCÍA, C.M. 619

5.°—El Capítulo elegirá al Director, y en defecto del Capítulo,


el General de la Congregación de España y la elección hecha por
el Capítulo debe ser confirmada por el General.
6o.—El Director permanecerá en el oficio todo el tiempo que lo
juzgue conveniente el General o el capítulo.
7o.—La elección de los Priores pertenece al Director, como igual-
mente su destitución».
«El Prior nombrará todos los oficios de la Casa» (135).
Al estar abolidas las órdenes religiosas en España, con objeto
de que su organización tuviera garantía de estabilidad como Orden
Tercera añade el Capítulo XVII.
«Mientras los Prelados de la Congregación de España estén sus-
pensos oficialmente de los actos de su jurisdicción por el gobierno
político, la Orden Tercera estará sujeta a los Prelados ordinarios
como Delegados Apostólicos» (136).
Aparte de ésto, en su testamento hecho ante el notario de Ibiza
en 1860, nombra herederos legítimos de sus bienes a quienes le fue-
ron compañeros inseparables en toda su vida, Hnos. Ramón Espasa,
Gabriel Brunet y Juana M.a Gratias, a la cual sin titubeo debió con-
siderar siempre como heredera espiritual por la participación tan
íntima que tuvo en su obra fundacional de la cual, como ninguna
otra, compartiera las vicisitudes.

B.—Extraña posición del P. Nogués

No deja de sorprender el que apenas transcurridos diez días del


fallecimiento del Fundador se le hubiese extendido el nombramien-
to como Director de los Teciarios fechado el 1 de abril siguiente.
Extraña al mismo tiempo que no se diese cuenta de que dicho
nombramieno carecía de la amplitud del otorgado al Fundador, re-
duciéndose a la circunscripción de Tarragona, en cuya capital tenía
su habitual residencia.
Pero lo más sorprendente es la forma impositiva con que ya,
por primera vez, se dirige a las Hermanas el día 8 del citado abril,
llegando a ordenar preceptos nuevos.
«En primer lugar le digo que como a Priora de ese estableci-
miento debe bajo responsabilidad delante de Dios y de los hombres
hacer que se pongan en ejecución y se practiquen las leyes que se
les han prescrito y que en el tiempo se les prescribirán».
135 Constituciones 1872. Cap. II
136 «Prelados Ordinarios» Const. 1872
620 ENTRE DOS MANOS ENLAZADAS «LA OBRA DE DIOS»

«Dispongo y mando que desde la recepción de esta carta vayan


todas vestidas con vestido de color del Carmen y que se destierren
de vosotras los demás colores y cosas de seda: ítem dentro de vues-
tra casa quiero que os tratéis religiosamente. A la Madre Priora se
le dará el título de Vuestra Reverencia, a la Madre Subpriora el de
Vuecencia y a las demás el de Hermanas» (137). (Hay que saber
que el Padre Palau usaba siempre un trato sencillo y sin protocolos
y prescribía que fuera de casa vistieran de seglares cuando las cir-
cunstancias lo aconsejaran). El P. Nogués se reserva asimismo el
nombramiento de subpriora que era de incumbencia de la Priora.
No hace falta ser muy perspicaz para ver la escasa ponderación
que hizo del Fundador y con qué facilidad se aleja de sus directrices,
rehusando el respeto debido a su legado que, tan profundo sentido
como respetuosa veneración, tenía para los Hijos y las Hijas del P.
Francisco, quienes tan justamente deseaban ver cumplido.
Razonablemente éstos se sintieron heridos, al ver cómo rehusa-
ba a lo establecido en las Constituciones para la elección de Director
y la escasa o ninguna atención con que recibía las indicaciones ele-
vadas por ellos respecto a ésto y a otros puntos de las mismas,
cuando los que así obraban, si lo hacían por cuenta propia, no sin
informarse prudentemente de quienes con pleno conocimiento de
causa podían aconsejarles con rectitud en tan inesperada situación.
Entre estas personas estaba el P. Buenaventura Perís, c. d. ¿Llega-
ría a saber el P. Nogués que, unida a su patente, que el mismo P. Pe-
rís le había tramitado, éste recibió otra en blanco? (138). Lástima
que dicho Padre debido a su precaria salud no hubiera podido acep-
tar la dirección de los que a él recurrían, además de ser a ello invi-
tado por el mismo Procurador General.
Mas, aunque en Octubre de 1872 los herederos del P. Palau se
personaron ante el P. Nogués para urgirle el cumplimiento de las
leyes establecidas, y, en cuanto herederos recordarle el deber que
les incumbía con relación a los bienes del Fundador, puede deducir-
se que la M. Juana M.a evitó choques violentos por su parte.
Como siempre, reflexiva, ora y espera confiando en la Divina
Providencia el momento propicio para intervenir en la salvaguarda
del carisma palautiano cuyo espíritu había bebido en toda su pure-

137 Carta dirigida a las Comunidades


138 «El P. Nogués, religioso nuestro que vive en Tarragona, nos escribió para
que en seguida escribiésemos al R. P. Pascual en Roma que sin demora le nom-
b r a r a director de estos Hermanos... se escribió a Roma y de su resultado se le
m a n d ó la patente y a mí otra, pero en blanco, como puede ver V. R. por la carta
del R. P. Pascual que le incluyo» (Carm. Mis. pág. 163)
MARÍA LOURDES GARCÍA, C.M. 621

za en la fuente misma del alma del Fundador y no estaba dispuesta


a que se malpárase.
La visión integral del P. Francisco respecto a su obra no conocía
límites, y, ahora, corría peligro de verse sofocada por las decisiones
poco mesuradas del P. Nogués, quien pretendía nada más ni nada
menos que cerrar las Comunidades existentes y trasladar todas las
Hermanas a Tarragona, anulando de un plumazo el sentido univer-
salista en que había nacido y funcionado la obra. Recuérdese que en
Febrero de 1862 dio principio el apostolado de la enseñanza como
primordial en la Congregación en Vallcarca y después en otras pro-
vincias a donde se habían destacado varias Hermanas maestras al
servicio de los barrios populares en escuelas dependientes de los
Ayuntamientos.
La cuestión se presentaba complicada y erizada de obstáculos,
afrontarla exigía una considerable dosis de energía y de aplomo. No
en vano, el P. Francisco había llamado a su Obra «La Obra de Dios».
En la práctica, Dios la había aceptado como suya, pero los medios
de que se había de valer eran humanos y, como tales, sujetos a sus
propias limitaciones, para que en la pequenez pudiera siempre res-
plandecer su grandeza.

C.—La actuación de la Madre Juana María

¡Quién podrá calcular cuánto sufrimiento supondría para la Ma-


dre, tan afectuosa, y como nunca compenetrada con aquellas que
constituían su propia familia ver despreciados los inestimables va-
lores espirituales recibidos del Fundador! Pero con su habitual se-
renidad, no reacciona eceleradamente ante aquellos momentos de
cierta confusión. Una frase escrita por ella a Mons. Jaume puede
reflejarnos el temple de esta mujer sencilla, pero no exenta de un
extaordinario dominio de sí: «...mas el bien de todos me detuvo y
me puso muchas penas y temores, pero nunca me apartó del espíri-
tu de paz, de unión y de rectitud» (139). Veamos cómo fue llevando
a cabo la consolidación de la Obra.

a.—Actitud de expectación

Hemos dicho que los herederos del Padre Palau celebraron una
entrevista con el nuevo Director. ¿Podemos asegurar la presencia

139 15-11-1873
622 ENTRE DOS MANOS ENLAZADAS «LA OBRA DE DIOS»

de la M. Juana? ¿De realizarse acompañó a los Hermanos o prefirió,


optando una medida de prudencia, hacerlo a solas con el P. Nogués?
Nos inclinamos por esta segunda forma y no, sin antes, como en ca-
sos extraordinarios tenía por norma, haber recurrido al consejo del
obispo de Menorca.
La reacción del P. Nogués no parece haber estado, tampoco en
esta ocasión, a la altura del puesto que ocupaba. No se le ocultaba
que en torno a la M. Juana M.a había una corriente de gran simpatía.
Por de pronto las Hermanas de Aragón, Lérida y Barcelona a quie-
nes hab'a formado o con quienes había convivido, persuadidas de
cuanto ella significara para el Fundador le ratificaron su confianza
para la búsqueda de una solución más concorde con las doctrinas
recibidas del P. Francisco, tan inconsideradamente menoscabadas.
Ella, persuadida de las dificultades existentes, se decide apro-
vechar una ocasión ofrecida por el P. Picornell de Palma de Ma-
llorca que, en frase del Hno. Juan «era el sacerdote más amigo del
P. Palau, vicario de Santa Eulalia..., buen sujeto y buen predicador»,
y llevó consigo a Arta un grupo. Mas, o no encontró aceptable el
momento, o por otra causa íntima, alma como era dada a la oración,
se resuelve —no sin cierta sorpresa por parte de las Hermanas —re-
tirarse al Carmelo Apostólico de Bayona (Francia), a donde, pocos
días después, llegaban unas excelentes testimoniales de Mons.
Jaume.
Pero el verdadero móvil de esta resolución, con otros datos re-
lativos a meses anteriores, ella es quien nos lo relata dirigiéndose
al prelado de Menorca.
«Llegada que hube a Tarragona... hubiera sido lucha sobre mis
fuerzas sin los consejos de V. S. lima., por ser lucha contra obedien-
cia de un Superior, virtud tan amada y apreciada de mi espíritu,
mas con ellos y el grande impulso de humillaciones que de más en
más se hacía sentir en mi corazón a la vista de mi ruindad y de mi
poquedad para una obra de tanta perfección; además el destino no
menos serio de Maestra de Novicias, el cual creo de más peso, por
todo ello yo digo que, aunque en mí no siento resistencia a la santa
voluntad de Dios... con todo, habiendo mediado que el Rvdo. P. Juan
Nogués me había dicho que me arreglara por mi cuenta... a no ser
de prudencia y caridad, el mismo día de Santa Teresa hubiera to-
mado mi marcha (hacia Bayona) más el bien de todas me detuvo...
Unas Hermanas... pidiéronme con instancia no las abandonara, no
siéndome posible tomarlas conmigo, las llevé a Mallorca donde es-
tán con otras que habían sido conmigo en esa de Ciudadela; quedan
MARÍA LOURDES GARCÍA, C.M. 623

en Arta. El P. Lorenzo N. de la Misión de Palma que reside en Arta


prometió cuidarse de ellas con toda prudencia, a fin de no dar im-
portancia antes de hora; es decir, estarán así hasta nueva disposi-
ción... Confío que a su tiempo, cuando Dios nos conceda... el triun-
fo de situación tan triste como se halla España..., hallaremos en ésta
personal para dar impulso a la Obra, que tanto he pedido y pido a
Dios en mis oraciones» (140).
Contra todas sus determinaciones, la Providencia se encargó de
desbaratar sus proyectos. El citado Carmelo Apostólico se cerró bien
pronto y para comienzo de verano de aquel año estaba de regreso,
acompañada de cuatro novicias que, como ella preveyera, se le unie-
ron para secundar sus planes. No parece sino que Dios se encargaba
de repetirle lo que el P. Palau le decía un año antes de su muerte,
«en cuanto a tu retiro no pienses ahora sino en sostener tus com-
promisos lo mejor posible» (141).

b.—Se abre un horizonte

La situación no mejoraba, la M. Juana no podía claudicar a su


fidelidad al Fundador. La postura inflexible del P. Nogués iba ten-
diendo un muro entre el grupo que más por temor que docilidad se
concentraba en Tarragona, y el resto de las Hermanas que —aunque
no todas—, de nuevo, rodearon a la Madre Juana M.a buscando una
seguridad avalada por la convicción de saber encarnadas en ella, y,
deseosas de traducirlas en norma y vida, las nunca olvidadas reco-
mendaciones del Fundador. Pero ello no aminoró su pesar que des-
ahoga confidencialmente con el Hno. Jaime, residente en Ciudadela
desde la época de la predicación del P. Palau. El Hermano trata de
confortarla con su carta del 8 de Junio de dicho año. «No hay duda,
querida Hermana, que la Obra de Dios es y será probada... Ella está
llamada, a mi modo de ver, a dar grande honra a Dios y grandes
frutos a la Iglesia... No ignora Vd. que la prueba más terrible es la
persecución de los buenos y en este caso nos encontramos» (142).
Pero decidida a no permanecer inactiva, bien pronto, el mismo
Hermano, vuelve a escribirle urgiendo un viaje a Mahón en vistas
a una probabilidad que, marcando un nuevo rumbo, volvería a te-
ner como escenario Menorca.
«Me he determinado a dirigirle estas líneas... para saber el re-
sultado de la entrevista que Vd. debía tener con aquel Señor. ¿Le
140 15-11-1873
141 Vedrá 8-III-1871
142 Ciudadela 8-VI-1873
624 ENTRE DOS MANOS ENLAZADAS «LA OBRA DE DIOS»

ha insinuado del establecimiento de las Marías en ésta?... Mande


a este su affmo. Hno. que mañana la espera para ver el resultado
de la entrevista y la carta de X.» (143).
Y aún convencida de lo infructuoso que resultaría tener que
entrevistarse de nuevo con el P. Nogués no deja de querer hacerlo,
esta vez valiéndose del Hno. Juan Palau, a través del cual escribe.
Pero a pesar de sus reconocidas dotes de trato y suavidad de moda-
les, el resultado fue la respuesta dada por el Padre al Hermano del
Fundador el 23 de Noviembre de 1874:
«Me causó mucha sorpresa viendo que la Juana se dignara es-
cribirme cuando el pasado verano estuvo en ésta y no tuvo a bien
visitarme... Parece que está desengañada de los de Santa Cruz, pero
a mí no se me engaña de esta suerte. No le será fácil. Si llevase tres
o cuatro de las de Francia y las dejase a mi disposición para man-
darlas a donde yo quisiera, puede ser las admitiese y no siendo así
no las admito» (144).
No podía sufrir el P. Nogués la ascendencia, el respeto y el
cariño que, con y a pesar de su prudente conducta, infundía la M.
Juana M.a en ambos sectores y hasta tal punto lo teme que, al fin
resuelve tener la famosa reunión del 6 de Junio de 1875 con Her-
manos y Hermanas, que tuvo por término su decisión irrevocable
de exigir «un juramento formal de que no se había de hablar más
de ellos —Hermanos y Hermanas a los que califica de separados—,
y por lo que respecta a la asociación se considerarán como muertos».
«Si algún descontento de la marcha y gobierno de la asociación quie-
re irse con ellos queda libre de hacerlo por su cuenta» (144b).
Dos decisiones que también acertadamente dice el P. Gregorio
«tienen como finalidad frenar la corriente de simpatía en favor de
los de Santa Cruz y concretamente de la M. Juana» (144°).
Si por parte del primero se acentuó esta lamentable separación
ratificada de forma tan impremeditada, segregando a los segundos al
margen de toda posibilidad legal, éstos trataron de normalizar su
situación dentro de la ley y bien pronto tuvieron un Director. Así
puede deducirse de una carta escrita desde Collbató (Barcelona) el
14 de Septiembre siguiente por el Rvdo. D. Juan Sempere «Director
de la Congregación de Terciarios del Carmen, fundada por el difun-
to P. Palau» «La dadora enterará a V. I. S. de lo que desea alcanzar;
le entregará un escrito dirigido al Hno. Juan por medio del cual

143 Ciudadela 5-IX-1873


144 b Carm. Misioneras, pág. 176
144 Carm. Misioneras, pág. 184
144 ° Carm. Misioneras, pág. 184
MARÍA LOURDES GARCÍA, C.M. 625

podrá conocer las gestiones que ha sido necesario hacer para llevar
a cabo el restablecimiento de dicha Congregación».
De cualquier modo, la M. Juana Ma no había desperdiciado la
ocasión ofrecida por el Hno. Jaime tan interesado por el retorno de
la Congregación a su primitivo solar. Y nada puede dudarse de la
cordial acogida que les debió prestar Mons. Mateo Jaume y Garau.
¿Acaso fue el mismo año de 1873 cuando se realizó la vuelta de
las Hijas del P. Palau a Menorca? No se ha podido averiguar la
fecha exacta, lo que sí sería con toda probabilidad al año siguiente,
y esta vez se asentaron en el pintoresco pueblecito marinero de For-
nells, dado que dedicadas a la enseñanza, figuran domiciliadas en el
Núm. 53 de la calle Mayor en el censo correspondiente a 1875, del
Ayuntamiento de Mercadal del cual es sufragáneo.
La M. Juana había conseguido el primer eslabón de una cadena
que, poco después, aseguraría dentro de los cánones de la Iglesia es-
tos comienzos, en la Diócesis que había visto nacer la obra palau-
tiana.

D.—La Obra de Dios asegurada

Los datos anteriores nos revelan cómo había unos comienzos en


la isla menorquina, que a no tardar mucho se consolidarían y lle-
garían a ser el punto de apoyo para el futuro congregacional. Siga-
mos sus incidentes.

a) Menorca
No tardó el nuevo prelado, Mons. Mercader Arroyo, quien había
relevado a Mons. Jaume en su traslado al Obispado de Mallorca, en
interesarse por las Hermanas de Fornells, cuya posición económica
no debía de ser muy holgada pues, por medio del párroco de Mer-
cadal, les envía un donativo al mismo tiempo que le comisiona para
visitarlas en su nombre e informarse «de sus costumbres y forma
de vida». D. José Mora le corresponde con su carta del 27 de junio
de 1867 diciendo:
«...Verifiqué gustosamente la visita a las monjas de For-
nells... y habiéndoles entregado la limosna... fue muy grande
el agradecimiento que demostraron hacia S. Sría. lima... La
oden a que pertenecen es la Regla de Carmelitas Descalzas; y
tienen sus particulares estatutos y tendrán una particular sa-
tisfacción de enseñar a S. Sría. lima, cuando se digne ir por
526 ENTRE DOS MANOS ENLAZADAS «LA OBRA DE DIOS»

allá. Respecto a su superior me dijeron que en la actualidad


era provisional —dato que corrobora la elección del Rvdo. D.
Juan Sempere, anteriormente citado— y me manifestaron
mucho contento al indicarles lo que S. Sría. lima, insinuó de
si escribiría al Santo Padre para hacérselas suyas; pero de
todo esto ya hablarán y se pondrán a las órdenes de S. Sría.
lima, cuando se digne honrarlas con su consabida visita en la
que cuentan tener una expansión y especial desahogo».
El Dr. Mercader, hondamente preocupado por el creciente in-
flujo que ejercían en Mahón los Protestantes amparados por el sec-
tarismo del gobierno español, buscaba poner remedio, por lo que
nada tiene de extraño que recabase el apoyo de la Madre Juana
para su propósito. Esta acepta la propuesta, mas, como tenía por
método, sometiéndose antes a unos días de reflexión y plegaria que
debió hacer bajo la dirección del nuevo obispo de Mallorca, pues el
Hno. Juan le escribe desde San Honorato de Randa el 9 de Septiem-
bre de 1876: «Es buen pensamiento los ejercicios, y, una vez que
en otras ocasiones ha consultado y dirigido a D. Jaime, este nuestro
Prelado, antes de venir, si le escribiera se podía atener a su pensa-
miento y dirección».
La Madre Juana M.a en su gran sentido de responsabilidad, se
sentía sujeta a unos vínculos contraídos que la mantenían en indi-
soluble unidad con el Fundador cuya proximidad se le dejaba pal-
par por encima de todas las distancias en cada una de sus frases
leídas y releídas y entre las cuales destaca con sentimiento tan de-
licado como santo la siguiente: «Convengo contigo en lo que me
dices de penas. Ni yo puedo romper contigo, ni tú puedes romper
conmigo porque Dios tiene la cadena de la mano» (145).
Pero más que el sentimiento dominaba a la Madre un conoci-
miento claro de la realidad. Por una parte ya pudimos apreciar la
franca repulsa del P. Nogués a toda solución pacífica, por otra la
situación política que impedía el apoyo de la Orden. Pero, puesto
que el citado Cap. XVII de las Constituciones daba la facilidad del
recurso a los Prelados Ordinarios, busca una solución enteramente
canónica al igual que trata de evitar el reducir a Diocesana la Con-
gregación. No puede dudarse de la labor positiva de Mons. Jaume
en este sentido, con su asesoramiento, a fin de ver satisfechos los
deseos de la continuadora del Padre Palau.
Dos cartas de Mons. Mercader atestiguan la rapidez con que
actuó la Madre Juana M.a. En una le dice, «mi apreciada Madre Su-
145 Madrid 16-111-1861
MARÍA LOURDES GARCÍA, C.M. 627

periora: Recibí su atenta del 9 en que me manifestaba hallarse en


disposición de mandar a Mahón las Hermanas en cuanto estuviera
la casa-escuela debidamente preparada... Repetiré carta» (146). Y
poco más tarde: «Hoy puedo decir a Vd. que está todo dispuesto
para recibir a las Hermanas que Vd. envíe, si es posible en número
de cuatro...» (147).
Pronto la Comunidad de Mahón contaba 12 miembros y aten-
día además de dos escuelas, con clases diurnas para niñas, y noc-
turnas para adultos, el servicio domiciliario de enfermos; y dada la
afluencia de vocaciones se establece el noviciado en Fornells.
El obispo penetró el espíritu del P. Palau y basándose en sus
mismos estatutos le recomienda a la Madre:
«No quiero cerrar la presente sin encarecer a Vd. lo ne-
cesario que es que a la vida contemplativa dediquen por la
mañana el tiempo conveniente, y sólo lo indispensable en lo
demás del día hasta acostarse. Mucho de vida activa que en
Vdes. atendiendo a su estatuto y modo de llevarla no es más
que la vida de contemplación en acción» (148).

¡Cuánto agradecería la Madre Juana a Mons. Mercader esta


apertura respetuosa hacia el programa del P. Francisco! Pero, como
nunca había perdido la esperanza de cumplir el deseo del Fundador,
estableciendo la Casa Matriz en Barcelona, aprovechando la favo-
rable disposición del prelado de Menorca y contando con el incon-
dicional apoyo del sacerdote tarraconense Sr. Güell para desplazar-
se a la ciudad condal, así lo hace. Más, aun cuando el Dr. Mercader
encontró entonces provechoso el desplazamiento, como más adelante
se le solicitaran otras Hermanas para nuevas atenciones que se ofre-
cían, temió por la seguridad de las casas de Menorca y se dio prisa
a redactar unas Constituciones que publicó en 1879, convirtiendo
definitivamente la Congregación en diocesana, si bien dejando tras-
lucir las líneas marcadas por el Fundador y el deseo de sostener
la raigambre carmelitana del Instituto.

b) Barcelona

Para la Madre era una inmensa satisfacción dejar su fruto en


manos de la Iglesia, pero no pequeña la pesadumbre de la separa-

146 A Sor J u a n a M" Gratias (Ciudadela de Menorca 3-1-1877)


147 Mahón 13-111-1877
148 Ciudadela 26-XI-1877
628 ENTRE DOS MANOS ENLAZADAS «LA OBRA DE DIOS»

ción de las Hermanas y del lugar que para ella guardaba algo muy
entrañable, y que, por lo mismo, no fue nunca alejamiento, sino un
abrirse temporalmente las aguas de un mismo cauce, cuya fuerza
llegaría a demoler la distancia que no pasaba de geográfica para de
nuevo reunirse en el mismo abrazo formal y espiritual que las unía.
Anteriormente el 1876, con el permiso verbal de Mons. Urqui-
naona, habitaban ya las Hermanas en Santa Cruz prestando sus
atenciones a los enfermos y disponían de otro piso en la calle Mayor
de Gracia. Ahora, ya en vías de extender su radio de acción, sale
de Menorca y por una carta dirigida a las Hermanas de la Comuni-
dad de Fornells sabemos que está en Barcelona desde principios de
1878 (149).
Arregla con un mínimo de condiciones la casa y consigue que
aquel mismo año funcione en ella un noviciado, sin descuidar los
trámites jurídicos con instancia presentada al Obispado el 22 de
Junio siguiente en estos términos:
«Juana Gratias, superiora y religiosas descalzas procedentes
de la Isla de Mahón, a V. S. con el más profundo respeto ex-
ponen: Que habiendo pasado a esta ciudad de Barcelona para
fijarnos y trabajar para la mayor gloria de Dios y bien de las
almas, e instalar el servicio de enfermos y enseñanza, según
venimos ya practicándolo en la Isla de Mahón, que en ocasión
de extenderse los protestantes en dicha isla se instalaron de
frente escuelas católicas desempeñadas por nuestras Herma-
nas, quienes ya daban antes el servicio de enfermos... Mas de-
seando instalar en ésta el mismo objeto de enseñanza y servi-
cio de enfermos, como también el vestir a las novicias los san-
tos hábitos y profesar en su día para seguir en todo las santas
reglas que tenemos en práctica: a V. S. humildemente ruegan
y suplican se digne autorizar a las exponentes para la ense-
ñanza, servicio de enfermos, vestir y profesar novicias a su día
las jóvenes que tengan vocación a este Instituto Religioso...
Juana Gratias, Ana Tim, María Rius, Rosa Pardell».

A la petición de patrimoniales por parte del Ordinario, corres-


ponde el Dr. Mercader con su favorable recomendación:
«Nos el Dr. D. Manuel Mercader y Arroyo, por la gracia
de Dios y de la Santa Sede, obispo de Menorca... Atestamos y
certificamos: Que coviniendo a la salud de la grey que nos ha
149 «Sin duda que por las Hermanas de Mahón habrán sabido nuetra feliz lle-
gada a ésta. El día de Santa Cruz tuvimos misa en la ermita y el consuelo de
recibir todas alli la Sgda. Comunión» (13-V-1878)
MARÍA LOURDES GARCÍA, C.M. 629

sido confiada, la instalación de un Instituto de Hermanas Ter-


ciarias de Enseñanza y Beneficencia, llamamos hace unos dos
años a Sor Juana Gratias reconocida por Superiora entre las
de su Orden que es la tercera de nuestra Señora del Carmen,
en unión de otras Hermanas de su obediencia... las cuales se
prestaron... a secundar nuestros propósitos fundando... su ca-
ritativo Instituto del cual tan excelentes frutos han derivado,
sobre todo en la extinción de las escuelas heréticas». «No sién-
donos ya necesaria la presencia de la Superiora, Sor Juana
Gratias ni de algunas de sus socias, por haberse despertado en
el país suficientes vocaciones y haber asumido Nos la Direc-
ción General del Instituto, les dimos y concedimos con mues-
tras del más vivo reconocimiento nuestra licencia para que,
satisfechas de la buena obra que dejaban hecha pudieran tras-
ladarse a donde en el Señor creyeran más conveniente a la
sustentación y propagación de su útilísima Orden de Carme-
litas Terciarias. Y para que conste... etc.» (150).

