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LA SANTIFICACIÓN
DEL
MOMENTO PRESENTE
1
Nada obsta:
LIC. MARTIN GIL,
Can. Penitenciario, Censor.
PUEDE IMPRIMIRSE:
JOSÉ, Arzobispo de Valladolid.
Lo decretó y firma S. E.
Rvdma.
de que certifico:
Lic. RAMÓN
HERNÁNDEZ,
Can. Srio.
2
Al M. I. Sr. Dr. D. Baldomero Jiménez Duque
Rector del Seminario de Ávila
3
4
ÍNDICE
PRÓLOGO ............................................................................................................. 7
INTRODUCCIÓN .................................................................................................... 9
CAPÍTULO 1: LA SANTIFICACIÓN DEL MOMENTO PRESENTE ..................................... 11
CAPÍTULO 2: NUESTRA ACTIVIDAD DEL MOMENTO PRESENTE DEBE SER
MODERADA ................................................................................................................ 17
CAPÍTULO 3: NUESTRA ACTIVIDAD DEL MOMENTO PRESENTE DEBE SER
CONFORME AL PLAN DE DIOS .................................................................................. 23
CAPÍTULO 4: NUESTRA PERFECCIÓN PERSONAL DEPENDE DE LA «EXACTITUD»
CON QUE EL ALMA CUMPLE LA VOLUNTAD DE DIOS EN EL MOMENTO PRESENTE .. 30
CAPÍTULO 5: LA «ACCIÓN NUESTRA» EN EL MOMENTO PRESENTE .......................... 38
CAPÍTULO 6: LA «ACCIÓN DE DIOS» EN EL MOMENTO PRESENTE ........................ 45
CAPÍTULO 7: TEOLOGÍA DEL MOMENTO PRESENTE .................................................. 53
CAPÍTULO 9: EL DIVINO DIRECTOR NOS HABLA A CADA INSTANTE EN TODO
LO QUE NOS DA QUE HACER O QUE SUFRIR EN EL MOMENTO ACTUAL ............. 69
CAPÍTULO 10: SI EL DIVINO DIRECTOR «HABLA» AL ALMA A C A D A
I N S T A N T E , E L L A D E B E « E S C U CHARLO» EN TODO MOMENTO PARA
SER BUENA DIRIGIDA ................................................................................................ 78
CAPÍTULO 11: CON LA SANTIFICACIÓN DEL MOMENTO PRESENTE CONSEGUIREMOS
LA SABIDURÍA DE LOS SANTOS, LA CUAL ESTÁ AL ALCANCE DE TODOS .......................... 86
5
6
PRÓLOGO
7
Y esto lo hace el querido autor con competencia
doctrinal, con erudición, con calor comunicativo, con estilo
gracioso..., de tal modo que el libro se lee casi sin querer,
y se mete dentro lo que dice, y necesariamente hace
bien.
Yo pido al Señor que esta semilla tan buena caiga en
muchas manos y en muchos corazones acogedores y
deseosos para que produzca mucho fruto, colmando así y
hasta superando las ilusiones y los trabajos de su
apostólico y afortunado autor.
8
INTRODUCCIÓN
10
Capítulo 1º
LA SANTIFICACIÓN DEL
MOMENTO PRESENTE
11
Es conveniente, en primer lugar, demostrar que la doctrina de la
santificación del momento presente, ha sido vivida por los santos
y enseñada por los grandes maestros de la vida sobrenatural.
«¿Por qué gemir por un pasado, que ya no existe, o preocuparse
por un futuro, que sólo pertenece a Dios? Sor Teresita del Niño Jesús
se encerraba sin reserva «en el momento presente», sin querer
mirar ni el pasado ni el porvenir. Actitud dominadora de todas las
contingencias de este mundo, simple corolario práctico de su vida de
abandono, que condujo a su alma hasta aquella doctrina tan incul-
cada por los grandes varones espirituales: «la santificación del momento
presente» (3).
Esta verdad de que la vida no tiene de real más que el
momento presente, santificada, es de una fecundidad
extraordinaria. Pongamos algunos ejemplos.
15
NOTAS
(1) Un llamamiento al Amor. El Mensaje del sagrado Corazón al
mundo y su Mensajera Sor Josefa Menéndez.
(2) SOR JOSEFA MENÉNDEZ, ob. cit.
(3) PHILIPON, M. M., O. P.: Santa Teresa de Lisieux. Un camino
enteramente nuevo.
(4) BAUMANN, P. TEODORO, S. J.: El Misterio de Cristo en el
Sacrificio de la Misa.
(5) Pío XII evocado por el Cardenal Tardini.
(6) OSENDE, P. VICTORINO, O. P.: Contemplata: momentos místicos.
(7) OSENDE, P. VICTORINO, O. P.: ob. cit.
(8) SORAZU M. ANGELES: Mi Historia.
(9) ROBERT DE LANGEAC: La Vida oculta en Dios.
(10) SCHRIJVERS, José, C. SS. R.: Los principios de la vida
espiritual.
16
Capítulo 2º
NUESTRA ACTIVIDAD DEL
MOMENTO PRESENTE DEBE SER
MODERADA
17
nos apartamos de esa realidad, caemos, fuera de Dios, en la nada,
en la inquietud, en el puro no poder. Si a la voluntad de Dios le oponemos
la propia voluntad, ya no nos queda garantía alguna de que
permanecemos en la verdad... En el total cumplimiento de la voluntad
de Dios, la responsabilidad recae toda sobre Dios... Santa Teresita del
Niño Jesús, que recibió para los demás tantos dones de
conocimiento de las almas, de presentimiento e iluminación, no
tiene para sí misma más brújula que el momento presente. Este es
el que le permite alcanzar la medida máxima en la entrega con-
fiada... Ella se prohíbe incluso toda intervención en la verdad de su
destino, es decir en la voluntad de Dios sobre ella... Verdadero para ella
es sólo aquello que se asienta en el «ahora» del cumplimiento de
la voluntad de Dios» (1).
20
Es menester notar que esta vía no es tan pasiva, que no sea
aun bastante activa por nuestra parte, para que hagamos todo lo
que sea de nuestra obligación y de nuestra incumbencia; porque
la voluntad de Dios, respecto a nosotros, es su primera causa; mas,
como segunda, reclama nuestra cooperación y aplicación a nuestros
deberes, pero sin precipitación, sin ansiedad de espíritu, sin afán ni
zozobra para no quebrantar la santa indiferencia sobre el
resultado, no queriendo sea otro, después de poner todo lo que
esté de nuestra parte, que aquello que plazca a la divina voluntad.
Sí, según el Doctor Santo Tomás, lo que se llama perfecto, no lo
es verdaderamente en t a n t o q u e n o l l e g u e a s u f i n y s e r e ú n a
con su principio, la manera de ir a Dios, dejándole hacer y
aceptando todo lo que haga, debe ser la más perfecta, siendo la
que nos une más perfectamente, más íntima e inseparablemente a
Dios, que es nuestro principio y nuestro fin postrero.
No haciéndose la unión del alma con Dios en este mundo sino
por conformidad de voluntades, ¿se puede estar unido a Dios más
perfectamente que dejándole hacer, aceptando todo lo que disponga, y
consintiendo amorosamente en todas las destrucciones que le
plaz c a hac er en nos otros y de nos otros ? Porque tener tales
disposiciones, es querer todo lo que Dios quiere, es no querer
sino lo El quiere, es querer nada más que porque El lo quiere; esto
es tener uniformidad con la voluntad de Dios, es estar
transformado en la divina voluntad, es unirse a todo lo que hay
de más íntimo en Dios, es decir, a su divino corazón, a sus gustos, a sus
decretos impenetrables, a sus juicios, que, aunque ocultos, son siempre
equitativos y justos» (5).
«No hay, indudablemente sino una manera de ser santo, y
es seria. Pero ser, para nosotros, es dejar a Dios ser en nosotros
todo lo que El es en sí mismo y todo lo que quiere ser en nosotros,
y dejarlo apropiarse de tal manera de todas nuestras fuerzas,
que El p u e d a d e c i r e n n u e s t r a v i d a : E s t o e s M i Cuerpo, esta es
Mi sangre» (6).
21
NOTAS
(1) VON BALTHASAR (Hans Urs): Teresa de Lisieux. Historia de
una Misión.
(2) San Mateo, c. VII, v. 21.
(3) DE JESÚS SACRAMENTADO (R. P. CRISÓGONO), Carmelita
Descalzo: Enseñanzas de Santa Teresita.
(4) LÓPEZ ARRÓNIZ: Momentos.
(5) PINY (ALEJANDRO), O. P.: El Cielo en la Tierra o la vía
interior más perfecta.
(6) ZUNDEL (MAURICE): El poema de la santa Liturgia.
22
Capítulo 3º
NUESTRA ACTIVIDAD DEL
MOMENTO PRESENTE DEBE SER
CONFORME AL PLAN DE DIOS
¿Qverdad
ué sabemos nosotros del Plan divino? Conocemos una
muy importante y es que el momento presente es la
revelación de la voluntad de Dios para nosotros, y en él,
está encerrada la gracia necesaria para santificarlo. Por tanto, limitar
nuestra vida a santificar lo que Dios nos da que hacer o que sufrir a cada
instante, equivale a decir: que nuestra actividad es conforme al Plan de
Dios.
