Está en la página 1de 11
Baie HISTORIA Y FICCION EN LA NOVELA HISPANOAMERICANA CONTEMPORANEA La seductora posibilidad de repre- sentacién estética de lo real susten- ta en buena medida los avatares de la novela del siglo XIX. La afirma~ cién de esa posibilidad entrafia tan— bién un real histérico que articularé un relato sistematizade en convencio— nes y normas productoras de un sub- género, la novela histérica. Surgida la novela histérica, sea de la percepcién en un nivel estético de que 1a Historia es un proceso en el cual el pasado funciona como una precondicién necesaria para el presen te, sea cuando la historicidad se ha- ce conciente en la literatura (1), lo cierto es que podemos acordar con Herbert Butterfield (2) que lo que hace histérica a una novela histérica es la presencia activa de un concepto de Historia como fuerza estructurante del relato y de la representacién.Mds allé de la insoslayable presencia de un saber de la literatura en la arti- eulacién del relato especificamente histérico (3), en la novela histérica es el saber de la Historia -o mejor dicho del discurso historiografico- el que pauta la ficcién, a veces some tigndola a una funcién didactica y més habitualmente a una veracidad fin cada en e1 documento o en una neces: ria concatenacién entre presente y pasados. La perspectiva historiogréfi ca inclina a la ficcién a inscribir lo representado en un horizonte so- cial amplio, a menudo colectivo, cu- yos cambios resultan de un desplaza— miento temporal hacia el pasado que excede lo individual, ya sea porque excede el marco de yna vida humana © porque ella aparece intimamente 1i- gada al acontecimiento o a fuerzas en que lo individual deviene repre— sentativo. Las relaciones entre historia y ficcién en la literatura hispanoame- ricana del siglo XIX van més alla de la novela y de la novela histérica. Podriamos afirmar que los vinculos mas productivos provienen del ensayo, si convenimos precariamente en defi— nir de este modo al Facundo de Domin— go Faustino Sarmiento. No hay ries— gos, en cambio, en la novela histori- ca hispanoamericana del siglo XIX en SUSANA ZANETTI cuanto a su filiacién pues ella ade- cua sus convenciones a las que proce- den de Walter Scott sobre todo, aun— que pueda peculiarizarse por el acen- to que coloca en legitimar una iden— tidad nacional incierta o problemati- ca, que siente no integrada y sin asi dero en una perspectiva histérica que exige siglos (4). A lo largo del si- glo XIX y hasta principios del XX se va constituyendo una novela histérica que gana poco a poco en perspectiva temporal quebrando primero las censu- ras hacia el pasado colonial o indige na y abriendo luego su percepcién de los grandes procesos politicos a los grandes movimientos sociales que po- nen en escena, en los primeros planos de la escena, a los sectores popula- res. Desde la inicial Jicoténcal de 1826, las culturas precolombinas en- frentadas al conquistador espafiol son una via de afirmacién americana; Gua timocin (1846) de Gertrudis Gémez de Avellaneda, Los mértires de Anéhuac (1870) de 'Eligio Ancona son ejemplo de ello. E1 pasado colonial daré pie a la critica liberal que hace de les represiones de la Inquisicién y de las intrigas de las cortes virreina— les una rica veta para ganar un piibli co ‘lector americano que se abastece de folletines europeos, que se delei- ta con Alejandro Dumas. Manuel Bilbao, con El Inquisidor Mayor, Vicente Fidel Lépez con La novia del hereje y sobre todo Vicente Riva Palacio con Monja, casada, virgen y martir y su continuacién, Martin Garatuza, ambas de 1868, entre otras, nos permiten apoyar lo antes expresado. En las dos Wltimas décadas del siglo pareciera que ideas més integradoras de uno y otro pasado, el precolonbino y el co- lonial, estén incidiendo en Enriquilo (1882)'de Manuel de Jestis Galvén, aun que la perspectiva de integracién na- cional (coincidente con Estados nacio nales que controlan sus espacios inte riores, han establecido su Carta Mag— na y los simbolos y préceres en los que se reconocen) se vuelve ahora so- bre todo a las guerras de Independen— cia. Es este un momento de culmina- cién de la novela histérica hispanoa— mericana dentro de los cénones de la novela decimonénica y sus més nota— bles concreciones son Durante la Re- conquista (1897) de Alberto Blest Gana y la