Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Hacia la
nueva humanidad
Lecturas dominicales
Ciclo C
1
INTRODUCCIÓN
Nos es difícil expresarnos, y hay tantas posturas y opiniones distintas sobre el Evangelio porque
nuestras vidas no están comprometidas con él, porque no nos colocamos en el lugar de los que sufren las
injusticias, en el lugar de los desheredados de la tierra; porque nuestras vidas no están respondiendo al
plan creador de Dios.
La palabra vacía de contenido, vana, es lo más contrario a la Palabra de Dios, que es Jesús. Es la falta
de una vida solidaria con nosotros mismos y con el mundo, lo que hace tan superficiales tantas cosas en
nosotros y en los que nos rodean. ¿Nos extrañará que nuestra sociedad occidental viva tan lejos de los
planteamientos de Jesús y use la religión para otros fines? ¿Nos extrañarán las dificultades que encuentran
las teologías que surgen de los pueblos marginados?
Todas las maneras de concebir al ser humano quedarán superadas en la medida en que conozcamos el
proyecto de Dios sobre Jesús de Nazaret.
Cuando un cristiano se compromete con el reino de Dios, con el mundo de los pobres, va descubriendo
lo difícil y doloroso que es hablar. La teoría aleja los criterios; la experiencia de una vida comprometida
con la justicia y el amor, los va unificando. La verdad ofende a todos los que se ven perjudicados; por eso
la Palabra acabó su vida en el patíbulo. Es el dinero, y todo lo que él representa, lo que manda en este
mundo y al que se sacrifica todo lo demás. Y es imposible servir al Dios de Jesucristo y al dios dinero:
son incompatibles: ‘Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro;
o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero’
(Mt 6, 24).
Jesús no es una palabra ocasional, sino única y permanente, una interpelación continua, anterior a la ley
y a los profetas y a la creación del mundo. Frente a él todo queda relativizado y circunscrito a una época
determinada de la historia.
El Evangelio nació desde los pobres y entre pobres: Nazaret; Jesús, María y José; cueva de Belén; y
para los pobres y sencillos: pescadores y gente del pueblo: ‘A los pobres se les anuncia la Buena Noticia’
(Mt 11, 5), ‘Dichosos los pobres...’ (Mt 5, 3), ‘Fijaos en vuestra asamblea... lo necio del mundo lo ha
escogido Dios para humillar a los sabios. Aún más, ha elegido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo
que no cuenta, para anular a lo que cuenta...’ (1 Cor 1, 27-28), llama a los pobres al banquete del reino;
los otros tenían más que hacer: ‘Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis,
convidadlos a la boda’ ( Lc 14, 21). Y lo entienden los sencillos: ‘Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y
de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente
sencilla’ (Mt 11, 25). Esta fue la experiencia de Jesús durante toda su vida pública.
Para sintonizar con él necesitamos elegir ser pobres. Elección que nos llevará a tratar de vivir su amor,
y todas las bienaventuranzas, que sintetizan el Sermón del Monte (Mt 5-7), nos caerán encima como
consecuencia. De otra forma eliminaremos del Evangelio todo lo que de verdad compromete con este
2
mundo injusto y lo reduciremos –ya lo hemos hecho- a una lectura burguesa, sin compromiso personal y a
unas prácticas religiosas a las que, normalmente, asistimos como espectadores.
Jesús predicó el reino de Dios –‘Un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de
la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz’ (prefacio de la misa de Cristo Rey)- y
fundó la Iglesia para hacerlo realidad en el ahora y aquí. Un reino que implica toda la persona –cuerpo
y espíritu-; un reino que pretende transformar las estructuras injustas de este mundo y los corazones de las
personas; un reino que quiere saciar todas las hambres: de pan, de libertad, de justicia, de amor, de paz
para siempre.
Es necesario que reflexionemos, que profundicemos en los planteamientos de Jesús. Él vino a cambiar
la humanidad en sus estructuras y en sus miembros, ‘a quitar el pecado del mundo’ (Jn 1, 29).
No podemos entender su mensaje desde nuestro cristianismo sociológico, en el que los sacramentos se
mezclan con celebraciones consumistas; y la eucaristía, instituida en un ambiente entrañable de amor, se
usa para celebraciones sociales, militares, políticas...
El Evangelio responde a las ilusiones de los que, eligiendo ser pobres, trabajan seriamente para
instaurar la justicia, la libertad, la paz y el amor en toda la humanidad, aunque les cueste la vida, como le
sucedió a Jesús.
Tenemos que ajustar nuestras vidas a esa Palabra primordial; debemos escucharla para tener vida.
Palabra original, que cuestiona todas las demás palabras. Todas las palabras anteriores eran expresión
parcial de su plenitud. Las posteriores, no pueden ser más que clarificaciones de esta Palabra eterna.
Lo seguiremos profundizando a lo largo de estos comentarios a las lecturas dominicales del Ciclo C,
como hicimos con los Ciclos A y B.
3
DOMINGO PRIMERO DE ADVIENTO
CRISTO VINO, VIENE Y VENDRÁ
ESPERANDO AL SEÑOR QUE LLEGA
De nuevo somos convocados a celebrar el Adviento y la Navidad. Un ‘tiempo fuerte’ para preparar y
celebrar una única realidad: La venida del Señor a nuestras vidas. Al mismo Señor que anunciaron los
profetas; al que vino hace algo más de dos mil años; al que vendrá glorioso al final de los tiempos... Y al
que viene constantemente a nosotros y al que nunca acabaremos de acoger en nuestras vidas.
El misterio –realidad plena de vida- del Adviento resulta muy extraño al mundo contemporáneo. Un
mundo caracterizado por la técnica; por la búsqueda de los medios de progreso; por vivir, casi en
exclusiva, el presente.
Porque el mundo que estamos construyendo está lejos de lo que Dios planeó al crearlo. Dominado por la
fuerza y la injusticia, vacío de valores verdaderamente humanos y esclavo del dinero, y de todo lo que se
puede comprar con él, camina sin rumbo. ¿Qué podemos hacer frente a las decisiones de los poderosos...?
Para un mundo de estas características, y para la mentalidad que en él se está desarrollando, el fin último
y el retorno de Cristo parecen difíciles de concebirse.
¿Cómo ofrecer estas realidades a una sociedad agnóstica o atea en la práctica?
En este tiempo, la Iglesia nos anima a la vigilancia y a la esperanza.
Las lecturas que escucharemos, en este tiempo de Adviento, nos anuncian la salvación que esperamos;
nos invitan a la alegría y a la paz; nos llaman a la conversión.
El Mesías vino y se quedó con nosotros. Vino, pero aún tiene que venir. Está, pero no del todo. Actúa,
pero a través nuestro.
Desde este primer domingo hemos de contemplar la triple venida de Cristo: la histórica, la futura y la
actual, porque Adviento, en su realidad espiritual, no es cuestión de cuatro semanas, sino de actitudes:
Adviento puede ser cada instante de nuestra vida. Si vivimos en y para la espera del encuentro del Señor,
no celebraremos el Adviento, seremos ‘adviento’. Siempre estamos en adviento, si vivimos con el
corazón abierto a nuestro Señor que llega.
Cristo vino, vendrá y viene. Cristiano es el que espera activamente; el que sueña el mundo nuevo y lucha
por hacerlo realidad ahora y aquí. Adviento es tiempo de esperanza activa y paciente. Una esperanza que
necesita ser cultivada, hoy más que nunca, por los muchos obstáculos y alienaciones que esclavizan a
nuestra sociedad. Una sociedad a la que los anuncios lejanos de los profetas y los sueños de los que
quieren un mundo distinto, la dejan indiferente.
El Adviento nos invita a transformar el mundo, amándolo, trabajando por su transformación en el reino
de Dios y orando para que la ayuda de Dios no nos falte.
4
la preocupación del dinero, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá
como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra.
Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por
venir, y manteneos en pie ante el Hijo del hombre.”
(Lc 21, 25-28. 34-36)
Nos acompaña, este ciclo C, Lucas, el evangelio del perdón y de la misericordia.
Habrá signos en el sol... Antes que venga el Hijo del hombre se producirá un trastorno en el universo.
Lo que aquí se quiere describir no es la destrucción del mundo, sino una escena cósmica, en lenguaje
apocalíptico, para llamar la atención sobre la Parusía.
Según la concepción de la antigüedad, que concebía el mundo dividido en tres pisos, el universo está
ordenado y dirigido por fuerzas espirituales que tienen su morada en el espacio celeste. Al producirse
signos en el firmamento, en la tierra se verán las gentes presas de angustia y desconcierto, y el mar,
signo del mal y sujeto por el poder de Dios, quedará abandonado a sus impulsos caóticos.
¿En qué podremos apoyarnos cuando se tambalean las leyes más seguras?...
Todos, y en todas las épocas, henchimos nuestros pechos de esperanzas mesiánicas: la llegada de tiempos
de igualdad, de fraternidad, de justicia, de verdadera paz... en medio de tantas violencias e injusticias.
Y hemos de reconocer que, alumbrada entre dolores de parto (Jn 16, 21-22), la humanidad va
adquiriendo una nueva conciencia; dando a luz ‘algo’ que permanece definitivamente en la sociedad. Un
nuevo tipo de ser humano está surgiendo en la juventud actual; una deslumbradora conciencia de justicia,
de verdad, de igualdad, de paz, surge en las nuevas generaciones, unida a un desconcertante ‘pasotismo’,
vicio y facilidad.
La angustia, el vacío, la soledad, son el pan amargo de cada uno de nuestros días. Por eso no debemos
considerar el fin del mundo como algo sin conexión con el hoy de nuestra existencia. Por no haberlo
entendido así, lo hemos arrinconado en nuestra vida de fe. Sin embargo, todo el Evangelio nos está
revelando el carácter de plenitud y eternidad que tienen nuestras vidas.
La creación entera tiene que ser redimida. Ésta es una conclusión extendida a lo largo de todas las
páginas de la Biblia. Todo nuestro mundo, con las personas que en él viven, pasará a tener unas nuevas
condiciones creadas por Dios por segunda vez.
No debemos esperar el fin del mundo, sino el final de ‘este mundo’, esperando ‘trabajándolo’.
LA VUELTA DE JESÚS
Verán al Hijo del hombre venir en una nube... Es el término de la historia humana, el momento en que
se acabará el tiempo. A pesar de la importancia que los evangelios conceden al presente, un presente en el
que cada uno debemos asumir nuestras responsabilidades, no se olvidan de dirigir la mirada de los
cristianos hacia el futuro, pleno y definitivo, en el que el reino de Dios quedará establecido. Lección
imprescindible, ya que pensar la vida en cristiano es conceder al presente y al futuro la importancia que
merecen, es saber que la vida humana es mucho más que el ahora y aquí; que el presente no recibe su
plena significación más que en función del futuro, del esperado retorno de Cristo.
No perdamos de vista este final de la historia. Es clave para vivir en plenitud el presente. Con esta
lectura, la Iglesia nos hace recordar, al comienzo del Adviento, la segunda venida del Señor, objeto de
nuestra gran esperanza. Porque la vida no es un fracaso. El sentido de la historia está en el Hijo. Cristo
está ‘sembrado’ en el cosmos, como grano de trigo que muere, pero que con su muerte ha traído la
5
salvación. En la agonía de las personas que fracasaron sin consuelo, en la falta de sentido de una historia
que destroza la vida de sus mejores hijos... está llegando Cristo, está naciendo el mundo nuevo.
Al final triunfará el amor. La victoria es del amor.
Aunque los jóvenes de hoy crezcan agnósticos; aunque los seminarios se queden vacíos; aunque los
matrimonios yazcan rotos; aunque las drogas y el vacío amenacen con dejarnos desolados; aunque
mueran a millones los adultos y los niños... en Cristo todo tiene su sentido. Sepamos alzar la cabeza con
fe, puesta la confianza en el vencedor de la muerte: se acerca nuestra liberación
6
Llegan días en que las promesas hechas a toda la descendencia de Jacob –a la casa de Israel y a la casa
de Judá- (v 14) se cumplirán.
Jeremías se dirige a gente que hasta ahora ha vivido de ilusiones, que se ha obstinado en ignorar el
peligro que la amenaza, que ha buscado la seguridad sin apoyarse en Yahvé. Un pueblo que ha vivido en
el destierro con grandes sufrimientos, y que, al volver de él, está desilusionado. Es lo propio del ser
humano: comienza, sigue un tiempo, se desalienta, se cansa, cae en la tibieza...
Suscitaré a David un vástago legítimo, que hará justicia y derecho en la tierra (v 15). Jeremías nos
anuncia las mejores noticias. Los pueblos oprimidos serán liberados por la obra de un descendiente de
David, que llevará adelante la justicia de Dios.
El momento era oportuno: el pueblo vivía en medio de una gran desolación y pesimismo, al estar
interrumpida la dinastía real, el país hundido y el templo en ruinas.
La mente del profeta se proyecta directamente sobre un personaje ideal de la estirpe de David, al que
llama ‘vástago legítimo’, y al que describe como un rey justo, que implantará la justicia y el derecho en
un país entregado, con demasiada frecuencia, a la falta de honradez de sus pastores.
El profeta pretende estimular la esperanza y la confianza, mostrando que Dios es fiel a la palabra dada, a
pesar de las constantes infidelidades del pueblo.
Después la profecía se orienta al reino del Sur: En aquellos días se salvará Judá y en Jerusalén
vivirán tranquilos. Será tal la justicia de ese rey, que se llamará Señor-nuestra-justicia (v 16), porque
en todo prevalecerá la equidad.
Este oráculo, junto a muchos más, fue muy importante para la fe del pueblo de Israel en momentos de
desgracia y de confusión, de crisis de fe. Y lo orientó hacia la idea de un rey mesiánico que tendría Judá
un día, descendiente de David.
Jeremías, después de tantas desilusiones desgarradoras, les invita a poner la esperanza únicamente en
Yahvé. Un Dios que se hace presente cuando se confía exclusivamente en él.
Sólo una esperanza purificada de todos los ídolos –tener, poder, placer...- puede ser cristiana.
¿Qué decir de esta profecía, escrita hace unos 2500 años? ¿Es que Dios no cumple sus promesas? La
respuesta tenemos que buscarla en la fe.
Dios cumple siempre sus promesas. Pero a su tiempo. ¡Cuánto tarda casi siempre! Mientras, es el tiempo
de la espera y la esperanza. Si no hubiera tiempo de espera paciente, ¿cómo podría alimentarse la
esperanza?
Llegan días... Los días del cumplimiento, después del largo adviento de la humanidad. ¡Cuántos siglos
esperando al Mesías el pueblo de Israel! Llegan los días de superar todas nuestras esclavitudes y pecados,
todos nuestros vacíos, todo lo que nos impide vivir como imagen de Dios... y que cada uno sabemos
cuáles son.
7
Para terminar, hermanos, por Cristo Jesús os rogamos y exhortamos: Habéis
aprendido de nosotros cómo proceder para agradar a Dios: pues proceded así y
seguid adelante.
Ya conocéis las instrucciones que os dimos en nombre del Señor Jesús.”
(1 Tes 3, 12-4, 2)
La primera carta a los Tesalonicenses es el primer escrito del nuevo Testamento. Fue redactada por
Pablo, como una solución de emergencia al no poder ir él en persona, para dar respuesta a ciertos
planteamientos surgidos en aquella comunidad y ayudarles a progresar en la fe y en el amor. El ideal es
muy alto, tiende a plenitud, y nunca lo lograremos del todo.
La carta refleja la teología incipiente del Apóstol, empapada de conceptos apocalípticos y judíos.
Presenta como inminente la vuelta de Cristo, el Mesías. Venida que supondrá el fin de este mundo y el
inicio de otro perfecto y justo.
En la segunda carta a los Tesalonicenses, Pablo corregirá algo esta visión, que será superada a partir de la
segunda carta a los Corintios.
Sin embargo, el mensaje es totalmente válido. La presencia de Dios, su proximidad, sea cual sea su
interpretación, es el motivo de una vida cristiana activa y llena, don de Dios y conquista humana.
Tesalónica fue evangelizada por Pablo durante su segundo viaje misionero; probablemente en el invierno
de los años 49-50. Era una ciudad populosa, como lo sigue siendo ahora con su nombre actual: Salónica.
Contaba con uno de los mejores y más seguros puertos comerciales del mar Egeo.
El tiempo de evangelización fue corto: tres o cuatro meses. Pablo tuvo que abandonar precipitadamente
la ciudad (He 17, 1-10), antes de haber podido dar por terminada la necesaria catequesis.
En el año 51, Pablo está muy lejos de esa comunidad, y teme que se desalienten y resulte vana su labor
entre ellos, como consecuencia de las falsas predicaciones y de las persecuciones que sufren. Para
confirmarlos y exhortarlos a crecer en la fe, les envía a Timoteo (3, 1-5).
Al volver, Timoteo le ha traído buenas noticias. Pablo recibe gran alegría y queda más tranquilo,
sabiendo que están ‘firmes en el Señor’ (3, 6-8). Pero siempre hay posibilidad de progreso en el
conocimiento y vivencia de las verdades de fe.
Pablo termina la primera parte de la carta con una oración a Dios Padre y a Jesucristo. Una oración que
hace alusión a la fe de los tesalonicenses (3, 10-11, que no leemos hoy), a su amor (v 12) y a su esperanza
(v 13). Amor a todos (v 12): El verdadero amor es universal, tiende a infinito: es Dios. Sólo con un
corazón que abarque a toda la humanidad podemos amar de verdad a los que amamos. Desde la distancia,
Pablo no tiene otro objetivo que las virtudes teologales, fundamento del cristianismo. La fe de la
comunidad es frágil; nunca faltan lagunas a la fe. El segundo objetivo de su oración es el crecimiento en
el amor entre los hermanos y hacia todos los hombres. ¡Quién pudiera decir de sí mismo que ‘rebosa
amor’! Una fe y un amor que refuercen la esperanza, para que puedan presentarse santos e irreprensibles
ante Dios nuestro Padre. Santidad orientada en la dirección de la Parusía del Señor.
Al comienzo de sus exhortaciones morales –segunda parte de la carta y de la lectura de hoy-, Pablo les
reafirma ciertos preceptos morales cristianos, que ya les había inculcado en su predicación oral (4, 1-2).
Comienza con una recomendación de carácter general, pidiéndoles que caminen según las enseñanzas que
les dio cuando estuvo con ellos, y que miren siempre hacia adelante, tratando de progresar cada día. Se lo
pide por Cristo Jesús, en quien creen. Y no duda en ponerse él como modelo a seguir...
8
SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO
“EN EL AÑO QUINCE...”
9
Cuando Lucas quiere situar a Jesús en la historia, lo hace de la forma usual entre los escritores de su
tiempo: En el año quince... Nos presenta un buen número de personajes: Son los grandes de la época:
Tiberio, Pilato... Anás y Caifás. Pero la palabra de Dios no va a ninguno de ellos. Estos personajes
vivían en las ‘ciudades’ y ejercían el poder desde ellas. Están muy instalados y, por ello, incapacitados
para entender algo que merezca la pena. Anás y Caifás... Lo lógico sería que la Palabra viniera sobre
ellos... Pero creen saberlo todo y ya no esperan nada nuevo.
Dios comunica su Palabra a quien quiere. Ésta llega por caminos de encarnación y desde los pobres de la
tierra. A ninguna de las personalidades reconocidas y respetadas se dirigió Dios. ¿Por qué va a ser distinto
ahora, siendo las condiciones tan semejantes?
El escogido por Dios para preparar la venida de su Hijo es un hombre del desierto, un hombre que no
vive en los palacios ni frecuenta el templo. Será más que un profeta: el Precursor, que presentía como
nadie la cercanía del Mesías, la presencia del Espíritu.
Nuestra sociedad se deja llevar por los ‘personajes’, por los ‘famosos’. Y eso la incapacita para escuchar
palabras vivas, empachada como está de palabras vanas y vacías.
Dios se dirige a quien vigila en el desierto, al que vigila viviendo a la ‘intemperie’.
La palabra de Juan se convertirá en un trueno que se escuchará en toda Palestina.
10
Tenemos que tener el coraje de desprendernos, de eliminar lo ‘excesivo’ que tenemos, y buscar el ‘todo’
que nos falta. Para ello es necesario que Cristo ilumine nuestro corazón, para que seamos capaces de
discernir donde está en realidad lo que puede colmar nuestras vidas. Entonces veremos lo que muchos no
ven, y dejaremos de lado lo que atrae la mirada y los deseos de la masa.
¿Por qué grita tanto Juan? Porque ve al pueblo dormido y apagado, alienado. Y quiere despertarlo. Y
porque la Palabra le quema en la boca. Presentía un acontecimiento decisivo y el pueblo, mal dirigido por
sus dirigentes, no se enteraba. Había que gritar que Dios estaba cerca, que el Mesías iba a llegar, que
venía para llenar nuestras vidas de plenitud y eternidad, que todos verán la salvación de Dios.
Juan vivirá enteramente entregado a esta Palabra, vivirá para ella... el poco tiempo que le dejarán con
vida ‘los personajes’ de turno.
11
admiración de todos los demás pueblos (v 3). Se le dará un nombre nuevo: Paz en la justicia, Gloria en
la piedad (v 4). En ella habitará siempre la paz como fruto de la justicia. Los profetas, en su idealización
de los tiempos mesiánicos, inventaron nombres para designar a Jerusalén en su manifestación gloriosa.
Esta justicia de los tiempos mesiánicos es fruto del conocimiento de Dios, que suscitará una nueva alianza
escrita en los corazones.
El punto de oriente al que invita a mirar (v 5) no es un punto geográfico. Se trata de dirigir la mirada
hacia Dios. Idealiza los detalles del cortejo triunfal de retorno: fueron a pie al exilio, ahora vuelven con
gloria, con los medios de transporte más honorables (v 6).
Estaría bien que nosotros miráramos también en ‘esa’ dirección, para superar nuestras resignaciones y
desilusiones... la realidad implacable de siempre con su abrumador peso de mal, tinieblas, odios,
violencias, absurdos... Esta mirada distinta representaría el más grande desafío a la situación intolerable
en que vive la humanidad.
Todos somos capaces de ver lo que hay. Profeta-creyente es quien ve lo que todavía no existe. El realista
se limita a hacer el inventario de lo que tiene ante sus ojos. El hombre de la esperanza llama a la puerta de
lo que todavía no existe, pero que puede existir.
El creyente rechaza aceptar las cosas como están. Mira en dirección al Dios que viene a liberarnos de
todas nuestras esclavitudes.
Para facilitar más la vuelta de la comitiva, se transformará la misma topografía del terreno: rebajar los
montes y rellenar los barrancos (v 7), la ruta estará bordeada de árboles que darán sombra a la caravana
(v 8), porque Dios les guía (v 9). Un mundo de metáforas, lejos de la realidad de la penosa vuelta de los
repatriados bajo el mando de Zorobabel.
La lectura superpone dos planos: el del retorno del exilio y el de la entrada de los israelitas en la era
mesiánica, de la que aquél es el principio. Y todo lo que se relaciona con los tiempos mesiánicos debe
llevar el sello de lo maravilloso.
12
Así tendríamos que querernos todos... Porque la comunidad cristiana se construye y se alimenta de amor;
es amor. Porque el cristianismo es amor, como Dios. Porque el amor define a la comunidad, a la familia, a
la persona cristiana. Un amor que no se reduce a sentimientos. Porque no hay nada más esperanzador y
que refleje mejor la Trinidad de Dios que una comunidad de amor.
Siguen (vv 9-11) unas palabras de súplica a Dios, lógicas en un corazón que ama. Ora por ellos, para que
su amor fraterno sea cada día más abundante y para que su conocimiento de las cosas de la fe sea más
profundo y experimentado, para que sean capaces de apreciar y preferir los auténticos valores de la vida
cristiana, a imitación de Jesucristo. Está seguro de que Dios, que ha comenzado en ellos la buena obra de
la fe y del amor, la seguirá adelante hasta el final: hasta el Día de Cristo (vv 6 y 9), hasta el día del
juicio, al que, si siguen sus enseñanzas, llegarán cargados de frutos de justicia.
13
DOMINGO TERCERO DE ADVIENTO
EL CRISTIANISMO, UNA INVITACIÓN A LA ALEGRÍA
14
El pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el
Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos:
-Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco
desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego:
tiene en la mano la horca para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y
quemar la paja en una hoguera que no se apaga.
Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba la Buena
Noticia.”
(Lc 3, 10-18)
El texto evangélico de hoy consta de dos partes importantes: Las preguntas dirigidas a Juan y sus
respuestas y el testimonio del Bautista sobre Jesús y sobre sí mismo.
Las preguntas dirigidas a Juan y sus respuestas se refieren a la conversión que el Bautista predicaba.
Juan, que conocía perfectamente la observancia estricta de la ley por parte de los fariseos, el contenido de
la liturgia de la sinagoga, el apego del pueblo a sus tradiciones religiosas, el aprecio por el templo y su
culto... exige a todos la conversión.
El reino de Dios no es una simple adaptación o reforma de lo antiguo, sino un cambio interior. Juan sabe
que toda reforma es inútil si las personas no cambiamos interiormente, si no cambiamos de dirección.
Insiste en la revolución del corazón y de la mente. Busca cambiar las actitudes, la intencionalidad de los
actos.
El auditorio responde a su llamada: ¿Entonces, qué hacemos? Y Juan les –nos- da un principio general
de amor al prójimo y luego pasa a casos particulares. A cada uno le dice lo que más necesita cambiar para
preparar el camino del Señor, para convertirse. Porque la conversión se demuestra con las obras.
¿Qué hemos de hacer? Compartir con nuestros hermanos la comida y el vestido. Les descubre la
solidaridad. Nadie debe tener y guardar sólo para sí mismo; nadie puede llamarse dueño verdadero de lo
que le sobra, y ni siquiera de lo suyo. Mirad como hermanos a los que están a vuestro lado para ayudarles
a crecer. No los miréis como competidores, porque cuando se ve como rival al hermano, no es posible la
alegría. Convertirse: poner al servicio de los hermanos lo que tengo y lo que soy.
Sólo el que está dispuesto a responder, desde lo más íntimo de su vida, a la llamada de Dios, sólo el que
está dispuesto a hacer lo que sea preciso para ser fiel a esa llamada, podrá comulgar con la esperanza que
trae Jesús y encontrará la verdad de su existencia.
No pide a la gente que vayan mucho al templo –quizá ya iban- o que hagan muchos ayunos u otras
prácticas ascéticas. Les pide –nos pide- un cambio en orden a la justicia. Y les advierte que no confíen en
el hecho de ser de sangre judía, religiosos de toda la vida. Si algún pueblo o persona se sienten con
derecho a decir que es ‘escogido de Dios’, debe demostrarlo en su vivir. Esto se ve en las respuestas
concretas de Juan Bautista a las preguntas que le hacen algunos.
Y en primer lugar, algo que va para todos, aunque siempre sea mucho más duro para los ricos: El que
tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo.
Hemos de repartir para ser hermanos. Aquí lo concreta en el vestido y en la comida.
El compartir lo que se tiene es una actitud verdaderamente revolucionaria, imprescindible para hacer
realmente eficaz y humano todo cambio de estructuras. ¡Cómo cambiaría la situación insostenible de la
humanidad si se llevara a la práctica, aunque sólo fuera esta respuesta! La comunidad que Juan trata de
reunir está abierta a todos los que quieran avanzar por este camino. La Iglesia, cada comunidad y cada
cristiano deberíamos ser signos de este compartir.
15
Los oyentes le preguntan, porque Juan no parte de las leyes ya establecidas, sino de una situación nueva.
Anuncia un cambio radical y las actitudes sociales concretas que conducen a él: pasa de una sociedad
basada en el tener, a otra sociedad basada en el compartir.
Lo que tenemos que hacer es compartir lo que tenemos y somos, trabajar a favor de todas las personas.
16
Él se goza y se complace en ti,
te ama y se alegra con júbilo
como en día de fiesta.”
(Sof 3, 14-18a)
Sofonías es un profeta del siglo VII a. C. a quien correspondió –cómo no- vivir en un tiempo difícil, pero
esperanzador. Proclama su mensaje poco antes del reinado del rey Josías (años 640-609), en el que el país
está sumido en la miseria moral y en el que la amenaza de Asiria está presente desde hace muchos años.
Por estas razones, el mensaje de Sofonías es bastante pesimista: ya no tardará el ‘Día de Yahvé’, que
traerá consigo el castigo de Judá y el de las naciones; sólo un pequeño resto escapará a este drama.
Pero, en el momento de estar terminando su libro, se perfilan algunos signos de esperanza: el final del
imperio asirio está cerca; el retorno de la cautividad parece inminente. Además, el rey de Judá, Josías, se
presenta como un gran reformador. Un rayo de esperanza les llega a los judíos, que explotan de alegría y
entusiasmo, y que llevó a Sofonías a componer los dos pequeños poemas de la primera lectura de hoy
-auténtica joya de la literatura bíblica-, que sirven de conclusión a su libro, y que alentaron al pueblo, y
posteriormente se interpretó como una profecía mesiánica, que llenaría de gozo a los fieles de Yahvé que
esperaban al Mesías.
El tema principal de estos poemas es la invitación a la alegría, dirigida a Jerusalén. Los motivos son
dobles: el enemigo se aleja de las fronteras y el pueblo se renueva mediante el restablecimiento de la
alianza bajo Josías. Dos acontecimientos que muestran la manifestación de Dios a favor de su pueblo. De
aquí la alegría por verse libres de los enemigos; el peligro ya no existe, pueden vivir tranquilos,
recuperarse y empezar de nuevo.
Los enemigos de Israel, en sentido literal, eran los pueblos que le habían vencido y deportado. Para el
Israel creyente, los enemigos son el pecado y la muerte, últimos enemigos en ser vencidos por Jesucristo.
Este canto de júbilo del profeta invita a perder el miedo a todo, incluso a la muerte, que va a ser vencida.
¿No está Dios presente, en medio de su pueblo, como rey? Éste es el motivo mayor de esa alegría
desbordante: el Señor está en medio de ti, Jerusalén, y se goza y se complace en ti, te ama y se alegra.
¿Qué podía darles mayor seguridad y felicidad?
Con esta fe profundizada, el pueblo cristiano, llamado a la santidad, se siente confortado. No son
palabras vacías y sin sentido, sino realidades vivas y existenciales. La presencia de la Trinidad en el
cristiano es suficiente para no tener miedo a nada. Decía sor Isabel de la Trinidad: ‘Creo que he
encontrado mi cielo en la tierra; porque el cielo es Dios, y Dios está en mi alma’.
LA ALEGRÍA DE UN PRESO
“Hermanos: Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres.
Que vuestra mesura la conozca todo el mundo.
El Señor está cerca.
Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica con
acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios.
Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y
vuestros pensamientos en Cristo Jesús.”
(Fil 4, 4-7)
La segunda lectura nos trae un canto a la alegría, escrito por un preso: Pablo. Nos muestra el optimismo
cristiano, que sabe alegrarse incluso en las situaciones más tristes, porque confía en Dios.
17
Todo gira en torno a la alegría: Pablo ha recibido la ayuda de Dios, la ayuda de los cristianos de Filipos,
e incluso una vaga promesa de liberación. Pero Pablo se alegra, sobre todo, de la obra que Dios ha
realizado en la comunidad filipense –en toda la Iglesia-; de la proximidad del Mesías en la vida cristiana
de todos los días, hasta la Parusía.
Os lo repito, estad alegres. Pablo insiste. Está en esa edad en la que uno se reencuentra con lo esencial y
sólo lo esencial; en la que se abandona todo lo accesorio. Desde una vida llena de dificultades, Pablo se
reafirma en la alegría. Esa alegría que permanece cuando todo lo demás se olvida.
Nada os preocupe. Pablo precisa de qué alegría se trata. El cristiano vive confiado en la providencia que
vela por él, lo que le impulsa a la acción de gracias y a la plegaria confiada y filial. Es la alegría que viene
de Jesucristo, de su amor por la Iglesia; una alegría que implica la desaparición de la ansiedad, de la
angustia; una alegría que lleva a la acción de gracias. Una alegría cuya consecuencia última es la paz de
Dios, síntesis de todos sus bienes, que sobrepasa todo lo que podemos comprender e imaginar.
Tengamos presente el itinerario de Pablo para llegar a esta paz: sentir la cercanía de Dios, servir a todos
los hermanos, rechazar toda ansiedad, oración, acción de gracias. Alegría de sentirnos amados; alegría de
conocer lo que Dios quiere de nosotros; alegría que perdura aunque todo fracase, porque se apoya en
Cristo.
La alegría es parte esencial del cristiano que trata de seguir el camino de Jesucristo. ¿La estamos
experimentando?
18
DOMINGO CUARTO DE ADVIENTO.
“FUE APRISA A LA MONTAÑA”
19
El mundo sigue adelante. Y, sin embargo, algo trascendental ha ocurrido, aunque nadie haya sido
informado de ello. Dios se ha hecho presente entre nosotros, porque esa joven, que ahora camina por la
montaña, ha aceptado estar presente en el encuentro con él.
La vocación humana es, fundamentalmente, disponibilidad al proyecto de Dios sobre los seres humanos
y sobre el mundo. Disponibilidad, que no puede exigir ver claro, hasta en los detalles, antes de
comprometerse. La vocación humana es siempre ponerse en camino; la visión completa se irá teniendo a
lo largo del recorrido. Es decir, conoceremos el camino solamente después de haberlo recorrido hasta el
final. Las explicaciones vienen siempre después. A la fe del verdadero creyente le basta saber que él, el
Espíritu de Dios, va delante y sabe el camino.
La vida humana es un misterio de acogida, de disponibilidad, de libertad. Pero misterio en marcha por los
caminos de los hombres. Y es necesario caminar deprisa; tanto más deprisa cuanto más urgente y vital sea
el mensaje que llevamos. El ‘sí’, cuando brota del corazón, es siempre decisivo para nosotros y para los
demás. Pero es necesario ponerse en camino. La anunciación nos ha narrado lo que le ha sucedido a
María; la visitación, lo que María hace que suceda.
20
fiarán y no pedirán explicaciones. No poseerán, anticipadamente, las respuestas a sus interrogantes, que
serán muchos. Apuestan por ese Dios, que no defrauda cuando nos despojamos de las propias defensas y
nos entregamos totalmente a él, actitud de la verdadera fe.
Así María, y en cierta medida Isabel, se convierten en figuras de la Iglesia que, en la fe, acoge al
Salvador. Modelos de la comunidad cristiana que acoge los dones de Dios.
La Iglesia es creíble solamente cuando vive de fe; cuando rechaza todas las otras palabras, todas las otras
seguridades, para fiarse únicamente de la Palabra que es Jesús. Lo mismo cada cristiano. Una Palabra que
se va realizando cuando nos fiamos de ella.
¡Dichosos los que han creído!: podemos repetir hoy y siempre, a condición de demostrar nuestra fe en
las obras de la vida. Si hacemos así, también en nosotros se cumplirán todas las promesas del Señor.
21
Miqueas habla también del cambio que habrá con este nacimiento: la unión de Israel y de Judá –el resto
de sus hermanos- hecha por este pastor del pueblo, que llevará el nombre de Señor. Será un pastor que
llevará la paz a todos los rincones de la tierra. Él mismo será nuestra paz.
El mesianismo de Miqueas comparte, como vemos, las esperanzas puestas por Isaías en el linaje de
David, pero sus perspectivas están empapadas de pobreza y de modestia: es el David pastor de Belén
quien será el futuro pastor del pueblo, y no el David rey de Jerusalén.
Belén, ‘casa del pan’, fue la cuna de Jesús. Se va desvelando el estilo del Mesías. Belén era pequeño...
Aún así, pareció demasiado grande para Dios... y su Hijo nació en las afueras, en el pesebre de una gruta.
En la máxima pequeñez y anonimato, se desarrolla la obra divina. Son las cosas sin importancia las
preferidas de Dios. Belén, símbolo de lo pequeño, es el prototipo de todo lo grande a los ojos de Dios.
22
No más sacrificios de sangre, sino de amor. En Jesús, el templo, el sacerdocio y la víctima se han
identificado en su persona. Lo mismo debe suceder en los cristianos. Por eso, nuestra religión es ‘otra’
cosa. Todos quedamos santificados si seguimos al Mesías.
La entrega de la propia vida al servicio de la voluntad del Padre, en la obediencia y el amor, es el camino
cristiano por el que se llega a Dios; nunca mediante sacrificios cruentos.
El sacrificio fundamental de Cristo no reside en la cruz, sino en la comunión con el Padre durante toda su
vida. La muerte en la cruz fue la consecuencia de esa comunión.
Porque la voluntad del Padre jamás fue la muerte cruenta de su Hijo. Tal actitud sería impropia de un
Dios amor. El deseo de Dios ha sido que su Hijo participara plenamente de la condición humana, para que
toda la humanidad quedara transformada a través de su amor. Una existencia humana que implica la
muerte, de la que el Padre no ha excluido al Hijo.
Me has preparado un cuerpo. Frase puesta en labios de Cristo en el momento mismo de su
encarnación. Palabras que definen perfectamente la voluntad del Padre y que afirman que toda la vida de
Cristo tiene un alcance sacrificial, que la cruz no ha hecho más que sellar. Cruz, cuya razón profunda fue
‘quitar el pecado del mundo’ (Jn 1, 29), un pecado que siempre se resistirá a ser destruido y que se
encuentra incrustado principalmente en todos los poderes de este mundo. Esos poderes que le llevaron a
la cruz y que le habían tentado y perseguido desde el comienzo de su vida pública (Mt 4, 1-11; Lc 4, 1-
13).
23
NAVIDAD. MISA DEL DÍA
“Y ACAMPÓ ENTRE NOSOTROS”
24
Pero, ¿cómo encontrarlo? Como Dios se ha hecho tan pequeño, encontrarlo no es cuestión de ‘subir’,
sino de ‘bajar’. Si queremos encontrar a Dios, tenemos que ‘rebajarnos’. A él se llega si nos hacemos
como los niños (Mt 18, 1-5).
Hemos crecido demasiado. Nos hemos hecho muy cultos, muy fuertes, muy poderosos, muy
autosuficientes, muy engreídos. Vamos de dioses por la vida, mirando a los demás por encima del
hombro. El ‘problema’ de Adán y Eva perdura hoy: ‘Dios sabe que en el momento que comáis de ese
árbol, se abrirán vuestros ojos y seréis como Dios...’ (Gén 3, 5).
La Navidad nos recuerda que, si quiero ‘ir de dios’ por la vida, tengo que menguar, que mirar a los
demás desde abajo. Porque, la Navidad es, profundamente, un misterio de amor. Dios quiere ser hombre,
conocer experimentalmente la realidad humana. Quiere reír nuestros gozos y llorar nuestras lágrimas.
LA PALABRA ES DIOS.
“En el principio ya existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
Por medio de la Palabra se hizo todo,
y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
En la Palabra había vida,
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en la tiniebla,
y la tiniebla no la recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios,
que se llamaba Juan:
éste venía como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que por él todos vinieran a la fe.
No era él la luz,
sino testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera,
que alumbra a todo hombre.
Al mundo vino y en el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
Vino a su casa,
y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron,
les da poder para ser hijos de Dios,
si creen en su nombre.
Éstos no han nacido de sangre,
ni de amor carnal,
ni de amor humano,
sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne,
y acampó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria:
gloria propia del Hijo único del Padre,
lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
-Éste es de quien dije: ‘El que viene detrás de mí pasa
delante de mí, porque existía antes que yo’.
Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia;
porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad
vinieron por medio de Jesucristo.
A Dios nadie le ha visto jamás:
25
El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha
dado a conocer.”
(Jn 1, 1-18)
Como evangelio leemos el Prólogo de Juan, que es como el resumen de todo su contenido. En él se
contienen en síntesis las ideas de todos sus capítulos. Nos describe, en siete grandiosas estrofas, el origen
y la naturaleza. de Jesucristo. Los dos primeros versículos constituyen como una introducción al resto.
Juan ha querido poner una base sólida, darnos la razón última de por qué esta Palabra, que encarnada se
llama Jesús de Nazaret, puede hablarnos de Dios. Nos la presenta en la esfera divina, preexistiendo al
principio de la creación (Gén 1, 1ss), en plena comunión con el Padre. La Palabra tiene como contenido el
proyecto de Dios y su ejecución.
La Palabra es Dios. Una Palabra eterna, que existe más allá del tiempo; una Palabra que tiene como
función esencial hablar, dirigirse a nosotros, esperando ser acogida y respondida.
La palabra de una persona es la expresión de su intimidad, de su pensar, de su sentir, de su querer, de su
ser interior, de su misterio personal y de su vida. Es la manifestación activa de un yo para dejarse conocer
y ser aceptado o rechazado.
La persona que habla con sinceridad, compromete a escuchar. Por la palabra llegamos las personas al
encuentro, a la amistad, al amor, a la comunión... a la enemistad, al odio... Cuando la palabra sincera, que
expresa la vida del que habla, es escuchada con igual sinceridad, hay comunicación de vida.
Lo que llamamos Palabra de Dios es la expresión de su intimidad, de su pensamiento y de su voluntad,
de su ser personal, de su misterio y de su vida. Expresión total, plena, perfecta. Esta Palabra es el Hijo,
encarnada en Jesús de Nazaret.
Dios crea por su Palabra; re-crea por su Palabra; se hace Palabra en Jesús. Y Jesús nos revela la vida
íntima de Dios, que es la luz de los hombres.
26
La Palabra se ha encarnado entre nosotros; en nuestra historia para orientarla y hacerla luminosa. Ya no
estamos en tinieblas. Existe un sentido en la vida, un futuro, una esperanza. Si seguimos el camino de
Jesús, entraremos en comunión con la vida de Dios. Ha desaparecido la distancia entre Dios y nosotros y,
también, la búsqueda angustiada de Dios.
Ser cristiano hoy significa ser ‘signo’ para nuestros contemporáneos. Estamos obligados a buscar,
incansablemente, el modo de presentar esta palabra de forma que sea interpelante para los que nos rodean.
Somos cristianos en la medida en que lo somos para los que viven a nuestro lado, en la medida en que
hacemos presente a Jesús en la sociedad actual con nuestro modo de vivir. Esta es la ley de la
encarnación.
La primera lectura pertenece al Segundo Isaías, el que había anunciado el retorno de los exiliados a
Jerusalén (Is 40, 1-5). Ahora lo contempla como realidad, llegando ya a término. Y así, hace el gozoso
anuncio, tanto tiempo esperado: el pueblo regresa a su tierra, después del destierro en Babilonia.
Y lo mismo que en el Éxodo Yahvé precedía a su pueblo, en columna de nube y de fuego, también ahora
va delante de su pueblo, que regresa a la tierra prometida.
La noticia había llenado de alegría a los centinelas y a todos los que vivían desolados entre las reinas de
Jerusalén.
El profeta contempla, desde los muros de Jerusalén, el largo cortejo de los liberados de Babilonia que
vuelven. Yahvé ha consolado a su pueblo y ahora lo guía a la ciudad y al templo.
Por delante de los vigías de la ciudad, entre los que se encuentra el profeta, pasan las avanzadillas del
cortejo, mensajeros de la buena nueva, que ya han anunciado la liberación. Los vigías toman el relevo
de la voz de los mensajeros para darle un carácter oficial. Y, detrás de ellos, las voces de la muchedumbre
que, dentro ya de la ciudad, comenta el acontecimiento. El pueblo desterrado se ha encontrado, después
de muchos sufrimientos, con la libertad.
Es en la creación y en la historia de las personas donde Dios realiza sus planes. Planes que nunca dejan
de cumplirse, aunque pensemos que siempre lo hace demasiado tarde.
27
De este hecho histórico, el profeta pasa a una proyección universal. Esta nueva situación de Jerusalén
será vista por todas las naciones, la verán hasta los confines de la tierra. La referencia a la venida del
Mesías y a su universalismo salvador es evidente.
SÍNTESIS DE LA REVELACIÓN
“En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a
nuestros padres por los profetas. Ahora, en la etapa final, nos ha hablado por
el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido
realizando las edades del mundo.
Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su
palabra poderosa.
Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha
de Su Majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto
más sublime es el nombre que ha heredado.
Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: ‘Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado’? O:
¿’Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo’? Y en otro pasaje, al
introducir en el mundo al primogénito, dice: “Adórenlo todos los ángeles de
Dios.”
(Heb 1, 1-6)
La carta a los Hebreos fue escrita para hacer que los cristianos venidos del judaísmo abandonaran
conceptos ya superados, como la esperanza de la vuelta a los sacrificios del templo y a la ley de Moisés.
Carece de saludo inicial y comienza como cualquier tratado o exposición doctrinal.
Como el Prólogo de Juan, el de la carta a los Hebreos –segunda lectura- es un denso tratado de
cristología, una síntesis de toda la revelación divina. Contrapone el antiguo Testamento, en el que Dios
habló repetidamente por los profetas, con el nuevo, en el que nos habla por su Hijo, cuyas prerrogativas
señala. Un texto también en la línea del mensaje de Isaías sobre el ‘Enmanuel’ (Is 9, 2-7). Pero el autor de
esta carta lo hace desde una perspectiva ya cristiana, después de haber profundizado en la realidad divino-
humana de Jesucristo. Y así, nos ha dejado uno de los fragmentos más importantes del nuevo Testamento,
comparable, al Prólogo de Juan y a los textos iniciales de Efesios (1, 3-14) y Colosenses (1, 15-20).
Son dos las ideas fundamentales: la del contraste entre las dos revelaciones –antigua y nueva- (vv 1-2a) y
la afirmación de la superioridad del Mediador de la nueva (vv 4b-6), del que enumera los principales
títulos divinos (v 3) y su relación con el mundo creado, que le coloca por encima de los ángeles (vv 4-6).
Su comienzo es una especie de descripción de la entronización de Cristo en el cielo. El autor se fija,
sobre todo, en dos consecuencias de esa entronización: Cristo, convertido en Señor, está por encima de
los profetas y de los ángeles.
La primera parte trata de la superioridad de Cristo sobre los profetas. Incluye una rápida visión de la
historia de la salvación; una historia en la que Dios no ha dejado de comunicarse con nosotros, a través de
los profetas, hasta el día en que su Palabra fue totalmente revelada en la persona de su Hijo, al que aplica
títulos y atribuciones impresionantes: heredero de todo, creador, reflejo de la gloria de Dios, sustentador
del universo. Con él ha llegado la última etapa de la historia. Cristo ha sido, finalmente, quien ha
ofrecido el sacrificio decisivo que ha realizado la purificación de los pecados.
La segunda parte proclama la supremacía de Cristo sobre los ángeles al estar sentado a la derecha de Su
Majestad en las alturas.
28
LA FAMILIA DE NAZARET
EN EL TEMPLO A LOS DOCE AÑOS
29
Dios se ha revelado en el seno de una familia. Con los datos del evangelio de hoy podemos configurar, a
grandes rasgos, lo que debe ser una familia cristiana: el lugar privilegiado para las primeras oraciones,
para las primeras prácticas religiosas... a través del ejemplo de las propias vidas de los padres; el lugar
ideal para conseguir un clima de amor, de libertad, de justicia, de compartir, de actuar juntos; la escuela
de realización personal, cuyos maestros son los padres. Lo harán según sean ellos. No deben quejarse de
los resultados, porque... los hijos suelen ser calcos de los padres.
No sabemos mucho de la familia de Jesús. Pero una cosa es segura: Dios quiso que Jesús naciera y viviera
en una familia pobre, una familia obrera. Una familia que tuvo la amarga experiencia de la emigración y
las zozobras de la persecución. Una familia con momentos extraordinarios, como la presentación en el
templo, y luego meses y años de vida sencilla, de trabajo en Nazaret.
Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. La subida a Jerusalén, al
Templo, estaba prescrita por la Ley para las tres grandes fiestas del año: Pascua, Pentecostés y
Tabernáculos, y obligaba a todos los hombres, aunque estaban dispensados de acudir los que vivían lejos.
Las mujeres y los niños solían acompañarles. Iban en caravanas de familiares y vecinos.
Cuando Jesús cumplió doce años sucedió un episodio que para él significó nacer a una nueva
experiencia y a una nueva manera de relacionarse con sus padres. ¿Cómo sería Jesús a esta edad ‘sin
pecado’? (Heb 4, 15) Para José y María significó también un nacer a una modalidad distinta de entender
y tratar al hasta ahora niño Jesús.
Jesús se comporta como un muchacho normal de su edad. Si tenía doce años, le faltaba uno para ser
considerado adulto por el judaísmo. Está en el umbral del segundo nacimiento de todo ser humano: el
paso a la adolescencia y, con ella, a la entrada en el mundo de los adultos. Debió ser para él un viaje lleno
de ilusión. No es extraño que sintiera ganas de quedarse, al irse haciendo consciente de la llamada del
Padre a la que será su vocación de adulto.
A esta edad, Jesús se tenía que haber dado cuenta ya de muchas cosas. La lucha de clases era evidente, lo
mismo que la opresión y el negocio que ejercían los dirigentes del templo sobre el pueblo.
En esta visita, Jesús comienza el proceso de su nacimiento como hombre responsable en el mundo,
comienza a afirmarse como persona distinta. Es el primer aldabonazo de quien un día, aún algo lejano, va
a romper dolorosamente la propia estructura familiar, para consagrarse a la gran familia universal.
Hasta ahora, los padres han elegido por él, han establecido las normas de su conducta y, en gran medida,
lo han ido modelando y aconsejando de la forma que consideraban mejor para él. Siempre bajo la guía de
la Sagrada Escritura y de una constante oración. ¡Cuántos valores y comportamientos de Jesús tuvieron
origen en sus padres!
¡Qué tres días! Es la noche de una fe oscura, que no ve las razones humanas de una actitud
desconcertante. Hay que cerrar los ojos a las razones humanas y dejarse conducir por los senderos
insondables de la fe.
Le encuentran en el templo, sentado en medio de los maestros. No se dice de qué hablaba Jesús con
ellos. Sólo se nos dice que los dejaba asombrados de su talento. Pero, ¿de qué iban a hablar más que de
la Ley, de su interpretación?
30
Si, años más tarde, el templo va a ser el punto clave de la lucha de Jesús con los rabinos, se puede
suponer que sus visitas de joven a Jerusalén eran un acumular datos. Años después todo estallaría con
fuerza profética.
31
Posiblemente sea ésta una de las mayores alabanzas para ellos y para todos los padres. Si los hijos
mayores están a gusto con sus padres por algo será.
Cuando Jesús nos habla de Dios como Padre, del amor, de la amistad; cuando nos dice lo que le
ilusiona... estaría hablando de su propia familia. ¡Cuánta influencia de sus padres en el mensaje de Jesús!
Jesús iba creciendo... Se repite la frase ya dicha al regreso de la presentación en el templo (Lc 2, 40); y
que ya antes se había aplicado a Juan Bautista (Lc 1, 80). Al no tener pecado, su desarrollo es superior al
de todos los demás. Le sucedería lo mismo a cualquier niño que viviera en sus mismas circunstancias.
‘El pecado del mundo’ (Jn 1, 29) nos va llegando a todos según vamos creciendo. El ambiente, incluido
el familiar, nos corrompe y nos hace cada día más incapaces de amar. Sin olvidar el mal que cada uno
tenemos dentro de nosotros, y que va saliendo a la superficie en la medida que crecemos. Por eso,
nosotros no crecemos como Jesús.
Jesús crecía en sabiduría, ahondaba en las causas profundas de todo lo que sucedía a su alrededor. Y
sacaba conclusiones. Nosotros crecemos en conocimientos sueltos que no nos ayudan –ni queremos- a
profundizar en la realidad, que no nos preparan casi nunca para la vida. No buscamos con ilusión la
voluntad del Padre sobre nosotros. Nos encontramos bien en la cultura burguesa.
Jesús crecía en estatura. Como nosotros. Para ello basta que pasen los años de desarrollo dentro de unas
condiciones mínimas de subsistencia. Para muchos millones de niños estas condiciones mínimas no se
dan, y tienen que pagar con su muerte prematura los egoísmos inconfesables de la humanidad.
Jesús crecía en gracia; crecía en el amor hacia adentro, hacia el Padre, y hacia fuera, hacia los hermanos.
Y se notaba. Para él eran el mismo amor. El amor del Padre era el motor de su amor al Padre y a los que
le rodeaban. Nosotros encontramos muchas dificultades para el desarrollo del amor dentro de nosotros
mismos y en el ambiente que nos rodea..
Cada una de nuestras familias debería ser un lugar de crecimiento. Lo mismo cada una de nuestras
comunidades. Este crecimiento en el amor no termina nunca.
Jesús iba descubriendo su camino, sentía necesidad de vivirlo. Pero no rompe con los suyos. No podemos
romper totalmente con la generación anterior. Debemos aceptarla como un puente entre el pasado y el
futuro. No podemos empezar todo de nuevo. La independencia personal y el romper con algunas cosas,
no excluye el respeto y el agradecimiento al pasado.
La vocación de los hijos es crecer, madurar, independizarse, para poseerse y comunicarse. Sólo el que se
posee puede darse, puede comunicarse. Para ello deben ayudar los padres con su ejemplo.
32
-Señor, por tu vida, yo soy la mujer que estuvo aquí junto a ti, rezando al
Señor: Este niño es lo que yo pedía; el Señor me ha concedido mi petición.
Por eso se lo cedo al Señor de por vida, para que sea suyo.
Después se postraron ante el Señor.”
(1 Sam 1, 20-22. 24-28)
Ana, mujer estéril, ha palpado en sí misma la misericordia y la gratuidad de Dios, que le ha concedido un
hijo: Samuel. Un hijo que cederá al Señor de por vida, para que sea suyo.
La idea de la consagración de un niño al servicio de Dios es normal en la época del nacimiento de
Samuel (hacía el año 1070 a. C.). La descripción de la ceremonia del ofrecimiento (lectura de hoy) se
hace, ante todo, para que sirva de introducción al ‘cántico’ de Ana (1 Sam 2, 1-11); y que ha servido de
inspiración a Lucas para el ‘Magníficat’, el canto de María (Lc 1, 46-55).
Samuel ha sido para su madre un regalo de Dios. El hijo es para ella como si Dios se lo hubiera confiado;
no se siente en absoluto poseedora de él. Por eso, después de la ofrenda (v 24), Ana presenta el niño al
profeta Elí. Puesto que Dios se lo ha regalado, la madre quiere que se quede en el santuario sirviendo al
Señor como propiedad suya. ¡Cuánto riesgo de ‘posesión’ en los padres de todas las épocas! Ana se lo
ofrece para siempre a Yahvé. De esa forma, Samuel no sólo fue un don para su madre, sino también para
todo el pueblo.
Esta actitud de la madre de Samuel debería ser la de todos los padres. Ningún padre tiene la propiedad de
sus hijos. Los padres tienen la misión, además de dar la primera vida, de ayudar a crecer a sus hijos en
todas las direcciones: espiritual, física, cultural...; de hacer que los hijos ‘sean’ personas verdaderas,
‘siéndolo’ primero los mismos padres. ¿De qué puede servirles lo que les digan si el modo de vivir de los
padres contradice sus palabras? Deben ofrecer los hijos a Dios, a la sociedad, a todos aquellos que los
necesiten. Para ello es fundamental que los preparen desde pequeños...
33
‘Los que practican la justicia’ (1 Jn 2, 29, que no se lee), los mandamientos, son realmente hijos de Dios,
nacidos de él a una nueva vida (vv 1-2).
Aunque la verdadera comunión con Dios y con los hermanos está reservada a la eternidad (v 2), aunque
esta comunión esté ya actuando en la vida presente de manera misteriosa, que se sustrae a las miradas del
mundo (v 1), ¿de qué criterios disponemos para saber si esa comunión nos acompaña verdaderamente en
esta tierra? ¿Cómo podemos ‘percibir’ esa presencia?
Podemos conocer experimentalmente que Dios habita en nosotros (v 24), por la manera en que
guardamos los mandamientos. Esta observancia de los mandamientos, hará que nuestra conciencia no
nos condene, de forma que podamos tener plena confianza ante Dios de ser escuchados (v 21).
El mandamiento que nos dará la seguridad delante de Dios y nos garantizará su presencia entre nosotros
es doble: creer en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo
mandó (v 23).
Estos dos preceptos nos los presenta Juan de forma que parecen constituir uno sólo. Para Juan, no son
dos virtudes distintas: la fe por una parte y el amor por otra, sino dos dimensiones trascendentes e
inmanentes de una única actitud: somos hijos de Dios por nuestra fe, y el amor a todos los hermanos
deriva de esa filiación.
¿Cómo podrán fallar las familias cristianas si ponen como norma de su vida el estilo de esta fe y de este
amor al Padre en todos los hermanos?
34
SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS.
A “LOS OCHO DÍAS”
MADRE DE DIOS
Hoy celebramos los cristianos la fiesta mariana más importante: María es Madre de Dios. Esta
maternidad es la que más identifica a María, la que fundamenta y explica todas las demás. Si es
Inmaculada, si nunca tuvo pecado, si vivió plenamente el seguimiento de su Hijo, si estuvo llena del
Espíritu, si fue subida al cielo, es porque dio a luz al Hijo de Dios.
No cabe en lo humano mayor dignidad y mayor responsabilidad. Toda persona es apta para recibir a
Dios, pero la capacidad de María fue la mayor que se puede dar en una criatura humana.
No sabemos cómo se realizó el misterio, no sabemos qué conciencia tenía María de este misterio, pero
hubo sin duda una progresiva compenetración, una perfecta comunión entre la madre y el hijo; el mayor
acercamiento posible entre una criatura y el Creador.
De su maternidad divina se deriva su maternidad universal, que sea Madre de la Iglesia y de cada uno de
nosotros.
Jesús, el Hijo de Dios y el Hijo de María, vino a nosotros para hacernos partícipes de su doble filiación:
la divina y la humana. Y así podemos llamar a Dios Abba-Padre, y decir a María, Madre. Y sentirnos
todos hermanos, y vivir como tales. Porque Cristo se prolonga en todos nosotros. Hay algo del Hijo en
cada uno de los seres humanos que aman...
María es la Madre elegida por el Hijo de Dios. ¡Cuántos rasgos, cualidades... del Hijo serían de la Madre!
Sus gestos, su ternura, su acento, sus ideales... evocarían a la Madre.
35
Jesús pertenece a la raza judía, nace inserto plenamente en la vida de su gente y en la mentalidad y
religión que caracterizaban a aquella unidad nacional. Por eso, en su nacimiento e infancia se cumplen
rigurosamente los ritos señalados por la ley de Moisés. Años después, el amor a sus mismos hermanos
oprimidos le llevará a prescindir de esa ley, usada con frecuencia por los dirigentes religiosos para
manejar y oprimir al pueblo en nombre del propio Dios.
La circuncisión era el signo por el que, junto a la imposición del nombre, se entraba a formar parte del
pueblo elegido, el signo que comprometía a todos los hebreos en el mismo destino y el mismo estilo de
vida, el signo con el que ponían de manifiesto su compromiso de fidelidad a la Alianza (Gén 17, 2-27).
Los profetas y la ley siempre exigieron la ‘circuncisión del corazón’, como prenda de la veracidad de la
circuncisión de la carne.
La ceremonia de la circuncisión terminaba, normalmente, con la imposición del nombre al circuncidado.
Porque ha surgido de Israel, porque ha comenzado siendo un auténtico judío, Jesús fue circuncidado al
octavo día como todos los niños de su pueblo.
La referencia a la circuncisión aparece para situar los hechos en el tiempo y en el contexto de la fe judía.
Lucas se muestra más interesado en la imposición del nombre, realizado en la misma ceremonia, para
resaltar la novedad que aquel Niño significaba, dentro de la fidelidad a las leyes judías que observaban
sus padres.
Le pusieron por nombre Jesús. Impone el nombre el padre o aquél que tiene autoridad sobre el recién
nacido. En el antiguo Testamento, el nombre se halla estrechamente unido a la persona: indica su misión,
su destino. Por eso, cuando Dios escoge de manera especial a una persona, asignándole una misión
determinada, le impone directamente el nombre. La imposición del nombre a Jesús, significa que Dios
mismo lo ha escogido para realizar una obra importante dentro de su pueblo. Esto es lo que a Lucas le
interesa resaltar.
Al señalar que el nombre dado a Jesús es el mismo que había indicado el ángel, el autor reúne en un todo
los acontecimientos que van desde la anunciación a la circuncisión.
36
La Paz viene de Dios, es Dios; la ‘guerra’ en todas sus facetas de hambre, manipulación de las palabras...
de los humanos.
Educar para la paz significa abrir las mentes y los corazones para acoger los valores básicos para una
sociedad que pretenda la paz: la justicia, la verdad, la libertad y el amor. Un proyecto educativo que
abarca todas las facetas de la vida de todos y dura toda la vida.. Un proyecto que hace de la persona un ser
responsable de sí mismo y de los demás; una persona capaz de promover, con valentía e inteligencia, el
bien de toda la persona y de todas las personas. Para ello es necesaria toda la sociedad. Dice un proverbio
africano: ‘Para educar a un niño es necesaria toda la tribu’.
Esta formación para la paz será más eficaz si todos los que trabajan por hacerla posible lo hacen unidos.
El tiempo y los recursos dedicados a la educación son los mejor empleados, porque son decisivos para el
futuro de la persona y, por lo mismo, de la familia y de toda la sociedad.
Para educar a la paz, el ser humano debe cultivarla primero en sí mismo. Esa paz interior, que viene al
creyente que se sabe amado por Dios y que desea corresponder a ese amor mejorando el mundo.
Los padres realizan esa misión educativa en los hijos, principalmente, a través de sus propios
comportamientos. Las relaciones entre los miembros de la familia influyen profundamente en la
psicología de los hijos. Esta primera educación es de capital importancia. Si las relaciones con los padres
y con los demás miembros de la familia están marcadas por el afecto y el desprendimiento, los niños
aprenden por experiencia directa los valores que favorecen la paz: el amor por la verdad y la justicia para
todos, el sentido de una libertad responsable, la estima y el respeto del otro. Al mismo tiempo, creciendo
en ese ambiente acogedor, tienen la posibilidad de percibir, reflejado en sus relaciones familiares, el amor
mismo de Dios, lo que les hace madurar en un clima capaz de descubrir que todas las personas que
existen en el mundo son sus hermanos. Ya no le será difícil descubrir la injusticia en que viven millones y
millones de hermanos, y habrá dado un paso importante hacia el camino que lleva a la verdadera paz.
Esta educación para la paz debe cultivarse particularmente en la difícil etapa de la adolescencia, época en
la que se pueden tomar decisiones definitivas para la vida.
37
El hombre bíblico tiene conciencia de que no es el dueño de la felicidad a la que se siente impulsado con
todas sus fuerzas. La bendición es para este hombre una manera de reconocer que no puede realizar ese
deseo sino reconociendo el origen divino de toda felicidad y llevando una vida de fidelidad con Dios.
Ilumine su rostro sobre ti equivale a la benevolencia de Dios, y, fruto de ella, a la paz, resumen de
todos los bienes que Yahvé nos otorga. Por eso el reino mesiánico se nos presenta, ante todo, como un
reino de paz (Is 9, 6).
El nombre de Yahvé debe ser invocado por los sacerdotes sobre el pueblo (v 27), como símbolo de sus
buenas relaciones con los israelitas, que son posesión suya. El nombre simboliza a la persona, y así el
nombre de Yahvé representa lo que el Dios de Israel está siendo en la historia para su pueblo.
Poco a poco, los israelitas se irán haciendo conscientes de la presencia misma de Dios en medio de ellos.
Un Dios al que le afecta la prosperidad o adversidad por las que pase el pueblo elegido; como le sucede
al marido con la esposa.
38
convierten en hijos adoptivos y herederos del Padre, en un mundo nuevo en el que todo es libertad y
amor.
¿Cómo comprender la llegada con Jesucristo de la plenitud de los tiempos, cuando todo parece que sigue
igual en el desarrollo de la humanidad?
Porque Jesús de Nazaret, sujeto a todo lo humano menos al pecado, ha vivido cada momento de su vida
en plenitud. Desde entonces, ya nada ha sido igual... desde la fe. La presencia del Espíritu, que todo ser
humano posee dentro de sí, está llevando adelante la nueva humanidad. Una presencia que únicamente
descubren quienes, a imitación de Jesús, van intuyendo el sentido de la vida construyendo la nueva
humanidad en el ahora y aquí.
39
SEGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE NAVIDAD
NUESTRA TINIEBLA NO QUIERE LA LUZ
40
Surgió un hombre enviado por Dios,
que se llamaba Juan:
éste venía como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que por él todos vinieran a la fe.
No era él la luz,
sino testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera,
que alumbra a todo hombre.
Al mundo vino y en el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
Vino a su casa,
y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron,
les da poder para ser hijos de Dios,
si creen en su nombre.
Éstos no han nacido de sangre,
ni de amor carnal,
ni de amor humano,
sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne,
y acampó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria:
gloria propia del Hijo único del Padre,
lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
-Éste es de quien dije: ‘El que viene detrás de mí pasa
delante de mí, porque existía antes que yo’.
Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia;
porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad
vinieron por medio de Jesucristo.
A Dios nadie le ha visto jamás:
El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha
dado a conocer.”
(Jn 1, 1-18)
La Palabra estaba junto a Dios, en comunión plena y absoluta con el Padre y el Espíritu. Por eso,
puede hablarnos de Dios, de su intimidad, de su vida, de su amor, de sus designios de misericordia. Una
Palabra que siempre se dirige a alguien; que espera ser escuchada y acogida. Una Palabra que espera
respuesta. Al que va respondiendo de verdad, se le va iluminando la vida de cada día y va adquiriendo esa
Palabra-Sabiduría (primera lectura). Va aprendiendo, ‘desde dentro de sí mismo’, el amor del Padre Dios.
El gusto de la Palabra lo tiene únicamente quien tiene el gusto del silencio. El hombre de la Palabra es,
ante todo, el hombre del silencio. Antes de tener el ‘gusto’ de las palabras, los verdaderos profetas se
encuentran bien en el silencio. En el silencio es donde se apoderan de la Palabra, la hacen suya, carne de
su carne y vida de su vida. Quizá sea mejor decirlo al contrario: en el silencio es donde la Palabra se
apodera de ellos, los hace suyos.
Es en el silencio donde la Palabra se incorpora a nosotros, se encarna en nosotros, madura en nosotros. Y
nosotros maduramos en ella. Es en el silencio donde la Palabra alcanza su propia fuerza creadora, donde
encuentra su fecundidad, y nos descubre nuestra verdad. Sin silencio, decimos cosas, pero nuestras
palabras se niegan a interpelar, no dicen nada.
41
Nuestras palabras y nuestra vida, en este mundo dominado por el ruido, llegarán a su destino si están
impregnadas de silencio. Este es el caso de Juan el Bautista, que surgió del desierto y vivió en él. Lo
mismo podemos decir de las comunidades cristianas primitivas que nos han transmitido su testimonio,
confirmado por su propia experiencia. Testimonio realista, humilde, en el que ha desaparecido todo
triunfalismo personal.
42
La aparición de la Palabra en la carne, por gratuita e inesperada que parezca, no carece de continuidad
con otras manifestaciones: era ya audible en la Creación y en la Historia, por una parte, y en la Ley y los
Profetas, por otra. Quienes no sean capaces de leer su intervención en los campos de la Creación o de la
Revelación, no podrán tampoco descubrir la Palabra hecha carne. Y, recíprocamente, creer en la Palabra
hecha carne es también encontrarla en la Creación a la que anima, en la Humanidad que asume y en las
Escrituras que inspira.
43
normas del culto litúrgico. De esta forma, la sabiduría echó profundas raíces en Israel, pueblo escogido y
predilecto de Dios, del que hizo un pueblo glorioso.
La Sabiduría es un don del Espíritu Santo. Nuestra sabiduría es siempre muy limitada e imperfecta, pero
vale más que todo el oro del mundo. Viene a nosotros para iluminarnos, si la dejamos. Paga con creces
cuando es acogida. Jesús de Nazaret, Palabra encarnada, llegó a poseerla en plenitud,
44
LA EPIFANÍA DEL SEÑOR
LA PARÁBOLA DE LOS MAGOS
45
Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al
niño con María, su madre, y cayendo de rodillas, lo adoraron; después, abriendo
sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.
Y habiendo recibido en sueños un oráculo para que no volvieran a Herodes, se
marcharon a su tierra por otro camino.”
(Mt 2, 1-12)
Dentro de la humanidad, quizá podamos distinguir dos tipos de personas: las que ‘sueñan’ y las que se
limitan a dormir. Las primeras ‘hacen’ la historia; las otras se dan cuenta, cuando despiertan, de lo que ha
sucedido, de lo que habrían podido hacer también ellos si hubieran tenido el coraje de soñar. El soñador
es el más realista, porque lucha por empujar la historia para ponerla a la altura de sus sueños. Están
también los que harán todo lo posible por impedir que los soñadores logren sus propósitos. La parábola de
los Magos de Oriente las interpreta con toda fidelidad.
El mensaje de esta parábola lo podemos resumir: Dios se ha manifestado en Jesús como estrella que
ilumina llenando nuestros vacíos, que libera y salva, que da vida plena y para siempre a todos los pueblos.
La mayoría ni se enteró; los sumos pontífices y los letrados del país la rechazaron; Herodes temió al
competidor. Pero algunos, unos Magos de Oriente, extranjeros venidos de lejos, se dejaron iluminar por
ella y encontraron, llenos de inmensa alegría, lo que tanto habían anhelado. La estrella brilla en el cielo
para todos, pero el descubrirla y seguirla es tarea de cada uno. Todos podemos gozar de su luz, levantar
los pensamientos hacia el cielo, llenarnos de esperanza... a la luz de la estrella, porque a esa altura nadie
puede apropiársela. Y, como los Magos, dejarnos cautivar por su luz. Pero, los humanos insistimos en
mirar para la tierra, que es donde están nuestros verdaderos intereses. ¿Qué sacamos con mirar las
estrellas?
Se pusieron en camino. La estrella sólo es visible por el camino. En Jerusalén, donde ni el pueblo ni los
dirigentes esperan cambio alguno, no pueden verla. Si nos instalamos en la comodidad y el conformismo
nunca descubriremos una ‘estrella’. A los Magos se les vuelve a aparecer cuando se alejan de la ‘ciudad’
de los hombres masificados. Todas las generaciones y todos los humanos fecundos han sido inquietos,
inconformistas, deseosos de superación. Han intuido que en cualquier momento pueden descubrir una
estrella, una vocación acuciante a algo nuevo, una llamada irresistible para buscar y realizar el porvenir.
Cada persona y cada generación tenemos ‘nuestra estrella’, nuestra misión que realizar, que tenemos que
descubrir y seguir, si queremos ayudar a que avance la historia en la dirección que quiere el Padre.
Es interesante reflexionar cómo los Magos llegan del desierto para encontrar al rey recién nacido, y
vuelven al desierto después de haberle ofrecido sus dones. Representan al ser humano caminando por el
desierto de la vida, en constante búsqueda de una estrella que le oriente; al ser humano que pregunta, que
pasa por momentos difíciles y arriesgados; al ser humano que acabará encontrando, en su camino de
búsqueda, al Dios presente en la vida de cada día. Hoy en un niño...
Todo puede ser signo de Dios, y todo puede ser camino para llegar a él, porque Dios se manifiesta de
muchas maneras. Pero para que se produzca el encuentro, tenemos que estar caminando y buscando.
Como los Magos: hombres del desierto, mirando siempre hacia delante, cuestionando a las estrellas,
preguntando a los que creen viajeros como ellos; sin desalentarse ante los continuos fracasos, buscando
sin interés egoísta, con humildad y generosidad, sabedores de que nunca lo sabrán todo.
Los Magos van despistados al palacio de Herodes. Tenían buen corazón, pero les faltaba conocimiento
del montaje de las sociedades humanas de siempre.
46
Los que detentan el poder legítimo facilitan la respuesta exacta, pero sin dejarse implicar. La seguridad
que tienen en sus conocimientos les hace faltar a la cita decisiva. Se creen el centro de todo lo humano y
lo divino, y no pueden caer en la cuenta, por su autosuficiencia, de que Dios se manifiesta al margen de
los programas, normas o reglas y de los lugares fijados por las tradiciones. La posesión del saber les ha
incapacitado para lo esencial: la sorpresa de los caminos de Dios. Se creen que Dios depende de ellos,
cuando únicamente se guía por su libertad y por su amor a todos.
Los buscadores del Rey de los judíos que ha nacido tienen que salir fuera del palacio y de la ciudad y
fiarse de la estrella, que volvió a guiarles cuando se pusieron en camino.
La estrella... vino a pararse encima de donde estaba el niño. El signo ha sido extraordinario. La
realidad aparece modesta, decepcionante a simple vista: una casa cualquiera, una escena muy corriente,
unas personas pobres, insignificantes. Pero estos son los signos de Dios.
47
¿Nos concierne todo esto? ¿La aventura de los Magos nos hará sospechar que los lejanos podemos ser
los que nos hacemos la ilusión de ser cercanos? Vemos que la manifestación del Señor no está destinada a
los que saben... sino a los que afrontan el riesgo del camino, sin otros deseos que descubrir al único capaz
de llenar de luz este mundo empeñado en vivir en tinieblas.
Desde entonces, Jesús vive de incógnito entre nosotros; vive encendiendo, en los corazones inquietos e
insatisfechos, estrellas que los pongan en camino de la vida verdadera, de esa vida que lleva al Padre.
UNIVERSALIDAD DE LA IGLESIA
La fiesta de la Epifanía nos invita a mirar hacia nuestra Iglesia: este misterio de comunión universal que
reúne tantas diversidades, y que, pese a todas sus imperfecciones y pecados, sigue siendo para nosotros la
señal de salvación, la señal de la presencia de Jesús.
No tenemos ningún derecho a hacernos una Iglesia a la medida de nuestros intereses. La Iglesia tiene que
ser el resultado de la fe en Jesús y ‘estrella’ que lo manifieste.
La Iglesia de Dios es universal. No es patrimonio de ninguna cultura, de ninguna comunidad, de ningún
grupo... Debemos ser consecuentes con esta universalidad de la Iglesia. ¿Es así? ¿A los pueblos africanos
o asiáticos, por ejemplo, les es posible descubrir esta universalidad? ¿Los jóvenes y adultos que desean
otro tipo de sociedad, se encuentran a gusto con nosotros? Son muchas la preguntas que deberíamos
hacernos y respondernos.
La fiesta de hoy nos invita a la alegría por ser miembros de la Iglesia de Cristo, ‘Sacramento Universal
de Salvación’ (‘Lumen Gentium, 48, del Concilio Vaticano II), Sacramento de la comunión –común-
unión- de los hombres con Dios y de los hombres entre sí. Un ‘Sacramento’ que tenemos que hacer
visible, creíble, con nuestras vidas.
Temamos caer en el error de los habitantes de Jerusalén. Caminemos con la ilusión de hacer que la
Iglesia y cada uno de nosotros seamos testigos de este niño que vino, viene y vendrá a llenar nuestras
vidas de plenitud y eternidad.
48
(Is 60, 1-6)
La primera lectura pertenece al Tercer Isaías (capítulos 56-66), profeta del postexilio y heredero del
Segundo Isaías (capítulos 40-55), aquel que en plena cautividad de Babilonia había escrito a los judíos
desterrados: ‘Consolad a mi pueblo’ y ‘preparad en el desierto un camino al Señor’ (Is 40, 1. 3).
Ahora, consolado ya el pueblo y de regreso a su tierra, el profeta exulta en expresiones de alegría y
esperanza. Pretende animar a un pueblo que tiene todavía muchas dificultades que superar.
Este capítulo es un bello himno dedicado a la nueva Jerusalén, a la que presenta como luz que iluminará
a todas las naciones. Todos los pueblos de la tierra querrán participar de su ciudadanía; volverán los
judíos de la diáspora; los gentiles le llevarán no sólo sus tesoros del mar, signo de la opulencia de las
ciudades marítimas, sino también los tesoros del oriente desértico (v 6), como signo de sumisión y
acatamiento. Hasta los reyes (v 3) querrán ser vasallos suyos. La descripción es deslumbrante, llena de las
hipérboles propias de una imaginación oriental desbordada; y que se hará realidad en el corazón de los
seres humanos con el Evangelio de Jesucristo.
Como vemos, la lectura destaca la alegría de la nueva Jerusalén, signo del reino de Dios y fruto de la
bendición y de la predilección de Yahvé; la venida a la ‘ciudad’ de los pueblos de la tierra, trayéndole a
sus hijos dispersos y muchas riquezas, que les permitirán una plena y feliz reconstrucción de la ciudad y
del templo. Estos pueblos, que viven en tinieblas caminarán a la luz de la Jerusalén redimida, que se
convertirá en el centro y madre de la nueva humanidad, del mundo nuevo.
El profeta anuncia, lleno de entusiasmo, un maravilloso espectáculo que aún no existe. Es la labor de los
verdaderos profetas: en medio de las dificultades, adelantar los planes de Dios que siempre se realizan,
aunque nos parezca que normalmente llegan más tarde de lo que desearíamos.
49
Se presenta como ‘prisionero por Cristo’ (v 1, que no se lee). Una expresión muy clarificadora, ya que es
su condición de apóstol de los gentiles (v 2) lo que ha propiciado contra él el odio de los judíos y su
prisión en Jerusalén, en Cesarea y en Roma.
Pablo señala cómo Dios le ha otorgado la gracia de dedicar su predicación a los gentiles y cómo, a este
fin, le ha revelado el misterio (v 3) de Cristo, que permanecía oculto hasta ahora a los hombres. Un
misterio que ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas (v 5).
Sobre el contenido del misterio (v 6), señala tres aspectos principales: que los gentiles son coherederos
de los bienes mesiánicos al igual que los judíos, que forman con ellos un mismo cuerpo y que participan
de la Promesa de salvación hecha a Israel y plenificada por Jesucristo. Por tanto, ha desaparecido toda
separación en orden a la salvación.
50
EL BAUTISMO DE JESÚS
“TÚ ERES MI HIJO, EL AMADO, EL PREDILECTO”
51
injertar en la humanidad humildad y tolerancia, paciencia y generosidad, libertad y amor, paz. Quiere
salvarnos-liberarnos ‘desde dentro’. Ha querido cargar con todas las miserias humanas para redimirlas.
Por el bautismo, Jesús fue consagrado por el Espíritu para una misión específica, única. Lo podemos
considerar como su ‘nacimiento’ a la vida pública, que marcará definitivamente su vida. Nada será ya
como antes. Dedicará su vida a contagiar el Espíritu, a bautizar con Espíritu Santo y fuego, a llenarlo
todo de amor, a hablar con el Padre y del Padre, a enseñarnos a decir conscientemente ‘Abbá’.
En el río Jordán se manifestó sobre él el amor cercano y único de Dios. Se bautizó en un bautismo
general, porque quiso asumir plenamente nuestra condición humana, desde lo más hondo y más
verdadero, con sus grandezas y miserias. Se mete dentro de nuestro ser con todas sus consecuencias. Se
solidariza con ‘el pecado del mundo’ para librarnos de él (Jn 1, 29).
Preguntémonos hoy con sinceridad: ¿Quién es Jesús? La respuesta que hemos aprendido es sencilla: el
Mesías, el Hijo de Dios, el Señor... Pero, ¡qué distinto de las esperas, de los deseos humanos
superficiales! ¡Cuántos ‘problemas’ ha creado, y sigue creando, su modo de presentarse, de desarrollar su
misión! Aprendimos de memoria, pero sin encarnación en nuestra realidad concreta. Jesús no se inserta,
ni de lejos, en nuestros esquemas prefabricados, en las casillas que la sociedad, llamada cristiana, ha
predispuesto para él. Su estilo no está de acuerdo con nuestros gustos y nuestras previsiones.
¿En qué consiste este modo distinto? En que se hace solidario con los que desean una sociedad
fundamentada en la justicia –también la social- y la libertad, en los pobres y en los débiles, en los que no
cuentan: en los ‘perdedores’ de siempre. A todos estos les trae un mensaje y una práctica de liberación,
tanto para los males físicos, como para cualquiera otra forma de esclavitud. Porque hay ‘prisioneros’ que
no están en la cárcel, pero que viven una existencia oprimida por el poder, el egoísmo, el dinero, el éxito,
la vanidad, el placer... incapaces de descubrir el sentido de la vida, incapaces de discernir los verdaderos
valores humanos...
Jesús se ha bautizado para dedicar su vida a poner en pie a los seres humanos, a confortar, a dar salud,
esperanza, alegría de vivir; a demostrar que el mal que nos corroe puede ser vencido.
El mismo Espíritu que ungió a Jesús como Mesías, y que lo impulsó al desierto para comenzar su obra
evangelizadora, es el que actúa sobre la Iglesia, para que sea fiel a la misión universalista de Jesús,
urgiéndola a bautizar en ese mismo Espíritu, que hace de todos el único pueblo de Dios.
NUESTRO BAUTISMO
El bautismo de Jesús nos lleva necesariamente a referirnos a nuestro propio bautismo. Un bautismo que
espera ser manifestado a través de una fe comprometida, consciente, madura. Un don que debe
transformarse en compromiso, en asumir responsabilidades, en una vida auténticamente cristiana a
imitación de Jesús de Nazaret. Un bautismo que implica un compromiso ineludible con la justicia social.
Hemos de hacer ‘nuestro’, cada uno, el propio bautismo. No podemos dejarlo en un rito convencional,
inocuo, en la hoja de un libro que se guarda en el archivo parroquial, como es lo más frecuente.
Hacerlo nuestro implica ahondar en el evangelio, en la vida de Jesús... para seguirle lo más de cerca que
podamos.
El camino de Jesús no acaba con él. Tenemos que continuarlo nosotros. Cada uno de nosotros, desde la
aceptación personal de nuestro bautismo –opción de adultos a favor de él, por haber sido bautizados de
52
niños-, tenemos que hacer como hizo Jesús: unirnos a todo movimiento de liberación que brote de la
humanidad, a todo lo que signifique defender los derechos humanos, y comenzar los que sean necesarios.
¿Cómo demostrar que somos cristianos si no es tratando de vivir como Jesús?
Servir, hacer el bien siempre y a todos es nuestra tarea y nuestra misión. Esto exige de nosotros todo un
estilo y toda una actitud ante la vida de cada día... aunque sólo lo logremos de verdad después de la
muerte, único bautismo pleno.
No olvidemos que el bautismo actúa en quienes saben recogerse en el silencio de la oración y en la
meditación de la Palabra de Dios. ¿Cómo saber qué quiere de nosotros si no lo ‘escuchamos’?
53
Son palabras de los verdaderos profetas; esos que saben leer los signos de los tiempos, que están
convencidos del amor indestructible de Dios por su pueblo; esos que encienden la esperanza, que sueñan
y anuncian utopías, que saben que el futuro de todo lo creado es Dios y sólo Dios, que todo acabará bien.
Un Dios que sigue viniendo hoy, a pesar de las apariencias que parecen indicar lo contrario.
Este capítulo 40 se considera como la introducción a todo el Segundo Isaías (cap. 40-55), porque en él se
encuentran las principales ideas desarrollados en los restantes capítulos. Considera el fin del destierro en
Babilonia como la reconciliación de Yahvé con su pueblo, al que ‘castigó’, sus constantes infidelidades,
con la cautividad.
Consolad, consolad a mi pueblo (v 1). Estas primeras palabras han hecho que se llame a toda esta parte
‘libro de la consolación’, pues la idea de consuelo domina todas sus profecías. Yahvé vuelve para
reanudar sus relaciones íntimas con Israel, que seguirá siendo su pueblo.
El profeta transmite a los desterrados un mensaje de perdón. Por eso habla al corazón de Jerusalén. El
pueblo había pecado y tenía que sufrir una época de expiación. El pecado está pagado. Jerusalén ha
recibido doble paga por sus pecados (v 2), dando la impresión de que el ‘castigo’ ha sido superior a la
culpa. Después, el profeta idealiza el retorno de su pueblo, precedido por Yahvé. Delante va un heraldo:
Una voz grita... Ante todo es necesario preparar una calzada amplia, digna de Yahvé, para que pase todo
el cortejo real sin obstáculos (v 3). Hasta la naturaleza debe contribuir a esta manifestación gloriosa: que
los valles se levanten, que los montes y colinas se abajen... (v 4). Todos serán testigos de la gloria del
Señor (v 5). Los evangelistas aplican este pasaje a Juan Bautista, Precursor del Mesías, verdadero
Salvador de los pueblos.
En la segunda parte (vv 9-11), el profeta invita a unos supuestos mensajeros de buenas noticias a que
anuncien la proximidad de la llegada de Yahvé, que retorna a su pueblo después de haberse separado de él
a causa de sus pecados.
El objeto del anuncio es este victorioso retorno. Yahvé ha vencido a los enemigos de Israel y ahora
vuelve a su pueblo con los trofeos de su victoria. El salario es la salvación y la liberación del pueblo
elegido. En contraste con el vencedor de guerras, Yahvé apacentará el rebaño como un pastor,
prodigando los máximos cuidados a los más débiles y necesitados de la comunidad israelita.
