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UNA GRAN BIBLIOTECARIA

Hace algunos años en mi país estalló una terrible guerra que cambió mi vida y la
de mis compatriotas.
Yo, Alia, dirigía en la Biblioteca Central de Basora. Para una mujer culta e
inteligente como yo, la profesión de bibliotecaria suponía un gran privilegio,
puesto que me permitía estar en contacto con libros únicos y auténticos tesoros
que recordaban el pasado esplendor cultural de mi país.
Hasta hacía pocos meses, la biblioteca había sido el principal centro de la vida
cultural de mi ciudad. El público acudía interesado a las tertulias, los foros etc.;
pero llegó la guerra y acabó con todo, ahora las salas de lectura permanecían
desiertas la mayor parte del tiempo. Nadie acudía a los pocos actos culturales
que se convocaban. Eran tiempos muy difíciles, el dolor y la destrucción de la
guerra se había apoderado de la ciudad
Yo no podía disimular mi tristeza, además en mi sufrimiento había que añadir
una punzante preocupación: mis amados libros, los ejemplares que custodiaba
con exquisito cuidado, corrían peligro; cualquier saqueo bombardeo o un
incendio acabaría con el patrimonio de siglos. Tenía que hacer algo antes de que
fuese tarde. Así que armé de valor y con gran resolución fui a presentarme al
despacho del gobernador de Basora. Le pedí ayuda, pero él me dijo que tenía
otros asuntos más urgentes que el mío.
A pesar de aquella respuesta no me rendí y empecé a retirar los libros en la
noche. Salía con una caja de libros me aseguraba que nadie me viera y avanzaba
con sigilo hasta mi coche. Al llegar a mi casa, colocaba los libros.
Así una noche tras otra, mi casa se fue llenando de libros y estaban en todas
partes, abarrotaban los armarios, apilaba sobre mesas y sillas, invadían mi
cocina. Eran una parte insignificante del fondo de la biblioteca, pero al menos
aquellos ejemplares estaban a salvo. Una mañana cuando llegué a mí puesto de
trabajo, descubrí que la biblioteca había sido saqueada y se habían llevado
todos los muebles, alfombras, lámparas y por suerte ningún libro había
desaparecido. Probablemente los saqueadores no les había parecido de gran
valor. Eché a correr y no me detuve hasta que llegué al restaurante de mi
vecino. Le conté todo y dijo que me ayudaría. Él dijo a su empleado que llamase
a otras personas para que nos ayudaran. En un instante aparecieron un buen
grupo de personas. Los volúmenes pasaban de mano en mano con una increíble
rapidez, hasta llegar al restaurante de Anis. Tras varias horas de trabajo
habíamos salvado miles de libros.
El edificio de la Biblioteca fue devorado por las llamas en un terrible incendio
poco después. Afortunadamente, su valioso contenido había sido salvado a

tiempo.

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