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C
arla y Gabriel estaban felices la primera
noche de sus vacaciones, en la casa
huerta del abuelo Fermín, en
Huancavelica.
Hace mucho tiempo, un reluciente tren a vapor llegó desde muy lejos hasta
nuestras tierras.
Así, todos los días, orgulloso- al asomar el alba-, partía silbando desde la estación
de Huancayo. Trepaba los andes, serpenteaba caminos, desafiaba abismos,
quebradas y ríos, hasta elevarse cerca del cielo. Y la gente empezó a quererlo
porque era símbolo de progreso.
Como la ruta era muy accidentada, el tren paraba cada cierto trecho para beber
agua; mientras, que los maquinistas, pasajeros y animales, hacían lo propio para
alimentarse.
“volverás a los rieles, pero dejarás el vapor porque ahora te moverás con
electricidad”, le dijeron y el tren… lloró de felicidad. Hoy ese mismo tren macho del
siglo pasado sigue escalando con donaire nuestros andes, silbando su alegre
melodía.