EL “SEGUNDO NACIMIENTO”
“Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres,
enseñándonos a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos; y a llevar ya
desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que
esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo. Él se
entregó por nosotros para rescatarnos de toda maldad y para prepararse un pueblo
purificado, dedicado a las buenas obras.
Cuando ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al
hombre, no por las obras de justicia que hayamos hecho nosotros, sino que según
su propia misericordia nos ha salvado, con el baño del segundo nacimiento y con la
renovación por el Espíritu Santo; Dios lo derramó copiosamente sobre nosotros por
medio de Jesucristo, nuestro Salvador.
Así, justificados, por su gracia, somos, en esperanza, herederos de la vida
eterna.”
(Tit 2, 11-14; 3, 4-7)
La segunda lectura es la misma que las de las misas de medianoche de Navidad (primera parte) y de la
aurora (segunda parte).
54
La primera parte sirve de conclusión a un comentario sobre los deberes de determinadas categorías de
cristianos. Todas las virtudes que Pablo exige a los cristianos (vv 2-10, que no se leen), tienen su
fundamento en Cristo, quien, con su venida al mundo, nos ha hecho visible la voluntad de Dios de salvar
a todos los hombres y nos ha enseñado cómo debemos vivir (vv 11-12), al mismo tiempo que alienta
nuestro trabajo con la esperanza de la gloria del cielo y de su manifestación en la ‘parusía’ (v 13). Él se
entregó por nosotros para rescatarnos de toda maldad, y nos dediquemos a las buenas obras (v 14).
En la segunda parte, Pablo invita a los cristianos a mostrarse conciliadores con los paganos, y a no
olvidar que hasta hace poco tiempo ellos mismos eran iguales a ellos. El apóstol recuerda a Tito algunas
ideas que debe inculcar a todos los fieles: la obediencia y sumisión a las legítimas autoridades (v 1); la
tolerancia y mansedumbre en la relación con los demás, procurando no lastimar al prójimo con palabras
ofensivas (v 2), recordando su propio pasado lleno de vicios (v 3). De todo ello salieron no por sus
propios méritos, sino por la bondad de Dios (vv 4-7).
Al hablar del baño del segundo nacimiento (v 5), se está refiriendo al bautismo, medio del que Dios se
ha servido para justificarnos y salvarnos (v 7).
55
DOMINGO PRIMERO DE CUARESMA
LAS TENTACIONES
EL DESIERTO
“Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y durante cuarenta días, el
Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo.
Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre.
Entonces el diablo le dijo:
-Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan.
56
Jesús le contestó:
-Está escrito: ‘No sólo de pan vive el hombre’.
Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos
del mundo, y le dijo:
-Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado y yo lo doy
a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo.
Jesús le contestó:
-Está escrito: ‘Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto’.
Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo:
-Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: ‘Encargará a sus
ángeles que cuiden de ti’, y también: ‘Te sostendrán en tus manos, para que tu pie
no tropiece con las piedras’.
Jesús le contestó:
-Esta mandado: ‘No tentarás al Señor tu Dios’.
Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión.”
(Lc 4, 1-13)
Jesús, después de su bautismo en el Jordán, fue al desierto. Juan ya vivía allí. Parece como si en los
caminos de Dios la salvación viniera siempre del desierto; símbolo que evoca la experiencia de nuestras
vidas: soledad, llamada a lo verdadero, tierra sin caminos, silencio...
El ‘desierto’ lo verifica todo: la mentira, la vanidad, la inconsistencia de la vida que estamos
construyendo. En el desierto nada nos separa de Dios, descubrimos la realidad de nuestra condición
humana. Por el desierto el ser humano busca, peregrina, espera, decide su vocación, prepara el futuro, se
encuentra delante de sí mismo sin posibilidad de hacer trampa. Es el lugar del encuentro con Dios
presente en la vida del hombre, el lugar de la experiencia personal de su Amor. Es la patria del Evangelio,
el lugar de la verdad para el hombre, de la decisión, de la opción. En medio de su silencio se puede oír la
llamada a la conversión. Dios llama y actúa en el silencio, y mueve al ser humano y a la historia con las
fuerzas que se recuperan a solas con él.
La tentación, la prueba, la lucha con todo lo que se opone al proyecto de Dios, también corresponde a
este tiempo de tranquilidad, de soledad.. del desierto. ¿Cómo escuchar la tentación en medio del ruido que
nos rodea por todas partes? ¿Y cómo escuchar a Dios? ¿Es el ruido ya la caída en la tentación?
Jesús en el desierto busca el silencio de la oración, el trato a solas con el Padre; se deja guiar por el
Espíritu. Nosotros construimos ciudades, civilizaciones... nos llenamos de ruido y bienestar y creemos
que ya hemos encontrado la tierra prometida.
La palabra de Dios nos llama constantemente a volver al desierto. A ese silencio profundo, más allá del
ruido ensordecedor que nos impide pensar.
57
entenderlo así, agrada en la actualidad a tantos cientos de millones de cristianos. Pero ese mesianismo no
se corresponde con el plan de Dios, ni es el camino para derrotar ‘el pecado del mundo’.
Los evangelistas resumen todo esto, que fue realidad en la vida pública de Jesús, en un solo pasaje
elaborado con imaginaciones mitológicas, propias de la religiosidad de aquellos tiempos, y con frases
sacadas del antiguo Testamento.
El tener, el poder y el milagro, tendían a buscarle a Jesús un dios a la medida del mundo, un dios que
evitara todos los problemas... pero un dios que nada tenía que ver con el verdadero. En el fondo de todas
ellas late la misma tentación: querer ser ‘como Dios’ (Gén 3, 5).
Necesitamos conocer mejor el misterio de Jesús. No tanto en los hechos externos, como en sus actitudes
íntimas, sus sentimientos profundos, la hondura de sus palabras, sus deseos y sus objetivos, toda la fuerza
de su personalidad. Necesitamos llegar a la común-unión con él, para poder ser fieles a su seguimiento.
Jesús llega al desierto. Allí está solo, porque la respuesta que tiene que dar es personal. Nadie puede
responder por otro cuando se trata de opciones fundamentales de la vida. En él realiza la experiencia del
vacío físico: tiene hambre; y del vacío más profundo también: el del Espíritu. Y allí el diablo, que
personifica todas las fuerzas del anti-mesianismo, lo tienta, lo coloca en la situación de guerra entre el
bien y el mal, que definirá toda su actuación mesiánica. El texto habla de ‘diablo’ en singular, para
indicarnos que hay una única raíz del mal y de la injusticia en nuestro mundo. Es el polo opuesto a Dios.
Es una manera de expresar lo que es anti-Dios.
El Espíritu empuja a Jesús al lugar de la tentación, al desierto, al deseo de vivir verdaderamente como
persona. Jesús vive allí cuarenta días, número que simboliza la duración de la vida, recorriéndolo.
Jesús se encuentra sorprendentemente pasivo, como si fuera juguete de fuerzas que le arrastraran sin que
él pudiera reaccionar, sólo apto para recibir órdenes: dile a esta piedra... si tú te arrodillas... tírate de
aquí abajo... Las tentaciones tendían a matar su verdadero ‘yo’: lo que debía ser y para lo que había sido
enviado por el Padre. Tendían a buscarle un dios a la medida del mundo.
Este hombre solo, ‘vaciado’, ha de optar, debe decidir cómo entiende y cómo debe manifestar su camino.
El ‘diablo’ le invita a vivirlo según un sentido triunfalista muy extendido entre los judíos; el ‘Espíritu’ le
anima a seguir el camino de los profetas. Para el primero, ser Hijo de Dios es poseer todo poder sobre los
reinos terrestres, rodearse de la gloria que emana de esos poderes. Para el Espíritu, ser Hijo de Dios es,
ante todo, rehusar cualquier tipo de idolatría, cualquier práctica que no reservara a Dios el lugar
absolutamente prioritario que le corresponde.
58
El triunfo sobre las tentaciones está siempre por alcanzar. Todos nos encontramos con la tentación del
materialismo, del egoísmo, de la soberbia, de la superficialidad, del afán de poder... Todos, individuos y
pueblos, caemos en la tentación de querer tener mucho -y a muchos- sin esfuerzo, de abusar de la amistad
con Dios, de arrogancia frente a los demás pueblos... La peor tentación, y la más frecuente, es no darnos
cuenta de vivir en ella.
Son las mismas circunstancias de la vida las que nos ponen a prueba. No hay que ir a buscarlas: vienen
solas, en el momento en que queremos vivir de verdad como personas a imagen y semejanza de Dios.
Jesús las venció. Toda su vida consistió en anunciar que la vida humana es mucho más: es creer en un
camino de vida que conduce hacia el Padre; es salir de uno mismo y querer vivir cada día con más amor,
más justicia... Es ir descubriendo a Dios como Padre que nos ama y querer corresponder siendo sus hijos
-y hermanos de todos los hombres-, hasta desear depender únicamente de su voluntad...
Jesús dedicó toda su vida a superarlas, hasta morir por ello y resucitar como señal y garantía para todos.
Y así, fue el Hombre plenamente libre; su unión con el Padre fue total.
Nosotros tenemos como un deseo imperioso que nos empuja a bastarnos a nosotros mismos, a no
creernos dependientes de nadie. El ejemplo de Jesús nos debe ayudar a desenmascarar nuestros caminos
torcidos. Sus tentaciones, actualizadas, nos indican de qué tenemos que convertirnos hoy: del
materialismo consumista, del afán de poder y de competir, de hacernos un dios a la medida de los propios
intereses, del ‘pasotismo’ y del afán de placer, de la seguridad de creer... Son los ídolos de hoy, contra los
que tenemos que luchar y vencer con la ayuda del Espíritu, que actuó en Jesús y que actúa en nosotros si
le dejamos.
59
Israel adopta este rito, lo hace suyo llenándolo de su espíritu religioso. El Dios de la naturaleza se
convierte en el Dios de la historia, presente en el hombre no por medio de leyes naturales, sino por medio
de la alianza con el pueblo de Israel: Un Dios salvador que guía a su pueblo y le da la tierra prometida,
después de haberle sacado de la esclavitud de Egipto.
La primera lectura forma parte de la legislación sobre los diezmos y primicias, que describía la entrega
del diezmo de los productos de la tierra a los sacerdotes en reconocimiento de los favores otorgados por
Yahvé al pueblo (vv 1-11). Pero sólo recoge la oración que los hebreos debían pronunciar en el momento
de hacer la entrega de la cesta con las primicias en el templo. Esta oración es como un resumen de la
historia de la salvación de Israel, contemplada como un acto de gratuidad por parte de Dios. Es una
auténtica profesión de fe, que contiene los tres artículos más importantes y más antiguos del credo
israelita: El origen no israelita de Abrahán y su vida errante por Canaán; la esclavitud en Egipto y su
liberación a través del desierto, y la donación de la tierra que mana leche y miel, en comparación con las
áridas estepas del Sinaí. Tres realidades muy relacionadas entre sí y que forman el núcleo de todo el
Pentateuco. La fe del pueblo judío, como vemos, no se fundamenta en verdades abstractas, sino sobre
hechos concretos. La Biblia es una historia de salvación, llena de intervenciones salvadoras de Yahvé a
favor de su pueblo. Intervenciones divinas, que hacían necesaria una respuesta del pueblo. Esta ofrenda
tenía este carácter de respuesta.
60
proclama la palabra; le sigue la aceptación interna por la fe, que se exterioriza en la confesión pública de
esa fe en los actos litúrgicos y en todos los acontecimientos de la vida. Una fe que se reduce a profesar
que Cristo es el Señor, y que Dios lo resucitó (v 9). El título de ‘Señor’ dado a Cristo es símbolo y
compendio de todas sus prerrogativas, que se pueden resumir: es la respuesta plena y para siempre a todas
nuestras utopías y búsquedas.
Se requiere, por tanto, la doble acción del corazón y de los labios: la primera para ofrecerse a la iniciativa
de Dios, que resucita a los muertos; la segunda, para diferenciarse del judío y del pagano mediante la
profesión de fe: Jesús es el Señor, y para situarse, sin sentirse avergonzado, frente al mundo, con el fin de
ser reconocido por Dios en el juicio final.
Finalmente (vv 11-13), trata de confirmar, con textos de la Escritura, su afirmación de que basta la fe en
Jesús-Señor para conseguir la salvación, tanto los judíos como los gentiles. Aunque los textos se refieren
a Yahvé (Is 28, 16; Jl 2, 32), Pablo no tiene inconveniente en aplicarlos a Jesucristo.
Reflexionando sobre esta dramática situación, de comunidades formadas casi exclusivamente por gente
venida de la gentilidad, Pablo se felicita al comprobar que ya no hay distinción entre judío y griego (v
12), precisando que todo es cuestión de fe o de incredulidad.
61
DOMINGO SEGUNDO DE CUARESMA
LA TRANSFIGURACIÓN
62
para que haya vida (Jn 12, 24). En medio de la lucha, del dolor, de la opresión en que viven los pobres...
necesita soñar, ver transfigurado este mundo, descubrir el camino mejor para lograrlo.
La oración es un espacio gratuito que se dedica y se reserva a Dios. Es como el amor. No se ama por algo
o para algo; se ama porque se ama y para amar. Cuando se ama, se siente la necesidad de estar junto al
amado, para mirarse, para hablarse, para conocerse mejor. La oración es luz para entender las verdades de
Dios y del ser humano; un ver con ojos nuevos, un mirarlo todo con detenimiento. Eso es transfigurarse.
Mirando con ojos nuevos, todo se transfigura: el hombre y su historia, los acontecimientos y las
personas. Todo se ve más claro, se entienden los signos, se descubren nuevas metas, el sentido de todas
las cosas; hasta el sentido del dolor y de la cruz, de lo que hablará Jesús con Moisés y Elías.
Para Jesús la oración es una necesidad, para poder respirar a pleno pulmón el viento del Espíritu: es
deseo de revisar la vida a la luz de la Palabra.
Jesús reza. Y cuando reza, se concentran en su corazón todos los anhelos de los seres humanos, toda la
pasión del mundo; recoge en su oración todas las esperanzas de los pequeños, el clamor de todos los
oprimidos, la gratitud de todos los creyentes, el amor de todos los hijos, la alabanza de todos los justos...
La oración de Jesús también es escucha, silencio, intimidad. El Hijo quiere estar con el Padre; quiere
sentir el calor de su Presencia.
Y mientras oraba... su rostro cambió... transparentando toda la realidad presente en su interior. Se
hicieron patentes los ideales que plenificaban su vida. Su rostro se hizo mensaje... No hay vida cristiana
sin oración. La Transfiguración es una experiencia mística de la humanidad de Jesús, compartida con los
tres discípulos predilectos. Porque también los tres íntimos son beneficiarios de este momento... Estaban
acostumbrados a Jesús; y cuanto más lo veían y escuchaban, menos atención iban mostrando. Es lo de
siempre: la costumbre impide seguir caminando. Ahora estaban solos y volvieron a fijarse en él.
63
desaliento, al experimentar la inutilidad de todos nuestros esfuerzos, rotos al chocar con la dura realidad.
Y es en ese momento, cuando el creyente llega al punto crítico de su vida cristiana, cuando Jesús puede
acudir en su ayuda.
Maestro, qué hermoso es estar aquí... No podemos confundir los bonitos paisajes contemplados desde
lo alto de la montaña con el difícil éxodo de Moisés por el desierto, ni la soledad de los bosques con la
lucha de Elías... No son cosas opuestas, pero es preciso no confundirlas. Pedro quiere quedarse en ese
momento de luz, dejando de lado el camino que le queda por recorrer. El rostro de Jesús transfigurado le
entusiasma, porque entra dentro de sus perspectivas, de sus sueños, de sus aspiraciones. Eso sí viene de
Dios, no la pasión y muerte que les anunció hace pocos días (Lc 9, 22). Le asusta, le escandaliza, un
rostro humillado, perseguido y colmado de sufrimientos. No entra dentro de sus cálculos... ni de los
nuestros.
No podemos inventarnos un camino privado, cómodo, que evite las dificultades de trabajar por el mundo
nuevo –reino de Dios-. Es necesario aceptar el mismo itinerario del Maestro. Recorrerlo juntos. No es
posible superar sin sufrimientos ‘el pecado del mundo’
64
Cuando iba a ponerse el sol, un sueño profundo invadió a Abrán y un terror
intenso y oscuro cayó sobre él.
El sol se puso y vino la oscuridad; una humareda de horno y una antorcha
ardiendo pasaban entre los miembros descuartizados.
Aquel día el Señor hizo alianza con Abrán en estos términos:
-A tus descendientes les daré esta tierra, desde el río de Egipto al Gran Río.”
(Gén 15, 5-12. 17-18)
Yahvé hizo, a través de la historia de la salvación, importantes alianzas con su pueblo, hasta llegar, en
Jesús de Nazaret, a la última y definitiva. Con Abrán –más adelante le cambiará el nombre por el de
Abrahán- (Gén 15 y 17), con Moisés (Éx 19-24), con David (2 Sam 23, 5), después del exilio (Neh 8-10)
y con Jesús (Lc 22, 20).
La primera lectura está tomada del libro del Génesis. En ella se dan cita dos tradiciones: la Elohista y la
Yahvista. Se pueden detectar por las ideas repetidas, las diversas alocuciones de Dios a Abrán y las dos
promesas: sobre la tierra y sobre la descendencia. El punto central del texto es la alianza de Dios con el
patriarca. Una alianza en la que Yahvé tiene toda la iniciativa y gratuidad. Abrán pone la fe y la confianza
en Dios y en su palabra.
Al llamar a Abrán, Yahvé le había hecho una promesa (Gén 12, 1-2). Después quiso ratificarla con un
rito solemne: Abrán recibe una comunicación divina directa. Pero el patriarca expresa su tristeza: ¿para
qué quiere recompensas si no tiene descendencia? (15, 1-3). Y Yahvé le promete un hijo (v 4).
Para confirmarle en su promesa, Dios le sacó al campo para que contemplara y contara las estrellas, si
podía. Así será tu descendencia (v 5). Abrán creyó al Señor (v 6).
Sobre la promesa de la tierra, Abrán pide una señal (vv 7-8) y Yahvé se la da (vv 9-10). El texto nos
describe una escena pintoresca del rito del pacto, que viene de tradiciones antiquísimas: las víctimas se
partían en dos y se colocaban a los lados y los que hacían el pacto pasaban entre las dos partes. La
narración nos habla únicamente del paso de una antorcha ardiendo (v 17), símbolo de Yahvé, para
señalar la unilateralidad del pacto, la iniciativa y la gratuidad del Señor, de quien venía toda la bendición
de la doble promesa: tierra –garantía y signo de la celestial- y descendencia. Es una promesa, no un
contrato como en el Sinaí. Con Moisés la alianza pide una respuesta: el pueblo se compromete a cumplir
la ley, sintetizada en el Decálogo.
La fe consigue lo que era imposible para cualquier obra humana. Dios responde al que escucha y está
abierto a los signos. Tenemos que estar atentos. Las promesas de Dios son incontables, como las estrellas.
Dios no se conformará con darle a Abrahán tierras e hijos: quiere darse él mismo.
Los buitres bajaban a los cadáveres... (v 11), signo de los sufrimientos que tendrán que pasar los
hebreos como esclavos en Egipto...
Finalmente, describe los límites de la tierra prometida (v 18).
El mejor comentario a esta lectura del Génesis lo hace san Pablo en la carta a los Romanos (4, 18-25, que
leemos el domingo 10º del tiempo ordinario, ciclo A)
65
perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas. Sólo aspiran a cosas
terrenas.
Nosotros, por el contrario, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos
un Salvador: el Señor Jesucristo.
Él transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición
gloriosa, con esa energía que posee para sometérselo todo.
Así pues, hermanos míos queridos y añorados, mi alegría y mi corona,
manteneos así, en el Señor, queridos.”
(Fil 3, 17-4, 1)
Pablo continúa orientando la fe de los filipenses, ante los peligros que amenazaban sus vidas de
cristianos. Se conmueve y apasiona cada vez que habla de Jesús, o cada vez que alguien reduce o
tergiversa su mensaje. Aquí descubre a los que limitan la fe a ceremonias y ritos.
La segunda lectura es una exhortación a vivir en plenitud, como seguidores de Jesús. A él mismo, y a sus
íntimos colaboradores, se pone como ejemplo a seguir (v 17), ya que tratan de imitar a Cristo con
fidelidad y coherencia.
Luego, con lágrimas en los ojos, señala a muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo (v
18). ¿A quiénes se refiere? Si tenemos en cuenta el contexto, parece que Pablo está pensando en los
judaizantes: los judíos convertidos al cristianismo, que pretendían que los cristianos observaran todas las
prescripciones de la ley, y que reducían la religión a meras prácticas y ceremonias, olvidando lo central de
la fe: la esperanza de un futuro mejor para la humanidad, posible por la cruz y la resurrección de Jesús.
Pero es posible que no se refiera sólo a los judaizantes, sino también a los cristianos indignos, que vivían
al margen de las exigencias evangélicas. De éstos había incluso cercanos a él.
Es de la cruz y de la resurrección de Jesús de donde nos viene a nosotros la fuerza para transformarnos y
transformar la sociedad. Por eso, Pablo nos insta a no seguirles. Los cristianos, aunque somos
ciudadanos del cielo (v 20), tenemos que vivir con los pies hundidos en el fango de la tierra. Nuestra
condición nos exige una justa valoración y uso adecuado de los bienes temporales.
Su paradero es la perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas. Sólo aspiran a cosas
terrenas (v 19). Serían las mil prescripciones judías sobre los alimentos puros e impuros, y la
circuncisión. Lo primero era como un verdadero culto, observado escrupulosamente; la segunda era
tenida como máxima gloria entre los judíos. Además, consideran las cosas de este mundo como valores
absolutos.
En contraste con esta clase de personas, que tienen el corazón exclusivamente en las cosas terrenas, están
los auténticos cristianos, que miran al cielo como a su propia patria, de donde esperan la venida de Cristo,
que transformará nuestros cuerpos mortales en cuerpos gloriosos (vv 20-21). Ciudadanía a la que es
preciso corresponder con una conducta adecuada.
Pablo nos muestra los nuevos horizontes, que van más allá de la vida, de las fuerzas y de los instintos
humanos. Valores que se alcanzan con la gracia de Cristo, capaz de transformar toda una vida, del mismo
modo que transformará nuestra condición humilde (v 21), nuestro cuerpo mortal.
El que es consciente de pertenecer a esa patria celestial, piensa, busca y gusta las cosas del cielo, y
domina las inclinaciones que pretenden hacer de esta vida la definitiva.
Emociona la forma que tiene Pablo de tratar a los filipenses: son su corona, su alegría, sus queridos y
añorados (v 1). Palabras que nos muestran su gran corazón.
66
DOMINGO TERCERO DE CUARESMA
LA NECESARIA Y CONSTANTE CONVERSIÓN
LA INCERTIDUMBRE DE LA MUERTE
“Se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre vertió
Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó:
-¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque
acabaron así? Os digo que no; y si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y
aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran
más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no. Y si no os
convertís, todos pereceréis de la misma manera.
Y les dijo esta parábola:
-Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no
lo encontró.
Dijo entonces al viñador:
‘Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera y no lo
encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?
Pero el viñador contestó:
-‘Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver
si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás.’ ”
(Lc 13, 1-9)
En nuestra sociedad, mucho más que en el mundo en que vivió Jesús, muchas personas mueren cada día
a causa de guerras o de los intereses políticos, económicos y racistas más diversos, o por causa de
accidentes. Son hechos que nos preocupan, por lo menos cuando los vivimos de cerca. La respuesta más
normal al porqué de esas muertes la encontraban los contemporáneos de Jesús en el castigo de Dios a
causa del pecado de esas personas.
Este texto evangélico quiere expresarnos el sentido de los acontecimientos humanos, de la historia de
cada día y de cada uno de nosotros, con dos ejemplos y una parábola. Jesús hace en él una lectura
importante de los hechos de la vida. Dos sucesos recientes le sirven a Jesús para modificar la idea que
tenían los judíos, y que perdura entre nosotros. Jesús nos hace ver que las víctimas de aquellos sucesos no
eran más merecedoras de castigo, ni más pecadoras que los demás, a los que no les había ocurrido nada.
Rechaza toda explicación fácil y cómoda al problema del mal. Para él, la desgracia de una política que
conduce a la violencia, a la represión y a la muerte, lo mismo que la desgracia de una civilización que
puede aplastar a los mismos que la construyen, son signos de las limitaciones del hombre sobre la tierra,
ejemplos para mostrarnos que toda nuestra vida está montada sobre el riesgo de la muerte, ante la que
hemos de vivir preparados.
Las muertes violentas, las desgracias, los accidentes... no son castigos de Dios. Jesús nos enseña que las
cosas suceden de un modo más natural. Las desgracias narradas en el evangelio y las adversidades de
ahora, son signos de la precariedad del ser humano. Los males que suceden, unas veces son provocados
por los mismos hombres, como el asesinato de los galileos... Otras, son fenómenos de la naturaleza, que
ocurren como efectos de sus leyes, violadas con frecuencia criminalmente por nosotros mismos. Las
catástrofes nos están indicando que cada día estamos corriendo riesgos imprevistos, en los que la muerte
nos puede llegar de repente. Jesús no quiere que nos quedemos en lamentaciones; quiere que vivamos
como verdaderas personas humanas, y mejorará el mundo.
67
LA CONVERSIÓN, ÚNICA SALIDA VÁLIDA PARA EL HOMBRE
Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera. El cristiano está llamado, cada día, a optar
por la conversión. Conversión que, casi siempre, asociamos a la idea de renuncia y despojo.
La palabra de Dios, proclamada hoy, nos anuncia una conversión positiva: convertirse es optar por los
valores fundamentales de la vida; es sentirse responsable y colaborar por crear una nueva humanidad en
la que reine el gozo y el respeto, la justicia y el amor; es hacer de la vida una experiencia de Dios,
buscando y descubriendo su presencia, al estilo de Moisés y de Pablo; es aceptar la existencia como
camino en el que se realiza el esfuerzo por superar las falsas seguridades; es no dejarse dominar por los
ídolos fáciles de la sociedad; es comprometerse en la tarea de ayudar a los que sufren y hacerles la vida
más humana...
Hemos de convertirnos no para huir de la muerte, que siempre estará a la vista de todos y de cada uno,
sino para estar preparados a ella. Una muerte, que nos está señalando a la conversión a una vida más
verdadera como única ‘salida’ humana digna. Pero los signos solamente sirven para aquellos que los
saben captar e interpretar. Y es la muerte el signo más claro, y el que más fácilmente puede llevarnos a la
conversión. Los dos sucesos ocasionaron muertes inesperadas y violentas. Estas personas murieron por
sorpresa; en su lugar podían haber muerto otras. El juicio de Dios vendrá como estas muertes: de
improviso, cuando menos lo esperemos.
Los acontecimientos de la historia no pueden dejarnos indiferentes, puesto que Dios nos ha colocado
como protagonistas de ella. Debemos cambiar todo lo que no sea según la palabra de Dios, todo lo que no
busque la igualdad entre todas las personas. Lo sucedido en ambos casos es un aviso y un llamamiento
para todos a la conversión, a vivir verdaderamente; nos invitan a caminar por el camino de la justicia, que
Cristo anuncia y promueve, o todos acabaremos mal. Porque Dios y la injusticia son incompatibles. Y lo
que es opuesto a Dios –y a lo que él representa- es desastre absoluto y definitivo.
Sólo la persona consciente de su dignidad y libertad será capaz de la conversión que Jesús nos pide;
porque sólo esa persona podrá ir descubriendo que la vida que él nos comunicó es la verdadera, la única
que merece la pena ser vivida; la vida que es posible, que no es un esfuerzo irrealizable e inútil
En definitiva, estos acontecimientos nos vienen a decir: ¿Cómo te gustaría haber empleado el tiempo de
tu vida cuando te llegue la hora de dejarla? La respuesta a esta pregunta, y el ser consecuente con esa
respuesta, es lo más importante para la vida de cada ser humano.
LA HIGUERA ESTÉRIL
El otro signo de la llamada de Dios a la conversión está redactado en forma de parábola. En ella, Lucas
acentúa la misericordia y la paciencia de Dios ante la pereza humana.
La higuera existe y es cuidada para que dé fruto; como nosotros. La higuera de la parábola ha tenido ya
tiempo de crecer y de dar higos, pero no ha producido nada. Por eso, su dueño quiere cortarla. El
viñador –el mismo Jesús- intercede ante el Padre para que le alargue el tiempo. Él mismo cuidará de ella
con labores desconocidas e innecesarias para que dé fruto. Quiere probarlo todo, como quien cava y
abona una tierra difícil. Si este último esfuerzo no tiene éxito, podrá arrancarla. La viña puede simbolizar
al pueblo de Israel; ahora a la Iglesia. La higuera, a los dirigentes y a todos nosotros...
68
La enseñanza de esta parábola es también clara: los seres humanos no podemos vivir cruzados de brazos,
sin hacer nada. Jesús nos anima a que colaboremos con la obra de Dios, a dar fruto, a realizarnos
plenamente como personas haciendo el bien como Dios quiere y espera.
Cuando Dios planta un ‘árbol’ que no es de adorno, es natural que espere frutos... La parábola de la
higuera, que lleva tres años sin dar fruto, nos indica la paciencia de Dios, que sigue esperando.
69
Sus primeras actuaciones como jefe fueron desastrosas y tuvo que huir del faraón (Éx 2, 11-15).
En el desierto del Sinaí, en el país de Madián, Moisés se casó con Séfora, una de las siete hijas de Jetró,
sacerdote de Madián, donde recibe sin duda una formación religiosa y jurídica conforme a las
tradiciones de los nómadas. Es posible que encontrara también, al lado de su suegro, el nombre del Dios
de sus antepasados y algunos ritos, como la circuncisión (Éx 4, 24-26). Experiencia que debió ser
interesante para él, que de esta forma enriquecía su formación jurídica y administrativa egipcias, con una
vuelta a las fuentes tradicionales, y una preparación más apropiada al estilo nómada, que habría de
compartir con su pueblo, en este mismo desierto.
Moisés conduce los rebaños de su suegro hacia el monte de Dios, Horeb (v 1) o Sinaí, que será el
escenario de la teofanía. Es posible que este lugar tuviera ya entonces carácter sagrado entre los
madianitas. El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas (v 2). ‘Ángel’ es
sinónimo del mismo Dios. La zarza no se consumía y Moisés se acercó (vv 3-4). No te acerques... Debe
tomar conciencia de que es terreno sagrado (v 5). Al mismo tiempo le anima: Yo soy el Dios de tus
padres... (v 6).
El Señor le comunica la finalidad de su aparición: la situación del pueblo hebreo en Egipto es
insostenible y quiere liberarlo (vv 7-8). Es el Dios que ve la opresión de mi pueblo en Egipto. El Dios
que oye sus quejas. El Dios que se acerca a librarlos. Un Dios que hace suyas la causa de todos los
pueblos que sufren. Y Moisés es el instrumento elegido para ello. Un instrumento lleno de limitaciones.
No tenía ni espadas, ni dinero, ni palabra fácil (era tartamudo).
Moisés quiere presentar unas credenciales auténticas de Dios a sus compatriotas para que le sigan: ¿Cuál
es tu nombre? (v 13). El deseo de Moisés por conocer el nombre de Dios no es mera curiosidad; era
hambre de Dios, interés por conocer su verdad, su intimidad. Quiere conocer su misterio, lo que hay
dentro de él, la fuente última de sus acciones y sentimientos. Quiere saber qué quiere de él, qué somos
para él. Soy el que soy (v 14). Dios le da a conocer sólo parte de lo que le pide. Conocer el nombre de
una persona equivalía casi a poseerla y dominarla. Había que esperar a Jesús (Jn 1, 18).
El nombre que Moisés debe revelar a los suyos es el de Yahvé; el mismo nombre, un tanto olvidado, de
los patriarcas y de las promesas. Yahvé, citado cerca de 7.000 veces en el antiguo Testamento, será el
nombre propio del Dios del pueblo hebreo. El mismo de Abrahán, Isaac y Jacob, que penetrará todo el
culto de Israel y hará estremecer, con un santo temor, el corazón de los fieles israelitas; temor a perderle,
apartándose de él. Yahvé se manifestará a sus amigos. Serán manifestaciones parciales, pero progresivas,
en espera de Jesús, que nos llevará a la plenitud del conocimiento de Dios como Padre y como Amor.
Dentro de este contexto se sitúa la experiencia religiosa decisiva de la vocación de Moisés. Mientras
conducía los rebaños, Moisés debió penetrar casualmente en uno de los lugares sagrados de los
madianitas, del desierto de Horeb-Sinaí, y, repentinamente, un árbol sagrado es fulminado por un rayo.
Moisés medita sobre estos acontecimientos misteriosos, lo que le lleva a comprender que el Dios de sus
antepasados sigue siendo el Dios de las promesas a Abrahán.
La profundización del contenido de las promesas, le permite abrir los ojos a la desgraciada situación en
que viven los hebreos en Egipto, y le hace comprender que eso no puede continuar sin que el Dios de
Abrahán, de Isaac y de Jacob falte a su palabra. Y Moisés llega a una conclusión: Dios no puede tardar ya
en venir en ayuda de aquellos a los que prometió una tierra y una numerosa descendencia.
70
El encuentro de Moisés con Dios es real. Un Dios que está menos en la zarza que en el corazón de
Moisés, que busca un significado a los sucesos que está viendo.
Este encuentro supone el inicio de su vocación. Tendrá que ‘descalzarse’, desinstalarse, estar atento a los
signos divinos. El pastor será profeta; el que conducía rebaños, conducirá a su pueblo. Se inicia la historia
de la liberación de Israel, figura de todas las liberaciones.
Después de su encuentro con Yahvé en el Horeb, Moisés regresará a Egipto para encontrarse con su
pueblo y liberarlo. Dios no puede tolerar más la explotación de su pueblo. Yo soy me envía a vosotros (v
14). Dios siempre necesitará personas dispuestas para que le acompañen en su obrar y lo hagan posible.
Hoy sigue eligiendo mediadores que prediquen la palabra, que oren e intercedan, que curen a las víctimas
del odio y la ceguera... que se empeñen en construir un mundo mejor, más justo y humano para todos.
APRENDER DE LA HISTORIA
“Hermanos: No quiero que ignoréis que nuestros padres estuvieron todos bajo
la nube y todos atravesaron el mar y todos fueron bautizados en Moisés por la nube
y el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebieron la misma
bebida espiritual que los seguía; y la roca era Cristo. Pero la mayoría de ellos no
agradaron a Dios, pues sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto.
Estas cosas sucedieron en figura para nosotros, para que no codiciemos el mal
como lo hicieron nuestros padres.
No protestéis como protestaron algunos de ellos, y perecieron a manos del
Exterminador.
Todo esto les sucedía como un ejemplo: y fue escrito para escarmiento nuestro,
a quienes nos ha tocado vivir en las últimas de las edades. Por lo tanto, el que se
cree seguro, ¡cuidado! no caiga.”
(1 Cor 10, 1-6. 10-12)
San Pablo, en la segunda lectura, recuerda a los Corintios los capítulos 13 al 17 del libro del Éxodo, y
hace un comentario de ellos. De la historia de Israel por el desierto, saca unas consecuencias morales para
los cristianos de Corinto, y para que todos los bautizados aprendamos del pasado. Los acontecimientos
del primer éxodo son signo de lo que sucederá siempre.
Las comunidades hebreas del desierto eran consideradas como ideales, modelo de las comunidades
cristianas. A pesar de ello, las falsas seguridades de entonces llevaron al pueblo hebreo a la idolatría.
Pablo, tomando como modelo la experiencia del Éxodo, pone en evidencia cómo muchos israelitas habían
respondido de una manera equivocada a las continuas intervenciones de Dios, dedicándose a la idolatría y
a prácticas licenciosas, provocando a Dios, lamentándose...
Comienza recordándoles las gracias extraordinarias con que Dios favoreció a los israelitas (vv 1-4).
Alude a la nube y al mar (Éx 14, 19-31), al maná (Éx 16, 15), al agua que brotó de la roca (Éx 17, 1-7).
Presenta estos hechos prefigurando otros cristianos: el bautismo y la eucaristía, de los que aquellos habían
sido signos.
La exposición del apóstol se apoya en un principio indiscutible: se da una clara continuidad entre la
situación del pueblo en el desierto y la situación de los corintios. Y, por qué no, de la Iglesia.
El primer hecho que menciona Pablo es el bautismo del pueblo en Moisés, en la ‘nube’ y el ‘mar’;
relacionando el paso del mar Rojo con el bautismo cristiano, que es propio de Pablo. El mar le recuerda el
agua del bautismo; la nube, el Espíritu Santo. La relación del pueblo con Moisés es signo, en cierto modo,
a la que nos une a los cristianos con Cristo.
71
Otro hecho que recoge Pablo son el maná y el agua de la roca, que él relaciona con la eucaristía:
alimento y bebida espiritual, prefigurando el pan y el vino eucarístico. Esta interpretación eucarística de
los prodigios del desierto es también propia del apóstol.
Hasta aquí la parte positiva. Ahora, la negativa (vv 5-10). Se refiere a diversos hechos históricos, por los
que la mayoría no habían entrado en la tierra prometida (Núm 14, 1-29): la añoranza de la carne y
pescado de Egipto (Núm 11, 4-6), las danzas del pueblo en torno al becerro de oro (Éx 32, 1-6), la
fornicación con las mujeres de Moab (Núm 25, 1-9), las quejas contra el Señor por tanto maná (Núm 21,
4-6), las murmuraciones contra Moisés y Aarón (Núm 16, 1-31; 17, 6-15).
El Exterminador es una forma de hablar para indicar el castigo divino.
Presentadas las dos caras, la conclusión se impone (vv 11-13): nuestros padres estuvieron todos bajo la
nube, todos atravesaron el mar, todos fueron bautizados en Moisés, todos comieron y todos
bebieron... y todo para nada. Sacados de la esclavitud con mano poderosa, para quedar tendidos en el
desierto la mayoría de ellos.
Lo mismo les puede suceder a los corintios y a los cristianos de todas las épocas y lugares: Bautizarse en
Cristo y alimentarse con la eucaristía no es suficiente si falta la fidelidad.
Los sacramentos no tienen nada de mágico y no garantizan la salvación-liberación, que se realiza en el
encuentro de dos fidelidades: la de Dios, que nunca falla, y la del ser humano. Dios exige la respuesta de
la fe y una conversión permanente que adecue nuestra vida a la suya, nuestra mirada a la suya. El
sacramento no es un punto de llegada, una seguridad; es un punto de partida y una exigencia continua.
Es posible, que en la marcha de la humanidad de hoy, los ‘cadáveres’ de los cristianos tapicen el camino,
lo mismo que los de los hebreos en el desierto: cuando participamos en los sacramentos y no somos
consecuentes con ellos en la vida de cada día.
Pero Pablo no quiere dejar sensación de pesimismo. Por eso nos dice que ‘Dios no permitirá que seamos
tentados por encima de nuestras fuerzas (v 13, que no se lee).
Las infidelidades y el final de los israelitas en el desierto deben ser motivo de reflexión para nosotros,
para que no seamos como ellos. No podemos fiarnos de nuestra condición de cristianos, como si ello
fuera suficiente. Hemos de ser consecuentes con esa fe que decimos profesar.
72
DOMINGO CUARTO DE CUARESMA
“UN HOMBRE TENÍA DOS HIJOS...”
OCASIÓN DE LA PARÁBOLA
“Se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los
fariseos y los letrados murmuraban entre ellos:
-Ése acoge a los pecadores y come con ellos.
Jesús les dijo esta parábola:
-Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
‘Padre, dame la parte que me toca de la fortuna’.
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró
a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre
terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país, que lo
mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el
estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de
comer.
Recapacitando entonces, se dijo:
-Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras
yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi
padre y le diré: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no
merezco llamarme hijo tuvo: trátame como a uno de tus jornaleros".
Se puso en camino adonde estaba su padre: cuando todavía estaba
lejos, su padre lo vio y se conmovió; y echando a correr, se le echó al
cuello y se puso a besarlo.
Su hijo le dijo:
-Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; va no merezco llamarme
hijo tuyo.
Pero el padre dijo a los criados:
-Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la
mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos
un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido, estaba
perdido y lo hemos encontrado.
Y empezaron el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo.
Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y, llamando
a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba.
Éste le contestó:
-Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque
lo ha recobrado con salud.
73
El se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba
persuadirlo.
Y él replicó a su padre:
-Mira: en tantos años que te sirvo, sin desobedecer nunca una orden
tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis
amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con
malas mujeres, le matas el ternero cebado.
El padre le dijo:
-Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías
alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido
y lo hemos encontrado.”
(Lc 15, 1-3. 11-32)
Como indica el comienzo del evangelio, la razón de la parábola es el escándalo de los fariseos y los
letrados ante los gestos de Jesús con los pecadores.
En medio de la inmensa paz interior en que se desarrolla su vida apostólica, Jesús tiene clavada una
espina: la actitud de los fariseos y los letrados, la élite religiosa de aquella sociedad. Estos hombres,
piadosos y cultos, nunca asimilaron el modo de vivir de Jesús. Siempre se opusieron a la relación que
tenía con los pecadores públicos, con los marginados, y que, además, ni siquiera se lavara las manos antes
de comer. Ellos, los representantes religiosos de Israel, viven orgullosos de su seguridad moral; la religión
es suya, y no soportan que alguien hable de un Dios que sea también de los publicanos y los pecadores,
de las prostitutas. Creían que la casa era de ellos. El Dios que anuncia Jesús era toda una revolución. Sus
planteamientos conmovían los cimientos religiosos de las personas ‘justas’.
Jesús quiere explicarles algo de lo que él sabe de Dios. Y le compara al pastor que pierde una oveja, a la
mujer que pierde una moneda, al padre que tenía dos hijos.
Jesús, con toda intención, dibuja, con su maestría inimitable, una parábola inmortal, la más famosa de los
evangelios; una joya literaria. Se trata de dos hermanos: uno que se cree justo y otro que es pecador y se
sabe y reconoce como tal. Y un padre, todo corazón, que vive para sus hijos.
Nunca acabo de entender el porqué se la conoce por el hijo ‘pródigo’, cuando Jesús la dirigió a los
fariseos y a los letrados, prototipos de hijos ‘mayores’. ¿Será porque es demasiado dura para aplicárnosla
los que nos creemos en regla?
La parábola revela lo que hay en el corazón del ser humano, y lo que hay en el corazón de Dios. Para
inspirarse, Jesús no tenía más que mirar al corazón de aquellos que se le acercaban, tanto de los pecadores
como de los dirigentes religiosos, y mirar a su propio corazón.
Jesús es el médico que cura a los enfermos y no puede curar a los que se creen sanos. ¿Quién lo es? Ha
venido a curar heridas, no a señalarlas; ha venido a romper cadenas, no a imponer cargas; ha venido a
salvar a los perdidos, no a condenarlos. Esta es la realidad que quiere señalarnos con el hijo pequeño. Y
esto molesta a los muy religiosos, a los bien pensantes y practicantes...
El choque era inevitable, por la manera tan distinta de presentar la religión. Y el choque no hará más que
crecer, hasta el rechazo total, hasta la muerte de Jesús, al que asesinarán pensando que hacen un favor a
Dios.
74
Cuando el ideal cristiano encarna una realidad tan desilusionante, no hemos de extrañarnos de que
muchos sientan verdadera necesidad de marcharse.
Urge una transformación de las estructuras de la Iglesia, para no seguir fabricando alejados:
celebraciones aburridas, alianzas vergonzosas, prohibiciones, postura de superioridad y desprecio de los
de fuera. Incapacidad para entender al que no quiere caminar al paso cansino de los dirigentes. Todo
rígidamente establecido... Falta la atmósfera que podría proporcionar la alegría de vivir, y de la que están
llenas las páginas de los evangelios. Hay que tener valor para mandar al desván todos los trastos inútiles,
que no son pocos; y trabajar por hacer de ella una casa de familia en la que el centro sea el corazón del
Padre.
El ser humano huye de Dios desde el principio. Y como Dios está en lo más íntimo de cada uno, al huir
de Dios, huimos de nosotros mismos. Y huimos también de los demás, que también es huir de sí mismo.
Hay muchas clases de huidas: la búsqueda de riquezas, de poder y de placeres; evitar responsabilidades,
el consumo, la superficialidad, la falta de oración...
La huida no nos lleva a ninguna parte. O nos lleva a la insatisfacción, a la angustia, al vacío, al sin
sentido de la vida. Huimos para ser independientes y venimos a caer en las garras del consumismo.
Los seres humanos, más que hambre de pan, tenemos hambre de amor. Es amor lo que buscamos cuando
‘huimos’; lo que pasa es que no sabemos dónde encontrarlo. Decimos que buscamos la felicidad; pero es
lo mismo, porque la felicidad sólo se encuentra en el amor.
Lo pierde todo: el tener y el ser; el patrimonio y la dignidad. Es muy fácil derrochar lo que no nos ha
costado esfuerzo construir. Cuando llega hasta el fondo del despilfarro, hace el inventario de todo lo que
ha perdido en su camino hacia el alejamiento. Se encuentra en una soledad y un vacío interior totales.
Los placeres, las orgías, el hambre, la soledad... han sido como espinas que han penetrado profundamente
en su carne y le han hecho sentir la nostalgia de la casa paterna. En la dramática comprobación de un
hambre atroz, de una miseria total, es donde comienza la trayectoria del retorno. Experimenta que es un
pobre hombre y tiene el coraje de confesar su propia miseria constitucional.
Ha realizado hasta el fondo la experiencia del mal, de la soledad, del vacío... El que ha tocado el fondo
del abismo de la degradación, puede elevarse hasta la santidad. Del pecador que se convierte puede brotar
el santo: son de la misma especie. El mediocre, el que siempre fue ‘bueno’, carece de esta posibilidad.
El regreso no está exento de egoísmo. Quiere regresar porque se sentía fracasado, porque había perdido
la partida y lo único que deseaba era comer como los criados de su padre.
El punto de partida para el regreso es la pobreza: solamente aceptándonos como pobres nos convertimos
en personas verdaderas, fraternales.
Este hijo es paradigma universal. Es la narración plástica de nuestra historia, un juicio a nuestra vida:
derrochar amor y libertad, vivir perdidos; tener hambre y necesidad de todo lo que nos podría edificar
como personas auténticas... y no hacer el esfuerzo requerido para saciarla.
Las etapas de su arrepentimiento se corresponden con las partes de la confesión sacramental: examen de
conciencia –recapacitando-, propósito de enmienda –me pondré en camino-, confesión de boca –padre,
he pecado...-, contrición de corazón –no merezco llamarme hijo tuyo-, y satisfacción de obra –trátame
como a uno de tus jornaleros.
75
Hoy el retorno se hace más difícil, porque no se sufre de hambre, sino de abundancia. El consumo nos
droga y nos quita las ganas de volver.
El hijo pequeño es todo aquél que se siente pecador, limitado, lleno de miserias e ignorancias, que se ha
alejado de Dios y de su verdadero yo, pero que es capaz de llorar y de volver.
El hijo menor ha tenido la gracia del hambre, del dolor, de la necesidad, del vacío... y ha podido retornar.
Los hartos, los llenos y seguros de sí mismos, los fariseos y los letrados de entonces y de ahora, estamos
incapacitados para el regreso, al no tener conciencia de habernos alejado. ¿Cómo desear volver?
Los cristianos hemos perdido este elemento esencial de la conversión y del perdón de los pecados,
reduciendo ambos a un acto individual, externo, frío y sin consecuencias para la vida posterior. Y, por eso
mismo, hemos hecho de la confesión sacramental un rito hueco, rutinario, en el que repetimos una y otra
vez la misma historia. No debe extrañarnos que su práctica haya descendido hasta casi desaparecer.
EL PADRE
Accede a la petición del hijo menor. Sabe que su hijo ya no es un niño, que quiere hacer su vida. Y
comprende, con gran dolor. Acepta el riesgo de la libertad que pide, porque sabe que sin libertad no hay
amor. El padre verdadero ayuda de verdad a los hijos siendo un modelo.
El amor sin condiciones del padre es el centro de esta historia. Jesús -y en él, el Padre del cielo-,
representan esta actitud. Se conmueve ante el hijo que vuelve, y busca la conversión del hijo que se quedó
en la casa. Respeta la decisión alocada del hijo pequeño, no duerme pensando en él, no pide cuentas...
El corazón del padre se ha ido con el hijo. Parece que ha quedado en la casa únicamente para esperar al
hijo, para escrutar el horizonte. El amor verdadero nunca se resigna a la separación, no se encierra en una
espera enojada y rencorosa. El que es padre de verdad nunca deja de amar a sus hijos, aunque se hayan
alejado de él; siempre está dispuesto a recibirlos cuando decidan regresar a casa.
Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió. El padre le sale al encuentro y lo abraza.
No le reprocha nada, ni le pregunta los motivos de su vuelta. Sabe simplemente que regresa, conoce sus
sufrimientos y miserias, las dudas que habrá tenido que vencer para volver, y le ofrece su amor y su casa.
La parábola no dice que el padre perdonó al hijo; supera ese concepto. El que ama de verdad a otro no
tiene que perdonar, porque nunca se ha sentido ofendido personalmente. El perdón no es algo que se da o
que se recibe, sino algo que se construye, porque es la vuelta a un amor cada vez más profundo.
Esta postura del padre es fácil de entender: ¡qué más se puede desear que la vuelta de los hijos!
El hijo descubre en el recibimiento del padre la dimensión del verdadero amor. Ya puede vivir como hijo
verdadero, porque ya sabe cómo es su padre. Ha tenido que marchar lejos para descubrirlo.
El padre ha podido ofrecer al hijo que ha vuelto el ternero cebado, el anillo, el mejor traje, las
sandalias... Pero no ha podido ofrecerle la acogida del hermano mayor. No estaba a su alcance.
Podríamos esperar que el padre se indignase con el hijo mayor. Pero no: el padre sabe cómo quitarle el
veneno, incluso a aquel corazón enfermo. Le dirige las palabras más dulces y afectuosas: Hijo, tú estás
siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Y hasta se excusa delante de él: deberías alegrarte...
Así ve Jesús a Dios. No impone sus criterios ni mendiga el amor de sus hijos. Nos creó libres y acepta el
riesgo de esa libertad sin resentimientos. Es un Dios que cree que el amor es más fuerte que todo lo
demás, y que es lo único que puede transformar de verdad el corazón humano. Es un Dios que no tiene
76
más ley que el amor, ni más justicia que el perdón; que quiere llenar su casa con la alegría de sus hijos.
Es un Dios que no castiga, sino que espera en silencio el proceso de liberación interior de cada persona.
Es penoso que los cristianos hayamos fabricado otro Dios: el del miedo y el castigo, el de la ley y la
obediencia ciega, el de las largas listas de ‘no hagas’. Un Dios que fabricó una sociedad injusta y clasista
para oprimir a los pueblos y mantenerlos en perpetuo infantilismo.
EL HERMANO MAYOR
El hijo menor se ha dejado reconciliar con facilidad. El caso del hermano mayor es más complicado. ¡Es
un justo! Reza el ‘yo pecador’ al revés.
¿Qué ha hecho el hermano mayor para impedir la marcha del menor? Es posible que lanzara un suspiro
de satisfacción, porque con su marcha se quedaba la casa tranquila. Posiblemente le había llenado la
cabeza de lo que tenía que hacer, sin hablarle nunca de lo que era.
Es el contraste de la postura del padre: figura mezquina, cicatera, orgullosa, distante, repugnante... muy
frecuente entre nosotros. No se mueve porque se considera en su sitio. Vive enjaulado en la ley, en la
observancia externa; no ha cometido faltas graves, pero vive sin amor, sin alegría. Es el hombre del
castigo, de la dureza con los demás. Es terriblemente perfecto. Se siente irreprochable. Es el representante
de los sacerdotes, fariseos y letrados -¿’cristianos’ de toda la vida?-: exigentes, mezquinos, legalistas.
Parece que padece un complejo de inferioridad, ante el pecado y que está convencido de que su hermano
se lo ha pasado en grande, mientras que él ha vivido esclavo del reglamento. No entiende que el corazón
humano no se puede llenar con las cosas, que tiene necesidad de algo más. No sabe que el mal lleva en sí
mismo la pena. Duda que el bien produzca mucha más alegría que el pecado. Ha descubierto, con estupor
y despecho, que el centro de la casa no es el reglamento ni las prácticas, sino el corazón del padre.
Una formación religiosa inspirada en los mandamientos, en las prácticas y en los ritos, no hace hijos, no
hace cristianos auténticos, porque hace imposible enamorarse del Padre.
Es difícil convencerse de que el puesto en la casa no se puede conservar, sino reencontrar cada día; que la
fidelidad no consiste en permanecer, sino en descubrir y aceptar las desconcertantes iniciativas del Padre.
El hijo mayor no se fue nunca de casa, pero estuvo siempre más lejos del padre que su hermano.
En la parábola falta un ‘final feliz’. Se dará solamente cuando el hijo mayor se convierta. Una
conversión más ardua que la del hermano pequeño.
Este hijo mayor, al igual que innumerables cristianos y miembros de otras religiones, se parece -¿nos
parecemos?- a los cuernos de las cabras, que son retorcidos, duros y huecos. Dignos herederos de aquellos
letrados y fariseos, que tan mal nos caen y que posiblemente tengamos dentro de nosotros.
Los peores enemigos de la religión no son los que la combaten abiertamente. Son esos hijos mayores, los
que la empobrecemos, la deformamos, la reducimos a unas prácticas y ritos sin vida, a la vez que
condenamos a todos los que no piensan como nosotros o no siguen nuestros mandatos.
¡Extraña religión esta que conduce a negar el amor y a matar a Jesucristo! ¡Curioso servicio al Padre este
que impulsa a rechazar al hermano!: Ese hijo tuyo.
La parábola termina sin darnos la respuesta del mayor. Queda el interrogante para la Iglesia y para cada
uno de los cristianos. Es un personaje frecuente entre nosotros: nadie le podrá acusar de grandes pecados,
pero vive cerrado a la vida, al amor. Es un justo que no necesita conversión, porque lo hace todo bien.
77
LA LIBERTAD AHORA SIEMPRE SERÁ RELATIVA
“El Señor dijo a Josué:
-Hoy os he despojado del oprobio de Egipto.
Los israelitas acamparon en Guilgal y celebraron la pascua al atardecer del día
catorce del mes, en la estepa de Jericó.
El día siguiente a la pascua, ese mismo día, comieron del fruto de la tierra:
panes ázimos y espigas fritas.
Cuando comenzaron a comer del fruto de la tierra, cesó el maná. Los israelitas
ya no tuvieron maná, sino que aquel año comieron de la cosecha de la tierra de
Canaán.”
(Jos 5, 9-12)
El libro de Josué nos habla de la entrada, conquista y posesión de la tierra prometida por los hebreos que
vienen de Egipto. Es el libro del cumplimiento de una de las promesas que había hecho Yahvé a los
patriarcas –Abrahán, Isaac y Jacob- de darles en posesión esa tierra. Con esta llegada y conquista termina
el Éxodo. Se acabaron ya las pesadillas de la esclavitud de Egipto, los peligros y las dificultades de la
peregrinación por el desierto... Por fin libres. Una libertad siempre relativa, porque la plena liberación -la
del pecado- no es de este mundo: siempre tiene que estar siendo conquistada.
El capítulo 5 del libro comienza narrando el pánico de los cananeos, al enterarse del milagro que había
obrado Yahvé al secar el río Jordán para que lo atravesaran los israelitas (v 1). Después, Yahvé-Dios
había mandado a Josué que circuncidara a todos los varones (vv 2-8). Una práctica que se había
descuidado en Egipto y abandonado durante los años de peregrinación por el desierto. Un rito, que ponía
fin al oprobio de Egipto (v 9), signo de liberación que les convertía en servidores de Yahvé y propiedad
suya, y les preparaba para la celebración de la pascua. (v 10). De esta forma, el camino por el desierto
termina como empezó: circuncisión, como condición para comer la pascua (Éx 12,43-44) y paso del mar
Rojo (Éx 14, 21-22). Éste en tierra de esclavitud; aquél, de libertad. El pueblo peregrino se convierte en
sedentario y comienza a comer los frutos de la tierra (vv 11-12).
En un alto en el camino, se reúnen en Guilgar, uno de los lugares sagrados más importantes de Israel,
entre Jericó y el río Jordán, hasta el reinado de David, y celebraron la pascua al atardecer... La fiesta
recuerda la opresión y celebra la liberación. Cierra los cuarenta años de caminar por el desierto.
En este lugar, Josué mandó erigir doce piedras en recuerdo del paso del Jordán (Jos 4, 1-9).
Es el momento culminante de la liberación: Hoy os he despojado del oprobio de Egipto.
La lectura no nos describe el ritual pascual practicado por Josué.
La vida en el desierto da paso a una vida en la que la tierra bendecida ofrece por sí misma a los israelitas
lo que Yahvé les había dado hasta entonces. La pascua, que concluye un período de peregrinación y de
esperanza, inicia otro de posesión y de confianza.
El pueblo tendrá que cultivar estos alimentos de la tierra. Con este cambio, el pueblo dará el salto de la
edad ‘infantil’, en la que dependía totalmente de Dios, a la edad adulta, en la que realizará su propio
trabajo y ejercerá su libertad en comunión con Yahvé, colaborando con el Señor en el propio destino y en
la propia fe.
La entrada y posesión de la tierra simboliza la entrada en la patria eterna.
78
LA “RECONCILIACIÓN” CON DIOS ES OBRA “DE CRISTO”
“Hermanos: El que es de Cristo es una creatura nueva: lo antiguo ha pasado, lo
nuevo ha comenzado. Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos
reconcilió consigo y nos encargó el servicio de reconciliar. Es decir, Dios mismo
estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus
pecados, y a nosotros nos ha confiado el mensaje de la reconciliación. Por eso,
nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara
por medio nuestro. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al
que no había pecado, Dios le hizo expiar nuestros pecados, para que nosotros,
unidos a él, recibamos la salvación de Dios.”
(2 Cor 5, 17-21)
Pablo reivindica para Dios la iniciativa de la conversión. Dedica unos capítulos de esta carta (2 Cor 1,
12-7, 16) a profundizar en el ministerio apostólico... Dentro de ese contexto está la lectura de hoy.
Y, como es natural en un enamorado, habla de Cristo. Hoy de la vida nueva en él.
El amor de Cristo, en su doble vertiente, es la razón de su ministerio apostólico: el amor que Cristo le
tiene y el que Pablo, en justa correspondencia, tiene al Señor. Amor que no tiene nada de
sentimentalismo, porque es fruto de una opción muy meditada: de la comprensión del amor de Cristo, que
muere por todos en la cruz. Desde que hizo ese descubrimiento, su vida no ha tenido más que un objetivo:
dedicarse plenamente a comunicarlo a los demás. De esta forma se ha convertido en creatura nueva, que
unifica y equilibra toda una vida.
La forma concreta, adoptada por Pablo, para corresponder al amor de Cristo, ha sido la de consagrarse al
servicio de reconciliar, idea muy del gusto del apóstol.
Pablo presenta la doctrina de la redención en términos de relaciones interpersonales entre Dios y el
hombre. Lo hace de forma distinta a la oración judía, que pedía a Dios que se reconciliara con ellos, que
modificara sus sentimientos (2 Mac 1, 5; 7, 33; 8, 29). En Pablo, Dios no cambia sus sentimientos
respecto al mundo, sino que modifica el estado del mundo respecto a él. Es decir, Dios no cambia de
parecer: no se reconcilia con el mundo, sino que, por medio de Cristo, ayuda al mundo a que cambie y
quiera volver a él. De igual modo, el ministerio de Pablo no consiste únicamente en reconciliarnos con
Dios, sino, y sobre todo, en proclamar que la reconciliación ya se ha realizado, fruto de la muerte-
resurrección de Cristo, consecuencia de su fidelidad a la voluntad del Padre.
Esta reconciliación lograda por Cristo, son los apóstoles los encargados de darla a conocer el mundo:
nosotros actuamos como enviados de Cristo (v 20).
Esta reconciliación primera, realizada en la cruz, debe llevar a la reconciliación de toda la humanidad. A
ella nos incorporamos los cristianos por el bautismo, siguiendo lo más de cerca posible la vida de Jesús.
La consecuencia es la nueva criatura (v 17). El resto de la lectura (vv 18-21), son como la conclusión de
todo lo que ha venido diciendo.
79
DOMINGO QUINTO DE CUARESMA
“TAMPOCO YO TE CONDENO... NO PEQUES MÁS”
ACUSACIÓN
“Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el
templo y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los letrados y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y,
colocándola en medio, le dicen:
-Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de
Moisés nos manda apedrear a las adúlteras: tú, ¿qué dices?
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
-El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno empezando por los más viejos,
hasta el último.
Y quedó solo Jesús, y la mujer en medio, de pie.
Jesús se incorporó y le preguntó:
-Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado?
Ella contestó:
-Ninguno, Señor.
Jesús dijo:
-Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.”
(Jn 8, 1-11)
El evangelio de hoy originariamente no perteneció al evangelio de Juan. La escena encaja perfectamente
con el estilo de Lucas, el evangelista que más resalta la misericordia de Jesús para con los pecadores. En
pocas líneas nos da una enseñanza extraordinaria, partiendo de un caso concreto. Es un mensaje de
perdón y comprensión, de defensa de los más débiles. El perdón que es, sobre todo, un don de Dios y que
debe darse siempre a todos. Jesús ama y busca el bien de todas las personas y está en contra de los
violentos y de los que están siempre dispuestos a condenar a los demás; en contra de tantos ‘jueces’ del
prójimo incapaces de reconocer el más mínimo pecado en ellos mismos. El que es consciente de la
necesidad que tiene de perdón y misericordia está capacitado para saber perdonar.
Muy de mañana, Jesús había vuelto al templo para aprovechar la afluencia de peregrinos y enseñar. Su
auditorio es muy numeroso: todo el pueblo acudía a él. El mensaje de libertad interior y de amor que
proclama atrae a las masas. Esto exaspera a los dirigentes religiosos judíos, que traman un plan
maquiavélico. A los pies de Jesús, que está enseñando en el templo, arrojan a una mujer, a la que han
cazado en flagrante adulterio. Es un grupo que aprovecha todas las ocasiones para expresarle su
animosidad. Por ser mujer, merecía poco aprecio en aquella sociedad -¿dónde estaba el compañero de
pecado?-; por el pecado cometido, se había ganado toda clase de desprecios: era, junto con el homicidio y
la apostasía, uno de los tres más graves. La actitud de acusar y condenar es fruto de considerarse
superiores y mejores que los demás, limpios de toda culpa ante Dios y ante los hombres.
Más que condenar a la mujer, tratan de poner a prueba a Jesús. Su celo por la ley es una farsa. Según la
ley de Moisés, tanto la mujer como Jesús, si no la condena, merecen la muerte. Ella por adúltera (Dt 22,
22); él por blasfemo. La trampa estaba bien tendida, se notaba que los estudios que hacían en las escuelas
rabínicas servían para algo.
80
RESPUESTA DE JESÚS
Jesús ve en ella a una persona débil, humillada, y la mira con amor. En Jesús se refleja la misericordia
del Padre del cielo. La mujer nos representa a todos.
Dios ama. Una realidad que ilumina nuestra noche, que sostiene nuestra esperanza. Ama a la persona que
está en la miseria; nunca la miseria que hay en toda persona.
Se inclina y escribe. La escritura de Jesús parece una forma de reflexionar y de hacer pensar a los que le
rodean, enardecidos ante una posible ejecución de la mujer, y de poner nerviosos a los acusadores.
El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra. Jesús pretende con sus palabras ir en contra de
los que se erigen en protectores de la ley, sin preocuparse por ser los primeros en responder a sus
exigencias; ir en contra de una sociedad que practica una doble moral, con el agravante de condenar
únicamente los pecados y los delitos de los débiles y oprimidos. Los delitos de los ‘grandes’ son de
‘guante blanco’, o realizados en nombre del ‘honor’; y no es raro que se premien con condecoraciones.
Los de los ‘pequeños’, siempre de menor cuantía, llenan las cárceles... y, en ocasiones, los cementerios.
Jesús les pone –nos pone- ante su propia conciencia. ¿Quién no los tiene? Si empezamos a tirar piedras
unos contra otros, es posible que no haya piedras suficientes.
Jesús se ha mostrado fiel a su mensaje de misericordia y fiel a la ley, que también viene del Padre. No
niega el pecado. Es mucho más exigente con los acusadores que con la mujer. Le duele el pecado de todos
los que están siempre dispuestos a apedrear a los demás.
De esta actitud de Jesús, podemos deducir algunas consecuencias: el respeto a los demás; la compasión;
el amor que perdona y comprende y que ayuda a que nos valoremos a nosotros mismos; la verdad, porque
¿cómo tirar piedras contra otros si todos somos pecadores?; la inteligencia y la valentía: Jesús ha sabido
eludir la trampa y defender a la mujer de los acusadores, además de enfrentarse con ellos.
.
DESENLACE
El desenlace es inesperado: se van todos, empezando por los más viejos. Se dan cuenta de que también
ellos pueden ser acusados de algo.
Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más. Jesús no aprueba ni disimula el pecado.
Distingue entre pecado y pecador. La invita a la esperanza, a salir de su ‘destierro’. El ser humano tiene
que ser defendido siempre. Sólo podemos atacar el mal que hacemos.
Cuando la mujer se siente amada, empieza a sentirse una persona nueva; el amor dignifica, hace mirar
hacia adelante. Jesús no le ha preguntado por lo que hizo; ya se lo han dicho. El pecado no es bueno, hace
daño, rebaja y encadena a la persona. El pecado nos destruye e impide que seamos nosotros mismos.
Tenemos que seguir diciendo ‘no’ al pecado, y denunciar las situaciones y estructuras de pecado, que
provocan el sufrimiento y la muerte de tantas personas.
Habían tratado de poner a Jesús, el maestro de la misericordia, una trampa. En este caso, tenía que ir o en
contra de la ley o en contra de su corazón. En ambos casos estaba perdido. Y habló con amor y sabiduría.
Así debe ser también nuestro amor: inteligente y valiente. Los problemas con los que nos enfrentamos
son, casi siempre, complejos y difíciles. No bastará la buena voluntad sin una preparación adecuada.
Tenemos que saber llegar a las raíces de los problemas. Decía Aristóteles: ‘No está de más aprender a
razonar’.
81
Si nos sentimos perdonados, ¿cómo podremos atrevernos a condenar? El que se siente amado, ama. El
que se siente perdonado, perdona. El que ama y perdona, capacita al otro para amar y perdonar. No
podemos condenar nunca a nadie. Y perdonar y olvidar siempre.
82
La esperanza forma parte de la vida; crea la vida. Dios nos ayudó y nos ayuda ahora porque nos ayudará
en el futuro. Dios es aquel que siempre hace ‘algo nuevo’. El recuerdo del pasado es una clave
interpretativa del presente y un estímulo para afrontar con confianza el futuro.
La ilusión más peligrosa es la de quedarse a esperar a que alguien nos revele, desde lo alto, el camino
recto, seguro, bien señalizado, que ofrezca todas las garantías. No acabamos de asumir que el camino se
descubre caminando. El camino de nuestra vida lo tenemos que ir descubriendo cada uno. Nunca
sentados, o en los libros, o a través de planes y de interminables discusiones. Se va descubriendo
únicamente después de que nos hemos decidido, con coraje, a salir al ‘aire libre’... y ‘explorar’.
Es verdad que se corren riesgos. Pero el mayor riesgo es vivir aburguesados en la seguridad.
La vida de fe es una incómoda y fascinante aventura. La fe nos ofrece una pista fundamental: que Dios,
en medio del desierto de nuestra vida, no nos pierde de vista. Pero sólo eso, No viene a darnos seguridad.
Nos abre el camino de la salvación-liberación –sentido de la vida-, en medio de nuestro desierto.
Aquellas liberaciones son anticipo y garantía de la salvación de la humanidad por obra del amor de Dios.
Para el cristiano, la intervención de Jesús en la historia desempeña este papel de acontecimiento
primordial. La Iglesia debe leer constantemente su propia historia en relación con el Señor. Su muerte y
resurrección dan sentido pleno y para siempre a las nuestras, como vemos en la segunda lectura.
83
La primera es la comunión con los sufrimientos de Cristo, que Pablo ha llegado a comprender en la
coherencia de su vida con la de Jesús. Sufrimientos que se unen a los de Jesucristo porque son provocados
por su predicación del evangelio y por su vida cercana a la del Maestro.
En segundo lugar nos dice Pablo que, gracias a ese conocimiento de Cristo Jesús, todas las ventajas
conseguidas en el judaísmo carecen de valor para él: todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo (v
8). A este ideal ha sacrificado todos sus títulos judíos. Nosotros tenemos que valorar en su justa medida
las realidades que nos circundan para eliminar todo lo que dificulte nuestro progreso como cristianos.
El conocimiento al que Pablo se refiere no es sólo intelectual; es una relación personal: existir en él (v
9); una comunión con sus padecimientos (v 10), para llegar un día a la resurrección de entre los
muertos (v 11).
Finalmente, frente a los cristianos ‘perfectos’, Pablo se presenta como un creyente en camino y en
búsqueda: no es que haya conseguido el premio, o que ya esté en la meta: yo sigo corriendo... como si
aún no hubiera conseguido el premio (vv 12-13). A pesar de su entrega plena a Cristo, nunca se creyó
en posesión de una plenitud.
Un conocimiento que ya es ahora participación en la vida del Resucitado: para ganar el premio, al que
Dios desde arriba llama en Cristo Jesús (v 14). Esto es lo único que tiene verdadera importancia ahora.
Esta lectura nos manifiesta cuán grande es el corazón de Pablo, su generosidad, su fe, su esperanza y su
amor a Cristo. Lo que cuenta es Cristo, configurarse con él, en su pasión, muerte y resurrección.
La vida cristiana es conocer a Jesús, ganar a Jesús, existir en Jesús, comulgar con su muerte y
resurrección. Un camino que no se termina nunca.
A las preguntas: ¿cuál es el objetivo de nuestra vida?, ¿qué es lo verdaderamente importante, aquello a lo
que vale la pena dedicarse enteramente?, Pablo nos ha respondido claramente desde su propia
experiencia: Cristo. ¡Ojalá podamos nosotros decir lo mismo!
84
DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR
MESÍAS DE LA PAZ
85
Lucas nos describe la preparación (vv 28-35), la entrada mesiánica (vv 36-38) y un final que presagia un
futuro oscuro para Jesús (vv 39-40): sus enemigos no están de acuerdo con el entusiasmo y las palabras
de la turba. Este ambiente tenso prepara los acontecimientos próximos de su pasión y muerte.
El relato de Zacarías (9, 9), le sirve de base y de interpretación: vendrá un rey como Mesías, con signo de
pobreza y de paz, en contraste con el fasto tradicional de los reyes terrenos y poderosos
Los discípulos encontraron el asno. Todo sucede tal como Jesús les había indicado. Les dejaron llevarlo.
Colocaron sus mantos sobre el animal, en señal de honor, y Jesús se montó en él. Así montado,
acompañado del entusiasmo popular y rodeado de sus discípulos, se encamina hacia Jerusalén.
La gente tiende sus vestiduras en el camino delante de Jesús, como una especie de acto de vasallaje. Se
formó un cortejo delante y detrás de él, que le aclamaba con alborozo.
Todo rebosa soberanía, todo es significativo. Aunque Jesús viene montado en una humilde cabalgadura,
es el Señor. Lo proclaman con sus gritos y aclamaciones todos sus acompañantes. Pero se tiene la
impresión de que las invocaciones se dirigen a otro mesías, no a aquel que cabalga en el borrico. Y es que
pueden existir oraciones bellísimas, ceremonias y fiestas espléndidas... pero equivocadas al estar dirigidas
a ‘otro’. Es posible que Jesús se haya sentido pocas veces tan solo como en medio de aquel griterio.
Jesús calla ante las aclamaciones que le dirigen. La plasticidad de la escena se encarga de corregir sus
-nuestras- falsas ideas.
El reino de Dios es la antítesis de un reino humano. Es un reino que está por llegar, pero que también ya
ha llegado y está en medio de nosotros, en la medida de nuestro amor.
Ha sido la Iglesia primitiva la que, reflexionando sobre este hecho a la luz de la Pascua, ha descubierto
todas las características de una manifestación mesiánica al estilo de Dios; lo ha analizado y comprendido
cuando ya había pasado. El modo elegido por Jesús para su entrada era el más adaptado para declarar su
mesianidad a los que estaban abiertos a comprenderla y, al mismo tiempo, para esconderla a los demás.
Jesús se manifiesta únicamente a los que tienen ‘ojos’ para ver y ‘oídos’ para escuchar y entender.
86
consideraban la más dispuesta a recibir al Enviado de Dios. ¿Se repite la historia? No olvidemos que la
Escritura tiene todo de profecía... ¿Se deberá a esa reputación de ‘disponibilidad’ el que, en el momento
decisivo, estén –estemos- ‘indisponibles’?
Los discípulos pueden simbolizar a la Iglesia: aceptan al Mesías, pero equivocado. Los fariseos, a Israel,
a la ley antigua y su ortodoxia.
LA PASIÓN EN LUCAS
Llegada la hora, se sentó Jesús con sus discípulos, y les dijo:
-He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros antes de
padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el
reino de Dios.
Y tomando una copa, dio gracias y dijo:
-Tomad esto, repartidlo entre vosotros: porque os digo que no beberé desde
ahora del fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios.
Y tomando pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo:
-Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros: haced esto en memoria
mía.
Después de cenar, hizo lo mismo con la copa diciendo:
-Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre, que se derrama por
vosotros
Pero mirad: la mano del que me entrega está con la mía en la mesa. Porque el
Hijo del hombre se va según lo establecido: pero ¡ay de ése que lo entrega!
Ellos empezaron a preguntarse unos a otros quién de ellos podía ser el que
iba a hacer eso.
Los discípulos se pusieron a disputar sobre quién de ellos debía ser tenido
como el primero. Jesús les dijo:
-Los reyes de los gentiles los dominan y los que ejercen la autoridad se
hacen llamar bienhechores. Vosotros no hagáis así, sino que el primero entre
vosotros pórtese como el menor, y el que gobierne, como el que sirve.
Porque, ¿quién es más, el que está en la mesa o el que sirve?, ¿verdad que el que
está en la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve.
Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, y yo os
transmito el reino como me lo transmitió mi Padre a mí: comeréis y beberéis a mi
mesa en mi reino, y os sentaréis en tronos para regir a las doce tribus de Israel.
Y añadió:
-Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como
trigo. Pero yo he pedido por ti para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te
recobres, da firmeza a tus hermanos.
El le contestó:
-Señor, contigo estoy dispuesto a ir incluso a la cárcel y a la muerte.
Jesús le replicó:
-Te digo, Pedro, que no cantará hoy el gallo antes que tres veces hayas
negado conocerme.
Y dijo a todos:
-Cuando os envié sin bolsa ni alforja, ni sandalias, ¿os faltó algo?
Contestaron:
-Nada.
El añadió:
-Pero ahora, el que tenga bolsa que la coja, y lo mismo la alforja: y el que
no tiene espada que venda su manto y compre una. Porque os aseguro que tiene
que cumplirse en mí lo que está escrito: ‘fue contado con los malhechores’. Lo
que se refiere a mí toca a su fin.
Ellos dijeron:
-Señor, aquí hay dos espadas.
87
El les contestó:
-Basta.
Y salió Jesús como de costumbre al monte de los Olivos, y lo siguieron los
discípulos. Al llegar al sitio, les dijo:
-Orad, para no caer en la tentación.
El se arrancó de ellos, alejándose como a un tiro de piedra, y arrodillado, oraba
diciendo:
-Padre, si quieres, aparta de mí ese cáliz. Pero que no se haga mi
voluntad, sino la tuya.
Y se le apareció un ángel del cielo que lo animaba. En medio de su angustia
oraba con más insistencia. Y le bajaba el sudor a goterones, como de sangre,
hasta el suelo. Y, levantándose de la oración, fue hacia sus discípulos; los
encontró dormidos por la pena, y les dijo:
-¿Por qué dormís? Levantaos y orad para no caer en la tentación.
Todavía estaba hablando, cuando aparece gente: y los guiaba el llamado
Judas, uno de los doce. Y se acercó a besar a Jesús.
Jesús le dijo:
-Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre? Al darse cuenta los
que estaban con él de lo que iba a pasar, dijeron:
-Señor, ¿herimos con la espada?
Y uno de ellos hirió al criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja
derecha.
Jesús intervino diciendo:
-Dejadlo, basta.
Y tocándole la oreja, lo curó. Jesús dijo a los sumos sacerdotes, y a los
oficiales del templo, y a los ancianos que habían venido contra él:
-¿Habéis salido con espadas y palos a caza de un bandido? A diario
estaba en el templo con vosotros, y no me echasteis mano. Pero ésta es vuestra
hora: la del poder de las tinieblas.
Ellos lo prendieron, se lo llevaron y lo hicieron entrar en casa del sumo
sacerdote. Pedro lo seguía desde lejos. Ellos encendieron fuego en medio del patio, se
sentaron alrededor y Pedro se sentó entre ellos.
Al verlo una criada sentado junto a la lumbre, se le quedó mirando y le dijo:
-También éste estaba con él.
Pero él lo negó diciendo:
-No lo conozco, mujer.
Poco después lo vio otro y le dijo:
-Tú también eres uno de ellos.
Pedro replicó:
-Hombre, no lo soy.
Pasada cosa de una hora, otro insistía:
-Sin duda, también éste estaba con él, porque es galileo. Pedro contestó:
-Hombre, no sé de qué hablas.
Y estaba todavía hablando cuando cantó un gallo. El Señor, volviéndose, le echó
una mirada a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra que el Señor le había dicho:
‘Antes de que cante hoy el gallo, me negarás tres veces’. Y, saliendo afuera, lloró
amargamente.
Y los hombres que sujetaban a Jesús se burlaban de él dándole golpes.
Y, tapándole la cara, le preguntaban:
-Haz de profeta: ¿quién te ha pegado?
Y proferían contra él otros muchos insultos.
Cuando se hizo de día, se reunió el senado del pueblo, o sea sumos
sacerdotes y letrados, y, haciéndole comparecer ante su sanedrín, le dijeron:
-Si tú eres el Mesías, dínoslo.
El les contestó:
-Si os lo digo, no lo vais a creer; y si os pregunto, no me vais a responder.
Desde ahora el Hijo del hombre estará sentado a la derecha de Dios todopoderoso.
Dijeron todos:
-Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?
El les contestó:
88
-Vosotros lo decís, yo lo soy.
Ellos dijeron:
-¿Qué necesidad tenemos ya de testimonios? Nosotros mismos lo hemos
oído de su boca.
El senado del pueblo, o sea sumos sacerdotes y letrados, se levantaron y
llevaron a Jesús a presencia de Pilato. Y se pusieron a acusarlo, diciendo:
-Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación, y
oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que él es el Mesías
rey.
Pilato preguntó a Jesús:
-¿Eres tú el rey de los judíos?
El le contestó:
-T ú lo dices.
Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la turba:
-No encuentro ninguna culpa en este hombre.
Ellos insistían con más fuerza, diciendo:
-Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta aquí.
Pilato, al oírlo, preguntó si era galileo; y al enterarse que era de la jurisdicción
de Herodes, se lo remitió. Herodes estaba precisamente en Jerusalén por aquellos
días.
Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento; pues hacía bastante tiempo
que quería verlo, porque oía hablar de él y esperaba verlo hacer algún milagro.
Le hizo un interrogatorio bastante largo; pero él no le contestó ni palabra.
Estaban allí los sumos sacerdotes y los letrados acusándolo con ahínco.
Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se burló de él; y,
poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se
hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes se llevaban muy mal.
Pilato, convocando a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo,
les dijo:
-Me habéis traído a este hombre alegando que alborota al pueblo; y resulta
que yo le he interrogado delante de vosotros, y no he encontrado en este
hombre ninguna de las culpas que le imputáis; ni Herodes tampoco, porque nos
lo ha remitido: ya veis que nada digno de muerte se le ha probado. Así que le
daré un escarmiento y lo soltaré.
Por la fiesta tenía que soltarles a uno. Ellos vociferaron en masa, diciendo:
-¡Fuera ése! Suéltanos a Barrabás.
(A éste lo habían metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y
un homicidio.)
Pilato volvió a dirigirles la palabra con intención de soltar a Jesús. Pero
ellos seguían gritando:
-¡Crucifícalo, crucifícalo!
El les dijo por tercera vez:
-Pues ¿qué mal ha hecho éste? No he encontrado en él ningún delito
que merezca la muerte. Así es que le daré un escarmiento y lo soltaré.
Ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba
creciendo el griterío.
Pilato decidió que se cumpliera su petición: soltó al que le pedían (al que
había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a
su arbitrio.
Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene,
que volvía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevase detrás de Jesús.
Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se daban golpes y
lanzaban lamentos por él.
Jesús se volvió hacia ellas y les dijo:
-Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad por vosotras y por vuestros
hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: ‘Dichosas las estériles y los
vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado’. Entonces
empezarán a decirles a los montes: ‘Desplomaos sobre nosotros’, y a las colinas:
‘Sepultadnos’; porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?
Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con él.
89
Y cuando llegaron al lugar llamado de ‘La Calavera’, lo crucificaron
allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Jesús decía:
-Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.
Y se repartieron sus ropas echándolas a suerte.
El pueblo estaba mirando.
Las autoridades le hacían muecas diciendo:
-A otros ha salvado, que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de
Dios, el Elegido.
Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo:
-Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.
Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: ‘Este es el rey
de los judíos’.
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo:
-¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.
Pero el otro le increpaba:
-¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es
justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha
faltado en nada.
Y decía:
-Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.
Jesús le respondió:
-Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.
Era ya eso de mediodía y vinieron las tinieblas sobre toda la región hasta la
media tarde, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio.
Y Jesús, clamando con voz potente, dijo:
-Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
Y dicho esto, expiró.
El centurión, al ver lo que pasaba, daba gloria a Dios diciendo:
-Realmente, este hombre era justo.
Toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo, habiendo visto lo
que ocurría, se volvía dándose golpes de pecho.
Todos sus conocidos se mantenían a distancia, y lo mismo las mujeres que lo
habían seguido desde Galilea y que estaban mirando.
Un hombre llamado José, que era senador, hombre bueno y honrado (que no
había votado a favor de la decisión y del crimen de ellos), que era natural de
Arimatea y que aguardaba el reino de Dios, acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de
Jesús. Y, bajándolo, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro
excavado en la roca, donde no habían puesto a nadie todavía.
Era el día de la Preparación y rayaba el sábado. Las mujeres que lo habían
acompañado desde Galilea fueron detrás a examinar el sepulcro y cómo
colocaban su cuerpo. A la vuelta prepararon aromas y ungüentos. Y el sábado
guardaron reposo, conforme al mandamiento”.
(Lc 22, 14-23, 56)
Lucas relata los acontecimientos de la Pasión bajo el signo de la misericordia y del amor. Su punto de
partida es profundamente religioso y, a la vez, entrañablemente humano. La cruz es para él el sacramento
de la misericordia divina. Prescinde de algunos de los aspectos más crueles, como la flagelación y la
coronación de espinas.
No recoge normalmente los cargos que pesan sobre los judíos y sobre los discípulos. No busca
responsabilidades, consciente de que la sangre de Jesucristo lava toda culpa. Y así, no relata el hecho de
que por tres veces encuentra Jesús dormidos a sus discípulos (Mt 26, 40-47), ni que los discípulos
huyeran en Getsemaní (Mt 26, 56), ni las imprecaciones de Pedro contra los servidores del sumo
sacerdote (Mt 26, 74). No dice que los judíos escupieron a Jesús, ni que le ataron para llevarle a Pilato.
No se ensaña en la traición de Judas.
90
Menciona la presencia de amigos y conocidos en el Calvario (Lc 23, 49). El mismo Pilato aparece por
tres veces proclamando la inocencia de Jesús (Lc 23, 4. 13-15. 20-22). Uno de los criados del sumo
sacerdote fue curado por Jesús de la oreja que le había cortado un apóstol (Lc 22, 51). Jesús tiene tiempo
de mirar a Pedro, después de sus negaciones, para inducirle al arrepentimiento (Lc 22, 61). El grito en la
cruz por sentirse abandonado por Dios (Mt 27, 46), Lucas lo sustituye por las palabras de perdón para sus
verdugos (Lc 23, 34). Es el único que menciona el perdón concedido al ladrón (Lc 23, 39-43) y el
arrepentimiento que invade al mismo centurión (Lc 23, 47).
Es también el único que menciona al ángel que le conforta y el sudor de sangre en el huerto de
Getsemaní (Lc 22, 43-44), el lamento de las mujeres de Jerusalén y las palabras que les dirige Jesús,
camino del Calvario (Lc 23, 27-31) y, en el momento de morir, la oración llena de esperanza al Padre con
un grito (Lc 23, 46).
Ha recibido toda clase de golpes, escarnios y torturas, pero en ningún momento ha dejado de amar, de
perdonar y de bendecir.
Ha superado todo pecado: al odio con amor, a la violencia con el perdón, a la mentira con la verdad, a la
ceguera con su luz. Ha conseguido redimir e iluminar todo el sufrimiento humano.
