Está en la página 1de 396

LA DESCONOCIDA QUE SOY

Diarios íntimos. Volumen I.


Segunda edición: octubre de 2018

© Índigo Editoras, 2018


© Laura Freixas, por el prólogo.
© Inés Vecchietti, Isabel García Cuesta, Giuliana Santoli, Susana Simavilla, Oriana
Vázquez, Cristina López, Keiko McCartney, Elena Barrio, Agustina Bor, Diana Ferreriro,
Jazmín Hollmann, Laura Bianchi, Mariela Cordero, Nathaly Ponce, Carol Milkewitz,
Olivia Arocena, Valentina Riveiro, Sofía Pinto, Melanie Pérez Arias, Laura Liz Gil
Echenique, Josefina Garzillo, Leyre Villate García, Joana Sánchez, Pricila Vallone, Sol
Iametti, Laire Sur, Ana María Trujillo, Carmina Balaguer, Marta Herrero, Olga Hueso,
Oriette D’Angelo, por los textos.

ISBN: 978-84-697-9683-2
Impreso en España.

Corrección: Valentina Riveiro


Edición: Carla Santángelo y Marina Hernández
Maquetación: Sara Arroyo
Arte de tapa: María Fernanda Cid

Los derechos de esta obra pertenecen a Índigo Editoras y a las autoras de los textos que
incluye. Si quieres reproducir parcial o totalmente alguno de estos textos, consúltanos
primero. Gracias.
«Soy mujer. Y un entrañable calor me abriga cuando el mundo me
golpea. Es el calor de las otras mujeres, de aquellas que no conocí, pero que
forjaron un suelo común, de aquellas que amé aunque no me amaron,
de aquellas que hicieron de la vida este rincón sensible, luchador, de piel
suave y tierno corazón guerrero.»

Alejandra Pizarnik
Prólogo
2017

VIERNES 20 DE ENERO

Escribo menos en el diario porque no hay nada nuevo. Re-


petición de rutinas que amo, de placeres (ir al cine, al teatro, a
conferencias, a cenar en amoureux o con amigas y amigos; vivir
en el centro, poder ir a tantas cosas porque vamos a pie, volve-
mos a casa, volvemos a salir), y profundización en las reflexio-
nes de siempre: sobre mí misma, y sobre los temas que me in-
teresan. Los diarios de escritores (lo digo en masculino porque
estoy pensando ahora mismo en el de Gide y el de Pániker,
no recuerdo escritoras que los llevaran en la vejez) tienden a
volverse diarios de pensamiento y lecturas; secos, abstractos.
Pero claro, el escenario ya está dado, ya no cambia. El mío
tampoco. Ha hecho un frío polar estos días y lo he disfrutado.
Pero aparte de esos pequeños cambios, no hay novedad. Pierdo
sensibilidad lírica, esa angustia incandescente que puede ser
maravillosa como fuente creativa (pienso en algunas páginas
de Umbral, o del diario de Pizarnik) pero que no lamento ha-
ber perdido, porque su precio en sufrimiento era excesivo.
∙∙∙

Ahora que lo pienso, sí hay un gran diario de vejez de escri-


tora: el de Chacel. No es como Gide o Pániker (al que estoy

9
leyendo ahora), no; ella está viva, no está, como ellos, más allá
del bien y del mal, en el reino del pensamiento puro, con ilo-
tas resolviendo la vida cotidiana. Rosa Chacel tiene problemas
de dinero, y quiere premios que no consigue, y sabe que en
el fondo la ven como una «digamos lo que queramos, mujer-
cita» (sic), y se siente fracasada en su vida personal, y teme
que sus libros les gusten «a las señoras que compran perros de
porcelana» (re-sic). Pániker, como Gide, es muy interesante
e inteligente y además es simpático, más que Gide, pero no
hace más que explicar sus triunfos (salas llenas, aplausos, le
escuchan con atención, le leen con admiración, etc, ah, y tiene
una amante entregada y a los setenta años, cuánto disfruta del
sexo y qué bien follan). No hay conflictos, no hay angustia,
sobre todo no hay, jamás, fracaso, ni dependencia de los de-
más. Cada vez entiendo mejor cuál es el problema para que las
mujeres accedan al reconocimiento en el mundo de la cultura.
No es solo una cuestión cuantitativa, eso de Groucho Marx:
«Con mucho gusto le dejaría mi silla, si no fuera que estoy
sentado en ella»; no, es eso, pero hay algo más: hay una subje-
tividad masculina (por razones sociales e históricas, claro, no
biológicas ni metafísicas), que es la que la sociedad pone en un
pedestal: la omnipotencia; eso es lo que se admira, lo que se
desea, el traje de Supermán que los hombres quieren ponerse,
con el que sueñan; y hay una subjetividad femenina (la que
nos atribuyen), de calor humano y placer sexual pero también

10
de carencia, falta, debilidad, de cuidar y complacer pero no
mandar ni amenazar ni destruir, de incompletud, y eso es lo
que ellos no pueden soportar. Necesitan que exista, pero tienen
que sacarlo de sí, atribuirlo a esos seres tan ajenos que son las
mujeres, y dejar claro que lo desprecian. Entonces nosotras,
no solo en la cultura sino en lo social, familiar, psicológico,
estamos ante un dilema imposible. Si intentamos adoptar otra
actitud: autoritaria, ambiciosa, conquistadora, nos riñen, frun-
cen el ceño, nos atacan, no gustamos, no nos creen, nos ven
como insoportables, ridículas o impostoras. Si, por el contra-
rio, asumimos el papel que nos han otorgado (chica sexy, gran
dama, abuelita de cuento de hadas, Isabel Preysler, Melania
Trump...), entonces sí que gustamos, pero claro, a condición de
estar relegadas, mantenernos en el lugar que nos han asignado,
y tratarnos con cariñoso desprecio.

LUNES 23 DE ENERO

Estoy terminando el diario de Pániker. Me gusta. ¿Por qué?


Primero: me interesan siempre los diarios íntimos, si son dia-
rios e íntimos, es decir, no cuando son indistinguibles de los
artículos en prensa, no cuando se convierten en puro pensa-
miento, especulación o notas de lectura. A este a veces le pasa:
muchas páginas sobre filosofía, religión, literatura... que a ve-
ces me salto. Segundo motivo por el que me interesa: pertene-

11
ce a la misma clase social y generación que mis padres, la de
la gauche divine, aunque mis padres estuvieran al margen de
ese grupo (pero más o menos los conocen a todos); leyéndole
conozco mejor mi ciudad, la historia de la que formo parte,
los suquets de Pere Portabella y los veraneos en la Costa Brava,
toda esa generación rica, liberal, cosmopolita, y que se conside-
ra de izquierdas, aunque realmente creo que solo eran izquier-
da si se comparaba con el franquismo... Por lo demás, veo en
él lo cómodo y estimulante que resulta pertenecer al grupo, o a
los grupos, que tienen el poder, y ser reconocido por los pares.
Por varón, por burgués, por nacido en Barcelona, Pániker es un
perfecto ejemplo, sin fisuras (no creo que haya habido ningún
racismo en su contra: el racismo es contra los de otras razas si
son pobres, si son ricos no, y menos si son medio catalanes)
de ese privilegio, el de «pertenecer». Le llaman de aquí y de
allá, le escuchan, los grandes (al menos los considerados tales,
a escala nacional: Eugenio Trías, Fernando Sánchez Dragó...)
le tratan como a un igual, y él habla de tú a tú, en la realidad o
en su fantasía, con Edgar Morin o Wittgenstein o Freud. Eso
es lo que no tenemos las mujeres (ni los provincianos, ni los
pobres, etc, pero yo lo que he vivido en carne propia es la ex-
clusión de las mujeres). Él se mueve en un mundo intelectual
y político donde todos son hombres (salvo alguna anfitriona,
u ocasionalmente alguna escritora, pero son casos raros), en
la realidad y en el mundo de los referentes (cita a muchísi-

12
mos escritores, y casi ninguna escritora: Woolf, Lessing, Rosa
Montero, Rosa Regàs y creo que ninguna más). Naturalmente,
nunca lo comenta, le parece natural. Alguna vez muy de paso
menciona a la cocinera, Rosa, a la ex asistenta, Adriana, a una
tal Pilar a la que le dicta no sé qué... En fin, lo de siempre.
Ayer pensaba que finalmente mi eterna sensación de ser medio
excluida (siento que alguien como Pániker está cómodamente
arrellanado en un sofá, rodeado de sus pares, mientras que yo
estoy en un extremo, con medio culo fuera, siempre dudando
de si me voy a caer) es una ventaja, porque cuando menos in-
teresante es Pániker es justamente cuando cuenta (y lo cuenta
constantemente) lo buen comunicador que es, la mucha gente
que le escucha y la atención con que lo hacen, lo mucho que le
aplauden, lo ocurrente que ha estado... Hay demasiada autosa-
tisfacción y poco cuestionamiento en su autorretrato de hom-
bre rico, culto, inteligente, creativo, guapo, seductor, exitoso. A
la inversa, cuando más me gusta es cuando habla de la muerte
de su hija. Cuando se muestra vencido, derrotado, humano.

He observado, por cierto, cuánto me interesan y me gustan


detalles que podrían parecer sin importancia, como cuando
anota de paso que ha ido al Corte Inglés a recoger unos zapa-
tos que le envían desde Inglaterra. Porque retrata al personaje,
supongo. Y porque hace más creíble y emocionante todo lo
demás, al enraizarlo en lo terrenal, en lo cotidiano. Realmente

13
el buen diario íntimo debe ser íntimo, y debe ser cotidiano; la
profundidad, el pensamiento, el análisis, están muy bien, pero
por añadidura.

LUNES 13 DE MARZO

Acabo de terminar los diarios amorosos de Anaïs Nin. ¡Qué


impresión!... Esta mujer me fascina, qué personalidad tan sin-
gular, tan intensa, tan marcada. Me fascina su aplomo. La in-
tensidad de su deseo y de su placer, en el amor y el erotismo. Su
ausencia de culpa. Su extraña mezcla de poesía, generosidad y
cinismo. Su vida dedicada completamente, apasionadamente,
al menos en estos años (1932 a 1937) a tres cosas: follar, men-
tir y escribir en su diario. ¡Ahora entiendo que esta parte no
la publicara en vida! Yo ya había leído varios volúmenes de su
diario: cientos de páginas, quizá dos o tres mil; la descubrí en
los años setenta, la empecé a leer en francés, en un libro que
tenía mi madre, y ya entonces me gustó muchísimo. Es un
diario con mucha personalidad: hay algo de narración y des-
cripción, poco, pero maravillosamente escrito, hay muchísima
introspección, análisis psicológico propio y ajeno: personalida-
des y relaciones, pero lo más fuerte, de lejos, lo más verdadero,
la capa más profunda, está en estos diarios amorosos de los
que, claro, ahora entiendo lo imposible que era publicarlos en
vida. Para empezar, a causa de un tal Hugh que en los diarios

14
que yo leí aparecía borrosamente, al fondo del escenario, pero
ahora he sabido que fue su señor marido desde 1923, cuando
ella tenía veinte años, hasta su muerte en 1977; que la mante-
nía (porque con su agitadísima vida amorosa y la escritura de
miles de páginas de diario no tenía tiempo para hacer nada
con que ganar dinero, suponiendo que hubiera tenido el más
mínimo interés); y que aunque Anaïs, salvo el fin de semana,
no estaba nunca en casa, ni siquiera de noche (et pour cause:
solía tener dos amantes fijos y algunos más a ratos perdidos),
creyó siempre en la «inocencia» de su esposa. Hay algunas es-
cenas memorables, como aquella en que Hugh lee el diario que
Anaïs ha dejado abierto en el dormitorio común mientras baja
a la cocina a dar órdenes a la criada (cosa que Anaïs ha hecho
expresamente por el délicieux frisson que le da jugar con fuego)
y lee una «tórrida» (como se dice ahora) escena de sexo entre
ella y Henry Miller, real, por supuesto; cuando ella vuelve al
dormitorio, Hugh le pide explicaciones, y ella, sonriendo con
condescendencia, le explica que es todo ficción, imaginación,
vamos, que no sea patán, que entienda que una Artista como
es ella vive en la fantasía, pero en la realidad, ella sabe muy bien
que los hombres no respetan a las mujeres que se les entregan
y por lo tanto, blablaba. O cuando su deseo de irse a follar con
Gonzalo es tan ardiente que no puede esperar al lunes (los
fines de semana se acuesta con Hugh) y tras la cena, le sirve a
Hugh una tisana... en la que ha diluido un somnífero; Hugh

15
observa que el color está raro, turbio, pero se la bebe, se queda
dormido y ella se escapa a la calle y no solo folla con Gonzalo
sino que se queda con él hasta la madrugada. (Lo cuenta todo
en su diario y anota: «Ningún sentimiento de culpa».)

O cuando Hugh visita al psicoanalista que comparte con


Anaïs, el doctor Rank, y se pasa la sesión hablándole de la
«inocencia» de Anaïs; al terminar la sesión coge el tren a
Londres (es director de la sucursal en París del National City
Bank), y antes de que suba al tren Anaïs ya está en la cama
con Rank. O cuando están dando una fiesta para inaugurar el
lujoso piso, con paredes pintadas de color naranja unas y ta-
pizadas de terciopelo negro otras, y alfombras blancas de lana
traídas de Marruecos, en el Quai de Passy, con vistas al Sena,
y ella baila con un hombre y se le antoja, y a él se le antoja ella,
pero es un poco complicado follar allí mismo, en plena fiesta y
siendo ella la anfitriona, entonces él dice que se va, ella, como
exquisita anfitriona que es, le acompaña a la salida, llaman el
ascensor, se meten en el ascensor... y me entero de que un pol-
vo rapidito necesita ocho subidas y bajadas, desde un séptimo
piso. Su manera de hablar de sexo es maravillosa, infinitamen-
te mejor que aquello de Delta de Venus que era bastante cursi,
la verdad, todo muy eufemístico; aquí hay un deseo franco,
voraz, no duda en hablar de pene, de vulva, de orgasmo, pero
a la vez está lleno de emoción, de belleza; es tan apasionada,

16
disfruta tanto, que no vacila, la pasión guía su escritura con una
seguridad admirable.

Su uso de la mentira es fascinante. Está siempre mintiendo,


no solo a su marido sino a sus varios amantes: por supuesto
miente a Hugh para ocultarle sus relaciones con Otto Rank,
con Gonzalo, con Henry Miller; pero también miente a Gon-
zalo y a Otto para ocultarles que sigue acostándose con Hen-
ry; miente a Henry para ocultarle que se acuesta con su padre,
etc; y como todos ellos sienten celos y sospechan, y están más
de una vez a punto de cazarla, o hablan con amigos comunes
que tienen otras versiones de las cosas, o leen su diario como
alguna vez pasa con Hugh... Anaïs tiene que inventar nuevas
mentiras. Obviamente, miente tanto para poder simultanear
varios amantes. Pero no es el único motivo. Creo que mentir,
fingir, hacer comedia, hacer trampas... se convierte para ella
en una forma de arte, una variante del teatro o la literatura. Y
le proporciona unas emociones, unos miedos, unos escalofríos
rozando el peligro, una oportunidad de proezas con verdadero
riesgo como si hiciera acrobacias en un circo sin red (si todos
descubrieran la verdad se quedaría sin casa, sin ingresos, sin
amor...), que la excitan (yo en cambio lo pasaría fatal). Creo
incluso, y aquí juzgo por mi propia experiencia, que hay en
su actitud un toque vengativo, una victoria que ella en el fon-
do paladea contra los hombres, como cuando yo engañé a E.

17
También por mi propia experiencia entiendo que a veces el de-
seo de follar es tan acuciante que una pierde el mundo de vista
y comete las mayores imprudencias. ¿De qué me vengaba yo?
De la indiferencia de E. Ella, no lo sé muy bien. No creo que
tenga nada contra Hugh, que parece una buena persona, eso
sí, aburrido... quizá lo que no le perdona es su propia sumisión
a él (hay algún momento en que dice que las caricias de él la
repugnan) porque necesita su dinero.

También es un ejemplo de algo muy interesante de Anaïs


Nin, y es cómo se somete a los roles de género pero a la vez
los utiliza en su propio beneficio. Miente para proteger, para
cuidar, para hacer felices a los hombres —cada uno se cree el
único o por lo menos el favorito, el verdaderamente amado—.
Miente porque la promiscuidad, que en un hombre se tolera
(al parecer —ella lo menciona de paso— Henry Miller llega-
ba a llevarse a las putas al domicilio conyugal), en una mujer
provocaría reacciones violentas. Pero claro, la mentira hace que
ella, la única que sabe la verdad, tenga el poder... Sin duda las
mujeres a lo largo de la historia han mentido mucho y tanto
más cuanto menos igualitaria era la sociedad.

Otro tema que me interesa: su actitud ante las cuestiones


económicas, sociales y políticas. Le comenté a Josune que es-
taba leyendo su diario y me dijo: «Yo la leía hasta que un día

18
me di cuenta de que toda su vida Anaïs Nin estuvo casada
con y mantenida por un banquero, y desde entonces ya no la
puedo respetar», o algo así. Es verdad que su comportamien-
to con Hugh es muy cínico. Por otra parte, da la impresión
de que él acepta, incluso quizá busca, ser engañado. Cuando
lees el diario piensas: no puede ser que sea tan inocente este
hombre... cuando ella por ejemplo, noche tras noche, le dice
que se va a tomar el café después de cenar, y a hablar de libros,
con su amiga Colette, y que luego se queda a dormir en su
casa para no correr peligros volviendo a casa tan tarde (existen
taxis en París, caramba), y un día él llama a casa de Colette
preguntando por Anaïs y la criada dice que no conoce a nin-
guna Anaïs... Ella es abiertamente cínica, aprovechada, hipó-
crita. Por supuesto me parece mal... pero suspendo el juicio, lo
dejo de lado, porque creo que para experimentar hace falta a
veces suspenderlo (como hice yo misma cuando fui infiel). Y
la experimentación de Anaïs Nin es tan apasionante, tan enri-
quecedora... Me ha sorprendido, por ejemplo, encontrar en su
diario el relato de una experiencia que yo también tengo, y no
sé si tendrán los hombres: te dejas seducir por un hombre que
te atrae por su personalidad, vives grandes momentos eróticos
con él... y luego algo se rompe, o se desvanece, y te encuentras
en la cama con un señor del que de pronto lo que ves es el
cuerpo con todas sus imperfecciones, y te llega a repugnar, y
no sabes cómo romper porque no entiendes muy bien lo que

19
ha pasado. Eso le pasó a ella con Rank (cuando le conoce le ve
feo, casi enano, con una dentadura horrible; luego se enamora
de él, le sigue a Nueva York... y al cabo de un tiempo le vuelve
a ver feo, casi enano, con una dentadura horrible y además con
mal aliento...), a mí con M.

¿Se justifica que Hugh la mantenga?... No sé si una mujer


podía encontrar un empleo que le diera ese nivel de ingresos.
Por otra parte, ella, a cambio, se ocupa de la intendencia y de
las relaciones sociales, hace de anfitriona de alta sociedad: or-
ganiza mudanzas, fiestas, acude a cenas, viste con elegancia, y
hasta tiene el toque sofisticado de ser escritora; es como un es-
caparate para su marido. Él parece estar muy feliz con ella y no
parece que le importe que ella se vaya durante meses a Nueva
York dejándole a él en París, por ejemplo, o que esté fuera casi
todas las noches entre semana... Ay, qué difícil es formular jui-
cios morales... En fin, desde el punto de vista de Hugh no sé si
está justificado, pero si tenemos en cuenta la obra que creó Nin
y el ejemplo que también creó, experimentando y explorando,
con su vida... Y, claro, esa experimentación a tumba abierta
solo la puede expresar en la libertad que da el secreto: para eso
sirve un diario.

20
JUEVES 30 DE MARZO

Estoy leyendo los diarios de Paco Candel. Me cae simpático


ese hombre, le veo sencillo, sin afectación, auténtico. Es un
diario poco íntimo para mi gusto, pero interesante como testi-
monio de una cierta sociedad: el lumenproletariado, que Can-
del observa medio desde dentro (él paso su infancia en una ba-
rraca, en Can Tunis, en Montjuïc) y medio desde fuera (pues
pronto se hace conocido como escritor y frecuenta el mundo
intelectual), el lumpenproletariado, digo, charnego en general,
en Barcelona, de los años 40 a los 70, y también los círculos in-
telectuales catalanistas y antifranquistas. Sus anotaciones tan
detalladas: objetos, decoración, estado de las carreteras, precios
de las cosas, y ese tipo de datos, que él consignaba para luego
usarlos en sus obras (estamos en la época del realismo social, el
del Jarama, La Barraca, Entre visillos…) me resultan a veces un
poco cansinos, pero también interesantes. Me hace gracia ver
cuando aparece por primera vez la palabra «yeyé» o «turista»,
o ver cuánto se habla de «rumores» (la gente no sabe lo que
pasa realmente: ni cuántos parados hay, ni qué se cuece en el
gobierno, ni qué intenciones tiene Franco o cuál es su esta-
do de salud)… Tantas cosas de época, algunas que conocí (los
chistes de Franco, el agua del Carmen, la censura, las octavillas,
las manifestaciones prohibidas, los grises, el catolicismo progre
que cantaba canciones como esa de «Sóc jo, sóc jo, sóc jo, Senyor,
qui voldria amb Vós parlar»… que me hacían cantar en misa en

21
el colegio Betania; también el Cumbayá: todo eso de los curas
obreros, los cristianos de base, la misa con guitarras, que creo
que ya no existe), otras que no (por Semana Santa se cerraban
todos los cines, hasta un año en que anota que ya no cierran
sino que ponen películas religiosas). Me identifico con él por-
que es catalán y charnego a la vez, pertenece a la intelectualidad
y la ve desde fuera, y vive de escribir artículos y libros y de dar
conferencias, más o menos siempre la misma, por toda España
(incluso en los mismos sitios que yo, como el Palacio de la
Magdalena en Santander, dentro de la Universidad de verano
Menéndez Pelayo); salvando las muchas distancias, claro. Me
hace pensar que quizá yo debería poner más observaciones de
este tipo en mi diario; no es que sea imprescindible, pero ayu-
da a revivir una época. (Por ejemplo, podría anotar que estos
últimos años se han puesto furiosamente de moda las palabras
«vulnerable», «precario», «dañar», «determinar» donde antes se
decía pobre, marginado, perjudicar, decidir. También podría
hablar de las primarias del PSOE. Alain apoya a Patxi. Yo no
sé qué opinar. No me gusta Susana Díaz, no me gusta su ma-
nera de hablar tan enfática, suena a demagoga, y me dicen que
su programa es muy conservador. Creo, eso sí, que una victo-
ria de Pedro Sánchez dividiría irremediablemente el partido y
eso sería malo para todos.) Volviendo a Candel: su mujer era
analfabeta. Caramba, ¿cómo se debía sentir ella, rodeada de los
escritores que frecuentaba su marido? Y él, ¿qué comunicación

22
podía tener con ella?, debía «dejar fuera provincias enteras de
su alma», como les pasaba a los hombres cuando entraban en
casa, según decía mi padre que decía Ortega (aunque una vez
que lo mencioné ante un especialista de Ortega me dijo que él
no conocía esa frase). En fin, en todo caso, me gustaría mucho
tener la versión de ella de esta misma historia, el diario de ella,
si lo hubiera podido escribir.

VIERNES 31 DE MARZO

(...) Bien, luego fui a dar la conferencia en la Casa-museo


Pérez Galdós, una casa canaria muy bonita (o sea, con patio,
con los dinteles y demás de piedra negra, volcánica) que ya co-
nocía de otra vez que estuve aquí, no recuerdo cuándo ni para
qué. Era la de «Cómo quise ser escritor… pero me convertí en
escritora». Justo antes de darla repasé el PowerPoint y quité
un par de diapositivas, esas en las que citaba una entrevista a
Javier Marías en que la entrevistadora le pregunta «¿le molesta
que le consideren un escritor de moda?» y él contesta que no y
que tal y que cual, y luego ella insiste: «De moda y de mujeres.
Eso ya sí, eso ya le molesta, ¿verdad, Marías?», y otra en que
citaba una entrevista a Antonio Gala en parecidos términos.
Lo quité porque empiezo a estar cansada de protestar y que-
jarme del machismo en el mundo literario. De hecho, al dar la
conferencia me fui dando cuenta de que era un recorrido por

23
las distintas etapas que he atravesado al respecto. Primera: yo
quería ser escritor, bueno, decía escritora, pero nunca me había
parado a pensar que podía existir alguna diferencia entre ser
escritora y ser escritor. Segunda: cuando me quedé embarazada
y descubrí que esa experiencia estaba ausente de la literatura,
e hice Madres e hijas. Tercera: cuando empecé a darme cuenta
de la escasez de escritoras (mientras la prensa pregonaba el
supuesto «boom» de la literatura femenina) y a percibir cómo
la crítica, los entrevistadores, los programas sobre libros, etc,
ninguneaban, despreciaban, marginaban, desvalorizaban, ridi-
culizaban, a las escritoras, y me encendí de santa indignación.
Cuarta y actual: eso lo sigo percibiendo y lo sigo denunciando
(vía Twitter sobre todo) pero ya de forma mecánica y sin mu-
cho interés. En parte porque ya lo he hecho durante muchos
años, en parte porque ahora hay otras mujeres que han tomado
el relevo: Clásicas y Modernas, On són les dones, el Observatori
Cultural de Gènere… y hasta un académico (Luis Mateo Díez)
en ABC declara que le «abochorna» la escasez de académicas, o
La Vanguardia protesta de que haya tan pocas premiadas entre
los premiados en el palmarés de tal o cual premio cultural. Y
sobre todo porque ahora me interesa más entender lo cualita-
tivo, el pensamiento patriarcal. Y descubrir el lado oculto: lo
que han pensado, dicho en voz baja, escrito a escondidas, las
mujeres. Hay ahí toda una veta: diarios, cartas privadas, libros
póstumos. Una mujer en Berlín, las cartas de Pardo Bazán a

24
Galdós, el diario de Silvia Plath, los diarios amorosos de Anaïs
Nin, Oculto sendero de Elena Fortún, las memorias de Victoria
Ocampo… Tengo que hacer algo con todo eso.

DOMINGO 19 DE NOVIEMBRE

(...) En cuanto al diario, pienso que además del interés in-


trínseco que espero que tenga, también estoy haciendo una
función de cronista. En la biografía de Vita [Sackville-West]
me ha impresionado ver hasta qué punto estaba extendida en-
tonces y en ese círculo la práctica del diario, además de la de las
cartas. Vita lleva un diario, Harold lleva un diario, la madre de
Vita lleva un diario, su hijo lleva un diario, Virginia [Woolf ]
lleva un diario, Leonard lleva un diario, amigos, amantes y co-
legas llevan diarios, hasta el punto de que sabemos qué ropa
llevaba Harold un determinado día (un suéter amarillo vivo,
sin cuello, «muy amariconado») porque lo dice en su diario
la amante del secretario de la madre de Vita, que ha ido a ver
a Vita y Harold a Long Barn (lo de amariconado es el co-
mentario de la señorita en cuestión). Eso además de las cartas
que escriben todos los días constantemente, en una época en
que apenas hay teléfonos (he leído que Virginia, por ejemplo,
escribió unas 4.000...). ¿Alguna o alguno de quienes estaban
ayer en la fiesta de Marta, por ejemplo, llevan diario? Por si
acaso, lo llevo yo.

25
JUEVES 15 DE DICIEMBRE

En cierto modo me va muy bien profesionalmente. El mar-


tes presenté, en el Instituto Cervantes, junto con Carmen G.
de la Cueva y Ángelo Néstore, que han creado una peque-
ña editorial llamada La señora Dalloway, el diario de Teresa
Wilms Montt, una poeta chilena de los años veinte, con un
título maravilloso: Preciosa sangre, el nombre del convento en
el que la encerraron (no me ha quedado del todo claro quién
—¿su marido, sus padres...?—, ni si con alguna base legal o
simplemente por los pactos patriarcales tácitos) cuando deci-
dió divorciarse. Un triste ejemplo de esas mujeres de clase alta,
que tienen educación, sensibilidad, mundo, cierto aplomo por
su clase, pero al mismo tiempo, sobre todo cuando la sociedad
a la que pertenecen es tan reaccionaria como la clase alta chi-
lena de finales del XIX, están completamente acogotadas. A
mí me han acusado a veces de ser excesivamente racional, pero
sigo pensando que prefiero pecar de racionalismo que caer en
esta emoción desatada y cerril que lleva al sufrimiento maso-
quista (ese que la sociedad nos ofrece como modelo, casi único
modelo, de grandeza en las mujeres: de las Vírgenes de los
Dolores, de las Angustias y demás, a Julieta de Almodóvar, pa-
sando por Madame Bovary, Ana Karenina y todas las heroínas
suicidas del bel canto) y terminar suicidándose a los 28 años
como esa pobre mujer, a la que habían castigado quitándole a
sus hijas. Mucho mejor ser una Simone de Beauvoir, por mu-

26
cho que padeciera de «frigidez del corazón».

Antes de la presentación había quedado con dos chicas que


han fundado una editorial para publicar diarios de mujeres:
Marina Hernández y Carla Santángelo. Tomé un café con
ellas en la terraza del Círculo, ellas fumando, yo congelada,
pero aparte de ese detalle, fue estupendo, me gustó mucho su
proyecto, su entusiasmo (palabra que me recuerda el reciente
ensayo de Remedios Zafra que explica, al parecer —no lo he
leído— cómo el entusiasmo nos mantiene, a quienes trabaja-
mos en la cultura, en activo, a pesar de unas condiciones cada
vez más precarias y de explotación), y saber que hay muchas
mujeres jóvenes, no solo españolas sino en varios países de
América Latina, que al parecer participan en esto, lo siguen,
les interesa... Ellas querían proponerme que prologara el pri-
mer volumen que van a publicar, una antología de diarios de
mujeres (desconocidas, actuales). No solo acepté sino que les
hice otra propuesta: que me publiquen un diario de lecturas,
recopilando mis comentarios de libros dispersos en todo mi
diario, y aceptaron. Por supuesto todo gratis (ni lo mencio-
namos, se sobreentendía; pero no me importa trabajar gratis,
como ellas también hacen, para lo que me gusta y me interesa
y en lo que creo). Luego tomé un café con Carmen y Ángelo;
Carmen tan activa como siempre, con sus clubes de lectura,
escribiendo una biografía divulgativa de Simone de Beauvoir...

27
Entusiasmo, sí. Ángelo un chico joven, muy guapo, muy femi-
nista, encantador. Después de la presentación fuimos a Casa
Manolo, ellos dos, Octavio, que acababa de presentar su li-
bro, Autorretrato de un macho disidente (que estoy leyendo y me
gusta mucho) y Marina y Carla. Hice las presentaciones; me
encanta poner en contacto a personas que conozco aquí y allá
y que sé que pueden simpatizar, intercambiar, colaborar, crear
red. Luego me volví a casa, disfrutando del frío, de la noche,
y de pasar una vez más por esos edificios: el Teatro de la Zar-
zuela, el Círculo con la Minerva de bronce en lo alto que me
parece que me mira y me protege, el Metrópolis con la cúpula,
las guirnaldas y el ángel de bronce, el otro edificio coronado
por un templete de mármol, la fachada barroca, roja y gris, de
San José, el Cervantes con sus cariátides... esos edificios que
me gustan por sí mismos pero sobre todo por ser el escenario
de estos años de mi vida desde el 2006 que vienen siendo tan
felices.

Laura Freixas.
Inés Vecchietti
∙ Argentina ∙

Sin título
Estar en el sol, por el alimento. En la luz. No me pertenece
escribir, es solo un lugar que visito. Una forma redonda de
decirte: te apagas. Ya no palpitas dentro de mí. Escalera, sube
y baja. No desapareces, te evaporas. Te vas acortando: prime-
ro tus pies. Me escondo este momento porque duele, y tam-
bién porque duele lo cuido y lo abrazo. Lo lleno de besos. Lo
que duele, cuadrado con puntas debajo de la piel. Cuadrado
queriendo encajar. Cerebro lleno de nudos unidos. Siempre
descubro cariño al final de los pensamientos. Escribo un ca-
mino amarillo tierra que hoy soñé. Yo sé que también estoy ahí
ahora. Múltiple. Ramificada. En otra dimensión mis brazos
crecían, se creaba un puente. Amanecía despacio, por horas.
Era parte, una parte de aquello. En la dimensión de arriba
escondida. Ellos me miraban como una familia, brillando, co-
loridos. «Queremos los ojos para amarte». Detalles. Estrellas
amigas avanzando por la garganta. Cuando soñé que nos reen-
contrábamos y tu cara era dulce. Los escalones de mi mente,
uno tristeza, uno entereza. Todos. Estoy en todos.

∙∙∙

Isla habitable sin tesoros, de manto blanco entre las rocas y


baba húmeda en las orillas. Ahí viviremos: en la madera. Los
hilos que nos dirigen salen del mar y nos llaman. Yo quiero ser
de colores, palpitar colores como una medusa. Fuimos volvien-

31
do a lo que somos, a la choza viva. Riqueza en el cielo, porque
brilla.

Vos sos mi hermano perdido, te imagino imitando serpientes,


me siento a tu lado, te abro de a pedazos. Festejo una muerte.
Ya estoy viva.

Saber que en el horizonte los barcos caen. Me invento para


no necesitar. Soy yo la criatura que ansío. Quisiera poder mul-
tiplicarme para besarme, entrar en mí como solo otro cuerpo
puede hacerlo. Alucino. Ya lo sabía todo antes de que pasase.
Yo lo fui creando todo. Llamas en mi pecho y yo acostada. La
cama se mece a llamaradas.

∙∙∙

Creo que voy a irme

mientras esté aún en la boca de alguien,

mientras nombran que me aman,

y voy a aceptar esa parte de mí que no entiendo,

la de abandonarlo todo, y a todos.

Decir: «gracias», y «te amo», pero necesito perderme,

32
que nadie sepa dónde estoy.

Necesito una choza secreta, en algún lugar animal,

necesito noche adentro mío

y desconocerme.

∙∙∙

Dormí abrazada a una piedra

y soñé que se me incrustaba una estrella marina

en la mano o en la teta, y se lo mostraba a un hombre

que no le daba importancia.

Solo bastaba llorar

para que se desprendiera.

Qué simples son los remedios,

agua caliente

y llanto

ahora que dejé todas las terapias,

33
la psicología, la astrología,

para intentar explicarme.

Solo bastaba escuchar,

reconocerme.

Puedo estar sin parpadear

mientras me atraviesa una idea

por entremedio de los ojos.

Es un truco que aprendí:

quedarme abierta,

dejarlo ir.

Yo me despierto en mí

quizá me vaya a dormir con ellos

pero yo me despierto conmigo.

∙∙∙

34
Salvaje de las piedras. Pensaba en los hilos invisibles entre
nosotros. Lo demás es una fachada. Una forma más de encan-
tamiento, seducción, supervivencia.

Comernos los unos a los otros,

como nos comemos a nosotros mismos.

Todo el que me hablaba

me estaba creando.

Y yo le estaba creyendo

que existíamos.

∙∙∙

En estos días, un dolor se puso a escalar mi cuerpo

de las piernas a la espalda.

Hinchado, por pisar la misma tierra

que antes habíamos pisado juntos.

Y volver a pasar por mi madre, por dentro de ella otra vez.

35
Descubrimos que el horario exacto de cuando yo nací es la
fecha de su nacimiento.

Me pareció vernos en otras vidas dando vueltas una alrede-


dor de la otra.

∙∙∙

Te conocí en la sombra de tu árbol. Ahora es toda tuya.

Estuve encendiendo el fuego tal como me lo enseñaste.

Vivir con vos ha sido el aprendizaje de mi yo desconocida

y para vos fue conocer al pozo de agua

un juego entre nuestros elementos.

Ahora te imagino en los bosques de Noruega. Aclarándote


con el paisaje.

Con los días de solo luz. Purificándote nada más que con el
sol.

Para acunarte, que nunca sea oscuro. El descanso de la noche


de nosotros.

Imagino, quizá, a los animales hablarte.

36
∙∙∙

Dormir al sol y bajo la luna, caminar a escondidas, acari-


ciar mi cara, decir «ya pasa, ya está pasando», usar los pantalo-
nes suaves, respirar, acercarme cada vez más, pinturas, rastros,
construcciones, olvidar, rechazar, destruir, usar el traje, bailar
los ángeles, sangrar rosado, ser toda rosada, conocerte, el mar,
las estrellas, gritos, cómo escribo un grito, un virus, un abra-
zo todas las noches desde el cielo, plateado es tu muro, yo lo
besaba creyendo que estabas del otro lado pero ya los dos nos
habíamos ido, la creencia, la espera, el encierro, el invento, no
hablar, mi proyecto es ya no hablar, la cintura, el pecho, las
manos, los muslos, la garganta, la fuerza cuando llega el mo-
mento.

∙∙∙

Cuando soy un hombre me desarmo, acepto el fracaso.


Cuando soy una planta no me importa dónde estoy, busco el
sol, todo es para vivir, existir es el regalo y el oficio, mi cuerpo
es un ramo de cuerpos que se abren a lo maravilloso y a lo
simple.

Milagrosa, río, somos el monstruo que también quiere vivir,


a mí me gustaría amar a todos y que todos me amen, poder

37
recostarme sobre el agua, que no me pidan nada, adentro la
riqueza necesaria y suficiente, compartir los labios, las manos,
las horas en que dices «me muero». Cuando soy la muerte me
alimento, juego en el desierto, una trampa se disuelve en la
arena, los animales están cerca para beber de sus cuencos, aca-
riciarlos desde el amor más puro, revivir la visión una y otra
vez, relámpago, luciérnaga, todas las formas de la luz.

∙∙∙

Lo que me interesa es dejar de desear el amor. Estoy agotada.


Prefiero recorrer una isla a pie y no recibir más que una orilla
al otro lado. Esta es mi escritura: la transformación hacia lo
simple.

∙∙∙

He tenido todo el tiempo del mundo para observar los cam-


bios. Todas las líneas que tomaron mi cara. Cuántos sueños
con el agua hasta las rodillas, cuánta pérdida de importancia,
la entrega a pudrirse bajo lo húmedo. La retirada. Aprendí que
«para siempre» es el momento presente. Una línea ondulada
avanzando por el campo, entre los pastos, muy cerca del suelo
y de la vibración. Solo me puedo explicar con símbolos porque
yo soy un símbolo. Me gusta mucho lo que habla en silencio.

38
Tengo piedras dentro de mí, empapadas y líquidas. Nunca na-
die las ha observado, solo ella. Se las mostré porque me asusté,
y me dijo que la cura era sonreír más, estar más alegre. Mi
alegría roja. Tengo tiempo de observar los colores, de teñirme
el pecho y de explotar. Todos los textos de mi vida dedicados a
una misma cosa. Si me tumbo en el suelo la escucharé acercar-
se. Quizá sea simplemente eso, y no haya nada más. Me gusta
el alivio de lo gigante que me sobrepasa, y de lo chiquito que
se me mete en el cuerpo. La piel se abre camino a cosas nuevas,
busca también su historia y su continuación.

∙∙∙

Voy a desnudarme sola. Voy a acabar con la tradición. Por


creer que siempre mi deseo es equivocado, incorrecto. Voy a
acechar de cerca todo lo que me interese y saltarle encima
como a una presa que pasará a ser parte de mí. Ya no querré
gustar. Pediré cariño cuando lo necesite sabiendo que lo me-
rezco simplemente por poder sentirlo. Por haber nacido. No
me ahogo, solo soy yo la que me habla. No me siento culpable,
odio la productividad. Nada será como yo dije. Creí que adivi-
naba el futuro, pero era una vez más llenarme la boca. Apren-
deré de lo incierto, como cuando pienso en la muerte.

39
Isabel García Cuesta
∙ España ∙

Sin título
Lunes, 30 de octubre

Hace varias semanas empecé una terapia de programación


neurolingüística con Magda, una psicóloga que ya ayudó mu-
cho a una de mis mejores amigas. Hablamos sobre las rela-
ciones que he tenido, y no le costó mucho sacar la siguiente
conclusión: «Dices que quieres una relación, pero huyes de los
hombres». Además, me dijo que tengo unas expectativas sobre
ellos que nadie puede cumplir. Magda trabaja con las afirma-
ciones, así que desde que comencé la terapia voy repitiendo en
mi cabeza una y otra vez algunas frases, para que me ayuden
a cambiar mi visión del mundo y a dejar de huir de los pobres
hombres, que no me han hecho nada malo, la verdad.

Miércoles, 1 de noviembre

Dejé mi trabajo de profesora hace un año para viajar por


ahí, y desde hace varios meses me parece que mi vida es un
inmenso paréntesis. Un paréntesis que alguien ensancha y en-
sancha como un globo hasta reventar, lleno de cosas que en
conjunto no parecen muy importantes; si lo fueran, no estarían
ahí. Hace poco, Magda me recomendó una afirmación que he
repetido en mi mente hasta la saciedad, para ayudarme a cerrar
este paréntesis: «Estoy en un proceso de cambios positivos». A
veces me lío, y mi subconsciente dice: «Cambios políticos»; me
pregunto si será porque Cataluña se ha declarado una repúbli-

43
ca independiente hace unos días.