Hay cristianos que no desconocen que Dios tiene un Plan de
santificación para cada una de las almas. Y, sin embargo, no se
deciden a abrazar, sin reservas, el Plan divino sobre ellos, demorando
su entrega total a la voluntad de Dios. Otros hay, por el contrario, que
generosamente se olvidan de sí mismos y se prohíben toda
intervención en la voluntad de Dios sobre ellos. Esto quiere decir
que ante el Plan de Dios sobre nuestra santificación, se adoptan dos
actitudes: la dilación y la entrega total a la voluntad de Dios.
1.° Dilación.— La dilación pide treguas al divino querer que,
ahora, en el momento actual, único instante que tenemos de vida,
demanda que nos pongamos en actitud decidida de cumplir la
voluntad de Dios, única ley por la que ha de regirse nuestra
actividad, si queremos que sea fecunda.
La actitud de aplazar nuestra entrega total a la voluntad de
Dios para cumplir el Plan que Dios nos señaló para nuestra san-
tificación, no tiene ninguna razón verdadera en qué apoyarse. La
dilación —dice el P. Colomer— es vana quimera. Lo que en el fondo
de esa dilación hay, es una huida cobarde del deber sin el valor
de confesárnosla... Dios sabe lo que pide. Si su petición es «ahora», y
para en seguida, sería declararle desconocedor de la realidad y
de nuestras fuerzas, ignorante y desatinado en lo que pide si
nuestro aplazamiento fuera razonable. ¿Quién sin blasfemia, puede
23
decir eso de Dios? La actitud espiritual de quien da largas a su
entrega a Dios, no tiene defensa.
Es, además, actitud temeraria. Tres cosas —ha dicho
Bourdaloue— se necesitan para la conversión: tiempo, voluntad
y gracia. Ninguna de ellas la tenemos más segura mañana que hoy,
en lo venidero que «ahora» (1).
Tiempo.— Contar con el tiempo para dilatar nuestra entrega a
Dios, es absurdo. Para exhortarnos a vivir siempre prontos a
presentarnos ante el tribunal del Señor nos dice Jesucristo en la
Parábola de las diez vírgenes: «Velad, pues, que no sabéis el
día ni la hora» (2). «La vida no es más que una sucesión de
momentos y no hay de real en ella sino este breve instante
actual que sin cesar se desliza. Tan sólo del presente vivimos y
nuestra obligación ha de ser el santificarlo; nada mejor podemos hacer
para nuestra perfección y para la gloria de Dios» (3).
Voluntad.— En lugar de dilatar la entrega, razonable sería que,
al sentir débil la voluntad para decidirse a cumplir el Plan de san-
tificación que Dios nos marcó, rompiéramos, de una vez, con las
causas que originan esta cobardía, porque con el tiempo no se
puede jugar. La vida es un instante.
Las múltiples razones falsas que se alegan en defensa de esta
cobardía, las ha resumido el P. Petitot en esta fina observación: «¡Cuán
ingrata y caprichosa es nuestra humana naturaleza viciada ya en su
origen! Si la santidad se nos muestra bajo apariencias fáciles y
agradables, la desdeñamos; si después de serias reflexiones se
nos aparece acabada en sus más insignificantes detalles y
trascendente, nos causa temor» (4).
25
consentimiento; El nos acompaña en todos nuestros caminos y
dificultades, hasta el momento de la muerte» (6).
Si la «dilación» no puede alegar ninguna razón en su
defensa, la «entrega» está cargada de razón hasta la evidencia.
Además, que sólo en la «entrega» logra el hombre llenar sus más
grandes aspiraciones: la «libertad» y la «felicidad».
Hay días que parece que todos se han puesto de acuerdo para
interrumpir nuestra tarea. Y al llegar la noche, exclamamos
puerilm e n t e : « H o y n o h i c e n a d a d e p r o v e c h o » . Pongamos
algunos ejemplos: Si no me han llamado hoy cincuenta veces
al teléfono. faltará muy poco y ¡qué pelmazos! No te alteres,
ha sido el divino Impertinente el que ha llamado por teléfono y lo
calificas de pelma». Después, una visita, la niñera que tuve de
pequeño, que, cuando llega a casa, no sabe marcharse. ¿Es
que te molesta que el divino Impertinente no acierte a marcharse
de tu lado? ¡Te quiere tanto! ... Más tarde, el amigo, a quien estoy muy
agradecido, que se empeña en que vaya a dar un paseo con él.
Hoy, precisamente, con lo que tengo que hacer, a descansar media
tarde. Es el divino Impertinente, que quiere descansar en ti, ¿no se
merece un descanso el Señor que tanto padeció por ti?
¿Para qué seguir con más ejemplos? Ese plan de vida que
tenias marcado para hoy, era el plan tuyo y el que te ha presentado
el divino Impertinente era el Plan de Dios.
Cuando comulgaste hoy, Jesús vino a vivir Su vida en ti. No
vino a vivir tu vida en ti. ¿O es que ya no te acuerdas?
Libertad.— Ser libre es no sólo un derecho del hombre, sino el
más grande de sus deberes, porque la libertad verdadera es «el
mayor bien de la vida» (8).
«El Supremo Señor es Dios y, por consiguiente, no es el hombre
dueño de sí mismo, es otro; pero el dominio divino no se hace me-
diante imposición exterior, sino por una libre aceptación de la
27
verdad de su doctrina en orden a su realización en nuestra vida;
y como la posibilidad de apartarnos de ella existe siempre en
nosotros, la aceptación y por consiguiente la sumisión a la
voluntad divina es un continuado acto de la libertad hum ana,
por lo cual en todo momento el hombre es señor de sí mismo
ajustando su voluntad a la divina» (9).
Si la realización de nuestra libertad está en poner nuestra
voluntad acorde con la voluntad divina, queda demostrado, que el
máximo ejercicio de la libertad, se logra cuando nuestra actividad
del momento presente es conforme al Plan de Dios.
Felicidad.— Que los santos sean los seres más felices por su
entrega total al cumplimiento de la voluntad de Dios, es
consecuencia de haber logrado su libertad; porque la felicidad
resulta del perfecto funcionamiento de todas sus actividades.
Nadie pondrá en duda que, si nuestra actividad del momento
presente es conforme al Plan de Dios el funcionamiento de
nuestra actividad es perfecto.
Terminemos con un hermoso ejemplo de un vendedor de
melcochas en el que aprenderemos a vivir, prácticamente, la
«entrega total a la voluntad de Dios», con sólo santificar el
momento presente.
«De uno de aquellos Padres del yermo me acuerdo —dice Fr. Juan
de los Ángeles— haber oído decir a mi maestro que, codicioso
de saber a qué grado de perfección había llegado en muchos años
que tenía de soledad y qué hombre habría que se le pareciese
en el aprovechamiento espiritual, oyó una voz que le dijo: ‘Sal de
tu celda y mira bien a la persona que veas primero, que ésa corre
pareja contigo en la virtud’. Salió al camino y levantándose una
gran tempestad de aires, agua y granizo, se arrimó a un árbol, y
estando allí pasó un mozuelo desarrapado, cuyo oficio era vender
melcochas, y venía tan contento y lleno de alegría, aunque el día
era tan trabajoso, que puso en admiración al solitario, y preguntándole
que cómo venía así de alegre en tiempo tan riguroso. A lo cual
respondió el melcocheruelo que no tenía razón para hacer otra cosa,
porque Nuestro Señor hacía su santa voluntad, lo cual él solamente
buscaba en todas las cosas. Y añadió que con ningún suceso se turbaba ni
entristecía. «Si llueve, me huelgo; si hace sol, también; si me vienen
adversidades, no quepo de gozo, y si corre bonanza doy gracias a mi Se-
ñor, porque conozco que se hace en todo su voluntad». Quedó con esto el
solitario confuso de verse comparado a un hombrecillo de tan poca
cuenta, y cayó en ella de que la perfección no está en mucho ayunar, ni
abrirse la carne con azotes, ni en altas contemplaciones, sino en
28
ajustarse el alma con la voluntad de su Señor Dios, sin cuidado de otra cosa
criada, y cuando ésta se hiciere, estar muy contento» (10).
NOTAS
(1) COLOMER (FR. LUIS), O. F. M.: Ejercicios Espirituales.
(2) SAN MATEO, c. 25, v. 13.
(3) SCHRIJVERS (P. JOSÉ), C. SS. R.: La buena voluntad.
(4) PETITTOT (P. H.), O. P.: Vida integral de Santa Teresita de
Lisieux. Un renacimiento espiritual.
(5) OSENDE (P. VICTORINO), O. P.: Álbum de un alma.
(6) GARRIGOU-LAGRANGE (R.), O. P.: Las tres edades de la vida
interior.
(7) SCHRIJVERS (P. José), C. SS. R.: Los principios de la vida
espiritual.
(8) ALVARADO (FR. ANTONIO DE): Arte de bien vivir..
(9) CANO (FR. MELCHOR), O. P.: La victoria de sí mismo, c. XI,
pág. 128. Madrid.
(10) ANGELES (FR. JUAN DE LOS) O. P. M.: Conquista del Reino
de Dios.
