Está en la página 1de 95

FRANCISCO MARTI FERNÁNDEZ

Director del Instituto Psiquiátrico Provincial de


Valladolid

LA SANTIFICACIÓN
DEL
MOMENTO PRESENTE

1
Nada obsta:
LIC. MARTIN GIL,
Can. Penitenciario, Censor.

PUEDE IMPRIMIRSE:
JOSÉ, Arzobispo de Valladolid.

Lo decretó y firma S. E.
Rvdma.
de que certifico:
Lic. RAMÓN
HERNÁNDEZ,
Can. Srio.

Valladolid, 21 diciembre 1966.

2
Al M. I. Sr. Dr. D. Baldomero Jiménez Duque
Rector del Seminario de Ávila

3
4
ÍNDICE

PRÓLOGO ............................................................................................................. 7 

INTRODUCCIÓN .................................................................................................... 9 

CAPÍTULO 1: LA SANTIFICACIÓN DEL MOMENTO PRESENTE ..................................... 11 

CAPÍTULO 2: NUESTRA ACTIVIDAD DEL MOMENTO PRESENTE DEBE SER 
MODERADA ................................................................................................................ 17 

CAPÍTULO 3: NUESTRA ACTIVIDAD DEL MOMENTO PRESENTE DEBE SER 
CONFORME AL PLAN DE DIOS .................................................................................. 23 

CAPÍTULO 4: NUESTRA PERFECCIÓN PERSONAL DEPENDE DE LA «EXACTITUD» 
CON QUE EL ALMA CUMPLE LA VOLUNTAD DE DIOS EN EL MOMENTO PRESENTE .. 30 

CAPÍTULO 5: LA «ACCIÓN NUESTRA» EN EL MOMENTO PRESENTE .......................... 38 

CAPÍTULO 6: LA «ACCIÓN DE DIOS» EN EL MOMENTO PRESENTE ........................ 45 

CAPÍTULO 7: TEOLOGÍA DEL MOMENTO PRESENTE .................................................. 53 

CAPÍTULO 8: DIOS DIRIGE AL ALMA, EN EL MOMENTO PRESENTE,


CON SU ACCIÓN DIVINA ..................................................................................... 62 

CAPÍTULO 9: EL DIVINO DIRECTOR NOS HABLA A CADA INSTANTE EN TODO 
LO QUE NOS DA QUE HACER O QUE SUFRIR EN EL MOMENTO ACTUAL ............. 69 

CAPÍTULO 10: SI EL DIVINO DIRECTOR «HABLA» AL ALMA A   C A D A  
I N S T A N T E ,   E L L A   D E B E   « E S C U CHARLO» EN TODO MOMENTO PARA 
SER BUENA DIRIGIDA ................................................................................................ 78 

CAPÍTULO 11: CON LA SANTIFICACIÓN DEL MOMENTO PRESENTE CONSEGUIREMOS 
LA SABIDURÍA DE LOS SANTOS, LA CUAL ESTÁ AL ALCANCE DE TODOS .......................... 86 

5
6
PRÓLOGO

L a terminología teológica actual ha puesto en


circulación frecuente la palabra griega kairos.
Por ella suele entenderse, en esos dominios, un momento
decisivo, importante, en la realización del gran misterio de
salvación, que Dios ha querido para los hombres en Cristo.
La pascua de Dios en su Cristo se inserta en la historia
humana, se hace en ella. La eternidad de Dios se hace
presente en el tiempo, para que los hombres, sumergidos en
él, alcancen la eternidad de Dios.
En esa temporalidad de la historia sagrada hay momentos
cruciales: son los kairós de Dios.
Pero luego cada hombre al formar parte de la misma
tienen también sus momentos-claves, sus encuentros vivos
que acentúan su unión con Dios en su Cristo.
Es más, cada momento de su vivir puede convertirse en
un momento de ésos. Puede ser un momento que le haga
vivir ya, aunque todavía no, la eternidad de Dios...
Recordar y hacer vivir esto a los espirituales es el objeto
de este libro tan bello.
En torno al tema del momento presente el autor de este
precioso libro desarrolla toda una teología y psicología de
la vida sobrenatural cristiana. Es una manera original y
actualísima de ofrecer al hombre de hoy el panorama y
el itinerario de la perfección en la caridad.

7
Y esto lo hace el querido autor con competencia
doctrinal, con erudición, con calor comunicativo, con estilo
gracioso..., de tal modo que el libro se lee casi sin querer,
y se mete dentro lo que dice, y necesariamente hace
bien.
Yo pido al Señor que esta semilla tan buena caiga en
muchas manos y en muchos corazones acogedores y
deseosos para que produzca mucho fruto, colmando así y
hasta superando las ilusiones y los trabajos de su
apostólico y afortunado autor.

DR. BALDOMERO JIMÉNEZ DUQUE

8
INTRODUCCIÓN

H e de manifestar que mi primer deseo fue escribir un libro


libro científico sobre La santificación del momento
presente; pero, a medida que iba estudiando, no tardé
tardé en darme cuenta que, para lograrlo, se precisaban dos
cosas: 1.º, una gran biblioteca, y 2. a , ser un buen teólogo.
Careciendo de ambas cosas opté por escribir este libro para mí
mismo.
¿Qué utilidad puede reportar a los demás un libro que
se escribe para sí mismo? Prefiero que conteste por mí el
Doctor Marañón: «Lo único que puede hacer a un libro
interesante para los demás es que no se haya escrito para
los demás, sino para uno mismo».
Por una ley de apropiación, el que escribe un libro para
sí mismo, sólo satisface su ansia insaciable de amoroso
conocimiento, captando cuantos argumentos encuentra
para probar la verdad que lleva dentro del alma.
Entonces, ¿no es original un autor que escribe un
libro para sí mismo, ya que en él cita, sin límites,
cuantos argumentos encontró en otros para probar la verdad
de su pensamiento? Valera nos da la respuesta: «La verdadera
y buena originalidad ni se pierde ni se gana por copiar
pensamientos, ideas o imágenes, o por tomar asunto de
otros autores. La verdadera originalidad está en la persona,
cuando tiene ser fecundo y valer bastante para
trasladarse al papel y quedar en lo escrito como
encantado, dándole vida inmortal y carácter propio. Para
ser, pues, original en el buen sentido, no hay que afanarse
9
mucho ni poco en decir y pensar cosas raras. Basta con
pensar, sentir y expresar lo que se piensa y se siente del
modo más sencillo. Entonces sale retratada el alma del
que escribe en lo que escribe, y como el alma es original,
original es lo escrito».

10
Capítulo 1º

LA SANTIFICACIÓN DEL
MOMENTO PRESENTE

E l día 21 de Julio de 1922 decía la Santísima Virgen a Sor


Josefa Menéndez: «Vive en paz, hija mía, no te reserves
nada para ti ni te preocupes más que del momento presen-
te» (1).
El día 30 de Noviembre del mismo año ordena Jesús a Sor
Josefa: «Escribe para mis almas... Si desde por la mañana... van
momento por momento cumpliendo por amor con su deber, qué
tesoros adquieren en un día...» (2).
La vida no tiene de real más que el momento presente. Lo
pasado no existe, el porvenir tampoco, la vida que se ha de
santificar es ese instante que está transcurriendo, porque nadie puede
prometerse el próximo segundo. Hay que ceñir toda la vida y toda la
actividad a ese ahora, que es el único tiempo que Dios nos concede.
Si es el único tiempo que tenemos para santificarnos, no busquemos
en otra parte la santidad.
Lo primero que deberían enseñarnos al llegar al uso de la
razón es a simplificar el trabajo de nuestra santificación,
inculcándonos un día y otro día la santificación del momento
presente.

11
Es conveniente, en primer lugar, demostrar que la doctrina de la
santificación del momento presente, ha sido vivida por los santos
y enseñada por los grandes maestros de la vida sobrenatural.
«¿Por qué gemir por un pasado, que ya no existe, o preocuparse
por un futuro, que sólo pertenece a Dios? Sor Teresita del Niño Jesús
se encerraba sin reserva «en el momento presente», sin querer
mirar ni el pasado ni el porvenir. Actitud dominadora de todas las
contingencias de este mundo, simple corolario práctico de su vida de
abandono, que condujo a su alma hasta aquella doctrina tan incul-
cada por los grandes varones espirituales: «la santificación del momento
presente» (3).
Esta verdad de que la vida no tiene de real más que el
momento presente, santificada, es de una fecundidad
extraordinaria. Pongamos algunos ejemplos.

1° La práctica conocida con el nombre de OFRECIMIENTO DE


OBRAS, se puede anticipar brevemente al levantarse; pero el
verdadero ofrecimiento de obras se debe hacer durante el Ofertorio
de la Misa. Y es que «en semejante práctica no se trata de ofrecer de
cualquier manera nuestros trabajos, sino de unir nuestro sacrificio
con el de Cristo» (4).
Solamente unimos nuestro sacrificio con el de Cristo cuando
en la Misa nos hacemos víctimas con El, porque a la Santísima
Trinidad se le ofrece en la Misa el Cristo total, no un Cristo
mutilado. En la Misa Jesús ofrece su Calvario y nosotros el nuestro.
Y ¿cuál es nuestro calvario? Nuestro calvario es santificar el
momento presente aceptando nuestra vida tal como es en cada
instante, con todos sus trabajos, alegrías, deberes, dolores y
sacrificios.

2° Ordinariamente, nos ocupa la tercera parte del día el


TRABAJO para ganar nuestro sustento. Serás el más trabajador y
12
el que más rinde, si santificas el momento presente. No puedo
resistirme a transcribir unas palabras del Cardenal Tardini, en las
que verá el lector cómo S. S. Pío XII y el Papa Benedicto XIV
empleaban en el trabajo la doctrina, contenida en la Teología del
momento presente.
Pío XII «tenía una resistencia fenomenal para el trabajo.
Pasaba horas y horas casi sin interrupción, hasta altas horas de la noche,
siempre tranquilo y recogido, leyendo, meditando, anotando, y no
daba señal de cansancio.
Muchas veces me he preguntado cuál fuese el secreto de esta
inaudita resistencia a tanta fatiga.
El secreto estaba en el método. El se había habituado a examinar
cada tema como si aquél hubiese de ser el único objeto de su es-
tudio. Dedicaba toda la atención a cuanto estaba bajo sus ojos, sin
preocuparse de muchos otros papeles que esperaban sobre su mesa el
turno correspondiente. Este llegaría inexorablemente; pero, mientras
tanto, el cúmulo enorme del trabajo a realizar no le quitaba
(como sucede a menudo a otros) la calma y la serenidad en el trabajo
que estaba realizando... Sólo así se puede explicar su temor
—diré mejor, su escrúpulo-- de no perder ni siquiera un minuto de
su tiempo... De Benedicto XIV exaltaba Pío XII, con admiradas
palabras, su infatigable laboriosidad. «A los cuidados del gobierno
—escribió Pío XII— se aplicaba (Benedicto XIV) con la máxima en-
trega y con la rara conciencia de que tenía en el obrar un tesoro
hecho de cada migaja de tiempo. El horario de Pío XII era
agotador. Un día me decía: ¿Sabe lo que me han dicho los médicos?
«Que yo hago una vida inhumana», y sonreía como satisfecho. La
palabra era demas i ado cruda... Aquella vida,... más que inhumana
debe decirse sobrehumana (5).
Apliquemos a todos los actos del día —como Pío XII— la
doctrina de la santificación del momento presente. Y así, cuando
nos despertemos por la mañana y se presente ante nosotros un día
cargado de ocupaciones, no nos preocupe cómo podremos realizar
todas. Empecemos por la primera, como si aquella fuera la única
cosa que tuviéramos que hacer en todo el día, concentrando en
ella todas las energías. Es evidente que concentrando todas
nuestras energías en el momento presente, la obra que realicemos
de esta forma, se hará con más perfección y más rapidez, es
decir, cada uno de nuestros actos del día serán una obra de arte.
Tenemos que ser artistas en cada uno de nuestros actos, porque,
como dice San Buenaventura, «hay que ser santos con ele-
gancia».
13
3° La gran preocupación de las almas buenas es acertar con
EL CAMINO por el que Dios quiere santificarlas. Y no se dan cuenta
que todos los caminos son buenos, con tal de querer cumplir la
voluntad de Dios. Hacer la voluntad de Dios: ése es su camino
siempre. La voluntad de Dios se te manifiesta de momento en mo-
mento, durante el día, y ése es tu camino.
«Santifiquemos el momento presente, abrazándolo de corazón,
porque él es la revelación de la voluntad de Dios para nosotros; y,
porque en él está encerrada la gracia cuyos frutos debemos
devolver a Dios» (6).

4° Cuántas almas se lamentan de que no avanzan en la


perfección, de que nunca logran estar entregadas totalmente a
Dios. No se dan cuenta estas almas que Dios, en cada momento,
no nos exige más de lo que nuestras fuerzas actuales permiten;
mas «la entrega del corazón, la exige siempre: porque es lo único
que podemos dar, y el negárselo arguye mala voluntad... Sin otros
cuidados ni trabajos, sólo con secundar la acción de Dios y ser
fieles a su gracia, siguiendo sus inspiraciones o impulsos en cada
momento, veremos cómo casi insensiblemente vamos avanzando
hacia la santidad y llegamos a encontrar el divino tesoro del
Reino de los Cielos, y, con él, todos los tesoros de gracia y santidad.
De este modo es como se realiza la entrega total a Dios, de
corazón y de hecho, y así se consuma toda perfección» (7).

5° Otro problema trascendental es la hora de la MUERTE.


No sabemos que exista otro medio para estar siempre preparado
a bien morir como la doctrina de la santificación del momento
presente. Nadie sabe ni el día ni la hora en que ha de morir. Sólo
sabemos que nuestra vida no tiene de real más que el instante
14
actual, único que hay que santificar, y ¿quién mejor preparado para
la muerte que el que está santificando su último ahora?
La muerte les sorprenderá a estas almas viviendo su calvario;
porque su vida es su Misa y su Misa su vida.
La muerte encontrará al alma haciendo una obra de arte.
Para que cada uno de nuestros actos sea una obra de arte, Dios no nos
pide el éxito, sólo nos pide el esfuerzo. La muerte nos hallará
andando por nuestro camino, esto es, haciendo la voluntad de Dios.
La muerte vendrá, cuando el alma está realizando la entrega total a Dios,
de corazón y de hecho.
Qué bien entendía esto la Abadesa de las Concepcionistas
Franciscanas de Valladolid cuando nos dice en su Autobiografía:
«Tan penetrada estaba de la brevedad de la vida, que cada
momento esperaba la muerte. Vivía como de paso en la tierra
pensando cada día que sería el último de mi vida. Cuando salía de la
celda para ir al coro u otro lugar pensaba que, tal vez, volvería a ella
en brazos de las religiosas, o que no volvería. Así, vivía en vela siempre,
y esperaba el llamamiento definitivo de Dios nuestro Señor, que
debía decidir mi suerte eterna... Todo lo dicho... se lo debo a la
Santísima Virgen, mi modelo y Reina divina» (8).

6° Todos buscamos la FELICIDAD y no la encontraremos mientras


no santifiquemos el momento presente. Un sacerdote que sufrió
mucho y a quien el Señor colmó visiblemente, decía: «Nuestra
verdadera dicha está escondida en lo que Dios nos da qué hacer o
qué sufrir en el momento presente; buscarla en otra parte es
condenarse a no encontrarla nunca» (9).
Terminemos con estas palabras de Schrijvers: «Al momento
presente, he ahí a qué se reduce ahora nuestra vida. Nada más que
esto tiene de real, sólo para esto pide esfuerzo, únicamente por esto es
perfecta» (10).

15
NOTAS
(1) Un llamamiento al Amor. El Mensaje del sagrado Corazón al
mundo y su Mensajera Sor Josefa Menéndez.
(2) SOR JOSEFA MENÉNDEZ, ob. cit.
(3) PHILIPON, M. M., O. P.: Santa Teresa de Lisieux. Un camino
enteramente nuevo.
(4) BAUMANN, P. TEODORO, S. J.: El Misterio de Cristo en el
Sacrificio de la Misa.
(5) Pío XII evocado por el Cardenal Tardini.
(6) OSENDE, P. VICTORINO, O. P.: Contemplata: momentos místicos.
(7) OSENDE, P. VICTORINO, O. P.: ob. cit.
(8) SORAZU M. ANGELES: Mi Historia.
(9) ROBERT DE LANGEAC: La Vida oculta en Dios.
(10) SCHRIJVERS, José, C. SS. R.: Los principios de la vida
espiritual.

16
Capítulo 2º
NUESTRA ACTIVIDAD DEL
MOMENTO PRESENTE DEBE SER
MODERADA

H ay que ceñir toda la vida y toda la actividad a ese instante que


está transcurriendo; pero esta actividad, si ha de ser fecunda, debe
ser moderada. Es su cualidad más necesaria y, quizás, la
menos estimada.

1° El fundamento para que nuestra actividad sea moderada.—


El espíritu de abandono a la voluntad de Dios, es lo más esencial en la
santificación del momento presente. Entendemos por espíritu de
abandono, esa disposición permanente del alma, por la cual se
prohíbe a sí misma toda intervención en la voluntad de Dios sobre
ella. Sin esta disposición permanente, no es posible la santificación del
momento presente, porque nuestra actividad será inmoderada.
Caeremos en la inquietud, en la precipitación, pasaremos la medida de
nuestras fuerzas, vendrá la preocupación, el recargo de trabajo, en una
palabra, nuestra actividad dejará de ser actividad para ser activismo.
Cuando Dios pide actividad no pide ni puede pedir sino actividad
fecunda, y, sólo es fecunda nuestra acción cuando hacemos la
voluntad de Dios. Lo otro se llama activismo y el activismo no ha
sido nunca católico: no resiste el apellido.
Sin moderarnos, sin contentarnos con cumplir la voluntad de
Dios, de instante en instante, es decir, sin esta muerte a cada
ahora para no hacer nuestra voluntad sino la de Dios, no hay
vida espiritual perfecta. El nos oculta su plan de santificación sobre
nuestra alma, lo que no es pequeño martirio, y, así, nos hace morir
sin matarnos.
«El cumplimiento, momento a momento, de la voluntad de
Dios es la exacta idea teológica del tiempo y de su duración. Si

17
nos apartamos de esa realidad, caemos, fuera de Dios, en la nada,
en la inquietud, en el puro no poder. Si a la voluntad de Dios le oponemos
la propia voluntad, ya no nos queda garantía alguna de que
permanecemos en la verdad... En el total cumplimiento de la voluntad
de Dios, la responsabilidad recae toda sobre Dios... Santa Teresita del
Niño Jesús, que recibió para los demás tantos dones de
conocimiento de las almas, de presentimiento e iluminación, no
tiene para sí misma más brújula que el momento presente. Este es
el que le permite alcanzar la medida máxima en la entrega con-
fiada... Ella se prohíbe incluso toda intervención en la verdad de su
destino, es decir en la voluntad de Dios sobre ella... Verdadero para ella
es sólo aquello que se asienta en el «ahora» del cumplimiento de
la voluntad de Dios» (1).

2° Valor exacto de nuestra actividad.— «No todo el que


dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el Reino de los Cielos, sino el
que hace la voluntad de mi Padre, que está en los Cielos» (2).
Obras: he aquí un principio fundamental de la auténtica
cristiana. Obras, no sólo palabras. Pero obras que sean el fruto
maduro del cumplimiento de la voluntad de Dios a cada instante,
porque Dios nos comunica a cada instante su voluntad sobre
nosotros por medio de nuestros deberes, de nuestros sufrimientos,
que mezcla en nuestra vida. Obras, repetimos, llenas de la
voluntad de Dios; no simple acción exterior, movimiento y
activismo. Por eso en el mundo de las auténticas realidades vale
tanto una contrariedad, sufrida con paciencia, como la realización
externa de una buena obra, porque también es obrar el sufrir y el
sacrificarse y orar y ejercitar la paciencia.

«No es la materialidad externa de la obra lo que la mirada de Dios


aprecia. Eso podrá ser el fundamento para la apreciación de los
hombres, que no ven las cosas más que al través de los sentidos
18
externos, y se quedan, con frecuencia, en esa mirada sensible sin
penetrar en la íntima esencia de las realidades. Dios prescinde en
absoluto de eso, y más que lo que la mano del hombre pone fuera de sí
como una especie de creación, atiende al principio que en el espíritu
determinó la realización de aquella obra. Es, en realidad, lo único
que puede interesarle en el hombre; ¿para qué quiere El las obras
que puedan realizar los mortales, si todas puede hacerlas El con un
solo movimiento de su voluntad?
En cambio, el amor del hombre no lo puede suplir aunque ponga en
juego su omnipotencia. Por eso es lo único que a Dios puede interesarle.
Por eso también es lo que da valor a las obras humanas ante sus
divinos ojos. Las más pequeñas, al parecer, son con frecuencia
las que más atraen las divinas complacencias, porque descubren en
su fondo una mayor pureza de amor y de intención.
Esto era lo que tanto consolaba a Santa Teresita en medio
de la impotencia en que se encontraba para realizar obras
grandiosas y brillantes. ¿Qué hubiera sido de ella, tan llena de
grandes deseos, si no hubiera visto esa verdad teológica como el
gran remedio de pequeñez física? Pero supo refugiarse en el
amor, segura de que siendo grande en él, lo sería en todo, y allí
vio realizadas, con creces, todas las ansias de su espíritu, física
y humanamente irrealizables» (3).

