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TRADUCTORAS
-queen-ari- Joselin Nickie
amaria.viana Julie Tolola
Anna Karol Lauu LR Umiangel
Gesi Madhatter Val_17
Jadasa Miry Vane Black
CORRECTORAS
Blaire R. Naaati
Gesi Pame .R.
Jadasa Val_17
Lizzy Avett’
LECTURA FINAL
Anna Karol Jadasa
Auris Julie
Miry Val_17
Ivana Vane Black
DISEÑO
Moreline
Sinopsis Capítulo 24
Capítulo 1 Capítulo 25
Capítulo 2 Capítulo 26
Capítulo 3 Capítulo 27
Capítulo 4 Capítulo 28
Capítulo 5 Capítulo 29
Parte II Capítulo 30
Capítulo 6 Capítulo 31
Capítulo 7 Capítulo 32
Capítulo 8 Capítulo 33
Capítulo 9 Capítulo 34
Capítulo 10 Capítulo 35
Capítulo 11 Capítulo 36
Capítulo 12 Capítulo 37
Capítulo 13 Capítulo 38
Capítulo 14 Capítulo 39
Capítulo 15 Capítulo 40
Capítulo 16 Parte III
Capítulo 17 Capítulo 41
Capítulo 18 Capítulo 42
Capítulo 19 Capítulo 43
Capítulo 20 Capítulo 44
Capítulo 21 Capítulo 45
Capítulo 22 Obsession Mine
Capítulo 23 Sobre la Autora
Vino a verme en la noche, un extraño cruel y oscuramente guapo
de los rincones más peligrosos de Rusia. Me atormentó y destruyó,
destrozando mi mundo en su búsqueda de venganza.
Ahora está de regreso, pero ya no va tras mis secretos.
El hombre que protagoniza mis pesadillas me quiere.
Tormentor Mine, #1
Traducido por -queen-ari- & Gesi
Corregido por Jadasa
1
Es una palabra que utilizan los rusos para referirse cariñosamente a los niños.
—Y los he extrañado a ambos —digo a medida que mi hijo me
empuja, exigiendo ser libre. Sonriendo, lo bajo al suelo, e inmediatamente
me agarra de la mano y tira.
—Papá, ¿quieres ver mi camión? ¿Quieres, papá?
—Sí —digo, mi sonrisa se ensancha mientras me impulsa a seguirlo
hacia la sala de estar—. ¿Qué tipo de camión es?
—¡Uno grande!
—Está bien, vamos a verlo.
Tamila nos sigue, y me doy cuenta de que todavía no he hablado
con ella. Deteniéndome, me doy vuelta y miro a mi esposa. —¿Cómo
estás?
Me mira a través de esas pestañas. —Estoy bien. Me alegra verte.
—A mí también. —Quiero besarla, pero se avergonzará si lo hago
frente a Pasha, por lo que me abstengo. En cambio, toco suavemente su
mejilla y luego dejo que mi hijo me lleve junto a su camión, el cual
reconozco como el que le envié desde Moscú hace tres semanas.
Me muestra orgullosamente todas las características del juguete
mientras me agacho a su lado, mirando su rostro lleno de
emociones. Tiene la belleza oscura y exótica de Tamila, hasta sus
pestañas, pero también hay algo de mí en él, aunque no puedo definir
qué es.
—Tiene tu audacia —dice Tamila en voz baja, arrodillándose a mi
lado—. Y creo que va a ser tan alto como tú, aunque probablemente sea
demasiado pronto para decirlo.
La miro. A menudo hace esto, observándome tan de cerca que es
casi como si estuviera leyendo mi mente. Por otra parte, no es exagerado
adivinar lo que estoy pensando. Hice una prueba de ADN con Pasha antes
de que naciera.
—Papá. Papá. —Mi hijo tira de mi mano otra vez—. Juega conmigo.
Me río y vuelvo a centrar mi atención en él. Durante la siguiente
hora, jugamos con el camión y una docena de otros juguetes, todos los
cuales son algún tipo de vehículo. Pasha está obsesionado con este tipo
de juguete, desde ambulancias hasta autos de carrera. No importa que le
traiga otros juguetes, sólo juega con los que tienen ruedas.
