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Novísima relación. Narrativa amerispánica actual

Book · July 2020

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Daniel Mesa Gancedo


University of Zaragoza
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ÍNDICE

1 INTRODUCCIÓN 9
Bibliografía 48

2 NARRATIVA AMERISPÁNICA ACTUAL 55


Fernando Aínsa: Travesías (Fragmentos) 57
Santiago Ambao: El viejo 65
Claudia Apablaza: Canción de amor de la joven loca 71
Jorge Eduardo Benavides: Lejanos 85
Juan Sebastián Cárdenas: Anticristo 89
Hernán Casciari: España, perdiste (Fragmentos) 101
Doménico Chiappe: El redactor de memorias 119
Rodrigo Díaz Cortez: Metales rojos 133
Sergio Galarza: El mapache 143
Joaquín Guerrero-Casasola: La inmigración del ser 157
Leila Guerriero: Diario de Alcalá 171
Rafael Gumucio: La Muela 187
Fernando Iwasaki: El descubrimiento de España (Fragmentos) 197
Marcelo Luján: La tarde limón 213
Juan Carlos Méndez Guédez: Una tarde con campanas (Fragmentos) 223
Juan Pablo Meneses: La patria madrastra 229
Martín Mucha: Dos crónicas 245
Daniela Tarazona: Estancias pedregosas 257
Consuelo Triviño Anzola: Escribiendo en otra parte 267
Antonio Ungar: Zanahorias voladoras (Fragmento) 279
Gabriela Wiener: Adiós, ovocito, adiós 283
Slavko Zupcic: International School de Cuenca 289

3 MATERIALES COMPLEMENTARIOS 295


Datos de los autores y origen de los textos 333
1 INTRODUCCIÓN
TRANSMIGRAFÍAS AMERISPÁNICAS DE ÚLTIMA
GENERACIÓN O DÉCADAS SUDACAS
Daniel Mesa Gancedo

Quisiera quedarme aquí en mi casa,


pero ya no sé cuál es...
[...]
Me voy porque soy de por aca,
me vuelvo por ser un sudaca
(Kevin Johansen, “Sur o no Sur”, 2002)

Están entre nosotros. Ellos son los escritores hispanoamericanos.


Son más de los que parecen. Los hay de todas las edades y de toda
procedencia. Y de toda condición. Aquí podrá leerse a unos pocos,
quizá de los –hasta ahora– menos visibles. Han aceptado mostrar-
se. Han aceptado revelar parte de su experiencia transmigráfica.
Han aceptado juntar la escritura de su experiencia en – de – con
España en las primeras décadas de este nuevo siglo. Han revelado
que algo así como una novísima relación entre ellos y nosotros se
está estableciendo. Están, pues, con nosotros. Y han construido un
novísimo relato en el que, entre otras cosas, nos obligan a pregun-
tarnos quiénes somos nosotros.
Entre nosotros y con nosotros: ¿body snatchers o goodfellas?
¿“ladrones de cuerpos” o “unos de los nuestros”, excelentísimos
muchachos? Unos y otros, los mismos. Ellos somos nosotros. Y
siempre lo serán.

Una novísima relación y algunos neologismos


En pocas palabras: esta es una colección de textos narrativos que
giran en torno a la experiencia migrante en España (más o menos
larga, más o menos reciente) desde el punto de vista de escritores
americanos que usan como lengua el español. Por eso, lo de trans-
migrafías; por eso, lo de amerispánicas.
11
La acumulación de estos quizá cuestionables neologismos
quiere, a su vez, cuestionar algunas cosas y compensar, irónicamen-
te, la irónica vetustez del título Novísima relación: los neologismos
quieren capturar algo de eso novísimo. “Transmigrafías” condensa
–al menos– transmisión – migración (si no transmigración en senti-
do esotérico, desde luego) – grafía (o en otras palabras: comunica-
ción – mudanza – escritura).
La idea, entonces, fue suscitar una reflexión en obra acerca
del tema: convocar (o provocar) a escritores que viven o han vivido
recientemente en España (por más o menos tiempo) para que nos
hicieran llegar algún texto en el que se narrara su particular visión
de esa experiencia. No había límite genérico, más allá del que se
deriva de la relación, que es –ya se sabe– relato, informe, y que
nace y construye –a su vez– tratos y correspondencias, en suma:
relaciones. Novísimas éstas (por lo próximas; por lo inéditas en
ocasiones) y novísimos aquéllos: textos de ficción, documentales o
testimoniales (o cualquiera de las mezclas posibles). No es esto una
antología, porque no todo podía leerse con facilidad antes de esta
nuestra provocación o convocatoria.

La experiencia amerispánica, entonces. No “amerispana”, ni


“amerhispana”. Ni tampoco “amerhispánica”. El alargamiento del
sufijo pretende, apenas, dar más espacio: parece más abarcador lo
“(h)ispánico” que lo “(h)ispano”. Parece, también, más “nuestro”,
más relacional. Algo así justifica también la ausencia de la “h”, in-
tercalada y muda1: visible, más parece un obstáculo (y da lugar a
un –creo– antiestético “rh”, por el que ya nadie pregunta) o incluso
fosiliza la huella innecesaria de un límite ya superado, porque la
unión que se busca (la de lo americano y lo hispánico) se da en la
“i”. Sobre ella, pues, el punto de fusión.
Y el neologismo que pretende revelar cómo se han infiltra-
do entre nosotros, cómo ellos se han hecho de los nuestros, y a

1
Aunque ni “amerispánico” ni “amerhispánico” generan resultados en una búsqueda
en red, sí que encontramos “amerispano” (un ciberforo de contenido literario, desde
2002: http://es.dir.groups.yahoo.com/group/amerispanos/ ?v=1&t=directory&ch=w
eb&pub=groups&sec=dir&slk=9) o “amerhispana” (aparece asociado a una editorial
y “cuadernos amerhispanos” a una revista literaria, mexicanas en ambos casos).

12
nosotros, sin sacarnos de este país, nos han llevado a su terreno,
invierte la etiqueta habitual (hispanoamericano) porque invierte la
perspectiva. Si el título de Novísima relación remite, irónicamente,
ya se dijo, a los informes sobre América cuando el flujo noticioso
venía de allá, esta colección busca una escritura igualmente móvil,
pero marcando el flujo inverso, desde el otro lugar de enunciación:
aquí. Quiere señalar las condiciones actuales de la experiencia ame-
ricana en (de y con) España y la escritura americana de (desde)
España. “Amerispánico” desplaza, además, cualquier otro prefijo:
supera –pretende superar– el dilema entre lo latino y lo hispano,
y obvia el confinamiento geográfico (norte, centro o sur –o sud–).
De no haber intentado esa superación, el Sud-Acá hubiera sido
otra etiqueta posible, un tanto más provocadora, de lo que aquí ha
querido señalarse.
Sudacas… Horribile dictu!. Y, sin embargo, cuántos tags
podría precipitar para marcar aquello de lo que aquí se ha que-
rido hablar: #literaturasudaca #sacudidasudaca #decadasudaca
(¡hum!)… Y, a partir de ahí, la deriva transmigrante, tantos pro-
blemas que aluden a la comunicación, la grafía y la migración:
#acentos (algo fácil) #trámites #celularesymóviles (dice algo,
sí). Pero más en serio: #conosindocumentos #sinpapeles #con-
papeles #enseñandolospapeles #papelessinregla #algoquedecla-
rar #residentesytranseúntes #ingresosyretornos #retornables-
oreversibles #librecirculación #traslaslíneas #elturnotraslalínea
#tránsitosdomésticos… No, no: ya se sobrevoló esta nube en aque-
llas beneméritas Líneas aéreas (Becerra ed. 1999). Quememos las
aeronaves, salgamos de esta zona de turbulencias, pero sigamos en
la tormenta de tags que hablan de decir y de cambiar: #razones-
demudanza #mudarrazones #mudanzasS(ud).A(cá) #setraspasa…
Pero ¿quién?: #extrañosemejantes #lostíosdeamérica (no, no)
#exorbitados… ¿Y adónde?: #ultramérica #cobardemundoantiguo
#deorbenovo2.0 …

Conviene detener el flujo de etiquetas almohadilladas para


comprender que, en efecto, la transmigrafía y lo amerispánico se
pueden llegar a convertir, curiosamente, en el “punto de almoha-
13
dillado” que puede dar sentido a este discurso y a esta colección2.
Conviene, también, recordar que hay, a estas alturas del siglo XXI,
una trama bien tejida de reflexión teórica sobre la migración, la co-
municación, la escritura, sobre globalización y neo-cosmopolitis-
mo, o sobre las diversas extensiones de lo trans- (lo transatlántico,
lo transnacional, lo transcultural…). De todo eso, en efecto, se está
hablando aquí.
Pero interesa más, ahora, notar cómo, de todo eso, se está
hablando desde aquí. Se busca, entonces, acotar el sentido de
unos discursos que comparten un mismo lugar de enunciación.
Ese lugar es real, físico, una geografía (este país), pero también
es simbólico (esta lengua), o más bien, un cruce de ambos: esta-
lengua(múltiple)-en-este-país: ¿lalengua amerispánica? (por combi-
nar mi síncopa con otra, otra vez lacaniana3).
Puede, quizá, sentirse un cierto olor antiguo: el de la ten-
sión (o la polémica) entre “unidad” y “diversidad”. Hoy, cuando
se privilegia la atención a la segunda (García Canclini 2009), una
colección como ésta parece resucitar la primera, como un fetiche
fuera de su contexto originario: ¿“lo” amerispánico, así, no será otro

2
El “capitoné” o “punto de almohadillado” es apretada metáfora lacaniana que tomo
de Zavala (2001) en su análisis del modernismo hispanoamericano. En su ori-
gen (Lacan 1991, clase XXI, 6 de junio de 1956), pretende revisar la concepción
saussuriana del signo lingüístico y alude al “punto donde llega a anudarse el sig-
nificado y el significante, entre la masa siempre flotante de las significaciones”,
“el punto de convergencia que permite situar retroactivamente y prospectivamente
todo lo que sucede en ese discurso” y se ha explicado como “Es lo que se conoce
en tapicería como capitoné. Ingenuamente uno pensaría que esos botones apare-
cen cosidos uno a uno y esto seria análogo a los signos en el sentido saussureano.
En verdad el capitoné no se hace así,- sino que se trata de un entrecruzamiento de
hilos que por tensión producen las depresiones en la superficie, también llamadas
puntos de almohadillado. Lo que hay que retener es que todos estos puntos se
producen simultáneamente al tirar de los hilos y no uno a uno. La puntuación de
una frase es análoga a la tensión de los hilos; tiene por resultado el abrochamiento
del sentido que resulta retroactivo y que se presenta como una unidad” (D’Angelo
et al. 1996). Quizá al “abrochar” los formantes de los neologismos propuestos se
genera una tensión que permite ver una significación nueva.
3
En este caso, la perversión de Lacan aún puede ser mayor, porque al parecer
“lalengua” designa “lo que es el asunto de cada quien, lalengua llamada, y no en
balde, materna” (Lacan 2000; clase 11, “La rata en el laberinto”, 26/6/1973); pero
también ahí mismo se dice que es la materia que hace al inconsciente. Quizá en el
neologismo alienta también una oscura intuición…

14
objeto cultural –o quizá sólo un término– creado, destinado a con-
citar discursos más o menos supersticiosos, cuando otros análogos
ya parecen haber perdido su potencialidad mágica, absorbidos por
la razón de estado? (“Lo” indígena, “lo” latinoamericano…, y, en
otros contextos, “lo” afroamericano. “Lo” sudaca, sin embargo, pa-
rece mantener aún cierta potencia fetichizante: como insulto o,
más recientemente, como reivindicación).
“Lo” amerispánico desplaza el punto de vista para observar
la relación entre “lo” español y “lo” americano: ya no se trata de
leer textos americanos en español; se trata de leer el texto “España”
en americano. El problema se hace más complejo cuando se hace
explícito que el desplazamiento del punto de vista está vinculado
a un desplazamiento (real) de los sujetos, que han venido a ha-
blar al lugar desde donde los leemos. Al emprender ese movimiento,
han desplazado también su lengua, que es y no es ya la nuestra.
Nombrar ese proceso (decir “amerispánico”), ¿reducirá la tensión,
absorberá todas las vibraciones? Ese fetiche verbal ¿abducirá a los
body-snatchers? ¿Es imposible borrar la sospecha un si es no es im-
perialista que genera lo facticio del nombre, esa supuestamente
nueva unidad?
Esta deriva está orientada, remotamente, por la lectura de
algunas recientes especulaciones de la argentina Josefina Ludmer
(2010). En ellas emergen algunas cuestiones insoslayables que atra-
viesan también, este proyecto. Al menos, dos. Una es pragmática:
advierte Ludmer que, en estas cuestiones, resulta difícil escapar a
una dialéctica perversa. Si la postulación de unidad, apoyada en la
lengua, remite al significante “imperio”; la postulación de diversi-
dad (sí, démosle otro nombre, si queremos; ellos son muchos y son
diferentes, hablan desde otros sitios, y son y no son de los nues-
tros…, los acogemos y nos enriquecen…) remite al significante
“mercado”4. Ecce liber.