29
Capítulo 4º
NUESTRA PERFECCIÓN PERSONAL
DEPENDE DE LA «EXACTITUD» CON
QUE EL ALMA CUMPLE LA VOLUNTAD
DE DIOS EN EL MOMENTO PRESENTE
30
La perfección personal, pues, depende de la «exactitud» con que
el alma cumple, en el momento presente, la voluntad de Dios, v. gr., en la
profesión que ejerce, con la enfermedad que le aqueja, en el estado en
que vive: soltero, casado o religioso, con la salud que posee, etc.; etc.
31
Todos tenemos un Director principal, que es Dios, el cual se ha
reservado señalarnos el camino para lograr nuestra perfección personal.
El camino es siempre: hacer su voluntad en cada momento. Esto es
lo que intentan hacer resaltar las palabras que preceden. ¿No es
cierto, que a una verdad tan importante se la concede, a veces,
un lugar inferior y hasta se olvida? Dios, Director principal, es el
único que tiene derecho a señalarnos el camino para conseguir
nuestra perfección personal, porque El es el Señor, El sólo Santo;
al director secundario corresponde ayudar al alma para que no se
salga del camino, es decir, ha de limitarse a que el alma siga el Plan
de santificación que Dios la ha trazado para lograr su perfección
personal. Es el ingeniero el que marca el camino de hierro por donde ha
de deslizarse el tren hasta llegar a la estación de término del viajero y
el maquinista ha de concretar su misión a conducir para que el
tren no se salga del camino que trazó el ingeniero.
32
Es preciso que yo prolongue a Jesucristo. Lo comprendo
bien: no se trata evidentemente de reproducir lo que constituía los
rasgos particulares de su vida (haber nacido en un establo, vivir en
un taller de un artesano, multiplicar los panes, caminar sobre el
mar, etcétera, etc.); lo que he de reproducir es la disposición de
alma esencial de Jesucristo en medio de todos esos episodios,
para El transitorios, para mí fuera de imitación. ¿Cuál es esa
disposición? Como Jesucristo, Cabeza del Cuerpo Místico,
glorificar al Padre, yo, miembro de Cristo, por una entera
«fidelidad, al Espíritu Santo en cada instante. Jesucristo ha vivido esto
en su propia vida; yo debo vivir el mismo programa en mi vida.
Jesús cuida de seguir en
cada momento la menor
insinuación de la voluntad
del Padre. Si la Cabeza
es así, así deberán ser
igualmente los miembros.
Para Jesucristo una sola
consigna: obedecer ple-
namente al divino querer;
ésta era la razón esencial de
su venida. Para mí, una sola
consigna: obedecer ple-
namente la voluntad de
Dios en el momento presente
(5).
35
Es la Virgen la que enseña a Sor Josefa Menéndez a no preocuparse
más que del momento presente. La Madre Sorazu asegura que le debe
a la Santísima Virgen vivir la vida de momento en momento y que Ella
fue su modelo en esto. Santa Teresita aprendió esta manera de
obrar de la Santísima Virgen, pues la vida de la Madre de Dios es la
fuente donde bebió su espiritualidad.
«Este puente de Teresa a la Madre de Dios, de fines del siglo
XIX a primeros del siglo del Cristianismo, es tanto más genial y
audaz y más místico cuanto que en su Carmelo todas, hasta su
hermana Paulina, difieren de su noción de santidad... Teresa se
planta en Nazaret sedienta de emular el camino que Dios señaló a
su Madre; camino que no sería, ciertamente, ni el más largo, ni el menos
elevado, ni el menos seguro. Silenciosamente, sin reprochar nada ni a
nadie, se aleja instintivamente de su ambiente...» (12).
¿Has visto ya la relación que existe entre el Rosario y la santificación
del momento presente? La Virgen nos enseña y también nos ayuda
a nosotros a cumplir con «exactitud» la voluntad de Dios en cada
momento, con lo que lograremos nuestra perfección personal.
María acoge nuestra oración las ciento cincuenta veces que
pronunciamos en el Rosario el Ave María y nos viene la gracia
necesaria en el instante actual para santificarlo.
Si somos un Rosario viviente, cambiaremos la frase: «soy
incapaz de ceñir mi vida al momento presente», por esta otra:
«soy incapaz de vivir fuera del momento presente».
36
NOTAS
37
Capítulo 5º
LA «ACCIÓN NUESTRA» EN EL
MOMENTO PRESENTE
38
1.° La "acción nuestra" en la vida ordinaria.— Ante este
enunciado podríamos clasificar a las almas en dos grupos, según
practican y entienden la vida ordinaria.
a) En el primer grupo existe una multitud de almas que son
piadosas, comulgan todos los días, etc., las cuales de los actos de
vida ordinaria, hacen dos apartados: los actos piadosos y los
actos no piadosos. No encuentran a Dios más que en los actos
piadosos. Si las preguntáis a estas almas, ¿dónde se encuentra a
Dios? Os contestan: en los actos piadosos. Hay que decirlas que
no. Que a Dios sólo se le encuentra allí donde está su voluntad,
sea el acto piadoso o no lo sea.
«Cualquiera que sea la ocupación que Dios erija de mi,
cualquiera que sea la clase de traba j o a que su voluntad me
llame, aunque fuera la ocupación más vulgar y el trabajo más
grosero, Dios está allí porque allí está su voluntad; está allí mismo,
transparentándose detrás de ese ligero velo. El alma de vista
torpe no lo ve; sólo percibe el velo de la obligación material que
la tiene ocupada y en el cual detiene sus miradas; y cuando siente
deseos de encontrar a Dios se vuelve hacia otro lado para ver si lo
encuentra en los ejercicios de devoción, y aquí no lo encuentra
porque no está aquí su voluntad: su voluntad está únicamente en la
obligación del momento» (1).
39
El mal de estas almas está en que se contentan con orar en la
vida y no se dan cuenta que debemos orar la vida, porque ese
instante que ahora está transcurriendo, único que poseemos de
vida, es de Dios y se nos da para que lo empleemos en adorarle
como sea, como podamos o como sepamos, esta es la verdad. Y
para que no podamos excusarnos de esta obligación de adorar al
Señor "ahora", recordemos que también es verdad que Dios nos
da la gracia necesaria para santificar sólo ese momento. Cualquier
cosa que Dios nos dé que hacer o que sufrir en ese instante, es
igual, es un trozo de vida, y esto es suficiente para convertirlo en
un acto de adoración, porque ese trozo de vida es de El y para
adorarle nos lo ha dado.
¡Adorar al Señor «ahora»! Dichoso el que siente esa necesidad,
porque la adoración es verdadera oración. Erróneamente pensaría-
mos, si creyéramos que la oración sólo sirve de puro medio para pedir
cosas.
40
Un teólogo contemporáneo se lamenta de que no se ora la vida,
diciendo: «uno de los perniciosos errores cometidos por cierto
número de almas, es el de creer que pueden, gracias a un sabio
procedimiento, hacer bien media hora de meditación u oración, aunque
háyanse ocupado el resto del día en múltiples ocupaciones sin
acordarse para nada de Dios y permaneciendo alejadas de El.
Realmente vemos en la práctica a las almas que así se
exteriorizan, ser incapaces de cumplir con su oración mental, y
acabar por abandonarla. Aunque de una manera aparentemente
paradójica, se puede asegurar que virtualmente se hará oración
todo el día, o no se hará ni poco ni mucho» (4).
Si el cumplimiento de la voluntad de Dios la vida ordinaria no
tiene eficacia para santificar a un alma, entonces ¿en qué consiste ser
santo?
«Nadie puede eximirse de la vida ordinaria. Todas las formas y
maneras de vivir y servir a Dios están montadas sobre la trama de una
vida ordinaria, que es absolutamente ineludible: es esta vida humana
común a todos. Hasta el hombre más extraordinario en hechos,
milagros, talento, bondad, de mayor sacrificio y caridad divina, debe
necesariamente hacer el curso de la vida ordinaria lo mismo que el
hombre más vulgar y que nunca ha sobresalido en nada. Todos han de
trabajar (cada uno en sus ocupaciones y deberes contraídos), han de
descansar, dormir, comer, rezar, sufrir, soportar las alternativas del tiem-
po, de la salud, del trabajo, mantener siempre la relación de caridad
con el prójimo, y luchar contra los enemigos de su alma...
Siendo, pues, así: si todos hemos de vivir esta parte ordinaria y
común de la vida humana, es evidente que hemos de encontrar en ella
nuestra santificación y perfección espiritual» (5).
«Los santos lo santifican todo. El modelo... la familia de Nazaret,
es decir, la vida más divina bajo las apariencias más ordinarias. Esta
fue en la tierra la santidad de un Dios» (6).
b) Al segundo grupo pertenecen las almas que aprecian en su
justo valor la vida ordinaria para las que el cumplimiento de los de-
beres del propio estado son materia de santidad. Les basta aceptar
en cada instante la tarea señalada por Dios y hacerla por amor.
Es la santidad que tanto inculcaba a San Juan Berchmans su
madre, cuando muchas yaces le decía: «el mejor camino para llegar a
la santidad es el amor de Dios y el fiel cumplimiento de los deberes» (7).