Tras jugar, cenamos y Tamila baña a Pasha antes de acostarlo. Me
doy cuenta de que la bañera está rota y hago una nota mental para pedir
una nueva. El pequeño pueblo de Daryevo se encuentra en lo alto de las
montañas del Cáucaso y es difícil llegar a él, por lo que no puede ser una
entrega regular de una tienda, pero tengo formas de traer las cosas hasta
aquí.
Cuando le menciono la idea a Tamila, parpadea y me mira de
manera extraña, sonriendo. —Eso sería muy bonito, gracias. He tenido
que limpiar el suelo casi todas las noches.
Le devuelvo la sonrisa y termina de bañar a Pasha. Después de que
lo seca y lo viste con su pijama, lo llevo a la cama y le leo una historia de
su libro favorito. Se duerme casi inmediatamente, y beso su suave frente,
mi corazón apretándose con una poderosa emoción.
Es amor. Lo reconozco, aunque jamás lo he sentido antes, a pesar
de que un hombre como yo no tiene derecho a sentirlo. Ninguna de las
cosas que he hecho importa aquí, en este pequeño pueblo en Daguestán.
Cuando estoy con mi hijo, la sangre en mis manos no quema mi
alma.
Teniendo cuidado de no despertar a Pasha, me levanto y salgo
silenciosamente de la pequeña habitación que es su
dormitorio. Tamila ya me está esperando en nuestra habitación, así que
me quito la ropa y me reúno con ella en la cama, haciéndole el amor tan
tiernamente como puedo.
Mañana, tengo que enfrentar la fealdad de mi mundo, pero esta
noche, soy feliz.
Esta noche, puedo amar y ser amado.
—No te vayas, papá. —La barbilla de Pasha tiembla mientras lucha
por no llorar. Hace algunas semanas, Tamila le dijo que los niños grandes
no lloran, y se ha estado esforzando por ser un niño grande—. Por favor,
papá. ¿No puedes quedarte un poco más?
—Volveré en un par de semanas —le prometo, agachándome para
estar al nivel de sus ojos—. Ya ves, tengo que ir a trabajar.
—Siempre tienes que ir a trabajar. —Su barbilla se estremece más
fuerte y sus grandes ojos marrones se llenan de lágrimas—. ¿Por qué no
puedo ir contigo a trabajar?
Las imágenes del terrorista que torturé la semana pasada invaden
mi mente, pero mantengo mi tono de voz normal cuando digo—: Lo
siento, Pashen’ka. Mi trabajo no es un lugar para niños. —O ya que
estamos, para adultos; pero no digo eso. Tamila sabe algo de lo que hago
como parte de una unidad especial de Spetsnaz, las fuerzas especiales
rusas, pero incluso ella ignora las oscuras realidades de mi mundo.
—Pero me portaría bien. —Ahora está llorando—. Lo prometo,
papá. Me portaré bien.
—Lo sé. —Lo empujo contra mí y lo abrazo con fuerza, sintiendo su
pequeño cuerpo temblando por los sollozos—. Eres mi buen chico, y
tienes que ser bueno con mamá mientras no estoy, ¿de acuerdo? Tienes
que cuidarla, como el niño grande que eres.
Esas parecen ser las palabras mágicas, porque contiene su sollozo
y se aleja. —Lo haré. —Su nariz está chorreando y sus mejillas están
húmedas, pero su pequeña barbilla es firme cuando se encuentra con mi
mirada—. Cuidaré de mamá, lo prometo.
—Es tan inteligente —dice Tamila, arrodillándose a mi lado para
abrazar a Pasha—. Es como si tuviera cinco años, no casi tres.
—Lo sé. —Mi pecho se llena de orgullo—. Es asombroso.
Sonríe y se encuentra con mi mirada otra vez, sus grandes ojos
marrones se parecen mucho a los de Pasha. —Cuídate, y vuelve con
nosotros pronto, ¿de acuerdo?
—Lo haré. —Me inclino y beso su frente, luego despeino el cabello
sedoso de Pasha—. Antes de que se den cuenta, estaré de regreso.
***
2
Pajarito, en ruso.
—Sara. —La voz es gruesa y ronca, la cara tensa con hambre
apenas contenida—. Tienes que parar, ptichka. Te arrepentirás de esto
mañana.
