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I DON´T LIKE MONDAYS

(Tell me why...)
Basado en la canción homónima por Bob Geldof de The

Boomtown Rats.

AIXA DE LA CRUZ
I

Yo: No deberías mirarte al espejo. Te hace daño.

Brenda: Daño el maldito ruido. El de la school..

Yo: ¿Sabes cuál es el problema?

Brenda: I told you! No soporto ese alboroto.

Yo: Es la desproporción. Demasiado trasero para una delantera tan plana.

Brenda: Shut the fuck up!

Yo: Deberían quitarte carne de abajo para ponerla arriba... Esa sería una gran

idea, ahora que todo el mundo habla de reciclaje.

Brenda: Sí, cómo me joden esos cubos de colores.

Yo: Los de la basura.

Brenda: Sí, los de la basura. Son de color chicle. Ahora todas las aceras están

salteadas de amarillo cartón, verde vidrio y rosa orgánico. Ni siquiera

conjuntan. It´s so fucking mexican...

Yo: La mexicana de tu clase también tiene un trasero enorme, pero ella tiene

pecho, dos enormes peras que se mueven de arriba abajo en las clases de

gimnasia. Reconoce que la miran más que a ti. A una pinche mexicana.

Brenda: ¿Por qué chillan tanto? Ni siquiera parece que disfruten. Una matanza

de puercos enanos. Eso parece.

Yo: Y tu enorme trasero...

Brenda: Mi gigantesco trasero...

Yo: Pero a papá le gusta.

Brenda: Daddy siempre dice que estoy linda.

Yo: Cute.
Brenda: No. Beautifull. Dad usa esa palabra. Es más importante.

Yo: Pediste un sujetador con relleno de agua, pero te regalaron el rifle.

Brenda: Por Xmas.

Yo: Debieron haberte regalado el sostén.

Brenda: Me gusta mi rifle.

Yo: Pero tus tetas no podían esperar. Era más necesario.

Brenda: Para nada. Daddy piensa que ya tengo que aprender a disparar.

Cumplí dieciséis, ¿recuerdas?

Yo: Sweet sixteen...También tienes edad para tener dos buenas...

Brenda: ¡Ya deja eso! Gracias al rifle Dad y yo pasamos mucho tiempo juntos.

Los domingos vamos a cazar patos, a la reserva. El mismo día de mi birthday

maté al primero. Lo cacé al vuelo, imagínate. La bala atravesó el cuello y lo

degolló. Aún voló unos segundos con un muñón por cabeza y se empotró

contra el tronco en el que estaba recostada. Me cayeron gotitas de sangre en la

frente, que se había mezclado con la resina. Toqué la masa y era viscosa, una

plastilina muy ligera. En conjunto, la experiencia fue amazing. Como una

calada profunda de esos cigarritos que prepara Meg.

Yo: Los impregna en cocaína.

Brenda: Don´t mind. Lo importante es que aquel día daddy me felicitó. Estaba

tan orgulloso... Escuché cómo le contaba la historia a su amigo Benson. Ya

sabes que Benson siempre está jodiendo con lo fucking perfectos que son sus

cerdos y malolientes críos.

Yo: Andy y Ryan. De 5 y 9 años.

Brenda: Daddy dice que en primavera los patos vuelan en bandadas de cien.

Disparas al cielo y llueven patos muertos. Muchos agonizan durante minutos.


Se desorientan. Chocan contra los árboles, como si estuvieran borrachos,

hasta que una rama los perfora o simplemente caen, desangrados. Hay árboles

cuyo ramaje acaba en punta y allí aparecen muchos empalados.

Yo: Los perros se ponen nerviosos porque no alcanzan a atraparlos.

Brenda: Estoy impaciente por que llegue la primavera.

Yo: Apenas comenzó el invierno.

Brenda: Sí. El puto y aburrido invierno.

Yo: I don´t like winter.

Brenda: Me neither.
II

Daddy: Brenda Ann era una niña ejemplar. Nunca nos faltó al respeto. Nunca.

Ni a mí ni a mi esposa. Y bien es sabido que el respeto es primordial. Una

mujer se mide en el respeto con el que trata a su padre, ya que así es como

tratará a su marido en el futuro. Brenda Ann estaba destinada a ser una

paciente esposa. Así la educamos para que lo fuera. Excelente cocinera. A los

11 años sabía preparar burritos exactamente como a mí me gustan. Me los

llevaba a la cama los domingos a la mañana. ¿Cuántas niñas hacen eso por

sus padres, de iniciativa propia? Y es que a Brenda Ann nunca hubo que

reprenderla, ni obligarla a realizar sus labores. Desde niña fue limpia y

ordenada como nadie. Pasaba horas alineando los frascos de especias en las

baldas de la cocina y no soportaba que nadie los cambiara de lugar. Se ponía

muy nerviosa cuando las cosas no estaban en su sitio.