4
“La unidad es la primera regla de una política de la lengua y también la primera
regla del imperio. [...] Si la unidad es la primera regla de la política de la lengua y la
primera regla del imperio, la diversidad es la primera regla del mercado. [...] la RAE
habla de la lengua con el mismo lenguaje del viejo imperio español y predica la mis-
ma política de los afectos y de la lengua como una patria que ya no es la nacional”
(Ludmer 2010, 191). Y más adelante: “En el territorio de la lengua se vende y se
compra lengua en forma de radios, diarios, editoriales, call centers, libros…” (206).

15
La otra cuestión es teórica: ¿cuál es el género de las escritu-
ras de la migración? ¿Podría denominarse transmigrafía si, como
sostiene Ludmer, “los relatos de migración sudamericanos al pri-
mer mundo cuentan una travesía radical: el pasaje de la nación a
la lengua”? (179)5. La transmigrafía atraviesa, en primer lugar, las
fronteras genéricas, y un párrafo de esa especulación sostiene, si
hiciera falta, la decisión de no discriminar, en esta colección, entre
los relatos reales y los ficticios:
Las historias migratorias aparecen como experiencias reales y fic-
cionales al mismo tiempo: están escritas en géneros de la reali-
dad o su imitación (documentales, diarios, autobiografías, testi-
monios) y mezclan personajes reales y ficcionales. La lengua (y
la subjetividad migrante: son lo mismo) se hace íntima y pública
para mostrar que hoy ya no hay zonas puramente interiores. (182)
Transmigrafías, entonces. Podría haber puesto estos textos
bajo otras divisas, más paradójicamente volcadas hacia el signifi-
cante “mercado”, o más (o menos) irónicamente conciliadoras en
relación con el significante “imperio”: Se habla español, por ejem-
plo, una (falsa) evidencia. El retorno / el reencuentro, por ejemplo,
otra (quizá no menos falsa) evidencia. Pero ya existen libros con
esos títulos, y con ellos éste habrá de dialogar –modestamente– a
partir de ahora. El primero recoge (así reza su subtítulo) “voces
latinas en USA” (Paz Soldán y Fuguet eds. 2000); el segundo habla
de “la inmigración en la literatura hispano-marroquí” (Rueda ed.
2010). Éste que ahora abrimos ¿cruza ambos impulsos y genera
un híbrido extrañísimo: “voces latinas sobre la inmigración en la
literatura hispano-hispanoamericana”?
¿Podríamos recuperar algunos de los propósitos de los pro-
yectos preexistentes? “Una antología sobre [España], sí, pero en
español” (Paz Soldán y Fuguet eds. 2000, 14). De la mera susti-
tución del nombre del lugar de enunciación (“España” en lugar
de “USA”), sin alterar la adversativa, surgía una doble verdad: la
lengua que es más amplia que el lugar; la necesidad de decir algo

5
Más adelante señala ese pasaje como “uno de los acontecimientos centrales de
los años 2000, que está hoy en estos relatos y en todas partes en la imaginación
pública, en el mercado y en las políticas e ideologías lingüísticas” (187).

16
sobre el lugar en una lengua inaudita. “La idea de la antología era
plasmar la colonia (el perfume, digamos) de los tiempos”, decían
también Paz Soldán y Fuguet (2000, 15): aquí no hay que cambiar
nada; la malicia podía ser la misma. También a Ana Rueda, la res-
ponsable de la otra antología, le parece que su proyecto habla de
“un tema de gran actualidad que los medios de comunicación cu-
bren prácticamente a diario desde su vertiente informativa” (Rueda
ed. 2010, 10) y, como en ese caso, también aquí “el objetivo prin-
cipal ha sido proporcionar lecturas que tienen algo que decir sobre
la experiencia del límite y que lo dicen de una manera apremiante,
con las características de una obra bien hecha, y con gran riqueza
de significados para el lector” (Rueda ed. 2010, 18). Seguramente,
como híbrido, este intento se quedará a mitad de camino entre
la seriedad bienintencionada y la provocación más o menos cool 6.
Pero, definitivamente, había que intentarlo, porque hasta que pu-
simos en marcha esta convocatoria, nos parecía que aún estaba por
narrar la experiencia del sujeto hispanoamericano en la España de
las últimas décadas: el “sudaca” –que comparece con ese nombre en
algunos textos incluidos– todavía no había (¿no ha?) sido contado
como merece7.

6
La antología “USA” explora un territorio y experimenta; y mereció algunas críticas
porque, al parecer casi la mitad de los treinta y seis autores seleccionados no
habían vivido “tiempo suficiente” en EE.UU. Con posterioridad, Vicente L. Mora
(2011) estudia el tema de la inmigración latinoamericana en EE.UU. tal como se
refleja en varias novelas recientes. La antología “magrebí” cartografía el territorio
y lo documenta exhaustivamente, con referencias sociológicas y hasta legales, y
materiales complementarios muy útiles. Para ampliar la perspectiva habría que
atender acaso a otras literaturas hispanoafricanas como la guineana, o también a
la literatura hispanofilipina, muy lejos ya de mi propia competencia y conocimien-
to. A título introductorio pueden revisarse las páginas de internet sobre literatura
guineana (http://www.asodegue.org/literatura.htm) o sobre literatura hispanofili-
pina contemporánea (http://www.ethnicgroupsphilippines.com/arts-and-culture/
contemporary/), así como los estudios de Miampika y Arroyo (eds. 2010) para el
caso guineano o los de Donoso y Gallo (2011) para el hispanofilipino.
7
Para explorar esta deriva del discurso, conviene seguir el siguiente vínculo: http://
www.aescoveinteaniversario.com/ (Web de la Asociación América España, Solida-
ridad y Cooperación (AESCO), (1991-2011), donde hay información de uno de los
pocos encuentros específicos sobre “literatura e inmigración” desde la perspectiva
latinoamericana. Se encontrarán otras referencias sobre literatura e inmigración
en la sección “Materiales complementarios”, al final del volumen.

17
Paronomasia y crónica
Pero el caso es que no sólo –no primeramente– hablamos de
migraciones o de migrantes, sino de transmigrafías y de trans-
migrafistas: el número de escritores americanos que escriben en es-
pañol desde España no ha hecho sino incrementarse en los últimos
años. El escritor “sudaca” es un sujeto activísimo del campo litera-
rio español en la actualidad. Podría decirse que recorre las etapas
más recientes de un camino que abrieron otros (osemos) sudacas
(que algunos llaman transatlánticos): Ruiz de Alarcón, el Inca Gar-
cilaso, Gómez de Avellaneda, Darío, Vargas Vila, Neruda, Vallejo
y Huidobro, casi todo el boom y tantos del difuso posboom, más o
menos secretos (Di Benedetto, Lamborghini), hasta llegar –claro–
a Roberto Bolaño, por hacer la lista corta. Otra cosa es que tratasen
de España (y de cómo España los tratase).
¿Podría, pues, recuperarse alguno de los tags antes expues-
tos, que diese cuenta de la novísima relación que están creando
estos transmigrafistas? ¿#decadasudacas? ¿#deorbenovo2.0? Creo, en
efecto, que los años que van de siglo XXI (y más si su comienzo se
anticipa a antes del 2000) pueden considerarse parte de las décadas
“sudacas” que están marcando claramente la narrativa en español.
Por otro lado, de algunos de esos textos se desprende una imagen
de España como “nuevo mundo”, que debe ser atendida en todas
sus contradicciones.
“Décadas”, entonces, “orbe nuevo”, “relación”, “colonia” o
perfume de los tiempos… me hacen pensar que hay un evidentísi-
mo pre-texto (al menos retórico) para mi presentación: las Decades
de Orbe Novo, de Pedro Mártir de Anglería8. En esa primera escritu-
ra de América en Europa es posible encontrar no pocas frases (nue-
vos tags) en los que apoyar (ya sin almohadilla) mi propio discurso.
Reúno aquí y exploro algunas muestras de una textualidad
proliferante constituida, en efecto, como dijo el cronista, por “nue-
vos frutos [y] partos recientes del fecundo océano” (V: 7, 351).

8
Las Décadas del Nuevo Mundo (Decades de Orbe Novo) están constituidas por
ocho libros escritos entre, más o menos, 1495 y 1525, y publicados entre 1511
y 1530. En todas las citas identifico el libro (en números romanos), el capítulo (en
arábigos) y el número de página en la edición utilizada (que aparece en la biblio-
grafía al final de esta introducción).

18
Estas anotaciones, como las suyas, sólo pueden ser provisionales
y quizá descabaladas, porque “[...] no se puede guardar orden en
estas cosas porque acontecen sin orden” (VIII: 9, 527). Asumo en-
tonces, la imposibilidad de escribir (o de dejar de escribir) sobre la
actualidad: cuando se cree haber terminado, ya ha sucedido algo
nuevo, que habría que consignar. También advierto que tal vez no
deba responsabilizarme de todo lo que diga, puesto que, dada la
información indirecta que, a menudo, como el cronista, debemos
manejar desde esta orilla, “apenas la pluma ha escrito un período, si
alguno me preguntare qué he puesto, le responderé que no lo sé, en
particular por venir a mis manos estas cosas anotadas en diferentes
tiempos y de varias personas” (VIII: 8, 521).

Así pues, aunque el tema clave debiera ser “las cosas [lite-
rarias] del Nuevo Mundo que en España suceden” (I: 2, 17), la
cuestión de las “décadas sudacas”, más espinosa, requiere, todavía,
alguna aclaración. Podría sugerir que me dejé llevar por la paro-
nomasia, o incluso podría retractarme y decir: “Yo no quería: lo
que yo –melancólico cronista– había escrito fue décadas caducas;
pero mi bastardeado e incorrectísimo procesador de textos me lo
modificó y me ha puesto así en un compromiso”. La paronomasia
es semejante, claro, y por eso yo podría argumentar que había pen-
sado construir una especie de anales, para esta alargada década que
algunos, tras el 11/S de 2001, llamaron “década del miedo”, y otros
nombraron “años nada” o “años cero”9, traviesos y vacíos, década
decadente y, finalmente, ya caducada.
Los medios nos han ido facilitando información puntual y
numerosa sobre muchos autores hispanoamericanos que han ate-
rrizado en España (este retorno ya no es en galeones, como soñó

9
“El artista y agitador cultural australiano David Art Wales propuso un bautismo
ingenioso: the naughties, juego de palabras que conjuraba la fuerza paralizadora
del cero (naught significa nada) con el utópico deseo de 10 años marcados por
la subversión creativa y la innovación irreverente (naughties significa, también,
traviesos). Resulta difícil, a pocos pasos de las campanadas, considerar que éstos
han sido años traviesos. Lo de años cero o años nada quizá hubiese sido la opción
bautismal más fiel a lo que ha sido esta realidad” (Costa 2009). Allí se desglosan
las carencias de la década: sin identidad / sentido / protección / pudor / dogmas /
patriarcado / fundamento / alegría / criterio / madurez.

