Está en la página 1de 398

CC

apítulo 0: Lo muerto, debe quedarse muerto.

"Colón encontró hombres que se alimentaban de carne humana; sus vecinos le llamaban
caníbales..." -Pedro Mártir de Auglería.

El joven sintió sobre su nuca un suave y abrasador aliento el cual le era inconfundible, era un
jadeo perturbadoramente ardiente, casi tanto como el que provoca una fogata en aquellos gélidos
días de invierno. El miedo comenzó a emanar de sus poros, tanto así que lograba sentir cada
fuerte pálpito rotundo de su corazón, que golpeaba su pecho, que de no ser porque resultaba
fisiológicamente imposible, parecía salirse de lugar. Seguidamente, un súbito escalofrío invadió
todo su cuerpo recorriendo de arriba a abajo su espina dorsal, provocando involuntariamente un
leve temblor.

Inmediatamente, mantuvo su respiración por unos segundos, y giró su cabeza lenta y


cuidadosamente, para poder enfocar mejor al monstruoso demonio que lo acechaba por detrás.
Pudo observar como dos frías e inertes esferas de iris color gris se perdían apuntando a ninguna
dirección en particular, mas no parecía que el demonio buscará cruzar miradas con los oscuros
ojos café del joven. Pero de todas formas sabía que podía oír su agitada respiración y casi estaba
seguro de que el olfato de esa bestia era muy superior al de una persona común y corriente.

De repente y sin previo aviso, en un rápido movimiento, el monstruo se abalanzó sobre el


muchacho abriendo su boca intentando asestar un gran mordisco a su cuello, pero rápidamente él
se le adelantó, y de un movimiento preciso le clavó su brazo en el cuello evitando la mordida, y
seguidamente con su mano libre lo empujó unos pocos metros hacia atrás.

Eso fue suficiente para darle el tiempo que necesitaba para poder empuñar su arma de fuego,
alzó ágilmente su brazo, no quiso perder tiempo en tratar de apuntar, tiró a quemarropa
asestándole en el pecho, haciendo que el monstruo retrocediera un paso, pero eso no lo detuvo.
Luego, el joven dio otro disparo más, esta vez con precisión en la cabeza, logrando que se
desplomara contra la pared y golpeara su nuca con una estantería ubicada justo detrás.

Lo que provocó que la estructura se desplomara y cayeran varios platos y vajillas al suelo,
estallando en incontables pedazos y ocasionando un fuerte y molesto ruido que hizo al joven
encogerse de hombros. Maldijo en un susurro.

Su pistola también había hecho un gran escándalo al disparar, no le quedaba mucho tiempo,
"ellos" seguramente ya se habían percatado de su presencia, debía salir de ahí cuanto antes. Se
apresuró en tomar su mochila que descansaba en el suelo, y cruzó la puerta saliendo de la
minimalista cocina en donde se encontraba.

En el pasillo, de camino a la salida pudo oír como uno, no... varios de ellos bajaban velozmente
las escaleras rumbo a su posición, ya lo habían descubierto, era muy tarde para planear un
escape sigiloso.

Plan b pensó, y embistió bruscamente la puerta de salida con su hombro, y se fue a la violenta
carrera hacia una arboleda ubicada justo delante.

En su mente, el joven planificaba el escape paso por paso; debía cruzar la arboleda y seguir recto
hasta la ruta, y buscar su vehículo, que previamente había estacionado ahí, para venir a registrar
la solitaria casa en medio de la nada, en busca de provisiones o algún recurso que le fuera útil.

Sobre la marcha ojeó su retaguardia, para observar la distancia entre él y los monstruos que lo
perseguían, pudo contar aproximadamente unos cinco o seis, pero eran muy lentos para seguirle
el ritmo. Eso lo tranquilizó un poco y aligeró el paso, dándose un respiro.
Pero, inmediatamente sintió como su corazón le pareció dar un vuelco, y todos sus sentidos se
agudizaron en un segundo; Un ensordecedor ruido se escuchó proveniente de la casa, el chico
miró hacia atrás asustado, sabía reconocer ese sonido, ya lo había escuchado antes en varias
ocasiones. Muy malas ocasiones.

Uno de los monstruos salió disparado de un salto, desde la ventana de la planta alta de la casa,
cayó duramente al suelo, pero no pareció hacerse daño alguno.

Su cara lucía horrenda, recordaba al mítico personaje encapuchado que se dedicaba a cosechar
almas, el cual en algunas culturas, llegaban a idolatrarlo como a un dios, mayormente conocido
como: La parca.

A simple vista parecía bastante escuálido, pero inusualmente fuerte para ser capaz aguantar tal
caída, como no parecía poseer piel se podía observar fácilmente lo blancuzco de los huesos en
algunas partes de su cuerpo, el resto estaba recubierto de carne al rojo vivo.

El monstruo respiraba agitadamente emanando un humo blanco por cada vez que jadeaba, sus
ojos grisáceos y llenos de ira estaban clavados en el joven, lo que le dió la ligera certeza que este
si podía verlo. Otro grito desgarrador derivo de su boca, indicando que estaba listo para atacar en
cualquier momento. Inmediatamente se posó sobre sus manos y sus pies, agazapándose como
cual animal al ataque, y se echó a la carrera, directamente rumbo al joven.

Este quedó inmovilizado, esa cosa se le acercaba a gran velocidad, era por mucho, más veloz
que los demás, pensó inclusive que podría ser más rápido que un atleta profesional, y se dirigía
zigzagueando rápidamente hacia él, y en poco tiempo lo tendría encima desgarrándole el cuello.

El joven descartó la idea de girarse nuevamente a correr, no lo lograría, no contaba con el tiempo
ni la velocidad para lograr un escape exitoso, optó por empuñar su Beretta, y hacer frente a esa
brutal bestia. Lo apuntó, tratando de seguir sus movimientos, pero era en vano, su velocidad era
descomunal y disparar no le serviría de nada más que gastar munición.

De pronto recordó lo que había practicado tiempo atrás, para una situación riesgosa como esta,
era una jugada peligrosa, pero era la única opción factible de triunfo que se le ocurrió.

Espero pacientemente que se acercara y estuviera a unos pocos metros delante de él, si mal no
recordaba de experiencias pasadas, este tipo de monstruo efectuaría un salto justo antes de
echarse sobre el rival para cazarlo por el aire.

—Puedo hacerlo...—Musitó.

El monstruo se aproximó a un metro y medio de distancia del chico, apoyó el peso de su cuerpo
sobre sus manos, contrajo las piernas, y dio el salto de gracia.

El joven, previno el movimiento de su enemigo, y saltó conjuntamente hacia atrás quedando en


posición paralela con él... en el aire el monstruo había adquirido demasiada altura, quedando justo
encima, dando un infructuoso mordisco al vació que rozó sus castaños y puntiagudos cabellos.

A su vez, el chico con su arma en mano, alzo rápidamente los brazos a cuarenta y cinco grados
por sobre su cabeza y disparó a ciegas, cayendo el al suelo en un golpe seco de espaldas y el
monstruo unos metros más atrás de su posición.

Por suerte para él, su disparo había sido certero, le dio justo en el cuello, pero sabía que eso no
era suficiente para los de su clase, debía rematarlo, tomó nuevamente su arma, se incorporó
rápidamente y antes de que el monstruo pudiera hacer algo más, el joven le disparó dos veces
consecutivas en la cabeza.
—Todo lo que está muerto, debe quedarse muerto...—Recitó por lo bajo, mirando con desprecio a
la criatura.

Rápidamente salió del lugar, cruzó la arboleda dejando atrás a los demás monstruos que lo
perseguían y se adentró en la ruta.

A unos pocos metros lo esperaba su vehículo, que para ser exacto, era una casa rodante clásica
de color negro opaco; No era la gran cosa, pero para él, le bastaba y sobraba.

Ingresó; Puso en marcha el vehículo y comenzó a conducir lejos del lugar, mirando con sus
afinados ojos marrones a través del retrovisor, observando como los monstruos lo perseguían a
trote lento, y luego se perdían en el horizonte.

Mientras manejaba, disfrutaba del paisaje a su alrededor, había un sol resplandeciente que
reflejaba su luz en el vidrio del vehículo dificultando un poco su visión, pensó que la vista seria
perfecta sin los autos abandonados o volcados, y los cadáveres pudriéndose en las calles.

No tenía música para escuchar, pero a él le gustaba cantar para mantenerse cuerdo. Gracias a
una clase de psicología que había tomado ataño, saco la conclusión que en este nuevo mundo,
debía tomarlo todo con un ligero grado de humor, o se volvería loco de soledad tarde o temprano.

El joven decidió orillar el auto en una banquina, y detenerse a revisar la nueva mercadería que
había conseguido. Se levantó del asiento del conductor estirando sus brazos y relajando los
músculos, había tenido un duro día y el hambre también comenzaba a atacar.

Se dirigió al pequeño sofá cama que tenia, tomó su mochila y la revisó; De ella sacó unos frascos
con medicina que podían serle útil más adelante, alguna que otras pastillas, y comida enlatada.
Odiaba la comida enlatada, siempre se le dificultaba abrir esas diminutas latas sin contar con la
herramienta necesaria, casi siempre utilizaba un cuchillo o una navaja pero provocaba un
enchastre que no le gustaba en lo absoluto.

—Uff... bueno, para el hambre no hay pan duro... ni latas duras, supongo.

Procedió a sentarse y comer, mientras escribía en su diario personal, que suponía alguien
encontraría algún día cuando muriera, en el detallaba todas las cosas que había hecho, y las que
le habían pasado y algunos secretos íntimos suyos; Debía descargarse con alguien, o con algo,
debido al hecho que se encontraba más de dos meses solo, su única fuente de descarga era su
diario.

Querido diario... hum... no sé porque siempre se empieza escribiendo el diario diciendo "querido",
es decir... ¿Querido por quien? ¿Por mi? No lo creo... o quizás si... pero no tanto, no te ilusiones
amigo, solo eres un cuaderno viejo... con hojas que parecen las de la biblia de tan gastadas que
están, pero no te enojes, seguro te levantas a la noche y me cortas un dedo.

El chico echo a reír solo... luego tacho todo lo que escribió y volvió a empezar en otra hoja.

Bueno, no tengo muy en claro el día exacto en el que estamos, pero supongo que es enero. Hoy
las cosas no resultaron muy bien, entre a una casa abandonada en busca de suministros y me
tope con varios de esos monstruos...

—No... ¿Qué estoy diciendo? —El joven tacho la palabra monstruos y siguió la escritura.

...me tope con varios de esos Zombies (Nota: Debo dejar de negar los hechos, y aceptar lo que
son realmente... son putos zombies) Bien... como decía, me tope con ellos, pero no contaba con
toparme también con un clase "Parca", ya sabes diario, ese que te conté un par de veces, su cara
esquelética me recuerdan a ese "san la muerte", más aun cuando vi aquel que llevaba una
capucha negra puesta, ¡Que susto me pegue ese día!

Por suerte no encontré ninguna otra clase mas, solo los lentos merodeadores, y una parca... del
resto no vi muchos en un tiempo, por suerte.

La verdad, tampoco vi a ningún humano hace algún tiempo, desde "aquel" día... pero bueno,
espero encontrarme a alguna linda chica de mi edad, preferentemente de cabello rubio, varada en
la ruta que necesite una mano.

No es que no se sepa, pero la abstinencia en un hombre se sufre bastante, mas en épocas de


apocalipsis, asi que diario, si me haces el favor, te escribiré más seguido.

El joven lanzó otra risa, y cerró el diario. —Claro, como si fuera a pasar...—Se posó nuevamente
en el asiento del conductor y continúo su camino.

Había pasado ya toda la tarde conduciendo, el sol comenzaría a esconderse en una hora máximo,
la ruta se hacía interminable, sabía que en algún momento debía de encontrarse con una
gasolinera, en donde podría con suerte encontrar un poco de combustible, y registrar si el mini
mercado contenía algo útil para saquear.

Su vida en este infernal nuevo mundo era básicamente eso; Manejar, registrar, comer, manejar,
registrar, escribir, manejar, registrar y dormir. No era la típica vida sedentaria y cómoda que uno
esperaría tener en un apocalipsis, eso es pura fantasía. Si de verdad quería sobrevivir, debía ser
cauteloso y viajar siempre, estar en constante movimiento, puesto que el joven veía que así
estaba más seguro. Y preferentemente estar solo, sin el peso de cuidar de otra persona, pero
estar junto con una, o dos chicas no le parecía tampoco una mala idea... o quizás, tres.

Tenia integrada ya la costumbre de viajar siempre en rutas, debido a que no se encuentran


muchos Zombies por ahí. En cambio, en una ciudad o un pueblo, sabía bien que era un infierno,
no podrías entrar y salir sin pagar una cuota de algunas mordidas.

Mientras manejaba vio algo que llamó su atención de repente, se trataba de una silueta que se
dibujaba en el horizonte. Decidió disminuir la velocidad por si se encontraba con una clase parca
de nuevo, si era así debía ser rápido y matarlo mientras este no lo viera o habría problemas, dado
que esta clase pueden fácilmente tumbar un auto si quisieran y él lo sabía a la perfección.

Para su ventaja, tenía conocimientos de experiencias pasadas, que esta clase de zombies son
casi tan sordos como ciegos, si bien pueden ver, solo es a corta distancia; Y son lo bastante
sordos como para no escuchar el motor de un auto si este pasa relativamente lejos de su
posición, pero al sonido de un disparo siempre acuden al instante, y propendiendo un feroz aullido
de guerra.

A medida que se fue acercando, pudo reconocer la silueta y deducir que no se trataba de un
zombie esta vez, ahora era una persona.

<<¡Un humano!>> pensó, mientras se acercaba lo bastante como para apreciar mejor los detalles;
Una melena de cabello largo y negro, recogido en una cola de caballo que le llegaba hasta la
mitad de la espalda, dio a reconocer que se trataba de una simple chica, caminando sola y
aparentemente exhausta. —Yo te había pedido una rubia...—dijo el muchacho a sí mismo con
tono divertido.

De todas formas, le resultaba sospechoso el hecho que una chica deambulara sola por la ruta, por
lo que el joven, se fijó en simples golpes de vista a los alrededores, por si alguien estaba
escondido en algún lugar, sea zombie o humano. Pero solo vio algunos cadáveres tirados en la
ruta, y autos volcados, aunque eso no le pareció nada del otro mundo.
La muchacha, al darse cuenta del vehículo que se acercaba lentamente a su posición, comenzó a
agitar los brazos y a emitir gritos desesperados en señal de ayuda. El joven estacionó a un lado
de la chica, y abrió la puerta de la casa rodante, esta lo miró con una expresión de incertidumbre
mezclada con miedo; Pero su cara cambió cuando del otro lado de la puerta observó a un joven
de cabellos en puntas y penetrantes ojos marrones que en la oscuridad podrían confundirse con
un color negruzco, de un físico aceptable y unos rasgos bien definidos, que aparentaba no poco
más de veinte años. A simple vista parecía inofensivo, lo que alegró internamente a la joven, ya
que podría haberse encontrado con cualquier otro tipo de persona.

El joven bajó del vehículo tranquilamente y sin decir palabra alguna apuntó a la chica con su
pistola; Era una Beretta modificada, con un diseño personal color rojo en la parte superior, con
manchas marmoladas en el cuerpo del arma que variaban la tonalidad de colores rojos, entre más
oscuros hasta colores más claros, y con unos cuidados detalles dorados y cromados en los
bordes. Al joven le fascinaba esa arma, nunca iba a ningún sitio sin ella, para él, era como su
amuleto de buena suerte.

—No lo tomes a mal—Comenzó la charla el joven—. Espero que entiendas que esto lo hago por
precaución.

— ¿Por qué me apuntas?—preguntó la muchacha, sorprendida ante tal acto—. No soy uno de
ellos.

— ¿Eres humana?

—Si...

—Pues por eso, linda.

— ¿Qué?

El chico suspiró. —No confío en los humanos, ¿Sabes? Pero tampoco puedo ser tan cínico de
dejarte aquí y hacer de cuenta que no te vi...

— ¿Puedes ayudarme? No seré un estorbo ni una amenaza, lo prometo. Mira no tengo siquiera
armas —interrumpió la chica mientras alzó sus manos y dio un giro completo, para mostrar que
decía la verdad.

El joven, la examinó de abajo a arriba, y casi se le cae el arma al ver semejante figura, tenía un
cuerpo perfecto, parecía tallado por los mismísimos ángeles, si no estuviesen en un apocalipsis
juraría que en su vida pasada esa chica fue una modelo, salvo claro, que ahora con ropa sucia y
maltrecha.

A primera vista le pareció muy atractiva, pero intentó disimularlo. —Mira, no soy idiota...—empezó
a hablar con un tono serio—. ¿Me explicas cómo una chica puede sobrevivir en medio de esta
ruta, sola y sin ningún armamento?

—Mi munición se acabó hace unos días, estuve vagando desde entonces. Estaba en un grupo
pero los han matado a todos...—guardó silencio unos segundos—. Solo... yo pude escapar—
continuó mientras unas lágrimas brotaban de sus ojos y se deslizaban por sus mejillas.

El joven dejó escapar nuevamente un suspiro. —Lo siento amiga... pero no te creo. Tu acto es
bueno hay que admitirlo, la historia triste del grupo muerto, las lágrimas, todo. En otras
circunstancias te hubiera creído, créeme. Pero me estas mintiendo, así que dile a tus amigos que
salgan de donde quiera que estén y no te pasará nada, tienes mi palabra—contestó el chico
dibujando una leve sonrisa en su rostro.
La chica se postró de rodillas ante él, y juntó las palmas de sus manos en señal de súplica. —Por
favor... te lo ruego. No miento, te lo juro. Solo quiero vivir un poco más, puedes llevarme contigo y
haré lo que quieras, ¡De verdad!— insistió ella con una mirada desesperada, sus lágrimas aún se
deslizaban por sus delicadas mejillas—. Por favor... baja el arma.

El joven se limitó a mirarla dubitativo, no creía nada del pequeño acto de la chica; De tanto en
tanto, miraba de reojo hacia los lados para ubicar a alguien, pero no pudo encontrar nada
sospechoso, solo había árboles, arbustos y cuerpos en putrefacción.

—Bien, hagamos un trato... no voy llevarte conmigo... —La chica al oír eso se exaltó y lo miró
sorprendida, no pensó que diría que no—. Pero tranquila, te dejaré un cargador aquí, y a
doscientos metros de distancia siguiendo por la ruta, te dejaré la pistola correspondiente a ese
cargador, una pequeña Beretta que tengo diseñada para mujeres, ¿A que soy bueno?
Obviamente por razones de seguridad, hago esto para que no entres a dispararme a lo loca
cuando me vaya. También, te voy a dejar algo de comida para que puedas sobrevivir unos días
más.

— ¿Qué?—preguntó la joven confundida—. ¡Pero sería una muerte segura!

—¡Nada de eso! Si te las has arreglado tan bien solita y sin ningún armamento, así que ahora
será pan comido para ti ¿o me equivoco?

La chica hizo un gesto de resignación, perdió la vista hacia el suelo y dió un largo y relajado
suspiro, hasta que finalmente se decidió a dejar de actuar. Alzó su cabeza para volver a mirarlo
con sus penetrantes ojos verdes, pero esta vez algo había cambiado, su mirada ya no era la
misma, reflejaba confianza, como si tuviera un as bajo la manga.

—Me sorprendes, no te pude engañar en ningún momento—dijo la muchacha y realizó una señal
con su mano derecha—. Celebro tu audacia. Pero déjame decirte que eres un idiota, si no me
hubieses apuntado desde un principio, esto no hubiese tenido que pasar.

Una luz roja en forma de un diminuto punto, molestó la visión del joven, y se dirigió a su pecho,
este la siguió con su mirada. Rápidamente, se dio cuenta de que se trataba y apuntó a la chica
con su arma, aún más decidido que antes.

—No creas que me voy a achicar por un láser apuntándome a la distancia, ahora no pienso dejar
que te vayas —añadió el joven, mientras su pulgar llevaba atrás el martillo de la cola del arma,
dejándola a punto de disparar—. Si me voy, te llevo conmigo.

Sus palabras eran firmes y consistentes, no admitía duda alguna.

— ¿Estás seguro? —preguntó la chica sin quitar la sonrisa desafiante de su rostro.

—Por su... —intentó decir, pero no terminó la oración, alguien lo había interrumpido dándole un
fuerte golpe a la cabeza con un objeto contundente que no llegó a ver. Se desplomó en el suelo y
la chica se apropió rápidamente su arma y con la misma lo apuntó.

—Repito la pregunta, ¿Estás seguro? —dijo burlándose del joven que yacía en el suelo.

El chico se limitó a mirarla, se quedó sin mover un músculo acostado en la calle, no tenía otra
alternativa, veía como varias personas que simulaban ser cadáveres se levantaban y entraban a
su casa rodante, también entró la persona que lo apuntaba con el rifle a distancia, y por último la
chica que lo había estafado.

—Espero que sepas, que hacemos esto por precaución—recitó la joven.


—Esperen...—Alcanzó a decir el muchacho antes de que partieran —. ¿Podrían simplemente
darme mi carpa? Es solo para pasar la noche, y me parece un cambio razonable dado que les
estoy dando mi vehículo.

Nadie le contestó, simplemente se escuchó un coro de risas, seguido por el motor del vehículo
que se encendió y comenzó a alejarse a lo lejos, mientras que la chica lo seguía con la mirada
desde una de las ventanas, sus miradas se cruzaron una última vez hasta que lo perdió de vista
completamente.

— ¡Maldita, puta barata! ¿Cómo pude caer en esa? —gritó el joven furioso, mientras golpeaba el
suelo con su puño—. Y se llevó mi arma, la muy desgraciada...

De repente, el coche se detuvo a unos cuantos metros, y a lo lejos se vio como arrojaban una
bolsa color verde oscuro al suelo, y reanudaban su viaje.

El chico se sorprendió, y se apresuró a buscar la bolsa, corrió a toda velocidad y al llegar vio que
se trataba de su carpa. Por suerte, habían sido condescendientes con él en dejarle al menos eso.

—Por favor, que no se hayan dado cuenta...—murmuró preocupado, luego abrió la bolsa y se
alivió al encontrar lo que estaba buscando; Dentro de ella, sacó un arma que tenía guardada ahí
en casos de emergencia, y un Pen drive atado a un pequeño listón que luego se colocó de collar
—. Bueno... un poco de suerte es mejor que nada.

El sol términó de esconderse en el horizonte, el cielo se tiño de negro y ahí se encontraba el joven
chico, solitario, y con solo un arma, su carpa en mano, y su Pen Drive en el cuello.

— Bien a pensar... debo que sobrevivir esta noche solo, y ya mañana iré a buscar a esos
infelices que me robaron; Cuando lo haga, recuperaré mis cosas, y cuando recupere todo... los
mataré uno por uno—dijo mientras empuñaba su arma fuertemente—. No puedo correr el riesgo
de que me descubran.
Capitulo 1: Mi nombre es...

"La muerte soluciona todos los problemas... Si no hay hombres, no hay problemas" -
Joseph Stalin.

El joven abrió suavemente sus ojos pero la incandescente luz del sol que traslucía el fino telón de
su carpa, le provoco un poco de dificultad para conservarlos abiertos, se alzo mientras estiraba
sus brazos y expulsaba de su boca un sutil bostezo.

Luego, se sentó intentando hacer el mínimo ruido posible, tomo su arma que descansaba bajo su
improvisada almohada de hojas secas y diviso a sus alrededores tratando de reconocer alguna
sombra en las cercanías.

Al no ver nada sospechoso decidió salir al exterior para retirarse de la zona. —Que tranquilidad...
podría seguir durmiendo todo el día, pero mejor me pongo en marcha. —El chico puso manos a la
obra y comenzó alzando un cadáver y a arrastrarlo hacia fuera, ya que en la noche anterior, había
utilizado un método bastante eficaz para repeler Zombies, que había aprendido en el pasado, de
la mano de un buen leñador que siempre vivió en la intemperie.

El truco consistía en formar un círculo con cuerpos putrefactos y malolientes, para que los
Zombies no pudiesen distinguir el olor a carne fresca y sangre caliente que emana de los
organismos vivos, que solamente ellos podrían discernir.

Luego de apartar los cuerpos y armar su equipo, el cual no era mucho, el joven prosiguió su
camino por la ruta hacia donde suponía, debería haber una estación de servicio no muy lejos.

Camino unos cuantos minutos, pero se hacían sentir como horas, bajo el rayo del potente sol que
hoy en día resplandecía como nunca, tenía demasiado calor, de vez en cuando se secaba la
traspiración de su frente con la manga corta de su camisa azabache, eso ocasionaba
consecuentemente que tuviese sed y para rematarla también hambre. Mierda.

Debido a que el día anterior solo había podido comer la comida enlatada que tanto detestaba,
porque a la noche había planificado la idea de cocinarse algo más suculento, una carne que tenia
congelada, con algo arroz para acompañar, una delicia en estos tiempos difíciles.

Pero para su desgracia, no pudo cumplir ese deseo, al caer la tarde ya le habían robado su casa
rodante, con todo su arsenal de alimentos que conservaba dentro, por lo que no pudo comer ni
beber nada desde entonces.

En la pesada caminata el chico se limitaba simplemente a mirar el suelo, que emanaba un calor
insoportable, y a veces también se daba el lujo de entretenerse observando hacia las lejanías del
horizonte, jugando a alcanzar el "charco de agua" que no era más que una ilusión óptica creada
por el mismo calor y el asfalto.

Siguió marchando por el sendero un buen rato evadiendo Zombies que deambulaban sin rumbo
alguno, hasta que a lo lejos, llego a avistar un cartel enorme, de color azul, con el inconfundible
logo de una gasolinera muy reconocida, al fin había llegado, encabezó un trote ligero hacia el
lugar con las pocas fuerzas que le quedaban.

No importaba si se encontraba cansado, el objetivo estaba muy cerca, muy pronto podría
resguardarse del severo sol y poder encontrar algo para poder alimentarse o refrescarse.

Al momento de llegar miro con detenimiento hacia todos los ángulos posibles, en busca de algún
infectado escondido, no podía darse el lujo de confiarse en este podrido mundo, pero tan solo vio
cadáveres postrados en el suelo, lo cual le recordó aquella ocasión en la que los embusteros,
hicieron hacerse pasar por muertos para luego golpearlo por detrás para robarle. Cobardes.

Solo para ser precavido, pateo un poco los cadáveres para asegurarse de que estén como debían
estar... muertos. Se dirigió al bufet de la estación, observo con detenimiento la puerta de vidrio,
estaba rota, tenía una enorme comisura como si alguien lo hubiera atravesado con el cuerpo
entero.

Paso sin más a través del agujero de la puerta para no ocasionar mucho ruido, trato de no pisar
vidrios, o algo que pudiera delatar su posición a posibles Zombies merodeando, y acechando
desde las sombras.

Al entrar pudo sentir fácilmente olor a pólvora, eso le dio la certeza de que los ladrones de su
casa ya habían pasado por aquí, y no le sorprendería que hubiesen limpiado todo el lugar
sacando toda la comida o bebida posible de ser hallada.

Resignado igual siguió buscando algo que comer, pero no encontró nada útil, dirigió su vista hasta
el mostrador, y se sorprendió al ver un papel ahí, lo alzo y lo reconoció al instante, era una hoja
de su diario arrancada.

Confundido la leyó, y se dio cuenta que había sido puesto ahí a propósito, era una nota que iba
dirigido a él, tenía la letra de una mujer. Ya se imaginaba de quien.

Estimado propietario de la camioneta: Espero no te moleste que haya tomado una de las hojas de
tu lindo diario.

—Mierda... si ella lo leyó…

Tranquilo que no lo he leído si eso te preocupa, no deje a nadie leerlo tampoco, varios querían ver
si poseías algún tipo de información útil, pero los convencí de que tenías una cara muy estúpida
como para ocultar algo de importancia.

—Si supieras nena... si supieras.

Bueno supongo que si estás leyendo esto ahora, es porque todavía estas vivo... y no sé porque
pero algo en mi confía en que lo estés.

— ¡Ja! ¿Algo en mi confía? no querrás decir... ¿algo en mi quiere...?

Seguro que tendrás sed ¿verdad? Te deje una cantimplora con agua que tenias aquí, y también
comida enlatada, no se tus preferencias pero espero que te guste, las deje detrás del mostrador,
¿a que soy buena?

— ¿Es una broma? Tenía muchas otras cosas... ¿Por qué justamente...? bah a quien le importa.
—El chico cruzo el mostrador de un salto, tomo la cantimplora y la bebió desaforadamente, con
todas las ganas del mundo, volcando un poco sobre su ropa, luego se freno, debía racionar sus
existencias o no durarían mucho, asi que guardo la cantimplora y también la comida enlatada para
otro momento, además de que no poseía ningún cuchillo o algo para abrirla.

Prosiguió la lectura.

Bueno te escribo porque la verdad espero que no tengas algún resentimiento con nosotros por el
robo, lo hacíamos por sobrevivir, no sabes lo que hemos pasado... en fin, besos.

Sam.
— ¿Sam eh?

De repente, el sombrío silencio del lugar fue interrumpido por un molesto y continuo ruido, que
gradualmente se fue escuchando cada vez más fuerte, el joven desconcertado se dirigió
rápidamente afuera para ubicar mejor la proveniencia del sonido.

Observo a la lejanía, justo por la ruta de donde el vino, y vio que se acercaba una moto a gran
velocidad, el ruido ocasionado era el motor de la susodicha, que hizo al joven estremecerse de los
nervios.

Tenía en claro que tal sonido iba alertar a todos los Zombies del campo si seguía a esa velocidad,
y para colmo se acercaba hacia su dirección. Muy mal asunto.

Sin embargo, mediante la moto se acercaba hasta su posición también lo hacía algo mas, algo
que lo seguía por detrás, a juzgar por la velocidad y la forma de su silueta, se trataba de un perro
Zombie, el joven no lo podía ver con precisión pero los ladridos escandalosos del can aclararon
sus dudas.

Esta clase de Zombies era del tipo animal, y como a los humanos, el virus también los afectaba,
con la ligera diferencia que el virus lograba aumentar un cincuenta por ciento el tamaño del animal
infectado, y por ende, amentaba sus cualidades.

Así mismo, el Zombie canino, le pisaba los talones al sujeto que venía en la moto, tanto que llego
incluso a sobrepasarlo, corriendo a toda velocidad a la par de la moto, haciendo ademan con su
cuerpo para saltar al ataque.

El conductor se sobresalto, intento vanamente aumentar la velocidad pero era demasiado tarde, el
can estaba suspendido en el aire a un palmo de distancia de asestar una dentellada en su cuello.

Cuando se escucho un disparo a la distancia, seguido de un silbido ensordecedor que pareció


pasar justo a un lado del conductor, y atravesar de lleno parte de la cabeza del endemoniado
canino.

Su cara se salpico en sangre, pero siguió la marcha ignorando el cadáver del can que caía y se
revolvía en el asfalto dejando unos rastros de carne y una hilera de sangre oscura.

El conductor intento identificar a su salvador, era un joven que se encontraba en pie en medio de
la ruta, con el arma aun alzada que apuntaba a su dirección, mirándolo fijamente sin parpadear ni
una vez.

Instantáneamente clavo los frenos, ubicándose justo delante del chico, al detenerse
completamente limpio su cara manchada de rojo con la manga de su camiseta, se acomodo su
gorra de lana verde, que escondía su poblada cabellera negra que le llegaba al cuello, y prosiguió
a hablar, se le notaba nervioso y tremendamente apurado, sus palabras salían entrecortadas por
su agitada respiración.

— ¡Hey! ¿Necesitas... aventón? ... necesito un tirador.

— ¿Tirador? ¿A qué te refieres?

El conductor se limito a apuntar a su retaguardia con el dedo.

El joven miro al horizonte a la vez que se le ponía la piel de gallina, tres, cuatro, cinco...
¡¿Seis?!
Indefectiblemente eran seis perros Zombies yendo a toda velocidad bramando ladridos y aullidos
perturbadores, que estremecerían hasta al más valiente.

—Ok capto... Pero ¿Como hare para dispararles de espalda?—Dijo un tanto nervioso.

—Ingéniatelas... ¡y apúrate que se acercan!

El joven se tomo un momento de pensar, mientras que el conductor miraba constantemente hacia
atrás observando cómo los endemoniados canes se acercaban a una velocidad aterradora.

— ¡¿Qué esperas?!

El joven no contesto. Prosiguió a sacar de su bolsa una soga que usaba para atar la carpa, dejo la
bolsa en el suelo, ya no la necesitaría, luego amarro la soga por el torso del conductor, se sentó
de espaldas a este, y ato el otro extremo a su pecho, sujetándolos a ambos, realizo varios nudos
para evitar que la soga se afloje y no terminar estampillado al asfalto.

— ¿Funcionara? —Pregunto el conductor.

—Eso veremos, ¡vamos!

Acto seguido, la moto quemo llantas y salió a toda velocidad, uno de los canes casi los alcanza en
el arranque pero el joven tirador se encargo de ejecutarlo a tiempo, ahora quedaban cinco, que se
acercaban cada vez más hacia ellos.

—Por cierto, me llamo Rex. —Se presento el conductor. — ¿cómo es tu nombre?

—Emm... estoy un poco ocupado para presentaciones ahora...—Dijo desviando el tema, mientras
seguía disparando infructuosamente a los canes que evadían sin problema sus disparos. —Trata
de ir estable, no puedo darle a ninguno.

—Espera que se acerquen y remátalos.

— ¡Bien! —El joven, se limito a seguir con la mira del arma al can más próximo, espero que se
acercara y le asesto un disparo limpio y preciso en el cráneo, rápidamente repitió la acción con el
siguiente.

—!Tomen putos perros!

Luego, uno de los canes dio un gran salto, intentando sorprenderlos desde el aire, pero el joven
volvió a acertar otro disparo haciendo que cayera repentinamente, y casi impacte con la moto de
no ser porque el conductor habilidosamente lo previno, y evadió hacia un lado, haciendo que este
se reviente la cabeza en el asfalto.

— ¡Estuvo cerca!—Grito el conductor.

Ya solo quedaban dos, uno detrás de otro, el joven apuntaba a uno pero el que venía por detrás
se le adelanto velozmente, ahora tenía a dos objetivos que iban paralelamente hacia su posición.

Indeciso comenzó a disparar a ambos sin buenos resultados, uno de los canes volvió a
adelantarse, ahora iba por delante de la moto.
Sin poder girar completamente hacia atrás, el chico intento disparar repetidas veces a ciegas.

Por suerte para él, un disparo le llegó a dar en la pata del can, haciendo que se resbale, y cayera
rodando. El conductor, intentó frenar rápidamente para poder evadir el cuerpo.
Pero este fue muy rápido, y antes de detenerse completamente, el Zombie impactó en la rueda
trasera, haciendo que la moto diera un brusco giro, de ciento ochenta grados, deteniendose
completamente, y quedando el conductor ahora enfrentado al último can, que seguía en carrera
hacia el.

—Es todo tuyo Rex, dispárale sin piedad.

El conductor se apresuro y retiró de la funda que llevaba en su cinturón una pistola Glock
semiautomática, pero inmediatamente la volvió a guardar nuevamente en su funda.

— ¿Qué haces? ¿Estás loco? ¡Dispárale!

Rex,invadido por los nervios y la ansiedad, volvió a desenfundar su pistola, y acto seguido, volvió
a guardarla, al momento que recitaba en voz baja. —Dos...

El joven detrás de este, lo miro asombrado, pero no se detuvo en razonar, intento quitarse a toda
prisa la cuerda que los unía para disparar por sí mismo, pero la había ajustado tanto que le
resultaba imposible.

El can Zombie estaba tan solo a unos cuantos metros de distancia, Rex volvió a repetir el proceso
aun más nervioso, las manos le temblaban, traspiraba a cantaros y por lo bajo seguía
murmurando números. —Tres...

Sin embargo Rex no ceso, volvió a desenfundar y enfundar el arma y esta vez con un tono más
elevado grito. — ¡Cuatro! —Alzo la cabeza con el fin de apuntar a la bestia de una vez, pero era
demasiado tarde.

Antes de volver a desenfundar el arma, el perro Zombie efectuó un veloz salto seguido de un
feroz y desgarrador gruñido que imponía terror, se dirigió directamente a la yugular de Rex.

El joven detrás de el, que seguía en el vano intento de zafarse de la cuerda, se rindió y con todas
sus fuerzas giro su cuerpo, empujando con su mano izquierda la cabeza de Rex, colocando
ambos cuerpos de costado quitándolo de la línea de ataque del can Zombie.

Inmediatamente con su otra mano alzo ágilmente su arma y sin dudarlo un segundo disparo
contra el can impactándole en medio de su enorme hocico, mientras el cadáver pasaba volando
de largo entre medio de los dos chicos chocando posteriormente con la calle.

La cuerda se termino rompiendo y ambos cayeron al suelo junto con la moto, se quedaron unos
segundos asi, tratando de respirar, de calmar el subidón de adrenalina que corría por sus
cuerpos.

—Puedo preguntar ¿Qué fue todo eso? —Rompió el silencio el joven aun tumbado en el suelo.

Rex se limito a no pronunciar palabra alguna, estaba pálido como un papel, y seguía tan agitado y
nervioso como hace un momento, su cara denotaba frustración mesclada con dolor.

El chico confuso por la situación no podría discernir bien que sentía Rex pero decidió olvidar lo
ocurrido por el momento.

—Bien, mejor nos vamos... y a pie, tenemos que encontrar un lugar seguro, y tu moto hace
demasiado ruido. —Dijo el joven, a la vez que se levantaba y sacudía el polvo de su ropa.

—No iremos a pie...—Contesto finalmente Rex. — Yo silenciare el sonido de la moto... lo hubiera


hecho antes, pero no tuve tiempo... tuve que escapar rápidamente, pero luego esos malditos
perros me siguieron... y el resto de la historia ya la conoces.
—Entiendo... asi que ¿sabes de motos?

—En efecto, era ayudante de un grandioso mecánico, me enseño muchas cosas, no hay nada
que se pose sobre ruedas que yo no sepa arreglar. —Dijo Rex muy seguro de sí mismo, mientras
sacaba unas herramientas de un pequeño bolso de mano que tenia integrado a su cinturón y se
dirigió hacia la moto.

El joven se puso a observar atentamente como Rex hacia su trabajo.

— ¿Arreglas tanques? No tienen ruedas, pero tenía que preguntar.

—No...

— ¿Aviones? Esos si tienen ruedas.

—Tampoco...

—Tengo un monopatín averiado ¿Me lo arreglarías?

— ¿Te estás burlando de mi? —Pregunto con un tono elevado de voz.

— ¡Hey! Tranquilo amigo, solo bromeo, suelo bromear mucho cuando no sé qué decir.

—Bueno...—Comenzó a decir Rex mientras seguía reparando la moto a la vez que lo miraba de
reojo. —Podrías comenzar por decirme tu nombre.

El joven hizo una mueca de disgusto, se llevo la mano a la cabeza, recorriendo y peinando con
sus dedos su corto cabello negro el cual usaba siempre en punta hacia arriba, desvió sus ojos de
lugar enfocándolos en el suelo, y dio un leve suspiro.

—Mi nombre... es...—Comenzó a decir dubitativo. — La verdad... es que no lo sé, no recuerdo mi


nombre.

Rex se sorprendió al oír eso, nunca había conocido a nadie con amnesia, pero trato de disimularlo
por cortesía, luego observo algo en el brazo del chico, e intento desviar el tema.

— ¿Y eso? ¿Cómo te hiciste esa cicatriz?

— ¿Qué esto? —Dijo alzando un poco la manga corta de su camisa, y dejando al descubierto la
totalidad de la gran cicatriz ubicada en su brazo izquierdo, la cual tenía una forma muy particular.
—Es una larga historia... otro día quizás te la cuente.

—Parece una "Z"...

—En efecto, eso es.

Rex quedo mirando la cicatriz un momento. —Bien, entonces te llamare asi... debido a que no
sabemos tu nombre, hasta que lo recuerdes, te voy a apodar "Zeta". —Dijo tratando de animar el
ambiente.

— ¡Ja! ¿Zeta? Menudo apodo... pero la verdad es que está bien, me gusta... y en este mundo
combina bastante bien.

—Decidido entonces. — Le dijo tendiéndole la mano en ademan de saludo. —Un gusto, mi


nombre es Renzo Xiobani, pero puedes llamarme Rex.
El joven sonrió y le devolvió el saludo estrujando su mano. —Un gusto entonces, Rex... mi
nombre esta en proceso de ser recordado, pero puedes llamarme... Zeta.

— ¡Pero qué asco de apodo!

— ¡Púdrete!
Capitulo 2: ¡¡Corre!!

"Aquel que busca un amigo sin defectos... se queda sin amigos." –Proverbio Árabe.

— ¿Te falta mucho? —Pregunto Zeta impacientado, de brazos cruzados, golpeando el suelo
repetidas veces con la punta de su pie.

—No... ya casi termino, asegúrate que no se acerquen Zombies...

Obedeciendo en un suspiro, Zeta se coloco en medio de la calle, y miro hacia ambos lados, hacia
el extenso horizonte. Pero para su tranquilidad, no veía nada que llamase su atención, ni
Zombies, ni rastro de vida alguna.

Aburrido de no hacer absolutamente nada, se dedico a observar a su alto compañero, que le


llevaba como media cabeza de altura y recordó el anterior episodio que había tenido
desenfundando y enfundando el arma.

Sin duda alguna, algo raro le pasaba, Zeta no creía que se tratara de simples nervios o temor, ya
que tomando en cuenta sus experiencias vividas, el también estuvo en muchas situaciones al
borde del colapso nervioso pero jamás le había sucedido algo como eso.

Pensó también que no conocía mucho de la historia de vida de su nuevo compañero, solo conoce
que sabe arreglar motos, pero no tanques.

Luego una fugaz idea se le cruzo por la cabeza, ¿Podría ser un trastorno? ¿Por qué no? Todo
apuntaba básicamente a eso... Una repetición compulsiva de un accionar determinado.

Sin duda, debería preguntarle acerca de eso... pero Zeta no creyó oportuna la situación para
hacerlo ahora, siendo que también podría llegar a caerle mal el planteamiento, asi que decidió
esperar un poco más.

—Bien ya está todo listo, tarde un tiempo... pero como mi padre decía, hay que revisar todo al
menos cuatro veces antes de dar un trabajo por terminado. —Dijo Rex orgulloso de sí mismo.

—Bien, ¿Ya podemos seguir entonces?

— ¿Podemos? Perdón pero es mi moto, y seguiré solo...—Dijo montando el vehículo.

— ¿Qué?

— ¡Es broma! Si podemos seguir, solo sube. —Dijo riendo.

—Chistoso...—Le respondió Zeta a la vez que subía a la parte trasera de la moto.

La moto quemo llantas derrapando un poco al salir, y se dirigió velozmente hacia la ruta.

—Impresionante, ronronea como un gatito... buen trabajo. —Aprobó Zeta refiriéndose a la moto.

—Gracias, ¿Y tú te diriges a algún lugar? —Pregunto Rex.

—A ninguno en especial... estoy persiguiendo a los ladrones de mi casa.

—Que mal, ¿Qué te robaron?

—Mi casa te estoy diciendo, se la llevaron entera los malditos infelices...


—No estoy entendiendo... ¿Se llevaron tu casa?

—...Rodante.

—Ah lo hubieras mencionado antes... bueno, yo me dirijo a una ciudad que queda a unos mil
kilómetros por este camino.

— ¿Qué harás ahí?

—Estoy pensando unirme a una nación... me dijeron que la nación escarlata abre sus puertas a
todo tipo de persona sin discriminación y con ganas de ayudar. —Explicaba mientras ajustaba su
gorra de lana a su cabeza para que no se volara.

—Que coincidencia... yo iba rumbo a esa nación... antes de que me robasen, claro.

—Dijo Zeta rechistando.

—Genial, ¿Perteneces a esa nación? ¿O piensas unírteles?

—Ninguna, pero tengo algo que ellos quieren, dejémoslo ahí.

En las lejanías del horizonte comenzó a verse un pequeño pueblo que se les aproximaba, Zeta al
verlo decidió querer ir a investigar, debía buscar su camioneta fuera donde fuera y ese lugar
parecía un buen punto para empezar.

—Hey, necesito parar en ese pueblo, pueden que los ladrones de mi casa estén ahí.

—Está bien, además necesito cargar el tanque de gasolina de la moto, o no podremos llegar a la
ciudad.

Rex viro la moto en dirección a la entrada del pueblo, que contaba con un gran arco blanco
destruido por el pasar de los años, el pueblo no era muy grande, por lo que buscar la casa
rodante de Zeta no sería tan complicado, si es que allí se hallaba.

Mientras seguían adentrándose en el pueblo fantasma, pudieron observar unos cuantos Zombies
merodeando por las calles, eran bastantes, pero no supondrían un problema si hacían todo con
cautela y rapidez.

Al doblar por una esquina se toparon con una plaza, era pequeña, con un estanque de aguas
danzantes que no funcionaba en un lado, y un pequeño monolito del otro, rodeado de viejos
robles ubicados simétricamente. Por supuesto, infestado hasta el cuello de Zombies. Estos
deambulaban lentamente sin dirección alguna, chocándose entre ellos de tantos que eran,
algunos tropezaban con cadáveres ya consumidos y caían al suelo y tardaban un buen rato en
levantarse, otros simplemente ni se movían, estaban tiesos frente a un muro sin avanzar.

—Hey... mira por ahí... ¿Lo ves? Al otro lado de la plaza. —Susurró Zeta.

—Una gasolinera... pero está plagado de Zombies, ¿Cómo vamos a pasar?

Zeta se llevo la mano al mentón intentando idear un plan.

—Podemos ir a pie. —Dijo mientras se bajaba de la moto. —Cruzaremos por el medio de la plaza,
hay menos Zombies aunque si nos detectan corremos el peligro de que todos nos rodeen y no
tengamos escapatoria.
—Es muy peligroso.

—Bueno, tengo otra idea...

— ¿Cuál? —Pregunto Rex atentamente.

—Podremos usar un tanque que tengo estacionado en mi garaje, pero corremos el peligro de que
se quede sin gasolina antes de llegar aquí de nuevo. —Dijo Zeta tan seriamente que parecía
verdad.

—Dios... vamos de una vez. —Dijo Rex en un suspiro, a la vez que se bajaba de la moto.

— ¡Que poco humor amigo!

Al decir eso uno de los Zombies que merodeaban por ahí lo escucho y bramo un gemido leve, y
se dirigió al trote hacia ellos.

Rex se apresuro y saco de su cinturón un cuchillo y antes de que el Zombie se pudiera acercar,
este ya le había clavado un cuchillazo en medio de la cabeza haciendo que caiga toscamente al
suelo, luego miró a Zeta y movió la cabeza en ademan de que no grite de nuevo. Zeta capto la
idea y atino a sonreír avergonzado.

Seguidamente, Zeta se acerco al Zombie recién reducido y lo cargo de un brazo colocándolo


sobre su hombro.

—Ayúdame, este nos servirá para pasar desapercibidos entre medio de los Zombies.

— ¿Estás seguro? Será una carga si tenemos que huir corriendo.

—Créeme... no podrán olernos, dios... ni yo puedo olerme, este tipo carga una peste que, o nos
morimos por los Zombies, o por el olor.

Rex finalmente obedeció y cargó de la misma manera al Zombie, luego se dispusieron a cruzar la
plaza, iban a paso lento y de puntillas para no ocasionar mucho ruido, tal como Zeta había
previsto, ningún merodeador los habían detectado por el momento, siguieron evadiendo y
esquivando muertos cuando finalmente llegaron al otro lado de la plaza.
Se deshicieron del Zombie que los acompañaba y siguieron su camino a la gasolinera.
—Gracias por los servicios prestados. —Susurro en un guiño de ojo Zeta al cadáver.

Cuando finalmente llegaron al lugar, Rex comenzó a buscar entre los escombros algo para usar
de transporte para la gasolina, cualquier cosa podría servir, un bidón, un recipiente, un balde, pero
para su desgracia no había nada en las cercanías.

Mientras tanto, Zeta se dedico a buscar algo de comida para ambos en el mini mercado de la
gasolinera, al entrar vio un Zombie pegado al vidrio sin moverse, parado como una estatua,
decidió no molestarlo, ya que no tenía ningún cuchillo o navaja para matarlo silenciosamente.

Recordando la vez pasada que estuvo en el mini mercado de la anterior gasolinera, busco detrás
del mostrador por si volvía a encontrar comida ahí, pero no tuvo suerte esta vez. Se decepciono
bastante.

Luego en una mirada panorámica por el lugar, busco en las heladeras por si con suerte conseguía
algo de comida, pero tampoco tuvo suerte. Hoy no es su día.

Bajo la mirada decepcionado, y algo llamo su atención a los pies de una estantería, era un papel,
¿Acaso será? Se pregunto mentalmente. Se dirigió hasta ahí tratando de hacer el menor ruido por
el Zombie pegado al vidrio que se encontraba muy cerca de ese lugar, al llegar alzo el papel e
indefectiblemente era lo que él pensaba. Una hoja de su diario arrancada, con una nota al
reverso.

Estimado chico de pelos ridículamente en punta, si no eres tú el que lee la carta por favor te pido
que la dejes en la heladera donde la dejé.

— ¿Heladera? Pero si está lejísimos de la heladera... ¿Alguien ya la leyó? —Pensó Zeta algo
nervioso.

Si eres tú, puedes seguir leyendo.

Te escribo porque tengo algo que decirte... la verdad no sé si deba... mi grupo no apoya esto que
estoy haciendo, dicen que no vale la pena.

De todas formas los convencí... en fin, creo que cuando leas esta carta ya habrán pasado varios
días... o quizás conseguiste un vehículo y pudiste llegar más rápido, o quizás estas muerto y
nadie leerá esto.

Asi que seré breve... Hay un vehículo con medio tanque cargado de gasolina a la vuelta de esta
manzana, no hay tantos Zombies, te será fácil llegar.

Espero que esto compense el haberte robado.

Besos.

Sam.

— ¿Por qué me ayudas?

Zeta sintió un peso repentino sobre sus hombros, algo que no se esperaba, el Zombie que tenia
detrás lo había tomado de los hombros y lo había traido hacia el.

Zeta se sobresalto y sacudió su cuerpo para intentar zafarse pero era imposible el Zombie lo
superaba en fuerza, este abrió la boca, un chorro de saliva se escapo para caer en el cuello de
Zeta el cual le dio un escalofrío cuando lo sintió.

Zeta ahogo un grito, aguanto la respiración a la vez que cerró los ojos y espero lo peor.

Inmediatamente se escucho un crujido fuerte, como el de huesos rompiéndose, seguido de un


golpe seco. Zeta volvió a abrir los ojos, se fijo en el suelo y a sus pies vio al Zombie que lo
sujetaba con un gran cuchillo en la cabeza, se giro y pudo ver a su compañero con una sonrisa de
oreja a oreja.

—Casi te meas encima ¿eh?

— ¿No podías tardar mas no?

—Te vi tan concentrado leyendo que no quise molestarte. —Dijo Rex sin borrar su sonrisa.

— ¿Ya me habías visto? ¿Por qué no me avisaste?

—Quería esperar el momento oportuno, la cara que pusiste cuando te agarro el Zombie fue de
película, casi estallo de la risa.

Zeta solo suspiro y se agacho, arrancó el cuchillo del cráneo del cadáver y se lo devolvió a Rex.
—A propósito, ¿Qué leías? —Preguntó Rex inclinándose para leer el mismo la nota.
Zeta la quito de su vista y la guardo en un bolsillo de su camisa. —No te incumbe, es de mi
admiradora secreta. —Dijo con aire de superioridad.

—No te creo, no puedes tener una admiradora secreta...

Zeta solo sonrió y se marcho del lugar.

— ¿Enserio? ¿Una admiradora? —Preguntó mientras salían afuera.

—Sí, y me dijo una cosa muy interesante. —Soltó Zeta.

—Espero que sea la ubicación de un lugar donde haya combustible... porque no encontré nada
aquí.

—Mejor... la ubicación de un automóvil.

— ¿Pero y eso que...?

—Ah ah ah...—Lo interrumpió alzando un dedo. —Con medio tanque lleno de gasolina.

—Dijo enfatizando en la palabra "lleno".

—Me estas jodiendo...

—No... pero hay algo más, un detalle que me tiene un poco nervioso.

— ¿De qué se trata? —Pregunto Rex.

—La carta... alguien ya la ah leído antes que yo... o eso supongo, pero si es asi, quiere decir que
también saben del coche y su ubicación.

Rex acelero el paso. —Entonces vayamos a la moto y busquemos el auto rápidamente.


Zeta se acomodo al paso de su amigo. —Está bien.

Al cruzar la plaza, los chicos volvieron a usar el mismo truco con su amigo Zombie cargándolo de
un lado al otro. Luego se dirigieron hacia la moto que seguía en su mismo lugar y se subieron,
pero antes de que Rex pudiese arrancar Zeta sintió algo detrás en su espalda.

—Si mueven un solo musculo sin que yo se los ordene, les dejare un lindo agujero a ambos en el
corazón. —Amenazó una voz desconocida.

— ¿Qué? — Dijo Rex exaltado, mientras miro hacia atrás en un impulso de reflejo.

—Parece que no me estas entendiendo...—Volvió a hablar la voz, era una voz gruesa y firme, no
se detectaban titubeos ni inseguridades, lo que le dio a Zeta la impresión de que no debían
tomarle el pelo.

Inmediatamente Zeta dio un pequeño golpe por la espalda a su amigo. —No te muevas, y mira
solo hacia delante.

—Bien...—Obedeció Rex.
—Harán todo lo que les diga sin decir ninguna palabra, si escucho una voz, les disparo a ambos y
se los dejo a merced de los caníbales, tienen suerte de tener la opción de ser obedientes y
mantenerse con vidas.

Zeta apretó los dientes fuertemente de la rabia y la impotencia de no poder defenderse.

—Bien, primero levanten sus armas lentamente, asi... muy bien, ahora arrójenlas lejos hacia un
lado... Segundo, salgan de la moto, al que sea tan idiota de mirarme no hace falta que le repita lo
que les voy a hacer.

Los jóvenes obedecieron al pie de la letra.

—Ahora si son tan amables, acuéstense en el suelo, mirando abajo, perfecto. —El ladrón subió a
la moto pero decidió decirles una última cosa antes de marcharse. —Por si no lo saben... hay un
coche a una manzana de aquí, por el norte... tiene medio tanque de gasolina lleno, pero
lamentablemente acabo de venir del lugar y está repleto de Zombies, contando con uno de un
gran tamaño que se pasea por estas manzanas, les sugiero tener cuidado con ese.

Lo siguiente que escucharon fue el motor de la moto, y como se alejaba de ellos, Zeta se levanto
rápidamente busco su arma, e intento apuntar al ladrón, pero este ya había doblado en una
esquina y se había perdido de su visión.

— ¡¡Mierda, mierda, mierda!! Como odio a la gente que ataca por detrás... ¡Los odio!

Una calle mas delante de ellos, doblando en la esquina se acercaba una figura, era enorme, como
de unos tres metros, tenía unos músculos exageradamente inflados, le faltaba parte de la
mandíbula, su piel estaba arrancada, se le notaba lo rojo de los músculos y la sangre, y arrastraba
con él en su mano una señal de transito.

Zeta al verlo sintió como el miedo se encendía por todo su cuerpo, llenándolo de adrenalina, su
corazón comenzó a latir tan fuerte que juraba que podía escucharlo.

El gran zombie se detuvo y fijó la mirada en los dos jovenes, volteandose hasta tenerlos de frente.

— ¿Nos escucho? —Pregunto Rex sin quitarle la vista de encima.

—No...—Dijo Zeta casi sin voz. —El puede vernos.

—La madre que...

—Corre, mierda... ¡¡Corre!!

Inmediatamente, consumidos por el miedo y movilizados por la adrenalina que recorría cada
rincón de sus cuerpos, ambos chicos emprendieron una veloz carrera, nuevamente hacia la plaza,
en dirección contraria al monstruo.

Rex se desvió un poco para recoger su arma, y reanudo el paso tras su compañero. El gran
Zombie al verlos frunció el seño y echó un desgarrador grito, seguido de eso se llevo el poste de
la señal de transito a la espalda y de un movimiento rápido, lo arrojo fuertemente, directamente
hacia los dos jóvenes en fuga.

Rex mientras seguía corriendo, al escuchar el grito instintivamente miro hacia su retaguardia y
pudo ver como el letrero volaba girando en dirección a ambos, rápidamente si pensarlo dos veces
empujó a Zeta hacia un lado haciendo que este cayera girando sobre sí mismo emitiendo un leve
gemido de dolor y seguidamente se tiro al suelo arrastrándose de costado.
El poste pasó muy cerca de él, pero solo lo rozo, impactó en el asfalto, reboto estrellándose con
varios Zombies más adelante y terminando su recorrido en una vidriera, haciendo un tremendo
escándalo al partirse.

Ambos jóvenes alzaron la cabeza con un gesto de miedo y preocupación en sus caras, y pudieron
observar como todos los Zombies de la zona se perfilaban en su dirección. Ya los habían
localizado.

Rápidamente, casi a la vez se incorporaron y prosiguieron a correr a toda velocidad dirigiéndose a


los Zombies en la plaza. Eran ellos o el gigante, la opción era obvia.

La horda al sentir sus presencias de aroma a carne fresca y sangre caliente brotándole por sus
poros, comenzaron a seguirlos intentando llevarse un buen manjar.

Al mismo tiempo, el Zombie gigante comenzó a moverse, emprendió un lento trote que
gradualmente por cada paso que daba, fue aumentando su velocidad considerablemente, debía
pesar unos quinientos kilos, pero se movía con extrema agilidad.

A su vez ambos jóvenes pasaban a través de la gran horda que los acechaba intentando darle
caza, pero los chicos eran más rápidos, los esquivaban ágilmente o bien los empujaban para que
no estorbasen, de todas formas ninguno se animaba a usar las armas, su prioridad máxima en
este momento era guardarlas para el monstruo gigante.
Siguieron corriendo y pasaron de largo la gasolinera, cuando en ese momento, de repente, se
escucho grito aun más fuerte que el anterior, era mucho más agudo e increíblemente dañino para
los oídos, los dos chicos no pudieron evitar soltar un gemido de dolor llevándose las manos a la
cabeza.

Zeta no pudo ver con exactitud la providencia de aquel irritante sonido, pero no tenía ninguna
duda de que se trataba indefectiblemente de una parca, en seguida trato de pensar un plan que
los sacara rápidamente de ese aterrador apuro.

Observó en la manzana de en frente, había una puerta de madera, a la segunda casa a la


izquierda, a simple vista parecía un almacén y las persianas de la ventana eran de metal y
estaban cerradas, es la oportunidad perfecta pensó, solo debía tumbar esa puerta y encontrar la
manera de ganar tiempo para idear una idea mejor que esa.

Zeta hizo una señal a Rex indicándole que se dirigiera a ese lugar, este asintió con la cabeza
indicando la aprobación del plan. Justo en ese momento, el gran Zombie que los perseguía bramo
un gruñido feroz y dio un gran salto ascendiendo fácilmente unos siete u ocho metros del suelo y
se dirigió rápida y peligrosamente hacia los chicos.

Zeta sin perder más tiempo tomo impulso, se esforzó el mismo en aumentar su velocidad, las
piernas ya le pesaban sentía que le quemaban, no podía correr más rápido por mucho tiempo... y
se lanzó.

Aterrizo contra la puerta golpeándola con su hombro y parte del brazo y esta cedió y el chico cayó
al suelo y se arrastro por inercia golpeándose fuertemente con el muro.

Rex hizo lo propio y también ingreso, pero en el intento de cerrar la puerta a sus espaldas, algo
golpeo y retumbó en el suelo, algo grande y pesado, era el Zombie gigante, había aterrizado pero
como a Zeta, la inercia lo arrastro hacia delante haciendo que siguiera de largo, lo único que llego
a alcanzar con su gigantesca mano fue la puerta de madera, la cual se llevo con él.

Zeta que seguía tendido en el suelo sobándose el brazo adolorido, no se percato de la presencia
de un zombie que tenía a su lado, este se le encimo intentando morderlo pero Rex se apresuro en
darle un corte preciso justo en medio de la cabeza con su cuchillo.
Con ayuda de su amigo, Zeta pudo incorporarse, su hombro le dolía a horrores, temía habérsele
dislocado o roto, pero no había tiempo de repararse en eso, debían escapar primero, y sanarse
luego.

Zeta ladeo su cabeza en todas direcciones, buscando con dificultad entre la oscuridad alguna
salida de emergencia. Para su suerte encontró una, había una puerta al otro extremo de la
habitación, detrás del mostrador del almacén.

—Por aquí...—Guió Zeta, apenas podía pronunciar las palabras correctamente, estaba agotado
por el escape y adolorido por la caída. Y todavía no terminaba.

Ambos se acercaron a la puerta, pero antes de poder hacer nada, el Zombie gigante se les
apareció por el hueco que había dejado en la entrada, pero como era muy pequeño para que
pasara, comenzó a agrandar más el hueco a feroces golpizas.

Los dos se apuraron en cruzar la puerta, Rex la cerró apenas termino de cruzar, se miraron
desesperados, buscando alguna salida del lugar, si no encontraban algo rápido seria su fin.

Zeta logro divisar una pequeña ventana a lo alto, donde conectaba con un terreno baldío sin
ningún rastro de Zombies cerca, y que podría caber una persona con una flaca contextura física,
el joven se alegro de estar casi dos días sin comer nada y bajar esos dos kilos de más que tenía.
En realidad no los tenía, pero era muy acomplejado.

Sin perder más tiempo, Rex arrastro una mesa de madera un poco pesada, cerca del ventanal, y
permitió a Zeta que suba el primero, este hizo lo propio e intento abrir la ventana, pero estaba
atascada, forcejeo un rato pero le era imposible, no cedía con nada.

Mientras tanto, los golpes del zombie gigante dejaron de escucharse, y todo se sumió en un
incomodo silencio que alerto a los jóvenes. Ya había logrado pasar, y no tardaría mucho en llegar
a ellos.

Zeta desesperado saco su arma y con la culata comenzó a romper el vidrio a golpes, habilitando
el paso al otro lado, luego de un salto se trepo al ventanal y cruzo lo más rápido que pudo, pero
accidentalmente se corto la mano al apoyarse sobre un vidrio en punta.

Rex mientras tanto esperaba muy nervioso su turno, mirando constantemente hacia la puerta,
rezando mentalmente que no apareciera ese monstruo, pero justo en ese momento, vio como la
puerta salió volando chocando contra un muro muy cerca de su posición.

— ¿Qué estas esperando? ¡Vamos!—Gritó Zeta del otro lado del ventanal.

Rex no se dio cuenta que su compañero ya había cruzado, al prestar más atención al monstruo
que ahora mismo estaba asomándose por la puerta, aterrador, amenazante, mirándolo con sus
inertes ojos grises.

Rápidamente subió de un salto a la mesa de madera, y de otro salto más se colgó en el ventanal,
mientras que el zombie gigante al verlo, enfureció bramando otro grito de esos que te hielan el
alma, y cruzo el estrecho hueco de la puerta de una embestida.

Justo cuando Rex pudo pasar la mitad del cuerpo hacia el otro lado, el zombie tomó carrera y se
dirigió rápidamente hacia el ventanal, Rex sin dudarlo se dejo caer hacia el exterior, pero justo en
ese momento, el zombie dio una feroz embestida al ventanal destruyendo completamente todo el
muro, y pasando al otro lado.
Rex cayó bruscamente al suelo rodando sobre sí mismo entre escombros que le caían encima. El
monstruo se giró y se dirigió a paso rápido hacia Rex que yacía aún en el suelo y todavía no se
recuperaba de la caída.

Zeta que se encontraba más atrás, por suerte no llego a recibir el impacto, y se apresuro en sacar
su arma y apuntar a la bestia gigante que amenazaba con hacer puré a su amigo, respiro
profundo, su pulso le fallaba, era lógico... su hombro le dolía por la anterior caída, y su mano tenía
una herida bastante profunda que no le dejaba apuntar el arma con precisión.

Tomo aire y aguanto la respiración preparándose para el inminente dolor, presiono el arma con
fuerza obligándolo a hacer un gesto doloroso. Apunto a la cabeza del zombie que ya estaba
peligrosamente cerca de su compañero... y disparó.

La bala salió del cañón del arma y se dirigió directamente a la parte posterior de la cabeza del
gigantesco zombie, este solo se detuvo pero no pareció inmutarse, solamente se llevo la mano a
la cabeza y se la froto como si la bala se tratase de un simple mosquito.

Zeta sin ceder siguió disparando, intentando atinar todos los disparos al mismo lugar, sabía que si
disparaba cerca de la zona del bulbo raquídeo que se encontraba cerca de la parte posterior e
inferior de la cabeza, causaría una muerte instantánea, un principio básico en los humanos, pero
no estaba seguro si también se daría en los no muertos, y mucho menos en este gigante.

Disparo dos, luego tres, cuatro y finalmente cinco veces... el quinto disparo que impacto, hizo que
el gigantesco zombie exclamara un aullido de dolor y cayera finalmente de rodillas, para luego
desplomarse fuertemente contra el suelo.

Rex que todavía seguía consciente, aparto un par de escombros que se situaban sobre él, y pidió
ayuda a su compañero, Zeta fue inmediatamente a socorrerlo, lo ayudo a incorporarse y por
suerte no contenía heridas graves, tan solo magullones, cortes y algunas raspaduras.

— ¿Estás bien? —Preguntó Zeta.

—Sí, no pasa nada... un par de raspones nada mas... tuve suerte que esa cosa no me aplast...—
Pero un ensordecedor grito lo interrumpió.

Era ese escalofriante y agudo grito que habían oído cuando escapaban, pero ahora se escuchaba
mucho más cerca. Zeta se giró y vio a través de una valla de madera a un zombie que los
acechaba, ese que denominaba parca, por su cara esquelética llena de sangre y su aterradora
mirada que ahora mismo estaba clavada en ambos.

El zombie saltó ágilmente la valla sin problemas, y quedo parado enfrentándose a los chicos,
amenazándolos con su mirada, respirando pausadamente y expulsando de su mandíbula un
ligero y ardiente humo.

Estos retrocedieron por reflejo, pero no podían ir a ningún lugar, estaban acorralados, detrás de
ellos solo se encontraba el hueco que había abierto el zombie gigante, y ya estaban demasiado
cerca de la parca como para escapar, no tenían oportunidad, solo quedaba enfrentarse al
monstruo directamente.

—Rex, te comento que no me quedan balas...—Dijo Zeta gatillando el arma sin que se efectuara
ningún disparo, a la vez que seguía retrocediendo y se alejaba considerablemente de su
compañero. —Te lo dejo.

—Bien... —Dijo Rex mientras sacaba el arma de la funda, invadido por los nervios, y sin quitar la
vista de la bestia. —Uno...—Susurró mientras volvía a guardar el arma, y procedió a realizar la
misma operación. —Dos...
El zombie no espero mas... ya había medido a sus objetivos y se decidió a atacar, se agazapo
posándose sobre sus brazos, y de dos veloces zancadas se dirigió hacia Rex, que desenfundaba
su arma por tercera vez, el zombie al estar suficientemente cerca dio el salto de gracia,
dirigiéndose peligrosamente hasta su objetivo.

Rex ya no tenía más tiempo, no llegaría... su cuerpo se paralizó, sus ojos se abrieron como dos
platos, su corazón le pareció detenerse, automáticamente, como si de una película se tratase,
todo le pareció ir más lento.

Luego observo a través de los grisáceos ojos del zombie, pudo verse reflejado, y su vida entera
paso delante de él en un segundo, cada recuerdo, cada momento vivido, cada experiencia
ganada, cada situación placentera.

Recordó todo lo bueno de su vida, en ningún momento pensó en las cosas malas que le habían
sucedido, todo era bello en sus recuerdos, su primera vez montando una bicicleta, y su primera
vez arreglándola, su primer beso, su primer amor, sus cumpleaños más significativos, su
graduación, y su viaje de egresados.

Imagino a toda su familia frente a él, en la puerta de su casa observándolo, y sonriendo, dándole
un espacio ahí, junto a ellos, casi instantáneamente una lágrima se dejo deslizar por su mejilla,
quería ir con ellos, con su padre, con su madre, con sus abuelos, con sus tíos, con sus primos,
con sus amigos, con su novia...

Una sonrisa se dejo dibujar en su rostro, seguido de un leve casi insonoro suspiro, sus ojos se
cerraron... y se entregó a lo peor.
Capitulo 3: ¿Asociación libre?

"Si te caes siete veces, levántate ocho." –Proverbio chino.

El zombie, al estar suficientemente cerca, dio el salto de gracia, dirigiéndose peligrosamente


hasta su objetivo, Rex se entregó a lo peor, cerro sus ojos y respiro profundo esperando el
inminente ataque, pero había olvidado un detalle, algo no había sido tomado en cuenta, algo que
lo sorprendió de lleno.

Escuchó unas pisadas fuertes, no era el zombie, el seguía en el aire, era imposible, no, esas
pisadas que se dirigían a él eran de alguien más, alguien a quien había olvidado por un segundo,
pensando que no haría nada para salvarlo. Pensó mal.

En ese momento, Zeta quien había tomado carrera, rápidamente se lanzo en el aire embistiendo
al zombie parca, desviándolo de su trayectoria, ambos cayeron al suelo rodando por la inercia y
Zeta quedó ensíma de la bestia, desorientado, lo primero que atinó a hacer fue darle un puñetazo
en la cara. Mal pensado.

Eso enfureció al zombie que soltó un grito desgarrador, y de un rápido movimiento, le propendió
un golpe a Zeta arrojándolo hacia un lado, el zombie se incorporo velozmente y dio un salto
quedando ahora él, encima del joven, acorralándolo, y sin darle espacio alguno para escapar,
rápidamente acerco su feroz mandíbula a su cuello buscando una mordida letal, Zeta se dejo
consumir por el miedo y ahogo un grito.

De repente, se escucho un disparo, Zeta que había cerrado los ojos en un acto reflejo para
anticiparse al dolor que le provocaría el zombie al desgarrarle el cuello, lentamente comenzó a
abrirlos, y vio como el zombie ya no se movía, simplemente estaba postrado sobre él, con un
hueco en medio de la sien, en donde salía un endeble humo blanco.

Unos pocos metros más atrás, se encontraba Rex sosteniendo su arma, aun apuntando al
zombie, mientras débilmente pronunciaba en un suspiro. —Cuatro…

Zeta, aliviado decidió dejarse caer, recostándose en el suelo, mirando al cielo, estaba un poco
nublado y gris, en unas horas seguramente comenzaría a llover, o quizás no, nunca fue bueno
prediciendo el clima, su madre por otro lado, tenía un don para esas cosas, recordó un viaje en el
que iban en auto y estaba lloviendo torrencialmente, su padre había hecho un comentario
preguntando cuando dejaría de llover tanto, a lo que su madre le respondió "Ya va a parar de
llover."

Y justo en ese momento, las gotas que impactaban fuertemente el parabrisas del vehículo se
fueron debilitando, reduciéndose a ninguna, Zeta juró en ese momento que su madre era una
bruja o algo por el estilo.

—Hey... ¿Estás bien?—Preguntó Rex, sacándolo de sus pensamientos.

—Sí, nunca estuve mejor en mi vida... ah, sí hueles algo raro, no es el zombie, fui yo, que me hice
ensíma. —Dijo Zeta sarcásticamente.

—Vamos, levántate tenemos que seguir, mira aquellos Zombies no tardaran en llegar.

—Dijo señalando al otro lado del muro destrozado en donde se veían varios Zombies caminando
hacia cualquier dirección, dentro del almacén.

Zeta se incorporó, haciendo a un lado al cadáver que tenia ensíma, luego miró hacia varios
lugares, intentando ubicarse mentalmente.
—A ver... esa valla que salto el zombie de recién, nos lleva a una calle paralela, por donde
nosotros veníamos escapando, ¿Verdad? —Preguntó señalando la susodicha valla.

—Emm... si supongo que sí, ¿Por qué?

—Bueno, simple, porque si es así, estamos justo a la vuelta...—Comenzó a decir, pero se


interrumpió solo, se dirigió a la valla, y abrió la puerta pasando al otro extremo, no sin antes mirar
a ambos lados por si hubiese otro zombie. —...de la gasolinera, pero una cuadra después.

Rex lo siguió hasta afuera, no comprendía bien el planteo que su compañero estaba haciéndole.
—Si... ¿Y que con eso?

—Bueno si no me equivoco... aquel auto de allá, es el que comentaba en la nota que encontré... y
del cual el ladrón de la moto no pudo alcanzar porque estaba rodeado de Zombies.

—Es verdad... me había olvidado completamente del auto, pero no veo a muchos Zombies cerca.

—Es porque todos siguieron el ruido que hicimos en la otra calle, ¡vamos! —Exclamó
Zeta mientras encaraba un trote hacia el auto, seguido por Rex.

Al llegar a la esquina se fijaron en la otra calle, donde estaba la gasolinera, había una gran
cantidad de Zombies corriendo hacia múltiples direcciones, y algunos empujándose para pasar,
habían armado un buen escándalo, pero ninguno parecía haberse percatado de su presencia.

Se dirigieron rápidamente al vehículo mencionado, solo había uno, así que no había margen de
error, no podría ser otro, al verlo ambos quedaron sorprendidos, no se trataba de un auto
cualquiera, era un Ford Focus 3.0, de color negro, un poco sucio y bastante rallado pero no
quitaba el hecho de que era un auto de alta gama.

Zeta se dirigió hasta la puerta del conductor, pero antes de abrir el vehículo Rex lo frenó.

—Espera... Déjame cerciorarme que no tenga algún tipo de alarma puesta. —Dijo mientras
revisaba el frente del parabrisas donde suele colocarse el dispositivo de alarma.

—La vida es corta para esperar. —Dijo Zeta ya dentro del auto, con una sonrisa picarona. —No
hay alarmas, vamos sube, o te dejo.

—Pero que impaciente, ¿Que le costaba esperar?...—Murmuraba Rex mientras subía al asiento
del acompañante del conductor.

—Pero como le gustan las cartas a esta chica...—Decía zeta entre sonrisas a la vez que tomaba
otra hoja de su diario arrancado, que estaba pegada al volante, y se la pasaba a Rex. —Vas a
tener que leerla esta vez, yo me encargo de sacarnos de aquí.

Zeta no perdió tiempo y arranco el auto con la llave que se encontraba ya puesta, el barómetro
marco el tanque de gasolina a la mitad, Zeta y Rex no pudieron evitar dar un grito de felicidad,
inmediatamente puso primera, y arranco el auto a toda velocidad, dejando atrás a todos los
Zombies.

— ¿Quieres pasar por la gasolinera para saludar a nuestros amigos? —Bromeo Zeta.

— ¿Estás loco? Si nos encontramos con otro "Grandote" usaran el auto como monopatín.

— ¡Ja! Grandote... no se me había ocurrido, es un buen apodo para esa clase...ahora, les diremos
grandote, y por cierto el que te ataco, les llamo parcas.
— ¿Parcas? ¿Como la muerte?

—Exacto... y hablando de monopatín, ¿No arreglas el mío todavía?

—No molestes, toma la ruta por esa dirección, bien...

— ¿Sabes? Con esto podemos llegar a tu ciudad tranquilamente...Hey ¿Qué haces?

—Leo tu carta, ¿Quién es Sam? ¿Es de Samara o Samanta?, ¿Samuel quizás?

—Preguntó Rex entre risas.

—Hey si vas a leerla, por lo menos hazlo en voz alta.

—Está bien, veamos... dice, "Querido idiota cara de nabo..."

— ¡Púdrete! No dice eso...

— ¡Ja! Está bien, está bien... dice lo siguiente, "Querido idiota cara de nabo..." ¡Te juro que dice
eso! —Bromeó Rex entre risas. — "Si llegaste hasta aquí y sigues vivo, o si eres algún otro
superviviente, lo cual dudo porque no hemos visto a nadie más por esta zona, espero que te sirva
lo que te deje en la guantera del auto, tómalo como un pequeño presente..."

Rex detuvo la lectura, y abrió la guantera, sus ojos le brillaron, y no pudo evitar sonreír
estúpidamente.

—No puede ser, tu admiradora nos dejo comida y agua... y esta sí que no la vas a creer, dejo un
arma, cargada y todo... esta chica es un ángel caído del cielo.

—Déjame adivinar... ¿Comida enlatada?

—Sí, y hay para varios días.

—Mierda, ¿De nuevo?, esta chica es un demonio, ascendido del maldito infierno...—Susurró Zeta
por lo bajo.

—Seguiré leyendo la carta, "... y dicho sea de paso, si sobrevives quiero decirte algo, iremos a
una ciudad a unos ochocientos quilómetros..." Escribió kilómetros con "Q" ¿Sabías que es válido
de las dos formas?

—Ni puta idea que se podía escribir así, solo lee...

—Bien a ver, "...estamos buscando a la nación escarlata, deberías pasarte por ahí, quizás
podamos encontrarnos nuevamente y arreglar esto que pasó, te esperaré, besos... Sam.", Amigo,
esta chica está entregada en bandeja de plata, seguro que le gustaría pasar contigo una hermosa
noche apocalíptica de luna llena.

—Sí, claro... ¿Qué tienen todos con la nación escarlata?

— ¿Está buena?

—No sé, nunca fui a esa nación, pero dicen que es la más tranquila...

—Estoy hablando de la chica, ¿está buena?


—Y yo de la nación, y si esta buenísima... pero no tiene nada que ver, me robo mi casa rodante...
no voy a dejar las cosas así.

Rex al escuchar eso, entro a reírse a carcajadas. — ¿¡Era ella!? ¿La que te robo, es esta chica?

—Ella... y un grupo de cinco o seis personas, no los vi bien porque me noquearon, y ahora se
siente culpable del robo y quiere enmendar las cosas, y ¿sabes qué? ¡No me importa!, el daño
está hecho, y pienso saldar cuentas con esta gente...

—Y ¿Qué piensas hacer? ¿Llegar a la nación escarlata, vestido con ropa de la nación oscura y
entrar a balear a los que te robaron?

— ¿Cómo...?

—No hay que ser adivino... camisa negra, zapatillas negras, pantalón oscuro, ni un idiota, no se
daría cuenta que perteneces a la nación de los bandidos, los piratas, los ex convictos... todo eso,
que son los que están en esa endemoniada nación de sádicos.
Zeta comenzó a bajar la velocidad del auto, y pregunto seriamente.

— ¿Y porque viajas conmigo, si soy de esa nación?

—Necesitaba ayuda... al principio, pensé que robarías mi moto, luego vi que no eras tan mala
persona... así que decidí no matarte cuando te descuidaras.

—Bueno, para tu tranquilidad... no soy de la nación oscura, simplemente llevo ropa negra, pero no
te voy a negar que estuve ahí, pero pude escapar.

— ¿Escapar? ¿Eras prisionero?

—Si... algo así.

Rex soltó un suspiro, y se froto la cabeza.

—Me generas más dudas que certezas... pero bueno, supongo que es lo normal.

—Ya tendremos tiempo de hablar de mi pasado, ahora quiero detenerme, mi mano me está
matando. —Dijo a la vez que perfilaba el vehículo hacia una banquina y lo estacionaba.

Ambos se bajaron y registraron el baúl del auto, no encontraron nada ahí, así que procedieron a
sentarse en el baúl a comer la comida enlatada, que les dejó Sam.

Mientras tanto, Zeta arrancaba la manga de una de sus camisas para envolverla en la herida de
su mano.

— ¿Qué tal tu hombro? Esa caída fue tremenda. —Preguntó Rex.

—Me duele con algunos movimientos ¿Sabes algo de medicina?

—Nada... lo siento, pregunté por educación. —Dijo Rex con comida en la boca.

—Está bien, ¿Queda muy mal la camisa así? —Preguntó Zeta mostrándole la parte rasgada de su
camisa.

Rex dejó la comida y tomó la manga de la camisa, que aún estaba sana, y de un fuerte tirón la
arrancó, luego se la devolvió.
—Asi queda parejo.

—Gracias, bien entonces...—Comenzó a decir Zeta mientas se mandaba una gran porción de
comida a la boca. —Creo que es hora de hablar de algo, que debimos hablar desde hace
mucho...

Rex lo miró de reojo, mientras tomaba agua de una botella. — ¿Hablaremos de cómo te hiciste
esa cicatriz en forma de "Z"?

—Ja... no, eso puede esperar.

— ¿Entonces?

—Hablaremos de una véz, de tu trastorno obsesivo-compulsivo.

Rex, tragó saliva, luego simplemente guardó silencio unos instantes. - ¿Qué hay que saber?
Simplemente me pasa al desenfundar el arma...-Explicaba con una expresión dolorosa y de
resignación, en su rostro.

- ¿Solo asi? ¿No te pasa con nada más?

-Es lo que dije...

Zeta se llevo la mano al mentón, y miró a su compañero con gesto reflexivo. -Está bien... esto solo
te pasa cuando tienes que disparar...entonces, ¿Cuándo fue la primera vez que disparaste un
arma de fuego?

- ¿Qué es esto? ¿Ahora resulta que me vas a analizar? -Respondió Rex con un tono elevado de
voz.

-No podría analizarte, solo hice tres años de carrera en psicología, y bueno por causas
apocalípticas imprevistas tuve que posponerlo, en fin... solo quiero ayudarte como un amigo,
jamás, esto que estoy haciendo podría ser llamado un análisis psicológico. No tiene encuadre,
además que ya me conoces... asi que toma esto como una conversación reflexiva, en donde me
relatas todo lo que quieras contar. Sin omitir nada por favor, se llama asociación libre.

- ¿Asociación libre?

-Exacto, ¿Podrás hacerlo?

En realidad Zeta mintió un poco en su relato, la asociación libre consta principalmente de que el
paciente este sentado en un diván y a espaldas del analista, para no distraerse en su narración,
por lo que el ambiente en este momento no era el más adecuado, pero ¿Cómo serlo en un
apocalipsis? Debía adaptarse, no le quedaba otra opción.

Rex chistó-Está bien, como quieras, ¿Mi primera vez disparando eh? Bueno no recuerdo bien qué
edad tenia, pero era pequeño, mi padre me había llevado a disparar a un corral en un campo del
abuelo, no había nada ahí, y yo solo disparaba a las latas, nunca me dejo disparar animales, esa
fue mi primera vez, no hay mucho que decir.

-Cuéntame más de tu padre, ¿De que trabajaba?

A Rex le cambio la cara, le brillaron los ojos, y respondió enérgicamente. Zeta lo escuchó con
atención.
-Mi padre era el mejor mecánico de toda la ciudad, era muy respetado por todos y reconocido,
cuando alguien quería reparar algo lo mandaban a su taller, el me enseño todo lo que sé.

Zeta casi se da un palmazo en la cara, pero no quiso arruinar el momento asi que se contuvo,
¿Cómo no me di cuenta antes? Pensó. Cuando Rex le había mencionado de aquel grandioso
mecánico, no resultaría ilógico que se tratase de su propio padre.

-Bien, tu padre era un mecánico respetado y conocido, ¿Qué hay de tu madre?

¿También trabajaba?

- ¿Mi madre? No, en un momento de su vida fue profesora de inglés, pero luego se dedicó a
mantener la casa.

Zeta se tomó un momento antes de la siguiente pregunta, sabía que fuera como fuera, a Rex le
caería mal. -Está bien, ¿Y dónde se encuentran ellos ahora?

Rex no respondió, se levantó bruscamente y se perfilo para irse, pero Zeta lo detuvo
interponiéndose en su camino.

- ¿Quieres que te ayude con tu problema o no?

-Te recuerdo que nadie te pidió tu ayuda, psicólogo.

-Se bien que es doloroso, pero lo hago por tu bien, ¡para que la próxima vez no tengas que hacer
un ritual de treinta segundos, para poder efectuar un maldito disparo! Si quieres seguir viviendo,
deja tu puto orgullo de lado, y déjame ayudarte.

Zeta pensó en ese momento, que era el peor casi psicólogo de todos, gritarle a la persona que
quieres ayudar. Buen plan.

Rex apretó los dientes, sus músculos se tensaron, cerró los puños, tan fuerte como pudo, luego
miró a zeta con una mirada de odio mezclada con dolor.

-¡¡Se los comieron!! ¡¿Ok?! A ambos, primero a mi padre... ¡y luego a mi madre!-Respondió Rex
exaltado, mientras sollozaba y su respiracion comenzaba a agitarse.

- ¿Cómo fue? -Preguntó seriamente Zeta sin cambiar su postura, seguía firme ante su
compañero.

-Yo, no...-Dijo, secándose las lagrimas.

-Tienes que sacarlo...

-No pude... no pude salvarla...-Apenas se entendían las palabras que expulsaba Rex, sentía en su
pecho una presión desorbitante, que le impedía formular bien las oraciones, de sus ojos caían
lagrimas a cantaros. Le tomo un tiempo recuperarse para volver a hablar nuevamente.

- Cuéntame, ¿Cómo paso?

-Yo... todo esto paso... mierda no sé por dónde empezar.

-Comienza por el principio, tenemos tiempo.

-No lo creo... mira al cielo.


Zeta hizo caso, alzo su cabeza y observó con sus profundos ojos marrones, como una gran
cantidad de nubes negras y grises flotaban sobre ellos, luego una gota cayó cerca de su ojo,
luego otra más, y finalmente comenzó a llover.

Ambos se refugiaron dentro del auto, no sin antes cerrar el baúl, y se quedaron ahí, en silencio,
observando y escuchando la reconfortante melodía que les ofrecían las gotas de lluvia, al caer por
todo el lugar.

Zeta aprovecho la oportunidad, el ambiente ahora era ideal, solo debía modificarlo. Se pasó al
asiento trasero desde dentro del auto y se recostó sobre una de las puertas, donde desde ahí Rex
no pudiese verlo.

-No me gusta manejar con lluvia, los Zombies se alertan mucho más cuando llueve, asi que ¿Por
qué no sigues el relato? -Preguntó Zeta.

Rex soltó un suspiro, y siguió observando la relajante lluvia en frente de él, algo en esa lluvia lo
tranquilizaba y le daba una sensación aunque fuese diminuta, de paz. Debía de ser aquel aroma a
humedad, no estaba seguro, pero le recordaba a un día normal de lluvia, antes de que todo se
fuera al demonio. Se acomodó en su butaca, estirando las piernas y los brazos. Luego se
acomodo su gorra a la cabeza y prosiguió a hablar. -Está bien, todo comenzó...

En el taller Xiovani's, uno de los talleres más grandes y famosos ubicado estratégicamente en las
afueras de la ciudad, justo en la entrada, es el lugar donde la gente se detiene, antes de salir de
un gran viaje, por lo que la clientela era muy abundante.

Contaba con todo para reparaciones, se extendía en un gran recinto techado, amurado con
ladrillos rojos, y en los laterales se apreciaban un sin fin de herramientas y accesorios para
automóviles de todo tipo.

Ese día, el padre de Rex había atendido el local toda la mañana con ayuda de su asistente, y Rex
no había podido asistir hoy, debido a que se encontraba en la universidad de derecho, que a
duras penas pagaba con su sueldo.

-Hey, Roberto ¿Has visto las noticias de ayer? -Preguntó el asistente, mientras cambiaba el
escape de un automóvil.

- Si, ¿ese estúpido corte, en donde sale el presidente de los estados unidos? Una broma pesada
de mal gusto, si me lo preguntas.

-No lo creo, da que pensar...

- ¿Da que pensar?

-Sí, fue muy extraño tienes que admitirlo, no creo que nadie pueda hacer una broma asi, menos
con el presidente.

-No seas ingenuo, ¿Cómo explicas que el presidente, dando una conferencia de prensa nacional,
de un momento para otro, la imagen se corte y salga el mismo presidente, pero con la ropa echa
un desastre, y por lo que se mostro en cámaras, ni siquiera estaba en su oficina, y para rematar
salga diciendo que "Todo es una mentira, nos quieren matar a todos."? Por favor... alguien le jugó
una broma, ya lo encontrarán, y le pagarán para que trabaje para ellos, asi son los yanquis.

-Esta vez no te puedo dar la razón Roberto, ¿Imagina si fuese verdad? Si el presidente de la
nación más poderosa del continente quizás del mundo, de verdad tuviera miedo de algo... de algo
que nos pudiera matar a todos.
-Te lo repito, no creo en los yanquis, menos en ese presidente de cuarta, aunque con nuestros
gobernantes tampoco nos va muy bien, y si algo aprendí, es que la política es pura falacia,
además ¿Qué podría ser tan peligroso eh?

-He leído un diario independiente, en donde se rumorea...

- ¿Diario independiente?-Lo interrumpió. - Esas cosas son puras mentiras, ya veo porque estas
tan preocupado, no debes creer en todo lo que ves, cuando termines con el escape, mide el
aceite y calibra las ruedas ¿Está bien?

- Entendido-Contesto el asistente, a la vez que abría el capó del auto para medir el aceite. -
Exactamente eso es lo que dice este diario, no es muy popular, lo sé, pero dice muchas verdades,
por ejemplo, dice, "...no debemos creer en lo que vemos en la tv, todo está manipulado, cree en
tus propios instintos, si dios te dio esos instintos, y piensas que algo está mal, indudablemente es
porque algo va a estar mal."

El viejo Xiobani, que se encontraba terminando de ultimar detalles en pintar una moto que le
habían encargado, se quitó su mascarilla y sacudió su canoso y largo cabello. Su cuerpo era
enorme, y al parecer, Rex había heredado su increíble altura, pero con la diferencia de que
Alberto tenía mucha más masa muscular que su esbeltico hijo. Miró a su asistente con sosiego
dedicándole una sonrisa, mientras se cruzaba de brazos.

- ¿De qué tienes miedo Juan?

-Roberto... no tengo miedo, pero estoy alerta, usted debería estarlo también, es un simple concejo
que le doy.

-Y gracias por el concejo, pero créeme, no pasara nada, luego de ese pequeño corte, en las
noticias no han pasado nada, ni siquiera se nombró algo del tema, ¿Crees que es coincidencia?
Es porque no significa nada. -Añadió.

-O quizás, porque...

- ¡Hey Renzo! ¿Cómo te fue en la universidad? -Saludó Roberto a su hijo, interrumpiendo a su


asistente.

Rex, quien acababa de volver de su universidad, vestía ropa muy formal, un traje, con una corbata
que se había soltado al llegar, y llevaba un maletín negro en una mano.

-Bien, supongo... Tengo tantas cosas que leer, que no sé todavía cómo voy a llegar para el
viernes al parcial, voy a morir en hojas. -Comentaba Rex muy desanimado, entre suspiros.

- ¡Hola, campeón! -Saludó el asistente, a su ex compañero de trabajo. Ahora que Rex había
comenzado a estudiar derecho, no tenía tiempo para trabajar en el taller de su padre.

-Hola Juan, ¿Necesitas ayuda calibrando eso?

- ¿Con esa ropa, estás loco hijo? Nada de eso, ve a cambiarte que seguro ya almorzaremos, y
¿Cuándo piensas cortarte ese pelo? -Dijo Roberto, mientras sacudía el poblado cabello marrón de
Rex, el cual le llegaba hasta el cuello.

-Asi como está, me gusta papá. -Contestó Rex, marchándose a su casa, que quedaba justo
detrás del taller. Nuevamente, Roberto y Juan se quedaron solos.

-A propósito, Juan ¿Qué estabas por decir?


-Nada, olvídalo...

- ¿Qué vamos a comer? -Preguntó el viejo Xiobani, mientras entraba al comedor de la casa al
terminar su jornada laboral, y se sentaba en una silla de madera de aspecto rustico, junto a una
mesa redonda.

La casa de los Xiobani era un lugar pequeño y acogedor, con una pequeña cocina conectada con
el comedor, luego a un lateral, se encontraba un pasillo corto que daba a las habitaciones, al baño
y a la sala de estar.

-¡Buenos dias! No te vi en toda la mañana ¿No me vas a saludar? -Preguntó su mujer.

-Buenos días mi cielo, disculpa fue un descuido. -Dijo sonriendo, mientras le daba un beso a su
esposa.

-Comeremos algo sano esta vez, una sopa de verduras. -Respondió la mujer orgullosa de su
comida.

- ¿Enserio? ¿No hay nada de carne? Necesito algo solido.

-Hay algunos pedacitos de carne en la sopa, no te quejes.

- ¡¿Alguien vio mi gorra?! -Pregunto Rex a los gritos, desde su habitación mientras se cambiaba
de ropa.

- ¿Qué nunca se va a quitar esa fea gorra? Se la voy a quemar cuando duerma. -Dijo el padre en
tono jocoso.

- ¡En la esquina de tu cama!

-Ya la había encontrado má, gracias. -Dijo Rex sentándose en la mesa junto a su padre.

-Marta, ¿Podrías encender la televisión? -Preguntó Roberto amablemente.

- ¿No vendrá a comer Juan? -Pregunto la señora de la casa, mientras encendía la tv con el
mando a distancia.

-No, dijo que tenía unos asuntos en la ciudad.

-Deja las noticias pá, quiero ver si pasan algo del presidente de estados unidos.

-Otro más que cree en patrañas, es todo falso, no pasan nada porque fue una simple broma.

-De todas formas, ¿No te parece que hay algo raro en las noticias? Solo hablan de algunos robos
menores, entrevistas sin sentido, desde ayer que no hablan de nada importante del país, como la
economía por ejemplo, y lo del corte es lo más extraño.

- ¿Desde cuándo te preocupa la economía del país?

-Bueno, hoy hablaron de ese tema en las clases, y decían que lo que callan en los noticiarios, es
porque algo no quieren que sepa, y el corte en el que apareció el presidente de estados unidos,
nadie dijo una sola palabra, ni siquiera en las redes sociales, y ahí es donde abunda la chusma.

-En eso si te doy la razón, es un poco raro que nadie haya saltado con un tema asi, pero bueno,
es problema de los yanquis, nosotros estamos muy lejos de ellos. -Dijo Roberto a la vez que se
metía una cucharada de sopa a la boca. - ¡Quema!
-No comas tan rápido querido, espera a que se enfrié. -Le dijo Marta a su marido. - ¿Y qué tal
Sofía? ¿No viene hoy? -Preguntó, ahora dirigiéndose a su hijo.

- ¿Sofía? No, hoy comenzaba a trabajar de repartidora en una pizzería en el centro de la ciudad,
le pagan muy bien, pero su jefe no me gusta nada, parece un idiota.

- ¡Qué bueno! Es un gran trabajo para empezar, comunícale mis felicitaciones. -Dijo Marta con
una sonrisa angelical en su rostro, pese a tener cuarenta años se mantenía muy bien y
aparentaba más joven de lo que era, toda una hazaña a esa edad.

-Gracias mamá.

- ¿Qué pasa con la maldita televisión? -Pregunto quejándose Roberto, al ver que la televisión se
quedo sin imagen, solo se veía la estática, pero de repente la imagen volvió.

En la pantalla, podía observarse un cuarto muy oscuro, iluminado por una tenue luz de una
lámpara que se balanceaba en el techo, y en el cuarto se encontraba una figura sentada en una
silla, las paredes parecían de alguna clase de metal resistente.

La cámara enfoco mejor el rostro de la persona ahí sentada, se vio claramente la tez del
presidente de los estados unidos, con la mirada perdida en algún lugar del suelo, parecía
cansado, muy agitado, tenía sangre en su camisa, y en su mano sostenía un arma, luego miro
fijamente a la cámara, "have fifteen seconds" se escuchó en el fondo, "Tenemos quince
segundos" interpretaron todos.

- There is nothing to do, have betrayed us, this message is intended for all America, South, central
and North, we are lost, they were already released, stay in their homes, not go for anything in the
world. Shelter and care for their families, and whatever you do, do not...-Justo antes de terminar,
la imagen se cortó repentinamente, y volvió la estática.

- ¿Qué dijo? -Preguntó Rex un poco nervioso, girando la cabeza hacia su madre.
Su madre que sabía más inglés que el resto de la familia intentó traducir lo que había escuchado
recientemente.

-A ver... dijo que no hay nada que hacer, habló de traición... al parecer alguien los traiciono, luego
dice que el mensaje va para toda América, del sur, central, y norte... dice, estamos perdidos.
Luego menciona, "they were already released", ¿Fueron puestos en libertad? No... ya fueron
lanzados, eso dice, ya fueron lanzados.

- ¿Ya fueron lanzados? ¿Qué fue lanzado? -Preguntó su hijo nervioso.

-No lo sé... solo dijo eso, luego dijo también algo de que no salgamos de nuestras casas, nos
refugiemos, cuidemos a nuestras familias...

- ¿Qué mierda está pasando? -Volvió a preguntar Rex más nervioso todavía.

-Y finalmente se corto cuando iba a dar un concejo que parecía importante... "Hagan lo que
hagan, no..." y se cortó. -Terminó la traducción Marta.

- ¿Sigues creyendo que esto es solo coincidencia? -Preguntó Rex a su padre.

-Está bien, admito que ya me está empezando a preocupar un...-Pero no pudo terminar la frase,
Se escucho un zumbido y seguido de eso, toda la luz de la casa se apagó repentinamente.

- ¡Bah! Lo que faltaba, un corte de luz. -Se quejó Roberto.


-Mejor voy a llamar a Sofía, por si las dudas. -Comentó Rex mientras marcaba en su celular el
número de su novia.

-Marta ¿Dónde hay velas? -Preguntaba Roberto mientras buscaba en las cajoneras.

-Aquí las traje, como siempre me anticipo a tus movimientos. -Se burló su mujer.

-Eres genial. -Dijo dándole un tierno beso, mientras tomaba las velas y las encendía de uno en
uno.

-No hay señal, esto es raro, no puedo ni mandar un mensaje siquiera. -Comentó Rex
decepcionado.

De repente se escucharon unos fuertes golpes provenientes de la puerta, seguidos de un grito.

- ¡Roberto! ¡Sal ahora mismo!

La voz que lo llamaba era inconfundible, se trataba de su asistente, Roberto al escucharlo se


dirigió hasta la puerta para abrirle.

- ¿Qué pasa, porque tanto escándalo Juan? -Preguntó a la vez que abría la puerta. - ¿No te
habías ido a la ciudad?

- ¡Tienen que ver esto! Vamos. -Dijo con tono muy nervioso, le temblaba la voz, y se dirigió
rápidamente hacia fuera.

Desconcertado, Roberto siguió a su asistente, seguido de su familia que iban detrás de él. Al
llegar afuera, Juan les señalo el cielo.

-Miren... ¿Ven lo mismo que yo?

-Al parecer toda la cuadra está sin luz, ¿La ciudad también? Qué raro. -Comentó el viejo Xiobani
sin prestar atención a Juan.

-Roberto, ¡mira al cielo! ¡Hacia allá! -Indicó nuevamente su asistente.

Roberto miro finalmente a donde Juan le señalaba, y vio una sombra a la distancia, algo alargado,
parecía un avión, pero no era tan grande, y se dirigía a toda velocidad hacia la ciudad.

- ¿Eso es...?-Balbuceó Roberto intentando procesar lo que sus ojos le mostraban.

- ¡Un misil! -Gritó Juan, que lo veía a la perfección.

Rex no dijo una sola palabra, se quedo mudo observando el misil a lo lejos, que descendía del
cielo a una velocidad impresionante, inmediatamente empezó a temblar, en su pecho sintió una
presión que apenas lo dejaba respirar, su mente estaba procesando toda la información
recientemente obtenida y lo relacionaba con lo que estaba observando ahora mismo.

El presidente, la sangre en su camisa, un arma... ¿Para qué? "Ya fueron lanzados", las palabras
del presidente resonaban en su cabeza, luego la palabra misil. Un misil que caía directamente en
dirección a la ciudad que tenía enfrente.

Al instante, le surgió una idea, y todo fue más claro... América del sur, central y del norte, estaban
¿En guerra?, pero ¿Contra quién?, Da igual, no importaba eso ahora, lo único que podría dar
espacio a su mente para preocuparse ahora, era en una cosa, en realidad, en una persona...
Sofía.

- ¡Sofía! Mierda, ¡Sofía está en la ciudad! ¡Tenemos que...!-Pero no alcanzó a terminar la frase, ya
que en ese momento todo el suelo retumbó haciendo que todos perdieran el equilibrio,
inmediatamente se escuchó un estruendo ensordecedor, que acaparó todo sonido posible.

Una explosión se vio a lo lejos en la ciudad, Rex se sintió invadido por la desesperación, sintió
como su corazón se le salía por la garganta, se llevó las manos a la cabeza en un acto reflejo, no
podía creer lo que estaba viendo con sus azulados ojos, que se cristalizaban, llenandose de
lagrimas. El misil había estallado justo en el centro de toda la ciudad, inmediatamente, sintió como
su mundo se venía abajo, sintió grandes deseos de gritar, de gritar tan fuerte como nunca en su
vida...

- ¡No!
Capitulo 4: El día "Rojo" de Rex.

"El valor significa estar muerto de miedo, pero actuar igualmente". - John Wayne

El misil había explotado en el aire, la onda expansiva fue tal, que la tierra pareció sacudirse
literalmente. Del proyectil, se desprendió una gran nube de humo con forma de hongo, de un color
rojizo que se expandió rápidamente por gran parte de la ciudad.

Mientras tanto, Rex presenciaba de rodillas la secuencia ante sus ojos, empapado por las
lágrimas. En un momento, en un ligero momento, se alegro de que no se tratase de un proyectil
explosivo, como en las películas, que lo destruía todo.

Pero de todas formas, ese humo rojo tampoco le brindaba mucha tranquilidad, ¿podría tratarse de
un humo toxico? No estaba seguro, lo único que quería era ver a su Sofía una vez más. Sabía
que estaba mal, que no tenía oportunidad alguna, pero en contra de todos sus instintos, había una
luz que no se había apagado aún, la luz de la esperanza. Tenía que ir a buscarla.

-Voy a ir a buscar a Sofía...-Dijo, entre palabras cortadas por el miedo que emanaba de todo su
cuerpo.

Antes de que su padre Roberto pudiera objetar nada, Marta lo frenó con una mirada amenazante,
estaba claro que a un chico enamorado que acababa de presenciar el posible exterminio de una
ciudad completa, en la cual se encontraba su novia en medio, no iba a frenarlo con una simple
reprimenda, por lo que simplemente la mujer decidió darle el gusto de una manera más sutil.

-Hijo... piensa mejor las cosas, no puedes ir ahí solo. No sabemos que es ese humo y que efectos
causa. Podrías morir inhalándolo, antes de encontrar a Sofía.

Roberto observó con orgullo a su mujer, con las palabras no había quien le ganase, podría
convencer a cualquiera, de hacer cualquier cosa con tan solo chistar, un don asombroso, pero un
arma de doble filo en algunas ocasiones de su matrimonio, ya que le resultaba imposible ganarle
una discusión.

Rex no quería aceptarlo, pero su madre tenía razón, como siempre. No podía simplemente
adentrarse en la ciudad como si fuese un día cualquiera, buscar a su novia tranquilamente, y
luego irse caminando, como si nada pasase. Totalmente resignado, Rex agachó la cabeza en un
mar de lágrimas, y guardó silencio, tratando de procesar los hechos, pero todo era en vano, el
dolor se intensificaba por cada segundo que pasaba ahí, de rodillas en el suelo, impotente, sin
poder hacer absolutamente nada.

-Asi que iremos todos juntos... a buscar a Sofía. -Añadió Marta.

Tanto padre como hijo, dirigieron automáticamente la mirada sobre la mujer, ¿Acaso dijo que
iremos todos? Se preguntó Roberto en sus adentros, en cambio Rex, trataba de contener su cara
de felicidad ante las palabras de su madre.

- ¿Disculpa, marta? Creo que no te escuche bien, ¿Cómo que iremos todos? Es una...

No pudo terminar la oración, no porque alguien lo interrumpiese, pero por la mirada tajante que
Marta le había clavado, la cual no admitiría contra opinión alguna, no se atrevió a continuar.

-Está bien... iremos. Juan ¿Tú también nos acompañaras?


- ¿Estás loco?, ¿Después de ver todo esto, aun así quieres ir?

- ¿No tienes a nadie en la ciudad, familiares?

-No, yo estoy solo... y no pienso adentrarme a ese lugar, es suicidio. Ya cumplí mi buena acción
del día. Yo te lo avisé Roberto, no me escuchaste, te burlaste, pero al final de cuentas, yo tenía
razón.

-Y odio que la tengas. Está bien, no puedo arrastrarte... haz lo que quieras.
Juan dio media vuelta, y se marchó, se subió a su moto que estaba aparcada cerca del taller y se
dirigió rumbo a la ruta, sin despedirse, ni mirar atrás, nada.

-Pedazo de idiota...-Murmuró, Roberto.

-Él, no importa-Acotó, Marta. -Lo que importa ahora, es encontrar a mi hermosa y dulce nuera.

Marta tomó a su hijo de las manos y lo ayudó a incorporarse. Luego pasó sus dedos por su cara,
secando las lágrimas de sus ojos, y le dedicó una hermosa y reconfortante sonrisa, que hizo al
joven sonrojarse.

-Gracias mamá... pero, ¿Cómo entraremos ahí? No sabemos que es ese humo, podría ser toxico.

-Tiene razón. -Lo secundó Roberto. - Debemos protegernos, creo que tengo varias mascaras en
el taller, pero son para no inhalar pintura, no creo que sirvan para ese humo. Podría filtrarse.

- ¿Entonces qué haremos?

-Lamentablemente, no podemos entrar ahora mismo en la ciudad... tenemos que esperar a que el
humo se disipe.

- ¿Y cuanto va a tardar eso?

Roberto enarcó una ceja, y miró hacia la ciudad en un gesto reflexivo. -Media hora, quizás menos.

- ¡¿Media hora?! ¡Le podría pasar cualquier cosa! -Se quejó Rex, nuevamente sentía como la
desesperación se apoderaba de su cuerpo.

-Tranquilízate hijo. -Lo calmó Marta. -Sofía es una chica inteligente, seguro está escondida y no
saldrá hasta saber si es seguro.

Rex no dijo nada, solo bramó un largo y pausado suspiro.

-Bien, esperaremos a que el humo se disuelva, e iremos por Sofía. -Dijo Roberto, palmeando la
espalda de su hijo y con aire triunfante, para animar un poco la situación.

- ¡Vaya! Parece que ya no llueve. -Interrumpió Zeta.

-Ni me había dado cuenta, ¿cuánto tiempo pasó?

-No uso reloj, pero media hora seguramente. -Dijo haciendo ademán con su mano de leer la hora.
Ambos salieron fuera del auto a estirarse. Zeta alzó los brazos y las piernas todo lo que pudo y
dejó escapar un fuerte bostezo de su boca.

-Ya salió el sol, los pájaros cantan, los Zombies rugen, todo es perfecto el día de hoy...
¿Uhm? -Zeta sintió una presión en su pie, algo tironeaba de su pantalón, giró su torso para poder
observar el problema y...- ¡La madre que te parió! -El joven pateo rápidamente a un zombie que lo
tenía sujetado del pie, y dio un exagerado salto hacia atrás. - ¿De dónde mierda...?

El zombie salió a rastras de debajo del vehículo y se dirigió lentamente hacia Zeta, que lo evadía
caminando tranquilamente hacia atrás.

-Yo me ocupo. -Dijo Rex, mientras sacaba el cuchillo de su funda, luego se acerco al zombie,
tomándolo de la cabeza y de un rápido movimiento, le atravesó la hoja en medio del cráneo.

-Interesante...-Murmuro Zeta seriamente cruzando los brazos, mientras apoyaba el peso de su


cuerpo sobre una pierna.

- ¿Eh? ¿Qué cosa?

-Al sacar tu cuchillo, no realizaste ese ritual de volverlo a colocar en la funda cuatro veces.

-Ya te lo dije, solo pasa con un arma de fuego.

-No estoy tan seguro... ¿Podrías probar ahora?

- ¿Qué cosa?

-Desenfunda tu arma, genio.

Rex miró a su compañero extrañado, no entendía porque quería que hiciera eso justo ahora, pero
para darle el gusto y deje de molestar, simplemente le hizo caso. Y así fue, Rex desenfundó el
arma, y se sorprendió al ver que no sentía ese impulso incontenible, para volver a guardarla.

- ¿Pero... qué? ¿Estoy curado?

- ¡Ni una mierda!-Respondió sonriendo. - ¿Crees que te vas a curar asi de fácil? No... solo
descubriste, que el detonante de tu síntoma obsesivo-compulsivo es nada más y nada menos
que...-Hizo una pausa, sonriendo con confianza. -Los nervios amigo, solo en momentos de estrés,
nervios, y sensaciones de peligro, es cuando no puedes desenfundar tu arma.

Rex se quedó mudo, pensando unos momentos. - ¿Cómo te diste cuenta? Ni yo lo sabía.

-Tengo poderes, amigo.

- ¡Enserio!

- ¡Ja! Ok, me di cuenta cuando te vi atacando a este zombie, lucias tranquilo, sabias que no era
un gran peligro, y por eso no te pusiste nervioso ni hiciste ese ritual. A lo que me lleva a pensar en
algo...

- ¿Qué cosa?

- ¿Cómo sobreviviste estos tres meses?

Rex bajo la mirada, enfundó nuevamente su cuchillo y volvió la mirada a Zeta. -Es algo obvio,
pero esa historia la dejaremos para otro momento...

- Me parece bien, no hay que desviarnos, ¿Quieres seguir contado la historia?

Rex asintió.
Zeta subió al auto y lo puso en marcha. -Vas a tener que hablar mientras viajamos, ¿No tienes
problemas?

-Está bien, ningún problema, pero yo viajare atrás. -Dijo Rex, mientras subía al coche y se
recostaba a lo largo del asiento trasero. -Bueno, como decía, con mis padres habíamos quedado
en buscar a Sofía. Esperamos esa media hora, que no te imaginas lo eterno que se me hizo, y
luego...

Cuando gran parte del humo ya se había disipado, Rex y sus padres emprendieron su camino a la
ciudad en un todo terreno. A Roberto no le gustaba la idea de que su esposa también fuera,
podría correr algún tipo de peligro, pero Rex le hizo ver que era más seguro permanecer todos
juntos a que alguno se separase. Por lo que estipularon una regla que prohibía que alguno se
fuera del rango de visión de un miembro de la familia.

Rex miraba por la ventanilla, mas no observaba nada en especial, estaba absorto en sus
pensamientos, preguntándose donde podría encontrarse Sofía, y rogando a los siete vientos que
se encontrara bien.

Al llegar a la ciudad se toparon con el túnel de entrada, el cual se dividía en dos calles, una para
ingresar, y otra para salir de la ciudad. Ambas estaban completamente congestionadas de
vehículos de todos los tipos que intentaban a toda costa salir de la ciudad vanamente a base de
bocinazos, empujones, choques y gritos. Algunas personas de la desesperación, bajaban de sus
vehículos e intentaban salir de la ciudad corriendo, gritando por sus vidas, como si algo los fuera a
atrapar, como si algo los estuviera siguiendo.

El joven mecánico observaba toda la gente que pasaban de lado de su ventanilla, y se exaltó en
un momento, al ver que varias personas se encontraban enfermas, tosiendo y algunos vomitando.
Sus caras estaban pálidas, sus ojos llenos de temor y desesperación. ¿Sera por el humo? Pensó.

Alguno que otro cruzaba miradas con el chico, unas miradas de incertidumbre y extrañamiento.
Automáticamente sintió un vacío en su estómago, claro, era evidente... El y su familia eran los
únicos que se dirigían hacia la ciudad, todo el resto de la población intentaba huir
desenfrenadamente. Sintió un escalofrió recorrer su cuerpo, ¿Por qué todos se comportaban así?
El humo, se había ya disipado en su gran mayoría, tampoco parecía haber rastros de personas
muertas en las cercanías, solo personas enfermas, ¿Era esa enfermedad tan grave como para
salir huyendo despavorido de la ciudad? Ni siquiera se reparaban en seguir con sus vehículos, los
dejaban como si no les importasen en lo más mínimo, ¿Por qué? Las personas no suelen ser
asi... Entonces, ¿Por qué ahora si? ¿Qué mierda esta...?

- ¿Qué mierda está pasando? -Preguntó Roberto, casi leyendo los pensamientos de su hijo. -
Como esto siga así, no voy a poder pasar.

-Tiene que haber otra entrada...-Propuso Rex dubitativo, ahora ya no estaba seguro de querer
adentrarse, rezaba en sus adentros, poder llegar ver a su novia entre la multitud de gente, o que
ella pudiera reconocer su vehículo, acercarse y luego salir de ahí, como alma que se lo lleva el
viento.

-La otra entrada se encuentra del otro lado de la ciudad Renzo... y por lo que parece, no creo que
este mejor que aquí.

-Tengo que encontrar a Sofía sea como sea, me adentrare un poco en el túnel y la buscare por
ahí, ustedes quédense. Si no la veo, volveré.

- ¿Estás loco? No sabemos qué está pasando... ¡Eh vuelve aquí!


Rex hizo odios sordos a los gritos de advertencia de sus padres, debía buscar a Sofía, no le
importaba otra cosa, estaba muerto de miedo, pero su amor por ella lo motivaba a seguir
adelante.

Rápidamente se bajo del todo terreno, le costó bastante ya que la multitud de personas era tal,
que tuvo que ejercer mucha fuerza para empujar la puerta para poder abrirla.

Cuando logró bajar, se dirigió rápidamente al túnel, abriéndose paso entre el mar de personas y
vehículos. Roberto no se quedo de brazos cruzados, su hijo se estaba adentrando a una muerte
segura, intentó tratar de abrirse paso en el todo terreno pero la tempestad de gente imposibilitaba
su marcha.

Se apresuró a bajar del vehículo, no sin antes darle instrucciones a su mujer de cerrarlo con llave
y solo abrirle a él o a Rex, a su mujer no le quedó más remedio que asentir y cumplir.

Al bajar intentó seguir a su hijo por el túnel, pero al ser más grande y corpulento, la gran cantidad
de gente que había, lo arrastraba hacia atrás en contra de su voluntad, dificultándole el paso.
Roberto observó a su hijo alejándose y perdiéndose entre la multitud, un frío helado recorrió su
espalda, una agria sensación de angustia se dejo ver en su cara. No podía consentir perder a otro
de sus hijos, no otra vez.

En contra de todos sus principios morales, empezó a empujar gente, a codear para abrirse paso,
y golpear si era necesario para alcanzarlo. Las mismas personas al ver a ese gigantesco y
corpulento mecánico, derribando cada quien que se le cruzaba, intentaban evitarlo, tratando de
esquivarlo para no ser ellos los que terminasen en el suelo.

Mientras tanto, la gente en el túnel seguía corriendo, seguían gritando, empujando con todo a su
paso, sin importarles nada, intentando salir a toda costa, algunos saltaban los techos de los autos
y otros simplemente corrían ladeando los vehículos. El joven mecánico nunca había visto nada así
antes, tanta desesperación colectiva, tanto caos.

Una alarma en su cabeza le advertía que algo no marchaba bien, pero no estaba seguro de que
se tratara. Al terminar de cruzar el túnel, Rex comenzó a buscar entre la multitud de personas a su
novia, pero era en vano, nunca la encontraría, pese a su altura no era capaz de localizar a la
chica. Pensó quizás que si estuviera un poco más alto podría... ¡eso es! Rex comenzó a buscar
un vehículo que estuviese abandonado, no le resultó una tarea muy difícil. Encontró uno
desocupado e inmediatamente se subió al capó, y luego avanzó al techo.

Desde ahí su panorámica era mucho mejor, podía observar mucho más a la distancia.

Procedió a buscar en cada esquina, en cada calle, mirando detenidamente cada rostro femenino
que se le pareciera a su hermosa chica rubia de cabellos cortos y celestes ojos.

A una manzana de distancia le pareció ver a una chica parecida a Sofía, pero no podía ser ella,
era rubia pero tenía el pelo mucho más corto que su novia, iba a apartar la mirada de la chica
para seguir buscando pero algo lo obligo a mantener su atención sobre ella.

Una persona había saltado sorpresivamente sobre la chica, Rex se espantó al ver lo siguiente,
ahora mismo la persona que estaba sobre la chica se la estaba ¿Comiendo?

Si, definitivamente eso hacía, pero no solo ocurría ahí, también estaba pasando a su alrededor,
en todos lados, muchas personas, se estaban comiendo a otras. Las mordían, les desgarraban la
carne como si se tratase de un pollo asado, al que lo tomas con la mano y del hambre que tienes
le zampas una buena mordida, sin remordimientos ni culpas.
Estas personas, si es que así se le pueden llamar, se comían a otras sin compasión atacaban sin
dudar, Rex estaba completamente horrorizado, la gente atacada gritaba, gemían de dolor, se
retorcían, sangraban a mares, su cuerpo se paralizó y sintió como le bajaba la presión sanguínea.

En un momento dudó de estar metido en una película de terror, o en un mal sueño. Lo que sus
ojos reproducían era algo increíble para él, su mente solo podía dar una explicación aproximada y
surrealista de lo que estaba ocurriendo, aunque no quería hacerle caso a su mente, pero no podía
ser otra cosa, ¿O se estaría volviendo loco?

Sea como sea, su cerebro había recibido tanta información para procesar en tan poco tiempo, que
últimamente nada le parecería una locura, pero si ese es el caso, entonces, lo que estaba
presenciando ahora mismo eran...

¿Zombies?

No quería creerlo, pero de ver tantas películas y por el modo en que actuaban los atacantes, no
veía una explicación más lógica, incluso una rebelión de caníbales sonaba aún más alocado.

Rex empezó a agitarse, una fugaz idea cruzó por su cabeza, su novia ahora estaría en más
peligro de lo que el imaginaba, no bastaba simplemente esconderse del misterioso humo rojo
hasta que se disolviera, sino que también debía cuidarse de estos monstruos salidos de una
película de ciencia ficción barata, que lo devoraban todo a su paso.

Nuevamente ese maldito vacío en el estómago hizo a Rex pensar lo peor acerca de su chica.
Tenía muchas ganas de verla, pero a su vez deseaba que no a estuviese ahí con él, debido que
correría un inmenso peligro al estar rodeado de... ¡Mierda! Había sido un estúpido, ¿Cómo no me
di cuenta antes? Pensó.

Tanto preocuparse por la seguridad de su novia se le olvidó un detalle muy importante... Su propia
seguridad. Ahora él estaba rodeado de estos monstruos, y era cuestión de segundos que alguno
lo alcanzara. Su corazón empezó a acelerarse, la adrenalina comenzaba a florecer. Tenía que
salir de ahí, cuanto antes.

De repente, en ese preciso momento el joven sintió algo tironear sus pies de una manera brutal,
haciendo que cayera de espaldas contra el techo del vehículo. Su cabeza produjo un sonido seco
al impactar en la chapa, seguido de un gemido de dolor que salió expulsado de su boca.

Alzó su cabeza rápidamente, para ver que del otro lado se encontraba una mujer, de tez muy
pálida, llevaba un traje desprendido y bastante roto, en su blanca camisa se hacía notar una
extensa mancha roja oscura, provocada por un hilo de sangre del mismo color, que descendía de
su boca.

La mujer bramo un gruñido aterrador, intentando seguidamente morder la pierna de Rex. Este se
defendía como podía a base de patadas desesperadas, aunque sin buenos resultados. La mujer
contaba con una fuerza exagerada para su contextura física, era imposible que Rex no pudiese
zafarse, pero la mujer lo sujetaba fuertemente, sin intención alguna de dejarlo ir.

Rex tampoco cesaba, no iba a dejar que una loca caníbal usara su pierna de almuerzo matutino.
El joven pateaba a diestra y siniestra, hacia cualquier dirección, no importaba si golpeaba o no a
la mujer, lo único que quería era mantenerse en movimiento, para que ella no pudiera asestar la
mordida.

La mujer parecía agotarse, pero no de cansancio, sino de paciencia... cada vez intentaba morder
al joven con más desesperación, su comida estaba tan cerca, no iba a dejar que se escapara,
claro que no.
La mujer sujetó aún más fuerte las piernas de Rex y lo arrastró hacia atrás forzosamente en
contra de su voluntad, lanzándolo al suelo. Rex rodó por la inercia y choco su espalda contra otro
vehículo estacionado, la mujer rápidamente se le abalanzó de un salto, pero algo impactó
fuertemente contra sus costillas, se escuchó fácilmente el crujir de los huesos rotos, el golpe fue
tal que provoco que la mujer saliera disparada hacia un lado y bramara un aullido de dolor.

Rex que apenas volvía a abrir sus ojos, observó una gran figura situado justo delante de él, era
proporcionadamente ancho, por sus músculos y tan erguido que su altura parecía más de lo
aparentado. De gruesos cabellos lacios y plateados que descansaban en sus hombros. Era
imposible para el chico no sonreír ante esa figura que le tendía una mano de ayuda.

-Gracias Papá.

-Me lo agradecerás luego, ¿Qué mierda son estas cosas?-Preguntó Roberto desesperado
mientras ayudaba a su hijo a incorporarse.

-Si te digo lo que pienso, creerías que estoy loco.

-Después de ver a esa mujer casi arrancarte la cabeza supongo que cualquier opinión puede ser
tomada en cuenta, ¡todos en la ciudad están chiflados!

-La verdad, papá, es que creo que el humo fue el que los volvió unos locos mastica personas.

-Pero ¿Qué mierda...?-Balbuceó Roberto al ver a la mujer poniéndose nuevamente de pie, en una
postura casi imposible de emular por un humano normal, ya que su torso estaba excesivamente
inclinado hacia un lado y se dirigía a paso lento hacia ambos.

-Acabo de usarla de pelota de futbol y ¿Aun así sigue de pie?

-Papá el humo parece ser que transforma a las personas en... en eso. -Dijo Rex apuntando a la
mujer que se acercaba cada vez más hacia ellos. -Por lo que note, tienen una fuerza sobre
humana y parece que no son nada fácil de derrotar, quizás deberíamos escapar.

-Puede que tengas razón hijo, pero antes...-Roberto dejo atrás a su hijo tomó carrera y le dio a la
mujer otra patada en medio del pecho haciéndola caer. -Vamos hijo.

Ambos emprendieron carrera hacia el túnel nuevamente, evadiendo vehículos, sobrepasando


personas y tratando de escapar de esas cosas que los acechaban. En un acto reflejo de
curiosidad, Rex hecho un vistazo rápido hacia su retaguardia, esperando no ser perseguido por
alguna de esas temibles criaturas, por suerte nadie lo seguía, pero pudo observar a un sujeto
atrapado debajo de una moto, parecía haber chocado y se encontraba en muy mal estado
pidiendo ayuda a gritos.

Al ver a Rex, el sujeto suplico que no lo dejaran solo, Rex sintió una angustia ajena por el pobre
sujeto, al estar él en una situación así, seria agradable que alguien te ayudase. No lo pensó dos
veces, era mejor actuar rápido si iba a hacer algo. Se separó de su padre que iba un poco más
delante de él, y se dirigió a auxiliar al sujeto.

Roberto, que seguía corriendo, se acercaba más aún a la salida del túnel. - ¡Nos falta poco hijo,
estamos cerca! -Grito Roberto sin percatarse de que su hijo no lo seguía.

Justo al salir del túnel, ubicó con la vista su camioneta todo terreno, a la vez que un súbito
escalofrío recorría todo su robusto cuerpo. Justo alrededor de su camioneta se encontraba una
persona, empapada completamente de sangre, alternando golpes con sus manos y su cabeza al
vidrio del asiento del conductor, intentando ingresar a toda costa. Dentro del vehículo se
encontraba Marta, que se había pasado al asiento trasero para dejar más distancia entre el
agresor y ella.

Sin duda alguna, Roberto sabía que este infectado era distinto a todos los demás que había visto
al otro lado del túnel, este era más feroz, más agresivo, gritaba de una forma que lo hacia
estremecerse hasta los huesos.

Pero no iba dejar a su mujer sola bajo ninguna circunstancia, por más agitado que se encontrara
de haber recorrido el túnel dos veces seguidas, tenía que ayudarla. Saco fuerzas de lo más
profundo de su ser, y se dirigió hasta Marta.

Mientras tanto, el infectado dio otro cabezazo al vidrio atravesándolo completamente. Luego, en
un movimiento inhumano contorsiono su cuerpo para entrar a la camioneta, Marta ahogó un grito
y se aferró tanto como pudo al respaldo del asiento trasero, intentando retroceder más, pero le era
imposible.

Observó con sus azules ojos empapados de lágrimas, como esa horrible criatura se acercaba
peligrosamente hacia ella, la esquelética cara de la criatura le provocaba un pavor indescriptible,
mirándola fijamente con sus grisáceos ojos, y largando de su espeluznante boca un humo tan
caliente que Marta sentía estar en el mismo infierno.

Esa cosa estaba ya a un palmo de distancia de ella, rápidamente con sus manos la sujetó del
cuello y la tomó de la cabeza, y de un movimiento brusco, la golpeó contra la puerta y presionó su
cráneo contra el vidrio. Marta pudo ver como un hilo de sangre descendía lentamente por el
polarizado del todo terreno. El dolor era insoportable, Marta rezaba interiormente que todo esto se
terminara de una maldita vez, para ya no sentir más dolor... para ya no sentir ese miedo que la
abrazaba cada vez más, apoderándose de ella.

Marta no veía con claridad ya que su cara estaba estampillada en el vidrio, su visión se tornaba
borrosa, deducía que por el impacto del golpe. Pero aun así, sin poder verlo ella estaba
completamente segura que la criatura estaba ahora mismo abriendo su boca muy cerca de ella, y
que era cuestión de segundos para finalmente entrar en el profundo descanso del sueño eterno.