Ayer tuve una entrevista en Madrid, en una academia de


español para extranjeros que lleva un mes abierta. Unos días
antes ya había consultado el perfil de Facebook de su directora,
gracias al cual pude comprobar que le gusta Albert Rivera y
cree que Mariano Rajoy es un blando. Lo primero que hizo la
directora fue preguntarme por mi experiencia laboral. Después
de permitirme hablar durante varios minutos, comenzó a criti-
car el método comunicativo de enseñanza de idiomas —en el
que yo me he formado—, y ejerció su derecho de jefa a hacer
un monólogo sobre cómo enseña ella, por qué sus alumnos
están encantados y cómo debe ser un profesor. Dio muchos
ejemplos y fue bastante detallada:

—Un profesor debe ayudar a los alumnos a conocer y a en-


tender la cultura del país. Y no debe hablar solo de las cosas
malas, aunque eso lo hacen sobre todo los que son muy de
izquierdas. Pero eso es porque no han viajado mucho, porque
en cuanto sales ves que los demás tampoco son perfectos. Yo
admiro a Inglaterra, pero haciendo imperios no nos ganan.
¿Qué hay en la India ahora? Nosotros, en cambio, en quinien-
tos años, ¡mira la cantidad de instituciones que hemos creado!

Este es solo un extracto de su larga intervención. Hacia el

44
final, mostró interés por mi blog de viajes, y me confesó una
cosa bastante inquietante: a ella también le gusta escribir

—La gente que escribe es reflexiva— añadió, echándose un


piropo a sí misma de forma indirecta.

Seguramente me equivoque al juzgar a la gente, y puede que


esta mujer guarde un alma muy sensible en su interior, pero la
verdad es que no tengo ninguna gana de trabajar con un ego
de tales dimensiones.

Antes de irme, nos dimos la mano y me preguntó cómo se


llama mi blog. Le respondí y me prometió, como una amenaza:

—¡Lo miraré!

Jueves, 2 de noviembre

El otro día fui a un restaurante de kebabs cerca de Hospita-


let y, mientras esperaba mi shawarma de falafel congelado, me
puse a leer un artículo en un periódico. Hablaba sobre unas
cuantas librerías que se acaban de abrir en Barcelona, y men-
cionaba el caso de una que había sido fundada por tres amigos
que apenas llegaban a los 30 años. «¿Cómo?», pensé, «¿son más
jóvenes que yo, y han montado una librería?». No sé si esto le

45
pasa a más gente, pero desde que cumplí los treinta —hace ya
dos años—, me parece que absolutamente todos los seres hu-
manos de veintinueve para abajo son puros bebés (lo gracioso
es que cuando yo tenía veintinueve, no sabía que era tan joven).

Y ya, lo que más vergüenza me da reconocer, es que casi, casi


me indigna que alguien menor de treinta tenga éxito, monte
su propia empresa, se arriesgue. Por ejemplo, que una chica de
veintiséis tenga un blog con miles de likes en Facebook y que
le paguen por viajar y escribir sobre ciudades. O que un chico
de veintisiete monte una librería con sus amigos. Cuando des-
cubro casos así, admito que surge una pregunta en mi mente,
como un corcho rebelde que salta a la superficie del mar: «Pero
¿quién le ha dado permiso a este o esta para tener éxito siendo
joven? ¿No había que hacer lo que hace todo el mundo, que
es estudiar algo que tenga salidas y buscar un trabajo normal
y corriente?».

Supongo que en el fondo envidio el arrojo de estas personas.


Lo que ya no sé bien cómo tomarme es cuando la gente de mi
edad tiene hijos. Hijos. Personitas cuya supervivencia depende
totalmente de nosotros. ¿Cómo es realmente ser madre? Por-
que no me creo ni por un segundo que consista en esa aparen-
te armonía y serena satisfacción que mis amigas y conocidas
intentan transmitir con sus fotos y estados de Facebook. ¿Por

46
qué nadie habla de cómo se te queda la vagina después de dar
a luz? ¿Se ensancha mucho? ¿O de cómo afecta un hijo a tu
relación de pareja? ¿No deberíamos saber estas cosas? ¿No de-
bería alguien avisarnos, por si acaso?

El otro día, Magda me preguntó si me gustaría tener hijos;


yo le respondí que sí, y añadí alguna cosa más que no recuerdo.
Ella me sonrió, y me preguntó:

—Isabel, ¿tú te das cuenta de las caras que has puesto al


hablar de los hijos? Como si estuvieras tomando una horrible
medicina, o un veneno.

¿Una horrible medicina o un veneno? ¡Si a mí me encantan


los niños!

Viernes, 3 de noviembre

Después de la entrevista con la mujer facha, he venido a


Cuenca a ver a mis tíos. A mi tío le encanta hablar, y una cosa
que ya me ha repetido varias veces es que todo tiende al des-
orden.

—Es la segunda ley de la termodinámica: ¡todo tiende al


desorden! ¿Ves esta cafetera? Si la dejamos aquí durante cien

47
años, empezará a romperse por su parte más débil, que es el
asa. Si la dejamos doscientos años más, acabará de romperse
por completo. Es como una casa. ¿A que siempre tenemos que
estar ordenando nuestro cuarto, la ropa que nos dejamos por
ahí, los cubiertos, los libros…? Si dejamos que los objetos sean
libres, ¡se desordenan! Y el capitalismo es la expresión máxima
del desorden: exprime los recursos de la Tierra hasta dejarlos
hechos una mierda.

Pienso en mi cuerpo y en mi cara; cada vez tengo más arru-


gas. A veces odio ver mis fotos, especialmente aquellas en
las que se me ve más de cerca, porque siempre encuentro ese
enorme pliegue debajo de mi ojo —ya no sé si el derecho o el
izquierdo—, señal de que la segunda ley de la termodinámica
funciona: mi cara se desordena. Pero no es solo mi cara; según
mi experiencia, las relaciones también tienden al desorden y a
la destrucción.

Sábado, 4 de noviembre

Hace unas semanas vino Rafa a verme a Barcelona. Confe-


só que la noche anterior no había dormido nada, y que había
tomado algo de anfetas. No me gustó oír eso, pero preferí no
hacerle preguntas al respecto. Preparó algo rápido de comer
y me puso al día de sus proyectos y las historias de su pueblo,

48
moviéndose de un lado a otro de la cocina con su energía ha-
bitual. Desde que lo conozco, me sorprende que alguien de
cuarenta y cinco años tenga ese sentido del humor y esa ima-
ginación hiperdesarrollada. En realidad, no conozco a nadie de
ninguna edad que sea la mitad de creativo que él.

Hacía un mes que no nos veíamos, y como siempre que nos


hemos reencontrado, volví a analizar a este hombre que me ha
dado tanto cariño: ¿cuánto me gusta? ¿Realmente es para mí?
¿Tendría hijos con él? Y así hasta que mi cerebro decidió pa-
rar en algún momento, de puro cansancio. Al cabo de un rato
llegó su amigo, y entre un vinito y otro, los dos se hicieron una
raya. Los observé, y se me encogió el estómago. Aquella noche,
cuando los dos nos quedamos solos, no me apetecía besarle.
Una vez más, había llegado mi momento estelar, ese momento
en el que lo desordeno todo de un zarpazo. Le dije que yo no
podría estar con alguien que se drogara.

Ahora me doy cuenta de que en algún rincón de mi cabe-


za hay un universo paralelo. En este universo hay una Isabel
paralela, que corre por unos verdes y perfectos prados, y es
absolutamente feliz. ¡No puede ser más feliz! Pero atención,
no corre por esos prados sola. De su mano va un buen mozo,
lozano, inteligente y con un trabajo respetable, que la ama y al
que ella ama también. Y lo más importante de este universo es

49
que aquí todo es mejor que en el mundo real: esa Isabel para-
lela es más feliz, está más enamorada, su hombre no puede ser
más maravilloso, y así con todo, hasta el infinito.

«Eres un misterio para mí», me escribió Rafa ayer de ma-


drugada, cuando volvió de una cena con sus amigos. Desde la
tarde en la que le vi drogándose, nuestra relación se ha enfria-
do. No sé qué hago cuando hablo con los hombres para que no
me entiendan.

Lunes, 6 de noviembre

¡Tengo trabajo! ¿Será gracias a haberme repetido decenas de


veces que «estoy en un proceso de cambios positivos»? Se ha
cerrado el paréntesis que parecía eterno, y he aterrizado de re-
pente en la casa de mis padres, como un pájaro adulto que se
choca con un árbol y cae desconcertado en el que era su nido
en la infancia.

Esta tarde he hablado con Magda, y al cabo de un rato te-


nía dos lagrimones salpicándome la cara. Hace ya varias se-
manas leyó mi blog de entrevistas a mujeres, y me dijo que
era «una mina». No le hice mucho caso; creo que incluso me
pareció un comentario sospechoso. Hoy hemos hablado de lo
que está frenando mi prosperidad económica, y tras ayudar-

50
me a relajarme me ha pedido que me visualizara a mí misma.
Me ha hablado de las extrañas creencias que tengo respecto a
la riqueza económica, que están sorprendentemente influidas
por la ideología de mi tío anticapitalista. Recuerdo que me
ha dicho que también hay gente buena que es rica, y a la que
pagan por hacer el bien a los demás. Que sí se puede vivir de
escribir, y que sí hay gente dispuesta a pagar por lo que yo es-
criba. No sé exactamente cómo han funcionado sus palabras,
pero su mensaje ha lavado la imagen más profunda que tengo
de mí misma, hasta que por fin, después de muchísimos años
escondida, la he encontrado. Tal vez sea la consecuencia de
salir de un paréntesis.

51
Giuliana Santoli
∙ Argentina ∙

El ojo del huracán


El comienzo (Diario vomitado en la computadora)
6 de agosto de 2016

Volví de viaje hace nueve días y aún no entiendo adónde es


que volví. La sensación es la de flotar sin entender sobre qué.
¿Qué hay debajo de mis pies? ¿Ahora tengo una casa? ¿De
verdad que ahora somos dos? De nuevo no tengo trabajo. De
nuevo no sé si tengo dinero.

Registro esta angustia: soy una adulta. En pocos días multi-


pliqué mi admiración por los que son tan responsables sobre
sus propios pasos. En pocos días entendí que algo aún amorfo
empezó y no va a ser fácil. Crecer es esto. Crecer es entender
que no todo es poesía. O no, más bien crecer es entender de
dónde nace la poesía.

Nace de este nudo en el estómago.

De esta líquida falta de certezas que deberían convertirse en


algo saludable.

De este construir-nos. Somos una casa y deberíamos encon-


trarle el equilibrio.

De esta sensación de estar corriendo desde atrás, esto que

55
Fausto tantas veces dijo y ahora entiendo: eso nos iguala. So-
mos iguales en esto. Somos iguales que todos.

Tengo miedo y el barro sale con ese tinte: el del insomnio y


la envidia a la gente que camina tan tranquila por la calle. Yo
caminaba tranquila por la calle hace algunas semanas… ¿Qué
pasó?

7 de agosto de 2016

Algunos tienen un colchón o un hijo. Yo tengo una casa en-


tera pero aún siento no tener nada.

O mejor: repentinamente tengo una convivencia con un


hombre que siento que desconozco. Solo me suena familiar
la vibración de las cuerdas, el ritual del mate, el amor por las
plantas. Mis plantas. Sus plantas. Verlo arriesgando con el co-
raje de los que arriesgan por su arte, esa gente que siempre
admiré.

¿Cómo es que ahora padezco lo que siempre admiré?

8 de agosto de 2016

Tengo una convivencia con una mujer que siento que desco-

56
nozco. Y vive en mi mismo cuerpo.

9 de agosto de 2016

El sol entra por la puerta con una luz tan dura que casi hace
ruido. Es mediodía. Alguien barre. Los dos tenemos miedo. La
magia está en transformar el miedo en algo más parecido a las
flores. «Si no hay lodo, no hay loto».

10 de agosto de 2016

Me despierto por la noche y me atacan más miedos. Nuevos,


todos los días nuevos. Realmente me sorprende mi capacidad
inventiva en esto.

Tengo la sensación de que todo era tanto más fácil antes, y


que también era menos real. O yo era más superficial o más
infantil. Cualquiera de las dos cosas me da bastante vergüenza.

11 de agosto de 2016

No sé si estoy escribiendo algo con sentido.

¿Cómo fue que hice para lidiar con el miedo después de los
ataques de ansiedad el año pasado? Hablar de él, escribirlo, en-

57
contrar mujeres inspiradoras que me den coraje y me compar-
tan su calor valiente. Generar hábitos nuevos. Ir adueñándome
del espacio que es mi cuerpo y los centímetros a su alrededor.

12 de agosto de 2016

Anoche encontramos un momento para la calma. Fausto es-


taba más tranquilo y eso me relajó a mí… Qué fácil es conta-
giarse del sentir del otro cuando se convive.

Aún siguen los miedos. Me siento tan repetitiva, pero nece-


sito escribirlo.

Miedo a que finalmente no resulte.

A quedarme con una casa-ancla.

O a que cuando Fausto se vaya de viaje no me acostumbre a


estar sola.

O a que me acostumbre tanto que no quiera que vuelva.

A seguir con ese sentimiento de remar sola.

58
A encontrarme en una vida que no es la que deseo pero acos-
tumbrarme.

A nunca saber cuál es la vida que deseo.

A no animarme a intentar saber qué es lo que deseo.

El puente (Diario manuscrito)


4 de octubre de 2016

Día cero. Mi ciclo. Pido una señal al libro. El oráculo dice:


«El crecimiento es un movimiento irregular hacia adelante:
dos pasos hacia adelante, uno hacia atrás. Recuerda esto y sé
muy paciente contigo misma».

¿Cuánto tengo para aprender en esta relación y en esta con-


vivencia? ¿Cuánto seguiremos conociéndonos gracias a este
espejo? Esta búsqueda puede durar un siglo y entonces ahí
estaré, esperándome, mirándome llegar y buscando una nueva
pregunta para borrar todas las líneas del camino. Si voy a vi-
vir siempre con coraje entonces mejor rodearme de personas
fuertes.

59
14 de noviembre de 2016

Respirar. Bajar la luz. Algún aceite en el hornillo.

Eso que deseo hacer salir a veces con amor, a veces con dolor,
otras con alivio, nace de los pequeños rituales que abren la
puerta que llevo dentro. Dejo fuera la mente. Me quito la ropa
que recubre las palabras fáciles. Camino hacia ese rincón que
conozco de memoria.

Hay muchas formas de hacerse daño y una es pretender que


sucedan cosas que no pueden ser. Adentro del adentro no po-
demos iluminar con luz porque entonces lo que hay allí no
sobreviviría, como los animales del fondo del océano, como
lo que debe subsistir dentro del tronco de un árbol. Ahí hay
otras maneras de hacer que lo que existe nazca y crezca. No sé,
probemos el tacto suave.

Lo que nació (Diario manuscrito)


8 de abril de 2017

Es sábado y Fausto se fue de viaje el martes. Hay una verdad


importante que se hace visible hoy: desapareció una tensión
enorme. Algo sexual se desbloqueó, no sé si es solo mi cuerpo,
o toda la casa, o es lo mismo.

60
Cada atardecer es como un domingo.

Si tuviese que ir al grano apresuradamente, hoy diría que


no sé si al final va a valer la pena embarrarse así, con tanto
compromiso en el camino del autoconocimiento, de buscar la
plenitud a partir de ahí. Qué horror, de repente estoy hablando
como mi mamá.

21 de abril de 2017

Desde que Fausto llegó hace tres días todo se tornó muy
raro.

No veo cómo todo puede volver a fluir y eso me da miedo. Es


como si estuviéramos jugando a ver quién resiste más sin soltar
la mano del otro. Me siento sacudida, admitiendo una parte de
mí que casi no conozco. No quiero dejar ir este momento de
sinceridad tan enorme, pero duele. No sé qué hacer. Creo que
mañana me voy a ir de casa unos días, a ver si dejar de com-
partir este espacio me da un poco de claridad o al menos dejo
de sentir esta tensión en el cuerpo que ya no puedo sostener.

25 de abril de 2017

Quisiera hacer poesía de todo esto pero no puedo. Puedo

61
hacer un diario que no voy a querer releer, puedo hacer en él
un registro del tarot y mis sueños, pero no puedo hacer poesía
con los abrazos que no quiero dar, con la culpa ni con la pena
de dejarnos a los dos desprotegidos en el mundo.

Desde que empezó el año redirigí el foco hacia mí y me di


cuenta de que había olvidado lo fundamental: tengo infinito
trabajo por hacer.

27 de abril de 2017

Llegó el día. Seguiremos nuestro camino separados. Me


siento agotada pero sobre todo aliviada.

Me siento bien. Tengo la espalda tensa y los pies cansados


pero la garganta liberada, como si hubiese dejado de contraer-
la. Estoy dispuesta a todo, también a equivocarme. Quiero
seguir siendo fiel a esto que sale del centro del estómago, la
intuición, que casi desconocía.

2 de mayo de 2017

Extraño mi casa, aún no volví más que unos minutos para


buscar alguna que otra ropa o abrigo. Evidentemente estu-
ve construyendo en ese lugar un espacio para mí sola, sin ser

62
consciente de eso. Tengo para ella nuevos y buenos planes, me
divierte muchísimo. Y presiento que cada vez van a ser más.

5 de mayo de 2017

Volvimos a hablar con Fausto. Con tanto amor aún en nues-


tra separación, con tanta calma. Somos fuertes juntos, hemos
construido mucho en estos años. Lo que más espero es que
podamos mantener esto siempre. En nuestra distancia, nos
deseo amor.

17 de mayo de 2017

Estoy teniendo una premenstrualidad amable, como una ce-


lebración por hacer las cosas bien. Volví a casa, que es la casa
de mis sueños. Porque también la soñaba así, en soledad. Des-
cubro que la música está, aun cuando estoy sola. Descubro que
la música también está en mí.

Doy pasos firmes, camino derecho a convertirme en lo que


deseo ser. Todo sucede justo a tiempo. Disfruto un vino y mi
comida, y la música. Bailo sola en una habitación que ahora
está casi vacía. ¿Será así todo el invierno?

¿Qué hago cuando estoy sola? El balcón, el viento, un tabaco

63
y las zambas acústicas de Drexler. Gané por todos lados. Tengo
más confianza que nunca.

64
Susana Simavilla
∙ España ∙

Sin título
Es extraño cómo las voces pueden provocarnos o no recha-
zo. Cómo algunas voces pueden ser una tabla de salvación.
Melodía para los oídos o desdén absoluto. Algunas voces tan
amadas pueden pasar a ser indiferentes. Es extraño. No sentir
nada de repente. Que un espacio se muestre libre de emocio-
nes. Transitar el vacío y no encontrar nada. Ni rastro de lo que
fui. Ni rastro de lo que sentí. Ni rastro de lo que pensé. ¿Dónde
están las que ya no soy? Es extraño. Cómo ese vacío llega a mi
vida como purgante, haciendo que me desplace de los lugares
a los que ya no pertenezco. Que de repente el esfuerzo titánico
por liberarme de algo se muestre sin más como algo innecesa-
rio, porque hay una parte de mí que se ha ido sola y por ade-
lantado. Como emisaria de una nueva realidad. No pasa nada.
Encontraré mi modo de estar en ese vacío. Aunque quede libre
de todo. No pretendo llenarlo con nada. Por fin.

∙∙∙

Sigue el anhelo. ¿Pero de qué? ¿Realmente de qué? Supongo


que de la primavera, del aire limpio, de la salud, de la edad, de
las hojas verdes a punto de brotar, del anticipo de flores o de
todas las causas perdidas. El anhelo devuelve a las palabras
su lugar de honor en el tiempo, quizá tratando de explicar lo
inexplicable. No hay nada que sea más ficticio que el conjunto
de pensamientos que elaboro cada día, como una masa inusual

67
de excrecencias. Eso es. Los pensamientos solo son excrecen-
cias. No tienen otra finalidad. No les concederé más impor-
tancia. A la sensación de vida la llamaré vida, así, a secas, y no
competiré por darle forma.

∙∙∙

De la lectura de ese poemario dedicado a las voces de las


mujeres se desprende que estamos todas locas, trastornadas al
menos (me incluyo como aprendiz de poeta), que apenas nos
quedó tiempo para la alegría ni para la contemplación. Que el
capitalismo reflejará nuestras voces y solo quedará testimonio
de las que publicaron, del resto apenas nada, apenas nunca, por
lo tanto será el dinero el que determine el curso de la historia
(nuevamente) y el que decida que las que sí llegaron eran repre-
sentativas del resto. El capitalismo mantiene ese doble juego
de engatusar con lo excepcional pero uniformar a la masa que
produce. Que la mayoría fueron licenciadas en letras, y como
tales, perdieron la frescura de decir sin seguir una corriente o
paradigma, atrapadas en el academicismo, empeñadas en jus-
tificar su valía mediante la erudición, el camino marcado por
los hombres. Que el tema central es el amor, sigue siéndolo,
sigue pareciéndolo, como si orbitásemos todas las mujeres en
torno a un Él, atrapadas como moscas que revolotean junto a
un cántaro de miel. Dulce masculinidad que nos trastorna.

68
∙∙∙

Tantas misas en la infancia, escuchando «tomad el cuerpo


de Cristo», viéndolo allá arriba, desnudo, el torso marcado, los
músculos perfilados de las piernas, la hendidura del abdomen,
los pliegues leves en la cadera, que se me encendió el deseo
para confrontar con el deber. No desearás el cuerpo de Cristo
ni el de ningún hombre, por muy hermoso que te parezca. Ab-
surdo sinsentido. Todas queríamos encontrar un hombre como
él, que levitara sobre las aguas y fuera dulce como el maná, que
quisiese encargarse de los niños y fuese rotundo y revolucio-
nario frente a la injusticia. Total. Reminiscencias de la infancia
católica. Esa gripe ya pasó.

∙∙∙

Un dragón es el reverso de un pájaro. O un pájaro con su he-


rida. Un dragón es un ave que cambió las plumas por escamas,
el nido por la cueva y el aire en torno a las alas por el fuego
en torno a las heridas. Todo lo demás es igual entre ambos.
Un dragón es una herida latente, un pájaro que no encuentra
reposo y que por eso duerme con un ojo abierto y otro cerrado.
Vigilante, al acecho, esperando el siguiente golpe, la siguiente
amenaza, la próxima herida. Un dragón es un pájaro que eligió
la soledad en un retiro profundo y ya no quiere copas de árbo-

69
les ni peñascos en una cima. Está a la defensiva. Sobrevuela el
mundo con su coraza. Está lleno de ira y no sabe cómo apla-
carla. Un dragón rapta los sueños de otros y los suyos propios
y luego los destruye. Todo en él es oscuridad y desasosiego. No
hablemos de absolutos. Aparentemente todo en él es oscuri-
dad y desasosiego. Un dragón es un pájaro experto en la inten-
sidad de la vida, pero no quiere volver a exponerse. Tiene que
sanar. Siente mucho. Ha sentido mucho. Continúa haciéndolo.
Sigue deslumbrándose con todos los tonos del cielo, y con sus
texturas. Con los brotes tiernos en primavera. Con la escar-
cha que cubre los campos en invierno. Con la familiaridad con
que se hablan las piedras unas a otras y con la majestuosidad
imperturbable de las montañas. Ellas, testigos de su historia,
lo comprenden mejor que nadie y por eso le dan cobijo. Un
dragón es un pájaro herido que necesita soledad y sosiego. Es
un recipiente de amor que se ha roto. Un interrogante que no
cesa. Un pájaro es un dragón que aún no sabe que le llegará la
herida. Ambos se contienen. Se respiran. Se nutren del mismo
vuelo. Un dragón tiene que ser dragón por un tiempo para
luego no ser nada o serlo todo. Un pájaro tiene que ser pájaro
por un tiempo para luego no ser nada o serlo todo. Sobrevolar
los astros les enseña la dimensión de ese cambio. Ambos se
contienen. Ambos se contienen.

∙∙∙

70
Todo el tiempo que transcurre en esa ciudad inmensa me
siento pequeña, pero al mismo tiempo soy consciente de lo
particular e irrepetible de mi existencia. El pequeño milagro
reflejado en mis manos de gota de agua, en mi mirada de tra-
vesía marítima, en mi piel de mapa indescifrable. Todo el tiem-
po soy diminuta pero contengo un universo. Soy viajera maga
que recorre en dos horas y media la distancia entre Sevilla y
Madrid, y en un segundo el no-tiempo entre una vida y otra.
Todo el tiempo reflexiono sobre lo aleatorio de ser Susana y
sobre el misterio de ser también una mujer de El Congo, el ca-
marero con acento castizo, un emigrante en un país extraño, o
un librero que ofrece libros usados. Todo al mismo tiempo. De
todo ello solo hay un testigo imperecedero: la naturaleza. Los
árboles que acumulan anillos y vuelos de pájaro, mientras no-
sotros los humanos aprendemos la lección de humildad ante lo
definitivo e innegociable de la impermanencia. Y de nuevo me
conmuevo. No sé qué clase de energías se están moviendo en
mi interior. Y ya me tengo que ir a trabajar. No hice la cama.
Hoy no hice la cama, ni ayer, y me compré unas sandalias blan-
cas de piel, porque me hacían falta.

∙∙∙

De madrugada cantó un pájaro. Cantó una ola de color azul,


una alerta de puertas y llaves, una señal acompasada y rítmi-

71
ca. El canto procedía de un árbol de más de cien años y se
dirigía a todos los insomnes, a todos los que en ese momento
dudábamos entre el movimiento terrestre o el aéreo. Cantó el
pájaro su ola azul durante media hora, justo hasta que las pri-
meras luces hicieron acto de presencia. Al terminar envolvió
su propósito con silencio y le hizo una ofrenda al tiempo, que
enredado se disponía a desplegarse. Sentada en la cama yo lo
escuchaba y dudaba entre dejarme llevar por un sueño de tierra
y alas o por un despertar lento…

Solo en esta madrugada cantó el pájaro su ola de color azul,


y tuve la fortuna de escucharlo.

∙∙∙

Por la mañana a la hora de los recados paseé dos ventilado-


res, uno, el que compramos, desde el centro hasta la casa, y el
otro, el viejo, desde la casa hasta el contenedor de plástico. El
ventilador estropeado no tenía arreglo. Estaba diseñado para
morir a los tres o cuatro años, sin posibilidad de cambiar la
pieza estropeada porque no fabrican repuestos. Se llama ob-
solescencia programada. He paseado los ventiladores por esta
ciudad abrasadora como en una procesión o en una oración
para invocar el frío. He sido durante unos minutos una peni-
tente especial, con mi ventilador a cuestas y mi andar cansado,

72
sopesando la posibilidad de que el tiempo sea benévolo, pero
ya lo dijo el sabio: en invierno hace frío y en verano hace calor.

∙∙∙

Me asomo al mundo, y todavía siento en el vientre la garra


del miedo. Miedo por la carencia, por lo que pueda pasar, por
el dolor, por la locura de la soledad, por la soledad enloquecida,
por no ser capaz, por la extinción del ser, por la realidad de los
otros, los que solo hablan en términos de dinero y cantidad.
Miedo por recibir un mazazo inesperado, otro, otro cualquie-
ra, alguno que sea lo bastante contundente… ¡Para!, me digo,
convierte el entripado en un beso de confianza, en una aler-
ta con alas, que viene y se va, en una degustación de incerti-
dumbre, en una libertad merecida, en un inventario de todo lo
imperecedero. Repasemos la lección. Las copas de los árboles
meciéndose bajo la brisa, el movimiento de las nubes en el
cielo, el fluir del agua, la danza de las llamas en una hoguera…
El latir de tu corazón, la sucesión de movimientos, el pensar
sólido de las rocas. Todo es perecedero. Y esa percepción es la
libertad. El instante.

∙∙∙

Intento estar de buen humor y positiva. Eso es todo lo que

73
cuenta. En el fondo estoy bien y confiada. Satisfecha de las
decisiones que he ido tomando. Satisfecha de cómo he ido
cambiando, aunque algunos cambios hayan sido motivados
por fuerzas externas, por un «o aprendes así o no sabemos ya
qué hacer contigo». Al final se aprende. Supongo que es una
buena conclusión a la que estoy llegando. No tengo que hacer
nada. Excepto ir al trabajo y cumplir con mi horario. Y cumplir
con las tareas de la casa. No hay nada obligatorio. Leer, escri-
bir, ser culta, comprender el mundo, aprender miles de cosas,
desaprender otro montón más, tener buenas relaciones socia-
les, estar conectada, volver a conectarme, hablar otros idiomas,
leerlos, escribirlos, saber sobre esto y aquello, estar en forma,
no deformarme, ser atractiva, ser sexualmente activa, ser buena,
cariñosa, comprensiva. Ser solidaria, ayudar en el cambio, ser
parte de él, promoverlo. Tener actitudes ecológicas, solidarias,
feministas, progresistas. Una avalancha de exigencias frente a
muy pocas prioridades. Detenerme. Minimizarme. Desmon-
tarme. Vaciarme. Pararme. Parar. Stop. Fin de la historia. Solo
un instante. Y luego otro. Ni siquiera volar es una exigencia.
Por supuesto que volar no es una exigencia. Ni tampoco la
poesía. La poesía y volar son prioridades y la primera no puede
existir sin la práctica de la segunda.

∙∙∙

74
La mejor música para escribir este ahora es el silencio. Me
basta con el sonido de la máquina que trabaja en la calle de al
lado. Hace que mi calle parezca un puerto de mar. Hace que
mi calle parezca una estación espacial. Hace que mi calle pa-
rezca un latido de auxilio. Lo demás puede esperar. La mañana
trascurre en un conjunto de haces de luz. Desde algún rincón
se han escapado las dudas y luego las pienso. El hambre que
me agujerea la mente. Y el cuerpo que me pide explicaciones.

∙∙∙

¿A qué le escribiría un verso?

Al amor, al tiempo, a su paso, a la muerte, al deseo, a la evo-


lución, a la involución, a los interrogantes, a las palabras, a los
dedos de las manos, a los abrazos, a la enfermedad, a la distan-
cia. A la sabiduría. A la rendición. A todo eso.

O a nada. A las gasolineras y a los centros comerciales. A los


pasos que parecen iguales. A las arrugas de una anciana y al
vientre prominente que dan los años. A los semáforos en ám-
bar. A la confusión. Y a las sábanas frías. A la tristeza servida
en tetrabriks de cien lágrimas. Al ciclo del agua. A mis ratos
de lluvia. A que éstos tengan que ser a solas. A las canciones
que ya no escucho. A que ya solo te recuerdo fragmentado. A

75
lo de publicar todo o nada. A no querer viajar a ningún lado
y a todos. A mis sueños. A los disparates. A la emoción por la
belleza. Al camino de la belleza y la bondad. A todo. O a nada.

76
Oriana Vázquez
∙ Venezuela ∙

Diario salvaje
Montaña.

Puede ser que en el fondo de la tierra exista una fuerza de


gravedad particular que me atrajo hasta aquí, porque no creo
que sea casual que me despierte y me encuentre con ese animal
de astas gigantes mirándome fijamente, con esa severidad y esa
elegancia de los que dicen con la mirada todo lo que no hace
falta decir con las palabras.

Animal tótem. Animal mantra. Animal amuleto.

Todas las palabras se vuelven mágicas al ser traspasadas por


el blanco perfecto de la nieve acumulada en la calzada. Me
llegan regalos de todas las maneras, hoy una vela roja con olor
a canela, ayer una palabra que empieza con A. La magia.

Escribo porque cuando no encuentro las respuestas que ne-


cesito me siento absurda y diferente, como un comentario fue-
ra de tono, como una nota musical que no encaja en su escala,
como ese sentimiento incómodo cuando algo se nos queda
trabado en la garganta.

Vivir en la montaña fue primero que nada: el miedo. El vacío


en el estómago, las preguntas.

79
Nunca sé si seré capaz de pasar el siguiente nivel del juego.
Aún así, me lanzo.

Después del miedo llegó la certeza. Llegué aquí para adqui-


rir levedad. No se puede pretender emprender grandes viajes
llevando a cuestas una casa-cemento, hay que convertirla en
una casa-pluma o en una casa-hilo. Prefiero ir uniendo puntos
con finas costuras que recoger las sobras que quedan de las
historias.

La montaña no es solo el sonido del viento escapando por


los recovecos, es también el crujido de los pies al caminar y la
posibilidad infinita de apropiarse de los escondites.

Y en cierto modo vine aquí para esconderme. Como cuan-


do tuve que dejar un país tropical para poder separarme de J
porque no era feliz. No sé si es necesario huir, pero a veces las
obsesiones se apoderan tanto de mí que no tengo más escapa-
toria que poner océanos de por medio.

Soy de fácil adicción, por eso me alejo del fuego cuando no


tengo fuerzas para ser viento. Los puntos negros dentro de mí
se convirtieron en grandes manchas, como cuando se desborda
la tinta en una pluma y el reguero negro es incontrolable.

80
Ahora trato de convertir esas manchas en dibujos. Esta casa
al lado del bosque es mi hospital para muñecas.

Agua.

La inconsciencia fue la que me trajo hasta aquí. Un día se


me ocurrió que una idea era posible y simplemente no pensé
más. No evalué. No tuve una larga lista de pros y de contras ni
busqué desesperadamente algo útil en todo esto. No tengo un
plan de vida, solo soy.

Y aunque ya no me interesa hacer cábalas acerca de meses


y días, todavía siento una presión en el pecho cuando alguien
me pregunta: Where are you from?, y no sé si limitarme a decir
que soy de España o explicar toda mi vida en varias líneas que
me definan.

Así que después de mucho tiempo y de mucho pensar en-


contré en lo más profundo de mis recuerdos la respuesta: soy
agua.

Soy el mar Caribe en el que nací y que hizo que mi corazón


sea templado e impredecible al mismo tiempo. Soy esa niña de
siete años que sentía un profundo respeto por las olas y pre-
fería quedarse en la orilla viendo cómo los pies se mezclaban

81
con la arena.

Soy el mar Mediterráneo que conocí en Italia con sus pie-


dras y sus medusas saliendo muertas en las manos de los niños
con gafas de buceo y palos. El mar que despertó la chispa que
hoy se transformó en hoguera y que se encarga de mantener
viva la llama de un gran viaje que me cambia la vida a cada
autobús que tomo.

Soy el océano Atlántico y el mar de Alborán porque en el


momento en el que visité por primera vez los acantilados de
cabo de Gata, con sus calas perdidas y su agua transparente,
fue cuando supe que podía quedarme en aquel país.

Soy el océano Pacífico de la costa de California, su frío reta-


dor y sus ballenas apareciendo en la distancia.

Soy los ríos que se cruzan con los pies descalzos y que nos
cortaron el camino en Alaska, los ríos que nos enseñaron todo
un mundo nuevo en México. Las cascadas en las que me baño,
no como un hecho fortuito sino como un ritual para dar gra-
cias y para aprender lo que el agua tenga que enseñarme a
través de los poros.

Prefiero definirme a través del lugar en donde más cómo-

82
da me siento, porque intentar decir que soy de Caracas o que
mido un metro sesenta para mí no tiene ningún sentido. Pre-
fiero pensar que soy cambiante y que dependo de la luna. Pre-
fiero pensar que contengo ecosistemas enteros dentro de mí
que actúan y que se relacionan de maneras armoniosas. Pre-
fiero sentirme salvaje y llena de vida pero al mismo tiempo ser
capaz de apaciguarme en la marea baja para que sea posible
sumergirse sin tener miedo a quedarme sin aire.

Así que si me preguntan: «¿Quién eres?», diré que soy agua.

∙∙∙

Soy un pequeño y helado copo de nieve. Efímero, relativo, li-


viano y sin ninguna pretensión individual. Solo soy existiendo
en conjunto.

Pero al mismo tiempo vivo en este espacio completamente


diferenciado que existe entre el copo de nieve más cercano y
yo.

Es curioso cómo la nieve aparece para aplacar un poco el frío


(y no al contrario), por eso me puedo pasar extensos minutos
viendo cómo cae en todas las direcciones la nieve en mi castillo
de mentira.

83
La absurda perfección de la palabra «Navidad» pronunciada
a -20 ºC, como si hubiese sido diseñada para tener más sono-
ridad en esta parte del mundo.

El tiempo se detuvo, y hubo gambas y salmón.

Soy un pequeño copo de nieve y no hay nada de lo que tenga


que preocuparme. He bajado del cielo para disfrutarlo. Lo que
dura este camino entre lo azul y el cemento congelado es tan
poco que lo mejor siempre es aprender a flotar.

∙∙∙

Pasé treinta y cuatro días durmiendo a la luz de la luna.

Mi casa fue mirar las estrellas por la noche cuando estaba


despejada.

También fue la luz amarilla de la luna en las noches con


nubes. Mi casa fue el ruido del hacha clavándose en la madera.

Habitar fue escuchar el crepitar de mil fogatas, las llamas de


colores naciendo de la nada.

84
Mi casa fue un colchón inflable, un asiento de coche y una
silla de lona.

Mi casa fue el intenso olor a húmedo, fueron diez mil kiló-


metros de color verde.

Mi casa fue la tierra, las partidas de cartas, las películas, los


paseos por el bosque. Fue vivir la soledad acompañada.

Mi casa fue el Denali entero, los cientos de ríos que nacen


entre los árboles y nos cortaron el paso.

Mi casa fue la elección de una canción, fue la bamba rebelde


y El poeta Halley.

Mi casa fue la lluvia, el viento y ese sol que solo se muestra en


los días impares. Nos convertimos en un termómetro humano.
Las noches no existen, vivimos encadenando los días.

Mi casa fue el intento de una foto, la contradicción de ex-


trañar.

Mi casa fueron los libros, fue Roberto Bolaño, fue Siri Hus-
tvedt, fuimos los últimos poetas real-visceralistas.

85
Mi casa fue la distancia, fueron ellos, sus caras a través de
una pantalla, sus siluetas en el lado derecho de mi pecho.

Mi casa fue un fogón y dos cacerolas. Fue los desayunos, tés,


hamburguesas y tacos. Aprender que el amor se refleja en cada
pequeño gesto.

Mi casa (sobre todo) fueron ellos, las risas, la paciencia, los


silencios. La lección más valiosa fue aprender a decir que no.

Mi casa.

86
Cristina López
∙ España ∙

A vida lisboeta
1 de septiembre

Aquí estoy, no Largo de Santa Marinha absorta en el inocente


juego de un grupo de niños y en la delicadeza con que una
menina recoge del suelo as folhas mais bonitas. Espero tranquila
las llaves de la que será mi casa por unos días.

El cielo me ha regalado hoy un sol espléndido de agosto a


pesar de que septiembre ya debuta con su primer día y lo pri-
mero que he hecho al llegar a esta casa ajena ha sido levantar
las persianas del salón. La luz de la tarde-noche ha entrado
implacable por el balcón.

He abierto todas las ventanas. He llegado, todavía no tengo


claro muy bien a dónde, pero tengo la certeza de estar aquí.

No hace tanto que releí a Virginia Woolf y es interesante


cómo esta idea otrora revolucionaria del cuarto propio ha de-
jado de ser determinante para mí. Supongo que los tiempos
han cambiado y ya no es tan complicado contar con una habi-
tación para una misma en la que poder desarrollar cualquiera
que sea la actividad artística que a cada quien concierna.

«…para escribir novelas una mujer debe tener dinero y un


cuarto propio».

89
Me he dado una ducha con otra agua mientras pensaba en
cómo la sensación de extranjería es confusa y al mismo tiempo
despierta en las personas pensamientos aletargados y actitudes
que creemos extintas. Creo que es maravilloso cómo nos otor-
ga la maravillosa oportunidad de ser en otro lugar, de reescribir
nuestra historia en un espacio en blanco que solo tiene como
condición la total dedicación y honestidad con uno mismo.

2 de septiembre

El simple hecho de estar en una habitación llena de recuer-


dos ajenos, de libros ajenos, de muebles ajenos, hace que me
comporte de un modo distinto y por fin soy capaz de adoptar
comportamientos, hasta ahora, ajenos, que poco a poco espero
ir reconociendo como propios.

∙∙∙

No sé la historia de los edificios ni entiendo la mayoría de


las conversaciones a mi alrededor; no estoy enterada de la ac-
tualidad política ni sé por que calle estoy caminando. Sou uma
pesquisadora y mis propias impresiones son el principal objeto
de este viaje. El pensamiento surge de forma natural y no cesa,
al igual que no cesa mi asombro por todo aquello que voy des-
conociendo.

90
Pero ¿qué es auténtico descubrimiento y qué es simple au-
tosugestión? ¿Dónde estaba escondido el impulso creativo que
ahora parece sacudirme en tierras lusas? Reconozco mi cuerpo,
poco ha cambiado en apenas cuarenta y ocho horas. No obs-
tante, hace unas semanas yo misma lo definía en estas páginas
como «un conjunto desordenado de extremidades y piel cansa-
da luchando por mantener la verticalidad», mientras que ahora
a pesar de estar dolorido lo siento suficientemente ligero como
para pisar con fuerza sobre el empedrado lisboeta.

¿Cuál es su verdad y cuál su ilusión?, se preguntaría Virginia


Woolf. Ambos son sendas, respondería yo.

3 de septiembre

La condición de extranjero es algo excepcional que nos per-


mite ver desde fuera lo que para muchos pasa desapercibido,
un privilegio al alcance de muy pocos que desaparece en una
vorágine de tours organizados, locales recomendados, guías
turísticas y todo tipo de impresiones sesgadas take away. Ser
extranjero es difícil y lleva implícita la responsabilidad de lo-
grar un entendimiento, ya sea lingüístico, cultural o afectivo,
con el lugar de acogida. Eludiendo esta responsabilidad solo
conseguimos volver a convertir en extraño al extranjero, trans-
formándolo en invasor de un territorio hacia el que parece no

91
sentir respeto.

