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Introducción

“Las emociones son impulsos para actuar, planes instantáneos para enfrentarnos a la vida
que la evolución nos ha inculcado
e impulsos arraigados que nos llevan a actuar” (Goleman, 1995).

Las emociones están presentes desde el nacimiento y juegan un papel fundamental en la construcción
de la personalidad y en las interacciones sociales. Esto significa que las emociones son acontecimientos
de naturaleza biológica y cognitiva, que tienen relación en términos sociales. En este sentido, las
instituciones educativas ignoran o restan importancia a estos aspectos, y cuanto más progresa el alumno,
menos se tienen en cuenta (López Cassá, 2005).

En el presente ensayo se plasma el papel determinante que juegan las emociones debido a que estas
influyen de manera negativa y positiva en el proceso de enseñanza-aprendizaje. El alcance que posee este
tema es fundamental ya que se requiere que el campo educativo se empape de la importancia que conlleva
el implementar la Educación Socioemocional dentro de las aulas de clase porque, dependiendo del estado
emocional en el que se encuentren los alumnos y el docente, determinará el aprovechamiento académico
de cada uno de los actores. La razón por la que es interesante el tema es el hecho de que se entienden a las
emociones como causas de intervención en la capacidad de razonamiento, la memoria, la toma de
decisión y, como anteriormente se ha mencionado, en la actitud para aprender.

Asimismo, se considera esencial consolidar la importancia de las emociones, no sólo en el ámbito


educativo y en la obtención y el procesamiento de información, y también el cómo estas están presentes
en las interacciones sociales del alumnado y cómo las situaciones de su vida personal pueden afectarles
académicamente.

Existen teorías que respaldan que la enseñanza, al ser una profesión en contacto directo con un grupo
de personas de las cuales seremos sus cuidadores, es naturalmente emocional. Así, en la escuela se
experimentan subes y bajas de múltiples alumnos, docentes y personal en cuanto a emociones se refiere;
desde la tristeza hasta la alegría en las mañanas, la frustración en las aulas, el enojo de las disputas
posibles, y muchos más. Como maestros incluso se nos dificulta reconocer, identificar, categorizar y
manejar nuestras propias emociones, por lo que exigírselo a los niños sin darles el ejemplo, una guía o un
acompañamiento es incluso insulso. Ahí entonces recae la importancia de impartir Educación Emocional
de manera formal y regida por un sistema para que sea implementada por gente capacitada y que
prediquen información veraz y útil para los niños.

En los párrafos adyacentes se encontrarán temas interesantes y sustanciales para los docentes en
formación, como por ejemplo el papel fundamental que desempeñan en la vida del ser humano las
emociones; la importancia de la Educación Socioemocional dentro y fuera de las aulas de clase; el cómo
los maestros a cargo del grupo desempeñan un papel indispensable ya que los visualizamos como un
“modelo a seguir”; también se plantea el aprovechamiento que obtendrán los alumnos y alumnas
dependiendo las emociones positivas y negativas que experimentan; se plantea el porqué es importante
que los docentes conozcamos los diferentes estados emocionales y cómo lo podríamos vincular con los
estilos de aprendizaje de los y las estudiantes, se habla también de las realidades que se vivencian hoy en
día con respecto a este tema crucial.
Desarrollo

La importancia de las emociones en el ambiente escolar

Las emociones tienen un papel fundamental en la manera en la cual el ser humano existe en los
diferentes ámbitos de su vida cotidiana. Cuando hablamos, más específicamente, en el ambiente
educativo nos encontramos ante una situación que muchas veces puede ser complicada; pues si bien, hoy
en día la educación socioemocional y la visibilización de las emociones han tomado más importancia,
todavía nos falta formalizar más el proceso en el cual; desde pequeños, aprendemos a conocer, aceptar y
regular nuestras emociones.

Cuando somos niños vamos desarrollando esta inteligencia emocional, para la cual es necesario
aprender qué son y qué significan nuestras emociones y sentimientos, acorde a Rachel Jeffries (2018), el
entendimiento de cómo y por qué suceden, y también el reconocimiento no sólo de las emociones de uno
mismo, sino las de los demás también, para poder empatizar con ellos, y aprender a regular las nuestras a
través de maneras y estrategias efectivas y positivas que no impliquen el daño a otros o a sí mismos.

