Está en la página 1de 4

La mística del líder

¿Cómo se explica el inmenso interés que existe hoy por la ética de los negocios
en los medios de comunicación, en las facultades de administración, en los
negocios mismos? No es que se haya operado cambio alguno notable en la gente
de negocios. Lo que ocurre es que el comportamiento de los negocios y de sus
ejecutivos ha adquirido significado distinto en el mundo industrializado.
Súbitamente se volvió importante.
Los jefes de las grandes corporaciones y unos pocos “magnates” se ven hoy como
líderes de la sociedad. Y de los líderes se espera que den el ejemplo. No deben
de comportarse como sabemos que nos comportamos todos; se espera que
procedan como sabemos que debemos proceder nosotros. Cuanto más
escépticos nos hemos vuelto con respecto a la conducta de anteriores grupos de
liderazgo, políticos, predicadores, médicos, abogados y otros, tanto más hemos
llegado a esperar virtud de la gente de negocio
Nadie puede explicar cómo sucedió esto. al fin y al cabo, hace apenas unos veinte
años que se presentaron las rebeliones estudiantiles en los Estados Unidos, el
Japón, Francia y Alemania Occidental contra los negocios y los “ideales
Burgueses”. Y el cambio, en que los negocios y sus líderes son ahora los
“arquetipos sociales” (para usar la terminología de los sociólogos), ha ido más
lejos en Europa Occidental y el Japón que en los Estados Unidos, lo cual es más
notable aún. Países como Inglaterra, Francia y Alemania consideraban antes los
negocios como algo sucio, ciertamente de segunda, y, en fin, indigno.
Pero por qué ocurrió este cambio, es igualmente misterioso.
Sería muy grato podérselo atribuir al desempeño de los negocios y de la gente de
negocios; y sin duda, ese desempeño ha sido espectacular en este siglo. Pero el
público permanece singularmente ignorante al respecto, de lo cual se lamenta
constantemente la gente de negocios.