En virtud de dicho testimonio y del informe emitido por el


Canónigo Penitenciario de la Diócesis barcelonesa, quien tuvo en
cuenta en lo relativo a la validez jurídica lo establecido por el Fun-
dador en el repetido Capítulo XVII de sus Constituciones y dice al
prelado con relación a la autorización: «Soy del parecer que puede
dársela» (150b). En vista de lo cual la Madre Juana recibe el comu-
nicado del Sr. Obispo fechado el 18 de Diciembre del citado año:
«...damos nuestro permiso para que las recurrentes puedan instalar
el Instituto de Carmelitas Descalzas para enseñanza y cuidado de
enfermos reservándonos su dirección».
Consta que, si no antes, en 1879 tenían establecido colegio en
Vallcarca por un oficio que la M. Juana dirige al alcalde de Tarra-
sa, solicitando la instalación de las Hermanas en el Hospital de di-
cha ciudad» en «calidad de Superiora General» y remitido desde el
«Colegio de Santa Cruz de Vallcarca día 18 de Diciembre de 1879».
Los dos prelados se preocuparon de que no disminuyese, sino que
acrecentase cuanto les fuera dado, el vigor de la savia carmelitana
en este brote totalmente enraizado en el tronco de la Descalcez Te-
resiana, velando por mantener el cumplimiento de sus leyes fun-
dacionales e interesándose por una más completa formación de las
Hermanas cuyo número veía acrecerse con la llegada de nuevas vo-
caciones. Por de pronto, el obispo de Menorca, unida a las testimo-
1:50 Comunicado del 9-XI-1878
ir>0b Comunicado del 6-XII-1878 firmado por José Morgades y Gili, presb.
630 ENTRE DOS MANOS ENLAZADAS «LA OBRA DE DIOS»

niales pedidas, incluye la copia de la patente de su nombramiento


como Director, «...debo corresponder y correspondo con los respec-
tivos documentos que obran en mi poder y que copiados literalmen-
te dicen lo siguiente. «Comisaría Apostólica y Procura General de
los Carmelitas Descalzos de la Congregación de España cabe la
Santa Sede. (Sigue el texto de la patente arriba transcrita, D. 1)».
Con la llegada del nuevo obispo de Barcelona Mons. Cátala en
1883, no es inverosímil que la Madre aprovechara una oportunidad
favorable para una entrevista en la que tantear la posibilidad de
reconocer canónicamente el Instituto, ya formalmente dependiente
del mismo prelado. Mons. Cátala no deshecho la insinuación y dada
su imposibilidad para atender personalmente la Dirección designó
al P. Raymundo Ferrer, c. d., Delegado Provincial de los Padres
Carmelitas de Cataluña, recomendándole que las hiciera «muy car-
melitas».
Aquel mismo año, el Definitorio General de la Descalcez, había
aprobado unas nuevas Reglas para la Orden Tercera, y bajo sus di-
rectrices, sin perder de vista lo preceptuado por el Fundador, em-
pezó la redacción de unas nuevas Constituciones, orientadas a una
mayor perfección en orden a que la Congregación fuera reconocida
por la Santa Sede. Muy probablemente inducida por el mismo P. Fe-
rrer, la Madre Juana M.a presenta su nueva solicitud en el Obispado
el 19 de Enero de 1884 en la que expresamente manifiesta la volun-
tad de: «...que nuestra Congregación tenga los requisitos que pre-
vienen los Sagrados cánones, para ser canónicamente reconocida
previos los informes que V. S. I. juzgue oportunos».
Esta vez es el P. Ferrer el encargado de informar, como lo hace
el día 27 de la manera siguiente:
«Visité Santa Cruz, el edificio que poseen dichas Hermanas, ad-
quirido por el Rvdo. Padre Francisco Palau, y también la Comuni-
dad de Hermanas Terciarias, quedando agradablemente sorprendido
al ver la regularidad y disciplina religiosa que en ella se observa...
Teniendo en consideración cuanto dejo referido, V. E. I... sabrá
apreciar lo que sea más conforme... para reconocer y dar la ca-
nónica aprobación a la Comunidad de Hermanas Terciarias Car-
melitas Descalzas... para difundirse por el resto de la Diócesis o
por donde fueran llamadas».
La labor del Padre Ferrer fue manifiestamente positiva en to-
dos los órdenes. El espíritu carmelitano se revitaliza después de tan
largo período de inquietudes políticas que impidió toda relación con
miembros de la Orden, la formación se perfecciona, orientando su
MARÍA LOURDES GARCÍA, C.M. 631

máxima preocupación por el noviciado, no siempre debidamente


atendido en algunos puntos. El aumento constante de vocaciones en
razón inversa a la precaria situación económica —la pobreza fue
siempre tónica y prueba en los Fundadores del Carmelo-Misionero—
obligó en ciertas circunstancias echar mano de algunas novicias pa-
ra allegar recursos indispensables a las más urgentes necesidades.
Pero sería erróneo pensar que esto fuera norma, y aventurado du-
dar del espíritu sobrenatural que reinaba a pesar de estas limita-
ciones que sólo lo fueron extemporáneas. La formación fue seria y
completa, cultivando armónicamente la preparación religiosa, pro-
fesional y artística acomodada a realizar la propia vocación espe-
cifica.
Sobre todo, ¿cómo calcular el valor de la presencia frecuente
de la Fundadora? Nadie puede negar la eficacia de su influencia que
si ejercía tanto peso para las Hermanas, avalaba indiscutiblemente
el alentar continuo de la virilidad del Fundador en aquel grupo
de jóvenes corazones a quienes ella prodigaba en su innata sencillez
el ardor del apóstol y la vivencia del santo, con su correr de recuer-
dos que le eran siempre un presente, y que, brotando con la fluidez
de la luz que despierta o con el fresco borbotear de las aguas en su
mismo manantial, daba el caudal de una doctrina con la misma pu-
reza en que nació.
Aquellas charlas familiares, que las más de las veces adqui-
rían la suave intimidad de coloquio o el valor sagrado de una con-
fidencia, en el apacible y ameno resonar de su voz, recogida con
avidez por aquellos pechos juveniles, con la simplicidad de una
anécdota, iban entregando a la posteridad, no sólo el verdadero re-
trato espiritual del Padre Francisco, que ella trazaba simultánea-
mente con el pincel de su nunca bien admirada fidelidad y el im-
borrable colorido de sus ejemplos, sino que, con generosa ambición,
trasvasaba, para hacerlos perdurables, aquellos valores sanos y ten-
sos del Fundador por él conquistados con la incalculable grandeza
de un ideal que adueñó toda su vida y la honradez de su vida entre-
gada sin reservas a un ideal. Sí, aunque aparentemente sumidas en
el fracaso, ella, al mismo tiempo que afianzaba la validez legal de
la Congregación, haría realidad en las futuras generaciones las reso-
nancias de aquel corazón, como pocos enamorados de la Iglesia en
su visión de unidad, donde Cristo era encarnación de Cuerpo y per-
manencia de Sacramento.
632 ENTRE DOS MANOS ENLAZADAS "LA OBRA DE DIOS»

E.—Dos espigas sobre un mismo tallo

La Congregación estaba prácticamente asegurada, pero había


algo que dentro de su natural satisfacción impedía a la Madre Jua-
na disfrutar en todo su sabor el gozo de aquel paréntesis cuyas al-
ternativas guardaban su parte de acíbar para ella doblemente
amargo.
Hemos visto como el P. Nogués, aun creyéndose de buena fe
asistido por la razón y el derecho, tuvo sus quiebros, motivo, a la
larga, de un inevitable límite jurídico, que no espiritual, entre Her-
manas que sabían y saben sentirse virtualmente unidas en una au-
téntica y mutua procedencia de filiación y que, con dolorosa sor-
presa, tuvieron que constatar la realidad de dos familias.
Cabe pensar que el P. Nogués no llegó a preveer la trascenden-
cia disgregadora de sus actos al no tener en cuenta las previsoras me-
didas del Fundador para un futuro centrado en una Congregación
autónoma y no mera asociación de Terciarios. Bajo otro punto de
vista pensaría pecar de débil dando a su poder un mínimun de fle-
xibilidad del que tanto se hubiera ayudado, si atendiera con un po-
co de confianza que le dejara reflexionar sobre las razones de quie-
nes, en un noble y bien fundado deseo, aspiraron a hacerle com-
prender que no iban fuera de ley y sólo pretendían verla cumplida.
También pudimos comprobar cómo la Madre Juana, siempre
amante de la discreción y de la paz, prefirió quedar al margen de
un conflicto sin vías de solución y abrirse camino por su cuenta, sin
que eso la llevase a vivir aislada, sino que prefirió guardarlo todo
en su corazón, donde había cabida para todos los amores que he-
chos uno con el suyo, como no podía menos, ponía en el de Dios.
Conocemos los pasos oficialmente dados por ella hasta 1874 —y
por referencias de una carta del P. Nogués al Hno. Juan, anterior-
mente citada lo estuvo, particularmente, en 1873—, que repitió con
motivo del fallecimiento del referido P. en 1878, para hacer otro
esfuerzo más por el acercamiento de las dos familias de Tarragona
y Barcelona. Seguramente que no serían las únicas visitas, puesto
que motivos más elevados y sentimientos más puros se interponían
para verse obligada a frecuentar la relación cordial y familiar con
las Comunidades tratando de conservar, cuando menos la propia
hermandad, no desaprovechando la ocasión para avivar la memoria
del Padre y dejar, gota a gota, el vigor de su legado que con su ca-
racterística delicadeza expandía los lazos invisibles pero resistentes
de aquel amor en ella represado y que trascendía de todo su ser.
MARÍA LOURDES GARCÍA, C.M. 633

Pero esta vez el impedimento fue más fuerte y provocado por el


propio arzobispo de Tarragona, quien aun con el derecho que le
concedían las Constituciones de 1872 al incardinar bajo su tutela
las Comunidades establecidas por el P. Nogués, tuvo el desacierto
de nombrar un director en todo tiempo reacio a una conciliación
que reuniera ambas partes.
El Rvdo. Sr. Güel que tanto se interesaba por evitar la ruptura
entre las dos familias escribía a la Madre Juana el 4 de abril de
1878, días después del fallecimento del P. Nogués:
«Se ha dicho que se querían agregar las Hermanas a otra Con-
gregación y abolir la del P. Palau. Sé que las dos superioras de ésta
y de Constantí están por hallar una persona buena y con todas las
cualidades. La que no lo está es la Maestra de Novicias. Ignoro el
arreglo que podrá hacer el Prelado como no sea poner un capellán
que sirva más a él que a la Congregación, como hasta ahora y en
este caso nada se adelanta y mueren las cosas» (151).
De nuevo en 1880, siguiendo las indicaciones del Prelado bar-
celonés —entonces Mons. Urquinaona—, acepta otra entrevista con
el de Tarragona. Para entonces eran ya once las Comunidades es-
tablecidas en esta Diócesis trabajando eficazmente bajo las consig-
nas del propio Prelado, razón más que suficiente para que éste tra-
tase de conservar aquella inapreciable labor e incondicional ser-
vicio.
Las esperanzas puestas por ambas partes toman a frustrarse
contra el inmejorable deseo que sin excepción presionaba en todas
las Hermanas por la oposición de quienes podían hacerlas factibles
con un acto de buena voluntad. Se rechazaban las disposiciones del
Fundador legítimamente propuestas por la Madre Juana María co-
mo era la convocación del Capítulo para elegir a la que había de
ser Priora General.
Ni siquiera pudo evadirse de la opinión emitida por Mons. Vi-
llamitjana que bien pudiera haber esperado a que su ánimo se re-
cobrase antes de pronunciar un juicio que tan poco concordaba con
la realidad, ya que se trataba exclusivamente de dar cumplimiento
a las Constituciones fundacionales, consideradas por todas como el
respirar genuino de la Congregación, sin que, ni el mismo Funda-
dor saliese muy bien parado, y optando por desligarse del asunto
que sólo pretendía con derecho la unidad. He aquí un trozo del ori-
ginal conservado en el Archivo Diocesano de Barcelona:

151 Carm. Mis. P. 203


634 ENTRE DOS MANOS ENLAZADAS «LA OBRA DE DIOS»

«La entrevista con la Juana dejó en mi ánimo impresiones muy


poco lisonjeras. Me pareció mujer ladina y con trastienda. Habla
mucho pero sabe contenerse y no dice lo que no quiere. ...Me pa-
rece que se considera legítima heredera del spíritu estrambótico del
difunto P. Palau y que tiene su objetivo predeterminado y marcha
a él a claras o a oscuras, según las conveniencias, apartando los obs-
táculos o saltando por encima de ellos».
Y concluye: «Me retiro de un negocio, en el cual, no queriendo
entrar Vd. como se lo indiqué, me metí yo en mala hora» (152).
Y todavía con miras un tanto estrechas, satisfecho con sólo te-
ner la Congregación como diocesana, no parece haberse cuidado de
conservar su vinculación con la Descalcez Carmelitana de la cual
había recibido nombre, espíritu y doctrina, dentro del campo pro-
yectado por el P. Palau. Años más tarde, la misma Congregación
trató de llenar aquel vacío y tornando a su verdadera fuente, reco-
bró con noble orgullo aquel patrimonio que le pertenecía por el ori-
gen que animara su nacer.
Pero prescindiendo de todo esto y en oposición a cualquier
equívoco, hay que reconocer el derecho y el deber que tenía la Ma-
dre Juana a salvar a toda costa el legado fundacional y su encuadre
con el Carmelo. Estaba bien ajena de pretender imponer un domi-
nio, pero también lo estaba de aceptar por debilidad nada que con-
tra ley y contra razón tratara de destruir la verdadera personalidad
que el Instituto había recibido del Fundador. Ella se limitaba pru-
dentemente a proponer el deseo de formar una totalidad interdio-
cesana bajo los auspicios de la Orden que les ayudase a asimilar las
enseñanzas teresianas y a formar en su seno miembros cada vez
más aptos para poder dedicarse, sin limitación de espacio ni de tiem-
po, al mejor servicio de la Iglesia.
Esta prespectiva de unidad exteriormente truncada, siempre de-
fendida, fomentada incansablemente por la Fundadora, y ambicio-
cionada por todas, fue consolidándose en lo sucesivo, aunque algún
elemento, con apetencias de mando, que no logró estabilizarse en
ninguna de las dos familias, y, juzguemos que con mejor intención
que alcance, hubo querido hacer de la obra constructiva de la Madre
Juana la «rama desgajada del verdadero tronco». Pequeneces huma-
nas muy perdonables en quien sólo por una ligereza, estando obliga-
da a conocer la verdadera causa, se conformó con lanzar una opinión
que no favorecía a nadie y en cambio podría haber entorpecido la

152 Carm. Misioneras, p. 215/216


MARÍA LOURDES GARCÍA, C.M. 635

sana rectitud que fue limpia herencia recibida de aquel corazón mag-
nánimo de mujer que, exento de todo propio egoísmo, sólo supo amar.
Lejos ya de prejuicios que a nada condujeron, no pocas veces
promovidos por quienes más por inadvertencia que por un pueril
interés, ajenos a un bien común, debiendo ser sembradores de paz,
lo fueron de mezquindades empobrecedoras, hoy, equilibradamente
apreciado lo uno y lo otro, aún hay que agradecer y muy sincera-
mente, que todo ello sólo haya servido de acicate poderoso para un
sondeo digno, que es ocasión suficiente para poder constatar que aho-
ra, como antes, como siempre, aquel ayer, este hoy y otro mañana,
seguirán atestiguando la realidad de que jamás pudo deshacerse un
nudo que desde la misma semilla sostenía con fuerza indisoluble
por las dos líneas, paterna y materna, un brote engendrado en el
mismo germen, sustentado con la misma esperanzadora inquietud
que, en un ensamble de dolor y de ternura, convirtió el grano can-
deal en tallo fecundo y santuario de un alma que por el don de sí
misma la hizo capaz de transformar su existencia en entrega de
firmeza y de paz, y, en el colmo de su gozo, hacerse vínculo donde
dos espigas por ella nutridas e igualmente sazonadas, habían coro-
nado su tallo y, por él sostenidas, consiguieron fortalecer sus vidas
y éstas, conservando su personalidad propia e independiente, son,
al mismo tiempo testimonio incontrastable que revierte al mundo
la pujanza de la unidad de espíritu que les diera el ser.
Sí, el Espíritu se encargaría de abrirles paso y de romper fron-
teras para hacer vibrar sobre la redondez de la tierra el acento de
inmensidad donde todo el ser del P. Francisco, con emoción de ilu-
minado, se traducía en canto de infinitud cuando, con la fe del cre-
yente y la elevación del místico, pronunciaba aquel artículo del
Credo: «et Unam, Sanctam, Catolicam Ecclesiam» (153).

IV.—-EL GRANO DE TRIGO MUERE

La Madre Juana podía estar satisfecha. La obra del Fundador


quedaba a salvo dentro de la Iglesia. Había sido aprobada en Me-
norca y no tardaría en serlo en Barcelona, donde prácticamente lo
estaba después del informe del P. Ferrer, quien traía ya entre ma-
nos la preparación de las Constituciones.
Volvemos a preguntarnos, ¿hubo penetrado jamás el P. Palau
en aquella incógnita de intensidad más que de exteriorización que

153 M. R. p. 49 y H. T. n. 216 p. 91
636 ENTRE DOS MANOS ENLAZADAS «LA OBRA DE DIOS»

encerraba como un enigma la incomparable lealtad con que fue co-


rrespondido por su colaboradora?
El Fundador, a pesar de la encrucijada a que la sometió en 1862,
captó la respuesta generosa y desinteresada con que silenciosamen-
te ella acató su indicación, a pesar de lo que entonces mismo le de-
cía: «Tú por ahora no puedes servirme en esta empresa... Servirás
después, si perseveras, como lo espero de tu fidelidad... y yo pido
con instancia a Dios te dé esta perseverancia» (154).
¿Tenía el P. Francisco firme persuasión en sí mismo? Porque
en otra frase de la misma carta en que le dice: «Tú has recibido la
última prueba que te ha sido sin duda más pesada y más cruel que
todas juntas, pero yo he esperado en Dios que te daría fuerzas pa-
ra soportarla. Has dudado, has vacilado, pero llevada de un espíritu
recto ha quedado a cuenta de Dios el sostenerte». Parece con más
razón eco de aquella amorosa reconvención de Cristo a Pedro en
momentos también de dolorosa espera no menos que de esperanza-
dora seguridad, «Yo he rogado por tí para que tu fe no desfallezca.
Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos» (155).
No necesitaba volver la Madre Juana, porque si los discípulos
merecieron escuchar de labios del Maestro, «Vosotros sois los que
habéis perseverado conmigo en mis pruebas», ella bien merecida
tenía aquella otra escuchada tiempo atrás de aquel a quien ella
también tanto amaba: «Tengo para tí, ahora como siempre, el amor
que merecen los sacrificios que has hecho por la causa que soste-
nemos» (156).
Pero si las manos de Dios la sostuvieron hasta dejar cumplida
la obra del Fundador, quedaba aún algo que hacer para completar-
la: la última prueba. Es que las palabras del P. Francisco tuvieron
siempre un acento, más que de próxima, de lejana profecía.
«Si el grano de trigo no muere...» (157). Condición indispensa-
ble para que el germen dé fruto. Toda la función de la maternidad
consiste únicamente en ir muriendo, entregarse parte a parte, des-
prenderse a trozos de su propia vida, si es necesario hasta el com-
pleto aniquilamiento de sí, por dar otro ser al mundo.
¿Coincidencia?, ¿disposición divina? Carece de mayor interés
el indagarlo. Pero fue un 25 de Marzo, año 1884, cuando acabada de
confiar la Congregación al P. Ferrer, la Madre Juana, pronunciaba
su «fiat», pórtico de su última etapa terrena. Por extraño que pa-

154 Masllorens 17-IX-1861


155 Masllorens 17-XI-1861 y Le 22,31
156 Le. 22,28 y carta del P. P a l a u a J u a n a M.a Gratias —sin fecha-
157 Jn. 12,14
MARÍA LOURDES GARCÍA, C.M. 637

rezca, pues no se encuentra una causa que lo justifique, el mismo


P. Ferrer la releva de su oficio .de superiora de Santa Cruz y el 2 de
junio siguiente lo haría del de General. No se aparta de su norma,
ella calla y acepta. En todo caso no podía dejar de alegrarse deposi-
tando la obra del P. Francisco en manos de quien como la Madre
Calafell, había sido hija muy querida de ambos Fundadores, con
los cuales, apenas cumplidos los 17 años, vivió la evolución congre-
gacional desde sus inicios en Ciudadela, unida incondicionalmente
a la Madre; continuadora después de su labor en cuanto a estabili-
zación y raigambre carmelitana, en su generalato adoptó el Ritual
Carmelitano que marcaba con carácter oficial, dentro del Carmen
Misionero, los usos y costumbres de la Descalcez Teresiana.
Todavía más, aludiendo a la M. Juana, nos lo hace notar el
P. Gregorio, «Como a éste —al P. Francisco— tampoco a ella le fue
demasiado bien con los obispos. Si el de Menorca le mostró siempre
una delicada consideración hubo de sufrir con los de Barcelona y
Tarragona» (158). Y fue al año siguiente cuando el Prelado decide
cerrar la casa de Vallcarca, para ella cenáculo viviente que custo-
diaba lo más sagrado de los recuerdos del Fundador. El dilema no
se hace esperar, expone su sentimiento, pero tiene que optar inme-
diatamente por trasladarse a Gracia o por dejar la Congregación.
Si para todas las Hermanas alejarse de Santa Cruz era un arran-
cón que les privaba de algo connatural en ellas aun viendo lo com-
plicado que resultaba sanear la total liquidación de la propiedad
dada la pobreza reinante en aquella casa, ¡qué no significaría para
la Madre tener que abandonarla! Y, contra toda oposición, elige
quedarse, y, con ella tres Hermanas que no quisieron abandonarla.
Analicemos ahora esta posición de la Madre Juana. En el tes-
tamento del P. Francisco figuraba como heredera y para entonces
quedaba ya sola de los tres nombrados. Su situación como Tercia-
ria no era óbice para continuar sosteniendo la propiedad. Sin otras
miras que las humanas puede calificarse, y de hecho se califica, su
proceder de obstinación y terquedad. Pero observemos también
aquí las cosas desde dos estadios.
Ciertamente, el asunto económico de la prosperidad presentaba
complicaciones. El obispo temeroso de que la Congregación no res-
pondiera, se inclina por lo más práctico y más fácil, renunciar a su
posesión. La Madre obrando como persona particular evitaba este
compromiso, responsabilizándose de él y quizá también en sus es-
peranzas, ahora materialmente no muy fundadas, acariciaría la

158 Carm. Mis. pág. 233


638 ENTRE DOS MANOS ENLAZADAS «LA OBRA DE DIOS»

idea de ver restablecido el noviciado en el lugar elegido por el Fun-


dador. Su postura no era ilegal pero le obligó a renunciar a la Con-
gregación. Es más, nunca le había movido un mínimo de insignifi-
cante apego a los bienes materiales, éstos tampoco ahora se le acre-
cerían, y la pobreza, compañera inseparable de toda su vida, lo se-
ría en grado superlativo hasta su último latir.
Con estos motivos pensemos en otros, quizá muy poco medita-
dos, y que pueden servirnos para dilucidar en esta ocasión así ex-
teriormente inconcebible en quien siempre tuvo la obediencia por
objetivo y medio de su camino hacia Dios.
Repetidas veces pudimos asesorarnos de la magnanimidad con
que la Fundadora renunció —-reflexionándolo no rehusándolo— a
realizar una vocación sentida en favor de una vocación exigida, pa-
ra un mayor servicio de la Iglesia en la ocasión excepcional en que
ésta lo reclamaba.
Había cumplido, y no sin grandes sacrificios, ese servicio. Y,
ahora, pensando que la misma Iglesia la pusiera en terreno de op-
ción, ¿no es justo que podamos pensar que, si fiel a las consignas del
Padre, su obra podía sostenerse y crecer por su propia vitalidad, ella,
sin renunciar ni excluir un amor que formaba el meollo del suyo,
viera incluso más ventajoso dejarla seguir por su propio pie? Y no
para buscar una comodidad sino para hacer de su vida un más per-
fecto holocausto.
No había echado en saco roto lo que el P. Palau pensaba refi-
riéndose a sus fundaciones: «Vosotras sois una de esas plantas que
si no crece se sofoca» (159). ¡Y tanto como había de crecer! Arrai-
gada ya y en vías de desarrollo cabe una realización por expander
su propio fruto que ya granaba, le era preciso ahondar su raíz en
profundidad hasta que con su total desaparición, el grano hubiera
entregado hasta el último átomo de su fecundidad con una lenta,
oculta y dolorosa transformación, diluida en el fruto de él nacido,
aunque jamás se llegase a reconocer esta dádiva.
Materialmente la suerte no le fue ni le sería propicia. No tardó
en llegar el inevitable embargo de la propiedad. Dios, que ante-
riormente le había despojado de lo más sensible a su afectividad en
función de su providente designio, le hace atravesar un postrer tra-
mo de la «noche oscura» porque según el citado P. Peryguére, «de
esta manera son edificadas las almas que hacen un nuevo peldaño
para subir» (160). A ella le faltaba el último, ahora, se le arranca des-

159 Barcelona 10-1-1861


160 «El Tiempo de Nazareth» pág. 24
MARÍA LOURDES GARCÍA, C.M. 639

piadadamente lo único que quedaba en sus recuerdos para cauterizar


lo que pudiera restar de sensible en su corazón, llamado por El no
a anularse, sino a una exclusiva identificación con el suyo. Y es en
este punto crucial cuando, volviendo sobre lo andado, abraza radi-
calmente el método de vida que entre otros le había sido propuesto
por el Fundador en los distanciados años de 1885 aproximadamente
y que le describía así:
«Vida realizada bajo la protección de los vecinos, sin medios
fijos de subsistencia corporal, pobre y despojada, sin casa propia y
sin posesión alguna temporal, sin más compañía que Dios y los sen-
tidos cabe él ...sola ...o con otra compañera de tu misma vocación...
estas formas de vida horribles a la naturaleza, son las más seme-
jantes a la vida de J. C. y exigen un grado heroico de penitencia...
humildad y desprecio de sí misma, amor de Dios y a las cosas celes-
tiales, fortaleza en el sufrimiento corporal» (161).
Tanto la Fundadora como sus compañeras abrazaron generosa-
mente este método, aun rehusando las filiales invitaciones de la
Madre Calafell para reintegrarse a la Comunidad de Gracia donde
tantos corazones la esperaban. Consta por Hermanas que todavía
vven y que han llegado a conocerla habitando en un piso de la calle
de San Gervasio de Barcelona que, con las Hermanas que la acom-
pañaban, se dedicaban al servicio gratuito de los enfermos a domi-
cilio así como al ornato y atención de la parroquia; y que en las
frecuentes visitas que hacía a la Casa Madre era recibida y recono-
cida por la Madre Fundadora, tanto antes como después de su falle-
cimiento. Aún hoy impresiona oír el sentimiento y el cariño como así
continúan recordándola estas Hermanas. Ellas nos hablan de que
en las entrevistas hechas por la M. Juana M.a a la referida Comuni-
dad de Gracia, se le insistía en quedarse allí, pero, ella, tan rendida
siempre a la voluntad de Dios, como sumisa a sus representantes,
contestaba con dulce y apenada expresión: «Ya sabéis que os tengo
en el corazón... ¿pensáis que os olvido?... Si yo siempre estoy con
vosotras. Pero, si falto a la obediencia... Si es el señor obispo quien
me ha quitado...»
No podemos escudriñar en los designios de Dios. Al fin, ella,
aunque bajo una humillación quizá no esperada en esta forma, pero
siempre recibida y aceptada con una delicada elevación de espíritu,
había sabido hacer suyo aquel camino tal vez un tanto extraño en
un principio. El P. Palau había cumplido su palabra: «Yo seré feliz

161 18-XII-..
640 ENTRE DOS MANOS ENLAZADAS «LA OBRA DE DIOS»

cuando te salve en una posición conforme a los designios tuyos y de


Dios (162).
Mas, aunque corporalmente separadas, no lo estaba en espíritu
con ninguna de las familias existentes y, como anteriormente de-
cíamos, podemos dar por supuesto que si sus recursos se lo permi-
tían, así como lo hacía con relativa costumbre con las Hermanas de
Barcelona —además de que el Rvdo. D. Domingo Palou, capellán de
la Comunidad de Gracia, la visitaba a menudo, como también lo
hacían algunos otros sacerdotes y religiosos—, no dejaría de llegar-
se alguna vez a Tarragona e incluso a Menorca. Era demasiado fuer-
te el sentimiento fraterno hacia todas las Hijas del P. Palau. Sa-
bía muy bien que el amor cuanto más se difunde más crece, y ellas
eran fibras de su propio yo, fluir de su corazón que en su sístole y
diástole, impregnaba y expandía la riqueza de doctrina, enseñanza
y santidad que el relicario de su memoria y el receptáculo de su
querer encerraba con toda la potencialidad del vigor en que había
nacido. Si por ella perduraron para la Historia las vivencias del
Fundador; por ella son una gloria para la Iglesia sus carismas ecle-
siales. Un único testimonio queda de estas visitas, con la hecha a
Tarragona el 17 de Diciembre de 1898, cinco años antes de su muerte.
«Dos de las llamadas de Santa Creu... dijeron habían visitado
a nuestras Hermanas de Riudecolls y Maspujolls que las recibie-
ron con caridad. Con el P. Director trataron de la conveniencia de
procurar a los restos del P. Fundador una sepultura más distingui-
da que la que ocupaban... y de la necesidad de gestionar la unión
de todas las ramas que reconocen como origen común al citado Fun-
dador de nuestra Congregación» (163).
Ciertamente la Madre, con su vivir de silencio, renuncia, cons-
tancia, plegaria y afán, no escatimó ningún medio a su alcance pa-
ra ser portadora de paz, de extensión y de amor.
Al reflexionar sobre el extraño sendero por el que discurrieron
sus días, nos parece acercarnos un poco a María de Nazareth tras
las correrías apostólicas del Maestro, siempre cerca y siempre a una
mesurada distancia, siempre silenciosa y siempre dispuesta a la sor-
presa del amanecer de cada día, siempre escondida y siempre pre-
sente a las miradas de aquél que reconocía como Hijo y como Dios.
Como ella en actitud de servicio (recordemos Ibiza) velando por
aquellos que eran suyos, puede decirse que se limitó a insinuar «no
tienen vino».

162 Sin fecha


163 Carm. Mis. pág. 230
MARÍA LOURDES GARCÍA, C.M. 641

Y cuando se trataba de reconocer la casi única alabanza públi-


ca que de María recoge el Evangelio, la Madre del Señor, escucha
de labios de su Hijo una respuesta que si a oídos ajenos a su ver-
dadera interpretación sonarían con indiferente frialdad, Ella supo
penetrar en toda su elocuencia aquel «más bienaventurados los que
oyen la palabra de Dios y la cumplen». La Madre Juana María
tampoco olvidaba en estas circunstancias descorazonadoras bajo la
mirada de lo terreno, aquellas otras similares, grabadas por la plu-
ma del P. Francisco pero incrustadas como por buril de fuego en
la tersura de su alma. «Son las Reglas, los Principios, las leyes, las
doctrinas y el espíritu verdadero de las personas quien funda sóli-
damente la vida religiosa» (164).
Y así como María que siguiendo incansablemente al Maestro
supo sostenerse al pie del gran Ajusticiado «Stabat Mater...» (165)
y será corredentora por su oración, también la Madre Juana que
había prestado sus manos a Marta, tenía bien presente aquel hondo
sentir del P. Palau:
«Yo (no) quiero que ignores un misterio, y es que conviene a
los designios de Dios que María sea maltratada y despreciada por
el espíritu de este siglo. Conviene que las quejas de Marta sean oí-
das por los hombres y que prevalezcan porque María es la que in-
clina, ata, liga y encadena... venciendo a Dios con su amor. María
ha de ser rechazada. No obstante el mundo no se salvará sin María.
Pero Jeús conoce quién es María y la distingue entre todas las hijas
de los hombres...» (165b).
Como podemos, por una simpatía de reflejos afines, pensar que
también así, sencillamente, como la Virgen Nazarena, recogió la he-
rencia recibida al pie de la Cruz y permaneció en comunidad de Vi-
da con ella, cual en el Cenáculo, hasta hacerla oficialmente Iglesia
como corporación. No, no se desentendió de ella, no podía, se lo im-
pedía la exigencia de aquel compromiso contraído, allá, cuando en
los decididos años de su pletórica juventud, un encuentro inolvida-
ble enroló su vida tras la ruta del «Ermitaño de Cantayrac», acep-
tando una consecuencia cara a Dios.
Pero aunque escondida en su vida de oración y dolor, antes de
su paso al Padre, aquel Señor por quien renunciara a todo al ha-
cerse dádiva por su maternidad espiritual llevada hasta el colmo
de la abyección, no le negó el gozo de ver de nuevo en su propio ho-
gar la Congregación de Menorca que contaba con cuatro Comunida-
164 Sin fecha
165 Barcelona 31-X-1851
165" Barcelona 12-X-1861

41
g42 ENTRE DOS MANOS ENLAZADAS «LA OBRA DE DIOS»

des, así como, ambas familias hermanas de Barcelona y Tarragona,


en creciente y pujante impulso, habían traspuesto sus respectivos
límites diocesanos y adelantaban en los trámites en vías también a
su respectiva dependencia de la Santa Sede.
Bien podía, pues, unir su voz a la del anciano Simeón y cantar
con él su «nunc dimittis...» Había pronunciado su último «fíat» un 25
de Marzo, en 1884. Se acercaba el momento de consumar en la ver-
dad aquella recomendación tantas veces escuchada: «Despojarse de
lo propio para vestirse de Dios» (166).
Sería tras 19 largos años cuando sumida en la más asombrosa
oscuridad, dentro de la más extremada pobreza, por no decir indi-
gencia voluntariamente abrazada, como el Señor la encontró cuan-
do bajó a recoger su alma cuyo misterio quedó herméticamente en-
cerrado en el misterio de Dios.
Un desconocido compatriota suyo fue el buen Samaritano que,
no contento con proporcionarle un óbito decoroso, rindiendo así un
último homenaje a sus despojos, hizo posible que su alma recibiese
el tributo maternal de la Iglesia, cuyos sufragios había condiciona-
do al estipendio que no podía proporcionársele, el encargado de la
parroquia a que pertenecía.
La vida de Juana María, como era llamada familiarmente por
el Fundador, en el afán dichoso de un día que remozaba en sus al-
bricias la víspera de la primera Navidad, llevando en sus manos la
ofrenda de su oblación, salió de este mundo anticipándose a la no-
che venturosa para adorar con María y José un Niño-Dios, que cru-
zando con ella una inefable sonrisa de luz, selló para siempre las
delicias de aquel encuentro de eternidad.
El P. Palau podía estar satisfecho, aquella su fiel discípula y
colaboradora a la que tantas veces había aconsejado se entregara a
Cristo Total «en fe, esperanza y amor», ahora, sintonizada con la
suya, consumaba su entrega.
La Fundadora del Carmen Misionero había traspasado ya los
umbrales del más allá. Era el 24 de Diciembre de 1903. ¡Pocas ho-
ras después los Angeles dejaban oir su cántico de gloria y de paz!