La importancia de la educación socioemocional recae, de acuerdo con Retana (2012), en que: “La
Inteligencia Emocional repercute en todos los ámbitos de la vida del individuo, de ahí la importancia y
necesidad de incorporar en los ámbitos educativos lo que hace necesario un cambio de modelo educativo
anti-emocional, demasiado centrado en el conocimiento académico y los contenidos de dominio
específico, ya que dicho modelo conlleva un sesgo en el desarrollo de la personalidad de los y las
estudiantes. Surge así la necesidad de un modelo más integral y holístico, que sea capaz de integrar la
educación emocional y la educación académica, como partes inherentes del mismo”. Es así como la
opinión del autor deja claro que para que el individuo sea capaz de poder llevar una educación académica
que dé resultados, es necesario que tenga un control y educación acerca de sus emociones, pues son estas
las que le permitirán desarrollarse institucionalmente.

De lo anterior surge la idea de que los maestros y maestras son un modelo a imitar, pues es conocido
que los alumnos y las alumnas tienden en muchas ocasiones a reproducir lo que hacen y dicen sus
docentes, incluyendo sus comportamientos que son producto de sus emociones, bien sea ante las actitudes
que asuman frente a situaciones particulares de su vida o la imagen que estos presenten frente al salón de
clases, que también conlleva muchas veces a la falta de motivación. Por ejemplo, si el maestro se muestra
desmotivado el niño tendrá tendencias a mostrarse del mismo modo. Es entonces que se pregunta no sólo
el cómo impactan las emociones en los alumnos, sino también en los maestros y sus vidas; y no se puede
obviar también la relación codependiente de estas emociones que tienen que coexistir en un mismo
espacio, en el cual es necesario incluso crear límites, pues históricamente y socialmente, acorde a Schutz,
P. A., & Pekrun, R, se espera que los maestros únicamente demuestren emociones placenteras como la
alegría o el disfrute, las conocidas como emociones buenas, y que supriman las malas, las no placenteras,
como la frustración o el enojo.

Sin embargo, se ahonda y se pregunta ¿cuál es la relación directa que existe entre las emociones y el
desempeño de los niños y niñas en el aula?, ¿o en el docente? Si se habla de lo obvio, se podría decir que
las emociones negativas aportan resultados académicos negativos y que las emociones positivas se
interpretan en resultados de un buen aprovechamiento escolar o un buen papel docente, pero esto va más
allá de la lógica pues muchas veces las emociones no actúan solas, sino que es el resultado de cómo el
individuo lidia con ellas. La realidad, es que no existen emociones “buenas” o “malas” cuando se trata de
la relación con el aprendizaje, sino que, de acuerdo a un estudio realizado por Ibañez (2002), las
emociones se consideran “favorables”, siendo parte de estas el interés y/o entusiasmo, la alegría y/o
satisfacción; o “no favorables”, en donde entrarían la rabia y/o impotencia, la inseguridad y/o miedo;
pero, sí es indiscutible que de acuerdo a las condiciones en las cuales se encuentren los estudiantes y su
entorno, estas emociones pueden potenciar el aprendizaje o en su caso debilitarlo.

El conocer los estados emocionales de los y las estudiantes, así como sus estilos de aprendizaje, puede
ayudar al profesor o profesora a organizar de manera más eficaz y eficiente el proceso de aprendizaje-
enseñanza a implementar (Thompson & Aveleyra, 2004), y posibilita atender a los y las estudiantes de
manera más personal, guiándonos en el contexto del aprendizaje; solo así es que el o la docente realmente
puede contribuir a que sus estudiantes se conviertan en los constructores de sus propios aprendizajes
(Thomson & Mazcasine, 2000).

Una de las realidades que se relaciona con este tema es que hoy en día, si bien ya no es un tabú tan
marcado como en décadas pasadas, la educación emocional sigue siendo un tema delicado y de rechazo
para ciertas personas, y es que muchas veces este rechazo viene de no conocer bien el término. De
acuerdo con Cohen (2001): “La educación social y emocional se refiere al proceso y los métodos que
utilizamos para fomentar las competencias socioemocionales. Aunque sugiero que la capacidad de
“leernos” a nosotros mismos y los demás es la base para el aprendizaje socioemocional, en esta área se
refiere a un conjunto más amplio de conocimientos y habilidades”. La importancia de tener un sistema
educativo que no sólo fomente la educación socioemocional, sino que de la misma manera dé las bases
para poder impartirla es vital, pues hoy en día tenemos alumnos que si bien son conscientes de sus
emociones y de las acciones o situaciones que pueden desencadenarlas, no conocen o no implementan
estrategias para regularlas.