¿Arrepentirme? Sí, probablemente lo haré. Me arrepiento de todo,
de tantas cosas, y libero los dedos para decírselo. Pero antes de que
pueda pronunciar una palabra, los dedos se apartan de mis labios y la
cara se aleja.
—No me dejes. —El grito es quejumbroso, como el de un niño
pegajoso. Quiero más de ese toque humano, esa conexión. Mi cabeza se
siente como una bolsa de rocas, y me duele todo, especialmente cerca de
mi cuello y hombros. Además, mi estómago se siente acalambrado.
Quiero que alguien acaricie mi cabello y masajee mi cuello, que me abrace
y me acune como a un bebé—. Por favor, no te vayas.
Algo parecido al dolor cruza la cara del hombre, y vuelvo a sentir el
pinchazo frío de la aguja en mi cuello.
—Adiós, Sara —murmura la voz, y me voy, mi mente flotando a la
deriva como una hoja caída.
Traducido por Jadasa & Lauu LR
Corregido por Val_17
—Yan e Ilya están en eso —me informa Anton en ruso mientras gira
a la derecha en la calle que conduce a la casa de Sara—. Llegaron allí
antes de que alguien se topara con la escena.
—Bien. —Miro a Sara, que está sentada a mi lado en el asiento
trasero, silenciosa y mortalmente pálida—. Diles que eliminen los restos
por completo. No queremos que aparezcan partes del cuerpo en ningún
lado. Además, tienen que traer su auto de regreso a su casa.
—Sí, lo saben. —Anton se encuentra con mi mirada en el espejo
retrovisor—. ¿Qué harás con ella? La asustaste mucho.
—Ya pensaré en algo.
Me alegro de que Sara no pueda entender lo que hablamos; de lo
contrario, estaría aún más horrorizada. No debí haber matado a esos
drogadictos delante de ella, pero la amenazaban con cuchillos, y
enloquecí. Todo lo que veía era el cuerpo de Tamila tirado allí, destrozado
y ensangrentado, y la idea de que podría haber sido Sara, de que si no
hubiera estado allí, uno de esos vagabundos pudo haberla matado, me
hizo enfurecer. Ni siquiera recuerdo haber tomado una decisión
consciente; actué puramente por instinto. Solo tardé unos segundos en
desarmarlos y cortarles la garganta, y para cuando sus cuerpos tocaron
el suelo, ya era demasiado tarde.
Sara los vio morir.
Me vio matarlos.
—¿Puedes tomar el turno de Ilya por el resto de la noche? —le
pregunto a Anton cuando nos detenemos frente a la casa de Sara. Con
los grandes robles sombreando el camino de entrada y los vecinos más
cercanos a una buena distancia, el lugar es lindo y privado, excelente en
una situación como esta. Es una pena que esté vendiendo la casa; me
gusta mucho.
—No hay problema —responde—. Estaré cerca. ¿Te quedarás aquí
hasta la mañana?
—Sí. —Echo un vistazo a Sara, que todavía mira hacia adelante,
aparentemente ajena a nuestra llegada—. Estaré con ella. —Tomando la
mano de Sara, le digo en inglés—: Llegamos, ptichka. Vamos, entremos
a la casa.
Sus delgados dedos están helados; sigue en estado de shock. Sin
embargo, mientras la ayudo a salir del auto, me mira y me pregunta con
voz ronca—: ¿Qué pasará con la clínica?
—¿Qué pasa con eso?
—Se preguntarán qué me pasó.
—No, no lo harán. —Meto mi mano en mi bolsillo y saco su teléfono,
que conseguí de su bolso durante nuestro viaje—. Les envié esto. —Le
muestro el mensaje de texto sobre tener que atender una emergencia en
el hospital.
—Oh. —Me da una mirada perpleja—. ¿Enviaste esto?
Asiento, volviendo a meter el teléfono en mi bolsillo mientras la saco
del auto. —Estuviste un poco fuera de combate durante el viaje. —Eso es
realmente un eufemismo; después de arrastrarla al auto, dejó de pelear
y se volvió casi catatónica.
Sara parpadea. —Pero... ¿qué pasará con los cuerpos?
—Eso también se solucionó —le aseguro—. Nada te vinculará con
esa escena. Estás segura.