19
Max Henríquez Ureña en 1930, refiriéndose al aporte modernista
en otro principio de siglo), pero esa información corría el riesgo de
agotarse en sí misma10, en virtud de la aceleración del fenómeno,
pues “nuestro Nuevo Mundo todos los días procrea y da de sí nue-
vas producciones sin cesar, por las cuales los hombres de ingenio y
aficionados a las cosas grandes, y en particular a las nuevas, pueden
tener a mano continuamente con qué alimentar su entendimiento”
(III: 5, 200) y “este nuestro fecundo océano a cada hora da a luz
nueva prole” (VIII: 10, 533). Quizá por eso pensé que sólo unos
anales podían dar cuenta de dicha aceleración: la línea del tiempo
serviría como organización posible de esta presentación, y, siguien-
do a Pedro Mártir, me propuse “pues, comenzar por el principio
del asunto para no hacer injuria a nadie” (9).

Por el hueco de ese “0” que definía la década inaugural po-


dían empezar a mirarse algunos de los muchos libros que esta gente
trajo en esos años, “junto con los demás dones” (IV: 8, 279). Por-
que el caso es que hubo una colección en la editorial Mondadori
así titulada, “Año 0”, que desplazó a varios autores hacia otros (sus
propios) nuevos mundos: Rodrigo Fresán fue a México (Mantra,
2001); José Manuel Prieto a Moscú (Treinta días en Moscú, 2001);
Santiago Gamboa a Pekín (Octubre en Pekín, 2001); Rodrigo Rey
Rosa a Madrás (Tren a Travancore, 2002); Roberto Bolaño –su-
puestamente– a Roma (Una novelita lumpen, 2002); Héctor Abad
Faciolince a El Cairo (Oriente empieza en El Cairo, 2002). Parecía
recuperarse, pues, a principios de este siglo, una tradición cosmo-
polita, típicamente hispanoamericana, aunque en realidad se tra-
taba más de una estrategia comercial que, aprovechando la con-
dición transmigráfica del escritor posmoderno, reunió productos
muy heterogéneos. En ese proyecto, no obstante, parecía alentar

10
Hay periódicas revisiones (Becerra 2002; Rosa Mora 2005; Muñoz 2006). Desde
2006 los capítulos (desiguales) de los almanaques anuales de Ínsula –publicados
hacia el primer trimestre del año siguiente– (los hay para 2007 –a cargo de Fran-
cisca Noguerol–, 2008 –de Juan A. Masoliver: incluido en “narrativa”–, 2009 –de
Julio Ortega–, 2010 –de Teodosio Fernández– y 2011 –de Mercedes Serna–). En
la mayoría de los casos son muy entusiastas: “un año de esplendor renovaciones
y promesas” (2009), marcado “por la cantidad, la calidad y la diversidad, y por la
ignorancia de la crítica española” (2008). También puede consultarse el dossier de
la revista Guaraguao, 30, verano 2009.

20
una expectativa exotista (o centrífuga11) que marca el círculo vi-
cioso, el punto cero, justamente, de la recepción en España de la
narrativa hispanoamericana, siempre, al parecer, más viajada que
la española12.
Pero, dejando al margen esa colección pronto clausurada,
la cronología, que yo pretendía seguir, dados los sucesos que más
llamaban la atención en este campo, corría el riesgo de convertirse
en un palmarés, acaso la forma paradigmática de la información
posmoderna: quién consiguió qué cosa en qué momento. El tono “su-
daca” de la década se revelaba, con toda evidencia, si, por ejemplo,
se atendía a los premios literarios obtenidos en España por autores
hispanoamericanos, decadente vanidad de vanidades, acaso, pero
al mismo tiempo, certificados que buscan “que a tales hombres,
si no los adoramos, sin embargo, los admiremos [...] y a unos y a
otros los ensalcemos e ilustremos merecidamente cual podamos”,
según advertía inequívocamente mi pre-texto (I: 1, 9).
Olvidemos el premio Cervantes, consagratorio, pues sólo
lo recibieron autores venerables, que no residen en España, cier-
tamente “no vulgares [y que] han dejado escrito mucho para la
posteridad” (VII: 7, 455), en la que ya parecen vivir, en virtud de
esos mismos premios13. Dejemos también de lado los numerosos
“premios búfalo” (aquellos que siguen alimentando a una cierta
raza de escritores “piel roja”, como dijo el ya mentado Bolaño en
la nota preliminar a Monsieur Pain, 1999), esos que campan por
la tribalizada geografía municipal y autonómica –y que parodió
recientemente uno de los autores incluidos en esta colección, el
peruano-sevillano Fernando Iwasaki, en España, aparta de mí estos

11
Por recuperar un término utilizado por Fernando Aínsa en su día (Identidad cultural
de Iberoamérica en su narrativa, 1986) y que sigue alimentando aproximaciones
críticas recientes (Noguerol et al. eds. 2011).
12
La colección la completa un solo título de autor español: Hora de Times Square (de
Gabi Martínez, 2002).
13
En 2001 el colombiano Álvaro Mutis (1923); en 2003, el chileno Gonzalo Rojas
(1917); en 2005, el mexicano Sergio Pitol (1933); en 2007, el argentino Juan Gel-
man (1930), y en 2009, el mexicano José Emilio Pacheco (1939), en 2011 el chile-
no Nicanor Parra (1914). No me resisto a apuntar que el premio más consagratorio
de todos, el Nobel (aunque se otorgue en otro orbe), lo recibió Vargas Llosa en 2010.

21
premios (2010)–: no hay aguja de marear que pueda revelarnos has-
ta qué punto ese palmarés es “sudaca”.
Los numerosos premios concedidos por las editoriales bas-
tarían para hacerse idea de esa consagración a lo largo de lo que
va de siglo. El premio Alfaguara siempre lo han recibido en este
periodo –salvo en una ocasión, 2007– autores hispanoamericanos,
y en 2006, 2009 y 2011 autores muy jóvenes, con residencia en
España: respectivamente, Santiago Roncagliolo (Abril rojo), An-
drés Neuman (El viajero del siglo) y Juan Gabriel Vásquez (El ruido
de las cosas al caer). (En 2012, el premio Alfaguara lo ha ganado
el argentino Leopoldo Brizuela, con Una misma noche). El Pla-
neta lo recibió en 2002 el peruano Bryce Echenique (El huerto de
mi amada) y en 2003, el chileno Antonio Skármeta (El baile de
la victoria). El Premio Iberoamericano Planeta-Casa de América,
exclusivamente para autores de esa procedencia, se concede por
primera vez en 2007 al argentino Pablo de Santis (Los enigmas de
París), en 2008 al chileno Jorge Edwards (La casa de Dostoievsky),
en 2009 a la colombiana Ángela Becerra (Ella que todo lo tuvo),
en 2011 a Skármeta (Los días del arco iris), y en 2012 al mexicano
(y en varias ocasiones residente en España) Jorge Volpi (La teje-
dora de sombras). El premio Herralde, concedido por la editorial
Anagrama, ha recaído a menudo en autores hispanoamericanos:
el argentino Alan Pauls (2003, El pasado), el mexicano Juan Vi-
lloro (2004, El testigo), el peruano Alonso Cueto (2005, La hora
azul), el venezolano Alberto Barrera Tyszka (2006, La enfermedad),
el argentino Martín Kohan (2007, Ciencias morales), el mexicano
–recientemente fallecido- Daniel Sada (2008, Casi nunca), el
colombiano Antonio Ungar –que aparece en nuestra colección–
(2010, Tres ataúdes blancos), y el argentino Martín Caparrós (2011,
Los Living), aunque, quizá es significativo, ninguno de ellos ha vi-
vido largo tiempo en España (salvo Juan Villoro, premiado justo el
año de su marcha; en 2012, no obstante, ha vuelto con compromi-
sos editoriales y universitarios)14.

14
Anagrama, además, ha integrado en su catálogo la obra casi completa de dos
autores de referencia en lo que va de siglo: Piglia y Bolaño. Al mismo tiempo, pu-
blica a otros más o menos jóvenes como Aira, Lemebel, Bellatin, Fadanelli, Nettel,
Zambra, Busqued, Berti… Alfaguara constituye el otro “tanque” editorial que con-

22
Otras editoriales españolas, grandes y pequeñas, han otor-
gado también premios importantes a autores hispanoamericanos
en esta década: Seix-Barral en 2002 concedió el Premio Biblioteca
Breve al colombiano Mario Mendoza (Satanás); en 2004 al chileno
Mauricio Electorat (La burla del tiempo); en 2008, a la nicaragüen-
se Gioconda Belli (El infinito en la palma de la mano), en 2010
al argentino Guillermo Saccomanno (El oficinista) y en 2011 a la
mexicana Elena Poniatowska (Leonora). Tusquets otorgó su pre-
mio de novela en tres ocasiones a autores hispanoamericanos: en
2006 al colombiano Evelio Rosero (Los ejércitos); en 2007 al mexi-
cano Elmer Méndoza (Balas de plata); en 2009 al argentino Sergio
Olguín (Oscura monótona sangre). Espasa-Calpe otorgó el Premio
Primavera de Novela en 2009 al chileno –radicado en Gijón– Luis
Sepúlveda (La sombra de lo que fuimos). Mondadori publica desde
su primera convocatoria el Premio Jaén, que ha atendido a autores
muy jóvenes: en 2002, a la cubana Ena Lucía Portela (Cien bote-
llas en una pared); en 2007, al chileno Roberto Brodsky (Bosque
Quemado) y en 2008, al argentino Patricio Pron (El comienzo de
la primavera). Hay que añadir además algunos premios prestigio-
sos convocados por editoriales pequeñas muy atentas también a la
narrativa hispanoamericana, como la madrileña Lengua de Trapo,
que en 2001 concedió su galardón al uruguayo Hugo Burel (El
guerrero del crepúsculo) y en 2002 al chileno Sergio Gómez (La obra
literaria de Mario Valdini). En el otro extremo de la década, el re-
ciente premio “Otras voces, otros ámbitos” –concedido por un nu-
trido grupo de críticos a textos de calidad previamente publicados
pero con escasas ventas– recayó en sus dos primeras convocatorias
en autores hispanoamericanos: el mexicano Yuri Herrera (Trabajos
del reino, Periférica, 2009) y la venerable argentina Aurora Ventu-
rini (Las primas, Caballo de Troya, 2010).
Así las cosas, el único premio renombrado que ha permane-
cido sordo a las voces hispanoamericanas en estos años ha sido el
Nadal, lo que quizá sea fruto de una estrategia macro-editorial del

tiene a los autores hispanoamericanos de mayor proyección. Para este proceso de


doble cara (que se ha llamado “alfaguarización” y “anagramatización” de la litera-
tura hispanoamericana) conviene ver Barrera Enderle (2002) y Lluch-Prats (2009).

23
grupo Planeta, en el que se integra el sello que publica ese premio,
Destino. Allí sólo ha encontrado lugar en estos últimos años la obra
de dos argentinos: el ya mencionado Pablo de Santis y Guillermo
Martínez. En 2004 intentaron también introducir al colombiano
Efraim Medina Reyes con Érase una vez el amor, pero tuve que ma-
tarlo, pero al parecer no funcionó.

Si la mención de los premios (sobre todo de los más dota-


dos) permite explicarse bastante “de dónde sacan el oro” algunos
autores, según diría el cronista (IV: 7, 277), para entender mejor
esas estrategias de visibilidad habría que reparar también en la con-
tribución –menos o nada económica– de las editoriales pequeñas
que han reforzado también en los últimos años una oferta surgida
a finales del siglo XX, como señalaba Jorge Volpi, en una “tuitcon-
ferencia” de 201115:
Si se atiende sólo al mercado editorial español, en los noventa la
literatura latinoamericana era casi un fantasma. [9:34 PM Mar
18th vía web]
El desierto comienza a repoblarse a partir de 1998, con la publi-
cación de Los detectives salvajes de Bolaño [9:35 PM Mar 18th vía
web]
A partir del 2000 las editoriales españolas buscan otra vez autores
latinoamericanos. La estrategia no funciona porque ya ninguno lo
parece [9:36 PM Mar 18th vía web]
Esta última reticencia parece abundar en un tópico exten-
dido desde el último cambio de siglo (que el propio Volpi, por
ejemplo, viene elaborando polémicamente desde hace ya algún
tiempo): el de la “desaparición de la literatura latinoamericana”16.