En este sentido, uno de los principales objetivos que debería de tener la educación formal es la
creación de programas y planes de estudio de la educación socioemocional, a fin de que dentro de los
ambientes educativos se vea como un asunto de interés fundamental para el desarrollo integral de los
alumnos, quienes, si bien van a las escuelas a aprender de manera académica, también deberían de
aprender sobre situaciones o necesidades de la vida humana. El hecho de no contar con una educación
socioemocional formalizada y que atienda a las necesidades de los individuos sociales actuales sólo nos
demuestra que existe una desinformación global acerca de la importancia que tienen las emociones en el
proceso de enseñanza-aprendizaje.

La realidad es que si se inculcara una cultura en la cual se diera una verdadera importancia a la
regulación y control de las emociones, las personas entenderían que estas son vitales para poder funcionar
en cualquier otro ámbito, pero al existir esa brecha de conocimiento y conciencia muchas veces se
generan expectativas que están muy lejos de la realidad. Una de ellas es el hecho de que se cree que los
docentes tienen la obligación de educar, en un contexto emocional y moral, a sus alumnos, y de que están
capacitados en su totalidad para fungir como psicólogos de sus estudiantes.

La retrospección, entonces, toma un papel imprescindible para el reconocimiento y la regulación de las


emociones que esperamos exista para las próximas generaciones, y también las actuales, lo que significa
despegarse de las creencias de la sociedad, que esté motivada a buscar una autonomía emocional
(Wentzel & Wigfield, 2002).
Conclusión

Las emociones son un fenómeno complejo que involucran tanto la dimensión biológica como los
factores socioculturales presentes en el desarrollo del individuo. Estas son inherentes a la vida misma,
encontrándose en cada momento del día, en cada situación, incluso en la más trivial, monótona y sencilla.
Cada una de ellas son producto de la percepción de los hechos y los momentos a que hemos vivido a lo
largo de nuestras vidas.

Cabe mencionar que cada persona reacciona de manera distinta ante determinados sucesos. Esto se
debe a que cada ser, desde su infancia, experimenta situaciones de manera única e individual las cuales
forjan paulatinamente la percepción del mundo y la manera en la que se responde ante los distintos
estímulos y sucesos que acontecen en nuestro contexto y en nuestra existencia misma. La infancia es la
etapa de vida de mayor relevancia para el individuo, pues los acontecimientos que el niño experimenta
influirán ampliamente en su desempeño social en el futuro. Es en esta etapa en la cual se desarrollan las
habilidades emocionales del menor. Los distintos entornos en los cuales se desenvuelve influyen en este
desarrollo: el hogar, el vecindario, la escuela. Es esta última en la cual el niño desempeña el papel de
infante, alumno y compañero.

Estos nuevos papeles lo llevan a enfrentarse a diversos escenarios en los que desarrollará sus
habilidades emocionales. Las emociones experimentadas en este nuevo rol determinarán su desempeño
social y académico debido a la interacción del niño con sus pares (relación alumno-alumno) y con el
personal docente (relación alumno-maestro), siendo este último un personaje importante en la vida del
alumno. De hecho, la relación alumno-maestro posee un aspecto de bilateralidad no sólo en el proceso
enseñanza-aprendizaje, sino que también poseen este aspecto en el ámbito emocional, pues la manera en
la cual el docente se relaciona con sus alumnos será determinante en el desarrollo psicológico y
académico del alumno.

Debido a la premisa mencionada previamente, es importante destacar la importancia del papel del
docente en el desarrollo emocional del alumno. Por ello, el personal docente y las instituciones educativas
deben concebir y aplicar la educación socioemocional de modo que los alumnos se conozcan y respeten a
sí mismos y a los demás, y al entorno en el que viven, de modo que pueda lograrse el pleno desarrollo de
sus emociones, así como la autorregulación de estas. No obstante, la responsabilidad de esto recae no sólo
en la institución educativo, sino también en la familia, debido a que el contexto familiar es el primer
entorno social en el cual el niño se ve inmerso y del cual este obtiene los principales valores, actitudes y
percepciones del mundo.

La educación es en definitiva una herramienta elemental y menester en el moldeo de la


autorregulación de las emociones humanas y su desenvolvimiento en el día a día (Pekrun et. Al., 2002),
pero la educación centrada en lo socioemocional es la estrategia que permitirá el logro de estos objetivos;
sin embargo, para eso es necesario enfocarnos en todas y cada una de las emociones de los alumnos y los
maestros, tener a estas como el centro del estudio de la psicología para generar estrategias que permitan el
desarrollo integral de todos los actores de la sociedad, que permitan el conocimiento, reconocimiento,
categorización y regulación de manera positiva tanto del personal académico como del estudiantado; más
allá de la concentración únicamente en emociones negativas que influyen en las personas, o en las
positivas.
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