3° ¿Cómo estar seguros de que nuestra actividad es


moderada?— Sencillamente: 1º Si el momento presente es la
revelación de la voluntad de Dios para nosotros, ya tenemos marcada
por el mismo Dios la obra a realizar; pero debemos tener en
cuenta que lo que nos tiene que atraer al actuar, no es la
19
fidelidad a la obligación, sino la fidelidad a la voluntad de Dios. O lo
que es lo mismo: nuestro hacer del instante presente debe estar
saturado de amor a la voluntad de Dios. 2º En nuestro hacer,
tampoco debemos olvidar que hacer, sobre todo, es dejar hacer
al Señor.
« ¡Q u é p e r f e c t a m e n t e h a n c a p t a d o l o s santos la psicología
perenne del amor!... Profundizaron y hallaron que la vida se compone de
momentos presentes, misteriosos ojos de un puente quebradizo que
une las riberas del nacer y del morir. Y se decidieron: «...Santifiquemos
el momento presente. Embebamos de amor cada instante actual.
Hagamos de nuestra existencia un ahora continuado de amor a
Dios». No se han preocupado del ayer ni del mañana. ¡El... ahora! ...
Sólo poseemos el presente. Por consiguiente, «no te pierdas en la
nostalgia de un pasado enredado o en el espejismo de un futuro irreal.
Entrégate a realizar cada momento, lo mejor que puedas, en las
condiciones que Dios te colocó... En saturar de amor cada ahora
consiste nuestra santidad... ¿Lo vas a olvidar? No sé dónde he
leído: ¡Deja el pasado a la misericordia de Dios. Deja el futuro a
su Providencia. Deja el presente al Amor! » (4).

Hemos afirmado que en nuestro hacer, no debemos olvidar que


hacer, sobre todo es dejar hacer al Señor. Una bella página de
un autor, hoy en día muy desconocido, nos hará ver que la
disposición más perfecta que puede tener un alma ante el Señor
es la de dejar hacer a Dios y querer todo lo que El quiere.
«Para explicar bien la perfección de la vía de abandono, es
menester antes demostrar que hay una vía o manera de ir a
Dios, que consiste singularmente en someterse a El, en permanecer
abandonado a su voluntad y aceptar todo lo que El haga...

20
Es menester notar que esta vía no es tan pasiva, que no sea
aun bastante activa por nuestra parte, para que hagamos todo lo
que sea de nuestra obligación y de nuestra incumbencia; porque
la voluntad de Dios, respecto a nosotros, es su primera causa; mas,
como segunda, reclama nuestra cooperación y aplicación a nuestros
deberes, pero sin precipitación, sin ansiedad de espíritu, sin afán ni
zozobra para no quebrantar la santa indiferencia sobre el
resultado, no queriendo sea otro, después de poner todo lo que
esté de nuestra parte, que aquello que plazca a la divina voluntad.
Sí, según el Doctor Santo Tomás, lo que se llama perfecto, no lo
es verdaderamente en t a n t o q u e n o l l e g u e a s u f i n y s e r e ú n a
con su principio, la manera de ir a Dios, dejándole hacer y
aceptando todo lo que haga, debe ser la más perfecta, siendo la
que nos une más perfectamente, más íntima e inseparablemente a
Dios, que es nuestro principio y nuestro fin postrero.
No haciéndose la unión del alma con Dios en este mundo sino
por conformidad de voluntades, ¿se puede estar unido a Dios más
perfectamente que dejándole hacer, aceptando todo lo que disponga, y
consintiendo amorosamente en todas las destrucciones que le
plaz c a hac er en nos otros y de nos otros ? Porque tener tales
disposiciones, es querer todo lo que Dios quiere, es no querer
sino lo El quiere, es querer nada más que porque El lo quiere; esto
es tener uniformidad con la voluntad de Dios, es estar
transformado en la divina voluntad, es unirse a todo lo que hay
de más íntimo en Dios, es decir, a su divino corazón, a sus gustos, a sus
decretos impenetrables, a sus juicios, que, aunque ocultos, son siempre
equitativos y justos» (5).
«No hay, indudablemente sino una manera de ser santo, y
es seria. Pero ser, para nosotros, es dejar a Dios ser en nosotros
todo lo que El es en sí mismo y todo lo que quiere ser en nosotros,
y dejarlo apropiarse de tal manera de todas nuestras fuerzas,
que El p u e d a d e c i r e n n u e s t r a v i d a : E s t o e s M i Cuerpo, esta es
Mi sangre» (6).

21
NOTAS
(1) VON BALTHASAR (Hans Urs): Teresa de Lisieux. Historia de
una Misión.
(2) San Mateo, c. VII, v. 21.
(3) DE JESÚS SACRAMENTADO (R. P. CRISÓGONO), Carmelita
Descalzo: Enseñanzas de Santa Teresita.
(4) LÓPEZ ARRÓNIZ: Momentos.
(5) PINY (ALEJANDRO), O. P.: El Cielo en la Tierra o la vía
interior más perfecta.
(6) ZUNDEL (MAURICE): El poema de la santa Liturgia.

22
Capítulo 3º
NUESTRA ACTIVIDAD DEL
MOMENTO PRESENTE DEBE SER
CONFORME AL PLAN DE DIOS

¿Qverdad
ué sabemos nosotros del Plan divino? Conocemos una
muy importante y es que el momento presente es la
revelación de la voluntad de Dios para nosotros, y en él,
está encerrada la gracia necesaria para santificarlo. Por tanto, limitar
nuestra vida a santificar lo que Dios nos da que hacer o que sufrir a cada
instante, equivale a decir: que nuestra actividad es conforme al Plan de
Dios.
Hay cristianos que no desconocen que Dios tiene un Plan de
santificación para cada una de las almas. Y, sin embargo, no se
deciden a abrazar, sin reservas, el Plan divino sobre ellos, demorando
su entrega total a la voluntad de Dios. Otros hay, por el contrario, que
generosamente se olvidan de sí mismos y se prohíben toda
intervención en la voluntad de Dios sobre ellos. Esto quiere decir
que ante el Plan de Dios sobre nuestra santificación, se adoptan dos
actitudes: la dilación y la entrega total a la voluntad de Dios.
1.° Dilación.— La dilación pide treguas al divino querer que,
ahora, en el momento actual, único instante que tenemos de vida,
demanda que nos pongamos en actitud decidida de cumplir la
voluntad de Dios, única ley por la que ha de regirse nuestra
actividad, si queremos que sea fecunda.
La actitud de aplazar nuestra entrega total a la voluntad de
Dios para cumplir el Plan que Dios nos señaló para nuestra san-
tificación, no tiene ninguna razón verdadera en qué apoyarse. La
dilación —dice el P. Colomer— es vana quimera. Lo que en el fondo
de esa dilación hay, es una huida cobarde del deber sin el valor
de confesárnosla... Dios sabe lo que pide. Si su petición es «ahora», y
para en seguida, sería declararle desconocedor de la realidad y
de nuestras fuerzas, ignorante y desatinado en lo que pide si
nuestro aplazamiento fuera razonable. ¿Quién sin blasfemia, puede
23
decir eso de Dios? La actitud espiritual de quien da largas a su
entrega a Dios, no tiene defensa.
Es, además, actitud temeraria. Tres cosas —ha dicho
Bourdaloue— se necesitan para la conversión: tiempo, voluntad
y gracia. Ninguna de ellas la tenemos más segura mañana que hoy,
en lo venidero que «ahora» (1).
Tiempo.— Contar con el tiempo para dilatar nuestra entrega a
Dios, es absurdo. Para exhortarnos a vivir siempre prontos a
presentarnos ante el tribunal del Señor nos dice Jesucristo en la
Parábola de las diez vírgenes: «Velad, pues, que no sabéis el
día ni la hora» (2). «La vida no es más que una sucesión de
momentos y no hay de real en ella sino este breve instante
actual que sin cesar se desliza. Tan sólo del presente vivimos y
nuestra obligación ha de ser el santificarlo; nada mejor podemos hacer
para nuestra perfección y para la gloria de Dios» (3).
Voluntad.— En lugar de dilatar la entrega, razonable sería que,
al sentir débil la voluntad para decidirse a cumplir el Plan de san-
tificación que Dios nos marcó, rompiéramos, de una vez, con las
causas que originan esta cobardía, porque con el tiempo no se
puede jugar. La vida es un instante.
Las múltiples razones falsas que se alegan en defensa de esta
cobardía, las ha resumido el P. Petitot en esta fina observación: «¡Cuán
ingrata y caprichosa es nuestra humana naturaleza viciada ya en su
origen! Si la santidad se nos muestra bajo apariencias fáciles y
agradables, la desdeñamos; si después de serias reflexiones se
nos aparece acabada en sus más insignificantes detalles y
trascendente, nos causa temor» (4).

Con singular grafismo, un autor ha trazado el retrato justo


de esas almas de voluntad indecisa, cuando dice: «No sé qué
24
afán suicida tienen los hombres por huir de Dios, que aún dirigiéndose
a El, procuran no encontrarle en su camino» (5).
Y ¿cómo le van a encontrar, si el Plan de Santificación que
Dios les ha trazado para su santificación o lo desdeñan o les
causa temor? Por eso, su vida se desliza de esta forma: dicen
que están resueltos a cumplir la voluntad de Dios; pero se reservan la
elección de los actos y el tiempo que en ellos han de emplear.
Si llega la enfermedad, siempre la reciben mal, porque siempre
llega a destiempo. Precisamente ahora que iba a empezar las
obras para hacer un magnifico edificio para la Acción Católica,
caigo en cama sin poder moverme. Había que contestar ¿y para
qué quiere Dios ese montón de ladrillos que no son más que barro
cocido?
Gracia.— «Importa al hombre muy mucho ser fiel a la gracia, y
ser cada día más dócil a la gracia actual del momento presente, para
responder al deber de este momento que nos manifiesta la voluntad de
Dios en nosotros... La gracia actual nos es constantemente ofrecida
para ayudarnos en el cumplimiento del deber de cada momento, algo
así como el aire que entra incesantemente en nuestros pulmones
para permitirnos reparar la sangre. Y así como tenemos que
aspirar para introducir en los pulmones ese aire que renueva nuestra
sangre, del mismo modo hemos de desear positivamente y con docilidad
recibir la gracia que regenera nuestras energías espirituales, para
caminar en busca de Dios.

Quien no respira, acaba por morir de asfixia: quien no reciba con


docilidad la gracia, terminará por morir de asfixia espiritual...
Es Dios sin duda el que da el primer paso hacia nosotros con
su gracia preveniente, y luego nos ayuda a prestarle nuestro

25
consentimiento; El nos acompaña en todos nuestros caminos y
dificultades, hasta el momento de la muerte» (6).
Si la «dilación» no puede alegar ninguna razón en su
defensa, la «entrega» está cargada de razón hasta la evidencia.
Además, que sólo en la «entrega» logra el hombre llenar sus más
grandes aspiraciones: la «libertad» y la «felicidad».

2.° Entrega. — Equivocadamente creen muchas almas que


lo más difícil en la vida cristiana es huir del mundo. Y no es
esto cierto. Lo que hay de rudo en la doctrina de Jesús, —dice
Karl Adam— no es huir del mundo, ni de sus riquezas, ni de sus
alegrías. Lo rudo, lo heroico está en querer interiormente,
honradamente, fuertemente lo que quiere Dios.
Y tengamos muy en cuenta que «la voluntad de Dios excluye
todo otro camino de perfección, es la regla única... Cuanto pudiéra-
mos hacer, prescindiendo de ella, sería estéril. Nuestra ocupación
debe consistir, pues, en enterarnos de esta divina Voluntad, en
cumplirla fielmente, y no en trazarnos otra senda; todo cuanto
hace el hombre, saliénd o s e d e e s t e c a m i n o , e s a c t i v i d a d
n a t u ral» (7).
Si la voluntad de Dios excluye todo otro camino de
perfección y es la regla única, síguese que la entrega a la
divina voluntad, abraza todas nuestras obligaciones. Sí, las
abraza todas, porque si es la regla única, también es la obligación
única. Esto explica la razón de que muchos santos nos hayan ma-
nifestado con su vida que no tenían otro principio espiritual, que
la santa voluntad de Dios.
Entonces dirá alguno: si nuestra actividad del momento
presente debe ser conforme al Plan de Dios, ¿para qué hacer un
plan de vida? No solamente no es incompatible este plan
nuestro con el de Dios, sino que su importancia es tal, que los
escritores espirituales lo colocan entre los medios de perfección.
Ahora bien, este plan nuestro debe estar subordinado al Plan de
Dios y esta subordinación es la que a los santos les hacía
verdaderamente libres y felices.
Plan de vida.— Debemos hacerlo de horas o de actos. Cada
uno lo que mejor le convenga. Pero lo que nunca resulta bien, es
hacer un plan de vida de horas y, después, como ya pasó la hora
señalada para tal ocupación, ese acto se suprima. ¡Qué más da
hacer un acto un cuarto de hora antes que después, cuando todo el
día se está entregado a Dios viviendo del momento presente! Dios
26
no usa reloj; ni hace caso del que llevamos nosotros. Con mucha
razón, Guerrero Zamora, le llamaba cariñosamente «el divino
Impertinente».

Hay días que parece que todos se han puesto de acuerdo para
interrumpir nuestra tarea. Y al llegar la noche, exclamamos
puerilm e n t e : « H o y n o h i c e n a d a d e p r o v e c h o » . Pongamos
algunos ejemplos: Si no me han llamado hoy cincuenta veces
al teléfono. faltará muy poco y ¡qué pelmazos! No te alteres,
ha sido el divino Impertinente el que ha llamado por teléfono y lo
calificas de pelma». Después, una visita, la niñera que tuve de
pequeño, que, cuando llega a casa, no sabe marcharse. ¿Es
que te molesta que el divino Impertinente no acierte a marcharse
de tu lado? ¡Te quiere tanto! ... Más tarde, el amigo, a quien estoy muy
agradecido, que se empeña en que vaya a dar un paseo con él.
Hoy, precisamente, con lo que tengo que hacer, a descansar media
tarde. Es el divino Impertinente, que quiere descansar en ti, ¿no se
merece un descanso el Señor que tanto padeció por ti?
¿Para qué seguir con más ejemplos? Ese plan de vida que
tenias marcado para hoy, era el plan tuyo y el que te ha presentado
el divino Impertinente era el Plan de Dios.
Cuando comulgaste hoy, Jesús vino a vivir Su vida en ti. No
vino a vivir tu vida en ti. ¿O es que ya no te acuerdas?
Libertad.— Ser libre es no sólo un derecho del hombre, sino el
más grande de sus deberes, porque la libertad verdadera es «el
mayor bien de la vida» (8).
«El Supremo Señor es Dios y, por consiguiente, no es el hombre
dueño de sí mismo, es otro; pero el dominio divino no se hace me-
diante imposición exterior, sino por una libre aceptación de la
27
verdad de su doctrina en orden a su realización en nuestra vida;
y como la posibilidad de apartarnos de ella existe siempre en
nosotros, la aceptación y por consiguiente la sumisión a la
voluntad divina es un continuado acto de la libertad hum ana,
por lo cual en todo momento el hombre es señor de sí mismo
ajustando su voluntad a la divina» (9).
Si la realización de nuestra libertad está en poner nuestra
voluntad acorde con la voluntad divina, queda demostrado, que el
máximo ejercicio de la libertad, se logra cuando nuestra actividad
del momento presente es conforme al Plan de Dios.
Felicidad.— Que los santos sean los seres más felices por su
entrega total al cumplimiento de la voluntad de Dios, es
consecuencia de haber logrado su libertad; porque la felicidad
resulta del perfecto funcionamiento de todas sus actividades.
Nadie pondrá en duda que, si nuestra actividad del momento
presente es conforme al Plan de Dios el funcionamiento de
nuestra actividad es perfecto.
Terminemos con un hermoso ejemplo de un vendedor de
melcochas en el que aprenderemos a vivir, prácticamente, la
«entrega total a la voluntad de Dios», con sólo santificar el
momento presente.
«De uno de aquellos Padres del yermo me acuerdo —dice Fr. Juan
de los Ángeles— haber oído decir a mi maestro que, codicioso
de saber a qué grado de perfección había llegado en muchos años
que tenía de soledad y qué hombre habría que se le pareciese
en el aprovechamiento espiritual, oyó una voz que le dijo: ‘Sal de
tu celda y mira bien a la persona que veas primero, que ésa corre
pareja contigo en la virtud’. Salió al camino y levantándose una
gran tempestad de aires, agua y granizo, se arrimó a un árbol, y
estando allí pasó un mozuelo desarrapado, cuyo oficio era vender
melcochas, y venía tan contento y lleno de alegría, aunque el día
era tan trabajoso, que puso en admiración al solitario, y preguntándole
que cómo venía así de alegre en tiempo tan riguroso. A lo cual
respondió el melcocheruelo que no tenía razón para hacer otra cosa,
porque Nuestro Señor hacía su santa voluntad, lo cual él solamente
buscaba en todas las cosas. Y añadió que con ningún suceso se turbaba ni
entristecía. «Si llueve, me huelgo; si hace sol, también; si me vienen
adversidades, no quepo de gozo, y si corre bonanza doy gracias a mi Se-
ñor, porque conozco que se hace en todo su voluntad». Quedó con esto el
solitario confuso de verse comparado a un hombrecillo de tan poca
cuenta, y cayó en ella de que la perfección no está en mucho ayunar, ni
abrirse la carne con azotes, ni en altas contemplaciones, sino en
28
ajustarse el alma con la voluntad de su Señor Dios, sin cuidado de otra cosa
criada, y cuando ésta se hiciere, estar muy contento» (10).

NOTAS
(1) COLOMER (FR. LUIS), O. F. M.: Ejercicios Espirituales.
(2) SAN MATEO, c. 25, v. 13.
(3) SCHRIJVERS (P. JOSÉ), C. SS. R.: La buena voluntad.
(4) PETITTOT (P. H.), O. P.: Vida integral de Santa Teresita de
Lisieux. Un renacimiento espiritual.
(5) OSENDE (P. VICTORINO), O. P.: Álbum de un alma.
(6) GARRIGOU-LAGRANGE (R.), O. P.: Las tres edades de la vida
interior.
(7) SCHRIJVERS (P. José), C. SS. R.: Los principios de la vida
espiritual.
(8) ALVARADO (FR. ANTONIO DE): Arte de bien vivir..
(9) CANO (FR. MELCHOR), O. P.: La victoria de sí mismo, c. XI,
pág. 128. Madrid.
(10) ANGELES (FR. JUAN DE LOS) O. P. M.: Conquista del Reino
de Dios.

29
Capítulo 4º
NUESTRA PERFECCIÓN PERSONAL
DEPENDE DE LA «EXACTITUD» CON
QUE EL ALMA CUMPLE LA VOLUNTAD
DE DIOS EN EL MOMENTO PRESENTE

«T oda santidad para cada uno depende del cumplimiento de


la voluntad de Dios. Pero aunque depende de eso, no
consiste en eso, sino en la posesión de Dios por la
caridad. Quiere esto decir sencillamente qué si quieres llegar a la unión
con Dios debes, seguir el PLAN y acción de Dios, o sea cumplir su
voluntad... Toda santidad depende del cumplimiento de la
voluntad de Dios, y este cumplimiento es también el mayor
efecto y manifestación de la santidad» (1).
Mi vida no tiene de real más que el momento presente;
tengo que vivirla como el minutero de un reloj, de minuto en
minuto. El minutero tiene que dar la vuelta a la esfera y excluye
todo otro camino. La voluntad de Dios es también para mi el
camino único para lograr mi perfección personal, con exclusión de
todo otro. Al reloj hay que darle cuerda para que el minutero ande,
minuto a minuto, toda la esfera. Al alma le da el Señor la gracia actual
para que viva, de minuto en minuto, la voluntad de Dios. El reloj es tanto
más perfecto cuanto con más «exactitud» recorre el minutero la
esfera, correspondiendo en cada minuto al espacio que ha de recorrer. Mi
perfección personal depende de la «exactitud» con que cumplo la
voluntad de Dios en cada instante.
«La perfección personal del individuo —dice Su Santidad Pio XII—
se mide por el grado de amor, de «caridad teológica» que se realiza
en él. El criterio de la intensidad y la pureza de amor está, según las
palabras del Maestro, en el cumplimiento de la voluntad de Dios. De
esta manera, el individuo está personalmente ante Dios de una manera tan-
to más perfecta cuanto más «exactamente» cumpla la voluntad divina.
En ello, poco importa el estado en que viva, ya sea laico, ya
eclesiástico, y para el sacerdote, ya sea secular, ya regular» (2).