15
Una versión con ligeras variantes fue incluida más tarde por el autor en su blog
con el título “Breve guía de la narrativa hispánica de América a principios del
siglo XXI (en más de 100 aforismos, casi tuits)” [http://www.elboomeran.com/blog-
post/12/11221/jorge-volpi/breve-guia-de-la-narrativa-hispanica-de-america-a-
principios-del-siglo-xxi-en-mas-de-100-aforismos-casi-tuits/] (Pueden verse los
fragmentos correspondientes en la sección final de este volumen: “Materiales
complementarios”).
16
Al menos desde “El fin de la narrativa latinoamericana” (Volpi 2004); recogido, con
significativas variantes, en Palabra de América (2004, 206-223). También luego
“Las ruinas de América Latina” y “América Latina: holograma” (en Volpi 2010).

24
Sin embargo, contra esa opinión, la estrategia editorial que –para
entenderse– podemos llamar independiente se ha asentado sobre
numerosos nombres hispanoamericanos, quizá porque, paradóji-
camente, lo que cierto segmento del mercado espera de un autor
de esa procedencia actualmente es…que no lo parezca, sino que
parezca, por ejemplo, digamos… alemán, como demuestran, tras
la estela de La literatura nazi en América, de Bolaño (1996), el
mismo Volpi en su aclamada novela En busca de Klingsor (premio
Biblioteca Breve, 1999) o aún en su experimento “en verso” Os-
curo bosque oscuro (Salto de Página, 2010); o su compañero en la
aventura mexicana del grupo del crack Ignacio Padilla en 2000
con Amphytrion; el reciente premio Alfaguara, el colombiano Juan
Gabriel Vásquez con Los informantes (2004); o finalmente el ar-
gentino Patricio Pron (con El comienzo de la primavera, 2008, y
no pocos de los cuentos de El mundo sin las personas que lo afean y
lo arruinan, 2010). En esos textos –como obedeciendo misterio-
samente a ciertas prefiguraciones de Pedro Mártir– estos escritores
parecen decirnos que “en uno solo que reputamos continente ofre-
certe hemos tres Europas” (6): la España en la que viven o en la
que publican, la Alemania que sueñan, y esa tertia pars desplazada
que constituye su propia memoria, su imaginación o, simplemen-
te, su internacionalizada lengua. Ninguna de esas novelas –como
digo– está ambientada en España, aunque es más que probable
que algunas de ellas se escribieran aquí y –desde luego– propicia-
ron el acercamiento de sus autores al campo literario español.
Siguiendo a Bolaño –con menos sentido paródico–, en “lo”
alemán parecen haber descubierto estos autores no sólo “el secreto
del mal” (título póstumo del chileno), sino quizá también “el secre-
to del éxito”: la estructura de quest romancesca que suelen adoptar
esas novelas, y una eventual inflación erudita –que no siempre se
somete a la vetusta demanda de verosimilitud– parecen aspirar a
contarnos “algunas otras cosas que –como opinaba el cronista–,
aunque no son imposibles de creer, sin embargo son admirables,
porque no las sabe ningún europeo, ni ningún habitante del mun-

Con otro sentido lo ha usado Guerrero (2009). Otras referencias sobre el “tópico”:
Cortés (1999); Fernández Ferrer (2004); Fornet (2007); Leenhardt (2008).

25
do hasta ahora conocido” (VII: 7, 456-457). Por mi parte, yo
“acerca de este asunto no sé qué más deba decir al presente” (II:
9, 155), salvo que los autores que han aceptado participar en este
proyecto no están ciertamente en esa senda.
No obstante, es preciso insistir en que la situación editorial
no resulta fácil de explicar, pues mientras casi todos los grandes
grupos editoriales españoles tienen sucursales americanas, se da la
circunstancia de que muchos autores publicados en esas sucursales
no pueden, por contrato, publicar en la casa matriz y, por eso, sólo
pueden leerse aquí si han tenido la precaución de imponer una
cláusula de no exclusividad que permite que los recuperen edito-
riales más pequeñas. Aunque esta circunstancia afecta sobre todo
a autores que no residen aquí17, ese trabajo de recuperación trans-

17
Desde la revista Lateral Mihaly Dés hizo un diagnóstico bastante interesante:
“La política de marketing de las editoriales españolas, asimismo, ha creado tres
categorías para sus libros latinoamericanos: los de exclusivo uso local; aquellos
cuya edición autóctona merece una timorata distribución en algunas librerías de
España; y las obras de los autores internacionales, publicadas a bombo y platillo
también en España. Para llegar a la selección internacional, como mínimo, hace
falta escribir un bestseller. Desde los tiempos del boom, lo han logrado princi-
palmente autores del perfil literario de Isabel Allende, Ángeles Mastretta o Luis
Sepúlveda” (Dés 2004). También Echevarría (2002) ha mencionado esa existencia
de circuitos paralelos: “Estaría, primero, el circuito local, o nacional: aquel en el
que, tanto por lo relativo a la lengua literaria empleada como al tipo de referen-
cias compartidas, cabe hablar propiamente de narrativa - pongamos- chilena, o
argentina, o peruana, o colombiana. Y habría luego otro circuito, mediado por la
centralidad que en él adquiere la industria editorial española: el de la narrativa
hispanoamericana. Ésta no estaría constituida por la suma de las narrativas na-
cionales, sino más bien por una selección interesada de ellas, que no se realizaría
con criterios representativos, ni mucho menos, tampoco con criterios exclusivos
de comercialidad o de calidad, sino con criterios, sobre todo, de intercambiabi-
lidad, si es que se admite esta palabra. Conforme a ello, lo que colocaría a un
determinado narrador en el circuito de la narrativa hispanoamericana sería, antes
que nada, su traducibilidad al idioma propio de esta entidad específica –la narra-
tiva hispanoamericana– que no alude tanto a una comunidad como a un mercado
y que, en cuanto tal, carece propiamente de identidad. [...] En el extremo de esta
alternativa se hallaría la de optar por ser un escritor local o un escritor inter-
nacional, con el mutuo apartamiento que progresivamente conllevan estas dos
categorías. Pero cabría una opción distinta, acaso intermedia: la de articular na-
rrativamente, y dotar de contenido, la inaprensible identidad hispanoamericana.

26
oceánica propicia también la entrada de nombres nuevos, algunos
instalados en España, y a él se suma la iniciativa que ha propiciado
este libro.
El camino lo abrió a finales del siglo XX la editorial Len-
gua de Trapo y enseguida lo recorrerían otras: Páginas de Espuma
(2000), con su especial atención al cuento y la edición de los ya
cinco volúmenes antológicos Pequeñas resistencias. Candaya (2002)
nos ha regalado joyas contemporáneas como –entre otras– las
obras del argentino Sergio Chejfec; Alpha Decay (2004) intentó
introducir recientemente a la argentina Pola Oloixarac, generando
un cierto succès de scandale; Caballo de Troya (2004), integrada
en Random House-Mondadori, ha presentado las obras de Sergio
Bizzio, Iosi Havilio o Damián Tabarovsky. Periférica y Salto de Pá-
gina, por su parte (fundadas ambas en 2006), acentúan ese interés
hispanoamericanista: la primera congrega autores “de tres genera-
ciones distintas”, según se precian en su presentación (de Fogwill a
Yuri Herrera, pasando por Israel Centeno u otros). La segunda ha
traído autores y obras atípicos como a los argentinos Rafael Pinedo
(1954-2006), Pedro Mairal, Leonardo Oyola o Carlos Salem, al
cubano Alejandro Hernández o ha publicado la ya mencionada no-

Algo que, planteado así, puede sonar demasiado utópico o voluntariosamente


ecuménico, pero que cuenta con un notable precedente: la obra de Roberto Bola-
ño”. Finalmente, Iwasaki señalaba hace unos años que la recepción de la litera-
tura hispanoamericana en España, a su juicio, no existe (“No quiero que a mí me
lean como a mis antepasados”, Palabra de América 2004, 110), en comparación
con el pasado (106 ss.). Sólo se considera “grande” lo publicado en España; nadie
puede entrar “por libre” en el mercado español (110); “sólo se lee y se comenta
lo que se publica en España y ya nadie cumple la función pedagógica de rescatar
y dar a conocer, misión que hace cien años asumieron algunos escritores como
Unamuno, Jarnés o Cansinos-Asséns” (110). Quejas muy parecidas lanzó Enrique
Díez Canedo en 1935, cuando entró en la RAE: “Ni será suficiente que una casa
española, o muchas, establezcan sucursales en los países más ricos y mejores
consumidores. Esto es seguir en la época colonial, ya dichosamente pasada en
todos los demás aspectos” (1983, 21). Sin embargo, parece que las cosas pueden
empezar a cambiar muy poco a poco gracias a las posibilidades de la edición
electrónica: de momento, desde febrero de 2012, sólo grupos como Alfaguara se
animan tímidamente a distribuir fuera de sus fronteras a algunos de sus autores
mediante esa vía.

27
vela en verso de Jorge Volpi. Otras editoriales más recientes, como
Barataria, publican, entre clásicos hispanoamericanos recuperados,
la obra de nuevos autores como la chilena Claudia Apablaza, in-
cluida en esta colección.
A tal punto la oferta de autores hispanoamericanos –paréz-
canlo o no– ha crecido en España en lo que va de siglo, que em-
piezan a hacerse imprescindibles, quizá, antologías que actualicen
periódicamente la oferta inaugural –y no del todo caduca– que
surgió en algunas obras de ese tipo ya clásicas como McOndo (Fu-
guet y Gómez eds. 1996), Líneas aéreas (Becerra ed. 1999) y Crack:
instrucciones de uso (2005)–. Pequeñas resistencias se titula la anto-
logía del cuento en español que Páginas de Espuma viene editando
desde 2002 (tres volúmenes dedicados a América y dos a España;
Neuman et al. eds.). Y aquí es donde encuentra su sentido nuestra
propia colección. Ésta pretende acotar (pero a la vez ir más allá
por quedarse más acá) los límites estéticos o pragmáticos que han
informado a las colecciones citadas. Si la existencia de un relato de
la experiencia amerispánica no era tan rara como pudiera pensarse
a priori18, se hacía sentir, sin embargo, la falta de un lugar que la
revelase inequívocamente, una más o menos amplia muestra de
más o menos jóvenes escritores amerispánicos, en la medida en
que una recopilación de ese tipo podría ayudar a definir una doble
mirada: la de esos escritores sobre este “nuevo mundo” y la ulterior
perspectiva de los lectores sobre esos escritores.
En relación con las estrategias de visibilidad que compro-
meten ese trabajo editorial, habría que mencionar otra cuestión
clave, que, sin embargo, excede las posibilidades de análisis en este
momento: me refiero al papel de algunas revistas y blogs (y más
ampliamente de internet) durante esta década. No quiero dejar de
mencionar, en cuanto a las revistas, que algo también clave pare-
ce haber sucedido en 2006: entonces desaparece la revista Lateral

18
El primer volumen de Pequeñas resistencias, por ejemplo, que parecía no esperar
continuidad, incluyó a cuatro hispanoamericanos residentes en España: Fresán,
Iwasaki, Neuman y Méndez Guédez, pero no a otros (Benavides o Vásquez), que
debieron esperar a la aparición del tercer volumen, dedicado a Sudamérica, en
2004.