- ¡No lo harás, hijo de perra! -Gritó Roberto al mismo tiempo que sujetaba de las piernas de la
criatura y lo arrastraba fuera de la camioneta con todas sus fuerzas.

La criatura intento vanamente sujetarse por los asientos, pero era inútil, Roberto no pensaba dejar
que tocaran a su mujer. Cuando logró sacar al infectado de la camioneta lo revoleo hacia un lado
y antes de que pudiera incorporarse le propendió un fuerte pisotón en el pecho, seguidamente,
levanto su camiseta y dejo ver un arma de fuego guardada en una funda.

Roberto tranquilamente quito el seguro de la funda, extrajo el arma, y disparo sin compasión en la
cabeza al infectado, este dejo de moverse y quedo inerte en el suelo.

Marta aún seguía en la camioneta, intentando recuperar el aliento, se sentía mareada,


desorientada, no comprendía nada lo que estaba pasando, se secaba sus lágrimas que no
paraban de brotar de sus ojos, permaneció así un momento. Luego, con una gran fuerza de
voluntad pudo recomponerse y salir del vehículo. Se dirigió hacia su marido que se giró
rápidamente, para verla sana y salva, con sus ojos colmados de lagrimas.

Cada uno dio dos pasos sin quitarse la vista de encima y al fin sus cuerpos se reencontraron en
un abrazo fuerte y reconfortante, que a Marta le brindaba un calor y una seguridad que no se la
brindaría ninguna otra persona en el mundo.

-Dios mío, gracias...-Dijo Marta con una voz casi inaudible.


-Ya está... ya paso. -La reconforto Roberto, mientras le daba un apasionado beso a su mujer.

-Espera...-Interrumpió el beso Marta. - ¿Qué pasó con Renzo? No me digas que...-Preguntó


preocupada, temiendo lo peor al ver que Renzo no se encontraba con su padre.

-No, tranquila... Renzo está bien, está detrás...-Roberto giró su cabeza buscando a su hijo, luego
giró su cuerpo entero al ver que no lo encontraba en ningún lugar. - ¡¿Pero será posible?! ¡Estaba
justo detrás de mí en el túnel!

- ¿No le paso nada? Dime que no le paso nada...

-Que no... venia conmigo, no sé en qué momento le habré perdido el rastro, mierda... vamos a
buscarlo... -Dijo Roberto mientras daba un paso para dirigirse al túnel.

-Espera...-Dijo Marta seriamente quedándose en su lugar, mirando el arma en la mano de su


marido. -Habíamos quedado en que nunca volverías a usar esa cosa de nuevo... sabes lo que
pasó la última vez.

-Si... es que yo... pensé que...

-Pero me alegro que la hayas traído. -Concluyó Marta mirando con sosiego a su marido.
Roberto se quedó sin palabras ante la mirada de su esposa, le dedicó una dulce sonrisa y se
perfilo hacia el túnel.

-Vamos rápido, todavía podemos alcanzarlo...No quiero perder otro hijo por una desgracia.

Rex tensó sus músculos, se aferró del manubrio tanto como pudo y estiró sus piernas tomando
altura, y con sus brazos alzó todo lo que pudo la moto que se encontraba aplastando la pierna de
aquel sujeto que estaba socorriendo. Luego, dio dos pasos laterales y situó nuevamente la moto
en el suelo, liberando la pierna del sujeto que no pudo evitar chillar de dolor, ya que gran parte de
su pie y su pierna estaban completamente empapados de sangre, y tenía una herida bastante
profunda a simple vista.

-Por favor... no me dejes aquí, ayúdame a levantarme. -Pidió el sujeto.

Rex alzó la vista para ver si algún infectado lo seguía, y así era... un centenar de infectados iban
hacia su dirección, bramando aullidos y gemidos perturbadores.

El joven se apresuró y tomo el brazo del sujeto, lo cruzó por su cuello y lo alzó haciendo que
pudiera mantenerse en un pie.

-Tenemos que llegar al otro lado del túnel rápido. -Aconsejo Rex, pero no estaba seguro si podían
lograrlo de verdad, pero lastimosamente ya estaba metido en todo esto, debía seguir... Se le
cruzó por la cabeza que en cualquier caso, si las cosas se complicaban tendría que dejar al sujeto
y correr por sí solo, era cruel, despiadado y cruel... pero era su vida, y no podía morir por alguien
que ni siquiera conocía. Nadie haría eso.

Ambos empezaron a caminar apresuradamente, el sujeto intentaba avanzar saltando lo más


rápido que podía en un pie, pero aun así no lograban una velocidad que pudiera dejar atrás a los
infectados, que se les acercaban cada vez más.

Rex intentaba apretar el paso pero el sujeto era demasiado pesado, era casi tan corpulento como
su padre y el hecho que no usara una pierna no era nada gracioso, dificultaba aún más la marcha.
Rex en un intento de medir la distancia entre los infectados y ellos, ladeo su cabeza mirando
hacia atrás, y se sorprendió al ver que ya no los seguían, estaban distraídos en un pobre cadáver
que descansaba en un muro del túnel.
Una luz de esperanza se encendió en el joven que no pudo evitar contener una sonrisa confiada,
alzó la vista un poco, ya podía visualizar la salida del túnel, estaba cerca, podía lograrlo... solo
faltaban unos cuantos metros más y podría encontrarse con su padre y salir de ese endemoniado
lugar.

Pero justo en ese momento, se escuchó un fuerte sonido desgarrador, era un grito, pero este era
distinto, era muy chillón y molesto. Rex volvió a girarse para observar de dónde provenía el grito,
y al verlo no pudo evitar tropezarse y caer al suelo junto al sujeto herido. Ambos maldijeron.

A unos cuantos metros de distancia, se encontraba otro infectado, a simple vista no era muy
distinto a los demás. Pero este en especial era un poco más esbeltico, su cara y gran parte de su
cuerpo contenía múltiples cortaduras, de las que emanaba gran cantidad de sangre, pero eso al
infectado parecía ni inmutarle.

Pero lo que más le llamaba la atención a Rex, de lo que no podía apartar la vista, era de sus
manos, o mejor dicho, sus garras. Estas tenían unos dedos gruesos, largos y bastante afilados,
como si tuviera cinco navajas en lugar de los dedos, su tamaño era bastante considerable, unos
treinta o quizás cuarenta centímetros de largo, Rex no estaba cien por ciento seguro, pero no
tenía ganas de averiguarlo ahora.

El nuevo tipo de infectado se acercaba a paso lento hacia ellos, rasguñando al pasar, un vehículo.
Las garras traspasaban de lado a lado la chapa de la puerta sin problema alguno, demostrándole
al joven su capacidad de corte.

Esto fue suficiente para Rex, no necesitaba verlo ni un segundo más, esta cosa era por mucho
más peligrosa que los demás infectados que había visto, y se dirigía justo ahora hacia ellos. Mala
suerte.

Rex tomó nuevamente el brazo del herido y juntos se incorporaron, dieron media vuelta y
empezaron su marcha lo más rápido que pudieron. El infectado expulsó un ensordecedor grito
que hizo al joven erizarle la piel, siguió avanzando sin mirar hacia atrás, cada vez le quedaba
menos para llegar al túnel, no faltaba mucho... solo un poco más.

Justo en ese momento el infectado dio un salto inhumano, y se acercó peligrosamente hasta ellos,
Rex en la desesperación de no llegar a tiempo decide soltar al sujeto que arrastraba y dejarlo por
su cuenta, pero este antes de que se librara de él, lo sujeto del cuello obligándolo a no soltarlo.

- ¡No me dejaras aquí infeliz!

-Mierda... suéltame, no podemos escapar los dos…

Rex empujó al sujeto que lo sujetaba en un acto reflejo y este cayo hacia atrás, Rex también
tropezó y cayó un poco más adelante, el sujeto expulso de su boca infinidades de insultos hacia
Rex, pero a él no parecía importarle, ahora mismo observaba como de otro salto el infectado
había llegado hasta el sujeto, y de un movimiento ágil atravesó sus garras por su espalda
haciendo que sobresalgan por su pecho.

Rex presenciaba la escena desde el suelo atónito, y lo siguiente que vio fue algo bastante
desagradable.

El infectado comenzó a alzar el cuerpo del sujeto, que aún seguía a duras penas con vida con sus
ojos abiertos como dos platos, atinaba a querer pronunciar alguna palabra, pero solo podían
gesticular sonidos sin sentido, escupiendo y formando globos de sangre que le salían por la boca.
El infectado siguió alzando al sujeto hasta tenerlo suspendido en el aire a cuarenta y cinco
grados. La sangre que se desprendía de su pecho era demasiado para Rex, llego a darle arcadas
con solo verlo, era una escena muy fuerte para él, pero aún no se terminaba.

Las garras que se encontraban ambas juntas clavadas al pecho del sujeto, comenzaron a abrirse
lentamente, este comenzó a gritar descontroladamente, pataleaba, pegaba manotazos al aire,
gritaba tanto, que pareció que en un momento su garganta estalló, porque de repente dejo de
gritar. El infectado aprovechó el momento para abrir completamente sus brazos de forma brusca.

Las garras abrieron completamente el torso del cadáver, desgarrándolo, partiéndolo por la mitad
en dos pedazos, y arrojando cada parte hacia los lados, desprendiendo gran cantidad de sangre
por todo el lugar, que manchó al joven, que estaba sumido por el miedo, temblando como una
hoja.

-No puede ser...

A Rex le costaba asimilar lo que estaba viendo, era algo increíble, un acto tremendamente
despiadado e inhumano. El sujeto que hace unos minutos estaba a su lado, ahora se encontraba
esparcido a cada lado del túnel en dos pedazos.

Maldijo su idea de haberlo querido ayudar, maldijo esa infantil decisión de separarse de su padre,
maldijo el romper el trato de no separarse de su familia para adentrarse a buscar a Sofía, maldijo
todo lo que había hecho. Habría cambiado todo para no estar ahora en este momento enfrentado
a este demonio de grandes garras afiladas, que lo miraba fijamente, amenazándolo mientras se
acercaba lentamente frotando sus garras entre ellas.

Rex se quedó totalmente paralizado, sin poder mover siquiera un musculo, su cuerpo no le
respondía. Tenía la mirada clavada en los grises y secos ojos de la criatura. Esta se le acercó
cada vez más, hasta llegar a un paso de distancia del joven y se frenó.

(No es un zombie) pensó Rex. Y en parte, llevaba algo de razón, no uno "Normal" al menos. Este
no parecía tener la necesidad de alimentarse como los demás. No, su móvil era distinto, su causa
era otra.

Parecía que le gustaba matar, lo podía ver reflejado en sus ojos, la manera en que saboreaba la
sangre del sujeto que acababa de partir en dos, como ese líquido rojo se deslizaba recorriendo
sus garras, lo disfrutaba. El maldito lo disfrutaba.

(Es un monstruo) Rex sabía que debía correr, que debía escapar por su vida, pero por alguna
razón su miedo se lo impedía. Sus piernas empezaron a temblar tanto que incluso tuvo que usar
sus manos para detenerlas. Pero el miedo no cedía, era demasiado para él, se sentía
insignificante, como un insecto que va a ser pisoteado.

El monstruo acercó sus afiladas garras lentamente hacia él, apuntando a su cabeza, sin dejar
nunca de mirarlo. Rex podía asegurar que el zombie sabía que le tenía miedo y que ni siquiera se
preocuparía por escapar, por lo que disfrutaba el momento con delicadeza, como si de un
verdadero asesino se tratase.

Rex ya no lo miraba, bajo su cabeza resignado, esperando lo peor. Rezando que fuese rápido e
indoloro. Pero por alguna razón sabía que no iba a ser así. El zombie alzó su garra por detrás de
su cabeza, apuntó a Rex y trazó una recta desde arriba hacia abajo apuntando directamente al
cuello del chico.

Pero su ataque nunca llegó, un estruendoso sonido invadió todo el túnel, seguido de un aullido y
un golpe seco. Roberto había disparado al zombie justo antes de que pudiera dañar a su hijo, la
bala dio con el hombro de la bestia que no se esperaba el ataque, y cayo bruscamente al suelo.
- ¿Estas bien hijo?-Preguntó Roberto sin dejar de apuntar al zombie.

-Si... gracias. Tenemos que irnos rápido. ¿Y mamá?

-Estoy bien cariño. -Dijo Marta mientras ayudaba a incorporar a su hijo.

-Salgamos de este puto lugar cuanto antes. -Ordenó Roberto, mientras disparaba nuevamente al
zombie en el pecho para evitar que se levantara.

La familia reunida nuevamente, se dirigió fuera del túnel, en donde se encontraron con la
camioneta de Roberto. Todos subieron, Roberto colocó primera y aceleró sin dudar un segundo.
Dio media vuelta y se dirigió por la ruta en dirección a su hogar. Pero el recorrido fue interrumpido
por centenares de personas queriendo escapar y luchando por sus vidas con otro centenar de
zombies.

-Parece una corrida de toros, pero con zombies. -Dijo Rex mientras observaba la carnicería que
sucedía frente a ellos.

- ¿Zombies?-Preguntó Marta confusa. - ¿De verdad estas cosas son zombies?

-No se me ocurre otro nombre para darle... ¿Y a ti?

-No...

Justo en ese momento, un zombie parca embistió el vidrio trasero de la camioneta, y otro más lo
embistió del el lado derecho, tambaleando el vehículo bruscamente.

- ¡Mierda! No podemos quedarnos. -Se quejó Roberto, mientras colocaba nuevamente primera. -
Marta, Renzo... ¡No miren!-El vehículo quemó llantas, y salió disparado hacia delante.

En el trayecto Roberto embestía todo lo que se le cruzara, sea zombie... o humano. Ya no le


importaba, eran ellos o su familia. Prefirió que fuesen ellos.

Mientras tanto, Rex, que no hizo caso a la advertencia de su padre, observaba desde el asiento
trasero como las personas golpeaban contra el parabrisas. Algunas volaban hacia arriba, otras
pasaban por debajo. Algunos hombres, otras mujeres... y otros niños.
Rex no aguantó, su estómago ya no pudo soportarlo, era demasiado... y vomitó en el asiento
trasero. Su madre intento contenerlo, pero volvió a vomitar una vez más.

Al llegar al taller se encontraron con una sorpresa no muy agradable que hizo maldecir a Roberto.
Una gran cantidad de zombies deambulaban dentro del lugar. Con toda la conmoción Roberto
había olvidado cerrar las cortinas de metal del taller.

- ¡Sujétense fuerte!- Roberto se dirigió a la puerta del taller y entró, apuntó a una gran cantidad de
zombies, los que más juntos se encontraban y los pasó por encima con la camioneta, impactando
posteriormente contra un muro.

- ¿Están todos bien?-Preguntó Roberto que separaba su cabeza del volante del vehículo.

-Si... yo estoy bien ¿Mamá?

-Sí, un poco adolorida, pero puedo seguir.

-Renzo, a la cuenta de cuatro, sales y ayudas a tu madre a cruzar el taller hasta la puerta del
garaje de casa. ¿Entendiste?
- ¿Y tú que harás?

-Yo me encargo de los que quieran acercarse a ustedes.

- ¿Y quién se encarga de los que se acerquen a ti?

- ¡Yo me encargo de eso también!

- ¡Ni una mierda!-Protestó Rex. - Es muy peligroso, esto esta infestado, podrías...

- ¡Renzo! No se discute más... a la cuenta de cuatro. Porque...

-"Siempre hay que revisar al menos cuatro veces, para que todo esté en orden."-Recitó Rex al
unísono con su padre. - Lo sé papá.

-Me alegro... nos vemos en casa ¿Bien?-Dijo Roberto, mientras le entregaba a Rex un mando a
distancia.

Renzo y Marta asintieron, todos cruzaron miradas de angustia y preocupación. Luego divisaron el
objetivo, la puerta del garaje. Que se ubicaba al fondo de todo el taller. Esta es una puerta grande
color blanco, un poco gastada por el pesar de los años, se abre y cierra con un mecanismo
electrónico, a través de un mando a distancia que ahora Rex poseía. Y naturalmente, el camino
estaba lleno de zombies, que iban camino a la camioneta.

-No hay más tiempo- Advirtió Roberto. - Uno, dos, tres y... ¡Cuatro!

Tres, de las cuatro puertas del todo terreno se abrieron casi al mismo tiempo. Primero salió
Roberto, encabezando la formación. Disparando a cualquier zombie que se le acercase, tratando
de abrir un hueco entre la horda para que pudiera pasar su familia. Rex y Marta iban pegados a él
por detrás, siempre atentos por si debían comenzar a correr.

- ¡Ahora! Vallan por la derecha, son menos... yo hare que me sigan y les dé tiempo a esconderse.

-Pero...

-¡¡Ya!!

Rex chistó. Tomó de la mano a su madre y ambos se abalanzaron corriendo directamente hacia la
puerta del garaje. Cercaron a los zombies por el lado derecho como Roberto les había ordenado.
Y la táctica hubiera dado resultado, de no ser porque Marta rozó muy de cerca un zombie, el cual
la sujetó del brazo, tironeándola fuertemente hacia él, e intentando morderla en el cuello.

Marta dio un grito agudo que alertó a Rex. Quien se movió a la velocidad de la luz, volvió sobre
sus pasos y le asestó un fuerte golpe en la cara al zombie, seguido de un potente gancho por
debajo de la mandíbula, arrojándolo hacia un muro y haciéndolo caer.

Por suerte para ellos, el resto de los zombies solo le prestaban atención a Roberto, que se había
quedado del lado de la camioneta para hacerles frente. Disparando a cada quien, que se le
acercara.

En ese momento, Rex procedió a abrir la puerta del garaje con el mando. La estructura se
desplazó hacia arriba y madre e hijo cruzaron.

-¡¡Papa!! ¡Ven ahora!-Avisó Rex a su padre.


Roberto dio un suspiro de alivio al ver a su familia del otro lado, sana y salva. Rápidamente se
subió al capó del todo terreno y les grito. - ¡Cierra la puerta! ¡Yo no llegaré!

- ¡¿Qué?! ¡Ni loco! ¡¿Cómo piensas que te dejare ahí?! ¿Eh? Mama ¿Qué haces?

-Lo mejor para todos cariño. -Dijo Marta entre sollozos. Que le había arrebatado el mando a
distancia a Rex y observaba como la puerta se deslizaba lentamente hacia abajo.

Rex no quería dejar a su padre solo, dio un paso para ir a socorrerlo pero se detuvo. Un miedo
indescriptible se apodero de él. Otra vez. No podía seguir avanzando, estaba paralizado, sin
saber qué decisión tomar. Pero recordó lo que su padre le había dicho. Debía proteger a su
madre cueste lo que cueste, como ella estaba haciendo ahora con él. Lo estaba protegiendo, a
cuestas de su marido.

La puerta se cerró.

Rex se tumbó en el suelo de rodillas, se quitó su gorra de lana de color verde oscuro, dejando a la
vista su cabellera marrón, y se la llevó a la cara ocultando sus lágrimas que no paraban de brotar
de sus ojos. Lloraba descontroladamente. Su madre al verlo se arrodilló junto a él, y lo abrazó,
acompañándolo en el sufrimiento. Ambos lloraron en silencio por un buen tiempo.

La puerta se cerró.

- ¿Qué hacemos ahora?-Preguntó Rex desanimado, recostado boca arriba sobre un sofá que
había en la sala.

-Esperaremos a tu padre... sé que volverá. -Respondió su madre con temple, sentada en una silla
a su lado. Para ser la única mujer de la casa, siempre fue de carácter fuerte y decidido, quizás por
la misma razón de ser la única mujer de la casa.

-Ya pasaron quince minutos... no creo que...

-Yo creo que sí. -Interrumpió Marta.

- ¿Cómo estas tan segura? ¿Cómo puedes conservar la calma así?

-Porque confió ciegamente en tu padre, es un hombre fuerte. Lo logrará.

- ¡¿Cómo lo sabes!? - Gritó Rex alterado. -Es imposible saberlo... no puedes simplemente
confiar... ¡No en esta situación!

Marta encarno una ceja, y miró a su hijo con gesto reflexivo. - ¿No confías tú, en que Sofía este
viva?

Rex se incorporó hasta estar sentado correctamente y miró a su madre. -Si... confió en ella.
Aunque no lo sé, quizás deba dejar de darme falsas ilusiones.

- ¿Falsas ilusiones? Entonces... ¿Crees que Sofía está muerta?

- ¡No! Pero...

- ¿Sientes que está viva? ¿Lo sientes? -Preguntó Marta sentándose junto a su hijo en el sofá. -
Porque yo lo siento, en los más profundo de mi corazón. No me preguntes como. Pero yo sé que
tu padre está ahora vivo, luchando por nosotros. Y sé también, que tú sientes que Sofía también
está viva.
Rex desvió la mirada en algún lugar del suelo y no dijo nada más. Se perdió en sus
pensamientos... (¿Es cierto?) Lo que su madre decía parecía una locura, pero intentó reflexionar
un poco en ello. A pesar de todo lo que había visto, de todos los peligros que acontecían. Si,
realmente pensaba que su novia aun vivía. Pero no estaba completamente seguro, simplemente
una corazonada, una esperanza. (¿Puedo fiarme en una simple corazonada?) Rex no estaba
seguro, intentó imaginar como su novia podría haberse salvado. Quizás tuvo que hacer una
entrega fuera de la ciudad y pudo escapar del humo cuando el misil exploto. Quizás ahora esta
buscándolo a él y está pasando por las mismas dudas. O quizás no...

- ¡Mierda! No sé qué pensar... ¿Qué debo...?

Pero no pudo terminar la frase, unos fuertes golpes se escucharon desde la puerta principal,
ambos se alertaron y se pusieron instantáneamente de pie a la vez. Pero se aliviaron rápidamente
al escuchar una voz familiar, una voz que Rex creía que nunca volvería a escuchar.

- ¡Marta, Renzo! Déjenme pasar.

- ¡Roberto! -Gritó Marta con lágrimas en los ojos, mientras corría como un rayo hacia la puerta.

- ¡Papá! -Dijo Rex, que fue el primero en llegar y abrirle.

Roberto entró rápidamente y cerró la puerta a sus espaldas, inmediatamente después se recostó
contra la pared y se deslizó suavemente hasta quedar sentado en el suelo. Jadeaba y sudaba a
mares, cerró sus ojos un momento y dio un gran suspiro que denotaba agotamiento. Parecía
haber corrido una maratón... tres veces seguidas. Su ropa estaba rota, le faltaba una manga en su
camisa, su cabello grisáceo tenía manchas de sangre, Rex no estaba seguro si eran de él, o de
alguien más y su brazo…

- ¡Mierda! ¿Qué te paso ahí? -Preguntó Rex mirando al brazo de su padre que tenía una herida a
simple vista bastante grave y profunda, le faltaba una parte del brazo, como si se lo hubieran
arrancado.

-Nada... tranquilo, a esta altura ni siquiera siento ese brazo. -Respondió Roberto muy agitado.

-Estás completamente empapado de sangre. -Añadió Marta, casi sin voz al ver el estado
deplorable de su marido.

-Lo sé, me mordieron...-Hizo una pausa, en la puerta comenzaron a escucharse fuertes golpes. -
Y si en verdad estas criaturas... son zombies... todos sabemos lo que va a pasar. -A Roberto le
costaba mucho hablar, cada palabra se le entendía menos. -Deben esconderse... Ahí afuera, es
todo un caos. No tardarán en entrar, algunos son muy fuertes.

-Esto no puede estar pasando...-Dijo Rex entre sollozos. -Tiene que haber una manera de salir de
esta, todos juntos...

-No la hay hijo... al menos no para mí. Estoy comenzando a ver más borroso, tengo mucho frio...
si tengo que morir, al menos lo voy a hacer para darles una oportunidad a ustedes, se los debo.

-Cariño...-Comenzó a decir Marta, mientras se arrodillaba junto a su marido para tenerlo a la


misma altura. - ¿Sabes que te amo? No tienes por qué hacerlo... no te sientas culpable de nada.
No nos debes nada.

-Les debo todo Marta...-Balbuceó Roberto, suspirando con la mirada baja. - Les debo mi vida... y
la de Silvia.

Rex suspiró. -Papá... nadie te culpa de eso. Fue un accidente, lo hablamos mil veces.
- ¡No...! Podría haberlo evitado... si no hubiese sido tan estúpido...

-Fue un accidente... a cualquiera le pasa querido. Silvia no está enojada contigo.

- ¡¿Cómo no va a estarlo!? ¡¡Después de lo que paso!! -Roberto rompió en llantos. Se culpaba


inmensamente por lo sucedido a su hija menor. Su familia intentó contenerlo en un reconfortante
abrazo grupal, hasta que Roberto pudo calmarse un poco.

-No fue tu culpa Papá...- Lo animó Rex, que intentaba creer en sus propias palabras, pero la
verdad es que en su momento, hace ya tres años atrás... odió intensamente a su padre por lo
sucedido.

Hace ya tres largos y sufridos años, en un día normal de verano, todas las personas de la ciudad
pensaban únicamente en tres cosas; Sus vacaciones, descansar todo el día sin preocuparse por
absolutamente nada, y en viajes a la playa o alguna piscina pública.

Pero Roberto, sin embargo no pensaba igual, para él las vacaciones suponían una gran demanda
de trabajo, los vehículos que necesitaban viajar grandes distancias pasaban siempre por su taller,
para arreglos y refacciones de todo tipo. Por lo que en esa época del año las ganancias subían
hasta el cielo. Así que en tiempos de descansos, él solía trabajar el doble. Un rasgo que Rex
siempre admiró de su padre.

Pero Roberto también estaba al tanto de que en su ciudad, en épocas de descanso vacacional, la
tasa de delincuencia también aumentaba. En los noticiarios se comentaban las distintas nuevas
"audacias" que los delincuentes implementaban para obtener algo de dinero. Secuestros, hurtos,
allanamiento de morada, estafas a jóvenes, entre muchas otras cosas.

Por lo que al gran mecánico de la ciudad, se le cruzó una idea muy interesante para poder
proteger a su hermosa familia. Comprar un arma de fuego.

A simple vista, es algo normal. Casi todas las familias cuentan con un arma de protección. Y
Roberto ya tenía experiencias por ir de caza con su padre y su hijo. Por lo tanto, le parecía una
idea genial, y ese año se permitió darse ese gusto. Ahora podría proteger a su esposa Marta y a
sus dos hijos, Renzo y Silvia.

-Eh Renzo... ¿Podrías escucharme y dejar de jugar ese estúpido juego? - Preguntó Silvia de mal
humor, mientras sacudía su larga cabellera marrón con una toalla.

- ¿Qué quieres ahora vaca?- Preguntó Rex, pausando el juego y mirándola de mala gana. - ¿Eh?
¿Qué haces con ese top? ¿Y esa mini falda? Papá te va a matar si se entera que vas a salir así.

-No se va a enterar porque no se lo dirás... Por favor Rencito. -Suplicaba Silvia mientras se
posaba sobre el hombro de su hermano.

-No me hagas tu cómplice... ¿Por qué debería ayudarte? Además apenas tienes diecisiete años
Sil. - Dijo Rex mientras volvía a jugar. -Espera un año más, y tener trabajo... y te largas con quien
quieras. Y así, no me molestas más... vaca.

- ¡Deja de decirme así! ¡No soy gorda! ¿Cómo puedes ser tan malo? Te compre una hermosa
gorra de lana verde, en tu cumpleaños y ni te la has probado.

Rex volvió a pausar el juego y dio un suspiro. - ¡Que pesada! Tú me dices jirafa y no te digo nada.
¿Y porque habría de usar una gorra de lana en verano? ¿Quién regala una gorra de lana en
verano? ¿Te falla la cabeza? ¡Ja!... pero que pregunta. Es obvio que sí.
-Por favor Rex... solo será esta noche. Papá y Mamá están durmiendo, tengo que salir ahora. Y
nunca más te pediré un favor, te lo prometo... Y jamás volveré a decirte jirafa de nuevo.

Rex volvió a suspirar-Está bien... ¿Qué quieres que haga?

-No es difícil, necesito tus llaves de casa. Y tú silencio. No menciones nunca a Mamá y a Papá a
donde fui. Volveré tarde... pero no te preocupes, me sé cuidar sola.

-Bien, pero que conste que me debes una hermanita...

La noche pasó velozmente para Rex, que luego de que su hermana se fuera a quien sabe que
alocada fiesta, él se quedó un par de horas jugando a la consola en el living.

El reloj marcaba las cuatro de la madrugada, y los parpados le comenzaron a pesar, bostezó y el
sueño comenzó a atacar. Decidió apagar de una vez la consola y la televisión, y se dirigió a su
cuarto, el cual compartía con su hermana. La habitación no era muy espaciosa, pero ellos ya se
habían acostumbrado desde pequeños.
Rex se recostó en su cama y volvió a mirar la hora.

- ¿Casi las cinco? Como pasa el tiempo cuando juegas...- Acurrucó su cabeza en su almohada.
Bostezó nuevamente abriendo la boca exageradamente y se sumió en un profundo sueño.

Mientras dormía, soñó con Sofía, la chica de su escuela que le encantaba, pero que nunca se
había animado a hablarle, y el cual a Rex le parece que ella ni sabe de su existencia.

Esta vez estaban en una plaza, tomados de la mano. Rex la había citado para encontrarse ahí por
un mensaje de texto que le envió. Las calles estaban vacías, y en la plaza solo se encontraban
ellos dos. Mirándose fijamente. Ella, con una mirada expectante, y él, con una mirada nerviosa.

Rex sacó de su bolsillo una pequeña caja rectangular color dorado, con un moño rojo y se la
entregó a la dulce chica de cortos cabellos rubios.

Esta la abrió y su cara se iluminó, dentro había un collar dorado hermoso, con un dije en forma de
una mariposa, también dorada. Sofía no pudo contener una enorme sonrisa dibujándose en su
cara.

Rex también sonrió ante aquella expresión, todo resultaba perfecto. Procedió a arrodillarse y
volvió a tomar la mano de Sofía siempre mirándola dulcemente a los ojos.

-Sofía... ¿Te gustaría...?-Titubeó Rex, de los nervios. - Ser... ¿Mi novia?

- ¡NOOO!

Rex se despertó sobresaltado, su corazón latía rápidamente. Le costó un poco volver en sí. Miró
la hora, seis de la madrugada. Luego escuchó otro fuerte sonido que provocó que volviera a
sobresaltarse.

- ¡No lo hagas!

Se levantó de su cama algo confuso, se colocó los primeros pantalones que vio y se dirigió
rápidamente al pasillo de la casa. Ahí encontró a su madre, con una expresión en su cara como si
hubiese visto un fantasma. Y luego vio a su padre que estaba entre la puerta que conectaba con
el living. Tenía un arma, y apuntaba hacia algo.
Rex quiso acercarse para ver que estaba pasando, pero su madre lo frenó rápidamente y le hizo
un ademan con su mano para que se alejara.

Rex no hizo caso y miró de todas formas, asomándose lentamente hacia la puerta. Pero lo que vio
no le agradó en absoluto. Dos hombres, completamente encapuchados, estaban del otro lado de
la sala. Uno estaba de pie junto a la mesa del comedor, cargando la televisión con ambos brazos.
El otro, estaba de espaldas a la puerta de salida, sujetando a Silvia con un brazo y con el otro,
apuntaba con un arma a su cabeza.

-¡¡Déjala ir, hijo de puta!!-Gritó Roberto, que se limitaba a apuntar al sujeto que tenía a su hija de
rehén.

- ¡Baja el arma anciano! Y tu linda hija no saldrá lastimada. -Dijo el sujeto presionando con más
fuerza el arma en la cabeza de Silvia.

- ¡Ni se te ocurra hacerle daño, maldito infeliz! O te aseguro, que te mato...-Amenazó Roberto,
que no estaba en sus casillas. Se encontraba totalmente desesperado, quería salvar a su hija. No
podía consentir que nadie le hiciera daño. Era su tesoro. Su sueño. Su mundo se vendría debajo
de tan solo pensar en no tenerla. Debía hacer algo...rápido. Debía actuar.

- ¡Aléjate! O no me hare cargo de lo que le pase a la niña...-Dijo el delincuente mientras ahorcaba


con un brazo a Silvia, la chica lloraba incontrolablemente, tosía fuertemente por la falta de
oxigeno, más no se animaba a pronunciar palabra alguna. Solo deseaba con todas sus fuerzas
que todo pasara rápidamente y estar a salvo junto a su familia.

Roberto cegado de ira, apuntó lo mejor que pudo a la cabeza del agresor. Inhaló una gran
bocanada de aire que mantuvo en sus pulmones. -Nadie... toca a mi hija. -Y disparó.

Se escuchó un estruendo sonido por parte del arma. La bala cruzó rápidamente por toda la
habitación, imperceptible a la vista humana... pero el destino no fue el que Roberto esperaba.

Silvia cayó desplomada al suelo, de su cabeza fluía sangre que se esparció formando un charco
alrededor de ella. Roberto no lo creía, Rex no lo creía... Marta gritó instintivamente.

- ¡Mierda! Esta loco... ¡Salgamos de aquí!- Gritó el delincuente, que arrojó el televisor que
sostenía y se fue tan rápido de ahí como alma que se lo lleva el viento, seguido del otro que dejo
caer su arma al suelo y siguió a su compañero.

Rex no pudo aguantar la escena, desvió la mirada y se dejó caer de rodillas al suelo sollozando
junto a su madre. Roberto por otro lado, se quedó completamente inmóvil. Observando el cadáver
de su hija, que yacía inerte en medio de la sala.

Sus lágrimas no tardaron en salir, un gran impulso de llevarse su arma a la cabeza y terminar con
ese condenado sufrimiento lo invadió de repente. Pero no podía... no podía hacerlo. Dejar a su
familia a la deriva. Él no era así. El dolor era impensable, si. Lo atormentaba, lo culpaba, lo
destrozaba por dentro... Pero sin embargo, no podía abandonar a su familia, o lo que quedaba de
ella.

Luego, dejó caer el arma y se acercó lentamente hasta su hija. La rodeó con sus gruesos brazos y
le dio un abrazo angustioso. Entre lágrimas Roberto no podía creer que su hija se había ido, para
siempre...Por su culpa.

-Silvia... ¡¡Silviaaaaaa!!

Los golpes de la puerta no cesaban, cada vez eran más y más fuertes.
-Hallaremos una solución... esto no tiene que ser así...-Propuso Rex, mientras miraba a su padre,
intentando convencerlo de no cometer ninguna locura.

Roberto no respondió, era inútil discutir con el terco de su hijo. Se llevó una mano a la cintura, la
que estaba sana y se desabrochó la funda del arma.

-Ten Renzo...-Dijo Roberto con voz muy baja, ofreciéndole la funda con el arma dentro.

-Protege a tu madre... como sea. No te preocupes por mí.

-Pero...

-Por favor Renzo...-Insistió Roberto pero se interrumpió al toser sangre. - Ya no puedo ver nada...
estoy ciego. Me estoy muriendo.

Rex lo observó con mucha angustia en sus ojos, no tuvo otra opción. Entre lágrimas tomó la funda
de su padre y se la abrochó al cinturón. -La cuidaré. Te lo prometo.

-Escóndanse en la habitación de Renzo...-Dijo Roberto dirigiéndose a Marta. - Es la más alejada.


Intentaré bloquear esta puerta todo el tiempo que pueda. Cuando vean la oportunidad, escapen...
Lo más lejos posible.

Marta asintió y entre sollozos abrazó y besó a su marido. -Te amo querido... Siempre lo haré.

-Yo también... Te amo Marta. Siempre fuiste más de lo que yo podría pedir. -Dijo Roberto con
mucha angustia, y con sus últimos alientos se dirigió a su hijo. -Renzo... estoy muy orgulloso de ti.
Eres todo lo que esperaba que fueras y más... Ambos son la mejor familia que se puede tener.
Gracias por todo.

-Papá...-Rex lo abrazó entre llantos, más no podía pronunciar palabra alguna... simplemente lo
estrujo tan fuerte como pudo, sentía un vacio indescriptible en su pecho.

No quería dejarlo. No podía aceptar bajo ningún concepto que su padre estaba por morir delante
de sus ojos, justo cuando hoy un poco más temprano, estaban almorzando todos juntos en la
mesa, felices, en familia... Y todo se fue al demonio por esos malditos...

Zombies.

-Váyanse. No miren atrás... Y sobrevivan. No quiero verlos allá arriba en un largo tiempo.
-Fueron las últimas palabras de Roberto. Sus ojos se cerraron lentamente, inmerso en un sueño
eterno, su cuerpo se dejó caer hacia un lado y golpeó su cabeza contra el suelo.
Marta y Rex se quedaron en silencio, observando el cadáver de lo que antes era el mejor
mecánico de la ciudad para todos, el mejor marido del mundo, para Marta, y el mejor padre que
alguien pudiera pedir, para Rex.

Inmediatamente en ese momento, la puerta se vino abajo, los zombies estaban fuera, habían
logrado tumbar la puerta y se amontonaban para querer pasar, Rex se incorporó rápidamente y
como un rayo tomó a su madre de la mano y ambos corrieron hasta la habitación de Rex. Se
resguardaron ahí, y rápidamente el joven movió su cama de lugar y la utilizó para bloquear la
puerta.

-Estamos atrapados...-Aseguró Rex nervioso. -No hay salida, la ventana esta enrejada y los
zombies ya están dentro de la casa... ¿Mamá, me estas escuchando?

Sin embargo no hubo respuesta alguna, Marta estaba recostada sobre un muro, con la vista
perdida en algún lugar del techo, su cara estaba pálida como una hoja, su expresión era
angustiante. Rex inmediatamente reconoció esa mirada, ya la había visto en una sola ocasión,
anteriormente hace mucho tiempo... Cuando su hermana murió.

Marta no comió, ni durmió durante días después de la tragedia, hasta el punto de caer
hospitalizada a consecuencia de eso.

Fue un golpe terrible para su madre, le costó mucho tiempo recuperarse de eso, y ahora su
marido había corrido la misma suerte. Rex intentó consolarla con un abrazo, mas no se le ocurría
que mas hacer, no era bueno con las palabras y el tiempo se estaba agotando. Si no salían de ahí
rápido, ambos morirían. Quizás eso es lo mejor... nos ahorraríamos mucho sufrimiento.

Justo en ese momento la puerta comenzó a temblar, los golpes nuevamente retumbaban detrás
de la rectangular estructura de madera. La puerta de su habitación era menos fuerte que la de la
entrada, el joven estaba seguro que duraría mucho menos.

- ¿Qué haremos? -Preguntó el joven desesperanzado.

-Ya no hay salida. Y dudo que podamos escapar de aquí con vida hijo...-Respondió Marta
seriamente, aun mirando al techo.

-No... tiene que haber una forma.

- ¿Recuerdas... ese sentimiento del que te hable anteriormente? -Preguntó Marta. Los golpes
eran cada vez más fuertes, la puerta temblaba de una forma preocupante. Se rompería en
cualquier momento.

-Sí, ese sentimiento de esperanza... de que todo saldrá bien.

-Ya no lo siento hijo. Ya no tengo esperanzas. Ya no puedo seguir.

- ¡¿Qué estás diciendo?! -Pregunto Rex irritado. - Fuiste tú la que me convenció de que tenía que
tener esperanzas, no importara la situación en la que estuviésemos, podíamos resolverlo. ¡Te
estas contradiciendo!

Inmediatamente los golpes cesaron, ya no se escuchaba nada más, Rex miró a la puerta,
confuso, pero luego volvió la vista hacia su madre.

-Disculpa si me expresé mal hijo... Ya no siento esa sensación de confianza... sobre mi persona.
Quiero decir, que yo no lo lograré. Pero tú sí, tú todavía tienes que vivir.

- ¿Qué...?-Pero Rex no pudo terminar la pregunta, la puerta se desplomó en el suelo partida en


dos pedazos. Sin embargo Rex no vio la gran cantidad de zombies que esperaba encontrarse, sin
embargo, vio algo más. Algo peor.

El zombie con garras era el único que se encontraba detrás de la puerta, había cadáveres
esparcidos alrededor de él, como si los hubiese mutilado para abrirse paso, el monstruo tenía dos
agujeros visibles en el pecho. A Rex le invadió un temor desorbitante. Es el mismo del túnel.>

El zombie rápidamente dio un salto por sobre la cama y quedó justo al lado de Rex. Este
retrocedió de un susto y esquivó un zarpazo rápido del zombie.

Inmediatamente Rex se recostó en un muro lo más alejado del monstruo que pudo, e intentó
apresuradamente desenfundar el arma... Pero no pudo, esta se había trabado con la funda de
alguna manera y le resultaba imposible quitarla. Debido a que también estaba más concentrado
en prestar atención a los movimientos del amenazador demonio que tenía delante, que a
repararse en solucionar el problema.
Rex lo sabía, no necesitaba ser un genio para darse cuenta, el momento había llegado...

Su muerte era inminente, no llegaría a salvarse a tiempo. Cerró sus ojos fuertemente, mientras
que el zombie de grandes garras procedió a acercarse a un paso de Rex, luego se agazapó
mostrando sus afiladas y gruesas uñas y de un movimiento rápido las ensartó.

Se escuchó la sangre salpicando el suelo, goteando de entre las condenadas garras del demonio.
Luego, un agudo chirrido de dolor, por parte de Marta. Quien estaba frente a Rex, protegiéndolo
con su cuerpo como escudo.

Rex abrió sus ojos lentamente, lo que vio lo dejo paralizado, el cuerpo de su madre yacía inerte
entre las garras del zombie. El mismo comenzó a desgarrar con una mano el cuerpo de la mujer
lentamente hacia arriba, llegando a su cabeza cortándola completamente, mientras que con su
otra mano procedía a jugar con sus tripas desgarrándolas y arrancándolas de su estomago.
Parecía estar divirtiéndose ante tal acto, tanto que ignoró la presencia del joven.

Rex no lo soportó, esta vez con decisión, quitó el seguro de la funda, ascendió su brazo
sosteniendo fuertemente el arma de su padre. Apuntó directamente a la cabeza del zombie.

Este al percatarse de su presencia nuevamente, arrojó el cadáver de Marta a un lado y escupió un


feroz grito que aturdió a Rex. Pero no lo hizo retroceder... Ya no tenía miedo, todo lo contrario,
sentía ira... una ira que se apoderaba de su cuerpo, que le daba un valor que nunca tuvo. Estaba
decidido a terminar con la vida de ese maldito monstruo...

De una vez por todas.

Antes de que el zombie pudiera acercarse más, Rex disparó asestándole limpiamente en la
cabeza, justo en medio de la frente. El demonio cayó al suelo de espaldas en un golpe seco.

Rex estaba completamente agitado, la adrenalina recorría cada rincón de su ser, le temblaban las
manos. Ya no le quedaba nada, no le quedaba nadie... Se encontraba solo, en su habitación... Sin
sus padres, sin su hermana, sin su novia... Solo, completamente solo.

Zeta estacionó el vehículo a un costado de la ruta, y procedió girarse para observar a Rex, su
cara estaba lucía apagada, su expresión era preocupante, sintió una pena ajena hacia su
compañero. Volvió a girarse, reflexionó un poco sobre toda la historia de Rex, intentó unir todos
los cabos sueltos... Y casi como un rayo, una idea se le cruzó fugazmente por su cabeza.

-Bien, bájate... ¡Creo que lo tengo!

- ¿Eh? ¿Qué cosa tienes? -Preguntó Rex, secándose sus lágrimas con la manga de su camiseta.

- ¡Bájate, vamos! Te lo diré aquí afuera.

Rex obedeció, ya se le hizo costumbre seguir las instrucciones de Zeta, debido que era más terco
incluso que él. -Bien, ¿Qué quieres?

-Primero, quiero que quites todas las balas de tu arma. Solo será por un momento, quiero
practicar algo. Mientras lo haces, escúchame bien.

Rex asintió y procedió a quitar el cargador del arma. -Listo.

-No te olvides de la bala de la recamara. Bien... Escucha, yo no soy psicólogo aun, no creo que
llegue a serlo nunca por cómo van las cosas. Pero se me ocurrió una teoría para poder ayudarte
con tu problema. -Dijo Zeta, a la vez que cruzaba los brazos y alzaba la vista para pensar con
más claridad lo que decir. -Espero no equivocarme mucho. Bien, como sabemos tu problema es
básicamente no poder desenfundar el arma una sola vez, si no que tienes que hacerlo cuatro
veces. ¿Te imaginas porque, justamente tienes que hacerlo cuatro veces?

-No... ni idea. ¿Tú lo sabes?

- ¡Vamos! No te estás esforzando, piénsalo bien. Tu padre toda su vida te enseño algo... ¿Sabes
a que me refiero? ¡Piénsalo!

-Mi padre me enseño muchas cosas, a reparar, a manejar, a hablar con las chicas... no se a que
te refieres específicamente.

-Algo que tenga que ver con el número cuatro, vamos Rex es fácil.

Rex se detuvo a pensar un momento. - ¡Mierda! Pero claro... "Siempre debes revisar cuatro veces
para asegurarte de que un trabajo está bien realizado." ¿Cómo no me di cuenta antes? Es tan
obvio...

-No te culpes, tu mente se encarga de reprimir lo que no te genera placer. Para ti evidentemente
no era obvia la respuesta, porque tu mente no quería pensar en ese problema. Por lo que al
relatarme la historia, te obligas a ti mismo a detallarme cada cosa que te parezca relevante, entre
esas cosas, esta esa regla de tu padre de revisar cuatro veces para estar completamente seguro
de algo. A lo que nos lleva al segundo asunto...

- ¿Cuál? -Preguntó Rex quien prestaba suma atención a las lógicas palabras que soltaba Zeta.
Nunca antes había ido a un psicólogo, esto era lo más cercano a una consulta que tuvo en su
vida. Y le sedujo la idea de asistir a un psicólogo en algún momento, si el apocalipsis terminase
claro.

- ¡Seguridad! -Respondió Zeta enérgicamente. - En toda la historia que me contaste, siempre


estuviste inseguro de ti mismo... Inseguro de actuar, inseguro de decidir qué hacer, inseguro de
correr... inseguro de disparar.

Rex abrió sus ojos exageradamente, sin darse cuenta. Todo lo que decía Zeta era verdad. -Pero...
¿Qué pasa con eso?

-Es obvio amigo, necesitas seguridad. Tu síntoma, mas bien no es obsesivo compulsivo, es
mucho menor que eso... Es un acto que tu cuerpo necesita hacer para sentirse seguro de sí
mismo, siguiendo inconscientemente la regla que tu padre te enseño durante toda su vida.

-Entiendo... bien, entonces ¿Solo necesito estar seguro de mi mismo?

-Es un poco más complicado que eso. No puedes simplemente decir "A partir de ahora estaré
seguro de mi mismo." -Contestó Zeta, mientras cambiaba el peso de su cuerpo a otra la pierna. -
Pero, lo que se me ocurrió hacer es algo sencillo a simple vista, puede que funcione y puede que
no.

-Lárgalo de una vez, déjate de rodeos.

-Bien, bien. Lo que vamos a intentar hacer, es engañar a tu mente. O algo así... Quiero que todos
los días, en todo momento libre que tengas, gires el arma, a lo cowboy, ya sabes... Como en las
películas, cuando giran el arma como unos idiotas para parecer profesionales.

Rex encarno una ceja. - ¿Eh? ¿Y de que me va a servir eso?


-Parece estúpido, lo sé. Pero con el tiempo, y práctica... ese será tu nuevo ritual.

Rex adoptó una mueca con aun más confusión de la que ya tenía.

-Te diré porque... Por lo que te eh visto, al desenfundar y volver a enfundar tu arma, siempre
presionas con fuerza la pistola cuando la sujetas con la mano, luego repites la operación,
nuevamente presionando fuertemente tu arma. Por lo que tu cerebro lo que registra, es cuantas
veces estas presionando la pistola, al momento de soltarla y volverla a tomar. Así que mi teoría
es; Puedes engañar a tu cerebro, desenfundando el arma solo una vez, luego presionas el arma
como siempre lo haces, inmediatamente giras el arma, no la guardes. Luego volverás a presionar
el arma, así hasta que se cumplan las cuatro veces. ¿Se entendió?

-La verdad...No.

Zeta dio un suspiro. -Dame tu pistola. Esto es lo que harás. - Zeta se guardó el arma en el
cinturón. Luego la alzó mostrándosela a Rex, la giró una vez, luego otra, y dos veces más,
contando cuatro repeticiones. Y apuntó a Rex. - ¿Cuánto me tarde en hacer esto?

-Unos, cinco o cuatro segundos quizás.

-Exacto... es mucho mejor que tardar casi treinta segundos enfundando y desenfundando
¿Verdad? Eso es lo que quiero que logres. -Dijo Zeta devolviéndole el arma a Rex.

-Genial... La verdad parece una buena idea, nunca se me hubiera ocurrido. -Dijo Rex girando el
arma una y otra vez, practicando como su compañero le aconsejó.

-Me alegro que te guste, luego me dices si te funciona... Espero que sí. -Dijo Zeta con una sonrisa
de oreja a oreja, por primera vez había ayudado a alguien con sus escasos conocimientos de
psicología.

Ambos procedieron a subir al vehículo, y se dirigieron nuevamente rumbo a su destino.

En el trayecto Rex seguía girando su arma, algunas veces se le caía, pero seguía insistiendo. Su
cara había cambiado, ahora pensaba que su problema tenía una cura. Una cura algo improvisada
y un poco descabellada, pero era mejor que nada. Eso a Rex le daba esperanzas para seguir
adelante, a lo que recordó ese sentimiento con el que su madre le había mencionado, tener
esperanzas.

-Zeta, tus padres... ¿Sabes algo de ellos?

Zeta siguió manejando sin desviar la vista del camino, y respondió seriamente. -No... no recuerdo
nada de lo que les paso. Si te soy sincero, no sabía que el virus fue esparcido por un misil.

Rex se sorprendió al oír eso. -Exactamente, ¿Qué recuerdas?

-Lo único que recuerdo es de estar camino a casa, había salido de la universidad y pedí comida a
domicilio, luego hay una gran laguna, una gran parte que no puedo recordar por más que me
esfuerce... Y lo que recuerdo desde eso, fue despertar en algún lugar, con un fuerte dolor de
cabeza... y desde ahí tampoco recuerdo mi nombre, ni por asomo... es algo bastante raro.

-Pues sí, es raro.

-Hablando de recuerdos... ¿Qué paso con Sofía? -Preguntó Zeta cambiando el tema sutilmente.

-Nunca la encontré...
Se produjo un silencio incomodo, Zeta se arrepintió de tocar un tema tan delicado sin tener en
cuenta las repercusiones en su compañero.

-Pero... no pierdo las esperanzas. Aun siento que está viva... en algún lugar. Y que me esta
esperando. -Afirmó Rex con una leve sonrisa.

Zeta también sonrió. -Ojala pudiera decir lo mismo de mis padres. La verdad no tengo idea de que
puede haberles pasado.

-Sí, pero tu situación es distinta, no te compares conmigo.

-Está bien.

-Hey, cambiando de tema... ¿Escuchaste el rumor del zombie inteligente?

- ¿El qué? -Pregunto Zeta extrañado.

-Una historia que escuché por ahí, sobre un zombie que mató a una persona... con una pistola. Le
dicen el zombie inteligente.

Zeta se echó a reír a carcajadas. - ¿Es una broma? Eso no existe amigo.

- ¡Es solo un rumor! Yo tampoco lo creía, pero luego de ver el grandote que nos lanzo ese cartel...
Uno se permite dudar.

-Ah, pero ese es un zombie especial... Los grandotes, los parca... ese de tu historia, el de manos
de tijera. -Ambos rieron al unísono. -Como sea, esos zombies son especiales, no son iguales a los
lentos. Son distintos, y si... puede que tengan otro tipo de mentalidad, o funcionen de manera
distinta. La verdad que hay mucho de este mundo que todavía no comprendo, luego de estar tres
meses combatiendo con estos malditos monstruos, hay cosas que todavía faltan por descubrir.

-Te doy la razón, el zombie parca parece de la clase que mata para comer, parecido a los lentos,
solo que son rápidos y más asesinos. En cambio, los Grandotes y los Tijeras, parece que tienen
una inteligencia más desarrollada, matan por el simple hecho de matar... no se detienen a comer,
es muy raro.

-No tengo idea si son más desarrollados o no... pero son distintos. Son clases distintas.

-Eh mira eso...-Cambió de tema Rex mientras apuntaba con el dedo hacia el horizonte. - ¡En hora
buena amigo!

Zeta observó a la lejanía de la ruta, se podía apreciar claramente edificios enormes, rascacielos
de todo tipo. Pasaron junto a un antiguo cartel de transito que estaba pintado con aerosol rojo,
tenía un símbolo circular con un punto en medio.

- ¡Genial! - Exclamó Zeta. - Al fin llegamos a la nación escarlata.


Capitulo 5: Bienvenidos a la Nación Escarlata.

"Aquel que tiene mil amigos, no le sobra ni uno. Aquel que tiene un enemigo, lo
encontrará en todas partes" -Ali ibn-Abi-Talib

—Por favor... vuelve. —Susurró una voz, apenas audible.

Zeta abrió bruscamente una puerta de madera, esta era opaca, sin detalle alguno que la
caracterice. Pero de nuevo, la habitación estaba completamente vacía. La cerró y siguió
buscando, mientras corría a toda velocidad por unos estrechos y oscuros pasillos que parecían
interminables.

Volvió a divisar otra puerta exactamente igual a la anterior, pero colocada en otra posición, esta
vez la puerta estaba de cabeza, y ubicada más arriba, tocando el techo.

¿O era Zeta quien estaba de cabeza? No entendía bien que era lo que pasaba, ni le interesaba
saberlo. Solo quería ubicar la proveniencia de esa misteriosa voz que le erizaba la piel con solo
oírla.

Procedió a estirarse para alcanzar el pomo y abrió la puerta, pero nuevamente la habitación
estaba vacía, cuatro paredes sin absolutamente nada, simplemente un foco de luz alumbrando
desde el suelo ¿O era ese el techo? A Zeta le daba igual, sabía que algo raro estaba sucediendo,
siguió su camino por otro pasillo, bajo por unas escaleras, dobló a la izquierda en una bifurcación,
subió por otras escaleras y siguió corriendo, sin detenerse nunca, buscando alguna otra puerta...
pero no había nada. Ya no habían puertas, simplemente penumbra y pasillos infinitos. Le pareció
haber pasado unas cinco veces por los mismos lugares, pero era imposible, siempre tomaba
caminos distintos para variar la ruta. Estaba atrapado en un macabro laberinto sin salida.

—Por favor...—La misma voz volvió a susurrar. Un susurro que rebotó resonando entre todas las
paredes de ese extraño lugar. Zeta no cedió la marcha, volvió a cruzarse con la misma bifurcación
de hace un rato, pero esta vez se dirigió a la derecha. Mientras corría, el joven notaba como las
paredes comenzaban a cambiar, ya no eran de concreto. Ahora estaban hechas de maderas,
tablones de madera vieja clavadas una sobre la otra.

Al final del pasillo Zeta notó un resplandor blanco, sin siquiera dudarlo aceleró la marcha.

Mientras avanzaba las paredes iban haciéndose más y más angostas, como si quisieran
aplastarlo. Corrió lo más rápido que pudo, las paredes seguían cerrándose.

Inmediatamente, de entre los tablones comenzó a brotar un líquido rojo, que llegó a inundar un
poco el suelo y que salpicaba por cada pisada que daba el joven. ¿Sangre?>

Zeta veía el final del pasillo muy cerca, no faltaba mucho, aceleró todavía más la marcha.

Sentía un ardor que parecía que se le quemaban las piernas del esfuerzo, su agitación retumbaba
en el pasillo, pero no se rindió... siguió hasta el final. Debía llegar a toda costa.

El umbral de luz blanca comenzó a cubrirlo, nuevamente escuchó esa voz, pero ahora podía oírlo
más fuerte, con más claridad.

—Sálvame por favor... ¡No me dejes!

Zeta abrió rápidamente sus ojos, su respiración era agitada, sudaba en frio.
Instantáneamente se llevó una mano a la frente, secándose el sudor y luego se peinó hacia arriba
como siempre solía hacerlo deslizando sus dedos entre su castaña cabellera. Alzó un poco su
cuerpo, ya que estaba recostado en el asiento trasero del auto, miró a través de la ventanilla al
cielo, seguía siendo de noche, el sol apenas comenzaba a asomarse por el horizonte.

Rex se encontraba sentado en el capó del vehículo haciendo guardia, como habían acordado el
día anterior. Ambos decidieron esperar a que la noche pasara antes de adentrarse a la ciudad, y
buscar la nación escarlata. Así que se colocaron en una banquina de la ruta, en las afueras de la
ciudad para pasar ahí la noche. Acordaron cumplir turnos de guardia de tres horas cada uno,
mientras el otro descansaba.

Por lo visto a Rex todavía le faltaba para completar su turno, y a Zeta se le había pasado el sueño
debido a la repentina pesadilla que tuvo. Así que decidió acompañar un poco a su amigo.

—Te despertaste temprano. —Dijo Rex al ver a Zeta salir del auto.

—Sí, estaba un poco incomodo ahí dentro. ¿Paso algo mientas dormía?

—Ojala, la verdad es que se está bastante aburrido. Aunque vi a unos tres zombies lentos
merodeando en las lejanías, fui a matarlos para pasar el rato.

—Bien. Veo que sigues practicando lo que te dije. —Dijo Zeta con una sonrisa al ver que Rex
giraba una y otra vez su arma.

— ¡Ja! Si... le voy tomando la mano a esto. —Dijo haciendo girar su arma, la cual se le escapó de
las manos y cayó al suelo. —Bueno... A veces.

Zeta aguantó la risa. —Está bien.

—Bueno...—Comenzó a decir Rex mientras alzaba su arma del suelo. — ¿Qué haremos ahora?
¿Buscaremos esa nación o no?

—Sabes que si, solo esperaremos a que amanezca. La oscuridad no es lo mío ¿Sabes?

—Como digas, ¿Crees que nos cruzaremos con el ladrón de tu casa rodante?

—Los ladrones. —Lo corrigió Zeta. —Sí, supongo que deben estar ahí, Sam dijo que podríamos
reencontrarnos en la nación escarlata.

—Ah, ya entiendo... Quieres reencontrarte con tu admiradora. —Dijo Rex divertido.

—No seas ingenuo, sabes lo que pienso de esa desagradable mujer...

— ¿Desagradable? —Interrumpió Rex, con una sonrisa picara. — No dijiste eso cuando te
pregunte como era, creo recordar que tus palabras exactas fueron "Esta buenísima".

— ¿Y qué tiene eso que ver? Sigue siendo una ladrona peligrosa. —Contestó Zeta algo
ruborizado y avergonzado.

— ¡Vamos amigo! No me puedes ocultar que sientes algo por ella.

—Está bien, puede que sea una chica linda, hermosa en realidad. Pero de ahí a que sienta algo
por ella, hay un abismo muy grande.
—Está bien, pero estoy seguro que ella siente algo por ti, créeme, tengo un sexto sentido para
estas cosas. Sofía se enamoró de mí desde la primera vez que le hable. Siempre me miraba a la
distancia, no fue difícil pedirle que fuera mi novia.

—Me parece que te olvidas del sueño que me contaste, donde ella no tenía ni idea de quien eras.

—Eh bueno...—Titubeó Rex. — Pero no estamos hablando de Sofía ahora. Hablamos de ti, y
Sam, ¿Qué harás cuando la veas? Si me preguntas, deberías intentar algo con ella. Sutilmente
por supuesto. No creo que se niegue, no hay mucho para elegir en el fin del mundo ¿No crees?

Zeta largo un suspiro bajando la cabeza y procedió a hablar seriamente. —Mira Rex, voy a ser
sincero contigo, porque me caes bien...—Guardó silencio un momento. — ¿Alguna vez te
enteraste de algo que no deberías de haberte enterado? Algo, que preferirías no recordar... o
simplemente no saberlo. Bueno, por eso mismo, hay algo que no quiero que nadie se entere... Y
estoy casi seguro que ella lo sabe.

Rex alzó ambas cejas, sorprendido. Deseaba preguntar qué era eso que Sam supuestamente
sabía, pero dedujo que Zeta no se lo diría. — ¿Tan grave es?

—Si... No puedo permitir que nadie más lo sepa. —Respondió Zeta tajantemente. —

Nadie.

—Está bien, respeto que cada quien tiene sus secretos. No voy a juzgarte por nada, me salvaste
la vida en más de una ocasión. Casi me cuesta imaginar que tan malo puede ser lo que estés
ocultando. —Dijo Rex con una falsa sonrisa.

La realidad era que algo en Zeta había despertado una ligera desconfianza en Rex. Su mente
comenzó a darle vueltas al asunto, pero lo único que producía era más dudas acerca de con
quien estaba entablando conversación ahora mismo. Recordó la sensación de inseguridad que
sintió cuando conoció a Zeta, quien lucía ropa de la nación oscura. Una cruel nación la cual era
famosa por estar llena de bandidos y delincuentes.
Rex había escuchado simples rumores de esa nación, mas nunca se cruzó con ninguno de ellos,
pero los rumores que había escuchado eran tan despiadados como horribles.

En una ocasión escuchó de un rumor que la nación oscura utilizaba a la gente que no les eran
útiles de esclavos, para las tareas más duras, y algunos otros simplemente los mataban
arrojándoselo a los zombies. Solo mantenían con ellos a los que les "servían".

Cretinos.

Por lo que Zeta le había mencionado anteriormente, el escapó de esa nación. Pero ¿Y si mentía?
¿Y si Zeta pertenecía a esa nación? Y ahora quería llegar a la escarlata para llevar información
útil a los oscuros. Miles de hipótesis pasaron por la cabeza de Rex en ese momento. Un escalofrió
subió por su espina dorsal. ¿Era Zeta como aparentaba ser?

Ni siquiera sabía su nombre, podría estar mintiendo. Todo podría ser un acto, una fachada para
ocultar su verdadera identidad, y actuar en el momento que creyera más oportuno. Utilizando a
Rex como un simple títere para lograr sus objetivos. De ser así, la nación escarlata corría grave
peligro, y él también.

— ¡Hey! ¿Te comió la lengua un zombie? ¿Qué te pasa? Estas pálido. ¿Te sientes bien?

—Preguntó Zeta, sacándolo de sus pensamientos.


Rex sacudió su cabeza tratando de olvidar lo que pensaba, y aparentando lo mejor posible ante
Zeta. —Eh... sí, estoy bien, no pasa nada. Me sentía un poco cansado, nada más.

—Te entiendo. El cansancio a veces juega en contra. Hey mira, ya salió el sol. ¿Qué te parece si
vamos de compras? antes de ir a la nación escarlata.

— ¿De compras? —Preguntó Rex confundido. Seguramente quiere conseguir más armas...

— ¡Sí! Quiero cambiar esta camisa, está completamente rota y sucia. Quizás consiga una buena
chaqueta en algún mercado. Tú deberías cambiarte también, tienes sangre por todos lados, y un
olor que... hasta Sofía se espantaría amigo. —Dijo Zeta, entre risas sacudiendo la mano cerca de
su nariz.

—Oh...Bien, vamos. Y no tengo tanto olor. —Protestó Rex, mientas levantaba su brazo para
olfatearse. —Bueno... puede que sí.

El sol resplandecía a lo alto del cielo, rebotando contra el centenar de ventanas y vidrios de los
edificios de la ciudad, produciendo un destello de luz que en ocasiones, chocaba en los ojos de
Zeta, quien manejaba cuidadosamente por las calles. Había zombies merodeando, pero la
mayoría se agrupaban en masa, en un mismo sector, dejando algunas calles libres de poder ser
transitadas. Zeta por lo general trataba de evitar las calles infestadas, y manejaba por las zonas
menos pobladas chocando si podía, con algún zombie desprevenido.

— ¡Ja! ¿Viste como salió volando ese? Este auto es genial, siempre me gustaron los de esta
marca.

— ¿Qué buscamos exactamente? No veo señales de la nación escarlata por ningún lado. Ni un
cartel, nada.

—Tranquilízate, ya los encontraremos; Por ahora quiero hacer una parada en ese comercio de
ropa, y es de marca ¡Genial! Y no hay muchos zombies, mata sigilosamente a aquellos que se
acercan, yo buscare ropa nueva para ambos ¿Está bien? —Preguntó Zeta.

— ¿Y porque no los matas tú? ¿Yo tengo que arriesgarme?

—Tú tienes el cuchillo y la única pistola con munición que nos dio Sam... ¿Prefieres que yo lo
haga?

—No, está bien... Yo me encargo. —Respondió Rex. Quien en verdad prefería ser él, el que
tuviera las armas.

—Bien. —Zeta estacionó el vehículo rápidamente frente al local de ropa. Ambos se bajaron
coordinadamente, Zeta se dirigió a toda velocidad al local, mientras que Rex corrió en dirección
hacia los dos zombies que iban hacia él.

Ladeó a uno de los dos, para tener una distancia relativa entre ambos, y ensartó el cuchillo
eficazmente en la putrefacta cabeza del monstruo. El segundo zombie se acercó rápidamente,
Rex desprendió el cuchillo y empujó con un brazo al segundo zombie que se le había encimado
mucho. Inmediatamente, antes que la bestia pudiera reaccionar nuevamente, Rex dio un salto y le
asestó el cuchillo en medio de la frente haciendo que caiga al suelo en un golpe seco.

—Bien...—Dijo Rex en voz alta, mientras desprendía nuevamente el cuchillo de la frente del
cadáver. —Creo que son todos...
Pero de repente, en ese momento, se escuchó un grito desgarrador al otro lado de la calle. Un
zombie parca saltó del tercer piso de un edificio y cayó enfrente de Rex. Quien al verlo, dio un
paso hacia atrás del susto, pero luego volvió a dar un paso hacia delante.

—No, no voy a escapar...Puedo hacerlo.

El zombie parca se incorporó rápidamente, se colocó en posición de ataque agazapado cual


animal y se abalanzó hacia Rex.

El joven desenfundó su pistola una vez, y la giró entre sus dedos mientras contaba.

—Uno, dos, tres... ¡Mierda! —El arma se le había escapado y había caído al suelo. Rex intentó
vanamente alzarla pero era tarde, el zombie parca ya había dado el salto de gracia y se dirigió
hacia él rápidamente. Sin pensarlo, Rex se lanzó hacia un lado al suelo y rodó sobre si mismo
esquivando al monstruo, quien de un rápido movimiento aterrizó, se giró y volvió a saltar sobre
Rex que seguía en el suelo. Ya no podía esquivarlo, formó una cruz con sus brazos escondiendo
su cabeza e intentando cubrirse del inminente ataque. Sabía que esto pasaría, ¿Yo me enfrento al
peligro, mientras él simplemente busca ropa? ¡Soy un idiota!>

Inmediatamente se escuchó un fuerte golpe metálico, seguido del sonido de las llantas al
derrapar. El zombie parca salió volando unos metros, desparramándose en la calle. Rex
confundido, separó sus brazos mientras alzaba su cabeza y observó el auto justo enfrente suyo,
Zeta había embestido al Zombie parca justo a tiempo para salvarlo.

— ¡Sube de una vez! —Lo apuró Zeta desde el asiento del conductor.

Rex se arrastró por debajo del auto, tomó el arma que se le había caído y luego entró lo más
rápido que pudo. —A veces creo que lo haces a propósito.

— ¿Qué cosa? —Preguntó Zeta mientas aceleraba y pasaba por encima del zombie parca.

— Salvarme justo un segundo antes de ser devorado por esas cosas.

—Ah ¿Como cuando me salvaste en la gasolinera del zombie que me tenia atrapado?

— ¿Es una venganza por eso?

—Quizás... quizás no. —Respondió Zeta jocosamente. —Mierda...—Zeta clavó los frenos del auto
y este se detuvo derrapando un poco.

Justo delante de ellos había una gran horda de Zombies amontonándose para pasar,
empujándose entre ellos, y gruñéndose. Pero eso no era todo, también había dos grandotes en el
lugar, entre todos los demás, ambos se giraron y divisaron el vehículo de los chicos. Gruñeron.

— ¡Mierda, mierda, mierda! —Zeta se apresuró, colocó marcha atrás, mientras maniobraba para
girar el auto hacia el lado opuesto de la horda.

Inmediatamente un zombie cayó frente al capó del auto alarmando a los chicos, luego otro pasó
volando justo al lado de su posición, y otro chocó en la parte trasera del vehículo quebrando el
vidrio.

— ¡¿Es una maldita broma?!—Gritó Zeta.

— ¡Nos están arrojando zombies! ¡Acelera, acelera! —Ordenó Rex desesperado mirando a su
retaguardia, como los dos Grandotes arrojaban zombies como si fueran piedras hacia el auto.
Zeta no dudo en quemar llantas, aceleró a toda velocidad mientras intentaba esquivar la lluvia de
zombies que caían a su alrededor. En la primera esquina giró a su izquierda y siguió avanzando,
pero para su sorpresa había un zombie parca justo delante, que al escuchar el motor del auto
propago un grito ensordecedor, que Zeta se extraño de que los vidrios no estallasen. El zombie
comenzó a ir en su dirección a toda velocidad, dando grandes zancadas.

—Pásame la pistola. —Ordenó Zeta.

Rex dudó, no estaba seguro ahora, si era la mejor idea que Zeta tuviera el arma en sus manos,
podría pasar cualquier cosa, ya no estaba seguro de su compañero.

— ¡Apúrate! ¡¿Quieres morir?!

Rex no tuvo alternativa, le dio el arma a Zeta en silencio, pero sin quitarle en ningún momento, la
vista de encima. Zeta despegó un segundo las manos del volante para tirar hacia atrás la
recamara del arma, observó que la bala estaba en su lugar, y lista para ser disparada.
Rápidamente tomó el volante con la mano derecha y con su mano libre abrió la ventanilla y sacó
el arma por afuera, apuntando a la bestia.

El zombie parca, dio otro salto dirigiéndose a Zeta, proponiéndose atravesar el vidrio de un
intento. El joven aceleró aun más el auto, y de un movimiento brusco movió el volante
rápidamente, esquivó al zombie parca quien pasó de largo y justo en el momento de tenerlo
alineado a su lado, Zeta aprovechó y le disparó dándole de lleno en la cabeza, el Zombie cayó y
se desparramó por el asfalto dejando una larga huella de sangre.

Zeta no pudo evitar dar un grito de satisfacción. — ¿Viste eso? ¡Fue genial! De lleno en su puta
cara.

—Sí, pero todavía nos siguen los grandotes, dobla en esta esquina a la izquierda.

Zeta obedeció y giró en la esquina como un rayo, sin dejar de acelerar un segundo, pero justo en
ese instante, se encontró con algo que no esperaba. Rápidamente clavó el freno de mano, el auto
derrapó de costado sobre su eje, se inclinó y se detuvo justo antes de impactar con una persona
que se encogió de hombros, ante la sorpresa y el susto.

Rex, quien era el que estaba posicionado más cerca de esa persona, observó a travez de la
ventanilla y se deslumbró al ver a una dulce chica de cabello oscuro; con una colita media que
apenas sobrepasaba sus hombros, con unos rasgos fasciales tan suaves y delicados que
ignoraba completamente las heridas que tenia en el cuerpo, ninguna parecia grave de todas
formas.

Llevaba una camiseta con tirantes color blanca, pero estaba tan sucia que el color podria
confundirse con un gris claro, llevaba tambien unos pantalones largos oscuros como la noche;
Que Rex le recordó a unos que le habia comprado a su novia hace mucho tiempo, una corredera
que guardaban unos cuatro o cinco cuchillos de lanzamiento, que cruzaba en diagonal
envolviendo su torso.

Luego de evaluar a la hermosa mujer que tenia delante ladeo su cabeza y observó como otros
cuatro zombies perseguían a la muchacha, pero se encontraban relativamente lejos, por lo que se
imaginó que eran los normales.

Rex bajó la ventanilla de su lado para poder hablar con la misteriosa chica, pero Zeta se le
adelantó. Apuntó con su arma a la muchacha decidido, sin importar que Rex estuviera cerca de la
línea de fuego, este se hizo hacia atrás del susto, pegándose todo lo que pudo al asiento para
alejarse del arma.
— ¡¿Qué demonios estás haciendo?! —Preguntó Rex alterado, inclinándose hacia abajo del
asiento.

La chica, al ver bien a la persona que lo estaba amenazando se sorprendió. Pero era más la
sorpresa por reconocer a esa persona que la apuntaba, al hecho mismo de que la estuviera
apuntando. — ¿Tú?

—Bien... Sam ¿Verdad? Te lo preguntaré una sola vez, si no contestas lo que quiero... esos
lindos amigos tuyos tendrá un jugoso almuerzo—amenazó Zeta fríamente.

— ¿Qué, Sam? —preguntó Rex mirando nuevamente a la muchacha—. ¿Ella es tu admiradora?

— ¿Admiradora? —preguntó Sam, más confundida que Rex.

— ¡Contéstame!—interrumpió Zeta—. ¿Has leído mi diario?, ¿Alguien más lo leyó? Y, ¿Dónde


está ahora el diario? Dímelo.

— ¿Qué?, ¿Tu diario?, ¿Todo esto es solo por tu diario? —preguntó Sam algo alterada y
nerviosa.

—Respuesta equivocada—dijo seriamente Zeta, y disparó.


—Esto no me gusta nada.

La joven muchacha jadeaba entre sollozos, mientras observaba una profunda herida que se
encontraba en su tobillo.

—Tranquila Noelia, no pienses en ello. Vamos a salir de esta, ya lo verás. —Lo tranquilizó un
joven de contextura delgada, y de corta cabellera negra, a la vez que utilizaba una manga de su
camisa a cuadros para cubrir la herida.

La muchacha secó sus lágrimas con la palma de sus manos y procedió a regalarle una sonrisa
forzada al joven muchacho. Sus miradas se cruzaron unos segundos, unas miradas gélidas y
llenas de temor.

Luego, la joven desvió la mirada hacia una puerta de la oficina en la que se encontraban, del otro
lado se escuchaban gemidos iracundos y golpes incesantes.

— ¿Crees que lograran pasar? —Preguntó la muchacha en un susurro.

El joven dirigió la vista a la puerta de la misma forma que la chica. —Espero que no. Pero quédate
tranquila... —Dijo, mientras se dirigió a la ventana de la oficina y observó hacia abajo, dos pisos
de distancia los separaba del suelo. —Sam no tardará en regresar...

Las pisoteadas resonaban en los peldaños, Sam no se reparaba en cuidar si sus pasos
provocaban mucho ruido o no. Simplemente corría, bajando esas malditas y angostas escaleras
que no parecían tener fin, rezando en su interior que ningún muerto se le cruzara en su camino,
porque sería su fin.

En el último tramo de las escaleras ni siquiera se molestó en pisar el último escalón, dio un salto y
aterrizó en el pasillo del vestíbulo, recorrió lo más rápido que pudo por el espejado pasillo,
evitando que varios de los muertos que allí se encontraban la acorralaran. Empujó al último, que
se encontraba más cercano a la puerta y salió del lugar como un rayo.

Pero para su desgracia, todo estaba completamente lleno de zombies por donde mirara. Escapar
le resultaría imposible, más todavía con esos dos gigantescos demonios que deambulaban entre
la multitud de muertos.

La muchacha no tuvo otra opción que volver sobre sus pasos, era mejor enfrentarse a un par de
zombies en el vestíbulo, que a miles de ellos fuera del edificio.

Nuevamente ingresó, de la corredera que colgaba en su torso desenganchó suavemente dos


cuchillos de lanzamientos pequeños, pero letales. Inmediatamente, los zombies que ahí se
encontraban notaron su presencia y se dirigieron al ataque, un zumbido casi imperceptible al oído
humano surcó el aire y se incrustó en la sien de uno de los monstruos, casi un segundo después,
otro más se clavó perfectamente entre ojo y ojo del segundo zombie, quien gruño mientras su
cabeza se dislocaba hacia atrás.

Quedaban tres aún, la cuenta estaba dispareja, Sam solo contaba con dos cuchillos de
lanzamientos más, y si no quería alertar a los trescientos muertos que se paseaban por la calle
buscando carne fresca para el desayuno, no podía bajo ninguna circunstancia utilizar su arma.

Tomó ambos cuchillos con sus manos, esperando el momento perfecto para utilizarlos de la mejor
manera que se le ocurriera; Lastimosamente su mente estaba en blanco, no podía planear una
táctica para salir intacta sin arriesgarse, su cuerpo temblaba. Sin embargo aquellos monstruos
seguían acercándose amenazadoramente hacia ella; En un segundo una brillante idea se le cruzó
por la cabeza, debía actuar rápido, inutilizar a un zombie empujándolo con todas sus fuerzas y
matar a los otros dos que quedaran libres.
El plan era perfecto, así le daría tiempo de tomar un cuchillo de algún cadáver y matar al último
que estaría en el suelo. Brillante.

Sam procedió con el plan, tomó carrera y con todas sus fuerzas intentó empujar al zombie más
cercano a ella, pero no pasó lo que imaginaba en su mente, el monstruo la tomó de los brazos y la
obligó a irse al suelo junto con él.

Desesperada, Sam no pudo evitar gritar de la sorpresa. Se revolvió en el suelo para zafarse de
las garras del zombie, y de un movimiento intuitivo le incrustó uno de sus cuchillas en la cara, una
y otra vez.

Justo en ese momento, sin dejar a la muchacha tiempo de levantarse otro de los zombies se le
encimó por detrás en un intento de morderla, pero ella alzó velozmente su brazo por sobre su
cabeza, sin siquiera mirar a sus espaldas. Seguidamente escuchó un crujir de huesos y sintió en
su mano como el filo de la pequeña cuchilla ingresaba por alguna parte de la cabeza del zombie.
No le hacía falta mirar para saber que había acertado, su experiencia en combate le permitía
saber fácilmente cuando uno de esos monstruos dejaba este mundo... definitivamente.

Sin levantarse aún del suelo divisó con la mirada al tercer y último zombie que se acercaba a ella
por delante, a unos simples pasos de distancia; Sin darle tiempo al zombie de dar un paso más,
Sam aprovechó que todavía sujetaba uno de sus cuchillos con su mano, el que estaba aún
incrustado en la cabeza del zombie a sus espaldas, y lo retiró mientras estiraba su brazo hacia
adelante arrojándoselo al monstruo.

Pero el disparo falló esta vez terminando en su cuello, el zombie solo retrocedió unos pasos pero
no ceso la marcha; Sam sin quitarle la vista de encima arrebató el cuchillo de la cabeza del
zombie que tenia debajo suyo, e inmediatamente, tomó impulso al levantarse y atravesó
fuertemente la daga en el mentón del demonio, quien se alzó unos centímetros del suelo y cayó
bruscamente hacia atrás.

Sam, se agachó a alzar una de sus dagas de otro cadáver y se dirigió al zombie que
recientemente había atacado, este todavía se retorcía intentando ponerse de pie, la daga en el
mentón no había llegado a tocar su cráneo, por lo que la joven remató al demonio de una vez
clavando con fuerza una última estocada, esta vez sí, en su cabeza.

Rápidamente, recogió todos los cuchillos de lanzamiento y los guardó; Se dirigió al ascensor del
edificio y cerró las puertas, pero no tenia intensión alguna de usarlo para dirigirse a otro piso, solo
quería tener un momento de paz, para aclarar sus ideas y poder pensar cómo salir de ahí para
buscar ayuda.

Procedió a sentarse en el suelo y recostó su cabeza en la pared ¿Cómo mierda termine en una
situación así? No creo que logre escapar de aquí con vida, necesitaría un milagro para distraer a
todos los zombies de afuera. Vamos Sam piensa... Matías y Noelia aún siguen arriba ¿Qué puedo
hacer?

La joven miraba hacia los lados, dubitativa, intentando hacer aparecer mágicamente una idea que
la sacara de la situación en la que estaba metida, más no se le ocurría nada bueno. Dio un
suspiro desesperanzado, intentando calmarse de los nervios que afloraban en su interior.

—Si no hubiera aceptado esta estúpida misión... quizás, no moriría hoy.

— ¡Samantha! ¿Cómo estás? Hace una hermosa mañana ¿No crees?—Preguntó una chica de
cabello oscuro y ondulado.

La joven se giró, y con una sonrisa de oreja a oreja respondió. — ¡Buenos días,
Fernanda! Si hoy es un día hermoso, el sol resplandece de una manera única, pareciera uno de
aquellos días...

—No pienses así, te lo he dicho mil veces, esos "días" nunca volverán. —Interrumpió un
muchacho la conversación.

Fernanda se quedó maravillada ante tal sujeto, si bien su actitud era terca y un tanto ruda, su
rostro lo absolvía de todo mal comportamiento; Sus rasgos eran bien definidos y bellos, sus ojos
eran completamente oscuros, pareciendo dos esferas negras que clavaban una mirada segura e
inquebrantable. Su cabello castaño claro siempre estaba prolijamente peinado al estilo militar,
usaba una chaqueta de cuero marrón que combinaba a la perfección con sus oscuros jean.

—Vamos, Franco no seas tan amargado. Es bonito pensar que algún día esos días llegaran
nuevamente. —Añadió Sam.

—Como quieras, pero procura no chocar con la realidad cuando estés esperando esos días. —
Dijo el joven, mientras se dirigía a un tablón apoyado sobre un trípode, cerca de una pared.

Se encontraban en el patio de una gran escuela, un lugar extenso, y al aire libre; Justo en el
centro se ubica un mástil con una gran bandera roja ondeando, con un símbolo en su centro, un
círculo de color negro con un punto en medio.

El patio contiene una cancha deportiva con dos arcos a los laterales, y los edificios se dividen en
dos; El primer edificio es el más grande, el cual se extiende en forma de "L" y cuenta con dos
pisos, en donde cada una, se ubican las distintas aulas. Ahora es utilizado como habitaciones
para los supervivientes, un aula entera está destinada a ser utilizada como enfermería, donde se
atienden las personas heridas. Otra de las aulas es usada como sala de armamento, donde se
guardan las armas y municiones que van recaudando con el tiempo.

El segundo edificio es mucho más pequeño, ubicado al lado opuesto de las aulas, este edificio era
antiguamente conocido como la sala del director y de maestros, ahora es utilizado como oficina y
habitación principal del presidente de la nación escarlata, en donde ejecuta reuniones
importantes, y dirige las distintas misiones que se llevan a cabo en la nación, ya sea búsqueda de
alimentos como de provisiones, entre otras. Las misiones son encargadas por los mismos
supervivientes que desean realizarlas, en el tablón de anuncios se encuentran las distintas tareas
que los supervivientes elijen realizar; Por supuesto, todo conlleva su debida recompensa, desde
habitaciones más grandes, hasta mejores armas. Todo completamente gestionado por el
presidente de la nación.

Franco examinó un momento el tablón de anuncios, y retiro un pequeño papel de color amarillo,
se lo llevó al bolsillo y se dirigió a las chicas.

—Ustedes también deberían intentar hacer alguna misión de vez en cuando, hay una que parece
muy fácil, a unas cuantas calles de aquí. Prueben realizar esa. —Dijo Franco apuntando al tablón
con su cabeza.

—Gracias por el consejo. Pero prefiero misiones más arriesgadas. —Contestó Sam.

—Espera... Sam, a mi me gustaría hacer esa misión fácil de la que habla Franco.

—Intervino Fernanda, buscando a Franco con la mirada, pero este ya se había marchado.

— ¿En serio? Veamos...— Sam se acercó al tablón y lo ojeó de arriba abajo. —Pero es muy fácil,
solo tenemos que buscar ropa a un local de marca. La verdad es que prefiero esta. —Dijo,
mientras retiraba un pequeño papel de color morado, y se lo mostraba a su compañera.
Fernanda lo leyó en voz alta. —Se necesita grupo de cuatro personas, para una misión de
búsqueda de objeto valioso. Preguntar detalles en el despacho del presidente de la nación
Escarlata. Dificultad: Media.

—Y mira más abajo. Dos personas ya han firmado para ir a la misión, así que podemos anotarnos
ambas para ir con ellos. ¿Qué te parece? —Preguntó Sam con una sonrisa entusiasmada.

Fernanda no podía negarse ante su amiga, siempre admiró su determinación ante el peligro, el
día que llegó a la nación en su casa rodante negra, pensó que se encontraría con un grupo de
personas desagradables, pero para su sorpresa resultaron ser un grupo bastante simpático,
exceptuando en ocasiones a Franco, que resultaba ser el más frio de todos, pero no parecía mala
persona. El grupo de Sam no tardó mucho tiempo en echar buenas raíces en la nación,
ganándose su respeto y confianza. Hasta el presidente tenía un cierto afecto por todos. Y Sam
había logrado buenos lazos de amistad con Fernanda.

—Está bien, vamos a la oficina del presidente a comunicarle de la misión.

— ¡Perfecto! —Celebró Sam. — Reúne a los que faltan y nos vemos cerca de la puerta.

Franco se estaba levantando de su asiento cuando Sam llegó.

— ¿Ya te vas Franco? —Preguntó la muchacha.

—Sí, acepte una misión de reconocimiento y "limpieza" junto a otro grupo a unas manzanas de
aquí. ¿Y tú? No me iras a extrañar ¿Verdad?

Sam le propendió una sonrisa confiada. —Te demostraré que no te necesito para las misiones.
Max, te encargo esta de nivel medio. —Dijo Sam ahora dirigiéndose a la persona que estaba tras
un gran escritorio de madera, que observaba con atención la escena.

—Buenos días, Sam. Por supuesto, me alegra que su grupo este tan activo. Nos han sido de
mucha utilidad a la nación desde que llegaron y les agradezco de verdad. Les recompensaré por
eso, no tengan dudas.

—No hace falta Max, ya haces mucho por nosotros dejándonos vivir aquí. Nosotros te lo
agradecemos ¿Verdad Fran?

—Por supuesto...—Respondió El joven, dirigiéndose a la puerta. —Nos vemos luego, cuídate


Sam. —Se despidió y cerró la puerta un poco más fuerte de lo que esperaba.

—Bueno Samantha...—Comenzó a decir el presidente de la nación, revolviendo unos papeles en


su escritorio. — Tu misión es un poco peligrosa, pero si tienes suerte no se complicará mucho.
Necesito que busques unos mapas en cierto edificio; Los mapas contienen las rutas de los metros
subterráneos y las alcantarillas de la ciudad. Al obtenerlos aseguramos una posición estratégica
en caso de que otra nación decida atacarnos. ¿Estoy siendo claro?

—Entiendo Max, y ¿Por qué crees que estos mapas se encuentran en ese edificio?

—Tenemos un contacto en la nación que nos aseguró que trabajaba anteriormente en ese
edificio, un político o algo por el estilo, y nos explicó que los planos se encuentran en algún lugar
del segundo piso, depende de ustedes encontrar el lugar exacto.

— ¿Por qué no nos acompaña ese sujeto que trabajaba en el edificio?

—El no está capacitado para ir, sufrió un accidente y está recuperándose en enfermería.
Es una lástima, la misión sería mucho más fácil con él, fue por esa razón que la misión está
catalogada como dificultad media. No te diré nada si decides cambiar de opinión Samantha.

—Tranquilo, es un detalle menor, estoy segura que no es tan difícil. Y me gustan los retos. —
Respondió la joven enérgicamente, con una gran sonrisa en su rostro.

—Perfecto, reúne a tu equipo, preparen su armamento... Saldrán cuando estén preparados


¿Alguna pregunta?

—Ninguna, Max.

—Perfecto, tienes permiso de ir a la sala de armas, lleva esta nota contigo. —Dijo Max, mientras
le ofrecía un pequeño pedazo de papel con su firma y unos garabatos, que Sam aceptó.

— ¡Entendido, Max!

—Una cuestión más, en público te pediré que me llames simplemente, presidente. De otra forma
las demás personas se confiarían y se perdería el respeto ante superiores.

— Entendido... Max. —Respondió Sam juguetonamente.

Max suspiró.

— ¿Estamos todos?—Preguntó Sam, acomodándose la corredera con sus seis cuchillas


correspondientes.

—Sí, ya los reuní a todos y los lleve a la armería. —Contestó Fernanda enérgicamente.

—Un placer, mi nombre es Matías, ¿Dónde está el resto del grupo? —Dijo el joven mirando hacia
los lados, buscando alguien que se acercara a ellos, pero nadie lo hizo.

—Estamos todos, la misión solo consta de cuatro personas para ser completada.

—Respondió Sam.

—Pero... ¿Acaso soy el único hombre que irá? ¿El presidente permite ir a simples mujeres a las
misiones?

—Un machista, que bonito... —Se quejó Fernanda.

—Tranquilos, no empecemos mal el día. —Intervino Sam. — Mira, Matías... Cada uno aquí sabe
bien como son las reglas, el que se queda atrás y no hay posibilidad de salvarlo o socorrerlo. Se
lo deja de lado. Todos corremos riesgos y todos asumimos las consecuencias de nuestros actos.
¿Está bien?

—Supongo...

—Bueno, disculpen por interrumpir. Yo soy Noelia, y no me parece tan mala la idea de que la
mayoría seamos mujeres, creo que aquí el único que sobra eres tú.

—Genial, ahora tengo a todas en contra.

—Nadie está en contra de nadie, chicos concéntrense en la misión. —Ordenó Sam. — El objetivo
es claro, buscamos unos mapas de los alcantarillados en un edificio no muy lejos de aquí; Los
mapas son importantes para utilizarlos como vía de escape ante una situación riesgosa en el
futuro, Max... es decir, el presidente cuenta con nosotros para que llevemos a la nación un
escalón más arriba con la información que estos mapas pueden brindarnos.

—Me parece bien. —Respondió Fernanda.

Matías tomó una escopeta recortada que llevaba y se la posó sobre el hombro. —Bien, hagamos
esto lo más rápido posible. Esta belleza la usare en casos desesperados. Ustedes encárguense
de la matanza sigilosa. ¿Bien?

—Yo soy buena con estas dos. —Dijo Noelia besando dos pistolas pequeñas, ambas con
silenciadores incluidos.

—Yo no soy tan buena con las armas de fuego, pero me defiendo bastante bien.

—Aseguró Fernanda.

Así me gusta, si todos trabajamos juntos esta misión será pan comido. —Dijo Sam con
entusiasmo. Luego, desvió la vista hacia arriba, a una pasarela que cruzaba extendiéndose sobre
el portón de entrada. En donde hacían guardia varias personas y observaban lo que sucedía tras
los muros de la escuela. — ¿Hay movimiento?

Una de las chicas que hacía guardia, les hizo una seña levantando el pulgar dando a entender de
que todo se encontraba bien. Sam devolvió la seña indicando que le abrieran.

Dos jóvenes que estaban en la pasarela, bajaron rápidamente por unas escaleras, procedieron a
abrir una serie de candados y cerraduras y abrieron el portón deslizándolo hacia la izquierda; del
otro lado, se encontraba una estructura enrejada con una puerta más pequeña, que bloqueaba el
paso con el mundo exterior. El cuarteto cruzó la primera puerta y el portón se cerró a sus
espaldas. Desde arriba los centinelas seguían de cerca sus pasos, cuidando de no pasar por alto
ningún detalle. Ninguna cerradura mal trabada, ningún zombie que se acercara, todo estaba en
perfecto control.

— ¡Pueden salir ahora! —Gritó uno de los centinelas. —Les cuidaremos las espaldas con rifles
francotiradores hasta las esquinas, a partir de ahí irán solos.

Sam procedió a abrir la ultima puerta, destrabó la cerradura y todos cruzaron lo más rápido
posible, atentos, cuidadosos, observando todo a su alrededor con suma cautela.

La calle que daba a la escuela estaba completamente despejada de zombies, algunos cadáveres
se amontonaban en ambas esquinas tranquilizando al grupo, entendiendo que los centinelas
hacían un buen trabajo como francotiradores.

Matías hizo ademan de que todo marchaba bien a sus compañeros centinelas. —Bien, ¿Hacia
dónde queda el edificio?

—A unas dos cuadras hacia el éste, no es tan lejos. —Aseguró Sam, mientras encabezaba la
marcha.

—Establezcamos una regla. —Acotó Fernanda. —Formemos dos pequeños grupos, en caso que
algo salga mal yo iré con Samantha y Noelia con Matías ¿Les parece?

— ¿Apenas empezamos y ya nos estamos separando? —Se quejó Matías.

—Yo no tengo problema, pero espero que no lleguemos a eso. —Añadió Sam.

El grupo llegó a la esquina, y observaron de lejos a sus compañeros refugiados en la escuela.


— ¿No les da una sensación de soledad al dejar la nación? —Preguntó Fernanda quien miraba la
escuela.

—Tranquila, ellos vienen a hacernos compañía. —Respondió Noelia, mientras desenfundaba sus
dos pistolas y apuntaba a un pequeño pero numeroso grupo de zombies que se acercaban por la
calle del frente.

—No se distraigan. —Ordenó Sam. —No hace falta enfrentarlos directamente, ¡Síganme!

Sam comenzó a correr en dirección a la calle a su derecha, alejándose de la visión de los


centinelas, su grupo la seguía por detrás. Los zombies viraron la marcha para seguirlos, pero los
centinelas los redujeron desde la distancia. Los chicos se alegraron de contar con su ayuda.

— ¿Queda mucho?—Preguntó Noelia.

—No, es allá. Aquel edificio. —Respondió Sam apuntando al edificio más alto que se veía en el
sector, que estaba ubicado a una cuadra y media más adelante.

Al llegar a la esquina se toparon con una gran cantidad de zombies que deambulaban sin
dirección alguna, obstaculizando el paso hacia el objetivo.

El grupo se frenó en seco. Intentando idear un plan, una alternativa para pasar entre todos los
muertos canibales.

— ¿Alguna idea? —Preguntó Sam.

—Yo... creo que tengo una idea. —Respondió Matías. —Pero es arriesgada.

—Suéltalo. —Lo apuró Noelia.

—Eh notado en otras misiones, que los zombies no se devoran entre ellos, quizás si podemos
conseguir camuflarnos con su olor de alguna manera, podríamos cruzar tranquilamente.

—Y quizás, nos comerían al vernos genio... para nada. No pienso hacer eso. —Se quejó
Fernanda.

—Era solo una sugerencia, ¿Tienes una idea mejor?

—Quizás si esperamos, los zombies se irán...—Añadió Noelia.

—Vamos ¿En serio piensas esperar hasta que se vayan?

—Es estúpido.

—Tú eres estúpida.

—Repítelo enana.

— ¡No discutan chicas!

—Corran...—Susurró Sam ignorando la discusión del grupo.

— ¿Eh? —Preguntó Fernanda. —Pero fue interrumpida por un grito sorpresivo y repugnante, que
los aturdió por un segundo a todos. Dos zombies parca que se encontraban justo en frente de los
demás zombies comenzaron a agazaparse, preparándose para atacar.
— ¡Corran! — Grito Sam mientras comenzó a dirigirse a la carrera hacia la multitud de zombies.

El grupo la siguió instintivamente, sin preguntar, movilizados por el miedo de morir devorados por
esos caníbales atléticos.

— ¿Estás loca? Vamos directo a esos dos gritones. —Refutó Matías.

—Cuando les avise se arrojaran al suelo lo más rápido que puedan ¿Esta claro?

—Preguntó Sam, que parecía dar más una orden, que una pregunta.

No hubo queja alguna, todos se concentraron en que el plan alocado de Sam surtiera efecto.
Siguieron corriendo, mientras ambos zombies parca se acercaban a grandes zancadas hacia su
dirección y en un momento determinado saltaron hacia ellos.

—¡¡Ahora!! —Ordenó Sam mientras se arrojaba al suelo y veía como una figura pasaba volando
velozmente por sobre su cabeza.

El resto del equipo emuló el movimiento de Sam y se arrojaron al suelo rodando, pero Fernanda
no logró actuar tan rápidamente. El zombie parca la alcanzó cayendo sobre ella al suelo.

Fernanda ahogó un grito, una lágrima se desprendió de sus ojos mientras sentía como el demonio
mordía fuertemente su cuello desgarrando su piel; Un sabor metálico invadió su boca, agrio y
asqueroso, la sangre acumulada provocó que tosiera y dejara escapar un grito de dolor tan fuerte
que parecía que su garganta iba a estallar.

Samantha se giró para verla, desenfundó su arma queriendo socorrerla pero Matías la sujetó
bruscamente del brazo y se la llevó lejos del lugar, escondiéndose en la vereda del frente.

— ¡Déjame ir! —Ordenó Sam furiosa, entre sollozos.

—Tranquilízate... observa bien. —La tranquilizó Matías a la vez que señalaba hacia la multitud de
zombies, que se dirigían hacia el cadáver de Fernanda, dejando espacio libre para poder ingresar
al edificio.

—Fernanda nos dio una oportunidad.

Samantha observaba como una multitud de monstruos caníbales se acercaban desesperados por
conseguir su pedazo de los restos de Fernanda. Los recuerdos junto a ella, en su corta estadía en
la nación Escarlata comenzaron a aflorar en su mente; Fernanda había sido la primera persona en
hablarle en ese nuevo y desconocido lugar, desde que su grupo llego hace solo un par de días.

Destacaba de ella su gran camaradería y su empeño por la preocupación de todos y cada uno de
los miembros de la nación, incluido a los más nuevos. Nunca vacilaba a la hora de ayudar a los
demás; Como aquél día en que llegaron a la nación por primera vez, era de noche y los centinelas
negaban rotundamente el paso a cualquiera que quisiera acercarse. Advirtieron al grupo de Sam
para que se marcharan o abrirían fuego sin piedad, pero luego el presidente por alguna razón en
especial los dejó ingresar a mitad de la noche, ignorando su regla de no abrirle paso a nadie en
horarios nocturnos.

Del otro lado Samantha se encontró con Fernanda, quien les brindó unas palabras de aliento y les
ofreció su hospitalidad, pues había sido ella quien había convencido al presidente de dejarlos
ingresar.
Posteriormente, Fernanda llevó a Sam y a su grupo a una visita guiada por toda la escuela, y le
enseñó todo lo que debía saber de las leyes y normas que tenían en este lugar, asi como
también, le relató un poco de la historia de cómo fue formada esta reciente nación; Sam agradeció
bastamente ese gesto de generosidad y consideró aunque fuese por un corto periodo de tiempo,
a Fernanda como una valiosa amiga.

Y en este momento, al verla siendo devorada y profanada por un centenar de bestias rugientes y
sedientas de sangre, provocó en ella un estado de descontrol total de su cuerpo. La culpa
comenzaba a pesar en sus hombros y su espalda.

Su cuerpo se sumió en el pánico, sus piernas flaquearon y cayó de rodillas al pavimento,


comenzó a temblar de rabia hacia su persona, hacia esos malditos monstruos, y hacia la maldita
situación que se le había escapado de las manos.

"Vamos a hacer una misión más difícil" le dije... que ingenua.

Mientras tanto, Matías intentaba de alguna manera hacer que su compañera reaccione, sacudía
su cuerpo, le hablaba en un tono bastante alto, casi llegando a gritarle. Pero era en vano, Sam no
escuchaba, no respondía ante nada, tenía la visión perdida en algún lugar del suelo; Su mente
seguía jugándole en contra, haciéndole la vida imposible, haciéndole olvidar el momento y el lugar
en donde se encontraban. Y el peligro.

Al final... Franco tenía razón. Esos bellos días nunca volverán, no puedo permitirme ilusionarme,
ni soñar con un futuro prometedor, cuando ya no queda futuro por delante.

De repente, Sam escuchó un fuerte golpe que la extrajo de sus pensamientos completamente;
Subsiguientemente, una sensación de pinchazos ardió en su mejilla.

Desorientada, alzó la vista hasta encontrarse con una mirada angustiante, una mirada con
lagrimas en los ojos, pero también con una mezcla de rabia e impaciencia, que se hacía notar por
las agitadas respiraciones que levantaban su pecho una y otra vez.

Sam se limitó a mirar a Noelia fijamente, quien sacudía su mano de dolor a consecuencia del
reciente cachetazo.

—Escúchame—comenzó a decir Noelia agitadamente—, se supone que tú eres la de carácter


fuerte. Si te perdemos aquí, no tendremos salvación; Más tarde tendremos tiempo de velar la
muerte de Fernanda, ahora tenemos la única oportunidad de ingresar al edificio, ¿Vienes o no?

Samantha asintió, sabía que lo que decía Noelia era cierto, mas no era la primera vez que se
enfrentaba a la muerte de un ser querido. Pero eso no le parecía escusa a la hora de despertar
sus sentimientos, simplemente no podía evitarlo. Pero debía hacerlo, por ella, por su madre, y por
Fernanda.

—Está bien—dijo Sam, finalmente poniéndose de pie—. Discúlpenme por mi debilidad ante
ocasiones como estas, no volverá a repetirse de nuevo—la muchacha secó sus lagrimas con la
palma de su mano—. De acuerdo, no perdamos más tiempo, esta misión se cumplirá cueste lo
que cueste.

El grupo de tres se encaminó hacia las puertas del edificio, la gigantesca estructura se extendía
unos veinte pisos de distancia hacia el cielo. Tenía un diseño moderno, con ventanas espejadas
que reflejaban a los edificios enfrentados.

Entraron a hurtadillas por el vestíbulo, el cual también estaba forrado de espejos en sus cuatro
paredes. Era un espacio angosto y rectangular, pero que daba a parecer que fue acogedor en sus
buenos tiempos; Ahora mismo estaba completamente destrozado, con sangre en las paredes y en
el suelo, cadáveres de todo tipo y algunos a medio comer esparcidos por el lugar.

Por suerte para el grupo, no había rastro de esos monstruos cerca. Noelia se perfiló hacia el
ascensor, pero Sam la frenó. Descartaba la idea de ascender en ascensor debido al ruido que
podría ocasionar, que alertaría a los Zombies cercanos. Optó por subir por las escaleras.

El grupo adoptó una formación de hilera en la que encabezaba Samantha, quien ascendía
peldaño por peldaño cuidadosamente, para no llevarse ninguna sorpresa delante; Detrás contaba
con el apoyo de Matías y su escopeta recortada de alcance medio, eficaz para situaciones en
donde te rodean y necesitas abrir un gran hueco, literalmente. Última estaba Noelia, quien
cuidaba la retaguardia de salvajes apariciones con sus dos pistolas en ambas manos.

Al llegar al segundo piso, Sam levantó su mano en señal de alto. El grupo hizo caso, expectante
de las indicaciones de la muchacha. Seguidamente, la hermosa chica de ojos verdes comenzó a
reconocer el terreno; La escalera daba a un pasillo que se divida en dos direcciones, a la
izquierda el camino seguía en línea recta a una distancia imposible de detectar bajo toda la
penumbra de la oscuridad. Hacia el otro lado, el pasillo también seguía en línea recta, pero a unos
cuantos metros desembocaba en lo que parecía ser un gran salón, apenas iluminado con un
atisbo de luz solar que apenas permitían penetrar las ventanas.

— ¿Por dónde?—preguntó Noelia mirando nerviosa, hacia ambas direcciones.

—Sinceramente no lo sé, hasta donde me informaron esos planos deberían estar en algún lugar
del segundo piso. Encontrar el lugar exacto está en nuestras manos—respondió Samantha,
seriamente.

—Quiero salir de este lugar lo antes posible, comencemos a buscar entonces—añadió Noelia,
mientras se perfilaba para abrir una puerta de lo que parecía ser una oficina.

Samantha no alcanzó a advertir a su compañera para que no abriera la puerta, que está ya lo
había hecho, sin repararse de lo que podría encontrar del otro lado.

Pero no había nada, una habitación a oscuras con una mesa de escritorio grande y algunos
adornos tirados por el suelo. Lo demás eran sombras que apenas dejaban adivinar que había una
silla volcada en una esquina y un archivero de chapa cerrado.

—No veo nada interesante por aquí—informó Noelia, mientras bajaba y subía el interruptor de la
luz una y otra vez, en un vano intento de encender las luces—.Y esto no ayuda en lo absoluto.

—Mierda, Noelia ten cuidado la próxima vez. Si aparecía un zombie las cosas se hubieran
complicado, hay que ir con cautela.

—Está bien, lo siento—se disculpó la joven—. A propósito, ¿Qué estás haciendo Matías?—
preguntó, ahora dirigiéndose al muchacho.

Matías, quien se encontraba cerca de las escaleras examinando algo en la pared no pareció
percatarse de la pregunta de su compañera. Samantha ante la duda se acercó y observó por
sobre su hombro que era lo que estaba tramando.

— ¿Qué haces?—preguntó Sam inofensivamente, como cual niño cuando quiere saber algo.

Matías no contestó, simplemente hizo a Sam una señal con la mano para que esperara.

El joven seguía concentrado, dedicando su atención exclusivamente a la pequeña caja de metal


que se ubicaba incrustada en la pared, con centenares de teclas e interruptores.
— ¡Bingo!—exclamó Matías, satisfecho.

Procedió a activar uno de los interruptores de la caja de electricidad, se escuchó un ligero


zumbido e inmediatamente unos segundos después, las lámparas del techo se fueron
iluminándose de sector en sector, comenzando primero por el salón, siguiendo por el pasillo,
hasta completar por alumbrar todo el segundo piso.

—Dios dijo: Que se haga la luz, y fue la luz—recitó Matías, mirando al techo con una sonrisa.

— ¡Eres genial! Ahora buscar será más fácil—lo felicitó Noelia.

Sam sin embargo, no opinaba lo mismo que su compañera, hizo ademan con la cabeza para que
ambos observaran a lo largo del pasillo y lo que vieron los dejó atónitos.

Muertos deambulantes de todos los tipos, grandes, pequeños, hombres y mujeres, obstaculizaban
el paso hacia ese sector. Sam se alegró de que los Zombies no pudiesen ver, pero debían ser
extremadamente cuidadosos de no efectuar ningún disparo o tendrían problemas con la gran
masa de bestias que acudirían sin dudar ante la menor sospecha de ruido.

Prefirió empezar a buscar por el extremo opuesto, el grupo perfiló la marcha hacia el salón,
revisando cuidadosamente puerta por puerta; Entraban en una oficina, revisaban todo y se
marchaban sigilosamente hacia otra oficina. Si se encontraban con algún monstruo detrás de
alguna puerta, Sam se encargaba de reducirlos con sus cuchillos de lanzamientos.

La tarea se alargó más de lo esperado, ya habían revisado cuatro oficinas antes de llegar al salón
y los planos no aparecían por ningún lado. Noelia era la que más asustada estaba en apariencia
exterior, debido a que Sam y Matías intentaban disimularlo, pero también sentían el miedo de ser
descubiertos ante el menor error.

Sam cuidaba la distancia entre la masa de zombies y la escalera, por si debían escapar, miraba
constantemente hacia atrás midiendo y calculando lo que tardarían en recorrer esa distancia
corriendo y si llegarían antes de ser acorralados por los monstruos. No quería volver a
equivocarse y que pasara lo mismo como con la desgracia de Fernanda.

El grupo llegó al salón, era un espacio bastante grande y espacioso, de forma cuadrada; parecía
antiguamente un lugar de recreacion en donde los oficinistas descansaban luego de largas horas
de trabajo. Las mesas estaban desparramadas por todos lados, varios cadáveres se encontraban
descansando en el suelo, y en la ventana se apreciaba un gran hueco por el cual Sam dedujo que
debía de ser por ahí donde se filtraba la luz del sol cuando todo estaba sumido en la oscuridad.

Pero de todo el devastador paisaje, lo que más llamaba la atención era una figura sentada del
lado de los ventanales; Estaba ubicado de espaldas a los chicos, pero dedujeron por el cabello
largo y la pequeña estatura, que se trataba de una simple niña.

La niña se encontraba jugando con algo, el grupo no podía discernir bien qué, pero Noelia intentó
acercarse a ella para ayudarla.

Sam la tomó del hombro y le impidió alejarse negándole con la cabeza que no debía seguir.
Noelia asintió un tanto preocupada, se volvió a mirar a la niña y ahogo un grito al encontrarla
ahora de pie mirándolos fijamente.

—Mierda—balbuceó Sam al identificar al tipo de zombie que tenía en frente.

Era un tipo raro, uno que abundaba menos que los merodeadores, pero que eran cien veces más
peligrosos.
— ¿Qué mierda...?—Preguntó atónito Matías—, ¿Y esas uñas?

—No hay tiempo de explicarlo, este es distinto a los demás... ¡Debemos correr ahora!

—Espera, espera ¿Correr? Es solo una niña. Está bien, tiene unas lindas uñas pero es solo uno.
Lánzale uno de tus cuchillos y listo.

Sam sentenció con la mirada a Matías, procedió a quitar uno de sus cuchillos de su corredera y lo
lanzó rápidamente a la cabeza de la niña. La misma al ver la acción de su atacante se defendió
alzando su garra y desviando el trayecto del cuchillo. Luego, bramó un gruñido haciendo notar su
furia. Sam volvió a mirar a Matías.

—Está bien, capto la indirecta.

—¡¡Aaaaaaaahhh!!

Samantha y Matías se alarmaron ante el repentino grito de su compañera, y se giraron para ver
que sucedía.

Noelia se encontraba tirada en en el suelo; Del susto al ver que la niña había saltado hacia ella,
cayó hacia atrás sentada; Por suerte, la pequeña monstruo no llegó a alcanzarla de lleno, pero
tenía una de sus garras incrustadas en el tobillo de la muchacha, que volvió a dar otro grito
desesperado de dolor.

Samantha, tomó a Noelia de los brazos tironeándola hacia atrás, para alejarla de la bestia, pero la
maldita niña no parecía tener intenciones de soltarla tan fácilmente, seguía aferrada a su tobillo
aguantando las patadas incesantes que Noelia le propendía con su pie sano.

Samantha no terminó de sacar uno de sus cuchillos, cuando Matías ya había disparado a la niña
con su escopeta, esparciendo por toda la pared los pedazos del diminuto cuerpo del monstruo,
que quedó reducido a una masa de sangre y carne, indistinguible de discernir para quien no
presenció el acto.

Noelia seguía en el suelo quejándose del insoportable dolor de su tobillo, aguantando con todas
sus fuerzas de no hacer más ruido del que ya había hecho.

—No te preocupes, te sacaremos de aquí—dijo Matías, en un intento de calmarla.

—No tenemos tiempo—advirtió Sam—. Llévala contigo y síganme.

Rápidamente, el joven obedeció, tomó a Noelia entre sus brazos y la alzó; Sam los guió por el
pasillo intentando llegar lo más rápido posible hacia las escaleras antes de que los zombies del
otro lado del pasillo les corten el paso.

Como era previsto, varios de los monstruos se percataron del disparo de la escopeta y los gritos
de Noelia; Y se dirigían desesperadamente hacia su posición, Matías corría lo más rápido que
podía pero era inútil, no podía alcanzar a Sam. Rendido y agotado, aligeró el paso y perfiló a
entrar a una de las oficinas y dejó sentada a su compañera herida en el suelo.

Luego, se dirigió hacia Sam quien estaba fuera de la oficina esperándolo.

— ¿Qué haces? Nos queda poco—preguntó Sam desesperada por seguir corriendo, tanto que
daba pequeños saltos para contener el impulso de su adrenalina.
—No llegaremos, ¡vete! Consigue ayuda, yo cuido a Noelia—ordenó Matías empujando por la
espalda a Sam para que siguiera corriendo—. Te esperaremos aquí, no iremos a ningún lado, ¡ve
ya, de una vez!

Y terminado de decir la frase, Matías cerró la puerta de la oficina y la trabó con un gran escritorio
que encontró. Del otro lado de la puerta se escuchaban los murmurios y quejidos de los zombies
que perseguían a Sam. Ambos quedaron en silencio por un tiempo hasta que Noelia rompió el
silencio.

—Esto no me gusta nada—dijo Noelia entre sollozos.

—Tranquila Noelia, no pienses en ello. Vamos a salir de esta, ya lo verás —la tranquilizó Matías,
mientras utilizaba una manga de su camisa a cuadros para cubrir la herida.

La muchacha secó sus lágrimas con la palma de sus manos y procedió a regalarle una sonrisa
forzada al joven. Sus miradas se cruzaron unos segundos, unas miradas gélidas y llenas de
temor.

Luego, la joven desvió la vista hacia una puerta de la oficina en la que se encontraban, del otro
lado seguían escuchándose gemidos iracundos y golpes incesantes.

— ¿Crees que lograran pasar? —preguntó la muchacha en un susurro.

El joven dirigió la vista a la puerta de la misma forma que la chica—espero que no. Pero quédate
tranquila... —. Dijo, mientras se dirigió a la ventana de la oficina y observó hacia abajo, dos pisos
de distancia los separaban del suelo—Sam no tardará en regresar...

— ¿Cómo estas tan seguro?, ¿Y si no llega?

—Lo hará, ella es muy rápida corriendo.

— ¿Y si me convierto en zombie antes de que llegue?—preguntó angustiada Noelia desviando su


mirada hacia la herida.

—Eso no pasará, no estás infectada. No te mordieron, simplemente te cortaron.

Noelia quedó en silencio, mientras Matías comenzó a recorrer la oficina.

—Este lugar—comenzó a decir mientras observaba con detenimiento unos cuadros colgados en
la pared—. No lo hemos revisado antes ¿O sí?

Noelia echó un vistazo por la oficina.

—Sí, lo hemos revisado ya—contestó con voz apagada—. Lo he revisado antes de que
prendieras las luces, a oscuras. Pero no me había metido a observar a fondo.

—Interesante—contestó Matías mecánicamente, mientras recogía del suelo un letrero de los que
van en el escritorio de los empresarios—. Aquí dice, "Jefe maestro mayor de obras: Raúl
Sacramento".

— ¿Lo conoces?

—No, pero deduzco una cosa—dijo Matías tratando de contener su emoción. Se dirigió al
escritorio y comenzó a revisar los cajones buscando algo.
Noelia simplemente lo observaba sentada en el mismo lugar donde él la había dejado.
— ¿Qué cosa deduces?—preguntó confundida.

Matías no respondió; Noelia entendió que cuando se enfocaba en algo, no había cosa que decirle,
no prestaría atención, por lo que decidió esperarlo.

— ¡Bingo!

—Deja vú...—musitó Noelia.

— ¡Lo encontré!—exclamó Matías ansioso, quien se acercó a Noelia rápidamente arrodillándose


en el suelo con unos papeles en la mano.

— ¿Qué es esto?

—Son los planos, de las alcantarillas y metros subterráneos, con sus salidas y entradas; y no solo
eso, hay un plano de toda la maldita ciudad, con puntos de intereses estratégicos, no tiene que
ver con el mapeado subterráneo, pero también puede servirle al presidente Máximo.

Noelia no pudo evitar abrazar a Matías de la emoción.

«Bien—pensó— no puedo permitirme abandonar ahora, Noelia esta herida y Matías confía en que
vuelva».

La joven muchacha de ojos esmeralda, se incorporó a la vez que ajustaba la colita de su cabello;
Luego, se dio dos palmadas en la cara con la intención de espabilarse y prepararse mental y
físicamente, para enfrentar la gran masa de zombies que se encontraban esparcidos por todo el
exterior del edificio.

«Piensa, Samantha ¿Cómo salgo de esta? Son demasiados y sentirían mi presencia enseguida—
meditó— teniendo en cuenta que cuando salí anteriormente, me encontré con dos de la clase
gigante, y también no hay que olvidarse de los dos rápidos que mataron a Fernanda, y que deben
seguir por ahí».

—Mierda.

La situación estaba difícil, muy difícil para que una sola persona pueda encararlo. Sam llevaba el
peso de la muerte de Fernanda en sus hombros, y ahora se sumaba la responsabilidad de traer
ayuda para Noelia, quien se encontraba mal herida, y por más que lo repasara una y mil veces
por su mente, no tenía idea de cómo poder escapar de la horda de zombies que se encontraban
fuera, rodeando ambas salidas de la calle; contaba con su pistola Beretta modificada, la cual no
había tenido oportunidad de usar todavía, de un diseño particular, de color rojo en la parte
superior, con unos detalles dorados en los bordes, que había conseguido robándole al misterioso
muchacho de la ruta.

« ¿Qué será de ese chico?—se preguntó, olvidándose por un momento del resto de sus
problemas—, espero que siga vivo, todavía me da un poco de pena haberlo dejado ahí sin mucha
ayuda, debió sentirse muy mal».

—No espera, Sam ¿Qué estas pensando ahora? Tienes cosas más serias en que enfocarte— se
dijo a sí misma en voz alta. Luego soltó un largo suspiro llevando hacia atrás su cabeza.

«Dios... que silencio—dijo interiormente, y casi un segundo después sintió un leve pinchazo en la
boca del estomago, su piel llego a erizarse y una duda se implantó como fuego en su cabeza, una
duda tan evidente que se sintió muy estúpida de no haberse percatado con anterioridad—,
¿Silencio?, ¿Por qué todo está tan callado?»
La joven pegó su oído en la puerta de madera que separaba el ascensor del pasillo del vestíbulo,
en un intento de oír aunque fuese un mísero quejido de aquellas bestias. Pero no escuchó nada.

Con su arma en mano, decidió finalmente salir del claustrofóbico lugar donde se refugiaba. Abrió
lentamente la puerta, para observar un poco el panorama, y al no ver nada se animó a seguir su
camino; cruzó por el vestíbulo nuevamente, tratando de sortear los cadáveres que había matado.
Y al llegar afuera un escalofrió invadió su cuerpo, no estaba segura de que sentimiento debería
aparecer en esta situación.

Se alivió al no ver a la gran masa de zombies que rodeaban el lugar, había muchísimos menos,
quizás ocho o nueve deambulando, pero que no merecían la pena su atención.

Era demasiada la suerte que tenia, por lo que también sintió un poco de miedo; pero no era ahora
el momento para razonar, las cosas pasaron por alguna divina razón, pero su prioridad estaba
primero, y esa era Noelia.

Comenzó a correr en dirección a la guarida de la nación Escarlata, corrió tan rápido como sus
piernas eran capaces; Recordó ataño, en la escuela secundaria, ella era la más rápida de su
clase, inclusive más que los chicos. Participaba en distintos concursos de atletismo, correr era su
vida, le encantaba la sensación del viento deslizándose por su cara; mientras más rápido podía
correr, más se entusiasmaba la joven oji oliva.

En un apocalipsis, el correr es algo primordial para escapar de situaciones peligrosas; Incluso


notaba que con la ayuda de la adrenalina activa en su organismo, las carreras podrían llegar a
niveles altísimos; siempre se preguntó si era esa la razón de la famosa "Corrida de toros", y en un
rincón muy profundo de su ser, le hubiese gustado haber participado de dichas corridas.

Ya estaba muy cerca de la esquina en donde tendría que doblar a su izquierda y finalmente
estaría en la línea de visión de los centinelas, podría pedir ayuda y rescatar a Noelia y Matías.
Todo iba viento en popa, pero en el mar uno nunca puede confiarse; en la vida tampoco.

Justo en ese preciso momento, como un cachetazo del destino, se escuchó un feroz bramido,
seguidamente, un zombie de la clase rápida apareció de repente atravesando ferozmente una
puerta de vidrio de un local, que Sam había cruzado hace unos segundos. La muchacha se
encogió de hombros ante el sonido de vidrios estallando, pero no dejó de correr en ningún
momento.

El zombie se acopló rápidamente a la carrera de la muchacha, igualándola en velocidad en tan


solo unas cuantas zancadas. La bestia se encontraba ahora en la vereda opuesta de donde Sam,
justamente del lado izquierdo, donde debía virar para dirigirse a la nación. Maldijo en su mente, la
suerte volvía a golpear.

En contra de todos sus deseos de alejarse de la nación no le quedó alternativa que girar por la
esquina y dirigirse hacia su derecha, del lado completamente opuesto a su objetivo. El zombie
emuló los movimientos de la muchacha siguiéndola de muy cerca por detrás. Ahora detestaba
completamente la idea de participar en una corrida de toros.

En el camino, un pequeño grupo de cuatro merodeadores se encontraban devorando un cadáver,


Sam los evadió con facilidad saltando por encima de ellos, el zombie de tipo rápido no fue tan listo
y chocó contra todos revolviéndose por el asfalto. Le costó retomar el ritmo nuevamente, lo que le
brindó a Sam una ventaja de distancia considerable, que no pensaba desperdiciar.

Se detuvo en seco, giró y apuntó a la bestia con su arma, inhaló profundamente y mantuvo el aire
en sus pulmones, intentando mantener la mayor serenidad posible ante el excesivo temblor de
sus manos; Enfocó la mira a la cabeza de la bestia, quien venía dando zancadas agresivas
acercándose cada vez más, y disparó.

El disparo no fue certero, dio en el pecho de la bestia, quien se derrumbó en el suelo, pero
inmediatamente se incorporó; Sam aprovechó la pausa para volver a efectuar otro disparo más.
La cabeza del zombie estalló, el disparo dio justo en medio de su cara, y su cuerpo cayó hacia
atrás de forma irregular.

La joven volvió a respirar aliviada, exhalando todo el aire que había mantenido, mucho más
adelante venían los zombies lentos intentando cazarla. Pero no les prestó demasiada atención,
después de vencer a uno de clase rápida, estos serían pan comido.

Perfiló a caminar, pero un sorpresivo ruido encendió una alarma en su interior; el sonido le pareció
al chirrido de las ruedas de un auto cuando derrapan, y se escuchaba demasiado cerca, se giró
rápidamente y automáticamente su cuerpo se petrificó.

Una gran maquinaria de chapa y carrocería, de poco más de una tonelada, se dirigía hacia ella a
una velocidad imposible de evadir, Sam se sorprendió de lleno; no esperaba para nada que un
auto estuviese circulando por la ciudad, debias estar chiflado para manejar un vehículo por un
criadero de zombies que acuden ante el menor ruido. Su cuerpo estaba como un junco, clavado
en el suelo sin mover si quiera un musculo.

El vehículo se perfiló de costado y frenó a una distancia muy peligrosa de la muchacha, quien
simplemente atinó a encogerse de hombros por el susto. Su visión alcanzó al asiento del
acompañante del conductor, en donde se encontraba un chico con una gorra de lana verde, el
cual le pareció una ridiculez en estos días soleados de calor. El joven cruzó miradas con ella,
evaluándola de arriba abajo; cuando se decidió a bajar la ventanilla, Sam notó que hizo ademan
de comenzar a hablarle, pero fue rápidamente interrumpido por otra mano que provenía del
asiento del conductor, la cual sostenía una pistola que apuntaba a nada más y nada menos que a
ella.

Entre una mezcla de sorpresa y confusión, la joven se agachó un poco para ver quién era el autor
detrás de la amenazante arma.

— ¿Tu?— preguntó Samantha atónita; el hecho de reconocer a la persona que la amenazaba era
por mucho, más sorprendente al hecho de que la estuviese apuntando. Era el chico que le habian
robado en la ruta.

Una mezcla de emociones surgieron en menos de un segundo; estaba aliviada por el hecho de
que el joven no hubiese muerto por su culpa, reconoció también el auto en donde se encontraba,
era el mismo que ella le había dejado en el pueblo anterior para que pudiera salvarse. También el
arma que usaba era la misma que ella le ofreció. Todo había resultado como ella lo había
planeado; pero claro, no contó que el joven se hubiese tomado muy a pecho el robo y quisiera
matarla, pensaba que con los regalos que le había ofrecido la deuda estaría saldada. Parece que
no fue asi, ahora sentía rabia hacia ella misma por ayudarlo, mezclada con una fuerte decepción
hacia el muchacho.

—Bien... Sam ¿Verdad? Te lo preguntaré una sola vez, si no contestas lo que quiero... esos
lindos amigos tuyos tendrán un jugoso almuerzo—amenazó fríamente el joven.

— ¿Qué, Sam? — preguntó el otro sujeto mirando nuevamente a la muchacha—, ¿Ella es tu


admiradora?

— ¿Admiradora? —preguntó Sam, confundida.


— ¡Contéstame!—interrumpió bruscamente, el chico de cabellos en punta—. ¿Has leído mi
diario?, ¿Alguien más lo leyó? Y, ¿Dónde está ahora el diario? Dímelo.

— ¿Qué?, ¿Tu diario?, ¿Todo esto es solo por tu diario? —preguntó Sam algo alterada y
nerviosa. No tenía tiempo para perder con un loco de turno que solo quería su estúpido diario,
necesitaba llegar rápidamente a la nación Escarlata para conseguir ayuda para sus amigos, y no
tenía intenciones de perder más tiempo con este particular dúo.

—Respuesta equivocada—dijo seriamente el muchacho, y disparó.


Sam ante la sorpresa ahogó un grito y cerró los ojos en un acto reflejo; seguidamente escuchó
varios disparos más, que por más que hayan sido pocos, no los llegó a contar del susto y el
miedo. Contrajo sus músculos, y su estomago imaginando el dolor de una bala atravesándola.
Pero abrió los ojos automáticamente al darse cuenta que ninguna había impactado en ella, y
observó hacia su retaguardia como el grupo de zombies que la seguía ahora formaban parte del
decorado de cadáveres que tapizaban las calles.

—Sube vamos, ¿esperas invitación? — preguntó el muchacho que manejaba, mientras guardaba
su arma.

Samantha siguió en su lugar sin mover un musculo, el joven al observar su duda creyó pertinente
darle una explicación, tanto a ella, como a su compañero que lucía igual de sorprendido y
asustado.

—Dije, "respuesta equivocada"—comenzó a explicar dando vueltas con su mano, como


restándole importancia a esas palabras—. Pero tu reacción fue la correcta—concluyó, con una
sonrisa que inspiraba, o confianza, o locura.

— ¿A qué te refieres con correcta?