Abramos nuestra mente y nuestro corazón a este amor que nos llega siempre.
EL PRECIO DE LA FIDELIDAD
“Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado,
para saber decir al abatido
una palabra de aliento.
Cada mañana me espabila el oído,
para que escuche como los iniciados.
El Señor Dios me ha abierto el oído;
y yo no me he revelado ni me he echado atrás.
Ofrecía la espalda a los que me golpeaban,
la mejilla a los que mesaban mi barba.
No oculté el rostro a insultos y salivazos.
Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido;
por eso ofrecí el rostro como pedernal,
y sé que no quedaré avergonzado.”
(Is 50, 4-7)
La primera lectura pertenece al tercero, de los cuatro, cantos o poemas del Siervo de Yahvé, que es la
figura más reveladora del mesianismo de Jesús. En él, el Siervo habla de sí mismo, presentándose –con
los rasgos de Jeremías- como un personaje misterioso que recorre el camino del sufrimiento y de la
donación de sí mismo. Destaca su fidelidad a la palabra, que él escucha siempre para transmitirla a sus
desesperanzados contemporáneos. Por esta fidelidad a los mandatos de Dios, es perseguido, torturado,
insultado, sometido a los peores y más humillantes ultrajes. No opone resistencia. Permanece firme,
apoyado sólo en Dios, que le ayuda a soportar los dolores.
Compara su lengua de iniciado con la de los grandes profetas del pueblo. Refiere después las vejaciones
sufridas en el cumplimiento de su misión. Conoce lo que es el abatimiento y el sufrimiento; por eso,
puede alentar a los que sufren. Convencido de que Dios lo salvará, no siente los ultrajes.
El tema del Siervo paciente es el que mejor hace referencia a la necesidad que se imponía al Mesías de
pasar por el sufrimiento y por la muerte para realizar su misión.
91
El Dios autoritario y vengativo, amigo de los prodigios y del poder, murió con Jesucristo. Al ponerse al
servicio de la humanidad, Jesús reveló la verdadera naturaleza de Dios.
Dios mismo es quien forja a su profeta, le da una lengua, le abre el oído. Todo lo que el profeta lleva a
los demás, lo ha recibido antes. Está siempre a la escucha. No dispone de la palabra a su gusto. Dios se la
confía en cada momento.
El sufrimiento acompaña inevitablemente a la misión profética, dándole un sentido de purificación. Y en
medio de estos sufrimientos, experimenta la ayuda del Señor, que se revela más fuerte que el dolor. Esta
experiencia del dolor capacita al profeta, de una manera especial, para llevar una palabra de consuelo a
los hermanos.
Los discípulos encontraron en estos poemas referencias claves para explicar la Pasión de Jesús. El Siervo
recoge el dolor de los seres humanos, desde la paciencia solidaria y esperanzada. Desde su propio
sufrimiento puede comprender y consolar a los que sufren. Su misión es consolar a los abatidos.
Ha escuchado todos los lamentos de la humanidad, para conocerlos todos y asumirlos todos. Soporta
golpes, salivazos, insultos y toda clase de ultrajes; sobre sus fuertes espaldas, cae todo el peso del dolor y
de la maldad humanos.
Pero la paciencia sin límites y la confianza sin límites en el Padre del cielo redimirán y salvarán del
pecado del mundo; le darán la victoria sobre sus enemigos, aunque haya sido después de la muerte.
92
egoísmo y todo afán de poder. El Dios revelado en Cristo, a través del servicio, es el Dios verdadero,
porque Dios, como la vida misma, es servicio; ser Dios es servir.
Jesús será siempre víctima de su obra; en su propia persona, en primer lugar, y después en todas las
personas que quieran imitarle. Querer cambiar un mundo que camina en otra dirección tiene estas
consecuencias.
El cimiento, la humildad, había sido máximo. Se había vaciado de sí mismo en servicio de la humanidad,
con un amor sin límites y sin fronteras...
Por eso –la tercera- Dios lo levantó sobre todo. Su final es la exaltación: Resurrección y Ascensión. Su
triunfo se fraguó en un fracaso total, desde los esquemas de este mundo. Es el triunfo de la no-violencia
activa, de la comprensión y de la misericordia sin límites, del perdón, de la reconciliación de todos los
pueblos y de todos los humanos. Desde su amor sin límites, llegó a ser como Dios, a ser Dios.
Ante el ‘paso’ –Pascua- de Dios por nuestra historia, sólo queda que toda rodilla se doble –en el Cielo,
en la Tierra, en el Abismo- y confesemos gozosos: ¡Jesucristo es Señor!
¡Cómo necesitamos comprender que es la humildad el camino de la verdadera vida humana! A más
humildad, más amor y más vida; más semejanza con Jesús.
Este es el mensaje del ‘dulce’ Jesús, del ‘inofensivo’ Jesús que nos hemos fabricado.
93
JUEVES SANTO
“LOS AMÓ HASTA EL EXTREMO”
LA HORA DE JESÚS
“Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora
de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban
en el mundo, los amó hasta el extremo.
Estaban cenando (ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas
Iscariote, el de Simón, que lo entregara), y Jesús, sabiendo que el Padre
había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se
levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego
echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secán-
doselos con la toalla que se había ceñido.
Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo:
-Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?
Jesús le replicó:
-Lo que hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más
tarde.
Pedro le dijo:
-No me lavarás los pies jamás.
Jesús le contestó:
-Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.
Simón Pedro le dijo:
-Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.
Jesús le dijo:
-Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque
todo él está limpio. También vosotras estáis limpios, aunque no todos.
(Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: "No todos estáis
limpios".)
Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les
dijo:
-¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis "El
Maestro" y "El Señor", y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el
Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis
lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he
hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”.
(Jn 13,1-15)
Los cinco capítulos, que Juan (13-17) dedica a la última cena de Jesús, sintetizan todo su pensamiento
acerca del sentido de la vida humana. Y, dentro de esta cena, la eucaristía: comida de hermanos, exigencia
y compromiso de servir a la humanidad.
En esta cena se repiten las palabras y los gestos más cariñosos, tiernos y profundos, los sentimientos y
deseos más grandes; sus más admirables ejemplos. Fue, a la vez, despedida y anticipo de la Pascua;
alianza de amor y anuncio de muerte; cena de comunión y profecía del banquete del reino.
El centro de esta celebración es el amor de Jesús hasta el extremo. En esta tarde inolvidable, el amor
llegó a plenitud en nuestro mundo. Y, como consecuencia, es la tarde en la que más tenemos que aprender
a amarnos unos a otros. Por eso hoy, jueves santo, es el día del amor fraterno, el día en que más debe
exteriorizarse que somos discípulos del Maestro, que es Amor. Un día para contemplar detenidamente
cada palabra y gesto de Jesús.
94
Los apóstoles llegaron a creer en Jesús no porque entendieran mucho lo que decía, sino porque veían
cómo vivía, cómo era. Esta noche intuían que encima de la mesa de la cena, además de alimentos y
utensilios para comer, había una realidad entrañable: la entrega de una vida hasta la muerte: la de Jesús.
Había llegado la hora de Jesús, único que es consciente de todo lo que está ocurriendo.
Antes de la fiesta de la Pascua. Según Juan, Jesús celebró la última cena el día antes de la pascua judía.
Es otra forma del evangelista de presentarnos la ruptura de Jesús con las instituciones de la antigua
alianza. Jesús no celebró el rito establecido, porque la cena cristiana no es continuación de la judía. La
cena pascual cristiana –la eucaristía- consistirá en la entrega de su cuerpo y sangre, que simbolizan la
entrega de toda su vida por amor al Padre en los hermanos.
Juan no la llama ya pascua de los judíos, como la ha denominado hasta ahora. Es la hora de Jesús, su
última etapa. Un momento culminante, en el que Jesús encomienda a los discípulos la continuación de su
tarea y de su amor –significado en el lavatorio-, les manifiesta el máximo amor, ante su inminente pasar
de este mundo al Padre. No va a la muerte únicamente arrastrado por las circunstancias, sino libremente,
con plena conciencia de que no puede volverse atrás, que tiene que pagar el precio de su atrevimiento de
desafiar y desenmascarar a los que mandaban.
Describe su muerte en términos de ‘paso’. Es lo que significa ‘pascua’: el paso del pueblo de la
esclavitud de Egipto –de cualquier esclavitud y alienación- a la libertad. Jesús va a pasar de este mundo
al Padre a través de una muerte violenta, consecuencia de haber querido ser fiel a sí mismo, de haberse
negado a contemporizar con los jefes religiosos y políticos; por haberse enfrentado con las instituciones
opresoras del pueblo.
Jesús es plenamente libre porque, después de haber comprendido el sentido de la propia misión y haber
aceptado las responsabilidades y consecuencias correspondientes, llega hasta el fondo, rechazando
decididamente todo lo que podría apartarlo de su camino. Todas sus decisiones están determinadas por la
opción fundamental de su vida: la voluntad del Padre (Jn 4, 34), sometida frecuentemente a las duras y
dolorosas pruebas de los acontecimientos. Una libertad que pasa a través de la duda, la lucha interior, el
sudor de sangre en Getsemaní. Jesús nos demuestra con su vida que la verdadera libertad es siempre
exigente. ¡Esclava sociedad la que cree que es libre porque hace lo que le gusta! Jesús es plenamente libre
porque es totalmente pobre de sí mismo. En él sólo hay lugar para la voluntad del Padre y el servicio a los
demás. En la verdadera libertad no hay sitio para el egoísmo. La libertad de Jesús desafía la mentalidad
común en los ambientes políticos y religiosos. Todos sus gestos de libertad, sus constantes desafíos al
‘sentido común’, le llevarán a la cruz, ‘premio’ lógico a su vida comprometida con la justicia y el amor.
Nunca es la libertad un camino de facilidades, como damos la impresión quizá hoy más que nunca.
Jesús ha vivido completamente volcado en sus discípulos. El sentido y el estilo de su vida no ha sido otro
que el vivir para los demás. Su misión tiene el nombre de servicio. Su aliciente es el amor. En su quehacer
diario de anunciar el reino de Dios, en las polémicas, en los signos o milagros... Jesús amaba. Sus
relaciones con el Padre, con los hombres y con la naturaleza eran de amor, de comunión, de apertura y
armonía. Nunca cedió ante la amenaza y el peligro. Amaba a los suyos, a los que había liberado de la
institución judía y con los que había formado su comunidad, y al final se lo demostrará con su muerte.
Una muerte que fue la consecuencia de su vida. Una vida que Juan quiere clarificarnos un poco más con
las dos escenas que siguen: el lavatorio y el mandamiento nuevo.
95
LAVA LOS PIES A SUS DISCÍPULOS
Juan es el único evangelista que no nos ha transmitido la institución de la eucaristía, probablemente
porque cuando escribió su evangelio era muy practicada y conocida y contaba ya con cuatro redacciones
de ella (los tres evangelios sinópticos y Pablo). En su lugar coloca el lavatorio de los pies a los discípulos
y una serie de discursos de Jesús de gran importancia dogmática. Estos discursos están concebidos a
modo de testamento espiritual de Jesús. Al morir, él vuelve al Padre, de quien ha venido, pero sigue en
comunicación con sus discípulos a través del amor y del Espíritu. Ahora que está próximo a la muerte,
nos entrega su testamento, volcando en este gesto todo su ser. Nos lo entrega todo antes de entregar su
vida.
Con el lavatorio de los pies profundiza en el sentido del rito eucarístico, del que ya ha escrito Juan
ampliamente en el capítulo sexto. Entonces nadie entendió cómo podíamos comer su carne y beber su
sangre. Los oyentes se formaron las más rudas ideas (Jn 6, 60-66). La noche de la cena se puso en claro lo
que Jesús quería decir.
Jesús, movido por un ardiente deseo y muy afectado por lo que intuye que se le viene encima, lava los
pies a los discípulos, tarea que únicamente hacían los esclavos. Gesto inolvidable de disponibilidad y
entrega, de su actitud de servicio a todos. Y ejemplo para nosotros: el que se alimenta del amor entregado
de Jesús, tiene que vivir en el amor y la entrega, tiene que ponerse a los pies de los hermanos,
especialmente de los más próximos y necesitados, para ayudarles y servirles. Desde entonces hay un
único mandamiento: amar a Dios en el prójimo. Con un amor como el suyo.
El lavatorio es expresión de un amor delicado, humilde y servicial. Hay que fijarse en cada detalle. No
hacen falta demasiadas explicaciones. Es todo muy sencillo. No le demos sólo interpretaciones
espirituales...
96
Amar como Jesús es el distintivo del cristiano, la clave de todo el cristianismo. De su ser o no ser. El
doble y único ‘amarás’ constituye la síntesis de toda la ley cristiana. Un amor como el de Jesús: fuente y
modelo insustituible para todos.
Si queremos conocer la seriedad, la verdad de nuestra fe, no tenemos otra alternativa que examinar la
calidad de nuestro amor.
Sabemos muy bien que no podemos quedarnos en saber, que tenemos que poner en práctica lo que
sabemos; que es necesario escuchar al ‘corazón’ para poner en práctica. Podemos afirmar que ‘sabemos’
únicamente cuando ‘hacemos’. La palabra se escucha de verdad sólo cuando determina un
comportamiento.
El amor de Jesús pone en evidencia la pequeñez de nuestro amor. Su amor exigente, eficaz, sin
exclusiones, entregado y crucificado, nos señala el camino.
Este mandamiento del amor, más que un mandato, es una necesidad, porque el amor necesita amar. Sólo
el que es consciente de que es amado puede y necesita amar. Si queremos conocer el verdadero amor
tenemos que experimentarlo y vivirlo. Amemos y sabremos lo que es el amor. Tratemos de amar con el
amor de Jesús y sabremos algo de su amor.
Si conociéramos sólo un poquito el amor de Jesús, ya no nos afanaríamos por más cosas, ni sentiríamos
más necesidades. Consideraríamos, como Pablo, todo lo demás como ‘basura’ (Fil 3, 8); seríamos las
personas más alegres, más afortunadas, más apasionadas y más valientes; viviríamos ‘divinamente’
enamorados.
Nunca acabaremos de conocer este amor, porque es como el océano: inmenso e inagotable. Cuanto más
nos adentremos en él, más deseos tendremos de profundizar...
Dios nos ama apasionadamente, incondicionalmente, por encima de nuestras ruindades y pecados. Nos
ama más que nosotros mismos, nos conoce mejor que nos conocemos a nosotros mismos.
Lo único que le impide amarnos más es que nosotros no creamos en su amor ni nos dejemos amar.
Preguntémonos sinceramente lo que significa, aquí y ahora, amar como Jesús. A la luz del amor de Jesús
revisemos hoy nuestro amor. ¿Es sólo una palabra que nos llena la boca? ¿No tiene unas fronteras muy
estrechas y delimitadas?
Cada vez que nos reunimos para celebrar la eucaristía, hacemos memorial de la donación de Jesús por
amor, y anunciamos su retorno, anunciamos la plenitud del reino.
La eucaristía es signo de comunión. Si no queremos que sea un signo vacío, debe ser la expresión de una
vida vivida como servicio, como entrega, como búsqueda de una vida más plena para todos.
97
Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, y comeréis panes sin fermentar y
verduras amargas.
Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la
mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el Paso del Señor.
Yo pasaré esta noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos
del país de Egipto, desde los hombres hasta los ganados, y me tomaré justicia de
todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor.
La sangre será vuestra señal en las casas donde habitáis. Cuando yo vea la
sangre, pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga
exterminadora, cuando yo hiera al país de Egipto.
Este será un día memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta en
honor del Señor, de generación en generación. Decretaréis que sea fiesta para
siempre.”
(Éx 12, 1-8. 11-14)
La primera lectura nos narra la institución de la pascua judía, una de las tres fiestas que, según la ley,
debía celebrar el pueblo de Israel. Esta es la más antigua y la más importante.
Antes del éxodo, era la fiesta de las primicias de los rebaños que ofrecían los pastores. Después, se le
añadió la gran experiencia religiosa de la liberación de la esclavitud de Egipto. Se celebraba en el mes de
Nisán, primer mes del año, que comenzaba en primavera.
El rito se componía de dos sacrificios, originariamente separados e independientes: un sacrificio agrícola
en el que se presentaban a la divinidad los primeros panes de la nueva harina de primavera. Panes ácimos,
sin levadura, porque todavía no la había.
El segundo sacrificio consistía en la ofrenda de un cordero sin defecto, también primerizo, de un año. La
ceremonia se realizaba al anochecer, en un ‘alto en el camino’, sin grandes preparativos; de ahí las hierbas
y el asado.
Posteriormente ambas ofrendas se unificaron, e Israel les dio un contenido doctrinal e histórico: su fe en
el Dios que les había salvado de la esclavitud de Egipto. Se convirtió en un rito practicado por todos y que
sigue practicándose en la actualidad. Era recuerdo, presencia y esperanza de la obra salvadora de Yahvé.
Supone recuerdo y compromiso. Recuerdo de la primera liberación de Egipto y compromiso por la
liberación de todo y de todos. Panes sin fermentar, verduras amargas, prisas. El paso del Señor nos urge.
El compromiso por la liberación de la humanidad no puede retrasarse.
Esta comida ritual les servía de memorial, que es como un sacramento: algo que no sólo se recuerda, sino
que hace presente la experiencia del pasado.
98
La segunda lectura nos presenta el texto más antiguo del nuevo Testamento sobre la institución de la
eucaristía –hacia el año 55 ó 56-; unos diez años antes que el evangelio de Marcos. Antes Pablo ha
denunciado con dureza la cena común en grupos, en la que faltaba el compartir, lo que contradecía
radicalmente la cena del Señor (vv 18-22).
Nos recuerda el sentido de la pascua cristiana: anuncio de la muerte y resurrección de Jesucristo, en la
que Dios pasó definitivamente entre nosotros para liberarnos de toda esclavitud y de toda muerte. Pablo
recibe la tradición del Señor (v 23), lo que no excluye la posterior información de los apóstoles, testigos
directos.
Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros... Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi
sangre. Gesto sincero y profundo de demostrar amistad, que es ‘amor compartido’. Un gesto y unas
palabras que desbordan de sentido: ¿Cómo celebrar la entrega de Jesús, por amor hasta la muerte, sin
corresponder con nuestra propia entrega al servicio de su reino?
Los cristianos debemos compartir en la vida diaria, debemos saber trabajar por la liberación de los
marginados -¿quién no lo es?-. Así, la eucaristía –toda la vida de Jesús-, precisamente porque será
asesinado por los enemigos del pueblo –el triple poder-, se convierte en pan que se reparte, en liberación
histórica concreta para todos los que quieran luchar para conseguir la nueva humanidad.
Esta liturgia es también memorial: Haced esto en memoria mía; y es, a la vez, anuncio y anticipo de
nuevas fiestas y nuevos encuentros: hasta que vuelva. No pide sólo la repetición de un rito que salva y
une con Dios, sino la repetición en uno mismo de la propia entrega, hasta las últimas consecuencias, por
la causa de los explotados. Su presencia, cuando le maten, será sustituida por su equivalente: la práctica
de partir, de compartir el pan, la vida. Su sangre derramada será, en la historia, liberación para todos los
que quieran y busquen el reino de la libertad y la justicia a través del amor.
El pan partido y la sangre derramada son los signos más grandes de su amor. Son realmente su cuerpo y
su sangre, es decir, su vida entera que se entrega por la salvación-liberación de todos. Signos de un amor
unitivo que busca la mayor intimidad y compenetración. Por eso, se deja comer, para que haya comunión
de sentimientos y de espíritu: una misma vida. Signos de un amor definitivo: no quiere separarse de los
amados, se queda siempre con nosotros. Signos, también, de un amor festivo, que anticipa el banquete del
reino de Dios.
Jesús quiere que renovemos constantemente sus palabras y sus gestos; anticipo de lo que nos espera.
Tenemos que participar en este misterio –realidad llena de vida plena y eterna- con conciencia de lo que
hacemos y entregados a su amor.
Cristo ha plenificado todos los signos pascuales. Ya sabemos lo que significan: Memorial
–proclamamos la muerte del Señor-; y anuncio –Hasta que él vuelva-; es decir, hasta que la Pascua
-el reino de Dios- sea una realidad universal.
99
VIERNES SANTO
“TODO EL QUE ES DE LA VERDAD ESCUCHA MI VOZ”
100
vivir con demasiada frecuencia la historia humana como una pesadilla. ¡Cuántas felonías bajo el pretexto
de salvar al pueblo a lo largo de la historia humana!
Jesús, que había predicado y vivido el amor, que había comunicado bondad y vida, paz y alegría, libertad
y justicia, salvación plena y para siempre; Jesús, que se había puesto incondicionalmente al servicio de la
humanidad, con olvido total de sí mismo... muere solo, en el Calvario, abandonado de casi todos sus
seguidores, asesinado por la alianza de los poderes, vencido por todo lo que es cerrazón, odio, falsedad,
egoísmo, placer, individualismo...
101
nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han
oído de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo.
Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a
Jesús, diciendo:
-¿Así contestas al sumo sacerdote?
Jesús respondió:
-Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado
como se debe, ¿por qué me pegas?
Entonces Anás lo envió a Caifás, sumo sacerdote.
Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron:
-¿No eres tú también de sus discípulos?.
El lo negó diciendo:
-No lo soy.
Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le
cortó la oreja, le dijo:
-¿No te he visto yo con él en el huerto?
Pedro volvió a negar, y en seguida cantó un gallo.
Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era al amanecer, y ellos no
entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la
pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo:
-¿Qué acusación presentáis contra este hombre?
Le contestaron:
-Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos.
Pilato les dijo:
-Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley.
Los judíos le dijeron:
-No estamos autorizados para dar muerte a nadie.
Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a
morir.
Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
-¿Eres tú el rey de los judíos?
Jesús le contestó:
-¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?
Pilato replicó:
-¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado
a mí; ¿qué has hecho?
Jesús le contestó:
-Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi
guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi
reino no es de aquí.
Pilato le dijo:
-Conque ¿tú eres rey?
Jesús le contestó:
-Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al
mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi
voz.
Pilato le dijo:
- Y ¿qué es la verdad?
Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo::
-Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros
que por pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los
judíos?
Volvieron a gritar:
-A ése no, a Barrabás.
(El tal Barrabás era un bandido.)
Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados
trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron
por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:
-¡Salve, rey de los judíos!
Y le daban bofetadas.
102
Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
-Mirad, os lo saco afuera para que sepáis que no encuentro en él
ninguna culpa.
Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura.
Pilato les dijo:
-Aquí lo tenéis.
Cuando lo vieron los sacerdotes y los guardias, gritaron:
-¡Crucifícalo, crucifícalo!
Pilato les dijo:
-Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él.
Los judíos le contestaron:
-Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se
ha declarado Hijo de Dios.
Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra
vez en el pretorio, dijo a Jesús:
-¿De dónde eres tú?
Pero Jesús no le dio respuesta.
Y Pilato le dijo:
-¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y
autoridad para crucificarte?
Jesús le contestó:
-No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de
lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor
Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos
gritaban:
-Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey
está contra el César.
Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el
tribunal, en el sitio que llaman ‘El Enlosado’ (en hebreo Gábbata). Era el día de la
preparación de la pascua, hacia el mediodía.
Y dijo Pilato a los judíos:
-Aquí tenéis a vuestro rey.
Ellos gritaron:
-¡Fuera, fuera; crucifícalo!
Pilato les dijo:
-¿A vuestro rey voy a crucificar?
Contestaron los sumos sacerdotes:
-No tenemos más rey que al César.
Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.
Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado ‘de la
Calavera’ (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros
dos, uno a cada lado, y en medio Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso
encima de la cruz; en él estaba escrito: ‘Jesús el Nazareno, el rey de los
judíos’.
Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde
crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y griego.
Entonces los sumos sacerdotes de los judíos le dijeron a Pilato:
-No escribas ‘El rey de los judíos’, sino ‘Este ha dicho: Soy rey de los
judíos’.
Pilato les contestó:
-Lo escrito, escrito está.
Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo
cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una
túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:
-No la rasguemos, sino echemos a suerte a ver a quién le toca.
Así se cumplió la Escritura: ‘Se repartieron mis ropas y echaron a
suerte mi túnica'.
Esto hicieron los soldados.
103
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre
María la de Cleofás, y María la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al
discípulo que tanto quería, dijo a su madre:
-Mujer, ahí tienes a tu hijo.
Luego dijo al discípulo:
-Ahí tienes a tu madre.
Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.
Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término,
para que se cumpliera la Escritura dijo:
-Tengo sed.
Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja
empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús,
cuando tomó el vinagre, dijo:
-Está cumplido.
E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no
quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día
solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran.
Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que
habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había
muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados con la lanza
le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da
testimonio, y su testimonio es verdadero y él sabe que dice verdad, para
que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la
Escritura: ‘No le quebrarán un hueso’; y en otro lugar la Escritura dice:
‘Mirarán al que atravesaron’.
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús
por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y
Pilato lo autorizó. El fue entonces y se llevó al cuerpo. Llegó también
Nicodemo, el que había ido a verlo de noche. y trajo unas cien libras de
una mixtura de mirra y áloe.
Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas,
según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio
donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido
enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación y el
sepulcro estaba cerca. pusieron allí a Jesús”.
(Jn 18,1-19, 42)
Al quedarse solo en el huerto, Jesús se derrumba en tierra. No puede más. Se apoderan de él todas las
tinieblas del mundo. Y entró en agonía, una lucha de espanto. Y se sentía morir. Era la pasión del alma, la
hora en que Jesús se muestra más débil. ¿De qué había servido su vida de amor? ¿Es que el ser humano es
incapaz de entender lo auténtico? ¿Dónde estaba Dios que consentía un mundo así?...
Jesús superó esta prueba basado en la oración y en la entrega a la voluntad del Padre, de amor y
confianza.
El Sanedrín, máxima autoridad religiosa, lo condena a muerte. Estaba compuesto por setenta y un
miembros, elegidos entre los más nobles y doctos, y presidido por el sumo sacerdote.
Lo condenan por sus enseñanzas, por su modo de vivir rodeado de marginados, por las acusaciones que
no ha cesado de lanzar sobre ellos. ¿Cómo aceptar a un Mesías así? Sólo vieron en él a un iluminado y a
un blasfemo; y lo que era más importante: a alguien capaz de hundir su tinglado si lo dejaban actuar.
Podría incluso ser peligroso para el pueblo si éste se dejaba seducir y llegaba a desestabilizar el orden
impuesto por los romanos. Juzgaron, en nombre de Dios al que representaban, que un Mesías así y un
Dios así no les interesaba para nada. Juzgaron, como gente de ‘bien’ que eran, que merecía ser reo de
muerte.
104
Él mismo se proclama rey ante Pilato: porque su camino es el único que tiene validez para siempre,
porque su camino es el único que, en definitiva, puede dar respuesta a las esperanzas humanas.
Jesús, el testigo de la verdad, es una llamada a seguir sus pasos, porque la fuerza de su amor ha hecho
crecer en nuestro corazón la semilla de la vida más plena.
Parece que Pilato estaba convencido de la inocencia de Jesús... Se lo envió a Herodes... Iba de rebote en
rebote. Todos quieren lavarse las manos...
Se hizo un sondeo de opinión a la hora de elegir entre Jesús y Barrabás, y Jesús salió perdiendo por
decisión ‘democrática’.
Y llega su segunda condena a muerte. Una condena que es la mayor injusticia del mundo. El justo, la
persona más limpia e inocente, el más entregado y cariñoso que ha pisado nuestra tierra, es juzgado reo de
muerte cruel. El que pasó haciendo el bien, termina muy mal.
En estos juicios y condenas han intervenido todos los estamentos de la sociedad: autoridades religiosas,
políticas y militares, los aristócratas, los máximos representantes de la ley, los hombres de ciencia, los
soldados y hasta el pueblo. Unos y otros, por motivaciones distintas, deciden que el hombre más justo
debe morir. Y cada uno busca sus propias justificaciones.
Es triste. Jesús venía para salvar al pueblo, y el pueblo lo rechaza. El que venía a liberar al ser humano de
todas sus esclavitudes es condenado. Al que hizo todo el bien que pudo, ahora le hacen todo el mal
imaginable. El que dio su vida por todos, ahora todos trabajan para quitársela, ¡y de qué manera! La
humanidad no aguanta tanta luz. Jesús quería cambiar el mundo; pero este mundo no se deja cambiar y
trata de destruirlo...
Jesús carga con la cruz... de todos los males del mundo, que parecen no tener remedio.
Y sigue buscando cirineos. ¡Hay tantas personas que no pueden más con su cruz!
Jesús es despojado de sus ropas. ¡Cuánto despojo cada día! ¡Qué lista, Dios mío! Todos los pueblos del
tercer mundo son expoliados material y espiritualmente. No son pobres, son despojados, robados.
También en nuestro llamado primer mundo...
Es clavado al madero. ¡Cuántas veces a lo largo de la historia! Los clavos del hambre, del racismo, de la
tortura, del destierro, del terrorismo, de la injusticia institucional, de la droga, del alcohol, del paro, de la
enfermedad, de la soledad; de todas las frustraciones y desesperanzas.
Fueron tres horas largas de agonía. El amor se está consumando. Es el bautismo de la entrega por amor.
Jesús desde lo alto de la cruz nos dirige ‘siete palabras’, de las que Juan nos narra tres, todas exclusivas
suyas:
Mujer, ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu madre. Es la ‘tercera’. Su madre quedaba sola y quiere que
cuide de ella su discípulo más amado. La tradición no descubrió en este texto el sentido de la maternidad
espiritual de María sobre los cristianos hasta siglos después. A partir del siglo XI, ya es bastante conocida
esta interpretación.
Tengo sed. Es la ‘quinta palabra’. La sed era uno de los tormentos más ordinarios y atroces de los
crucificados. Que Jesús tuviese sed, después de todo lo padecido en la pasión, era lógico. Desde
Getsemaní hasta la cruz, pasando por los procesos, la flagelación y el camino hacia el Calvario, en el que
desfalleció, la deshidratación tenía que causarle una sed abrasadora. Juan no se limita a constatar algo tan
105
evidente. Siguiendo su costumbre de servirse de estos hechos naturales para enseñarnos algo más
profundo: en esta sed fisiológica simboliza la sed de fidelidad al Padre y su amor a los hombres.
Está cumplido. Es la ‘sexta’, con la que daba por terminada la misión que el Padre le había
encomendado y que había realizado con total fidelidad y entrega. ¡Dichoso quien pueda terminar la vida
afirmando con verdad lo mismo!
Jesús muere. Ya pasó todo. El amor se ha consumado. Amor al Padre, hecho de obediencia y entrega.
Amor a los hombres, hecho entrega y generosidad. Jesús muere por y para nosotros; para que todos
nosotros seamos capaces de morir con eficacia; es decir, para que todos nosotros seamos capaces de
resucitar, ya ahora y aquí, para cambiar el mundo.
106
Pero el sepulcro es, sobre todo, esperanza. Jesús, nuestra esperanza, volverá al tercer día. Volverá cuando
el grano de trigo se convierta en espiga; porque este sepulcro tiene más de huerto que de cementerio.
Cristo no puede morir para siempre, porque es la Vida, es la Pascua.
Cuando Cristo resucite todo será nuevo, distinto. Todos los sepulcros, desde su resurrección, son surcos
de vida. Nos vamos ‘sembrando’ poco a poco... muriendo y resucitando.
107
sobrecoge a todos los que le contemplan. La aplicación del texto a la persona de Jesucristo, dada por el
nuevo Testamento, clarifica plenamente el relato.
El contenido es claro: la entrega del Siervo –Cristo- a la voluntad de Dios consigue la salvación a
muchos, cargando con los crímenes de ellos.
El aspecto del siervo es horrible. Todos se espantan de él y le desprecian por creerle castigado por Dios.
Mientras él guarda silencio; acepta la voluntad divina, consciente de que le lleva a una muerte y a una
sepultura indignas.
Su dolor no es consecuencia de sus propios pecados, porque es inocente, sino del ‘pecado del mundo’, en
el que han cristalizado los egoísmos de todos y de cada uno de los humanos. Sufre en lugar del pueblo,
para reunirlo e indicarle el camino de la verdadera vida humana.
Esta figura encarna todo el sufrimiento humano. En él, el dolor redime porque es aceptado. Dios testifica
con el siervo que el dolor inocente es redimido y redime.
Esta muerte tormentosa es signo de una realidad palpable en nuestro mundo, fruto del mal que nos rodea
por todas partes y al que todos contribuimos, menos el personaje de la lectura.
¿No podía Dios haber vencido este mal de otra forma? La respuesta parece negativa a causa de la libertad
que Dios nos otorgó a los hombres al crearnos.
Pero Dios le asegura la victoria después de la muerte: los salvados por su entrega serán su recompensa.
La resurrección será esta victoria; una resurrección lograda también para sus seguidores.
108
sacrificio que Dios quiere: el de la ofrenda de la propia vida. En adelante ya no habrá necesidad de más
sacrificios de toros y machos cabríos en el templo, porque el auténtico sacrificio será el contenido de la
vida humana, ofrecido por Cristo y la comunidad de creyentes.
La carta subraya la condición humana de Jesús -igual que nosotros, excepto en el pecado-, esencial
para el sacrificio y el sacerdocio.
El pasaje leído hoy afirma que el cristiano no necesita del sacerdocio levítico, ya que Jesús es el único
mediador. El texto desarrolla el sufrimiento de la víctima en la cruz. Víctima perfecta por su fidelidad a la
voluntad del Padre. Y se apoya en dos argumentos: por haberse hecho hombre y por ser Hijo de Dios,
representa perfectamente a la humanidad y a la divinidad. Es un mediador perfecto al pertenecer a las
‘dos orillas’
Fue escuchado, pero no en la liberación de la muerte, que era su destino como víctima, sino en su
superación por la resurrección y la ascensión.
El sacerdocio y el sacrificio de Cristo lo incorporamos los cristianos a nuestras vidas por medio de la
celebración de la eucaristía, que nos lleva a la ofrenda de la propia vida a favor del mundo nuevo –reino
de Dios-; único signo del auténtico sacerdocio de Cristo: del ministerial y de los fieles.
El nuevo Sumo Sacerdote resucita el sacerdocio según el orden de Melquisedec. Se trata de un
sacerdocio eterno, que consiste en hacer pasar a la vida divina a todos los seres humanos que acepten
ponerse libremente bajo su influencia.
109
PASCUA DE RESURRECCIÓN
LA GRAN ESPERANZA CRISTIANA
EL TRIDUO PASCUAL
La Cena del Señor, su Pasión y Muerte y su Resurrección, son las tres celebraciones de estos días que
completan una sola.
El Jueves Santo, Jesús, hecho pan, quedó en los sagrarios de todo el mundo como ofrenda a Dios; nos dejó su
Testamento y como centro de él ‘que os améis unos a otros como yo os he amado’. Es el modelo de vida que
debemos seguir los cristianos, si queremos serlo de verdad.
El Viernes Santo, comenzamos la celebración sin saludarnos, en un silencio lleno de sentido, y nos separamos
también sin despedirnos. Jesús había muerto, víctima de su amor sin fronteras y sin límites, por querer cambiar
este mundo, dominado por el ‘pecado’ que él venía a ‘quitar’ (Jn 1, 29). Y una gran lección para todos
nosotros: el que trate de amar como él, tendrá que pasar por su pasión y su muerte, que pueden revestir
múltiples formas. No es posible atacar las estructuras pecaminosas, que nos esclavizan., sin pagar el precio.
Hoy comenzamos la celebración donde la dejamos ayer: Cristo en el sepulcro y el mundo inundado por la
oscuridad, sin futuro, sin salida. Por eso, hemos apagado las luces del templo...
En esta Noche santa, la más santa de todas, hemos encendido el Cirio en el fuego nuevo, hemos cantado el
Pregón Pascual y leído un breve resumen de la Historia de la Salvación en nueve lecturas... Después
bendeciremos el agua, renovaremos las promesas del bautismo y celebraremos la Eucaristía.
En esta Noche santa, no celebramos una fiesta, sino ‘La Fiesta’. Esta Noche es ‘El Día que hizo el Señor’.
Hoy es el cumpleaños del mundo. Desde este Día –que celebraremos durante ocho- se empiezan a contar
todos los días, porque Hoy resucitó la Vida. Desde hoy, la vida humana se ha transformado en ‘divina’, fruto
del amor trinitario, que resucitó a Jesús y nos resucitará a todos nosotros.
110
obligaciones de trabajo. Nos presenta la creación como una victoria sobre el caos, sobre las tinieblas, sobre el
mar, como una separación del día y de la noche, en espera de la victoria definitiva sobre la ‘noche’.
El descubrimiento del Dios creador del cielo y de la tierra, es uno de los más importantes de la historia de
Israel, puesto que Yahvé aparece como el Dios que gobierna el universo. Y en el centro de ese ‘templo’
cósmico se encuentra la imagen y semejanza de Dios: el hombre. Llamado a llenar, someter y desarrollarlo
todo en nombre del Creador. Y todo era muy bueno, porque todo es obra de Dios.
La segunda lectura (Gén 22, 1-18) nos dice que Yahvé pide a Abrahán algo increíble: que le sacrifique a su
hijo único, Isaac, costumbre trágica en aquellos tiempos. ¿Dónde quedaba el fundamento de la promesa de
una numerosa descendencia? Describe con detalle los sentimientos de Abrahán: su amor al hijo y su fe en Dios
al que manifiesta una obediencia ciega. El relato puede tender, además de probar la fe del patriarca, a
convencer al pueblo para que no ofrezca nunca más a Dios sacrificios de niños.
El pueblo de Dios tenía sobre todo un recuerdo, que celebraba cada año. Era su Pascua, el recuerdo de la
liberación de la esclavitud de Egipto, gracias a la acción de Yahvé por medio de Moisés. Es el tema de la
tercera lectura (Éx 14, 15-15, 1), que describe los últimos episodios del paso del mar Rojo. Todos los
pueblos tienden a la épica para narrar sus orígenes, máxime en el caso de Israel que se considera el pueblo
elegido por Yahvé.
El cántico de Moisés, que se inicia al final de la lectura (Éx 15, 2-18), y se lee como salmo responsorial, está
vinculado a esta lectura desde los orígenes de la Vigilia Pascual. Es una acción de gracias por la intervención
de Dios en el Éxodo, en la permanencia en el desierto y la construcción del templo. Es como el himno
nacional de quienes se han convertido en un pueblo libre por la acción de Yahvé en su favor.
Dios interviene para liberar. Ilumina el camino en la noche, lucha a favor de su pueblo. De esta forma, el
pueblo descubre que el Señor está presente y que actúa salvando-liberando. La respuesta del pueblo no puede
ser otra que la fe en este Dios que da vida, que ‘pasa’ dando vida.
En la cuarta lectura (Is 54, 5-14), el Segundo Isaías recoge, pensando en Jerusalén, el tema de los esponsales
del Señor con su ciudad. Consta de tres estrofas. Cada una termina con dice tu Dios... dice el Señor, tu
redentor... dice el Señor que te quiere. La primera anula las actas de repudio enviadas a la esposa adúltera
por los antiguos profetas (Os 1; 11, 1-6; Jer 3, 1-5; Ez 16) y la restituyen su título de esposa de juventud. La
segunda canta, ante todo, el amor eterno de Dios; un amor que no podrá destruir ni el pecado. La tercera canta
la nueva alianza, indefectible, puesto que el amor de Dios ya no se desdice. La nueva Jerusalén subsistirá por
el amor inalterable, eterno, de Dios.
La quinta lectura (Is 55, 1-11) es también del Segundo Isaías. Consta de cuatro oráculos: el primero recoge
el antiguo tema del banquete mesiánico de los pobres, renovando por completo las perspectivas: el hombre no
vivirá ya sólo de pan, sino de la palabra de Dios y de su conocimiento; el segundo habla de alianza perpetua,
fruto de la voluntad divina. Los otros dos ocupan el centro del texto: los pensamientos de Dios –su deseo de
perdonar- son infinitamente distintos de los pensamientos humanos y su poder absolutamente más eficaz que
el de los falsos dioses e ídolos.
La sexta lectura (Bar 3, 9-4, 4), está tomada de un poema sapiencial redactado en el siglo II a. C. y
destinado a alimentar la piedad de los judíos de la Diáspora y a ayudarles a recobrar el gusto por la obediencia
a la ley. Los judíos, que viven en un ambiente pagano, se preguntaban de qué forma pueden conocer a Dios. El
autor les responde que Dios tiene una sabiduría que penetra a través de la naturaleza y que esa sabiduría es
111
comunicada a Israel por medio de la ley. La naturaleza está tan bien ordenada que debe conducir a Dios.
Obedecer a la ley es encontrar la sabiduría de Dios.
La séptima y última lectura del antiguo Testamento (Ez 36, 16-28), nos relata una profecía pronunciada en
Babilonia hacia el año 585 a. C. Está llena de alusiones a los rituales de ablución En el destierro el pueblo
reconoce su culpa. El profeta hace decir a Dios: con razón os he castigado. Y Dios hace decir al profeta: por
amor os salvaré; os daré un corazón nuevo, os daré mi espíritu, fuerza que transforma desde dentro y que os
dará un nuevo sentir y un nuevo vivir.
La idea central de la lectura apostólica de la vigilia (Rom 6, 3-11) es la de la muerte con Cristo. Pablo une
la muerte natural y la muerte espiritual del pecado. La persona que se encierra en el pecado –que vive para sí
misma- se encierra también, fatalmente, en la muerte. Sólo una conversión a Dios –cambiar el sentido de la
vida- puede sacarle de ella: viviendo en la fidelidad al Padre, que es vivir para los demás.
Jesucristo ha sido el primero en morir no por su pecado, sino como consecuencia de su total fidelidad a la
voluntad del Padre. De esta forma, la muerte de Cristo suprime el nexo que existía hasta entonces entre muerte
y pecado; es una muerte liberadora del pecado, puesto que nos muestra a un hombre capaz de ser liberado de
la muerte y de resucitar por haberse puesto plenamente en las manos del Padre.
El bautismo nos une a la muerte de Jesús –nos hace adherirnos a la voluntad del Padre y no ya a nosotros
mismos-, colocándonos en la misma posición del Hijo. Es verdad que seguimos abocados a la misma muerte
física, como todos los humanos, pero con la posibilidad, gracias al bautismo, de entrar en la muerte como
Jesús, que no vive más que para dar, aunque sea muriendo. Morir con su misma disponibilidad es vivir de la
misma vida de Dios, y eso nos lo proporciona ya el bautismo.
Además de la muerte al pecado, el bautismo nos permite participar de la vida de Dios.
Los cristianos tenemos que andar en esta vida nueva. Tenemos que morir al pecado, al mal, para vivir
decididamente, todo lo que nos sea posible, de la vida de Dios que Cristo nos ha comunicado y que su Espíritu
impulsa en nosotros.
112
En Lucas encontramos dos elementos propios: el mensaje bastante original de dos hombres con vestidos
refulgentes: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado... y la ida de
Pedro al sepulcro corriendo, que posiblemente sea posterior a la redacción primitiva.
La resurrección no es la vuelta a la vida de un cadáver, sino un nuevo tipo de presencia. El resucitado vive
también en los que siguen luchando por el mundo nuevo que él quiere. Vive en toda persona y en toda la
persona que libera y se libera.
Magdalena, Juana, Pedro, los de Emaús... se dan cuenta de que Jesús vive, precisamente porque sienten hervir
en ellos las ganas y las exigencias de continuar su misión. La fuerza que sienten, el ansia de la llegada del
reino, la fraternidad que quieren vivir, la exigencia de cambio personal y social en la línea que el Maestro les
había enseñado... los interpretan como su presencia viva entre ellos; una presencia que les hace ‘crecer’...
La resurrección es una manera nueva de entender la vida, la historia, cada persona, cada pueblo, a nosotros
mismos. La resurrección de Jesús nos ayuda a comprender el destino de todos los pobres de la tierra. La
resurrección de Jesús es la primera semilla de la gran resurrección universal, cuando ni la muerte ni el tiempo
puedan romper el amor entre todos nosotros.
Ayer, Cristo muerto en la cruz, nos ofrecía su perdón, su oración, su paciencia y su entrega sin límites...
Hoy, Cristo resucitado, nos llena con su alegría interminable, que ya nadie nos podrá quitar y que engendra
testigos de alegría; nos conforta con su paz, que supera todo conocimiento, y nos impulsa a trabajar siempre
por ella; nos anima a levantar todas las losas, a superar todas las dificultades y quitar todos los miedos... Por
eso, hoy la muerte se viste de blanco.
Vive, pero aún falta mucho para que su vivir sea pleno. De una persona solidaria y fraternal como Jesús, no se
podrá decir que vive en plenitud hasta que todos los constructores de la nueva humanidad hayan llegado
también a la vida, que supera a la misma muerte; hasta que esa humanidad sea una realidad en el infinito de
Dios. Jesús está resucitando allí donde crece algo de justicia, de amor, de fraternidad, de vida para todos.
Experimentan a Jesús resucitado esas mujeres y esos discípulos que, llenos de dudas y tímidamente, están
dispuestos a seguir lo que él comenzó, a ser los testigos de que Jesús tenía razón, que hay que hacerle caso,
que Dios le ha dado la razón.
Cristo ha resucitado, pero no basta; quiere que todos participemos de su resurrección; quiere que resucitemos
cada día, que vivamos ya como resucitados, cada día más. Si celebramos de verdad la Pascua, tienen que
notarse en nosotros sus efectos: los signos de la vida nueva.
Cristo resucitado vive, y vive en cada uno de nosotros, y nos hace resucitar cada día a una vida más plena, si
le dejamos. Dios pasa constantemente por nosotros para vivificarnos más y más.
113
el egoísmo, se unieron para darle muerte. Tenemos que decir ‘no’ a toda injusticia, a toda violencia, a toda
opresión, a toda esclavitud, a todo terrorismo... comenzando por el que originamos cada uno de nosotros.
Nos obliga a situarnos junto a todos los ‘crucificados’ y condenados de la historia. Estar con Jesús hoy, es
estar junto a los que continúan y completan su pasión; para compartir y aliviar. Debemos encontrar y dar
razones a los que ya no las encuentran para vivir.
En una palabra, se nos pide hoy ser testigos de la resurrección del género humano. Dar a entender con nuestra
vida, que Cristo ha resucitado, amando con el amor de Cristo resucitado, llenándolo todo de resurrección.
Posiblemente nos falte mucho para vivir así. Por eso, tenemos que seguir celebrando la Pascua, para que
podamos vivir cada día la vida resucitada de Jesucristo.
La resurrección se cree o no se cree. No hay pruebas. Sólo un sepulcro vacío y una increíble transformación
en los apóstoles. Pero creer en ella es esencial a la fe: su condición indispensable.
La resurrección de Jesús da un sentido nuevo a la vida humana: sentido de plenitud y eternidad. Para ello,
tenemos que ir muriendo a todas esas cosas que nos impiden vivir como personas verdaderas y solidarias.
Porque, ¿qué quiere decir resucitar con Cristo? Es mucho más que esperar el ‘más allá’. Es vivir, ya ahora y
aquí, como él, seguir su mismo camino. Pascua es la permanente reforma de la sociedad.
114
El evangelio (Jn 20, 1-9) nos dice que María Magdalena fue al sepulcro al amanecer y lo encuentra vacío.
Su decepción es inmensa. Corre al encuentro de Pedro, que, con Juan, acuden al sepulcro y lo encuentran
todo como les había contado la mujer. Y es entonces cuando creen: al ver el sepulcro vacío comprenden lo
que Jesús les había dicho sobre resucitar de entre los muertos.
La fiesta de Pascua nos llama al optimismo, a la alegría: responde de forma plena y para siempre a todos los
deseos, anhelos, utopías que anidan en los corazones humanos.
115
DOMINGO SEGUNDO DE PASCUA
“DICHOSOS LOS QUE CREAN SIN HABER VISTO”
116
de ellos, vivía para los demás... Pero la derrota había sido increíble, había superado todas las humillaciones y
fracasos posibles. Y los discípulos se encontraban sin esperanza, sin fe y sin ilusión para nada.
Habían seguido a Jesús, pero nunca acabaron de entender su mesianismo. Su pasión y muerte cruel, a causa
de ello, les supuso un verdadero escándalo. Y eso que Jesús les había advertido de muchas maneras.
Miraban al pasado. No hacían otra cosa que recordar. ¡Qué años más extraordinarios habían pasado con el
Maestro! Pero, ¡qué mal había terminado todo!
Estaban encerrados en el cenáculo. El cobarde -¿y quién no lo era en aquellas circunstancias?- tiene perdidas
de antemano todas las batallas. La cobardía, como el miedo, paralizan.
Tampoco estaban unidos. ¿Dónde estaba la mayoría cuando mataron al Maestro?
El futuro se les presentaba muy oscuro. ¿Qué podían esperar? ¿Adónde iban a ir? Lo mejor era volver cada
uno a lo anterior; tratar de olvidar y curar las heridas. Volver al lago a pescar.
En esta situación, no hay persona ni comunidad que puedan permanecer mucho tiempo. Cuando faltan las
razones para la esperanza se hace imposible seguir.
Nosotros somos exactamente como ellos: ¿no estamos llenos de miedos y de dudas? Miedo a perder, a sufrir,
a envejecer, a morir. Miedo al fracaso, a la dificultad, a la enfermedad, a la soledad. Miedo a la crítica, al qué
dirán... Miedo al futuro, al imprevisto. Miedo a las cosas, miedo a las personas y miedo, sobre todo, a Dios.
Dudas sobre casi todos los temas religiosos, por los cambios, por el pluralismo, por las enfrentadas teologías,
por los distintos modelos de Iglesia, por el mal ejemplo de los creyentes, por las convicciones de los no
creyentes... Dudamos de las grandes promesas y de las más bellas palabras.
Por eso, la Iglesia debe tener las puertas abiertas de par en par a los que buscan, luchan, se preguntan, se
debaten en la incertidumbre, caminan fatigosamente... buscando un rayo de luz. Una búsqueda dolorosa puede
ser –es- más auténtica que una ‘posesión’ que provoca el letargo y la rutina.
117
COMIENZA LA ERA DEL ESPÍRITU
Ya en este primer encuentro, Jesús entrega a sus discípulos el mejor regalo: el don del Espíritu Santo. Con él
empezarán a ser hombres nuevos y podrán enfrentarse eficazmente contra el pecado del mundo. Y, sobre todo,
podrán dar un testimonio claro y valiente de su resurrección.
En aquella primera Pascua comenzó la era del Espíritu. Dios mismo penetrando en nosotros para ser nuestra
más íntima realidad. Y nosotros pudiendo penetrar en la intimidad de Jesús, pudiendo casi palpar el misterio
de su amor.
Desde esa profundidad del ser –Dios dentro de mí más que yo mismo-, Dios nos urge, nos santifica, nos
ilumina, nos mueve, nos fortalece, nos llena de su amor.
Es necesario que entremos dentro de nosotros mismos para estar disponibles a esta experiencia de Dios.
¡Cuántas veces vivimos fuera de nosotros mismos!
Jesús resucitado nos llama a ir más allá de las realidades palpables, para entrar en su realidad llena de vida y
creer firmemente en sus palabras. Cuando la fe alcanza el corazón, los ojos ven lo que para otros resulta
prácticamente imposible.
La Iglesia comienza a dar sus primeros pasos, facilitados por el Espíritu, que llena con sus dones el interior de
los discípulos, inundándolos de alegría radiante y comunicativa, fuerza enorme para seguir creciendo.
Toda la Iglesia llega, progresivamente, en medio de dudas, perplejidades, extravíos, rechazos, al grito de fe de
Tomás, meta final y única de la fe: ¡Señor mío y Dios mío! Pero los caminos para llegar son muy diferentes.
La comunidad debe tener en cuenta los ritmos, las exigencias, los itinerarios de cada uno.
Lo han visto, han experimentado la paz pascual y han recibido el don máximo del Espíritu Santo. La fe es
obra del Espíritu en el corazón de cada ser humano. Una fe que les llenó de alegría y solidaridad.
Vieron y experimentaron, pero: Dichosos los que crean sin haber visto.
La fe no es algo irracional. Tampoco una forma de propiedad adquirida de una vez para siempre. La fe no
pertenece al orden de las ‘comprobaciones’ humanas, sino que nace en el corazón iluminado por la gracia de
Dios.
Si Cristo resucitado se nos hace presente, toda nuestra vida queda transformada. Siempre que Jesús se acerca,
nos mira, nos habla... es Pascua en nuestro corazón. Pero si se ausenta, nos invade la tristeza y el vacío, el
‘frío’ y el miedo, la desilusión y la desesperanza.
La experiencia de Jesús resucitado es la gracia más grande que se nos puede conceder. No se consigue ni con
ritos, ni con sacramentos, ni con estudios, ni con oraciones... Es una realidad de otro orden, se logra a otro
nivel: Por autodonación de Dios, que puede valerse de los sacramentos, de los ritos... y también de los
diversos aconteceres de la vida. Es necesario que vivamos abiertos a la gracia de su manifestación.
La presencia era –es- íntima, transformadora. Con su presencia les regalaba su propia vida resucitada, para
hacerlos resucitar, para hacerlos participar del gozo de su resurrección.
118
Mucha gente de los alrededores acudían a Jerusalén llevando enfermos y poseídos
de espíritu inmundo, y todos se curaban.”
(He 5, 12-16)
La primera lectura nos presenta un cuadro de la primera comunidad cristiana. Es el tercero de los tres
‘sumarios’ del libro de los Hechos de los Apóstoles; es decir, uno de los resúmenes sobre la vida de la
comunidad primitiva de Jerusalén (Los otros dos: He 2, 42-47; 4, 32-35), continuadora de Cristo en la historia,
su signo y su prolongación. Son los primeros años de la Iglesia. Este libro lo leeremos durante todos los días
pascuales en las eucaristías, como primera lectura, en los tres ciclos.
Tres son las características de la Iglesia primitiva según esta lectura: los milagros que obran los apóstoles, la
unión fraterna y el favor del pueblo.
Los discípulos se convirtieron en testigos de la resurrección con sus vidas. Se transformaron en hombres
decididos, generosos, sencillos, alegres, pacificadores... porque Cristo había resucitado y los había resucitado;
capaces de curar toda clase de ‘enfermedades’ y de vivir al servicio de todos los que los necesitaran.
Este tercer sumario subraya el poder taumatúrgico de los apóstoles. En la comunidad primitiva son frecuentes
los hechos considerados como milagrosos; pruebas del ‘poder’ de los discípulos y signos de los últimos
tiempos, en que la naturaleza recobraría su equilibrio, al quedar vencido definitivamente el mal-pecado.
Es el gran argumento a favor de la resurrección del Mesías: Hacían muchos signos, pero ellos eran el primer
signo.
Viven unidos, formando verdaderas comunidades, en las que nunca faltaron los problemas. Se les nota llenos
de la fuerza del Espíritu, capaces de liberar a los seres humanos de sus dolencias y pecados. Signos de que en
ellos está el Señor.
Habrá que esperar a que la Iglesia tome conciencia del lento progreso del reino de Dios, para descubrir que la
humanidad no se beneficia de la resurrección del Señor a golpe de milagros y de prodigios, sino a través de la
presencia activa de los testigos de Cristo en el caminar de los hombres.
Lucas subraya también la simpatía que les mostraban los judíos. No eran un grupo misterioso, cerrado,
apartado. Todo lo contrario: se ganaban el aprecio y el amor, y ello era causa del aumento constante del
número de creyentes.
Esos otros, que no se atrevían a unirse a la comunidad, parece que eran judíos de cierta posición, que se
mantenían apartados por miedo al sanedrín, en contraste con la masa del pueblo, que se mostraba bien
dispuesta.
119
En los domingos pascuales leemos, como segunda lectura, el libro del Apocalipsis o de la ‘Revelación’. Una
profecía inspirada en el presente de la historia, pero proyectada hacia el futuro, hacia el final de los tiempos.
Final que no será una destrucción, a pesar de las imágenes que emplea el libro, sino la victoria del Resucitado
sobre todos los males, incluida la muerte.
Juan se encuentra desterrado en la isla de Patmos, cerca de la costa de la actual Turquía, por haber
predicado la palabra de Dios y haber dado testimonio de Jesús. Los romanos utilizaban esta isla para
desterrar a algunos presos especiales. Juan había sido deportado por Domiciano y condenado a trabajos
forzados en las canteras al norte de la isla.
No podemos olvidar esta razón, clave para comprender el libro, escrito en momentos de dificultad y
persecución para la Iglesia, y que intenta animar a los creyentes a perseverar en la fe. Una consecuencia, no
querida pero sí anunciada, de la fe en Cristo resucitado, es la persecución y el destierro. ¡Cuántos serán a lo
largo de la historia por el nombre de Jesús, incluso dentro de la institución eclesial!
Hoy nos presenta una visión grandiosa. Juan cae en éxtasis el día del Señor –el domingo, durante o después
de la celebración de la eucaristía-, momento favorable a los carismas. ‘En éxtasis’ para que, desligado de la
vida de los sentidos, percibiese con más claridad las cosas divinas. La visión tiene por objeto al Señor, Juez
del final de los tiempos. Oye una voz potente que le intima a escribir lo que viere para transmitirlo a las siete
iglesias de Asia –Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea-. Se trata de todo el libro.
Las palabras que le dirige son tranquilizadoras; quieren infundirle ánimos. El Hijo del hombre está en el
centro, como personaje principal. Es Cristo resucitado, presente y operante de manera eficaz en la Iglesia. Es
el Cristo victorioso, que triunfa sobre el mal del mundo. Las vestiduras le designan como Rey, Sacerdote y
Dios omnipotente. Está en medio de siete lámparas de oro, que simbolizan a las siete iglesias, antes
mencionadas.
El Cristo del Apocalipsis es inseparable de la Iglesia, de la que es Cabeza. Una Iglesia encarnada en el
mundo. Las siete cartas son el mensaje del Señor a esas siete iglesias, y, en ellas, a todas las demás.
Cuando el vidente de Patmos escribe, la Iglesia se encuentra inmersa en la persecución. Pero sus palabras
expresan la certeza de que el Resucitado camina con la Iglesia, también en medio de las tinieblas y de las
dificultades más crueles, lo que representa el fundamento de la esperanza y la garantía de la victoria para los
creyentes. La Iglesia, que se apoya en su Señor, nunca podrá ser vencida. Pero sus éxitos no se miden según
los criterios de este mundo. La Iglesia antes de ser lugar del culto, de la doctrina, de la moral, de la tradición...
es esencialmente el lugar de la fe en Jesucristo resucitado.
Al estar revestida de prerrogativas divinas la figura humana, Juan no puede hacer otra cosa que caer a sus
pies como muerto, porque el hombre que ha visto a Dios debe morir (Jue 13, 22).
A pesar del destierro, Juan no debe sentirse solo: No temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que
vive. Estaba muerto, y ya ves, vivo por los siglos de los siglos; y tengo las llaves de la Muerte y del
Infierno... Cristo es el vencedor, origen de todo y finalidad de todo, eterno y con plenitud de todo. Él es el que
vive para siempre, aunque haya muerto.
El Hijo del hombre se ha convertido en Señor de la historia. Si ha de juzgar al final de los tiempos, es porque
posee las llaves de la historia, desde su origen a su término. Es el único que la puede interpretar, porque es el
único que tiene todos los datos, el único que lo conoce todo, a causa de su victoria sobre el único verdadero
enemigo de la historia humana: la muerte.
120
DOMINGO TERCERO DE PASCUA
“ES EL SEÑOR”
EN EL LAGO DE TIBERÍADES
121
Jesús le dice:
-Apacienta mis ovejas.
Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero
cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.
Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios.
Dicho esto, añadió:
-Sígueme.”
(Jn 21, 1-19)
En el evangelio de hoy, el mar de Galilea vuelve a ser un lugar de encuentro y de llamada. En el marco de una
pesca abundante, Jesús confirma a Pedro y reafirma el amor como signo indispensable de la nueva comunidad.
Todo muy semejante a la primera llamada, tres años antes.
En él, podemos distinguir como cuatro escenas: Pesca infructuosa durante toda la noche; pesca abundante por
la mañana, gracias a la presencia y a la acción del Resucitado; encuentro y comida con él y diálogo con Pedro
sobre el amor, confirmándole su misión al frente de la comunidad.
Los siete discípulos habían trabajado toda la noche... y no habían pescado ni un pez. Aquel lugar, sin Jesús,
está vacío. Añoran al Maestro, al Amigo entrañable.
No pescan porque la pesca la ha de dar Jesús. Falta la ‘luz’ que es Cristo; no están ni su presencia ni su
acción. Todo lo que hagamos es nada, si nos empeñamos en no contar con el Maestro y con su Espíritu. En la
noche, sin el Espíritu, podemos realizar las obras de los hombres, nunca las del Padre; se puede llevar adelante
un proyecto humano, no el divino. Faltan los frutos, porque falta la unión con el Resucitado. Han –hemos-
olvidado las palabras de la Última Cena: ‘Sin mí no podéis hacer nada’ (Jn 15, 5). Es inútil trabajar sin él. Si
falta la ‘sugerencia’ del Espíritu, nos ponemos en peligro de elegir la parte equivocada.
El recuerdo de Jesús lo llenaba todo... Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla. Se
les presentó porque lo buscaban, lo añoraban, lo amaban.
No los acompaña en la pesca, se queda en tierra mientras vuelven a echar las redes en su nombre: su misión
en el mundo será ejercida por medio de sus discípulos. La red se llena de peces, símbolo de la fecundidad de la
Iglesia, cuando es fiel al Maestro.
Es el Señor, le dice Juan a Pedro que, aunque más tardo en comprender, se echó al agua decidido a llegar el
primero ante el Señor. Ésta es la gran palabra que nos proclama hoy el evangelio y que nosotros tenemos que
repetir. Él está allí –está aquí-, a nuestro lado.
A la revelación del más joven, ninguno duda. Era la luz de la ‘mañana’.
Es importante que comprendamos bien qué significa seguir a Jesús, ‘el Señor’: Significa, que Jesús es nuestra
única norma, nuestra única ley, nuestro único camino, verdad y vida. Significa, que de él no podemos
discrepar, aunque nos cueste. Significa, tener la certeza de que él siempre tiene la razón. Podemos querer
mucho a una persona, estar de acuerdo con sus planteamientos... pero ello nunca nos llevará a obedecerle
ciegamente. Con Jesús es distinto: seguirle es confiar incondicionalmente en él, es saber decir ‘amén’ a su
Palabra, a su voluntad. Aunque estemos muy lejos de serle fieles, de vivir como él espera de nosotros, de
entenderle... Decir ‘Jesús es Señor’ es creer que la vida está llena de sentido.
Lo mejor que hicieron aquellos siete discípulos no fue la pesca de los ciento cincuenta y tres peces grandes,
sino la experiencia de Cristo resucitado.
Sólo el que ama y tiene una fe despierta es capaz de descubrirlo. No es fácil. Los ‘ropajes’ con los que se
aparece el Señor son, casi siempre, desconcertantes.
122
Experiencias de encuentro se dan constantemente, si abrimos bien los ojos y el corazón. El Maestro se hace
presente en cualquier momento: en la oración, en la eucaristía, en los sacramentos, en la palabra, en el dolor,
en la alegría... Se hace presente en cualquier persona: en el amigo, en el que pasa junto a nosotros, en la
comunidad, en la familia... Se hace presente en cualquier lugar o situación en que nos hallemos: estudiando,
trabajando, en el silencio y la diversión... Pero, siempre en camino. La pena es que casi nunca nos enteramos.
En estos encuentros, en estas experiencias pascuales, nos vamos gestando la Iglesia y cada cristiano.
Él siempre se presenta así, de una manera velada, pero estimulante; después de largas horas de búsqueda y de
fatigas. Comienza a hacerse presente por medio del deseo. Después vendrá la palabra que ilumina, los gestos
que convencen y la presencia que transforma.
ORACIÓN Y TRABAJO
Entre el trabajo de los siete y la palabra de Jesús llenaron la barca. El número es signo de universalidad.
Pero tenemos que fiarnos de la palabra de Jesús. Si nos apoyamos en nuestros criterios y en nuestras fuerzas y
cualidades, nos quedaremos vacíos.
Así comenzó la Iglesia: grupo de amigos que comparten gozosos una tarea de evangelización y que se sienten
acompañados por la presencia y la fuerza de Jesús resucitado.
Su presencia lo ha cambiado todo. Siempre que se presenta Jesús, ‘amanece’. Fiados en la palabra de un
desconocido, habían echado de nuevo la red y se había producido el gran milagro de fe y de peces.
La pesca abundante es fruto del Espíritu, no del trabajo de los apóstoles. Es Jesús quien orienta, quien da luz...
Por eso, tenemos que vivir a la ‘escucha’.
Traed de los peces que acabáis de coger. Parece extraño; ya había provisto él de pescado, y lo había puesto
sobre el fuego... Quiere enseñarnos que quiere -¿necesita?- el trabajo de la Iglesia y de cada uno de nosotros.
Quiere enseñarnos, que solamente después de haber trabajado a favor de los demás, nos convertimos en
comensales suyos; que no tiene sentido comer con él, si no nos gastamos a favor de los demás. ¿Estará aquí la
raíz de tantos abandonos de la práctica de la fe?
123
No le dice que será su jefe de gobierno, ni su primer ministro, ni... Le dice pastor: debe guiar al ‘rebaño’. Se
trata de un liderazgo humilde, servicial, entregado. Su autoridad no se fundará en el poder sino en el servicio.
Ser hoy pastor en la Iglesia es arriesgado y complejo, y exige una gran preparación... Pero lo que realmente
capacita, para serlo de verdad, es el amor. No hay más. Porque al atardecer de la vida, como le pasó a Pedro,
todos, pastores y ovejas, seremos examinados de amor.
Pedro hará las veces de Cristo: Sígueme. ¿Qué más podía desear? Ya puede seguirle hasta el martirio.
Desde este texto, ¿cómo entender y creer en una Iglesia poderosa? Es necesario que los cristianos ahondemos
en estas pocas líneas y hagamos una clara opción por la Iglesia del amor, de la paz, de la justicia, de los
pobres. No hay otra forma de unir a los hombres que el amor.
¿Es el amor el que está sustentando nuestras instituciones, cánones, ritos y costumbres...? Es la pregunta que
el Resucitado nos plantea a las comunidades cristianas. No nos demos prisa en responder...
124
La primera lectura nos narra el tercer discurso misionero de los apóstoles a los judíos. Es su segunda
comparecencia ante el sanedrín. A pesar de la prohibición de predicar a Jesús (He 4, 18-22), no han obedecido.
Les interrogan y, como defensa, repiten el esquema habitual de sus discursos: un comienzo que responde a la
pregunta o situación planteada, la proclamación de la muerte de Cristo por obra de los judíos y de su
resurrección por obra de Dios, la afirmación de su presencia permanente entre los hombres como Salvador y
llamamiento a la conversión.
En el juicio, los apóstoles harán una opción clara por la primacía de la conciencia: Hay que obedecer a Dios
antes que a los hombres. Un principio peligroso, que se atraganta a toda autoridad, incluida la religiosa. Un
Dios, que habla más en la intimidad de una conciencia recta que en la oficialidad de un sumo sacerdote, es
siempre un gran peligro. Sin embargo, lo primero es siempre la voz de la conciencia; es decir, la voz de Dios.
¿Quién podrá hacerles callar, después de lo que han visto, oído y experimentado?
La evocación del Dios de nuestros padres..., recuerda toda la historia de la salvación, y hace innecesarias las
referencias bíblicas que Pedro usó en el primer discurso a los judíos, el día de Pentecostés (He 2).
Los títulos jefe y salvador establecen un paralelo entre Cristo y Moisés. Moisés, a quien venera el sanedrín,
prefigura a Jesucristo. El patriarca había cumplido su encomienda de liberación a pesar de la ingratitud del
pueblo. De la misma forma, Jesús libera al pueblo, después de su muerte en cruz, consecuencia de la ingratitud
de los suyos.
Estas alusiones a los libros santos, intentan convencer al auditorio de que la muerte y la resurrección son una
ley fundamental en la historia de la salvación. El maldito sobre la cruz, se convierte en el bendito sobre el
trono divino.
Los apóstoles, obligados a citar dos testigos para probar sus afirmaciones (Dt 19, 15), se presentan a sí
mismos como primer testigo y al Espíritu Santo como segundo.
Las viejas instituciones quieren aplastar, por los medios que sean, la novedad de Cristo. Utilizarán la
prohibición, la excomunión, la amenaza, la tortura y la muerte. Pero, ¿podrán detener el viento impetuoso del
Espíritu? Ante el razonamiento de Gamaliel (He 5, 33-39, que no se leen), un anciano, maestro de Pablo y
abierto a toda posible renovación, el sanedrín se conformó con volver a amenazar a los apóstoles. Pero antes,
con una lógica difícil de entender, les manda azotar: Azotaron a los apóstoles, les prohibieron hablar en
nombre de Jesús y los soltaron. El Maestro no garantiza éxitos fáciles ni privilegios. La misión que les –nos-
encarga será siempre arriesgada. No se pueden atacar los intereses de los que mandan sin pagar el precio.
125
misteriosa, el libro del Apocalipsis, que, en sus capítulos cuarto y quinto, nos describe una especie de gran
liturgia celeste, que termina con la visión que nos narra la segunda lectura de hoy.
Esta liturgia pascual se desarrolla en el cielo, en medio del coro de muchos ángeles, que, según la mentalidad
judía, participan en las decisiones de Dios y en el gobierno del mundo.
Están acompañados por ‘veinticuatro’ ancianos y por ‘cuatro’ vivientes. Los ancianos están sentados en
tronos, van vestidos de blanco y están coronados (Ap 4, 4-10). Representan a los vencedores, a los que han
alcanzado ya el premio, la meta. El número –dos veces doce-, se refiere al pueblo de Dios en su totalidad: al
del antiguo y el nuevo Testamento –doce tribus, doce apóstoles-; a la humanidad redimida. Los cuatro
‘vivientes’ son esos seres misteriosos de la visión de Ezequiel (1, 5-21). El cuatro, en la apocalíptica, es el
número cósmico –los cuatro puntos cardinales-. Representan a toda la creación.
El Cordero es el objeto de dos aclamaciones mesiánicas, ignoradas por el antiguo Testamento: Digno es el
Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la
alabanza; y: Al que se sienta en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los
siglos de los siglos. La creación entera tiene su significado y cumplimiento en Cristo, que, con su
resurrección, comunicó a todas las cosas y a todas las personas la plenitud de la vida.
Lo último será la alabanza: Todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el mar...
proclaman a Cristo como centro del universo y de la historia, clave de toda existencia, meta de toda evolución
y aspiración, fundamento de toda verdad, protagonista de toda salvación. Y se postrarán ante el que vive por
los siglos de los siglos.
Los cristianos debemos tener presente que la liturgia nos permite vivir al ritmo de una creación que se realiza
plenamente en el dinamismo del misterio pascual, porque la muerte lleva en sí misma semillas de resurrección.
También, que el culto cristiano participa ya de la eternidad, ya que la liturgia descrita por Juan se inspira en el
ritual y en las aclamaciones propias de la liturgia terrestre.
126
DOMINGO CUARTO DE PASCUA
DE NUEVO LA IMAGEN DEL PASTOR Y LAS OVEJAS
127
A pesar de todo, la enseñanza que se encierra detrás de estas palabras de Jesús, y aunque él hablara en una
época de costumbres muy distintas a las nuestras, sigue siendo muy actual. Lo que necesitamos es profundizar
en lo que quiso decir.
Las ovejas se fían del pastor, obedecen sus mandatos y lo siguen; van agrupadas, en rebaño.
Jesús nos describe, en pocas palabras, la intimidad que debe existir entre él y sus discípulos de todos los
tiempos. Los suyos escuchan su voz no sólo verbalmente, sino entregándose sin reservas con él y como él a
favor de la humanidad. Eso es lo que significa el seguimiento: los suyos oyen su voz y lo siguen como a su
pastor y modelo. Porque seguir es mucho más que creer intelectualmente: es aceptar su camino, hacer nuestra
su mentalidad, ir asimilando sus criterios de vida... Y es en ese seguimiento y mutuo conocimiento donde
iremos encontrando la vida verdadera. Vida plena y eterna; única que puede satisfacer y llenar el corazón
humano. Un estilo de vida, que nos abrió entregando él la suya, y que marcamos a los demás siguiendo su
ejemplo. No hay más camino que éste.
Las ovejas no van solas, cada una por su lado, sino en rebaño, agrupadas. Con ello nos está diciendo que el
cristiano forma parte de un pueblo, que no hay vida cristiana, no hay seguimiento de Jesús ni pertenencia a la
Iglesia, sin saberse miembro de un pueblo; que no se puede ser cristiano desentendiéndose de los demás, cada
uno a su aire, sin aceptar que formamos parte de una Iglesia; aunque haya en ella muchas cosas que no nos
gustan
128
La ‘voz’ de Jesús resuena siempre que alguien vive y anuncia como él el mundo nuevo, la nueva humanidad,
el reino de Dios; siempre que alguien pregona como él la justicia, la libertad, el amor, la paz, la verdad, la
fraternidad universal; siempre que alguien nos descubre el sentido de la vida, de Dios...
Seguidor de Jesús es el que reconoce su voz en los profetas de hoy; el que sabe discernir, en una sociedad en
la que todo está mezclado y todo se presenta como válido, dónde está realmente la verdad que libera-salva, la
diga quien la diga, y sabe adivinar dónde se encuentra el engaño. Una verdad que está en relación directa con
la justicia y la libertad para todos los pueblos de la tierra. Una verdad a la que nos abren las bienaventuranzas
(Mt 5, 3-12). ¡Cuánto saben de esto muchos cristianos y todos los que luchan por la justicia, sobre todo en el
tercer mundo!
Los que escuchan están abiertos al plan de Dios sobre la humanidad, sin condicionarlo. Para comprender a
alguien es necesario sintonizar con él, poseer una mínima afinidad con él, simpatizar con su persona, tratarla y
escucharla atentamente para poder ir comprendiendo lo que nos dice o intenta transmitirnos. Poco a poco,
contando con el factor tiempo, el que así escucha, acaba por identificarse con ese ‘alguien’.
El Pastor se autodefine como el que conoce a las ovejas. No genéricamente, sino una a una. Cada uno de
nosotros somos para él un absoluto.
No hay fe cristiana sin una relación interior, personal y libre con Jesús de Nazaret, lo que supone un
conocimiento profundo de sus ideales y sentimientos (Fil 2, 5). ¿No será mucho ‘suponer’?
129
gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor: ‘Yo os haré luz de los gentiles, para que seas
la salvación hasta el extremo de la tierra.’
Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron mucho y alababan la Palabra del
Señor; y los que estaban destinados a la vida eterna creyeron.
La Palabra del Señor se iba difundiendo por toda la región. Pero los judíos
incitaron a las señoras distinguidas y devotas y a los principales de la ciudad,
provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron del territorio.
Ellos sacudieron el polvo de los pies, como protesta contra la ciudad y se fueron a
Iconio. Los discípulos quedaron llenos de alegría y de Espíritu Santo.”
(He 13, 14. 43-52)
Pablo, acompañado por Bernabé, llega a Antioquia de Pisidia, en la actual Turquía, y comienza en la
sinagoga una predicación del evangelio reservada a los judíos de la ciudad (He 13, 15-41).
Después de haber hablado con éxito en la sinagoga, los judíos les rechazan y rompen con ellos, movidos por
los celos y envidias, ante el interés que mostraban los paganos por unas enseñanzas que ellos tenían como
exclusivas desde siglos. Estaban convencidos de que los paganos podrían participar de esas enseñanzas
únicamente si se hacían judíos.
Pablo les quita el privilegio, y coloca a los paganos al mismo nivel que los judíos. La justificación no vendrá
por la ley de Moisés, sino por la fe en Jesucristo. De esta forma, la salvación será totalmente accesible a los
gentiles.
A los judíos les hiere el universalismo de Pablo. Y los paganos se alegran de ello y lo agradecen.
Esta amarga experiencia acompañará a Pablo, principal protagonista de este libro a partir de este momento,
durante toda su vida apostólica. Constatará que la evangelización está unida a la persecución. Cada vez que se
dirija a los judíos encontrará una fuerte oposición. Su palabra será siempre motivo de alegría y de odio; unos
le seguirán y otros le perseguirán con fanatismo. Los gentiles serán, en general, más acogedores de la palabra;
son tierra virgen; no están ‘vacunados’, como podemos estar nosotros.
Pablo abandona la sinagoga, después de una clara exposición, y se dedicará a los gentiles, porque la salvación
también es para ellos. Les cita una profecía del Segundo Isaías (49, 6): Yo te haré luz de los gentiles, para
que seas la salvación hasta el extremo de la tierra.
Pablo presenta su misión hacia los gentiles como un cumplimiento de las Escrituras. Con ello, parece que
quiere indicarnos que su misión hacia los paganos no es consecuencia del rechazo de los judíos, sino de la
misma voluntad divina. Si Dios es el creador de toda la humanidad, y dirige los destinos de todos los pueblos,
es lógico que quiera llevar a todos a la salvación.
Finalmente, los judíos conjuran contra Pablo y Bernabé, valiéndose de señoras distinguidas y devotas y de
los principales de la ciudad, y no cejan hasta expulsar de la ciudad a los predicadores de un Mesías que no
aceptan. Y es que cuando quieren desinstalarnos, nos defendemos con todos los medios a nuestro alcance,
sean lícitos o no.
Pablo y Bernabé se sacuden el polvo de los pies, para significar la separación de ellos.
A pesar de las persecuciones, seguirán con fidelidad a Jesús llenos de alegría y de Espíritu Santo.
130
-Éstos son los que vienen de la gran tribulación, han lavado y blanqueado sus mantos
en la sangre del Cordero.
Por eso están ante el trono de Dios dándole culto día y noche en su templo.
El que se sienta en el trono acampará entre ellos.
Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno. Porque el
Cordero que está delante del trono será su pastor, y los conducirá hacia fuentes de
aguas vivas.
Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos.”
(Ap 7, 9. 14b-17)
La segunda lectura une la imagen del Pastor y la del Cordero. Cristo es Pastor y Cordero al mismo tiempo.
Ha ofrecido su vida y se ha convertido en Cordero degollado.
La lectura de hoy nos presenta la visión grandiosa que tuvo Juan sobre la gloria de los elegidos: una
muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas. Toda la
humanidad está representada aquí. Describe la dicha de los elegidos -Ya no pasarán hambre ni sed... -. Y
más en concreto la de los que han pasado por la persecución a causa de Jesús –han lavado y blanqueado sus
mantos en la sangre del Cordero-. Y a todos: Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos, para siempre.
Juan contempla esta visión desde la óptica litúrgica de la fiesta de los Tabernáculos; la única de las cuatro
fiestas principales de los judíos en el antiguo Testamento que no reaparece en el nuevo.
Llevan vestiduras blancas y palmas en las manos y uno de los ancianos explica quiénes son: los salvados
por la redención de Cristo, los que la han aceptado y han perseverado en la fe recibida. La gran tribulación
representa las pruebas cotidianas de la fe a lo largo de la vida.
Con la evocación de la fiesta de los Tabernáculos, se nos dice que jamás tendrán que pasar las penalidades del
desierto –hambre, sed, sol, bochorno-: el Cordero es su guía y les conducirá a las fuentes de la vida plena y
para siempre. La resurrección no será un acto individual, sino colectivo: toda la humanidad está llamada a ella.
131
DOMINGO QUINTO DE PASCUA
EL MANDAMIENTO CRISTIANO
Los seguidores de Jesús de Nazaret no debemos vivir instalados ni ser conformistas con este mundo;
siempre esperamos algo nuevo. Nunca debemos pactar ni con la más pequeña de las injusticias o
corrupciones. Nunca podemos quedarnos con las manos en los bolsillos, mientras haya alguien que sufra
opresión o subdesarrollo, de la clase que sea. Hemos de vivir en la espera de ‘un cielo nuevo y una tierra
nueva’ y, a la vez, trabajando en comunidades por una sociedad justa y solidaria, en la que haya libertad e
igualdad para todos, unas comunidades que se amen... porque en ellas está ‘la morada de Dios con los
hombres’, en ellas está Dios.
Otras religiones destacan por sus largas oraciones y duras mortificaciones, por el culto y los sacrificios, por
sus leyes y sus creencias. Así, entre las más conocidas, el Islam pone el acento en la ‘sumisión’ a Alá; el
Hinduismo en su ascesis, su concentración y devoción; el Budismo en la supresión del deseo, para llegar a la
supresión del dolor y a la compasión. El Cristianismo pone su acento en el amor; en un amor como el de Jesús.
Todo lo demás está al servicio de la única ley del amor. El Cristianismo es amor. Y es cristiano el que ama y
en la medida en que ama.
De aquí que la visión apocalíptica de Juan no pueda ser utilizada como opio o somnífero. Esta tierra nueva
que está brotando de la Pascua, tiene la ley nueva del amor de Jesús, modelo del amor que debemos vivir sus
seguidores... y que es el camino de la nueva humanidad.
132
En la forma en que se dirige a sus discípulos les muestra el cariño que les tiene: Hijos míos. Él va a la
muerte, por eso le queda poco tiempo para estar con ellos.
EL MANDAMIENTO NUEVO
En este ambiente entrañable, Jesús nos deja su última voluntad, su deseo más grande, su ley y su marca: el
mandamiento del amor. Es un mandamiento nuevo, a pesar de que amarse es cosa tan antigua como el
hombre. Lo nuevo está en la calidad del amor que se nos pide.
El que habla es un hombre que está a punto de ser condenado a muerte y asesinado. Sus palabras debemos
tomarlas como su testamento: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros, como yo os he
amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros. En estas
palabras está todo el cristianismo. Lo demás sirve si va acompañado del amor.
El amor, más que un mandamiento, es una necesidad. ¿Se puede mandar amar? Un amor forzado no sería
verdadero. Con este mandamiento, Jesús quiere expresarnos lo que realmente necesitamos vivir los hombres.
Porque, ¿cómo vivir sin amar y sin ser amado? El amor es nuestra savia y nuestro aliento. El que no ama o no
es amado no vive.
Un amor como el de Jesús es un don. ¿Cómo podremos amar con nuestro corazón de piedra? Sólo Dios
puede cambiarlo en un corazón de carne (Ez 36, 26). Dios nos capacita para amar, amándonos; nos ama para
que podamos amar.
¿Nuevo? Nada más antiguo que el amor. Es la ley primera del ser humano, la realidad que dio origen a la
humanidad. Porque el hombre empezó a ser persona cuando aprendió a amar, y sigue siéndolo en la medida en
que ama.
El mandamiento del amor no es algo que nos venga de fuera. Es exigencia connatural al ser humano, algo
constitutivo de nuestro ser. Lo más constitutivo, lo que más nos hace persona, lo más esencial de nosotros
mismos, lo que nos verifica y nos distingue. Algo parecido a lo que decimos de Dios, puesto que estamos
creados a su ‘imagen y semejanza’ (Gén 1, 26). Si Dios es amor, si se llama Amor; el hombre es también amor
y se llama amor. Un plan de Dios enturbiado por el pecado: deseo humano de ser como Dios (Gén 3, 5), sin
contar con él
Los seres humanos estamos llamados al amor; nos construimos y nos desarrollamos en las relaciones de
amor. El que no ama, no vive, está muerto; el que no ama, no es.
El cristianismo tiene una única exigencia decisiva. La nueva comunidad posee un código que se resume en
un único mandamiento. La nueva ley es el mismo Jesús, como signo que manifiesta y expresa el amor de Dios.
En este mandamiento, Jesús no pide nada para sí o para Dios, sino solamente para el prójimo. Y no es un
amor cualquiera: Como yo os he amado. Esta es la novedad. Un amor que rompe todos los límites.
El amor de Cristo es el amor del Hombre-Dios en la tierra. Tenemos que amar como Dios... Amor como el
de Jesús: gratuito, generoso, universal, incondicional, desde y en la comunidad –a la manera Trinitaria-. Sin
límites: hasta despojarnos de todo, hasta gastarnos del todo. O sea: amar a todos y del todo y en todo. Modelo
inalcanzable para nosotros. Pero... podemos alcanzar un nivel elevado porque Jesús nos dio su Espíritu...
¿Fácil o difícil? Las dos cosas: nada más fácil y que más compense que el amor; pero nada más exigente ni
más ‘crucificante’ que el amor.
133
Para poder vivir esta realidad, tenemos que dejarnos purificar –bautismo de fuego y Espíritu, además del
agua-; y tenemos que agrandar nuestra capacidad, lo que exige un proceso de despojo, de vaciamiento, de
‘muerte’, para ser una persona libre, enteramente abierta a la novedad del Espíritu. Será la propia experiencia
la que nos haga comprenderlo.
134
EL ESPÍRITU, PRINCIPAL PROTAGONISTA
“Volvieron Pablo y Bernabé a Listra, a Iconio y a Antioquia, animando a los
discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe diciéndoles que hay que pasar
mucho para entrar en el Reino de Dios.
En cada Iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomendaban al
Señor en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia. Predicaron en
Perge, bajaron a Atalía y allí se embarcaron para Antioquia, de donde los habían
enviado, con la gracia de Dios, a la misión que acababan de cumplir. Al llegar,
reunieron a la comunidad, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y
cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe.”