28
de Barcelona (que desde 1994 había sido un medio de expresión
muy atento y abierto a los escritores hispanoamericanos) y unos
meses después buena parte de su equipo pasará a integrar el nuevo
consejo de redacción de la revista Quimera, a partir de su número
271 (mayo 2006). Esa “toma de (la) Quimera”, me parece, supo-
ne una transformación –entre otras cosas– de las relaciones entre
la literatura española y la hispanoamericana más recientes, trans-
formación que el tiempo ha podido revelar relacionada con una
posible “estrategia de intervención colectiva”19 que, el mismo año
2006, encontraría su título emblemático en la primera edición de
Nocilla Dream del español Agustín Fernández Mallo, justamente
en la editorial Candaya20. El hecho me parece significativo porque
tanto la desaparecida Lateral como la nueva Quimera demuestran
que la crítica ha conservado un lugar –contra lo sostenido por Vol-
pi21 y algún otro crítico–, sólo que quizás se ha desplazado hacia
el interior de la misma estrategia, y sólo en los mejores casos elude
el riesgo de convertirse en “reverso de la lectura y prolongación
de la misma inquietud creativa”, como ha señalado recientemen-
te Ignacio Echevarría (2010). Si algo falta, como parece sugerir
Echevarría, podría ser el crítico outsider cuyo discurso, ganándose

19
Expresión reiterada por Patricio Pron en su blog, por ejemplo, cuando califica a
Manuel Vilas (después de un repaso ambivalente de Aire nuestro) como el mejor
autor de la “intervención colectiva en el mercado literario que ha sido llamada
“generación nocilla” o “mutantes” (14/6/2010) o cuando tras repasar la obra casi
completa de Agustín Fernández Mallo se pregunta si sus próximos proyectos se
moverán “por fuera de la estrategia de intervención colectiva que le encumbró”
(28/4/2010) y que agrupa a “un grupo de escritores nacidos principalmente en la
década de 1970 y unidos por relaciones de amistad y de intercambio intelectual y
por una estrategia de intervención colectiva en el mercado literario” (26/4/2010).
Para el diálogo de esos “estrategos” con la literatura hispanoamericana hay que
ver Carrión (2008).
20
Quimera ha dedicado en ese tiempo monográficos a autores (Piglia, Bolaño, Aira),
a países (Argentina, México, Venezuela, Chile) y a temas transversales (la “nueva
crónica” de Indias, los viajeros hispanoamericanos). Algunas revistas internacio-
nales de reconocido prestigio (como Granta o Zoetrope) han dedicado también
números especiales a “nuevos” narradores hispanoamericanos
21
“Otro fenómeno de los últimos veinte años: la extinción de la crítica periodísti-
ca. Suplementos agonizantes. Revistas intrascendentes [viernes, 18 de marzo de
2011 21:45:27 vía web]” (Volpi 2010).

29
el respeto del otro discurso creativo, sirviera tanto de orientación
como de confrontación22.

El gentilicio y la gentileza. Una literatura conjetural


El campo literario hispano-americano se mueve, entonces; pero el
campo, a priori, no distingue por el domicilio. Y si esta década
ya caducada ha sido, finalmente, en cuanto a la consecución de
la visibilidad y los respetos literarios, decididamente “sudaca”, es
también porque muchos de los narradores transmigráficos que se
mueven en ese campo se han instalado –antes o después, por poco
o por mucho tiempo– en España.
“Escritura sudaca” sería, tal vez, un nombre para este sector
del campo literario. Ya es hora, sí, desde luego, de señalar que ese
adjetivo, derivado irregular de “sudamericano”, se construye con
un sufijo que, según la RAE, en su segunda acepción, tiene “va-
lor despectivo”, pero en la primera “indica relación” (¿quizá noví-
sima?) y da lugar a gentilicios (austriaca, polaca…). Es obvio que
el territorio que alguien se atrevió incluso a llamar Sudaquia no
incluye sólo a sudamericanos (también a mexicanos, caribeños y
centroamericanos)23. El censo sería amplísimo, y debe considerar-

22
Otras dos revistas, de carácter más divulgativo, y en el primer caso más “miscelá-
neo” o, si se quiere, interdisciplinar, merecen mencionarse: Zona de Obras (desde
1995) incluye a menudo entrevistas a escritores; Eñe. Revista para leer, desde
2005, publica regularmente colaboraciones de muchos escritores hispanoameri-
canos, a veces con cierta intención antologadora (el nº 16, del invierno de 2008,
por ejemplo). No es este el lugar para hablar de congresos o “festivales” literarios
o, más ampliamente, culturales (como VivAmérica) que también han servido para
visibilizar la presencia de esta escritura.
23
Un artículo de Ana María Vigara (2000) aclara bastante el origen del término y su
implantación en la lengua. Hay intentos de reapropiárselo usándolo, para desacti-
var sus connotaciones negativas. Algunos ejemplos, entre los muchos que ofrece
la red: entre septiembre de 2006 y diciembre de 2007, la colombiana Margarita
García llevó un blog titulado Sudaquia (http://weblogs.clarin.com/sudaquia/); entre
2009 y 2010, el chileno León Pascal mantuvo otro titulado “Crónicas Sudacas”
(http://leonpascalcronicas.blogspot.com/), relacionado con su libro de 2002 (Cró-
nicas sudacas (historias de Volo Kalamaky y otras hierbas chilensis, Santiago, RIL);
desde un enfoque musical se presenta “Sudacateca” (http://elsudacanosataca.
blogspot.com/), entre 2008 y 2011. Al mismo impulso obedece el premio “Nuevo
Sudaca Border” (que publica la editorial argentina Eloísa Cartonera, desde 2006).

30
se, es claro, una especie del arquetipo del escritor transmigráfico
hispanoamericano, que se ha mudado en la lengua y más allá de
su lengua24.
Resulta difícil ordenar esa colonia de autores venidos a Es-
paña en “virtud de ignotos destinos” (como más o menos decía
Pedro Mártir, 4) y que se quedaron ya “porque en parte alguna
del mundo veía[n] llevar a cabo en estos tiempos las grandes em-
presas que aquí, ya también porque a causa de las disensiones [...]
no solamente oía[n] quejarse y lamentarse, sino que [...] sentía[n]
hundirse todo [...]” (6). En la escritura que este complejo colectivo
genera es donde se dirime la tensión entre el sentido relacional del
gentilicio –originario del Sur– y el sentido despectivo (tan poco
gentil) del término “sudaca”. Esa tensión tiene que ver con la con-
dición del desplazado, del que es mirado y mira de otro modo, como
he apuntado antes, algo que resulta fundamental entre escritores.
Decir sudaca no supone aquí, desde luego, alinearse con la
falta de gentileza. Pretende, por el contrario, subrayar la potencia
de una perspectiva migrante (y la tensión implícita en ella) que, en
el caso de los escritores, es sobre todo transmigráfica. El peruano
Jorge Eduardo Benavides, residente en España desde hace tiempo
y presente en esta colección con un cuento y algún fragmento de

El término no termina de aclimatarse en lo literario, a pesar de la existencia de una


novela de la argentina Susana Kesselman titulada La Sudaca (Buenos Aires, 2006).
Queda casi como prehistoria de la reivindicación el espectáculo Sudaca que se
estrenó en Madrid en junio de 1983 y que motivó el artículo de Benedetti “Sudacas
del mundo, uníos” (El País, 20/6/1983), consigna a la que pareció responder en los
años 90 la asociación “Sudacas Reunidas”.
24
No es preciso señalar nombres en otros ámbitos absolutamente permeados por
esta escritura (como el francés o el estadounidense). Distinto aún es el caso de los
escritores a quienes podría atribuirse (o que reclaman) una “doble pertenencia”:
Flavia Company o Andrés Neuman (argentino-españoles, ¿“argeñoles”, como se
denomina a sí misma la protagonista de “El grito y el silencio”, de Clara Obligado,
como puede verse en el fragmento recogido en la última sección de este volu-
men?), Daniel Alarcón (peruano-estadounidense) o Junot Díaz (dominicano-esta-
dounidense) o, por fin, Doménico Chiappe (peruano-venezolano) o Slavko Zupcic
(venezolano-croata), que aparecen en nuestra colección. En relación con estos
y otros muchos autores afectados en la actualidad por el desplazamiento de su
escritura, son imprescindibles las reflexiones de Fernando Aínsa sobre el concepto
de “palabras nómadas” (Aínsa 2010a, 2010b, 2010c, 2010d, 2012).

31
una novela en que parte de esa experiencia se ficcionaliza (La paz
de los vencidos, 2009), ha expresado abiertamente la sospecha de
que, quizá, la propia mirada del escritor hispanoamericano aún no
ha alcanzado esa perspectiva: “como si los escritores que vivimos
actualmente en Europa o en Estados Unidos apenas tuviéramos
nada que contar respecto a la inmigración” (Benavides 2008).
Es como si “lo” sudaca (ese fetiche, recuérdese) madurara
más tarde en el texto que en la experiencia25; como si la mirada
del escritor aún no hubiera llegado a este orbe nuevo y se hubiera
quedado en el otro mundo:
La inmigración puede así resultar un tema literariamente poco
maduro, aunque ello de ninguna manera signifique que como fe-
nómeno social lo sea. [...] Para muchos escritores que arribamos a
España en los duros años noventa y en adelante, los temas narra-
tivos siguen diagnosticando, a veces con inevitable nostalgia, las
sociedades de las que provenimos. (Benavides 2008)
Y eso implica una desubicación: “para los de allá somos fo-
ráneos casi tanto como para los de aquí” (sigue diciendo Benavi-
des); un bucle que sólo parece resolverse hasta ahora no hablando
tampoco de allá, pareciendo foráneo del todo, proveyendo exotismo
(incluso “intracomunitario”) sea como sea.
Pero la mirada escindida emerge, sin embargo, en polémi-
cas internas: a veces se han hecho llamar “sudacas”, como si eso
fuera una especie de llamada al orden. La crítica argentina Elsa
Drucaroff le recriminó en esos términos a uno de ellos el intento
de fiscalizar la voluntad de algunos compatriotas de desplazarse y
eventualmente instalarse en el mercado literario español: “Lo que

25
Sin embargo, hay ya cierta tradición testimonial auspiciada por no pocos concur-
sos que invitan a narrar esa experiencia. Por ejemplo, el “Concurso de narrativa
sobre experiencias migratorias en Zaragoza: Historias de vida: “Acercando Orillas”,
que en 2011 alcanzó su 8ª edición. Queda fuera de mi alcance una reflexión en
profundidad sobre la cuestión de la inmigración, pero remito –como interesante
aproximación– a las páginas introductorias que Rueda le dedica en su antología
(Rueda ed. 2010, 38-48) o al artículo de V. L. Mora (2011), así como a otras
referencias sobre la cuestión que aparecen en la sección “Materiales complemen-
tarios”.

32
indigna es la injusticia de tus críticas y tu programa de ser un rene-
gado que parece creer, bastante ingenuamente, que así va a hacerse
perdonar que es sudaca”. Y un poco más adelante: “Pero ya debés
saber que entre tus amados alemanes sos nada más que un sudaca
que habla con acento, y entre tus generosos españoles… ¡el mismo
sudaca que habla con acento!”. La estrategia del aludido de publi-
car esa recriminación (Pron 2009b) puede tener que ver con otros
modos de desactivar el carácter despectivo del término “sudaca”
(sin que ello implique una reivindicación).
También el chileno Rafael Gumucio, quien publicó hace
unos años sus propias “páginas coloniales” (algunas de las cuales
se incluyen en esta colección), ha detectado esa condición meteca
del escritor sudamericano: “autores que en Madrid se ufanan de su
hidalguía y limpieza de sangre pero que al llegar a Duke y Stanford
descubren su lado marginal y mestizo” (Gumucio 2008a), mien-
tras asumen una condición “neutra”, que no destaque, para facilitar
su ubicación en el mercado: “Literatura escrita en español neutro
para no incordiar a los correctores de prueba catalanes”. O como
decía, una vez más, Pedro Mártir: “Quien soy, lo dirán los índices
de los libros. En Mantua Carpetana, vulgo Madrid” (6).

