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¿Dónde habitan las ideas que canalizamos en la escritura? ¿Cómo se apela a ellas?
¿Qué procedimientos empleamos?
Ideas tenemos todos, pero no todos las atrapamos a tiempo. Y si las atrapamos, cada
uno lo hace a su manera. Captar cómo lo hacemos e incrementarlo nos permite
aprovecharlo mejor. Intuición, experiencia, experimentación, juego, observación, son
algunos de los fenómenos impulsores.
Improvisación o planificación son los procedimientos generales de acopio de ideas,
Aquí vamos a encarar ambos aspectos: los impulsos y los procedimientos como vías
para la elaboración del texto.
Las ráfagas.
A veces, las ideas pasan por la mente como ráfagas y creemos que se nos escapan.
Pero las ideas vuelven como ya lo han advertido infinidad de escritores. Truman
Capote, por ejemplo, decía que cuando se le ocurría algo nunca lo apuntaba
inmediatamente, sino que lo dejaba sedimentar porque lo verdaderamente potente
siempre vuelve y si el concepto es lo suficientemente bueno, si de verdad te
pertenece, entonces puedes olvidarlo porque te perseguirá hasta que lo escribas.
Es como un tamiz: a través del colador pasa el polvillo, pero la pulpa queda y es lo que
se explota. Por eso, Capote en lugar de apuntar y llenar cuadernos de bocetos
esperaba. Mientras tanto de esas ráfagas que nos asaltan podemos rescatar la
sensación que percibimos al vuelo y las astillas generadoras de otras ideas diferentes.
Se trata de trasladar sensaciones y astillas al campo del lenguaje. Es un modo de
establecer una cita con las palabras. A veces el camino es más importante que la
meta. En este caso lo es: recoger las astillas nos permite encender el fuego y captar
las sensaciones será útil para hacerlo con energía. Por lo tanto, se trata de no intentar
apuntar la idea que nos sobreviene completa, sino sus resonancias.
Truman Capote también decía que invariablemente tenía la ilusión de que la acción de
una historia –el comienzo, el medio y el final- tenía lugar todo a la vez en su mente y
que la veía toda entera en un instante, pero que a la hora de ponerla en marcha, de
escribirla, ocurrían infinitas sorpresas y estaba con ello muy agradecido porque la
sorpresa, ese giro, la frase que llega de ninguna parte en el momento justo, era el
beneficio inesperado, un pequeño empujón regocijante que va manteniendo en pie al
escritor.
Las “astillas”.
Confeccionar una lista de sensaciones, que aunque no sirvan por sí mismas sean
aptas para caracterizar personajes, acelerar enigmas, etc., es una posibilidad. Otra es
confeccionar una lista de asociaciones, o sea, de astillas.
Lo que llamamos astillas son señales, indicadores que suceden en cualquier momento
y en cualquier lugar.
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Las llamamos astillas porque, como tales, son trozos pequeños de la totalidad.
Para ejemplarizar este caso utilizaremos el comienzo de Gansos salvajes, de Louise
Erdrich:
“Los viernes por la mañana voy a la laguna con mi hermano Eli a esperar que
las aves desciendan. Nos hemos escondido un pequeño escondrijo. Eli tiene un
sexto sentido y una puntería que yo no puedo igualar, pero es tímido y no le
gusta hablar”.
Las astillas de las que podría surgir el cuento podrían haber sido las siguientes:
Astilla 1:
La autora leyó en el periódico la noticia de que un hombre asesino a su
hermano. La noticia le causó horror y éste le produjo la necesidad de contar lo
contrario: dos hermanos aliados.
La astilla, o sea la señal, es la visión del crimen, pero también (y aquí coincide
la astilla con una sensación) es el horror.
Astilla 2:
Asesinar = cazar = cazar aves: esperan las aves para cazar. Es decir, podría
haber lo del asesinato leído en el periódico con la caza, y a la hora de escribir
el cuento aprovechó esa astilla para unirla a la anterior y utilizarla como nexo
entre los hermanos.