4 de septiembre

Qué diferente es la palabra poética cuando la cargamos de


realidad.

5 de septiembre

Me inquieta este éxtasis de soledad, hacía tiempo que no


era tan feliz, que no me sentía tan libre y capaz como durante
estos últimos días.

6 de septiembre

Me odio por encontrar la inspiración más fácilmente en las


teclas del ordenador que en los innumerables cuadernos que
traje para llenar durante mi estancia en la ciudad. Definitiva-
mente estoy condenada a hacer todo lo contrario de lo que se
espera de mí, incluso de lo que yo misma espero de mí.

∙∙∙

Camino por o Largo da Graça y un hombre muy mayor llama


mi atención. Alto y delgado, lleva una libreta encuadernada a

92
mano, con el lomo de tela verde y un papel que simula un cés-
ped verde, verdísimo, como cubierta. El caballero viste un traje
gris que claramente tiene desde hace años y está mirando con
curiosidad por la ventana de un edificio abandonado que hay
al principio de la calle.

Lo veo desde lejos y cuando paso por su lado, él reanuda su


camino con la cabeza baja y el cuaderno bajo el brazo, como si
ya hubiera concluido alguna importante reflexión. Probable-
mente madure la idea con paciencia y paso lento hasta llegar
a su casa donde colgará la chaqueta y destapará una pluma
tan antigua como su traje con la que escribirá un par de fra-
ses, recreándose en cada palabra, poniendo especial cuidado
en la caligrafía. Satisfecho, cerrará el cuaderno y pondrá sus
temblorosas manos sobre él pensando que mañana será otro
día. Quizá sea escritor, quizá sea un antiguo profesor de uni-
versidad o un prestigioso historiador, claro que también cabe
la posibilidad de que solo sea un octogenario curioso y yo le dé
demasiada importancia a los pequeños detalles.

Hago la compra pensando en el poder de la imaginación, en


cómo hay detalles que impulsan torrentes literarios sin que nos
detengamos a reflexionar sobre la certeza de nuestras impre-
siones. Supongo que esto no importa, que nos quedamos con
el instante recordado en el que la verosimilitud no es relevante.

93
¿Cuántas cartas de amor habrá escrito aquel hombre a lo
largo de su vida? ¿Cuántas le quedarán por escribir? ¿Escribirá
alguna esta noche?

7 de septiembre

Hacía mucho tiempo que no sentía el mar del mismo modo


que lo hice hoy. Sin embargo el cuaderno que llevaba en la mo-
chila ha vuelto con las mismas páginas en blanco, no soy capaz
de escribir lejos de este escritorio que ni siquiera me pertenece.

∙∙∙

Contemplar la ciudad desde la distancia que otorga la soledad


es una experiencia reseñable. Las distracciones son mínimas y
toda nuestra atención es captada por los pequeños detalles,
las grietas en las paredes, las baldosas sueltas, las intervencio-
nes artísticas, las personas extrañas, las personas corrientes, los
lugares olvidados. Un viajero solitario es un espectador itine-
rante que asiste a la creación de su propia historia-pastiche.
Mientras camina, lleva consigo un hilo argumental por definir.
Confía en sus pasos para encontrar las imágenes y los perso-
najes que relatarán la historia del lugar y los convertirán en
protagonistas efímeros de lo que más tarde será un recuerdo.

94
Mientras camino como invitada por este escenario, pienso
que viajar sola es definitivamente la manera más sostenible de
viajar.

8 de septiembre

Un acto tan impropio de mi persona como permanecer sen-


tada frente al ordenador durante más de cuatro párrafos segui-
dos me hace pensar en todos aquellos literatos que relatan en
sus escritos autobiográficos largas horas de dedicación a las le-
tras en asépticas habitaciones de hotel o en cuartos de alquiler
lejos de sus familias y otros seres queridos. Por fin comprendo
el porqué.

Pienso en Macedonio Fernández sozinho en su austero cuar-


to contemplando lo misterioso del universo y en Ricardo Pi-
glia viajando de Mar del Plata a Buenos Aires y de vuelta a
Adrogué con sus cuadernos en la maleta. Pienso en las priva-
ciones habitacionales de Frederick Rolfe en Venecia y en las
reflexiones de Marguerite Duras sobre la soledad del escritor.
Y por supuesto pienso en cómo siempre he sentido el impulso
de irme apenas pasados dos años de habitar una casa y cómo
el misterio que para mí suponía esta necesidad aparentemente
sin sentido comienza a dejar de serlo.

95
Supongo que es la búsqueda desesperada de ajenidad. Su-
pongo que ha llegado el momento de encontrarla.

12 de septiembre

Ahora vuelvo al punto de partida, costumbre, rutina y falta


de autodeterminación en la toma de decisiones. Inactividad
congénita. Solo escribir pero sin demasiada certeza de la fina-
lidad de estos escritos.

La enfermedad de la literatura, del divagar y de releer ensa-


yos metaliterarios con el fin de regodearnos en nuestras propias
miserias, de compartir con nuestros semejantes la autodiagno-
sis de patologías inventadas que insistimos en sufrir mientras
fingimos buscar una solución o un remedio que aporte algo
de luz a la oscuridad que se cierne sobre nuestra condición de
mártires voluntarios. Bah.

27 de septiembre

Me mantengo siempre profundamente infeliz, arrastrada


por sentimientos irreflexivos, por embistes de irracionalidad
que nuevamente me dejan en la estacada. Imposibilidad de
acción. Duerme. Simplemente duerme.

96
6 de octubre

Me doy cuenta en la madrugada de hoy seis de octubre que


desde que estoy aquí he comenzado a fechar los textos. Nunca
antes me había parecido relevante concretar mes y día, pero
ahora lo hago instintivamente y quizá pasados unos años
agradezca esos pequeños apuntes numéricos que otorgarán al
tiempo alguna importancia.

7 de octubre

Sigo dándole vueltas a la idea del cuarto ajeno, a la idea de


encontrar inspiración en lo externo, en lo itinerante y nunca
aprendido. El extrañamiento cataliza lo insignificante y nos
devuelve un discurso de esencias, de auténtica abstracción.

Pero el tiempo sigue siendo mi mayor distracción, siempre es


la última presión que trae de la mano el desengaño, el descon-
cierto y la frustración. Aprender a vivir con esta condena es la
tarea que nos concierne y nos inquieta, de ahí la obsesión por
escribir diarios, por contar los días y nombrarlos a su paso, de
marcar los escritos e identificarlos con momentos concretos de
nuestro transcurrir.

97
30 de octubre

De vuelta a mi cuarto pienso en el documental I would prefer


not to de Ileana Dell’Unti y, más concretamente, en esa escena
en que el escritor cambia pacientemente la cinta de la máquina
de escribir. Un atisbo que me transportó a mi infancia, a las
clases de mecanografía, a la casa de mis padres, a mi casa. Una
simple imagen fue capaz de devolverme el sentido de todos
estos días, del escribir y del vivir escribiendo. Y me doy cuenta
de que definitivamente, yo preferiría seguir haciéndolo.

98
Keiko McCartney
∙ España ∙

Diario de una ictericia


23 de septiembre de 2015

Es la una y veinte de la madrugada y la lavadora centrifuga.


El fantasma del insomnio ha vuelto. El silencio suena a dolor
de estómago. Vomito el amor que todavía me quedaba en la
vorágine. La boca me sabe mal. El mes de octubre me pinta
mal. Mamá se levanta a apagar la lavadora. La escucho bajar
las escaleras. El reloj hace ruido. Lleva más de tres años con
la misma pila. Tengo la tripa hinchada. Me toco las piernas y
noto el vello. Me toco el pubis y noto el vello. La tripa hace
ruidos. Mi cabeza hace ruidos. Mamá hace ruido al subir las
escaleras. Todo es raro bajo lo negro. Todo es negro incluso
cuando el sol es sol e ilumina y da calor. Hay mucha soledad
aquí, hay mucho tiempo y espacio para pensar. No quiero pen-
sar. No quiero nada. De repente recuerdo que el alcalde no
puede atender ninguna de nuestras prioridades esta semana
porque vendimia. Recuerdo que a mí también me han invitado
a vendimiar. Mi tía me ha hecho flan. La gata me ha arañado
la mano izquierda. Suena la caldera, pero no hay calor. No hay
nada, salvo retortijones y gruñidos del estómago. Las sardi-
nas no me han sentado bien. Quiero convertir mis párpados
en amparos, provechos para las noches. Dejar de extrañar al
amante. Dejar de extrañar la memoria. Dejar de extrañarme
en lo cotidiano del día. Dejar que el presente se torne vicioso y
procure relatar su virtud. Pero en vez de eso me hago un ovillo
y recreo su imagen. Ahí está, tan serena, con las manos frías, la

101
cabeza aireada, la actitud tranquila y apaciguada. Lugar de paz
y armonía. Lugar de amor. Credo referencial. Son las dos de la
madrugada. Espero al sueño que nunca llega.

Finales de marzo de 2016

I. Vuelve la lavadora de madrugada, el sonido de la caldera.


Mañana despertaré y habrá oscuridad y también gritos. Hoy
iba de paseo con papá y escuché el canto de un triguero. Hice
dos fotos a la luna; clara luna, bella luna, luna lunera, falsa, ter-
ca. Dos de mis gatas están embarazadas. Una me reconoce: la
vieja y solitaria, la fea. La otra huye, huye de mí, no dice nada,
solo bufa. La paloma es la paloma, la paloma ya no mensaje-
ra, sino enferma. Portadora de miseria y bacterias. La paloma
arrulla. Tomo café y mi piel muerta respira el aire fresco, lim-
pio. Libre de males. Pienso: hace un año yo te evitaba, como
si fueras el Diablo. Te evitaba y a la vez te deseaba. Ahora ya
no estás ni yo tampoco. No estamos, quizá nunca estuvimos,
quizá fue todo mentira, acaso, cuando nos llamábamos y de-
cíamos: «tienes pinta de milenio». Dónde estarás ahora, con
quién te acostarás.

II. La tele se apaga, así de repente. Todo oscuro, luego in-


termitencia. Se escucha: «¡Dónde habréis leído esas palabras,
para decirlas así!». Otra voz replica: «¿Qué palabra?». Vuelve la

102
primera voz: «¡Llamar a alguien loco, de esa manera!». Recuer-
do que los que no estamos locos somos los que debemos ir al
psiquiatra. Firmo libros para gente que no conozco y todo me
parece raro. Canta el gallo, canta el perro, canto yo. Evito los
espejos aquí también. En todas las casas evito los espejos. En
todas las comidas evito las espinas.

III. De pronto el dolor menstrual, puntiagudo. Grito. Ese era


el grito del que hablaba. Grito y mamá dice: «No tienes fiebre,
es la reacción de tu cuerpo.» Algo me está matando por dentro.
Me duele. Grito. Vomito. Voy a la cama. La luz me molesta,
hablar me molesta. Todo me molesta.

IV. En un tiempo más alejado del dolor, papá me lleva y


me compra ácido para intentar resucitar la piel. Me encuen-
tro con gente que no saludo porque ya no forma parte de mi
vida. Tengo antojo de chocolate, pero bebo un descafeinado.
En un momento puntual en el supermercado veo mi rostro
en un espejo y casi rompo a llorar. Quién soy. Qué ha pasado.
Quién soy. Qué ha pasado. Pero papá dice: «Ya verás el día que
falte». Yo digo: «Escribiré todos tus chistes». Y al día siguiente,
mientras voy a la peluquería, escucho cosas sobre la violencia
de género en la India: «Cuando se trata de una mujer, todos
vuelven la cara. La mujer tiene que estar estigmatizada». Me
miro las manos, ¿dónde están mis estigmas? Luego miro el sol,

103
que brilla mucho, y mi piel muerta absorbe su calor. Más tarde
me hablan de la enfermedad: le habla la radio, la tele. Le ha-
bla la alucinación. Su mirada está muerta, es como si estuviera
poseído.

V. Pero Cristo no sufre, parece estar en éxtasis. El sufridor es


el hombre, la estigmatizada es la mujer.

VI. Se pegó un tiro un ex compañero de papá porque estaba


pasado. El tiempo amenaza lluvia. Pasa el panadero. Yo espero.
En la vorágine se despierta de nuevo esa sensación a la que no
sé qué nombre atribuirle.

VII. Adiós, digo adiós. Se acabó todo: la paz, el hogar. Vuelta


a lo extraño, a lo perecedero, al territorio mudo.

VIII. Mamá llora, siempre llora: «¿Mis niños? Mis niños


echaron a volar».

6 de enero de 2017

Me puse triste al escuchar aquella canción. En mi cabeza


solo se repetía la palabra dinero cuando la escuchaba. Me di
cuenta de que volvía a estar pegada a ese maldito y superficial
trozo de papel. Así que han vuelto las horas sin dormir, la so-

104
ledad a la que tanto estaba acostumbrada. Escucho a la vecina
roncar, a su marido roncar. No puedo conciliar el sueño porque
creo que hay algo en mi vientre, y tengo que matarlo. Acabar
con él. Durante el día escuché decir: «cuando oyes la palabra
fe, automáticamente empiezas a creer porque ese es su poder».
¿En qué creo yo? Ya no lo sé. Quizá esa sea la respuesta más
sencilla después de «haga usted lo que le dé la gana». Estoy es-
perando, quizá, a que me vengan. ¿Está mi cuerpo muerto? ¿Es
mi cuerpo real? Cierro los ojos y pienso: «Jesús, ven a mí». Pero
solo viene el silencio, y la ausencia. Ya conocía esto de antes.

13 de julio de 2017

Digamos que ya no escribo si no es para verme libre. Hubo


un tiempo en el que me creí Circe, Circe todopoderosa, ahora
incluso he perdido la fuerza de los ojos. Sigo aquí, sin em-
bargo, transmitiendo la ausencia de cariño, porque ha llegado
el verano y ha desterrado a los muchachos. Solo se escucha a
las cigarras, solo se escucha la breve biografía de un atardecer
mientras yo escruto mi cuerpo con ropa de hace de tres años,
mi cuerpo que ya no siente todas las cosas que sentía antes: la
mano propia, la mano ajena, el torso, el agua, la verga. Qué ca-
llada la noche que pasa. Le doy la espalda a Madrid relatando
pequeñas gotas de muerte, la paz del silencio que procede al
canto de las cigarras; mi voz regada, levantando un muro de

105
reflexiones, avispando un banco de ideas, que veo, finalmente,
desaparecer en el barrio.

Cómo he sido capaz, alguna vez, de imaginar una vida con-


tigo, cómo he podido contar tantas veces el bostezo de esa
misma vida, que parece alejarse de nuestros ojos y de nuestro
amor. Qué vacía la espera, los seres de tu mundo, mis manos
que te ofrecen partir —si es posible— hacia otro lugar mejor.

11 de septiembre de 2017

Día 12

He temido enseguida —después de que se me ordenara


desintoxicarme encerrándome en la habitación de mi infan-
cia— que, en cuanto a mí misma, solo me queda amar lo que
queda de mi cuerpo. Esto me resulta insoportable, puesto que
desde hace un tiempo estoy en la búsqueda de un alma pura.
Sin embargo, nunca, hasta ahora, cubierta de esta ictericia, he
despreciado tanto la vida. Supongo que esto es el amor, o en
su defecto una especie de carencia que necesita desaparecer
por completo. Aplico violencia en mi memoria: no soy dueña
de esta vida, no soy dueña de esta esperanza, tengo que matar
la imagen que me devuelve el espejo, que afirma que yo soy,
no sin antes haber descartado, en algún otro lugar, la idea que

106
tengo de mí misma.

15 de septiembre de 2017

Día 16

Palpar el cuerpo. Todavía hay algo de belleza en él antes de


que se complete el triste sabor de la raíz contaminada. Obser-
vo mis ojos: ojos que antes brillaban, desesperados, que de-
voraban insaciables los huecos vacíos de los rostros, ojos que
antes amaban las mañanas y los muchachos, y que se alimen-
taban de libros, secretos y silencios. Observo mi boca: boca
que niega el alimento, que lo expulsa. Boca enferma. Boca del
mal, de la herida. Boca que antes deleitaba con otras bocas, en
partes del cuerpo. Boca que se adhería a la palabra y que ahora
niega la vida a cada bocado. Observo mis manos: por los ojos
y por la boca me he contaminado, pero por las manos llegó el
ciego y la fiebre —ay, con estas manos he recogido la sangre y
las heces—, por las manos llegó el gesto y el saludo al pasado,
por las manos se transmitió la enfermedad del hígado —que
habrá ido a parar a otras manos y que será visible por otros
ojos, saboreado por otra boca—. «Qué harás cuando tú, que te
has humillado, mueras…»

107
17 de septiembre de 2017

Día 18

Fue la náusea la que me advirtió: «de esto no comerás. Tu


cuerpo no quiere vivir, ¿no lo entiendes? —¿acaso llegué a ha-
cerlo?—». Imagino dentro de mí un bosque contaminado por
cenizas amarillas. Quizá acabe durmiendo sobre ellas.

¿Es posible resucitar un cuerpo muerto?

23 de septiembre de 2017

Día 24

Mi dolor no es de nadie, es mío y solo mío. Me pinto las uñas


de color burdeos y así creo que estoy más bonita. Me escribo
entera y el cuerpo responde rehaciéndose. Está volviendo a
la vida. Yo lo observo. Nunca me había parado a pensar en lo
caído que tengo el pecho.

1 de octubre de 2017

Día 32

108
Renacer es así. Oscuridad y una oración. Enviar un mensaje
recordando que eres de nuevo. Transformar la deformidad del
cuerpo en algo hermoso. Asumir el riesgo. Dejarse vivir. ¿De
qué color será esta nueva vida y su nueva muerte?

109
Elena Barrio
∙ España ∙

Diario de migrañas y ansiedades íntimas


Viernes, 6 de octubre de 2017

De nuevo el temblor que para el tiempo. De nuevo la ráfaga


eléctrica que oprime el lóbulo frontal, las conexiones neuro-
nales que determinan mi identidad, sus contornos, su forma,
irregular, pero mía. No puedo leer, no puedo escribir. Esperar.
Esperar. Desesperarme mientras espero. Mientras el ibuprofe-
no llega al torrente sanguíneo. Paso un par de horas en la cama
con la mano sobre la cabeza, intentando contener al monstruo
invisible. Aunque no duermo, las pesadillas desgastadas me vi-
sitan y golpean el estómago desde el cerebro, ese cerebro que
es mío pero ahora no. Ahora no.

Necesito un vaso de agua. Hidratarse es bueno para las mi-


grañas, dicen. Pero en este mini piso de Barcelona la cocina
hoy me queda tan lejos… Me imagino mi cerebro como un
pedazo de bizcocho seco que desea leche, saliva, algo que le
calme. Me imagino mi cerebro como una pasa insalvable. Me
imagino mi cerebro como un bistec deshidratado que se ha
empezado a secar en la nevera al no haber cerrado bien la bolsa
zip.

Me acerco al baño, que está más cerca, y bebo a morro. El


agua tiene cal pero no me importa. Ahora imagino cómo mi
cerebro es una esponja natural, de las caras, que se va inflando,
que dobla su volumen. Vuelve a las sábanas, me digo. Vuelve a

113
las sábanas, cancela tus planes para hoy. Vuelve a las sábanas y
ríndete porque ella hoy ha ganado.

Lunes, 9 de octubre de 2017

El domingo por la noche mi cuerpo me volvió a demostrar


que mi cuerpo no es mío. Todos estos años previos a la ruptura,
andaba por ahí tan feliz, pensando que controlaba mis células,
mi conciencia, mis tejidos, mis músculos. Me divierte pensar
que los demás aún lo creen y hacen sus vidas, cogen el metro,
van al trabajo, tienen sexo, se emborrachan o compran billetes
de avión, pensando que su cuerpo es infalible, que responde
fiel y sumiso a sus órdenes.

Aceptar que mi cuerpo no es mío evita el pánico aunque


mina mi ego. Consigo relajarme dentro de la ansiedad. Aun
así, sin que pueda hacer nada, en pocos segundos la maqui-
naria se pone en marcha: el pecho quema desde dentro, el co-
razón se desborda, las tripas y el estómago tiemblan y, si me
descuido, los brazos y las manos también. Pero la respiración
todavía es mía y la fuerzo. La fuerzo para que el aire salga y
entre cuando yo quiero, para despistarme, para sentir que sigo
aquí, al mando de este cuerpo que hace aguas.

114
Viernes, 13 de octubre de 2017

La gente hace planes cuando llega un puente tan largo como


éste. Compran los billetes y reservan habitaciones con meses
de antelación para pasar unos días en alguna capital europea
estupenda con su pareja o su amante, o con ambas. Hace un
par de años que yo me dedico a esperarlos para descansar de
mi cuerpo, para recibir a la bestia en pijama.

El miércoles era fiesta y por la noche mi migraña ya daba


toquecitos suaves en la puerta, como un gato al que has dejado
encerrado fuera de la habitación y quiere entrar, pero necesi-
ta tu permiso porque quiere tocarte las narices, hacer que te
levantes y recibirle, como a un rey. Me hice la loca y no me
levanté a abrir. No quise tomar nada porque, si lo hacía, estaba
reconociendo su existencia y su poder. Me dije que si me que-
daba dormida, quizá, se aburriría y se marcharía.

Ellos en París, Roma, Berlín, disfrutando del amor, de la


vida, de esos días de vacaciones. Yo, aquí.

Lunes, 16 de octubre de 2017

Hay un sueño recurrente que me persigue desde que tengo


migrañas, desde los trece, más o menos. De hecho, más que
un sueño, es una pesadilla que me hace feliz un rato. Quiero

115
escribirla para intentar fijarla en la memoria, como una foto
extraña y valiosa que guardaría en un álbum:

Mientras duermo de lado, una gota amarilla y espesa va ca-


yendo sobre mi hueso temporal derecho. Podría ser mostaza,
podría ser material radioactivo. Enrojece la piel y la empieza
a erosionar lentamente pero yo sigo durmiendo, tan tranquila.
Primero se ve la carne roja que hay debajo, porque sí, puedo
verme desde fuera. Creo que en Cuarto Milenio uno de los
expertos en lo paranormal llamaba a este fenómeno «autos-
copia».

Con los minutos la gota llega al hueso blanco, impoluto y


perfecto. Parece que de ahí no pasará pero casi imperceptible-
mente empieza a hacerse más fino y el blanco se convierte en
blancuzco. La gota lo atraviesa y entonces las circunvalaciones
de mi cerebro quedan expuestas.

Puedo ver chispas saltando de una neurona a otra. Puedo ver


pensamientos y olores olvidados en sus recovecos y puedo ver a
la serpiente negra y roja enroscada en una esquinita, durmien-
do tan plácidamente como yo.

La gota empieza a caer sobre su cabeza y, sin oponer resis-


tencia alguna, empieza a deshacerse, como si estuviera hecha

116
de chocolate. Me incorporo, ladeo la cabeza para dejar caer en
el suelo ese líquido que una vez fue la serpiente y me vuelvo al
sueño, ligera y feliz, muy feliz. Ahí acaba mi sueño.

Lunes, 23 de octubre de 2017

Llevo un par de días limpia. Sin migrañas, sin ansiedades. El


cuerpo olvida rápido y las fibras de mis tendones sienten que
jamás padecí nada, que jamás me mediqué («¡Eso es cosa de
débiles!», resuena en el fondo de mi conciencia), que siempre
he sido una manzana gorda y reluciente que brilla tanto como
las demás. Que los ataques son cosa de otra, quizá de una som-
bra que me acompañó, de una película que vi. Siempre, de otra
persona.

Intento recordar para saborear bien lo que significa la ausen-


cia del dolor y de los temblores. Pero me cuesta mucho y me
distraigo rápido. Esto es lo normal, aunque no sea la norma y
mi cuerpo está en otras. Mis piernas quieren salir, pasear. Mi
cerebro quiere combustible. Mis manos quieren escribir y, si es
necesario, dejaré que la escritura automática me lleve.

Respiro como si acabase de resucitar.

117
3 de noviembre de 2017

Ayer un puñado de grillos saltaban de mi estómago a mi


garganta y de vuelta sin descanso mientras yo fingía, como
siempre, que todo estaba bien. Y no podía comer pero tecleaba
y respondía e-mails, aparentando normalidad. Porque no pue-
des explicarle a nadie que una manada de grillos se ha metido
en tu cuerpo y te irrita y te cabrea y te desgasta. Que sabes
que no son grillos, que es la sensación, la manera que tienes de
encerrar esa angustia, pero vete tú y explica y queda como una
loca y una incompetente ante todos. Porque el mundo se di-
vide en gente normal y gente débil, demente. Y, obvio, tú, que
formas parte del segundo grupo desde el primer temblor, no
tienes nada que decir. Te sabes fuerte y sabia por todo el dolor
acumulado pero no tienes la palabra. No te la darán nunca.

En silencio he superado la semana y ahora llega el sábado.


Espero poder descansar de mi cuerpo, que me deje unas horas.
Cambiaré las sábanas, abriré el ventanal y saldré a regenerar-
me. Mis células necesitan un oxígeno diferente, nuevo.

118
Agustina Bor
∙ Argentina ∙

Cómo sobrehabitar un ciclón


6 de marzo de 2017

Costa de Baracoa. Veo la espuma blanca de mar avanzar y


retraerse sobre la tierra negra. Veo la tierra negra pero nos veo
en Vik un año atrás cuando sentí el límite del mundo. Re-
cuerda mi cuerpo los rastros que le deja la sustancia, y de ellos
destila lo demás. La orilla negra es mi frontera y el mar está
congelado aunque estamos en el centro, cerca de los trópicos.
El sol cae detrás de una hilera de troncos curvados en árboles.
Están torcidas sus ramas, detenidas desde el suelo hacia sus lí-
mites que se bifurcan en sentidos opuestos. Junto a su quietud
siento palpitar el resabio de la fuerza que les arrebató su figura
compacta. Sé que el paisaje se imanta de la historia del tiem-
po. Apoyada totalmente en la arena extiendo mi mirada hacia
atrás, hacia el cielo y, donde antes no había nada, ahora está la
luna. Cierro los ojos y veo tres mujeres juntas en un cuarto que
se llena lentamente de agua salada. Una sostiene en alto un te-
levisor, la otra reza dando vueltas por la habitación y la última
filma el recuerdo. Esta imagen se proyecta en mis ojos desde
que Yaneisy me contó lo que hicieron cuando vino el ciclón.

10 de marzo de 2017

Estuve en la plaza mayor de Santiago de Cuba. Es un centro


en espiral que se intenta imponer como en cualquier ciudad no
muy grande. Dos chicos se sentaron a mi lado con uniforme de

121
camisa celeste y pantalón gris. El chico me miró de reojo, son-
rió y bajó la mirada. Le contesté en todos los encuentros con
una sonrisa. Tenía rulos castaños y una lapicera abrochada al
bolsillo de su camisa. «¿Hablas español? ¿De dónde sos?», me
preguntó Andy Luis. Le conté que era de Argentina y todavía
recuerdo como AL me sonrió mientras abrazaba su mochila
contra su panza. Al lado, Nathalie nos miraba atenta. Los dos
tenían ojos celestes, muy claros. Ella tenía las pestañas largas
pintadas de negro. AL me preguntó sobre películas y progra-
mas de televisión, de Chile y de Venezuela. Me perdí en el
verdadero orden de su lista, y aunque se fue acercando geográ-
ficamente, no conocía ninguna. En realidad, no veo televisión
hace mucho tiempo, pero no quise desistir en su intento por
encontrarnos. Así que mientras practicaba caras que intenta-
ban recordar busqué el momento en donde algo del relato que
intentábamos unir se condensara. Sentí que quería estirar mi
piel sobre la plaza y atraparnos en una zona donde no existiera
la periferia. AL sacó un papel y me preguntó por mi nombre
completo mientras escribía en cursiva prolijamente el suyo. No
olvido su letra cursiva. Una letra que no veía desde la primaria,
cuando la letra a era una letra redonda, que alcanzaba el alto
de todo el renglón de mi cuaderno y yo siempre me olvidaba la
doble z o la doble t que tiene mi apellido. Le conté que la pa-
labra «cursiva» viene del latín curro, que significa correr, y que
supone en su origen cierta escritura veloz. AL detuvo su pluma

122
en el rulo de la letra g de mi nombre y me sonrió sorprendido.

12 de marzo de 2017

Noche. Plaza central de Santiago de Cuba

Los ojos: la huella en el rostro. Una imagen que sobrevie-


ne cuando el cuerpo ya no está. Apretar una mirada entre los
ojos. Sostenerla en lo alto en un puño cerrado. Mirada que se
reserva en una memoria mía que desconozco, como se reserva
la piedra que figura espuma en el cuerpo tallado que tengo en
frente. Impune al tiempo un ojo diestro se resguarda en una
cavidad profunda que continúa en velocidad hacia un pómu-
lo cuadrado. Es un busto, duro, incrustado. El labio superior
se separa del inferior formando un triángulo rectángulo que
encuentra el vértice en su comisura. El boceto de unos labios
fundidos en un cuerpo de piedra que no les pertenece. Su ca-
beza tapa la mitad de la luna y la deforma en volutas de pelo.
Mirar la piedra, y en la piedra, plasmar los ojos infinitos de la
memoria.

28 de marzo de 2017

Ayer en Buenos Aires vi de nuevo a la misma mujer sentada


en una esquina antes de llegar al gomero. Tenía la cabeza apo-

123
yada en sus rodillas y los dedos de sus manos entrecruzados.
Me quedé viendo cómo su pulgar acariciaba a su par lenta-
mente. Un roce ritualizado. Hace unas semanas que el peso de
su cuerpo se depositó en las maderas del piso de la entrada de
un bar. En unas maderas hinchadas por la lluvia que no cesa.
La vi sentada en esa esquina pero sentí que en realidad se apo-
yaba sobre una raíz del gomero.

En la plaza intenté imaginar el camino que siguen hacia aba-


jo las raíces. El mundo de lo que pasa por lo bajo. Existe o no
un linde oscuro a donde llegan. Con cuánta fuerza persisten en
empujarse hacia el inframundo. Cómo hundirme en la tierra
sin morirme.

2 de abril de 2017

En el gomero

Las nubes están en tránsito hacia otra ciudad. Hacia mi de-


recha hay uno, dos, tres, cuatro bancos. Ocupa ahora el cuarto
un hombre. Las raíces son altas y gruesas. Forman paredones
que separan espacios donde pienso que la gente no se sienta
porque le tiene respeto. Al árbol. Un hombre se acerca y pal-
ma las raíces con la mano. ¿Cuánto dura su asombro? Caen
frutos, golpean contra el piso y me asusto. Un papel de diario

124
sobrevuela en círculos. El viento lo enreda. ¿Por qué gira en
círculos y no se desploma errante? Tal vez solo haya viento
debajo de este árbol. En el piso las hojas se mueven. Unos
pétalos amarillos describen trayectos premeditados. Los llevan
las hormigas. El suelo nunca está quieto. Todas las cosas las
arrastra el viento.

10 de abril de 2017

Por qué se aparta tanto mi imaginación de mis manos. Mi


lengua se tuerce y el viaje a la casa de S se escurrió en imágenes
de cuerpos que se relacionan. Palabras que solo existen en los
ojos de un cuerpo imaginado. Fui a lo de S a ver un cuarto a
donde mudarme. A la tarde la vi a C y enfrentadas en la mesa
volvió a mí la misma pregunta. Mientras sigo la conversación
de un rostro quiero saber dónde miro. Quiero mirar los ojos
pero siento extrañas las pestañas que tiemblan. Me estremece
el contorno del cuerpo. Entonces miro tu boca.

10 de mayo de 2017

El tren Sarmiento

Me siento en el escritorio de frente a la ventana que mira


hacia las vías. A la altura de la mitad del marco vertical, justo

125
en el centro del eje donde se intersectan las dos hojas de vidrio,
se alcanza a ver la casa de K. Vive en un espacio de dos metros
cuadrados al lado de la vía. La puerta es de chapa roja con un
círculo cavado a mano en la parte superior que está cubierto
por un nylon transparente que veo tambalear por el viento.
Conocí a K hace unas semanas en la verdulería de Raúl, yo
llevaba varios libros y me preguntó si podía prestarle algunos.
Hoy me levanté antes de las ocho y vi el paraguas negro de K
asomarse por el agujero de su puerta. Se inclinó para mirar al
sol y se escondió. Como un reflejo también ahora me inclino
hacia abajo por la ventana para mirarla desde el escritorio. Al-
canzo a ver cómo K descuelga a Osvaldo que duerme en un
bolsillo de su sobretodo y le abre la puerta. Osvaldo sale con la
cola en alto corriendo hacia mi ventana junto a K y su sobre-
todo de verano.

Noche

Algo avanza en la noche oscura. En la penumbra, el suelo se


mueve. Unos pasos hacen crujir las maderas y el suelo se desar-
ticula. Hay un rostro que se refleja en la ventana. Que los ojos
pretendan tanto y en silencio se contemplen por horas. Que la
imagen revele la historia y la historia no se cuente en silencio.

126
18 de mayo 2017

Noche

Cuando doblé en Rojas hacia casa, vi a K caminando ade-


lante. Tenía su sobretodo de gabardina beige y los rulos negros
le colgaban hasta la mitad de la espalda. Llevaba en su mano
derecha una bolsa y en la izquierda la copia del libro de la clase
de «Historia del arte del siglo XVIII» que le había prestado:
Secretos de artes liberales y mecánicas. La alcancé en la verdulería
de Raúl y le pregunté cómo había estado hoy la plaza. Mien-
tras me contaba que alcanzó a vender diez secretos de azar
por veinte pesos, Raúl le entregó la bolsa con las verduras que
ya no le servían. Arreglé con K para visitarla mañana porque
quiere que leamos juntas dos secretos: Para juntar y matar nue-
bos ratones en un barrio con facilidad (sic) y Para imitar el temblor
de la tierra.

En casa, la introspección es un océano espumante que co-


mienza tapando mis pies y luego alcanza mis brazos. Hace
días que por eso me fijo a la poesía de J. De noche me espera
espesa en la mesa de luz como el peso del papel muerto. Apa-
cigua la retención de las venas que se hinchan por los dientes
que aprietan. Del puño cerrado que cuelga al lado de la pierna
que camina. De la lengua que aglomera gruesa la palabra. Del
cuerpo muerto, que pesa.

127
19 de mayo de 2017

A las ocho golpeé la puerta de K. No sabía cuáles eran nues-


tros secretos así que llevé una Grapa Miel que tenía en casa.
K me contó que quería ahuyentar unas ratas que por la noche
mordisqueaban su pan. Leyó sobre la posibilidad de atrapar
tres o cuatro, meterlas en una olla, ponerlas a leña de fresno
(pero como no tenía cortó unas ramas del limonero) y al pren-
der el fuego todas chillarían, lo cual atraería a más ratas y todas
morirían allí. Nos pareció un poco cruel, y sobre todo K me
dijo que no quería que en el barrio se enterasen por los ruidos.
Practicamos el segundo secreto juntas, una combinación de
hierro limado y azufre, que convertimos en una masa mientras
tomamos Grapa Miel a la luz verde de una bombita que col-
gaba en el centro de la mesa de K. Me contó que va a enterrar
esta masa unos días en la tierra y que el temblor se produciría,
según las instrucciones del libro, en unos diez días.

Noche

Siento algo que me toca en la cara. Por debajo del contorno


inferior de mi mandíbula izquierda donde termina mi rostro y
empieza mi cuello. O empieza el hueco que dirige a mi cuello.
Me toco con un dedo y lo atrapo junto al índice. Rápido. La
hoja está oscura, el ambiente está oscuro. Miro entre mis de-
dos. Es algo negro pequeño, pero desaparece. Es fácil sentir lo

128
que me recorre el cuerpo. No es fácil ponerle nombre.

25 de mayo de 2017

En la mañana S tocó la puerta de mi cuarto. Me dijo que


una señora se acercó a avisarnos de que en unas horas iban a
caer desperdicios sobre nuestra terraza. Pensé que tal vez era
K, le gusta tocar los timbres del barrio y anunciar eventos que
sabe que no van a suceder. Por las dudas busqué a Osvaldo y
lo invité al cuarto. Lo creo lo suficientemente habilidoso para
sortear cualquier tipo de proyectil que se ponga en su camino,
pero el anuncio incluía que iban a tirar vidrios.

Pensamiento de mediodía: imagino contándole a K sobre mi


infancia. Me imagino muchas veces contando mi infancia. Po-
cas veces la cuento en voz alta con alguien más al lado. Nota de
media tarde: dejar de martirizar el cuerpo con la mente.

Noche

En mi imagen en la ventana veo el reflejo luminoso que bor-


dea el iris de mis ojos. Es el filo de la furia.

129
27 de mayo de 2017

Me doy cuenta de que durante el día miento más veces de


las que quisiera. No sé cómo es decir la verdad. No sé cuál es
la verdad. Se reiteran pensamientos que tienen que ver con
la pérdida y retención de los sentimientos: ¿Dónde se puede
perder? ¿Cómo se sufre?

Caso hipotético: si se derrumba la ciudad. Solo queda la llu-


via que me moja la piel y no quiero moverme. Por el placer.
Queda mi erizo y el de la chica de al lado que no quiere mo-
verse. Quedan unas cenizas que se apaciguan al ritmo de la
lluvia. Espacios donde nosotros no elegimos. Siento el frío y
me da placer de sentir sin elegir si poder sentir. Cierro los ojos
y queda un papel y mi mano, que en realidad no toco, ya que
hace un tiempo aprendí que los átomos de nuestros cuerpos
se repelen y lo que sentimos realmente es la presión de esa
repulsión. Queda gente bajo la lluvia que desaparece y busca.

Quiero acostarme en un témpano para sentir mucho frío y así


quemarme la piel.

30 de abril

Llegué a casa con los ojos cansados del viento. Estuve cerca
del río toda la tarde. En el cuarto me siento sobre textos que

130
ya no recuerdo y descubro que una mariposa se instaló en mi
techo. Está quieta dentro de la luz que cuelga al centro del
cuarto. Me siento acompañada. Apago la luz y abro la venta-
na pensando en que quiera escapar. Veo que K me hace luces
desde su casa. Son dos parpadeos: Osvaldo duerme con ella.

Noche

Recuerdo que C me dijo hoy que ya era otoño y yo pensé el


invierno. Quise extirparme el tiempo interno, quieto. Sacarme
el recuerdo que está en el hueso. Afilarlo hasta la esencia para
hacerlo polvo, y así, achicarme. Querer verterte. Exteriorizar
el límite que te contiene y derramarte como agua fuera de mí.

1 de junio de 2017

A la mañana la encontré de nuevo. Estaba inmóvil, con las


alas abiertas sobre mi escritorio. Entendí que vino a morir a
mi cuarto. Me senté unas horas en el escritorio a observar la
mariposa. El trazo negro en sus alas era perfecto. Sentí que mi
mano se contraía en sí, apretando la birome. En mi boca se
apilan palabras que se hunden debajo de la lengua como una
sustancia que adormece. Si gesticulo palabras las escupo en
formas pegajosas que se arrastran sobre el escritorio donde el
silencio les presiona el jugo. Entre las vibraciones en mis dien-

131
tes, y la posibilidad de no, se extrema una forma. Una forma
que figura el trayecto de mi letra porque pulsa en mis dedos
una línea finita.

132
Diana Ferreiro
∙ Cuba ∙

Desnuda y con sombrilla


Octubre

Siempre que caen los domingos —crueles bestias enfer-


mizas— y despierto tarde, más tarde que de costumbre y se
juntan horarios, me invade los huesos un cansancio inofensi-
vo pero obstinado que se queda hasta la madrugada. Paso las
horas acostada, leo un par de libros que he ido dejando en la
mesa de noche y que de tanto tiempo allí se creen adornos, y
me pongo al día con alguna serie.

Duermo a ratos.

O eso intento, porque La Habana es una ciudad desalmada


cuando se trata de dejarte descansar los mediodías, y al poco
me levanto y bajo a hacerme un café. Y pienso. Pienso todo el
tiempo en cosas que ya no tienen remedio, en cosas que de-
bería haber olvidado para estas fechas, o en cosas tan inútiles
como un amante online, por ejemplo. A veces sueño con mis
abuelos y entonces pienso también en ellos. De cómo siempre
los sueño vivos y a un tiempo muertos.

Otras veces un poco en ti. Porque me ha costado mucho


descifrarte y aún no sé qué me ata. He pensado que pudiera ser
la voz. Y sé que suena súper loco, pero así hablemos de béisbol
en tu voz siento como un alivio, y se me antoja un lugar de
descanso, un lugar donde perderme.

135
Y luego una tiene que pensar, por fuerza, en los lunes, que
son unos bichos azules con otra clase de crueldad. Calculadora,
inevitable. La de los domingos es más bien un poco inocente a
inicios de la mañana, pero hacia la media tarde se torna som-
bría, husmeando dentro de una, poniendo a la vista recuerdos y
nostalgias y creando fieros espejismos de almuerzos en familia
y siestas con los sobrinos encima de ti, que te obligan a respirar
muy despacio para no despertarlos.

El domingo deriva entonces —como estas palabras— en un


grito melancólico que comienza a menguar en la noche, con
la cocina en orden y la misma lista de reproducción una y otra
vez desde el cuarto. Y luego ya nada más.

Uno menos.

Seis días a partir de mañana.

Enero

He querido contar y no me ha salido.

Digo que he querido contar y he enviado la hoja a la papelera


sin una palabra que reciclar.