Son muy pocos los historiadores sociales que se han dado cuenta siquiera de las
condiciones materiales en que vivían las grandes masas hace 80 años, las
empleadas de servicio doméstico, los campesinos, las empleadas de almacén, los
trabajadores manuales y la transformación que se ha operado de entonces acá. E
incluso esos pocos historiadores rara vez notan que el mayor cambio no ha sido
en la mejora de las condiciones materiales: más de la mitad, y tal vez hasta dos
terceras partes de los frutos del explosivo crecimiento de la producción y de la
productividad en este siglo, es decir, de la contribución de los negocios y de la
gente de negocios, ha sido en ocio, educación, expectativa de vida y cuidado de
salud, y, sobretodo, en oportunidades para el individuo.
Al mismo tiempo, en este siglo los negocios y la gente de negocios han perdido
poder y riqueza, los dos fundamentos primordiales de una posición de liderazgo.
Hoy, ningún hombre de negocios en ninguna parte del mundo tiene una fracción
del poder que ejercían hace ochenta años un J. P. Morgan, un John D.
Rockefeller, un Alfried Krupp, o los diez o doce banqueros particulares que juntos
constituían la “corte” casi omnipotente del Banco de Inglaterra antes de la Primera
Guerra Mundial. Las que han ganado poder son las entidades que son, o bien
hostiles, o bien altamente críticas de los negocios: los sindicatos obreros, la
burocracia oficial y, la mayor beneficiaria de todos, la universidad. Mero ornamento
de la sociedad hace ochenta años, hoy la universidad tiene en todo país
desarrollado lo que las sociedades anteriores jamás le otorgaban a una institución:
el poder de conceder o negar el acceso a una manera de ganarse la vida y a una
carrera mediante su monopolio no reglamentado del decisivo grado universitario.
En la actualidad, la riqueza de los negocios no se compara ni remotamente, ni en
términos relativos ni absolutos, con lo que era en 1900. haciendo las necesarias
correcciones por inflación e impuestos, la fortuna del más rico de los millonarios de
hoy parece minúscula al lado de las de hace ochenta años. Y para la economía los
“ricos” en realidad ya no tienen importancia.
Hace ochenta años, cualquier magnate en los estados Unidos o en la Alemania
imperial, en la Inglaterra eduardiana o en la Francia de la Tercera República,
podía suministrar y suministraba por si solo todo el capital que necesitara una gran
industria. Hoy, la fortuna de las mil personas más rica de los Estados Unidos, toda
conjuntamente, a duras penas cubriría las necesidades de capital del país en una
semana. Los únicos verdaderos “capitalistas” de los países desarrollados son los
asalariados, por medio de sus fondos de pensiones y de sus fondos mutuos.
Falta por ver si puede sobrevivir una posición de liderazgo que no se base en
poder dominante o riqueza dominante. Maquiavelo, el perspicaz sociólogo del
liderazgo, lo habría puesto en duda. La gente de negocios solo como grupo ejerce
liderazgo. Individualmente, son personas desconocidas, prácticamente invisibles.
¿Cuántos ciudadanos saben cómo se llaman los directores ejecutivos de las 500
compañías más importantes del país? Durante los seis o siete años que dura en
su cargo, el director de una gran compañía puede ser un gran personaje, con su
avión Jet privado, una bandada de secretarias, un batallón de funcionarios de
relaciones públicas y un comedor privado, pero 24 horas después de su retiro es
un don nadie que tiene que mostrar su tarjeta de identidad para que el portero lo
deje entrar en su propia compañía.
Tampoco es seguro, ni mucho menos, que la posición de liderazgo sea
conveniente ni para los negocios ni para la gente de negocios. Por lo menos, el
economista más distinguido de los Estados Unidos, Milton Friedman, sostiene que
es socialmente irresponsable y económicamente perjudicial que un negocio se
ocupe de otra cosa que no sea resultados para la empresa, es decir, maximizar
las utilidades y, de ese modo, mejorar los niveles de vida, crear capital y ofrecer
más y mejores empleos para el mañana.
Pero por efímero, ilógico, irrazonable y aun indeseable que ello sea, es un hecho
que en los países desarrollados de hoy a los negocios y a la gente de negocios los
consideran como el grupo de liderazgo.
Hay un según hecho igualmente importante: los ejecutivos de los negocios son
inevitablemente líderes en sus organizaciones, los consideran como tales y como
tales los juzgan
“Cuanto más trepe la mona, más se le ve la cola”, cantan los chicos en las
escuelas inglesas. Lo que hacen los ejecutivos, lo que creen y valoran, lo que
premian y las personas a quienes premian son cosas que se observan, se siguen
y se interpretan minuciosamente en toda la compañía. Y nada se nota más
rápidamente ni se considera más significativo que una discrepancia entre lo que
los ejecutivos predican y lo que esperan que sus asociados practiquen.
Hace poco, tuve ocasión de conversar con un viejo estadista de la industria
japonesa sobre la violación de la prohibición de despachar productos estratégicos
estadounidenses, por una filial de la compañía Toshiba de Tokio. Le comenté que
los altos ejecutivos de Toshiba se habían declarado “responsables” y habían
renunciado por ese motivo, a pesar de que Toshiba escasamente controla a la
firma que cometió la falta (solo posee el 50.1 por ciento de sus acciones). esta
última es autónoma y no “había hecho caso de la política publicada de la
compañía.
Nosotros no diríamos responsables, manifestó mi amigo. Diríamos que ellos tienen
la culpa. Si un gerente de una compañía hace algo que está mal hecho, con objeto
de mejorar la posición de mercado o las utilidades de la compañía, podemos estar
seguros de que solo está haciendo lo que la alta administración quiere que haga y
le ha indicado que debe hacer.
Los japoneses reconocen que en realidad solo existen dos requisitos para el
liderazgo. El primero es aceptar que el rango no confiere privilegios, sino que
acarrea responsabilidades. El segundo es reconocer que los líderes de una
organización tienen que imponerse así miso aquella congruencia entre hechos y
palabras, entre conducta y creencias y valores expresados, que denominamos
“integridad personal”.

También podría gustarte