En repetidas ocasiones hemos oído el caso ocurrido en aquella
recreación en la que participaba San Juan Berchmans; pero en el
que quizás, no hemos reflexionado bastante.
41
Cuando más entusiasmado jugaba aquel grupo de muchachos, se
presenta el Superior del Colegio en medio de ellos y va preguntando a uno
por uno: si supieras que ibas a morir dentro de breves momentos, ¿tú
qué harías? El primero responde: «yo me retiraría a hacer un acto de
perfecta contrición». El segundo no menos preocupado, contesta: «yo iría
a la Capilla a hacer oración». Y tú, Juan Berchmans, ¿qué harías?
«¿Yo?, seguir jugando».
42
todo simultáneamente, pues tiene sus estaciones variadas; no
tenemos en invierno lo que nos sobra en verano. Tampoco poseemos la
semana toda a la vez, ni aun el día; nuestra vida se desparrama en
cierto modo; hay en ella horas de oración, horas de trabajo, horas de
descanso y esparcimiento. Lejos de poseer nuestra vida toda a la vez,
la vivimos sucesivamente, como oímos sucesivamente las notas de una
melodía» (9).
Según esto la «acción nuestra» se limita al momento presente y
el no contentarse, el no contenerse, para no salirse de esta reali-
dad, es agitarse en vano.
¿Cómo se vive prácticamente la "acción nuestra" en el
momento presente?
Serán muy provechosas las siguientes reglas:
1.ª) Solicitud tranquila.— Toda nuestra solicitud, si nos es
permitido tener alguna, ha de consistir en hacer, con toda la
perfección que podamos, el deber del instante actual. Estemos seguros que
si «hay alguna solicitud tranquila, razonable y seria es la del momento
presente» (10).
2 . a ) N o s e r e s c l a v o d e l a o c u p a c i ó n p r e s e n te porque ésta
no es fin, sino medio.— La ordinaria nos va presentando,
sucesivamente, una obligación que cumplir y es preciso actuar con
fidelidad. Pero mi fin no es ajustarme a la obligación, sino ajustarme a
Dios por la obligación, la cual no es más que un medio. Y lo que tiene
que atraer al actuar, no es la fidelidad a la obligación, sino fidelidad a la
voluntad de Dios, porque hasta las obligaciones más pequeñas la contienen
toda entera. El que obre de esta forma, sin gran esfuerzo, llevará todo el
día la presencia de Dios por las obras. Sor Genoveva dice de su hermana
Santa Teresita: «Trataba ella de combatir en mí el demasiado celo
por los asuntos, el deseo de hacer demasiado bien las cosas, la viva
pena que sentía cuando no las había logrado hacer a mi gusto,
en una palabra, el tráfago que me imponía en el obrar: «No habéis
venido aquí, me decía, para trabajar a destajo. No se ha de
trabajar tampoco para lograr éxitos... leí una vez que los Israelitas
levantaron los muros de Jerusalén trabajando con una mano y
sosteniendo la espada con la otra (Esdras, II, 4, 11). Esa es la
imagen de lo que nosotros debemos hacer: no trabajar más que con
una mano, en efecto, y con la otra defender nuestra alma de la
disipación que la impide unirse con Dios... Quería que pusiésemos
entusiasmo en nuestro trabajo; ni demasiado, como para impedirnos
guardar la presencia de Dios, ni demasiado poco, lo cual pone
obstáculo a esa misma presencia» (11).
43
3. a ) Ni demasiado celo, ni indolencia.— El alma que vive del
momento presente «emprende el trabajo sin pasión,
continúalo con indiferencia, cual si fuera un pasatiempo que la
asigna Jesús mientras espera su llegada, y lo acaba sin
apresuramiento, pues, tras de éste, sabe que vendrá otro. Para
calmar su impaciente actividad repite a menudo: mientras desem-
peñe este cargo, no debo desempeñar otro, ni mientras esté en
este lugar por voluntad de Dios estoy obligada a hallarme en otro.
Así, en plena posesión de sí misma, dedicase a sus
diferentes ocupaciones sucesivamente y con corazón
desprendido. Esta libertad interior la permite emprenderlo todo con
generosidad y atención sostenida, sin cansando ni precipitación, sin
abandono y sin lentitud.
Los hombres más activos son los que menos lo parecen. Los
apresurados, los abrumadas de ocupaciones, casi nunca hacen nada
de provecho; empiezan pero no acaban, y después de su trabajo
tienen turbado el corazón y el espíritu preocupado e incapaz de pensar
en Dios» (12).
Conclusión: Importancia de la santificación del momento
presente.— Hemos visto: 1.º, lo que es la «acción nuestra»; 2.°,
cómo la «acción nuestra» se limita al momento presente; 3.° hemos
estudiado cómo se vive prácticamente.
Sólo nos resta encarecer, con el ejemplo del buen Ladrón, la
importancia que tiene nosotros santificar la «acción nuestra» de
cada instante.
«Imitemos en esto al buen Ladrón, que estando ya para morir,
no miró a su vida pasada más que para apartar con dolor sus ojos de
ella; ni miró a su futuro, que no tenía; sino que abrazó de todo
corazón su dolorosísimo momento presente en satisfacción de sus
pecados. Y, respondiendo a las invitaciones de la gracia actual,
pidió humildemente a Jesús que se acordara de él cuando estuviere
en su Reino. Y esto bastó para justificarlo y abrirle las puertas del
Cielo el mismo día que expiró. ¡Oh si nosotros santificáramos así
44
nuestro momento presente! ¡Cuántas gracias y tesoros y qué
grado de santidad alcanzaríamos!» (13).
Hagámonos impotentes voluntarios para que no podamos vivir
fuera del momento presente.
NOTAS
(1) TISSOT (P. JOSÉ): La vida interior.
(2) LÓPEZ ARRONIZ, ob. cit.
(3) MONTINI, (JUAN BATTITSTA) en Pablo VI Pontífice Romano,
de JOSÉ MARÍA JAVIERRE.
(4) PETITOT (P. H.), O. P.: ob. cit.
(5) SERRA BUIXÓ, (HNO. EUDALDO), ob. cit.
(6) PHILIPON, (M. M.), O. P. ob. cit.
(7) HUNERMAN (WILHELM): El Coro de los Santos.
(8) GARRIGOU-LAGRANGE (P. RÉGINALD), O. P., ob. cit.
(9) lb.
(10) TISSOT, (P. JOSÉ), ob. cit.
(11) DE LA SANTA FAZ, (SOR GRNOVEVA), Consejos y Recuerdos.
(12) SCHRIJVERS, (R. P. JOSÉ), C. SS R., El don de sí.
(13) OSENDE, (P. ViCTORINO), O. P. Contemplata, momentos místicos.
Capítulo 6º
LA «ACCIÓN DE DIOS» EN EL
45
MOMENTO PRESENTE
1 . ° S e r e n i d a d p a r a a g o t a r c o n s c i e n t e m ente el momento
actual. «Una de las consecuencias de la serenidad, dice un
escritor, es el apacible empleo del momento presente, al que
debemos aplicar nuestras potencias sin dejarnos influir por la
anticipación del momento futuro. Esto último hace que no se
obtenga el fruto debido ni del uno ni del otro. Ver pasar la vida sin
empujarla, dándose cuenta de lo que vale y significa el minuto en
que aún la poseemos, sin
tener prisa de que ese mi-
nuto se acabe para dar lu-
gar al siguiente, que nos
imaginamos de un modo y
puede ser de otro, es el se-
creto de acabar con euforias
y con neurosis que tienen su
origen en la imaginación...
Hartos azares hay que sopor-
tar en la vida para nosotros
echemos de nuestra parte
el veneno de una intranqui-
lidad que nos priva de agotar
hasta el fin toda la intensidad profunda del momento que pasa» (2).
49
b) Tu ser es conservado por Dios en el momento presente.
Tú eres nada; fue necesaria toda la omnipotencia de Dios para
sacarte de tu nada y empezar a ser algo. Nada eras antes y por ti
mismo tan nada eres ahora como antes. Sigue siendo necesaria
toda la omnipotencia de Dios para que no te vuelvas a tu nada,
para que puedas querer algo, pensar algo
Tengo que hacer calar hasta la entraña la convicción de lo
colgado que estoy de Dios y de su «Acción» inmediata en todo
lugar, en todo momento, hasta para la más mínima actividad y
para el fruto más pequeño de mi actividad. Dios está siempre
conservándome y yo colgado de Dios en todo momento, en todo
lugar, en todo mi ser, en todo mi obrar; pendiendo para el menor
pensamiento el menor deseo. Todas mis potencias necesitadas de
Dios para cada acto. Mi ser natural: el que ahora tengo, lo he
recibido totalmente de Dios, es sustentado por Dios, es conserva-
do a cada instante.
c) Dios Santificador nos da la gracia que necesitamos a cada
momento.
Mi ser sobrenatural de la gracia: lo he recibido de Dios
totalmente. Dios dándome el ser sobrenatural de la gracia, añadido li-
beralmente a mi naturaleza humana, y yo pendiente de Dios en este
don de su amor, que es vida de mi alma, y en las virtudes y
dones que son sus potencias.