(He 14, 20b-26)
La primera lectura nos habla también hoy, como el pasado domingo, de los apóstoles Pablo y Bernabé. Es la
conclusión del primer viaje apostólico de Pablo, el año 49. Regresan a Antioquia, ciudad de la que habían
salido los dos misioneros hacía ya cuatro años. No habían partido por su cuenta, sino movidos por el Espíritu
Santo y enviados por la comunidad de esta ciudad, en la que todos se sentían misioneros.
Durante estos cuatro años, han sembrado su ruta de comunidades cristianas. Ahora recorren el camino a la
inversa, visitando las comunidades fundadas anteriormente, para confortar la fe de los hermanos y consolidar
aquellas jóvenes iglesias, designando presbíteros o responsables de las mismas. La elección la hacían después
de un período de oración y de ayuno, para que la elección fuese fiel a la voluntad del Espíritu.
En sus exhortaciones hablan de las tribulaciones, de las dificultades que han pasado, y que ellos también
pasarán, a causa de los judíos, animándoles de esta forma a la perseverancia. Tribulaciones que tienen carácter
salvador, como en el caso del Maestro.
Llegados a su destino –Antioquía- cuentan a la comunidad todo lo que han hecho. Y Lucas matiza: lo que
Dios había hecho por medio de ellos, porque Dios es el gran protagonista de la acción misionera de la Iglesia.
Ellos se sienten simplemente unos servidores de la Palabra.
Vuelven gozosos por los frutos alcanzados. El más importante es la apertura de los gentiles a la fe, la
siembra de comunidades cristianas por Asia Menor. La Iglesia se iba convirtiendo en ‘católica-universal’.
Es la Buena Noticia que han podido transmitir gracias a la resurrección de Jesucristo. Desde ella, ya nada
será como antes, porque el Espíritu del Resucitado está actuando en el mundo, para llevarlo a su completa
transformación. La reunión, más que un balance de resultados, parece una ‘celebración’.
Juan, adelantándose a los acontecimientos, convierte la esperanza, anunciada por el apóstol Pedro (2 Pe 3,
13), en realidad: Vi un cielo nuevo y una tierra nueva... Vi la ciudad santa... Ya no habrá muerte, ni luto,
ni llanto, ni dolor. Una humanidad ideal. Debía tener una visión-fe asombrosa... Porque, ¿cómo vislumbrar
todo esto en este mundo en el que vivimos?
135
¡Qué dura es la vida para la mayoría de los humanos! Nuestra sociedad parece una máquina sin entrañas.
¿Tendremos que esperarlo todo para después de la muerte?
Mensaje de esperanza. Todas las utopías y sueños son posibles. El mundo nuevo no supone la destrucción de
éste, sino su progresiva transformación. La vida eterna ya está incrustada en este mundo que pasa. El reino de
Dios ya está dentro de nosotros, aunque de un modo imperfecto.
El autor del Apocalipsis, da por supuesto que la resurrección de Cristo no ha eliminado el mal de la vida de la
humanidad, ni de la vida de los cristianos. Los incontables males siguen en nuestro mundo. Pero el mensaje del
libro es que Jesucristo logró ya la victoria definitiva sobre ellos. Esta victoria definitiva sobre todo mal,
comienza a exponerla en esta lectura.
Juan, después de haber descrito tantas visiones angustiosas y alarmantes, se deleita con la visión incomparable
de la gloria y de la luz, que rodeará para siempre a los elegidos de Dios. Lo hace con tres visiones: el cielo
nuevo y la tierra nueva; la nueva Jerusalén y el culto nuevo dado a Dios en la nueva liturgia.
Es también el cumplimiento de las palabras del Tercer Isaías (65, 17): ‘Voy a crear un cielo nuevo y una tierra
nueva’. La nueva creación, iniciada en la Encarnación, es ahora perfecta. Sólo existirá el bien, el mar –símbolo
del mal- ya no existe. La luz y la belleza dominan sobre todo: La nueva Jerusalén –la Iglesia-... arreglada
como una novia, triunfante y feliz después del camino de pruebas y persecuciones del mundo. Todas las
lágrimas serán enjugadas, no habrá ni rastro de mal. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Todo lo
que ha agredido a la humanidad desde el principio, desaparecerá. El ‘parto’ finalizará con pleno éxito (Jn 16,
21; Gál 4, 19).
El autor intenta con esta visión reanimar la esperanza, ayudarnos a desentrañar el término de la historia
humana, el gozo que Dios ha querido preparar para todo lo creado. La resurrección de Jesús, su victoria sobre la
muerte, nos ha abierto el camino de esta nueva vida que Dios desea para todos.
Decía san Agustín: ‘No quedará ningún anhelo sin saciar cuando Dios lo sea todo en todos’.
Con la desaparición de la muerte, las lágrimas ya no tienen justificación. La inaudita novedad de este mundo
nuevo es, pues, que la muerte no tiene la última palabra.
Dios... acampará entre ellos. Dios está entre nosotros definitivamente. Ya tenemos un principio de cielo
nuevo y de tierra nueva; la semilla o los cimientos de la ciudad del compartir, del consolar, del ayudar; la ciudad
de la paz y la alegría, de la justicia y de la libertad, de la paz y del amor. Una realidad vivida como tarea en
tensión escatológica. La justicia plena, la paz sin límites, el amor sin fronteras... todo esto es lo que llamamos
reino de Dios. Esta es la fuente de la dicha.
La ‘Ciudad Santa’ siempre se está construyendo. Esta es nuestra misión y nuestra urgencia. Cada día tenemos
que barrer el mal acumulado y construir algo de paz, de justicia, de libertad, de solidaridad... Los seguidores de
Jesús debemos tener siempre delante la utopía del ‘nuevo cielo y tierra nueva’. No podemos pactar con ninguna
injusticia, con ninguna mentira, con ningún dolor que esté en nuestras manos superar.
136
DOMINGO SEXTO DE PASCUA
LA TRINIDAD VIVE EN EL QUE AMA
Hemos conseguido un mundo espléndido en muchos aspectos... Pero le falta alma. Se nota por el vacío y
por el ‘frío’; por la crisis de valores, de ideales y de convicciones; por la falta de fe, divina y humana; por la
sequía de sentimientos... Una sociedad egoísta, competitiva... Un mundo sin amor.
Las consecuencias las estamos pagando todos, principalmente los jóvenes y los niños, sin olvidar a los
marginados de siempre. Hay desorientación y permisividad; brillan el consumo y la falta de esfuerzo.
Hay alienación, inconsciencia e irresponsabilidad; violencia y marginación; tristeza y soledad, ¡mucha
soledad!...porque falta el alma del convencimiento, el alma de la cordialidad, el alma de la amistad.
Los cristianos tenemos que ser la luz en este mundo en tinieblas; el ‘corazón de este mundo sin corazón’, el
alma en una sociedad que da la impresión de marchar a la deriva.
En el evangelio de hoy hemos leído el final del primer discurso de Jesús durante la Última Cena (Jn 13-14).
Palabras de despedida. En él, cuatro ideas principales: la inhabitación de la Trinidad en los que aman; la tarea
que realizará el Espíritu Santo en los que le sean fieles; el don de la paz y la presentación de la muerte como el
camino hacia la vida sin término.
Jesús no se va del todo, su ausencia es únicamente física: El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo
amará, y vendremos a él y haremos morada en él.
Los dos principales caminos para que Dios llegue a nosotros y nosotros a él, son el amor y la palabra. Los
dos caminos se entrecruzan; los dos se relacionan: el que ama guarda la palabra; y el que guarda la palabra,
ama. Y el que ama y guarda la palabra, se hace morada de la Trinidad. ¡Dichoso el que viva siempre
conscientemente esta presencia!
El amor a Jesús pide trato personal, intimidad... Pero no se queda ahí. La frase el que me ama, entendida a la
luz de todo el mensaje evangélico, equivale a ‘el que ama’, aunque nunca haya oído hablar de él. Abarca toda
la vida, toda la realidad y a todas las personas. Jesús quiere hechos y no sólo palabras. No obliga a optar por
él; pero al que opta, le exige un amor de obras: guardará mi palabra. Una palabra en la que el puesto principal
lo ocupa el mandamiento del amor, hasta el punto de que el único criterio que tenemos para saber si le
amamos es el amor que en la práctica profesemos a los hermanos. Los que no conocen sus verdaderos
planteamientos, optan por él cuando trabajan por la fraternidad y justicia universales.
137
Esta presencia del Padre y del Hijo es permanente, puesto que establecen su morada en él. Y es una
presencia distinta a la que tiene Dios en todas las cosas como Creador, al limitarse a los que aman.
Aunque no se diga aquí explícitamente que también venga a morar en el discípulo el Espíritu Santo, es lo
que está suponiendo todo el capítulo. Padre, Hijo y Espíritu constituyen una unidad indivisible, de tal forma
que no es posible tener a una de las tres Personas sin las otras dos. Es lo que la teología llama ‘inhabitación de
la Trinidad’, tomando como base los escritos joánicos y paulinos.
Dios en nosotros. Nosotros casa de Dios. Si creyéramos de verdad estas palabras de Jesús, viviríamos ya el
principio de la vida eterna. Porque, ¿qué es la vida eterna sino ver a Dios, conocer a Dios (Jn 17, 3), alcanzar a
Dios, poseer a Dios? La vida eterna es penetrar en Dios, en todo lo que él significa de intimidad,
comunicación, oración, amistad.
Caminamos hacia la casa del Padre en la medida en que nos adentramos en nosotros mismos. La casa del
Padre está también en nuestro interior. El Padre viene siempre a nosotros, pone su morada en nosotros; vive en
nosotros... más que nosotros mismos. Y lo mismo Jesús y el Espíritu. Los Tres quieren hogares ‘vivos’ en que
habitar, corazones en los que impere el diálogo con ellos y el amor a los semejantes... Jesús mismo fue
preparando su morada en el corazón de sus amigos, en el corazón de los que le amaban y guardaban su
palabra.
Ya nunca podemos sentirnos solos. Ya no necesitamos peregrinar por el mundo para encontrar a Dios.
Somos nosotros –cada uno- su templo.
Manifestemos a los que nos rodean esta verdad de fe: Dios está habitando dentro de nosotros. No podemos
guardar esta luz. El mundo está falto de este conocimiento y de esta vivencia.
138
Jesús no habló más que de los problemas de su época, pero planteó unos principios fundamentales para que
los cristianos de todos los tiempos orientáramos nuestras vidas. Es la tarea del Espíritu Santo. Un Espíritu que
no actúa mágicamente resolviendo nuestros problemas desde el cielo, sino que obra dentro de la misma
comunidad humana pluralista y compleja que, afortunadamente, pretende ser hoy la Iglesia.
La comunidad cristiana debe vivir en permanente alerta y en constate escucha del Espíritu, con un corazón
pobre, desprendido, abierto y disponible, para que todas las palabras de Jesús sean reflexionadas y vividas,
evitando recordar únicamente las que nos favorecen y olvidando las que nos resulten molestas.
Cuando la Iglesia se cierra al Espíritu, y se instala en una posición cómoda y fija; cuando los intereses
creados nos hacen prescindir de ciertas páginas evangélicas; cuando el mensaje de Jesús se transforma en un
frío catecismo para aprender de memoria como una receta... es inevitable que la Iglesia deje de ser fermento de
verdad en la sociedad.
139
Me voy y vuelvo a vuestro lado. Se va por poco tiempo. Volverá para estar siempre con los suyos. Deben
alegrarse porque su presencia en el Espíritu no estará ya limitada a una época y lugar: será universal en el
tiempo y en el espacio. Con su Espíritu llevará a plenitud la obra comenzada en Galilea.
Os lo he dicho ahora... Jesús, que había anunciado la traición de Judas, el abandono de los discípulos y las
negaciones de Pedro, para que los discípulos comprendieran, después de su partida, la fidelidad de su amor, y
se convencieran de su verdadero mesianismo, repite ahora la frase a propósito de su promesa de volver. La
primera vez (Jn 13, 19), se refería a su muerte; la segunda, a sus efectos: el triunfo de la vida.
Esta lectura sigue reflexionando en lo que es una comunidad cristiana. Hoy nos habla del primer concilio de
la Iglesia: el de Jerusalén, en el año 50.
Pablo había enseñado que bastaba la fe en Jesucristo, sin la observancia de la ley, lo que provocó el
conflicto con unos judaizantes, que pretendían imponer a los creyentes de origen pagano la circuncisión y la
ley de Moisés.
El judaísmo tenía raíces profundas. Después de la resurrección y ascensión de Jesús, algunos querían
mantener a ultranza toda la ley, las costumbres y los ritos.
Aunque el problema discutido era la circuncisión, con la que llevaban muchos siglos y era todo un símbolo
de la ley antigua, lo que en el fondo se planteaba era todo el valor de la obra de Jesús.
Pablo vivía el problema en Antioquía. Unos judíos conservadores que fueron allí, alarmaron a los cristianos
venidos de la gentilidad, diciéndoles: Si no os circuncidáis, no podéis salvaros. Una posición
extremadamente peligrosa, porque tendía a minimizar la novedad que es Cristo. Otros defendían que bastaba
con las enseñanzas de Cristo. Pablo advierte que aquí está en juego la esencia misma de la novedad cristiana.
Por eso lucha con todas sus fuerzas.
Se produjo un altercado y una violenta discusión con Pablo y Bernabé. Hubo fuertes tensiones y largas
deliberaciones. Pero se dejó actuar al Espíritu Santo, verdadero impulsor de la Iglesia naciente. En lugar de
enconar el pleito, tuvieron sabiduría para someterse al juicio de la Iglesia Madre.
140
El problema era de envergadura, y de consecuencias trascendentales para el porvenir de la Iglesia. Los
contrastes y las tensiones se superan con un debate abierto en Jerusalén, donde cada uno tiene la posibilidad de
exponer sus propias razones. Y todos tratan de escuchar al Espíritu con humildad, que es el alma de la reunión.
Y el concilio dijo: Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las
indispensables. Es una decisión unánime tomada por los apóstoles, presbíteros y por el Espíritu Santo. Una
fórmula llena de sensatez. La fe en Jesús es la única condición para la salvación. Para los cristianos, sólo una
carga indispensable: el amor de Jesús. ¡Cuánta oración hace falta para ‘ver’ que el Espíritu está a nuestro lado!
¡Cuánta ceguera y qué decisiones más frustrantes cuando falta esa oración!
Al Espíritu Santo no le gusta imponer cargas superfluas. Donde él está hay libertad. Es enemigo de todo
yugo y tiranía; de toda cerrazón y enfrentamientos, porque es el Espíritu del Amor, es el Amor.
¿La circuncisión? Les pareció una carga inútil, aunque llevaran siglos con ella. Pensaban que era suficiente
con creer y amar.
En nuestra Iglesia parece que hay demasiadas cargas, demasiadas leyes.. Y cuantas más leyes, más
infantilismo y menos libertad.
La desgracia de los integrismos –fundamentalismos- de todos los tiempos, es la pretensión de imponer
cargas opresoras e inútiles; añadir, al mensaje liberador de Jesús, unas prácticas vacías.
Este primer concilio fue el más revolucionario; marca la ruptura con el judaísmo.
141
Templo no vi ninguno. En la ciudad futura no habrá ya templo. Por tanto, tampoco sacerdotes, ni
sacrificios, ni separación entre lo religioso y lo profano. Y no por ausencia o falta de Dios, sino por todo lo
contrario: por la plenitud de Dios, presente en todo y en todos, llenándolo todo. Nos bastará existir para estar
cerca de Dios, en Dios. El templo será la asamblea de todo un pueblo universal.
La ciudad futura es esencialmente comunión. En ella, Dios llevará a término su proyecto creador, su
proyecto de unir a todos los humanos con él y entre sí y, al mismo tiempo, con la naturaleza restaurada.
Esta ciudad no necesita ningún tipo de luz que la ilumine: La gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el
Cordero. El despliegue de luz, tan característico en las fiestas religiosas del pueblo judío, es aquí innecesario
ante la luminosidad de la obra consumada de Dios.
Es la meta y, a la vez, camino. Es ciudad construida y, a la vez, en construcción. La ciudad de la visión se
construye ya en el presente, aunque su realización perfecta pertenece al futuro. Se construye en el presente
histórico sobre los valores del Evangelio, consciente o inconscientemente.
El mito –ficción alegórica- del paraíso perdido por el pecado al principio de la historia humana (Gén 3, 4-
23), será –es- realidad.
142
DOMINGO DE LA ASCENSIÓN
DESPEDIDA Y COMIENZO
LA ALEGORÍA DE LA ASCENSIÓN
La ascensión no es un acontecimiento aislado, está estrechamente unido al misterio Pascual de Cristo. Por
eso la celebramos entre la Pascua de Resurrección y Pentecostés. Es el paso de una presencia visible y familiar
de Jesús, a su presencia entre nosotros por su Espíritu.
Los datos que nos ofrece la tradición sobre ella son muy variados: Mateo (28, 16-20) menciona la marcha de
Cristo al Padre en Galilea y sin vincularla a una subida física al cielo, y afirmando su presencia en la Iglesia.
Hay también una tradición que la considera como un hecho teológico, sin pronunciarse sobre su historicidad y
sin recurrir a testimonios oculares. Un solo texto –primera lectura- presenta el acontecimiento como una
experiencia sensible, en las afueras de Jerusalén. Otros textos la localizan con grandes diferencias: Lucas –
evangelio de hoy-, en Betania, cerca de Jerusalén; Marcos (16, 15-20) no especifica. Esta diversidad explica
el hecho de que algunos exegetas hayan reducido la exaltación corporal de Jesús a una alegoría, que
trasciende el hecho histórico, para darnos una visión profunda de lo que significa para la vida humana.
La Ascensión es la culminación de la misión de Jesús en este mundo; el éxodo por antonomasia; la entrada
en la gloria definitiva, la consumación de su sacerdocio, que ejercerá en plenitud desde arriba; señala el triunfo
cósmico, universal de Jesucristo.
La Ascensión de Cristo es el principio de las nuestras. Nos da a conocer el futuro de la humanidad. Nos
enseña el camino de los verdaderos valores: la fraternidad universal, la libertad, la justicia, el amor...
La Ascensión es la respuesta al sentido último de la existencia –esperanza ante la muerte-, la culminación
del proyecto de hombre verdadero, ideal que todos llevamos dentro –amar y ser amados-, la realización de la
eternidad de la humanidad.
Lucas refleja el descubrimiento progresivo que hace la comunidad cristiana a medida que su fe en el
Resucitado se va interiorizando.
Después de comer ‘delante de ellos’ (v 43), les explicó todo lo que estaba escrito, como había hecho con
los caminantes de Emaús (Lc 24, 25-27). Este pasaje debe ser como una síntesis de las conversaciones de
Jesús con sus discípulos durante los ‘cuarenta días’, que se les apareció para hablarles del reino de Dios.
Quiere que comprendan que el plan del Padre sobre él no tenía nada que ver con el mesianismo ambiental,
143
nacionalista y político; que todo lo que le ha sucedido está anunciado en las Escrituras; que en su nombre se
predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.
Los discípulos serán testigos de esto. Serán preparados por el Espíritu Santo para esta misión universal.
Serán –seremos- verdaderos testigos en la medida en que anunciemos su mismo mensaje, su mismo
mesianismo. Responsabilidad que nunca reflexionaremos bastante.
Después los sacó hacia Betania... Y mientras los bendecía, se separó de ellos (subiendo hacia el cielo).
Con la Ascensión de Jesús al cielo, se prepara el tiempo de la Iglesia. Porque aún no es la señal de partida
para la misión. Falta Pentecostés. La venida del Espíritu Santo. Sin él, la Iglesia no está capacitada para
realizar la misión encomendada por el Maestro. El mismo Jesús había iniciado su misión después de la
investidura del Espíritu en su bautismo en el Jordán.
Sin el Espíritu, la vida no es posible, falta la fuerza para la expansión y la capacidad para el testimonio. Sin
el Espíritu, la comunidad está bloqueada, impedida, imposibilitada para transmitir el mensaje y vivirlo. Lo
celebraremos el próximo domingo.
Ellos se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.
Lucas, que comenzó su evangelio en el templo con el oficio Sacerdotal de Zacarías, lo termina igualmente en
el templo, con la asidua oración de los apóstoles. El cristianismo no rompió de golpe con ciertas prácticas
religiosas judías. El templo, lugar de oración, siguió siendo lugar de reunión constante de los discípulos, que
se preparaban así para recibir al Espíritu Santo prometido.
¿Cómo pueden alegrarse cuando se ha ido Jesús? Porque han comprendido el verdadero sentido de la vida
humana: que su desaparición es consecuencia de haber alcanzado la plenitud y porque, además, ha dejado sitio
a otra presencia, libre de las limitaciones a que nos tiene sujetos este cuerpo mortal. Esta presencia nueva, en
el Espíritu, va a cambiar la vida de los discípulos. Hay ausentes cuyo aparente alejamiento es más elocuente
que su presencia visible. Jesús es uno de ellos; y más que ningún otro.
A LA ESPERA DE PENTECOSTÉS
“En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue
haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que
había escogido movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó
después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo y,
apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios.
Una vez que comían juntos les recomendó:
-No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la
que yo os he hablado. Juan bautizó con agua; dentro de pocos días, vosotros seréis
bautizados con Espíritu Santo.
Ellos le rodearon preguntándole:
-Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?
Jesús contestó:
-No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido
con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza
para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del
mundo.
Dicho esto, lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras
miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco,
que les dijeron:
-Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha
dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse.”
(He 1, 1-11)
144
El libro de los Hechos de los Apóstoles es la continuación y el complemento del evangelio de Lucas. Nos
habla de la expansión de la Iglesia, y nos da una visión histórico-teológica de la primitiva comunidad cristiana
en los primeros treinta años. Lo dirige al mismo Teófilo que el evangelio.
En ambos libros, Lucas nos ha dejado dos relatos muy distintos de la Ascensión. El primero -al final de su
evangelio, leído hoy-, sirve de doxología –glorificación- a la vida pública de Jesús; el segundo, al principio de
los Hechos, de comienzo de la Iglesia.
En el primer libro... escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando... Nos indica que Jesús,
antes de predicar, dio ejemplo con su vida, y que la narración evangélica, más que contar una historia, está
orientada a su interpretación. En este relato de los Hechos, Lucas materializa el acontecimiento, lo que nos
exige una lectura muy atenta, al ser un relato más simbólico.
Jesús se despide. Ha estado durante cuarenta días apareciéndose a los discípulos y hablándoles del reino
de Dios, como lo había hecho antes de su muerte y resurrección.
No os alejéis de Jerusalén hasta que seáis bautizados con Espíritu Santo. Jerusalén será la Iglesia Madre.
De ella, después de Pentecostés, partirán los apóstoles para anunciar el reino de Dios en el resto de Palestina y
hasta los confines del mundo
Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel? Los discípulos no acaban de entender.
No terminan de despegarse de su idea temporal y nacionalista. Sólo el Espíritu Santo logrará que entiendan la
verdadera naturaleza del evangelio. Por eso, les remite a la enseñanza del Espíritu, del que recibirán la luz y la
fuerza que les permita ir entendiendo, para poder ser sus testigos verdaderos en toda la tierra.
Al reino de Israel, opone Jesús la universalidad de la Iglesia y de su reino, predicado ya por algunos
profetas y por él mismo.
La afirmación de que no corresponde a los hombres conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha
establecido, es una llamada a los apóstoles al realismo del que querían evadirse. Lucas quiere mostrarnos que
Jesús sólo está presente en los que aceptan el largo camino, que pasa por la misión y el servicio a la
humanidad. El testimonio valiente de la Iglesia será fruto de Pentecostés.
Lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista. Más que una descripción externa del
acontecimiento, debemos ahondar en la doctrina que contiene: Nos presenta a Cristo como Señor, como rey de
todo el universo. La nube es signo de la presencia divina. Es como ve Lucas el final de la presencia de Jesús
en el mundo.
El reproche de los dos hombres vestidos de blanco: ¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?, viene
a ser como una indicación de que la misión del cristiano está sobre la tierra; sobre las realidades humanas que
deberá transformar y cristianizar. Porque la resurrección-ascensión de Jesús no es un final, sino el comienzo
de una nueva etapa del reino: la misión de la Iglesia. Una Iglesia al servicio del reino, que está en el mundo
para interpelar a la humanidad con el mensaje de amor de Jesús.
No podemos contentarnos con contemplar el cielo, como los discípulos en el monte, sino de dar testimonio
del Resucitado con nuestro modo de vivir, trabajando por el reino y su justicia (Mt 6, 33).
Ahora comienza para la Iglesia el camino de la fe y de la madurez cristiana: caminará sola, sin la ayuda
visible del Maestro. Comienza también el camino para la esperanza: Volverá como le habéis visto
marcharse. La Iglesia espera la vuelta del Señor, y esta esperanza hará que se mantenga fiel.
145
Todos los que hemos sido bautizados somos los llamados, los vocacionados, a prolongar a Cristo. Porque el
bautismo nos incorpora a Cristo, nos hace pequeños ‘cristos’ en camino hacia la plenitud del Resucitado.
146
Nos habla del sacerdocio que ejercerán los creyentes que, siguiendo al Maestro, han penetrado en el
santuario. Gracias a Jesús, el cristiano puede entrar directamente en el santuario sin pasar por el rito
intermedio del sacerdocio cultual (v 19). Este acceso es una ‘novedad’ del cristianismo, respecto al judaísmo y
al paganismo. Acceso que conduce a la vida eterna, a través de la cortina que, en el antiguo templo separaba a
los fieles del santuario. Esta cortina ha quedado suprimida por el desgarro de la carne y el derramamiento de
la sangre de Jesús en la cruz (v 20). Había que acabar con la ‘cortina’ de la separación, para poder entrar
hasta la presencia misma de Dios, al frente de cuya casa está nuestro gran sacerdote Jesucristo (v 21).
La conclusión que hemos de sacar de esta presentación del sacerdocio del pueblo cristiano es la fidelidad al
bautismo: acerquémonos con corazón sincero… (v 22), firmes en la esperanza que profesamos, porque
Dios es fiel a su promesa (v 23).
147
DOMINGO DE PENTECOSTÉS
EL ESPÍRITU SANTO, ALMA DE LA IGLESIA
EL MAYOR DON
A los cincuenta días de la Pascua de Resurrección, celebramos la fiesta de Pentecostés. En ella, el amor de
Dios se derramó sin medida en el corazón de la humanidad. Se iniciaron los tiempos nuevos, la era del
Espíritu, camino para ser y para crecer como personas verdaderas. En esta fiesta nació la Iglesia. Nació un
nuevo corazón, una nueva ley, una nueva creación, un modo nuevo de entender la vida. El amor de Jesús
comienza a hacerse realidad en los que le siguen. Son dos fiestas íntimamente relacionadas. Pascua es la vida
que triunfa; Pentecostés, la vida que se comunica.
Pentecostés es la culminación de la obra de Jesús, el cumplimiento de todas sus promesas. Ese día, la
Iglesia naciente se lanzó al mundo para anunciar el evangelio a todos los pueblos, razas y lenguas de la tierra.
Cuando hablamos del Padre y del Hijo, entendemos algo de lo que es la paternidad y la filiación. Pero
cuando hablamos del Espíritu, nos perdemos. Por eso necesitamos de los símbolos: aliento de Dios, fuego,
Defensor, Abogado...
Como el alma en nosotros, el Espíritu es creativo y unificador. Distribuye sin cesar toda clase de carismas.
Es el ‘aliento’ de Jesús, su vida íntima, el que dirigía y marcaba toda su personalidad.; es común-unión,
explosión de vida, sorpresa cotidiana. Es el Alma de la Iglesia.
Es también la vida íntima de Dios: la Amistad –Amor compartido- entre el Padre y el Hijo. Los tres
formando una completa unidad.
El don del Espíritu es más íntimo y eficaz que el mismo don de Cristo. Jesús actuaba desde fuera, ayudando
y enseñando: era Dios-con nosotros. El Espíritu actúa desde dentro de nuestro ser, iluminando y confortando:
es Dios-en-nosotros. Por eso, la transformación de los apóstoles se realizó cuando fueron inundados por el
Espíritu en el primer Pentecostés. Es verdad que Cristo es la vid y nosotros los sarmientos; pero la savia es el
Espíritu. Con el Espíritu se da el mismo Dios.
Este gran don florece en multitud de dones y carismas. Los siete dones –sabiduría, entendimiento, consejo,
ciencia, fortaleza, piedad y temor de Dios- o los doce frutos –caridad, paz, longanimidad, benignidad, fe,
continencia, gozo, paciencia, bondad, mansedumbre, modestia y castidad-, son sólo una manera de hablar; son
números simbólicos. Los dones y los frutos del Espíritu son incontables. Se dan a cada uno en particular y se
dan a toda la comunidad. Siempre para construir, para servir, para liberar.
Cuando falta este aliento del Espíritu, todo en nuestra vida y en la vida de la Iglesia se reduce a rutina, a
funcionalismo y a institucionalismo: La verdad se hace doctrina intransigente, la celebración se transforma en
rito sin vida, el amor se hace leyes... Sin el Espíritu, el testimonio se hace repetición; el servicio, profesión; la
unidad, obediencia servil; todo, un cuerpo sin alma.
Sólo el Espíritu puede llenar de plenitud nuestro vacío, de consuelo nuestros sufrimientos, de alegría
nuestras tristezas, de fuerza nuestra debilidad, de sabiduría nuestra ignorancia, de libertad nuestras opresiones,
de compañía nuestra soledad, de cariño nuestro egoísmo, de vida nuestra muerte.
El Espíritu es la fuerza de Dios, que todo lo crea y lo recrea, que todo lo vence y lo supera, que todo lo
penetra y lo transforma. Fuerza que se identifica con el amor.
148
Si nos abrimos de verdad al Espíritu, sentiremos una energía poderosa que nos viene desde lo más profundo
de nosotros mismos, y que nos hace superar lo que antes nos parecía imposible. Llegaremos a decir y a hacer
cosas que antes ni soñábamos. Nos sentiremos distintos, como si Alguien actuara en nosotros.
Es lo más íntimo que hay en nosotros; la fuente de nuestros mejores sueños; nuestro yo más profundo.
149
“SE LLENARON TODOS DE ESPÍRITU SANTO”
“Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés. De repente un ruido del
cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron
aparecer una lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada
uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras,
cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.
Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la
tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno
los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos preguntaban:
--¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada
uno los oye hablar en nuestra lengua nativa?
Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea,
Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia y en Panfilia, en Egipto o en la zona de
Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o
prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las
maravillas de Dios en nuestra propia lengua.”
(He, 2, 1-11)
Pentecostés era una fiesta agrícola, en la que se daba gracias por la siega. Más tarde se asoció a esta fiesta el
hecho histórico del Sinaí: las tablas de la ley, dadas por Yahvé a Moisés, y se transformó en la fiesta de la
comunidad de los hijos de Israel, en recuerdo de aquel memorable acontecimiento.
Lucas, recogiendo elementos bíblicos y de las tradiciones judías, enmarca en esta fiesta la venida solemne
del Espíritu Santo prometido por Jesús (Lc 24, 49; He 1,8) y subraya los elementos judíos, dándoles un
sentido cristiano: no es ya el don de la ley lo que celebramos, sino el don del Espíritu; no es la asamblea del
pueblo de Israel, sino la asamblea de los cristianos formada por muchos pueblos; el monte Sinaí se llenó de
relámpagos, la casa donde se encuentran los discípulos queda llena de la presencia del Espíritu, que en forma
de lenguas, como llamaradas, se posan sobre las cabezas de cada uno de los presentes. La Iglesia nace con
carácter de universalidad: para todos los pueblos de la tierra, sin distinción.
Estaban juntos... ¿Los 120, incluidas las mujeres, que volvieron del monte de los Olivos después de la
Ascensión? (He 1, 12. 15). Se llenaron todos de Espíritu Santo... Esta es la afirmación fundamental. Todo
lo demás trata de llamar la atención sobre la importancia del acontecimiento: ruido, viento, llamaradas...
signos de las teofanías.
Los apóstoles anuncian las maravillas de Dios. Cada uno les oía hablar en su propio idioma. Todos
entienden el mensaje -¿según sus búsquedas, deseos, anhelos... ?-, a pesar de ser de lugares muy distintos;
todo lo contrario de lo que sucedió con la torre de Babel, donde los humanos no se entendieron y tuvieron que
dispersarse. Empezaba con fuerza la acción del Espíritu, con la predicación y el testimonio de la propia vida
de los cristianos.
El Espíritu, que estuvo presente en el comienzo de la vida pública de Jesús (Lc 3, 22. Bautismo en el
Jordán), está también al comienzo de la actividad misionera de la Iglesia.
Dones abundantes, frutos extraordinarios, se ofrecen gratuitamente a todos los que los quieran, los anhelen...
Las visiones y los sueños de los profetas se irán haciendo realidad. Ya todo será posible. Los hombres, por fin,
podemos aprender a hablar la misma lengua: la del amor de Jesús
150
Pero vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios
habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo. Si Cristo está en
vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia. Si el
Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó
de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por el
mismo Espíritu que habita en vosotros.
Por tanto estamos en deuda, pero no con la carne para vivir carnalmente. Pues si
vivís según la carne vais a la muerte; pero si con el Espíritu dais muerte a las obras del
cuerpo, viviréis.
Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Habéis
recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos
adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abba! (Padre) Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un
testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y si somos hijos de Dios, también
herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos por él, para ser
también con él glorificados.”
(Rom 8, 8-17)
En esta lectura, Pablo aclara uno de los temas más frecuentes en sus cartas: la contraposición que existe
entre la carne y el Espíritu en la vida cristiana.
La ‘carne’ designa el proceder del hombre dominado por el pecado, que elige la autosuficiencia, sin
referencia para nada al Espíritu. Éstos no pueden agradar a Dios (v 8). La misma ley, aun cuando proceda de
Dios, puede pertenecer al orden de la carne, cuando el ser humano desnaturaliza su observancia hasta el punto
de hacer de ella un medio para medrar.
‘Vivir en la carne’ es seguir nuestros instintos heridos por el pecado; no aceptar nada de lo que interfiera la
propia soberanía y que protagonizó el fracaso del mito-Adán y de los que se limitan exclusivamente a la
observancia de la ley: eso es entregarse a la muerte; es decir, al aislamiento respecto a Dios y a su vida
escatológica.
‘Vivir en el Espíritu’ es aceptar que habita en nosotros; es decir, que nuestro ser está abierto a la comunión
con Dios, que nos dejamos llevar por él a la vida y a la paz. Si mora en nosotros, lo hace como Señor, aun
cuando aparentemente sea huésped de un cuerpo muerto por el pecado.
Pablo habla indistintamente de Espíritu de Dios y de Espíritu de Cristo (v 9-10), como de una misma
realidad. Los dos habitan en el interior del que sigue sus dictados.
El Espíritu es, para el Apóstol, el protagonista de la vida cristiana vivida en libertad.
No son las obras de la ‘carne’ las que nos salvan, sino la presencia del Espíritu, que orienta, al que lo posee,
hacia una existencia nueva.
Si el Espíritu habita en nosotros, resucitaremos lo mismo que Cristo (v 11). Pablo une ambas resurrecciones.
La carne lleva a la muerte; el Espíritu a la vida (vv 12-13).
La primera consecuencia de esta nueva existencia es la de hacernos hijos de Dios (v 14). Es privilegio del
hijo de Dios poder llamarle Padre, con todo lo que esto supone de familiaridad. Dios nos da su Espíritu para
que accedamos a la casa paterna. Por tanto, no debemos dejarnos dominar por el temor. Un temor que es
normal exista en el que crea que el amor de Dios depende de su propio esfuerzo y comportamiento. Se trata de
vivir, no como esclavos, sino como hijos que, viviendo en el amor, ahuyentan el temor (vv 15-16).
La segunda consecuencia de esta nueva existencia es la de herederos de Dios (v 17). No como recompensa,
sino como herencia. Al ser hijo, el hombre tiene derecho a una vida de familia y a disponer de los bienes de la
casa; pero no a la muerte de los padres, como sucede entre nosotros, sino en el sentido hebreo de ‘tomar
posesión’ de todos los bienes divinos.
151
Herencia que se obtiene mediante el sufrimiento. Heredamos si vivimos con y como Cristo. El sufrimiento,
los afanes de la vida verdadera, conduce a la vida en plenitud, no como condición meritoria, sino como signo
de vida-en-Cristo.
El Espíritu de Dios en nosotros no está simplemente como ‘doctor’ de verdades. Su misión es mover y
animar todo nuestro ser en el seguimiento de Jesucristo, en la participación en su Pascua.
Nuestro futuro está ligado al del Nazareno. Esta es nuestra gran esperanza.
152
DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
LA GRAN REALIDAD DE LA VIDA
El evangelio de hoy es un fragmento de las palabras de Jesús en la última cena. Le queda poco tiempo y son
muchas las cosas que le quedan por comunicar a los suyos. Será el Espíritu de la Verdad quien les hará
comprender todo lo que les había enseñado. Su función será ir iluminando las palabras del Mesías de Dios; las
mismas que él les había dicho y que tan incapaces fueron de entender.
La teología considera los dos últimos versículos de este texto como uno de los testimonios más claros de la
Escritura sobre la unidad de naturaleza y la distinción de Personas en la Trinidad, y sobre la procedencia del
Espíritu del Padre y del Hijo.
Cuando Jesús se ausente, su Espíritu permanecerá en medio de los suyos, y les irá recordando y aclarando el
sentido de su mesianismo y de todas sus enseñanzas.
Toda la humanidad está implicada en la gran realidad de vida que es la Trinidad de Personas en Dios; raíz,
fuente y exigencia de nuestra tendencia natural a la fraternidad; tendencia que muchas veces no descubrimos
enfangados en el pecado del mundo.
Hemos sido creados para complementarnos unos a otros. Sólo abiertos a la comunicación podremos vivir de
verdad: como imagen y semejanza de Dios-Comunidad que somos.
Celebramos esta fiesta para abrirnos a la plenitud de la vida; porque necesitamos sentir la cercanía e
intimidad de Dios, plenitud de vida, en nosotros. Ese Dios, Uno y Trino, que nos envuelve y nos penetra, nos
crea y nos habita. En él vivimos y él vive en nosotros. Hacia el tendemos y él camina hacia nosotros.
Un Dios, que lo abarca y lo penetra todo; que está en lo más alto y en lo más profundo, en lo más importante
y en lo más pequeño, en las estrellas y en la mente humana... y, sobre todo, en los corazones de todos los que
aman.
Un Dios, al que no se conoce a través de definiciones o de muchos estudios teológicos y complicados, sino
por el camino de una vida penetrada por el amor.
La fiesta de hoy quiere mostrarnos que nuestra vida sólo encontrará su sentido más verdadero cuando sea
enteramente don de amor, gozo de amar y ser amado, como la misma vida de Dios, en la que todo es
comunitario. Y que ser cristiano, es creer y vivir en este Dios-Comunidad de Amor, que Jesús nos revela y que
constituye el fundamento de nuestra fe. Los sacramentos, la oración y la vida del cristiano debe girar alrededor
de este Dios Trinitario. Así lo profesamos en la fe y así lo celebramos en la liturgia.
La comunidad cristiana, que vive en la fidelidad al evangelio de Jesús, es la máxima expresión de la
Trinidad-Comunidad de Amor en este mundo.
153
Nunca como en esta celebración caemos en la cuenta de que hablar de Dios, y de su misterio trinitario,
equivale a balbucear, única forma de entrever algo de esta gran realidad, sin profanarla.
El creyente de la palabra, siempre, pero hoy de una manera especial, debería ser un contemplativo; alguien
que se deja penetrar y poseer por esta Luz. Y reflejar, más con sus silencios que con sus palabras, algo de esta
verdad que lo está transfigurando.
El Espíritu, más que llenar de ideas nuestro cerebro, trata de despertar el amor divino en nosotros. Porque
sólo desde este amor es posible acercarse al mayor misterio.
La fiesta de hoy nos invita a recorrer un camino. Un camino que no nos lleva a ‘saber’ sino a ‘experimentar’
la hondura de la vida a la que estamos llamados.
Nuestra fe es trinitaria. Creemos en un Dios Padre-Madre, que nos crea, nos protege, nos ama y nos llena de
vida. Creemos en un Dios Hijo, cercano a nosotros, que nos muestra el camino hacia el Padre. Creemos en un
Dios Espíritu, que habita en nosotros y nos anima a caminar siguiendo las huellas del Hijo.
Todos tenemos la experiencia de ser individuos irrepetibles. Nuestra propia intimidad es como una isla
inabordable, que nos hace ser diversos, inconfundibles. Pero, a la vez, sentimos una irresistible tendencia al
amor, a la amistad, a relacionarnos. Sentimos la necesidad de los demás para ser nosotros mismos. Somos
diversos, pero sentimos la llamada a vivir en comunión. Estas tendencias de las personas se repiten en los
pueblos y en toda la creación. Conforme avanza la ciencia y la técnica, se va descubriendo cada vez mejor la
unidad, dentro de la diversidad, que existe en el Universo. Nuestro mundo y nosotros somos así porque somos
creación de un Dios Trino.
Hemos sido creados para compartir, para complementarnos unos a otros. Nada podemos hacer solos. Todo se
explica y se realiza por la comunicación y la colaboración de unas personas con otras. No podemos vivir ni un
solo día de nuestra existencia sin la ayuda de los demás. Pensemos, por ejemplo, ¿cuántas personas colaboran
constantemente para que podamos alimentarnos, vestirnos...? Es necesario que nos hagamos conscientes de
ello para intuir algo de esa vida trinitaria, presente en todo lo creado.
El misterio más profundo de Dios, el dogma más vital, está inserto en las aspiraciones y esperanzas más
hondas y auténticas del ser humano. La Trinidad es la raíz, la fuente y la meta de nuestra fraternidad humana.
Dios vive una vida semejante a como debería ser la nuestra: vida de familia, de comunicación, de entrega de la
propia vida.
El misterio –realidad plena de vida- de la Trinidad nos tiene que ayudar para rechazar ese Dios que nos
hemos imaginado tantas veces: un ser autosuficiente, dominador de todo, totalmente solitario en su cielo...
Experimenta la Trinidad el creyente que vive como hijo del Padre, siguiendo al Hijo, guiado por el Espíritu.
154
mucho o nada o ser un concepto negativo, según el sentido concreto que pueda tener esa palabra en una
determinada cultura o edad, o según haya sido la conducta, siempre muy limitada, del propio padre o madre.
¿Qué significa que Dios es Padre? Es Padre porque ha creado el Universo y ha creado al hombre. También
porque nos cuida y nos quiere como hijos. Un Padre que interviene a favor de sus hijos, a los que ‘empuja’
para que se liberen de todas las cadenas que les impidan ser ellos mismos. La auténtica paternidad no es tanto
la función biológica de engendrar a la vida, cuanto la de conducir al hijo hacia su madurez y autonomía.
Vivimos como hijos cuando nos sentimos personas libres y responsables; cuando somos capaces de amar
desinteresadamente.
Decir ‘creo en Dios Hijo’ es aceptar que el plan creador de Dios sobre los hombres se ha realizado en
plenitud en Jesús, que él es la imagen perfecta de Dios, hasta el punto que se han identificado plenamente en él
el ‘original’ y la ‘copia’. Jesús es el Hijo porque consiguió, para sí y para todo el que acepte el plan de Dios y
lo siga, la total y plena libertad. Existe una absoluta unidad entre la voluntad liberadora de Dios Padre y la
obra realizada por Jesús.
Decir ‘creo en el Espíritu Santo’ es aceptar en Dios una realidad de amor, derramada en nuestros corazones,
capaz de ir realizando, en nosotros y en el universo entero, la imagen viva de Jesús. Es creer en la realidad de
lo invisible... El Espíritu es el intermediario entre el Amor de Dios y nosotros. Es el mismo Amor de Dios que
está creciendo en el corazón de la humanidad. Sin el Espíritu, todo queda en palabras y proyectos. Es el que
garantiza que la libertad-salvación conseguida por Cristo sea patrimonio de la Iglesia y de toda la humanidad.
El antiguo Testamento desconocía el misterio de la Trinidad de Personas en Dios. Por eso nunca habla de él.
Sin embargo hace muchas referencias al Espíritu, entendido como fuerza de Dios, como un poder o un
impulso divino con el que actúa en la creación y en la historia de la humanidad. Tampoco hace alusión a un
hijo de Dios; se lo impedía su monoteísmo. Será el nuevo Testamento el que nos hable de ambos: del Hijo
155
eterno de Dios encarnado para salvar-liberar al mundo de su pecado (Jn 1, 29), y del Espíritu, como
continuador de su misión.
El libro de los Proverbios, escrito entre los siglos V y IV a. C., libro sapiencial, nos habla en la lectura de
hoy de la Sabiduría de Dios. En ella se pueden distinguir dos partes: el origen de la Sabiduría, anterior a todo
lo creado, y su actividad en la creación. Ha nacido antes del Universo, lo que equivale a decir que está en el
origen de todas las cosas, de cada ser, de cada acontecimiento. Nos la presenta personalizada, como la primera
de las criaturas de Yahvé, muy unida a él y a su obrar; como un discípulo, que constituía las delicias de Dios,
y que tenía su gozo en estar con los hijos de los hombres. Nos la presenta como el ‘arquitecto’ que le
presenta los planos a realizar por la omnipotencia divina.
El autor de este capítulo pensaba en la Sabiduría de Dios dada a conocer a Israel, y formando parte de la
propia mentalidad y sabiduría del pueblo elegido.
Este texto es como un embrión de la verdad que se manifestará plenamente en la revelación del nuevo
Testamento. Será san Juan quien se inspire en este pasaje para la redacción del prólogo de su evangelio, en el
que nos hablará de la preexistencia de la ‘Palabra’, de su intervención en la creación, de su unión con Dios, de
su venida entre los hombres (Jn 1, 1-18).
Tenemos así, en germen, en el antiguo Testamento atisbos del Espíritu y del Hijo, aunque nunca explícitos.
Dios no es un ser solitario, ni aburrido, ni egoísta. Dios es comunicación infinita, amor sin medida y eterno.
La creación es un signo de su sabiduría y amor. Dios Trino es vida que se desborda. Dios es una comunidad
plena y eterna. Ya antes de ser creados se complacía en nosotros y en todas las cosas. Desde la eternidad, la
Sabiduría se sentía feliz en el oficio que Yahvé le había señalado; jugaba en presencia de Dios, y era su
encanto cotidiano. Encontró sus delicias en los hombres, la obra más completa del universo, y se ‘encarnó’ en
nosotros para que desarrolláramos todo lo creado. ¡Cuántos ‘inventos’ son frutos de ella! ¡Y cuántos también
de su mala aplicación!
Algún día disfrutaremos en plenitud y para siempre de los bienes de esta maravilla.
156
separarnos (Rom 8, 29-39). Justificados por la fe, tenemos paz con Dios, los que antes éramos ‘hijos de ira’. Y
esto lo debemos a Jesucristo.
La primera afirmación de Pablo es la de nuestra justificación por la fe en Cristo. Habla de ella en pasado.
Los judíos esperaban la justificación de sus faltas en un futuro escatológico. Pablo revela la diferencia
fundamental que separa la fe del pueblo judío de la del cristiano. La justificación ya no es objeto de esperanza:
es un hecho pasado que se vive en realidades presentes y que desembocan en una nueva esperanza,
insospechada para Israel.
Al estar ya justificados por la fe en Cristo, Pablo menciona dos frutos actuales, consecuencia de ella: la paz
y la gracia. La ‘paz’ (v 1) sucede al estado de enemistad con Dios y con el prójimo, en el que paganos y
judíos vivían sumidos antes de Cristo. La gracia en que estamos (v 2), hace vivir en la amistad con Dios a
aquellos que se encontraban separados de ella.
Parece que en Roma había dos comunidades cristianas distintas: la judeocristiana, formada por judíos que
escaparon a la persecución, y la de origen griego o romano, totalmente separadas. La paz entre ambas iglesias
es uno de los motivos centrales de la carta. Pablo quiere que se unan y que los judíos y paganos se den cuenta
de que todos son pecadores y que han sido reconciliados gratuitamente con Dios por Cristo
Pero el gozo de los bienes presentes, que da la justificación, queda superado por la esperanza escatológica.
Esta esperanza de la gloria lleva al cristiano a la comprensión de la distancia que separa lo que espera de lo
que vive. Los judíos expresaban con frecuencia esta distancia entre presente y futuro hablando de las
tribulaciones y de las persecuciones que señalaban el paso de la una a la otra. A ello hace referencia Pablo (vv
3-4). Cuando se vive un ideal elevado, las dificultades de la vida ponen a prueba la fe en ese ideal. La
constancia la mantiene activa. La virtud probada viene en ayuda de la esperanza para ayudarla a mantenerse
en pie. Pero, ¿de qué sirven estas virtudes si el Espíritu no ayuda? El final de la lectura responde a este
interrogante: Y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado (v 5).
En resumen: Estamos justificados, estamos salvados, estamos en paz con Dios, por Jesucristo (v 1).
Pero aún no vivimos en la gloria. Vivimos en la esperanza de la gloria de los hijos de Dios (v 2). Y esta
esperanza es inquebrantable. Incluso crece en los trabajos, en los fracasos, en los sufrimientos y en las
tribulaciones (vv 3-4). La razón última es que contamos con el Espíritu (v 5).
157
DOMINGO DEL CORPUS CHRISTI
LA EUCARISTÍA, CORAZÓN DE LA IGLESIA
158
Es posible que sólo hubiera un acontecimiento de este tipo, que marca un momento decisivo en la vida
pública de Jesús. Dan a entender que, alrededor de Jesús, se está formando un movimiento mesiánico
nacionalista. La masa del pueblo y los discípulos están a punto de revelarse contra Herodes, que acaba de
mandar decapitar a Juan Bautista (Mt 14, 1-12), y hacer la guerra santa con este galileo al que pretenden hacer
rey (Jn 6, 14-15). Jesús saca a los discípulos de la región, para purificarles de esta concepción mesiánica, y los
lleva a Cesarea, a la confesión mesiánica verdadera (Mc 8, 27-30).
Lucas elimina algunos detalles que pudieran dar a entender un clima prerrevolucionario, pero no borra todas
las señales de este espíritu militarista: habla de unos cinco mil hombres, todos varones, como si se tratara de
una agrupación militar; formados en grupos de unos cincuenta como los ejércitos de la época, y de la
necesidad de alojamiento y comida en las aldeas y cortijos de alrededor. Lucas es el único que destaca el
objeto de la predicación: el Reino de Dios, el verdadero reino mesiánico.
En estas circunstancias, la comida que les dio Jesús pudo ser considerada como un signo, mediante el cual el
rey se hacía reconocer por sus súbditos, antes de guerrear para conquistar el trono.
Superada esta idea, las comunidades cristianas primitivas lo orientaron en un sentido eucarístico.
Juan colocará, después de la multiplicación de los panes y de la intención de querer hacer rey a Jesús, el tema
eucarístico en la sinagoga de Cafarnaún (Jn 6, 22-59).
El relato contiene un trasfondo netamente eucarístico. Jesús, al multiplicar los panes y los peces, realiza los
mismos gestos que en la institución de la eucaristía: tomando los cinco panes... alzó la mirada al cielo,
pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la
gente. Pero antes tuvieron que compartir. Sólo después hubo ‘multiplicación’.
Los apóstoles habían llegado gozosos de la misión que Jesús les había encomendado (v 10), pero cansados.
Jesús se encamina con ellos hacia Betsaida para que puedan descansar. Pero el gentío les estropea los planes.
Y Jesús los acoge. Y con ello da a sus discípulos una lección fundamental de lo que supone pertenecer al
reino: ser signo de la acogida incondicional del Padre; vivir en función de los demás, como un pan siempre
preparado para ser comido. Este fue el verdadero milagro multiplicador: la capacidad de compartir. El resto –
curar enfermos, comprometerse para que a nadie le falte el pan, ni el hogar, ni el trabajo- no son más que
consecuencias.
159
Este planteamiento distorsiona gravemente el pensamiento de Jesús, que destaca, una vez más, la dimensión
social de su reino: habla a la gente, cura a los enfermos y alimenta a los hambrientos. El pan eucarístico nos
alimenta cuando estamos llevando a los hermanos el pan que no tienen.
El pan eucarístico no enriquece, sino que empobrece, porque abre a la voluntad del Padre, que coincide con
la lucha contra todas las hambres y sus causas, lo que nos lleva a compartir lo que somos y tenemos.
La participación en la eucaristía debe hacernos cada vez más desprendidos de los bienes perecederos y a su
esclavitud; debe ser una llamada constante a una mayor pobreza.
Únicamente poniendo nuestra vida, como un alimento, a disposición de los demás, hacemos presente el
memorial del Señor y, a la vez, nuestra vida se alimenta, como la suya, de gozo y de sentido.
Esta es una gozosa enseñanza de esta fiesta de hoy. La eucaristía es al mismo tiempo fiesta y compromiso,
lucha y contemplación.
Celebrar la entrega de Jesús compromete, porque tenemos que celebrarla con el corazón: entregados a la tares
de construir la nueva humanidad.
Somos consecuentes con la eucaristía cuando alimentamos a un hambriento, alegramos a un triste, visitamos
a un enfermo, acompañamos a un solitario. Si gastamos nuestra vida para que otros vivan con más dignidad.
Seguir a Jesús en la vida y con la vida, significa no vivir para nosotros mismos, sino para los demás.
En el reino de Dios el amor es el centro. Cuando venga el reino de Dios –y está viniendo- todos nos
querremos como verdaderos hermanos. Nadie hará sufrir a otro.
Jesús comparte para enseñarnos que en el reino de Dios todas nuestras hambres, todas, serán saciadas, porque
nada impedirá ya la presencia de todos nuestros sueños y utopías.
160
La tradición cristiana, desde san Cipriano (siglo III) ha visto en esta ofrenda de ‘pan y vino’ un símbolo del
sacrificio eucarístico, recogido en el canon romano de la Misa.
El mismo Cristo fue inscrito en el orden de Melquisedec (Heb 5, 1-10; 7, 1-19). El nuevo Testamento, para
profundizar en el sacerdocio de Jesucristo, prefirió basarse en el tema del Siervo paciente (Is 53).
La figura de Melquisedec encarna un mundo ideal. Ojalá que todos los reyes y sacerdotes fueran así:
adornados por la justicia, la paz, la bendición, la hospitalidad.
161
SEGUNDO DOMINGO ORDINARIO.
LAS BODAS DE CANÁ
162
11, 1-45), que provocará su condena a muerte por parte de la máxima autoridad religiosa judía (Jn 11, 46-
54). El amor será vencido, aparentemente, por el odio. Es lo que ocurre, y ocurrirá siempre, en este
mundo nuestro. Signos, como hechos reales, a través de los que podemos ahondar en otra realidad en él
simbolizada. El signo no es la enseñanza principal que se quiere dar, sino esa otra, más profunda, en él
significada. En este caso, representa las bodas del Mesías con el pueblo de Israel y con la humanidad.
Jesús comienza, según Juan, su misión mesiánica en una boda de un pueblo cercano. Hace poco tiempo
que ha reunido un grupo de discípulos, para que vivan con él, para que se empapen de su vida y doctrina,
para que sean sus seguidores. Y se los lleva con él a una fiesta de bodas.
La boda es uno de los momentos más gratificantes que se dan en la vida humana. Es el comienzo de
muchas ilusiones y esperanzas, expresión del amor. Jesús, con su presencia, bendice la alegría y el amor
de aquellos dos jóvenes, y bendice todo lo verdaderamente humano.
Tomando parte de un hecho, una boda de un pueblo, construye Juan la narración. La boda era símbolo de
la alianza entre Dios y su pueblo. Esta boda anónima, en la que ni el esposo ni la esposa tienen nombre ni
voz, es figura de la antigua alianza, desde la que va a arrancar el camino de Jesús.
Dios ha creado las cosas para que nos podamos gozar en ellas. La primera lección que van a recibir los
discípulos será la de aprender a captar las virtudes más primarias y sencillas: sinceridad ante la vida, ante
el gozo y la amistad de las personas. Pensamos que para acercarnos a Jesús tenemos que hacernos más
‘celestiales’, más ‘angélicos’. Y Jesús tiene interés en demostrarnos que el verdadero camino para
acercarnos cada vez más a él es el que nos hagamos cada día más humanos. Si fuéramos más humanos,
más generosos, más cariñosos, más compasivos y más delicados, tendríamos en común con Jesús un gran
número de sentimientos que nos convertirían en personas cercanas a él. Dejaría de ser para nosotros un
personaje extraño y lejano, sin relación con lo que nos sucede en la vida diaria.
Jesús comparte el gozo y la alegría de los hombres. Lo hace porque sabe que la alegría de los hombres
crece cuando los demás nos identificamos con ella. Que la alegría crece cuando la persona se siente
amada de verdad, como ella es y no por su utilidad, por los favores que pueda hacer.
FALTÓ EL VINO
Faltó el vino, elemento indispensable en una boda, y símbolo del amor entre el Esposo –Dios- y la esposa
–Israel-. Un amor que pertenecía a la antigua alianza y que Israel ha vuelto a abandonar. María enseguida
se entera de las dificultades de los novios, e interviene. Sabe lo que le falta al pueblo, aunque no sepa lo
que podrá hacer Jesús para ayudar.
No les queda vino... Todavía no ha llegado mi hora. Jesús quiere hacer comprender a su madre que
aquella alianza ha caducado. Su obra no se apoyará en las antiguas instituciones; representa una total
novedad. El Mesías no intervendrá en una alianza sin vida.
Haced lo que él os diga. Son las últimas de las pocas palabras de María en los evangelios, por lo que
tienen todo el valor de un testamento.
Llenad las tinajas de agua. Jesús sabe que las tinajas están vacías y hace tomar conciencia de ello a los
sirvientes, que las llenan de agua. ¿Por qué no nos damos cuenta del vacío desolador que hay en la
mayoría de los ritos y de las estructuras eclesiásticas actuales?
163
Las seis tinajas vacías -símbolo de lo incompleto- representan la ley de Moisés. Una ley que creaba una
relación difícil y frágil con Dios, basada en ritos. Ritos que se habían convertido en obstáculo, y no en
mediación, para llegar a Dios. Es la ley la que hace faltar el vino en esta boda, o el amor en esta alianza.
Nunca podrá contener el vino-amor que ofrece Jesús. La ley no sirve, por lo que no basta con cambiar
algo. La ley se interponía, y se interpondrá siempre, entre los hombres y Dios. Por eso, el agua se
transformó en vino fuera de las tinajas.
El vino nuevo nos está indicando que tenemos que abandonar toda religión formalista, fundada en ritos y
leyes, para pasar a la libertad interior del amor; del culto exterior y legalista al seguimiento de Jesús; de
una vida sin utopía ni ideales a una vida con sentido y entregada a la justicia; del autoritarismo religioso
al servicio a la humanidad.
Hay formas de vivir que no son auténticas, aunque estén marcadas por una tradición antiquísima y
defendida por unas rígidas estructuras. Tarde o temprano todos tenemos derecho a preguntarnos por lo
esencial, por lo que constituye la verdadera vida humana.
Todo esto lo está insinuando este primer signo de Jesús.
Si la religión no sirve para que las personas vivamos, más y mejor, como seres humanos plenos, con
sentido solidario y universal, con alegría... ¿para qué sirve?
Jesús quiere transformar nuestros corazones y las instituciones religiosas y sociales.
Este primer signo de Jesús tiene que ayudarnos a desvelar su misión: manifestarnos el amor del Padre a
todos sus hijos, el amor de Alguien que se preocupa de nuestras vidas. Un signo que nos tiene que llevar
al descubrimiento del amor que Dios nos tiene y su deseo de intervenir en la trama ordinaria de nuestras
vidas.
Llevádselo al mayordomo. El mayordomo, que representa a los dirigentes religiosos, no se había
enterado de que faltaba vino. Los ‘jefes’, cuando sólo pensamos en nosotros mismos, estamos
incapacitados para entender las necesidades del pueblo. Nos limitamos a dirigir una institución religiosa,
de la que vivimos.
El mayordomo constata que el vino nuevo es mejor, y no se lo explica. Tampoco intenta entenderlo.
Todo está bien como está... al menos para él.
Jesús también ofrece su vino-amor a los dirigentes, representados aquí por el mayordomo. Pero es
necesario que quieran –queramos- aceptarlo, convencidos de que siempre necesitamos caminar hacia
nuevas metas.
Sólo la gente comprometida, como María, siente que la situación es insostenible.
La boda de Caná apunta también a otras bodas. Los profetas hablan de las bodas de Dios con su pueblo.
Dios quiere hacer alianza de amor con cada uno de nosotros. Saberse amado así por el Padre nos tiene que
hacer sentir, definitivamente salvados-liberados-felices... Ya lo estamos en esperanza.
También Cristo se presenta como novio, con un amor como el que jamás ha existido en el mundo, y por
el que fue capaz de darlo todo, incluso la vida.
Después de trazado su programa en Caná, Jesús va a comenzar su actividad pública. Para ello baja a
Cafarnaún, desde donde irá a Jerusalén. Con él bajan su madre y sus hermanos y sus discípulos.
Pero no se quedaron allí muchos días. Jesús coexiste pacíficamente con su sociedad –tan ‘religiosa’-
muy poco tiempo: no apreciarán su obra y le serán hostiles, por estar apegados a los planteamientos del
164
mundo y al sistema religioso en que viven. ¡Qué difícil es que nos convirtamos los cristianos ‘de toda la
vida’! ¡Como ya lo sabemos todo!
165
nueva alianza y será su Esposo (v 5), lo que llenará de felicidad a la ciudad. Las nuevas relaciones no
pueden ser más estrechas. Evocan la máxima intimidad del amor entre los humanos.
El pueblo judío seguía avanzando hacia un conocimiento cada vez más verdadero de Dios; de ese Dios
que Jesús nos reveló como Amor y como Padre.
166
Su finalidad es el bien común. Es lo que sucede en el cuerpo humano: no todo son manos o pies... Pero
cada miembro, órgano o aparato sirve para el funcionamiento del todo, está al servicio del todo.
Por ello, es clave que cada uno busquemos la propia vocación, el lugar que Dios ha elegido para
nosotros. Es en él donde mejor creceremos como personas y como cristianos, y podremos ser más útiles a
la sociedad y a la Iglesia.
Pablo nos da a continuación una lista bastante completa, de acuerdo con una jerarquía bien establecida,
invitando a los corintios –y en ellos, a todos nosotros- a buscar los carismas superiores; carismas que
ignora el paganismo.
En primer lugar señala dos carismas intelectuales: la sabiduría, conocimiento de los designios de Dios a
través de los acontecimientos humanos, ver las cosas con la misma mirada de Dios; y la inteligencia,
capacidad para presentar las verdades de fe de forma asequible al entendimiento humano.
Vienen después: el don de la fe, el don de curar y el don de hacer milagros, tres carismas bastante
similares.
Sigue una tercera serie de carismas, los más parecidos a los que conoce el paganismo: la profecía, el don
de lenguas y el don de interpretarlas. El primero pronuncia palabras de Dios; el tercero explica el
segundo, que se refiere a un hablar misterioso, incomprensible si no se conoce la clave para su
interpretación.
Todos tenemos que descubrirlos y valorarlos. Son bienes espirituales de la comunidad y para la
comunidad. Una riqueza de la que todos debemos ser conscientes.
Son dones de Dios, no fruto de la habilidad personal o del azar. Y están al servicio de toda la Iglesia y de
toda la sociedad. No son para guardarlos, sino para comunicarlos. Nadie puede decir que no participa de
alguno de ellos.
167
DOMINGO TERCERO ORDINARIO
“PARA DAR LA BUENA NOTICIA A LOS POBRES...”
EL PRÓLOGO DE LUCAS
“Ilustre Teófilo:
Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se
han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que
primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la Palabra. Yo también,
después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribirlos
por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.”
(Lc 1, 1-4)
Con estilo digno de un gran letrado de su tiempo, Lucas comienza su obra con un breve Prólogo. En él
nos explica su intención al escribir.
Teófilo (‘amigo de Dios’), es el nombre con el que Lucas comienza sus dos libros. Es posiblemente un
personaje histórico influyente, ya creyente, al que quiere darle una mayor ilustración de la verdad
cristiana. Quizá espere de él que sufrague los gastos necesarios para sacar varias copias de sus escritos.
Cuando Lucas se plantea escribir sus dos libros y comienza a recopilar datos, habían pasado muchos años
desde la muerte y el anuncio de la resurrección de Jesús. Los cristianos habían crecido mucho en número
y estaban esparcidos por todo el imperio romano. Habían proliferado las narraciones, leyendas,
reflexiones de las comunidades... en torno a la figura de Jesús y a los orígenes de la Iglesia. Los apóstoles
habían transmitido a sus discípulos sus experiencias vividas junto a Cristo. De boca en boca, a través de
estos años, la fe en Jesús había elaborado un abundante material.
Se ha informado cuidadosamente de todo desde sus orígenes. Es historiador, pero según la forma de
hacer historia en aquel tiempo, en que los historiadores se preocupaban menos de referir los hechos como
habían sucedido, que de servirse de ellos para presentar sus enseñanzas. Lucas arranca de unos hechos
históricos, pero va más allá de esos hechos históricos. Ha recogido, en gran parte, las mismas tradiciones
que Marcos y Mateo, reflejando lo que en la Iglesia antigua se decía de Jesús y de su obra. Sobre ese
fondo de historia y tradición elaboró su evangelio.
Como punto de partida están los hechos que se han verificado entre nosotros, con lo que alude,
fundamentalmente, a los acontecimientos de la vida de Jesús. Sobre esa base se han elaborado las
tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la
palabra. Alude a los diversos elementos que componen el evangelio y que deben tenerse en cuenta en el
168
momento de interpretarlo: los hechos de la vida de Jesús, en los que el Padre nos ha comunicado la
plenitud de su Palabra; interpretados por la Iglesia primitiva, que los ha modelado y transmitido.
Finalmente, el trabajo literario de Lucas: tanto su forma de expresarse, como sus puntos de vista más
característicos intervinieron en la elaboración de su mensaje. Es necesario conocerlos para penetrar
plenamente en el testimonio que nos ofrece.
Se deduce que, cada vez que meditamos un pasaje evangélico, nos ponemos en contacto con el misterio
de Jesús, tal como ha sido vivido y aceptado por la Iglesia primitiva.
Los creyentes hemos de leerlo como contemplativos, preocupados por entrever la gran realidad de vida
que encierran; y tratando de encarnarlo en nuestro presente, única forma de ser fieles al Espíritu de Jesús.
Descubrir la forma en que los autores evangélicos pensaron y escribieron la historia de Jesús, es aprender
a interpretar una historia que incluye la de Jesús, la de las comunidades de todas las épocas y lugares y la
de cada uno de nosotros.
Cada cristiano y cada comunidad, iluminados por la vida y obras de Jesús, tenemos que vivir –‘escribir’-
nuestro ‘evangelio’; que será tanto más parecido al de Jesús, cuanto más se parezca nuestra vida a la suya:
los grupos sociales y religiosos que le aceptaron y le siguieron, nos aceptarán y nos seguirán a nosotros;
los grupos que le rechazaron, nos rechazaran a nosotros. ¿Nos ocurre así en la actualidad?
EL PROGRAMA DE JESÚS
“Jesús volvió a Galilea, con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por
toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan.
Fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su
costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro
del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
-‘El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque él me ha ungido.
Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres,
para anunciar a los cautivos la libertad,
y a los ciegos, la vista.
Para dar libertad a los oprimidos;
para anunciar el año de gracia del Señor’
Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la
sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles:
-Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.”
(Lc 4, 14-21)
A nuestra humanidad y a cada uno de nosotros se nos puede decir: ‘Tienes ojos, pero no ves llorar al
inocente; tienes oídos, pero no oyes el llanto de los que sufren; tienes voz, pero no dices palabras de
comprensión y de denuncia; tienes pies y manos, pero no vas a socorrer al que te necesita; tienes sueños y
esperanzas, pero no las realizas; tienes bienes, talentos, tiempo... pero todo lo quieres para ti... Tú no eres;
tú eres sordo, mudo, esclavo, paralítico, rico... Tú no eres’.
El ‘Discurso programático’ nos presenta el comienzo de la vida pública de Jesús en Galilea. Con la
fuerza del Espíritu se dirigió a su pueblo desde el desierto.
Un sábado, en la sinagoga de Nazaret, leyó un fragmento de Isaías, claramente mesiánico; y lo comenta
diciendo que aquel oráculo hoy se cumple. Era lo más claro que podía decir para dar autenticidad a las
profecías y para hacerlas suyas. Porque la Biblia, cuando no es ‘actual’ deja de ser Palabra de Dios.
169
Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres. La palabra ‘pobre’ puede ser mal interpretada.
Están los que ‘eligen ser pobres’: son los dichosos de la primera bienaventuranza de Mateo (5, 3). Y están
los que viven en la miseria, privados hasta de lo más elemental para vivir. Y así como los primeros son
felices por la opción personal que han hecho en sus vidas, estos segundos necesitan librarse de su miseria,
de su opresión, de la esclavitud en que viven. La opción por la pobreza personal es la señal para reconocer
al verdadero libertador de los pobres.
Cuando algunos discípulos de Juan Bautista dudaban –junto con su maestro- sobre si Jesús sería el
verdadero Mesías o no, van a preguntarle y Jesús les da la misma respuesta que en Nazaret, pero con
hechos concretos (Lc 7, 22).
La buena noticia de la liberación de los pobres es la marca del Mesías; la señal que él mostraba para
probar que era el verdadero Enviado de Dios. Y debe ser también la marca de la Iglesia.
Para anunciar a los cautivos la libertad. Cautivo es el que está en la cárcel. Pero también somos
cautivos todos los humanos que no nos poseemos del todo, que estamos llenos de egoísmo, de vicios, de
pasiones... Es el cautiverio de las modas; cautiverio de un trabajo o estudios alienantes, para defender las
injusticias de los que dominan; cautiverio de los anuncios y programas de televisión; cautiverio del cine y
de las revistas... montados en gran parte para el lucro, aunque sea al precio de la destrucción de las
personas; cautiverio de la prensa manejada por los que tienen su monopolio; cautiverio de tantas ideas y
costumbres que hemos canonizado porque ‘siempre fue así’... Todos somos en gran medida cautivos, y a
todos nos quiere liberar Jesús. Lo que hace falta es que lo reconozcamos y queramos liberarnos.
Y a los ciegos la vista. Ciego es el que no ve. Y somos también ciegos los que no vemos el mundo como
lo ve Dios; los que no acabamos de verlo como una gran hermandad a conseguir, en la que todos somos
iguales.
Para dar libertad a los oprimidos. Oprimidos son los que sufren las injusticias de los demás. En una
sociedad en la que, por lo menos aparentemente, se nos ofrecen tantas cosas con todas las facilidades,
comodidades y rebajas que hagan falta, no nos gusta vivir con el sentimiento de estar oprimidos. Y, sin
embargo, lo estamos en gran medida.
Jesús de Nazaret quiere liberarnos de todas las esclavitudes a que nos tiene sujetos ‘el pecado del mundo’
(Jn 1, 29). Quiere liberarnos de todo tipo de cadenas, de cualquier clase de ceguera, de todas las prisiones.
Del egoísmo personal de cada uno y del egoísmo organizado de las estructuras.
Para anunciar el año de gracia del Señor. Se refiere al año jubilar; al año de la remisión de todas las
deudas, que estaba en desuso. Cada semana de años terminaba para los judíos con un año sabático, en que
se debía dejar en libertad a los esclavos y a los deudores y hacer descansar la tierra. Al cabo de siete
semanas de años –el año cincuenta- estaba previsto el año jubilar, en el que todo volvía a sus dueños
primitivos.
Dios no quiere que acaparemos; quiere que repartamos mejor. Jamás la propiedad privada y privante fue
de derecho divino. Jesús anuncia el año de gracia definitivo, en el que habrá justicia y libertad para
siempre en la tierra. Y luchó para lograrlo.
El reino de Dios comienza cuando en el corazón humano se abre paso la certeza de que todos somos
iguales, que las diferencias entre las personas son contrarias a la voluntad del Padre de todos. Y, a partir
de esta convicción, encuentra fuerzas para trabajar por un mundo justo y libre.
170
Jesús luchó por un cambio radical de las estructuras religioso-políticas-económicas que oprimían al
pueblo judío. Buscó directamente el cambio de esas estructuras de dominación y explotación del pueblo.
Por esta razón, aquellos dirigentes miraron a Jesús como a un revolucionario peligroso y lo asesinaron,
no sin antes inventarse unos motivos religiosos y políticos.
Es fundamental ahondar en cómo Jesús realizó esta lucha contra la opresión de las estructuras de su
época. El espíritu con que realizó esta lucha debe ser el espíritu de sus seguidores sinceros.
Si queremos ser de verdad personas humanas, tenemos que aceptar como dichas a nosotros las palabras
de Jesús en la sinagoga de Nazaret: reconocer nuestra radical ceguera, esclavitud... y querer salir de esta
situación.
Las palabras de Jesús es buena noticia para nosotros hoy si somos o queremos ser pobres, si nos
sentimos cautivos de algo o de alguien, si reconocemos nuestra ceguera, si nos consideramos oprimidos...
y esto no es nada fácil. Por eso es tan difícil ir alcanzando la alegría evangélica, la verdadera libertad, la
vista que nos haga ver el mundo y a sus habitantes como son en realidad: como los ‘ve’ el Padre Dios.
171
Junto a la puerta se había levantado un estrado, desde el que Esdras dominaba a la multitud y todos
podían verle, A su derecha e izquierda se sentaron trece hombres (v 4b, que no se lee), probablemente
sacerdotes, que garantizaban con su presencia la verdad de cuanto se iba a leer. La lectura duró seis horas.
El acto comienza con una oración de alabanza a Yahvé. Esdras, de pie, tomó el rollo de la ley y,
desenrollándolo, empezó la lectura. El pueblo se puso en pie en señal de respeto. Preside la palabra de
Dios, desde siempre el alma de Israel, que es leída y explicada de modo que todos la puedan entender.
Yahvé, al que nadie ha visto (Jn 1, 18), manifiesta su voluntad a través de la ley escrita en el corazón del
hombre (Rom 2, 15), por medio de los profetas y, finalmente, por su Hijo (Heb 1, 1ss).
El pueblo acoge con respeto la palabra leída y explicada: Alzando las manos, respondió: ‘Amén,
Amén’; se inclinó y se postró en tierra ante el Señor. Manifiesta así su aprobación y solidaridad, su
compromiso o juramento de cumplirla, su oración y adoración a Yahvé.
El impacto es grande. Todos se conmueven y lloran; posiblemente al comparar su conducta con lo que
prescribía la ley, al tomar conciencia de su pecado y temiendo el castigo. Es el inicio de la conversión.
Pero el llanto, cuando es auténtico, se cambia en alegría (Jn 16, 20): No estéis tristes, pues el gozo en el
Señor es vuestra fortaleza. Es la exhortación final hecha al pueblo. Y una de las notas más importantes
del mensaje bíblico, especialmente en el nuevo Testamento.
Una alegría que suele ser, normalmente, el resultado de otras varias virtudes.
Hay que hacer fiesta, hay que comer y beber, hay que compartir (v 10); elementos todos de la fiesta.
172
maestros?, ¿o hacen todos milagros?, ¿tienen todos don para curar?, ¿hablan todos
en lenguas o todos las interpretan?”
(1 Cor 12, 12-30)
En los capítulos 12-14 de la primera carta a los Corintios, san Pablo escribe extensamente sobre los
carismas. Nosotros no los comprendemos del todo, porque algunos de ellos son dones sólo de la Iglesia
primitiva. Sin embargo, la enseñanza del Apóstol nos resulta bastante clara en su conjunto.
La imagen del cuerpo humano, que aquí emplea Pablo para explicar mejor los carismas en la Iglesia, era
clásica en la literatura greco-romana (Platón, Cicerón, Séneca, Filón...) Además, nada más obvio y natural
que comparar a un cuerpo un grupo de personas reunidas con un fin determinado. Pero Pablo no se queda
en la mera analogía de estos clásicos, da un paso más muy importante: para el Apóstol la Iglesia o
comunidad cristiana no se identifica con un cuerpo moral o sociedad visible organizada, sino que cuenta
con un principio vital interior, que hace de ella una realidad totalmente diferente: es el Espíritu Santo, que
hace de la Iglesia el Cuerpo místico de Cristo (Rom 12, 4-5).
En el texto podemos distinguir tres partes:
La primera expone la comparación y señala el principio de unidad de ese cuerpo, que es la Iglesia (vv 12-
13). El término Cristo (v 12) tiene un sentido colectivo, que comprende a Cristo como persona y a los
que están unidos a él: la Iglesia. El principio de unidad es el Espíritu, que nos incorpora a Cristo por el
bautismo (v 13).
En la segunda parte, Pablo desarrolla su pensamiento. Va describiendo, con frases llenas de vida, las
funciones del organismo humano, con su gran variedad de miembros, unos más nobles que otros, pero
todos indispensables para la buena salud del conjunto (vv 14-26).
La consecuencia, y es la tercera parte, es transparente: también en el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia,
debe haber pluralidad de miembros (vv 27-30); cada uno con una función específica; todos necesarios
para la vida del conjunto, y todos al servicio de los demás. Idea clave para un cristiano: todos nos
necesitamos, todos somos corresponsables unos de otros. Esta realidad no debe llevarnos a hacer
distinciones y, menos, separaciones en el interior de la Iglesia. Todos los carismas están relacionados;
ninguno es independiente o autónomo. Existen para el bien del conjunto. Son obra o don del Espíritu. Por
tanto, no deben darse ambiciones o envidias. Cada uno tiene el suyo y con él debe ejercer su servicio
eclesial en bien de todos.
Al enumerar la variedad de funciones, Pablo vuelve a darnos una lista de carismas con nombres
concretos (v 28), y en orden jerárquico descendente. La mayoría son los mismos que mencionó antes (vv
8-10 y Rom 12, 6-8). Se añade únicamente el de apóstoles, que parece no se refiere sólo a los Doce.
El versículo 31, servirá de puente al capítulo siguiente, en el que nos mostrará ‘un camino mejor’, y que
leeremos el próximo domingo.
Vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro (v 27). ¿No deberíamos ser más
conscientes de esta pertenencia a la Iglesia y, como consecuencia, vivir más esta realidad tan entrañable?
173
CUARTO DOMINGO ORDINARIO
LAS DIFÍCILES RELACIONES CON LOS PROFETAS
LA VOCACIÓN PROFÉTICA
Las difíciles relaciones entre el profeta y su pueblo, podría ser el título que sintetizara la primera lectura
y el evangelio de hoy. Si los de Anatot y Jerusalén pretenden hacer decir a Jeremías lo que a ellos les
gustaría, los habitantes de Nazaret exigen que Jesús haga lo que ellos quieren: que repita su actuación de
Cafarnaún.
La figura del profeta es siempre apasionante y de máxima actualidad, porque mantiene viva la lucha entre
la Palabra que es Dios y el caos del mundo, porque pone constantemente en cuestión nuestra vida
cristiana cómoda y superficial.
Si una voz profética hace tambalear las seguridades sobre las que hemos edificado nuestra vida; si
alguien se atreve a decirnos que nuestro montaje de vida no es el único ni el mejor, que nuestra vida deja
mucho que desear... acostumbramos defendernos atacando a quien ha tenido tal osadía, pero sin
profundizar si lo que nos ha dicho tiene o no fundamento. Es un mecanismo de defensa, con el que
justificamos nuestra inhibición, y falta de compromiso en la vida, con excusas, o atacando lo que se
ponga por delante para justificarnos.
Siempre es posible encontrar razones para no atender la llamada de los profetas a caminar hacia el reino
de Dios: instrumentalización política, falta de precisión en la formulación, lenguaje ofensivo, no es de los
nuestros... Todo nos vale para no abrirnos a la llamada de Dios, que nos llega a través de personas santas
y pecadoras, cristianas o ateas, de las nuestras o de las otras.
La vocación profética supone un riesgo constante, un valor que raya en los límites de la imprudencia y de
la insensatez.
El profeta es un hombre crítico, que se enfrenta con todo para hacer posible el mundo nuevo. Se enfrenta
con el poder político, cuando éste mantiene estructuras injustas, cuando oprime al pueblo o no defiende
todos los derechos humanos. No es que el profeta quiera usurpar el puesto del político; busca que el
político lo haga bien. Se enfrenta con el poder económico cuando se antepone al bien de toda la
humanidad, que es siempre. Tiene también la osadía de enfrentarse al poder religioso, y a todos los que lo
usan para sus propios intereses.
Por su insolencia y valentía, el profeta resulta muy molesto. No es una persona de gobierno, ni es
oportunista. Profetiza a tiempo y a destiempo. Aunque tenga miedo, se lo juega todo con tal de ser fiel a sí
mismo.
La tradición profética constante afirma que el profeta es objeto de la incredulidad y del rechazo de sus
contemporáneos. Ya les levantarán monumentos los que vengan detrás (Mt 23, 29-32).
Nuestra vida superficial está en contradicción con las exigencias de la vida verdadera, que es hacia la que
apunta siempre el profeta. Su voz debe ser escuchada por todos. Ante su requerimiento es necesario
convertirnos poniendo en práctica sus palabras.
La presencia del profeta en la historia humana es esencial, porque nos recuerda el destino verdadero de la
vida, distinto del destino al que los humanos tendemos a acostumbrarnos.
174
REACCIONES DE SUS PAISANOS
“Comenzó Jesús a decir en la sinagoga:
-Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia
que salían de sus labios.
Y decían:
-¿No es éste el hijo de José?
Y Jesús les dijo:
-Sin duda me recitaréis aquel refrán: ‘Médico, cúrate a ti mismo’: haz también
aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún.
Y añadió:
-Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que
en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo
tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a
ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda de Sarepta, en el territorio
de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin
embargo, ninguno de ellos fue curado más que Naamán, el sirio.
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo
empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su
pueblo, con intención de despeñarlo.
Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.”
(Lc 4, 21-30)
El pasado domingo, Jesús nos daba a conocer su programa. El evangelio de hoy, en el que Lucas resume
la segunda y tercera visitas de Jesús a su pueblo (la segunda visita la narran también Mateo (13, 53-58) y
Marcos (6, 1-6). La tercera es exclusiva de Lucas), nos describe el desenlace en la sinagoga de Nazaret.
Desenlace duro y violento, en contraste con las palabras de admiración de sus paisanos al principio.
Esta visita tiene lugar cuando ya llevaba un tiempo de vida pública en Galilea. Por eso habla de las obras
que ha realizado en Cafarnaún; y en el tiempo de la primera visita aún no había realizado allí ningún
milagro.
Es difícil y duro ser profeta. Hoy se habla y se planea mucho, se hacen muchos planes de pastoral. Pero,
¿para quiénes? Hace falta mucha valentía para plantearnos una renovación desde los cimientos.
Los primeros cristianos no atrajeron al mundo pagano con muchos documentos y planificaciones
pastorales, sino con el testimonio de sus vidas.
Necesitamos comprender, y ser consecuentes con ello, que la atracción de los seres humanos hacia Dios
–en lo que depende de nosotros-, la ejerce el mismo Dios por Jesucristo, desde el testimonio de un
creyente que trata de vivir en plena y total intimidad con el Dios de Jesús.
Jesús hace cambios en la lectura que hizo del pasaje mesiánico de Isaías. Corta su lectura cuando el
profeta dice que el Señor le enviaba a anunciar ‘el día de venganza de nuestro Dios’. Suprime esta frase,
tan importante para los judíos de entonces, porque su mesianismo supone la supresión de toda clase de
cadenas y opresiones, para hacer un mundo de personas verdaderamente iguales. En sus planes sí entraba
el realizar el año de gracia -como vimos el pasado domingo-, y que estaba en desuso.
Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra... Jesús subraya que los no judíos están
acogiendo más abiertos su mensaje, como sucedió en tiempos de Elías y Eliseo.
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos... ¿Cómo acoger a este médico que desprecia los
privilegios de los judíos adquiridos hace tantos siglos? El anuncio del régimen del amor y del perdón, de
la misericordia, es difícil de admitir a los que esperan de la justicia que subraye sus propias perfecciones y
que refuerce sus privilegios; no toleramos vernos al mismo nivel de aquellos que siempre hemos
175
considerado inferiores, y menos aún que los pongan por delante. La acogida que Jesús concede a los
pobres, a los enfermos, a los pecadores, a los extranjeros... desagrada a los que no sienten -¿sentimos?-
más que menosprecio hacia esos grupos.
Todos los textos evangélicos están llenos de este drama, y el libro de los Hechos de los Apóstoles nos
describe la prolongación de esto mismo, al mostrarnos cómo los paganos toman en la Iglesia los primeros
puestos que abandonan los judíos. Es el escándalo que suscitan siempre en la Iglesia los hombres que
proclaman el mensaje del Dios de Jesucristo.
