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Cuento El Tren Macho

De: Fernando Grados Laos

C
arla y Gabriel estaban felices la primera
noche de sus vacaciones, en la casa
huerta del abuelo Fermín, en
Huancavelica.

Solo él sabía relatarles los más hermosos


cuentos de su legendaria tierra. Por eso,
antes de ir a la cama, el noble anciano
les dijo a sus nietos: “hoy día les daré a
conocer el cuento de un tren”. ¿Un tren
de verdad? –preguntó entusiasmado
Gabriel.

“sí -dijo el abuelo- al que la gente le tiene


mucho cariño y al que cariñosamente
llamamos Macho”. Carla, algo confundida,
añadió: ¿Macho? ¿Es que no pudo ser mejor
rápido o veloz?

Hace mucho tiempo, un reluciente tren a vapor llegó desde muy lejos hasta
nuestras tierras.

Así, todos los días, orgulloso- al asomar el alba-, partía silbando desde la estación
de Huancayo. Trepaba los andes, serpenteaba caminos, desafiaba abismos,
quebradas y ríos, hasta elevarse cerca del cielo. Y la gente empezó a quererlo
porque era símbolo de progreso.

Como la ruta era muy accidentada, el tren paraba cada cierto trecho para beber
agua; mientras, que los maquinistas, pasajeros y animales, hacían lo propio para
alimentarse.

Después, proseguían rumbo a Huancavelica.

Aunque muy trabajador, algunos se quejaban del tren, acusándolo de demorón o


tardón. Pero la mayoría lo defendía: “Nuestro tren es bien… macho: sale cuando
quiere, llega cuando puede, ¡pero llega! Y nadie puede reclamarle”, decían y el
tren-silbando y fumando-proseguía su heroica travesía por los andes peruanos,
trayendo y llevando ilusiones, trabajo, víveres y mercancías.
El tiempo pasó y una tarde le dijeron la triste noticia: “usted deja de circular por
estar muy viejo. Ha sido jubilado”. Lloró en silencio y la gente extrañó los días
siguientes el grato silbido de los amaneceres.

En un frío almacén de la ferroviaria, nuestro tren agonizaba de tristeza. Solo


esperaba marchar como simple chatarra rumbo a los hornos de una fundición.
Iban a calcinarlo. Sin embargo, una mañana, pudo escuchar el grito de la gente.

¡Eran sus amigos! Huancavelicanos, huancaínos y los habitantes de una pequeña


villa que él conocía perfectamente, llegaban con sus autoridades para darle la
buena nueva.

“volverás a los rieles, pero dejarás el vapor porque ahora te moverás con
electricidad”, le dijeron y el tren… lloró de felicidad. Hoy ese mismo tren macho del
siglo pasado sigue escalando con donaire nuestros andes, silbando su alegre
melodía.

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