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Greenson, R. Cap. 4.2.1 Destrezas Que Debe Tener El Psicoanalista
Greenson, R. Cap. 4.2.1 Destrezas Que Debe Tener El Psicoanalista
F É L IX B L A N C O
revisión técnica de
A N D R É S M A R T ÍN E Z C O R Z O S
TÉCNICA Y PRÁCTICA
DEL PSICOANÁLISIS
por
RALPH R. G R E E N S O N
siglo veintiuno editores, s.a. de c.v.
CERRO D E L A GU A 248. D E L E G A C IÓ N COYOA CÁN , 04310, M E X IC O , D-F.
R EC O N O C IM IE N TO S 15
IN T R O D U C C IÓ N 17
2. LA R ESISTEN CIA 71
3 . LA TRASFERENCIA 158
LA SITUACIÓN PSICOANALÍTICA 35 0
B IB U O G R A FÍA 400
Por tener esta obra las características de un manual hemos optado por
incluir las citas de la obra de Freud de la edición más difundida hasta
la fecha, con sólo escasas diferencias de paginación en reimpresiones
anteriores: las Obras completas de Sigmund Freud traducidas por Luis
López Ballesteros y Ramón Rey Ardid (Biblioteca Nueva 1967-68,
Madrid).
Sin restar nada al esfuerzo que representó para su época el paso del
tiempo ha puesto de manifiesto las deficiencias de la traducción citada.
Para remediarlas los editores de la obra citada han tomado soluciones
de compromiso corrigiendo errores, agregando las partes faltantes y fi
nalmente incorporando muchas de las notas de la Standard Edition. Esto
ha dado recientemente otra versión en tres tomos con los trabajos ya
ordenados cronológicamente y otra edición en diez tomos por los mis
mos editores. Esta hibridación tampoco resulta totalmente satisfacto
ria. En espera de la traducción definitiva (al parecer en preparación)
hemos optado por lo mencionado al principio. En las citas de la obra
de Freud la paginación citada primero remite a la Standard Edition o f
the Complete Psychological Works o f Sigmund Freud. Los números en cursi
vas remiten a la versión en castellano citada.
F.B.
A .M .C .
Es imposible dar las gracias individualmente a todos aquellos que con
tribuyeron a hacer esta obra Considero mis maestros oficiales a todos
los autores anotados en la bibliografía, y sólo deseo expresar aquí mi
gratitud de un modo más ,personal.
Mi padre, Joel O. Greenschpoon, doctor en medicina y médico ge
neral, fue quien me trasmitió su preocupación por y dedicación a sus
pacientes y a la profesión de la medicina. Otto Fenichel, mi analista
didáctico, me inspiró con su inquebrantable consagración a la enseñanza
del psicoanálisis y su incorruptible honestidad.
Hay un grupo pnvado que debe quedar en el anonimato por razo
nes de discreción pero al cual debo tal vez la obligación máxima. Me
refiero a mis pacientes, que me enseñaron mucho de técnica mientras
me dedicaba a tratarlos. Aprendí no poco también de tantos candida
tos en preparación en el Instituto de Psicoanálisis de Los Ángeles, a
quienes enseñé en seminarios sobre técnica psicoanalítica durante más
de veinte años. Los residentes de psiquiatría del Centro Médico u c l a ,
de Los Ángeles, California, también contribuyeron con su estímulo a
mi enseñanza y aprendizaje del psicoanálisis.
Hay algunos a quienes deseo dar las gracias individualmente, como
los doctores Harma Fenichel, Milton Wexler, Lawrence Friedman, Ru-
dolf Ekstein y Alfred Golberg, con quienes tuve muchas discusiones
fructuosas a lo largo de los años sobre cuestiones técnicas. Aproveché
particularmente el intercambio de ideas con bastantes colegas míos de
Los Angeles que participaron en un seminario de posgraduados sobre
problemas técnicos especiales, que duró año y medio, desde el otoño de
1959 hasta el verano de 1960. Fueron éstos los doctores Richard Evans,
Gerald Aronson, Arthur Ourieff, W illiam Horowitz, Jack Vatz, Sa
muel Futterman, Marvin Berenson, Neal Peterson, Norman Atkins y
Seymour Bird. Debo asimismo reconocimiento al doctor Richard New-
man, que leyó todo el manuscrito original.
Nathan Leites me ayudó también mucho en la formulación de al
gunas definiciones, así como señalándome la importancia de muchos
ejemplos clínicos. Debo un voto especial de agradecimiento a Bemard
Brodie por su meticulosa labor de corrección de mis descuidos grama
ticales y su purificación de mi estilo literario. Bess Kaufman contribuyó
también a la realización de esta tarea. Mi secretaria, de veinte años,
Susan Alexander, dedicó muy largas horas a este libro aparte de las
obligaciones de su cargo, a partir de la primera redacción, que se hizo
en 1953. Lottie M. Newman me animó a continuar la obra en ocasión
en que diversos señuelos amenazaban con apartarme de ella, y tam
bién me sirvió de experta guía y estimable redactora en las muchas fa
se s que tuvo el libro. Finalmente, y d e modo principal, quiero dar las
Aunque Freud había oído a Breuer hablar del caso de Anna O. en 1882
y había estudiado la hipnosis con Charcot, de octubre de 1885 a febrero
de 1886, se limitó a emplear los métodos terapéuticos acostumbrados
en la época en que empezó a practicar. Durante unos veinte meses aplicó
la estimulación eléctrica, la hidroterapia, el masaje, etc. (Dones, 1953,
capítulo 12). Descontento de los resultados, empezó a emplear la hip
nosis en diciembre de 1887, según parece con la intención de hacer de
saparecer los síntomas del paciente.
El caso de Emmy von N., tratada en 1889, es significativo porque
en él empleó por primera vez Freud la hipnosis con fines catárticos.
Su método terapéutico consistió en hipnotizar a la paciente y ordenarle
que hablara del origen de cada uno de sus síntomas. Le preguntó qué
la había asustado, hecho vomitar o desconcertado, cuándo había suce
dido el caso, etc. La paciente respondió sacando una serie de recuer
dos, acompañada a veces de una gran cantidad de afecto. Al final de
algunas sesiones Freud sugería que la paciente olvidara los inquietan
tes recuerdos emergidos.
Para 1892 comprendió Freud que su capacidad de hipnotizar pacien
tes era muy limitada y hubo de decidirse a elegir entre abandonar el
tratamiento catártico o intentarlo sin llegar al estado de sonambulismo
(Breuer y Freud, 1893-5, p. 108). Para justificar este modo de proceder
recordó que Bemheim había demostrado cómo se podía lograr que los
pacientes r ec o rd a ra n a c o n te c im ie n to s mediante la sugestión en estado
de vigilia (p. 109). Por eso se basó Freud en la suposición de que sus
pacientes sabían cuanto tenía una importancia patógena y que sólo se
trataba de hacer que se lo comunicaran. Mandaba a sus pacientes acos
tarse, cerrar los ojos y concentrarse. Aplicaba presión en la frente en
momentos dados e insistía en que aparecieran los recuerdos (p. 270).
Elisabeth von R. (1892) fue la primera paciente que Freud trató por
completo mediante la sugestión en estado de vigilia. Para 1896 había
abandonado por completo la hipnosis.' Es menos seguro cuándo re
nunció a la sugestión como principal instrumento terapéutico. De to
dos modos, para 1896 había y a terminado la esencial obra sobre L a
interpretación de los sueños, a u n q u e n o se publicó hasta 1900. Parece plau
sible suponer que la capacidad de entender la estructura y el sentido
del sueño incrementara su destreza interpretativa. Por consiguiente,
Freud pudo confiar cada vez en la producción espontánea de material
por parte de sus pacientes. Por medio de las interpretaciones y cons
trucciones podía llegar hasta los recuerdos reprimidos.
No se tiene la fecha exacta del descubrimiento del método de asocia
ción libre. Según parece se fue formando entre 1892 y 1896, purificán
dose gradualmente de la hipnosis, la sugestión, los apremios e interro
gatorios que lo acompañaron al principio (Jones, 1953, pp. 242-244.
Ya hay indicios de ello en 1889 en el caso de Emmy von N., Breuer
y Freud, 1893-5, p. 56). Describe Jones una ocasión histórica en que
Freud estaba apremiando a preguntas a Elisabeth von R. y ella le re
prochó que interrumpía el curso de sus pensamientos. Freud tuvo la
modestia de aceptar esta indicación y así el método de asociación libre
adquirió una importancia mucho mayor.
Explicaba Freud que al renunciar a la hipnosis y la sugestión le fal
taba el ensanchamiento de la conciencia que había proporcionado al
analista recuerdos y fantasías patógenos. La asociación libre era un sus
tituto completamente satisfactorio porque dejaba que los pensamientos
involuntarios del paciente entraran en la situación del tratamiento. He
aquí cómo describe Freud este método: "Actualmente trata a sus en
fermos sin someterlos a influencia personal ninguna, haciéndoles adop
tar simplemente una postura cómoda sobre un diván y situándose él
a su espalda, fuera del alcance de su vista. No les pide tampoco que
cierren sus ojos, y evita todo contacto, así como cualquier otro manejo
que pudiera recordar la hipnosis. Una tal sesión trascurre, pues, como
un diálogo entre dos personas igualmente dueñas de sí, una de las cua
les evita simplemente todo esfuerzo muscular y toda impresión senso
rial que pudiera distraerla y perturbar la concentración de su atención
sobre su propia actividad anímica... Para apoderarse de estas ocurren-
• A p a rta d o M d e la v e rs ió n e s p a ñ o la [T .l.
tación, que trasforma lo inconsciente en consciente, ensancha el Yo a
costa del inconsciente. En e i yo y el ello (1923b) expresaba esta idea de
modo muy sucinto: "El psicoanálisis es un instrumento que ha de faci
litar al Yo la progresiva conquista del Ello" (p. 56; 29). En 1933 escri
bía Freud que los efectos terapéuticos del psicoanálisis están destinados
a "robustecer al Yo, hacerlo más independiente del Superyó, ampliar
su campo de percepción y desarrollar su organización, de manera que
pueda apropiarse de nuevas partes del Ello. Donde era Ello, ha de ser
Y o" (p. 80; 916). De nuevo en "Análisis term inable e interm ina
ble" (1937a) afirma Freud que "el papel del psicoanálisis es lograr las
condiciones psicológicas mejores posibles para las funciones del Yo; con
esto habrá cum plido su tarea" (p. 250; 570).
Si examinamos los acontecimientos históricos en los principales pro
cedimientos y procesos de la terapia psicoanalítica podemos observar
que se ha renunciado a la hipnosis pero se han conservado todos los
demás elementos, aunque con un papel muy diferente en la jerarquía te
rapéutica (Loewald, 1955). La sugestión no se utiliza para obtener re
cuerdos y no es ya un recurso principal en el psicoanálisis. Puede utili
zarse como una medida temporal de sostén, cuya necesidad tendremos
que analizar definitivamente. (Veremos esto en la sección 1.3.4.)
La abreacción no se considera ya un fin terapéutico pero es válida
de otros modos. El analista sigue intentando atravesar la barrera de
la conciencia, pero se sirve de la asociación libre, el análisis de los sue
ños y la interpretación. El campo principal de la labor analítica es el
de la trasferencia y la resistencia. Esperamos hacer consciente lo in
consciente, recobrar recuerdos arrinconados y superar la amnesia in
fantil. Pero ni siquiera esto es conceptualizado como un objetivo últi
mo. El fin del psicoanálisis es en definitiva aumentar la fuerza relativa
del Yo respecto del Superyó, el Ello y el mundo exterior.
Ilustremos esto con un ejemplo clínico relativamente sencillo. Hace unos años,
una dama joven, la señora A, se presentó a consulta acompañada de su mari
do. Se quejaba de no poder dejar la casa sola y únicamente se sentía segura
con su esposo. Se quejaba además de temor a desmayarse, temor a los vértigos
y temor a volverse incontinente. Los síntomas de la señora A se habían presen
tado súbitamente hacía unos seis meses, estando en una sala de belleza.
El análisis, que duró varios años, reveló que el desencadenador real del esta
llido de sus fobias era el hecho de haberla peinado un empleado varón. Pudi
mos descubrir por fin el hecho de que en aquel momento recordó cómo le pei
naba el pelo su padre cuando era niña. La razón de que hubiera ido a la sala
de belleza aquel día era su placentera esperanza de ver a su padre, que iba
a visitar a la joven pareja por primera vez desde su casamiento. El debía parar
en su casa y ella estaba, conscientemente, loca de alegría. Pero inconsciente
mente estaba llena de sentimientos de culpa por amar a su padre y por su hosti
lidad predominante inconsciente para con su esposo.
El sucedido aparentemente inocuo de que se hiciera peinar el pelo agitó en
ella ansias incestuosas, hostilidades, culpabilidad y ansiedad. Para acabar, la
señora A tenía que estar acompañada por su marido para estar segura de que
no lo habían matado sus deseos de muerte. Su presencia le impedía también
actuar sexualmente. Los temores de desmayarse, de los vértigos y de la inconti
nencia eran representaciones simbólicas de pérdida de su equilibrio moral, de
su dominio de sí misma, de perder su reputación y verse humillada y caída
de su elevada posición. Los síntomas de la joven tenían conexión con las pla
centeras sensaciones corporales de la infancia, así como infantiles fantasías de
castigo.
Creo que se puede formular el hecho de la siguiente manera: la peinadura
del cabello había agitado en ella impulsos reprimidos del Ello que la pusieron
en conflicto con su Yo y su Superyó. A pesar de la ausencia de síntomas neuró
ticos notorios antes de la aparición de las fobias, hubo indicaciones de que su
Yo estaba ya relativamente menoscabado y que su Ello no tenía suficientes po
sibilidades de descarga. La señora A llevaba muchos años sin dormir bien, con
pesadillas e inhibiciones en su vida sexual. La consecuencia fue que las fanta
sías movilizadas por la peinadura incrementaron las tensiones del Ello a tal punto
que invadieron las infantiles defensas del Yo y se produjeron descargas invo
luntarias, con la formación al fin de un síntoma agudo.
" A ctuació n y el verbo a c tu a r tra d u c e n a lo largo del texto el tecnicism o acting 02.d pr.j.
ba a menudo con divorciarse de su madre si la encontraba en alguna falta. Era,
pues, evidente que la vacilación del paciente indicaba que tem ía que yo obrara
como su padre. Y quería proteger a su esposa de m í como había querido prote
ger a s u m adre de s u padre.
Sólo después de haber reconocido el paciente esta fuente de resistencia pudo
com p ren d er qu e era él, y no yo, q u ien h a b ía ten id o ta n fuerte y "paterno"
resentimiento contra su esposa. Costó mucho m ás análisis hacerle llegar a com
prender que si bien quería defender a su m adre de su padre, él m ism o tenía
m ucho resentim iento contra ella. Inconscientem ente deseaba que yo le instara
a divorciarse de su esposa, como otrora había deseado que su padre lo hiciera
de su madre.
Tratemos de ilustrar una serie típica de sucesos con un ejemplo clínico. Una
mujer de veintisiete años, la señora K, busca análisis por varias razones. Du
rante algunos años ha tenido episodios de sentirse fuera de las cosas, entorpeci
da, "ida", "como un zombie". Además, presenta períodos de depresión, in
capacidad de llegar al orgasmo en las relaciones sexuales y últimamente, una
idea impulsiva obsesiva de tener relaciones sexuales con un negro. Este último
síntoma la torturaba mucho y fue el que la decidió a pedir tratamiento. Utiliza
ré este solo síntoma como el punto focal para ilustrar la descripción teórica que
he dado de los fines y objetivos de la técnica psicoanalítica. (Véase Altman [1964],
informe de una mesa redonda sobre el tema, y en particular la contribución
de Ross.)
Todas lás psicoterapias tratarían de aliviar a la paciente de sus síntomas, pe
ro sólo el psicoanálisis intenta hacerlo resolviendo los conflictos neuróticos que
están en el fondo de los síntomas. Otras terapias podrían tratar de ayudar a
la paciente a reforzar sus defensas, o empleando la trasferencia y la sugestión
para atenuar o desplazar sus impulsos sexuales en relación con los negros. O
quizá tratarían de ayudar al conflicto defensa-instinto sugiriendo algún deriva
do instintual que fuera posible bajo la protección de una trasferencia de tipo
superyoico hacia el psicoterapeuta. Algunos terapeutas utilizarían tal vez dro
gas para calmar las pulsiones libidinales y de este modo ayudar al asediado Yo
de la paciente a salir del paso. Algunos otros quizá propondrían drogas como
el alcohol o el fenobarbital, que podrían de momento atemperar las exigencias
del Superyó del paciente. Todos estos métodos pueden ser útiles, pero son tem
porales, ya que no efectúan un cambio duradero en las estructuras psíquicas
que entran en los conflictos inconscientes causales.
1.3 L O S C O M P O N E N T E S D E L A T É C N IC A P S IC O A N A L ÍT IC A
CLÁSICA
1.3. I LA PR O D U C C IÓ N D E MATERIAL
1 .3 .1 .1 La asociación libre
1 .3 .1 . 3 Las resistencias
Resistencia quiere decir todas las fuerzas que dentro del paciente se
oponen a los procedimientos y procesos de la labor psicoanalítica. En
mayor o menor grado, está presente desde el principio hasta el fin del
tratamiento (Freud, 1912a). Las resistencias defienden el statu quo de
la neurosis del paciente. Se oponen al analista, a la labor analítica y
al Yo razonable del paciente. La resistencia es un concepto operacio-
nal, no algo creado por el análisis. La situación analítica es el campo
donde se manifiestan las resistencias.
Son las resistencias repeticiones de todas las operaciones defensivas
que el paciente ha realizado en su vida pasada. Todas las variedades
de fenómenos psíquicos pueden emplearse para resistir, pero cualquie
ra que sea su origen, la resistencia opera por medio del Yo del pacien
te. Aunque algunos aspectos de una resistencia puedan ser conscien
tes, la parte esencial la desempeña el Yo inconsciente.
Caracteriza la terapia psicoanalítica el análisis total y sistemático de
las resistencias. Al psicoanalista toca descubrir la forma en que resiste
el paciente, a qué resiste, y por qué lo hace. La causa inmediata de
una resistencia es siempre la evitación de algún afecto doloroso como
la ansiedad, la culpabilidad o la vergüenza. Detrás de esta m otiva
ción se hallará un impulso instintual que desencadenó el afecto doloro
so. En definitiva se descubrirá que lo que la resistencia quiere evitar
es el miedo a un estado traumático (A. Freud, 1936, pp. 45-70; Feni
chel, pp. 128-67).
Hay muchos modos de clasificar las resistencias. La distinción prác
tica más importante es diferenciar las resistencias egosintónicas de las aje
nas al Yo. Si un paciente siente que una resistencia es ajena a él, está
dispuesto a tratarla analíticamente. Si es egosintónica, puede negar su
existencia, tratar de reducir su importancia o de librarse de ella racio
nalizándola. Uno de los primeros y decisivos pasos en el análisis de una
resistencia es convertirla en ajena al Yo para el paciente. Una vez rea
lizado esto, el paciente formará una alianza de trabajo con el analista;
y se identificará temporal y parcialmente con él por su disposición a
tratar analíticamente sus resistencias.
Otras formas de psicoterapia tratan de rehuir o vencer las resisten
cias por medio de sugestiones o de drogas o aprovechando la relación
trasferencia]. En las terapias de apoyo, el terapeuta trata de reforzar
las resistencias. Esto bien pudiera ser necesario en pacientes suscepti
bles de caer en un estado psicótico. Sólo en el psicoanálisis es donde
el terapeuta trata de descubrir la causa, el objeto, el modo y la historia
de las resistencias (Knight, 1952).
Yo creo que esta viñeta clínica ilustra los complicados pasos que en
tran en una simple interpretación, así como que se debe esperar a las
respuestas clínicas del paciente para determinar si uno va por buen ca
mino. La reacción afectiva del paciente a mi primera intervención, su
prisa en responder, me indicaron que había dado con algo muy sensi
ble. Los nuevos recuerdos de las "revistas de mujeres" y los preserva
tivos confirmaron que en lo esencial iba yo bien. Sus reacciones des
pués de la visita, su cólera, la asociación con el Rolls Royce, la risa
y el enlace con su propia vida sexual parecían indicar que la dosifica
ción y el timing eran acertados. (En el tomo II veremos más acerca de
la interpretación.)
El cuarto paso del análisis es la traslaboración. Se trata de una comple
ja serie de procedimientos y procesos que se produce después de pre
sentarse un insight. L a labor analítica que hace posible el que el insight
lleve a un cambio es la traslaboración (Greenson, 1965b). Principal
mente se trata de las exploraciones repetitivas, progresivas y elabora
das de las resistencias que se oponen a que el insight conduzca a un cam
bio. Además de ensanchar y profundizar el análisis de las resistencias
son también de particular importancia las reconstrucciones. La trasla
boración pone en movimiento muchos procesos circulares en los que el
insight, el recuerdo y el cambio de comportamiento se influyen mutua
mente (Kris, 1956a, 1956b).
Creo que este material ilustra algo de la labor que entraña la trasla
boración. Lo descrito abarca un período de unos seis meses. Empieza
con el sueño del paciente en su coche deportivo, la luz roja y el niño
que lo golpea con su bicicleta. Desde entonces de vez en cuando traba
jamos con el problema de sus reacciones emocionales a la vida sexual
de sus padres y cómo eso determinó sus propias dificultades sexuales.