Ya tienes la gracia santificante, es decir, ya tienes vida
sobrenatural, pero «¿cómo podrá producirse la actividad de esta
vida? ¿Cuál será su primer motor? Será Dios mismo, y no puede
ser otro que El... Esta iniciativa divina tiene el nombre de gracia
actual, es decir, gracia que hace obrar. Ella, en efecto, hace obrar
50
iluminando nuestra inteligencia y suscitando un impulso en nuestra
voluntad... Notad que si nosotros somos esencialmente incapaces de
comenzar solos el menor acto sobrenatural, lo somos igualmente
de continuarlo. La gracia debe, pues, acompañar al acto durante toda
su marcha y sostenerlo hasta el fin.
Un velero está pronto a partir. Su quilla alargada parece lanzarse
ya hacia el mar que despliega ante la proa su inmensidad. Las velas
están aparejadas, los marineros en sus puestos... Nada se
mueve... Mas, he aquí que un estremecimiento se deja sentir a través
de los mástiles y los cordajes, se ha levantado el viento potente: las velas
se hinchan, y la masa, hasta hace unos instantes inmóvil, se mueve
lentamente primero, y pronto toma un empuje redoblado.
NOTAS
(1) BAUR, (BENITO), O. S. B., En la intimidad con Dios.
(2) GONZÁLEZ RUIZ, (NICOLÁS).—Diario «YA» de 12 Febrero de
1961, en la sección Temas de actualidad.
(3) VAN DER MEERSCH, (MAXENCE): Obras completas: santa
Teresita de Lisieux.
(4) TROCHU, (DR. FRANCISCO), Pbro.: Vida del Cura de Ars.
(5) PHILIPON, (M.), O. P. La Trinidad en mi vida.
(6) SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS, Obras completas.
(7) BEAUDENOM: Las fuentes de la piedad.
(8) GARRIGOU-LAGRANGE (P. RÉGINALD), O. P., obra cit.
52
Capítulo 7º
TEOLOGÍA DEL MOMENTO
PRESENTE
53
El que haya leído con atención los capítulos precedentes,
sin gran esfuerzo, habrá llegado a la conclusión de que hay una
Teología del momento presente.
Juzgo que es difícil hablar con propiedad; pero hemos de
procurarlo, porque, a veces, hacemos daño. Con gran pena me decía
un sacerdote: «Fíjese que en los ejercicios espirituales nos han dicho
que el método de la santificación del momento presente, no conviene
a todas las almas».
Y le contesté: «La culpa no la tiene el que os dijo este error,
sino los que escribimos, por no hablar con propiedad.
La doctrina de la santificación del momento presente,
propiamente hablando, no es ningún método, es una doctrina,
tomada de la Teología Dogmática, es sencillamente: los tratados de
DIOS UNO, de la TRINIDAD, de DIOS CREADOR y DIOS
SANTIFICADOR, vividos por el hombre.
Desde luego, si esta doctrina fuese un método, estamos de
acuerdo en que no convendría a todas las almas, porque los métodos son
para las almas, no son las almas para los métodos; pero la santificación
del momento presente consiste en la sumisión del hombre a la «Acción
de Dios» que obra, a cada instante, en nosotros; y la «Acción de
Dios» no puede ser encerrada en un método. Dios no necesita de
métodos, porque su «Acción divina» hace santos, sin repetirse».
¿Cuál es la idea fundamental de la Teología del momento
presente, alrededor de la cual giran todas las demás? Es esta: Dios
dirige al alma en el momento presente con su Acción divina.
Toda alma suele pasar por tres etapas: 1ª, la de imitación algo servil
de los Santos. 2ª, la de tanteo en que busca, como un explorador,
su camino. 3 a , el período de creación personal.
55
sufrir en el momento, equivale a decir: que nuestra actividad es
conforme al Plan de nuestro Dios Director (Capítulo III).
58
tentación». El hombre sin abstraerse del mundo tiene ahora el
corazón bastante amplio para vivir lo eterno» (3).
En teoría todo esto que acabas de leer, quizás, te parezca difícil
o embrollado; pero su ejecución es la cosa más sencilla.
Un funcionario, Jefe de un departamento, que está bajo la
jurisdicción del Ministerio de la Gobernación, me contaba la
historia de su vida religiosa, que, brevemente, te voy a referir, para
demostrarte, prácticamente, cómo está al alcance de todas las almas
vivir la Teología del momento presente.
Me decía este buen amigo: Están para cumplirse 20 años que
quedó vacante el puesto que ahora ocupo. Fui a él con toda ilusión;
pero apenas pasaron unos días de haber tomado posesión,
quise renunciar al cargo, idea que me duró casi dos años.
Observé que en mi departamento había que despachar miles de asuntos
de la más diversa índole, que las interrupciones en mi trabajo eran
continuas, que, a pesar de hacer más horas de trabajo que ninguno,
los asuntos quedaban, parte de ellos, para el día siguiente. En fin, yo
veía que no tenía tiempo para atender mi vida espiritual y sufría, me
ponía de malhumor, no tenía paz, etc. Ese era el motivo por el que
deseaba renunciar a la plaza.
Un día leyendo a Santa Teresita del Niño, Jesús, di con esta
frase: «No sufro sino de instante en instante. Es porque se piensa en
el pasado y en el porvenir que uno se desalienta y desespera».
Estoy seguro que estas palabras las había leído muchas veces ante-
riormente; pero hasta este día no habían llamado mi atención.
Desde esta fecha, providencialmente fueron cayendo en mis manos
algunos libros en que se leía alguna frase que otra referente a vivir
del momento presente, hasta que descubrí que los santos todos,
habían vivido santificando el momento presente.
Comencé a poner en práctica vivir de momento en momento;
mas pronto caí en la cuenta que para santificar cada «ahora» era
necesario abandonarse totalmente a la voluntad de Dios en cada
instante, y que este abandono consistía en el ejercicio práctico de
las tres virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad.
El momento presente es de Dios, estoy convencido de ello;
pero ¡cuántos actos de fe llevo hechos para creer firmemente que
detrás del teléfono, de la interrupción, etc., está El! Y, como es suyo
ese momento, tengo que dedicarlo a escuchar a ese hombre, que
no sabe explicarse o que no tiene prisa, durante cinco, diez minutos, o
más tiempo. Antes no veía más que una cosa: que creía perder el
tiempo; pues había comprendido, al minuto, lo que quería ese hombre. Pero,
59
ahora, estoy convencido que es El y cuántas veces tengo que decir:
«Señor, está visto que yo no veo, que Tú ves por mí y si no
hubiera sufrido esta interrupción hubiera resuelto mal el asunto
que tenía sobre la mesa. Me has entretenido mientras llegaba ese otro
hombre, ese libro, ese Boletín, esa revista, etc., que me ha dado luz
para resolver acertadamente, lo que hubiera hecho mal.
Antes yo era de los que, cándidamente, dicen al terminar el
día: «Hoy no hice nada», «no me han dejado hacer nada» y me
llenaba de amargura, me ponía de mal humor, pensando que las
cosas no estaban despachadas a su debido tiempo. En una
palabra, yo no contaba con El, y con El hay que contar hasta para
colocar un ladrillo. Ahora procuro vivir del momento. Y el futuro, lo
vivo en esperanza y abandono. ¡Cuántas veces, desde que así vivo, veo
que me dan resueltas las cosas mis Superiores y no necesito hacer
trámite ninguno para conseguirlas. Tan claro veo que es El, que le
digo: Señor, antes yo lo quería hacer todo a mi medida y
necesitaba muchas más horas de oficina que ahora; pero desde
que todo lo espero de Ti, desde que me abandono en tus manos, voy
teniendo algunos tiempos libres.
Creer en El, esperarlo todo de El, hacerlo todo por amor a El,
ese es el secreto para ser liberado de la amargura, del
malhumor, del miedo a Dios y a los hombres y de los apremios
del tiempo.
Por este ejemplo, verás cuán fácil es vivir la Teología del
momento presente y cómo procurando actuar el mayor número de
momentos posibles esta vida teologal, se vive, continuamente
adorando la voluntad de Dios. La voluntad de Dios es Dios mismo.
Y el que convierte todos los instantes de su vida en adoración, ora
su vida, porque adorar es orar.
60
NOTAS
61
Capítulo 8º
DIOS DIRIGE AL ALMA, EN EL
MOMENTO PRESENTE, CON SU
ACCIÓN DIVINA
63
Cuando se estudia la dirección de las almas, realizada por el
Sacerdote, se observan dos casos concretos: almas a quien Dios
les concede la inapreciable gracia de un director habitual, y almas que,
normalmente, no reciben una dirección habitual, distinta de la
confesión. Ambas clases de dirección es uno de los argumentos
que mejor prueban que Dios dirige al alma en el momento presente,
aunque parezca lo contrario. Cuando Dios nos concede un director habitual
es una gracia, y, cuando no nos lo concede, también es una gracia,
porque siempre nos concederá disfrutar de la gracia de estado
que tiene todo Sacerdote; y esto en la medida que nos haga falta.
¿Quién es el que yendo a confesarse con fe, no ha palpado repetidas
veces por sí mismo la gracia de estado del Sacerdote? Sin la
ayuda de la gracia no podemos santificarnos; pero teniendo gracia,
nos debe dar igual que el Señor nos la dé de una forma o de
otra.