30
La perfección personal, pues, depende de la «exactitud» con que
el alma cumple, en el momento presente, la voluntad de Dios, v. gr., en la
profesión que ejerce, con la enfermedad que le aqueja, en el estado en
que vive: soltero, casado o religioso, con la salud que posee, etc.; etc.

1.° La perfección personal en los justos del Antiguo Testamento. —


«Dios habla hoy día como hablaba en otros tiempos a nuestros
padres, cuando no se conocían en el mundo ni métodos ni
directores... No se ignoraba que cada instante traía consigo un deber
que era preciso cumplir con «fidelidad», y ésta era toda la sabiduría de
los espirituales de aquella época feliz. Fija su imaginación en el deber de
cada instante, se asemejaba a la aguja que marca las horas,
correspondiendo en cada minuto al espacio que debe recorrer. Su espíritu,
dirigido sin cesar por impulso divino, se volvía fácilmente hacia el nuevo
objeto que Dios le presentaba en cada hora del día.
Estos eran los ocultos resortes de la conducta de María, criatura
la más sencilla y la que más que todos los santos y ángeles juntos se
abandonó al beneplácito divino. La magnífica respuesta que dio al
ángel contentándose con aquellas breves pero sublimes palabras:
«Hágase en mí según tu palabra», expresa toda la mística teología de
sus antepasados, y entonces como ahora, todo se reducía al más puro y
sencillo abandono del alma a la voluntad de Dios, bajo cualquier forma
que se presentase» (3).
«Ésta es la verdadera espiritualidad, y la propia de toda edad y de
todo estado; por ella deben santificarse todas las almas no habiendo un
medio más seguro, más alto, más extraordinario y más fácil al efecto
que la práctica sencilla de cuanto Dios verdadero y Rey soberano de
las almas las envía que hacer o que sufrir en cada instante» (4).

31
Todos tenemos un Director principal, que es Dios, el cual se ha
reservado señalarnos el camino para lograr nuestra perfección personal.
El camino es siempre: hacer su voluntad en cada momento. Esto es
lo que intentan hacer resaltar las palabras que preceden. ¿No es
cierto, que a una verdad tan importante se la concede, a veces,
un lugar inferior y hasta se olvida? Dios, Director principal, es el
único que tiene derecho a señalarnos el camino para conseguir
nuestra perfección personal, porque El es el Señor, El sólo Santo;
al director secundario corresponde ayudar al alma para que no se
salga del camino, es decir, ha de limitarse a que el alma siga el Plan
de santificación que Dios la ha trazado para lograr su perfección
personal. Es el ingeniero el que marca el camino de hierro por donde ha
de deslizarse el tren hasta llegar a la estación de término del viajero y
el maquinista ha de concretar su misión a conducir para que el
tren no se salga del camino que trazó el ingeniero.

2.° La perfección personal según Jesucristo.— Resumimos en


unas líneas, lo que en varias páginas expone, sobre este asunto,
un autor: ¿Nos imaginamos qué seria del mundo si cada uno
siguiese siempre la invitación del Espíritu Santo, y pudiese decir en
todo momento lo que decía San Pablo a los sacerdotes de Éfeso:
«Llevado por el Espíritu Santo yo me voy a Jerusalén»?
¡Qué mejor devoción a la Tercera Persona que ésta! Devoción,
no solamente afectiva y que se atestigua por impulsos y oraciones,
sino efectiva, que se manifiesta por la sumisión a todo lo que Dios
pide en el deber presente. Si de modo universal viniese a florecer
sobre la tierra esta devoción de las devociones, veríamos a todos
los que el pecado atrae, rehusar el mal para obedecer a su conciencia.
En Jesucristo, ¿cuál era la razón esencial de su venida a la
tierra? Cumplir plenamente, en cada momento, para la gloria del
Padre lo que le dictaba el Espíritu Santo.

32
Es preciso que yo prolongue a Jesucristo. Lo comprendo
bien: no se trata evidentemente de reproducir lo que constituía los
rasgos particulares de su vida (haber nacido en un establo, vivir en
un taller de un artesano, multiplicar los panes, caminar sobre el
mar, etcétera, etc.); lo que he de reproducir es la disposición de
alma esencial de Jesucristo en medio de todos esos episodios,
para El transitorios, para mí fuera de imitación. ¿Cuál es esa
disposición? Como Jesucristo, Cabeza del Cuerpo Místico,
glorificar al Padre, yo, miembro de Cristo, por una entera
«fidelidad, al Espíritu Santo en cada instante. Jesucristo ha vivido esto
en su propia vida; yo debo vivir el mismo programa en mi vida.
Jesús cuida de seguir en
cada momento la menor
insinuación de la voluntad
del Padre. Si la Cabeza
es así, así deberán ser
igualmente los miembros.
Para Jesucristo una sola
consigna: obedecer ple-
namente al divino querer;
ésta era la razón esencial de
su venida. Para mí, una sola
consigna: obedecer ple-
namente la voluntad de
Dios en el momento presente
(5).

3.° La perfección personal, según el Magisterio infalible de la


Iglesia.— Por si nos queda alguna duda de que la perfección
personal depende de la «exactitud, con que el alma cumple la
voluntad de Dios en el momento presente, la Iglesia proclama
ante el mundo, con su Magisterio infalible, esta verdad: «La
doctrina de la santificación del momento presente por el
cumplimiento del deber, ha sido enseñada por los santos y autores
ascéticos y místicos, como el modo más sencillo de santificarse y
de llegar a la perfección por el cumplimiento de la voluntad de
Dios. El Papa Pío XI, en uno de los documentos preparatorios de
la beatificación del Venerable Garigoits y la Venerable Teresa
del Niño Jesús, aprovechó la ocasión para proclamarla ante el
mundo y con unas palabras muy solemnes, diciendo: «Y ¿cómo
podremos santificarnos en todos los estados y condiciones de
33
vida? Podemos y debemos hacerlo, cumpliendo "fielmente" en todas
las horas de nuestra existencia los deberes que el mismo Dios nos
impone en aquella hora y en aquel momento. Esta respuesta
del Venerable —sigue diciendo el papa— es ahora confirmada
por el Magisterio infalible de la Iglesia» (6).

4.° La perfección personal en la Santísima Virgen y en todos


los Santos. — Un insigne teólogo, hablando del deber del
momento presente, según lo han entendido la Santísima Virgen y
los Santos, afirma con precisión teológica esta consoladora realidad:
«Tocante a nosotros, a nuestra vida individual, la expresión de la
voluntad divina se encierra en el deber de cada momento, por
insignificante que parezca. María vivió unida a Dios cumpliendo
por momentos la voluntad divina manifestada en las obligaciones
cotidianas de su vida, tan sencilla y vulgar en apariencia como a de
las demás mujeres de su condición. Los Santos vivieron
entregados al cumplimiento de la voluntad de Dios tal cual se
les mostraba por momentos, sin conturbarse por las contrariedades
imprevistas. Su secreto consistía en tratar de ser en todo instante lo
que la acción divina quería hacer de ellos. En esta acción veían lo
que habían de obrar y padecer, sus deberes y sus cruces. Estaban
persuadidos de que el acontecimiento actual es un signo de la
voluntad o de la permisión divina para bien de los que le buscan... Así
vivieron los Santos, no sólo en circunstancias excepcionales, sino
durante el curso normal de su existencia, sin perder, por decirlo así,
la presencia de Dios» (7).

5.º Una práctica provechosa.— Algunas almas, dicen, que


quieren vivir del momento presente; pero que se les olvida. Creo
les resultaría muy provechosa una práctica que aprendí de un
gran siervo de Dios, el dominico Fr. Enrique María-Rafael
Meysson, el cual recitaba a cada hora del día un misterio del
34
Rosario y, después, durante esa hora, vivía el misterio: estudiando,
comiendo, en la recreación, etc. (8).
¿Y qué tiene que ver el Rosario con la santificación del
momento presente? A ti te corresponde probarlo prácticamente y
verás con qué facilidad santificas todos los minutos del día. A mí
me toca demostrarte la relación que existe entre el Rosario y la
santificación del momento presente, con las siguientes razones:
En los misterios del Rosario se aprende a conocer a Jesús y
María como son, como les hemos descrito en este capítulo IV.
Les verás en todos los misterios del Rosario, cumpliendo con
«exactitud» la voluntad de Dios de momento en momento.
«Para cumplir bien nuestro deber, necesitamos en cada
instante la gracia, aquella gracia que pedimos en el Ave María:
«Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pec adores,
"ahora" y en la hora de nuestra muerte. Amén». Aquí solicitamos la
gracia más particular de todas, que cambia cada minuto, nos
pone en condición de cumplir nuestros deberes durante el día y
nos hace ver la importancia aun de las cosas más pequeñas que
dicen alguna relación a la eternidad. Si al pronunciar este ahora
estamos distraídos, no lo está María que lo escucha. Ella acoge
nuestra oración y, como el aire oxigenado a nuestros pulmones,
así nos viene la gracia necesaria en el instante actual para
continuar orando, padeciendo y obrando» (9).

6º «El crecimiento sobrena-


tural exige a cada instante nue-
vas energías, gracias siempre
actuales sin las que nos
veríamos inmediatamente para-
lizados. Nuestra Señora nos da
estas gracias, todas las gracias
que necesitamos, para todos los
detalles de nuestra vida, para
todas las dificultades, para todos
los progresos posibles» (10).
La Virgen «conoce también mi
historia, mis flaquezas, mis peligros presentes y las gracias que
necesito hoy, en el instante mismo, para perseverar. Asociada a la obra
de la santificación, le comunica Dios su pensamiento sobre todos los que
han sido redimidos» (11).

35
Es la Virgen la que enseña a Sor Josefa Menéndez a no preocuparse
más que del momento presente. La Madre Sorazu asegura que le debe
a la Santísima Virgen vivir la vida de momento en momento y que Ella
fue su modelo en esto. Santa Teresita aprendió esta manera de
obrar de la Santísima Virgen, pues la vida de la Madre de Dios es la
fuente donde bebió su espiritualidad.
«Este puente de Teresa a la Madre de Dios, de fines del siglo
XIX a primeros del siglo del Cristianismo, es tanto más genial y
audaz y más místico cuanto que en su Carmelo todas, hasta su
hermana Paulina, difieren de su noción de santidad... Teresa se
planta en Nazaret sedienta de emular el camino que Dios señaló a
su Madre; camino que no sería, ciertamente, ni el más largo, ni el menos
elevado, ni el menos seguro. Silenciosamente, sin reprochar nada ni a
nadie, se aleja instintivamente de su ambiente...» (12).
¿Has visto ya la relación que existe entre el Rosario y la santificación
del momento presente? La Virgen nos enseña y también nos ayuda
a nosotros a cumplir con «exactitud» la voluntad de Dios en cada
momento, con lo que lograremos nuestra perfección personal.
María acoge nuestra oración las ciento cincuenta veces que
pronunciamos en el Rosario el Ave María y nos viene la gracia
necesaria en el instante actual para santificarlo.
Si somos un Rosario viviente, cambiaremos la frase: «soy
incapaz de ceñir mi vida al momento presente», por esta otra:
«soy incapaz de vivir fuera del momento presente».

36
NOTAS

(1) OSENDE (P. VICTORINO), O. P.: ob. cit.


(2) Pío XII en su Nota del 13 de Julio de 1962.
(3) AUSSADE (R. P. JUAN PEDRO), S. J.: El abandono
de sí mismo en la Providencia divina..
(4) Ib.
(5) PLUS (RAÚL), S. J.: La fidelidad a la gracia.
(6) SERRA BUIXÓ (RVDO. EDUALDO), Pbro.: Instruc-
ciones piadosas siguiendo el caminito de la infancia es-
piritual.
(7) GARRIGOU-LAGRANGE (P. RÉGINALD), O. P.: La
Providencia y la confianza en Dios.
(8) FERNÁNDEZ (FR. ENRIQUE), O. P.: Un gran siervo de
María: Fr. Enrique María-Rafael Meysson, O. P.,
Diácono. En «La Vida sobrenatural».
(9) GARRIGOU-LAGRANGE (P. RÉGINALD), O. P.: obra
cit.
(10) BERNARDOT (P. M. V.), O. P.: La Virgen María en mi vida.
(11) Ib.
(12) BARRIOS MONEO, (P. ALBERTO), C. M. F. , La
espiritualidad de Santa Teresa de Lisieux.

37
Capítulo 5º
LA «ACCIÓN NUESTRA» EN EL
MOMENTO PRESENTE

M irada nuestra perfección personal, desde el punto de vista


práctico, podemos reducirla a estas dos cuestiones: 1.a, la vida
ordinaria, y 2.ª, variaciones en la vida ordinaria. Santificar, en
cada instante, la vida ordinaria es la «acción nuestra».
Las variaciones en la vida ordinaria, que Dios nos presenta, de
momento en momento, es la «Acción de Dios».
Ya sé cuál es «mi acción» en el instante presente: la vida
ordinaria. Ya sé también cómo se conoce en cada momento la
«Acción de Dios» en mi vida ordinaria: por los acontecimientos
interiores y exteriores que la hacen variar, no de manera fija, sino tan
sólo accidental.
La vida ordinaria es sencillamente: el cumplimiento de los deberes,
en el estado de vida en que me encuentro. Ahora bien, los deberes de
estado me especifican cómo debo guardar los Mandamientos de la Ley
de Dios, los de la Iglesia, los consejos evangélicos y las órdenes de
mis superiores. Y ¿no está ahí manifiesta la voluntad de Dios? La
tradición llama a esto: Voluntad divina significada.
Las variaciones que acontecen en la vida ordinaria de cada
uno, son siempre señales evidentes de una voluntad de Dios, que
El nos presenta para que la aceptemos y cumplamos. A esta
voluntad se la denomina: Voluntad divina de beneplácito.
¿Qué tengo que buscar fuera de esto para santificarme? ¿No está
ahí toda la voluntad de Dios? A Dios no se le puede encontrar más
que allí donde está su voluntad.
Pero su voluntad está únicamente en la obligación del
momento presente. No puede ser de otra manera, si tenemos en
cuenta que los hombres no poseemos la vida toda a la vez, ni
aun el día. La vida la vivimos sucesivamente de instante en
instante.
Esto nos indica que debemos estudiar: 1.º, la «acción
nuestra» en la vida ordinaria; 2.º, la «acción nuestra» ha de ser
vivida de momento en momento.

38
1.° La "acción nuestra" en la vida ordinaria.— Ante este
enunciado podríamos clasificar a las almas en dos grupos, según
practican y entienden la vida ordinaria.
a) En el primer grupo existe una multitud de almas que son
piadosas, comulgan todos los días, etc., las cuales de los actos de
vida ordinaria, hacen dos apartados: los actos piadosos y los
actos no piadosos. No encuentran a Dios más que en los actos
piadosos. Si las preguntáis a estas almas, ¿dónde se encuentra a
Dios? Os contestan: en los actos piadosos. Hay que decirlas que
no. Que a Dios sólo se le encuentra allí donde está su voluntad,
sea el acto piadoso o no lo sea.
«Cualquiera que sea la ocupación que Dios erija de mi,
cualquiera que sea la clase de traba j o a que su voluntad me
llame, aunque fuera la ocupación más vulgar y el trabajo más
grosero, Dios está allí porque allí está su voluntad; está allí mismo,
transparentándose detrás de ese ligero velo. El alma de vista
torpe no lo ve; sólo percibe el velo de la obligación material que
la tiene ocupada y en el cual detiene sus miradas; y cuando siente
deseos de encontrar a Dios se vuelve hacia otro lado para ver si lo
encuentra en los ejercicios de devoción, y aquí no lo encuentra
porque no está aquí su voluntad: su voluntad está únicamente en la
obligación del momento» (1).

«En mala hora aprendieron tantas almas el adagio «cada cosa


a su tiempo». Es el distingo esterilizador bajo el cual viven y
actúan; tiempo de iglesia y tiempo de trabajo; tiempo de oración y
tiempo de diversión; tiempo para Dios y tiempo para el mundo. ¡Como
si Dios no fuera el Señor del tiempo y del espacio...! Orar no debería
ser sólo levantar el corazón a Dios, sino también bajarlo in-
mediatamente a lo ordinario de nuestra existencia, cargado de fe, de
visiones celestiales, para impregnarla de lo divino» (2).

39
El mal de estas almas está en que se contentan con orar en la
vida y no se dan cuenta que debemos orar la vida, porque ese
instante que ahora está transcurriendo, único que poseemos de
vida, es de Dios y se nos da para que lo empleemos en adorarle
como sea, como podamos o como sepamos, esta es la verdad. Y
para que no podamos excusarnos de esta obligación de adorar al
Señor "ahora", recordemos que también es verdad que Dios nos
da la gracia necesaria para santificar sólo ese momento. Cualquier
cosa que Dios nos dé que hacer o que sufrir en ese instante, es
igual, es un trozo de vida, y esto es suficiente para convertirlo en
un acto de adoración, porque ese trozo de vida es de El y para
adorarle nos lo ha dado.
¡Adorar al Señor «ahora»! Dichoso el que siente esa necesidad,
porque la adoración es verdadera oración. Erróneamente pensaría-
mos, si creyéramos que la oración sólo sirve de puro medio para pedir
cosas.

«El hombre moderno debe hacerse capaz de un diálogo


humilde y noble con Dios. Con una característica que dará
originalidad al espíritu religioso moderno. Ayer la religión «estaba
junto» al trabajo; éste era profano, aquélla sagrada; se partía el
tiempo. El ritmo de la jornada alternaba las horas y los días de
oración. Ora et labora = Ora y trabaja. Un espíritu nuevo asociará los
dos momentos cuando del mismo mundo del trabajo, de la naturaleza,
de la ciencia, brote un estímulo hacia la suprema investigación,
hacia el máximo descubrimiento: la necesidad de la adoración. La
materia, sometida por la ciencia y técnica, se hará diáfana y dejará
entrever el Verbo del que manan su existencia, su potencia, su belleza»
(3).

40
Un teólogo contemporáneo se lamenta de que no se ora la vida,
diciendo: «uno de los perniciosos errores cometidos por cierto
número de almas, es el de creer que pueden, gracias a un sabio
procedimiento, hacer bien media hora de meditación u oración, aunque
háyanse ocupado el resto del día en múltiples ocupaciones sin
acordarse para nada de Dios y permaneciendo alejadas de El.
Realmente vemos en la práctica a las almas que así se
exteriorizan, ser incapaces de cumplir con su oración mental, y
acabar por abandonarla. Aunque de una manera aparentemente
paradójica, se puede asegurar que virtualmente se hará oración
todo el día, o no se hará ni poco ni mucho» (4).
Si el cumplimiento de la voluntad de Dios la vida ordinaria no
tiene eficacia para santificar a un alma, entonces ¿en qué consiste ser
santo?
«Nadie puede eximirse de la vida ordinaria. Todas las formas y
maneras de vivir y servir a Dios están montadas sobre la trama de una
vida ordinaria, que es absolutamente ineludible: es esta vida humana
común a todos. Hasta el hombre más extraordinario en hechos,
milagros, talento, bondad, de mayor sacrificio y caridad divina, debe
necesariamente hacer el curso de la vida ordinaria lo mismo que el
hombre más vulgar y que nunca ha sobresalido en nada. Todos han de
trabajar (cada uno en sus ocupaciones y deberes contraídos), han de
descansar, dormir, comer, rezar, sufrir, soportar las alternativas del tiem-
po, de la salud, del trabajo, mantener siempre la relación de caridad
con el prójimo, y luchar contra los enemigos de su alma...
Siendo, pues, así: si todos hemos de vivir esta parte ordinaria y
común de la vida humana, es evidente que hemos de encontrar en ella
nuestra santificación y perfección espiritual» (5).
«Los santos lo santifican todo. El modelo... la familia de Nazaret,
es decir, la vida más divina bajo las apariencias más ordinarias. Esta
fue en la tierra la santidad de un Dios» (6).
b) Al segundo grupo pertenecen las almas que aprecian en su
justo valor la vida ordinaria para las que el cumplimiento de los de-
beres del propio estado son materia de santidad. Les basta aceptar
en cada instante la tarea señalada por Dios y hacerla por amor.
Es la santidad que tanto inculcaba a San Juan Berchmans su
madre, cuando muchas yaces le decía: «el mejor camino para llegar a
la santidad es el amor de Dios y el fiel cumplimiento de los deberes» (7).
En repetidas ocasiones hemos oído el caso ocurrido en aquella
recreación en la que participaba San Juan Berchmans; pero en el
que quizás, no hemos reflexionado bastante.
41
Cuando más entusiasmado jugaba aquel grupo de muchachos, se
presenta el Superior del Colegio en medio de ellos y va preguntando a uno
por uno: si supieras que ibas a morir dentro de breves momentos, ¿tú
qué harías? El primero responde: «yo me retiraría a hacer un acto de
perfecta contrición». El segundo no menos preocupado, contesta: «yo iría
a la Capilla a hacer oración». Y tú, Juan Berchmans, ¿qué harías?
«¿Yo?, seguir jugando».

