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Sócrates

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Tal logro era un punto esencial: no puede enseñarse algo a quien ya cree saberlo. El primer paso para
llegar a la sabiduría es saber que no se sabe nada, o, dicho de otro modo, tomar conciencia de nuestro
desconocimiento. Una vez admitida la propia ignorancia, comenzaba la mayéutica propiamente dicha: por
medio del diálogo, con nuevas preguntas y razonamientos, Sócrates iba conduciendo a sus interlocutores
al descubrimiento (o alumbramiento) de una respuesta precisa a la cuestión planteada, de modo tan sutil
que la verdad parecía surgir de su mismo interior, como un descubrimiento propio.

Sócrates piensa que el hombre no puede hacer el bien si no lo conoce, es decir, si no posee el concepto
del mismo y los criterios que permiten discernirlo.

El ser humano aspira a la felicidad, y hacia ello encamina sus acciones. Sólo una conducta virtuosa, por
otra parte, proporciona la felicidad. Y de entre todas las virtudes, la más importante es la sabiduría, que
incluye a las restantes. El que posee la sabiduría posee todas las virtudes porque, según Sócrates, nadie
obra mal a sabiendas: si, por ejemplo, alguien engaña al prójimo es porque, en su ignorancia, no se da
cuenta de que el engaño es un mal. El sabio conoce que la honestidad es un bien, porque los beneficios
que le reporta (confianza, reputación, estima, honorabilidad) son muy superiores a los que puede
reportarle el engaño (riquezas, poder, un matrimonio conveniente).

El ignorante no se da cuenta de ello: si lo supiese, cultivaría la honestidad y no el engaño. En


consecuencia, el hombre sabio es necesariamente virtuoso (pues conocer el bien y practicarlo es, para
Sócrates, una misma cosa), y el hombre ignorante es necesariamente vicioso. De esta concepción es
preciso destacar que la virtud no es algo innato que surge espontáneamente en ciertos hombres,
mientras que otros carecen de ella. Todo lo contrario: puesto que la sabiduría contiene las demás
virtudes, la virtud puede aprenderse; mediante el entendimiento podemos alcanzar la sabiduría, y con
ella la virtud.

Sin embargo, en los Diálogos de Platón  (obras exótericas porque van destinadas a un gran público)
resulta difícil distinguir cuál es la parte de lo expuesto que corresponde al Sócrates histórico y cuál
pertenece ya a la filosofía de su discípulo. Sócrates no dejó doctrina escrita, ni tampoco se ausentó de
Atenas (salvo para servir como soldado), contra la costumbre de no pocos filósofos de la época, y en
especial de los sofistas. Si, como parece, las ideas éticas antes expuestas son del propio Sócrates, su
filosofía se sitúa en la antípodas del escepticismo y del relativismo moral de los sofistas, pese a lo cual, y
a causa de su pericia dialéctica, fue considerado en su tiempo como uno de ellos, tal y como refleja la
citada comedia de Aristofánes.

Con su conducta, Sócrates se granjeó enemigos que, en el contexto de inestabilidad en que se hallaba
Atenas tras las guerras del Peloponeso, acabaron por considerar que su amistad era peligrosa para
aristócratas como sus discípulos Alcibíades o Critias; oficialmente acusado de impiedad y de corromper a
la juventud, fue condenado a beber cicuta después de que, en su defensa, hubiera demostrado la
inconsistencia de los cargos que se le imputaban.

Según relata Platón en la Apología que dejó de su maestro, Sócrates pudo haber eludido la condena,
gracias a los amigos que aún conservaba, pero prefirió acatarla y morir, pues como ciudadano se sentía
obligado a cumplir la ley de la ciudad, aunque en algún caso, como el suyo, fuera injusta; peor habría
sido la ausencia de ley (399 a.C)

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Sócrates pensaba que toda persona tiene conocimiento pleno de la verdad última contenida dentro del
alma y solo necesita ser estimulada por reflejos conscientes para darse cuenta de ella

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