136
Digo que he querido amarrar unas cuantas perras negras de
manera que cobren sentido —un sentido específico, se entien-
de—, y he terminado repasando los highlights de The wire, bus-
cando ayuda.

Y luego he vuelto a querer. Y me han dolido los ojos, porque


ya no asimilo la vida sin estos +050-050×180° +050-050×45°.
Y ahí vamos.

He preguntado y le pasa a todo el mundo. Pero es difícil


conformarse con una mierda de esas. Con ser igual a todo el
mundo.

He querido escribir algo. Y esto es lo que ha salido. Para que


veas qué mal ando.

Abril

Despiertas por tercera vez y aún no amanece. No lo hará por


otras dos horas, no importa cuánto mires el teléfono. Hueles a
sexo. Tus manos, tu aliento, tu entrepierna. Y huele mal, como
el buen sexo, y no te quejas. Incluso cuando probablemente te
acomodes la ropa encima y te vayas sin esperar el café, no vas
a quejarte. Caminarás hasta la oficina bañada en el perfume
que guardas en la cartera para estas ocasiones, quizá un poco

137
adolorida, pero por esto tampoco te quejas. Tu amiga siempre
dice que si luego duele por todo el cuerpo es porque está bien
hecho. Sonríes. Parece que te atropelló un puto maratón de
educación física. Nada visible, siempre te aseguras antes de sa-
lir. Pero estás exhausta.

Por delante ocho, nueve horas de oficina. Necesitas dormir.


Necesitas que aparezca alguien, un alma caritativa que te aca-
ricie la cabeza y te diga: anda, vete a casa, yo me ocupo de todo,
toma un baño, descansa, no pienses demasiado en anoche, no
pienses demasiado en nada, mucho menos en arrepentimien-
tos, vamos, recoge tus cosas, dale, en serio, yo me encargo, no
seas boba, muchacha, te prometo que el trabajo aún seguirá
aquí mañana, deja de sentirte así, no es importante, nada lo es.
Lo que el alma caritativa no sospecha es que en casa no estarás
a salvo. La memoria se fue acumulando todo este tiempo y la
casa es un arenal, canta Drexler. Lo que el alma caritativa no
sabe es que es precisamente eso lo que te salta en el estómago:
que no sea importante, que nada lo sea.

La segunda vez que despertaste quisiste huir, recoger las ro-


pas estrujadas del suelo y largarte de allí, antes de poder dis-
tinguir entre las sombras siquiera un detalle de la habitación,
nada que te martille luego la cabeza y te haga querer regresar.
Un libro, un disco, esa manera de disponer las cosas y la vida.

138
Ya bastante tienes con todo lo demás. Ya bastante tienes con
la certeza de que nada de esto tiene significado para nadie. Ni
siquiera para las personas que te tropezaste al intentar buscar
la puerta de la calle para largarte de una vez. Buenos días y
adiós, un placer conocerla, señora. Si lo piensas bien ni siquiera
te acuerdas de ese rostro que te miró de arriba abajo con pena.
Sí, era pena, estás segura. Pero qué le vas a hacer.

Un último beso en la puerta y se fue todo el creyón, lo siento,


siempre lo hago, y lo limpias torpemente antes de dar la es-
palda y bajar las escaleras. Por primera vez ninguno de los dos
dice nada. Ni siquiera el «nos vemos en estos días» que tanto
te exasperaba de sus mensajes de texto. Y te jode. Te jode mu-
cho estar pensando en eso horas después, sentada en la oficina,
con montañas de cosas por hacer. Sales al patio y enciendes
un cigarrillo. Ha vuelto el temblor a la mano derecha. Es un
temblor ligero, casi imperceptible a todo el mundo. Pero tú sí
puedes sentirlo. Te recorre desde la punta de los dedos hasta
los pulmones, mira a ver tú cómo es eso posible. Es el alcohol
de anoche, es el tabaco de anoche, te dices, y lo olvidas hasta
que desaparece.

«You need to get your shit together», dice el chat y estás


de acuerdo, completamente. «You are right my dear», eso es
exactamente lo que pienso hacer, y te desconectas. Editas tres

139
textos, cuatro, cinco. Quemas las horas que te van quedando
en internet buscando fotos para graficar esos textos. Repasas
los highlights de la madrugada: sus manos, palabras. El miedo,
viscoso, se adhiere a ti y esta vez no intentas despegarlo. Lo
dejas hacer.

«Si ha pasado tanto tiempo ya, es amor», dice el chat que has
vuelto a conectar. Deberías escribir algo.

Mayo

Puestos a olvidar, cada cual sigue sus rutas. Y está bien. A


uno le funciona lo que a uno le funciona. Hay quien tiene un
plan b, por ejemplo, que no le gusta tanto, pero que no le per-
mite pensar demasiado. Hay quien borra contactos e historial
de llamadas. Hay quien prefiere no volver a hablar del tema.
Hay quien cambia de lugar favorito en la ciudad solo para no
coincidir. Hay quien tiene mucho trabajo y eso le ayuda. Y hay
quien no tiene nada y tarda demasiado en desprenderse.

Yo, por suerte, tengo a Janis. Y es curiosa, esta relación nues-


tra, porque el resto de la vida Janis no es más que cuatro o
cinco temas de las Essential songs en mi playlist. Pero cuando el
ciclo me envuelve, de vez en cuando, siempre es ella. De arriba
abajo. Últimamente he intentado también con Santiago Feliú,

140
pero hay algo en la garganta de esta mujer que me destruye
cada vez y —voilà—, eso es lo que necesito cuando preciso
olvidar.

Janis Joplin tres veces al día, como los antibióticos. Descan-


sar siete, y repetir. Esa es la fórmula.

Aunque en realidad, yo quería empezar este post diciendo


que leí hace poco en una novela de Juan Tallón que uno no
llega jamás a donde quiere sin haber tocado fondo antes. Y ya
ves.

Agosto

Cuando uno se enamora es del carajo, me dijiste una madru-


gada, y yo apagué la luz, en silencio, porque no había mucho
que decir a esas alturas y aun así tú acababas de soltar aquella
barbaridad en la que yo nada tenía que ver.

Recuerdo muy bien esa noche. Yo te había esperado con una


saya corta y una camiseta negra, y comimos natilla con cara-
melo. Tú me dijiste que alguna vez habías pensado en llamar
Santiago a un hijo tuyo. Y me leíste una canción. Yo dije que
sin duda mis hijos se llamarían Ana y Santiago pero que era
mejor cambiar de tema.

141
Continuamos como quien solo regresa al pueblo donde na-
ció los fines de semana, con la misma mochila, que cada vez
pesa menos. Hasta que una mañana, sin pertenecer todavía a
otro sitio, abotonaste la camisa —era de flores, y dijiste que
si alguien te preguntaba responderías que venías de tocar con
algún salsero—, y te fuiste dejando las llaves en el suelo.

Me pregunto si te acuerdas.

142
Jazmín Hollman
∙ Argentina ∙

Sin título
Otra vez la sensación de estar mudando la piel, como la ser-
piente, de haberme quedado en carne viva, desnuda frente a un
mundo que me espanta y me llama, me inspira y me hace llorar
al mismo tiempo.

Qué emoción tan grande sentirse de nuevo tan cercana a


todo, aunque duela y las lágrimas se me escapen por cualquier
cosa.

Extrañaba tanto esta sensación de ser poesía o hacer poesía,


de que la música te llegue al pecho y te deje sin aliento, de que
una frase te nuble la vista porque se te clava ahí en el centro
del corazón o de la emoción, vaya uno a saber.

Me acuerdo entonces del mago y de esa charla que tuvimos


una tarde cuando llegué al taller y le dije: «Javi, tengo la sen-
sación de que se me afinó la piel que me separa del mundo y
siento todo con más intensidad. Voy manejando y veo poesía
en las calles, escucho música y no puedo dejar de pensar en la
poesía, de escribirla mentalmente mientras camino».

∙∙∙

Aún sigo viendo el rostro de un cacique cuando miro hacia


las sierras.

145
Un colchón de pinochas sigue oliendo a resina y a refugio.

¿Qué pienso cuando me pienso? Una aspiración aún incon-


clusa, un estar en tránsito hacia lo que deseo y aún no alcanzo.
Cierta idea de mí misma que no es exactamente lo que soy,
aunque un poco se le parezca y otro poco no.

Confieso, en voz bajita, que me sigo pensando con esa idea


de «lo que me gustaría ser cuando sea grande», como si con
cuarenta años todavía no lo fuera.

∙∙∙

Tiene cinco pero cuando juega dice que tiene quince.

Al menos dos o tres veces por día me dice que ella hace lo
que quiere porque ya es grande.

Al menos cuatro o cinco veces por día, aprieto mis dientes


para que no salgan todas las palabras que se me atragantan en
la garganta. Lo logro apenas dos o tres, si no una.

Al menos una vez por día, más de eso los fines de semana
que salimos a algún lado, discutimos por la ropa. Casi siempre

146
terminamos peleando y nos metemos en el auto enojadas y
cansadas de haber peleado tanto.

Al menos una vez por día me pregunto qué es lo que estoy


haciendo mal y de qué no me estoy dando cuenta.

Al menos dos veces por semana lloro porque me siento im-


potente frente a la situación y siento que lo estoy haciendo fa-
tal, otras dos lloro porque siento que no me tocó una hija fácil
y no sé muy bien qué hacer frente a eso. Casi todos los días me
pregunto qué será lo que le está pasando y por qué necesita
reafirmarme que ella ya es grande.

Al menos tres veces a la semana me gustaría poder decirle


que ser chiquita es tan lindo, que está bueno que te cuiden y
no tengas nada de lo que preocuparte, que después todo se
vuelve más complicado, que ya va a haber tiempo, un montón
de tiempo para ser grande, y que no hay manera de que el reloj
vuelva para atrás cuando el tiempo pasa, que su tiempo es hoy,
así con sus apenas cinco años.

Casi todos los días pienso en cómo poder ayudarla en lugar


de retarla y cuando logro reemplazar el grito y la amenaza por
palabras amorosas y presencia, a veces funciona y a veces no.

147
Al menos tres veces a la semana pienso que cuando pensaba
en lo que significaba ser mamá y aún no lo era, no sabía nada
en realidad.

Muchas veces me doy cuenta de que las certezas que voy


tejiendo sobre cómo criarla se me desvanecen antes de que lle-
gue a la quinta vuelta del tejido y la manta se llena de agujeros
y huecos vacíos que no sé cómo reparar.

Y todo sucede el mismo día en que su hermano mayor com-


pite en un torneo de gimnasia y yo escribo sobre ella en lugar
de hacerlo sobre él, y siento que tal vez sea allí donde deba
explorar para empezar a entender.

∙∙∙

Nunca te lo dije, pero a veces lloro cuando hacemos el amor.


Me sobreviene una emoción profunda, difícil de describir con
palabras. Y cuando me pasa eso, me gusta que te quedes enci-
ma de mí un rato, moviéndote despacio, como si todo tu cuer-
po me acariciara. No quiero que te des cuenta de que tengo las
mejillas mojadas porque entonces me preguntarías que qué me
pasa, me dirías: «¿Estás bien, bonita?», y te tendría que explicar
algo que yo no puedo explicarme ni a mí. Tal vez lo intentaría
para que no te preocuparas.

148
Te diría que sí, que estoy bien, que no sé porque lloro pero
que a veces me pasa y no lo puedo contener, que es más un
llanto de emoción que de tristeza. Que es de alegría pero de
una alegría distinta a las demás, que viene muy de adentro y
que así como me estremezco entera y me abandono en ese
instante de placer sublime, también al corazón le debe pasar lo
mismo y entonces me llena los ojos de lágrimas. Pienso que en
momentos así el cuerpo dice en el lenguaje que sabe y no hay
palabras capaces de traducirlo.

∙∙∙

Quitarnos algunas ramas, dejarnos a la intemperie y que nos


abrace el sol, que nos haga bailar el viento, que nos moje la
lluvia, que nos nazcan brotes nuevos. Sin miedo. Con audacia,
confiando.

Seguimos siendo hogar para los pájaros, seguimos amarradas


a la tierra, alimentándonos. De la poesía, de la música, de la
palabra, del silencio, del amor. Siempre del amor.

∙∙∙

No sé qué quiero escribir y ando titubeando entre un pen-


samiento y otro. No me decido si quiero ser poesía, carta o

149
simplemente una frase arrojada sin pensar al centro de la hoja.
No me decido porque tampoco lo hacen mis pensamientos
y no encuentro emoción que decida nombrarse. Me disperso.
Voy de una cosa a otra como si se tratara de piedras sobre un
arroyo sobre las que hay que caminar para no mojarse. Para no
mojarse… ¿Es eso? ¿De eso se trata? ¿De no mojarse?

Pues entonces no quiero las piedras. Me descalzo de los mie-


dos. Me deshago de la barrera invisible de lo que no quiere
ser dicho ni nombrado. Respiro profundo por si lo que he de
encontrar duele, quema o está demasiado frío.

Cierro los ojos, abro las manos y las dejo mojarse de palabras
como mis pies mientras caminan el agua.

Ya veré qué hacer después con la ropa mojada. Ahora, en este


instante, me urge zambullirme y comenzar a escribirlo todo.

∙∙∙

Quiero que la maternidad sea lo que me alimente y no lo que


me consuma.

∙∙∙

150
Hoy el padre Hugo dijo que «el amor no siempre acierta». Su
frase me quedó reverberando durante todo el día. Creo que en
el amor no acertamos la mayoría de las veces y, sin embargo,
no podemos dejar de intentarlo porque no sabemos vivir si no
es amando.

Amamos como podemos, como sabemos, como nos sale y,


hay que admitirlo, algunas veces nos sale mejor que otras. No
siempre amamos de la manera en la que nos gustaría que nos
amen y eso a mí me pasa muchas veces. Me siento un poco
egoísta cuando me doy cuenta. Me digo que tengo que tratar
de hacerlo mejor la próxima vez y lo intento. Lo intento una y
otra vez porque la mirada cariñosa y encendida de N siempre
saca la mejor versión de mí y esa sabe que el amor es la magia
pero también todo eso que nos hace estar juntos cuando la
magia parece que se nos esconde, y no hay mejor razón que esa
para tratar de amarlo mejor cada vez.

∙∙∙

Empieza el invierno y yo siento que también necesito un


nuevo comienzo. Uno en el que pueda aprender a susurrar en
lugar de gritar.

Hay algo que sé desde hace tiempo pero que, en las últimas

151
semanas, se me reveló con la crueldad y la claridad con que
se nos revelan, a veces, ciertas verdades: mis hijos no pueden
aprender la calma si yo no la practico.

Quiero que cuando me miren vean en mí un remanso y no a


alguien con quien hay que librar batalla. No quiero ser escudo
sino arrullo. No quiero ser muralla sino cobijo.

Hoy suelto al viento mi deseo. Le pido al invierno serenidad


y fortaleza. Le pido para la palabra dicha la reflexión que sí me
permito para la palabra escrita.

Le pido poder aprender a tomarme el tiempo necesario an-


tes de decir.

Le pido que me enseñe la sabiduría de la lentitud, esa que no


es letargo sino pausa y pensamiento.

∙∙∙

Estoy tendida a orillas de las palabras que no me animo a


decir: ¿quién se atreve a recorrer la distancia cuando está hecha
de silencio?

152
Laura Bianchi
∙ Uruguay ∙

Sin título
30 de septiembre de 2016

Baños de Agua Santa

Hoy es luna nueva. Arranca otro ciclo muy intenso. Hace un


par de días volví de Montevideo. Aún no logro procesar todo
lo que ocurrió allí. Toda la magia.

Fui a enfrentarme a uno de mis mayores miedos: la muerte


de Chiche. Y la verdad es que no fue nada aterrador. Sí triste,
sí movilizador. Pero más que nada me cargó de cosas bellas.
De todo lo que fue. Para mí, para ella, para todos. Siento una
gratitud enorme por todo lo que me enseñó y por haber podi-
do estar ahí con mi madre, mis hermanos, Bea. Fue un regalo
hermoso que me hizo. De hecho, sentí muy fuerte ese lazo
que nos une a las tres: a mi abuela, a mi madre y a mí. En
un momento sentí que toda la humanidad y luz de Chiche se
trasladaban a mi madre (y un poquito también a mí).

10 de octubre de 2016

Baños

Tengo la luna trancada y sé que no es casualidad. Está re-


lacionado con esta tristeza que está ahí, que me quedará para
siempre, como para siempre me quedará instalada la sonrisa

155
cuando piense en ella. Lo que más me duele es que mis hijos
no la vayan a conocer. Que no tengan su primer ajuar hecho
por ella. Es re loco que me duela algo que no existe y tampoco
sé si va a existir. Capaz que es eso lo que en verdad me duele:
mi soledad. La idea que tengo instalada de que ese estado será
permanente en mi vida. Solo rondar la idea me angustia mu-
chísimo y me da ganas de salir corriendo. De escaparme no sé
a dónde.

Lo peor es que no soy libre en ese sentimiento. Enseguida


pienso que está mal. Que sé que su vida fue hermosa. Que se
fue cuando quiso y de una manera sana y calma. Que no es
justo para los otros a los que les pasa o les pasaron cosas tristes
de verdad. Como si su dolor valiera más que el mío.

Me pasa lo mismo con las cosas felices. Tengo la necesidad


de pedir perdón cuando me animo a hacer algo que se acerca a
materializar mis sueños. Como el de la escritura. Hoy le conté
a la Ponti que mandé cosas mías a una página de noticias y no
pude contarlo con orgullo. Fue todo muy rápido, como obliga-
do. Lo peor es que tampoco sentí que lo recibiera con alegría.
Me impido sentirlo y hago todo lo posible para, además, evitar
recibirlo. No puedo sostener la sensación de que estoy hacien-
do algo bien. De que me lo merezco. Por un lado, espero todo
el tiempo que los demás lo reconozcan. Y cuando lo hacen,

156
quiero salir corriendo. No lo aguanto. Y en esa contradicción,
muchas veces aparece la violencia. Como le pasa a mi padre.
Violencia hacia mí y hacia los otros. Ya no quiero más eso. Voy
a poner mucha atención y cuidado para no hacerlo. Para darme
y dar solo amor.

11 de octubre

Baños

En el corazón, el Universo.

19 de junio

No me animo a tocarme. Estoy a la espera de que alguien


más lo haga.

23 de junio

En una de las veces que me desperté hoy, confirmé una sos-


pecha: que el sueño que tuve ayer, ese que reunía a mucha gen-
te en Malvín por algo especial, era el funeral del Tata.

Hoy me senté al sol a tomar mate (actividad que él ama) y


miré el celular. Tenía un mensaje de mi padre avisándonos de

157
que el Tata se estaba yendo cada vez más rápido y que había
pasado una noche muy complicada.

Lloro y miro la pared de enfrente: aparece una lagartija verde


y azul para levantarme el ánimo. Sonrío y recuerdo Las ense-
ñanzas de Don Juan. Le pido que le mande un mensaje al Tata.
Me doy cuenta de que tiene que haber otra, y ahí aparece una
negra. La asocio de manera inmediata al inframundo. Se mi-
ran. Se miden entre ellas. No son indiferentes. Se quedan ahí
un rato y después desaparecen.

7 de julio

Mientras leo los Diarios de Alejandra Pizarnik, en un se-


gundo, tercer o infinito plano de mi mente, me empecé a ver
en lo de Chiche. Volver y vivir ahí mi transición. Con el mate,
inciensos y agua en la biblioteca. Leer. Escribir. Y aprender a
tejer escuchando los pocos discos que tenía. Caminar. Ir a la
feria y volver a la luz del living y el balcón. ¿Y de noche? Qui-
zá, recibir la visita de algún amante.

Pasamos mucho tiempo creyendo que los planes nos ayudan,


nos preparan, nos vuelven más fuertes, nos dan colchones para
amortiguar caídas. Y nadie nos dice que está bueno no saber.
Que si logramos disfrutar de ese estado, vamos a estar de ver-

158
dad listos para todo.

Hoy vi un rayo de luz mientras me bañaba y me emocioné.

Hoy leí la Sexta Declaración de la Selva Lacandona y me emo-


cioné.

Hoy sentí la sonrisa de Rodrigo y me emocioné.

21 de julio

La Antigua

Al fin Guatemala nos muestra algo de su luz. Sus volcanes


se presentan suaves. El sol se cuela entre las casas de colores.
Los árboles crecen de sus ruinas, se van haciendo espacio entre
su historia.

Ayer hablamos mucho sobre el miedo, especialmente siendo


mujeres. María Luisa decía que cada vez siente más. A mí me
pasa igual. No sé si es que siento más o que soy más consciente
del miedo que ya tenía. Y, si bien es una realidad, es un miedo
al servicio de los otros. De los poderosos. Porque es un miedo
a los otros, a los desconocidos. Así no se puede vivir.

159
Gabriela hablaba de la necesidad de escribir para no olvidar.
O para recordar. No es lo mismo. Una se centra en lo que falta
y otra en lo que hay. Yo también escribo para las dos cosas. A
veces más para una que otra. Hoy es para recordar.

Recordar que soy. Que estoy. Que siento. Que pienso. Que
puedo hacer lo que quiero porque lo elijo. Que soy muy afor-
tunada. Que quiero amor. Que quiero amar. Que quiero en-
contrar una ventana con vistas a lo verde. Una ventana rodeada
de libros, plantas y un escritorio. Que me dé la luz. Que me
caliente el sol. Donde tomar mate y café. Donde amarme.

Quiero llenar de poesía este cuaderno. Aún no puedo creer


que lo hice yo. Que doblé sus hojas en una especie de trance.
Que lo pegué, corté, marqué. Todo en medio de una pelea in-
terior por esconderme o salir. Pelea que resultó un empate.

Esta casa está llena de fotografías de las mujeres de la fami-


lia. Mujeres que fallecieron y mujeres que continúan vivas. Es
hermoso reconocer rasgos de las que habitan la casa en ellas.
Ver la continuidad. Tocarla.

También quiero tener a las mías en mi ventana.

160
16 de agosto

Mérida

Ya hace varios días que estamos acá. Llegamos con la lluvia.


Aquí mi bombilla dijo «basta». Vomité un mail. Saqué fuerzas
para escribir otros. Recibí un agradecimiento que me agrandó
el alma.

Me consagré puente.

Quise gustarle a alguien. Lloré con un libro. Me reí con una


carta. Escuché reggaetones y fuegos artificiales.

28 de septiembre

Guanajuato

La perfección no está bien.

La fidelidad a lo inmutable no está bien.

El que para no sentirme abandonada tenga que estar sola no


está bien.

Que para que me quieran tenga que ser invisible no está bien.

161
Convencerme de que no tengo nada bueno para compartir
para no sobresalir, para que me inviten a jugar, no está bien.

No soporto saberme linda y menos que me lo digan.

No soporto saberme interesante y menos que me lo digan.

Enseguida callo, oculto, cuestiono. Me da miedo que si hablo


bien fuerte se cansen de mí. Como pasaba cuando era chica
y lloraba por todo. Bueno, no por todo. Lloraba porque mis
padres no estaban bien y hacían como si nada.

Constantemente tengo conversaciones con personas donde


me explico, me narro, me lloro. Esa es mi obsesión. Por eso el
psicoanálisis —así como este diario— es un desafío. Pero ne-
cesito algo más. Algo que me haga trabajar no solo la mente:
también las emociones y el cuerpo.

162
Mariela Cordero
∙ Venezuela ∙

Sin título
23 de junio de 2017

Suelo contrariarme, darme órdenes que no deseo cumplir o


mandatos que quizá creo que no deseo cumplir. Soy mi propia
dictadora. Cuando emprendí la ruta de siempre y retomé los
gestos cotidianos sentí una vaga alegría, y hasta tuve el atrevi-
miento de sonreír. Me he vencido de nuevo.

24 de junio de 2017

Hoy el día irrumpió como una mezcla de luz y sombra. Es el


cumpleaños de M y este día se parece a él, a su piel que es un
tejido de luz y sombra, esa que a veces me recuerda a un tipo
de arena pálida y no a aquella arena broncínea que grita con
sus voces de trópico. Es una piel que permite que escriba en
ella lo inconfesable, lo absurdo y lo perverso. Sabe perdurar en
su mudez. Me permite borrar lo que he escrito sumida en la
euforia o en la pena y siempre se vuelve a prestar dócil a mi es-
critura. El gesto de indolencia natural de M, sus ojos cerrados,
su respiración pausada, el cigarrillo primero en sus dedos luego
entre sus labios delgados y el humo girando con parsimonia
en la habitación son pequeños signos de su permanencia. Son
victorias mínimas que atesoro. Ha permanecido otro año asi-
do a la tierra, y me creo reina por un segundo. Creo que él ha
perdurado solo para mí.

165
26 de junio de 2017

No he podido escribir poemas este mes y se acerca a su fin.


Algunos días he sentido en mi interior leves señales, sin duda
alguno quiere emerger de un pozo muy profundo y oscuro,
pero el ímpetu natural y necesario no le acompaña. No me
entristece este estado de página en blanco, de nada luminosa.
El no-obrar lo ha construido todo.

«Sin asomarse a la puerta se conoce el mundo», así lo dice


el Tao-Te-King. Mi no-obrar ha construido un espacio vacío
que es dulce e ingrávido. Este mes de silencio es también un
poema.

27 de junio de 2017

El cielo se llenó de nubes oscuras, y lo único que quería era


llegar a casa antes de la lluvia. Quería no solo estar en casa, tam-
bién necesitaba leer algo, que me hiciera sentir que estoy en
casa. No deseaba leer nada nuevo, pues sigo sin tener la fuerza
necesaria para recibir al asombro y a sus respectivas conse-
cuencias nefastas o venturosas. Hay días en los que lo único
que quiero hacer es abrazar lo seguro, pasear por una historia
tibia y entregarme a letras conocidas para conjurar el sobre-

166
salto. Releer versos que amo, volver a saborearlos como quien
besa a un viejo amante.

No quiero novedades que me aterren. A veces la felicidad no


es embriaguez, es calma.

28 de junio de 2017

Puedo respirar el miedo de la gente en cada calle, también


respiro el olor de la pesadumbre que se multiplica en cada
paso. Bien sea bajo la máscara de la indiferencia o del sarcas-
mo, en todos los rostros la marca del miedo es un rictus que se
repite. A veces siento que el miedo de tantos nutrirá mi miedo
habitual y lo convertirá en pánico opresor. Mi pequeño miedo
que es como un animal de costumbre, podría disfrazarse de
atrocidad.

29 de junio de 2017

«La belleza es verdad y la verdad es belleza», eso dijo Keats.


Yo susurro para mis adentros que la belleza es una verdad que
vista muy de cerca sería capaz de devorarme. Se me viene a la
mente el síndrome de Stendhal que suelen padecer algunos
visitantes de Florencia. ¿Acaso la belleza puede matar? ¿Se
puede vivir en una sucesión interminable de belleza plena y

167
rotunda?

Es probable que no, la belleza interminable sin duda nos do-


lería.

Hoy caminando por la calle solo pude encontrarme con la


fealdad. Esa que antes era una incómoda invitada ocasional se
ha convertido en una soberana junto la suciedad, el desorden,
el caos, lo grotesco y la absoluta ausencia de la armonía.

Entre tanto paisaje de chatarra y calles grises que sudan pe-


ligro quizá mi comedido deseo de belleza sea muy exuberante.

30 de junio de 2017

He vuelto a observar el cielo. Lo hice con detenimiento, en


público y sin prisa ni vergüenza alguna. Cuando era niña mira-
ba el cielo siempre a las cinco y media de la tarde. Me embar-
gaba una sensación a medio camino entre el júbilo y el extravío
al mirar los tonos naranja y rosa que lo atravesaban. Adivinar
los movimientos lentos de las nubes me producía un gran pla-
cer. Lo absurdo de esa alegría pueril, la duplicaba.

Ahora escudriño el cielo de nuevo, no para resucitar aquel


gozo, el cual no he vuelto a sentir con aquella intensidad des-

168
bocada. Solo miro al cielo para no ver el asfalto que me produ-
ce vértigo. Lo hago para olvidar la tierra.

1 de julio de 2017

Anoche leí hasta muy tarde País de nieve de Yasunari Kawa-


bata. Sentí mucho frío, y más tarde entreví en sueños la nieve,
en forma de una extensión blanca y descomunal. El paisaje
blanco transmitía no muerte y desolación sino pureza y amor.
Kawabata me conmueve, ha sabido revelar la belleza como po-
cos. A diferencia de Mishima, que me lleva de la mano por un
camino que bordea entre lo bello, lo angustiante y lo perverso,
cada línea de Kawabata es serena belleza.

2 de julio de 2017

Otra vez he cruzado el umbral de la medianoche. La noche


es mi aliada, la oscuridad me empuja a ser otra, más inasible,
tenue pero al mismo tiempo más ágil. Amo la sensación de
clandestinidad que me rodea, las sombras me protegen. Sue-
nan mis dedos leves sobre el teclado, todos duermen y yo me
encuentro con la desconocida que soy.

169
Nathaly Ponce
∙ Venezuela ∙

Habitar el agua mansa


Febrero

Mi piel es color apio. Color de un tubérculo raro entre ama-


rillo, beige y blanco. En este país no crece el apio, nadie lo
conoce o refiere a otras significaciones más verdosas.

Esa sensación de rareza debe de venirme de la piel. Siempre


ha sido mi certeza: soy rara. Siempre pálida, mi padre me lla-
ma negra y ahora, en este otro país, me ven blanca.

He sido extranjera en mi propio cuerpo, distinta a mi familia.


Al menos ahora tengo a otros que me lo marcan: «No eres de
aquí, ustedes dicen marico, nosotros ahuevao».

A los extranjeros les toca hacer la fila en otra parte.

Chamo, arepa, marico(a), coño, calma-pueblo, parchita, le-


chosa, patilla, cambur, miramijita, sifrino, pollina, burda, arre-
cho, arrechera, zapatos de goma, monedero, calabacín, colegio,
bachillerato, tetero, plastilina, pizarrón, pote, pitillo, refresco,
bolsa, guayoyo, torta, coñoelamadre, ladilla, caucho, engrapa-
dora, morochos, perro caliente, agua echorro, colita, cintillo,
espichar, tobo, coleto, cola, poceta, güevón, güisqui, curda, pea,
ratón, nojoda, cotufas, marcadores, franela, estacionamiento,
mantecado, carajo, hora y cuarto, un marrón oscuro, quebran-
to… Yo.

173
A veces me cansa mucho traducir.

Marzo

Mi padre, inocente, no sabe el peso de las palabras. Es un


hombre marcado por el despiste y el olvido; en cambio, yo
tengo una facilidad particular para recordar lo dicho. Negra,
salmón, belleza inaudita. Los sobrenombres también marcan.

Será por eso que no me gustan los hombres con la piel negra
ni el pescado, sus cuerpos brillantes, su olor insistente y su mi-
rada siempre abierta, negra, vidriosa, distinta.

Ir a contracorriente cansa. Es muy fácil perderse de sí yendo


en contra. Un largo y fatigado camino para terminar en el mis-
mo punto que las demás especies, si logras burlar la muerte.
Reproducirse, aun yendo en contra.

Yo he ido en mi contra.

Extranjera en mi propio cuerpo.

∙∙∙

Belleza (in)audita. Cómo me ha costado encontrar mi propia

174
voz. Escucharme sin sentir que el rechazo me recorre el cuer-
po. Voz de niña, aguda, temblorosa, dubitativa.

Margerite Duras, Gisela Kozak, Buika, Virginia Woolf, Te-


resa de la Parra, Soledad Bravo, Adriana Varela, Clarice Lis-
pector, La Lupe, Chavela Vargas, Hanni Ossott, Simone de
Beauvoir, Ana Teresa Torres, Janis Joplin, Sor Juana Inés de la
Cruz…

He buscado hablar a través de otras voces, siempre roncas,


arenosas, audibles. Ese sonido particular, inconfundible, de
aquellas a quienes no les tiembla la voz para sostenerse en su
deseo y su diferencia. En su dolor. Mi pregunta no es por la
existencia, es todo lo contrario.

∙∙∙

Mudarse es un corte. Una ruptura que permite migrar a otro


lado, a otro estado o a otra posición subjetiva. Estar fijos es una
condena, aunque envidio la postre de los árboles.

Toda mudanza trae consigo movimientos acompasados,


cambios internos y externos, quitar el polvo viejo y renunciar
a aquello que nos ha acompañado por un largo tiempo, a veces
sin razón. Todo corte produce esa herida, física, psíquica, para

175
no olvidar nuestras marcas. Aquello que quedó fuera de las
maletas.

Corte

Ruptura

Mudanza

Apartarse

He sido un animal que ha buscado la mansedad burlando los


cambios. Pero yo no echo raíces. Soy un animal cobarde de la
pérdida.

Aun así, he marcado mi cuerpo.

Me fui.

Abril

Inaudito(a). Que causa asombro, sorpresa y extrañeza. || Si-


nónimo de excepcional e inusual, por lo cual, a veces, puede no
ser admitido o tolerado, rechazado.

Inaudible. Que se oye confusamente, muy poco o que no se


oye. || Adjetivo que marcó un silencio, y el llanto ante la pa-

176
labra.

Menos mal que el cuerpo habla de muchas formas.

Junio

«Para que una mujer escriba debe habitarse». Mi analista me


devuelve esto; yo no lo veo, escucho y su frase me retumba en
el cuerpo. Cuando se apaga la imagen escuchamos mejor.

Hace rato tengo una habitación propia y más de quinientas


libras al año. Lo verdaderamente difícil ha sido construir la
cerradura y habitar mi voz.

Los que me conocen saben que nunca me ha gustado mi voz.


Voz aniñada, dulce, suave, bajita, de cachetes rosados y gordos.
Voz de agua mansa. Hay un abismo entre ella y yo.

∙∙∙

Recuerdo a mi madre decirme: «Del agua mansa líbrame


Dios», pero yo soy atea.

No tengo Dios. No lo he encontrado.

177
Yo no puedo librarme de mí.

No quiero.

Creo en el deseo.

En el lenguaje.

Creo en nuestro cuerpo-sexuado.

En todo aquello que me permite devenir sujeto.

Amén.

∙∙∙

Madre, me he convertido en ti.

Me casé con un buen hombre, barbudo y miope.

Ahora tú también estás tatuada.

Julio

Hija,

nosotros no somos de aquí.

Salimos de un país en dictadura

178
y cada vez es más incierto el regreso.

Tendrás dos registros de un mismo idioma.

Yo te daré todas mis palabras,

mi olor a mañana con rocío, capín melao y café colado.

Sin saberlo, ya me has dado un lazo.

La unión de ambas orillas sin desaparecer la hiancia.

Lazo. Olor a sal, lluvia y guayacanes.

No somos cobardes, no huimos.

La libertad tiene un costo alto.

Yo te daré todas mis palabras, mi cuerpo entero.

También te lo quitaré para que seas libre.

179
Carol Milkewitz
∙ Uruguay ∙

Sin título
Semanas

Tengo el estómago revuelto entre toda la porquería que comí


y viví y pensé.

Estos días, que parecen semanas, me envejecen. El domingo


pasado tenía veinticuatro años; ahora, treinta y cuatro. Lo que
me consuela es que sigo siendo joven.

Karma

Siento, en un punto, despersonalización. Estoy viviendo una


historia que no me pertenece. A mí, joven, tranquila, buena
persona, que voy a la facultad, que vivo en un barrio de casas
antiguas por donde entra el sol, que soy vegetariana para no
hacerle daño a las vacas, a los pollos, a los cerdos.

Estoy pagando un karma que no merezco, como cuando vas


al supermercado y te dan mal el vuelto. Los cerdos se burlan
de mí.

Gingivitis

Hoy me cepillé los dientes con tanta fuerza que me sangra-


ron las encías. Pero con tanta, tanta fuerza que a la persona con
las encías más sanas del mundo también le hubieran sangrado.

183
No sé si tengo gingivitis o rabia nomás.

Tiempo muerto

Antes la gente vivía menos años. Ahora viven más, pero tam-
bién trabajan más, toman más ómnibus, más taxis, aguantan
más gente insoportable, inhalan más la contaminación de la
ciudad, ven más gente morir.

El tiempo cura las heridas. El tiempo lo cura todo. El tiempo


es sabio. Hace mil no nos juntamos, tenemos que vernos más,
sí, sí. Nos juntamos a tomar una un día de estos. Lástima que
no tengo tiempo. Te juro que me encantaría, pero no tengo
un segundo. La semana que viene. Bueno, el mes que viene
mejor. O capaz al año. El jet lag. Ya es tiempo de. Los tiempos
verbales. Te espero. Mientras me tomo un jugo exprimido, un
jugo muy exprimido. Hay que exprimir el tiempo para que no
se agote.

Mala racha

Las malas rachas son geográficas, se recorren.

184
Persianas

Desde la cama pienso en estas semanas y en la luz que entra


por las rendijas de las persianas. Esos mínimos, rectangulares
cuadros de luz son, para mí, los sábados.

El cuerpo pesa menos, adelgazo, me aliviano, me estiro, entre


el viernes y el sábado logro lo que la mayoría de la gente no
consigue en años de gimnasio.

La noche

Me acuerdo de cuando tener pesadillas era algo malo. O, por


lo menos, inquietante. Me molestaba soñar que me quedaba
desnuda en público, que corría rápido para escaparme y me
alcanzaban, que volvía a mi casa de la infancia y estaba destro-
zada. Sí, me ponía nerviosa. A veces, en medio de la noche, me
despertaba y volver a dormir requería minutos y minutos, no
sé cuántos, pero más de lo que parecía lógico en la oscuridad.

Estos días han sido tan perturbadores, surreales, destripantes


que cuando estoy en la habitación, apenas iluminada por la
lámpara del escritorio, con un saco viejo que funciona como
pijama y tapada por mi acolchado reversible, sé que es inevita-
ble, en pocos minutos, cerrar los ojos y dejarme arrastrar por la
furia de mi inconsciente. Y, la verdad, ya no importa.

185
Estoy tan cansada que tener pesadillas lo considero descan-
sar.

Pila

Hacer una pila de ropa que contenga remeras, buzos, sacos.


Fucsias, amarillos, verdes. Ordenarla con esmero. Construir
una torre. Alta, por lo menos, como el Obelisco de Bulevar
Artigas y 18 de julio, Montevideo, Uruguay. Volverme arqui-
tecta de esta estructura céntrica, entre la ventana y la puerta
de mi cuarto, justo sobre la silla blanca. Poner una remera de
florcitas rojas sobre la silla, como la frutilla de la torta. Y ver el
derrumbe.

Algo así representa muy bien mis últimas semanas.

Ese calambre

Los ojos se cierran y el cuerpo está a punto de temblar, de


babearse en la almohada, de moverse zigzagueante hasta caer
en la profundidad del tiempo. Es parecido a un ataque de epi-
lepsia, conciliar el sueño. Conciliar significa hacer un acuerdo,
como en guerra se hacen los armisticios. Vendría a ser una
especie de pacto con el cuerpo: dejarlo desvanecerse con el fin
de que mañana a la mañana o algún día estemos, seamos, por

186
fin lúcidos.

Cuando pasen

Cuando pasen estas semanas voy a sacar toda mi ropa del


placar. Voy a meter la mano en el fondo de cada estante y
empujar para afuera hasta que las remeras, los pantalones, las
bombachas caigan.

La ropa se estampará sobre el piso como gotas que no se di-


luyen. Se doblará y se retorcerá y coloreará el suelo antes todo
de madera. Pisaré la ropa y llegaré a la biblioteca. Mi mano les
dará impulso a los libros, como quien le da un empujón a un
hijo para que se anime a deslizarse por el tobogán del parque,
un tobogán de pocos centímetros que le parece grande.

Todos los estantes quedarán vacíos. Voy a volver al placar y


agarrar mochilas y agarrar libros y agarrar bolsillos y darlos
vuelta hasta que caiga la última moneda. Desde la esquina ob-
servaré.

Y, poco a poco, en una aproximación sigilosa, como de in-


secto con un plan, doblaré, arreglaré, limpiaré. Por último voy
a pasar la aspiradora. Es necesario que renueve las energías de
mi habitación. Creo que en eso estaría de acuerdo hasta el más

187
escéptico.

Contractura

Siento como si cada microbio de la habitación en la que es-


toy, el cuarto de mi casa, estuviera contracturado.

Vibra en el aire la energía tensa que provoco, sin darme cuen-


ta, al concentrarme en tareas obligatorias entre el mediodía y
la noche, que empieza siempre después de la noche, que em-
pieza horas después de que haya oscurecido, cuando los ojos
realmente pesan como bolsas del supermercado que me dejan
marcas en los dedos.

Los ojos tienen cubreojeras espesas y, abajo, mi verdad. El


aire en esta habitación es pesado, lleno de huesos y músculos
de mármol, pero ya lo voy a acariciar hasta domarlo. Y en-
tonces, entonces voy a inhalar y exhalar a un ritmo saludable,
hasta pacífico. Falta poco para que terminen estas semanas.

Relajante muscular

El gusto a limonada, saboreado por una lengua casi animal,


que olfatea hasta el último polvo que adormece y relaja. Tragar,
sin prescripción médica, la salvación de este día.

188
De a poco el vaso se vacía, las piernas se vuelven pesadas,
como en una hipnosis, pesadas como el tiempo que llevo en la
espalda que ahora, quizá, por unas horas, se descontractura y
me deja esperar tranquila el tedio de mañana.