—A que si hubieses leído mi diario, hubieras reaccionado de distinta manera, créeme, esta era la
mejor forma de cerciorarme. Cuando te pregunté sobre eso, me respondiste con otra pregunta, en
vez de hacer lo que un mentiroso haría para salvar su vida; ocultarme la verdad y responder lo
que quiero oír sin más, ignorando el peligro que corremos al estar aquí—el joven giró su cabeza
en dirección a la calle por donde habían llegado; dos zombies gigantes doblaron de la esquina y
comenzaron a correr rumbo al vehículo, seguido de una horda de zombies que iban tras las dos
moles bestiales—.

Dicho sea de paso, mejor sube ahora antes de que nos hagan puré a los tres.

La joven obedeció y subió rápidamente al asiento trasero; el joven maniobró el auto y quemó
llantas a toda velocidad para alejarse lo máximo posible de la horda.

— ¿Por dónde? —preguntó el joven al volante.

— ¿Por dónde, qué? —contra preguntó Sam, desorientada.

— La nación Escarlata, ¿Dónde queda?

— ¿Vas a llevar a toda esta horda a la nación?

— ¡No, discúlpame! Ya mismo me bajo y los enfrento yo solo, a las trompadas. Vamos,
¡Ayuda un poco!

Samantha lo pensó dos veces antes de darles indicaciones a dos desconocidos; pero la situación
no permitía otra salida, debía decirle la verdad.

—Sigue derecho, por esta misma calle. En la otra cuadra verás una escuela en la mano derecha,
con un enrejado de seguridad y torres con centinelas. Seguramente ya nos vieron, por lo que ten
cuidado de no hacer nada estúpido, o dispararán. Deja que yo baje primera al llegar.

El joven puso quinta marcha y aceleró a tope. El zumbido del motor fue subiendo gradualmente
hasta llegar al punto máximo. Se alejaron considerablemente de las bestias, y un poco antes de
llegar a las puertas de la nación, el auto derrapó sobre su eje y giró en un ángulo de ciento
ochenta grados, quedando enfrentado a los perseguidores.
Sin perder tiempo, Samantha bajó del vehículo con los brazos en alto y comenzó a llamar a los
centinelas de la nación alertándolos de los zombies que se aproximaban.

Los mismos la reconocieron y se pusieron manos a la obra; un par de centinelas fueron


directamente al despacho del presidente, un breve momento después, una luz roja ubicada en
cada sector de las habitaciones comenzó a girar, sin efectuar ruido alguno, debido a que colocar
una alarma auditiva lo único que ocasionaría seria atraer a más caníbales.

Todas las personas en la escuela comenzaron a movilizarse, los hombres subían al segundo piso
en busca de armas y munición a la sala de armamentos; algunas mujeres y los ancianos
ayudaban a los niños a refugiarse en las distintas habitaciones. Otras mujeres acudían con los
hombres a ahuyentar el peligro.

Otro grupo de centinelas comenzó a disparar a la horda desde sus torres con rifles de franco
tirador, en un intento de reducir la masa que se aproximaba a la distancia. Pero la amenaza
mayor venia a toda velocidad, en forma de tres metros de grandes músculos perfectamente
proporcionados a su putrefacto cuerpo.

El portón de la primera entrada de la escuela se deslizó hacia un lado abriéndose completamente,


luego repitieron el proceso con la estructura de las rejas que cumplía su función de segunda
entrada; un vasto grupo de personas, hombres y mujeres, salieron del portón y se dirigieron en fila
a cubrir todo el sector de la calle, arremetiendo y disparando contra la mole, a quien no parecía
hacer daño alguno las balas.

Zeta y Rex, que por el momento presenciaban el espectáculo, no tardaron en bajarse del vehículo
para ayudar en la batalla. Samantha se acercó a ambos y les ofreció una carabina veintidós, la
cual Rex aceptó debido a que era el único sin armamento. Hizo ademan de disparar una vez pero
bajó el arma, y repitió la operación unas cuatro veces hasta que su organismo psíquico le dejó
empezar a disparar. Maldijo cada vez que bajó el arma.

Sam lo miró confundida pero no le dio mucha importancia, comenzó a disparar al gigantesco
zombie, pero este simplemente recibía los disparos sin inmutarse, como si las balas fueran gotas
de agua, solo que estas eran de plomo, y rebotaban de su coraza de músculos hacia múltiples
direcciones.

—Esto no avanza—dijo Zeta dejando de disparar para ahorrar su munición—. Ese mal nacido
debería haber muerto con un disparo de un rifle de largo alcance, ¿A qué mierda le disparan tus
centinelas?

Samantha dio un vistazo rápido a los centinelas y luego trató de seguir la línea de los disparos
con la vista; notó que el chico tenía razón, no disparaban a la mole, disparaban a los demás
zombies de atrás.

—Déjalo, yo lo arreglo—dijo Sam y se dirigió hacia la puerta, tratando de estar lo más cerca
posible de una centinela que se ubicaba en una de las torres—. ¡Anna! ¿Me escuchas? ¡Dispara
al más grande, por favor!

La centinela: Anna, tenía la piel morena, de estatura bastante pequeña para lo que aparentaba su
edad; al darse cuenta del llamado, miró de reojo a Sam y le profirió un sutil guiño, sin cambiar en
ningún momento la fría expresión de su rostro. Sacudió su cabello negro apartándolo de sus
oscuros ojos y apuntó directamente al zombie gigante.

Anna tenía en sus manos un potente fusil francotirador retráctil, la culata podía adaptarse para
usarse a larga distancia, como también a distancia media; y el caballete tiene la particularidad de
poder resguardarse, para ser usado también como fusil de mano. Una reliquia de última
generación armamentística.
La centinela tardó dos segundos exactos en preparar el disparo y efectuarlo con éxito; la bala
surcó el aire y se dirigió en medio de la frente del zombie gigante, quien dio tres pasos antes de
caer como una bolsa sin vida, a una distancia muy cerca del grupo de personas que estaba
formado disparando.

Anna levantó el dedo pulgar a su compañera en señal de éxito, Sam se lo devolvió gustosa y
sorprendida de sus habilidades y su fina puntería.

— ¡Sam!, ¿Qué pasó?, ¿De dónde salieron todos estos bichos?— preguntó una voz familiar para
la muchacha.

— ¡Franco, que placer verte! , no sabes lo que he pasado. Hubo un problema en la misión, la cosa
se salió de control, Matías y Noelia están atrapados en un edificio a unas manzanas de aquí, y
Fernanda— hizo una pausa, agachando su cabeza—. Fernanda, está muerta. Y ni siquiera pude
completar la misión.

—Tranquila, tranquila, exceptuando lo de Fernanda, el resto tiene solución. No te atormentes,


primero debemos encargarnos de estos bichos, al menos el más grande ya ha caído—dijo
Franco, alzando la vista para visualizar la horda que se aproximaba por la calle—. Pero bien
parece, que lo tienen bajo control, no me va a hacer falta usar esto— señaló una granada
enganchada a su cinturón.

—Gracias, tienes razón— agradeció Sam con una sonrisa—. ¿Dónde conseguiste eso?

—No es la única, hay más. Las rescaté en mi última misión de limpieza, el presidente Max me
ofreció una habitación más grande por el hallazgo.

—Interesante...— murmuró Zeta por lo bajo y de brazos cruzados mirando desde lejos a Sam y a
su reciente compañero.

— ¿Qué cosa? — preguntó Rex, dejando de disparar y siguiendo la vista de su compañero—. Oh,
ya veo, tienes competencia amigo.

—No eso no, mira con atención a ese sujeto. Corte americano, botas militares, y con una
granada. Me la juego que este tipo estuvo en la nación militar.

—Nación oliva, querrás decir.

— ¿Asi se le dice?

—Si, en realidad es una jerga. Nación militar fue hace tiempo, ahora le dicen Oliva, con el reciente
incorporo de las otras naciones.

—Entonces, ¿La nación Oliva fue la primera en asentarse?— preguntó Zeta con interés.

—Exacto, aunque era de esperar. Los militares siempre tuvieron más recursos que cualquiera,
contando desde armas, hasta vehículos de todo tipo. Es la nación más poderosa—respondió Rex
con seriedad—. Pero solo aceptan a militares y en su defecto, familiares de militares. De civiles
nada, bueno... quizás alguna que otra excepción. Por eso mismo vengo a la nación Escarlata;
creada para cualquier persona que quiera colaborar, sin distinción de ningún tipo.

Zeta se sorprendió de los vastos conocimientos de su compañero sobre las naciones, y se sintió
en desventaja de no saber algo que cualquier otra persona si sabría, dado que él solo había
escuchado de la nación escarlata por rumores, y culpaba a su maldita amnesia por su ignorancia.
Algo debió pasar para que su inconsciente no quisiera recordar ese pedazo de vida que había
decidido olvidar y su nombre; por otro lado, también su mente lo torturaba a toda hora con ese
sueño que había tenido descansando en su vehículo, el cual se había repetido ya varias veces
con anterioridad. Muchas preguntas resonaban en su cabeza, pero de algo estaba seguro, ese
sueño posiblemente está relacionado con lo que su amnesia le oculta. Y va a hacer lo que sea por
comprenderlo a fondo.

—Esa horda es interminable—se quejó Rex, mientras disparaba—. Por suerte, no pasan de la
esquina, estamos seguros aquí.

Zeta se había olvidado completamente de los zombies, volvió a observar la horda de centenares
de monstruos que caían de uno en uno, gracias a la intervención de la nación Escarlata; luego
cambió la vista al grandote tendido en el suelo con un gran agujero en la parte posterior de su
cabeza, al parecer, la bala había traspasado su cráneo limpiamente.

—Hay algo raro aquí, ¿no te parece?— preguntó Zeta seriamente, sin quitar la vista del grandote.

— ¿A qué te refieres?

—Corrígeme si me equivoco... pero, ¿No eran dos? Los grandotes que nos perseguían.
Rex miró a Zeta con una expresión de terror, que le afirmó que tenía la razón. Solo uno de los dos
grandotes se encontraba en el lugar, aquel que había reducido la centinela.

— ¡Tienes razón! ¿Dónde se metió el otro?—preguntó Rex observando más allá de la horda, pero
sin lograr saciar su duda—, ¿Se habrá marchado?

—Lo dudo, las actitudes de los zombies especiales no son tan predecibles como la de los
normales.

Inmediatamente, Zeta sintió un frio correr por su cuello, un miedo impensable emanó de su
interior, no quería hacerlo, pero sintió la necesidad de cerciorarse; observó hacia atrás, a la calle
opuesta de donde se encontraba la horda. Y prefirió mil veces, no haber mirado.

Esa tremenda mole de tres metros venia por la retaguardia, doblando por la esquina, y corriendo a
toda velocidad hacia ellos. Zeta quedo atónito, no creía lo que veía; el zombie los había
flanqueado, había elaborado una estrategia, un plan. O había tenido demasiada suerte, no,
descartó eso. Definitivamente había tenido una acción premeditada, como la de arrojar objetos.

«No, vamos... ¡Piensa! ¿Qué hago ahora? Un muerto no puede superarme en estrategia, ¡No
puede!»

Casi como una luz al prenderse, una fugaz idea pasó por su mente. —Te demostraré que eres
inferior, bestia de porquería—dijo Zeta con una sonrisa de confianza—. Voy a necesitar esto—
dijo, a la vez que sacaba el cuchillo que tenía guardado Rex.

Luego, se dirigió rápidamente hasta Sam y su acompañante, y le extrajo sin que se diera cuenta,
la granada que tenía en el cinturón.

— ¡Lo tomaré prestado! —le gritó mientras se alejaba y subía velozmente al auto.

— ¿Eh, que mierda...? ¿Quién es ese tipo? Espera... yo lo conozco—dijo, volviendo la cabeza
violentamente hacia Sam—. ¿Es al que le robamos la casa rodante?

El vehículo salió circulando hacia atrás, Zeta clavó el freno de mano y giró completamente el
volante hacia un lado, provocando que el vehículo diera un giro, luego, rápidamente colocó
primera marcha y pisó a fondo el acelerador, continuando su recorrido directamente hacia el
grandote.

Zeta fue aumentando la velocidad del vehículo rebasando los cien kilómetros por hora; luego, con
una mano se colocó el cinturón de seguridad, soltó el volante y cruzó los brazos protegiéndose el
rostro del inminente golpe.

—Ojalá los airbag funcionen bien...

El zombie al ver la carrocería de chapa y ruedas dirigiéndose a toda velocidad hacia él, frenó su
carrera en seco, expandiendo sus brazos para recibir de lleno el impacto. Y asi fue, el auto chocó
frontalmente contra la bestia; la carrocería se alzó en su parte trasera, el capó del auto se plegó
hasta la mitad, como cual acordeón, los vidrios se resquebrajaron, y los airbag saltaron
protegiendo al joven de un golpe seguro al volante.

El zombie recorrió un par de metros hacia atrás, con el auto aferrado a sus abominables brazos;
enfureció, soltó un gruñido aturdidor y comenzó a alzar el vehículo con ambas manos, ejerciendo
una fuerza sobrehumana que hasta al mismo monstruo parecía dificultársele.

Sam al presenciar el suceso, advirtió rápidamente a Anna para ayudar al desquiciado joven en su
acto suicida. La centinela intentó apuntar con su rifle a la bestia, pero el vehículo se interponía en
su visión imposibilitando un disparo certero. La muchacha, se limitó a negar con rabia la cabeza a
Sam, por la impotencia de no poder ayudar.

Samantha volvió la vista hacia el vehículo, el zombie cada vez ejercía más fuerza sobre los
laterales del auto, presionando y achicharrando la estructura, intentando aplastar en su interior al
joven. En cuestión de segundos el muchacho seria parte de una esfera de metales y chapas.

—Yo lo haré—dijo Franco, apuntando con su ametralladora AK-47 a la bestia.

— ¡No dispares! — ordenó Rex interponiéndose en la línea de fuego de Franco—.

Podrías lastimarlo, o incluso matarlo. El hizo esto para que nos enfoquemos en los zombies de la
otra calle—apuntó en dirección a la esquina donde se conglomeraban los dichos monstruos—. No
se concentren en el grande, él se encargará.

— ¿Cómo lo sabes? —preguntó Sam con una notoria preocupación.

—No lo sé... pero lo he visto en acción, y siempre lo hace. Tiene esa capacidad de evaluar y
anticiparse a la situación en un segundo; y de saber lo que tiene que hacer y como lo tiene que
hacer. De momento, sigámosle el juego, y destrocemos a todos los zombies que faltan—
respondió Rex con extrema seriedad en sus palabras.

En ese momento, un zombie parca se separó del montón y avanzó zigzagueando y evadiendo
multitud de disparos; luego, dio un gran salto ascendiendo tres metros sobre el suelo, pero en el
aire fue alcanzado por un proyectil de Anna que le acertó en la cabeza y cayó a toda velocidad
muy cerca de Franco, quien tuvo que agacharse para que el cadáver pasase de largo.

—A esto me refería— explicó Rex, mirando el cadáver que casi alcanzó a Franco— no podemos
descuidarnos ni un segundo, tenemos que cubrir esta posición.

—Bien, espero que tu amigo sepa lo que está haciendo—aceptó Franco—. Al menos, que nos
sirva de distracción hasta que terminemos con estos malditos bichos—.

Concluyó, y comenzó a disparar a la muchedumbre de muertos vivos.


Rex y Sam voltearon a ver por un momento a la mole, que seguía en el intento de aplastar el
vehículo suspendido en el aire con sus brazos. Zeta, quien seguía dentro, utilizó el cuchillo de Rex
para cortar el colchón de aire del airbag, y poder tener más libertad de movimiento.

—Hola copia barata y fea de Hulk, vamos a jugar un poco— dijo Zeta en tono irónico, mientras
desenfundaba su arma y disparaba contra el parabrisas del vehículo trazando un círculo con cada
hueco de bala.

Seguido de eso, desabrochó su cinturón y se aferró al respaldo del asiento con un brazo para que
la gravedad no lo estampillara al parabrisas; luego, comenzó a patear el virio en la zona del
círculo, intentando desencajarlo por completo del auto.

—Mierda, nunca es tan fácil como en las películas ¿Verdad?— se quejó, luego de haber pateado
unas cuantas veces sin resultado alguno.

El auto emitió un crujido metálico indicándole que le quedaba poco tiempo para permanecer ahí, y
se elevó incluso más; volvió a intentar con las patadas, esta vez, con ambas piernas y sujeto a los
dos asientos para no caerse.

La estructura se zafó, el vidrio cedió y cayó a la cara del monstruo quien emitió un quejido furioso
y presionó con más fuerza el vehículo, reduciéndolo cada vez más.

—Vamos grandote, necesito que cooperes—dijo, mientras ascendía trepando dentro del vehículo,
buscando una posición más cómoda en el asiento trasero—. Necesito que abras tu boca, vamos
no seas tímido.

El gigante, como si de contradecirlo se tratase, no hacía caso a los pedidos del joven,
entreteniéndose con aplanar más el auto. Zeta suspiró y procedió a desenfundar su arma
nuevamente y darle un disparo, que concluyó en el ojo de la bestial mole. Esta se enfureció y
bramó un sonoro y profundo grito ronco.

—Que predecible...— dijo el joven, satisfecho, mientras sonreía.

De su bolsillo, sacó con una mano la granada que había tomado prestada del sujeto que estaba
con Sam; y luego con su boca procedió a quitar el seguro en forma de anillo, y lo dejó descender
hasta caer en la gigante boca del furioso zombie. La granada ingresó por su garganta atorando a
la bestia, quien emitió un quejido muy agudo y largó el vehículo dejándolo caer a sus pies.
Rápidamente, Zeta se incorporó a la caída y pateó la puerta trasera del auto abriéndola
bruscamente, salió a rastras lo más rápido que su adolorido cuerpo le permitió y se resguardó
detrás del auto.

Mientras tanto, el zombie gigante seguía emitiendo fastidiosos sonidos con su garganta a la vez
que tosía continuamente. Luego, en un segundo, su cabeza estalló, saltando hacia el cielo, una
seca explosión amortiguada por la garganta de la bestia se dejó escuchar por algunas personas
que disparaban, y que se vieron obligados a girarse de la curiosidad.

Más de uno abrió involuntariamente su mandíbula al apreciar al endemoniado gigante sin su


cabeza y su cuerpo inerte cayendo precipitadamente al suelo.

Sam miró atónita la escena, pero Franco ordenó rápidamente a todo el mundo que siguiera
disparando; de todas formas, no faltaban muchos zombies para terminar la tarea. Los centinelas
prosiguieron con su trabajo, encargándose de los últimos que quedaban, mientras el resto de la
gente curiosa se acumulaba en la puerta para esperar al misterioso héroe que había destruido un
zombie gigante por sí solo.
Zeta, quien había vuelto al vehículo para sacar de ahí un par de bolsos grandes, se dirigió
finalmente hacia la escuela. Un semi círculo de personas se agruparon para recibirlo, pero no de
la manera que esperaba. La mayoría susurraba cosas al oído de otras personas que tenían a su
lado, otras miraban fijamente al muchacho y se aferraban con miedo a sus armas. El ambiente era
tenso y todos se encontraban muy nerviosos y asustados por el reciente conflicto.

Uno de los hombres que se encontraba en el semi círculo, se acercó a Zeta a paso decidido. Era
bastante alto, incluso más que Rex, las definidas arrugas en sus ojos y su rostro, daba una
impresión de tener unos cuarenta años o quizás más; su corta cabellera estaba perfectamente
peinada hacia un lado, e iba vestido casualmente con un pantalón de vestir crema y una camisa
salmón. El hombre miró a Rex de reojo y zarandeó la cabeza para que se agrupara con su
compañero, el joven obedeció sin chistar.

Ambos ahora, tenían las miradas de todos los presentes clavados en ellos; unas miradas
distantes llenas de inseguridad, temor y algunos, furia.

—Preséntense, me gustaría saber los nombres de los que trajeron esta desgracia a la puerta de
mi casa.

— ¿Desgracia?—comenzó a decir el joven de camisa negra; dejando caer los bolsos al suelo,
levantando una cantidad considerada de polvo—. No veo ningún muerto, el único herido soy yo y
mi amigo, además, unas clases de tiro de vez en cuando no viene mal.

Rex lo codeó por lo bajo, fulminándolo con la mirada. Zeta se disculpó alegando que cuando se
pone nervioso bromea sin escrúpulos.

—Bien comenzaré por presentarme primero— dijo Rex, aclarando su voz—. Yo me llamo Renzo
Xiobani.

—Bien, ¿Y el gracioso tiene nombre?—preguntó el sujeto seriamente.

—Yo... bueno—comenzó a hablar en voz muy baja, pero se interrumpió y bajó la vista.

—Yo le explicaré, él...

—No Rex, está bien, puedo solo—dijo alzando la vista nuevamente—. Yo no tengo nombre, lo
olvidé— sus palabras denotaban sufrimiento.

Zeta no necesitaba ver a cada uno para saber que todos los presentes habían abierto sus ojos
como esferas al terminar la frase, un murmullo constante se formó inmediatamente, intentó
contener sus deseos de irritarse, y continuó hablando lo mas serenamente posible.

—Pero, pueden llamarme Zeta.

— ¿Zeta?— preguntó nuevamente el sujeto que comenzó a hablarles.

—Sí, es un apodo que me puso Rex, eh, Renzo—dijo, mientras se colocaba de perfil para dejar a
la vista su cicatriz—. Por esto.

— ¿No me digas que "El Zorro" te ataco?— intervino Franco, burlándose.

Zeta lo fulminó con la mirada. —No creas que me olvidé de ti. Fuiste el que me golpeó por detrás
cuando me robaron mi casa rodante—enfatizó en la palabra "mi", para que todos escucharan.

—Y lo volvería a hacer, no me provoques—respondió Franco con frialdad.


—Basta ambos; Parece que se conocen, luego me cuentas la historia Brandon—dijo dirigiéndose
a Franco, este asintió—. Yo soy el presidente de la nación Escarlata del sur, mi nombre es
Máximo.

—Es un placer—dijo Rex con suma cortesía—. Sepa usted, que nuestra intención no era para
nada atraer a los zombies hacia aquí, estábamos escapando cuando nos topamos con Sam...

Automáticamente todas las miradas, incluida la del presidente, se posaron sobre la muchacha oji
verde.

—Sí, en realidad, ellos me salvaron de un zombie de clase rápida mientras escapaban y yo fui
quien los guió hasta aquí. En mi recae la responsabilidad por atraer a todos los zombies— dijo
Sam.

Zeta y Rex cruzaron miradas ante la omisión de Sam de no mencionar cuando fue amenazada.
Zeta sonrió nervioso.

—Y eso no es todo—dijo la muchacha apenada—. No pude completar la misión de traer esos


papeles, Fernanda murió por un error mío, y Noelia esta ahora herida, atrapada con Matías en
una oficina del edificio al que fuimos— una fina lágrima se surcó velozmente la mejilla de la
muchacha.

—Tranquila Samantha—la tranquilizó el presidente—. Estoy seguro que no fue tu culpa la muerte
de Fernanda, y si hubieras podido evitarlo seguramente lo hubieras hecho. Y respecto al resto,
formaremos un grupo que vaya en su rescate, tu puedes quedarte si lo deseas. Ya has pasado
mucho por un día.

—No, yo quiero ir.

— ¿Estás segura? No es tu obligación.

—Estoy segura, les prometí que regresaría—dijo la muchacha, decidida.

—Perfecto— profirió el presidente, y se giró dirigiéndose a Zeta y Rex—. En cuanto a ustedes, les
agradezco que hayan salvado a Sam, y también por ayudar en el conflicto reciente contra esa
horda y esos zombies gigantes.

—No hay problema—respondió Zeta, con confianza.

—Pero si quieren pertenecer a la nación Escarlata, van a tener que cumplir una misión, y dado
que se llevan bien con Sam, la acompañaran a rescatar a sus compañeros.

— ¿Qué? ¿Los va a aceptar, después de que casi nos matan a todos? —preguntó Franco,
indignado.

—Según el testimonio de Samantha, ellos no tuvieron la culpa. Y le creo. Pero ya ven, para
ganarse mi confianza necesito hechos que yo mismo pueda corroborar. ¿Está claro?

—Sí, y por mí no hay problema—aceptó Rex.

—Perfecto... Sam ¿Quisieras agregar a alguien más al grupo? Te dejo la opción debido a que
conoces la gravedad de las circunstancias.

—Sí—respondió la oji verde—. Me gustaría agregar a Franco y a Anna para esta misión.

—No hay problema—aceptó el presidente—. ¿Y tú? Chico sin nombre, ¿Qué dices?
Zeta observó a todos los presentes en una vistazo panorámico, luego dejo la mirada clavada en
Franco; ese tipo no le daba buenas vibras, pero debía de hacer equipo con él para ganar la
confianza de todos. Desvió la mirada, ahora al presidente y contestó firme y seguro, acompañado
de una sonrisa confiada.

—Por mí no hay problema, salvemos a sus amiguitos.

—Perfecto. Sam, Franco; preparen sus cosas, y denle armas a ambos— ordenó el presidente, y
luego se dirigió a Zeta y a Rex—. Y ustedes dos... considérense momentaneamente bienvenidos
a la nación Escarlata.
Capitulo 6: Acuerdo de paz.

"El heroico no puede ser común, ni el común heroico". - Ralph Waldo Emerson.

—Te lo digo, Max, no confió en estas personas—dijo Franco con un tono elevado de voz,
golpeando el escritorio con sus manos.

El presidente rodeó el escritorio y se dejó caer en una cómoda silla, la cual rechinó un poco y se
giró levemente por la inercia. —No lo comprendo Franco, ¿Qué te molesta de ellos?

—No creo una palabra de lo que dicen, ¿Amnesia? Vamos, podría haberse inventado algo mejor.
¿Y viste la ropa que llevaba ese sujeto? Es claro que proviene de la nación Oscura. Un tipo asi es
un peligro para nuestro grupo.

Max, abrió una cajonera del escritorio y sacó un paquete de cigarrillos; procedió a ofrecer uno a
Franco pero este lo rechazó con una negativa de su cabeza. Seguidamente, lo prendió y le dio un
sorbo largo, que exhaló posteriormente en forma de grandes aros de humo.

—Un nombre puede inventarse fácilmente, cualquier idiota puede Franco. Pero inventar una
enfermedad como esa, tienes que ser un chiflado, o decir la verdad. Me inclino a la segunda
opción, por el momento.

—Está bien, pero ¿entiendes el riesgo que corremos al aceptar a alguien de la nación Oscura?
Esos tipos no se andan con juegos, y ya viste como venció él solo a un bicho gigante.

Max volvió a exhalar humo, pero esta vez no salieron como aros, si no de forma irregular.

—No estamos seguros de donde proviene ese muchacho, no juzgues a un libro por su portada,
me parece que deberías saberlo mejor que nadie. Yo les di a ti y a tu grupo acceso a la nación,
aún cuando no debería haberlo hecho, dado la extrema prohibición de abrir las puertas de noche
debido a esos zombies "especiales" que les gusta pasearse en las penumbras.

—Y te estoy agradecido por eso. Solo te digo que le pongas un ojo encima a esos dos, en
especial al innombrable—dijo Franco, en tono despectivo, sentándose finalmente en una silla de
madera inusualmente cómoda.

—Lo haré, pero por ahora, serás tú quien lo vigile—volcó una gran hilera de ceniza acumulada de
su cigarrillo, en un cenicero de vidrio transparente color rojizo muy agradable a la vista—. Pero
ahora, quiero que me digas algo: ¿Ustedes ya se conocían?

—En efecto, si. Nuestro grupo se cruzó con él en la ruta de camino aquí hace unos días.

La primera impresión que dio fue hostil; amenazó a punta de pistola a Samantha, quien no llevaba
ningún tipo de armas, alegando que habría un grupo con ella escondido y...

—Y tenia razón—interrumpió Max, mostrando sus dientes en una sonrisa.

Franco guardo silencio un momento—Si... de todas formas, no nos pareció una conducta
apropiada y lo dejamos ahí.

— ¿Lo dejaron solo en medio de la ruta?—preguntó Max con una notoria sorpresa—. Y según ese
tal Zeta dijo, y corrígeme si me equivoco. La casa rodante en la que ustedes vinieron, era de él.

Franco apretó los dientes con un atisbo de rabia. —Sí, era de él. Pero de todas formas no lo
dejamos varado sin objeto alguno, le dimos una carpa.
— ¿Y armas?

—No, sin armas.

El presidente arqueó sus cejas impactado, y dejó escapar una leve sonrisa, parece que se divertía
con la historia. — ¿Y llego hasta aquí? Sin armas, sin vehículo y sin provisiones.

—No exactamente, Samantha se encargaba de dejarle objetos en el camino mediante unas


cartas. El vehículo que trajeron es el que les dejamos en un pequeño pueblo a unos kilómetros de
aquí. Como verás, no lo dejamos completamente solo.

-Es impresionante, no lo creería si no fueras tú el que me lo contara.

En ese momento, entró al despacho una mujer; llevaba una camisa blanca impecable y una falda
negra ajustada, con franjas horizontales rojas. Tenía un rodete bien armado y un solo flequillo
dorado se dejaba caer en su frente. En su mano traía una carpeta con unos cuantos papeles, que
dejó caer en el escritorio de Max. —Lamento interrumpir, vengo a informarte que el médico me dio
un inventario de sus existencias, y nos estamos quedando sin medicamentos básicos, habrá que
emplear una misión de búsqueda al hospital general, y ya sabes la fama que tienen los hospitales.

—La gente los odia, lo sé—Acotó Max, revisando en un vistazo rápido los papeles—. ¿Algo más?

—Sí, aquí está la planilla actualizada de cada integrante de la nación, con sus respectivas firmas
—dijo la mujer, mientras separaba la planilla del resto de las hojas, para que Max pudiera verla—.
Samantha me comunicó del reciente fallecimiento de Fernanda, por lo que tenemos que celebrar
un funeral para sus familiares. Y también he agregado a esos dos chiquillos nuevos, la firma del
último me dejó que pensar.

Max pasó al reverso de la hoja y buscó el último en la lista. Un esbozo de sonrisa se dibujó en su
cara al presenciar la firma del último integrante; era una simple "Z".

—Gracias Patricia.

La armería estaba ubicada en el segundo piso del colegio, en el aula más extensa del
establecimiento; debido a que en el interior, se alojaban estanterías llenas de armas de todo tipo,
desde simples pistolas, hasta carabinas, rifles, armas blancas y alguna que otras herramientas al
azar como cascos, o chalecos de kevlar anti balas.

El lugar estaba recubierto de barrotes de hierro similares a los de la primera entrada de la


escuela, y una puerta de seguridad instalada específicamente para prohibir el ingreso a personal
no autorizado.

—Tengo que decirlo, esto es impresionante—dijo Zeta mirando la cantidad de armas de la sala
mientras se paseaba por las góndolas—. ¿Cuánto tiempo les tomó conseguir todo esto?

—La verdad, casi nada—respondió Samantha con tranquilidad—. Todo es provisto de la nación
Escarlata del norte, solo algunas armas pudimos rescatar en esta ciudad.
Zeta y Rex cruzaron miradas dubitativas.

—Disculpa, ¿Hay otra nación Escarlata?—preguntó Rex con intriga.

—Sí, fue la primera nación Escarlata en asentarse, y se ubica al norte, por eso mismo le ponemos
esos nombres, para diferenciarlas.

—Eso explica que esta nación sea tan pequeña, es simplemente una cede.
—Exactamente—exclamó Sam con una sonrisa.

— ¡Eh muchacho! No toques las armas—dijo inmediatamente un centinela de guardia,


aferrándose a su fusil quien apuntaba directamente a Zeta.

El muchacho, rápidamente soltó una katana que había tomado y alzó las manos, la misma hizo
un escandaloso ruido al caer al suelo.

—Tranquilo Héctor— intervino rápidamente Sam—. Yo los vigilo.

Samantha procedió a alzar la katana y a guardarla en su lugar. El centinela se marchó por la


puerta pero sin quitar la vista de encima de Zeta, y se sentó en una silla que estaba en la salida,
puesta para los que realizan guardia.

— ¿Siempre son tan nerviosos aquí?—preguntó Zeta frotando su cabeza con su mano.

—Héctor está de turno por todo el día, es el centinela encargado de todo lo que entra y sale de la
armería. Si algo falta, la primera cabeza en rodar será la de él. No lo culpes por desconfiar.

—Perdón, es que nunca había tenido una en mis manos—se disculpó Zeta con una sonrisa—.
¿Te imaginas lo que sería rebanar cabezas de zombies con eso? Aunque es una pena que sea
tan grande, tendría que ocupar las dos manos en sostenerla y la verdad, me gustaría tener una
mano libre, para usar una pistola, por ejemplo. Una lástima que no fabriquen katanas más
pequeñas. ¿O si las fabrican?

Sam lo miró con la ternura que da a un niño pequeño cuando habla cosas sin sentido.

—En fin, ¿Vas a querer la katana para la misión?

Zeta se llevó la mano al mentón y observó fijamente a la muchacha; luego bajó la mirada como
buscando algo en ella, lo que incomodó un poco a la oji verde. —No—respondió finalmente el
joven—. Con mi pistola, esa de ahí que llevas en tu cinturón, me conformo.

Samantha se ruborizó al instante, se había olvidado completamente que ella había robado su
pistola anteriormente, por lo que accedió a dársela y ella tomó otra igual, pero sin los detalles
coloridos que hacían única esa peculiar arma. A Sam le cautivó la idea de preguntarle por el arma
al joven, pero lo dejó para otra ocasión.

—Bien, ¿A ti que arma te gustaría llevar?—preguntó, dirigiéndose a Rex.

—Un revólver Magnum—se apresuró a responder Zeta—. Buen calibre, y poderosa como
ninguna. Luego, que elija él la que quiera.

— ¿Por qué un revolver? Estaría en desventaja para recargar, solo lleva seis balas—se quejó Rex
cruzándose de brazos.

—Por eso llevaras dos; y el revólver es únicamente en caso de una emergencia. Si apareciere un
grandote, la Magnum lo hará puré, sin necesidad de gastar tanta munición. Y además, gira con
más facilidad en tu mano—explicó Zeta mientras le guiñaba el ojo a su compañero.

Inmediatamente a Rex lo tentó la idea de corroborar si lo que decía su amigo era verdad, y
deseaba girar el revólver en sus manos. Pero simplemente lo dejó para otro momento.

—Bien, puede que tengas razón. En ese caso llevaré también una Glock.
La oji verde aceptó y les ofreció a los muchachos sus respectivas armas, luego, ella se dirigió a
una gran caja colocada sobre una estantería en la esquina y sacó de ahí varios cuchillos de
lanzamiento que posteriormente colocó en la cinta que recorría su cuerpo diagonalmente.

Terminado los preparativos salieron de la armería y se dirigieron al sector del patio central, en la
planta baja en donde se cruzaron con Anna, quien terminaba de cumplir su turno de guardia del
portón. Samantha la saludó con un abrazo, se tuvo que agachar levemente debido a la estatura
de la centinela.

—Anna, iremos a una misión, juntas. ¿Te parece bien?

La muchacha asintió con una leve sonrisa que solo le dedicó a Sam, y luego observó a los dos
desconocidos a su lado, con una notoria expresión de desinterés.

—Eh, yo te conozco—dijo Zeta—. Eres la que me apuntaba con la mira a distancia en la ruta.
¡Qué memoria que tengo eh!

—Eres el menos indicado para decir eso—se burló Rex.

—No molestes, que a pesar de no recordar mi nombre, puedo recordar muy bien las caras. En fin
—dijo, ahora mirando a Anna—. Hola Anna, un gusto, soy Zeta y el es mi amigo Renzo, pero le
puedes decir Rex, como un dinosaurio—se presentó, y le tendió la mano.

La muchacha simplemente estrechó su mano, sin decir palabra alguna y sin cambiar su
expresión. Se giró hacia Sam e hizo una señal con las manos, comunicándole algo.

Sam soltó una risa y se dirigió a los chicos. —Ella dice que el alto, es lindo. Y el de pelo
puntiagudo es un poco tonto.

Anna le golpeo el hombro a Sam sin mucha fuerza, pero imponiéndose.

—Está bien, está bien...—dijo Sam con una sonrisa—. Muy tonto.

Anna sonrió satisfecha.

Ambos jóvenes se sorprendieron arqueando las cejas hasta el límite, pero trataron de disimular
sus expresiones lo mejor que pudieron, al percatarse de que Anna en realidad, es una chica
muda.

—Lo siento Anna, no tenía idea que fueras una chica muda. Es un placer conocerte, me llamo
Renzo—se presentó el joven—. Y este tonto es mi amigo Zeta—dijo mientras le daba una fuerte
palmada en el hombro a Zeta, quien no pudo evitar dejar escapar un gemido de dolor.

—Mierda, como duele.

—Oh, disculpa. Había olvidado que tenías ese dolor en el hombro.

—Está bien—dijo Zeta, sobándose su hombro adolorido.

— ¡De eso nada!—dijo Sam en tono autoritario—. No pienso llevarte a una misión si te encuentras
incapacitado motrizmente, serias una carga y posiblemente podría haber bajas por tu culpa. Te
llevaré a una revisión rápida, a enfermería. Sígueme.

—Estoy bien, no hace falta una revisión medi... ¡Auch!—se quejó Zeta mientras era forzado a
seguir a Sam, quién lo tironeaba de su brazo.
— ¿Lo ves? Si te duele, es porque no estás bien.

Rex y Anna quedaron solos en medio del patio, mientras observaban alejarse al peculiar par,
quien parecía estar montando una escena clásica de una pareja de novios.

— ¿Cómo te sientes ahora?

—Supongo que mejor, los calmantes tardan en hacer efecto—respondió Zeta, mientras agitaba
con cuidado su hombro.

—Es el último que le quedaba, así que más te vale que te mejores—dijo Sam, quien terminaba de
salir de la enfermería.

Zeta miró a la muchacha de soslayo, todavía le impactaba su belleza y sus suaves y delicados
rasgos faciales, sin mencionar lo hipnótico de mirar directamente a sus brillantes ojos, esmeralda.

Pensó inmediatamente lo que Rex le había dicho con anterioridad, y en su cabeza se dejó llevar
la ilusión de llegar a tener algo con esta peculiar chica que se empreñaba en salvarle la vida, y
preocuparse por los dolores de su hombro.

— ¿Por qué me ayudaste?—preguntó el joven, observando a ningún punto en particular, su tono


era apagado pero perfectamente audible.

—Sí, hablando de eso. Creo que te debo una disculpa. Por mi comportamiento cuando nos
cruzamos en la ruta, pensaba que estabas loco y que no eras de fiar—dijo Sam, apenada.

—Da igual eso, yo pensaba lo mismo en su momento. Pero a lo que me refiero es: ¿Por qué me
ayudaste, porque me escribías esas cartas y me dabas comida? Te apunte con un arma, ¿o es
que te arrepentiste de dejarme ahí tirado?

— ¿Y tú qué crees? No soy un animal, ¡Soy una persona!—respondió Sam alterándose un poco,
pero inmediatamente volvió a recuperar su semblante normal—. Estas cosas... este mundo...
todavía me cuesta asimilarlo. No soy tan fuerte como me gustaría. Pero supongo que sí, sentí
pena de dejarte ahí y decidí ayudarte como fuera.

—Podrían haberse dado la vuelta y buscarme.

—No era tan fácil—dijo la muchacha en un suspiro—. Nadie del grupo quería volver, ni siquiera
querían que te dejara comida. Me costó convencerlos.

—Bien, no me que queda más remedio que darte las gracias—dijo Zeta posicionándose frente a
la muchacha, mirándola fijamente—. Es verdad que de no ser por ti, no habría podido escapar de
ese pueblo. Te agradezco por eso. Y también aprovecho para disculparme por lo del diario y eso
de apuntarte, pero verás... lo necesito de verdad.

Sam negó con la cabeza. —No te disculpes, todos tenemos nuestros secretos. Te devolveré el
diario en cuanto volvamos de la misión—dijo esbozando una sutil sonrisa en su rostro.

Zeta no estaba seguro si era por el reflejo del sol que iluminaba el rostro de la muchacha, o la
brisa que surcó el lugar en ese momento, que hizo mover con delicadeza el flequillo de la joven.
Pero lucia increíblemente hermosa ante sus ojos, quería con todas sus fuerzas no olvidar esa
imagen que estaba presenciando. Podría apreciarla por horas sin cansancio.

—Yo... creo... esto—titubeó Zeta. Pero se detuvo, sabía que con una actitud tan penosa, no
podría captar la atención de la sensual joven que tenía delante, debía de ser seguro de sus
palabras y decidido ante todo. Aclaró su garganta y sonrió pretendiendo parecer confiado de sí
mismo aunque sus nervios invadían todo su ser.

— ¡Sam, quiero tener algo contigo!—dijo finalmente Zeta.

Samantha encarnó una ceja y lo observó confusa. —Algo, ¿Cómo qué?

—Bueno, tú eres una chica muy linda, que digo, eres hermosa. Y supongo que un factor
estimulante al hecho de querer ayudarme cuando me dejaron en la ruta, se debe a que en alguna
parte de tu mente; no hablemos de corazón porque eso no existe, yo te gusto y supongo que te
gustaría estar conmigo también. Como dijo Rex, no hay mucho para elegir en un apocalipsis—dijo
Zeta riendo nerviosamente.

Se produjo un silencio que incomodó bastante a Zeta. En el que Sam lo miró con los ojos bien
abiertos, y una expresión de sorpresa en su rostro. Unos segundos después, un atisbo de sonrisa
comenzó a vislumbrarse en los labios de la muchacha, seguido de una carcajada, que provocó
que ahora zeta abriera los ojos asombrado.

— ¡No puedo creerlo!—dijo Sam entre risas, mesclada con rabia—. ¿En serio pensabas que te
ayudaba por alguna clase de interés en ti?—la muchacha lo apartó de en medio y comenzó a
alejarse, para luego detenerse de espaldas a Zeta—. Eres la clase de persona que da letra a las
mujeres que dicen que "todos los hombres son iguales". La verdad me das pena, te ayude con la
mejor intención del mundo. Te escribí pensando que no te sentirías tan solo, y que te alegraría al
menos un poco, saber que alguien se preocupaba por ti. Pero sin embargo, vienes aquí, y me
dices que todo lo que hice fue porque tú me gustabas...—dio un suspiro intentando tranquilizarse
—. Al fin y al cabo, mi grupo tenía razón, no debí ser tan condescendiente. Tú me dijiste que no
confiabas en nadie, creo que debí hacerte caso; pero pensé que simplemente era porque no te
habías topado con gente, como decirlo, de buena fe—se giró y le atravesó con la mirada—. Y te
equivocas ¿sabes?—sus palabras sonaban firmes, y su actitud desafiante—. El corazón... si
existe.

Zeta observaba boquiabierto como Sam se alejaba, mientras en su interior planificaba miles de
maneras de matar a Rex, por inculcarle la idea de declararse a la muchacha. A la vez que
deseaba que un zombie parca se lo tragase entero, para no experimentar la agria sensación de
un rechazo, seguido de los interminables reproches que Sam le soltaba, y que resultaban ser
irrefutables para él.

Luego, la joven oji verde volvió a girarse enérgicamente y le profirió unas palabras que remataron
su autoestima tirándolo al suelo y estallando en mil pedazos.

— ¡Ay! Casi lo olvido—dijo en un tono burlesco—. Ya tengo novio, y es Franco.


—Papi, ¿falta mucho para llegar?

—Tranquila, nena. Estamos cerca. ¿Lo ves? Ahí mismo hay un cartel con el símbolo de la nación
Escarlata.

La dulce niña de cabellos rizados observó con atención la señal de transito, luego adoptó un
semblante dubitativo. — ¿Qué significa ese círculo con ese punto en medio?

—Seguramente es el símbolo que adoptaron para que gente ambulante como nosotros, podamos
reconocerlos —contestó el padre con un atisbo de esperanza al saber que se encontraban cerca
de su objetivo luego de una larga caminata y de evadir centenares de peligros—. Pero tengo
entendido también que ese símbolo, antes, significaba oro.

— ¿Oro? —preguntó la niña con un brillo especial en sus pequeños ojos, su imaginación
comenzó a volar por los territorios más inhóspitos de su mente, maquinando fantasías de todo tipo
— ¡Papi! ¿Será una nación de oro? Con casas de oro, ropa de oro, juguetes de oro —sus ojos se
abrieron en par, mientras esbozaba una gran sonrisa—. ¿También habrá zombies de oro? ¡Así ya
no me darían miedo papi!

Raúl la miró con sosiego, eran muy pocas las veces que veía sonreír a su nena de apenas nueve
años. La verdad, es que luego de ese día en que todo cambió, nunca volvió a verla sonreír.
Disfrutó ese momento guardándolo en su mente, escuchando y aprobando cada alocada
acotación que su dulce hija le relataba. Una lágrima surcó su mejilla; y un extraño y casi olvidado
sentimiento se asomó desde lo más profundo de su ser... Felicidad.

La emoción de saber que estaba cerca de una nación prestigiosa por su buen trato con los de
afuera; le provocaba una sensación que hacía meses no sentía, ahora su vida cambiaria
nuevamente, pero esta vez, para bien. Podría darle a su hija la protección y la seguridad de un
futuro prospero; aunque sea mínimo, pero indudablemente mejor que el que ya le venía
ofreciendo. Y entonces, sonrió. No pudo evitarlo, no quería evitarlo. Y ambos, padre e hija,
caminaron de la mano hacia su nuevo destino, hacia su nueva vida.

Hasta que de repente, en ese momento, Raúl escuchó un sonido peculiar a sus espaldas, el
sonido que produce un vehículo a toda marcha. Se giró buscando cerciorarse de que sus oídos no
le fallaban y su diagnostico había sido certero, y si lo fue, divisó a lo lejos el color del vehículo, era
color rojo. Inmediatamente, comenzó a agitar los brazos y pedir ayuda gritando tanto como su
garganta podía.

— ¡Eva tu también grita! —dijo su padre mientras la alzaba de la cintura para que la niña ganara
más altura y ella procedía a agitar los brazos—. Seguramente son de la nación escarlata, nos
llevaran a nuestra nueva casa cariño. ¡Vamos grita!

La jovencita accedió a cumplir los deseos de su padre y gritó con fuerza al vehículo que se
acercaba a toda velocidad a su dirección.

—Está funcionando cariño. ¿Qué te dije? Son de la nación escarlata, ¡estamos salvados! — dijo
su padre entusiasmado, pero su semblante cambió drásticamente al ver mejor, a las personas
dentro del auto.

El vehículo se detuvo a poca distancia de ambos, era un jeep deportivo sin techo y con unos
gruesos barrotes color azabache; del cual cinco hombres se encontraban dentro, dos en los
asientos delanteros y tres en la parte trasera, todos completamente armados.
Solo uno bajó del vehículo, usaba ropa oscura, con una chaqueta de cuero negra, con las mangas
arrancadas; la usaba desprendida, dejando ver sus marcados abdominales y un tatuaje en forma
de una calavera de tribales, que se dejaba notar en la parte inferior izquierda de su abdomen.

Su rostro no inspiraba para nada confianza en el padre de la jovencita; le dio una agria sensación,
al ver una cicatriz que surcaba lateralmente el ojo derecho del sujeto, el cual estaba protegido por
un parche negro. Utilizaba un corte estilo mohicano corto; rapado a los costados, con una cresta
negra en medio, seguramente, para incitar aún más miedo al que se le cruzase.

- ¡Dios! Mira tu cara, ¿Dónde están mis modales? —comenzó a decir el sujeto que había bajado
del jeep—. Mi nombre es Baltazar, "calavera" para los amigos. ¡Y lo siento mucho! Muchachos por
favor, guarden sus armas, es solo un hombre con su pequeña y bonita hija —se perfiló un poco
para ver mejor a la niña, quien se escondía detrás su padre sujetándolo con fuerza—. No era
nuestra intención asustarte, de verdad, lo siento con el corazón.

Raúl, quien seguía desconfiando del misterioso sujeto, se limitó a callarse mientras observaba de
reojo el arsenal de armas que llevaban consigo estos extraños, entre ellos, había un lanza
cohetes.

— ¡Oh! no, no, no... No nos malinterpretes por favor. Solo lo usamos contra los monstruos, nunca
lo usaría contra un humano —dijo calavera sonriendo, refiriéndose al lanzacohetes.

— ¿Qué quieren? —preguntó finalmente el padre alzando la voz—. No tengo nada para darles.

—Oh ¿Asi qué era eso? No amigo, tranquilo. No venimos a robarte ni nada parecido. Solo quiero
hacerte un par de preguntas, porque estamos un poco desorientados— dijo volviendo a sonreír.

— ¿Qué cosa?

—Bueno, verás. Estamos buscando una nación en particular, nos queremos unir ahí. Se llama
nación escarlata ¿han oído hablar de ella?

— ¡La nación de oro!—dijo la niña enérgicamente, desprendiéndose un poco de su padre y


dejándose ver—. Nosotros también la estamos...—pero fue interrumpida por su padre quien le
tapó rápidamente su boca.

— ¡Je! Pero que niña tan dulce. Los niños me causan tanta ternura, son tan... explosivos—dijo,
agachándose un poco para acercarse a Eva, pero inmediatamente su padre la aparto hacia atrás
interponiéndose.

—Si te digo donde queda, ¿Nos dejarás en paz?

—Por supuesto. Te prometo que te dejare con tu hija... en paz.

—Hacia aquella dirección, es la siguiente ciudad. Ahora les pido que se vayan y nos dejen
continuar.

Calavera volvió a sonreír mostrando sus dientes. —No hay problema, pero antes debo
preguntarte una cosa más. Si no te molesta.

— ¿Ahora qué? —preguntó el padre con rabia, deseando que todo terminara rápido y se
marcharan.

—Tranquilo, solo te quería preguntar si no has visto por ahí a un sujeto, probablemente vestido de
negro, con una cicatriz en su brazo en forma de "Z".
— ¿Qué?— preguntó desorientado—. No, no tengo idea de quién me hablas.

—Está bien, lo supuse —dijo con una mueca de resignación—. En ese caso, no te molestaré más
— subió nuevamente al jeep—. ¡Hasta luego niñita!

El jeep se alejó quemando llantas, Raúl volvió a respirar. Había tenido suerte esta vez, o quizás
se apresuró demasiado en juzgar a esas personas, no parecieron tan malos después de todos;
pero se convenció a sí mismo de que como están las cosas ahora, es muy difícil confiar en
alguien extraño, menos aún si se llama a sí mismo "calavera". Tomó la mano de su hija
nuevamente y la miró dedicándole una sonrisa amorosa. Ahora podría continuar su camino a la
nación escarlata para comenzar una nueva vida sin miedos.

—Sigamos cari...

—¡¡Papa!! —gritó Eva interrumpiendo a su padre y señalando hacia delante.

Raúl no tuvo tiempo de girar su cabeza para observar, un zumbido ensordecedor los invadió, y
todo se volvió blanco, pudo sentir como su cuerpo se quemaba en un segundo, y luego no vio ni
escuchó nada más, nunca más.

La explosión destrozó por completo a ambos, una gran bola de fuego, humo y sangre se expandió
por todo el lugar, dejando un pequeño cráter en el suelo.

— ¿Qué les dije?—dijo calavera sonriendo, mientras guardaba el lanza cohetes—. Los niños son
tan... explosivos.

— ¿Todo listo Samantha? —preguntó el presidente, quien se erguía de brazos cruzados a pocos
metros del portón de salida.

A su espalda se encontraba Franco recostado en la puerta, y a unos pocos pasos estaban Rex y
Anna en un intento de aprendizaje del lenguaje de señas, quien la muchacha le enseñaba a Rex,
sin que este pudiese comprender del todo sus instrucciones.

—Sí, lo llevé a enfermería —contestó Sam, con un tono neutro de voz—. Podemos salir ahora.

—Perfecto... pero ¿Qué le ocurre al nuevo? —preguntó el presidente observando a Zeta, quien
caminaba a paso lento hacia ellos, cabizbajo y con una mirada desorientada—. ¡Eh chico! ¿Estás
bien?

Zeta alzó la vista, sin mover su cabeza de su posición. Su rostro era pálido, como de haber visto
un fantasma. Se limitó a forzar una sonrisa mostrando sus dientes y asentir, mas no podía
mencionar palabra alguna ante el acontecimiento de hace un momento.

—Bien, no podemos perder más tiempo —comenzó a hablar Max en un tono serio y pausado—.
La misión es clara, deben lograr sacar de ese edificio a Matías y a Noelia con vida. En cuanto a
los planos que te pedí Sam, déjalo para otra ocasión, no es necesario que los traigas. Ahora la
prioridad es la vida de tus amigos. No podemos permitirnos más bajas. Y en cuanto a ustedes —
se dirigió a Zeta y a Rex—. Demuestren que quieren pertenecer a la nación escarlata; cualquier
actitud sospechosa, Franco tendrá luz verde para quitar el seguro de su arma ¿Fui lo
suficientemente claro?

—Yo esclareceré por si hubo alguna duda —alegó Franco—. Si alguno se pasa de listo, los
mataré sin dudarlo.

—Está bien, no habrá problemas por nuestra parte —contestó Rex mirando desconfiadamente, de
reojo a Franco.
Zeta solamente asintió.

—Perfecto —dijo Max, mientras ordenaba mediante una seña a los centinelas para proceder a
abrir el portón y comenzar la misión.

-Perfecto -dijo Max, mientras ordenaba mediante una seña a los centinelas para proceder a abrir
el portón y comenzar la misión.

El camino al edificio estuvo tranquilo y bastante callado, la caminata fue apresurada pero a Zeta le
pareció una eternidad. Su cabeza estaba desconectada de su cuerpo, actuaba por mero impulso,
no hablaba con nadie, hasta que Rex se le acercó para susurrarle algo.

- ¿Qué te pasa? Estas bastante raro.

-No pasa nada. Estoy bien, gracias.

-Vamos idiota, no eres bueno mintiendo. ¿Qué te pasa?

Zeta lo sentenció con la mirada, y le respondió al oído para que nadie escuchara. -Soy un imbécil,
me declaré de una forma realmente estúpida ante Sam y ella me rechazó.

- ¡¿Qué!?-gritó Rex a lo que todo el mundo se giró para verlo.

- ¿Podrías hacer más ruido? Asi algún bicho viene y nos devora más rápido -dijo Franco
sarcásticamente.

-No le prestes atención -dijo Rex, notando la mirada de odio que Zeta le propendía a Franco.

-Ese imbécil -balbuceó el joven-. Sam dijo que son novios, ¿Le crees?

- ¿¡Que!? -grito Rex nuevamente.

Franco se giró y les asestó una mirada llena de rabia a ambos. -Sigan y yo seré quien me los
coma.

-Déjalos Franco -dijo Sam, tomándolo del brazo para que retome la marcha.

Zeta y Rex acordaron seguir la conversación en otro momento, puesto que no era el mejor lugar
para debatir sobre problemas amorosos.

-Es aquí-dijo Sam con una voz apagada y gélida-. Aquí murió Fernanda.

Anna intentó contener a Sam con unas palmadas en su espalda, mientras Franco la abrazaba
para reconfortarla. Zeta y Rex no tenían nada que hacer ahí, les invadía una sensación de
soledad aún más que cuando estaban juntos en la carretera. No conocían a nadie, y por
consecuencia nadie era importante para ellos. Rex había acostumbrado sus emociones con el
pasar de los tiempos, ya no lloraba por la muerte de una persona, se había vuelto más frio en ese
aspecto. Recordó cuando su perro murió accidentado y lloró una semana; pero luego de la muerte
de su hermana y la de sus padres, el resto de las personas le importaba muy poco.

¿Tanto he cambiado? ¿Qué ya no siento nada más que indiferencia ante una muerte?- pensó
Rex-. Que mierda.
Sam se recompuso por completo al llegar al edificio, secó sus lágrimas y adoptó una actitud
decidida. Guió a todos por el espejado vestíbulo forrado de cadáveres, y perfiló a subir las
escaleras pero Zeta la detuvo.

- ¿Este ascensor no funciona?-preguntó el joven.

-No lo sé, no lo he probado. Si restableciéramos las luces aquí seguramente funcionaria -dedujo
Sam.

-Es increíble como todavía pueden mantener la ciudad entera con luz-añadió Rex.

-La nación escarlata maneja el centro energético, ofreciendo energía eléctrica a la ciudad -
comentó Franco-. Un grupo está asentado ahí, manejando todo; la particionan según creen mejor
la situación, brindando energía a ciertos puntos de la ciudad. Es por eso que tenemos energía,
ellos nos las brindan.

-De todas formas iremos por las escaleras, solo son dos pisos -ordenó Sam.

Todo el mundo subió siguiendo los pasos de Samantha, quien los guió cautelosamente por las
escaleras intentando evitar un infortunado encuentro con algún muerto caminante. Sam notó que
el camino estaba más despejado que la última vez que visitó el lugar. Los zombies escaseaban y
solo se observaban unos pocos pares deambulando en los largos pasillos de cada piso. Al llegar a
la segunda planta, la muchacha imaginó encontrarse con la gran horda que la persiguió la última
vez y que había dejado atrás para buscar ayuda; pero se encontró con un segundo piso
inusualmente vacio. Tanto que tuvo que obligarse a hacer memoria de si era el piso correcto. Lo
único que llamaba su atención era una gran cantidad de cadáveres esparcido a lo largo del pasillo
con la peculiaridad de que ninguno de ellos tenía cabeza.

- ¿Pero qué mierda paso aquí?- preguntó Franco examinando los cadáveres-. Ni uno solo tiene
cabeza.

-Parece ser que los decapitaron cortándoles la cabeza-añadió Sam.

-Lo dudo -dijo Zeta seriamente, observando en un paneo global la extensión del gran pasillo.

- ¿Por qué?-preguntó Samantha alzando su voz, y con cara de pocos amigos.

Zeta, ignorando el tono desafiante de la muchacha, señalo al suelo con una mano abierta. -
¿Acaso ves alguna cabeza dando vueltas por aquí? Que no sea la tuya por supuesto.

Sam torció el labio y frunció el seño ante el comentario, pero luego observó con atención el suelo,
los cadáveres y los espacios entre ellos. En ningún lugar se encontraban las cabezas de sus
respectivos cuerpos. Una sensación de incertidumbre y miedo comenzó a aflorar en ella.

- ¿Qué crees que esté pasando? -preguntó Sam a Franco.

-A menos que Matías haya decidido convertirse en un coleccionista de cabezas de zombies y los
use de collar, no tengo ni la menor idea -respondió el muchacho.

- ¡Dios santo! Matías y Noelia. ¡Por poco lo olvido! -dijo la muchacha, mientras corría a abrir la
puerta en donde sus amigos la esperaban-. Mierda, está bloqueada. ¡Matías! ¿Estás ahí?

Por un breve momento, el silencio reino en el lugar, pero fue inmediatamente interrumpido por un
sonoro rechinido de un mueble de aspecto pesado siendo arrastrado. Acto seguido, la puerta se
abrió lentamente por la cual un rostro familiar se asomó tímidamente por el espacio entre la puerta
y la pared.
- ¡Sam! Llegaste- dijo Matías con una sonrisa de oreja a oreja, mientras abría completamente la
puerta.

Todos cruzaron a la habitación y Anna sacó de una mochila que llevaba al hombro un botiquín de
primeros auxilios, con los que comenzó a tratar la herida de Noelia; quien se podía observar una
mortecina sombra bajo sus ojos, que daba un aspecto de agotamiento y cansancio.

- ¿Cómo se encuentra?-preguntó preocupada Samantha, a lo que Anna le contestó levantándole


el dedo pulgar.

- ¿Qué pasó, porque tardaron tanto?- preguntó Matías.

-Tuvimos un inconveniente de último minuto, la nación entera tuvo que luchar contra una gran
cantidad de zombies. Disculpen por la demora- respondió Sam apenada.

-No te preocupes, me alegra que estés bien. Por cierto-se acercó al oído de Sam y susurró-
¿Quiénes son ellos?

-Es verdad, no los conoces. Ellos son Zeta y Rex, son nuevos.

-Un gusto entonces. Soy Matías.

-El gusto es mío Matías. Espero que podamos llevarnos bien y salir con vida de aquí -saludó Rex
amablemente.

- ¿Sabes? Me eh dado cuenta de algo -comenzó a decir Zeta-. Conmigo nunca fuiste tan
educado, es más, eras molesto y...

Zeta no pudo terminar la frase, ya que se escuchó el sonido de un zumbido fuerte proveniente del
piso de abajo y las luces se apagaron completamente dejando la habitación en penumbras, con
solo la iluminación de la luz exterior que translucía las ventanas.

- ¿Qué carajo? ¿Quién apagó las luces?-se quejó Matías.

-Habrá fallado algún fusible. -acotó Rex.

-Imposible, yo los revise y no tenían mal estado, la única forma de apagarlos es manualmente.

-Entonces cállate la boca de una vez, porque eso significa una sola cosa- dijo Franco seriamente,
con voz baja y aferrándose a su rifle-. Alguien más está aquí.

Todos quedaron en silencio ante las palabras de franco, un escalofrió recorrió la espalda de Sam,
quien ahogo un grito al escuchar pasos del otro lado de la habitación.

-Mierda-susurró-. Están aquí.

- ¿Quién mierda está aquí?- preguntó Matías nervioso.

Zeta y Rex sin embargo mantuvieron la calma, Zeta se dirigió a un extremo de la pared, cercano a
la puerta por si necesitaba tomar por sorpresa a quien fuese que estuviese ahí fuera; Rex por otro
lado, se posicionó frente a la puerta con su cuchillo en mano, en caso de que solo fuese un
zombie deambulando por la zona, que de por casualidad haya tocado los fusibles.
El resto, se colocó a una posición segura detrás de un escritorio, apuntando con sus armas a la
puerta, mientras que Noelia y Anna se encontraban del otro lado de la habitación en la parte más
alejada, ya que Anna seguía en el proceso de curar a Noelia cociendo la herida.

El sentimiento de miedo y desesperación se apoderó del grupo, sumado a la impotencia de la


espera y la incertidumbre de no saber con lo que se iban a topar. Las manos comenzaban a
sudarle a Rex, quien era el que más expuesto se encontraba; intentaba calmarse a sí mismo
intentando pensar que no seria más que otro zombie. Pero la piel se le erizó al escuchar unas
voces gritando del otro lado de la puerta.

-Tu busca de ese lado, yo los buscaré aquí.

-Revisa todas las puertas.

-Está bien.

La última frase se escuchó con extrema claridad, indicando que estaba muy cerca de la puerta;
Rex no estaba seguro, pero deducía que estaba a unos pocos pasos. Y por lo escuchado en la
corta conversación, los estaban buscando a ellos; alguien los buscaba por alguna razón, y el solo
hecho de apagar las luces para buscar en la oscuridad, denotaba que la razón, no era nada
buena.

Rex secó su frente empapada de sudor; su cuerpo le temblaba a causa del estrés y la adrenalina
que provocaba la situación, su corazón ahora latía mas rápido e intentaba regular su respiración
lo mejor que podía para que fuera lo menos sonora posible.

El pomo de la puerta emitió un leve rechinido al girar; ya era la hora, Rex empuño su cuchillo con
fuerza, se agazapó un poco para tener una mejor movilidad ante cualquier tipo de situación y
esperó. La puerta se abrió suavemente hacia dentro, quedando Zeta detrás de la misma,
expectante de un ataque por la retaguardia. La oscuridad que teñía completamente el pasillo no
dejaba a Rex ver con claridad el rostro de la extraña figura tras la puerta; pero estaba
completamente seguro de que esa figura si lo había visto a él, debido que recibía la luz del sol.
Rex dio dos pasos veloces quedando a poca distancia del sujeto, alzó con fuerza su cuchillo por
sobre su cabeza decidido a clavárselo en el corazón.

Pero la figura también decidió actuar, dio un salto al frente y bloqueó el ataque de Rex a la
perfección. - ¡Espera, espera! Renzo, soy yo.

La luz del sol, ahora iluminaba levemente el rostro del extraño; Rex lo reconoció al instante y
apartó su cuchillo, sus ojos se abrieron en par, y su semblante cambió a un estado de sorpresa. -
No puede ser... ¿Juan?

- ¡Ja, Ja! ¡Renzo! No puedo creerlo amigo, sobreviviste -dijo Juan, abrazando a su compañero
mecánico.

-El susto que me pegaste, infeliz -dijo Rex, tranquilizándose.

- ¡No puedo creer que estés aquí! ¿Y tus padres donde están?

Rex, bajo su cabeza intentando que sus sentimientos no afloren. -Se han ido, ambos.

-Dios se apiade... Lo siento mucho, mi más sentido pésame, de verdad-dijo Juan con una mueca
de disgusto.

-Está bien, no importa. ¿Tú qué haces aquí?-preguntó mirando la ropa de Juan-. ¿Estás en la
nación oscura?
-Si, vimos a su grupo desde lejos entrando al edificio y vinimos a investigar.

-Lamento interrumpir-dijo franco severamente-. Pero no tenemos tiempos de reencuentros,


tenemos que salir de aquí ahora.

Juan asintió dando la razón a Franco. -Si amigo, tienen que escapar de aquí. Si mi grupo los ve,
no les aseguro que salgan con vida. Mierda, tuvieron suerte que yo los encontrara, no soportaría
ver a Calavera matándote.

-Entiendo. ¿Cuántos son? -preguntó Rex.

-Son cuatro, además de mí.

-Genial, entonces no son más que nosotros. Podemos matarlos -añadió Franco.

-No pueden -lo contradijo Juan-. Tienen armas muy poderosas, y un RPG 7.

- ¿Un qué?- preguntó Sam quien no entendía mucho de los nombres de las armas.

- Un lanzacohetes -respondió Matías, con terror que se denotaba en sus ojos.

-Exacto- lo secundó Juan-. Les sugiero que salgan de aquí por las escaleras, tengan extremo
cuidado, creo que están vigilando la entrada. Por este pasillo no se preocupen, salgan cinco o
seis minutos después de que yo me haya ido, para que pueda distraer a los demás y darles
tiempo de escapar-dijo y perfiló para marcharse pero no sin antes mirar con atención a todos los
presentes en la habitación, exceptuando a Zeta quien seguía escondido tras la puerta-. Rex, casi
lo olvido. ¿Por casualidad has visto a alguien con una "Z" en el brazo? Como una cicatriz-explicó.

Rex arqueó ambas cejas sorprendido y tardó unos segundos en responder. -No, jamás había visto
a nadie asi. ¿Por qué?

- ¡Qué bueno amigo! Me alegro-exclamó Juan-. Escucha, si te encuentras alguna vez con alguien
con esa característica, corre-dijo con extrema seriedad en sus palabras-. O mátalo si tienes la
ocasión, ese sujeto es muy peligroso. La nación oscura lo está buscando para darle caza, pero
hasta ahora no tuvimos suerte. Espero que este muerto.

-Bien, gracias por la advertencia Juan, espero volverte a ver.

-No hay de que, nos vemos amigo. Sigue sobreviviendo-dijo y se marchó, cerrando la puerta a su
espalda.

Inmediatamente todas las miradas se posicionaron en Zeta, excepto la de Noelia y Matías,


quienes no habían tenido ocasión de ver la cicatriz en su brazo.

-Je, que exagerado-dijo Zeta un poco nervioso, pero automáticamente Franco se abalanzó hacia
él y lo acorraló trabándole el brazo en el cuello y con una daga en su otra mano amenazando muy
cerca su rostro.

- ¡Sabia que no eras de confiar, mal nacido! Dame una razón para no terminar el trabajo por la
nación oscura y matarte ahora mismo.

- ¡Franco!-gritó Samantha, e hizo ademan de acercarse pero se detuvo.

- ¡Quédate ahí Sam! ¡¿No lo escuchaste?! Este hijo de puta es peligroso, y lo están buscando-
dijo Franco consumido por la rabia, mientras acercaba aun más la daga apoyándola levemente en
la mejilla de Zeta y abriendo una pequeña herida que hizo deslizar un hilo de sangre por la hoja
del arma.

- ¡Suéltalo!-ordenó Rex apuntando con su revólver a Franco-. ¡Que lo sueltes!

Franco se apartó con una sonrisa macabra. -Bien, hazlo tú. Me da igual quien lo mate.

El arma cambió de posición y ya no apuntaba a Franco, si no a Zeta, quien se frotaba su garganta


a causa del estrangulamiento. - ¿Vas a dispararme Rex, amigo?- dijo Zeta seriamente.

-Sí, lo haré si no me dices la verdad ¡¡Aquí y ahora!! -dijo Rex alterado acercándose un paso a
Zeta-. ¡Basta de secretos! Quiero saber la verdad, ¿Qué mierda pasó en esa nación? ¿Qué
significa esa cicatriz? Dímelo todo Zeta, o te juro... que disparo.

-Como quieras, si quieres disparar hazlo. Atraerás a los zombies de por aquí y además a la
nación oscura- dijo Zeta fríamente, con la mirada clavada en Rex sin siquiera pestañar-.
Dispárame, y moriremos todos ¿es eso lo que quieres? - comenzó a acercarse a paso lento,
notaba como los nervios le jugaban una mala pasada a Rex por cada palabra que profería,
percibía sus nervios aumentar y veía caer la sudoración en su rostro -. Y en el hipotético caso, de
que yo no quiera morir, ¿crees que puedes matarme?

¿De verdad lo crees? No olvides amigo, quien te conoce de verdad aquí; ni siquiera tu amigo
Juan conoce lo que te pasa. Si, ese mismo amigo que te abandonó con tus padres cuando
comenzó esta mierda -Zeta se detuvo a un palmo de la punta del arma de Rex, la cual apuntaba a
su pecho-. Espero que tampoco te estés olvidando de quien te salvó la vida cuando nos
conocimos ¿Lo recuerdas verdad? De no ser por mí, todavía estarías en los dientes de ese perro
zombie en la ruta -Zeta pudo observar el cambio en la expresión de su amigo, ahora se
encontraba desconfiado -. ¿Y ahora me estás diciendo que dudas de mi, y que me mataras? Bien,
¿Sabes qué amigo? -dijo y rápidamente, de un manotazo desvió hacia un lado el arma de Rex;
arrebatándosela de un tirón, rápidamente con su hombro derecho lo empujó bruscamente
provocando que el joven cayera al suelo, seguidamente de eso, lo apuntó evitando que realizara
cualquier tipo de movimiento - Te entiendo.

Franco hizo ademan de levantar su AK-47 contra Zeta, pero Rex lo detuvo antes. - ¡No te metas!
Esto es entre él y yo-. Aún en el suelo y consumido por la impotencia, Rex observaba la punta del
arma que amenazaba su vida, luego cambió la visión a los oscuros ojos de Zeta, que lo miraban
desde lo alto... desafiante, amenazante. Tuvo una agria sensación de inferioridad. - ¿Me
entiendes?

-Exacto- dijo en un tono más amigable-. Entiendo a la perfección como te debes sentir, tú me
contaste prácticamente el peor momento que pasaste en tu vida. Y yo no he sido sincero contigo
en ningún momento, no sabes absolutamente nada de mí, y siendo que tú me ayudaste a tener
una identidad, por más que solo sea un apodo, eso me ha ayudado mucho y no te lo he
agradecido como es debido. Y te pido disculpas por eso -giró el arma sosteniéndola esta vez
desde el cañón, con la culata apuntando hacia Rex y esbozó una sonrisa mostrando sus dientes-.
Prometo contarte todo lo que quieras saber Rex, pero primero tenemos que concentrarnos.
Debemos salir de aquí con vida lo antes posible. Esa chica está en muy mal estado, y debemos
salvarla; mientras más nos quedemos, más peligros corremos, sé que me entenderás.

Rex se tomó su tiempo para responder, evaluó la situación, observó a Noelia, su pierna estaba ya
vendada pero su aspecto no daba buen augurio, por más que no quisiera admitirlo, Zeta tenía
razón; no podían permanecer mucho tiempo en ese lugar, debían evadir al grupo de la nación
oscura y a los zombies. Una situación no muy amena.
-Está bien -aceptó Rex, mientras tomaba el arma y se terminaba de incorporar- esperaremos a
llegar a la nación escarlata, y entonces, hablaras; sin filtros, ni omisiones, ¿Cómo era? ¿Libre
asociación?

- ¡Ja! Asociación libre... Está bien, no hay problema, es un trato - dijo y estrechó su mano con su
amigo.

-Si piensas escapar en algún momento... no te irá bien, créeme - dijo Franco tajantemente.

-No necesito escapar - respondió Zeta con soltura.

-Entonces sigamos -acotó Samantha, luego se dirigió a Rex-. Si tu amigo de la nación oscura no
miente, deberíamos tener el camino despejado. No hay muchos zombies, no debería ser difícil.

-Te aconsejo algo, Sam -dijo Zeta sonriendo- Piensa siempre, como si debiera ser difícil.

Samantha no contestó, pero consideró esa filosofía como acertada. Inmediatamente, el grupo
siguió su rumbo y marcharon hacia el pasillo; Zeta fue el primero en abrir la puerta y cerciorarse
que no hubiese enemigos por la zona, ya sean muertos, o vivos. No había nadie.

Franco y Matías ayudaban a trasladar más rápidamente a Noelia, quien su pierna no daba tregua
a la hora del intenso dolor que producía cada pisada. Por su lado, Samantha al ver nuevamente
los cadáveres esparcidos por el pasillo y decapitados perfectamente, sintió deseos de preguntar
sobre el tema. -Matías, ¿Tú hiciste esto?

Matías observó sorprendido a su alrededor y arqueó las cejas antes de responder -No, yo no tuve
nada que ver. Es más, hace unos momentos antes de que ustedes llegaran los sonidos de esos
muertos golpeando contra la puerta eran incansables. Pero luego todo se volvió silencio, y al
principio pensé que eran ustedes, pero al no escuchar disparos decidí no salir hasta que tocaran
la puerta.

-Decidiste lo mejor Matías -dijo Sam.

- ¿Cuánto tiempo pasó desde que no escuchaste los golpes? -preguntó Franco.

-No lo sé con exactitud -Matías al ver el mal gesto de Franco por su respuesta, intentó brindarle
una más certera-. Pero... quizás unos quince o veinte minutos. Luego, ustedes llegaron.

Franco asintió en un gesto reflexivo -Entiendo.

- ¿Tienes idea de lo que pudo haber sido? -preguntó Sam.

-Quizás, tengo una teoría. Pero me baso en absolutamente nada sustentable.

-Dilo de todas formas- insistió Rex.

-Bueno, puede que me equivoque. Pero quizás sea obra de una nueva clase de zom...

- ¡Su puta madre!- el grito de Zeta interrumpió, resonando por el pasillo. Todos dirigieron su vista
al muchacho -. La lotería. ¡Me saque la puta lotería! - Zeta se acercó sonriente a un cadáver de un
anciano, el cual solo contaba con su torso y un brazo menos. Estaba clavado a la pared por un
machete de cacería incrustado perfectamente en medio de su cabeza.

Extrajo el arma haciendo caer al putrefacto medio cadáver al suelo, y blandió el machete cual
espada intentando quitar los restos de sangre de la hoja, y luego lo alzó mostrándolo al grupo y
con una gran sonrisa en su cara. - Es como una katana, pero más pequeña. Justo lo que
buscaba, y esta como nueva, ¡Y es veloz! ¡Já Ja! -blandía el machete hacia un lado y otro
corroborando su velocidad. -Me la quedo.

Samantha no pudo evitar reír repentinamente por el infantil acto del muchacho a lo que tapó su
boca rápidamente, Franco la observó de reojo seriamente pero no emitió palabra alguna a su
novia.

Un disparo resonó por sobre sus cabezas, proveniente de algunos pisos arriba de su ubicación
seguido de unos fuertes sonidos guturales.

-Fantástico Zeta, ¿Qué te parece si seguimos? -preguntó Rex apurado, perfilándose hacia las
escaleras.

-Bien- respondió Zeta sin borrar la sonrisa de niño al haber recibido un regalo nuevo, mientras
guardaba su machete entre su cinturón y seguía a su compañero.

El grupo bajó las escaleras cuidadosamente, evitando el menor ruido posible. Al llegar a la última
planta se aseguraron de que no hubiese nadie vigilando el vestíbulo, pero se alegraron al no ver
nadie en las cercanías. Avanzaron.

Al salir del edificio se encontraron con un vehículo jeep de color rojo estacionado en la calle de en
frente. Todos ladearon sus cabezas a todas las direcciones posibles, pero no encontraron rastro
de vida alguno, las calles estaban parcialmente vacías, Zombies lentos deambulaban por las
lejanías pero nada como para preocuparse. Rex revisó el vehículo con atención mas no encontró
nada útil, palpó el capó y percibió un leve calor que le brindó la certeza de que había sido utilizado
recientemente. Perfiló a marcharse pero una desconocida voz lo tomó por sorpresa y lo obligó a
desenfundar su arma nerviosamente hacia un oscuro callejón aledaño al edificio de donde habían
estado.

- ¡Hey gorrita! A ver si quitas las manos de mi preciosidad, la he pintado hace un par de días, y no
me gustaría para nada que se rayase -dijo un sujeto de aspecto terrorífico, con un peinado estilo
mohicano y una chaqueta de cuero negra desprendida, que dejaba ver un peculiar tatuaje en
forma de calavera en su abdomen.

Todos, inclusive Noelia, comenzaron a apuntar con sus armas al sujeto, quien terminaba de
prenderse el cierre de su pantalón.

- ¡Oh vamos! ¿Así me reciben? ¿A qué se debe tanta hostilidad señores? -dijo el extraño alzando
los brazos mientras se acercaba a largos y lentos pasos hacia el grupo-. Al menos podríamos
presentarnos, la educación siempre es lo primero ¿Verdad? -guardó silencio esperando una
respuesta, pero no hubo ninguna-. Entiendo. Yo comienzo, mi nombre es Baltasar, pero mis
amigos me dicen...

-Calavera- interrumpió Franco, terminado su frase.

Calavera, al verlo alzó ambas cejas sorprendido. -Lo veo, y no lo creo.

-Ha pasado un tiempo.

-Soldado Brandon, del escuadrón "B" de seguridad- dijo Calavera, dibujando una sonrisa macabra
en su rostro-. O mejor dicho, novato Brandon, del escuadrón de la muerte de Calavera.

-Ha pasado un tiempo.

- ¿Lo conoces? -preguntó Sam.


-Trabajamos juntos, hace mucho tiempo. Era mi superior en el ejercito, casi no lo reconozco con
ese ridículo nuevo look que lleva.

-Parece que hoy es un día de reencuentros- dijo Zeta divertido.

Franco hizo caso omiso al comentario y se dirigió únicamente a Calavera. - ¿Ahora estas con la
nación oscura? ¿Por qué no perteneces a la militar?

- ¿Y porque no lo estás tú, soldado Brandon?

Franco chistó, Calavera seguramente tenía sus motivos para irse de la nación militar, por lo que
decidió cambiar el tema de la conversación. -Entonces ¿Qué haces aquí?

Calavera mostro sus alineados dientes en una sonrisa que no dio buenas vibras al grupo. Llevaba
colgado a la espalda el lanzamisiles del que Juan había mencionado, se lo llevó al hombro en un
movimiento ágil haciendo manifiesto de sus habilidades con las armas y apuntó a Franco
directamente haciendo que este retrocediera un paso. -Eso es asunto mío soldado novato, ergo
no tiene porque ser el tuyo -cambió de objetivo, ahora apuntando a Sam-. ¡Oh pero que belleza de
muchacha! A simple vista parece una chica muy, explosiva.

Sam retrocedió pero Franco inmediatamente se interpuso en la línea de fuego entre ella y el
lanzamisiles. -No metas a nadie en esto. Es una charla entre nosotros dos.

-Pero que carácter novato, si solamente estaba saludando -dijo y bajo el lanzamisiles-. Tú me
conoces Brandon, puedo ser bueno y gentil con tus amigos si son cooperativos conmigo -
inmediatamente volvió a alzar el misil bruscamente apuntando al grupo- ¡O puedo ser un
reverendo hijo de puta y volarlos a todos en pedazos!

Todo el grupo se paralizó del miedo, Noelia estuvo al borde del colapso nervioso y contuvo un
grito, Rex por su lado no pudo evitar el temblor incesante en sus manos, mientras que Matías y
Samantha se aferraban cada uno de sus armas. En cambio Zeta era el más calmo de todos, para
él era evidente que el reciente acto de Calavera era solo una artimaña para infligir miedo.
«Necesita hacerlo-pensó-, después de todo está solo».

No se detuvo en eso, observó a detalle minucioso la conversación entre ambos, la soltura en la


que se hablaban y los gestos de cada uno. Franco parece irritado, arrepentido de algo ¿quizás? -
pensó y luego observó a Calavera-. Sin embargo ese sujeto parece más ameno al encuentro. ¿Un
mecanismo de defensa? No, eso no. Debe ser algo con Franco, su pasado... ¿Escuadrón de la
muerte? Eso da mucho a la imaginación, ¿Qué significaría?

-Bueno, bueno, veo que a todos les comió la lengua un zombie- dijo Calavera adoptando una
postura más amigable-. Está bien, por esta única y especial vez, y solo porque se trata de mi
amigo Franco, voy a ser un tipo condescendiente con ustedes y los dejaré con vida -bajo el
lanzamisiles usándolo de soporte, como cual bastón-. Pero con la única condición de que me
lleven a la tan famosa nación escarlata. Tienen mi palabra de honor que cumpliré esa promesa.

-No lo sabemos -contestó Franco-. También la estamos buscando y nos topamos con ustedes.

- ¿¡Con ustedes!? ¿Yo cuando mierda eh dicho que había más gente conmigo? ¿¡Me estas
tomando el pelo novato!? -preguntó Calavera irritado-. ¿¡Acaso quieres que mate a todos tus
amigos!?

- ¡Esta bien! ¡Te llevaremos a la nación escarlata!- aceptó Franco apresurado.

- ¿¡Porque carajo voy a creerte!?


- ¡Porque hay más ropa!

Calavera enarcó una ceja en gesto sorprendido. -Ahora sí que has perdido la cabeza novato,
¿Qué carajo quieres decir con más ropa?

Franco señalo el jeep. -Justo ahí, en el asiento trasero. Deduje que había más personas contigo
porque se dejaron sus chaquetas en el asiento trasero del vehículo, simplemente eso. ¡Qué
carácter amigo! -respondió Franco rezando en sus adentros que su escusa sirviera para
apaciguar un poco a Calavera.

Calavera observó el jeep y sonrió. Nuevamente su semblante se tornaba amigable. - ¡Pero


pedazo de idiota! ¿Por qué no lo mencionaste antes? ¿Sabes lo cerca que estuve de volarlos a
todos en pedacitos? -dijo, y alzó su arma apuntando justo a Franco-. Pero ve con cuidado para la
próxima, porque si veo que me quieres tomar por idiota una sola vez -guardo silencio-. "Clic"... y
no lo cuentas amigo.

Franco asintió seriamente. No quería demostrar a Calavera su miedo interior, desde aquellos
tiempos en que ambos trabajaban en el escuadrón de la muerte siempre le tuvo un respeto
disfrazado de temor. Sabía que Calavera era una persona muy difícil de interpretar, de esas
personas a las que no te conviene ser su enemigo. Le causaba una agria sensación de
inferioridad al estar junto a él, pensaba que ya lo había superado hace tiempo, que ya había
madurado. Pero resultó ser todo lo contrario, después de tanto tiempo y el maldito seguía
ejerciendo esa superioridad que siempre lo intimidó. Pero no pensaba dejar las cosas así.

-Accederé a llevarte con una condición -comenzó a decir Franco-. Yo me tomaré la molestia de
registrarte, no llevaras ningún tipo de armamento y tus hombres se quedaran en esta posición en
custodia de mis hombres. Si noto alguna conducta rara te acribillaré sin vacilar -guardo silencio-.
Tienes mi palabra de honor que cumpliré esa promesa.

Calavera soltó una molesta y exagerada carcajada que inquietó a Franco. - ¡Novato estas
endiabladamente loco! -volvió a reír-. Quiero decir, has dicho "con una condición" y me has
soltado tres jodidas condiciones. ¿Ves porque estás loco? ¿Puedo confiar en una persona loca?-
apuntó con el dedo a Rex-. Gorrita ¿tú lo harías? ¿Y tu preciosura? -dijo dirigiéndose a Samantha,
luego cambió apuntando a Zeta- ¿Y tú lo ...? ¿Eh? -guardó silencio y acomodó el parche de su ojo
perfilándose para enfocar mejor su visión a Zeta-. ¿Acaso nos conocemos amigo?

Zeta no tuvo tiempo de responder que un desesperado y agudo grito de auxilio interrumpió la
escena alertando a todos los presentes, los cuales se vieron obligados a dirigir su atención al
edificio aledaño. Tres sujetos cruzaron la puerta como alma a quien los lleva el viento y se
dirigieron rápidamente hacia Calavera. Eran tres sujetos, dos de ellos muy bien fornidos, el otro se
trataba de Juan quien a su lado parecía un niño del lado de dos moles musculosas. Calavera los
inspeccionó de arriba abajo con el seño fruncido. - ¡Parda de inútiles! ¿Podrían al menos erguirse
y respirar como corresponde? Nos dejan en ridículo frente a todo el mundo, ¿Dónde mierda está
Rodrigo?

Uno de los fornidos, quien su rapada calvicie hacía notar varias gotas de sudor, tomó
desesperadamente del cuello de la chaqueta de Calavera. - ¡No hay tiempo, tenemos que escapar
ahora!

-Tranquilo amigo, ¿Cuál es el maldito apuro?

Un potente estrepito de cristales al partirse respondió la pregunta de Calavera, nuevamente todas


las cabezas se tornaron en dirección a la entrada del vestíbulo, del cual una extraña figura surcó
el cielo atravesando los cristales de la puerta y cayendo de cabeza de forma violenta en medio del
asfalto en un golpe seco. Dar un paso hacia atrás fue la reacción automática de todos, dejando
entre medio de ambos grupos a la extraña figura.
-Mierda, ¡Esta aquí! -dijo el sujeto calvo, con un semblante petrificado por el terror-. Ese hijo de
perra se devoró a Rodrigo.

-El muy bastardo se trago su cabeza de un bocado -añadió el segundo tipo fornido.

Franco arqueó una ceja al escuchar eso. - ¿Su cabeza? ¿Sera posible...?

Inmediatamente un sonido gutural fue emitido de la garganta de la extraña figura, su cuerpo


comenzó a retorcerse buscando incorporarse solamente con el uso de sus piernas, ya que la
figura en cuestión no parecía poseer sus extremidades superiores. Su aspecto era por mucho,
muy distinto a las diferentes clases de zombies que Zeta conocía. La diferencia radicaba en lo
grisáceo de su piel recubierta por gruesas y azuladas venas que recorrían la mayor parte de su
cabeza. Una gran cabeza calva desproporcionada a su cuerpo, que contaba con unas grandes
fisuras ubicadas en su rostro que nacían de los extremos laterales de sus labios y desembocaban
en unos orificios que reemplazaban lo que antes hubiera sido una oreja humana.

Un puntazo en la boca del estomago es lo que sintió Zeta al presenciar como el monstruo profería
lo que parecía ser un bostezo, abriendo su boca en toda su plenitud la cual se podía apreciar
fácilmente una afilada dentadura que recordaban las de los tiburones, pero lo más inquietante no
era eso, si no el hecho de que su cabeza parecía partirse prácticamente a la mitad debido a las
fisuras que duplicaban el tamaño de su mandíbula de una forma aterradora.

-Mierda-dijo Matías-. Esa cosa podría comerse una sandía de un solo mordisco.

-Esa cosa podría engullirse una cabeza humana si quisiera -añadió Noelia, acomodándose en los
brazos de Anna.

-Claro, eso explica los cadáveres decapitados que habíamos encontrado en el segundo piso -
acotó Samantha.

-No solo eso, el relato del sujeto de la nación oscura que afirmó que ese bicho se devoró la
cabeza de su compañero esclarece un poco todo esto -explicó Franco.

- ¿Un poco?-preguntó Rex uniéndose a la conversación.

Franco frunció el seño en gesto reflexivo sin apartar la mirada del monstruo. -Sí, hay algo que no
me termina de cerrar en todo lo que pasó.

- ¿Qué cosa?

-Creo que sé a qué te refieres- intervino Matías-. En el edificio los cadáveres que encontramos
eran de los zombies que antes intentaban atravesar la puerta donde nos refugiábamos con
Noelia, por ende no eran seres vivos.

Franco asintió dando la razón a Matías. -En efecto, no lo podría haber dicho mejor, hasta ahora
nunca había visto algún bicho que se comiera a los de su misma especie, está fuera de los
parámetros de su normalidad.

Zeta no pudo evitar interrumpir con una breve risa. - ¿De verdad hablas de normalidad teniendo
en frente a estas cosas? Pensé que eras el inteligente Franquito, pero déjame decirte que en este
mundo ya nada puede llamarse normal -suspiró-. Ni tú, ni yo somos normales, nadie lo es, mucho
menos lo van a ser estos bichos como les dices -desenvaino su machete apuntándolo al zombie-.
Cada día, en cualquier momento puede llegar a aparecer uno nuevo y mucho más peligroso que
los anteriores. Y cada uno de nosotros como humanos vamos a tener que adaptarnos a ellos -
bajó el machete para subir con su otro brazo su Beretta modificada y apuntó al zombie a su
cabeza-. Porque el que se adapta por ultimo -guardó silencio-. ¡Muere!
Presionó el gatillo. Una bala salió disparada del arma de zeta para terminar su recorrido justo en
la sien del monstruo, la misma reboto impactando consiguientemente en algún lugar de la calle. El
impactó tomó de lleno al zombi obligándolo a dar una media vuelta sobre sus pies y caer de
rodillas justo en frente del grupo de la nación oscura. Zeta al presenciar su improvisto fallo, no
pudo evitar abrir la boca en un ridículo gesto de sorpresa. - ¿Alguien más vio eso?

- ¡Por eso mismo tenemos que escapar!- explicó el sujeto calvo apuntando a la bestia con su
arma-. A esa cosa no le afectan las balas de ningún tipo.

-Eso veo, menudo problema ¿eh? -dijo Calavera fingiendo temor.

- ¡Jefe! ¡¿Acaso no ve que no podemos perder más tiempo?! Ya perdimos a Rodrigo por este
infeliz.

Calavera simplemente sonrió de una manera altanera y respondió. -No mi querido amigo, Rodrigo
murió por su propia incompetencia -miró de soslayo con su ojo sano a su secuaz, y alzó el
lanzamisiles a su hombro apuntando al zombi-. Y te recuerdo algo, y que no se te olvide. Yo no
soy Rodrigo.

Al ver esto Franco no perdió tiempo en dar la orden a todos de refugiarse detrás de dos vehículos
abandonados a ambos extremos de la calzada para evitar salir dañados. Franco, Samantha y Rex
se ocultaron detrás de un camión mientras que Zeta junto con Anna, Noelia y Matías se dirigieron
a toda velocidad detrás de una camioneta blanca.
Mientras tanto, el disparo producido anteriormente por Zeta pareció enfadar a la bestia la cual
emitió un bramido de guerra similar al que la clase parca usa para anunciar su ataque. Prosiguió a
alzar un pie mientras estaba de rodillas, y luego el otro incorporándose definitivamente. Se echó a
la carrera en dirección a Calavera y su grupo, pero dos pasos fueron los únicos que llegó a dar
antes de ser interrumpido por un misil que explotó frente a él haciéndolo volar varios metros atrás,
desplomándose a pocos pasos del camión donde se refugiaban Franco y los demás.

Calavera y su grupo hicieron lo propio refugiándose tras el jeep mientras apuntaban con sus
armas al grupo de Zeta. Calavera arrojó a un lado el lanzamisiles y tomó una pistola que uso para
efectuar un disparo que rozó el pie de Franco, pero sin acertarle. - ¡Bueno novato! Parece que las
negociaciones se acabaron, en pocos minutos este lugar estará lleno hasta tu culo de zombis, y
sabes que me encantaría quedarme y verte morir pero me urgen cosas más importantes.
Encontrar la nación escarlata por ejemplo -otro disparo, esta vez a uno de los vidrios de la
camioneta-. Un placer conocerlos chicos. Espero que nos volvamos a ver todos en el puto infie...

Calavera se calló. No porque fuese interrumpido, simplemente por el hecho de que lo que vio a
continuación lo hizo enmudecer completamente. El zombi, ese mismo zombi que recientemente
había recibido un disparo de lleno del lanzamisiles, ahora volvía a colocarse lentamente de pie.
Sano y sin rasguño alguno. -Me cago en ese hijo de...-dijo y disparó tres veces consecutivas al
zombi sin vacilar en ningún momento. Las balas rebotaban de su piel como si de un chaleco
antibalas se tratase, enfadando aún más a la bestia quien parecía alterarse más con cada
disparo, pero en vez de perfilarse hacia Calavera, dirigió su mirada hacia su objetivo más cercano.
Franco.

-Esa cosa va comerse a Franco si no actuamos rápido -anunció Noelia preocupada.

- ¿Alguien tiene algún plan exprés? -preguntó Matías.

Zeta y Anna cruzaron miradas, Anna entrecerró los ojos y frunció el seño en una mueca de
«Necesitamos tu ayuda». Zeta comprendió a la perfección. - ¿Me apoyas? -preguntó-. Yo me
encargaré del zombi.
Anna asintió y dejó a Noelia en los brazos de Matías, tomó su rifle francotirador y apuntó
directamente a Calavera, pero Zeta inmediatamente bajó la mira de su rifle con su mano.

-Se que puedes matarlo. Pero preferiría que de momento no lo hicieras.

Anna no comprendió el porqué, pero decidió respetarlo y efectuó su tiro en el capó del Jeep
provocando que Calavera interrumpiera su desfile de disparos y corriera a ocultarse. Juan y sus
compañeros no dudaron en apoyar a su jefe desde detrás del jeep. Anna les hacia frente
fácilmente con su rifle y seguidamente Noelia y Matías se sumaron en el tiroteo.

- ¡Nos superan drásticamente en número! Así no vamos a poder siquiera apuntar con claridad -
dijo el sujeto calvo de la nación oscura.

Calavera volvió a hacer uso de su especial sonrisa altanera. -No hace falta que malgasten sus
municiones amigos, ¿o se olvidaron que tenemos un aliado muerto haciendo el trabajo sucio por
nosotros?

En ese momento, Rex sujetó a Franco de su abrigo y lo apartó alejándolo de la bestia para luego
ocultarse en la parte lateral derecha del camión. El zombi procedió a dar un paso hacia delante,
luego otro hacia atrás observando hacia los lados al azar y alzando su nariz para olfatear mejor.

-Parece desorientado -susurró Sam.

-Eso es bueno, podemos distraerlo de alguna manera y ganar tiempo -añadió Franco.

-Me gustaría saber esa manera -dijo Rex mientras se agazapaba y procedía a asomar su cabeza
por la esquina del camión para observar a la bestia, pero volvió a cubierto rápidamente-. Esta muy
cerca -dijo en un tono apenas audible, pero que Sam y Franco interpretaron a la perfección por la
preocupada expresión de su cara.

El zombi se acercaba cada vez más, Franco sabía que no podían huir hacia ningún otro lugar sin
quedar totalmente expuestos a la vista de Calavera y su grupo. Pero también sabía que si se
quedaba sin hacer nada, ese maldito e indestructible bicho se haría un bonito manjar con sus
cabezas. La situación apremiaba, y el tiempo se acortaba cada paso que daba el zombie,
olisqueando el hedor a carne fresca para guiar sus pasos. No quedaba mucho, si no podía hacer
algo pronto moriría. « ¿Pero qué? ¿Qué puedo hacer?-pensó». El aliento putrefacto y caluroso del
zombi escocía las fosas nasales de Franco. Observaba a Samantha, sus ojos denotaban un
revoltijo de temor y preocupación.

Piensa Franco, tienes que buscar una solución rápida y ponerla a ella a salvo. El semblante del
joven ex militar cambió a preocupación, frunció el seño cerrando fuertemente sus ojos como
deseando que alguna mágica idea apareciera de repente. Y funcionó. « ¡Eso es! ¿Cómo no me di
cuenta antes?». Metió la mano en su pantalón y extrajo de ahí una granada que había conseguido
en su misión anterior, esa era la clave para deshacerse del maldito demonio. Pero sabía
perfectamente que si el lanza-misiles de Calavera no le había provocado daño alguno, una simple
granada de fragmentación tendría el mismo resultado. Recordó el momento en que Zeta derrotó a
aquel zombi gigante haciéndole volar la cabeza desde dentro. Esa podría ser la solución, podrían
ser muy fuertes en el exterior pero por dentro solo carne podrida. Franco aferró su mano a la
granada con intenciones de metérsela dentro de la garganta en el momento que abriera su
gigantesca boca forrada de esa afilada y putrefacta dentadura. Solo debía esperar el momento
adecuado, cuando se acercase y...

¡Paff! Un destello resonó y el sonido de una bala impactó en la cabeza de la bestia, la misma
rebotó y termino su trayecto en algún lugar del suelo. Provocando consiguientemente que el
demonio virara a ciento ochenta grados, olvidándose por completo de lo que buscaba con
anterioridad. Otro balazo más, esta vez en el torso, el zombi gruñó y comenzó a avanzar
aceleradamente hacia el lugar de donde provenían los disparos. Franco desconcertado, observó
quien podría estar tan loco de atraer a esa bestia. Y por alguna razón, la respuesta al ver a Zeta
de pie sobre la caja trasera de una camioneta en la senda de en frente, no lo sorprendió del todo.

- ¡Vamos cabezón! ¡Ven por mí! -gritó Zeta disparando nuevamente al zombi para atraer su
atención y así alejarlo de Rex, Sam y ¿por qué no? también de Franco.

El fortachón calvo de la nación oscura sonrió, alzó su arma decidido y apuntó directamente a
Zeta. -Ese estúpido es mío.

- ¡Espera imbécil! -interrumpió Calavera, desviando el cañón del arma hacia un lado, pero sin
poder evitar el disparo que impactó en un muro detrás de Zeta. Eso fue suficiente para que Anna
reaccionara rápidamente y devolviera los disparos obligándolos a ponerse a cubierto.

- ¿Por qué hiciste eso? Podría haberle dado. Pensé que querías que los matáramos a todos -
protestó el calvo cubriéndose detrás del jeep.

Calavera observó detenidamente a Zeta, y luego lo señalo con el dedo. -Yo soy el tuerto, pero tú
estás ciego amigo. Mira con atención su brazo izquierdo, ¿Vez algo interesante?

El sujeto calvo observó con atención durante unos segundos. Nuevamente, una bala de Anna lo
forzó a ponerse a cubierto. -Si jefe, lo veo. ¡Está sangrando! Esta débil, lo que quiere decir que
dejemos que el monstruo se lo devore ¿verdad?

- ¿Eres idiota? ¡Mira bien!

El sujeto volvió a mirar. Volvió a cubierto. -No entiendo jefe.

Calavera suspiró enfadado. -La cicatriz, la marca que tiene en el brazo. ¿Recuerdas la marca,
verdad? ¿Recuerdas que buscamos a una persona con esa marca en el brazo?
El calvo volvió a mirar y abrió los ojos como esferas- ¡Es el sujeto! ¡Es ese hijo de puta!

- ¡Exacto! Y déjame decirte más -habló fríamente-. Si él muere, yo mismo te mataré -luego
observó a sus otros dos hombres-. Los mataré a todos ustedes. Así que cuiden el culo de ese
niño, luego el mío, y luego el de ustedes ¿quedo claro?

-Si señor -respondieron todos agachando las miradas.

En ese momento, una serie de disparos se escucharon desde el lado de Rex y Franco, donde se
encontraban batiéndose con un grupo numeroso de zombies que se acercaban a su dirección
desde las esquinas. Calavera observó hacia su retaguardia, las esquinas de su lado también se
encontraban inundadas poco a poco por otra horda que se multiplicaba por cada segundo. Ambos
grupos comenzaron a defenderse desde su posición para calmar la muchedumbre de muertos
asesinos.

Zeta por su lado seguía intentando atraer al zombi sin brazos. - ¡Vamos! -dijo, disparando
nuevamente.

El zombi soltó un bramido aturdidor y se agazapó en un segundo, para luego realizar un veloz
salto que hubiese alcanzado a Zeta de no ser porque Matías se anticipó y lo apartó del camino de
un empujón. Zeta cayó en una esquina de la caja de la camioneta, el zombi se incorporó
velozmente y saltó hacia Matías abrazándolo de las caderas con ambos pies. -Mierda, no, no,
¡NO! -el gritó de Matías fue apagado con un gran mordisco de la bestia, quien abrió su mandíbula
y arrancó poco más de la mitad de la cabeza de Matías de una sola pasada. Noelia quedó
petrificada por tal brutal acto de carnicería, pero eso no le evitó proporcionar un gran grito de
terror. Una gran cantidad de sangre manaba hacia múltiples direcciones. No se sabía con
seguridad si la sangre provenía de la herida de Matías o si era el zombi quien la salpicaba al
masticar. O de ambas. Anna rápidamente indicó con unas señas a Noelia que siguiera disparando
a la manada de zombis que se aglomeraban cada vez más cerca de su posición. Noelia
obdedeció.

Zeta, quien seguía tirado, se incorporó rápidamente. Escuchaba el crujir de los huesos del cráneo
de Matías mientras el demonio masticaba tranquilamente de espaldas al muchacho. Una fuerte
angustia punzó su estomago como una daga.

Ese... podría haber sido yo-pensó-. Si él no hubiera querido salvarme, él no... todo fue muy
rápido, ni siquiera me conocía bien y me salvo, ¿para qué? ¿Para morir sin más? ¡Mierda! Para
de masticar... No, no, yo debería haber actuado, debería haberlo ayudado, no hice nada,
simplemente... ¡Dios, para ya de masticar!

El zombi prosiguió a dar un segundo bocado a lo que quedaba de la cabeza de Matías dejándolo
completamente decapitado. Zeta desenvainó su machete, lo tomó fuertemente con ambas manos.
« ¿Te gustan las cabezas hijo de perra?». Otro hueso se escuchó quebrarse entre los dientes de
la bestia.

-¡¡Para de masticarte a Matías!! -gritó Zeta enervado por la furia que recorría su cuerpo, llevó el
machete hacia un lado de su hombro-. ¡Hijo de...! -dijo, interrumpiéndose para trazar un arco
vertical con todas sus fuerzas con el machete, el cual impactó en el cuello de la bestia
atravesándolo por completo, su cabeza salió disparada fuera de la camioneta y rodó
perezosamente en el asfalto dejando una gruesa huella de sangre en su camino.

Zeta inhaló aire por su nariz y lo exhaló en un fuerte suspiro, no comprendía bien como había
podido cortar la cabeza de un monstruo que sobrevivió a un lanza-misiles y a centenares de
disparos, pero no era el momento ni el lugar para pensar en ello ahora. Sin perder tiempo se unió
al combate contra la horda incontenible de zombis que se acercaban por las calles.

-No te merecías esto -musitó Noelia, mientras se acercaba a revisar el cadáver de Matías
intentando no mirarlo de frente para contener las fuertes nauseas que le causaba ver a su
compañero en ese estado. Revisó en sus bolsillos y encontró unos papeles enrollados que guardó
con ella.

Rex, quien se encontraba defendiendo su posición cerca del camión junto con Sam y Franco,
recordó la granada que Franco había sacado de su bolsillo anteriormente y una idea se iluminó en
su mente. -Hey Franco, utiliza tu granada para abrir un hueco entre la horda y así podremos
escapar.

- ¡Es una gran idea!-lo secundó Samantha-. No creo que aguantemos mucho tiempo más así.

Franco no apartó en ningún momento la vista de la horda mientras seguía disparando.


-Lo dudo mucho. Si hago eso, entonces Calavera y los de la nación oscura nos escucharan y no
permitirán que nos vayamos con vida. Pero...-el joven tomó su granada y observó a cubierto hacia
el grupo de Calavera-. Puedo hacer algo más -se dirigió a Rex-. ¿Te llamabas Renzo verdad? Voy
a necesitar que me cubras, ¿puedes hacerlo?

- ¿Qué harás?

- ¿Puedes o no? No tenemos mucho tiempo.

-Está bien, ¿Qué quieres que haga?

Franco señaló el jeep. -Dispara hacia allá, así desviaremos su atención.


- ¿De los zombies?

-No. De mi granada. Voy a matarlos, tomaremos su jeep, sus armas y nos escaparemos. La razón
por la que ellos aun no lo hicieron es porque Anna los mantiene a raya, y además se encarga de
reducir a los zombis, todo a la vez.

-Sí, lo veo. Es impresionante su manejo de las armas.

-Según me contó, tuvo un mentor muy bueno cuando comenzó todo esto-explicó Sam.

-Tuvo mucha suerte, yo tuve que aprender por las malas.

-Bueno, no perdamos tiempo. Dispara a mi señal, intentaré arrojar la granada lo más cerca
posible del jeep. Tu Sam, intenta que ningún zombi llegue muy cerca ¿entendido? -ordenó
Franco.

-Bien -obedeció Rex, y comenzó a girar su arma una y otra vez hasta completar las cuatro
vueltas. Franco y Samantha lo observaron extrañados -Larga historia.

Rex procedió a disparar hacia el grupo de Calavera, mientras que Franco por su parte salió al
descubierto, quitó el seguro de la granada y de un audaz movimiento la arrojó fuertemente
haciéndola rodar por el suelo hasta chocar una de las ruedas del jeep, y desvió un su rumbo unos
centímetros hacia atrás, pero a una buena distancia la cual podría infligir gran daño. Pero para su
desgracia, el sujeto calvo de la nación oscura presenció el suceso y no perdió tiempo en actuar.
Rápidamente corrió hacia la granada con intenciones de arrojarla nuevamente hacia Franco, pero
Anna fue más rápida. Un disparo directo en el pie hizo caer al tipo de la nación oscura al asfalto,
justo encima de la granada.

- ¡Oh! hija de una gran...

Se produjo una explosión ahogada, seguida de una lluvia de sangre y restos desmembrados del
sujeto calvo que se esparcieron por toda la calle.

- ¡Mierda, mierda, mierda! -Gritó Juan-. Ahora solo quedamos tres, y ellos tienen granadas.

- ¡Esto se nos está escapando de las manos Calavera! -dijo Mario nervioso-. ¿Qué vamos a
hacer?

- ¡Los zombis se acercan cada vez más!

- ¡Jefe, responda!

Calavera no parecía con ánimos de contestar, una gran vena se notaba en su frente causada por
la furia que sentía en ese momento. Sus hombres caían uno a uno, los monstruos llegaban de a
miles y las municiones tanto como las opciones se estaban acabando. Para rematar su racha de
mala suerte, todavía no había encontrado la nación escarlata, y sabía que su jefe lo arrojaría a los
perros zombis si no volvía al menos con el chico, ese era su pasaporte de vida. Tenía que traer al
chico de la zeta en el brazo. Cueste lo que cueste.

Agotado de recursos, Calavera se resignó a preguntar a sus hombres. - ¿Alguno tiene una maldita
idea que nos saque de este infierno?

No hubo una respuesta inmediata, solo estallidos de disparos se escuchaban mientras


quebrantaban los cráneos de los infectados. Pasó un tiempo hasta que alguien decidió hablar. -
Bueno, puede... que yo tenga una idea -acotó Juan dubitativo.
-Ni siquiera voy a esperar que sea buena viniendo de ti, pero veamos que tienes para decir.

Juan tragó saliva y habló. Al terminar de explicar a sus compañeros su plan, Calavera no pudo
evitar tentarse, una risa llena de confianza manaba de su garganta y una mirada empapada de
maldad se formó en su rostro. -Juan, Juan, Juan... ¡Amigo, eres un jodido genio!

Calavera procedió a levantarse y ponerse a descubierto, alzó su brazo haciendo una señal de paz
con su mano, se dirigió a Zeta y gritó. -¡¡Proclamo un acuerdo de paz!!

Zeta lo observó desconfiado y sorprendido, sabía lo que significaba proclamar un acuerdo de paz,
ya lo había escuchado anteriormente con otros grupos, pero no estaba seguro si confiar en ese
sujeto era buena idea.

Trama algo, eso es seguro-pensó-. Pero por cómo van las cosas, ningún grupo va a poder
aguantar un minuto más. Nos tienen acorralados, tenemos que salir todos juntos... o no saldrá
nadie

En ese momento, un zombi tijeras salió de la puerta de un edificio y se dirigió peligrosamente


hacia Zeta, pero fue interceptado por tres disparos consecutivos de Calavera. - ¡Tienes mi palabra
de honor chico! ¿Aceptas el acuerdo o moriremos todos aquí?

Zeta bajó de la caja de la camioneta de un salto y se dirigió en medio de la calle. -Está bien,
acepto. Todos aceptamos el acuerdo.

- ¡¿Qué mierda estás haciendo?! -preguntó Franco irritado desde detrás del camión.

-Un acuerdo de paz se realiza cuando dos bandos desconocidos están acorralados, y para poder
salir todos con vida acuerdan una unión momentánea hasta poder estar a salvo. Eso implica hasta
el último zombi que se encuentre en pie. El acuerdo termina cuando todos los zombis mueren y
solo quedan humanos -explicó Zeta, mientras hacía señas a Anna y a Noelia para acercarse-. El
acuerdo ya fue aceptado, ellos no nos dispararan hasta que hayamos eliminado a todos los
zombis del lugar. Y nosotros tampoco lo haremos.

- ¿Y tú eres tan idiota para creerle? Te matará apenas te descuides imbécil.

-Míralo de esta forma, ellos están en una situación peor que la nuestra, tienen menos hombres y
si uno de ellos disparan está asegurado que el resto de nosotros los liquidarán y ninguno de ellos
sobrevivirían. Ellos ya tomaron en cuenta eso, esa es la razón de que hayan pedido el acuerdo.
Están en desventaja.

-Si tú quieres morir, hazlo. No pienso aliarme con esos sujetos -se opuso Franco.

-Entiendo tu punto de vista Fran, pero ya no podemos hacer nada aquí, son demasiados -dijo
Sam, mientras se alejaba del camión para acercarse a Zeta-. No podemos hacerlo solos, nos
terminarían matando de todas formas.

- ¿Sam, confías en él?

-Creo que ya no se trata de confianza, viejo -respondió Rex mientras se acercaba a Zeta; Anna y
Noelia por su lado hacían lo mismo. -Se trata de sobrevivir.

-Exacto -lo secundó Zeta-. Se trata de supervivencia, y la supervivencia se elige. Puedes elegir
morir desconfiando, o puedes elegir tener esperanza y sobrevivir. Entonces... ¿Qué harás?
Franco apretó los dientes, rabioso, disparó una ráfaga de balas a un grupo de zombies cercanos
para desahogarse y finalmente decidió acercarse a Zeta. -Espero que sepas lo que haces. Nos
estas poniendo a todos en peligro.

-Sé lo que hago -dijo Zeta seriamente y se acercó a Calavera, ambos quedaron uno frente al otro.

Calavera sonrió. - ¿Quién imaginaba que nos volveríamos a ver de nuevo, verdad?

-Siento lo de tu ojo, ¿sin remordimientos?

-Ya te devolveré el favor -respondió con un atisbo de ira-. Pero no será hoy -extendió su mano.

Zeta estrechó la mano de Calavera sellando el acuerdo mientras se miraban fijamente sin siquiera
parpadear. -Nos protegeremos hasta que el último zombi caiga.

-Conozco el acuerdo chico, ¡ahora deja de perder tiempo y dispara! -dijo y alzó su arma y derribó
a un zombie parca que había saltado para sorprender a Noelia por detrás.

Zeta rápidamente se acopló a la guerra contra los monstruos, al mismo tiempo que todos
formaban un circulo para abarcar el mayor territorio posible. Los zombis se acercaban desde las
esquinas, surgían de los edificios, algunos saltaban de las ventanas para caer y terminar siendo
un charco de sangre en el asfalto. Estando en grupo la situación podía controlarse mejor, pero
parecía que por cada monstruo que caía, dos más aparecían para intentar acercarse a ellos.

- ¡Mierda, están por todas partes! -se quejó Rex.

-Yo no tengo más balas -informó Noelia con voz temblorosa del miedo.

-Jefe, mis municiones se están por acabar -advirtió Mario.

-Franco -susurró Sam-. Yo tampoco tengo balas.

-A la mierda con estos hijos de puta -dijo Calavera furioso-. ¿Tienen armas blancas? ¡Úsenlas!

Zeta gatilló en falso su arma un par de veces. -Bien, si vamos a morir que sea luchando hasta el
final -dijo y desenvainó su machete mientras corría hacia un zombi y se lo ensartaba en la cabeza,
luego de una patada lo apartó y siguió con otro a su lado.

Rex hizo lo mismo con su navaja, mientras que Samantha arrojaba sus chuchillos de lanzamiento
a los monstruos que se acercaban a sus compañeros. Todos los hombres comenzaron una lucha
encarnizada cuerpo a cuerpo contra cada zombie que se acercaba, cortando y algunos utilizando
sus armas para golpearlos. La horda poco a poco fue reduciendo el espacio del grupo,
rodeándolos cada vez más. Noelia se rindió a la situación y se dejó caer de rodillas en medio de
todo el desastre, Anna y Sam la rodearon intentando protegerla.

-Vamos, no puedes dejarnos ahora Noelia.

Noelia dejó caer unas lágrimas de sus cristalizados ojos. -Ya no podemos hacer nada, Sam. Es
inútil.

Rex cruzó miradas de preocupación con Zeta, ambos retrocedieron hasta que el grupo se vio
reducido de espacio como para movilizarse más. La espalda de Zeta chocó contra la de Calavera.
Todos se vieron acorralados ante centenares de muertos que se acercaban peligrosamente. La
muerte los rodeaba, los acariciaba, los esperaba. Nadie emitió palabra alguna, los únicos sonidos
que se escuchaban en el ambiente eran los gruñidos y bramidos guturales de las bestias que los
amenazaban. « ¿Este es el fin? -pensó Zeta».
- ¿Eh? ¿Escuchan eso? -preguntó Rex alzando la vista.

Zeta lo observó sin ánimos - ¿Qué cosa? Son solo estos monstruos.

-No, espera -comentó Sam-. Yo también lo escucho.

Zeta afinó su oído y detectó un leve sonido que incrementaba su volumen rápidamente.

-Es el sonido de... ¿un motor?

-No -refutó Rex dibujando una sonrisa en su rostro-. Son más de uno, y se acercan hacia aquí.

En ese momento el ambiente se inundó de destellos de disparos, alguno de los zombis que los
acorralaban escucharon el estrepitó y se giraron. Dos enormes camionetas cuatro por cuatro, todo
terreno se abrieron paso entre la horda embistiendo a los monstruos, lanzándolos por los aires
como si de pinos de bowling se tratase. En la caja de ambas camionetas se encontraban dos
hombres con ametralladoras automáticas acopladas para una ofensiva imbatible. Arremetían sin
piedad contra todos los zombis cercanos, una ráfaga era suficiente como para tumbar una gran
cantidad de las bestias, mientras la camioneta recorría en círculos el perímetro, proporcionando
una defensa impenetrable al grupo.

Al cabo de unos minutos de tiroteos incesantes y algunas granadas arrojadas por los mismos
quienes disparaban las ametralladoras, la calle se despejó dejando un mar de cadáveres
revistiendo todo el asfalto. Ambas camionetas se frenaron y las ametralladoras viraron su
dirección a Calavera y su grupo que se vieron obligados a separarse del grupo de Zeta
retrocediendo. De una de las camionetas bajó un hombre alto, perfectamente peinado y sin
ningún tipo de mancha en su impecable traje color beige. Se acercó hasta el grupo de Calavera a
paso seguro y se detuvo frente a los tres integrantes de la nación oscura. Ladeó su cabeza hacia
un lado observando a Noelia de reojo.

- ¿Están todos bien? ¿Te han mordido, Noelia?

-No, no es una mordida -respondió la muchacha tartamudeando-. Es solo una herida, señor
presidente.

-Entiendo. ¿Y Matías? No lo veo por aquí -se dirigió a Calavera-. ¿Ustedes lo mataron?

-En realidad...-comenzó a decir Zeta bajando la mirada-. El murió para salvarme, es mi culpa que
esté muerto.

-No -intervino Noelia-. Yo lo vi todo a la perfección, él no tiene la culpa, nos salvo a todos de un
nuevo tipo de zombi muy fuerte, Matías no tuvo tanta suerte.

-Ya veo -expresó Máximo, sin dejar de mirar a Calavera a los ojos-. Y ustedes tres, ¿Cuáles son
sus asuntos en mi ciudad?

- ¡Ellos querían matarnos! -dijo Sam dando un paso al frente.

-Ya lo sé, ¿son de la nación oscura verdad? Se nota en su aspecto.

- ¿Qué haremos con ellos? -preguntó Franco-. Si me permite la opinión, yo digo que los matemos
a los tres ahora mismo.

Mario dio un paso atrás, para luego observar como un cañón de ametralladora lo apuntaba
directamente desde su espalda, volvió cerca de Calavera.
-No, no los mataremos. Sería una estupidez, volverían más a la ciudad cuando se den cuenta que
sus hombres no volvieron -explicó Max seriamente-. El ciclo sería interminable. Lo que haremos
será mandarles un mensaje. Tú, el pirata mohicano. ¿Eres el líder del grupo? Quiero que vayas
de donde viniste y le digas a tu jefe que no vuelvan a mi territorio si no quieren declarar una
guerra entre naciones. ¿Ves esas dos camionetas de ahí? Tenemos muchas más que esas, y
recolectamos las armas de toda la ciudad. Nuestro ejército es tan grande que tuvimos que crear
otra sede de la nación escarlata. No es buena idea que nos tienten, no van a salir en una pieza se
los aseguro, si quieren guerra, nosotros se las daremos hasta el final. ¿Eh sido claro al respecto?

Calavera sonrió arqueando las cejas. - ¿Guerra? Por favor amigo, estamos del mismo lado. Es
decir, somos seres vivos...

Un disparo al suelo interrumpió a Calavera. -No quieras tomarme el pelo, no me hagas perder el
tiempo con tu falso discurso.

Calavera lo fulminó con la mirada. - ¡Esta bien! ¿Esos son tus términos? Los cumpliré.

- ¿Qué? Calavera, si volvemos con las manos vacías el jefe nos...

- ¡No interrumpas imbécil!, nos están dando la oportunidad de vivir, hay que ser agradecidos-
sonrió a Max.

-Nos llevaremos uno de tus hombres también, no quiero correr riesgos, si vuelven lo mataré.

-Eso no habíamos negociado.

- ¡Tú no estás negociando nada! Estas cumpliendo lo que te digo, ¿se entiende la diferencia?

Calavera apretó los dientes de furia. -Está bien, llévate a quien quieras.

Juan y Mario miraron preocupados a Calavera. -Pero jefe...

Franco se acercó a Max y susurró en el odio solo para que él lo escuchara. -Toma al más flaco de
todos, conoce a uno de los nuestros, podemos utilizarlo para sonsacarle información de la nación
oscura.

Max sonrió y se dirigió nuevamente a Calavera. -Bien, entonces tú el de la izquierda. Manos en la


espalda, y tú el mohicano, espósalo.

Uno de los sujetos que apuntaban con la ametralladora arrojó cerca de Calavera unas esposas,
que utilizó para maniatar a Juan. -Jefe, ¿Está seguro de esto?

- ¡Quédate quieto y obedece! No actúes como una marica.

-Bien, ¡nos vamos todos! Rápido, antes de que caiga la noche.

Franco tomó a Juan y lo arrastró hacia la caja de la camioneta. Anna y Noelia subieron al asiento
delantero del acompañante. Rex, Zeta y Sam tomaron las armas de Calavera y su grupo y
subieron al otro vehiculo libre, y el presidente subió por ultimo al asiento del conductor.

-Que tengas un buen viaje de regreso -dijo Max, y quemó llantas saliendo a toda velocidad del
lugar, la otra camioneta los siguió y en poco tiempo se perdieron de la vista de Calavera.

- ¡Oh mierda! Esta misión fue todo un fracaso, ¿qué le diremos a Alexander? Nos asesinará él
mismo.
Calavera se dirigió a su jeep y encendió la radio, la cual conectó con un GPS que sacó de un
compartimiento del vehículo. -Bien, está emitiendo señal. Juan, ¿me escuchas?

- ¡Hmm! ¡Hmmmmmmm! -se escuchó del otro lado de la radio-. ¡Hey guarda silencio!

Calavera enseño los dientes en una gran y maléfica sonrisa. -Estos estúpidos no lo registraron
todavía. Perfecto.

- ¿Qué es eso? -preguntó Mario confuso.

-Juan es un maldito genio, ¿recuerdas su plan? -preguntó, mientras interactuaba con el GPS-
Debíamos promulgar el acuerdo de paz, hacer suficiente tiempo y mucho ruido, si la nación
escarlata llegaba significaba que escucharon las explosiones y que indudablemente vendrían al
rescate de esos mocosos.

-Es verdad, eso significa que la nación escarlata está cerca.

-Sí, pero de todas formas las explosiones se escuchan a gran distancia, seguiría siendo difícil
encontrar el lugar exacto. Por lo que la tarea de Juan era infiltrarse a la nación, y podía hacerlo ya
que él conocía a uno de esos molestos niños. Podía convencerlos de abandonar esta nación para
aliarse con ellos y así pasarnos información desde dentro del lugar.

-Ya llegamos, ¡Abran las puertas! -se escuchó en la radio.

-Perfecto, ya están ahí -volvió a interactuar con el GPS, este comenzó a emitir una serie de pitidos
intermitentes y un punto rojo se iluminó en el mapa de la ciudad. Calavera escupió una carcajada
- ¡Perfecto! Todo salió como ese cabeza hueca lo planeó. Con la ligera diferencia que no necesitó
convencer a la nación escarlata de unírseles, simplemente lo secuestraron. Nos allanaron el
terreno, y sepultaron su propia tumba -volvió a reír a carcajadas.

Mario observó el GPS. - ¿Ellos están ahí? ¿Cómo lo has hecho?

-Juan lleva una mini radio en uno de sus bolsillos, yo se la di al momento que me contó el plan
¿Dónde demonios estaba tu cabeza en ese momento?

-Estaba defendiéndonos de los monstruos -se excusó Mario.

Calavera suspiró. -Da igual, ahora mismo sabemos dónde queda esa estúpida nación -sonrió y
miró a Mario con unos ojos lleno de ira, maldad y sed de sangre-. La próxima vez, la historia será
distinta... y ese estúpido presidente va a arder por su insolencia.

-Procedan rápido, el sol ya bajó. No podemos tener las puertas abiertas mucho tiempo -ordenó el
presidente.

La última de las dos camionetas ingresó y los centinelas comenzaron a sellar las trabas y los
candados de la puerta principal. Al acabar la labor todos bajaron de los vehículos. Samantha alzó
sus brazos estirándose hacia atrás. Volvía a respirar con tranquilidad una vez más. Franco se
volvió a acercar al presidente para susurrarle algo al oído. Dos centinelas comenzaron a revisar a
Juan, y uno de ellos arrojó una pequeña radio hacia el suelo y la pisó.

-Señor, encontramos eso en el pantalón del detenido.

- ¿Qué es? -preguntó Max.

-Parece algún tipo de radio receptor. Seguramente lo utilizaban para comunicarse entre ellos.
-Pero el detenido vino con la boca tapada ¿cierto? ¿No hubo forma de que escucharan donde nos
encontramos?

-Yo estuve con él todo el tiempo presidente, en ningún momento dije la ubicación de la nación. Es
imposible que lo puedan adivinar.

-Bien hecho. Entonces llévenlo a las celdas de arriba, y que los niños no los vean. No queremos
que duerman con miedo.

-A la orden señor, yo me encargo -dijo el centinela y se marchó con Juan.

Zeta fue el último en bajar del vehículo, se encontró con Rex y ambos cruzaron miradas de
satisfacción al volver a escapar de la muerte una vez más.

-Oye, ¿sabes?-dijo Zeta-. Después de una situación así, uno se pone a pensar...-un fuerte golpe
en la nuca lo interrumpió haciéndolo caer de rodillas al suelo-. Mierda ¿Pero qué...? -otro golpe
más y cayó.

Todo se volvió penumbras.


Capitulo 7: La puerta Zeta.

"La victoria fue siempre, para quien jamás dudó"

Rex soltó un suspiro relajador y bajó de su litera de un salto. Dormir en la planta alta de esas
incomodas camas cubiertas de chapa oxidada y colchones desgastados, era lo mejor que le tocó
desde hace mucho tiempo. Se puso de abrigo una camisa azul marino, casi tan corroída por el
tiempo como ese incomodo colchón. Pero evidentemente era mucho mejor que andar con trapos
llenos de sangre del día anterior. Agradeció mentalmente a uno de sus compañeros de habitación
por el préstamo y dudo si algún día se la devolvería. «No creo que vaya a extrañarla si me la
quedo». Su litera era la última de las veinte que se ubicaban alineadas, por lo que tuvo que
recorrer la habitación sigilosamente cuidando de no provocar mucho ruido y despertar a alguien.
Se alivió que el coro de ronquidos fuera más sonoro que sus pisadas, luego de salir y atravesar
por el pasillo se dirigió a los baños públicos.

Hace días que no consigo pegar ojo -pensó mientras refrescaba su rostro con agua-.

Bueno, siendo sincero desde que todo esto comenzó nunca pude conseguir dormir tranquilo en
las noches. Extraño mi habitación, mi casa... mamá, papá -miró el reflejo de sus ojos azules por
un gran vidrio que se extendía a lo largo de todo el baño-. Los extraño a todos... Silvia, Sofía...
Sofía, ¿Volveré a verte?» Una imagen de su novia transformada en zombi lo hizo reaccionar y dar
un salto hacia atrás chocando contra el muro. - ¡Mierda!

-Dios te ayudará.

- ¡¿Eh?! -Preguntó Rex con sorpresa-. ¿Cómo que... dios me ayudará?