En la superficie había superioridad respecto del padre y simpatía para
con la madre. El padre era un presumido im potente y la m adre una
no virgen renuente. A continuación, frente a grandes resistencias ha
llamos llamaradas de ira contra el padre y la madre. Después la madre
resultaba repulsiva y él despreciaba a sus dos progenitores. Hacia el
final de este período descubrimos envidia de la vida sexual de los pa
dres. Finalmente, el señor N tuvo la noción de que tal vez los dos te
nían derecho al retiro y la vida privada en su recámara y que él debía
hacer otro tanto.
Este no fue el fin del problema sexual de N, pero demuestra la con
secución de bastante cantidad de insight útil. Hubo muchos movimien
tos hacia atrás y hacia adelante, pero continuó el progreso. Por ejem
plo, el tema de la homosexualidad no se tocó en este período pero se
reasumió posteriormente. Hubo intrusiones de otros problemas y du
rante períodos más largos o breves, los problemas sexuales pasaron al
fondo o se complicaron con ingredientes de agresión. Hubo también
fases regresivas en que la libido estuvo implicada en otros niveles. Pero
mi objetivo era mostrar un ejemplo de la traslaboración en psicoanálisis.
Debe observarse que parte de la labor de traslaboración la realiza
el paciente fuera de la consulta. La traslaboración es el elemento que
más tiempo consume en la terapia psicoanalítica. Sólo raramente con
duce el insight con mucha rapidez a un cambio de comportamiento; y
entonces generalmente es transitorio o queda aislado y no integrado.
De ordinario se requiere mucho para sobreponerse a las poderosas fuer
zas que se oponen al cambio y para asentar cambios estructurales du
raderos. La interesante relación entre el trabajo de duelo y la traslabo
ración, la importancia de la compulsión a la repetición y el instinto de
m uerte se estudiarán en el tom o u (véase tam bién Freud, 1914c,
1926a, 1937a; Fenichel, 1941, capítulo vi; Greenacre, 1956; Kris,
1956a, 1956b; Greenson, 1965b).
Los cuatro pasos que he esbozado representan una versión esque
mática de lo que se entiende por analizar un hecho psíquico. Todos
los pasos son necesarios, pero algunos puede darlos espontáneamente
el paciente, sobre todo la confrontación o parte de la aclaración. Estos
pasos no siempre siguen exactamente el orden descrito, ya que cada
procedimiento puede producir nuevas resistencias que habrán de tra
tarse primero. O bien una interpretación puede preceder a una aclara
ción y facilitar la aclaración de un fenómeno dado.
Otra variable es el hecho de que los imponderables de la vida coti
diana pueden invadir la vida del paciente y tom ar la precedencia por
razones psicoeconómicas sobre todo lo demás que entra en el análisis.
De todos modos, la confrontación, la aclaración, la interpretación y la
traslaboración son los cuatro procedimientos básicos que aplica el ana
lista en su labor.
1 .3 .3 LA ALIANZA DE TRABAJO
2
La e x p re s ió n "re la c io n e s o b je ta les" y o tra s co m o "o b jeto s d e am or" y "ob jeto s p e r
didos" m e p a re c e n in s a tisfa c to ria s , P a re c en p o n e r algo de im p e rs o n a l y d e sa p e g a d o en
co n cep to s p re ñ a d o s de in te n so sen tid o p erso n al, De todos m odos, h e seguido em p leán d o
los po rq ue h a n sido a m p liam en te ace p ta d o s en los círculos psico an alíticos y no en cu e n tro
u n re m p la z a n te m e jo r q u e s a tisfic ie ra a to d o lo q u e im p lic a n e s a s p a la b ra s , El té rm in o
"objeto" a rra n c a de la noción de q u e el Ello n e c e s ita objetos p a ra s atisfa c e r la s pulsiones,
En e ste sen tid o , los o b jeto s o rig in ales sa tisfa c to re s de n e c e sid a d e s tie n e n a p a rte de esto
po co d e d is tin to s o (micos,
El paciente, el analista y el encuadre [swing] analítico contribuyen
a la formación de esta alianza de trabajo. La conciencia del padeci
miento neurótico y de la posibilidad de que el analista le ayude m ue
ven al paciente a buscar la situación analítica y a trabajar en ella. La
capacidad que el paciente tiene de formar una relación relativamente
racional, desexualizada y exenta de agresividad con el analista se debe
a su capacidad de haber formado relaciones neutralizadas semejantes
en su vida pasada. Las funciones del Yo del paciente desempeñan un
papel decisivo, ya que la capacidad de establecer una relación múltiple
con el analista sólo es posible teniendo un Yo flexible.
El analista lleva a la alianza de trabajo su constante interés en el en
tendim iento y el insight, su continuo análisis de las resistencias y sus
actitudes cordiales, empáticas, sinceras y no juzgadoras (Freud, 1912a,
p. 105, 416; 1913b, p. 123, 426; Fenichel, 1941, p. 85; Sterba, 1929,
pp. 371-2). El encuadre analítico facilita la formación de la alianza con
la frecuencia de las visitas, la larga duración del tratamiento, el empleo
del diván, el silencio, etc. Esto favorece no sólo las reacciones de regre
sión y las de trasferencia neurótica sino también la alianza de trabajo
(Greenacre, .1954).
El modo de trabajar del analista, su estilo terapéutico y el encuadre
analítico producen una "atmósfera analítica", que es un m edio im
portante de inducir al paciente a aceptar que someta ajuicio algo hasta
entonces rechazado. Esta atmósfera favorece la alianza de trabajo y atrae
al paciente temporal y parcialmente hacia la identificación con el pun
to de vista del analista. La atmósfera analítica puede también conver
tirse en resistencia si da a la labor analítica una apariencia de artificio
y de irrealidad.
La alianza de trabajo es aquella parte de la relación con el analista
que posibilita la cooperación del paciente en la hora analítica. Bajo es
ta benigna influencia, el paciente quiere entender las intrucciones e in-
szghts del analista, repasa y vuelve a repasar las interpretaciones y re
construcciones, y eso contribuye a la integración y asimilación del in-
sight logrado. La alianza de trabajo en unión del sufrimiento neurótico
pone el incentivo para realizar la labor analítica; el grueso de la materia
prim a lo dan las reacciones neuróticas de trasferencia del paciente.
Para analizar con éxito la neurosis de trasferencia es necesario que
el paciente haya formado con el analista una fiñne alianza de trabajo.
La neurosis de trasferencia es el medio que permite al paciente llevar
a la situación analítica el material reprimido e inaccesible. La capaci
dad que tenga el paciente de oscilar entre la alianza de trabajo y las
reacciones trasferenciales neuróticas es condición imprescindible para
la labor analítica. Esta capacidad es paralela a la escisión en el Yo
del paciente entre un Yo razonable, observador y analizador y otro sub
jetivo, irracional y experienciante.
Esta escisión puede verse en la asociación libre. Cuando el paciente
se deja llevar por un recuerdo o fantasía doloroso, el Yo experienciante
pasa al prim er plano y no hay conciencia del sentido ni lo adecuado
de las emociones en ese momento. Si el analista hubiera de intervenir
entonces, el Yo razonable del paciente volverá a manifestarse y el pa
ciente podría entonces reconocer que los afectos en cuestión procedían
del pasado; habría menos ansiedad y acaso acabarían por aparecer de
rivados menos deformados. Esta escisión de las funciones yoicas puede
verse con extremada claridad cuando uno analiza las resistencias tras
ferenciales (Sterba, 1929, p. 379). La capacidad de escindir las funcio
nes del Yo hace también posible que el paciente separe la alianza de
trabajo de la trasferencia neurótica. Resumiendo: la alianza de trabajo
proporciona la motivación cotidiana así como la capacidad de realizar
la labor analítica. El material esencial reprimido e inaccesible lo pro
porcionan las reacciones de trasferencia neurótica, y principalmente la
neurosis de trasferencia.
Resistencia significa oposición. Todas las fuerzas que dentro del pa
ciente se oponen a los procedimientos y procesos de análisis, es decir,
que estorban la libre asociación del paciente, que obstaculizan los in
tentos del paciente de recordar y de lograr y asimilar insight, que ope
ran contra el Yo razonable del paciente y su deseo de cambiar, todas
estas fuerzas pueden considerarse resistencia (Freud, 1900, p. 517; 535).
La resistencia puede ser consciente, preconsciente o inconsciente y puede
expresarse por medio de emociones, actitudes, ideas, impulsos, pensa
mientos, fantasías o acciones. Es en esencia la resistencia una contra
fuerza del paciente, que opera contra el progreso del análisis, contra
el analista y los procedimientos y procesos analíticos. Freud había ya
reconocido la importancia de la resistencia en 1912 cuando declaraba:
"El análisis tiene que luchar con las resistencias emanadas de estas dos
fuentes, resistencias que acompañan todos sus pasos. Cada una de las
ocurrencias del sujeto y cada uno de sus actos tiene que contar con las
resistencias y se presenta como una transacción entre las fuerzas favo
rables a la curación y las opuestas a ella" (Freud, 1912a, p. 103; 415).
En función de la neurosis del paciente, las resistencias tienen una
función defensiva. Las resistencias se oponen a la eficacia de los proce
dimientos analíticos y defienden el statu quo del paciente. Defienden la
neurosis y se oponen al Yo razonable del paciente y a la situación ana
lítica. Como todos los aspectos de la vida mental pueden tener función
defensiva, todos pueden servir para los fines de la resistencia.
2 . 2 LA A P A R IC IÓ N CLÍNICA D E LA R ESISTENCIA
Antes de que podamos analizar una resistencia tenemos que ser capa
ces de reconocerla. Por eso me propongo describir aquí brevemente al
gunas de las más típicas manifestaciones de resistencia que aparecen
en el curso del análisis. Los ejemplos que voy a citar son sencillos y
evidentes con el fin de ser claramente informativos para instruir a los
principiantes. Debe recordarse que las resistencias se presentan de mu
chos modos, sutiles y complejos, en combinaciones o en formas mix
tas, y los ejemplos solos y aislados no son la regla. Debe también po
nerse de relieve que todo tipo de comportamiento puede desempeñar
una función de resistencia. El hecho de que el material de un paciente
pueda revelar claramente el contenido inconsciente, los impulsos ins-
tintuales o los recuerdos reprimidos no impide la posibilidad de que
al mismo tiempo esté funcionando una resistencia importante. Por ejem
plo, un paciente puede describir vividamente alguna actividad agresi
va en el curso de una hora para evitar el relato de una experiencia que
podría revelar que se encuentra frente a una tentación sexual. No hay
actividad que no pueda aplicarse a los fines de la resistencia. Además,
todo comportamiento tiene tanto aspectos impulsivos como defensivos
(Fenichel, 1941, p. 57). De todos modos, los ejemplos clínicos que si
guen se limitarán a las manifestaciones sencillas, típicas y más claras
de resistencia.
2 .2 .1 EL PACIENTE CALLA
Hace poco, un paciente inició su hora declarando que la noche anterior había
sentido "gran excitación sexual — de hecho, el mayor placer sexual" de su vi
da con su nueva novia. Se puso a describirme la experiencia, pero me sorpren
día y desconcertaba su elocución lenta y vacilante y sus frecuentes suspiros.
A pesar de la visible importancia del contenido verbal, yo notaba que las pala
bras no concordaban con los sentimientos: alguna resistencia estaba operando.
Acabé por interrumpir al paciente diciéndole: "Fue muy emocionante, pero
al mismo tiempo triste." Al principio lo negó, pero después, en sus asociacio
nes, se dejó llevar a decirme que aquella maravillosa experiencia sexual signifi
caba el fin de algo, como una suerte de adiós. Poco a poco fue resultando que
había estado rechazando la idea de que una buena vida sexual con su mujer
implicaba despedirse de sus fantasías sexuales infantiles, que habían seguido
viviendo, sin cambio ni cumplimiento, en su mente inconsciente (véase Scha-
fer, 1964).
2 .2 .4 LA POSTU RA D EL PACIENTE
2 . 2 .5 FIJA C IÓ N EN EL TIEM PO
2 .2 .7 EVITACIÓN D E TEMAS
2 .2 .8 RIGIDECES
2 .2 .9 EL L E N G U A JE D E LA EVITACIÓN
Un médico que llevo analizando varios años se pone a hablarme enjerga médi
ca en plena hora analítica. En tonos pretenciosos me comunica que su esposa
tuvo "unas hemorroides dolorosamente protrusivas" inmediatamente antes de
una excursión que planeaban a una montaña. Dijo que la noticia le ocasionó
un "displacer absoluto" y se preguntó si las hemorroides podrían "extirparse
quirúrgicamente" o si habría que posponer aquellas vacaciones. Yo notaba la
cólera latente que retenía y no pude impedirme el decirle: "Creo que lo que
usted quiere decir es que las hemorroides de su mujer le jodían a usted." Re
plicó enojado: "Es cierto, hijo de perra, deseo que se las quiten; no aguanto
a esas mujeres con sus tumescencias que estorban mis placeres." Este último
detalle, entre paréntesis, se refería al embarazo de su madre, que precipitó su
neurosis infantil a la edad de cinco años.
El empleo del cliché o lugar común aísla los afectos y evita la partici
pación emocional. Por ejemplo, el empleo frecuente de frases como "real
y verdaderam ente" o "supongo que" o "usted y a sabe", etc., etc.,
siempre son indicios de evitación (véase también Feldman, 1959). De
mis experiencias clínicas con los pacientes en tales situaciones he saca
do la conclusión de que "real y verdaderamente" y "de veras" suelen
significar que el paciente nota su ambivalencia y tiene conciencia de
los contrarios en lo que siente. Desea que lo que está diciendo fuera toda
la verdad. "Así lo creo verdaderamente" significa que así quisiera creer
lo verdaderamente. "Lo siento de verdad" significa que querría sen
tirlo de verdad, pero tengo conciencia también del sentimiento contra
rio. "Creo que estaba enojado" quiere decir que estoy seguro de que
estaba enojado pero no me gustaría reconocerlo. "No sé por dónde em
pezar" significa que sé perfectamente por dónde empezar, pero no me
decido a empezar por ahí. El paciente que le dice al analista repetidas
veces "Recordará a mi herm ana Tilly, ya sabe", suele querer decir
que no está nada seguro de que el bobo de su analista la recuerde, y
por eso insiste de esa manera. Todas estas son indicaciones harto suti
les pero por lo general repetitivas de resistencia y como tales hay que
reconocerlas. Las frases hechas que más se repiten son indicaciones de
resistencias de carácter y no pueden tratarse sino cuando el análisis va
avanzado. Las aisladas pueden enfocarse al principio del análisis.
2 .2 .9 .1 E l retraso, la inasistencia y el olvido del pago
2 .2 .9 .2 La ausencia de sueños
Los pacientes que saben que sueñan y olvidan el sueño se resisten ob
viamente a recordar sus sueños. Aquellos que comunican sueños pero
cuyos sueños indican esquivación del análisis, como equivocarse de con
sultorio o ir con otro analista, etc., se están también debatiendo clara
mente con alguna forma de evitación de la situación analítica. Los pa
cientes que no recuerdan haber soñado nada en absoluto son, según
creo, los que tienen las más fuertes resistencias, porque aquí la resis
tencia ha logrado atacar no sólo el contenido del sueño sino incluso el
recuerdo de haber soñado.
Son los sueños el medio más importante de acceso al inconsciente,
a lo reprimido y a la vida instintual del paciente. El olvidarse de los
sueños es indicio de que el paciente está luchando contra la revelación
de su inconsciente y en particular de su vida instintual al analista (Freud,
1900, pp. 517-21; 535-7). Si uno ha logrado vencer una resistencia en
una sesión dada, el paciente tal vez responda logrando recordar súbi
tamente un sueño hasta entonces olvidado, o un fragmento nuevo de
un sueño. Otra manera de resistencia es inundar de sueños la hora de
consulta y puede indicar el deseo inconsciente del paciente de conti
nuar su sueño en la presencia del analista (Lewin, 1953).
2 .2 .9 .3 El paciente se aburre
2 .2 .9 .7 El paciente no cambia
2 .2 .9 .8 Resistencias silentes
Pongamos un ejemplo: Llevo muchos años trabajando con una paciente y con
sidero que las cosas van lentamente, pero bien. Querría declarar que me gusta
mi paciente y estoy satisfecho de nuestra labor. Pero un día en que me encuen
tro con el analista que me la envió, me pregunta cómo va la paciente y hete
aquí que le digo: "Bien, ya sabe usted que es una Qpetsch." (Es avetsch una pa
labra yiddish que significa quejicoso crónico, alguien que siempre se está la
mentando.) Estoy sorprendido de lo que dije, pero después comprendo: (a) que
tenía razón; (b) que no lo había comprendido conscientemente hasta entonces;
(e) que inconscientemente yo estaba protegiendo a la paciente de mi descon
tento con ella. Después de esta conversación empecé a trabajar en este progra
m a con ella y conmigo mismo.
2 . 3 EXAMEN HISTÓRICO
Puedo ilustrar esto en térm inos de unidades de resistencia-im pulso según van
apareciendo en el curso de u n ánálisis. U n hombre de edad m ediana, u n p si
quiatra, m e dice que goza plenam ente de la actividad sex u a l con su esp osa,
"incluso con su húm eda, olorosa vagina". D esp u és añade que "cosa harto ex
traña", d esp u és del coito su ele despertar de u n su eñ o profundo y se halla la
vándose los genitales en el cuarto de baño. Teniendo en cuenta u n exam en an
terior, trato de explicarle su s actividades de resistencia en la siguiente forma:
el que el paciente declare que goza plenam ente con su mujer es de contenido
instintivo bien claro; pero por otra parte es u n intento de agradarme, de m os
trarme c u á n san o es, y de desvanecer las d u d as que yo pudiera tener acerca
de su potencia. Es fácil observar en esto la manifestación impulsiva y a conti
nuación la resistencia. Pero todo ello es defensivo en relación con la frase
siguiente, "incluso con su húmeda, olorosa vagina". El aspecto defensivo lo de
lata la palabra "incluso". Pero esta descripción también contiene de toda evi
dencia un elemento exhibicionista que satisface un impulso. Es también resis
tencia frente al significado del siguiente trozo de comportamiento, el lavado
en el bario. A esta última actividad se reacciona con rechazo a manera de resis
tencia ajena al Yo, dados la declaración anterior de cómo gozaba en la vagina
y el hecho de que el lavado le pareciera extraño. Pero era también u na acción
defensiva contra una sensación de suciedad que lo había despertado e impulsa
do a vencerla lavándose.
Ilustremos esto con un sencillo ejemplo clínico. Un paciente por lo general agra
dable empieza a hablar evasivamente en una sesión analítica a / describirme un
concierto de la noche anterior. Está claramente turbado y angustiado. D espués
de reconocer este punto el paciente, exploramos las razones subyacentes y d es
cubrim os que se sentía celoso y resentido porque yo parecía gozar con la com
pañía de u n joven. En sesiones ulteriores descubrim os el hecho de que esta si
tuación de rivalidad movilizó en él la tendencia a u n a terrible explosión de ra
bia. Había padecido tem ibles berrinches de niño cuando parecían dar prefe
rencia a su herm ano menor. Parte de su posterior deform ación neurótica del
carácter era u n b u en talante irrazonablem ente rígido. Creo que este ejemplo
revela las cau sas inm ediatas, distales y últim as de la resistencia. La turbación
fue el motivo inmediato. El resentim iento celoso era la cau sa distal de la resis
tencia. La b ase ú ltim a de la resisten cia fue el m iedo a la rabia violenta.
Empleo este caso para ilustrar que el modo de enojo del paciente,
el modo de la resistencia, la cólera rencorosa y anal, era el punto ini
cial de una parte muy importante del análisis. Pasamos del enojo ren
coroso a la fantasía de ahorcamiento, que condujo a las fantasías de
la higiene excrementicia y otra vez a la proyección de hostilidad anal
sobre mí. Los meses siguientes de análisis revelaron muchos importan
tes determinantes históricos. Pero la clave de todo ello era el carácter
anal de su resistencia, el modo en que estuvo enojado precisamente aquel
día. Reconociendo que el rencor y la desconfianza son típicos de la fase
anal del desarrollo libidinal, el sentimiento de estar en un atolladero,
el no querer producir, lo apretado de las mandíbulas, las fantasías de
vapuleo sádico y masoquista, la vergüenza, todo puede comprenderse
como elementos de la fase anal. Eso era crucial en el trabajo con la
resistencia de aquella sesión particular.
Así como era posible clasificar la resistencia supra como pertenecien
te a la fase anal, es posible describir las resistencias orales, fálicas, de la
latencia y de la adolescencia. El indicio puede darlo el carácter instinti
vo de una resistencia, o las relaciones de objeto, o el rasgo de carácter
que se halla en primer plano, o bien una forma particular de angustia
o actitud, o la intrusión de cierto síntoma. Así, en el caso arriba citado
podemos enlistar el rencor, la desconfianza, la testarudez, la vergüen
za, el sadomasoquismo, la retentividad y el contenerse, la marcada am
bivalencia y las recriminaciones obsesivas, todo ello típico de la fase
anal. Esto que decimos no tiene la intención de negar las resistencias
"desiguales" o heterogéneas.
Debe subrayarse que la form a y el tipo de resistencia cambian en
un paciente durante el curso del análisis. Hay regresiones y progresio
nes, de modo que cada paciente manifiesta multitud de resistencias.
En el caso arriba citado, por ejemplo, se dedicaron largos períodos ana
líticos a la traslaboración de pulsiones y angustias fálicas, en que ocu
paban el primer plano la culpabilidad por masturbación, las fantasías
incestuosas y la angustia de castración. Hubo un período prolongado
de resistencias orales y depresión, manifestadas por pasividad, intro-
yección e identificaciones, fantasías suicidas, adicciones pasajeras, ano-
rexia y bulimia, llantos, fantasías de ser salvado, etcétera.