Señora Spencer: Agresiva. Se volvía agresiva.

Daddy: No exageres, Cathy. Tenía su carácter, pero no puedes negar que era

una niña ejemplar. Muy bien educada. Nunca se unió a esas modas hippies ni

nada por el estilo. Le parecía horrible todo aquello del rock n´ roll y por eso

nunca escuchaba la radio, porque le ponía dolor de cabeza.

Señora Spencer: Sí. Ruido. La música era ruido. Como el que hacían los niños

de la escuela.

Daddy: Sin duda era una niña ejemplar, aunque a veces perdía el tiempo

fantaseando, por culpa de ese programa de televisión, el de las noticias

policiacas. Es cierto que la fascinaban y luego transformaba las historias,

añadía detalles que ella misma inventaba, escenas sangrientas. Pensé que
sería literata, narradora de historias terroríficas. Pero no violenta. No señor.

Porque Brenda Ann siempre fue una niña de las que no quedan, siempre bien

vestida y sin pájaros en la cabeza.

Señora Spencer: ¿Y qué me dices del gato?

Daddy: ¡Por el amor de Dios, Cathy! ¿Siempre tienes que salir con esa

historia?

Señora Spencer: Tenía ocho años.

Daddy: Exacto. Ocho años. Los niños no son conscientes a esa edad.

Señora Spencer: Sabía perfectamente lo que estaba haciendo cuando tomó al

gato en brazos y corrió el pestillo del cuarto de baño.

Daddy: Por favor...

Señora Spencer: Es más, lo venía planeando porque el encendedor hacía

días que faltaba, ¿recuerdas? Pensamos que se lo había llevado tu hermano

Phill, que entonces fumaba aquellos cigarros de filtro largo. ¿Cómo se

llamaban?

Daddy: Long Fingers.

Señora Spencer: Long Fingers, así es. El gato se llamaba Scooby.

Daddy: Ya nadie lo quería. Estaba viejo. Ensuciaba toda la casa. Tú misma

pensaste en sacrificarlo.

Señora Spencer: Sí. Una inyección. Un tiro en el cráneo, tal vez. Pero no,

Brenda le ató las patas y lo colgó de la lámpara del techo. Subida a una

banqueta estaba frente a su abdomen.

Daddy: Barriga de gato.

Señora Spencer: Primero le rasuró los pelos para que no se prendieran en

llamas. Luego acercó el encendedor. Tenía curiosidad, dijo. Quería saber qué
ocurre cuando se le aplica calor a un cuerpo, durante mucho rato, hasta que la

piel se ennegrece y comienza a desconcharse, en láminas finas como la piel de

cebolla.

Daddy: Cuando llegamos a casa olía a gato quemado.

Señora Spencer: Un agujero negro en la barriga. Tres o cuatro centímetros de

acceso directo a las vísceras calcinadas.

Daddy: Era sólo una niña.

Señora Spencer: Los niños son más crueles.

Daddy: Olía a beicon frito.

Señora Spencer: Ella nos guió hasta el cadáver del gato. Estaba orgullosa,

como quien exhibe su gran obra.

Daddy: Le hice entender que aquello estaba mal. Que cuando fuera mayor

iríamos de caza. Pero aquello no.

Señora Spencer: Aquello era terrible.

Daddy: Desagradable.

Señora Spencer: Ya nunca más tuvimos animales domésticos. Y eso que

Brenda insistía en tener un perrito.


III

Meg: No me sorprende que Brenda se sintiera aburrida cuando hizo aquello.

Estaba completamente sola, no friends, ya se entiende. Lo peor es que todo

fue culpa suya. Éramos amigas desde el kinder por lo que a mí me costó más

que a nadie distanciarme, pero hay cosas que no se pueden consentir, no way,

ni siquiera en una casi-hermana como Brenda.

Veamos, todo empezó en casa de Fred, el último verano.

Fred’s my boyfriend. Hace poco que le dejo sobarme por debajo del bra. Bren

ya había tenido un novio de ese estilo. Se llamaba Toby y era un poco raro,

nerd, aunque hacían buena pareja, por las gafas y porque los dos eran

callados, un poco siniestros. Les presté mi cabaña de la costa un fin de

semana y él intentó...eso. Bren no quiso volver a verlo y desde entonces le

cambió el humor. Se volvió cizañera, insoportable. Yo creo que esnifaba

demasiado, más que yo, incluso, y el polvo la volvía una persona horrible, de

esas que disfrutan maltratando a la gente.

Aquella noche de la party en casa de Fred todos bebíamos frente al televisor

menos Andy, su hermano pequeño, que tiene intolerancia aguda con el alcohol,

una de esas enfermedades genéticas que le arruinan a uno la vida, no sugar,

no drugs y demás. Brenda no lo sabía y cuando se enteró le brillaron los ojos y

comenzó a hacer preguntas, sobre qué podría pasarle si, hipotéticamente,

bebiera gyn o whisky. Nadie le prestó demasiada atención y la noche avanzó.