tetralogfa de Eduardo Aceve do Diaz: Ismael (1888), Nativa (1890), Grito de gloria (1893) y Lanza y se ble (1914). En la primera mitad de este siglo encontranos diversas propuestas narra tivas a partir del vinculo entre His- toria y ficcién, eje de nuestro anéli sis, pero, aunque con diferentes es- téticas, poco se apartan de las con~ venciones acufiadas en el siglo ante- rior y que vehiculiza el subgénero de la novela histérica. Enrique Larreta, Manuel GAlvez, Tomés Carras- quilla, Arturo Uslar Pietri, entre otros, producen significativas nove— las histéricas en las que no nos de~ tendremos en raz6n de lo apuntado. Ya en la década del cincuenta, Zama (1956) de Antonio Di Benedetto © La regién més transparente (1958) de Carlos Fuentes sefialan caminos po- sibles de resignificacién de lo real histérico, de esos vinculos entre His toria y ficeién, liberados del rétulo del subgénero. Pero creemos que en esta resemantizacién estética de la temporalidad, y de los carriles que habia planteado la novela histérica y la reflexién tedrica sobre ella, cobra importancia especial en Hispa- noamérica el El Siglo de las Luces (1962) de Alejo Carpentier. 1962 es el afio de publicacién, ademés, de o- tras dos novelas relacionadas con nuestro tema: Bomarzo de Manuel Muji- ca Léinez y Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sdbato. Hos parece interesante por la significacién que en el proyecto narrative Carpentier, sino por apun mencionar- circunstancias extratextua les de peso en la conformacién de una novela hispanoamericana segin el eje que estamos considerando, recordar estas afirmaciones del narrador cuba- no: "No se habfen hecho manuales de historia de América. Es decir, en los colegios de mi infancia, en La Haba- na, estudiabamos de acuerdo con los libros que estaban vigentes y se usa— ban en la Espaiia de fines del siglo XIX ... Libros de historia en los cua les, evidentemente, no se daba ningu- na importancia a la Independencia de América pasando evasivamente sobre figuras como Bolivar, San Martin, O'Higgins, etc., que apenas se mencio naban. Y no habia manuales de histo- ria de Cuba. Es decir, que mi genera— cién, crecié desconociendo literalmen te la historia de Cuba y la historia de América” (5). La debilidad de la historiografia hispanoamericana del siglo XIX (una historiografia que em pieza a afianzarse recién a fines de ese ,siglo y a comienzos del actual), unida a las propuestas monoliticas de historias oficiales mezquinamente procerizantes, con escasos resquicios para la duda y la reflexién, tuvieron que ver con la debilidad de la novela histérica hispanoamericena misma, aun que también contribuyeron a que ésta se hiciera cargo de "vivificar", po- arianos decir, la experiencia malti- ple de la vida social del pasado —al anparo a menudo del documento empolva do en viejos archivos, como fue el caso de Vicente Riva Palacio, entre otres- y de desplegarla valorizando el conflicto y le actuacién de las diversas clases sociales, sea en los RICANA CC 'EMPORANEA grandes acontecimientos histéricos -Durante la Reconquista de Alberto Blest Gane- o en la nistoria menuda -La marquesa de Yolombé de Rafael Ca- rrasquilla~. Cuando se diversifican y pluralizan las lineas de investiga- cién historiogréfica se matizan las polémicas en funcién de las diferen- tes propuestas ideolégicas y politi- cas preocupadas en definir 1a especi- ficidad hispanoamericana, muchas ve ces en funcién de la busqueda de res— puestas para la accién en el presen— ve, se esta produciendo también una modificacién importante -con respecto al momento de surgimiento de la nove ie histérica tradicional- en los dis~ cursos de las ciencias humanas. Nos referimos sobre todo al peso que co— bran la psicologia, 1a sociologia y 2 antropologia en América Latina, y no sélo en cuanto a los aportes de conocimiento sino también en cuanto 4 especificas propuestas discursivas, que operan a partir del relato oral @ la vez que coleccionan un importan te acervo tradicional), de 1a encues— a, de la historia de vida, cuyo peso en la literatura de todos estos afios es indiscutible, a poco que recorde~ mos, por ejemplo, Biografia de un ci— marrén de Miguel Barnet o Hasta no verte Jestis mio y La noche de Tlate— lolco de Elena Poniatowska, en los que lo real histérico se flexiona Significativamente hacia lo