¡Seguir jugando! Un teólogo no hubiera podido responder


mejor y un santo tampoco. ¡Seguir jugando! Era la ocupación del
momento presente, donde está únicamente la voluntad de Dios.
¡Seguir jugando! Naturalmente que sí. ¿Es que puede haber mejor
preparación para morir, que estar cumpliendo la voluntad de Dios?
¡Seguir jugando! ¿Hay muerte más perfecta que la de aquél
que exhala su último suspiro diciendo de palabra o por obra
«Hágase tu Voluntad»? Dichosos de nosotros si, a la hora de la
muerte, no tenemos necesidad, como San Juan Berchmans, de
cambiar ni de ocupación ni de afectos.

2.° La "acción nuestra" ha de ser vivida de momento en


momento.
¿Qué es el momento presente?
«El momento presente, que constituye la realidad del tiempo, es un
instante que huye entre lo pasado y lo futuro, "nunc fluens", como
dice Santo Tomás, un instante que huye, como el agua del río...» (8).
«Acá en la tierra no poseemos los hombres la vida toda a la
vez; en la infancia no tenemos el vigor de la juventud ni la
experiencia de la edad madura; y en la edad madura falta el candor de
la infancia y la prontitud de la juventud. Pero no es mucho no
poseer la vida toda a la vez, cuando ni siquiera el año lo vivimos

42
todo simultáneamente, pues tiene sus estaciones variadas; no
tenemos en invierno lo que nos sobra en verano. Tampoco poseemos la
semana toda a la vez, ni aun el día; nuestra vida se desparrama en
cierto modo; hay en ella horas de oración, horas de trabajo, horas de
descanso y esparcimiento. Lejos de poseer nuestra vida toda a la vez,
la vivimos sucesivamente, como oímos sucesivamente las notas de una
melodía» (9).
Según esto la «acción nuestra» se limita al momento presente y
el no contentarse, el no contenerse, para no salirse de esta reali-
dad, es agitarse en vano.
¿Cómo se vive prácticamente la "acción nuestra" en el
momento presente?
Serán muy provechosas las siguientes reglas:
1.ª) Solicitud tranquila.— Toda nuestra solicitud, si nos es
permitido tener alguna, ha de consistir en hacer, con toda la
perfección que podamos, el deber del instante actual. Estemos seguros que
si «hay alguna solicitud tranquila, razonable y seria es la del momento
presente» (10).
2 . a ) N o s e r e s c l a v o d e l a o c u p a c i ó n p r e s e n te porque ésta
no es fin, sino medio.— La ordinaria nos va presentando,
sucesivamente, una obligación que cumplir y es preciso actuar con
fidelidad. Pero mi fin no es ajustarme a la obligación, sino ajustarme a
Dios por la obligación, la cual no es más que un medio. Y lo que tiene
que atraer al actuar, no es la fidelidad a la obligación, sino fidelidad a la
voluntad de Dios, porque hasta las obligaciones más pequeñas la contienen
toda entera. El que obre de esta forma, sin gran esfuerzo, llevará todo el
día la presencia de Dios por las obras. Sor Genoveva dice de su hermana
Santa Teresita: «Trataba ella de combatir en mí el demasiado celo
por los asuntos, el deseo de hacer demasiado bien las cosas, la viva
pena que sentía cuando no las había logrado hacer a mi gusto,
en una palabra, el tráfago que me imponía en el obrar: «No habéis
venido aquí, me decía, para trabajar a destajo. No se ha de
trabajar tampoco para lograr éxitos... leí una vez que los Israelitas
levantaron los muros de Jerusalén trabajando con una mano y
sosteniendo la espada con la otra (Esdras, II, 4, 11). Esa es la
imagen de lo que nosotros debemos hacer: no trabajar más que con
una mano, en efecto, y con la otra defender nuestra alma de la
disipación que la impide unirse con Dios... Quería que pusiésemos
entusiasmo en nuestro trabajo; ni demasiado, como para impedirnos
guardar la presencia de Dios, ni demasiado poco, lo cual pone
obstáculo a esa misma presencia» (11).

43
3. a ) Ni demasiado celo, ni indolencia.— El alma que vive del
momento presente «emprende el trabajo sin pasión,
continúalo con indiferencia, cual si fuera un pasatiempo que la
asigna Jesús mientras espera su llegada, y lo acaba sin
apresuramiento, pues, tras de éste, sabe que vendrá otro. Para
calmar su impaciente actividad repite a menudo: mientras desem-
peñe este cargo, no debo desempeñar otro, ni mientras esté en
este lugar por voluntad de Dios estoy obligada a hallarme en otro.
Así, en plena posesión de sí misma, dedicase a sus
diferentes ocupaciones sucesivamente y con corazón
desprendido. Esta libertad interior la permite emprenderlo todo con
generosidad y atención sostenida, sin cansando ni precipitación, sin
abandono y sin lentitud.
Los hombres más activos son los que menos lo parecen. Los
apresurados, los abrumadas de ocupaciones, casi nunca hacen nada
de provecho; empiezan pero no acaban, y después de su trabajo
tienen turbado el corazón y el espíritu preocupado e incapaz de pensar
en Dios» (12).
Conclusión: Importancia de la santificación del momento
presente.— Hemos visto: 1.º, lo que es la «acción nuestra»; 2.°,
cómo la «acción nuestra» se limita al momento presente; 3.° hemos
estudiado cómo se vive prácticamente.
Sólo nos resta encarecer, con el ejemplo del buen Ladrón, la
importancia que tiene nosotros santificar la «acción nuestra» de
cada instante.
«Imitemos en esto al buen Ladrón, que estando ya para morir,
no miró a su vida pasada más que para apartar con dolor sus ojos de
ella; ni miró a su futuro, que no tenía; sino que abrazó de todo
corazón su dolorosísimo momento presente en satisfacción de sus
pecados. Y, respondiendo a las invitaciones de la gracia actual,
pidió humildemente a Jesús que se acordara de él cuando estuviere
en su Reino. Y esto bastó para justificarlo y abrirle las puertas del
Cielo el mismo día que expiró. ¡Oh si nosotros santificáramos así
44
nuestro momento presente! ¡Cuántas gracias y tesoros y qué
grado de santidad alcanzaríamos!» (13).
Hagámonos impotentes voluntarios para que no podamos vivir
fuera del momento presente.

NOTAS
(1) TISSOT (P. JOSÉ): La vida interior.
(2) LÓPEZ ARRONIZ, ob. cit.
(3) MONTINI, (JUAN BATTITSTA) en Pablo VI Pontífice Romano,
de JOSÉ MARÍA JAVIERRE.
(4) PETITOT (P. H.), O. P.: ob. cit.
(5) SERRA BUIXÓ, (HNO. EUDALDO), ob. cit.
(6) PHILIPON, (M. M.), O. P. ob. cit.
(7) HUNERMAN (WILHELM): El Coro de los Santos.
(8) GARRIGOU-LAGRANGE (P. RÉGINALD), O. P., ob. cit.
(9) lb.
(10) TISSOT, (P. JOSÉ), ob. cit.
(11) DE LA SANTA FAZ, (SOR GRNOVEVA), Consejos y Recuerdos.
(12) SCHRIJVERS, (R. P. JOSÉ), C. SS R., El don de sí.
(13) OSENDE, (P. ViCTORINO), O. P. Contemplata, momentos místicos.

Capítulo 6º
LA «ACCIÓN DE DIOS» EN EL

45
MOMENTO PRESENTE

L a «acción nuestra» consiste en cumplir, en el momento


presente, los deberes del estado de vida en que nos
encontramos. Es la VOLUNTAD MANIFESTA DE DIOS, que se
dirige a todos los hombres en general, como ocurre, v. gr., con los
Mandamientos de la Ley de Dios y de la Iglesia, o a categorías enteras
de hombres, como a los sacerdotes, a los casados, etc. «En estas
obligaciones del propio estado ve cada uno lo que Dios, en cada ins-
tante, quiere personalmente de él» (1).
Pero hay una Providencia divina que se oculta en los
acontecimientos exteriores e interiores que hacen variar la «acción
nuestra». Estas variaciones son siempre señales evidentes de una
voluntad de Dios, que El nos presenta para que la aceptemos y la
cumplamos: es la VOLUNTAD DE BENEPLÁCITO DE DIOS, que se
dirige a cada persona en particular, es la «Acción de Dios», es lo que
Dios hace, a cada instante, por cada uno de nosotros para nuestra
santificación.
Nuestra gran enfermedad es querer santificarnos a nuestro
modo. Un hermano Capuchino solía decir: «Todos somos santos a
nuestro modo; pero el modo no se puede tocar, porque entonces
lo estropeamos todo».
¡Qué manera tan delicada de delatar esa grave enfermedad que
consiste en querer santificarse cada uno según le place! Y, sin em-
bargo, sólo hay un modo de santificarse: hacer la voluntad de Dios en
el momento presente.
Si no nos santificamos, es porque miramos todas las cosas de una
manera horizontal, y, claro está., de esta forma no vemos más que las
apariencias exteriores que nos engañan.
Pero si viéramos verticalmente esas continuas variantes que nos
suceden a cada momento, comprenderíamos que su origen es
Dios, que las criaturas todas son instrumentos de Dios, y que Dios
obra por medio de ellas. Al mirar los acontecimientos interiores y
exteriores horizontalmente, y no en su origen, todo nos parece
incoherente, sin sentido, y protestamos de la «circunstancia» que
se presenta inesperada, y juzgamos ridículo que sirva para
santificarse el pequeño servicio que prestamos al público, y nos resulta
pueril que la limpieza que estamos haciendo en la habitación de
46
estar, sea santificadora, y acabamos por querer santificarnos a nuestro
modo, desentendiéndonos de la «Acción de Dios» en el momento
presente, que es la única que hace de nosotros un santo.
Mientras no veamos el origen divino en todas las circunstancias,
que cambian continuamente, no veremos tampoco el sentido divino
de todas las cosas.
Sólo lograremos la intranquilidad y no daremos capaces de
santificar el momento presente.
Y, sin embargo, debo aspirar a conseguirlo, porque Dios obra
en mí sin interrupción. Por tanto, para que la «Acción divina»
no quede, por mi parte, sin correspondencia, necesito tres cosas:
1.°, serenidad para agotar conscientemente el momento actual;
2.° poseer la ciencia de la propia nada, y 3.°, sumisión a cada
instante, a la «Acción de Dios», porque El es mi Creador, mi Conservador
y Santificador.

1 . ° S e r e n i d a d p a r a a g o t a r c o n s c i e n t e m ente el momento
actual. «Una de las consecuencias de la serenidad, dice un
escritor, es el apacible empleo del momento presente, al que
debemos aplicar nuestras potencias sin dejarnos influir por la
anticipación del momento futuro. Esto último hace que no se
obtenga el fruto debido ni del uno ni del otro. Ver pasar la vida sin
empujarla, dándose cuenta de lo que vale y significa el minuto en
que aún la poseemos, sin
tener prisa de que ese mi-
nuto se acabe para dar lu-
gar al siguiente, que nos
imaginamos de un modo y
puede ser de otro, es el se-
creto de acabar con euforias
y con neurosis que tienen su
origen en la imaginación...
Hartos azares hay que sopor-
tar en la vida para nosotros
echemos de nuestra parte
el veneno de una intranqui-
lidad que nos priva de agotar
hasta el fin toda la intensidad profunda del momento que pasa» (2).

2.° Poseer la ciencia de la propia nada.— Santa Teresita


«aprendió a conocerse, a desconfiar de sí misma, a sentirse
47
impotente en el mundo psicológico tal como ya se había sentido
impotente en el plan de las realizaciones materiales. Y también aquí ha
conocido la verdadera grandeza, la verdadera santidad, la única que
cuenta a los ojos del Señor: aprender a resignarse, a aceptar y a
soportarse.
Ser malvado, ser cruel y egoísta, sentirse incurablemente malo es,
sin duda alguna un dolor infinito. Pero no es nada aún. El gran pecado,
el único, es ocultárselo a sí mismo. Es mentirse a sí mismo. Confesarse
malvado y ofrecer a Dios nuestra impotencia, nuestra insignificancia, es
suficiente para hacer de cada uno de nosotros un santo.
Lo esencial, según todos los sabios, todos los filósofos, todos los
santos, es conocerse uno mismo» (3).
No se aprende a aceptar con sumisión, en todo momento, la «Acción
de Dios», a soportar nuestra impotencia y a ofrecérsela a Dios, mientras
no se está convencido de la propia nada.
Por eso San Francisco de Borja pasaba tres horas cada día
absorto y sin distraerse en la contemplación de su propia nada. ¿Es fácil
concebir cómo empleaba la duración de ciento ochenta minutos en
considerar esa única y trivial verdad?
Todos los santos pedían al Señor la ciencia de la propia nada y Dios
la concede, como vemos, por ejemplo, en la vida del santo Párroco de
Ars: «Hija mía, decía a una de sus penitentes, no pida usted a Dios el
conocimiento total de su miseria. Yo lo pedí una vez y lo alcancé. Si
Dios no me hubiese sostenido hubiera caído al instante en la desespe-
ración». Semejante confidencia hizo al Hermano Atanasio: «Quedé tan
espantado al conocer mi miseria, añadía, que enseguida pedí la gracia
de olvidarme de ella. Dios me escuchó, pero me dejó la suficiente luz
sobre mi nada, para que entienda que no soy capaz de cosa alguna»
(4).
¿Qué nos dicen estos episodios, tomados del Proceso de
Canonización del Santo Párroco de Ars? Que la ciencia de la propia nada
es necesario pedirla al Señor, porque es un don de Dios y no son
suficientes nuestros esfuerzos para lograrla, ni se aprende en los
libros. «Los grandes doctores mismos adquieren esta ciencia divina más
por la oración que por los libros. Su biblioteca principal es el Espíritu
Santo» (5).
Nadie duda que San Juan Maria Bautista Vianney era humilde, sin
embargo, le fue preciso pedir la ciencia de la propia nada para
obtenerla en el grado que se necesita para ser fiel a la gracia de
cada instante y vivir en perfecta sumisión a la «Acción de Dios» en
cada momento. Es un don tan necesario, tan grande y tan
48
estimado de los santos, que Santa Teresita decía de si misma:
«Prefiero convenir con sencillez en que el Todopoderoso ha
obrado grandes cosas en el alma d e l a h i j a d e s u d i v i n a M a d r e ;
y l a m á s grande de todas es precisamente la de haberle dado a
conocer su pequeñez y su impotencia» (6).

3.° Sumisión, a cada instante, a la «Acción de Dios» , porque El


es mi Creador, mi Conservador y mi Santificador.
Tú, que tantas veces, te has propuesto planes diversos de
santificación, que has barajado métodos para ver con cuál te iba
mejor, que has buscado modelos y todos los has abandonado,
porque no se te acomodaban, ¿has pensado alguna vez en las
consecuencias y las realidades que se siguen para ti de que Dios
sea tu Creador, tu Conservador y tu Santificador? Creo que no,
si todavía sigues pretendiendo llegar a ser perfecto, según tu modo de
ver la santidad, porque la perfección en nosotros, sólo se puede dar
de una manera, según la «Acción de Dios».
a) Dios es tu Creador.
Si para comenzar a existir, hubiera sido menester que lo
quisieras tú, ¿cuándo hubieras podido quererlo? Seguirías nada,
porque la nada no es capaz de querer, ni de pensar en ser algo.
Dios es tu Creador.
Ahora eres, ahora piensas, ahora quieres. ¿Quién te ha
dado el pensar, la libertad, los ojos, los oídos?, ¿tus padres? Sí; pero
como meros instrumentos.
Quizás me digas: el autor de mi ser es la naturaleza. Pero, ¿qué es
la naturaleza? Otro NOMBRE de Dios. Pon el nombre que
quieras, te ha hecho Dios. Dios te ha dado totalmente el ser que
tienes. Tú sin Dios no puede empezar a ser, ni durar un instante en
el ser, ni tienes el más mínimo elemento del ser.

49
b) Tu ser es conservado por Dios en el momento presente.
Tú eres nada; fue necesaria toda la omnipotencia de Dios para
sacarte de tu nada y empezar a ser algo. Nada eras antes y por ti
mismo tan nada eres ahora como antes. Sigue siendo necesaria
toda la omnipotencia de Dios para que no te vuelvas a tu nada,
para que puedas querer algo, pensar algo
Tengo que hacer calar hasta la entraña la convicción de lo
colgado que estoy de Dios y de su «Acción» inmediata en todo
lugar, en todo momento, hasta para la más mínima actividad y
para el fruto más pequeño de mi actividad. Dios está siempre
conservándome y yo colgado de Dios en todo momento, en todo
lugar, en todo mi ser, en todo mi obrar; pendiendo para el menor
pensamiento el menor deseo. Todas mis potencias necesitadas de
Dios para cada acto. Mi ser natural: el que ahora tengo, lo he
recibido totalmente de Dios, es sustentado por Dios, es conserva-
do a cada instante.
c) Dios Santificador nos da la gracia que necesitamos a cada
momento.
Mi ser sobrenatural de la gracia: lo he recibido de Dios
totalmente. Dios dándome el ser sobrenatural de la gracia, añadido li-
beralmente a mi naturaleza humana, y yo pendiente de Dios en este
don de su amor, que es vida de mi alma, y en las virtudes y
dones que son sus potencias.
Ya tienes la gracia santificante, es decir, ya tienes vida
sobrenatural, pero «¿cómo podrá producirse la actividad de esta
vida? ¿Cuál será su primer motor? Será Dios mismo, y no puede
ser otro que El... Esta iniciativa divina tiene el nombre de gracia
actual, es decir, gracia que hace obrar. Ella, en efecto, hace obrar
50
iluminando nuestra inteligencia y suscitando un impulso en nuestra
voluntad... Notad que si nosotros somos esencialmente incapaces de
comenzar solos el menor acto sobrenatural, lo somos igualmente
de continuarlo. La gracia debe, pues, acompañar al acto durante toda
su marcha y sostenerlo hasta el fin.
Un velero está pronto a partir. Su quilla alargada parece lanzarse
ya hacia el mar que despliega ante la proa su inmensidad. Las velas
están aparejadas, los marineros en sus puestos... Nada se
mueve... Mas, he aquí que un estremecimiento se deja sentir a través
de los mástiles y los cordajes, se ha levantado el viento potente: las velas
se hinchan, y la masa, hasta hace unos instantes inmóvil, se mueve
lentamente primero, y pronto toma un empuje redoblado.

Tal es la «Acción de Dios» por la gracia actual. Sin ella el


santo más rico en gracia santificante queda incapaz del menor acto
sobrenatural...» (7).
«Si a ejemplo de los santos supiéramos apreciar como es
justo los momentos de nuestra existencia, echaríamos de ver que en
cada uno de ellos se encierra, no sólo un deber que cumplir, mas
también una gracia que nos ayuda a ser fieles al deber.
Apreciemos la riqueza espiritual del momento actual. A
medida que se nos ofrecen nuevas circunstancias acompañadas
de nuevas obligaciones, se nos brindan también nuevas gracias
actuales para sacar de dichas circunstancias el mayor provecho
posible. Sobre la serie de hechos externos de nuestra vida corre
paralelamente la serie de las gracias actuales prometidas, como el
aire llega en ondas a nuestros pulmones para que podamos
respirar».
«La serie de estas gracias actuales, provechosamente recibidas
por cada uno de nosotros, constituye la historia particular de
nuestra alma, tal como en Dios está escrita en el libro de la
vida, tal como la veremos algún día» (8).
Si la historia de los santos, estuviera escrita relatando en ella la
serie de las gracias actuales, por ellos provechosamente recibidas
51
por haber seguido, a cada instante, la «Acción de Dios»,
poseeríamos los hombres la vida exacta de cada uno de los
santos tal como en Dios está escrita en el libro de la vida.
Esta convicción de mi absoluta dependencia de Dios, de «SU
ACCIÓN» inmediata en todo lugar y en todo momento, hasta
para la más mínima actividad, lo mismo en el orden natural que en el
sobrenatural, me hará ver claramente la injusticia y necedad mía al
querer santificarme a mi modo, según mi gusto, mi conveniencia y
mi capricho y no según la «Acción de Dios».