Cuando se terminen estas semanas voy a sentir el gusto áci-


do del sobrante que queda en el vaso tras tomar el relajante
muscular y luego un alivio que no viene en sobrecito de a diez,
a pocos pesos, que no se consigue en la farmacia.

189
Olivia Arocena
∙ Uruguay ∙

Sin título
“A mí también alguien me mira,
de mí también alguien dice,
él duerme,
dejémoslo dormir…”
S. Beckett

Jueves, 18 de mayo de 2017

No puedo más, estoy muy cansada, hoy fue un día con de-
masiado ruido, todo el mundo habla solo, todo va muy rápido.
La ciudad te seguirá.

Me angustia que mi abuela esté angustiada frente a la vejez,


quiero organizarle una fiesta en donde le sirva un montón de
merengues y la pueda escuchar cantar.

Ella siempre se va de las fiestas temprano y sin saludar.

La ciudad te seguirá.

Viernes, 19 de mayo de 2017

Empiezo a pensar que estoy distrayéndome de algo impor-


tante. Prendo una vela y organizo el cuarto.

Ahora que terminé puedo pensar en lo importante.

193
Nada, mi vida hace clic cada segundo. Difícil frenar el dis-
curso dialógico de mi mente. Soñé que me sacaba cero en un
parcial y colapsaba de los nervios. La lógica del evaluador-
evaluado, yo y yo, dos tiranos terribles. El himno de mi país
dice que los tiranos deben temblar, más bien intenta obligarlos
a que tiemblen, da igual. Yo estoy acá en mi casa y mañana no
quiero seguir con esta rosca. Tengo que dejar las novelas mexi-
canas, me impiden ocuparme de mis asuntos. O bien tengo
que meterme tanto en las novelas mexicanas que deje de existir
el mundo y deje de tener asuntos de los cuales ocuparme.

Pensar que hace cincuenta años las personas de mi edad ya


tenían hijos y eran independientes. Otra vez comí demasiado.
¿Me estaré comiendo mis sentimientos? No tengo mucho más
para decir.

Sábado, 20 de mayo de 2017

Soy habitué de las ferias y de las farmacias. Las dos empiezan


con f, lo cual no significa absolutamente nada. En el bullicio
sensorial de la feria explotan chispas de magia, creo firme-
mente en que las entidades espirituales que viven con nosotros
aprovechan para mostrarse ahí porque se creen que con tanto
ruido no las vemos. Tengo derecho a creerme cualquier cosa.
Ahora venden porro en las farmacias, yo no fumo porque me

194
pega fulero, probé cuando tenía catorce, muy chica; fumaba
en la vereda de enfrente al liceo con «la gorda Ximena». ¿Será
que me quedó la consciencia hecha mierda? Probablemente sí,
pero ¿qué se le va a hacer?

¿Qué haremos esta noche, Cerebro? Lo mismo que todas las


noches Pinky, escuchar La venganza será terrible hasta quedar-
nos dormidos entre lágrimas.

Domingo, 21 de mayo de 2017

Te escribo a vos que hace unos días decidiste irte y ni siquie-


ra puedo hacer referencia directa a eso en mi propio diario. Me
escribo a mí y en forma simultánea escribo para nadie, solo
escribo por escribir.

Por la mañana fui a la feria de frutas y verduras, y hago un


paréntesis para contarte que mientras escribo esto Filomena se
sube a la cama y ronronea. En la feria charlé con un viejo que
me arrancó a hablar de sus gatos, dijo que tiene tres en su casa,
uno de él, uno de su mujer y otro de su hija. Dice que el suyo es
el más grande y gordo y que su mujer siempre se queja porque
se la pasa con «ese gato», a lo que él responde:

—No es un gato, ¡es una mascota!

195
Yo pienso que una cosa no quita la otra, pero no le dije nada.
Después me arrancó a hablar de jazz y de que ya nadie compra
el periódico, a todo eso se sumó Ángel (el verdulero) a charlar
y nos contó que estaba con sueño y que también le gustaba el
jazz. Las paltas estaban a diez pesos, compré cinco.

Después me fui a Tristán Narvaja con mamá y me compré


un jean, me probé lentes y comí una arepa venezolana en un
puestucho que no prometía nada pero que al final sorprendió.
Después volví a casa y puse tus cosas en bolsas. Quiero des-
aprender todo.

—¿Cómo se va a acabar esto?— me dijiste. Pero igual me


dejabas.

El futuro no existe.

Lunes, 22 de mayo de 2017

Ahora pongo en segundo plano a la profe de «Literatura» que


nos lee un texto de Beckett en voz alta, tomo las ideas princi-
pales y a la vez escribo sobre mi realidad paralela, piel adentro,
mi imposibilidad-de-entrar-en-contacto-con-la-otredad.

∙∙∙

196
Cuando estaba yendo a la parada te vi en la puerta de la
EUM y se me estrujó el alma. Seguí por la vereda de enfrente
para evitar cruzarnos pero con la oculta esperanza de que me
vieras. Cruzaste y me alcanzaste en la esquina, casi me voy,
nos quedamos un rato en silencio, me contaste que te estabas
aguantando para no escribirme, caminamos hasta la parada del
G y nos fuimos juntos, vos te bajaste en lo de Juleco y yo seguí
para mi casa. No entiendo esto. Después me puse a imaginar-
me a distintas personas llorando. Otro día sin tocar el saxo.
Ahora me dispongo a dormir no sin antes comer un sándwich
de galletitas maría con dulce de leche.

Rescato de este desagüe que hoy cuando llegué a casa había


olor a tostadas recién hechas y entraba por las ventanas ese co-
lor amarillo que tienen algunos finales de la tarde. Nada más.

Miércoles, 24 de mayo de 2017

Soy un puto lugar común.

La ciudad te seguirá.

Jueves, 25 de mayo de 2017

Sostengo en mi mano una fruta podrida.

197
¡Ya conozco la realidad!

En una pausa breve la despedazo.

La fruta es igual a mí

y mis amigos son los niños sin corazón de siempre,

no son mis amigos.

Viernes, 26 de mayo de 2017

Quiero escribir una novela que relate y encadene anécdotas


que me cuentan otros.

Sábado, 27 de mayo de 2017

La tolerancia es un deber terrible. Si dijera que nunca estuve


tan de mal humor estaría mintiendo.

Martes, 30 de mayo de 2017

Gané una entrada para el Cirque du Soleil en un sorteo. Fui


y me senté con Nati y Alfonsina en cuarta fila. La historia
transcurría en una isla tropical y entre número y número con-
taba sobre el amor entre una muchacha y un náufrago.

198
Muchachas chinas pintadas de dorado andando en monoci-
clos dorados, mujeres flacas y flexibles de seda blanca haciendo
girar aros de a millones, música, agua, más muchachas chinas
haciendo equilibrio apoyando sus brazos en soportes de ma-
dera, fuerza, belleza, la mujer turquesa cantando en el cielo de
la carpa, toda la luz en sus rulos rubios, toda la luz en las gotas
de agua ahora chispas y estrellas que salpica en la piscina, de la
piscina hasta el techo bailando en un círculo vacío. Chiflidos
y aplausos.

Después del circo visité por primera vez la casa de Nati y


sentí de nuevo la emoción de ganar un amigo, de conocer un
corazón, una persona. Vi su barrio y a los perros más peligro-
sos de su cuadra, vi el almacén de su abuelo, el gesto de su
madre, la disposición de su hogar, los signos de la vida vivida y
los de la vida viviente, vi las cortinas, sus muebles, sus restos de
comida, sus ventanas corredizas, las fotos de familiares ilustres
en el fractal de singularidades cotidianas, ese caleidoscopio de
casualidades.

Mañana me voy a sacar el pasaporte. No tengo ningún viaje


planeado pero si algún día se me ocurre ya voy a tener pasa-
porte.

199
Jueves, 31 de mayo de 2017

Liber toca un cover de Coltrane (The night has a thousand


eyes) y a mí me da la sensación de que mi letra se sincroniza
con el ritmo en un continuum de cascada, y por un momento
pienso en el significado que tendrán estas letras cuando yo me
muera y pienso en el valor agregado de la muerte, en el sello de
noche que imprime sobre las cosas que le sobreviven, pienso
en todo lo que cada día tengo menos ganas de pensar, menos
fuerza para pensar, pienso en que quizá se prendan las luces si
me concentro un poco más.

Ayer soñé que intentaba seducir a Roberto Suárez diciéndo-


le que «la magia de la vida está en los eventos cotidianos que
echamos al desagüe», y lo lograba.

Hay días más fáciles y días más difíciles, supongo.

La ciudad me seguirá.

200
Valentina Riveiro
∙ Uruguay ∙

La (in)felicidad de escribir
Estoy asustada. Cuanto más escribo, más planas veo mis le-
tras. Juraría que hace un tiempo era capaz de hacerlas bailar,
teñirlas de colores, retocarlas y exprimir su aroma. Ahora me
leo y la objetividad ha ganado mucho peso en detrimento de
las metáforas y de los adjetivos que estallan.

Empiezo a sentir el lado creativo de la escritura como un


recurso finito al que debo dejar crecer, y para ello pausar el
bolígrafo durante días o semanas. Solo me sale escribir como
hablo, no como escribo, y tengo miedo porque no sé cómo
llegar al paso siguiente.

Ale me habla de la curva de aprendizaje: comienzas con


fuerza joven, se te llena la cabeza de ideas como un cesto de
frutas, cada milímetro es un avance y los sentidos se excitan
por cada América descubierta. Hasta que llega el día en el que,
con todo lo aprendido, comienzas a caminar en círculos.

Una vez me contaron que el crecimiento personal es una es-


piral, no una línea ascendente. Cuando alcanzas el siguiente
nivel es fácil sentir que retrocedes y volver a caer en el mismo
círculo de antes. ¿Aprender será igual?

Leo, converso, escribo, pruebo, pulo, practico sin parar y no


deja de existir ese punto de estancamiento. Mis ríos de tinta ya

203
no tienen brillo ni forman corrientes.

¿Y si estoy hablando demasiado de mí? Tengo que ir hacia


fuera, he vuelto a olvidar cómo hablar de los lugares. Debo
darme un intento. San Cristóbal de las Casas.

∙∙∙

Sigo buscando mi conexión con la escritura.

Me cuentan que aprendí a leer sola cuando tenía tres años.


Yo solo me recuerdo en el autobús leyéndole a mi mamá los
nombres de las tiendas estampados en los toldos. También me
recuerdo en mi primera casa de España escribiendo en la es-
quina de una hoja palabras que tuvieran y. No tendría más de
cinco.

Cuando nos mudamos mamá fue a despedirse de mi profe-


sora y ella le expresó su deseo de ver mi nombre sobre la porta-
da de un libro algún día. ¿Llegará a verlo? Recuerdo leer fluido
y sin pausa en voz alta a los seis. Recuerdo pasar mis noches
de verano escribiendo poemas y cuentos; por la noche el or-
denador y la tele estaban prohibidos, la radio también y yo ya
estaba cansada de leer, así que escribía, rimaba, contaba sílabas.

204
Nueve años. Recuerdo la adolescencia llegando y con ella las
primeras tristezas sin aviso ni razón. Mi habitación siempre
era un desastre. Un día, agarré un papel cualquiera y sin levan-
tarme del suelo anoté de forma frenética un poema de desaho-
go. Sería la primera vez que escribiría por terapia. «Días tristes
pasan frente a mis ojos», comenzaba. En tres versos condensé
mi confusión y al leer lo escrito me sentí arreglada: había des-
cubierto el poder terapéutico de la escritura. Milagroso. Efec-
tivo. Mágico.

Lo siguiente fueron textos para trasladar la depresión de mi


pecho al papel. Canciones, diarios y cartas. Entonces, poco
después, la escritura se alejó de mí, o yo de ella. Los años sin
escribir se acumulaban, pero si me preguntaban qué haría si
pudiera elegir, yo respondía «escribir».

Veintidós años. Mamá se fue. Yo comencé a tapar el dolor


con sexo, alcohol y drogas, hasta que empecé a escribirle cartas.
«Soy tu huella en la tierra» le decía. Empecé un libro, creo que
se fue con ella.

∙∙∙

Cargo con el cansancio de haber buscado la fuente de las


letras en cada rincón y no hallar nada. Cabeza, corazón y plu-

205
ma no se alinean en este viaje y los engranajes crujen de tanto
intentarlo.

Ya perdí otras veces la capacidad de esculpir el humo pero


nunca me abandonó cuando más lo necesitaba. ¿Cómo lo en-
cuentro? ¿Espero? Ya no me basta solo con hacer, ya no me sa-
tisface simplemente trazar, ya no tengo paciencia de empezar a
construir sobre la idea más vaga y ver a dónde me lleva, porque
yo ya sé a dónde quiero llegar.

Todas las historias de Canadá, Estados Unidos, México y


Guatemala me golpean desde dentro y se ahogan en la pró-
rroga, pero, ¿qué más formas hay de describir las calles, los
olores, los mares, las pirámides, los bosques, los desiertos y las
cadencias de cada sitio, sin que todos acaben siendo el mismo?
¿Cómo conservo la identidad de cada lugar y anécdota sin que
pierda su individualidad?

∙∙∙

Estoy a unas horas de regresar a Madrid. Repito en mi cabe-


za una y otra vez todo lo que no ha salido bien. Salí de mi jaula
a buscar historias y tener el tiempo necesario para encontrar la
manera de contarlas. En letras, en vídeos, en fotos… Daba lo
mismo. Yo solo quería tiempo y creación, evolucionar con cada

206
pieza terminada.

Regreso bloqueada y rebosando relatos al mismo tiempo. Si


de esta manera no he logrado que la escritura forme parte de
mis rutinas de la misma forma que respiro y parpadeo, ¿qué
más debo hacer? Esta parálisis se ha convertido en una habita-
ción diminuta, gris, sin ventanas ni reposo.

∙∙∙

Hoy lo entendí. Y en mi revelación solo encuentro alivio. Lo


que hace un año yo habría interpretado como una rendición
hoy es una conclusión liberadora.

Viajé para transmitir y volví queriendo ser esponja.

Viajé para distanciarme y volví enamorándome de la gente.

Viajé para ponerme a prueba y volví con la humildad resta-


blecida.

Ya no escribo porque es momento de callarme. Las horas


frustradas en los distintos escritorios por los que he viajado
estos meses, la pared contra la que no paro de chocar y a la que

207
he bautizado como bloqueo creativo, son yo, pidiéndome que
calle.

No carezco de palabras, pero sí de ideas para darles nuevos


significados. Cuando vi las estrellas en el agua de Chacahua
o la selva de Campeche desde lo alto de sus ruinas como un
piélago de árboles, supe que jamás podría verbalizar lo que
estaba contemplando. En esos momentos me encontré con la
expresión más vasta de la vida. Vi la cara de Dios, y no supe
describirla. Hoy tampoco sé. Y necesito detenerme para en-
contrar la fórmula.

Tengo sed de otras energías y padezco hartazgo de hablar,


de contar, de meter ruido, de agitar los brazos pidiendo una
atención que no sé gestionar. Me obsesiona el tiempo y hace
años que vivo con miedo a morir infeliz o incompleta o en
un lugar en el que no quiero estar. Con este miedo a irme sin
haber dejado nada fuerzo una y otra vez mis motivaciones,
porque no lograrlo antes de que llegue el domingo, o cumpla
los veintisiete o acabe el año, será un fracaso (en mi cabeza).

¿Cómo puedo vivir constantemente con la sensación de que


hago todo lo que puedo pero si miro atrás siento que no hice
todo lo que pude?

208
Yo, hoy, me obligo a callar, hasta el día que el bolígrafo vuelva
a fluir por el papel sin miedo.

∙∙∙

Leo a Juana de Ibarbourou y ella habla por mí: «Leer es hoy


mi hobby, mi lujo, mi ir y venir por el universo. (…) realizo
todos mis sueños de viajera inmóvil».

Juana me habla de los que leyeron antes de los alfabetos, de


los que extraían los códigos de la naturaleza, de los que juga-
ban con la ciencia de las cosas antes siquiera de nombrarlas.

Habla de leer, en toda su extensión, como un cielo sin recor-


tes.

De interpretar los rostros, los gestos, las nubes, el timbre de


las voces. Leemos el otoño en el cobre de las hojas, el deseo
en la media sonrisa lanzada al vacío, el talento en la obra final.

Aterra elegir callarse porque hablar es confirmar presencia.


Aterra elegir callarse porque es dar un paso atrás y decir con
mi gesto: soy la observadora que ve cómo todo sucede. Como
los antropólogos en la Selva Lacandona. Como el urbanista
que estudia nuestros ignorantes pasos conducidos por las lí-

209
neas del deseo en las ciudades, y nos trasladan como corrientes
de un océano. Aterra elegir callarse, porque es recibir las fle-
chas con la piel tocando el aire.

«Comer, beber, dormir, significan vivir; leer significa existir».

Quiero callar para releer el mundo y ver cómo lo hacen otros,


para confirmar una vez más la posibilidad de múltiples verda-
des sobre una misma cosa, y amar los grises y las sombras y lo
indefinido.

No busco silencio ni tranquilidad. Al contrario. Deseo que


lleguen tornados de palabras a mi habitación y fagocitar todas
las hojas que se paseen entre mis dedos. Quiero que mi miedo
a morir sin haber hecho nada se convierta en miedo a morir
sin haber acabado todos los libros que quiero asimilar. Aunque
olvide sus frases o sus argumentos en unos años. Ansío desgas-
tar cientos de lápices subrayando frases y párrafos, para bus-
carlos algún día con gesto lunático porque sé que en ese libro
hay algo que me robó una sonrisa o me golpeó el estómago.

«He aprendido a amar el espíritu de la letra, más que a la


letra».

Que lleguen todas las señales sin más decodificador que mis

210
alfabetos, que a veces traducen y a veces inventan, pero es de-
licioso soñar con provocar deseo ajeno y es necesario el temor
a no gustar.

Yo, hoy, destruyo mi idea de hablar para existir, hasta que


entienda que ser lo significa todo.

211
Sofía Pinto
∙ Uruguay ∙

Sin título
4 de abril de 2015

Sillón gris de mi casa, Montevideo

¿Qué se hace cuando no se sabe qué escribir?

Cuando las ideas son tantas que chocan, se superponen y


pelean en vano por definir su forma, mas ninguna se completa.
Tantas hay por atender que se metamorfosean hasta conver-
tirse en una gran masa homogénea, uniforme e indescifrable.

¿Qué visión dar del mundo cuando no está claro con qué
ojos se mira? Porque todo recae en eso, en quién observa. El
objeto está ahí, aguardando a ser descubierto, analizado.

Un universo colmado de subjetividades, vastas alternativas


de interpretación.

Por algo será que con nuestros ojos vemos todo, menos a no-
sotros mismos. Hay que comprender de qué manera tenemos
que conocernos realmente. Averiguar la respuesta a la pregun-
ta: ¿quién soy?

Quizá por eso la humanidad se obsesiona con la imagen cor-


poral. Tal vez es debido a ese irrefrenable e innato empeño por

215
conquistar lo que la naturaleza no dio posibilidad de controlar.

El resto ve lo que uno muestra —y luego lo interpreta según


su criterio—. ¿Uno ve realmente lo que muestra?

Aunque no sé cómo vivir, vivo. Aunque no sé qué escribir,


escribo.

9 de julio de 2015

Montevideo

Momento de vomitarme, de sacar toda la bilis podrida que


baila dentro de mí y no me deja vivir. Me llora el alma por los
ojos y el cuerpo por los poros.

No sé qué mierda es un pozo depresivo, pero esto debe de


ser algo parecido.

¿Y por qué?

Porque no me quiero y eso está mal. Porque sé que está mal,


intento remediarlo y no me dejo. Ataque por dos frentes.

216
Básicamente estoy en una espiral en la que yo soy el centro
y las cuerdas que la rodean y la oprimen. Me hablo en tercera
persona, me contradigo, me convenzo de algo y a los dos mi-
nutos ya hice caso omiso de lo que dije. Adopto posturas com-
pletamente opuestas con la misma seguridad, que se parece a
un castillo de naipes en cualquiera de los casos, un soplo y se
cae todo. Paso las veinticuatro horas del día sin cuidarme, no
me quiero. No sé quererme. Lo intento pero, bueno, uno no
elige a quién querer.

De mañana, mientras camino a la parada, una parte de mí


—entre la consciencia y la inconsciencia—, va pensando en si
los cuatro seres humanos que andan en la calle me están mi-
rando. Ya sentada en el ómnibus, cuestiono si es buena idea ir
leyendo con el mate en una mano y la cartera en la otra, porque
es difícil y tengo sueño; pero la gente seguro que piensa que
soy inteligente. Y mientras leo, contra mi voluntad, haciendo
malabares, mi cerebro gira para ver si la señora esa me está
mirando, incluso sabiendo que nunca podré tener la certeza de
qué carajo pasa por su mente. Seguro que está con la cabeza
en su trabajo o en que dejó una barrida en el inodoro… Cosas
más importantes para ella.

La verdadera frustración viene cuando me planteo todo esto


y la parte oscura de mí se ofusca, se cierra, se vuelve más es-

217
pesa, totalitaria y dolorosa. ¿Qué mierda se hace cuando ya
intentó uno convencerse de que una actitud está mal? ¿Cómo
se lucha con uno mismo sin salir lastimado?

Quizá suene egocéntrico pensar que la gente del ómnibus


va a gastar los minutos —que de todas formas pasan sin pena
ni gloria— mirando qué estoy leyendo yo; también para mí lo
parece. Pero sé que en mi cerebro no nace con esta intención,
sino que surge desde la maldita necesidad de ser aceptada cada
segundo, todo el tiempo. Sí, suena patético. No es necesario
decirlo, lo tengo claro, por eso me frustro, porque lo tengo cla-
ro y no logro cambiar. «Querete» me vivo repitiendo, y suena
como si le hablara a alguien más.

Cuando voy a un concierto canto las canciones, aunque eso


me impida disfrutarlas, para que los demás vean que me las
sé. Entonces paro y me digo a mí misma: «Boluda, disfrutá,
tu vida la llenás vos, no la mirada de un desconocido. Aparte
nunca vas a saber qué mierda piensa», y sigo mirando, pero una
parte de mí se quedó allá, prendida en los demás. Ni siquiera
intento saber qué piensan, solo me urge demostrar cosas a ex-
traños con papeles intrascendentes en mi vida. Típico.

No me quiero y no hay otra. Es así. ¿Cómo carajo aprende


uno a lamerse las heridas y no provocarse más? Estoy inten-

218
tando salvarme de mí misma y fallo en el intento. ¿Qué alter-
nativa hay?

Podría haber nacido en la época del Romanticismo. Escribía


un par de vómitos como este pero preocupándome un poco
más por la forma y el vocabulario. Sería un fracaso, me sui-
cidaría, me volvería una gran artista de forma póstuma y fin.
Pero no.

Lleno mi mente de planes que después no llevo nunca a cabo


pero tengo la excusa de que lo intenté (por «intenté» me refie-
ro a planeé, como si mi cabeza fuera el mundo real). Después
me pongo en víctima, cosa que me repugna, y mientras lo hago
me observo desde afuera y me río y lloro lágrimas amargas por
mi patética actitud. Así vivo, creyendo que pensando ya tengo
mérito.

Entonces freno, miro para atrás, miro para adentro y digo:


«Pucha, no me dejo ser feliz». Y otra vez a razonar y razonar.
A ver, Cortázar, decime cómo carajo se vive sin pensar.

Un ingrediente que me faltó agregar: bailo en mi tristeza.


Me baño en mis propias lágrimas como un niño que sale a
saltar en los charcos después de una lluvia de verano. Me gusta
estar triste. Lleva trabajo ser feliz y sería injusto afirmar que

219
me esfuerzo en ello.

Por lo visto frenar mis pensamientos sentada en el bondi y


decirme: «Che, no importa si la señora te mira o no», no fun-
ciona. ¿Hay alguna fórmula para quererse?

Intenté irme de retiro espiritual dos días y hasta llegué a


pensar que funcionó. Pero volví a mi entorno habitual y acá es-
tamos de nuevo, vomitando palabras sin ninguna belleza, nada
que invite a seguir leyendo.

Empecé a escribir esto para mí y ya lo hice como si alguien


más fuera a leerlo. Capaz se lo mando a mi madre.

¿Acaso no es esta redacción una excusa por mis actitudes?


Al mejor estilo «miren mis defectos, los reconozco y no los
puedo cambiar. Laman mi llanto y acéptenme así de indefensa
y malherida». Una vez más en víctima.

«Somos quienes somos», dice Bucay. «Somos lo que hacemos


para cambiar lo que somos», refuta Galeano.

¿Quién soy?

220
2 de agosto de 2016

Patio de la universidad, Montevideo

La profesora de debate dijo que merecía un aplauso de mis


compañeros y compañeras. Cuando terminó el vitoreo, agregó:
«Porque hoy se peinó». Me sentí tan inundada de rabia, de
frustración. Lloré. Se sintió mal por verme así y su solución
fue preguntar a los hombres de la clase: «¿No es verdad que es
preciosa?».

La señora no entendió que no me molestaba que marcara el


estado de mi pelo, porque puedo hacer lo que tenga ganas con
él, sino su actitud de exponerme frente a todo el mundo y creer
que merecía un aplauso por «arreglarme», según su percepción.
Siguiendo su esquema de pensamiento, obviamente, creyó que
era una solución volver a poner los ojos en mí y subir mi ánimo
por la mirada de otros, todos hombres, no vaya a ser que se le
afloje el cinturón de la heteronormatividad.

5 de agosto de 2017

Sillón de casa de Nico, Palma

Soy fuerte, soy una flor que sobrevive obteniendo su propio


alimento, me hidrato, me cuido. Hoy me amo. Ojalá todos los

221
días sean hoy.

6 de agosto de 2017

Playa, Barcelona

Por primera vez en muchos años, estoy en la playa sin pen-


sar en cómo se verá mi cuerpo en bikini. Tampoco me im-
porta la apariencia de los otros cuerpos. Después de tantos
años haciendo fuerza para cambiar, parece que se dio de forma
indirecta, cuando dejé de presionarme. Esto es resultado del
ejercicio de la sororidad.

Ser mujer es difícil; hacerse, mucho más. Pero se trata de


eso, de hacerse, de moldearse. El feminismo, bien vivido en la
esfera individual, es un valor que te lleva a la autonomía y a la
construcción. Esa presión de estar hermosa, guiada por lo que
muestran las revistas, siempre me hizo sentir demasiado flaca,
un palo, un tero. Cuerpo que no encaja. Nos pasa a la mayoría
de las mujeres. El feminismo vino a salvarme del terror de
envejecer, de la presión de estar siempre depilada y siempre
disponible para responder.

Ahora veo cuerpos que son almas, fusiones de seres que qui-
zá podrían cambiarme la vida, hermanas con las que luchar

222
codo a codo.

4 de noviembre de 2017

Balcón de casa, Pamplona

Hay dos conceptos que bailan sin parar dentro de mi cabeza:


libertad y amor compañero.

El amor compañero es el que no ata, el que empodera, ayuda


a crecer y fortalece la individualidad, mientras construye en
equipo. Es el de la libertad. Acá empieza el conflicto. ¿Qué es
ser libre? ¿Ser libre es ser individualista? No, eso es ser neoli-
beral.

Vuelve a mí el asunto de la deconstrucción. ¿Qué de todo lo


que nos enseñaron del amor hay que tirar a la basura? ¿Cómo
elegir? Amar a alguien por lo que es, no esperar que cambie
por nosotros, apoyarse mutuamente en todo; en eso estamos
todos de acuerdo. Ahora, ¿es menos libre una pareja monóga-
ma que una que elige tener una relación abierta?

Para amar libres hay que ser compañeros, con el contrato


que a ambas partes, o a las que sea que estén involucradas, les
haga bien. Nunca ataría a un compañero de forma explícita a

223
solo querer estar conmigo, de nada sirve, si los sentimientos
andan libres, volando sin control. Sin embargo, amo esperando
que me elijan día a día. No me haría feliz saber sobre la vida
erótico-afectiva de mi pareja más allá de nosotros dos, pero
nunca me opondría a que la tuviera.

Si no somos como Simone y Sartre, que vivían en casas sepa-


radas, ¿no conseguimos la libertad? Deconstruir en base a mo-
delos tiende a limitar. Cada persona debería cuestionar cada
influencia, confiar en su criterio y elegir.

224
Melanie Pérez Arias
∙ Venezuela ∙

Sin título
Los cuerpos

El cuerpo es el lugar de las traiciones. Quieres aguantar,


como los tuyos, pero tres veces al día te dice: «Aliméntame
humano o te dejaré morir». Vivimos bajo su estado permanen-
te de amenaza. Te contiene, pero no deja que te confíes.

El cuerpo es un animal que ladra, que se retuerce. De ham-


bre, de dolor, de placer. Escribo poco sobre el hecho de estar
lejos de los cuerpos que amo, pero he llevado el mío hasta
algunos extremos admisibles. El frío, por ejemplo, me ha cur-
tido la piel, me ha secado. La humedad ha pasado a través de
mí como una lluvia que no se ve, que irriga. Me ha crecido el
pelo, alimento nuevas bacterias, solo no puedo no comer. El
cuerpo se resiste a la invasión de lo nuevo, luego cede. Siempre
cedemos.

Algunos días me duele la espalda. Es un dolor viejo, como de


chifonier. Un dolor que suena. Antes de dormir imagino que
mi marido se para sobre mí, que me recorre. Es una fantasía
más bien territorial, casi anodina. Estoy tendida boca abajo
en la cama y él está de pie sobre mí, sus plantas se alinean con
mi columna, me alivia escucharla crujir. Entonces me pregun-
to cuánto le tomaría ir hasta el Caribe sobre mi espalda para
traerme eso que estoy esperando: los cuerpos gastados de los

227
míos. Su peso. El espacio que ocupan. Su hambre, también.

∙∙∙

En Venezuela, 4,5 millones de personas comen solo una vez


al día.

Todas las semanas mueren seis niños por no tener nada que
comer.

Octubre de 2017

Soy mujer y soy feminista

Soy mujer y soy feminista. Me gusta decirlo en voz alta para


observar las reacciones de la gente, ese rictus casi impercepti-
ble en el rostro del otro, un ligero movimiento sobre la superfi-
cie del agua que delata la implosión interior. Antes necesitaba
acompañar mi declaración con un pero: «Soy feminista pero
no soy radical», «pero no estoy loca», «pero me depilo», como
si aspirara a la remisión de un pecado que no cometí. Ya no
me pasa.

∙∙∙

228
Durante mi primera educación feminista podía jurar que
casi cualquier cosa era una trampa del heteropatriarcado. Me
sentía constantemente amenazada, en guardia, el blanco fácil
de un sistema opresivo que en cualquier descuido podría arrui-
narme o, mucho peor, embarazarme como parte de su estrate-
gia de dominación.

En esa época no me quería casar porque era, ustedes saben,


muy moderna. Renegaba de lo pop, me escandalizaba por el
trato de objeto que le daban a Britney Spears en el video de
I´m a slave 4 you mientras que secretamente tarareaba la can-
ción en mi cabeza.

El feminismo me generaba grandes conflictos. Olía a gave-


ta con naftalina, a tía abuela criticona con medias de nailon.
La única militante feminista que conocía en persona era una
brillante profesora de la universidad que se dejaba crecer los
pelos de las axilas. La admiraba, pero no quería ser como ella.
La mayoría de los escritores que me gustaban eran hombres.
Alejandra Pizarnik y Virginia Woolf eran suicidas. La Maga
me parecía un personaje desesperante. No encontraba en nin-
guna parte una idea de bienestar asociada con la emancipa-
ción. Quienes se atrevían a hacerlo diferente terminaban locas,
muertas o deprimidas. Entonces empecé a hacerme preguntas.

229
Dijo Simone De Beauvoir: «No se nace mujer, se llega a ser-
lo». Ocurre igual con el feminismo, llegas a serlo con intuición
y perspicacia. No necesitas leer cientos de tratados, tampoco
saber quién es Gertrude Stein, ni haber sufrido discriminación
o acoso, solo preguntarte:

¿Haría esto un hombre?

¿Pasan por esto los hombres?

¿Diría esto si fuera un hombre?

¿Me preocuparía por esto si fuera un hombre?

Entiendo la carga falocéntrica de tenerlos como unidad de


medida porque reafirma nuestra «otredad», pero cuando exi-
gimos igualdad de derechos lo hacemos con respecto a «algo».
No podemos pararnos frente a la nada a gritar: «¡Exijo que me
traten legalmente igual que a ti!». ¿Igual que a qué?

Cuenta Leila Guerriero que una vez escribió una nota sobre
mujeres en el rock y al poco tiempo se dio cuenta de que había
sido un error. ¿Se escribe sobre los hombres en el rock como
una novedad? La respuesta es no. Entonces es machismo.

Todas hemos cometido ese error, porque el camino de la

230
igualdad de derechos es empedrado, sinuoso. La discrimina-
ción se ha hecho cada vez más sutil, sofisticada. Una mujer
debe preocuparse por cosas que un hombre jamás experimen-
tará como, por ejemplo, si su colega le está mirando el escote o
está escuchando sus ideas; si ese hombre que camina tras ella
va a atacarla sexualmente; si debe reírse cuando acusan a al-
guien hipersensible de estar menstruando; si debe preguntar el
sueldo de sus compañeros solo para asegurarse de que el pago
es igualitario.

Nuestros socios del género opuesto también tienen preocu-


paciones derivadas del hecho de vivir en una sociedad ma-
chista. No hablemos de la castración emocional a la que son
sometidos con la vieja arenga de que los hombres no lloran.
Pensemos en la salvaje presión productiva para ser buenos
proveedores, quienes «llevan el pan a la mesa». La obligación
social de pagar la cuenta, arreglar los carros, llevar las male-
tas, saber cómo cambiar una cerradura. ¿Por qué un hombre
que se preparó para, digamos, trasplantar riñones o criar ovejas
debe entender de cerraduras? Podríamos exclamar: «¡Pobres
criaturas, necesitamos una revolución también para ellos!». La
tenemos: se llama feminismo.

Me harto de leer comentarios como: «¿Por qué no hay un


Ministerio de los Hombres? ¿Por qué no hay leyes de pro-

231
tección para los hombres?» Amigos: la estructura de los Es-
tados está diseñada para favoreceros, millones de años de cul-
tura universal os respaldan, las religiones con más adeptos en
el mundo excluyen a la mujer de sus jerarquías, están sobre
representados en las cámaras del poder público, pero ustedes
quieren un Ministerio propio para participar del rollo de la
igualdad. Fabuloso.

Afortunadamente millones de hombres han hecho suyo el


feminismo. Lo hacen por sus madres, por sus esposas, casi
siempre por sus hijas, pero también por ellos mismos. Entien-
den lo conveniente que es vivir en una sociedad donde cada
individuo pueda desarrollarse según sus capacidades. Además,
el feminismo trabaja para todos cuestionándose, incluso, cosas
como los protocolos de seguridad que dictan «mujeres y ni-
ños primero». Estas son las conversaciones que tengo con mis
amigas feministas: «imagina que eres Katie Ledecky y que tu
marido no sabe nadar, ¿quién debería quedarse en la balsa con
los hijos?»

Visto así, el feminismo es una máquina global de hacer pre-


guntas, por lo tanto, de producir conocimiento. Formo parte de
un movimiento que me confronta, incómodo, que se arriesga a
ser impopular. Me gusta. Tengo opiniones específicas sobre las
ablaciones, el aborto, los sistemas de cupos. Me equivoco, me

232
atrevo. Soy feminista, voy a terapia, lidio como puedo con mis
contradicciones.

Me gusta Ariana Grande y soy feminista.

Estoy casada, quiero tener hijos y soy feminista.

Apoyo la prostitución independiente y soy feminista.

Disiento de Madonna y soy feminista.

Hay tantos feminismos como mujeres y hombres en el mun-


do. Todos válidos. Poderosos. Soy mujer, soy feminista, y esa
explosión que ocurre cuando lo dices en voz alta son los pre-
juicios haciéndose pedazos. Es la rueda de la historia que no
para de girar.

Marzo de 2017

El cáncer y la trama interrumpida

Los huérfanos de madre somos gente peligrosa. Si la per-


dimos en alguna etapa de la vida en la que podíamos experi-
mentar el dolor con absoluta conciencia, crecemos con la idea
de que nada —absolutamente nada— podrá lastimarnos tanto.
Entonces, temerarios, vamos por la vida estrellándonos contra

233
los afectos, buscando superar aquel umbral como un adicto
que persigue el abismo de la primera patada de heroína.

Perdí a mi madre a los dieciséis años. Murió de metástasis


ósea después de luchar nueve años contra cánceres femeni-
nos: de útero y de seno. Todos sus diagnósticos fueron tardíos.
Cuando presentó problemas en el aparato reproductor le di-
jeron que era la menopausia. Cuando empezaron a dolerle los
huesos le dijeron que debía bajar de peso.

El de Ysabel fue uno de los 12,66 millones de casos de cán-


cer que se diagnostican anualmente en el mundo, de los cuales
1,38 millones, que es lo mismo que decir toda la población de
Estonia, corresponden a cáncer de mama. Las estadísticas son
crueles: el 98% de las mujeres pueden sobrevivir si la detección
es temprana y el estadio de la enfermedad es localizado, pero
solo 9,25 % de los casos cumple con ambos requisitos.

Siempre sonrío cuando la recuerdo. Solía dar unos consejos


terribles; era, ahora lo veo con claridad, profundamente inge-
nua. Para ella la resolución de los conflictos consistía en desba-
ratarlo todo y volver a empezar con un ímpetu desbordado. Le
encantaban los proyectos nuevos donde nada estuviera hecho,
viajar a lugares a donde no tuviéramos mucha idea de cómo
llegar, le aburría permanecer demasiado tiempo en el mismo

234
sitio e inventaba expediciones asombrosas que podían termi-
nar en la Gran Sabana. Era sagitario y, como el centauro, podía
patear muy lejos algún asunto que le disgustara para correr en
la dirección contraria con los rizos al aire.

Amaba su cabello. Cuando se le cayó tras la primera sesión


de quimioterapia lloró como una niñita. Todos en casa llora-
mos juntos. Luego nos reímos a carcajadas por lo graciosa que
se veía. Compramos unas pelucas que terminaron usando mis
sobrinas en los actos escolares. Como sufría de calor, decidió
llevar su calva-cáncer al viento.

Probamos de todo: cirugía, quimioterapia, radioterapia, he-


lados curativos de Yaritagua, brebajes milagrosos del Doctor
Fulano, peregrinaciones a Betania, sanación de chakras, bati-
dos de proteínas, terapia de abrazos, terapia de risas, psicote-
rapia, llorar hasta quedar vacías, preguntarnos por qué, todos
los días, conocer otras pacientes, vernos en su dolor. Aceptar.
Soltar. Morirnos. Hicimos de todo hasta morirnos, incluso los
que quedamos vivos, porque nadie regresa incólume de la ex-
periencia de la muerte.

Desde entonces, las preguntas siguen allí. Qué pasa en ese


cuerpo de mujer que no fue dócil, ni amable ni sabio cuando deci-
de arremeter contra sí mismo. Por qué, justamente, los órganos

235
que definen el género. Por qué tanta rabia profunda, ancestral,
anquilosada, contra lo femenino. Mamá se murió sin que pu-
diéramos averiguarlo y he pasado demasiado tiempo pregun-
tándome cómo se recomponen emocionalmente las fibras de
un tejido dañado, porque eso es el cáncer: una fibra rota.

Decía Freud, con su particular misoginia, que el único inven-


to destacable de la mujer en la historia de la humanidad había
sido el tejido, que eso explicaba nuestra afinidad por el mundo
de la moda. Quizá también explique la dolorosa realidad de
miles de mujeres esclavizadas en maquilas, dedicadas al corte,
la costura y la confección. La mano de obra barata de las gran-
des marcas de ropa es femenina y menor de edad, pero eso no
lo previó el padre del psicoanálisis.

El tejido nos oprime o nos libera. Por eso, si usamos el sím-


bolo a nuestro favor, el huso, la rueca, la aguja y el hilo, funcio-
nan para unir aquello que está separado, algo que las mujeres
hacemos con maestría desde el inicio de los tiempos, aunque a
Eva la hayan tratado de convencer de lo contrario. Si sabemos
cómo unir, si uno de nuestros súper poderes es el enlace, en-
tonces nos debería faltar muy poco para liberarnos del cáncer
de mama. Bastaría con que tratáramos de conectar nuestro do-
lor con el dolor de los otros en una trama de apoyos concretos.

236
Pero también de restituir el hilo que conecta a la mujer con-
sigo misma. Con el reconocimiento, aceptación, hasta regocijo
de lo que nos hace distintas, en el disfrute de nuestra capaci-
dad de crear, sea un hijo, un proyecto, una empresa, un plato de
comida, una obra de arte. ¿Podría tratarse de algo tan sencillo
como aceptar que soy mujer, me gusta y no me pesa? No lo sé,
pero como descendiente de una víctima de cáncer femenino es
lo que estoy intentando.

Los huérfanos de madre que murieron por estas razones so-


mos legión, uno de cada cuarenta y dos pacientes muere dejan-
do a un gentío herido por el mismo hilo roto. Porque, aunque
todas las postales del día de la madre digan que los muertos
viven, que te acompañan, que te protegen y hasta que guían
las riendas del país, la ausencia es un hecho físico. Hondo. No
puedo levantar el teléfono para preguntarle a mi mamá que
haría ella en alguna situación o si quiere salir a tomarse un
café. Tampoco puedo verla envejecer para hacerme una idea de
las transformaciones que me esperan. Hablo del cuerpo y de
los sentidos. De una proximidad que me fue negada. No puedo
sentir su temperatura, apenas puedo recordar la textura de sus
manos, ya no sé muy bien qué tan alta era. Y el problema no es
que nada duela más que esto, sino que todo duele exactamente
igual.