«Que cuando se puede se deba acudir a un director para no
fiarse del propio juicio... nadie habrá que lo discuta; pero que,
cuando no se tiene ese medio, Dios se basta y se sobra y dispone
de otros, que usa de manera ordinaria y habitual, para guiar y
enseñar a las almas, tampoco será negado; y, sin embargo,
esto último, tan real como lo anterior, se dice pocas veces. ¿No
repetimos que el único y verdadero Director es siempre el
Espíritu Santo, que se sirve de los hombres como de portavoces y
mandatarios suyos? Animemos, pues, a las almas, a todas las
almas, inculcando que... la carencia involuntaria e inculpable de
dirección nunca será obstáculo ni disculpa para dejar de aspirar a
la santidad» (7).
Santa Teresita del Niño Jesús que no tuvo dirección habitual,
distinta de la confesión, es el mejor ejemplo que podemos elegir
para probar que Dios dirige al alma en el momento presente, no
abandonándola nunca.
64
El Padre Alexis Prou fue a predicar los Ejercicios de
Comunidad al Convento de Santa Teresita. Esta ya había
encontrado su «Caminito», sólo le faltaba una aprobación, la de un
confesor y «Dios, —dice ella— queriendo demostrarme que sólo El era
el Director de mi alma, se sirvió precisamente de aquel Padre, que sólo yo
aprecié en la Comunidad» (8).
¿Lo queremos más claro: que la dirección del Sacerdote
demuestra que Dios es el Director único y verdadero del alma?
Madre Inés de Jesús declara en el Proceso Apostólico:
«Cuando Teresa del Niño Jesús decía en su vida que... Dios la
iluminaba directamente, no sentaba el principio de que siempre
era iluminada por Dios y de que no tenía necesidad de directores;
hablaba de un momento determinado de su vida, en el cual
ninguna oscuridad hacía incierto su camino; se trataba de los años que
habían precedido a su entrada en el Convento. Pero en el Carmelo,
el sol se enturbió para la sierva de Dios y buscó ávidamente ser
iluminada, desconfiando, por otra parte, de sus propias luces... Sé que lo
confiaba todo a los Sacerdotes: sus temores de ofender a Dios,
sus deseos de ser santa, las gracias que recibía del cielo». Estas
palabras son de gran valor, ya que Santa Teresita le decía a
Madre Inés unos meses antes de morir: «Vos sola conocéis todos
los secretos de mi alma (9).
Después de leer esto es cuando queda demostrado lo que
decíamos antes: que la dirección del alma por el Sacerdote es uno
de los argumentos que mejor prueban que Dios es el Director verdadero
del alma, y es cuando se comprenden los siguientes pensamientos de la
Santa, en los que insiste en que Dios dirige al alma en el momento
presente. «Estoy segura de que nuestro Señor no enseñaba más a
los Apóstoles con sus instrucciones y con su presencia sensible de lo
que nos enseña a nosotros con las buenas inspiraciones de su gracia»
(10).
«He observado con frecuencia que Jesús no quiere darme nunca
provisiones. Me alimenta instante por instante con un manjar recién
hecho. Lo encuentro en mí sin saber cómo ni de dónde viene. Creo,
sencillamente, que es Jesús mismo, escondido en el fondo de mi
pobrecito corazón, quien obra en mí, dándome a entender en cada
momento lo que quiere que yo haga» (11).
65
«El es el DOCTOR de los doctores. Enseña sin ruido de palabras.
Nunca le oigo hablar, pero sé que está dentro de mí. Me guía, y me
inspira en cada instante lo que debo decir o hacer. Justamente en el
momento que las necesito me hallo en posesión de luces cuya existencia
ni siquiera habría sospechado» (12).
Santa Teresita tenía la certeza al igual que lodos los Santos, que él
Espíritu Santo, por el Don de Consejo, la empujaría a acudir al
Sacerdote y que éste no le faltaría, cuando le necesitase, según el Plan
divino. Es lo que decía el Beato Juan de Ávila: «El Espíritu Santo
es ayo de niños. ¡Y qué bien enseriado será el niño que de tal
ayo saliere enseñado! ... El Espíritu Santo quiere que vaya a tomar
parecer de quien más sabe, y El le dará en voluntad que lo
vaya a preguntar, y le dirá lo que le ha de preguntar, y le dará
gracias al otro, que responda lo que ha de responder» (13).
Ante tanta garantía y tanta sencillez por parte de Dios, ¿no
resultan complicadas algunas ideas de los hombres acerca de la
dirección espiritual?
Estemos seguros que este divino Director no nos abandonará
nunca, aunque nos encontremos en las situaciones más difíciles.
Llevo diecisiete años siendo testigo de un fenómeno singular tan
emocionante, que es imposible trasladarlo al papel en toda su
realidad Me refiero a la santificación del momento presente por
los locos o esquizofrénicos. Un gran número de autores ha
señalado este fenómeno singular: «Que hay locos que se curan de
su alienación en el momento en que la vida está a punto de aban-
donarlos y que este fenómeno es, naturalmente, inexplicable».
Con frecuencia veo, en este Instituto Psiquiátrico, cómo los enfermos
totalmente demenciados, llegado el último momento de su vida,
reciben y hasta piden con gran fervor, y dándose perfecta cuenta,
66
los ú l t i m o s S a c r a mentos. Se palpa cómo el divino Director nunca
nos abandona, aun en esté caso extremo y cómo dirige al alma en
el momento presente. La misericordia de Dios es infinita y no me
cabe la menor duda que Dios les da a estos enfermos la gracia
necesaria para santificarse en el último momento de su vida, «único que
viven conscientemente».
«Muchas veces he pensado... en los incapaces mentales. ¿Por
qué los ha creado Dios?... Señor, ¡cómo los amas! ¿qué galardón
tendrán los que han sido creados sin finalidad explicable... los que han
sido privados, porque Tú lo has querido, del privilegio de amarte
conscientemente...? ¿Cómo será la gloria...? Yo creo
sinceramente que será la mayor, la gloria máxima, y que todos
esos hombres que nos estorban o repugnan, que afean la vida de
la ciudad... esos hombres tienen toda tu inmensa predilección» (14).
¿Por qué no reflexionamos un poco sobre nuestros actos para
convencernos de que Dios es el Director de nuestra alma? pues
vamos a hacerlo:
«Nuestros actos deben su existencia, sus contornos, su dirección
y su consistencia a la Acción de Dios. Son actos supeditados y orde-
nados en todo a la Acción de Dios en nosotros. Donde no obra
Dios, no existe nada. Por eso, nuestros actos tienen una doble
dependencia de la acción de Dios: Dios los determina y los rige. La
acción divina da el ser y señala los límites de nuestros actos. Nuestra
actividad no puede preceder ni sobrepasar la Acción de Dios. No
puede desprenderse ni prescindir de ella ni un solo momento.
Toda su orientación está subordinada a la Acción de Dios. Siempre
que realizamos algún bien sobrenatural, Dios nos da, no sólo el
querer, sino también el poder hacerlo. Nos da la voluntad y la
realidad del acto. Todo bien sobrenatural alcanzado por nosotros
es una gracia inmerecida» (15).
«Es ya mucho que cuanto hay de bueno en mí venga de Dios;
pero es que, además, viene ahora mismo caliente con el calor de
su amor; es que en este momento procede de la Acción omnipotente
del Señor... Y como es actual su Acción creadora y su Acción santi-
ficadora, actual es el pensamiento con que obra en mí, actual su
designio sobre mí, actual el amor con que actúa en mí y en cuantas
cosas a mi vida concurren... Si yo pudiera ahora ver a Dios, no lo
vería lejos y separado de mí, sino en mí y obrando lo que soy; en mí,
como vida mía sobrenatural» (16).
67
NOTAS
(1) PÉREZ DE URBEL, (FR. JUSTO), O. S. B., Año Cristiano.
(2) Ib.
(3) B. A. C., Año Cristiano.
(4) PHILIPON, (M. M.), O. P., El Mensaje de Teresa de Lisieux.
(5) OSENDE, (P. VICTORINO), O. P., Alter Ego.
(6) PHILIPON (M. M.), O. P., La doctrina espiritual de Sor Isabel
de Trinidad.
(7) VACA (P. CÉSARI, O. S. A., Guías de Almas.
(8) SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS, Obras completas.
(9) SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS, ib.
(10) SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS, ib.
(11) SANTA TERESITA DEL Niño JESÚS, ib.
(12) SANTA TERESITA DEL NIÑO Jesús, ib.
(13) BEATO JUAN DE AVILA, Obras espirituales.
(14) CABODEVILLA, (J. M.), Señora Nuestra.
(15) BAUR (BENITO), O. S. B., Sed Luz.
(16) COLOMER, (FR. LUIS), O. F. M., ob. cit.