Al finalizar este modesto trabajo, no podemos sino volver re-


trospectivamente nuestra mirada sobre el pasado, para afincar
nuestros pasos sobre las huellas de dos seres, Francisco Palau y
Juana María Gratias que, compenetrados en el Corazón de Cristo,
juntos emprendieron un derrotero en la búsqueda de idéntico fin;

166 Palma 17-IX-1857


MARÍA LOURDES GARCÍA, C.M. 643

y, soñando y sufriendo, al unísono lucharon por conseguir hacer vi-


da un ideal, compartiendo a la par que los sinsabores sus puras y
sencillas alegrías.
En la trayectoria de nuestro ayer no cabe sino admirar la Obra
de Dios reflejada en la clara transparencia de una continuidad re-
cibida de la efusión de dos corazones, tanto como de la grandeza y
hondura escondidas en dos almas que enlazadas supieron escalar la
cima de una exigencia, cuya única meta fue la gloria de Dios, y su
expresión una doble filiación la cual, sabiéndose sostenida por un
solo vínculo y al impulso de su mismo espíritu de unidad, con emo-
ción profunda e inmensa gratitud, bendice al Señor por aquellos
días que fueron trama de dos vidas, entre cuyas manos, ya eterna-
mente entrelazadas, se afirma la luz de una ilusión que triunfó he-
cha realidad. No en vano había recibido esta consigna: «Yo deseo
que todas no seáis sino un solo corazón, animado por un solo y
mismo espíritu» (167).
Realidad, que hoy convierte en un canto de esperanza renova-
dora, dentro de la unicidad de la Iglesia, aquella otra frase con que
iniciábamos nuestro estudio, y que en estos momentos de indiscu-
tible valor espiritual, tiene más bien cadencia de un poema eterni-
zado en la posteridad de los dos Fundadores: «Mío es lo tuyo y tu-
yo es lo mío porque lo mío y lo tuyo es de Dios» (168).

MARíA LOURDES GARCíA, C. M.

167 Barcelona 31-X-1851


168 Ibiza 7-IV-1861
BIBLIOGRAFíA DEL PADRE FRANCISCO PALAU

Reúne las publicaciones de algún interés para estudiar su figura, su


doctrina y su obra. Sin pretensiones de exhaustividad se ha preferido un
criterio maximalista, aunque relativo, como el impuesto por toda selección.

I. ESCRITOS DEL PADRE FRANCISCO PALAU

1 Lucha del alma con Dios, o Conferencias espirituales en las que un


alma de oración es intruida sobre el modo de negociar con Dios
el triunfo de la religión católica en España y el extranjero de las
sectas impías que la combaten, por el reverendo P. Pr. Francisco
de Jesús María José, carmelita descalzo, misionero, y el Doctor D.
José Caixal, presbítero, canónigo de la Sta. Iglesia de Tarragona.
Montauban, Imprenta de Forestié tío y sobrino, 1843, 380 pp. 12 cm.
2a ed. corregida. Barcelona, Librería Religiosa, Imprenta del He-
redero de Pablo Riera, 1869. 356 pp. 12,5 cm.

2 La vida solitaria y las funciones del sacerdote. Escrito llegado sólo


en copias y reproducciones parciales. En la última ciclostilada con
motivo del centenario ocupa 17 pp.
3 Catecismo de las virtudes para los alumnos de la Escuela de la
virtud, por el R. P. D. Francisco Palau. Barcelona, Imprenta de
los Hermanos Torras, 1851. VI-178 pp. 15,5x10,5 cm.
4 La escuela de la virtud vindicada, o sea la predicación del Evangelio
y la enseñanza de sus doctrinas bajo una de las mil formas de que
es susceptible, adoptable, según las necesidades y exigencias ac-
tuales de la nación, en las capitales de primer orden, por el R. P. D.
Francisco Palau, religioso de la Orden de Nuestra Señora del Car-
men, misionero apostólico. Madrid, Imprenta a cargo de F. Ga-
mayo, 1859. 181, 3 pp. 15 cm.
5 Mis relaciones con la Hija de Dios, la Iglesia, 2 vol. mss.
Vol. I: comienza en agosto de 1861, se perdió en la revolución de
1936. Existen extractos literarios en la biografía del P. Alejo.
646 BIBLIOGRAFíA DEL P. FRANCISCO PALAU

Vol. II: comenzado en 13 de abril de 1864, se conserva autógrafo,


encuadernado en media pasta A° Gral. CMT Tarragona.
6 Mes de María, o sea Flores del mes de mayo. Guirnalda: La forman
treinta ramilletes de flores y yerbas aromáticas, distintas todas
en su especie, cogidas en este mes de mayo en nuestros jardines,
presentada a María como el emblema de treinta virtudes, tomadas
del jardín de la Iglesia, por el R. P. D. Francisco Palau, misionero
apostólico. Contiene esta obrita 32 láminas. Barcelona, Imprenta
Pablo Riera, 1862. 94 pp. 15 cm.
7 La Iglesia de Dios figurada por el Espíritu Santo en los Libros Sa-
grados. Álbum religioso dedicado a la Santidad de Pío IX por una
sociedad de artistas bajo la dirección del P. Fr. Francisco Palau,
pbro., misionero apostólico. Barcelona, Establecimiento tipográfico
de Narciso Ramírez y Rialp, 1865. viii, 56, 1 pp. xxi lam. 30x21 cm.
8 «El Ermitaño» Semanario político religioso. 5 noviembre 1868 - 25 ju-
lio 1873. Barcelona, Librería de Font. Fundado y dirigido por el P.
Palau, hasta el n. 176, época de su muerte. En total son 22 núme-
ros, encuadernados en 2 vol.
9 El Exorcistado. Influencia de este ministerio sobre la ruina actual.
Observaciones dirigidas a los Padres del Concilio Romano por la
redacción del «Ermitaño». Extracto del periódico «El Ermitaño» 8 p.
10 Reglas y constituciones de la Orden terciaria de Carmelitas Descalzos
de la Congregación de España. Barcelona, Imprenta de Cristóbal
Miró, 1872. 32 pp. 13x9,5 cm.
11 Cartas del P. Francisco Palau. Serie reunida con motivo del proceso
diocesano e impresa en Brasa entre cenizas (cf. n. 86) pp. 255-258.
Con posterioridad han aparecido otras.
12 Documentos del P. Francisco Palau. Serie de escritos redactados o
firmados por él y reunidos con motivo del proceso diocesano. Su
elenco y descripción en Extracto de la memoria publicado en
Brasa entre cenizas (cf. n. 86) pp. 259-261. Con posterioridad han
aparecido otros documentos.

II. FLORILEGIOS Y ANTOLOGÍAS

13 Pensamientos espirituales sacados de las obras del R. P. Francisco


Palau y Quer, en el libro Noticias biográficas del Rdo. P. Francisco
Palau y Quer (cf. n. 96) pp. 35-41.
14 Las funciones del sacerdote sobre el altar. Extractos de La vida so-
litaria, por el P. Alejo de la V. del Carmen, en «Almanaque car-
melitano-teresiano». Barcelona, 21 (1932) [94]-99.
JUANA CASANOVA - MARÍA JOSEFA LARA, CM. 647

15 Defensa de la vida religiosa. Copia parcial del P. Alejo de las V.


del Carmen, en el «Carmelo Balear» 2 (1932) 210-211; 223-225. El
título que lleva en la revista es: El vidente de la isla del Vedrá.
16 Hoy estamos como ayer. Textos copiados por el P. Alejo de la V.
del Carmen, en «Almanaque carmelitano-teresiano» 22 (1933) 130-
133. Firma este escrito Francisco Palau y Quer, Carm. Desc. Exc.
Barcelona, julio 29 de 1869.
17 Rdo. P. Francisco de Jesús, María, José (Palau Quer) - Carmelita
Descalzo. Trasparencias de su espíritu o sea Pensamientos reco-
pilados por sus Hijas. Tarragona, Imp. Suc. de R. Gabriel Gibert,
1950. 133 pp. 12,5 cm. - 2a ed. Tarragona, 1955. - 3a ed. = La Iglesia,
realidad (Transparencias). Tarragona-Barcelona, Edt. Claret, 1969.
109 pp. 13 cm.
18 Herencia y Testimonio. Antología de los escritos del siervo de Dios
Padre Francisco Palau, OCD. Fundador de las Carmelitas Misio-
neras. Roma, Edt. Carmelitas Misioneras, 1970. 348 pp. 17,5 cm.

III. ESTUDIOS SOBRE EL P. PALAU

A. — Colecciones - Misceláneas - Conmemoraciones.

19 ADSUM, CTMD, Cien años... en línea recta, en «Almanaque carme-


litano-teresiano» (1957) 65-66.
20 81 años viviendo en la vida, en «Rocío Carmelitano», 11 (Enero-
Marzo, 1953) 660.
21 Bodas de Diamante del Instituto de hermanas Carmelitas Descal-
zas. Barcelona (Gracia), 1860-1935. Barcelona, Imprenta R. Duran
Alsina, 1936. 84 pp. numeradas = [171] pp. 27 cm.

22 Bodas de Diamante del Instituto de hermanas Carmelitas Descalzas,


Fundado por el V. Padre Francisco de Jesús María, en «Ecos del
Carmelo y Praga» 18, n. 214 (Octubre, 1935) 293-296.
23 Carmelitas Descalzas Misioneras: 50 años en la Argentina y 25 años
en el Perú (1910-1960). Buenos Aires, Edt. Guadalupe, 1961. 177 pp.
28 cm.

24 Cien años atrás: 1850-1950, en «Rocío Carmelitano» 8 (Julio-Agosto,


1950) 285.
25 Cien años al Servicio de la Iglesia. Tarragona-Barcelona, 1964. 624
pp. 27,5 cm.
648 BIBLIOGRAFíA DEL P. FRANCISCO PALAU

26 Conmemorando un Centenario, e n «Rocío Carmelitano», 9 (Octubre-


Diciembre, 1951) 462; 10 (Enero-Marzo, 1952) 496-497.

27 Ecos de un Centenario. Carmelitas Descalzas Misioneras de Barce-


lona. Primer Centenario 1860-1960. Bogotá 1961. 128 pp. con ilus-
traciones.

28 FAUS, Ramón, Pregón del Centenario, en «Cien Años al Servicio de


la Iglesia» pp. 427-430 (cf. n. 25).

29 El Fundador: Hermanas Carmelitas Misioneras. Revista mensual


fundada y dirigida por Marina Jaramillo, CM, Popayán (Colom-
bia) n. 1 (Enero, 20 de 1968); n. 10 (Noviembre-Diciembre, 1968).

30 GREGORIO DE JESúS CRUCIFICADO, OCD, Ante un Centenario: Habla el


historiador de la Congregación del «Carmen Descalzo Misionero»,
en «Mater Carmeli» 6, n. 20 (1960) 10-13.
31 —El Padre Palau en Ibiza: Una fecha centenara, en «Mater Carme-
li» 9, n. 35 (1964) 12-14.
32 —El por qué del Centenario, en «Cien Años al Servicio de la Iglesia».
pp. 433-435 (cf. n. 25).

33 JUBANY, Narciso, Obispo, Alocución final en la Clausura del Proceso


Diocesano de Beatificación del Siervo de Dios, R. P. Francisco de
Jesús María y José, en «Mater Carmeli» 4, n. 12 (1958) 18-19.

34 LUCINIO DEL STMO., OCD, Donde él amor no tiene fronteras. (Un día
carmelitano vivido por un cronista Carmelita) 20 de marzo de
1958. Tarragona, en «Rocío Carmelitano» 16, n. 95 (Abril-Junio,
1958) 1240.

35 MARíA DE JESúS, PRIORA GENERAL, CM, Circular informativa sobre la


Causa de Nuestro Padre Fundador, en Boletín Informativo del
Instituto, Barcelona, 1951, pp. 21-24.

36 MARíA LOURDES DE LA SAGRADA FAMILIA, CDM, Nuestro Padre Funda-


dor: Su Causa, en «Mater Carmeli», Diciembre, 1954, pp. 100-103.

37 MIGUEL DE LOS ANGELES, OCD, Un centenario glorioso: La Escuela de


la Virtud en la Iglesia de San Agustín (Barcelona 1851-1951), en
«Almanaque carmelitano, Noviembre 1951, pp. 87-88.

38 OTILIO DEL N I ñ O JESúS, OCD, Setenta y cinco años después, en «Ecos


del Carmelo y Praga», 30 (Marzo, 1947) 66-69.

39 [Primer centenario de la fundación del Carmelo Misionero]. Ecos


del Carmelo y Praga. Año 43 (Julio-Agosto, 1960) Vol. 43. Ejem-
plar dedicado por entero a la efemérides centenaria.

40 ROVIRA MUNTE, F . Pbro., Claridades sobre el Centenario 1860-1960:


Semblanza de un gran Santo, en «Rocío Carmelitano», 17, n. 100
JUANA CASANOVA - MARÍA JOSEFA LARA, CM. 649

(Julio-Septiembre, 1959) 1359; n. 101 (Octubre - Noviembre, 1959)


1378; 18, n . 102 (Enero-Marzo, 1960) 1415; n. 103 (Abril-Junio,
1960) 1453.

41 TORANZO, Joaquín, Bodas de Oro de las Hermanitas de los Ancianos


desamparados, Santander, 1923, 498 pp. en 4o, pp. 50-52.

B. — Históricos y biográficos.

42 ALBERTO DE LA VIRGEN DEL CARMEN, OCD, Historia de la Reforma Te-


resiana (1562-1962), Madrid, Edt. de Espiritualidad, 1968, pp. 458-
462.

43 ALEJO DE LA V. DEL CARMEN, OCD, El triunfo de unos valientes... Re-


cuerdo de un misionero, en «Almanaque carmelitano-teresiano»,
1927, pp. 104-107.
44 —Alma heroica: Intrépido religioso y benemérito fundador, 1811-
1872, en «Almanaque carmelitano-teresiano» 20 (1931) [971-104.
Reimpreso en «El Carmelo Balear» 5 (1935) 841-844.
45 —Vida del R. P. Francisco Palau Quer, OCD 1811-1872. Barcelona,
I m p r e n t a Imperio, 1933, 431 pp. 21 cm.
46 —La ermita de San Honorato de Randa, Palma de Mallorca (1860-
1880). Documentos inéditos p a r a la historia de los ermitaños d u -
r a n t e veinte años que fueron dirigidos por los hnos. Rdo. P. F r a n -
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48 —I - Vida y muerte del Fundador, en «Ecos del Carmelo y Praga», 31
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cío Carmelitano», 7 (Abril-Junio, 1949) 147.

62 CARMEN DEL A. MISERICORDIOSO, CTD, San Antonio Ma Claret y Nues-


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nos Aires, 1952. 36 pp. 19 cm.
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Tipografía Plorez, 1944, 99 pp., 17 cm. 2.a ed. [Madrid]. Edt. Espi-
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70 EDUARDO DE SAN JOSé, OCD, Un carmelita en el fiel de su balanza, en


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JUANA CASANOVA - MARÍA JOSEFA LARA, CM. 651

71 El 1854 en la vida de nuestro Padre Fundador, en «Rocío Carmeli-


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72 La Escuela de la Virtud, en «Carmelitas Misioneras»: Informativo,


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73 Espíritu de Apostolado del Padre Francisco Palau, en «Ecos de un


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74 Espíritu de oración de Nuestro Padre Fundador, en «Ecos de un


Centenario», Bogotá 1961 (cf. n. 27) 2 pp.

75 EULOGIO DE LA VIRGEN DEL CARMEN, OCD, Galería de figuras en el va-


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del Concilio», en «Rocío Carmelitano», 22, n. 113 (Enero-Marzo,
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76 Exhumación y traslado de los restos del Padre Fundador, en «Cien


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77 FELIPE DE LA VIRGEN DEL CARMEN, OCD, El Ermitaño ÍP. Francisco


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78 F é L I X DE SANTA TERESITA, OCD, Aytona, en «Mater Carmeli» 7, n.


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79 Fisonomía del P. Fundador, en «Cíen Años al Servicio de la Iglesia»


(cf. n. 25) pp. 19-21

80 El M. Rdo. P. Francisco de Jesús María y José, OCD. Fundador de


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teresiano» (Mayo, 1945) 81.

81 El Ven. P. Francisco Palau, Carmelita Descalzo: Fundador de las


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82 El Fundador de las Hermanas Carmelitas Misioneras, en «El F u n -


dador» n. 1 (1968) 4.7; n. 2 (1968) 4 (cf. n. 29).

83 GABRIEL DE LA CRUZ, OCD, Superiores de la Provincia de S. José en la


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84 GERARDO DE LOS SS. CC, OCD, Caballero de Dios..., en «Ecos del Car-
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85 GONZALO DEL Niño JESúS, OCD, Alma Eucarística, en «Cien Años al


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JUANA CASANOVA - MARÍA JOSEFA LAEA, CM. 653

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«Cien Años al Servicio de la Iglesia» (cf. n. 25) pp. 516-518.

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111 —Semblanza del Siervo de Dios, P. Francisco Palau y Quer, OCD, en
«Cien Años al Servicio de la Iglesia» (cf. n. 25) p p . 497-499.
112 —El Concilio Vaticano I, visto por el P. Francisco Palau, en «Mater
Carmeli» 8, n. 27 (1962) 36.
113 —El Concilio Vaticano I, visto por el P. Francisco Palau, en «Roclo
Carmelitano» 20, n. 109 (Octubre-Noviembre, 1962) 1619; 21, n.
110 (Marzo, 1963) 1-2.
114 —Apóstol solitario por la Iglesia, en «Rocío Carmelitano», 22, n. 116
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118 Nuestro Padre Fundador insigne defensor de la Iglesia, e n «Alma-
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15; 18 (Avril 1958) 11-14; (Juillet 1958) 12-14; (Octobre 1958) 10-
11; 19 (Janvier 1959) 13-14; (Avril 1959) 7-8; (Juillet 1959) 13-15;
(Octobre 1959) 11-12; 20 (Juillet 1960) 5-6; 21 (Janvier 1961) 9-10;
(Avril 1961) 11; (Juillet 1961) 12; (Octobre 1961) 7.
JUANA CASANOVA - MARÍA JOSEFA LARA, CM. 655

135 El siervo de Dios Padre Francisco de Jesús María y José: Anacore-


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139 TERESA DE J E S ú S , CDM, El Rdo. P. Palau, hijo muy insigne de la Or-


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litano», 22, n. 116 (1964) 17-18.

158 GREGORIO DE JESúS CRUCIFICADO, OCD, Espíritu misionero del P. Pa-


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163 JUBANY, Narciso, Obispo, La armadura del «Siervo de Dios» [P. Fran-
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JUANA CASANOVA - MARÍA JOSEFA LARA, CM. 657

165 LUCINIO DEL SMO. SACRAMENTO, OCD, SU concepción [del P. Francisco


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167 MARíA ROSARIO DEL CARMEN, CM, Una vida ordenada al servicio de
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169 —Ráfagas palautianas: El Misterio de la Iglesia y el Padre Palau, en
«Mater Carmeli» 8, n. 36 (1964) 12-13, 26; 9, n. 34 (1964) 13-14;
10, n. 36 (1964) 17-18; n. 37 (1965) 26-28.

170 OTILIO DEL N I ñ O JESúS, OCD, El Alférez de María, en «Mater Carme-


li» 6, n. 20 (1960) 14-15.
171 —Misioneras de cuerpo entero, en «Mater Carmeli», 7, n. 21 (1961)
10-13; n. 22, 11-15; n. 23, 20-21; n. 24, 11-13; n. 25 (1962) 31-33;
n. 26, 15-17.
172 —Misioneras de Cuerpo Entero Espíritu Misional de la Congregación
de Hermanas Carmelitas Descalzas Misioneras, Barcelona, Edt.
Eugenio Subirana, 1964. 181 pp. 19 cm.
173 El Padre Palau, su Amor a la Iglesia, en «Ecos de un Centenario»,
Bogotá, 1961 (cf. n. 27) 2 pp.
174 El Padre Palau y la Iglesia, en «El Fundador» (cf. n. 29) n. 4 (1968)
2; n. 5, 2; n. 6, 2; n. 7, 2; n. 8, 2; n. 9, 2; n. 10, 2.

175 PASTOR, Josefa, CMT, Ideas y pensamientos del P Palau precursores


del movimiento social de los últimos Papas, en «Rocío Carmelita-
no» 22, n. 114 (Abril-Junio, 1964) 13.
176 —María, Tipo y figura de la Iglesia en el pensamiento del p. Francisco
Palau, OCD, Estudio directo sobre el manuscrito original «Mis re-
laciones con la Iglesia». Tesis mecanografiada, presentada en el
Instituto «Mater Inmaculata», Barcelona 1969.
177 —Hablo contigo ¿Amas a la Iglesia?, Roma-Barcelona, 1971, 173 pp.
15 cm
178 Rasgos de la espiritualidad del P. Francisco Palau y su obra: El
Carmelo Misionero, en «Carmelitas Misioneras»: Informativo, n.
11 (Enero-Febrero, 1970) 11-18.

179 ROSALíA DE LA V. DE ARACELI, CM Filiación Teresiana del Carmen


Descalzo Misionero, en «Mater Carmeli» 7, n. 26 (1962) 24-25.
180 Espíritu Teresiano del Carmen Descalzo Misionero, en «Boletín del
IV Centenario de la Reforma Teresiana. Suplemento de Lluvia
de Rosas» n. 4 (1963) 46-49.

42
gcg BIBLIOGRAFíA DEL P. FRANCISCO PALAU

181 Simbolismos bíblicos de la Iglesia en «Mis relaciones», en «Carme-


litas Misioneras»: Informativo, n. 10 (1969) 18-21.

182 TOMAS DE LA CRUZ, OCD, El milagro de un teólogo que no debió saber


Teología, en «Ecos del Carmelo y Praga» (cf. n. 39) 152-154.

183 UDINA MARTORELL, Santiago, Lo que pide el Padre Palau para todos,
en «Cien Años al Servicio de la Iglesia» (cf. n. 25) 519-521.

184 Vocación del Carmelo Misionero, Burgos, Edt. «El Monte Carmelo»
1970, 71 pp. 15 cm.

D.—Escritos Varios.

185 ANA M.a DE LA EUCARISTíA, CM, Semblanza Eucarística: El V. P. Palau


y Quer, en «Mater Carmeli» (Marzo, 1953) 26-27.
186 —Un foco de energía del Carmen Misionero, en «Mater Carmeli» (Di-
ciembre, 1953) 100-101.
187 Camino de uEls Penitents», en «Mater Carmeli» 5, n. 16 (1959) 1 p.

188 CARMELITA TERCIARIA DESCALZA, La Causa de su Fundador, en «Rocío


Carmelitano» 7, (Julio-Septiembre, 1949) 172-174.

189 CASOR, Manuel, Una idea hecha vida, en «Suplemento de Rocío Car-
melitano» n. 3 (Abril 1960) 5.
190 La causa de nuestro Padre Fundador, en «Rocío Carmelitano» 8
(Abril-Mayo, 1950) 259.
191 La Causa, en «Rocío Carmelitano» 9 (Abril-Junio, 1951) 391.
192 La causa de Ntro. P. Fundador, en «Rocío Carmelitano» 10 (Agosto-
Octubre, 1952) 600.
193 La causa de N. P. Fundador ha sido introducida en la S. C. de Ritos,
en «Mater Carmeli» 4, n. 13 (1958) 53-54.
194 Clausura del Proceso Canónico-Diocesano del Fundador de las Car-
melitas T. Descalzas y de las Carmelitas Descalzas Misioneras:
P. Francisco de Jesús María y José (Palau y Quer), en «Almana-
que carmelitano-teresiano» (1959) 75-76.

195 EUGENIO DE LA SGDA. FAMILIA, OCD, Baladas de una campana, en


«Ecos de un Centenario», Bogotá 1961. (cf. n. 27) 1 p .

196 FELIPE DE LA M. DE DIOS, OCD, Veo en vosotras la Obra de Dios, en


«Ecos del Carmelo y Praga» (cf. n. 39) 150-151.

197 GERMáN DE LA ENCARNACIóN, OCD, Mensajes del Escapulario... y dos


frases del p. Palau, en «Ecos del Carmelo y Praga» (cf. n. 39)
167-170.
JUANA CASANOVA - MARÍA JOSEFA LARA, CM. 659

198 GREGORIO DE JESúS CRUCIFICADO, OCD, Ntra. Sra. del Carmen del Ve-
drá, en «Mater Carmel!» 5, n. 19 (1959) 115-117.
199 —La Carmelita Descalza Misionera al servicio de los enfermos, en
«Mater Carmel!» 6, n. 20 (1960) 28-29.
200 Hermanas Terciarias Carmelitas Descalzas, en «Ecos del Carmelo
y Praga» 23 (Febrero 1940) 54-56.

201 HUMAR GONZáLEZ, Zoad, "Vosotras sois mi esperanza y la esperanza


de la Iglesia», en «Ecos de un Centenario», Bogotá 1961 (cf. n.
27) 1 p.

202 J ó S E AGUSTíN DE LA V. DEL CARMEN, OCD, Fidelidad de la vocación,


en «Cien Años al Servicio de la Iglesia» (cf. n. 25) 505-508.

203 MARíA LOURDES DE LA SDA. FAMILIA, CM, Amanecer, en «Mater Car-


mel!» 1, n. 1 (1955) 4-5.
204 —Tras las huellas del Romero de María, en «Mater Carmeli» 3, n. 9
(1959) 37-39.
205 —Fray Francisco de Jesús María y José, Poema en «Mater Carmeli»
(Noviembre-Diciembre, 1960) 10.

206 RIULOPE, Jesús, [Pseud. de Gregorio de Jesús Crucificado, OCD], El


Padre Palau, hoy, en «Rocío Carmelitano» 22, n. 116 (1964) 28-29.

207 ROSALíA DE LA V. DE ARACELLI, CM, También él encontró su Dama,


Poesía, en «Mater Carmeli» 2, n. 4 (1956) 21.
208 —Tras las huellas del Divino Sembrador, en «Mater Carmeli» 3, n. 8
(1957) 8-9.
209 —Tras las huellas de Teresa, en «Mater Carmeli» 7, n. 22 (1961) 8-10.

210 SERRA, José, Pbro. Los Santos dejaron recuerdos imborrables: El P.


Palau en «Els Cubells», en «Mater Carmeli» 4, n. 12 (1958) 10-11.

JUANA CASANOVA - M.a JOSEFA LARA, CM.


BIBLIOGRAFÍA

MATíAS DKL N I ñ O J E S ú S , Primeros años del Carmen Descalzo, en «Santa María


del Paular» 9 (1971) 161-181 pp.