237
Días antes de que mamá muriera, mi hermana mayor des-
cubrió que había heredado sus manos. «Cuando mis hermanas
te extrañen yo les diré que tengo tus manos», le dijo. Eso es lo
único que tengo, las manos de mis hermanas a las que tejerme.

Pero también estoy yo aquí, me tengo como prueba viviente


de que mi mamá pasó por la tierra. Tengo mi voz para decir:
soy mujer, me gusta y no me pesa. También tengo mis manos
para tocar a los otros y tocarme a mí misma, porque nunca un
eslogan fue tan acertado: «¡Tócate!» Para detectar algo a tiem-
po. Tócate para reconocerte. Tócate: tente contigo, no permitas
que el hilo se rompa. No te separes de la trama.

238
Laura Liz Gil Echenique
∙ Cuba ∙

Sin título
Día 26, Madrid

Amigos sobre el pasto, otro elefante. Anoche dormir con la


cama de al lado vacía, limpiar los platos, desayunar con los
amigos y ser feliz. Esta noche se abre una botella de ron cuba-
no, ensalada y bolitas de pollo por tres euros.

Me preocupa mi letra cuando escribo para mí.

Llego adelantada a la cita con la amiga chilena que conocí


hace dos años en Buenos Aires, me siento en el paseo de la
Reina Victoria. Pienso: en un minuto alguien podría teclear
en la máquina de escribir Olympia que desde hace unos días
me acompaña. Mientras tanto, muy lejos de ese sonido alguien
sueña palabras que terminarán siendo silencios. Un árbol pier-
de sus hojas y la cocina se llena de olor a café que no será com-
partido. Estas últimas acciones parecieran repetirse en bucle;
sin embargo, todo cambia.

Hay luna llena, tortilla de patatas, pisto, hummus, ron cuba-


no, vino tinto, acento madrileño, acento chileno.

He perdido mi acento cubano.

241
Día 48, Buenos Aires

Regresar en el subte. Sandwichito de miga, niebla. Hacer


listado de actos fallidos. Intentar encontrar la Buenos Aires de
hace dos años y sentir que no es la misma. Hacerse preguntas
sobre el futuro y que nadie responda al otro lado de la panta-
lla. ¿Estar acompañado o estar solo? Tumbarse en todos lados
para mirar el cielo. Dibujar a tu amiga y que te salga vieja.
Dibujar almas y energías. Dibujar rutas para regresar a una
ciudad que la próxima vez que visites tampoco será la misma…
Dejar algo… Dejar algo… Dejarse en algo…

Día 49, Buenos Aires

Estoy pensando en el amor: el amor que se muestra, que se


expone, que se ridiculiza en una vitrina, en un intento fallido
de obra teatral feminista escrita por un hombre esnob. A dife-
rencia de la historia que me cuenta una chica que recibió mis
cartas, ese «teatro» no me produce nada.

Me obsesiona la fragilidad. En mi cabeza la imagen de una


chica con piernas desnudas y cabeza ensangrentada en me-
dio de la calle, otro cuerpo muy cerca, no lo veo, me escapo.
Queda la curiosidad. El enfermizo voyerismo de la muerte…
No sé, nadie sabe, cómo saber a ciencia cierta la variable de la
tragedia. Se lanzaron en un pacto con la muerte, se cayeron,

242
se amaron demasiado hasta precipitarse al vacío, se odiaron,
se extraviaron sobre el pavimento y el aire. Me pregunto si al-
gún corazón sobrevivió al impacto, ¿a quién tendrán que darle
la noticia? ¿A dónde podría conducir esta narrativa estallada
como los cuerpos sobre la acera? ¿Cómo rescatar con el amor
la imagen de una ciudad a la noche con sonido de ambulan-
cias? ¿Cómo encontrar y no poseer y no apresar?

∙∙∙

Tengo miedo, después. Encuentro a mis amigos de antes,


parece que no ha pasado el tiempo. El chico dice que no vie-
ne pero aparece como una sombra con sonrisas y me invita a
comer milanesas en su piso. Conversar, conversar, otra copa de
vino, un par de orgasmos, un pato para la bañadera en el lavado
y una taza de café rota. Después de las caricias siempre es más
fácil soportar la cercanía de la muerte.

Día 50, Buenos Aires

Exorcizar. Olor a tiempo. Tambor que suena a multitud en


euforia. Una máquina para escribir cartas sobre recibos de su-
permercado. Llovizna en la mirada de la mujer azul. Antigua
fábrica de aceite convertida en fábrica de alternativas a la sole-
dad. Estar conjugada en presente y que hoy no se me muevan

243
las caderas como suele suceder. Estar y decidir cerrar los ojos,
dejar la piel al ritmo de las baquetas. El silencio está escondido
en las ranuras entre los adoquines. Algo acaba de ser conju-
rado: la mujer naranja y yo vamos a escribir cronogramas de
visitas guiadas a la Antártida.

Día 51, Buenos Aires

Olor a palo santo. Sabor a mermelada de naranja. Violín de


fondo, desafinado, roto, victimario de un niño que aspira do-
minar las cuerdas antes de dominarse a sí mismo. Escuchar la
nostalgia prematura de los que ya no están antes de haberte
ido. Necesitar volver para entender que aún habita algún tango
en la memoria caprichosa de una mujer con alma.

Día 55, Edimburgo

Llego veinte minutos adelantada y tomo té con leche. La


puerta del salón de ensayos dice algo que me tranquiliza; el
teatro parece un laberinto. Habito la constante obsesión de
escribir el mundo para sobrevivirlo.

Hoy hablaron en el estudio sobre la muerte y la nada, pero


nunca he sentido ese tipo de angustia. Incluso en los lugares
en los que todo parece estar muerto, algo me recuerda que la

244
vida es permanecer.

∙∙∙

Hace 3.000 años sobre estas piedras se fundó una historia.


¿Cómo lograr contar en el palimpsesto el no tener ya ideas
propias? Cazar las instantáneas y describir la realidad de forma
objetiva a veces nos hace parecer talentosos. Esto que hago no
me convierte en dramaturga, sino en fotógrafa.

Día 57, Edimburgo

¿Qué es lo que gritan las aves que sobrevuelan mi cabeza?

∙∙∙

Me mira, solo por unos segundos. Voy detrás. Ambas ca-


minamos rápido. Es tan blanca que pareciera transparentar-
se a verde. Su rostro está inundado de aritos de plata, labios
oscuros, ojos de océano profundo o río helado. No hay nada
más electrizante que la expresión del conjunto: la chica tiene
miedo. No sé de qué o por qué, desde cuándo y hasta cuándo.
Solo lo huelo y en el deseo de poder comprenderlo dejo de
verla. Olfateo mi propio terror, el laberinto del tiempo en esta
ciudad es también un reflejo de las rutas por las que a ratos

245
busco al minotauro. Mi temor no es el encuentro o el riesgo
sino la ausencia. La audiencia. El silencio.

Día 70, La Habana

Alguien me ha contado que hay que aprender a dejarse aca-


riciar.

Día 73, La Habana

El huracán es una patria en la que todos somos indocumen-


tados. Este será el tema de mi próxima obra.

Día 75, La Habana

Hoy me duele el horizonte de mirar y las ideas de pensarlas,


siento que estoy muriendo con cada palabra no dicha, con cada
silencio que debí haber poblado de gritos.

246
Josefina Garzillo
∙ Argentina ∙

Fragmentos de La Buena Estrella


Trueno 1 - La búsqueda

¿De qué están hechas estas historias?

De agua y truenos,

de campos reverdecidos y mares revueltos

y deseo…

…escritas en cuadernos pequeños, en buses de corta y larga


distancia, en decenas de camas y cuartos y playas y sierras y
ríos. Transcripción de sueños y de historias que escucho, rece-
tas de cocina, sabores nuevos que regala el camino y las guías
del I Ching y la intuición como abrigos.

Recorriendo Latinoamérica, pueblos de vida sencilla, reafir-


mo que ninguna persona quiere las bombas de la guerra, ni la
dinamita de la megaminería, ni la imposición del miedo de
algunos gobiernos. No conocí un solo lugar donde alguien me
diga que es feliz en medio de la contaminación, de la hosti-
lidad y de la competencia que las grandes empresas plantan
en sus barrios y pueblos, siempre que haya agua y tierra para
cultivar.

Este viaje entonces es una revaloración de las energías da-

249
doras de vida: agua, aire, tierra, fuego. Es también un ejercicio
para desprenderme de las pieles viejas y reforzar aún más mi
identidad verde, hija de agua dulce del sur, de mamá fuerte,
campesina y laburante. Que existe por la poesía y por la mú-
sica, por todas las formas de creatividad que nuestra especie
inventa para no vernos tragados por el propio caos.

Trueno 2 - Antes de la partida

28 de diciembre

La Plata, Buenos Aires, Argentina

Cuatro y media de la mañana. Vito despierta por la luz del


velador de mi bisabuela que le dejo al cuidado. Hoy me aguan-
ta todo con una dulzura que me cuesta recibir. Ella es más
consciente de este todo que yo. Termino de pasar unas no-
tas, pido un taxi, Vito salta del sueño, armamos un cigarrillo
disfrutando la fresca de la madrugada, suena una bocina. Me
abraza, desde el auto la veo llorar.

24 de diciembre

El amor circula como una espiral. Me duermo tarareando


algo del disco plateado de Shaman. Hoy amanezco oyendo

250
su tema La niebla con la noticia inabarcable de que apareció
Clara Anahí, una de las bebas apropiadas por la dictadura. La
búsqueda de Chicha, su abuela, se convirtió en emblema. Y
muchos nos abrazamos llorando, diciendo: «2015, una buena».
El veinticinco fue perverso y gris. No era cierto. Todavía no
recuperamos a Clara Anahí. El cuerpo tarda en entender, en
recuperarse. Demasiado ingrata la decepción. Seguimos cami-
nando con el pecho de par en par…

25 de diciembre

En tres días salgo a un viaje deseado con paciencia durante


años. No tiene estructura ni tiempo. Puede durar dos meses o
tres años o que esa medida de tiempo pierda toda validez, si
llega a transformarse en una cosmovisión para la que ya no me
haga falta recorrer kilómetros. El viaje es una procesión inter-
na, que se activa con estímulos muy diversos. Vito me enseñó
una vez que trata de vivir cada día como si estuviera de viaje.
Y este es un ejercicio nomás para salir del piloto automático
para siempre.

251
Trueno 3 – Bolivia

29 de diciembre

En una frontera al sur de Sudamérica

Otra vez acá. La Quiaca-Villazón, tierra de trabajo para


quienes viven a uno y otro lado de la frontera. Conocí algo del
pulso comercial de ese puente internacional en un viaje ante-
rior, en 2011, cuando andaba relatando historias de distintos
pueblos del interior del noroeste argentino.

Y ahora estoy otra vez acá. Para llegar desarmé la casa, vendí
y regalé la cocina y los pocos muebles que tenía, mi humilde
tallercito de encuadernación, mucha ropa y libros. Villazón es
—otra vez— un puente. Su tierra me sella el pasaporte. Siento
que algo se cierra y algo se abre en esa hoja entintada.

10 de enero

Hoy, en La Paz, el cielo se revuelve, se pone gris, mientras


anoto la dirección donde encontrar a Silvia Rivera y a la Co-
lectiva Chixi: «gris» en idioma aymara. Chixi es lo que se inte-
rrelaciona, lo que se mezcla y se funde.

252
La casa es amplísima; hay una parte en plena construcción.
Gabriel, el hombre con el que hablé para llegar hasta acá, es
el maestro de la obra. Lo encuentro ahí mismo, serruchando
unos listones de madera. Eugenia y Marina me reciben. Las
dos hacen danza, vienen de Santa Fe, Argentina, a tomar el
curso «Oralidad andina, imagen y narrativas».

A ella la encuentro cortando el pasto a tijeretazo limpio. Con


mirada cálida me invita a acercarme y ayudarla. Salto el alam-
brado, me siento a su lado y agarro otra tijera. Nos conocemos
en ese silencio compartido. Silvia tiene unas trenzas largas que
se unen en una sola punta sobre el final con lanas; igual a la
mayoría de las doñas que veo por la calle. Cuando levanta la
vista hacia mí, lo hace con la misma calidez con que dio la
bienvenida. Sus ojos grises hablan clarito. Por eso, ahora, la
palabra sobra.

Antes de almorzar compartimos una ronda de coqueo y nos


presentamos. De regreso al alojamiento con los compañeros
peruanos intercambiamos sentires sobre América Latina: los
progresismos que se van alejando y las derechas que arreme-
ten, que tememos por Venezuela y el futuro de las revoluciones
que soñamos. Que habla muy mal de nuestras universidades
nacionales tener que hacer estos talleres en verano porque
muchas academias de nuestros países no las reconocen como

253
cursos formativos, y entonces hay que invertir las vacaciones
institucionales si queremos transitar experiencias educativas
profundas e integrales como las del Tambo u otros colectivos
de educación popular.

∙∙∙

Tres animales sagrados de la cultura andina.

Cada uno habita y representa un nivel de poder.

Lo divino, lo terrenal, lo subterráneo.

Cóndor, Puma, Serpiente

repito mientras me despido de esta ciudad.

Estoy enamorada de La Paz.

11 de enero

Camino a Coroico

Soy la viajera número diez de un transporte pequeño. Al


lado, en el nueve, un chico saluda a secas. No recuerdo en qué
momento dejo de ser «la gringa» que hace turismo en el lugar
de su vida y se abre, al punto de que el camino se transforma

254
en tres horas de diálogo ininterrumpido.

Carlos cuenta que su abuela sabe que los antiguos hablaban


con las piedras: «Por eso dice que existen esas grandes cons-
trucciones en Tiwanaku» (sitio sagrado e histórico del altipla-
no andino, muy cerca del lago Titicaca).

Vive detrás de El Alto, en un valle que se llama Achacoral,


con dos lagunas muy grandes. Detrás del barrio más gigante
y popular del país, detrás de ese mercado donde se consiguen
desde papayas hasta partes de auto, está su pueblo. Otro de los
surrealismos de Bolivia.

Las nubes se condensan y no dejan ver la marca de la ruta


en el camino de cornisa hacia arriba. Todo es agua y niebla. El
aviso de Carlos me da algo de temor.

Cierro los ojos y siento que todo va a estar bien. Sonrío.

Lo percibe todo: es un hombre sensible y además tiene ma-


dre y abuela brujas. Ninguna mujer que no haya despertado
su poder interno, su intuición, podría haber entendido que los
antiguos hablaban con las piedras.

A los pocos minutos el cielo se abre. La magia de ir camino

255
arriba. Puede llover torrencialmente y, al instante, que el sol
queme.

Comento que desde que fui por primera vez al norte argen-
tino en 2010, llueve siempre que llego a un lugar. Que al prin-
cipio protestaba hasta que una mujer me enseñó a agradecerlo,
porque el agua en muchas zonas es un bien preciado y por eso
significa abundancia y buen augurio. Ahora, mientras escucha,
el que ríe es él.

—¿Qué? ¿Qué? —Mi interrogación parece hacerle cosqui-


llas. Ríe más y largo.

—Vos venís llorando, por eso traés el agua. Eso dice mi


abuela.

20 de enero

Viajo de Coroico a La Paz para conectar con Copacabana.


La primera noche sobre el Lago Titicaca duermo largo y des-
cansado. Al otro día recorro el mercado: un sinfín de hileras de
cocinas donde las doñas fritan trucha, papa, pollo y churrasco.
Los mangos son de un dulzor increíble.

Las pibas se van a la Isla del Sol. Yo decido quedarme. Me

256
ofrecen trabajo en un restaurante familiar y, sin pensarlo mu-
cho, lo agarro. Estoy a solo dos horas de Puno (ciudad peruana
al otro lado del lago); otra vez, casi al borde de otra de las
fronteras que se trazaron hace más de doscientos años en estas
latitudes. La simple idea trae una sensación de algo que se
cierra y se abre nuevamente.

22 de enero

Los bolivianos y las bolivianas son silenciosos hasta que en-


tran en confianza. Sonríen mucho. La mayoría no pierde ese
ritmo tranquilo, como de tiempo circular que los caracteriza,
aunque estén cambiando dólares sobre una mesita en pleno
centro de La Paz.

Nada tiene precio fijo, salvo los helados de la marca nacional


de lácteos Pil. Ni hoteles, ni alimentos, ni transportes de larga
distancia. La economía del regateo duele un poco. No sé bien
a quién le estoy dando o quitando.

Un grupo de diez chicos entra al mercado de Copacabana,


preguntan a una mujer el precio de las baratísimas bananas y
comentan entre ellos en voz alta para que ella escuche: «Es cla-
ro que por cantidad nos va a bajar bastante». La chica sonríe;
está acostumbrada. Soy yo la que se incomoda un poco, tengo

257
que admitirlo. Me quedo a un costado con mi bolsita esperan-
do a que termine la secuencia.

Hay mandamientos que se pasan entre ciertos turistas y via-


jeros (algunos, con bastantes menos códigos que otros) y para
Bolivia la afirmación es: «Regateá todo».

Sí, es cierto. Pasa. El pulso de la economía en este suelo tiene


mucho de eso. Las vendedoras mismas lo practican, pero ¿todo
lo que naturalizamos está bien?

27 de enero

Titicaca

Va anocheciendo, me acerco a un muelle y hago de mi cuerpo


una bolita, flexionando las piernas y sujetándolas con los bra-
zos. Soñé con este momento. Miro ese manto negro-azulado
completo, mientras el frío del agua me araña la cara.

Así, hecha un bollito diminuto frente a tanta inmensidad,


lloro a los pies de ese misterio ondulante. Ofrenda de agua
para el agua. Agradezco haber llegado. Recuerdo las tardes en
que imaginé este momento desde el sur del sur y disfruto el
silencio. A mis espaldas, los comedores abiertos de par en par

258
ofrecen trucha y otros menús por veinte bolivianos. La calle
está luminosa y colorida.

Mientras, de cara al lago el mundo es otro.

*Esta es una selección de mis cuadernos por Bolivia, preparada


especialmente para sumarse a la rueda de voces de mujeres reunidas
por Índigo y pertenece a un proyecto más amplio llamado La Bue-
na Estrella: relatos tejidos en viaje por América Latina, que com-
prende crónicas por Argentina, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia,
Guatemala y México.

259
Leyre Villate García
∙ España ∙

Sin título
16 de febrero

Pasé la mayor parte del día en la National Library. Me ape-


tecía, ahora que por fin tengo la tarjeta, y cuando Aritra me
lo propuso acepté enseguida. Era justo lo que estaba pensan-
do. Hacía años que no iba con un chico a una biblioteca. Es
como el colmo del romanticismo, y todavía más con esta lluvia.
Me fui armada con hojas para escribir, pero me sentí extra-
ña escribiendo mientras los demás leían. Me daba vergüenza
pensar que Aritra me miraría escribir, me preguntaría qué es-
taba escribiendo, me daba miedo el juicio ajeno. Escribir es
una actividad muy íntima, y la idea de que alguien me observe
mientras escribo me paraliza.

De hecho tenía toda la disposición para escribir esta ma-


ñana. Tenía ganas, había anticipado el domingo como día de
escritura, por fin, después de agobiantes semanas de papeleos,
trámites burocráticos y traducciones que me habían agotado.
Tanto tiempo sin escribir nada decente, ni unas líneas, no me
da la cabeza para pensar. El presente, con sus demandas ru-
tinarias, me ahoga, el no escribir me frustra y entro en una
espiral de estrés. Siento que me fallan las palabras, que me falla
el español, mis neuronas no se conectan como antes. Necesito
leer más y tener más tiempo para mí misma, para descansar y
calmar mi mente, para imaginar. Para escribir. Hace meses que
no soy capaz de imaginar nada.

263
21 de febrero

Creo que soy yo la que se condena al ostracismo. Ayer quedé


con los de la ONG que conocí el año pasado, y compartien-
do una cerveza tras otra, por fin participando activamente en
una conversación en grupo, me sentí menos sola, más eufórica
y, tras despedirme, triste y desolada. El problema del idioma
tomó un fulgor de cuchillo, yo nunca podría tener una expe-
riencia así en bengalí, me falta habilidad, conocimientos de
gramática, conocimientos culturales para entender cómo fluye
una conversación aquí. Pero luego nunca quedo con españoles,
no me interesan, en cuanto llego a España ya estoy deseando
volver a Calcuta.

¿Por qué? La necesidad de comunicar, de compartir, pero


también la necesidad de estar sola, incluso aislada, se debaten.
Como que necesito estar sola y con calma pensar y después
compartir esas experiencias de estar sola con otras personas.
Quizá no sea tan raro.

A veces pienso que mi necesidad de estar sola es incompati-


ble con mi deseo de conectar con los demás, que conectar con
gente no es para mí, que se me da mejor estar sola, y cosas así,
pero como sufro por ello igualmente me voy a sitios nuevos a
empezar de cero y crear nuevas relaciones sociales para siem-
pre acabar dándome cuenta de que todo se repite porque hay

264
algo que no cambia, que soy yo, que por muchos lugares a los
que vaya y por mucho que evolucione yo soy yo, y aún encima
elijo culturas e idiomas tan extranjeros que me lo pongo todo
mucho más difícil. ¿Lo hago para tener una excusa donde re-
fugiarme si me descubro incapaz de relacionarme socialmen-
te? Ya lo dijo Paz: «No hay nada en mí sino una larga heri-
da, una oquedad que ya nadie recorre, presente sin ventanas,
pensamiento que vuelve, se repite, se refleja y se pierde en su
misma transparencia, conciencia traspasada por un ojo que se
mira hasta anegarse de claridad».

Quizá sea yo la que se condena al ostracismo. Condena de no


sé qué crimen. ¿Del de desear escribir? Es decir, ¿al desear es-
cribir me castigo con soledad y aislamiento precisamente para
escribir? ¿Es una estrategia o un premio? Tú quieres escribir,
rodéate del ambiente adecuado, de tu habitación propia, de in-
dependencia, de silencio, de soledad y escribirás, sacrificarás tu
bienestar social por la pasión literaria, sin traicionarte, siempre
te gustó más la compañía de los libros que la de las personas,
¿no? Porque estando tan aislada por fin puedes conectar con-
tigo misma, para estar sola pero sola contigo en la palabra, in-
tentas descubrir quién eres o quién es éste tú/yo al que hablas y
con quien discutes. El exilio te permite encontrarte a ti misma,
estar en tu ser que es tu verdadera patria.

265
7 de junio

Me he pasado las dos últimas semanas enferma. Psicológica


y físicamente. Los tres últimos días apenas he salido de esta
habitación cuadrada en la que llevo muriendo tres años. Tres
días como tres años, enloqueciendo. Una habitación cuadrada,
con una sola ventana que da a la parte trasera de otros edifi-
cios, a sus ventanitas minúsculas cerradas por contraventanas
de madera que me impiden ver si hay algún tipo de vida en
su interior. Siempre están cerradas. Da lo mismo. Desde mi
habitación no se ve vida humana.

La única vida que se ve desde aquí son los cuervos y los gatos
que merodean por los muros. Gatos saltando, gatos durmien-
do, gatos maullando en celo, cuervos planeando y posándose
en la farola, oteando el suelo en busca de algún ratón muerto.

Odio la farola con toda mi alma. Los meses más felices de


mi estancia aquí fueron los que estuvo fundida. Durante esos
meses tenía el privilegio de la oscuridad, de la noche. Aquí
todas las noches son naranjas, no un naranja pálido, sino in-
tenso como el azafrán o la cúrcuma. Empieza a encenderse a
eso de las seis de la tarde, hasta las seis del día siguiente: doce
horas naranjas, doce horas de locura por exceso de luz. Echo
de menos las persianas. ¿Por qué las persianas solo existen en
España?

266
Entre la farola y mi dolor, no hay quien duerma. No descan-
so, tengo sueños pesados como el plomo, me levanto como si
tuviera resaca. La habitación está, además, recargada de cosas.
Me sobra todo. Estoy deseando vaciarla, volverme ligera. Yo
soy mi habitación, demasiado llena de cosas, de recuerdos in-
útiles que no me valen de nada pero me resisto a tirar por…
¿Romanticismo? Están todos desordenados, son incoherentes,
y me hacen a mí incoherente. Me tropiezo con las cosas, cuan-
do las busco nunca aparecen. Es difícil vivir así, rodeada de
desorden. Si pudiera poner orden en mi habitación, en mis
recuerdos, en mi vida, me curaría.

Es difícil vivir, de cualquier manera.

Recuerdos. Recuerdos. Siempre me ha gustado esta palabra.


La memoria era la madre de las musas griegas. El poder crea-
tivo tiene su origen en los recuerdos, en nuestra memoria. En
aquello que nos ha llegado al corazón una vez, lo suficiente
como para dejar una huella.

Desde el siglo XX —y perdona que me ponga académica


aquí, aunque vaya a decir muchas inexactitudes—, los filósofos
han insistido en que el ser humano «deviene», que él se cons-
truye a sí mismo a medida que vive, que su propia existencia es
la continua creación de su esencia. Me encanta como suena en

267
inglés: A-self-in-the-making. El caso es que ya estaba muy cla-
ro cuando lo dijo Beauvoir: «Una no nace mujer, se hace». Una
de las ideas que más me interesa de los existencialistas es que
ser un self es constituir una historia, una narrativa, en la que
haya una consistencia y coherencia general. Es decir, para ser
auténticos, hay que observar la integridad de nuestras narra-
tivas personales. Es nuestro pasado —nuestra memoria—, lo
que interpretamos y reinterpretamos y volvemos a interpretar
para conservar esa integridad, para ser nosotros mismos.

Todos los patrones con los que damos forma a esa amalgama
ilógica y absurda que es la vida humana para convertirla en
una historia me fascinan.Yo siempre imaginé la mía en torno
al motivo de la búsqueda, de la quest. Aún recuerdo la sorpresa
que sentí el día que lo dimos en clase de literatura en la facul-
tad. Qué joven era entonces, qué inexperta e inocente. No sa-
bía nada de las entretelas con las que la literatura estaba tejida,
y descubrirlas me cambió la vida. No hay nadie más peligroso
para mí que un buen profesor de literatura. No soy yo espe-
cialmente inmune a los encantos de la literatura. Aún recuerdo
un par de profesores de los que me enamoré locamente en la
facultad. Uno era mayor, el otro joven. Uno era un profesor
experimentado; el otro, un recién doctorado, alto, con gafas, de
nariz prominente, rostro delgado, pálido de biblioteca y pelo
que nunca había visto un peine.

268
Lo que más me gustó del joven profesor no fue su nariz ni
su pelo intratable, sino su manera de enseñar literatura. Hasta
entonces no sabía que la literatura era filosofía, psicología, so-
ciología, estética y eso indefinible que llamamos «lo literario»,
o «lo poético», todo mezclado. Antes de que me diera clase, la
literatura era para mí tan solo un montón de nombres y fechas.

Total, que yo iba por la quest. El héroe protagonista sale de


casa inocentemente, se encuentra problemas inesperados en
su camino, se monta un lío terrible, lo soluciona como buena-
mente puede, y vuelve la tranquilidad y la paz de su hogar para
el resto de sus días, o hasta que vuelva a salir de casa. Vamos,
el argumento del 80 % de todas las películas y novelas que
existen. Pues esta búsqueda, este motivo que ha seducido a la
especie humana para tejer millones de historias a su alrededor,
siempre me ha fascinado de una forma innata. Salir de casa
en busca de aventuras, meterme en problemas, arreglármelas
como pueda, y volver a casa un mes al año, lo suficiente para
recobrar fuerzas y volver a salir de nuevo al inhóspito mundo
del no-hogar. ¿Cuántas novelas no escritas llevo ya vividas?
Tantas vivencias y yo sin escribirlas, sin ordenarlas, sin darles
coherencia ni consistencia…

269
Julio, creo

La ciudad blanca. La ciudad una página en blanco. La ciu-


dad sin recuerdos ni formas ni significados. Como un montón
de arcilla a la que dar forma, página en blanco sobre la que
escribir su historia, la de mi relación con la ciudad. Entiendo
que esto es un privilegio. Y sin embargo, soy incapaz de es-
cribir en ella algo que valga la pena. He escrito mal todos los
recuerdos. Me he empeñado inútilmente en escribirlos acom-
pañada, y escribir un libro a dos manos es muy complicado.
Por otra parte, para mí, el pasado siempre es incierto. Nunca
estoy cien por cien segura de que lo que recuerdo sea real, si no
es que otra persona lo recuerda y corrobora. Me parece todo un
sueño, terrible. Las cosas que imagino estando despierta y las
cosas que recuerdo se funden. Por eso quizá me empeño tanto
en compartirlo todo con gente, porque si hago las cosas sola
me parece todo irreal, una ficción más como otras tantas, que
mi vida es pequeña e insignificante.

La ciudad contiene una celda desde donde esto se escribe.


Se escribe la historia de una mirada sobre una ciudad, de una
experiencia sobre una ciudad. Se dibujan las conexiones entre
los lugares y las ideas y las emociones, hasta crear un mapa
de experiencias. Aquí es donde uno se ríe, allí donde uno ve
fantasmas, aquí es donde te enamoraste, allí es donde conoces
siempre a alguien nuevo, aquí es donde pasear es introducirse

270
en la mente de la ciudad, allí es donde siempre encontrarás a
un amigo, una silla y medio café solo.

¿Escribimos solo para hablar con el futuro? ¿Para seguir


siendo escuchados después de nuestra muerte? ¿Por qué nos
empeñamos tanto en sobrevivir a la vida? ¿Por qué rechaza-
mos la idea de desaparecer para siempre? ¿Será porque, en ese
caso, nos parece que no hemos existido realmente? ¿Será que
escribimos para compartirnos y cerciorarnos de que existimos?
¿Qué más da que existamos o no? ¿Por qué queremos ser tan
importantes, que generaciones futuras sepan quiénes fuimos
nosotros? ¿No sería más sensato escribir para el placer de los
contemporáneos? ¿Para ayudarles a pasar este ratito de vida
con entretenimiento y conocimiento?

Yo escribo porque escribir me hace sentir bien. Me calma.


Las cosas así de inútiles son todo lo que tenemos.

Después de la entrada anterior

Decía Nietzsche que «cuando uno tiene carácter, uno tam-


bién tiene unas experiencias típicas que ocurren una y otra
vez». Tal cual. Me pasa mucho, cosas que se repiten. Como lo
de empezar libretas y no terminarlas nunca. Como lo de em-
pezar diarios y dejar de llevar la fecha. Como lo de los hom-

271
bres. Esta es una verdad de esas que no hacen la vida más
llevadera, pero ayudan a aguantarse mejor a uno mismo. ¿Qué
hacer con el carácter de uno? Cuando hablo con mi familia
parece que existo, o más bien que ellos existen porque yo, lo
que es hablar, hablo poco, y ellos todo lo contrario. Quizá sea
que ellos no existen, y que los imagino yo para engañarme a
mí misma diciéndome que debo existir porque tengo padres.
Pero solo los oigo a veces por teléfono, que bien podrían ser
voces en mi cabeza.

¿Qué parte de lo que creo que recuerdo es cierto? ¿Quién me


puede asegurar nada? ¿Otras voces en el teléfono, palabras de
otros en el e-mail? Mucho más que aire que respirar, me hace
falta contacto, calor humano. Pierdo la noción de la realidad al
no tocarla. Por ejemplo este papel tiene tacto. Este bolígrafo.
El papel es rugoso y flexible, el bolígrafo es suave y sólido. No
son cosas que creo ver, o que creo oír, son cosas que puedo
tocar. No sé por qué el tacto me parece el menos engañoso de
los sentidos. El tacto y el sabor. El café está caliente y tiene
un delicioso toque a chocolate con leche, existe, y mi lengua
existe al saborearlo. ¿Por esto me gusta escribir en cafeterías?
¿Porque en esto sitios soy más consciente de mi existencia? El
tacto, el sabor, las palabras… ¿Es esta la prueba que necesito
para saber que existo?

272
∙∙∙

Ayer pensé, sin escribir nada. Pensé que me acordaría, pero


fue un error, porque no recuerdo nada de lo que pensé. Puedo
ver todo lo que vi, pero no lo que andaba dentro de mi cabeza.
Algo relacionado con la existencia, seguramente, últimamente
no pienso en otra cosa. ¿De la relación entre la (in)existencia
y la (in)visibilidad? Lo invisible existe a pesar de. Los cristales
de los escaparates. «De la transparencia a la invisibilidad, hay
un paso», pensó el cristal del escaparate, «y de la invisibilidad
a la inexistencia, apenas otro». Solo cuando se rompen parecen
que existen.

Ayer pensaba en darme la vuelta al mundo, y hoy pienso en


quedarme dos años más. Ambas cosas las pienso con la misma
seriedad, con la misma con la que cada mañana me digo que
será un buen día, que haré ejercicio, que haré algo, y todas las
tardes deseo matarme o matar a alguien, acabar con todo, con
la misma seriedad. No escribir me hace daño, pero también
cuando era más feliz no escribía nada. Esa es la mentira que
me he estado contando todos estos años. No escribía ficción,
pero ¿las cartas, el blog? Llevo un mes sin trabajar, inmersa en
tormentos personales, y no he descansado nada, ha sido un
doloroso cerco de fuego que cruzar. ¿Lo he cruzado? ¿Dónde
estoy ahora?

273
Una acción no es el comienzo de algo, sino de alguien. Pero
en mi caso, la acción de terminar una libreta solo significa que
empezaré otra. Y otra. Y otra. Es como menstruar. ¿Termi-
naré esta libreta al mismo tiempo que me bajará la regla? Es
luna nueva. Todas estas cosas me parecen llenas de inocencia.
Llevo demasiado tiempo encerrada en Calcuta y, sin embargo,
menstrúo. La naturaleza permanece en mí pero yo no la veo.
La ciudad me inunda.

274
Joana Sánchez
∙ España ∙

Feliz día del padre


3 de diciembre de 2015

—Papá, el martes es mi cumpleaños ¿qué me vas a regalar?

—¿Ha sido ya?

—No, la semana que viene…

—Ah, pues te puedo dar algo de dinero…

—No, no me des dinero, ¿podrías «regalarme» a Alberto?

(Me mira.)

—Alberto me gusta.

—Y a mí, papá.

Se lo he enviado por correo porque me ha parecido de lo


más tierno. Pero ya no contesta a mis correos. Simplemente ha
desaparecido de mi vida. Mi padre me produce ternura y mu-
cho amor. Estoy agotada. Por las noches es complicado dormir
porque a veces grita, esas pastillas no sé para qué sirven.

Hoy ha dado un paseo, hemos ido de la mano y despacito ha


bajado los ventiséis escalones y ha llegado a la portería.

Ha mirado al cielo entornando los ojos pero al rato ya quería


subir. Pero bien. Bien por él, y a mí también me ha sentado

277
bien un poco de aire.

17 de junio de 2017

Son casi las tres de la madrugada. Mi padre pelea contra la


muerte desde las once. He venido asustada y entera. Ahora le
observo en esta gélida habitación de hospital, muerto, pero con
respiración asistida. Gana él. No quiere dejar la vida. Parece
dormido. Con su pelo rubio, sus rizos y su torso atlético. Oigo
las máquinas de oxígeno.

Mi madre, a mi lado, rota por el dolor y el cansancio de cua-


tro años duerme apoyada en la pared. No quiere dejarlo solito.
Miro a mi padre y me dan ganas de acurrucarme a su lado. Y
que me diga pesada por pedirle más besos. Creo que no me lo
creo.

Quiero que esto acabe y, por otro lado, no. Que no se vaya.
Le he dicho te quiero cuatro veces al oído. Y le he llamado:
«Papá», y él ha levantado las cejas. Yo sí le dije te quiero mu-
chas veces.

6 de mayo de 2017

Noche en blanco. Ya no sé lo que significa dormir. Pero estoy

278
guapísima con mi pelo zanahoria, mi padre me dijo la primera
vez que lo vio: «Parece un pimiento», y me hizo reír.

Hoy quiero salir. Es sábado y ya no me acuerdo de bailar.

He duchado a papá, he limpiado el cuarto de baño y Esther,


que ha venido con mi hermano, me ha secado el pelo. Qué
sensación más buena. Ya no me acuerdo de lo que significa que
alguien cuide de mí.

Esther me ha dejado la primera parte de Guardianes de la


galaxia. Hace unos años jamás habría ido a ver una película de
este tipo, ahora agradezco que nos escapáramos al cine con los
descuentos, me entretuvo mucho. Pienso siempre en la frase de
Allen: «Me gustaría vivir en una película».

Estoy agotada. Esto de ser yo sola la cuidadora es demasiado.


Y no puedo y no debo caer enferma pero la puta alergia en el
cuello y en los ojos no se me va. Miguel dice que es el estrés.
Será, porque jamás he tenido alergia a nada.

15 de febrero de 2017

Hoy no me apetecía cambiar a mi padre. No tengo ganas de


hacer nada. Estoy cansada. Solo quiero hacer el vago por una

279
vez. Un día.

30 de enero de 2017

Nueve de la mañana. Visto a papá y le doy el desayuno, re-


cojo la ropa, ayudo a mamá, friego, barro y doblo la ropa. Me
voy a llevar a papá a dar un paseo. El paseo de hoy, regular. Él
no quería, y un tonto a las tres me dice desde la montaña por
dónde debía pasearlo y que tuviera cuidado. Dios… Me ha
puesto nerviosa la situación.

¿Ese hombre qué sabe? Hacemos las cosas tal y como nos
dice la fisioterapeuta y yo lo llevo bien agarrado, jamás se ha
caído. Yo no me meto en la vida de los demás. Estoy agotada.
12:43, voy a trabajar. Después de fregar me he tomado dos
cápsulas de amapola de California.

No entiendo a la gente que no tiene ni idea de lo que signi-


fica cuidar de una persona como mi padre. Me paso las veinti-
cuatro horas pegada a él como si fuera mi hijo. Ahora es como
mi niño pequeño, como el niño que no tengo y lo hago todo lo
mejor que puedo y viene este hombre a darme lecciones. Igual
he sido exagerada con él pero estoy al límite.

280
17 de enero de 2017

Hoy está nublado.

Ayer fue un día muy bueno. Bajé a dar un paseo y fui a casa
de Rachida. Hablamos mucho. Le di el regalo a la niña y des-
pués ella subió con fruta. Mis padres fueron a San Juan por la
mañana y yo he preparado la comida.

Algo ha hecho clic en mi cabeza y me siento animada y con


confianza.

Hablé con Valentín pero nada más. No podemos quedar. Él


dice que entiende mi situación porque trabaja en una residen-
cia, pero cuando termina el trabajo se marcha a casa. Yo no. Yo
paso veinticuatro horas con él. Mi madre tiene el brazo todavía
mal.

Yo soy quien lo mueve, quien lo limpia, quien lo cuida, quien


le canta… Pero él no es un extraño, es mi padre. No creo que
jamás quede con este chico y parece majo. En el fondo creo
que me da igual.

281
5 de noviembre de 2016

Hoy, por fin, he dormido bien. Sin ruido en los oídos, vértigo
o ansiedad. Estoy triste por mi padre y por salir tan poco. He
colocado la compra de Carrefour. Pero no quedo con Esther.
Ánimo. Es normal estar así. Adelante.

2017

Propósito de Año Nuevo: despertar a la mujer luchadora y


seguir con mi vida. No me la quiero perder.

Ayer noche tomé las doce uvas, me puse algo rojo y brindé
con Coca-Cola. J.Ángel me felicitó, creo que me gusta. Mi
padre se acostó aunque cuando no estaba enfermo tampoco le
gustaba esto de tomarse las uvas, pero mi madre ha preparado
dos platos para nosotras y hemos tratado de sonreír y de hacer
como si todo fuera normal.

Mañana iré con Esther a comprar los regalos de Reyes y lo


pasaremos bien. Con ella haciendo cualquier cosa me lo paso
genial. Antes también, pero ahora valoro más esos pequeños
momentos.

Tengo muy buenos amigos.

282
22 de junio de 2017

Son las cinco y media de la mañana. Mi padre se aferra a la


vida. Le he acariciado un millón de veces. Estoy a su lado. En
este hospital helado con personas con la profesionalidad en
el corazón. Le quiero. Ya no almorzaremos juntos. Ni habrá
paseos. Ni canciones. Solo queda esperar que al alba te vayas.
Y no sufras. Eso es amor.

25 de junio de 2017

Mi padre ha muerto. Ayer fue el funeral. Vinieron personas que


ni avisamos y que se habían enterado por otras. Le han visitado en
el hospital donde ha permanecido siete u ocho días. Hemos pasado la
noche con él. En mi caso, le he cantado, le he puesto música y chistes
de Gila.

Algo poderoso nació en mí cuando él comenzó a convertirse en


un ser dependiente, cuanto más grande era su debilidad física, más
grande la fortaleza mental mía.

Estoy entera. Orgullosa de mi labor. Orgullosa de mi madre, de


mi tía, de Esther, de mi hermano y de todos los que nos han acom-
pañado en este viaje.

Ley de vida: las personas mueren, lo sé. Pero, a pesar de ello, el

283
amor y el buen ambiente que hubo (dentro de la tristeza) me hizo
comprender y creer aún más en la importancia de llevarte lo mejor
posible con tus semejantes y admirar la entrega sin esperar nada a
cambio.