Un ejemplo de esto es el caso del señor Z, que empleé para demostrar la resis
tencia anal (sección 2.5.2). El paciente tenía un trastorno neurótico, oral-
depresivo del carácter. Pero había tenido algún traumatismo anal en la infan
cia y por eso volvió a vivir un período de rencor, odio y rabia anales en la fase
del análisis que queda descrita. Inmediatamente antes de aquel período, su odio
fue cuidadosamente aislado y limitado a objetos de amor femeninos especiales
en su vida exterior. En la culminación de su rencor anal, desplazó y proyectó
su rabia y odio contra mí.
Todas las clasificaciones arriba descritas tienen sus ventajas y sus limi
taciones. Pero la experiencia clínica me impone la mención de otro en
foque esencialmente práctico. Me ha resultado conveniente distinguir
las resistencias ajenas al Yo de las egosintónicas. Las ajenas al Yo apa
recen extrañas, ajenas y raras al Yo razonable del paciente. Por consi
guiente, esas resistencias son relativamente fáciles de reconocer y per
miten hacer buen trabajo. El paciente entra fácilmente en alianza de
trabajo con el analista en su intento de analizar esa resistencia concreta.
Creo que este ejemplo ilustra bien una resistencia ajena al Yo. Mues
tra también la facilidad con que se forma una alianza de trabajo con
el paciente en el análisis de la resistencia.
Veamos ahora en contraste las resistencias egosintónicas, que se ca
racterizan por parecer familiares, racionales y objetivas. El paciente no
nota la función de resistencia de la actividad objeto de escrutinio. Esas
resistencias son por ello más difíciles de reconocer para el analista y
el paciente, y es más difícil el establecimiento de una alianza de trabajo
en relación con ellas. Suelen ser normas habituales, bien asentadas, del
comportamiento del paciente, y rasgos de carácter a veces de valor so
cial. Las formaciones reactivas, la actuación, las resistencias caractero-
lógicas, las actitudes contrafóbicas y las defensas de pantalla entran en
esta categoría.
Creo que esta viñeta clínica ilustra el problema especial del análisis
de las resistencias egosintónicas, que requieren más trabajo que las aje
nas al Yo. En realidad, han de hacerse ajenas al Yo para el paciente
antes de que pueda realizarse un análisis eficaz. Dicho de otro modo,
nuestra tarea será primero ayudar al paciente a establecer un Yo razo
nable respecto de esa resistencia concreta. Solamente cuando ya esté
realizado esto emergerá la resistencia como resistencia ajena al Yo. En
tonces se puede esperar la obtención de una historia de esa resistencia
y analizarla. Cuando el paciente pueda entender las razones históricas
que tiene el origen de la defensa de resistencia podrá distinguir sus ne
cesidades anteriores de esa defensa y su impropiedad actual.
De ordinario al empezar el análisis se trabaja con las resistencias aje
nas al Yo. Sólo después de que el paciente ha logrado formar una alianza
de trabajo segura es posible empezar a buscar las resistencias egosintó-
nicas y a laborar con ellas. Estas resistencias se hallan presentes desde
el principio, pero no tiene caso atacarlas puesto que el paciente negará
su importancia o sólo colaborará de labios afuera en su análisis. Hay
que haber realizado alguna labor previa con la resistencia ajena al Yo
y haber conseguido también una firme alianza de trabajo antes de po
der analizar eficazmente las resistencias egosintónicas.
Volveremos a ver este tema en la sección 2.6. Se aconseja al lector
que compare a W. Reich (1928, 1929), A. Freud (1936), Fenichel (1941)
y Sterba (1951) al respecto.
La primera tarea del analista consiste en reconocer que hay una resis
tencia. Esto puede ser sencillo cuando la resistencia es patente, como
en los ejemplos clínicos citados en la sección 2.2. Es más difícil cuando
la resistencia es sutil, compleja, vaga o egosintónica para el paciente.
En los últimos casos, el paciente tal vez complique nuestra tarea tra
tando de encubrir el hecho de que está rehuyendo algo. O quizá sea
difícil de determinar la situación porque el material del paciente con
tenga una mezcla de algún contenido inconsciente del Ello con resis
tencia. La observación intelectual del paciente ha de completarse con
la empatia del analista para descubrir esas sutiles resistencias. La ex
periencia clínica y la labor psicoanalítica bajo la supervisión de un ana
lista experto son los mejores modos de aprender a reconocer esas com
plejas manifestaciones de resistencia. De todos modos, me gustaría
ilustrar el problema del descubrimiento de resistencias con un ejem
plo clínico para señalar algunos puntos técnicos.
Un profesional de treinta y dos años de edad que lleva en análisis unos seis
meses empieza su visita del lunes diciéndome que está cansado, tiene dolor de
cabeza y se siente algo irritable, pero no puede precisar nada. El fin de semana
fue aburrido y aun algo deprimente. Su hija se mojó en la cama por primera
vez desde hacía meses y su hijo tuvo una recurrencia de una infección en el
oído. El paciente también se hacía en la cama de niño y recuerda cómo lo hu
millaba su madre por ello. Su hija no soportaba lo que él tuvo que soportar.
Su esposa es una niñera m ucho más considerada de lo que fuera su madre.
Naturalmente, este tipo de responsabilidad es muy cansado y no puede culpar
a su mujer por estar tan fatigada siempre. No obstante, ella estaba siempre
dispuesta a las relaciones sexuales y aun hacía cosas extraordinarias por darle
gusto. Se ofrecía a mamarle el pene, y lo hacía, aunque no muy bien. Tal vez
su preferencia por que se lo mamen es una señal de homosexualidad. Sucedió
en la visita del viernes, cree. Sí, habíamos hablado de su interés en comparar
el tamaño del pene con otros hombres. Esta idea le había atormentado cuando
tenía cita con otras mujeres. ¿Preferían a otros que tuvieran el pene m ás
grande? Su hijo parece estar "bien dotado", y tal vez no tenga los problemas
sexuales que hubo de padecer el paciente. Alguien dijo una vez que "la ana
tomía es destino". Pero él nunca ha creído en axiomas y siempre despreció
la religión.
Lo que antecede es un extracto de lo más importante que dijo en unos cua
renta minutos. Escuchándolo alcancé a distinguir un matiz depresivo y coléri
co, y el material parecía concordar con ese talante. El fin de semana había sido
aburrido, la hija se había orinado en las sábanas, el hijo estaba enfermo, la
esposa sólo era medianamente agradable en lo sexual, otros hombres tenían
el pene más grande y el destino no había sido muy generoso con él. Siguiéndo
lo en sus asociaciones esperaba el afloramiento de algún impulso colérico o de
presivo subyacente en diferentes momentos de la sesión y no intervine. Pero
no sucedió así. Me pareció que el paciente se debatía con alguna fuerte emo
ción latente, pero su material parecía señalar hacia posibilidades significantes
muy diferentes.
¿Estaba enojado con su madre, su destino, su esposa, o estaba todo ello rela
cionado conmigo? ¿Se sentía más enojado que dolido o deprimido? Yo no te
nía certeza acerca del contenido subyacente más importante que buscaba des
cargarse, ni de si al final se manifestaría solo o se corroborarían las resisten-
das. Por eso lo dejé proseguir casi hasta el final de la hora. En ese punto decidí
intervenir porque pese a la presencia de algunos derivados inconscientes, pare
cía haber una considerable cantidad de resistencia y sin embargo su Yo razo
nable debía ser accesible a una interpretación.
Le dije: "Siente usted que su madre lo trató mal, y lo mismo su esposa, sus
hijos y el destino. Parece ligeramente deprimido y enojado, pero como que re
frena sus sentimientos." Apenas pudo el paciente esperar que yo acabara y me
soltó: "Sí, hay más. Mientras usted hablaba me disgustaba y enfurecía su tono
meloso. Después recordé que antes de la sesión del viernes estaba furioso con
usted por tenerme esperando mientras dedicaba parte de mi tiempo a alguna
paciente bonita. Creo que no lo mencioné en aquella sesión, pero recuerdo que
lo pensé después de irme. Cuando manejaba mi coche de vuelta a la casa di
un giro equivocado y casi choco con otro. Aquella noche al dormirme tenía
una sensación peculiar en las manos, como si estuvieran paralizadas. Pensé que
tal vez necesitaría matar a alguien para curarme. Tal vez lo que necesite sea
una explosión de cólera en su presencia. A veces siento que me gustaría retor
cer el cuello a todos ustedes, las gentes bondadosas. Son ustedes más hipócritas
que yo, porque yo al menos tengo la decencia de presentar síntomas."
Una paciente, a poco de empezado su análisis, llega con unos minutos de re
traso a su cita y explica casi sin aliento que le fue difícil encontrar un lugar
donde estacionarse. En este momento sería un error decirle que eso es una re
sistencia. Ante todo, uno podría equivocarse y su intervención distraería a la
paciente del contenido real que estaba dispuesta a comunicar. Pero además,
se habría desperdiciado una oportunidad potencialmente valiosa utilizando un
hecho dudoso que la paciente podría fácilmente negar. Esperando en silencio,
y si la idea que uno tenía era acertada, a esa pequeña resistencia se añadirán
otras. La paciente a que me estoy refiriendo se quedó callada en diferentes in
tervalos de la sesión. Después dijo que se le había olvidado el sueño de la noche
anterior. Nuevo silencio. Mi silencio había permitido que creciera su resistencia,
y con ella la probabilidad de que no pudiera negar mi posterior confrontación.
Por ejemplo, una paciente pasa buena parte de su hora hablando de los peli
gros de un ataque con bombas nucleares y de si sería aconsejable trasladarse
al medio oeste, donde ella estaría más segura. Cuando insinué que tal vez ella
se sentiría más segura alejándose de mí y del psicoanálisis, se enoja visiblemen
te y calla. Después, me recuerda truculentamente que la gente está constru
yendo refugios contra las bombas. Tras de una pausa reconozco que hay alguna
posibilidad de un ataque nuclear, pero creo que sus reacciones son impro
piamente intensas. La mayoría de los expertos son de opinión de que los refu
gios no son protección suficiente y que tampoco el irse a otro lugar garantizaría
su seguridad. Entonces la paciente empieza a hablar. Reconoce que sus temo
res podrían ser desmesurados, pero nada más el pensar en una explosión ató
mica la horroriza. Le digo que toda persona razonable teme la guerra atómica,
pero que en ella debe haber algo que hace su temor tan fuerte como para pen
sar en desarraigar su vida. Lentamente, la paciente empieza a hacer asociacio
nes, sus pensamientos la llevan a su infeliz matrimonio, a sus años de frustra
ción e inhibición y su deseo de "salir de su sistema", de empezar una vida
nueva. Ahora estoy en condiciones de demostrarle que es la rabia acumulada
dentro de ella la que amenaza estallar. Eso es lo que le hace parecer tan inmi
nente la explosión nuclear, y hace subir su temor de punto hasta convertirlo
en terror. La paciente parece entender y en varias sesiones subsiguientes labo
ramos productivamente con este asunto.
Quiero hacer aquí una pausa para subrayar un punto técnico pe
queño pero importante. Siempre que los factores de la realidad com
ponen una resistencia, hay que reconocer debidamente esos factores
(Marmor, 1958). Si no se hace así, el paciente se aferrará tanto más
tercamente al elemento de realidad de la resistencia y pasará el tiempo
tratando de convencer al analista de la lógica de su argumentación. Nó
tese cómo mi paciente sacó a colación los refugios antibomba cuando
quise interpretar su fuga al medio oeste como una huida del análisis.
Sólo después de haber yo reconocido que había algo de realidad en su
|emor PU(io empezar a laborar conmigo, formar una alianza de traba-
Hasta entonces, su angustia por la bomba nuclear era egosintónica.
£ i reconocimiento del factor realidad favoreció la formación de una
alianza de trabajo y entonces el temor a la explosión nuclear, al menos
en su intensidad, se hizo ajeno al Yo en ella, que pudo entonces labo
rar con eso como con un problema interno y al fin reconoció que la fuga
al medio oeste era una resistencia de trasferencia.
Una vez ha reconocido el paciente el aspecto resistencia de su com
portamiento, nuestra siguiente tarea es la aclaración o clarificación. Bus
camos entonces la pauta de comportamiento fuera del análisis y a con
tinuación perseguimos la historia y el objetivo de esa actividad. ¿Qué
ocurrió en la vida del paciente que le hizo adoptar ese modo de resis
tencia? Volvamos con el profesor X, el que comunicaba sus sueños de
una manera "revuelta" (véase sección 2.6.4).
E[ profesor X contaba cómo leía los libros de un modo "revuelto" y así hacía
también su trabajo. N o podía estudiar sentado a una mesa sino acostado
caminando! Esto resultó comprensible cuando supe que su padre había sido
un maestro muy conocido, que había preparado a su hijo para seguir sus hue
llas. El mozo quería rebelarse porque tenía sentimientos hostiles, de celos y ri
validad hondamente asentados contra su padre, y su modo de trabajar era una
manifestación de despecho y desafio. Pero también sentía por su padre profun
do amor, de fuerte impronta anal y oral pregenitales. Temía acercarse mucho
a su padre porque eso significaría penetración y absorción anal y oral. Su his
toria reveló que a su padre le gustaba hacer el papel de médico cuando el pa
ciente estaba enfermo. El padre le solía tomar la temperatura rectal, adminis
trarle enemas, darle toques en la garganta, etc. El comportamiento "revuelto"
era también una manifestación de su lucha contra la identificación con el pa
dre, puesto que esa identificación equivalía a ser devorado y aniquilado. Re
presentaba la vuelta de los anhelos reprimidos de fusión y pérdida de los lími
tes del Yo (véase Greenson, 1954, 1958a; Khan, 1960).
2 . 6 . 5 . 3 ^Lecapitulaáón
1] R econocer la resistencia.
2] Señalar la resistencia al paciente.
a] Hacer que la resistencia se vuelva demostrable esperando que
se den varios casos.
b] Intervenir de modo que se incremente la resistencia; contri
buir a que se haga demostrable.
3] Aclarar los m otivos y modos de la resistencia.
a] ¿Qué afecto doloroso específico hace resistente al paciente?
¿y ¿Qué impulso instintual concreto ocasiona el afecto doloroso
en este momento?
ej ¿Qué método y modo emplea exactamente el paciente para ma
nifestar su resistencia?
4 Interpretar la resistencia.
a] ¿Qué fantasías o recuerdos ocasionan los afectos e impulsos
en que se sustenta la resistencia?
b] Perseguir la historia y los fines inconscientes de estos afectos,
impulsos o acontecimientos dentro y fuera del análisis, y en
el pasado.
5] Interpretar el m odo de resistencia.
a] Perseguir éste y otros modos de actividad semejantes dentro
y fuera del análisis.
b] Trazar la historia y los fines inconscientes de esta actividad
en el presente y el pasado del paciente.
6] Traslaboración.
Repeticiones y elaboraciones de los pasos 4] a] y b] y 51 a] y b].
Por ejemplo, al empezar un análisis señalé al paciente por primera vez sus sen
timientos competitivos, de rivalidad entre hermanas, con sus colegas en el tra
bajo. Reaccionó coincidiendo rápidamente conmigo y no tardó en hallar unos
cuantos ejemplos más en su vida cotidiana y su pasado. Pero a la sesión si
guiente, después de una rápida ráfaga de información confirmatoria que conti
nuaba la de la sesión anterior, quedó callado. Parecía inquieto por su silencio
y explorando la situación descubrí que buscaba desesperadamente nuevo ma
terial para ocultar el hecho de que le dolía mi interpretación y la temía. Le dolía
porque sentía como que si yo lo supiera le haría perder su fantasía de ser mi
paciente favorito. Trataba de ocultar el deseo de ser mi preferido hundiéndose
rápidamente en material doloroso, como si no le im portaran mis reacciones.
Si revisamos la situación de resistencia de este paciente la hallare
mos estructurada del siguiente modo: un nuevo insight ocasiona dolor,
resentimiento y angustia para conmigo. El paciente teme revelar su enojo
conmigo porque eso le haría perder su posición de favorito. Trata de
hacer a un lado su hostilidad y busca material de un modo reactivo,
contrafóbico, como si dijera: "No me importa lo que descubras de mí;
lo que importa sólo es el buen trabajo." Pero el nuevo material se ago
ta porque el resentimiento oculto busca descargarse y pide ser oído.
El paciente se siente también culpable por engañarme y el silencio es
asimismo una forma de autocastigo.
De una manera general, he hallado que los pacientes ocultan sus re
sistencias por dos razones principales: (1) Porque los avergüenza o asusta
la revelación de un estado de resistencia. Resistencia significa defecto
y tendrá por consecuencia castigo o pérdida de amor. (2) Porque te
men el descubrimiento de una situación causante de resistencia... por lo
general para evitar un material que parece podría producir una reac
ción hostil de trasferencia. Son pacientes que temen enojarse y con fre
cuencia tratan de ocultar su enojo con lo contrario: lisonja y docilidad.
Buenos ejemplos son los candidatos en entrenamiento que evitarán men
cionar una reunión donde yo dije algo desacertado o hablarán sólo de
aquello con que concuerden y se saltarán el resto.
Puede haber constelaciones aún más complicadas de resistencia a las
resistencias y contenidos diversos. Veamos el siguiente ejemplo clínico
de una sola sesión.
2 . 6 . 6 . 3 Elsecreto
Querría citar un sencillo ejemplo clínico de los puntos arriba mencionados: una
paciente, en los seis primeros meses del análisis, me dice que hay una palabra
que por más que haga no se decide a pronunciar. Esta paciente suele ser coo
perante y veo que lucha consigo misma para decir la palabra. Quedo callado
un rato y después, viendo que no consigue comunicarse, le pregunto: "¿Cómo
se sentiría si hubiera pronunciado la palabra?" Dice que se sentiría deshecha,
aplastada. Se sentiría como un reptil bajo un peñasco, como un insecto, un
insectillo sucio y feo. No tengo necesidad de seguir preguntando acerca de su
fantasía de trasferencia porque espontáneamente reanuda: "Le daría asco, me
odiaría usted, quedaría tan disgustado y afectado que me rogaría que saliera."
Quedo callado. La paciente prosigue: "Es ridículo. No obraría usted así... pe
ro yo así lo siento. Reacciono como si la palabra lo trastornara a usted." No
digo nada. La paciente prosigue y me cuenta la primera vez que recuerda ha
ber dicho esa palabra en su casa. Estaba comiendo con su madre y dijo la pala
bra por broma, chistosamente. Su madre quedó desagradablemente sorprendi
da y se manifestó asqueada. Mandó a la niña, entonces de nueve años, irse
de la m esa y lavarse la boca con jabón. La paciente tenía una idea de que la
palabra era "sucia", pero se espantó ante la reacción de su madre. E n este
momento, la paciente está en condiciones de decirme la palabra secreta: se tra
ta del obsceno "joder".
Aunque la paciente pudo a partir de este momento emplear la palabra "jo
der" en el análisis, la descripción clínica que queda expuesta no puso fin al
análisis de su secreto. El hecho de que la palabra le fuera dicha a su m adre
en broma y como para molestarla tenía también connotaciones importantes.
La palabra "joder" estaba además asociada a muchas fantasías sexuales y sá
dicas orales y anales (Stone, 1954a). De todos modos, a partir de entonces, la
palabra "joder" no fue un secreto consciente; y buscamos los factores incons
cientes que la habían vuelto tan aborrecible.
Llegados a este punto creo que podemos asentar ciertos principios ge
nerales que sirvan de guía en la determinación de nuestro procedimiento-
técnico. Estas reglas no serán órdenes ni leyes sino más bien indicado
res que señalen la dirección general. Todas las reglas han de aplicarse
con elasticidad, según el paciente, el analista y la situación. Una medi
da técnica sólo es válida si uno comprende el problema clínico, las ca
pacidades del paciente y los fines que uno trata de lograr. Puede lle
garse a la misma meta tomando sendas traveseras y dando rodeos, pe
ro en un viaje largo es de importancia práctica tener en la mente un
mapa de carreteras que indique el terreno, la topografía, los obstácu
los, etc. Las reglas que siguen son esas indicaciones, y son particular
mente válidas cuando uno se siente perdido o vacilante. Freud deno
minaba las reglas que él puso "recomendaciones" y no pretendía que
se aceptaran incondicionalmente. Le parecían tales la diversidad de cons
telaciones psíquicas y la abundancia de factores determinantes que to
da mecanización de la técnica debía resultar ineficaz a veces. No obs
tante, creía que ciertos procedimientos eran útiles para una situación
corriente (Freud, 1913b, p. 123; 426).
Este ejemplo clínico ilustra que empezando por la resistencia fue po
sible hacer una verdadera labor analítica con ese paciente. Creo que
si yo hubiera esquivado la resistencia e ido directamente al contenido,
se hubiera producido una colérica negativa o si no, una discusión inte
lectual o una sumisión, sin emoción ni insight verdaderos. Sirviéndo
nos de este fragmento clínico como de una ilustración, tratemos de re
examinar la fundamentación de la regla técnica de analizar la resisten
cia antes que el contenido.