autebic— grafico y hacia la historia familiar, muestras de una linea muy significa— tiva en la narrativa actual. El Siglo de las Luces es evidente— mente una novela histérica, pero su texto aparece modulado por tensiones que parecen cuestionar -mediante la ironia, la ambigiledad, la parodia— los presupuestos ideolégico estéticos del género y, a1 mismo tiempo, dispu~ tar a la historiografia el discurso SUSANA ZANETTI sobre lo real histérico. Se ha sefiala do repetidamente la tendencia en esta novela a la abstraccién y a la alego- riaj el texto mismo, por otra parte, explicitamente enuncia los limites de un conocimiento destinado a operar con 1a conjetura: "Imposible es sacar ciertas verdades en claro ... Un ara~ be dirfa que pierdo el tiempo, como lo pierde quien busca la huella del ave en el aire o la del pez en el agua", dice Carlos cuando se Cierra la novela. La carencia de certezas de una narracién que se desliza sobre lo opaco © lo vacio y que solo puede apelar a la conjetura es uno de los rasgos més notables de la novela his- Panoamericana contempordnea, especial mente de aquellas que tematizan los vinculos entre Historia y ficcién, de esos novelistas que estén “atentos al murmullo enfermizo de la histo- ria", como afirma Respiracién artifi- cial de Ricardo Piglia. La conjetura articula Morirés lejos (1967) de José Emilio Pacheco y también José Trigo (1966) de Fernando del Paso, novelas a las que més adelante nos referire— mos, y la incertidumbre que sélo dis- pone de la fabulacién para indagar un pasado que nos constituye, la en- contramos en las més diversas propues tas contemporéneas. Dice, por ejen- plo, un personaje de Manifestacién de silencios (1981) de Arturo Azuela: "Yo no sé quiénes somos ni hacia dén- de vamos. $i ti quieres somos denasia das historias que se disparan hacie cualquier rumbo. Palabra que me salen carcajadas de antologia cuando insis- ten en nuestra idiosincracia. Eso es el puro relajo y de ahi no pasa. A cada rato se nos desmorona el pasado; yo diria que con cada nueva genera- cién. Mafiane y tarde nos estamos rein ventando" Como en las novelas histéricas tra Gicionales, El Siglo de las Luces se centra en un momento histérico concre to, el de la Revolucién Francesa y, especialmente, el del advenimiento de la Modernidad en Hispanoamérica. Pero en 1a novela de Carpentier este nivel del acontecimiento parece vela~ do, interferido, porque se lo constru ye a partir de sistemas artisticos, de discursos estéticos y también reli giosos, que desplazan la temporal: dad, el momento histérico elegido. El siglo XVIII, el siglo de la rezén, aparece enmarcado por las fantasmago— rias de las aguafuertes de Goya y de sus fusilamientos del 2 de mayo, es decir, por el romanticismo y las revo luciones populares nacionales. £1 pri mer epigrafe de Goya, para apuntar sélo una simple observacién sobre es- to, "Siempre sucede", corresponde a una imagen que muestra en primer pla- no 1a caida de un caballo y de su ji- nete, en tanto que en el segundo apa~ rece un batallén napoleénico. Es de- cir, que cuando la novela comienza a ficcionalizar 1a entrada en el lai- ciemo y la muerte de la autoridad -leida desde la muerte del padre-, la cita de Goya sefiala un periplo ya cumplido y el fracaso de una Utopia; al mismo tiempo, en otro nivel, la recuperacién de la epicidad con la eleccién de la muerte heroica final, se cubre de una dimensién trégica si la consideramos a partir de ese epi- grafe. Pero, ademés, El Siglo de les Lu- ees apela para representar el siglo XVIII a las tépicas y a la retérica, a las modulaciones de la escritura del siglo anterior, al siglo del ba— rroco. Privilegia, frente a las moda— lidades posibles de 1a representa cién, el espectéculo y la teatrali- dad, oponiendo al orden, la claridad y la razén, el mundo abigarrado, fun- dado en la acumulacién y la prolife- racién barroca. Las formas barrocas HISTORIA Y FICCION EN LA NOVELA HISPANOAMERICANA CONTEMPORANEA del laberinto y 1a espiral, tanto co- mo la mascara y el disfraz, estructu- ran la historia narrada. =n ella la figura barroca del peregrino tiene funcién fundamental, generando una suerte de contrapunteo entre el des plazamiento temporal y el espacial. El peregrino condensa el desplazamien to de hombres, ideas, civilizaciones, en un nuevo Camino de Santiago, que constituye