68
Capítulo 9º
EL DIVINO DIRECTOR NOS HABLA
A CADA INSTANTE EN TODO LO
QUE NOS DA QUE HACER O QUE
SUFRIR EN EL MOMENTO ACTUAL
Los que viven preocupados del pasado y del futuro, les sería
muy conveniente hacer estas dos reflexiones:
77
Capítulo 10º
SI EL DIVINO DIRECTOR «HABLA»
AL ALMA A CADA INSTANTE, ELLA
DEBE «ESCUCHARLO» EN TODO
MOMENTO PARA SER BUENA
DIRIGIDA
79
os dará la seguridad de que la santidad, no está en que hagáis
rosas extraordinarias o cosas que os son imposibles, sino que está en
lo que hacéis.
¡Cuántos miles, mejor dicho, cuantos millones de veces,
habrán rezado los hombres el Salmo 94, en el que se nos invita a
alabar y a escuchar a Dios! En el versículo 8 de este Salmo, leemos:
«Hoy, si oís su voz, no endurezcáis vuestros corazones».
«Admonición grave. El adverbio «hoy» es de mucho relieve: señala
la gran importancia de la hora pres ente, del momento en que
Dios habla al hombre para excitarle al bien» (4).
San Pablo en la Epístola a los Hebreos hace de este pasaje una
admirable aplicación a los cristianos: «Hermanos: alentaos los unos a
los otros cada día, mientras se verifica aquel hoy, es decir, «el
tiempo de hoy, el de la presente vida, concedido para caminar por la fe al
eterno reposo» (5).
El tiempo de hoy es ese momento que pasa, único que poseemos. La
presente vida es, en realidad, el instante actual, concedido para
caminar, es decir, para unirnos con Dios. Pero este Dios se esconde
bajo las especies del deber diario, del sacrificio actual, de la
pequeña renuncia del momento y hace falta la luz de la fe para
caminar, para ver en todo: hombres, cosas, sucesos, etc., lo que Dios
mismo ve, única manera de entenderle cuando hoy oigamos su voz.
«Si supiésemos que cada minuto que pasa es un germen de
eternidad, una semilla de Trinidad, no perderíamos ni uno solo y nos
sumergeríamos totalmente en la luz pura de la fe, eternizándonos en
Dios por el amor.
El alma cristiana, guiada por la
fe, no camina en tinieblas; Cristo
es su luz. El se lo aclara todo...
Por encima de todo, escucha al
Maestro interior que, allí en lo íntimo
le descubre el valor de eternidad
de cada segundo que pasa, la nada
de este universo creado» (6).
El que escucha la Palabra de
Dios y la pone en práctica es un
santo.
Al llegar a este punto, cabe preguntar ¿los enfermos psíquicos
pueden escucharla también y ponerla en práctica? O lo que es lo
mismo ¿estos enfermos pueden ser santos? Volveremos a formular esta
pregunta y daremos su respuesta; pero para mejor entenderla, es
80
preciso plantear esta cuestión: ¿por qué están superpoblados los
sanatorios psiquiátricos?
Muchas veces me he preguntado ¿cómo es posible que una
provincia como Valladolid, relativamente pequeña, pueda tener un pro-
medio de 500 enfermos en su Instituto Psiquiátrico? No hay duda que
el tratamiento más completo para estos enfermos ya internados, y para
evitar a otros que sean ingresados es la santificación del momento
presente; pero este tratamiento está muy olvidado. El grado de
eficacia de este tratamiento no depende de los hombres,
solamente depende de la voluntad de Dios, porque, como veremos
después, puede Dios querer que un enfermo psíquico viva sin finalidad
explicable en este mundo a los ojos de los hombres, que su vida
sea como la de un niño inconsciente, o en el último momento de su
vida, santificarlo en un instante como al Buen Ladrón.
La superpoblación de los sanatorios psiquiátricos es mundial. Un escritor
norteamericano se formula también esta pregunta a sí mismo:
«¿Por qué nuestros numerosos centros sanitarios para
enfermedades mentales están superpoblados? Porque la gente no apro-
vecha su tiempo. ¡Porque no vive en el presente! ¿No están
estrechamente ligados al futuro —un tiempo que aun no ha
llegado y que puede no llegar— todos los miedos, fobias y
angustias? ¿No están conectados con el pasado —un tiempo que se ha
ido para no volver, un tiempo que ni siquiera Dios puede
cambiar— las depresiones, melancolías y absurdos complejos? Estos
trastornos mentales indican con absoluta certeza alguna relación con el
hecho de que quienes las padecen no fueron lo bastante objetivos
para mantenerse en contacto con la única gran realidad llamada
ahora.
82
deshechos, poco talento, pocas habilidades humanas, etc., hace
maravillas, hace santos espléndidos en sí y eficacísimos en su
actuar. La ecuación, pues: a más perfección humana, de suyo más
facilidad de perfección sobrenatural, es en su generalidad, tal como
suena, insostenible en sana teología. La experiencia de la his toria
abona lo contrario... No es el brillo humano, sino la humilde
aceptación de lo que Dios quiera libérrimamente darnos, lo que
nos hace santos y perfectos. Y es una verdad dogmática la de que
Dios es absolutamente libre y misterioso en la distribución de sus
gracias. A más gracia correspondida, más perfección; a igual
gracia, igual perfección; aunque en algunos ella tenga que cubrir
y compensar esos valores naturales. Y no lo contrario.
83
de enfermedades o mutilaciones más meramente somáticas. (Ya se
entiende que todo en nosotros es siempre somático y psíquico a
la vez: el hombre es «inteligencia sintiente» (Zubiri). Por eso no
comprendo la repugnancia de muchos autores a conceder
anormalidades de ese género en algunos santos, hasta célebres e
insignes. Quizá alguna o algunas anormalidades se den en
todos, como en los demás hombres se dan. No hay inconveniente en
que en naturalezas débiles, neurasténicas, histéricas, etc., florezca
una vida de heroica adhesión a la voluntad divina sobre ellas, como no
la hay en que esa misma heroica entrega se produzca en enfermos tu-
berculosos o hepáticos. Con tal de que quede a salvo lo que antes
decíamos, es decir, que esa respuesta verdaderamente humana a las
invitaciones de Dios pueda darse, el resto es indiferente. Insisto, es la gracia
misma la que precisamente manejará esos materiales tan pobres
para allí lucir sus misericordias y su poder majestuoso. Y son los
hombres los que, a través de esas dificultades que su mismo
modo de ser les proporcionaba, van llegando, sin embargo,
esforzadamente a la cumbre... ¡Qué magnífica prueba de opción
generosa y de confianza ilimitada en su Dios supone! (8).
La esperanza teologal es fundamental en la Teología de la
santificación del momento presente. Ella se encarga de
vaciarnos de nuestros modos de santificarnos, nos hace
sentirnos pobres, necesitados de ser dirigidos por Dios a cada instante.
El caminante hacia su patria, a medida que anda, se va
cansando más; pero la esperanza teologal, por ser la virtud de ruta,
redobla, en nosotros, las fuerzas a cada paso que damos,
asegurándonos la gracia para dar ese paso, enseñándonos el valor
de eternidad contenido en cada uno de ellos. Conociendo el alma
este valor, se comprende perfectamente, que no quiera vivir más
que del momento presente, olvidándose del pasado, y del futuro, que
vive sólo en esperanza y abandono.
El alma sabe que la esperanza teologal da a Dios y Dios se
da en ella en ese «ahora». ¿Para qué quiere más presupuesto
para llevar a cabo la empresa de su santificación?
Erróneamente se cree que el presupuesto anual de un Estado, de una
Empresa, etc., no se compone más que de números, y, sin em-
bargo, los números no son más que el vestido que oculta las
actividades del Estado, de la Empresa y de los individuos.
Conozco con todo detalle, el trabajo que encierra la
liquidación de un presupuesto a fin de año, como también lo
difícil que es hacer un presupuesto para el año entrante, en el
que se reflejan todas las actividades que se van a realizar en 365
84
días. La razón de este trabajo agobiador es que no hay Empresa, por
próspera que se desarrolle, ni Estado, por poderoso que sea, que
pueda garantizar, día a día, el éxito de una dirección perfecta en
el programa trazado para un año. Los hombres pueden equivocarse
en las ideas directrices de gobierno y de los negocios, y pueden surgir
circunstancias imprevistas que anulen sus buenos deseos.
De todos estos fallos del Año Civil, está libre el hombre en
la vida sobrenatural durante el Año Cristiano. La empresa de
nuestra santificación, cuenta con un Director infinitamente sabio, no
puede equivocarse. Tenemos garantizado, día a día, el éxito, por parte
del divino Director, que traza a cada alma la actividad que le
conviene a cada instante. Nuestro presupuesto a gastar es la gracia del
momento presente, que nunca nos fallará La riqueza espiritual,
con que contamos, para realizar esta empresa de santidad, es un
talonario de cheques que se nos da el día de nuestro Bautismo
y no se agota hasta que exhalemos el último suspiro. Pero
observad que cada uno de los cheques de este talonario divino
tiene una propiedad y es que no se puede arrancar más que el
que nos hace falta «ahora». No se pueden arrancar varios para
tener reservas.
NOTAS
(1) BELORGEY, (DOM GODOFREDO), O. C. S. O., Bajo la mirada de
Dios.
(2) CAUSSADE, (R. P. JUAN PEDRO), ob. cit.
(3) Leccionario.
(4) FILLION, (L. CL.): El nuevo Salterio Romano.
(5) BOVER, (JOSÉ MARÍA), S. J., Nuevo Testamento.