NOTAS
(1) BAUR, (BENITO), O. S. B., En la intimidad con Dios.
(2) GONZÁLEZ RUIZ, (NICOLÁS).—Diario «YA» de 12 Febrero de
1961, en la sección Temas de actualidad.
(3) VAN DER MEERSCH, (MAXENCE): Obras completas: santa
Teresita de Lisieux.
(4) TROCHU, (DR. FRANCISCO), Pbro.: Vida del Cura de Ars.
(5) PHILIPON, (M.), O. P. La Trinidad en mi vida.
(6) SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS, Obras completas.
(7) BEAUDENOM: Las fuentes de la piedad.
(8) GARRIGOU-LAGRANGE (P. RÉGINALD), O. P., obra cit.

52
Capítulo 7º
TEOLOGÍA DEL MOMENTO
PRESENTE

E mpecemos por advertir, para evitar confusiones, que una cosa es


la Filosofía del momento presente y otra la Teología. La Filo-
sofía del momento presente, es un gran don en el orden natural
que poseen raras personas. Es esa gran capacidad de concentrarse en el
acto que se está realizando en el momento, dedicando todas las
energías a él, sin pensar en nada más, pasando después al siguiente acto
sin esfuerzo.
William E. Barrett en su obra «La mano izquierda de Dios» hace vivir
al héroe de su novela, Jim Carmody, la Filosofía del momento presente.
Un día, pilotaba Carmody un aparato, se le paró un motor y se estrelló
entre las montañas de China. Cuando le encontraron gravemente
herido, le preguntaron por el accidente y él contestó: «que ya no
pensaba en eso, porque el pasado era como un manjar que ya se
había comido; el futuro es arroz sin cosechar aún; el hombre sabio vive
en el presente». Otro día le dijeron «¿qué es lo que nos queda por
hacer?» Y respondió: «Nunca pienso en ello. Solamente tengo
tiempo para lo que se ofrece de momento».

53
El que haya leído con atención los capítulos precedentes,
sin gran esfuerzo, habrá llegado a la conclusión de que hay una
Teología del momento presente.
Juzgo que es difícil hablar con propiedad; pero hemos de
procurarlo, porque, a veces, hacemos daño. Con gran pena me decía
un sacerdote: «Fíjese que en los ejercicios espirituales nos han dicho
que el método de la santificación del momento presente, no conviene
a todas las almas».
Y le contesté: «La culpa no la tiene el que os dijo este error,
sino los que escribimos, por no hablar con propiedad.
La doctrina de la santificación del momento presente,
propiamente hablando, no es ningún método, es una doctrina,
tomada de la Teología Dogmática, es sencillamente: los tratados de
DIOS UNO, de la TRINIDAD, de DIOS CREADOR y DIOS
SANTIFICADOR, vividos por el hombre.
Desde luego, si esta doctrina fuese un método, estamos de
acuerdo en que no convendría a todas las almas, porque los métodos son
para las almas, no son las almas para los métodos; pero la santificación
del momento presente consiste en la sumisión del hombre a la «Acción
de Dios» que obra, a cada instante, en nosotros; y la «Acción de
Dios» no puede ser encerrada en un método. Dios no necesita de
métodos, porque su «Acción divina» hace santos, sin repetirse».
¿Cuál es la idea fundamental de la Teología del momento
presente, alrededor de la cual giran todas las demás? Es esta: Dios
dirige al alma en el momento presente con su Acción divina.
Toda alma suele pasar por tres etapas: 1ª, la de imitación algo servil
de los Santos. 2ª, la de tanteo en que busca, como un explorador,
su camino. 3 a , el período de creación personal.

Creo que el alma encuentra su camino y entra, por tanto, en


el período de creación personal, el día que se persuade de que
54
Dios es su Director. Esa persuasión no se apodera del alma, mientras
no siente la necesidad de la gracia a cada instante. Y no siente esa
necesidad, sino en la medida en que va calando en ella la
convicción de su impotencia para todo, en todo momento.
¡Dichoso el día en que el alma se da cuenta que necesita que
Dios la dirija, a cada instante, con su Acción divina!, dichoso día y
dichosa el alma, porque en esta fecha ha descubierto las bases de
la unión transformativa o matrimonio espiritual, que son: la
MISERICORDIA INFINITA DE DIOS y nuestra NADA.
«El 25 de Marzo, decía Mons. Martínez, recibí una gracia
de unión (la unión transformativa), y desde entonces pienso que
Jesús no se podrá separar nunca de mí, porque las bases de esa unión
fueron su misericordia y mi nada, y esas bases son indestructibles,
porque ni El ha de dejar de ser misericordioso ni yo he de dejar de
ser nada» (1).
El día que las almas ven con claridad que necesitan de la
Dirección continua de Dios, ya no saben vivir fuera del
momento presente.
Los seis capítulos precedentes nos han ido preparando para
mejor comprender esta idea fundamental de que Dios en todo
momento dirige al alma con su Acción divina; pero es conveniente
resumirlos y coordinarlos para persuadirnos de que el
transcendental problema de la Dirección espiritual, no será com-
prendido, mientras no apreciemos en su justo valor la doctrina de
la santificación del momento presente. Doctrina enseñada en la
Sagrada Escritura, explicada por los teólogos y vivida por los Santos.
Su existencia es patente (Capítulo I).
Está clara la necesidad de vivirla, si queremos ser buenos
dirigidos de Dios y que nuestra actividad no se convierta en
activismo porque no existe más norte que el momento presente.
Cuando Dios pide actividad al alma, su dirigida, Dios no pide, ni
puede pedir, sino actividad fecunda y sólo es fecunda nuestra
actividad cuando hacemos la voluntad de nuestro divino Director en
el instante actual (Capítulo II).
Esto quiere decir que nuestra actividad debe ser conforme
al Plan de Dios. ¿Y qué sabemos nosotros del Plan que Dios ha
trazado para nuestra santificación? Conocemos una verdad muy
importante y suficiente, a saber: que el momento presente es la
revelación de la voluntad de Dios para nosotros, y en él está
encerrada la gracia necesaria para santificarlo. Por tanto, limitar
nuestra vida a santificar lo que Dios nos da que hacer o que

55
sufrir en el momento, equivale a decir: que nuestra actividad es
conforme al Plan de nuestro Dios Director (Capítulo III).

Visto que Dios nos traza, a cada instante, el camino a recorrer,


nuestra perfección personal depende de la exactitud con que
cumplamos la voluntad de Dios en el solo momento que poseemos
(Capítulo IV).
Para cumplir con exactitud la voluntad de Dios, necesitamos saber
de una manera concreta cuál es su voluntad. Pues bien, concretamente:
1.°, es voluntad manifiesta de Dios, que cumpla, en el momento
presente, los deberes del estado de vida en que me encuentro. En
estas obligaciones del propio estado, ve el alma, dirigida de Dios, lo
que, en cada instante, quiere personalmente de ella (Capítulo V).

2.° Hay una providencia divina que se oculta en los


acontecimientos exteriores e interiores. Estos acontecimientos son siempre
señales evidentes de una voluntad de Dios que El nos presenta
para que la aceptemos y la cumplamos. Es la voluntad de
beneplácito de Dios que se dirige a cada persona en particular, es lo
que Dios hace, a cada momento, por cada uno de nosotros para nues-
tra santificación. ¿Qué tengo que buscar fuera de esto para
santificarme? ¿No está ahí toda la voluntad de Dios? No se nos
olvide que la Dirección de Dios no se puede encontrar más que
allí donde está su voluntad (Capítulo VI).
Si queremos vivir la Teología del momento presente, y su
tema fundamental, es decir: El es el Director en cada instante y
nosotros debemos ser sus dirigidos en todo momento, sólo nos
queda una solución, abandonarnos totalmente a la voluntad de Dios
por medio de una vida teologal intensa, porque «el abandono en las
manos de Dios es el ejercicio perfecto de las tres virtudes
teologales: Fe, Esperanza y Caridad, juntas en uno. Realmente el
56
acto de abandono no depende de una virtud especial del mismo
nombre, sino de las tres virt udes teologales y del don de pie-
dad» (2).
Para ser buenos dirigidos de Dios, no es suficiente con
desprenderse alguna vez que otra de nuestros modos de
santificarnos, hay que vaciarse de ellos en todo momento. «Fe,
Esperanza, Amor, todo converge hacia este vacío pacificado de
nuestro ser que constituye el corazón teologal...
El corazón teologal, primer fruto del abandono, es un modo
divino de ver, de querer y de reaccionar: «el que está unido al Señor,
es un solo Espíritu con El» (I Cor., 6. 18).

Es una manera divina de ver, porque se apoya en la fe.


Todo viene de Dios, y nosotros no tenemos vida en El sino en
razón de nuestra dependencia voluntaria...
Cada día entonces el alma busca, por el movimiento de
abandono, arraigar en una adhesión de fe, animosa y atenta,
hasta prendarse del misterio de las cosas divinas, que e ilumina y
le guía mejor que todas las luces humanas. Señor —puede decir—, yo
no sé nada pero Vos sabéis por mí; yo no veo, pero Vos veis por mí; yo
no amo, pero Vos amáis en mí.
Esta manera de ver en Dios toda la vida condiciona nuestro querer y
todas nuestras fuerzas vivas...
«Nada es imposible a
los que no están sin espe-
ranza» (I Tim., 4, 13). Nos lo
dijo Jesús: el corazón de
un Padre se mueve siem-
pre por la confianza de
su hijo; pero sin duda
no nos atrevemos a vivir
de la revelación evangé-
lica. El gran pecado del mun-
do parece ser el miedo a
Dios; y si realmente
creemos en su amor, no
nos admiraremos menos
de su poder. No
esperar sino en Dios, para uno mismo y para la Iglesia, esperarlo
todo de El y ante todo a El mismo; en esta condición está la
dicha. Pero el hombre es prisionero de una necesidad egoísta de
57
llevarlo todo a su medida, aun y sobre todo los dones de Dios;
y el Padre se ve atado por nuestras pretensiones. Tenemos
tendencia a no tomar en serio lo que pasa por nuestras manos a
cada instante: pero Dios es el Todo Otro, el que no es comprendido...
«Sólo cuenta el amor». Con esto está dicho todo, porque él
solo es el único fermento de la existencia... La fidelidad, es el amor
que dura, es el rasgo del amor en el tiempo de los hombres. El
Verbo Encarnado no ama de otra manera al Padre: «Hago todo lo
que le place», lo que Cristo expresaba en cada uno de sus actos
con lo infinito de su divinidad y que El nos ha dejado como testamento
espiritual...
Dios es el único Santo, y el único que santifica. Cuando obra en
nosotros, es siempre con sus medios y según sus pensamientos que
no son los nuestros... Las cosas no cambian con nosotros, somos
nosotros los que en el baño de la fe, cambiamos frente a ellas y las
abordamos del interior, en la mirada de Dios, en su querer... En la
línea teologal, el hombre ve sus valores positivos cambiar de
sentido: dar es recibir... Cuando Santa Teresita se dice pequeña, no
es por complacencia pueril, sino por una vista objetiva de su
relación con Dios; El es todo, ella nada es sin El, sin embargo,
ella lo puede todo con su gracia...
Un corazón teologal es fuente en el hombre de una gran
liberación. «La verdad os hará libres» (Jn., 8, 32).
Liberación de todos los sentimientos negativos, de duda, de
amargura o de desesperación, que emponzoñan nuestra atmósfera
sobrenatural.
Liberación del miedo que paraliza nuestros esfuerzos más
generosos y roe toda paz...
«El amor perfecto destierra el temor» (I Jn., 4, 18). Nos libra,
sin embargo, de las estrecheces y de la avaricia: un niño nada
posee y se cuida muy poco de defender sus derechos: mendiga el
afecto, y tiene la dicha de encontrar esto natural. Así el alma teologal
ignora lo que es hacer reservas: le basta la confianza y le basta para
todo; su disponibilidad total para el único «oficio del amor».
Los libra hasta de los apremios del tiempo, según el deseo
explícito del Señor en su oración del PADRE NUESTRO, donde
Jesús nos quita sucesivamente el yugo de lo presente: «danos
hoy nuestro pan de cada día»; el disgusto de nuestro pasado:
«perdónanos nuestras ofensas»; y la obsesión del porvenir del
que nos hará triunfar su gracia: «no nos dejes caer en la

58
tentación». El hombre sin abstraerse del mundo tiene ahora el
corazón bastante amplio para vivir lo eterno» (3).
En teoría todo esto que acabas de leer, quizás, te parezca difícil
o embrollado; pero su ejecución es la cosa más sencilla.
Un funcionario, Jefe de un departamento, que está bajo la
jurisdicción del Ministerio de la Gobernación, me contaba la
historia de su vida religiosa, que, brevemente, te voy a referir, para
demostrarte, prácticamente, cómo está al alcance de todas las almas
vivir la Teología del momento presente.
Me decía este buen amigo: Están para cumplirse 20 años que
quedó vacante el puesto que ahora ocupo. Fui a él con toda ilusión;
pero apenas pasaron unos días de haber tomado posesión,
quise renunciar al cargo, idea que me duró casi dos años.
Observé que en mi departamento había que despachar miles de asuntos
de la más diversa índole, que las interrupciones en mi trabajo eran
continuas, que, a pesar de hacer más horas de trabajo que ninguno,
los asuntos quedaban, parte de ellos, para el día siguiente. En fin, yo
veía que no tenía tiempo para atender mi vida espiritual y sufría, me
ponía de malhumor, no tenía paz, etc. Ese era el motivo por el que
deseaba renunciar a la plaza.
Un día leyendo a Santa Teresita del Niño, Jesús, di con esta
frase: «No sufro sino de instante en instante. Es porque se piensa en
el pasado y en el porvenir que uno se desalienta y desespera».
Estoy seguro que estas palabras las había leído muchas veces ante-
riormente; pero hasta este día no habían llamado mi atención.
Desde esta fecha, providencialmente fueron cayendo en mis manos
algunos libros en que se leía alguna frase que otra referente a vivir
del momento presente, hasta que descubrí que los santos todos,
habían vivido santificando el momento presente.
Comencé a poner en práctica vivir de momento en momento;
mas pronto caí en la cuenta que para santificar cada «ahora» era
necesario abandonarse totalmente a la voluntad de Dios en cada
instante, y que este abandono consistía en el ejercicio práctico de
las tres virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad.
El momento presente es de Dios, estoy convencido de ello;
pero ¡cuántos actos de fe llevo hechos para creer firmemente que
detrás del teléfono, de la interrupción, etc., está El! Y, como es suyo
ese momento, tengo que dedicarlo a escuchar a ese hombre, que
no sabe explicarse o que no tiene prisa, durante cinco, diez minutos, o
más tiempo. Antes no veía más que una cosa: que creía perder el
tiempo; pues había comprendido, al minuto, lo que quería ese hombre. Pero,

59
ahora, estoy convencido que es El y cuántas veces tengo que decir:
«Señor, está visto que yo no veo, que Tú ves por mí y si no
hubiera sufrido esta interrupción hubiera resuelto mal el asunto
que tenía sobre la mesa. Me has entretenido mientras llegaba ese otro
hombre, ese libro, ese Boletín, esa revista, etc., que me ha dado luz
para resolver acertadamente, lo que hubiera hecho mal.
Antes yo era de los que, cándidamente, dicen al terminar el
día: «Hoy no hice nada», «no me han dejado hacer nada» y me
llenaba de amargura, me ponía de mal humor, pensando que las
cosas no estaban despachadas a su debido tiempo. En una
palabra, yo no contaba con El, y con El hay que contar hasta para
colocar un ladrillo. Ahora procuro vivir del momento. Y el futuro, lo
vivo en esperanza y abandono. ¡Cuántas veces, desde que así vivo, veo
que me dan resueltas las cosas mis Superiores y no necesito hacer
trámite ninguno para conseguirlas. Tan claro veo que es El, que le
digo: Señor, antes yo lo quería hacer todo a mi medida y
necesitaba muchas más horas de oficina que ahora; pero desde
que todo lo espero de Ti, desde que me abandono en tus manos, voy
teniendo algunos tiempos libres.

Creer en El, esperarlo todo de El, hacerlo todo por amor a El,
ese es el secreto para ser liberado de la amargura, del
malhumor, del miedo a Dios y a los hombres y de los apremios
del tiempo.
Por este ejemplo, verás cuán fácil es vivir la Teología del
momento presente y cómo procurando actuar el mayor número de
momentos posibles esta vida teologal, se vive, continuamente
adorando la voluntad de Dios. La voluntad de Dios es Dios mismo.
Y el que convierte todos los instantes de su vida en adoración, ora
su vida, porque adorar es orar.

60
NOTAS

(1) MARTÍNEZ, (LUIS M.): Divina Obsesión.


(2) GARRIGOU-LAGRANGE, (REGINALD), O. P., ob. cit.
(3) VIERGE, (P. VÍCTOR DE LA), C. D., El realismo espiritual
de Santa Teresita.

61
Capítulo 8º
DIOS DIRIGE AL ALMA, EN EL
MOMENTO PRESENTE, CON SU
ACCIÓN DIVINA

D ios es el Director del alma y la dirige, en momento presente con


su «Acción divina». Pueden estar seguras las almas que nunca
les faltará esta divina Dirección.
«La Iglesia Católica, para cada estado, para cada momento, para cada
necesidad de cada uno de sus hijos, tiene un remedio, una
claridad, un apoyo en esa enorme epopeya de sus héroes» (1), que son
los Santos.
El día 25 de Marzo, se lee en el Martirologio: «Memoria del
Buen Ladrón, que, según la tradición, se llamaba San Dimas» (2).
Con toda verdad, podría haberse puesto en el Martirologio: San Dimas, el
Buen Ladrón, es el primer Santo canonizado de la Iglesia, por el
Pontífice Eterno, Nuestro Señor Jesucristo, por haber santificado el
momento presente.
¿Qué es la canonización de un santo? «Es la sentencia última
y definitiva del Romano Pontífice, por la cual se declara solemnemente
que un siervo de Dios goza de la gloria celestial» (3).
En toda canonización hay un doble aspecto: 1.° La Iglesia
declara que el Santo ha alcanzado el Cielo. 2.° Adoctrina a los
fieles sobre la forma práctica de vivir con intensidad la vida
sobrenatural.
Exactamente lo mismo que Jesucristo al canonizar a San Dimas: 1.°
Declaró que aquel Buen Ladrón había alcanzado el Cielo: «En
verdad te digo, hoy serás conmigo en el Paraíso» (Le. XXIII, 43).
2.° Nos enseñó que el momento presente santificado, puede
hacernos santos. He aquí la forma práctica con que San Dimas vivió
con intensidad la vida sobrenatural.
Efectivamente, el Buen Ladrón, estando ya para morir, no miró a su
vida pasada más que para apartar con dolor sus ojos de ella; ni
62
miró a su futuro, que no tenía; sino que abrazó de todo corazón
su dolorosísimo momento presente. Y, respondiendo a las invita-
ciones de la gracia actual, esto bastó para justificarlo.
¿Es posible que el Buen Ladrón llegara tan rápidamente a la santidad
con sólo santificar el momento presente? «La fórmula práctica del
total abandono es la santificación del momento presente» (4). Al
santificarlo el Buen Ladrón, refleja su abandono total a la voluntad de
Dios, hace un acto de unión con ella, un acto de amor a esa divina
voluntad, cuando dice al Señor estas palabras: «Jesús,
acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino» (Le. XXIII, 42).
«Un acto de perfecta unión con la voluntad de Dios basta
para borrar todos los pecados del mundo, y un acto perfecto de
amor a esa divina voluntad bastaría para hacernos santos.
Cuando yo veo a un hombre en el último grado de
degradación y miseria, pienso cómo todo eso podría convertirse en
santidad con un ac to de humil dad y amor de Dios tan grande
como aquellos» (5).
Este es, precisamente el caso del Buen Ladrón, y, será, siempre
el ejemplo clásico donde se ve que Dios dirige al alma en el momento
presente. Esta consoladora verdad, es desconocida u olvidada por
muchas almas, como lo ha denunciado un teólogo en un estudio
sobre Sor Isabel de la Trinidad. «Mientras que, para la mayor
parte de los cristianos, Cristo es un ser histórico desaparecido de
la escena del mundo veinte siglos ha, o una entidad abstracta retirada al
fondo del Cielo en una eternidad inaccesible, para Sor Isabel de la
Trinidad, como para todos los Santos, Jesús es una realidad
concreta, cotidiana, mezclada con los menores detalles de su
existencia, en definitiva la realidad suprema. Su presencia invisible
pero muy cercana los sigue por todas partes. A cada instante sienten
allí, junto a sí, a ese Jesús, Hijo de Dios y de María, que les da su
gracia, los ilumina, los sostiene, los reprende si es necesario, los
salva, les comunica la vida eterna... De El, día y noche, «se
escapa una virtud secreta» que los santifica, y su contacto, a cada
momento diviniza el alma de los Santos... A Sor Isabel de la
Trinidad, le gustaba refugiarse en todo momento bajo la gracia de
ese Cristo que vivía en ella, en lo más íntimo de su alma y decía:
«siento que me comunica la vida eterna»... «el alma posee en el
centro de sí misma un Salvador que a cada minuto viene a
purificarla» (6).