Para que una interpretación o confrontación sea eficaz tenemos que
estar seguros de que el paciente puede percibir, entender, captar la in
terpretación o confrontación. Por eso debemos asegurarnos de que el
paciente tiene a su disposición un Yo razonable. Analizamos primero
las resistencias porque ellas se opondrían a la form ación de un Yo
razonable. Más exactamente: el paciente conturbado tiene un Yo razo
nable limitado. Si yo me le planto delante con un contenido desconcer
tante, perderá incluso lo poco que tiene de razonable. Tengo que labo
rar en el campo en que pueda servirse de ese Yo razonable limitado
suyo. Señalo que se siente turbado, y eso es evidente, eso es accesible
a su Yo razonable, eso no le hará correr, puede hacerle frente. Me pre
gunto con él qué lo turbó hoy, y así le recuerdo indirectamente que
no siempre está turbado o desconcertado. Al principio se defiende de
modo poco razonable, y dice que no tiene caso hablar con crudeza y
se pregunta cómo reaccionaría yo a ello. Su Yo razonable, que no se
siente apartado y solo, da un gran paso hacia delante, aumenta su ca
pacidad de ser razonable y osa reconocer que no soy yo quien lo desa
probaría, que es él mismo. Comprende entonces que su reacción es im
propia, examina su comportamiento analíticamente, ha formado una
identificación parcial y temporal, una alianza de trabajo, frente a su
resistencia. Yo he señalado en su comportamiento algo que podría se
guir y entender conmigo. Al formar esa alianza conmigo, su Yo razo
nable se hizo más fuerte y ahora se atrevió a examinar analíticamente
lo que había sentido. Yo he logrado producir una división en su Yo,
que ahora tiene dos funciones, una de sentir y una de observar. Enton
ces ha podido incrementar su Yo razonable y observador. El excelente
trabajo de Sterba (1934) es una lectura esencial al respecto.
Mi conturbado paciente se hubiera enojado o distanciado y no hu
biera laborado conmigo si yo hubiera empezado por el desconcertante
contenido de sus sueños y sus asociaciones. Yo empecé por algo accesi
ble a su Yo consciente, algo que estaba más dispuesto a reconocer que
su propio sentimiento. Para citar otra formulación topográfica: empe
cé por la superficie (Freud, 1905a, p. 12, 603; Fenichel, 1941, p. 44).
Apelé a su razón y pudo reconocer razonablemente que se había que
dado desconcertado. Entonces se produjo una alianza de trabajo con
migo y él mismo pudo entonces analizar su impropia reacción de tras
ferencia para conmigo. De no haberlo hecho, yo lo hubiera interpretado
p ara él. Entonces tuvimos un fuerte Yo razonable con que laborar
y yo pude abordar el doloroso material oculto.
Decidí trabajar con su deseo de que lo acariciara una mujer grande
porque sus fantasías m asturbatorias todavía eran una gran fuente
de culpabilidad para él, que había ya hecho varios intentos vacilantes de
laborar en ello anteriormente. Sentía que si podía hacerle reconocer
la índole infantil de sus deseos sexuales podría entender mejor su senti
miento de culpabilidad, su impotencia y su vergüenza. Le pregunté qué
había sentido cuando la mujer empezó a acariciarle el pene, porque ha
bía omitido visiblemente ese punto en el relato de su sueño y no había
revelado las reacciones sexuales que tuvo cuando su amiga se lo hizo.
La intervención fue muy fructífera porque volvió a debatirse con sus
resistencias y al final comprendió que prefería aquel placer sexual pa
sivo a cualquier otro.
Me pareció entonces que podría estar listo para enfrentarse al hecho
de que eso era infantil, es decir incestuoso; por eso lo llevé en esa direc
ción apuntando que aquella actividad lo avergonzaba porque le hacía
sentir como un niñito al que diera algún placer sexual una mujerona.
Siguió el camino y se debatió con aquella cuestión. Reconoció que le
gustaba engañar a los maridos, comprendió que era una victoria vana,
y a continuación osó pensar que podría tratarse de su madre, diciendo
primero "¿Piensa usted que esto..." Y por fin lo aceptó y lo confirmó.
A medida que avanzaba aquella sesión, su pequeño Yo razonable se
fue ensanchando y pudo luchar triunfalmente con todo género de re
sistencias. Durante toda aquella hora pudo observársele batallando con
sus resistencias. Si éstas hubieran adquirido mayor poder y hubieran
detenido el crecimiento de su Yo razonable, hubiera sido necesario se
guir laborando con las resistencias y olvidarse de laborar con el
contenido.
Son fundamentales estas reglas de técnica: Analizar la resistencia antes
que el contenido, el Yo antes que el Ello y empezar desde la superficie.
El trabajo con el contenido puede ser más interesante, más chispeante;
el trabajo con las resistencias es más lento y pesado. Pero si no se anali
zan las resistencias del Yo, la labor analítica acabará por estancarse.
El paciente terminará, regresará destructivamente, o el análisis se con
vierte en un juego intelectual o una satisfacción oculta de la trasferencia.
La regla que manda analizar la resistencia antes que el contenido
no debe entenderse como que significa analizar la resistencia sola o abor
darla primero y olvidar el contenido por completo mientras no se re
suelva la resistencia. De hecho, no siempre hay una dicotomía marca
da entre resistencia y contenido. En los diferentes ejemplos que llevo
dados hay muchas ilustraciones de cómo la resistencia se vuelve conte
nido y cómo un contenido dado puede usarse a manera de resistencia.
Además, el análisis de toda resistencia nos lleva a su historia, que es con
tenido. Finalmente podemos emplear algo del contenido para que ayu
de a revelar la resistencia. La regla técnica fundamental significa que
la interpretación del contenido no será efectiva sino cuando las resis
tencias significantes hayan sido debidamente analizadas. El último ejem
plo del paciente conturbado lo ilustra claramente. No pudo laborar con
el material mientras no superó su resistencia de trasferencia en grado
apreciable. Pasemos a ver ahora un ejemplo de empleo del contenido
con el propósito de contribuir al análisis de la resistencia.
Ofrezco este fragmento de una sesión para mostrar cómo laboré con
la resistencia de la paciente trayendo a colación el contenido para que
me ayudara. Interpreté para ella que se fugaba al vacío para rehuir
el monstruo de su envidia del pene, su odioso pene interno y su identi
ficación masculina. Esta formulación la ayudó a reconocer que estaba
tratando de negar y después de proyectar ese odioso introyecto sobre
mí y su novio. Pudo ver su efecto productor de resistencia y logró em
pezar a explorarlo dentro de sí. El esclarecimiento del contenido la ayudó
a laborar con su resistencia de trasferencia hostil-depresiva.
2 .7 .3 .1 Resistencias menores
E l paciente calla
Arlow (1961), Glover (1955), Loewenstein (1961), Loomie (1961), Van der
Heide (1961), Zeligs (1961).
Resistencia y defensa
Freem an (1959), Freud (1916-7, capítulo xix; 1923b, capítulo v; 1926a;
1933), Gero (1951), Hartmann (1951), Hoffer (1954), Kohut (1957), Lampl-
de Groot (1957), Loewenstein (1954), Sperling (1958), Winnicott (1955).
"Acting out"y resistencia
Altman (1957), Bird (1957), Ekstein y Friedman (1957), Kanzer (1957), Spie-
gel (1954), Zeligs (1957).
Trastornos del carácter y resistencia
Gillespie (1958), Gitelson (1958), Glover (1958), Katan (1958), Nacht (1958b),
Waelder (1958).
Resistencias ajenas al ego y egosinanicas
Glover (1955), Menninger (1958), Sharpe (1930).
La formación de la técnica del psicoanálisis se debe en lo esencial a la
evolución de nuestro conocimiento de la naturaleza de la trasferencia.
Los mayores progresos en la técnica psicoanalítica proceden de los ca
pitales descubrimientos que hizo Freud (1905c) del doble poder de la
trasferencia, que es un instrumento de valor insustituible y la fuente
de los mayores peligros. Las reacciones de trasferencia ofrecen al ana
lista una ocasión inestimable de explorar el pasado inaccesible y el in
consciente (Freud, 1912a, p. 108; 418). La trasferencia suscita tam
bién resistencias que resultan el obstáculo más grave a nuestra labor
(p. 101; 414). En toda definición de la técnica psicoanalítica debe figu
rar como elemento central el análisis de la trasferencia. Toda escuela
disidente del psicoanálisis puede describirse por alguna diferencia en
el modo de tratar la situación de la trasferencia. Las reacciones de tras
ferencia se producen en todos los pacientes que reciben psicoterapia.
El psicoanálisis se distingue de todas las demás terapias por el modo
de fomentar la formación de las reacciones de trasferencia y por su sis
temático intento de analizar los fenómenos de trasferencia.
Por ejemplo, una paciente joven reacciona con lágrimas y enojo porque la ha
go esperar dos o tres minutos, y fantasea que quiero dedicar tiempo extra a
mi paciente favorita. Es una reacción impropia en una mujer de treinta y cinco
años de edad, inteligente y culta, pero sus asociaciones conducen a una situa
ción anterior, en que encajaba esa serie de sentimientos y fantasías. Recuerda
sus reacciones de niña de cinco años, que esperaba que su padre fuera a su
recámara a darle las buenas noches con un beso. Siempre tenía que esperar
unos minutos porque para él era una regla despedirse primero de su hermana
mayor. Entonces ella reaccionaba llorando, enojándose y con fantasías celo
sas... precisamente lo que ahora siente conmigo. Sus reacciones son propias
de una niña de cinco años, y visiblemente no lo son en una mujer de treinta
y cinco. La clave para entender ese comportamiento está en reconocer que es
una repetición del pasado, o sea una reacción de trasferencia.
3.2.1 LA IM PROPIEDAD
3 .2 .2 LA INTENSIDAD
3 . 2.3 LA AMBIVALENCIA
Citemos un ejemplo clínico. Durante varios anos, un caso limítrofe dio respues
tas extrañas a mis intervenciones siempre que se sentía angustiado. Lentamen
te pude ir componiendo las siguientes explicaciones: Cuando se sentía enojado
contra mí y me odiaba, se asustaba, y por eso nunca escuchaba mis palabras,
que para él eran como flechas envenenadas, y su defensa era hacerse impe
netrable a ellas. En esas ocasiones se concentraba su atención sólo en el tono
de mi voz, y ponía meticuloso cuidado en percibir los cambios de intensidad
y ritmo. Los tonos bajos y el ritmo regular le hacían sentir que le administraba
buen alimento, como solía hacerle y servirle su madre cuando comían solos.
Los tonos altos y el ritmo irregular significaban que la madre le daba mal ali
mento porque el padre estaba allí y la ponía nerviosa y le salía mal. Fueron
necesarios muchos años de análisis para que llegara a concederme el ser una
sola persona y seguir así cuando me amaba, odiaba o temía.
3.2.5 L A TENACIDAD
Una paciente mía, la señora K, llevaba casi tres años con una reacción de tras
ferencia positiva, sexual y erótica, para conmigo. Estos sentimientos sobrevi
vieron y no fueron mensurablemente influenciados por mis persistentes inter
pretaciones de su función de resistencia, mis prolongados silencios y mis erro
res y descuidos ocasionales. Sólo después de haber mejorado lo bastante para
poder lograr un orgasmo vaginal parcial que contribuyó a reducir su temor a
la homosexualidad cambió esta trasferencia positiva crónica. Sólo entonces se
atrevió a dejarse sentir conscientemente su odio y aversión contra mí y contra
los hombres en general.'
3 .4 .1 .3 Trasferencia y repetición
3 .4 .1 .4 Trasferencia y regresión
3 . 4 . 1 . 5 ^rasferenciay resistencia
Me serviré del caso de la señora K. E sta dam ita llegó al tratam iento p sico a
nalítico porque últim am ente la habían estado atormentando ideas e im pulsos
obsesivos de promiscuidad sexual con u n negro. Esto alternaba con su s senti
m ien tos de ser u n "zombie" o, si no, se sen tía vacía, aburrida, despreciable
y deprimida. Se hab ía casad a h acía poco con u n personaje de la com unidad
que le llevaba u n os veinte años, a quien hab ía am ado an tes de casarse, pero
que ahora le inspiraba resentimiento y temor. El rasgo sobresaliente en su h is
toria pasada era el hecho de haberla criado u n a madre tierna, excéntrica y al
cohólica, que un a veces la adoraba, otras la consentía y a veces la abandonaba.
El padre aban don ó la fam ilia cuand o la paciente ten ía u n año y m edio,y los
tres m atrim onios posteriores de la madre duraron m ás o m enos u n año cada
- uno. Había dos hermanos, de dos y tres años m ás jóvenes, de quienes la madre
no hacía caso y que cuidaba la paciente. Eran su s compañeros, su responsabili
dad y su s rivales. Eran muy pobres, cambiaban mucho de casa y ella estudiaba
m uy poco. Cuando tuvo quince años la muchacha, la madre se empeñó en que
podía valerse sola; y aunque tím ida, espan tada y sin preparación, la paciente
hizo u n a b u en a carrera de m odelo de vestidos. A los veinte años, la señora K
conoció a su futuro esposo y se enamoró de él, que le enseñó las cosas buenas
de la vida y se casó con ella unos cinco años después. Ella llevaba casada unos
3 V é an se ta m b ié n se c c io n e s 1,2 .4 , 2 ,6 ,5 ,1 ,2 .7 , 1 y 3 .2 .5 .
dos anos cuando acudió en bu sca de análisis. Intentaré ahora esbozar los prin
cipales fenóm enos de trasferencia de su venturoso análisis, que duró unos cua
tro añ os y m edio,
Las primeras reacciones de trasferencia consistieron en su afán de que la acep
tara en calidad de paciente; en su fantasía m e consideraba el "máximo" an a
lista de la comunidad y por ende garantía de un buen análisis. Al mismo tiempo
tem ía parecerme aburrida, indigna, pero atractiva o intratable. Por u n a parte,
la atraía su d eseo de ser u n a b u en a paciente y revelar todas s u s debilidades
y por la otra, su d eseo de que yo la am ara, la hallara se x u a l y m entalm en te
atractiva, y por ende disim ulara su s defectos. Yo tenía que com pensar su falta
de padre considerándola m i paciente favorita, haciendo por ella lo que no haría
por n in gún otro paciente. Yo sería el padre ideal e incorruptible de quien ella
estaría orgullosa y asim ism o el padre delincuente que satisfaría su s deseos in
cestu o so s, Muy pronto el síntom a de im pulsos de prom iscuidad de la señora
K se dirigió h a c ia m í, figura edípica. E sto a ltern ab a c o n u n a im agen de m í
en calidad de padre severo, censurador, puritano e idealizado.
Mientras esto sucedía, el análisis se aplicaba a tratar de entender la gran ver
güenza que sen tía la paciente por la m asturbación, que "descubrió" sólo a los
veintiún años y que parecía producirse sin fantasías y con poco alivio orgásmi-
co. El a n á lisis de s u sen tim ien to de vergü en za n o s llevó a reconocer q u e yo
no sólo era el padre puritano sino tam bién la madre fanáticam ente lim pia de
los días en que aprendiera la higiene del excusado. El aburrimiento de la señ o
ra K y su sen sa ció n de vacío se revelaron com o defen sas contra las fantasías
sexuales y en el análisis se convirtieron en resistencias. Temía fantasear porque
eso significaba excitarse, y excitarse era perder el control y mojar las sábanas.
Esto se m anifestó en el análisis por su renuencia a seguir hablando cuando se
em ocionaba o excitaba. Si yo la veía llorar o sonrojarse, la hallaría poco atrac
tiva. Q uitaba los "kleenex" de la alm ohada d esp u és de cada sesión porque no
qu ería que yo los viera "sucios". ;Cómo ib a a am arla si sa b ía que era su c ia
y que tenía que ir al excusado a veces! Yo era el padre idealizado, desexualiza-
do y desw aterizado que abandonara a su su cia madre, o bien la m adre com
pulsivam ente limpia que odiaba los hijos sucios. Recordó entonces haber visto
a su madre ebria y desnuda, y cómo le repelían su s feas partes genitales. Ahora
tem ía ser com o s u m adre, o llevarla dentro, y la horrorizaba p e n sa r que yo
pudiera abandonarla com o su padre a su madre. Más quería estar vacía que
llena de madre sucia. Pero el vacío significaba silencio y resistencia en el análi
sis, y e so significab a ser m ala p acien te. Aquí triunfó la a lian za de trabajo y
su a n sia de ser am ad a por el padre an alista, y pudo seguir laborando con lo
que ocultaba el vacío.
D etrás del vacío vino u n a inundación de fantasías sexu ales con gran varie
dad de acciones orales, succionantes y escoptofflicas realizadas tanto activa co
m o pasivam ente con u n hom bre prohibido. Ese hom bre era el analista, o un
negro o árabe que era al m ism o tiem po sádico y m asoquista, Ella y su padre
alternaban en su s papeles. En aquel tiem po yo era no sólo el cóm plice de su s
ave n tu r a s s in o q u e a d e m á s le p e r m itía od ia r a s u m a d r e , lo q u e h a c ía
gustosa. En este período del análisis anhelaba la llegada de cada hora analítica
y tem ía los fines de sem a n a y a u n de sesión , porque yo m e h ab ía convertido
en el contenido principal de su s fantasías, y el estar au sen te de m í significaba
vacío y aburrim iento. Se sen tía "conectada" conm igo y plena de sentim ien tos
e n m i presen cia y ordinaria e in síp id a lejos de la consulta.
Lentam ente fue com prendiendo que yo esta b a decidido a analizarla y que
no le temía a ella ni me asqueaban su s im pulsos, y entonces se fue permitiendo
la aparición de im pulsos m ás regresivos. Conmigo de padre protector osó re
cordar su eñ os ocasionales y fantasías de succión oral, así como im pulsos sádi
cos hacia los hom bres fem eninos y finalm ente las mujeres. Confiando ya m ás
e n m í, o só ta m b ién sen tir cierto odio y rabia prim itivos con tra m í. Primero
pudo sentir u n a hostilidad regular hacia m í en calidad de padre censurador o
de madre desaprobadora. D esp ués pudo odiarme por haberle robado su capi
tal, su secreto, y el valioso bulto que sentía tener dentro y que le daba seguri
dad. Pudo tam bién amarme com o b u en a inversión, seguridad para el futuro,
garantía contra el vacío y hombre que le daba su su stan cia. En aquel tiempo
yo era tam bién su defensa contra la envidia del pene, siendo el hom bre pene
que ella poseía.
En esta fase del análisis, la señora K logró por primera vez sentir el orgasmo
durante el coito. Esto le dio ánim os para darse cuenta de fuertes sentim ientos
hom osexu ales respecto de su hijita, que pudo reconocer com o u n a repetición
con los papeles invertidos de su s im pulsos infantiles hacia su madre. El hecho
de que pudiera sentir eso s im pulsos sin detrim ento de su capacidad de tener
orgasm os sexuales si así lo deseaba le permitió finalm ente atravesar u n a fase
violenta de envidia del pene. Podía odiarme furiosam ente por poseer u n pene,
por "desear ta n sólo u n agujero don de m eter e s a porquería", porque n o m e
importaban un cacahuate en el fondo las mujeres, por dejarlas preñadas y aban
donadas. C uando la paciente logró expresar esto s sen tim ien tos y vio que yo
no qu ed aba anonadado ni contrariado em pezó a sentir que yo la quería y la
aceptaba incondicional y permanentemente... aun cuando no estuviera de acuer
do con ella. Yo m e hab ía convertido en u n a parte de ella que llevaba dentro,
segura y permanente: u n objeto interno am oroso, parental. Ahora podía per
mitirse el ser una madre y espOSct cabal y podía laborar para librarse de su odio
y su am or por su madre sin sentirse abrum ada por ello. El caso de la señora
K se describirá más detalladamente en el tomo n.
En el material clínico arriba citado puede uno observar cómo en diferentes in
tervalos la im plicación de la señora K conmigo suplantó a la neurosis original.
D urante u n período de tiem po, los im pulsos de prom iscuidad de la paciente
se centraron en m í y estab an a u sen tes del resto. S u s conflictos relativos a la
pérdida de control fueron intensos durante la sesión analítica y tenían que ver
con su miedo de dejar salir material sucio y la ocultación de los "kleenex" m an
chados. Durante este período no desaparecieron su s angustias anales fuera del
análisis, pero pasaron a segundo término. Según m i experiencia, el aspecto par
ticular de la neu rosis del paciente que se hace activo y vivido en la situación
de trasferencia dism in uirá e n la vida exterior del paciente. Pero es frecuente
que sólo em palidezca y se haga relativam ente insignificante en com paración
con la neurosis de trasferencia... para reaparecer en la vida exterior del pacien
te cuando otra constelación domine el cuadro de la trasferencia. Por ejemplo,
las fantasías de promiscuidad de la señora K se volvieron exclusivamente hacia
m í durante u n tiempo. Pero cuando el análisis se concentró en su s angustias
del excusado y su sentimiento de vergüenza, volvió a tener su s ideas obsesivas-
im pulsivas en relación con los hom bres de piel oscura.
3 . 5 LA ALIANZA D E T R A BA JO
Una ilustración clínica de este punto ocurrió en una paciente mía que se mani-
festaba constantem ente razonable para conm igo y con la situación analítica.
Aunque sabía poco de psicoanálisis, aceptaba las frustraciones y restricciones
afablemente, sin ninguna señal de enojo consciente ni cólera. Sin embargo, los
sueños que a veces llegaba a recordar estaban llenos de furia y rabia harto evi
dentes. Al indicárselo, la paciente reaccionó com o si fuera "sólo" u n su eñ o,
y ella no era "responsable" de su s sueños. Aun cuando se olvidara de su hora
analítica, lo consideraba u n error "natural", y tom aba m i interpretación del
temor a su hostilidad subyacente como cavilaciones de u n excéntrico que ella
toleraba de buena gana. Sólo después de agotarse su s asociaciones y racionali
zaciones superficiales y reinar el silencio se hicieron inconfundiblemente claros
para ella su s im pulsos hostiles y sexuales m ás regresivos. Entonces reconoció
que se hab ía aferrado a la alianza de trabajo com o u n a fachada defensiva.