(6) PHILIPON, (M.), O. P.: La Trinidad en mi vida.
(7) RAYMOND, (M.), O. C. S. O., ob. cit.
(8) JIMENEZ DUQUE, (BALDOMERO): Teología de la Mística.
(9) BOVER, (CANTERA), S. J., Sagrada Biblia.
(10) BAPTISTE, (S. J.), F. C. S. P., Fe en el Amor de Dios.
Capítulo 11º
CON LA SANTIFICACIÓN DEL
MOMENTO PRESENTE
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CONSEGUIREMOS LA SABIDURÍA
DE LOS SANTOS, LA CUAL ESTÁ AL
ALCANCE DE TODOS
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cadamente, se crea lo contrario. Basta aceptar incondicio-
nalmente la voluntad de Dios en el momento presente y podemos estar
seguros de recibir de Dios las gracias adecuadas para cumplir lo que El
nos da que hacer o que sufrir a cada instante, que es lo que nos
hace verdaderamente sabios. Esta aceptación incondicional,
juntamente con la fidelidad a la gracia, recibida «ahora», nos hace
ejecutores conscientes del Plan eterno de Dios.
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En la elección del pasaje bíblico: «Señor, enséñanos a contar
nuestros días para que adquiramos un corazón sabio», con motivo del
cincuentenario de su primera Misa, se nos descubre Juan XXIII
como modelo perfecto del alma dirigida por el divino Maestro que
acude al Señor para que le enseñe a santificar el momento
presente, que en eso consiste saber contar los días; y, siendo
ejecutor consciente del Plan divino, en su quehacer de cada
instante, lograr la sabiduría del corazón.
Que esta interpretación de la personalidad de Juan XXIII, no es
arbitraria, lo demuestran estas palabras de su Secretario: «El pa-
saje bíblico: ‘Señor, enséñanos a contar nuestros días para que
adquiramos un corazón sabio’, es el compendio de todas las
revelaciones a que tendrán que referirse los cronistas de hoy y los
biógrafos de mañana, si quieren discurrir con exactitud sobre lo
que es el alma de su sacerdocio y de su pontificado... No nos
interesa tanto contemplar la fisonomía exterior del Papa, tan
querida, desde luego, y atrayente, como los signos característicos
de su vida interior. Y es él mismo quien nos lleva a este
conocimiento. Pero como de costumbre lo hace no en primera
persona, sino en forma de plegaria, que es el modo más
sincero y más sumiso de hablar de sí mismo, hablando con Dios.
La elección del versículo bíblico en el cincuentenario de su
primera Misa —10 de Agosto de 1904 a 1954-- da los rasgos
esenciales del alma y de la fisonomía del hombre Ángel José
Roncalli: del hombre, pero también del sacerdote, del servidor de la
Santa Iglesia y del Pontífice. ‘Señor, enséñanos a contar nuestros
días para que adquiramos un corazón sabio...’ Esta sabiduría del
corazón es el rasgo característico de la vida, de la actividad y
del éxito en todo tiempo y en todo ministerio de Ángel José Roncalli»
(1).
2.a LA LECCIÓN DEL MAESTRO. — «Los quehaceres del día».
A la santidad «estamos todos llamados, ya que lo estamos a la
vida del cielo donde no ha de haber más que santos. Para
conseguirla, preciso es santificar todos los actos del día,
acordándonos que sobre la continuidad de los pequeños hechos
cotidianos, agradables o penosos, previstos o imprevistos, corre la
serie paralela de las gracias actuales, que en cada instante se nos
ofrecen, para sacar de esos hechos insignificantes gran provecho
espiritual. Si en ello paramos mientes, comprenderemos esos
acontecimientos no sólo desde el punto de vista del sentido, o de
nuestra razón, muchas veces desviada por el amor propio, sino
desde el punto de vista sobrenatural de la fe. Entonces esas menudas
89
acciones de cada día, serán como breves lecciones que nos da el
Señor, la aplicación práctica del Evangelio, y poco a poco, entre él
y nosotros se establecerá una conversación casi interrumpida que
será la verdadera vida interior y como la vida eterna comenzada» (2).
Hay quien se preocupa demasiado en averiguar cuál es su misión
espiritual en esta vida. Seria conveniente, si nos encontráramos en
este caso, que nos diéramos cuenta de que la misión de toda alma
en este mundo consiste en «su quehacer diario» y no, como al-
gunos creen, en dedicarse exclusivamente a una actividad
durante su vida o en ocupar un puesto determinado, etc. Por
ejemplo: Juan XXIII ocupó diversos puestos durante su vida, sin
embargo, siempre es el hombre que se santifica a base de sus
quehaceres diarios.
90
la visión beatífica y la Sabiduría increada de Dios; y es
incomparablemente superior al de todas las ciencias humanas. Por eso,
decía San Agustín: «Infeliz el hombre que, sabiendo todas las
cosas, te ignora a Ti, Señor Dios mío; feliz en cambio, quien a Ti
conoce, aunque ignore todas aquellas. Mas aquel que te conoce
a Ti y a aquéllas, no es más feliz por causa de éstas, sino
únicamente es feliz por Ti».
3. a LA NECESIDAD DE ORAR.—«No nos dejes caer en la
tentación», sobre todo, en la infidelidad a la gracia, en la falta de
moderación en la lengua y en la discordia; pues, estos defectos
impiden tener las disposiciones necesarias para captar la LECCIÓN
divino Maestro. Tres súplicas imprescindibles: fidelidad a la gracia,
silencio y paz.
a) Fidelidad a la gracia.— El concepto de justicia que tenía
Juan XXIII, lo expresaba en esta plegaria que compuso en los
Ejercicios Espirituales practicados el año 1961 a sus 80 años:
«¡Oh, Jesús! «la justicia», que me obliga a buscar a mi Dios en
todas las cosas». Ser justo es ser fiel a la gracia, y, siendo fiel
a la gracia, se es capaz de captar la LECCIÓN que el divino Maestro
nos da en los «quehaceres del día». «En efecto, siendo Cristo el
Verbo de Dios, todo lo que hace el Verbo es también una palabra
para nosotros» (3).
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aún ahora no pueden ser captadas si faltan estos medios. En este
caso la voz es como si no existiese; la imagen discurre por el
espacio y no se descubre si una pantalla no está pronta a
encuadrarla. Así sucede en el mundo de las almas, en el mundo de
Dios. Si el alma no se dispone en condiciones de fijar, de recibir,
de ser capaz de captar el flujo de la presencia y de la ACCIÓN DE DIOS,
podría suceder que estuviera muy cerca de El, mirándole, y no le
viera. Estaría como sumergida en un cristianismo vago que no le
permitiera sentir cerca a Cristo» (4).
b) Silencio.— La necesidad de impetrar la divina gracia para
gobernar nuestra lengua se nos muestra en Prov. XVI, 1: «Del
Señor es el gobernar la lengua». Santiago nos ofrece un texto en
este sentido: «la lengua ninguno de los hombres es capaz de domarla»
(III, 8). Del que no refrena su lengua, San Ambrosio dice: «Sepulcro
abierto es la boca de aquellos que profieren palabras de muerte. De este
sepulcro te libra Cristo; de este sepulcro saldrás si escuchas la
palabra de Dios» (5). El que escucha al divino Maestro, obra en
todo por amor, y el que esto hace, habla sólo cuando la caridad lo
exige, por lo que no puede ser calificado, ni ante Dios ni ante los
hombres, de locuaz ni taciturno. Si somos locuaces ante Dios, le
impedimos darnos su LECCIÓN de cada instante. Y si somos
taciturnos ante El, no oramos. Orar sin interrupción, es distinto de
hablar sin interrupción. Y decimos esto porque no falta algún
escritor que la palabra «orar» la traduce siempre por «rezar».
También encierra su verdad la frase tan conocida «el lenguaje del
amor es el silencio». Muchas veces un silencio es un acto de adoración. Y
adorar es también orar. Un enfermo que está lleno de dolores y los sufre
en silencio para ser una gota de agua en el cáliz de todas las Misas, no
reza, adora. La Misa es un sacrificio latréutico.
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La discordia entre los hombres se produce porque es difícil la
convivencia en el roce continuo entre ellos, durante «los
quehaceres del día». La convivencia es difícil por muchas causas,
que podríamos resumir en esta sola idea: desilusión de las
criaturas. Las criaturas son limitadas, y, aunque estén dotadas de la
mejor voluntad, no dan de sí todo lo que nosotros quisiéramos. Las
criaturas nos atraen, porque son imagen de Dios; pero sólo son eso:
imagen de Dios. No son Dios, por eso no nos llenan y viene la
desilusión.
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práctico, y nos hacen ver el papel director de dicho don en los
menores actos de la vida.
NOTAS
(1) CAPOVILLA, (LORIS): El Papa Juan visto por su secretario.
(2) GARRIGOU-LAGRAGGE (R.), O. P., Las tres edades de
la vida interior.
(3) SAN AGUSTÍN: Breviario Romano.
(4) PABLO VI: Alocución 15 Diciembre de 1963.
(5) Breviario Romano.
(6) NARBONA, (RAFAEL): La difícil convivencia.
(7) Un Cartujo habla.
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