Sara se estremece visiblemente, así que la apresuro a entrar a la
casa, abriendo la puerta con las llaves que saqué de su bolso antes. Tengo
mis propias llaves, las hice hace un mes, cuando regresé por ella, pero
prefiero que Sara no lo sepa. Si vuelve a cambiar las cerraduras, será
molesto pasar por el proceso por segunda vez.
—Ven, siéntate —le digo, llevándola al sofá—. Te prepararé un poco
de té de manzanilla.
—No, yo… —Se retuerce de mi agarre—. Tengo que lavarme las
manos.
—Está bien. —Recuerdo que tiene cierta obsesión con eso—. Ve.
Sara desaparece en el baño, y camino hacia el fregadero de la
cocina para lavarme también. Tuve cuidado de mantenerme alejado del
chorro de sangre mientras cortaba las gargantas de esos hombres, pero
aún encuentro algunas manchitas rojas en mis antebrazos.
Con suerte, Sara no las ha visto.
Me lavo las manos y los antebrazos, luego enciendo el hervidor.
Cuando el agua hierve, preparo dos tazas de té y las llevo a la mesa. Sara
aún no ha regresado, así que decido revisarla.
Caminando hacia el baño, llamo a la puerta. —¿Todo bien?
No hay respuesta, solo el sonido del agua corriendo. Preocupado,
pruebo la manija de la puerta, pero la encuentro cerrada.
—¿Sara?
Ninguna respuesta.
—Sara, abre la puerta.
Nada.
Respiro tranquilamente y digo con voz más suave—: Ptichka, sé
que estás molesta, pero si no abres la puerta, no tendré más remedio que
romperla. —O abrir la cerradura. Pero no digo eso. Romper la puerta
suena mucho más amenazante.
El agua ya no corre, pero la puerta permanece cerrada. —Sara. Te
estoy dando hasta la cuenta de cinco. Uno. Dos. Tres…
La cerradura hace clic.
Aliviado, abro la puerta y me doy cuenta de que tenía razón en
preocuparme. Sara está sentada en el suelo, su espalda contra la bañera
y sus rodillas dobladas contra su pecho. No hace ningún sonido, pero su
cara está llena de lágrimas y está temblando.
Mierda. No debí haberlos matado delante de ella.
—Sara... —Me arrodillo a su lado, y se aleja de mí. Ignorando su
reacción, la agarro suavemente del brazo y la sostengo—. No te lastimaré,
ptichka —le susurro cuando siento que su temblor aumenta—. Estás a
salvo conmigo.
Un sollozo sofocado escapa de su garganta, luego otro y otro, y de
repente, se aferra a mí, sus brazos delgados se doblan alrededor de mi
cuello cuando comienza a llorar en serio. Le froto la espalda en suaves
círculos mientras tiembla con sollozos incontrolables, y me agarra con
más fuerza, enterrando su cara contra mi cuello. Siento la humedad de
sus lágrimas, y recuerdo ese momento en la cocina, cuando trataba de
calmarla después del ahogamiento. El recuerdo me enferma; no puedo
imaginar hacerle eso ahora, no puedo imaginar lastimarla por ninguna
razón.
Ella no es solo una persona para mí; es mi mundo y la protegeré
de todos y de todo.
Sus sollozos tardan mucho en calmarse, tanto que mis piernas se
sienten rígidas cuando finalmente me levanto y la levanto con suavidad.
—Ven —murmuro, envolviendo un brazo alrededor de su espalda
mientras salimos del baño—. Tomemos un poco de té y luego te vas a la
cama. Debes estar exhausta.
Resopla y susurra con voz ronca—: Sin té.
—Está bien, sin té. En ese caso, vamos a hacerte dormir. —Me
agacho para levantarla en mis brazos.
No se opone a que la cargue, simplemente apoya su cabeza en mi
hombro y me rodea con los brazos alrededor del cuello. Su respiración
aún es desigual por todo el llanto, pero se está calmando. Eso me agrada,
al igual que la necesidad que tiene de aferrarse a mí. No sé si son las
secuelas del trauma, o si finalmente estoy debilitando su resistencia, pero
su agarre de esta manera, sin rastro de miedo o desconfianza, llena mi
pecho con un tipo especial de calor, uno que disminuye el vacío helado
alrededor de mi corazón.