Los de Nazaret se han llenado de despecho al ver que los de fuera han sido más favorecidos que ellos
–Cafarnaún-, e incluso los paganos –Sarepta en Sidón y Siria-. Nos creemos los primeros y nos cuesta
ver signos de predilección en los demás, especialmente si no gozan de nuestra simpatía. Que les digan
todo esto a la cara, y que se lo diga uno de los suyos, les cae tan mal que la escena termina con un intento
de asesinar a Jesús.
Han acogido las palabras de Jesús hasta que esas palabras les han afectado directamente. Es lo de
siempre: todo va bien hasta que nos dicen algo que nos duele. No intentan matarlo por mentiroso, sino por
todo lo contrario: Jesús no se ha conformado con decirles la verdad, sino que se la ha demostrado con
ejemplos. Y eso es excesivo. El verdadero profeta siempre hace daño, incluso contra su voluntad; siempre
tiene enfrente, y con las uñas afiladas, a su auditorio.
Jesús, en la sinagoga de Nazaret, acabó muy mal... Cuando intentamos ver la vida con perspectiva, ¡qué
claro se ve todo esto!
176
Siempre que Jesús se encontró con una fe maravillosa o con un agradecimiento que desdecía de la
ingratitud general, fue con los paganos o con los samaritanos. Es extraño ese poder que tiene la religión
de endurecer e impermeabilizar a las mismas personas que modela.
Jesús suspiraba por hombres nuevos, capaces de impresionarse ante Dios. Y a su alrededor no encontraba
más que personas habituadas a creer, que pensaban que conocían a Dios por el hecho de haber oído hablar
mucho de él o, lo que es peor, por haber hablado mucho de él. La verdad siempre encuentra enemigos
donde hay ambición, comodidad, intereses creados, seguridad...
Si carecemos de espíritu profético –tan difícil siempre de discernir-, que nuestra actitud sea, al menos, la
de estar atentos a la voz de los profetas. Y no sólo de los profetas bautizados; los hay también en otros
campos y tendencias que deben ser escuchados, porque el Espíritu no se ata a nadie. Y debemos
defenderlos, apoyarlos para que no desfallezcan, porque de ellos vivimos.
Lo que pasó con Jesús ya lo aprendimos. Pero... ¿cómo está sucediendo todo aquello ahora?
177
niveles: la preexistencia en el pensamiento divino –antes de formarte en el vientre, te escogí-; la
consagración en el seno materno –antes que salieras del seno materno, te consagré-; finalmente, la
investidura oficial como profeta sobre las naciones –te nombré profeta de los gentiles. La segunda (vv
17-19), nos habla de la cualidad más importante, que necesitará este profeta para llevar adelante la misión
que Yahvé le ha confiado: la fuerza –lucharán contra ti, pero no te podrán. Fuerza que no tiene nada
que ver con la violencia, sino como victoria sobre sí mismo y como controladora de su sensibilidad.
Corrían los tiempos del rey Josías, al inicio de la reforma religiosa, que parecían momentos tranquilos.
Pero después de la desventurada muerte del rey, tiene lugar el desastre de Judá, que culmina con la
destrucción de Jerusalén y la deportación de los judíos a Babilonia.
Jeremías tiene que ser valiente. Las dificultades van a ser constantes: persecuciones, burlas, torturas...
que deberá soportar con fortaleza y confianza.
Yahvé estará con él, y ésta será la seguridad y la garantía de su misión. Como lo fue y lo será siempre de
todos los verdaderos profetas.
EL CAMINO MEJOR
“Hermanos: Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un
camino mejor.
Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo
amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden.
Ya podría yo tener el don de predicción y conocer todos los secretos y todo el
saber; podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada.
Podría repartir en limosna todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no
tengo amor, de nada me sirve.
El amor es comprensivo,
el amor es servicial y no tiene envidia;
el amor no presume ni se engríe;
no es mal educado ni egoísta;
no se irrita, no lleva cuentas del mal;
no se alegra de la injusticia,
sino que goza con la verdad.
Disculpa sin límites, cree sin límites,
espera sin límites, aguanta sin límites.
El amor no pasa nunca.
¿El don de predicar? Se acabará.
¿El don de lenguas? Enmudecerá.
¿El saber? Se acabará.
Porque inmaduro es nuestro saber
e inmaduro nuestro predicar;
pero cuando venga la madurez,
lo inmaduro se acabará.
Cuando yo era niño, hablaba como un niño,
sentía como un niño, razonaba como un niño.
Cuando me hice un hombre,
acabé con las cosas de niño.
Ahora vemos como en un espejo de adivinar;
entonces veremos cara a cara.
Mi conocer es por ahora inmaduro,
entonces podré conocer como Dios me conoce.
En una palabra:
quedan la fe, la esperanza, el amor: estas tres.
La más grande es el amor.”
(1 Cor 12, 31-13, 13)
178
La segunda lectura nos habla del amor, que constituye ‘lo otro’ respecto a nuestras superficiales
aspiraciones, costumbres, valores en uso. ¿No pensamos que el dinero, y lo que se puede comprar con él,
lo es todo, que es lo que cuenta, que con dinero se consigue todo y sin él, nada?
Este himno al amor de san Pablo es comparable a las mejores obras de la literatura universal. Es una de
las páginas más bellas de la Sagrada Escritura, por su contenido y por su forma literaria. Nos ofrece una
auténtica escala de valores, en tres estrofas. La primera describe los caminos tenidos entonces como
mejores. La segunda, lo que hace y lo que no hace el verdadero amor. La tercera, compara el
conocimiento que tenemos en la actualidad con el que poseeremos después de la muerte.
El amor será lo único que quede, cuando todo lo demás desaparezca. Es lo que va quedando, ya ahora y
aquí, en la medida en que todo lo demás nos deja de atraer.
La primera parte (vv 1-3), nos enseña que hasta las acciones carismáticas más extraordinarias y las más
abnegadas formas de entrega, sin amor son nada. El amor lleva a esas obras, pero esas actuaciones no son
pruebas infalibles de un verdadero amor. En ellas, el ser humano puede buscar su propia complacencia.
Sin amor, todo lo que tenemos, todo lo que somos y hacemos no tiene consistencia.
La segunda parte (vv 4-7), expone lo que es el amor, nos dice que el amor produce todos los bienes. Nos
enumera quince características del amor: ocho negativas y siete positivas. Puede ser que Pablo tenga ante
sus ojos dos ejemplos: uno positivo: Jesucristo; otro negativo: los corintios. Habla de cosas cotidianas,
para evitar toda ilusión.
Las cuatro últimas afirmaciones nos lo presentan como la realidad más positiva que pueda darse en todos
los aspectos; la que llena todas las posibilidades y todos los espacios del bien. Cuatro veces repite sin
límites –disculpa, cree, espera, aguanta-. Es siempre inseparable de la verdad.
La tercera parte (vv 8-13), describe la perfección del amor en su duración. Nos hablan del amor como la
realidad que ya es, ahora y aquí, lo que será en la eternidad; del amor como el contenido de la vida eterna.
Todos los demás carismas se quedarán en el camino; en el ‘más allá’ ya no serán necesarios. El amor es
ya lo perfecto. Se identifica con la vida plena y para siempre.
Intentemos sustituir la palabra ‘amor’ por la palabra ‘dinero’. Y repitamos esas frases. A poder ser sin
enrojecer... ¡Qué escala de valores tan distinta a la que vivimos sumidos en la sociedad de consumo!
179
QUINTO DOMINGO ORDINARIO
PESCADORES DE HOMBRES
MENSAJEROS DE LA PALABRA
La tarea más noble que puede ejercer una persona en este mundo es la de ser mensajero de la Palabra. Es
decir, ayudar a los demás a descubrir y a vivir la vida que el Padre Dios soñó para sus hijos, antes de la
creación del mundo (Ef 1, 4); ayudar a que los niños crezcan en edad, ciencia y fe, para que puedan
llegar a ser personas auténticas dedicadas a hacer todo el bien a los que le rodean. Porque no nacemos así
orientados, a causa del ‘pecado del mundo’ (Jn 1, 29), ni llegamos a vivir esa vida querida por Dios sin
ayuda. La vida no consiste, como creen muchos en la actualidad, en que pase el tiempo de la mejor
manera posible, sino en vivirla en plenitud, como hijos del Padre, trabajando por un mundo justo para
todos.
Las tres lecturas de hoy tratan de la llamada de Dios, de la vocación: Isaías fue fortalecido por la gloria
de Dios antes de ser enviado a una misión; loa apóstoles experimentaron a Cristo resucitado antes de
predicarlo; los primeros discípulos, impresionados por la pesca milagrosa, dejaron sus redes para hacerse
pescadores de hombres. En todos hubo un descubrimiento personal de Dios. Experiencia que se expresa
con símbolos y que se puede conocer por sus efectos.
Cuando Dios se acerca a nosotros es para curarnos, liberarnos, enriquecernos en valores. También para
pedirnos, para enviarnos... y así ser útiles a la sociedad y ¿felices?
La fe se alimenta más de experiencias que de razones; más de oración que de estudio. ¿Cómo ser
cristiano sin haber experimentado alguna vez la cercanía de Dios y sin hacer oración?
LA PREDICACIÓN DE JESÚS
“La gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando
él a orillas del lago de Genesaret; y vio dos barcas que estaban junto a la orilla: los
pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes.
Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de
tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente:
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
-Rema mar adentro y echad las redes para pescar.
Simón contestó:
-Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero,
por tu palabra, echaré las redes.
Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande, que reventaba la
red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una
mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto,
Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús, diciendo:
-Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.
Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver
la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan,
hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Jesús dijo a Simón:
-No temas: desde ahora, serás pescador de hombres.
Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, le siguieron.”
(Lc 5, 1-11)
Lucas une en este pasaje dos tradiciones distintas: la llamada a los primeros discípulos (Mc 1, 16-20) y la
pesca milagrosa (Jn 21, 1-11), con mención especial a la misión de Pedro.
180
Este texto evangélico lo podemos dividir en tres partes: la predicación de Jesús, la pesca milagrosa y la
vocación de varios discípulos.
La gente se agolpaba alrededor para oír sus enseñanzas. Junto a Jesús hay siempre una multitud de
personas ávidas de palabra de Dios. Lo seguían porque hablaba con convencimiento, porque vivía lo que
decía, porque respondía a los grandes interrogantes de los hombres inquietos de todos los tiempos, porque
no buscaba nada para sí mismo. Lo seguía el pueblo porque no era un teórico, porque trataba de cambiar
la sociedad.
Para transformar la realidad, hace falta tener un conocimiento verdadero de ella, una interpretación
correcta de todo lo que sucede y del porqué sucede, una idea clara de a dónde queremos ir y no buscar
ventajas personales de ningún tipo.
En las largas horas de oración y de silencio, que le vemos tener, Jesús analizaba la realidad y descubría
los caminos para transformarla. Vería que el opresor, que no quiere dejar de serlo, no puede querer los
cambios necesarios para la transformación del mundo, no puede aceptar las ideas y las acciones que salen
de los oprimidos, porque sería al precio de perder ellos sus privilegios.
No se puede ser revolucionario, no se puede ser seguidor de Jesús –revolucionario por amor- y no se
puede trabajar honradamente para cambiar la sociedad, teniendo muchos bienes.
Jesús quiere liberar al pueblo, quiere que la justicia, con todas sus consecuencias, se implante en la tierra.
Su predicación es claramente liberadora.
LA PESCA MILAGROSA
Cuando Jesús dejó de hablar, dijo a Pedro: Rema mar adentro y echad las redes para pescar. Después
de una noche sin pescar, Simón, para complacerle, lo hace, a la vez que le expresa la inutilidad de la
pesca de la noche. Parece que Jesús lo quiere llevar, junto con sus compañeros, mar adentro para
hacerles vivir una experiencia decisiva.
El resultado es grande, ante la sorpresa de Pedro. En un asunto de su competencia, como era pescar,
Jesús le demostró que ni en su propio oficio se bastaba a sí mismo. Se palpa el signo. No es el trabajo
humano –de los pescadores- lo que consigue la pesca abundante, sino la fidelidad a la Palabra que es
Jesús. Pero ellos tienen que echar las redes, tienen que trabajar, realizar su parte.
No por muchas técnicas que empleemos en el apostolado, lograremos algo verdadero. Es nuestro
convencimiento y fidelidad a lo que decimos, lo que contagiará a nuestros oyentes.
Pero, aunque el convencimiento y la fidelidad sean muy grandes, la eficacia de la acción viene siempre
de Jesús; no de los discípulos, que habían pasado la noche bregando para pescar, sin resultado.
La abundancia de peces es signo de la plenitud escatológica, propia del fin de los tiempos, más que de lo
que sucederá en el correr de los siglos. Cristo será reconocido al final de la ¿historia? Hasta entonces, en
el ahora, la vida de la Iglesia será una difícil pesca, en la oscuridad de un mar amenazante. De ahí, que
tengamos con tanta frecuencia, la sensación de fracaso.
181
Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús... Pedro capta la proximidad de un misterio
aplastante: El asombro se había apoderado de él. Es el asombro de una persona que entrevé un gesto de
Dios, una presencia divina, y que se descubre indigno de esa maravilla: soy un pecador.
Sólo las personas que se aproximan realmente a Dios experimentan las propias limitaciones. El sentido
del pecado se tiene solamente cuando se posee el sentido de Dios.
No se puede descubrir a Dios y seguir viviendo como se ha vivido hasta entonces. El encuentro con Dios
revela el verdadero sentido del hombre y del mundo; lleva consigo una revisión, un juicio, una llamada,
un esfuerzo. De ahí nuestra reacción espontánea a huir de él, a apartarnos de su compromiso, a creer que
ese encuentro nos va a destruir.
Dios no puede entrar en nuestra existencia sin transformarla por completo. Parece que Pedro lo supo
desde su primer encuentro con Jesús. Antes de este encuentro, Pedro podía tener una buena opinión de sí
mismo, podía confiar en sus recursos... Pero el paso de Jesús por su vida le fue arrebatando su amor
propio. Según iba conociendo a Jesús, se iba conociendo a sí mismo, haciéndose consciente de sus
limitaciones y pecados. Por eso suplica a Jesús que se aparte de él. Se reconoce indigno, se vacía de su
suficiencia. Le harán falta otras experiencias dolorosas, otros fracasos y caídas, antes de aprender a fondo
aquella lección. La cercanía de Dios no puede compaginarse con el orgullo.
Así empieza toda verdadera vocación cristiana. De pronto, la religión deja de ser un artículo de ‘lujo’,
una prueba de nuestra buena educación, una costumbre, un signo de nuestra cultura y de nuestro dinero y
respetabilidad. Nos damos cuenta, de repente, que para vivir, para amar, para trabajar, para vivir un solo
día de nuestra existencia, tenemos que ceder en nosotros el lugar a Dios; tenemos que rezar, tenemos que
recibir ayuda, necesitamos que se nos eche una mano. Lo mismo que Pedro experimentó que necesitaba la
presencia de Cristo en su barca, incluso para pescar, nosotros tenemos que llegar a saber que es por una
gracia incomprensible y desconcertante por la que queremos ser fieles, honrados y que merece la pena
serlo.
Jesús alienta a Pedro, empleando la misma terminología de su oficio: Desde ahora, serás pescador de
hombres. Y con él, los demás compañeros suyos.
Jesús llama a hombres que se sienten pecadores. Frente a la acción y las palabras de Jesús, los hombres
de corazón sencillo y bueno se han reconocido pecadores, porque pecado es todo lo que frena e impide la
construcción del reino de Dios y de uno mismo.
El llamamiento que hace Jesús aquí a Pedro supone una enseñanza previa y una convivencia anterior con
él. ¿Cómo los fue conociendo hasta proponerles hacer un equipo ambulante y comunidad de vida? ¿Cómo
fueron descubriendo ellos en Jesús a una persona que merecía la pena seguir de cerca? Es difícil saberlo,
aunque es seguro que por trato personal. Seguro que su vida y su palabra les entusiasmó, seguro que todos
eran gentes sencillas de Galilea.
¿Qué significa ser ‘pescadores de hombres’? Significa, ante todo, vivir en medio del ‘mar’, como
símbolo de la existencia dura y difícil, pero estimulante y creadora; del ‘mar’ como símbolo de la
humanidad entera, con toda su pluralidad de grupos, tendencias, opiniones... dando testimonio de la
verdad y del amor de Jesús, del Padre y del Espíritu; trabajando por la transformación total de la sociedad
en el reino de Dios... No se trata de una conquista, sino de un ‘contagio’.
182
Las comunidades cristianas debemos vivir en medio de todas las corrientes, de todas las tendencias, en el
cruce de todos los caminos, aunque nuestra existencia se vea amenazada y parezca que no logramos nada.
Dejándolo todo, lo siguieron. La fe es totalizante: abarca todos los aspectos de la vida. Lo que
poseemos nos posee, nos impide ser libres para dedicarnos, en cuerpo y alma, a la propagación de la
Palabra-Vida del hombre. Pedro y sus compañeros son conscientes de ello: por eso lo dejan todo. Se
vaciaron de cosas para poder llenarse de Jesús, única forma de poder comunicarlo de verdad a los demás.
La fe es una realidad fundamental, que exige pobreza y desprendimiento. Si podemos ser creyentes sin
privarnos de nada, o estamos equivocados o no somos creyentes.
Pedro, que se ha confesado indigno, no será rechazado. Más allá de los peces, las redes y la barca, Lucas
quiere que nos demos cuenta de cómo se fue tejiendo la fe de Pedro.
Todos los evangelistas nos hablan de este hombre tan importante en el proyecto de Jesús, y en la
consolidación de la Iglesia. Una y otra vez nos lo presentan con una fe oscilante: entusiasta, temeroso,
impetuoso, fiel, de gran corazón.
A pesar de los contrastes de su personalidad, Pedro se va adentrando y creciendo en el conocimiento de
Jesús. Encontramos en él todos los aspectos de la fe. Para él, creer es fiarse, es amar, es comprometerse.
Pedro no llegó a la fe de repente. El camino que lleva a ella no es único, y cada uno tenemos que seguir
el nuestro. Pero el ejemplo del pescador galileo puede darnos confianza, porque está a nuestro alcance. Es
una persona como nosotros: con dudas, miedos, tentaciones; su temperamento le era con frecuencia
motivo de tropiezo. Pero su nobleza y buena voluntad le permitieron seguir adelante.
Al final, es Pedro el que decide lo que debe hacer. Es un ejemplo de gran actualidad: la fe, hoy más que
nunca, implica la opción personal. Nadie puede decidir por otro. En la fe nos encontramos solos ante Dios
y ante nosotros mismos.
La experiencia del relato, experiencia de Pedro ante todo, es ahora experiencia de la Iglesia, de cada
comunidad y de cada cristiano. Es nuestra propia historia lo que debemos percibir en la aventura de
Pedro. A partir de tal o cual fracaso, inevitable en la historia de los seres humanos –aquí no han pescado
nada-, Jesús nos muestra que con él es posible otra cosa: es posible ser eficaces en lo mismo en que, antes
y solos, habíamos fracasado.
Es cristiano el que conoce vivencialmente lo que transmite, el que da testimonio de la verdad de Jesús de
Nazaret ante los demás. El que continúa, con su vida y con sus palabras, la realización del reino iniciada
por Jesús y que no ha llegado a su plenitud.
La Iglesia debe ser continuadora de Jesús. Y como él, ir siempre al núcleo de los problemas de los
hombres, pase lo que pase.
La opción a favor de la convivencia de todos los hombres, cuando se lleva a la práctica, repugna a todas
las demás opciones. Por eso, los cristianos, si seguimos a Jesús de verdad, seremos motivo de
contradicción y piedra de tropiezo para muchos (Lc 2, 34), incluso ‘cristianos’.
LA LLAMADA A ISAÍAS
“El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y
excelso: la orla de su manto llenaba el templo.
Y vi serafines en pie junto a él. Y se gritaban uno a otro diciendo:
-¡Santo, santo, santo, el Señor de los Ejércitos, la tierra está llena de su gloria!
183
Y temblaban las jambas de las puertas al clamor de su voz, y el templo estaba
lleno de humo.
Yo dije:
-¡Hay de mí, estoy perdido!
Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios
impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los Ejércitos.
Y voló hacia mí uno de los serafines, con un ascua en la mano, que había
cogido del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo:
-Mira: esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu
pecado.
Entonces escuché la voz del Señor, que decía:
-¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?
Contesté:
-Aquí estoy, mándame.”
(Is 6, 1-2a. 3-8)
La primera lectura nos narra la vocación de Isaías. El año de la muerte del rey Ozías era el 740 a. C. Su
reinado había sido largo y próspero. Isaías cita este año para indicar la acción de Dios en el interior del
mundo concreto de los hombres. El texto describe el encuentro personal del profeta con Yahvé.
La visión de la teofanía tuvo lugar en la fiesta de la Expiación de dicho año. En pie, en el vestíbulo del
templo, el profeta dirige su mirada hacia el Santo, accesible, con motivo de la fiesta, al sumo sacerdote.
Dios se revela como el Señor, por encima y en lo más profundo del corazón de los humanos.
La teofanía es grandiosa: trono, orla del manto, serafines, alabanzas incesantes... El triple santo, santo,
santo subraya la santidad de Yahvé; expresión que se trasladará a la liturgia de nuestras eucaristías. El
humo acompaña a las teofanías, a las que da la idea del misterio que rodea la presencia de Dios.
La cercanía de Dios, el Santo, produce estremecimiento en el hombre, el impuro. Siempre es así. El
temor humano ante la santidad y presencia de Dios es inevitable, al contemplar la distancia infinita que
separa a Yahvé del hombre, siempre pecador. Isaías se siente perdido, cree que va a morir porque ha visto
a Dios, creencia judía de entonces (Éx 33, 20).
Isaías escucha las alabanzas de los serafines que reflejan su total dedicación a la gloria del Señor,
mientras que las vidas del profeta y de su pueblo están alejadas de él, por lo que no pueden alabarlo
plenamente; por eso habla de labios impuros, expresión que manifiesta el pecado.
En la presencia de Dios todo tiene que ser santo. Ante la confesión de su propia impureza, uno de los
serafines tomó un carbón encendido y le purificó los labios, limpiándole simbólicamente de todo pecado
y capacitándolo para la misión de predicar el mensaje de Dios a su pueblo.
El profeta queda purificado. Se siente liberado y se presta generosa e incondicionalmente a la llamada de
Dios. De nada nos sirve el descubrimiento de Dios si no lleva a la transformación de toda nuestra vida.
Isaías se considerará como el profeta de un pueblo de santos –el pequeño ‘resto de Israel’-, que para
tomar parte en el reino de Yahvé, aceptan convertirse para ser fieles al Señor.
184
mayoría de los cuales viven todavía, otros han muerto; después se le apareció a
Santiago, después a todos los Apóstoles; por último, como a un aborto, se me
apareció también a mí. Porque soy el menor de los Apóstoles, y no soy digno de
llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la
gracia de Dios soy lo que soy y su gracia no se frustrado en mí. Antes bien, he
trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios
conmigo. Pues bien; tanto ellos como yo esto es lo que predicamos, esto es lo que
habéis creído.”
(1 Cor 15, 1-11)
El texto de la segunda lectura era considerado como el resumen de la predicación –kerigma- apostólica,
formado por los tres acontecimientos centrales de la fe: muerte, sepultura y resurrección de Jesús.
Una de las cuestiones que los Corintios habían planteado a Pablo era la resurrección de los muertos, que
ellos no comprendían. En la sociedad helenística en que vivían era corriente negarla. Los platónicos y
pitagóricos, que afirmaban la inmortalidad del alma humana, eran contrarios, al igual que los epicúreos, a
la idea de la resurrección ‘corporal’, que consideraban como algo absurdo.
Pablo se lo explicará transmitiéndoles ese primer resumen de las verdades de nuestra fe –el Credo- y el
primer testimonio escrito de las apariciones de Jesús resucitado, que reproduce una antigua lista de
testigos que se centra en Pedro, en los Doce y en los fieles de Jerusalén. Una lista que no es completa ni
sigue un orden cronológico. Silencia las apariciones a las mujeres y a los discípulos de Emaús.
Este testimonio de la resurrección de Jesús, escrito unos 25 años después, cuando vivían muchos de los
que habían sido testigos de las apariciones del Señor, es de gran valor apologético, se explique como se
explique. La resurrección de Cristo será el punto de partida y consecuencia de todas las demás (vv 35-38).
Pablo equipara su aparición en el camino de Damasco (He 9, 1-9) con las otras, por el impacto que tuvo
para su vida. Y se rebaja, comparándola con un feto abortivo, algo que inspira cierta repugnancia. Es la
idea humilde que de sí mismo tiene el apóstol, por el hecho de haber sido perseguidor de los cristianos y,
por lo mismo, de Cristo. Sin embargo, la gracia de Dios lo cambió totalmente, hasta el punto de ser el
apóstol más entregado a la causa del evangelio.
185
SEXTO DOMINGO ORDINARIO
“DICHOSOS... ¡AY DE VOSOTROS...”
A LA BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD
La búsqueda de la felicidad es probablemente el objetivo principal que nos hemos planteado los seres
humanos en todos los tiempos y lugares. ¿Qué es la felicidad? ¿Cómo lograrla?
Los caminos y criterios mundanos, que siempre se quedan en la superficie de la verdadera vida humana,
y los del reino de Dios son divergentes. Es necesario que nos esforcemos cada uno para tener claras las
ideas.
Los estragos morales producidos en nuestra sociedad, acrecentados en estos últimos años, son bastante
más graves de lo que muchos piensan. La juventud, que es la edad de los grandes ideales y utopías, vive,
en gran parte, o alocada y manipulada, o sin ilusiones y cansada, alienada y sin futuro. La sociedad, que
ha apagado las luces de la trascendencia, vive como si todo terminara con la muerte corporal. Hablar hoy
de la familia, de la ley de Dios, o de la ley natural, es visto como retrógrado y opresor.
Los hechos están demostrando que sin unas firmes convicciones morales, compartidas y respetadas por
todos, especialmente por los que ejercen la autoridad, no es posible la convivencia en libertad; libertad,
que nunca podrá lograrse quitando todos los obstáculos, para que cada uno o cada grupo social actúe
como más le convenga; lo que inevitablemente llevará a que muchos sufran las consecuencias. El que los
jóvenes se diviertan en sus ‘movidas nocturnas’, no puede ser a costa de que otros muchos no puedan
dormir, al menos dos noches por semana. El último atentado, de gravísimas consecuencias para los países
más pobres y para los más pobres de cada país, contra la convivencia de la humanidad, es sin duda la
llamada globalización de la economía. ¿Qué dictadura puede haber más funesta y sutil que ésta?
Para que exista verdadera libertad y pluralismo, será necesario aceptar unos mínimos principios morales,
desde los que sea posible construir juntos una humanidad que busque, y vaya consiguiendo, el bien de
todas las personas y de todos los pueblos y naciones. Y, desde estos mínimos compartidos, que cada
persona o cada grupo y nación defienda y persiga sus ideales de felicidad.
Este cambio, necesario a escala mundial, debe tener como protagonista a la misma humanidad. Nunca
serán suficientes las condenas de los tribunales de justicia, a favor con demasiada frecuencia de unas
leyes discriminatorias para los pobres, y que benefician a los mismos que las hacen. Tampoco con más
policías, como parece la tendencia actual, sino con ‘siembra de valores’ desde pequeños.
Mientras nuestra sociedad afirma, con su modo de vivir y de hablar: ‘Felices los ricos y desgraciados los
pobres’, Jesús nos dice en el evangelio de hoy, y con su modo de vivir, todo lo contrario.
La riqueza es como un muro que nos separa de Dios y del prójimo. Conecta con el egoísmo del corazón
humano y con lo más negativo de nuestra sociedad.
La pobreza evangélica –nunca la miseria, que es un mal que tenemos que combatir- es el ideal de la vida
cristiana; y también el de todas las personas que escuchen los grandes anhelos, ilusiones y utopías de sus
propios corazones.
186
LAS BIENAVENTURANZAS, CAMINO DE VIDA
“Bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano con un grupo grande
de discípulos y de pueblo, procedentes de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de
Tiro y de Sidón.
Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo:
-Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Dichosos los que
ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis,
porque reiréis. Dichosos vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os
insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre.
Alegraos ese día y saltad de gozo: porque vuestra recompensa será grande en el
cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.
Pero, ¡hay de vosotros los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo! ¡Hay de
vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre! ¡Hay de los que ahora
reís, porque haréis duelo y lloraréis! ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros!
Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas.”
(Lc 6, 17. 20-26)
El evangelio de hoy nos narra las bienaventuranzas y malaventuranzas de Lucas, como los dos caminos
humanos. En ellas está en juego la misma idea que nos hacemos de Dios.
Con las bienaventuranzas, Jesús nos va a presentar su camino para que los humanos logremos la
verdadera felicidad, la verdadera vida. No imponen preceptos; se enuncian como invitación.
Las bienaventuranzas resumen los rasgos fundamentales del cristianismo. Son el desarrollo del único
mandamiento de Jesús: el amor a Dios en el prójimo. Al que ama de verdad, le irán cayendo todas
encima. Son el precio del verdadero amor. Para encontrarse con ellas solamente hace falta tratar de amar
de verdad, comprometiendo en ese amor toda la vida; y vendrán como consecuencia de ese amor.
Las bienaventuranzas son la descripción del ser de Dios, de sus gustos, de las obras en que se complace.
Son la revelación de lo que produce la llamada y la presencia de Jesús en el corazón de quienes lo acogen.
Son la revelación de Dios y del hombre verdadero. Dios es pobre, misericordioso, manso... porque ama.
Su plenitud de ser y de vida le libera de la carga del tener. La dicha humana no está en la tranquilidad, en
la riqueza, en el prestigio, en el poder... La dicha humana pertenece a todos los que se parecen a Dios, a
los que luchan con su lucha, a los que aman con su amor, para liberar y pacificar al mundo. Es preciso
haberlo experimentado en parte para creer en todo esto. La dicha es una victoria que se logra en medio de
una aparente derrota.
Las bienaventuranzas son la proclamación de la experiencia que han realizado, y siguen realizando, unas
personas cada día, cuando se dejan llevar por el Espíritu de Dios. Cuando el ser humano mide toda su
hambre, sabe que no podrá calmarla únicamente con el alimento o el dinero; sabe que ese ‘hambre’ le
llevará siempre más allá de cualquier límite imaginable, y que no encontrará reposo hasta que descubra la
fuente infinita en donde saciarse a la medida de sus deseos. Sabe que los bienes materiales, la justicia, la
libertad, la verdad, la paz... son medios que sirven para lanzarnos hacia una aspiración insaciable. La
aspiración más insaciable del ser humano es la del Absoluto. Pero la sociedad de consumo puede apagar
-¿no la está apagando?- esta sed...
Las bienaventuranzas son la denuncia de la mentira y de la injusticia del mundo en que vivimos. Y son
una llamada a trabajar para que venga pronto el reino de Dios. Son un anuncio de plenitud para el futuro;
pero creérselo de verdad, implica trabajar para que se vaya realizando en el presente.
187
Nosotros estamos lejos de este estilo de Jesús. Nos cuesta reflexionar y comprometernos, analizar la vida
en profundidad, saber captar dónde se encuentran los verdaderos valores. Preferimos los ritos a las
bienaventuranzas: los primeros no comprometen la vida; las segundas, son la vida misma.
Todas las bienaventuranzas se pueden reducir a la primera: la pobreza. Jesús las vivió en plenitud. Por
eso, él es el cristianismo.
LAS MALDICIONES
En nuestro mundo injusto, en el que las desigualdades entre los hombres y entre las naciones son tan
enormes, la ‘buena noticia’ de Jesús no puede ser igual para todos. Será buena para unos y mala para
otros. Si fuera buena para todos, estaría vacía de contenido.
Podemos hacer de estas ‘maldiciones’ una doble lectura, ambas verdaderas: la primera desde los pobres y
ricos de la humanidad, individuos y naciones; la otra desde cada uno de nosotros, porque en el corazón de
todos nosotros existe un ‘pobre’ y un ‘rico’. Si están en lucha, puede ser señal de que queremos ser
pobres; en caso contrario, debemos contarnos entre los ricos y aplicarnos esta segunda parte de las
palabras de Lucas.
A la luz del reino de Dios, se desvela el fracaso de los que viven en el poder y en la riqueza de la tierra y,
a causa de ello, oprimen y destruyen la existencia de los demás.
Jesús quiere liberarnos a todos del egoísmo, de todo lo que nos impide ser imagen y semejanza de Dios.
Conocía bien lo que hay en el corazón de cada uno de nosotros; esa cantidad de interpretaciones que
sabemos dar a las palabras para suavizarlas y quitarles toda su fuerza. Conocía bien ese afán nuestro por
querer entenderlo todo de forma que no tengamos que cambiar nada de nuestro modo de vivir, que es la
manera de no entender de verdad. Sabía también de nuestro afán por eliminar a los profetas, para poder
interpretarlos después a comodidad. Tenemos un arte especial para ‘espiritualizar’ tanto el mensaje de
Jesús, que ya no sirve para casi nada.
En los ricos –en el corazón de cada uno de nosotros- se desarrolló tan fuertemente la semilla del
egoísmo, que es humanamente imposible que cambiemos de actitud.
¿Quiénes son los ricos, los que ríen, los bien vistos por todos? Son los que han puesto su corazón en sí
mismos y en sus cosas –y la parte de nuestro ser que tiende a lo mismo-, los que viven en función de su
prestigio, de comer, vestir, divertirse.... Son los que no tienen necesidad de nada, ni de Dios, porque creen
que lo tienen todo. Sólo piensan en ser más ricos. Son los que creen que con el dinero pueden resolverlo
todo; los que no dan ni de lo que les sobra. Son los que tienen bastante con los límites de este mundo;
horizonte muy reducido y vulnerable, de precaria realidad, a pesar de las apariencias; horizonte corto,
como lo es la vida del hombre sobre la tierra.
El evangelio de Jesús es una tragedia para los ricos. ¿Es que la riqueza es mala? La que engendra
miseria, sí. La que nos obliga a darle culto, la que nos tiene dominados, impidiendo nuestro progreso
humano, también. Si es abundancia compartida por todos, no tiene necesariamente que ser mala. Lo será
si nos domina, si nos hace esclavos. Es crecimiento humano o condición para que sea posible.
Los ricos podrán –podremos- recibir la ‘buena noticia’ de Jesús si se ponen al lado de los marginados, de
los explotados; si luchan para destruir las condiciones que engendran ricos y pobres, explotadores y
188
explotados, opresores y oprimidos, y comparten ya desde ahora sus riquezas con los demás. Algo
realmente milagroso. Si entran por este camino, pronto serán pobres y podrán vivir las bienaventuranzas.
Los ricos, para dejar de serlo, no pueden conformarse con un comportamiento ‘caritativo’, de
beneficencia, que mantenga intocables las estructuras injustas. Tienen que enfrentarse con esas
estructuras, que son la negación misma del reino de Dios.. Sólo así podrán ser seguidores de Jesús. La
lucha por superar las diferencias entre las personas y las naciones es esencial para poder vivir la fe.
¡Ay de vosotros... Jesús maldice la riqueza que engendra miseria, las buenas comidas que traen como
consecuencia el hambre de otros, la risa que origina llanto, el ser admirados por todos a base de mentiras
y de hipocresía. E incluye en estos anatemas no sólo a los propiamente ricos y poderosos, sino también a
todos los que están al servicio de ellos desde sus puestos de influencia sobre las masas: los intelectuales
causantes de una cultura alienante y clasista, los técnicos que adormecen al pueblo con sus métodos, los
clérigos que lanzan a un más allá con olvido del más acá, los policías y militares que colaboran a
mantener el desorden establecido, los medios de comunicación al servicio de sus intereses políticos y
económicos, que raramente coinciden con los intereses del pueblo sencillo...
El camino está marcado. Es un camino claro. Cada uno somos libres de caminar o no por él. No se echa
fuera a nadie. Pero hay actitudes que no se pueden compaginar con el evangelio de Jesús.
O FE O IDOLATRÍA
“Así dice el Señor:
Maldito quien confía en el hombre,
y en la carne busca su fuerza,
apartando su corazón del Señor.
Será como un cardo en la estepa,
no verá llegar el bien;
habitará la aridez del desierto,
tierra salobre e inhóspita.
Bendito quien confía en el Señor
y pone en el Señor su confianza:
será un árbol plantado junto al agua,
que junto a la corriente echa raíces;
cuando llegue el estío no lo sentirá,
su hoja estará verde;
en año de sequía no se inquieta,
no deja de dar fruto.”
(Jer 17, 5-8)
La primera lectura, con una enseñanza similar al salmo 1, nos dice también que vivimos entre la
‘maldición’ y la ‘bendición’.
Para muchos la diferencia entre creyente e incrédulo está en una lista de dogmas que los primeros
aceptan y rechazan los segundos, sin implicar para nada el montaje de la propia vida. En realidad, la línea
de separación no afecta, primordialmente, a unas verdades que creemos o que no creemos, sino a una
elección existencial, a una forma de vivir.
Después de la alianza, el pueblo hebreo fue consciente de las responsabilidades que había aceptado, y de
las desdichas que podían recaer sobre él si trataba de sacudirse esos compromisos.
Lo subraya el profeta: Maldito quien confía en el hombre... Bendito quien confía en el Señor. Se trata
de la fe como confianza en alguien, como orientación de la vida hacia alguien. De esta forma, creyente es
aquel que se apoya en Dios; no lo es quien confía únicamente en sí mismo.
189
Para indicar la suerte distinta de unos y otros, Jeremías adopta un simbolismo sacado de la naturaleza: el
que se apoya en el Señor será un árbol plantado junto al agua, que da fruto abundante y fresco, que
indica vida, fecundidad; es el que en los momentos críticos se apoya en sus creencias y esperanzas
religiosas, y así desafía y supera las persecuciones y angustias que le puedan venir; el que confía en sí
mismo será como un cardo en la estepa, arbusto escuálido que indica muerte, aridez, aislamiento, como
los que crecen a orillas del mar Muerto, incapaces de afrontar las dificultades de la vida.
Es la imagen del hombre según confíe o no confíe en Dios. El ser humano que no cuenta con Dios se
construye la vida y la felicidad a su medida -habitará la aridez del desierto- y por ello, antes o después,
experimentará la inconsistencia, la debilidad, los límites, la superficialidad de su vida. Es la persona sin
horizontes, sin respuestas, sin plenitud. Al hombre que confía en Dios y espera en él, Dios nunca le falla;
edifica sobre seguro, donde no hay decepciones ni desengaños y, a pesar de las crisis y sequías, no se
angustia ni se abate, porque Dios está siempre con él. Será un árbol fecundo que no deja de dar fruto, y
vivirá en comunión con el Absoluto, único que puede hacerle plenamente feliz.
Tanto unos como otros tienen fe: uno se adhiere a Dios; el otro cree en sí mismo, o en el dinero y en todo
lo que representa, o en la propia inteligencia. La oposición no es tanto entre fe e increencia, cuanto entre
fe e idolatría: o nos apoyamos en Dios o en nosotros mismos y en lo que tenemos.
190
Si Cristo ha resucitado, está claro que también nosotros estamos llamados a la misma resurrección, por
tener la misma naturaleza que él. Afirma, además, que si los muertos no resucitan, significaría que Jesús
de Nazaret no consiguió su objetivo de salvar a la humanidad, porque la salvación implica la victoria
sobre la muerte corporal, única forma de lograr la vida plena y eterna, que es en lo que consiste la
salvación traída por Jesucristo.
Por otra parte, la fe en Cristo se fundamenta en su resurrección, única realidad de su vida que no es
demostrable ni experimentable ahora y aquí. Todo lo demás –la dicha de la pobreza evangélica, las
persecuciones por ser fieles al evangelio de Jesús...- se van experimentando en la medida en que se van
llevando a la práctica.
191
SÉPTIMO DOMINGO ORDINARIO
COMPASIVOS COMO EL PADRE DEL CIELO
192
seguir amando a los demás, el que no responde a la agresión, el que dialoga o permanece en silencio,
mientras el otro no acepta nada, es la imagen del cristiano.
El amor a los enemigos no es un dato marginal en el amor de los cristianos, sino lo que le da sentido.
Todas las demás actitudes pueden esconder un egoísmo, una búsqueda del propio interés a través de los
demás. ¿No es verdad que nunca hacemos el bien con tanto afán como cuando tenemos una mala razón –
egoísta- para hacerlo? Sólo cuando se da sin esperar recompensa, cuando se ama sin que el otro lo
merezca, cuando se pierde para que el otro gane... sólo entonces se ha llegado hasta el misterio del amor
que nos enseña y nos ofrece Jesús. Vivir esta realidad es la única verdadera revolución de nuestra historia.
El amor es la regla suprema de la existencia, el móvil de toda acción humana con sentido. Es la única
norma moral verdadera. Cuando en una persona hay verdadero amor, puede realizar sin peligro todo lo
que le indique la conciencia. El amor da la verdadera medida interior del ser humano.
Cuando Lucas escribe este mandato de Jesús, tenía gran actualidad entre los cristianos: Jesús ya había
sido víctima de sus enemigos, los cristianos ya eran perseguidos. Desde esta perspectiva se ve más claro
que la tarea de los cristianos siempre será la misma: vencer el odio con el amor, amar al otro hasta
transformarlo.
El amor cristiano es tan distinto a la forma corriente de entenderlo, que los primeros cristianos
introdujeron, en el lenguaje griego, una nueva palabra para expresarlo: ‘Ágape’. Para los griegos, el amor
consistía en aspirar a la propia plenitud humana. Para el cristiano, no consiste en esa búsqueda de
plenitud, que viene como consecuencia, sino en la entrega de la propia vida a favor de los demás.
No olvidemos en nuestro amor a los más próximos a nosotros: a los padres, hijos, hermanos, esposa o
esposo, familia política, vecinos, compañeros... Porque todos pueden llegar a ser ‘enemigos’; incluso
nosotros mismos: cuando montamos la vida de una forma que destruye nuestro ser de seres creados a
imagen y semejanza del Padre Dios.
El amor no está reñido con la lucha por la justicia. Es más: la apoya, la exige.
Hay que amar a todos, pero no a todos de la misma manera: a cada uno desde su situación concreta para,
liberándolo de su pecado, hacerle hermano de todos los demás hombres: al enemigo para que llegue a ser
amigo, al que roba para que deje de robar, al rico para que abandone las riquezas que le impidan ser
solidario, a los que oprimen para que dejen de hacerlo.
193
Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis y no seréis juzgados... Jesús no
acepta la rigidez y la hipocresía en el juzgar. No incluye la crítica constructiva y el discernimiento, que
pueden ser una obligación. Tenemos que separar siempre a la persona de lo que hace. Siempre nos
faltarán datos para discernir el porqué del actuar del ser humano. Ningún poder público ni privado podrá,
en justicia, condenar las intenciones que han movido a obrar negativamente a una persona; el juicio nunca
podrá ir más allá del hecho externo. Sólo Dios conoce la intimidad, el corazón del ser humano, todas las
circunstancias que la han llevado a actuar de esa forma determinada.
En nuestra crispada sociedad, todos tenemos el riesgo de usar dos medidas distintas: una para juzgar a los
demás y otra para juzgarnos a nosotros mismos y a los que nos ‘caen’ bien.
No podemos juzgar-condenar, para no ser juzgados-condenados por el Padre. Nuestro comportamiento
como cristianos debe ser perdonar siempre y a todos (Mt 18, 21s).
La medida que uséis la usarán con vosotros. Lo que nosotros deseamos y necesitamos, nos enseña lo
que hemos de hacer con los demás. El discípulo de Jesús debe hacer el bien, todo el bien que desea para
sí. Tener por norma de comportamiento con los demás el propio instinto de conservación y la necesidad
personal de vivir, tan poderoso en todo ser humano, es algo de consecuencias incalculables, que sólo
puede ir descubriendo el que se ponga a practicar efectivamente este precepto.
UN NO ROTUNDO A LA VENGANZA
“Saúl se puso en camino con tres mil soldados israelitas y bajó al desierto de
Zif, persiguiendo a David.
David y Abisaí fueron de noche al campamento enemigo y encontraron a Saúl
durmiendo, echado en el círculo de carros, la lanza hincada en tierra junto a la
cabecera. Abner y la tropa dormían echados alrededor.
Abisaí dijo a David:
-Dios te pone al enemigo en la mano. Voy a clavarlo en tierra con la lanza de
un solo golpe; no hará falta repetirlo.
Pero David replicó:
-No le mates. No se puede atentar impunemente contra el Ungido del Señor.
Entonces David cogió la lanza y el jarro de agua de la cabecera de Saúl, y los
dos se marcharon. Nadie los vio, ni se enteró, ni se despertó. Todos siguieron
dormidos, porque el Señor les había enviado un sueño profundo.
David volvió a cruzar el valle y se detuvo en lo alto de la montaña, a buena
distancia de Saúl. Desde allí gritó:
-¡Rey!, aquí está tu lanza, manda uno de tus criados a recogerla. El Señor
recompensará a cada uno su justicia y lealtad. Él te puso hoy en mis manos, pero yo
no he querido atentar contra el Ungido del Señor.”
(1 Sam 26, 2. 7-9. 12-13. 22-23)
La primera lectura nos presenta otra de las hazañas temerarias de David. Yahvé le protege y, por eso, son
atribuidas al Señor todas las empresas favorables que acomete. David tiene ocasión de vengarse de Saúl,
que le persigue para matarle, y la rechaza.
David había abandonado la corte del rey Saúl y se había convertido en jefe guerrillero. Estas guerrillas
tendían emboscadas a los ejércitos, pero rehuían los enfrentamientos directos. En estos jefes era frecuente
un espíritu caballeresco, que les situaba por encima de la mentalidad de sus soldados, que muchas veces
no eran más que unos oportunistas, como es el caso de su sobrino Abisaí en la lectura de hoy.
En aquella época, perdonar la vida a un enemigo no era sólo un acto caritativo: podía significar también
que el jefe que perdonaba estaba seguro de su superioridad y de su victoria.
194
Pero en David el móvil de su perdón está en el Señor: No le mates. No se puede atentar impunemente
contra el Ungido del Señor. El rey era un ungido de Yahvé, que tenía la misión de defender, guiar al
pueblo y aplicar la justicia.
¿Por qué la Biblia, que es la ‘Historia de la Salvación’, conserva estos hechos? Porque Dios no sólo está
donde hay virtudes; también se encuentra donde todavía no hay más que principios de ellas.
La actitud magnánima de David, Dios la puede transformar y perfeccionar. Y, por eso, el autor del texto
la narra, porque ve en ella un llamamiento al respeto de los demás en cuanto imágenes de Dios. En este
sentido, la acción de David pertenece realmente a la historia de la salvación. Su gesto es signo de la
bondad de Dios que siempre perdona.
195
En orden al tiempo, primero ha existido el ‘hombre terreno’, del que participamos desde que nacimos (v
46). E igual que, desde que nacimos, hemos llevado la imagen del hombre ‘terreno’, llevaremos también,
cuando llegue la resurrección, la imagen del último Adán, Jesucristo, y entraremos a participar de su
resurrección gloriosa, consecuencia de la unión que existe entre la cabeza –Cristo- y sus miembros (vv
47-49). Es decir: morimos porque llevamos en nosotros un cuerpo mortal, heredero del ‘primer Adán’. Si
vamos a resucitar es porque estamos incorporados al último Adán, resucitado y convertido en celestial e
inmortal. Este principio vital es un don gratuito, en el sentido de que no es exigido por la naturaleza.
Ahora actúan en nosotros las fuerzas de los ‘dos Adanes’. Nuestra tarea es tratar de que la vida de Cristo
vaya penetrando cada vez más en nosotros, hasta reducir al mínimo posible la influencia del primer
hombre. El camino es imitar al amor de Cristo. Quien actúa haciendo siempre el bien, vive como hijo de
Dios y lleva, dentro de sí, la ‘semilla’ del hombre celestial.
Los seres humanos, heridos gravemente por ‘el pecado del mundo’, seremos siempre, inevitablemente,
bastante terrenos. Pero, apoyados en la fuerza del Espíritu, alcanzaremos el cielo, llevando siempre
encima un cierto peso de aquí abajo.
Por tanto, nuestro cuerpo actual no puede resucitar sin transformarse, en la parusía. Afectará a todos los
elegidos, vivos y muertos: los primeros siendo resucitados; los segundos, transformados (vv 50-53, que
tampoco se leen hoy). Pablo sólo hace mención de los ‘justos’. Estos mismos puntos los desarrolla más
extensamente en la primera carta a los de tesalónica (1 Tes 4, 13-18).
196
OCTAVO DOMINGO ORDINARIO
“LO QUE REBOSA DEL CORAZÓN, LO HABLA LA BOCA”
LA MOTA Y LA VIGA
Juzgamos y criticamos con mucha facilidad. Encontramos en ello un secreto placer: como si los defectos
ajenos nos hicieran a nosotros mejores. La envidia, la sospecha, la exageración y hasta la calumnia,
circulan libremente por nuestro mundo.
La interioridad del ser humano es impenetrable para los demás. Sólo tiene acceso a ella la propia persona
y Dios. La propia persona, normalmente, con muchas limitaciones. Pero la manifiesta al exterior por su
modo de ‘razonar’ y, sobre todo, de actuar, como nos indican la primera lectura y el evangelio de hoy.
Ya dijimos (domingo pasado), que todos tenemos el riesgo de usar dos medidas al interpretar las propias
acciones y las del prójimo. Riesgo que podemos superar si tratamos de comenzar la crítica por nosotros
197
mismos, condición indispensable para ver con más claridad y valorar con mayor justicia los
acontecimientos y a las personas que nos rodean. Este peligro es ilustrado con la imagen de la mota y la
viga.
Son también los fariseos los principales destinatarios de esta comparación, al considerarse a sí mismos
como hombres justos y despreciar a los demás (Lc 18, 9). Frente a ellos, Jesús nos expone su actitud de
amor y de justicia ante las obras realizadas por los otros.
Es posible que Jesús tomara el dicho del medio ambiente, al ser un proverbio muy del gusto oriental y, a
la vez, muy pedagógico. Podemos descubrir en su pensamiento un doble matiz: el primero es ver la
‘mota’ en el ojo ajeno teniendo una ‘viga’ en el propio; y el segundo ofrecerse a ‘quitarla’, sin plantearse
siquiera que puede tener una ‘viga’ que le impida la visión de la realidad.
Jesús nos indica la total ausencia de decoro en el que procede de esta manera. Si el que así actúa tuviese
un verdadero interés por erradicar el mal, debería empezar por sí mismo. ¡Qué actual es siempre en todos!
El que se preocupa de verdad por descubrir sus propias faltas, no se atreverá impunemente a juzgar las
ajenas, y, mucho menos, a ofrecerse a suprimir el mal en los demás. Es verdad que para practicar la
corrección fraterna, tan encarecidamente recomendada por Jesús (Mt 18, 15-17), no es necesario ser
perfecto -¿quién podría practicarla?-, pero sí ser honrado y saber que estamos llenos de defectos y de
limitaciones y trabajar por ser fiel a los propios ideales. ¿Cómo ver con objetividad teniendo nuestra vista
obstruida por una ‘viga’? Es necesario suprimir o aminorar primero nuestra propia ceguera, que tenemos
sin ninguna duda, antes de atender a la de los demás.
Jesús llama ¡Hipócrita! al que obra así. ¿No hay dentro de cada uno de nosotros un ‘fariseo’?
No olvidemos que las muchas ‘motas’ –intereses económicos, religiosos, de clase...- de nuestros ojos nos
dan una realidad muy desfigurada y nada objetiva de la vida, a nivel personal, nacional e internacional.
198
asfixiada la vida religiosa del pueblo, al haber transformado la religión en una práctica materialista,
formulista y ostentosa, al servicio de sus intereses económicos y de prestigio.
El único verdadero control de los pseudoprotetas son los frutos del amor, explicitados en las
bienaventuranzas (Mt 5, 3-12). No basta presentarse con austeridad y con una vida espiritual profunda,
que puede ser hipocresía; ni con mucho celo, que puede ser soberbia calculada; ni obrar prodigios, que
pueden ser fraudes, como el mismo Jesús lo indica en su discurso escatológico (Mt 24, 24); ni hablar
mucho de Dios, que puede ser falsedad (Mt 7, 21).
Aunque el aviso de Jesús nos previene contra la conducta demoledora de los fariseos, en su falsear el
sentido genuino de la ley y los profetas, sus palabras siempre debemos aplicárnoslas a nosotros mismos.
A los seres humanos nos pasa como a los árboles: se nos conoce por los frutos. Jesús nos invita a que no
valoremos a las personas por las apariencias, que son frecuentemente engañosas, sino por lo que hacen.
Lo que no contribuye al bien del prójimo –de todos, en especial de los más débiles-, no es de Dios. Si las
palabras siguen una dirección y la vida otra, la segunda es la que nos revela el corazón del hombre, sus
opciones preferidas, sus verdaderos intereses. Las palabras son a menudo una tapadera, un engaño.
Termina el evangelio: Lo que rebosa del corazón, lo habla la boca. Para Jesús las obras terminan
brotando espontáneamente de la realidad interior del hombre, sobre todo en los momentos de crisis. No
valen las protestas de la ortodoxia, ni la dulzura de las palabras, ni el tener todo el día el nombre de Dios
en la boca... sino la realidad de la vida.
199
pierde todo su valor. No es únicamente el corazón de una persona al que revela la palabra, sino al mismo
corazón de toda una civilización alienada.
‘No está de más aprender a razonar’, decía Aristóteles.
200
imputar. El amor, al que nos empuja el Espíritu, va eliminando en nosotros el poder de la muerte. Un
poder que en Jesús de Nazaret nunca existió, por lo que fue lógico que el Padre Dios lo resucitara.
La acción de Cristo resucitado está llevando adelante en nuestro mundo la victoria sobre la ley, el pecado
y la muerte, último enemigo en ser aniquilado.
Como conclusión, el apóstol exhorta a los corintios a que se mantengan firmes en la esperanza de la
resurrección, que es la que da sentido a nuestra vida de cristianos.
La resurrección de Cristo, primera y definitiva victoria sobre la muerte, recibirá su consumación cuando
resuciten todos los elegidos.
En conclusión: participamos de la victoria de Jesucristo. Esta es nuestra esperanza: que al final la muerte
será vencida; que lo último no es el vacío, sino la vida en plenitud y para siempre; que esto mortal y
corruptible se vestirá algún día de inmortalidad e incorrupción; que lo último, y ya para siempre, será el
amor.
201
DOMINGO NOVENO ORDINARIO
LA FE DEL CENTURIÓN
202
religiosamente impuro. No se podía entablar conversación con él, y mucho menos ir a su casa (He 10,
28).
Este extranjero, proscrito para los judíos por pagano y por representante del ejército invasor, se dirige a
Jesús por medio de unos ancianos de los judíos para rogarle que fuera a curar a su criado. Es un
hombre bueno, que tiene simpatía por el pueblo judío y por su religión y les ha construido la sinagoga
de Cafarnaún. Se interesa por su criado, que está a punto de morir. Ha oído hablar de Jesús y no se
considera digno de presentarse ante él para pedirle la curación.
Jesús no acepta las prohibiciones de la ley sobre lo puro y lo impuro. Por eso, está dispuesto a ir a casa
del centurión para curar a su criado. La salvación que trae es universal y no acepta fronteras.
LA FE DEL CENTURIÓN
El centurión conoce la ley que prohibía a los judíos entrar en las casas de los paganos y, por delicadeza,
no quiere forzar a Jesús a quebrantarla. Por eso, le pide que lo cure a distancia, enviándole una segunda
embajada, unos amigos a decirle: no soy yo quién para que entres bajo mi techo... Dilo de palabra, y
mi criado quedará sano. Estas palabras del centurión han pasado a la liturgia eucarística: son las
palabras que decimos antes de comulgar.
Jesús se ha encontrado con la fe de un pagano. Y muestra su asombro: ni en Israel he encontrado tanta
fe. El texto, más que en la curación, se centra en la fe del centurión pagano. Una fe que se repetirá muchas
veces en los evangelios y en toda la historia de la Iglesia.
Mientras los judíos se quedan simplemente en las obras, el centurión penetra en la realidad que
representa Jesús, y lo acepta como venido de Dios con poder para que el mundo encuentre su liberación,
simbolizada por la curación del criado. Tiene un gran concepto de Jesús, hasta el punto de creer que
puede curar a distancia. Adopta la actitud de humildad e indignidad que experimenta el hombre cuando,
personalmente y a solas, se encuentra con Dios. Establece una comparación entre su propia autoridad y la
del joven galileo. Él es un jefe que ordena una cosa a sus subordinados y es obedecido. Pero su poder es
insignificante comparado con el de Jesús que, con su palabra, sin tocar ni ver al enfermo, a distancia,
puede curarlo. Su fe en Jesús es enorme.
No hay acción directa de Jesús con el enfermo. El centurión le pide solamente una palabra. Esta acción
puede significar simbólicamente que la presencia física de Jesús no es necesaria; que la salvación de los
paganos se realizará a través del mensaje.
Jesús está maravillado de la fe del centurión. Antes de contestarle, dirige a sus hermanos en el judaísmo
una frase durísima: Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe.
INCREDULIDAD DE ISRAEL
Israel está lejos de esa fe y por eso perderá el puesto. Los verdaderos hijos de Abrahán serán los que
tengan una fe como la del centurión. Jesús experimenta que su mensaje suscita mejor respuesta entre los
paganos que entre los israelitas.
La curación, además de ser una ilustración del poder de la fe, es signo de una espera de Dios más viva en
el mundo pagano que en el mismo Israel. Y es que la fe no se encuentra siempre donde se espera –quizá
casi nunca-; no coincide con los ámbitos institucionales.
203
Una cosa se pone aquí de nuevo en claro: nunca puede reclamarse un derecho por tradición, por los
méritos de los antepasados, por recibir unos sacramentos, por pertenecer a una familia, a una asociación o
congregación religiosa, a un pueblo... Lo que decide es una fe como la del centurión.
La fe en Jesús es condición necesaria y suficiente para ser ciudadano del reino de Dios. Se derriba la
barrera entre Israel y los demás pueblos. De la misma manera, se derriban, ahora y aquí, las barreras
ideológicas y religiosas: salva la fe manifestada en obras a favor del hermano.
Este pasaje evangélico debería ser una lección para nosotros. Estamos demasiado acostumbrados a Jesús,
sabemos mucho de él desde pequeños; por eso, estamos incapacitados para encontrarnos de verdad con
todo lo que representa en nuestro mundo. Creerse en posesión de la verdad trae estas consecuencias.
204
Pues bien, si alguien os predica un evangelio distinto del que os hemos predicado
-seamos nosotros mismos o un ángel del cielo-, ¡sea maldito! Os lo dije antes y os lo
repito ahora: Si alguien os predica un evangelio distinto del que habéis recibido,
¡sea maldito! Cuando digo esto, ¿busco la aprobación de los hombres o la de
Dios?; ¿trato de agradar a los hombres? Si siguiera agradando a los hombres, no
sería servidor de Cristo.”
(Gál 1, 1-2. 6-10)
Comenzamos la lectura de la carta de san Pablo a los Gálatas, que leeremos durante seis domingos (del 9º
al 14º ordinarios). Una carta escrita antes que la de los Romanos, de la que es como un esbozo en clave
polémica y apasionada sobre la fe y la justificación, frente a los judaizantes.
Cuando Pablo escribe a los Gálatas, hacia finales del año 57, ha pasado ya dos veces por esta región (He
16, 6; 18, 23). La primera vez había sido acogido con entusiasmo, la segunda más fríamente, a causa de
algunos judaizantes que habían predicado, entre tanto, un evangelio basado más en la ley que sobre
Cristo; y habían puesto en duda la autoridad personal de Pablo, al que consideraban, como mucho, un
apóstol de segunda fila.
En esas dos ocasiones, Pablo no había podido quedarse en Galacia el tiempo suficiente para poder
abordar la crisis, a la que los gálatas resistían débilmente. Por eso les envía una carta bastante dura en
cuanto ha podido disponer de tiempo para ello.
El texto de hoy es el encabezamiento de la carta, y resume el plan y el objetivo de toda ella: defender su
apostolicidad y el contenido de su evangelio.
Los judaizantes afirmaban que no había más apóstoles auténticos que los Doce que residen en Jerusalén,
y que Pablo no ha recibido su misión más que de la comunidad de Antioquia (He 13, 1-3). Pablo, apenado
por el comportamiento de los gálatas, resalta su condición de Apóstol nombrado por Jesucristo y por
Dios Padre que lo resucitó.
Pablo no niega la intervención humana en la orientación de su vocación, pero reivindica su origen divino:
él también es testigo de Cristo resucitado, al que ha visto en el camino de Damasco (He 9, 1-19; 22, 5-7;
26, 10-18). Ha recibido de Cristo una revelación por iniciativa exclusiva de Dios. El contenido de esta
revelación no ha sido la vida terrena de Jesús, ni las normas de la vida cristiana, que recibirá de las
comunidades primitivas, sino lo que sólo Dios puede revelar: el misterio de muerte y resurrección en el
que Dios ha colocado la salvación del mundo (Gál 1, 1-5), y la vocación especial de Pablo a anunciar este
misterio a los paganos.
Al saludo, que no ha suprimido a pesar de su tensa situación con los destinatarios, no sigue la acción de
gracias habitual en sus cartas, porque los gálatas están muy lejos de vivir el evangelio que les ha
predicado. De esta forma muestra la gravedad de la situación.
Los predicadores judaizantes exigían la observancia de la ley para la salvación; lo que equivalía a negar
la eficacia única del sacrificio redentor de Jesucristo.
La palabra ‘evangelio’ es una expresión típicamente paulina: 61 veces aparece la palabra en sus escritos.
La predicación de Jesús se centraba exclusivamente, el menos en los sinópticos, en el ‘reino de Dios’. En
Pablo, la predicación se centra en ‘el evangelio de Cristo’. Cristo es, para Pablo, el objeto del evangelio.
Alejarse del evangelio de Pablo significa devaluar al mismo Cristo.
Lo más característico de la lectura es la seguridad que muestra Pablo en la verdad de su predicación. No
puede ser más enérgico en su afirmación: aunque nosotros mismos o un ángel del cielo os predicara otro
205
evangelio distinto al que os he predicado, ¡sea maldito! (vv 8-9). Que no le vayan diciendo que hay dos
evangelios: el suyo y el predicado por sus adversarios. Sólo hay uno: el de Cristo, que es el que él les ha
transmitido (vv 6-10). Estos versículos señalan, de forma indirecta, el tema central de la carta: prueba su
tesis (capítulos 1-4) y saca las conclusiones (capítulos 5-6).
Me sorprende que tan pronto... (v 6). ¡Con qué facilidad han aceptado la doctrina de los judaizantes!
¡Qué fácil es pasarse a otro evangelio...!
Después de señalar lo seguro que está de su doctrina y de lanzar anatema contra todos los que le atacan
y deforman el evangelio, Pablo concluye que no es ningún oportunista (v 10), de lo que le habían acusado
al negar la necesidad de la circuncisión a los convertidos del paganismo (1 Tes 2, 4).
Cuando el evangelio se quiere reducir a leyes, instituciones o convencionalismos humanos, se deforma y
se convierte en otra cosa. ¡No nos cansemos de aclarar esto!
206
DÉCIMO DOMINGO ORDINARIO
DIOS QUIERE LA VIDA, NO LA MUERTE
SENTIDO DE LA RESURRECCIÓN
“Iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y
mucho gentío.
Cuando estaba cerca de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto,
hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la
acompañaba.
Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo:
-No llores.
Se acercó al ataúd (los que lo llevaban se pararon) y dijo:
-Muchacho, a ti te lo digo, ¡levántate!
El muerto se incorporó y empezó a hablar y Jesús se lo entregó a su madre.
Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios diciendo:
-Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.
La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera.”
(Lc 7, 11-17)
Debe de ser triste vivir sin la esperanza de un futuro pleno y para siempre. Sin esa esperanza, limitamos
nuestras posibilidades. La negación de la resurrección reduce el campo de nuestra actividad, y empobrece
nuestros esfuerzos e inquietudes. Sin ella, la vida, el sufrimiento, la muerte... ¿tienen sentido?
Es indudable que la resurrección de los muertos no ocupa el lugar que debiera en la fe de muchos
cristianos, ni en el resto de los seres humanos, incluidos creyentes de otras religiones. Y si falta la fe en
la resurrección de los muertos, ¿para qué sirven las religiones?, ¿qué aportan a la vida humana?, ¿son sólo
un engaño?
El dogma cristiano de la resurrección de los muertos no influye en nuestras vidas, quizá porque no hemos
hecho la síntesis entre la realidad de la resurrección y la tarea de la construcción de un mundo nuevo,
comunitario y fraternal, que se impone al creyente de hoy como tarea y que sería signo de resurrección.
Sin embargo, la resurrección de los muertos ocupa el lugar central de nuestra fe. Si prescindimos de ella,
todo el nuevo Testamento quedaría prácticamente vacío de contenido, lo mismo que la fe en Jesús (1 Cor
15, 12-20).
Jesús nos presenta la muerte como un paso necesario para llegar a la vida definitiva. Una muerte que se
va haciendo realidad en nosotros en la medida que vamos ‘muriendo’ a nosotros mismos –egoísmo. odio,
individualismo...-; y una vida que va brotando, desde dentro, cuando vamos viviendo para los demás. Así
es como se implanta el reino de Dios. Afrontadas de esta forma, la muerte y la vida son restituidas a su
verdad y se convierten en el paso a la vida eterna.
El alma, el cuerpo y toda la realidad material, se encuentran comprometidos en este camino, porque no
existen almas solas, sino personas encarnadas.
El cristiano tiene que comprender y manifestar que la Buena Noticia de Jesús no se refiere únicamente al
plano de los valores espirituales, sino que alcanza a toda la persona, al hombre en todas las dimensiones
de su ser. Toda la persona es la que está llamada a vivir con el Padre Dios para siempre.
Los cristianos sabemos, y debemos ser consecuentes con ello, que el reino de Dios, inaugurado por Jesús
de Nazaret, no caerá del cielo sino que se construye en este mundo a partir de un compromiso desde la fe,
por el que los creyentes movilizamos todas nuestras energías trabajando a favor del mundo y del hombre
nuevo.
207
Si el reino definitivo comienza a realizarse aquí en la tierra, es evidente que la fe en la resurrección de los
muertos da otra perspectiva más amplia y definitiva a la tarea de construir el mundo nuevo.
El Dios cristiano, el Dios de Jesús, es el Dios que sufre con nosotros, que muere y resucita con nosotros...
Todo lo que hay en nosotros y en nuestro entorno está llamado a vivir para siempre y en plenitud. Todo
puede levantarse, surgir de nuevo, resucitar.
EL MILAGRO
Jesús, frente al sufrimiento de las personas, ante el drama de la vida de los seres humanos, se siente
herido personalmente. Le duele la humanidad, siente lástima por ella.
Asegurar la realidad histórica de la resurrección del joven de Naín es arriesgado. Con toda la tradición,
podemos afirmar que Jesús realizó prodigios que superaban las posibilidades humanas; milagros y signos
que, vistos en su conjunto, anticipan y reflejan la verdad del reino de Dios. Lo que no lleva a garantizar el
fondo histórico de cada uno de ellos.
Entre los prodigios que mejor reflejan la misión de Jesús se encuentra este relato: la reanimación de este
joven es signo de que la vida que Jesús nos ofrece triunfa sobre la muerte.
No es fácil describir toda la riqueza que contiene este pasaje. Con nuestra mentalidad occidental tenemos
el riesgo de dar al texto una interpretación acomodada a nuestra pobreza imaginativa, dando preferencia
al hecho en su materialidad, con detrimento de cualquiera otra perspectiva más fundamental para
nosotros. Porque el autor o autores que redactaron esta página evangélica, los compañeros de Jesús que
fueron testigos de su gesto, tenían una comprensión muy distinta de las cosas. Contemplaban lo cotidiano
como nosotros, pero lo hacían dándole a eso real un eco simbólico que daba un sentido profundo al
acontecimiento; eran gente atenta al ‘sentido’ de los hechos.
Si nos liberamos del contenido material de la descripción, nos abriremos a múltiples sugerencias, entre
las que será difícil distinguir las que nos ofrece el texto de las que brotan de nuestro propio ser.
Es esencial intentar descubrir el alcance teológico que, dentro de un lenguaje metafórico, tienen todas las
expresiones del suceso.
Iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín... Con él caminan sus discípulos y mucho gentío. Le
gusta a Lucas presentarnos a Jesús caminando seguido de los suyos.
Otra multitud le sale al paso, acompañando a un difunto: un joven hijo único de su madre viuda.
Ya en el antiguo Testamento, las viudas, junto con los pobres y los huérfanos, eran personas que no
podían defenderse por sí mismas en la sociedad. Una viuda, principalmente si quedaba sin hijos, a no ser
que su marido hubiera sido rico, quedaba entre los marginados de la sociedad.
El encuentro de las dos multitudes es sugestivo: una camina hacia la muerte sin esperanza, reflejada en
una madre que había perdido todo apoyo humano: hijo único y viuda, ¿qué le quedaba? La otra, siguiendo
a Jesús, camina hacia una vida que no conoce del todo y que se le irá desvelando progresivamente. Una,
sigue a un muerto sin ninguna esperanza; la otra, va detrás de una vida sin término.
Sólo el que reflexione en el acontecimiento con la fe de un discípulo de Jesús podrá percibir el sentido
verdadero de este encuentro, podrá comprender todos los gestos. Los seres humanos, siempre entre luces
y sombras, caminamos por la vida en pos de una esperanza de plenitud o resignados a que todo acabe con
la muerte. No se puede ser seguidor de Jesús y, a la vez, carecer de esperanza en la resurrección final.
208
Al verla el Señor, le dio lástima... Estamos tan familiarizados con la muerte y la violencia, que somos
capaces de digerir con naturalidad los dramas más crueles, siempre que no nos afecten a nosotros.
Corremos el riesgo, si no estamos vigilantes, de embotar nuestra sensibilidad e incapacitarnos para
compartir el sufrimiento que nos rodea.
La actitud de Jesús ante el sufrimiento de los demás es muy diferente. Ante el drama de una pobre viuda
se siente tocado. Sabe que el pueblo jamás existe en abstracto, que el sufrimiento, el hambre, la muerte y
¡tantas cosas!, afecta a seres concretos de carne y hueso, y quiere ayudar. Y le dijo: no llores.
Es necesario que sepamos descubrir el sufrimiento de las personas que nos rodean, hacernos cargo de sus
estados de ánimo, sintiendo como propios sus sufrimientos y dificultades. Entonces, como fruto de un
profundo silencio solidario, surgirán las palabras y las acciones oportunas. Palabras y acciones que, por
más insignificantes que parezcan, serán portadoras de esperanza.
Jesús no espera la petición de la madre o del pueblo que la acompañaba. Sabe que era tal el desconsuelo
de aquella madre y de aquella multitud, que ya no había en ellos ni la más remota esperanza de
recuperación. La fe del pueblo no daba para más, como sigue sucediendo ahora.
Muchacho, a ti te lo digo, ¡levántate! Jesús actúa por propia iniciativa, y nos manifiesta que el signo
máximo del reino de Dios es la victoria sobre el mayor enemigo del hombre: la muerte.
La eficacia de la palabra de Jesús ha sido progresiva: palabras de consuelo a la madre, gesto de detención
a los que llevaban el cadáver a la sepultura, palabras de vida para el joven muerto.
El muerto se incorporó y empezó a hablar y Jesús se lo entregó a su madre. Con este hecho, Jesús
quiere revelarnos el sentido y el destino de esta vida.
209
Es dando la vida a los más marginados, a los más débiles y a los más pobres como testificamos a favor de
nuestro Dios. Este debe ser el signo profético de la Iglesia y de cada comunidad cristiana, de la misma
forma que fue el signo profético de Jesús.
El pueblo, con el instinto que le caracteriza, descubre en Jesús a un gran Profeta, porque no sólo predica
un mensaje, sino que también se acerca a las miserias humanas e intenta ponerles remedio.
El suceso se convirtió en buena noticia para los vecinos de aquellos pueblos y de Judea entera. Es la
buena noticia del reino de Dios que está presente en medio de nosotros, dando sentido y plenitud a
nuestras vidas. Porque Jesús no es solamente promesa de vida futura, sino que es la actualización de la
vida en el aquí y ahora de cada ser humano.
La resurrección de Jesús y la nuestra no es algo para saber, sino para vivir y anunciar. Desde la
resurrección del Señor, todo queda transformado por esa nueva luz que cambia las perspectivas y la
dirección de la vida. Es la buena noticia primordial que debemos vivir y anunciar a todos.
Este mundo que esperamos se esta gestando entre nuestros triunfos y nuestras lágrimas, entre nuestros
logros y nuestras nostalgias.
210
Hospedado por la viuda de Sarepta, cuyos recursos –harina y aceite- había multiplicado, Elías, en la
lectura de hoy, le devuelve al hijo único que había muerto.
La mujer, pagana y supersticiosa, atribuye la muerte de su hijo a la presencia del hombre de Dios, a un
maleficio lanzado por el profeta, en castigo a alguna falta suya. Elías ha descubierto los secretos de su
corazón y la ha denunciado a Yahvé, que la castiga en su hijo. Cree que Dios es un ser severo y
vengativo, consecuencia de su paganismo.
El profeta rompe estos prejuicios devolviéndole al hijo vivo. Lo hace, a diferencia de Jesús en el
evangelio, con unos ritos complicados, semejantes al ‘boca a boca’. La reanimación del muchacho le
revela que Yahvé es un Dios de bondad y de perdón que quiere la vida y no la muerte.
Se trata, como en el caso del evangelio, de una simple ‘recuperación’ signo de la resurrección definitiva.
La verdadera resurrección da acceso a una vida nueva, animada por el mismo Espíritu de Dios.
211
verdadero Dios, transformó toda su existencia, que desde entonces tomó una orientación totalmente
nueva.
Hace después una breve historia de su vida anterior a la gran revelación de Damasco; cómo se distinguía
por su furor contra los cristianos, para defender tradiciones de mis antepasados (vv 13-14). Y cómo
llega la gran revelación que lo transforma en apóstol (vv 15-16). Presenta ese encuentro con palabras
cargadas de ideas que, al mismo tiempo, rezuman agradecimiento. De esta forma subraya que su
ministerio está dirigido desde un principio directamente por Jesucristo y, por eso, ofrece plena garantía.
La idea esencial es que él, Saulo, el antiguo perseguidor, no vive solamente un proceso de conversión
individual, sino que su transformación coincide con una llamada más fundamental que le ha hecho el
Apóstol de los gentiles.
Revelación-conversión, acceso a la apostolicidad y apertura de ésta a las naciones, son para Pablo las
características esenciales de su encuentro con Cristo en el camino de Damasco. Todo fue obra de la
gracia.
Lo que resta (vv 17-19), es consecuencia, y al mismo tiempo confirmación, de lo dicho. Nos informa de
sus desplazamientos a Arabia, a Damasco, a Jerusalén, donde fue, pasados tres años, para conocer a
Pedro, con el que se quedó quince días, lo que puede probar la importancia que tenía en la Iglesia
primitiva. De los demás, vi solamente a Santiago, el pariente del Señor.
Cuando Pablo toma contacto con los apóstoles, no lo hace para verificar si su predicación es correcta,
sino para defender su principio de un Evangelio para los gentiles sin ley y sin circuncisión.
Cuando alguien se encuentra con el Viviente, no puede hacer otra cosa que convertirse en anunciador de
un esperanzado mensaje de vida.
212
DOMINGO UNDÉCIMO ORDINARIO
EN CASA DEL FARISEO SIMÓN
213
vaciedad del ‘justo’ al amor de la pecadora. También quiere mostrarnos el respeto y acogida de Jesús a las
mujeres, en una sociedad que las despreciaba. El centro del relato es el perdón de los pecados.
Un fariseo invita a comer a Jesús. Para un oriental compartir la mesa significaba compartir también la
vida, aunque este sentido estaba bastante olvidado.
Simón, a pesar de recibir a Jesús en su casa, lo hace con prevención y sin darle demasiadas muestras de
afecto y de cortesía oriental. Quiere observar al huésped para hacerse una idea mejor de él. Quizá sea
exagerado acusarlo de mala voluntad. Es posible que sintiera respeto por Jesús, pero en el fondo de su
actitud existe un gesto de juicio y de superioridad. Tiene su verdad ya hecha, conoce a Dios y no necesita
que nadie le enseñe la nueva profundidad del reino y de la vida. Ya había llegado a la meta, y desde ella
juzgaba todo lo que sucedía a su alrededor. Su actitud y reacción posterior revela la postura de todos los
que se creen –nos creemos- impecables a través de los siglos.
Se presenta una mujer. En el ambiente oriental clásico cuando alguien ofrecía una comida con invitados
importantes, cualquier curioso podía entrar y escuchar como espectador. De eso se aprovecha aquella
mujer. Todos la conocen. Sería ridiculizada por los comensales con grandes risotadas. La desprecian, y se
sirven de ella. Pero, a quien ha perdido todo a los ojos de los demás ya nada le importa.
Consciente de su vida de pecado, e impulsada por un sincero arrepentimiento, se acerca humilde a Jesús.
Sus gestos tienen la espontaneidad y la seguridad de una persona que se siente amada A los ojos de los
comensales seguía siendo una pecadora. Pero por ‘dentro’ todo era ya distinto.
La intrusa pasó a ser la protagonista de una escena que es una buena lección práctica de liberación.
Supera el temor al ridículo, los comentarios que habrá por parte de los convidados.
La mujer conocía el hedor de una sociedad corrompida. Conoce a las personas ‘honradas’, las que se
cubren de honestidad. Sabe que debajo de la capa de moralidad, de hipocresía, de prácticas religiosas, está
‘todo lo demás’.
Los comensales estaban obligados a ponerse la careta, a vivir con unas normas determinadas para dar la
impresión de personas respetables. Ella presenta su verdadero rostro: una existencia destrozada,
desilusiones dadas y recibidas, experiencias degradantes... pero con la esperanza de encontrar a alguien
que no la considerara como un instrumento de placer, de poder comenzar todo de nuevo, de poder ser un
día comprendida. En Jesús había descubierto un modo distinto de mirar. Y no quedó defraudada.
Jesús dejó que la mujer actuara libremente.
214
¿Cuántos casos semejantes habrá en nuestro mundo de hoy? Personas fáciles de señalar con el dedo
maliciosamente, víctimas del montaje de nuestra sociedad. ¡Qué difícil es querer ver el desgarro interior
de tantas personas marginadas por un mundo montado en el dinero, en la injusticia y en la opresión!
En el fariseo se advierte una cierta indignación, acompañada de un secreto regusto. Tenía razón: no es
más que un profeta de pacotilla; si siquiera sabe qué mujer es la que le ‘toca’. No tiene la valentía de
expresar en voz alta su propia opinión; se limita a murmurar. ¡Qué fácil nos resulta juzgar!
Y Jesús le presenta una parábola. Un prestamista tenía dos deudores... ¿Cuál de los dos le amará
más? Supongo que aquel a quien perdonó más.
Has juzgado rectamente, le dice Jesús a Simón. Algunos lo saben todo. Sus juicios son siempre
acertados. Lo malo es que no entienden nada. Como Simón.
La parábola nos presenta dos posturas humanas opuestas ante el reino de Dios: la mujer, reconoce sus
pecados, por ello puede convertirse y ser perdonada; el fariseo, pretende redimirse por el cumplimiento
legal de ciertas normas, que le darán el acceso al reino como un premio merecido a su fidelidad.
La diferencia entre la mujer y el fariseo está en la entraña del relato, que nos presenta un hecho siempre
actual: cuando una persona se considera buena y está satisfecha de su conducta; cuando cree que, si tiene
defectos o faltas, son de poca importancia, lo más probable es que se considere superior a los demás, con
derecho a juzgar y condenar a los que, según su criterio, actúan mal. Esta autosatisfacción, el hecho de
convertirse en juez, es una barrera para convertirse. Quizá esta persona hable con frecuencia de Dios y de
sus mandamientos, pero seguro que ese Dios no es el que nos da a conocer Jesús, y esos mandamientos
serán más ‘nuestros’ mandamientos que el camino de amor del Evangelio.
¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa... ella en cambio... El fariseo soporta la humillación
de verse descubierto, y de ver cómo le dan una detallada lección de buenos modales. Y, como si no fuera
suficiente, le pone como ejemplo el comportamiento de la prostituta.
Simón se había abstenido de gestos que hubieran testimoniado su hospitalidad y cordialidad. Había
actuado como quien se cree superior. Simón es un ‘justo’, de ésos a los que Jesús no ha venido a ‘llamar’
(Lc 5, 32); es de esos a los que poco se le perdona, por el simple motivo de no considerarse pecador.
¿Cómo se nos va a perdonar lo que no creemos haber hecho?
¿A quién se le perdona poco? El que ama de verdad a Dios en el prójimo, da mucha importancia a las
faltas más insignificantes cometidas. Todos los grandes santos se han sentido profundamente pecadores,
porque se comparaban con la perfección de Dios, con su amor sin límites; porque eran conscientes de la
gran diferencia que existía entre sus deseos y su práctica.
El que ama poco no es porque peque poco, sino porque no tiene conciencia de su pecado, al vivir
encerrado en su egoísmo. Es lo que le sucede al fariseo. Por eso no puede entender a Jesús.
Los ojos limpios de Jesús supieron ver lo que los demás no veían: la intención sincera y recta de aquella
mujer, que demostraba con su forma de actuar su arrepentimiento y deseos de cambio. La mujer conocía
el fondo del desamparo y estaba disponible para recibir. Simón, al ser ‘rico’, sólo podía ‘invitar’.
215
¿Qué es el perdón de los pecados? No es algo que se recibe o que se otorga sin más, sino algo que se
construye, porque es la vuelta al amor, a un amor más profundo y duradero. Perdonar y ser perdonado
significa volver a amar. El perdón lo podemos considerar como la síntesis de dos amores: un amor muerto
que resucita y un amor fiel que recibe.
El perdón de los pecados, aunque se haga en un sacramento en nombre de Dios, es algo vacío e inútil si
no es la expresión de todo un proceso de cambio de mentalidad y de vida. Tenemos que superar esa falsa
idea de un Dios que da su perdón al final de un rito humillante; como si el perdón fuera algo que nos
llueve del cielo y que se recibe sin más exigencias. El perdón de los pecados no es algo estático, que se
nos entrega por medio de unos ritos. Son las obras del hombre las que, manifestando su transformación
interior, prueban que se le han perdonado los pecados.
Más que hablar de perdón de los pecados, debemos hablar de reconciliación del hombre consigo mismo,
con la comunidad y con Dios; de reconstrucción de la vida, de reparación de un pasado estéril, de
reparación del mal cometido. Es absurdo que en unos minutos de confesionario pretendamos quedar con
la conciencia tranquila, cuando sabemos que todo sigue igual, con la misma pereza y egoísmo de siempre.
El perdón de los pecados es una fuerza para salir de la situación en que nos encontramos. Se nos ofrece
como una posibilidad a alcanzar, si me decido a emprender el proceso de conversión; porque el primer
movimiento hacia el perdón es querer la conversión.
Todo el Evangelio está mostrando este mensaje: Jesús ofrece el perdón a los hombres insolventes de la
tierra. El fariseo no se preocupa de aceptar este perdón, porque piensa que sus cuentas están claras, se
siente plenamente en paz y, por ello, le resbalan las palabras de Jesús. En cambio, la mujer se sabe
pecadora; ante Dios y ante los hombres confiesa su pecado. Y Jesús puede proclamar su perdón.
Esta mujer es un ejemplo de conversión: reconoce su pecado y que Dios la ha perdonado; y actúa con
desbordada generosidad en la manifestación de su amor. Para ella la conversión es comunión con Jesús.
Estas características de la conversión de la mujer iluminan lo que debe ser la conversión cristiana:
transformación de la persona a causa de la misericordia de Dios.
Donde hay amor puede haber perdón. Jesús nos revela que el amor de la mujer es la puerta que le abre al
perdón y la respuesta a un amor de Dios que fue primero. Dios toma la iniciativa.
Termina el texto presentándonos a Jesús como un profeta itinerante acompañado de discípulos. La
novedad es que también le acompañan algunas mujeres, en una época en que una mujer no aparecía en
público ni con su marido. Jesús rompe esta rigurosa norma rabínica, lo que tuvo que acarrearle problemas.
216
(2 Sam 12, 7-10. 13)
David ha cometido dos gravísimos pecados: el adulterio con Betsabé, mujer de Urías y el asesinato
posterior del mismo Urías. Pecados que la legislación mosaica castigaba con la pena de muerte (Lev 20,
10; 24, 17). Pecados que no podían quedar impunes. Y Yahvé envía a su profeta Natán para que acuse a
David por su conducta y le anuncie el castigo merecido.
Natán comienza su misión contando la parábola de la oveja única (2 Sam 12, 1-6), según acostumbraban
actuar los antiguos profetas.
La primera lectura de hoy es la continuación a esta parábola. David ha reaccionado violentamente ante el
relato, y él mismo pronuncia la sentencia de muerte para el protagonista de la parábola, sin darse cuenta
de que así formula su propia condena.