Se t r a t a de la edición de un antiguo documento impreso, pero considerado


«como inédito o al menos nuevo» ya que sólo se conserva en dos ejemplares
(p. 162). Es la dedicatoria de una suma de privilegios de la Orden preparada
por el P. Luis de San J e r ó n i m o y editada en Madrid en 1591. El documento es
significativo, de un latin elegantísimo. Es una síntesis de la Historia de la
Orden, desde los orígenes proféticos hasta la última reforma de Santa Teresa, y
dificultades, persecuciones, separación de los calzados, especial florecimiento y
expansión d u r a n t e el gobierno del P. Doria. Decimos que el documento es sig-
nificativo por el momento en que fue escrito, por el autor y por el contenido.
Transcribe igualmente el P. Matías una nota del P. Manuel de Sta. María, en la
que lamenta que en tal documento no se nombre para nada a S. J u a n de la
Cruz, j u n t o al P. Heredia. N a t u r a l m e n t e no h a y que sorprenderse de que t a m -
poco se aluda al P. Gracián, primer provincial de la Reforma. Ni el P. Manuel
reclama por ello, ni el P. Matías se pregunta el por qué. Uno y otro supondrán
que el lector sabe de sobra a qué atenerse. El P. Luis escribe en 1591.
La omisión de San J u a n de la Cruz exige explicación que el P. Matías en-
saya (pp. 171-172): La modestia del Santo, que vivía a ú n ; y mejor t o d a v í a :
la postura adversa al santo del P. Luis por su afición al grupo de «andaluces»
que le persiguieron. ¿Pero no h a b r á otra explicación más sencilla y menos com-
plicada? ¿Cómo podía y debía escribir un miembro de la Consulta en 1591?
El segundo tema de este breve apunte lo dedica el P. Matías a otro tema,
que no tiene relación con el documento transcrito, a u n q u e en él haya un cálido
elogio de Santa Teresa: El reconocimiento de Sta. Teresa. Quiere decir: que
todos los carmelitas la reconocieron como reformadora. Es un breve alegato con-
tra «algunos historiadores» que han visto en los primeros Superiores de la
Reforma «cierta oposición a reconocer a la Santa por madre fundadora también
de los frailes» (p. 176).
Poco h u b i e r a alargado el texto del P. Matías indicar los referidos autores.
Por su parte apela a unos cuantos documentos en los que se da a Santa Teresa
el título de madre, de nuestra madre. Ha detectado también, que el mismo P.
Gracián la llama madre, pero nunca «nuestra» (p. 178, nota 15). El lector des-
de luego se queda sin saber sí efectivamente esos historiadores han montado o
no una leyenda... O si en realidad sucedió algo no tan claro pese a esos docu-
mentos que fuera de su contexto, y sin una comparación con otros textos, bien
662 MONTE CARMELO 80 (1972)

poco significan, a p a r t e el de las Constituciones del 94, que precisan un estudio


a fondo. También sería i m p o r t a n t e q u e el P. Matías aclarara la nota 12 (p. 176)
sobre todas las motivaciones q u e indujeron a la creación del Procurador en
Roma.
No es necesario apelar a especíales motivos para comprender que el P . Alon-
so de Jesús María apellidara a la Santa como lo hace en sus obras. Ya para
su p r i m e r generalato —1607— había corrido tiempo para q u e algo sucediera.
No digamos para el segundo, y después de la canonización. P o r suerte lo que
pensamos es que lo m á s interesante serían las razones del P . Alonso.

ALBERTO PACHO

La comunione con Dio secondo S. Giovanni delta Croce. Edizioni del Teresia-
num. Roma, 1968, 236 pp.
Tempo e vita spirituale, Roma 1971, 203 pp. Collana «Fiamma viva», nn. 9 y 10.

Cada u n o de los volúmenes indicados corresponde a las respectivas semanas


de alta espiritualidad q u e cada a ñ o organiza el Pontificio I n s . de Espiritualidad
del Teresianum. Cada a ñ o se desarrolla monográficamente un tema encomenda-
do a especialistas q u e lo desarrollan sistemática y cxaustivamente. Apuntamos
los títulos y a u t o r e s de cada una de las dos s e m a n a s : Invito alia comunione
con Dio, p o r el P . Albino Marchetti; // Linguaggio di S. Giovanni della Croce,
P. Federico R u i z ; 11 tungo cammino della «Notte», P . E r m a n n o Ancilli; L'espe-
rienza di Dio, Beniamino della SS T r i n i t á ; La conlemplazione e le dimensioni
dell'esistenza cristiana, P. Roberto Moretti; La comunione con Dio in Cristo,
P. Stanislao G a t t o ; Valore ecclesiule della contemplazione, P . Arnaldo P i g n a ;
Validitá ed attualitá de un mensaggio, P . Anastasio del SS. Rosario.
En el volumen dedicado al tiempo y vida espiritual h a n colaborado Anas-
tasio del Santo Rosario, Santificarse nel propio tempo; Roberto Moretti, ltem-
porale e Veterno; Giovanni Helewa, / / ricordi del Ksodo nella pietá d'Israele;
Mons. Salvatore Garofalo, Cristo e i tempi.
Los autores son conocidos por sus numerosos trabajos y por su asidua co-
laboración en las semanas de espiritualidad del Teresianum. La calidad de los
estudios', dentro de un alto nivel no es uniforme, pero se m a n t i e n e en u n a línea
de estricta especialización, q u e no p o r eso deja de ser apta y de interesar a
cuantos tienen interés por la temática espiritual.—Ciño GARCíA.

CARMELITA DESCALZO, La tertulia sobre la oración, televisión y radio. Compañía


Bibliográfica Española. Madrid, 1972, 135 pp

Ameno y jugoso t r a t a d o sobre la oración mental, o «interior» como repite


frecuentemente el a n ó n i m o autor. La forma de diálogo adoptado por él da una
m a y o r belleza y fluidez a una exposición q u e recoge las enseñanzas de la t r a d i -
ción c a r m e l i t a n a sobre la oración, el gran ejercicio y medio de perfeccción t a n
cultivado en el Carmelo, y del q u e el m u n d o actual está t a n necesitado. Se h a n
afrontado y resuelto con habilidad, precisamente por esa forma dialogada los
distintos problemas q u e afectan a esta práctica de la oración, como su misma
dificultad, l a s dificultades exteriores e interiores, la agitación, las distracciones
externas, e t c . ; se expone también la m a n e r a m á s fácil y sencilla para apren-
der a orar, los signos que denuncian y delatan el espíritu de oración, los frutos
de la misma, etc.
P a r a t a n t o s q u e buscan u n libro fácil es seguro q u e éste les colmará sus
deseos y a p e t e n c i a s . — J O S é MARíA MOLINER.

MATíAS DEL N I ñ O J E S ú S , Dios al descubierto. Su percepción en el vivir de un


Carmelo. Bibliográfica y Santiago Rodríguez. Madrid, 1972, 174 p p .

El P . Matías nos presenta en esta pequeña obrita u n documento singular


y desconocido: la autobiografía espiritual de una carmelita descalza fallecida
en 1941, y q u e vivió en el Carmelo de Talavera de la Reina. Una carmelita por
BIBLIOGRAFíA 663

lo mismo a n ó n i m a , pero que ahora es descubierta y a la que hay que colocar


en la larga galería de a l m a s privilegiadas de que tan pródigo es el Carmelo.
Como la vida de t a n t a s carmelitas, externamente nada tiene de espectacular.
Es una vida, pese a su longevidad —1865-1941— sin hechos llamativos, sin cam-
bios, sin activismo externo, con el único indÍcente doloroso por cierto, de su
destierro d u r a n t e la guerra del t r e i n t a y seis. La riqueza de estas vidas es su
riqueza interior. Y es la que nos describe ella m i s m a , en estas páginas de ab-
soluta sencillez y n a t u r a l i d a d , pero de impresionante contenido espiritual, y
casi estremecedor contacto con Dios, por la abundancia de gracias místicas.
El P. Matías publica únicamente uno de sus cuadernos, t e r m i n a d o en 1927
y que la a u t o r a había entregado a su director espiritual, P. Narciso de San
José. P e r o tiene otros q u e el P . conoce y q u e se conservan. Esto nos autoriza
a rogar al P. Matías, estudioso y a m a n t e de la Orden como ninguno, que nos
de una biografía completa de la H. Margarita del Espíritu Santo, una edición
completa de todos sus escritos y un estudio sistemático de su espiritualidad. Es
una labor que reclamarán cuantos comiencen a conocerla por esta muestra ma-
ravillosa que nos ha anticipado el P. Matías. La doctrina espiritual y la riqueza
de la misma la colocan en la mejor línea de la tradición carmelitana.
ALBEHTU PACHO

FRANCO KUDASSO, OCD, Spiritualitá cristologica in S. Gregorio Nazianzeno, Te-


resianum, Roma, 1968, 171 pp.

Se t r a t a del extracto de la tesis doctoral defendida por el A. en la Facultad


de Santa Teresa de Roma. Por eso m i s m o sigue un esquema académicamente
perfecto y limitado. En una breve introducción ha fijado los límites y la situa-
ción del problema, es decir la cristología en los primeros siglos, sobre todo co-
m o consecuencia del a r r i a n i s m o . Es en este m o m e n t o cuando surge el problema
en torno a la realidad de Cristo que se resuelve de dos formas contrapuestas,
una que p o d r í a m o s l l a m a r maxiinalista y otra m i n i m a l i s t a en el sentido de la
mayor o menor atención que se presta a su divinidad y que necesariamente
afecta a la t o t a l i d a d de Cristo, como Dios y como hombre. Gregorio Nacianceno
está en el grupo de los que defienden la plenitud de la divinidad. El análisis
lo h a reducido a la obra poética de S. Gregorio, considerada «una fuente in-
sustituible p a r a conocer la piedad cristológica de Gregorio, y análogamente, pa-
ra hipotetizar con fundamento sobre una similar actitud en la consideración de
Cristo de otros padres, que no h a n dejado una producción autobiográfica» (p. 10).
Esta idea es la que ha d e t e r m i n a d o el esquema del t r a b a j o de F. R. Gregorio y
su obra poética. Los componentes de Cristo [en la obra del santo] Recurso a
Cristo y recurso a Dios, Puesto de Cristo en la plegaria.
El resultado es ciertamente afortunado. La riqueza y la sensibilidad espi-
ritual del santo queda al descubierto y resulta un verdadero estímulo para la
piedad de nuestro tiempo, incluso por la emoción y por el h u m a n i s m o y la sen-
sibilidad que desprende.—CIPRIANO CAMARERO.

RRUNO SALMONA, Discorso religioso o Discorso ateo. Edizioni del Teresianum.


Bibliotheca Carmelitica. Series I I : Studia, 10. Roma, 1971, 126 pp.
Pudiera inducir a un cierto equívoco el mismo título discorso que el A. pro-
cura a c l a r a r de e n t r a d a : se t r a t a ante todo de actitudes, de manera de ser y
entender la vida desde el ángulo del ateísmo o de la arreligión y desde el án-
gulo de la religiosidad y de la trascendencia. Pudiera igualmente sospecharse
que la contraposición con que se estudian las dos actitudes llevara a una polé-
mica de viejo estilo. Nada más ajeno de la mente y de los resultados del A.
La antítesis que efectivamente se constata, resulta del análisis, de la reflexión
sobre la base y los orígenes de cada postura.
Todo el ensayo puede afirmarse que se reduce ante todo a una fijación de
los puntos esenciales de la reflexión «teológico» filosófica desde el ateísmo o
desde la religiosidad y desde ellos comprobar la posibilidad o imposibilidad de
un diálogo. ¿Hasta qué punto es posible un diálogo cuando los presupuestos
son contradictorios in t e r m i n i s ? Sería precisa una actitud cartesiana para in-
664 MONTE CARMELO 80 (1972)

t e n t a r l o . Y con todo la exigencia de diálogo es un imperativo, pero previamente


hay que aceptar los riesgos, las limitaciones y los principios permanentes.
No se puede llegar a ninguna salida y a ninguna solución si no se aceptan
los presupuestos de cada postura. Y es cierto, los presupuestos del ateísmo, pe-
se a todo, incluso al m a t e r i a l i s m o puro que parece ser esencial en su esquema,
son también enunciados y utilizados de una forma absoluta, absolutizados y
convertidos por eso m i s m o en valores ónticos (p. 18). De este conocimiento pre-
vio, o mejor de esta constatación se deduce ya todo. Las dificultades del diálogo
son obvias. Pero su necesidad es a p r e m i a n t e , teniendo en cuenta lo que de
verdda se debe buscar. Y lo que cabe esperar. Véase el interesante y sugerente
a p a r t a d o que dedica al diálogo en el pensamiento de Pablo VI y del Vat. II
(p. 73 ss).—CIPRIANO CAMARERO.

HIüINIO GANDARIAS DE S. T., Primer reclusorio-beaterío u urden Tercera del Car-


men en Es¡>aña: Santa Ana de Valencia, 1239. Alzo (Guipúzcoa), 1972,
92 pp.

Presencia carmelitana en la villa de Tolosa (Guipúzcoa). Alzo (Tolosa), 1972,


108 pp.
Dos interesantes monografías del P. Higinio, diligente investigador en un
campo tan comprometido y poco cultivado como son las asociaciones vincula-
das a la Orden del Carmen. En p a r t i c u l a r en estas dos debemos reconocer que
ha estado afortunado, y ofrece dos capítulos, que a u n q u e no podamos afirmar
sean definitivos, son ya una aportación en si mismos a la historia de la Orden.
El primero está dividido en dos p a r t e s : La primera dedicada al beaterío de
Santa Ana, q u e se identifica con el establecido en la iglesia de los carmelitas y
por lo t a n t o perteneciente a la Orden. La segunda la dedica el A. al estudio de
la conversión de ese beaterío en orden tercera del Carmen. T e r m i n a con una
amplia indicación de fuentes manuscritas e impresas a base de las cuales ha
elaborado su t r a b a j o , y que son índice de la seguridad del mismo, y de la va-
lidez de sus afirmaciones.
Tres partes tiene la segunda monografía, igualmente documentada, con do-
c u m e n t o s de p r i m e r a m a n o en algunos de sus capítulos. En la primera estudia
el beaterío c a r m e l i t a n o de Izaskun, que fue agregado a la Orden del Carmen.
La segunda analiza los diversos intentos, todos fallidos, para una fundación de
religiosos o de religiosas carmelitas en la villa de Tolosa —también se inten-
t a r o n fundaciones de otras órdenes—. F i n a l m e n t e en la tercera un repaso a la
historia de la cofradía de la Virgen del Carmen de la Villa. Capítulo interesan-
te, y que en algunos puntos es un índice de la religiosidad y de las a l t e r n a t i v a s
de la misma en la villa, que sigue el r i t m o de las demás regiones en los distin-
tos momentos de la historia de España.
Sin e n t r a r en detalles, señalamos la meticulosidad y la seriedad de estas
dos monografías, que bien merecen una edición en forma, y no la multicopíada
en que se presentan.—ALBERTO PACHO.

GERMáN GARCíA PERRERAS, Cristianos aleares. Almodóvar del Campo, 1972, 106 pp.

En MC hemos presentado otros títulos del P . PERRERAS. Es fácil identi-


ficarle por sus peculiares m a n e r a s l i t e r a r i a s . Como es igualmente fácil darse
cuenta de que va depurándolas y ganando en una especial, sobria y profunda in-
tensidad. Son cuarenta y ocho meditaciones, con límites geométricamente traza-
dos, y que no son un t r a t a d o de filosofía o teología sobre la alegría cristiana,
sino una invitación a descubrir el o p t i m i s m o que hay en el vivir cristiano. P u e -
de ser ú t i l p a r a los embarcados en el intenso ministerio p a r r o q u i a l y q u e no
tienen tiempo de reposar para p r e p a r a r la difícil, por breve y comprometida,
lección que es una homilía.—ALBERTO PACHO,
BIBLIOGRAFíA 665

PONTIFICIO ISTITUTO DI SPIRITUALITA DEL TERESIANUM, La vita nella fede. Co-


llana «Fiaimna Viva», 13. Edizioni del Teresianum. Roma, 1972, 212 pp.
El volumen que presentamos hoy a los lectores de nuestra Revista hace el
número 13 de la Colección «Fiamma Viva», q u e recoge las ponencias de las 13
semanas de espiritualidad celebradas y o r g a n i z a d a s por el Pontificio Instituto
de E s p i r i t u a l i d a d de los P P . Carmelitas Descalzos, con sede en Roma. Han sido
—y seguirán siendo— semanas de estudios de espiritualidad m u y interesantes
para aquellos que tengan deseos de profundizar de algún modo en ciertos te-
mas de actualidad o de primera importancia en la teología espiritual. El de
este año ha sido un tema de mucha resonancia y de gran envergadura. Creemos
que los ponentes han sabido ir desmenuzando, en una programación progresiva
del tema, lo esencial y lo accesorio de cada lección. Los siete aspectos del tema
de la fe fueron a m b i e n t a d o s por una introducción interesante del cardenal
G.-M-Garrone, poniendo sobre el tapete las motivaciones y la situación de la
crisis de fe en el mundo de hoy. Los conferenciantes expusieron los aspectos bí-
blicos, teológicos, h u m a n o s , eclesiales, vivenciales y de testimonio de la fe, de
m a n e r a científica y práctica al mismo tiempo. La problemática de la fe, t a n
de nuestros días, puede encontrar en estos estudios, breves y especializados, a s -
pectos de mucha luz, partiendo del h o m b r e bíblico, arraigado y f u n d a m e n t a d o
en la fe, pasando por la Iglesia, como maestra de la fe, leyendo los signos de
los tiempos a través de la fe hasta llegar al hombre moderno, inmerso en la
problemática de la razón y la fe.
P a r a quienes tengan que estudiar y exponer las cuestiones relativas a la
fe, es un buen i n s t r u m e n t o de t r a b a j o y de profundización bíblico-teológico-
h u m a n o . — M A U R I C I O MARTIN DEL BLANCO.

PONTIFICIO ISTITUTO DI SPIRITUALITA DEL TERESIANUM, Gesús Cristo mistero e pre-


senzu. Collana della Rivista di Vita Spirituale, n.° (i A cura di v. EKMAN-
NO ACILLI, OCD. Roma, 1971, 730 pp.

Realmente el tomo q u e tenemos ante nuestros ojos -número (i de la Co-


lección de «RIVISTA DI VITA SPIRITUALE»- - es voluminoso, bien preparado
y presentado y de un contenido valioso. Se estudia en él, a nivel de divulgación
más bien, el tema de Cristo. El libro está dividido, según viene ya significado
por el mismo título, en dos grandes partes. En la primera se estudia la dimen-
sión misteriosa de Cristo en su Divinidad y en su Humanidad. En la segunda,
la presencia de Cristo a través de la Historia de la Espiritualidad, comenzando
desde los primeros m á r t i r e s del Cristianismo y t e r m i n a n d o con la Espirituali-
dad contemporánea. A estas dos partes precede una larga introducción o pre-
sentación, situando el tema escogido y su desarrollo en el presente libro. F i n a l -
mente, h a y u n a tercera parte complementaria, dedicada a una a m p l i a docu-
mentación en tres aspectos: -fórmulas de fe, -plegarias, -y una bibliografía se-
lecta acerca de la m a t e r i a t r a t a d a detallada y bien organizada, totalizando 19
páginas (pp. 701-719).
Creemos q u e el volumen es de u n a gran riqueza doctrinal, espiritual y b i -
bliográfica. Los temas t r a t a d o s son muchos, a u n q u e no todos de forma ex-
h a u s t i v a , pero sí con garra y de manera práctica.
El estudio de Cristo siempre suscita interés y es de actualidad para el cris-
tiano q u e quiere profundizar en su fe y en la vivencia de su contenido. La teo-
logía espiritual tiene su centro en Cristo, a p r o x i m a d o y cercano al hombre, al
que debe poner como camino, verdad y vida, como modelo de imitación.
Felicitamos a los colaboradores y al responsable de esta útil Colección, es-
pecialmente a quienes h a n hecho posible q u e este tomo sobre Cristologia haya
podido s a l i r a luz.—MAURICIO MARTIN DEL BLANCO.

ANDREW M. GREELEY, Nuevos horizontes para el sacerdocio, Col. «Espíritu y Vi-


da», 39. Ed. «Sal Terrae». Santander. 1972, 132 pp.
El tenia del sacerdocio es de una actualidda tal que, la producción literaria.,
de cualquier género que sea— y, por supuesto, no toda ha dado en el clavo—
es enorme. Lo i m p o r t a n t e , quizá, no sea que se escriba mucho, sino que se solu-
666 MONTE CARMELO 80 (1972)

cione la problemática sacerdotal, m o n t a d a sobre factores tan diversos y com-


plejos. Nos complace decir que el libro que presentamos hoy no se pierde en
divagaciones y en problemática escolástica, sino que más bien, desciende al
campo práctico, y concretamente, al americano del Norte, ya que su Autor es
de allí. El Autor toca doce temas que son como doce aspectos que hay que en-
focar sabia y prudentemente, ya sea como virtudes que hay que conseguir ne-
cesariamente, ya como cualidades h u m a n a s que hay que poseer para un ejer-
cicio h u m a n o y espiritual pleno del sacerdocio, ya como lucha imprescindible
en la formación de la propia personalidad. Los títulos, concretamente, son los
siguientes: 1. Esperanza. 2. Respeto propio. 3. Amistad. 4. Liderazgo. 5. Sensua-
lidad. 6. Jovialidad. 7. Integridad. 8. Tolerancia. 9. Piedad. 10. Entusiasmo. 11.
Prudencia. 12. Espíritu de oración. Todo va precedido de una breve introducción
sobre la identidad personal, la imagen del sacerdote a n t e r i o r y del sacerdote
moderno o actual y las circunstancias que acompañan al hombre-sacerdote. Ter-
mina el libro con un epílogo en el que el Autor ve pocas esperanzas de optimis-
mo: «Es difícil ser optimista acerca de la situación presente del sacerdote»
(página 125). En esto no estamos de acuerdo con el Autor. Es posible que, da-
das ciertas deserciones y d e t e r m i n a d a s teorías acerca de la realización espiritual
del hombre, pasemos por unos momentos amargos y de purificación. Pero, lo
que no tiene vuelta de hoja, es que toda esta situación actual será positiva y
no una crisis negativa de deterioración y d e r r u m b a m i e n t o .
MAURICIO MAHTIN DEL BLANCO

SEVERIANO DEL PARAMO, Cultura bíblica u religiosa, Vol. IV. Editorial «Sal Te-
rrae», Santander, 1972, 170 pp.
Bien conocido de todos es el P. S. del P á r a m o , S. J., por su a b u n d a n t e pro-
ducción bíblica y por su larga carrera como Profesor de S. Escritura. Este IV
volumen de los temas bíblicos que ha venido publicando ú l t i m a m e n t e compren-
de siete secciones acerca de siete temas d i s t i n t o s : ¿Quién es Jesús? La Madre
de Jesús. La Iglesia. Alegría. Algunos principios de moralidad. De nuevo mi sa-
cerdocio. Temas varios. Las cuestiones que toca son las que, de alguna manera,
completan la doctrina sobre temas parecidos, expuesta en los tres volúmenes
anteriores. El tema del sacerdocio son dos Homilías pronunciadas en el año
1971 con motivo de los ,r>0 años de su sacerdocio. La séptima sección es un acu-
mulado de cosas que le han ido saliendo al P., dadas las circunstancias concre-
tas de la vida normal.
El P. Severiano, como en los volúmenes anteriores, trata sus temas con ca-
riño y con mucho corazón; con sencillez, y sacando de la Palabra de Dios to-
das las consideraciones que él cree oportunas y eficaces para el lector. No se
puede dudar de su erudición bíblica y del dominio con que maneja los textos
bíblicos. El tiene siempre presente a sus lectores y la finalidad que se p r o p o n e :
«estimular al lector a la lectura de la P a l a b r a de Dios, contenida en las Escri-
turas» (página 7).
Como los volúmenes anteriores, éste es un instrumento de cultura bíblica
y religiosa, de fácil manejo y de utilidad como información, más bien genérica,
de los t e m a s que se t r a t a n a la luz de la S. Escritura.
MAURICIO MARTIN DEL BLANCO

HENRY TROADEC, OP, Comentario a los Evangelios Sinópticos. «Actualidad Bíbli-


ca» 17. Ediciones Fax. Madrid, 1972, 502 pp.
La P a l a b r a de Dios es el pan del cristiano. Debe conocerla y ponerla en
práctica. Esta es la finalidad de esta gran colección, en la que se vienen estu-
diando los problemas fundamentales bíblicos y se van presentando grandes co-
m e n t a r i o s a cada libro sagrado, realizado por los mejores Autores y teniendo
presentes las exigencias y conveniencias del hombre actual y de sus gustos bí-
bl icos-culturales.
El comentario a los sinópticos es realista y pastoral. Se hace accesible
a cualquier consulta, a h o r r a n d o así al interesado en la problemática escriturís-
BIBLIOGRAFíA 667

tica muchas consultas y horas de lectura. Presenta, con atinado criterio, el re-
sultado de muchos trabajos técnicos, hechos por especialistas. El comentario de
H. Troadec está e s t r u c t u r a d o de la siguiente m a n e r a : Una introducción general
de 19 páginas, donde estudia las relaciones entre los Evangelios y la predica-
ción apostólica. Luego va estudiando los tres Sinópticos sección por sección, ha-
ciendo referencia a la síntesis que presentan los tres Evangelios y sus mutuas
depedencias. Un análisis estructural, llevado a cabo con maestría, buscando la
síntesis teológica, de m a n e r a clara y sólida, atento siempre a la practicidad ac-
t u a l del mensaje evangélico. Troadec es un especialista y se hace ver su ciencia
bíblica en el transcurso de todo el largo comentario.
Es un gran comentario, útil en círculos bíblicos y para todos los que deseen
profundizar en el conocimiento de los Evangelios. Es una gran aportación de la
biblioteca «Actualidad Bíblica», que se ha hecho imprescindible en el campo de
los estudios bíblicos en este resurgir escriturístico de los últimos lustros.
MAUHICIO MARTIN DEL BLANCO

ANDRE BARUCQ, Eclesiastés. Qoheleth. «Actualidad Bíblica» 19. Ediciones Fax. Ma-
drid, 1971, 212 pp.

P r e s e n t a m o s el texto y comentario del Eclesiastés hecho por A. Barucq, de


m a n e r a excelente y con competencia. Comienza la colección «Actualidad Bíbli-
ca» con este libro el estudio de los sapienciales. Es tarea ardua y difícil inter-
p r e t a r y mentalizarse con la sabiduría oriental judaica precristiana. Mucho más
esto lo es para el hombre moderno, con una mentalidad práctica y directa, que
busca sin rodeos y sin l i t e r a t u r a s la sustancia y lo nuclear de las cosas. Con
facilidad el lector se puede perder en ese laberinto de erudición filosófica y de
sentencias tan escuetas y complicadas como son las que constituyen el hilo de
la t r a m a del Qoheleth. Además, se da la realidad concreta de que en este libro
inspirado, como en todos los sapienciales bíblicos, se debe captar el mensaje
salvífico, guardado bajo ese ropaje de sabiduría a p a r e n t e m e n t e muy h u m a n a .
Además, el Eclesiastés, como Libro del «puro absurdo», agudiza las dificultades
y deja en un ambiente de total perplejidad al lector no mentalizado con la cien-
cia bíblico-judaica.
De ahí la necesidad de que el comentarista de este Libro sagrado debía ser
un hombre profundamente imbuido en la mentalidad y en el conocimiento de
tales características sapienciales judaicas, como lo es André Barucq, profesor
de la F a c u l t a d de Teología de Lyon, colaborador en la Biblia de Jerusalén y es-
pecialista de fama m u n d i a l en los Libros sapienciales.
A. Barucq estudia de forma minuciosa y clara los grupos temáticos que va
p r e s e n t a n d o Qoheleth. Precede una no breve introducción de temas de encua-
d r e : -El a u t o r ; -Fecha y medio de origen del l i b r o ; -Orientaciones para la lec-
t u r a ; -Los principales t e m a s del l i b r o ; -Problema de la unidad del a u t o r ; -Qo-
heleth y la filosofía griega; -El libro como escritura. Anexo con textos de lite-
r a t u r a s a n t i g u a s no bíblicas. Bibliografía sucinta. Un índice final completa la
obra.
Los resultados de este t r a b a j o son m u y buenos. A. Barucq lo presenta como
el más existencial de los Libros Sagrados: en él la duda, la inquietud, el interro-
gante continuo del h o m b r e en este mundo, las desilusiones de esta vida, que
d i a r i a m e n t e se va repitiendo, se hacen P a l a b r a de Dios. El Eclesiastés es un Li-
bro que resalta ante el h o m b r e moderno, angustiado por t a n t a s cosas, por la
intrepidez y por la claridad con que presenta la problemática de la existencia
h u m a n a , que apela a un modo nuevo de entender y de plantearse las relaciones
entre Dios y el mundo y entre el m u n d o y Dios.
André Barucq enseña a leer el Eclesiastés, interpretando su mentalidad y
solucionando los problemas que plantea, t a n t o literarios como de interpretación
teológica. El Autor nos presenta una versión suya original. Es un gran comen-
tario, que ilumina a b u n d a n t e m e n t e su interpretación y su mensaje.

MAURICIO MARTIN DEL BLANCO


668 MONTE CARMELO 80 (1972)

JOHANES BAPTIST BAUER, LOS Apócrifos Neotestumentarios. «Actualidad Bíblica»


22. Ediciones Fax. Madrid, 1971, 164 pp.
Con este libro J. B. Bauer quiere presentar los apócrifos más importantes
del N. Testamento acerca de la figura de Cristo, con el fin de ver «cómo se mu-
dó legendariamente en el alma popular la nueva de la andanza y la obra de
Cristo en la tierra» (p. 9). Comienza el Autor su escrito con una nota prelimi-
n a r donde esclarece los conceptos de «apócrifo» y de «canónico»), y cómo se en-
tenderá el contenido de la palabra «apócrifo» al saber lo que significa el término
«canónico». Luego sigue el siguiente orden de exposición: P a r t e primera. Evan-
gelios apócrifos. P a r t e segunda. Hechos de los Apóstoles apócrifos. P a r t e tercera.
Epístolas apócrifas. P a r t e cuarta. Apocalipsis apócrifas. Concluye su estudio con
un colofón de siete páginas, titulado «¿Qué queda?», donde quiere resumir lo
que ha sido para i. B. Bauer sus r e s u l t a d o s : -que el lector haya adquirido una
imagen intuitiva de cómo continuó n a r r á n d o s e y tejiéndose la historia de Jesús
en los tiempos p o s t n e o t e s t a m e n t a r i o s ; de cómo se aceptó y desplegó su doctrina
dentro y fuera de los círculos ortodoxos, en sentido a m p l i o ; -lo justificada que
está la frontera canónica t r a z a d a por la Iglesia, dada la diferencia de nivel exis-
tente entre los escritos canónicos y los apócrifos. Son muchas las diferencias
detectadas entre los «canónicos» y los «apócrifos». El Autor las va destacando
y nos presenta una labor enorme de claridad y de discernibilidad para todos los
que no tenemos unas categorías concretas de conocimientos bíblicos. Un libro
práctico y de divulgación, útil para saber la historia de los apócrifos y su in-
fluencia en los primeros siglos del Cristianismo.