Con Sara, estoy cobrando vida otra vez, y quiero más de ese
sentimiento.
Traducido por Gesi
Corregido por Val_17
Fiel a su palabra, ese día Peter está allí cuando llego a casa del
trabajo, y me siento tan cansada y estresada que estoy tentada a
rendirme y a comer la cena que preparó: un sabroso arroz pilaf con
champiñones y guisantes. Pero no puedo. No puedo seguir jugando con
esta locura, actuando como si esto fuera de alguna manera normal.
Si mi acosador no me va a dejar en paz, no tiene sentido que me
someta. También podría hacerle las cosas lo más difíciles que pueda.
Ignorando la mesa que sirvió, subo las escaleras mientras nos sirve
vino. Al entrar en la habitación, cierro la puerta y entro al baño para
echarme agua fría en la cara.
He intentado todo, excepto la resistencia directa, y estoy lo
suficientemente desesperada como para intentarlo.
Con la cara recién lavada, salgo y me siento en la cama, esperando
para ver qué pasará. No tengo intención de abrir esa puerta y dejarlo
entrar, ni de cooperar de ninguna manera.
He terminado de jugar a la casita con un monstruo. Si me quiere,
tendrá que obligarme.
Mi estómago gruñe de hambre, y me pateo por no comer antes de
venir aquí. Me sentía tan agotada por pensar en Peter todo el día que
conduje a casa en piloto automático, mi mente ocupada con mi situación
imposible. Ahora que sé sobre su equipo y sus misiones de asesinato,
estoy menos convencida de que el FBI pueda protegerme si fuera con
ellos.
No creo que nadie pueda protegerme de él.
Un golpe en la puerta del dormitorio me saca de mis pensamientos
desesperados.
—Baja, ptichka —dice Peter desde el otro lado—. La cena se está
enfriando.
Todo mi cuerpo se tensa, pero no respondo.
Otro golpe. Entonces la manija de la puerta se sacude. —Sara. —
La voz de Peter se endurece—. Abre la puerta.
Me levanto, demasiado inquieta para quedarme tranquila, pero no
hago ningún movimiento hacia la puerta.
—Sara. Abre esta puerta. Ahora.
Permanezco de pie, mis manos flexionándose a los costados. Antes
de regresar a casa, consideré comprar un arma, pero recordé lo que me
dijo sobre sus hombres monitoreando sus signos vitales y descarté la
idea. No sé cómo funciona el monitoreo, pero es muy posible que esté
usando algún tipo de dispositivo que mida su pulso y/o presión arterial.
Quizás incluso un implante. He oído hablar de cosas así, aunque nunca
las he encontrado. En cualquier caso, si lo que Peter me dijo es cierto, no
puedo lastimarlo de manera significativa sin arriesgar mi propia vida y
posiblemente la vida de las personas cercanas a mí.
Los hombres que matan por dinero no dudarían en vengar a su jefe
de las formas más brutales.
—Tienes cinco segundos para abrir esta puerta.
Luchando contra una sensación de déjà vu, hundo los dientes en
mi labio inferior, pero me quedo quieta, incluso cuando mi corazón late
con fuerza y el sudor frío se derrama por mi columna. Por mucho que no
quiera que me haga daño, tampoco quiero vivir así, demasiado asustada
para defenderme, aceptando dócilmente las demandas de un loco. La
última vez que le cerré la puerta, estaba en estado de shock, tan
abrumada y aterrorizada al verlo matar a esos dos hombres que actué en
piloto automático. Ahora, sin embargo, mi acción es deliberada.
Necesito saber qué tan lejos llegará, qué está dispuesto a hacer
para salirse con la suya.
No cuenta en voz alta esta vez, así que yo lo hago en mi cabeza.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco… Espero a que su patada golpee la puerta,
pero en cambio, escucho pasos que se dirigen por el pasillo.
El aliento que estoy conteniendo se escapa en un silbido de alivio.
¿Es posible? ¿Podría haberse dado por vencido y decidió dejarme sola
esta noche? No hubiera esperado eso, pero antes ya me ha sorprendido.