¡Eres tú! Natán abandona el tono parabólico por la postura profética de denuncia, aunque ésta sea al rey.
David descubre la gravedad de su pecado; lo reconoce, no pone excusas y pide perdón. Esta actitud
sincera y humilde le concede el perdón de Dios.
La tradición judeo-cristiana considera este episodio como el origen del salmo ‘Miserere’ (Sal 50), que
sería como una bella secuencia de la actitud del rey ante su pecado.
Las descripciones del castigo a David en sus descendientes son demasiado numerosas y diversas para ser
originales. Y producen el efecto falso de dar paso a la creencia del castigo de Yahvé, cuando el sincero
arrepentimiento de David implicaba el perdón inmediato y absoluto por parte de Dios. Ha sido el
descubrimiento de su doble pecado el que inspiró al rey su arrepentimiento y no el temor al castigo.
Es verdad que el niño nacido, fruto del adulterio, murió (2 Sam 12, 15-23); y que también tres hijos más
de David murieron a espada: Amnón (2 Sam 13, 28-29), Absalón (2 Sam 18, 14-17) y Adonías (1 Re 2,
23-25). Pero no se puede concluir, como creían los judíos, que los pecados del padre los paguen los hijos.
El interés del relato está, sobre todo, en demostrar que el sentido del pecado y el del perdón deben
entenderse dentro de unas relaciones personales entre el pecador y Dios. En este sentido, este episodio es
uno de los más importantes del antiguo Testamento, por ser el primero en liberarse de los ritos externos y
del legalismo entre el hombre pecador y Dios. Se lee este domingo por su relación con el pasaje de la
prostituta perdonada del evangelio, como sucede siempre con la elección de las primeras lecturas.
217
La justificación-salvación, que consiste en una transformación radical de la persona, al incluir el perdón
de los pecados y, principalmente, la comunicación de una vida nueva, no puede venir por las obras de la
ley (Rom 6, 1-8); ni ésta influye en la justificación-salvación. Lo que salva al hombre es la muerte y
resurrección de Cristo (Rom 3, 24-26); y sólo desde esta realidad podemos vivir la vida nueva del Señor
(Rom 8, 1-13). La ley por sí misma no puede salvar –nadie puede cumplirla-. Además, si la ley salvara, la
obra de Jesús sería inútil.
Por eso Pablo ha roto con la ley: Para la ley yo estoy muerto, porque la ley me ha dado muerte. Ha
muerto por la ley y para la ley; no la tiene en cuenta como medio de salvación ni como motivación para
obrar. Solamente Cristo salva y motiva a actuar. Los cristianos morimos a la ley al ser incorporados
místicamente a la muerte-resurrección de Cristo por el bautismo.
Por ello Pablo, así como se había identificado con la ley en cuanto fariseo, ahora cristiano, se identifica
con Cristo. Dice que está crucificado con él, inserto en él; y, como él, muerto a la ley y al pecado.
Lo que cuenta para Pablo es la nueva existencia, la nueva vida. Y esta vida es la de Cristo, vivo y
actuante en Pablo, que se siente salvado y amado por Cristo. Y éste será su ‘Evangelio’: Vivo yo, pero no
soy yo, es Cristo quien vive en mí... vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse
por mí.
La justificación-salvación significa vivir según el plan que tiene Dios sobre nosotros al crearnos. La ley
no ha podido ayudarnos a corresponder a los deseos de Dios, porque es externa y no puede cambiar los
corazones, ni impedir la muerte. Y el plan de Dios quiere que toda la humanidad, todos y cada uno de sus
miembros, triunfe sobre la muerte teniendo un corazón nuevo que le haga fiel a la Alianza en Jesucristo.
Cristo en la cruz es el primer justificado, el primero con un corazón plenamente humano, que se alimentó
toda su vida del cumplimiento de la voluntad del Padre (Jn 4, 34).
Toda vida cristiana, que luche contra el inmovilismo de la ley y contra el egoísmo del corazón humano,
es una vida con Cristo muerto y resucitado.
218
DOMINGO DUODÉCIMO ORDINARIO
EL MESIANISMO DE JESÚS
219
para acercarnos a él necesitamos dinero, prestigio... Tendemos a imaginarlo al estilo de los poderosos y
triunfadores de este mundo. Jesús quiere dejar las cosas claras para que sus seguidores no nos llamemos a
engaño. ¿Será vano el intento, como parece demostrar la experiencia de tantos siglos?
Les prohíbe que lo digan. Quiere evitar explosiones prematuras en aquel ambiente excitado.
220
CONDICIONES PARA SEGUIRLE
El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo.
Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará.
Anunciar la palabra de Dios, vivir en cristiano, lleva inevitablemente al sufrimiento, al dolor. No porque
ser cristiano sea sufrir, sino porque ser cristiano contradice la mayoría de los llamados valores de este
mundo. Es la experiencia de Jesús. El reino exige rechazar todo lo que se le oponga. Es una nueva forma
de vivir lo que está en juego. El discípulo debe estar dispuesto a toda clase de persecuciones y hasta a
morir, si la fidelidad al reino de Dios se lo pide. La paradoja de la cruz –fidelidad al ahora y aquí-, llevada
cada día, es la imagen de Cristo y del cristiano. Pero la última palabra no es la cruz sino la resurrección;
no una vida perdida sino una vida salvada y vivida en plenitud y para siempre.
Si ahora el cristianismo no crea problemas en muchos ambientes es porque ha tergiversado el mensaje de
Jesús, equiparándolo a la mentalidad que domina nuestro mundo occidental, con la consiguiente pérdida
de credibilidad en los ambientes que buscan el cambio de las estructuras que vivimos.
Ser cristiano es una fiesta, un gozo maravilloso, pero sólo para los hombres que esperan y viven del
amor, para los hombres libres y generosos, para los inconformistas con la sociedad que padecemos. ¿Y
cuántas personas hay así? Para los demás, el anuncio cristiano es un tremendo revulsivo que solamente
produce irritación y problemas.
Lo que nos convencerá siempre de Jesús es esa honda relación existente entre su mensaje y lo que los
humanos anhelamos en lo más profundo de nuestros corazones, porque su mensaje está dentro de
nosotros. Es infinitamente iluminador para todos los que aceptan inventar, como Jesús, su camino y su fe.
Pero resulta indignante para los que prefieran seguir caminando cansinamente y sin problemas; y más aún
para las naciones y las personas que tienen acaparados los bienes materiales, que deberían ser patrimonio
de toda la humanidad.
A pesar de los esfuerzos de muchos siglos por reducir el cristianismo a las dimensiones de una religión
más de prácticas religiosas, Jesús sigue escapándose de los que quieren definirlo y apropiárselo. El suyo
no es el destino del hombre superior que no es comprendido por sus contemporáneos y que tiene que
morir para ser reconocido. Se trata de una forma única de ser persona: tan única, tan nueva y tan
desconcertante, que le hace Hombre en plenitud, Hijo del Dios vivo, Hijo del Hombre, Mesías, Señor.
221
El texto de hoy es un pasaje enigmático. El profeta habla de un misterioso duelo de toda la nación a
causa de un crimen también misterioso. Nos habla del don de Dios sobre su pueblo: Derramaré sobre la
dinastía de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de clemencia...
Iniciando así un camino de conversión. Don y conversión que irán acompañados por la obra redentora de
alguien, del que no cita su nombre.
La nación, que reconoce los beneficios y la protección de Yahvé, me mirarán a mí, a quien
traspasaron. ¿A quién se refiere? Quizá a un mártir de la época del profeta, víctima de la siempre ciega
violencia popular, sobre cuyo crimen reflexionaron después los judíos, lamentándose de él. Y parece que,
a la vez, se está refiriendo al Siervo de Yahvé (Is 52, 13-53, 12). Aquel, que para el Segundo Isaías era el
Siervo doliente de Yahvé, es para Zacarías ‘el traspasado’; alguien por el que harán llanto como por un
hijo único, y llorarán como se llora al primogénito. Los Santos Padres ven en el texto una clara alusión
a Jesucristo, víctima también del pueblo incitado por sus dirigentes.
El evangelio de Juan, al hablar de la lanzada que atravesó el costado de Jesús (Jn 19, 37), hace referencia
a esta cita de Zacarías, viendo en Jesucristo el cumplimiento del oráculo mesiánico del profeta.
Añade el detalle de Hadad-Rimón en el valle de Meguido, para evocar el fin desgraciado del rey Josías,
muerto valerosamente por su pueblo, en lucha desigual contra el faraón Necao II (año 609 a. C.), por ser
uno de los reyes más religiosos y mejores de la dinastía davídica.
DESCENDIENTES DE ABRAHÁN
“Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús.
Los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo, os habéis revestido de
Cristo. Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y
mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, sois
descendencia de Abrahán, y herederos de la promesa.”
(Gál 3, 26-29)
En los dos primeros capítulos, Pablo nos ha hecho una apología de su ministerio apostólico y de su
comportamiento personal. En el capítulo tercero, aborda el problema doctrinal, objeto de su polémica
contra los judaizantes: ¿Es necesaria todavía la ley después de Cristo?
El argumento principal del apóstol se fundamenta en la historia de la salvación: la aparición de Yahvé a
Abrahán, las promesas, la fe del patriarca y la bendición en él de todos los pueblos. Vino después la ley
de Moisés, y únicamente Israel obtuvo bendiciones (Gál 3, 1-18).
La conclusión viene sola: la ley no ejerce más que una influencia relativa y transitoria. Desde que
aparece Cristo, la ley debe desaparecer y ceder su puesto a los orígenes: el de las promesas hechas a
Abrahán y alcanzadas por la fe en Cristo.
Jesucristo, personaje decisivo de la historia de la salvación por su fidelidad al Padre, hace inútil la ley.
El texto de hoy nos muestra el contraste entre la vida cristiana, con su novedad y libertad, y la vida judía,
sometida a la esclavitud de la ley. La idea central es la de nuestra incorporación a Cristo (vv 26-28), lo
que, supuesto lo dicho antes (v 16), trae como consecuencia nuestro entronque con Abrahán, y nos
convierte en herederos de la promesa, sin necesidad de pasar por la ley (v 29).
El sois se aplica a todos los cristianos, judíos y gentiles. La fe y el bautismo son los dos medios que nos
unen a Cristo. Son los dos juntos los que aseguran la comunión del cristiano con Cristo.
222
Por la fe, somos hijos de Dios. En esto ha consistido la obra de Cristo, al salvarnos y darnos nueva vida,
que es su propia vida. Ahora Pablo recomienda a los bautizados en Cristo, a los que le pertenecen, que se
revistan interiormente de él, como hacían con ropajes externos, los que en la antigüedad veneraban a
ciertas divinidades en las religiones mistéricas, para expresar su pertenencia a ellas. El cristiano debe
revestirse interiormente de Cristo, y tiene que manifestarlo externamente por su vida y obras. Porque
‘revestirse’ expresa unión vital, íntima con él, lo que lleva a una nueva forma de vivir: la de Cristo.
Todos somos uno en Cristo, lo que supone la unidad entre todos. Porque estas nuevas relaciones del
bautizado con Dios transforman sus relaciones con los demás: las barreras caen, todos nos hacemos
iguales y la bendición de todos los pueblos en Abrahán se hace realidad. Las consecuencias son inmensas:
el cristianismo elimina toda discriminación existente en la humanidad: ya sea por motivos socio-
económicos –esclavos y libres-; de raza o cultura –entre judíos y gentiles-; de sexos –hombres y
mujeres-... En él debe existir el espíritu de unión y fraternidad, sin asomo de divisiones ni discordias, ni
privilegios. Palabras inauditas para la mentalidad del mundo antiguo -¿y de siempre?-, pero que son pura
consecuencia del evangelio.
223
DOMINGO DECIMOTERCERO ORDINARIO
CAMINO DE JERUSALÉN
EN TIERRAS SAMARITANAS
“Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la
decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante.
De camino entraron en una aldea de Samaria para prepararle alojamiento. Pero
no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén.
Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron:
-Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?
Él se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea.
Mientras iban de camino, le dijo uno:
-Te seguiré adonde vayas.
Jesús le respondió:
-Las zorras tienen madriguera y los pájaros, nido, pero el hijo del hombre no
tiene donde reclinar la cabeza.
A otro le dijo:
-Sígueme.
Él respondió:
-Déjame primero ir a enterrar a mi padre.
Le contestó:
-Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de
Dios.
Otro le dijo:
-Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia.
Jesús le contestó:
-El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el Reino de
Dios.”
(Lc 9, 51-62)
Según el evangelio de Juan, Jesús fue varias veces a Jerusalén durante su vida pública, que es lo más
lógico. Sin embargo, los tres evangelios sinópticos solamente hablan de una; y Lucas dedica a ella gran
parte del suyo: desde el texto de hoy hasta el 19, 27. Son casi diez capítulos. Es claro que se trata de un
viaje simbólico, en el que Lucas nos presentará las más bellas parábolas y las enseñanzas más profundas
sobre la oración, el amor, el desinterés, la esperanza... Si gran parte de la existencia pública de Jesús se
narra en forma de camino, la de sus discípulos tendrá que aparecer como seguimiento.
Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Se encamina hacia el cumplimiento de su misión. ‘Ir a
Jerusalén’ significaba la persecución y la posible muerte. La decisión fue tomada personalmente por
Jesús. Los discípulos le seguirán casi a la fuerza (Mc 10, 32), por un camino que no tendrá retorno: el
final será la muerte violenta a manos de los jefes religiosos de la nación, que buscaron la complicidad de
Pilato y del pueblo.
Jesús se siente llamado a liberar al pueblo de todas las esclavitudes que lo atenazan, principalmente del
yugo del templo y de la ley. Sabe perfectamente que esto es muy peligroso, que las autoridades políticas y
religiosas se opondrán, que en ello se juega la vida.
Es necesario tener todo esto en cuenta para poder comprender la importancia de este comienzo.
De camino entraron en una aldea de Samaria; región habitada por gentes llegadas al país en antiguas
invasiones y deportaciones. Eran mestizos, muchos de origen no judío, con costumbres sociales y
religiosas que los judíos consideraban heréticas. El desprecio de los judíos por los samaritanos era total;
desprecio correspondido por los samaritanos. Llamar ‘samaritano’ a un judío era una grave ofensa.
224
La población les niega el hospedaje solicitado. Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo...
Santiago y Juan confunden la radicalidad del mensaje de Jesús con la intolerancia, fruto de la inmadurez
de su fe en Jesús.
Jesús les regañó. La violencia no va con el Maestro. Es el odioso atajo de la fuerza, de la violencia, del
miedo... tantas veces empleado entre nosotros. Los dos hermanos se han equivocado de camino: el único
‘fuego’ que acepta Jesús es el del amor. El verdadero discípulo intenta vencer a los adversarios dando la
vida por ellos, no quitándosela.
La actitud de los hijos del Zebedeo persistió a lo largo de los siglos en gran parte de los cristianos, al
menos de forma instintiva. Cuando nos enfrentamos con el mal del mundo, cuando los abusos de los
poderosos de la tierra nos rodea... levantamos nuestra voz interior y exigimos fuego del cielo. Olvidamos
fácilmente que el camino de Jesús es otro muy distinto.
225
muerto. La respuesta de Jesús juega con el doble sentido de la palabra muerte: muerte corporal y muerte
estructural –las tradiciones que no conducen a ninguna parte-.
El tercero le dijo: Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia. A este tercero
le falta decisión para romper con el pasado. Le falta coherencia. Mira atrás tratando de vivir
simultáneamente dos vidas, sin asumir ninguna en serio.
El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el Reino de Dios. Nada de
vacilaciones, nada de componendas, ninguna concesión a las añoranzas. El compromiso es total,
definitivo, la elección irrevocable. Se nutre de una promesa, no de nostalgias.
Jesús quiere que aprendamos a mirar la vida tomándolo a él como criterio absoluto. No se opone a que se
despida de sus padres –en su respuesta no habla de ello-, sino de la incompatibilidad de su evangelio con
la sinagoga, el templo, la ley. Lo antiguo debe mirar hacia delante, porque Jesús es la culminación de la
antigua historia. Tomar el ‘arado’ significa decidirse por Jesús de una forma total y definitiva.
La fe cristiana transforma la vida del hombre, le da otra perspectiva. A su luz, debemos replantear toda
nuestra existencia; hasta lo que tengamos por más íntimo, querido y valioso.
La decisión ‘para toda la vida’ es más difícil en la actualidad, y está repercutiendo, tanto en las
vocaciones al ministerio y a la vida religiosa, como en el mismo planteamiento del matrimonio.
La llamada de Jesús no puede ser estorbada por nada. Es legítimo tener ‘dónde reclinar la cabeza’; es una
obra de misericordia ‘enterrar al padre’; es muy humano ‘despedirse de la familia’... Todo ello es sano y
bueno. Pero lo que no vale es convertirlo en pretexto para no seguir a Jesús, para no trabajar por el reino.
A ninguna persona se le ocurre presentar malas excusas. Todos pretendemos presentar buenas razones
para no comprometernos: lo que decimos parece sensato, pero escamoteamos que es un modo de no
aceptar la radicalidad que nos arrancaría de nuestra vida aburguesada y mediocre. Por eso, Jesús nos dice
que no valen las aparentemente sensatas excusas; que el seguirle por el camino del reino nos pide estar
dispuestos a darnos del todo. Y que sólo después de entregarnos del todo, sin reservas, descubriremos que
el Padre es amor, que es la vida que estábamos buscando.
¿Dónde sitúa Jesús esta exigencia? Él sabe que somos limitados, incapaces de vivir sin pecados
constantes... Por eso, no la puede poner en que nunca fallemos, en que seamos perfectos, sino en que no
pongamos condiciones para seguirle.
Jesús sabe que reservándonos trozos de nuestra vida nunca le podremos seguir. Las zonas de nuestra vida
que nos reservamos, van matando, poco a poco, nuestras ilusiones, nuestro cristianismo.
El cristianismo es un seguimiento de Jesús. Y, ¿cómo seguir ese camino sin preguntarle a él? De ahí la
importancia de la oración para los cristianos.
Vivir los valores del reino de Dios en nuestro mundo actual supone una tensión, un estar desprendido de
todo y arriesgar todo lo que se tiene y todo lo que se es en beneficio de los demás.
Un reino que está en el mismo corazón humano, porque el reino somos nosotros mismos en cuanto
vamos respondiendo a lo que Jesús quiere que seamos. Pero ese reino es más grande que nosotros; de ahí
que nos llame a ir siempre más allá. Un reino que nos pide trabajar por la transformación de la
humanidad, para facilitar nuestro crecimiento y el de todas las personas. Un reino que no puede olvidarse
de crear también relaciones personales profundas con Dios, como hizo Jesús. De otro modo, seríamos
incapaces de captar sus llamadas a caminar cada vez más allá, cada vez más lejos.
226
Algunos grupos y algunas personas aisladas han logrado vivir esta utopía entre el desconcierto y la
incomprensión de la mayoría. Jesús la vivió en plenitud, y la cruz forma parte de los resultados.
227
deseos de la carne; pues la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la
carne. Hay entre ellos un antagonismo tal, que no hacéis lo que quisierais. Pero si
os guía el Espíritu, no estáis bajo el dominio de la ley.”
(Gál 4, 31b-5, 1. 13-18)
Pablo está tratando de hacer ver a los gálatas lo absurdo que es seguir sometidos a los preceptos de la ley;
tesis que está defendiendo desde el principio de la carta. En las dos esposas de Abrahán (Gál 4, 21-31,
que no se leen), ve Pablo, además de la narración histórica (Gén 16, 1-23, 20), otro sentido más
profundo: representan las dos alianzas: la del Sinaí o de la Ley, representada por la esclava Agar, y la de
la promesa o Evangelio, representada por la libre Sara. El verdadero hijo de Abrahán y heredero de la
promesa es el cristiano, no el judío, a pesar de su entronque carnal con el patriarca. Querer volver a la
observancia de los preceptos mosaicos es hacerse esclavo como Ismael. Ha afirmado que los verdaderos
descendientes de Abrahán son los que imitan su fe y no los que siguen observando las leyes judías (Gál 3,
6-29).
Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado (v 31b). Por tanto, manteneos firmes, y no os sometáis
de nuevo al yugo de la esclavitud (v 1). En la segunda lectura de hoy, Pablo no aporta nuevas ideas
sobre la libertad cristiana, sino que resume los puntos esenciales de lo que ha dicho antes, insistiendo en
que los cristianos adoptemos un estilo de vida que manifieste la libertad alcanzada en Jesucristo. Nos
muestra que la verdadera libertad coincide y se vive siguiendo el Evangelio de Jesús. Porque la libertad es
una realidad ya adquirida para la humanidad por la iniciativa de Dios y por la entrega de Cristo a ella, y
que le llevó a la crucifixión. Pero falta que cada cristiano la haga propia siguiendo la vida de Jesús.
Pero, ¿de qué hemos sido liberados? Pablo piensa, sobre todo, en la liberación de los preceptos de la Ley
(circuncisión, días sagrados... hasta 613). Designa estas prácticas con la imagen del yugo de la
esclavitud. La libertad evangélica se opone, no sólo a la esclavitud de la ley, sino también a toda
esclavitud religiosa, a toda alienación humana por lo sagrado. Con la sujeción a la ley, los gálatas vuelven
a la situación anterior a la liberación de Cristo.
Y que no se hagan ilusiones, como si la circuncisión fuese algo que pudiera separarse del resto de la Ley
y compatible con la fe en Cristo. Pablo da por supuesto que quien acepta la circuncisión hace profesión
pública de sumisión a la Ley mosaica y se obliga a cumplirla; como debe hacer el cristiano con el
bautismo. La salvación ha de buscarse en Cristo y sólo en Cristo.
Porque toda la ley se concentra en esta frase: ‘Amarás al prójimo como a ti mismo (vv 13-14). La
libertad que predicaba Pablo, ¿no podía llevar al libertinaje al carecer de normas que regularan su modo
de obrar? Pueden quedar tranquilos: también los cristianos tenemos una norma de conducta que basta para
suplir los múltiples preceptos mosaicos: La vida cristiana se concentra en la única ley del amor; único
modo de ser libre y de gozar el bien de la libertad. Si no se ama o se ama poco, el peligro es que se
confunda la libertad con el libertinaje. Y entonces se cae nuevamente en la propia esclavitud. El amor al
prójimo debe llenar el hueco que la libertad ha creado en torno a nosotros. Sólo el amor nos hace libres
para hacer lo que queramos.. El amor, como servicio, es la plenitud de la libertad en Cristo.
Ser libre es ser uno mismo hasta la raíz, para cumplir la misión que cada vida humana tiene
encomendada.
El cristianismo es una liberación total, regulada por el amor al prójimo, ya que sin este amor faltaría el
clima necesario para el ejercicio de cualquier libertad verdadera. Porque la libertad de cada uno termina
228
donde comienza la libertad de los demás. Es decir, yo no puedo sobrepasar unos límites que perjudiquen a
los que me rodean. Ejemplos los hay a montones en este mundo en el que impera el libertinaje.
Ser libre es amar y vivir entregado cada día a una humanidad que necesita sentirse amada.
El amor que nos tenemos a nosotros mismos puede ayudarnos a entender cómo hemos de amar al
prójimo. Todo ser humano, por naturaleza, se ama a sí mismo, busca su bien, desea para sí todo lo que es
bueno. De igual modo debemos preocuparnos del bien de nuestros semejantes.
Pablo habla de lo que está sucediendo entre los gálatas, que se lanzan unos contra otros (v 15). Y así, las
comunidades que él ha creado se destruirán ellas mismas.
Andad según el Espíritu y no realicéis los deseos de la carne... (vv 16-18). Bajo la palabra ‘carne’,
designa a toda la persona en cuanto inclinada al mal a causa del pecado de origen, a todo lo que impide al
ser humano crecer como tal. Con el término ‘espíritu’, unas veces parece que alude al Espíritu Santo,
presente en el justo (v 18); y otras, al espíritu humano movido y actuando bajo la acción del Espíritu
divino (v 17).
Pablo resalta las tendencias opuestas de la carne y del espíritu, invitando a los gálatas a que sigan las del
espíritu. Estas tendencias son irreductibles y están siempre enfrentadas, lo que demuestra que el creyente
no queda introducido automáticamente en la esfera de la libertad: no somos menos ‘carnales’ –egoístas-
que el incrédulo, pero el Espíritu se nos ofrece continuamente como una posibilidad de victoria.
Los cristianos hemos sido liberados de una doble esclavitud: la del pecado y la de un régimen religioso
fundamentado en normas, reglamentos y leyes.
A continuación, presentará un catálogo de ‘obras’ de la carne (vv 19-21) y de ‘frutos’ del Espíritu (vv 22-
23), para recalcar que el cristiano que se deja guiar por el Espíritu no necesita de la Ley para conocer las
obras que debe realizar y evitar.
229
DOMINGO DECIMOCUARTO ORDINARIO.
LIGEROS DE EQUIPAJE
LLAMADA A LA LIBERTAD
Una de las ilusiones más hondas en todos los seres humanos y en todos los pueblos es la de la libertad.
No podemos vivir sin suspirar por ella. Una libertad que nunca llegaremos a alcanzar como quisiéramos.
Las huelgas, las revoluciones, el despertar de los pueblos, las crisis de la adolescencia y de la juventud,
nacen bajo el signo de la libertad.
A la vez, el mundo moderno experimenta la sensación de vivir bajo yugos poderosos: la opresión de los
grupos de poder, el imperialismo económico que amenaza a toda la humanidad, la propaganda manejada
con todas las técnicas posibles de persuasión... llegan hasta a hacernos perder la esperanza de llegar a una
libertad verdadera.
También las personas vivimos maniatadas por mil hilos sutiles: la herencia, la educación, el pecado-mal
que nos corroe por dentro, hacen pensar que llegar a ser libres de verdad es prácticamente imposible.
El Evangelio no es ajeno a esta aspiración de libertad. El reino de Dios que anuncia es la libertad y la
liberación para todos: ‘Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado’ (Gál 5, 1).
Esto quiere decir que la libertad está en el horizonte de la humanidad como un bien asequible a todos.
Una libertad que, por ser humana, tenemos que conquistar poco a poco, como todo lo verdaderamente
humano. La liberación es un quehacer a desarrollar a lo largo de toda la vida. Hemos de trabajar por ser
libres, por liberarnos de todo lo que nos lo impida, para llegar a ser nosotros mismos. Esta es la vocación
del hombre; una vocación que incluye la paz, el amor, la justicia y la verdad. Porque, ¿cómo ser libres sin
amor dado y recibido, sin una sociedad justa en la que todos seamos iguales, sin que la verdad y la paz
rijan todas las actividades de los humanos? ¿Cómo ser libres sin que lo sean también todos los demás?
Esta es la llamada que nos hace Jesús al enviar a sus discípulos a anunciar el reino del Padre; reino que
incluye la libertad en todos los planos de nuestra existencia en el mundo.
230
Él les contestó:
-Veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado potestad para
pisotear serpientes y escorpiones y todo el ejército del enemigo. Y no os hará daño
alguno.
Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres
porque vuestros nombres están inscritos en el cielo.”
(Lc 10, 1-12. 17-20)
Jesús sigue camino de Jerusalén. En el comienzo de la subida, le vemos muy acompañado. Los
discípulos irán experimentando lentamente la dureza del seguimiento. Un seguimiento que los arrancaba
de las seguridades de este mundo, y los introducía en un contexto de camino que llevaba hacia el
Calvario. El simbolismo del viaje nos está indicando que sólo los que, siguiendo a Jesucristo, se
desprenden de los intereses y valores de este mundo, podrán anunciar hasta el final el don y la verdad del
reino, porque lo están experimentando en ellos mismos.
Solamente Lucas nos narra la misión de los setenta y dos discípulos. Con este envío, el evangelista
subraya, una vez más, sus perspectivas universalistas: setenta y dos simboliza el número de las naciones
paganas. También nos indica que la tarea de anunciar el reino es una obra a la que debemos contribuir
todos los seguidores de Jesús, ya seamos clérigos o laicos. Todos los creyentes, por el bautismo, debemos
difundir el mensaje de Jesús con nuestras palabras y con nuestra vida. Si un cristiano no es apóstol,
tampoco es cristiano. Hay también llamadas de Dios a dedicar toda la vida a esta tarea.
La participación en el Misterio Pascual de Cristo –en su muerte y resurrección- evita al enviado ceder
tanto a una interpretación triunfalista de la propia misión, como al desánimo frente a los fracasos.
La fecundidad de la palabra y la autenticidad de la misión, no se miden por el éxito ni por el fracaso
según criterios humanos, sino por su germinar y crecer en el terreno árido del seguimiento de Jesús.
El texto de hoy esboza tres condiciones fundamentales que debe reunir el enviado:
La primera: la fuente de la misión está en la oración y no en el proyecto humano: La mies es abundante
y los obreros pocos: rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. Hoy este
problema de la falta de sacerdotes y de personas dedicadas, de por vida, a la causa de Jesús tiene tintes
dramáticos, al menos en nuestro ‘desarrollado’ mundo. La misión es gracia, no planificación humana. Los
‘obreros’ son ‘dados’, no ‘producidos’. Si el apóstol es fruto de la oración, ha de encontrar también en
ella la fuerza, el estímulo y la orientación para su acción.
La misión se apaga en el mismo momento en que se interrumpe la vinculación con la fuente. Sin la
oración, el apostolado se convierte en profesión y el sacerdote en funcionario.
La segunda: la misión está bajo el signo de la debilidad, de la entrega sin reservas y sin pretensiones: Os
mando como corderos en medio de lobos. Palabras para desanimar a cualquiera: enfrentar a la ferocidad
de los lobos la debilidad de los corderos. Y es que con la persecución política, que Lucas veía venírseles
encima, realmente podía decir esto de ‘como corderos entre lobos’.
Esta misión no es fácil. Deben contar con fuertes oposiciones y hostilidades. Su única fuerza será una
palabra desarmada, que puede ser rechazada, burlada, resistida, manipulada.
Vivimos en un mundo de ‘lobos’, rodeados de violencia y agresividad; un mundo lleno de armas en el
que se destroza la paz y la justicia.
231
Todos llevamos dentro de nosotros mismos muchas tendencias de lobo, que debemos ir convirtiendo.
¿No pretendemos muchas veces, quizá inconscientemente, reducir a los que nos rodean a meros corderos,
que asientan dócilmente a todas nuestras ideas, proyectos e, incluso, manías?
Si no está penetrado por el amor de Cristo, el apostolado se convierte en conquista.
La tercera: el estilo de la misión es la pobreza: No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias... Les da unos
consejos prácticos, que no siempre tienen que interpretarse al pie de la letra; pero sí tener siempre en
cuenta el estilo que señalan: la confianza en Dios y en su providencia; no preocuparse por la propia
subsistencia, de la que el Padre se encargará; no buscar los propios intereses, no instalarse, dedicarse
plenamente a la predicación del reino; estar prevenidos contra el desaliento: tendrán rechazo y
persecuciones; tampoco deben confiar demasiado en el éxito; y sobre todo, anunciar el reino de Dios,
aunque ellos sean rechazados.
Las indicaciones de Jesús se pueden resumir: desprendeos de vosotros mismos, desprendeos de todo
apoyo material, poned toda vuestra confianza en el Padre y caminad en su nombre.
La eficacia no está ligada a los medios humanos, a las obras colosales, a las estructuras imponentes, a las
técnicas más modernas. El poder de la Palabra no puede ser reemplazado por el dinero ni por el prestigio
de la institución.
El verdadero apóstol es alguien que huye de los honores, de los títulos, de los aplausos...
232
vencido, ya empieza a serlo. De aquí que la alegría no sea por el éxito personal, sino porque llega la hora
de estar y participar en la vida totalmente nueva que nos trae el Dios de Jesús.
Jesús, con el símbolo de Satanás, nos desvela toda la hondura de su obra. Satanás, signo de todo el mal
que hay en el mundo, parece que domina a la sociedad y a los hombres. Jesús lucha contra él y lo va a
vencer. Su victoria, y con él la de sus seguidores, consistirá en superar todo el mal del mundo en ellos
mismos y en los demás; incluso en las estructuras. La caída de Satanás es el anuncio de la victoria
escatológica de Jesús.
Estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo. Esta debía ser la máxima alegría;
más que el éxito, que puede ser engañoso. Son dichosos porque están experimentando la era mesiánica
que los profetas habían anhelado. Pero aún no han llegado a la plenitud: al encuentro personal con Dios,
cuya vida ya viven de alguna manera.
Esta victoria, que se va consiguiendo en el tiempo, desvela el contenido más profundo de lo humano. No
somos esclavos de los elementos cósmicos, ni estamos sometidos a los poderes irracionales del mal, ni
podemos darnos por vencidos ante las miserias de este mundo, de las que todos participamos. Los
enviados de Jesús han –hemos- recibido el poder de superar la maldición de nuestra tierra: poseemos la
certeza de que todo acabará bien.
233
1), el anuncio de un río de gracia en la ciudad para reemplazar al pequeño torrente Cedrón (Sal 46, 5; Ez
47), la alusión al tema de la consolación (Is 40, 1; 52, 9).
La Jerusalén del futuro será como una madre que cubre de cariño a sus numerosos hijos (vv 11-12). Es la
primera vez que el autor canta las ternuras maternales de Jerusalén para con sus hijos.
Yahvé es el Dios de la paz. Sus intervenciones son portadoras de paz. Una paz que resume todos los
bienes de la vida humana: desde las necesidades materiales más elementales, hasta los dones más
preciados del espíritu: la alegría, la libertad...
La perspectiva de una nueva nación debe llenar de alegría a todos los que esperaban en las promesas de
Yahvé.
La ternura de Dios, comparado también con una madre que consuela a sus hijos (v 13), será la razón y la
fuerza para la confianza y el optimismo. Se alegrará vuestro corazón (v 14). La mano bondadosa del
Señor se dará a conocer a través de su justicia y su defensa.
234
Pablo nos dice que lleva en su cuerpo las marcas de Jesús (v 17). No se refiere a ningún estigma
místico, sino a los signos de sus persecuciones y azotes, de sus cárceles y malos tratos; a todo aquello que
era consecuencia de su fidelidad al Maestro. Sufrimientos que mostraban la autenticidad de su fe.
Como final (v 18), una última invitación a los gálatas para que vivan según el espíritu.
La cruz es motivo de gloria, porque sitúa al cristiano en una nueva existencia. El cristiano no es sólo un
resucitado en esperanza: la certeza de la resurrección reposa sobre el hecho de vivir crucificado por las
diferentes pruebas, y por la oposición a la que es sometido por ‘el pecado del mundo’, que Cristo vino a
destruir, pero que ‘coleará’ hasta el final de los tiempos.
Esta carta es la primera que otorga a la cruz una importancia tan grande en la obra de la salvación-
liberación de la humanidad. Da sentido a las pruebas y oposiciones, y descubre por donde camina la
eficacia del mensaje de Jesús.
La cruz pone en evidencia al mundo y a la Iglesia. Únicamente las personas ‘probadas’ son capaces de
construir la comunidad cristiana que cambiará el mundo; únicamente los seres humanos perseguidos son
capaces de promover una Iglesia más comprometida y más fiel, precisamente porque la prueba y la
persecución tienen valor profético.
No podemos predicar la cruz y su esperanza si vivimos y estamos al lado de los instalados de este
mundo, porque estaremos evitando, quizá hasta sin pretenderlo, todo cambio y toda prueba que pueda
perjudicar nuestro modo de vivir. ¡Cuántos movimientos proféticos de pobres, a lo largo de los siglos,
perseguidos y eliminados por nosotros! Movimientos que, de haber triunfado, hubieran dado otra
dirección a las innumerables injusticias que padecen tantos millones de seres humanos en nuestro mundo.
235
DECIMOQUINTO DOMINGO ORDINARIO
EL BUEN SAMARITANO
236
Es corriente que los creyentes estemos ocupados en cumplir una gran variedad de normas, organizando
actividades, discutiendo planes, ahondando en doctrina, incluso rezando y meditando. Pero, ¿todo eso nos
hace vivir?
En realidad, todo lo que hacemos tiene la secreta intención de ser un elemento de vida, y de alguna
manera lo es. Pero es necesario saber si esa vida es ‘eterna’; es decir, plena, auténtica, apropiada a
nuestras verdaderas ilusiones, si responden a nuestra naturaleza de ‘imagen y semejanza de Dios’?
Cada uno de nosotros deberíamos identificarnos con esta pregunta. Y con otras similares: ¿Qué es lo que
realmente importa? ¿Qué es lo que Dios y la humanidad esperan de mí? ¿Qué espero yo de mí mismo?
¿Cómo vivir de un modo plenamente humano y cristiano?
237
El que ha sabido encontrarse consigo mismo, el que ha roto las dependencias ajenas optando desde sí
mismo y ha sufrido por ello, podrá amar a los demás de la misma manera: como personas.
“¿QUIÉN ES MI PRÓJIMO?”
El letrado sabía perfectamente que el amor a Dios y al prójimo era la síntesis y la perfección de la vida
plena, y la síntesis y la perfección de toda piedad religiosa. Jesús le valora la respuesta porque conoce la
Escritura a fondo. Pero le pide que lo cumpla, porque la vida se encuentra precisamente en ese
cumplimiento: Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida.
Jesús no le dijo nada nuevo. Pero sí que amara efectivamente, que redujera todo su aparato religioso a
una sola cosa: amar. Y eso era más difícil.
Hay cosas en la vida que parecen perogrulladas y, por eso mismo, no las cumplimos. Una de ellas es que
lo primero en la vida es amar al prójimo como a uno mismo, es hacerle al prójimo todo el bien que
querríamos para nosotros; y que lo primero en toda religión es poner a Dios por encima de todo lo demás.
También sabemos que la síntesis de ambos principios es la plenitud de la vida humana y cristiana.
Si Jesús nos preguntara, con su mirada que llega al corazón de nuestra vida, que no admite trampas ni
medias verdades, si sabíamos lo que tenemos que hacer, qué es lo más importante para conseguir la vida
eterna, seguramente tendríamos que reconocer que, en realidad, lo sabemos. En el nivel más profundo de
nuestra vida sabemos que, hoy como ayer y como siempre, el camino de la vida es la sencilla fórmula de
amar a Dios en el prójimo. El problema está en cumplirlo. Conocemos la respuesta, pero no sabemos o no
queremos vivirla. Es el problema del letrado y de los dos primeros personajes de la parábola, todos ellos
hombres ‘religiosos’.
El letrado necesita justificar su vida, tiene que buscar disculpas, por eso hace la pregunta: ¿Y quién es
mi prójimo? Son las excusas que buscamos todos cuando no queremos hacer lo que sabemos es nuestra
obligación. La parábola trata de los que están siempre dispuestos a amar a todo el mundo, pero nunca
encuentran –encontramos- a nadie concreto a quien amar. Son –somos- los que hacen –hacemos- la
pregunta. Cada uno de nosotros tenemos en algún lugar del corazón al letrado de la Ley. Es increíble
como se nos agudiza la inteligencia cuando hay que pasar de las teorías a las prácticas.
LA PARÁBOLA
A la pregunta del letrado, Jesús no respondió ‘todos’, que, aunque es verdad, no hubiera planteado ningún
problema. Responde con una de las parábolas más bellas del evangelio. Presenta un hecho concreto. Y obliga
a su interlocutor, y en él a todos nosotros, a escoger una actitud práctica.
El relato es muy gráfico y explica con toda claridad cómo deben actuar los constructores del reino de
Dios. Es una doble escena, narrada con mano de artista. La contraposición se hace entre las actitudes del
sacerdote y el levita que bajaban de Jerusalén, satisfechos de haber estado allí para celebrar el culto del
templo, pero sin haber captado nada; y la del samaritano que iba de viaje y es capaz de darse cuenta de
lo que realmente había en el camino: un hombre medio muerto, símbolo de todos los que sufren, de
todos los que ‘no vemos’ para no comprometernos.
El sacerdote y el levita no admiten a un prójimo que no esté previsto en sus programas. Creían que
amaban a Dios porque cumplían con el culto.
238
La tentación humana consiste en pasar de largo. Todos experimentamos la dificultad de amar,
inventándonos excusas para no tener que hacerlo; servir nos produce pereza, tratar con el que no piensa
como nosotros nos resulta penoso. Somos como el sacerdote y el levita. Preferimos pasar de largo, con
buenas palabras. Volvemos la cabeza ante casi todas las injusticias que no van directamente contra
nosotros. Ignoramos, y la sociedad nos ayuda a ello, las cunetas en las que se pudren personas muy cerca
de nosotros: la miseria, el hambre, el paro, la violencia de los poderosos contra los oprimidos. Ignoramos
a los que piden justicia, pan, hospitales, libertad, igualdad de oportunidades. Ignoramos toda esa realidad
próxima, urgente, cuya atención amorosa es el único precepto de la ley.
Sólo el samaritano sabe ver en el caído al prójimo que espera ayuda. El considerado ‘malo’ era una
persona de corazón tierno y generoso. La verdad de nuestro amor al prójimo se juega en el campo de las
relaciones interhumanas. Es en la vida concreta de los hombres donde tiene que penetrar el mandamiento
de Dios y transformar nuestra existencia.
El buen prójimo no se apoya en razones, ni hace preguntas. Simplemente se percata de que existe una
necesidad y ofrece su asistencia. Las causas y la responsabilidad del que se encuentra herido son aspectos
totalmente marginales. La única ley que rige es el descubrimiento de la necesidad ajena y la presteza en
ofrecer ayuda.
Vemos que existen los que se ocupan sólo de sí mismos y los que se ocupan de los demás; los que hablan y
actúan según les conviene y los que se sienten responsables de todo y de todos; los que no quieren
complicaciones y los que hacen acto de presencia ante el dolor que hay en el mundo; los que no hacen daño a
nadie y los que saben inclinarse ante toda necesidad; los que tienen que ocuparse de ‘cosas importantes’ y los
que se ocupan de los sufrimientos ajenos.
“HAZ TÚ LO MISMO”
Una vez contada la parábola, Jesús pregunta al letrado: ¿Cuál de estos tres te parece que se portó
como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?
El que practicó la misericordia con él. Acertó fácilmente porque no se refería a su persona. Si se
hubiera tratado de él, habría inventado algo para justificarse y poder evadirse. Me imagino que el
sacerdote y el levita no hubieran respondido con tanta facilidad.
Evita, en su respuesta, pronunciar la palabra ‘samaritano’, aun reconociendo que debe tomarlo como
ejemplo. También sucede ahora: nos negamos a pronunciar el nombre de personas o grupos que son mal
vistos en nuestro ambiente, pero reconociendo que nos dan ejemplo en muchas cosas.
Para llegar a Dios, que es nuestra meta, necesitamos pararnos en el camino junto al prójimo: allí está
Dios. La parábola es una llamada al realismo
Haz tú lo mismo. La lección está clara. El amor no tiene ninguna clase de límites: ni de raza, color,
ideología, religión... En un mundo como el nuestro esta parábola debería abrirnos un panorama inmenso,
y ser el fundamento de un nuevo concepto de humanidad, porque no es posible ‘encontrar la vida’ (Mt 10,
39) de otra forma que sosteniéndola en los que la tienen amenazada. Sacrificarse por los maltratados de la
tierra es experiencia de Dios, al margen de toda doctrina y ortodoxia.
La respuesta de Jesús viene a decirnos: nadie puede hacerte vivir, ni siquiera la religión. Si quieres vivir,
camina, recrea, construye, vive para los demás. Sé tú mismo. Lo demás son palabras.
239
No ha tenido que usar mucho Jesús la imaginación para contar la parábola. Le bastó con abrir los ojos
sobre su sociedad. Es lo que debemos hacer ahora: no hay una sola persona medio muerta en la cuneta de
la vida, ni una sola pandilla de salteadores. La parábola es interpretada todos los días por millones de
seres humanos.
Intentemos imaginar cómo sería hoy la historia que explicaría Jesús, a quienes pondría como ejemplo.
Pensémoslo, porque en nuestro mundo, entre nosotros, también hay quien es presentado como el
enemigo, como el que no tiene derecho al amor, a la ayuda.
240
Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en
todo. Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él quiso
reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por
la sangre de su cruz.”
(Col 1, 15-20)
Iniciamos, como segunda lectura, la carta a los Colosenses; una de las cuatro cartas de san Pablo llamadas de
la ‘Cautividad’, porque las escribió estando preso en Roma, ente los años 61-63. Las otras tres son: Efesios,
Filipenses y Filemón. La leeremos durante cuatro domingos.
El apóstol nos habla en ella de quién es Jesucristo para nosotros, de la salvación que nos ha dado y de la
clase de vida que debemos llevar si queremos serle fieles.
La escribió ante el riesgo que tenían los de Colosas –ciudad que se encuentra en la actual Turquía- de
recibir una cristología deformada, que pretendía atribuir a otras fuerzas el puesto preeminente y único de
Cristo en la salvación. Pablo reacciona con vigor y escribe esta carta admirable, enteramente cristológica.
La lectura de hoy comienza la parte doctrinal y nos presenta, en forma de himno en dos estrofas, la
supremacía de Cristo sobre el mundo creado y sobre el mundo recreado. En este himno se concentra el
núcleo teológico de la carta: una cristología total, cósmica, salvadora y eclesial.
Es uno de los pasajes cristológicos más completos de Pablo, en el que sintetiza las prerrogativas de Cristo
con relación a Dios, a la creación y a la Iglesia.
Cristo es la imagen visible del Dios invisible; existía antes de la creación del universo; un mundo que
fue creado por él y para él, siendo toda la creación como un reflejo de su realidad. Cristo es la
realización última del plan de Dios. Antes de la ley, hay una Persona que reivindica un señorío cósmico.
Juan nos habla de la ‘Palabra’ que existía antes de la creación y por la que fueron hechas todas las cosas
(Jn 1, 1-3), que se encarnó (Jn 1, 14) y nos ha dado a conocer a Dios (Jn 1, 18).
La primacía de Cristo se nos ofrece en tres imágenes: primogénito de toda criatura, cabeza del
cuerpo: de la Iglesia y plenitud de todo lo que existe. Cristo está por encima de toda la creación, en
cuyo origen –como ‘Palabra’- ha participado y a la que sigue dando consistencia. Nada queda fuera de su
influjo, ni en la creación ni en la redención. Presente en la creación, la ‘pacificó’ cuando se entregó a la
muerte por el pecado. Por eso es el primogénito de entre los muertos, porque es el primero que inicio la
marcha gloriosa hacia la resurrección y por su influjo en todas las demás resurrecciones.
La razón última de esta preeminencia de Cristo es la voluntad del Padre: Porque en él quiso Dios que
residiera toda la plenitud.
El texto es una apasionada profesión de fe de Pablo, para el que la supremacía de Jesucristo sobre todo
lo creado es lo esencial. Todo lo que no lleve a esta verdad, está llamado al fracaso.
Cristo, pues, está en el origen de todo, y todo se dirige hacia su cumplimiento en él. Jesús es el centro
que da cohesión, sentido y unidad a todo lo que existe. Y es la cabeza de la nueva humanidad, liberada
por él del poder de la muerte.
La Iglesia, que es su cuerpo, debe ser ‘sacramento’ –signo visible- de esta plenitud en el mundo, a través
de su amor y desvelo por la humanidad. Presentar a un Cristo desencarnado y ausente de los problemas
humanos concretos es una caricatura.
241
DECIMOSEXTO DOMINGO ORDINARIO
LAS HERMANAS MARTA Y MARÍA
La primera lectura y el evangelio nos presentan dos ejemplos de hospitalidad diligente y cordial. Pero el
resultado en ambas parece distinto. Mientras que la acogida que dispensó Abrahán a los misteriosos
personajes fue bien recibida, el comportamiento de Marta recibió la desaprobación de Jesús.
Esta familia aparece, además de en este evangelio, en otras dos ocasiones: en el pasaje de la resurrección
del hermano Lázaro (Jn 11, 1-44) y en una cena en Betania (Jn 12, 1-8). En ellos, ambas hermanas
aparecen con las mismas funciones que les atribuye Lucas en el texto de hoy; debido sin duda a las
costumbres de la época: una –Marta- se ocupa de las tareas domésticas y la otra –María- de la atención a
los invitados. Se trata de un reparto de tareas para asegurar la buena atención a los huéspedes.
María, como Abrahán a sus invitados, ha permanecido a la escucha de las palabras de Jesús. Marta está
más atenta a que el hospedaje que ofrecían al Maestro fuera perfecto. Una intención muy laudable, que
Abrahán también supo afrontar con gran capacidad de organización.
Jesús no reprendió a Marta por su servicio, sino por el modo de hacerlo.
El valor de la hospitalidad nos exige hoy un esfuerzo especial de atención, a causa de la tendencia de la
sociedad actual a encerrarnos en nosotros mismos, en nuestros intereses y ocupaciones, en el deseo de
hacer y de tener muchas cosas, con olvido de la convivencia acogedora, gratuita, festiva, honda. Es
necesario que reaccionemos ante la deshumanización de nuestra sociedad consumista.
Jesús yendo de camino hacia Jerusalén, ha entrado en casa de Marta y María, familia amiga. Marta se
ocupa del trabajo doméstico y María, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Lucas
aprovecha para hacernos una reflexión que va más allá del tema de la hospitalidad: quiere indicarnos cuál
debe ser la actitud fundamental del cristiano ante las numerosas actividades y reclamos que nos pide la
sociedad.
El texto señala el principio de la acción. Todos los grandes enviados de Dios pasaron por el silencio
acogedor y abierto del ‘desierto’ para encontrarse con la Palabra. Sólo después de escucharla
emprendieron la tarea que Dios les señalaba. En nuestro mundo, dominado por la ‘acción’, es urgente
‘escuchar’, detenerse ante la Palabra, que dará un nuevo estilo a nuestra actividad.
242
MARTA
Marta simboliza el trabajo repetido y agobiante que nos hace esclavos de las cosas y nos impide vivir de
verdad el misterio de la vida que nos rodea. Es la típica ama de casa: siempre haciendo algo, sin detenerse
un instante. Esclava de su trabajo, no le alcanza el tiempo para nada. Y, a veces, ese ‘nada’ es lo más
importante.
Llega un amigo a casa, y no descubre que lo importante es sentarse y atenderle. Para ella lo importante es
preparar la comida. No ha descubierto que el ajetreo y la angustia por quedar bien no son lo que hace que
el huésped se sienta acogido y comprendido en lo que es; que hay que interesarse por su persona como
tal, sus inquietudes, sus ilusiones, escuchar lo que dice, preguntar.
Marta es una buena mujer, pero no escucha a Jesús. Vive inmersa en las preocupaciones diarias, que son
medios para vivir, nunca fines; esas preocupaciones que tanto nos tientan a todos. Representa la vaciedad
de la vida escondida bajo el afán de las cosas. No sabe vivir ni gozar de la vida.
Marta ya no puede crecer como persona, ya no hay novedad en su vida, convertida en rutina. No ha
descubierto quién es Jesús en la vida de una persona, qué representa; ni podrá descubrirlo nunca si no
cambia de actitud. Lo considera un amigo más, pero no como el Señor. Con su apariencia de vida, está
dejando que muera el espíritu. Desbordada por el trabajo que se ha buscado, quiere que su hermana la
ayude. No ha descubierto a Jesús, y en el reproche que le hace se esconde su ceguera. No supo
permanecer tranquila y sosegada mientras Jesús hablaba, ni dejar que se realizara en ella ese trabajo
interior de transformación. Aún no sabía que para ser discípulo de Jesús es indispensable ponerse a sus
pies y escucharle con calma. Darle de comer una cosa u otra era secundario.
La postura de Marta se hace constantemente realidad en cualquiera de nuestras casas, oficinas, aulas o
fábricas: gente que vive ocupando su tiempo, pero sin llenar la vida, como atrapados por una máquina que
nos impide ser nosotros mismos.
Es increíble la cantidad de cosas que hacemos cada día, obsesivamente, como una enfermedad que tiene
como finalidad ahogar el silencio. ¿Por qué le tenemos tanto miedo al silencio y a preguntarnos si de
verdad somos felices con lo que hacemos y con nuestro estilo de vida?
MARÍA
Cuando llegó Jesús a su casa, María dejó todo a un lado, se sentó a sus pies y abrió su corazón a su
palabra. Era consciente de que tenía que aprovechar bien el tiempo: la oportunidad que tenía a su alcance
era difícil de repetirse. Quiere aprender a ver la vida desde Dios. Sabe que las preocupaciones diarias
pueden ahogar su vida, cosificarla y embrutecerla. Por eso está ‘a los pies del Señor’. Es verdad que
deberá actuar, pero su acción no será un activismo ciego, porque estará fundada en la palabra oída. Hará,
quizá, lo mismo de siempre pero con otro sentido, sabiendo cuándo tiene que perder algo para que no se
pierda lo más importante.
María es ejemplo del creyente, del hombre de fe, del discípulo que sigue a Jesús. Ha aprendido a dar
valor a lo que merece la pena, a eso que no le será arrebatado porque está dentro, en el interior, formando
parte de su mismo ser. Es la que tiene tiempo para preguntarse: ¿quién soy?, ¿qué quiero y busco?, ¿hacia
dónde camino? No es una persona perezosa que pierde el tiempo mientras los demás trabajan. Se siente
243
insatisfecha de sí misma y, consciente de su pobreza y de sus limitaciones, dirige sus ojos a Jesús como
Señor, en busca de una respuesta total a sus anhelos.
Es cristiano el que escucha la palabra de Jesús y le sigue. Escuchar y seguir. No seguir por seguir, por
disciplina, porque le siguen otros. No escuchar embelesados. Sino escuchar y seguir por haber escuchado
personalmente.
Debería hacernos pensar que, una vez más, los evangelios nos presenten a una mujer como ejemplo a
seguir.
LO ÚNICO NECESARIO
Ante la protesta de Marta, Jesús le dice: Marta, Marta: andas inquieta y nerviosa por tantas cosas:
una sola es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y no se la quitarán.
Marta es reprendida, no porque trabaje, sino porque es incapaz de poner en primer lugar la palabra de
Jesús. Su hospitalidad está desenfocada, los cuidados materiales hacen que descuide la conversación, que
era lo más importante en aquel momento. Jesús quiere hacerle ver la importancia de estar con él, de
escuchar su palabra, de comprender el alcance de su revelación, quién es él y qué nos pide a nosotros.
Cuando Jesús llega, lo importante es escucharle, para que su palabra transforme nuestro corazón, para
que nuestra acción tenga sentido. Por eso le reprocha que se preocupe de muchas cosas.
Sólo una cosa es necesaria: la palabra de Dios, que nunca nos aparta de la vida, sino que la renueva y la
llena de contenido.
Lo que hace María es lo importante. Lo demás vendrá como consecuencia de ese estar con él.
Un creyente y una comunidad que reflexionan constantemente sobre el evangelio, buscando tiempo para
ello –siempre hay una excusa para no hacerlo-, actuarán con serenidad, infundirán paz y orientarán todos
sus esfuerzos hacia un fin bien pensado y asumido. ¡Cuántos esfuerzos perdemos en el vacío del
activismo por falta de serena reflexión!
Tenemos necesidad de aprender a contemplar, a escuchar, a pensar. Ninguna inquietud, ninguna
preocupación debe impedirnos esta necesidad. La persona verdaderamente activa es contemplativa, y al
contrario. El hombre de fe vive siempre alerta. Sabe que en cualquier momento y de cualquier forma,
Dios puede hablarle. Y que, cuando llegue ese momento, hay que escucharle, porque viene como un
amigo, de paso, y no se puede desperdiciar esa oportunidad.
Hagamos frecuentemente un alto en el camino para preguntarnos, como María, por nosotros mismos, por
cómo nos sentimos y cómo vamos respondiendo a nuestras ilusiones. Si la fe no nos sirve para encontrar
el sentido y el gozo de vivir, a pesar de todas las dificultades, ¿para qué la queremos? Sólo una cosa es
necesaria: vivir en plenitud, con poco o con mucho. Ese es el lenguaje de este pasaje evangélico, y para
eso llega el Señor de improviso a nuestra casa: para indicarnos la forma de vivir de verdad.
244
traeré un pedazo de pan para que cobréis fuerzas antes de seguir, ya que habéis
pasado junto a vuestro siervo.
Contestaron:
-Bien, haz lo que dices.
Abrahán entró corriendo en la tienda donde estaba Sara y le dijo:
-Aprisa, tres cuartillos de flor de harina, amásalos y haz una hogaza.
Él corrió a la vacada, escogió un ternero hermoso y se lo dio a un criado para
que lo guisase en seguida. Tomó también cuajada, leche, y el ternero guisado y se
lo sirvió. Mientras él estaba en pie bajo el árbol, ellos comieron.
Después le dijeron:
-¿Dónde está Sara, tu mujer?
Contestó:
-Aquí, en la tienda.
Añadió uno:
-Cuando vuelva a verte, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo.”
(Gén 18, 1-10a)
Entre las muchas pruebas de amistad que otorgó Yahvé a Abrahán, ocupa un lugar privilegiado la
teofanía que narra esta lectura.
En los ambientes paganos eran conocidas numerosas leyendas que contaban los paseos de los dioses
sobre la tierra, su acogida por hombres privilegiados y las bendiciones que éstos recibían por su
hospitalidad. Leyendas, que estaban ligadas con frecuencia al origen de algún lugar santo, como la encina
de Mambré, situada a pocos kilómetros al norte de Hebrón. Leyendas populares, que los escritores
sagrados tuvieron en cuenta en algunos relatos.
La religión hebrea, unos diez siglos antes de Cristo, corrigió estas leyendas para defender el monoteísmo.
Así, la leyenda de las tres divinidades acogidas por un hombre en ‘la encina de Mambré’ (lectura de hoy),
se convierte en la visita del Dios único, acompañado por dos ángeles: habla de tres hombres, de un
Señor, que es el que hace la promesa, y al único que Abrahán reconoce como tal.
El relato, centrado sobre una teofanía, señala el hecho de que la comida se toma debajo del árbol y es
ofrecida a varios personajes y, al final, se anuncia el nacimiento de Isaac. Subraya tres puntos: la fe en un
Dios único, la hospitalidad del patriarca y la promesa que le hace Dios del hijo.
El mundo no está entregado a dioses o fuerzas que se devoran entre sí a costa de la humanidad. Está
conducido por una voluntad única, a través de una historia en la que todos los acontecimientos se unifican
hacia un nuevo objetivo.
Es raro que la Biblia presente a Yahvé en un ambiente tan familiar con los hombres. Ni siquiera en el
paraíso se sentó Dios a la mesa del hombre. Ha sido preciso el trasfondo de una leyenda pagana para que
se nos dé una imagen tan familiar de Dios.
Dios se hace el encontradizo con Abrahán a la puerta de su propia tienda y se deja agasajar por él.
A esta cercanía de Dios corresponde el patriarca con su hospitalidad: su saludo e invitación.
El texto muestra a Abrahán como un jeque nómada rico y generoso, que sabe cumplir las leyes de la
hospitalidad, que prescribían que, al ver acercarse al caminante se le salga al encuentro, invitándole a
aceptar el hospedaje; se le ofrezca la comida, que debe ser preparada exclusivamente para él. Es lo que
hace Abrahán. El banquete es abundante: flor de harina, ternero y cuajada; manjares selectos del
beduino, cuya comida era poco variada.
Mientras los tres forasteros comían, Abrahán permaneció de pie, atento a los tres personajes; pendiente
de sus mínimos gestos y de sus miradas. Observaba, sentía que aquella presencia le hacía arder el
245
corazón. Aquellos huéspedes tenían algo especial. Había en ellos algo misterioso. Poco a poco ha ido
comprendiendo que no son de este mundo. El ‘misterio’ comienza a desvelarse cuando preguntan por
Sara y uno le anuncia el nacimiento de Isaac. Es el momento culminante del relato. Él dará al mundo el
primer fruto de la promesa.
Abrahán, que tantas veces ha escuchado a Dios, ha comprendido que para ser padre de un gran pueblo, y
conocer los designios de Dios, ha de vivir a la escucha de sus palabras. Había esperado contra toda
esperanza, convencido de que Dios es capaz de hacer revivir lo que ya está muerto.
Esta familiaridad del Dios único con el ser humano, hospitalario y acogedor, preludia la encarnación: el
Dios único conduce la historia y el antropomorfismo del relato prepara la encarnación del Hombre-Dios
y, a más largo plazo, la manifestación de las tres personas en Dios.
Todo lo que se nos pide a nosotros, después de Abrahán, es recibir a Dios. La acogida le ha conducido al
descubrimiento progresivo del Huésped. Así ocurre con la fe en el Señor Jesús.
246
insospechadas del Resucitado, nos recuerda el origen de todas las dificultades que se les presentan.
Anunciar y, sobre todo, vivir el amor de Jesús tiene estas consecuencias.
Predicar el evangelio es para Pablo anunciar el misterio que Dios ha tenido escondido desde siglos. Un
misterio –plenitud de la vida- que se manifiesta en Cristo
Ya desde antiguo, Dios salió al encuentro del hombre (primera lectura). Cristo, cumbre de toda la
creación (domingo pasado), desvela el misterio: Dios quiere salvar a toda la humanidad. La grandeza de
esta realidad la vamos descubriendo conociendo al Hijo: Cristo es para vosotros la esperanza de la
gloria. El hombre perfecto, a nivel puramente humano, es una quimera. Con Cristo y en Cristo se hace
realidad.
Nosotros anunciamos a ese Cristo. Encargado de proclamar la salvación por la cruz, Pablo vive este
misterio en su propia persona. Él también experimenta en su cuerpo las dificultades de la ‘cruz’ cotidiana,
camino para que se vayan desplegando en él la riqueza de la resurrección.
Pablo sabe que las pruebas van transformando al ser humano en imagen de Dios. Vivir la existencia
desde el amor, la libertad y la justicia de Jesús, junto con el sufrimiento que lleva consigo, nos abre a la
esperanza de una comunión simultánea con el mundo y con Dios en Jesucristo.
247
DOMINGO DECIMOSÉPTIMO ORDINARIO
JESÚS NOS ENSEÑA A ORAR
LA ORACIÓN DE JESÚS
“Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus
discípulos le dijo:
-Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos:
Él les dijo:
-Cuando oréis, decid: ‘Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos
cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también
nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la
tentación’.
Y les dijo:
-Si alguno de vosotros tiene un amigo y viene durante la medianoche para
decirle: ‘Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y
no tengo nada que ofrecerle? Y, desde dentro, el otro le responde: ‘No me molestes;
la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados: no puedo levantarme
para dártelos’. Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los
da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto
necesite.
Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se
os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre.
¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra?
¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un
escorpión?
Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos,
¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?”
(Lc 11, 1-13)
248
La oración es fundamental en la vida del ser humano. Jesús, que no era amigo de ritos ni de fórmulas
prefabricadas, rezaba mucho. Con frecuencia dejaba a las muchedumbres interesadas, a los discípulos
duros de cabeza, y se retiraba a lugares apartados o a la montaña; y allí, al atardecer o de madrugada, se
quedaba a solas con el Padre. También dedicó muchas noches enteras a orar.
En la presencia del Padre se llenaba de paz, replanteaba su acción, escuchaba desde lo más profundo de
su alma. La conciencia que iba teniendo de su misión lo llenaba de fuerza y de alegría. Se sentía de nuevo
revestido de paciencia, de la misericordia infinita del Padre, de su amor.
Su oración se desbordaba en palabras de confianza, de entrega y de cariño: ‘Padre, te doy gracias por
haberme escuchado. Ya sé que siempre me escuchas’ (Jn 11, 41s). ‘Padre, yo te bendigo’ (Lc 10, 21).
‘Padre, cuida a los que me has dado’ (Jn 17,11).
Jesús tenía a Dios como a Alguien vivo, presente en su vida, que le comprendía y le fortalecía. Hablaba
con él de su vida, y de la vida de todos los que le rodeaban; pensaba en él, en su amor, en sus deseos de
salvar-liberar a la humanidad de todas sus esclavitudes...
Una de las veces que regresaba de la oración, luminoso, radiante y renovado, uno de sus discípulos le
dijo: Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.
Y Jesús les enseñó una oración muy parecida a la suya. No nos enseñó una oración para recitar, sino una
oración para meditar y hacerla vida.
El Padrenuestro es la oración que refleja la experiencia de plegaria y de vida de Jesús. Es la síntesis de su
camino, que nosotros tenemos que continuar. Es la oración del cristiano. Una oración que tenemos que
aprender constantemente a decir, a sentir, a vivir. En ella se anhela, se sueña, se pide la venida definitiva
de la plenitud de la felicidad, tan esperada y deseada. Es la oración del nosotros; en ella nada es
individual.
El Padrenuestro es una oración profética y escatológica, que se dirige a Dios desde el corazón de la vida.
Cuando la rezamos, penetrados de los sentimientos e intenciones que expresa, rezamos como Jesús. Nos
da los criterios de toda verdadera oración.
249
tratemos de vivir su vida, nos hacemos hijos. Entonces en la palabra ‘Padre’ lo decimos y lo expresamos
todo
A través de la oración redescubrimos nuestra condición de hijos, y experimentamos posibles las
esperanzas más audaces. En ella aprendemos a vivir ante un Padre que nos ama y que nos hace capaces de
todo. Los santos estaban dotados de utopía porque rezaban, y se dejaban moldear a imagen y semejanza
de ese Padre, que experimentaban en el silencio y la soledad.
Mateo añade ‘nuestro’ y ‘está en los cielos’. Dios es Padre de todos. La oración nunca puede excluir a los
hermanos; y todos los seres humanos somos hermanos. Es la afirmación que, si la practicáramos los
cristianos, ocasionaría la mayor revolución de la historia, y la última. Viviríamos en el ‘cielo’; porque el
cielo no es un lugar: es una actitud, una amistad sin despedida con el Padre y con todos los hermanos.
Todo el cristianismo consiste en la aplicación de esto: un Padre común que nos hace a todos hermanos.
Santificado sea tu nombre. Los hebreos, por respeto, jamás pronunciaban el nombre de Dios. Usaban la
palabra ‘nombre’, que designaba al mismo Dios. Le pedimos que se muestre tal cual es, como nuestro
todo; que no se deje ocultar ni desfigurar por nuestras conveniencias.
Jesús santificó plenamente el nombre de Dios al revelarnos, con su vida de obediencia, su verdadero
rostro; sin desfigurarlo, como hacemos con frecuencia nosotros, cuando proyectamos sobre él nuestros
esquemas miopes e interesados.
Santificar el nombre de Dios es reconocerlo como Padre, viviendo como hijos; es manifestar el deseo de
vivir según el Espíritu, que cambia nuestro corazón; es descubrir, como hijos, la necesidad que tenemos
de conocer quién es, qué hace, cómo se manifiesta.
Las comunidades cristianas, santificamos el nombre de Dios cuando presentamos al mundo su verdadero
rostro de vida, de amor, de libertad, de paz, de salvación, de justicia; cuando lo presentamos como el Dios
encarnado en la historia, como el Dios que ha plantado su tienda en medio de nosotros; cuando tratamos
de vivir de su misma vida.
Venga tu reino. El reino es el mismo Dios en cuanto vive y se manifiesta en medio de nosotros. El reino
es la justicia, la libertad, el amor, la paz, la verdad. Hay reino entre nosotros en la medida en que vivimos
todos estos valores; en la espera del reino definitivo.
Esta petición es el resumen y la totalidad de lo que debemos pedir y vivir: que Dios viva plenamente en
nosotros y en toda la creación, que sus valores sean los nuestros, sus ilusiones las nuestras, su vida la
nuestra. A la vez, nos comprometemos a ponernos al servicio de ese reino.
Pedir la venida del reino de Dios nos obliga a aprender a olvidarnos de nosotros mismos para entregarnos
a su proyecto de salvación universal. Orar es ponernos a disposición de Dios.
‘Hágase tu voluntad en la tierra como se hace en el cielo’, añade Mateo. En el cielo se viven los valores
del reino en plenitud. Es, como vemos, una clarificación de ‘venga tu reino’.
Danos cada día nuestro pan del mañana. En el lenguaje bíblico, ‘pan’ significa todo lo que
necesitamos para vivir dignamente: alimento, vivienda, cultura, salud, trabajo, libertad, amor, justicia, fe.
Decimos ‘danos’, porque no puede haber verdadera oración mientras no incluyamos en ella a toda la
humanidad. Decimos ‘cada día’, porque el cristiano no debe acaparar. Pedimos lo que necesitamos y
necesita la humanidad, para ahora. Si nadie acaparara, habría abundancia para todos. ¿Poseemos algo que
está impidiendo que otros tengan lo necesario?
250
Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo.
Nuevo compromiso en esta petición: hemos de perdonar siempre a todos y todo; de otra forma pedimos al
Padre que no nos perdone. ¡Pobres de nosotros! Perdonar, quizá sea de las cosas más difíciles de
aprender, mientras no seamos conscientes del perdón que recibimos constantemente de Dios: ¡tenemos
tantas ‘razones’ para no hacerlo!
Y no nos dejes caer en la tentación. En sentido bíblico ‘tentación’ significa todo obstáculo o peligro
que se interpone en nuestro camino para impedirnos crecer como personas humanas. Pedimos no caer en
la tentación de vivir prescindiendo de los demás y de Dios, de instalarnos en el mundo, de no ser fieles a
nosotros mismos, de acostumbrarnos a saber las cosas. Cuando nos decidimos a vivir según la palabra de
Dios, inevitablemente entramos en conflicto con los gustos de la sociedad, encontramos dificultades sin
fin, y nos entran ganas de dejarlo todo. Por eso, Lucas termina la oración con esta petición, que es como
una voz de alarma pidiendo la ayuda del Padre para los momentos difíciles de la vida.
¿No hemos experimentado alguna vez que, cuando creíamos haber llegado al límite de nuestras fuerzas,
cuando pensábamos que ya no había nada que hacer, de pronto algo o alguien nos ha animado a seguir
adelante?, ¿una presencia infinitamente dulce y tranquilizadora? Así es cómo la oración alivia nuestra
desolación, rompe el cerco de nuestra soledad. Bastan pocos momentos. Una sensación rapidísima, pero
ya no nos sentimos solos. De nuevo tenemos ganas de seguir caminando, protegidos por esta ‘presencia’,
con la seguridad de que basta alargar la mano en la oscuridad para que alguien se acerque.
‘Líbranos del Maligno’, añade Mateo. De alguna manera, es como una repetición de lo anterior.
El evangelio ilustra la eficacia de la oración con dos parábolas: el amigo que pide prestados tres panes
y el hijo que pide pan, o pescado a su padre.
251
camino. En la oración no conseguimos que desaparezcan los problemas de nuestra vida, pero sí
obtenemos la fortaleza para superarlos.
La enseñanza sobre la oración termina con unas palabras decisivas: Vuestro Padre celestial dará el
Espíritu Santo a los que se lo piden. Ese Espíritu que nos lleva a fiarnos más de las respuestas de Dios
que de nuestras peticiones. Es una forma de decirnos que Dios siempre nos escucha, pero a su modo, a la
medida de su amor de Padre. No según nuestros deseos, que siempre serán limitados. Generalmente
pedimos cosas para satisfacer nuestra pereza y comodidad; y luego nos quejamos porque Dios no nos
escucha.
Pidamos, busquemos, llamemos en el silencio de la oración. Posiblemente quedaremos sorprendidos de
los resultados.
La oración ‘oída’ es la oración que nos transforma, que nos concede lo que necesitamos para ser mejores
hijos,
252
Terminada la comida, y hecha la promesa del hijo (domingo pasado), los tres huéspedes de Abrahán se
ponen en camino hacia Sodoma. Tienen prisa, pues no quieren pernoctar, como era lo normal en estos
casos. El patriarca les va a acompañar un trecho (v 16).
Abrahán va a ser padre de un gran pueblo y debe saber lo que va a pasar con las dos ciudades. El autor,
que se muestra como gran poeta, finge un monólogo de Dios (vv 17-18), como introducción al diálogo
que va a mantener con el patriarca. La destrucción de las ciudades servirá para que la descendencia de
Abrahán siga el buen camino (v 19).
Los pecados de Sodoma y Gomorra claman al cielo (v 20). Yahvé ha descendido del cielo para conocer
con exactitud la situación (v 21). Los dos acompañantes dejan solos al Señor y al patriarca y siguen el
camino hacia Sodoma (v 22).
Ya solos, en la mayor intimidad, Abrahán, abrumado por el castigo que se cernía sobre las ciudades
pecadoras, donde vive su sobrino Lot con toda su familia, pide clemencia para ellas (v 23). Llevado por
un elemental sentido de la justicia, no comprende que Dios pueda castigar también a los inocentes que
vivan en ellas. No tiene aún la fe en el ‘más allá’ y cree que los justos deben ser premiados en esta vida.
Esta oración de Abrahán representa un cambio fundamental en las relaciones de Dios con la humanidad
pecadora. Hasta este momento, las culpas de uno o de pocos eran pagadas por la colectividad. El pueblo
de Israel vivía convencido de la solidaridad de todos en el pecado y en el castigo. Sólo en Jeremías (31,
29-30) y en Ezequiel (14, 12-20) aparece la responsabilidad personal. Cuando se redacta el relato de la
oración de Abrahán, la idea de la responsabilidad individual está ya superada y se empezaba a admitir que
algunos justos pueden salvar a todo un pueblo de pecadores. De unas ciudades malvadas que arrastran al
castigo a unos inocentes, pasa a diez justos que pueden conseguir el perdón para todos.
Abrahán, con humildad y decisión, trata de que la inocencia de una minoría sea motivo de perdón para
todos los demás. Su lenguaje es humilde, emocionado y angustioso. No se atreve a pensar que menos de
diez justos puedan conseguir el cambio en los planes de Dios. Si hubiera seguido, ¿cuál habría sido el
resultado?
Ezequiel (22, 30) imagina que un solo justo puede salvar a toda una ciudad. Los poemas del Siervo
paciente, principalmente el cuarto (Is 52, 13-53, 12), le darán la razón al anunciar la expiación que llevará
a cabo el Mesías. Todos ellos nos preparan para comprender la misión de Cristo. La oración iniciada por
Abrahán, se concluye en el Calvario. Solamente la cruz cambia las condiciones desfavorables en
increíblemente favorables para la humanidad.
El Hijo de Dios será el único inocente, que expiará y obtendrá la salvación para toda la humanidad, como
nos recuerda san Pablo en la segunda lectura.
253
En conexión con su misión de predicar ‘el misterio de Cristo’ (domingo pasado), Pablo nos presenta ahora su
inquietud por la fe de los colosenses y laodicenses, que habían sido bien instruidos por Epafras, pero estaban
en peligro de ser seducidos por falsos maestros (v 8).
Los judaizantes consideraban el mundo angélico como intermediario entre Dios y los hombres; le daban
gran importancia en la marcha del mundo. Pablo vio el peligro con claridad y, para superarlo escribió esta
carta, dirigida también a los de Laodicea (Col 4, 16), que se encontraban en la misma situación. Afirma
que Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres; que no hay que buscar nada ni a nadie fuera de
él en orden a la salvación; que en él está contenida toda la sabiduría para orientar debidamente nuestra
vida. Todo el cosmos, incluidas las potencias angélicas, está subordinado a Cristo.
Afirmada la primacía de Jesucristo y nuestra incorporación a él, Pablo descubre con más detalle cómo se
ha realizado esta incorporación (lectura de hoy). El fragmento es como un eco de la doctrina bautismal de
la carta a los romanos, capítulo 6.
Los colosenses y laodicenses, en su búsqueda de Dios, aceptan la mediación de Cristo, pero quieren
compaginarla con otras mediaciones. Pablo afirma que la mediación de Cristo es primordial y excluye
toda otra mediación, porque en él se encuentra todo lo que los cristianos buscamos y deseamos.
No necesitamos la circuncisión, como exigían los judaizantes. Es en el bautismo donde recibimos la
nueva vida (v 12), cuyo efecto principal es el de unirnos a la muerte y resurrección de Jesús. El bautismo
nos dispensa de cualquier otra práctica ritual, sea la que sea. ¿Qué añadiría la circuncisión?
En el resto de la lectura sigue insistiendo en la misma idea. Dice que nuestra incorporación a Cristo, y la
consiguiente condonación de nuestros pecados y resurrección a nueva vida (v 13), la hizo Dios borrado el
protocolo que nos condenaba... clavándolo en la cruz (v 14), en alusión a la pasión y muerte de Jesús,
causa de nuestra salvación. Pablo se sirve de una metáfora: nos presenta los pecados como un documento
o protocolo, como una deuda que teníamos que pagar. El ‘protocolo’ alude a la ley mosaica, documento
contrario a nosotros, pues prohíbe el pecado sin darnos las fuerzas necesarias para superarlo. Cristo, en
la cruz, lo destruyó con todas sus consecuencias y exigencias.
En resumen: la vida de Cristo es un misterio de muerte y resurrección, que se repite en cada persona,
pasando de la existencia en la carne a la vida en el espíritu. El artífice es únicamente Cristo; el símbolo, el
bautismo. Los cristianos debemos colaborar imitando su vida. Imitación que implica el sufrimiento,
porque en todo ser humano la carne y el espíritu están enfrentados en un duro combate.
254
DOMINGO DECIMOCTAVO ORDINARIO
PARÁBOLA DEL RICO NECIO
255
El texto evangélico de hoy es propio de Lucas. Nos narra un caso real sobre herencias y una parábola que
generaliza el hecho. Subraya el peligro que entrañan las riquezas para la vida de fe y para la fidelidad de
la comunidad cristiana. Un tema que el evangelista trata con insistencia.
¿Por qué esta insistencia? Seguramente porque la búsqueda de ellas estaba impidiendo la unidad de las
comunidades, el amor fraterno, la vivencia del mensaje de Jesús. Peligro presente en todas las épocas de
la Iglesia. A la vez, insistía en la pobreza y el desprendimiento como camino único para los discípulos.
Las palabras de Jesús sobre las riquezas están motivadas por la petición, hecha probablemente por el
menor de dos hermanos, a que intervenga para que el mayor le dé la parte que le corresponde de la
herencia. Como el derecho a la herencia estaba regulado por la ley mosaica, que favorecía a los
primogénitos, era frecuente acudir a los rabinos para que hicieran de árbitros.
Jesús rechaza este papel de mediador. Para él eran cuestiones muy secundarias. ¿Para qué defender un
egoísmo de otro? El afán de riquezas era el verdadero motivo del conflicto que querían que resolviera
Jesús. De ahí las palabras que dirigió después a la gente, invitándola a guardarse de la codicia.
Son los valores del reino de Dios los que mueven a actuar a Jesús y son los que deben mover a la Iglesia
y a los cristianos. Su negativa no debe interpretarse como si las cuestiones económico-sociales no
tuvieran ninguna relación con el reino de Dios, pero sí que es inútil resolverlas desde una óptica
individualista, o pretendiendo que la autoridad religiosa asuma unas funciones que no le corresponden. El
mensaje de Jesús fundamenta una verdadera justicia social, pero no es un código que resuelva cada caso
particular, ni para establecer un determinado orden temporal de la sociedad. No se puede invocar el
evangelio a favor de un determinado modelo de sociedad, porque ninguno agotará jamás sus
posibilidades. La misión de la Iglesia es explicar a los cristianos el sentido del evangelio y su relación con
lo temporal, sin pretender dar una solución definitiva. Pero sí defendiendo siempre los derechos,
individuales y colectivos, de los marginados y explotados de la sociedad.
Plantear a Jesús problemas de herencias es no entender nada de su mensaje. No son un bien definitivo, ni
en los casos en que hayan sido bien adquiridas.
256
Es verdad que la esperanza en la vida futura no debe alejarnos de las responsabilidades presentes; pero sí
a dar a cada cosa su verdadero valor. Y las riquezas, que deberían aliviar la vida, son normalmente causa
de su ruina al desviarnos de la verdadera dirección.
Hemos de reconocer que la relación entre el afán de riquezas y el mensaje de Jesús es nula. A una
sociedad como la nuestra, apasionada por los bienes materiales y el confort, que ni siquiera deja
indiferentes a los más fogosos contestatarios de la sociedad de consumo, ávida de juegos de azar, lo único
que podrá equilibrarla y darle ese sentido que necesita, es el redescubrimiento del destino verdadero de la
humanidad. Un destino que está en Dios, en todo lo que él significa para nosotros.
LA PARÁBOLA
La parábola explica la idea de Jesús sobre la verdadera riqueza del hombre, sobre en qué debe
fundamentar su vida. El protagonista es un hombre rico al que todo le va bien. Vive seguro con lo que
posee y se promete una vida larga y feliz. Un hombre que se dispone a gozar sin tener en cuenta ningún
otro valor ni finalidad en su vida, que entiende únicamente como confort, prescindiendo de Dios y de los
demás. No hay en él ningún pensamiento altruista, de ayuda a los demás. En su reflexión repite hasta
catorce veces palabras que expresan su egocentrismo y soledad: Túmbate, come, bebe, y date buena
vida. Más que poseer riquezas, éstas lo poseen a él. No parece que cometa ningún pecado mortal, de los
que figuran en nuestras ‘listas’.
¿Qué hacer con un hombre así en el mundo a que aspira Jesús? Nadie podrá reconocerlo como hermano,
porque no se preocupó de nadie.
Jesús ataca esta manía enfermiza de asegurarse la vida material individualmente, o por clanes familiares.
Hay que buscar los medios económicos necesarios para una vida humana digna, pero comunitariamente y
para el conjunto de la humanidad. Parece claro que no se puede servir a Dios y a los intereses de las
grandes empresas industriales, bancarias o latifundistas privadas. Ni a las modernas multinacionales, ni a
la globalización económica, según la entiende el capitalismo.
Jesús no ve posible que una persona cambie su corazón sin cambiar su relación con el dinero y con todo
lo que éste representa. Cambio que implica una profunda transformación en las estructuras sociales,
políticas y económicas. Cambio necesario para poder entender los verdaderos problemas del mundo.
Cambio que exige dejar de defender los intereses privados, las propias conveniencias y seguridades. ¡Qué
mundo tan distinto tendríamos, por ejemplo, si lo que gastamos en armamentos lo empleáramos en
comida, vivienda, cultura... para todos!
Dios interviene en el monólogo del rico: también él tiene algo que decir en nuestras vidas. El proyecto
del rico no tiene futuro verdadero. Todo aquel que convierta la finalidad de su vida en amontonar riquezas
es un necio, porque los seres humanos estamos llamados al encuentro con Dios, a vivir para siempre en su
reino del compartir.
Necio, esta noche te van a exigir la vida. La vida es mía, puedo hacer con ella lo que quiera. Y lo
hacemos. Pero se nos escapa inexorablemente de las manos con el paso de los días. La vida no es objeto
de dominio como los bienes de la tierra; por eso, tenemos que apoyarnos en otras cosas. De poco nos
valdrá hacer grandes proyectos volcados exclusivamente en la acumulación de riquezas, de honores, de
poder... si cuando nos llegue la hora decisiva nos encontramos vacíos de Dios y de nosotros mismos.
257
Deberíamos, a la luz de esta parábola, echar una mirada a nuestra vida entera: ¿qué bienes estamos
acumulando?: dinero o cosas que se pueden comprar con él, o una vida entregada al mundo nuevo? Las
cosas que pueden alegrar de verdad nuestras vidas no se compran con dinero.
Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios. Jesús contrapone dos tipos de riqueza: la
que se transforma en objetivo final, alienándonos y embruteciéndonos, y la que ponemos al servicio del
espíritu. La primera se cierra en nosotros; la segunda abre su vida más allá de la muerte, a la plenitud para
siempre, a la vida con Dios y con los demás en su reino.
Si sacáramos todas las consecuencias de este relato, tendríamos motivos suficientes para confiar en la
proyección humana del evangelio y para iniciar el cambio que nuestra sociedad necesita. Fue sin duda la
proyección humana que Jesús dio a su mensaje la causa principal de su asesinato. Ahora, lo hemos
‘espiritualizado’ tanto, que sirve para poco de cara a la justicia social que nuestro mundo reclama. Es
verdad que el reino de Dios no es de este mundo; pero comienza aquí.
258
En el texto de hoy, aplica su análisis al sentido del trabajo del hombre sobre la tierra. Valora las cosas del
mundo en sí mismas, sin la visión trascendente que aportan las religiones, principalmente la cristiana.
Breve es la vida humana y la mayor parte la pasamos entre dolores, penas y fatigas (v 23). ¿A qué queda
reducida nuestra vida, si todo queda limitado a una herencia que dejamos a nuestros descendientes?
¿Serán ‘necios’ o ‘sabios’? (v 21).
La ‘vaciedad’ consiste en la distancia entre el ideal humano y la realidad a la que llega. Un ideal con
deseo de absoluto que nunca llegamos a satisfacer. Y esto no es consecuencia del pecado, sino expresión
de las limitaciones humanas. Tomar una decisión y no poder darle una solución mejor; buscar y no poder
asir nunca la verdad absoluta; trabajar para el futuro y verlo en manos de los que vienen destruyéndolo...
¿No es todo esto propio de la condición humana? La ‘vaciedad’ es la locura humana que no cuenta con la
muerte y se encuentra brutalmente ridiculizado por ella.