63
Cuando se estudia la dirección de las almas, realizada por el
Sacerdote, se observan dos casos concretos: almas a quien Dios
les concede la inapreciable gracia de un director habitual, y almas que,
normalmente, no reciben una dirección habitual, distinta de la
confesión. Ambas clases de dirección es uno de los argumentos
que mejor prueban que Dios dirige al alma en el momento presente,
aunque parezca lo contrario. Cuando Dios nos concede un director habitual
es una gracia, y, cuando no nos lo concede, también es una gracia,
porque siempre nos concederá disfrutar de la gracia de estado
que tiene todo Sacerdote; y esto en la medida que nos haga falta.
¿Quién es el que yendo a confesarse con fe, no ha palpado repetidas
veces por sí mismo la gracia de estado del Sacerdote? Sin la
ayuda de la gracia no podemos santificarnos; pero teniendo gracia,
nos debe dar igual que el Señor nos la dé de una forma o de
otra.
«Que cuando se puede se deba acudir a un director para no
fiarse del propio juicio... nadie habrá que lo discuta; pero que,
cuando no se tiene ese medio, Dios se basta y se sobra y dispone
de otros, que usa de manera ordinaria y habitual, para guiar y
enseñar a las almas, tampoco será negado; y, sin embargo,
esto último, tan real como lo anterior, se dice pocas veces. ¿No
repetimos que el único y verdadero Director es siempre el
Espíritu Santo, que se sirve de los hombres como de portavoces y
mandatarios suyos? Animemos, pues, a las almas, a todas las
almas, inculcando que... la carencia involuntaria e inculpable de
dirección nunca será obstáculo ni disculpa para dejar de aspirar a
la santidad» (7).
Santa Teresita del Niño Jesús que no tuvo dirección habitual,
distinta de la confesión, es el mejor ejemplo que podemos elegir
para probar que Dios dirige al alma en el momento presente, no
abandonándola nunca.
64
El Padre Alexis Prou fue a predicar los Ejercicios de
Comunidad al Convento de Santa Teresita. Esta ya había
encontrado su «Caminito», sólo le faltaba una aprobación, la de un
confesor y «Dios, —dice ella— queriendo demostrarme que sólo El era
el Director de mi alma, se sirvió precisamente de aquel Padre, que sólo yo
aprecié en la Comunidad» (8).
¿Lo queremos más claro: que la dirección del Sacerdote
demuestra que Dios es el Director único y verdadero del alma?
Madre Inés de Jesús declara en el Proceso Apostólico:
«Cuando Teresa del Niño Jesús decía en su vida que... Dios la
iluminaba directamente, no sentaba el principio de que siempre
era iluminada por Dios y de que no tenía necesidad de directores;
hablaba de un momento determinado de su vida, en el cual
ninguna oscuridad hacía incierto su camino; se trataba de los años que
habían precedido a su entrada en el Convento. Pero en el Carmelo,
el sol se enturbió para la sierva de Dios y buscó ávidamente ser
iluminada, desconfiando, por otra parte, de sus propias luces... Sé que lo
confiaba todo a los Sacerdotes: sus temores de ofender a Dios,
sus deseos de ser santa, las gracias que recibía del cielo». Estas
palabras son de gran valor, ya que Santa Teresita le decía a
Madre Inés unos meses antes de morir: «Vos sola conocéis todos
los secretos de mi alma (9).
Después de leer esto es cuando queda demostrado lo que
decíamos antes: que la dirección del alma por el Sacerdote es uno
de los argumentos que mejor prueban que Dios es el Director verdadero
del alma, y es cuando se comprenden los siguientes pensamientos de la
Santa, en los que insiste en que Dios dirige al alma en el momento
presente. «Estoy segura de que nuestro Señor no enseñaba más a
los Apóstoles con sus instrucciones y con su presencia sensible de lo
que nos enseña a nosotros con las buenas inspiraciones de su gracia»
(10).
«He observado con frecuencia que Jesús no quiere darme nunca
provisiones. Me alimenta instante por instante con un manjar recién
hecho. Lo encuentro en mí sin saber cómo ni de dónde viene. Creo,
sencillamente, que es Jesús mismo, escondido en el fondo de mi
pobrecito corazón, quien obra en mí, dándome a entender en cada
momento lo que quiere que yo haga» (11).

65
«El es el DOCTOR de los doctores. Enseña sin ruido de palabras.
Nunca le oigo hablar, pero sé que está dentro de mí. Me guía, y me
inspira en cada instante lo que debo decir o hacer. Justamente en el
momento que las necesito me hallo en posesión de luces cuya existencia
ni siquiera habría sospechado» (12).
Santa Teresita tenía la certeza al igual que lodos los Santos, que él
Espíritu Santo, por el Don de Consejo, la empujaría a acudir al
Sacerdote y que éste no le faltaría, cuando le necesitase, según el Plan
divino. Es lo que decía el Beato Juan de Ávila: «El Espíritu Santo
es ayo de niños. ¡Y qué bien enseriado será el niño que de tal
ayo saliere enseñado! ... El Espíritu Santo quiere que vaya a tomar
parecer de quien más sabe, y El le dará en voluntad que lo
vaya a preguntar, y le dirá lo que le ha de preguntar, y le dará
gracias al otro, que responda lo que ha de responder» (13).
Ante tanta garantía y tanta sencillez por parte de Dios, ¿no
resultan complicadas algunas ideas de los hombres acerca de la
dirección espiritual?
Estemos seguros que este divino Director no nos abandonará
nunca, aunque nos encontremos en las situaciones más difíciles.
Llevo diecisiete años siendo testigo de un fenómeno singular tan
emocionante, que es imposible trasladarlo al papel en toda su
realidad Me refiero a la santificación del momento presente por
los locos o esquizofrénicos. Un gran número de autores ha
señalado este fenómeno singular: «Que hay locos que se curan de
su alienación en el momento en que la vida está a punto de aban-
donarlos y que este fenómeno es, naturalmente, inexplicable».
Con frecuencia veo, en este Instituto Psiquiátrico, cómo los enfermos
totalmente demenciados, llegado el último momento de su vida,
reciben y hasta piden con gran fervor, y dándose perfecta cuenta,
66
los ú l t i m o s S a c r a mentos. Se palpa cómo el divino Director nunca
nos abandona, aun en esté caso extremo y cómo dirige al alma en
el momento presente. La misericordia de Dios es infinita y no me
cabe la menor duda que Dios les da a estos enfermos la gracia
necesaria para santificarse en el último momento de su vida, «único que
viven conscientemente».
«Muchas veces he pensado... en los incapaces mentales. ¿Por
qué los ha creado Dios?... Señor, ¡cómo los amas! ¿qué galardón
tendrán los que han sido creados sin finalidad explicable... los que han
sido privados, porque Tú lo has querido, del privilegio de amarte
conscientemente...? ¿Cómo será la gloria...? Yo creo
sinceramente que será la mayor, la gloria máxima, y que todos
esos hombres que nos estorban o repugnan, que afean la vida de
la ciudad... esos hombres tienen toda tu inmensa predilección» (14).
¿Por qué no reflexionamos un poco sobre nuestros actos para
convencernos de que Dios es el Director de nuestra alma? pues
vamos a hacerlo:
«Nuestros actos deben su existencia, sus contornos, su dirección
y su consistencia a la Acción de Dios. Son actos supeditados y orde-
nados en todo a la Acción de Dios en nosotros. Donde no obra
Dios, no existe nada. Por eso, nuestros actos tienen una doble
dependencia de la acción de Dios: Dios los determina y los rige. La
acción divina da el ser y señala los límites de nuestros actos. Nuestra
actividad no puede preceder ni sobrepasar la Acción de Dios. No
puede desprenderse ni prescindir de ella ni un solo momento.
Toda su orientación está subordinada a la Acción de Dios. Siempre
que realizamos algún bien sobrenatural, Dios nos da, no sólo el
querer, sino también el poder hacerlo. Nos da la voluntad y la
realidad del acto. Todo bien sobrenatural alcanzado por nosotros
es una gracia inmerecida» (15).
«Es ya mucho que cuanto hay de bueno en mí venga de Dios;
pero es que, además, viene ahora mismo caliente con el calor de
su amor; es que en este momento procede de la Acción omnipotente
del Señor... Y como es actual su Acción creadora y su Acción santi-
ficadora, actual es el pensamiento con que obra en mí, actual su
designio sobre mí, actual el amor con que actúa en mí y en cuantas
cosas a mi vida concurren... Si yo pudiera ahora ver a Dios, no lo
vería lejos y separado de mí, sino en mí y obrando lo que soy; en mí,
como vida mía sobrenatural» (16).

67
NOTAS
(1) PÉREZ DE URBEL, (FR. JUSTO), O. S. B., Año Cristiano.
(2) Ib.
(3) B. A. C., Año Cristiano.
(4) PHILIPON, (M. M.), O. P., El Mensaje de Teresa de Lisieux.
(5) OSENDE, (P. VICTORINO), O. P., Alter Ego.
(6) PHILIPON (M. M.), O. P., La doctrina espiritual de Sor Isabel
de Trinidad.
(7) VACA (P. CÉSARI, O. S. A., Guías de Almas.
(8) SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS, Obras completas.
(9) SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS, ib.
(10) SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS, ib.
(11) SANTA TERESITA DEL Niño JESÚS, ib.
(12) SANTA TERESITA DEL NIÑO Jesús, ib.
(13) BEATO JUAN DE AVILA, Obras espirituales.
(14) CABODEVILLA, (J. M.), Señora Nuestra.
(15) BAUR (BENITO), O. S. B., Sed Luz.
(16) COLOMER, (FR. LUIS), O. F. M., ob. cit.

68
Capítulo 9º
EL DIVINO DIRECTOR NOS HABLA
A CADA INSTANTE EN TODO LO
QUE NOS DA QUE HACER O QUE
SUFRIR EN EL MOMENTO ACTUAL

E s muy lógico que dediquemos unas páginas a la Sagrada


Escritura, donde los Santos aprendieron que la Biblia es la
Palabra de Dios escrita; y que la ejecución de esa Pala-
bra es lo que Dios nos da que hacer a cada instante.
Con qué sencillez afirma esto mismo un autor cuando le dirige
a Dios esta hermosa plegaria: «Señor, Vos habláis a todos los hom-
bres en general, por todos los acontecimientos que se suceden en
el universo... Habláis, Señor, en particular a todos los hombres por
cuantos sucesos experimentan en cada instante, y lejos de
conocer por ellos vuestra voz y oír vuestra Palabra, no entienden, no
miran sino a la materia, al exterior de las cosas, al carácter y
humor de los hombres; en su consecuencia, tienen siempre algo que
decir en todo, diciendo, disminuyendo, reformando y, en fin,
obrando respecto a esta Palabra activa, por decirlo así, de un
modo que les parecería crimen inaudito si se tratara de poner o
quitar una sola coma en las Santas Escrituras; porque a éstas se
las respeta, y se dice verdadera y sinceramente: esta es la
Palabra de Dios, y cuanto en ella se encierra, todo es santo y
verdadero. Si no se comprende esta Palabra escrita, se la reve-
rencia y se da gloria a Dios, confesando su profunda sabiduría.
Esto es justísimo. Pero decidme, almas queridas, ¿no merecerá algo de
vosotras la Palabra que en cada instante os dice el mismo Dios?
Verdad es que esta Palabra de cada instante no tiene cuerpo, papel ni
tinta, pero, real y verdaderamente, está encerrada en todo lo que os
envía que hacer y que sufrir de un momento a otro. ¿Por qué, pues, no la
respetáis reconociéndola como palabra de Dios efectiva, y por
consiguiente, justa y bondadosa? ¿Por qué, pues, todo lo
censuráis, y por qué os disgustáis de todo? ¿No veis que los
sentidos y la razón humana no son aptos para medir lo que sólo la
69
fe puede medir? Y si las palabras de Dios contenidas en la
Escritura las leéis con los ojos de la fe, ¿no será enorme sinrazón
que leáis con los sentidos solos la Palabra divina, encerrada en las mismas
acciones y operaciones de Dios?» (1).

El día de nuestro Bautismo «el Espíritu Santo, con el Padre y el


Hijo, no viene a nosotros sólo para recoger el incienso de nuestra devota
adoración. El es Maestro interior que l l e g a a l a l m a p a r a t o m a r l a
d i r e c c i ó n d e nuestra vida espiritual y divinizarla» (2).
¿Cómo nos dirige? Aplicando, ejecutando, a cada momento, en
nosotros, el santo Evangelio, en el cual, Jesucristo ha tenido el cui-
dado de formular las reglas de su divina Dirección, en lo que nos
da que hacer (1a Regla) o sufrir (2ª Regla).

1.ª REGLA.—Su primera regla es que debemos darnos del


todo a la acción del momento presente para santificarla, y reza así:
«b á s t a l e y a a c a d a d í a s u p r o p i o a f á n o tarea» (3) (Mt., VI,
34). Con lo que Jesucristo nos advierte que es inútil preocuparse
del tiempo pasado y del futuro, porque no existen, y, como Dios
no pide imposibles, considera inútil derramar su gracia en
nosotros para santificar un tiempo imaginario, e injusto
obligarnos a santificar un tiempo que no existe. Por eso, sólo nos
da la gracia necesaria para el deber del momento presente. Ahora, es el
único tiempo que existe. Ahora, ese es mi tiempo.
Al comentar este texto de San Mateo, y otros que se citan en
este capítulo, adviértase que en la Teología del momento presente,
las palabras: ahora, hoy, día, instante, actual, hora, todas significan
lo mismo, es decir: momento presente, «¡que es todo el tiempo en
el mundo! Pensar otra cosa no sólo es blasfemar de Dios sino
demostrar que no somos cristianos ni hemos alcanzado la madurez
humana.
70
Puesto que Dios es Dios, concedió a la bellota el tiempo
necesario para convertirse en encina, y a cada uno de nosotros, el
tiempo necesario para ser lo que realmente somos: Cristo. Y ese
tiempo necesario es el momento presente, el que transcurre ahora.
Este momento presente, el momento que está transcurriendo, es
el que verdaderamente puedes llamar «tu tiempo», aun cuando no
puedes llamarlo «tu hora». Pues esta cosa siempre fluyente y
absolutamente irrevocable es imposible de predecir. Ningún hombre
puede prometerse el próximo segundo. ¿Tendrás tiempo para acabar
de leer este libro, esta página, esta frase? ¿Te concederá Dios los
momentos suficientes para ello?... ¡Como que ese presente es el
único tiempo que Dios nos concede! No nos concede años, meses,
días u horas: nos concede nada más y nada menos que ese
ahora. Ese es «tu tiempo», parte de «tu hora»... «Nuestro
tiempo» es el «Ahora», este momento siempre pasajero. «Este
momento presente, pasajero, expresa una íntima e inestimable
relación con aquel momento presente, independiente del tiempo, que es
la eternidad. Ambos momentos presentes pertenecen a Dios. El dio el
primero, el fugitivo al hombre, para que con él consiguiera el otro
que nunca pasa» (4).
El horario no cuenta. Tiene mucha razón, pues, un filósofo
cuando dice: «el horario viene a ser como otro «contrato social»
de los hombres. Es una mera cuestión de relojería». La vida no
tiene de real más que el momento presente, lo que equivale a decir:
que a cada momento le basta su propio afán.
¿Qué afán me debe bastar? Estar en gracia santificante y no
impedir que se desarrolle esa gracia, porque esa es la máxima
obligación de todo bautizado. Una escritora le decía al Señor:
«Vos no mandáis nada imposible, y cada una de vuestras
exigencias va acompañada de una gracia actual, que provoca y
sostiene mi docilidad. Pero esta gracia actual se me da para el
deber del momento presente, y lo que frecuentemente me impide
el corresponder, es mi funesta costumbre de vivir en el pasado con
recuerdos frívolos o nocivos y en el porvenir con proyectos y sueños que
Vos no aprobáis. Rara vez me doy del todo a la acción del
momento presente para santificarla» (5).

2.ª REGLA.—Los Santos no se preocupaban del pasado ni


del porvenir, eran demasiado inteligentes para ignorar que el que
tal hace, carga con dos cruces tan grandes como innecesarias. Ellos sabían
que para seguir a Jesús, basta la cruz «de cada día», es decir, la
cruz «del momento presente». Lo dice Jesús claramente: «Si alguno
71
quiere venir en pos de mí niéguese a sí mismo, tome «cada día»
su cruz y sígame» (Le., IX (23). «Cada día: pormenor inte-
resante, conservado por San Lucas» (6).
Al contrario de lo que
ocurre a muchos, a los
Santos lo que les preocupaba
era: no saber aceptar la cruz
de cada momento, que es la
única cruz, que nos manda
llevar Jesucristo. Véase
cómo vivía un Sacerdote
estas palabras del
Evangelio; Manuel Díaz
Martínez, oraba así al
Señor: «que sepa aceptar
íntegra y totalmente tu divina
voluntad. Hasta ahora, bien lo sabes Tú, no lo he hecho así. He
aceptado la «cruz grande»; la de cada día, la «cruz pequeña»,
la de cada momento, no la he sabido aceptar. Esta inmolación con-
tinua de mí mismo no la he hecho, y, sin embargo, sé que es la más
interesante, pues es la cruz grande partida en astillas pequeñas, a
veces insignificantes, punzando a cada momento y dando a cada obra,
a cada pensamiento, a cada sufrimiento al sello de «hostia». Que
en cada momento me percate de mi vocación de víctima que debe
sacrificar todo su ser... de hostia continuamente inmolada en holocausto
perpetuo de amor. Y bajo esta dulce impresión vivir todos los
momentos, horas, minutos y segundos del día y de la noche, sin otro
pensamiento, sin otra obsesión» (7).
Tomen nota esas almas asustadizas de estas preciosas palabras
de tan ejemplar Sacerdote y piensen que ser «hostia» de la Tri-
nidad, a cada momento, está al alcance de cualquiera, porque ser «hos-
tia» consiste simplemente en cumplir con los deberes de nuestro
estado por amor y en aceptar como venidos de la mano de Dios to-
dos los acontecimientos de cada instante.
¡Cuánto tiempo perdemos, cuanto sufrimos y hasta pecamos
por estos dos tiempos que no existen! Y el «ahora» se nos pasa
recordando el pasado y haciendo planes para el porvenir o
pensando en peligros y sufrimientos que, tal vez, nunca
llegarán. Debemos desenmascarar a estos dos tiempos que no
existen, a ver si es posible que nos convenzamos de que «la santidad
consiste sólo en cumplir perfectamente de hora en hora la
voluntad divina. No hay otro secreto para llegar a ser santos
72
que la fidelidad a la gracia del momento presente; ella nos da la
paz y la verdadera felicidad» (8).