Quizás su reticencia a obligarme todavía se mantenga; tal vez está
trazando una línea al romper la puerta del dormitorio y…
Los pasos regresan, y la manija de la puerta vuelve a sonar antes
de que algo metálico la raspe. Mi corazón da un vuelco, luego reanuda su
furioso golpeteo.
Está intentando forzar la cerradura.
La fría deliberación de esa acción es de alguna manera más
aterradora que si simplemente hubiera pateado la puerta. Mi torturador
no está actuando por ira; tiene el control total y sabe exactamente lo que
hace.
El rascado metálico dura menos de un minuto. Lo sé porque veo
los números parpadeantes en el despertador de mi mesita de noche.
Entonces la puerta se abre, y Peter entra, su andar irradia ira contenida
y su rostro muestra líneas frías y duras.
Luchando contra el impulso de correr, levanto la barbilla y lo miro
mientras se detiene frente a mí, su gran cuerpo se eleva sobre mi cuerpo
mucho más pequeño.
—Ven a cenar. —Su voz es tranquila, suave incluso, pero escucho
la pulsante oscuridad debajo. Se aferra a su control por un hilo, y si me
quedara alguna esperanza, retrocedería por el instinto de auto
conservación. Pero me he quedado sin estrategias y, en algún momento,
el instinto de auto conservación debe quedar en segundo plano por el
respeto propio.
Temerariamente, meneo la cabeza. —No voy a hacer esto.
Sus fosas nasales se dilatan. —¿Hacer qué? ¿Comer?
Mi estómago elige ese momento para gruñir de nuevo, y me sonrojo
ante el desafortunado momento. —No voy a comer contigo —digo tan
uniformemente como puedo—. Tampoco voy a dormir contigo, ni haré
cualquier otra cosa.
—¿No? —La diversión oscura se arrastra en el gris helado de su
mirada—. ¿Estás segura de eso, ptichka?
Mis manos se posan en mis costados. —Te quiero fuera de mi casa.
Ahora.
—¿O qué? —Se acerca, dejándome poco espacio con su gran cuerpo
hasta que no tengo más remedio que retroceder en dirección a la cama—
. ¿O qué, Sara?
Quiero amenazarlo con la policía o el FBI, pero ambos sabemos
que, si hubiera podido acudir a ellos, ya lo habría hecho. No hay nada
que pueda hacer para sacarlo de mi vida, y ese es el quid de la cuestión.
Ignorando el sudor helado que gotea por mi espalda, levanto más
la barbilla. —Ya terminé con esto, Peter.
—¿Esto? —Se acerca, ladeando la cabeza.
—Esta fantasía de relación enferma que has preparado —aclaro. Se
encuentra demasiado cerca para sentirme cómoda, invadiendo mi
espacio personal como si perteneciera allí. Su aroma masculino me
rodea, el calor que sale de su gran cuerpo calienta mis entrañas, y
retrocedo otra vez, tratando de ignorar la sensación de fusión entre mis
muslos y la tensa tensión de mis pezones.
No puedo estar a su alrededor sin recordar cómo se siente estar
aún más cerca, unirme a él de la manera más íntima.
—¿Una fantasía de relación enferma? —Sus cejas se arquean
burlonamente—. Eso es un poco duro, ¿no te parece?
—He. Terminado —repito, enunciando cada palabra. Mi corazón
golpea ansiosamente mi caja torácica, pero estoy decidida a no retroceder
o a dejar que me distraiga con una discusión sobre nuestra relación
problemática—. Si quieres cocinar en mi cocina, adelante, pero a menos
que me alimentes a la fuerza, no puedes obligarme a comer contigo, o
hacer cualquier otra cosa contigo por mi propia cuenta.
—Oh, ptichka. —La voz de Peter es suave, su mirada casi
comprensiva—. No tienes idea de lo equivocada que estás.
Sus labios se curvan en esa imperfecta sonrisa magnética, y mi
estómago se revuelve cuando se acerca aún más. Desesperada por
colocar cierta distancia, doy otro paso atrás, solo para sentir la cama
presionándose contra la parte posterior de mis rodillas.
Estoy enjaulada, atrapada por él una vez más.
Sin piedad, se acerca y mi sexo se aprieta cuando sus manos se
enroscan alrededor de mis hombros. —Baja conmigo, Sara —dice
suavemente—. Tienes hambre y te sentirás mejor una vez que comas. Y
mientras comes, podemos hablar.