Sam se acercó al lavamanos, su lacio cabello caía en cascada por sus hombros y algunos
mechones se deslizaban en su rostro. A Rex le tomó un segundo reconocer que se trataba de la
misma chica que se encontró ayer en medio de la calle. Vestía un abrigo de cuero negro ajustado
que brillaba como si estuviese iluminado por dentro, el cual combinaba a la perfección con unos
pantalones hasta las rodillas de una tonalidad azul desgastados. - ¡Pues claro, hombre! Al que
madruga, dios lo ayuda.

-Oh, te referías a eso.

-Claro, ¿Qué pensabas?

-No, no, nada importante.

-Está bien- dijo Samantha animada, le regaló una sonrisa y procedió a cepillarse los dientes.

Rex se dirigió a la puerta, pero decidió detenerse. -Escucha, lo de ayer. Creo que no era
necesario.

Sam escupió al lavamanos y terminó de enjuagarse. -Si lo sé, Fran fue un poco duro con él. Dice
que es por precaución, no comparto el método pero tiene razón en que tenemos que cuidar de los
nuestros.

Rex se planteó si a él también lo consideraban parte de los suyos. -Yo también tengo mis dudas
respecto a él. Pero ¿Y si primero le preguntamos y después golpeamos?

Sam se acercó unos pasos hacia Rex y se dejo recostar en el muro. -Como te dije, no comparto
su método, pero ya no hay nada que podamos hacer ¿verdad?
-Sí, supongo que tienes razón.

Sam observó la cara decaída de Rex, sus palabras denotaban una ligera incertidumbre. La
muchacha decidió animarlo de alguna forma. -Escucha, tengo una idea. Ayer Max me encomendó
revisar todas las pertenencias de tu amigo Zeta, ¿quieres acompañarme? No tomará mucho
tiempo.

-No sabía que tenía pertenencias.

-El trajo consigo dos bolsos enormes y bastante pesados, tengo que ver que puedo encontrar ahí.

-Oh ¿esos? Lo había olvidado, sinceramente no tengo idea de donde los sacó.

-Bien, vamos entonces.

- ¿Este es el depósito? -preguntó Rex mientras entraba en una sala de tamaño reducido, objetos
aleatorios de todo tipo se ubicaban en estanterías que llegaban hasta el techo y el lugar estaba
repleto de cajas de todo tipo de tamaño esparcidas por el lugar.

-Sí, aquí se guardan todas las cosas que nadie usa de momento.

-Imaginaba algo más grande, como la armería.

Samantha se dirigió a una esquina de donde levantó dos grandes bolsos y le brindó uno a Rex
mientras ella comenzaba a revisar el suyo. Estuvieron un rato hasta revisar por completo las
pertenencias de Zeta.

-Bueno, no parece haber bombas, armas, cuchillos, comida, o cualquier cosa amenazante o útil.
Solo hay ropa -dijo Sam en un suspiro esperando encontrar algo mejor.

Rex mientras tanto revisaba el segundo bolso. -Era de esperar, pasamos por un comercio de ropa
antes de toparnos contigo. Pero no pensé que fuese a robarse todo el maldito almacén.

Sam dejó escapar una breve risa. -Bueno, no es como ir de compras, en donde tienes la
tranquilidad de elegir lo que vas a llevar, llevarse todo es casi la única opción.

- ¿Él todavía no se ha cambiado verdad? Creo que le llevaré esta muda de ropa, es de su estilo
¿Qué te parece?

Samantha lo miró con sosiego. -Tú piensas mucho en él ¿Verdad? ¿Lo consideras tu amigo?

Rex frunció el seño ante la repentina pregunta. -La verdad, no lo sé. Hay momentos en los que
desconfió de él, pero siempre demuestra ser todo lo contrario a lo que me imagino. Siempre habla
de que no va a permitir que nadie lea su diario, y que sea posible que mate por eso. Pero al llegar
aquí no hizo nada. No me malinterpretes, no quiero que mate a nadie. Pero no sé qué pensar de
él. Es muy enigmático.

-Ahora que lo mencionas, yo tuve la misma impresión la primera vez que lo vi. Parecía intimidante
al principio, pero algo en su mirada, en sus ojos... -No terminó la frase dejándose absorber por
sus pensamientos-. No creo que sea malo.

Ambos quedaron en silencio unos segundos.

- Si.

- ¿perdón? -preguntó Sam confundida.


-Es la respuesta a tu pregunta. Si, lo veo como mi amigo.

Sam bajó la vista y siguió revisando entre toda la pila de ropa. - ¿Y crees que él te vea como su
amigo?

Rex guardó silencio, sin saber qué respuesta dar.

-Olvídalo -dijo Sam dibujando una enorme sonrisa en su rostro, mientras alzaba una chaqueta de
jean azul claro y observaba maravillada el reverso.

- ¿Qué pasa?

Sam giró la chaqueta sin borrar su sonrisa. En el reverso había un estampado de un pequeño
dinosaurio rojo en caricatura, y unas gigantescas letras bordadas en la parte inferior que
mostraban las siglas: REX.

-Él también te considera su amigo.

-Por favor, vuelve...

Ahí estaba Zeta. De nuevo abriendo una puerta, luego otra más. Recorriendo apresuradamente
un laberinto de estrechados pasillos de concreto. Una puerta aquí, otra allá. Una en el techo, dos
en el suelo, y otras ubicadas horizontalmente en las paredes.

Sabía que no tenia caso abrirlas todas, no lo llevarían a ningún lugar en especial, solo a una
simple habitación vacía. Él buscaba otra cosa, buscaba esa voz. Bajo por unas escaleras que
conectaban con otra red de pasillos, luego una bifurcación. «Recuerdo esto». Tan pronto como
viró a la derecha volvió a escuchar nuevamente esa espeluznante voz. -Vuelve...

Aceleró la marcha, sabía que iba por buen camino. Las paredes comenzaron a cambiar, ahora
eran de tablones de madera. Zeta se detuvo a apreciar como un muro de concreto terminaba,
para comenzar un muro de puras tablas gruesas y gastadas. «Esto no tiene ningún sentido».
Justo en ese instante, el suelo a sus espaldas comenzó a desmoronarse, y todo el pasillo entero
comenzaba a caer en pedazos.

De los tablones comenzó a brotar sangre y unos bramidos espantosos se acoplaron con voces
formando un bullicio insoportable. «Bien, ¡esto tiene menos sentido!» Zeta comenzó a correr, a
correr tan rápido como podía. Por cada paso que daba las voces se volvían más fuertes, llegando
a un punto en que resultaban insoportables. Aún así no cedió, se esforzó en correr más rápido. El
suelo comenzó a inundarse de sangre que rebalsaban de las paredes. Zeta no frenó, por cada
pisada la sangre salpicaba en todo su cuerpo, en su rostro. Al otro extremo del pasillo divisó una
puerta, estaba cerca, solo tenía que esforzarse un poco más y llegaría. Junto fuerzas de donde no
tenia y aceleró la carrera lo máximo que pudo, pero al llegar a la puerta se detuvo en seco,
resbaló con la sangre y casi cae hacia atrás de la inercia. Sus ojos se abrieron al máximo y un
miedo indescriptible lo poseyó por completo. «No puede ser...»

Su mirada no podía despegarse de la puerta, una gruesa puerta de hierro, con una inscripción
tallada en la parte superior en forma de una gran "Z". «No, no, no, no». El joven sabía que no
debía cruzar esa puerta por nada en el mundo, no de nuevo. Giró su cabeza para observar a su
retaguardia pero fue muy tarde, el suelo lo alcanzó y se desmoronó arrojando a Zeta a un oscuro
e interminable vacio sin fin. Lo único que quedó en el lugar intacto, fue la puerta de metal. La
gruesa y escalofriante puerta con una "Z" tallada.

- ¡Vuelve...!
Abrió sus ojos. Su corazón latía rápidamente y se encontraba empapado en un helado sudor. Su
cuello le dolía, seguramente por los golpes que le dieron la noche anterior. No sabía con certeza
en dónde estaba, pero un paneo visual por el lugar le bastó para reconocer que se encontraba en
una celda. Era pequeña y contaba con dos camas, una de cada lado. En la otra se encontraba un
sujeto durmiendo, no le tomó mucho tiempo deducir que se trataba de Juan, pero si le tomó un
tiempo finalmente levantarse de su cama. Recorrió la punta de sus oscuros cabellos con sus
dedos, peinándolos desordenadamente hacia arriba y se dirigió hacia su compañero de
habitación. -Hey amigo, ¡amigo despierta!

Juan se sobresaltó y se incorporó tan rápido como una gacela. - ¡Oh mierda! Eres tú, ¿Qué
quieres?

-Buen día para ti también -respondió Zeta cruzándose de brazos-. ¿Sabes dónde estamos?

- ¿Y dónde te parece que podemos estar? Es una jodida prisión. A ti también te tienen cautivo por
lo visto, ¿Qué has hecho, volar la maldita nación entera?

Zeta suspiró con un atisbo de rabia y desvió la mirada. -Si estás haciendo referencia a lo que
pasó en su nación, yo no tuve nada que ver con eso ¿Está bien?

- ¡Si, claro! Debería matarte ahora.

Zeta lo atravesó con la mirada. - ¿Qué sabe un estúpido aspirante a mecánico lo que es matar a
alguien?

Juan quedo atónito. - ¿Qué... como?

- ¿Alguna vez has tenido que matar a alguien? Y no me refiero a los que ya están muertos. ¡A
alguien vivo, un ser con vida! - No hubo respuesta alguna, prosiguió alzando más la voz-. ¡Veo
que no! ¿Y te crees que es tan fácil? ¿Crees en tu diminuta cabeza de chorlito, que quitar una
vida y no atormentarte por el resto de tus días es así de fácil como apretar el gatillo? -Zeta avanzó
un paso hacia Juan, quien retrocedió perplejo-. ¡¡Pues no lo es!! ¡Una vez que aprietas el gatillo,
una vez que la bala sale...! -Zeta dio una fuerte patada al borde de la cama en un ataque de ira y
se giró dándole la espalda a Juan -Una vez que sale no hay marcha atrás -dijo con suavidad,
mientras secaba con sus manos una pequeña lagrima que se asomaba tímidamente por sus ojos.

Juan no atrevió a decir palabra alguna, desvió la mirada al suelo y el silencio los envolvió. Zeta
procedió a sentarse en su cama, pero inmediatamente volvió a levantarse al escuchar el sonido
de unos pasos acercándose a su posición. Frente a su celda apareció el presidente de la nación
escarlata luciendo su impecable traje beige.

Escoltado a su lado por Franco, quien parecía salido de una reciente ducha, su pelo parecía
parcialmente mojado y de él manaba un fuerte olor a perfume. Zeta se cuestionó la última vez que
había tomado un buen baño de agua caliente y se había afeitado, daría lo que sea por volver
sentir el agua recorrer su cuerpo una vez más, y la agradable sensación de no tener esa molesta
barba de dos días que tanto le molestaba. Al otro lado del presidente se encontraban Samantha,
la bella muchacha que lo había estafado para robarse su casa rodante y lo había dejado en
ridículo ante su declaración de amor. Y Anna, la más pequeña del grupo, en simple apariencia
pero la más grande, si de puntería con armas se trata. Detrás de todos ellos, y apenas visible a
Zeta, se encontraba Rex, era sin duda el más alto, sin contar con el presidente que parecía
llevarle la misma altura. Traía puesta su característica gorra de lana verde en su cabeza y una
chaqueta azul claro que Zeta reconoció al instante, no pudo evitar sonreír a su compañero.

- ¡Eh! Te queda genial, y es de tu talla.


Rex devolvió el gesto con otra sonrisa. -En realidad es un poco ajustada, pero que puedo esperar
de ti - se acercó a las rejas y le ofreció una muda de ropa la cual Zeta recogió.

- ¡Eh! ¿Y yo qué? ¿No me trajiste ropa a mí?

-Lo siento, no había talla para traidores -contestó Rex mirando a Juan con el rabillo del ojo.

En ese momento, Rex sintió una presión en su hombro derecho. El presidente había depositado
amistosamente su mano ahí en un gesto para que se aparte. Rex dio un paso al costado
obediente.

- ¿Durmieron bien? -preguntó el presidente con soltura.

-Bueno, si a dormir te refieres que te noqueen por la espalda por segunda vez en tres días. Pues
sí, dormí genial.

-Te dije que no dudaría en hacerlo nuevamente -agregó fríamente Franco con tono desafiante.

-Basta ya, no quiero que esto se alargue más de la cuenta, tengo otros asuntos pendientes y no
me gustaría que una riña de niños me atrasase -se dirigió a Franco-. ¿Fui claro?

Franco cambió su expresión a una más respetuosa. -Sí, señor presidente.

Zeta sonrió. «Lo tiene de las bolas»

-Zeta o como sea tu verdadero nombre.

-No lo recuerdo.

-Está bien, Zeta entonces. ¿Sabes porque estás aquí?

-Esto parece un tribunal, aunque un poco más, ¿Cómo decirlo? Precario.

-Contesta la pregunta -intervino Franco, su voz seguía sonando respetuosa como la última vez.

-Bueno, tengo mi teoría -comenzó decir Zeta y señalo a Juan-. Este sujeto a mi lado ah dicho a
todos ustedes que represento un gran peligro, ustedes le creyeron y ahora dudan de mi. Es
evidente porque ninguno me conoce, ni siquiera mi nuevo amigo de viajes, Rex. Así que no me
ofendo.

-Me parece perfecto, estas al tanto de la situación. Y como verás, no podemos confiar en ti dada
las circunstancias, por lo que lo hemos charlado y llegamos a la conclusión de que deberás
responder a todas nuestras preguntas. Dependiendo de las respuestas omitiremos un veredicto.

Zeta asintió. -Prometí a Rex contarle todo lo que quisiera cuando llegásemos -observó las tres
paredes a su alrededor sellada por una cuarta pared forrada de fuertes barras de acero -. Y como
no tengo otra cosa mejor que hacer, puedo contarles a ustedes también.

- ¿Cómo sabemos que no puede estar mintiendo? -preguntó Sam, dirigiéndose al presidente.

-Ya eh pensado en eso, y la respuesta está a su lado -dijo y cambió la vista a Juan-. Él y su
nación lo buscan por algo, Rex nos informó que Zeta era fugitivo y en algún momento escapó. El
relato de Zeta entonces, tiene que coincidir con el relato de Juan, ambos estuvieron en el mismo
lugar. Si bien estoy al tanto que quizás no vieron las mismas cosas, ambos relatos tienen que
coincidir en detalles mínimos, que serán relevantes para cerciorarnos que uno de los dos, miente.
- ¿Y cómo sabremos cual de los dos miente? -preguntó nuevamente Samantha.

-Los entrevistaremos por separados. Si alguna información resulta incoherente con el relato de la
otra persona, lo sabremos, y volveremos a preguntar -cruzó miradas con Franco-. Pero no de una
manera tan amigable.

Juan tragó saliva.

-Franco, llévate a Juan a la celda más alejada. Tú lo entrevistaras -se dirigió a los demás-. El que
desee acompañarlo puede hacerlo.

-Trabajo mejor solo -sugirió Franco, mientras abría las rejas de la celda y se llevaba a Juan.

-Como desees.

-Suerte amor -dijo Sam a la vez que le regalaba un beso a Franco. Zeta apartó la vista de ambos,
incomodo.

-Nos veremos después -se despidió Franco y se perdió en uno de los rincones del pasillo para
dirigirse a otra celda.

El presidente volvió a dirigirse a Zeta. -Tengo tres preguntas para ti, antes de que empieces a
contar tu historia.

Zeta simplemente asintió.

-La primera, ¿Por qué estas tan obsesionado con tu diario?

Algo en el estomago de Zeta pareció quebrarse, sintió un vuelco en la boca del estomago y
titubeó. - ¿Lo... lo han leído?

-No. Considero un diario una posesión intima, no pienso leerlo, ni que nadie lo haga. Pero luego
de lo que Sam me ha dicho, como la amenazaste por ese diario. La duda se impregnó en mí
como fuego.

Zeta volvió a respirar. -Este, bueno. La amenaza surgió como una prueba en realidad, como le
explique a ella, la amenacé porque solo en momentos de estrés las personas son más fáciles de
leer. Solo así iba a saber si ella lo había leído o no.

- ¿Lees a las personas? ¿Eres una especie de psíquico o algo así?

-No -se apresuró a contestar Rex-. Es psicólogo.

-Nunca terminé la carrera, me veo lejos de ser un psicólogo profesional. Pero si, uno se
acostumbra a leer a las personas, sus gestos, sus respuestas, su forma de actuar, pensar en lo
que el otro está pensando. Casi todos lo hacemos en todo momento, es algo inconsciente. Se
llama teoría de la mente.

-Entiendo, interesante explicación -dijo esbozando una sonrisa-. Quizás me sirva para darme
cuenta si le gusto a Patricia.

- ¿Tu asistente? ¿Es en serio? -preguntó Sam.

-Bueno, no nos desviemos del tema. Chico, dime. ¿Y si Sam hubiera leído tu diario? ¿Qué
hubieras hecho?
- ¿Esas son las otras dos preguntas?

-No, esas no cuentan. Están dentro de la primera.

Zeta bajó la mirada. -Nada, no la hubiese matado si es a lo que te refieres -su voz se volvió
apagada y triste-. Yo...no puedo matar a nadie.

Todos quedaron sin decir nada por un tiempo, hasta que el presidente decidió romper el silencio. -
Está bien. Pasemos a la otra pregunta, ¿Cómo has podido matar a ese zombi indestructible?

Zeta alzó nuevamente la vista sorprendido por la pregunta. Es cierto que ni el mismo tenía idea de
cómo había podido hacerlo, así que decidió rebuscar en su mente una respuesta factible de ser
creída. -Su cuello, creo que su cuello es su punto débil. Cuando estaba comiéndose a... en fin,
cuando estaba comiendo. Su cuello se alargaba para masticar, no pensé en otra cosa más que
cortarle la cabeza, y cuando el machete lo atravesó no sentí una presión o algún impacto como
me imaginé, esa parte era más blanda, pude cortarla con facilidad.

-Pero si todos intentaron matarlo con disparos, alguno habrá dado en su cuello -intervino Rex.

-Sí, pero como dije antes, su cuello se estiró un poco al comer. No sé cómo explicarlo, no presté
atención hasta ahora. Pero creo que su cuello al comer se ensancha, por lo que esa parte en
especial, es más blanda que las demás.

-Tendremos que corroborar eso más tarde, si encontramos un cadáver de ese estilo nuevo de
zombi -acotó el presidente.

-Decapitado, así podríamos llamarlo -sugirió Rex.

-Eres bueno con los nombres amigo -lo secundó Zeta.

- ¿Les ponen nombres? -preguntó Sam incrédula.

-Sí, ¿De qué otra forma los identificaríamos? -dijo zeta-. No podemos decirles bichos a todos, así
que los clasificamos. A los rápidos los llamo parcas, a los que tienen esas afiladas garras les
decimos tijeras, a los enormes les apodamos grandotes, a los más lentos los llamo simplemente
zombis. Y bueno, a este no le queda nada mal decapitado.

-Están locos -dijo Sam.

Anna sonrió e hizo un gesto de aprobación a Sam.

- ¿No me digas que a ti te gusta que les pongan nombres también?

- ¿Lo ves? ¡A ella le gusta! -dijo Zeta sonriente.

-Bien, parcas, grandotes o decapitados. Tenemos que seguir, ¿te parece? -interrumpió el
presidente.

-Está bien -aceptó Zeta-. ¿Cuál es la última pregunta?

Max metió la mano en su bolsillo y sacó de él un objeto pequeño que mostró a Zeta, el mismo se
sorprendió al verlo y revisó por toda su ropa. «No está».

- ¿Qué contiene este Pendrive?


Zeta guardó silencio y pudo observar como Sam no quitaba la vista ni un segundo del Pendrive,
luego miró al presidente a los ojos fijamente. - ¿Por qué no lo revisas tu mismo?

-Ya lo hicimos y no pudimos ver nada, está encriptado.

Zeta suspiró desanimado. - ¿No tienes a nadie que pueda descifrar la contraseña?

-No estás aquí para preguntar -dijo Max seriamente-. Simplemente te pregunto qué hay en este
artefacto.

Zeta se cruzó de brazos y apoyó el peso de su cuerpo en una pierna. -No lo sé. Pensaba que
ustedes pudieran descifrarlo por mí. Yo ya eh intentado con todo, contraseñas de todo tipo pero
nada surtió efecto.

Max arqueó una ceja y torció el labio. -No juegues conmigo. No te lo preguntaré más, ¿qué hay
aquí?

Zeta frunció el seño. - ¡No lo sé viejo! De otra forma te lo hubiera dicho.

-Creo que dice la verdad -acotó Sam.

-No podemos estar seguros de eso Samantha.

-Mira sus gestos, sus expresiones. Parece desanimado por no saber lo que tiene el Pendrive, y él
mismo te ofreció que lo revisaras y se interesó por alguien que pudiese descifrar la contraseña. Él
también quiere saber que hay dentro, no hay dudas de eso.

Max fue quién frunció el seño esta vez en una mueca de incertidumbre. - ¿Estas leyéndolo?

-Está usando la teoría de la mente. Como dije, cualquiera puede hacerlo si presta atención a los
detalles -explicó Zeta.

-Bien, entonces no te importará si confisco este artefacto y averiguo que tiene dentro.

Zeta negó con la cabeza enérgicamente. -Cuando sepas que hay dentro avísame.

-Perfecto -dijo el presidente y guardó el Pendrive en su bolsillo nuevamente.

- ¿Donde lo conseguiste? -preguntó Sam con notorio interés en el artefacto.

Zeta se tomo un tiempo para responder. -En la nación oscura, se los robé de pasada.

- ¿De pasada? -preguntó Rex.

-Sí, de todas formas contaré en el relato esa parte.

-Entonces creo que es hora de que nos ilumines con tu relato -alentó el presidente.

Zeta asintió y se dirigió a su cama, se sentó recostándose sobre la pared y extendió su brazo
señalando la cama de Juan. - ¿No quieren tomar asiento?

-Estamos bien, gracias -dijo el presidente hablando por todos.

Zeta bostezó abriendo su boca a más no poder. -Bien, supongo que empezar desde el principio
es lo más adecuado. Cabe destacar que cuando perdí mi memoria no tenía ni la menor idea de
todo lo que había ocurrido hasta el día siguiente.
-Eso quiere decir que ¿no recuerdas cuando todo esto empezó? -preguntó Sam.

-Exactamente, algo habrá pasado que no puedo recordar el día rojo. Como le dicen ustedes.

-Que mala pasada amigo -dijo Rex.

-Continua -lo animó el presidente.

-Está bien, todo comenzó hace aproximadamente tres meses atrás.

El sol brillaba en su plena intensidad, seria aproximadamente las doce del medio día según la
fuerza con la que irradiaba la luz en los ojos del joven. No estaba tan seguro, puesto que todavía
los tenía cerrados, solo un gran foco rojo mesclado con manchas negras podía verse a través de
sus parpados. Se encontraba muy cómodo como para levantarse, todavía quería seguir acostado
durmiendo plácidamente en su cama.

Vagamente movió un brazo, agitó sus dedos, sintió algo viscoso entre sus manos. Algo no estaba
bien, su cama era demasiado dura. Los olores comenzaron a colisionar en sus fosas nasales
como una lluvia de meteoritos, todos a la vez: humo, podredumbre, llantas quemadas, pólvora. La
curiosidad le ganó, abrió sus ojos, la luz del sol lo cegó por un momento. Se incorporó como pudo,
pero solo tubo fuerzas suficientes para sentarse sobre un colchón de dura tierra y un césped
bastante tupido.

Alzó su mano, lo que vio casi lo hace vomitar de la impresión. Su mano estaba empapada de
sangre, no solo esa, la otra también. Luego observó su ropa, pese a que su campera era color
bordo, se distinguía fácilmente un manchón enorme de sangre en su pecho. Rápidamente se
desprendió los botones de la misma y se alivió de no encontrarse herido. En ese momento un
dolor punzante e insoportable se fundó en una parte de su cabeza, como si un camión lo chocase
en ese mismo momento. Se llevo por inercia las manos a la parte trasera de su cráneo y ardió,
ardió mucho. Un leve gemido de dolor se le escapó. Se encontraba desorientado, su cabeza le
daba vueltas y su presión sanguínea bajó hasta el punto de marearlo.

Le tomó un buen rato recomponerse, observó mientras tanto a los alrededores. A simple vista
parecía estar rodeado de dos grandes edificios en un reducido callejón. Detrás de él solo había un
gran mural de piedra de unos tres metros de altura. Y delante, el callejón conectaba a un terreno
baldío cruzando una cerca de alambres, lo que le subseguía parecía ser una cancha improvisada
y en malas condiciones, también rodeada de más casas y edificios.

El joven juntó fuerzas para al fin colocarse de pie, sus piernas le dolían. No estaba seguro de
cómo había llegado a esa situación, se cuestionó si la noche anterior había estado tomando y por
alguna vuelta de la vida había terminado inconsciente en ese extraño callejón. Dio un paso al
frente, no le importaba por ahora que había pasado, solo quería llegar a su casa y bañarse,
quitarse toda esa sangre, que al parecer no era suya, y descansar para alivianar el insoportable
dolor de cabeza que lo seguía atormentando interiormente. Otro paso más, caminar se dificultó en
los primeros movimientos, pero luego fue recuperando energías, al menos para mantener un paso
seguro. Abrió la puerta del alambrado que lo separaba de la cancha y cruzó sin muchos
problemas, se tomó un momento para estirar sus brazos y piernas y continuó su recorrido. La
cancha parecía más grande de lo que aparentaba desde el callejón, puesto que adjunta a ella
había una pequeña plaza con juegos para niños como toboganes y escaladores. Se entretuvo
admirando el terreno, la calle se encontraba al final de la cancha, luego de otra cerca, esta vez de
madera. Decidió dirigirse hacia ahí, así podría ubicarse y poder volver por fin a casa.

Caminó hasta la mitad del terreno pero algo lo obligó a detenerse en seco. Una extraña figura
encapuchada lo observaba desde detrás de la cerca de madera, su rostro era difícil de discernir
por los tablones interfiriendo en la visión. El joven tragó saliva, la forma en que lo observaba sin
quitarle la vista de encima lo perturbaba, una persona no sostiene tanto la mirada a no ser que
conozca a esa otra persona. El joven aclaró su garganta. - ¿Te... te conozco?

Su voz apenas salió. Volvió a intentar aún más fuerte. - ¡Hey! ¿Te conozco de algún lado?

Esta vez sí lo escuchó, pero la respuesta que recibió no fue la que imaginaba. El hombre gritó, un
grito desgarrador que infligía temor y helaba los huesos salió de su garganta.

Inmediatamente el sujeto encapuchado saltó la cerca y cayó de cabeza al otro lado dentro del
terreno. El salto era imposible de reproducir por una persona normal, el joven jamás había
presenciado tamaño acto ni en los mejores atletas de las olimpiadas. Y la caída... estaba seguro
que se habría roto los huesos del cuello, pero de todas formas el sujeto se levantó, como si nada
le hubiese pasado. Sus miradas se cruzaron, y el joven se horrorizó, ahora su cara estaba
totalmente a la vista. Sangre por todo su rostro, los huesos del mentón y parte de la nariz se
notaban a la perfección, recubiertos en algunas partes por lo que quedaba de los tejidos de los
músculos de la cara y parte de su cabeza estaba cubierta por una capucha tan negra como la
noche.

-Parece... la muerte.

Inmediatamente, el extraño encapuchado emprendió una veloz carrera hacia el muchacho,


usando sus manos y sus pies para impulsar cada zancada. El joven se precipitó, intentó huir pero
sus piernas le jugaron en contra, cayó al césped pero justo para evadir un salto proporcionado por
la bestia, quien siguió de largo el recorrido impactando y revolcándose contra el suelo. El joven
alzó la vista, no creía lo que veía y no tenía ni idea de lo que pasaba, esa persona parecía
poseída por el mismo diablo. Luego, en ese instante un gritó próximo a él lo alertó.

- ¡Hey chico! ¡Por aquí rápido!

Un sujeto barbudo y robusto, de aspecto bonachón con una peculiar camisa a cuadros roja lo
invitaba a pasar a su casa. El joven dudó un segundo, sabía que no era buena idea entrar en
casas ajenas, pero nuevamente otro rugido lo desprendió de sus pensamientos. Era mejor esa
opción a quedarse con el sujeto poseído.

- ¡Apúrate idiota, o cerraré la puerta!

El joven se incorporó lo más rápido que pudo y comenzó a correr en dirección al sujeto de camisa
a cuadros, al mismo tiempo, el sujeto poseído se alzó como un rayo y se echó a la caza del
muchacho. Sus piernas dolían, y dolerían aún más luego del tremendo esfuerzo que realizaba al
correr, la casa estaba más cerca, pero el poseído también, y se acercaba aún más rápido. No lo
lograría, no corriendo, lo sabía. Tomó impulso dando su último esfuerzo y dio un gran salto al final
del tramo. El sujeto que lo esperaba tuvo que hacerse a un lado para dejar pasar al muchacho
volador, y de un portazo cerró la puerta, o eso intentó.

El poseído había logrado alcanzar cruzar la puerta antes de que pudiera cerrarse, solo su cabeza
estaba visible, mientras tanto el hombre robusto empujaba con todas sus fuerzas para que el
poseído no pudiese pasar, pero en vano pues este tenía mucha más fuerza.

El muchacho por otro lado aún seguía en el suelo y desorientado, la caída le había dolido, para lo
único que tuvo fuerzas suficientes fue para gritar. - ¡¿Qué mierda le pasa a ese sujeto?!

- ¡El hacha... úsala! -ordenó el sujeto robusto señalando con su cabeza un hacha que se
encontraba descansando en una esquina de la habitación.

La puerta se abrió más, ahora el poseído cruzó un brazo e intentó tomar lo que tuviera a su
alcance, pero rápidamente otro sujeto apareció de la nada, tomo el hacha y de un movimiento ágil
y preciso trazó un arco por sobre su cabeza y se lo ensartó al poseído cortándole la cabeza
completamente y parte del brazo que cayeron cerca del joven.

- ¡Puta madre! -gritó el muchacho horrorizado.

Nuevamente la adrenalina hizo su trabajo y le propendió la energía necesaria para salir de la


habitación como una gacela, al cruzar se encontró con un grupo de hombres y mujeres
descansando en un salón comedor, todos completamente armados. Seis cabezas viraron y
observaron con ojos confusos al joven, el susto fue tal que no lo pensó dos veces y cruzó el salón
saliendo por la puerta principal, algunos hombres quisieron detenerlo pero el joven se le escapó
de las manos. Salió fuera en busca de alguien que pudiera ayudarlo, las calles se encontraban
vacías, no reparó en los bultos amontonados en el suelo, siguió su carrera hasta una esquina en
donde divisó un grupo de gente amontonada y un poco más próximo a su posición había un
policía de espaldas.

Estaba salvado, solo debía ir con él y estaría seguro, contaría su historia al oficial y los sujetos
serian arrestados, con suerte quizás diera unas declaraciones a los noticiarios y seria reconocido
por descubrir a una banda de criminales despiadados que cortan cabezas con hachas, y quizás
con más suerte estaría en su casa temprano para almorzar con su familia.

- ¡Oficial! -dijo el joven un poco más fuerte de lo que esperaba-. Oficial... unos sujetos allá... casi
me matan -señaló hacia su retaguardia y fue cuando lo vio, el sujeto de camisa a cuadros junto a
otros dos más se acercaban corriendo a toda velocidad hacia él gritando y agitando las manos-.
¡Mierda, ahí vienen son ellos! -el joven se giró pero lo que vio no se parecía en nada a un agente
de seguridad, el policía tenía cortaduras profundas en su cara, su rostro estaba completamente
desfigurado, de su boca manaba gran cantidad de sangre espesa y oscura, y paradójicamente, su
mirada no trasmitía mucha seguridad.

El oficial se abalanzó sobre el muchacho sin aviso previo, ambos cayeron al suelo mientras
comenzaban un forcejeo constante, el policía por intentar morder al joven y el joven por intentar
no ser mordido. Pero era inútil, sus fuerzas se le estaban agotando, ya no sentía los brazos para
poder sostener la cabeza del segundo endemoniado y evitar que se lo engullera vivo. Si lo
pensaba bien, ya no sentía casi nada, su vista comenzó a fallarle y las imágenes que veía se
difuminaban cada vez más al punto que oficial se volvió un manchón borroso a sus ojos. Una
oleada de mareo impactó con fuerza su cabeza dándole la certeza que no le quedaba mucho
tiempo de conciencia, dentro de poco perdería por completo el conocimiento, pero quizás eso era
bueno en cierto sentido, no sentiría dolor. Su vista ya no rendía, todo se volvió oscuro y confuso.
Aún escuchaba algunas voces a lo lejos, algunos ruidos y estruendos fuertes, pero lejos.

Todo se terminó -fue su último pensamiento.

-No podemos tenerlo aquí con nosotros, ni siquiera lo conocemos.

-Es solo un chico, no podemos dejarlo solo después de verlo intentar entablar conversación con
uno de esos seres del demonio.

- ¿Y entonces qué sugieres que hagamos? No podemos adoptarlo con nosotros, ya somos
muchos aquí, lo sabes.

-No digo eso, pero al menos podemos asegurarnos de que si sale afuera podrá sobrevivir.

-Es una cabeza más para alimentar Roni, no me parece una buena idea.

-No exageres, tenemos comida de sobra para varios más.

-Estamos en estado crítico ¿recuerdas? ¿o tienes que salir afuera de nuevo?


-Esto apenas comenzó ayer, las fuerzas de seguridad se encargarán de todo.

- ¿Cómo estás tan seguro? Más de la mitad de la población en esta condenada ciudad está
muerta y la otra mitad está intentando comernos. ¡¿Dónde están los militares entonces eh?! O
bien puedes salir a pedirle ayuda a un policía infectado, como hizo ese chico, veamos cómo te va.

Roni golpeó la mesa que lo separaba de Elías y lo fulminó con la mirada. - ¡No pienso dejar a un
simple chico a su suerte sabiendo lo que hay fuera! ¿Y si fuese tú propio hijo a quien dejarías
fuera?

Elías dejó caer la silla en la que estaba sentado para ponerse de pie violentamente, ambas
miradas desafiantes se cruzaron pero ninguna palabra fue emitida. Un silenció terminó con la
conversación y Elías se marchó de la habitación por unas escaleras que ascendían en espiral,
dejando en el lugar solo a dos personas.

- ¿Qué haremos con el chico Roni? Tu primo no parece aceptarlo -preguntó un sujeto de tés
morena y de avanzada edad mientras limpiaba sus anteojos.

-Si lo aceptó -dijo Roni sin quitar la vista de las escaleras-. De otra forma seguiríamos discutiendo,
esta es su forma de aceptarlo.

-Bien, entonces creo que deberíamos despertarlo ¿Hay alguien ahora cuidando del chico?

-Sí, Lara.

El joven despegó sus parpados lentamente uno de otro hasta tenerlos completamente abiertos.
Sus oscuros ojos marrones se cruzaron con otros de un color tan celeste como el cielo. Detrás de
esos afilados ojos se hallaba el bello rostro de una joven muchacha de una piel tan blanca como
la luna y unos rasgos delicados y agudos que simetrizaba perfectamente con un atisbo de sonrisa
que apenas se dejó apreciar. Su dorado y lacio cabello descendía en perfectas mechas largas
llegando hasta poco más de la mitad de su espalda. Una de esas mechas cayó repentinamente
en medio de sus ojos debido a una leve inclinación de la muchacha en un intento de observar
mejor al joven, inmediatamente apartó el cabello hacia un lado con sutil delicadeza.

-Oye, ¿Te encuentras bien?

Como si la pregunta accionara un interruptor de dolor, un fuerte puntazo se fundó en su cabeza al


instante. Un quejido por parte del joven dio por entendido a la muchacha que no se encontraba en
óptimas condiciones. Quiso llevarse las manos a la cabeza pero una fuerza se lo impidió, observó
a los extremos de la cama en donde se encontraba, gruesas sogas estaban fuertemente
amarradas a él e impedían su movilidad. La muchacha acercó al joven unas pastillas y lo invitó a
tomarlas, el chico no ofreció mucha resistencia.

-Disculpa por atarte de esta forma, sé que parece cruel pero tenemos que evitar que vuelvas a
salir corriendo de esa manera de la casa. Estuvieron muy cerca de entrar, debes tener más
cuidado, no sé qué pensabas.

El joven observó minuciosamente el entorno, cuatro paredes daban lugar a una pequeña
habitación con una sola cama ubicada en el centro y un ventanal que bastaba para iluminar a la
perfección el lugar.

- ¿Dónde estoy?
-Estas a salvo -contestó a secas la muchacha mientras mojaba un paño con agua y se lo
colocaba en la frente del joven-.Por el momento confórmate con eso.

El muchacho cerró sus ojos un momento a causa del dolor intermitente que azotaba su cabeza sin
descanso. - ¿Quién eres tú? ¿Esto es una clase de hospital o algo así?
La muchacha echó una breve risa. -No, no es para nada un hospital.

En ese momento un sujeto robusto de camisa a cuadros roja y una barba tupida entró a la
habitación, detrás le seguía un hombre anciano de escasos cabellos color ceniza y de una
arrugada piel morena oscura.

- ¡Oh veo que ya estas despierto! ¿Cómo te encuentras?

El joven al verlo sintió un vuelco en el estomago, intentó zafarse de las ataduras


desesperadamente pero sin resultado alguno. - ¡Déjame ir! ¡Por favor, no diré nada lo juro!

El hombre robusto arqueó una ceja en una mueca de confusión. - ¿Qué cosa no dirás?

-No diré nada, lo juro.

- ¿De qué hablas? -preguntó la muchacha.

-No diré...-tragó saliva-, no diré que le cortaron la cabeza a ese sujeto poseído. Por favor, no me
hagan nada.

Las tres personas cruzaron miradas confusas y el sujeto robusto contestó. -Amigo, eso de ahí
fuera, ¿sabes lo que era?

No hubo respuesta alguna.

-Parece muy confundido, ¿De verdad no sabes qué son, niño? -preguntó el anciano.

-Era una persona -contestó el joven dubitativo.

-Sí, lo era -comenzó a decir la muchacha-, pero luego se infectó y se convirtió ¿sabías eso
verdad?

- ¿Se infectó?

Nuevamente las miradas se cruzaron.

- ¿No sabes nada de lo que pasó ayer? -preguntó el sujeto robusto.

- ¿Ayer? -repitió el joven apartando la vista al suelo para recordar-. No, todo es muy confuso, solo
recuerdo que hoy me levanté en un callejón con un fuerte dolor de cabeza y sangre por todos
lados.

-Y te topaste con un zombi luego de despertar -agregó el hombre robusto.

El joven lo observó con incredulidad. -Lo siento, creo que escuche mal.

-No jovencito, has escuchado bien. Sé que puede sonar retorcido, pero para saciar todas tus
dudas solo te bastará con mirar por esa ventana -dijo el anciano señalando el ventanal.

El joven sacudió sus extremidades observando de mala gana a todos.


- ¡Oh claro! Desátalo Lara -ordenó el hombre.

La muchacha obedeció rápidamente. -Espero que no salgas corriendo esta vez -dijo sonriendo.

El joven sintió sus piernas y sus brazos más livianos, ahora podía moverse, se levantó
tranquilamente y se dirigió lentamente a la ventana. A simple vista estaba en un tercer piso de un
pequeño edificio. -Entonces, ¿qué se supone que tengo que ver?

-Mira con atención a los...

Pero la muchacha fue interrumpida, el joven saltó la cama y empujó al sujeto de camisa a
cuadros, intentó abrir la puerta para escapar pero el hombre se le adelantó embistiéndolo con un
brazo junto al muro. La fuerza que aplicó fue más de la que esperaba y el joven tropezó cayendo
al suelo.

- ¡Niño deja de jugar!

-Está asustado Roni, ¿lo culpas? -dijo el anciano acercándose al chico-. Joven, no tengas miedo.
Puedo entender tu confusión pero empecemos de cero y verás que no somos las personas que
crees, mi nombre es Mario. Este buen hombre a mi lado -señaló al hombre robusto y barbudo-, se
llama Ronaldo. Y la bella jovencita se llama Lara -le tendió la mano-. No somos asesinos o
maniáticos, somos personas como tú, lo que viste antes... tuvimos que hacerlo. A propósito, ¿cuál
es tu nombre joven?

El chico miró con desconfianza la mano del anciano, luego intentó responder a su pregunta pero
su memoria no lograba encontrar una respuesta clara, en lugar de eso a su cabeza llegaba un
fuerte puntazo de dolor. Sintió un hueco en el estomago, se asustó.

-No lo sé -cambió la vista a Mario, atónito-. No recuerdo mi nombre...

Mario y Roni cruzaron miradas y Lara se aventuró a preguntar. - ¿Tienes amnesia?

-No lo sé, ¡mierda, no entiendo nada!

-Tranquilo muchacho -dijo Roni-. ¿Lara lo revisaste? ¿Encontraste alguna herida en su cabeza?
Un golpe, lo que sea.

-Ahora que lo mencionas si, tuve que limpiar un poco de sangre que tenía en su cabeza. La herida
estaba abierta pero sanará rápido.

-Entonces el ardor es debido a esa herida...-musitó el joven para sí mismo.

-Probablemente eso explique el porqué no recuerda nada de ayer, quizás lo olvidó -acotó Mario.

- ¿Y porqué olvidaría su nombre? -preguntó Lara.

-Lo reprimí -contestó el joven-. No sé porqué, pero todo tiene una razón de ser, no obstante los
recuerdos de la amnesia pueden volver de varias formas, una es con tiempo y suerte, y otra es
con tratamiento psicológico.

- ¿Hipnosis quizás?

El joven rió. - ¡Por favor! Eso es anticuado y se demostró con el tiempo que la hipnosis es pura
fantasía, hay mejores métodos. Estoy seguro que con un buen tratamiento psicológico y como
dije, tiempo y suerte, recordaré todo. Además mis padres podrían decirme mi nombre y ese tema
quedará solucionado. Y por lo de ayer, no me interesa mucho recordarlo.
-Creo que te interesará cuando veas lo que en realidad pasa afuera -dijo Roni.

El joven se puso de pie. -Oh, sí los zombis ¿Verdad? -dijo con sarcasmo.

-Mira por la ventana, esta vez mira bien y lo entenderás -insistió Lara.

-Está bien, está bien -aceptó el joven de mala gana. Se acercó al ventanal y sus ojos se abrieron
automáticamente de par en par por lo siguiente que vio.

Como hormigas en un hormiguero, una cantidad desbordadora de gente caminaba por las calles,
otras corrían, otras se aglomeraban para comer en grupo a un cadáver. Gente de todo tipo, niños
y niñas, ancianos, jóvenes y adultos, con sangre brotando de sus bocas y en todo el cuerpo,
algunos sin sus extremidades y de un aspecto horripilante, como aquel poseído que había visto
en el callejón. Su mente negaba los hechos buscando escusas para explicar lo que sucedía frente
a él, pero no encontraba ninguna, sus ojos reflejaban una verdad inexplicable; estaba viendo
zombis reales.

El joven dio un paso atrás del susto y la impresión, por más que supiese la respuesta su
curiosidad le ganó. - ¿Qué es esto?

Roni se acercó al ventanal junto al joven y poso en su hombro su gigantesca mano-Es el fin de la
humanidad chico-guardó silencio un momento bajando la mirada-. El apocalipsis ha comenzado.

-El edificio es pequeño, tan solo cuenta con tres pisos y una terraza en donde vivíamos varias
familias en cada departamento -explicaba Lara mientras bajaban por unas escaleras de mármol
en espiral que conectaba a un salón comedor-. Esta es la sala principal, por esa puerta es donde
escapaste ¿recuerdas?

El joven asintió avergonzado.

-En este lugar se alojan ahora quince personas. Intentamos resguardarnos de los monstruos de
afuera, por suerte, Roni y mi padre tomaron un supermercado a una cuadra de aquí, pudieron
traer mucha comida para varios meses. La situación ahora es muy mala en la ciudad, no tenemos
idea si somos los únicos vivos aquí o hay más escondidos en algún lugar -comentaba Lara
mientras ambos tomaban asiento en un gran sillón de aspecto rustico-. Esperamos tener un poco
de suerte y aguantar hasta que todo esto se termine, Roni dice que las fuerzas policiales y
militares acabarán con esta pandemia, espero que sea cierto, por el momento todos nosotros aquí
estamos sobreviviendo como podemos.

El joven parecía desconectado de la conversación, escuchaba las palabras de la muchacha pero


muy pocas las registraba. Su mente seguía con aquella imagen que había visto en el ventanal, los
cabos sueltos se ataban, las personas con las que se había topado no eran poseídos, ni siquiera
podría definírseles como humanos, ahora eran otra cosa, distintos, violentos, peligrosos;
monstruos.

- ¡Hey! ¿Me estas escuchando?

El joven alzó su mirada volviendo a la realidad y se dirigió a la muchacha. -Tengo que hacer una
llamada, debo saber si mis padres están bien.

La mirada de la joven no daba buenas vibras, una mirada de lastima y devoción se fundó en su
rostro. -Lo siento, pero todas las líneas están deshabilitadas. Los celulares no funcionan, los
teléfonos no funcionan, las televisiones no emiten canales, ni hablar de la conexión a internet.
Todo está muerto.
- ¿Todo? ¿Cómo es eso posible?

-No tengo idea, pero suponemos que tiene algo que ver con el apagón de luz que hubo el día de
ayer.

El joven bajó la mirada.

-No te preocupes -lo animó Lara-, seguramente están bien.

-No puedes saberlo, tengo que buscarlos.

-Entonces puedes irte cuando quieras, las puertas están abiertas -interrumpió un hombre adulto
de aspecto frio y cara de pocos amigos, tenía unos ojos penetrantes y una cabellera dorada que
le llegaba a los hombros, vestía una gabardina gris y en su cinturón llevaba un arma.

El muchacho se encogió de hombros ante la aparición repentina del sujeto que bajaba las
escaleras seguido de Roni, Mario y otro grupo numeroso de personas, las escaleras eran lo
bastante anchas como para que dos bajaran al mismo tiempo. En lo que dura un suspiro el salón
se encontró repleto de personas que rodearon el sillón en un semicírculo. Quince personas, desde
adultos hasta ancianos clavaban sus miradas en el muchacho, quien sintió una incómoda
sensación de pesar en sus hombros.

-Papa no seas malo con él, apenas se recupera de un fuerte golpe en la cabeza -lo defendió Lara.

El hombre de la gabardina se desprendió del semicírculo para acercarse al muchacho, sin borrar
la frialdad en su rostro. -Me llamo Elías -se presentó-. Escúchame bien chico, mi primo me explicó
tu situación, y voy a serte claro desde un comienzo. La vida que conociste antes de despertarte
hoy se ha acabado, puedes maldecir e insultar a Dios por la desgracia que estas pasando, la que
estamos pasando todos, pero no te va a servir más que para gastar saliva, en este lugar tenemos
que cooperar entre todos para sobrevivir del infierno que se encuentra tras esa maldita puerta -
dijo señalando la salida-. Si tú quieres irte y buscar a tu familia estas en todo tu derecho, nadie te
lo va a impedir, pero lastimosamente no vamos a poder dejarte ir de aquí sin que sepas
defenderte de lo que hay fuera.

- ¿Qué quieres decir? -pregunto el muchacho.

-Mi primo me convenció de dejarte aquí, de que te instruyamos, que te alimentemos y que te
cuidemos -explicó, caminando de un lado a otro mientras hablaba-. Pero eso no te va a salir gratis
chico, me costó conseguir ese alimento, me costó encontrar un lugar seguro para esta gente, y
me costó encontrar la defensa apropiada para brindarles esa seguridad -dijo señalando con su
mano el arma en su cinturón-. Por lo que hemos hablado con el grupo entero y hemos decidido
que te ayudaremos a ti, cuando primero tú nos ayudes a nosotros.

La única y breve sonrisa que brindó el sujeto de la gabardina en esa última frase no trasmitía
buen augurio. El joven tragó saliva. - ¿Ayudarlos de que manera?

Roni dio un paso al frente, y fue quien habló esta vez. -Con cosas cotidianas, no tienes por qué
preocuparte, podrías ayudar en la cocina o haciendo guardias hasta que te recuperes por
completo de esa herida.

-No, eso es demasiado fácil. Si quiere pagar su deuda con nosotros por haberlo salvado dos
veces, mínimamente deberá salir a buscar provisiones afuera -lo contradijo Elías autoritariamente.

-Eso no fue lo acordado.


-Eso también es parte de las tareas de este nuevo grupo. No podemos pretender durar mucho
con la comida que apenas pudimos traer ayer. Necesitamos más, y también armas, y no puedes
mandar a Mario por ellas, necesitamos sangre joven y lo sabes.

-Es arriesgado y no puedes obligarlo.

-Está bien -interrumpió el joven-. Voy a ayudarlos, en los quehaceres del lugar y también iré si
necesitan buscar recursos, después de todo estoy en deuda con ustedes.

-El chico ah decidido, y es una acertada decisión -lo felicitó Elías.

-Pero con una condición -dijo con voz firme poniéndose de pie y mirando a ambos primos-. Me
ayudaran a buscar a mis padres, no iré solo. Los traeremos aquí, y entre todos ayudaremos al
grupo.

-Tú no puedes ponernos condiciones a...

-Es un trato chico, lo haremos -interrumpió Roni, luego se dirigió a Elías-. Es justo.

-Yo también creo que es justo, y ayudaré a encontrar a sus padres -agregó Lara.

Elías suspiró con un atisbo de rabia. -Está bien, si los encuentran pueden quedarse, y será lo
mismo para ellos, ayudaran aquí y cooperaremos para sobrevivir ¿está claro?

-Sí, tenemos un trato Elías -dijo el joven, estrechándole la mano.

Elías retiró su mano fríamente, y se dirigió a una señora del semicírculo. -Avísame cuando se
recupere, lo necesito para un trabajo -dijo y luego volvió a dirigirse al joven. - ¡Eh niño! Te llamaré
Junior de ahora en adelante, no provoques desastres en el lugar de nuevo y no salgas corriendo
como idiota y todo entre nosotros estará bien, al menos hasta que te recuperes, luego de eso
hablaremos nuevamente.

- ¿Junior? ¿Es broma?

-Ve cuando puedas con la enfermera Junior, luego nos vemos -dijo Roni con una sonrisa burlona
mientras se marchaba.

La gente del semicírculo saludó de uno en uno al nuevo integrante y se fueron marchando a sus
respectivas actividades. Quedaron solo unos pocos en el salón, Lara y Junior se acomodaron en
el sillón platicando de lo que había sucedido en la reunión. Compartieron un par de risas y
anécdotas divertidas, Junior tuvo la oportunidad de conocer a otros integrantes de su misma edad
quienes se unieron a la conversación, ese día paso muy rápido, la noche también.
La sangre se acumulaba rápidamente en su garganta, escupía una y otra vez pero parecía no
tener fin, su labio inferior estaba completamente destrozado, su ojo izquierdo había cambiado a
una tonalidad violácea, y sentía un gran hinchazón en su mejilla provocada por una paliza
otorgada sin compasión alguna. Se le dificultaba respirar con normalidad, sentía ganas de gritar y
de pedir auxilio, pero apenas podía pronunciar unos quejidos de dolor con una bolsa de trapo
puesta en la cabeza.

Otro golpe más y otro diente flojo. Desde que había llegado a esa prisión y había sido apartado
del resto, no había tenido tiempo si quiera de contar su historia, simplemente había sido recibido
con golpes. Lagrimas ahora salían de sus ojos, inagotables. La bolsa de su cabeza fue removida
bruscamente, podía ver ahora la cara del agresor que lo torturaba hacia más de veinte minutos,
frotándose las manos a causa del dolor de los golpes. Unos ojos oscuros y malignos lo
atravesaban con indiferencia desde el otro extremo de la celda.

-Felicidades Juan, terminó el comité de bienvenida, ahora vas a comenzar a hablar y más te vale
decirme solo la verdad. Si llegas a mentirme lo sabré, si llegas a omitir algo lo sabré, y si llegas a
aburrirme -guardó silencio y quitó de su funda un cuchillo de cacería-, ya no voy a manchar más
mis puños.

Juan tragó saliva mezclada con sangre e hizo un gran esfuerzo por responder. -S...si.
Franco tomó asiento recostándose en el muro mientras se pasaba el cuchillo de mano en mano. -
Te escucho.

Juan se tomó un tiempo para continuar, pero un quejido de Franco lo aceleró y comenzó a hablar
intentando que sus palabras sonaran lo más armoniosamente posibles, sin tantas interrupciones
de tos con sangre.

-Al comenzar todo esto, yo me encontraba con Renzo y su familia -comenzó a decir-. Aunque no
duré mucho tiempo con ellos, querían entrar a la ciudad en pleno foco infeccioso. No podía
seguirlos, era una locura así que me fui por mi lado. De todas formas no me tomó mucho tiempo
descubrir que todo el resto del país y quizás del mundo estaban en la misma situación, haberme
marchado o haberme quedado hubiese sido lo mismo. A veces me arrepiento de haber dejado a
Roberto solo -dijo quebrando la voz en un llanto contenido.

-No pensé que lo harías tan rápido Juan, pero me estas aburriendo bastante -interrumpió Franco
inclinándose hacia delante para levantarse.

- ¡Está bien, está bien! Estuve varios días, semanas creo, recorriendo de pueblo en pueblo,
evadiendo las ciudades infectadas y sobreviviendo en pésimas condiciones, cuando un día,
estaba escaso de alimentos y el automóvil que había robado se estaba quedando sin combustible,
así que decidí entrar en una ciudad que encontré de camino.

-Aburrido... -interrumpió Franco colocándose de rodillas.

- ¡Y ahí fue cuando me lo crucé!

- ¿Con quién? ¿Con el Zorro?

-No, con alguien que tú conoces muy bien.

Inmediatamente la atención de Franco fue captada por sus palabras. -Continua -dijo, sentándose
nuevamente en el suelo.
Juan suspiró, aliviado…

Demasiado caliente como para seguir tomándolo. Esa gaseosa que se había encontrado en un
golpe de suerte, aún sin abrir, enfrente de un restaurante familiar de aspecto rústico, estaba
demasiado caliente como para seguir tomándolo. Pero aún así, ese ligero inconveniente no fue
suficiente para impedirle bajarse la lata entera en menos de dos grandes sorbos.

Juan llevó su mano a sus rizados y largos cabellos oscuros y los sacudió, subió a su vehículo y
siguió la marcha.

Desde el día rojo Juan habia adoptado una táctica de supervivencia que lo mantuvo a salvo
durante un largo tiempo y el cual daba un buen resultado hasta la fecha; evadir ciudades, evadir
personas ,muertas o no, y disparar antes de preguntar.

Siguiendo estas sencillas reglas al pie de la letra no habia tenido ningun inconveniente, y se
sentía orgulloso de ello. Hasta el día de hoy, en el que habia decidido entrar en una gran ciudad al
verse obligado a buscar alimentos y provisiones. Quebrantar una de sus reglas no era lo ideal
para él, pero dado que el hambre apremiaba y que gozaba la ventaja de conocer bien esa ciudad,
se animó a tentar a su suerte, al fin y al cabo, podria seguramente encontrar un mejor coche, uno
más grande para cargar con todas sus armas y toda la comida que planeaba conseguir.

Evadió la entrada principal, no tenía humor para cruzarse con ese taller mecánico que
atormentaba su conciencia de vez en cuando, y optó por la entrada sur de la ciudad.

-Hace mucho tiempo que no recorría estas calles, todo ha cambiado tanto desde ese condenado
día.

Juan estacionó su vehículo en un gran supermercado mayorista, se percató de la presencia de


unos cuantos zombis, pero ninguno que supusiera un gran problema a su navaja de carnicero.
Entrar en el gran establecimiento fue fácil para él, lo que seguía era lo complicado. Dentro del
lugar, se extendían un sin fin de enormes góndolas hasta el punto de hacerse pequeñas a su
visión, el lugar estaba rodeado de cadáveres pudriéndose, cajas y articulos varios de todo tipo
esparcidos por el suelo, abandonados ahí para siempre; aunque lo que más llamó su atención
fueron los carros de supermercado amontonados en pila a los lados de la puerta de entrada,
como si algo o alguien los hubiese dejado ahí a propósito. No reparó en detalles y se adentro al
lugar, sabía que debía quedar algo útil todavía rondando cerca, buscó minuciosamente cada
sector, cada gondola para encontrar algo de comida, una bolsa de arroz o quizás latas de atún.
Cualquier cosa comestible era una mina de oro para Juan.

Luego de una infructuosa búsqueda, donde lo único que encontró fue una bolsa vacía de snacks,
decidió que lo mejor era buscar en otro sitio, suspiró desalentado dirigiendo su vista hacia algún
lugar del techo.

-Santa virgen -lo que vio lo dejó perplejo. Centenares de cajas y paquetes amontonadas de
productos varios de comida se encontraban descansando a más de cuatro metros a lo alto de las
góndolas.

Un pensamiento fugaz se le vino a la mente, tan claro como el agua. «Las personas no se
arriesgarían a tomar la comida en la parte alta de las góndolas». Pero evaluando la situación
actual, no parecía haber peligro en las cercanías, podria tomar toda esa comida para él solo y vivir
con eso toda su vida, y dos más si fuese posible.

Sin restar tiempo recorrió todo el lugar hasta toparse con una escalera tumbada en el suelo,
irónicamente un no muerto descansaba atrapado bajo la misma. Pero no fue problema para Juan,
tomó la escalera y la colocó cerca de una góndola en el sector de alimentos.Subió
cautelosamente cuidando de no provocar ruido, al llegar a lo alto la sonrisa en su rostro era
imposible de borrar. Era una oportunidad única que no debía desaprovechar, tomó un pesado
paquete de tallarines, pero inmediatamente sugirió tomar dos, podía con el peso. Se giró
lentamente para poder bajar de la escalera, y ahí fue cuando lo vio.
Justo en frente, un obeso hombre de mediana edad, postrado a lo alto de las góndolas en la parte
superior, su cara estaba repleta de sangre y los huesos de su mandíbula se notaban a la
perfección mientras masticaba lo que quedaba de un brazo, a su lado un charco de sangre
descendía terminando en el pasillo. Juan retuvo su respiración inconscientemente, cruzando
miradas con la bestia.

El zombi bramó un escrupuloso grito, Juan del susto dejó caer ambos paquetes y se arrojó sin
pensarlo al suelo, rodó pero la caída fue demasiado dura terminando en una torcedura de su pie
izquierdo. Sin posibilidad de actuar se limitó a observar como el demonio bajaba de ágiles
zancadas acabando justo enfrente de él.

-¿Como alguien tan gordo puede moverse de esa manera? es una locura -dijo riendo una voz
detrás de Juan.

La bestia profirió otro grito más mientras se agazapaba preparando su ataque, pero fue
interrumpido por un balazo que destruyó por completo su regordeta cara.

-Mierda, como odio a estos gritones -dijo la misma voz.

Juan se giró aún en el suelo para poder tener una mejor panorámica de su salvador, al verlo sintió
un alivio en su interior y pudo respirar tranquilo; unas botas negras, ropa mimetizada verde, un
corte de cabello muy corto y una perfecta sonrisa daban a entender que se trataba de un soldado
militar. Uno de los buenos, o eso creía Juan.

-¿Que tal amigo, te encuentras bien? -preguntó el soldado.

Juan se incorporó con esfuerzo y un poco de ayuda del militar.

-Si, muchas gracias.

El soldado observó la escalera y la comida en lo alto de las góndolas.

-Eres muy inteligente, yo no me hubiese dado cuenta de buscar en ese lugar -se dirigió a Juan-.
¿Como te llamas? ¿Estas solo o hay más?

-Estoy solo -respondió masajeandose el pie-. Y mi nombre es Juan, ¿tu como te llamas?

-Mi nombre es Baltasar -respondió tomando uno de los paquetes de spaghetti que habían caído al
suelo -dado que te salve podríamos compartir esto ¿te parece bien?
Juan asintió seriamente. -No soy de ir en grupo, prefiero estar solo.

-Con ese pie no vas a ir muy lejos amigo.

-Tengo mi vehículo, me llevaré uno de estos y puedes quedarte con el otro como agradecimiento -
explicó Juan mientras alzaba el paquete que estaba en el suelo y se dirigía a la salida.

-Lamentablemente no puedo dejar que te vayas amigo.

Juan se giró solo para darse cuenta de que el soldado lo amenazaba con su arma.

-¿Que quieres de mi?

-Necesito irrumpir en cierto lugar, y necesito ayuda. Eres el primero al cual voy a reclutar,
necesitamos más gente.

-¿Porque yo? solo soy un mecanico.


-He visto la cantidad de armas que llevas en ese coche, las necesito a todas.

Juan ya no sentía esa seguridad y amabilidad que transmitió el soldado al principio de la charla,
sus palabras ocultaban algo, y estaba seguro de que no sobreviviría si no aceptaba sus términos.

-Veo por donde va la mano, quieres mis armas para enfrentarte a otro grupo, ¿porque debería
arriesgar mi vida?

-Entiéndeme no quiero obligarte, pero si no eres mi amigo -alzó su arma apuntando a la cabeza
de Juan -. Eres mi enemigo.

Juan tragó saliva, no deseaba morir ahora, y ese militar iba en serio, se vió obligado a aceptar su
propuesta a punta de pistola, pero contando con la posibilidad de escapar en el primer momento
que se descuidara. -Esta bien, te ayudaré. Pero exijo saber de qué se trata, si muero tengo que
saber porqué lo hago.

-Eso no es ningun problema amigo -respondió Baltasar bajando el arma y volviendo a sonreir-.
Vamos a rescatar a mi hermano.

-¿Tu hermano? ¿lo han secuestrado? ¿donde se encuentra?

-No, no fue un secuestro -respondió Baltasar restándole importancia.

-¿Entonces?

-El no fue secuestrado, esta cautivo en una prisión. Y voy, no disculpame... vamos a sacarlo de
ahí.

-Espera, ¿Calavera tiene un hermano?

Juan volvió a escupir sangre antes de contestar. -Si, lo tiene. Yo no sabía en lo que me estaba
metiendo cuando acepte ir con él, ahora mismo hubiese preferido que me disparara en ese
momento.

Franco enarcó una ceja. Una sensación de nerviosismo comenzó a apoderarse de él.

-¿Que pasó después?

-Tuvimos suerte, encontramos un grupo de sobrevivientes. Eran tres personas, pero nos bastó
con eso, a Calavera no le resultó problema convencerlos, sabes como es. Así que tomamos todas
las armas que había recolectado y nos preparamos, dentro de la prisión habían policías
acuartelados, ninguno quería abandonar el lugar, y Calavera estaba dispuesto a salvar a su
hermano a toda costa. Los mató a todos, algunos eran simples niños y mujeres familiares de los
policías.

-¿Como lograron entrar?

-Pues sus cámaras de seguridad no funcionaban y saltar el muro era una locura, Calavera entró
embistiendo la entrada principal con mi coche y arrasamos con todos los policías del patio
principal. No se lo esperaban.

-La prisión de la que hablas, ¿esta metida dentro de la ciudad?

-Exacto, dentro de un barrio pobre de la ciudad.


-Por eso no se percataron de su presencia -dijo Franco llevándose la mano al mentón- parece que
no mientes por el momento. Continua.

Juan habia olvidado la amenaza de Franco si llegaba a descubrir que mentía, pero no pensaba
hacerlo, como estaban las cosas no tenía nada más que ocultar, salvo un pequeño detalle. -Bien,
al entrar al lugar Calavera se encargó de todos los guardias, el resto de nuestro grupo nos
cuidaba las espaldas. Por cada paso que dábamos éramos recibidos por una lluvia de balas, pero
Calavera supo encargarse de todos y cada uno. Yo prácticamente no use mi arma -dijo en un tono
avergonzado.

-Calavera era uno de los militares con mejor puntería que jamas habia conocido, su capacidad era
impresionante. Su cabeza en cambio, era la que estaba descolocada -agregó Franco-. ¿Como
terminó el asalto a la cárcel?

Juan agachó la cabeza y sonrió angustioso. -Si crees que Calavera esta loco, no tienes idea de lo
que es capaz su hermano -subió la mirada y la fijó en Franco-. Lo encontramos, la última celda, la
más alejada de todas. Estaba solo, ningún convicto se atrevía a acercarse a él.

-¿Que hicieron al encontrarlo?

-¿No lo sabes aún? Calavera y su hermano tomaron la prisión, liberaron a todos los convictos y
los pusieron a trabajar bajo su mando, imagina por un segundo lo que significa eso; expertos
profesionales en el arte del robo y la matanza sueltos a su ley. Asaltábamos viviendas,
secuestrabamos o matábamos a cualquier persona que se nos cruzara, capturábamos a otros
grupos cercanos, nos hacíamos con sus recursos, encarcelábamos a los hombres y violábamos a
las mujeres -La voz de Juan comenzaba a quebrarse de angustia-. Yo nunca haría esas cosas,
pero ¡tuve que hacerlo! Me matarían si no era uno de ellos.

-Me importa un carajo lo que hayas hecho -dijo Franco poniéndose de pie-. Quiero saber algo
más, ¿como se llama el hermano de Calavera?

-Alexander; la persona más desquiciada y peligrosa que conocí, y es el fundador de lo que


actualmente es conocido como la nación oscura.
Rex ingresó a la celda y se dejó caer en la cama de su ex compañero de taller, estar mucho
tiempo de pie escuchando a Zeta resultaba agotador a la larga, Samantha y Anna lo emularon, sin
embargo el presidente siguió erguido de pie frente a Zeta, escuchando con atención cada palabra.

-Entonces, estuviste un tiempo en ese grupo que te rescato y luego ¿te uniste a la nación oscura?
-preguntó Sam.

Zeta hizo sonar los huesos de su cuello. -No, nunca me uní a esa asquerosa nación.

- ¿Qué pasó con tus padres? -Preguntó Rex-. ¿Volviste a buscarlos?

-Sí, lo hice -respondió Zeta sin ánimos.

Anna hizo un gesto con las manos que Sam tradujo. -"¿Porque te separaste de ese grupo?"

-No lo acribillen a preguntas -interrumpió Max-. Dejemos que él nos cuente todo lo que tenga para
decir. Confío que nos dirás solo lo que sea pertinente escuchar.

Zeta asintió y repitió en voz baja. - ¿Lo pertinente eh? -subió la mirada cruzándose con los ojos de
Max, una mirada fría y cristalizada delataba que lo que contaría no iba a ser nada agradable-.
Está bien, luego de hablar con Elías y que decidiera dejarme quedarme con ellos, pasé alrededor
de tres días metido dentro de una cama reposando mientras el resto contribuía con el grupo. Me
sentía un poco aislado, pero por suerte Lara me acompañaba de vez en cuando.

-¿Así que te acompañaba? -dijo Sam torciendo el labio y desviando la mirada.

Zeta ignoró el comentario sin siquiera mirar a la oji verde, sus ojos se hallaban perdidos en un
punto fijo en el suelo, recordando aquella vez...

-Cuando todas mis heridas sanaron y me encontraba en forma fue cuando Roni me llamó, y recibí
un entrenamiento, él me enseñó a disparar.

-¡Bueno, bueno, mira nada más!, Junior eres jodidamente bueno con las pistolas -lo felicitó Roni
mientras recargaba bala por bala su cargador-. Has aprendido rápido. ¿Ya habías disparado
anteriormente?

Junior observaba a lo lejos como un zombie caía desplomado al suelo. -Pues sí, varias veces con
mi padre cuando era pequeño, pero admito que nunca había tirado desde una terraza hacia la
calle, casi siempre íbamos a lugares descampados. Y esto de los silenciadores es genial.

- ¡Ah! tu padre, no me hablas mucho de él, ¿Era policía?

-Nunca preguntaste, era oficial militar, estaba a pocos años de retirarse y vivir una vida cómoda
en casa.

-Entiendo, ¿Y tu madre?

-Mi madre era chef en un restaurante de la ciudad -respondió mientras apuntaba con su arma otro
zombi-. Aunque lo malo era que trabajaba mucho fuera y en casa nunca tenía ganas de cocinar -
dijo riendo, mientras efectuaba nuevamente otro disparo-. Pero cuando tenía tiempo siempre nos
hacía comidas exquisitas.

Roni notaba que al joven no le inmutaba hablar de sus padres, una actitud rara dado las
circunstancias. -¿Confías que estén vivos?
Junior sonrió confiado -Si, estoy seguro que siguen vivos, es decir, mi padre es muy bueno en su
trabajo, seguro están en casa refugiados esperándome.

Roni arqueó una ceja. - ¿Y si eso no llega a ser así?

Otro disparo, justo en la cabeza de otro zombi. -No te preocupes, será así.

Un suspiro escapó de la boca de Roni, sabía que la confianza exagerada no era de buen augurio.
Se limitó a cambiar el tema de la conversación de momento.

-Bueno sigamos con la práctica, sabes de pistolas y las clases de balas que hay. ¿Por qué no
intentas con armas más pesadas?

-Sinceramente no me gustan las armas grandes pero...

- ¡Eh chicos! ¿Interrumpo algo? -preguntó alegremente Lara.

- ¡No! Sí, es decir, no. No, no interrumpes nada -balbuceó Junior nervioso por la hermosa
presencia de la muchacha.

Roni sonrió de perfil y decidió brindarle una mano a su alumno. -No hay caso con este muchacho,
quiero enseñarle sobre fusiles y rifles pero prefiere las armas de una mano, Lara ¿por qué no le
das una de tus armas personalizadas?

- ¿Armas personalizadas?

Lara asintió gustosa. -Sí, te van a encantar cuando las veas.

-Sabía el gusto de mi dulce sobrina por el arte cuando fui a buscar recursos con Elías -explicó
Roni acercándose a una larga mesa cubierta por una manta blanca manchada de varios colores
de pintura, que estaba ubicada en el centro de la terraza, debajo de un pintoresco techo de
policarbonato y madera, el cual brindaba una agradable y refrescante sombra al lugar-. Así que
me tomé la libertad de conseguirle pinturas de todo tipo -dijo quitando la manta para dejar a la
vista una caja llena de aerosoles de colores, varios tachos de pintura y pinceles de distintos
tamaños, y en el centro de la mesa extendiéndose a lo largo, se hallaban distintos modelos de
armas desde revólveres, fusiles y arcos, hasta armas blancas como navajas y espadas,
absolutamente todas personalizadas con colores varios.

Roni se acercó y tomó un hacha de mango verde con un fino decorado negro en tribales, con su
nombre grabado en color dorado en la hoja, la blandió de un lado a otro observando cada detalle.
-Es impresionante Lara, eres increíble.

Junior quedó maravillado con la belleza de alguna de las armas que tenía en frente; un revolver
azul con decorados amarillos, una ametralladora blanca con mango y bordes rojos, entre varias
cosas que no alcanzaba a la vista para apreciarlas a todas.

- ¿Donde aprendiste a hacer todo esto?

-No es tan distinto a pintarle las uñas a las mujeres.

Junior sonrió a la respuesta. - ¿Eras manicura o algo así?

-Sí -respondió la rubia con orgullo -me dedicaba a la manicura y pedicura.


-Y era muy buena, pero creo que en esto te va mucho mejor -dijo Roni entre risas -los dejaré
solos chicos, tengo que atender un asunto con un tipo que no quiere salir de su habitación,
aparentemente se atascó y alguien debe sacarlo rápido. Me llevo el hacha Lara, gracias.

Junior frunció el ceño al no comprender la indirecta. - ¿Dónde está ese tipo? ¿Por qué no sale?

Roni ya estaba cerca de la puerta cuando respondió. -En realidad tengo que ir al baño chico.

Lara y Junior echaron una breve carcajada mientras observaban como Roni los dejaba tras la
puerta que llevaba a las escaleras.

-Tu tío es un buen tipo -decía Junior con una sonrisa mientras inspeccionaba las armas que más
le gustaban.

-Oye, mi padre también es muy bueno, no has tenido tiempo de conocerlo bien, eso es todo.

Junior asintió mecánicamente mientras tomaba de la mesa una Berreta en su estado original. -No
pintaste esta.

-Esa justamente... - dijo y se apresuró a tomar el arma y guardarla-. Iba a ser un regalo para ti,
pero me entretuve con el hacha de mi tío y no pude ni empezar. Además...

Una leve sonrisa se apreció en el semblante de Junior al ver como Lara se ruborizaba poco a
poco. Decidió ayudar a la muchacha. -Me gusta el color escarlata, y creo que quedaría bien con
un poco de negro, ese color también me gusta. Y si quieres puedes detallar los bordes con un
color dorado.

La joven sonrió entusiasmada. -Buena elección, el color rojo es muy lindo, le quedará genial al
arma.

-En realidad, el escarlata me gusta más que el rojo simple. Es, ¿cómo decirlo? más intenso.

- ¡Vaya! Un hombre que conoce de colores, eso sí que es raro -se burló Lara.

-A mi padre y a mí nos gustaba ese color, siempre decía que en los labios de una mujer el color
escarlata potencia su belleza -dijo emulando la voz de su padre.

La muchacha soltó una carcajada. -Ya veo, entonces ¿eres un hombre que sabe de colores y de
mujeres? -dijo en tono travieso-. Eso es todavía más raro.

-No hay mucho que saber de las mujeres -dijo junior en una sonrisa confiada-. La mayoría
demuestra sus intenciones todo el tiempo, sin darse cuenta de que lo hacen y son fáciles de leer.

- ¡Eso no es cierto! -dijo mientras lo empujaba juguetonamente-. Entonces ¿Yo demuestro mis
intenciones?

- ¡Claro que lo haces! pero no te preocupes, no diré nada -dijo guiñándole un ojo.

-A ver, genio. Léeme... ¿Qué intenciones tengo?

- ¿Que intenciones tienes? -Junior volvió a sonreír mientras observaba hacia un lado, luego se
acercó a Lara, quizás un poco demasiado de lo que había planeado, quedando sus caras a
centímetros una de la otra. El muchacho sintió la cálida y dulce respiración de la oji celeste en su
rostro, su corazón comenzó a acelerarse y un silenció sucumbió el lugar dejándolos a ambos
completamente aislados del resto del mundo. Cada uno devolvía la mirada del otro sin hacer
movimiento alguno, pero fue Junior quien tomó la delantera-. Quieres besarme.
Sin dar marcha atrás, tomó a la joven de la cintura y la pegó a su cuerpo. La muchacha no opuso
resistencia alguna, y Junior se entregó a la suerte, era ahora o nunca. Acercó lentamente sus
labios a los de Lara y cerró sus ojos, ya estaba muy cerca. Solo pocos milímetros los separaban,
y finalmente lo hizo.

Sus labios se acercaron hasta tocar... absolutamente nada. Desconcertado, abrió sus ojos y vio a
la rubia oji celeste alejando su cabeza hacia atrás con una sonrisa de oreja a oreja.

-No quería darte la razón -dijo Lara mientras volvía a acercar su rostro al de Junior-. Eso seguro
no lo leíste, ¿verdad, genio?

El semblante de Junior había cambiado a una tonalidad completamente colorada. -Pues no, la
verdad que no.

-Y esto tampoco -dijo la joven, al mismo tiempo que lo sujetaba del rostro y fundió sus labios con
los del muchacho en un apasionado beso.

Junior se dejó llevar y continuó el beso, todos sus sentidos estaban concentrados en disfrutar la
armoniosa danza que los labios de la muchacha le ofrecían, sintió una suave y agradable presión
en el pecho, sus cuerpos buscaban arrimarse lentamente. Abrazó más fuerte a la joven,
recorriendo con su mano tímidamente su delicada cintura, hubo una breve interrupción en donde
tuvieron que despegarse para mirarse a los ojos compartiendo una pícara sonrisa, pero
inmediatamente reanudaron la acción. El muchacho deseaba que el momento jamás terminara,
que fuese eterno, pero como un azote del destino, el fuerte ruido de un portazo los obligó a
separarse tan rápido como si sus cuerpos se quemaran, el padre de la joven se acercó a paso
acelerado y se interpuso entre ambos, acorralando a Junior contra la mesa.

- ¡¿Que mierda te crees que estás haciendo?! -la mirada de Elías era terrorífica, Junior nunca
pensó que unos perfectos ojos celestes pudieran causar tanto terror.

- ¡Papá, yo lo besé! -intervino Lara colocándose entre medio de ambos.

-Me da igual quien haya sido, luego hablaré contigo muchachita, y tú -se dirigió a Junior-, no te
deje permanecer aquí para que pierdas el tiempo con mi hija, tienes trabajo que hacer.

-Yo, lo siento. No quería causar problemas -balbuceó Junior sin saber que más decir.

- ¿Ya estas curado verdad? Y sabes disparar, vendrás con Roni y conmigo a una expedición.

-Papá ¿cuál es tu problema? Déjalo descansar unos días más, no tiene por qué...

-No -interrumpió el joven-. Está bien, lo acompañaré.

-Bien, ve con Roni, él te dará armas y luego nos reuniremos en la puerta principal. No pierdas
tiempo -dijo tajantemente, sentenciándolo con la mirada.

-Bien -respondió Junior mientras miraba a Elías alejarse por la puerta.

La muchacha se acercó nuevamente hasta el joven. -No le hagas caso, él solo es muy protector
conmigo.

Junior no respondió, su cuerpo seguía en shock por la situación con Elías, y para rematar todavía
debía compartir una expedición con él. Pero contaba con la suerte de tener a Roni, con quien se
llevaba bastante bien y podría alivianar la tensión que tenían con Elías. El joven se limitó a no
pronunciar palabra alguna y se dirigió hacia la puerta decidido a salir, no antes de que Lara lo
detuviese.

-Te esperaré.

El joven se detuvo sin mirar atrás, sabía que debía decir algo, pero las palabras se rehusaban a
salir de su boca. No estaba seguro del porqué, pero sabía perfectamente que antes de poder
pensar en tener algo con Lara debería primero arreglar las cosas con su padre, que lo acepte
como parte del grupo y luego como alguien para su hija. Sabía que sólo así podía comenzar algo
con la hermosa chica que había conocido hace solo unos cuantos días. Quizás era apresurado un
pensamiento como ese, quizás ella no quería nada serio, eso no lo sabía, pero conocía sus
sentimientos y él si quería algo, estaba seguro que podría funcionar. Lo único que debía hacer era
buscar a sus padres, ganar la confianza de Elías y sobrevivir todos en la comunidad.
No se despidió de Lara al salir.

-Pásame esas Junior -ordenó Roni.

Junior hizo lo propio y le alcanzó a la mano un par de fusiles de asalto, el cual Ronaldo guardó en
el asiento trasero de la camioneta.

- ¡Todo listo por aquí! -anunció Roni mientras daba unas palmadas al techo del vehículo.
La camioneta emitió un sonido al encenderse y un sujeto algo pasado de peso, con musculosa
blanca y short de playa rojo con palmeras contestó. -Perfecto, los espero en la salida.

Dicho esto, la camioneta avanzó por el estrecho estacionamiento del edificio, y viró a la derecha
ascendiendo por una rampa que lo llevó a la salida, en donde otra camioneta un poco más
pequeña lo esperaba fuera.

-Bien, Junior nosotros iremos en este -informó Roni mientras subía a un vehículo-. Estoy seguro
que dos camionetas y un auto familiar pueden transportar todo esa mercadería que vimos el otro
día con mi hermano.

Junior amagó a subir al asiento del acompañante, cuando Elías lo tomó del hombro.

-Tu ve atrás -dijo, y se sentó sin cruzar la vista con el chico.

El joven notó la fría expresión de Elías al pronunciar esas palabras, abrió una de las puertas
traseras del auto mientras suspiraba e ingresó. «Va a ser un largo viaje»
Roni puso en marcha el auto y no tardaron suficiente en acoplarse con los demás, la caravana
emprendió viaje por las calles de la ciudad cautelosamente. Roni se ubicó en el frente para guiar
el camino. Mientras viajaban Junior observaba por la ventanilla las calles de lo que antes fue su
bella ciudad, y ahora estaba transformado en un completo caos. Observó un cine en donde solía ir
con sus amigos a los estrenos más taquilleros, ahora deteriorado e invadido por esos seres.
Luego se cruzó con la casa de un compañero de su universidad, intentó buscarlo entre las
ventanas de su habitación pero no había más que vidrios rotos y sangre en la entrada, el patio
delantero estaba ocupado ahora por más zombis. Una sensación de angustia lo invadió, ya no lo
volvería a ver.

«Parece ser que todo terminó, no más salidas y fiestas por la noche, no más veranos en la playa,
no más salir a correr o practicar boxeo, y no más jugar entre todos una partida de pool y beber
cerveza en el bar cerca de casa. Un minuto... ¿mi casa? ¡Mi casa esta aquí cerca!»

- ¡Oye Roni detente! Mi casa se encuentra cerca de aquí, en un edificio no muy alto, pero
podremos verlo si volvemos, y también ver si mis padres están a salvo.

-Olvídalo -contestó tajante Elías-. No podemos permitirnos perder tiempo.


-Oye Elías, son sus padres, podemos perder unos minutos y buscarlos.

-La última vez apenas pudimos volver Ronaldo, no creo que quieras repetir esa suerte.

-Teníamos un trato, si yo te ayudaba ustedes me ayudarían a encontrar a mis padres -dijo Junior
con un alterado tono de voz.

-Entonces, cumple tu parte del trato niño -respondió Elías-. Nos ayudaras en esta misión, y a al
volver pasamos por tus padres.

El joven mordió sus dientes de la rabia y golpeó el vidrio con su brazo. - ¡Bien!

Serias miradas se cruzaron entre Roni y Elías, se reservaron en pronunciar alguna palabra hasta
que llegaron a su destino. Atravesaron un amplio estacionamiento derribando a un grupo de no
muertos que deambulaban y se dirigieron a la entrada principal de un gran mercado mayorista.

Elías fue el primero en bajar. -Es aquí -indicó mientras el resto bajaban y se aglomeraban en la
entrada.

Un joven alto, de cabello rapado intentó abrir las puertas del establecimiento pero para su
infortuna se encontraban selladas por dentro.

-Tiene que ser una puta broma, esto no estaba así la última vez -dijo Elías pateando la puerta de
vidrio en un acto de furia, pero sin romperla.

- ¿Trabaron la entrada con carros de supermercado? -preguntó el joven rapado.

-Y algunas cajas, por lo que se ve -dijo Roni, observando por la estructura de vidrios el interior del
lugar-. Pero no parece haber nadie dentro.

-Seguramente están escondidos -acotó Elías, haciendo un paneo visual por los alrededores-. Hay
que encontrar otra entrada.

-Buena idea, que un grupo quede aquí vigilando y protegiendo el perímetro, y yo buscaré otra
entrada por detrás -lo secundó Roni.

-Está bien, Junior y yo te acompañaremos, y el resto quédense aquí y más les vale no intentar
romper el cristal o acudirán miles de esos monstruos por el ruido.

-Estarán bien, ellos no patearon la puerta -dijo Junior sarcásticamente.

-Cállate niño, vamos.

El trío comprendido por Junior, Elías y Roni, rodearon el edificio en busca de una nueva entrada
que les permitiera ingresar. En el camino se toparon con un reducido grupo de zombis, que
Ronaldo acabó rápida y silenciosamente con su hacha. Su habilidad impresionó a Junior, le
recordó una película de vampiros que había visto en donde el personaje principal usaba un hacha.

- ¡Eres increíble! Casi parece que te sale natural eso de volar cabezas.

Roni soltó una risotada por el alago. -Es curioso, nunca me habían dicho eso en mi trabajo.

- ¿A qué te dedicabas antes, leñador o algo así? -preguntó Junior entre risas.
Roni se giró seriamente. -Pues, si. Era leñador, ¿Algún puto problema con eso?
Junior se sorprendió, abrió inconscientemente su boca balbuceando algo sin sentido.

- ¡Era broma amigo! -dijo Roni palmeando fuertemente el brazo del muchacho mientras reía-. Si
vieras la cara que pusiste, ¡fue de película!

-Mierda, me lo creí -dijo Junior, volviendo a respirar-. ¿Entonces a que te dedicabas?


-Leñador, esa parte no era broma.

-Oh, pues. Es... un gran trabajo. Nunca había conocido a un leñador, no hay muchos bosques por
esta zona.

Roni sonrió. -Me había tomado unos días libres para visitar a mi sobrina en su cumpleaños.

- ¿Lara cumplió años hace poco? No tenía ni idea.

-No Junior, su cumpleaños es mañana. Te recomiendo buscarle algo lindo para regalarle ya que
estamos por aquí.

- ¿Mañana? ¡No jodas! Nadie me lo dijo.

-Tranquilo, yo pensaba hacerlo cuando estuviéramos aquí.

- ¡Hey! Si ya pararon de parlotear, ya encontré una entrada -dijo Elías mientras se dirigía a una
pequeña puerta de chapa verde. Intentó abrirla de todas las formas posibles pero la puerta no
cedía.

Roni tomó su hacha personalizada y luego de varios intentos desencajó el pomo de la puerta.
Tomó carrera y embistió la misma con el hombro lo más fuerte que pudo pero era inútil, seguía
cerrada.

Elías se acercó al agujero donde estaba el pomo y observó del otro lado. -Aquí también esta
sellado por dentro, hoy no tenemos suerte.

-Mierda, ¿No hay otra forma? El que hizo esto no quería que nadie entrase por ninguna
circunstancia -acotó Roni.

Junior suspiró y peinó sus cabellos hacia arriba mientras subía su mirada hacia el techo del
edificio, sus ojos se abrieron en par al ver que unos cinco metros arriba en la pared se encontraba
una pequeña ventana circular, pero la cual podría caber una persona. Inmediatamente una idea
se le vino a la mente.

- ¡Miren allá! Una ventana, y está abierta -dijo Junior señalando hacia arriba-. Si logramos
encontrar la forma de subir, yo podría entrar por ahí y abrir la puerta principal desde dentro
quitando la barricada.

Los hermanos se miraron entre ellos con una sonrisa, la esperanza volvía a nacer. Pero había un
problema.

- ¿Cómo vamos a llegar hasta allá?-preguntó Elías-. No hay escaleras, o algo a lo que treparse.

- ¿En serio? Pues yo veo dos sujetos de aproximadamente dos metros de altura, suman cuatro
metros. Y contándome a mí, llegaríamos hacia esa ventana perfectamente si hacemos una
escalera humana.

- ¿Estas chiflado? ¿Cómo demonios vamos a hacer eso?


En ese momento un zombi parca se acercaba a gran velocidad desde detrás, Roni alzó su hacha
al cielo y trazó una recta hacia abajo asestándole al zombi en la cabeza y estampillándosela
contra el suelo.

-Me parece que no tenemos otra opción hermano, es eso o nada -dijo Roni mientras secaba la
sangre de su hacha y se posicionaba arrodillado debajo del ventanal de espaldas a la pared y con
las palmas juntas-. ¡Sube!

Elías chistó pero no le quedaba otra alternativa, trepo ágilmente impulsándose por las manos de
su hermano y subió a sus hombros, le costó darse la vuelta para apoyarse de espaldas en el muro
pero lo consiguió exitosamente sin caerse. Luego emuló la misma postura de Roni y extendió sus
manos juntas al frente. -No pierdas el tiempo niño, si vas a hacerlo que sea ahora.

Junior tomó carrera y se impulsó por las manos de Roni con un pie, luego con el otro piso las
manos de Elías, quien lo ayudó a terminar de trepar a sus hombros, Roni inclinó
involuntariamente su cuerpo hacia un lado debido al fuerte peso que soportaba, provocando que
Junior perdiera el equilibrio y casi callera, pero sus sentidos actuaron rápido y se sujetó ágilmente
del extremo del ventanal con una mano, luego hizo lo mismo con la otra. En ese momento Roni y
Elías cedieron y cayeron ambos al suelo quedando Junior colgado del ventanal con ambas
manos.

-Mierda, ¿están bien? -preguntó Junior con dificultad, mientras se sujetaba del ventanal.

-No te preocupes por nosotros, estamos bien. Sube de una vez antes de que te caigas.

Junior colocó ambos pies sobre la pared y se aferró al extremo de la ventana tan fuerte como
pudo, lentamente fue posicionando un pie más arriba de otro hasta llegar a la altura necesaria
para pasar el brazo dentro del hueco, solo bastó un poco más de fuerza para pasar la mitad del
cuerpo hacia el otro lado y finalmente se dejó caer al interior.
La superficie del suelo era muy dura, chapa sólida, pero por suerte la caída no fue tan larga,
apenas un metro. El dolor de su espalda por el impacto se le pasó paulatinamente. Agradeció
interiormente no haber caído con la cabeza. Le tomó solo un momento ponerse de pie y examinar
el lugar; era muy extenso y la oscuridad cubría parcialmente cada rincón, y la poca luz que había
se debía al ojo de buey por el que había ingresado. Enormes cajones de madera y góndolas se
alzaban llegando casi a la altura del techo, y unas pasarelas recorrían en distintos caminos
divididos toda la habitación permitiendo llegar a las partes más altas; dedujo que se encontraba
en el depósito del mercado, el cual siempre está prohibido el paso al personal no autorizado.

- ¡Te esperamos en la entrada Junior! -dijo Roni desde afuera.

Junior devolvió la respuesta inclinándose en la ventana y respondiendo con una seña de


aprobación. Inmediatamente comenzó a caminar por las pasarelas, buscando una escalera por la
cual bajar. Cada paso rechinaba un molesto ruido que incomodaba al joven, puesto que no tenía
idea lo que podría encontrarse en ese lúgubre lugar invadido por las sombras. Por más sigiloso
que intentase ser, su respiración lo delataba, la reciente escalada lo había dejado un tanto
agitado, y la sofocación del encierro provocaba que transpirase demasiado y la marcha no fuera
tan amena.

El muchacho se dirigió a unas escaleras que pudo divisar en la esquina de las pasarelas, bajó
cautelosamente, con arma en mano. A este paso sus ojos ya se habían acostumbrado a la poca
luz y su visión mejoró. Cada peldaño emitía un rechinido al pisarlo, más fuerte que los anteriores.
Siguió descendiendo hasta que un ruido lo alertó, su corazón casi se frena cuando una de las
cajas cayó a lo lejos de un pasillo que se formaba en las góndolas y se esparció en pedazos, o
eso pareció. Maldijo no traer una linterna consigo.
Su cuerpo quedó involuntariamente inmóvil, intentando detectar algo fuera de lo normal pero se
encontraba completamente solo. Rezó a sus adentros que no apareciese nada o nadie, nunca
había estado en un enfrentamiento de vida o muerte antes, salvo la vez que fue perseguido por
ese zombi veloz, pero eso fue un golpe suerte. Ahora mismo él mismo debía forjar su propia
suerte, independientemente de lo que sucediese.

Decidido, comenzó a caminar a paso acelerado, intentando recordar las lecciones de Roni sobre
como disparar desde la cadera agazapado, y tratado de evitar ruidos al caminar. No tenía en claro
donde se ubicaba la salida, pero a juzgar por la luz que ingresaba del ojo de buey, que se ubicaba
a su oeste, seguramente debería haber una puerta del lado este. Camino por los pasillos lo más
rápido que pudo, otro ruido más se escuchó a la distancia, justo en frente o quizás arriba, no
estaba seguro puesto que el ruido fue apenas audible.

Al carajo las lecciones de Roni. El joven comenzó un trote ligero, bordeando los pilares de cajas
amontonadas y las góndolas, nuevamente otro ruido justo en frente lo obligó a virar a su derecha
en busca de otro camino, no sabía que había, pero no quería saberlo tampoco. El ruido ahora se
transformó en un gruñido, el joven no quiso girarse a ver, sabía que estaba detrás de él. Aceleró
el paso, los ruidos de sus pisadas se acoplaban con el de los gruñidos, cada vez se escuchaba
más fuerte y más cerca. Volvió a girar por otra góndola topándose con un largo pasillo el cual no
dudo en cruzar a toda velocidad para intentar sacar algo de ventaja a eso que lo perseguía. Dobló
a su derecha, esta vez sí se giró a ver a su espalda pero para su suerte ya no lo seguían. Los
gruñidos habían cesado y fue cuando…

¡Pum! El choque fue duro, el joven cayó secamente al suelo, casi como por instinto buscó su arma
y disparó hacia delante. El estruendo provocó un eco en todo el depósito. Seguido de eso, Junior
alzó la vista solo para ver que su blanco no era el que él se esperaba. Cinco cuerpos yacían
colgados de una soga al cuello, uno al lado del otro. Dos niños, una muchacha adolescente y una
pareja mayor. Todos se encontraban de la mano, atados una a la otra. Junior se arrastró hacia
atrás y se topó con un objeto plano, duro, se dio cuenta al examinarlo que se trataba de una
carpeta, la abrió y leyó una leyenda en la primera hoja, que databa con grandes letras: ¡Corre! Los
monstruos vienen por ti.

Como para acelerar su corazón e impulsar su adrenalina un feroz gritó se escuchó justó detrás de
Junior, la luz del ojo de buey permitió ver perfectamente como un zombi parca se acercaba
ágilmente por las pasarelas.

-La luz está detrás, eso quiere decir...

Sin terminar la frase Junior se incorporó rápidamente, no sin antes llevarse consigo la carpeta,
apartó uno de los cadáveres que colgaban con el hombro y corrió a toda velocidad hacia adelante.
El zombi parca lo seguía desde arriba por las pasarelas a grandes saltos. Pero para su suerte, el
joven se permitió dar una leve sonrisa al ver que delante de él estaba la salida, una pequeña
puerta al final del pasillo. Aceleró el paso pero fue sorprendido por un zombi más que se acercó
desde una esquina, lo arrebató haciéndolo caer estrepitosamente al suelo mientras lo acorralaba
para apuntar su mandíbula al cuello.

Junior con todas sus fuerzas le dio un fuerte golpe con su arma para alejarlo y tener mejor
movilidad y luego disparó en su cabeza. Se incorporó nuevamente apartando el cadáver, y fue
cuando lo vio. El zombi parca lo había rebasado y ahora se encontraba bloqueando la salida.
Inmediatamente el monstruo dio un salto por una de las góndolas, luego aterrizó en el suelo para
volver a dar otro salto más y acercarse zigzagueando a toda velocidad. Junior apuntaba con su
arma pero nunca lograba mantenerlo en la mira, su rapidez asombraba. Tomó aire, se arrodilló y
volvió a apuntar esta vez solo al frente, sabía que en algún momento se cruzaría con la mira al
bajar. El zombi dio otro salto, como Junior lo predijo, se acercó solo a la mira, y fue cuando
disparó. La bala se dirigió al brazo del zombi quien cayó al suelo revolcándose por unas cajas de
madera apiladas las cuales le cayeron justo encima. El muchacho aprovechó esa oportunidad
para correr y rebasar al demonio. Pero no tuvo en cuenta que se incorporaría tan rápido, el zombi
se deshizo de las cajas y se abalanzó a la carrera persiguiendo a Junior.

El joven no observó atrás, su vista se concentraba en la puerta, aceleró lo máximo que sus
piernas podían aguantar, llegó a la puerta, fue cuando se dio cuenta que podría estar cerrada y
seria su fin. Giró el pomo y la puerta abrió, cruzó rápidamente y la cerró a sus espaldas, luego un
fuerte impacto hizo temblar la puerta, luego otro más. Utilizó un pasador para trabarla y se alejo
considerablemente de ahí. Volvió a respirar, mientras caminaba por los pasillos del súper
mercado. El resto fue fácil, pero lento; sacar de ahí la barricada solo, fue un trabajo agotador, pero
al descubrir una de las puertas Roni y los demás pudieron ingresar y ayudar con la labor.

-Bien hecho Junior, te tardaste tu tiempo ¿estás bien? -preguntó Roni.

-Escuchamos disparos, ¿qué pasó ahí adentro? -preguntó Elías.

-No pasó nada, un par de zombis. Me encargué de uno pero el otro sigue ahí encerrado.

-Bien, no perdamos tiempo. Carguemos todo lo que podamos, ya está por anochecer.

Al ingresar, acercaron las camionetas a la puerta y comenzaron la parte más gratificante del
trabajo: cargar una vasta fuente de suministros a las camionetas. La tarea tardó mucho más de lo
esperado, la comida parecía no acabarse nunca, y fue solo cuando no había más espacio en
ninguno de los vehículos para cargar más alimentos que decidieron marcharse.

-Hoy hemos tenido un muy buen día, te luciste Junior -lo felicitó Roni.

-Es verdad, sin tu ayuda no sé cómo hubiéramos entrado, eso te lo reconozco -decía Elías
mientras conducía por el mismo camino que los había traído.

-¿Qué es eso, una carpeta? -preguntó Roni inclinándose para ver a Junior.

-Oh sí, lo encontré ahí dentro. Parece que era de una familia que se suicidó colgándose todos
juntos -respondió Junior mientras repasaba las hojas.

-Eso suena horrible.

-Lo es, pero lo que me resulta muy raro es el hecho de que en ese lugar había monstruos, sin
embargo no se comieron sus cuerpos.

-Tienes razón, quizás no comen a los muertos, quizás solo carne fresca.

- ¿Quieres decir que solo se concentran en lo vivos?

-Es una posibilidad.

-Puede ser, mira aquí hay algo -dijo junior mientras arrancaba una de las hojas de la carpeta-. A
ver qué dice.

"Si hay alguien que encuentra esta nota, seguro nos has visto muertos. No es una decisión que
tomamos a la ligera, pero no tuvimos otra opción. Odio este nuevo mundo y en lo que se ha
convertido, en donde la gente prefiere morir a tener que sobrevivir en esta ciudad devastada. Y
eso no quiero para mi familia, no quiero verlos morir a manos de esos seres, ¿y sabes qué? digan
lo que digan me siento orgullosa de esta decisión, soy madre de tres hermosos hijos y esposa de
un gran marido... ya nadie me separará de mi familia nunca. Y si, a ti también te lo digo... no dejes
que jamás te separen de las personas que quieres, las personas que amas. Porque en un mundo
consumido en un mar de odio, la única gota de amor es la que prevalecerá. Y nosotros,
prevaleceremos. Y tú, prevalecerás.

Lo único que tienes que hacer... es amar."

Una lágrima se deslizó tímidamente por la mejilla de Junior, la secó con su mano y observó por la
ventanilla del coche, ya estaba cerca y sabía lo que tenía que hacer.

-Tengo que ver a mis padres, tengo que ver si se encuentran bien.

-Olvídalo, el sol ya casi se pone y tenemos que volver cuanto antes -dijo Elías pisando más el
acelerador.

-¡Prometiste que iríamos!

-No sabía que tardaríamos tanto, iremos otro día.

-Pero es aquí cerca, solo tienes que doblar y...

El auto siguió de largo su camino, sin disminuir la velocidad en ningún momento, Junior se dejó
llevar por la ira. -No me vas a impedir verlos ahora -dijo, mientras abría la puerta del auto.

- ¡Hey! ¿Qué mierda estás haciendo?

Junior no escuchó, saltó del auto en marcha y cayó rodando por la inercia. Su brazo sufrió las
consecuencias de la gravedad, pero un par de magullones y heridas no iban a detener la voluntad
de Junior de ver a su familia. Se levantó usando solo un brazo de soporte, y comenzó a correr. Ya
estaba cansado de lidiar con Elías y su mal humor, quería ver a su madre, extrañaba su excelente
comida y las enseñanzas diarias que siempre le brindaba su padre, por más que ya las haya
escuchado mil veces, quería escucharlas una vez más. Llegar a su edifico, subir las escaleras,
entrar a su departamento y abrazarlos, ya no quedaba mucho para cumplir ese deseo. Dobló la
esquina que siempre circulaba cuando volvía en su auto de hacer los mandados y se dirigió
directamente hacia su edificio... o lo que quedaba de él.

Junior frenó el trote lentamente, observando con incredulidad los restos de lo que había sido en
un momento su hogar. Restos de escombros y cenizas se encontraban dispersos por toda la
estructura, la base del edificio se encontraba severamente agrietada en cada sector donde se
mirase, los vidrios de las ventanas ya no existían y la entrada principal del vestíbulo estaba
completamente bloqueada por centenares de pedruscos de distintos tamaños. La planta alta del
edificio, en donde Junior vivía, se encontraba totalmente derrumbada, lo único que quedaba
apenas reconocible era parte del pequeño balcón de la habitación de Junior, que ahora estaba
aplanada de forma irregular por el techo del edificio.

-¿Qué? -Junior tragó saliva, sus lágrimas hacía mucho que habían empezado a brotar y no
cedían.

-Es por eso que no quería venir aquí todavía, sabíamos que esta zona estaba destruida cuando
nos dijiste que vivas en un edificio pequeño -dijo Elías, posando su mano en el hombro del joven-.
Se me ocurrió pertinente decírtelo con tranquilidad cuando llegásemos, y volver aquí si querías a
la madrugada para cerciorarte. Supongo que el impacto hubiera sido menor. Descubrirlo de esta
manera... no lo hubiese querido así.
Junior no respondió, en ningún momento quitó la vista de su hogar.

-Tómalo, te hará bien -dijo Lara mientras acercaba a Junior y a todos los presentes una bandeja
con cinco tazas de té.
-Me gusta más el café, pero gracias querida -dijo Mario, mientras se quitaba sus anteojos y los
depositaba en una pequeña mesa al centro del living.

Enfrente de Mario estaban sentados Roni y Elías, quien observaba pacientemente como Junior
giraba de un lado a otro por la habitación.

- ¿Cómo pasó eso? No entiendo, los zombis no pueden causar algo así -comentó Junior
impaciente de brazos cruzados pero con un atisbo de tristeza en su voz.

-Siéntate, vamos -lo animó Lara.

Junior la miró a los ojos y se decidió a calmarse, fue finalmente cuando se sentó que Elías
comenzó a hablar.

-Eso no fue causado por un monstruo Junior, fue algo mucho peor.

- ¿Que fue?

-No se sabe quien fue -se apresuró a responder Roni.

-Por supuesto que lo sabes, simplemente no quieres aceptarlo.

-No entiendo -acotó Junior-. ¿Saben o no quien fue?

-Sí.

-No.

Tanto Elías como Roni cruzaron miradas conflictivas.

-No estás seguro de eso -comenzó a decir Roni-. Pudieron haber sido terroristas, o civiles que
tomaron un avión y...

-Los civiles no toman aviones de guerra y no creo que haya sido un terrorista.

- ¿Avión? -preguntó Junior, quien no entendía del todo la situación.

-Un avión causó esa explosión en tu casa -respondió Elías con temple-. Un misil, lanzado por un
avión de guerra.

Junior observó a Elías con incredulidad. - ¿Por qué un avión de guerra lanzaría un misil a una
ciudad?

-La respuesta es más obvia de lo que parece, simplemente mi hermano se niega a la realidad y
busca excusas para justificar todo.

-Dímelo, quiero saberlo.

-Está bien, mi hermano piensa que todo esto fue causado por terroristas, piensa que en algún
momento vendrá alguien a protegernos y a salvarnos de este desastre -comenzó a decir Elías,
interrumpiéndose para dar un sorbo a su té-. Pero lo que yo creo es algo un poco distinto, un poco
más realista. Los militares poco después de la infección masiva comenzaron a bombardear los
puntos estratégicos de todas las ciudades, buscando eliminar todo lo referido a la amenaza la cual
nos enfrentamos, pero eso fue el comienzo de una gran farsa. Lo que hicieron fue arrojar unas
cuantas bombas para hacernos creer que luchaban por nosotros, por salvarnos. Lo único que
lograron fue destruir hogares como el de Junior y luego se marcharon. Se atrincheraron en sus
malditas bases, refugiados con todas las armas a su disposición y dejaron a todos los civiles a la
suerte de dios. Si me lo preguntas son unos cobardes.

-Es una acusación sin fundamentos -protestó Roni.

-Mis fundamentos son la lógica hermano, deberías utilizarla de vez en cuando.

-No estoy tan en desacuerdo con las palabras de Elías -comentó Mario seriamente-. Si tomamos
de ejemplo antes de que ocurriera todo este desastre, algunos gobiernos tanto en la antigüedad
como la actualidad se ocupaban de crear enfermedades para luego vender sus curas a la
población y cobrar precios altísimos, podría recordarse el AH1N1. Y por la manera cómo fue
diseminado este brote, vía aérea, puede compararse con el ejemplo que acabo de dar.

- ¿Estas de su lado Mario?

Elías se inclinó para observar mejor a Roni. -Solo piénsalo un segundo Roni, los militares siempre
gozaron de tener el poder, les gusta, los seduce. Que no te sorprenda si fuese un militar el que
comenzó todo esto, quizás en complot con algún gobierno, ¿recuerdas las palabras del presidente
de estados unidos? Creo recordar que una de ellas fue "todo es una mentira".

-Son funcionarios públicos, deben...

-A veces el deber no tiene nada que ver.

Roni se calmo y guardó silencio durante un tiempo.

-Pero bueno señores, dejemos los temas políticos para otra ocasión -dijo Mario intentando animar
el ambiente-. No creo que se hayan dado cuenta pero hoy estamos en un día muy especial -dijo
mientras observaba a Lara con sosiego.

- ¡Dios mío es verdad! -dijo Roni mientras se levantaba a toda velocidad del sillón y se marchaba
corriendo.

- ¿A dónde se va tan apurado? -preguntó Lara.

-Ya lo verás -respondió su padre con una sonrisa.

Junior se fijó en un reloj que había colgado en una columna, marcaba las doce en punto. Volvió la
mirada a Lara y le dedicó una reconfortante sonrisa acompañado de un saludo de cumpleaños, el
siguiente en saludarla fue su padre y luego Mario. Roni en cambio recién volvía con los brazos
rodeando una pila enorme de regalos para su sobrina. En poco tiempo toda la gente del edificio
comenzó a bajar las escaleras y a llenar cada rincón del living, mientras coreaban entre todos la
melodía de cumpleaños para la muchacha. Lara se ruborizó, sus lágrimas no tardaron mucho en
aparecer y su cara reflejaba una inmensa felicidad. Estaba compartiendo un grato momento con
sus seres queridos, y la nueva presencia de Junior la hacía sentirse muy bien, le agradaba estar
con él y compartir momentos juntos.

-Se que quizás no sea un momento adecuado-comenzó a decir Junior en un tono audible para
todo el público-. Pero creo que si no lo hago ahora no podré hacerlo nunca.

Todo el lugar se silenció para darle la palabra al joven.

-Agradezco a todos por haberme integrado a este lugar, de verdad, gracias. Desde que llegué me
enseñaron la verdad que yo no concia sobre este nuevo mundo -dijo mirando a Mario-. Y me
instruyeron -cambió la vista a Roni-. Y me cuidaron -miro a Lara-. No tengo palabras para
expresar el aprecio que les tengo a todos -esta vez fue a Elías a quien fijó la vista-. Y con su
permiso, me gustaría hacerle una propuesta a su hija.

Todas las cabezas se tornaron hacia Elías, quien su expresión fría y desalmada no daba buen
augurio. El padre cruzó miradas con su hija, luego con las del muchacho, quien no bajó la vista ni
un segundo, firme, consistente y respetuoso.

-Por supuesto -dijo finalmente, brindándole una sonrisa al joven.

Junior sonrió y se dirigió a la oji celeste, le costó comenzar a hablar pero adoptó una postura firme
y segura. -Hoy no fue un muy buen día para mí, me enteré de algunas cosas que no hubiera
querido, pero no quiero que eso acapare tu día más especial, quiero que hoy seas tú, la chica
más feliz de todas, y si te soy sincero me encantaría ser yo la persona que te brinde esa
felicidad... por eso Lara, ¿Tendrías el gusto de ser mi novia?

- ¿Me puedes decir que tiene que ver esto con el interrogatorio? -preguntó Samantha
tajantemente-. Si no recuerdo mal, Max te pidió que contaras solo la información pertinente.
3
- ¿Max? ¿Porque tienes tanta confianza con él? -preguntó Zeta observándolos a ambos.

-Sam...

-Lo siento, emm, presidente.

Zeta arqueó ambas cejas. -Ustedes se conocen de antes ¿verdad?

-Te repito que soy yo quien hace las preguntas en este lugar, Zeta -contestó el presidente
severamente-. Responde la pregunta de Sam, ¿por qué nos cuentas esto?

-Bueno, es importante para mí, aproveché este momento para redimirme con Rex, él me confesó
su historia y yo les estoy contando la mía, por lo menos, lo que recuerdo.

-Dejémoslo terminar, quiero ver como sigue -comentó Rex-. No es algo bueno, lo huelo.

-A ver si llegamos a entendernos, el presidente te pidió lo pertinente, a nadie le interesa lo que


hiciste con esa chica y si se lo quieres contar a Rex, cuéntaselo en otro momento -dijo Sam
elevando el tono de voz-. Lo que nos interesa ahora es saber cómo acabaste en la nación oscura,
no tus aventuras con una rubia tonta.
- ¿Que pasó luego de que se terminó de formar la nación oscura? ¿Por qué buscan tanto al
zorro? -preguntó Franco con poca paciencia.

Juan ya se había recuperado un poco de la golpiza ofrecida por su interrogante, y podía hablar
con más claridad. -Como te mencioné anteriormente, Alexander lideraba el lugar, usaba la cárcel
como base mientras obligaba a los sobrevivientes que se nos cruzaban a realizar trabajos
forzados y algunos los encerraba para...-pero en ese momento dejó de hablar, maldijo
internamente.

Franco se acercó a Juan hasta estar a la altura de su rostro, y pegó el cuchillo a su cuello
amenazadoramente. - ¿¡Para que!?

Juan tragó saliva. -Está bien, está bien te lo contaré...


- ¡Ten un poco más de tacto, Samantha! -regañó Rex, clavándole la mirada.

Sam no bajó su postura ante la agresión, pero al voltear a ver a Zeta comprendió la reacción
repentina del joven mecánico. Zeta se encontraba cabizbajo con la mirada perdida en sus pies, no
parecía el mismo que había encontrado en la ruta, seguro de sí y desafiante. Tampoco era nada
igual al mismo chico con las agallas de matar un grandote por sí solo y volver triunfante, o el chico
heroico que había subido a la caja de una camioneta para enfrentarse él solo a los de la nación
oscura, y al zombi decapitado frente a frente. En este momento solo parecía un chico en
depresión por un pasado turbio y problemático. Sam comenzó a imaginarse ponerse en la piel del
joven, despertando en este mundo sin memoria de lo acontecido, desorientado y solo. Tuvo la
ayuda de un grupo, pero evidentemente ese grupo ahora no estaba con él.

Inmediatamente se sintió atraída por la curiosidad de saber que les había pasado, ya no le
importaba esa rubia, nunca debería haberle importado, ahora entendía a Rex, había actuado
como una niña infantil, sin pensar en las repercusiones que tendrían sus palabras para el
muchacho.

-Lo siento, Zeta.

El joven subió la mirada más rápido de lo que hubiese querido, su semblante cambió a uno
confundido. - ¿Por qué...?

-Acepta mis disculpas, por favor, continúa tu historia -dijo Sam amablemente en una postura más
dócil-. Todos escucharemos lo que nos cuentes.

Zeta continuó mirando los envolventes ojos verdes de la muchacha, algo en ella le recordaban a
los ojos de Lara. Juntó todas sus fuerzas para no derramar una sola lágrima, tuvo que apartar la
vista hacia los barrotes de la celda, y continuó su historia con una voz apagada y débil.
-Dos semanas aproximadamente habían pasado luego del día que descubrí que mi hogar había
sido bombardeado.

- ¿Que pasa por qué me traes aquí? -preguntaba Junior mientras extendía sus manos intentando
no chocar con ningún mueble-. ¿Tenias que taparme los ojos para esto?

-Solo es un momento ¿bien? -Contestó la voz de Lara-. Bien, ya puedes quitarte la venda.

Junior no tardó demasiado en tomar la venda y quitarla de sus ojos, lo primero que vio fue la dulce
cara de su hermosa novia frente a él sonriéndole de oreja a oreja, luego la muchacha dio un paso
al costado y dejó a la vista lo que parecía ser una caja de zapatos.

Junior sonrió incrédulo. - ¿Me vas a regalar zapatos nuevos?, !Genial! andaba necesitando un
nuevo par, el que uso ya está viejo -comentaba mientras quitaba la tapa de la caja,
automáticamente sus ojos se abrieron como dos esferas y una gran sonrisa se dibujó en su rostro.

Dentro de la caja había un arma, una pistola clase Beretta que relucía un bello color escarlata en
la corredera, mientras que la culata del arma las tonalidades de rojo se graduaban ascendiendo
de colores oscuros a más fuertes. Los detalles del arma tales como el arco guardamonte y el
seguro estaban cromados en un fino plateado, mientras que algunos detalles en las rendijas de
los bordes tanto como en cañón y el armazón estaban pintadas de un fuerte color dorado que
daba al arma un aspecto único.

Junior se quedó varios minutos apreciando tamaña obra de arte, era sin duda el mejor regalo que
le habían dado en su vida. Le encantaba, abrazó a su novia y le regalo un beso para
recompensarla.

-Espero que te haya gustado -dijo Lara sonriéndole.

-Me encanto, es...

Pero en ese momento una explosión ahogó las palabras de Junior. Un brutal temblor sacudió el
suelo de la terraza en donde se encontraban. Junior y Lara corrieron directamente hacia el
extremo de la terraza para observar la proveniencia de aquella explosión. Al mirar hacia abajo sus
reacciones de terror fueron las mismas, ambos no creían lo que veían, cientos de zombis
rodeaban el edificio amenazando con entrar en cualquier momento. Inmediatamente una sucesión
de disparos se escuchó desde la planta baja.

-¿Cómo llegaron a juntarse tantos? -preguntó Lara entrando en pánico.

-No lo sé -respondió Junior mientras recargaba su nueva arma y apuntaba hacia abajo-. Pero
tenemos que ayudar, dispara.

Tanto Junior como Lara comenzaron a derribar a los zombis desde la terraza, ofreciendo apoyo
desde las alturas. El rango de alcance de ambos era extenso puesto que podían alcanzar a los
más lejanos y disminuir enormemente el número de muertos en poco tiempo. La batalla parecía
ganada, podrían ser muchos peros desde ahí arriba, la eficacia era mayor que desde la planta
baja.

De repente un sonido ahogado se escuchó a lo lejos y un pequeño proyectil del tamaño de una
lata voló surcando el cielo hasta terminar su recorrido en la puerta del edificio, nuevamente una
explosión sacudió el suelo. Luego otros dos proyectiles más fueron lanzados sucesivamente, pero
estos no explotaron, sino que largaron una fuerte estela de humo creando una extensa nube
blanca que cubría casi toda la planta baja.

-Hijos de puta, ¿nos están emboscando?


-Ya no veo nada desde aquí -comentaba Lara con notorio miedo.

Junior se llevó las manos a la cabeza, debía pensar algo rápido, pero no se le ocurría otra opción
más que bajar y ayudar a todos desde la planta baja, era peligroso, ya no estaría cubierto por la
altura, estaría en un enfrentamiento real cara a cara.

-Mierda... -dijo, mientras se dirigía a la puerta-. Quédate aquí, voy a ayudar a tu padre y a Roni
ahí abajo.

- ¿Estás loco? ¡Es peligroso! No puedo dejarte ir solo.

-Lo siento Lara, no tienes opción -dijo Junior mientras cerraba la única puerta que daba salida a la
terraza y la trababa-. Es lo mejor, volveré te lo prometo.

Lara quedó del otro lado, golpeando y gritando desde detrás de la puerta. Rogando a gritos a
Junior que no se marchara, pero él sabía lo que tenía que hacer, ya había tomado su decisión
corriendo los riesgos que la arraigaban.

Descendió rápidamente por las escaleras, cruzándose con algunas personas que huían
despavoridas a esconderse en sus habitaciones. Al llegar a la planta baja, se cruzó con varios
zombis los cuales fulminó sin ningún problema. La visión en el living era difícil, el humo había
penetrado en el edificio y solo se podía ver no más de cinco pasos. Junior avanzaba
cautelosamente, apuntando su arma al frente y hacia todas las direcciones que pudiera.

-! Roni, Elías! ¿¡Alguien!?

Un disparo se escuchó a su derecha, muy cerca.

- ¡Junior! ¿Qué haces aquí? !Escapa! -era la voz de Roni, sin embargo Junior seguía sin poder
verlo.

- ¡Vine a ayudar!

-¡¡Escapa ahora, no estamos solos!!

Otro disparo retumbó por el living, provenía de la salida, Junior se agazapó adoptando una
postura defensiva, observando en cada rincón, buscando algo, lo que sea, y cuidándose de no ser
sorprendido por una bestia. Inmediatamente sintió una presión en su espalda, algo lo había
sujetado, lo había tomado del cuello y lo había tironeado hacia atrás. No tenía escapatoria, dejó
caer su arma del susto y contrajo sus músculos del miedo.

- ¡Hey! No te asustes niño, soy yo -era la voz de Elías, Junior se giró y volvió a respirar. Nunca
llegó a pensar que se alegraría tanto de ver a su suegro.

- ¿Donde está Lara?

-Está segura en la terraza, no se preocupe.

-Escúchame, hay que escapar de aquí. Busca a Lara, vayan directamente al estacionamiento.
Olvídense de la comida, no hay tiempo, tenemos que...

- ¡Aquí hay dos más! -dijo un sujeto fornido usando un pañuelo que cubría su rostro y una muda
de ropa oscura.
Elías no perdió tiempo, se apresuró en alzar su arma y efectuó dos disparos consecutivos en el
pecho del sujeto, desgraciadamente para él, un zombi que merodeaba en las cercanías escuchó
el ruido y se le abalanzó encima. Elías empujó a junior, quien cayó de espaldas al suelo y
comenzó un forcejeo por su vida con la bestia. Como si no hubieran más problemas para agregar,
otro zombi se acercaba a Elías desde el lateral derecho, Junior al verlo se precipitó y se arrastró
hacia atrás haciendo chocar su mano con un objeto duro, metálico. Su arma.

En ese momento, Elías estaba concentrado únicamente en deshacerse de la bestia que tenía
enfrente, juntó sus fuerzas en una mano que llevó al cuello del zombi y lo arrastró lo máximo
posible lejos de él. Con su arma en la otra mano, solo le bastó unos segundos para apoyar el
cañón en su mandíbula y volarle los sesos de un disparo.

- ¡Cuidado Elías!-fue lo último que Junior gritó antes de tomar su Beretta mientras se incorporaba
rápidamente. Apuntó directamente a la cabeza del zombi, tal como Roni le había enseñado: ojo
izquierdo cerrado, ojo derecho alineado con la mira, aire mantenido en los pulmones y pulso lo
más firme posible.

Elías al escuchar la advertencia volteó para divisar al monstruo, inmediatamente intentó gritarle
algo a Junior pero el estrepito provocado por el disparo del joven sepultó sus palabras. El disparo
de junior había dado justo en el blanco, atravesando completamente la cabeza del demonio quien
cayó al suelo como un saco sin vida, dejando a la vista las escaleras a su retaguardia.

Inmediatamente la respiración de Junior se cortó, sus ojos se abrieron al máximo y su corazón


parecía aplastarse, un enorme pinchazo de culpa se fundó en todo su cuerpo inmovilizándolo
completamente, no tenía palabras para pronunciar, no tenía la capacidad para procesar lo que
sus ojos le mostraban.

Justo detrás del zombi que había disparado, un escalón por encima de las escaleras se hallaba
parada Lara, quien cruzó su mirada con Junior, una mirada frívola, angustiosa, y cristalizada por
las lágrimas. La muchacha palpó su estomago con ambas manos, gran cantidad de sangre
manaba de su interior buscando salir a la superficie. Una mezcla de dolores y sentimientos
comenzaron a golpearla sin benevolencia; el dolor de la bala atravesando sus intestinos, el dolor
de saber que no tenía salvación, la angustia causada por una muerte inminente, la angustia
porque no volvería a ver a sus seres queridos, la culpa por haber desobedecido a Junior y la feroz
decepción de que su mismo novio había sido el autor el disparo.

El cuerpo de Lara se desplomó en el suelo en un golpe seco.

Por un segundo Junior sintió que el tiempo se detuvo, ya no respiraba, ni un musculo de su


cuerpo se movía y una fuerte angustia se incrementaba dentro de su ser, quería que todo fuese
un mal sueño, que lo que había presenciado hubiera sido una ilusión, una pesadilla. Quería
desaparecer de ahí, irse lejos, y no volver jamás. Inmediatamente un fuerte golpe en la cabeza lo
sacudió de su mundo de pensamientos y otro más lo noqueó.

Su cabeza lo estaba matando, sentía como si dos espadas atravesaran su cráneo. Ya no estaba
seguro de si sus ojos estaban abiertos o cerrados, la oscuridad era total, sentía su cuerpo sobre
una superficie dura, asfalto o cemento quizás. Intentó incorporarse lo mejor que pudo, se
encontraba en una habitación diminuta, con una pared forrada en gruesas barras de hierro que
formaban las rejas de una celda. A su alrededor había más personas, pero ninguna que
reconociera. Todos hombres. Lucían un aspecto deplorable, todos estaban extremadamente
flacos, al borde de la desnutrición extrema. Una serie de pasos se escuchó proveniente del
pasillo, cuatro sujetos con ropas oscuras y fusiles aparecieron frente a la celda, la abrieron y
ordenaron a todos colocarse unas cadenas a los pies con tobilleras.

Los hicieron recorrer distintos pasillos de la tenebrosa cárcel hasta que una de las puertas los
llevó al exterior. Salieron al patio trasero del edificio, este era extenso, con una cancha de fútbol
de asfalto deteriorada con el pasar de los años. Ordenaron a todos colocarse en fila, ya había otro
grupo de prisioneros ahí, alineados frente a la cancha quitándose toda la ropa quedando solo en
ropa interior, uno de ellos era Roni, sin embargo Elías no se encontraba por ningún lado. En ese
momento a Junior le volvió el recuerdo de la desgracia que había ocurrido con Lara. Pero poco
fue tiempo que tuvo para pensar en eso, uno de los sujetos oscuros ordenó a todos quitarse la
ropa, desataron las cadenas, ya no hacían falta puesto que había francotiradores en las torres
apuntando en todo momento a los prisioneros.

Al terminar de juntar la ropa, los secuestradores ordenaron a todos colocarse en fila y arrodillarse,
dos de los misteriosos sujetos de ropa oscura comenzaron a interrogar a cada uno de los
individuos, Junior no prestó atención a las preguntas hasta que interrogaron a una de las
personas a su lado.

- ¿Profesión antes del fin del mundo? -preguntó uno de los sujetos oscuros, mientras giraba entre
sus dedos una navaja con restos de sangre en la hoja.

-Era electricista, pero también sabia de informática.

-Interesante, creo que no tenemos electricistas -dijo el sujeto, luego volteó hacia uno de sus
compañeros-. ¡Oye! ¿Nos sirve un electricista que también sabe de informática?

-Eso es obvio pedazo de idiota, podría ayudar con los constantes apagones que tenemos aquí,
vístelo y tráelo a esta fila.

-Bueno, ya lo escuchaste, ve con ese tipo calvo de allá, te dará ropa y ayudaras a nuestra causa
en todo lo que se te ordene, de lo contrario te mataremos sin preguntar, ¿está claro?

El electricista asintió y se dirigió tímidamente hacia donde le habían indicado, el interrogador


continuó su labor y se acercó a Junior.

- ¿Profesión antes del fin del mundo?

-Estudiaba psicología.

-No creo que hagamos mucho con eso, ¿no sabes hacer otra cosa?

-Se un poco de boxeo y taekwondo.

-Está bien, no pasa nada -dijo el interrogador-. Dame tu brazo-tomó el brazo de Junior a la fuerza
y con la navaja trazó tres profundas líneas rectas formando una letra "Z" sobre su piel-. Cada vez
me salen mejor.

Junior chilló de dolor, se llevó automáticamente su mano a la herida la cual no paraba de sangrar.

-Quédate aquí, si te mueves te reducimos.

El procedimiento siguió hasta que terminaron de interrogar a todas las personas, ahora la fila en
donde Junior se encontraba se había reducido y la fila de Roni se había acoplado a la del joven.

- ¡Ya está todo listo! -gritó el interrogador a todo el personal de los oscuros-. Lleven a los nuevos
al sector "B" y trasladen a los marcados a la puerta "Z".

Terminado de decir esto, ordenaron a todos los marcados, junto con Junior y Roni a ponerse de
pie y los escoltaron nuevamente a los interiores de la cárcel, Junior se encontraba confundido y
desorientado por la pérdida de sangre, sus pasos fallaban, de vez en cuando tropezaba con el
suelo.
-Deténganse marcados, ya llegamos -ordenó un oscuro-. Este lugar es simplemente otra celda,
con la diferencia que es sellada para dar lugar a las celdas a rejas en donde ustedes residían -
explicaba el oscuro mostrando detrás de él una enorme puerta metálica con una "Z" marcada-.
Ustedes serán parte de un selecto grupo, llamado escuadrón "Z", así que les voy a pedir que
ingresen por las buenas, o lo harán por las malas.

La puerta se abrió, un manto de oscuridad no dejaba ver absolutamente nada en su interior, todos
fueron entrando de uno en uno, hasta que fue el turno de Junior, ingresó tímidamente y se quedó
a un lado de la entrada esperando a Roni quien fue el último en ingresar.

-Escuadrón "Z" esa es buena -dijo uno de los oscuros riendo desde detrás.

Junior al escuchar esas palabras volteó, sabía que algo no iba bien, en ese momento un grito
desgarrador nació desde el interior de la oscura habitación, seguido de una serie de gruñidos y
más gritos. Fue cuando Junior lo comprendió, no había ningún escuadrón, era todo una trampa,
dentro de la habitación estaba plagado de zombis, y ellos eran la carnada. Inmediatamente intentó
girar para salir de ahí, pero chocó con una estructura metálica. La puerta se cerró y la oscuridad
invadió la habitación.