Los que viven preocupados del pasado y del futuro, les sería
muy conveniente hacer estas dos reflexiones:

1. a El tiempo pasado no existe.— Hay muchas almas que,


cuando piensan en la vida pasada sufren por estas dos cosas: porque
no están contentas de las obras realizadas hasta el presente, y
temen que un Dios justiciero las castigará sin compasión el día del
juicio particular.
El arquitecto Benedicto Williamson se convirtió del anglicanismo al
catolicismo. Se ordenó de Sacerdote y se dedicó plenamente al
estudio de la Teología de la perfección crist i a n a . D u r a n t e l a
g u e r r a d e F r a n c i a , e n enero de 1918, andaba por la línea de fuego y,
por los efectos de los gases asfixiantes, a duras penas podía ver
delante de él en cuanto anochecía hasta el espacio de un metro.
Pero invocó a Santa Teresita con estas palabras: «Hermana,
habrás tú de servirme de ojos durante esta noche». Y desde
aquel momento brilló encima de él un resplandor que le dejaba ver
claramente hasta cien metros delante. Este convertido nos va a
servir de ojos para no atormentarnos más sobre nuestras obras ya
pasadas. He aquí sus palabras: «Uno de los grandes secretos de
la vida espiritual es el de vivir en el momento presente, sin
permitir que la mente se turbe por vanas lamentaciones sobre el
pasado ni inútiles temores acerca del porvenir. El pasado pasó, con
todas sus cosas buenas y malas, sus éxitos y sus fracasos. Ha ido a sumirse
en la inmensa eternidad, y todas las cavilaciones y llantos del
mundo no pueden alterar un solo acontecimiento pretérito en su menor
73
detalle. Sí, muchos desperdician los preciosos momentos que pasan en
estas inútiles reflexiones sobre el pasado. ¡Ah! ¡Si hubiese he-
cho esto! ¡Si no hubiese hecho o dicho esto o lo otro; si en lugar
de hacer esto hubiera hecho eso otro, cuán distintas serían las cosas
ahora!, ¡si uno pudiera retroceder en el curso del tiempo!, ¡si uno
hubiera visto antes las cosas como las ve ahora!
Pero entonces se hizo y dijo, lo que se hizo y dijo, y aunque
sea perfectamente cierto que, de haber poseído entonces las luces
de que hoy se dispone, se hubiera obrado de otra manera muy diferente, en
realidad no se tenían tales luces, o si se tenían, no se correspondía a ellas;
por lo tanto, se obró como se obró. Debemos dejar el pasado
absolutamente en manos de la amorosa misericordia del Salvador,
pidiéndole que haga que todo redunde en bien, y que deduzca un
mayor bien de nuestras equivocaciones y fracasos» (9).

2.a El tiempo futuro tampoco existe.— El porvenir es un tiempo


que no existe; por eso, cuando tratamos de vivirlo, en el momento
presente, se convierte en una cruz para nosotros y es un robo
que hacemos a Dios. Vamos a poner un ejemplo, tomado de la
vida corriente: «Estoy hablando con una persona, y es esto lo que
debo hacer. Dios quiere que yo atienda en ese instante. Si mi
imaginación divaga de un sitio a otro, si transcurre el tiempo
pensando en lo que no hago, o en lo que tendré que correr cuando
termine esa visita para irme a otro sitio, pierdo el momento presente;
se lo robo a Dios y se lo quito a esa persona, a ese ser que tenía
derecho en tal instante a recibir mi charla , mi atención, mi
cuidado o lo que fuere. Al final, lo he vivido. ¡Tenia que hacerlo!,
pero no se ha producido el fruto que Dios esperaba; no ha sido
vivido, sino llevado a rastras, a la fuerza, diciendo con obras que
no estaba yo de acuerdo con los designios de Dios ni deseaba vivir
ese momento, sino otros» (10).
74
El porvenir se convierte en cruz, cuando nos preocupamos ante
la duda de cómo obraremos cuando llegue el caso. ¿No hemos que-
dado en que Dios dirige al alma en el momento presente con
su Acción divina? Pues ya nos lo dirá El.
El Cardenal R. Merry del Val, dice que San Pío X «en las
cosas más importantes miraba siempre al Crucifijo como
inspirándose en El, y en las cosas dudosas, aplazando la decisión,
solía decir, señalando el Crucifijo: «Luego nos lo dirá El». Me habían
confirmado este particular muchos Obispos, Sacerdotes y Seglares»
(11).
Si Dios nos habla a cada momento, ¿por qué hemos de
preocuparnos de lo que tenemos que hacer, sufrir o hablar en el
futuro? «Luego nos lo dirá El».
Podrá darnos la sensación de que Dios no nos habla; pero
tenemos la certeza de que nunca enmudece.
Con el título «Dios habla todos los días», se ha publicado un
libro que lleva por subtítulo: «Diario de un inválido». Este
inválido es Manuel Lozano Garrido, hombre de 39 años, paralítico,
que vive en Linares y lleva 18 años inválido, del cual es este precioso
pensamiento: «Dios habla de día y de noche a todas las criaturas.
Aunque uno sea barrendero, médico o albañil... El se mete en la
órbita de cada ser; y en los pasos, los sucesos o los experimentos
le va deletreando su menuda enseñanza de cada hora» (12).
No perdamos el tiempo pensando en el pasado y en el
porvenir, que la vida es muy breve, es un instante. Para no perder ni
un momento de esta vida, el Salmista, le pedía al Señor:
«Enséñanos a contar nuestros días, p a r a q u e a d q u i r a m o s u n
c o r a z ó n s a b i o » (Ps. 89, v. 12). Un exégeta moderno comenta
así esta plegaria: «En vida tan breve, es cosa de divina sabiduría
reparar en cada día que se nos concede, como el avaro que cuenta
una a una sus monedas de oro» (13).
75
Por eso, porque saber contar los días (que equivale a vivir de
momento en momento), es cosa de divina sabiduría, el autor del
Salmo 89 acude al divino Director; pues sabe que el alma es
incapaz para ver su «ahora», como le ve Dios, si El no se lo enseña.
El momento presente es distinto en cada alma, por eso no
existe modelo alguno que podamos copiar, ni libro que nos diga nuestro
«ahora». Sólo queda un recurso: pedir al Señor, como el
Salmista, que nos enseñe a contar los días, cuando nos haga
falta, así, con toda sencillez.
Parece una paradoja: por una parte Dios nos habla de momento
en momento, nos va deletreando su menuda enseñanza de instante en
instante, es decir, no nos habla de prisa para que le entendamos;
y, por otra parte, el que quiera ejecutar la Palabra de Dios a cada
«ahora», ha de vivir de prisa, por la sencilla razón de que lo que
Dios nos habla siempre es distinto, y cada «ahora», tiene su
característica, nos ofrece una vida nueva. Además, la vida es prisa,
porque es un instante.
Vivir de prisa, en la práctica, no ofrece ninguna com-
plicación, es sencillamente; poner el alma entera en lo que se está
haciendo.

No confundamos el vivir de prisa, con vivir atropelladamente.


Vive atropelladamente el que hace una cosa dentro de otra, por
ejemplo, estoy haciendo distraído una lectura, porque estoy
preocupado con la ocupación siguiente o estoy pensando en lo que
acaeció antes de empezarla. Vivir atropelladamente, es herir en su
sustancia a la Teología del momento presente, porque el «ahora» se
vive totalmente o no se vive.
La historia religiosa del siglo XX registrará en sus anales,
dos características —entre otras— de su espiritualidad: la
Teología del momento presente y la vida Litúrgica. La Teología del
momento presenté ha pasado hoy a primer plano. Y la Liturgia, que
es «la primera escuela de nuestra espiritualidad» (14) no podía
76
ignorarlo. Una idea en que insiste la «Constitución sobre sagrada
Liturgia» del Concilio Vaticano II es: la santificación de todos los
momentos del día. Y para valorar mejor esta idea insistente,
notemos que «en la Constitución litúrgica promulgada por el
Concilio, no hay nada improvisado; nada que no sea fruto de
sereno y prolongado estudio. Con ella se da cima a todo un siglo de
investigaciones y experiencias» (15).
NOTAS
(1) CAUSSADE, (R. P. JUAN), ob. cit.
(2) GIARIINI, (P. FABIO), O. P. La inhabitación de la Santísima
Trinidad en La Vida Sobrenatural.
(3) BALLESTER, (CARMELO), C. M., El Santo Evangelio de Nuestro
Señor Jesucristo y los Hechos de los Apóstoles.
(4) RAYMOND, (M.), O. C. S. O., ¡Ahora!
(5) BAPTISTE, (S. J.), F. C. S. P., Servicio de Amor.
(6) BOVER, (P. JOSÉ M.ª): S. J., Nuevo Testamento.
(7) VERA IÑIGUEZ, (ENRIQUE), Pro eis... Hostia.
(8) La Madrecita de Santa Teresa de Lisieux, Madre Inés de Jesús.
(9) WILLIAMSON, (B.): El Camino seguro de Santa Teresita de
Lisieux.
(10) SÁNCHEZ CREMADES, (P. JOSÉ M.ª), S. C. J., La vida de entrega a
Dios.
(11) DAL-GAL, (JERÓNIMO), O. F. M. Conv., San Pío X.
(12) LOZANO GARRIDO, (MANUEL): Dios habla todos los días.
(13) PRADO, (R. P. JUAN), C. SS. R, Nuevo Salterio Latino-Español.
(14) PABLO VI, Alocución de 4 de Diciembre de 1963.
(15) IGNACIO OÑATIBIA: Hacia una liturgia más pastoral, Hechos y
Dichos, En. 1964.

77
Capítulo 10º
SI EL DIVINO DIRECTOR «HABLA»
AL ALMA A CADA INSTANTE, ELLA
DEBE «ESCUCHARLO» EN TODO
MOMENTO PARA SER BUENA
DIRIGIDA

D ecía un autor que «se necesita ser Dios para


comprender —con todo el alcance y fuerza que tiene
esta palabra— el placer inmenso, la infinita alegría que
experimenta al entregarse y derramar su gracia a cada instante
sobre nosotros, con tal que nosotros le prestemos atención. Si le
escuchamos, nos manifiesta su voluntad. El obra en nosotros, nos
llama (gracia actual) todos los días a todas las horas, a cada
instante» (1).
Hay un fenómeno psicológico en la vida de los hombres que
nunca he podido comprender. Me refiero al diverso trato que da-
mos a los enfermos del oído y a los enfermos de la vista. Si
hablamos a un hombre, con oído bajo, y tenemos que repetirle
dos veces una misma cosa, nos molestamos y le contestamos con
nerviosismo.
Pero cuando se trata de un ciego, incluso el hombre menos
afectuoso lo trata con cariño y se pone a su servicio, hasta
exageradamente. Por eso, los invidentes cultos, se sienten ofendidos
ante tan excesiva compasión.
En cambio, con el sordo, los hombres pierden la paciencia.
Esta falta de caridad, unida al complejo de inferioridad que le
ataca, su aislamiento forzoso del trato social, etc., proporcionan a esta
clase de enfermos multitud de sufrimientos, sobre todo, si el
paciente es culto y tiene un espíritu fino y delicado.
A juzgar por las estadísticas, más de cuatro lectores de estas
líneas padecerán sordera. Pues bien, no os desconsoléis, queridos
enfermos, pensad que con el sentido del oído, ordinariamente no
78
oímos más que naderías de la boca de los hombres y que ese
trato ineducado que ellos os dan por vuestra enfermedad, llevado
con paciencia, será la mejor preparación para oír a Dios. Lo triste
sería que al faltar el sentido del oído, no se pudiera tampoco oír a
Dios. Pero para dicha nuestra a Dios le podemos oír a cada
instante. El no dice naderías, siempre dice cosas sustanciales.
¿Por qué os apenáis, cuando no oís lo que se dice a los demás?
Te basta escuchar a Dios, es lo único que necesitas; pues «para ser
docto en la teología virtuosa, que es toda práctica y experimental,
se necesita escuchar atentamente la voz de Dios en todos los
instantes. Deja, pues, y no atiendas lo que se dice de los demás,
y escucha y atiende lo que se te dice a ti; no necesitas más
para afirmar tu fe, porque esto es todo lo que es menester para
ejercitarla, purificarla y aumentarla con su misma oscuridad»
(2).
Aún más: podéis ser felices en medio de vuestra
enfermedad. Jesucristo lo dijo cuando hablaba en una ocasión, y
«una mujer, levantando la voz en medio del pueblo, exclamó:
Bienaventurado el vientre que te llevó, y los pechos que te
alimentaron. Pero Jesús respondió: «Bienaventurados más bien los que
escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica» (Lc., XI, 27 y 28).

Todos podemos escuchar la Palabra de Dios, enfermos del


oído y no enfermos. ¿Y ponerla en práctica? También. ¿Cómo?
Siguiendo este consejo de San Pablo: «Lo que hacéis, hacedlo
con toda el alma, como para servir al Señor» (3) (Col., III, v. 17).
«Lo que hacéis», o sea, la tarea cotidiana, realizada con el máximo
de amor. No hace falta otra cosa para poder decir con verdad
que escuchamos la Palabra de Dios y la ponemos en práctica. Y
no hace falta otra cosa, porque Dios, como Director que es del alma,
nos traza, a cada instante, el camino a recorrer. En don de Consejo

79
os dará la seguridad de que la santidad, no está en que hagáis
rosas extraordinarias o cosas que os son imposibles, sino que está en
lo que hacéis.
¡Cuántos miles, mejor dicho, cuantos millones de veces,
habrán rezado los hombres el Salmo 94, en el que se nos invita a
alabar y a escuchar a Dios! En el versículo 8 de este Salmo, leemos:
«Hoy, si oís su voz, no endurezcáis vuestros corazones».
«Admonición grave. El adverbio «hoy» es de mucho relieve: señala
la gran importancia de la hora pres ente, del momento en que
Dios habla al hombre para excitarle al bien» (4).
San Pablo en la Epístola a los Hebreos hace de este pasaje una
admirable aplicación a los cristianos: «Hermanos: alentaos los unos a
los otros cada día, mientras se verifica aquel hoy, es decir, «el
tiempo de hoy, el de la presente vida, concedido para caminar por la fe al
eterno reposo» (5).
El tiempo de hoy es ese momento que pasa, único que poseemos. La
presente vida es, en realidad, el instante actual, concedido para
caminar, es decir, para unirnos con Dios. Pero este Dios se esconde
bajo las especies del deber diario, del sacrificio actual, de la
pequeña renuncia del momento y hace falta la luz de la fe para
caminar, para ver en todo: hombres, cosas, sucesos, etc., lo que Dios
mismo ve, única manera de entenderle cuando hoy oigamos su voz.
«Si supiésemos que cada minuto que pasa es un germen de
eternidad, una semilla de Trinidad, no perderíamos ni uno solo y nos
sumergeríamos totalmente en la luz pura de la fe, eternizándonos en
Dios por el amor.
El alma cristiana, guiada por la
fe, no camina en tinieblas; Cristo
es su luz. El se lo aclara todo...
Por encima de todo, escucha al
Maestro interior que, allí en lo íntimo
le descubre el valor de eternidad
de cada segundo que pasa, la nada
de este universo creado» (6).
El que escucha la Palabra de
Dios y la pone en práctica es un
santo.
Al llegar a este punto, cabe preguntar ¿los enfermos psíquicos
pueden escucharla también y ponerla en práctica? O lo que es lo
mismo ¿estos enfermos pueden ser santos? Volveremos a formular esta
pregunta y daremos su respuesta; pero para mejor entenderla, es
80
preciso plantear esta cuestión: ¿por qué están superpoblados los
sanatorios psiquiátricos?
Muchas veces me he preguntado ¿cómo es posible que una
provincia como Valladolid, relativamente pequeña, pueda tener un pro-
medio de 500 enfermos en su Instituto Psiquiátrico? No hay duda que
el tratamiento más completo para estos enfermos ya internados, y para
evitar a otros que sean ingresados es la santificación del momento
presente; pero este tratamiento está muy olvidado. El grado de
eficacia de este tratamiento no depende de los hombres,
solamente depende de la voluntad de Dios, porque, como veremos
después, puede Dios querer que un enfermo psíquico viva sin finalidad
explicable en este mundo a los ojos de los hombres, que su vida
sea como la de un niño inconsciente, o en el último momento de su
vida, santificarlo en un instante como al Buen Ladrón.
La superpoblación de los sanatorios psiquiátricos es mundial. Un escritor
norteamericano se formula también esta pregunta a sí mismo:
«¿Por qué nuestros numerosos centros sanitarios para
enfermedades mentales están superpoblados? Porque la gente no apro-
vecha su tiempo. ¡Porque no vive en el presente! ¿No están
estrechamente ligados al futuro —un tiempo que aun no ha
llegado y que puede no llegar— todos los miedos, fobias y
angustias? ¿No están conectados con el pasado —un tiempo que se ha
ido para no volver, un tiempo que ni siquiera Dios puede
cambiar— las depresiones, melancolías y absurdos complejos? Estos
trastornos mentales indican con absoluta certeza alguna relación con el
hecho de que quienes las padecen no fueron lo bastante objetivos
para mantenerse en contacto con la única gran realidad llamada
ahora.

Y respecto a la santidad, ¿por qué están los caminos reales y los


senderos de nuestro mundo atestados de santos incompletos? ¿Por
qué hay tan pocos cristianos que efectivamente irradien a Cristo? ¿Por
qué al cabo de dos mil años de gracia suficiente para santificar diez
mil veces diez mil mundos, tan pocos seres humanos se han dado
81
cuenta de que la plena madurez humana es lo que llamamos santidad?
Sólo hay una respuesta para esta pregunta: ¡porque no aprovechamos
nuestro tiempo! O vivimos demasiado pendientes de un futuro que
todavía no ha llegado y puede no llegar jamás, o nos aferramos a un
pasado que nunca volverá, despreciando por completo «esta hora»
que constituye «nuestro tiempo», el omnipresente ahora» (7).
¿Pueden escuchar y poner en práctica la palabra de Dios los
enfermos psíquicos, entendiendo por palabra de Dios las varias formas en
que El nos habla, y que hemos expuesto en este libro? O dicho
con otras palabras: ¿los enfermos psíquicos pueden ser santos?
Igual que los demás.
Los anormales se santifican como los sujetos normales. Aún
más, ciertos enfermos de esta clase, pueden santificarse mediante
su misma enfermedad. La razón es que para ser santo, es preciso y
basta, que hagamos lo que nos es posible, y el enfermo, mientras
conserve su libertad, puede hacer lo posible: y ésta es su
perfección.
¿No estamos diciendo continuamente que todos debemos
hacernos santos? Eso quiere decir que todos podemos serlo. Desde la
fundación del cristianismo, una de las frases que más veces se han
escrito es que «Dios no manda lo imposible».
Entonces, desde el momento que hacemos todo lo que nos es
posible, podemos ser santos. Nadie podrá decir jamás que hacer
lo posible sea imposible. Después de tantos años conviviendo con
estos enfermos he llegado a la conclusión de que cada uno es un
misterio, porque el simple hecho del internamiento, o tratamiento, en
un sanatorio psiquiátrico, no supone, en el enfermo, la existencia de
una incapacidad para ser santo.
El Dr. Jiménez Duque acaba de publicar un libro en el que dedica
unas páginas al tema que estamos tratando. Cuando se dicen las
cosas tan bien dichas, como las dice él, no puedo resistirme a
copiar algunas de sus ideas, con las que estoy de perfecto
acuerdo. Dice así: «No puede sostenerse que la gracia depende en
su actuación en el hombre de la perfección y riquezas de la
naturaleza concreta del mismo. Sería un pelagianismo más o
menos elegante el afirmarlo. Aunque larvadamente, esto se hace
muchas veces por ahí. La gracia es en definitiva dueña y señora. Muchas
veces se querrá condicionar ella misma por los valores o
deficiencias de la naturaleza en que se inserta. Pero no está nece-
sariamente atada a ello. Por eso hace como quiere. Y muchas
veces con elementos humanos pobrísimos: poca salud, nervios

82
deshechos, poco talento, pocas habilidades humanas, etc., hace
maravillas, hace santos espléndidos en sí y eficacísimos en su
actuar. La ecuación, pues: a más perfección humana, de suyo más
facilidad de perfección sobrenatural, es en su generalidad, tal como
suena, insostenible en sana teología. La experiencia de la his toria
abona lo contrario... No es el brillo humano, sino la humilde
aceptación de lo que Dios quiera libérrimamente darnos, lo que
nos hace santos y perfectos. Y es una verdad dogmática la de que
Dios es absolutamente libre y misterioso en la distribución de sus
gracias. A más gracia correspondida, más perfección; a igual
gracia, igual perfección; aunque en algunos ella tenga que cubrir
y compensar esos valores naturales. Y no lo contrario.