—¿Sobre qué? —pregunto, con la voz tensa. El calor de sus palmas
quema incluso a través de la gruesa capa de mi suéter, y reúno todo lo
que puedo para mantener mi respiración semi estable mientras la
excitación perniciosa se enrosca en mi núcleo—. No tenemos nada de qué
hablar.
—Creo que sí —dice, y veo al monstruo detrás del color plateado
oscuro de su mirada—. Verás, Sara, si no quieres estar conmigo aquí,
podemos estar juntos en otro lugar. La fantasía puede hacerse realidad…
pero únicamente en mis términos.
Traducido por Val_17
Corregido por Naaati
7Bastardo, en ruso.
Un futuro en el que los agentes del FBI no estén a punto de entrar
como una tormenta por la puerta.
—No llores, ptichka. —Su pulgar acaricia mi mejilla húmeda y veo
que la sonrisa burlona vuelve a sus labios—. Esto no cambia nada. Aún
puedes odiarme. Sólo porque te amo no soy menos monstruo, y no
desapareceré de tu vida.
Pero lo harás. Quiero gritar la verdad, pero no puedo. No puedo
advertirle, a pesar de que siento que mi corazón se desgarra. No lo amo,
no puedo, pero duele como si lo hiciera, como si perderlo fuera lo peor.
Un sollozo ahogado me rasga la garganta, luego otro, y entonces estoy en
sus brazos, apretada firmemente contra su pecho mientras me saca del
baño.
Cuando llega a mi cama, se sienta, sosteniéndome en su regazo, y
lloro, con el rostro enterrado contra su cuello mientras me acaricia la
espalda, despacio, con dulzura. Tiene razón; su confesión de amor no
debería cambiar nada; pero, de alguna manera, empeora las cosas. Me
hace sentir que estoy perdiendo algo real... como si lo estuviera
traicionando a él y a nosotros.
¿Cómo puede un monstruo abrazarme tan tiernamente? ¿Cómo
puede amar un psicópata?
Mi cráneo se siente como si estuviera siendo abierto por dentro, mi
dolor de cabeza empeora por mi llanto y empujo su pecho, saliéndome de
su agarre, solo para caer sobre la cama, gimiendo mientras me agarro las
sienes.
Se inclina sobre mí, la preocupación le oscurece los rasgos. —¿Qué
pasa, ptichka? —pregunta, acariciándome el brazo, y me las arreglo para
murmurar algo sobre un dolor de cabeza antes de cerrar los ojos. Lo que
siento es más parecido a una migraña, pero me duele mucho como para
explicarlo.
La cama se hunde cuando se pone de pie, y escucho pasos saliendo
de la habitación. Un par de minutos después, regresa con Advil y un vaso
de agua. Abro los párpados hinchados lo suficiente como para tragar la
medicina y luego los cierro otra vez, esperando que el violento golpeteo
de mi cráneo se calme por un rugido manejable.
Espero que se vaya, o que se acueste conmigo, o lo que sea que
planeaba hacer, pero en su lugar, oigo que se abre la puerta del baño, y
un minuto después una toalla fría y húmeda me cubre los ojos y la frente,
trayendo un alivio gratamente bienvenido.
Una vez más me cuida, dándome consuelo cuando más lo necesito.
Las lágrimas regresan, goteando por debajo de la toalla mientras
me envuelve en la manta y se sienta en el borde de la cama, deslizando
la mano debajo de mi cuello para masajear los tensos músculos de mi
nuca. Este tierno cuidado es una tortura diferente. Alivia el dolor de mi
cabeza, pero intensifica el dolor punzante en mi pecho. Me he estado
engañando cuando llamaba a lo que tenemos una enferma fantasía.
Puede ser enfermizo, pero es real, y cuando se haya ido, lo extrañaré, tal
como cuando se fue a México. No es amor lo que siento, el amor no puede
ser tan oscuro, ilógico e insano, pero es algo.
Algo más que odio, algo profundo y perturbadoramente adictivo.