Estábamos muy borrachos cuando Fred abrió la puerta del baño y comenzó a

gritar. Yo fui la primera en correr tras él y cuando vi a Andy con los ojos en

blanco, echando una masa verde por la boca, juro que pensé que estaba
poseído, que tenía al diablo dentro, que todos moriríamos aquella noche y

luego harían una película de terror sobre nuestra historia. Que tal vez Goldie

Hawn interpretara mi papel.

Pero Andy sólo estaba intoxicado.

Vino la ambulancia y los enfermeros le metieron gomas por la boca, hasta el

estómago. Me parece que eran azules, las gomas. Brenda quiso ver la

operación en primera fila. Estábamos conmocionados y nadie había reparado

en ella, en su extraña excitación, en el motivo por el que Andy se había puesto

sick. Entonces una enfermera se acercó a nosotros y preguntó qué era lo que

el enfermo había tomado. Es de vital importancia, dijo, para salvarle la vida,

dijo. Yo contesté que no bebía, que Andy nunca bebía porque se ponía muy

enfermo, le salía espuma por la boca, podía morir de un colapso. Pero Bren se

adelantó, feliz de ser el centro de atención, y con una frialdad impresionante,

enumeró las cantidades de ginebra, whisky y cerveza que el enfermo había

tragado.

La enfermera le estrechó la mano. La felicitó. Acabas de salvarle la vida, dijo.

Andy te estará siempre agradecido.

Nosotros no sonreíamos.

Nosotros habíamos entendido a la perfección.

A Fred le rogué que no la golpeara.

Aunque era difícil evitarlo, porque Brenda Ann Spencer nos miraba por encima

del hombro, se veía radiante, victoriosa. No remorse. Creo que reía por dentro.

Creo que según cruzó la calle y nadie pudo verla rompió a reír con esas

carcajadas pequeñas, como de pájaro afónico que tanto me molestaban de

ella.
Desde esa noche nadie en el instituto volvió a dirigirle la palabra a Brenda.

Llegaba sola y regresaba a su casa sola. All by herself. Una vez la escupieron

por los pasillos. No parecía que le importara demasiado pero yo intercedí por

ella. Pedí a mis compañeros que no la molestaran, que no la agredieran. Que

simplemente caminaran junto a ella como si fuera invisible. Era tan silenciosa

que a nadie le costó esfuerzo dejar de verla.

Brenda volvió a existir aquel 29 de enero. Y llevaba meses siendo transparente.


IV

El 12 de febrero de 1993 Robert Thompson y Jon Venables son los mejores

amigos. Estudian juntos en el colegio North Winston de Londres y esta mañana

han decidido hacer novillos. El autobús número 12 los lleva al centro comercial

de Bootle, en Merseyside. Robert quiere comprar unas baterías eléctricas para

un circuito de coches que ha construido con su padre.

Antes de llegar al pasillo de accesorios de electrónica, donde también está la

filial de Virgin y Master Records, pasan frente a la carnicería, que está llena de

madres y sirvientas y Robert siente miedo de que lo descubra algún conocido.

- Jon, vámonos de aquí.

Pero su amigo está distraído observando a un bebé que juega con un caballito

eléctrico frente a la entrada del establecimiento.

- No seas cobardica. Sígueme.

Jon se acerca a James Bulger, de dos años: muy rubio, pecoso y risueño.

Robert lo sigue a unos pasos de distancia.

- ¿Te gustan los caballitos eléctricos?

El bebé le regala una sonrisa y dice que sí, con mucha energía

- Sí.

Lo repite varias veces.

- Pero este no funciona. Si vienes conmigo te llevo a un parque que está

lleno de caballitos.¿Te apetece?

Jon le ofrece su mano al bebé y Robert, que aún no comprende, los acompaña

a la salida de incendios en la segunda planta. Son conscientes del riesgo y

bajan corriendo las escaleras con la sangre subida a los pómulos y dosis de
adrenalina en cada poro. Alcanzan la salida y la sensación de victoria es más

aguda que cuando roban golosinas en la cantina del colegio.

- ¡Hemos robado un bebé!

Grita Robert, y no puede contener la risa. Aplaude y el bebé lo imita. Se

mantiene entretenido chupando un caramelo que Jon ha encontrado en el

bolsillo de su cazadora

- ¿Y ahora qué vamos a hacer con él?

Pregunta. Jon está menos eufórico que su amigo porque lleva minutos

concentrado, considerando, precisamente, ese dilema.

- Las vías del tren, en Walton. Siempre están desiertas.

Decide Jon en ese instante.

- ¿Cómo te llamas, bebé?

- Jimmy.

- Muy bien, Jimmy. Vamos a jugar a los trenes.