3 . 5 . 2 LA LITERATO RA
Una mujer que yo había analizado durante unos cuatro años volvió al análisis
conmigo después de un intervalo de seis años. Ambos sabíamos cuando ella
lo interrumpió que quedaba todavía buena parte del análisis por realizar, pero
convinimos en que un intervalo sin análisis podría aclarar las insólitas oscuri
dades y dificultades que hallábamos en el intento de hallar una mejor resolu
ción de su trasferencia sadomasoquista, ambivalente, plañidera y apegada a
mí. Yo le había propuesto ir con otro analista, porque en general he visto que
el cambio de analista es más productivo que la vuelta con el primero. Eso suele
presentar ínsights nuevos en las reacciones de trasferencia antiguasy ad em ás
nuevas posibilidades de trasferencia. Pero por razones externas no fue posible,
y tuve que remprender su análisis, si bien con algunas reservas.
En sus primeras horas en el diván me sorprendió el extraño modo que tenía
de laborar en el análisis. Después recordé rápidamente que eso había sucedido
ya anteriormente, sólo que ahora me sorprendió más porque ya había perdido
la costumbre; me parecía casi fantástico. Al cabo de un momento determinado
en la hora del análisis la paciente se ponía a hablar casi incesantemente, con
frases inconexas, parte de recitación de un acontecimiento reciente, alguna fra
se obscena de vez en cuando sin m encionar su rareza, ni que era un pensa
miento obsesivo, y después vuelta a recitar un acontecimiento pasado. La pa
ciente parecía no darse cuenta en absoluto de su extraño modo de hablar y nunca
lo mencionaba espontáneamente. Cuando la confronté con ese hecho al princi
pio pareció ignorarlo y después se sintió molesta.
Comprendí que en el antiguo análisis había muchas sesiones o partes de ellas
en que la paciente estaba muy angustiada y trataba de esconder su conciencia
de esa angustia así como el análisis de la misma. Recuerdo incluso que había
mos descubierto parte del significado y de los determinantes históricos de ese
comportamiento. Por ejemplo, su m adre había sido una gran parlanchína y
hablaba a la niña como a una mayor antes de que pudiera entender. Su incom
prensible parloteo conmigo era una identificación con su madre y un acting ont
en la situación analítica. Además, la madre había empleado un río de charla
para manifestar su angustia como su hostilidad hacia el marido, que era bas
tante callado. La paciente adoptó esta pauta de la madre y la reactuaba conmi
go en la hora analítica siempre que estaba angustiada y hostil y cuando vacila
b a entre herirm e y apegarse a mí.
Llegamos adem ás a entender que este m odo de com portam iento denotaba
tam bién u n a regresión en las fun ciones del Yo, del proceso secundario h acia
el primario, u n a suerte de "hablar en sueños" conmigo, una repetición del dor
mir con los padres. Este extraño modo de hablar se había presentado m uchas
veces durante el primer análisis y si bien habían quedado analizados diferentes
determ inantes, todavía persistió en cierto grado hasta la interrupción de aquel
análisis. Siempre que trataba yo de enfrentar a la paciente con u n m al empleo
de uno de los procedimientos del análisis, su s reacciones, o la aparición de nue
vo material, nos desviaban, Tal vez recordaba ella algún sucedido histórico pa
sado que no parecía hacer al caso, o en las sesiones siguientes aparecían algu
n os su eñ o s o nu evos recuerdos, y n u n ca llegábam os en realidad al grano de
cóm o ella no podía realizar a lgu n a parte de la labor analítica.
E n su segundo análisis, no me dejé hacer. Cada vez que asom aba la menor
señal de aquella charla inconexa, o cada vez que parecía indicado, le planteaba
el problema y la hacía atenerse al asunto, por lo m enos h asta que reconociera
de qué se esta b a tratando. La paciente intentó recurrir a todos su s antiguos
m étodos de defensa contra m is confrontaciones de su s resistencias. Yo e sc u
chaba por muy breve tiempo su s protestas y evasivas y le señalé repetidas veces
su función de resistencia, No laboré con ningún material nuevo hasta no estar
convencido de que la paciente esta b a en b u en a alian za de trabajo conm igo.
Lentamente, la paciente empezó a enfrentarse a su abuso de la regla básica.
Ella m ism a se convenció de cómo a veces conscientem ente, otras preconscien-
temente, y otras inconscientem ente emborronaba el verdadero objeto de la aso
ciación libre. Resultó evidente que cuando la paciente se sentía angustiada en
su relación conm igo se deslizaba h acia su m odo regresivo de "hablar en su e
ños". Era com o qu ien dice u n a "obediencia maliciosa". Era m aliciosa porque
ella sab ía que se apartaba de la verdadera asociación libre. Y era obediencia
porque se som etía a aqu el m odo de hablar regresivo, e s decir, incontinente.
Esto sucedía siempre que sentía cierto género de hostilidad hacia mí. Lo sentía
como u n im pulso de verter sobre mí u n río de veneno. Esto la hacía sentir que
yo sería aniquilado, perdido para ella, que quedaría entonces sola y asustada.
Rápidamente se zambullía otra vez en su charla ensoñada que era como decir
me: "Soy u n a n iñ ita m edio dorm ida que no e s resp on sab le de lo que em ite.
No me deje; déjeme dormir con usted; sólo es orina inocua lo que sale de mí."
(No exam inarem os los otros determ inantes porque eso nos llevaría dem asiado
tejos.)
Era una experiencia fascinante el ver cuán diferentemente avanzaba este aná
lisis respecto del anterior. No quiero dar a entender que la tendencia de esta
paciente a emplear defectuosam ente su capacidad de regresión en el funciona
m iento del Yo desap areciera por com pleto. Pero m i vigorosa p rosecución del
análisis de la defectuosa alianza de trabajo, m i constante atención al m anteni
m ie n to d e u n a b u en a relación operativa, mi negativa a dejarme desviar hacia
el análisis d e otros aspectos de su neurosis de trasferencia produjeron su s efec-
tos. El segundo análisis tuvo un sabor y una atmósfera completamente diferen
tes. En el primer an álisis yo tenía u n a paciente interesante y caprichosa que
resultaba m uy frustradora porque m e perdía con frecuencia por su s volubles
vericuetos. En el segundo análisis yo seguía teniendo una paciente caprichosa,
pero tam bién u n a aliada que no sólo m e ayudaba cuando m e perdía sino que
in c lu s o m e s e ñ a la b a q u e ib a p o r u n c a m in o errad o a n te s d e q u e y o lo
comprendiera.
Durante cosa de dos años, un joven profesional que tenía un conocimiento in
telectual del psicoanálisis tuvo una actitud positiva y razonable para conmigo,
su analista. Si sus sueños indicaban hostilidad u homosexualidad, lo reconocía
pero protestaba que él sabía que se debían sentir tales cosas por su analis
ta, pero que "en realidad" no era así. Si llegaba tarde o se le olvidaba pagar la
cuenta reconocía también que podía parecer que no quería acudir ni pagar,
pero "realmente" no había tal. Tenía violentas reacciones de cólera para con
otros psiquiatras que conocía, pero insistía en que se lo merecían y que yo no
era como ellos. Se infatuó cierto tiempo por otro analista y "le parecía" que
debía hablarle de mí, pero lo decía retozonamente.
Todos mis intentos de hacer que el paciente reconociera en su persistente sen
satez un medio de rehuir o quitar importancia a sus sentimientos e impulsos
más hondos fracasaron. Incluso mis intentos de buscar el origen histórico de su
modo de com portamiento fueron infructíferos. H abía adoptado el papel de
"tipo extravagante", payaso, inconforme inocuo, en sus años de universidad
y lo repetía en el análisis. Como no podía lograr que el paciente laborara más,
o más consistentemente, con ese material al final dije al paciente que teníamos
que encarar el hecho de que así no íbamos a ninguna parte y que debíamos pen
sar en alguna solución que no fuera seguir el psicoanálisis conmigo. El pacien-
te estuvo callado unos momentos y dijo "francamente" que estaba decepcio
nado. Suspiró y después procedió a una observación de tipo asociación libre,
yo le detuve y le pregunté que qué creía que estaba haciendo. Repuso que "su
ponía" que yo parecía algo enojado. Yo le aseguré que no se trataba de supo
ner. Entonces me miró lentamente y preguntó si podía sentarse. Asentí y lo
hizo. Estaba muy conmovido, sombrío, pálido y claramente afligido.
Al cabo de unos momentos de silencio dijo que tal vez lograra laborar mejor
si pudiera verme. Tenía que estar seguro de que yo no me burlaba de él, ni
estaba enojado ni me excitaba sexualmente. Esto último me pareció extraño
y le pedí lo aclarara. Me dijo cómo con frecuencia había imaginado que acaso
yo me excitaba sexualmente con su material pero se lo ocultaba. Nunca lo ha
bía declarado antes, era tan sólo una idea fugaz. Pero esta "idea fugaz" con
dujo rápidamente a muchos recuerdos de su padre tomándole la temperatura
rectal repetida e innecesariamente. De ahí pasó a multitud de fantasías de ín
dole homosexual y sadomasoquista. La persistente sensatez era una defensa con
tra ellos, así como un alegre intento de incitarme al acting out con él. Mi com
portamiento en la sesión que acabo de describir no estuvo muy bien controlado
pero condujo a comprender que la alianza de trabajo del paciente servía para
enmascarar la neurosis de trasferencia.
Una Señora ama de casa, de edad mediana y bastante sencilla estaba empezan-
do su segundo año de análisis. En el primer año había tenido gran dificultad
en reconocer que a veces notaba sentimientos románticos y sexuales para con
migo, aunque había pruebas inconfundibles de ello en su comportamiento y
en sus francos sueños. Se consideraba feliz en su matrimonio y sentía que las
fantasías eróticas en torno al analista indicarían que estaba descontenta de su
matrimonio. Esto la espantaba porque era en extremo dependiente de su espo
so, inconscientemente hostil a él, y tenía un miedo terrible de perderlo. Mis in
tentos de lograr que la paciente se enfrentara a su trasferencia sexual y a su
temor de la misma hacían de esta mujer, en general de buen corazón y ánimo
cooperativo, una gruñona despechada y testaruda. En semejante estado solía
responder a mis intervenciones diciendo: "¿No reaccionaría así cualquiera,
no reaccionaría así todo el mundo? ¿No es natural? ¿No reaccionaría usted
así si estuviera en mi lugar?"
A medida que fuimos resolviendo algunos de los temores que le hacían resis
tir a los insights que yo trataba de procurarle, la paciente fue haciéndose capaz
de enfrentar sus sentimientos positivos para conmigo y no tuvo necesidad de
su defensa de "no lo haría cualquiera" y "no lo haría usted". Al mismo tiem
po la paciente pudo reconocer para sí y conmigo que en su matrimonio había
defectos sin que eso pronosticara el fin de su seguridad. También empezó a
comprender y aceptar mis interpretaciones de algunas causas de los sentimien
tos sexuales que notaba por su analista. Pudo hacerse a la idea de que algo
de lo que sentía por mí procedía de su amor sexual infantil por su padre y su
hermano mayor. Había formado una alianza de trabajo bastante firme conmi
go en lo tocante a materias heterosexuales.
Pero la situación revivió los primeros días de su análisis cuando la agresión
empezó a introducirse notablemente en la hora analítica. Por ejemplo, la pa
ciente se volvió desusadamente callada cuando interpreté que su sentimiento
de ser rechazada por mí estaba relacionado con el olvidar su pago a fin de mes.
Tuvo un cólico gastrointestinal grave con una tremenda diarrea y el temor de
estar mortalmente enferma de cáncer. Yo le dije que aquello era una manifes
tación de la rabia reprimida que sentía contra mí, y al principio lo negó. Repu
se que su sentimiento de depender de mí había quedado afectado por mis in
tentos de interpretar en lugar de darle satisfacción o seguridades, y ella volvió
a su "¿No reaccionaría así cualquiera, todo el mundo? ¿No es natural? ¿No
lo haría usted en mi lugar?" Después añadió: "Creo que será mejor que vaya
a la Clínica Mayo a que me examinen." La alianza de trabajo que había esta
blecido en relación con las cuestiones heterosexuales se desvanecía al entrar en
el cuadro clínico la hostilidad. Fueron necesarias semanas de interpretación pa
ciente y meticulosa de las resistencias para restablecer una alianza de trabajo
utilizable. La misma serie de acontecimientos se produjo cuando entró en la
situación analítica la homosexualidad.
3 .5 .4 LOS O R ÍG EN ES D E LA ALIANZA DE TRABA JO
Para que se produzca una alianza de trabajo el paciente tiene que ser
capaz de formar una variedad especial de relación de objeto. Las per
sonas esencialmente narcisistas no podrán hacerlo. La alianza de tra
bajo es un fenómeno de trasferencia relativamente racional, desexuali-
zado y desagresivizado. Los pacientes tienen que haber podido formar
esas relaciones sublimadas, de objetivo inhibido, en sus vidas exterio
res. En el curso del análisis se espera que el paciente pueda regresionar
a las reacciones de trasferencia más primitivas e irracionales que están
sometidas a la influencia del proceso primario. Mas para llegar a la
alianza de trabajo, el paciente tiene que ser capaz de restablecer el pro
ceso secundario, de deshacer una relación de objeto relativamente ra
zonable con el analista a partir de las reacciones de trasferencia más
regresivas. Las personas que padecen una grave falta o menoscabo en
las funciones del Yo pueden perfectamente tener reacciones de trasfe
rencia regresivas, pero les será difícil conservar una alianza de trabajo.
Por otra parte, las que no osan abandonar su comprobación de la rea
lidad siquiera temporal y parcialmente y las que se ven obligadas a ape
garse a una forma fija de relación de objeto son asimismo poco conve
nientes para el psicoanálisis. Confirma esto el hecho clínico de que los
psicóticos, los casos límites, los caracteres dominados por los impulsos
y los niños pequeños por lo general requieren de modificaciones en la
técnica psicoanalítica (Glover, 1955; Gilí, 1954; Garma [véase Gitel
son e t al., 19621). Freud pensaba en esto cuando distinguía las neuro
sis de trasferencia, fáciles de analizar, de las neurosis narcisistas, no
analizables.
Como dejamos dicho, la susceptibilidad del paciente a las reacciones
de trasferencia se debe a su estado de insatisfacción de los instintos y
la consiguiente necesidad de oportunidades de descarga (Ferenczi, 1909).
La conciencia del padecimiento neurótico mueve también al paciente
a establecer una relación con el analista. En un nivel consciente y ra
cional, el terapeuta ofrece una esperanza realista de aliviar el padeci
miento del neurótico. Pero la impotencia del paciente en relación con
su padecimiento moviliza anhelos primitivos de padre o madre omni
potente. La alianza de trabajo tiene un componente racional y uno irra
cional. Todo lo dicho indica que el paciente analizable debe tener
necesidad de reacciones de trasferencia, debe tener la capacidad de re
gresionar y de permitir reacciones de trasferencia neuróticas y además
tener en el Yo fuerza o esa forma particular de elasticidad que le permi
te interrumpir su regresión con el fin de reinstituir la alianza de trabajo
razonable y objetiva (Loewald, 1960).
Las funciones del Yo del paciente desempeñan un papel importante
en la aplicación de la alianza de trabajo de su papel en las relaciones
de objeto. Para ejecutar la labor analítica, el paciente tiene que poder
comunicarse de diversos modos, de palabra, con sentimientos, y no obs
tante con cierta limitación en lo tocante a sus acciones. Debe poder ex
presarse con palabras, de modo inteligible, con orden y lógica, dar in
formes cuando se necesitan, y además poder regresionar parcialmente
y realizar cierta cuantía de asociación libre. Tiene que poder escuchar
al analista, comprender, reflexionar, cavilar y hacer labor de intros
pección. Hasta cierto punto tiene también que recordar, observarse fan
tasear y comunicarlo. Esto es sólo una lista parcial de las funciones del
Yo que deben tener su papel en la capacidad que el paciente tenga de
establecer y conservar una alianza de trabajo; esperamos también que
en el paciente se forme simultáneamente una neurosis de trasferencia.
De este modo, la contribución del paciente a la alianza de trabajo de
pende de dos propiedades antitéticas: su capacidad de mantener el con
tacto con la realidad de la situación analítica y su disposición a arries
garse a la regresión a su mundo de fantasía. La oscilación entre estas
dos posiciones es esencial para la labor analítica.
para él pero necesario para el tratamiento, y que debe ser lo más fran
co posible, cuando se enoja porque no reacciono a alguno de sus senti
mientos, le digo que es mejor desempeño de mi papel mostrarle lo que
yo entiendo que dejarle ver mis emociones.
Replico a sus peticiones de tranquilización diciéndole que sé cuán
mal se siente, pero que el tranquilizarle sólo será una ayuda temporal
y engañosa. Si reincide en su petición, por lo general callo. Estoy dis-
puesto a admitir la posibilidad de equivocarme en mi interpretación
y la modificaré si el material clínico indica que debo hacerlo. Reconoz
co la posibilidad de que tenga razón él si cree que mis palabras tienen
algo de fastidio o dureza, pero insisto en que laboremos analíticamente
con el incidente y su reacción al mismo.
No interrumpo la sesión cuando está en m itad de una anécdota o
en plena reacción emocional fuerte y dejo que la sesión dure algo más
de los 50 minutos acostumbrados. Si he llegado tarde, trato de com
pensar el tiempo en esa sesión o en las subsiguientes. Le comunico con
bastante antelación mis planes de vacaciones y le pido que trate de ha
cerlos coincidir con los suyos. (En el tomo n veremos con mayor dete
nimiento problemas semejantes.) Si dice un chiste, me permito m os
trarle algún gusto o alegría, pero de todos modos trato de analizar por
qué lo dijo y me sentiré libre de analizar sus sentimientos por mi risa.
Haré otro tanto si reacciono con tristeza o hastío a algo que cuente.
No respondo al teléfono durante la sesión. Si hago una excepción, me
disculpo e inquiero cuáles fueron sus reacciones. De vez en cuando le
pregunto cómo le parece que está laborando conmigo y si cree que es
tamos progresando. Después de que acaba, suelo comunicarle mis im
presiones generales y a continuación analizo sus reacciones a las mismas.
Creo ésta una m uestra bastante típica de cómo defiendo los dere
chos del paciente, factor que es un elemento básico en la alianza de
trabajo. Quiero poner de relieve que esta defensa de los derechos del
paciente no anula ni hace desaparecer las privaciones necesarias. Aun
que la alianza de trabajo es parte esencial del proceso psicoanalítico,
deben predominar las privaciones si esperamos que el paciente pueda
regresionar a la neurosis infantil de trasferencia.
El analista tiene que saber oscilar entre la imposición de privaciones
y la manifestación de interés por el paciente. A veces debe tomar una
posición intermedia, infligiendo dolor con una interpretación pero ma
nifestando compasión por el tono de voz, para hacer soportable el do
lor. La oscilación entre el incógnito privador y la preocupación por los
derechos del paciente es otra de las diversas condiciones dialécticas que
se requieren del psicoanalista.
Aunque dejo que el paciente vea cómo .me interesa e implica, mis
reacciones tienen que ser discretas. Yo no trato de tom ar partido en
ninguno de sus conflictos, salvo que laboro contra sus resistencias, contra
su perjudicial comportamiento neurótico y contra su autodestructivi-
dad. Pero en lo fundamental soy el representante del entendimiento
y el insight que procura una atmósfera de trabajo serio, sinceridad, com
pasión y moderación (Greenson, 1958b).
Este esbozo es mi modo personal de ver cómo trato de resolver el
conflicto entre la conservación de la distancia y el acercamiento nece
sario para la labor analítica. Comprendo que esto es una cuestión muy
personal y no lo presento como prescripción exacta para todos los ana
listas. Pero sostengo que a pesar de las grandes variaciones que puede
haber según la personalidad del analista, deben tomarse adecuadamente
en cuenta y manejarse estos dos elementos antitéticos si esperamos bue
nos resultados analíticos. La neurosis de trasferencia y la alianza de tra
bajo son fuerzas antitéticas paralelas en los fenómenos de trasferencia;
cada una es de igual importancia para una situación analítica óptima.
Este problema se volverá a examinar en el capítulo 4.
Un joven, en la fase final de su análisis, que duró cinco años, vacila después
de u n a interpretación mía y a continuación declara que tiene algo que decir
pero que le cuesta mucho. Estaba a punto de saltárselo cuando comprendió
que llevaba años haciendo precisamente eso. Respira hondamente y dice: "Usted
siempre habla un poquito de más. Tiene tendencia a exagerar. Sería para mí
mucho más fácil enojarme con usted y decirle que está usted un poco mal de
la cabeza, o equivocado, o que no da en el clavo, o sencillamente no respon
der. Es terriblemente difícil explicar esto, porque sé que le va a herir."
Creo que el paciente ha percibido atinadamente algunos rasgos de carácter
míos y que me dolió algo que me los señalaran. Le dije que tenía razón, pero
quise saber por qué era más difícil para él decírmelo sencilla y directamente
como había hecho cuando se enojó. Respondió que sabía por experiencia que
su salida colérica no me afectaría, porque eso era evidentemente su neurosis,
y no me molestaría. Decirme que hablaba demasiado y que exageraba era una
crítica personal y eso me dolería. Sabía que yo estaba orgulloso de mi destreza
de terapeuta. Antes, hubiera temido que yo me desquitara, pero ahora sabía
que no era probable. Además, eso no sería mortal.