¿Cómo se puede salir de este absurdo? Nunca ignorándolo; locura que el autor del libro denuncia con
fuerza. Tampoco recurriendo al más allá: Qohélet se opone a todo mesianismo y escatologismo. En el
antiguo Testamento, el ‘más allá’ permanecía en la oscuridad para los autores sagrados. Nadie puede
escapar al absurdo humano. La única solución es vivirlo plenamente en toda su caducidad y su muerte.
Es preciso recordar cada día estas palabras. Sólo ellas bastarían para poner en profunda crisis todas las
opiniones y modos de vivir que ponen su felicidad en cualquier cosa que no sea Dios.
La constatación de la vaciedad de las cosas del mundo, y su incapacidad para llenar las ansias de
felicidad que el Creador ha puesto en el corazón humano, hace añorar bienes superiores y preparan para la
revelación de los mismos.
Cristo ha vivido esta experiencia y nos ha explicado la forma de salir victoriosos de ella: uniéndonos
íntimamente al Padre y así, en la misma muerte, encontrar la vida, como le sucedió a él. Nuestros trabajos
contribuyen a una vida más feliz, desde Dios.
259
los cristianos. Y nos lo presenta, ante todo, como un morir al pecado. Vimos que el paso de la muerte a la
resurrección, que fue lo que convirtió a Cristo en Señor del universo, se produce en nosotros en el mismo
momento del bautismo (domingo pasado), y se va realizando progresivamente a lo largo de toda la vida.
Recuerda a los de Colosas su nuevo estado de resucitados con Cristo, que les exige vivir orientados
hacia los bienes de allá arriba (v 1-2). Esta nueva vida se manifestará en plenitud después de la muerte
(vv 3-4). De esta idea central surgen los consejos prácticos que señala a continuación: huida de los vicios
(vv 5-11) y práctica de las virtudes (vv 12-17, que no leemos).
Este nuevo estado nos pide que demos muerte a todo lo terreno que hay en vosotros (v 5).
Pensamiento que debe regir toda la existencia.
Al imponer este despojamiento, el bautismo nos da a los cristianos la posibilidad de tomar conciencia de
la transformación que hemos experimentado en nuestras vidas. Ya no somos los mismos: al ‘hombre
viejo’ que éramos por el pecado (v 9), le sucede el ‘hombre nuevo’, que ya puede ser imagen de Dios
gracias a la ‘re-creación’ obrada por Jesucristo, al conocimiento más profundo de Dios y al Espíritu Santo
que habita en nosotros (v 10). Este estado de hombre nuevo no lo adquirimos de una vez para siempre: se
va renovando como imagen de su creador(v 10). La vida nueva de resucitados, que hemos recibido en
el bautismo, tenemos que vivirla en constante progreso y, por tanto, en incesante combate. Debemos
mantener, en cada momento de la vida, unas relaciones auténticas con Cristo y con los hermanos,
abandonando todo aquello que sea causa de división, y rechazando toda discriminación racial, religiosa,
cultural y social.
En este orden nuevo no hay distinción entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos, bárbaros
y escitas, esclavos y libres; porque Cristo es la síntesis de todo y está en todos Toda diferencia
desaparece con Cristo, al unirnos a todos en un solo cuerpo, al que él da vida y cohesión (v 11).
260
DECIMONOVENO DOMINGO ORDINARIO
EL CRISTIANISMO, ¿ES DE MINORÍAS?
261
Vended vuestros bienes, y dad limosna. Los cristianos somos como todos, que nadie se engañe. Pero,
si creemos que tenemos un tesoro inagotable en el cielo, podemos ser distintos a largo plazo. Todos
tendemos a atesorar; por eso, es necesario orientar bien esa tendencia.
La riqueza queda relativizada por Jesús cuando nos dice que la vendamos, que la repartamos. En su
lugar nos presenta el gran bien: ‘ser’ cada vez más verdaderos. Todo lo demás es secundario.
El desprendimiento de los bienes materiales es como el ‘sacramento’, el signo externo y visible, de los
que creen en el reino y ponen en él su corazón; y se encuentran de ese modo al lado de los pobres de la
tierra. ¿Cómo vamos a creer en el reino cuando no paramos de acaparar, aunque vayamos a misa a diario?
El hombre verdadero nace y crece de aquello que deja. La verdadera pobreza es liberación. Liberación
que tiene su origen en haber encontrado en Dios todo lo demás. Cuando el ser humano se encuentra con el
verdadero Dios, nada ni nadie puede ocupar su lugar.
Ese encuentro con Dios le despoja de toda ansia de posesión, de todo apego a las cosas, de todo deseo
de poder y de dominio. Le lleva a abandonarse en brazos de la pobreza, a retornar desnudo a Dios para
que pueda re-crearlo como nueva criatura.
Decía san Juan de la Cruz: ‘El camino para poseerlo todo es no poseer nada’. ¿No nos lo grita
constantemente el nacimiento de Jesús en una cueva y su muerte en la cruz, sin necesidad de hacer
testamento, porque carecía totalmente de bienes materiales?
La posesión de bienes materiales es limitación de libertad y de ser. Nuestro espíritu y nuestro corazón
tienden a reducirse a las dimensiones de los objetos sobre los que se cierran, a las dimensiones de los
bienes que se poseen o que se desean. Cada objeto que deseamos produce en nuestro interior un vacío
semejante a ese objeto. Vacío que podemos llenar de dos formas: adquiriendo el objeto o dejando de
desearlo. Sólo la segunda es verdadera. La primera nos lleva a desear después otro y otro... y a no acabar
nunca.
No basta encontrarse sin dinero y sin cosas para ser pobre. Es necesario despojarse también de los
propios pensamientos, de los propios méritos, de las propias seguridades. Es necesario elegir vivir a la
intemperie, en ‘tienda’. La pobreza verdadera nos coloca en el mundo de los pobres, de parte de los
pobres, compartiendo la condición de la mayor parte de la humanidad. Lleva allí donde es más visible la
exclusión, la marginación, la injusticia, la opresión, la humillación, la debilidad. Obliga a hacer la ofrenda
de toda la vida. Lleva a dar todo lo que se es, y a crecer personalmente por eso que se da.
Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. Nuestro tesoro está donde
ponemos el corazón. Sólo en la medida en que captemos el reino de Dios como un tesoro, podremos
poner en él nuestro corazón y vivir para él. Porque tenemos el corazón apegado a aquello por lo que
hemos aventurado mucho. Bastaría pensar qué cosas nos ocupan la mayor parte del tiempo libre para
saber dónde tenemos el corazón, para saber qué cosas nos interesan de verdad. Y deberíamos hacer todos
esta prueba para no engañarnos, teniendo en cuenta que ser cristiano no es obligatorio ni está de moda.
262
Vigilancia que comporta tres cosas: mentalidad de estar en camino; conciencia de los peligros que nos
amenazan y una fidelidad que no se limite a conservar, a custodiar, sino que lleve a interpretar los
cambios, a dar respuestas nuevas a problemas y exigencias que ya no son los de antes.
Las tres parábolas contradicen nuestro cristianismo somnoliento, distraído, sociológico, apagado,
sabido. Y constituyen una invitación a un compromiso y servicio diligente, a una apertura hacia lo
imprevisible, capaz de hacer brotar la esperanza en el mundo nuevo.
La vida del hombre sobre la tierra es un continuo caminar; un peregrinar constante como por un
desierto, fruto de los deseos que laten en nuestros corazones.
Dejar de caminar hacia adelante, instalarse, es la gran tentación, el máximo peligro de cada ser humano,
de cada pueblo, de cada comunidad y grupo humanos, como lo prueba la propia experiencia de cada
hombre y la historia de la humanidad. Dios quiere que hagamos camino hacia una realidad mejor. Sólo así
nos acercaremos a lo que Dios es y quiere que seamos nosotros.
En este caminar, la esperanza es la característica más importante de los creyentes y de todos los
hombres de buena voluntad. Esperar un mundo mejor para todos; un mundo que nos está llegando.
Esperar algo supone estar alerta, oteando el horizonte. El que no espera nada, no puede estar vigilante.
Vivirá entretenido con las cosas, viviendo en la superficie de ellas. Esperar es duro. Supone estar
insatisfechos y tener la ingenuidad de creer en lo nuevo, trabajando por conseguirlo.
La esperanza está abierta a lo insólito, a la utopía, a lo nunca visto y tenido. Es como un ancla echada a
la ‘otra orilla’ de la vida, a la otra parte del velo. La esperanza en el más allá da sentido a las tareas
humanas, y llena de amor el presente a causa de la eternidad que lo llena. El que espera afronta con fe el
futuro y no conoce situaciones desesperadas, porque camina hacia la gran esperanza: la resurrección. El
que espera lo que ya posee ha equivocado el objetivo de la esperanza.
No puede tener esperanza el que ya está de vuelta de todo, el que sabe demasiado bien que nada nuevo
llegará, fruto de la experiencia de cada día. El que espera sabe que cada instante puede ser nuevo, que nos
espera una realidad definitivamente distinta.
Es a Dios y su mundo nuevo lo que esperamos, muchas veces sin saberlo, como un don que nos viene
de él mismo. Dios está siempre, de un modo anónimo o abierto, al final de toda actitud verdadera de
espera.
Ser creyente implica esta actitud de espera en lo que aún no es, y luchando por lo que tiene que ser.
Todo esto supone creerlo y trabajar por conseguirlo. La transformación de la sociedad es obra de todos
los que esperan la nueva creación trabajando por su llegada, a pesar de la resistencia del mundo.
La muerte nos llegará cuando menos lo esperemos. El camino sólo termina cuando el Señor vuelva.
Debemos vivir ya desde ahora como querríamos haber vivido en ese momento. Sería la mejor vigilancia.
El texto termina distinguiendo dos categorías de criados: unos han recibido mucho, saben muy bien lo
que el amo quiere; otros han sido menos instruidos en ese conocimiento. A cada uno se nos exigirá de
acuerdo con lo recibido.
Lo recibido fundamenta la responsabilidad personal. ¿Por qué juzgamos siempre en función de
comportamientos externos, y no según la responsabilidad real de cada uno en la marcha de la sociedad?
Las cárceles se llenan de pobre gente que no tuvo en la vida oportunidades de cultura, de trabajo, de
263
afecto, de vivienda... mientras los verdaderos culpables son considerados personas honorables. Los
verdaderos criminales y depredadores de la humanidad no suelen ir a parar con sus huesos en la cárcel.
Hemos de tener suficiente capacidad para sentirnos aprobados o reprobados por nuestra propia
conciencia, según los actos que vayamos realizando nos hagan sentirnos bien o mal con nosotros mismos.
Es en esta fidelidad a uno mismo donde reside el secreto de la vigilancia cristiana.
264
La cena concluyó con el canto de los himnos tradicionales (v 9), transmitidos por los patriarcas o por
Moisés y Aarón, y que dieron origen al ‘hatlel’ o canto oficial de la cena pascual. La luz pascual, y la
consiguiente alegría, sólo podrá manifestarse de verdad cuando ya ninguna persona sea pisoteada, en su
dignidad y en su libertad, por otra persona o grupo.
El autor de la carta a los Hebreos se dirige a los cristianos de origen judío, a los que la persecución ha
alejado de Jerusalén y que se encuentran desanimados e inquietos. Les invita a vivir de la fe,
recordándoles el testimonio de fidelidad que habían dado sus antepasados. Con ejemplos tomados de la
historia, les va ha mostrar la verdad que acaba de decirles: ‘el justo vive por la fe’ (Heb 10, 38).
Comienza diciéndoles qué es la fe: seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve (v 1).
Define la fe desde la perspectiva que le interesa de cara a la finalidad que pretende. Creyente es aquel que
busca lo que ‘no se ve’; que posee lo que aún no tiene; que apuesta por lo ‘imposible’; que acepta perder lo
que tiene a cambio de lo que espera; que habita en la inseguridad, en lo provisional.
Esa fe, llevada a la práctica, hizo posible los grandes logros de los mejores hombres del antiguo
Testamento (v 2). Se dan nombres (vv 4-40): Abel, Enoc, Noé, Sara, Isaac, Jacob, José, Moisés. De todos
se dice que murieron sin haber recibido la promesa (v 13).
Después de hablar de Abel, de Enoc y de Noé, la lectura de hoy recoge el ejemplo incomparable de
Abrahán que, con su peregrinación incesante, nos transmite un mensaje fundamental: Al conformismo y
acomodación de este mundo, ha preferido la espera que comporta continuos e incómodos viajes. En estas
reflexiones, la realidad histórica se funde con la alegoría (vv 13-16): la patria que busca es la del cielo.
Aquí en la tierra no tenemos morada permanente.
265
La fe de Abrahán sobresale en tres momentos claves de su vida: al abandonar su patria para ir a morar en
tierra extraña (vv 8-10); al recibir, junto a Sara, el anuncio de que tendrían un hijo (vv 11-12), y al pedirle
Yahvé el sacrificio de ese hijo (vv 17-19). Su vida es como una locura, algo humanamente ininteligible.
Abrahán conoció la emigración, la ruptura con su ambiente familiar y nacional y la inseguridad de toda
persona arrancada de sus raíces. Pero en esas pruebas encontró motivos para desarrollar su fe en la promesa
de Yahvé.
Las tiendas (v 9) son símbolo de una peregrinación que no conoce meta en esta tierra. Nos invita a los
cristianos a seguir ciegamente las llamadas de Dios.
El creyente es un peregrino; vive en el mundo, pero no se vincula a él, porque ya ha gustado los bienes
‘invisibles’. Así como el camino de Abrahán no le llevó únicamente a una ciudad terrena, ni a la tierra
prometida material, sino a la ciudad invisible, que constituye la vida con Dios, así sucede con los seguidores
de Jesús. La fe nos enseña a no conformarnos con los bienes tangibles, ni con esperanzas inmediatas.
Abrahán sufrió los efectos de la esterilidad de Sara y la falta de descendencia. Una prueba angustiosa,
porque se acercaba a la muerte sin haber recibido signo alguno de la promesa recibida. Y siguió apoyándose
en Yahvé. Cuando humanamente era ya imposible, recibe con Sara la promesa del hijo; del que nacerá un
pueblo innumerable.
Quedaba la prueba final, la más dura: el sacrificio del hijo. Este ofrecimiento del hijo es presentado en el
texto como una fe en la resurrección: aceptar la muerte sabiendo que las promesas de Dios no pueden
fracasar (v 19). Ha puesto en las manos de Dios la necesidad de resucitarlo. Cree por encima de la muerte.
Abrahán afronta la muerte con la actitud de Jesucristo: con la entrega total de su futuro a Dios, con una
confianza absoluta en él. Recupera al hijo en la realidad y como figura del futuro (v 19): la resurrección de
Cristo y, en ella, la de toda la humanidad
Esta fe fue lo esencial de la actitud de Cristo en la cruz, la verdadera agonía ante el fracaso total de su
empresa. De esta fe es signo el patriarca: siguió creyendo porque le había sido prometido.
266
DOMINGO VIGÉSIMO ORDINARIO
JESÚS NOS TRAE FUEGO Y PAZ
El evangelio no es una noticia tranquilizante, ni menos una droga que produce la uniformidad de una
comunidad de alienados. El evangelio es una noticia inquietante, que puede engendrar la desunión hasta en el
hogar.
Al leer el texto de hoy tenemos la impresión de que Jesús está haciendo balance de su vida, camino de
Jerusalén, donde le espera la muerte en la cruz. Parece que las cosas no le han salido como él esperaba: en
lugar de paz había traído divisiones; está angustiado por el bautismo que le espera; reconoce que el
fuego de una vida distinta, que trataba de encender en el mundo, no acaba de prender.
La vida de quien quiere ser fiel al amor, a la voluntad de Dios, a su verdad y a su justicia, no es fácil.
Las lecturas de hoy nos hablan de luchas y dificultades en la vida del profeta Jeremías, en la vida de Jesús
y en la vida de los que quieran cambiar el rumbo de la historia humana.
267
Confundir el anuncio del evangelio con otras cosas, es un riesgo que nunca deberíamos olvidar los cristianos.
El lenguaje de Jesús es duro; en ocasiones durísimo. Si leemos detenidamente este pasaje quedaremos
desconcertados. No es el lenguaje que usamos nosotros. Él, como verdadero profeta, no intenta contentar a
nadie, ni despertar el interés de los ‘entendidos’, ni contemporizar. Habla desde y para los desheredados de la
tierra.
He venido a prender fuego en el mundo: ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! La metáfora del fuego
supone el fin de un mundo y el inicio de otro. Con esta expresión, Jesús quiere manifestarnos su actitud
interior: la del hombre que vive su misión, su vocación, poniendo en ella todo su corazón y su espíritu. Lo
relaciona siempre con el Espíritu y con el bautismo, como si estos tres elementos de la naturaleza –el
espíritu o viento, el agua y el fuego- representaran, por sus propias características, la destrucción del
mundo viejo y la instauración del nuevo.
El fuego de Jesús es el mismo reino de Dios que conlleva en sí mismo un elemento destructor del
pecado. No puede surgir la nueva humanidad si, antes o simultáneamente, no se destruyen las estructuras
que oprimen al hombre por dentro y por fuera. Este fuego del Espíritu destruye y purifica; es el fuego, que
unido al agua, va engendrando una nueva raza de seres humanos, según el modelo del Padre.
Jesús es el portador del fuego de Dios sobre la tierra; un fuego que acrisola lo que es bueno y destruye
lo que está pervertido.
Cuando Jesús reflexiona sobre su propia misión, vería su trágico destino como algo inevitable.
Experimentaba que sus palabras provocaban la animosidad de los poderosos, exacerbaba a sus enemigos,
exasperaba a todos los que tenían algo que perder. Si, por ejemplo, declaraba bienaventurados a los
pobres, suscitaba al mismo tiempo profundas simpatías y odios, tanto entre los ricos como entre los
pobres, al ir directamente contra lo que se vivía. Sus palabras rompían la unanimidad reinante en las
diversas comunidades humanas a las que llegaba, provocando choques y dramas inevitables.
Jesús se impacienta porque no ve el momento en que ese fuego arda con intensidad. Desea que la
voluntad del Padre se cumpla. Es conmovedor oírle expresar los sentimientos que nacían en su corazón
ante la misión que había recibido: ¡es tan raro oír exponer a alguien sus ilusiones más íntimas!
¿Qué sucede si no se enciende este fuego? ¿Cuándo no está encendido? No está encendido cuando
vivimos el cristianismo como un agregado más de la sociedad, cuando convivimos sin oponernos a las
estructuras que crean en la humanidad un estado de injusticia, de hambre, de paro, de violación de los
derechos humanos. No hay fuego, cuando la Iglesia comparte calladamente el poder que oprime; cuando
los sacramentos no significan más que un acto social, un papel sellado, una fiesta mundana; cuando la
institución religiosa se contenta con repetir gestos o ritos que a los hombres de hoy no les interesan
El anunciador de la Palabra debe ser un apasionado, devorado por un fuego incontenible. Cualquier
ministerio eclesial se convierte en oficio si no está sostenido por una gran pasión. Una palabra presentada
de forma impersonal, fría, profesional, sin la mínima vibración interior, es una palabra traicionada.
Jesús encendió un fuego y nos invita a mantenerlo. Un fuego que debería quemar dentro de la Iglesia
todo lo que sea inútil, estéril, paralizante. El evangelio se difunde por el contagio del fuego que Jesús ha
venido a traernos.
Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! Jesús vive su vocación
como una pasión. Debe pasar por un bautismo y está angustiado. Nosotros hemos convertido el bautismo
268
en algo social. Para Jesús era el signo de una vida entregada al Padre y a todos los hombres, que le
llevaría a ser asesinado. Su bautismo es fuego. El fuego que trae la sociedad nueva, que destruye con
dolor el mundo injusto. Un fuego que se hizo realidad en su vida de entrega, en su muerte y resurrección.
269
En adelante, una familia de cinco estará dividida... La división que trae Jesús llega incluso al interior
de las familias y de la Iglesia. Una parte lee la realidad desde los ojos de los bien situados, porque
consciente o inconscientemente quieren vivir así; otros la leen desde el punto de vista de los pobres,
porque comparten con ellos sus esperanzas y sus luchas. Las divisiones no están en cuestiones teológicas,
ni en una lectura diversa de la realidad, sino en la perspectiva en que nos hemos colocado unos y otros.
Es necesario que la Iglesia y cada uno de los cristianos hagamos una seria crítica de nuestras actitudes,
para que el riesgo de apartarnos de Jesús sea menor. Una crítica que deberá apoyarse siempre en los
evangelios en su totalidad.
270
Jeremías, hombre sensible e indulgente, hubiera sido un excelente profeta de la felicidad. Sin embargo,
es portavoz de desventuras, y se ve abocado a la persecución. Al igual que Jesús, es un ‘derrotista’ y
‘enemigo del pueblo’, que rechaza que todo vaya bien. No se presta al juego de engañar al pueblo
alimentando ilusiones imposibles. Es un perturbador que amenaza la tranquilidad pública, provocando
divisiones. Quiere abrir los ojos del pueblo a una realidad nada entusiasmante. Por eso es considerado un
peligro para los poderes.
Nuestra sociedad capitalista tiene un código intocable: países ricos y pobres; democracias montadas en
el propio bienestar y en el abuso de los pueblos pobres; gastos de armamento para que nada cambie...
La palabra profética, cuando contradice ese código, es considerada subversiva y ha de acallarse con todos los
muchos medios al alcance de los que dominan. Y siempre en nombre del bien del pueblo (Jn 11, 50).
271
que ser cristiano era algo más sencillo. La vida y la muerte de Jesús les –nos- debería haber convencido
de lo contrario.
Dios, como todo padre que quiere sacar lo mejor de sus hijos, no quiere darnos todo hecho. La facilidad
nos vuelve caprichosos, superficiales, ligeros, consumistas. Además, el pecado está siempre presente en la
sociedad y en cada uno de nosotros. Tenemos que enfrentarnos con todas las dificultades para poder
desarrollarnos y crecer como personas.
Una comunidad cristiana nunca pasa desapercibida. Es para los demás lo que demostremos con nuestro
compromiso por el mundo nuevo. Debemos ahondar en nuestras vidas y en nuestras prácticas. ¿Son éstas
la celebración de aquéllas?
272
DOMINGO VIGESIMOPRIMERO ORDINARIO
“LA PUERTA ESTRECHA”
LA SALVACIÓN DE JESUCRISTO
La palabra ‘salvación’ tiene un significado religioso solamente para nosotros, los cristianos. En el
lenguaje corriente se trata de algo que nos libera de una situación peligrosa. Por ejemplo: el que es sacado
del agua cuando se está ahogando.
Todos los humanos deseamos la salvación: la liberación de las guerras y catástrofes, de las injusticias y
opresiones, de las enfermedades y del hambre, y de un largo etc.
Podemos decir que existe una salvación cósmica, política y social, psicológica y moral. Todas tienen en
común el hecho de presentarse como ‘liberación’ de algo negativo.
La Iglesia y los cristianos aceptamos todas estas salvaciones, pero no las confundimos con la salvación
que nos consiguió Jesucristo. En todas se trata de una liberación. Pero, mientras las salvaciones humanas
nos liberan de males parciales con medios humanos, la salvación de Cristo nos libera del mal absoluto
-del pecado y de la muerte-, y lo hace por medio del misterio de la cruz –su pasión, muerte y
resurrección-.
Las primeras nos liberan provisionalmente; Cristo nos libera de la muerte definitiva. Por eso, no
podemos confundir las salvaciones, las liberaciones humanas, con la salvación de Dios. La salvación de
Dios acoge las salvaciones humanas que mejoran nuestro vivir, pero va más lejos y se coloca a otro
nivel: el del mal que nos impide ser verdadera imagen de la Trinidad, y que lleva a la muerte definitiva.
Una salvación que es don, gratuita, que nos consiguió Jesús a todos. Lo nuestro es aceptarla a través del
testimonio de la propia vida.
273
Los discípulos se acercan a la hora del gran escándalo, ante un Jesús cada día más desconcertante; los
judíos no parecen tener más alternativa que deshacerse del molesto profeta nazareno, que ni respondía a
los esquemas religiosos tradicionales ni a las expectativas nacionalistas y políticas del pueblo. Todos
tenían la impresión de estar viviendo unos tiempos decisivos de su historia personal y comunitaria. La
misma predicación de Jesús así lo indicaba.
Los textos evangélicos siguen mostrando las diferentes perspectivas que existen entre Dios y nosotros.
Entre un Dios que no hace acepción de personas y que lee en el corazón de ellas, y unos hombres que
juzgan –juzgamos- por lo exterior, por las apariencias, que buscamos seguridades y nos aferramos a ritos
y parentescos para asegurarnos la salvación; entre un Dios que quiere que vivamos la verdadera vida, y
unos hombres desencantados, faltos de alegría, que renuncian a comprometerse por el mundo nuevo y que
se soportan y buscan remedios por caminos divergentes de la verdadera fe.
Aunque la vida de fe es un don de Dios, no podemos olvidar el esfuerzo humano. Sólo corriendo se
gana la carrera. El trabajo personal es el rail paralelo a la gracia de Dios.
¿Serán pocos los que se salven? Un oyente que ha escuchado el mensaje de Jesús le pregunta sobre el
número de los que se salvan, adelantándole la sospecha de que serán pocos. Tiene curiosidad por saberlo
y se sitúa desde fuera del problema. Su pregunta era normal en el ambiente fariseo de aquel tiempo. El
tema de fondo es la crisis que vive el pueblo de Israel frente a la universalidad de la salvación por la fe.
Es una pregunta que no ha dejado de plantearse a lo largo de la historia de la Iglesia. También entre
nosotros son muchos los que quieren tener una respuesta precisa sobre el número de los que entrarán en el
cielo. Por eso, siguen discutiendo sobre la necesidad del bautismo de los niños y el futuro de los no
bautizados.
Los cristianos que viven dentro de un esquema religioso simplista y reducido, por desconocer los
planteamientos evangélicos, suelen ajustar la salvación a lo que ellos hacen o piensan, identificando el
plan de Dios con su modo de pensar y de vivir. Es lo que hacían la mayoría de los judíos contemporáneos
de Jesús: los descendientes de Abrahán estaban llamados a la salvación si cumplían la ley de Moisés; el
resto de la humanidad, los paganos, jamás la alcanzaríamos si no aceptábamos esa ley. Y así, estos
cristianos excluyen de la salvación a los que no están bautizados, a los cristianos no católicos, a los que
practican otras religiones y, por supuesto, a los ateos y agnósticos. Es fácil que todos estos se lo
agradezcan, por resultarles poco atractiva una compañía tan necia y ñoña para toda la eternidad.
A la vez que se hacían esas exclusiones, proliferaban las devociones que proporcionaban de un modo
infalible la entrada en el paraíso. Convertían la religión en una agencia de viajes al paraíso, esos ritos
religiosos eran como el pago de la renta del ‘chalet celestial’.
A pesar de las grandes facilidades y rebajas concedidas para salvarse, suponían que el número de los
salvados sería muy reducido, dada la corrupción del mundo y la escasa credibilidad de ese cristianismo.
Si profundizamos en los evangelios, estaremos cada vez más en condiciones de comprender por qué
pudo introducirse en la Iglesia toda esa mentalidad materialista de la religión, con tan desastrosas
consecuencias para su vida interna y para su testimonio ante la sociedad. El no situarnos desde la
perspectiva de Jesús, que es la perspectiva del reino de Dios, ha traído graves consecuencias para la fe.
274
LA SALVACIÓN NO ES TEMA DE CURIOSIDAD SINO DE COMPROMISO
Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Jesús no responde a la pregunta que le han hecho. Es
muy dudoso que supiera hacerlo. Su mensaje no pretende aterrorizar pecadores ni tranquilizar justos, sino
convertirnos a todos. El Padre admitirá al reino a los que hayan hecho el bien.
La respuesta de Jesús debería ser suficiente para terminar con todo cristianismo triunfalista que,
mientras hacía fáciles las cosas a los propios cristianos, se las ponía casi imposibles a los demás. Por eso,
cuando alguien nos plantee o nos planteemos la cuestión, lo más prudente es hacer como Jesús.
La entrada al reino no es más fácil ni más difícil para unos que para otros. Será la consecuencia de la
gracia divina en una vida vivida con sentido. Si queremos participar de la plenitud de vida que el Padre
quiere para todos, debemos empezar a vivirla ahora.
Vivir una vida con sentido nos pide elegir la puerta estrecha, que es fidelidad a la propia conciencia;
la puerta estrecha que consiste en cargar con la cruz de cada día (Lc 14, 27); la puerta estrecha de una
constante conversión a una vida personal más verdadera y a trabajar por unas estructuras sociales que
hagan posible la liberación de los oprimidos.
La salvación no es tema de curiosidad sino de compromiso, nos vendría a decir ahora Jesús.
275
las garras de ‘cristianos’ opresores. Mientras, nosotros podemos estar velando el ‘cadáver’ de unas
comunidades, de unas parroquias, de unas órdenes religiosas y de unas diócesis cerradas en sí mismas,
que ya no tienen nada que decir al hombre de hoy.
No podemos olvidar que el reino es más que la Iglesia; que hay quienes trabajan por el reino sin ser
cristianos, y cristianos antisignos del reino. Por lo que debemos saber descubrir y valorar todo lo que hay
de reino fuera de la Iglesia, y desenmascarar todo lo que sea contrario a él dentro de ella y de cada uno de
nosotros.
La Iglesia no puede seguir siendo un coto cerrado que asegura la salvación a los que le son fieles. Debe
evangelizar, abrir caminos de salvación y de ilusión a todos los hombres, para que éstos vuelvan a
encontrar en la religión un aliciente para su vida.
Utilizar la religión sólo para ‘salvar el alma’ la ha convertido en hipocresía y opio, al conciliar esa
salvación con la miseria y la explotación de millones y millones de ‘cuerpos’, a cuyas ‘almas’ se les
promete el cielo siempre que acepten ciertas condiciones.
La Iglesia tiene que ser capaz de descubrir, a los hombres y a los pueblos de todos los lugares, el
fermento de reino de Dios que existe dentro de ellos mismos.
Hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos. Parece la dolorosa conclusión de la
historia de la evangelización durante el primer siglo. Los judíos, que debían haber sido los primeros en
aceptar a Jesús, lo han rechazado, con lo que han quedado relegados al último lugar; mientras los paganos
han ido ocupando progresivamente los primeros lugares en la naciente Iglesia.
Pero la frase, como todo el evangelio, no se refiere solamente a aquella época y a una sola categoría de
personas; vale para todas las generaciones de creyentes, y también para la nuestra. No son los que
aparecen como los más importantes los que realmente lo son para Dios. Él aplica otros criterios. Lo
importante no es preguntarnos por el puesto que ocupamos en la Iglesia, sino la fidelidad en el
seguimiento de Jesús. Lo importante no es preguntarnos por el número de los salvados o si estaremos
nosotros entre ellos: es preferible dejar todo eso en las manos de Dios, que siempre serán mejores manos
que las nuestras. ¿No nos está insinuando la frase que todos seguiremos a esos ‘primeros’, aunque sea en
el último lugar?
276
De entre ellos escogeré sacerdotes y levitas
–dice el Señor.”
(Is 66, 18-21)
La división entre los hombres en lenguas, naciones y razas es uno de los signos del pecado (mito de la
Torre de Babel. Gén 11), del egoísmo sobre el amor. Un signo de la salvación de Dios que actúa en el
mundo es la reunión de la humanidad en un solo pueblo. Dios mismo será el artífice de esa universalidad.
La primera lectura, tomada del último capítulo del Tercer Isaías, escrito un siglo después del regreso
del exilio de Babilonia, es un cántico que habla de la conversión de todos los pueblos al Dios de Israel,
razón por la que se lee hoy para iluminar el texto evangélico. Este poema es, en este plano universalista
de la salvación, uno de los más audaces del antiguo Testamento.
¿A quién va dirigida la salvación de Dios? ¿A quiénes llama Dios a su reino? Cuando el pueblo de
Israel había regresado del destierro de Babilonia y vivía las dificultades de reconstruir el país devastado,
el profeta les proclama este anuncio gozoso para que abran los ojos y miren más allá de sus fronteras.
El autor sigue pensando, lo mismo que sus predecesores, que al final de los tiempos Israel saldrá
vencedora de todas las naciones enemigas. Alude a esta creencia cuando se refiere a las naciones
‘salvadas’, de las que no excluye a ninguna, por lejos que estén.
Eliminado todo lo que impedía a los paganos el acceso al templo de Jerusalén, también ellos
participarán en las peregrinaciones tradicionales, sus ofrendas serán aceptadas, y algunos de ellos llegarán
a ser sacerdotes, con lo que quedará abolido el monopolio de Aarón. El culto no estará reservado a una
casta o a una cultura, por muy elegidas que sean, si se quiere que sea expresión de toda la humanidad
reunida en Dios.
El poema anuncia una señal misteriosa que se ofrecerá a las naciones para congregarlas en un mismo
pueblo. La señal es Jesucristo resucitado, que incorporará en sí mismo a toda la humanidad. Con él, no
habrá barreras de ninguna clase. Todos los pueblos serán una sola y gran comunidad.
Visión magnífica de la Iglesia, extendida por todo el mundo, que tiene su centro en Cristo encarnado en
la tierra de Israel. Un Israel que se negará a derribar las barreras levantadas contra los paganos y Jesús
pagará con su vida su esfuerzo por hacer universal el pueblo de Dios.
277
reprende a los que ama. El razonamiento trata de convencer a sus destinatarios a que soporten las pruebas
del destierro lejos de Jerusalén. No deben extrañarse de las dificultades por las que están pasando. Son la
señal de que Dios les quiere, aunque sea difícil entenderlo ahora. Las pruebas de la vida forman parte de
la pedagogía paternal de Dios (vv 5-8). Lo que siendo niños, han hecho nuestros padres con nosotros
para educarnos en el bien, eso hace Dios y de forma más perfecta (vv 9-10) No debemos rechazar la
corrección, aunque sea amarga, porque, si se hace bien, sus frutos serán beneficiosos y duraderos (v 11), y
ayudan a ir por caminos más verdaderos (vv 12-13).
Nuestra debilidad humana instintivamente se revela contra todo lo que sea contrario a nuestros deseos.
Únicamente con el paso del tiempo nos damos cuenta de la importancia de la prueba y del bien que nos
supuso.
Palabras de ánimo y de fortaleza, que alientan en el camino de la fe, tan lleno de pruebas y tentaciones.
Si no somos conscientes de estas pruebas y tentaciones, debemos dudar de la veracidad de nuestra fe.
278
DOMINGO VIGESIMOSEGUNDO ORDINARIO
LOS PRIMEROS PUESTOS
LA VERDADERA VIDA
¿Por qué la verdadera vida será tan distinta de lo que vivimos? ¿Por qué la ilusión de la mayoría es
llegar al mejor puesto, aunque no se sirva para él o haya que lograrlo pisando a los demás? ¿Por qué no se
busca ser eficaz y útil en el servicio a los otros, sino el propio encumbramiento? ¿Por qué estamos llenos
de tanta vanidad, ostentación y mentira? El autor del Génesis (1-11) quiso darnos una explicación en
forma poética: El pecado-mal está metido en todos nosotros de forma increíble.
Hoy como ayer se buscan los primeros puestos en el campo político, social, laboral y religioso; se
promueve la competitividad, el ganar más que los demás, el sentirse seguro de sí mismo.
Para Jesús lo más importante es amar. Pero nosotros, egoístas y engreídos, que nos desvivimos por
ocupar los primeros puestos, por aparentar, no sabemos amar y sólo vemos a los demás en función
nuestra, para dominarlos, para que nos admiren. No nos queda sitio ni tiempo para el amor, para los
demás. Tampoco para el Dios de Jesús. Por eso nos es muy difícil entender lo verdadero.
El orgullo, la autosuficiencia, el afán por los primeros puestos, es lo corriente en las sociedades humanas de
siempre. Sin embargo, es el humilde el que se granjea el aprecio de los demás y el favor de Dios. Las
grandezas humanas son tan efímeras que no deben ser antepuestas al reino de Dios.
Son los humildes los que conquistan los primeros puestos. Jesús nos enseña que es el camino de la
verdadera humanidad. La humildad y la generosidad de dar sin esperar recompensa son dos características
del discípulo de Jesús. Virtudes que se alimentan y expresan en la oración, especialmente en el
Padrenuestro.
EN CASA DE UN FARISEO
“Entró Jesús un sábado en casa de uno de los principales fariseos para comer,
y ellos le estaban espiando.
Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso este
ejemplo:
-Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea
que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a
ti y al otro, y te dirá: ‘Cede el puesto a éste’. Entonces, avergonzado, irás a ocupar
el último puesto.
Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que
cuando venga el que te convidó, te diga: ‘Amigo, sube más arriba.’ Entonces
quedarás muy bien ante todos los comensales.
Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será
enaltecido.
Y dijo al que lo había invitado:
-Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos ni a tus
hermanos ni a tus parientes ni a tus vecinos ricos; porque os corresponderán
invitándote y quedarás pagado.
Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú,
porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.”
(Lc 14, 1. 7-14)
Jesús acepta la invitación de uno de los principales fariseos para comer. Es la tercera vez que, según
Lucas, va a comer a casa de un fariseo rico y, como en las dos anteriores (Lc 7, 36-50 y 11, 37-54), el
279
anfitrión no saldrá bien parado. En estas comidas, solía tener muy presente el banquete escatológico del
reino, hacia el que caminaba y quería que caminemos también nosotros.
El que lo invita es un jefe de fariseos. La sala en la que entra Jesús rebosa, por tanto, de devoción a la
ley mosaica, cuyo cumplimiento estaba por encima, incluso, del bien del prójimo. No dudaban en
absoluto de su modo de interpretar la ley, por lo que eran unos interlocutores casi imposibles de
convencer.
Era sábado. El cumplimiento del descanso en este día, obligatorio hasta para el mismo Dios, se
interpretaba como la expresión suprema de la religiosidad israelita y, desde luego, farisea.
Para Jesús el sábado y toda la ley están al servicio del hombre; nunca al contrario. Por eso, ha curado en
sábado sin tener necesidad apremiante para ello, condición que ponía la ley para poder hacerlo; y volverá
a curar en esta ocasión.
Lo estaban espiando. Cada vez que Jesús era huésped de un fariseo, se le observaba minuciosamente.
La conclusión siempre será la misma: no puede ser un profeta de Dios; no responde a sus prácticas
fariseas, única norma y medida de la voluntad de Dios. Ellos ya lo sabían y lo vivían todo. Eran los
‘sanos’ que no necesitan médico. Y vigilaban y condenaban a los que no actuaban como ellos.
Se presentó un hombre enfermo de hidropesía. Posiblemente es un curioso de los que asistían a estas
comidas como espectadores. Todos los ojos están fijos en Jesús y en el enfermo (vv 2-6, que no se leen)
Jesús toma la palabra para ‘preguntar a los letrados y fariseos si es lícito curar los sábados o no’. Una
pregunta que ellos ya habían contestado hacía tiempo: sólo en peligro de muerte, que no era el caso. La
pregunta de Jesús era como una provocación.
‘Se quedaron callados’. No querían discutir con Jesús, puesto que ellos tienen la doctrina verdadera.
Jesús quiere que se replanteen su interpretación de la ley. Deseo imposible en gente así.
‘Jesús, tocando al enfermo, lo curó y lo despidió’. Su acción debería haber suscitado el estupor de los
comensales. Pero no: lo había curado en sábado sin ninguna necesidad, y había provocado una gran
tensión en el ambiente.
280
demás, y pretenden que se repita en el reino de Dios las categorías sociales que dividen a los hombres en
más dignos y menos dignos. Ante tan ridícula y extendida pretensión, Jesús debía actuar con firmeza y
afirmar la primacía de la humildad. La vida verdadera no se conquista con honores, buscando la propia
grandeza, sino con el servicio hacia los otros.
Jesús nos recomienda ocupar los últimos puestos, los que siempre están libres. Que no entremos en el
juego de un mundo en el que vencen los que pierden su propia dignidad y libertad. Que nos demos cuenta
que es la persona lo que hace más grande aun la ocupación más modesta. Que nos dediquemos a las
personas a las que nadie gusta dedicarse. Que existen muchos oficios insignificantes a nuestro alrededor
esperando que alguien les dé un significado. Que si elegimos los últimos puestos, estemos seguros de
encontrarlo allí y de colaborar con él en la construcción del mundo nuevo.
281
mejor, sino pensando que de esa forma la Iglesia sería más conocida, llegaría a más gente, y Jesús sería
más conocido y apreciado.
Jesús invita al dueño de la casa a no organizar banquetes para los amigos, hermanos, parientes y
vecinos ricos. Todos ellos pueden devolver la invitación.
Debe invitar a pobres, lisiados, cojos y ciegos, a los marginados de los que no se puede esperar
recompensa. Hoy podríamos hablar de ilegales, alcohólicos, drogadictos...
La evangelización de estos pobres y su lugar de privilegio dentro de la Iglesia será el signo más evidente del
reino que nos anunció Jesús.
Cuando los cristianos o la comunidad humana actuemos así, tendremos la impresión de estar perdiendo
y, sin embargo, será cuando de verdad estemos creando a nuestro alrededor la imagen o signo de la
verdadera humanidad que es el reino de Dios. Es posible que muchos afirmen que están locos, que son
tontos, que no saben vivir sobre la tierra. Pero su gesto es el decisivo para hacer presente ahora y aquí el
reino de Dios. Sólo quien reparte sin calcular, el que se entrega a los demás, está alcanzando su grandeza
Te pagarán cuando resuciten los muertos. Es verdad que hace falta un despego poco común para
prestar a fondo perdido, y aplazar el ‘reembolso’ de la deuda hasta los últimos días; lo mismo que para
abstenerse de los primeros puestos, evitando colaborar en una sociedad convertida en una selva regida por
la única ley de los más brutos. O la religión es un bien en sí mismo o se convertirá en una conveniencia.
No podemos actuar porque está mandado, o lo pide la religión, o lo manda la Iglesia, o para ganar el
cielo. Si actuamos así es porque no hemos crecido personalmente. Hemos de obrar por propio
convencimiento.
Si queremos seguir el camino de Jesús es preciso vivir contra corriente. Si creemos y esperamos en un
reino abierto a todos los hombres que hayan vivido con amor, es necesario que ya ahora vivamos
colocando en primer lugar de nuestra valoración el amor, la verdad y la justicia. Nuestra vida será más
auténtica si no entra en el juego del dar y del recibir, a la vez que será un interrogante para los que vivan
instalados en su comodidad y en su egoísmo. La vida se gana mediante este servicio verdadero.
El libro del Eclesiástico fue escrito a principios del siglo II a. C., antes de la rebelión de los Macabeos (años
167-166). El autor intenta afianzar la fe de los judíos ante la invasión intelectual del helenismo.
Ben Sirá, autor del libro, pondera la sabiduría del pueblo de Israel; una sabiduría no sólo humana, como
la griega, sino guiada por la voluntad de Yahvé.
282
La primera lectura de hoy está formada por dos breves fragmentos enlazados por una misma idea: la
primera trata de la humildad; la segunda, de la sabiduría. Dos virtudes que tiene que conseguir la
persona que quiera vivir de acuerdo con el camino de Dios; porque nada más contrario al espíritu de los
libros bíblicos que el orgullo o la irreflexión.
Para captar el pensamiento de Ben Sirá tenemos que conocer qué es para él la sabiduría. La concibe, a
la manera judía, como un conocimiento y sentido común que llevan, en la práctica, a desentrañar los
sucesos más delicados. Desconfía mucho de toda especulación humana y especialmente de la sabiduría
intelectual de los griegos. Es consciente de que la sabiduría es única y que reside en Dios, que es el que
posee el secreto de toda la creación y el secreto de sí mismo. Un Dios que nunca se revela al ser humano
enteramente, porque éste no puede abarcarlo y sólo logrará, aunque sea un santo, alcanzar un determinado
nivel de esa sabiduría. Es una absurda presunción querer suplantar esa sabiduría, origen y meta de todo lo
que existe.
Ben Sirá está convencido de que todo conocimiento de Dios es inseparable de la fidelidad cotidiana
hacia él. A Dios se le va conociendo en la medida en que se le sigue con el compromiso de la propia vida.
Al corazón seguro de sí mismo del soberbio, el autor opone el corazón dócil y humilde del sabio, que,
en lugar de buscar su doctrina en fuentes extrañas, reflexiona y se deja instruir por la ley, grabada en el
corazón humano. Si, además de esto, pone en práctica lo aprendido, alcanzará la verdadera sabiduría.
La búsqueda y la conquista, siempre parcial, de esta sabiduría no es un logro puramente humano: es
siempre el mismo Yahvé el que está en ella para hacernos partícipes de su vida y de su misterio.
Con ello prepara admirablemente el camino que nos mostrará Jesús, quien encarnó a la perfección las
actitudes y la práctica que suponen las enseñanzas del sabio judío.
Quien hace cosas verdaderamente importantes, no tiene necesidad de inflarlas para llamar la atención y
la admiración del público. Signo de sabiduría no es el mucho hablar, sino el oído atento. El sabio se
conoce por su deseo de entender y por la capacidad de escuchar.
283
como indica la primera parte de la lectura de hoy, trayéndonos a la memoria el Sinaí, el monte rodeado de
nubarrones y tormentas, que inspiran temor.
En contraposición con el Sinaí, la segunda parte de la lectura nos habla del monte Sión, el de Jerusalén, que
asocia inmediatamente a la Jerusalén del cielo, la morada del Dios vivo.
Son las dos alianzas de Dios con su pueblo. La primera, al inicio, inspiradora de miedo, centrada en la ley; la
segunda, transida de espíritu filial entre Dios y los hombres, fundamentada en la entrega del Hijo hasta la
muerte. Una segunda alianza, que posibilita también la relación de amistad con los justos que han llegado a
su destino (v 23), cuya vida y recuerdo ayudan a la vida de los cristianos que todavía peregrinamos ‘aquí
abajo’.
Jesús, Dios y hombre, Salvador y santificador de todos, es el Mediador de la nueva alianza. Nos ha
liberado de la alienación a que nos tenía sometida la naturaleza, por su triunfo sobre la muerte. A partir de él,
el culto del hombre liberado ya no tendrá lugar en las faldas de los montes, sino en las asambleas de los
hombres libres, al lado de los ángeles que tenían la misión de dominar las leyes de la naturaleza; al lado, sobre
todo, del Hijo.
284
DOMINGO VIGESIMOTERCERO ORDINARIO
CONDICIONES PARA SEGUIR A JESÚS
SER CRISTIANO
“Mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo:
-Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su
mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no
puede ser discípulo mío.
Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío.
Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a
calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla?
No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de
él los que miran, diciendo:
‘Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar.’
¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si
con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil?
Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones
de paz.
Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser
discípulo mío.”
(Lc 14, 25-33)
Para ser cristiano no es suficiente con aceptar un conjunto de verdades irrenunciables, ni limitarse a una
serie de prácticas religiosas. Una conducta que no esté de acuerdo en los hechos con el seguimiento de
Jesús no puede ser cristiana. Porque Jesús no es un ideólogo que reclama únicamente una adhesión mental
a sus ideas, sino una persona que nos presenta su modo de vivir como única forma de autenticidad.
Lucas se refiere, como todo su evangelio, a todos los cristianos, sin ninguna distinción, aunque a veces
matice las distintas ‘vocaciones’ en que podemos llevar adelante el seguimiento.
El texto consta de tres sentencias, terminadas todas con las mismas palabras –no puede ser discípulo
mío-, y de dos parábolas, que nos ayudan a comprender la obligación que tenemos los cristianos de echar
nuestras cuentas, antes de decidirnos a seguir a Jesús de una forma personal y responsable.
En el camino hacia Jerusalén mucha gente acompañaba a Jesús. ¿Qué buscaban? Parece que Jesús se
sentía incómodo y se vio obligado a aclarar algunas cosas: Seguirle no es un simple acompañarle, sino
algo más profundo, que requiere un claro conocimiento de lo que significa, y una voluntad decidida y
generosa.
Quiere enseñarnos a todos que, en nuestra vida cristiana, lo primero es Dios; y después, todo lo demás.
Si no llevamos en lo más profundo de nosotros mismos esta predisposición, no podemos ser discípulos
suyos. Si ahondamos estas exigencias, veremos que responden a nuestra verdadera vida.
Nuestra sociedad y cada uno de nosotros vivimos insatisfechos, porque vemos el mundo y a nosotros
mismos de una manera deformada; padecemos tan intensamente la presión del ambiente, que nos vemos
literalmente obligados a percibir todo lo que nos rodea de una forma falseada. Somos infelices porque no
dejamos de pensar en lo que no tenemos y en que las cosas no nos salen como querríamos.
Si queremos ir obteniendo la felicidad hemos de estar dispuestos a posponerlo todo y a todos, incluso a
nosotros mismos, al amor de Jesús. Verlo todo como una atadura, un inconveniente, un impedimento, que
es lo que son en realidad. Después, tratar de amarlo todo con el amor de Jesús, que nos lleva a
experimentar nuestro verdadero ser de criaturas, única forma de destruir en nosotros ese aferramiento a
las cosas y a las personas que nos hacen esclavos de ellas.
285
EL ÚNICO ABSOLUTO ES DIOS
Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus
hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.
La necesidad de optar en algunos momentos de la vida es lo que nos provoca las crisis y, a la vez, lo que nos
permite ir adquiriendo la propia identidad personal.
Existen opciones fáciles, cuando tenemos que elegir entre algo claramente bueno o malo. En estos
casos en realidad no hay opción, porque no entra en juego nuestra libertad, que consiste en elegir entre
dos bienes. Sólo queda asumir las consecuencias del acierto o del error en la elección.
La opción que provoca crisis y desgarramientos, dudas y angustias, es la que debemos hacer entre algo
bueno que ya poseemos y algo, también bueno, que se nos presenta como un paso adelante y que nos
exige posponer lo anterior.
Renunciar a algo bueno sólo es posible a cambio de aceptaciones más plenas. Decir ‘no’ a algo bueno,
es en realidad decir ‘sí’ al total de la vida que Dios ha soñado para nosotros. Los creyentes no
infravaloramos el mundo, sino que lo valoramos con una luz nueva: la luz de Dios.
Esa luz nueva no significa relativizar el amor a los padres, que es un mandamiento de Dios; ni el amor
a los hijos, del que el Padre del cielo es modelo; ni el amor matrimonial, signo del amor de Cristo a la
Iglesia; ni tampoco un desprecio a la propia vida, que es un don de Dios que nos llama a vivir su misma
vida. Jesús pretende que todo eso lo amemos desde él. Como él lo ama. De esa forma lo amaremos mejor
y, algún día, en plenitud, que es como debemos tratar de llegar a amar toda la realidad.
Quiere que vivamos la vida en toda su intensidad y verdad, y para ello es necesario que no la
confundamos con el único Absoluto, que es Dios; el Dios que vamos encontrando siguiéndole a él.
Porque Dios quiere que amemos con un amor pleno y verdadero a los padres, a los hijos, a los esposos, a
los hermanos, a todos y a nuestra propia vida. Dios, que valora como nadie nuestra vida, quiere que no
nos instalemos en ella; quiere que vayamos siempre más allá y que lo valoremos todo desde su verdad.
Seguir a Jesús es optar por un amor abierto a toda la humanidad, como el suyo: porque sólo tratando de
vivir plenamente un amor universal caminamos y construimos el reino de Dios; sólo desde ese amor
podremos amar a todos de verdad, porque el amor, al contrario que el dinero, es mayor en cada uno
cuanto es más universal. (Si se reparte dinero, se toca a menos si hay más para repartir). El seguimiento
de Jesús nos lleva a un comportamiento nuevo con toda la creación y con todas las personas.
ELEGIR ES RENUNCIAR
Quién no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío. La muerte en cruz era el castigo de
los infames, de los desertores y de los esclavos. El que llevaba la cruz perdía en ella la honra y la vida. La
cruz le condenaba a la destrucción total. Ser discípulo de un rabino era caminar detrás de él escuchándole
y construyendo la propia vida a imagen de la suya.
La cruz es la aceptación de la voluntad de Dios, y la lucha por el mundo que él desea; lo que nos lleva a
asumir la vida como una forma de servicio a la humanidad. Es vivir ‘peligrosamente’.
Parece que Jesús no tenía interés en un gran número de seguidores. En cambio, a nosotros nos encanta
ver a muchos niños en las catequesis de primera comunión, estamos aún más satisfechos si son muchos
los jóvenes que forman parte de un movimiento cristiano y asisten a las celebraciones juveniles, nos gusta
286
que las parejas sigan casándose por la Iglesia, nos gustaría que vinieran más a nuestras eucaristías y fuera
más numeroso el número de cristianos que participaran en las comunidades cristianas. Añoramos la
‘mucha gente’ y tenemos la tentación de pensar que debemos dar facilidades para que sean muchos.
Jesús nos dice que sólo deben atreverse a seguirle los que opten por ello, después de una madura
reflexión. Quiere que nos enfrentemos con nosotros mismos; que nos preguntemos quiénes somos, qué
queremos hacer, cuál es nuestro proyecto de existencia, qué estamos dispuestos a arriesgar, qué
consideramos lo mejor para nuestra vida. Y, después, que decidamos.
Según las dos parábolas que vienen a continuación, Jesús quiere que pospongamos nuestra elección
cristiana, la retardemos o anulemos para no tener que enfrentarnos después con unos compromisos que no
podamos llevar adelante.
Todo el que quiere emprender algo importante en su vida, debe examinar cuidadosamente si tiene
medios y fuerzas suficientes para tal empresa, como hacen el constructor de la torre y el rey de las
parábolas. La enseñanza es sencilla: los proyectos de este mundo imponen costos, planes, sacrificios. ¿Por
qué dejamos el seguimiento de Jesús a lo que salga, sin un orden, sin lógica y sin compromiso?
Es necesario emprender el seguimiento de Jesús con los ojos y el corazón bien abiertos, pararse antes a
reflexionar y saber qué hace falta para seguirle. Todos debemos tener un proyecto de camino cristiano: ¿a
qué Jesús seguimos?, ¿qué Iglesia queremos?, ¿qué tarea debo realizar como cristiano en el mundo?
Sólo debe adherirse a Jesús el que esté dispuesto a las renuncias decisivas. El que piense que en estas
condiciones el ‘negocio’ no merece la pena, debe desistir. Cada uno debemos decidirnos personalmente,
nadie puede hacerlo por otro. Es la fidelidad a uno mismo lo que nos madura como personas y como
creyentes. No debemos consentir las cosas que se hacen a medias. Una obra interrumpida no es la mitad
de la obra: es un fracaso. Las cosas hechas a medias no son algo que ha quedado a la mitad: son nada.
El cristiano verdadero se lanza hasta el fondo. El mundo está tan confuso porque las cosas se hacen a
medias, la verdad se dice a medias, las personas somos buenas a medias. La reflexión nos ayuda a ser
realistas, y el realismo excluye la obra hecha a medias.
Otra cosa es la realidad del pecado, presente siempre en el que ha optado. Este pecado es el que asume
la Iglesia como propio; pero no la falta de opción por Jesucristo.
En los países llamados cristianos, seguimos a Jesús sin haberlo elegido con una clara y consciente
opción personal. Se nos bautiza a los pocos días de nacer, hacemos la comunión y recibimos la
confirmación ‘en la fe’ cuando apenas hemos llegado al uso de la razón. Después viene esa vida ambigua
barnizada de cristianismo.
Jesús, consciente de lo que nos pide, no nos exige que hagamos la opción inmediatamente. Tenemos,
incluso, el derecho a mirar a otras religiones e ideologías, a preguntar a los que han tomado otras
opciones.
Todo el evangelio es una llamada a la libertad interior y al crecimiento humano. Libertad y crecimiento
que sólo lograremos a través de las opciones personales. Estamos cerca de Jesús y de su reino si somos
fieles a nosotros mismos en la gran opción de dar sentido a nuestra existencia, a pesar de todos los
pecados inherentes a nuestra fragilidad humana.
El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío. Hasta aquí, las condiciones del
seguimiento se han formulado en términos de amor. Ahora, al referirse a los ‘bienes’, el lenguaje cambia.
287
El discípulo de Jesús debe ‘renunciar’ totalmente a los bienes, porque el reino de Dios –la gran revolución
social- sólo puede realizarse con las personas que sean capaces de renunciar a todo lo que tienen y a todo
lo que son, única forma de que nazca y se desarrolle el ser humano según el Espíritu de Dios.
Renunciar a todos los bienes, supone utilizar a favor de los demás, principalmente de los que más lo
necesiten, todo lo que tenemos y somos: dinero, conocimientos intelectuales, habilidades, tiempo...
Lucas condena para siempre una propiedad privada en la que el dueño se cree con el derecho de utilizar
la riqueza a su capricho. La propiedad privada sólo es cristiana en la medida en que se pone al servicio de
la comunidad humana. Esa propiedad privada nefasta, que nos domina y absorbe nuestro pensar y vivir
(Lc 16, 13; Mt 6, 24), nos incapacita para ser lo que debemos ser y hace imposible el reino de Dios aquí.
Nuestra sociedad no entiende estas cosas, las considera cosas de locos. ¿Las entendemos nosotros?
288
Estos ‘afortunados’ individuos no se fatigan mucho para ‘imaginar qué quiere el Señor’: precisamente lo
que ellos piensan y desean. Urge suplicar al Señor para que nos envíe un poco de sentido común y de
sabiduría. Todos tenemos necesidad de ellos; incluso los muchos ‘sabios’ que andan sueltos por ahí.
La ciencia humana, a pesar de ser muy importante, no puede abarcar la inmensidad de la vida y del
corazón humano. Sus juicios son siempre precarios, incapaces de conocer los designios de Dios.
El texto adopta la concepción dualista de los griegos –cuerpo y alma- y hace responsable al primero de
esta incapacidad. Compara el cuerpo a una tienda terrestre –signo de provisionalidad-, que abruma la
mente que medita, impidiendo con frecuencia el seguimiento de la voluntad de Dios. Nuestro espíritu se
halla encerrado en un cuerpo sensible y en contacto continuo con las cosas terrenas, lo que le impide
elevarse por encima de los sentidos para contemplar y descubrir con luz meridiana la verdad divina (v
15).
Salomón reflexiona, con razón: si nosotros, después de mucho trabajo y estudio, no conseguimos más
que una ciencia limitada de las cosas terrenas, ¿cómo podremos conocer los misterios divinos, la voluntad
de Dios, si él no nos da su sabiduría y envía desde lo alto su Santo Espíritu? (vv 16-17).
La actitud del rey sabio contiene una admirable lección para todos aquellos que tienen confiada la
dirección temporal o espiritual de la sociedad. La oración humilde, profunda y ardiente, en demanda de la
sabiduría y prudencia divinas ha de preceder a toda acción encaminada al buen gobierno de los súbditos.
Únicamente la sabiduría que viene de Dios es la que orienta y da vida, la que nos revela los designios y
planes insondables de Dios, la que nos sirve auténticamente a lo largo de la existencia (vv 18-19).
289
Pablo prepara a Filemón y a la comunidad que, probablemente, compartiría sus preocupaciones.
Pablo quiere que el esclavo convertido regrese con su amo. Quiere que se cumplan todas las exigencias
jurídicas. Sabe, y lo muestra en la carta, que la nueva vida en Cristo cambia por completo las diferencias
que existen en la sociedad humana. Muestra que, si el evangelio llega verdaderamente al corazón
humano, lo cambia y lo transforma, y que ya puede pedirse todo.
Esta manera de pensar, cuando se tradujo en obras, llevó por sí misma a rechazar la esclavitud como
una condición social indigna, y a tratar a todas las personas como jurídicamente iguales, no solamente
según los principios de la fe, sino también en la vida civil. Las más nobles fuerzas del cristianismo y del
paganismo hicieron causa común, hasta que se logró la eliminación de la esclavitud.
La vida en Cristo y por Cristo implica la vida cotidiana. Lo que Dios obra en el ser humano por medio
de Jesús de Nazaret, es una tarea a realizar en la sociedad.
290
DOMINGO VIGESIMOCUARTO ORDINARIO
DIOS ES MISERICORDIA
LA MISERICORDIA
“Se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos
y los letrados murmuraban entre ellos:
-Ése acoge a los pecadores y come con ellos.
Jesús les dijo esta parábola:
-Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y
nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que le encuentra? Y cuando la
encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y al llegar a casa, reúne a
los amigos y a los vecinos para decirles:
‘¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido.’
Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que
se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una
lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y cuando la
encuentra, reúne a las vecinas para decirles:
‘¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido.’
Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo
pecador que se convierta.
También les dijo:
-Un padre tenía dos hijos: el menor de ellos dijo a su padre:
‘Padre, dame la parte que me toca de la fortuna’.
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un
país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y
empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país, que lo mandó a
sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las
algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer.
Recapacitando entonces se dijo:
‘Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí
me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré:
‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo:
trátame como a uno de tus jornaleros.’
Se puso en camino adonde estaba su padre: cuando todavía estaba lejos, su
padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a
besarlo.
Su hijo le dijo:
‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo
tuyo.’
Pero el padre dijo a sus criados:
‘Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y
sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete,
porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y lo hemos
encontrado.’
Y empezaron el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo.
Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y, llamando a
uno de los mozos, le preguntó qué pasaba.
Éste le contestó:
‘Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha
encontrado con salud.’
Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Y él replicó a su padre:
291
‘Mira: en tantos años que te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí
nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando
ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el
ternero cebado.’
El padre le dijo:
‘Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte,
porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y lo hemos
encontrado.’ ”
(Lc 15, 1-32)
El tema de hoy es la misericordia de Dios: Yahvé-Dios, ante la angustiosa petición de Moisés, perdona al
pueblo idólatra; Pablo interpreta toda su vida a la luz de la misericordia divina; y Jesús aparece como portador
de la misericordia de Dios y nos revela, a través de tres parábolas, el verdadero ser del Padre.
Los dos primeros versículos del evangelio nos plantean el tema de todo el capítulo. Los publicanos y los
pecadores, gentes que vivían al margen de la pureza legal farisaica, acudían a Jesús para oírle, provocando,
una vez más, la crítica de los hombres religiosos, que murmuraban del joven rabino galileo. Jesús les
responderá con las tres parábolas que siguen.
Se llamaba pecadores a todos los que llevaban una vida inmoral notoria, a los que ejercían una profesión que
inducía a faltar a la honradez o a descuidar los deberes religiosos y a los que desconocían la interpretación
farisea de la ley: jugadores de dados, usureros, pastores, arrieros, buhoneros, curtidores, asesinos, prostitutas,
bandidos... y publicanos, que estaban entre la gente más despreciada por los judíos.
Los publicanos y los pecadores han visto las obras que hace Jesús y cómo vive. Y acuden para escucharlo.
Estaban en primera fila porque ha venido para ellos.
Para los fariseos y los letrados la actuación de Jesús es provocativa. Por eso murmuran y hablan de él con
desprecio: Ése. Le observan constantemente, porque se sienten responsables de la santidad del pueblo. Tenían
por norma aislar a los transgresores de la ley. Jesús, con su proceder, hacia inútil su empeño.
Si sólo los hubiera acogido guardando las distancias no les hubiera ofendido tanto. Pero que fuera con ellos,
que comiera con ellos, superaba su estrecha mentalidad. Los evangelios nos presentan este conflicto como
decisivo, como algo que sitúa a favor o en contra de Jesús, sin más.
292
Esta parábola nos está indicando que Dios no se consuela con los que tiene cerca. Busca, porque los añora, a
los que le faltan. Es un Padre que no nos ama por nuestras obras sino porque somos sus hijos. Fácil de
entender para todos los que tengan corazón de padre-madre, aunque no tengan hijos propios.
293
El hijo pequeño se aleja de la casa paterna. Y el hijo mayor vive alejado del corazón del padre, aunque jamás
abandonó la casa; su fidelidad es puramente externa; su obediencia está privada de alegría y de amor; su
corazón se manifiesta mezquino, incapaz de perdonar, de aceptar al hermano que se ha equivocado; permanece
lejano, porque es extraño a la misericordia del padre.
El hijo menor representa a los publicanos y los pecadores. El mayor, a los fariseos y los letrados.
Este hijo mayor debería ser el principal protagonista, ya que las parábolas las dedica Jesús a los dirigentes
religiosos; pero quizá hemos preferido echar balones fuera, por si acaso.
Quizá los lejanos más irrecuperables seamos los que, irreprensibles, frecuentamos la casa y nos
instalamos en ella, pero rechazamos, con desdén, abandonar los rígidos esquemas de un código de
comportamiento externo, y nos negamos a ‘entrar’ en la loca lógica de la misericordia.
El hijo menor llega a lo más abominable para un judío: guardar cerdos, animal impuro. Llegó a desear
llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos. Había llegado al fondo... y ya no podía
hacer otra cosa que remontar.
La actitud de comprensión, de silencio y de amor del padre va a ser como un imán para su regreso. El
padre verdadero sólo puede ayudar siendo un modelo. Porque aunque parece que el padre se ha limitado a
esperar, no ha sido así. Ha vivido de nostalgia desde la marcha del hijo; y el hijo se ha ido siendo
consciente del amor de ese padre al que nunca debía haber abandonado.
La conversión es cuestión de dar pasos. Pasos del que vuelve y, antes, pasos del que ama, del que ha
tomado la iniciativa y espera pacientemente; pasos del padre que no se resigna a la lejanía de nadie. Pasos
marcados por un corazón que desborda de amor.
El caso del hijo mayor es más difícil: no es consciente de su situación. Se cree en regla porque nunca
marchó de la casa. Pero tiene la casi insalvable dificultad de no conocer al padre.
La única fiesta que queda suspendida es esta última. El pastor y la mujer han podido celebrarla. Frente
al enfado del hijo mayor, los preparativos del padre se interrumpen. Un corazón seco es capaz de apagarlo
todo.
El hijo mayor se escandaliza ante la debilidad del padre. La música sólo volverá a sonar si el hermano
mayor, el verdaderamente lejano, logra ‘entrar’ en la fiesta.
El hijo mayor tiene ante él la tarea más complicada para dar el paso decisivo hacia el padre: superar la
legalidad exterior y penetrar en el centro de la casa: allí donde late un corazón todo amor, y gustar la
experiencia sublime del perdón.
294
como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de que he hablado se la daré a vuestra
descendencia para que la posea por siempre.’
Y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su
pueblo”.
(Éx 32, 7-11. 13-14)
El libro del Éxodo narra el gran suceso de Israel: la salida de la esclavitud de Egipto. Su finalidad es
demostrar históricamente el cumplimiento de la promesa hecha a Abrahán, de que su descendencia, después de
una larga estancia en la tierra de esclavitud, se multiplicaría y llegaría a ser un gran pueblo. Yahvé cumplió su
palabra, liberando espectacularmente a Israel de la esclavitud para llevarlo al Sinaí y establecer con él una
alianza perpetua.
Consta de cuatro partes: preparación de la marcha; salida de los israelitas de Egipto; alianza del Sinaí y
organización del culto. Es la continuación lógica del libro del Génesis.
Dios habla y actúa. ¿Cómo se realizan estos hechos en la vida de cada uno de nosotros y en nuestras
pequeñas comunidades cristianas? Es importante tratar de desvelarlo.
La primera lectura está tomada del capítulo 32, uno de los más dramáticos del libro. Todo él gira en
torno al culto dado por el pueblo hebreo al toro de metal.
El relato consta de tres cuadros: Palabras de Yahvé contra el pueblo (vv 7-10). Apenas concluida la
alianza del Sinaí (Éx 24, 3-8), el pueblo viola gravemente el pacto; ha infringido el segundo precepto del
Decálogo, y tal vez el primero. El Señor considera rota la alianza, y no reconoce ya a Israel como pueblo
suyo: se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto... mi ira se va a encender contra ellos
para consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo (vv 7-10).
El segundo cuadro nos muestra la conmovedora intervención de Moisés. Yahvé, a través de pruebas
diversas, ha ido educando a Moisés en la misericordia y la paciencia con el pueblo. El texto de hoy nos lo
muestra en su gran corazón. Rechaza la propuesta de Dios e intercede por su pueblo. No trata de disculpar
al pueblo. Hace una magnífica oración teocéntrica colocando a Yahvé en el centro de todo. Apoya su
petición en el mismo Yahvé: en la fidelidad de su palabra, dada con juramento, a los patriarcas Abrahán,
Isaac y Jacob (vv 11 y 13), y en su obra que comenzó a cumplirse con la salida de la esclavitud de
Egipto. Busca únicamente el bien de su pueblo. ¿Cómo interrumpirla ahora? ¿Qué dirían los egipcios si
los destruyes ahora? (v 12).
La respuesta de Moisés nos descubre una ley esencial de la oración: que debe tener siempre a Dios
como centro. Cuando nosotros nos acercamos a Dios en la oración, tratamos, con demasiada frecuencia,
de disculparnos, pedimos un perdón que nos restituya la integridad perdida, y prometemos obrar mejor en
el futuro. Nos colocamos en el centro de la oración y tratamos de recuperar la paz interior.
Moisés se sitúa de forma muy distinta: contempla a Dios en su misericordia, en su permanente
paciencia, en su fidelidad. Y esta oración es escuchada necesariamente: Dios no puede hacer otra cosa
que proseguir su obra de amor
Finalmente, el perdón divino: Y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado
contra su pueblo (v 14). El autor describe a Yahvé reaccionado humanamente. En realidad, Dios no es
un hombre para arrepentirse, pero mirado desde su cambio de actitud es como si se arrepintiese.
295
Dios reconoce como intercesor ante él a quien se solidariza con la humanidad, cualquiera que sea su pecado.
Para Dios, el interlocutor válido no es el ‘justo’, en el sentido legalista de la palabra, sino quien se entrega
totalmente al servicio del pueblo, corriendo el riesgo de perderse con él si es preciso.
Moisés, intercesor y mediador, es figura de Cristo, el salvador de todos por su mediación universal.
296
Termina la digresión con una solemne doxología (v 17), posiblemente tomada del rezo litúrgico de
las asambleas cristianas, o al menos inspirada en él: Una alabanza al Creador del mundo, que al mismo
tiempo es el Dios bueno y generoso que quiere que todos se salven.
Dios nos habla por medio de experiencias. La vivencia de Pablo es un ejemplo con el que Dios nos hace
ver cómo su mensaje se hace personal al encarnarlo en nuestra propia vida.
Pablo habla dando testimonio de esta gracia y cómo puede servir de ejemplo para los que están en
camino de conversión. Él, el primero de los pecadores, obtuvo el perdón generoso porque el designio
salvador de Dios es infinito.
297
DOMINGO VIGESIMOQUINTO ORDINARIO
ACTITUD DEL CRISTIANO ANTE LOS BIENES TERRENOS
298
¡Cómo necesitamos que estas palabras resuenen con insistencia en nuestra sociedad consumista!
Jesús dirige esta parábola a sus discípulos, a los que estén dispuestos a aceptar su palabra y a seguirla.
Todo empieza con una descripción de la situación: el descubrimiento de la mala gestión del
administrador, por lo que va a ser despedido. Su situación es crítica. Su fama y su futuro se hunden. El
diálogo que entabla consigo mismo revela el apuro en que se encuentra. No puede ya ni pensar en una
buena colocación, para trabajos pesados le faltan las fuerzas, la vergüenza le impide mendigar. Pero
carece de escrúpulos de conciencia, y sólo le preocupa su futuro y el de su familia. Los medios que
emplee para ello le tienen sin cuidado.
No pierde ni un minuto. Antes de presentar cuentas, se dedica a falsear las deudas del amo. Calcula que
los deudores se verán obligados a ayudarle después. La rebaja es grande; el administrador quiere
asegurarse un largo porvenir y no puede contentarse con acciones de poca importancia. Lo ha perdido
todo, menos el cerebro.
Cuando el amo se enteró lo alabó (v 8). Jesús alaba su habilidad y esfuerzo en procurarse un futuro,
nunca el posible fraude. Algo semejante debe hacer el hombre en la administración de los bienes terrenos:
usarlos como medios, para no perder el único absoluto: el reino de Dios.
299
administradores. Además, con demasiada frecuencia, su adquisición va acompañada de injusticias. Ese
dinero de injusticias, se puede convertir en medio para ayudar a los indigentes de la tierra.. Es la única
forma de emplearlos bien y de ganar amigos con él; amigos que nos ayudarán a que nos reciban en las
moradas eternas (v 9).
Lo mismo que el administrador de la parábola empleó los bienes que administraba para hacerse
amigos, que se interesaran por él cuando dejara el cargo, deben hacer los discípulos de Jesús: emplear sus
bienes a favor de los demás, ganar con ellos amigos que intervengan en su favor a la hora de la muerte, en
la que los bienes de la tierra pierden todo su valor. Si el dinero y la fortuna de este mundo no los
empleamos como servicio a la comunidad humana, se convierten en ídolos que nos incapacitan para
entender y seguir a Jesucristo.
El que es de fiar en lo menudo... (v 10). Saber administrar los bienes materiales es el quehacer
‘menudo’ del hombre. Del que se enreda en el afán de acaparar, ¿qué se puede esperar? Los bienes
materiales no son propiedad absoluta del hombre, ni de los estados. Son propiedad de Dios. Los hombres
y los estados somos administradores de ellos. Estos bienes, por voluntad de Dios, son patrimonio de toda
la humanidad. Ni el hombre ni los gobiernos pueden usarlos a su capricho. Es el bien de toda la
humanidad lo que está en juego. ¿Por qué el tercer mundo va a pagar la factura del despilfarro de las
naciones poderosas? ¿O los pobres las de los ricos?
Es verdad que Jesús no defendió ningún sistema económico-social en concreto, pero dejó muy claro
que todo sistema que busque como objetivo principal el simple bienestar material, o el acrecentamiento
de los bienes económicos, o el mayor rendimiento de los pueblos a favor de unos pocos, se está olvidando
que la comunidad humana tiene asuntos más importantes que resolver. Nos dejó criterios suficientes para
que los cristianos hubiéramos evitado los gravísimos errores de tantos siglos de historia.
Hemos de evitar convertir las riquezas en un absoluto, y provocar con ellas el sufrimiento de los demás.
Esas riquezas que fácilmente se convierten en un instrumento de poder y, tarde o temprano, de opresión.
Jesús no condena una sana previsión, sino la falta de perspectiva y de coherencia de quienes, afirmando
creer en Dios y en el mundo futuro –en el que todo será de todos-, pierden el tiempo y la vida dormidos
en la inconsciencia de tener cada vez más a costa de lo que sea.
Lo que vale de veras... lo vuestro (vv 11-12), son los valores del reino de Dios: el amor, la libertad,
la justicia, la paz, la solidaridad y fraternidad universal. A ello tendemos como ‘imagen y semejanza de
Dios’.
O DIOS O DINERO
No podéis servir a Dios y al dinero (v 13). El apego a las riquezas es incompatible con la fe en el Dios
de Jesucristo. Esta es la frase clave de todo este pasaje evangélico. También podría sintetizar todo el
mensaje del Nazareno.
El servicio de Dios y el culto al dinero son dos opciones incompatibles, porque ambas reclaman al
hombre entero, cada una por su lado. Dios quiere ser amado con todo el corazón y con todas las fuerzas
(Lc 10, 27). La experiencia nos dice que también las riquezas absorben al hombre por completo. ¿Cómo
se pueden conciliar dos realidades opuestas, que exigen la entrega completa de la persona? Es una
300
conciliación imposible, aunque nuestra hipócrita e injusta sociedad las tenga unidas. Los bienes de este
mundo valen en cuanto están al servicio de toda la humanidad.
Jesús considera incompatible tratar con Dios a través del culto y de la oración, y prescindir de la justicia
social. Es la justicia lo más importante para Dios. ¿A qué queda reducido el amor sin ella? Nuestras
proclamaciones dogmáticas de fe, o nuestros ritos y liturgias son muy secundarias. Si Dios no puede ser
servido junto con el dinero acumulado, ¿qué puede tener de cierta y de válida la idea que tienen y propagan de
Dios muchos que viven rodeados de riquezas y afirmados en ellas? Cuando un grupo cristiano vive de
espaldas a las necesidades reales de los pueblos, ¿qué puede saber del Dios de Jesús?
Por nuestra sociedad, dividida en explotadores y explotados –individuos y pueblos-, no ‘pasa’ Dios.
Una sociedad, que valora al ser humano por lo que posee y no por lo que es, no puede llamarse cristiana.
Al hablar de dinero hemos de tener en cuenta toda la realidad que se esconde debajo de la palabra:
riqueza, poder, opresión, placer, empleo del tiempo, armamentos...
EL PROFETA AMÓS
“Escuchad esto los que exprimís al pobre,
despojáis a los miserables,
diciendo: ¿Cuándo pasará la luna nueva
para vender el trigo,
y el sábado para ofrecer el grano?
Disminuís la medida, aumentáis el precio,
usáis balanzas con trampa,
compráis por dinero al pobre,
al mísero por un par de sandalias,
vendiendo hasta el salvado del trigo.
Jura el Señor por la Gloria de Jacob
que no olvidará jamás vuestras acciones.”
(Am 8, 4-7)
Hace veintisiete siglos que el profeta Amós se sintió llamado a iniciar su dura predicación. Eran momentos
de una cruel realidad social, como la nuestra. La riqueza estaba en manos de unos pocos que, absorbidos por el
dinero, buscaban más dinero. Y lo conseguían explotando al pobre. La religión oficial se había acomodado a
esta situación de explotación, con el regocijo de los acomodados.
Amós, natural de Tecua, a 9 kilómetros de Belén, y de profesión pastor y recogedor de frutos de
sicómoro, es el gran profeta de Israel en el siglo VIII a. C. Dios le llamó y le apartó de sus faenas
habituales y lo mandó al norte. Es uno de los más duros profetas, dentro de la dureza de todos ellos.
Denuncia las injusticias y la inmoralidad que se había introducido en Israel durante el largo y próspero
reinado de Jeroboán II.
Las guerras y los cambios sociales habían multiplicado los traficantes del mercado negro, que vendían a
precios abusivos los artículos más necesarios. Se vivía impunemente una situación de injusticia social
insostenible. En todo prevalecía el poder del más fuerte, y el desprecio de los pobres; el olvido de la ley
de Dios y el culto a la riqueza y al dinero.
Estas injusticias de la sociedad de consumo eran claras para Amós, que se había criado entre pastores y
en una sociedad de tipo nómada, en un ambiente de austeridad y pobreza. Y sentía una gran repugnancia
por todo lo que significara derroche y lujo en la vida sedentaria.. Muestra la injusticia como una
301
humillante violación de las relaciones humanas y un ultraje a la santidad del Dios de Israel, que siempre
se ha preocupado de los pobres.
El profeta Amós denuncia la corrupción del sistema. Censura sin concesiones la podrida injusticia
social, favorecida por la tranquilidad –que entre nosotros se llama paz-, de una nación próspera. La
prepotencia de los comerciantes les lleva a amasar grandes fortunas, abusando de los pobres, a los que
defrauda hasta esclavizar sus mismas personas. La única preocupación de estos mercaderes rapaces,
devorados por una codicia insaciable, es la de hacer dinero, pisoteando las más elementales exigencias de
la justicia, y sofocando cualquier llamada de humanidad. Estos traficantes sin escrúpulos, cuyo único dios
es el dinero, deben saber que el verdadero Dios condena todas sus infamias. Una situación permanente en
una sociedad dominada por las riquezas.
El fondo del problema es idéntico al actual: afán de dinero y corazón de piedra de los países ricos ante
la miseria de los pobres –individuos y pueblos-; una sociedad de consumo que destruye a los avarientos,
que no se paran ante las injusticias más repugnantes.
Amós denuncia también una mentalidad religiosa ‘tranquilizadora’ e irresponsable, que lleva a sus
seguidores a vivir engañados creyendo que una situación vergonzosa de desigualdades sociales, de
opresión de los débiles, de injusticias clamorosas, de corrupción a todos los niveles, puede ser compatible
con la práctica religiosa. Y se dirige al interior del corazón humano que quiera escuchar.
Es interesante constatar la constancia de la Iglesia institucional durante muchos siglos en atacar el
instinto sexual y el afán de libertad, insistiendo en las virtudes de la castidad y de la obediencia –consejos
evangélicos importantes, sin duda-, cuando Jesús atacó mucho más el instinto de posesión y sublimó
sobre todas la virtud de la pobreza, necesaria a todo verdadero amor.
La lección es transparente: no se puede mezclar religión e injusticia, culto y fraude, gloria de Dios y
envilecimiento del hombre, alabanza al Altísimo y explotación del débil.
Hoy, como siempre, el dinero ocupa un lugar muy importante en la vida. El corazón humano se apega a
las riquezas y al poder, como el polvo del camino a los zapatos del peregrino.
El dinero siempre ha sido y será un peligroso ídolo, que absorbe los intereses y preocupaciones del ser
humano
302
Hoy nos habla de la oración de intercesión universal, que el apóstol designa con cuatro palabras: que
hagáis oraciones, plegarias, súplicas, acciones de gracias por todos los hombres (v 1). Quiere que
salgamos de nuestra pequeña realidad, y nos abramos a la humanidad entera; que recemos en cualquier
lugar alzando las manos limpias de ira y divisiones (v 8). De modo especial cita a las autoridades, que
entonces eran paganas: el emperador era Nerón, que ya perseguía a los cristianos a los que acusó de
incendiar Roma (año 64). Para que podamos llevar una vida tranquila y apacible (v 2).
Los paganos dirigían sus oraciones al propio emperador, divinizado y considerado como salvador.
Ahora, cuando los cristianos oran, vuelven a colocar al emperador en el lugar que le corresponde: como
subordinado y dependiente del único Dios.
La razón es porque Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la
verdad (v 4).
Para fundamentar esta oración universal, san Pablo nos da tres razones:
La primera es la unicidad de Dios (v 5), y su voluntad de salvación de todos. Si Dios es único, le
conciernen todos los problemas de la humanidad; y si es el único Creador, deseará salvar a todos los seres
humanos. Por tanto, el cristiano que ora está colaborando, mediante su oración, a la voluntad salvadora de
Dios.
La segunda es la mediación universal de Jesucristo; mediación que, para el apóstol, está íntimamente
unida a la fidelidad total de Jesús a su condición humana (vv 5-6).
La tercera es la misión universal que ha recibido Pablo (v 7). Los cristianos deben hacer también suyo este
ministerio recibido, mediante una oración auténtica y abierta a toda la humanidad.
Representar a la humanidad ante Dios, mostrarse solidario con ella ante él, son las condiciones esenciales de
la oración cristiana.
303
DOMINGO VIGESIMOSEXTO ORDINARIO.
EL RICO Y EL POBRE LÁZARO
Este domingo, al igual que el anterior, vuelve a criticar duramente el mal uso de las riquezas..
Que en el mundo haya personas ricas y personas viviendo en la miseria, naciones ricas y naciones
pobres, es un mal. Un mal que se agrava si pensamos que a causa de unos pocos que son muy ricos, la
mayoría de la población mundial pasa hambre de pan, de cultura, de libertad, de justicia... de todo. Los
medios de comunicación nos muestran, cuando les dejan, las muertes por hambre en muchas naciones, los
abusos constantes de las naciones ricas sobre las pobres... Sin embargo, como el rico de la parábola
evangélica, podemos no ver nada ni a nadie en medio de las comodidades en que vivimos.
La existencia del rico y del mísero, aunque haya existido siempre, no es aceptable; no podemos
acostumbrarnos a ella; es un pecado social inadmisible.
Hay pobres porque hay ricos; hay naciones demasiado pobres porque hay otras demasiado ricas, que
explotan a las pobres. Y esto no lo puede querer Dios, que nos creó a todos iguales.
Ante las palabras de Jesús sobre las riquezas (domingo pasado), los fariseos se mofaron de él (Lc 16,
14-18). La parábola se centra en el rico, porque está dirigida a ellos: Dijo Jesús a los fariseos.
Es una parábola exclusiva de Lucas. Nos narra la misma idea que Mateo (25, 31-46), en la parábola del
juicio final. Con ella, quiere penetrar en el sentido último de la historia, especialmente en lo referente a la
304
gran cuestión de la existencia de ricos y de pobres. El texto no deja para el ‘más allá’ la liberación de la
miseria de los pobres.
El rico no piensa más que en banquetear. El texto no menciona otros vicios aparte del apego desmedido
al lujo y a la buena mesa, con el consiguiente olvido del sufrimiento ajeno. Lleva una vida inútil y vacía,
que emplea únicamente para sí mismo.
Jesús habla con la máxima dureza a los ricos porque sabe el peligro que corren –corremos-, porque
quiere evitarles que sigan por un camino sin futuro. Porque el dinero hace sordo y ciego: impide ver y oír
los gritos de la humanidad desgarrada por la miseria, escuchar la llamada constante a la conversión que
Dios nos dirige a todos, y entender el sentido de los acontecimientos de la historia humana, que deben
llevarnos a terminar con la existencia misma de ricos y pobres. Jesús luchó por un mundo de hermanos,
por una fraternidad universal, y por eso debemos trabajar los cristianos.
El rico vivía como si Dios y el prójimo no existieran. Aparentemente, no actúa en contra de Dios, ni
tampoco oprime al pobre. No comete ningún pecado mortal de los que nosotros tenemos como tales. Su
único pecado es de omisión: se olvidaba del pobre. Pero eso no tenía importancia. Y parece que sigue sin
tenerla.