El paso del cercanías junto a Walton es una zona rural poco transitada. Los

raíles se alargan durante kilómetros en línea recta, hacia London. Robert le

pide al bebé que corra, siguiendo la trayectoria de las vías. Le dice que así

comienza el juego.

A pocos metros de donde se encuentran, un montículo de arena y ladrillos

rotos señala el proyecto, nunca llevado a cabo, de una obra de albañilería.

El bebé comienza a correr, torpemente. Le pesan los pañales.

Jon y Robert seleccionan los ladrillos más pesados y agudizan su puntería.

Cuando Jimmy cae derribado no están seguros de qué proyectil ha sido el

responsable .Robert se vanagloria de ser el vencedor. Ambos se arrodillan

junto al bebé y le arrojan una decena de piedras en la cabeza.


- Lloras como un mono, Jimmy.

El niño trata de defenderse, con escasa fuerza; consigue arañarle un pómulo a

Robert Thompson. Este se enoja y le pisa la cara con tal brutalidad que la suela

de sus zapatos de charol queda marcada con detalle en el rostro

sanguinoliento del pequeño. Jon celebra la hazaña y comienza a desabrochar

los pantalones de cuadros rojos que viste Jimmy.

- Me parece que este cerdo se ha cagado. Ey, Rob, ¿tienes tus baterías a

mano?

Jon lo vio en una película: aplicar descargas eléctricas en los testículos. Le

decepciona que Jimmy apenas proteste. No es divertido; ya no. El niño pronto

está inmóvil sobre las vías del tren. Robert siente un escalofrío.

- Será mejor que nos vayamos.

Dice.

- No quiero meterme en problemas.

Dice.

Es 12 de febrero y hace horas que la madre de Jimmy ha denunciado su

desaparición.

No encontrarán a su hijo hasta el día 16, martes, San Bartolomé según el

santoral católico, un día jodidamente frío en Londres.

Porque James Bulger, de dos años, ha aparecido sobre las vías del tren,

cortado por la mitad.


V

Yo: ¿Por qué lo hiciste, Brenda?

Brenda: Pensé que sería divertido.

Yo: Entiendo.

Brenda: No, you don´t. Porque mi concepto de “diversión” no coincide con el

de la mayoría de la gente, ¿right?

Yo: Claro, tú disfrutas sin ataduras, sin reparar en lo que se supone

moralmente correcto.

Brenda: Ellos también lo piensan. Todos lo habían pensado alguna vez. Pero

sólo yo me atreví a comprobarlo.

Yo: Como cuando mataste al gato.

Brenda: Sí, pero ni siquiera maté a ese imbécil. Sólo vomitó algo de papilla. Él

mismo debía sentir curiosidad. No basta con creer ciegamente en lo que nos

dicen. A veces, también hay que experimentarlo. Eso es diversión.

Yo: Pero Andy no quería beber, tú lo obligaste.

Brenda: That´s false. Sabes perfectamente lo que pasó.

Yo: Lo engañaste.

Brenda: Era un imbécil.

Yo: ¿Qué le prometiste? ¿Una chupadita?

Brenda: No hizo falta. Me quité el sujetador.

Yo: Al principio parecía que le sentaba bien beber.

Brenda: I was afraid! Tuve miedo de que no estuviera enfermo, de que todo

fuera mentira.

Yo: Te hubiera reclamado lo prometido.


Brenda: Asqueroso.

Yo: Como Toby.

Brenda: Sí, ese puerco de Toby. Aún lo recuerdo frotándose contra mis

piernas como un perro. No le gustaban mis tetas, decía que eran pequeñas, el

muy hijo de puta, motherfucker.

Yo: Ahora que estás tan sola podrías volverlo a llamar.

Brenda: No lo digas ni en bromas.

Yo: En realidad estás bien así. Sólo echas en falta los cigarritos de Meg.

Brenda: ¡Ni la menciones! La zorra me defraudó. Ella debió haberlo entendido,

pensé que era distinta. Pero ese estúpido de Fred le ha destruido las pocas

neuronas que tenía.

Yo: ¿Qué ocurre?

Brenda: Otra vez el maldito dolor de cabeza. Close the window, close the

window.

Yo: Deberías moverte, hacer algo de ejercicio.

Brenda: Dile a daddy que venga a cuidarme. Dile que estoy muy enferma.

Yo: Si por lo menos levantaras tu enorme trasero del sofa...

Brenda: Me tiembla la cabeza. Hay alguien dentro, arañándome el cráneo,

intenta hacer un agujero para escapar. Anyday soon logrará reventar las

paredes.

Yo: Eres una gorda puerca. Por eso te duele la cabeza.

Brenda: Háblame de ese día en que papá nos llevó al rancho. De los conejos y

las codornices.

Yo: Sigues siendo una gorda de mierda.