Astilla 3:
Esta señal podría haberla recogido mucho antes o mucho después que las
anteriores, pero la registró para utilizarla cuando le conviniera.
Vio un hormiguero mientras atravesaba un parque y lo relacionó con el
pequeño escondrijo que luego incorporó a la historia.
Astilla 4:
Recordó a un amigo de infancia que era como su hermano y hablaba poco. Un
recuerdo puede provocar una astilla. Lo aplica al personaje y de aquí podría
surgir la idea de que a Eli no le guste hablar.
Una vez apresadas las resonancias de las ideas, conviene ordenarlas para su futura
incorporación en un texto.
Improvisar o planificar.
Improvisar
Planificar
Pero ambas fórmulas son correctas y podemos elegir la que prefiramos. Aunque se
prefiera planificar, la improvisación es una actitud liberadora y nos puede aportar
material inesperado.
Planificar directamente
y después
Poner título.
Poner título es una operación contradictoria pues es imposible poner desde el inicio un
título definitivo. Pero como síntesis previa a la escritura puede funcionar y ser un
dispositivo al que recurrir durante el proceso.
Incluso, se puede trabajar con subtítulos. Hacerlo contribuye a evitar la parálisis, el
bloqueo producido cuando nos enfrentamos a una idea interminable, que no se
interrumpe nunca y que finalmente acaba agotando nuestra capacidad de asociación.
En cambio, los subtítulos actúan como una especie de corte y, en este sentido, nos
ofrecen disparadores variados para un mismo texto.
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Las ideas para escribir pueden conseguirse a partir de los lugares más insospechados,
por ejemplo, de las informaciones directas que nos da un periódico o cualquier
persona en su conversación.
Suele suceder que lo que recibimos por estas vías y únicamente como información lo
olvidamos en poco tiempo. La diferencia con lo organizado como hecho estético, es
decir en un cuento o en un poema, por ejemplo, es que no sólo lo recordamos, sino
que lo releemos.
Por lo tanto, en principio debemos diferenciar entre dos clases de textos:
Entre las dos formas de discurso no hay diferencias de significado y, por tanto, en el
texto significativo la diferencia estriba en la originalidad, la imposibilidad de previsión
respecto de un sistema de probabilidades es lo que nos da el máximo de información.
Las señales de las que hablábamos al principio, las astillas, tienen una relación directa
con la necesidad ineludible de escribir que, para la mayoría de los escritores, es la
primera condición que justifica la producción de la escritura.
Lo enfocamos según dos de sus variantes:
Las palabras
Al respecto, Jünger dice que “cuando un vocablo produce desasosiego es que
constituye una advertencia, una señal más que un indicador de caminos, parecida
a los anillos que rodean a la piedra lanzada al agua, la señal que se propaga en
círculos. En los sitios donde la señal anuncia un peligro todo es posible”.
Sin embargo, tampoco hay que descartar lo contrario, es decir, escribir a pesar de
todo, sin disparador consciente. Escribir y basta.
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Recapitulando.
TALLER DE TEXTOS
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Las ideas habitan en los lugares más insospechados. Encontrarlas y atraparlas para
transformarlas en un texto literario es la tarea a realizar si respondemos a las
siguientes propuestas.
Propuesta 1: Respuestas.
Responder a las siguientes preguntas de forma rápida, sin darse tiempo para pensar.
Registrar la primera respuesta que nos venga a la mente:
Propuesta 2: Seleccionar.
Agrupar las respuestas de la propuesta precedente, extraer de ellas lo más
significativo y construir un texto.
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Con las sensaciones recogidas en la propuesta anterior, inventar características para
un personaje, construir una anécdota, crear un misterio, etc.
Propuesta 5: Titular.
Propuesta 6. Imaginar.
Imaginar al personaje del texto siguiente y explicar qué es lo que le pasa, por qué está
afligido, qué hay escrito en el papel, hacia dónde va, por qué llora, dónde se para el
tren, etcétera:
“Un hombre está sentado en el vagón de un tren, llora, saca un trozo de papel
del bolsillo, lo mira, llora con más fuerza. El tren se para”.