El humanismo cristiano, por lo tanto sobrenatural, no puede


defender otras tesis sin renunciar a sus mismos presupuestos y prin-
cipios... Se comprende fácilmente que esas anormalidades pueden
muy bien coexistir con una perfección sobrenatural respetable. Cier-
to que, si queremos hablar de perfección en el plan que Dios ha
querido para los hombres, la cooperación del adulto se impone.
Quiere decir que el mínimum de ejercicio de libertad necesario para
que esa cooperación humana exista tiene que encontrarse allí.
Cualquier anormalidad que lo impida haría imposible la perfección así
entendida...
Pero si las deficiencias innatas o después adquiridas; si las
morbosidades, del signo que sean, dejan paso suficiente a que pueda
darse aquella libre colaboración, la perfección puede más o menos
conseguirse. Es más, la gracia sabe utilizar esas mismas
deficiencias e integrarlas en su proyecto santificador de los hombres.
Y esto lo mismo se trate de enfermedades nerviosas o que
afecten a sistemas más en cercanía del psiquismo que si se trata

83
de enfermedades o mutilaciones más meramente somáticas. (Ya se
entiende que todo en nosotros es siempre somático y psíquico a
la vez: el hombre es «inteligencia sintiente» (Zubiri). Por eso no
comprendo la repugnancia de muchos autores a conceder
anormalidades de ese género en algunos santos, hasta célebres e
insignes. Quizá alguna o algunas anormalidades se den en
todos, como en los demás hombres se dan. No hay inconveniente en
que en naturalezas débiles, neurasténicas, histéricas, etc., florezca
una vida de heroica adhesión a la voluntad divina sobre ellas, como no
la hay en que esa misma heroica entrega se produzca en enfermos tu-
berculosos o hepáticos. Con tal de que quede a salvo lo que antes
decíamos, es decir, que esa respuesta verdaderamente humana a las
invitaciones de Dios pueda darse, el resto es indiferente. Insisto, es la gracia
misma la que precisamente manejará esos materiales tan pobres
para allí lucir sus misericordias y su poder majestuoso. Y son los
hombres los que, a través de esas dificultades que su mismo
modo de ser les proporcionaba, van llegando, sin embargo,
esforzadamente a la cumbre... ¡Qué magnífica prueba de opción
generosa y de confianza ilimitada en su Dios supone! (8).
La esperanza teologal es fundamental en la Teología de la
santificación del momento presente. Ella se encarga de
vaciarnos de nuestros modos de santificarnos, nos hace
sentirnos pobres, necesitados de ser dirigidos por Dios a cada instante.
El caminante hacia su patria, a medida que anda, se va
cansando más; pero la esperanza teologal, por ser la virtud de ruta,
redobla, en nosotros, las fuerzas a cada paso que damos,
asegurándonos la gracia para dar ese paso, enseñándonos el valor
de eternidad contenido en cada uno de ellos. Conociendo el alma
este valor, se comprende perfectamente, que no quiera vivir más
que del momento presente, olvidándose del pasado, y del futuro, que
vive sólo en esperanza y abandono.
El alma sabe que la esperanza teologal da a Dios y Dios se
da en ella en ese «ahora». ¿Para qué quiere más presupuesto
para llevar a cabo la empresa de su santificación?
Erróneamente se cree que el presupuesto anual de un Estado, de una
Empresa, etc., no se compone más que de números, y, sin em-
bargo, los números no son más que el vestido que oculta las
actividades del Estado, de la Empresa y de los individuos.
Conozco con todo detalle, el trabajo que encierra la
liquidación de un presupuesto a fin de año, como también lo
difícil que es hacer un presupuesto para el año entrante, en el
que se reflejan todas las actividades que se van a realizar en 365
84
días. La razón de este trabajo agobiador es que no hay Empresa, por
próspera que se desarrolle, ni Estado, por poderoso que sea, que
pueda garantizar, día a día, el éxito de una dirección perfecta en
el programa trazado para un año. Los hombres pueden equivocarse
en las ideas directrices de gobierno y de los negocios, y pueden surgir
circunstancias imprevistas que anulen sus buenos deseos.
De todos estos fallos del Año Civil, está libre el hombre en
la vida sobrenatural durante el Año Cristiano. La empresa de
nuestra santificación, cuenta con un Director infinitamente sabio, no
puede equivocarse. Tenemos garantizado, día a día, el éxito, por parte
del divino Director, que traza a cada alma la actividad que le
conviene a cada instante. Nuestro presupuesto a gastar es la gracia del
momento presente, que nunca nos fallará La riqueza espiritual,
con que contamos, para realizar esta empresa de santidad, es un
talonario de cheques que se nos da el día de nuestro Bautismo
y no se agota hasta que exhalemos el último suspiro. Pero
observad que cada uno de los cheques de este talonario divino
tiene una propiedad y es que no se puede arrancar más que el
que nos hace falta «ahora». No se pueden arrancar varios para
tener reservas.

Es harto significativo, que el año cristiano comience, utilizando en


su primera Misa el Salmo 24, considerado por los exégetas como
un modelo de oración perfecta: «Enséñame, Señor, tus derechos
caminos, y dame que tus sendas aprenda yo contigo. Guíame en tu
verdad; instrúyeme tú mismo, porque tú eres el Dios, la fuente de
mi auxilio, y en ti pongo siempre mi confianza». "Pongo por
siempre mi confianza", es decir, "espero todo el día". (9).
Como se ve, desde la primera Misa del primer día del año
cristiano, la Iglesia proclama a Dios, Director del alma todo el
día, porque sabe, por la Sagrada Escritura, que Dios no solamente
puede hacerlo todo en el alma, sino que quiere hacerlo todo en
85
enfermos y sanos. Mas tengamos en cuenta que Dios «está
dispuesto a hacer que progrese la empresa de nuestra santificación,
que le hemos encomendado, y con toda habilidad; pero con una
condición, una sola: que el alma pequeña renuncie a hacerse rica
y consienta en vivir al día, con los fondos que el amor pone a su
disposición con toda largueza, pero solamente minuto por minuto,
según las necesidades que se presenten» (10).

NOTAS
(1) BELORGEY, (DOM GODOFREDO), O. C. S. O., Bajo la mirada de
Dios.
(2) CAUSSADE, (R. P. JUAN PEDRO), ob. cit.
(3) Leccionario.
(4) FILLION, (L. CL.): El nuevo Salterio Romano.
(5) BOVER, (JOSÉ MARÍA), S. J., Nuevo Testamento.
(6) PHILIPON, (M.), O. P.: La Trinidad en mi vida.
(7) RAYMOND, (M.), O. C. S. O., ob. cit.
(8) JIMENEZ DUQUE, (BALDOMERO): Teología de la Mística.
(9) BOVER, (CANTERA), S. J., Sagrada Biblia.
(10) BAPTISTE, (S. J.), F. C. S. P., Fe en el Amor de Dios.

Capítulo 11º
CON LA SANTIFICACIÓN DEL
MOMENTO PRESENTE
86
CONSEGUIREMOS LA SABIDURÍA
DE LOS SANTOS, LA CUAL ESTÁ AL
ALCANCE DE TODOS

E n la vida humana necesitamos un maestro, porque nadie


nace sabiendo; pero llega la hora en que podemos prescindir
de él. Todo conocimiento, en el orden humano, es limitado.
En la vida sobrenatural, necesitamos siempre al divino
Maestro, que, por ser infinitamente sabio, nunca se repite. A cada
instante es distinta su enseñanza, la cual consiste en lo que nos da
que hacer o que sufrir en cada momento, que es lo que nos hace
verdaderamente sabios. Esta sabiduría, lograda en el quehacer
de cada momento, es en la que dice el Evangelio que Jesucristo
progresaba. También nosotros, en «los quehaceres del día»,
podemos, como Jesús, crecer en sabiduría delante de Dios y delante
de los hombres. Ésta es, en síntesis, la enseñanza contenida en este
capítulo, a saber: adoctrinar al alma cómo ha de obrar para crecer en
«sabiduría sobrenatural» a través de los quehaceres del día.
Estudiemos tres cosas: 1.ª El Maestro a quien hemos de
acudir para que nos enseñe a vivir con sabiduría nuestro «ahora»;
pues, solamente El, lo conoce perfectamente. 2.ª La lección que el
divino Director nos enseña: «los quehaceres del día» son la materia
santificable y santificadora que nos hace verdaderamente sabios. 3.ª
La necesidad de orar para que «no nos deje caer en la tentación»
de la infidelidad a la gracia. Todos sabemos que lo que más daña
al alma es la falta de fidelidad a la gracia de cada momento, porque
la mayor insensatez que podemos cometer es resistir a la voluntad de
Dios.
1. a EL MAESTRO.—El don de sabiduría es un don de Dios que
todos poseemos, porque el día de nuestro Bautismo, se nos dieron los
Dones del Espíritu Santo. Lo que ocurre es que, la falta de fidelidad a
la gracia de cada momento, obstaculiza la actuación de los Dones, y
así, por esta insensatez, impedimos su desarrollo. La culpa de que el
don de sabiduría no actúe en nosotros como en los Santos es
nuestra, porque el divino Maestro ha dispuesto que alcanzar esta
sabiduría de los Santos sea la cosa más sencilla, aunque, equivo-

87
cadamente, se crea lo contrario. Basta aceptar incondicio-
nalmente la voluntad de Dios en el momento presente y podemos estar
seguros de recibir de Dios las gracias adecuadas para cumplir lo que El
nos da que hacer o que sufrir a cada instante, que es lo que nos
hace verdaderamente sabios. Esta aceptación incondicional,
juntamente con la fidelidad a la gracia, recibida «ahora», nos hace
ejecutores conscientes del Plan eterno de Dios.

¿Puede pedirse a un alma una disposición más perfecta para


dejarse dirigir por el divino Maestro y para que actúe en ella el don
de sabiduría, que la aceptación incondicional de la voluntad de
Dios y la fidelidad a la gracia?
Pero el alma no aceptará incondicionalmente la voluntad de
Dios, mientras no esté convencida de esta verdad, a saber: que Dios
es su Director y a El le toca dirigirla siempre y a ella pedirle que la dirija.
Juan XXIII dice que «el secreto de todo está en dejarse llevar
por el Señor». Este convencimiento le lleva a aceptar incondicional-
mente la voluntad de Dios en el momento presente, y dice de
sí mismo: «He querido hacer siempre la voluntad de Dios: siempre,
siempre». Tres veces la palabra «siempre», en una frase de diez
palabras, indica una aceptación sin condiciones y una fidelidad
nada común a la gracia.

88
En la elección del pasaje bíblico: «Señor, enséñanos a contar
nuestros días para que adquiramos un corazón sabio», con motivo del
cincuentenario de su primera Misa, se nos descubre Juan XXIII
como modelo perfecto del alma dirigida por el divino Maestro que
acude al Señor para que le enseñe a santificar el momento
presente, que en eso consiste saber contar los días; y, siendo
ejecutor consciente del Plan divino, en su quehacer de cada
instante, lograr la sabiduría del corazón.
Que esta interpretación de la personalidad de Juan XXIII, no es
arbitraria, lo demuestran estas palabras de su Secretario: «El pa-
saje bíblico: ‘Señor, enséñanos a contar nuestros días para que
adquiramos un corazón sabio’, es el compendio de todas las
revelaciones a que tendrán que referirse los cronistas de hoy y los
biógrafos de mañana, si quieren discurrir con exactitud sobre lo
que es el alma de su sacerdocio y de su pontificado... No nos
interesa tanto contemplar la fisonomía exterior del Papa, tan
querida, desde luego, y atrayente, como los signos característicos
de su vida interior. Y es él mismo quien nos lleva a este
conocimiento. Pero como de costumbre lo hace no en primera
persona, sino en forma de plegaria, que es el modo más
sincero y más sumiso de hablar de sí mismo, hablando con Dios.
La elección del versículo bíblico en el cincuentenario de su
primera Misa —10 de Agosto de 1904 a 1954-- da los rasgos
esenciales del alma y de la fisonomía del hombre Ángel José
Roncalli: del hombre, pero también del sacerdote, del servidor de la
Santa Iglesia y del Pontífice. ‘Señor, enséñanos a contar nuestros
días para que adquiramos un corazón sabio...’ Esta sabiduría del
corazón es el rasgo característico de la vida, de la actividad y
del éxito en todo tiempo y en todo ministerio de Ángel José Roncalli»
(1).
2.a LA LECCIÓN DEL MAESTRO. — «Los quehaceres del día».
A la santidad «estamos todos llamados, ya que lo estamos a la
vida del cielo donde no ha de haber más que santos. Para
conseguirla, preciso es santificar todos los actos del día,
acordándonos que sobre la continuidad de los pequeños hechos
cotidianos, agradables o penosos, previstos o imprevistos, corre la
serie paralela de las gracias actuales, que en cada instante se nos
ofrecen, para sacar de esos hechos insignificantes gran provecho
espiritual. Si en ello paramos mientes, comprenderemos esos
acontecimientos no sólo desde el punto de vista del sentido, o de
nuestra razón, muchas veces desviada por el amor propio, sino
desde el punto de vista sobrenatural de la fe. Entonces esas menudas
89
acciones de cada día, serán como breves lecciones que nos da el
Señor, la aplicación práctica del Evangelio, y poco a poco, entre él
y nosotros se establecerá una conversación casi interrumpida que
será la verdadera vida interior y como la vida eterna comenzada» (2).
Hay quien se preocupa demasiado en averiguar cuál es su misión
espiritual en esta vida. Seria conveniente, si nos encontráramos en
este caso, que nos diéramos cuenta de que la misión de toda alma
en este mundo consiste en «su quehacer diario» y no, como al-
gunos creen, en dedicarse exclusivamente a una actividad
durante su vida o en ocupar un puesto determinado, etc. Por
ejemplo: Juan XXIII ocupó diversos puestos durante su vida, sin
embargo, siempre es el hombre que se santifica a base de sus
quehaceres diarios.

Este es el mensaje que Dios ha enviado al mundo en estos


últimos tiempos, valiéndose, principalmente, de las dos figuras más
populares de nuestro siglo, Santa Teresita del Niño Jesús y el Papa
Juan XXIII. El quehacer de cada momento es lo que nos santifica,
y ésta es la misión de todos: santificarlo. Después, Dios hará, lo
demás. El sacará una enseñanza para el alma o para el mundo de ese
quehacer diario nuestro, como de aquellos menudos quehaceres
diarios que de Santa Teresita, se valió para recordar al mundo el
Camino de Infancia espiritual que el divino Maestro había enseñado a
sus Apóstoles, y el mundo había olvidado.
Permítasenos repetir: los quehaceres diarios son «como breves
lecciones que nos da el Señor, la aplicación práctica del
Evangelio» y con estas lecciones, poco a poco, llegaremos a ser sabios
con esa sabiduría sobrenatural que nos proporciona el don de
sabiduría. Por encima de ese conocimiento que proporciona al alma el
don de sabiduría, no hay ningún otro en esta vida, sólo le superan

90
la visión beatífica y la Sabiduría increada de Dios; y es
incomparablemente superior al de todas las ciencias humanas. Por eso,
decía San Agustín: «Infeliz el hombre que, sabiendo todas las
cosas, te ignora a Ti, Señor Dios mío; feliz en cambio, quien a Ti
conoce, aunque ignore todas aquellas. Mas aquel que te conoce
a Ti y a aquéllas, no es más feliz por causa de éstas, sino
únicamente es feliz por Ti».
3. a LA NECESIDAD DE ORAR.—«No nos dejes caer en la
tentación», sobre todo, en la infidelidad a la gracia, en la falta de
moderación en la lengua y en la discordia; pues, estos defectos
impiden tener las disposiciones necesarias para captar la LECCIÓN
divino Maestro. Tres súplicas imprescindibles: fidelidad a la gracia,
silencio y paz.
a) Fidelidad a la gracia.— El concepto de justicia que tenía
Juan XXIII, lo expresaba en esta plegaria que compuso en los
Ejercicios Espirituales practicados el año 1961 a sus 80 años:
«¡Oh, Jesús! «la justicia», que me obliga a buscar a mi Dios en
todas las cosas». Ser justo es ser fiel a la gracia, y, siendo fiel
a la gracia, se es capaz de captar la LECCIÓN que el divino Maestro
nos da en los «quehaceres del día». «En efecto, siendo Cristo el
Verbo de Dios, todo lo que hace el Verbo es también una palabra
para nosotros» (3).

«Es comprensible la gran desventura de aquellos que


mirando no ven nada, y teniendo oídos no escuchan nada. La gracia
del Omnipotente puede pasar de lejos, sin detenerse en mí. Cómo
amonestan a este respecto las palabras de San Agustín: «¡Temo
que Dios esté junto a mí y no me dé cuenta! ¿Qué debo hacer?...
Es indispensable tener los ojos abiertos, despiert o e l o í d o , e l
a l m a d i s p u e s t a y p r o n t a a escuchar la voz del Señor. Vemos —
para usar también un ejemplo— cómo los instrumentos inventados no
hace muchos años, registran las ondas de la radio o televisión.
Antes pasaban junto a nosotros sin que nadie se diera cuenta, y

91
aún ahora no pueden ser captadas si faltan estos medios. En este
caso la voz es como si no existiese; la imagen discurre por el
espacio y no se descubre si una pantalla no está pronta a
encuadrarla. Así sucede en el mundo de las almas, en el mundo de
Dios. Si el alma no se dispone en condiciones de fijar, de recibir,
de ser capaz de captar el flujo de la presencia y de la ACCIÓN DE DIOS,
podría suceder que estuviera muy cerca de El, mirándole, y no le
viera. Estaría como sumergida en un cristianismo vago que no le
permitiera sentir cerca a Cristo» (4).
b) Silencio.— La necesidad de impetrar la divina gracia para
gobernar nuestra lengua se nos muestra en Prov. XVI, 1: «Del
Señor es el gobernar la lengua». Santiago nos ofrece un texto en
este sentido: «la lengua ninguno de los hombres es capaz de domarla»
(III, 8). Del que no refrena su lengua, San Ambrosio dice: «Sepulcro
abierto es la boca de aquellos que profieren palabras de muerte. De este
sepulcro te libra Cristo; de este sepulcro saldrás si escuchas la
palabra de Dios» (5). El que escucha al divino Maestro, obra en
todo por amor, y el que esto hace, habla sólo cuando la caridad lo
exige, por lo que no puede ser calificado, ni ante Dios ni ante los
hombres, de locuaz ni taciturno. Si somos locuaces ante Dios, le
impedimos darnos su LECCIÓN de cada instante. Y si somos
taciturnos ante El, no oramos. Orar sin interrupción, es distinto de
hablar sin interrupción. Y decimos esto porque no falta algún
escritor que la palabra «orar» la traduce siempre por «rezar».
También encierra su verdad la frase tan conocida «el lenguaje del
amor es el silencio». Muchas veces un silencio es un acto de adoración. Y
adorar es también orar. Un enfermo que está lleno de dolores y los sufre
en silencio para ser una gota de agua en el cáliz de todas las Misas, no
reza, adora. La Misa es un sacrificio latréutico.

e) Paz.— Hay que pedir la paz al Señor, esa paz que el


mundo no puede dar, porque Cristo es autor de la paz. «Cristo es
nuestra paz» (Eph. II, 14). Sin paz, es imposible escuchar las
LECCIONES continuas del divino Maestro.

92
La discordia entre los hombres se produce porque es difícil la
convivencia en el roce continuo entre ellos, durante «los
quehaceres del día». La convivencia es difícil por muchas causas,
que podríamos resumir en esta sola idea: desilusión de las
criaturas. Las criaturas son limitadas, y, aunque estén dotadas de la
mejor voluntad, no dan de sí todo lo que nosotros quisiéramos. Las
criaturas nos atraen, porque son imagen de Dios; pero sólo son eso:
imagen de Dios. No son Dios, por eso no nos llenan y viene la
desilusión.

«En el trato con las personas que nos agrada procuramos


mostrar nuestro lado bueno, lo que de mejor hay en nosotros; pero
esa superación de la propia personalidad no se puede prolongar
indefinidamente, ya que resulta incómodo mantener una postura
forzada la vida entera» (6). Al aparecer nuestro lado malo, es
decir, nuestros defectos, viene la desilusión.
Total que «las relaciones humanas son todas y siempre una
fuente de sufrimientos... La vida es más fuerte que nosotros. Hay que
aceptarla como una fuerza de Dios y encontrarle a El en ella.
Besar su mano que nos acaricia y nos hiere es una ciencia sublime» (7),
que nos irá enseñando el don de sabiduría. Llegará el día que, ante la
difícil convivencia que ahora atribuimos muchas veces a la maldad
de los hombres, por la actuación de Dios en nosotros nos elevemos
por encima de lo que se hace y se dice a nuestro alrededor y
comprendamos que todo lo que nos pasa es porque Dios nos ama. Sólo
el que esté convencido de esto, disfrutará de esa paz divina que se
necesita para escuchar la LECCIÓN del Maestro, que nos da a través
del quehacer de cada momento.
Las sencillas reflexiones que acabamos de hacer explican
cómo, a través del «quehacer de cada día», se desarrolla en
nuestra alma el don de sabiduría, en su carácter eminentemente

93
práctico, y nos hacen ver el papel director de dicho don en los
menores actos de la vida.

NOTAS
(1) CAPOVILLA, (LORIS): El Papa Juan visto por su secretario.
(2) GARRIGOU-LAGRAGGE (R.), O. P., Las tres edades de
la vida interior.
(3) SAN AGUSTÍN: Breviario Romano.
(4) PABLO VI: Alocución 15 Diciembre de 1963.
(5) Breviario Romano.
(6) NARBONA, (RAFAEL): La difícil convivencia.
(7) Un Cartujo habla.

94

También podría gustarte