Los ricos son personas que viven de espaldas a Dios, porque han vuelto la espalda al prójimo. Han
cambiado todos los planes de Dios sobre la convivencia humana; planes de amor y de fraternidad.
Acumulan la riqueza de la humanidad, y se dedican a llevar una vida de gastos escandalosos, a costa de la
miseria de los demás. Gastan lo que no es suyo, sin importarles que se hundan los pueblos y que agonicen
los pobres. Viven tan encerrados en ellos mismos que no se dan cuenta –ni quieren dársela- que son ellos
la causa de muchos males de la humanidad. Los ricos –naciones y personas- existen porque pisotean los
derechos humanos. La auténtica corrupción sale de entre ellos, aunque quieran hacernos ver que sale de la
suciedad de las chabolas, como dicen los periódicos de cada día, controlados y manejados por ellos. ¿Pero
qué tendrán los ‘guantes blancos’ y el dinero, para hacernos creer en tantas ocasiones que la injusticia y el
robo son iguales a la honradez y a la ley? Injusticias que engendran delincuencia, marginación, hambre,
paro, opresión. ¡Pobre sociedad a la que no le caben en las cárceles los delincuentes que ella misma
fabrica!
305
Cuando no hay sentido de Dios, estamos abocados a pensar únicamente en nosotros mismos y en los
‘nuestros’. No se puede ser amigo de Dios en la eternidad si ahora dejamos morir al hermano en la
miseria.
Los judíos creían que su padre Abrahán podía con su intercesión liberarlos incluso del infierno. Por
eso Jesús nos presenta al rico implorando la mediación del patriarca. Será en vano: ninguna influencia
podrá ya salvarlo. Ya no es posible la esperanza.
Jesús utiliza las imágenes tradicionales para anunciar su doctrina de forma gráfica y penetrante. La vida
del rico ha terminado en un total fracaso: equivocó el sentido de la vida. ¿Para qué tanta ambición de
dinero y de placer, tantas posesiones, fincas, acciones... si perdió la vida verdadera (Mt 16, 26)? Muere
harto de todo, pero en realidad no tenía nada. El juicio del rico es definitivo: está llamado a desaparecer.
Es importante que los Evangelios nos hablen del juicio, del final verdadero del hombre y de la
humanidad. Porque nos ayuda a darnos cuenta que nosotros no tenemos la última palabra sobre la vida.
Una última palabra que no varía por influencias poderosas, que no será arbitraria y que se podrá intuir
antes de que se realice. El juicio de Dios no es más que su fidelidad a sí mismo y a la Palabra –Jesucristo-
que nos ha dado a los humanos.
Ponerse al servicio del dinero, de sí mismo, lleva al fracaso definitivo. Abrirse al amor es caminar hacia
la Vida.
Nada que tenga fin puede llenar nuestros corazones, ni merece la pena. La vida actual sólo adquiere su
pleno sentido si la contemplamos desde la perspectiva de plenitud y de eternidad, porque la historia no
termina con el tiempo presente.
306
atrocidades cometen las grandes potencias mundiales contra la humanidad por mantener sus intereses
económicos!
Son posiblemente muchos los cristianos que han defendido y defienden su privilegiada posición
económica, diciendo hipócritamente que la fe no debe inmiscuirse en cuestiones temporales, que la
liberación de Jesús es interior y espiritual. Y son incontables los políticos que quieren mandar a la Iglesia
a la sacristía. Sin embargo, en la Biblia descubrimos que toda la Historia de la Salvación está al servicio
del pueblo esclavizado, de los humillados por los poderosos, de los pobres y de los desamparados en sus
más elementales derechos humanos y cívicos.
La Constitución ‘Gaudium et Spes’, del Concilio Vaticano II, comienza así: ‘Los gozos y las
esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de
cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay
verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón’.
Y Juan Pablo II, en su viaje a Brasil: ‘La opción por los pobres es la primera opción cristiana’.
Y Pablo VI, en la Encíclica ‘Populorum Progressio’: ‘La propiedad privada no constituye para nadie un
derecho incondicional y absoluto. No hay ninguna razón para reservarse en uso exclusivo lo que supera la
propia necesidad cuando a los demás les falta lo necesario’.
Hace ya muchos siglos, decía san Ambrosio: ‘La naturaleza da todo en común a todos. Dios ha creado
los bienes de la tierra para que los hombres los disfruten en común y para que sean propiedad común de
todos. Es la naturaleza, por consiguiente, la que ha establecido la igualdad. Y la violencia la que ha
creado la propiedad privada’.
Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto. Es
estremecedora esta frase final de la parábola. Si los gritos de los explotados y marginados, de los cuales
se hacen portadores los profetas, no logran cambiarnos, ya no habrá argumentos que lo consigan.
Y esto es tan cierto, que los cristianos seguimos afirmando nuestra fe en Cristo resucitado, sin que ello
nos impida negar a los ‘Lázaros’ de hoy las migajas que caen de nuestras mesas. Si esto es así, ¿habrá
alguna solución? Me parece que si queremos ser fieles al Evangelio sólo tenemos una solución: dejar de
ser ricos. Las riquezas son una realidad envenenada, que comprometen radicalmente la vida futura de
quienes las poseen. Únicamente la práctica del compartir nos permitirá escapar de sus garras.
Dios sigue jugando sus cartas a favor de los pobres; optar por Jesús es optar también por ellos. De otra
forma, la Palabra de Dios nos juzgará, como al rico, de un modo irrevocable.
307
y no os doléis de los desastres de José.
Por eso irán al destierro,
a la cabeza de los cautivos.
Se acabó la orgía de los disolutos.”
(Am 6, 1a. 4-7)
Estamos en el siglo VIII a. C., en el reino del Norte, en Samaria, durante el largo reinado de Jeroboán II
(años 784-744). La falta de enfrentamientos bélicos, propiciados por las grandes potencias de Egipto y
Asiria, han logrado un período de tranquilidad y de gran bienestar. Pero el debilitamiento de la
religiosidad, fruto de ese confort, ha hecho que este tiempo se haya convertido en una fragante injusticia,
de riquezas para unos pocos y de miseria para la mayoría.
El profeta Amós destaca en el antiguo Testamento por la dureza de los términos con que condena el
egoísmo y el ansia de placer de los ricos. Lanza miradas de fuego hacia los lujosos palacios de Samaria y
describe orgías abominables. Continúa su impresionante descripción de la sociedad de su tiempo, que ha
convertido en ídolos las ciudades santas de Sión –Jerusalén- y de Samaria (v 1). Llama a la conversión a
los que se dedican a comer y a beber y a divertirse a costa de pisotear la dignidad de los pobres y engañar
al prójimo en pesos y medidas. Nos describe unas existencias tan libertinas como inútiles, una ostentación
descarada de lujos, un alarde zafio de riquezas acumuladas con medios inconfesables.
El texto retrata a la perfección la vida del adinerado. La vida entendida como puro confort es siempre
un insulto a Dios y a la convivencia humana. En su inconsciencia y fatuidad se entregan a toda clase de
vicios, a gozar sin preocupación de unas riquezas (vv 4-6), de las que solo son administradores. Piensan
que su situación va a durar siempre; pero su vida muelle va a terminar trágicamente: encabezarán las filas
de los que serán llevados al exilio (v 7).
La riqueza que ataca el profeta conduce a la ceguera del corazón, a la destrucción de las mismas
personas que las poseen y de la creación; y a la miseria de los que tienen que pagar las consecuencias.
Amós es sumamente sensible a la injusticia social en todas sus formas. No puede soportar que el lujo de
los poderosos insulte descaradamente la miseria de los oprimidos. Yahvé no puede soportar tanta
injusticia, tantos desmanes.
Habla, grita, lanza invectivas contra ‘la sociedad de consumo’ de su tiempo. ¡Pobre profeta, que no
entiende nada de la vida y de las reglas de la alta ‘suciedad’! ¿Quién te escucha?
Este mensaje de Amós sigue manteniendo toda su actualidad. Su aplicación es clara en los países donde
el excesivo bienestar de los ricos se codea con la miseria de los pobres.
308
Seguimos leyendo, por tercer domingo consecutivo, la primera carta de san Pablo a Timoteo.
Hoy presenta paternalmente a su discípulo las cualidades que debe reunir el pastor ideal, en contraste
con las que nos ofreció de los falsos doctores (1 Tim 4, 1-3; 6, 3-5).
Debe huir del amor al dinero, raíz de todos los males (v 10, que no se lee). Llama a Timoteo siervo de
Dios (v 11), nombre que se daba a los antiguos profetas, como representantes de Yahvé.
Nos invita a aprovechar esta vida para practicar la justicia, la religión, la fe, el amor, la paciencia, la
delicadeza (v 11). Si queremos hacer frente a las injusticias de este mundo, el camino único válido es
comprometerse desde la fe
El pastor ideal es, ante todo, el que alienta los ‘combates’ de la fe. Un combate que no consiste en
luchar contra los enemigos de la fe, sino en luchar consigo mismo para ser fiel a Jesucristo, porque la
vida es una lucha diaria en busca de los valores de Cristo, que son los mismos del reino de Dios.
En el marco de este combate, aparece el bautismo como el momento en que renueva el llamamiento de
Dios, que le invita a una vida de unión con él: Conquista la vida eterna a la que fuiste llamado, y de la
que hiciste noble profesión ante muchos testigos (v 12). Es importante esta recomendación sobre la
conquista de la vida eterna. La parábola evangélica nos ha matizado que la única forma de conquistarla es
compartiendo la suerte de los pobres.
También le recuerda el valiente testimonio del mismo Jesús ante Pilato (v 13) y que guardes el
mandamiento sin mancha ni reproche hasta la vuelta del Señor (v 14).
Y termina con una doxología, inspirada en el ceremonial de la divinización de los emperadores y de las
plegarias judías en la sinagoga. Distingue a Dios –Soberano, Rey, Señor, el único poseedor de la
inmortalidad, que habita en una luz inaccesible (vv 15-16)- de los emperadores, cuyo reinado es cosa
de un momento si se le compara con la eternidad.
309
DOMINGO VIGESIMOSÉPTIMO ORDINARIO
LA FE OBLIGA AL CUMPLIMIENTO DEL DEBER
EL SILENCIO DE DIOS
A nuestra sociedad occidental ya no podemos considerarla como cristiana. En ella se valoran, casi
exclusivamente, la eficacia y la técnica, el dinero y la búsqueda del máximo placer posible con el mínimo
compromiso. Y, como consecuencia, se desentiende de la fraternidad y la justicia, de los más necesitados
y oprimidos. En ella, cada uno se preocupa de sí mismo y de los suyos. Y, con frecuencia, muchos de los
que más trabajan por la justicia, la fraternidad y la libertad –valores del reino de Dios-, lo hacen desde
ideologías y creencias al margen del cristianismo, a la vez que nos acusan a los cristianos de no trabajar
de verdad por aquello que afirmamos y no practicamos. En un mundo así es difícil vivir la fe.
Por otra parte, la Iglesia jerárquica no acaba de decidirse por el Evangelio sin rebajas. Parece que teme
las consecuencias, perder el protagonismo y el número. Y se refugia en la diplomacia y en los pactos,
pensando que por ahí logrará su propósito. Y lo que está logrando es el desprestigio ante muchas personas
de buena voluntad.
Nuestra misma actuación personal está regida por otros intereses distintos a los valores de Jesús. Lo
mismo nuestra vida familiar, profesional y social. Parece como si estuviéramos perdiendo la fe en la vida,
en las personas y en Dios. Los contratiempos de cada día nos van desgastando y endureciendo.
Mientras tanto, Dios está callado. Por más que le pidamos, por más gritos de injusticia que se eleven
ante él, Dios calla. ¡Qué extraña manera de gobernar el mundo! Porque entre los que sufren hay multitud
de niños e inocentes. ¿Por qué lo soporta Dios? ¿Es que no le importa? ¿Por qué tanto mal ante el que nos
sentimos impotentes?
El silencio de Dios nos desespera, nos pone nerviosos. Si Dios existe, debería oír el grito incesante de
los oprimidos, y ver las injusticias que nos rodean por todas partes.
El silencio de Dios nos tortura. Pero no tanto porque no hable, cuanto porque nos enfrenta a nosotros
mismos, a nuestras responsabilidades ante las injusticias, para que digamos nosotros esa palabra que
estamos esperando de él. El silencio de Dios nos obliga a hablar, a actuar a nosotros. Lo que Dios podría
remediar con su palabra, es labor nuestra, porque en nosotros ha puesto la historia y su destino.
Para aceptar el silencio de Dios, y trabajar por llevar adelante su reino, hace falta una gran fe. El
silencio de Dios es la libertad de los hombres. El silencio de Dios deja de ser escandaloso cuando hay un
verdadero testimonio de creyente. Dios habla en la medida en que los creyentes nos comprometemos.
Dios está mudo porque nosotros no pronunciamos ninguna palabra significativa.
Cristo es la Palabra de Dios. Nosotros la proclamamos en el mundo cuando imitamos su vida.
Siguiéndole, vamos llenando la historia de palabras llenas de sentido. Porque la historia, aunque realizada
bajo el impulso del Espíritu, es obra nuestra. Dios no es mudo; los que permanecemos en silencio, por
temor a pronunciar una palabra comprometida, somos nosotros.
310
-Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: ‘Arráncate de
raíz y plántate en el mar’, y os obedecería.
Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando
vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: ‘En seguida, ven y ponte a la mesa’?
¿No le diréis: ‘Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo; y
después comerás y beberás tú’? ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha
hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo mandado,
decid: ‘Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer’.”
(Lc 17, 5-10)
El tema que domina en las lecturas de hoy es la fe, aunque bajo tres puntos de vista distintos: desde la
paciencia (primera lectura), desde la perseverancia (segunda) y desde el trabajo por el reino (evangelio).
Auméntanos la fe. Los apóstoles han comprendido que a su fe hay que añadirle fe si quieren ser fieles
a lo que les pide Jesús. Reconocen que tienen fe, pero comprenden que no es suficiente, y que esta fe es
un don.
Pedirle a Jesús que nos aumente la fe es pedirle algo muy serio y arriesgado. Porque no es sólo pedirle
capacidad para aceptar intelectualmente algo que no alcanzamos a entender, y que afirmamos como
revelado por Dios, sino también es pedirle ayuda para ponerlo en práctica.
Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: ‘Arráncate de raíz y plántate en
el mar’, y os obedecería. Parece que Jesús no responde exactamente a la petición de sus discípulos.
Aprovecha la ocasión para expresar la eficacia de la verdadera fe, capaz de obtener todo de Dios.
Si tuviéramos un poco de fe viva haríamos milagros. ¿Cuáles? ¿Cambiar de sitio los árboles o las
montañas? ¿Para qué? Si tuviéramos fe, no cambiaríamos de sitio una morera, sino que cambiaríamos el
mundo entero. Este mundo opaco y ciego, en que vivimos, se nos haría transparente, nos descubriría su
verdadero rostro, su mensaje y su misterio. Si tuviéramos fe, toda nuestra vida sería un único milagro. La
fe nos concede la sabiduría de la vida; nos permite mirar la realidad desde su verdadera vertiente: la de
Dios. La fe es más poderosa, tiene más consistencia y valor que todas las realidades físicas. La fe llega
hasta el fondo de Dios y de los hombres, a ese fondo de Jesús en el que todo se sustenta. La fe nos hace
partícipes de la vida del Dios que todo lo puede, del Dios que no tiene límites.
La fe es una inmensa fuerza que permite vencerlo todo, superar lo que parece imposible. Es esa
convicción que nos hace decir: ‘A pesar de todo seguimos adelante’. Nos hace preguntarnos por un
porqué último, final, absoluto.
La fe nos da el convencimiento de que, en el trabajo por la transformación del mundo, el mal puede ser
arrancado de raíz. Es el poder que vende al mundo (Jn 16, 33; 1 Jn 5, 4). Es esa tozuda confianza en la
promesa de un Dios que está empeñado en hacer nuevas y de nuevo todas las cosas (Ap 21, 1-7).
La fe es una manera distinta de vivir en el mundo y por el mundo. Es realista: sabe lo que ocurre en el
mundo y el porqué; empuja a solucionar las situaciones de injusticia. Nos mantiene en la vertiente
verdadera de las cosas y de las personas: en la vertiente de Dios. Es una fuerza interior que nos empuja y
nos hace capaces de afrontar las dificultades de la vida.
La fe no es sólo creer que Dios existe: también lo creen los ‘demonios’ (Sant 2, 19). Es mucho más: es
fiarse, esperar, caminar por el camino de Jesús guiados por su palabra. Fiarse, esperar, caminar, sabiendo
desde lo más profundo de nosotros mismos que, si creemos, no es porque nosotros lo hayamos logrado
con nuestro esfuerzo, sino porque el Padre nos ha llamado y nos ha dado su mano, nos ha hecho
experimentar que todo esto merecía la pena. Esta fe crece en la ‘noche’, en las dificultades.
311
La fe nos obliga a una opción. Una opción que tiene algunas características: se da en el corazón y
arrebata a toda la persona, que tiene la sensación de haber nacido de nuevo (Jn 3, 3-8); es una orientación
interior, permanente y global de la vida: todo lo que somos y tenemos se coloca en una sola dirección; se
da cuando somos capaces de arriesgarlo todo, cuando nos decidimos por la vida, a pesar de experimentar
que la estamos perdiendo (Mt 16, 25); cuando nos situamos a favor de la luz, aunque sigamos en
tinieblas; cuando confiamos en la acogida de Dios, sin saber si nos acoge o no; cuando arriesgamos lo que
tenemos seguro, por lo que esperamos.
La fe nos libera de ataduras sociales, de preceptos, de clases. El que opta por ella descubre que el
cristianismo es fácil (Mt 11, 28-30). Ese es uno de los prodigios del Evangelio: Cuando buscamos la
facilidad, sentimos su peso.
312
amigo no necesita leyes ni mandatos; sabe qué es lo que agrada al amigo y lo realiza porque cree que
merece la pena hacerlo.
Esta es la actitud que debemos tener ante Dios. Descubrimos su voluntad y tratamos de cumplirla. No
importa en principio el premio. Sabemos que Dios no está obligado a nada. Sin embargo, porque es amigo
y, sobre todo Padre, sabemos que se preocupa de nosotros y que podemos confiar en su ayuda. Es un
Padre que nos quiere más de lo que nosotros podemos imaginar: Nos quiere ‘todo’. Por eso, estamos
seguros en sus manos, que siempre serán infinitamente mejores que las nuestras. No sabemos lo que nos
dará, pero tenemos una inmensa confianza en que siempre será mucho más que todo lo que hubiéramos
soñado (1 Cor 2, 9).
Esto no significa que las buenas obras sean inútiles y no sirvan para nada, sino que la recompensa
siempre debe ser esperada y recibida como un don de la bondad del Padre.
313
Yahvé responde a las quejas del profeta mediante un primer oráculo (vv 5-11), que no se lee, y que el
pueblo considera confuso, y pide al profeta que formule una segunda queja (vv 12-17, que tampoco se
leen).
El profeta se presenta como el centinela que vela por los intereses del pueblo (v 1), al que espera
transmitirle la respuesta divina a sus angustias. Yahvé responde con un segundo oráculo (segunda parte
de la lectura), en el que le va a comunicar una revelación que debe poner por escrito (v 2), para que sirva
de testimonio cuando los hechos tengan lugar. Lo anunciado se cumplirá, si tarda, espera (v 3). La
palabra de Dios está comprometida en ello: El justo vivirá por su fe (v 4). Dios no permitirá que el
impío triunfe indefinidamente, ni dejará al justo sin darle lo que merece.
Este oráculo, punto central de la profecía de Habacuc, sólo se puede entender desde la fe. De hecho, el
pueblo judío, incluidos los justos, irán al destierro. Pero el Dios, que dio pruebas de fidelidad en el
pasado, es el mismo Dios que ahora responde. ¿Cómo entenderlo sin la fe en el Dios de las promesas?
El problema no tiene solución humana, la única solución se halla en el plano de la fe.
Habacuc nos enseña a esperar contra toda esperanza.
314
Para infundirle la valentía y fidelidad necesarias, Pablo (segunda lectura) le invita a que haga revivir en él
la gracia de Dios de su ordenación, otorgada por la imposición de sus manos. Rito que es un don de Dios,
una gracia concedida para el bien de la comunidad; una gracia que da fuerzas para dar testimonio de Jesús,
muerto en la cruz, y de su prisionero. Una gracia que otorga un amor ardiente y entusiasta por el anuncio
de la Palabra a todos los hombres, la prudencia necesaria para un dirigente de comunidad y maestro de la
verdad y, por último, la preocupación constante por guardar íntegra la doctrina.
No se trata de ser fiel, de manera pasiva y resignada, a una decisión que se ha tomado anteriormente. La
fidelidad descansa sobre razones actuales, que fundan un sentido más pleno de las responsabilidades.
La defensa del tesoro de la fe requiere mucho valor, y sólo podrá guardarse con la ayuda del Espíritu
Santo, que habita en nosotros.
315
DOMINGO VIGESIMOCTAVO ORDINARIO
JESÚS CURA A DIEZ LEPROSOS
316
A gritos suplican a Jesús que los cure. Lo llaman maestro, nombre que en Lucas sólo le han dado
hasta ahora los apóstoles. Por sí mismos, los enfermos no pueden hacer más que gritar pidiendo auxilio.
En su petición está implícito el grito de todos los que descubren sus límites y llaman a la puerta del
misterio en busca de socorro. Parece que no han oído nada sobre el valor liberador de su doctrina, si nos
atenemos a la reacción posterior de los nueve judíos.
Jesús les manda a los sacerdotes, que son los que deben testificar oficialmente la curación, para que
puedan reintegrarse a su pueblo.
Mientras iban de camino, quedaron limpios. Se produjo la primera parte de la curación: la externa.
Todos quedan curados de la lepra. Los nueve judíos siguieron su camino hacia los sacerdotes, como si
nada especial hubiera pasado por sus vidas; aceptan el prodigio con naturalidad y se muestran dispuestos
a integrarse, sin más, en la vida diaria y religiosa de Israel, su pueblo. La curación no les ha aportado nada
nuevo, porque vuelven a ser lo que ya antes habían sido. Se acercaron a Jesús solamente para la curación
física, y la habían conseguido. Necesitaban el certificado de los sacerdotes para reintegrarse a sus
comunidades, sin más. Ni sospechaban que les quedaba lo más importante: el encuentro con Jesús. Es la
reacción de los ‘hijos fieles’.
317
perfectamente cosificado y codificado: todo se hace según tradiciones estipuladas, pensadas y dirigidas
desde arriba, ejecutadas mecánicamente, como si el solo hecho de hacer cosas piadosas o de recibir
sacramentos fuese suficiente para crecer y madurar en la fe.
EL LEPROSO NAAMÁN
“Naamán el sirio bajó y se bañó siete veces en el Jordán, como se lo había
mandado Eliseo, el hombre de Dios, y su carne quedó limpia de la lepra, como la
de un niño. Volvió con su comitiva al hombre de Dios y se le presentó diciendo:
-Ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de Israel. Y tú
acepta un presente de tu servidor.
Contestó Eliseo:
-Juro por Dios, a quien sirvo, que no aceptaré nada.
Y aunque insistía, lo rehusó.
Naamán dijo:
-Entonces, que entreguen a tu servidor una carga de tierra, que pueda llevar
un par de mulas; porque en adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni
sacrificios de comunión a otro dios que no sea el Señor.”
(2 Re 5, 14-17)
Los libros de los Reyes narran la historia de Israel, desde los últimos años de David hasta la cautividad de
Babilonia; unos cuatro siglos. Tienden a probar que todos los males, que han azotado a Israel y Judá, son
consecuencia de la infidelidad de sus reyes y del pueblo al pacto de la Alianza con Yahvé.
318
El autor sagrado no pretende escribir todo lo sucedido, sino que entresaca de la historia de Israel y de
Judá, de aquellos cuatro siglos, algunos sucesos característicos para apoyar la tesis que quiere probar.
El texto de la primera lectura de hoy nos relata la curación del leproso Naamán, en su final; un pagano
curado por las aguas del Jordán, cuando las aguas de su país no han podido hacerlo.
El centro de la lectura es la confesión de fe en un único Dios hecha por un extranjero, que le lleva a
adorar, a partir de este momento, al Dios de Israel exclusivamente.
Para Naamán, Yahvé es un Dios más poderoso que los demás, que ejercen su poder sobre zonas
delimitadas; por lo que salir de un país equivalía a abandonar al dios que lo domina. Por esta razón,
Naamán quiere llevarse tierra de Israel (v 17), para edificar sobre ella un altar a Yahvé cuando llegue a su
país; porque no cree poder adorarle sobre una tierra considerada impura por la presencia de los ídolos
nacionales, ni que Yahvé pueda ejercer su poder y dominio fuera de su propio pueblo. La tierra que lleva
es la suficiente para colocarse de pie sobre ella y ofrecer un culto al Dios de los judíos.
Otra enseñanza importante de este episodio es la gratuidad. Naamán es sirio, y las relaciones de su país
con Israel son tensas, como casi siempre. Ha sido atacado por la lepra y ni los médicos ni los magos de su
país han podido atajarla. Atiende la sugerencia de una sierva para que vaya a tierras de Israel para curarse,
lo que era difícil de aceptar: ¡ponerse en manos de un enemigo!
Pagará lo que sea necesario y hará todo lo que le propongan. Pero el profeta Eliseo no acepta ningún
presente, ni pide nada a cambio (v 16).
La verdadera religión no es difícil: basta con aceptar recibir. Nosotros pretendemos vivirla a base de
acciones laboriosas o de ritos. El Dios verdadero quiere que le recibamos.
La exhortación de Pablo a Timoteo, de dar testimonio valiente en comunión con Cristo y con él mismo,
preso por su fidelidad al Señor –segunda lectura del domingo pasado-, tiene su continuación en el texto de
hoy. Pablo sigue insistiendo a Timoteo que se entregue con toda fidelidad a su ministerio. Para animarle más,
le recuerda el ejemplo de Cristo, que, si antes padeció, resucitó glorioso y es causa de nuestra futura
resurrección. De la fe en Jesucristo resucitado nace la predicación apostólica, y esa resurrección constituye el
319
centro de la predicación: Éste ha sido mi Evangelio. Esto es lo que vive el propio Pablo, que se ha
identificado con Cristo crucificado para poder participar plenamente de su gloria.
Es normal que los evangelizadores, que se tomen en serio su misión, sean perseguidos, incluso por
miembros de sus mismas comunidades. La cobardía puede desvirtuar el mensaje. Ser cristiano no
significa cumplir unas leyes y ritos, sino poner como centro de nuestra vida a la persona de Jesucristo.
Este modo de vivir puede llevarnos a un camino de sufrimientos, de cruz (v 10).
Los sufrimientos del apóstol, además de unirle estrechamente a Cristo, influyen también positivamente en los
demás creyentes; son también una forma de contribuir a la propagación del mensaje que lleva dentro.
La palabra de Dios no está encadenada (v 9), pero con nuestro modo de vivir podemos hacerla
inservible.
Todo este pensamiento de Pablo queda corroborado en el pequeño himno litúrgico de cuatro versos (vv
11-13), con los que concluye el texto de hoy. Entramos a participar en la muerte de Cristo desde el
bautismo; y vivir y reinar con él supone una vida de seguimiento y de testimonio. El tercer verso nos
recuerda las palabras de Jesús: ‘si uno me niega ante los hombres...’ (Mt 10, 33; Lc 12, 9). El cuarto
rompe el paralelismo de los tres primeros: Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede
negarse a sí mismo. Fiel a sus promesas y a su amor. Ante el amor, totalmente fiel de Jesucristo, se
rompe toda lógica.
320
DOMINGO VIGESIMONOVENO ORDINARIO
PARÁBOLA DEL JUEZ Y LA VIUDA
321
mediante una vida auténtica y una oración perseverante. Ni todo depende exclusivamente de un Dios
absoluto y paternalista, ni todo queda a expensas de los hombres y su justicia. La fe cristiana es síntesis de
ambas posiciones, tan difícil de conseguir en la práctica, como lo atestigua la historia del cristianismo. En
todo tiempo tenemos que enfrentarnos con las dificultades que se nos presenten, y rogar para que venga el
Hijo del hombre; incluso cuando parece que la lucha no sirve para nada y la oración no es escuchada, y
estamos a punto de sucumbir a la fatiga y al hastío.
Jesús en la parábola de hoy nos enseña a perseverar en la oración.
Muchos, al oír hablar de perseverancia, piensan inmediatamente en la machaconería, en repetir
fórmulas y palabras; nunca en esa oración más profunda de encuentro silencioso, iluminador, con la
verdad de Dios, que nos revela nuestra verdad y nos clarifica la realidad de la humanidad. Es ésta la
oración que es indispensable y necesaria, porque es el clima en que nace y madura la fe y la vida.
Si la oración es la forma habitual de alimentar nuestra comunión con Dios y con los hombres, dejar de
orar es exponernos a su lejanía, dejar de tener el ‘sentido de Dios’ en los acontecimientos. Si la oración es
tan importante para el hombre, ¿nos extrañaremos de la ausencia de Dios, y de la radical injusticia en una
sociedad que no reza?
322
Esta parábola nos anima a una oración penetrada de esperanza, de utopía, a no desanimarnos nunca,
porque no se apoya en nosotros, sino en Dios. Quizá nos equivoquemos en lo que pedimos y no sepamos
rezar ni vivir coherentemente con lo que decimos. Pero el Padre no deja de amarnos. Orar sin desanimarse
es creer en este amor incondicional de Dios.
323
Los amalecitas son un pueblo muy antiguo. Fueron los adversarios de los hebreos y, sobre todo, de Judá
durante varios siglos. Vivían en el desierto y, como a otras tribus de beduinos, el hambre les mantenía
siempre preparados a guerrear contra los pueblos vecinos al desierto, o contra los viajeros que osaran
atravesarlo, para despojarlos de todo lo que llevaran.
El pueblo hebreo, cargado con el botín que había sacado de Egipto, se encuentra en la inmensa estepa,
y los amalecitas lo atacan por sorpresa, como era costumbre entre los pueblos del desierto.
La lectura nos presenta a Moisés como el jefe del pueblo que sabe infundirle confianza y entusiasmo en
la lucha y, al mismo tiempo, como el mediador del pueblo ante Dios por medio de su plegaria
perseverante. Encarga a Josué la defensa del pueblo por medio de la lucha, y él se dedica a interceder ante
Yahvé para que les conceda la victoria.
El texto subraya la importancia de la mediación de Moisés en esta guerra, y constituye, con anotaciones
un tanto mágicas, una lección del valor de la perseverancia en la oración: Mientras Moisés tenía en alto
la mano, vencía Israel; mientras la tenía bajada, vencía Amalec. El autor deja claro que la victoria se
debió a la oración de Moisés. La convicción de que las victorias se debían a Yahvé estaba profundamente
arraigada en el pueblo hebreo.
Para vencer el mal y conseguir la victoria es necesario elevar las manos a Dios, al margen de que la
victoria a la que se refiere la lectura fuera en una guerra. Hoy deberíamos rezar incansablemente para que
ninguna guerra sea posible. Las ‘batallas’ sólo se ganan cuando no se combaten.
324
múltiples virtualidades de las Escrituras y cuenta con su eficacia, estará perfectamente equipado para toda
obra buena. De esta realidad fluye, como consecuencia lógica, su utilidad para enseñar la verdadera doctrina,
para combatir los errores, para corregir los vicios y para ayudar a progresar en la vida moral (vv 16-17). Por
eso, es lógico que los que hacen profesión de instruir a los demás se apoyen sobre ella en sus tareas docentes.
Pero un auténtico conocimiento bíblico sólo lo consigue el creyente que, a la vez, está atento a los signos de
los tiempos, para leer en ellos la presencia de Dios en los acontecimientos actuales. La Escritura es regla de la
fe, pero es la lectura de los ‘signos de los tiempos’ la que desentraña toda su actualidad.
Ante Dios y ante Cristo Jesús... (v 1). Este final del texto es de lo más dramático que escribió Pablo, que
prevé su próximo fin.‘Conjura’ a Timoteo para que cumpla con valentía su deber de ministro de Jesucristo. Le
pone delante el gran día del juicio final, cuando aparecerá Cristo para juzgar a vivos y muertos.
La Sagrada Escritura –palabra inspirada y por tanto segura-, debe transformarse en anuncio animoso,
paciente y obstinado. Y esto afecta tanto a la oración como a la proclamación de la Palabra: Proclama la
Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, reprocha, exhorta con toda comprensión y pedagogía
(v 2). La palabra debe ser predicada en todo momento. Una palabra que denuncie el mal, anime a perseverar,
convenza, contagie. Y siempre hecha con amor, como un buen maestro. Con estos cinco vibrantes
imperativos, le manda que se dedique de lleno a su misión, pues se acercan tiempos difíciles (vv 3-4). Lo
veremos con más detalle el próximo domingo.
El cristiano se enfrenta contra todo lo que no está fundado en la justicia, en el amor, en la libertad, en la paz,
en la verdad. ¿Queda algo? También se enfrenta a todos los fanatismos, intolerancias, sectarismos,
integrismos.
325
DOMINGO TRIGÉSIMO ORDINARIO
PARÁBOLA DEL FARISEO Y EL PUBLICANO
LA VERDADERA ORACIÓN
“Dijo Jesús esta parábola por algunos que, teniéndose por justos, se sentían
seguros de sí mismos, y despreciaban a los demás:
-Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era un fariseo; el otro, un
publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ‘¡Oh Dios!, te doy gracias,
porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese
publicano: Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.’
El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al
cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: ‘¡Oh Dios!, ten compasión de este
pecador.’
Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se
enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.”
(Lc 18, 9-14)
Para llegar a la Verdad-Realidad, que es Dios, al sentido de la vida, Jesús de Nazaret tenía claro que el
camino era la verdadera oración. Por eso, dedicó tanto tiempo de su vida a ella: de madrugada, noches enteras,
que le llevaban a la máxima intimidad con su Padre.
La verdad, sobre lo humano y sobre toda la creación, sólo la conoce Dios. En la oración nos la va
desvelando y comprometiéndonos con ella. En la oración, vamos ahondando en el sentido de las cosas y
de los acontecimientos. En ella, recibimos fuerzas para cumplir con nuestros deberes de trabajo, familia,
sociedad. En ella, vamos descubriendo nuestra propia verdad, la verdad sobre la humanidad y sobre Dios.
Enfocar bien la oración, y dedicarle un tiempo fijo cada día, es difícil. ¡Es tanto lo que tenemos que
hacer!, decimos para justificarnos. La verdad es que la consideramos una pérdida de tiempo, influidos por
el ambiente de eficacia inmediata que nos rodea, y por creer que para ser cristianos no la necesitamos.
Como toda actitud creyente, la oración puede verse reducida a una caricatura de lo que debería ser. La
oración es alienante cuando nos evade de la realidad, cuando no surge de los problemas concretos de la
vida, cuando refuerza nuestras seguridades y la instalación en este mundo.
Contemplar y trabajar por un mundo nuevo son caras de la misma moneda. El cristiano verdadero reza
porque sabe que no puede entrar en contacto con la realidad del mundo y con los hombres si no entra en
contacto con Dios. ¿Cómo acertar con el mundo que Dios quiere sin preguntarle a él en la oración?
La oración verdadera nos va dando la fortaleza necesaria para luchar por una sociedad como Dios
quiere; supone confiar en un Padre capaz de hacer fuerte al débil, comprometido al que vive sin
preocupaciones. La oración es una actitud política; es decir, tiene íntima relación con el medio ambiente
en que vive el que reza y, a través de él, con toda la humanidad. Compromete tan seriamente con la
situación histórica, que busca se realicen, ahora y aquí, los valores del reino de Dios.
La oración verdadera llega hasta Dios, pero partiendo de la realidad en que vive la humanidad. Cada
momento de oración es como un juicio que adelanta el juicio de Dios, al manifestarnos la verdad y la
mentira de las situaciones humanas. Lo económico, los problemas laborales, la defensa de los derechos
humanos... están tan unidos a la oración y a la fe, que sin ellos la oración sería una actividad a extinguir y
la fe un lujo sin consecuencias positivas.
326
La oración, como entrega máxima, nos hace serenos, objetivos. En la medida en que seamos capaces de
orar, penetramos en el fondo de lo humano. Las grandes cosas de la existencia se han dado a los que han
rezado. Es la síntesis del ser humano: según sea la oración, es la vida.
La parábola de hoy, propia de Lucas, nos presenta el tipo de plegaria que Dios escucha, el modelo de
hombre en que Dios se complace. Completa la parábola del juez y la viuda: orar siempre sin desanimarse,
nos decía la anterior; pero desde un corazón humilde y sincero, añade ésta. Está dirigida a los fariseos,
que se tenían por superiores a los demás y criticaban la actitud de Jesús
EL FARISEO
Los fariseos eran un grupo de judíos nacionalistas, en su mayoría laicos, de una exactitud escrupulosa en el
cumplimiento de los muchos y difíciles preceptos de la ley. Muy seguros de sus opiniones personales, estaban
incapacitados para captar la necesidad que tenían de conversión. Su orgullo de casta les impidió reconocer en
Jesús al enviado de Dios, cerrándose herméticamente a sus críticas. Defendían una religión formulista y
exterior, más atenta a la letra que al espíritu. Eran celosos guardianes de la pureza legal y muy minuciosos;
soberbios e hipócritas al sobre valorar sus obras frente a Dios.
El fariseísmo no es sólo de aquella época: es una forma de vivir lo religioso en todos los tiempos, y es
lo más opuesto al espíritu cristiano. Constituye una constante amenaza para el cristianismo, al que
pretende reducir a unas cuantas prácticas religiosas. Todos llevemos dentro de nosotros zonas de
fariseísmo: todo lo que nos resistimos a revisar por estar seguros de ser verdadero. Y es, quizá, el
reconocerlo con sencillez la única forma de salir de él.
El fariseo se presenta ante Dios muy seguro de sí mismo. Está erguido, lo que revela su estado de
ánimo, su superioridad. Pero no reza; finge ignorar que los dos polos de la oración son Dios y nuestra
nada. Y los cambia por otros dos: sus propios méritos y el desprecio de los demás. Es lo mismo que
hacemos nosotros muchas veces. Se cree grande porque tiene una idea mermada de Dios; virtuoso porque
desprecia a los demás. Si algo va mal, la culpa es siempre de los demás. Nuestra nunca. El fariseo se reza
a sí mismo, se cuenta su historia, poniendo por delante la lista de los pecados ajenos.
Comienza su oración con una acción de gracias, como estaba establecido en el judaísmo. Pero pronto
Dios pasa a segundo término. No encuentra nada de qué arrepentirse: no es ladrón, ni injusto, ni adúltero.
Incluso va más allá de lo que exige la ley y hace buenas obras. Ayuna dos veces por semana, cuando
sólo había obligación de ayunar un día al año (el día de Kippur). Pago el diezmo de todo lo que tengo.
Lo que el fariseo decía en la oración era verdad. Pero no todo: la vanidad y la autosuficiencia lo había
convertido en un ‘sano’, y Dios sólo puede curar a los enfermos (Mt 9, 12). Los ‘sanos’ no lo necesitan.
La oración del fariseo es frecuente siempre, principalmente entre los ‘muy piadosos’, que ven a Dios
como el aliado de su ‘casta’, de sus ‘buenas costumbres’, de su ‘pureza’, de su ‘religiosidad’. Su montaje
de vida les impide verlo en la lucha por la justicia, por la libertad, que debemos realizar entre todos. Están
–estamos- tan llenos de sí mismos, que es prácticamente imposible encontrar una fisura por la que pueda
entrar Dios.
El fariseo de todas las épocas está convencido de lo que dice. Se siente santo y su orgullo es santo. Una
santidad que da distinción y categoría, que separa a los hombres en clases, que otorga privilegios. Es la
santidad de los ‘fuertes’, de los que ya no tienen nada que aprender.
327
Si se les –nos- dice que su religiosidad es una caricatura, pensarán que se están burlando de ellos, o que
les ofenden por envidia. Han logrado convencerse de tal manera de la verdad de lo que hacen, que jamás
podrán cambiar, simplemente porque ellos –nosotros- no tienen nada que cambiar o modificar. Esta es la
causa principal de la enorme dificultad que tenemos los cristianos de siempre, los religiosos, los
sacerdotes y los obispos para ser seguidores de Jesús.
EL PUBLICANO
El publicano distaba mucho de ser una persona ejemplar. En aquellos tiempos, los publicanos o recaudadores
de impuestos eran hombres sin escrúpulos, que se habían puesto al servicio de los invasores romanos para
enriquecerse a costa de sus hermanos de raza; eran colaboracionistas. No se preocupaban de lavarse las manos
cien veces al día, ni de rezar mucho ni poco; tampoco les importaban los demás. Para estos hombres, cambiar
de vida y practicar la justicia era una grave complicación. Nadie les ayudaba a realizar este cambio porque
eran odiados y tenidos por indeseables; menos los que tenían mucho dinero, como es natural. Según la
doctrina de los fariseos, si querían ser perdonados tenían que restituir todo lo que habían adquirido
injustamente y dar un quinto de todas sus propiedades.
Se presentó ante Dios como era, sin esconderse detrás de unas fórmulas aprendidas de memoria o de
prácticas rutinarias. Su oración es humilde y espontánea: no se gloría de nada ante Dios ni se compara con
los demás. Sólo tiene conciencia de su culpa y de la bondad de Dios para perdonarle. Necesita salir de su
pecado y pide ansiosamente auxilio. Sabe que está solo, hundido en la miseria, que no se puede apoyar en
lo que tiene. Pero es consciente de que le queda Dios.
Se queda lejos y no se atreve a levantar los ojos a Dios; es consciente de que no merece presentarse
entre las personas religiosas, ni dirigirse al Santo puesto que él no lo es. Su oración consta de muy pocas
palabras: se lamenta de su propia culpa y pide perdón. No muestra ningún interés por su propia persona.
¿Qué podría encontrar en ella de satisfactorio, si toda su vida no es más que la de un pecador? Ni siquiera
tiene necesidad de confesar detalladamente sus pecados: su confesión ya se la ha hecho el fariseo. Él no
tiene más que sacar conclusiones: pondrá el arrepentimiento. Se reconoce enfermo, necesitado de médico.
Y el médico se preocupa de curarlo. Y quedará curado; podrá comenzar una nueva vida.
Es un ejemplo más de la constante enseñanza evangélica: el marginado, el hombre mal considerado,
tiende a abrirse a los cambios, a la conversión, a buscar la verdad y la justicia, a superar unos límites que
parecen intocables, a reconocer sus errores. Mientras el hombre religioso, el poderoso y encumbrado,
instalado en su seguridad y buena conciencia tiende a cerrarse totalmente.
328
Y eso es precisamente lo que sabe hacer el publicano, que desconocía totalmente el modo ritual de
rezar. Porque es evidente que Jesús no aprueba en la parábola la conducta de los publicanos de su época.
Pero sí aprueba su sinceridad, consciente de las dificultades que va a encontrar para rehacer su vida.
A Dios no le asusta nuestra verdad; la desea como punto de partida para iniciar con nosotros un
diálogo. ¿De qué sirve una oración que no surge de la verdadera realidad del que ora? Pero, ¡qué difícil es
partir de la realidad al haber convertido la evangelización en una religión formulista! Es posible vivir una
vida entera inmersos en un cristianismo sociológico, como el que vivimos nosotros, sin haber sido nunca
evangelizados seriamente. La religión formulista se limita a pedirnos que hagamos unas cosas
consideradas buenas y dejemos de hacer otras por ser malas. La evangelización nos invita a caminar
siguiendo a Jesús, a conocernos tal como somos, a asumir responsable y personalmente los riesgos de la
propia vida, a ser cristiano no porque nos hablaron de ello desde pequeños, sino por haberlo
experimentado personalmente como válido.
Aceptemos la lección que nos da el publicano. Convenzámonos de que no tenemos nada presentable
que podamos ofrecer a Dios que él no nos haya dado primero. Desconfiemos de la oración ritualista que
conocía tan a la perfección el fariseo. No tengamos miedo de descubrir cuanto haya de pecado y miseria
en nuestras vidas y en las estructuras de la Iglesia.
La parábola termina con una sentencia, repetida varias veces en los Evangelios, que le da sentido:
Porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.
Bella y dura parábola para los que participamos en la eucaristía dominical. Busquemos en la oración el
descubrimiento de Dios y de nosotros mismos. La gran diferencia existente nos llevará, sin duda, a
reconocernos pecadores y a pedir perdón. Los santos eran muy conscientes de esta realidad. Todos
debemos golpearnos el pecho.
329
En la primera lectura, después de describir el sacrificio espiritual (Eclo 35, 1-9), Ben Sirá enjuicia los actos
litúrgicos, ideados por hombres que explotan a su prójimo y creen ganarse la benevolencia de Dios, ante el
conformismo de los dirigentes religiosos.
El autor se imagina una escena en el templo en la que el rico ofrece numerosos sacrificios para que Yahvé
cierre los ojos ante las injusticias (v 10), mientras que el pobre ofrece únicamente su desamparo (vv 12-18). Se
trata de una especie de competencia entre dos tipos de sacrificio.
Dios no acepta los sacrificios y las plegarias que favorecen la injusticia; manifiesta preferencia por los más
pobres y necesitados. Se pone siempre de parte de los más débiles y de los humildes; de todos los expuestos a
los desmanes de los poderosos. Escucha sus gritos y quejas contra los que los oprimen.
Ben Sirá deja a Dios la misión de juzgar entre dos sacrificios y la de decidir entre el poderoso y el oprimido.
El juicio de Dios está claro: escucha al pobre –su grito alcanza las nubes (v 20)-, subraya qué tipo de
sacrificio responde a los deseos divinos. Dios está a favor de los sencillos, de todos los que humanamente
necesitan más ayuda.
El modo divino de ser imparcial consiste en demostrar parcialidad, preferencia por los más indefensos. Esta
enseñanza del texto de hoy, que es siempre actual y válida, debió causar un gran impacto en aquella sociedad
dominada por los poderosos, en la que únicamente los hombres eran tenidos en cuenta, y entre ellos, los que
eran esposos o padres de familia. El resto no contaba o contaba muy poco.
La reflexión del autor es valiente y clarividente: Dios está a favor de los huérfanos y las viudas, máximos
marginados de entonces; de los que ponen en Dios su confianza; confianza que no se verá defraudada, porque
Yahvé ha tomado partido por los pobres.
330
Pablo está seguro de vivir su último proceso, y así se lo dice a su discípulo preferido, en un lenguaje lleno de
imágenes muy poéticas: el sacrificio sobre el altar, el momento de la partida, la meta conseguida, el final del
combate, la corona merecida. Un lenguaje que manifiesta la magnífica realidad de una vida entregada al
servicio de la fe y que está a punto de recibir la recompensa.
En este conmovedor testamento, que entrega a Timoteo, puede afirmar que ha gastado bien su vida: He
combatido bien mi combate... Aunque el final sea un fracaso desde la óptica humana, ha vivido todas las
exigencias de los pobres de Yahvé. Sin ninguna presunción, sólo con la clara conciencia de haber seguido
los planteamientos de Jesucristo, de no haberse equivocado de dirección en la ‘carrera’ de la vida.
Después se desahoga con Timoteo contándole la situación en que se encontró ante el tribunal. Su
fidelidad ha sido respondida con el precio de la soledad: La primera vez que me defendí ante el
tribunal, todos me abandonaron... Debe referirse a un juicio realizado poco antes en Roma, en el que
nadie le asistió. Pablo lo sintió mucho y perdonó aquel desinterés: Que Dios los perdone (v 16).
Y resalta la ayuda que nunca le faltó en su vida, el apoyo único necesario: El Señor me ayudó y me dio
fuerzas, no sólo para que pudiera ser fiel, sino también para anunciar íntegro el mensaje (17).
Aprovechó aquel juicio para anunciar el mensaje cristiano a los paganos.
Su fe ha sido fuerte, su esperanza firme, pero Pablo es consciente de que toda su vida es fruto del amor
de Dios y no de sus propios esfuerzos. El Señor le conservará la fe hasta el final y me llevará a su reino
del cielo (v 18).
Y siempre en Pablo: ¡A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén! (v 18).
331
DOMINGO TRIGESIMOPRIMERO ORDINARIO
ZAQUEO
332
Se subió a una higuera. Realiza un gesto que le libera de todas las trabas sociales. Se desprende de las
buenas formas y se encarama a un árbol. Como un niño: está ya en la condición ideal para ver a Jesús. Ha
desafiado los comentarios y burlas de la multitud, con tal de ver al profeta del que tanto se hablaba.
Un rico subido a un árbol para ver pasar a un pobre. ¿No indica ya un cambio de actitud? Al desear ver a
Jesús, parece que Zaqueo lo había encontrado ya. ‘No me buscarías, si no me hubieras encontrado ya’, decía
san Agustín. El que quiera saber quién es Jesús, tiene que ‘romper’ con las normas de la sociedad, e iniciar y
consumar una búsqueda personal.
LA MIRADA DE JESÚS
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo
que alojarme en tu casa. Todas las personas honorables y piadosas de Jericó han salido al encuentro de
Jesús. Pero él se fijará en un hombre acurrucado encima de un árbol y se invitará a su casa, para quedarse
en ella. Ha descubierto en él algo que no veía en los demás. Es el encuentro de dos hombres que se
estaban buscando desde hacia tiempo. Zaqueo buscaba a Jesús desde su mismo inconsciente, no con la
mirada superficial de los curiosos, sino con una mirada cargada de sentimientos, de preguntas, de
búsquedas. Una mirada en la que estaba reflejada su vida, su aislamiento, el callejón sin salida en que se
había metido. Quería ver a Jesús, pero sin ser visto.
Todos los encuentros de Dios con los hombres se caracterizan por su afán de desinstalarnos. Zaqueo
tiene que bajar del árbol: Jesús será su huésped, rompiendo todos los esquemas sociales y religiosos:
comer y alojarse en casa de un pecador público. Zaqueo jamás se hubiera atrevido a hacer tal invitación.
Jesús lo ha mirado con plena conciencia, porque la conversión es un encuentro personal en el que cada
interlocutor expresa todo lo que tiene dentro: miseria o misericordia, pecado o perdón. Zaqueo quizá vivía
así porque nadie lo había tomado en serio, porque nadie lo había amado. ¿Cómo entrar en comunión con
los demás sin amarles? Y, ¿cómo amar sin sentirse amado?
El amor purifica la mirada, la hace limpia, penetrante. Se dice que es ciego, cuando la verdad es que es
el único que ve perfectamente, ya que descubre cosas que se escapan a una mirada indiferente y
superficial; el único que logra ver valores donde el que no ama sólo percibe fango.
El amor de Jesús va más allá de los pecados, se sumerge en la hondura humana y busca, descubre,
despierta, urge todo lo que hay de intacto y de puro, incluso en los seres más perversos. Y es que en el
hombre más abominable subsiste siempre un rincón de inocencia, sólo accesible al que busca esa
inocencia. ¿No somos todos los seres humanos imagen y semejanza de Dios? Una imagen frecuentemente
corrompida; pero una imagen a la que es necesario llegar si queremos vivir como hijos del Padre.
Él bajó en seguida, y lo recibió muy contento. Es el contraste con la frialdad con que lo habían
invitado algunos fariseos.
Los dos se van juntos, en medio del escándalo general. Zaqueo, abrumado por todo lo sucedido.
¿Qué pasó después? ¿De qué hablaron? ¿Qué más le dijo Jesús? No lo sabemos, aunque sería muy
interesante conocer una conversación que tuvo un final tan extraordinario. Es evidente que Zaqueo
descubrió que las riquezas jamás le harían feliz y libre. Este Jesús, que se había alojado en su casa, sí. Y
fue consecuente
333
Jesús nos da ejemplo de gran madurez. Sabe lo que quiere y dice, humildemente, su verdad. Tiene una
clara personalidad y no teme perderla en el trato con unos y con otros. Afronta la crítica de los que se
creen buenos y la risa de los que no aceptan su utopía, pero no cede. Su actuar es limpio y desinteresado,
porque su único objetivo es el bien y la libertad interior del hombre. Lucha contra la riqueza sin
contemplaciones, porque sabe que son la perdición del hombre.
Tenemos que ser capaces de descubrir los valores de muchas personas que viven al margen de nosotros.
334
También Zaqueo, aunque degradado por los fraudes y los sucios negocios, es hijo de Abrahán.
También el rico y el explotador es un ser humano; un hombre al que muchos desprecian y pocos
comprenden. Es necesario amarlos hasta que dejen de ser ricos y explotadores, única forma de amarlos de
verdad, de evangelizarlos.
Para evangelizar a los ricos es necesario haber elegido ser pobre. Jesús no envidiaba las riquezas de
Zaqueo; por eso no le tenía resentimiento ni odio, sino compasión. Y así había entrado en su casa para
expresar su verdad en toda su radicalidad. Le hizo descubrir la raíz de su soledad e insatisfacción.
Finalmente, Jesús nos descubre su misión: Buscar y salvar lo que estaba perdido.
335
Dios tiene un poder absoluto, de modo que puede aniquilar a los seres creados con la facilidad con que
se mueve un grano de arena o una gota de rocío (v 23). Pero tiene misericordia de todos: de los justos y
de los pecadores (v 24). La última razón de esta misericordia es el amor. Dios ama todas las cosas; si
vinieron a la existencia fue porque antes las amó y este amor fue la causa de su existencia (v 25). Es el
amor el que las mantiene en la existencia (v 26). Pero ante todos los seres, ama al hombre (v 28).
En todas las cosas está su soplo incorruptible (v 1). Su huella es manifiesta en todo lo creado. Ama
sobre todo a los hombres. De ahí la magnanimidad de su perdón y de su comprensión, que sabe corregir y
esperar para que el pecador se convierta, alejándose del mal y creyendo en él (v 2).
336
confianza y vivir de acuerdo con la fe recibida. Les recomienda que estén tranquilos y no se dejen turbar
por falsas alarmas. Los signos precursores no faltarán (2, 3-12, que no se leen).
Les recomienda ante todo la oración. Sólo ella puede curar de la intranquilidad despertada por las falsas
noticias. La oración nos pone en contacto con el poder de Dios, que actúa en la vida; nos ayuda a tomar
conciencia de ello y a darnos confianza en la espera del reino de Dios.
337
DOMINGO TRIGESIMOSEGUNDO ORDINARIO
LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS
SENTIDO DE LA RESURRECCIÓN
“Se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección. Y le
preguntaron:
-Maestro, Moisés nos dejó escrito: ‘Si a uno se le muere su hermano, dejando
mujer pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues
bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el
tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último
murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer?
Porque los siete han estado casados con ella.
Jesús les contestó:
-En esta vida hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos
de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya
no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan de la
resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio
de la zarza, cuando llama al Señor: ‘Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de
Jacob.’ No es Dios de muertos sino de vivos: porque para él todos están vivos.”
(Lc 20, 27-38)
Nuestra sociedad se hunde, cada vez más, en un gran vacío interior, sin nostalgia de lo que está perdiendo.
Rodeada de una ciencia y una técnica muy desarrolladas, y de un consumismo sin límites, parece que ha
perdido el rumbo. En ella, hablar de la muerte se ha convertido en un tema tabú.
Los últimos domingos del tiempo ordinario, de los tres ciclos litúrgicos, tocan el tema escatológico: narran
las últimas semanas de la vida de Jesús, y tratan sobre lo que está más allá de las experiencias históricas de los
humanos. Nos indican con claridad que estamos llamados a vivir para siempre, libres de todas las limitaciones
que nos impone la vida presente. Son, por tanto, un canto a la vida plena y eterna.
La auténtica esperanza en la resurrección nos ayuda a descubrir todo el valor de nuestra acción en este
mundo, en el que tenemos la misión de trabajar por el reino eterno de Dios. Sin olvidar que proclamamos a
Cristo resucitado, pero seguimos al Jesús crucificado, a causa del pecado del mundo.
No puede haber conciencia religiosa sin una fe en la trascendencia de la existencia de la vida humana,
cualquiera que sea su forma. La misma fe que enseña el origen divino del ser humano afirma su retorno a
Dios.
En todas las grandes culturas antiguas de la humanidad, siempre estuvo presente el mito (fábula, ficción) de
la vida después de la muerte. Hablar de mitos no significa referirnos a leyendas carentes de sentido crítico,
sino a una concepción de la vida expresada a través de historias ejemplares.
Para el creyente de cualquier religión, el ser humano viene de Dios. Lo que significa que la vida
humana no puede realizarse sin una referencia al Dios de la vida, aunque todo a nuestro alrededor nos
hable de muerte y destrucción.
Creer en un Dios Padre que nos ama totalmente, y pensar que este amor se limita a nuestro paso por la
tierra, sería una lamentable imagen de Dios. Dios no puede amarnos sólo por un tiempo. Si nos hace
partícipes de su vida, si establece una alianza de amor con nosotros, es porque la muerte no es el final de
la vida humana.
338
Creemos en la resurrección, la esperamos, pero no podemos demostrarla ni imaginarla. Somos un poco
como el niño antes de nacer, en el seno de la madre: ¿Qué sabe de la vida que le espera? Pero la vida que
le espera es real, aunque él no pueda imaginarla.
RESPUESTA DE JESÚS
La respuesta de Jesús es un canto a la vida para siempre, una llamada a la plenitud transformadora, sin
ninguna de las limitaciones que nos impone la vida presente.
Jesús les contesta con un doble razonamiento, cortando de raíz toda base a la argumentación de los
saduceos: afirma la vida futura, que no es continuación de la actual, y citándoles un texto de la ley, que sí
admitían los saduceos como canónico. Les hace ver que después de la resurrección los cuerpos no tienen
la finalidad transitoria que tienen aquí.
La respuesta de Jesús se diferencia en gran medida de los fariseos. La vida que perdura no es una
prolongación de la vida biológica, puesto que ya no está sujeta a la muerte. En ella están en vigor otras
leyes ocultas para nosotros. Procede directamente de Dios. La vida de los resucitados será tan distinta y
tan nueva, que es mejor evitar comparaciones con el presente. De ahí que Jesús responda con imágenes
ambiguas: son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan de la resurrección. Lo que importa
es el hecho de la resurrección. El matrimonio pertenece al mundo presente, es una realidad de aquí,
339
exigencia de una humanidad mortal, obligada a reproducirse. En el futuro ya no será necesario perpetuar
la especie –finalidad primordial del matrimonio para los judíos-, al no existir ya la muerte.
No es Dios de muertos sino de vivos: porque para él todos están vivos. En la segunda parte de su
razonamiento, Jesús les responde con el pasaje de la zarza ardiendo (Éx 3, 6). Sabe qué libros sagrados
admiten los saduceos, y les argumenta con ellos. El texto no afirma expresamente la resurrección, pero si
Yahvé sigue siendo el Dios de los patriarcas es porque están vivos. Lo contrario carecería de sentido.
Extraña la frase: Los que sean juzgados dignos de la vida futura... Parece que la resurrección es un
privilegio exclusivo de los justos. Jesús no entra en las discusiones de los rabinos sobre la resurrección de
todos, de los judíos o de los justos. Afirma que los patriarcas -Abrahán, Isaac, Jacob-, que sí son
‘justos’, viven; de los demás no trata. Lo mismo que prescinde de otros fines del matrimonio.
Científicos modernos consideran absurda la idea de que vuelvan a la vida millones y millones de personas;
afirman que el cadáver putrefacto se disuelve por completo, reintegrándose en el proceso circular de la
naturaleza. Esta objeción no tiene en cuenta la afirmación fundamental de Jesús: la resurrección de los
muertos pertenece a un orden completamente distinto, a un mundo creado de nuevo, que sobrepasa nuestras
experiencias y representaciones. La resurrección no es la reanimación de un cadáver; es un salto cualitativo,
una nueva existencia en la que entra toda la persona. Jesús habla de resurrección, de vida nueva, de realidad
transformada. Dice el libro del Apocalipsis (21, 1-5): ‘Vi un cielo nuevo y una tierra nueva... porque el primer
cielo y la primera tierra han pasado... Ya no habrá muerte... Ahora hago el universo nuevo’. San Pablo escribe
profundamente sobre el tema (1 Cor 15), empleando muchas imágenes para acercarse prudentemente a lo que
quiere decir. Volver a esta vida y prolongarla no tendría demasiado sentido.
340
Presentar la resurrección a los que nos rodean no supone discutir sobre el texto evangélico, ni aportar
argumentos filosóficos o teológicos. La mejor prueba que podemos darles es vivir cada día una vida
realmente solidaria con la humanidad, una vida que merezca eternizarse, una vida que no nos cansaremos
nunca de vivir.
El núcleo de nuestra fe es una esperanza en que toda prueba se transformará en gracia, toda tristeza en
alegría, toda muerte en resurrección. Dios quiere hacer de nosotros eso que parece imposible: hacernos
felices, darnos a conocer una vida que deseemos prolongar por toda la eternidad.
¿Existe en nosotros tanto amor que sintamos la necesidad de resucitar para vivir eternamente con todos
los que amamos?
341
No es probable que en el martirio interviniese el rey; su presencia es más bien moral, como máximo
responsable de estos asesinatos.
Con su martirio, los hermanos macabeos nos dan el testimonio de su valentía hasta la muerte, junto con su
madre. Les sostiene la fe en la resurrección, y a la luz de esa fe juzgan el valor de la vida presente.
Para rebajar la moral de los jóvenes y quebrantar su entereza, el rey los hizo azotar con látigos y nervios
para forzarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la ley (v 1).
La doctrina de la resurrección está en el centro de las respuestas de los siete hermanos en el momento de
morir: Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres (v 2). Cuando
hayamos muerto... el rey del universo nos resucitará para una vida eterna (v 9). El rey y su corte se
asombraron del valor (v 12). Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios
mismo nos resucitará ( v 14).
Fidelidad hasta la muerte, y creencia en la vida eterna, en la resurrección. Este libro, junto con el de Daniel, y
más tarde el de la Sabiduría, son los libros del antiguo Testamento que hablan claramente de la resurrección de
los muertos y de la vida eterna. Y ésta es su doctrina más importante. Una doctrina que se hizo cada vez más
común en el nuevo Testamento, exceptuando a los saduceos, que no la aceptaron.
La idea de una comunión entre los justos de este mundo y los justos que han muerto en el Señor está presente
en el libro –intercesión de los santos-. También las oraciones por estos difuntos fieles, a los que sirven de
alivio.
Hoy la fidelidad a la ley de Dios no se demuestra en ‘ no comer carne de cerdo’, sino en vivir unos valores
amenazados por las ideas de moda y los permisivismos engañosos. El sí a toda vida, a la familia, a la
solidaridad, a la justicia para todos... Tenemos la obligación de la firmeza, de no ceder ante cualquier tipo de
idolatría –todo lo efímero que se nos presenta como valor absoluto-, que termina por oscurecer los sentidos y
alejar de nuestros horizontes la perspectiva de la vida plena y eterna.
342
con ellos, y termine el enfrentamiento que le hacen algunos corintios –hombres perversos y malvados-,
enemigos de la fe verdadera. La dedicación a la predicación de esa palabra era la vida de Pablo, y él desea que
sus fieles colaboren a esa propagación con la ayuda de su plegaria. Porque la fe no es de todos (v 2). Someter
a la fe a pueblos enteros -tan frecuente en la historia de las religiones-, no es evangélico. Es necesario
transformar nuestro cristianismo sociológico en un cristianismo opcional.
La segunda, que los tesalonicenses sigan fieles a las enseñanzas que les dio, sin intimidarse ante las
dificultades (vv 3-5). No deben temer al malo (v 3), pues el Señor está con ellos y guiará vuestro corazón,
para que améis a Dios y esperéis en Cristo (v 5).
Una vez más, Pablo pone a Jesucristo como modelo de vida y de actitudes cristianas: el cristiano lo será de
verdad si sigue sus huellas.
343
DOMINGO TRIGESIMOTERCERO ORDINARIO
EL DISCURSO ESCATOLÓGICO
344
La destrucción del templo de Jerusalén significaba un acontecimiento terrible para Israel: el fin trágico
de muchas cosas. La principal para los judíos era que Dios había roto su alianza con su pueblo y los había
abandonado a su suerte.
Cuando Israel se cierra en sus fronteras, en sus seguridades y leyes y no admite la renovación interior
que Jesús le ha transmitido, su templo –símbolo de su presente religioso- se ha convertido en una pura
realidad humana. Con toda su belleza y con su antigua hondura de señal de Dios sobre la tierra, el templo
de Jerusalén lleva dentro de sí los rasgos de su muerte. Su destrucción fue una llamada de atención sobre
algo que Jesús ya había anunciado: el final de la antigua alianza y el comienzo de una nueva era de
adoración al Padre ‘en espíritu y verdad’ (Jn 4, 23).
Cuando se escribió este texto ya había sucedido todo. Sabemos por la historia que, después de muchas
provocaciones, los ejércitos de Roma pusieron cerco a la ciudad de Jerusalén y prendieron fuego al
templo y todo quedó destruido. El evangelio refleja aquellos momentos terribles, cuando por todas partes
salieron falsos profetas que sembraron aún más confusión entre la gente.
Quizá nosotros estemos también deslumbrados ponderando la belleza del templo, la calidad de la
piedra y los exvotos –estatuas, columnatas... -; deslumbrados porque somos muchos millones, porque
todo nos va bien, porque la vida que llevamos carece de dificultades. Por ello, corremos el riesgo de que,
a lo largo del año, se nos haya escapado la auténtica dimensión del mensaje de Jesús, y que la celebración
semanal de la fe no haya pasado de ser un barniz superficial sin influencia en nuestro modo de vivir
Y hoy nos dice Jesús: Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra:
todo será destruido. Es decir, esto que tanto os admira no tiene ningún valor.
Jesús quiere situarnos en el mismo corazón de la realidad. Y nos dice que no hay más templo para
acceder al Padre que la propia persona comprometida, hasta el fondo, con los seres humanos más
desfavorecidos.
La Iglesia, los cristianos, nuestras comunidades, cada uno de nosotros, no podemos vivir en función de
nuestra propia persona, sino al servicio de nuestro mundo, empezando por amarlo tal como es. En el
mismo corazón de la realidad es dónde, por la fuerza del Espíritu, tenemos la misión de construir el
auténtico templo-reino de Dios, del que cada uno somos piedras vivas y Jesús su piedra angular.
La lógica de Jesús dista mucho de ser la nuestra. Darnos cuenta de ello es la primera condición para
convertirnos. Tenemos que ver la vida con la mirada de Jesús: las guerras y revoluciones, el hambre, los
terrorismos de estado y de pueblos explotados, contaminación, el salvaje capitalismo de la globalización...
345
esta actitud responde al miedo ante la vida, a la falta de confianza en el futuro. Una pregunta que surge
siempre, sobre todo en los tiempos agitados.
Quien intente sacar de este discurso datos históricos que permitan señalar el fin, cae en una forma de
pensar caduca, como ocurre en numerosas sectas.
Cuidado con que nadie os engañe. La respuesta de Jesús empieza con la enumeración de las cosas que
deben suceder; y que están sucediendo desde el principio. Las señales afectan a todo lo que rodea al
hombre. Todo lo que debería asegurar su vida se tambalea. El orden pacífico entre los pueblos es
destruido por guerras; la solidez de la tierra sacudida por terremotos; la vida del hombre, amenazada por
epidemias y hambres; el orden de los cuerpos celestes, trastornado por fenómenos inexplicables.
346
serán perseguidos y asesinados por los poderosos o por los que tengan algo que perder en el cambio. Y
muchas veces en nombre de Dios, como le sucedió al mismo Jesús (Jn 16, 2; Mt 26,65).
Todos os odiarán por causa de mi nombre. Los cristianos deberíamos ser personas molestas en el
mundo. Lo seremos en la medida en que seamos fieles al mensaje del Maestro. Porque el Dios de Jesús es
extranjero en el mundo; incluso en el mundo llamado cristiano. Mientras el espíritu del mal tenga poder,
perdurará el odio a todos los que busquen la justicia. ¡Lástima que muchas veces nos odien por no ser
consecuentes con la vida y las palabras de Jesús!
347
En la lectura de hoy leemos la conclusión del tercero y último discurso del libro que lleva su nombre (2,
17-3, 22) -profeta del siglo V a. C.-, escrito entre el anuncio de la vuelta del destierro y el período de la
reforma de Esdras. El discurso va dirigido, sucesivamente, a los incrédulos (2, 17-3, 5), a los indiferentes
(3, 6-12) y a los fieles (13-22). Parte del dirigido a los fieles es la primera lectura de hoy.
Viendo la prosperidad de los malvados y perversos, los justos -¿quién lo es?- se preguntan: ¿Qué saco
con ser fiel a los mandamientos del Señor? Este problema ocupó a profetas, sabios y teólogos; y llevó a la
idea del día del juicio del Señor, en el que brillará la verdad de cada uno, en el que todo ocupará su lugar.
A su vuelta a Jerusalén, estos judíos fieles han encontrado una situación muy difícil, por la que se
extrañan de que Dios no recompense más puntualmente su fidelidad. Y sienten una enorme tentación de
colaborar, por despecho, con el mundo pagano que les rodea. Si la recompensa por parte de Yahvé es para
este mundo, el interrogante es serio. Por eso, el profeta anuncia una salvación para más allá de esta vida.
Las cosas no quedarán así, Yahvé actuará y pondrá las cosas en su sitio. Para dar confianza a estos
judíos desanimados ante la conducta, para ellos injusta, de su Dios, Malaquías les anuncia la proximidad
del juicio: fuego ardiente como un horno para los impíos; sol de justicia para los buenos.
El fuego ocupa un lugar especial en las descripciones proféticas del ‘día de Yahvé’ –el día-, expresión
utilizada por los profetas para destacar la justicia y la recompensa de Dios, que haría desaparecer a los
malvados como paja en el fuego y premiaría a los buenos con bendiciones y felicidad.
Desde los tiempos de Isaías, Sofonías y Amós, es bastante normal que los profetas vean en el fuego el
instrumento del juicio, ya que Dios se comprometió a no utilizar más veces el agua para castigar a la
humanidad después del diluvio (Gén 9, 12-17).
Así, ‘el día de Yahvé’ era considerado como una intervención de Dios en la historia. Rodeado siempre
de metáforas (fuego, paja, tinieblas, luz, sol), quería enseñar la certeza de la fe en un Dios que ama y que
no abandona a sus fieles, y que un día, ‘su día’, intervendría en la historia de los hombres para llevar a
cabo una justicia ejemplar.
Dios está ya como juicio en la existencia del malvado y como salvación en la del justo.
De este modo se fortalecía la fe y la confianza en un Dios que no abandona a su pueblo y que, en su
justicia, sabe dar a cada uno lo que le corresponde.
Esta perspectiva escatológica sólo se entiende y acepta por la fe.
348
estaba muy próximo. Y así, algunos de ellos ya no trabajaban y vivían, muy ocupados en no hacer nada,
a costa de los demás, con el consiguiente problema para la vida de la comunidad.
La caridad cristiana no puede favorecer la pereza. Les será retirada la ayuda para que abandonen su
ociosidad. Pero antes de tomar esta medida, Pablo les invita, una vez más, a tomar conciencia del valor
del propio trabajo, poniendo como ejemplo su propia actitud y actividad: como dirá en otras cartas, Pablo
trabajaba con sus manos tejiendo y fabricando tiendas y así proveía a sus necesidades, e incluso a las de
otros. Su trabajo manual procede de su constante voluntad de evitar que la búsqueda de lucro intervenga
en la propagación del evangelio.
Después de haberles dicho que la parusía no estaba próxima en absoluto, y con la autoridad y confianza
que les tiene, les manda que trabajen y se ganen el pan cotidiano.
Los judíos eran amantes del trabajo y la mayor parte de los rabinos conocidos vivían de su actividad
profesional. Los griegos, por el contrario, encomendaban casi siempre a sus esclavos las tareas manuales,
mientras ellos se dedicaban a filosofar o, simplemente, a permanecer ociosos. Como buen judío, Pablo
reacciona contra este ambiente, no sólo evitando ser una carga para los demás, sino tratando de modificar
en lo posible el comportamiento de los griegos con respecto al trabajo.
En este domingo, de carácter escatológico, la enseñanza fundamental es, sin embargo, lo incierto del
día del Señor o parusía.
349
DOMINGO TRIGESIMOCUARTO Y ÚLTIMO ORDINARIO
SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO
350
Mientras Jesús vivió entre nosotros, no fue posible reconocerle como rey. No se parecía en nada a los
reyes y gobernantes de este mundo. Era demasiado pobre, demasiado sencillo, demasiado cariñoso y
cercano a los más desgraciados de este mundo.
Es verdad que lo que decía y hacía Jesús admiraba y entusiasmaba a las gentes sencillas, que nunca
habían visto a una persona así.
Le llamaban Maestro, Profeta, Enviado de Dios, Mesías. Pero los poderes religiosos, económicos y
políticos se las arreglaron para acabar con él en la cruz.
Jesús aparece en la cruz como perdedor. Sus enemigos tenían el poder, las armas, el dinero... todo lo
que él rechazaba.
Este Rey, vencido por la violencia, pero victorioso en la debilidad del amor, no aceptó nunca la
tentación del tener, del poder o del milagro.
Después de su resurrección, los cristianos sólo tenían un nombre para Jesús: ‘El Señor’, que
pronunciaban con inmenso cariño desde lo más profundo de sus corazones.
Esta fiesta nos sirve a los cristianos para proclamarlo Rey de nuestras vidas, como respuesta plena y
para siempre a todas las ilusiones humanas más profundas y verdaderas. Es una buena ocasión para
decirle que queremos que su persona, sus palabras y su forma de vivir, sean la norma para nuestra vida.
Jesucristo es Rey. Nos ofrece una salvación-liberación política: de justicia, libertad, verdad, paz, amor
plenos; y soteriológica: nos libera del pecado –de las estructuras injustas y del corazón de ‘piedra’- y de la
muerte.
Es importante unir Rey y Reino. Éste debe ser a la medida del primero: ‘Un reino eterno y universal: el
reino de la verdad y de la vida, el reino de la santidad y de la gracia, el reino de la justicia, el amor y la
paz’ (Prefacio de la misa).
Un reino que compromete a los seres humanos por entero: el cuerpo y el espíritu. Esto nos exige tener
las ideas claras sobre la política que mueve a la sociedad y a las personas; sobre el porqué de los
conflictos del mundo. Nos exige saber leer los periódicos: son la ‘voz de su amo’ –el capitalismo o
intereses del primer mundo-. Nos exige tomar partido siempre por las personas y los pueblos más
desfavorecidos.
Porque Jesús es nuestro Señor y nuestro Rey, queremos que nuestra vida entera y todo nuestro cariño sean
para él, demostrándolo en todos los que viven a nuestro lado.
EL TÍTULO DE LA CRUZ
Éste es el rey de los judíos. El letrero colocado en la cruz sobre la cabeza de Jesús indica la causa de su
condena. Al mismo tiempo, proclama su verdadera realeza y el desprecio que Pilato siente por los judíos. La
inscripción es su mejor venganza contra el sanedrín, que le ha arrancado a la fuerza la sentencia de muerte
para Jesús. ¿Qué clase de rey y de pueblo son éstos? Un rey impotente y colgado de un madero y un pueblo
sometido a los romanos. El rótulo estaba redactado en tres lenguas: en hebreo –lengua del país-, el latín –
lengua oficial del Imperio- y en griego –lengua conocida por las gentes cultas del mundo de entonces-.
No estaba equivocado el cartel que le pusieron encima de la cruz. Jesús es rey al modo de Dios, sin otra
pretensión que inaugurar la era del amor. Es rey de un reino de paz y justicia, a despecho de los poderosos
351
de cualquier signo. Un rey que suprime toda dominación de unas personas sobre otras, cualquier imperio
y clase social opresores.
No podemos confundir a Jesús rey y a su reino con los reyes y reinos terrenos. Los reyes del mundo se
llaman dinero, fuerza, ciencia, poder... y sus principales defensores tienen nombres propios: los máximos
dirigentes de las grandes potencias y sus multinacionales. Existe también una recua de reyes menores:
dictadores, multinacionales de segunda, grandes terratenientes... sin olvidar al ‘rey’ que tenemos dentro
cada uno y que nos impulsa a aprovechar cualquier ocasión para sentirnos superiores.
Jesús es rey, pero no un rey como los demás: es el único rey, porque ‘es el fin de la historia... centro de
la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones’ (‘Gaudium et spes’, 45).
Todas las demás realezas son vanas, aunque de momento parezca que triunfan. Jesús reina desde el
madero y su reino está en perpetua enemistad con todos los poderes de la tierra –incluido el poder
religioso-, de todos los tiempos y lugares (Gén 3, 15). Un reino que se edifica desde lo que normalmente
los humanos consideramos como fracaso.
Jesús rey condensa en sí todas las utopías y aspiraciones de la humanidad, da sentido a nuestra vida y
señala el verdadero rumbo de la historia. Es un rey que pretende dirigir los corazones de sus súbditos con
amor. Jamás con la fuerza o la violencia. Un rey que nos trae la verdad del Padre, los valores eternos y
absolutos; un reino en el que él va siempre delante, en el que cada uno es lo que es, sin agregados ni
disimulos. Un rey que se manifiesta por su verdad, por la coherencia que existe entre sus palabras y su
vida; verdad que es él mismo, entregado totalmente a la liberación de los pueblos.
Jesús, con el letrero ‘I.N.R.I.’ sobre la cabeza, es la vacuna contra toda ambición de poder y riqueza
que anida en cada ser humano, sin excluir a los cristianos, y nos impulsa a rechazar todas las diplomacias
con las fuerzas políticas, militares y económicas.
Jesús reina donde hay una persona que se convierte a la verdad, cambiando los valores recibidos de la
sociedad competitiva en que vivimos, y que cree que es mejor ser pobre que rico, ser perseguido que
perseguidor, pacificador que violento... Es el rey de todos los que tratan de vivir el espíritu de las
bienaventuranzas (Mt 5, 1-12). El reino de Dios –la verdad del hombre- se juega en el corazón de cada
persona.
352
para deslumbrar a la gente con actos extraordinarios. La conclusión para los que miran es clara: Una
persona que acaba de esta forma no puede ser Hijo ni amado de Dios.
Para el que acepte la dialéctica del poder, la muerte de Jesús es incomprensible, y se verá obligado a
hacer de ella esa lectura burguesa a la que estamos tan acostumbrados: murió para salvarnos, sin
profundizar en el sentido de esa salvación.
353
El texto de hoy nos narra cómo las tribus del norte establecen con David un pacto particular, y repiten
la unción efectuada ya en Hebrón con las tribus del sur. Una delegación del gran contingente de
combatientes prestos para la guerra, representantes de todas las tribus de Israel (1 Cro 12, 24-40), fue
enviada a David para ofrecerle ser rey de todo Israel. De esta forma se constituye en rey de dos pueblos
distintos: Israel y Judá.
Su sentido político le permite comprender que no puede seguir viviendo en Hebrón, ciudad del sur, si
quiere reinar en los dos pueblos. Necesita una capital neutral, que no dependa ni de Israel ni de Judá. Sólo
Jerusalén reúne esa condición, por ser todavía una ciudad cananea. Su conquista será una hazaña que
reforzará la autoridad de David sobre todas las tribus (2 Sam 5, 6-12).
Desde entonces, Jerusalén es conocida como ‘la ciudad de David’, que reinó siete años en Hebrón y
treinta y tres en Jerusalén (1 Re 2, 11).
Jerusalén y el reino de David son signos de la ‘Jerusalén celestial’ (Ap 21, 10), y del reino eterno de
Jesucristo.
354
Es un texto para leerlo, principalmente, como profesión de fe, apasionada y vivencial, más que como un
enunciado doctrinal. El primado de Cristo sobre todo lo creado, es lo esencial; todo lo demás ayuda a
profundizarlo.
Cristo posee el supremo poder creador y redentor; es el origen de toda gracia; camino seguro hacia
Dios.
No sabemos cómo es Dios; pero sí sabemos cómo actúa: como Jesús, imagen de Dios invisible. En
Cristo y desde Cristo podemos contemplar y ahondar en el mundo de Dios.
Toda la creación, toda, en su conjunto y cada parte, es reflejo del Creador y de Cristo. La creación no
camina hacia la noche de la nada y de la falta de sentido, sino hacia el Cristo eterno y su gloria, porque
todo está creado con miras a él.
Es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. Todos y cada uno somos miembros de este cuerpo.
La Iglesia expresa esta fe y esta esperanza incluyendo en la liturgia el uso de muchas materias de la
naturaleza: el fuego, la luz, la cera, el incienso, el agua, la sal, el aceite, la ceniza, el aire y el aliento, la
saliva, la tierra, el pan y el vino y la misma persona.
El retorno a Dios de la creación ha empezado ya en la liturgia.
355
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN 2
ADVIENTO
Domingo primero: Cristo vino, viene y vendrá 4
-Esperando al Señor que llega
-El evangelio nos proyecta hacia el final de los tiempos (Lc 21, 25-28. 34-36)
-La vuelta de Jesús
-Hemos de vivir ‘despiertos’
-Yahvé cumple siempre sus promesas, pero a su tiempo (Jer 33, 14-16)
-Las virtudes teologales, fundamento de la vida cristiana (1 Tes 3, 12-4, 2)
NAVIDAD
Misa del día: Y acampó entre nosotros 24
-El nacimiento del hombre nuevo
-Una denuncia y un anuncio
-La Palabra es Dios (Jn 1, 1-18)
-Venida del Hijo en la carne
-El pueblo judío regresa del destierro de Babilonia a su tierra (Is 52, 7-10)
-Síntesis de la revelación (Heb 1, 1-6
356
-Toda felicidad viene de Dios (Núm 6, 22-27)
-Cuando se cumplió el tiempo (Gál 4, 4-7)
CUARESMA
Domingo primero: Las tentaciones 56
-Una ojeada a nuestro mundo
-El desierto (Lc 4, 1-13)
-Las tentaciones de Jesús...
-... y las nuestras
-Una respuesta agradecida (Dt 26, 4-10)
-Jesucristo, único Señor de la historia (Rom 10, 8-13)
357
-La reconciliación con Dios es obra de Cristo (2 Cor 5, 17-21)
PASCUA
Pascua de Resurrección: La gran esperanza cristiana 110
-El triduo pascual
-Una larga historia de amor.
-La noticia más grande de esta historia
-Un ‘sí’ rotundo a la vida
-Las lecturas del domingo
Domingo segundo: Dichosos los que crean sin haber visto 116
-Al anochecer de aquel día (Jn 20, 19-31)
-Y en esto entró Jesús
-Comienza la era del Espíritu
-La primera comunidad cristiana (He 5, 12-16)
-La historia proyectada hacia el futuro (Ap 1, 9-13. 17-19)
358
-Un mutuo reconocerse en el amor
-Y yo les doy la vida eterna
-A los judíos les hiere el universalismo de Pablo (He 13, 14. 43-52)
-Cristo es Pastor y Cordero al mismo tiempo (Ap 7, 9. 14b-17)
TIEMPO ORDINARIO
Domingo segundo: Las bodas de Caná 162
-La fiesta, expresión comunitaria y alegre de nuestros anhelos más íntimos
-El primero de los siete (Jn 2, 1-12)
-Faltó el vino
-Yahvé será su esposo (Is 62, 1-5)
-Para el crecimiento de la comunidad (1 Cor 12, 4-11)
359
Domingo tercero: Para dar la buena noticia a los pobres... 168
-El Prólogo de Lucas (Lc 1, 1-4)
-El programa de Jesús (Lc 4, 14-21)
-La ley está escrita en nuestros corazones (Neh 8, 2-4a. 5-6. 8-10)
.Al servicio del bien común (1 Cor 12, 12-30)
360
Domingo undécimo: En casa del fariseo Simón 213
-Una comida conflictiva (Lc 7, 36-8, 3)
-El amor, medida del perdón
-Donde hay amor puede haber perdón
-Dos gravísimos pecados de David (2 Sam 12, 7-10. 13)
-Jesucristo es el único que justifica (Gál 2, 16. 19-21)
361
-Todos los bienes temporales son relativos
-La parábola
-Sólo desde Dios tiene sentido la vida humana (Ecl 1, 2; 2, 21-23)
-Cristo es la síntesis de todo y está en todos (Col 3, 1-5. 9-11)
Domingo vigesimoquinto: Actitud del cristiano ante los bienes terrenos 298
-Parábola del administrador infiel (Lc 16, 1-13)
-¡Cuánta apatía en el anuncio del reino!
-Verdadero empleo de las riquezas
-O Dios o dinero
-Al profeta Amós (Am 8, 4-7)
-El amor lleva a la oración por todos (1 Tim 2, 1-8)
362
Domingo vigesimosexto: El rico y el pobre Lázaro 304
-El abuso de la riqueza es un pecado social inadmisible (Lc 16, 19-31)
-La muerte da sentido a la vida
-La eternidad se prepara ahora y aquí
-La riqueza conduce a la ceguera del corazón (Am 6, 1a. 4-7)
-Cualidades del pastor ideal (1 Tim 6, 11-16)
363
-El Día del Señor brillará la verdad de cada uno (Mal 3, 19-20a)
-El que no trabaja, que no coma (2 Tes 3, 7-12)
Índice 356
364