Brenda: Por favor, por favor. Mercy…


Yo: Está bien, nenita. Cierra los ojos. Recuerda. Recuerda cómo enganchaba

las presas el perro Lucas. Sus enormes colmillos chorreando sangre de conejo,

conejitos blancos entre las fauces. No llores, Brenda, no llores.

Brenda: I don´t cry!

Yo: Tienes suerte de ser distinta.

Brenda: Claro que sí. Tengo suerte. Mucha. Cada día estoy más cerca de mi

yo ilógico, del verdadero. Más lejos de Brenda. Más lejos del pudor, de las

normas, del deber.

Yo: Más cerca de la voluntad.

Brenda: Lo más difícil es perder el miedo, el miedo a saber lo que

profundamente deseamos.

Yo: Ya estás cerca, Brenda.

Brenda: Una mañana despertaré y sólo habré actuado. Habrá sido mi

voluntad, independiente, obrando por separado.

Yo: Por libre.

Brenda: So free...

Yo: Ya estás cerca, Brenda.

Brenda: Ya estoy sola.


VI

Daddy: Su puntería era estupenda. Me siento responsable por ello.

Señora Spencer: Todo fue culpa tuya.

Daddy: Sí, me siento responsable. Había instalado un pequeño campo de tiro

en el jardín trasero de la casa y todos los fines de semana practicábamos. Yo

me sentía feliz porque era el maestro y ella una alumna aventajada.

Señora Spencer: No había ninguna necesidad. Las señoritas no disparan.

Daddy: Pero a mi Brenda le encantaban las pistolas. Recuerdo su rostro

cuando desenvolvió el paquete y se vio frente a su rifle XCB2, nuevo y brillante

como sus ojos claros.

Señora Spencer: Color almendra.

Daddy: Sí. Unos ojos duros pero hermosos.

Señora Spencer: Nos tuvimos que mudar a otro barrio, bajo una identidad

falsa. Ahora somos los Malloy de las afueras de San Diego. Nunca tuvimos una

hija llamada Brenda.

Daddy: Durante el juicio...

Señora Spencer: Fue terrible.

Daddy: Cada mañana me asomaba a la ventana y había un centenar de

personas pisoteando el césped del jardín. Periodistas, en su mayoría, pero

también había vecinos que insultaban a Cathy cuando volvía de la compra.

Señora Spencer: Y los padres de esos niños...

Daddy: Familiares de los profesores muertos

Señora Spencer: Exigían la pena capital para nuestra Brenda.

Daddy: Con pancartas: listones de madera pegados a folios de cartulina.


Señora Spencer: Siempre la quise menos que al resto de mis hijos.

Daddy: Cathy, no digas eso.

Señora Spencer: Pero es cierto. Me gustaría que la gente lo supiera, que me

costaba quererla. De alguna manera, intuía lo que acabaría pasando. Lo supe

desde que mató al gato. Se llamaba Scooby.

Daddy: Las mujeres tienen un sexto sentido.

Señora Spencer: Brenda debió nacer hombre. Si estaba destinada a hacer

algo así, debió haber nacido hombre. El vecindario no hubiera sido tan duro

con nosotros porque se supone que los hombres hacen cosas así. Es normal

que ocurra, por motivos estadísticos. Pero una niña...

Daddy: Una nenita.

Señora Spencer: Mujer y apenas adolescente. No. La gente no está preparada

para escuchar noticias así en el telediario. Los desorienta. Destruye sus

esquemas. Por eso nunca nos perdonaron.

Daddy: Ahora eso no importa, Cathy. Ya no somos los padres de Brenda.

Señora Spencer: No. Somos los Malloy. Wendy Malloy, la mayor de mis hijas,

se casó con un farmacéutico adinerado y espera su tercer hijo.

Daddy: Trevor Malloy, mi hijo, estudia medicina en San Francisco.

Señora Spencer: Gracias a la policía federal, somos los Malloy. Pero una vez

al año, cada 29 de enero desde 1979, visitamos la cárcel con gafetes que dicen

que somos los Spencer.

Daddy: Los familiares de Brenda Spencer.

Señora Spencer: La que un día fue la menos querida de mis hijas.


VII

Mary Flora Bell (26 de mayo de 1957, Newcastle, Inglaterra) nunca supo quién

era su papá. Como su madre Betty era prostituta la lista de posibilidades era

bastante extensa, pero siempre sospechó que se trataba de Billy Bell, un

criminal arrestado por robo a mano armada que se había casado con Betty

poco después de nacer ella.

La mamá de Flora tenía 16 años cuando ésta nació y trató varias veces de

matar a la niña fingiendo un accidente.

No hubo oportunidad.

Flora tuvo una infancia triste y bastante solitaria hasta que conoció a Norma, su

gran amiga. Era confidente de todas sus historias. De las más terribles. A ella

le relató con detalle cómo su madre la había vendido a hombres mayores en

repetidas ocasiones. Ambas guardaban un resentimiento incomprensible para

con los niños más jóvenes.