Desde España, en cambio, la discriminación, al menos en lo


literario, no parece tan flagrante. No suele ocurrir, como temía el
cronista, que “habiendo pasado allí algunos días, ya [parezca] que
[sean] molestos a los naturales, pues no es grata la estancia larga
de ningún huésped” (IV: 2, 255). Es muy extraña la virulencia
xenófoba (¿o habría que decir homófoba, puesto que él también es
extranjero?) del irritado paseador de perros del peruano Sergio Ga-
larza, en una novela que reelabora y amplía el relato “El mapache”,
que aquí podrá leerse:
¡Negro de mierda! [piensa el narrador –peruano– del novio cubano
de su compañera de piso, danesa] ¡Cuántas veces he querido decirlo!
¡Chinos mafiosos! ¡Rumanas putas! ¡Moros terroristas! ¡Sudacas
brutos! ¿Para qué han venido a este país si nunca pisan los museos
ni los cines con películas en versión original? Sólo leen los diarios
gratuitos que se reparten a la entrada de las estaciones del metro.
Si no es por el acento, su ropa los delata como inmigrantes, pero
ganan más dinero que un paseador de perros. (Galarza 2009, 71-72)
33
La implícita creencia de que los españoles “pisan los mu-
seos”, “van a los cines en versión original” y leen otros periódicos
distintos de los gratuitos delataría inequívocamente la condición
ficcional (incluso satírica) de esta perspectiva. Por cierto que Ga-
larza reconoce que la novela fue “traducida” al español de España
“dándole a la voz del narrador el matiz que le faltaba” (133)26. Otra
transmigrafía; otra mudanza en y desde la lengua. Por eso, tal vez,
como señaló el crítico venezolano Gustavo Guerrero, habría que
preguntarse “¿para quién están escribiendo hoy nuestros novelis-
tas?” (2000, 74), y, por supuesto, también, desde dónde. La disocia-
ción entre el contexto de producción y de recepción (que señalaba
Guerrero) se complica en esta “perspectiva sudaca” y a veces parece
disimularse en una difusa universalidad, lo que suscita, además,
el problema de la representatividad de las ficciones novelescas y
el de la calificación como “nacional” o “transnacional” de la obra
de estos autores. Gumucio (2009) intenta resolver la paradoja su-
giriendo “contar entonces no lo que horroriza a los americanos o
los europeos sino lo que ha dejado a nosotros de sorprendernos”.
“Cerrados esos libros, parece que no son diferentes de los nuestros”
(IV: 8, 280), podríamos decir con el cronista, pero “cuanto desde
el principio del mundo se ha hecho y escrito es poca cosa [...] si lo
comparamos con estos nuevos territorios, estos nuevos mares, esas
diversas naciones y lenguas” (6) que los escritores “sudacas” están
descubriéndonos.

En esa indeterminación, pues, del desde dónde y el hacia dón-


de se dirige esa escritura se mueve el otro tag que marca mi reflexión
actual: #deorbenovo2.0. No, ya lo dije, ya no se trata del retorno de
arcaicos galeones o de sus herrumbrosos tesoros. Tampoco es el
“paquete bomba” que trajeron los del boom o la impredecible vuel-

26
No he podido ver la primera edición peruana de 2008 para comprobar si esa
traducción ya se daba en ella (lo que implicaría meramente un esfuerzo en pro de
la verosimilitud) o si esto afecta sólo a la reedición, con lo que las implicaciones
son muy diferentes. Es cierto que hay muy pocos peruanismos o americanis-
mos, y sí bastantes españolismos (aunque poca reflexión sobre los usos de la
lengua).

34
ta de un errático boomerang. Más bien se trata de un flujo y una
deriva cibernáutica que, más recientemente, algunos han plasmado
en títulos como El descubrimiento de España (1996), especie de me-
morias de Fernando Iwasaki sobre su ya larga experiencia en el país
(algunos de cuyos fragmentos podrán leerse aquí, casi como prehis-
toria de esta transmigrafía de última generación) o, ya en este siglo,
las citadas Páginas coloniales (2006) del chileno Rafael Gumucio,
más de la mitad dedicadas a su experiencia errante por España, con
etapas obligadas en Madrid y Barcelona, pero también en Talavera
la Vieja, en el pueblo vasco del que proviene el apellido del autor, o
también en –nada menos– la vecina, ventosa y venturosa localidad
de La Muela, páginas que aquí podrán leerse.
El orbe que estos autores recorren, en este siglo XXI, es el
“nuevo viejo mundo” (como también lo llama Gumucio). Término
de llegada (o de paso) es, en cualquier caso, un Tiempo Nuevo, un
Nuevo Siglo, que a lo mejor también es un New Order. España, la
“nueva España”, (como dice aquí Mucha) –y Europa en general,
claro– se ha presentado como “tierra de promisión” para los nuevos
escritores, “otro mundo posible” (Tarazona, aquí también) orbe
nuevo teñido de tintes utópicos27.
Al proyectar esta colección, intentamos rescatar algunas vi-
siones de ese “mundo mejor”, si no feliz28. Como ya he dicho, la
pesquisa se antojaba difícil porque esa conjetural “literatura suda-
ca” aún no parece haber dado su novela, si atendemos, al menos,

27
La reflexión sobre el “otro mundo” y el “nuevo mundo” podría también explorar el
territorio de las fantasías utópicas o distópicas que algunos escritores hispano-
americanos han escrito desde España, como la última novela de Rodrigo Fresán (El
fondo del cielo). Debería citarse además la trilogía El gen de Dios, del cubano Juan
Abreu (compuesta por Orlan /25, Garbageland y El Ángel Caído). Aunque no puedo
seguir ahora ese camino, sí quiero recordar que el mencionado Abreu elabora, en
su muy singular blog [www.emanaciones.com], una fantasía distópica y satírica
para referirse a las relaciones políticas entre Cuba y España en la que a “este país”
se lo disfraza con el nombre de “Nalguria”.
28
Pues, en palabras de Gumucio, “España pasó de ser la Madre Patria a ser una
hermana solterona que uno compadece pero necesita, porque guarda en su casa
deshabitada y oscura todas las reliquias de la familia.” (“Madrid”, Gumucio 2006,
26). “Patria Madrastra” la llama el también chileno Juan Pablo Meneses en el texto
que aquí se incluye.

35
a la obra de los autores más conspicuos29. Ni siquiera los cada vez
más frecuentes congresos o estudios dedicados a la literatura de
viajes / de la migración / del exilio / de la identidad, o los encuen-
tros de escritores hispanoamericanos en España han señalado mu-
chos textos significativos30. Suele mencionarse un caso recurrente
y notable, el del venezolano Juan Carlos Méndez Guédez, y en
especial su novela Una tarde con campanas (2004), de la que aquí
se ofrecen algunos fragmentos, que relata las peripecias de una
familia de inmigrantes venezolanos en Madrid, desde el intencio-
nadamente limitado punto de vista del niño más pequeño de la
familia, en capítulos muy breves, o bien mediante diálogos que

29
Benavides (2008) hacía notar esa ausencia en la ficción de muchos autores resi-
dentes en España (y menciona al peruano Fernando Iwasaki, al ecuatoriano Leo-
nardo Valencia, al colombiano Juan Gabriel Vásquez o al chileno Carlos Franz). En
un chat del diario El País entre Alberto Fuguet y sus lectores, uno de éstos pregun-
taba al autor chileno: “Señor Fuguet, ¿a qué atribuye el hecho de que en España
se publiquen libros sobre inmigrantes latinoamericanos en Estados Unidos, como
es su caso o del del señor Paz Soldán, y no sobre inmigrantes latinoamericanos
en España? Muchos hemos venido a hacer “las europas”, pero nuestras historias
no son contadas” (29/04/2011 - 15:37). En su respuesta Fuguet decía: “una cosa
es que se escriban, y otra que se publiquen pero claramente ahí hay un tema y un
tema urgente”.
30
Pienso por ejemplo en el nutrido volumen que coordinó Mattalía (et al.) (2008),
donde sólo aparecen estudiados entre los autores contemporáneos (y residentes
en España) Fernando Iwasaki y el venezolano Juan Carlos Méndez Guédez, ambos
presentes también en nuestra muestra. O también en los que editó Irene Andrés-
Suárez (2002, 2004), donde salvo un estudio (en el volumen de 2004) dedicado a
la uruguaya Cristina Peri-Rossi, que lleva décadas viviendo en Barcelona, no han
merecido especial atención otros autores. También se centra en autores de otras
generaciones (y otras épocas) el volumen recopilado por Juana Martínez (2007).
Nada dicen del asunto Palmar Álvarez-Blanco (2011) ni Edurne Portela (2011), a
pesar de sus ambiciosos planteamientos. En el volumen coordinado por Montoya
y Esteban (2008) la cuestión brilla por su ausencia, y en el que coordinó Noguerol
junto a estos mismos autores (Noguerol et al. 2011) sólo la plantean algunos en-
sayos de creadores (Neuman y Méndez Guédez, que serán citados parcialmente en
la última sección de este libro). El volumen de Orecchia y Giraldi (2012), tampoco
se centra en el ámbito español. En relación con las recopilaciones de textos o
entrevistas a escritores, siempre se suele encontrar el lamento por la escasa co-
municación entre las literaturas en español, pero tampoco tratan abiertamente la
cuestión del escritor transmigráfico (Becerra ed. 2002; Palabra de América 2004;
Balmaceda ed. 2010). En 2006 se celebró en El Escorial un curso sobre “Nueva
Literatura de Extremo Occidente”, dirigido por Fernando Iwasaki, en el que se
plantearon cuestiones afines a las que aquí se suscitan (Guerrero 2007).

36
a veces tienen algo de rulfianos y otras de homenaje a Un mundo
para Julius.
Podría pensarse quizá que uno de los retos a los que se en-
frenta la narrativa de la inmigración hispanoamericana en España
en el siglo XXI pasa por superar los patrones que le ofrecía la na-
rrativa de la inmigración latinoamericana en el París postsesenta-
yochista, especialmente el ejemplo del mentado Bryce Echenique.
Es otro peruano participante en nuestra colección, Sergio Galarza,
designado como “Nuevo Talento FNAC” en 2009, quien ofrece el
otro casi único ejemplo visible –desde España– de esta novelística
“sudaca” en esta década caduca31. Su ya citada Paseador de perros pa-
rece, en ocasiones, una guía triste de Madrid, como era guía triste de
París –desde su título– una de las últimas colecciones de relatos de
Bryce (1999): incluso me atrevería a decir que los dos peruanos eli-
gen un mismo símbolo escatológico, los excrementos caninos, para
pautar los recorridos urbanos del inmigrante en ambas capitales,

El 20/3/2010 se celebró en la Universidad de Lovaina una reunión de y sobre


“escritores hispanoamericanos en España” (http://www2.ulg.ac.be/facphl/servi-
ces/aleph/alephXXIX.pdf) donde se comentaron obras del mexicano Jordi Soler,
del venezolano Méndez Guédez y del colombiano Juan Gabriel Vásquez y éste
disertó sobre su idea de “literatura de inquilinos” (una versión puede leerse en
Vásquez, 2009). Roncagliolo (2007b) ha dedicado algunas páginas interesantes
al asunto. Una aproximación más visible (aunque superficial) en Manrique (2008).
También empieza a interesar la cuestión desde la perspectiva de otros géneros
como la poesía (De la Torre – Gómez 2009; Berger 2010; Bertini 2011).
31
Hay que mencionar, no obstante, otros títulos menos visibles desde aquí pero que
empiezan a constituir un corpus significativo sobre territorios que van más allá de
Madrid o Barcelona: La paz de los vencidos (2009), ya citada, de J. E. Benavides,
novela-diario sobre la vida de un joven inmigrante peruano en Tenerife; La profeso-
ra de español (2005) de la argentina Inés Fernández Moreno, sobre las peripecias
de una emigrante de más de 50 años en Marbella, tras la crisis de 2001; Las islas
que van quedando (2009) del chileno Mauricio Electorat, metaliteraria aventura de
un grupo de latinoamericanos que transcurre durante un buen trecho en Barce-
lona. Las tres han sido publicadas por Alfaguara en sus respectivos países, pero,
por ahora, no han llegado a España. De aun más difícil acceso (que agradezco a
Anabel Gutiérrez) es El boliviano perdido (2010), de Daniel Mayer-Valda, cuya se-
gunda mitad relata la experiencia española (entre Madrid y Algeciras) del caótico
tardo-adolescente protagonista. No he podido ver Sábanas rojas (ni encontrar más
que fragmentos o reseñas), de la chilena Diana Massis (2005), al parecer sobre la
vida de un chileno y una colombiana en Madrid.