Aunque Freud (1912a) reconoció muy pronto que todos los fenómenos
de trasferencia son de naturaleza ambivalente, su medio favorito de de
signarlos fue trasferencia positiva y trasferencia negativa. A pesar de
todas las ambigüedades y los defectos que entraña este modo de clasifi
car, ha seguido siendo el más empleado por los psicoanalistas practi
cantes.
3. 7.1. 1 trasferenciapositiva
Una joven, tímida y huraña, empieza en el tercer mes de análisis a dar señales
evidentes de creerse enamorada de mí. Al cabo de varios días de debatirse con
sus sentimientos, confiesa llorosa su amor. Y me ruega que no trate este estado
de cosas del mismo modo frío y analítico que sus otras emociones. Me implora
que no esté callado y distante. Que por favor diga algo, cualquier cosa.,, por
que es tan humillante hallarse en esa situación. Llora y solloza y después calla.
A l cabo de un rato digo: "Sé que esto es muy duro para usted, peo nos impor
ta que trate usted de expresar exactamente lo que siente." La paciente queda
callada un momento y después dice suplicante y enojada: "No es justo, usted
puede ocultarse detrás del diván analítico, y yo tengo que revelar todo. Sé que
usted no me ama, pero al menos dígame que le simpatizo; reconozca que le
intereso algo, que no soy sólo un número para usted: la paciente de las once."
Llora y solloza y. vuelve a quedar en silencio. Yo también callo un rato y des
pués digo: "Cierto: no es justo. La situación analítica no es pareja. Su tarea
es exponer sus sentimientos y mi trabajo entenderla, analizar lo que se mani
fiesta. Ciertamente, no es ju sto ."
Esta observación pareció ayudar a la paciente. Después pudo expresar me
jor su cólera y su humillación. En las sesiones siguientes hubo mezcla de odio
y amor, pero fue capaz de laborar con estas reacciones. Creo que por el tono
de mi voz y por mis palabras colegía que yo me daba cuenta de su predicamento
penoso y que si bien sentía compasión por ella, estaba decidido a proseguir mi
labor analítica. Pero por primera vez entraron en el cuadro clínico y hubieron
de ser tratados su decepción y su sensación de rechazo ante mi actitud clínica de
trabajo y de no complacencia. Lo importante era evitar los peligros gemelos
alentar a la paciente falsamente o de infligirle un dolor innecesario que la
obligara a reprimir sus sentimientos y a huir de alguna forma.
de su medio.
La trasferencia positiva puede sentirse en todos y cada uno de los
niveles de desarrollo libidinal, cosa que veremos más detalladamente
en la sección 3.7.3. Aquí quiero sólo completar el cuadro de las reac
ciones de trasferencia positivas y negativas. El analista puede ser la ma
dre tierna y amorosa, dadora de leche o la madre cruel, adversa, que
da mala o ninguna leche. Estas reacciones ocurren en pacientes de am
bos sexos. Cuando esto sucede se reacciona a las interpretaciones como
a una alimentación buena o mala, y el silencio se siente como abando
no o comunión beatificarte. El paciente puede entonces hacerse pasivo
y dependiente o quejarse con displicencia de que así no se va a nada
que valga la pena. En estos períodos pueden darse reacciones depresi
vas, hipocondriacas y paranoides.
El analista puede ser el ente parental benignamente indulgente de
la fase anal y las asociaciones libres del paciente copiosas ofrendas feca
les profusamente presentadas como regalos. El lado negativo del cua
dro es cuando el analista se convierte en el áspero y estricto solicitador
del contenido del paciente, el que quiere llevarse sus valiosas posesio
nes. En estas condiciones el paciente puede volverse testarudo, descon
fiado y negador. O bien puede proyectarse esto sobre el analista, que
parece testarudo, odioso y negador. El analista puede volverse la figu
ra edípica, amada celosa e incestuosamente, acompañada de culpabili
dad y angustia. Puede observarse también el amor de latencia adora
dor del héroe y el amor adolescente, semejante a la infatuación. En
cada caso, el analista tiene que estar alerta al hecho de que ese amor tie
ne un aspecto negativo latente que debe coexistir y que al fin habrá
de sacarse a la luz.
Los componentes sexuales de la trasferencia positiva merecen men
ción especial porque suelen ser la causa de las resistencias más tenaces
e intensas. Los pacientes propenden a reconocer sus reacciones emo
cionales con el analista, pero suelen ser renuentes a reconocer los as
pectos sensuales de sus sentimientos. Sin embargo, toda trasferencia
positiva, excepto los sentimientos sublimados desexualizados, irá acom
pañada de algún anhelo libidinoso, y esto significa implicar las zonas
del cuerpo, los objetivos instintuales y las sensaciones corporales. Toca
al análisis aclarar esos diferentes elementos y educir las fantasías rela
cionadas con esas sensaciones y actividades. Con mucha frecuencia pre
sentará un sueño los indicios más claros de los anhelos sexuales ocultos.
V é an se se c c io n e s 2 ,5 ,2 , 2 ,5 ,4 , 2 ,7 ,1 y 3 .5 .3 .1 .
y temores hom osexuales y tiene el siguiente Sueño: "Bajo u n a enorme ladera
en u n camión. Estoy sentado atrás, y m aneja u n hombre que parece ser el jefe
de u n a caravana. H acem os u n a p a u sa y cu an d o m e ayud a a bajar m e m ete
la lengua en la oreja." Las asociaciones del paciente con este material, después
de vencer alguna resistencia, me indicaron que la parte trasera del cam ión y
la enorme ladera significaban las nalgas y el ano de u n hombretón. Se lo señ a
lé, y esto condujo a asociaciones relacionadas con haber visto desnudo a su pa
dre en el baño de pequeño. La len gua en la oreja le recordó primeramente un
juego de cosquilleo que jugaba con un hermano menor. Pero después comprendió
que un os días antes me había acusado airadamente de hurgarle en el oído con
m is interpretaciones. Lentam ente pude ir dem ostrando al paciente que tem ía
pero tam bién d eseab a que le hurgara "in his r-ea r". 6 E sto era u n derivado del
placer anal m asoquista que había sentido con los enem as que le adm inistraba
su padre.
Había mencionado en la sección 2.5.2 que este paciente tenía fantasías obsesi
vas de que lo ahorcaban. Im aginaba el su ceso con vividos detalles, inclu so la
sensación del cuello que se rompía y la difusión de sensaciones eléctricas y en
tum ecim iento por todo el cuerpo. En u n punto de su análisis resulté yo el ver
dugo, y me imaginaba echándole el lazo corredizo al cuello y soltando la tram
pa que lo h acía caer e n el espacio, m as lo detenía de u n a sacud id a la cuerda
que le quebrantaba el cuello. Era yo el responsable de sentim ientos y sensacio
n es com o el quebrantam iento, la sacudida, el rompimiento, la electrización y
el entum ecim iento. El verdugo llevaba u n a cap u ch a y al principio se parecía
a mí; ya sin m áscara, resultó ser su padre. La fantasía obsesiva era el retorno
de u n a infantil: su elaboración y desfiguración m asoquista de deseos pasivos e
intrusivos e n relación con su padre. Era tam bién u n a proyección de fantasías
sád icas respecto de su padre. El ser ahorcado por mí, o se a su padre, era en
parte u n a identificación con su progenitor, en que éste le h acía lo que el niño
hubiera querido hacerle a él, y tam bién lo que deseaba que el padre le hiciera
(Freud, 1919b). Pero lo que quiero subrayar aquí e s que en la trasferencia el
paciente vuelve a vivir las fantasías de su pasado.
Una de mis pacientes solía escucharme con los ojos cerrados y una expresión
de embeleso en el rostro. Era evidente para mí que no escuchaba mis palabras
sino sólo el sonido de mi voz. Insistiendo yo en este punto acabó por decirme
que el sonido de mi voz le recordaba el olor del café que se estaba haciendo
en la cocina por la mañana mientras ella dormitaba en su cama de pequeña.
Creo que esta viñeta clínica ilustra los muchos cambios y revueltas
que da un paciente desde el punto de vista de qué tipo de figura super-
yoica representa el analista y qué se desplaza y proyecta sobre éste. Pri
meramente soy un desplazamiento del padre antinstintual. Luego me
convierto en el despreciable padre instintual, el "Tom Jones" del psi
coanálisis, al que después resulta que en el fondo envidia. En éste pun-
to se produce un cambio en el paciente y su Superyó le permite hacerse
más instintual. Su nuevo Superyó odia su antigua personalidad, pero
el antiguo componente antinstintual vuelve sobre mí; teme que yo in
terfiera. De todos modos, ahora puede sentir que pelearía conmigo por
ello.
Creo que este fragmento clínico indica la necesidad de estar alerta
a todos los cambios posibles en marcha durante el proceso analítico en
función de la relación entre el propio Yo del paciente, su Superyó y
el analista. Las interpretaciones estereotipadas desde un punto de vista
rígido y estrecho acerca de estas cuestiones limitarían la apreciación
que el analista pudiera tener de las intrincaciones envueltas.
A veces durante el análisis puede uno observar cómo reproyecta el
paciente su Superyó en la persona del analista y se conduce como si
no lo tuviera. Esto puede darse cuando los pacientes se sienten estre
chamente vigilados y acosados durante el trabajo de la semana y des
pués se entregan desmedidamente a una serie de actividades instintua
les en el fin de semana o en otras ausencias del analista. Regresionan
a un nivel en que sienten temor respecto de una figura externa en lu
gar de sentirse culpables internamente.
Tenemos otro aspecto de esta situación cuando el paciente regresa
a los primeros días del Superyó, en que la mayor parte de las funciones
de éste las desempeñaban poderosas figuras parentales externas. Cuando
esto ocurre, la figura superyoica en la trasferencia es omnipotente, om
nisciente y gravemente agresiva y destructora. El paciente ha despla
zado y proyectado sobre el analista la hostilidad, la rabia y el temor
que sentía respecto de las primeras figuras parentales, antes de que se
separaran claramente de él mismo Gacobson, 1964).
Puede también percibirse el analista como una figura del Ello más
que superyoica. Sucede esto cuando el paciente desplaza y proyecta so
bre el analista los propios anhelos de su Ello. En tales ocasiones puede
parecerle al paciente que el analista desea que se masturbe, que sea
agresivo, o promiscuo, que realice actos sexuales perversos, etc. Se siente
al analista seductor, provocador y tentador. Esto puede hacer a los pa
cientes actuar como si sencillamente se estuvieran sometiendo a la vo
luntad del analista. O bien esto podría ocasionar un comportamiento
seudosexual y seudoagresivo, que es en realidad un intento de amol
darse al analista y darle gusto. Esta norma puede complicarse porque
el comportamiento tal vez sea conscientemente seudoinstintual y no obs
tante oculte impulsos instintuales reales.
Un paciente mío, irritable y que se dejaba llevar por su s impulsos, tuvo de pronto
una conducta complaciente, razonable y reflexiva. Su familia y su s amigos echa
ron de ver esta sorprendente m etamorfosis, que tam bién se advertía en su m o
do de trabajar en la hora analítica. Su im petuosidad y su s cam bios de hum or
parecían haber desaparecido. Pero su s asociaciones parecían afectadas y estéri
les. D esp u és describió u n estallido de cólera de uno de su s hijos y m e llamó
la atención la reacción del paciente, despegada y nada emocional. Se conformó
con preguntar al niño qué lo h ab ía p u esto así. E sto no concordaba en nad a
con d carácter del paciente, Finalmente comprendí lo que estaba pasando cuando
se puso a emplear ciertas palabras y frases que tenían u n dejo familiar. Había
adoptado el vocabulario que yo estab a acostum brado a em plear y que le era
ajeno. Se había identificado conm igo sobre la base de u n a identificación con
el agresor, m ecanism o que describió Anna Freud (1936) como medio de tratar
de enfrentarse a u n objeto que espanta.
El paciente trataba de interpretar su propio material para adelantárseme. Era
u n a resistencia, u n modo de defenderse. Había empleado identificaciones se
m ejantes en su pasado para tratar de sobreponerse a su angu stia frente a las
figuras de autoridad. Este tipo de identificación con el analista suele verse en
análisis: el paciente adopta el papel del an alista con su fam ilia y su s am igos
y a u n con el a n alista m ism o.
Pero los pacientes se identifican también con el analista por otras ra
zones; por ejemplo, como medio de manifestar su ansia de intimidad.
Esto se asemeja al tipo de ansia de trasferencia descrito por Ferenczi
(1909). Los pacientes que se hallan bajo la influencia de una trasferen
cia positiva adoptarán los modales, las características, los rasgos y há
bitos del analista a m anera de manifestación de su amor y, cosa aún
más importante, como un medio primitivo de relacionarse con un ob
jeto. Ha de tenerse presente que la identificación es la variedad más
temprana de relación de objeto y desempeña un papel decisivo en la
formación de la representación de sí mismo y de la estructura del Yo.
No siempre es posible separar las diversas funciones de identificación
unas de otras (Fenichel, 1945a, pp. 36-9). He visto pacientes masculi
nos que solían ser atildados en el vestir volverse descuidados y vestir
de cualquier modo, como dicen que yo soy. Cambian de marca de ci
garrillos y adoptan la misma que yo, o se ponen a fumar cigarro puro
si yo lo hago. Un paciente empezó de pronto a estudiar música, cosa
que d escubrí era atribuible a alg u n a ch a rla psicoanalítica relativa a que
Hace unos años entrevisté a un a señora casada y con dos hijos pequeños con
la intención de analizarla. Su com portam iento y su historia no parecían pre
sentar nada mórbido que contraindicara el psicoanálisis. En la primera entre
v ista le ofrecí u n cigarrillo y no lo aceptó, diciendo que no fumaba. E n la se
sión siguiente vi con gran sorpresa que sacab a u n a cajetilla de cigarrillos de
la m ism a marca que yo consum ía, y se fumó unos cuantos. Era el primer indi
cio de u n episodio psicótico incipiente, que em pezaba a m anifestarse.
3 .8 LAS R E S IS T E N C IA S D E T R A SF E R E N C IA
Puedo dar también ilustraciones del lado agresivo. Hay pacientes que
se llenan de impulsos hostiles y destructivos, que inconscientemente se
em peñan en acabar con el analista y el análisis en lugar de analizar
sus impulsos.
Un paciente mío, neurótico depresivo con una colitis ulcerosa, se peleó con su
mujer, a la que acusaba de no darle el alimento debido. Salió de su casa hecho
una tempestad para acudir a su sesión analítica. A mí me parecía evidente que
desplazaba la hostilidad de su madre a su esposa. Cuando me pareció relativa
m ente razonable se lo señalé así. Todo cuanto oyó de e sta interpretación fue
que yo esta b a de parte de su esp osa. Aquella noche, a p esar de que llevaba
años siguiendo una dieta rigurosa, fue solo a un restorán y comió cuanto pudo
de todos los alim entos que le estab an prohibidos. Remató la cen a con m ucho
coñac y café negro. Aquella noche tuvo agudos dolores, graves vóm itos y dia
rrea. La furia que sentía contra su madre, su esp osa y yo mism o la volvió con
tra sí a m anera de desquite, de acuerdo con la fórmula "Me mataré y lo sen ti
rán todos". Adem ás de su s otros significados tiene este com portam iento el de
intento de estropear el an álisis y herir al analista.
3 . 8 .4 la ACTUACIÓN d e la s re a c c io n e s d e tr a s f e r e n c ia
La Señora 1 0 term inaba cada sesión poniéndose en pie y recogiendo los klee-
n ex e n que h ab ía apoyado su cabeza sobre la alm ohada. M ientras iba h acia
la puerta arrugaba los kleenex en la m ano y cuidaba bien de que no se le vie
ran. D esp u és los echaba al pasar en el cesto de los papeles que estaba debajo
de mi escritorio o los m etía en su bolso. Hacía esto con la mayor destreza posi
ble y yo tenía la im presión de que esperaba que no me diera cuenta de su teje
maneje. Cuando le señalé ese com portam iento, la señora lo reconoció rápida
m ente, pero se m ostró extrañada de que yo lo hubiera planteado. Su actitud
decía: ¿acaso no lo hace todo el mundo? Le parecía que su s reacciones se expli
c a b a n por s í solas y sencillam ente ind icaban u n decoro corriente. Y a pesar
de m is intentos de entender el significado subyacente, siguió obrando del m is
m o m odo.
En u n a sesión logré algún adelanto al pedirle que asociara ideas a la expre
sión "pañuelo manchado" que trataba de ocultarm e. E sto condujo a recuer
d os dolorosos de su vergüenza por la m enstruación. El com portam iento con
los kleenex continuó. Finalm ente em pezam os a analizar su terrible vergüenza
respecto a su ano, aquella parte de sí misma que tenía que ocultar a toda costa.
No podía descargar el vientre cuando h ab ía extraños en la ca sa por m iedo de
que el ruido o el olor la delataran. D espués de descargar su s intestinos pasaba
m ucho tiem po en el cuarto de baño para dar la im presión de que no se había
notado nada. Yo le señalé que obraba con los kleenex com o si representaran
una actividad excrem enticia ocultable. Entonces le llegaron m uchos recuerdos
de la exageración de su madre en m ateria de higiene excrem enticia y de lim-
pieza e n el baño. Sólo a sí pudo dejar los kleen ex en la alm ohada al term inar
la sesión.
La señora K actu a b a al final de cada hora analítica: soy u n a m ujer lim pia
que tiene buen cuidado de que los demás no vean su s actividades del excusado.
Nadie debe saber cóm o lo hago. No e s cierto que yo haga e sa s c o sa s sucias;
no dejo ningún rastro. Era toda u n a serie de acciones conexas, bien organiza
das y dirigidas a u n fin, conscientem ente deseadas y egosintónicas, que servían
para negar las placenteras actividades excrem enticias del pasado, que no podía
recordar. E n u n a palabra: era u n a forma de actuación.
3 .9 T É C N IC A D E L A N Á LISIS D E LA T R A SF E R E N C IA
3 .9 .1 CONSIDERACIONES GENERALES
3 .9 .2 LA SALVAGUARDIA D E LA TR A SFER EN C IA
Hace unos años, un paciente mío que tenía úlcera gástrica y depresión pasó
un largo período de labor improductiva en el análisis al mismo tiempo que sus
síntomas se recrudecían. Ambos reconocimos que estaba operando una resis
tencia, pero no logramos hacer ningún progreso digno de ese nombre en el sen
tido de impedir el empeoramiento de los síntomas o la persistencia de la fuerte
resistencia. Pasado un período de unos cuantos meses, empecé lentamente a
comprender que el paciente había cambiado en algunas de sus actitudes para
conmigo. Anteriormente tenía tendencia a bromear o a tirarme ironías inocuas.
Ahora era más dócil, pero triste y huraño. Anteriormente, sus malicias eran
evidentes y esporádicas. Ahora era superficialmente cooperante pero disimula
damente reacio. Un día me dijo que había soñado con un asno, y después cayó
en un silencio sombrío. Al cabo de un silencio de mi parte, le pregunté qué
pasaba. Respondió con un suspiro que había estado pensando que tal vez los
dos fuéramos unos asnos. Tras de una pausa añadió: "Yo no me muevo y us
ted no se mueve. Usted no cambiará y yo tampoco [silencio]. He querido cam
biar pero me da asco." Quedé perplejo, porque no tenía idea de a qué se refe
ría. Entonces le pregunté que cómo había querido cambiar. El paciente respon
dió que había tratado de acomodar sus creencias políticas a las mías. Durante
toda la vida había sido republicano (y yo lo sabía), y en los meses últimos había
tratado de adoptar un punto de vista más liberal porque así era m i tendencia.
Le pregunté que cómo sabía que yo era liberal y enemigo de los republicanos.
Entonces me dijo que siempre que él decía algo favorable de un político repu
blicano yo le pedía asociaciones. Por otra parte, siempre que decía algo hostil
de un republicano yo callaba, como asintiendo. Si decía algo bueno de Roose-
velt yo no replicaba palabra. Siempre que atacaba a Roosevelt yo le pregunta
ba a quién le recordaba éste, como si no fuera necesario probar que odiar a
Roosevelt era infantil.
Quedé completamente apabullado, porque no me había dado cuenta en lo
absoluto de aquello. Pero en el momento en que el paciente lo señaló, tuve que
convenir en que así había sido, aunque inconscientemente por mi parte. Pasa
mos entonces a laborar con el porqué sentía él la necesidad de comulgar con
mis ideas políticas. Y resultó que ése era su modo de caerme bien. Pero no
había podido soportarlo y además había reducido su estima de SÍ mismo y le ha
bía producido los síntomas de úlcera y la depresión. (El sueño del burro ex
presaba en forma muy condensada su hostilidad al Partido Demócrata, que tiene
u n asno por símbolo, y su resentimiento por mi persistente falta de penetración
en relación con su predicamento, porque el burro es la im agen de la estupidez
y la testaru d ez. Y ta m b ién era s u im agen de sí m ism o.)
3 .9 .2 .2 La regla de abstinencia
HctCC pOCO empecé a tratar a una paciente que llevaba m ás de seis años de aná
lisis con u n analista de otra ciudad. Apenas habían cambiado las quejas de la
joven a pesar de haber laborado m ucho ella y su analista. Comprendí que algo
debía andar m al en la relación p acien te-an alista al ver que la paciente tenía
tendencia a citar al pie de la letra largas interpretaciones que su anterior analis
ta le había dado. Por ejemplo, u n a vez le pregunté si sab ía qué la estab a h a
ciendo tan evasiva en u n a sesión . Replicó rápidam ente que tal vez fuera u n
intento de castrarme por haber rechazado su s necesidades de dependencia en
la se sió n anterior. Le pedí explicara qué quería decir exactam ente y se turbó
y al final reconoció que no estaba segura pero que eso era algo que su anterior
a n a lista solía decirle. No se hab ía decidido a pedir aclaraciones porque él le
hacía bromas y se había puesto sarcástico en ocasiones anteriores. Decía cosas
com o : "Es u n a lá stim a que tire u s te d el dinero para venir y no escuchar"
o bien: 'Tal vez recuerde u sted si tam poco doy satisfacción a e sta necesid ad
de dependencia".