una de las alegorias predi lectas de Alejo Carpentier. La estética de la precisién y de la imprecisién -tan admirablemente analizadas por Noel Salomon (6)-, los juegos con el anacronismo (la cita del Manifiesto Comunista o 1a alusién -el homenaje- a Fernando Ortiz, entre otros), contribuyen a desrealizar y volver ambigua la Historia, a plurali zar las lecturas, a leer el siglo XVIII desde 1a experiencia revolucio- naria, politica, social y estética, del siglo xx. Basta recordar las dis— cusiones sobre el arte revoluciona- rio, la mencidn de la escritura auto~ matica y la interpretacién de los sue fios, para marcar la posibilidad de leer" el siglo XVITI desde las expe- riencias de las vanguardias del xX, © si queremos, "leer" el inicio de la-modernidad desde su culminacién. El cuadro "La explosién de la Cate- ral", central en la significacién de 1a novela, condensa, pensamos, es- tos desplazamientos temporales a que hemos aludido, ya que el mismo, es obra del pintor manierista Desiderio Mons y fue “redescubierto" por las vanguardias surrealistas del siglo XX. En otro nivel, pero incidiendo también para volver ambigua 1a certe- za de la Historia, el narrador suele valerse de esa moda criticada del es- pafiol del siglo XVIII de usar los pre téritos imperfecto y pluscuamperfecto del subjuntivo en lugar de los mismos tiempos del indicativo. El Siglo de las Luces tiende a que brar, dijimos, las normas y les refle xiones tedricas sobre la novela his- térica, Se vale irénicamente de la tipicidad lukacsiana, finca le veraci dad en el uso de documentos explicita mente aludidos, pero oculta buena par te de esa informacién y a veces mien- te. Esta novela histérica, que puede ser lefda también como novela de a- prendizaje, pone la clave para 1a com prensién del sentido de la Historia fundanentalmente en el capitulo cen— tral, el 24, cercano o perteneciente a las modulaciones de 1a lirica -como ha analizado Marie Claire Zimmermann (7)- y en el que esta comprensién pro viene de 1a compenetracién del hombre con 1a naturaleza. Creemos que El Siglo de las Luces sefiala un momento de ruptura dentro de la perspectiva que venimos conside rando. Lo sefiala en la obra misma de Alejo Carpentier, quien, sobre todo en Sus nouvelles posteriores ~Concier to barroco (1974) y El arpa y la som- bra (1979)- insistira en el anacronis mo, la fragmentacién, la parodia, tan to como en el humor para significar la falsedad del dato, del documento; y también lo sefiala para la novela hispanoanericana, en la cual, espe— cialmente para los Gltimos ' veinte afios, ha crecido el interés en temati zar las relaciones entre Historia y ficcién, produciendo las més variadas propuestas, sea por los protocolos de lecture’ a que apelan, sea por los momentos histéricos elegidos o los modos de estructuracién de los mis— ToS, sea por la envergedura que tiene 10 histérico en los proyectos de algu nos novelistas, sea por la diversidad de piiblicos o de lectores que recla- ma. fn la novela hispanoamericana de estos dltimos afios encontramos proyec tos narrativos practicamente concen= SUSANA ZANETTI trados en la reinterpretacién de la historia nacional, o americana, que han constituido un verdadero éxito de piiblico en los pafses respectivos. Creo que es suficiente citar las nove las histéricas del venezolano Francis co Herrera Luque -Boves el Urogallo (1972), En 1a casa del pez que escupe agua (1975), Los amos del Valle (1979), La tragedia del generalisimo (1983)- 0 1as del peruano Guillermo Thorndike -1879 (1977), El viaje de Prado (1977), Vienen los chilenos (1978), La batalla de Lima, las tres Wiltimas componen la trilogia de la guerra del salitre-. Las novelas de Carpentier han con- tribuido a afirmar ciertas tendticas, especialmente de la que se ha ya con— venido en denominar la narrativa de los dictadores latinoamericanos, que creemos convendria més vincularla con una narrativa de la violencia ya que en general es ella la que articula ese corpus y le otorga una perspecti- va més amplia, o més adecuacamente saturada. Entre ellas se destaca Yo el Supremo (1974) de Augusto Roa Bastos. También en esta novela como en El Siglo de las Luces, Historia y escritura, re-escritura, es el eje fundamental de la estructuracién de lo narrado, E1 Siglo de las Luces se constituye en escritura a partir de otros