- No deberían nacer más niños.

- No deberían llegar a adultos.

Al parecer, Norma no estuvo implicada en el asesinato de Martín Brown,

perpetrado por Flora un día antes de cumplir los 11 años. Sin embargo, días

después, ambas saquearon una guardería y escribieron en las paredes un

mensaje responsabilizándose del asesinato. La policía, que aún seguía

investigando el estrangulamiento del joven Brown, de cuatro años, no le dio

mayor importancia al incidente, considerándolo una broma de mal gusto.


Sin embargo, semanas después, las dos amigas participaron en un nuevo

asesinato, el de Brian Howe, de tres años de edad, quien también murió

asfixiado por estrangulamiento.

Según el reporte policial, tras el asesinato, Mary Bell regresó al lugar del

crimen en solitario y marcó a navaja una M sobre el abdomen del niño.

Asimismo, armada con unas tijeras, mutiló el cadáver; le cortó los testículos.

En agosto de 1957 las dos niñas fueron acusadas de dos cargos de asesinato

en primer grado.

Flora alegó en su defensa los abusos a los que había sido sometida por su

madre.

En cuanto a Norma, nadie encontró motivos que explicaran su comportamiento.


VIII

Yo: Otra vez mirándote al espejo.

Brenda: Oye, ¿por qué hablas español? Es un poco raro.

Yo: No lo sé. Tú quisiste.

Brenda: Algún motivo ha de haber. I should think in my own language.

Yo: No lo intentes. Tu conciencia es hispanohablante.

Brenda: Todo es muy raro. Look! ¿Lo ves?

Yo: Sí. Una yanki gorda. Basurera.

Brenda: Cada día estoy más joven.

Yo: Claro, hoy aparentas quince años y medio.

Brenda: Tú no te das cuenta pero ahora sé que estoy en el buen camino.

Yo: Ya entiendo, por eso no te crecen las tetas, porque estás rejuveneciendo,

¿eh?

Brenda: No entiendes. Se trata de un cambio espiritual. Un retroceso. Porque

los kids no tienen límites, actúan sin pensar en las consecuencias, ejercitan su

libre voluntad.

Yo: Sin conciencia.

Brenda: Son maravillosamente brutales.

Yo: El deseo por encima del deber.

Brenda: El deseo primitivo, el que sólo se muestra con orgullo en una

conciencia virgen, sin condicionamientos.

Yo: Kids are pure violence.

Brenda: Tu inglés es lamentable.

Yo: Ninguna conciencia efectiva sería anglosajona.


Brenda: ¡Cállate! No quiero más acertijos. Ahora debo ejercitar mi voluntad,

antes de que se oxide.

Yo: ¿Cuándo tienes previsto encontrar a tu niño interior?

Brenda: Te burlas porque no entiendes nada. Estás demasiado moldeada,

como una figurita de plastilina. Yo quiero volver a ser amorfa, casi líquida.

Infantil.

Yo: Entiendo. Brenda vuelve a la niñez, a la pureza. Muy bien, ¿y qué harás?

Recuerda que ya mataste al gato...

Brenda: Can´t guess it. La verdadera voluntad es precipitada, caprichosa y se

cumple en el instante. Planear el deseo es contraproducente.

Yo: Contradictorio, más bien.

Brenda: No deberías corregirme.

Yo: Pero lo hago. ¿Qué harás conmigo?

Brenda: Tú no estarás.

Yo: Siempre he estado. Aunque no en el mismo idioma. Soy políglota.

Brenda: Intentas confundirme. Ya me doy cuenta.

Yo: Pobrecita Brenda...

Brenda: Please...Hazme recordar aquel capítulo de Cops, el que hablaba de

Charles Manson.

Yo: Está bien, niña. Lo que tú quieras.

Brenda: Ella estaba embarazada. Cenaba con varios amigos en su casa

newyorkina. Entraron por las ventanas. Cuchillos enormes, jamoneros. Querían

su bebé, querían la placenta. Escribieron en las paredes con sangre caliente.

Yo: Escribieron Helter Skelter, una canción de los Beatles.

Brenda: Eso no me interesa. No me gusta la música.


Yo: Las alfombras chorreaban sangre.

Brenda: Le asestaron veinte puñaladas.

Yo: Brenda...

Brenda: ¡Había gotas de sangre hasta en el techo!

Yo: Brenda, ¡escúchame! Estás muy fea. Deberías cambiar tu rifle por un

sujetador hinchable.

Brenda: No, no me vas a confundir con esa historia. Ya no pienso mirarme en

el mirror.

Yo: ¿Ah, no?

Brenda: Nunca más.

Yo: ¿Y entonces cómo vas a saber si ya te has vuelto niña?

Brenda: I will know, don´t worry. Lo sabré yo y lo sabrá todo el mundo.