37
con diez años de diferencia32. La novela de Galarza se presenta ex-
plícitamente como “crónica hiperrealista”, pero no elude la deri-
va alegórica, casi inevitable cuando se hace intervenir a animales.
La ciudad enemiga ya no forma –desvelándolo– a un protagonista
niño –como en la novela de Méndez Guédez– sino que empieza a
revelar los síntomas de deformación de un personaje al final de una
prolongada adolescencia, que, con cínico radicalismo –angry young
man que oscila entre el contemptus mundi y el miserere mei–, emite
señales de algún interés para el tema amerispánico. Tras un comien-
zo de modulación rulfiana (“He realizado toda clase de trabajos des-
de que iniciara este peregrinaje por la ruta incierta de los anhelos”,
7), construye una imagen de Madrid que recuerda un poco a aquel
rompeolas machadiano: “Madrid es como una maternidad para los
viajeros. Aquí todo empieza y yo tenía ganas de borrar el Lado A de
un disco sin éxitos” (8). Sin embargo, la imagen de España que ofre-
cen al protagonista tanto sus paseos como la televisión, o sus con-
versaciones con los conserjes, parece contradecir esa expectativa33.

32
Basta recordar el principio de “Retrato de escritor con gato negro” (Bryce 1999,
55-76), que como la novela de Galarza también se centra en el tema de las masco-
tas: “Francia es, sin duda alguna, el país del mundo con mayor densidad de caquita
de perro por milímetro cuadrado de calle”. Una década después, Galarza se em-
peña en desmentirlo. Curiosamente, Ludmer detecta algo en el signo escatológico:
“como si la mierda fuera la sustancia orgánica del inmigrante ilegal” (2010: 183)
con citas de novelas sobre inmigrantes, anteriores al momento que nos interesa
(Carlos Liscano: El camino a Ítaca, 1994) o que no tratan de España (Jorge Franco:
Paraíso Travel, 2001; Santiago Gamboa: El síndrome de Ulises, 2005).
33
Algunos ejemplos de la novela, que laten en el cuento “El mapache”: las ciu-
dades-dormitorio (Alcorcón, Coslada) son poco más que depósitos de basura e
inmigrantes, “la versión española de aquellos suburbios estadounidenses don-
de los jóvenes se matan por exceso de aburrimiento y fantasías” (40); “España
es el país de Europa en el que más coca se consume” (44); “Si las costumbres
españolas son las que muestran los telediarios, los inmigrantes [para integrar-
se] deberían matar a golpes a sus mujeres y matarse conduciendo los fines de
semana en las carreteras, y sus hijos tendrían que pegarle a sus profesores y
emborracharse en las calles hasta quedar inconscientes” (49-50); “Casi todos
los conserjes que conozco tienen más de sesenta años, gruñen como un bull-
dog y su baja estatura se explica porque pertenecen a la época del franquismo,
han padecido hambre por la Guerra Civil pero creen que la dictadura de Fran-
co es la solución para la España actual, un país invadido por los inmigrantes
(siento repetirlo pero se me ha pegado este vicio español), a quienes los socia-
listas les han abierto las puertas mientras permiten que los maricones se ca-
sen y los jóvenes se hacen adultos bajo el mismo techo que sus padres” (56).

38
Él, aunque no sepa explicar por qué, es diferente a esos inmigrantes
violentos que se arrastran por los parques de las ciudades-dormito-
rio: “Todos [los inmigrantes] viven atados a la nostalgia, extrañando
a sus familias y su comida. Yo no extraño ninguna de las dos, por-
que en vez de irme de Lima me largué y largarse es algo tan defini-
tivo como la muerte” (62).
Si me he detenido algo en el comentario de estas dos novelas
de autores recogidos en nuestra colección es, repito, porque poco
más podemos leer desde aquí del modo en que la conjetural novela
“sudaca” ha reflejado esta idiosincrasia peninsular o esta novísima
relación. Si quisiéramos ampliar esa imagen con otros perfiles, ha-
bríamos de acudir a otros géneros: los cuentos, las crónicas, el en-
sayo de carácter más o menos autobiográfico, o incluso los blogs
(si aceptamos que el canal pueda ser también un género). De todos
ellos hay muestra en nuestra colección –además de los fragmentos
de las novelas de Galarza y Méndez Guédez o el breve fragmento,
apenas una instantánea, de una novela de Antonio Ungar aún no
publicada en España–. Así este libro confirma (o contribuye a) la
disolución de la frontera entre realidad y ficción en la escritura de
la migración, que ya señalara Ludmer.
Transmigrafías más escoradas hacia la ficción, la mayoría de
los cuentos aquí incluidos (como los fragmentos de novela y todos
los textos emparentables con la crónica), aparecen narrados en pri-
mera persona (sólo los de Ambao, Benavides y Luján se salen de esa
regla, pero en esos casos, la focalización restringida a la perspectiva
de los protagonistas es inequívoca y a veces capital para el sentido),
lo que corrobora también el principio de subjetivización de la expe-
riencia transmigráfica. Por lo común, son personajes jóvenes, a ve-
ces niños que no terminan de comprender el mundo que contem-
plan o que habitan (Benavides). Se dedican a tareas muy variadas:
algunos son escritores (Apablaza, Chiappe, Ungar) que atraviesan
algún tipo de crisis (sentimental o creativa) y la estancia en España
ha de ser decisiva para su desenlace (pues aquí encuentran huellas
de otras historias que se parecen a las suyas, incluso irónicamente,
como en el cuento de Zupcic). Muchos se dedican a trabajos de
supervivencia, que en realidad son de asistencia para una sociedad
decrépita (los viejos españoles son una sombra constante en estos
relatos): cuidan ancianos odiosos (Ambao); se desempeñaban en
39
centros sanitarios (antes de caer en otros penitenciarios: Cárdenas),
se cuelgan del andamio mientras esperan sus papeles (Díaz Cortez)
o se cuelgan el bolso en parques ominosos si los únicos papeles que
poseen son los del no menos ominoso paro (Luján).
Los textos más memorialísticos están también atravesados
por la ficción (la propia o la ajena) y la mezcla entre alta y baja cul-
tura, como factores decisivos en los desplazamientos de una subje-
tividad que se define por la escritura: de la investigación sobre un
amerispánico del siglo pasado (Vargas Vila en el texto de Triviño)
a las vicisitudes de una telenovela serbia escrita por un mexicano
más tarde seducido por el género policiaco (Guerrero-Casasola),
pasando por la experiencia de ciertos fastos literarios o ciertas cur-
vas neogóticas (Tarazona), o por algunas revelaciones inusitadas en
los tebeos de Mafalda o en el cancionero de Mocedades (Iwasaki).
Todos coinciden en que la escritura migra, inevitablemente, con el
ser, al que, finalmente, tras servirle de vehículo, da asilo.
Los cronistas de esta novísima relación ponen en obra (y a
prueba) esa experiencia, convirtiéndola, a veces, en experimento.
Todos se mueven para escribir y todos implican de modo muy
directo su persona, incluso quirúrgicamente, para llevar al extremo
la experiencia de los límites (la posible discriminación prenatal que
narra Wiener, por ejemplo). Todos revelan el envés de la prospe-
ridad burbujeante que parecía lustrar este “nuevo viejo mundo”,
hasta el mismo momento de su estallido: la beatitud de algunas
alabadas aldeas globales no muy lejanas, que cabalgaban sobre el
viento (Gumucio) o sobre las ilusiones de algunos colonos desespe-
rados (Meneses); la mercantilización del amor, la guerra (Mucha)
y la reproducción (Wiener) como vía de una integración siempre
precaria; la mirada perpleja de quien viene de una verdadera crisis
sobre un mundo que, en verdad, no parece muy serio (Guerriero)34.

34
La crónica y el “nuevo periodismo” hispanoamericano se han convertido en un foco
de atención preferente en lo que va de siglo, como demuestran dos recientes antolo-
gías (Jaramillo Agudelo ed., 2012; Carrión, ed. 2012). Es interesante también cono-
cer el proyecto “Radio Ambulante” (http://radioambulante.org), de crónicas, orales,
coordinado por Daniel Alarcón. En los tres proyectos participa Gabriela Wiener, que
también ha querido colaborar en nuestra colección. En las dos antologías aparece
además Leila Guerriero; en la de Anagrama, lo hace Meneses, y en la de Alfaguara,
Casciari. Doménico Chiappe (2010), por su parte, ha reflexionado sobre el género.

40
No es seria tampoco la mirada de Hernán Casciari, cronis-
ta-bloguero que ha atravesado, por su parte, no pocos límites del
campo literario amerispánico actual: entre la realidad y la ficción
se mueven sus textos satírico-costumbristas que revelan –para los
que aún no lo sepan– la definitiva pérdida del reino, a manos de
las poderosas huestes argentinas, como se ve en las muestras aquí
incluidas (con iluminaciones sobre lo que significa “ser” –“somos
de donde necesitamos saber”, afirma en algún lugar– y “estar” –el
migrante como alguien que “vive en diferido”–). Pero Casciari ha
roto también los límites entre los soportes (la circulación de sus
textos pasa de la pantalla al papel o viceversa) y aquellos que apa-
rentemente separaban los derechos de autor y los del lector.

Perplejidades peninsulares
Textos como los de Casciari indagan con eventual acidez en lo que
significa un “nosotros”, que más bien es el “entre-nosotros” con el
que iniciaba esta presentación. Inter nos se sitúan también, no obs-
tante, otras perspectivas que disimulan la diferencia y parecen creer
en una asimilación sin fisuras, mediante la asunción voluntariosa
de referentes culturales peninsulares. En algún lugar puede leerse
el esfuerzo por imaginar un “nosotros” compacto en virtud de un
código aglutinante supuestamente común:
expresiones manchegas como “pajote”, “ponerse hasta el culo”,
“repeluco”, “cascoporro”, “mojar el churro”, “gañán”, “chorrazo”,
“gachí” y “chinorri”, [...] han pasado a formar parte de la lengua
cotidiana de algunos de nosotros y a caracterizarnos como una seña
de identidad. (la cursiva es mía)
Resulta llamativo que un escritor amerispánico afirme ha-
ber naturalizado tales expresiones35, y el ejemplo es determinan-
te, porque –aunque desde una perspectiva distinta– incide en una

35
Se trata de Patricio Pron, al comentar una recopilación de caricaturas “céle-
bres” del televisivo Joaquín Reyes (Ellos mismos, Barcelona: Reservoir Books,
2011; publ. 25/2; Pron 2010). Resulta interesante esta reseña también por-
que al señalar el background del libro califica “el proyecto iniciado con La Hora
Chanante y Muchachada Nui” “como una intervención colectiva en la forma
de hacer humor en la televisión española”. Me interesa esa conexión “conspi-
rativa” que Pron detecta entre un fenómeno literario (el grupo “Nocilla”), como

41
cuestión clave que ya detectaba Ludmer (el “pasaje” de la nación
a la lengua) y que es absolutamente recurrente en todos y cada
uno de los textos (ficcionales o no) incluidos en esta recopilación.
¿Qué dice de sí el sujeto amerispánico que construye un “nosotros”
moldeado en torno de ciertas expresiones a su juicio supuestamen-
te manchegas? ¿A quién se dirige ese sujeto? ¿Cuántos de nosotros,
en efecto, usamos (usaríamos) ese idiolecto –incluso si conocemos
(conociéramos) el fetiche televisivo del que proviene–? ¿Hablamos
la misma lengua cotidiana los que asumimos (o no) esos modis-
mos catódicos y –por ejemplo– los que entendemos (o no) “chirlo”,
“encanutarse”, “crepar”, “parqueadero”, “carancho”, “piba”, “guita”,
“medibacha”, “concheto”, “vaina”, “mojonero”, o hasta “quiosco” o
“causa”? ¿Qué significa asumir aquellas expresiones o no entender
estas otras, sacadas de algunos textos de la antología? Por no entrar,
además, en el tema –también presente en estos textos– de las dife-
rencias de acentos, de las reflexiones explícitas sobre la lengua, de
la presencia de extranjerismos más o menos conscientes, de la re-
presentación del español bastardeado por otras voces migrantes…36
Aquel escritor amerispánico que buscaba señas de identidad
en el territorio lingüístico de La Mancha más aparentemente cas-
tiza no se dirigiría, casi con seguridad, a otros colegas rastacueros
(ellos, ya no nosotros), advenedizos tal vez amenazadores en un te-
rritorio (literario, mercantil) estrecho, que aguzan el reflejo invo-
luntario de una mal asimilada (y poco gentil) perspectiva “sudaca
que habla con acento”37, aunque no lo parezca. Y, sin embargo, en
otros lugares, ese escritor amerispánico no dejará de darse cuenta
de que, a pesar de compartir, supuestamente, un idiolecto, está
excluido de algunos de nuestros referentes, justamente muchos de
aquellos que pueden articular una vida literaria –si cabe decir–
postmoderna:

se vio, y otro de cultura popular masiva como es el entretenimiento catódico:


ambos son “intervenciones colectivas”, pero lo que en este último caso parece
marcado positivamente, en el primero parece más bien lo contrario.
36
Ludmer señala algunas pistas para la investigación del problema de la lengua
hispánica en los estudios de del Valle (2004, 2007) o Robbins (2003).
37
Se trata de la actitud que adopta Pron (2009a) y que le reportó las acres observa-
ciones de Ducraroff.