Una paciente recuerda sólo u n fragmento de u n sueño que tenía relación con
u n tumor en su pecho. En su s asociaciones habla de varias amigas que tenían
tum ores, de su m iedo al cáncer y de la sen sa ció n de llevar dentro de sí la Si
m iente de su propio aniquilam iento, etc. Esto n os lleva a recuerdos de cómo
la m altrataban su padre y su madre; de cómo ansiaba padres buenos, del te
mor a las p ersonas que no so n de fiar. M ientras escu ch o, m is pensam ientos
se centran en torno a la cuestión de quién es el tumor, la madre odiosa y odia
da, el padre o yo. E ntonces la paciente em pieza a hablar de cómo su s pechos
se hinchan y ponen m ás sensibles durante la m enstruación. Mis asociaciones
vuelan a su s reacciones am bivalentes ante la idea del embarazo. En este punto,
la paciente empieza súbitam ente a hablar de que tiene hambre y de que siente
unas ganas locas de algo dulce. En son de broma dice que no cree que yo tenga
bom b ones de chocolate a la mano.
E stas últim as asociaciones de sentirse repentinamente con apetito y de que
rer algo dulce de m í enlazan con el sueño de u n tumor en el pecho, y m is aso
ciaciones con el embarazo me hacen preguntarle: "¿Ha pensado usted últim a
m ente en el embarazo?" R esponde que su hijita, de tres a ñ os de edad, le ha
preguntado si e s cierto que las señoras llevan a los hijos cerca de los pechos
y a continuación que por qué no tiene otro hijo. Esto había deprimido a la pa
ciente, porque su matrimonio había estado fallando últimamente y duda de que
vuelva a quedar embarazada. Cosa que le recuerda el aborto que tuvo a poco
de casada, y qué lástim a, porque sin eso su hija no seria única. D esp ués dice
m edio en broma: 'Tendría otro hijo si pudiera hacerlo con usted. Pero sé que
de usted no recibiré nunca más que palabras y el apretón de manos anual cuando
se va u sted de vacaciones. Es triste com prender que n u n ca m e tocará usted.
E sto m e recuerda la ú ltim a vez que fui con m i doctor para u n a exploración
física; m e exam inó los p echos para ver si h ab ía tum ores y m ientras lo hacía,
yo p e n sa b a e n usted."
Respondo que el tumor de su pecho es el anhelo y el resentimiento no resuel
tos que tiene de mí. Ríe y dice: "Espero que se a curable. Es probable que ten
ga u sted razón. Olvidé decir que el tum or estaba en la m am a izquierda, enci
m a del corazón." La a so c ia ció n clave fue el sú bito antojo de algo d u lce que
tuvo la p acien te.
3 .9 .4 .1 Presentación de la trasferencia
3 .9 .4 .2 Esclareámiento de la trasferenáa
Creo que está ya claro cómo el rastreo de los detalles íntimos de los
impulsos destructivos y agresivos conduce a los indicios que hacen po
sible una interpretación. Siempre que los impulsos de trasferencia sur
gen en el análisis, nuestra tarea consiste en ayudar al paciente a escla
recerlos en lo relativo a la naturaleza exacta del impulso instintual, su
objetivo, zona y objeto.
Laboramos de modo semejante con otros afectos como la angustia,
la depresión, el disgusto, la envidia. Indagamos la naturaleza exacta
de los sentimientos, tratamos de precisar, ahondar e iluminar qué cla
se y qué cantidad de emoción entran en ellos. Siempre hay la misma
incansable búsqueda de claridad, para saber qué es exactamente lo que
siente el paciente y qué es lo que fantasea. Es una actitud abierta, cla
ra, franca, sin temor ni encogimiento, sin crudeza ni timidez. Somos
exploradores, pero debemos preservar y no destruir lo que estamos ex
plorando. Debemos servir de modelo al paciente, para que algún día
sea capaz de plantearse cuestiones del mismo género.
Es necesario repetir que las resistencias pueden aparecer en todas
y cada una de las fases en nuestro intento de lograr esclarecimiento.
Si la resistencia es significante y resulta un atolladero, la labor de es
clarecimiento debe cesar, para proceder al análisis de la resistencia. Por
tentador que sea el contenido del material, hay que analizar primero
las resistencias importantes. De otro modo, los insights no tendrán sen
tido para el paciente, y ésta es nuestra principal preocupación. Nues
tra tarea más importante es realizar una terapia eficaz, no recoger da
tos interesantes.
Mi pacien te, el señor Z, 15 entra en una fase del análisis en que le resulta difí
cil hablarme de su s fantasías sexuales. Ya lleva varios años en análisis, y hemos
traslaborado muchos y muy variados aspectos de sus resistencias de trasferencia,
Pero esta resistencia concreta parece especial en algo. Hay m uchas sesiones de
charla superficial, au sen cia de su eñ os y m ucho silencio. Lo único descollante
es que parece que últim am ente me está viendo de otro modo. Le apremio para
que aclare en qué soy diferente. No sabe; no puede describirlo; pero acaba por
soltar, vacilando, que le parezco repulsivo. Entonces le digo clara y francamente.
"Está bien, le parezco repulsivo. Trate ahora de hacerse u n a im agen m ental
bien clara de m í y de describir qué m e ve de repulsivo." El paciente em pieza
a hab lar poco a poco: "Veo s u boca, s u s labios, gru esos y h ú m ed os. E n las
com isu ras tiene u sted algo de saliva. No querría decírselo, doctor G reenson,
pero no estoy seguro de que e so se a cierto." Digo sencillam ente que por favor
prosiga. "Tiene u sted la b o c a abierta, e im agino qu e h u ele. P uedo ver cóm o
hum edece su lengua los labios. Últim am ente, cuando he tratado de hablar de
c o sa s se x u a le s con u sted , eso e s lo que veo, y m e detiene y m e hiela. Ahora
te m o s u r ea c ció n [p au sa]. T em o ver e n u s t e d u n viejo la sc iv o , lib id in o so
[pausa]."
Digo: 'Y ahora u sted se deja arrastrar sin r esisten cia por e sa idea de que
yo soy u n viejo lascivo, libidinoso, de labios gruesos y húm edos." El paciente
sigue hablando u n rato y de repente recuerda algo de cuando empezó su ado
lescencia, cuando recorría las calles excitado en bu sca de u n a prostituta, pero
al m ism o tiempo asustado y torpe. En una callejuela oscura alguien se le acer
có, visiblemente pensando en cosas sexuales, Entendió que aquella persona quería
acariciarle el pene y d esp ués chupárselo. El m uchacho era incapaz de manejar
la situación. Desgarrado entre la em oción y el miedo, se mantuvo pasivo y dejó
que se efectuara en él la actividad sexual. Al principio no esta b a seguro de si
era u n hombre o u n a mujer; había sido todo tan rápido, y la callejuela estaba
tan oscura... Lo inundaban diferentes emociones. Pero recuerda la boca de aque
lla persona, los labios gruesos, húm edos y entreabiertos. Cuanto m ás habla de
aquello m ás evidente le parece que aquella persona era u n hombre, u n prosti
tuido hom osexual. (Un año antes, el paciente había com unicado este recuerdo
com o algo vago, sin detalles.)
Estaba claro que e! paciente volvía a vivir en su relación de trasferencia con
migo la experiencia hom osexual de su adolescencia. Lo que estim uló el retorno
de aquel sucedido fue su im presión y que yo tenía los labios gruesos y húme
dos. Lo ayudé a trabajar con este material haciéndole ver con mi estilo que
yO era capaz de hablar de m í como de u n viejo repulsivo, lascivo y libidinoso,
de labios húm edos y gruesos. La tim idez por m i parte hubiera aum entado su
angustia; y el resentimiento o el silencio m íos hubieran sido para él un reproche.
El analista trata este material del mismo modo que cualquier otro.
Cuando una paciente me dice que le parezco sexualmente atractivo,
le pregunto qué le parece en mí sexualmente atractivo. Si una paciente
declara sentir que me ama, le pregunto qué halla de amable en mí.
Si un paciente dice que le doy asco, pregunto qué tengo de asqueante.
Cuido de no ser demasiado callado ni demasiado activo, porque todo
cambio de técnica en mí indicaría que de algún modo el caso me afec
ta. Soy tan paciente y persistente en la extracción de detalles íntimos
relacionados con las reacciones del paciente para conmigo como con
las relacionadas con cualquier otra persona. Trato de manejar sus reac
ciones de trasferencia amorosas y sexuales del mismo modo que el odio
y el disgusto. Esta tarea no es siempre fácil, ni pretendo ser siempre
venturoso en ella.
El material clínico arriba descrito indica que las cualidades y los ras
gos personales del analista, así como ciertas peculiaridades de su con
sultorio, pueden ser los estímulos desencadenantes para las reacciones
de trasferencia. Debo añadir que los pacientes pueden responder de mo
do semejante al tono de voz y al matiz emocional que perciben en las
expresiones del analista. He tenido pacientes que reaccionaron con una
fuerte reacción enojada y depresiva cuando les pareció por mi modo
de hablar que los estaba rebajando. Hay pacientes a quienes parezco
represor, sarcástico, seductor, sádico, crudo, impertinente, etc. En ca
da caso es necesario separar y aclarar qué rasgo o actividad míos han
desencadenado la reacción. Si hay algo de cierto en las acusaciones del
paciente, tengo que reconocerlo; pero en todo caso debe analizarse, es
decir, aclararse e interpretarse, la reacción del paciente.
En cierto sentido, todas las reacciones de trasferencia son desenca
denadas por algún aspecto de la situación analítica. Ésta se dispone de
modo que facilite las percepciones erróneas regresivas y resucite las reac
ciones olvidadas del paciente a objetos del pasado. Hay veces en que
no es necesario ni útil separar y aclarar lo que provocó la reacción de
trasferencia. Basta con analizar el fenómeno de trasferencia de que se
trate. En otras ocasiones, el descubrimiento y análisis de las caracterís
ticas desencadenantes del analista o la situación analítica puede resul
tar considerablemente valioso. He puesto de relieve la importancia de
este modo de enfoque porque en mi labor orientadora he descubierto
que muchos analistas tienden a desdeñar este procedimiento técnico.
Querría ilustrar estos puntos con unos cuantos ejemplos sencillos. A poco de
empezado su análisis, el profesor X" reconoce que está saltándose ciertas aso
ciaciones porque teme que lo critique yo. De hecho, h asta es capaz de imagi
n a r que me burlada de él, y no puede soportar esa idea. No le gusta que lo
humillen. Después de que ha quedado callado u n rato le pregunto: "¿Dónde
le sucedió eso anteriormente?" El paciente responde: "Cuando era niño, mi
madre solía hacerlo. Era terriblemente burlona y le encantaba reírse de mis
defectos." Prosigue y no acaba. Antes de terminar la hora hago la interpreta
ción: "Entonces rehuye usted ciertos pensamientos que se le ocurren aquí con
migo porque teme que yo lo atormente como solía su madre." Después de una
pausa, replica: "Sí, creo que así es, aunque ahora me parece u n a tontería."
Un año después, este mismo paciente tuvo una sesión que puede resumirse
así: llega al consultorio con unos minutos de retraso y se pregunta si eso tendrá
alguna significación. Acostado en el diván, suspira y dice que el análisis se le
hace pesado últimamente. Acudió a la visita porque le tocaba, pero sin sentir
ni esperar ningún placer. Cuando estuve de vacaciones él lo pasó muy bien;
según parece, tuvo una vida sexual mucho más libre con su esposa. Desde que
volví tiene otra vez comezón anal, así como la apremiante necesidad de mas-
turbarse. Se preocupa por la salud de su padre, quien le ha escrito que tiene
hemorroides. Siempre tuvo su padre problemas con el recto. Siempre le gustó
tomar al niño la temperatura rectalmente. Últimamente, tuvo la tentación de
introducir el dedo en el recto de su esposa durante el jugueteo amoroso. No
lo hizo porque no quería tenérmelo que contar, aunque le parecía que a mí
me gustaría oírlo. Tal vez el material de este tipo me excita, o tal vez sea eso
u n a proyección suya. Interpreto para el paciente que le parece que tal vez a
mí me interesarían sus actividades anales como a su padre. Replica que ha so
lido pensar en mí cuando hacía algo que le procuraba un placer anal. Sospecha
incluso que se siente reacio a acudir a la cita porque desde que volví le parece
tener más pensamientos e impulsos de hacerse cosas en el ano y tiene la impre
sión de que en él se agita algo homosexual.
Así, en el caso del profesor X" —que se saltaba ciertas asociaciones por mié-
do de que yo lo humillara— mi interpretación descubrió primero que estaba
reaccionando ante mí como cUltC su burlona madre, y por parte de ésta la burla
consistía sobre todo en palabras y risas. Después su miedo de que se burlaran
de él señalándolo despreciativamente con el dedo pudo relacionarlo él con sus
hermanas mayores. En otra ocasión, su temor de ser humillado contenía un
elemento de temor físico. Este cambio indicaba la transición hacia el miedo a
su padre, que lo humillaba. En otras ocasiones tuvo reacciones de vergüenza
para conmigo que provenían de sus maestros, sus tíos y tías y sus compañeros
de escuela.
En resumen, el análisis de su temor de ser humillado por mí nos llevó a toda
una galería de humillaciones que fueron los antecesores y creadores de su ana
lista humillador. Cada uno de los antecesores añadía, subrayaba o modificaba
algún aspecto de sus fantasías de humillación. No sólo descubrimos los objetos
que lo hacían sentir humillado sino que también averiguamos los derivativos
y heraldos de cada objeto. La madre que se burlaba de él cuando tenía tres
años por hacerse en la cama era una de estas figuras, la que ridiculizaba su
pene minúsculo cuando tenía cinco era otra, la que se reía de su escaso pelo
púbico cuando tuvo catorce, otra. Una hermana mayor continuó cuando su
madre lo dejó en paz y se burló de él por su insuficiente desarrollo sexual hasta
los diecisiete años. Por otra parte, su padre lo avergonzaba por ser demasiado
curioso en materias sexuales, a los cinco años, y después, ya de adolescente.
Por ejemplo: el joven señor Z," con tres años en análisis, no puede o no quiere
utilizar el insight que ha logrado de sus angustias en las situaciones sociales. Se
hace patente que teme, consciente e inconscientemente, identificarse conmigo.
Acepta esta interpretación, pero no cambia. Entonces le pido que trate de ima
ginar "que se vuelve como yo" y que me describa la fantasía que estimula en
él esta idea. Responde: "No deseo hacerme como usted, tener una mente psi-
coanalizante como la suya, introspectiva; no quiero nada de usted dentro de
mí. Sería como si me tragara una parte de usted, C0H10 si le chupara algo, co
mo si respirara sus palabras o tuviera una parte de su cuerpo o su mente den
tro de mí. Eso tiene algo de sexual, como tomar su pene en mi boca o tragarme
su esperma. No lo haré; sencillamente no cederé." Todo esto dicho con los
tobillos firmemente cruzados, los brazos apretados contra los costados, los pu
ños cerrados y las palabras como escupidas entre los dientes.
Describiendo esta fantasía, el paciente me reveló su angustia homosexual detrás
de su negativa a identificarse conmigo. Ahora pude seguir laborando con él
acerca del cómo y el porqué la homosexualidad se había entrelazado con la iden
tificación. La apertura que condujo a este insight procedía de la descripción he
cha por el paciente de sus fantasías en relación conmigo.
Con mucha frecuencia, cuando tenemos que laborar por cierto pe
ríodo de tiempo en el análisis de una resistencia determinada podemos
abordar la resistencia en cuestión preguntando: "¿Cómo lo espanto hoy
a usted?", que en realidad significa cuáles son las fantasías que tiene
hoy acerca de mí.
He descrito tres métodos importantes de explorar la historia de las
reacciones de trasferencia de un paciente: investigar los afectos, impul
sos y actitudes; buscar los antecedentes de las figuras de trasferencia;
y explorar las fantasías de trasferencia. Hay otros muchos caminos pa
ra descubrir la historia de las reacciones de trasferencia, pero tengo la
experiencia de que estos tres métodos resultan los más fructíferos.
Los ejemplos clínicos que he empleado al analizar los fenómenos de
trasferencia pueden dar la falsa impresión de que toda intervención lo
gra que el paciente o el analista descubran afectos, impulsos, actitudes,
objetos o fantasías concretos. Muchas veces sólo puede decírsele al pa
ciente que uno tiene la impresión de que lucha con ciertos sentimien
tos respecto del analista. Puede aceptarlo o negarlo, y las produccio
nes asociativas acaso no lleven de inmediato a ningún material incons
ciente bien delimitado. Tal vez hagan falta varias sesiones para que
resulte interpretable cierto aspecto concreto de la trasferencia.
Un joven, el señor Z, 17 está en su tercer año de análisis. Hasta ahora sus reac
ciones de trasferencia podrían resumirse diciendo que yo soy primordialmente
el padre puritano y amable que quiere al paciente pero critica sus impulsos se
xuales y agresivos. El paciente se siente moral y sexualmente inferior. Él es
pequeño e imperfecto y su sexualidad es sucia. Yo soy el padre grande, potente
y limpio que otrora envidiara, admirara y esperara emular él. En las últimas
horas ha aparecido una tenaz serie de resistencias. El señor Z ha olvidado sus
sueños o tiene escasas asociaciones. El material de que habla es rancio, con
pocas fantasías, sin recuerdos ni indghts nuevos. Llega luego una sesión en que
comunica el siguiente sueño: está en una casa grande y va de pieza en pieza.
Le sigue un mesero que le ofrece constantemente comida, y él se la come. Fi
nalmente conoce a la dueña de la casa, quien le dice cuán contenta estuvo de
que pudiera ir, porque sabe que él tiene un negocio bueno y limpio y que es
hombre solvente. Le pregunta si le gustan los muebles de la casa, pero él mas
culla, porque no quiere dar u n a opinión negativa.
Las asociaciones del sueño son esencialmente las siguientes: no le gustan las
fiestas grandes, porque se siente incómodo. Sus padres solían dar fiestas gran
des, y él trataba de rehuirlas. Su padre era un alegre anfitrión y daba a la gente
de comer y beber, y h asta se excedía, porque obligaba a la gente a comer, y
esto molestaba al paciente. Así de pesado era el mesero del sueño: seguía al
paciente, y éste no podía deshacerse de él. Cosa extraña, en el sueño no dejaba
de comer, mientras en la vida real come muy poco en las fiestas. Últimamente
ha tenido poco apetito, y él lo atribuye a sus dificultades con el análisis, porque
parece que no adelanta nada. Aquí interpreto: "No se traga usted las interpre
taciones que le he estado haciendo últimamente. Yo voy por todas partes tras
de usted, pero usted no quiere aceptar lo que le ofrezco."
El paciente está de acuerdo y dice que siente como que hay algo donde teme
entrar. Parece estar atascado. Está descontento de sí mismo, porque cuando
empezó el análisis conmigo pensó que le iría mejor que con el primer analista,
que era frío y distante. Le pregunto acerca de los muebles del sueño. Dice que
él se fija mucho en los muebles, y tiene gran sensibilidad al respecto. Le intere
sa mucho la decoración de un interior. Pausa larga. Teme que yo piense que
eso es femenino. Ha oído decir que los decoradores de interiores suelen ser ho
mosexuales. Pausa. Parloteo. Interpreto para él: "Parece usted temeroso de
contarme sus sentimientos homosexuales; más bien sería usted evasivo. ¿Por
qué no se arriesga?"
Las respuestas del paciente conducen ahora a su temor de mí porque soy
cordial y no distante. Se sentiría más seguro si yo fuera frío y distante. En cier
to modo soy como su padre: doy demasiado. No puede recordar haber mani
festado sentimientos cedidos y afectuosos a su padre. Lo quería, pero siempre
a cierta distancia. Después, en la adolescencia, el paciente parece haber consi
derado al padre tosco y vulgar. "Usted es cordial, pero no tosco ni vulgar,"
Interpreto: "Pero tal vez tema usted que si deja correr sus pensamientos y sen
timientos en dirección de la homosexualidad yo resulte diferente. De cualquier
modo, en el sueño yo soy tam bién la du eñ a de la casa."
El paciente responde que no intima con hombres por mucho que le gusten;
nunca es muy íntimo ni camarada con ellos. Pero no sabe exactamente qué
es lo que teme.
3 .9 .4 .5 Adiciones
3 . 1 0 . 2 LA HORA D EL LUNES
En realidad, este encabezado debería ser "La hora del viernes y la del
lunes", o mejor aún, "Reacciones del paciente a la separación del fin
de semana". Para abreviar, y también porque Freud habló de "la cos
tra del lunes" y a en 1913, he condensado el título y dejado "la hora
del lunes". Sabemos que nuestros pacientes reaccionarán emocional
mente a todas las separaciones del analista. Algunos lo hacen como si
el fin de semana fuera una fiesta, un carnaval, y otros como si fuera
un abandono, una defección. Ferenczi (1919c) describió las "neurosis
del domingo", que se presentan al perder sus pacientes las distraccio
nes y el olvido que les procura el trabajo cotidiano. En Tótem y tabú
(1913a) y posteriormente en "El duelo y la melancolía" (1917b), des
cribió algo de la dinámica y de los cambios estructurales que se produ
cían con ocasión de las fiestas. En diversos escritos siguió laborando
con estas ideas. Un buen resumen de ellas fue el publicado en 1955
por Grinstein. De todos modos, ninguno de los autores subrayó la im
portancia central de la situación de trasferencia como determinante de
la reacción que el paciente tiene en el fin de semana. Me propongo
explorar algunos de los modos típicos que tiene el paciente de reaccio
nar a la interrupción de fin de semana en la labor analítica.