textos, y son los textos los que parecieran dirigir la Historia. Textos propios (la novela se cita a si misma) o ajenos, secretos o expli- citos, literarios o paraliterarios, tejen la escritura de esta novela. La funcién de quien enuncia es tradu- cir, interpretar -como el Zohar de la Cabala, presente en el epigrafe inicial de la novela-, volver a de— cir, en suma; su funcién es la inter— mediacién, vencer “el indtil pudor de escribir sobre lo ya escrito...", como afirma el narrador de Morirés lejos de Pacheco, sefialando una acti- tud constante en los novelistas de estos Gltimos afios. Gruce de textos, parodia o pasti- che: "La ficcién carpentiana no seré mera evocacién de un pasado, simple rescate de unos origenes sepultados por el tiempo, sino que querré ser pastiche de esos textos que encierra la memoria hispanoamericana, repeti- cién, re-elaboracién textual en el sentido mas concreto y tangible.” (8) Este carécter ineludible de los tex- tos ya escritos se tematiza en la e— nunciacién de la narrativa contempo- rénea. Perc lo hace para operar a con trapelo de ellos, para que de esos innunerables tramados que los consti- tuyen dejen traslucir los blancos, emerjan los intersticios por los cua- les ganen espacio otras voces. La no- vela de las tiltimas décadas insistiré en marcar que esa misma multiplicidad de textos, que esa acumulacién, se encarge de volverlos fragmentarios, versiones incompletas, no fiables. ES tas presencias insoslayables son a veces los textos esclerosados de las historias oficiales, pero otras son textos magistrales, con los que se rivaliza a menudo. La historia ofi- cial, la gesta del-Grito de Dolores, es objeto de la audaz parodia de Jorge Tbargiiengoitia en Los pasos de Lépez (1982) que envuelve al primer intento de independencia de México en una atmésfera de tertulia rococé. Los textos magistrales, a que hice referencia, aparecen en muchas de es— tas novelas, como por ejemplo Los ser tones de Euclides da Cunha en La gue— rra del fin del mundo (1981) de Vargas Llosa, o la descripcién del eruce del Parana por el ejército del general Urquiza en Jaurfa (1974) de David Vifias, a partir de la de Sar- HISTORIA Y FICCION EN LA NOVELA HISPANOAMERICANA CONTEMPORANEA miento en Campafia en el Ejéreito Gran de. Pero estos textos conviven con o- tra experiencia, 1a de le posibilidad de asir la Historia americana, atin tan préxima, con esa temporalidad tan gible indicada por Jorge Luis Borge: "Yo afirmo -sin remilgado temor ni novelero amor de 1a paradoja~ que sé- lo los paises nuevos tienen pasado; es decir, recuerdos autobiograficos de 61; es decir, historia viva ... E1 tiempo -emocién europea de los nu- merosos dias, y como su vindicacién y corona- es de m&s imprudente circu lacién en estes repiblicas. ...Aqui somos del mismo tiempo que el tiempo, somos hermanos de él." (9) En las novelas m4s interesantes de los Gltimos afios la Historia se transforma en memoria y esta memoria se contruye a partir de la mezcla de voces y discursos, de restos, de frag mentos que dan nueva dimensién a lo anénimo y colectivo de los sujetos de la novela histérica tradicional. La fragmentacién o le dispersién del acontecer histérico o de sus actores es una de las perspectivas fundamenta les de estas novelas; 1a otra, que con frecuencia suele confluir también en sta, es 1a de la conjetura. Quien enuncia interpreta o febula, conjetu- ra, cede la palabra o se desdobla, asume diversos lenguajes -el de las ciencias puras, como en El destierro es redondo de Rivadeneyra o el de la medicina, como Palinuro de México (1977) de Fernando del Paso- 0 al des Plegar la Historia despliega también la historia del lenguaje, mezclando, duplicando, enumerando, lenguaje cole Quial, culto, regional, arcaismo, neo logismos, etc., como ocurre en José Trigo de Fernando del Paso. Los chismes, los rumores, los re- cuerdos son el documento privilegiado de Maria Joaquina, en la vida y en la muerte (1976) de Jorge Davila Vaz quez. Ambientada en Quito finisecu- lar, 1a novela tiene como figuras cla ves al gobierno de Ignacio Veintemi- lla (1875-1883) y el vinculo afectivo (con rasgos incestuoses) de éste con su sobrina Marfa. La historia concre- ta del Ecuador en estos afios, los he— chos de la historia objetiva, dirfa- mos, no son el centro del relato. La novela se concentra en dos o tres