42
Algunas referencias [...], como las muñecas Repollo y los cómics
de Batman, resultan comprensibles para los lectores latinoameri-
canos, pero la alusión a personajes y objetos como los Botejara,
el Flas [sic] Alfredo Amestoy, el Baldosinín, Tini, Keop [sic por
Keyop], Jason, Mark y Princesa [personajes de la serie Comando
G, que cantó el grupo Parchís] resulta más específica y completa-
mente incomprensible para quien esto escribe, que carece de una
infancia española. (Pron 2010: reseña de Oscar Lombana, Papel y
plástico; 07/2/2011)
Esta declaración (que podría cotejarse con los fragmentos
de Iwasaki que, en esta colección, reconstruyen otra infancia y
adolescencia –en otro sentido– española) puede resultar sintomá-
tica de algunos problemas de comunicación entre los escritores de
las dos orillas en un momento de máxima circulación del capital
simbólico, cuando éste, justamente, está avalado por referentes no
compartidos38.
Por no excluir un enfoque opuesto –aunque no sea el que
aquí interesa más–, me pregunto si no se habrá visto afectado
por un malentendido semejante el reciente traslado de dos libros
previamente publicados en Argentina, Las teorías salvajes (Buenos
Aires, 2008 – Barcelona, 2010) y Literatura de izquierda (Bue-
nos Aires, 2004 – Cáceres, 2010) de Pola Oloixarac y Damián
Tabarovsky, respectivamente (ambos colaboradores de Quimera).
Cierto ruido mediático acompañó a la re-edición de esos textos
en España (más en el primer caso, por tratarse de una novela),
pero los dos tienen un componente de textos en clave plagados
de alusiones locales que escapan a un lector no argentino (o no
iniciado) y que convierten en excesivamente optimista la previ-
sión editorial de que las reflexiones de Tabarovsky, por ejemplo,
podían ser comprensibles aquí sin cambiar una coma. Tal vez la
posibilidad de una “literatura sudaca” que trascienda el mero cos-

38
La misma ausencia de referentes –me parece– lleva a Pron a simplificar confusa-
mente la condición de las figuras de algunos personajes, como cuando considera
“historiador” –sin matices– al muy panfletario Pío Moa o despacha a Juan Eduardo
Cirlot con la etiqueta de “poeta esotérico” y una anécdota poco favorecedora (en
la reseña de España es sobrenatural, Ilustr. Marcz Doplacié, Barcelona: Melusina,
2010; Pron 2010; publicada el 26/12/2010).

43
tumbrismo naturalista39 se juega, justamente, en la presuposición
(más o menos precipitada) de la fluidez del capital simbólico (y de
sus distorsiones).

Porque, precisamente a partir del intenso componente polí-


tico de las dos obras argentinas recién citadas, puede suponerse que
otro nivel –no menos importante que el de las referencias pop– en
el que las perplejidades peninsulares han afectado a los escritores
que aquí residen y escriben es el de las tensiones políticas.
Parece haber ciertamente un renovado interés por las rela-
ciones actuales entre literatura y política. Pero es preciso ir más allá
de un genérico “todo es política” o de la inevitable inscripción de
lo político en toda escritura que no elude las relaciones económi-
cas y laborales. Por esta razón, casi todos los textos aquí incluidos
serían políticos: el trabajo de los protagonistas (como cuidadores,
escritores, prostitutas, periodistas, obreros de la construcción…) es
un motivo central. También hay referencias a situaciones políticas
concretas (tensiones autonómicas, la administración de la prospe-
ridad y de la crisis, la influencia del pasado…).
Desde un punto de vista tradicional, las intervenciones polí-
ticas más revulsivas en el campo literario amerispánico provienen,
no obstante, de autores de una generación anterior. En la obra,
por ejemplo, de Juan Abreu (cubano que pinta, fotografía y es-
cribe en Barcelona, desde 1990, tras pasar unos años en Miami40)
encontramos una virulenta crítica del nacionalismo catalán y de la
“tribalización” de España, plasmada en una sátira panfletaria (Rebe-
lión en Catanya, 2010) –que no pudo ser publicada regularmente

39
Sin embargo, los textos de este tipo tampoco se libran del malentendido: el na-
rrador de Paseador de perros, se sorprende de que en España no todo el mun-
do escuche a “Señor Chinarro”, exponente del indie que a un peruano como el
protagonista de la novela puede quizá parecerle equiparable en su ecléctica
discoteca a Joy Division u otros muchos grupos norteamericanos, muy alejados,
sin embargo, de la guasa que informa las historias surrealistas del Chinarro sevi-
llano. Por no aludir a todo lo que nos evoca su nombre a cuantos compartimos la
(casi) prehistoria de la televisión infantil española.
40
Para una información básica sobre los autores cubanos más recientes, puede ver-
se Fajardo (2008).

44
porque, al parecer, muchos libreros se negaron a distribuirla (se
puede adquirir on line)– o en no pocas entradas (más o menos
incendiarias) de su blog. También Abreu despliega una virulenta
diatriba contra la “tercermundialización” de Barcelona, la mirada
colonial de España (por mal nombre, Nalguria) hacia Cuba, la in-
migración degradada o una izquierda española a la que considera
“heredera de Felipe II”, todo ello con una prosa brillantísima y una
ironía despiadada.
Al lado de esos exabruptos, otros ejemplos de “la-España-
del-siglo-XXI-vista-por-los-hispanoamericanos” parecerían ama-
bles y frívolas estampas. Esto se aplica tanto para las mínimas cró-
nicas que el peruano Santiago Roncagliolo introdujo durante algún
tiempo en su blog (2005)41 como a algunas crónicas más meditadas
del chileno Rafael Gumucio42, incluidas en sus Páginas coloniales,
ya citadas, quien, sin embargo, con aparente inocencia, ponía el
dedo en la llaga de algunas prácticas poco saludables para la vida
colectiva, como se reconocerá en las páginas aquí seleccionadas.

41
“La feria del porro” (17/10/2005); “Nereida” (08/09/2005; sobre la prostitución);
“Las Siervas de la Pasión” (27/1/06, sobre una “casa cuna” para niños abando-
nados); “La isla de la fantasía” (04/09/06, sobre un viaje a Ibiza) o “El falangista”
(03/05/06, sobre una accidentada presentación de libros en Sevilla, que aquí ci-
taré parcialmente en la sección final del libro). También Roncagliolo se sorprende
de la radical transformación de este “viejo mundo”: “En Barcelona, el tabú ya no es
objeto de escándalo sino de feria comercial” (“La feria…”); su proverbial espíritu
festivo (“un país tan fanático de las fiestas como España”; “El país de las fiestas”,
21/03/06), su aparente modernidad que, extrañamente, permite al parecer dejar
un coche abierto con las llaves puestas, a diferencia de lo que ocurre en Latino-
américa (“La isla…”).
42
“nada realmente nuevo podía surgir de tanto culto a la novedad” (“Barcelona”, Gu-
mucio 2006, 35), que en tal sentido poco se diferencia de Madrid: “Y sin saber por
qué, sin saber hasta cuándo, me fui quedando, a ver si el tiempo me traía alguna
respuesta, a ver si algún día podía predecir la fecha de los miles de festivos, o a
qué hora comienzan los atascos, a qué hora abren las tiendas, a qué hora cierran
los bares” (“Madrid”, Gumucio 2006, 21). Para la “tradicional” y aparente oposi-
ción de ambas capitales habría que ver, desde una perspectiva “sudaca” la obra
del argentino Pablo Nacach (2010), que ha vivido en ambas ciudades, o, desde el
lado exclusivamente español, la antología de Carrión (ed. 2009). Lavapiés. Micro-
rrelatos (2001) y Odio Barcelona (2008), más limitadas en su alcance geográfico
incluyen textos de autores argentinos (Jorge Consiglio, la primera, y Matías Nés-
polo y Lucía Lijtmaier, la segunda).

45
Pero lo político, en realidad, alimenta la escritura transmi-
gráfica, incluso cuando su motivación concreta no sea el exilio (que
aquí apenas aparece) o la inmigración (que sí), porque lo profun-
damente político es la búsqueda (la creación) del lugar del ciuda-
dano contemporáneo en la polis globalizada. España –máscara ya
inevitablemente de esa polis– resulta, a ojos de los escritores ameris-
pánicos, un país mestizo, pero de un mestizaje raro, “una descon-
certante mezcla de creencias antiguas y cháchara confusa” (como
decía Paul Johnson, según Abreu) o “al mismo tiempo pueblerina y
posmoderna, pero ya [...] sólo un rincón de Europa” (“Gumuzio”,
Gumucio 2006, 77). “¡Qué difícil!”, en fin, según exclama reite-
radamente Leila Guerriero en el diario de una visita a España, que
aquí podrá leerse.
***
Pero “discutan más altamente los filósofos este punto filosó-
fico, [que] ya con tanto trabajo me canso y molesto yo mismo” (V:
7, 363). Hagamos caso, pues, al ya casi olvidado Pedro Mártir, y,
para no fatigar con más prolijidad (V: 2, 311), dejemos de referir
algunas menudencias, aunque “cierto fueguecillo que atormenta el
alma [estimulara] a extender algo más el discurso” (III: 4, 187) y
otras cosas no desagradables pudieran ocurrirse que no dejarían de
agradar a los amantes de leer, en particular a los desocupados (VII:
7, 457). Vayamos concluyendo, porque, en definitiva, “bastante
y de sobra hemos divagado con esta discusión” (VII: 7, 456), y lo
que ya toca es leer a los autores que, generosamente, han respondi-
do a esta convocatoria.
Esto ha sido sólo un proyecto de lectura buscando una es-
critura reciente: la que algunos narradores hispanoamericanos
instalados en España han hecho de su experiencia aquí. Según se
deduce de lo anteriormente expuesto, el criterio fue tentativo: in-
tento y tentación. Como, a priori, no resultaba fácil seguir la pista
a la transmigrafía amerispánica, fuimos a por los autores, aprove-
chando las redes personales y las virtuales. La mayoría respondió
con entusiasmo contagioso, y entendió y ratificó la pertinencia del
proyecto. El volumen, todavía imaginario, apenas aspiraba a ca-
talizar su escritura, publicada o inédita, ficcional o documental,
46
existente o por venir. Gracias a ellos aquel libro conjetural se ha
vuelto algo tangible: este libro. Sus nombres van a aparecer por
orden alfabético; por ello, casualmente, pero con el honor que le
corresponde y que nos hace, el camino a los textos lo abre, con
el suyo, Fernando Aínsa, residente en Zaragoza desde principios
del siglo XXI, y decano de estos transmigrafistas. Todos ellos, en
virtud de ese artificio alfabético, reflejarán más apropiadamente la
abigarrada mezcla de voces e inquietudes que irradian estas décadas
confusas. Son unos cuantos, arrebatadores goodfellas; hay más, y
están entre y con nosotros, transformándose y transformándonos,
con su escritura móvil.

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