MAURICIO MAHTIN DEL BLANCO

PIERRE BENOIT, OP., Pasión y Resurrección del Señor. «Actualidad Bíblica.» 24.
Ediciones Fax. Madrid, 1971, 384 pp.
P. Benoit es uno de los hombres excepcionales en S. Escritura, Director de
la Ecole Biblique de Jérusalein, autor de muchos libros sobre S. Escritura y muy
conocido por todos. Esta obra es resultado de diversas conferencias dadas en
distintas ocasiones y ante auditorios variados. Está hecha en un tono directo y
familiar, en lenguaje sencillo y sin rebuscamientos de estilo. Evita todo tecni-
cismo, con el fin de hacerse entender fácil y cómodamente del oyente o del lec-
tor no especializado; lo que no quiere decir que adopte el género literario de
la meditación piadosa. P. Benoit quiere, ante todo, proponer una exégesís segura
del texto bíblico. Exégesis también teológica, que se esfuerza por t r a s p a s a r la
p a l a b r a del h o m b r e p a r a oir la P a l a b r a de Dios. El modo de llevar a cabo todo
esto es el siguiente: en trece capítulos va exponiendo un denso puñado de te-
mas de reflexión, proponiendo antes de cada capítulo todos los textos bíblicos
de los cuatro Evangelistas y haciendo luego una exégesis de cada uno, buscando
las diferencias y lo complementario de cada Evangelista. En la sinopsis de tex-
tos usa el orden conocido de Mt., M e , L e , J n . Pero en el comentario comienza
siempre por Me, del que depende Mt. y, en ocasiones, también L e Jn. es inde-
pendiente, teniendo muchas relaciones con L e ; pero es el que da un orden más
exacto a los acontecimientos, siendo Mt. y Me los que van exponiendo los he-
chos de una manera más desordenada y menos histórica. P. Benoit ha escrito
ciertamente un gran libro, con el que queda suficientemente subsanado un im-
portante vacío. Un estudio que no tiene igual en la bibliografía española por
ser completo, profundo, muy asequible al mimo tiempo y pastoral. El método
usado por el Autor rezuma sentido común. Ha merecido, de verdad la pena de
ser traducido, lo cual no siempre es verdad en t a n t a s versiones como diaria-
mente se hacen al castellano. Prestará, sin duda, buenos y magníficos servicios.
Con la pubdicación de este libro la ya tan conocida colección «Actualidad Bí-
blica» ha cumplido una vez más sus inmejorables objetivos: «La Sagrada Es-
critura es p a l a b r a de Dios, y el cristiano ha de conocerla».

MAURICIO MAHTIN DEL BLANCO


BIBLIOGRAFíA 669

HERMANN STRATHMANN, La Epístola a los Hebreos. «Actualidad Bíblica» 2f>. Edi-


ciones Fax. Madrid, 1971, 220 pp.
Comenzamos la presentación de este t r a b a j o bíblico con unas palabras es-
critas por el mismo Autor en la introducción: «Entre las epístolas contenidas
en el Nuevo T e s t a m e n t o ninguna como Hebreos tiene un aliento tan extraño
para el hombre de hoy. El m u n d o de representaciones culturales del que ella
surgió, carece ya de incidencia para nosotros. El a u t o r es también plenamente
hijo de su tiempo en la forma de utilizar el Antiguo Testamento y en la ma-
nera general de llevar la demostración», (p. 20). Creo que estas palabras son,
verdaderamente, significativas puestas en boca de un especialista en S. Escri-
t u r a . Es indudable que todas las dudas y situaciones de incógnita que existen
en relación a la epístola a los Hebreos, hacen más extraña su enseñanza. Sin
embargo, sabemos que Hebreos es una pieza básica en la Cristología. De ahí
su mensaje siempre válido: para el h o m b r e de a y e r como para el de hoy. H.
S t r a t h m a n n lo sabe y aborda la cuestión con el interés puesto en esa posibili-
dad de hacer accesible y cercano lo q u e es lejano. El resuelve la p a r a d o j a de
m a n e r a hábil y eficaz, porque nos enseña l l a n a m e n t e el mensaje central de la
carta a los Hebreos y lo h a traducido sin desvirtuarlo a un lenguaje actual.
Presenta con h o n d u r a la magnitud del misterio de Cristo, como Sacerdote Eterno
y como Redentor con su sangre de todos los h o m b r e s : el único sacrificio, que
de una vez para siempre lava los pecados del mundo. Como todos los volúme-
nes que h a s t a ahora van apareciendo en ACTUALIDAD BÍBLICA, el texto y co-
m e n t a r i o de la epístola a los Hebreos, realizado por H. S t r a t h m a n n , es una gran
aportación al resurgimiento bíblico al que estamos, afortunadamente, asistien-
do. Es un medio muy útil para conocer toda la problemática acerca de la carta
a los Hebreos. El Autor ha sabido conjugar estupendamente la profundidad
científica con la dimensión práctico-pedagógica, dando el tono tan deseable siem-
pre entre la divulgación y la especialización. Completa el comentario una nota
bibliográfica, un índice bíblico de nombres y conceptos y un índice sistemático.
MAURICIO MARTIN DEL BLANCO

LOUIS MONLOUBOU, Profetismo /; Profetas. Profeta, ¿quién eres tú? «Actualidad


Bíblica» 26. Ediciones FAX. Madrid, 1971, 256 pp.
El comienzo del prólogo nos declara i n m e d i a t a m e n t e cuál es el propósito del
A u t o r : recoger cuanto h a n escrito otros autores, de manera excelente pero inac-
cesible al público no p r e p a r a d o para la lectura de la Biblia, y hacerle inteligi-
bles, a t r a y e n t e s y a p a s i o n a n t e s algunas páginas del Libro Sagrado. Páginas que
no son en verdad las más importantes, pero que resultan muy útiles, y tal vez
p u d i é r a m o s decir necesarias, para la comprensión de esos textos fundamenta-
les que constituyen los escritos de los grandes profetas, (p. 11). El título mismo
del libro r e s u m e ya muchas p r e g u n t a s : unas sobre la historia del Profetismo
—comenzando desde su prehistoria— sus orígenes, sus p r i m e r a s manifestacio-
nes, sus relaciones y sus diferencias con el profetismo extrabíblico, su evolución
posterior... Otras en relación a la figura misma de los Profetas, al impacto que
causaron en el tiempo y en el a m b i e n t e concreto donde aparecieron... Y otras
que a t a ñ e n al significado profundo del mensaje profético, dentro de la revela-
ción progresiva de Dios a su Pueblo y a todos los h o m b r e s . Termina el libro
con una p r e g u n t a : ¿Profeta, quién eres t ú ? Es la conclusión de la obra. Es el
problema central de todo el estudio. L. Monloubou responde a toda la proble-
mática con hondo y seguro saber bíblico. Sus páginas son vivas, de lectura gra-
ta y enriquecedora, a u n dando una calidad científica a lo que escribe. El Profeta
siempre es una figura fascinante. El Autor ha sabido también t r a d u c i r tal fas-
cinación en su estudio.
Un gran libro que hace realidad los objetivos de la colección «Actualidad
Bíblica». — MAURICIO MARTIN DEL BLANCO
670 MONTE CARMELO 80 (1972)

JAVIEH PIKAZA, O. DE M., La liiblia y la Teología de la Historia. «Actualidad Bí-


blica» 28. Ediciones FAX. Madrid, 1972, 416 pp.
El subtítulo que lleva este escrito e s : «Tierra y promesa de Dios». Viene a
r e s u m i r todo el t r a m a que conduce el argumento de este libro de J. Pikaza.
El contenido f u n d a m e n t a l es la esperanza bajo dos puntos de vista o dos ángu-
los de visión: — l a promesa de D i o s : «la tierra p r o m e t i d a » ; — e l esperar hu-
m a n o : «la tierra esperada». Es el doble rostro de la esperanza; por una parte,
es el ascenso del hombre que busca a Dios en las cosas; por otra, la bajada de
Dios que se muestra y se revela. Todo se condensa en ese diálogo entre Dios y
el h o m b r e , establecido inicialmente por Dios. El Autor viene a d a r una respuesta
bíblica a todas esas preguntas que, por ser tan «existenciales», se hace constan-
temente el hombre de todos los tiempos ¿Qué sentido tiene nuestro mundo,
nuestra vida? ¿A dónde vamos? De ahí la oportunidad de este libro de Javier
Pikaza, Autor muy conocido por sus publicaciones escriturísticas, teológicas y
filosóficas. Su labor no ha sido otra que seguir con soltura y con habilidad el
pensamiento y las explicaciones bíblicas a través de las diversas etapas de la
historia de la salvación, que él divide en d o s : «ciclo patriarcal», «ciclo profé-.
tico» (p. 15). Difícil tarea, abordada m a g i s t r a l m e n t e por el Autor y consiguien-
do buenos frutos. Tiene en cuenta todas las aportaciones de los últimos estudios
del momento, hechos por especialistas en el tema. Entre ellos, p a r t i c u l a r m e n t e ,
a los p r o t e s t a n t e s ; sin olvidar, ni relegar a los católicos. A este respecto, es in-
teresante la observación del especialista P i k a z a : «La distinción católico-protes-
t a n t e no debe aparecer, por tanto, estrictamente hablando, en el campo de la
p u r a exégesis; se muestra m á s bien en los presupuestos extraexegéticos, en el
modo de ver la Iglesia que t r a n s m i t e la Escritura y la interpreta» (p. 11). El
fin que se ha propuesto el Autor es que la Palabra nos llegue. P a r a ello procura
usar un lenguaje sencillo, cálido y de divulgación, dentro del buen gusto. El
libro está estructurado de la siguiente m a n e r a : Prólogo. Presentación del tema.
P r i m e r a p a r t e : El Pentateuco y las promesas patriarcales, donde estudia la res-
puesta que Dios da a las preguntas del hombre en la Promesa que Dios hace
al hombre en la revelación histórica. Segunda p a r t e : La promesa de la tierra
en la Tradición profética; es decir, cómo fue interpretada por los Profetas la
Promesa de la t i e r r a . Tercera p a r t e : La promesa de la tierra en el Nuevo Tes-
t a m e n t o ; esa promesa se realiza totalmente en Cristo, que ha venido, encarnán-
dose —«eje del tiempo»— y que se acerca —«Parusía»—. Completan la o b r a :
Epílogo; Cinco «Excursus» y los índices bibliográfico, bíblico analítico, onomás-
tico, sistemático.
Creemos que J. Pikaza ha conseguido sus objetivos. Nos ha presentado una
Teología bíblica de la Historia, que es una estupenda Teología bíblica de la
esperanza. — MAURICIO MARTIN DEL BLANCO.

EMEHICH CORETH, Cuestiones Fundamentales de Hermenéutica, versión castellana


de Manuel Balasch, «Biblioteca Herder», 127. Ed. Herder, Barcelona, 1972,
261 pág.
El contenido del presente libro es un estudio, detenido y serio, sobre la
ciencia hermenéutica. La hermenéutica es una cuestión previa a cualquier es-
tudio de la Sagrada Escritura. Es la ciencia de la interpretación de la palabra,
hablada o escrita, t r a n s m i t i d a por la tradición. La hermenéutica no es, pues,
una metodología práctica de las ciencias del espíritu exclusivamente. En su base
se halla toda una problemática filosófica de a m p l i o alcance. El Autor estudia,
en cuatro partes, precedidas de una breve introducción de presentación, toda la
problemática acerca de la hermenéutica. La primera parte —más bien prepara-
toria— investiga en sus líneas esenciales el trasfondo histórico del desarrollo
teológico de los problemas y de la problemática filosófica que ellos presuponen,
aparecida en escena con Schleiermacher y Dilthey, arraigando profundamente
con la hermenéutica de la «existencia» de Heidegger y llegando a su pleno desa-
rrollo con la hermenéutica filosófica de Gadamer. Sobre este trasfondo histórico
recoge Coreth las cuestiones materiales de una hermenéutica filosófica, buscando
en p r i m e r lugar esclarecer en general la esencia y las estructuras de la inte-
lacción {Parte segunda). La tercera parte t r a t a de la intelección y la historia,
BIBLIOGRAFíA 671

planteándose toda la problemática filosófica de los elementos de la intelección,


sus límites, sus objetos, sus repercusiones y los diversos estratos de sentido de
la intelección. En todo ello se plantea irremisiblemente el problema de la ver-
d a d ; problema que sobrepasa los límites histórico-hermenéuticos, llegando a la
dimensión del conocimiento y de la intelección metafísicos y teológicos (Cuarta
parte). La intención del Autor la confiesa él mismo con las siguientes p a l a b r a s :
«Su intención directiva no es desarrollar una hermenéutica especial como doc-
trina del método de la teología o de las ciencias del espíritu, sino introducir en
los problemas previos a una hermenéutica filosófica y contribuir un poco, todo
lo que se pueda en un marco como éste, a su esclarecimiento» (pág. 11).
El estudio viene completado por un índice de nombres y un índice de ma-
terias.
No cabe duda que este estudio va dirigido a lectores metidos en materia de
interpretación y de estudios profundos de los sistemas modernos de teología,
filosofía, sagrada Escritura...
E. Coreth ha conseguido una estructuración del tema realmente buena y
a p t a ; su estilo es claro y el contenido de su estudio es rico y muy interesante.
MAURICIO MARTIN DEL BLANCO

A. M. DUBARLE, OP., El pecado or¡<jinul en la Escritura. Trad. por Eloy Requena.


Studium Ediciones, Madrid, 1971, 224 pp.
No responde este estudio a los últimos intentos de replanteamiento del viejo
problema, del eterno problema del pecado original. Es decir es a n t e r i o r a las
ú l t i m a s lineas por las que se intenta canalizar la reflexión teológica en torno
al mismo, en cordenadas t a n dispares como el total n a t u r a l i s m o o un simbo-
lismo, que reduce a nada incluso los misinos datos revelados. Cuanto se quiera
pensar sobre este tema, debe p a r t i r en su base de la Sda. Escritura, aunque la
búsqueda en ella plantee tantos problemas.
Tampoco aporta nada la ciencia m o d e r n a ; es ingenuo pensarlo, aun acep-
tando que las condiciones de la vida y del hombre puedan modificar el sentido
de la existencia h u m a n a . Pero no llegarán a desvelar el misterio de la «condi-
ción h u m a n a » aceptando el pecado, el hecho en si, o sus consecuencias de t a l
h e c h o ; por lo que será preciso atenerse a otras instancias. Es lo que ha inten-
tado el A. Y ante todo apoyándose en la Sda. Escritura e i n t e n t a n d o leer de
nuevo, es decir, r a s t r e a r la luz que puede derivarse de ella, a través de todas
las lecturas de la m i s m a , y de todos los esfuerzos de la Iglesia y de los teólogos.
La exposición progresiva de este ensayo sigue el siguiente r i t m o : La condi-
ción humana en el Antiguo Testamento, El pecado original en el Génesis, en los
libros sapienciales, en las sugerencias del Evangelio, en San Pablo. La conclu-
s i ó n : El pecado original en una perspectiva bíblica moderna, estudia el proble-
ma a la luz de ciertas posiciones actuales provocadas por datos científicos, más
o menos decisivos, evolucionismo, etc. — CIPRIANO CAMARERO.

Antiguo Testamento abreviado. Editorial Herder. Barcelona, 1972, 680 pp.


El criterio que ha inspirado esta edición es bien sencillo y por otra parte
razonable. Una selección de textos del Antiguo Testamento se impone para
muchos lectores, para todos, exceptuando los especialistas. Efectivamente h a y
muchos lugares cuyo interés no se percibe más que en el contexto de toda la
p a l a b r a inspirada, pero no tiene especial importancia como mensaje para el
h o m b r e de hoy. Sobre todo para quien no tiene la cultura y la formación nece-
saria. P o r eso se ha reducido el texto, a u n q u e se dan los correspondientes resú-
menes y se anteponen introducciones breves para la debida orientación histórica
y escriturística del lector.
La versión es la conocida de la Editorial Herder. Puede servir especialmente
para seguir las lecturas del AT. de la misa en todos los ciclos de la actual orde-
nación litúrgica. — JULIO FéLIX.
672 MONTE CARMELO 80 (1972)

Palabras básicas del Evangelio. Coordinador y redactor J E S ú S AJUMA. Editorial


EPESA. Madrid, 1972. 500 pp.
El fin propuesto por el coordinador de textos evangélicos está plenamente
conseguido. No se t r a t a de otra cosa: hacer utilizable con absoluta faciliadd el
mensaje de los evangelios. No se ha hecho un m a n u a l de concordancias. Sino
una selección de p a l a b r a s esenciales en las que se centra la doctrina evangélica
y ordenadas alfabéticamente para su mejor utilización. Podría alargarse la lis-
ta de p a l a b r a s —unas setenta— pero lo esencial sin duda está bien recogido.
Muy útiles los diversos índices que ha incorporado: De a b r e v i a t u r a s , de hechos
históricos, de autores de los cuatro evangelios, de medidas bíblicas, j u n t a m e n t e
con dos m a p a s de Palestina y de Jerusalén.
Para la varia y múltiple utilización del Evangelio —meditación personal,
estudio, predicación— es un i n s t r u m e n t o s u m a m e n t e práctico. Puede juzgarlo
toda persona que lo conozca. — JULIO FéLIX.

AA. VV„ Dictionnaire de Si>iritualité, fase. U I - MI] (vol. 8) P a r í s , 1972.


Los dos fascículos publicdaos recientemente por la Edit. Beauchesne de
París, pertenecientes al Diccionario de Espiritualidad, que dirigen tan acertada-
mente los P P . Rayez, Derville y Solignac, de la Compañía de Jesús, siguen la
tónica y las directrices de los anteriores. En estos dos fascículos no hay apenas
temas doctrinales (se habla sólo de las jaculatorias, del jansenismo, de las
religiones j a p o n e s a s ) ; en cambio se analiza la doctrina de un buen número de
personajes claves en la historia de la E s p i r i t u a l i d a d : J u a n Evangelista, J u a n
de los Angeles, J u a n de Avila, J u a n Crisóstomo, J u a n de la Cruz, J u a n Damasce-
no, J u a n Dominici, J u a n Eudes, J u a n Fécamp, etc.
Todos ellos están tratados con competencia, aunque, como es inevitable,
aparecen en sus biografías o análisis ideológicos pequeñas lagunas e inexactitu-
des. Sobre todo en S. J u a n de la Cruz, hemos visto que no se han tenido muy
en cuenta las aportaciones con que los P P . Eulogio de la V. del Carmen y Eine-
terio de J. M. han enriquecido el «misterio» doctrinal y literario del Cántico
Espiritual.
El artículo del P. Lucien no satisface por su superficialidad. No llega al
fondo de muchas cuestiones. Es laudable el esfuerzo que ha hecho por sinte-
tizar la doctrina del Santo y por entroncar y concatenar el contenido de sus
escritos. Creemos que en ello ha logrado un trabajo estimable. Sin embargo,
repetimos, h a fallado en el análisis. Tal vez la bibliografía selecta que ha ma-
nejado no sea la mejor, por lo menos a nuestro parecer.
Además de eso, en estos fascículos hemos notado la ausencia de varios
J u a n e s : J u a n de la Asunción, Juan Bonilla, J u a n Adonec, Juan Brau de la Mag-
dalena, J u a n Bernaola, etc.
A pesar de todo seguimos pensando que este Diccionario es por hoy el me-
jor i n s t r u m e n t o de t r a b a j o que tenemos los aficionados a la historia de la
Espiritualidad. Por eso una vez más felicitamos a sus directores. — J. M. MOLINER.

T. PATIUCK BURKE, Las cuestiones urgentes de la teología. Trad. Francisco de


Moxó Montoliu. Ediciones Fax. Madrid, 1970, 251 pp.
No es fácil tener una ¡dea exacta y objetiva de la temática que priva en
los ambientes responsables de la reflexión teológica. Los temas se desfloran en
manos de divulgadores y fáciles teorizantes. Un contacto con los verdaderos
problemas implica también una especial capacidad de captación p a r a aislarlos.
Creemos h o n r a d a m e n t e que es el p r i m e r servicio que pueden prestar estas pá-
ginas. No simplemente por sus colaboradores, sino porque de hecho a p u n t a n los
temas que de verdad están presentes como tales temas en que se reflexiona y
se amplía una visión, o se intenta la visión posible de los mismos en este mo-
mento.
Estos son los temas abordados y sus a u t o r e s : K. RAHNER, Teología y an-
tropología; H. DE LUBAC, Naturaleza y gracia; E. SCHILLEBEECKX, Función de la
fe en la autocomprensión humana; J. SITTLER, El problema principal para la
Teología Protestante; J. B. La Iglesia u el mundo; Card. J. DANIELOU, Cristia-
BIBLIOGRAFíA g73

nismo y religiones no cristianas; A. GEOHGE LINDBKCK, El marco del desacuerdo


católico-protestante; A. SCHMEMANN, Libertad en la Iglesia; Y. CONGAB, Religión
institucionalizada; CH. DAVIS, Penetrando en el sentido de la presencia real.
La presentación de esta temática tuvo un marco peculiar, y ya no muy re-
ciente. Fueron escritos para un «symposion» —Chicago 31 marzo 3 abril 1966—.
Hoy posiblemente no estuvieran en el elenco todos los nombres que figuran,
por ejemplo CH. Davis, a u n q u e su t r a b a j o es una buena aportación.
Como mentes lúcidas tienen la suficiente honestidad para hacerse esta pre-
g u n t a : «¿Nos estamos planteando las verdaderas dificultades?» (p. 10). Bien
que cabría hacer ya una constatación de hasta qué punto, y posteriormente al
Vat. II las aguas han discurrido por estos cauces. Como cabe t a m b i é n afirmar
que algunos t e m a s serán de actualidad hoy y siempre, porque en cada momento
el h o m b r e y el teólogo de cada generación debe enfrentarse con ellos.
Consideramos un acierto la presencia de pensadores protestantes en este
ensayo. Y consuela profundamente, que h a y a t a n t a convergencia entre lo que
para ellos es básico en el quehacer teológico de hoy, con algunas de las más
inquietantes preocupaciones de los teólogos católicos. Compárese los puntos en
que lo resume J. Sittler (p. 102 ss), con otros del presente volumen para con-
vencerse.—MAURICIO MARTIN DEL BLANCO.

RAHNER, KARL, La gracia como libertad. Breves aportaciones teológicas. Herder,


Barcelona, 1972, 322 p.

El interés q u e suscita cualquier libro «nuevo» de Rahner es innegable, dado


el justificado renombre del a u t o r y su asombrosa capacidad de presencia a los
t e m a s teológicos más variados y más candentes, que preocupan al hombre de
hoy. No faltan, sin embargo, quienes lo acogen con cierto recelo como inevi-
table repetición de ideas y t e m a s expuestos infinidad de veces o quienes quedan
sencillamente decepcionados, porque esperan t a l vez de él lo que éste no se ha
propuesto decir. Por eso se impone, como criterio elemental para interpretar el
p e n s a m i e n t o del autor, d e t e r m i n a r lo que se propone conseguir. No hay que
pedir a sus páginas lo que no se h a n propuesto decir.
En este caso urge a c l a r a r que no estamos ante una obra original y orgáni-
camente construida, como puede inducir a creerlo el título. Aunque éste tiene
cierto parecido con la vieja y batallona cuestión de las relaciones entre la
gracia y la libertad h u m a n a , la temática no responde estrictamente a esta cues-
tión. Más bien es un pretexto para a g r u p a r una serie de temas que rozan m u y
de cerca valores absolutos del cristianismo. P e r o pese a la disparidad a p a r e n t e
de argumentos, responden a una preocupación precisa de unidad suprema. In-
tenta d a r cuenta de la razón p r i m o r d i a l de la libertad como exigencia cristiana.
Los t e m a s se suceden en este o r d e n : Dios, una palabra breve — Habilitación pa-
ra la verdadera libertad — Vinculación con la Iglesia y la libertad personal —
La fe cristiana como liberación del m u n d o — Dimensiones y situaciones ejem-
p l a r e s — Perspectivas ecuménicas — La libre aceptación de la Cruz y nuestra
condición de c r i a t u r a s — Responsabilidad en la Iglesia posconciliar — Nuncios
de la gracia y de la libertad.
Son artículos q u e h a n brotado de los motivos más d i v e r s o s : «emisiones ra-
diofónicas, conferencias, prólogos, entrevistas televisivas, meditaciones teológi-
cas, alocuciones con motivo de homenajes y fiestas conmemorativas». Es del
propio a u t o r la sincera confesión del origen de estas páginas. Se completa con
las lineas que s i g u e n : «De este modo ha sido inevitable que algunas ideas se
repitiesen o rozasen p u n t o s t r a t a d o s ya en otros artículos. No obstante, espero
que con estos esfuerzos renovados se haga patente un conocimiento más pro-
fundo del objeto estudiado una y otra vez. El título escogido La gracia como
libertad procura a b a r c a r la a m p l i t u d de los t e m a s aquí reunidos» (del prólo-
go, p . 7).
La reunión de estos t e m a s en un libro, pese a las repeticiones aludidas
—inevitables, por otra parte, en una p l u m a tan prolífica como la de Rahner—,
debe considerarse como un acierto y una a.yuda para los lectores interesados
por esta temática, dada la dispersión y la dificultad de localizar artículos apa-
recidos en publicaciones r e l a t i v a m e n t e r a r a s . No todos los temas son de la mis-

43
674 MONTÉ CARMELO 80 (1972)

ma envergadura ni se desarrollan con igual a m p l i t u d . Pero la brevedad de al-


gunos ensayos no significa superficialidad. La exposición de Rahner es siempre
incitante y sugerente. Merece s u b r a y a r s e la serenidad con que afronta cuestio
nes t a n comprometedoras y arduas como las que plantea hoy dia la fe respecto
a la cultura y a las tensiones posconciliares. Mantener el equilibrio, sin estri-
dencias y sin concesiones a ciertas posturas conservadoras, es fruto de la ma-
durez teológica que caracteriza al autor. Resultaría pedante discutir afirmaciones
básicas de un maestro. Pero disentir en apreciaciones personales y, en cierto
sentido, contingentes, como las que se refieren a la responsabilidad en la Igle-
sia posconciliar (p. 229-290), cae dentro de lo presumible, dado lo opinable de
ese t e r r e n o . — CIRO GARCíA.

HENRV RONDET, Historia del dogma. Trad. Alejandro Esteban Lator Ros. Edito-
rial Herder, Barcelona, 1972, 314 pp.
El A. tiene muy en cuenta los límites y los riesgos de una historia del
dogma: «Las observaciones que preceden m u e s t r a n ya cuan difícil es t r a t a r de
escribir la historia del dogma». Una historia de por sí distinta de la historia
de la teología, pero que no puede ser aislada de la misma, ni de las grandes
corrientes filosóficas.
La presente obra es una síntesis, ya que una historia más o menos comple-
t a precisaría m á s espacio del que el A. h a dedicado. Con todo los riesgos de
una síntesis son superiores a una elaboración detallada y extensa, a u n q u e la
finalidad es diversa, y más necesaria, pues no existen de verdad síntesis a nivel
de cristianos inquietos y preocupados por este problema.
La historia se recorre en toda su extensión desde los orígenes en los pp.
apostólicos y apologistas hasta el Vat. II. Tal vez pueda verse una despropor-
ción en la atención que se da a algunos períodos en relación con otros. El ma-
yor relieve que merecen ciertas figuras o ciertos acontecimientos, por ejemplo,
el de ciertas herejías. Pero es cierto que sin una atención a ellos, y precisa-
mente por ellas, no se hubiera logrado la verdadera síntesis ni la correspon-
diente precisión dogmática. Es en la historia del dogma en la que deben tener
su destacado lugar, algo que pudiera parecer menos necesario en una elabora-
ción teológica de tipo pastoral.
N a t u r a l m e n t e h a y escasas alusiones a nombres, a corrientes teológicas, a
grupos, y no se puede exigir su presencia. Bien que t a m b i é n h a y insistencias,
se h a n resaltado algunas cosas, o puntos, que no tienen t a n t o relieve, por ejem-
plo, el interés del Vat. II se centra p a r t i c u l a r m e n t e sobre el ecumenismo, y
q u e d a n menos resaltados otros aspectos que tuvieron, y siguen teniendo una
atención especial.
En conjunto la síntesis está plenamente lograda, y cumple los objetivos pro-
puestos, dando una visión de cómo la doctrina católica ha ido cristalizando. Se
puede seguir perfectamente, sobre todo la identidad de la m i s m a en una his-
t o r i a larga y comprometida. — ALBERTO PACHO.

KARL BARTH, etc., Comprender a Bultmann. Trad. por Eloy Requena. Studium
Ediciones, Madrid, 1971, 159 pp.
B u l t m a n n es un nombre muy conocido; pero su obra y su pensamiento no
lo son t a n t o . Cabría decir que entre nosotros el creador de la teoría de la
«desmitologización», h a sido el mismo mitologizado. Y eso es lo que se sabe
de él. Ciertamente sus obras no h a n tenido fácil acceso en castellano, y eso
explica el que se le conozca a través de filtraciones que siempre son peligrosas,
fuera, es cierto de un muy contado número de especialistas.
Aun aceptando que cuenta ya menos, pasado el momento en que concentró
la atención de los investigadores y escrituristas a p a r t i r de sus grandes obras
posteriormente a la segunda guerra mundial, su nombre queda ya inscrito entre
los que h a n intentado una explicación, a u n q u e fuera radical, de los orígenes
religiosos del cristianismo. P o r eso m i s m o h a y que estudiarlo. Ciertamente es
un a u t o r difícil. Lo confiesa nada menos q u e K. BARTH (p. 112), precisamente
q u i e n en este libro aporta la mejor parte para entenderle.
BIBLIOGRAFíA 675

Colaboran en este ensayo a p a r t e K. Barth, Osear CULLMANN, El mito en los


escritores del Nuevo Testamento; A. VOGTLE, El valor hermenéutica del carácter
histórico de la revelación de Cristo; R. MALEVEZ, Rudolf Bultnxann ¡i la crítica
del lenguaje teológico; G. MM. COTTIER, Jesucristo // la mitología; análisis de
los supuestos epistemológicos. — CIPRIANO CAMAIIF.HO.

HEINRICH FIíIES, Fe e Iglesia en revisión, Col. «Teología y Mundo Actual» Ed.