-No, no, no...

Junior golpeó la puerta desesperado por ayuda, pateó y bramó todo tipo de insultos, pero la
puerta no se inmutaba, seguía erguida sin moverse un centímetro.

- ¡Déjenme salir! ¡¡Mierda, déjenme salir de aquí!!


Capítulo 8: Esto no es un adiós.

"Un soldado luchará más y más duramente por un trozo de tela coloreado". -Napoleón
Bonaparte.

El silencio reinaba en la celda, todos se encontraban completamente perplejos, Sam había llevado
sus manos a su boca involuntariamente, varias lágrimas habían escapado de los ojos de Anna y
el presidente acompañaba el sentimiento con la mirada baja. Solo Rex fue quien decidió
acercarse al decaído Zeta, apoyó su mano en su hombro obligándolo a levantar la mirada. Rex no
parecía triste, pero entendía perfectamente lo que su compañero sentía, la impotencia de una
mala jugada del destino puede convertir hasta el hombre más fuerte, en el más débil en cuestión
de segundos.

-Sé lo que estas pasando, esa mirada tuya la he visto mil veces en mi padre. Culpándose a sí
mismo de algo que simplemente ocurrió por un accidente.

-No, si hubieras visto su cara entenderías. Tú no tienes idea de cómo me siento, no fue un simple
accidente, podría haberlo evitado.

-No sabías que ella estaba detrás...

- ¡Pero lo vi! -dijo Zeta apartando bruscamente el brazo de Rex-. ¡Vi a Elías cuando intentó
advertirme, podría haberme arrepentido en ese momento y no apretar el gatillo, pero mi mente
solo pensó en hacerme el héroe para quedar bien con él! -se levantó bruscamente de la cama y
miró a los ojos a Rex con una mirada angustiosa, desbordada de lagrimas-. Ella, podría estar viva
ahora.

Rex enmudeció sin saber que palabras escoger para intentar reponer a su compañero. El
presidente, en cambio, dio un paso al frente acercándose a Zeta.

-No estabas preparado para usar un arma, eso es todo. Tienes que tener en cuenta varios
factores en ese tipo de situaciones, el primero es que para usar un arma tienes que tener mucha
experiencia, los cuerpos policiales y militares se preparan años para evitar ese tipo de catástrofe.
El segundo factor es: Saber apuntar no es saber disparar, eso ya lo habrás aprendido y
lastimosamente por las malas. Cuando apuntas a alguien o a algo con determinado tipo de arma,
tienes que tener en cuenta la potencia y la distancia del disparo, en esta celda cualquier disparo
efectuado hacia cualquiera de ustedes, podría traspasarlos tranquilamente y dejar un importante
hueco en la pared -dijo el presidente apuntando con el dedo a todos los presentes-. Este tipo de
cosas son fáciles de aprender en teoría, pero llevarlos a la práctica cuesta mucho más. Y
concluyo diciéndote el último de los tres factores: Tú eres un civil, ¿sabes lo que significa eso? No
tienes la capacidad mental ni física para portar armas, y mucho menos la tuviste esas semanas
que pasaste en ese grupo, lo que te paso le podría haber pasado a cualquiera en tu misma
situación -guardo silencio y se acercó a Zeta teniéndolo frente a frente-. No debes atormentar tu
mente pensando en que fue tu culpa, porque ya te lo digo yo... no lo fue.

Zeta se llevó una mano a la cabeza, contener el llanto mucho tiempo le provocaba una jaqueca
terrible, en ese momento pensó las palabras del presidente, en cierto modo tenia razón, pero por
algún motivo no podía quitarse de la mente esa terrible escena de su ex novia muriendo en frente
suyo, la culpa lo seguía carcomiendo por dentro.

-No quiero exigirte más de la cuenta, podemos tomarnos un descanso si quieres y luego terminas
de contarnos cómo sobreviviste a la nación oscura -sugirió el presidente perfilando para
marcharse.
-No, está bien. Puedo seguir hablando, de todas formas no falta mucho -dijo Zeta mientras volvía
a tomar asiento en la cama-. ¿Dónde me quedé?

-La puerta Zeta -respondió Sam.

-Sí, claro -dijo tragando saliva-. Entonces me habían encerrado en esa habitación repleta de
zombis, la oscuridad no dejaba ver mucho, pero los ruidos que escuché en ese lugar eran
horripilantes, fue todo una maldita pesadilla.
Junior se pegó a la pared sin saber qué hacer, su corazón se le salía de lugar, el miedo se hacía
parte de su persona, envolviéndolo y paralizando todo su cuerpo. Su visión era escasa, sombras
era lo único que reconocía en esa habitación sin salida, sombras de hombres luchando por sus
vidas, y de otros siendo devorados sin piedad, algunos que caían al suelo y gritaban
desgarradoramente de dolor. Reconoció la sombra de Roni, no se encontraba muy lejos, y a
diferencia de él, Roni no se mantenía quieto.
El leñador tomó a una de las personas vivas de la garganta y la arrastró hacia atrás, ejerciendo
una llave con su brazo que terminó quebrándole los huesos del cuello, inmediatamente se acercó
hasta Junior y lo arrojó al suelo de manera brusca y acelerada, le arrojó el cadáver encima y le
ordenó que guardara silencio y bajo ninguna circunstancia se deshiciera del cadáver. Seguido de
eso, se dirigió hacia otro hombre quien forcejeaba intentando liberarse de uno de los monstruos,
sujetó con una mano la cabeza del zombi y con la otra la del hombre y las estampilló con fuerza
en la pared repetidas veces hasta que sintió el crujir de los huesos de los cráneos, luego se sentó
de espaldas a la pared en una esquina y utilizó ambos cadáveres para cubrirse cual escudo.

Junior observó toda la escena de manera difusa por la oscuridad pero supo exactamente lo que
Roni planeaba, mientras los zombis se ocupaban del resto de los vivos no prestarían atención a
los cadáveres, dándole una oportunidad de vivir al menos un poco más. Lo que no entendía
todavía era como pensaba Roni salir de ese lugar.

Los ruidos de los gritos se fueron apagando con el pasar del tiempo, se escuchaban las débiles
pisadas de los zombis merodeando por la habitación, algunos pasaban muy cerca de Junior, pero
para su suerte no se percataban de su presencia, el plan de Roni había funcionado. Junior
recordó las palabras de su compañero mientras viajaban en el vehículo: "quizás no se concentran
en los muertos", ahora estaba seguro que era verdad. El tiempo transcurrió, Junior no sabía
cuántas horas habían pasado pero eran muchas, en un descuido se quedó dormido, pero unos
ruidos provenientes desde detrás de la puerta lo alertaron.

- ¡Bueno, hora de ver la luz caníbales asquerosos! -dijo una voz desde el exterior mientras
golpeaba la puerta.

- ¡Cállate idiota o se nos vendrán al humo!

-Tranquilo, son solo zombis lentos, haremos el conteo rápido.

La puerta se abrió dejando entrar una estela de luz suficiente como para que Junior pudiera
reconocer dos siluetas que ingresaban y encendían las luces desde un interruptor ubicado fuera
de la habitación. Los monstruos comenzaron a agitarse virando para cualquier dirección.

-Entonces, tenemos uno, dos cadáveres aquí, tres más allá, dos al fondo y uno en medio, ¡Mierda!
¿De qué sirve transformar personas si la mitad terminan muertos? -dijo uno de los oscuros.

-Hay dos, cuatro, seis, diez... ¿Doce zombis? Es muy poco, habrá que encontrar más personas
para transformar -dijo el otro.

Junior y Roni cruzaron miradas, por suerte los habían tomado como cadáveres sin darse cuenta
de su presencia. Algunos zombis comenzaron a dirigirse hacia los oscuros bramando gruñidos
incesantes.

-Vámonos de aquí, informemos a Calavera -dijo uno de los oscuros mientras cerraba la puerta
para que ningún zombi se escapara.

Junior, quien estaba más cerca, actuó rápido y arrojó el cadáver que tenia encima al tope de la
puerta para que no cerrara, inmediatamente se incorporó escudándose en una esquina de la
habitación. En ese momento Roni entró en acción y abrió la puerta hacia adentro de un tirón,
escudándose también detrás de la misma. Cuatro zombis no tardaron en salir y atacar a los
desprevenidos guardias quienes no llegaron a defenderse a tiempo. Rápidamente Roni y Junior
salieron de la habitación cerrando la puerta a sus espaldas. Mientras tanto, Roni aprovechó para
tomar la pistola de uno de los cadáveres y redujo rápidamente a los monstruos.

-Rápido Junior, ponte su ropa, tenemos que escapar de aquí ahora -ordenó Roni, mientras le
quitaba la ropa al cadáver-. Tu herida, ¿estás bien, puedes seguir?
Junior asintió, su herida aún estaba fresca pero podía soportar el dolor, ambos se pusieron los
uniformes de los soldados oscuros y arrojaron los cadáveres humanos y zombis dentro de la
puerta "Z". Junior ahora vestía un pantalón azabache con una camisa manga corta del mismo
color, mientras que Roni había tenido que romper las mangas de una chaqueta de cuero negro
que por poco no le calzaba.

-Ten cuidado que no se note la cicatriz, o nos descubrirán -sugirió Junior.

-Está bien, la mía esta a la altura de mi hombro, no llega a verse con esto puesto.

- ¿Podrás correr con eso? -preguntó Junior intentando no reírse de los pantalones de Roni.

-Son algo ajustados, pero puedo correr a la perfección.

-Intenta no lastimarte ahí abajo, amigo -dijo entre risas.

-Búrlate cuando escapemos de aquí, ¡vamos!

Ambos se equiparon con las armas que habían tomado prestadas de los soldados y comenzaron
a recorrer los estrechos y sombríos pasillos de la cárcel. Giraron hacia la derecha y cruzaron la
primera puerta que los conectó a una bifurcación de caminos.

- ¿Qué hacemos ahora? -preguntó Junior.

-Tranquilízate, probemos este camino -dijo Roni perfilando hacia su izquierda.

Ingresaron por una oscura habitación espaciosa a lo largo, pero estrecha a lo ancho. La
iluminación brillaba por su ausencia, por lo que Roni probó suerte con el interruptor de luz, pero
solo un foco de los ocho que se encontraban desplegados por el techo pudo proyectar un tenue y
vago haz de luz. Pero más que suficiente para no tropezar innecesariamente con algún que otro
objeto.

-Parece un depósito, nos vendrá como anillo al dedo -dijo Roni con gran confianza.

No hacía falta dar órdenes o indicaciones para saber que ambos debían registrar y revisar todo a
su alcance para buscar algo que allanara el terreno a su anhelado escape. Junior buscó en una
mesada algo de comida, pero no había tenido suerte, probó en alguna estantería pero tampoco
había nada. No parecía que guardasen alimentos en ese lugar, solo objetos inútiles: Armas,
navajas, chalecos, explosivos, pura basura.

-Espera, ¡Roni mira esto! -dijo Junior, alzando una caja con varios paquetes en su interior, en
cuyo dorso databa las siglas: C4.

-Bien hecho compañero, mira lo que me encontré yo -dijo Roni mientras mostraba a Junior su
Beretta, el arma que Lara le había regalado.

Junior relacionó automáticamente la pistola con su fallecida ex novia, su temple oscureció y sus
ojos se apagaron. Una tormenta de culpa volvió a azotarlo, no se atrevió a tomar el arma de
nuevo.
-Ya no quiero usar armas. No quiero volver a matar.

Roni lo observó con pena en sus ojos, él había presenciado la escena desde otro ángulo y vio
completamente todo, como Lara bajaba las escaleras, como el zombi se acercaba a su hermano,
y como Junior intentó salvarlo sin percatarse de que atrás se encontraba la muchacha.

-Yo lo vi todo muchacho, la tragedia fue terrible para todos nosotros -comenzó a decir Roni
mirando con profundidad a los ojos del joven-. Pero tienes que entender una cosa, eso debe
quedarse así, como una tragedia, un accidente más. Porque no fue tu culpa, no fue tu intención y
lo sabes.

-Si fue mi culpa, fui un necio creyendo que de todo esto podía salir algo positivo. Proyecté con
Lara un futuro que no existe, ni existirá -lagrimas alborotaban sus ojos-. Ya no quiero vivir así, no
quiero ver a nadie más morir. Quizás esa familia tenía razón, y la muerte es la solución a todo
este caos.

-¡No voy a dejar que te suicides! -dijo Roni alterado, tomando del cuello de la camisa a Junior.

-No puedes obligarme -contestó Junior fríamente.

Roni lo soltó bruscamente y apartó la mirada.

-Tienes razón, no puedo. La decisión es toda tuya, así como fue la decisión de Lara bajar esas
escaleras porque seguramente quería protegerte y ayudarte, así como fue tu decisión proteger a
mi hermano de ese puto zombi que lo amenazaba. Tú tienes el derecho a decidir sobre tu vida, o
tu muerte, como hizo aquella familia quitándose la vida. Pero ¿sabes algo? Ellos al menos
estaban juntos, ellos se suicidaron con las personas que querían. No como tú, un cobarde que no
sabe si su familia aún vive y solo un error basta para que quiebres toda tu voluntad. Tú te suicidas
porque te da miedo seguir, porque tienes miedo de acabar solo. Si crees que esa es la solución
¡adelante! -dijo Roni pateando una góndola-. Toma el camino de los cobardes -añadió mientras
caminaba nerviosamente en círculos-. No sé tu nombre y me alegra no saberlo, porque al fin y al
cabo serás un nombre más que olvidaré con el tiempo -finalmente se recostó en la pared con la
mirada perdida en el suelo-. Lara te odiaría en este momento, solo vete rápido niño.

Junior dejó escapar una leve sonrisa.

-¿Te parece gracioso algo?

-No, gracioso no -respondió Junior mientras se acercaba al leñador-. Gracias.

-No te entiendo, ¿Qué estas agradeciendo?

-Gracias por mostrarme tus emociones -respondió con otra sonrisa-. Tu furia, tu intento de
psicología inversa, tus lágrimas escondidas al final. No lo habría visto de otra manera.

- ¿Haber visto que cosa? Y no estaba llorando -se defendió Roni limpiando inconscientemente
una pequeña lágrima en su ojo.

-Que todavía tengo cosas por las que vivir -respondió con seriedad-. Tenías razón en todo, opté
por el camino más fácil. Pero todavía tengo mucho por lo que vivir.

Roni intentó ocultar su felicidad interior. - ¿Por qué cambiaste de parecer?

-Porque tengo cosas pendientes antes del sueño eterno; encontrar a mis padres, recuperar mis
recuerdos, pero además de eso tengo algo más por lo que vivir.
Roni encarnó ambas cejas cediéndole a Junior la palabra.

-Tengo al menos un amigo en este mundo -dijo apoyando su mano en el hombro del leñador-. Y
ese es motivo suficiente para elegir seguir sobreviviendo.

Roni no pudo contener esta vez su felicidad y abrazó a Junior alzándolo del suelo unos
centímetros.

-Si me vuelves a asustar así Junior, seré yo el que te mate.

-Supongo que es justo -dijo Junior, luego tomó uno de los explosivos y sonrió a Roni-. No sé tú,
pero yo tengo ganas de hacer un poco de ruido.

Roni tomó los explosivos y los deposito cuidadosamente en un bolso que llevó a su espalda.

-Déjamelo a mí, creare una distracción y tú aprovecharás para escapar.

-De eso nada, vamos a hacer esto juntos -subrayó junior, firmemente.

-No, lo siento. Serias una carga, puedo moverme más rápidamente solo. Y tú también.

-No conocemos este lugar Roni, si nos separamos lo más seguro es que no volvamos a
encontrarnos.

Ronaldo sonrió con altanería y se dirigió fuera del pasillo, no sin antes cerciorarse de no toparse
con nadie. Al llegar se dirigió a un cartel ubicado en medio de la pared, y se lo mostró a Junior.

-Es un mapa -acotó Junior-. ¿Ya lo habías visto?

- ¿Y porque crees que me dirigí al depósito?

-No habría estado mal avisarme.

-Lo estoy haciendo ahora, en fin, no hay que perder tiempo. ¿Ves este lugar? Es donde nos
encerraron, y aquí está la salida, pero no podemos ir por ahí. Así que colocaré los explosivos en
el sector delantero, mientras tú te ocupas de ir al sector sur donde se encuentra el patio trasero, y
ahí buscarás una manera de escapar mientras yo te alcanzo.

-Entonces, creas una distracción mientras yo encuentro una forma de escapar, y luego te reúnes
conmigo -rectificó Junior- ¿Qué pasa si alguien me ve?

-Tranquilízate, mientras lleves esa ropa puesta no te prestarán demasiada atención, de todas
formas ten cuidado. Cuando las bombas estallen no tardaré en encontrarte, es donde más rápido
tenemos que actuar y salir de aquí -explicó Roni, y le ofreció su arma-. La vas a necesitar.

Junior tomó su Beretta y la enfundó. No le gustaba la idea de tener que matar a un ser vivo, pero
si era posible no hacerlo, optaría por esa opción.

-Entonces, ¿aquí nos separamos? -preguntó Junior.

-Si -respondió Roni con seriedad-. Si no estoy contigo en cinco minutos luego de que las bombas
estallen, vete sin mí. Sin excusas, solo escapa lejos, ¿está claro?

-Bien, ten cuidado amigo.


-Tú también -respondió Roni mientras se marchaba, frenó antes de cruzar la puerta y se giró
hacia atrás observando al muchacho-. Junior, la supervivencia se elige, y a partir de ahora es
donde tienes que empezar a tomar tus mayores y más difíciles decisiones. Si quieres sobrevivir
elige el mejor camino, a veces el más fácil no siempre resulta ser el indicado, recuerda lo que te
enseñe: un blanco en movimiento siempre es más difícil de alcanzar. Por eso mismo mantente
siempre alerta, nunca frenes, no te relajes, aprende a no confiar en nadie, pero también aprende a
confiar en quienes valen la pena. El mundo se fue al carajo, pero eso no es excusa para que
perdamos nuestra humanidad, solo sé tú mismo.

El muchacho sonrió. -Hablas como si no volviéramos a vernos -dijo Junior y se dirigió a la puerta
del lado sur-. Sobreviviremos juntos amigo -y se marchó dejando atrás a Roni.
El leñador lo observó con preocupación en sus arrugados ojos, suspiró y cruzó la puerta.

Del otro lado, Junior se encaminó cautelosamente por un pasillo que se dividía a los laterales en
dos caminos, el de su izquierda era el más cercano, solo unos cuantos pasos lo separaba de una
pequeña puerta acerada que comunicaba con el bloque de celdas "D". En cambio a su derecha el
pasillo era muchísimo más extenso, la puerta al final apenas se podía apreciar con claridad, y casi
a mitad de camino habían dos salidas más hacia los lados, según el mapa del lugar, una llevaba a
la cocina y la subsiguiente al comedor.

Junior rechazaba firmemente la idea de adentrarse en los bloques de celdas, pero sabía que para
cruzar al patio trasero debía de pasar inminentemente por uno. Sentía miedo por lo que podría
llegar a encontrarse, pero sus deseos de salir de ese asqueroso lugar eran más fuertes.

Optó por el camino más cercano, viró a su izquierda y se acercó lentamente a la puerta. Intentó
abrirla lo más suavemente posible, pero no pudo evitar el rechinido molesto de las oxidadas
bisagras. Del otro lado se encontró con una extensa cámara de dos pisos, donde las celdas se
ubicaban, tanto abajo como arriba, en ambos lados de las paredes. Por suerte para Junior, en el
segundo piso no parecía haber nadie, pero escuchaba extraños sonidos provenientes desde
abajo, desde fuertes carcajadas y golpes, hasta susurros y llantos. Se acercó agazapado al
barandal cuidando de no ser visto desde abajo, y observó con terror a un grupo de hombres
completamente vestidos de negro, rodeando a varias mujeres que al parecer se encontraban
desnudas, el muchacho no lo vio con claridad puesto que apartó rápidamente la mirada.

-Hijos de puta -susurró para sí mismo con desprecio-. Si Lara estuviera viva... mierda.

Junior desenfundó su arma, se acercó al barandal y apuntó a uno de los hombres. Contó
rápidamente a seis, seis objetivos inmóviles, cercanos y fáciles de reducir. Los primeros tres
caerían rápido, sin reacción alguna, los otros quizás devuelvan uno o dos disparos, pero podría
reducir a uno más antes de cubrirse, quedando solamente dos. Pero contaba con una gran
ventaja gracias a su estratégica posición en el segundo piso, reducirlos seria pan comido. Solo
debía ser rápido y preciso, luego escaparía y podría salvar a esas mujeres.

El plan era bueno, demasiado. Solo debía disparar al primero, y el resto sucedería casi
automáticamente. Tenía puntería, podía hacerlo, podía... pero no lo hizo. Su dedo no se atrevía a
moverse para efectuar el disparo, su mente le trasmitía imágenes de la muerte de Lara, y
comenzó a hacerse a la idea de que podría pasar exactamente lo mismo en este momento.

Si disparaba ahora, podría herir o incluso matar a cualquiera de las mujeres. ¿Era eso malo... o
bueno? Morir rápidamente o sufrir la tortura de esos desgraciados. ¿De este tipo de decisiones
hablaba Roni? Junior se sentía un idiota por desestimar las palabras de su amigo, pensó que
esas decisiones no llegarían tan pronto, y ahí están, golpeándolo en toda la cara.

Mientras más pensaba, más retrasaba el momento de la verdad, no tenía ni idea de que hacer,
disparar podría causar una desgracia nuevamente, y no hacerlo sería dejar que siga sucediendo
otra desgracia de distinta índole. Junior suspiro indeciso, pero más fuerte de lo que hubiera
querido, uno de los hombres alzó la mirada y vio al joven desde lo alto.

- ¡Hey tú!, ¿qué mierda estás haciendo ahí?

Junior se precipitó y salió del lugar lo más rápido que pudo, sin mirar atrás.

- ¿Quién era ese? -preguntó uno de los hombres sin dejar de manosear y tocar bruscamente a
una de las mujeres.

-Nadie, solo un puto mirón -respondió el otro sujeto riendo.

Junior corrió velozmente intentando alejarse lo máximo posible del bloque "D", había dejado
escapar la oportunidad de salvar a aquellas mujeres, pero ya no tenía tiempo para preocuparse
por eso ahora, debía escapar de los oscuros, probar mejor suerte en el otro bloque de celdas,
quería marcharse de ese horrible lugar cuanto antes. Pero justo en ese momento, divisó a lo lejos
a un grupo de dos oscuros que salían del bloque "C", sin perder tiempo entró rápidamente a la
primera puerta que encontró a su derecha.
Su cuerpo se petrificó ni bien se cerró la puerta a sus espaldas, cinco oscuros se encontraban en
la cocina charlando y riendo, uno se encontraba probando un poco del guiso que el cocinero
estaba preparando, y otro estaba apoyado sobre una mesada de madera jugando con una navaja,
pero dejaron todas sus actividades para enfocarse únicamente en Junior.

- ¿Quién carajo es este? -preguntó el sujeto que había probado el guiso.

-Debe de ser uno de los nuevos cocineros -dijo un hombre gordo sentado sobre las patas traseras
de una silla, luego fijó la mirada en el cocinero para cerciorarse si había acertado pero solo recibió
una negativa con la cabeza.

-No, solo me notificaron de un nuevo cocinero, y no es él.

El sujeto que estaba apoyado de la mesada, se acercó un paso al joven, era un tipo alto y de
músculos bien definidos, su oscuro pelo denotaba que antiguamente usaba el corte americano,
típico de los militares, pero ahora se lo había dejado crecer.

-A ver amigo, si nadie te conoce, y no eres el cocinero... eso solo puede significar una cosa -dijo
el sujeto musculoso mostrando sus dientes en una maléfica sonrisa.

Junior tragó saliva, y acercó lentamente su mano a la funda del arma.

- ¡Seguro bienes por una ración extra de comida!, ¿eh? novato pícaro -dijo el sujeto, mientras
reía-. Denle un plato al novato, te lo dejaré pasar porque eres nuevo chico y me gusta tratar bien a
los recién ingresados, para que se sientan cómodos ¿sabes?, el soldado no rinde si no le gusta
su lugar de trabajo. Ojala en el ejército supieran apreciar esas cosas, solo mandan a uno a correr
como, je, iba a decir presos pero sería cruel con los muchachos.

Todos rieron al unísono, Junior acompañó la risa incómodamente.

-Calavera, mira eso. El nuevo está herido -dijo el hombre gordo, señalando la sangre que se
escurría en el brazo del joven.

Calavera observó atentamente la sangre y se acercó a inspeccionarlo de cerca.

- ¿Qué te pasó ahí?


A junior casi le baja la presión de los nervios, se había olvidado por completo de su lastimadura,
había echado una carrera tan fuerte que la herida se le había abierto nuevamente, y la sangre se
deslizaba por su brazo en múltiples hilos rojizos.

-Yo, esto... no es nada.

Calavera no prestó atención a las palabras del joven y subió la manga de la camisa, vio un gran
tajo en forma de "Z" manando sangre por su brazo. Rápidamente Junior se apartó bruscamente.

-Esto, lo que pasó es que me marcaron pensando que no les serviría. Pero luego les dije que
también sabía sobre electricidad y me dejaron pertenecer al grupo, eso es todo.

-Oh, ya veo... eres el nuevo electricista ¿verdad? -cuestionó Calavera en un tono más relajado y
volviendo a sonreír.

- ¡Sí! Exacto -afirmó Junior, volviendo a respirar.

Calavera sonrió nuevamente, esta vez más exagerado, y clavó la mirada en el joven.

-Para empezar... el nuevo electricista no contaba con la marca en el brazo, y aunque así fuera
hace poco intentó escapar de las instalaciones, yo mismo me encargue de asesinarlo con esta
navaja -dijo fríamente, acercándole la hoja a Junior-. Ese imbécil trató de tomarme como estúpido,
y ¿sabes algo? -Guardó silencio, acercándose más a Junior hasta tenerlo frente a frente y
susurró-. Odio... que me tomen por estúpido.

En momentos como ese, tienes dos opciones -comentaba Zeta, mientras intervenía el relato de la
historia-. La primera es no pensar en absolutamente nada, y la segunda... es pensar en
absolutamente todo

-Sujétenlo -ordenó Calavera, tajante.

Inmediatamente el hombre más cercano a Junior lo tomó de los brazos, mientras el tipo que se
encontraba sentado se incorporaba para quitarle su arma con una desagradable sonrisa en su
rostro. Mientras tanto, Calavera jugaba con su navaja haciéndola girar de un lado a otro entre sus
dedos a la vez que se paseaba en círculos por la cocina, gozando y disfrutando del momento.

-Es algo increíble ¿sabes?, me fascinaría saber cómo has podido escapar de la puerta "Z". Pero
eso solo significa que tengo que ejecutar a los dos idiotas que estaban de guardia, y eso me pone
un poco furioso -dijo Calavera enfatizando la última palabra mientras se acercaba lentamente a
Junior.

«En momentos de estrés o peligro, las personas tienden a realizar un análisis de la situación, una
evaluación o paneo del problema para intentar resolverlo -volvía a interrumpir Zeta-. Se suele
dividir en tres evaluaciones: La primera consta de la observación de tu entorno, en mi caso debía
de tener en cuenta; cuantas personas se encontraban en ese lugar, y quienes resultaban los más
peligrosos. Evidentemente el cocinero no era peligro alguno, el que me sujetaba por detrás se
encontraba distraído observando a su jefe, el que me había quitado el arma se había quedado
embobado observando los detalles de la pintura, y los otros dos se encontraban a una distancia
razonable. La puerta se encontraba detrás de mí, pero claro, Calavera estaba justo enfrente y
tenía alguien reteniéndome por la espalda. Ahí es cuando pasamos a la segunda evaluación -
continuó-. Planificación de un escape o una lucha, en esta etapa decidimos si lo que nos conviene
es luchar contra el agresor o simplemente huir. Pero también debemos estar al tanto de nuestras
capacidades físicas para lograr lo que llamaremos la tercera evaluación: El momento de la
verdad. Aquí es donde ocurre lo bueno, recopilamos todo lo que analizamos en menos de lo que
dura un segundo, y comenzamos a actuar».
Junior se encontraba aterrorizado, lo habían descubierto, el plan de pasar desapercibido había
resultado un fracaso. Recordó en ese instante las palabras de Roni: "La supervivencia se elige", y
se obligaba a pensar una manera de salir vivo de esa. No podía enfrentarlos a todos, no sin
armas y con alguien reteniéndolo. Pero notaba algo, la fuerza que realizaba el tipo que lo sujetaba
con los brazos no era demasiada, podría quizás liberar una mano, el problema era lo que haría
después con esa mano libre. Robarle la navaja a Calavera parecía un plan arriesgado, ese tipo no
parecía de los que pudieran arrebatarle algo fácilmente, rechazó ese plan. Observó rápidamente
los bolsillos y el cinturón del sujeto que lo retenía... nada. Ni una navaja, ni un arma de ningún tipo
disponible para su provecho.

Volvió a plantearse la idea anterior de arrebatarle la navaja a Calavera, era una idea arriesgada y
solo contaba con una chance de éxito, una de muy poca probabilidad de éxito, la cual su mente
volvió a rechazar. Quizás si se quedaba quieto y actuaba de manera sumisa podrían dejarlo vivo,
podría convencerlos de contribuir al grupo y quizás...

- Discúlpame el atrevimiento pero, ¡¿qué mierda te dije hace un momento, niño estúpido!? -gritó
Calavera furioso, sacando de sus pensamientos a Junior-. Dije específicamente,
¡específicamente! que odio que me tomen por un idiota. ¿Y qué haces tú, eh? ¿Crees que no me
doy cuenta que buscas una manera de escapar? Mirando a tu alrededor como un demente,
buscando algo para librarte de nosotros. ¡¿Crees que vas a librarte de mí así de fácil?! -Preguntó
Calavera, cada vez más enfurecido, acercándose a un paso del joven-. ¡Pues inténtalo mocoso! -
Desafió altaneramente lanzando nuevamente su navaja al aire-. Intenta quitarme…

Junior no lo pensó dos veces, es más, ni siquiera se dio tiempo a pensarlo una sola vez. Aplicó
toda la fuerza que pudo en su brazo derecho y se zafó del hombre que lo aprisionaba, y al
momento en que la navaja dejó de ascender para quedar suspendida en el aire, sin darle tiempo
alguno a bajar a la mano de su dueño, Calavera, Junior la tomó con firmeza en el aire en un
movimiento rápido y preciso.

Un silencio acogió el lugar, el semblante de Calavera había cambiado a una ridícula expresión de
sorpresa, mientras que Junior lo acompañaba con casi la misma expresión, ninguno de los dos
podía terminar de creerse lo que había pasado frente a sus ojos. Una sonrisa se dejó escapar del
rostro de Junior, una sonrisa confiada y una mirada llena de seguridad se clavó en los ojos de
Calavera.

-En realidad, dijiste específicamente: estúpido, no idiota -corrigió Junior, y en ese mismo instante
alzó su brazo con todas sus fuerzas, Calavera intentó inclinar su cuerpo hacia atrás para evadir el
ataque pero el muchacho fue más veloz. Un grito espantoso nació de la garganta del ex militar,
quien llevó ambas manos a su cara, el corte había sido perfectamente ejecutado, el filo de la hoja
desgarró en línea horizontal parte de la mejilla de Calavera y había logrado dar de lleno con su
ojo.

El tipo que lo sujetaba por detrás intentó engullir a Junior entre sus gruesos brazos, pero de nuevo
el muchacho actuó veloz, sin titubear le profirió un fuerte codazo en el estómago y aún de
espaldas, insertó la hoja de la navaja en su cuello tan profundo como pudo.

El hombre aulló de dolor y se separó del joven, en ese momento Junior se apresuró en apartarlo y
pasar por la puerta, el resto de los oscuros intentaron alcanzarlo con sus disparos pero solo
lograron agujerear la puerta de la cocina que se cerró de manera brusca en sus caras. El joven se
dirigió por el pasillo a toda velocidad hacia el bloque de celdas dejando atrás la cocina, Calavera
fue el próximo en salir seguido de sus hombres, divisó a Junior corriendo por el pasillo y una cruel
sonrisa se dibujó en su cara mientras ascendía su arma apuntando directo a la espalda de Junior.

-Eres mío -musitó Calavera, sonriente, y disparó.


Pero justo en ese momento, las paredes se sacudieron, el piso se tambaleó y los techos se
estremecieron, una explosión resonó muy cerca, Junior perdió el equilibrio cayendo violentamente
al suelo, una bala paso por encima de él, casi imperceptible y terminó su recorrido en una puerta
de metal. El joven se incorporó como un rayo sin perder tiempo y siguió su camino cruzando al
bloque de celdas, esa era la señal de Roni, ahora todos en la cárcel estaban alertados, y él
todavía no había logrado salir al exterior. El tiempo apremiaba ahora más que nunca.

Mientras tanto, Calavera maldecía por haber fallado, se dirigió furioso a sus hombres y ordenó
que capturasen al intruso, no podía darse el lujo de perder tiempo con un mocoso mientras la
cárcel estaba estallando en pedazos, cruzó por el pasillo a toda velocidad bordeando a una
oleada de convictos de la cárcel que se dirigían como hormigas hacia el patio principal, en donde
se originó la explosión.

Nuevamente un estallido hizo tambalear a Calavera, quien se aferró al primer soldado que tenía
enfrente, sin aminorar la marcha continuó su recorrido hasta toparse con la salida al patio. Fuera
vio al mismo infierno; monstruos por decenas se habían colado en las instalaciones, varios zombis
veloces saltaban desde los techos y arrasaban con los soldados, que apenas podían hacer frente
a tanta bestialidad conjunta. Si eso no era suficiente, uno de los monstruos que brillaba por su
enormidad se encontraba destrozando los muros de la cárcel, despejando el acceso a más y más
de esas bestias.
El semblante de Calavera empalideció, no por la catástrofe que acontecía en el lugar, tampoco
por las numerosas bajas de soldados, no, su único ojo sano se encontraba fijado en un punto en
particular: El edificio del alcaide, donde su hermano solía residir prácticamente todo el día, ahora
ardía en llamas que ascendían un oscuro humo negro como la noche.

La explosión había arrasado el lugar entero, y posiblemente a su hermano con él, tanto sacrificio
por liberarlo había sido absolutamente en vano, un rencor y un odio feroz comenzó a aumentar
dentro de su cuerpo, de su alma, los intrusos habían ocasionado esto, y debían pagarlo con
sangre.

En ese momento, una fuerte sacudida lo tomó por sorpresa, Calavera voló unos metros
arrastrándose estrepitosamente contra el suelo, intentó ver de qué se trataba pero la vasta
pérdida de sangre en su ojo le dificultaba enormemente su visión. Solo pudo reconocer una
enorme sombra acercándose a gran velocidad; su cuerpo ni se molestó en intentar escapar, no
tenía chances, ni voluntad alguna. Extendió sus brazos entregándose al enorme monstruo.

- ¡Vamos hijo de puta, aquí estoy!

Pero en ese instante el cráneo de la bestia explotó instantáneamente, su cuerpo cayó de manera
irregular al suelo quedando a los pies del confundido ex militar que observaba el enorme cráter en
su cabeza, humeante. Un peculiar silbido llamó su atención detrás de él. Calavera se giró para
observar de quien se trataba, pero su visión seguía demasiado borrosa para enfocar con claridad.
Una silueta de un hombre sostenía un lanza misiles a su espalda mientras se acercaba a
Calavera de manera apresurada.

- ¡Vamos hermanito levanta ese culo, hay cosas que hacer!

Dos estallidos consecutivos eran suficientes para alterar los sentidos de todos los soldados en la
cárcel, hombres completamente armados y vestidos de negro, iban y venían en todas direcciones
por cada rincón, pasillo y pasarela del edificio. El miedo reinaba en sus rostros, la incertidumbre y
el caos dominaban todo su cuerpo. Junior pasaba desapercibido entre todos, pero sabía que dos
de ellos aún seguían sus pasos. Dentro del bloque de celdas bajó por unas descuidadas
escaleras de metal y se dirigió a la puerta de la planta baja, no sin antes chocar de hombros con
un sujeto de exagerada estatura y extremadamente flaco. El golpe no fue fuerte pero bastó para
que el tipo dejase caer su arma al suelo, el impacto accionó la cola del disparador efectuando un
disparo errante que llamó la atención de todos en el lugar. El bloque de celdas se sumió en un
incómodo silencio, seguido de las miradas furtivas de todos los presentes hacia Junior y el tipo
alto. La bala por suerte solo se estancó en un muro sin herir a nadie.

El muchacho no reparó en la escena y continuó corriendo saliendo del bloque de celdas, no sin
antes ser visto por los dos esbirros de Calavera, que le daban caza sin descanso. Cruzó la puerta
y se encontró, otra vez, con otro largo pasillo. Curiosamente para Junior se hallaba más vacío de
lo que imaginaba, no se tardó mucho tiempo cruzarlo a toda velocidad y dirigirse a la salida. Pasó
por entre un puesto de guardia inusualmente vacío, le sorprendió el detalle de la ausencia de
seguridad. Luego, tímidamente se acercó a la puerta de salida, observando panorámicamente el
jardín trasero de la cárcel. Un gran espacio verde se extendía terminando en cuatro grandes
murallas de ladrillos grisáceos. Dentro, se encontraban vehículos que variaban en sus modelos y
dimensiones. Todos, ubicados uno del lado del otro en dos filas que se extendían acaparando
todo el patio por lo ancho. En extremos opuestos, en las esquinas del patio, se alzaban dos
grandes torres de guardia, abrazadas por una red de pasarelas que las conectaba una con otra.
Podría decirse que al fin la suerte estaba de su lado, puesto que no se encontraba absolutamente
nadie cuidando las torres, Junior estaba increíblemente solo. Dejó dibujar una sonrisa satisfactoria
en su rostro mientras se adentraba al patio recorriendo el improvisado estacionamiento que
habían fabricado los misteriosos hombres vestidos de negro. El muchacho se dejó deslumbrar por
la cantidad de vehículos que encontró. Ninguno pretendía ser de gama baja, todos relucían por su
pulcritud. Podría jurar que varios, quizás más de la mitad, nunca habían sobrepasado los
cincuenta kilómetros de distancia. Quizás los habrían sacado de una concesionaria ya
abandonada por la reciente incursión de los nuevos vecinos come hombres. Idea que no parecía
descabellada alegando que todos eran convictos, y la gran mayoría se sentirían atraídos a la
tentación de robar cuantas cosas pudieran.

Junior comenzó la selección del vehículo más apropiado para poder escapar de ahí. Consideró
que debería ser veloz, pero no pequeño, puesto que también debería poder cargar muchos
objetos en el baúl. También se planteó elegir uno de color oscuro, para camuflarse por las
noches. Tenía que tener en cuenta la duración; un vehículo que gastase la menor cantidad de
gasolina y pudiera viajar grandes cantidades de kilómetros. Una mueca de asco se dibujó en su
semblante, maldijo. Ahora debería de descartar la velocidad por la duración, por ende, descartar
los vehículos de gama alta, y como la gran mayoría eran autos de última generación, su elección
quedó hecha por descarte.
El joven se dirigió al último vehículo de la primer fila, uno que desde el comienzo su mente quiso
ignorar a pesar de la enormidad del mismo; una camioneta del tipo casa rodante, enorme, con su
chasis deteriorado con el tiempo, pero igualmente con un toque de elegancia en su redondeada
carrocería, uno de sus faros delanteros presentaba un grotesco hueco, y la trompa se encontraba
abollada de una manera que el joven no pudo imaginar o adivinar como fue ocasionado. A Junior
la idea seguía desagradándole, teniendo tanta cantidad de espectaculares autos a su disposición,
debería quedarse con esa gran cucaracha con ruedas.

Su suspiro desalentador duro poco, el espejo retrovisor de un Mustang a su lado estalló en


pedazos alertándolo de peligro. Intentó arrojarse al suelo para esconderse detrás del vehículo
pero un disparo muy cerca de sus pies lo detuvo.

-No te molestes, no hay escapatoria -sentenció un hombre de baja estatura y con varios kilos de
grasa cubriendo su cuerpo. En su mano sostenía el arma que antes pertenecía al muchacho.

-No lo mates todavía, Carlos -sugirió un hombre a su lado, un poco más alto, y por creces, mucho
más flaco que el anterior-. El hijo de puta armó un buen escándalo en la cárcel, vamos a hacer
este trámite lo más traumático posible, como le gustaría a Calavera.

La sonrisa de ambos no era alguna que al muchacho le gustaría ver, unas sonrisas despiadadas,
malignas, llenas de odio. Maquinando todo tipo de atrocidades. Preferiría mil veces un balazo
entre ceja y ceja.
Carlos se acercó a Junior con el arma alzada, apuntando a su cabeza, amenazando su vida.
Luego, con una mano, comenzó a desabrocharse el cinturón lentamente.

-Ven aquí niño bonito, seguro sabes el procedimiento -comenzó a decir Carlos mientras se bajaba
los pantalones, su maléfica sonrisa no se borró en ningún momento.

Un subidón de adrenalina recorrió el torrente del joven, sintió un shock de repugnancia e


impotencia en su cuerpo. No quería morir, pero ese precio de vida no estaba dispuesto a pagarlo.

-Si lo haces bien puedo plantearme dejarte vivo, y este será tu trabajo matutino -dijo Carlos
mientras escupía una repugnante risotada.

Junior no se movió de su sitio, sus pies estaban clavados en el suelo, sus puños se cerraban cada
vez con más fuerza. Inmediatamente un disparo al suelo lo obligó a reaccionar y apartarse.

- ¡Vamos que no tengo todo el día! Comienza de una puta vez...-ordenó Carlos, perdiendo ya la
poca paciencia que tenía. Ahora sí, bajó por completo su ropa interior, y su sonrisa se magnificó-.
A trabajar niño, que no te sorprenda el tamaño.

El muchacho apartó la vista, asqueado. Pero esa sensación de repugnancia se esfumó al


instante, y una sonrisa leve se dejó ver en su rostro.

- ¿Tienes frio? -preguntó Junior con seriedad.

Ambos esbirros fruncieron el ceño, confundidos.

- ¿El shock te volvió loco? Está a más de treinta grados -respondió Carlos.

- ¡Oh ya veo...! Que lastima, tienes mi más sentidas condolencias.

La cara de Carlos se deformó por la confusión. Era improbable que un mocoso le hablase de esa
forma y en la situación que se encontraba, estaba delirando, eso era. Pero aun así, quiso
asegurarse de que era lo que hablaba, volvió a preguntar.

-No entiendo una puta palabra de lo que dices, ¿acaso el miedo te hace hablar estupideces?

Junior no lo soportó más, quiso poder aguantar un poco más pero fue imposible, echó a reír a
carcajadas.

- ¡Es que vamos, amigo! ¡Esfuérzate un poco, no puede ser tan pequeño! Si vas a amenazar a
alguien con eso te recomiendo que al menos mida poco más de una nuez.

Automáticamente el compañero de Carlos estalló a reír junto con Junior, el semblante de Carlos
enrojeció instantáneamente.

-Hijo de puta...-balbuceó Carlos mientras se alzaba los pantalones-. ¿Te crees muy gracioso
verdad? -dijo a la vez que terminaba de abrocharse el cinturón-. Te voy a...

Pero no pudo terminar la frase, el gélido metal de una pistola en la nuca lo interrumpió dejándolo
sin habla.

-De rodillas, ambos -ordenó Roni firmemente, mientras sostenía dos pistolas que apoyaba en las
nucas de los dos hombres de Calavera.
Ambos obedecieron de mala gana, sentenciando con la mirada a Junior. Fue la última mirada que
tuvieron luego de que Roni los ejecutara sin compasión. Junior recogió su arma de las manos
inertes de Carlos y se dirigió a su amigo.

-Me alegro que aún estés vivo pequeño Junior -dijo Roni con una forzada sonrisa.

-Pequeño Junior, es un poco redundante -bromeó el joven.

Roni intentó brindarle una sonrisa, pero lo único que consiguió fue producir una leve mueca de
dolor. Su antigua cara de hombre bonachón estaba ahora, cubierta por una mezcla de sudor,
tierra y sangre. Su expresión decaída y su agitada respiración daban a entender que le había
costado llegar hasta este punto, y que no daría para mucho más.

-Oye, ¿estás bien, amigo? -preguntó Junior, con preocupación mientras inspeccionaba a Roni de
cerca.

-Me encuentro bien, no te preocupes.

-Tenemos que sacarte de aquí, ahora -subrayó Junior-. Pero no hay ninguna salida de este lado, y
aquel portón de allá no parece que se fuese a mover en años, no sé qué podemos hacer.

-No te preocupes, prepara el vehículo, yo fabricaré una salida -dijo Roni mientras se dirigía con
dificultad hacia uno de los paredones, unos cuantos metros en diagonal al vehículo.

- ¿Estás seguro?

- ¡Hazlo ahora, Junior! -ordenó Roni con firmeza, se notaba su cansancio a kilómetros, no
deseaba perder más tiempo.

Junior lo comprendió y comenzó a movilizarse; ingresó a la casa rodante y comenzó a buscar las
llaves del vehículo por todos lados, pero no tuvo suerte.

- ¡No tiene las llaves Roni! -gritó Junior desde dentro del vehículo.

- ¿No sabes hacer un puente? -preguntó el leñador, mientras se ocupaba de instalar una bomba
en uno de los muros.

- ¿Qué carajo es un puente?

- ¡Chico! Es una forma de encender vehículos viejos sin necesidad de las llaves.

- ¡Ah, pero claro! -Exclamó Junior golpeándose la frente-. Lastimosamente, yo falté a las clases de
delincuencia profesional en la universidad.

Roni chistó, y se dirigió al vehículo lo más rápido que su adolorido cuerpo le permitió. Apartó a
Junior y procedió a quitar el cableado debajo del volante. Junior lo observaba con interés, jamás
había visto como realizar esa mágica acción de encender un vehículo sin contar con las llaves.

- ¿Es difícil?

-No tanto. Presta atención, solo tienes que reconocer cual cable debes cortar y luego unirlos
cuidadosamente, pero antes debes tener en cuenta de desbloquear el seguro del volante, no es
un procedimiento difícil pero...

El sonido de una bala interrumpió la conversación, Junior se apresuró en observar que ocurría, y
se le heló la sangre al ver a un grupo numeroso de soldados apuntando sus armas hacia el
vehículo. Se encontraban a pocos metros, ubicados en un semi círculo justo en frente, mientras
se acercaban cautelosamente midiendo cada movimiento que pudiesen hacer Roni o Junior. Los
tenían rodeados.

-Roni, nos tienen -dijo Junior, con una sombra de terror en sus ojos.

El leñador continuó con su labor sin prestar mucha atención al muchacho, cuidando de no realizar
movimientos bruscos para no ser descubierto.

-Escúchame, ¿ves el detonador que está en el suelo? Ese mismo, del lado del acelerador. Tómalo
-ordenó Roni, susurrando-. La bomba está en ese muro de ahí, ¿la vez? Tienes que esperar que
los soldados se acerquen más al vehículo, cuando se encuentren aledaños a la bomba, la
accionas y volarán todos en pedazos. Yo me encargo del escape.

-Genial, comprendo.

-Baja la voz, actúa sumiso.

- ¡No muevan un pelo, o abriremos fuego! -ordenó uno de los soldados, mientras se acercaba a la
casa rodante-. Respondan, ¿Hay más con ustedes?

-Tienes que distraerlo, no me queda mucho.

- Ya casi están en posición -musitó Junior, aferrándose al detonador-. Solo un poco más.

Otra bala atravesó el parabrisas de la casa rodante a modo de aviso. Los soldados comenzaban a
perder la paciencia.

- ¿No me has entendido? -Preguntó furioso uno de los oscuros, acercándose al vehículo a
grandes zancadas-. ¡Te hice una puta pregunta! Si no responden los llenare de...

- ¡Ahora! -Junior accionó el detonador, la bomba hizo lo propio y un estallido atronador se produjo.

La onda expansiva se llevó consigo a todos los soldados e hizo temblar el estacionamiento
entero. Roni no se inmutó y procedió a conectar dos cables que hicieron ronronear el motor.
Seguido de eso, se colocó al volante y piso a fondo el acelerador, las ruedas derraparon antes de
comenzar a avanzar a toda velocidad. El leñador viró el vehículo en dirección al gran hueco en la
pared, en donde se había producido la explosión. Del otro lado, monstros de todo tipo se
acercaban ferozmente desde la ciudad hacia ellos. Habían escuchado el estruendo y parecían
completamente desesperados por acudir al lugar.

Junior observaba desde el asiento del acompañante como más soldados se aglomeraban en el
estacionamiento, muchos se dirigían a los vehículos y utilizaban el hueco para salir, uno de ellos
decidió embestir el portón metálico de entrada, al ver la enorme cantidad de zombis que
ingresaban por el agujero. Pero solo logró reducir su vehículo en una gran esfera de chapa. En
poco tiempo gran parte de la cárcel estuvo invadida de zombis.

-Eso es para ustedes, hijos de puta -vociferó el joven, mientras el vehículo se alejaba.

Roni por su lado, conducía hábilmente entre los edificios, bordeando o atropellando algún que otro
monstruo. Sin voltear atrás, no soltó el acelerador hasta que llegaron a la carretera más próxima.

-Bueno, estamos seguros aquí.

Junior alzó las manos al cielo y soltó un sostenido grito de alegría. Su cuerpo todavía le temblaba,
la adrenalina aún no se había disipado por completo, y su corazón volaba en palpitaciones. Por
otro lado, el dolor de la herida en su brazo ya se sentía distante, y sensación de salir vivos de ese
horripilante lugar era, sin duda, lo mejor que podría experimentar en ese momento.

- ¡Es increíble Roni! -Vociferaba, mientras caminaba en círculos-. Todavía no logro procesarlo. Es
sencillamente fantástico, nos deshicimos de todos esos infelices.
Roni, al contrario que Junior, no parecía estar disfrutando a pleno del momento. Su mirada estaba
perdida en lejano paisaje que brindaba la ciudad a la cual acababan de dejar atrás. Junior no
tardó en darse cuenta, su apagada expresión debajo de esa gruesa capa de barba lo delataba.

- ¿Qué ocurre? -preguntó el joven, su voz había abandonado la alegría de hace unos momentos.

La respuesta se hizo esperar alargados segundos en los que Roni simplemente observaba la
ciudad. Junior sin embargo no insistió, aguardó pacientemente que su compañero respondiese
cuando estuviera listo.

-Debo volver -fueron las únicas palabras del leñador.

Por alguna razón Junior ya se esperaba esa respuesta.

- ¿Por qué? ¿Con que necesidad? Acabamos de escapar de una muerte firmada con sello, ¿y
quieres volver?

Roni despegó su perdida vista del horizonte, y fijó su mirada en el muchacho.

-Elías sigue vivo -dijo a secas.

Junior quedó prácticamente congelado, sus labios solo se movieron para pronunciar una única
palabra.

-¿Cómo?

-Cuando te noquearon, mi hermano y yo seguimos enfrentándonos a esos bastardos, pero eran


demasiados. Quisimos escapar ambos por el estacionamiento, pero no resultaba imposible
lograrlo sin que uno quedara de señuelo -explicaba Roni mientras bajaba su vista para recordar-.
Yo me ofrecí.

- ¿Entonces él escapó?

-Sí, hasta donde sé él está vivo, y prometió que nos liberaría.

-Pero jamás volvió -añadió Junior.

-Sí, pero si aún continua vivo tiene que haber escuchado las explosiones -comentó Roni, su voz
comenzaba a notarse desesperada-. Si él piensa ir, se topará con ese infierno que armamos. No
puedo dejar que vaya solo, debo volver por él -volvió a observar a Junior, esta vez seriamente-. Y
tengo que hacerlo solo.

- ¡Ni lo pienses! No voy a dejar que te suicides volviendo allá.

-Ya lo viste Junior, puedo sobrevivir mejor solo que contigo, serías una carga, una molestia.
Podrías morir, y nunca me lo perdonaría. Lo siento, pero tienes mejores posibilidades de vivir si
viajas sin rumbo por la carretera.

-No -respondió Junior tajante.


-No es una opción, no voy a llevarte conmigo. Pero te enseñaré todo lo que hace falta para que
puedas sobrevivir.

-Si tu mueres, no te lo perdonaré.

-No moriré -respondió-. Te diré algo, dame un par de días. Viaja solo, sobrevive y nos volveremos
a encontrar aquí en dos días, cuando el sol esté en lo más alto. Tienes mi palabra.

Junior negó con su cabeza.

-No, no puedo dejarte.

- ¡Esto no es un juego! -Gritó Roni fuera de sí-. Si actúas así, no duraras nada. Llegará un
momento en que yo no estaré más, y no podrás cuidarte solo si sigues pensando como un infante.
¡Madura y actúa como un hombre, mierda!

Junior no supo que decir. Roni, por otro lado, se dio cuenta de su mal arrebato y sintió deseos de
disculparse, pero Junior no le dio la oportunidad.

-Está bien, tienes razón -dijo Junior adoptando una postura más madura, antes de que Roni
pudiera comenzar a hablar-. Estaba actuando como un completo infante -rió-. Confió en tu
habilidad, sé que nada puede matarte, amigo -palmeó su hombro, acompañándolo con una
sonrisa-. Busca a tu hermano, y los esperaré en este lugar en dos días. Tienes mi palabra.

Roni sonrió. Le tentaba la idea de darle al muchacho mil y un consejos elaborados sobre cómo
sobrevivir, pero no podía darse el lujo de perder más tiempo, le brindó las mejores advertencias
que pudo seleccionar y se dirigió a un vehículo que se encontraba abandonado cerca de ahí.

-Así, es como se hace un puente a un auto, y recuerda, solo puedes con los vehículos más
antiguos. Los más nuevos son mucho más complicados.

-Perfecto, no es tan difícil como pensaba.

-No, pero solo hazlo si tienes tiempo.

-Es un hecho -respondió Junior, animado por su nuevo aprendizaje.

-Bien -comenzó a decir Roni mientras perfilaba el vehículo hacia la ciudad, y esperó que Junior
bajara del auto para despedirse. -Me voy chico.

-Estaré aquí en dos días -repitió Junior.

-Aquí estaré amigo, y recuerda -dijo Roni observándolo desde la ventana del vehículo con una
sonrisa que inspiraba confianza-. Esto, no es un adiós.

El vehículo se alejó dejando una densa humareda a su paso. Y esa fue la última vez que Junior
supo algo de Roni.
Capítulo 9: El pequeño Zeta.

"Dame una caricia y te seguiré hasta el fin del mundo". -Guillermo Reyes.

-Está bien -interrumpió el presidente de la nación Escarlata adoptando un tinte severo-. Pero hay
una ligera incongruencia en tu historia, ¿te das cuenta que la nación Oscura aún sigue de pie?
según tus palabras los derrotaste a todos tú solo, con ese amigo tuyo.

Zeta alzó la mirada desafiante, no por el hecho de que el presidente estuviera cuestionando su
historia, sino más bien le resultó ofensiva la manera en que pronunció las palabras: «Ese amigo
tuyo».

-Eso creía ¿sabe?, no tengo cada detalle de todos los que estuvieron en la cárcel. No puedo
saber quien sobrevivió y quién no.

-Eso es verdad -dijo una voz desde fuera de las rejas.

Todos se voltearon para poder ver a la misteriosa figura.

-Juan; fue una de las pocas personas que sobrevivieron a las explosiones, se escudaba en el
grupo de Calavera y su hermano Alexander, jefe vigente de la nación Oscura-explicó Franco, sin
moverse de la pared en la cual, cómodamente, se apoyaba observando de soslayo a Zeta-. Lo
que dijo el Zorro, entonces es verdad.

Máximo asintió seriamente, sin quitar la vista de Franco.

- ¿Terminaste con Juan? -preguntó, cambiando de tema.

-En efecto. Lo llevé al hospital, a cargo de Santos. Volverá a la celda cuando se recupere.

Máximo volvió a asentir de manera seria.

- ¿Hizo falta aquello?

-Lo hizo.

Nuevamente el presidente volvió a asentir de manera que parecía mecanizado. Esta vez se dirigió
a Zeta adoptando una postura más relajada.

-Deberás quedarte aquí un poco más, tengo que solventar algunos detalles con Franco. Cuando
termine, mandaré a alguien para que te libere.

Zeta asintió, no parecía molesto por seguir ahí dentro, ahora mismo su cuerpo y su mente
estaban ya completamente agotados.

-Aquí espero.
-Cierra la puerta Patricia -ordenó Máximo con temple, se lo veía más relajado que en las celdas,
aquel lugar le causaba una sensación claustrofóbica nada agradable.

Patricia obedeció la orden ni bien Franco ingresó al despacho del presidente.

- ¿Te molestaría dejarnos solos?

La asistente profirió una mirada extrañada a su jefe, pero obedeció sin decir palabra alguna. Cerró
la puerta a su espalda, y solo Máximo y Franco quedaron en la habitación.

-Toma asiento, Brandon.

-Estoy bien aquí, no creo que esta charla dure mucho.

- ¿A no?

-Lo vas a liberar, no me llamaste aquí para discutir sobre eso. ¿Qué quieres saber, entonces? -
preguntó Franco posicionando el peso de su cuerpo en una pierna, mientras se cruzaba de
brazos.

-Eres de esas personas que no se relajan ni un segundo ¿verdad? -Máximo suspiró. Tomó con
una mano una botella de licor y la vertió sobre un grueso vaso de cristal-. Bien, lo haremos rápido.
¿Qué pudiste sacarle a Juan sobre la nación Oscura? ¿Algún dato relevante? ¿Cuántas armas
tienen, cuántos soldados? ¿Cuáles son sus estrategias de ataque? ¿Algo...?

-Nada.

Máximo interrumpió su sorbo abruptamente, bajó el vaso golpeándolo contra la mesa que los
dividía y le plantó al joven una mirada frívola.

-Si me mientes, Brandon.

-Juan es un soldado, y no uno muy bueno. Apenas tiene conocimiento de los movimientos que
realizan sus superiores -respondió Franco sin achicarse ante el presidente-. Pero lo único que ese
idiota pudo decirme, tampoco es un dato menor -El joven se dirigió hacia un mapa de la región,
colgada en un muro y señaló un punto en particular-. Aquí.

- ¿Qué es eso?

-Aquí, es donde queda la nueva nación Oscura.

Máximo se quedó un minuto en silencio. Evaluando las posibilidades. Luego de un breve tiempo
una sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro y un nuevo sorbo de su licor fue bebido.

- ¡Esta información es clave! Tenemos una gran ventaja sobre ellos ahora, el factor sorpresa está
de nuestro lado -dijo, levantándose de su asiento para acercarse al mapa-. Esto es importante
Brandon. Debo informar a la nación principal, y ellos decidirán qué hacer. Muy buen trabajo.

Franco arqueó una ceja en una mueca de confusión.

- ¿No es obvio lo que debemos hacer? ¿Por qué debes esperar órdenes?

-Porque yo sigo sus órdenes, no puedo tomar decisiones como esta yo solo.

- ¿Qué? ¿Acaso no eres un presidente como lo son allá?


-Digamos que en escala de valores, soy como un gobernador. El presidente, o los presidentes,
son los cuatro fundadores de la nación Escarlata del norte.

Franco dobló su labio en una mueca de incertidumbre.

-La nación obedece reglas Franco, obedece normas, y leyes -comenzó a explicar Máximo-. El no
obedecerlas crearía una anarquía, se producirían golpes de estado, y se podría llegar a perder
todo por lo que luchamos. Los errores que cometimos en el viejo mundo no tienen que volver a
suceder. Es por eso que no adoptamos los nombres de los países o las ciudades del mundo
anterior -El presidente se acercó al escritorio y volvió a tomar su vaso de licor-. Porque somos una
nueva generación -alzó el vaso al frente, y bebió todo el contenido de un solo sorbo-. Somos el
cuarto mundo.
El bostezo que expulsó de su boca fue tan fuerte que su rostro tembló levemente. Zeta se
encontraba aún es esa pequeña celda, recostado en su litera. Muchos pensamientos venían a su
cabeza, pero ninguno encontraba la manera de saber lo que su futuro le depararía. Desde hacía
mucho tiempo no se encontraba con un numeroso grupo de personas, todas juntas, conviviendo
en sociedad. Su última experiencia no fue amena, y había jurado a sí mismo no volver a
involucrarse con otra gente de nuevo. Pero sin embargo ahí estaba, había hecho un amigo nuevo
en su viaje, por encontrar a sus enemigos nuevos. Los cuales resultaron convertirse en no tan
malas personas, lo cual podría transformarlos en más nuevos amigos, y otra vez, ahí estaba:
Involucrándose con otras personas, con otro grupo.

-Supongo, que no hay vuelta atrás -se dijo a sí mismo en un susurro-. Quizás deba darles una
oportunidad.

En ese momento el sonido de unos pasos acelerados lo expulsó de sus pensamientos. Se irguió
rápidamente y se acercó a las rejas. Una perfecta figura femenina; de metro setenta y cuatro, y
una hermosa cabellera castaña, recogida en una colita que caía por su espalda, abrió la puerta de
la celda deslizándola hacia un lado.

- ¿Ya puedo salir?

-Sí, ¿cómo te sientes? -preguntó Samantha, curiosa.

-Estuve peor -contestó el muchacho a secas.

-Ya lo veo.

Se produjo una pausa en el que ninguno aparto la mirada del otro, hasta que un suspiro por parte
del muchacho cortó el silencio.

-Escúchame-comenzó a decir Zeta-. Lo que pasó antes, te pido disculpas. Actúe como un niño.

-Actuaste como un hombre, uno muy maleducado, pero qué más da -dijo la muchacha, restándole
importancia-. No te disculpes, de todas formas tu historia hizo que se me olvidara. Lo que pasaste
ahí, fue algo terrible. Todavía me siento mal cuando lo recuerdo, y supongo que tú te sentirás mil
veces peor.

Zeta bajó la mirada, recordar esa situación aún le afectaba bastante.

-Tranquila, son cosas que se superan tarde o temprano. Todos pasamos cosas terribles.

Ahora fue Sam quien bajó la vista.

-Si -dijo con un hilo de voz, pero inmediatamente recobró la compostura-. Pero no hay que pensar
en eso ahora, tenemos cosas que...

Zeta la observó esperando que terminara la frase, y la invitó a continuar con un gesto de sus
cejas.

La muchacha soltó un suspiro disfrazado de una risa nerviosa.

-Iba a decirte que tenemos cosas para hacer-dijo fregándose los ojos con los dedos-. Pero hoy al
anochecer se realiza el funeral de los caídos en el día de ayer.

-Es verdad, lo había olvidado por un segundo, fueron Matías, y esa chica, amiga tuya...
-Fernanda -respondió la muchacha, casi sin voz. Su mente comenzó a recordar el momento del
fallecimiento de su compañera, y automáticamente, de sus fijos ojos verdes comenzaron a
desprenderse incontenibles lágrimas de angustia.

-Lo siento -dijo Zeta, con un tinte culposo por tocar el tema.

No sabía exactamente porqué, pero su pecho pareció encogerse hasta el punto de sentir un fuerte
dolor arraigando en su interior. Ver a esa hermosa muchacha sollozando delante de él, era algo
que no toleraba, y ni siquiera lo sabía hasta ese momento. Sintió un fuerte deseo por brindarle
contención, de ser su motivo de felicidad, al menos por un segundo. Estiró su brazo lentamente,
acercándolo a la joven para apoyarlo en su hombro, pero lo retiró en el último momento. Maldijo
interiormente.

La ojiverde volvió a alzar la vista luego de terminar de secarse sus últimas lágrimas, e intentó
seguir la charla sin quebrar demasiado la voz.

-No te cambiaste -dijo la muchacha, desviando el fatídico tema, mientras observaba la muda de
ropa que Rex había seleccionado para Zeta, a los pies de la impresentable litera dentro de la
celda.

-Oh, es que no quiero ensuciarla-confesó el joven-. Hace mucho que mi cuerpo no conoce lo que
es una buena ducha -olisqueó por debajo de su axila y al instante produjo una mueca
desagradable de asco-. ¡Diug! Ni un buen desodorante.

Sam se tentó por el chiste fácil del joven y comenzó a reír, luego el muchacho la secundó. Pero
las risas terminaron más temprano de lo esperado. La joven realizo un suspiro profundo, relajador.
Seguido por una sonrisa que le brindó al muchacho.

-Te lo agradezco, necesitaba reír un poco.

-Está bien, por esta vez será gratis. Pero la próxima te cobraré.

Ambos volvieron a reír, interrumpiéndose solo para mirarse a los ojos. El rubor de Sam debido a
la sostenida mirada de Zeta no tardó en hacerse notar.

-Está bien, volviendo a lo serio-comenzó a decir Zeta, mientras desviaba su mirada,


completamente consciente de que también se había ruborizado-. ¿Crees que podrías mostrarme
donde se encuentran las duchas?

-Tengo una mejor idea-dijo Sam, al mismo tiempo que se dirigía por un estrecho pasillo a la salida
del sector de celdas-. ¿Y si te doy un recorrido por la nación?

El joven asintió, gustoso. Mientras se colocaba a su paso.

No tardaron demasiado en salir de las celdas, el pequeño edificio se reducía a una red de murales
prefabricados, e improvisadas pero resistentes, rejas de acero que separaba una celda de otra.
Zeta observaba curioso que no había más personas en ellas. Se cuestionó si él era el único preso
junto con Juan, pero no le importó lo suficiente como para preguntarlo. El recuerdo de Juan lo hizo
pensar en otra pregunta que si prefirió realizar.

- ¿Dónde está el tipo de la nación Oscura?

- ¿Él? Todavía está en rehabilitación en la enfermería.

-Franco no lo trató muy bien ¿eh?


Samantha se detuvo en seco, justo antes de cruzar la puerta que los llevaría fuera de la prisión.
Dio media vuelta y fijó la mirada en Zeta.

-Tuvo órdenes específicas del presidente para hacer lo que hizo, Franco no es el monstruo que tú
crees. Es más bueno de lo que piensas, solo está inseguro contigo, ¿puedes culparlo?

-Es verdad, yo tampoco confiaría en mí. Pero de todas formas, yo tampoco confió en él.

- ¿Por qué?

-Bueno, casi me corta el cuello, me golpeó por la espalda en más de una ocasión, y fue
compañero de ese infeliz de Calavera. ¿Alguna vez te contó sobre el escuadrón de la muerte?

-No-confesó la joven-. Jamás lo había mencionado.

-Pues ahí lo tienes, tengo mis motivos para desconfiar en él, ¿puedes culparme?

Sam no supo que más decir, era evidente que Zeta tenía su punto. Y el hecho de que su novio
había compartido trabajo con su nuevo enemigo, era algo que taladraba la cabeza de la
muchacha, algo que definitivamente le preguntaría llegado el momento.

Luego de dos gruesas puertas de seguridad, defendidas por innumerables cantidades de


pasadores y candados, ambos pudieron salir al exterior. Al contrario de la lúgubre prisión a sus
espaldas, afuera radiaba un sol intenso. Cuatro muros revestían lo que parecía ser un patio de un
tamaño no tan pequeño, pero tampoco tan grande. Al norte de ambos, justo al otro extremo se
extendía una estructura simplista, pequeña pero acogedora, con dos pisos de casi diez metros de
alto, pintada de amarillo con detalles en bordó.

-La de abajo es la oficina del presidente -señaló Sam, con su brazo extendido, el primer piso.
Luego alzó un poco su mano, indicando el segundo-. Ahí es donde se aloja. Tiene su habitación
privada.

-Suena genial-dijo Zeta, y se volvió a la prisión-. Mantiene a sus enemigos cerca ¿eh?

-Sí, supongo que su vista no es tan buena. Pero no hemos tenido muchos prisioneros, hasta
donde sé tú y Juan son los primeros.

Esa frase respondía la pregunta que Zeta anteriormente se cuestionaba, pero ahora inculcaba
una nueva.

- ¿Hace cuánto existe esta nación?

-Pues yo no pertenecí a esta nación en sus inicios, pero estimo que están activos hace un mes, o
poco más.

-Entiendo -dijo Zeta, pero su atención se desvió hacia un portón enorme ubicado en la parte este
del patio. Una pizca de curiosidad se produjo en él-. ¿Qué hay ahí dentro?
La muchacha sonrió.

-Curioso que lo preguntes, ¡ven! -invitó Sam, mientras se dirigía a paso veloz a un portón de
chapa oxidado-. Esto te va a encantar -la muchacha procedió a deslizar la puerta con bastante
esfuerzo, pero consiguiéndolo finalmente.

Del otro lado, todo se encontraba muy oscuro, pero el débil haz de luz que llegaba a ingresar del
exterior iluminaba un reducido estacionamiento, con vehículos varios dentro. Entre ellos se
encontraban las camionetas con ametralladoras integradas en la caja, autos confiscados, motos,
un camión sin carga, entre otros. Pero la visión de Zeta se quedó fijada en solo uno de todos los
vehículos: Su casa rodante.

- ¡Pensaba que no volvería a verla! -exclamó el muchacho dejando escapar una carcajada de
felicidad.

-Que pesimista, ¿no pensabas que sobrevivirías?

-No realmente -respondió, mientras se acercaba al vehículo para inspeccionarlo-. Pensaba que
ustedes no sobrevivirían -palpó parte de la puerta de la casa rodante con su mano-. Hey, este
rayón no estaba.

Luego de una constante ida y vuelta de palabras, sobre una discusión que no parecía tener fin
sobre si el rayón en la camioneta de Zeta había sido o no, culpa del grupo de Sam, decidieron
continuar el recorrido. El lado oeste del patio se conectaba con un estrecho, pero largo, pasillo sin
puerta alguna. Que cumplía su función de puente que unía el patio trasero; donde estaba el
despacho del presidente, la prisión y el estacionamiento, con el patio principal, mucho más
extenso, en donde se encontraba el resto de la nación Escarlata.

El patio principal era más largo que ancho, pero eso no le quitaba su sensación de inmensidad. La
puerta de entrada se ubicaba del otro extremo donde se encontraban Zeta y Sam, el joven apenas
podía diferenciar a los centinelas a la distancia, paseándose por las pasarelas y torres que
rodeaban en totalidad la entrada principal. A su izquierda, se extendían múltiples puertas, que
terminaban poco antes de llegar a la entrada, lo mismo pasaba a su derecha. El edificio de lo que
antes era una gran escuela, parecía respetar una norma simétrica de construcción, en donde a los
lados se ubicaban las aulas, y en las esquinas unas escaleras espiraladas ascendían para
conectarse con una estructura similar a la que se encontraba abajo.

Al adentrarse un poco más en el patio se vieron golpeados por una oleada de personas que
realizaban sus actividades diarias, centinelas cuidaban el sector del portón, un grupo de madres
cuidaban de sus niños en sus habitaciones, un sector aislado de personas practicaban protección
personal. Unos soldados vestidos con vestimenta militar, teñidas en color escarlata y negro, se
paseaban por los pasillos saludando respetuosamente a cada quien que se le cruzase. Inclusive a
Zeta le pareció ver un perro intentando atrapar una pelota que su dueño le había lanzado.

-Este sector ya lo conoces, es el centro de la nación. De este lado se encuentran separado, los
sectores de enfermería, armería, el deposito, y la cocina, que está conectada con el comedor -
continuó Sam, señalando las puertas a su izquierda, luego se dio media vuelta caminando hacia
atrás y apuntó a las aulas del otro extremo-. Por ese sector, se encuentran algunas habitaciones,
como son grandes a cada una las dividieron en dos para abarcar más espacio. Son las mejores
habitaciones, el presidente otorga estas a quienes aportan mucho a la nación, es como un regalo
o un ascenso. También se encuentra una habitación para los centinelas que cubren guardia
nocturna que no está nada mal.

-Que bien -respondió mecánicamente el joven.

-Este sector debido a su extensión se divide en dos alas, el ala sur que en donde nos
encontramos ahora, es el sector asfaltado. Y el ala norte, que se trata de la entrada, es el sector
de tierra de allá -explicó señalando hacia adelante, en la gran entrada que custodiaban los
centinelas-. Esa es la única salida y entrada de la nación.

- ¿Qué hay del estacionamiento? Había una salida también por ahí.

-Sí, el problema es que la salida de ese sector está a menudo infestado de monstruos, nos toma
días limpiarlo para sacar los vehículos nuevamente. Y como ayer ya los usaron para rescatarnos,
seguro que se ha vuelto a llenar.
-Estos zombis, son toda una plaga ¿eh?-dijo Zeta, observando incómodamente como todo el
mundo lo miraba mientras pasaban.

-Tranquilo, es normal que te miren así, eres el nuevo y además llevas la ropa de la nación Oscura.

-No puede ser solo la ropa, a mí me gusta -comentó Zeta, pero las miradas se incrementaban a
medida que seguía recorriendo el lugar-, pero ¿qué tal si vamos arriba?

-Como gustes -aceptó la muchacha.

Ambos se dirigieron a las escaleras, desde el segundo piso la nación podía apreciarse con mejor
detalle. El pasillo que conectaba la parte de arriba era completamente abierto, con un balcón que
permitía una visión completa del lugar.

-Los baños están por aquí -dijo Sam guiando al joven por los pasillos-. Como verás este sector no
es distinto del de abajo, la diferencia es que aquí arriba todo está reservado a las habitaciones
comunales, tu amigo Rex debería estar en algún lugar de por aquí.

-Entonces, ¿aquí duermen todos?

-La gran mayoría sí, y los baños están por este lado, el de la derecha es el de hombres -señalo
Sam-. Supongo que querrás bañarte, también puedes usar el agua caliente si lo deseas.

Zeta no dudo sobre lo último.

-Discúlpame, creo entender que dijiste ¿agua caliente?

La joven asintió con una sonrisa pegada al rostro.

- ¡No puede ser! ¿Puedo? -preguntó Zeta con medio cuerpo ya metido en la puerta del baño.

-Por supuesto, pero antes -comenzó a decir Sam, mientras el joven ya se encontraba dentro del
baño dirigiéndose a las duchas-, debes ir a buscar tu ropa a las celdas, te lo has olvidado.

Aún desde fuera, Sam pudo escuchar a la perfección el grito desalentador que Zeta profirió. Le
fue imposible no sonreír.

Era increíble. No solo ese sujeto sin nombre ahora podría deambular tranquilamente por donde
quisiera, sino que ahora el presidente no tenía las agallas suficientes para organizar un ataque a
la nación Oscura. Un ataque que les beneficiaría a todos. Era cuestión de mera lógica el
percatarse de que esos bastardos deberían ser exterminados cuanto antes. No podía permitirse
perder demasiado tiempo, conocía bien a Calavera y su particular manera de salirse con la suya.
Tenían que actuar rápido, lo sabía, pero por el momento solo debía cumplir las órdenes del
presidente.

Franco se encontraba completamente disgustado, entró a su habitación dando un fuerte portazo y


se frenó a contemplar una pequeña pecera que días atrás su novia había conseguido de una
salida de exploración. Tres pequeños pececitos giraban sin rumbo de un lado a otro, parecían
divertirse. Es verdad que siempre que entraba se tomaba un tiempo para contemplar esa
espaciosa habitación simplista con dos literas pegadas a modo de cama matrimonial, una
pequeña mesa de un lado sobre la cual solo cabía espacio para una radio militar de aspecto
descuidado, posesión que pertenecía al muchacho antes de abandonar la denominada «nación
Oliva». El techo también contaba con un ventilador de cuatro aletas, importante en estos días de
calor exhaustivos, y del otro lado de la habitación se encontraban amontonados sobre una de las
paredes, una mini nevera y una mesa redonda con sus respectivas sillas. Esa habitación le
encantaba, el solo hecho de ser privada ya le parecía positivo. Había trabajado mucho para que el
presidente le otorgara una habitación para Sam y para él, se sentía orgulloso de su avance, pero
no debía parar ahora que le iba bien, debía seguir trabajando, seguir explorando para beneficio de
la nación.

Franco se dirigió a su armario buscando su preciado chaleco anti balas. No quería dejar pasar
demasiado tiempo sin hacer nada, no le agradaba la tranquilidad y no tardó mucho tiempo en
colocárselo. Dio unos pasos dirigiéndose a la salida, cuando se topó de nuevo con la pecera.
Ahora uno de los pequeños pececitos se encontraba boca arriba flotando en la superficie del
agua, los otros dos parecían haberse escondido en algún coral decorativo. Franco se acercó más
a la pecera y observó con detenimiento al pequeño pez fallecido, algo en él lo hipnotizaba, algo lo
llamaba, no sabía qué era pero se acercó aún más.

-Uno a uno, todos morirán.

Franco se sobresaltó dando un paso atrás, pero sin despegar ni un segundo su mirada de la
pecera. Era imposible, no podía ser, acababa de ver como el pequeño pececito le había hablado,
pero eso era imposible, no tenía explicación alguna. Con el corazón aún acelerado, volvió a
prestar atención al pez, ahora los tres peces se encontraban boca arriba flotando en la superficie,
muertos. El corazón del joven pareció frenarse al darse cuenta que el agua de la pecera ahora
había cambiado a una tonalidad roja, oscura, espeluznante: Sangre.

-Uno a uno, todos morirán. No quedará nadie.

Franco no lo soportó. El susto mezclado con sus nervios activó un impulso en él que lo hizo
arrojar la pecera al suelo sin pensárselo. Se escuchó el estrepito de vidrios partiéndose y el agua
inundando gran parte de la habitación, solo agua. Mientras tanto, los tres pececitos se revolvían
por el piso, desesperados por la búsqueda de un hábitat acorde para ellos. Los ojos de Franco no
podían estar más abiertos, se había llevado involuntariamente las manos a la cabeza y sus
rodillas se dejaron vencer a la gravedad cayendo al suelo. No entendía cómo, pero él sabía
perfectamente que estaban muertos antes de arrojar la pecera, y ahora se encontraban saltando
de un lado de la habitación a otro. Poco a poco sus chapuzones fueron debilitándose hasta
quedarse petrificados como diminutas rocas.

-Siempre estuvieron vivos -balbuceó Franco sin despegar la vista de las diminutas figuras.

-Morirán todos a tu alrededor.

Esa voz, otra vez. El joven volteó acelerado. Sentía a su corazón salirse de lugar y su miedo
aumentaba cada segundo más, su cuerpo quería sucumbir al temblor, pero su mente intentaba
dominar el duelo. Sin embargo, se tranquilizó un poco al ver que detrás solo se encontraba su
armario apenas abierto, y en ningún otro lugar de la habitación parecía encontrarse el dueño de
esa voz misteriosa, pero familiar.

Tomo aire intentando calmarse. Se incorporó lentamente, su vista cambiaba de una esquina a
otra, buscando cualquier cosa extraña, pero sin resultado alguno. Inmediatamente, un ruido se
escuchó a sus espaldas, no perdió tiempo y alzó su brazo llevándolo hacia atrás, y en un
movimiento veloz lanzó un puñetazo, que de no ser por su destreza, logró frenarlo antes de
impactar con el bello rostro de su novia quien se había quedado paralizada.

- ¡¿Qué haces?! -preguntó Samantha, con sorpresa.

- ¡Mierda! Lo siento -Franco bajo rápidamente su mano y se apartó unos pasos, su temor era peor
que el de la muchacha.
- ¿Que paso aquí? -preguntó la joven mientras observaba el desastre en la habitación con
confusión en sus verdeceos ojos.

Franco volteó, la vergüenza comenzaba a manifestarse en él.

-Discúlpame, yo... -guardó silencio, no podía explicar con exactitud la situación.

- ¿Son esas voces de nuevo?

-Sí, pero...

-Tranquilízate amor -la joven lo tomó delicadamente de los hombros y lo invitó a sentarse en la
cama-. Intenta contarme lo que escuchaste esta vez.

Franco escondió su cabeza entre sus brazos, la situación le provocaba una horrible migraña que
no lo dejaba pensar con claridad.

-Ese es el caso Samy, no fueron simples voces esta vez -alzó la mirada hacia los peces muertos-.
Siento que está empeorando.

- ¿Qué quieres decir con eso?

Los oscuros ojos de Franco se cruzaron con los de la muchacha, ojos gélidos invadidos por un
terror desorbitante.

-Esta vez, veo alucinaciones.

La máquina de afeitar recorría de lado a lado su rostro con perfecta sincronización. Sentía
agradable el aroma a limpieza que manaba de su cuerpo, lo había extrañado. Su empapado pelo
se acomodaba como él quisiese con solo pasar sus dedos entre ellos. Su nueva ropa tampoco
lucia nada mal frente al espejo; ese Jean azul con textura deshilachada en las piernas, y su
camiseta blanca, con las mangas y el cuello en color negro le daba un increíble aspecto, y
conservó su viejo cinturón rojo, le gustaba la combinación que ofrecía. También se tomó unos
segundos para apreciar su buen estado físico, atribuido por supuesto a las constantes situaciones
en las que tuvo que escapar corriendo. Nunca en toda su vida se sintió tan activo como hoy en
día.

-El maldito apocalipsis tiene sus ventajas al menos -bromeó para sí mismo.

Salió del baño luego de terminar de alistarse con unas buenas zapatillas deportivas y se dirigió a
las escaleras, se cruzó con varias personas en el camino que lo saludaron amablemente. Le
pareció raro pero devolvió los saludos de manera educada.

-Entonces si era por la ropa -sonrió ante la ironía.

Bajó las escaleras a paso lento, viendo todo a su alrededor, ya había examinado la nación por
completo pero la cantidad de gente que había ahí le resultaba interminable de reconocer. Decidió
buscar a su compañero Rex en el ala norte. Recorrió, entretenido, los pasillos del ala sur mientras
observaba como un grupo de, al menos quince personas entre jóvenes y adultos, combatían en
un sector aislado con colchonetas a sus pies. Un movimiento de defensa personal de un
muchacho de aspecto fortachón, lo sorprendió cuando levantó por los aires a su contrincante para
arrojarlo fuera de un improvisado ring circular.

En ese instante sintió un golpe en el estómago, no muy fuerte, pero fue suficiente para que su
atención se desviara a intentar descubrir de qué se trataba. A sus pies pudo ver una pequeña
pelota de tenis con varias rajaduras, y aparentemente baboseada. La recogió y seguidamente
notó como un perro negro como la noche, de considerable tamaño, se acercaba a grandes
zancadas hacia él.

Zeta se escudó en sus brazos anticipando el ataque, pero el can frenó la carrera en seco antes de
llegar a chocar con él. Al darse cuenta de que no corría peligro Zeta se permitió relajar los
músculos y adoptar una postura menos defensiva. Le cedió el pequeño juguete a su dueño
canino, mientras lo observaba mordisquearlo juguetonamente.

- ¡Lo siento, amigo! -dijo una voz a lo lejos, mientras se acercaba apresuradamente. El sujeto a
simple vista parecía de los que les encanta hacer ejercicio a diario, músculos pronunciados y un
corte de cabello del que obligan hacerse en la milicia, o en la policía a juzgar por su uniforme
azulado oscuro-. No te vi, y cuando lance la pelota ya era demasiado tarde. Espero no haberte
asustado.

-No pasa nada, tranquilo.

-Qué bueno. La gente todavía no se acostumbra a él, no los culpo ya que es nuestro primer día en
la nación -dijo frotando la cabeza de su perro-. Pero ya lo harán, no da tanto miedo cuando
vuelves a mirarlo.

A Zeta le sorprendió que hubiera alguien todavía más nuevo que él, pero le agrado ese hecho.

-Pues sí, ahora que lo veo bien parece más amable, incluso tierno, ¿qué raza es?

-No sé mucho de perros, pero se parece a un Bóxer americano, o eso me han dicho.

-Si, en apariencia, pero si te fijas bien este es mucho más bonito que un bóxer; su hocico es más
alargado y sus orejas son caídas en vez puntiagudas. Quizás no sea de una raza fiel.

Si estuve pensando en eso también, pero cuando la gente pregunta simplemente les digo que un
Bóxer Americano -respondió riendo.

- ¿Y cómo es su nombre? -preguntó Zeta, animándose a acariciar al can, pero aún con un atisbo
de miedo.

-No lo sé, ni siquiera es mío. Lo encontré luego del día rojo, y no tuve siquiera tiempo de ponerle
un nombre.

- ¿En serio?

-No me malinterpretes, intenté llamarlo de muchas formas, pero no responde a los nombres que le
escojo -observó a su compañero cuadrúpedo perseguir la pequeña pelota que se le había
escapado de la boca-. Solo responde al término de «chico».

- ¿Chico?

-Sí, observa. ¡Ven aquí, chico, siéntate!

El perro instantáneamente dejó la pelota y corrió hacia su dueño, para terminar sentado a su lado.

-Interesante, entonces eres como yo pequeñín -dijo Zeta, dirigiéndose al perro-. Ninguno sabe
cómo nos llamamos.

- ¿A qué te refieres?
Zeta volvió a erguirse para hablar con el policía.

-Quiero decir que yo no recuerdo mi nombre -confesó un tanto avergonzado-. Pero me dicen Zeta.

- ¿Zeta? ¿Cómo la letra?

En ese momento el perro emitió un ladrido, seguido de una sacudida acelerada de su cola.

- ¿Qué pasa chico? ¿Te gusta ese nombre? ¿Zeta? -preguntó el policía, interesado.

El perro volvió a comunicarse a través de un ladrido más y procedió a pararse, de nuevo, en


cuatro patas.

- ¡Mira nada más! Probemos algo -dijo animado el sujeto, inclinándose hacia el can-. ¡Zeta,
siéntate!

El perro obedeció la orden sentándose, al igual que el Zeta original, quien cruzó las piernas para
sentarse en el suelo al lado del can.

-Lo siento, el chiste fácil me tentó -dijo Zeta, incorporándose mientras reía-. Parece que le gusta
ese nombre -volvió a acariciar al perro-. Puedes quedártelo si quieres, pero con una condición.

-Sí, ¿Cuál?

-No es mucho, solo para no confundirnos -dijo el joven, acercándose al perro para mirarlo de
frente-. Te llamaré: El pequeño Zeta.
- ¿A qué te refieres con eso? ¿Ves visiones?

-No visiones -respondió Franco-. Alucinaciones, algo que no es real para los demás, pero lo es
para mí.

- ¿Alguna vez te había pasado algo similar?

-No -respondió con la mirada perdida en el suelo-. Hasta ahora solo habían sido voces. Estar en
el cuerpo militar me ayudaba a ignorarlas, no las escuchaba mientras tuviera mi mente siempre
ocupada. Pero esta vez fue distinto, la voz era más fuerte, más clara. No entiendo que me pasa.

La muchacha lo rodeó con sus brazos, conteniéndolo cariñosamente a su lado.

- Tranquilo ¿Por qué no pruebas buscar ayuda?

Franco chistó.

- ¿Dónde voy a encontrar ayuda aquí?

-Bueno, Zeta sabe algo de psicología.

- ¿El Zorro? Olvídalo, no me da buen augurio. Siento que traerá desgracia a la nación.

-Él tampoco confía en ti, pero creo que deberías darle una oportunidad.

-No lo creo -dijo Franco, separándose de la joven mientras se colocaba de pie-. Además, ¿desde
cuándo confías tanto en él? ¿Olvidas cómo te amenazó en la ruta?

La muchacha también se incorporó.

-Solo se cuidaba a sí mismo, y además nosotros le arrebatamos todas sus pertenencias, eso fue
peor.

-Te dije que lo llevaríamos con nosotros si no resultaba peligroso, pero resultó serlo.

-Está bien, yo también le tuve miedo en su momento Franco, pero deberías haber escuchado toda
su historia. La pasó muy mal y no me extraña que no confíe en nadie.

-Todos la pasamos mal, Sam -refutó Franco-. Tú sobre todo.

La ojiverde tragó saliva, esas palabras golpearon su pecho atravesándola por completo, sentía un
agrio nudo en la garganta que le imposibilitaba pronunciar alguna palabra. No quería recordar ese
momento, pero es un suceso que la acompañaría el resto de sus días.

-Te dije que no quiero hablar de eso.

El joven se percató de su error, dio un paso hacia su novia y ahora fue él quien le brindó su
contención.

-Lo siento Samy.

-No importa, no quiero llorar ahora -dijo la joven, haciendo una fuerza sobrehumana interna para
no derramar ninguna lagrima-. Solo te digo que le des una oportunidad a Zeta y a Rex.
-Lo siento pero no puedo hacerlo. Mira, Rex no me molesta en absoluto, es el Zorro quien debe
ganarse mi confianza, pero dudo que lo haga.

-Eres muy cabeza dura cuando quieres, yo no lo veo tan mal sujeto ¿sabes?

- ¡Samantha! -pronunció, en tono elevado y autoritario-. Ese sujeto te apuntó a punta de pistola.
¿Cómo quieres que confíe en alguien así?

-Solo fue más inteligente, supo nuestros planes apenas bajó del vehículo -contestó la muchacha
elevando también el tono de voz.

- ¡Deberías aprender a mentir mejor!

- ¡Ah, pero tú si eres experto en mentir! ¿Verdad? -Dijo Sam, apartándose de su novio y
sentenciándolo con la mirada-. ¿Dime cuándo pensabas decirme sobre ese escuadrón de la
muerte? ¿Y sobre Calavera?

Franco guardó silencio sin despegar la vista de esos perfectos ojos verdes que lo observaban. Su
mirada fue seria y fría, pero no pretendía que fuese de otro modo, aún sin decir nada, dio media
vuelta y se dirigió a la salida. La muchacha intentó tomarlo del brazo pero el joven no se lo
permitió.

-Lo siento Samy, esto no es algo que suele decirse a una novia -sentenció Franco, con su mano
posada en el pomo de la puerta-. Pero hay ciertas cosas de mí que no deberías saber.

Luego de despedirse del amistoso policía y su mascota, Zeta decidió que sería mejor terminar de
encontrar aquello que buscaba en un principio. Pero por azares del destino, fue él quien fue
encontrado primero.

- ¡Zeta! Al fin te liberaron -saludó Rex a la distancia, mientras caminaba hacia su compañero-. ¡Y
al fin te bañas! A penas te reconocí sin suciedad y sangre en toda la cara.

-Soy más apuesto de lo que creías ¿verdad?

-Esperaba más, pero veo que me has defraudado.

Ambos interrumpieron la charla para reír y pasarse la mano amistosamente.

- ¿Y bien? ¿Ya no quieres matar a nadie aquí? -preguntó Rex con ironía.

-Por ahora no -contestó Zeta, entre risas-. Los dejaré vivir un poco más.

-Eso es bueno -dijo divertido, mientras desviaba su mirada para observar a un grupo de
exploradores aglomerados en la salida de la nación. Le sorprendió ver a Franco entre ellos-. ¿Ese
tipo nunca va a quedarse quieto?

Zeta volteó para terminar de ver como el grupo abandonaba las instalaciones. También se
sorprendió por las meticulosas medidas de precaución que se tomaban a la hora de abrir la
puerta, rozaban el límite de la exageración: Grupos reducidos, pero muy bien armados, de
centinelas se encargaron de eliminar la amenaza que se acercase a la puerta mientras el grupo
de exploración salían de uno en uno. En las pasarelas de chapa, que rodeaban la parte alta del
muro y la puerta principal, había entre cinco o seis centinelas cuidando las lejanías con rifles de
precisión.

- ¿Confías en este lugar? -preguntó Zeta, sin apartar la mirada de la puerta, en busca de algún
punto débil.
Rex llevó su mano al mentón en un gesto de reflexión mientras evaluaba su respuesta.

-Debo admitir que su seguridad es buena, sus efectivos armados son bastantes y parecen saber
lo que hacen -respondió el joven mecánico-. Además, vimos cómo pudieron hacer frente a una
gran horda de zombis sin contar con ninguna baja. Hemos conocido la sala de armas, tienen un
arsenal envidiable. Y no olvidemos que centinelas, como Anna, tienen una puntería fabulosa y son
realmente capacitados para detener sin problemas a los zombis súper dotados. Así que mi
respuesta es: Sí, confió en este lugar.

-No me refiero a eso, Rex -contradijo el joven, con seriedad-. No quise decir que no puedan contra
los muertos. Son los vivos, como Calavera y la nación Oscura los que me preocupan más.

-En eso te acompaño, pero no hay manera de saber con exactitud si estamos preparados o no.
Solo nos resta esperar, y si llegasen a atacar -hizo una pausa-. Debemos estar atentos.

Rex dejó el tema en el aire y comenzó a caminar alejándose de Zeta.

-Pero no hay que pensar en eso ahora. Ven, tengo algo que mostrarte.

Zeta se limitó a asentir, y lo siguió.

-El problema no está en si nos atacan, Rex. El problema está en si no lo hacen

Las oxidadas bisagras del armario rechinaban de manera muy molesta cada vez que Rex abría la
puerta, y esta vez no fue la excepción.

-Dijeron que nos acostumbraríamos al ruido -comentó Rex, mientras rebuscaba entre una
desordenada pila de ropa, algo dentro del diminuto armario que compartía con su compañero -.
Mierda, ¿Dónde está?

Zeta, mientras tanto, se encontraba sentado dando pequeños brincos a su nueva litera.

-Siéndote honesto amigo, las de la prisión eran más cómodas.

- ¿Dónde está? -repitió Rex, sin prestar atención alguna a su compañero.

-Pero si lo piensas es lógico, las camas de la prisión no se usan tanto como las de aquí.

-Estoy seguro que lo puse por aquí, justo aquí. ¿Y ahora no está?

- ¿Crees que el presidente me deje traerme esa cama aquí? Después de todo, ya la usé una vez.

-Este armario es muy estrecho. ¡Mierda!, toda esta ridícula ropa que trajimos me marea -expresó
Rex estresado, mientras apilaba detrás de él, todo lo que estorbaba su búsqueda.

-Quizás se lo pregunte a Sam -continuó Zeta, recostándose en la litera-. ¿Sabes? Al principio


empezamos con el pie equivocado, pero creo que podemos llevarnos muy bien. Es realmente
divertida, y parece una chica muy interesante.

- ¡Lo encontré! -Exclamó triunfante el joven mecánico, mientras se colocaba de pie.

- ¿No escuchaste nada de lo que te...?

-Eso no importa -interrumpió-. Pero te aseguro que esto sí -dijo, mientras le tendía un grueso y
descuidado cuaderno marrón.
Zeta no tardó en saltar como un resorte de la cama. Le arrancó el libro de las manos de su
compañero y lo examinó minuciosamente. Era su diario, su tan anhelado diario. Una sonrisa de
felicidad se dibujó en su rostro, y se desdibujó un segundo después.

- ¿No lo habrás leído verdad? -preguntó, frunciendo el ceño.

-Me ofendes, cara de nabo. Fue Sam quien me lo entregó ayer, dijo que no dejó a nadie
acercarse al diario. La muchacha te respeta.

-Eso es bueno -respondió Zeta, a su vez que hojeaba su diario con detenimiento-. Pero esta vez
seré más cuidadoso, lo tendré siempre cerca -Se acercó a su cama, y depositó el cuaderno
debajo de su almohada.

-Nunca te lo pregunté, pero si no deseabas que nadie supiera tus secretos, ¿Por qué escribirlos
en un diario?

-Es terapéutico, en muchos casos de pérdida de memoria es aconsejable escribir día a día todo lo
que vas pasando.

-Ya entiendo, lo haces para no volver a olvidar nada, nunca más.

-En realidad, no es solo eso -respondió Zeta, aclarándose la garganta.

-Creo que metí la pata, ¿estas por usar ese tono que usas cuando vas a explicar algo largo y
aburrido?

-Hay otro asunto por el cual lo hago.

-Me lo veía venir...

-Te explico; la mente humana, en palabras sencillas, es asociativa. Esto quiere decir que el simple
hecho de pensar en una cosa, puede hacernos pensar en otra, distinto a lo que pensábamos con
anterioridad.

-Ajám, ¿y esto que tiene que ver con tu diario?

-A eso voy, mira te pondré un ejemplo. Eres mecánico, te gustan los autos ¿verdad? Supongamos
que ves pasar por la calle un auto que te encantaría tener, pero ves que tiene un color mostaza
que a ti no te agrada en lo absoluto. Y en ese momento, comienzas a pensar en un color que te
gustaría para ese auto. Supongamos que pensaste en el color verde.

- ¿Es por la gorra?

-Entonces, al pensar en el color verde que te gustaría ponerle al vehículo, se te viene a la cabeza
un recuerdo: Deberías haber cortado el césped hoy, y no lo has hecho.

-No creo que a mis padres le importen.

-Ese recuerdo que te vino a la mente, como por arte de magia, sobre cortar el césped.

Fue una asociación de tu mente, con los colores verdes, del auto y el color del césped.

-A ver, a ver. ¿Por qué estoy pensando en el césped, cuando estaba pensando en el auto?
-Porque ese recuerdo vino a tu mente asociando esos colores, en menos de una fracción de
segundo, tu cabeza de huevo es capaz de asociar el color del vehículo con todos los colores
verdes que conoces, como el césped. Y automáticamente asociar el césped con la tarea que no
realizaste, luego asociar esa tarea con la persona que te mandó a realizarla, supongamos, tu
madre. Por último, llegas a la conclusión de que te castigaran por eso. Y todo eso, llegó a tu
mente solo por ver un auto pasar por la calle.

Rex se quedó en total silencio por unos cuantos segundos, intentando procesar todo lo que Zeta
le había enseñado.

-Interesante -dijo el joven mecánico-. ¿Puedo preguntar algo?

-Claro.

- ¿Qué tiene que ver esto con tu diario?

Zeta suspiró.

-Todo ese camino asociativo, se realiza de manera inconsciente, no podemos darnos cuenta de
eso mientras lo hacemos. Pero existen algunos métodos para aprovechar esa «habilidad
asociativa» y utilizarla para poder recordar cosas olvidadas. Un método, es escribir todo en un
diario. Al redactar todo lo que me ocurre, estoy obligándome a volver sobre mis pasos. Al anotar
cada detalle, cada cosa que parezca insignificante, solo estoy tratando de que, por asociación,
pueda aunque sea recordar algo sobre lo que olvidé ese infernal día.

-El día rojo -musitó, Rex.

-El día rojo -repitió, zeta.

- ¡Maldito presidente!

Justo en ese momento, a lo lejos de los dormitorios, se acercaba un sujeto de cabello negro y
corto; peinado hacia un lado; con marcados rasgos asiáticos; y sudado de pies a cabeza. Se
dirigió directamente a la cama aledaña a la de Zeta y arrojó en ella, de manera brusca, su
mochila. Zeta dedujo en sus movimientos un aire de estrés, y en su rostro denotaba ira. Se
apreciaba en él unas relucientes zapatillas y un pantalón deportivo grisáceo, pero nada de la
cintura hacia arriba, dejando al descubierto su musculatura. El sujeto inhaló una gran bocanada
de aire, y la soltó en un sonoro suspiro, tomó una toalla que reposaba a los pies de su cama y
comenzó a secar su transpiración, mientras se acercaba a los muchachos.

- ¡Hey Rex! Lamento eso, hoy no fue un buen día.

-No te preocupes, amigo. Hey Zeta, quiero que conozcas a alguien, él es Jin -Los presentó Rex,
amablemente. Luego volvió a dirigirse a Jin -. Él es de quien te hablé.

El asiático examinó a Zeta de arriba abajo en una seria expresión, y subió una ceja mezclada con
una mueca.

-Me lo imaginaba más grande, y fuerte -dijo, ahora frunciendo el ceño-. ¿Seguro que es él?
Prometiste que alguien habilidoso se uniría a mí. Y no veo gran cosa aquí.

-Oye, ¿Qué quieres decir con eso? -dijo Zeta, un tanto ofendido por el comentario.

-Sí es él, pero dime ¿Saltaron edificios hoy? -dijo Rex, cambiando rápidamente el tema de
conversación.
El asiático rió a carcajadas. El plan de Rex, funcionó.

-Viejo, no hago eso con los Traceur. Al menos no hasta que estén suficientemente preparados.

- Ya veo, ¿Aún no logras que alguien te siga el ritmo? -preguntó el joven mecánico.

-El problema no es ese. Con el tiempo necesario y una dedicación constante, pueden llegar a mi
nivel rápidamente. El problema radica ahora, con el presidente Máximo -explicó Jin, realizando
una mueca de disgusto -. Me comunicó, hace unos minutos, que varias personas de la nación ven
nuestras prácticas como «muy arriesgadas», y si no consigo que más personas se unan a mí -
suspiró nuevamente-. Me cerraran.

-No quiero ser maleducado, pero ¿Qué exactamente van a cerrarte? -preguntó Zeta.

-Lo siento, tú no conoces nada de las divisiones ¿cierto? -preguntó Jin.

-Ni idea.

-No te preocupes, yo tampoco lo sabía hasta que Jin me explicó -intercedió Rex-. Las divisiones,
son grupos dentro de la nación, que se ocupan de practicar distintas actividades para mejorar la
supervivencia.

-Hay divisiones para cualquier actividad que desees realizar -prosiguió Jin-. Tienes La División De
Tiro; donde te enseñan todo lo relacionado al uso y empleo de armas de fuego.

-Existe una División De Lucha, donde practican medidas de defensa personal -dijo Rex, moviendo
sus puños en ademan de una pelea imaginaria-. Y no solo eso, también hay una división que
enseñan a defenderte contra los muertos.

- ¿Cómo hacen eso?

-No usan zombis reales -aclaró el joven asiático-. Solo practican las mejores maneras de matarlos
sin armas, y sin que te muerdan. Quebrándoles el cuello y cosas así.

-Me encantaría ver cómo le quiebras el cuello a uno de los grandes -dijo Zeta, sarcásticamente.

-En fin, existen muchas otras divisiones a las cuales puedes unirte para aprender a sobrevivir. Y
una de ellas es La División Parkour -explicó Rex-. Esa división depende de Jin.

- ¿Parkour?

-El arte del desplazamiento -añadió Jin, orgulloso-. Se trata de una antigua disciplina, que consta
de utilizar al máximo las habilidades del propio cuerpo para desplazarte por cualquier entorno,
procurando ser lo más eficaz y veloz posible, con la ayuda de movimientos acrobáticos.

-Increíble -expresó Zeta, asombrado-. No imaginé que podrían practicar ese tipo de cosas aquí.

-Es realmente útil para escapar de esos monstruos -añadió Jin-. Pero el único problema es que
para practicar esta disciplina necesito estar fuera de la nación.

-Ya veo, por eso lo consideran peligroso.

-Exacto. Hasta hace poco éramos más de diez personas, teníamos una ruta segura en donde nos
movíamos con libertad. Pero poco a poco esa zona fue ocupándose con cada vez más de esas
bestias -comentó Jin-. La gente tiene miedo de salir afuera, la mayoría prefiere quedarse puertas
adentro.
- ¿Cuántos son ahora? -preguntó Zeta.

- Hasta hoy éramos cinco, pero tres de mis mejores Traceurs decidieron abandonar tras un asalto
de esas bestias rápidas, en la zona baja de la ciudad. Escapamos por poco.

- ¿Entonces solo quedan dos?

-En efecto, solo me queda Bruno; un chico inexperto, tiene las ganas y el coraje, pero sufrió un
accidente en su rodilla hace unos días, que le impide realizar los movimientos de manera
adecuada. Y me temo que con solo dos personas no le basta al presidente como para mantener
abierta una división -dijo Jin, con un tinte molesto en su expresión.

- ¿Cuántas personas necesita el presidente para avalar tu división? -preguntó Zeta.

-Cinco, como mínimo.

-No te preocupes -dijo el joven, sonriendo mientras palmeaba su hombro-. Rex y yo formaremos
parte de tu división, y me encargaré también de buscar una quinta persona que complete el
mínimo. Ya tengo alguien en mente.

- ¡Eso sería genial! -Expresó Jin, con notoria felicidad-. Les agradezco muchísimo esto, chicos.

- ¿Y a quien tienes en mente para completar la división? -preguntó Rex.

Zeta solo sonrió, mostrando sus dientes.

-Ya lo verás.
La noche cayó en la Nación Escarlata, y las tareas de Samantha eran abrumadoras: Debía
corroborar que todos los integrantes de la nación se presentaran al funeral a las nueve; ordenar
adecuadamente los lugares que ocuparían según sus cargos; presentar el obituario a Patricia;
ratificar que los arreglos florales y demás decorativos estuviesen en perfecto orden, y ordenar la
lista de personas que darían un discurso en nombre de los caídos. Al momento, ya había logrado
completar la mayor parte de sus tareas, pero faltaba una que no estaba en su lista, pero era de
igual o mayor importancia: Visitar a su amiga Noelia.

La puerta de la enfermería rechinó al abrirse. Sam cruzó por el pasillo de la entrada a paso veloz,
evadiendo a la enfermera de recepción, e ingresó a una de las cuatro pequeñas habitaciones
donde se alojaban a los heridos. Encontró, con sorpresa, el cuarto a oscuras. La camilla se
encontraba impecable, sin arruga alguna en sus sabanas, y vacía, como si nadie la hubiese
ocupado. Algo andaba mal.

Volteó velozmente, chocando con la enfermera de recepción y provocando que se cayeran todos
los papeles que la muchacha oji verde llevaba encima.

-Lo siento -dijo Sam, agachándose para recoger sus cosas-. Voy con prisa, quería saludar a mi
amiga Noelia. Una chica con una grabe cortadura en su pierna, ¿Por qué no está aquí?

-A Noelia le dieron el alta esta mañana, te lo hubiera dicho si no hubieras entrado prácticamente
corriendo a las habitaciones. Está prohibido y si el doctor te ve...

- ¡¿El alta?! -exclamó Sam, sorprendida y en un tono alterada-. ¿Cómo pueden dejarla salir, si
apenas entró ayer?

-Es algo que a mí también me sorprendió -dijo una vos masculina y gruesa, proveniente del pasillo
de entrada.

-Buenas noches, doctor -saludó la enfermera, nerviosa-. Estaba explicándole que no debía estar
aquí, pero ella simplemente no me escucha.

El doctor ingresó, de costado, por la abertura de la puerta. Estaba algo excedido de peso, pero
eso no le impedía ir por la vida con una sonrisa de oreja a oreja. Sam había frecuentado pocas
veces con él, pero había escuchado, de boca de otros, que el Doctor Pelaez era una persona
optimista y despreocupada, un rasgo raro en alguien de su profesión.

-No te preocupes, Brenda -dijo el doctor, palmeándola amigablemente en la espalda-. Puedes


retirarte ya, yo me encargo.

La enfermera miró de mala manera a Samantha antes de retirarse.

- ¿He escuchado bien? Esa mujer dijo que le habían dado el alta a Noelia, debe ser un error
doctor, ella apenas podía mantenerse en pie.

-Tranquilícese, señorita...

-Samantha, Da Silva.

-Señorita Da silva, no tiene de qué preocuparse. Acompáñeme -dijo el doctor, mientras se dirigía
a su despacho, seguido de la muchacha-. No hubo ningún tipo de error, el alta se lo di yo mismo.

Samantha agitó su cabeza sin entender las palabras del doctor.

-Eso es una locura, ella debería estar en reposo.


-Para nada.

- ¿Al menos le dio muletas?

- ¿Por qué habría de hacerlo? -El doctor encendió las luces de su despacho y tomó asiento-. Le
reitero que ella está perfectamente.

- ¿Pero cómo puede decir eso? ¡Es imposible que alguien se cure de un día para el otro!

Samantha ya se encontraba fuera de sus casillas. El doctor, en cambio, parecía estar disfrutando
del momento.

-Escúcheme, señorita Da Silva -su tono fue serio esta vez-. No soy partidario de los milagros.
Pero el día de hoy, ha ocurrido uno.

Samantha prestó total atención a sus palabras.

- ¿Qué quiere decir con eso?

-Ayer cuando esa tímida centinela me trajo a su amiga Noelia, ella presentaba una grave herida
en la pierna; su piel estaba desgarrada; el hueso de la tibia estaba triturado, partido a la mitad; su
estado era deplorable. Sinceramente, no sé cómo pudo llegar caminando hasta aquí.

Samantha se dejó vencer por el estrés, y tomó asiento, expectante de las palabras del doctor.

-Atendí a la muchacha y la dejé descansar. Pero su pierna estaba en un estado crítico, y me vería
obligado a amputarla -dijo con la mirada fijada en la joven-. La sorpresa que me llevé cuando la vi
hoy a la mañana, fue tal que me quedé totalmente atónito.

- ¿Qué ocurrió?

-Un milagro.

- ¡¿De qué milagro está usted hablando, puede ser más específico?!

-Su pierna estaba completamente curada. No sufría herida alguna, su hueso estaba intacto y ella
brincaba y se movía de un lado a otro de felicidad. Un milagro fue lo que paso, no veo otra razón.

-No lo entiendo...

-Yo tampoco. Tuve que darle el alta, ya no tenía nada que hacer aquí.

-No lo creo. No le creo.

-Véala por usted misma, señorita Da Silva.

-No dude que eso haré, si llego encontrar algo, aunque sea una diminuta raspadura en su pierna.
El presidente Máximo lo sabrá -dijo Sam, incorporándose y dirigiéndose como un rayo hasta la
salida.

-El presidente ya lo sabe.

La muchacha frenó en seco, miro confundida al doctor, y salió rápidamente del lugar. No podía
creer en esas palabras, no tenía sentido alguno.
-Ella no puede estar bien -pensó la muchacha mientras recorría el ala sur, buscando las
escaleras-. No es que no me alegre por ella sí lo está, pero es que ¡simplemente no puede! -La
joven subió rauda por las espiraladas escaleras, y viró para dirigirse al dormitorio de damas-. Es
una locura, este doctor está chiflado. Y no me creo que Máximo ampare este tipo de cosas.

Los dormitorios se encontraban completamente vacíos, todos ahora deberían de estar en el


funeral. Sam, en cambio, todavía no se presentaba, y sabía que al ser la organizadora, la
ceremonia no comenzaría sin ella. Pero eso no le importaba ahora, solo quería encontrar a su
amiga y verla sana y salvo.

Recorrió toda la habitación, hasta llegar a divisar la litera de su amiga. En ese momento le dio un
brutal vuelco en el corazón que le hizo erizar la piel. Una gran mancha de sangre yacía
impregnada a la manta, sobre la cama de Noelia. Pero la muchacha no se encontraba por ningún
lado. Sam pudo ver como un vago rastro de pisadas ensangrentadas se dirigían hacia el final de
la habitación, en una esquina sucumbida por la oscuridad.

La respiración de la joven comenzó a agitarse, sus piernas avanzaban de manera automática,


movilizadas por la curiosidad, acercándose hacia esa sombría esquina. Un paso, tras otro. De
repente se escuchó un quejido, parecía alguien llorando. El miedo empezó a apoderarse de la
muchacha, sus manos comenzaron a temblar a la vez que sus piernas. Pero no cedió el paso,
siguió avanzando lenta y cautelosa.

- ¿Noelia?

No hubo respuesta. Eso empeoró la situación. Si antes estaba asustada, ahora estaba aterrada.
Maldecía no haber encendido las luces al entrar, ya era tarde para eso ahora. Sin embargo, sabía
que había algo ahí escondido. Su curiosidad volvió a insistir.

-Noelia soy yo, Sam. Si eres tú, por favor dime algo.

Esta vez sí hubo respuesta, pero no la que se esperaba. De las sombras se alzó una figura. No
podía apreciarla con claridad, pero sabía que se encontraba de espaldas. Giró su cabeza, luego
su cuerpo. Jadeaba de una manera perturbadora. La figura fue acercándose lentamente hacia
Sam, la muchacha retrocedió por instinto.

Fuera del cono de sombra, la figura podía verse con más claridad. Era Noelia, pero no como Sam
la recordaba. Su rostro se encontraba desfigurado por rajaduras y cortaduras; sangre manaba de
su cara y de su cuerpo dejándola empapada de un fuerte rojo carmesí. Noelia profirió un quejido
gutural, extendió sus brazos, unas largas y afiladas garras nacían de sus dedos. Sam enmudeció
al verla, su cuerpo sucumbió al pánico. Y gritó.

Un fuerte sentimiento de peligro golpeó de lleno a Sam, obligándola a volver sobre sus pasos para
escapar, pero sus pies le jugaron una mala pasada esta vez, tropezando involuntariamente. La
joven cayó en un golpe seco al suelo quedando en una posición bastante vulnerable. Se sintió
estúpida por tamaño error, tenía claro que ya era muy tarde para incorporarse y huir. En ese
instante su cuerpo se inmovilizó, expectante de la bestia frente a ella, esa bestia que antes era su
amiga.

Noelia se acercaba cada vez más a su posición, zarandeando sus garras lentamente. La mirada
de Sam no se despegaba de la de la bestia. En ese instante, el temblor de su cuerpo cesó; el
miedo se esfumó y su mente por un segundo quedó en blanco. Sabía que no tenía sentido pensar
en escapar, tampoco tenía sentido sufrir o tener miedo a algo que siempre estuvo presente.

«-Todo este infierno, se terminará pronto».


Ese pensamiento la alegró, su cuerpo se alivió. Respiró. La solución siempre había sido tan fácil,
tan obvia que inclusive le parecía gracioso. La bestia seguía acercándose más a Sam, disfrutando
el momento, se agazapó lentamente hasta quedar de rodillas frente a la joven.

«-Nunca más dormiré con miedo».

La sangre del rostro de la bestia caía en gotas sobre los pies de la joven, mientras seguía
acercándose.

«-Nunca más lloraré por una muerte».

Las garras de Noelia se acercaban lentamente buscando el cuerpo de Samantha.

«-Nunca más veré a...»

Pero no pudo terminar ese pensamiento porque una imagen se impregnó como fuego en su
mente, la imagen de Franco. Ya no vería a su novio, y no se escaparían por las noches para
apreciar la luna llena en los tejados de la nación. No vería a su amiga Anna, ya no competirían
entre ellas sobre quien tiene la mejor puntería. No conocería gente bondadosa como Rex, ni
tampoco conocería gente valerosa y divertida como Zeta. Sus ojos comenzaron a cristalizarse, la
angustia había vuelto.

-Zeta -susurró.

En ese instante sintió una presión en sus hombros que la devolvió a la realidad, su cuerpo y su
mente reaccionaron al instante. Se sobresaltó ahogando un grito, pero no sintió dolor alguno.
Frente a ella se encontraba Noelia, sus miradas se cruzaron, ambas teñidas de incontenibles
lágrimas. Noelia sostenía los hombros de Sam suavemente con la palma de sus manos,
intentando mantener alejada sus garras de manera que no la dañaran.

-Sam -dijo Noelia, con una voz ronca que se esforzaba de forma sobrehumana por hacerse
escuchar.

El lastimado rostro de Noelia demostró una gran mueca de dolor antes de recitar sus últimas
palabras.

-Ayúdame.

Su cuerpo cayó finalmente sobre las piernas de Sam, quien totalmente confundida y desorientada,
la envolvió entre sus brazos.

- ¡Doctor Peláez!

La puerta del despacho del doctor se abrió bruscamente, impactando contra la pared. Peláez saltó
de su sillón del cual descansaba. Volteó raudo para averiguar de quien se trataba. Le había
explicado centenares de veces a Brenda que golpease la puerta si necesitaba acudir a él. Esto le
costaría su trabajo si llegaba a ser ella quien se encontrara detrás de la puerta.

El doctor ya llevaba su mejor cara de enfado para cuando terminó de voltearse. Pero su expresión
cambió drásticamente cuando vio al mismo Presidente Máximo en persona, entrando como un tiro
al interior de su despacho. El presidente se dirigió, silencioso, hacia una camilla que Peláez tenía
en su despacho para las consultas privadas. Pateó sin remordimientos una silla que obstruía su
camino y arrojó al suelo una pila de papeles importantes que Brenda había dejado sobre la
camilla a falta de espacio en el escritorio. Peláez intentó protestar, pero el grito de Máximo opacó
el lugar.
- ¡Tráiganla aquí, rápido!

Tras esas palabras, dos centinelas entraron velozmente cargando entre ambos un cuerpo, a
simple vista parecía uno de esos monstruos. Peláez siguió con la mirada el cuerpo hasta que lo
depositaron, cuidadosamente, sobre la camilla.

Automáticamente el doctor se acopló a la situación, tomó sus gafas que guardaba en su bolsillo
de la bata y se los colocó para examinar con mejor detalle el cuerpo. Se llevó una gran sorpresa
al darse cuenta de quien se trataba.

- ¡Escúcheme! -profirió el presidente, en un tono alto y autoritario-. No me interesa como lo haga,


pero esta chica está viva, y quiero por cualquier medio, que siga estándolo ¿fui claro?

Peláez se acercó al cuerpo apartando a los centinelas. Tomó su estetoscopio y procedió a


escuchar los latidos de la muchacha. En efecto, estaba viva.

-Apenas tiene pulso, no puedo hacer nada aquí. Hay que llevarla a la sala de urgencias.

-Si algo le llegara a pasar a ella, usted será responsable. Esa estupidez del milagro, por poco y
me lo creo -Máximo estaba fuera de sí-. Le reitero, quiero que la chica este viva. O me encargaré
de buscar a otro doctor, ¿me comprende?

Peláez tragó saliva. Captó la indirecta y se puso manos a la obra, llamó a los centinelas para que
se llevaran el cuerpo a urgencias. Y ordenó a Máximo que no ingresara, o estorbaría su trabajo. El
hecho de obedecer al doctor le hirvió la sangre, pero debía hacerlo, después de todo, el ser el
único doctor de la nación le otorgaba una cierta cuota de autoridad. Máximo no tuvo más opción
que retirarse.

Al salir de la enfermería, fue acribillado por una oleada de preguntas, dudas, quejas y protestas
por parte de una gran masa de gente confusa por la situación. Todos ansiaban conocer cada
detalle de la convaleciente Noelia. Y ahí estaba el trabajo de ser presidente, el peso de tener que
calmar a todos y cada uno de los paranoicos rostros que lo atravesaban, sin compasión, con sus
miradas. Sintió el pesar en sus hombros, como si esa gran muchedumbre lo aplastara y
comprimiera cada segundo, con cada palabra.

-Ojalá no hubiera tenido que ser así.

Era lo único que pensaba. Pero no podía culpar a Samantha por aparecerse frente a más de la
mitad de la nación, con el cuerpo de la muchacha en brazos. Aunque el impacto que tuvo la gente
ante el acto, fue duplicado por el hecho de que el cuerpo se encontraba mutado a una de esos
monstruos. El caos se desató muy rápido.

Máximo se llevó su mano a la cien, masajeándolo con fuerza. El incesante coro de voces
protestando le producía una terrible jaqueca. Intentó apaciguar a la gente con sus palabras, pero
fueron brutalmente sepultadas ante el elevado ruido que producían. Su intento fue en vano,
suspiró y se mordió el labio. No muy lejos de su posición reconoció una voz, una dulce voz que
intentaba, a exagerados gritos, saciar el hambre de dudas de la gente; era la voz de Patricia. La
mujer se esforzaba, no se dejaba vencer por nada. Acto que encendió una llama de inspiración en
el presidente. No podía permitirse bajar la guardia, él es el presidente de la Nación Escarlata
después de todo. Se enderezó firme y alzó la vista. Decidido, tomó gran cantidad de aire y la
mantuvo en sus pulmones por unos segundos.

- ¡Atenci...! -Pero su grito fue interrumpido por un tirón en su brazo que lo arrastró, nuevamente, al
interior de la enfermería.
Dentro se encontró con una mujer que sopesaba los treinta años de edad, de cabellera rubia.
Lucía un uniforme verde, característico de los enfermeros. La mujer se disculpó por su irrupción
repentina, pero alegó que necesitaba, con urgencia, comunicarle algo al presidente, y no podía
esperar.

-El Doctor Peláez necesita esto -La mujer le brindó un trozo de papel arrugado, con una lista
escrita en él.

Máximo no protestó por el arrebato, su curiosidad ganó la partida y leyó el contenido.

- ¿Es una broma? -preguntó con seriedad.

-No, ninguna broma -respondió Brenda, tajante-. El Doctor necesita esos artefactos de inmediato,
o no procederá con la jovencita.

- ¿Para qué demonios quiere...? -Se tomó un tiempo para releer la nota-. ¿Anestesia inhalatoria?

-Necesitamos operar a la muchacha -respondió a secas-. El Doctor va a extirparle esas... cosas.


Pero como ella sigue consciente no podemos realizar la operación sin el gas, su corazón está en
las últimas y el dolor podría terminar con su vida. Tiene que ser rápido, buscar el gas y el resto de
las cosas que hay en la lista, y volver en dos horas, como mucho.

El presidente emitió una leve carcajada histérica.

-El doctor está loco -dijo, aún entre risas-. No puedo mandar a nadie a una misión así a estas
horas de la noche. Es una locura, nadie podría sobrevivir a esos monstruos nocturnos.

- ¿Pasó algo, señor presidente? -preguntó Patricia, mientras ingresaba a la enfermería y dos
centinelas cerraban la puerta a sus espaldas para que nadie más los interrumpiera.

- ¡Sí, ese doctor de mierda se quiere pasar de listo conmigo! ¡Eso pasa!

-Tranquilícese -dijo Patricia, luego se dirigió a Brenda-. ¿Qué ocurrió?

La enfermera le explicó la situación rápidamente, y sin agotar más saliva, se retiró a la sala de
urgencias.

-Esto no es bueno.

- ¡Es lo que te digo, Patricia! Esto es una locura, lo hace porque sabe que no lo haré, no puedo
mandar a nadie a buscar una mierda a estas horas.

-No, evidentemente no puedes. Sería prácticamente asesinato.

-Pero no puedo quedarme sin hacer nada tampoco, viste con tus propios ojos como reaccionó
toda la nación. Buscan un culpable, si la chica muere, todo se perderá para mí. Las personas van
a perder la confianza que tienen a este lugar, van a perder esa sensación de seguridad que
queremos brindarles -Máximo se paseaba por toda la habitación en círculos, y se detuvo frente a
un cartel de concientización contra el cáncer-. Ningún grupo está listo para un trabajo así.

Patricia meditó por unos momentos.


-Franco es un buen soldado, quizás él pueda lograrlo si le proporcionamos un buen equipamiento.

- ¿Brandon solo? -Ahora fue el presidente quien meditó la idea-. No lo creo, es bueno trabajando
con su equipo, pero se las vería mal si tuviese que hacerlo solo. Ese es el problema Patricia,
todos en la nación están preparados y acostumbrados para funcionar en conjunto. Nunca
separarse es la primera regla que les enseñamos.

Algo en el presidente hizo "clic" al terminar esa frase, sus ojos brillaron y un asomo de sonrisa se
dibujó en su cara. Miro a Patricia, con aire agradecido, si no hubiese sido por ella, a él jamás se le
hubiese ocurrido. Se dirigió a paso acelerado hacia la puerta de salida, pero la mujer lo detuvo a
tiempo.

-Espera un momento, ¿Qué piensas hacer?

El presidente volteó, aun sonriente.

-No hay mucho tiempo, quizás él pueda ser la solución a este problema.

-No, no, no -Patricia ya había captado, y la idea no le agradaba en absoluto -No estarás pensando
lo que creo, apenas lo conocemos.

- ¡Exactamente por eso es el indicado!

El presidente salió de la enfermería y se dirigió a paso seguro hacia el centro del patio, la multitud
de personas le abrió espacio para que pudiese pasar y se aglomeraron a su alrededor con suma
curiosidad. Máximo lo había conseguido de nuevo, su cara reflejaba una impecable seguridad, y
su postura mostraba una firme convicción. Su mirada se alzó buscando entre todas las cabezas y
rostros, a uno en particular. Se sintió aliviado al verlo, él era sin duda alguna la solución a sus
inquietudes.

- ¡Atención, Nación Escarlata! Les pido a todos, silencio. No quiero alzar mi voz más de la cuenta,
por lógicas razones -El volumen de las voces fue consumiéndose poco a poco, hasta quedar
envueltos en un silencio, que esperaba a la voz de Máximo para ser roto-. Como habrán notado,
la situación aquí no es buena, mi intención no es mentirles así que voy a ser directo: Noelia, una
muchacha inocente, que hasta hoy caminaba con nosotros dentro de las puertas de nuestra
nación, fue infectada el día de hoy. Se desconocen todavía las causas, y siendo sincero, no me
interesan en lo más mínimo.

Algunas voces comenzaron a escucharse entre la gente, el reciente comentario había sido muy
duro, pero Máximo sabia bien como enderezar su discurso.

-Porque lo que en este momento, es primordial, es la salud de esta muchacha. Más adelante
tendremos tiempo de buscar respuestas, más que nada ahora, necesitamos una solución. Yo
personalmente, voy a tratar de hacer lo posible porque nadie muera dentro de estas paredes, y
con esta muchacha Noelia no pienso rendirme. Pero por desgracia, para poder operarla se
necesitan recursos de los cuales no disponemos -Bajó la mirada, añadiendo dramatismo-. Si no
los conseguimos en un lapso de dos horas, Noelia morirá -Subió la mirada, decidido-. Por eso
organicé una misión al hospital general, en busca de esos recursos para salvar a nuestra
compañera.

Máximo ya se esperaba la interrupción de los reclamos de la gente, simplemente esperó paciente


a que todos volvieran a guardar silencio y continuó.

-Lamentablemente, no existe una persona capacitada entre nosotros para correr tamaño riesgo, y
salir en una pieza. Soy muy consciente de eso, o bueno, eso pensaba -Alzó el dedo índice hacia
el cielo-. Pero la realidad es que si existe una persona competente para realizar con éxito esa
peligrosa misión, y volver sano y salvo, y señores, esa persona está aquí entre nosotros.