epi sodios, mediatizados y vueltos ambi- guos porque se accede a ellos a traq vés de versiones, rumores, chismes, sobre hechos que se imaginan 0 supo— nen. La verdad, la historia, la rea~ lidad, son ilusorias, y sélo si se borran los limites entre lo real y lo imaginado es posible construir esa otra realidad, desde maltiples recuer dos borrosos y vagos. = Quizds sea £1 mundo alucinante (1967) de Reinaldo Arenas una de las propuestas més interesantes hechas a partir de la memoria, en este caso las del padre Fray Servando Teresa de Mier. Arenas, quien parodia en es— ta novela justamente a El Siglo de las Luces, especialmente por ese ho- rror al vacio que pareciera perseguir lo, ha disentido explicitamente con el proyecto de Carpentier, o quizés mas bien con su modo de concretarlo, ya que entiende "La historia (como) una metéfora del ser humano, (como) lo verdaderamente trascendente que pueda tener un personaje dentro de un tiempo determinado." (10) Pero si reparamos en la concepeién unitaria de la obra de Arenas o, simplemente, si reparamos en £1 mundo alucinante que cierra el periplo de fray Servan- do volviendo a Monterrey, al "coro= jal" y a la infancia, la memoria se independiza de 1a Historia, justamen- te porque la infancia, si bien es el -u- SUSANA ZANETTI pasado, esté libre de la Historia. Dos novelas me parecen especialmen te importantes en la narrativa conten porénea por las tensiones que estable cen entre Historia y ficcién. La pri- mera es Morirés lejos de José Emilio Pacheco, y la segunda, José Trigo de Fernando del Paso. El titulo de Morirés lejos cita un vaticinio y enuncia un final que no depende de la sucesién y del deve- lamiento de un enigma. La narracién de lo histérico, la acumulacién de diferentes formas discursivas sobre ellos (historiografia, informes, con- fesiones, etc.), asf como la acumula- cién de hipétesis, no se concatenan para decidir un desenlace. Mas bien esta historia cuenta, 0 pone en esce- na, una suerte de ritual en el que la escritura pareciera proponerse e- ternizar el castigo, y mantener pre- sente la memoria. (11) La novela articula dos bloques na~ rrativos. Uno de ellos relata la his- toria del pueblo judio (casi veinte siglos) desde la destruccién de Jeru- salén hasta 1a caida del tercer Reich. El segundo bloque conserva su titulo ~Salénica- a lo largo de todo el re- lato y 1a atraviesa practicamente has ta’ el final. Salénica es el espacio privilegiado de Moriraés lejos: desde €1 se enuncia la novela -aunque no podamos sujetar, slo conjeturar, el sujeto que la enuncia~ y @ 1 se some te el otro bloque. Salénica invade y se disemina cada vez con mayor impe tu en la masacre del pueblo judfo. Penetra el primer bloque con sus per- sonajes, como espacio concreto de la diaspora y el destierro, entreteje con 1 sus s{mbolos, sus propias moda lidades de aparente objetividad y dis tancia, le transfiera la probabilidad y la conjetura, asi como las marcas de 1a escritura y de la literatura. Un ejemplo entre otros: 1a enumera— cién de los erfmenes de guerra nazi acudiendo a 1a forma verso. Salénica, ese bloque invasor, es por excelencia el luger de la conjetu ra, organizada sobre hipétesis que se sustentan para descartarse de inme diato y en las cuales la légica opera sobre construcciones imaginarias, so- bre la ficcién, sobre el fingir. En Salénica se espia, se investiga (con la mirada y con el interrogatorio) sobre la identidad, y la existencia misma, de los personajes de la nove- la, eme y Alguien. No hay certezas, sin embargo: no se sabe quiénes son los personajes, quién es el narrador, cuya apelacién a las formas impersona les y al nosotros inclusivo amenaza la identidad misma del lector. Las hipétesis més reacias a desava- recer en Salénica no corresponden @ ja temporalidad, sino al espacio: al lugar de la escena y a la colocacién de personajes. E1 relato cubre unas pocas horas, de la tarde al ocaso, de un dia miércoles, y en un parque de 1a ciudad de México. Detrés de una persiana netélica de una casa, eme espfa e intenta des cubrir quién es el hombre sentado en uno de los bancos leyendo el periédi- co, el cual a su vez vigila a eme. La escena reproduce una situacién re- petida por afios: Salénica es la histo ria de un asedio interminable y vacio de hechos, salvo los imaginarios. Un constante presente hipotético