Un perro ladra a lo lejos y escucho el portazo de un automóvil. Es
muy probable que sean mis vecinos de la otra cuadra, pero aun así mi
corazón salta, mi estómago se revuelve cuando imagino a un equipo
SWAT atravesando mi puerta y acribillando a Peter junto a mi cama. Se
reproduce como una película en mi mente: las figuras vestidas de negro
entrando apresuradamente, las balas desgarrando las sábanas, las
almohadas, su pecho, su cráneo…
La bilis sube por mi garganta, mi cabeza explota con agonía.
Oh, Dios, no puedo hacerlo.
No puedo quedarme callada y dejar que suceda.
—Peter… —Me tiembla la voz mientras cierro las manos en puños
debajo de la manta. Sé que lo lamentaré de mil maneras diferentes, pero
no puedo evitar que las palabras salgan—: Te localizaron. Van a venir por
ti.
Su mano sobre mi nuca se detiene a medio masaje, luego lo
reanuda.
—Lo sé, ptichka —murmura, y siento sus labios rozar mi mejilla
húmeda cuando algo frío y duro me pincha el cuello—. Sé que vienen.
El letargo se precipita por mis venas, y con un extraño alivio me
doy cuenta de que esto es todo.
Supo sobre el FBI todo el tiempo.
Lo sabía, y nunca volveré a ser libre.
Traducido por Val_17
Corregido por Gesi
—Date prisa —sisea Anton desde la ventana delantera del lado del
pasajero cuando me acerco a la camioneta llevando el cuerpo de Sara
envuelto en una manta contra mi pecho—. ¿No recibiste ninguno de mis
mensajes? Están a menos de diez cuadras.
Aprieto mi agarre en mi manojo humano. —No podía irme hasta
que supiera lo que necesitaba.
—¿Y qué es eso? —pregunta Yan, abriendo la puerta trasera desde
el interior. Se desliza hacia un lado y me subo, teniendo cuidado de no
golpear la cabeza de Sara cuando la meto en el auto.
Ya es bastante malo que le doliera la cabeza antes de drogarla.
Ignorando la pregunta, acomodo la figura inconsciente de Sara
entre nosotros y cierro la puerta antes de atrapar la mirada de Ilya en el
espejo retrovisor. —Al aeropuerto. Hazlo rápido.
—Estoy en eso —murmura, golpeando el acelerador, y avanzamos
como un torpedo, bajando por la tranquila calle suburbana.
—¿Qué necesitabas saber? —insiste Yan, mirando el rostro de
Sara, la única parte de su cuerpo que no se encuentra envuelta en la
manta. Con sus gruesas pestañas desplegadas sobre sus pálidas mejillas,
parece una princesa Disney dormida, y no culpo a mi compañero por el
parpadeo de interés en su rostro.
No lo culpo, pero aún así quiero matarlo.
—¿Tiene algo que ver con ella? —continúa, ajeno, luego mira mi
rostro y palidece.
—Sí. —Mi voz es hielo puro—. Tiene que ver con ella.
Asiente, apartando la vista sabiamente, y envuelvo mi brazo
alrededor de los hombros de Sara, poniéndola cómodamente contra mí.
Escucho sirenas a lo lejos, acompañadas por el rugido de las hélices del
helicóptero, pero a pesar del peligro que se acerca, me siento tranquilo y
contento.
No, más que contento… feliz.
Sara me advirtió.
Me eligió cuando tenía todas las razones para no hacerlo. Puede
que todavía no me ame, pero no me odia, y mientras la abrazo con fuerza,
respirando la delicada fragancia de su cabello, estoy seguro de que algún
día me amará, que algún día tendré todo de ella.
Me advirtió —eligió ser mía— y ahora se quedará así.
La amo y la mantendré conmigo.
Sin importar lo que cueste.
…
La robé en la noche. La encerré porque no
puedo vivir sin ella. Es mi amor, mi adicción,
mi obsesión.
Haré cualquier cosa para que Sara sea mía.
Anna Zaires se enamoró de los libros a los
cinco años, cuando su abuela le enseñó a leer.
Escribió su primera historia poco después.
Desde entonces, siempre ha vivido parcialmente
en un mundo de fantasía donde los únicos
límites eran los de su imaginación. Actualmente
reside en Florida. Anna está felizmente cada con
Dima Zales (un autor de ciencia ficción y
fantasía) y colabora estrechamente con él en
todas sus obras.