Para muchos pacientes, los fines de semana o el intervalo entre las se
siones analíticas denotan la pérdida de un objeto de amor. Para ellos,
el descanso significa separación, desapego, desinterés, interrupción o
terminación. De una u otra forma, el paciente se conduce como si per
diera un objeto de amor. Con frecuencia reacciona al fin de semana
como si entrañara un rechazo por parte del analista. La sesión del vier
nes suele trascurrir en ira improductiva, porque el fin de semana signi
fica que el analista se va de vacaciones y abandona y deja al paciente.
Para este paciente, la hora del lunes significa un enfrentamiento entre
él, el excluido, el agraviado, y el analista recusador y ofensor. Para los
pacientes neuróticamente deprimidos, la hora del lunes puede repre
sentar también una reunión con el objeto de amor perdido y parecer
una bienaventuranza. Algunos pacientes se sienten aliviados al descu
brir que el analista ha sobrevivido a sus deseos asesinos. Es importante
reconocer el nivel en que se siente esto, o por lo menos aquel en que
se producen las reacciones predominantes. Y además hay que saber
si vemos pulsiones o defensas en primer plano, si vemos comportamiento
agresivo o intentos de reparación y restitución.
En muchos pacientes, el fin de semana reaviva la situación edípica.
Para ellos, el fin de semana es una escena primaria de que han sido
excluidos. Luchan con sus sentimientos incestuosos, o tienen otros de
culpa, angustia o depresión, o quizá actúan en alguna forma o algún
otro aspecto de la situación edípica. Algunos pacientes se debaten con
deseos de muerte inconscientes y están angustiados y abrumados por
su culpabilidad los lunes cuando se ven con su analista. Unos están
tristes y deprimidos por la exclusión. Otros hostiles, y llenos de envidia
celosa. Algunos así lo sienten y llegan a la sesión abatidos u hostiles.
Otros lo niegan con su comportamiento, como diciendo: "Qué me im
porta" o "¿Qué falta me haces?" Los hay que trabajan arduamente
para compensar sus deseos o su comportamiento culpable y así reparar
su falta con el analista. O que enmudecen el lunes por su hostilidad
y resentimiento por el rechazo. Algunos tienen reacciones somáticas en
los fines de semana a manera de intento de descargar emociones o pul
siones de otro modo inaccesibles. Es típico de los pacientes el llegar ha
bitualmente tarde o habitualmente temprano los lunes. Tuve un pa
ciente que cantaba en la sala de espera todos los lunes y silbaba alegre
mente: era su intento de negar la hostilidad y culpabilidad que sentía
al volver a la situación analítica.
La pérdida de un objeto de amor en los fines de semana puede sen
tirse asimismo en nivel oral o anal. He visto pacientes que se sentían
como que no tenían nada que producir el lunes y otros que llegaban
con un montón de material que habían almacenado y conservado pa
ra presentarme una gran cantidad en busca de mi aprobación. Para al
gunos, el fin de semana era una privación oral y volvían el lunes de
seosos de que los alimentara, de beber mis palabras en lugar de aten
der a lo que decían. Una de tales pacientes, la señora de K, solía pasar
se todo el fin de semana tomando baños de sol con el afán de remplazar
al cordial y amoroso padre sol, como dijo Ferenczi (1914d).
Desde un punto de vista técnico, la tarea consiste en advertir la rela
ción que puedan tener las reacciones de fin de semana con la situación
de trasferencia y hacer que el paciente se dé cuenta de ella. Es grande
el número de pacientes que se resisten a aceptar el significado trasfe
rencia) de su comportamiento de fin de semana. La sesión del viernes
y la del lunes tienen una importancia particular en la revelación y el
señalamiento de importantes reacciones de trasferencia. Una paciente
mía deprimida se estreñía los viernes y retenía su masa fecal en calidad
de sustituto mío; sólo podía obrar al volver a su análisis el lunes. Fue
el primer adelanto súbito para nuestra comprensión de su relación oral-
anal conmigo.
Hay pacientes que dejan de laborar los viernes, de acuerdo con la fór
m ula "yo te dejo antes de que me dejes tú". Esta cuestión de quién
deja a quién puede ser un punto técnico de importancia en pacientes
muy enfermos. Con el fin de evitarles la sensación aguda de abandono
me ha resultado con frecuencia bueno dejarles que tengan un breve des
canso un día o dos antes del mío. No es raro que esos pacientes cance
len su última cita antes de la vacación del analista. He visto pacientes
silenciosos o improductivos los viernes para hacer gala de la actitud de
"¿Yo qué necesidad tengo de ti?" Desperdician la últim a hora para
hacer ver su desdén por la labor analítica.
Cuando en el analista se siente ante todo una figura de odio, la hora
del viernes puede significar la puerta libertadora de la aflicción y ob
servarse cierta euforia en el paciente. Pero en tales circunstancias éste
tal vez se deprima durante el fin de semana por la orientación hacia
dentro de esa hostilidad, o bien le ocasione angustia la espera incons
ciente de alguna catástrofe que pudiera acaecer al analista.
Las reacciones a la sesión del lunes dependerán de lo que haya suce
dido durante el fin de semana y sobre todo, del significado trasferen
cial que el analista tenga en ese momento; si se está volviendo a un
Superyó crítico, un objeto de amor perdido, un objeto de amor recha
zante, un Yo necesitado o un Ello tentador: si la figura del analista es
amorosa u odiosa, benevolente o áspera, comprensiva o crítica.
Independientemente de cómo vaya el análisis, la sesión del viernes es
heraldo del fin de semana y hay que tomar en cuenta la próxima sepa
ración del analista. De modo análogo, independientemente de otras co
sas que puedan suceder en el fin de semana, el hecho de que ocurra algo
durante una separación del analista influirá en las otras apreciaciones.
No es raro hallar pacientes que reaccionen el lunes con el sentimiento de
"estoy peor y es culpa suya, porqué me abandonó el fin de semana".
Las reacciones de los pacientes al viernes y el lunes cambiarán con
el curso del análisis.
U ll paciente mío, el señor Z, que detestaba las sesiones del lunes porque no
era capaz de reconocer que me había echado de menos, ya que eso denotaría
homosexualidad, solía ser rencorosamente improductivo los lunes. Por fin un
día pudo expresar cómo sentía que se acercara el viernes y se volvió muy tra
bajador losnlunes.
Una paciente muy deprimida, la señora K, le parecía que cesaba de vivir cuando
llegaba el viernes, y estaba como "zombie" los fines de semana porque ya no
se hallaba "conectada" conmigo. Cuando consiguió enamorarse fuera del aná
lisis, deseaba impacientemente que llegaran la sesión del viernes y su descanso
del fin de semana.
Una dama jOVGn paciente mía vino un viernes con un sueño que por primera
vez contenía imágenes claramente homosexuales. Sus asociaciones también ata
ñían al tema. Hice lo que me pareció una interpretación cuidadosa de sus sen
timientos homosexuales para con una amiga maestra de escuela. La reacción
de la paciente en la sesión parecía propia. Cuando volvió el lunes estuvo com
pletamente callada, y así permaneció durante más de dos semanas. Después
descubrí que se había despersonalizado por completo durante el fin de semana
mientras reflexionaba en mi interpretación. Esta cuestión de la dosificación la
veremos más ampliamente en el tomo u.
Otro problema de técnica es la circunstancia complicadora de lo que
el fin de semana pueda significar para el analista. Aunque se trata ante
todo de un problema de contratrasferencia y será examinado en el to
m o II, amerita unas cuantas líneas ahora. Algunos analistas reaccio
nan a la sesión del viernes como si estuvieran por dejar a sus hijos,
con dolor de corazón, preocupación o solicitud, y para otros significa
alivio y alegría. Los hay que ven llegar la hora del lunes con alivio por
quienes lo tenían preocupado. Otros encaran el lunes con resignación
y fatiga, como un trabajo fastidioso. Unos no pueden esperar la hora
del lunes o la hora del viernes. Hay algunos incluso que se sienten obli
gados a trabajar los domingos; y otros que llegan al jueves agotados
y sin fuerzas. Debo decir que si bien el análisis es trabajo, debe ser
un trabajo agradable, no torturador ni agotador. Es digno de nota el
número de analistas que se quejan de su fatiga. Pero sospecho que a
veces la queja ya no es precisa, sino sólo una manera de hablar; es una
moda elegante decir que está uno agotado. Es como si algunos analis
tas no quisieran reconocer que les gusta el trabajo que hacen, o como
si ese gusto implicara falta de seriedad (Szasz, 1957).
Querría añadir aquí que muchos psicoanalistas padecen de exceso
de trabajo; esto parecen ser gajes del oficio. Algunos trabajan muchas
más horas de las que pueden laborar eficazmente. Me tiene impresio
nado el número de analistas que se dedican a actividades fatigosas aje
nas a su cometido en las noches, como reuniones de comisiones, reu
niones científicas, conferencias, seminarios, etc., después de un día car
gado de trabajo con los pacientes. Les queda poco tiempo y poca ener
gía que dedicar a su familia, y cuando em piezan la jom ada con sus
pacientes, ya están cansados. La terapia psicoanalítica es una profe
sión muy exigente y el exceso de trabajo la hace imposible (Greenson,
1966).
Resumiendo: hay problemas especiales técnicos y clínicos en la hora
del lunes. Los pacientes reaccionan de muchos modos a la ausencia del
analista, según la figura de la infancia que éste represente. Pero el caso
es que reaccionan, y hay que interpretar y analizar su reacción. Es ne
cesario restablecer la alianza de trabajo en que interfirieron la separa
ción y la acumulación de experiencias externas. Todo esto lo complica
el significado contratrasferencial de la separación del fin de semana.
Solemos esperar que los pacientes que parecen presentar síntomas psi-
coneuróticos, que no dan señales de psicosis ni de ningún empobreci
miento señalado en sus relaciones de objeto y que parecen tener fun
ciones yoicas razonablemente buenas sean capaces de laborar eficaz
mente en la situación analítica. Pero la experiencia indica que hay un
número considerable de pacientes que parecen capaces de llenar estos
requisitos en las entrevistas preliminares pero después resultan impro
pios para el análisis, aun en los casos en que las entrevistas son en nú
mero suficiente y de realización cuidadosa. La patología especial que
escapa al descubrimiento en la investigación preanalítica sólo aflora lim-,
píamente en el proceso de análisis y, concretamente, en la aparición
de la trasferencia. Sólo entonces comprende uno que la patología del
paciente, su capacidad de establecer relaciones de objeto, es defectuosa
y se opone al psicoanálisis clásico. La índole del defecto se hallará en
la incapacidad de formar alianza de trabajo y en la neurosis de trasfe
rencia. Esta deficiencia supera a todas las demás consideraciones, en
tre ellas la categoría del diagnóstico. He visto pacientes esquizofrénicos
analizables y psiconeuróticos que no lo eran. Lo decisivo para que el pa
ciente resulte analizable parece ser la capacidad de formar esos dos tipos
de reacción simultáneamente con el analista (véase sección 3.5).
Así pues, sólo la prueba del análisis es la que puede indicar con se
guridad si el paciente es o no apto para la terapia psicoanalítica (Freud,
1913b; Ekstein, 1950). Una vez emprendida ésta, puede ser difícil y
aun imposible persuadir al paciente de que interrumpa la terapia. Al
gunos pacientes tal vez se hallen dentro de algo que parece ser una si
tuación psicoanalítica porque necesitan conservar su frágil equilibrio.
Sólo la fachada del psicoanálisis es terapéutica para ellos, no las cosas
esenciales del procedimiento. Esos pacientes suelen mantenerse en un
nivel estacionario y artificial no psicótico con semejante terapia (Feni-
chel, 1945a, p. 551). Otros pacientes requieren un largo período de te
rapia preparatoria antes de estar listos para el psicoanálisis propiamen
te dicho. Trataré de ilustrar esto describiendo algunos casos intratables
de pacientes que llevó al análisis equivocadamente un error de aprecia
ción de su analizabilidad.
Hace tiem po m e pidió con su lta u n colega en relación con u n paciente que h a
bía estado tratando psicoanalíticam ente durante m ás de diez años. El paciente
había pedido tratamiento por una inhibición para relacionarse sexualm ente con
las mujeres y adem ás para trabajar con eficiencia. El análisis había ido prolon
gándose sin gran m odificación en los sín tom as y no h ab ía indicios por parte
del paciente (ni del analista) de u n deseo de interrumpir el tratamiento. La si
tuación de trasferencia se había estabilizado en un a serie constante y uniforme
de quejas y reproches por parte del paciente, con u n tono gemebundo, salpica
das de vez en cuando con algún estallido de cólera o llanto. El analista escucha
ba pacien tem ente y al fin interpretaba este com portam iento com o repetición
de algú n su cedido de la infancia. E sto solía calm ar al pacien te, pero a la s i
guiente se sió n repetía todo igual. Este com portam iento alternativo, ora repro
ches sádicos, ora sometimiento m asoquista a la desdicha de su triste condición,
tam bién lo efectuaba el paciente, con otras personas en su vida externa. Al. ca
bo de m u ch as horas de con su lta se m e hizo evidente que toda la vida em ocio
nal del paciente se lim itaba a e sa s relaciones superficiales de objeto, de índole
sadom asoquista. No era tan sólo u n síntoma; era u n modo de vida que oculta
b a u n a fuerte perversión hom osexu al latente y tendencias paranoides.
Una cuidadosa reconstrucción de la historia de su infancia hizo parecer posi
ble que al empezar la adolescencia hubiera sufrido u n quebranto psicótico gra
ve que pasara inadvertido. Su m odo sad om asoq u ista de relacionarse con los
objetos era u n intento de restitución; era el único m odo que tenía de contacto
con las personas reales. La situación analítica era un refugio para él: suficiente
m ente distante para estar seguro y suficientem ente permisiva para dejarle algo
de d escarga in stin tu a l por la verbalización. Pero el tratam iento era analítico
sólo en su estructura superficial. El paciente no tenía terapia de insight; en rea
lidad gozaba de u n a su erte de terap ia de ju ego (Glover, 1955, cap ítu lo x /v ;
Fenichel, 1945a).
Es evidente que para los pacientes del tipo descrito no está indicada
la terapia psicoanalítica. Tal vez requieran de una psicoterapia cons
tante para mantenerse igual y no empeorar. Algunos acaso mejoren len
tamente con cierta forma de terapia de relación y también con ayuda
de drogas. Alguna que otra vez, el paciente puede progresar hasta un
punto en donde pueda emprenderse algo de terapia analítica.
Me gustaría añadir otros pocos tipos clínicos de psicosis y/o perver
sión enmascarada que algunos tratan erróneamente por el psicoanáli
sis. He visto pacientes cuya terapia servía ante todo de ocasión de ac
tuar impulsos escoptófilos y exhibicionistas, o casos en que la relación
con el terapeuta y la terapia se convertía en una forma de adicción.
Todos estos pacientes eran esencialmente caracteres narcisistas que se
aferraban tenazmente a la relación con el terapeuta porque casi no te
nían otra relación de importancia con los objetos. Estos pacientes tenían
una delgada fachada de comportamiento social que daba una impre
sión falsa en las entrevistas preliminares. Era tal el empobrecimiento
de sus relaciones de objeto que no podían permitirse la regresión, que
hubiera sido para ellos como caer en un estado de nada, de ausencia
de objetos, de catatonía. Su relación con el terapeuta era satisfactoria
y egosintónica. No tenían ningún motivo para cambiarla y sí muchas
razones para seguir con ella, puesto que era la relación más importan
te de su vida.
El error estaba en el hecho de que se les llevaba hacia una forma
de terapia que por su misma naturaleza amenazaría con trastornar lo
que más necesitaban: una relación fija y concreta con otro ser huma
no. En cierto modo esos pacientes tenían razón en resistirse al psico
análisis y se apegaban al psicoanalista porque eso era imperativo para
ellos. Era necesario que el analista comprendiera cómo su valoración
había sido un error, cómo aquellos pacientes necesitaban una relación
mucho más tangible y visible con un terapeuta capaz de reaccionar fa
vorablemente con ellos y de apoyarlos. Tales pacientes con frecuencia se
descompensan y presentan estados psicóticos agudos si se les somete
a los rigores de la situación analítica.
Comprendo que la opinión aquí expuesta suscitará controversias. Al
gunos analistas no vacilan en analizar a tales pacientes a la manera psi
coanalítica clásica (Rosenfeld, 1952, 1958). Otros están de acuerdo en
que se requieren diferentes métodos terapéuticos pero sostienen que de
bería permitírseles la regresión, y acompañarlos y cuidarlos durante ésta.
Una vez se hubieran reconstituido a sí mismos podrían ser analizados.
Estoy mucho más de acuerdo con Winnicott (1955). Para otras opinio
nes y otros procedimientos véase M. Wexler (1960), Freeman (1959)
y Saerles (1965).
3 .1 0 .3 .2 E rrores de técnica
4 . 1 . 1 M O T IV A C IÓ N
4.1.2 APTITUDES
4 . 2 . 1 . 1 E ntender lo inconsciente
U n joven dice en su se sió n la cólera y el asco que le inspiran las costum b res
de su h erm an a mayor e n el excu sado. Deja la p u erta entornada, y él puede
ver accidentalmente su s feos pechos desnudos. Puede incluso oír los diferentes
ruidos que hace e n el baño, que son repugnantes. Cuando va allí desp u és de
ella, trata de no respirar, pero de todos m odos h u ele las em an acion es de su
cuerpo y su s polvos. Cuando ve pelos de ella en la tina le dan ganas de vom i
tar. A pesar de la cólera y el asco que m anifiesta conscientem ente en alta voz,
es bastante fácil distinguir en el fondo el interés sexual del joven por las activi
dades orgánicas de su hermana. Su s fantasías inconscientes de llevar diferentes
partes de ella a su boca le dan asco y n áu seas. No se enoja porque se a fea; al
contrario: se enoja porque e s excitante.
Esta viñeta clínica ilustra un método válido para captar las sutiles
y complicadas emociones ocultas de otro ser humano. Empatia signifi
ca compartir, sentir lo que siente otro ser humano. Uno participa de
la índole, no de la cuantía de los sentimientos. Su motivo en psicoanáli
sis es llegar a entender; no se hace por placer vicario. Es esencialmente
un fenómeno preconsciente; puede provocarse o interrumpirse cons
cientemente; y puede producirse en silencio y de un modo automático,
oscilando con otras formas de relación con la fuente. El mecanismo esen
cial es una identificación parcial y temporal con el paciente basada en
el modelo de trabajo que del paciente lleva dentro el analista, hecha por
él con la suma de su experiencia con ese paciente.
Al trasladar el modelo operativo que se ha elaborado del paciente
al primer plano y rechazar hacia el fondo todo lo que es peculiar y úni
camente mío, hago que en esta parte m ía penetren las palabras y los
sentimientos del paciente. La maqueta reacciona con ideas, sentimien
tos, recuerdos o fantasías, etc. En el ejemplo arriba citado, la palabra
"lluvia", que recordaba la ducha,* provocó la asociación clave en la
maqueta: el recuerdo de haber tomado un baño de ducha con el padre;
esto condujo a asociaciones con el vello y la barba. Es una experiencia
de "ajá", o sea que el modelo guía de mi Yo participante había puesto
sobre aviso a mi Yo analizante, el observador. Ahora mi Yo analizante
tiene que determinar cuál es el significado del material inconsciente.
Esto nos hace recurrir a la intuición, íntimamente relacionada con
la empatia. Tanto la empatia como la intuición son medios de lograr
una comprensión rápida y profunda. La empatia es un modo de esta
blecer contacto íntimo en términos de emociones e impulsos. La intui
ción hace lo mismo en el dominio de las ideas. La empatia conduce
a sentimientos y cuadros o imágenes, la intuición a la reacción de "ajá",
que indica que le atinamos, o a la reacción de "ay", que indica que
fallamos.
En el último ejemplo clínico, la empatia me hizo sentir mi pérdida
de contacto, y también la relación entre la lluvia de besos y la ducha
con el padre. La intuición me dijo que iba por buen camino y rápida
mente relacioné la vellosidad con la barba hirsuta y la rasurada, y el
llanto de la paciente que fue su consecuencia. Mi empatia por la pa
ciente me hizo sentir que acertaba.
Es la empatia una función yoica experiencial, mientras que la intui
ción parece ser una función del Yo observador. Estos dos fenómenos
pueden conducir uno al otro y mezclarse de diversos modos. Pero la
empatia exige más emocionalmente, consiste en un interés emocional y
4 .2 .3 M OTIVACIONES Q U E R E Q U IE R E D EL ANALISTA
LA SITU A CIÓ N ANALÍTICA
Consideraciones generales
Altman (1964), Greenacre (1954), Greenson (1966), Haak (1957), Khan
(1960, 1962), Lewin (1955, 1959), Macalpine (1950), Spitz (1956a, 1956b),
Stone (1961).
Rasgos de personalidad y carácter que se requieren del paciente
Aarons (1962), Guttnian (1960), Knapp, Levin, McCarter, Wermer y Zet-
zel (1960), Rosenberg [Zetzel] (1949), Waldhorn (1960).
Satisfacción y frustración en la situación analítica
Glover (1955), Greenacre (1959), Hoffer (1956), Kubie (1950), Menninger
(1958), Nacht (1957).
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