Las miradas de la gente comenzaron a buscarse entre ellas, preocupados y temerosos de ser
alguno, el elegido por el presidente.
-Esta persona, es alguien audaz. Un lobo solitario sin temor a nada, que pasó gran parte de estos
difíciles tiempos sobreviviendo por su propia cuenta allá afuera, sin nadie más que su afilado
machete y su temida pistola; un guerrero buscado por la Nación Oscura por destruir su primer
sede; un soldado sin temor a arriesgarse para asesinar de una forma espectacular a un titán que
amenazaba nuestro hogar; con los nervios de acero suficientes como para aceptar esta misión y
volver aquí, y coronarse como un héroe -Su dedo ahora señaló a una dirección, todos se
apartaron para ver de quien se trataba, el presidente se acercó lentamente hasta el indicado-.
Zeta, ¿Aceptas esta misión?
Capítulo 10: El señor de los Zombis.

Siembra un acto y cosecharás un hábito. Siembra un hábito y cosecharás un carácter.


Siembra un carácter y cosecharás un destino -Charles Reade.

Entre la espada y la pared. Zeta sentía un ligero pinchazo en la boca del estómago, su mente
parecía haberse apagado y se encontraba totalmente enredado. Una mezcla de sentimientos se
aglomeraban en su cuerpo, pero el que más se hacía notar era el miedo vibrando por toda su piel.
Miedo al enorme peso de responsabilidad que se le había adjudicado de un momento para otro,
sin aviso previo.

En menos de diez minutos, el presidente de la Nación Escarlata le dio la orden de una misión de
búsqueda tan exageradamente peligrosa, que todavía no acababa de procesarlo y no le hacía
ninguna gracia. En menos de ocho minutos, él mismo, de forma mecánica, aceptó la misión sin
considerar los riesgos, que ahora si consideraba, y no le hacia ninguna gracia. En menos de cinco
minutos, había sido arrollado por aplausos y aclamaciones por parte de la nación entera por su
absurda valentía al aceptar, lo cual no le hacía ninguna gracia tampoco, aunque le había gustado
el breve momento de fama.

Y ahora mismo, como cuando su madre lo preparaba para ir al colegio de muy pequeño, dentro
de la armería, un grupo de cuatro soldados lo equipaban con la armadura oficial de la Nación
Escarlata; una armadura policial que combinaba los colores negros y rojo; contaba desde
hombreras y rodilleras, hasta chaleco y unas botas que sintió algo apretadas. Mientras tanto, el
presidente se ocupaba de repasarle los detalles de la misión, y casi al unísono, la asistente del
presidente, Patricia, le daba un instructivo del uso armamentístico y de los artilugios que llevaría.

-Esto no me gusta nada -expresó Zeta en un hilo de voz, volviendo a la realidad.

-Tranquilo, es normal que estés nervioso, pero si prestaste atención a las indicaciones que te
acabo de detallar, no tendrías por qué preocuparte. Será como un simple trámite, buscaras las
cosas y vendrás. Es fácil, ya lo verás -lo animó el presidente.

- ¿Qué indicaciones? -Zeta no había escuchado una sola palabra del presidente, hasta ahora.

-Escucha con atención, no hay mucho tiempo -Patricia ahogó su pregunta, mientras lo tomaba del
brazo para que caminara junto con ella-. Ya le hemos colocado un silenciador a tu arma, y
entendiste el uso de las gafas de visión nocturna, ahora voy a necesitar que me digas todo lo que
sabes sobre esos monstruos nocturnos.

La mente de Zeta todavía se preguntaba sobre las indicaciones que le había dado el presidente.

- ¿Monstruos nocturnos? -repitió el joven, mecánicamente.

- ¿No sabes nada de ellos? -Patricia giró su cabeza, y se dirigió al presidente en un susurro
molesto-. ¡No sabe nada de ellos!

El presidente se encogió de hombros y le respondió de manera que solo ella escuchara.

-Explícale rápido.

- ¿Por qué me pesa tanto el brazo? -preguntó Zeta, intentando alzar su brazo derecho.

La caminata siguió, cruzaron por todo el patio exterior de la nación dirigiéndose hacia las puertas
a la vez que esquivaban a todas las personas que se les cruzaban.
-Préstame mucha atención, no te lo diré dos veces. Existen un tipo especial de estos seres, que
solo se aparecen por las noches ¿seguro nunca te topaste con uno así?

-No que recuerde. Jamás salía de noche, es suicidio -respondió Zeta. Sus palabras no le dieron
mucho ánimo.

-Debes tener mucho cuidado con ellos, son rápidos y pueden verte a través de la oscuridad.

- ¿Es una broma? ¿Cómo hacen eso?

- No lo sabemos. Lo único que puedo decirte es que la luz les afecta, no los mata, pero les irrita
mucho y escaparán. De todas formas si sigues las indicaciones que te dio Máximo no tendrás
problemas, quizás ni siquiera te topes con uno de ellos si haces todo al pie de la letra.

De nuevo las indicaciones del presidente resonaban en su cabeza.

- ¿Exactamente, qué indicaciones...?

- ¡Atención! La puerta se abrirá en treinta segundos -Lo interrumpió un centinela desde lo alto de
las pasarelas-. Solo saldrá la persona a cargo de la misión de búsqueda, Zeta. Nadie más tiene
permitido salir fuera de los muros de la nación.

-Ya está todo listo, te deseo suerte muchacho -Lo animó el presidente, con una amistosa palmada
en los hombros-. Recuerda todo lo que te dije y estarás bien.

- ¡Veinticinco segundos!

- Hay un pequeño problema-dijo Zeta.

- ¿Cuál?

-No recuerdo nada de lo que me dijeron.

El semblante del presidente cambió, su boca se cayó involuntariamente y sus ojos se abrieron al
máximo.

- ¡Quince segundos!

- No puede ser... ¿Perdiste la memoria de nuevo?

- ¡No! Simplemente no les presté atención, la noticia me sobrepasó un poco -admitió con un tinte
de vergüenza.

- ¿No has escuchado ninguna de mis indicaciones? ¿Cómo esperas sobrevivir si no sabes
escuchar cuando te hablan?

-Esto está mal -dijo Patricia, fregándose los ojos.

-Para empezar, fuiste tú el que puso esta misión en mis manos, discúlpame por no bailar y cantar
de la felicidad.

- ¡Cinco segundos!

Varios centinelas comenzaron a destrabar los mecanismos de seguridad de la puerta principal.


-Entonces no perderé más tiempo, escúchame esta vez chico, a dos manzanas hay una
camioneta negra escondida dentro de un garaje particular, que marcamos con el símbolo de la
nación para facilitar su ubicación. Llévatela y trae las cosas de la lista. Es importante que vuelvas
dentro de dos horas, o Noelia no lo logrará.

Las puertas se abrieron, los centinelas actuaron velozmente intentando no perder demasiado
tiempo. Acompañaron a Zeta, casi por la fuerza, hacia el exterior dejándolo solo. La segunda
puerta se cerró a sus espaldas, y solo veía la cara del presidente detrás del enrejado.

- ¿Hay alguna ultima duda que tengas? -preguntó el presidente.

-Bueno...- Zeta rebuscó en su memoria. Había muchas preguntas que quería hacerle, pero su
mente por alguna razón, eligió la más inservible -. ¿Por qué me pesa el brazo?

-Malla de kevlar; tu brazo derecho está equipado con una manga revestida de hierro y kevlar, si
estás en apuros con algún zombi puedes dejar que te muerda y no logrará traspasarlo. Te dará
tiempo para zafarte y escapar, o matarlo -indicó el presidente. La puerta principal comenzó a
cerrarse-. Suerte, chico.

-Ah, así que eso era -La puerta se cerró. Zeta torció el labio en una mueca pensativa que se
prolongó por unos segundos-. Podría haber preguntado otra cosa.

La gran mayoría de las personas en la nación quedaron a la expectativa de la situación, muy


pocos iban a sus habitaciones. Todos prefirieron agruparse en el patio y pasar el tiempo
conversando y compartiendo anécdotas. Algunos centinelas y soldados se encargaban de
mantener el orden entre los sobrevivientes y montaban guardias de vigilancia.

Rex se hallaba con un grupo que se encontraba reunido en una ronda, todos compartían sus
puntos de vista de la nueva misión de Zeta, y de si Noelia debía ser sacrificada o no. Algunos
mencionaban que la muerte de la muchacha sería inminente, otros rezaban porque Peláez
pudiese encontrar la cura al virus. Rex, en cambio, solo pensaba en alguna manera de ayudar a
su amigo.

-Mira viejo, a mí tampoco me gusta la idea de que manden a mi nuevo traceur a su tumba -
Comenzó a decir Jin. La persona con quien Rex, en este momento, tenía más confianza-. Pero
aquí sentados no haremos la gran diferencia.

- ¿Y qué sugieres? No podemos ir y ayudarlo, nos tienen prohibido la salida y sin contar que nos
vigilan de cerca como si fuésemos prisioneros.

-Lo hacen por órdenes del presidente, y hay que entenderlo, si la puerta se abriera cuando
quisiéramos correríamos peligro de que pueda entrar algún zombi.

- ¿Y qué hacemos? No hay otra salida que esa -Se quejó Rex-. No podemos dejar a Zeta solo.

Por alguna razón que Rex no comprendió, al nombrar a Zeta, un perro ladró a la distancia.

- ¡Que alguien calle a ese animal! -ordenó uno de los centinelas.

- ¿Lo ves? Ni a los animales dejan en paz.

-Te equivocas en un detalle -dijo Jin, sacudiendo su cabeza para quitar el pelo sobre sus ojos-.
Hay una salida trasera para los vehículos que es muy poco vigilada. Como todos están ocupados
en este sector, estoy seguro que podemos colarnos con facilidad.

- ¿Qué tan seguro estas?


-Un poco seguro.

Rex suspiró y acomodó su gorra.

-Es mejor que nada, vamos.

Ambos comenzaron a caminar cautelosos, cuidando sus espaldas minuciosamente. Debían


actuar con naturalidad para no despertar sospechas de los centinelas. Pero para su desgracia, la
puerta de entrada al sector del patio trasero estaba custodiado por dos guardias con cara de
pocos amigos. Rex comenzó a impacientarse.

-No van a dejarnos pasar.

-No pasa nada -Jin continuó rumbo a las escaleras-. Sígueme.

Rex no tuvo tiempo de preguntar, se vio obligado a seguir a su compañero por las escaleras. Se
cuestionó mentalmente si Jin sabía en verdad lo que hacía, puesto que no entendía porque lo
guiaba hasta los baños masculinos. Ingresó extrañado, siguiéndolo de lejos, Jin se dirigió a paso
seguro hasta el fondo, y se metió a una de las puertas que dan a los baños particulares.

- ¿Vas a venir o no?

Rex sintió un pinchazo de nervios. Se acercó cauteloso.

-Escucha, yo mejor me voy. Creo que hubo un malentendido aquí y no quiero parecer...-Rex
interrumpió lo que iba a decir al momento que abrió la puerta. Jin no estaba dentro.

- ¡Rex!

La voz de Jin se escuchaba lejana, Rex percibió que provenía desde fuera de un ventanal ubicado
en la parte superior del baño. Se asomó curioso, y vio del otro lado a Jin trepado sobre la cornisa
de un tejado.

- ¡Apúrate viejo!

- ¿Es broma? ¿Qué haces ahí?

-Es otra forma de llegar al patio trasero, ¿quieres ayudar a tu amigo o no?

Rex, movido por la situación, decidió intentarlo. Posó su pie sobre el retrete y se trepó al ventanal,
cruzó al otro lado sin mucho esfuerzo y se colocó de espaldas al edificio. Sus pies apenas se
apoyaban sobre una saliente, y solo sus brazos, que se sujetaban del borde del ventanal,
evitaban que no cayera al vacío de seis metros. A partir de ahí su adrenalina comenzó a moverse
por su cuerpo, el salto no era lejano, pero el joven mecánico no dejaba de observar la peligrosa
distancia que lo separaba del suelo. Por su mente paso la idea de volver sobre sus pasos y probar
con otra cosa, no se sentía seguro de sí mismo sabiendo que al mínimo error le costaría caro. Jin
volvió a incitarlo a saltar, pero su cuerpo no parecía responder. Su mente idealizaba el salto, pero
su cuerpo no procesaba los movimientos necesarios para realizarlo.

- ¡No le des vueltas al asunto, no hay que pensar demasiado, solo hazlo!

Rex asintió, consumido por el miedo. Flexionó las piernas, visualizó la cornisa de enfrente y, como
su compañero le dijo, sin darle muchas vueltas, se lanzó. El salto fue fuerte, más de lo calculado,
su cuerpo se elevó a tal punto de chocar con el muro. Sus manos evitaron el impacto
amortiguándolo, y rápidamente antes de caer demasiado se sujetó en la cornisa con fuerza. Le
costó un poco hacer pie sobre la saliente del edificio, pero pudo lograr su objetivo, sin matarse en
el intento.

- ¡Eso es! No era tan difícil ¿o sí? -Lo animó Jin.

-Creo que salté demasiado alto -dijo Rex, recuperando el aliento.

-Sí, pero te las arreglaste maravillosamente. No veo la hora de enseñarle a ti y a tu despeinado


amigo, todo sobre mi arte -Jin comenzó a deslizarse por la cornisa-. Pero para eso necesitamos a
tu amigo vivo. Sígueme, bordearemos este edificio y saldremos directamente al estacionamiento.

- ¿Qué es este lugar? Es decir, este edificio -preguntó Rex, mientras seguía a Jin con dificultad.

El joven asiático se movía por la saliente con total libertad, como si estuviese caminando en suelo
firme. A Rex, por otro lado, le costaba bastante seguirle el ritmo.

-Este es el despacho del presidente, es grande ¿verdad?

- ¿Estamos colgados del despacho del presidente? ¿Qué pasará si nos ven?

-Pues seguro creerán que veníamos a matarlo y nos colgaran del cuello.

Rex enmudeció.

-Tranquilo viejo, era una broma. No nos descubrirán. Bien ya llegamos, escucha con atención,
baja por ese tubo de desagüe sin hacer ruido, trata de no romperlo, no te cuelgues a lo mono de
circo, simplemente úsalo de apoyo para caer de forma segura al suelo, ¿bien?

Rex asintió.

- ¿Qué harás tú?

-Yo volveré enseguida, espérame en la puerta del estacionamiento -Dicho esto, Jin colocó ambos
pies apoyados en la pared y se impulsó hacia otra ventana, la cual daba ingreso al
estacionamiento.

Rex no perdió tiempo, se sujetó del tubo de desagüe y se dejó caer, sus manos se aferraron al
metal para disminuir la caída, y por consecuencia, la fricción comenzó a quemarle. De todas
formas Rex no despegó sus manos hasta que aterrizó en el suelo, el dolor fue insoportable en un
primer momento, pero decidió no pensar en eso. Se movió rápidamente hacia el portón de
entrada al estacionamiento para esperar a su compañero.

Pasado unos minutos, comenzó a impacientarse, Jin todavía no aparecía y le tentó la idea de
preguntar a través de la puerta si se encontraba bien, pero lo descartó a favor de no realizar
ruidos que pudiesen delatarlo. En vez de eso, acercó su oído al portón para escuchar lo que fuere
que le diese la pauta de que hubiese alguien adentro. Su corazón casi se paralizo cuando
escuchó el metal rechinar del portón al abrirse. Del otro lado, se encontraba la persona que
menos deseaba ver en este momento.

-Parece que tenías razón, Brandon -dijo el presidente, secundado por Franco y dos centinelas que
sostenían a Jin de los brazos-. Parece que ustedes dos no entendieron la orden que implanté:
absolutamente nadie, puede salir de la nación de noche.

-Lo siento viejo, nos descubrieron.

-No podíamos dejar a Zeta solo -Confesó Rex-. Es una locura, al menos déjame acompañarlo.
-No puedo permitir eso, ya lo deje muy en claro.

- ¡Estas mandando a una persona a morir!

-Le tienes muy poca confianza a tu amigo, pensé que lo conocías mejor.

-Lo conozco, pero aun así sigue siendo una persona contra una ciudad entera de monstruos.

-Le dimos todo lo necesario para sobrevivir, armamento con tecnología de punta; vehículos para
movilizarse con facilidad y una armadura creada para situaciones de esta magnitud. Las
probabilidades de éxito están a su favor.

- ¡No puedes prohibirme salir! -Rex elevaba el tono cada vez más.

-No está en discusión, si quieres, mañana puedes marcharte, pero mientras sea de noche, nadie
entra ni sale sin mi permiso. Por el momento, puedes esperar a Zeta hasta que vuelva, o puedo
ordenarle a Brandon que te escolte hasta los dormitorios, y te prohíba la salida de ahí por toda la
noche. Tú eliges.

Rex observó al presidente, no le gustó el tono que había usado, luego observó a Franco, la
mirada que le devolvía tampoco era muy agradable.

-Si fuera tú, agradecería que tienes una opción -agregó Franco.

El joven respiró profundo, intentando contener su ira.

-Bien -Aceptó Rex, seriamente atravesando con la mirada al presidente-. Lo esperaré.


Zeta dio un paneo visual a sus alrededores, por precaución, antes de ingresar. La puerta del
garaje era lo suficientemente grande como para que cualquier clase de vehículo entrase, una
rampa en bajada conectaba con la entrada, y en la cara superior de la puerta se apreciaba un
símbolo pintado en rojo, de un círculo con un punto en el medio.

-Este parece ser el lugar.

El garaje era parte de un estacionamiento privado, ubicado del lado de un prestigioso hotel de
cinco estrellas sepultado en escombros. A Zeta no le costó trabajo descubrir que la puerta se
abría tirando hacia arriba. Como Máximo había dicho, dentro había una enorme camioneta negra
de cúpula cerrada, pese a la capa de tierra que la cubría no se hallaba ningún tipo de rasguño u
abolladura en su chasis, el joven intuyó que debía ser del antiguo dueño del hotel.

Ingresó rápidamente y cerró la puerta tras él, antes de partir debía revisar y asegurar su equipo y
encontrar alguna forma para usarlo correctamente. Había escuchado a Patricia nombrar unas
gafas de visión nocturna, la cual tenía adherida al cinturón. Sin duda fue lo primero que investigó.

Se las colocó con cuidado, para probarlas en la oscuridad del garaje. Las gafas, en su exterior,
eran de un color negro opaco; de una forma similar a las que se usan para esquiar, con la
diferencia que la lente no era transparente, sino que contaba con una pequeña hendidura circular
en el centro, donde se ubicaba el visor que permitía transformar la imagen oscura a una imagen
verdosa que dejaba ver perfectamente entre la oscuridad. Zeta quedo maravillado con la claridad
con la que distinguía los objetos a oscuras, nunca antes había usado un artefacto así y lo tentó la
idea de examinar más objetos con él, pero su sentido del deber lo obligó a guardarlo, para
utilizarlo más tarde con esos nuevos zombis que Patricia había mencionado.

Procedió a revisar su arma, su distinguida Beretta color rojo, que le había regalado Lara; parece
que alguien le había colocado un silenciador en algún momento que su cabeza estaba en las
nubes. Luego, revisó la cantidad de cargadores que llevaba en su cinturón hasta que algo lo
molestó en su bolsillo. Era algo duro, pequeño. Metió su mano y extrajo un pequeño artefacto
metálico.

- ¿Cómo llegó esto aquí?

Zeta examinó el pequeño objeto con curiosidad, tenía una forma cilindrada, y por más que
buscara de mil formas, no encontraba botón alguno para poder descubrir que hacía, así que
decidió no perder más tiempo con eso y lo guardó donde lo había encontrado. Sin más que hacer,
se dirigió nuevamente al portón de salida, pero en ese momento, algo golpeó la puerta de manera
brusca alertando al joven, quien desenfundó raudo su arma. De nuevo, otro golpe hizo resonar el
metal, y se escuchó claramente el sonido de unas uñas rasgando el portón desde afuera.

A Zeta le paralizó el corazón la idea de imaginar un cortador del otro lado, estos eran demasiado
peligrosos, y podría haber más. Decidió ir cauteloso, su mano le temblaba mientras apuntaba con
su arma al frente, planificó dejar que la puerta se abriera y acabar con lo que sea que estaba del
otro lado.

En el momento que el ambiente se silenció y no escuchó más golpes, Zeta empujó el portón hacia
arriba y se colocó de rodillas en una posición de disparo certera. Entre las penumbras, apuntó a
una figura oscura que se encontraba del otro lado, en la parte alta de la rampa. Ya lo tenía en la
mira, no había más monstruos cerca, el objetivo se reducía a uno, su dedo se posó suavemente
sobre el gatillo, y fue entonces cuando lo reconoció.

-No puede ser... -dijo, bajando el arma y sonriendo-. ¡Pequeño Zeta! ¿Qué haces por aquí,
amiguito? -Zeta guardó el arma y lo acarició enérgicamente, el perro sacudió su cola, parecía
reconocerlo.
Zeta se incorporó y alzó la mirada a lo lejos, no vio más que algunas sombras moverse en la
distancia, pero ningún rastro del presunto dueño del perro.

- ¿Viniste hasta aquí solo? -Pensó Zeta en voz alta, luego observó al canino, que se sentó a su
lado-. Parece que voy a tener que llevarte conmigo, pequeño Zeta, ya desperdicié mucho tiempo
aquí, así que te llevaré de regreso cuando... -Zeta se interrumpió cuando notó que el can parecía
importarle más saciar su problema de pulgas que prestarle atención. Suspiró-. Ven amigo, vamos
por aquí.

El perro ladró suavemente, y siguió a Zeta, quien lo subió en la cúpula de la camioneta. El perro
parecía, en ocasiones, guiarse por su cuenta, como si supiera lo que tuviese que hacer sin que se
lo ordenaran, algo que impresionó bastante al muchacho cuando saltó a la cúpula de la camioneta
sin que se lo pidiera, o lo obligara a hacerlo.

Ambos emprendieron viaje hacia el hospital. Mientras conducía por el corazón de la ciudad, Zeta
notaba la noche muy distinta al día. Sin la claridad de la luz, no se veía con exactitud que rondaba
por los tétricos y lóbregos alrededores, eso dificultaba su viaje. Zeta había adoptado una actitud
cautelosa en su escaso tiempo como lobo solitario en las rutas. De ser posible, nunca pasaba una
noche a la intemperie sin contar con un refugio seguro. De no tenerlo, se lo proporcionaba por su
cuenta, arreglándoselas con el ambiente. Como aquel sabio consejo de Roni sobre usar
cadáveres para esconder su rastro de los zombis, un método precario pero efectivo, también
funcionaba la gasolina, pero significaría perder un recurso valioso de viaje.

Luego de un intenso trayecto, con algunas desviaciones por embotellamiento de muertos


caminantes, Zeta llegó hasta su destino: El hospital general.

Tras atravesar un estacionamiento infestado de cadáveres, el joven detuvo el vehículo cercano a


la puerta de entrada. Pese a ser un lugar público, le extraño lo solitario que se encontraba el
exterior, no muchos monstruos desfilaban por el lugar, y más extraño aún, lo que más
predominaba era el alfombrado de cadáveres putrefactos que cubrían el estacionamiento entero.

Un extraño ruido comenzó a molestar a Zeta, quien no tardó mucho tiempo en dejar salir a su
compañero canino, quien rasgaba la puerta de la cúpula con una pata. El pequeño Zeta bajó del
vehículo de un salto, y junto con el Zeta original, se dirigieron cautelosamente hacia la entrada. La
puerta estaba rota en mil pedazos, y el edificio parecía a simple vista, contar con tres pisos de
altura. A los pies de la entrada había un mensaje en aerosol, escrito en negro que expresaba: La
enfermedad más terrorífica del mundo, es la humanidad.

-Estoy seguro que la diarrea es peor -dijo Zeta sonriendo al can, quien simplemente ingresó al
hospital sin inmutarse por el joven-. Perfecto Zeta, tú sigue hablándole al perro.

El joven, siguió al animal hasta el inmenso lobby del hospital, y tanto como afuera, el interior del
establecimiento se encontraba plagado de cadáveres, pero por más que el joven buscara, no
lograba visualizar mucho entre la oscuridad del lugar. Creyó conveniente usar ahora esos
modernos visores de visión nocturna, pero justo antes de poder desengancharlos de su cinturón,
el pequeño Zeta comenzó a gruñir a algún lugar de la oscuridad, a la vez que mostraba sus
blancos colmillos; su postura se afirmó en posición de ataque, clavando sus patas delanteras al
suelo, mientras doblaba las patas traseras levemente. El joven acudió al aviso de su peludo
compañero y desenfundó su arma, apuntando hacia un mueble circular donde se ubicaba la
recepción.

Se hizo un silencio abrumador, Zeta se esforzaba al máximo por intentar ver algo, pero la
oscuridad era demasiado para su visión, deseaba usar sus gafas, pero no podía arriesgarse a
dejar de apuntar. Su respiración y la del perro, era lo único que podía escuchar en ese momento.
Se atrevió a dar un paso al frente para intentar captar lo que fuere que el perro había escuchado,
pero el animal fue más rápido y se le adelantó. Cruzó el lobby como un rayo y saltó detrás de la
mesa de recepción antes de que Zeta pudiese frenarlo. Varios ruidos de golpes se escucharon
detrás, seguidos de un gruñido feroz, pero esta vez, no había sido del perro.

- ¡Aguanta chico, ahí voy! -Zeta se apresuró a socorrerlo, pero antes de llegar algo salió por
sorpresa de las sombras y lo sacudió por el aire.

El golpe había sido demasiado fuerte, Zeta se deslizó por el suelo unos cuantos metros. Sin
tiempo alguno para incorporarse, un zombi se le encimó rápidamente impidiéndole moverse.
Desde el suelo, Zeta pudo ver el rostro de su agresor, parecía una persona de unos treinta años,
pelo moreno con un pedazo de su cabeza arrancada. Al verlo de cerca, su corazón se paralizó por
un segundo, dos terroríficos ojos completamente teñidos de negro, lo miraban fijamente. El joven
podía ver su reflejo en el brillo de ambas esferas azabaches. Su mandíbula comenzó a abrirse
peligrosamente, mostrando una serie de cuatro pronunciados colmillos que nacían desde sus
encías, dos en la parte superior y dos en la inferior. El monstruo acercó sus colmillos hasta Zeta,
buscando su yugular, pero en ese instante, un nuevo gruñido se escuchó, seguido de un fuerte
golpe. El pequeño Zeta embistió al monstruo y comenzó sucesivamente una serie de ataques
impidiendo al demonio incorporarse. Zeta no perdió tiempo en levantarse, su mente aún intentaba
asimilar lo que había visto en ese nuevo zombi, pero por otro lado se sentía aliviado por tener un
compañero tan audaz a su lado.

Aprovechó el momento para colocarse las gafas de visión nocturna, alzó su arma del suelo y
apuntó decidido a la bestia. Ahora lo veía todo a la perfección, a Zeta le sorprendió como el can
estaba arreglándoselas por si solo contra el zombi, espero el momento adecuado, pero justo
antes de disparar vio algo a su lateral izquierda, otro monstruo carnívoro se aproximaba a gran
velocidad hacia él, y no tuvo otra salida que reducirlo de un disparo. El silenciador redujo el ruido
del disparo, pero de todas formas alertó al zombi que luchaba con el pequeño Zeta, y logró
zafarse de la mandíbula del animal, para cuando el joven volvió la vista hacia ellos, el zombi se
había escapado corriendo velozmente adentrándose en el hospital, intentó dispararle pero la bala
terminó su recorrido en un muro. Maldijo en su interior.

-Eres fuerte, amigo -Zeta se acercó a su peludo compañero, y lo felicitó acariciándolo. Revisó si
no presentaba heridas, pero al parecer el pequeño Zeta estaba bien entrenado para luchar-.
Vamos, necesitamos apurar el paso.

Zeta y el can se dirigieron cautelosos por uno de los pasillos, el joven decidió evitar el camino que
había tomado el zombi y se dirigió por un pasaje aledaño. El lugar era tétrico, los muros
presentaban serias rasgaduras y severas manchas de sangre decoraban el suelo. Un olor a
podredumbre predominaba en el ambiente, seguido de un aroma peculiar que Zeta percibió a la
perfección: Pólvora.

-Parece que no estamos solos, pequeño Zeta -Susurró, observando con sus gafas por cada
rincón mientras marchaban-. Si escuchas algo, solo ladra.

El perro al escuchar la orden, no dudó en responder con un sonoro ladrido que resonó por las
paredes de todo el hospital. Zeta se encogió de hombros ante eso.

Seguidamente, un grito aturdidor se escuchó a las espaldas de Zeta, quien no tardó en voltearse.
Un tipo parca apareció de una de las habitaciones, seguido de un grupo de zombis que se dirigían
hacia ellos. Otro ruido más se acopló al lugar, pero proveniente del pasillo opuesto, en donde dos
cortadores se acercaban a paso veloz, con insaciable sed de sangre, rebanando todo a su paso.

El joven le ofreció su mirada más severa al can.

-Tenemos que trabajar la comunicación entre nosotros.


Zeta disparó al zombi parca y se metió en la puerta más cercana que tenía. El perro, por otro lado,
se quedó inmóvil en su lugar ladrando hacia los monstruos. Zeta debió de volver y empujar a su
compañero para que lo siguiera y se metiera dentro de la sala. Apenas el can ingresó, Zeta cerró
la puerta a sus espaldas y sintió un fuerte azote de los demonios del otro lado. Se despegó de la
entrada y revisó la habitación. Aliviado de no ver peligro, decidió pasar a la siguiente sala para
luego salir por detrás a un nuevo pasillo.

-No vuelvas a hacer eso -Su voz fue terminante, pero el can no le hacía caso alguno,
entreteniéndose únicamente en quitarse unas molestas pulgas de su cabeza. Zeta chistó rabioso.

Desde este sector, el joven todavía escuchaba los gemidos guturales de los zombis que habían
intentado devorarlo, por lo que decidió alejarse lo más posible de la escena. Siguiendo la guía de
carteles que sectorizaban el hospital, Zeta tomó una vía adentrándose en una sala de
operaciones. Abrió la puerta de forma sigilosa, cuidando de no realizar el menor ruido. Una vez
dentro, comenzó a revisar todo lo necesario para la operación de Noelia, que el Doctor le había
encomendado. Por suerte para el muchacho, todo lo que necesitaba se encontraba ahí dentro,
conseguir cada cosa no tomó más que unos cuantos minutos. Ahora solo tenía que llevarlo
afuera, evitando un ejército de monstruos que acechaban los alrededores, y esta ridícula misión
terminaría. Pan comido.

Cargó todo lo necesario en una camilla, y lo sujetó envolviendo todo con una manta para evitar
que se cayera por el camino. Recorrió todo el laberinto de pasillos con extremo cuidado de no ser
descubierto, su corazón latía aceleradamente con cada paso que daba. Al ver o escuchar un
grupo de monstruos, viraba al lado opuesto y bordeaba todo el sector en busca de otro camino
más seguro, seguido siempre de su compañero canino.

Luego de varios minutos jugando al gato y al ratón con los zombis, Zeta llegó al vestíbulo de la
entrada. Desde ahí apreciaba la camioneta negra que esperaba por llevarlo de nuevo a la nación,
todo había acabado por fin, sin muertes innecesarias, ni enfrentamientos arriesgados. Una
sencilla misión que brilló por su tranquilidad, exceptuando algunos sucesos infortunados.

Zeta se alegró por dentro, ya estaba muy cerca de su meta, unos cuantos pasos más. Pero la
fortuna volvió a darle la espalda cuando un gruñido lo quitó de su alegre trance. Era el perro, se
había quedado unos metros atrás, gruñendo de mala manera a algo en la oscuridad. Zeta intentó
llamarlo para que regresara, pero el perro como ya era costumbre, decidió no molestarse en
hacerle caso y se adentró nuevamente al hospital.

-¡No puede ser! -Zeta se giró hacia la puerta rabioso, ya estaba cansado de ese lugar, dio un paso
al frente con intenciones de marcharse.

Ese no era su perro, y solo había causado problemas desde que lo encontró, no tenía razones
para volver por él. El joven contempló la salida por un breve momento. Su mente aún pensaba en
el pequeño Zeta, y su razón de estar aquí ahora, no entendía porque el perro lo había buscado,
desechó la idea de que se hubiese escapado, su dueño parecía entenderlo a la perfección. Fue
cuando comprendió que ese animal había sido ordenado por su dueño para ayudarlo en la misión.
Un gesto que muy pocos harían, y un gesto que estaba dispuesto a devolver.

Zeta se giró dejando la camilla en una esquina oscura, para que nadie se lo robase, y se adentró
al hospital.

-Voy a arrepentirme de esto.

El joven se armó de valor para ingresar en búsqueda de su peludo compañero, lo corrió por gran
parte del hospital con intención de seguirle la pista, pero el animal era muy veloz para él y no
tardó demasiado en perderle el rastro. Para aumentar la racha de mala suerte, un grupo de
zombis escucharon sus pisadas y se dirigieron hacia él. Zeta intentó correr pero fue sorprendido
por un decapitado que obstruyó su camino, la bestia abrió su gigantesca mandíbula mostrando
una perfecta hilera de afilados dientes, amenazando con desgarrar cara pedazo del muchacho.
Zeta se arrojó al suelo, evadiendo el mordisco. Intentó dispararle pero el sonido de las balas
rebotando por la piel del monstruo le recordó que no serviría de mucho. Usando una mano como
apoyo, se incorporó raudo, pero a causa de la sangre en el suelo sus pies patinaron un poco
antes de tomar velocidad.

El joven corrió lo más rápido que pudo hacia donde se encontraban el grupo de monstruos que lo
seguían anteriormente, con el decapitado pisandole los talones. La sangre en el suelo le recordó a
la escena de cadáveres sin cabezas que encontró en aquel edificio, lo cual le brindó una fugaz
idea. Al llegar a una distancia prudente de los zombis, se giró y disparó repetidas veces al
decapitado.

-Vamos hijo de perra, se cuánto te gusta eso.

El demonio emitió un bramido enfurecido y atacó a Zeta intentando sorprenderlo con un veloz
salto, pero el joven se apartó hábilmente del camino previniendo el movimiento de su agresor. El
decapitado terminó por impactar con uno de los zombis, y no contento con eso, le arrancó la
cabeza de un brutal mordisco, luego siguió el procedimiento con los demás a su alrededor,
olvidándose por completo de Zeta.

El joven aprovechó la ocasión para equiparse con su machete, se acercó con cuidado y esperó el
momento indicado a que su hambriento amigo terminara el trabajo sucio. Cuando la garganta de
la bestia se ensanchó para masticarse el último cráneo de una doctora, Zeta blandió el machete
con fuerza, cortándole limpiamente la cabeza.

El joven se tomó un momento para respirar y pensar. Tenía que salir de ese lugar cuanto antes,
pero no podía dejar al pequeño Zeta solo. Sabía que ese perro no era como cualquier otro, lo
había notado por la forma en desenvolverse que tenía, y era consciente de que si había entrado al
hospital, tenía una buena razón para hacerlo. Rebuscó por su mente una forma de hallarlo, y no
podía arriesgarse a recorrer todo el hospital con esos monstruos paseándose por ahí. Luego de
pensarlo un momento, una idea cruzó por su mente, no era el plan más inteligente del mundo,
pero no encontró una mejor opción.

-Espero que funcione -dijo Zeta, tomando gran cantidad de aire y reteniéndola en sus pulmones-.
¡Zeta, ladra! ¡Vamos chicos! ¡¡Ladra!!

Luego de intentarlo varias veces, al fin sucedió. El aullido del pequeño Zeta comenzó a resonar en
la lejanía, el joven comenzó a seguir el sonido incitando al can a continuar ladrando. Zeta
apresuró el paso cuando a los aullidos del animal se le sumaron los rugidos macabros de los
zombis en los alrededores. Guiado por el can, Zeta subió por unas escaleras a paso veloz, su
vista ya se había acostumbrado a los visores nocturnos y resultaba una gran ventaja tenerlos. El
ladrido se escuchaba más fuerte ahora, estaba cerca.

Viró hacia la izquierda por un pasillo y fue cuando lo vio. El animal se encontraba junto a una
puerta doble, dejo de aullar automáticamente cuando vio al joven aproximarse, pero justo en ese
momento, las puertas de detrás del animal se abrieron bruscamente. Un sujeto de tez morena, y
una barba perfectamente recortada, salió de ahí portando un arma en su mano, y sin perder
tiempo apuntó a la cabeza del animal.

- ¡Hey, alto, alto! ¡Espera!

El arma había cambiado de lugar, apuntando ahora al muchacho.

- ¡Calla a tu condenado perro o le volaré la cabeza!


El pequeño Zeta no se quedó de patas cruzadas y se abalanzó contra el misterioso sujeto de un
salto. El largo del animal al estar en dos patas rozaba el metro y medio, y gracias a su moldeada
musculatura fue necesario un simple empujón para arrojar al desprevenido atacante al suelo. El
hombre cayó en un golpe seco dentro de la habitación de la que había salido, sin embargo, su
mano no dejó nunca de sujetar su arma. Alzó su pistola apuntando al pequeño Zeta, pero evitó
disparar al ver una reluciente Beretta color rojo apuntándolo a pocos centímetros de su cara.

-Tranquilo, chico -Ordenó Zeta, con seriedad.

-No voy a estar tranquilo con tu pistola en mi cabeza.

-No hablaba contigo, idiota-. Zeta procedió a acariciar al animal para calmarlo. Luego cerró la
puerta a sus espaldas, y ayudó al sujeto a incorporarse-. Escúchame, no tenemos por qué
matarnos entre nosotros.

-Dile eso a tu perro suicida, acaba de alertar a todo el maldito hospital.

-Él ya no volverá a ladrar, puedes estar tranquilo. Vine a ayudar.

- ¿Quién eres? ¿Iron man? -preguntó una voz infantil, proveniente del fondo de la habitación.
Mientras con una linterna comenzó a iluminar los ojos de Zeta.

El joven desvió la mirada, la luz le resultaba muy molesta vista desde las gafas de visión nocturna.
Se las quitó dejándolas sobre su frente, y miró hacia un espejo que se encontraba a su lado.
Ciertamente el uniforme rojo y negro de la Nación escarlata, en conjunto con las gafas puestas,
parecía un traje de superhéroe de historieta. No pudo evitar hacer una media sonrisa.

-No, mi nombre es Zeta y vengo de la Nación escarlata -Señalo al animal-. De no ser por él, jamás
los hubiera encontrado. Podemos salir de aquí todos juntos.

En ese momento, un brutal estruendo resonó en la puerta, seguido de incesantes bramidos y


golpes furiosos, anhelando el ingreso a la habitación.

-No será fácil ahora que saben dónde estamos -Se quejó el sujeto que había sido arrollado por el
pequeño Zeta, luego se dirigió al animal frunciendo el ceño-. Muchas gracias Scooby.

El animal gruño, mostrando sus colmillos y el hombre dio un paso atrás.

-No lo molestes, Mar -dijo una voz femenina, que se acopló a la conversación. Detrás de ella, un
grupo de seis personas se acercaban tímidamente. Todos observaban a Zeta con curiosidad.

- ¿Mar? -preguntó Zeta, con tinte burlón.

-Marcos, para ti -subrayó, y se acercó a un paso de Zeta-. Escúchame bien, todas estas personas
son mi familia. Si intentas hacer algo que nos ponga en peligro -Miro hacia la puerta, los ruidos y
golpes no cesaban-, una vez más. Te asesinaré sin dudarlo un segundo, y tu perro será el
siguiente.

Zeta se tomó un momento para observar a todos en la habitación, sus rostros no parecieron
inmutarse al escuchar sobre asesinar a alguien, ni siquiera un niño que también se encontraba en
el grupo. Sus expresiones eran apagadas y sus miradas frías.

-Han pasado muchas cosas, se les nota. Pero no vengo a causarles problemas, les ayudaré a
salir de aquí.
- ¿Dónde conseguiste los visores nocturnos? -preguntó un sujeto con un bigote pronunciado y una
barba de varios días.

-De la Nación Escarlata, es un lugar seguro, con gente buena -Se tomó un tiempo para pensar en
lo tan buenos que habían sido con él noqueándolo, encarcelándolo y mandándolo a una misión
suicida-. Eso creo.

-No existe la bondad en la gente de estos tiempos -dijo Marcos con frialdad-. Tarde o temprano
ese lugar seguro, dejará de serlo y todos morirán, basta un simple error para que eso ocurra.

-No creo que ellos cometan errores, se los ve muy bien armados y la mayoría sabe bien lo que
hace.

-Como dije, solo hasta que un pequeño error los destruya a todos.

-Ya déjalo Marcos. Hola, mi nombre es Leo -Se presentó un sujeto de rostro amigable, y de
cabello negro, que sobrepasaban sus hombros-. Mi amigo Marcos es algo negativo, pero tiene
sus razones para desconfiar de las personas.

-Lo entiendo, yo era igual.

Leo asintió, mostrando una sonrisa compasiva.

-Entonces comprenderás que no nos interesa pertenecer a tu nación, lo único que queremos es
que ninguno de nosotros muera hoy aquí. Si vas a ayudarnos, nosotros te devolveremos el favor,
pero al salir de este lugar nos iremos por caminos separados

-Explicó de manera serena.

-Me parece bien -accedió Zeta-. ¿Cómo se quedaron atrapados aquí?

-Buscábamos medicinas -contestó una mujer de piel morena y pelo ondulado, a su lado se
encontraba un niño de unos siete años, con rasgos similares a la mujer, delatando su parentesco
familiar. El niño, cuya vista llena de admiración, no se despegaba del pequeño Zeta y comenzó
tímidamente a acercársele.

-Nuestro refugio fue atacado hace unos días -prosiguió la mujer-, y muchos de los nuestros se
encuentran en muy mal estado.

- ¿Tienen un refugio? -inquirió Zeta, sorprendido.

-Hay muchos refugios por la ciudad, ustedes no son los únicos -Respondió Marcos de mala gana-.
¡Esteban, no toques a ese perro!

El niño dejó de acariciar al can y volvió rápidamente junto a su madre luego de la reprimenda.

-En fin, quedamos atrapados aquí y decidimos esperar a que la noche pasara y estas criaturas
nos dejaran en paz -explicó Leo-. Pero cuando todo parecía calmo, un perro comenzó a ladrar y
aullar justo del otro lado de la puerta.

-Ahí fue cuando él salió, e intentó matarlo-dijo Zeta con un tinte incriminador, mientras observaba
a Marcos de soslayo.

- ¡Sí! Y así fue como tu estúpida mascota atrajo a toda una horda de esos demonios del infierno-
Se acercó rudamente hacia Zeta.
-Y ya no podemos seguir esperando más tiempo a que vuelvan a disolverse -Lo frenó Leo,
interponiéndose entre ambos -. Hay que salir cuanto antes de aquí -dijo, dirigiéndose a Marcos.

-Comprendo -dijo Zeta, observando pensativamente hacia la puerta-. Yo puedo ayudarles con los
zombis que quieran entrar, solo necesito alguien que me cubra la espalda con un arma con
silenciador, para no alertar a otras hordas cercanas.

-La única arma con silenciador que tenemos es la mía -respondió Leo, acercándose a la puerta-.
Atacaremos nosotros dos, el resto quédense alejados en un lugar seguro. Marcos, voy a
necesitarte cerca para que te encargues de alguno que se nos pueda pasar, usa tu navaja.

Marcos asintió y se colocó a un lado de Leo.

-A ti no te protejo, niño.

-Tengo mi propio protector, gracias.

- ¿Ese perro faldero?

-Este perro faldero te pateó el culo, y puedo hacer que lo haga de nuevo.

- ¡Que lo intente!

- ¡Marcos! -dijo Leo, de manera tajante. Su aspecto bonachón y dulce se perdió por completo en
una mirada severa y tenaz-. Es un chico y un perro, ¿vas a discutir con ellos?

Ante la palabra terminante de Leo, Marcos guardó silencio inmediato y bajó la vista, se disculpó
por lo bajo intentando no ser escuchado por todos. Zeta supo ante eso quién lideraba al grupo. El
porte de Leo, pese a parecer inofensivo, imponía respeto y autoridad. Nadie de su grupo se
atrevía a discutir con él, ni siquiera el testarudo de Marcos, que lo superaba por creces, en
musculatura y altura. Aún como están las cosas, la actitud es todo lo que importa.

-Yo iré adelante, veo mejor con las gafas -Decidió Zeta, mientras se las colocaba. Luego se dirigió
al can a su lado-. Chico, quieto. Esta vez no te adelantes, no ataques si no es necesario.

El pequeño Zeta se sentó sobre sus patas traseras, al joven seguía sorprendiéndolo lo obediente
que llegaba a ser en ocasiones. Jamás conoció un perro así, y recordó por un instante el
momento en que su dueño mencionó que había encontrado al animal luego del inicio del
apocalipsis. Se preguntó mentalmente quien podría criar un perro lo demasiado capacitado para
sobrevivir por su cuenta en el fin del mundo. Una duda que decidió desplazarla de momento. Más
tarde hablaría con su dueño, cuando volviera a la nación.

El grupo de Leo se puso en posición, las personas se colocaron detrás amontonadas en una
esquina de la habitación, todos portaban sus armas pero estaban al tanto que no debían usarlas
si no era estrictamente necesario. Tanto el líder, como Marcos, se ubicaron detrás de una
improvisada barricada que armaron juntando unas mesas con dos camillas desplazadas a lo largo
del suelo.

Zeta por otro lado, se encontraba en una posición más vulnerable, no tenía la protección de una
barricada, pero se sentía confiado gracias a la posibilidad de moverse con libertad si la situación
se ponía difícil. El animal se encontraba unos pasos a su retaguardia, en la misma posición que le
había ordenado, esperando ordenes de su compañero.

Ya todos organizados en sus respectivas posiciones, Leo indicó a Marcos que destrabara la
puerta con una seña con la cabeza. El hombre se movió rápido, dejo que la puerta se abriera y
corrió a un lado de su líder, tropezando con la camilla, por la escasez de iluminación, pero volvió a
incorporarse rápidamente.

Zeta y Leo no dudaron en abrir fuego a la primera cabeza en putrefacción que divisaron cruzando
la puerta. La escaramuza de muertos se aglomeraron con rapidez, los primeros fueron fáciles de
reducir, pero a medida que lograban matar a uno, dos más aparecían por detrás. Zeta se quedó
sin municiones más rápido de lo que previno, se tomó un momento para recargar su arma, con lo
que dejó unos valiosos segundos solo a Leo, quien sin tener los visores, se las arreglaba con la
tenue luz de su linterna para apuntar y disparar.

Marcos por otro lado ayudaba a su compañero a derribar muertos con su navaja, disfrutaba de la
carnicería, le divertía rebanar sus cráneos por todo el suelo. Divisó un cortador aproximándose
hacia él, la criatura intentó usar sus garras para alcanzar a Marcos, pero el hombre fue más
rápido y sujetó ambos brazos del monstruo con sus manos, evitando que el zombi pudiese
moverlas. Comenzó una lucha de fuerza entre Marcos y el cortador, la evidente fuerza del hombre
lo ayudaba en la partida. Todos sus y músculos se tensaron en un forzoso movimiento que dirigió
las garras del cortador a su propia cabeza, una y otra vez hasta que Marcos decidió que era
suficiente.

Consumido por la adrenalina, siguió la lucha encarnizada contra los zombis, tomó su navaja y se
cargó a todos los muertos que se le cruzaban, pero su violento lado animal se quedó
completamente sepultado cuando vio un zombi especial cruzar la puerta, se alejó rápidamente de
una zancada ahogando un leve grito.

Un decapitado había aparecido para complicar las cosas aún más. Las alarmas internas de Zeta
se encendieron y comenzó a idear una rápida solución. Luego de un momento de meditarlo, casi
instantáneamente una idea cruzó por su cabeza, ya eran tres las ocasiones que debía acabar con
un decapitado, y el método siempre se reducía a lo mismo, la solución estaba a sus pies. El joven
dejó de disparar, y llamó rápidamente a Marcos, quien seguía estupefacto por la presencia del
zombi especial, y tardó en responder. Zeta le arrojó su arma, pero antes de que pudiera decir
nada, el hombre disparó al decapitado repetidas veces, pero las balas no tenían efecto alguno en
él.

-No gastes municiones, dispárale a los otros, yo me encargo de este -Ordenó Zeta.

Seguido de eso, el joven desenvainó su machete y comenzó a cortar la cabeza de un cadáver que
se ubicaba cerca de sus pies. Tomó la cabeza y la lanzó hacia el decapitado, quien la atrapó
hábilmente en el aire con su poderosa mandíbula. El crujir del cráneo no tardó en aparecer, el
monstruo comenzó a devorarse poco a poco, la cabeza que Zeta le había ofrecido tan
amablemente. El joven espero que Leo terminara de asestar al último de los zombis que quedaba,
y con su machete, rebanó la cabeza del decapitado a repetidos intentos.

Por el suelo, un muerto intentaba alcanzar la pierna de Zeta pero fue sorprendido por el can, que
lo tomó del zapato y lo arrastró hacia atrás para que fuera atravesado por la navaja de Marcos. El
hombre pateó unos cuantos cadáveres antes de poder volver a cerrar la puerta.

- ¿Cómo fue que lo mataste? -Preguntó Marcos, con interés mientras devolvía el arma de Zeta-.
Estuvimos disparándole toda la noche y no había bala que lo atravesara. ¿Ahora llegas tú y le
cortas la cabeza con un machete?

Zeta recuperó aire antes de poder responder.

-Deben cortarle la cabeza cuando están comiendo, creo que su garganta se ensancha al masticar.
Pero intenta hacerlo cuando ya haya tragado, o tendrás que cortar también el cráneo dentro de su
cuello, y créeme, no es tan fácil como parece.
-Sabes mucho acerca de los zombis raros -indagó Leo.

-Un poco, pero jamás vi a tantos en un solo lugar, ¿Qué pasa con este hospital?

-Son los nocturnos -respondió Leo -. ¿No los conocías?

-Ilumíname, por favor.

-Irónico que lo digas, son zombis raros que odian la luz, o por lo menos la rechazan.

- ¿No has visto alguno de esos muertos, que tenga ojos negros? -preguntó Marcos.

-Ahora que lo mencionas sí, había uno de esos en la entrada. También tenía unos hermosos
colmillos con los que casi me arranca el cuello.

-Tuviste suerte, si uno solo de esos colmillos llegase a tocarte, solo Dios sabe en qué maldito ser
te convertirías -dijo Marcos mientras limpiaba su navaja.

Zeta frunció el ceño al no entender la frase.

-Te lo explicaré de forma sencilla -intervino Leo-. Estos seres son como serpientes venenosas,
sus colmillos trasmiten un potente veneno que convierte a un humano en una de esas criaturas.

- ¿Qué diferencia hay con los demás? ¿No todos hacen eso al morder?

-La diferencia está en el tiempo, una simple infección causada por cualquier otro zombi tardaría
un día aproximadamente en infectar a la persona. Si este tipo de criatura te infecta, tú te
transformarías en ¿Cuánto, veinte segundos? -preguntó a Marcos.

-Treinta segundos, en realidad -respondió divertido a causa del rostro sorprendido de Zeta-. Y si
eso te asusta, la mejor parte está por venir: Esas malditas bestias como la que tú degollaste, son
creados gracias a la mordedura de los nocturnos.

Zeta quedó atónito ante tal información, sus labios se separaron para intentar decir algo, pero su
voz no respondió. El recuerdo de haber estado a escasos centímetros de haber terminado como
un parca, o un cortador le provocó un ligero escalofríos.

-Lo sé, estos hijos de puta tienen bastantes trucos bajo la manga. No quiero ni imaginarme de lo
que todavía no sabemos de ellos -añadió Leo-. Es por esa razón que nos encerramos aquí,
esperaríamos hasta el amanecer, y nos marcharíamos cuando los nocturnos se escondiesen.

- ¿Dices que estos zombis rechazan la luz? -inquirió Zeta, su mirada se clavaba fija en ningún
lugar en particular.

-Pues sí, pueden ver perfectamente en la oscuridad, pero les molesta la luz.

-Quizás sea parecido a mis visores -dijo Zeta, mientras se los colocaba y observaba hacia una de
las linternas de mano que tenían encendidas en el lugar-. Cuando miro con esto hacia la luz, la
vista se me pone en blanco, puede que la luz moleste a sus ojos por esa razón.

- ¿Y qué? Sus ojos son como tus visores, gran descubrimiento Sherlock -dijo Marcos, con
sarcasmo.

-Tengo una idea -declaró Zeta, ignorando al hombre-. Podríamos localizar la caja de fusibles y
alimentar la corriente del edificio, eso provocaría que los nocturnos se marcharan a un lugar
oscuro, lejos del hospital.
-La idea no es mala, pero quedaríamos expuestos a los demás zombis -refutó Leo.

-Entonces lo haré yo solo -dijo Zeta tajante, ya no deseaba perder más tiempo, del que no
disponía mucho-. Cuando vean las luces encendidas podrán marcharse. Nos vamos, pequeño
Zeta.

El can obedeció y Zeta se dirigió hacia la puerta junto a su compañero.

-Espera, ¿Por qué tanto apuro? -Lo frenó Marcos.

-No tengo tiempo, una compañera mía se está muriendo ahora mismo y tengo que llevarle
medicamentos cuanto antes. Pensaba que ustedes también tenían gente en apuros, deberían
estar tanto o más precipitados que yo.

-Así es, pero no sobrevivirás si vas como un loco.

-Hace un rato no les importaba asesinarme a mí o a mi perro, ustedes son un grupo bastante raro.

-No te confundas, queremos las mismas cosas: salir de aquí -respondió Leo con su natural tono
relajado-. Y te dije que si tú nos ayudabas, nosotros te devolveríamos el favor. Si mi amigo
Marcos te frenó, es solo porque te queremos ofrecer la máxima ayuda posible.

-En serio agradezco el gesto, pero puedo hacer las cosas mejor si voy solo. Ustedes solo
entorpecerían y quizás mueran en el camino, es muy arriesgado, ya bastante tengo con él -Señaló
con la mirada al pequeño Zeta, el perro inclinó su cabeza emitiendo un leve sonido.

- ¿Seguro? -Preguntó Leo con confianza y una reluciente sonrisa en su rostro-. ¿Cómo piensas
encontrar esa caja de fusibles?

Zeta enmudeció unos segundos.

-Buscaré, no debe ser tan difícil.

-No si ignoras a todos los monstruos que hay en el hospital -intervino Marcos, también con una
sonrisa.

-Déjanos ayudarte -insistió Leo.

- ¿Sabes dónde queda esa caja de fusibles?

-Yo no.
-Entonces no me hagas perder el tiempo -Zeta se giró buscando la salida.

-Pero yo si -Respondió una mujer que raspaba los cuarenta años de edad, su cabello café y lacio,
se encontraba desprolijamente atado en un rodete. Usaba una camisa blanca desgastada y unos
anteojos cuadrados-. Mi nombre es Érica, trabajé mucho tiempo en este lugar, y creo que puedo
ayudarte a encontrar la caja de fusibles.
Zeta se detuvo, tentado ahora, ante la oferta, y se giró lentamente. Por alguna razón, ya se
imaginaba de antemano la sonrisa imborrable que vio en el rostro de Leo.

-Está bien -Comenzó a decir Zeta seriamente. La idea no le agradaba, pero no tenía opción ante
este peculiar e insistente grupo -, lo haremos juntos.

Luego de una preparación táctica que consistió en organizar un grupo de cinco personas y un
perro. Zeta en conjunto con Leo, el líder del grupo; Marcos, el matón cascarrabias; Érica, la ex
enfermera del hospital que los guiaría; y Elena, la esposa inseparable de Marcos, se adentrarían
codo con codo en rumbo a la búsqueda de la caja de fusibles que daría luz a todo el hospital.

-Mi amor, de verdad, no deberías venir -insistió Marcos.

-Sé disparar, tú me enseñaste, y no voy a dejarte que hagas esto solo.

- ¿Quién va a cuidar de Esteban?

-Estará bien con el grupo, eres tú quien me preocupa más.

-Lamento interrumpirlos -dijo Leo-. Pero es hora de irnos, ¿vendrán o no?

Marcos asintió aunque no compartía la idea de que su mujer lo acompañase, se juró a si mismo
que la protegería con su vida de ser necesario.

-Hagamos esto rápido -dijo Marcos, dirigiéndose a Érica-. ¿Sabes el lugar exacto?

-No realmente, pero sé que podría estar en dos lugares -respondió la mujer, intentando hacer
memoria-. En el lobby central hay una sala de espera amplia, con una puerta que tiene un rotulo
de mantenimiento, el problema es que jamás entré ahí y no estoy segura de lo que hay. La otra
opción posible es una puerta para el personal de limpieza, que se encuentra en lo más alejado del
hospital, justo al lado de las escaleras que llevan a la terraza del edificio, en donde está el
helipuerto.

- ¿Hay un helipuerto aquí? -preguntó Zeta, sorprendido.

-Estas en el hospital central, el mejor y más prestigioso de toda la ciudad -respondió la mujer con
orgullo.

-Genial, dime con que zombi puedo hablar para hacerme socio ahora mismo.

-Concéntrense -intervino Leo-. Según pienso, el lugar más lógico para buscar seria esa puerta de
mantenimiento ¿no es así?

-Así es, y tenemos suerte porque no queda muy lejos de aquí -dijo la mujer.

-No se discute más -Declaró Marcos, abriendo cuidadosamente la puerta-. Vamos de una vez.

El grupo salió de manera cautelosa, de uno en uno. Los primeros muertos no tardaron mucho
tiempo en aparecer, Marcos y Zeta se encargaban de reducirlos silenciosamente mientras
avanzaban. La enfermera, junto con la mujer de Marcos, se trasladaban en medio de la formación
mientras guiaban el camino. El líder Leo se ubicaba detrás, asegurando la retaguardia mientras
era secundado por el pequeño Zeta. El grupo bajó por las escaleras, Zeta hizo uso de su afilado
machete para despejar el camino.

Se encaminaron raudos hacia un pasillo iluminado únicamente por la luz de la luna que se
traslucía entre los cristales de unas despedazadas ventanas que conectaban al exterior. Marcos
divisó un cadáver incrustado entre los cristales de un ventanal. Sin pronunciar palabra alguna,
alzó su mano al aire con la palma extendida, ordenando al resto quedarse en sus lugares. Avanzó
cauteloso hacia el ventanal, con su navaja en mano. La brisa nocturna golpeaba su rostro
suavemente, acompañado de un olor putrefacto que le hizo taparse la nariz involuntariamente. Le
pareció que el cuerpo llevaba mucho tiempo ahí, lo que significaría que estaba totalmente muerto.
Pero prefirió no confiarse.

-Ten cuidado, amor.


El hombre apenas asintió ante las palabras de su mujer, concentrado únicamente en su objetivo.
Retuvo el aire en sus pulmones, mientras su mano se aferraba como fuego a su navaja, luego
alzó su brazo y se acercó a una distancia prudente del cuerpo. Apuntó a su cabeza y trazó una
línea recta hacia abajo con toda su fuerza. El cráneo del cadáver crujió y estalló en pedazos,
como si hubiese cortado una simple sandía. El cuerpo se dividió en dos piezas, la parte del tronco
cayó a los pies de Marcos, seguido de unos ensangrentados intestinos que se colgaron en su
zapato, mientras que las piernas caían hacia el otro lado de la ventana.

- ¡Qué asco! -vociferó Marcos, pateando los intestinos.

-Estamos cerca, es la siguiente sala -indicó Érica con felicidad.

-Perfecto -dijo Leo-, sigamos.

El grupo se dirigió a la siguiente sala, pero de todos, uno solo se quedó todavía en el pasillo. El
poderoso olfato del pequeño Zeta había captado algo, se dirigió hacia la ventana donde se
encontraba el cadáver en dos piezas, y se paró en dos patas, apoyándose sobre las delanteras en
el muro. Zeta al verlo sintió curiosidad, sabía que el can podía percatarse de cosas que los
humanos pasarían por alto. Decidió acercarse a su peludo compañero, estiró su brazo para poder
acariciarlo pero apartó la mano enseguida cuando el animal le mostró los dientes y comenzó a
gruñir.

- ¿Qué pasa, chico? -preguntó el joven siguiendo la vista del animal, su mirada se dirigía hacia el
exterior del hospital, pero era imposible para Zeta poder discernir algo con tal oscuridad.

El can emitió un ladrido esta vez.

- ¡Hey te dije que callaras a tu asqueroso perro! -Marcos volvió furioso hacia el pasillo, seguido
por el resto.

- ¿Qué pasa? -Preguntó Leo con un tinte nervioso-. Hay que apurarse no podemos perder el
tiempo.

-Creo que vio algo, por allá -señaló Zeta por la ventana. Luego, atinó a colocarse las gafas de
visión nocturna.

El perro lanzó otro ladrido más.

- ¡Deja de ladrar!

-Tú deja de gritarle, Marcos -Ordenó su mujer con tono autoritario, pero sin levantar demasiado la
voz.

-Nos podrían escuchar, Elena.

-Sí, pero no es forma de tratar a un animal, de los pocos que quedan vivos.

-Si sigue ladrando no quedará vivo mucho tiempo.

-Mierda -balbuceó Zeta, su semblante empalideció mientras observaba hacia la oscuridad, a la


par que el perro.

- ¿Qué viste? -preguntó Leo.


Un contundente sonido se escuchó desde afuera, seguido sucesivamente de otro más fuerte. El
perro comenzó a ladrar una y otra vez, provocando que el escandalo sea aún mayor. Zeta se
despegó de la ventana y tomó al animal del collar obligándolo a seguirlo.

- ¡Corran, ya viene!

Ante la advertencia del muchacho todos se dirigieron por inercia al salón, Marcos al contrario, se
había quedado atrás, apuntando con su arma al exterior.

-Sea lo que sea, puedo matarlo -Sus propias palabras se ahogaron cuando lo que vio aproximarse
era un zombi de puro musculo que sobrepasaba los dos metros de altura dirigiéndose
directamente hacia él.

El temor se apoderó de Marcos, sus piernas se inmovilizaron como dos estatuas clavadas al
suelo. De repente, sintió una presión ejercida en el cuello de su abrigo que lo arrastró hacia atrás,
seguido de una fuerza que lo empujó alejándolo de la ventana. El líder Leo pudo percatarse del
estado de shock de su compañero, y uso todas sus fuerzas para poder empujarlo lo más cerca
posible del grupo. En ese momento las pisadas de la criatura dejaron de sonar, envolviendo el
ambiente en un perturbador silencio, que fue interrumpido por una brutal embestida que destrozó
en miles de pedazos la ventana y el muro entero.

Leo cayó bruscamente al suelo, quedando tendido sobre una esquina. El titán tenía la vista
clavada en el grupo, una furia desorbitante se escapaba de sus muertos ojos, anhelando la hora
de partir cada hueso con sus manos. La mole avanzó sin prestar atención a Leo, el resto del
grupo se dirigió rápidamente a la sala siguiente; el lugar era bastante amplio, de dimensiones
pentagonales que le brindaba un simpático aspecto circular; la sala contaba con distintas puertas
distribuidas por todo el sector, en el espacio entre una puerta y otra se ubicaban una fila de sillas
unidas entre sí, y en el centro de la sala se erguía hacia el techo, una inmensa y gruesa columna.

- ¡Leo se quedó atrás! -Marcos luchaba contra ambas mujeres que intentaban evitar que se
lanzara él solo contra el titán.

-Marcos, basta por favor -Elena hacía lo humanamente posible por frenar a su marido, pero su
incuestionable fuerza la arrastraba con él.

Fue finalmente Zeta quien se interpuso en el camino de Marcos. Sus miradas se chocaron, la
diferencia de tono muscular era notable, pero eso no le importaba al joven a la hora de hacerle
frente.

-No seas estúpido, si vas solo te hará pedazos -Zeta hizo hincapié en la última palabra-.

Además si observas con atención, Leo está en una posición mucho más segura que la nuestra. Si
quieres vivir, vas a tener que dominar bien tus impulsos, de otra manera te llevaran a la muerte.
Tienes que obligarte a pensar para sobrevivir, usa tu cabeza y deja los músculos de lado, eso es
lo único que nos diferencia de ellos.

Las palabras de Zeta despertaron a Marcos de su trance colérico. Se permitió observar a su


amigo, él estaba sentado sobre el muro justo detrás del monstruo, su estado no era óptimo, pero
al menos estaba seguro. Se alivió por eso, pero todavía restaba acabar con el titán de alguna
manera.

- ¿Qué hacemos? -preguntó el hombre, mientras retrocedían de la bestia.

-Podríamos...-Zeta intentó decir algo pero un disparo cubrió sus palabras.


Elena y Érica se encontraban detrás del poste defendiendo la zona de unos zombis que aparecían
desde múltiples direcciones. El pequeño Zeta no se quedaba atrás, ayudando a desestabilizar a
los zombis especiales, mientras Marcos y Zeta se ocupaban del más grande. Zeta comenzó a
disparar mientras se movía de lugar, intentando que el titán desviara su atención del grupo.
Marcos lo secundaba con su fusil de asalto, pero no parecían hacer más que cosquillas al
demonio de tres metros. El titán enfureció ante el ataque, bramó un feroz grito, tomó una fila de
bancos a su lado, y la lanzó hacia Marcos. El hombre intentó esquivarlo pero fue golpeado de
todas formas, las sillas dieron en su espalda haciendo que cayera al suelo, retorciéndose y
gimiendo ante inmenso dolor. Su mujer al ver la escena no dudó en socorrerlo, y se quedó a su
lado mientras seguía sumando bajas a los muertos vivos.

Zeta aprovechó el momento en el que el titán se encontraba de espaldas a él para utilizar el


mismo método que había salvado a Rex en una ocasión. Comenzó a disparar hacia detrás de la
cabeza del monstruo consecutivas veces, pero un suceso lo tomó por sorpresa.

El titán se llevó su mano a la nuca, y viró en dirección a Zeta con ambos brazos sobre la cabeza,
en posición defensiva. El monstruo por alguna razón, sabía lo que Zeta había planeado y se
apresuró en cubrirse. A Zeta le vino a la mente la vez que uno de los titanes había tomado otra
ruta para flanquearlos en la Nación Escarlata. Algo pasaba, y Zeta se estaba dando cuenta de
eso; estos monstruos estaban evolucionando en su manera de actuar, utilizando tácticas
estratégicas de batalla como cubrirse, o flanquear a un enemigo. La balanza no se inclinaba a su
favor, el titán comenzó a acercarse hacia Zeta, el joven insistía en seguir disparando pero el
monstruo cubría cada ataque con sus demoledores brazos. Zeta se quedó sin lugar hacia donde
retroceder, sin lugar para escapar, era cuestión de segundos para que el titán decidiera aplastarlo
como una mosca. Se sintió indefenso y desprotegido, Marcos era el único que podía haberlo
ayudado, Elena y Érica se encontraban ocupadas con el resto de los monstruos. Pensó en el
pequeño Zeta, pero no se podía imaginar cómo podría ayudar con unos cuantos ladridos.

El joven se rindió, bajó ambos brazos y miró a los ojos al monstruo. Era la recta final, el titán dejó
de cubrirse al ver que el muchacho no pretendía atacar. A Zeta le pasaron miles de cosas por su
mente, muchas dudas que no pudieron ser respondidas, muchas cosas que no se resolvieron
como hubiera querido. Sintió una gran angustia, una lágrima intentó salir de sus ojos pero el
monstruo fue más rápido, se abalanzó hacia Zeta y lo tomó del cuello con ambas manos,
alzándolo del suelo. Los pies del joven buscaban una superficie para sostenerse, pero solo había
vació. El titán golpeó a Zeta contra el muro, el impacto fue tremendo, su cabeza se zarandeó
hacia atrás impactando contra la pared. Sintió una punzada insoportable en toda su cabeza, todo
le daba vueltas, la vista se le tornó borrosa y sentía como la sangre mojaba su cabello y se
deslizaba por su cuello.

Muy poco aire entraba en sus pulmones, la bestia podría haberle roto el cuello hace mucho, pero
disfrutaba el espectáculo de sufrimiento del joven. Por más que el titán se reservaba, la presión en
su cuello era devastadora, sus manos buscaban por inercia ejercer presión para liberar su cuello,
pero el monstruo no iba a permitírselo tan fácilmente. El titán separó a Zeta del muro y volvió a
estampillarlo, Zeta intentó cubrirse su cabeza con las manos, pero lo único que provocó fue un
fuerte dolor en los nudillos. El golpe casi lo mata esta vez, el intenso de dolor que antes sentía en
su cabeza, ahora se traducía a todo su cuerpo. Zeta ya no conseguía respirar, su fuerza se había
agotado por completo. Sus piernas ya no luchaban por conseguir una superficie y sus brazos se
dejaron vencer. Lo único que podía hacer era esperar, y eso hizo, hasta que finalmente, cerró sus
ojos.

Zeta ya no conseguía respirar, su fuerza se había agotado por completo. Sus piernas ya no
luchaban por conseguir una superficie y sus brazos se dejaron vencer. Lo único que podía hacer
era esperar, y eso hizo, hasta que finalmente, cerró sus ojos.

Su cuerpo estaba sumido a un dolor intenso, sus únicas reservas de fuerzas las usaba para
escuchar los ruidos ambientales a su alrededor. Sentía como su vida se escapaba de sus manos,
y fue en ese momento cuando lo escuchó. Su oído izquierdo percibió un disparo a lo lejos, pero
no podía ser Marcos, él se encontraba a su derecha, dedujo entonces que sería otra persona. En
ese momento sintió un vació en el pecho, y la gravedad haciendo efecto en su cuerpo. Cayó al
suelo en un golpe seco, sintió una catarata de alivio al inhalar una considerable bocanada de aire
de una sola vez. Sus ojos aún permanecían cerrados, y el dolor cesaba de a poco, pero nunca
terminaba por completo, de todas formas sintió que era mejor eso que nada. Los sonidos se le
acoplaban, más disparos y gritos que apenas llegaba a comprender. Resonaban las incesantes
pisadas del titán cerca de su posición, no entendía nada, pero no se esforzaba por hacerlo.
Permaneció despierto hasta que su cansancio ganó la partida, y fue cuando perdió el
conocimiento.

El joven abrió sus ojos, sentía su rostro húmedo, y una lengua que se paseaba por su mejilla, fue
cuando la lengua entró un poco en su oreja que despertó completamente. Apartó al pequeño Zeta
con una mano, mientras con dificultad intentaba pararse, pero prefirió quedarse sentado en el
lugar.

A su lado se encontraba Marcos, que también descansaba de una intensa lucha con el titán.
Cuando desvió su mirada e inspeccionó el lugar se dio cuenta que seguía en la sala de espera,
pero algo había cambiado. Los zombis ya no estaban; las puertas estaban bloqueadas con sillas y
cadáveres, y todo el lugar se encontraba tenuemente iluminado con unas velas distribuidas por lo
amplio. Elena y Érica se acercaron rápidamente al muchacho cuando lo vieron despierto.

- ¿Cómo te encuentras? ¿Estas mejor? -preguntó la enfermera, acercándose a Zeta.

-Sí, un poco -respondió Zeta, sobándose el cuello-. ¿Qué fue lo que pasó?

-Estuviste muy cerca de morir, tienes a un ángel de tu lado-dijo Érica con una sonrisa.

-De ángel nada, si Leo no hubiera llegado en ese momento, ahora no lo contarías -dijo Elena, con
un tinte molesto en su voz.

- ¿Dónde está Leo? -preguntó el muchacho al percatarse que era el único que faltaba en el lugar.

-Él le disparó a ese monstruo antes de que te asesinara, y luego se lo llevó lejos de aquí -explicó
Érica.

- ¿Cómo que se lo llevo?

-Leo se usó de cebo para alejar al monstruo de ti, se lo llevó hace un buen rato, lo que nos
permitió poder acabar con el resto de los monstruos, sellar el lugar, y curarlos a ambos -dijo la
enfermera, mientras observaba a Marcos aún en el suelo, luego se dirigió a Zeta-. Ah, y lo siento,
tuve que darle tus visores nocturnos antes de que se fuera.

-No pasa nada.

-Sin él todos estaríamos muertos ahora, así que no vuelvas a decir esa estupidez de un ángel -
Escupió la mujer de Marcos.

- ¿Ustedes hicieron todo esto solas?

- ¿Ahora eres machista?

-Basta -interrumpió Érica-. No lo dijo con esa intención.

-Para nada, es algo increíble. Las felicito y les agradezco mucho que no me dejaran morir -dijo el
muchacho sonriendo-. Solo espero que Leo se encuentre bien.
-Todos lo esperamos -dijo la enfermera, mientras sacaba un pequeño objeto metálico que Zeta
reconoció al instante-. Esto es tuyo, es una suerte que lo tuvieras contigo, no tenía otra forma de
encender las velas.

Zeta tomó el artefacto que había hallado en su bolsillo al salir de la nación, ahora comprendía lo
que era y se sentía bastante ridículo al no haberse dado cuenta antes.

-No tenía idea de para qué servía, pensé que sería una bomba o algo así.

- ¿Bomba? -dijo la enfermera, riéndose-. Es solo un encendedor catalítico. Es muy bonito, lo


tienes que girar para encenderlo y la llama puede quedarse prendida el tiempo que quieras.

-Bueno, una lástima. Una bomba no hubiera venido mal -dijo Zeta, guardando el encendedor.

El joven se tomó un momento para descansar recostado sobre un muro hasta que Marcos
despertó, aparentemente había perdido la conciencia con el golpe del titán y sabia menos que
Zeta de lo ocurrido, por lo que su mujer se tomó el trabajo de explicarle todo con sumo detalle.

-Tengo una sola pregunta -Comenzó a decir Marcos-. ¿Por qué todavía no encienden las luces?

A Zeta se le había olvidado por completo, ya estaban en la sala de espera y una de las puertas
del lugar debía de contener la caja de fusibles para alimentar al hospital de electricidad, la
pregunta de Marcos le pareció completamente acertada.

Las mujeres cruzaron miradas de decepción, pero fue Érica la que habló.

-Lo lamento, es mi culpa, estoy vieja y las cosas se me olvidan, debí haberlo pensado mejor y
quizás todo esto no hubiera pasado.

-No des vueltas Érica, ¿Qué paso?

-Me equivoqué de lugar, la caja de fusibles no está aquí.

Marcos suspiró.

- ¿Cómo es posible? El único lugar donde puede estar es en mantenimiento, me parecería muy
raro que una caja de fusibles estuviera donde guardan las escobas, ¿No habrá otro lugar por
aquí? El hospital es enorme, tiene que haber otro sector de mantenimiento, no podemos
arriesgarnos de nuevo.

-Ese es el problema -respondió la enfermera, llena de culpa-. Me equivoque de lugares, aquí no


está el sector de mantenimiento, solo el de limpieza. El de mantenimiento se encuentra al fondo
de todo el hospital.

Se produjo un silencio en el cual todos desviaron la mirada. Marcos suspiró una serie de insultos,
mientras Zeta por otro lado, juntó fuerzas para por fin colocarse de pie.

-Está bien, tenemos que ir ahí. No podemos sentarnos a llorar, ya sabemos dónde queda el lugar
exacto, eso es algo bueno desde donde yo lo veo.

-El muchacho está en lo cierto -Lo secundó Marcos-. Sabíamos los riesgos y vamos a hacer lo
necesario para continuar. Leo hubiera querido eso.

-No hables así de él, como si estuviese muerto -Lo reprochó su mujer.
-No, el sigue vivo. Y cuando restablezcamos las luces, lo buscaremos y nos iremos -Se dirigió a
Zeta-. Tú no tienes que buscarlo si no quieres, te irás a salvar a tu amiga.

Zeta asintió, luego se dirigió hasta Érica.

- ¿Hacia dónde vamos?

La enfermera encabezó nuevamente al grupo y salieron de la sala de espera. Con una persona
menos, el peligro aumentaba y las opciones se recortaban. Pero para suerte de Zeta, sus nuevos
aliados no resultaron estorbo alguno, como imaginó en un principio. Así como la Nación Escarlata,
este grupo estaba capacitado para enfrentar las situaciones más peligrosas y sacrificarse de ser
necesario, así como lo hizo su propio líder, para salvar a todos del amenazante zombi gigante.
Inclusive el pequeño Zeta, cuya procedencia era un misterio para el muchacho, se las ingeniaba
para alertar a los demás cuando detectaba algo sospechoso, y de brindar apoyo ofensivo a la
hora de luchar contra las hordas de muertos.

Zeta se sintió cómodo y extrañamente seguro ante sus aliados, sentía en lo más recóndito de su
interior la impresión que todos, inclusive Leo, saldrían vivos de ese lugar. Ese pensamiento le
brindó la fuerza necesaria para seguir adelante, haciendo caso omiso a su punzante dolor de
cabeza y a su agonía corporal.

Entre los oscuros pasillos y sectores del hospital, el equipo se desplazaba con cautela. Marcos y
Érica eran los únicos poseedores de una linterna, así que ellos iluminaban cada rincón a medida
que avanzaban. Sin las gafas de visión nocturna de Zeta, su tranquilidad estaba en manos del
pequeño haz de luz que las linternas ofrecían. El ambiente ahora era más lúgubre, por cada paso
que daban la oscuridad los envolvía con más fuerza. Cuatro zombis hicieron acto de presencia en
un rincón, fue tarea de Zeta y Marcos eliminarlos.

-Son los primeros que vemos en un buen rato -advirtió Marcos-. No hay muchos por esta zona del
hospital.

- ¿Queda mucho todavía?

-Solo un poco, todavía falta atravesar un pabellón más.

-Miren esto -dijo Marcos, acercándose a una puerta que bloqueaba su camino, mientras
alumbraba con su linterna un letrero escrito en la parte superior-. Dice: Aquí es donde la
supremacía de la humanidad termina, y comienza una nueva era. Lucha tú si quieres, yo me uniré
a sus filas.

- ¿Quién podría escribir estas cosas? -preguntó su mujer.

-Supongo que fue él -dijo Marcos, mientras iluminaba el cadáver sentado en medio de la puerta,
de una persona joven que sostenía un aerosol en sus manos.

-La puerta está cerrada con llave -dijo Zeta, intentando vanamente abrirla.

-Podría dispararle, pero no sabemos que hay detrás -acotó Marcos.

-Supongo que no queda otra opción -declaró Zeta-. Ayúdame a mover el cuerpo.

Ambos sujetaron el cuerpo del joven desde sus extremidades y lo depositaron en otro lugar, en
ese momento, se escuchó un sonido metálico muy leve caer desde el cuerpo al suelo. Zeta se
arrimó a inspeccionar más de cerca y encontró una llave cubierta de sangre.

- ¿Será de la puerta?
-A ver, dame acá -Marcos arrebató la llave de las manos de Zeta y se dirigió a la puerta. Colocó la
llave, y destrabó el cerrojo-. Perfecto, podemos seguir avanzando -dijo Marcos confiado, mientras
con su mano abría la puerta lentamente.

-Ten cuidado, cariño.

- ¿Podrías dejar de decir eso cada vez que hago algo? No va a pasar nada por solo abrir una... -
Marcos no terminó de decir la frase, un ruido metálico se escuchó del otro lado. El hombre sintió
una punzada de dolor insoportable en su mano y la retiró emitiendo un severo grito.

Érica, asustada de la reacción del hombre, se acercó hasta él y lo alumbró con su linterna. Marcos
aún gritaba desesperado de dolor, al quedar bajo el haz de luz fue cuando se dio cuenta que su
mano ya no estaba, se encontraba completamente amputada y en lugar de eso, mucha sangre
brotaba incesante por todos lados. La presión sanguínea de Marcos bajó considerablemente, al
punto de casi desmallarse.

Todos al verlo, quedaron en estado de shock, Zeta decidió actuar rápido y pateó la puerta para
abrirla, derribando a un cortador que se encontraba del otro lado. Tomó su Beretta y le disparó
varias veces a la cabeza, cobrando su venganza. Pero en ese instante, un zombi parca salió
desde la oscuridad y derribó al muchacho arrojándolo al suelo, intentó morderlo pero Érica fue la
protagonista esta vez, disparándole en la cabeza sin dudarlo. Mientras tanto, la mujer de Marcos
hacia lo posible por parar la hemorragia de su marido.

En ese momento Érica iluminó la habitación contigua, en ella había decenas de monstruos ahí
que no perdieron un segundo en abalanzarse hacia ellos, la mujer no tuvo opción alguna que
cerrar la puerta de nuevo. Zeta ayudó a trabarla con la llave, pero los monstruos ya estaban
alertados, golpeaban y zarandeaban la puerta con fervor, anhelando ingresar a toda costa.

- ¡Mierda! -gritaba Marcos, sufriendo el intenso dolor en su mano.


0
- ¡¿No puedes hacer algo?! -inquirió Elena, precipitada.

-Tenemos que frenar la hemorragia de alguna manera -respondió Érica, acercándose a Marcos-.
Puedo usar el encendedor del muchacho para quemar su piel y generar una costra que funcione
de tapón para la sangre, pero no tengo nada contra el dolor. Usé los últimos calmantes para el
chico.

- No me importa, ¡Hazlo! -ordenó Marcos, tajante. La sangre no paraba de salir.

-Está bien, está bien. Zeta voy a necesitar tu cinturón un momento y el encendedor -dijo Érica,
apresurada-. El muchacho no discutió con la mujer y le entregó lo que le había pedido-. Muerde
esto, por favor -La enfermera dobló el cinturón por la mitad y de lo puso en la boca a Marcos.

Érica procedió con su trabajo, tomó el encendedor de Zeta y comenzó a quemar la piel de
Marcos. En ese momento el hombre se sacudió bruscamente, y comenzó a gemir de dolor,
mordía el cinturón tan fuerte como podía. Sentía como sus dientes estaban por quebrarse ante la
fuerza que ejercía, el ardor en su mano se intensificaba cada vez más, mesclado con un horrible
olor a carne quemada. Por un momento Marcos dejó de gritar y sus ojos se cerraron. Pero la
enfermera ordenó a Elena que mantuviera a su marido despierto, no era conveniente que perdiera
el conocimiento ahora, por lo que Elena comenzó a zarandear y sacudir a su marido para
despertarlo. En ese momento, Marcos volvió a gemir y nuevamente el doloroso procedimiento
continuó durante unos eternos minutos.

Zeta, por su lado, no prestaba mucha atención a la escena, se encargaba únicamente de vigilar la
entrada. Sus ojos no se despegaban de la puerta, pensando la manera más rápida de terminar
esta maldita misión antes de que alguien más resultase herido. Los gritos de Marcos comenzaron
a apagarse poco a poco, la enfermera comenzó la segunda etapa del tratamiento colocando
cuidadosamente unas gasas que había encontrado en la sala de espera, alrededor de la
amputación de Marcos.

-Exactamente, ¿a cuánto queda la sala de mantenimiento después de cruzar la puerta?


-preguntó Zeta, concentrado aún en la puerta.

La enfermera seguía atendiendo a Marcos.

-No estoy segura, pero calculo que unos cincuenta metros.

- ¿Todo recto?

-Sí, está al final del pasillo, no hay que doblar en ningún lugar, es la última puerta -respondió la
enfermera, mientras terminaba de colocar la última gasa a Marcos-. ¿Cómo estás?

-Mareado -respondió, sin ganas.

-Perdiste mucha sangre, me parece que no puedes seguir. Vamos a tener que volver -dijo la
enfermera, ayudando a Marcos a incorporarse.

-Ni de broma -dijo Marcos, dirigiéndose a duras penas hasta la puerta-. Yo seguiré hasta el final.

-Admirable, pero no creo que puedas con esa herida -acotó Zeta.

-Dime que planeas muchacho, estuviste todo el rato mirando esa puerta, sé que tienes algo en
mente.

-Marcos es una locura, tú ya no puedes continuar-Lo reprochó su mujer de mala manera.

- ¡Puedo hacerlo, Elena! Muchacho, dime que planeas hacer.

La actitud y decisión de Marcos era incuestionable, no había forma de hacerlo reaccionar. Zeta vio
a través de su mirada el cansancio extremo que estaba sufriendo, aun así sus ojos brillaban con
determinación. Marcos estaba demostrando toda su voluntad de supervivencia. Su tosquedad le
recordó a Roni, ambos tenían la misma impronta imparable, y demostraban que su deseo de
continuar superaba sus límites físicos. Dos hombres con una poderosa ambición en sus ojos, Zeta
sabía perfectamente que nada de lo que dijera podría hacer cambiar de parecer a Marcos.

-Está bien -aceptó Zeta-. Es imposible acabar con todos los monstruos con la poca iluminación
que tenemos, alguno se nos escaparía y sería nuestro fin. Solo se me ocurrió una idea para poder
llegar hasta el otro lado y evitar a los zombis, pero es muy arriesgado.

-Suéltalo -dijo Marcos, impaciente.

-Si abrimos la puerta, y conseguimos la manera de abrirnos espacio y encontrar un hueco entre
los zombis, lo único que podemos hacer es escabullirnos entre ellos y correr lo más rápido que
podamos hasta llegar al final del pasillo.

Marcos se tomó un momento para responder.

- ¿Entonces me dices que tu plan, solo es correr?

-Sí, es una locura pero...


-Me gusta -respondió el hombre-. Cuando lleguemos allí, y tengamos luz podemos acabar con
todos cómodamente.

- ¿Tu podrás correr así? -preguntó Elena.

-Me cortaron la mano, no el pie. Ustedes son las que deberían preocuparse por no quedarse
atrás.

-Yo estoy un poco oxidada, pero puedo correr bien -declaró Érica.

- ¿Entonces estamos de acuerdo con el plan? -Volvió a preguntar Zeta.


-Sí, tu abre esa puerta y yo me encargo de hacer un espacio -dijo Marcos mientras de su bolso
sacaba una gran escopeta de caza-. Solo tengo dos cartuchos, pero será suficiente para crear la
abertura.

-Perfecto, prosigamos -dijo Zeta, dando un paso hacia adelante, pero en ese momento sus
pantalones cayeron al suelo. El muchacho se ruborizó y los levantó rápidamente -. Elena
¿Podrías devolverme mi cinturón?

-Aquí tienes -dijo la mujer, conteniéndose de reír, mientras le pasaba su cinturón y su encendedor.

El joven se apresuró en colocárselo, y luego se acercó hasta el pequeño Zeta.

-Espero que entiendas lo que digo, esta vez tenemos que correr amigo, no los enfrentes. Tú solo
corre.

El animal se encontraba jugando con una mano en el suelo, pero la dejó de lado para prestar
atención al joven. Zeta interpretó el acto como una afirmación y decidió por fin dirigirse hasta la
puerta. Observó una última vez a todos los presentes para cerciorarse de que todos estuvieran en
posición, todos asintieron al cruzar miradas con el muchacho. El joven tomó aire, los golpes en la
puerta aún se escuchaban, los monstruos estaban preparados para atacar. Pero ellos también lo
estaban. Zeta giró la llave lentamente, y abrió la puerta. Un grupo de cuatro hambrientos zombis,
cruzaron a toda velocidad.
Marcos no tardó en utilizar su única mano sana, para tomar su escopeta y derribarlos, luego cruzó
del otro lado y volvió a disparar, otro grupo de muertos cayó al suelo, el hueco estaba abierto.
- ¡Corran! -Ordenó Marcos, mientras comenzaba la carrera derribando a unos zombis con la
culata de su escopeta.

- ¡Corre, amigo! -dijo Zeta, a su peludo compañero, mientras seguía a Marcos.

El pequeño Zeta acató la orden y partió junto al muchacho, pero su velocidad era tal que no le
costó demasiado bordear a los monstruos y hacerse con la delantera. El animal surcaba el pasillo
con tanta velocidad, que desestabilizaba a los zombis, dejándole servida la mesa a Marcos y Zeta
para que los derribaran sin problemas. Las mujeres no se quedaban atrás, siguiéndoles el paso
de cerca. El final del pasillo estaba a escasos metros, Elena se alegró por dentro, no quedaba
mucho para que esta intensa misión terminara de una vez. Pero algo pasó, el pie de Elena
resbaló al pisar un charco de sangre, la caída fue inminente y los monstruos no dudaron en
atacar. Elena gritó de manera abrumadora, mientras esas criaturas le arrebataban su vida con
uñas y dientes.
Marcos frenó en seco al escuchar la voz desesperada de su mujer pidiendo ayuda, volteó raudo
para acudir a su socorro, pero Zeta le dio un fuerte empujón para que prosiguiera su camino. Tres
palabras bastaron para que el espíritu de Marcos se quebrara en mil pedazos.

- ¡Ya es tarde!
Los ojos miel de Marcos no tardaron en estallar en lágrimas, su mujer aún seguía en el suelo, un
centenar de esas bestias desgarraban cada pedazo de su cuerpo vivo, mientras la agonía de la
mujer se escuchaba a gritos por todo el pasillo. El cuerpo de Marcos deseaba con ímpetu ir hacia
su esposa, pero Zeta insistía, con escasos resultados, en arrastrarlo con él, pero la diferencia de
peso entre ambos era considerable. Marcos desvío la mirada, su mente no podía soportar la
escena, resolvió seguir corriendo. Aunque su cuerpo se movía su mente se había quedado junto a
su mujer, repitiendo la brutal escena una y otra vez.

La enfermera los seguía de cerca, se había quedado unos pasos atrás, su edad ya no era la
óptima para este tipo de actividades, de vez en cuando se giraba para disparar a ciegas a los
monstruos que se le aparecían, al menos en eso si era buena. Pero desgraciadamente, al volver a
voltearse, vio algo que le devolvió a su cuerpo las fuerzas necesarias para aumentar la velocidad.
Un zombi nocturno bordeó a la muchedumbre de monstruos que se cenaban a Elena, y comenzó
a correr desesperadamente hacia Érica. La mujer se esforzaba por alcanzar a los chicos, intentó
advertirles con un grito, pero le era imposible pronunciar palabra alguna con lo agotada que se
encontraba. Tanto Zeta como Marcos se alejaban cada vez más, ninguno de los dos miraba hacia
atrás, como si se hubiesen olvidado de ella. Sus fuerzas se agotaban, su cuerpo comenzó a
tornarse pesado, y el dolor de sus piernas incrementaba. No era de extrañar, la lucha que tuvo
que realizar para despejar a todos los monstruos de la sala de espera la habían dejado a media
máquina, y esto fue lo último que su organismo pudo aguantar. La mujer se frenó en seco
mientras sostenía el peso de su cuerpo con las manos en sus rodillas. Sabía que su hora había
llegado, intentó mirar hacia atrás una vez más, pero el nocturno fue más rápido.

Tras de un difícil y largo trayecto, su destino estaba solo a unos cuantos pasos, Zeta abrió la
puerta sin perder tiempo. La habitación no era muy amplia, varios paneles iluminaban tenuemente
el lugar, y unas cuatro pantallas distribuidas en un muro mostraban los distintos sectores del
hospital. Algo en esa habitación no concordaba, y a Zeta le alegró eso. Las pantallas funcionaban
y eso solo podía significar una cosa.
Barrió la habitación entera con la mirada, y fue cuando lo vio. La caja de fusibles se encontraba
cerca de una de las pantallas, la abrió, y sin reparos comenzó a deslizar las palancas hacia arriba.
Seguido de eso, un zumbido envolvió a todo el hospital, y por fin, las luces comenzaron a volver
de sector en sector. Zeta exhaló aliviado, pero sabía que el trabajo todavía no había terminado.

-Ahora si podemos matar a esos hijos de perra -exclamó Zeta, volviendo al pasillo junto a Marcos
y al pequeño Zeta.

-Hay un problema -comunicó el hombre.

Zeta no preguntó, siguió la mirada de Marcos que se posicionaba en la pobre Érica quien tenía a
un nocturno aferrado a su rostro. El demonio clavó sus oscuros ojos en ambos, y se alejó
rápidamente del lugar, chocando con cada obstáculo en su camino. Zeta sabía que podía haberle
disparado, pero resolvió no hacerlo. Sus balas estaban al límite y los nocturnos ya no eran un
problema al tener el hospital iluminado.

Pero el problema ahora era Érica, habían pasado unos cuantos segundos desde que había sido
mordida por el nocturno y su cuerpo ya se encontraba en el piso convulsionando de dolor. Sus
gemidos eran abrumadores e inhumanos, su cuerpo se zarandeaba de un lado a otro estrellando
su cabeza contra el suelo una y otra vez. Zeta jamás había presenciado algo así, la dulce
enfermera que lo había ayudado hace unos minutos atrás, se encontraba completamente
irreconocible. Con sus manos comenzó a arrancarse la piel del rostro, rasguñó y desgarró
constantemente sin descanso hasta que su cara se envolvió en sangre. Los ojos de Zeta dejaron
asomar unas pocas lágrimas.

-Es uno de los veloces -dijo Marcos con la vista perdida, ni siquiera miraba a Érica y sus ojos ya
no brillaban con la determinación de hace un momento-. Hay que matarla.
Zeta limpió sus lágrimas con una mano, sabía lo que debía hacer ahora. Dio un paso adelante y
asumió la responsabilidad por su cuenta.

-Yo me encargo.

Pero en ese momento, algo pasó. Un portazo se escuchó a lo lejos en el pasillo aledaño, y
Marcos pudo ver a Leo en el otro extremo. Su rostro se veía decaído, apenas podía sostenerse en
pie y caminar. Marcos se alegró por dentro, siempre había confiado en que su amigo se
mantendría vivo, él siempre lo hacía. No importaba la situación que viviera, siempre salía bien
parado y con su imborrable sonrisa pegada a su rostro.

Marcos alzó su brazo para que su compañero lo viera, pero justo antes de poder decir nada, la
cabeza de Leo fue exprimida de manera brutal. El titán había salido de la nada y Marcos no tuvo
oportunidad alguna de advertir a su amigo. Gran cantidad de sangre se escurría por las manos del
monstruo, quien procedió a tomar el cuerpo sin vida de Leo y comenzó a desmembrarlo sin
piedad. La sangre se esparcía por todos lados, salpicando las paredes y los muros. El titán
golpeaba y aplastaba a Leo con furia, y siguió con su juego, hasta que no quedó nada de él por
triturar.

El shock se tradujo en Zeta y en Marcos de la misma manera, ninguno pudo evitar abrir sus ojos
al máximo ante tal espantosa escena. En tan solo unos minutos, ya tres personas habían sido
brutalmente devoradas y trituradas frente a ellos. Zeta sintió un pinchazo de angustia en la boca
del estómago que casi lo hace vomitar. Y Marcos había olvidado al completo la presencia de
Érica, hasta que su agudo grito se los recordó. El perro ante el perturbador sonido comenzó a
ladrar, a la vez que los zombis que habían devorado a la mujer de Marcos se acercaban, y otros
se asomaban curiosos desde las habitaciones. Todos, inclusive el titán y Érica, dirigieron sus
muertas miradas hacia Zeta y Marcos.

El panorama se reducía a un paisaje no muy alentador. De un lado, tenían un inmenso grupo de


monstruos de cada clase dispuestos a lo que sea por un pedazo de carne humana o canina; del
otro, tenían a un enorme zombi sediento de sangre y una descomunal fuerza sobrehumana. Sus
municiones escaseaban y solo tenían una opción, luchar.

- ¿Crees que si se lo pedimos amablemente nos dejarán ir?

Inmediatamente, los zombis comenzaron una carrera exasperada hacia ellos.

-Intenta convencerlos si quieres, yo me largo -dijo Marcos, mientras abría una puerta a su lado y
subía por unas escaleras.

Zeta recordó en ese instante las palabras de Érica sobre unas escaleras que llevaban a la terraza.
Descartó la charla con los zombis y decidió emular los movimientos de Marcos para seguirlo, pero
tuvo que volver por el pequeño Zeta, que insistía en hacer frente a un ejército de monstruos a
base de aullidos. El joven lo tomó con sus brazos, y lo arrastró con fuerza hacia las escaleras.

- ¡Sube Zeta, maldición sube! -ordenó cerrando bruscamente la puerta a sus espaldas.
El animal comenzó a ascender veloz, obedeciendo a Zeta, mientras él lo seguía por detrás. Al
subir la primera serie de escalones, la puerta salió volando en pedazos y una horda de
endemoniados zombis comenzó a perseguirlos. Zeta uso todas sus fuerzas para subir las
escaleras a gran velocidad. Tras él, le pisaban los talones un ejército de zombis que se
amontonaban y tropezaban en una carrera donde el premio era el muchacho. Pero fue el zombi
de Érica quien tomó la delantera, usando las barandas de la escalera y las paredes como punto
de apoyo para escalar por sobre los zombis y llegar a la par Zeta. El joven no tuvo oportunidad
alguna ante la agilidad de Érica y una brutal embestida lo arrojó sobre las escaleras. Érica
inmediatamente buscó la carne del joven, y lo mordió sin piedad.
Zeta imaginó el dolor de la mandíbula del monstruo atravesando su brazo, pero se sorprendió al
darse cuenta que lo único que sentía era una leve presión. Érica había mordido su brazo derecho,
justo en el lugar donde una malla de kevlar recubría su armadura. Zeta aprovechó la ocasión para
tomar su Beretta y darle un descanso definitivo a la enfermera, pero en ese momento una navaja
se le adelantó e hizo crujir cráneo de Érica.

-No gastes tus municiones, las necesitarás.

-Marcos, pensé que ya estarías muy lejos de aquí -expresó Zeta mientras se incorporaba con
ayuda de su compañero.

-Hasta aquí llegue muchacho, mi cuerpo no me permitió avanzar un escalón más -confesó
Marcos, mientras se dedicaba a disparar a los monstruos que se aproximaban-. Antes de
desmayarme y morir como un cobarde, prefiero hacer algo bueno y morir como un hombre, tal
como Leo.

Zeta quedó sin palabras ante Marcos, una punzada de culpa invadió su ser. Incontables eran ya
las personas que habían dado su vida por darle un minuto más a la suya. El remordimiento lo
carcomía internamente, quería quedarse y luchar. Pero su instinto le gritaba que diera media
vuelta y siguiera su camino, y eso hizo. Sin siquiera despedirse del hombre, corrió por las
escaleras junto con el pequeño Zeta, pero antes de cruzar la puerta que lo llevaría a la terraza, le
dedicó unas últimas palabras a Marcos.

- ¡Encontraré a tu hijo Esteban, y te juro que lo mantendré vivo!

-Esteban -recitó Marcos por lo bajo, mientras escuchaba la puerta cerrarse de un portazo. Sus
ojos se humedecieron ante el recuerdo de su único hijo, y se empaparon completamente al
imaginar el horrible destino que le depararía el futuro. Marcos ya había dejado de disparar, y el
momento de su fin había llegado. En su mente solo cabía espacio para pensar en su fallecida
esposa y su hijo. Deseó con fuerza que nada le pasara, miró al techo buscando que su última
plegaria fuera escuchada por ese ser protector que todo lo ve. Aun cuando nunca antes había
rezado, sus últimas palabras fueron dirigidas hacia él, hacia Dios. -Cuídalo.

El tiempo apremiaba, ni siquiera buscó una manera de trancar la puerta ya que con la gigantesca
bestia del otro lado, un par de barrotes no harían la gran cosa. Zeta sabía que tenía que encontrar
una manera de bajar del hospital, su primera opción mental fue buscar unas escaleras de
emergencia que halló al otro lado de la terraza. Pero rechazó esa opción cuando vio un gran
helicóptero amarillo, de trompa redondeada y hélice larga, montado sobre una plataforma circular.
La tentación le ganó la partida, y junto con su peludo amigo, se dirigieron directamente al
helicóptero.

Una vez dentro del vehículo, Zeta aseguró al animal en el asiento trasero y se sentó en la cabina
del piloto. La variada cantidad de teclas y botones asustaron al joven, quien indeciso prefirió
comenzar su curso exprés de pilotaje probando con las teclas del techo, pero nada pasó. Siguió
intentando con las del tablero, y una tecla entre tantas, provocó que las luces del tablero y de las
pantallas encendieran. El muchacho siguió experimentando cuidadosamente, si una palanca no
funcionaba, la dejaba en su lugar de nuevo y probaba con otra. Luego de muchos intentos fallidos
que ocasionaron unos extraños ruidos de los que prefirió hacer oídos sordos, las hélices del
helicóptero comenzaron a moverse. Zeta gritó de felicidad, y su amigo canino lo secundó con un
ladrido. Al fin lo había logrado, ahora solo debía despegar suavemente y escapar de ese
espantoso lugar.

-Vamos Zeta, si pudiste robarle el auto a tu padre a los nueve años, puedes con esto -Se animó a
sí mismo.
A medida que pasaba el tiempo, las hélices potenciaban cada vez más su velocidad, pero todavía
le faltaba la fuerza necesaria para iniciar vuelo. Justo en ese momento, se escuchó el crujir
metálico de la puerta que daba a las escaleras. El zombi titán había arrasado con todos a su paso
para poder cruzar y se encontraba ya en la terraza, arrastrando en su mano el cadáver
despedazado de Marcos, que arrojó hacia un lado.

Al ver el helicóptero en marcha el demonio enfureció y no musitó en dirigirse velozmente hacia


Zeta, dejando atrás al resto de los monstruos. Ya era hora, no podía perder más tiempo. Zeta
tomó con decisión la palanca y dio un fuerte tirón hacia atrás.
Lo que ocurrió entonces estuvo lejos de lo que planeaba; el helicóptero se inclinó peligrosamente
hacia un lado, y la hélice rozó el suelo a punto de chocar. Zeta intentó a duras penas mantener el
control, pero lo único que logró fue dirigir la nave de perfil hacia el zombi titán, la hélice impactó de
lleno justo en su cuello y lanzó su cabeza al vacío. El helicóptero perdió el control que nunca tuvo
y prosiguió su recorrido volando bajo sobre la terraza. La nave se sacudió bruscamente al primer
impacto contra el suelo y una de las hélices se quebró volando también hacia el vacío. El segundo
impacto terminó de destruir lo que quedaba de las hélices y arrastró los restos del helicóptero
hasta la puerta, formando un improvisado tampón en contra de los zombis.

Zeta se encontraba completamente aturdido y su visión le fallaba por momentos. Con sus últimos
residuos de fuerza, se desabrochó el cinturón. El helicóptero se encontraba volcado, y tuvo que
hacer una difícil maniobra con su cuerpo para poder salir por la puerta, no sin antes sacar primero
a su peludo compañero. A primera vista, ninguno presentaba heridas mayores, Zeta agradeció
haber resuelto a último momento en impactar contra la terraza, antes de intentar volar de esa
manera sobre la ciudad y matarse de forma estúpida contra algún edificio.

Bajó del helicóptero y decidió volver a su plan original, bajar las escaleras de emergencia. El
trayecto no fue difícil, solo unos cuantos zombis habían logrado pasar a la terraza pero se
encontraban despistados con el accidente ocurrido y deambulaban cerca del helicóptero, por lo
que no fue necesario matar más de los que se le cruzaron en el camino. Al llegar a las escaleras
Zeta tuvo que cargar al animal en sus brazos y depositarlo del otro lado. Pero todavía no quería
marcharse, los zombis habían ocasionado grandes problemas desde su arribo en el mundo, Zeta
los odiaba eternamente y no dejaría escapar ninguna oportunidad para acabar con una gran
cantidad de esos endiablados seres de una sola vez.

Para su suerte, ahora tenía la posibilidad de brindar una majestuosa venganza contra los
monstruos que habían causado estragos en todo el hospital. Aprovechando que todos los zombis
se encontraban cerca del helicóptero volcado, y todavía más del otro lado de la puerta, el
momento para actuar era ahora. Se dirigió hasta una fuga de combustible que se extendía hasta
el helicóptero, y sacó de su bolsillo el encendedor catalítico que Érica había usado en dos
ocasiones y lo arrojó encendido al combustible.

Zeta se apresuró a volver con su compañero canino y ambos bajaron las escaleras por la parte
exterior del edificio. Zeta tuvo que cargar al animal en sus brazos para bajarlo de una plataforma a
otra sin que se cayera, y justo en el último tramo antes de llegar al suelo una explosión sacudió
todo el lugar. Ambos fueron arrojados por el temblor al suelo. La explosión se escuchó por gran
parte de la ciudad y efectivamente por cada monstruo, pero eso no le importaba a Zeta. El joven
se incorporó y buscó al perro por todos lados, pero al ubicarlo el can ya se encontraba a una
manzana de distancia, corriendo velozmente en dirección a la Nación Escarlata.

Zeta se sorprendió y una sensación de nostalgia se encendió dentro de él, mesclada con un poco
de felicidad y alivio.

-Al menos tú si sobreviviste -expresó Zeta de forma sentimental, mientras observaba como su
peludo compañero se perdía en la distancia-. Fue una gran aventura, pequeño Zeta.
En ese momento algo cayó a su lado de manera imprevista. Zeta dio un paso atrás alarmado,
pero se tranquilizó un poco al ver que solo se trataba de un cadáver envuelto en llamas. El cuerpo
pertenecía a un zombi cortador, que apenas podía retorcerse en el suelo, al joven le causó gracia
el deplorable estado en que se encontraba, indefenso y débil. Luego, alzó la mirada al techo del
hospital, desde su posición podía apreciar como varios zombis en llamas se arrojaban a muerte
súbita desde la cima y caían como una lluvia de fuego al suelo. Algo en su cabeza hizo un clic en
ese momento y una sonrisa se dejó proyectar en su rostro. A su misión todavía le faltaba una
tarea más.

Renzo Xiobani se encontraba recostado de espaldas en un muro, ubicado en la parte superior de


la nación. Su humor no se encontraba en condiciones como para entablar conversación con
nadie, su perspectiva de la Nación Escarlata había dado un giro brusco desde que el presidente
Máximo no permitió que acompañase a Zeta a cumplir la misión y dudaba seriamente acerca de la
salud mental del presidente.

Ya habían pasado dos horas y media desde que cerraron las puertas y dejaron a su amigo a la
deriva por su cuenta. Si Zeta seguía vivo, debería de haber vuelto hace mucho. Maldijo por
dentro, odiaba la impuntualidad y en este nuevo mundo si alguien no llega a la hora estipulada
solo significaría una cosa, pero no quería llevar a su mente a ideas pesimistas. Se puso de pie y
decidió dar una vuelta a la nación por cuarta vez en la noche para despejar sus ideas. Bajó
lentamente por las espiraladas escaleras, no había apuro alguno. Las luces se encontraban
apagadas, solo unos cuantos centinelas recorrían el perímetro con sus linternas. Su compañero
Jin hacia media hora que se había rendido ante el sueño y lo había abandonado, por lo que
resolvió acercarse a un pequeño grupo de personas que se encontraban reunidos cerca de la
puerta, compartiendo anécdotas y charlas.

-Hola Rex, ¿también esperas a Zeta? -preguntó amablemente Sam, mientras lo invitaba con un
gesto a sentarse junto a ella-. Él es de quien les comenté, es amigo de Zeta.

-Sí, me preocupa que se haya pasado de la hora -comentó Rex a la vez que se sentaba en el
suelo, junto con Sam y una ronda de seis personas más.

- ¿Gustas un café muchacho? -ofreció una amable señora con suficiente peso de edad en sus
hombros como para ser la abuela de Rex. El joven acepto-. El presidente no nos deja prender
fogatas por la noche, así que el café nos mantiene calientes.

-Gracias.

-Entonces -interrumpió una muchacha joven de cabello claro y lacio-. ¿Conoces a Zeta? ¿Sabes
su verdadero nombre?

Rex movió su cabeza hacia los lados. -No, él no lo recuerda, perdió su memoria.

- ¿Y tú crees eso? Yo opino que es un farsante, nadie puede olvidarse de su nombre -expresó un
hombre moreno, y con cabello muy rapado-. Yo creo que esconde algo serio.

-Yo no creo que mienta -respondió Sam-. No tiene necesidad de hacerlo, ¿o me equivoco Rex?

-No.

El ambiente se sumió en un gélido silencio que duro lo que Rex tardó en tomarse su café.

-El nuevo es muy callado -insistió el joven moreno.

-Yo sé porque esconde su nombre -dijo divertida, una niña de unos once años.
- ¿Otra vez con esa teoría hija? -intervino la señora que le había ofrecido el café a Rex.

-Sí, yo sé quién es él y porque esconde su nombre -insistió la niña-. Es el señor de los zombis.

Rex alzó sus cejas en una mueca de incertidumbre.

- ¿El señor de qué?

- ¿No conoces la historia? -preguntó Sam.

-El señor de los zombis no existe -refutó de mala manera, la muchacha de cabello lacio.

- ¿Quién es el señor de los zombis? -preguntó Rex interesado.

-Es un rumor que se pasa de boca en boca por la nación -respondió Sam-. Hay muchas historias
del señor y amo de los zombis; se comenzó diciendo que podía controlarlos, y que fue él quien
manipuló al zombi inteligente que uso un arma para disparar a una persona, pero ese rumor cayó
rápidamente porque nunca pudo comprobarse su veracidad.

-Y surgió entonces otro rumor -prosiguió la señora-, de una persona que podía matar a cualquier
tipo de zombi. Una persona solitaria, que se encontraba siempre en movimiento y que no
descansaría hasta eliminar a todos y cada uno de esos seres.

- ¿Algo así, como un héroe? -inquirió Rex divertido.

-Algo así. Es gracioso, porque Zeta da la talla, es un joven solitario que escapó de la nación
oscura y ya hemos visto como se enfrenta a los zombis especiales.

-Ahora que lo dices es verdad -Lo meditó Rex-, tiene una particular manera de salirse siempre con
la suya. Pero no creo que por eso sea el señor de los zombis.

- ¿Y porque entonces no quiere que nadie lea su diario? -inquirió Sam, divertida con la
conversación.

-Vamos, no creo que eso tengo algo que ver.

-Discúlpenme señores, voy a tener que pedirles que se retiren y dejen espacio, las puertas se
abrirán en breve y tenemos que despejar el area -comunicó un centinela, acercándose al grupo.

Todos hicieron caso y se hicieron a un lado, confusos por la repentina orden. Todos conocían la
rígida norma del presidente de no abrir nunca las puertas en horas nocturnas y ya se había
abierto una vez en la noche cuando permitieron salir a Zeta, por lo que Rex dedujo en su mente
que solo podía tratarse de una persona.

Las luces internas de la nación volvieron a encenderse y las puertas fueron finalmente abiertas
para dar espacio al ingreso de una camioneta azabache de cúpula cerrada. El vehículo se dirigió
a paso de hombre hasta el centro del patio exterior. Las personas que descansaban fueron
alertados por el alboroto ocasionado por el motor del vehículo y algunos disparos de los
centinelas para mantener a raya a los zombis que quisieran acercarse a las puertas. Algunas
personas se vieron tentadas a salir de sus habitaciones para corroborar con sus propios ojos lo
que ocurría en el piso de abajo.

La camioneta se detuvo en el centro, y el motor se apagó. Los vidrios polarizados de las ventanas
impedían a todos ver quien conducía el vehículo, por lo que un grupo de centinelas tomaron
medidas de seguridad y rodearon la camioneta con sus manos posadas en la funda de sus armas.
En ese momento la puerta del vehículo se abrió y lo primero en salir fue una pierna, seguida de
otra más.

- ¡Sal con las manos donde podamos verlas! -Ordenó un centinela de porte imponente.

Del vehículo salió un joven portando la armadura con los colores de la nación. Sus manos se
alzaban levemente, con un gran esfuerzo por mantenerlas en la misma posición. El muchacho
tenía un aspecto terrible, un hilo de sangre bajaba desde su frente hasta su magullado rostro; la
armadura que usaba se encontraba bastante deteriorada pese a ser que le habían asignado una
de las más nuevas y sus ojos café se perdían mirando con dificultad hacia el suelo.

-Está bien, puedes bajarlos -comunicó el centinela, acercándose a Zeta-. Parece que viviste todo
un infierno, pensé que no lo lograrías.

-Tu confianza me conmueve -respondió Zeta a secas, sin hacer contacto visual.

-No me malinterpretes, no lo hubiese pensado de nadie, pero me alegra que estés bien. Lo único
malo es que perdí la apuesta.

Zeta subió una ceja ante el comentario.

-Lamento haber arruinado tu economía, como sea, las cosas que me pidió el presidente están en
el asiento de atrás. Yo me retiro.

-Perfecto, se los llevaré de inmediato -dijo el centinela, mientras abría la puerta para inspeccionar
que todas las cosas que había pedido el presidente se encontraban ahí-. Esta todo, muy bien.
Pero todavía no puedes irte.

Zeta ya se encontraba muy agotado, y las últimas palabras del centinela le obligaron a emitir un
quejumbroso bufido.

- ¿Qué pasa ahora?

-Desde lo que le pasó a la muchacha, el presidente implementó nuevas reglas más rígidas. Cada
quien que entre a la nación, por más que haya salido solo por unos minutos, deberá acudir al
enfermero de turno para una revisión médica. Como tú te tardaste unas cuantas horas y por el
aspecto de tu cara, deberás acudir al enfermero cuanto antes. Si te da el visto bueno, podrás
marcharte a tu dormitorio sin ningún problema.

Zeta asintió, el punto de vista del centinela sonaba muy lógico, por lo que no se preocupó por
discutir más.

-De todas formas no pensaba irme a dormir todavía. Quiero hablar con el presidente de algo.

-Pues estas de suerte, él está justo ahora acompañando al doctor Peláez en la enfermería.

Peláez ya se había preparado su cuarto café en toda la noche. Sus manos temblaban incesantes
al colocar el azúcar en la taza. Jamás había pasado tanto estrés en toda su carrera, como un no
tan exitoso medico de barrios bajos. Aquellos tiempos eran mucho más sencillos, nunca necesitó
de procedimientos tan complicados para ganarse la vida. La gente solo acudía a sus servicios si
necesitaban una receta médica, o alguna revisación de procedimiento. Su rubro no era para nada
operar, aunque admiraba en secreto la destreza de sus compañeros cirujanos, él jamás tocaría un
bisturí para abrir en dos a una persona. Pero ahora las cosas habían cambiado por completo. La
vida de una inocente muchacha estaba en sus regordetas manos. Nunca había realizado una
operación y no estaba cien por ciento seguro de qué era lo que haría si el muchacho apareciera
con las cosas que ordenó. Amputar dos brazos era la locura más grande con la que jamás
imagino que tendría que lidiar.

Su mente se atormentaba a sí mismo constantemente. Nunca tendría que haberle dicho al


presidente que era un experto médico cirujano. Tarde o temprano la mentira iba a ser descubierta
y las consecuencias no quería ni imaginarlas. Pero algo lo reconfortaba. El hecho de que el
muchacho todavía no llegaba lo mantenía ligeramente calmado. Ya habían esperado tres horas,
siendo que había marcado un límite de dos para que la joven muriese. Claro que lo malo era que
Noelia aún seguía viva y su diagnóstico no había acertado en lo absoluto. Pero ya se le ocurriría
una excusa para inventar más adelante. Por el momento, lo único que deseaba es que ese
muchacho no cruzase la puerta de su despacho.

En ese instante algo alertó al doctor. Un ruido de pisadas fuertes provenía del pasillo, y la perilla
giró seguido de un fuerte puertazo. A Peláez por poco se le para el corazón.

- ¡Doctor! -Era el presidente, Peláez respiró, seguramente venía a comunicarle que el muchacho
ya no vendría-. Zeta volvió y tenemos todo lo que solicitó para la operación. Comience lo antes
posible.

El doctor saltó de su asiento. Las palabras del presidente lo atravesaron como una flecha, no
podía creer lo que escuchaba. Las probabilidades de que ese muchacho sobreviviera nunca
estuvieron a su favor y justamente por esa razón había ordenado una lista con cosas que
básicamente había inventado para que absolutamente nadie pudiera traerlas vivo. El destino le
estaría jugando una broma pesada, sin creerse todavía las palabras del presidente se vio tentado
a preguntar.

- ¿No me digas que lo consiguió todo? ¿Todo?

-Está todo lo de la lista, mis centinelas ya lo llevaron a la sala de urgencias, apresure su gordo
trasero y comience la operación de inmediato.

A Peláez no le quedó remedio más que asentir silencioso y dirigirse por el pasillo a la sala de
operaciones donde Noelia se encontraba pacíficamente dormida. El camino hacia la sala le
pareció eterno, sentía como su frente traspiraba cantidades inmedibles de sudor. Sentía una
fuerte presión en el cuello, fruto de la mentira que ya había alcanzado su punto límite. La situación
era irreversible, solo un milagro lo salvaría de la humillación que pasaría al llegar a la sala y matar
a la muchacha por una mala praxis. Dudó por un instante antes de ingresar, pero el presidente le
dio un empujón por detrás haciéndolo entrar por la fuerza.

Detrás de la puerta se encontraban Franco y dos centinelas más apuntando con sus armas a
Noelia. El doctor y Máximo se sorprendieron al ver a la muchacha de pie junto a su camilla. Sus
garras ahora parecían ser más largas y filosas que antes, y sus ojos eran de un tono grisáceos y
vacíos de vida. A su cuerpo estaban conectados los aparatos que marcaban las pulsaciones de la
joven. Algo en la maquina preocupó a Peláez, algo que no estaba bien.

- ¿Qué paso? -preguntó Máximo atónito.

-Cuando vinimos, ella despertó -Explicó Franco, sin dejar de apuntar a Noelia.

-Pensé que habías dicho que la muchacha seguía viva -dijo el presidente, dirigiendo toda su furia
al doctor.

-Hay un problema... con eso -respondió Peláez, acercándose un paso a Noelia para cerciorar que
sus ojos no le fallaban-. Según lo que marca el electrocardiógrafo, la jovencita sigue viva. Es
decir, su corazón aún no se detuvo.
- ¿Hablas de esa máquina de ahí? Quizás está rota -indicó el centinela.

-No lo está, la revisé antes de usarla con ella. Esa muchacha aún está viva.

-Pues si está viva, no creo que ella de ahí sea Noelia -dijo Franco retrocediendo un paso a la vez
que la muchacha avanzaba hacia ellos.

Noelia bramó un quejido y se dirigió a la carrera rumbo al centinela. Todos retrocedieron pero
ninguno se atrevió a disparar. Según lo que había dicho el doctor Noelia seguía viva, entonces no
era uno de esos monstruos. El centinela se vio en un grave aprieto.

- ¡¿Tenemos permiso para disparar presidente?! -preguntó el centinela retrocediendo apresurado,


mientras Noelia alzaba sus garras buscando su rostro.

En ese momento un disparo estalló súbitamente en el lugar y el cuerpo de la joven se desplomó


en el suelo. Todos dirigieron sus miradas hacia Franco, quien luego del disparo procedió a
guardar su arma como si nada hubiera pasado.

- ¡Mierda! -Vociferó el centinela, quitándose la sangre de Noelia de su rostro.

-No dije que dispararan todavía -Se plantó el presidente furioso, frente a Franco-. Podríamos
haberla reducido sin matarla. Todo lo que hicimos fue completamente en vano.

-Prefiero perder una vida, que perder dos- Se excusó el soldado-. Noelia no tenía salvación, ya no
era la misma.

-Ella seguía viva, podríamos haber hecho algo, o al menos intentado.

-Y lo hicimos -refutó Franco, seriamente-. Pero ella representaba una amenaza para la nación,
tenía que eliminarla. Sigo firme en mi decisión, sin embargo, si desea castigarme por
desobedecerlo lo entenderé.

La frialdad y determinación de Franco todavía sorprendía a Máximo, llevaba sangre de todo un


soldado corriendo en las venas. Pero decidió no castigarlo puesto que su decisión se hallaba
dentro de los términos de la lógica. Pero se encargó de hacerle entender que sería la última vez
que desobedecería una orden directa.

Franco lo entendió y se retiró de la enfermería. Por órdenes del presidente y por protocolo, dejó
su pistola en la armería y se dirigió al pario central. La gran parte de la nación se encontraba
despierta esa noche, lo cual no era extraño dado que una camioneta negra había despertado a la
mitad de la población y el ruido de su reciente disparo a la otra mitad. Todo era caos cuando la
gente se acumulaba y hablaban al unísono, murmurando y preguntándose cosas sin sentido. A
Franco le molestaba un poco eso, pero prefirió olvidarlo y buscar a su novia.

Entre toda la gente la búsqueda se tornaba difícil, así que prefirió comenzar por su habitación
privada. Aunque la suerte no estaba de su lado, continuó buscando en el piso superior. Cruzó por
el pasillo que daba a las habitaciones y se dirigió hacia el final, donde un puente conectaba un
lateral del edificio con otro. Desde el centro del puente se podía ver con claridad todo el patio
central desde las alturas. Su periférica desde ahí era perfecta para buscar a su novia, pero al
encontrarla algo en su interior se revolucionó. Zeta estaba con ella, hablando y riendo como si se
conocieran de toda la vida. Eso no le gustaba nada teniendo en cuenta que la última charla con
Sam había terminado en una discusión que él decidió cortar gracias a su orgullo.

Sin perder más tiempo decidió dirigirse velozmente hacia el lugar, nunca había sentido eso por
ninguna otra persona, eso que otros llamarían: celos. No aceptaba ese tipo de sentimientos en su
persona, pero algo en ese sujeto no le agradaba y prefería a Sam lo más lejos de él posible. Al
llegar donde se encontraron redujo la velocidad de su marcha, intentando pasar desapercibido,
luego se acercó a Sam por detrás y la tomó del brazo.

-Te estaba buscando por todos lados, ¿Qué hacías?

La joven se sorprendió un poco.

- ¡Franco! No me asustes así.

-Lo siento, ¿estás bien?

-Sí, ¿Qué tal tú?

-Yo estoy bien, ¿Qué haces tú aquí? -dijo refiriéndose a Zeta-. ¿No deberías estar en revisión
médica?

-Agradezco tu preocupación, pero no me dejan entrar en la enfermería. Se escuchó un disparo


hace muy poco y están todos como locos.

-Es verdad, tú estabas con el presidente ahí ¿verdad? -inquirió Sam.

Franco asintió, bajando la mirada.

-Sobre eso, el del disparo fui yo.

-Mierda, sabía que alguien lo mataría algún día pero nunca imaginé que serias tú -dijo Zeta.

-No seas estúpido. Fue a Noelia a quien disparé -Los ojos de Sam, Zeta y Rex se abrieron de par
en par por la noticia-. Ya era tarde para ella. Al llegar a la enfermería no era la misma, ya no era
humana. Tuve que hacerlo.

-No puede ser -El semblante de Sam se transformó en pura angustia.

Zeta y Rex intercambiaron miradas serias y Franco contuvo a su novia.

- ¿Cuántos más seguirán muriendo? -balbuceó Samantha cabizbaja.

Nadie respondió a la pregunta. Los rostros de los tres hombres seguían sin expresión alguna,
perdidos en sus pensamientos. Ninguno demostraba mucho sentimentalismo por la reciente
perdida y la oji verde notó eso.

-No lo entiendo -dijo la muchacha al verlos mientras se separaba de todos-. ¿A nadie le provoca
nada la muerte de una compañera? ¿Soy acaso la única estúpida que sufre por eso?

-No es eso, uno ya se acostumbra a ver gente morir -explicó Rex-. La noticia es angustiante, pero
ya no tiene el mismo impacto con el tiempo.

-Pues a mí sí me impacta -expresó Sam con un atisbo de ira.

-No puedes decirles a las personas como tienen que sentirse -intervino Franco-. Es obvio que a
nadie le gusta ver gente morir, pero en estos días eso es tan común como lavarse los dientes.
Quizás a ti todavía no te pasó, pero algún día ver gente morir no te sorprenderá como hoy.

- ¡Lo que dicen es absurdo!


-No lo es -afirmó Zeta sin mirar a nadie en especial-. Lo que dice Franco es verdad, hay un
momento en tu vida en que dejas de preocuparte por eso, inclusive dejas de preocuparte por tu
propia vida -Torció su cabeza, ahora dedicándole una mirada a la muchacha-. Cuando estuve
afuera conocí un grupo de personas que me ayudaron a sobrevivir. Eran muchos, todos unidos
por un mismo objetivo. Tenían un líder que los guiaba y les daba esperanzas. Se protegían entre
todos, eran tan unidos como una gran familia.

-Eso es genial -exclamó Rex-. ¿A qué nación pertenecían?

-A ninguna. No necesitaban ninguna Nación Escarlata o Nación Oscura que los proteja, se tenían
el uno al otro.

-Están muertos -anticipó Franco con gravedad.

-Así es -dijo Zeta-. Pero no se trata solo de eso. Uno de ellos: Marcos. Era una increíble persona,
fuerte y valerosa hasta el final, no le importó perder una mano en batalla, su espíritu seguía
siempre vivo. Elena, su esposa, una mujer imparable, incluso cuando todos pensaban que su líder
había muerto ella se erguía optimista y mantenía al grupo calmado; y junto con Érica, una
enfermera que pese a sus años todavía mantenía su vitalidad a pleno y se encargaba de que
todos estuvieran bien. Cada uno de ellos tenía algo en común que les permitía seguir adelante
pese a cualquier obstáculo.

- ¿Qué cosa? -inquirió Rex.

-Ellos tenían algo por lo que creer. Alguien que los unificaba y los potenciaba como grupo, alguien
que los motivaba y que les daba esperanzas para vivir. Tenían lo que nosotros no tenemos en
esta nación: Un líder.

- ¿Qué me dices del presidente? -preguntó Sam.

-Él no es un líder. Los líderes no se esconden en una silla y dan ordenes, los líderes salen afuera,
arriesgan su vida con sudor y sangre como todos los demás.

-Algo, como el señor de los zombis -añadió Rex.

- ¿Quién? -preguntó Zeta arqueando una ceja.

Rex se tomó su momento para explicarle a Zeta todo lo que sabía del señor de los zombis,
Samantha lo ayudó en eso.

-Entonces -comenzó a decir Zeta-. ¿Es un invento para mantener la esperanza de los niños?