Sal Terrae, Santander, 1972, 352 pág.
Los dos problemas, tan amplios y significativos que, en el presente volu-
men, toca el Autor son el fruto de trabajos y charlas de estos tres últimos
años. Hay una unidad interna, ya que las cuestiones en torno a la Fe y a la
Iglesia corren parejo destino y pasan por el cedazo de la crisis en el hombre de
siempre, y quizá, con m a y o r radicalidad en el de nuestros días. Ciertamente,
si algo está hoy en revisión es la formulación de la fe y la estructuración de
la Iglesia. H. Frics ha agrupado los 17 artículos que dividen el libro en cuatro
p a r t e s : — P r o b l e m á t i c a actual de la fe. — S o b r e la situación de la Iglesia.
- S o b r e la institución de la Iglesia. — P o s i b i l i d a d e s del Ecumenismo. Las cua-
tro partes tienen otro lazo de u n i ó n : se pretende esbozar una imagen trans-
p a r e n t e de los temas en cuestión y d a r una información, a la vez objetiva y
clara sobre ellos. Son temas plagados hoy dia de interrogantes. La fe y la igle-
sia deben d a r una respuesta a esos interrogantes, para acreditar su verdad y sus
fundamentos.
El libro lleva un subtítulo comprometedor y prometedor: «Sugerencias pa-
ra una orientación». Responde al deseo del Autor a no limitarse a plantear in-
terrogantes y problemas, ya de todos conocidos, sino a esforzarse por dar una
respuesta, que no es fácil, pero que es necesaria y posible. Este es uno de los
signos de la dinámica y de la capacidad de la fe y de la iglesia. La finalidad del
Autor es optimista y de f u t u r o : «oponerse decididamente a la impresión que
a c t u a l m e n t e se deja sentir con frecuencia de que vivimos en el peor de todos
los mundos y de todas las épocas, debido a que no sólo se tambalea la validez,
el reconocimiento y el influjo universal de la fe, sino que ella misma ha per-
dido su orientación, a b a n d o n a n d o a la comunidad de creyentes a merced de la
inseguridad, la confusión y la incertidumbre. La respuesta de la fe no puede
ser el derrotismo o el l a m e n t a r s e sobre tiempos pasados, a menudo transfigu-
rados, a u n q u e esto no responda a la realidad histórica, sino la esperanza, el
valor, la confianza, la aceptación del hoy y del m a ñ a n a » (pág. 8).
H. Fries va desmenuzando p a u s a d a m e n t e todas las cuestiones q u e se va
planteando con aplomo, profundidad y acierto. Es una obra constructiva y de
gran envergadura para quienes quieran encontrar soluciones a t a n t o confusio-
nismo y a t a n t a s cosas como se dicen hoy día sobre la Fe, la Iglesia, el Ecu-
menismo.
La traducción del alemán al castellano está hecha por José Sagredo, S. .1.
MAURICIO MARTIN DEL BLANCO

JUAN L. PEDRAZ, S. .1., ¿De veras el Cristianismo no convence? Col. «Mundo Nue-
vo», Ed. «Sal Terrae», Santander, 1972, 39fi pág.
El subtítulo que lleva este libro es de lo más sugestivo y apropiado para
suscitar inquietud en los lectores, supuestas las realidades existenciales de la
fe en el h o m b r e —joven o m a y o r — de nuestros días. El problema de fe es uno
de los m á s agudos y difíciles de solucionar s i e m p r e ; y, por eso, t a m b i é n h o y :
«Reflexiones a un joven q u e está perdiendo la fe, a un a d u l t o que ya la ha
perdido y a un cristiano inseguro». Tres hechos, d u r a m e n t e reales de nuestra
sociedad moderna. El Autor se propone p r o b a r que el Cristianismo, de veras,
convence. Esto lo va probando progresivamente —siguiendo el programa del
s u b t í t u l o — de una m a n e r a apologética. Reconoce el P. J. L. Pedraz que h a b l a r
hoy día de Apologética asusta un t a n t o . P o r eso, él se decide a poner un adje-
tivo m u y de moda a ese nombre pomposo de Apologética: «existencial», o si
se prefiere Apologética antropológica (pág. 11). El Autor se propone, ya al co-
mienzo de su libro, interesarse p o r el h o m b r e concreto q u e tiene ideas, no di-
676 MONTE CARMELO 80 (1972)

rectamente de las ideas como t a l , q u e suponen siempre u n hombre q u e tiene


esas ideas. «Quiero a y u d a r l e a saber porqué cree, porqué duda y porqué no
cree. No p a r a convencerle, porque nadie puede convencer a n a d i e : es u n o mis-
mo el q u e tiene q u e convencerse a sí m i s m o . El objetivo ú l t i m o de este libro
es m o s t r a r l e , porqué no se convence y q u é tiene q u e hacer, si quiere conven-
cerse; o todavía mejor, lo q u e tiene q u e hacer para querer convercerse, pues
hay razones suficientes para convencerse» (páginas 11-12). Este es el p r i m e r vo-
lumen de dos libros dedicados a este estudio. En el q u e presentamos hoy en
nuestra recensión se tocan los t e m a s siguientes: La raíz sicológica de la incre-
dulidad ( I a Parte), donde a lo largo de 7 capítulos, el Autor va estudiando pro-
fundamente al h o m b r e en sus diversas etapas de la vida, sus facultades, sus va-
lores y sus actitudes de cara a lo religioso, con toda la problemática de la in-
credulidad y sus diversos tipos o formas de presentarse. Proceso lógico de la
incredulidad (2 a Parte). En esta segunda parte el P . J. L. Pedraz va repasando
los diversos puntos de la fe católica q u e suelen ser las piedras de tropiezo
de la fe del c r i s t i a n o : el sentido religioso del hombre en sus distintas épocas;
los m i s t e r i o s ; la indisolubilidad del m a t r i m o n i o ; la Iglesia; los conceptos in-
m a d u r o s de Dios; los errores de la Sagrada E s c r i t u r a ; el infierno o el coraje
de la libertad. Todos estos t e m a s , t a n debatidos y t a n complejos, vienen expues-
tos con claridad y se d a n los argumentos m á s accesibles a todos los públicos,
sin dejar de tener h o n d u r a y rango científico el estudio q u e se realiza. La gran
abundancia de ejemplos de la vida diaria y las comparaciones hacen m á s fácil
la inteligibilidad de las cuestiones. El estudio concluye con un breve epílogo,
donde el Autor reconoce q u e son solamente algunas las dificultades q u e h a t o -
cado, pero q u e son muchas m á s . Hace un buen resumen de todas las cuestiones
t r a t a d a s y t e r m i n a haciendo unas consideraciones acerca «del riesgo actual que
estamos corriendo» (pág. 390).
Podemos decir q u e , globalmente, el libro es una buena exposición de todos
estos problemas candentes q u e inquietan la vida del hombre actual. Da luz y
aclara muchos conceptos y dudas q u e , de ordinario, el h o m b r e medio no con-
sigue a c l a r a r y resolver. Es u n a eficaz aportación a la Teología práctica p a r a el
h o m b r e p o s i t i v o y práctico del m o m e n t o presente.—MAURICIO MARTíN DEL BLANCO.

JACQUES GRAND'MAISON, La Iglesia fuera de la Iglesia. Traducido del francés p o r


Diorki. Studium Ediciones. Madrid, 1971, 300 p p .
P o d r í a m o s decir q u e , el presente libro, es una visión pastoral de los pro-
b l e m a s de la Iglesia, en su realización y en su quehacer de evangelización y de
sacramentalización. No es q u e haga el Autor u n t r a t a d o de pastoral, sino q u e
va dando unos principios, experimentados y sabios, de actuación en medio de
la enorme problemática que la Iglesia tiene planteada en relación a l m u n d o en
q u e tiene q u e vivir y a p o r t a r su doctrina y las soluciones cristianas. El desa-
rrollo del estudio q u e presentamos es progresivo -y realístico. Comienza anali-
zando los c o m p o r t a m i e n t o s tangibles de los cristianos de n u e s t r o medio. Antes
de «teorizar», tenemos q u e dejarnos interrogar por las situaciones reales. Antes
de predicar, h a y q u e escuchar. Un principio claro y prudente, pero m u y r a r o .
El Autor lo hace constantemente y es lo q u e confiere a su t r a b a j o actualidad y
realismo. En u n a segunda etapa, sigue paso a paso algunos itinerarios de evan-
gelización con individuos y grupos variados. Después de estos pasos inductivos,
profundiza el p r o b l e m a de la evangelización, poniendo los fundamentos y sa-
cando a discusión las ideas fundamentales de la teología clásica, en las que
acusa, d e m a n e r a realista y experiencial, la falta de encarnacionismo y de sen-
tido práctico y p a s t o r a l de presentarla. Toca todas l a s cuestiones m á s palpi-
t a n t e s de la teología m o d e r n a e n su relación con la pastoral y su modo de rea-
lizarla en el m u n d o contemporáneo. En u n q u i n t o capítulo a b o r d a r á el canden-
te y difícil p r o b l e m a de la secularización, dentro de la cual tiene l u g a r la evan-
gelización. Necesidad de u n a programación concreta y de u n a formación prác-
tica y viva en los Seminarios y Facultades de Teología. Los tres capítulos s i -
guientes ponen de relieve tres cuestiones básicas de u n a pastoral de evangeliza-
ción q u e integran los tres aspectos elaborados a n t e r i o r m e n t e : teológico, a n t r o -
pológico y experimental. Capitulo V I : «Tres ejes de la evangelización» (Kérygma,
BIBLIOGRAFíA 677

Diakonía, Koinonía). Capitulo V I I : «¿Iglesia de élite o Iglesia masa?». Se estu-


dian las posiciones de K. R a h n e r y de Danielou. Capitulo VIII: «La institución
y la m i s i ó n : bases de la Iglesia». El Autor afronta toda esta problemática ba-
sado en su experiencia misional, p a r t i c u l a r m e n t e en Quebec. En resumen, po-
d r í a m o s decir que J. Grand Maison ha estudiado concienzudamente el fuerte
problema de la evangelización en un m u n d o moderno secularizado y desacra-
lizante y lo ha hecho con gran competencia. Un libro de interés para quienes
tienen que llevar a los hombres el mensaje de salvación cristiana.

MAURICIO MARTIN DEL BLANCO

PIET SCHOONENBERG, Pecado y redención. Editorial Herder. Col. Controversia 10.


Barcelona, 1972, 208 pp.

La problemática sobre el pecado original es p e r m a n e n t e . Son bien cono-


cidas las distintas corrientes y los esfuerzos de toda la teología moderna, sobre
una nueva reflexión en torno a este tema. La verdad es que lo más i m p o r t a n t e
es la ansiedad, la desconfianza de los teólogos sobre las explicaciones a n t e r i o -
res y su deseo de una explicación a la luz de los nuevos datos científicos y del
progreso de la exégesis. No todos los esfuerzos son afortunados, ni todos los
autores h a n a p o r t a d o nada nuevo consistente. Lo que sí es cierto que h a n des-
aparecido los miedos y reservas a n t e r i o r e s .
La solución del P. Sch. es indudablemente sugestiva y parte de la a f i r m a -
ción bíblica del pecado del m u n d o . Aunque quede el problema de la vinculación
con el pecado de Adán. Lo que ha decidido al A. a esta sugerente interpretación
son los problemas actuales en torno al poligenismo y al evolucionismo. Cierto,
todavía terreno frágil de hipótesis, a u n q u e a m p l i a m e n t e aceptadas. Sin duda
puede ser y lo es una pista sugerente y no tan revolucionaria como parece, en-
c o n t r a r la clave de una nueva intelección del pecado original —no desvelada del
misterio— en el hecho de la solidaridad total de la creación y del mundo, no
en una mera solidaridad moral o física.—CIPRIANO CAMARERO.

Un Dios de los hombres. Editorial Herder. Barcelona, 1972, 216 pp.

No es el mejor sistema para conseguir verdaderos logros teológicos la con-


traposición sistemática de tendencias y de reflexión por reacción. No deja de
observarse algo en los teólogos modernos, pero no en los que de verdad reali-
zan su quehacer con seriedad. P o r eso m i s m o han tenido en cuenta la tradición,
sobre todo la patrística, y h a n llegado a metas insospechadas. F a l t a todavía la
integración en un sentido de t o t a l i d a d cultural de la escolásctica para q u e la
reflexión no olvide estadios que tienen que concentrar todas las adquisiciones
y superar las reservas contra la m i s m a . Este ensayo puede ser modelo de cómo
hay que tener en cuenta la tradición, la de los padres en concreto, para poder
i n t e n t a r una impostación de los problemas que se quieren dar a entender en
un contexto cultural como el moderno. Sin embargo, tampoco se llega a en-
tender que sea preciso t o m a r a la letra algunas insuficiencias conceptuales de
la tradición, ver por ejemplo las objecciones sobre los modelos calcedonianos de
cristología, que tienen como todos t a n t o de temporal y contingente, y p o r eso
m i s m o son siempre atípicos. Es decir valen para su tiempo y para siempre si
se t o m a n como un estimulo, como un empeño, que no debe copiarse literalmente.
Por lo demás, este libro es un fruto sabroso de una forma de reflexionar teo-
lógicamente, que nos presenta a Cristo como es, como le queremos entender
ahora, a la medida de la sensibilidad y de la percepción í n t i m a de nuestra hora.
P o r q u e se t r a t a de una cristología que a la verdad no parece académica y por
eso ha ganado en proximidad y en valor vivencial y e s t i m u l a n t e .

CIPRIANO CAMARERO
678 MONTE CARMELO 80 (1972)

GABRIELLE MILLEII-JOSEF QUADFLIEU, Manual del nuevo catecismo católico. Tra-


ducción p o r Daniel Ruiz Bueno. Editorial Herder. Barcelona, 1972, 548 pp.
El Nuevo catecismo católico es el preparado en Alemania y que Edit. Her-
der presenta en castellano. El éxito conseguido en su país de origen justifica
plenamente su traducción. Es posible que ni pueda ni deba tomarse a l pie de la
letra p a r aplicarlo en España o en otros países de habla española. Pero es cierto
que todo catequista o profesor de religión deberá hacerlo para enriquecerse y
para tener u n a orientación, casi siempre un guía seguro, con el q u e pueden en-
riquecer cualquier sistema o fórmula empleada en la divulgación y enseñanza
del Mensaje.
Los autores p r e s e n t a n la historia del catecismo en el prólogo. Es una his-
toria ejemplar de aceptación, de a m p l i t u d , de h u m i l d a d y de t r a b a j o en equipo.
Merece la pena leerla detenidamente. Siguen unas indicaciones sobre el uso del
mismo.
Puede juzgar el lector por la sola enunciación del sumario, del q u e t r a n s -
cribimos sólo la p r i m e r a parte, de las c u a t r o de q u e consta, para q u e se percate
de la sugerente y a c t u a l í s i m a presentación de la d o c t r i n a : Dios llama a todos
los hombres. 1, Los h o m b r e s p r e g u n t a n . 2, El mensaje de Dios. 3, El mensaje
vive en el pueblo de Dios. Dios nuestro P a d r e . 4, Dios nos h a b l a . 5, Dios cum-
ple su p a l a b r a . 6, Dios se deja h a l l a r todavía en el inundo. 7, Dios cuida de nos-
otros. 8, Dios está cerca de nosotros y nos conoce. 9, Dios quiere que seamos
libres. 10, Dios no nos olvida en el dolor. 11, Los designios de Dios no son nues-
tros designios. 12, Dios es el santo. 13, Dios se compadece de los pecadores. 14,
Dios es amor. 15, Dios es grande.
El desarrollo de cada u n o de los t e m a s es por ejemplo como el q u e sigue:
Dios es grande, p. 74: Texto p r e l i m i n a r , o enunciación del m i s m o . Texto doc-
t r i n a l , es decir, explicación del mismo, con una lección sobre el mismo, y una
oración final, en este caso de T h o m a s Suavet.
El libro es un i n s t r u m e n t o , ciertamente, pero el lector comprobará que es
ú t i l í s i m o . — C I P R I A N O CAMARERO.

L. M. DEWAILLY, OP La joven Iglesia Tesulónica. Trad. por Eloy Requena.


Studium Ediciones, Madrid, 1971, 152 pp.
Por un elevado coeficiente de inercia, incluso en los estudiosos, o por el peso
del aprendizaje escolar y la insistencia litúrgica las cartas a los tesalonicenses
están unidas al t e m a de la parusía. P o r eso cuando un estudio sobre las mis-
mas nos pone en contacto con la entera realidad de estas iglesias paulinas, se
tiene la impresión de redescubrirlas. De hecho se descubre el entero mensaje de
las m i s m a s . Es excesivo como reconoce el A. (p. 12) h a b l a r de rehabilitación,
q u e al fin es u n a p a l a b r a con su despojo de sentido peyorativo, pero sí h a in-
t e n t a d o y logrado p l e n a m e n t e d a r l a s a conocer plenamente.
Pablo funda en Tesalónica u n a verdadera «iglesia», no u n grupo de adictos,
sino una comunidad que puede ponerse en marcha y crecer y desarrollarse, p e -
se a q u e la estancia sea corta, y q u e cuando se aleja tenga preocupación por
ella y por su porvenir. Con las dos cartas que se conservan intenta configurar
plenamente la vida de la nueva comunidad. Y por eso detalla la nueva vida que
ha de llevar, una «nueva vida en el Señor», una vida sostenida por El, y llevada
en obsequio de El, como él mismo lo hizo, hasta en el t r a b a j o m a n u a l , para
no ser molesto a nadie. Una vida q u e es ante todo vida de fe, de esperanza y
de a m o r .
La lectura de este estudio convence de la belleza y de la profundidad de las
cartas, a u n q u e no pertenezcan a las «grandes» del apóstol.—JULIO FéLIX.

ÓSCAR CULLMANN, La fe y el culto en la Iglesia primitiva. Trad. por Eloy Reque-


na. Studium Ediciones. Madrid, 1972, 312 pp.
El t í t u l o preciso y concreto no refleja en realidad el verdadero contenido
de este libro más que de una m a n e r a un t a n t o general. El repaso de la temá-
tica que se aborda en él indica claramente que no hay un enlace sistemático
BIBLIOGRAFíA 679

como en un libro pensado u n i t a r i a m e n t e . Con todo se comprende la titulación


ya que lo que ha querido su a u t o r es a g r u p a r una serie de estudios dispersos,
cuyo d e n o m i n a d o r más adecuado era precisamente el de la problemática reli-
giosa en los primeros tiempos de la Iglesia.
Los estudios agrupados son los siguientes: La realeza de Cristo y la igle-
sia en el Nuevo Ttestamento, Las primeras confesiones de fe cristiana, El cris-
tianismo primitivo y la civilización, El culto en la primitiva iglesia, Los sa-
cramentos en el Evangelio de Juan, ¿Qué significa la sal en la parábola de Je-
sús?
Como se ve son temas, casi todos, de plena actualidad. Ciertamente h a n va-
riado ya las posiciones y el enfoque de algunos de ellos, por ejemplo la exten-
sión y el sentido del reino y sus relaciones con las potestades terrenas, vieja
polémica reflejada en apéndices en la p r i m e r a p a r t e , las aportaciones sobre las
fórmulas de fe, las p r i m e r a s fórmulas credales han sido fijadas ú l t i m a m e n t e ,
etcétera. Pero en conjunto los distintos t r a b a j o s de O. C. están en plena actua-
lidad y al filo de la problemática planteada.—CIPRIANO CAMAUEHO.

GREGORY BAUM, ¿Podemos creer en la Iglesia de hoy? Respuesta a Charles Da-


vis. Ediciones Fax, Madrid, 1972, 280 pp.
A su tiempo fue comentado el impacto de la separación de la Iglesia del
teólogo Charles Davis, que por su papel en el Vaticano II produjo más impre-
sión, desde la retroescena de su situación de teólogo consejero, llegando casi a
nivel de sensacionalismo. Más todavía su libro Un problema de conciencia, en
el q u e intentaba justificar su decisión. La respuesta a ese libro es la justifica-
ción y el motivo de éste. En síntesis las ideas de Ch. D. eran simples y radica-
les: las razones en favor de la Iglesia católica como institución h a n perdido su
validez en nuestro tiempo, por eso está en vías de disolverse; actualmente por
eso m i s m o la Iglesia es antisigno del Evangelio.
El libro de G. B. intenta refutar todo esto, pero no de una manera polé-
mica al estilo tradicional, sino mediante un estudio y un análisis de la reali-
dad actual de la Iglesia, sin ocultar nada, para p r o b a r la posibilidad de que
cuanto se dice en contra sea vano. Véanse los títulos principales de su e s t u d i o :
La Iglesia abierta, La sociedad enferma y el Espíritu, con a p a r t a d o s como es-
t o s : Análisis de los males de la Iglesia (p. 73); La apologética de ayer; La cre-
dibilidad de la Iglesia hoy; La Iglesia del mañana.
Lo interesante es que se analizan punto por punto todas las objecciones
de Ch. D. y se llega a conclusiones opuestas, sin duda porque se tienen en cuen-
ta otros supuestos t o t a l m e n t e distintos, y más realistas, pese a las apariencias,
o con otras p a l a b r a s menos anecdótico de lo que pueden ser ciertas situacio-
nes, que con veracidad se pueden entender desfasadas o injustas. Pero todo se
hace sin a m a r g u r a , y sin dureza, con a p e r t u r a , con serenidad, casi como si no
se hiciera una crítica.
Quien h a y a leído el libro de Ch. D. debe desde luego conocer éste, porque el
impacto del p r i m e r o quedará medido adecuadamente.—CIPRIANO CAMARERO.

AnTHun MICHAEL RAMSEY, Dios y Cristo en un mundo secularizado. Estudio so-


bre teología contemporánea. Trad. J u a n José Ferrero. Ediciones Fax, Ma-
drid, 1971, 162 pp.
Podemos ya referirnos a ciertos movimientos de pensamientos, como fenó-
menos que sucedieron. P o s t u r a un t a n t o peligrosa, porque a u n q u e se juzgue
que h a n pasado, nadie puede precisar el rastro que h a n dejado, y por ello su
misma persistencia en la propia estela, por borrosa que la creamos. Es lo suce-
dido con la teología de la muerte de Dios, o el secularismo. P o r eso nos parece
lógica e inteligente la postura de M. R. Un fenómeno no se supera con una
critica del mismo, sino con la contraposición de una ideología más válida. Es
la idea, y el contenido de la trascendencia de la fe, del cristianismo, pero no
como una teoría de escuela, tradicional o no, sino como algo vivo q u e tiene q u e
realizarse en cada cristiano, y en este momento, en que la secularidad, es algo
real, y que no se puede desplazar ni con condenaciones ni exorcismos. Sino dan-
680 MONTE CARMELO 80 (1972)

do a la realidad el sentido, no complementario, sino definitivo que parte de la


trascendencia.
La mesurada reflexión de M. R. sobre los problemas modernos de la teo-
logía y de la vida cristiana son un índice de su propio conocimiento de la reali-
dad, y de su propia postura, matizada desde luego de pastoralidad. Muchos de
sus apuntes —el libro no es amplio, ni al estilo de los teólogos de escuela— son
verdaderas meditaciones. Consuela, por ejemplo, la seguridad y mesura de sus
conclusiones, que deben leerse como si fueran una meditación (pp. 148 ss).

CIPRIANO CAMARERO

ILDEFONSO DE LA INMACULADA, OCD., Las modernas corrientes de la espirituali-


dad g la devoción mariana. «Estudios Marianos» Segunda Época XXXV
(1970) 165-208.
Es un ponderado, y si no exahustivo, sí apretado estudio de la ac-
t u a l i d a d de la problemática en la devoción a la Virgen, que nace de los signos
peculiares que afectan a otras formas innumerables de expresión religiosa, y en
general a todo el h o m b r e y a su talante, a su situación ante el mundo. En una
p r i m e r a parte intenta describir los rasgos de nuestro tiempo, y las notas del
h u m a n i s m o más reciente. Seguidamente avanza un guión de las características
de la piedad m o d e r n a : la exigencia de autenticidad de la que es consecuencia
la desmitización y la tendencia al retorno a las fuentes. Todo lo cual provoca
actitudes especiales en la devoción, como el radicalismo en la supresión de las
consideradas inactuales, y el critocentrismo, como nota dominante. Finalmente
se fija y analiza el reflejo de esta actitud en relación con la devoción a la Vir-
gen para darnos un resumen de lo que debe ser en nuestro tiempo esta devoción,
q u e no ha de colocarse en ningún extremismo sino en una verdadera integra-
ción de la tradición legítima y de las exigencias también legitimas de nuestro
m o m e n t o (p. 207).—CIPRIANO CAMARERO.

R. P. REGAMEY, La voz de Dios en las voces del tiempo. Ed. Sal Terrae, Santan-
der, 1971.
El problema que afronta el P . Regamey es, a pesar de su actualidad, u n pro-
blema viejo, queremos decir muchas veces t r a t a d o . El sabio dominico insiste en
algo de lo que todos estamos convencidos, en la realidad de una constante evo-
lución en la vida espiritual y religiosa. Hay que aceptar este hecho con todas
sus consecuencias.
Es un hecho doloroso, pero muy enriquecedor, porque nos indica que per-
tenecemos a una Iglesia itinerante, dinámica, no a una Iglesia fosilizada y es-
tática. Somos p a r t e de un cuerpo vivo y en continuo crecimiento.
La evolución presenta a la vida consagrada una serie de problemas cons-
tantes. La solución es irse a d a p t a n d o sin cesar.
No h a y que ser pesimistas y pensar q u e la vida religiosa está languidecien-
do y que dentro de pocos años dejará de existir. Siempre h a b r á a l m a s dispues-
tas a dejar todo p o r Cristo, dispuestas a sacrificarse por los demás. Lo que h a y
que a d m i t i r es que las estructuras no son p e r m a n e n t e s y que el modo y la for-
ma de vivir una vida consagrada pueden variar. Es más, deben variar, acomo-
dándose siempre al signo de los tiempos.
El libro es tranquilizador. Es provechoso. A veces, el a u t o r no es muy pre-
ciso. A veces, después de p l a n t e a r un problema no da con claridad la solución.
Tal vez esto obedece a que las soluciones «se están haciendo» o que son más
complejas de lo que parecen y no pueden ofrecerse sin tener en cuenta los de-
talles de cada caso concreto.
De todos modos, el libro del P. Regamey es un refuerzo al optimismo en
tiempos de pesimismo.—J, M. MOLINER.
BIBLIOGRAFíA 681

VALENTíN LOHR, ¿Quién cree en este Cristo? lid. Sal Terrae, Santander, 1972.

Este libro es a n t e todo un libro para reflexionar. Es un comentario a los


Evangelios. Comentario puro, en el que se trata de una problemática actual, en
el q u e se busca una aclaración de la propia conciencia, un conocimiento del
propio yo.
No aparecen en el libro las opiniones del autor. Es un libro aséptico. El
a u t o r t r a n s c r i b e el Evangelio y s u b r a y a lo más i m p o r t a n t e . Aclara el pasaje, le
desnuda del a p a r a t o literario y estructural para dejarlo limpio y para que el
lector pueda ver todo lo que tiene q u e ver.
¿Quién cree en el Cristo del Evangelio? Seguramente todos creemos en un
Cristo que nos hemos hecho a nuestra medida, en un Cristo cómodo, que coinci-
de con n u e s t r a s tendencias.
El Cristo del Evangelio es un Cristo exigente e intransigente, un Cristo que
nos hace r o m p e r con muchas cosas queridas, que nos hace desterrar muchos
ídolos de esa capilla del corazón.
El P. Lohr se p r e g u n t a : ¿Quién cree en ese Cristo, auténtico, del Evange-
lio? El a u t o r pretende darnos a conocer o mejor, desea a y u d a r al lector para
que él mismo descubra ese Cristo de verdad y crea en El.—J. M. MOLINER.

ALBERTO A. TORHES, Cristiano sobre la marcha. Ed. Studium, Madrid, 1971.

El estilo alegre, dinámico, periodístico, y la gracia y donaire con que re-


lata el a u t o r anécdotas —con Dios al fondo— sucedidas en los tiempos remo-
tos o recientes, hacen s u m a m e n t e a m a b l e la lectura de este libro.
El P. Torres divide el libro en zonas. Hay una zona sociológica, subdividi-
da en zona personal, familiar, laboral, nacional, internacional. Hay t a m b i é n
una zona problemática, subdividida en zona civil, sacerdotal, eclesial, divina.
Hay, finalmente, una zona religiosa, q u e a su vez se descompone en otras zonas
más r e d u c i d a s : navideña, cuaresmal y pascual.
Cada a p a r t a d o es t r a t a d o de un modo a u t ó n o m o . No h a y ligación aparente,
a u n q u e e x a m i n a d a s todas con atención puede encontrarse un sutil hilo que enhe-
bra todas las cuentas y todos los «cuentos».
La tónica de la obra es espiritualizante y social. Se t r a t a de poner de re-
lieve que el cristiano de hoy tiene que ser hombre profundamente preocupado
por los p r o b l e m a s sociales, h u m a n o s y culturales de su tiempo.
El cristiano no debe ser hombre «flotante», tiene que pensar en Dios, pero
con los pies en el suelo. Debe saber c o m b i n a r el a m o r con el temor, la ingenui-
dad con la madurez, la ascética con la alegría, lo h u m a n o con lo divino. Deve
ser un h o m b r e íntegro y equilibrado.— J. M. MOLINER.

GIOVANNI COSTA, SJ, De viaje con una monja. Trad. de Félix Sánchez-Vallejo.
Editorial Sal Terrae, Col. «Mundo nuevo» 12, Santander, 1972.