IX

Meg: De alguna manera te condiciona. Eso pensé aquel día cuando vi a

Brenda Ann en las news. Que aquello nos marcaría a todos, forever. Y así fue.

Alteró nuestra identidad, como cuando te casas y de repente ya no eres Meg

sino la esposa de Mr. Anybody. Nosotros dejamos de ser quienes éramos para

convertirnos en “la amiga de Brenda”, “el exnovio de Brenda”, “el panadero que

charlaba con Brenda todas las mañanas”. Lo que hizo fue terrible, pero los

periodistas, las vecinas chismosas, los sociólogos, todos ellos nos hicieron

sentir que lo más extraordinario que había ocurrido en nuestras vida había sido

conocer a Brenda Ann Spencer. Desde entonces no pude evitar sentirme actriz

secundaria en mi propia película.

Daddy: Era lunes 29 de enero de 1979. Me desperté a la hora de siempre y

desayuné con mi esposa antes de ir a trabajar. Salimos juntos de casa porque

Cathy iba a pasar el día en el rancho de su hermana. Llevaba una cesta llena

de pancakes. Brenda seguía dormida. Era temprano. Hasta las 9 de la mañana

no entraba en el High School. Nunca antes había hecho novillos. Lo

hubiéramos sabido porque sus profesores estaban obligados a avisar.

Resultaron ser muy eficientes: recibí antes la llamada de la escuela que la de la

policía. Excusé a Brenda ante sus profesores, dije que estaría enferma, que

seguro se había sentido indispuesta y había decidido guardar cama. Eran las

10 de la mañana.

Señora Spencer: La habitación de Brenda era la más alegre de la casa,

porque entraba mucha luz y también porque su ventana daba a la Escuela

Elemental de Cleveland. Muchas mañanas, cuando ella estaba en la school,


me asomaba a ver jugar a los niños en el patio de recreo. Hacía varios meses

que Brenda se quejaba del alboroto, de los gritos, las risas, las carreras. Se

había vuelto muy sensible a cualquier ruido. Ni siquiera podía escuchar música.

Meg: Todo era irreal, como en una película absurda, porque yo no podía dejar

de reír. Una risa floja y reiterativa. Comencé a fumar hierba frente al televisor y

apenas pestañeaba. La única vez que había visto uno de esos informativos

especiales por televisión fue cuando asesinaron a Kennedy. La coincidencia

me resultó desternillante. Brenda Ann Spencer, blanca y gafosa, la amiga

perfecta, la que jamás te robará un novio, discreta e invisible desde hacía

meses, acaparaba atención como el mismo jodido President Kennedy. A las 12

del mediodía era la protagonista en los telediarios nacionales. Había reporteros

de todo el país apostados frente al jardín de la familia Spencer. Hacía tiempo

que San Diego no era noticia, ni siquiera por los baldes de reciclaje chicle. Fred

vino a casa y trajo palomitas. Seguimos con atención los pasos de Brenda Ann

en riguroso directo. La cobertura fue escandalosa. El primer reality show de la

historia.

Daddy: Brenda tomó su rifle y se apostó en la ventana. Vio a los niños y a sus

maestros como patos que andaban por una charca rodeados por vacas gordas,

blancos fáciles. A las 12 de la mañana recibí la segunda llamada. Brenda Ann

tiene buena puntería, le dije al inspector. Pero él ya se había percatado. Para

entonces había herido a ocho niños y a un oficial de policía. Además, sobre el

césped de la Escuela yacían dos cadáveres, el de Burton Wragg, director de la

escuela, y el de Mike Suchar, guarda de seguridad. Intentando proteger a los

niños, habían pagado con sus vidas. Brenda se reía mientras disparaba. Eso

me lo contó el inspector. Está atrincherada en su casa, dijo. Salí del trabajo


argumentando que me encontraba enfermo. Mi jefe dijo que estaba pálido, que

debía guardar reposo. Charlamos unos minutos sobre los remedios naturales

en la cura de enfermedades víricas. When I reached home toda la manzana

estaba rodeada por una cinta de plástico amarilla. Todavía se escuchaba algún

disparo.

Señora Spencer: Brenda sale en la tele, dijo mi hermana. El sitio duró cinco

horas. Se le acabaron las balas, o se aburrió. Al fin y al cabo todo aquello era

un juego.

Daddy: Y no hay juego que no acabe cansando.

Señora Spencer: ¿Recuerdas su foto, al día siguiente, en los periódicos?

Daddy: Con sus gafas de John Lennon.

Meg: Disculpe, a Brenda no le hubiera gustado esa comparación. Ella odiaba a

los Beatles.

Señora Spencer: La música en general, no le gustaba.

Meg: Algo hizo usted mal, señora. Brenda la odiaba con todas sus fuerzas.

Señora Spencer: También odiaba los lunes.

Meg: Sí, los lunes: muy mala programación. Y clase de gimnasia. Todos los

ejercicios eran por parejas y ella siempre estaba sola, la profesora tenía que

jugar con ella.