-Un rumor básicamente -explicó Sam-. Hace rato nos divertíamos pensando que tú podrías ser el
señor de los zombis, ya que eres tan reservado para algunas cosas y según tu pasado como
viajero solitario.

Zeta no pudo evitar sonreír ante el comentario.

- ¿Yo, el señor de los zombis?

- ¿Entonces es verdad? ¡Lo sabía! -Le dijo una niña de unos doce años, a su grupo de amigos-.
¡Eres el señor de los zombis!

Zeta quedó perplejo ante la acusación de la niña.

- ¡No lo creo! -exclamó otro de los niños, el más alto del grupo.
- ¡No seas tonto! -Gritó la niña-. Él mismo lo dijo, y yo sé que es él.

- ¿Cómo lo sabes? Tiene que demostrarlo y no lo hizo.

-Pues yo creo en él.

- ¡No puedes simplemente creer en él!

- ¡Niños dejen de molestar al muchacho! -interrumpió una señora mayor, la misma que había
ofrecido el café a Rex momentos atrás -. Discúlpalos, son unos revoltosos -dijo la mujer mientras
se los llevaba a todos con ella.

En ese instante la mente de Zeta se revolucionó y como una chispa, una idea se incendió en su
interior. Recordó lo que le había dicho Marcos sobre las naciones, bastaba un error para que todo
se derrumbara y cayera en pedazos. Quizás lo que la nación necesitaba era ser más como el
grupo de Leo; quizás la nación necesitaba alguien en quien confiar y sentirse esperanzados y no
solo un régimen autoritario que les brindara seguridad. El presidente hacia un buen trabajo dentro
de sus limitaciones pero la gente de esta nación necesita a alguien más para llevarlos adelante,
aún más con los posibles acontecimientos futuros que podrían originarse contra la Nación Oscura.
Quizás lo que necesitan es...

Zeta cruzó su mirada con Samantha, y solo un guiño de ojo bastó para comunicarle lo que
planeaba hacer. Se acercó a los niños y antes de que se alejaran les dijo en voz fuerte y alta, con
la intención de que todos alrededor escucharan:

- ¡Hey niña! -vociferó, todos los chicos y la anciana se detuvieron a observar-. ¿Por qué yo? ¿Por
qué piensas que soy yo?

La niña se separó un poco de su grupo con un atisbo de vergüenza.

-Yo lo creía así -admitió la niñita, con la voz quebrada y una mirada angustiosa-. Yo quería que
nos salvaras de esos monstruos. Pero creo que me equivoque.

Zeta se tomó un momento para responder. Sabía que la gente lo comenzaba a observar, eso era
exactamente lo que quería.

- ¿Y quién dijo que te equivocaste?

En ese momento, la mirada de la niña se encendió como una lámpara.

- ¿Entonces... si eres tú? -Su sonrisa en esta instancia era imborrable.

-No puede ser, tienes que demostrarlo o no te creeré. No soy tan tonto como ella, quiero ver
pruebas y solo así sabré que no mientes -dijo el niño más alto, desafiando a Zeta.

-Bien, esperaba que dijeras eso -dijo Zeta con una sonrisa confiada, y se dio media vuelta-.
Sígueme y te lo demostraré.

Zeta comenzó a caminar. Los niños lo siguieron por detrás y casi por inercia, la gente de la nación
se vio tentada a observar cada detalle desde sus posiciones. Zeta terminó su recorrido justo
detrás de la camioneta en la que había llegado y los niños se ubicaron a una distancia prudencial,
sin atreverse a acerarse más. Zeta procedió a abrir la puerta de la cúpula mientras volvía a iniciar
la conversación con los chicos.
- ¿Ustedes alguna vez han estado afuera? ¿Saben a qué nos enfrentamos verdad? -preguntó
Zeta con gravedad en sus palabras.

- Eso es obvio, a zombis -respondió uno de los niños.

-Muy bien, puedes decirme ahora ¿Cuántos tipos de zombis existen?

Todos los niños se miraron con confusión, esperando que alguno respondiera. Pero finalmente
todos negaron con la cabeza.

- ¡Tú! El de la carabina -dijo Zeta refiriéndose a uno de los soldados que hacia guardia por la
zona-. Tú eres un centinela, ¿sabes cuantos estilos de zombis hay entre nosotros?
El centinela se tomó un momento para contarlos con los dedos de la mano.

- ¡Cuatro! -Fue su respuesta final.

- No -declaró Zeta fríamente-. La respuesta correcta es seis, ¿quieren saber cómo es que lo sé? -
Zeta se volteó y se metió dentro de la cúpula de la camioneta.

Lo siguiente que pasó fue que un cadáver salió volando de la camioneta y cayó justo enfrente de
todos. La gente de la nación se conmocionó y los niños retrocedieron alarmados.

-Tranquilos no se levantará, está muerto -dijo Zeta saliendo de la camioneta con otro cadáver bajo
el brazo-. Ese que está ahí es un zombi común, solo le gusta comer y comer. No tienen visión,
pero si un oído muy agudizado. No se confíen con esta clase, porque uno solo no será un gran
problema, pero millones de ellos sí lo son.

Luego el joven arrastró el siguiente cadáver y lo colocó junto al otro. Mientras tanto, las personas
de la nación comenzaron a acercarse al lugar. Todos sucumbieron a la curiosidad por saber que
pasaba. Inclusive el presidente se aproximó desde lejos a observar. Zeta tenía ahora, la atención
de todos en la nación.

-Este de aquí es mi favorito, y es un poco distinto al anterior. Pueden notarlo en las diferencias
físicas que denota su rostro carcomido y los huesos de la cara a la vista, a este en especial me
gusta llamarlo: Parca-explicó Zeta moviendo la cabeza de la criatura con su pie para que todos
pudieran verla-. Son muy rápidos y tienen que tener extremo cuidado cuando se topan con uno
así. Lo bueno es que siempre nos avisará de su posición con un grito de guerra, claro que lo malo
es que alerta a los demás zombis en las cercanías.

Zeta volvió a buscar otro cadáver a la camioneta.

-Este de aquí, es un cortador -dijo, depositando el cuerpo de la bestia junto a los otros dos-.
Desgraciadamente fue uno de estos quienes infectaron a una compañera nuestra. Antes
podíamos pensar que la infección se trasmitía por una mordida, pero dada las circunstancias, no
se dejen siquiera tocar por uno así... o lo lamentarán.

Zeta prosiguió a dejar otro cadáver más junto al resto, pero con la diferencia de que este no
llevaba la cabeza. Las personas quedaban completamente anonadadas ante todo lo que el
muchacho les decía, inclusive el presidente no creía lo que sus ojos veían.

- ¡Decapitado! A este le puse el nombre de cómo se los extermina. Si me permiten un momento...


¡Aquí esta! -dijo arrojando la cabeza, la cual terminó a los pies de una persona, quien del asco la
pateó alejándola de él-. Lo siento, lo siento. Este de aquí es uno de los más peligrosos si me lo
preguntan -comenzó a explicar, mientras alzaba la cabeza y mostraba a todos la hilera de dientes
que surcaba de oreja a oreja toda su boca-. Su cabeza es un poco más grande de lo que es una
cabeza normal de una persona y la hilera de dientes que tiene le permite arrancar un cráneo
humano de una sola mordida. Lo único que tienen que hacer para acabar con este es cortarle la
cabeza cuando esté comiendo. No hay otra manera su cuerpo es indestructible, créanme, incluso
probamos con un lanzamisiles y nada le pasó. Recuerden bien, cuando come le cortan la cabeza.

-No me digas que tienes a uno de los gigantes metidos ahí dentro -bromeó el chico más alto del
grupo.

-En realidad... no -contestó Zeta dirigiéndose a la camioneta y sacando de ahí otra cabeza, pero
esta era aún más grande que la anterior-. No pude rescatar nada de su cuerpo, quedó
completamente destrozado. Solo conseguí su cabeza, ten -Arrojó la cabeza cerca de los
cadáveres para que todos pudieran verla.

La reacción de la gente fue la que el joven había imaginado, todos comenzaron a hablar entre
murmullos y hacerse preguntas sobre él. Era el momento de Zeta de sacar su última carta.

-Todo esto nos lleva al último de todos, el número seis: El nocturno -Zeta depositó el último
cadáver en el suelo, y le abrió los ojos sus dedos-. Si se acercan podrán notar que sus ojos son
completamente negros, esto les permite ver a la perfección en la oscuridad como si tuviesen
visores nocturnos, de ahí su nombre -explicó, mientras ahora procedía a abrir la boca de la
bestia-. Como verán sus dientes son parecidos a los de una serpiente, y la función que tienen es
básicamente la misma. Si este zombi te muerde, y presten mucha atención a lo que les diré... Si
apenas un colmillo de un nocturno llegase a tocarte, te transformarías en menos de treinta
segundos en cualquiera de todos estos -dijo señalando todos los cadáveres en el suelo.

La nación entera se hundió en el silencio absoluto. Todos quedaron atónitos ante la noticia, muy
pocos habían visto siquiera la mitad de todos los zombis nombrados por el muchacho y él los traía
a todos en bandeja de plata para una exposición abierta como si fuera lo más normal del mundo.
Las dudas comenzaron a surgir en las mentes de todos los habitantes, mezclado con un miedo
ante lo desconocido de una persona capaz de matar a toda esa cantidad de bestias y a su vez
traerlas a la nación. Si algo estaba claro es que esa persona no podía ser alguien normal. Las
preguntas ahora eran muchas, pero solo una persona de entre la muchedumbre se atrevió a
preguntar lo que todos querían saber con urgencia.

-Muchacho -comenzó a decir un hombre mayor de edad-. ¿Quién eres?

Era la pregunta que el joven se esperaba, no pudo evitar proferir una media sonrisa. Utilizó un
cuchillo que llevaba para arrancarse la manga de su traje, dejando a la vista de todos, su cicatriz.

-Mi nombre, es Zeta -Alzó su mirada hacia el frente y dijo con ímpetu y seguridad-. El señor de los
zombis.
Capítulo 11: Somos los escarlata.

"Algunas personas quieren que algo ocurra, otras sueñan con que pasara, otras hacen
que suceda".

La ternera estaba jugosa, le gustaba así. La ensalada de papas, en cambio, no era de su


preferencia, pero de todos modos se sirvió un poco en su plato. Cortó la carne de forma
transversal, con unos lujosos cubiertos de plata, y depositó la ración en su boca. Se permitió
masticar con tranquilidad, degustando el delicioso manjar. Nadie lo apresuraba.

Tomó con su mano esa copa de vino que tanto lo venía seduciendo. Giró el contenido, disfrutando
con la vista la densidad del líquido carmesí. Seguidamente acercó el borde de la copa a su nariz,
e inhaló con profundidad.

Finalmente, decidió dar un sorbo al vino, en la proporción ideal. Lo retuvo un tiempo en su boca,
gozando de la multiplicidad de sabores que azotaban su paladar.

-La canela se siente a la perfección. Es una buena cosecha.

- ¿Solo eso? ¿Y qué me dices de la madera?

-Nunca pude discernir la madera.

-Me extraña, a falta de un ojo el resto de tus sentidos deberían de haberse agudizado, hermanito.

-Ni me lo recuerdes, aún quiero colgarlo del cuello por eso -contestó Calavera, volviendo a engullir
otro trozo de ternera, esta vez, con papas.

-Olvídate de esa idea, lo queremos vivo ¿recuerdas?

-Tú eres quien lo quiere vivo, a mí no me interesa.

-Debería.

- ¿Y por qué?-Preguntó, con la boca llena de comida.

-Tengo planes reservados para él, me servirá a futuro.

- ¿Qué planes? ¿Y podrías mirarme cuando te hablo? Es irritante -Exclamó calavera, buscando
con la vista a Alexander. Desde su posición no alcanzaba a ver a su hermano por completo, quien
se escondía tras un asiento de hierro bañado en oro, con lujosos detalles decorativos. Contaba
con un respaldo alto, bordado con cuero de tonalidad bordó, y de gran calidad. Calavera solo
lograba ver su mano, la cual sostenía una copa de vino, que eventualmente llevaba a su boca.

La habitación en donde se encontraban era bastante espaciosa y rebosaba de detalles lujosos,


desde enormes y famosos cuadros revistiendo las paredes, hasta el gran candelabro de cristal
colgado al centro del techo. Todo daba un aspecto de auténtica realeza. La mesa donde solo se
encontraba sentado Calavera, era de una fina madera de roble barnizada. Esta contaba con gran
variedad de deliciosa comida y varios de los más selectos vinos. Un paraíso para cualquier
paladar.
Al extremo de la habitación se encontraba Alexander, disfrutando la vista que le ofrecía un
hermoso balcón circular que daba al exterior de un tercer piso de lo que parecía ser parte de una
extravagante mansión.

-Para empezar, no necesitas mirarme para entablar una sencilla conversación, segundo, no
necesitas saber más de lo que yo te diga, y por ahora solo te aclaro, y espero que esta sea la
última vez, que quiero a ese chico vivo.

El tono de Alexander fue terminante, Calavera no siguió el tema. Conocía a su hermano lo


bastante como para saber cuándo hablaba en serio, y esta vez lo estaba haciendo. Decidió
seguirle el juego y darle el gusto.

-Como quieras -dijo, retomando su almuerzo-. ¿Entonces cuándo iré a destruir a la nación
Escarlata? Ya pasó bastante tiempo.

-No te preocupes por eso, no arriesgaré de nuevo tu vida. Ya asigné a tu reemplazo.

Calavera golpeó la mesa y arrastró la silla hacia atrás bruscamente.

- ¡¿Qué?! ¡Yo voy a ser quien patee el culo de esos idiotas, nadie más!

-Deja de apresurarte ¿quieres? -Su voz fue calma, no le importó en lo absoluto el arrebato de su
hermano-. Te conozco mejor que nadie, sé lo mucho que quieres matar en persona al presidente,
y podrás hacerlo. Pero yo simplemente dije que no arriesgaría tu vida. Los hombres que envié
allanarán el terreno por ti, solo un poco, pero la fiesta hermano, la culminarás tú. Te doy mi
palabra.

En ese momento, un ruido comenzó a hacerse percibir de repente por Calavera y su hermano,
ambos quedaron en silencio para apreciarlo con claridad.

-Hablando de fiestas, ya llegó mi pedido -dijo Alexander de buen humor, colocándose de pie.

Calavera no comprendió lo que quiso decir hasta que su curiosidad lo movió a acercarse al
balcón. Tuvo que fregarse su único ojo sano al no creer lo que estaba viendo. A la distancia, se
acercaban por el cielo tres difusas figuras negras. El ruido comenzó a intensificarse gradualmente,
Calavera ya no tenía duda alguna.

- ¿Esos son tuyos? -preguntó Calavera, todavía sin asimilar los tres helicópteros de guerra que
tenía en frente. Dos de ellos equipados con un arsenal de temerarias ametralladoras, y el tercero
y más grande de todos, era un modelo de dos hélices superiores, con una gran capacidad de
carga.

-No, hermano -hizo una breve pausa para dar un sorbo a su vino- son nuestros.
María había agotado todas sus fuerzas en mantenerse viva durante las últimas horas. Sintió un
inmenso placer en sus piernas cuando por fin pudo recostarse en el suelo. Correr por toda la
ciudad y luego subir nueve pisos de escaleras no era una actividad que ella pudiese hacer sin
obtener como premio unos cuantos dolores musculares. Pero su relajación duró poco cuando su
amigo de toda la vida, Lucas, la tomó del brazo para arrastrarla hacia otra habitación.

- ¡Corre, no podemos quedarnos aquí! -El muchacho de cabello rapado, con una gorra de visera
hacia atrás ayudó a María a incorporarse y la arrastró a la habitación contigua juntos con los
demás.

Una vez dentro, Lucas y Romeo utilizaron una cama de dos plazas para crear una muralla en la
puerta con el fin de mantenerse alejados lo más posible de esas bestias.

- ¿Servirá? -preguntó Claudia, la hermana gemela de María. Sus rasgos faciales eran idénticos,
inclusive ambas compartían el gusto de teñirse el cabello de rubio, con la excepción de que María
lo usaba atado y largo, y Claudia prefería tenerlo corto hasta los hombros.

-Por el momento si -respondió Romeo, el padre de ambas muchachas. Un hombre bastante flaco
y con ligeras canas asomando los laterales de su cabellera.

-Aquí no hay salida -informó Lucas, abriendo de par en par las ventanas de la habitación-. Es
imposible escapar, estamos muy altos y no sabemos cuándo el fuego consumirá todo el edificio.

-Tu idea de armar una fogata para pedir auxilio solo empeoró las cosas -Lo reprochó, Claudia.

-Yo como iba a saber que este edificio tenía tantas cosas inflamables -Se excusó el muchacho.

-La próxima vez solo esperaremos a que los monstruos se vayan solos -continuó Claudia.

-Quizás alguien vio el humo y vendrá por nosotros.

En ese momento la puerta de la habitación se sacudió. Y comenzaron a escucharse quejidos y


bramidos provenientes desde el otro lado.

- ¡Ya están aquí! -Expresó María, quien del cansancio volvió a sentarse en el suelo, de rodillas.

- ¿Te quedan balas? -preguntó Romeo.

-Solo una...-dijo Lucas, con un tinte de angustia en sus palabras.

En ese momento ninguno de los cuatro emitió sonido alguno, pero aún sin hablar sabían que les
sería muy difícil salir de esa situación.

- ¿Cuántos nos seguían, nueve, diez? -preguntó el joven.

- Quizás más-respondió Romeo-. ¿Por qué? ¿Planeas atacar?

-Podemos fabricar armas con las patas de la cama, quizás ese espejo de ahí también nos sirva.
Pero no podemos quedarnos sin hacer nada.

-No estamos enfrentándonos a seres normales chico, puedes matar a los más lentos pero si
llegamos a cruzarnos con ese de grandes garras o el gigante que vimos más abajo, no creo que
un par de maderas filosas pueda vencerlos.
El comentario volvió a sumir a todos en un silencio desesperanzador. Los únicos ruidos
escuchándose sonar eran los de los monstruos al otro lado de la puerta. Pero en ese momento,
algo más se sumó a los problemas del grupo.

- ¿Huelen eso? -preguntó María preocupada.

-El humo ya llegó hasta nosotros -dijo Romeo acercándose a la puerta-, el fuego está cerca.

- ¡Lo que nos faltaba, no hay forma posible de salir de esta! -dijo Claudia, rabiosa-. Estamos
muertos.

En ese momento los monstruos se alborotaron del otro lado, seguido de un fuerte sonido de
golpes, que a la vez se acoplaron con los quejidos de los zombis. Hasta que finalmente, pasado
un momento, todo se apagó y ya nada se escuchaba. Lucas automáticamente preparó su arma y
apuntó a la puerta. La misma comenzó a abrirse poco a poco, la cama no fue obstáculo alguno.
Lucas esperaba lo peor, habían visto pisos abajo un zombi de los gigantes y sabía bien que a
dicha clase de monstruosidad no les importaba en lo absoluto si debían de matar a los suyos para
conseguir a su presa.

Sus manos temblaban, una bala no bastaría para hacer frente a esa cosa, pero no tenía otra
alternativa más que ser optimista y quizás si se acercaba lo suficiente podría atravesar su cráneo
de un solo intento. La cama siguió cediendo lentamente. Lucas miró de soslayo a María, quien
seguía en el suelo junto a su hermana. Después de tanto tiempo juntos como amigos y jamás se
había atrevido a decirle lo que sentía en verdad por ella. Sentía las ganas de hacerlo ahora, antes
de que ese monstruo los aplastara, pero su miedo al ridículo todavía seguía inhibiéndolo. Apretó
los dientes por la impotencia, solo rezaba por tener otro momento más con ella. Si tan solo
pudiese vivir un poco más, se lo diría sin dudarlo... Solo un momento más.

La cama terminó por ceder por completo y la puerta se abrió, el humo no permitía ver con claridad
del otro lado, una figura comenzó a acercarse, muy pequeña para ser del enorme monstruo. Pero
aun así Lucas no lo pensó demasiado, ahora tenía una chance e iba a aprovecharla. Su única
bala salió disparada del arma para impactar justo en el pecho de la figura, el monstruo emitió un
quejido de dolor antes de derrumbarse de espaldas en el suelo.

- ¡No disparen! -Dijo de repente una voz masculina, entrando a la habitación apuntando una
Beretta reluciente, con lujuriosos detalles de pintura -. Venimos a ayudarlos, no disparen por favor
-el joven de cabellos negros en punta alzó su arma lentamente demostrando que no planeaba
usarla, y la depositó en la funda de su cinturón-. Me llamo Zeta, venimos a rescatarlos, pueden
confiar en nosotros.

- ¡Franco! -exclamó Sam, arrodillándose para socorrer a su novio.

- ¡El hijo de perra me disparó! -Se quejó Franco en el suelo intentando recuperar el aire, mientras
retiraba la bala que había pegado en su chaleco-. Si apuntaba un poco más arriba no lo contaba.

-Te avisé que no pasaras sin preguntar, pero eres un cabeza dura -dijo Zeta, divertido por la
situación.

-Nadie pidió tu opinión, Zorro -dijo Franco, incorporándose con la ayuda de Sam.

- ¿Otra vez van a discutir? -preguntó Sam, con severidad hacia ambos.

-Está bien, está bien. Lo importante primero, tenemos que sacar a estas personas de aquí -dijo
Zeta, volviendo a dirigirse al grupo de supervivientes-. Pueden venir con nosotros, los sacaremos
del edificio en una pieza o dos, síganme.
- ¿Qué hacemos? -preguntó Lucas.

- Supongo que no queda otra opción que ir con ellos -dijo Romeo, con confusión.
Esas personas no trasmitían un aspecto malicioso, pero se encontraban completamente armados
y en ventaja por sobre ellos.

- ¡Que esperan! Si no quieren calcinarse síganos de una vez -Los apresuró Franco.

Romeo accedió y ordenó a todos que lo siguieran por detrás. No sabía si podía fiarse de esta
gente, pero dado la escases de opciones, no podían hacer otra cosa. Al salir de la habitación, se
encontraron en el living del departamento con otras dos personas más del misterioso grupo.
Todos usaban el mismo uniforme escarlata, y cada uno portaba armas desde fusiles de asalto,
rifles de franco tirador, machetes, navajas y pistolas.

- ¿Ya terminaste Jin? -preguntó Zeta, acercándose hasta la ventana donde se encontraba su
compañero.

Jin se aseguró que todo estuviera en su lugar antes de responder. Ajustó el cable y se aseguró
que estuviera bien adherido al pilar. Hace unas cuantas semanas, Jin había adquirido de una
misión un peculiar juego de rápel, y luego de implementarlo en su división de Parkour, se le
ocurrió una idea. Junto a los ingenieros armamentísticos de la nación, se pusieron a la tarea de
realizar un artefacto que pudiese unir dos puntos en común mediante una tirolesa para su rápido
desplazamiento. La idea consistía en una lanzadera que reunía los principios de la compresión de
aire para lanzar a gran distancia un cable con una punta de flecha en el extremo, que se adheriría
a un muro o un techo, para poder tensar así, un resistente cable de acero que serviría de tirolesa.

-Está todo listo -declaró Jin, repasando los detalles de la tirolesa-. El cable está completamente
tensado, el pilar que coloque quedó afirmado al suelo correctamente, y solo me falta colocar las
correas, así que decidan rápido quien será el primero en cruzar.

- ¿Hasta dónde llega? -preguntó Franco, observando desde la ventana el trazado del cable.

-Como es uno de los primeros prototipos, su alcance es solo de cincuenta metros, lo suficiente
para poder pasarnos al edificio adyacente.

- ¿Estás seguro que funcionará? -preguntó nuevamente Franco.

-Absolutamente, no tienes de qué preocuparte.

En ese momento, una serie de disparos se escuchó por detrás. Anna se encontraba fuera del
departamento, junto a las escaleras, defendiendo la posición de cualquier ataque enemigo. Luego
de acabar con las criaturas se comunicó con Sam mediante una seña, que indicó que todo estaba
despejado.

-Anna dio luz verde, podemos comenzar -afirmó Sam-. Tenemos que apresurarnos o el fuego
avanzará más.

-Bueno, las gemelas primero -comenzó a decir Jin, mientras preparaba las correas-. La del
cabello corto, irás con Franco. Vamos, apúrense.

Jin le colocó las correas a Franco y lo posicionó a la cabeza, luego operó de la misma manera con
Claudia. Ambos se colocaron en posición junto al balcón, la altura mareó un poco a la muchacha,
quien dudó seriamente si debía cruzar primero. El cable llevaba a otro edificio en una empinadura
bastante pronunciada, que generaba una gran desconfianza en la joven.
-Préstame atención, tus correas están sujetas a las de Franco, solo tienes que mantenerte lo más
cerca de él posible cuando se deslicen. En el momento que él suelte la tirolesa, caerán juntos al
otro balcón de allá. Si no lo hacen correctamente se estrellarán con el muro y no será bonito, por
lo que te pido que te concentres y bajo ninguna circunstancia mires hacia abajo, ¿está claro?

Claudia asintió tímidamente, quiso vanamente preguntar sobre la estabilidad de las correas, pero
Jin no le dio tiempo empujando a ambos al vacío. La muchacha gritó con todas sus fuerzas al
sentir la gravedad de la caída y sus pies flotando sin una superficie a la cual aferrarse. El sonido
de la polea rodando por la tirolesa era lo único que escuchaba, además del aire entrado por sus
oídos. Sintió una fuerte presión en el pecho a causa de la adrenalina. Sabía que le habían dicho
que no debía observar hacia abajo, pero su instinto simplemente la obligó a hacerlo. La altura era
descomunal, pero la vista de la ciudad le pareció un espectáculo bellísimo, por un momento olvidó
en la situación que estaba, hasta que en un momento Franco se lo recordó.

- ¡Agárrate!

- ¿De qué?

- ¡Ahora! -dijo, y soltó la tirolesa en el momento justo antes de impactar contra el muro.

Ambos cayeron en picada hacia el balcón, aterrizaron estrepitosamente y se arrastraron por el


suelo. La caída había sido dura, pero ambos se encontraban en una pieza. Claudia se alegró de
al fin poder tocar suelo firme, mientras que Franco no perdió tiempo y mediante una radio
instalada en su traje, informó a Jin de la situación.

-Estamos bien, despejaré la zona de estos bichos mientras tú continuas mandando a los demás.

- ¿Qué tal el viaje? ¿El cable se aflojó ahí abajo? -preguntó Jin desde su radio.

-Para nada, parece estar bien de momento.

-Perfecto -Declaró Jin-. Los siguientes serán Samantha y tú, ¿Cómo te llamas, preciosa?

-María, ¿Mi hermana... se encuentra bien entonces?

-Está perfectamente, María. Sigues tú y Sam, por favor colóquense esto.

Jin procedió de la misma manera con ambas chicas, colocó primero las correas a Samantha y
luego continuó con María. Justo antes de que partieran, Jin le brindó a la muchacha un guiño de
ojo, con una simpática sonrisa, con el fin de tranquilizar un poco sus nervios. La tez de María
cambió de tonalidad a una más colorada y dejó escapar una leve sonrisa. Ambas mujeres
pasaron la tirolesa sin inconvenientes, y los siguientes en cruzar fueron Romeo y Lucas, quienes
por poco impactan contra el muro antes de llegar.

- ¿Se encuentran bien? -preguntó Jin, por su radio.

-Sí, pero por poco se estampillan con el edificio, dijeron que las correas no podían zafarse ¿Has
revisado el equipo antes de utilizarlo? -preguntó Franco.

-Las correas están bien, seguramente no lo hicieron como debían.

-Bien, dejen de perder el tiempo y crucen de una vez -ordenó Franco-. Desde aquí se ve como el
fuego sigue expandiéndose, no durará mucho hasta que se consuma todo el edificio.

-Bien, siguen ustedes muchachos -dijo Jin, dirigiéndose a Zeta y Anna quienes se ocupaban de
reducir a todas las bestias que ascendían por las escaleras.
Zeta continuó disparando cerca de la entrada del departamento.

-Vayan ustedes, yo los cubro y me tiraré último -dijo el joven-. No podemos dejar de disparar ni un
segundo, son demasiados. El fuego los obliga a subir y apenas podemos entre los dos. Vayan y
cuando pueda, yo me arrojaré solo.

- ¿Estás seguro?

- No hay tiempo para estar seguros, apresúrense.

-Toma, puedes usar esto -dijo Jin, mientras le entregaba a Zeta un pico de escalador-. Úsalo para
lanzarte directamente por la tirolesa, así no perderás tiempo poniéndote las correas.

-Genial gracias, y es rojo -dijo Zeta, a la vez que guardaba el pico-. Pueden irse, yo los cubro.

Jin obedeció y se colocó las correas y se acercó a la orilla balcón. Pero justo en ese instante,
mientras comenzaba a amarrar las de Anna a las suyas. Un zombi parca rebasó a Zeta por un
costado a gran velocidad y se dirigió a Anna. El joven asiático ante el susto, se dejó caer al vacío.
Anna se vio arrastrada a caer junto con él, pero sus correas no estaban del todo sujetas y se
desprendieron separándola de Jin. La muchacha giró en una vuelta de trescientos sesenta grados
hacia atrás y apenas en el último instante, pudo aferrarse a la orilla del suelo del balcón con
ambas manos. En ese segundo, el zombi parca surcó el cielo buscando alcanzar a Jin, pero solo
llegó a colgarse del cable, el joven fue rápido y lo redujo en el aire de un disparo. El cadáver del
monstruo se soltó y cayó directamente al vacío.

Zeta abandonó su puesto y fue raudo a socorrer a su compañera. Tomó a Anna del brazo antes
de que cayera y la subió con todas sus fuerzas, dejándola a salvo dentro del edificio. Por otro
lado, Jin todavía se encontraba en la tirolesa, el cable comenzó a aflojarse por el arrebato del
monstruo, Jin pudo soltarse en el último segundo para aterrizar junto con los demás, dio una
vuelta sobre su hombro y usó la inercia para colocarse en un instante de pie. Rápidamente se
acercó al balcón y llamó a Zeta por el radio, pero en ese momento la soga cedió del muro y cayó.

-¡Mierda, la soga se soltó!

-Ella está bien, despreocúpate -respondió el joven-. Encontraré otro camino, espérenme con Rex
en la camioneta. Anna y yo los alcanzaremos de alguna manera.

Zeta dejó el intercomunicador para volver a tomar su Beretta y reducir a los monstruos cercanos.
El edificio había tomado un color rojizo a causa del fuego consumiéndolo en el interior, el calor
comenzaba a tornarse insoportable y el humo negro dificultaba la visión. Zeta y Anna se colocaron
unas gafas protectoras de lentes amarillos para poder visualizar mejor el entorno.

-Anna, vas a tener que ayudarme. Consigue mantener a raya a estos demonios, yo fabricaré una
salida.

A Zeta le vino a la mente cuando su amigo Roni había utilizado su ingenio para sacarlos de la
prisión de la Nación Oscura y una de sus frases sobre que en su vida debería tomar decisiones
muy importantes para sobrevivir. Si bien no contaba con muchas opciones, el joven intentó
planificar en su mente una salida rápida y eficaz del edificio. Las escaleras quedaban
completamente descartadas y el fuego inundaba absolutamente cada rincón de los pasillos. Optó
por el ascensor.

Junto con Anna, salieron del departamento abriéndose camino contra los monstruos y se
dirigieron rumbo al ascensor, las puertas eran de un enrejado metálico corredizo, por lo que no
resultó problema poder abrirla. El problema real para Zeta, fue cuando vio que la cabina del
ascensor se encontraba ocho pisos más abajo. No había señales de que hubiese fuego ahí
dentro, pero la caída resultaba terrorífica a simple vista.

-Tengo una idea, ¿Qué tal si arrojamos ahí varios colchones y almohadas y nos tiramos?

Anna respondió con una mirada amenazadora y una rotunda negativa con su cabeza.

-Mierda, si tan solo estuviéramos unos pisos más abajo.

Esas palabras despertaron en la muchacha una idea, tomó del hombro a Zeta y lo llevó con ella
nuevamente al departamento. La joven se acercó al pilar que Jin había utilizado para instalar la
tirolesa, y comprobó que el cable seguía adherido ahí a la perfección. Luego miró por el balcón
hacia abajo, el cable se encontraba suspendido en un vaivén constante y descendía varios pisos.
Los suficientes para acortar distancia de altura. La joven intentó explicarle mediante lenguaje de
señas a Zeta sobre su plan, y el muchacho captó la idea rápidamente.

-Eso es una locura -dijo Zeta con severidad, la joven bajó la mirada, desanimada-. Hay que
hacerlo -dijo el muchacho finalmente, con una sonrisa.

Sin perder tiempo, ambos comenzaron los preparativos para su fuga, Anna se ocupó de instalar
las correas a cada uno, mientras que Zeta utilizó un sofá para mantener momentáneamente
alejados a los monstruos. El humo cada vez se volvía más espeso y el calor se intensificaba cada
segundo que pasaba, los escombros de la estructura comenzaban a ceder y resquebrajarse,
pedazos de concreto caían desde el techo y los muros. El tiempo apremiaba para ambos.

Zeta se colocó en posición junto al balcón, de espaldas a la ventana y subió al barandal revisando
nuevamente si el correaje estaba bien colocado.

-Bien, Jin me enseñó un poco de esto en su división. Lo que haremos será inclinarnos hacia atrás
al saltar y lograr que la inercia nos lleve al balcón de abajo. Asegúrate de soltar el cable solo lo
necesario para caer solo un piso de distancia. Lo haremos de a uno por vez, yo te esperaré
cuando sea tu turno y me aseguraré de que bajes bien.

Anna asintió. Zeta, por su lado, decidió comenzar. Midió a ojo la distancia hasta el balcón de
abajo, y luego de respirar profundo, se lanzó. Sus pies se despegaron del barandal y su cuerpo se
alejó considerablemente, ya no había nada que lo mantuviera firme a excepción del cable. El
viento hizo acto de presencia al desviar un poco el trayecto del muchacho. Intentó con todas sus
fuerzas volver a centrarse pero dio de lleno contra el muro. Utilizó ambas piernas para amortiguar
el golpe y volvió a impulsarse, para esta vez caer definitivamente en el balcón.

Una vez abajo, aseguró el cable con ambas manos para que no se desviara a causa del viento.
Anna respiró tres veces y se lanzó de la misma forma, pero su trayecto fue más preciso que el de
Zeta, cayendo cómodamente en su objetivo.

-Bien, no es tan difícil. Ahora solo faltan siete pisos y estaremos a salvo.

No tuvieron muchos inconvenientes en los dos pisos siguientes, pero justo cuando Anna se
encontraba descendiendo, la ventana que daba a la cocina de un departamento estalló,
provocando que la muchacha perdiera el control y girara en falso. Zeta pudo tomarla del brazo en
el último segundo, para atraerla hasta su posición.

-Hay que apurarnos, esto se está poniendo feo.

El joven ya había adquirido más confianza al lanzarse, y resolvió intentar descender dos pisos en
un solo intento. Flexionó ambas rodillas, y se lanzó con más fuerza esta vez. Aflojó el cable lo
suficiente para descender dos pisos de altura, y lo tensó nuevamente para caer en el balcón
deseado. La sincronización había sido perfecta, la gravedad lo llevaba directamente a la ventana,
pero algo no estaba bien.

En el balcón había dos zombis esperándolo, Zeta intentó cambiar la trayectoria pero ya era
demasiado tarde, el choque sería inminente. Extendió una pierna para propenderle una feroz
patada al primer demonio, mientras que el otro a su lado se le abalanzó por la derecha.
Rápidamente, Zeta interpuso su brazo con la mandíbula de la bestia dejando que lo mordiera. La
malla de kevlar hizo su trabajo evitando el mordisco, mientras tanto, Zeta utilizó una navaja de
cacería para terminar con la vida de la criatura. El otro zombi no tardó en reaccionar, pero Zeta se
había anticipado a su ataque y lo redujo de un solo corte frontal en su cabeza.

Anna por su lado, intentó la misma maniobra que Zeta. Pero a diferencia del joven, ella resolvió
primero hacer tope con su pie en el barandal del balcón de abajo, descendiendo tranquilamente
de uno en uno. Pero al llegar a su primer destino, fue asediada por un zombi cortador, quien se
lanzó desde la ventana queriendo alcanzar a la muchacha. La joven reaccionó rápido y se volvió a
lanzar al vacío, el descenso la alejó del camino del zombi, pero el cable había quedado
completamente expuesto a sus afiladas garras. El demonio hizo un corte perfecto al cable, y Anna
dejó de tener algo por lo cual aferrarse. La caída siguió su rumbo, sin detenerse en el balcón
donde se encontraba Zeta. Por suerte para la muchacha, Zeta y ella habían anexado sus trajes
con otro trozo del cable. Zeta se vio arrastrado hacia el barandal cuando el cable llegó a su tope,
el muchacho hizo una fuerza sobrehumana para sostenerse del balcón y no caer. Anna, por otro
lado, fue mecida por inercia, dentro de la ventana del piso inferior, chocó brutalmente contra los
vidrios, atravesándolos y quedando a salvo dentro del departamento, pero con un costo adicional
de graves heridas en su cuerpo.

En ese segundo, el cable se cortó y Zeta pudo respirar, liberándose del peso de la caída de Anna.
Pero ahora los separaba un piso de distancia y ya no contaban con algo por donde descender.
Otra explosión se escuchó en las cercanías, ya no podían perder mucho tiempo. El fuego, por
cada piso que descendían, se intensificaba aún más, al punto de que el solo hecho de estar en el
balcón le producía un calor asfixiante.
Zeta no tuvo tiempo de pensarlo, debía bajar a toda costa. Recordó las clases de Parkour que
había tomado con Jin desde hace ya tres semanas, tenía un poco de experiencia en el tema, así
que decidió ponerse a prueba en ese mismo momento. Se deshizo de su armamento pesado,
dejó atrás su fusil, su chaleco anti balas y se quitó la maya de Kevlar de su brazo. Ahora sentía su
cuerpo mucho más liviano y ágil, así que dedujo que podía aguantar con su propio peso.
Decidido, pasó de un salto al otro extremo del barandal. Utilizó únicamente sus manos para
quedar colgado de la saliente del balcón y observó con dificultad hacia abajo. El siguiente
ventanal se encontraba en una caída de unos cuatro o cinco metros. Debía ser lo suficientemente
fuerte para poder aferrarse al barandal de abajo sin resbalarse y caer.

Zeta no se dispuso a darle vueltas al asunto, mientras más se mantenía colgado, más se
cansaban sus brazos. Por lo que calculó una última vez la caída, y se lanzó. La gravedad hizo lo
suyo y el cuerpo del joven descendió hacia el vacío a gran velocidad. En el último momento
extendió sus brazos y se sostuvo del barandal, pero la caída fue demasiado fuerte y sus manos
resbalaron. La caída continuó hasta que sus manos pudieron aferrarse a duras penas, de la
saliente del balcón. Una de sus manos se dejó vencer y solo quedó suspendido por su mano
derecha, su cuerpo se abrió y fue inevitable mirar hacia abajo. La altura todavía resultaba
peligrosa a cuatro pisos de distancia del suelo, el joven usó sus últimas reservas de energía para
volver a sostenerse con ambas manos. Luego, poco a poco fue subiendo su cuerpo hacia el
balcón. Sus músculos se tensaron al máximo y bastó de un excesivo uso de fuerza para lograr
subir su torso. Al llegar a la altura deseada, extendió su brazo para aferrarse a la varilla del
barandal y así poder trepar con más seguridad. Utilizo sus piernas de apoyo y luego de una
agotadora hazaña de fuerza y resistencia, logró colocarse de pie desde el lado exterior de la
baranda. El joven se tomó un momento para recomponerse, pero no se había percatado de un
zombi que se le aproximaba. Vio con el rabillo del ojo que Anna todavía seguía tumbada en el
suelo, por suerte el monstruo no se dirigía hacia ella, pero él ya había sido visto y no tenía tiempo
de quitar su arma de la funda y disparar. Sin la malla de Kevlar también se encontraba indefenso
para usar sus brazos de escudo, así que resolvió una manera muy riesgosa de salir de esa
situación.

El joven despegó sus manos del barandal y esperó que el zombi se acercara lo suficiente, inclinó
levemente su cuerpo hacia atrás sin despegar los pies de la orilla y con una mano, tomó el pico de
escalador que Jin le había prestado y se lo incrustó violentamente en medio del cráneo. El cuerpo
del monstruo quedó trabado en la baranda y lo único que permitía que Zeta no cayera al vacío era
el pico incrustado en el cráneo del cadáver. Luego, en un rápido movimiento, el joven tomó
impulso y cruzó hacia el otro lado de un salto, mientras que a su vez, arrojaba al cadáver hacia el
abismo.

Zeta se dirigió raudo hasta Anna. La caída y el choque contra el vidrio la habían dejado en muy
mal estado. Intentó despertarla con delicadeza y con un brazo la alzó para que recobrara la
estabilidad. Anna realizó un gran esfuerzo para mantenerse de pie, su vista se tornaba borrosa y
su cuerpo le dolía horrores. Hizo una seña a Zeta de que debían continuar, y se desprendió del
joven intentando caminar por su cuenta.

Zeta admiró a su compañera por su voluntad, así que procuró deshacerse de cada monstruo que
se le acercara hasta que ella se recompusiera. Ambos se dirigieron nuevamente hasta el
ascensor, Zeta observó que la distancia entre la cabina y ellos era ahora mucho más corta. Un
salto a esa distancia no los mataría, y a esta altura del día ya habían superado cosas peores.

- ¿Podrás hacerlo? Ya nos queda muy poco y estaremos abajo.

Anna alzó su dedo pulgar. Su rostro denotaba cansancio y su cuerpo se encontraba muy débil,
pero se mentalizó para continuar sin demorar a su compañero. Zeta fue el primero, tomó con sus
manos el cable del ascensor y se arrojó una vez más. Su cuerpo ya se había acostumbrado a
caer constantemente, por lo que esta vez lo hizo con más naturalidad. El joven cayó firmemente
arriba de la cabina, la misma rechinó un poco luego del impacto y sufrió una ligera inclinación.

La siguiente en lanzarse fue Anna. Sus manos, a pesar de estar cubiertas por guantes, cedieron
en mitad de la caída y se soltó. Su cuerpo se inclinó involuntariamente hacia atrás, su cabeza
quedo expuesta a recibir todo el peso de la caída. Anna imaginó el duro impacto de su cabeza
contra el metal, probablemente un impacto que la mataría. Pero en vez de eso sintió un golpe
amortiguado, su cabeza ni su cuerpo habían chocado con nada. Zeta la había atrapado con sus
brazos antes de que la joven chocara contra el suelo. Pero el peso fue demasiado para el joven y
también cayó de espaldas. En ese momento otro sonido metálico se escuchó proveniente de la
cabina y el ascensor cedió cayendo un piso de distancia, hasta finalizar su recorrido a la planta
baja.

Zeta y Anna sufrieron las consecuencias del impacto. Ambos se encontraban completamente
adoloridos, recostados en la parte superior de la cabina. Zeta intentó incorporarse como su
debilitado cuerpo le permitió y continuó con entrelazar el brazo de su compañera en su cuello. El
ascensor quedó levemente chamuscado con el impacto de la caída y ambos pudieron escabullirse
por un espacio abierto que se formó en la puerta. Luego de bajar, se toparon con un vestíbulo
completamente inundado en llamas. La puerta se vislumbraba al final del pasillo, pero otro
obstáculo impedía su cruce.
Un zombi gigante que se encontraba en el lugar, había escuchado el estruendo provocado por el
ascensor y clavaba su amenazadora y muerta mirada en los jóvenes.

-Mierda, este sí que es grande. Termina con él, Anna.

La muchacha obedeció y se equipó con su fusil retráctil con el que había exterminado en una
ocasión a otro zombi titán. Apuntó directamente a su cabeza y disparó. Pero la bala rebotó sin
hacer efecto alguno en la bestia, el zombi bramó un feroz rugido y se dirigió a paso pesado hacia
sus víctimas.

-Genial, parece que nos queda el plan de contingencia -comenzó a decir Zeta, mientras sacaba
con una mano su cuchillo de cacería y con la otra, su pico de escalador -. Anna, préstame
atención. Cuando cuente hasta tres, correrás hasta la salida e irás a alertar a los demás. Yo me
encargaré de distraerlo de momento.

Anna enarcó una ceja, confundida. No comprendía de qué manera distraería a tamaña bestialidad
con esas dos insignificantes armas de mano. Intentó preguntar algo al respecto, pero Zeta no le
dio la oportunidad.

- ¡Tres!

- ¿No les parece que Zeta y Anna están tardándose un poco más de lo que debería? -preguntó
Rex, desde el asiento del conductor de un jeep de la Nación Escarlata que llevaba adherido a la
caja del vehículo una potente ametralladora.

-Ya pasaron como veinte minutos, podemos darlos como muertos y volver a la Nación -añadió,
Franco sentado sobre la caja del jeep.

-No seas pesimista, Franco -dijo Jin-. Es mi segundo mejor traceur, no va a morir así de fácil.

- ¿Qué es un traceur? -preguntó María, quien se encontraba dentro del vehículo.

-Tómalo como un discípulo, él es mi segundo mejor discípulo en el peligroso y extremo arte del
desplazamiento -respondió Jin. Siempre inflaba el pecho orgulloso, cuando hablaba de Parkour-.
El mejor de todos es Rex, tiene un talento natural. Muy raro ya que es alto, pero eso lo hace
mucho mejor, los saltos que da son para morirse.

Rex se ruborizó ante el alago.

-No es la gran cosa.

- ¡Si lo es! Deberías estar orgulloso de tu habilidad, has dominado cada truco que te enseñé en
muy poco tiempo.

-Me gustaría ver eso -se sumó Claudia, a la conversación.

-Cuando quieras, querida. Al llegar a la Nación les mostraré mi división, es la mejor de todas y
ahora mismo necesitamos más gente con nosotros.

- ¡Sería genial! -expresó María, ansiosa.

Romeo y Lucas se encontraban un poco más alejados al jeep conversando entre ambos.

- ¿Crees que estas personas son de fiar? No me gusta nada como ese chino engreído está
mirando a María.

-Por el momento estamos en deuda con ellos -respondió Romeo-. Además no parecen malas
personas, era hora de encontrar un lugar en el que poder vivir tranquilamente sin tener que
preocuparnos de estos monstruos. Las chicas lo necesitaban.

-No sé, yo tengo mis dudas. Además, ¿Por qué todavía no nos vamos? El edificio a esta altura ya
estaría completamente consumido en llamas y esos dos ya serian carbón -dijo Lucas, observando
la humareda negra que se alzaba a una manzana de distancia de su posición.
- ¡Oye viejo, te escuché! -Dijo Jin, enfadado desde el jeep-. No puedes hablar así de Zeta, él
logrará llegar aquí a salvo con Anna. Además, no te olvides que estamos hablando del Señor De
Los Zombis, que no es poca cosa. ¿Tú quién eres, eh? No eres nadie, viejo.

-Tranquilo Jin, no seas tan malo con él -le susurró Sam-. Además ya te hablamos sobre ese tema
del Señor De Los Zombis.

-Lo sé, pero ellos no lo saben Sam y es bueno que se corra la bola, así las demás naciones nos
tendrán miedo. En especial la Nación Oscura.

-No creo que ellos le tengan miedo a Zeta -siguió susurrando la oji verde.

-A Zeta no, pero sí al Señor De Los Zombis -dijo Jin, mientras guiñaba un ojo.

En ese momento, Franco observó algo a la distancia y se colocó de pie para poder tener una
mejor panorámica.

-Es Anna -afirmó, Franco bajando del vehículo.

La muchacha corría desesperadamente en dirección hacia ellos, todos se alarmaron al verla y la


acribillaron a preguntas en el segundo en que llegó al jeep.

- ¿Y Zeta? -preguntó, Rex.

- ¿Por qué no llevas tus armas contigo? -inquirió, Franco.

- ¿Qué diablos te pasó, amiga? Luces terrible -preguntó, Jin.

- ¡Chicos paren! Déjenla que me diga que fue lo que pasó -interrumpió Sam-. Adelante, Anna.

Anna intentó comunicarle a Sam por medio de señas lo que había ocurrido, pero se encontraba
demasiado acelerada para expresarse de manera adecuada.

-Anna despacio, así no logro entenderte nada.

Anna tomó aire e intentó volver a hacer las señas de forma más pausada, para que Sam las
interpretara.

- ¿Qué hicieron, qué? ¿De verdad?

Anna golpeó a Sam en el hombro y señalo sus ojos con dos dedos.

-Está bien, me concentro. Pero repíteme lo último, no creo haberte entendido bien -expresó la
joven oji verde. Luego de que Anna repitiera las señas, el semblante de Sam expresó una gran
confusión-. No entiendo.

- ¿Qué dijo? -preguntó Rex.

-Dijo que Zeta... ¿está sobre un zombi gigante?

Anna asintió.

-Sobre un zombi, es decir... ¿Arriba de él? -inquirió Rex, adoptando el mismo semblante
confundido que Sam.
La muchacha volvió a asentir, de mala manera. Su paciencia se había agotado.

-A ver si entendí bien... Zeta está sobre -pero Rex no pudo terminar su conjetura. Un estruendo se
escuchó en la otra calle, seguido del rugido feroz de un zombi titán que se acercaba a gran
velocidad.

Todos al verlo, subieron velozmente al jeep, solo Rex quedó en la calle observando con atención
al monstruo. Pudo notar más de cerca que Zeta se hallaba colgado en el lomo de la bestia,
utilizando un pico y un cuchillo para no caerse.

- ¡Ah, así que estaba sobre el zombi! -dijo Rex, subiéndose nuevamente al asiento del chofer-.
Hubieras empezado por ahí, Anna. -Comentó, mientras aceleraba el jeep a toda marcha-. Nos
alejaremos de él, pero tenemos que encontrar la forma de rescatar a Zeta, ¿alguna idea?

- ¿Están hablando en serio? Es imposible que maten a esa cosa -expresó, Lucas con un atisbo de
temblor en sus palabras.

Rex dejó de mirar por donde conducía, para centrar su vista en el asustado muchacho.

- ¿Acaso nunca mataste a uno de estos? -inquirió, Rex extrañado-. Es fácil si usamos el arma
adecuada, Anna podría matarlo con su fusil o yo con mi revolver, por favor, hasta Sam podría con
una de sus cuchillas si quisiera.

- ¿Siempre subestiman así a estas cosas? -preguntó Lucas, ahora con enfado.

-Tranquilo viejo, él estaba bromeando con lo de las cuchillas -dijo Jin-. Aunque si lo pienso bien,
puede que si le diera en el punto justo, quizás si se pueda, ¿no quieres intentarlo Sam?

-Me alagan, pero quizás en otro momento. Además Anna acaba de decirme que ya intentó
matarlo pero este es más fuerte que los demás.

-Una pena, pagaría por ver algo así.

- ¡Ustedes están chiflados! Ninguno es consciente de que podemos morir en cualquier momento.

-Al contrario -intervino Franco, seriamente-. Tenemos a la muerte en la cabeza en todo momento.
Solo que no le tenemos miedo.

Lucas observó a todos con ojos confusos, todos se comportaban como si se tratara de un juego,
como si hicieran una tarea de rutina y se burlaban de la muerte en la cara. Lo único que deseaba
en ese momento era salir de ahí con sus amigos e irse lo más lejos posible. Pero un derrape del
vehículo lo quitó inmediatamente de sus pensamientos. El jeep viró a ciento ochenta grados y
frenó en seco en dirección a la bestia, Lucas no entendía de qué se trataba esa maniobra, pero no
le gustó en lo absoluto lo que pasó a continuación. El vehículo quemó llantas y avanzó rumbo al
monstruo a toda velocidad.
Mientras tanto, Zeta seguía sujeto al lomo de la bestia. Sus fuerzas se reservaban a mantenerse
lo más pegado posible del monstruo, intentando no caer, pero para esta instancia sus brazos ya
habían sufrido demasiado y resolvió soltarse por cuenta propia. El joven cayó al suelo de manera
brusca y rodó varios metros por el asfalto, había intentado la maniobra de Jin para no lastimarse
demasiado, pero su hombro siempre salía golpeado al final.

Cuando por fin pudo dejar de rodar y mantener su eje, se colocó raudo de pie. El monstruo
también aminoró la marcha y volteó hacia su dirección. Los ojos del muchacho se cruzaron con
los de la bestia. Mal augurio.
El joven retrocedió lentamente, a la vez que el monstruo avanzaba de la misma forma. Zeta quitó
su Beretta de la funda de forma precavida y revisó la cantidad de balas que le quedaban, una
mueca se le dibujó al darse cuenta que contaba solo con tres. Aun así, sabía que no haría mucho
con su arma teniendo en cuenta la clase de zombi con el que se enfrentaba, resolvió detenerse,
seguir retrocediendo era ya inútil, la inmensa criatura podría alcanzarlo con mucha facilidad.

El zombi titán se fue acercando lentamente hacia el joven, hasta tenerlo a un paso de distancia y
cerró sus putrefactos y grandes puños con fuerza. Zeta hizo lo mismo, apretó sus dedos y subió
los brazos a la altura del pecho, adoptando una postura de pelea.

-Te lo advierto -dijo el joven-. Si no te vas ahora, la pasarás muy mal.

El zombi gruñó enfadado y subió su brazo por sobre su cabeza, para efectuar el golpe que
terminaría con la vida del joven. Pero en ese instante, una bala le pegó en el oído a modo de
advertencia.

-Te lo dije.

El zombi observó por detrás de su hombro y se vio asediado por centenares de balas que
surcaban el aire buscando su cabeza, pero fue rápido, y casi por instinto, se escudó del ataque
con sus corpulentos brazos.

Rex realizó nuevamente un derrape con el vehículo para pasar a un lado de la bestia y terminar
su trayecto justo detrás de Zeta, mientras tanto, Franco desde la ametralladora, se encargaba de
propinarle el mayor daño posible. Al detener el vehículo completamente, Franco tuvo la
oportunidad de agotar hasta el último cartucho de munición. Las balas golpeaban incesantes en el
brazo de la criatura, desgarrando su piel paulatinamente. El monstruo se vio obligado a retirarlas
por la fuerza y fue en ese momento cuando Franco pudo disparar todo el arsenal que le quedaba.
Las balas impactaron de lleno en el cráneo del titán, deformándolo completamente. Pedazos de
carne, hueso y sangre se desprendieron del monstruo, hasta que ya no quedó ninguna bala por
disparar. Fue entonces, cuando el cuerpo del demonio cayó rendido al suelo.
En ese segundo, Franco saltó del jeep y se dirigió directamente hacia Zeta, a paso acelerado.

- ¡¿Qué mierda se supone que hacías ahí arriba?! -Comenzó a vociferar Franco-. Si quieres
matarte, hazlo solo.

-Yo también me sorprendí, cuando clavé el pico de Jin en su cuello pensé que moriría, pero ese
condenado era más fuerte que los que acostumbramos ver.

-Eres un inconsciente. Por tu culpa ya no quedan balas en la ametralladora, ¿crees que al


presidente le gustará eso?

-Te recuerdo que fuiste tú quien se gastó todas las balas -dijo Zeta, plantándose frente a Franco-.
Además, ya lo habías matado cuando bajó la guardia, no hacía falta retapizar el asfalto con sus
sesos.

-Deberías agradecerme por haber salvado tu culo -respondió Franco con severidad, acercándose
a un palmo de Zeta -. Y si tienes algún maldito problema con mi manera de matar a esos bichos,
lo arreglamos aquí y ahora.

-Lo único que hay que arreglar aquí y ahora, es tu asqueroso aliento a podrido.

-Oigan, yo sé que quieren matarse a besos -intervino Rex-. Pero dejen eso y vengan aquí, tengo
un comunicado del presidente en la radio.
Franco se separó de Zeta, luego de propinarle una mirada maliciosa y acudió rápidamente a la
radio del jeep.

-Aquí Brandon, el trabajo fue realizado con éxito, las personas están a salvo y vamos
inmediatamente a la nación.

-Perfecto Brandon, pero voy a necesitar que hagan otro trabajo más -contestó el presidente,
desde la radio-. Es un rescate sencillo, cerca de la zona portuaria. Se nos transmitió una llamada
de urgencia, son solo dos personas, así que puedes enviar a Xiobani y a Zeta para allá.

-Señor, ¿no prefiere que lo haga yo?

-Agradezco tu predisposición, Brandon. Pero los seleccioné porque ellos dos funcionan bien
juntos y pueden acabar la misión rápidamente. Además, tengo que hablar de algo contigo en la
nación, ven cuanto antes.

-Entiendo, señor.

-El rescate es en la zona portuaria, en el teatro de la ciudad, hay dos personas refugiadas ahí y
varios zombis en los alrededores, así que sean cautelosos. Pueden utilizar los vehículos de la
nación escondidos, busquen uno cerca de su posición y traigan a esas personas cuanto antes.
Cambio, fuera.

-Ya lo escucharon -comenzó a decir Franco-. Rex y el zorro, se dirigirán al teatro que está en el
puerto, hay dos personas refugiadas que necesitan de nuestra ayuda. Jin, ¿podrías buscar en el
mapa un vehículo para que se movilicen rápidamente hasta allá?

-Ya estoy en eso -dijo Jin, mientras revisaba un mapa de la ciudad.

- ¿Cómo buscas un vehículo ahí? -preguntó Claudia, con interés.

-Pues verás, no es mucha ciencia. En este mapa se muestra la localización de todos los vehículos
que la División de Provisiones esconde por toda la ciudad -explicaba Jin, mientras señalaba con
su dedo unos círculos rojos en distintos puntos del mapa-. Se encargan de buscar zonas
específicas, generalmente son garajes abandonados. En ellos esconden distintos vehículos con
combustible lleno, por si alguien de la nación se encuentra en apuros. La verdad es muy
conveniente, muchas vidas fueron salvadas gracias a que se contaba con este tipo de ayuda.

-Es increíble, ¿su grupo se toma la molestia de hacer todo esto? -preguntó María.

-No somos un simple grupo, somos los escarlata. La mejor nación de todas -dijo Jin, con orgullo.

María y Claudia quedaron completamente fascinadas con las palabras de Jin. No podían creer
como había un grupo tan bien organizado, que se esforzaba al máximo por la supervivencia de la
humanidad. Algo tan espectacular como eso, tenían que verlo con sus propios ojos. Deseaban
cuanto antes llegar a la Nación Escarlata.

- ¿Encontraste algo? -preguntó Franco, nuevamente.

-Sí, aquí. Por el este, a dos manzanas de distancia hay tres motos escondidas en un
estacionamiento de un edificio comercial.

-Perfecto -dijo Rex, con entusiasmo-. Me encantan las motos.


-Bien, apresúrense y no pierdan tiempo. El puerto está bastante lejos, así que llegarán en unos
veinte minutos, cada segundo cuenta para esas personas, y tú -dijo dirigiéndose a Zeta-. Trata de
no cagarla de nuevo.

-No te preocupes, como el presidente lo dijo, somos rápidos. Llegaremos en diez minutos -dijo
Zeta, mientras se equipaba con el equipo de Jin y se proveía de nuevas municiones-. Ustedes
lleven a esas personas a la nación, los veo allá.

Ambos comenzaron a correr y se alejaron rápidamente, hasta que se perdieron de vista al


adentrarse en unos callejones de la ciudad.

- ¿Estarán bien? -preguntó Romeo.

-Tranquilo, viejo. Es el señor de los zombis.

Un grupo de zombis los seguía muy de cerca, los callejones de la ciudad resultaban un buen
escape mientras no hubiera otro monstruo esperando del otro lado para acorralarlos. Para suerte
de Zeta y Rex, no fue ese el caso, pero en vez de eso, un auto destruido bloqueaba, de perfil, la
salida a la calle. Ambos aumentaron la velocidad de sus pisadas y se dividieron para surcar el
obstáculo desde distintas direcciones. Zeta, por su lado, se dirigió a la parte magullada del capó.
Tomó impulso en un salto preciso, alzó ambas piernas juntas a la altura de su cintura, uso su
mano derecha como punto de apoyo para sostenerse del capó y se deslizó por el aire terminando
su trayecto limpiamente del otro lado.

Al mismo tiempo, Rex tenía que sortear la parte del vehículo más alta, pero eso no fue problema
para el joven mecánico. Dio un salto hacia el muro aledaño, para pisar fuerte en la saliente de un
ventanal, utilizó el impulso para arrojarse sobre el techo del vehículo, seguidamente, con sus
manos extendidas hacia adelante, usó la inercia del salto para dar un giro de trescientos sesenta
grados que terminó por pasar su cuerpo entero hacia el otro lado de la calle.

Ambos continuaron su curso dejando atrás al grupo de zombis que los acechaban, hasta que
finalmente, pudieron llegar a su destino.

- ¿Seguro era este el edificio? -preguntó Rex, en medio de la playa de estacionamiento, buscando
con la vista las tres motos de la nación.

-Jin dijo que estaban en la planta baja ¿cierto? Entonces debería ser aquí.

- ¿Seguro? No escuché que dijera eso.

-No lo recuerdo bien -confesó Zeta, mientras se dirigía a la rampa del estacionamiento.

-Sí, había olvidado que no eres bueno con tu memoria.

- ¡Aquí están! Ya las encontré -dijo Zeta, sin prestar atención a su compañero, mientras escalaba
la rampa al piso superior.

Rex lo siguió hasta la siguiente planta, pero no encontró en ningún lugar los vehículos que
buscaban, en su lugar habían autos destruidos y abandonados, sumado de cadáveres y sangre
por doquier.

-Aquí no hay nada, Zeta -dijo Rex, con tono desalentador-. Probablemente este lugar fue
escenario de una gran catástrofe y quienes estuvieron aquí se llevaron nuestras motos.

- ¿De qué hablas? Están aquí-dijo el joven, acercándose a un gran bulto cubierto por una manta y
la retiró dejando al descubierto tres increíbles motos deportivas de distintos modelos.
- ¡No puede ser! -Dijo Rex, sus ojos brillaban al ver semejante maquinaria sobre dos ruedas. El
muchacho se acercó más para apreciarlas mejor-. Soñé toda mi vida con conducir una de estas.
Solo una persona en el taller de mi padre mandó a reparar una de este estilo, desde ese momento
juré que algún día probaría montar una. ¿Cómo sabías que estaban ahí escondidas?

-No fue difícil -dijo Zeta sonriente, mientras montaba en una de las motos-. El manto tenía el
símbolo de la nación en los bordes.

-Es una hermosura -Rex continuaba admirando las motos sin subirse a ninguna todavía,
seleccionado cuál de las dos sobrantes sería mejor.

-Podrías dejar de babear y vamos a probarlas como se debe.

-Tienes razón -dijo Rex, mientras subía finalmente a una de las motos.

En el tablero se encontraba la llave de la misma, y la utilizó para ponerla en marcha. El motor


rugió como un león, Rex aumentó las revoluciones solo para escuchar su imponente potencia.
Observó por última vez a su compañero con una sonrisa de satisfacción, puso primera y alzó la
parte delantera de la carrocería para iniciar la marcha.

- ¡Vamos a rescatar a esas personas!

-Estamos jodidos, estamos muy jodidos -dijo Ignacio, haciendo a un lado su rubia y lacia cabellera
con un movimiento de su cabeza.

- ¿Te puedes callar? Lo único que logras al quejarte es que los estúpidos monstruos se alteren
más -señaló Emilio, quien con sus corpulentos brazos intentaba arrancar una butaca del teatro-.
Podrías venir aquí y ayudarme a reforzar la barricada.

- ¿Estás loco? Yo no puedo arrancar eso con las manos, mis brazos se quebrarían.

-Entonces vete a buscar otra cosa que nos sirva para colocar en la barricada, no creo que nos
dure mucho. Tenemos que hacer tiempo hasta que los refuerzos lleguen.

- ¿Los de la Nación Escarlata? No creo que lleguen, ¿Por qué no los llamas de nuevo?

-Ya los llamé tres veces y la última vez dijeron que ya habían mandado a dos soldados, así que
llegarán en cualquier momento -respondió Emilio, quien ya había logrado desencajar la mitad de
la butaca.

- ¿Solo dos soldados? -preguntó Ignacio, mordisqueando sus uñas mientras caminaba en
círculos-. No creo que dos sean suficientes, ¿Por qué no los llamas y les pides más refuerzos?

Emilio dejó la butaca y se plantó delante de Ignacio, sus alturas eran similares, pero la
musculatura de Emilio era notoriamente superior. Aunque ambos rozaban los treinta años de
edad, Ignacio era el más viejo de los dos, pero a la hora de la verdad era Emilio quien ponía
orden.

- ¡Me cansé! No puedo concentrarme si estas todo el día parloteando alado mío -Emilio
desenfundó su arma.

- ¡Hey! ¿Qué vas a hacer?

-Toma -dijo, ofreciéndole su pistola-. Tiene un cargador a medias, no lo malgastes y vete a


recorrer el teatro. Encuentra algo útil y tráelo aquí, si vez algún monstruo lo matas.
Ignacio tomó el arma, de forma insegura y torpe, con ambas manos.

- ¿Estás seguro que no quieres que te ayude desde aquí? podría...

- ¡No! Solo vete y busca algo ¿Si? Yo me encargo aquí -dijo Emilio, empujando a su compañero.

-Está bien, está bien. No tienes que echarme así.

Ignacio se aferró a su arma y decidió adentrarse en una puerta que llevaba a un pasillo del teatro.
El pasillo se encontraba tenuemente iluminado, por lo que prefirió subir las escaleras hacia la
planta alta a paso lento y precavido. Por el momento, no había encontrado ningún monstruo, pero
tampoco algo útil para usar en la barricada. Dedujo mentalmente que mientras continuara en ese
pasillo no encontraría nada, debería ingresar a las puertas para revisar mejor el lugar. Pero la idea
de alejarse mucho de su compañero no le agradaba demasiado. Juntó valor para abrir la primera
puerta a su derecha, del otro lado había un balcón que mostraba una vista única del escenario.
Resolvió que se encontraba en el la parte VIP del teatro.

Al no ver nada útil ahí, cerró la puerta y probó con otra, recorriendo así todo el sector de la planta
alta sin resultado alguno. Bajó nuevamente por otras escaleras y se topó con una salida directa
que conectaba con el escenario, al llegar al centro, vio a su compañero en el fondo junto a las
puertas, las cuales habían sido bloqueadas por distintos objetos, desde tablones, asientos y hasta
cajones de aspecto pesado.

Ignacio saludó con la mano a su compañero desde el escenario.

- ¡Deja de hacer estupideces y continua buscando!

- ¡Esta bien, estoy en eso!

Ignacio dio media vuelta y fue en ese momento cuando vio como una figura se escabullía entre
las sombras del fondo del escenario. El hombre aferró sus esbelticos dedos a su arma y la apuntó
hacia la oscuridad. Ladeó su arma de un lado a otro buscando volver a ver a esa misteriosa figura
que había percibido hace un momento. Se quedó un tiempo parado ahí, pero nada pasó. Observó
a su compañero a su retaguardia, aún seguía ocupado en la barricada así que dependía
exclusivamente de él averiguar la procedencia de esa cosa, fuere lo que fuere. Tragó saliva antes
de dar el primer paso al frente. El extremo del escenario se encontraba decorado con muchos
inservibles adornos de utilería; árboles falsos de papel, una luna de cartón apoyada sobre el
muro; gran cantidad de papeles regados por el suelo y alguna que otra caja esparcida por ahí.
El corazón de Ignacio casi se detuvo cuando vio como la caja se movió y algo salió de ella para
desaparecer en el suelo. Nuevamente su arma apuntó a cualquier dirección de la oscuridad.
Imaginó que un monstruo se estaba escondiendo de él, seguramente era de esa clase que no les
gusta la luz, ya había visto a uno de esos en una ocasión y sabía cómo podía hacerle frente.

- ¡Emilio!

- ¿Qué pasa ahora? ¿Encontraste algo?

-Eso creo, necesito que enciendas la luz desde ahí.

- ¿Qué pasa? ¿No te gusta la oscuridad? -dijo Emilio, con tono gracioso mientras encendía los
interruptores de luz-. Ya está, espero que valga la pena.

Ignacio ahora podía ver a la perfección todo el escenario, su plan estaba saliendo como él quería,
ahora solo debía encontrar al monstruo de ojos negros y matarlo de un tiro. En el fondo del
escenario pudo vislumbrar una trampilla abierta, seguramente era ahí donde el demonio había
desaparecido cuando lo vio salir de la caja. Se acercó a paso seguro y confiado, las luces ya
deberían haberlo debilitado y no podría moverse para atacar. Presa fácil.

Ignacio se acercó hasta el borde de la trampilla y apuntó con su arma al interior, pero lo que vio
dentro lo dejo sin habla hasta que su mente lo obligó a reaccionar rápido.

- ¡¡Emilio!!

La rueda delantera de la moto impactó con la cabeza del monstruo, seguidamente de eso el joven
dejó caer el peso de la carrocería sobre el zombi y lo pasó por arriba acelerando en el último
momento para destrozar lo que quedaba de su putrefacto cuerpo.

-Pensaba que el loco era yo, pero al volante no hay quien te supere, amigo -dijo Zeta, mientras
estacionaba a su lado.

-Lo siento, pero esta cosa es genial, quiero intentarlo con la rueda trasera ahora.

- ¡Rex, hombre! Concéntrate, tenemos que despejar esta zona, ellos están ahí atrapados en ese
teatro -dijo el joven, apuntando con su dedo al edificio.

-El lugar está repleto, deben haber unos cincuenta o más.

-No te preocupes, yo usaré el ruido de la moto para alejarlos, puedes encargarte de los sobrantes
y liberar a los sobrevivientes.

- ¿No quieres que sea yo quien los distraiga?

-No, ya tuviste muchas emociones de camino aquí -explicó Zeta, acelerando el vehículo-. Volveré
cuando ya no puedan seguirme.

Zeta dirigió su moto cerca de los monstruos y aumentó las revoluciones para armar un escándalo
necesario para llamar la atención de los zombis. Rex por su parte se quedó alejado observando
todo. Algunos zombis se perfilaron hacia zeta, dejando la puerta del teatro atrás. El joven
aprovechó para llevárselos en fila india, como si se tratase de acarrear un ganado. En el momento
que su compañero se perdió de su visión, Rex decidió acercarse a las puertas del teatro.

Aceleró el vehículo acercándose velozmente a un zombi cortador que se había quedado en el


lugar, inmediatamente, clavó los frenos delanteros y alzó la parte trasera de la moto, uso su
cuerpo para virar la dirección de la rueda y la impactó en la cabeza del demonio. Sin oportunidad
de defenderse, el zombi cortador sufrió las consecuencias de ser despedazado por la llanta
trasera del vehículo. Pero todavía no terminaba para el joven, el ruido ocasionado había alertado
a otro grupo de seis zombis que dejaron la puerta para dirigirse a su dirección. En el segundo
mismo en que la rueda de la moto toco el suelo, Rex desenfundó su revólver y lo giró en su mano
cuatro veces seguidas. Su velocidad con la práctica había aumentado notoriamente, le bastó
apenas dos segundos completar su ritual y su puntería también había sido agudizada,
deshaciéndose de los seis monstruos en un parpadeo. Luego de otro giro más de su revólver, lo
guardó con naturalidad en su funda.

Sin ver más monstruos en los alrededores, decidió estacionar el vehículo. Luego, al bajar, se
dirigió hasta las puertas y toco repetidas veces, hasta que una voz se escuchó del otro lado.

- ¿Quiénes son?

- Nación Escarlata, ¿pidieron un rescate doble, con aceitunas extra?

- ¿Qué pasó con los zombis? -preguntó la voz, al otro lado de la puerta.
-Ya me deshice de ellos, pero puedo decirles que vuelvan si así lo desean. ¡Vamos, abre la puerta
de una vez!

- ¿Todos en esa nación son tan idiotas?

-En realidad, te sorprenderías lo serios y rígidos que son. Ahora, no lo volveré a repetir, abran o
me iré.

Luego de unos segundos eternos, en los que se escucharon diversos sonidos se cosas pesadas
arrastrándose y chocando entre sí, la puerta se abrió a medias. Del otro lado, se asomó un rostro
oscurecido por la sombra y la punta de un arma amenazaba con la vida de Rex. El joven
retrocedió para dar lugar a que los sobrevivientes pudieran salir.

- ¿Seguro que no hay más? -preguntó un sujeto de gruesos músculos y de reducida estatura.
Detrás de él se encontraba otro escondido, pero más flaco y de cabellera rubia.

-Seguro, puedes guardar eso-respondió Rex, refiriéndose a la pistola.

-Pensé que serían dos, pero supongo que el otro murió. Soy Emilio y él es Ignacio.

- ¿Son pareja?

- ¡¿Qué?! -bramó Emilio, tensando las facciones de su cara.

- Solo bromeo, es para relajarlos un poco. Parece que tuvieron un día difícil -dijo Rex, palmeando
amistosamente el hombro de Emilio.

-Pareces buena persona-Se atrevió a decir Ignacio-. Pero ¿Qué paso con el otro soldado?

En ese segundo, el sonido de una moto se comenzó a escuchar a lo lejos.

-La respuesta viene andando -dijo Rex divertido, mientras esperaba a su compañero.

Zeta derrapó la moto antes de estacionar y bajó para reunirse con los demás.

-Hola, soy Zeta, El señor de los zombis -dijo el joven, estrechando la mano de ambos
sobrevivientes.

- ¿Vas a presentarte así siempre? -Se quejó, Rex.

- ¿Y porque no?

- ¿En serio? Es como que yo vaya por la vida presentándome como: Rex, el cazador de los
zombis, o algo así.

-Eso suena estúpido, mi presentación es mucho mejor.

-Es lo mismo, tu presentación es absurda.

-Estás celoso -dijo Zeta, cortando la conversación y dirigiéndose a Ignacio y a Emilio-. ¿Qué les
parece si ya nos vamos?

Ambos cruzaron sus miradas y dudaron antes de responder.

-En realidad, todavía no somos todos -respondió, Ignacio.


-Pensé que eran solo dos personas -comentó, Rex.

-Así era, pero encontramos a alguien más en el teatro -explicó Emilio, frotándose su rapada
cabeza-. El problema es que no quiere salir de donde está, parece que no confía en nosotros.

Rex y Zeta compartieron una mirada de confusión.

-Quizás si hablo con él lo puedo convencer-dijo Zeta, ingresando al teatro- ¿Dónde dices que se
encuentra?

-En el escenario, sígueme -dijo Ignacio, escoltando al joven hacia el lugar indicado-. Allí, justo
dentro de esa trampilla.

Zeta dio un paso hacia adelante, pero dudó en el último segundo y se dirigió a Ignacio.

-Si esto es alguna clase de trampa te mataré, ¿lo sabes?

-Yo te cubro la espalda, amigo -dijo Rex, mientras le colocaba balas nuevas a su revolver-. Si algo
sale de ahí dentro, es mío.

-Bien...-dijo Zeta, volviendo a observar la trampilla con curiosidad-. Pero por si acaso -El
muchacho desenfundó su Beretta y apuntó al hueco.

-Creo que eso solo empeorará las cosas -acotó Ignacio, con un atisbo de preocupación.
Zeta no le hizo caso y se acercó tímidamente a la trampilla, lo primero que pudo divisar fue
oscuridad, pero mediante se fue acercando pudo ver algo más en su interior. Una figura humana
se hallaba escondida en el rincón más alejado de la habitación subterránea. Zeta apenas podía
discernir si era humano o zombi, por lo que decidió bajar a comprobarlo. Utilizó una linterna que
Ignacio le ofreció para iluminar sus pasos por las escaleras. Al llegar abajo, apuntó con la luz al
rincón donde había visto por última vez a esa extraña figura, pero se sorprendió cuando no
encontró nada ahí, más que unos maniquís.

Su mente probablemente habría confundido esos maniquís con la figura de una persona. Siguió
iluminando los distintos sectores de la habitación; en ella había mucha ropa tirada en el suelo y
artículos variados de utilería de teatro desperdigados por todo el lugar, pero ningún rastro de
algún ser vivo o muerto. El joven detuvo su búsqueda al ver en una esquina, una cortina que
ocultaba detrás suyo, lo que parecía ser el guardarropa.
La idea de acercarse lentamente hacia la cortina y abrirla bruscamente, como en gran parte de las
películas pasa, no le gustaba mucho. Por lo que resolvió deshacerse de todas sus dudas de una
manera poco habitual.

-Mira, sé que estás ahí -dijo el joven apuntando su arma y el haz de la linterna hacia la cortina-.
Te doy tres segundos para salir de ahí o simplemente dispararé y me iré.

Al no escuchar respuesta alguna, comenzó con el conteo.

-Uno -dijo, con voz calma y pausada-. Dos-. Esta vez dejó un poco más de tiempo antes de seguir
con el conteo, sus intenciones no eran disparar, pero si llegaba al último número se vería ridículo
si no lo hacía, por lo que decidió brindarle una última chance-. Si no sales ahora, voy a disparar y
va en serio.

-Hazlo -dijo una voz a su retaguardia.

Zeta se sorprendió e intentó reaccionar pero la punta de un arma clavándose en su espalda se lo


impidió.
-Mierda, ¿en qué momento...?

-Debiste revisar mejor detrás de los maniquís, fuiste muy relajado -respondió la voz, al oírla mejor
pudo identificar que se trataba de una mujer.

- ¿Eres una chica, o un hombre muy afeminado?

-No estás en posición de hacer bromas.

-Y tú no estás en posición de amenazar a mi compañero, lindura -dijo Rex desde lo alto de la


trampilla, apuntando su revolver a la muchacha-. Suelta el arma y discutiremos esto
pacíficamente.

En el momento que la muchacha se giró para ver a Rex, Zeta se adelantó y de un movimiento
audaz, le quitó la posesión de su arma. La muchacha maldijo y retrocedió un paso del joven.

-Eso te pasa por no tener un compañero que te resguarde -dijo Zeta alumbrando con su linterna a
la muchacha.

La joven cerró sus ojos involuntariamente, la exposición a la luz después de tanto tiempo inmersa
en la oscuridad la lastimaba, por lo que utilizó su brazo para resguardar su rostro. Zeta observó
que no llevaba armadura de ningún tipo, resolvió que no provendría de ninguna de las tres
naciones. En cambio, utilizaba una chaqueta de jean sin mangas, de un color bordó ajustada al
cuerpo, debajo de esta, tenía puesta una camiseta de tirantes tan blanca y pulcra como el día,
que dejaban ver un pintoresco collar en su cuello y una calza negra recubría unas piernas
delgadas que finalizaban en unos zapatos del mismo color.

-Estas bastante limpia para los días que vivimos, ¿de dónde saliste?

-Eso no te incumbe -dijo la joven-. Y la ropa la conseguí aquí, ¿tienes problemas con eso? -
Finalmente, la muchacha retiró su brazo mostrando su rostro a Zeta.

El joven al verla se sorprendió por su belleza, su rostro asomaba una mirada decidida y
penetrante de unos ojos celestes como el cielo. Su rostro, a diferencia de su mirada, era delicado
y de rasgos que rozaban la perfección. Con un cabello lacio, que combinaba el color negro con
mechones dorados, que apenas llegaba a tocar sus hombros y un flequillo que eventualmente
tapaba su ojo. La joven, utilizó su mano izquierda para retirar los cabellos de su rostro y siguió
observando a Zeta, esperando su respuesta.

Zeta, al apreciarla más de cerca se quedó completamente helado, su rostro adopto una mirada de
confusión mezclado con asombro, y su boca balbuceo una palabra que ni él mismo entendió.

- ¿Qué pasa? ¿Por qué me miras así? -preguntó la joven, extrañada y con un tinte de miedo por
la expresión que el muchacho le devolvía.

- ¿Dónde te hiciste eso? -Fueron las únicas palabras que salieron de la boca de Zeta.

- ¿Dónde me hice qué?

- ¿¡Dónde te hiciste... eso!? -preguntó el joven, impaciente, apuntando a la gran cicatriz en el


brazo izquierdo de la muchacha, que revelaba la marca de una zeta.
Capítulo 12: Cuenta regresiva.

"La mejor forma de averiguar si puedes confiar en alguien es confiar en él-Ernest


Hemingway".

La puerta del despacho de Máximo sonó unas cuantas veces antes de que se abriera.

-Permiso, señor presidente -llamó una voz dulce de manera respetuosa, mientras ingresaba al
despacho-. Brandon ya está aquí.

-Gracias, Patricia. Que ingrese -ordenó Max, sin alzar la vista, mientras hojeaba una carpeta.

Franco ingresó a la habitación, mientras Patricia cerraba la puerta para dejarlos solos.

- ¿Quería verme? -comenzó Franco, la conversación.

-Toma asiento -ordenó el presidente, todavía sin alzar la vista. Su voz se apreciaba más formal de
lo usual.

Franco acató y se sentó. Sus ojos dieron un paneo a la carpeta que tanta importancia parecía
tener para el presidente y se dispuso a esperar que fuera él quien comenzara a hablar.

Luego de unos prolongados segundos de silencio, Máximo quitó una foto de la carpeta y la arrojó
a la mesa. Franco observó callado e intrigado; la imagen mostraba cadáveres de personas
regadas a lo largo del suelo de lo que se intuía ser una habitación cerrada de paredes rojas.

- ¿Qué es esto? -preguntó el joven ex militar, curioso.

Máximo arrojó otras dos fotos más a la mesa; una mostraba el exterior de una fábrica
completamente demolida desde lo lejos, y en la otra se veía la misma estructura, esta vez,
enfocado en la entrada principal. Franco se acercó a observar de cerca, la foto tenía algo familiar
a sus ojos. A lo alto de la entrada pudo apreciar unas letras de hierro pintadas de blanco, con las
siglas: "F&R".

-Espera un segundo, yo estuve ahí -reconoció Franco, sus ojos se abrieron de par en par cuando
al fin se dio cuenta de que se trataba todo-. No es posible, ese es el campamento de
supervivientes que encontramos hace unas semanas, en esa vieja fábrica de zapatos. Estaba en
perfecto estado cuando fuimos la última vez -el joven volvió a tomar la foto de los cadáveres para
inspeccionarla con detenimiento-. ¡Son ellos! Pero... ¿Qué les pasó?

-Eso mismo me pregunto yo -dijo el presidente, dejando la carpeta en su escritorio-. Esta mañana,
envié un equipo de exploración para brindar alimentos y medicinas a su grupo, a cambio, ellos
iban a ofrecernos unas valiosas municiones de ametralladora, que se nos están acabando.

Franco recordó como tuvo que utilizar todas las municiones hace un momento atrás para acabar
con el monstruo titán y no pudo evitar hacer una mueca de disgusto.

-Cuando el equipo llegó a su destino, eso fue lo que se encontró, el grupo entero había sido
aniquilado. La fábrica estaba completamente destruida, y esto no fue obra de esos monstruos,
Brandon. Estos fueron personas.

- ¿Un enfrentamiento entre grupos rivales, dices?


-No. Un enfrentamiento tiene bajas en los ambos bandos. Esto fue una masacre, llegaron y
destruyeron todo a su paso, ni siquiera pudieron defenderse -Máximo acercó la carpeta a Franco
y señaló con su dedo una de las hojas-. El rastrillaje hecho por nuestros hombres determinó que
no había cuerpos de otras personas que no fueran las del grupo perteneciente a la fábrica. Las
balas utilizadas no fueron de calibre que se usan en armas de mano y fíjate bien en las fotos
como demolieron casi toda la estructura en las zonas más elevadas. Tú eras soldado, ¿sabes qué
significa esto verdad?

Franco asintió atónito, los datos revelados y la evidencia que Máximo le mostraba solo señalaban
hacia una respuesta lógica.

-Un helicóptero.

-Y uno bien armado, Brandon.

- ¿Cuál podría llegar a ser la causa del ataque? ¿Armas, comida, medicinas?

-No te quedes en lo básico -respondió Máximo, inclinando su silla hacia atrás-. No se llevaron
nada de ese lugar, solo lo arrasaron.

- ¿Y porque harían algo así?

- ¡Por poder! -Ambas manos del presidente golpearon su asiento, mientras se erguía de su silla-.
¿Qué más podría ser? Quieren marcar territorio en nuestra ciudad.

- ¿Crees que sean los Oscuros? -Franco desvió la mirada, pensativo-. Suponiendo eso, ¿cómo
consiguieron un helicóptero?

-Eso no nos importa. Esto de aquí -dijo, golpeando con su dedo la carpeta-. Es un mensaje...una
declaración de guerra. Pero tampoco tenemos las pruebas necesarias de que sea la Nación
Oscura, bien podrían ser cualquiera. Recuerda que Zeta consiguió un helicóptero en un hospital,
cualquier grupo puede hacerse con valiosos recursos con la cuota adecuada de suerte.

-Esto no pasaría si hubiésemos atacado a la Nación Oscura cuando le dije que lo hiciéramos.

-Imposible, para atacar a una nación, necesitamos de una nación. Y por el momento solo somos
un grupo numeroso de personas, que depende de los cuidados de la sede central de la Nación
Escarlata. Aquí apenas rozamos los doscientos efectivos y la mitad son mujeres, ancianos y
niños. No tenemos idea de cuantos son ellos y por el momento no se me autorizó a efectuar
ningún tipo de ataque. No hasta que consigamos expandirnos de estas paredes y abarcar más
terreno.

- ¿Qué hay de nuestras alianzas? Todavía nos queda un grupo aliado en el sur de la ciudad,
podemos pedirles que se unan a nuestra causa.

-Eso es, por ahora, lo único que podemos hacer. Es por eso que te llamé Brandon, no sabemos a
lo que nos enfrentamos pero hay que estar preparados. Irás al sur, llamaré por radio e informaré
de tu llegada, reúne un equipo, llévate los camiones y el autobús de transporte, mudaremos a
todo ese grupo con nosotros.

- ¿Todo el grupo? ¿Habrá espacio suficiente?

-Montaremos tiendas para acampar en los patios y utilizaremos cada habitación que
dispongamos, ya no habrán habitaciones privadas, todo será unificado, también podemos utilizar
el amplio espacio del comedor. Tenemos que prepararnos para lo que sea, si estamos juntos, las
posibilidades son mayores.

-Está bien -aceptó Franco, colocándose de pie- ¿Y qué les dirás a los de la sede central?

-Ya hablé con ellos y a raíz de lo sucedido enviarán más armas y un cargamento de municiones,
pero no enviarán hombres a no ser que tengamos pruebas más contundentes de un
enfrentamiento inminente. Ahora vete y mantenme al tanto de las novedades -dijo Máximo,
acompañando al joven hasta la puerta-. Esperemos que ese grupo aún siga vivo y desee cooperar
-comentó y cerró la puerta.

-Las cosas no eran suficientemente complicadas con estos bichos, tenían que aparecer los
humanos -dijo Franco, para sí mismo.

- ¿Por qué te importa tanto saber dónde me hice esto? -contestó la joven, tomándose del brazo
por instinto.

Zeta se quedó observándola, la cicatriz en el brazo de aquella muchacha era muy parecida a la
suya. Hecha exactamente en el mismo lado, y probablemente con el mismo propósito que cuando
se la hicieron a él. En ese momento recordó lo doloroso que fue y el momento tan angustiante que
le ocasiono haber sido encerrado en esa puerta infernal, luego de ser marcado y lanzado a morir
como un animal. Una punzada de remordimiento se incrustó en su pecho, si ella tenía esa misma
cicatriz había pasado los mismos traumáticos momentos. Ahora veía las cosas desde una
perspectiva distinta y comprendía mejor el rechazo a las personas que esta chica tenía, el mismo
rechazo que tuvo él antes de conocer a Rex y a los demás en la Nación Escarlata. Se consideró
con mucha suerte por haber podido salir de ese poso de soledad y angustia, y sabía bien que no
era algo fácil. Tampoco lo sería para ella.

Se dispuso a calmar su ansiedad y comenzar de nuevo.

-Lo siento, suelo ser impulsivo a veces -dijo el joven bajando la mirada-. Yo no quería asustarte,
pero es que tú realmente me has asustado-. Zeta se quitó un lado de su armadura para enseñarle
su cicatriz-. Por esto es que reaccioné así.

La joven al ver la cicatriz retrocedió impactada, como si hubiese visto al mismo diablo.

- ¿Tú también?

-Sí, ambos sufrimos el mismo cruel destino, pero por alguna razón salimos vivos. Me encantaría
escuchar tu historia y yo también te contaré la mía, pero no podemos hacerlo aquí. Tenemos que
ir a un lugar seguro y si confías en nosotros... o al menos en mí, te prometo que no te
arrepentirás. Yo sé lo que sientes, sé por lo que pasaste. Yo también era como tú y desconfiaba
de todos, pero tarde o temprano, vas a darte cuenta de que si no confías en nadie, te encerraras
en la peor cárcel que existe... Tú misma.

La muchacha no respondió, su mirada se encontraba fijada en el suelo, hasta que una sombra, la
de la mano de Zeta, la obligó a prestarle atención. El joven acercó su mano con la palma
extendida, brindándole una reconfortable sonrisa.

-Empecemos de nuevo. Mi nombre es Zeta, ¿Tu, cómo te llamas?

La muchacha cruzó miradas con Zeta, una mirada fruncida y confundida, que se entregó a
rememorar esos momentos que había sufrido en su pasado. Algo extraño se movió en lo más
interno de su ser, sintió una conexión que hacía mucho tiempo no se daba el lujo de experimentar.
Sintió algo en común con otra persona, algo que por más que fuese horrible, los unía en un
sentimiento.
No pudo contener las lágrimas que salían de sus ojos, y con un esfuerzo por no quebrar su voz
decidió finalmente, después de tanto tiempo, confiar una vez más en las personas, decidió confiar
en él. Estiró su mano y la estrechó tímidamente a la de Zeta.

-Yo soy Abi...Abigail.

-Abigail, es un nombre muy bonito -dijo Patricia, mientras rellenaba un papeleo-. Solo unas
cuantas preguntas de procedimiento más y terminamos.
La joven asintió observando a su alrededor con curiosidad. Se encontraba en una habitación de
paredes oscuras y pequeñas, iluminada únicamente por una lámpara ubicada en una mesa
redonda donde se encontraban Patricia y ella, frente a frente.

Había sido llamada por la mujer para ser registrada como miembro de la Nación Escarlata, luego
de que Zeta la hubiese escoltado hasta su despacho. Hacia ya unos largos minutos que se
encontraba ahí, respondiendo preguntas para la asistente del presidente y había visto muy poco
los exteriores de la Nación. Pero eso poco que vio, bastó para resultarle un tanto extraño. Dentro,
las personas se movían con total libertad. No parecía haber miedo a los monstruos dentro de los
muros, la gente deambulaba como en los viejos tiempos, riendo y hablando entre sí, sin
preocuparse por nada más. Había visto a varios soldados uniformados también, pero tampoco
imponían un porte autoritario hacia las personas, sino que trasmitían una sensación de seguridad
bastante cálida y agradable. Supuso que no le costaría adaptarse a este nuevo ritmo.

- ¿Pertenecías a algún grupo de supervivientes antes de toparte con nosotros?

-No, estaba sola por mi cuenta.

- ¿Cuentas con algún tipo de familiar, amigo, o conocido que continúe vivo?

La muchacha miró con un tinte de desconfianza a Patricia.

-Eso es personal.

-Lo siento, querida. Pero te pregunto esto porque puedes pedir un rescate si lo deseas. Tan solo
necesito la ubicación de donde creas que pueden estar y comenzaremos por ahí. No es mi
intención presionarte.

-Entiendo -dijo Abi, bajando la vista-. No, no tengo a nadie.

-Perfecto. Lo último que necesito es tu firma, aquí.

Abigail firmó y se retiró del lugar. La habitación contigua daba a una sala de espera angosta y
cerrada, donde Ignacio y Emilio, esperaban su turno para ingresar con Patricia al interrogatorio.
La joven los saludó con un ademán de su cabeza al pasar. Una vez afuera, fue asediada por un
manto de luz cegador. El sol estaba radiante el día de hoy.
Se dirigió a paso inseguro hacia ninguna dirección en particular, al ser nueva no sabía
exactamente que debía hacer. Buscó con la mirada al muchacho de cabellos negros en punta,
que tenía una cicatriz en el brazo como ella. Sentía curiosidad por saber más acerca de ese joven
y algo en su estómago se revolvía cuando pensaba en él detenidamente. Pasó un rato hasta que
se rindió en su búsqueda, el lugar era demasiado grande como para examinar desde una posición
fija, por lo que resolvió caminar un poco.

Se acercó hasta un grupo de personas que ingresaban en fila por una puerta con un rotulo encima
que ponía "Comedor". Al leer esas palabras su estómago dejó escapar un leve rugido, el hambre
hizo su aparición y pensó que no sería mala idea comer algo. La muchacha se acercó insegura
hasta la entrada, hasta que fue animada a pasar por una agradable señora de aspecto amigable,
con un rodete en la cabeza. Dedujo que sería la cocinera.

- ¡Querida! Pasa por aquí, ¿eres nueva verdad? Te veo algo tímida, adelante no tengas miedo
¿tienes hambre?

-Gracias, la verdad es que muero de hambre -respondió Abigail, dejando escapar una sonrisa.

- ¡Ya lo creo, mira lo flaca que estas! -dijo la señora, tomándola del hombro para llevarla con ella
dentro del comedor-. Mi nombre es Matilde, soy la encargada del comedor. Tienes mucha suerte,
porque la cocina va a cerrar en media hora, abrimos dos horas en el medio día y dos en la noche.
Puedes comer lo que veas disponible en la mesa de allá, generalmente siempre hay un menú o
dos por día. No tenemos mucha variedad, pero los estómagos de nuestra gente nunca están
vacíos -dijo entre risas, mientras guiaba a la muchacha por una red de sillas y mesas-. Debemos
agradecer a la división de provisiones y al presidente por brindarnos alimentos todos los días, los
muchachos se esfuerzan mucho por mantener a todos a gusto aquí dentro.

-Eso veo, parecen todas muy buenas personas.

-No lo dudes, aquí todos nos ayudamos entre todos. Mira, siéntate aquí -dijo Matilde, arrastrando
una silla a una de las mesas donde se encontraban cuatro personas comiendo-. Ellos llegaron
hoy, como tú. Chicos, les pido que la integren, ya que se encuentra sola.

-No hay problema -contestó Romeo, mientras se limpiaba la boca con una servilleta-. Siéntate, yo
soy Romeo. Ellas dos son mis hijas, María y Claudia, y él es Lucas.

-Abigail, un placer conocerlos -dijo la muchacha, tomando asiento.

-Quédate aquí, querida. En un segundo te traeré un plato.

-Gracias.

-Lindo suéter, pero ¿no tienes calor con él? -preguntó María, haciendo mención de un suéter azul,
de mangas largas que llevaba Abigail.

La joven recordó que el motivo por el cual se lo puso fue para ocultar la cicatriz en su brazo de las
demás personas, a pedido del joven que la había rescatado. Solo pocas personas sabían de
dicha cicatriz, contando con el doctor que la había revisado antes de la entrevista, y su reacción al
verla denotó una gran impresión por su parte, así que para no repetir esas impresiones en más
gente había decidido dejarse el suéter, por más calor que hiciera.

-Estoy bien así. ¿Todos fueron rescatados hoy? ¿Qué les pasó?

Claudia golpeó la mesa con sus manos con una cara de satisfacción y arrojó una mirada
incriminadora hacia Lucas, como si hubiera esperado todo el día para que alguien le hiciera esa
pregunta.

-El genio de aquí a mi lado, se le ocurrió prender una fogata en pleno edificio.

-Ya te dije que fue para que nos vieran y si resultó.

-Casi nos prendes fuego a todos y destruiste un bello edificio de la ciudad.

-Pero al menos estamos vivos.

-Pero no gracias a ti, sino gracias a la Nación Escarlata.


-Sí, de no ser por ellos no estaríamos vivos -dijo María, observando de soslayo a Jin, quien se
encontraba comiendo a unas cuantas mesas de distancia de ellos-. Por cierto, ¿Qué te pasó a ti?
-preguntó, dirigiéndose a Abigail.

-Aquí tienes, querida -interrumpió Matilde, dejando un plato con pollo y arroz en frente de la joven
de cortos cabellos negros, con algunos mechones rubios.

-Gracias -dijo Abi, mientras comenzaba a comer. Luego de saciar a medias, su voraz hambre, fue
cuando continuó-. Yo estaba atrapada en un teatro, cuando me encontraron.

- ¿Un teatro? ¿Entonces eras tú? -preguntó María, sonriendo a su hermana.


Su hermana le devolvió la sonrisa. Abi no comprendió, hasta que ambas gemelas comenzaron a
relatarle toda la travesía del rescate en el edificio en llamas. Pero solo cuando llegaron a describir
a sus rescatistas, fue cuando ella prestó más atención.

- ¿Un chico alto, de gorra verde y uno de cabello negro? -preguntó Abi, recalcando que deseaba
más descripciones de dichos sujetos.

-Exacto, ellos fueron los que seguramente te rescataron a ti, nosotras estábamos ahí cuando le
dieron la orden por radio -explicó Claudia.

-Así que lograron salvarte, estos tipos si son buenos -dijo Romeo, maravillado.

-A mí me parecen unos bufones -alegó Lucas, desviando la mirada.

-Estas celoso porque no les llegas ni a los talones -comenzó a decir Claudia-. Además, a mi
hermana le gusta Jin y tus chances bajaron totalmente.

- ¿Qué? -La expresión de Lucas, había cambiado completamente, sus cejas bajaron y su rostro
denotó una severa preocupación.

- ¡Claudia! ¿Qué dices? -la reprendió su hermana, ruborizándose por completo.

-Es verdad -dijo la muchacha-. ¿Puedes negármelo?

-No es verdad -dijo la rubia, firmemente.

-Está bien, veo que puedes negármelo a mí -dijo Claudia, con una sonrisa que se magnificaba
maliciosamente-. ¿Pero se lo puedes negar a él?

María volteó, y por poco cae de su asiento al ver a Jin pegado a ella.

- ¡Hola, chicas!

El rostro de María ya no poseía un color normal, sus ojos estaban abiertos como platos y su boca
se abrió involuntariamente. Tardó unos segundos en reaccionar.

-Hola... -saludó, María sin despegar la mirada de los ojos de Jin.

- ¿Estas bien? Te veo un poco asustada.

-No, es decir, Sí...estoy bien-La voz de María, apenas se hacía escuchar.

- No te preocupes, lo entiendo.
- ¿En serio?

-Claro, tuviste un día difícil. No cualquiera soporta las emociones y el peligro que enfrentaron hoy.
Acostumbrarse cuesta mucho -expresó Jin-. Es por eso que quiero invitarlos a mi división.

-Ya nos mencionaste sobre eso, y a mí me encantaría -aceptó, Claudia-. Estoy segura que a mi
hermana también le agrada la idea ¿verdad?

María quiso asesinar a su hermana con la mirada, pero al no conseguirlo, se dirigió a Jin
intentando actuar con naturalidad.

-Suena bien, la idea me gusta.

-Perfecto, ¿Vendrán todos?

-Yo prefiero realizar otro tipo de actividades, si no te molesta -comentó Romeo.

-Para nada, amigo. Hay muchas cosas que hacer aquí. La división de tiro es muy buena, te la
recomiendo si te gustan esas cosas.

-Quizás pase por ahí.

-Yo sí iré a tu división -contestó Lucas, de mala manera.

- ¡Genial! Pero debes esforzarte mucho, mis traceur son uno mejor que el otro y no te la dejarán
fácil. Tenemos un sistema de jerarquías muy estricto, los nuevos traceur deben obedecer a los de
más experiencia. Yo soy el más antiguo, me sigue Rex, pero él es muy bondadoso con sus
traceur subalternos, si te toca con él estarás bien. Pero si te toca con Zeta, que no te confunda su
rostro de niño bueno, te hará arrastrarte por toda la ciudad si no cumples con sus órdenes.

En ese segundo, la cabeza de Abi se giró en dirección a Jin.

- ¿Zeta también está ahí?

-Claro, Zeta nunca falta a las clases, es muy estricto en ese sentido.

- ¿Puedo anotarme yo también? -preguntó, Abi con interés.

- ¿En serio? ¡Es fabuloso, cuatro personas en un día! -Vociferó Jin, lleno de emoción en sus ojos-.
Cuando terminen de comer, reúnanse conmigo en la puerta de la nación. Salimos en media hora.
¡Sera genial!

Abigail, acompañada de María, Claudia y Lucas, hacia unos quince minutos que estaban
esperando a Jin en las cercanías de la puerta de la nación. Lucas comenzaba a impacientarse.

-Odio las personas que te apuran para que hagas algo y luego se retrasan ellos mismos.

-Tranquilo, ya llegará -dijo Claudia, caminando en círculos por todo el lugar.

- ¿Por qué no vamos a la división de tiro? Seguro será mucho mejor y más útil que una sobre
Parkour.

-Cuando se te acaben las balas, verás que las mejores armas que puedes tener son tus piernas y
tus brazos -respondió una voz masculina, detrás del muchacho.
- ¡Ya era hora, Jin! -Vociferó Claudia-. Ya no podía calmar más a María, estaba solo hablando de
ti.

- ¡Hey!

-Lo siento, chicas. Los trámites para sacar un vehículo de la nación son un poco tediosos, pero ya
está todo preparado. Síganme y los llevaré a la división, los demás ya deben estar esperando ahí.

-Espera un segundo, ¿la división no esta aquí? -preguntó Lucas, con un atisbo de miedo a salir al
exterior.

-Claro que no, pero no se encuentra demasiado lejos de aquí y es completamente seguro, lo
prometo.

- ¿No hay zombis? -preguntó, María.

-Escúchame -dijo Jin, mirando a los ojos a la joven-. Te prometo que por hoy, ya no volverás a
toparte con ningún zombi.

María asintió, todavía seguía sintiendo miedo en su interior, pero de alguna forma, Jin se ocupaba
de recubrir ese sentimiento con un manto de seguridad que brindaba con sus palabras. El joven
asiático se ocupó de trasladar a los cuatro a un vehículo para llevarlos directamente al lugar
donde se localizaba la División de Parkour.

Tras quince minutos de viaje y una larga historia de cómo se originó el arte del desplazamiento,
finalmente llegaron a su destino. Desde la ventana del vehículo, Abigail veía un extenso tinglado,
con un techo de chapa en arco, que se extendía a lo largo de lo que parecía ser una antigua
maderera. El vehículo se acercó hasta las rejas e hizo unas señales de luces para alertar a los
que se encontraban dentro. Luego de unos segundos, dos personas armadas se dirigieron a las
rejas y se aseguraron de que el vehículo de Jin cruzara sin problemas.

-Ya pueden bajar -ordenó Jin, abriendo la puerta del vehículo.

-No voy a bajar, ¿acaso viste la cantidad de monstruos que hay fuera? -preguntó Lucas, inseguro.

-Aquí dentro estamos seguros ¿Ves eso de ahí? -Señaló Jin, a lo alto de los muros que recubrían
el tinglado, donde un grueso cable en espiral rodeaba todo el sector-. Tanto ese cable de acero
como las rejas del portón de entrada están electrificados. Cada monstruo que se acerque o toque
la reja, muere electrocutado.

- ¿Pueden morir electrocutados? -preguntó, Claudia.

-Exactamente, agradécele el descubrimiento a Franco -comentaba Jin, mientras ingresaban todos


al interior del tinglado-. Una vez utilizó un Taser eléctrico en uno de ellos y cayó redondo. Es la
bomba. El presidente también usa el mismo método en las puertas de la Nación, por eso
tardamos tanto en salir. Tienen que asegurarse de apagar todo antes de habilitar las puertas, es
lo mismo que hacemos aquí.

Todos escuchaban con atención las palabras de Jin, pero a su vez se detenían a admirar la
inmensa estructura que se erguía delante de sus ojos. El lugar se extendía a lo largo, con un
arsenal de bastimentos especialmente fabricados para realizar todo tipo de actividades
acrobáticas.

-Voy a enseñarles un poco sobre este lugar y las actividades que solemos hacer -comenzó a
explicar Jin, mientras se dirigía a su derecha-. Lo básico del Parkour, es saber poner los pies en la
tierra, es decir, saber caer. Eso lo practicamos aquí, en lo que llamo, los muros de la confianza-
dijo, señalando una pared de maderas apiladas de unos dos metros de altura con una colchoneta
en la base-. En este lugar se practican los saltos sencillos, practicamos el aterrizaje y aquí es
donde comenzamos a conocer un poco hasta dónde puede llegar nuestro cuerpo y las cosas que
podemos hacer con él. Cuando dominas este muro de dos metros, pasas al siguiente -explicó,
señalando otro muro un poco más atrás-. Este es un poco más alto, de tres metros y medio, y el
próximo y último, tiene cinco metros y solo lo usan los expertos. Hoy en día, soy el único que
domina este muro.

-Es asombroso -dijo María, maravillada-. ¿Puedes caer desde ahí sin hacerte daño?

-Claro, con el tiempo veras que podrás hacer lo mismo.

-No lo creo -dijo María entre risas, acercándose mucho al hombro de Jin.

-Te aseguro que sí, lindura -dijo Jin separándose de la muchacha y continuando el recorrido por el
centro del tinglado, donde se subió a una colchoneta que abarcaba unos diez metros cuadrados-.
Aquí comienzan los nuevos. Darán volteretas, estirarán y calentarán una media hora hasta que
puedan pasar por ahí-. Señaló el joven asiático, con la punta del dedo en dirección al extremo
izquierdo del lugar, donde estaba montada una larga y singular pista de obstáculos-. A esta la
llamo: El corredor asustado.

- ¿Por qué ese nombre? -preguntó, Abigail.

-Debes imaginar que te persiguen esos monstruos y terminar la pista en menos de un minuto y
medio. Solo así, sobrevivirás.

- ¿Y si no llegamos a pasarla en menos de ese tiempo?

-Yo no te diré nada si no lo haces, pero si te toca Zeta de instructor y no llegas a pasar, te hará
hacer la pista una y otra vez hasta que tus piernas supliquen no haber nacido -respondió Jin,
divertido.

-No veo muchas personas por aquí -comentó Claudia-. El lugar está vacío, ¿Dónde están todos?

-Ahora que lo mencionas es verdad -la secundó Jin, haciendo silencio para escuchar un bullicio
de voces a lo lejos-. Deben estar todos afuera, a lo mejor esos dos volvieron a competir entre
ellos. Síganme, les mostraré la mejor de nuestras obras -comentó Jin, mientras los escoltaba del
otro lado del tinglado.

Cruzaron un portón que ya se encontraba abierto, el cual conectaba a un patio trasero, donde se
almacenaban en los laterales todos los restos de madera que no utilizaba la división. Un grupo de
diez personas, se encontraba reunido alrededor de una estructura. Una inmensa edificación de
madera se alzaba en unos veinte metros de altura, creando una gigantesca torre. Todas las
personas reunidas miraban al cielo y aclamaban a dos individuos que escalaban la torre a toda
velocidad, buscando llegar a la cima.

-Bienvenidos a nuestra obra de arte del Parkour: La atalaya del caído -Señaló Jin-. Nos llevó
mucho tiempo fabricarla, siete días y seis noches para ser exactos. Es un laberinto de redes de
pasillos y escaladoras, al principio la torre es ancha y puedes elegir qué camino tomar para
escalar, pero mediante subas de nivel, los espacios se acortan y la dificultad aumenta. Hay
escaleras, sogas, rampas, tubos, salientes peligrosísimas y un centenar de sorpresas más. Es un
sueño.

-Es una pesadilla, nadie puede escalar eso -dijo Lucas, observando la inmensa torre.

- ¡Hay dios mío! -Exclamó María observando al cielo, con preocupación-. ¡Se caerá!
-Tranquila, ese es Rex. Solo está tomando un atajo en esa saliente de la torre, no creo que se
caiga.

Mientras tanto, en la cima, peleándose la punta estaban Rex y Zeta. El joven ex estudiante de
psicología, se esforzaba por trepar por una escalera de sogas en el interior de la estructura de la
torre, mientras que el muchacho mecánico, se encontraba en el exterior, trepando por diversas
salientes que se ubicaban estratégicamente una al lado de otra para bordear la torre ascendiendo
en espiral.

Rex encontraba sencillo el desplazamiento por las salientes, sus largos brazos llegaban con
comodidad de una a otra, moviéndose como cual gato. Zeta, en otro lugar, terminó de subir la
escalera y se encontró en un espacio reducido, donde solo quedaba una trampilla a unos metros
de su cabeza, pero nada por donde subir. Divisó por el ventanal como Rex cruzaba por el lado de
afuera, le llevaba ventaja, pero no iba a permitir que eso quedara así. Tomó impulso y dio dos
fuertes y rápidas pisadas a la pared, para luego impulsarse y quedar colgado de la trampilla con
ambos brazos. Luego, utilizó sus últimas fuerzas para alzar su cuerpo y trepar al otro lado.

Una vez arriba, solo quedaba un nivel por subir, decidió no perder tiempo, abrió rápidamente una
puertilla que llevaba al exterior, donde se encontraba una gruesa soga esperándolo. La tomo con
ambas manos y se pasó raudo al lado de afuera. La soga conducía por una rampa al punto más
alto de la torre, Zeta subió haciendo rapel. Colocando un pie delante, luego el otro, y repitiendo el
procedimiento hasta por fin llegar a la cima. Pero no contó con que Rex le pisaba los talones en el
lado opuesto de la torre. Ambos se apresuraron a pasar al nivel siguiente, Rex usó sus manos
para aferrarse al barandal y volvió a ingresar, a su vez, Zeta ingresaba por el lado opuesto,
utilizando el último tramo de la soga para ascender.

El nivel más alto de la torre tenía el techo completamente descubierto, el viento se sentía
imponente a esa altura y ahora ambos tenían su objetivo enfrente. La bandera de la Nación
Escarlata flameaba a lo alto, y el mástil se ubicaba justo en el centro. Rex no perdió tiempo y dio
dos grandes zancadas, y antes de que Zeta pudiera abandonar la soga, el joven mecánico aferró
sus manos al mástil y lo quitó de su lugar mostrándolo a todos allá abajo.

- ¡Mierda! -exclamó Zeta pateando al aire y dejándose caer al suelo, para recuperar el aliento.

- ¡En toda tu cara! -Gritaba Rex, festejando su triunfo a los cuatro vientos-. ¡Invicto tres veces
seguidas! Soy imparable, amigo.

-No es justo, yo estuve hace unas horas bajando un edificio con Anna y montando a un zombi
titán. ¿Tú que hiciste, eh?

-No es excusa, las últimas dos veces gané por mucha diferencia. Esta vez te faltó muy poco,
seguro porque ya habías calentado en las misiones de esta mañana, así que piensa en calentar
mucho más para alcanzarme en la próxima.

-Ya no te quiero como mi compañero, eres un engreído. Prefería al pequeño Zeta, él era más
rápido que yo y no me lo enroscaba en la cara.

- ¿El perro? Dijiste que fue una molestia en toda la misión.

-Fue mejor compañero que tú. Es una lástima que él y su dueño se hayan marchado.

-Es verdad, no duraron mucho ¿verdad?

-Se marcharon el día después de la misión que tuve que hacer con el pequeño Zeta, no me dieron
tiempo de despedirlos.
- ¿Por qué crees que se fue? No le habrás hecho algo al pobre perro mientras estaban solos.

-No seas idiota. Pero creo que ellos tenían otras cosas que hacer, que estar aquí.

-Supongo que nunca lo sabremos -comentó Rex, mientras ayudaba a incorporarse a su


compañero-. Vamos abajo, tengo que decirles a todos que te volví a ganar.

-Púdrete.

Rex volvió a incrustar la bandera en su lugar y se dirigió a la esquina de la torre, donde lo


esperaba el mismo mástil que había colocado Jin en la misión de rescate en el edificio, con una
tirolesa que llegaba hasta el suelo. El mecánico se enganchó a la tirolesa y se arrojó, la bajada
era lo bastante empinada como para dar la sensación de una caída libre. En la base, lo esperaba
un colchón de aire de gran tamaño para amortiguar la caída. El joven esperó lo suficiente para
arrojarse justo en el centro y rebotar un par de veces.

-Una caída perfecta, Rex -Lo felicitó Jin, mientras se acercaba aplaudiendo-. ¿Le ganaste otra
vez?

-Por muy poco, Zeta lo hizo sensacional esta vez. Tomó el camino más largo y si no fuera porque
la escalada en la soga lo retrasó, él hubiera ganado cómodamente -dijo Rex, mientras veía como
su compañero se arrojaba al colchón.

-Está mejorando bastante rápido -añadió Jin, con una sonrisa.

- ¿De qué hablan? -preguntó Zeta, quien recién se incorporaba a la charla.

-Le estaba comentando cómo te volví a hacer pedazos -contestó Rex, inflando pecho-. No tuviste
oportunidad alguna, amigo. Lo siento, la próxima será.

-Bah, no molestes -bufó Zeta, desviando la mirada para poder ver a varios rostros nuevos en la
división.

- ¿Nuevos bípedos? Bien hecho, Jin. -comentó Zeta, sonriendo-. Denme al chico, lo haré
pedazos.

-Siempre queriendo hacer pedazos a todos -dijo Sam, mientras se acercaba a la ronda-. Guarda
esa ambición para los zombis.

-Eso hago, por eso me gusta entrenar a los nuevos traceurs así. Jin y Rex son algo blandos para
esto.

-Porque somos personas normales-dijo Rex, enfatizando la última palabra.


-Nadie es normal, Rex. A propósito, Sam. ¿Cuándo veremos a tu novio aquí? Quiero humillarlo en
la torre.

-Vas a tener que esperar, Max lo mandó a una nueva misión con un gran número de efectivos y
varios vehículos de transporte masivo.

- ¿Por qué esa movida tan grande? ¿Qué clase de misión van a hacer?

- No tuvo mucho tiempo para darme detalles, lo único que dijo fue que me prepare para algo
grande.

- ¡Por dios, Sam! -dijo Rex, llevándose las manos a la cabeza-. No queríamos tantos detalles.
-Quiso decir algo bélico, tonto.

- ¿Un enfrentamiento? -preguntó, Zeta.

-Quizás, no estoy segura. Pero la nación nunca se movilizó tanto como en el día de hoy.

-Entonces habrá que esperar que noticias se trae Brandon -comentó Jin-. Por ahora, vamos a
despejarnos un rato y calmarnos. Hay nuevos alumnos, así que déjenme presentarlos -El joven
asiático se dirigió hasta el grupo de cuatro, seguido por Rex.

- ¿Sabes que viene después de la calma? -le dijo Zeta, a Sam en el oído.

La muchacha no contestó, pero su mirada de preocupación lo hizo por ella. Ambos se dirigieron al
grupo donde había ido Jin, quien ya había empezado las presentaciones sin ellos.

-Y ellos dos, son Samantha Da Silva y Zeta, El Señor De Los Zombis.

-Que nombre tan raro -dijo, Lucas.

-Al menos no es un número -respondió, el joven mirando de arriba abajo a Lucas -. Estás bastante
escuálido compañero, te falta ejercicio. Serás mío todo el día, así que quiero que empieces dando
treinta vueltas a todo el tinglado. Cuando termines, ven a verme.

- ¿Qué? No puedes hacer eso.

- ¡Claro que puedo, bípedo! ¡Da treinta vueltas, ahora!

La cara de Lucas mostró una mueca de asco antes de comenzar a correr. Zeta automáticamente
dirigió su mirada a la joven que usaba un peinado corto hasta el cuello y de cabellos negros que
se combinaban con unas particulares mechas rubias. La muchacha apartó su flequillo hacia un
lado para observar a Zeta con una mirada que se conectó entre ambos y los llevó directamente a
recordar su primer contacto visual aquella vez en el teatro.

-Abigail, si no me equivoco.

-No te equivocas -dijo la joven, sonriendo sin quitarle la vista de encima.

-Tengo una idea -comenzó a decir Zeta-. Mientras esperamos a que el bípedo vuelva, podemos
charlar por allá.

La joven rio ante el comentario sobre Lucas.

-No me parece mala idea.

Mientras conversaban, Sam los observaba con una mirada divertida.

-Bien, vamos por aquí-continuó, Zeta mientras se alejaban.

-Ten cuidado, puede que se te declare -comentó Sam, sonriendo.

Zeta giró la cabeza, fulminando con la mirada a la joven oji verde y luego retomó su camino junto
con Abigail.

- ¿Por qué dijo eso?


-No le hagas caso -respondió Zeta, mientras recorrían el interior del tinglado.

-Entonces, ¿de qué querías hablarme? -dijo Abi, mientras de un salto se sentaba en una pila de
maderas acumuladas junto a un muro.

-Solo me interesa saber de ti, de tu pasado -contestó, dándole vueltas al asunto.

-Quieres hablar de la marca en mi brazo -afirmó la muchacha, divertida.

-Me descubriste -sonrió, Zeta.

-Bueno, ¿Por qué no me hablas primero de como tú te la hiciste?

-Digamos que quiero estar seguro, cuéntamelo tú y luego yo te diré todo.

-Eres muy negociador, ¿verdad?

-Solo quiero estar seguro.

La joven subió la mirada, mientras se dejaba apoyar por sus brazos en los tablones. Tomó aire y
lo largó en un suspiro prolongado, hablar del tema todavía le costaba, quizás porque nunca había
hablado de eso con nadie hasta ahora.

-Fue en un lugar aterrador. Me capturaron unos sujetos vestidos de negro -La joven hablaba con
un tono de voz pausado y bajo-. Llegaron de la nada a nuestro escondite, bombardearon las
puertas y arrojaron humo por todos lados.

Zeta asintió, escuchando con atención cada palabra de la muchacha. Por el momento el modo de
ataque coincidía con el que había sufrido el con el grupo de Roni y Lara en el pasado. Realizó un
gesto con su mirada para que la muchacha continuara hablando.

-Yo no entendía nada, escuchaba disparos por todos lados. Al principio pensé que los monstruos
habían logrado entrar. Estaba muy asustada- Su voz se comenzó a quebrar-. Intenté esconderme
con mi madre, pero ellos nos encontraron.

-Tranquila -dijo Zeta, al ver que Abigail se llevaba las manos al rostro para esconder sus
lágrimas-. No tienes que decírmelo ahora, hablaremos en otro momento ¿está bien?

La joven se frotó los ojos con fuerza, y agachó la mirada.

-La mataron... Ella intentó defenderme y la mataron -Su mirada se cruzó con la del joven, una
mirada llena de dolor y angustia-. Luego nos capturaron y nos metieron en esa maldita prisión.
Nos desnudaron y solo a algunas nos marcaron con esta horrible zeta.

-Ya veo-dijo, Zeta-. ¿Y cómo fue que escapaste de la puerta?

- ¿Qué puerta? -preguntó la muchacha, con un atisbo de confusión.

-Luego de que te marcaron, ¿no te llevaron a una puerta metálica o algo así?

La joven negó con la cabeza y bajó la mirada.

-No -respondió a secas.

- Que raro... ¿Y qué hacían con ustedes?


Bastó solo una mirada por parte de Abi, para que Zeta se diera cuenta. En ese momento, algo se
revolvió en su estómago y recordó todo en un segundo. Vino a su mente el momento en el que se
encontraba escapando de la Nación Oscura y cuando vio cuando unas mujeres eran violadas
brutalmente por esos engendros de la tierra. Recordó como no pudo hacer nada y decidió huir. Un
pinchazo de culpa y remordimiento recorrió su cuerpo imaginando que quizás una de esas
mujeres que se encontraba ahí, en ese momento, pudiera ser ella.

-Tranquilo, a mí no llegaron a tocarme -comentó Abi, intuyendo los pensamientos de Zeta-. Yo


pude escapar el mismo día que me secuestraron, gracias a Dios, alguien nos recató.

- ¿Quién? ¿Recuerdas como era esa persona?

-Por supuesto, nunca lo olvidaré. Ese día que nos atraparon, la cárcel sufrió un atentado, se
escucharon explosiones por doquier y en unos cuantos minutos el lugar fue invadido por esas
criaturas. Por suerte, algunas mujeres y yo nos encontrábamos a salvo dentro de las celdas, pero
tampoco teníamos manera de escapar de ahí. Esa persona que nos rescató fue el único que
quedó entre todo ese caos, cuando ya no quedaba nadie y todos se habían marchado. Solo él se
atrevió a volver por nosotras... Se llamaba Ronaldo, nunca lo olvidaré.

La expresión de Zeta cambió de forma drástica al escuchar el nombre de quien había sido su
mentor y al quien llegó a considerar como su segundo padre. Pero solo para asegurarse, decidió
inquirir más en el asunto tratando de no demostrar mucho interés.

- ¿Por casualidad esa persona era en sujeto robusto, con cara de tipo bueno y una barba espesa
y negra?

- ¡Exactamente! ¿Cómo lo sabes?

- ¡Por dios! -Exclamó Zeta, acercándose a la joven-. ¿Dónde está? ¿Sigue vivo? ¿Encontraron a
Elías?

- ¡Tranquilo, tranquilo! Lo siento, pero no sé eso. Luego de liberarnos él se marchó, nos dejó a mí
y a mis compañeras su vehículo y dijo que tenía que buscar a alguien. Lo siento, pero lo único
que recuerdo de él es su nombre y que nos rescató sin pedir nada a cambio. No se encuentran
muchas personas así en este mundo.

- ¿No sabes nada de él desde entonces?

-Lo lamento.

- ¡Mierda! La primera pista que tengo de él y no llega a nada.

-Al menos sabes que está vivo.

- ¿Cómo puedo saberlo? Tú ya no lo volviste a ver, yo tampoco.

-Es sencillo, él es una persona que no se dejará matar fácilmente -contestó Abi, brindándole una
sonrisa.

Zeta llevó su mano a su desarreglado cabello y lo sacudió.

-Supongo que es verdad, nada puede con él -El joven se permitió sonreír al recordar a su mentor
por un momento-. Te lo agradezco, has vuelto a darme un poco de fe.

- ¿Pase la prueba, entonces?


-Sí, la pasaste. Es imposible que mientas si conocías a Roni, aunque es una lástima que no
pudiste estar más tiempo con él, era un sujeto formidable.

-Entonces, ¿Por qué no me cuentas de tu historia?

-Esto te sorprenderá...pero yo estuve ese día ahí con Roni y fuimos nosotros quienes destruimos
la Nación Oscura.

- ¿Tú también estabas en la cárcel? No te creo -dijo la muchacha, con asombro en sus ojos.

-Es la verdad, te lo juro. Por ese motivo me sorprendió tanto que conozcas a Roni.

-Quien lo diría ¿verdad? Quizás el destino quería que nos encontremos-dijo la joven, acercándose
levemente a Zeta.

-Yo no creo en el destino, pero debo aceptar que esta es una gigantesca coincidencia -Los ojos
de ambos se miraban con intensidad, mientras sutilmente se iban aproximando.

-Yo no creo que sea una coincidencia que justamente fueras tú el que me haya rescatado en el
teatro. Hilos como estos, solo el destino puede moverlos.

Zeta se tomó un momento para observar el bello rostro de la muchacha que se halaba apenas a
unos centímetros de distancia. La casualidad era demasiada, eran muchas las cosas que tenían
en común entre los dos. Tanto en su pasado, como en su presente esta chica resultaba
increíblemente interesante a los ojos del joven. Quería saber más sobre ella y conocerla mejor,
deseaba acercarse más a su persona.

-Quizás tengas razón -dijo Zeta, mirando fijamente a Abi sin apenas pestañar. Pero desvió la
mirada y se apartó luego de ver a Lucas aproximarse hasta ellos.

La muchacha también se apartó, algo incomoda llevándose la mano a la nuca.

- ¿Terminaste? -preguntó Zeta, antes que Lucas llegara.

-Si...-respondió apenas, el joven-. Ya está...treinta vueltas.

-Te tardaste mucho, bípedo. Pero está bien por ahora. Quiero que vayas al patio de la entrada,
encontrarás una barra a tu derecha -dijo Zeta, señalando el lugar y haciendo una mímica de hacia
donde debía doblar-. Cuando la encuentres quiero que hagas diez series de siete.

- ¿Qué? ¡Diez series son muchas! Jamás hice eso.

-Por eso solo harás siete, en total son setenta, ¡pero se transformarán en ochenta si no te vas
ahora!

- ¡Esta bien, ya voy! -Dijo Lucas, alejándose del loco maniático del ejercicio, para dirigirse a la
salida al patio de entrada-. Quien mierda se cree ese tipo. Ni siquiera lo conozco y tengo que
hacer todo lo que me dice. Es más, ni siquiera sé porque le hago caso, podría irme de aquí
cuando quiera.

Lucas observó un segundo dentro del tinglado, buscó con la vista a María, la chica de la que
había estado enamorado gran parte de su vida. Y una mueca de disgusto se dibujó en su rostro al
verla con Jin, el profesor de la división de Parkour. Desde su posición se veía como él la ayudaba
a trepar por una escalera de sogas sosteniéndola de las caderas, había demasiado contacto físico
para una enseñanza tan básica como esa. Lucas decidió apartar la mirada, enfadado y viró a la
derecha en dirección a la barra.
- ¡Odio este estúpido lugar! Ojala nunca nos hubieran encontrado -La euforia de Lucas aumentaba
cada vez más, al punto de querer desquitarse con lo primero que tuvo en frente-. ¡Estúpido Jin y
estúpido Zeta! ¡Voy a romperles sus estúpidas caras a cada uno! -Esa última oración fue
acompañada de un fuerte puñetazo a la pared, pero el dolor al recibir el impacto del concreto fue
tanto que volvió a desquitarse, esta vez, golpeando algo más blando. A su lado se encontraba una
caja pequeña de fusibles que voló lejos, al golpearla con el lado lateral de su puño.