permite a eme desplegar las posibles histo- rias de Alguien y viceversa: ambos se implican mutuamente. Las miradas y las fabulaciones del uno constitu- yen al otro: el cerco de la mirada contiene al otro. Eme es un nazi que hace veinte afios se oculta para evi- tar un castigo inevitable, al amparo a la vez del olvido y la esperanza. =42- HISTORIA Y FICCION EN LA NOVELA HISPANOAMERICANA CONTEMPORANEA El olvido posibilita su supervivencia y la espera de la venganza, a cargo de un nuevo profeta que venga del Walhalla. Alguien fue victima en un campo de concentracién, también a la espera, por el recuerdo, de la vengan za o del castigo. Los sostiene la re~ lacién especular de victima y victima rio. Son en realidad la ecuacién de sujetos miltiples 0 colectivos, cons— tituidos por la migracién de uno a otro de las figuras de la destruccién y la resistencia. Son mucho més: son la cifra de la historia de la tribu, solidaria consigo misma, historia re- gional de la humanidad que abarca si- glos y lugares miltiples, cuya meno- ria detallada, la de los hechos, se expande en el primer bloque menciona- do. Morirés lejos, tensionada entre el vaticinio y la memoria, en el or- den temporal; entre el encierro (el ghetto, el cuarto, el parque o el can Po de concentracién) y la dispersién (la Diaspora) en el orden espacial, S6lo puede narrar su historia tejien- do a la vez una red de hipétesis y una red de citas. La red de hipéte- Sis, como dijimos, se concentran fun— damentalmente en Salénica. La red de citas organiza 1a historia de los ju- dios sobre la base de los elementos que todo relato privilegia: fuerte Presencia de la accién, historias des pojadas de digresiones (comparese, por ejemplo, las relaciones con el genotexto, la Historia de la guerra de los judfos de Flavio Josefo, redu- cida a citas eminentemente funciona- les), un ritmo narrativo sostenido por la tensién, personajes individua— lizados -proliferan aqui los nombres Propios y las fechas inexistentes en Salénica-, narradores verosimiles que cuentan la experiencia vivida y se afirman en la primera persona. Pero todo el bloque proviene, o manifiesta que proviene, de otros textos. De mo- do que son fragnentos de discursos los que sostienen ese bloque compacto que pretende , valido de la convencio nal credibilidad del testigo, susten— tar la veracidad de la Historia. Y su credibilidad, y la entera credibi- lidad de 1a novela se desmorona en esta efirmacién: "Sélo existe el gran crimen, y todo lo demas: un poco de papel febrilmente manchado para que todo aquello, si alguien lo recuerda, si alguien, aparte de quienes lo vi vieron, lo recuerda, no se olvide. Porque todo es irreal en-este cuen to. Nada sucedié como se indica. Los hechos y los sitios se deformaron por €1 empefio de tocar la verdad mediante una ficeién, una mentira." (12) Frente a los narradores individua- lizados de este primer bloque, en Sa— lénica, tanto los narradores como los personajes -separacién que, por otra parte, tiende a confundirse- disputan la tarea de elaborar inferencias, de prever los discursos légicos posibles Gel Lector Modelo. Por su parte, la historia de la persecusién de los ju- dios pareciera colocar dentro de 1a novela, la enciclopedia que deberfa provenir de la experiencia del lec- tor. En cierta fora, Morirés lejos invade la lectura, podriamos decir que, incluso, la cerca. Y aqui pode- mos sefialar también el gesto contra— rio puesto que los espacios en blanco que, en sentido estricto, consumen alrededor de un tercio de la novela, permanecen irreductibles a cualquier paseo referencial convencional. Son espacios vacios, ordenados también de acuerdo con 1a geometria -como el parque, les torres, etc.