Daddy: Todo fue culpa mía.

Señora Spencer: Sí, tú eres responsable.

Meg: ¿Culpable de los lunes?

Señora Spencer: De todos los días de la semana.


X

Policeman: Sí. Es posible que estuviera drogada. La vi muy tranquila,

demasiado relajada, tal vez. Pero tenía los ojos encendidos, todas las venas

marcadas en rojo intenso. Le ofrecí café y contestó algo en español. No pude

entenderla. Comenzamos a completar el cuestionario con las preguntas

sencillas. No le tembló el pulso. Ni la voz.

- Brenda Ann Spencer, mujer, 16 años, nacida el 3 de abril de 1969 en

San Diego, California.

- Correcto.

- Hija de Malcolm Spencer y Catherine Woolworth.

- Correcto.

- ¿Afiliada a algún partido político, plataforma juvenil o grupo terrorista?

- Negativo.

Como llevaba el pelo muy largo pensé que sería hippie o terrorista-ecologista,

pero no le interesaban las flores, ni las faldas largas, ni los mensajes de Bob

Dylan. Le pregunté en qué ocupaba su tiempo libre y me confesó que le

gustaban las pistolas. Entonces hablamos de su rifle. Me ofreció algunos

detalles sobre el modelo y anoté el código de fabricación. Se mostraba afable.

Elogió el acabado brillante de mi recortada. De pronto decidí abofetearla,

porque aquella escena se parecía más a una charla amigable con alguno de

mis colegas de la sección que con una psicópata mata-niños de la comunidad

católica de San Diego.

- Perteneces a una secta satánica. Es eso, ¿verdad, puta? Coleccionáis

cadáveres de niños muertos para comeros su piel y así alcanzar la vida


eterna, ¿eh? ¿right? ¿Eso crees? ¿Que vas a vivir toda la eternidad,

rubita? Pues es una lástima que la vayas a desperdiciar tras las rejas de

una prisión federal. Puerca mataniños, ¿me estás entendiendo?

¿Entiendes lo que te digo?

- Afirmativo.

Fue la primera vez que escuché su risa y la abofeteé con más motivo porque

era una risa mezquina, escapaba por la estrecha abertura de sus paletas

superiores y parecía de animal, de roedor seguramente, con un tono agudo y

molesto, la voz de una niña. ¡Era una niña! Me di cuenta entonces. Fue un

ataque de realidad. Una niña. Me llenó de furia y jalé su larga melena hasta

que el cuero cabelludo comenzó a despegarse del cráneo. Le caían gotas de

sudor por la frente y alguna lágrima cuando apretaba con fuerza los ojos, pero

ni siquiera suplicó.

- ¿Me vas a decir por qué lo hiciste? ¿Por qué, Brenda Ann? ¿Por qué a

esos niños? ¿Los conocías? ¿Conocías a los maestros? ¿Alguien te

pidió que lo hicieras?

Solté de golpe su pelo y se chocó contra la mesa de interrogatorios. Le

sangraban los labios cuando volvió a mirarme.

- Why, why, why...

Dijo, haciéndome burla, forzando los agudos de su voz, fingiendo ser apenas

una niña, sólo para desquiciarme, para hacerme sentir un policía hijo de puta

que acaba de magullar a un bebé. Como si yo fuera el fucking mataniños y no

ella.

- Tú eres la fucking mataniños, ¿entiendes?

- Sí.
- Sacaste tu rifle por la ventana y disparaste al patio de recreo de una

escuela.

- Sí.

- Te hubiera gustado matarlos a todos, ¿verdad?

- Tengo suficiente puntería.

- ¿Por eso lo hiciste? ¿Para demostrar que podías?

- No.

- ¿Entonces?

- No me gustan los lunes. Lo hice para animarme el día.

- Mira, bonita, hacerte la loca no va a reducir tu condena, ¿entiendes?

- Lo sé. Me declaro culpable.

- ¿Por qué lo hiciste?

- I don´t like mondays.

- ¿Por qué lo hiciste?

- I don´t like fucking mondays!

Hice llamar al Inspector Liverman y juntos repetimos el interrogatorio. Brenda

fue firmando, uno por uno, cada informe a cerca de sus movimientos en aquella

mañana del 29 de enero. Fue precisa y muy descriptiva en sus declaraciones.

Sin duda, disfrutaba recordando la hazaña, se le escapaba esa risa de ratón

entre detalles. Frente al Inspector no pude refrenarla. Además, el jefe estaba

feliz. Según dijo, nunca antes había sido tan sencillo lograr una declaración de

ese calibre. A él no le pareció importante que Brenda no dijera sus motivos,

que no los tuviera o que simplemente hubiera dicho la verdad, que los lunes,

los fucking lunes, los semanales, puntuales y aburridos lunes, no eran de su

agrado.

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