P a r a que desde el principio se entienda el viaje con que el a u t o r acompaña


a una monja es un viaje s i n g u l a r : el de hacerla recorrer una forma m á s o m e -
nos prolongada o accidental de vivir en religión: siendo superior o superiora.
El A. lo ha sido y por eso puede ser buen guía. Conoce por t a n t o las situacio-
nes, sobre todo las que h a creado la actualidad, que nos parecen m u y nuevas,
y no deben serlo t a n t o . Es decir, el A. con experiencia de las formas antiguas
y de las recientes sabe a qué atenerse. Lo mejor q u e se puede decir de este libro
es que quien ha sido superior, tiene que confesar que es verdad cuanto se es-
cribe, que las situaciones, los problemas, la realidad es esa, y que el superior
está t a m b i é n t e n t a d o de escamotearlos. Y que lo que debe hacer es ser también
h u m i l d e p a r a sí mismo, y entonces comienza a comprender.
Los que sean superiores, sobre todo, superioras, están a tiempo para a p r o -
vecharse de este precioso libro.—CIRO GARCíA.
682 MONTE CARMELO 80 (1972)

JUDIT TATE, La religiosa en en el mundo de hoy. Trad. José María Aduriz, S. J.


Editorial Sal Terra.e, Col. «Nuevo mundo» 7, Santander, 1972, 156 pp.
Se entiende en este ensayo la vida religiosa que ha de condicionarse en un
m u n d o q u e ha cambiado. Es necesaria la lectura reposada para darse cuenta que
la A. no alude a una fenomenología m á s o menos extensa y chillona de los cam-
bios externos. Se t r a t a para ella, y para todo el que quiera ver inteligentemente
las cosas del cambio que se ha producido p o r una m a y o r profundización, por
una verdadera crítica de las motivaciones de la vida religiosa. El cambio se ha
producido a nivel de generaciones, y de u n modo rápido. Nunca fue posible co-
mo h a s t a este tiempo una autocrítica de las expresiones religiosas como actual-
mente. Lo artificial, es decir, la apelación a motivaciones secundarias o falsas
era m u y frecuente. Y quien se apoyaba en ellas hizo crisis. Pero esto no es
nada grave. Es n a t u r a l . P o r eso h a y que saber a n a l i z a r no t a n t o la situación
a n t e s de la catástrofe, como la situación posterior, y obtener —no como conse-
cuencia de ninguna postura derrotista— lo que nos importa de verdad. Es lo
q u e h a hecho la A. intentando diseñar nuevos estilos o formas de vida, o j u s t i -
ficando los existentes, pero sostenidos en verdaderas motivaciones. Véase el in-
teresante capítulo dedicado al celibato, es decir a la vida consagrada en la m u -
j e r y que, sin agotar la teología, da una visión bien ponderada de las razones
del m i s m o . — C I R O GARCíA.

JOSEPH M. CHAMPLIN, ¿Acaso no me amas? Colección «Mundo nuevo» 9, Ed. Sal


Terrae, Santander, 1972, 300 pp.
Este libro, p a r a ser entendido, necesita leerse con los ojos abiertos a todas
las realidades presentes del a m o r h u m a n o , que se sacralizará luego en el ma-
t r i m o n i o cristiano, pero que plantea unos graves y profundos problemas bajo
muchos aspectos. Se parte del hecho que el a m o r es algo maravilloso. Se conti-
nua e x a m i n a n d o las características del a m o r en el h o m b r e y en la mujer y se
pasa i n m e d i a t a m e n t e a t r a t a r los problemsa candentes del noviazgo. El Autor
se los plantea de una manera franca y r e a l i s t a ; las situaciones e x a m i n a d a s res-
ponden a los noviazgos de nuestra época, erótica y de descarado sensualismo.
Por eso, el Autor dirige directamente este libro a las parejas de quince a vein-
t i t a n t o s años, para quienes este problema no es un enigma teórico, sino una
cuestión sin resolver y acuciante, q u e surge con frecuencia en sus vidas. Va t a -
bién dirigido indirectamente a los padres de estas jóvenes parejas, quienes, en
definitiva, son los educadores inmediatos de sus hijos. Las cuestiones concretas
q u e vienen puestas sobre el tapete son las que van directamente unidas al pe-
ríodo del noviazgo como t a l : la castidad p r e m a t r i m o n i a l y la madurez sexual
y amorosa. El P. Champlin da una respuesta a cada una de esas preguntas q u e
todos los jóvenes de hoy día se plantean, según la norma moral cristiana. Es
especialmente práctico el capítulo 6 : ¿Hasta dónde podemos llegar? Sin em-
bargo, los restantes capítulos dan los fundamentos de las respuestas que allí
se d a n .
Es un libro interesante y claro, que bien se le puede recomendar a los jóve-
nes de nuestros días como una norma ideal a seguir en sus relaciones entre c h i '
co y chica, sea en el noviazgo o fuera.—MAURICIO MARTíN DEL BLANCO.

BEINAERT, DARMSTADTER, GODIN-HOSTIE, LEDOUX, LEMAIRE, POHIER, VERGOTE, L.


relación pastoral. Traducido del francés por don Eloy Requena. Studium
Ediciones. Madrid, 971. 258 p p .
Es una obra en colaboración. Estamos en la época de la visión pastoral en
la elaboración teológica. Todo se lo ve bajo el prisma práctico de lo pastoral.
El estudio de Dios será m á s valioso cuanto m á s acerque el h o m b r e a Dios. De
a h í q u e tengamos q u e e s t u d i a r y b u s c a r la forma de ser p a s t o r a l i s t a s en todo
n u e s t r o quehacer teológico. El libro que presentamos a nuestros lectores tiene
todo su valor en esa línea, precisamente. Tiene un prólogo del cardenal Sue-
nens, breve pero sustancioso, donde propone todo un p r o g r a m a de formación
pastoral, concretamente d u r a n t e la preparación al sacerdocio. Otro tema —el
BIBLIOGRAFíA 683

del sacerdocio— candente en nuestro m u n d o contemporáneo: problema de for-


mación, de valoración, de proyección, de función; crisis de vocaciones; deser-
ciones... Está dividido el libro en tres partes, donde se estudian las distintas
relaciones pastorales p o s i b l e s : «La relación pastoral por grupos» (primera par-
te); «La relación p a s t o r a l individual» (segunda p a r t e ) ; «Informe de las sesio-
nes de discusión» (parte tercera). Completan el libro unas «Conclusiones» o co-
municados finales. Son muchos, por consiguiente, los puntos de vista desde los
cuales se aborda el problema. Sus t r a t a d i s t a s son de competencia pastoral pro-
bada. Todo ello da al estudio conjunto una gran a l t u r a . Tiene a b u n d a n t e s cosas
sugestivas para la reflexión, p a u s a d a y serena, que invitan al «aggiornamento»
en profundidad tal como lo exige el h o m b r e de nuestro tiempo.

MAURICIO MARTIN DEL BLANCO

Ivus SAINT-ARNAUD, La Consulta pastoral de orientación rogeriana. Editorial Her-


der, Barcelona, 1972, 152 pp. Versión castellana de Josep A. Pombo.
P a r a quienes están enterados, a u n q u e no sea más que m e d i a n a m e n t e , de la
peculiaridad del método terapéutico de Cari Roger, el solo t i t u l o de este li-
bro q u e presentamos a nuestros lectores debe despertarles un interés inmediato
por la problemática que aborda.
La P a s t o r a l es, en definitiva, un diálogo de conversión y, con frecuencia, la
consulta al sacerdote, hecha de un modo o de otro, es la forma concreta de rea-
lizarlo. Se nos plantea, pues, el problema relaciona! entre psicología y pastoral.
¿Puede un sacerdote o consejero espiritual ser «no directivo» cuando es solici-
tado para una consulta p a s t o r a l . El problema, en el fondo, es radicalmente si-
cológico, si bien no en todos sus aspectos. El Concilio Vat. II nos ha recordado
con insistencia los derechos de la persona h u m a n a y su inviolabilidad. P a r a el
h o m b r e moderno esto es una verdad que se la están metiendo por los ojos a
todas h o r a s ; al menos como teoría. El respeto a la persona h u m a n a se impone
como un postulado n a t u r a l y n o r m a l a escala universal.
Este libro es el resultado de una investigación experimental que el Autor
realizó con unos sacerdotes de la diócesis de Montreal. El interés del estudio de
Y. Saint-Arnaud arranca de su esfuerzo por explicar la fenomenología de la
consulta, cuando se lleva a cabo con un consejero sacerdote. La «consulta pasto-
ral» tiene u n a s implicaciones propias, que importa a b o r d a r con rigor y realis-
mo. El análisis que realiza el Autor tiene en cuenta las relaciones de la pasto-
ral con la psicología y también con las ciencias h u m a n a s inherentes. Hasta el
m o m e n t o se habían difundido modos exclusivos de conducta, que se caracteri-
zaban p a r t i c u l a r m e n t e por una impugnación de las evaluaciones explícitas, ta-
chadas de «directivas»; se usaba, sin embargo, por vías implícitas de la presión
m o r a l , que se pretendía recusar. En este libro se pueden encontrar amplios
cuadros de comportamiento, que responden a diversas situaciones, evitando así,
por una parte, las inercias que a nada conducen, y por otra, las rigideces siem-
pre temibles en una relación de diálogo y de consulta. Es un libro que nos in-
vita a encontrar la respuesta, sencilla y apropiada, que conviene a una peti-
ción de diálogo y de consulta. La técnica puesta al servicio del cliente y del
que necesita solucionar su problemática en un campo de a p e r t u r a y de since-
ridad, a p o r t a d a por a m b a s p a r t e s . Es un método que ofrece a m p l i a s posibili-
dades y que enriquece a quien tiene que dar una respuesta, cuando es inter-
pelado acerca de cuestiones concretas. — MAURICIO MARTIN DEL BLANCO.

MAUHICE BELLET, Cómo construir un lenguaje pastoral. Traducción del francés


por José Cosgaya, OSA. Ediciones Fax. Madrid, 1971. 206 pp.
Comienza M. Bellet la introducción de su libro con este principio recono-
cido hoy día por la mayoría de quienes tienen, de cualquier modo que sea, res-
ponsabilidades pastorales o a p o s t ó l i c a s : «Hay que dejar a la gente que hable».
Hay que renunciar a ese placer del discurso, a la actitud orgullosa del «maes-
tro». Por ese método se llega únicamente a «dar a conocer cosas sobre la reli-
gión», pero no se llega a una iniciación en la vida. P r e g u n t a r sobre los proble-
684 MONTE CARMELO 80 (1972)

mas de la propia fe no es una curiosidad intelectualista, sino interrogación hon-


da y m u y personal sobre la razón ú l t i m a de la propia vida. Este método peda-
gógico está lleno de dificultades, es cierto, pero hay que cambiar de sistema y
de actitud. El papel de animador, de responsable es dejar, de verdad, hablar.
Este es el camino que M. Bellet, famoso especialista en problemática religioso-
existencial propone a q u i : h a y que dejar que quien nos pregunte por la fe, se
exprese con libertad total. Luego, hacer nuestro si; problema. Se t r a t a de su
problema, no del n u e s t r o ; habrá que meterse en él. Por fin, h a b r á que d a r res-
puesta con lenguaje inteligible y flexible a las exigencias del diálogo, atento al
desarrollo de la problemática. El Autor, n a t u r a l m e n t e , nos ofrece caminos, no
recetas. El reconoce q u e se t r a t a de e x a m i n a r u n a de t a n t a s posibilidades como
hay. Evidentemente, nada tiene de exclusiva. Cuenta con sus limitaciones y
sus inconvenientes. Ni siquiera es segura ni está garantizada (pp. 10-11). El
libro se encuentra dentro de la línea pastoral enemiga del dirigismo. Su inves-
tigación abarca dos t i e m p o s : I o . P a r t i e n d o de la «decepción del catequista»
—dando a esta p a l a b r a el sentido m á s amplio—, nos arriesgamos a hacer la
crítica de su lenguaje. 2 o . Para d a r a estas perspectivas un contenido real, pro-
pondremos un tipo de lenguaje, t r a t a r e m o s de indicar sus instrumentos, los
procesos (p. 11).
Creemos que es una rica aportación a la teología pastoral, t a n necesaria y
tan de moda en nuestros días. — MAURICIO MARTíN DKL BLANCO.

La Biblia del domingo. Las lecturas de la misa comentadas por un equipo de


sacerdotes u laicos. Editorial Herder, Barcelona, 1972. 854 pp.
Poco a poco se va configurando y constituyendo un fondo de literatura es-
t i m u l a d a por la nueva ordenación litúrgica y por la lectura de toda la Biblia
en las celebraciones. En contacto con algunos libros entendemos que se va
superando el período de prisa o provisíonaüdad con que se redactaron algunos.
Y llegamos a una etapa de madurez.
Es la impresión que hemos obtenido con esta obra, utilizada repetidamen-
te desde su aparición en castellano. P o r suerte, la impresión de q u e da algo ya
hecho y preciso, no es la más exacta. Ante todo sugiere y estimula a la propia
reflexión y elaboración, porque h a y q u e buscar el sentido q u e los autores h a n
dado, que muchas veces, puede necesitar una traslación a otro contexto y a
otra mentalidad. La seguridad de encontrarse con el sentido del mensaje de
toda la Biblia es una inmejorable garantía que se debe a los exégetas que h a n
colaborado en la redacción. Es en el aspecto pastoral en el que el libro es
base de sugerencias para cada situación.
El hecho de encontrar en un solo volumen las lecturas de todos los nuevos
ciclos, y la posibilidad por esto mismo de compararlos es una de las mejores
prestaciones que se pueden obtener de esta publicación de la Editorial Herder.

JOSé ANTONIO

L. BORTOLIN, Ruibarbo para el Reverendo, Trad. del italiano por ELOY REQUENA.
Studium Ediciones. Madrid, 1971, 127 pp.
El título puede desorientar al lector. Pero no necesita ni siquiera leer la
aclaración previa, sobre el significado de ruibarbo para entender el sentido del
libro. Basta con que lea alguna de sus páginas. Es una larga serie de anécdo-
tas, frases, sucesos, casi todos del a m b i e n t e clerical, curia, sacerdotes, párrocos,
seminarios, etc. recogidos con la sana intención de hacer cambiar el ceño a
quien lo lea. La sorpresa está en que no h a y nada a m a r g u r a , ni ironía, sino
alegre y e s t i m u l a n t e h i l a r i d a d , que por eso resulta verdaderamente tonificante.
Y compensa de t a n t a s otras cosas como se dicen y corren en las menos limpias
y sanas conversaciones cuando entra de por medio lo religioso y sus servidores.
BIBLIOGRAFíA 685

GUIDO PIERBARI, El libro de las vacaciones. Traducido por Eloy Requería. Stu-
dium Ediciones. Madrid, 1971, 143 pp.
Deliciosa obrita la presente. Basta atenerse a las indicaciones que sirven
de presentación o s u b t í t u l o s : «El i n s t r u m e n t o de auténtica distensión que ha
de usarse en cualquier asalto de la melancolía, depresión, sicosis, hipocondría
y disminución de la presión en el cual se recogen disparates y extravagancias
de pequeños y de mayores y además salidas, droodles, historietas y anagra-
mas...». En cualquier página puede verificar el lector la veracidad de estas in-
dicaciones

MAMA AMALIA DE LA SANTíSIMA TRINIDAD, OCD., Versos. Guayaquil, 1971, 148 pp.

Difícil una valoración literaria de este cuaderno de versos de la M. Amalia.


Difícil por su variedad, por las referencias que evocan y los ecos q u e se quie-
ren percibir en ellos, de lecturas, de vivencias y de sentimientos. Desde luego
está claro q u e se t r a t a de un alma que siente y piensa en poesía, a veces t a n es-
pontánea q u e no ha dado lugar a una plena sedimentación poética, y por eso r e -
sulta m á s espontánea, m á s directa y sencilla. En la tradición del Carmelo, la
poesía es h e r m a n a gemela de la pura espiritualidad y de la h o n d u r a mística.
Por eso no h a n sido nunca e x t r a ñ a s . P o r eso la M. Amalia tiene ya lugar en
esa galería, que comienza en los fundadores, y seguirá siempre. Mientras h a y a
Carmelos, h a b r á en ellos poesía. Y a veces saltará hacia fuera como en este caso.

ANGELA CAMINOTTI, Esperando que nazca.

OLGA Y JULIáN, Marido y mujer, caminos nuevos. Folletos de la Col. «Hombre y


mujer» nn. 5 y 6. Studium ediciones, Madrid, 1971.
Por el criterio que inspira estos falletos, por la sugestiva exposición, por la
experiencia de los mismos autores son u n a pequeña joya, una lectura que in-
teresa, q u e conviene a todos los esposos y a todas las madres.

ROLAND JACCARD, La adolescencia. Perfil psicológico. Trad. por Eloy Requena.


Studium Ediciones, Madrid, 1971, 102 pp.
Aunque el A. es un psicólogo bien pudiera entenderse que ha t r a t a d o el
tema como un escritor profesional o un literato. P o r eso ha presentado el tema
de una forma atractiva. Pero lo conoce a fondo y sus observaciones son satis-
factorias y a t i n a d a s . Tal vez el capítulo m á s i m p o r t a n t e es el que dedica a la
conducta de los mayores en relación con los adolescentes, el VI, p. 81 ss. Muchos
se sorprenderán de ciertos análisis, pero siendo serenos deben aceptarse y desde
luego tenerlos en cuenta. Los casos reseñados pueden ilustrar la realidad de
unos problemas de los q u e los adultos se olvidan con frecuencia, y por eso
m i s m o desconocen y deforman entendiéndolos de manera incorrecta con las
lógicas consecuencias.

JEAN CHARLES, La feria del disparate, I, II. Traducción por Eloy Requena. Stu-
dium ediciones, Madrid, 1971, 88, 79 pp.
Algo parecido al libro que conocen los lectores de la revista, Antología del
disparate n ú m . I de esta col. de Studium Ediciones. El a u t o r francés los ha se-
leccionado en las m i s m a s fuentes, de su nación a u n q u e el t r a d u c t o r se haya
visto inevitablemente forzado a una adaptación. La cantera es abundante. Tanto
que su compilador tuvo q u e repetir la feria en el trascurso de un año. La
intención satírica está presente en esta selección. Pero una intención que con
toda la carga de ironía q u e pueda ponerse no será t a n mágica que remedie los
males de los que nacen estos hechos. Mientras tanto, al menos procuran una
sonrisa, q u e hace m e d i t a r además de hacer reír.
686 MONTE CARMELO 80 (1972)

OLIVER MOLINA, El diario de Juan. Studium ediciones, Madrid, 1971, 181 pp.

La novela religiosa, la tan intentada hace algunos años, y la tan discutida


y pocas veces lograda, tiene especiales dificultades. Bien q u e creemos que no
nos ofrece OM una novela en el sentido de lo que puede ser novela religiosa. Es
una especie de ensayo novelado, o de desahogo que puede iluminar, o hacer
pensar, con la única condición de q u e estas páginas se lean con respeto y se
acepten, después de superar el p r i m e r momento en que puede desorientar la for-
ma escogida. Entonces si producirán su golpe, porque lo tienen.

JORGE L. GARCíA VENTURINI, Filosofía de la historia. Enjuiciamiento u nuevas


claves. Editorial Credos, Madrid, 1972, 268 pp.

En ensayo del profesor Venturini está dividido en dos partes fundamenta-


les, a p a r t e la introducción en que t r a t a de centrar el tema, su sentido y lími-
tes. La p r i m e r a dedicada a un excursus sintético sobre las diversas etapas del
problema desde los pueblos primitivos hasta el siglo veinte. La segunda, particu-
l a r m e n t e interesante por sus aportaciones personales la dedica a las nuevas
claves de intelección de la historia, situadas en la actual fenomenología: la
aceleración como realidad última del proceso histórico analogiza,da con la teoría
de la relatividad por Venturini. A p a r t i r de este hecho, decisivo para el A. hay
q u e revisar a m p l i a m e n t e las periodizaciones de la historia. La historia universal
de hecho no ha existido, y todavía caben mutilaciones sobre su comienzo, ya
q u e este está sujeto a imprecisiones y ambigüedades.
El «profetismo» es sin duda uno de los hechos claves de la filosofía de la
h i s t o r i a . Es claro, un profetismo específico, no religioso, a u n q u e no se ignore
tampoco el valor filosófico de la profecía religiosa, un profetismo de escala y
relieve histórico. No se puede ignorar que solamente es posible dentro de los
limites de un conocimiento pleno de la historia, condicionado por él, y válido
en cuanto es producto de una plena individuación de las identidades decisivas
de la historia. Fuera de este cuadro todo profetismo todo intento de anticipación
sería peligroso, y desde luego suficientemente gratuito, p a r a desconfiar de él.
P a r a ello h a b r á que entender la historia como una totalidad, no sólo cronológi-
ca, sino incluso para aceptar su m i s m o valor epistemológico.
Resulta ejemplar el intento del A. por llegar a u n a s conclusiones ya a n t i -
cipadas en las profecías bíblicas, y que él justifica con medios filosóficos, aun-
que resulta un poco difícil de apreciar h a s t a qué punto aquellos h a n sido sufi-
cientemente abstraídos.—MáXIMO TRECENO.

RICARD W I S E R S , Martin Heideyger al habla. Trad. por Eloy Requena. Studium


Ediciones. Madrid, 1971, 81 pp.

Recoge este pequeño libro la entrevista televisada por la segunda cadena


de la TV a l e m a n a con motivo del 80 aniversario de M. H. el día 28 de septiem-
bre de 1969. El texto se da completo, y está formado por la respuesta de desta-
cadas personalidades que h a n tenido relación especial con el pensador alemán,
ya por sus contactos como profesor, o por su conocimiento de la obra del mismo.
Es un índice sin duda de la significación del gran filósofo de nuestro tiempo.

ENRIQUE VALCARCE ALFAYATE, A Dios lo que es de Dios y al laicado lo que Dios


le ha dado. Studium Ediciones. Madrid, 1971.

P o r lo directo del lenguaje, y lo desprejuiciado de la actitud —no digamos


nada del sabroso prólogo que le antepone Ernesto Jiménez Caballero— se lee
este folleto con interés y h a s t a con un deje de sorpresa agradecida. Pese a lo
conocido de su A. en este breve ensayo se manifiesta tan claramnte, y con u n a
ironía tan abierta, q u e deben leerlo cuantos se h a n manifestado sobre el tema,
q u e para él no está desfasado ni mucho menos. Es interesante conocer esta opi-
nión, y la densa reserva de conocimientos teológico-jurídicos que respaldan su
opinión para t o m a r l a con la seriedad que ello exige.
BIBLIOGRAFíA g87

DANIEL LOWERY, Muchacho ¿son estos tus problemas? Colección «Adelante», n° 21.
Ed. «Sal Terrae». Santander, 1971. Traducido del inglés por Antonio Die-
go. 168 pp.

Este librito es una colección de cartas escritas por chicos y chicas america-
nos de 13 a 18 años, d u r a n t e dos años y medio, y de sus respectivas respuestas,
dadas por el P. Daniel Lowery, Redentorista. En las cartas-consulta los temas
que se tocan son los siguientes: 1. La lucha por la fe. 2. Pecado y perdón.
3. Vocaciones. 4. P r o b l e m a s con los padres, i). Profesores y escuela. 6. Amistad,
noviazgo y m a t r i m o n i o . Toda una problemática propia de la j u v e n t u d inquieta
y deseosa de encauzar su vida, moral y religiosamente. Las respuestas a distan-
cia t r a t a n de proporcionar información, ofrecer ideas, e s t i m u l a r nuevos enfo-
ques a viejos problemas, indicar directrices generales...
Como en todos estos libros, acumulados de esta forma y escritos con una
finalidad concretamente educadora, sirven de orientación por lo que tienen de
experiencia y de aportación de soluciones en general.

MAURICIO MARTIN DEL BLANCO

J O S é M.a L. RIOCEREZO, O.S.A., Intenta huir de las drogas. Studium Ediciones.


Madrid, 1971. 142 pp.

La cuestión «drogas» es una de las plagas de nuestra Sociedad de consumo.


No cabe duda que la problemática de los drogadictos es compleja y difícil. No
son pocas las familias a n g u s t i a d a s —especialmente en los países del progreso—
a causa de los hijos que toman drogas. El problema es cada día más preocu-
pante y afecta al m u n d o entero. El r i t m o de crecimiento es a l a r m a n t e . El in-
cremento del tráfico y abuso de las sustancias narcóticas y estupefacientes afec-
ta ya, de m a n e r a preocupante, a nuestro país.
El libro tiene dos aspectos f u n d a m e n t a l m e n t e i m p o r t a n t e s : el informativo,
de cara al a u m e n t o de drogadictos y de las distintas decisiones tomadas en di-
versos países, donde a b u n d a la droga, y en cuanto afronta las consecuencias ne-
gativas de la droga en la Sociedad actual y los medios de ir curándola de esta
enfermedad t r e m e n d a m e n t e peligrosa y cruel. Por eso, la lectura de este librito
puede ser interesante para los pedagogos y educadores en todos los campos y
para la j u v e n t u d en general. Es una buena orientación en medio del confusio-
nismo fatal que van creando las costumbres inmorales y el deseo desorbitado
de placer del h o m b r e del confort y del coniodismo.
El P. Riocerezo es un auténtico especialista en la materia. Ha escrito una
veintena de obras sobre el particular. Por consiguiente, sabe detrás de lo que
se anda y las soluciones viables como sacerdote y pedagogo.

MAURICIO MARTIN DEL BLANCO

ANNA B. AíOW, El secreto del amor matrimonial. Colección «Mundo Nuevo», n.° 8.
Ed. Sal Terrae, Santander, 1972. 148 pp.

Este librito es la plasmación viva de la experiencia continuada d u r a n t e cin-


cuenta años por su Autora. Ella nos cuenta cómo ha llegado a conocer cuál es
el secreto del a m o r m a t r i m o n i a l . Lo hace en tres fases progresivas: I a . La ley
del a m o r . Explica qué es el a m o r y qué características tiene en él y cuáles en
ella y cómo tiene que t e r m i n a r en un«nosotros». El secreto fundamental está
en la ausencia total de egoísmo. 2 a . Los actos de amor. Esta segunda fase tiene
un sentido doctrinal —de explicación de hechos biológicos concretos— y otro
n o r m a t i v o , donde resalta los aspectos de complemento, de ambiente, de unidad,
de grupos familiares, de grupos de amigos. 3 a . La fuerza del amor. En esta ter-
cera fase estudia la Autora la dimensión espiritual-sacramental del m a t r i m o n i o ,
donde aparece claro lo misterioso del a m o r m a t r i m o n i a l en la referencia pauli-
na del a m o r de Cristo a su Iglesia y de la Iglesia a Cristo. Esa es la regla de
oro del secreto del a m o r en el m a t r i m o n i o . «Se ama a quien sabe a m a r » , y
«nunca es demasiado t a r d e para el amor» son dos frases que pueden compendiar
ggg MONTE CARMELO 80 (1972)

m u y bien toda la experiencia amorosa del m a t r i m o n i o , hecha letra en este breve


libro. La sencillez y la practicidad experiencial, comunicada a los demás, son
sus n o t a s características.—MAURICIO MARTIN DEL BLANCO.

JOCHEN FISCHER, El amor nunca se rinde (Nuestro m a t r i m o n i o ahora y después).


Traducción del a l e m á n p o r Diorki. Studium Ediciones. Madrid, 1971. 184 pp.

Este nuevo libro del conocidísimo consultor de problemas conyugales es una


especie de selección de todos los otros libros publicados a n t e r i o r m e n t e . El Ür.
J. Fischer es, sin d u d a alguna, u n o de los que mejor conocen los problemas m a -
trimoniales. Al mismo tiempo es un h o m b r e de u n a gran capacidad para expo-
nerlos de forma sencilla, gráfica y viva. En estas páginas ha conseguido delinear
la esencia del m a t r i m o n i o de forma clara y precisa. Pero su interés se centra
p a r t i c u l a r m e n t e en esclarecer las fases del desarrollo de la vida del m a t r i m o -
nio, a fin de que todos los casados -jóvenes y mayores— a p r e n d a n a conocer
m e j o r las riquezas y la problemática de cada u n a de ellas y las puedan apro-
vechar y solucionar con más facilidad y conocimiento de causa. Se fija espe-
cialmente en ciertas p a r t i c u l a r i d a d e s que, no obstante la a b u n d a n t e literatura
existente en esta m a t e r i a , h a n quedado hasta ahora un t a n t o d e s c u i d a d a s : ma-
t r i m o n i o s tardíos, segundas n u p c i a s ; importancia de la salud y de la enferme-
dad en el m a t r i m o n i o ; la viudez.
Va dirigido este libro a los m a t r i m o n i o s jóvenes o a quienes quieren con-
t r a e r pronto m a t r i m o n i o , con el fin de que conozcan lo que da y exige su ma-
t r i m o n i o . T a m b i é n q u i e r e d e m o s t r a r a los m a y o r e s cómo su vida conyugal puede
d a r no menos, sino más, que en el pasado. De ahí el subtítulo del l i b r o ; expresa
gráficamente lo peculiar de la situación actual, su cuestionabilidad y su futuro,
lleno de certeza en la realidad del a m o r que no se rinde

MAURICIO MARTIN DEL BLANCO

ALLAER, CAHNOIS, La adolescencia. Editorial Herder, Barcelona, 1972, 428 pp.