Mi padre era «raro» como tú. No le gustaban los actos sociales. No


creo que estuviera a gusto en su funeral y yo traté de que todo fuera
como a él le hubiese gustado.

Nada más.

Le quiero. Le querré y he aprendido mucho de esta experiencia.


Sobre todo a dejar el rencor atrás y la importancia de ser cuidadora.

Cuídate y sigue escondido.

Joana

Le he mandado este correo a Alberto, ¿para qué? No lo sé.


Lleva tanto tiempo desaparecido que mis palabras se quedarán
ahí flotando en la red de redes pero debía hacerlo. Me salió
del alma. Ahora el haber roto con él y tantos problemas me
parecen una estupidez. Todo el mundo me dice que soy fuerte,

284
que estuve muy entera tanto en el hospital como en los días
posteriores.

La gente, incluso la buena gente, no sabe lo que tengo por


dentro.

285
Priscila Vallone
∙ Argentina ∙

Sin título
Nota de diario XIV

Cuando aparece una estela anaranjada asomando por la ven-


tana. Cuando la tibieza del cielo tiñéndose de azul a dorado
te moja las piernas. Cuando el borde de la piel pierde su carne
para ser momento. Plenitud. Contemplación. Cuando salir de
la cama no es más motivo que quedarse en ella. Cuando todo
este momento se vuelve en un segundo y sin aviso tristeza sin
sentido. Y el cuerpo paréntesis pregunta silencio. Intimidad.
Calma etérea. A veces los ojos hundidos en la nuca. A ve-
ces amanecer sin pausa. Qué es pensar cuando no hay pausa.
Cuando la razón se dobla a la mitad de su mitad y se desen-
vuelve en otro espacio paralelo —donde te ves— anochecien-
do. Haciendo eco. Desmenuzando entre sol y sol cada partícu-
la de ausencia. De luz para que no se vaya. A veces anochecer
en pausa. Donde todo está quieto menos la huida interna.
Querer salirse por los bordes y rebalsarse de presencia. Crear
un yo múltiple y permeable que no sepa ya qué es. Dejar algo
móvil en su deriva. A veces corporizar la nada. Otras hacer del
cuerpo un verbo. Desintegrar un espacio y luego otro hasta
configurar este universo: donde el sol que aún no nace moja los
labios y la espalda. Donde ya/no/hay/ca(l)ma de donde entrar
o salir. Donde no hay motivo ni razón aparente. Donde no hay
espacio posible salvo aquel del que te querés ir.

289
Nota de diario XII

(Te oía ir de una habitación a otra. Paso por paso hacías


puente de un tiempo a otro. A cada sonido una huella y cada
huella un barro. Para secar. Para encontrar endurecido en mi-
tad de la noche. Y pensar quién estuvo allí acumulando pre-
sencia sin agotar sus símbolos. Cuántos pasos han sonado. Así
de espeso es el tiempo. De ayer a hoy, veinticinco pasos. Cada
uno encontrándose con el sonido de los pasos de la noche an-
terior. El tiempo es un eco que multiplica la huella. Desata los
cuerpos del barro y los vincula a los cuerpos que vienen detrás.
La presencia es un símbolo y el tiempo un recurso. Una cuali-
dad maleable donde depositar cada esencia. Todas las posibili-
dades de hacer barro o hacer hueco. De hoy a hoy, doce pasos.
Paso por paso te oía marcando tu existencia. De un tiempo
a otro camino huellas hasta encontrar su sonido. Voy de una
habitación a otra contando pasos para preguntarme cuántos
son los míos y cuántos pasos ha sonado mi otro cuerpo que
viene detrás.)

Sobre el suicidio

(A veces me siento al borde del balcón como si estuviera al

290
borde del universo. Me pregunto cosas que me anulan. Me
reducen lo concreto para ampliar el vacío en el que toda vida
es un abismo. Por qué esto me genera una nostalgia sin fuerza.
Por qué miro con atención. Por qué bailo. Por qué compongo
imagen. Por qué coreografío. Fotografío. Por qué me pregunto.
Indago. Por qué cuestiono. Dudo. Por qué nunca estoy a la al-
tura. Por qué siento tanto. Por qué me parece poco. Cuál es la
búsqueda. Qué sigo. Hacia dónde. Por qué voy. Por qué vuelvo.
Cuánto hay de real en lo que decido. Qué propone lo que digo.
Lo que callo. Lo que hago, lo que no hago. Cuánto modi-
fica. Cuántas veces tiemblo. Cuánto el tiempo que merezco.
Por qué lloro cuando está todo perdido. Cuando encuentro
sentido. Cuando el horizonte se vuelve piel. Cuando recuerdo.
Cuando amo. Por qué quiero germinar amor y hacer raíz en
la vida del otro. Por qué me empeño en guardar la experiencia
en el cuerpo y así revivir desde cada órgano, cada pelo erizado,
cada hueso. Por qué quiero escuchar aquello más allá de lo que
se dice. Por qué la densidad del silencio. Por qué me importa
la mirada. Por qué el vínculo. Por qué deseo. Por qué pregun-
tarme dónde es casa en lugar de cuándo. Por qué me siento
inerte. Pausada. Fuera de eje. De lugar, de tiempo, de espacio.
Dónde estoy cuando me ausento. Por qué me cuesta. Por qué
quiero dejar ir a la vez que quiero que se quede. Por qué quiero.
Cuándo termina. Cuánto fue. Por qué no me pregunto cuánto
será. Cuánto dura la permanencia. Por qué mi despedida frágil.

291
Por qué el hastío. Por qué a veces la sombra de mi sombra. Por
qué la moral. La culpa. Discernir entre lo que uno haría y eso
que uno haría si no fuera uno. Por qué esta construcción y no
otra. Por qué el dolor como la carne propia. Por qué si no escri-
bo cada cosa significativa siento que se pierde, que pesa tanto
en el mundo que lo merece, que si no lo hago estoy en falta. Y
me falta. Siempre estoy en falta. Dónde reside la sensación de
estar completo. Qué llena un cuerpo. ¿Es la vida una búsqueda
infinita? ¿Puedo dejar que la existencia transcurra como un
tránsito en su tiempo? ¿Qué hay después de alguna respues-
ta? Qué es seguir. Qué es parar. Se termina cuando muero. O
cuando dejo de hacer.

De pensar.)

Amanecer en vigilia

(Cinco horas. Ese es el tiempo que duerme mi cuerpo. Mi


cuerpo como si no fuera yo, a las cinco horas de sueño me
despierta.

Desde que tengo catorce duermo al reverso del sueño, me


pasaba la noche leyendo y luego me dormía en la escuela; el

292
último año me dejaban dormir en enfermería.

De a cinco horas voy durmiendo en el día, y si quiere dormir


por la tarde mi madrugada es desvelo. Una vez de dieciocho a
veintitrés. Luego de once a dieciséis. Anoche logré dormirlo a
las dos. Hace diez minutos me despertó. Mi cuerpo como si no
fuera yo, como si todavía el día manejando mi naturaleza me
llevara aquí o allá. Sueño cosas.

Sufro de múltiples parálisis. A veces me ahogo, a veces lo-


gro gritar. Controlo algunos sueños, algunos fragmentos de
sueños. Sueño cómo pasó alguna cosa o pasará. Sueño en otro
tiempo, doblemente denso, en el que el yo se ve desfasado en el
espacio. Sueño con los muertos donde tienen voz. Sueño cosas
que no son sueños.

Despierto. Como quien me abriera los ojos al día hipnotiza-


da. La mañana gris entre las sábanas. Buen día cuerpo. Buen
día otra voluntad.)

Retrato de un insomonio

(Me quedé despierta hasta las diez de la mañana. Me quedé

293
dos horas mirando a la nada. Mis ojos se caían, mi mente per-
manecía plana, inerte. La habitación del todo gris y la lluvia
azotándose en la ventana. Me quedé ingenuamente esperando
algo parecido a la poesía.

Así yo no hubiera estado ahí, así ninguna cosa hubiera esta-


do, la poesía igual estaba empujando desde el subsuelo, obli-
gando su existencia, siendo la fuerza cuya consecuencia es el
mundo. Contemplar es una forma de estar en la vida y escribir
es una forma de mediarla: el estado de poesía es un oasis en el
tiempo. O es el hueso ardido. O es la médula del espíritu. O la
pupila penetrando el espacio de la nada. O el tiempo mismo, o
quizá no es nada que se le parezca. Pero es. Y es anterior: anti-
cipa el universo: cada fruto-atmósfera-destino: ¿cuántas horas
tiene un cuerpo hasta quebrar su piel helada?

Me quedé quieta y no encontré nada. De tan inmóvil en mi


oído agudo un golpeteo resonaba. Era mi sangre en estado de
ebullición. Era mi cuerpo que me encontraba.)

Nota de diario XI

Yo tenía un hermano físico, de huesitos largos y poca carne.

294
Hoy venía por la ruta cuando de repente tuve que bajar la velo-
cidad: dos nenes se me cruzaron, tranquilos, mirando para un
solo lado, que era el contrario al que venía yo. Tendrían diez
años, uno cruzaba con una bicicleta a su lado. Recién cuando
pisaron la vereda, sentí que mis latidos se calmaban y un ali-
vio profundo de existencia. Los vi alejarse como un cuchillo
atravesándome lentamente el pecho, hasta perderse entre las
casas. En cuestión de segundos imaginé mi vida si mi hermano
físico hubiera tenido ese tiempo, si hubiera sucedido tal cual
sucedía ahora. Y en lo que duró mi llanto incontrolable que se
llevó toda mi fuerza, sentí cómo yo dejaba de existir, nublada,
intermitente. Yo tenía un hermano físico, que también cruzó
una calle pero dejó de ser. Ahora tengo un hermano etéreo que
me desafía a percibir su luz. La imagen de estos niños se repite
en mi mente sin que pueda frenarla. Sin que pueda dejar de
pensar mi vida ahora si él hubiera llegado a pisar la vereda.

Sobre la conducta y el cementerio

(Llego al cementerio y no sé por qué estoy ahí. Por qué este


sentir que le debo una visita a los muertos. Como si ellos pu-
dieran sentirlo, llego visitándolos a todos. Me acompañan en
mi camino recto hacia el fondo y luego a la derecha. Saludo a

295
Belén y le pido permiso para sentarme en su banquito. Lo más
perturbador del cementerio es la quietud. Cada tanto un so-
plo hace resonar campanitas en el silencio. Y otra vez quietud.
Algunos adornos que se mueven dentro de los lechos como si
quisiéramos que externamente la quietud no alcanzara nun-
ca a nuestros muertos. Yo presencio breves minutos de esta
quietud. Imagino este estado en permanencia cuando no hay
nadie para atestiguarlo. El cementerio solo, sus campanitas,
adornitos que se mueven, el sol posándose siempre sobre los
mismos muertos, mi hermano tiene poco sol pero él no se da
cuenta. No sé realmente qué mirar. Cómo mirarlo. Hay cosas
que estaban en mi casa y ahora están acá. Tengo fragmentos
de memorias, imágenes que no sé cómo contener. Acá parece
que las cosas y la vida se aíslan de su contexto. Es la sensación
de un tiempo detenido, de todo aquello que no transcurre. El
cementerio se me aparece como un vacío que venimos a llenar
de incertidumbre y espera. De memoria y lágrima. Del gesto
que nos lleva a revivir brevemente el último lugar al que cedi-
mos a nuestros muertos. Y cuando nos vamos, el cementerio
también se nos viene dentro.)

Nota de diario III

296
18 de junio de 2014, 3:45

Llevamos lo que traemos. Ahora puedo imaginar un lugar


luminoso. Donde hay un contorno visible y amorfo que se
llena de nuestra esencia. Imagino que seremos recibidos con
amor. Quizá hay un amor que aún desconocemos, doblemen-
te profundo, oscuro al punto de no distinguir ninguna forma,
sombra, detalle. Si hay un tránsito, quizá nos lo dé. Y todos
nuestros viajes sean para recibirnos del otro lado y recibir lo
que traemos. Donde permanezcamos, llevaremos nuestra cru-
deza. Cada una y en sí mismas las esencias se sofocan y dis-
persan. Hay un subsuelo para todas las existencias que no nos
contienen. Y quizá también haya un amor inimaginable. Una
fuerza que late ad infinitum. En los que están acá y en los
que están allá. Donde el estado de todas las cosas convergen,
donde se vinculan nuestros tiempos y personas. De ahí algo
me tira del sueño y me exige que entienda: no hay nada que
simplemente desaparezca ni nada que pueda desprenderse de
tal amor. Los lugares luminosos que imaginamos son lo que
traemos. Ahora concibo este vaivén de universo. Que nos lleve.
A habitarlos.

297
Sol Iametti
∙ Argentina ∙

La canción de la ternura
El ejercicio inequívoco de la poesía,
la palabra como antídoto.
Bostezo de desvelo que acaricia la piel
mientras todo lo mío se hace tuyo, y desvanece.
El temblor cachorro que avanza,
abriendo un espacio donde todo se hace música.

Marzo de 2015

Yo canto a través de los muros

«Por la fisura yo murmuro.»

—Julio Miranda

∙∙∙

Hay algo que puedo asegurar: de todos mis pasados insolen-


tes, he aprendido.

∙∙∙

Soy una ciudad invisible de atardeceres de fuego, un murmu-


llo vital; una extremidad fantasma de amor y poesía, de magma
y palabras, que trasciende del papel a la bocanada del mundo.

∙∙∙

301
Yo canto a través de los muros.

Junio de 2015

Hubo un otoño.

Viernes.

Ha salido el sol, pero no sé la hora exacta en la que escribo.


Se ha caído el reloj de la mesa, se ha quebrado el cristal, se ha
perdido el minutero: atisbo de revolución contra el tiempo.
Encuentro el espacio azul que va de la causalidad hasta mí
misma y avanzo. Color que cae como el agua, y lluvia. Color
que cae. Augurio que avanza como el sol sobre el otoño. Hubo,
extenso, alguna vez.

Julio de 2015

Corazón de pájaro

I.

Soy el lugar que se mueve en las ciudades; las notas en inglés


abandonadas en París; el llanto en Sacre Coeur. Los hospitales
a las tres de la mañana.

302
II.

Escribiré poemas en inglés y en francés austero y los sembra-


ré en cada puente; o no, transcribiré la poesía y me despojaré
de setenta y nueve secretos a la vez.

III.

Me regalaré un cielo de nostalgia.

Octubre de 2015

El significado de todas las cosas

Busco con la poesía aromar el aire al borde de una infinidad


sostenida.

Por ejemplo, decir: en dónde fuimos.

Por ejemplo: esconder la herida.

Por ejemplo: un lugar al que llamar hogar.

Hay una presencia que mora en la canción del retorno, quie-


ro decir,

la canción de las cosas ansiosas de ser que se repite una y otra

303
vez, incesantemente sin puntos ni pausas,

como manos lluviosas de prosa,

como boca viva en la que nace la poesía.

Noviembre 2015

Rastro de existencia

Te digo: «¿Cuánto pesa el cuerpo de un hombre sobre una


mujer?»

—Hagamos silencio para oír el sonido del mar —respondes


con los ojos cerrados y una mano en el pecho.

Cierro los ojos y siento cómo nos vamos convirtiendo en el


rumor de las ciudades que hemos visitado; la infancia que he-
mos transitado, algunos días cabizbajos y otros con la certeza
de que todo iba a cambiar para mejor.

Al abrir los ojos te digo: «¿Existe una salida para todo lo que
hemos aprendido, para las creencias y las medidas de caución?»

—Sí. Oye el sonido del mar. El mar ES. Aquí está la res-
puesta.

304
Te miro confundida porque todavía estoy aprehendiendo los
movimientos del mundo y el ritmo lunar. Y aun así poso una
mano en mi pecho, cierro los ojos y me imagino en la orilla.
Repito la frase hacia adentro: «EL MAR ES». Repito la frase
y luego mi nombre.

Te pido: «Pregúntame cuánto pesa el cuerpo de un hombre


sobre una mujer».

—¿Cuánto pesa el cuerpo de un hombre sobre una mujer?

—El mar.

Diciembre de 2015

Oración sin pausa

«Cada día tu nombre fue mi oración sin pausa. En el princi-


pio dije y luego dije y dije. Mi voz golpeando contra el silencio
helado.»

—Florencia Walfisch

Te escribo desde la anulación de la distancia y los relojes,


desde su ausencia. Escribo el silencio de fronteras que, inmi-

305
nentemente, constituye la voz del poema.

Abril de 2016

Frontera

Sentir que entre lo que era y lo que soy hay un renglón de


distancia.

Mayo de 2016

La noche eterna

«En el centro de todo está el poema / intacto sol / ineludible


noche.»

—Blanca Varela

Hoy el amor tuvo rostro de fusión entre la tierra y el cielo; la


inmensidad del cuarto oscuro de una ciudad ardida, de presa-
gio de invierno, de pulsión y de vértigo. Ventana al vacío; signo
de miedo que suscita la vida, margen que me acerca al amor.

Una voz blanca me dice: hay que saber elegir con quién es-
perar a que rompan las olas; hay que saber esperar por quién

306
dejarse empapar.

Estremecimiento y placer del corazón que busca. El viento


de la costa me trae recuerdos de un índice posándose en los
surcos de mi boca como dócil jilguero, hoja de otoño que cae
sobre su lecho familiar.

Me digo a mí misma: «No es fácil escribir una pulsión, pero


no liberarla es agonía secreta». La intimidad golpea las puertas
de la jaula para salir a jugar, contigo, conmigo, con la sombra
de nosotros.

Te escribo erótica, danzando sobre la tumba de la hija, col-


mada de acordes salvajes, y el hambre perpetuo de rebalsar
como garganta del Nilo. En las tinieblas del Mar estallan mis
átomos en estrellas indómitas. Las estrellas no duermen.

Escribo agitada con las piernas cruzadas para frenar la ca-


dencia de los ecos de tu cuerpo, pero las palabras y la tinta
no me dejan mentir. Escribir es responder a un llamado a la
acción. Escribir es intentar la libertad en mí misma.

307
Junio de 2016

Ebria de aire

«Hasta la raíz», repito hacia adentro con los ojos cerrados,


con la súbita intención del océano. Voy, ebria de aire, como
Emily Dickinson.

Tuve que viajar a la raíz para entender-me. Tuve que virar la


mirada hacia mi tierra natal para aprender a aprehender, como
quien mira su tórax y se abre al medio con voracidad en las
manos para ver de qué está hecho.

Pienso en mis padres. Comprensión honda de los hechos:


hicieron lo que pudieron con lo que aprendieron.

Asimilar. Agradecer. Aceptar.

Padre, madre: me estoy haciendo mujer.

Escribo la voluntad, la dicha.

Escribo mi propia forma de consumación.

Junio de 2016

Estremecimiento del corazón que busca

308
Voy a nombrar todo lo que ha logrado filtrarse por debajo de
mi piel para darle identidad a este miedo de dejarme querer.
Todo lo que sucede nos excede. Todo lo que sucede es parte de
lo que somos. Todo lo que fuimos es parte de este aprendizaje
de ser.

Me hago testigo de mi propia religión: renacer siempre. En


mi capacidad de renacer está mi libertad. Pero el renacimiento
no sabe de ciudades. Sabe de serpientes que vibran en el cuer-
po, experiencias que se filtran por debajo de la piel.

Lo siento mucho, bonita: la vieja voz debe morir para habitar


una nueva… Para no temerle a la raíz.

Estoy en plena revolución contra mí misma.

He iniciado una búsqueda: encontrar la melodía del temblor


que me posee. Estoy cambiando de piel

len

ta

mente.

309
Julio de 2016

Madre

La capacidad de crear. La capacidad de traerme al mundo.

310
Laire Sur
∙ España ∙

Sin título
Último día de mayo de 2017

Freiburg

Ayer salí al balcón y me quedé en paz

contemplando el tenue olor a vida,

lo ligero,

la oscuridad que se pierde en el puntito de un cigarrillo por


allá, de una cocina, de mi vela. De mi paz.

Los sonidos de la noche me traen recuerdos a los que no sé


poner nombre.

Solo sé que es la mezcla del olor, la temperatura y esos ruidi-


tos de que el día ya quiere descansar.

En momentos así pienso en la gente que amo, en su extraña-


miento, en la fortuna.

En estas cosas tan del alma.

Me beso la palma de la mano para saber la dirección a casa.

313
4 de agosto de 2017

Un cuarto de infancia

Escapan de mí. Todos estos alientos de mujer. Mujer sexual.


Cuerpo de mujer sexual. Todos estos alientos de cuerpo de
mujer sexual me embadurnan el interior. No puedo pararme
y reflexionarlos: se me dobla el físico y me hace trizas; se me
apelmazan los nervios y me despistan. Ni siquiera está siendo
fácil escribir estas palabras. Es como si me sintiera lejana a la
escritura, así, de repente, por mis migrañas, mi dolor de vientre
y mi extrañamiento (y vértigo).

Tengo unas fantasías agotadoras.

Quiero devorarlos y que me devoren. Hay un ritmo que no


puedo frenar. Un sexo continuo palpitándome en el pecho. Y
yo disimulo. Nadie sería capaz de descubrir este deseo de fue-
go con tan solo mirarme a los ojos. Hay que escarbar más. Me
muero en acentos. Mi fantasía, sí, se llega a morir en acentos
de otras bocas. En los labios hablando con el tono del origen,
de la raíz. Quiero besar los acentos porque eso supone crear un
hilo de coherencia entre mi mundo interno y la saliva.

¿Dónde está la incongruencia entre un único amor y tantos


sexos?

314
5 de agosto de 2017

Nos reconocemos en el dolor

Ayer me desmayé por ser fértil. Quiero decir, que un dolor


punzante me recordó que era mujer y mi cuerpo decidió per-
der el conocimiento por ello.

Al cobrar el conocimiento me miré las manos, deseaba con


todas mis fuerzas que mi muerte de tres segundos no se debie-
ra a mi cuerpo de mujer. Pero lo dijo la médico:

«¿Sospechas de embarazo?», y palpaba mi vientre.

«¿Tienes sangrado regular?», y acariciaba mi vientre.

«¿Tomas anticonceptivos?», deseaba que parara de aprisionar


mi vientre.

Volver a la consciencia fue como desahogarme del mar.

Siempre he tenido un poco de miedo al agua pero nunca lo


digo muy alto. Despertar después de tres segundos fue como
escupir agua salada y encontrarme a mis padres tirados en la
arena. Gritando.

315
20 de agosto de 2017

Barrio de Barracas, Buenos Aires

Por fin. La primera sensación de enormidad. La vista hacia


arriba. El cosmos.

Buenos Aires es magnética.

En estos días me he dado cuenta de que:

Uno: ahora necesitaría besar unos labios lentos (ya dema-


siado deprisa voy yo como para encontrar un amor que lleve
deportivas).

Dos: no he comprado naranjas para el zumo (y eso me hace


débil en una ciudad tan exigente).

Tres: mi relación con el deseo es irracional, pasional, impul-


siva, errante (y, eh, no me pasa solo a mí, sino a la inmensa
mayoría).

Cuatro: tomo decisiones en relación a lo anterior (a mi re-


lación con el deseo, digo) y esto me da la vida (a veces me la
quita) y ansiedad y salud. Y vida, otra vez.

316
Y cinco: hace mucho que no escribo. Hace mucho que no
puedo soltarlo todo. Y así lo siento: todo lo que hay dentro
de mí está apelmazado en mi cerebro. Sin embargo, hoy me
he puesto música y he mirado al techo. Y en ese momento de
quietud he sido niña.

23 de agosto de 2017

Me siento en la calle que lleva el nombre de mis destrozos.


Hay bullicio y nunca antes en la ciudad de M lo hubo. Sin em-
bargo pienso en ella a tantos ratos. Aun consciente de mi idea-
lización, me evoca momentos dulces. Dejo atrás los tiranos.

Creo que no escribo por esto: la no concentración.

El cúmulo de tantas tantísimas cosas pululando.

Cambio de humor ya no solo de la noche a la mañana, sino


de hora a hora.

Tengo deseos de tantas cosas mezcladas, frustraciones de


tanto, amores, a su vez, por la enormidad y lo chiquito.

Creo que no escribo por esto: el no encontrar un espacio que


me satisfaga definitivamente; también por la búsqueda insa-

317
ciable por un compromiso real que no llega o al que no logro
acceder.

Amo ser pájaro pero a veces siento que pierdo de vista mi-
rarme más fuerte.

Ayer Martín me dijo que él considera importante el tener


tanto ramaje expuesto,

pero a veces yo siento que me quedo enredada,

enredada,

enredada.

25 de agosto de 2017

Era mañana gris (sin ser gris de verdad). Ambos con las ca-
bezas en la almohada, escuchando los pájaros, el bajo, su voz
amiga. Unos instantes de muerte para resucitarnos el uno al
otro.

Me había contado tanto la noche anterior; pequeñas confe-


siones que suele hacer a gritos pero que ahí compartía conmi-
go, en susurros.

318
Le configura, le hace, le rehace. Algo impensable y que llega
como una verdad insalvable.

Al besarle le traigo hacia mis límites, le hago comprensible


porque toco su boca con mi boca, y entonces aparece el len-
guaje que hasta ese momento estuvo dormido.

Una habitación vieja en San Telmo; dos Kid Casino tumba-


dos, mirándose y con unos deseos de traducción que se nutren.

3 de septiembre de 2017

Septiembre llega. Arrebatador, como tantas veces. Casi como


siempre. Siento que desde hace días no piso la casa: no me piso
a mí misma. No me piso. Me corté el pelo, fuerte, con rabia,
con las palomas blancas volando a mi alrededor. Dije adiós.
Dije adiós a una de las palomas más puras que jamás me ha
acompañado. Pura, pero con el ala rota junto a mí. Creo que es
mejor que eche a volar y conozca nuevos continentes.

Todo pasa rápido, cambia, se reconvierte, lo autóctono ya no


lo es, mi geografía (geopoética, leí a Marina) ya no es la misma.
Me reinvento en cada lugar, cada abrazo, cada una de las zan-
cadas que decido tomar.

319
Así empieza septiembre, tan frenético como la ciudad que
habito.

3 de octubre de 2017

Ahora tengo miedo a salir de casa. Ayer, sin avisar, la parte


más de adentro, más del rayo, recogió la tormenta del sábado
y la sembró en mi útero. Quedé muerta por unas horas. Qué
personal es el dolor, tan íntimo e inverbalizable. Se agolpa y
deja grietas por donde se apelmaza de nuevo. El dolor trans-
curre sin prisa y disfruta del paseo.

Ayer morí —tuve esa sensación de pisar mis pasos como si


estuviera toda entera descalza, del corazón a los pies—. Un
frío soberbio mordiéndome y arrancando de cuajo cualquier
calidad y salud de mi cuerpo. «Esto por ser mujer», me decía el
frío. «Esto por tener senos», me decía el dolor. Y yo no podía
parar de refugiar el lugar en donde criaturas podrían, si me
dejase, encontrarse con la vida.

Si no hubiera sido por la presencia de M, el dolor se habría


apoderado, junto al miedo, de toda mi virtud vital. Es difícil
de explicar cuando estás metida en el enredo, nadie es capaz
de palpar dedo a dedo cada víscera de nervios que te hace sa-
cudirte.

320
Le expliqué la diferencia entre temblar y tiritar en español.
Me la inventé. Siempre entendí que tiritar involucra una con-
cepción más enferma, más caótica. Mientras, él me contaba
historias de acampadas y paredes para escalar. Mientras, me
besaba cada oreja, cada comisura, cada cuello, cada gemido. Se
quedó ahí. Me preparó toallas en agua caliente para mi vien-
tre. Y me besó. Se quedó allí. Me puso música. Blue boy. Ese
es él. Un chico azul. Hizo que la tarde fuera pasando sin que
yo tuviera una mirada obsesiva en mi dolor. El dolor, al final,
decidió marcharse.

Nos dormimos sin separar los labios.

8 de octubre de 2017

Hablar con Juana, dos años después, muchas vidas vividas en


esos dos años, en la plaza Dorrego en san Telmo, con dos latas
de Brahma, un cigarro y dos chicos que esperan a que el señor
termine de recoger su puesto para ayudarle.

Dos años después, hablar con Juana supone un cubo de agua


fría sobre la cabeza, y un descomponerse y recomponerse de
ideas, estados, futuros y viajes.

Me pregunto sobre mi lugar constantemente, también sobre

321
mi lucha.

¿Quién soy? Siempre estoy entre unos y otros, vagando como


un agua de lago recién nacido.

∙∙∙

Otra vez, la relación con el dolor:

esa verdad insalvable.

26 de octubre de 2017

Buenos Aires

Ahora más que nunca quiero abrazar a todas las mujeres.


Agarrarme a su ombligo y descifrarles el camino más certero.
Quiero hablar de ese nacimiento y no de la decisión mortal del
no-derecho. Eso me entristece.

Mamá se ha portado tan bien estos días.

Hemos hablado del fuego muchas veces. Solo con mirarnos.

Y al decir adiós, por enésima vez, me ha abrazado con forma

322
de nido.

¿Merezco todo esto? ¿Merezco toda esta paz? ¿Todas las pa-
lomas? ¿Todo el azul de mar concentrado en dos ojos? ¿Me-
rezco esta sabiduría de las manos amigas? ¿Merezco el faro de
camino a casa, de camino al sí?

323
Ana María Trujillo
∙ Colombia ∙

Sin título
Mayo de 2011

Varada en algún lugar remoto entre Francia y Bélgica, acom-


pañada por la voz metálica de Leonard Cohen, de golpe enten-
diéndolo todo. Pero no, no de golpe. Entender nunca ha sido
el problema. El problema es esa masa pegajosa adentro, ese
revuelto de decepción, rabia, indiferencia y hastío. Un corazón
no partido, entero, sano, latiendo. La ausencia de sorpresa.

Hay que volver a acomodarse. Hay que limpiar, arrojar lejos


los objetos en desuso, arrancar la postalita obsoleta, silenciar la
mentira tantas veces repetida, sacar las esquirlas de memoria
que ya no sirven para construir nada nuevo.

No tengo dolor ni pena, no me decepciono de la vida, pero


no escapo de la sensación de extrañeza. Como si despertara
en una casa ajena donde los retratos y los espejos ya no me
reflejan. De golpe sé que nada sirve salvo la tranquilidad y la
fuerza. Que la masa pegajosa se hará moldeable. Que este tren
retomará su curso y pronto estaré de nuevo entre canales y
callecitas que huelen a marihuana, pensando en mis caminos
recorridos, en mi buena suerte, en los nuevos comienzos.

30 de junio de 2011

¿Qué pasaría con esos días muertos si de antemano supiéra-

327
mos que los vamos a olvidar?

¿Qué hace a un día memorable? ¿Qué nos hace sacar la cá-


mara, la filmadora, el lápiz?

Hoy ha sido un día mío. De mi (des)memoria depende. Con


nadie lo puedo realmente compartir. A nadie le consta. A na-
die le pertenece como a mí que escribo hoy, en el jardin de ville
de Montpellier, que me veo impelida a escribirlo para que sea
un llamado futuro a este aquí y ahora, sentada sobre una piedra
y con una leve molestia en el culo.

27 de septiembre de 2011

Confirmo una sospecha de momento crucial, revolución de


sí: lo que veo y lo que vivo ahora que he vuelto se queda corto.
Podría ser capricho. Hoy amanecí melancólica, muchas veces
me dejo ganar por sentimientos estúpidos. Pero me paré e hice
cosas. Y la vida siguió. Y mañana se supone que debo prepa-
rarme a celebrarme, a que me celebren. Al desfile anual de
caras conocidas. ¿Una que otra sorpresa? ¿Alegría? ¿Nostalgia?
Hace un año exactamente pasaba mi primera noche en París.
Quisiera recordarla, aunque no fue nada memorable. La sen-
sación sí. K. El apartamento.

328
Un año.

Quiero irme a Cali. Quiero vidas posibles. Quiero un ta-


lento. Recordar esas frases cortas, contundentes, de la pelícu-
la-nostalgia en blanco y negro. No, nostalgia no. Melancolía.
Ingenuidad, omnipotencia e impotencia a la vez. Rara combi-
nación, tan bien lograda. Caminatas anónimas por callecitas
sin nombre. La insolente belleza de la juventud, la bella inso-
lencia juvenil. 1968. 1969. La contestación. El egoísmo. Las
transmutaciones por el humo. Los cómplices. La derrota del
idealismo. Toi, tu es dans la vie. Moi, je cours après. Perderse a
través de una pantalla en esa vida que una vez viví. Ahuyentar
la certeza de incompatibilidad, de desencuentro. Sincronizar
el marasmo interno y la materia, encontrar las imágenes, las
palabras adecuadas.

Con uno mismo basta. Transformaciones inagotables. Y sin


embargo se esperaría que cada hoy, que cada ahora, tuviese
más que ofrecer. Que no hubiese tantos presentes muertos.

2013

Entender que los amores no se repiten y son bendiciones.


Aprender a celebrarlos. Realmente lo quiero. Todos esos y esas
con quienes hemos jugado a vibrar presentes y fraguar futuros,
sin saberlo, nos van impulsando hacia amores nuevos. Y los

329
amores no deberían repelerse, sino celebrarse.

2015

Nuestro mal generacional es la impaciencia.

7 de mayo de 2016

Noche. Casi las diez. Ay vida, vida. Euforias y tempestades,


unas enmascaran a las otras. La ola golpea hacia ambos lados.
¿Se puede vivir así? Creo entender por qué la gente prefiere
la medianía, los contratos con todo y la letra pequeña. Com-
prendo también de dónde salen los que recurren a un revólver,
incluso los que desdoblan la intensidad de sus tormentas y las
hacen sevicia. El voltaje es voltaje. El amor y el odio tienen una
misma base: ese yo, esa afirmación de estar vivo y de tomar esa
vida en las manos.

10 de mayo

Hago muchas pausas entre líneas. Hablo con amigos. Me


desbordo. Como galletas. Me pongo a imaginar cosas. La vida
retoma un curso entre los extremos del bien y del malestar. Me
enfoco, o lo intento. La marea calma deja escapar una que otra
ola, esas como rebeldes y solitarias que salen de la nada e igual

330
se hacen espuma. Ahora que he podido expresarme, descanso.
Ahora que no hay otro camino que seguir, sigo. Es extraño,
pero hay algo bello en esta tristeza cuando uno la deja ser,
cuando la suelta, porque se comprende que hay un dolor y una
intención genuina que la producen, no hechos malintenciona-
dos sino la consciencia de un deseo que no se corresponde al
momento, de una historia posible que se resiste a suceder se-
gún expectativas. Tiene más fuerza que los lugares comunes, es
la vida. Dará vueltas, se silenciará, nos explotará en las manos.
Todo eso, o nada, o algo más: algo que aún no tiene nombre.

Yo tengo un nombre: Ana María Trujillo Ordóñez. Tengo


una abuela, padre y madre, hermano y hermana, sobrina y so-
brinos. Tengo buenos amigos. Tengo a Mano, el perro. Tengo
suerte, o algo que se le parece. Un desenvolvimiento en varios
campos sin enormes obstáculos o fuerzas en contra. Yo soy la
fuerza que más se me opone. A veces me hago nudo. He sido
cruel, desconsiderada, injusta. He sido dulce, colaborativa, dis-
puesta. Hoy hago conscientes dos pulsiones: una intelectual,
expansiva; una emocional, intensa, profunda. No las controlo
del todo, pero quizá pueda intentarlo. Intentar comprender sin
juzgar, sin suponer ni erigir verdades. Intentar sentir y experi-
mentarlo todo sin desbocarme, sin hundirme.

331
22 de mayo

Es que no hay nada nuevo por decir. La gran virtud es darse


cuenta de eso más temprano que tarde. Quitarse de encima
pretensiones, un oficio de pocos en el mundo que funciona a
punta de eso. A la vez, qué más da, uno vive su personaje. En-
tonces deslizo una carta en una mochila, como tentando una
historia, y hablo empoderada de experiencias, y el valor real en
juego, casi siempre, es el de seducción.

Soy mis vaivenes, mis amores y odios. Ambos existen en la


misma cuerda. Yo voy afinando, tiro y aflojo. Algo se queda y
otro tanto se va.

Buscar respuestas en la vida de los otros nunca trae nada


bueno a menos de que uno dé con esos personajes, esas histo-
rias que, más allá de sí mismos, le ayuden a uno a vislumbrar el
valor del propio camino.

Yo miro el mío y aprendo a disfrutar de echarme en ese patio


a ver pasar las nubes.

De bailar pésimo, pero bailar.

Sola.

332
De estar sola, llevarlo bien y a veces no, pero estarlo y afian-
zarme.

Me abrazo a un perro. Miro el reflejo del mundo en sus ojos


y me pregunto qué ve.

Me aferro a lo bueno y lo malo lo vivo y lo suelto. O intento.


Intento mucho. Y quisiera confiar y creer, porque me parece el
único camino humano, digno y decente. Aunque me abrume,
como ahora, sentir que mi relación con la tía está en el peor
momento de su historia, que prefiero hacer mil cosas (entre
ellas ver Gilmore Girls. Compulsivamente. Mal.) a trabajar en
ese proyecto, que me siento sin dirección ni propósito, que voy
remando los días porque total cualquiera de estos me muero…
Me abrumo. Me abrumo pero luego eso pasa y no pasa nada.
O pasa todo: desde pincharse hasta encontrar un nuevo ene-
migo, enamorarse platónicamente o adoptar dos perros, abor-
tar, viajar, perder, ganar, rendirse.

Creer siempre que hay nuevos comienzos, nuevos entusias-


mos.

12 de mayo de 2017

Leer a Porchia y encontrarte, saber que seguro ya has pasado

333
noches de humo con sus voces.

Tener una necesidad imprecisa y constante de decirte algo.

No poder.

Haberlo anticipado todo: saber que mi voluntad esquiva do-


lía. Que quizá lo único que podía hacer fue lo único que no
hice. Ser presencia.

Y soprenderme —y no— ante el hermetismo que por fin


apareció a darme una respuesta muda. 

Confiar, de alguna manera, en lo que subyace. Encontrar ra-


zones aunque no me sean concedidas.

Yo te sé siempre. No lo digo con soberbia, con prepotencia,


con soltura. Te sé porque me eres, así sea en una versión frag-
mentaria y, por qué no, injusta.

Llevo meses tratando de darle forma a la justicia. Me siento


déspota.

Aunque cuesta, trato de creer con algún fervor que lo úni-

334
co posible es confiar. Confiar en todo, dudar un poco de uno
mismo.

Dudar de sus razones, de sus conclusiones, de sus recuerdos.

Qué difícil es.

Escribo porque sí. Porque no puedo hacer otra cosa. 

Por los sedimentos de palabras y pensamientos y abrazos que


fui confeccionando en mi propio silencio, que condené al pol-
vo de lo no dicho.

Porque de pronto uno se sienta y son los dedos los que saben
y las palabras salen casi solas.

Porque Porchia. Porque tú, el silencio, yo. La tristeza. La de-


cepción. 

Quizá son solo proyecciones y no me sorprendería sumarlas


a mi colección. Y lo lamento.

Quiero confiar en que el tiempo y el espacio y tantas cosas


son solo trampas, que en el fondo me sabes como yo nos sé.

335
Carmina Balaguer
∙ España ∙

A ocho cuadras de Cortázar


7 de noviembre de 2017

Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Mañana.

Me levanto sin saber si soy amante o mujer. Por tercera vez,


el viento se escurre por la ranura de una ventana rota, me rom-
pe los labios, los agrieta como solían hacer los besos de madru-
gada, desbocados.

Antes de.

Por tercera noche, en la cuarta ciudad, en el año 32.

Casi 33.

Soy mujer —tal vez sea siga siendo amante—, pero hoy me
levanto en solitario, con un placar desorganizado y una venta-
na añosa, después de una noche de viento, después de un sueño
generoso que me llevó hasta Formentera, a esa primera vez, esa
primera isla. Tal vez para decir adiós, tal vez para empezar de
nuevo. Tal vez para volver a amar.

Durmiendo, recuperé las noches al aire libre arraigada bajo


los árboles, o en playas arrinconadas; entrando al Mediterrá-
neo sin ropa, recorriendo los faros del lado norte, enamorán-

339
dome del poder de vacacionar sin techo.

Pasaron once años, doce casas y cuatro ciudades.

Pasó la adolescencia tardía.

Dejé de jugar, de añorar los faros, las islas.

Dejé de sentir culpa por haber olvidado el sonido del mar al


moverse, por olvidar incluso que el agua tiene sonido propio;
por haber recorrido los Andes sin ningún otro proyecto que el
de sincronizar los latidos con el mal de altura.

Por haberme quedado.

Por haber perdonado tarde.

Por no amar suficiente.

12 de diciembre de 2015

En Val d’Aran

«A la añoranza se le hace caso una vez», me dijo.

340
Habló en catalán, como hicimos siempre.

Recuerdo pocas frases de mi padre porque nuestro vínculo


comenzó ya de adultos. De la infancia quedan solo escenas
inconclusas de viajes, muchas fotografías —tengo hasta die-
ciséis álbumes clasificados— y cinco películas musicales que
amábamos mirar juntos.

Pasados varios años, recorrimos los valles de Arán en auto.


Llegamos a él de noche, franqueando La Franja y parando en
cuatro de los pueblos cuyos nombres aún me sonaban: Vielha,
Arties, Salardú, Bagergue.

A la mañana, le pedí volver al pasado y él concedió mos-


trarme todos sus rincones: la estación de esquí en la que me
deslicé por primera vez; los campos en los que solía escuchar
hablar aranés; la curva en la que aquel día nos detuvimos eno-
jados, pasando miedo.