-, que vuel- ven a desordenar 1a significacién, © més bien insisten en la multitud de formas de significar de 1a histo- isn SUSANA ZANETTI ria en la ficcién. José Trigo -como Palinuro de Méxi- co- tematiza un hecho reciente de la historia mexicana: la huelga ferrovia ria y la represién policial, ocurri- das entre 1959 y 1960, seis afios an- tes de la fecha de edicién de 1a nove la, y seguidas de otros episodios re Presivos,como 1a prisién de Siqueiros (1960) y el asesinato del 1fder agra- rio Rubén Jaramillo y su familia (1962). José Trigo cuenta, como Moriraés lejos, una investigacién, persigue develar. un enigma, concretar la his- toria de José Trigo, un personaje sin importancia, casi anénimo, que se tiré de un tren en los talleres ferroviarios de Nonoalco-Tlatelolco, sin zapatos, y que recorrié las ca~ les de la zona llevando un atatid . para finalmente desaparecer, perder— se, posiblemente trepado a otro tren, luego de presencier el asesinato del lider ferroviario Luciano y de ser Perseguido por el asesino, un trai- dor. Un narrador miltiple -desdoblado y ambiguo-, que asume las diversas personas gramaticales y cede o se apo dera de las numerosas voces que cuen- tan esta historia, abriré y cerraré la novela preguntando por 1a identi- dad de José Trigo. También conjetura, suefia y fabula para ordenar e inter- pretar el pasado a partir de versio- nes inciertas e incompletas, para or- ganizar la oscura epopeya de los fe- rrocarrileros de Nonoalco-Tlatelolco, que lucharon en 1a revolucién y en la guerra Cristera. Historias anéni- mas, de migrantes campesinos que han llevado adelante las comunicaciones ferroviarias mexicanas desde el siglo pasado, y herederos de una memoria que viene de mucho mas lejos, desde la fundacién de Tlatelolco en 1337. José Trigo se cuenta desde la des- trucci6n, desde una nueva dispersién. Desde un presente fantasmatico en el que la Historia ha vuelto a cefiirse al vaticinio del origen, al topénimo y @ los mitos que parecieran prefigu- rarla. El relato, dijimos, despliega un amplio desplazamiento temporal y espacial, se pretende totalizador, pero la Historia se presenta como un volver a comenzar desde "el monticulo de tierra" (ese es el significado en néhuatl de Tlatelolco) y pareciera condenada a tornar a él. Sdlo las pa- labras, las innumerables palabras acu muladas de los hombres en textos, vo- ces, memoria, que se funden y confun- den, que se suefian y fabulan, pueden sustentar la Historia. Las palabras recuperan en José Tri go la dimensién religiosa precolombi na, en cuanto vuelven a ser flor, san are y vida, don de los dioses: "Est: ba yo deshojando las palabras cuando vino a mis hombros el sinsonte de las cuatrocientas voces y me dijo que és— te era el libro de los suefios ... ¥ lo que vi lo cuento con sdlo mis pala bras ...". Son ellas, sin embargo, también precarias. Las amenaza la des truccién como a la Historia (“porque no tuve las palabras, las palabras tartamudas, el montén de polvo de pa~ labras que se han de desmoronar cuan- go llegue el quinto sol de los ten— blores de tierra ..., p. 265), aunque algunos relatores de 1a novela, espe- cialmente Buenaventura -la (nica que puede introducirnos en la historia de José Trigo-, adivina y denominada también por el apelativo Nanantzin, que ha nacido ademés en Tamoanchan (el paraiso de la vida, de los poetas y, por lo tanto, el lugar de la pala bra), nos lleva a interpretar la per- vivencia de la palabra, de las voces que, siempre, podrén alguna vez conver tirse en escritura. iq -14- HISTORIA Y FICCION EN LA NOVELA HISPANOAMERICANA CONTEMPORANEA NOTAS (2) Luckées, G., La novela histérica, Méjico, Era, 1977. (2) Butterfield, H., The Historical Novel, ‘Cambridge, University Press, 1924, (3) White, H., Metahistory, Baltimo-— re, Johns Hopkins University Press. (4) Jitrik, Noé, "De la historia a la escritura: predominios, disime trias, acuerdos en 1a novela his- térica latinoamericana" en Bal- derston, Daniel, ed., The histori cal in Latin América, Gaithersburg, MD, Ediciones Hispamérica, 1986. (5) Reproducido en A. Carpentier, Ra z6n de ser, Caracas, Universidad Central, 1976, p. 27. (6) Salomén, Noel, "E1 Siglo de las luces: historia e imaginacién" en Arias, Salvador, comp., Alejo Cerpentier, La Habana, Casa de , las Américas, 1977, (7) Zinmermann, Wac, “La poétisation dans le roman" en Quinze études autour de El Siglo de las Luces, Paris, L'Harmattan, 1963. (8) Gonzélez Echevarria, Roberto, The Pilgrim at Home, Ithaca, Universi ty Press, 1977, p. 16, (9) Borges, Jorge Luis, Obras comple- tas, Buenos Aires, Emecé, 1974, Pp. 107, (10) Entrevista a R. Arenas de £. M. Santi en Vuelta, N° 47, Octubre, 1980. (11) Morirés lejos no desarrolla "una forma de misericordia", més bien explicita que "incluso la ejecu- cién es una muerte infinitamente mis piadosa que veinte afios de terror y de culpa". (Citas de Morirés lejos, México, J. Mortiz, 1967, p. 1l8. (22) Ed. Cit., p. 135.

También podría gustarte