La obra es resultado de una amplia colaboración de dieciocho especialistas


dedicados a la pedagogía en distintos sectores. La adolescencia como etapa de
la vida de verdadera encrucijada y tenida desde siempre como período de cam-
bios, necesita un t r a t a m i e n t o atento y m u y responsable. No se puede llegar a
ningún resultado sino partiendo del estudio de la realidad de esos años, en los
múltiples aspectos q u e presenta. El libro está dividido en cuatro partes cada
una de ellas dedicada a un grupo de problemas específicos. En la primera se t r a -
ta de definir esa edad desde todos los puntos de v i s t a : psicológico, fisiológico,
constitucional, y teniendo en cuenta otras referencias, la social y nacional. La
segunda afronta bajo el título general de Los adolescentes en su ambiente,
t e m a s t a n singulares como é s t o s : las relaciones familiares de los adolescentes,
los estudios, las amistades, el cine, la televisión. La p a r t e tercera se fija en las
dificultades de la adolescencia, algunas comunes, y otras particulares o priva-
tivas, como la enfermedad o los complejos típicos de estos años de desarrollo.
En la cuarta parte se afrontan los problemas de la adolescencia y su relación
con lo religioso y ético en vistas a u n a inteligencia de esa temática y a su debi-
da atención, t a n graves como son el recto sentido y orientación de la religiosi-
dad y de la m o r a l i d a d de los adolescentes, q u e fijarán su conducta posterior,
y que tienen como lugar adecuado donde h a n de resolverse el marco de la fa-
milia, de la escuela y del grupo de la propia adolescencia en sus relaciones.
No es una enciclopedia ni en su metodología, ni tampoco un m a n u a l , pero
aborda todos los t e m a s que pueden interesar t a n t o a las familias, como a edu-
cadores, colegios, sacerdotes, implicados por exigencias n a t u r a l e s o p o r vocación
en o r i e n t a r a los adolescentes en este período de su vida mas comprometido que
ninguno. Bien puede asegurarse que se t r a t a de un estudio sistemático y bien
coordinado pese al elevado n ú m e r o de colaboradores. P o r eso no h a y t e m a des-
cuidado, y quien esté frente a estos problemas tiene un valioso i n s t r u m e n t o de
a y u d a en este libro.—MáXIMO TRECENO.
BIBLIOGRAFíA g89

JACQUES COBHAZE, La homosexualidad u sus dimensiones. Ediciones FAX, Madrid,


1972, 280 pp.

El análisis desde el punto de vista científico de la homosexualidad conduce


a una visión equilibrada y serena de lo que con t a n t a frecuencia se ha con-
siderado con criterios imperfectos por incompletos, y en una perspectiva más
bien moralizante. Este estudio es eso, un estudio científico a base de datos, de
observaciones y de un conocimiento y uso de la a b u n d a n t e bibliografía sobre el
tema, encuestas, etc. Está dividido su vario articulado en tres partes esenciales,
a u n q u e abarca seis c a p í t u l o s : La base científica de la homosexualidad, inten-
t a n d o u n a iluminación de la realidad sobre presupuestos n e t a m e n t e científicos.
La base orgánica de la homosexualidad y las derivaciones patológicas de la
misma. Capítulos i m p o r t a n t e s integrables en estas tres partes s o n : la descrip-
ción de las prácticas homosexuales, con un a p a r t a d o dedicado al tema en los
a n i m a l e s , todavía sometido a posteriores y constantes, entendemos que laborio-
sas, investigaciones y observaciones, y a la difícil tarea de fijar y d a r sentido
a los datos de observación. Otros problemas a b o r d a d o s : grados de homosexua-
lidad, variaciones, evolución, diversificación de formas, etc.
El ensayo no busca ciertamente una solución concreta, sobre todo desde el
punto de vista de la homosexualidad en grados positivos, —la terminología es
inadecuada desde luego— sino en casos extremos, patológicos. Ante todo quiere
entender, comprender y valorar científicamente. Y desde ese p u n t o de vista el
fenómeno tiene un sentido t o t a l m e n t e distinto, que se refleja en la actitud o
postura legal en muchas naciones.
No es pretensión del A. ni tiene competencia para ello tra,tar el aspecto ético
específico del problema. Puede prestarse a confusiones la declaración final del
A.: «Al t é r m i n o de esta obra creo yo que ya se pueden comprender las razones
por las cuales la actitud moralizadora está desprovista de eficacia, a u m e n t a la
culpabilidad sin modificar las tendencias». N a t u r a l m e n t e esta conclusión es ló-
gica en la línea científica del A. pero insuficiente para un enfoque integral del
problema dentro de una antropología total, que debe tener en cuenta no sólo
lo moral como mera norma, sino lo religioso, como una dimensión y una po-
sibilidad, que t a m b i é n por su p a r t e debe integrarse y ayudarse de todos los
datos científicos.—MIGUEL ÁNGEL.

Sexualidad u moral cristiana. Celap, Santiago de Chile - Herder, Barcelona, 1972,


327 pp.

El problema en torno a la literatura sexual es el de encontrar la verdadera


lectura selecta y orientadora. El problema de los consejeros y de los individuos
interesados en una recta visión y solución del problema sexual. Desde el punto
de vista estrictamente técnico, en su aspecto de información biofisiológica los
textos son i n n u m e r a b l e s , de m u y varia calidad y desde luego sin prejuicios, es
decir con el prejuicio de no tener prejuicios, que es peor que otras prevencio-
nes, y en una medida a m p l í s i m a , considerándose todos en la meta en que ya
se ha desmitificado el sexo, con lo que se ha caído en otra mitificación empo-
brecida o disimulada, la de desintegrarlo y de perder el sentido de plenitud an-
tropológica, es decir física y espiritual que tiene.
No d u d a m o s en considerar este libro como una valiosa aportación de plena
actualidad que ha de servir a consejeros, educadores y familias. Tiene dos par-
tes. En la p r i m e r a se estudia una amplia temática de antropología sexual: as-
pectos fisiológico-anatómicos, el grave problema de la salud pública, la socio-
logía familiar, y especialmente el extenso estudio de María Teresa Corcuera so-
bre los aspectos psicológicos de la sexualidad. La segunda parte está dedicada
íntegramente a la teología, la teología bíblica y la teología moral con un avance
histórico de la consideración que ha merecido a la Iglesia. Se cierra el libro con
tres Anexos, dedicados al problema de la anticoncepción, la «dimensión» de la
Ilumanae vitae y al problema demográfico. No vemos por qué motivo se priva
al lector español del Anexo I ; en el fondo se t r a t a de un fraude bibliográfico
inadmisible.
g9Q MONTE CARMELO 80 (1972)

Por su actualidad y ponderación —no se esquivan las graves situaciones—


pero sobre todo porque presenta la sexualidad en el pleno contexto h u m a n o , que
es por lo mismo espiritualidad queda iluminado de una forma nueva y distinta.
Tanto perjuicio puede causar la exaltación n a t u r a l i s t a como la presentación in-
completa de lo espiritual. En los dos casos se t r a t a de un fraude.—MIGUEL ÁNGEL.

FEHIUEUE, A., La escuela activa; trad. por Diorki. Studium, Madrid, 1971. 195 pp.

«Escuela activa» es una expresión que alcanzó difusión m u n d i a l al termi-


nar la primera guerra m u n d i a l , creada por un especialista de la educación: el
a u t o r de este libro
No es la vieja escuela del t r a b a j o de Pestalozzi; a u n q u e sigue la línea de
aspiraciones a la renovación de la enseñanza, que comienza en Rousseau, Fichte,
Froebel. El valor de estos pedagogos fue que entrevieron un ideal de enseñanza.
Su debilidad, que no se basaron para realizar sus experiencias en los datos
científicos. Pues b i e n : «Escuela activa» intenta ser la realización del ideal de
«una actividad espontánea, personal, fecunda» del niño (11) que entrevieron los
predecesores, j u n t a m e n t e con «el conocimiento psicológico del espíritu infantil
y de las leyes que n o r m a n su desarrollo» (12).
P o r eso, se a u n a el progreso corporal con el desarrollo psicológico. Ka ac-
tividad intelectual del niño es a l i m e n t a d a según el grado de h a m b r e que se ha
despertado en él. La actividad social es desarrollada de modo que los alumnos
mayores confeccionen el m a t e r i a l escolar que necesitan los más pequeños y se
convierten en sus guías y mentores. La obediencia pasiva al maestro y a la
letra impresa es perfeccionada por el desarrollo del espíritu crítico y la ayuda
m u t u a en la tarea de los escolares.
De este modo, el d i n a m i s m o de la persona es desarrollado y orientado des-
de sus primeros años, para que en la vida sea persona intelectualmente forma-
da y m o r a l m e n t e responsable de la vida personal y social. El presente libro es
un clásico de la m a t e r i a , que abre amplias perspectivas a los educadores de
vocación. — A. M. FORTES.

MEERLOO, JOOST A. M., Primeros auxilios vara la salud mental. Fax, Madrid,
1972, 358 pp.

«Primeros auxilios mentales o de tipo mental abarca todo aquello que un


ciudadano puede hacer en m o m e n t o s de sobresalto emocional y de presión men-
tal, antes de que se necesite la presencia de un médico o de que éste llegue»
(5). De este modo declara nítidamente la finalidad del libro su propio autor.
Enfoca las situaciones conflictuales desde cinco perspectivas, y para todas
ellas va ofreciendo remedios, que sin ser propios de especialistas, tienen la ven-
taja de poder ser proporcionados por las personas más cercanas al paciente.
Una de las situaciones corrientes en estos días es la de la confusión y el
pánico de las personas, cuando sucede un accidente, una catástrofe, una situa-
ción familiar imprevista, cuando tememos que «el terror de algún pensamiento
horrible, inadmisible pueda e n t r a r en nuestra cabeza. La m u j e r temerosa de
sentarse en un palco. El h o m b r e temeroso de las mujeres y de sus propios de-
seos sexuales, o el niño que no se atreve a pasear sólo en la oscuridad» (14).
Todas estas personas pueden verse sometidos a estados de vértigo psicológico o
de t e r r o r pánico. Y necesitan urgentemente ser atendidas.
La violencia está presente bajo todas sus máscaras a t r a y e n t e s u odiosas en
nuestra civilización. Y la violencia, la agresividad, tendencia positiva, a veces
se desencadena en forma d e s t r u c t o r a : cuando el a b u r r i m i e n t o llega a limites
insoportables, y h a y que hacer algo para no a b u r r i r s e : a u n q u e sea robar y ma-
tar. Y sin embargo «el niño necesita el a b u r r i m i e n t o . De vez en cuando necesita
sentirse sólo, sin nadie con quien jugar, sin nadie a quien utilizar y dominar,
sin nadie de quien depender» (70). Los adolescentes son agresivos para afirmar
su propia personalidad en el mundo, frente a la familia y a la sociedad de
los mayores. La sexualidad y el a m o r comporta un fuerte componente agresivo.
También el éxtasis artificial de la droga es un m u n d o de agresividad, donde se
la intenta sublimar por caminos secundarios de derivación.
BIBLIOGRAFíA 691

Otro aspecto esencial del libro es el auxilio en la decadencia y aun desin-


tegración de la vida familiar. El niño, por nacer demasiado pronto respecto de
los otros mamíferos, necesita «la familia, que es la matriz exterior que tiene
q u e servir de sustitutivo para la inmadurez biológica» con q u e el h o m b r e na-
ce (171). Pues bien los niños necesitan un t r a t a m i e n t o especial: generalmente,
que el padre dedique más atención al m u c h a c h o ; que la familia no adore las
drogas de los artilugios técnicos y que se mantenga abierta al diálogo hablado,
que comunica a las personas a nivel consciente. De otro modo, la comunicación
se t o r n a r á simbólica e inconsciente, cargada de agresividad.
La salud mental se ve resquebrajada en millones de personas, que sufren
alteraciones de su psiquismo más o menos p e r t u r b a d o r a s . Pues bien, todo tera-
peuta de p r i m e r o s auxilios debe estar c o n t i n u a m e n t e en guardia contra el im-
pacto de sus observaciones y deducciones sobre el paciente. Pues la actitud del
enfermo es escuchar y aceptar reverencialmente a uu hombre que presenta para
él al mito del mago omnipotente. La carga emocional toma como sujeto de sus
expresiones el corazón: Corazón de hielo, de p i e d r a ; subir el corazón a la gar-
g a n t a ; tener el corazón o p r i m i d o ; estar agradecido desde el fondo del corazón;
tener el corazón roto de dolor. Todas estas expresiones lingüísticas simbólicas
son causa de que el corazón tenga sus propias razones y hable su lenguaje sim-
bólico propio, q u e es necesario saber escuchar y comprender.
Diría que es un libro propio para toda persona, que tenga la disposición
de servicio a su prójimo, tan necesitado de comunicación hablada a nivel cons-
ciente, cuando la comunicación actual se hace preferentemente de modo simbó-
lico a nivel inconsciente, y por lo t a n t o de modo incontrolable por la voluntad.

A. M. FORTES

SCHULTZ-HENCKE, HAUALD, La persona inhibida. Razón y Ke, Madrid, 1971. xv,


430 pp.

«El presente libro es el resultado de un estudio de veinticinco años y de


un t r a b a j o práctico de dieciocho» (vil); un libro técnico, por lo tanto, y diri-
gido a especialistas, que estudia desde diversos ángulos la persona h u m a n a que
sufre inhibiciones.
Recalca el autor, p r i m e r a m e n t e , lo inadecuado de la expresión en el sen-
tido vulgar y corriente. Cuando se dice que una persona sufre inhibiciones todo
el m u n d o comprende lo que se quiere decir con eso. «Uno sabe que se t r a t e de
algo i m p o r t a n t e . Sin embargo, en general, ese saber es muy oscuro. Casi nadie
podría decir claramente y con propiedad de qué se trata» (3). La inhibición
produce un sufrimiento, es la primera constatación. Pues b i e n : en la claridad
de conciencia el h o m b r e vivencia representaciones afectos, sentimientos... t a m -
bién su voluntad. Lo que suele inhibirse es lo expansivo, que consiste general-
mente en las tendencias activas del h o m b r e ; tendencias que radican en la parte
opaca del a l m a (9). Se las puede expresar con tres expresiones, que h a n hallado
su plasmación en la vida religiosa (referencia explícita del autor, p. 39-40):
tendencia a poseer-retener, deseo de poder y tendencia agresiva, tendencia sexual
y deseo de amor.
Las inhibiciones, por serlo, no alcanzan su expresión en la vida luminosa
consciente. Pero, por ser tendencias dinámicas, se expresan de diversos m o d o s :
Los deseos y planes de f u t u r o ; las asociaciones libres y las ocurrencias es-
p o n t á n e a s ; los gestos y fantasías simbólicas; los ensueños diurnos a que gus-
tosamente nos entregamos navegando en el barco de la ilusión; y fundamen-
t a l m e n t e , los sueños dormidos, «vía real al inconsciente», como los llamó Freud
con acierto. Estas formas de expresión son estudiadas en 70 pp.
La persona inhibida es estudiada en el capítulo s i g u i e n t e : Inhibiciones que
se manifiestan en vicios, que no son más que exageraciones de tendencias sanas
y que f u n d a m e n t a l m e n t e coinciden psicológicamente con los pecados capitales
de la m o r a l . Inhibiciones que condicionan actitudes básicas de vivencia del
m u n d o : como el tipo sarcástico, irónico, h u m o r i s t a , el soñador, el sentimental,
vi asceta extremoso etc. Inhibiciones que se ponen al descubierto en el desarrollo
Je la p e r s o n a : el niño pacífico, el alborotador, el rebelde, el mosca m u e r t a , el
692 MONTE CARMELO 80 (1972)

pelotillero, el acomodaticio, el agresivo, el mentiroso, etc. Todas estas formas


de personalidad tienen en común que alguna de sus tendencias fundamentales
a «poseer, d o m i n a r o amar» se han visto ahogadas y soterradas bajo los are-
nales de la represión.
En la cuarta parte del libro el a u t o r estudia las consecuencias patológicas
de la inhibición; como la angustia individual o cósmica, los sentimientos neu-
róticos de culpabilidad, la depresión y tristeza con desvalorización de la vida
y las personas, etc.
P o r iiltimo, el capítulo q u i n t o , 17 páginas (realmente pocas), son dedicadas
a la curación de la inhibición
El libro, preciso desde el p u n t o de vista analítico, puede tildarse de dema-
siado somero en la apertura de r u t a s luminosas hacia la superación de la re-
presesión enfermiza. — A. M. FORTES.

FOLLIET, JOSEPH, La información hoy y el derecho a la información. Sal Terrae,


Santander, 1972. 491 pp.

«Este libro es el resultado, conclusión y punto final de una c a r r e r a : diez


años de periodista no profesional; treinta como profesional especialmente en
semanarios y r e v i s t a s ; también en diarios y agencias e, incluso, ocasionalmen-
te, en la radio y en la televisión... Larga, extensa y variada experiencia» (11).
Este es el fondo realista sobre el que se alza esta obra.
Su finalidad es responder t a n t o teórica como prácticamente a los proble-
mas de información y de conciencia que la información ha planteado y plantea
a los periodistas, al público y a los que de un modo u otro han de informar
sobre la ética de la información. El libro es, por lo tanto, un intento de crítica
de moral profesional, sin tapujos y sin ambages, amplio, objetivo y eficaz.
Consta, pues, de tres p a r t e s : una introducción, dedicada a presentar la no-
ción de información en el sentido técnico de hoy, y sus p r o b l e m a s : la comu-
nicación, su semántica y soporte m a t e r i a l , la cantidad de información que tal
soporte t r a n s m i t e , los impedimentos, como es el ruido en todos los complejos
sentidos que hoy esta palabra asume, y una lista de los problemas que- la in-
formación hoy p r e s e n t a : técnicos, críticos, culturales y morales, centrando la
atención del lector sobre el problema máximo, la moral de la información; la
verdad en sus dos v e r t i e n t e s : libertad de información veraz y derecho de la
sociedad a una veraz información.
En la p r i m e r a parte trata a m p l i a m e n t e (pp. 35-230) de la información mo-
derna en todos sus aspectos: necesidad, rasgos característicos, mecanismos, cri-
tica, parásitos, ley e información, amenazas y presiones contra la veraz infor-
mación. Pero no es ni intenta ser el plato fuerte del libro, ya que son la alta
divulgación de las nociones hoy día vigentes sobre la información.
Donde el a u t o r ensaya una enérgica toma de posición, a u n q u e equilibrada,
es en la segunda parte, que t i t u l a : «Hacia una ética y un derecho de la infor-
mación», ante todo, asienta el derecho de la persona a la información, como a
la alimentación y a la formación adecuada, apoyándose en palabras del Conci-
lio y de los últimos P a p a s , de tal modo que la doctrina católica queda clara y
enérgicamente expresada. Como a cada derecho corresponde un deber, insiste
t a m b i é n en el deber de d a r t a l información al ciudadano, t a n t o en cuanto miem-
bro de la sociedad civil, como en cuanto miembro del reino de Cristo, en su
Iglesia. Luego va pasando revista a las diversas relaciones y a los diversos ma-
tices que la comunicación de la verdad tienen con el bien común, el secreto
profesional o social, el orden público, para postular finalmente un estatuto j u r í -
dico de la información. No se olvida de señalar el derecho y exigencia de in-
formación por parte de los católicos, respecto de sus pastores y rectores, toda
vez que el derecho a la información es propia de todo ciudadano, máxime por
lo t a n t o del ciudadano del Reino en su propio reino.
El libro intenta ser una deontología de la verdad de la información. No
peca de tecnicismos y medidas matemáticas de la información totalmente ausen-
tes de la obra, pero es un a r r a n q u e de reflexión para una ética de este producto
de una sociedad de consumo, consumo predominantemente de información.
ANTONIO FORTES
BIBLIOGRAFíA g93

GABRIEL, LEO, Lógica integral, la verdad del todo, (iredos, Madrid, 1971. 624 pp.

El libro es a m b i c i o s o : intenta ser la lógica integral, que reúna en sí tanto


la lógica axiomática, como las demás formas de lógica. «La lógica se constituye
por su objeto y por su método. Objeto de la lógica es el pensar, el cual re-
presenta a la vez el método» (7). Intenta a n a l i z a r el formalismo dentro de la
lógica, la lógica como ciencia de un campo determinado de la realidad, la lógi-
ca como ciencia de la identidad, la lógica del proceso dialéctico, la lógica de
las formas, para llegar al «concepto de la integralidad lógica» (11), que seria
una «unidad supersumativa, no analítico-mecanizable» (11). Pero donde se hace
patente la estructura lógica del lenguaje es en el diálogo, en que las p a l a b r a s
fundan entender y entendimiento, superando asi a Wittgenstein.
No pudiendo a n a l i z a r a m p l i a m e n t e , como se merecía este denso libro, de
lectura abstrusa, me contentaré con indicar su contenido. Se divide en cuatro
p a r t e s . La primera de las cuales t r a t a de la lógica de los contenidos: la per-
cepción y sus síntesis ideológica de explicación y formal de d e t e r m i n a c i ó n ;
evidencia, nacida de la experiencia v i v a ; la intuición de la vivencia y su sín-
tesis en la idea (pp. 15-221). La segunda p a r t e nos habla de la lógica de las
formas en su sentido clásico: concepto, juicio, raciocinio. La tercera, de la ló-
gica de las formas, presente, aunque más r u d i m e n t a r i a m e n t e en la lógica clásica
y más estudiada en la lógica m a t e m á t i c a : identidad, totalidad, singularidad y
su formulación axiomática. La cuarta parte, donde intenta superar todas las
lógicas parciales existentes es la que da el t í t u l o al l i b r o : la lógica del todo,
integral, s i n t é t i c a : síntesis estructural, integración lógico conflgurativa de los
conjuntos de verdad (pp. 409-532). Unas notas complementarias nos ponen en
contacto directo con los grandes lógicos de la actualidad.
Es difícil hacer una valoración del libro. Si recordamos que está escrito en
Viena, donde ha surgido una pujante escuela lógica no nos extrañará su diálogo
con todos los frentes del p e n s a m i e n t o lógico actual. Sólo quisiera hacer una
sencilla a n o t a c i ó n : El libro abre sus p u e r t a s al lector diciéndole que «objeto
de la lógica es el pensar, el cual representa a su vez su método». Creo que las
ya antiguas concepciones de la lógica hacían de la verdad su objeto, siendo su
método la axiomatización progresiva, y su finalidad c l a r a m e n t e expresada por
Leibniz, siguiendo una corriente de p e n s a m i e n t o que se remonta a Lulio, la
búsqueda de identidades en el lenguaje. El a u t o r ha querido con ánimo vale-
roso, superar estos postulados, en una lógica que afirme «la relación y correla-
ción de la forma con el contenido que vale principalmente para cada forma (8).
¿ É x i t o ? ¿Fracaso? Intento serio, con conocimiento profundo del tema desde su
personal punto de vista, pero que parece sufrir un desenfoque de p l a n t e a m i e n t o .

ANTONIO FORTES
ÍNDICE DEL VOLUMEN 80 1972
ARTÍCULOS
ALBERTO PACHO, El P. Palau y su momento histórico 17
ANTONIO RODRíGUEZ, La Reforma Teresiana en los días del P. Francisco
Pulan 77
ALVARO HUERGA, El P. Francisco Palau y la Eclesiologia de su tiempo ... 281
EULOGIO PACHO Presentación 1
— Los escritos del P. Francisco Palau 137
EVARISTO RENEDO, La vida religiosa según el P. Francisco Palau 427
GABRIEL BELTRAN, LOS Carmeltias Descalzos de liarcelona en los dias de
vida conventual del P. Francisco Palau y Quer (1832-1835) 89
ILDEFONSO DE LA INMACULADA, Pensamiento eclesiológico del P. Francisco
Palau y Quer 263
ISMAEL BENGOECHEA, Mariología y Espiritualidad mariana del P. Francisco
Palau y Quer 373
JOSEFA PASTOR, La predicación del P. Palau: un servicio a la Iglesia 457
— La obra socio-religiosa del P. Francisco Palau en liarcelona (1851-
1854) ' 503
a
M. LOURDES GARCíA, Entre dos manos enlazadas «La obra de Dios» 579
OLEGARIO DOMíNGUEZ, La doctrina de la Iglesia como Cuerpo Místico según
OLEGARIO DOMíNGUEZ, La doctrina de la Iglcsi acornó Cuerpo Místico según
el P. Palau 323
OTILIO RODRíGUEZ, El P. Francisco Palau, carmelita teresiano 125
ROSALíA RUIZ, Perfección y virtudes según el P. Francisco Palau 413

RECENSIONES
BARTH K., Comprender a liultmann (Cipriano Camarero) 674
BARUCQ A., Eclesiastés. Qoheleth (Mauricio Martín del Blanco) 667
BAUER J. B., Los Apócrifos Neotestamentarios (Mauricio Martín) 668
BAUM G., ¿Podemos creer en la Iglesia de hoy? Respuesta a Charles Davis
(Cipriano Camarero) 679
BELLET M., Cómo construir un lenguaje pastoral (Mauricio Martín) 683
BENOIT P., Pasión y Resurrección del Señor (Mauricio Martín) 668
BORTOLIN L., Ruibarbo para el Reverendo 684
BURKE T. P., Las cuestiones urgentes de la teología (Mauricio Martín del
Blanco) 672
CAMINOTTI A., Esperando que nazca 685
CARMELITA DESCALZO, La tertulia sobre la oración, televisión y radio (José
María Moliner) 662
CARNOIS A., La adolescencia (Máximo Treceno) 688
CORETH E., Cuestiones fundamentales de Hermenéutica (Mauricio Martín
del Blanco) 670
CORRAZE J., La homosexualidad y sus dimensiones (Miguel Ángel) 689
COSTA G., De viaje con una monja (Ciro Garcia) 681
CULLMANN O., La fe y el culto en la Iglesia primitiva (Cipriano Camarero). 678
CHAMPLIN J. M., ¿Acaso no me amas? (Mauricio Martín del Blanco) 682
CHARLES J., La feria del disparate 685
DEWAILLY L. M., La joven Iglesia Tesalónca (Julio Félix) 678
DUBAHLE A. M., El pecado original en la Escritura (Cipriano Camarero). 671
FERRIERE J., La escuela activa (A. M. Fortes) 690
FISCHER J., El amor nunca se rinde (Mauricio Martín del Blanco) 688
FOLLIET .1., La información hoy y el derecho a la información (Antonio
Fortes) 692
F R í E S H., Fe e Iglesia en revisión (Mauricio Martín del Blanco) 675
GABRIEL L., Lógica integral, la verdad del todo (Antonio Fortes) 693
CANDARíAS HIGINIO, Primer reclusorio-beaterío y Orden Tercera del Carmen
en España: Santa Ana de Valencia, 1239 (Alberto Pacho) 664
— Presencia carmelitana en la villa de Tolosa (Alberto Pacho) 664
696 MONTE CARMELO 80 (1972)

GARCíA FERRARAS G., Cristianos alegres (Alberto Pacho) 664


GARCíA VENTURINI J. L., Filosofía de la historia. Enjuiciamiento y nuevas
claves (Máximo Treceno) 686
GRAND'MAISON .!., La Iglesia fuera de la Iglesia (Mauricio Martín) 676
GREELEY A. M., Nuevos horizontes para el sacerdocio (Mauricio Martín del
Blanco) 665
ILDEFONSO DE LA INMACULADA, Las modernas corrientes de la espiritualidad
y la devoción mariana (Cipriano Camarero) 680
IVéS SAINT-ARNAUD, La Consulta pastoral de orientación rogeriana (Mauricio
Martín del Blanco) 683
JACCARD R., La adolescencia. Perfil psicológico 685
L ó H R V., ¿Quién cree en este Cristo? (J. M. Moliner) 681
LóPEZ RIOCEREZO J. M., Intenta huir de las drogas (Mauricio Martín) 687
LOWERY D., Muchacho ¿son estos tus problemas? (Mauricio Martín) 687
MARíA AMALIA DE LA SANTíSIMA TRINIDAD, Versos 685
MATíAS DEL N I ñ O J E S ú S , Primeros años del Carmen Descalzo (Alberto Pacho). 661
— Dios al descubierto. Su percepción en el vivir de un Carmelo (Alberto
Pacho) 662
MEERLOO, JOOST A. M., Primeros auxilios para la salud mental (A. M.
Fortes) 690
MILLER-JOSEF QUADFLIEG G., Manual del nuevo catecismo católico (Cipriano
Camarero) 678
MOLINA O., El diario de Juan 686
MONLOUBOU L.., Profetismo y Profetas. Profeta ¿quién eres tú? (Mauricio
Martín del Blanco) 669
Movv A. B., El secreto del amor matrimonial (Mauricio Martín) 687
OLGA Y JULIáN, Marido y mujer, caminos nuevos 685
PARAMO, SEVERIANO DEL, Cultura bíblica y religiosa (Mauricio Martín) 666
PEDRAZ J. L., ¿De veras el Cristianismo no convence? (Mauricio Martín) ... 675
PIERBARI G., El libro de las vacaciones 685
PIKAZA J., La Iiiblia y la Teología de la Historia (Mauricio Martín) 670
PONTIFICIO ISTITUTO DI SPIRITUALITA DEL TERESIANUM, La vita nella fede
(Mauricio Martin del Blanco) 665
— Gesú Cristo, mistero e presenza (Mauricio Martín) 665
RAHNF.R K., La gracia como libertad. Breves aportaciones teológicas (Ciro
García) 673
RAMSEY A. M., Dios y Cristo en un mundo secularizado (Cipriano Camarero). 679
REGAMEY R. P., La voz de Dios en las voces del tiempo (J. M. Moliner) ... 680
RONDET H., Historia del dogma (Alberto Pacho) 674
RUDASSO F., Spiritualita cristologica in S. Gregorio Nazianzeno (Cipriano
Camarero) 663
SALMONA B., Discorso religioso o Discorso ateo (Cipriano Camarero) 663
SCHOONENBERG P., Pecado y redención (Cipriano Camarero) 677
SCHULTZ-HENCKE, HARALD, La persona inhibida (A. M. Fortes) 691
STRATHMANN H., La Epístola a los Hebreos (Mauricio Martín) 669
TATE J., La religiosa en el mundo de hoy (Ciro García) 682
TORRES A. A., Cristiano sobre la marcha (J. M. Moliner) 681
TROADEC H., Comentario a los Evangelios Sinópticos (Mauricio Martín) ... 666
VALCARCE ALFAYATE K., A Dios lo que es de Dios y al lateado lo que Dios
686
le ha dado •••
VARIOS, La comunione con Dio secando S. Giovanni della Croce (Ciro García). 662
— Tempo e vita spirituale (Ciro García) 662
— Antiguo Testamento abreviado (Julio Félix) 671
— Palabras básicas del Evangelio (Julio Félix) 672
— Dictionnaire de Spiritualité (J. M. Moliner) 672
— Vn Dios de los hombres (Cipriano Camarero) 677
— La relación pastoral (Mauricio Martín del Blanco) 682
— La Biblia del domingo (José Antonio) 684
— Sexualidad y moral cristiana (Miguel Ángel) 689
W I S E R S R., Martín Heidegger al habla 686

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