Estuvimos toda la mañana abocados al vértigo del valle —


desde sus observadores naturales— poniendo nombres a las
cimas, a las veces que acampamos en verano, aquí, allá, aquella
vez.

—Eras muy pequeña.

341
Mientras, el vaho helado se abría frente a nosotros, consin-
tiendo todas las preguntas que yo me atrevía a pronunciar.

Sin contarme demasiado, entendí todo:

que quien se va lo hace por miedo a no saber amar.

Cuando terminó la ruta, volvimos a Bagergue y recorrimos


sus calles empedradas como hace veintidós años. Los portones
eran los mismos, también el establo de la segunda esquina a la
derecha, o la hostería que estaba al final del pueblo, aquella en
la que dormíamos los viernes de invierno antes de adquirir una
casita en las laderas de la población. Solo que ahora la pensión
quedaba ubicada en medio de todo el circuito de viviendas. La
intrepidez inmobiliaria había convertido Bagergue en otra es-
tampa, la había manchado, la había hecho crecer, con el doble
de casas y el doble de vidas.

En la nuestra nos esperaba otra mujer que no era mi madre.

Encendimos la chimenea para almorzar todos juntos. Se-


gundos antes, acordamos que el paseo de la mañana no se re-
petiría, pues a la añoranza solo se la debe mirar una única vez,
me dijo.

342
«Fuiste muy valiente», añadió.

Se refería a mi regreso (y, tal vez, también al suyo).

21 de abril de 2017

Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Tierra.

Desde hace cinco horas arde en mí una corriente que circula


de la garganta a los ojos. Nunca fui de tener fiebre. Más bien,
siempre fui de no llegar a estar mal del todo aun estándolo.
Descubro, por primera vez, que este estado de transición al-
berga dos secretos.

Uno. Vuelvo a Cabrils, a mi árbol de algarrobos frente al mar.


A la osadía de subir hasta su tercera rama y experimentar el
vértigo por primera vez. A la mano de uno de mis hermanos,
quien subió hasta la segunda para explicarme que siempre hay
vuelta atrás.

Teníamos ocho, él, y yo, seis. Después, el otro «Él» se fue y


yo dejé de veranear frente al mar. Al algarrobo nunca más lo
tocaron. Lo volvería a ver a los treinta. Le aplicaría una palma
sobre su corteza y lloraríamos juntos.

343
Hoy descubrí que el algarrobo también lloró los veinticuatro
años anteriores.

Dos. Cuando llovía, las baldosas se impregnaban de un color


sabio. El olor a raíz subía tres metros y medio y, si me dejaban,
salía a correr bajo la lluvia para jugar a alcanzarlo con los bra-
zos alzados. Hoy entendí que la lluvia siempre fue sin Él. Que
toda la sensibilidad que recorrí después de su partida la apren-
dí en solitario. Que, tal vez, nunca fui de tener fiebres porque
Él —mi padre— no estaba para cuidarlas.

7 de noviembre de 2017

Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Tarde.

Tener casa nueva me lleva a querer pisar tierra, a querer vol-


ver al césped, a ensuciarme los pies y rasgar sus plantas con las
esquinas salidas de un parquet gastado. Prefiero pasar frío en
los pies, comer acurrucada en medio del living, sin la espalda
apoyada, con el plato en la falda y las piernas cruzadas.

Elijo esta vida de movimientos cortos, encogidos, cuidados.


«Es la fase del cansancio», me digo a mí misma, «es bueno
respetarla».

344
Es la cuarta vez que me separo, pero la primera que lo hago
a medias, sin saber si es un final del todo. Estoy a trece mil
kilómetros de la que fue mi primera casa, a dos barrios de la
que fue la última.

Ahora mi hogar es este: el de los dos espejos, el del placar


pendiente de abrir y el de las ventanas escacharradas. El de la
luz por la mañana, el de Formentera por la noche y el de las
grietas en la piel, como si el océano no quedara tan lejos y su
brisa me irrumpiera feroz como un aliento de madrugada, in-
vadiendo mi voz como antes lo hacía el amor.

También encuentro grietas en las manos, en las caderas, los


tobillos y las comisuras.

Mi piel llora por mí, pienso.

Y le doy las gracias. Ella llega donde yo no puedo.

14 de febrero de 2014

Cusco

Llegó el día. Hoy es catorce de febrero y llego a Cusco por


primera vez. Ya no sufro de mal de altura, porque llevo dos

345
meses apunada, matizada por los tiempos lentos.

Me esperan cinco semanas de tierra andina, donde desem-


bocaré mi ansiedad para desmenuzar la cosmovisión del alti-
plano, recopilando testimonios y observando el río Urubamba.

Cruzo la plaza de Armas cuatro veces sabiendo que es dema-


siado pronto, así que abandono el encuentro pasional y me di-
rijo al hotel. Nos encontraremos en el salón; escucharé su voz
intrépida, abrirá la puerta sin vergüenza, dejando caer alguno
de sus rulos sobre el ojo izquierdo, mientras yo aprovecharé las
teclas de una computadora para escribir frenéticamente sobre
lo que vendrá.

Dejaré una frase a medias.

Nos abrazaremos. Nos ducharemos juntos, pero no haremos


el amor.

Nos miraremos en silencio y él me entregará una carta.

«Es catorce de febrero», pensaré, y la primera vez que recibo


una carta de amor.

346
7 de noviembre de 2017

Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Noche.

Una plaza con nombre de autor hizo que amara esta ciudad
y que quisiera vivir en ella. El impacto ocurrió durante los úl-
timos días de un viaje corto por las Américas, exactamente
cuando una cámara de cartón con carrete de usar y tirar sus-
tituyó a mi cámara fotográfica rota y me guardó las esquinas
de Palermo hasta mi regreso a Barcelona. Era el año 2010 y,
lo que en ese momento entendía como libertad —libertad de
elección—, se convertiría en un dictamen.

De los recuerdos de ese barrio, fotografiados en analógico,


nunca volví a saber nada. De Buenos Aires, hice lo imposi-
ble para saber de todo. Pasé años buscando yerba mate en las
artesanías de Gràcia; me carteé con antiguos compañeros de
viaje cuyas vidas estaban inmersas en el conurbano porteño; y,
desde entonces, busqué la cadencia argentina todos los viernes
por la noche.

Hoy, ya llevo más de cuatro años en esta ciudad pero solo


hace tres días que duermo en Palermo.

A ocho cuadras de plaza Cortázar.

347
Separada —separada a medias— vuelvo a la vida de barrio, al
inhalar pequeño, al bajar en zapatillas, a los paseos nocturnos
en solitario y al saber que todo tiene un tempo propio.

Con sabor analógico.

Y que, con él, todo llega.

Que todo va adquiriendo ritmo en esta casa; los pies des-


calzos, las ventanas entreabiertas, los silencios frente al espejo,
la espalda mojada, frotándose en el muro del salón, las yemas
deslizadas en los vidrios, los mates sobre el colchón, las pala-
bras escritas como cataratas.

∙∙∙

Cumplo tres días en este nuevo espacio y me voy a dormir


lejos de Formentera, de Barcelona, de las cartas de amor que
yo nunca escribí.

Abro la ventana por completo, dejando que el viento aban-


done la ranura para arrasar el cuarto y cualquier remordimien-
to que quede.

348
Me acuesto, convencida de que el amor es una suma de «él»
y de «ellos», pero sobre todo una oda a un latir propio.

De que siempre existe una plaza a pocas cuadras.

De que los reencuentros con ellos —y ellas— siempre son


posibles.

Y de que vivir en solitario, en pleno Buenos Aires, es vivir


en poesía.

349
Marta Herrero
∙ España ∙

Sin título
Martes, 31 de octubre de 2017

Cuando leí de adolescente las obras de Santa Teresa lo que


más me conmovió fue su compromiso radical con la sinceri-
dad. Ella reconocía en El libro de la vida, por ejemplo, haber
sido vanidosa en la juventud, y lo hacía por humildad. Las pá-
ginas de la primera de sus grandes obras la ayudaban a ella a
comprenderse a sí misma, la ayudaban a clarificarse y a inten-
tar discernir si sus experiencias visionarias tenían que ver con
Dios o con el demonio, e iban destinadas a su confesor para
que él mismo juzgara su verdad. Por eso, porque fue sincera
hasta el fondo, su experiencia concreta se volvió universal. Por
eso, porque vivía entregada a lo real, murió pero no murió.
Porque quiso, habría que añadir, poner toda su capacidad al
servicio de Dios o del Amor, o del absoluto, sus páginas laten
todavía hoy, y quinientos años después sigo escribiendo yo so-
bre ella: «Mi intento es que no estén ocultas sus misericordias,
para que más sea alabado y glorificado su nombre» (7M 1, 1),
dijo Teresa en Las Moradas. Y: «¿No es linda cosa que una po-
bre monja de San José pueda llegar a señorear toda la tierra y
elementos?» (C 19, 4), escribió en Camino de Perfección.

Teresa se volvió mi referente literario fundamental, pero


también vital. Yo quería escribir, pero quería hacerlo sobre algo
que mereciera la pena. En los años de universidad guardé si-
lencio. Me había cansado de la ficción. La modernidad había

353
separado la imaginación de la realidad y lo primero parecía
muy interesante pero mentiroso, y lo segundo estrecho y abu-
rrido pero verdadero. Por eso Cervantes necesitó volver loco
a su protagonista: el ansia de aventuras (imaginación) de un
hidalgo venido a menos no podía medirse ya con esa vida pla-
gada de campesinos rechonchos, porqueras sucias y molinos
de viento.

Y yo cerré el cuaderno y me puse a buscar. Debía de existir


aventura con cordura en alguna parte. Debía de haber verdad.
Debía de existir el Amor con mayúscula. Debía de haber un
silencio previo a la palabra que preñara a la palabra de sentido.
Quería encontrar el manantial, eso era lo primero. La literatu-
ra se quedó en un segundo plano. La literatura ha de quedarse
en un segundo plano para latir. Eso, Teresa también lo sabía.

∙∙∙

Lo recuerdo bien. Viaje iniciático en avión hasta Estambul


y de Estambul a Ercan y de Ercan a Lefke, un pueblecito del
norte de Chipre, la parte turca de Chipre, ni siquiera recono-
cida por la ONU.

Recuerdo llegar de noche a una casa blanca con una puerta


grande de madera azul en la que solo había mujeres, venidas

354
de todo el mundo para visitar al maestro. Recuerdo la casa
abarrotada, dormir en un sillón, mujeres compartiendo expe-
riencias y té, una cocina que se abría como templo que abraza
el mundo; recuerdo soñar la primera noche con el maestro di-
ciéndome que fuera a llevar flores cada día de estancia allí a la
tumba de su mujer.

La última noche de estancia en la isla el maestro nos recibió,


el maestro con ochenta años pasaba doce horas al día recibien-
do gente que llegaba con sedes diversas a la puerta de su casa,
y me enteré de que aquel día, justo aquel día, era el aniversario
de la muerte de su mujer, y yo había estado cuidando de su
tumba, y el maestro me miró a los ojos como nadie me había
mirado nunca: con un amor que no esperaba nada, con un
amor que perdonaba cada culpa, con un amor que no proyecta-
ba nada sobre mí, con un amor que iba hasta el fondo de mi in-
dividualidad, con un amor que se tomaba mi vida más en serio
que yo. Y ese amor que procedía del silencio, ese manantial que
brotaba, puso la certeza en mi corazón de que jamás me dejaría
sola («Estaré cuidándote», decían sus ojos), y luego habló.

Y no me dijo que escribiera. Solo me dio un nombre nuevo,


Mardía, que habla del alma que está satisfecha de Dios y a la
vez contenta y satisface a Dios; y me dijo que me casara. Nada
más. Yo no debía acabar mi libro, sino casarme.

355
Efectivamente, me casé. Me casé y él era escritor. Y me quedé
embarazada al momento y toda mi energía se fue de mi inte-
lecto a mi útero. Y cuando nació mi primer hijo casi morí. Pasé
cinco días en la UVI por infección generalizada y los médicos
dudaban si sobreviviría. Y luego comprendí que la maternidad
era un paso radical en mi vida. Mi amor se focalizó en mi hijo.
Mi atención se centró en él. Cuando cumplió un año me em-
baracé otra vez y sentí que no volvería a escribir. Había dejado
a la literatura en un segundo plano. Había puesto mi vida al
servicio del silencio. Y el silencio me habitaba. Y era feliz.

Escribí a mi directora de tesis para disculparme porque no


la acabaría y le dije de alguna manera adiós a mi vocación. El
camino sufí era demasiado atrayente. Me lo pedía todo.

Pero Dios no quiere que abandones tus dones. Al contrario.


Lo único que te pide es que los pongas a su servicio, y enton-
ces les da valor real, entonces florecen, entonces inseminan el
mundo.

Jueves, 2 de noviembre de 2017

Aún me queda un mes de baja maternal antes de volver al


instituto. Estoy disfrutándola como pocas cosas. Por la maña-
na despertamos temprano, preparo los desayunos, meto boca-

356
dillos en las tres mochilas, peino y ayudo a vestir a Fátima, le
doy un poco el pecho al bebito, y nos marchamos hacia el cole.
Cuando me despido de ellos a las nueve de la mañana y me
quedo a solas con Moisés, se abre una especie de ventana in-
terestelar: me cuelo como en otra vida. Una vida nueva que es a
la vez como pasada. De repente soy madre primeriza y estamos
solos. Para darle mi amor todo el tiempo. Para contemplar su
rostro sin prisas. Para ponerle música bella y hablarle de mis
cosas y explicarle lo que cocino mientras lo sostengo en el por-
tabebés. Tengo cuatro hijos que no paran, pero durante cinco
horas cada día solo tengo uno. Uno que se duerme, además, a
media mañana, y me deja un espacio para escribir.

Hay amigas que se asustan cuando se quedan embarazadas


del segundo hijo porque de repente sienten que a lo mejor
no lo podrán atender bien. Cada niño necesita tanto… Pero
he aprendido a responderles, y siento que eso les alivia: no te
preocupes, no hay que dividir el corazón cuando nace un hijo
nuevo. Porque el corazón no se divide, sino que se multiplica.
Y el tiempo también. Se multiplica. Y el espacio también. Se
multiplica. Claro que para entenderlo hay que sumergirse en
la aceptación y la gratitud, y todo en este sistema en el que
vivimos está puesto para que critiquemos y nos quejemos. No
es fácil conectar con la belleza de saber que cuatro, en cuanto
al trabajo que implican, no son más que tres, ni diez hijos más

357
que uno, porque para el que vive entregado a lo que le con-
cierne, el milagro se vuelve hecho cotidiano. Pero a ratos yo lo
experimento, y mi corazón quiere contarlo.

Viernes, 3 de noviembre

Es verdad que no solo soy mamá veinticuatro horas al día


con cuatro niños muy pequeños, sino que encima sigo un ca-
mino espiritual sufí que ha reconfigurado completamente mi
concepción de mí misma como mujer y valorado entre otras
cosas el pudor y la discreción femenina. El pudor es de una
belleza sobrecogedora. Y alrededor ayer vi a muchas muje-
res (¿liberadas u obligadas?) posicionadas ante el mundo con
agresividad y la necesidad de ser, aunque más mayores que yo
la mayoría, permanentemente sexis. El tacón alto, por ejemplo,
¿es señal de una liberalidad mayor que el velo musulmán o el
velo de las monjas?

Ese tema me ha estado rondando en sueños, y quiero po-


nerlo en relación, hoy, con eso de la literatura de la intimi-
dad femenina. ¿Para qué escribimos diarios de repente tantas
mujeres? ¿Por qué se está volviendo casi un nuevo subgénero?
¿Son todos los diarios literatura? ¿Es literatura lo que hago
yo? ¿Cómo se relacionan expresión de la intimidad y regreso al
pudor? Sé que Dios se cuela por la brecha que abre la paradoja,

358
así que creo en la fecundidad de las contradicciones.

Se está haciendo público cada vez más lo privado porque


las mujeres necesitamos espejos en los que reconocernos como
tales. La sociedad consumista, tan avasalladora del alma, ha
dictado que nos liberaríamos pero a costa de dejar de ser. De-
jar de ser: nos hemos masculinizado. Hemos salido al mundo
y el mundo es como una jungla y hemos tenido que sacrificar
nuestra sensibilidad y nuestra ternura para integrarnos como
guerreros solventes en la batalla. Dejar de ser: hemos tenido
que creernos que lo de la maternidad era una esclavitud y que
el trabajo en una oficina nos realizaba más que el cuidado de la
familia y el ejercicio del amor. «El paraíso está a los pies de las
madres», dijo el profeta Muhammad (la paz sea con él). Y nos
hemos individualizado. Hemos cortado los lazos con la tribu,
hemos cortado los lazos con una sabiduría femenina ancestral
que comunicaba de madre a hija y de vecina a vecina la sacrali-
dad de la vida. Podríamos ser templo. Nuestros hijos nos nece-
sitan templo. El mundo necesita espacios en los que descansar
para que la violencia no acabe por triunfar. Pero preferimos ser
funcionarias. ¿Lo preferimos realmente?

Explorar nuestra intimidad es un modo de separar hierbajos


para volver a descubrir quiénes somos. Quiénes somos como
mujeres. Quiénes somos como seres individuales, más allá de

359
nuestro sexo. Quiénes somos. El frontón del templo de Delfos
lanzaba un único consejo para la vida:«Conócete a ti mismo».
Conócete a ti misma. Quiénes somos. Los sufíes danzan alre-
dedor de una frase parecida: «Conócete a ti mismo y conocerás
a Dios». Quiénes somos. Esa es en realidad la meta funda-
mental de la vida. Saber quién. Saber para qué. Colocarnos en
la frecuencia precisa que nos sienta vivir cada día como si al
fin estuviéramos en casa. Para saber quiénes somos y para leer
quiénes son otras personas por la relación especular que pode-
mos establecer, leemos y escribimos sobre lo íntimo. Relatado
de abuelas a nietas en los mundos tradicionales, pero disuelto
en el océano de caos que son la modernidad occidental y el
nihilismo y la desacralización de la vida. «Tradición de la des-
trucción», dijo Octavio Paz.

Sábado, 4 de noviembre

Ha llovido toda la noche. Moisés y yo la hemos pasado to-


siendo. Ha venido un hermano sufí a ayudarnos a poner una
puerta de acceso a la habitación grande que tenemos para or-
ganizar encuentros. Los niños pelean a ratos. Fátima se duer-
me en mi regazo mientras escribo estas palabras. Limpiamos
entre todos la casa. Recolocamos el sofá del salón.

Cuando era pequeña y empecé a inventar poemas mi pa-

360
dre me dijo que intentara escribirlos con el corazón. Sembró
entonces una semilla preciosa. Para escribir con el corazón es
necesario vivir con el corazón.

Ojalá mi oración vaya remontando el silencio. Ojalá sepa


convertir mi vida en servicio a Dios, destino más ambicioso
de un ser humano. Ojalá mi palabra se purifique lo suficiente
como para no tener trampa ni cartón, como no lo tiene cada
uno de los actos al parecer contingentes de mi maestro. Quiero
vivir de verdad, como corre el agua limpia del manantial al que
van a poner sus huevos las libélulas.

361
Olga Hueso
∙ España ∙

Sin título
En realidad, yo tampoco me acuerdo de para qué nací…

Por eso nazco, crezco, aprendo, escribo, sano, sueño, recuer-


do, decrezco y me despido cada día.

I. NACER

¡Han nacido los cachorros de Sara! Ayer por la noche, cuan-


do llegamos, estaba rara, tiritaba, se subió al sofá de lluvia, es-
taba empapada… N la envolvió en una manta, fue precioso…
Subí y hablé con ella. Los hombres decían que estaba mala,
que era una pulmonía, pero yo sabía que se estaba preparando
para ser mamá. Comió y bebió y después se quedó paralizada
en el sofá respirando fuerte. Decidí bajarla a mi habitación por
si se ponía a llover otra vez… La tumbé en la cama y estaba
tan llena de amor. Abrí un círculo mágico, le di reiki… Inspi-
raba y espiraba, como en las pelis, a veces tranquila y a veces
más rápido. Yo quería quedarme allí… Y también tenía mucho
miedo de estar las dos solas. «¿Y si prefiere intimidad?». Mu-
chas dudas y a la vez una sola certeza: va a parir.

Estábamos tranquilas y a la vez sobresaltadas, una paz de-


sasosegada, un desasosiego pacífico. Sabía que era un momen-
to muy importante, sentía la muerte cerca. Era como una ce-
remonia. El nacimiento es como una brecha de vida y muerte.

365
Cantando me quedé dormida… Y al despertar al amanecer vi
la manta vacía… ¡Ah! Me puse triste hasta que oí un gemido…
¡Allí estaba! Bajo la cama. Sara con un perrito recién nacido.
Era como una bola extraña, húmeda, quieta. Me puse a tem-
blar, no veía al perrito moverse, pensé: «¡Está muerto!», sentí
culpa por dormirme. Sentí terror de que algo tan bello y tan
vulnerable no tuviese vida, tenía que apartar la mirada, quería
llamar a alguien y a la vez no podía, quería unos segundos más
de presenciar aquel milagro yo sola. Oí gemir a Sara, ¡seguro
que está muerto, el perrito! ¡El corazón a mil por hora! Gimo-
teaba ¿Y si le duele? Entré en una especie de trance pavoroso.
¿Qué hago? «Nada. Mira. Presencia», me dijo una voz. Y sin
poder pensar más salió otro, ¡y otro! La mamá apretaba y salía
mucha sangre y una bolsa. Como una peli de ciencia ficción.
El bebé-perro quieto dentro de esa tela semitransparente, lí-
quida y pegajosa, aún no ha nacido. ¿Es real? La mamá lame
al bebé y ¡lo despierta a la vida! Respira. Presencio la primera
respiración de un ser. Me quedo ahí petrificada. No compren-
do nada. Es un Misterio. ¿Cómo ha podido ocurrir? Cuando
los lame y salen de la bolsa… Sara se come la bolsa y toda la
sangre. Me entran náuseas. No quiero mirar pero miro. No
quiero oler pero huelo cuerpos, entrañas, líquidos. Nunca he
olido nada igual. No me puedo hacer cargo de la bestialidad,
de la animalidad que es parir. La muerte está siempre presente,
la siento mirándonos. Tomando nota… Tengo ganas de llorar.

366
Salen más, han llegado los hombres, ha cambiado la energía y
el tercero y el cuarto y el quinto bebé-perro es más rutinario.
Estoy verdaderamente paralizada. No es solo «qué bonito».
Es mucho más. Me ha dado asco, vergüenza, tristeza, euforia,
miedo, confianza, es un milagro. Estoy llorando.

II. CRECER

Cumplí años y sueños y promesas. Y estoy más cerca de algo,


no sé de qué. Pero más cerca. Del sol. De la luna. Más cerca de
lo realmente importante. Más cerca de los que quiero, aunque
más lejos que nunca, más cerca. Llegué profundo y vi que no
todo estaba bien y aún así, era perfecto. Sencillamente era. Lo
mejor fue, por el camino, conocer a personas maravillosas. Lu-
gares maravillosos. En lo real. En lo inconsciente. En lo cós-
mico. Y estoy más cerca de algo, no sé de qué. Quizá sea de mí.

III. APRENDER

Elevar preguntas y permanecer ahí, sin recibir respuesta:


¿Las piedras nacen, y después crecen y al final mueren? ¿Qué
pasa arriba de las montañas que nunca jamás nadie ha esca-
lado? ¿Las serpientes se besan con lengua? ¿Por qué las hor-
migas están tan ocupadas? ¿Cómo es la casa de la lagartija por
dentro? ¿Por qué cuándo abrazo a un árbol siento el abrazo

367
de vuelta? ¿Qué hay dentro de los cocos que nadie ha abierto?
¿Por qué el fondo del mar tiene arruguitas? ¿El desierto a ve-
ces se siente solo? ¿Las cataratas de Iguazú están siempre en-
cendidas? ¿Quién eligió los colores del arcoiris? […] Cuando
se mueren las luciérnagas, como las bombillas, simplemente…
¿Se funden?

IV. ESCRIBIR

Me obligo a ser un ser escribiente a pesar de todo aunque


pique duela duerma huela. Hay que hacerse cargo. Hay que
llevar los procesos hasta las últimas consecuencias. TENGO
SUEÑO(s). Y digo «hay que», no como sinónimo de obliga-
ción. Aunque me obligo. Antes pensaba que solo había que
escribir cuando te apetecía pero no es verdad. Hay que escribir
siempre. Hay que escribir por la mañana, lo primero, los sue-
ños. Hay que escribir por la noche, lo último, los hechos. O
viceversa.

Hay que escribir. Hay que escribir en el metro, hay que es-
cribir mientras otros hablan y mientras otros leen, mientras
bostezan. Hay que escribir incluso mientras escribes, mientras
escribes hay que seguir escribiendo. Siempre escribir y hay que
desmitificar las palabras y a los escritores y a los poetas. Espe-
cialmente a ellos. Porque nos describen a los demás en secreto.

368
¿Ser importante es escribir cosas importantes? Se puede ser
o un escritor muy preciso describiendo a unos pocos (TOP
VENTAS de alguna sección, planta -1) o se puede ser un es-
critor muy generalista describiendo a muchos (Bestsellers, ex-
positor de entrada, planta 0).

Yo siempre que veo a gente escribir, me pregunto: «¿Qué


tramarán ese y su diario?» Y me lo invento: «Un plan de sos-
tenibilidad para racionar mejor los táperes», o «Sobre el árbol
de su casa, que extraña», o «Sobre la ansiedad que le produce
abrazar a su madre enferma», o «Lo que siente cuando se be-
san (supernova) y que él la escucha como si escuchara el mar,
como una caracola…».

¿Y si me viese yo a mí? ¿Qué pensaría que estoy escribien-


do? Seguro algo gigante y épico. Bueno, pues en realidad es-
toy escribiendo: «He olvidado tomar la Onagra». Ahora me
estoy riendo. Quiero dejar un legado revolucionario, pero en
realidad, ¿qué permanecerá de mí? Un totum revolutum lite-
rario. Servilletas firmadas con planes de amor eterno y nego-
cios grandilocuentes, algunos librillos de poesía libre y feliz. Y
sobre todo una montonera de prosa cotidiana: Moleskines y
Leuchstrumms colmadas de preocupaciones, de ideas a me-
dias, de frases de otros, de pasajes febriles, de paisajes amoro-
sos… Mails de agradecimiento, mensajitos a medianoche de

369
WhatsApp y un puñado de estados bonitos de Facebook.

V. SANAR

Estoy en esta montaña, Sierra Nevada, que es el corazón del


mundo.

Esta mañana mientras desayunábamos, la chamana vio al pa-


dre de M. Cuando ella pronunció su nombre, dijo: «Es como
un rompecabezas, un laberinto, y suelo entrar en él cuando me
dicen el nombre». Hoy M llevaba una camiseta blanca, grande,
como de hombre, como de padre. La chamana le dice: «Ese día
él llevaba una camiseta así». Nos emocionamos. Lágrimas si-
lenciosas. «Él murió corriendo una carrera. Murió como vivió,
feliz, con los ojos cerrados al viento». La chamana cierra los
ojos y siente el viento. No sé. Lloramos todos. La dimensión
mágica de la vida aquí se puede tocar. Cuando sana uno, sana-
mos todos… Me siento aliviada. M creía estar enfadada con su
padre por morirse, por irse «tan pronto», pero realmente estaba
enfadada porque tenía que empezar a vivir su propia vida. Deja
su trabajo de diseñadora y se muda al campo del padre, donde
construye su propia casa y empieza a cultivar la tierra.

La chamana no es especial ni más importante que los demás,


simplemente encuentra en otras dimensiones palabras que sa-

370
nan…

VI. SOÑAR

Llevo seis años soñando, literalmente, con volver a Buenos


Aires. En mis sueños todo es bizarro y no hay esquinas (como
pasa en los sueños), pero yo soy feliz. Sueño que salto por los
tejados esquivando humo de chimeneas. Sueño que voy a un
museo inventado en Recoleta, repleto de cuadros pintados por
mi subconsciente. Y hay visitantes, y les gustan los cuadros.
Aplauden. Así, delante de los murales, en un happening por-
teño cualquiera. Sueño que cruzo a pie la 9 de Julio en el in-
tervalo de un solo semáforo. Y entonces me digo: «Imposible,
esto es un sueño». Sueño que la feria de San Telmo la pasan
al lunes. Que en migraciones los trámites demoran «cinco
minutitos», que el Obelisco es un enorme palillo de dientes.
Y también, dentro de otro sueño, sueño que hay un piquete
cortando Avenida de Mayo, pero esta vez para celebrar, sin
excusas, que estamos vivos. Sueño que en vez de helicópteros
dejando la Casa Rosada, un helicóptero vuelve. Y es Gardel.
Sueño que me quedo para siempre. Que los de Fuerza Bruta
me fichan. Sueño barra libre de espectáculos en Corrientes.
Sueño… Y por fin me llega el turno y va Dios y me atiende
en Buenos Aires. Y de golpe todo se vuelve preciso. Deshago
la mochila. Me quito el sombrero. Me desato los cordones.

371
Encuentro pieza en San Telmo. Mi calle se llama Piedras y me
hace gracia. Mento a Neruda: «Traigo del sueño, otro sueño».
Así ocurre. Miro al cielo. Y estoy despierta, estoy despierta,
estoy despierta.

VII. RECORDAR

Hoy me reencontré con F y me decía: «¿Te acuerdas de


cuándo…? ¿Te acuerdas?», y la verdad que yo no me acordaba
de nada. Y a la vez me acordaba no de detalles sino de una
neblina. De un colchón, de un sillón, de cerrar los ojos, del
sol. De cosas blancas y blandas. De cuando vives dos semanas
como si fueses a vivir así toda la vida. Y me decía: «¿Te acuer-
das?», bueno, en realidad me decía: «¿Te acordás?», y yo no me
acordaba de nada. Solo que le quería mucho, como se quiere a
esa gente que sabes que vas a volver a ver dos, o a lo sumo tres
veces más en tu vida. Querer tranquilamente. Sin agobios, sin
prisas, sin cuotas. Sin esforzarse demasiado en recordar. Solo
un sillón. Blanco. Cerrar los ojos.

VIII. DECRECER

Querido diario… Porque cuando muera, detrás de mí que-


darás tú, por eso escribo

372
—¿para permanecer? Para que se sepa que viví—. Fui feliz.
Fui este cúmulo de moléculas cambiantes. Fui vacío, informa-
ción. Sobre todo fui mutante, tormenta, transformación. Yo
fui: cambiándome, dejándome cambiar, respirando, dejándo-
me respirar. Esculpir palabras del silencio, mi medicina. Escupí
palabras de rabia y susurré palabras de amor. Que se sepa: fui
promesa, pacto, oferta, inocencia, salvación. Fui ofrecimiento y
compromiso. Fui primero una voz, después un canal…

Todos nos matamos un poco cada día y qué bellos somos


haciéndolo así, tan apasionadamente, matarnos. Qué eternos
nuestros besos y qué breves nuestros huesos. Qué pueril creer
que durará para siempre (lo bueno) (y lo malo). No dura nada
para siempre, ni siquiera las montañas. Ni siquiera las palabras
sobre este papel. Aunque, sin duda, durarán más que yo.

Diario, he descubierto que la vida solo es un chiste que aún


no hemos pillado. ¡Lo que nos vamos a reír después! Escribo:
«¡CRUCI!», y me quito este peso de encima: no tengo que sal-
var al mundo. Como mucho, tendré que salvar al mundo de mí.

IX. DESPEDIRSE

Sobre conocer a las mujeres y después leer a las escritoras y no al


revés.

373
Comimos arroz integral y leímos poesía, tal y como prome-
timos… Éramos nueve y uno en camino. Un libro que está
por nacer, un viaje, una renuncia, una revolución. Una vida. La
nuestra. Porque ya está bien.

«Hay que habilitarse», me dice Sol alrededor de las cuatro


de la mañana. Después de eso a ver quién es la valiente que
se duerme. Yo solo quería escribir. No hay tiempo que perder
cuando se trata de habilitarse a una misma.

Ya no hay grandes verdades que absorber, ahora la lucidez


está en los detalles. Cierro los ojos y confío por primera vez en
la intención y no en mi deseo personal. «Entiendo mi propio
lugar en el esquema universal de las cosas».

Antes o después me regala su libro a cambio de que envíe el


mío, próximamente, a esta dirección: La Casa de las Poetas.

374
Oriette D’Angelo
∙ Venezuela ∙

Sin título
30 de mayo de 2014, 7:47

Caracas

Vivo en una ciudad que maltrata. Una ciudad de caminar


rápido y pensamiento fugaz. Una actitud impulsiva puede sal-
varte la vida, un paseo te la puede quitar.

En esta patria, renunciar a la nacionalidad es un acto de fe.

10 de junio de 2014, 6:00

Caracas

Abro el periódico:

«Mataron a chofer de una línea en Carapita para robarle.»

«Ultimaron y robaron a un joven durante un velorio en Pe-


tare.»

«Se han encontrado cuatro cadáveres en El Guaire en lo que


va de año.»

«Hallan muerta y con signos de tortura a estudiante en Tá-


chira.»

377
Cierro el periódico.

Salgo a la calle.

16 de diciembre de 2014, 20:15

Caracas

Rafael Castillo Zapata dice que «solo lo difícil es estimulan-


te». Lo dijo hoy, cuando estábamos en el taller de poesía del
CELARG.

Tenemos que quitarnos la idea de que somos poetas y dejar


que lo real venga. De no ser así, nos volveremos prepotentes.
Tenemos que frenar las palabras y quitarnos el título de poetas.
Tenemos que crearnos una dificultad. Toda facilidad es sospe-
chosa. «Solo lo difícil es estimulante».

28 de diciembre de 2014, 22:07

Caracas

Recuento 2010-2014

Me dedicaron canciones en piano.

378
Me regalaron chocolates suizos.

Me maltrataron.

Me dejaron por otra.

Dejaron a otra por mí.

Me bloquearon del MSN.

Me pidieron matrimonio por Skype.

Me cantaron The Police.

Me acusaron de spam.

Se autolesionaron con mi nombre.

Tomé ansiolíticos.

Leí a Pío Baroja.

Hice llamadas a larga distancia.

Me quedé sin amigos.

Hice amigos nuevos.

Conocí padres, madres, abuelos.

Hice nuevos grafitis.

379
No me tatué.

Mandé indirectas a través de Twitter.

Le mandé una solicitud de amistad a un ex novio.

Entré a escondidas en una casa ajena.

Me fui de Caracas.

Volví.

Me despedí de quien me hirió.

Le terminé.

Me terminó.

Me apretaron la garganta.

Me engulleron.

Me acariciaron.

Dijeron que fue mi culpa.

Se bañaron en la playa conmigo.

Me abandonó.

Me buscó de nuevo.

380
Colonizó mi exilio.

El psicólogo dice que no es mi culpa.

Me acosó

(de nuevo).

Duele

(de nuevo).

No más.

No más.

5 de febrero de 2015, 7:04

Caracas

Pienso en que debo hacer dinero. Pienso en lo difícil que es


hacer dinero en este país. Pienso en las redes sociales en las
que estoy trabajando y en lo mucho que me aburren. Todo se
vuelve mecánico. Todo es una mentira. ¿En realidad necesita-
mos que nos digan lo que queremos comer, lo que queremos
usar? ¿En realidad necesitamos que alguien venga a vendernos
propaganda programada? Todo lo mecánico deja de ser bello.

381
A veces siento que debo recuperar la noción de belleza que
tenía del mundo. ¿En qué momento me convertí en esta pe-
queña máquina que lanza contenidos programados e inútiles?

12:00

H. T. acaba de llamarme arrogante en el taller que estoy to-


mando con él. No así, tan directo. Solo dijo que los jóvenes au-
tores, entre «los que me incluía», tendían a volverse arrogantes
(como yo). Lo dijo mientras me miraba. Lo dijo mientras se
reía con los otros. Todos me miraron.

Acabo de googlear cómo se puede dejar de ser arrogante. Esto


es lo que conseguí:

Paso 1: Escuchar más y hablar menos.

Paso 2: Darse cuenta de cuando se sienta la necesidad de


inflar el ego para así detenerlo.

Paso 3: Aceptar cumplidos de forma modesta, no hablar más


sobre el elogio.

Paso 4: Utilizar un lenguaje que se enfoque en la palabra


«nosotros» y menos en «yo».

382
Paso 5: Sentirse aprendiz de por vida, no pensar que uno lo
sabe todo.

Paso 6: Observar cuál es la actitud de los demás mientras


uno habla. Si la persona está aburrida, se está siendo arrogante.

Ahora que tengo esta lista, podré indagar más sobre mi com-
portamiento.

17 de septiembre de 2015, 10:43

Caracas

Escribir un diario. Ya no recuerdo cuántas veces he comen-


zado este archivo. Termino borrándolo. No tengo tiempo para
guardar registro de estas cosas. Además, siempre he asociado
los diarios que se publican deliberadamente como un gesto de
narcisismo. Ser narcisista en la literatura está bien, al menos un
poco. Cuando eres joven, sobrevives a esto con narcicismo. Al
principio, si no eres tú mismo el que habla de tu obra, ¿quién
lo hace? No deberíamos negarlo. Si no nos gustara el reconoci-
miento, no mandaríamos obras a concursos. Ser escritor es un
trabajo y como trabajo lleva lograr ciertos objetivos, y no hablo
de fama, hablo de que la escritura sea ese medio por el cual la
gente sepa que existes.

383
∙∙∙

Escribir un diario. Hace unos días le decía a Enza que es-


taba en contra de los diarios que se escribían para publicarse.
He tenido malas experiencias con la lectura de diarios de este
tipo. El primero que leí fue el de Alejandra Pizarnik, escritos
en hojas sueltas, desordenadas, pero escritos para publicarse
luego de su muerte. Los diarios son monólogos, son textos que
conforman la escritura del yo, un de mí para mí.

Cuando escribes un diario con el objetivo de ser publicado,


hay algo que se desfigura: es de mí para la imprenta, un de mí
para las masas. He tenido malas experiencias con este tipo de
diarios porque todos parecen escritos para complacer a los de-
más. Hay censura, y no hay nada peor que una intimidad que
se devela desde la censura. En ellos no hay discusiones, fraca-
sos, franqueza, posiciones. Al menos no en los que he leído.
Suele haber mucho padecimiento, sí. El escritor es un ser que
sufre, y hay que dejar constancia de ello. No me interesa que te
levantes y tomes café. No me interesa que hoy no tengas ham-
bre. Me interesan tus reflexiones, lo que te gusta, lo que odias,
los libros que te atrapan, los que no. El amigo que te traicionó,
el amor que no puedes olvidar. Las pasiones que hacen que te
despiertes a las tres de la mañana. Lo que te da miedo. Eso.
Hacen falta diarios escritos con pasión. Menos mecánicos. Sin

384
embargo, tengo veinticinco años y esta es mi apreciación. Pue-
de que esto cambie con el tiempo. No tengo por qué saberlo
todo y tengo buenos amigos que publican diarios así. Los dia-
rios de Rafael Castillo Zapata, por ejemplo. Son joyas, en ellos
no hay complacencias. A eso me refiero.

Entonces, escribir un diario. Todavía no sé si esto se manten-


ga, pero lo intentaré.

385
Índice
Laura Freixas.
Prólogo. [7]

Inés Vecchietti.
Sin título. [ 29 ]

Isabel García Cuesta.


Sin título. [ 41]

Giuliana Santoli.
El ojo del huracán. [ 53 ]

Susana Simavilla.
Sin título. [ 65 ]

Oriana Vázquez.
Diario salvaje. [ 77 ]

Cristina López.
A vida lisboeta. [ 87 ]

Keiko McCartney
Diario de una icteria. [ 99 ]

Elena Barrio
Diario de migrañas y ansiedades íntimas. [111 ]

389
Agustina Bor
Cómo sobrehabitar un ciclón. [ 119 ]

Diana Ferreiro
Desnuda y con sombrilla. [ 133 ]

Jazmín Hollman
Sin título. [ 143 ]

Laura Bianchi
Sin título. [ 153 ]

Mariela Cordero
Sin título. [ 163 ]

Nathaly Ponce
Habitar el agua mansa. [ 171 ]

Carol Milkewitz
Sin título. [ 181 ]

Olivia Arocena
Sin título. [ 191 ]

Valentina Riveiro
La (in)felicidad de escribir. [ 201 ]

390
Sofía Pinto
Sin título. [ 213 ]

Melanie Pérez Arias


Sin título. [ 225 ]

Laura Liz Gil Echenique


Sin título. [ 239 ]

Josefina Garzillo
Fragmentos de La Buena Estrella. [ 247 ]

Leyre Villate García


Sin título. [ 261 ]

Joana Sánchez
Feliz día del padre. [ 275 ]

Priscila Vallone
Sin título. [ 287 ]

Sol Iametti
La canción de la ternura. [ 299 ]

Leire Sur
Sin título. [ 311 ]

391
Ana María Trujillo
Sin título. [ 325 ]

Carmina Balaguer
A ocho cuadras de Cortázar. [ 337 ]

Marta Herrero
Sin título. [ 351 ]

Olga Hueso
Sin título. [ 363 ]

Oriette D’Angelo
Sin título. [ 375 ]

392
Impreso y encuadernado en los talleres de
Nilo Industria Gráfica S.A.
Calle de Alfonso Gómez, 40, 28037
Madrid

También podría gustarte