La caja hizo un gran escándalo al chocar con el suelo. Lucas se alarmó, su intención no era
desencajar la estructura, por lo que decidió recogerla y volverla a colocar en su posición. Por
suerte para él, los interruptores internos que habían quedado expuestos luego de que la caja
saliera volando, no habían sufrido ninguna modificación. Lucas aproximó suavemente la pequeña
caja de metal, intentando que todos los cables e interruptores queden dentro. Cuando finalmente
lo logró, uno de los cables se encontraba con los hilos de cobre completamente expuestos y el
mismo, rozó el metal de la caja brindándole a Lucas una leve descarga eléctrica. Lucas bramó
una serie de elaborados insultos al despegar las manos del metal y no se percató de que la
térmica de los fusibles había saltado, apagando toda la red eléctrica.

- ¡Hey! ¿Qué estás haciendo ahí? -preguntó Rex, en la entrada de la puerta.

- ¡Nada! Esa cosa de ahí me dio un shock -respondió Lucas, mientras se acercaba a Rex.

- ¿Qué hacías tocando eso? ¿Moviste algún interruptor o apagaste algo?

-No, apenas toque la parte de afuera. No moví ni cambie nada, lo juro. Además, las luces están
encendidas ¿ves? -se excusó Lucas, señalando una lámpara iluminada, sobre la cabeza de Rex.

-No, las luces no se manejan con los fusibles de ahí. Son aparte. Esa caja maneja la electricidad
de las vallas y la puerta de entrada, por eso me preocupa saber si no modificaste nada.

- ¡Oh, puedes estar tranquilo entonces! No toqué nada, lo prometo.

-Está bien. Déjame ver tu mano, está hecha pedazos ¿Le pegaste a las paredes? -preguntó Rex,
mientras se dirigían adentro-. Sígueme, te daré algo para que se te pase esa hinchazón.

-Te lo agradezco, amigo. Al menos hay alguien decente aquí.

-Si, como sea. Sígueme.

Mientras tanto, del lado exterior de las cercas. Un zombi había observado de lejos la conversación
de Rex y Lucas. Tentado por acercarse más, se topó con un obstáculo de alambres metálicos que
rodeaban todo el perímetro. Su cuerpo rebotó varias veces al intentar ingresar, pero no había
forma alguna. Algunos compañeros muertos lo empujaban de atrás, ellos también deseaban
pasar para corroborar con sus grises ojos lo que se hallaba en el interior.

Alzó su brazo para apoyarse en el alambrado, la fuerza que ejercían sus compañeros detrás de él
era mucha, así que instintivamente decidió darse un poco de espacio usando sus manos, pero en
ese momento, uno de los alambrados de la reja se cortó al contacto con sus dedos. El zombi bufó,
a veces olvidaba que sus manos tenían esas peculiares y afiladas garras que podían cortar
cualquier cosa.

-Entonces, ¿Lo hice bien? -preguntó Claudia, recostada en la colchoneta.

- ¡Mucho mejor! La próxima vez intenta girar sobre tu hombro, de lo contrario seguirás
golpeándote la cabeza en el suelo -respondió Jin, haciendo una demostración más a las gemelas.
-Yo soy muy mala para estas cosas -comentó María, desilusionada.

-No eres mala, es cuestión de practicar. Yo antes era gordo, y no sabía hacer ninguna pirueta.

-No te imagino a ti gordo -dijo Claudia.

-Créanlo, mi vida hasta los catorce años eran mi computadora y un adictivo juego de Parkour.

-Entonces fue ahí como tu amor por el Parkour comenzó -afirmó Claudia.

-Podría decirse que sí. Pero todo fue gracias a un amigo mío, quien me invitó a una clase que
realizaban en la plaza de la ciudad.

- ¿Y cómo te fue? -preguntó María.

-Horrible. Fui un fiasco, un completo desastre y juré nunca volver.

-¿Y porque volviste?

-No lo hice al día siguiente. Estuve meses jugando y continuando con mi vida diaria. Hasta que un
día, pasó. Ese momento en el que te das cuenta que estás muy mal y tienes que hacer algo para
salir del pozo.

- ¿Qué fue lo que pasó?

-Me caí de mi silla.

Ambas rubias se miraron, confundidas. Luego retomaron la vista hacia Jin, esperando que
continuara.

-Mi silla se rompió de lo gordo que estaba-explicó Jin, un poco ruborizado-. Fue un momento muy
humillante. No había nadie ahí, nadie se había burlado de mí. Pero me sentí realmente mal por
dentro, me paré a duras penas y me miré al espejo. Lo que veía no me gustaba nada, y yo no
había hecho gran cosa para lograr lo contrario. Me enojé conmigo mismo y me prometí que
dejaría esa vida sedentaria para adoptar una nueva vida completamente distinta. Al día siguiente
volví a asistir a esa clase de Parkour, me entrené duro durante mucho tiempo y fui mejorando día
a día hasta llegar a ser lo que soy ahora.

- ¿No es eso un poco superficial? Amar tu propio cuerpo como si fuera otra persona -inquirió
Claudia.

-No me refiero a eso. Lo que soy ahora, es mi propio amigo. Antes me tenía completamente
olvidado, deteriorando mi cuerpo con grasas y hamburguesas que lo único que hacen es
perjudicar a largo plazo la salud de uno. Al adoptar una vida saludable, cuidarse y hacer las cosas
que beneficien tu salud corporal, también se beneficia tu salud mental y social. Ahora soy más
alegre, estoy amigado conmigo mismo y vivo la vida que me gusta, pero que antes no conocía.
Ser amigo de uno mismo es el tesoro más valioso que podamos tener, porque somos el único
amigo que nunca nos defraudará.

-Deberías salir en la televisión, si es que volvemos a tener televisión alguna vez -dijo Claudia,
mientras se incorporaba-. ¿Me dices donde está el baño? Tengo que hacerme amiga de mi vejiga.

- ¡Claudia no seas maleducada!

-Es una broma, señorita educación.


-El baño está cerca de la entrada, a tu izquierda -señaló Jin.

-Gracias galán, ustedes sigan yo volveré pronto.

Claudia tuvo que apurar el paso para llegar al baño sin sufrir un accidente desastroso. Una vez
llegó, cerró la puerta y se sentó. Al fin en paz de tantos saltos y corridas de un lado a otro, se
permitió estirar las piernas y ponerse cómoda. Pero en ese momento, alguien del otro lado golpeó
la puerta.

- ¡Está ocupado! Por eso la puerta no abre.

Los ruidos siguieron resonando, algún impaciente tendrá una urgencia de último minuto y tuvo
que coincidir con Claudia a la hora de acceder al baño. La muchacha tuvo que apresurarse en
realizar sus necesidades, aunque no le agradó que todavía siguieran golpeando cuando ya le
había dicho que se encontraba ocupado. Decidió lavarse apresuradamente las manos y dirigirse
hasta la puerta.

- ¡Dios santo! ¿Por qué tanta impaciencia? -Exclamó Claudia, mientras abría la puerta.

En ese momento, su corazón dio un vuelco; un horripilante monstruo con sangre de pies a
cabeza, un brazo por la mitad y severas heridas por todo su cuerpo ingresó al baño, arrojándose
sobre la muchacha. Lo siguiente, pasó demasiado rápido.

Mientras tanto, en el interior del tinglado el caos ya había comenzado. Un número importante de
monstruos había conseguido ingresar, la sorpresa de todos fue notoria en los distintos sectores.
Zeta y Abigail, se acercaron al centro del galpón en donde se encontraban Jin y María.

- ¿Qué está pasando? ¿Cómo entraron? -preguntó Zeta, alarmado por la situación.

- ¡No lo sé! Se supone que la electricidad los mantendría a raya.

-Pensaremos en eso luego, hay que buscar las armas y avisar a los demás.

-Las armas se encuentran atrás, pero tenemos que movilizar a todos hacia allá -dijo Jin, mientras
observaba como un monstruo intentaba atacar a uno de sus traceur en la pista de obstáculos.

-Iré por las armas -dijo Zeta-. Tú encárgate de que todos vayan al patio trasero y cierren las
puertas.

-Entendido, chicas nos vamos ahora.

- ¡Esperen! -Exclamó María, con temor y desesperación en sus ojos-. Mi hermana está en el baño.
Tienen que traerla, por favor. Ella no sabe nada de esto.

- ¡Mierda, tienes razón! Ella sigue ahí -dijo Jin, llevándose las manos a la nuca.

-Yo me encargo -dijo Abigail-. Vayan a hacer lo que tienen que hacer, yo traeré a la chica.

-Estás loca, no puedes ir sin armas -dijo Zeta.

-Entonces asegúrate de traer una para mí rápido -dijo Abigail, antes de comenzar a correr en
dirección al baño.

Zeta intentó seguirla, pero Jin lo detuvo.

-Ella tomó su decisión, tú toma la tuya.


Zeta observó como la muchacha se alejaba para adentrarse en un océano de muertos vivientes y
se dispuso dirigirse a toda velocidad hacia el lado opuesto.

Abigail corrió como si no hubiera un mañana y probablemente, no lo habría. Evadía zombis y


monstruos que le rozaban los talones, empujaba a quienes se acercaban demasiado y trataba de
evitar los de características especiales. El recorrido al baño se redujo a un laberinto de criaturas
que tenía que bordear, resolvió correr pegada al muro, donde se concentraba la menor cantidad
para llegar en una pieza al baño. Por desgracia, pegado a la puerta lo esperaba un horripilante ser
de grotescas garras que se empeñaba en arañar la entrada a toda costa.

Abigail aprovechó que la criatura no se había percatado de su presencia y se agachó a tomar un


chuchillo de sus botas. Luego, se acercó a paso sigiloso por su espalda e incrustó la hoja justo
detrás de su cuello, la bestia cayó como un saco rendido al suelo. La joven lo apartó y abrió la
puerta, ingresando al baño. Pero lo que vio la dejó completamente muda. Había mucha sangre
esparcida por todos lados, resbalando en los muros y amontonándose en grandes charcos en el
suelo.

Instintivamente se llevó la mano a la boca, intentando soportar la brutal escena que observaba.
En una esquina, se hallaban dos cuerpos de espalda, uno encima del otro. En lo que podía
observarse, había un ligero movimiento en el cuerpo de arriba. Abigail se acercó lentamente,
intentando repetir el procedimiento anterior, para al menos vengar la muerte de Claudia. Se
agazapó junto a la criatura y alzó el cuchillo, pero justo antes de llevarlo a la cabeza del monstruo,
el cuerpo se movió a un lado y un rostro asustado y desconcertado la observó.

- ¿Abi?

- ¡Dios! ¿Estas viva? -Preguntó Abigail, bajando el arma y apartando el cadáver-. Pensé que ese
monstruo te había devorado.

A Claudia le costó un poco poder responder, su cuerpo seguía sumida a la adrenalina de la


situación.

-No... yo pude matarlo, antes que él a mí. Luego usé su cuerpo como escudo por si otro llegaba.

- Eres brillante, ¿cómo lo hiciste tú sola?

-Fue difícil, pero me ayudó mucho el hecho que no tuviese un brazo -respondió la joven rubia,
mientras se alzaba con ayuda de Abi, pero en ese momento la muchacha vio algo aproximarse
rápidamente a ellas-. ¡Cuidado!

A Abigail le tomó un instante girarse y asestar un golpe seco en el cráneo de la criatura a su


retaguardia, reduciéndolo completamente.

-Eso fue genial -La felicitó, Noelia con asombro.

-Por eso siempre llevo un arma conmigo para este tipo de ocasiones, uno nunca sabe que puede
pasar -dijo, mostrando su cuchillo.

- ¿Ese no es el que dan en el comedor de la Nación?

-El mismo, entonces, ¿Nos vamos?

-Si, por favor.


Ambas se dirigieron a la puerta, la cantidad de criaturas ahora había aumentado drásticamente, y
la gran mayoría a su alrededor giraron la cabeza en dirección a ellas, buscando con su olfato el
distintivo olor a sudor que desprendían. La bestia más cercana a las chicas decidió atacar raudo,
sin darle oportunidad a reaccionar, pero su cabeza y la mitad de su tórax salieron volando justo
antes de dar otro paso.

- ¿Están bien? -preguntó Zeta, quien llevaba en una mano una escopeta automática y en la otra
una pistola Glock, que le cedió a Abigail.

-Estamos bien -respondió Abi, mientras utilizaba el arma para reducir a una criatura que se
aproximaba a ellos.

Zeta colocó la escopeta en su hombro mientras apuntaba y redujo un gran número de monstruos
a la vez, abriéndose un hueco.

- ¡Por aquí! Síganme, tenemos que llegar del otro lado.


-Rex, te busqué por todos lados -dijo Jin, quien se aproximó trotando al joven mecánico-. Las
cosas se salieron de control, tenemos que parar a estos monstruos o nos acorralarán.

-Estoy al corriente, pero tenemos pocas armas y los vehículos se encuentran en el patio de
entrada, desde aquí solo podemos defender la zona, pero no se me ocurre ninguna manera de
escapar.

-Tenemos que pedir refuerzos -añadió Sam, quien se encontraba junto a Rex-. Necesitamos una
radio para contactar al presidente.

-Perfecto, yo lo llamaré con la radio de la sala de comunicaciones -comentó Jin, separándose del
grupo-. Necesito que ustedes brinden apoyo a la puerta del gimnasio, Zeta se encuentra ahí
dentro todavía.

-Entendido, nosotros nos encargamos. Pide los refuerzos y nos encontraremos de nuevo cerca de
la torre.

Rex y Sam se dirigieron a la puerta lo más rápido posible, en el lugar, se encontraron con un
grupo de centinelas bloqueando la entrada con grandes cantidades de tablones que formaban una
gran barricada.

- ¡Hey Raúl, todavía hay gente ahí dentro! - gritó Rex, quitándole un tablón a uno de sus alumnos.

- ¡Si, gente muerta! Yo no voy a arriesgarme a que se crucen a este lado -dijo Raúl, un hombre de
unos treinta, que aparentaba más edad con las arrugas de su rostro y su cabello oscuro con una
calva asomándose en medio.

-Lo siento, Rex -dijo Pablo, otro de los hombres que trabajaban en preparar la barricada, era un
poco más joven que Rex y mucho más bajo, tenía ojos celestes, una musculatura bien definida
pero no inflada y su rostro parecía el de un muñeco-. Pero somos nosotros o ellos y prefiero ser
nosotros.

-Despejen la barricada, ahora -Las palabras de Rex eran firmes, como su mirada clavada en
ambos personajes.

-No entiendes nada de supervivencia ¿verdad, niño?

-Entiendo una sola cosa -dijo el joven mecánico, alzando su revolver en cuatro giros consecutivos,
terminando con la mira apuntando directamente en la cabeza de Raúl-. Si ustedes no despejan
esto, lo haré yo.

- ¿Te aprovechas de que no tengo arma? Eso es muy bajo, hasta para ti.

En ese segundo, otra arma se colocó a la par de la cabeza de Rex, amenazando su vida.

-Yo si tengo una -dijo Pablo, colocándose detrás de Rex-. Y no pienso abrir esta maldita puerta
por un capricho tuyo.

-Lo siento, Pablo -dijo Sam, clavando la punta de su arma en la espalda del muchacho-. Pero si
no quieres armar un desastre, te recomiendo que lo hagas.

-No dispararías, Sam. No eres así.

En ese momento, la oji verde tomó uno de sus cuchillos de lanzamiento y lo acercó al cuello de
Pablo, obligándolo a inclinarse hacia atrás. La joven apoyó la hoja levemente en su piel,
comenzando una cortadura superficial que dejo escapar un poco de sangre de su cuello.
-Suelta el arma, condenado hijo de puta o te juro que la pasarás mal -tanto la dulce voz de la
joven, como su mirada cambiaron brutalmente al decir esas palabras, adoptando una voz severa y
una mirada escalofriante.

- ¡Esta bien, está bien! -exclamó Pablo, abriendo sus brazos y dejando a Rex fuera de peligro,
para que pudiera voltearse y tomar el arma.

-No lo repetiré de nuevo, ¡abran esa puerta! -ordenó, Samantha firmemente.

Los dos hombres tuvieron que obedecer a punta de pistola las órdenes y de mala gana,
comenzaron a quitar todos los tablones.

-No conocía esa faceta tuya, Sam -susurró Rex, para que solo ella pudiera oírlo.

- ¿Lo hice bien? Solo intenté copiar las palabras que suele utilizar Franco, a él siempre le
funciona.

-Bastante bien, Da Silva -dijo Rex, mientras seguía apuntando a Pablo y a Raúl-. ¡Vamos, quiero
esa puerta abierta, ahora!

- ¡¿No escucharon pedazos de inútiles?! ¡Abran la maldita puerta, ya! -ordenó Samantha. Luego
cruzó una mirada con Rex, brindándole una sonrisa de niña pequeña.

-Parece que le gustó.


-Ulises, necesito que me comuniques con el presidente Máximo, por favor -dijo Jin, entrando a la
carpa destinada a ser una sala de comunicaciones.

-Lo siento, Jin -se disculpó Ulises, un hombre de cabello rojizo, aspecto bonachón y un poco
pasado de peso, él no realizaba Parkour, pero le gustaba el ambiente al aire libre y pasarse el día
en la sala de comunicaciones de la división-. Pero estoy intentando comunicarme con la Nación
desde que esto empezó, pero no hay caso, no tenemos recepción.

- ¿Qué dices? -Preguntó Jin, confundido tomando el receptor del aparato-. La radio era de uso
táctico, con una base del tamaño de una pequeña caja que suelen engancharse a los cinturones o
a la mochila del equipo militar, esta simplemente se encontraba sobre el escritorio-. Solo se
escucha interferencia, ¿Qué pasa el día de hoy?

-Probablemente son las nubes -respondió Ulises-. ¿No has visto como el cielo se oscureció de
repente?

-No tuve tiempo de mirar al cielo porque los monstruos entraron a mi división y tengo que sacarlos
como sea.

-Tampoco era para que te pongas así -dijo Ulises, mientras desenganchaba el receptor de la
radio-. Toma, tu eres el mejor subiendo esa torre ¿no? Si te posicionas ahí arriba, probablemente
la señal llegue y podamos comunicarnos.

- ¿Crees que funcionará?

-No te mandaría hasta allá arriba por nada, amigo. Pero eso sí, ten cuidado, puede que se largue
una tormenta en cualquier momento. El viento está soplando desde el norte.

-Entiendo, gracias Ulises -dijo Jin, mientras ambos salían de la tienda-. Vamos con los demás.

- ¿Cuántas balas te quedan? -preguntó Claudia, aferrada lo más posible a la puerta.


Zeta y Abigail se encontraban espalda con espalda luchando con cada monstruo que se
aproximaba a su posición. La masa de criaturas se aglomeraba en un semicírculo alrededor de
una improvisada trinchera que Zeta había construido, en un intento por darles un poco más de
tiempo de vida.

-A mi hace rato se me acabaron, por eso estoy bateando cabezas con esto -respondió Zeta,
usando la culata de la escopeta para arrancar la cabeza de un zombi que se le aproximaba.

-No te preguntaba a ti, ella raciona más las balas que tú, es obvio que se te acabarían rápido si
disparas como un animal.

-Me quedan apenas tres -respondió Abigail, mientras se encargaba de extraer su chuchillo del ojo
de un zombi.

Zeta dio otro batazo más a uno de ellos, provocando que cayera de espaldas y tumbara a un
grupo detrás de él, luego utilizó su pierna para propenderle una patada feroz a otro que se
acercaba peligrosamente a Abi.

-No disparo como un animal, simplemente uso mis armas en su máxima capacidad, ¿Qué tiene
de malo eso? -Se excusó, mientras empujaba a dos monstruos con el reverso del arma-. No dejen
que pasen de la barricada o se amontonarán más.

-Que moriremos ahora, eso tiene de malo -se quejó Claudia.


-No moriremos, alguien nos salvará en el último minuto -respondió Zeta, utilizando nuevamente su
arma como un bate-. Eso espero.

Abigail no vio más remedio que volver a utilizar su pistola, apuntó a un zombi Parca que se
acercaba velozmente por el lateral derecho y cuando la criatura tomo vuelo en el salto final, la
muchacha efectuó el disparo que terminó con su muerta vida. El cadáver cayó junto a Zeta, quien
lo arrojó a la manada de muertos para abrir un poco de espacio. Noelia, mientras tanto, seguía
golpeando la puerta a sus espaldas, con el anhelo de que se abriera en algún momento, pero no
fue el caso.

- ¿A quién se le ocurre cerrar la puerta habiendo gente dentro? -dijo Noelia, quien por cada
palabra, golpeaba más fuerte intentando ser escuchada por alguien.

-Lo hicieron por su seguridad personal, es bastante lógico. Evitan que todos estos monstruos
pasen al otro lado -respondió Abigail, quien uso su segunda bala en un cortador.

- ¿Cómo puedes pensar tan fríamente en una situación así? -inquirió Claudia.

-La soledad te vuelve frio y calculador-afirmó, la muchacha.

-En eso tienes razón -la secundó, Zeta-. Por eso mismo yo cantaba todo el tiempo.

Ambas lo miraron con confusión, luego retomaron sus actividades.

-En situaciones en donde todo está mal, lo mejor es cantar para despejar a la mente del peligro
que estás viviendo -explicó Zeta, mientras ahora usaba un madero ancho para batear a los
monstruos.

-Entonces no era mi imaginación -dijo Abi, aguantando una sonrisa-. Si estabas tarareando una
canción cuando matabas zombis hace un rato.

-Yo también lo escuché, pero creí que me lo imaginaba -compartió, Claudia-. ¿Estabas tarareando
Ojo de tigre?

-Es la mejor canción para matar zombis -. Exclamó Zeta, alegremente mientras se dirigía a un
zombi a la carrera efectuándole un brutal gancho emulando a un boxeador-. La escuchaba
siempre que hacia boxeo. ¡Chan... chan, chan, chan!

-Chan, chan, chan...-tarareó Abi divertida, al mismo ritmo de Zeta, mientras usaba su navaja para
deshacerse de otra criatura.

- ¡Chan, chan, chaaaaan! - Zeta, se acercó a otro zombi y le dio en medio de la cabeza con el
madero.

Los tres comenzaron a tararear la canción, olvidándose por un segundo del peligro y divirtiéndose
un poco para variar. Pero la diversión finalizó cuando un decapitado hizo acto de presencia.
Todos retrocedieron alarmados, no existía manera de deshacerse de tal bestia si no conseguían
algo para cortar su cabeza y el cuchillo de Abigail demandaría mucho tiempo y esfuerzo. La
situación se tensó. El zombi ingresó en la trinchera, por cada paso que él daba, el trio se alejaba
más. Zeta no tenía idea de que hacer, los recursos se le habían terminado y dudaba seriamente si
saldrían de esta con vida. Pero en ese momento, cuando todo parecía haber terminado, fue
Abigail quien tomó la delantera. Apuntó su arma a la cabeza del monstruo y se acercó de forma
precavida y sigilosa.

-No, Abi ven aquí, no lo vas a matar con eso -intentó alertar Zeta.
Abigail no se inmutó por las palabras del joven, su vista estaba fijada completamente en el
demonio y no parecía tener intención alguna de retroceder. En ese momento, la joven dejó de
apuntar y escondió el arma a un lado de su cuerpo, quedando expuesta a cualquier tipo de
ataque. Mientras tanto, el decapitado se acercaba aún más olisqueando a su presa, sentía su olor
muy cerca y ya no soportaba otro segundo más sin comer. El paso que dio hacia Abi fue muy
veloz, quedando a escasos centímetros de distancia, su mandíbula comenzó a abrirse poco a
poco, hilos de saliva mesclados con sangre se escurrían en su afilada dentadura. El tamaño de su
boca se expandió de tal forma que la cabeza de la muchacha cabría perfectamente ahí dentro.
Fue cuando la mandíbula del decapitado llegó a su tope que Abigail reaccionó.

Inclinó su cuerpo hacia atrás levemente y alzó la mano que portaba el arma hacia la boca del
monstruo. La joven logró meter hasta la mitad de su brazo dentro de la mandíbula, apuntando la
punta del arma directamente al cerebro del decapitado. En ese segundo, se escuchó un
estruendo y el monstruo se inmovilizó en su lugar, Abigail logró quitar el brazo de ahí antes de
que la bestia cayera al suelo de espaldas, en un golpe brusco. De su mandíbula aún abierta, se
veía escurrir gran cantidad de sangre brotando desde el interior.

En ese momento, sin darle tiempo a Zeta de reaccionar ante lo que sus ojos habían presenciado,
la puerta detrás de ellos se abrió. Al mismo instante, los monstruos consiguieron pasar la
trinchera, Abigail retrocedió rápidamente para alejarse de ellos y salir del lugar. Zeta, todavía sin
reaccionar, fue arrastrado hacia afuera junto con Claudia. Las puertas volvieron a cerrarse
dejando a todos los monstruos dentro.

- ¡Ahora vuelvan a poner todo en su lugar! -ordenó Rex, a Pablo y Raúl, quienes de mala gana,
comenzaron a volver a colocar todos los tablones que hacía unos segundos habían quitado.

- ¿Están todos bien? -preguntó Rex, dirigiéndose a Zeta.

-Solo sobrevivimos tres, había más dentro pero ninguno lo logro -comentó Claudia, un poco
decepcionada.

- ¡Claudia! -María corrió a los brazos de su hermana, con una sonrisa de oreja a oreja-. ¡Jamás
volverás a ir al baño sola!

-Querida, se cuidarme. No seas tan exagerada -dijo Claudia, en una ligera expresión de dolor al
ser abrazada por su hermana.

- ¿Te duele algo? -preguntó, Abigail.

-No, estoy bien. Un poco de dolor muscular, eso es todo.

-Eso que hiciste ahí dentro -dijo Zeta, interrumpiendo-. ¿Qué demonios fue?

Abigail observó los oscuros ojos café de Zeta, e intuyó por su preocupada expresión que se
encontraba confundido por la situación.

- ¿Nunca mataste a uno de esos?

-Nunca de esa forma, son indestructibles. Las balas no le hacen nada.

-Claro, exteriormente no...-afirmó la joven, haciendo a un lado su flequillo-. Pero por dentro es
distinto, puedes disparar a su cerebro desde adentro cuando abren la boca. Pero requiere de
unos nervios de acero.

-Explícate.
-Ellos no nos ven, pero si nos huelen. Cuando él detectó que me encontraba cerca, abrió su boca,
el resto fue fácil. El problema lo tienes si te encuentras lejos, saltarán a ti como un resorte y
probablemente te atrapen. De cerca puedes dominar más la situación, parece contradictorio pero
ellos funcionan así.

-Nunca se me ocurrió -confesó Zeta, en una media sonrisa-. Estas llena de sorpresas.

- ¿Y eso es bueno?

-Mucho -respondió el joven, brindándole una sonrisa reconfortante.

-Muchachos, la situación se complicó -dijo Jin, acercándose al grupo junto con un hombre
regordete, de simpáticos cabellos rojizos.

-Jin, ¿Qué pasa? -preguntó Sam, sumándose a todos.

-No hay recepción en la radio, por lo que no puedo pedir refuerzos de momento -explicó, luego
señalo al sujeto a su lado-. Ulises cree que quizás si subo a la torre, desde ahí la señal puede
mejorar y enviar un mensaje de auxilio. Pero ya es tarde para pedir que vengan a despejar el
lugar, la división esta opacada por esas bestias -Jin se fregó la vista con los dedos, para calmarse
un poco-. La división está perdida, lo mejor que puedo hacer es enviar un mensaje de rescate
para que nos busquen y nos marchemos.

-Lo siento, Jin. Todo fue mi culpa -comenzó a decir Rex, apenado-. Yo vi que Lucas estaba
jugando con los fusibles y no corroboré si estaba todo en su lugar, confié en su palabra y pasó lo
peor. Fui muy crédulo y lo lamento.

Jin giró todo su cuerpo en dirección a Rex.

- ¿Quién estaba jugando con los fusibles?

-El nuevo, Lucas.

En ese momento todas las miradas se centraron en el escuálido muchacho de gorra de visera y
ojos temerosos que se encontraba junto a Rex y que hasta este momento había pasado
completamente desapercibido.

-No lo miren así, el chico es nuevo. Todos podemos cometer errores -dijo Rex, interponiéndose
para defenderlo.

-Su error costó la vida de muchas personas y la destrucción de mi división -respondió Jin, su voz
sonaba fría y escondía una ira reprimida inmensurable.

-Yo asumo toda la responsabilidad, yo estaba custodiando cuando lo vi ahí. Es mi culpa no haber
revisado si todo estaba en orden.

-Rex, basta -lo cortó Jin, posicionándose justo enfrente-. No es tu culpa, tú hiciste lo que tenías
que hacer. Sin embargo...-En un movimiento veloz, tomó del cuello de la camisa a Lucas y estrelló
su puño en el rostro del muchacho tan fuerte como pudo-. ¡Toda mi división está en ruinas por tu
culpa!

Lucas fue arrojado de forma violenta hacia atrás, sin llegar a caer. Su rostro sintió la potente furia
de Jin y se lo comunicaba con una punzada de dolor insoportable. Pablo se aseguró de
mantenerlo de pie, mientras Rex se encargaba de separar a Jin del agredido novato.
- ¡Hey, Jin! -Dijo Zeta, colocándose frente a su maestro y compañero-. Concéntrate, no puedes
perder la cabeza. Yo tengo tantas ganas como tú de romperle la cara, pero ahora tenemos que
buscar la forma de escapar de este lugar antes de que sea demasiado tarde.

-Tiene razón, Jin. Nuestra preocupación actual es enviar el mensaje de rescate a la nación -
añadió, Rex quien aún ejercía una fuerza considerable por contener a su maestro.

Jin aflojó sus músculos y finalmente decidió tranquilizarse.

-Está bien, debo subir a la torre y enviar el mensaje -dijo, mecánicamente mientras volteaba en
dirección a la Atalaya del Caído-. Ustedes quédense y protejan la entrada.
El joven profesor de Parkour se dirigió velozmente al interior de la torre para comenzar a escalar,
mientras tanto, Rex y Zeta tomaban el mando de las personas que quedaban con ellos.

-Tenemos que estar preparados, colóquense en un lugar seguro y vigilen que ninguno se cuele
por la puerta hasta que Jin vuelva - ordeno Zeta, mientras tomaba un arma que Sam le ofrecía.

La gran habilidad y experiencia de Jin eran evidenciadas a la hora de escalar la torre; los primeros
niveles fueron pan comido para el joven asiático. Era en el cuatro nivel donde las cosas se
complicaban más. El muchacho utilizó sus piernas para tomar impulso en un salto del cual se
aferró a una saliente que se ubicaba del lado interno de un muro de la torre; utilizó sus brazos
para subir la mitad de su cuerpo, y se ayudó con las piernas para impulsarse hacia otro muro, del
lado opuesto, donde se aferró a nueva saliente, aun mas angosta que la anterior en donde solo
los dedos del joven tenían un punto de apoyo.
Jin repitió el proceso con mucha habilidad, saltando al lado opuesto nuevamente, pero esta vez,
llegando a un punto más alto, donde consiguió pasar al siguiente nivel y colocarse de pie. Fue ese
momento donde el muchacho decidió probar si la radio funcionaba desde esa altura, a la mitad del
camino a la cima. Intentó repetidas veces, pero todos los intentos fallaron, dando la misma
interferencia que tenía abajo. De todas formas el joven no se desanimó y resolvió llegar hasta el
final, utilizó el mismo recorrido que había tomado Rex momentos antes para competir con su
compañero y salió al lado exterior de la torre, pero cuando su mirada se dirigió al cielo, algo se
alarmó en su interior.

Varias gotas gruesas comenzaron a caer encima de él, para deslizarse por su rostro. Una
importante lluvia comenzó a caer repentinamente, complicando las cosas todavía más. Una parte
del joven pensó en volver adentro y tomar el camino largo, pero otra parte decidió seguir y
culminar la torre lo antes posible. Sabía los riesgos de escalar estando completamente
empapado, pero decidió seguir adelante y no rendirse, la vida de todos no podría esperar un
segundo más. Estiró un brazo, decidido, y comenzó a ascender.

Mientras tanto, Zeta y los demás decidieron cubrirse de la lluvia en el interior de la torre.

-Era lo único que faltaba, lluvia -dijo Lucas, sacudiendo sus empapados zapatos dentro de la
torre.

-Tú ocasionaste todo este desastre, así que no quiero escuchar una queja de tu boca -dijo
Claudia, furiosa.

-Ya te dije que no es mi culpa, esa estúpida caja me electrocutó, yo no sabía nada.

- ¡Eso pasó porque tú la golpeaste, animal!

- ¡Basta! -Gritó, María-. Lo último que necesitamos es que se peleen aquí.

-Dile a tu hermana que no me moleste.


-Tiene sus razones para estar enojada, Lucas. Si quieres hacer algo por nosotros, al menos
mantén la boca cerrada.

-Claro, ahora todos están contra mí. Púdranse -exclamó Lucas molesto y se dirigió fuera de la
torre.

-Vigílalo, Rex. No queremos que arme otro alboroto -dijo Zeta, quien observaba casualmente
hacia la cima por si tenía novedades de Jin.

-Yo me encargo -afirmó Rex, siguiendo a Lucas para interceptarlo.

-No me sigas, quiero estar solo -exclamó Lucas, mientras se alejaba.

-Tranquilo, amigo. Solo quiero hablar, no tienes que ponerte rudo conmigo.

- ¡Todos aquí me odian! -profirió Lucas, con la voz quebrada. Entre la lluvia, apenas se
diferenciaban las gotas con sus lágrimas-. ¿Y no quieres que me ponga rudo? ¿Qué mierda te
pasa?

-Un error lo tiene cualquiera. Solo empezaste con el pie equivocado, pero si sigues con esa
actitud que tienes ahora, no mejorara nada.

-María me odia, casi hago que Claudia muera y el idiota de tu compañero me golpeó en la cara
haciéndome quedar en ridículo frente a todos.

-Solo estas enumerando las cosas malas que te pasaron. Pero si te pones a pensar, también te
sucedieron cosas buenas hoy.

- ¿Qué mierda puede ser bueno que me haya pasado?

-Bueno, hasta hoy hace unas cuantas horas, ni siquiera sabias si ibas a estar vivo -respondió Rex,
la lluvia seguía empapándolos sin piedad y algunos truenos se hicieron escuchar-. Yo creo que
eso es algo bueno.

- ¿Para qué quiero estar vivo si lo único que hago es complicar las cosas?

-Deja de culparte por lo que ya no puede cambiarse, si tanto quieres a María y a Claudia, deja de
comportarte como un niño y empieza a actuar como un adulto. La vida de ellas corre peligro en
este momento y lo que necesitan es a su amigo Lucas para que las cuide. Ese eres tú, idiota -dijo
Rex, golpeando amigablemente el hombro del joven.

-Ellas no quieren verme.

-Por favor, si hasta yo me di cuenta que a una de ellas le gustas. Es obvio que te quieren.

- ¿Eh? ¿De quién hablas?

-Date cuenta solo, pero resulta obvio si te pones a pensar. Nadie busca tantas discusiones si no
es para llamar la atención de alguien -dijo Rex, volteando hacia la torre-. Vamos, ellas te esperan.

En ese momento Lucas se dio cuenta de lo idiota que había sido todo este tiempo y abrió los ojos.
Su mente comenzó a atar cabos sueltos que jamás había notado. Desde siempre, Claudia había
sido la principal responsable de todas las discusiones que tenían, algunas resultaban más
absurdas que otras, pero todas siempre los involucraba a ellos. Su cabeza comenzó a buscar el
inicio de todo esto y sintió un sabor amargo dentro suyo cuando finalmente se dio cuenta de todo.
Las discusiones y las peleas habían comenzado desde el día que Lucas le había dicho que le
gustaba María, fue en ese momento que Claudia dejo de ser amable y comprensible con él, para
ser un insoportable dolor de cabeza. Se sintió un completo tonto por no haberse dado cuenta
antes, sabía que ellas se contaban absolutamente todo, probablemente María sabia hace mucho
de sus sentimientos hacia ella y lo ignoraba solo por su hermana, y el siempre como un idiota,
siempre hablando bien de María cuando se encontraba a solas con Claudia. Nunca noto sus
falsas sonrisas que escondían un dolor interno inmensurable.

En ese momento, una lágrima se deslizo por su mejilla mezclándose con las gotas y fue cuando la
vio. Ahí estaba ella, Claudia se encontraba parada en medio de la lluvia justo frente a él.

-Te vas a resfriar, estúpido. ¿Por qué no vienes con todos? -la voz de Claudia, era apagada y se
esforzaba por parecer ruda, pero ahora Lucas notaba la preocupación de la muchacha hacia él.

-Lo siento, Claudia. De verdad, lo siento mucho -dijo el joven, acercándose a ella.

-Ya es tarde para disculparte, los zombis ya entraron.

-No me disculpo por eso -dijo el joven, tomándola de los brazos-. Hasta ahora, no me había dado
cuenta. Te pido perdón por todo lo que te hice pasar, de haberlo sabido antes, quizás las cosas
habrían sido distintas.

Claudia no tenía que preguntar, ella misma ya se percatado de lo que Lucas hablaba y no sintió
vergüenza en admitirlo.

-Te tardaste mucho, como siempre, eres un idiota y no cambiaras.

-Tienes razón, fui un idiota al no poder darme cuenta. Pero no entiendo, ¿Por qué nunca me lo
dijiste?

- ¿Qué iba a decirte, Lucas? ¿Qué me gustabas desde el primer momento en que te vi? ¿Qué
llegue a odiar a mi hermana por todas las cosas que me decías de ella? ¿Qué lloraba todas las
noches porque tú jamás te fijarías en mí? -La joven se apartó del muchacho para limpiar sus
lágrimas-. ¿Qué podía decirte? ¡Estaba destrozada! Incluso después del apocalipsis, seguías tras
de ella. Jamás me mirabas, jamás me decías nada, yo era la que tenía que comenzar la
conversación y si no era con una discusión no tenía idea de cómo hacerlo, si de lo único que
hablas conmigo es de mi hermana, ¡tarado!

-Lo siento mucho, yo...no sabía.

- ¿Qué no sabías, Lucas? ¿No sabias que pienso en ti cada segundo? ¿No sabias que no me
canso de mirar tu estúpida cara de idiota? ¿No sabias que te amo? ¡Por supuesto que no sabes
nada! Si de lo único que hablas es de María.

Claudia rompió en llanto mientras Lucas intentó contenerla en sus brazos.

-Tú... ¿Me amas?

-De todas formas... ya es tarde, Lucas. Muy tarde -Claudia continuó llorando, bajo el brazo de
Lucas.

-No, Claudia. Nunca es tarde, todavía podemos... -pero Lucas fue interrumpido por un beso de la
muchacha.
Claudia tomo a Lucas con ambas manos y lo besó con una gran pasión que estuvo escondida
durante mucho tiempo dentro de su ser. La muchacha alargó la duración del beso como si fuese
el último de su vida... y lo era.

-Sí, Lucas... es tarde -dijo la joven, bajando el cuello de su abrigo para mostrar una pequeña
mordida en su hombro.

-No puede ser...

Todos dentro de la torre se colocaron de pie al ver que Jin utilizaba la tirolesa para bajar
nuevamente a tierra, pero solo fueron Zeta, Rex y Sam a buscarlo en el patio, cerca del colchón.

- ¿Ya vienen? -Preguntó Sam, refiriéndose a los refuerzos.

Jin se acercó a paso agotado y negó con la cabeza gacha.

-La radio tampoco funciona ahí arriba, no hay nada que pueda hacerse. No podemos salir de
aquí, ni tampoco podemos quedarnos.

-Volvemos a como estábamos antes ¿eh? -comentó, Rex con un atisbo de desilusión en sus
palabras.

-Me temo que sí. Ya no se me ocurre nada, no sé qué hacer.

-Podemos enfrentarlos -sugirió Sam.

- ¿Con las pocas armas que tenemos? -Refutó, Rex-. Olvídalo, no hay oportunidad.

-La única opción es escapar utilizando los vehículos, pero se encuentran del otro lado del tinglado
y para llegar tenemos que cruzar una barrera de casi doscientos monstruos.

-Creo que exageras con el número -dijo Zeta, mientras observaba al cielo como las gotas seguían
cayendo sin compasión.

-Me da igual el maldito número, son muchos y no tenemos como matarlos a todos -se quejó, Jin-.
Para completar, ahora toda mi división está inundada por esta estúpida lluvia.

-Tranquilo, no es para tanto -dijo Zeta, examinando con interés, el suelo inundado con agua.

-No me digas que me tranquilice viejo, en todo caso, ¿Por qué tú estás tan tranquilo, eh?

- ¿Recuerdas la última vez que llovió de esta manera aquí? -preguntó Zeta, incorporándose.

-Sí, nos tomó toda la mañana quitar el agua, se inundó como cinco centímetros del nivel del suelo.

- ¿Recuerdas cuánto tiempo tomo que se inundara de esa forma?

- ¡No lo sé, Zeta! ¿Por qué me preguntas eso?

-Tienes un plan -afirmó, Rex-. Conozco tu cara, tienes un plan ¿verdad?

Zeta eludió la pregunta de su compañero y continuó su interrogatorio.

- ¿Crees que ahora este tan inundado como aquella vez?


-Solo mira el suelo, si está inundado aquí, de la misma forma está dentro del tinglado. Pero no sé
de qué nos sirve el agua en esta situación -respondió Jin, perdiendo la paciencia.

-Es todo lo que necesito saber -dijo Zeta, mientras se dirigía a Rex-. Sincronicemos relojes, quiero
que en exactamente un minuto, abras esa puerta y en treinta segundos, vayas a la torre
¿entendido?

- ¿Qué? ¿Para qué quieres que haga eso?

-Yo iré del otro lado, en donde está la caja de fusibles que le dio el shock eléctrico a Lucas, y
restableceré la energía. Más les vale, abrir esa puerta y asegurarse que los monstruos estén bien
mojados, porque no creo un simple chispazo en los pies sea suficiente, necesitan estar
empapados hasta su podrida cabeza. Y teniendo en cuenta el nivel del agua que tenemos aquí,
será como electrificar una piscina entera.

- ¿Quieres matarlos con electricidad? -inquirió, Jin llevándose la mano al mentón en un gesto
reflexivo-. Piénsalo bien, viejo. Si haces eso. Tú quedas expuesto a la descarga, morirás con
ellos.

Zeta guardó silencio. Inclinó levemente su cabeza, alzando la mirada mientras enarcaba una ceja.

-Es verdad... mierda, no lo había pensado -admitió Zeta, avergonzado.

-Eres un tonto, casi te suicidas por nada -Lo reprochó, Sam.

-Entonces, ¿no se puede hacer nada?

-Me temo que no hay forma, salvo que quieras morir -respondió, Jin-. Aunque agradezco que
quieras hacer algo Zeta, pero esto no funcionará.

-Si lo hará -dijo una voz femenina, detrás del grupo.

Todos voltearon a la vez para descubrir de quien provenía dicha voz.

- ¿Claudia? -preguntó Sam, quien apenas reconoció a la muchacha empapada.

-Yo lo haré -dijo Claudia, firmemente.

- ¿Estás segura? -preguntó Lucas, a su lado.

-Sí. Escuché todo lo que dijeron -comenzó a explicar la joven de cabellos dorados-. Necesitan una
manera de matar a esos monstruos y yo puedo hacerlo.

- ¿De qué hablas? -Preguntó Rex, cruzando los brazos-. ¿Vas a electrocutarte?

-Lo haré si es necesario.

-Nada es tan necesario como para sacrificar una vida -dijo Zeta, intentando cambiar la opinión de
Claudia-. Encontraremos otra manera, tú despreocúpate.

-Estoy infectada -fueron las únicas palabras que salieron de la boca de la chica.

Todos en ese momento, callaron en un profundo silencio, del cual solo el cantoneo de las gotas
salpicando era el único sonido audible.
-No me queda mucho tiempo, si voy a morir, quiero hacerlo salvando a mi hermana y a todos
ustedes.

- ¿Qué le diré a tu padre? -preguntó, Lucas sin subir la mirada, escondiendo cada lagrima que
brotaba de sus ojos.

La muchacha se volteó para tenerlo enfrente.

-Dile la verdad, él lo entenderá y no te dirá nada.

-Por supuesto que le diré la verdad. Pero debes comunicarle tus últimas palabras ¿no?

Claudia se tomó un momento para pensar.

-Dile que lo amo, y que siento haberlo dejado tan pronto. También dile a mi hermana que la amo,
y que lamento no despedirme de ella.

- ¿No lo harás? -preguntó, Lucas anonadado.

-Si voy allá, me arrepentiré. Lo sé. Es más simple así, créeme -Claudia se giró en dirección a
Zeta-. Vamos a hacer esto rápido, por favor.

Zeta asintió, era la primera vez en mucho tiempo que una situación lo superaba. No tenía idea de
que decir para alivianar un poco la carga de sufrimiento que Noelia estaba soportando. Optó por
cumplir su último deseo y que todo terminara rápido.

-Un minuto, Rex -recalcó Zeta, firmemente-. Y treinta segundos para volver, ¿crees que podrás?
Ten en cuenta que una vez ella encienda el interruptor, el voltaje de las rejas y la puerta
envolverán de electricidad todo el lugar. Te fritarás si no estás en la torre.

-Comenzaré ahora mismo -afirmó Rex, quien se dirigió a la puerta para comenzar a despejar los
tablones-. Suerte, Zeta.

-Igualmente.

-Yo buscaré más hombres en la torre, para que nos ayuden -dijo Jin, mientras se alejaba trotando.

-Todavía puedes arrepentirte, ¿sabes? -dijo Lucas, intentando no seguir llorando.

-Lo sé. Pero quiero hacer esto -respondió Claudia, mientras volvía a besar a Lucas-. Cuídate y
cuida a mi hermana, por favor.

-Lo haré, te lo prometo.

En ese momento, Zeta recordó de manera amarga la promesa que le había hecho a Marcos sobre
cuidar su hijo Esteban y sobre cómo nunca pudo volver a encontrarlo luego de haber vuelto al
hospital el día siguiente. Buscó durante días y semanas a resto del grupo de Leo, intentando por
todos los medios localizar al niño, pero no hubo manera, jamás lo encontró.

-Tenemos que irnos, Claudia -dijo, Zeta.

-Está bien, vamos.

-Tú y yo ayudaremos a Rex, Lucas -dijo Sam, luego se dirigió a Zeta-. Cuídate mucho.

- ¿No me darás un beso de despedida? -comentó Zeta, irónicamente.


La muchacha oji verde se vio tentada a reírse de las ocurrencias de su compañero.

-Te lo daré, si vuelves -dijo, siguiéndole el juego.

- ¡Sí! Eso haré -festejó Zeta, mientras se dirigía junto con Claudia al enrejado.

Una vez ahí, Zeta tomó la parte inferior de las rejas de metal y las subió un poco dejando un
minúsculo hueco abierto, para que Claudia pudiera filtrarse por debajo. Luego, escaló ágilmente
por la parte superior y pasó del otro lado de un salto. Cuando finalmente se reunieron del lado
exterior, se dirigieron raudos por el callejón, hasta la parte delantera de la maderera.

Evidentemente, como Zeta se imaginó, el lugar estaba plagado de esos monstruos deambulando
sin vida y sin rumbo. Zeta intentó idear un plan que pudiera sacar a la mayoría de los zombis en
menos de un minuto para que Claudia pudiese escurrirse. Revisó con la mirada la calle en busca
de algo que hiciera mucho ruido. Su primera y única opción la tuvo al avistar un vehículo
abandonado a una cuadra de distancia. Debía ser veloz si quería conseguirlo a tiempo, por lo que
ordenó a la muchacha que se quedara en el lugar hasta que regresara y salió corriendo a toda
velocidad.

En el camino tuvo que eludir un grupo de zombis, que no dudaron un segundo en comenzar a
perseguirlo. Pero a la velocidad que se manejaba el muchacho, no serían problema alguno a no
ser que se apareciese un tipo Parca. Pero tuvo suerte de no toparse con ninguno hasta que llegó
al vehículo.

Dentro de la estructura, justo en el asiento del conductor se encontraba algo que no esperaba en
absoluto. El cadáver de una persona yacía con la cabeza postrada en el volante, al parecer, no
tenía intención de irse a ningún lado.

El joven abrió la puerta cuidadosamente, temiendo que el cadáver no le saltara encima. No había
traído consigo una navaja o algún cuchillo para un asesinato silencioso y se arrepintió
internamente por tamaña imprudencia. El arma que usaba tampoco era una buena opción, puesto
que quería racionar las balas y si precisaba de realizar un puente al vehículo, necesitaba un poco
de tiempo sin interrupciones mortíferas.

Cuidadosamente, el joven dio un pequeño empujón al cadáver. El mismo seguía sin reaccionar,
pero el miedo por alguna razón seguía sin apagarse en el cuerpo de Zeta. Para cerciorarse, esta
vez le dio una patada en el hombro, el cadáver se descolocó y su tórax se desprendió de las
piernas, cayendo a los pies del asiento del acompañante, la otra mitad inferior del cadáver seguía
todavía en el lugar del conductor. Zeta tuvo que aguantar durante un largo rato su respiración y
las ganas de vomitar, causado por el insoportable olor a podredumbre que desprendían las tripas
esparcidas en todo el vehículo.

Luego de deshacerse del podrido cadáver, o por lo menos de una parte de él, el joven se dispuso
a realizar el famoso puente que Roni le había enseñado tiempo atrás. Bastó apenas unos
segundos para realizarlo con éxito, pero en ese momento, un pequeño pitido sonó en el reloj de
Zeta, avisando que ya había pasado el minuto acordado.
El joven encendió el vehículo y aceleró quemando llantas.

-Aguanta un poco, Rex.


El pitido del reloj de Rex se hizo escuchar. Ya era hora.

- ¡Bien, Jin ya podemos abrir la puerta! -Aseguró, Rex arrojando el último tablón al suelo-. Todos,
corran a la torre, tenemos treinta segundos más.

Jin procedió a deslizar el portón hacia un lado, mientras Lucas se ocupaba de deslizar el otro
hacia el lado opuesto, dejando así, paso libre al centenar de criaturas hambrientas.
Las personas que habían cooperado para destrabar la barricada no tardaron en correr en
dirección a la atalaya para resguardarse del agua. Jin, Rex, Sam, Abi y Lucas, fueron los únicos
que se quedaron para atraer a todas las bestias posibles al patio.

- ¿Cuánto queda? -preguntó, Sam mientras reducía a un zombi de un disparo y efectuaba otro al
cielo, para atraer más de adentro.

- ¡Dieciocho segundos! -exclamó Rex, a la vez que retrocedía, intentando que un cortador no le
rebanara la cabeza.

Abi se encargó, de un movimiento veloz, en reducir al zombi cortador desde la espalda con su
cuchillo.

-Creo que deberíamos irnos, ya salieron casi todos -expuso, Abigail.

-Tienes razón Zeta mujer, ya es suficiente -la secundó Rex, mientras daba una señal a todos con
el brazo para volver-. Quedan diez segundos, ¡corran!

Todos comenzaron a retroceder a toda velocidad, y de uno en uno, fueron llegando a la torre:
Primero llegó Rex, junto con Abigail. Lo siguió de cerca Jin y tan solo faltaban Sam y Lucas
quienes todavía seguían en trayecto.

- ¡Cinco segundos, apúrense!

Lucas fue el siguiente en cruzar la entrada a la atalaya, pero algo no andaba bien, él sabía que
Samantha estaba justo a su par, siguiéndolo por los talones y ahora ni siquiera estaba cerca. Se
acercó a la entrada para observar con detenimiento y lo que vio le heló los huesos.

La joven se encontraba todavía bajo la lluvia, luchando en el suelo contra un zombi Parca. Rex
miró su reloj nuevamente, ya era muy tarde para volver a rescatarla o para que la muchacha
llegue a la torre. Alzó la mirada, horrorizado, hacia su compañera.

- ¡Dos segundos...Sam!

La joven oji verde escuchó la advertencia de Rex, fue justo en ese instante cuando pudo liberar un
brazo y dispararle al monstruo en medio de la cabeza, para luego arrojarlo hacia un lado. Pero ya
era demasiado tarde para salvarse y lo sabía, la joven cruzó los brazos y se cubrió sin intentar
siquiera ponerse de pie. El tiempo ya había terminado y Sam no pudo evitar ahogar un grito de
desesperación antes de morir.

- ¡Mierda! -Exclamó, tensando todos sus músculos.

Pero nada pasó. La inminente descarga eléctrica, que pensó que estaría ahora recorriendo todo
su cuerpo nunca llegó. La oji verde se permitió abrir nuevamente los ojos, vio una mano
aproximándose a ella, invitándola a tomarla para incorporarse.

- ¡Vamos, apúrate! -Dijo Abi, tomándole de la mano por la fuerza-. Parece que tenemos unos
segundos más.
Ambas llegaron sanas y salvas a la torre y fueron asediadas por un fuerte abrazo de Rex.

-Creo que es la primera vez que amo que alguien sea impuntual.

-Sí, yo también -respondió Sam, quien aún seguía sin creerlo.

-Por un lado es un alivio -comentó Abi-. Pero por otro, si no activa la electricidad rápido, no sé
cómo nos desharemos de los zombis.
Estar dentro de un vehículo rodeado por decenas de monstruos come cerebros, no era la
actividad preferida de Zeta, pero alguien tenía que hacerlo. Luego de estar casi un minuto
armando escandalo con la bocina del auto, para que todos los zombis se fijaran en él, se permitió
finalmente usar su arma. Apuntó hacia el cielo y disparó.

Claudia escuchó el disparo, era la señal.

-Bien, es ahora o nunca -dijo la rubia, para sí misma mientras salía de su escondite para cruzar la
puerta de entrada al patio delantero de la madrera.

La puerta rechinó un poco al abrirse, pero el ruido no fue suficiente para que alguien la escuchara.
Se dirigió a paso precavido, pero veloz hacia donde se supone que debía estar la caja de fusibles,
pero en el camino algo imprevisto se le cruzó.

Justo en frente de ella, obstaculizando su meta, se encontraba un zombi cortador. El monstruo fijo
sus muertos ojos en la muchacha y volteó su cuerpo hacia ella. Los latidos de su corazón
comenzaron a bombear con fuerza mientras el monstruo se le aproximaba rengueando. Claudia
maldijo no tener un arma para usarla ahora, pero tampoco la necesitaba puesto que había
decidido sacrificarse por los demás. Ese pensamiento activó un poco más de valor en la
muchacha y decidió encarar de frente a la bestia, con solo llegar a la caja era suficiente, tenía que
poder hacerlo sin importar los costos.
Claudia tomo carrera y se abalanzó hacia el monstruo, el zombi abrió sus garras, esperándola
para atacar, pero justo antes de chocar con él, desvió su camino, bordeándolo por un lateral y se
dirigió directamente hasta la caja de fusibles.

Pero el monstruo fue más rápido y no dejó que Claudia siguiera avanzando, se arrojó hacia la
muchacha y clavó sus zarpas en la espalda de la joven. Claudia se detuvo justo a un paso de la
caja. Bajo su mirada por instinto, podía ver como las garras de aquel monstruo atravesaban al
completo su estómago. La chica expulsó un fuerte gemido de dolor. De su boca brotaba mucha
cantidad sangre, su visión se estaba apagando rápidamente y ya casi no podía sostenerse de pie.

En ese instante sintió otro fuerte y desgarrador pinchazo en su estómago. La bestia no cansada
de haberla herido, ahora se disponía a seguir cortándola desde dentro. Otro espeluznante grito se
escuchó salir de la garganta de la chica, intentando mantener la razón un poco más, soportando
el abusivo dolor que estaba padeciendo.

Utilizó todas sus fuerzas para dar un pequeño paso hacia delante, su mano temblaba mientras
ascendía lentamente, y le costó horrores posar sus dedos en el interruptor, ya no faltaba mucho,
pero sentía como su vida se extinguía tan rápido como un rayo. Y fue entonces cuando, luego de
tanto esfuerzo, de tantas angustias y penas vividas en su vida; de tantas alegrías y sorpresas; de
tantas amistades y hermosas relaciones; fue cuando su mente recordó todo, desde su niñez,
hasta la actualidad. Todas las personas con las que vivió y todas las que perdió y perderá, en un
segundo.

Pero todo eso no le importo, ella estaba feliz, porque después de todo, pudo salvar a las personas
que más amaba, anqué fuese a un gran costo. Claudia activó el interruptor y la electricidad volvió,
provocando un severo corto circuito en los alambrados y en la puerta, lo que condujo la
electricidad por todo el agua desparramada en el suelo. Todos los zombis que tuvieron contacto
directo con la lluvia se vieron aludidos al shock y de uno en uno, comenzaron a caer rendidos al
suelo.

El zombi cortador murió electrocutado junto con Claudia, y en solo unos cuantos segundos, cada
monstruo, tanto en el patio delantero, como los que se encontraban cerca de la torre, retapizaron
con sus cadáveres calcinados el suelo de la división de Parkour.
La puerta del despacho de Máximo se sacudió de forma brusca, impactando de lleno con la
pared. Jin ingresó furioso, armando un gran escándalo, Patricia se escabulló velozmente por
detrás del joven para llegar primera con el presidente.

-Lo siento, no pude frenarlo -se excusó Patricia, con un atisbo de terror en sus ojos.

- ¡Contigo quería hablar! -exclamó Jin, señalando al presidente e ignorando al completo la


presencia de Franco en la habitación.

En ese mismo momento, Zeta también ingresaba junto con Rex y seguido de Samantha y Abigail.

-Baja el tono, muchacho -advirtió el presidente de manera fría, por tal arrebato-. Hablaré contigo
luego de que termine con Brandon.

- ¡Esto no puede esperar! Mi división está completamente destruida y si no fuera porque tus
inútiles radios no funcionan, esto podría haberse solucionado de otra forma -Jin se encontraba
fuera de sus cabales, su división era el tesoro más preciado que tenía y se le había sido
arrebatado de las manos como si nada.

Máximo cambió su expresión al oír de la destrucción de la división y se aventuró a preguntar:

- ¿Alguien los atacó?

- ¡Sí! -Respondió Jin irritado, acercándose al presidente-. Nos atacaron un centenar de zombis y
casi nos matan a todos.

- ¡Oye, cálmate y toma asiento! -ordenó Franco, interponiéndose entre Jin y el escritorio de
Máximo.

-Tú no me digas que tome asiento -musitó Jin, de manera provocadora.

Franco no se tomó la molestia de responder. En un rápido movimiento, estrelló su puño en la cara


de Jin, haciendo que retrocediera unos pasos. En ese instante Rex y Zeta los separaron para que
no provocar más incidentes. Zeta le brindó una devastadora mirada a Franco, quien se la devolvió
con el mismo odio.

- ¿Esto pasa a menudo? -preguntó Abi, dirigiéndose a Sam.

-Te sorprenderías.

-Dile a tu amigo que deje de hacerse el idiota o la pasará mal-aseveró, Franco.

Por más diferencias que Zeta tuviese con ese sujeto, sabía que esta vez tenía razón.

-Jin, tranquilízate -ordenó Zeta, seriamente sin quitar la vista de Franco-. Solo queremos
respuestas, ¿Por qué no funcionaba la radio? Se supone que es de uso táctico y un par de nubes
no pueden afectar a la recepción.

-En eso estás en lo correcto, Zeta -agregó, el presidente-. La recepción no tiene nada que ver con
el estado del tiempo. El problema viene de raíz.

- ¿Qué quiere decir? -preguntó Sam, con curiosidad.

-Antes de responder, quiero comentarles sobre un asunto que acaba de ocurrir.

-Escuchamos -dijo Rex, animando al presidente a continuar.


-Estamos pasando una situación alarmante. Esta mañana, un equipo de exploración de la nación
descubrió que uno de nuestros grupos aliados fue completamente devastado.

- ¿Devastado? -Inquirió, Rex-. ¿Por zombis?

-No. Fueron exterminados por otro grupo, por personas humanas que manejaban un helicóptero y
armamento de uso bélico.

-Un grupo exterminó a otro, ¿qué con eso? -preguntó Jin, aún se encontraba algo irritado por el
golpe.

-No termina ahí -continuó, Franco-. Cuando fui a avisar de la situación a otro de nuestros grupos
aliados, para que se nos unieran. Lo único que encontré fueron ruinas y un centenar de
cadáveres. Ni siquiera uno sobrevivió.

Se podía notar la preocupación dibujándose en los rostros de todos en la habitación. Franco se


acercó a un mapa de la ciudad que había colgado en la pared y tomó un marcador rojo en el cual
marcó una cruz en un sector del mapa ubicado al noreste.

-Este fue el primer grupo en caer -dijo, y marcó otra cruz un poco más al sur-. Este, el segundo,
es al que yo fui -ahora marcó un circulo, ubicado al oeste-. Aquí estamos nosotros y aquí abajo, la
central de radio-. Dibujó otro círculo, al sur de todo el mapa-. Y todavía nos queda descubrir si
este grupo fue atacado o no-. Dijo, haciendo un signo de pregunta sobre el mapa.

-Entiendo profesor, ¿pero cuál es el punto? -inquirió, Rex.

-La señal de la central de radio se perdió hace unas horas. En ese lugar manejan nuestra
transmisión y es la única forma que tenemos de comunicarnos con los otros grupos -explicó, el
presidente-. Sin la radio estamos incomunicados para pedir cualquier clase de refuerzo, estamos
desprotegidos. Y si anexamos eso a la destrucción de estos grupos aliados, los únicos restantes
somos nosotros.

- ¿Estás diciendo que van a atacarnos? -preguntó, Sam.

-Estoy suponiendo. Pero si, probablemente estén planificando un ataque.

-Suena lógico, exterminar las fuerzas aliadas cercanas y quitarnos la comunicación con las
fuerzas aliadas más alejadas y poderosas. Es un perfecto plan de guerra -afirmó, Zeta-. La
pregunta es: ¿Quién lo haría?

-Tengo mis dudas todavía, pero a juzgar por la clase de armas que usan y por las tácticas, diría
que puede ser la Nación Militar -comentó, el presidente-. Pero no veo qué razones puedan tener
para movilizar ese tipo de ataque y arriesgarse a comenzar una guerra contra nosotros.

-De modo que si no son ellos, la opción queda por descarte -afirmó Zeta.

Justo en ese momento, la radio de Máximo emitió una serie de sonidos mezclados, e imposible de
reproducir, como si alguien del otro lado estuviese manipulando la radio y se le hubiera caído.

Un silencio sepulcral invadió el despacho del presidente, el hombre de cabello engominado y


gabardina se acercó a la radio y la alzó. De pronto, una voz se escuchó desde el otro lado:

- ¿Hay alguien ahí? ¡Hola! -La voz en la radio se escuchaba interferida por una mala recepción,
pero ninguno tuvo dudas de quien se trataba, el tono elevado y la manera rápida de hablar que
tenía, solo podía ser de una persona-. ¡Es de muy mala educación no contestar el puto teléfono!
Si hay alguien escuchándome, y sé que hay, ¡que responda de una vez!

-Calavera...-musitó, Rex atónito.

-Está bien, comprendo perfectamente. No quieres responder y lo entiendo. Entonces jugare a


cortarle los dedos de los pies a unos amigos míos de aquí. ¡Saluden, chicos! -pero nadie
contestó-. ¡Eh dicho que saluden, trio de monos sin cerebro!

- ¡Ayuda, por favor! ¡Ayuda!

- ¿Pero qué clase de saludo es ese? Parece que este mono se quedará sin dedo pulgar, ¡Fuera
dedo! ¡Eso es, así se hace monito!

- ¡Hijo de perra! Son nuestra gente -vociferó, Rex.

Máximo seguía sin contestar, la impotencia y la ira que sentía en ese momento lo carcomía por
dentro. Tenía deseos de insultar a ese bastardo, pero los reprimió para poder hablar lo más
serenamente posible. Alzó la radio a la altura de su boca y finalmente, contestó:

-Habla Máximo, el presidente de la Nación Escarlata.

-Ahora no, lo siento. Estoy jugando con mis monitos. ¡Fuera dedo! -Lo siguiente que se escuchó
fue un violento grito pidiendo piedad.

- ¡Aquí estoy! ¿Querías hablar conmigo o no?

-Espérame aquí monito, ¡no te muevas, eh! -Otra serie de ruidos se escuchó en el fondo-. Espero
que sea bueno, estaba en algo con mis monos y no les gusta que los haga esperar.

-Tú fuiste quien llamo, ¡deja de jugar!

-Pero que poco humor tienes, se nota que eres un viejo de escritorio, pero está bien iré al grano,
quiero al muchacho de la zeta en el brazo, al que hacen llamar el señor de los zombis, y quiero
que me lo traigas aquí, a la central de radio.

- ¿Por qué?

-Eso es asunto mío. Tú solo cumplirás mis órdenes.

-Yo no canjeo a mis hombres, si lo quieres ven a buscarlo.

-No, tú me lo entregarás tarde o temprano, ya lo verás.

- ¿Quieres comenzar una guerra conmigo? Te dije bien que tenemos arsenal y hombres que
destrozarían tu estúpida nación de sádicos en un parpadeo.

-Por supuesto que la tienen, en la sede central si no me equivoco. Ya sabes, la que te provee de
provisiones y armamento. Estoy al tanto.

El presidente soltó el interruptor de la radio para que no fuera escuchado.

-Hijo de puta, ¿Cómo lo sabe? -Dijo, para sí mismo y volvió a presionar el interruptor-. No necesito
de la sede central, mis hombres acabarán contigo.

-Claro si, lo que tú digas, amigo. Oye, ¿escuchas eso? ¿Lo escuchas?
Máximo enarcó una ceja confundido, ya estaba cansado de las payasadas de ese sujeto, pero
aun así se tentó a pegar su oído a la radio. Luego de unos prolongados segundos, unos leves
golpeteos comenzaron a escucharse del otro lado.

- ¿Qué es? -preguntó, Patricia.

-No lo sé, parecen las agujas de un reloj.

- ¿Escuchas el tic tac? ¿Lo escuchas? ... ¡Responde!

- ¡Sí!

- ¡Genial! Porque te voy avisando, amigo mío, que ese sonido...-Calavera guardó silencio para
que pudieran volver a escuchar los golpeteos del reloj-. Es la cuenta regresiva de su muerte.
Entréguenme al chico. Tienen una hora o mataré a mis monitos, y luego iré por ustedes.

La transmisión se cortó en ese momento, Máximo dejó la radio donde estaba y tomo asiento para
relajarse.

- ¿Cómo ese hijo de puta tiene tanta información? ¿Cómo sabia de la ubicación de nuestros
aliados y de la radio? ¿Y cómo sabia sobre la cede central?

-Es evidente que está un paso por delante nuestro -añadió Franco cruzándose de brazos-. La
única respuesta que se me ocurre es que tenga un infiltrado en la nación.

-Suena lógico, entrar aquí dentro no es tan difícil, cualquiera podría hacerse pasar por un
superviviente normal y trabajar a escondidas para la Nación Oscura -comentó, Sam-. ¿Pero quién
podría ser?

-No lo sé, pero hay algo más que me tiene dando vueltas la cabeza -dijo el presidente, cruzando
sus dedos mientras se los llevaba al mentón en un gesto pensativo-. ¿Por qué están tan
desesperados por capturar a Zeta?

Todas las miradas se dirigieron al muchacho de cabellos en punta.

-Si esperan que les revele mi súper poder oculto... -comenzó a decir Zeta-. Pues no tengo
ninguno, no sé porque quieren capturarme tanto.

- ¿Hay algo más que nos estés ocultando? Sugiero que leamos su estúpido diario, debe haber
algo ahí que nos ilumine un poco la situación -compartió, Franco.

-No hay nada en mi diario respecto a la Nación Oscura, que ustedes no sepan ya.

-Entonces lo revisaré, si no tienes problemas.

-Franco, no insistas. Yo ya leí su diario, no hay nada más ahí -comentó, Samantha.

- ¡¿Qué?! ¿Lo leíste? -inquirió Zeta, preocupado, pero justo en un momento en que nadie estaba
observando, la joven oji verde le guiñó un ojo.

-Sí, solo hay sueños raros y unos horribles garabatos de Lara por todos lados. Nada importante.

- ¿Por eso tanta conmoción? -preguntó, Rex.


-Yo...-Zeta intentó disimular lo más que pudo-. No quería que nadie viera esos garabatos. Si son
horribles.

-Sugiero que nos concentremos en los infiltrados y busquemos una manera de detectar si
tenemos algunos aquí -comentó, Patricia.

- ¿Los? ¿Crees que puede ser más de uno? -preguntó, Zeta.

-Es una probabilidad.

-Tiene razón -la secundó, el presidente-. Si puede infiltrarse uno, pueden infiltrase dos. El
problema es que no tenemos una manera de saber quién puede ser.

-Es verdad -comentó, Patricia-. Tampoco tenemos una idea de quien podría llegar a ser un
infiltrado.

-Yo tengo una idea de alguien -dijo Zeta, alzando la mano como en la escuela-. Y está aquí con
nosotros, ahora.

Todos se sorprendieron ante las palabras del muchacho y comenzaron a mirarse con
preocupación entre ellos. El joven se giró en una dirección determinada observando hacia una
persona en particular y dijo:

- ¿No es así? ... Abigail.


Capítulo 13: No eres un héroe.

"Enséñame un héroe y te escribiré una tragedia -Maurice Maeterlinck."

La mirada incriminadora de todos, estaban posadas en una sola persona. La aludida observó a su
inculpador con confusión en su interior. No lograba comprender las causas de la repentina
acusación del muchacho. Un pinchazo amargo de decepción se hizo sentir en la zona alta del
estómago.

-No entiendo que estas queriendo decirme -Comenzó, Abigail frunciendo el ceño-. ¿Me estás
diciendo traidora?

-Permíteme el beneficio de la duda, después de todo, todas estas catástrofes comenzaron


exactamente el mismo día de tu llegada -dijo Zeta, evidenciando su punto de vista.

-Sí, pero no soy la única que llegó hoy a la nación, hay muchas otras personas ¿Por qué soy la
única en tela de juicio? -inquirió, hábilmente.

Samantha, en defensa de la acusada, intervino a su favor:

-Es verdad, Zeta. Creo que te estás precipitando un poco ¿tienes alguna prueba de que ella
pueda ser la infiltrada?

-Es cierto, Sam tú no lo sabes -comentó el joven sonriendo, mientras caminaba por la sala a la
vez que le daba un vistazo a todos los presentes-. Es más, ninguno de ustedes a excepción de
Rex lo sabe.

- ¿De qué hablas? -preguntó, la oji verde.

-Adelante, muéstrales -incitó Zeta, con un movimiento de su mano.

Abigail resopló. Dudó si realmente tenía que hacerlo, pero ocultarlo no la ayudaría en nada a
estas alturas. La joven se quitó sin ganas el suéter que llevaba, debajo usaba una camiseta de
color blanca sin mangas. Dejando completamente al descubierto su brazo y, por consiguiente, su
cicatriz.

El presidente se acercó a la muchacha con un gran desconcierto en su rostro. Todos los


presentes quedaron perplejos ante la sorpresa de ver a otra persona con la misma cicatriz en el
brazo que Zeta.

-Es igual que la tuya.

-Brillante deducción -dijo Zeta-. Pero ¿sabes entonces que significa eso?

- ¿Que El zorro atacó de nuevo? -inquirió Franco con sarcasmo.

-No, idiota. Que ella proviene de la Nación Oscura, podría ser una infiltrada que mandaron para
tenerme vigilado.

-Vaya, que confianza me tienes -la joven apartó el flequillo de sus ojos mientras concentraba en
Zeta una mirada de rabia.

-Como dije, permíteme el beneficio a la duda. Tu historia es buena, tú eres muy


habilidosa...mataste a un decapitado de una forma que ni yo conocía, e incluso que sepas sobre
Roni me da un poco de miedo, pero pienso que las coincidencias son demasiadas y esto no es
obra del destino.

- ¿Entonces supones que soy de la Nación Oscura, en serio?

-Sí, es lo que afirmo ¿puedes demostrar lo contrario?

- ¿Cómo quieres que lo haga? De todas formas no me creerán.

-En realidad -intervino Patricia, dando un paso al frente-. Creo que si puede demostrarse si acaso
ella es una infiltrada o no. Podríamos preguntarle.

-Claro Patricia, porque un infiltrado no mentiría a una de nuestras preguntas ¿verdad? -refutó
Zeta.

- ¿Tu no les has mentido en nada? -preguntó Abigaíl, intentando quitar todas las miradas de sus
hombros, para echárselas a alguien más.

-Yo...-Zeta observó a su alrededor. La mirada de todos saltaba de uno a otro, mientras


conversaban-. No mentí en nada de lo que dije.

-Si me dejaras terminar de hablar, hay una manera para saber quién dice la verdad y quién miente
-comentó Patricia.

-Creo que sé a qué se refiere -intervino Franco.

Patricia asintió:

-Hace unos días, encontramos una máquina para descifrar verdades.

-En realidad, se llama detector de mentiras -explicó Franco-. Estuvimos probándola con el
prisionero, parece funcionar a la perfección.

- ¿Juan? -preguntó Rex.

-Sí.

-Tenían algo así, ¿y se les ocurre mencionarlo ahora? -inquirió Jin, quien se acopló a la
conversación luego de tranquilizarse un poco.

- ¿Podemos traerla aquí? -Preguntó Máximo-. Podríamos usarla y dejar de crear conjeturas sobre
todos y empezar a generar verdades, para variar.

Patricia se dirigió a la puerta:

-Solo espérenme aquí, volveré enseguida.


-Te ves asustada -dijo Zeta, observando como conectaban la maquina a la acusada.

Abigail se encontraba sentada en el escritorio de Máximo, ambas manos estaban postradas sobre
la mesa. Unos conectores se adherían a sus dedos, otros a su pecho y una correa cubría parte de
su brazo.

-Si te conectaran estas cosas tú igual estarías nervioso.

-No tienes por qué asustarte -comentó Franco, mientras instalaba el polígrafo-. La presión que
sientes en los dedos es porque este sensor se encarga de detectar la conductividad eléctrica que
tu piel emite al sudor que desprenden tus manos si dices alguna mentira. Este de aquí -dijo,
señalando unos tubos que se encontraban enrollados en su pecho y su estómago-. Muestra los
niveles de ritmo en tu respiración, y por último, el tensiómetro de tu brazo me dirá los cambios en
tu tensión, valga la redundancia.

-Claro, no me asustaré ahora.

-Eso fue una mentira -dijo Franco, mientras señalaba el aparato postrado en el escritorio-. Este de
aquí es el polígrafo, tu peor enemigo. Él me dirá finalmente si mientes o no basándose en la
premisa de que una persona no puede mentir sin sufrir alguna manifestación fisiológica de
tensión.

- ¿Todo listo, Brandon? -preguntó el presidente, del otro lado del escritorio, justo en frente de
Abigail.

-Todo listo. Si ella miente, se lo haré saber.

-Perfecto. Voy a necesitar que ninguno hable ni diga ni una sola palabra a partir de ahora. Solo yo
haré las preguntas aquí.

El grupo entendió la orden y se lo hicieron saber a Máximo con unos segundos de silencio. El
presidente se acercó a la mesa, su mirada estaba fijada en la muchacha. Si ella realmente
resultaba ser una infiltrada, podría usarla para chantajear a Calavera y detener su inminente
ataque a su nación. Necesitaba un haz bajo la manga para enfrentarse a esos sujetos y la chica
podría ser la clave.

-Comenzaré con algo simple, ¿Tu nombre es Abigail?

Todos esperaron pacientemente la respuesta de la muchacha.

-Sí.

Franco enarcó una ceja, sorprendido:

-Ella miente. No creí que lo hiciera tan rápido.

-Mi nombre es Rosana, Abigaíl, Sánchez -confesó frunciendo el ceño-. Simplemente prefiero que
me digan Abigail.

Franco volvió a checar el polígrafo.

-Bueno, eso si era verdad.

-Está bien, iré al grano. Mi siguiente pregunta es: ¿Perteneces a la Nación Oscura?

La muchacha bajó la mirada y guardó silencio por un instante.


-No.

En ese momento, las miradas de todos se fijaron en Franco, el muchacho revisó un par de veces
la hoja del polígrafo hasta que finalmente dio su veredicto.

-Parece que dice la verdad.

- ¿Lo ven? ¿Podrían soltarme ahora?

- ¿Era verdad que conoces a Roni? -se aventuró Zeta rápidamente.

- ¡Dije que nadie más hablaría!

-Lo conozco -respondió la muchacha, a secas.

-Dice la verdad -informó Franco.

Abigail procedió a quitarse todos los aparatos que le rodeaban y se puso finalmente de pie.

- ¡Quiero que él también venga aquí! -expresó Abi, furiosa-. No solo seré yo la que acusen de
traición. Todos deberán pasar por aquí para que esto sea justo.

-Entiendo que estés ofendida, pero nadie más es sospechoso aquí -comentó Rex.

-No, es una buena idea -compartió el presidente-. Todos pasarán por el detector, ya no se puede
estar seguro quién miente y quién no pero me sacaré todas mis dudas ahora mismo.

-Ya lo escuchaste -Abigail sentenció con la mirada a Zeta, hasta que este finalmente tomó
asiento.
-Ahora tú pareces nervioso, Zorro. ¿Hay algo que ocultes? -comentó Franco divertido, mientras
instalaba los conectores al muchacho.

-Es que no me gusta ser el centro de atención, eso es todo.

-No necesito el polígrafo para saber que eso es una total mentira, señor de los bichos -comentó
Franco, ajustando el conector de su pecho.

- ¡Oye a ella no se lo ajustaste tanto!

-Ups.

-Brandon, cuando termines de jugar podemos empezar -lo apremió el presidente.

-Está todo listo, cuando usted quiera.

-Perfecto. Serán dos preguntas únicamente, nadie tiene permitido realizarlas excepto yo ¿está
claro? ...Respondan.

-Sí, señor presidente -respondieron todos al unísono.

-Bien. Mi primera pregunta para ti será... ¿Cómo es tu nombre?

- ¿Cómo mierda voy a saber?

-Responde, no preguntes -ordenó Franco.


-No lo sé.

Franco observó el polígrafo y realizó una mueca de disgusto.

-Es verdad.

-¿Perteneces a la Nacion Oscura?

-No.

El polígrafo volvió a marcar que decía la verdad.

- ¿Por qué la nación oscura te busca?

-Pensé que eran dos preguntas, eso es trampa.

-Responde.

- ¡No lo sé! Ya se los dije.

Franco observó a Zeta con una sonrisa de satisfacción:

-Miente.

- ¿Qué? Esa cosa está mal, no estoy mintiendo.

-Si no quieres que te crezca la nariz, te recomiendo que hables -sentenció Franco.

-Entonces si sabes porque te buscan, si nos lo dices podríamos ayudarte, quizás incluso
chantajear a Calavera para que no ataque a la Nación Escarlata -comentó Máximo.
Zeta apretó los dientes.

-De nada les sirve saber porque me quieren. Ellos atacarán de cualquier forma y los matarán a
todos. Creo que la mejor opción es que simplemente me vaya de la nación -dijo Zeta fríamente.

-Sus palabras son honestas -afirmó Franco-. Pero hay algo que oculta y si no nos lo dice por las
buenas...

-Tu actitud me está agotando -comenzó a decir Rex, mientras se acercaba prepotente hacia
Franco-. Te la das de honesto y leal, pero todos tenemos secretos, inclusive tú. ¿Por qué no
ocupas su lugar ahora? Eres el primero en mi lista de sospechosos, después de todo, trabajabas
con ese malnacido de Calavera.

-Termínenla ustedes dos -aseveró Máximo y luego se dirigió hasta Zeta-. Escúchame, tú no iras a
ningún lado por la sencilla razón de que eres lo único que nos mantiene a todos vivos.

Zeta alzó las cejas, confundido.

-Es verdad -continuó Sam, entendiendo a donde quería llegar el presidente-. Como a ti te quieren
vivo, no destruirán la nación a diestra y siniestra como hicieron con los demás grupos.

-Y es por eso que capturaron la estación de radio -añadió el presidente-. Lo que quieren es que
entregue a Zeta, para alejarlo de aquí y atacarnos sin correr el peligro de matar a quien Alexander
tanto busca.
- Pero si recuerdan la conversación que el presidente tuvo con Calavera -dijo Patricia-. Él estaba
muy seguro de que entregaríamos a Zeta tarde o temprano, quizás está contando con que no lo
entregarás y tiene planeado otra cosa.

-Ahora que lo dices suena lógico. Calavera no quería que yo lo entregara a la torre de radio, lo
que quería era lo opuesto -dedujo Máximo-. Dejar aquí a Zeta y mandar a todos mis hombres a
recuperar la torre. Lo que dejaría a la nación vacía y desprotegida para ingresar y llevarse al
muchacho sin problemas.

-Entonces ¿Qué? ¿No hay que ir a la torre? -preguntó Rex.

-No, al contrario. Pero les comentaré eso después -dijo el presidente-. Ahora quiero que todos
pasen por el detector, si resulta que alguno es un infiltrado no quiero que Calavera se entere de lo
que haremos.

- ¿Tienes un plan? -preguntó Patricia.

- Eso espero. Por ahora, quiero que todos se sienten ahí y me confirmen su lealtad.

Luego de unos prolongados minutos de preguntas y respuestas, todos fueron pasando de uno en
uno al detector de mentiras. El primero después de Zeta fue Rex, quien no tuvo inconvenientes en
responder. Lo siguió Jin, quien corrió con la misma suerte al igual que Samantha.

- ¿Perteneces a la Nación Oscura? -preguntó Máximo, seriamente.

-No -respondió Patricia.

-Es cierto.

-Muy bien Patricia, eso es todo -dijo el presidente-. Quítate todo eso, el que sigue es Franco.

Franco se ocupó de enseñarle a Samantha cómo leer el polígrafo antes de tomar asiento y
preparar todo.

- ¿Listo?

- ¿Cómo sabemos que no modificó algo para poder mentir y que no nos diéramos cuenta? -
preguntó Zeta.

-Imposible, ya verifique todo. Esta perfectamente -respondió la oji verde.

-Solo te haré una pregunta -comenzó a decir Máximo-. Responde con la verdad.

-Sé cómo funciona -Franco se encontraba relajado, era el único que había pasado al detector con
tanta confianza y seguridad en sí mismo-. Pregunta cuando quieras.

-Está bien... Franco ¿Perteneces a la Nación Oscura?

Al muchacho se le dibujó una media sonrisa antes de responder:


El semblante de Zeta cambió ante esa respuesta. Sabía que algo en él no era de fiar. Su actitud
hostil y su gran cercanía con el presidente, eran evidencia de que quería acercarse solo para
llevar información a la Nación Oscura. Una gran ira comenzó a crecer en su interior, sentía
deseos de hacerle pagar por cada vida que esos mercenarios asquerosos se habían cobrado.

Sabía lo que tenía que decir, lo había estado esperando hace mucho tiempo y finalmente podía
expresarse como él quería. Se acercó un paso hacia el joven, quien se encontraba con una
grotesca sonrisa que destilaba soberbia. Eso solo lo enfureció más. Apretó su puño con fuerza. La
comisura de sus labios se abrió para comenzar a hablar, pero algo lo sorprendió y lo obligó a
quedarse callado.

Franco recibió un repentino golpe. Samantha le había dado un fuerte cachetazo justo en la
cabeza y el muchacho no pudo evitar quejarse.

- ¡No bromees así! Esto es serio, Franco -Samantha estaba visiblemente furiosa. Nadie
comprendía por qué hasta que la muchacha se los explicó-. Lo que dijo fue una mentira.

-Solo probaba que el detector funcionara, no es para que te pongas así -se defendió Franco.

-Vaya, por poco me lo creo -profirió Rex.

Franco comenzó a quitarse todos los cables, y se colocó de pie, cediéndole el asiento al
presidente.

-Por lo visto nadie aquí es un traidor -comentó Máximo, tomando asiento-. Así que tenemos que
tener cuidado con las personas de afuera.

- ¿Por qué no los entrevistamos a todos de la misma manera? -inquirió Patricia.

-Calavera no nos dio un gran rango de tiempo, tenemos que actuar cuanto antes -dijo Franco,
revisando su reloj-. Nos dio una hora, la torre de radio queda a unos quince minutos de viaje. Si
vamos ahora podríamos llegar antes de que maten a los prisioneros.

-Conociendo a Calavera, y no lo conozco como tú, los prisioneros ya estarán muertos -comentó
Máximo-. Ir ahí será en vano. Calavera cuenta con que nosotros mandemos a todos nuestros
hombres a recuperar la torre, y dejemos a Zeta aquí, desprotegido de un ataque sorpresa, para
así poder llevárselo y destruirnos sin inconvenientes.

- ¿Entonces nos quedamos? -preguntó Rex, alternando otra posibilidad.

-Sería lo mismo. Si nos quedamos el infiltrado, sea quien fuere, avisará a Calavera de nuestros
movimientos. Tenemos que actuar con inteligencia y detenimiento si queremos estar un paso
sobre él.

- ¿Y que sugiere entonces? -dijo Sam, destilando nerviosismo en sus palabras.

-Lo que necesitamos son hombres. Por eso mismo, nos urge recuperar la posesión de la torre, así
pediremos refuerzos a la sede central. Pero por otro lado, tampoco prescindimos de tanto tiempo
como para esperar que esos refuerzos lleguen. Calavera ya está aquí y con la torre en su poder,
puede hacer uso de la misma cadena de radio para pedir sus propios refuerzos -explicó el
presidente, mientras tamborileaba sus dedos sobre la mesa-. Habrá que dividirnos, no veo otra
salida. Un grupo numeroso deberá ir a luchar frente a frente con los oscuros en la torre, mientras
un grupo reducido investigará si nuestros últimos aliados fueron atacados o siguen vivos, para
darnos una mano en la batalla.
La habitación se sumió en un silencio sepulcral, del cual ninguno se atrevió a pronunciar palabra
alguna. La situación estaba demasiado tensa. Lo que había comenzado como un día rutinario,
había culminado como un campo de batalla de proporciones bélicas con la vida de todos en
juego. Una mala decisión y todo acabaría para la Nación Escarlata.

-Yo quiero luchar contra los oscuros -se aventuró Zeta-. No se las voy a dejar fácil el capturarme.

-Ir allá es exactamente dejárselas fácil, muchacho -contradijo el presidente-. Tú te quedarás.

-Pero acabas de decir que eso es exactamente lo que Calavera quiere, él no se esperará a que yo
vaya y luche con ustedes.

-No discutiremos esto, es una orden.

- ¿Entonces qué haré? No voy a quedarme y ver como todos arriesgan sus vidas.

-Eso es muy valeroso. Pero tengo otra tarea para ti. Como no puedes quedarte aquí y tampoco
puedes ir a la torre de radio, tú serás quien busque más refuerzos para la batalla -El presidente se
irguió y se dirigió a Franco-. Brandon, necesito que te vayas y convoques a los mejores hombres
para recuperar la torre. Es de vital importancia pedir a la nación central armamento y equipo
bélico ¿fui claro? -el presidente, se acercó hasta Franco y palmeó su espalda acompañándolo
hasta la puerta. Justo antes de marcharse, el presidente susurró a Franco unas palabras que solo
él pudo escuchar-.

-Entendido, iré de inmediato. Todos estarán listos en quince minutos frente a la puerta
-Luego, se dirigió a Rex y a Jin-. Ustedes, avisen a la armería. Sacaremos el mejor equipo que
dispongamos.

-Yo los acompañaré-se ofreció Patricia, dirigiéndose con los muchachos-. Los centinelas no les
darán las armas si no hay una autoridad cerca, así que para evitar pérdidas de tiempo me
encargaré de todo, inclusive el pápelo de los vehículos.

-Gracias Patricia, luego quiero que te pases por aquí, por favor -comentó Máximo-.

Patricia asintió y se dirigió junto con los muchachos a la salida. Franco también abandonó la
habitación, dejando únicamente a Samantha, Abigail y Zeta, con el presidente. El joven de
cabellos en punta se acercó a Máximo con extrema seriedad en su mirada.

-Yo también quiero ir.

-Muchacho, esto no se trata de una cuestión de honor. Se trata de estrategia. El que mejor decide
cómo mover sus piezas será el ganador.

-La vida de todos está en peligro por mi culpa, al menos tengo que aportar en algo.

-Y lo harás, pero aquí cada quien tiene que cumplir su rol. Tú nos ayudarás buscando aliados y
manteniéndote vivo, sin importar que pase.

-Pero...

-El tiempo corre, Zeta -Lo cortó el presidente-. Ustedes tres, prepárense, irán juntos hasta este
punto -Señaló máximo, con su dedo posado en el mapa de la región-. Son nuestros aliados más
recientes, recemos porque aún sigan con vida y Calavera no los haya atacado ya.

Zeta enfureció y golpeó con el reverso de su puño a la puerta. Sabía bien que los planes del
presidente eran mantenerlo alejado de la acción. Las probabilidades de que Calavera ya hubiera
destruido a ese grupo eran casi inequívocas, dedujo que Máximo había convocado esa misión
únicamente para mantenerlo a salvo y que no estorbara con su plan. Pero su determinación no lo
dejaba simplemente aceptar y huir del peligro que él mismo había traído a las puertas de la
Nación Escarlata.

Zeta abandonó el despacho del presidente sin nada más que decir.

-Yo hablaré con él -informó Samantha, siguiendo al muchacho-.

-Yo... me prepararé, supongo -expresó Abigail, saludando al presidente con un gesto de su


cabeza-.

El joven no corría, pero su paso era tan veloz que a Samantha le costó un poco de trabajo
seguirle el ritmo hasta que pudo frenarlo cerca de las escaleras.

- ¡Zeta!

El muchacho aún se encontraba enfurecido, pero sucumbió ante el llamado de la dulce voz de
Sam.

-Escucha, sé bien que quieres ayudar, pero tienes que respetar las decisiones de Max. Él no lo
hace para perjudicarte a ti, solo quiere el bien mayor de la nación.

-Lo sé, pero Sam, debes aceptar que me está haciendo a un lado. Él me quiere como su amuleto
de la suerte. Probablemente esté pensando negociarme con Calavera para salvar su culo.

Samantha apartó su flequillo con sus dedos.

-Si fuese eso, ya lo hubiera hecho, pero él no es así.

-No lo conocemos, Sam. Él puede ser muchas cosas, al igual que tu novio Franco, todos me
parecen unos farsantes.

-Eso veo -dijo Abigail, pasando frente a ellos mientras se alejaba subiendo las escaleras.

-Parece que tienes cosas que arreglar -comentó Sam-. Continuaremos nuestra conversación
luego. Ve con ella.

Zeta giró su cabeza para seguir con la vista a Abigaíl, luego volvió a dirigirla hacia Sam.

-Si...Solo quiero saber una cosa -continuó Zeta-. ¿Cómo haces para confiar en las personas?
Confiaste en mí desde el principio, aun cuando te apunte con mi arma en dos ocasiones; aun
cuando ni siquiera Rex confiaba en mí y tenía a todos en mi contra. ¿Cómo lo haces?

-Supongo que soy una firme creyente de la buena voluntad de la gente. Antes de que todo esto
pasara, las personas se llevaban bien entre ellas. Yo opino que aunque todo esté mal, debemos
seguir con esos ideales. Ayudar por el simple hecho de ayudar, no por conveniencia.

Zeta sonrió agitando su cabeza.

-Parece que venimos de mundos distintos. Yo siempre preferí no confiar en nadie, aún antes de
que todo esto pasara. Supongo que crecí así, mi padre siempre me dijo que afuera el mundo era
muy difícil -El muchacho depositó una dulce mirada en los verdes ojos de Samantha-. Pero tu
mundo me gusta más que el mío. Hablaré con ella y me disculparé. Comenzaré a confiar.
Samantha dibujó una tierna sonrisa y lo liberó de su conversación asintiendo con su cabeza. El
muchacho se despidió y fue directamente con Abigail. Ascendió por las escaleras a paso veloz y
se dirigió a la habitación de las mujeres. Luego de buscar por un buen rato y preguntar a algunas
chicas de la nación, ninguna había visto a alguien con las descripciones de Abigail. El joven
comenzó a preocuparse, pero resolvió intentar una vez más, se acercó a una mujer de unos
treinta años, de cabello enrulado y rubio.

-Disculpe, señora.

- ¿Cómo que señora? -arremetió la mujer, frunciendo el ceño.

-Señorita...-Al ver que la mujer cambiaba su expresión a una más cálida, continuó-. Estoy
buscando a una chica nueva, cabello corto hasta el cuello, de aproximadamente esta estatura-. El
joven colocó su mano con la palma hacia abajo, a la altura de su cuello, intentando calcular la
estatura de Abigail a ojo.

- ¿Por qué la buscas?

-Necesito hablar con ella, ¿la vio?

-Puede ser, ¿Qué le has hecho?

- ¿Por qué insinúa que le hice algo? -preguntó Zeta, sorprendido.

-Porque una mujer que se aísla de un hombre, es porque fue lastimada -respondió la mujer,
señalando con su cabeza a un punto detrás de Zeta.

El muchacho volteó. Al fondo de los pasillos exteriores que daban a los balcones, divisó a Abi
justo en medio del puente que unía ambos extremos del edificio.

-Gracias -Fueron las únicas palabras de Zeta. El joven se dirigió hacia el puente, en donde Abigail
al notarlo pasó su brazo por su cara.

- ¿Qué quieres? ¿Vienes a acusarme de algo más? -La muchacha se volteo, dándole la espalda a
Zeta.

-No. Vine a disculparme.

-No quiero nada contigo, puedes tomar tu disculpa y metértela donde se te antoje -la voz de Abi
sonaba apagada y destilaba tristeza.

-Fui muy duro contigo, Abi. No tuve que...

- ¿Duro? -Lo interrumpió-. No, fuiste como tú eres. Me demostraste tu verdadera personalidad.

-Fui un cobarde. No tenía necesidad de tratarte de esa manera, lo lamento -Zeta se posó sobre el
barandal del puente-.

- ¿Y porque lo hiciste? -Abigail giro su cabeza para enfocar su mirada en los ojos café de Zeta-.
¿Por qué me hiciste eso? Quede en ridículo frente a todos.

-Tuve miedo.

- ¿A qué?
-A que todo lo que me decías fuera real -confesó-. Tú, la cicatriz, Roni. Al principio me alegré,
sonreí y me deje llevar por la confianza. Pero al escuchar a Calavera algo cambió en mí, tuve
miedo otra vez, recordé la crueldad del mundo. Pensé que Roni podría estar muerto y que tu
podrías ser una infiltrada que mandaron para capturarme.

-Creo que tienes un problema de ego. No todo gira en torno tuyo ¿sabes?

-No es ego. No me creo la gran cosa.

-Te haces llamar El Señor De Los Zombis...

-Eso es distinto -Zeta bajó la mirada, sus ojos reflejaban un fuerte desconsuelo y sus palabras
fueron suaves y cortantes-. Si estuvieras en mi posición, sabrías porque desconfió tanto de las
personas. No lo hago por ego, no tengo otra opción.

- Hay algo que estás escondiendo -comentó Abigail, posando el peso de su cuerpo en una
pierna-. ¿Es por lo que la Nación Oscura te busca?

Zeta asintió seriamente sin efectuar contacto visual.

- ¿Por qué no me lo cuentas y te sacas ese peso de encima?

-No puedo. Lo siento.

-Entonces debes dejar de atormentarte a ti mismo -la muchacha se colocó frente a él, obligándolo
a mirarla-. Si sigues así solo causaras que todos sospechen de ti, porque con esa actitud
misteriosa pareciera que eres alguna especie de criminal o un psicópata. Me sorprende que
todavía haya gente que confíe en ti.

-Sinceramente no entiendo porque lo hacen. Pero personas como Rex y Sam simplemente son
así, les gusta confiar en las personas. Quizás todos deberíamos ser así como ellos.

-Confiar no es tan malo. Yo también confié en ti, por eso me dolió tanto que me hayas acusado de
esa manera -dijo la muchacha, cruzando los brazos mientras apartaba la mirada-. Fue horrible.

-Perdón.

-Ya pasó.

-No -Zeta tomó a Abigail de los brazos-. Lo siento de verdad. Te hice pasar un mal momento. Voy
a hacer lo que sea para compensártelo.

Los ojos de ambos se cruzaron en una mirada que traducía pasión y lujuria. Nadie más habló
luego de eso. Los ojos de Abigail saltaban de la boca de Zeta a sus oscuras pupilas. Cada vez
iban acercándose más el uno al otro. Sus rostros se sentían muy cerca, sus respiraciones
comenzaron a acelerarse así como su corazón, que palpitaban a ritmos coordinados.

Abi se entregó a sus deseos más profundos y cerro sus ojos, acercándose mucho más al chico.
Sus labios se rozaron por milímetros, cada uno sentía el cuerpo del otro muy pegado al suyo. Las
emociones comenzaron a florecer, sus labios pedían a gritos que se chocaran, pero en ese mismo
instante, antes de que pudieran concretar el beso, Zeta apartó su rostro hacia un lado.

Abigail hizo lo mismo al percatarse que Zeta la había evadido. Se apartó rauda del muchacho. Su
rostro había cambiado a una tonalidad completamente colorada.
-Dios...soy una zorra. Lo siento, pensé que había algo aquí... me apresuré demasiado. Creo que
pensar que estas en el fin del mundo te hace avanzar con más rapidez y...

-No -comenzó a decir Zeta, confundido-. Yo lo siento, no sé qué me paso. Yo también quería
besarte...

Abigail alzó una ceja, confundida.

- ¿Y porque no lo hiciste?

-No lo sé -Contestó el joven perdiendo su mirada en algún lugar de la preciosa vista aérea de la
Nación Escarlata que el puente les brindaba. En ese momento, su mirada encontró a una persona
entre la multitud de abajo. Una chica de cabello negro azabache que ondeaba gracias a una brisa,
con una sonrisa encantadora y una mirada de hipnotizantes ojos verdes-. No tengo idea.
Zeta se encontraba confuso. Nunca había sido bueno demostrando sus sentimientos hacia otras
personas, pero lo que había pasado recientemente con Abigail había confirmado que era pésimo
cuando de amor se trataba.

- ¡Que tonto! - Expresó hacia sí mismo, ingresando a la habitación de los hombres.

Mientras recorría a lo largo del lugar, pasando por cada litera hasta llegar a la suya, siguió
dándole vueltas al asunto. Sabía bien que podría haberla besado en ese momento, pero por
alguna inexplicable razón, prefirió no hacerlo. Como si besarla significaría engañar a su pareja. El
problema era que no tenía pareja alguna, pero de todas formas sentía que no debía hacerlo. Su
mente le estaba jugando una mala pasada, quizás Abigail no era su tipo.

El joven negó con su cabeza a ese pensamiento. Abigail era preciosa, no había dudas sobre eso.
Lo pensó inclusive desde el primer momento en que la vio. Su actitud era dura y audaz, pero
nunca dejando su feminismo de lado, rasgos que al joven le fascinaban. Era muy parecida a
Samantha en ese aspecto, pero a criterio de Zeta, le faltaría mucho para igualarla. Sam era chica
muy especial, su bondad era el rasgo que más le encantaba. Siempre sonriente ante todos, sin
importar la situación, era la que siempre encontraba el lado lleno del vaso, por más que estuviese
vacío.

Pero lastimosamente ella estaba con Franco. La mente de Zeta todavía no era capaz de elucubrar
ese simple hecho. Una chica tan perfecta como ella, con ese patán engreído que aprovechaba
cualquier momento para sacarle algún defecto de su persona. Eran incontables las veces que se
había enfrentado a él, no le agradaba para nada, la idea de hacer equipo en alguna misión con
ese saco de excremento lo asqueaba.

En ese instante algo sorprendió a Zeta. Su corazón casi se frena al presenciar a la última persona
que desearía encontrarse en su vida. La oscuridad ocultaba su rostro, pero ya conocía su
contorno a la perfección. No hacía falta verlo para adivinar que quien estaba recostado sobre su
litera era Franco.

El ex militar y mano derecha del presidente se levantó lentamente al ver a Zeta. En su mano traía
un libro. Nuevamente, Zeta se petrificó cuando reconoció ese cuaderno viejo. Una gran ira subió
por su cuerpo como fuego.

- ¿Qué estás haciendo con eso? -preguntó Zeta, alzando la voz. Ambos se encontraban solos en
la habitación, todos los demás estaban preparándose para el asedio en las puertas de la nación.

-Lo que debí haber hecho hace mucho tiempo -contestó Franco arrojando el diario del joven a sus
pies-. Me tomé un momento antes de ir a la torre para averiguar qué demonios estabas
escondiendo. Me temo para ti que Sam no sabe mentir tan bien, ¿garabatos de Lara? Yo hubiera
dicho otra cosa.

-Hijo de perra...-La furia de Zeta aumentaba con creces, sus puños se cerraron y sus músculos se
tensaron.

-Admito que leer sobre tu patética vida es bastante aburrido. Pero hay un par de páginas que,
demonios, si valen todo ese aburrimiento -Franco se encontraba divertido al hablar, pero
extrañamente no se veía ni preocupado, ni molesto, solo divertido-.

-Eso es algo privado, no deberías haberlo tocado -Zeta se encontraba acorralado, no tenía idea
de que hacer o que decir. Maldijo su estúpida idea de escribir todas sus vivencias en un diario.
Solo habían empeorado todo, sin contar el hecho que no había sido útil siquiera para recordar su
nombre.
-Sí. Escuché al presidente decirlo un par de veces, pero ¿sabes algo? Fue finalmente él quien me
pidió que hiciera esto.

Zeta recordó hace unos minutos, como Máximo había susurrado al oído de Franco algo.

-Así que fue eso.

-Exacto.

- ¿Se lo dirás?

- ¿Qué cosa?

-No te hagas el estúpido. Sabes bien de lo que hablo.

Franco se tentó a proferir una media sonrisa antes de contestar.

-No veo la razón para hacerlo. No se lo diré a nadie.

Zeta enarcó sus cejas, sorprendido.

-No me malinterpretes -continuó Franco-. A mí no me interesa nada de ti, pero debes admitir que
esta información -señaló al diario con su mirada-. Es muy crucial, si alguien más se entera seria
básicamente tu fin -Franco se acercó a Zeta, su mirada era fría y segura-. A diferencia de ti, a mi
no me gusta delatar a las personas como hiciste con esa pobre chica nueva. No voy a decirle a
nadie lo que leí y apelaré a la única buena idea que se te ocurrió cuando estábamos en el
despacho del presidente.

- ¿Qué cosa?

-Dijiste que lo mejor sería irte de la nación -reveló Franco-, y estoy muy de acuerdo contigo. Eso
es exactamente lo que vas a hacer.

- ¿Marcharme?

-Exactamente. Sé que el presidente te encargó que vayas a buscar refuerzos junto con Sam. Muy
bien, aprovecha ese momento para marcharte sin que nadie te vea. Simula tu muerte, sé original,
yo sé que puedes hacerlo -Franco acercó su rostro muy cerca de Zeta, chocando sus miradas-.
¡Vete y llévate lejos de nuestra gente a la Nación Oscura!

-Eso no hará nada, ellos destruirán la nación si yo me voy.

-Yo me encargaré de que eso no pase. Tú lo único que traes es desgracia a esta gente

-Franco comenzó a alejarse-. Te lo repetiré una sola vez, te irás y te los llevarás... o todos sabrán
tu secreto.

Franco se alejó abandonando a Zeta en las penumbras de la habitación. El joven descargo su ira
en una brutal patada a su litera.

-Hijo de perra...
-Ya está todo preparado. El equipo convocado para la batalla contra los oscuros está reunido y
listo para partir -informó Patricia, mientras Máximo se acercaba a ella-.

Detrás de la mujer se erguían las puertas de la nación y frente a ellas, un grupo numeroso de
soldados y centinelas formaban en fila esperando las órdenes de su presidente. Entre todos ellos,
se encontraban Franco, Rex, Jin y Anna.

El presidente se acercó a todos y verificó tanto sus armamentos como su equipo. Observó un
notorio miedo en el rostro de varias de las personas ahí formadas. Sabía que probablemente
debía de dar una charla motivacional como en las películas, pero no había tiempo para eso,
resolvió acortar el discurso en unas pocas palabras.

-Escuchen señores, están al tanto de la misión que nos compete -Comenzó a decir Máximo-.
Calavera y la Nación Oscura son unos enemigos imponentes y despiadados. No dudarán un
segundo en acabar con sus vidas. Pero yo deposito toda mi confianza en ustedes... Los conozco,
todos están entrenados para combatir esto y mucho más. Si podemos acabar con la amenaza
zombi que día a día nos acechan, podrán acabar con cada uno de esos hijos de puta -El
presidente dio una orden con su mano para que las puertas se abrieran y se dirigió a Franco-. Tú
mandas ahora Brandon. Suerte.

-No lo defraudaremos señor presidente -dijo Franco, mientras marchaba hacia la salida.
Máximo continuó su recorrido dirigiéndose a su despacho.

-Patricia.

- ¿Señor? -La mujer le seguía el paso desde detrás.

-Necesito que comuniques a Zeta y Sam... a la otra muchacha también.

-Abigail.

-Exacto. Su misión comenzará ahora, no podemos perder tiempo con nada. La nación quedará
desprotegida hasta que todos vuelvan y podamos pedir refuerzos- El presidente continuó su
recorrido evadiendo a los asustados miembros de la Nación Escarlata, mientras ingresaba por un
pasillo debajo de las escaleras que conectaba a la parte trasera del edificio-.

-Entiendo pero ¿no cree que son muy pocos solo tres personas para una misión de búsqueda? -
inquirió Patricia.

-Son los únicos que pasaron el polígrafo, no puedo confiar en nadie y tampoco puedo mandarte a
ti, te necesito conmigo.

-Comprendo señor presidente, pero podemos usar el mismo criterio que utilizamos con Abigail.

-Explícate.

-Podemos usar a los nuevos ingresantes de la Nación, los que entraron hoy quedan, por lógica,
eximidos de ser uno de los traidores.

El presidente frenó la caminata para observar con una mirada de asombro a Patricia.

- Tienes razón. Así Zeta no correrá grave peligro... pero yo no conozco a ninguno, ¿sabes acaso
si hay alguien fuerte?

Patricia revisó en una de sus infaltables carpetas la lista de los miembros de la Nación.
-Contando con Abigail, hoy ingresaron siete personas. Entre ellas, murió recientemente una
jovencita llamada Claudia -Dio vuelta la página-. Nos quedamos con Romeo, su padre, pero no
creo que este en óptimas condiciones psicológicas para realizar una misión.

- ¿María es su hermana? -dedujo máximo, observando la carpeta que portaba su asistente.

-Exacto, también descartaremos a María por la misma razón que su padre. Nos queda entonces
un muchacho llamado Lucas, que según Jin y Sam, fue autor de la desgracia que ocurrió en la
división de Parkour.

- ¿Qué pasó?

-Por lo que me contaron, interrumpió la alimentación eléctrica de las vallas y muchos zombis
entraron.

-No creo que sea una buena opción para cuidar de Zeta, ¿no hay nadie competente?

-Bueno... -Patricia revisó los últimos dos-. Las dos personas que Zeta y Rex salvaron en el teatro:
Ignacio y Emilio. Uno de ellos parece bastante entrenado.

-Perfecto, que sean ellos entonces. Le deben a Zeta su vida, así que tendrán motivación para
cuidarlo -Máximo tomo a Patricia del brazo y se aventuró a darle un beso en la frente-. Gracias...
No sé qué haría sin ti.

Patricia quedó petrificada sin saber que hacer o decir, pero una palmada del presidente la obligó a
reaccionar.

-Informa a Zeta, que partan cuanto antes.

Zeta se encontraba perdido. Su mente se encontraba perdida. Su mirada se hallaba fijada al


movimiento del asfalto al pasar. Ni se molestaba en prestar atención al manejar, podía hacerlo de
forma mecánica. Inclusive si algún monstruo los arremetía, podía evadirlo sin interrumpir sus
pensamientos. Las palabras de Franco resonaban sin piedad en su cabeza, sus ideas se
alborotaban y no terminaba por decidir cuál sería su mejor opción.

La culpa se hallaba presente, ahí justo en la zona del estómago, sentía que todo lo ocasionado en
los grupos aliados de la Nación Escarlata y el inminente peligro que la misma corría era por su
culpa. Después de todo, Calavera solo lo quería a él, la idea de marcharse para salvar a sus
amigos no era del todo descabellada. Pero estaba esa otra cosa, él no quería hacerlo, no podía
permitirse abandonar la partida a estas alturas. Si todo esto era por su culpa, debía postrarse
firme y resolver el conflicto de frente.

El simple hecho de pensar que ahora mismo sus amigos estaban enfrentándose al grupo de
Calavera le provocaba una impotencia tal que parecía hervirle la sangre. En ese momento, sus
pensamientos se vieron interrumpidos por un cortador que se aproximó al vehículo, Zeta ni
siquiera maniobró para evadirlo, uso el auto para aplastar al monstruo y reventarle la cabeza con
la llanta. Cuando finalmente volvió a entrar en la realidad, pudo percatarse que ya estaban cerca
de su destino.

-Según el mapa, es por ahí -Señaló Samantha, desde la parte trasera del vehículo, hacia un
edificio en frente de ellos-. Es en aquel hotel de ahí, el grupo era escaso y se refugiaban en la
planta más alta.

Zeta inspeccionó el lugar con la mirada. El edificio contaba con más de veinte pisos de altura de
majestuosidad, con una moderna combinación de colores blanco con plateado y con unos
pintorescos balcones que redondeaban y brindaban a la estructura un aspecto oval en su parte
izquierda, mientras que el lateral derecho se lo apreciaba plano y simétrico.

-Me gusta más que la Nación Escarlata -comentó Ignacio. Ahora usaba su dorada cabellera atada
como una cola de caballo -. Pero será difícil entrar por ahí, está rodeado de monstruos.

-No entraremos por ahí, idiota -Lo reprendió Emilio-. ¿No atendiste al plan? Entraremos por la
parte trasera.

-Creo que desde aquí seguiremos a pie -informó Sam, bajando del vehículo.

Zeta apagó el motor y se dispuso a bajar. Una vez todos se encontraban en la calle, comenzaron
a revisar su equipo por última vez. Las armas se reducían a pistolas con silenciadores. El asedio a
la torre había dejado a la nación con poco armamento y solo Emilio era el único que portaba un
fusil de asalto.

El grupo conformado por Zeta y Sam a la cabeza, Abigail cubriendo sus espaldas y el dúo de
Emilio e Ignacio resguardando la retaguardia, avanzó por un callejón que bordeaba el hotel. Unos
numerosos grupos de muertos vivientes se aglomeraban dentro del callejón, obstaculizando su
camino. Fue trabajo de Zeta, Abigail y Samantha deshacerse de cada uno con sus armas
silenciadas.

- ¿Por qué no disparaste? Tú también tienes un silenciador -dijo Emilio, fulminando con la mirada
a su compañero.

-Yo estaba cuidando la retaguardia, ¿tú que hacías?

- ¡Yo cuidaba la retaguardia! Por algo uso el fusil, pedazo de inútil -La enorme nariz de Emilio se
agrandaba aún más cuando respiraba furioso y las venas de sus gruesos músculos resaltaban de
tal forma que parecía que explotarían en cualquier momento.

-Dejen de discutir, tenemos que avanzar -ordenó Samantha, junto a una puerta roja, que daba
lugar al ingreso al hotel-. Está despejado, pasen.

La primera en cruzar fue Abigail, seguida de Emilio y luego Ignacio. Zeta fue el último, pero
Samantha lo frenó antes de que cruzara.

-Estas bastante callado Zeta, no te escuché decir una sola palabra desde que salimos de la
nación -la muchacha oji verde posó su mano sobre su brazo, brindándole confianza-. ¿Pasó algo?

Zeta observó a la muchacha. Sentía deseos de decirle todo, de contarle absolutamente cada
detalle que lo atormentaba: El suceso con Franco y todo sobre lo que había escrito en su diario.
Sentía deseos de contarle su secreto, de darle fin a todas las mentiras, pero su miedo a lo que la
muchacha pensaría después de eso fue más fuerte y opto por el silencio. Negó con su cabeza y
avanzó.

El grupo cruzó por la cocina del hotel hasta que salieron a un vestíbulo amplio y bastante
destruido. Abigail se encargó de reducir unos monstruos en la recepción y Zeta a otro grupo
cercano a las escaleras.

-No debería haber zombis dentro, según el presidente el grupo siempre mantenía limpio de
monstruos este lugar -explicó Sam-.

-Es una mala señal -añadió Ignacio-.


-Parece que las luces funcionan, eso al menos es bueno -compartió Abi, acercándose al
ascensor-. Podemos usarlos.

-Perfecto -dijo Sam, mientras ingresaba y observaba una pequeña luz verde encenderse-. Parece
que tiene un límite de tres personas para abordar. Tendremos que ir en dos grupos.

-Suban ustedes -comentó Zeta en un gesto con su cabeza para que Ignacio y Emilio entraran-. Yo
esperaré aquí.

-Yo lo acompaño -dijo Abi.

-Está bien. Demoraremos apenas unos minutos, es el último piso, no se tarden.

- ¿Qué podríamos hacer? -inquirió Abi, divertida.

-Bien, los veo arriba -dijo Sam, mientras las puertas del ascensor se cerraban.

-Está bien, tenemos que hablar -comentó Abigail, poniéndose frente a Zeta-. Esa cara tuya ¿es
por ese beso que intenté darte?

-No eres el centro del mundo.

La muchacha sonrió.

- ¿Entonces qué es? No puedo verte así.

-Agradezco tu preocupación, pero no es nada. Puedo arreglármelas solo.

Abigaíl resopló.

-Escucha, ¿no habías dicho antes que debías ser como Sam y como Rex y confiar en las
personas? -Inquirió Abi, inclinando su cabeza para buscar que la mirada pérdida del joven se
cruzara con la suya-. Este es un buen momento para practicar eso.

Zeta se volteó a la vez que frotaba su cabeza con nerviosismo.

-Puedes confiar en mí, puedes decirme cualquier cosa que quieras e intentaré ayudarte -insistió la
muchacha.

-No creo que puedas ayudarme, nadie puede.

-Pruébame.

Zeta finalmente se decidió por hacer contacto visual con Abi. Sus ojos eran hermosos y reflejaban
una pureza y bondad que derretían al muchacho. Su corazón rogaba abrirse con alguien, pero su
mente lo bloqueaba por seguridad.

-Si te lo cuento, tienes que prometer que no preguntarás por qué y solo escucharás, ¿está bien?

-Claro como el agua.

-Tengo un problema...-comenzó a decir Zeta, con dificultad para expresarse-. Es un problema que
tiene dos posibles resoluciones.

-Ajam.
-La primera, es simplemente hacer lo que hago, seguir en la nación y esperar a ver cómo se
desarrollan las cosas. Buscar a los refuerzos y ayudar a derrotar a la Nación Oscura, pero esta
opción es la que posiblemente tenga más probabilidades de fallar -explicó, mientras movía sus
brazos de un lado a otro-. La segunda es difícil, pero quizás la que más me convenga.

- ¿Cuál es?

-Irme de aquí, de la Nación Escarlata -dijo seriamente-. Es quizás la mejor opción que tengo si
quiero seguir vivo, si quiero optar por la supervivencia -Zeta evitó mencionar el plus de que esta
opción se encontraba bajo amenaza de Franco.

- ¿Crees que esa es la mejor opción?

-Seamos honestos, Abi. Mira este lugar, está hecho pedazos, probablemente este grupo ya no
exista, lo que significa que solo tenemos los pocos efectivos que hay en la Nación Escarlata y los
que fueron a la batalla en la torre, sin contar las bajas que probablemente habrán. Las
posibilidades de que ellos recuperen la torre son muy bajas, por más buenos que seamos, ellos
no vinieron de visita, estarán armados hasta los dientes para poder acabar en un solo día con tres
grupos de supervivientes.

-Entonces ¿vas a marcharte?

- ¡No lo sé! -expresó el muchacho, visiblemente alterado-. No tengo idea de que hacer, pero
evidentemente huir es la mejor opción. Cuando estaba solo nunca tuve un problema así, podía
hacer lo que quería sin estar atado a nadie. Tampoco nadie me juzgaba, ni me noqueaban por la
espalda. Sobreviví muchos meses con esa rutina y aquí no pasó ni un mes y ya tenemos un
peligro de muerte inminente.

-Es la desventaja de estar metido en un grupo, muere uno, mueren todos.

-Es como alguien me dijo una vez... basta solo un error, para que todo se desmorone.

En ese momento reinó el silencio en el vestíbulo, unos ruidos se escucharon provenientes del
ascensor que ya había vuelto a bajar.

-Entonces hagámoslo -dijo la muchacha, con ánimos-.

- ¿Qué cosa?

-Vámonos de aquí, ahora que podemos hacerlo -Abigail lo tomó de los brazos, mirándolo con
seriedad a los ojos -. Podemos sobrevivir los dos solos, tenemos mucho en común y sabemos
cuidarnos por nuestra cuenta. No será difícil y creo que ahora es la oportunidad perfecta.
Samantha y los chicos estarán bien, podrán cuidarse solos, son buenos en lo que hacen.
Nosotros no necesitamos más que nuestras armas y el resto lo conseguiremos por nuestra
cuenta. Sobreviviremos juntos y emprenderemos una nueva aventura, solos. Sin nadie que nos
diga lo que debemos hacer.

Zeta se sintió atraído ante la oferta. Sin duda alguna, la idea de estar junto a esa chica no le
desagradaba. Abigail era fuerte e independiente y tenían un fuerte pasado que los conectaba de
una manera única y especial. Aunque sabía que para eso, debía hacer un sacrificio muy grande
abandonando a todos sus amigos. Muchas dudas se arremolinaban en sus pensamientos
buscando una respuesta inmediata, sin muchos resultados.

-Mira, tú mismo lo has dicho, tenemos solo dos opciones: O elegimos quedarnos y probablemente
morir, o elegimos la supervivencia y nos marchamos -expuso Abigail. Sus ojos se conectaban con
los de Zeta, deseando y anhelando con fervor que el muchacho la acompañase -. Entonces...
¿Qué dices?

Zeta lo meditó un instante. Ciertamente Abigail tenía razón, la única opción para sobrevivir era
marcharse de ahí y dejar la Nación Escarlata atrás, en un pasado que enterraría en su memoria
tal como hizo con el grupo de Roni y Lara. Pero no era algo que le resultara fácil hacer, había
forjado muy buenos lazos con personas como Renzo Xiobani, un compañero fiel hasta la muerte
que después de muchos momentos juntos, se habían hecho grandes amigos. Samantha Da Silva,
la hermosa joven que le robó su casa rodante. Si bien habían comenzado con el pie equivocado,
a lo largo del tiempo se habían hecho muy buenos amigos. Al igual pasó con Jin, su profesor de
Parkour y Anna, una muchacha incapacitada para poder hablar, pero con un fuerte corazón y una
gran compañera en cualquier ocasión.

Como ellos, había muchos más en la lista que había conocido durante este tiempo y la última de
todas era Abigail, una muchacha que apenas había visto el día de hoy, pero sentía como si la
hubiera conocido desde hace mucho tiempo. Con quien compartían un terrible y traumático
pasado. Una audaz superviviente que podía valerse por ella misma, tal como lo hacía él hace
tiempo atrás. Un pinchazo de nostalgia corrió por sus venas cuando recordó su pasado como lobo
solitario, recorriendo a sus anchas cada carretera.

Las opciones que tenía, se bifurcaban en dos. Zeta observó a Abigail, su oferta lo tentaba a
marcharse ahora mismo con ella, pero luego, lo vio. El joven bajo su mirada a la marca en el
brazo de la chica, esa enorme Z en su brazo. La marca por la cual había pasado tantas penurias,
pero a su vez, la marca por la que pudo forjarse una identidad, un nombre.

Zeta era el nombre que Rex le había puesto y esa marca no solo significaba un simple apodo. En
la nación era respetada como la marca que llevaba el único Señor De Los Zombis. El elegido para
protegerlos y darles fe y esperanzas a las personas de la nación. Una marca que simbolizaba
muerte, para los muertos y vida, para los vivos.

El joven palpó su cicatriz, recorriéndola con la punta de sus dedos y sonrió. Finalmente, tenía una
respuesta para dar.

-Lo siento Abi, pero no puedo irme -El joven se adentró en el ascensor-. Tengo que seguir aquí,
es mi deber.

Abigail asintió, ya sentía pesar al ser rechazada por el muchacho tantas veces.

- ¿Por qué? Podrías morir.

Zeta sonrió decidido.

-Una vez Roni me dijo que la supervivencia se elige -explicó el muchacho-. Y seguí ese ejemplo
por demasiado tiempo, ciego a las palabras que me había dicho ¿y sabes que descubrí?

Abigail negó con su cabeza.

-Descubrí que esa premisa es falsa. No puedo siempre elegir la salida fácil, no siempre puedo
ponerme a mí por sobre todos. Hay momentos en los que tenemos que tomar decisiones difíciles,
en donde quizás pierda la vida por hacerlo. Este es uno de esos momentos, Abi -El joven se
encontraba erguido, su mirada era decidida y no cabían dudas en sus palabras-. No me importa si
muero en el intento, o si la Nación Oscura tiene que llevarme para salvarlos... Yo hoy voy a elegir
a mis amigos.

-Señores, el objetivo es simple, matar a los oscuros, recuperar la torre y no morir -informó Franco
resguardados a cuadra y media de distancia de la torre de radio. Todos escuchaban atentamente
cada indicación del joven ex militar-. Nos dividiremos en tres grupos, el equipo Alfa estará bajo mi
mando, seremos quince personas, Rex, Jin, los quiero en mi equipo-. Comentó mientras les
ofrecía a sus hombres unos listones de color rojo-. Colóquenselo en el brazo, para identificarse
con facilidad. El equipo Beta será comandado por Romero, usarán trapos azules para identificarse
y también contarán con quince hombres.

-Perfecto -dijo Romero. Su cabello era largo y oscuro, con una prominente barba moderna y una
altura y músculos tales que brindaban temor a cualquiera que lo miraba. Sus ojos eran café y su
mirada trasmitía una impronta imponente.

-El equipo Gamma tendrá los diez hombres restantes y lo comandarás tú, López.

López era un sujeto de color, fornido y calvo de gruesos labios y piel dura como el acero, con una
mirada fría y oscura de pocos amigos. Aceptó el listón amarillo de Franco y se lo colocó en el
brazo.

- ¿Cómo planearemos el ataque? -preguntó Romero, llevaba un fusil anexado a la espalda, y


mientras tanto, afilaba su cuchillo de combate.

-El equipo Alfa y Beta ingresaremos a la torre, ya estuve aquí en una ocasión y conozco un poco
el lugar. El edificio es circular, cuenta con tres plantas y el centro de control se encuentra en el
tercer piso, estimamos que Calavera debe estar acuartelado ahí. Tú y el equipo Beta tomarán las
escaleras del lado derecho del edificio y arrasarán con todo lo que se mueva, nosotros haremos lo
mismo desde el lado izquierdo. Cuando nos encontremos arriba, rodearemos a Calavera por
ambos frentes dejándolo imposibilitado para escapar y así recuperaremos la torre para pedir
refuerzos a la sede central.

-Suena bien, ¿pero qué haremos nosotros? -preguntó López. Su voz sonaba grave y gruesa.

-El equipo Gamma se quedará en la calle, cubrirán la salida y entrada. Si ven un bicho o algún
oscuro, lo matan. Hasta que yo no de la orden, nadie saldrá ni entrará por esas puertas.

-O lo matamos, ya lo capto.

-Bien, no tenemos radios para comunicarnos, los Walkie-talkies son nuestra única fuente de
contacto, solo lo usaremos López, Romero y yo. Solo, en caso de emergencia y para dar la orden
al ataque.

-Entendido, para ser un muchacho pareces muy preparado -Lo alagó, Romero mientras guardaba
su Walkie-talkie y le daba otro a López-.

-Si te soy sincero, obtuve más experiencia matando a estos bichos que en toda mi carrera como
militar-.

-Como todos -añadió Romero.

Franco se acercó hasta Anna, y le dio un fusil de francotirador RT-20.

-Es el fusil más potente que tenemos, lo dejo en tus manos Anna. Quiero que subas a un punto
alto y con buena visibilidad y nos sirvas de apoyo táctico -ordeno Franco, mientras se acercaba al
odio de la muchacha para susurrarle algo-. Si ves que las cosas se salen de control, escapa a la
nación, avisa al presidente y diles que huyan.

La muchacha asintió con seriedad y tomó el fusil para cargárselo al hombro.


-Anna, quizás esto te sirva -comentó Jin, acercando a ella un paquete de gran grosor y alto, de
unos dos metros, envuelto en una gran manta-. Es el equipo de tirolesa que utilizamos en la
última misión. Adaptas el poste a un lugar firme y con este equipo de herramientas puedes
instalarlo rápidamente-. También le brindó una pequeña caja de herramientas negra-. Luego,
simplemente utilizas la lanzadera para clavar el cable al punto que desees llegar, pero recuerda,
cincuenta metros, no más. El resto de la historia la conoces.

Anna apenas podía con la cantidad de objetos que Jin le había dado, el poste pesaba bastante y
apenas podía sostener la caja de herramientas y el fusil con un brazo, pero luego de una media
sonrisa y un gesto de aprobación con su cabeza fue cuando Franco vio que era hora de partir.

-Bien, no perdamos más tiempo. Es ahora o nunca.


- ¿Qué diablos pasó? Estaban tardando mucho -inquirió Samantha preocupada, cuando vio a
Zeta y a Abi salir del ascensor-.

-Tuvimos un inconveniente abajo, varios monstruos nos atacaron pero no fueron problema para
mi Beretta -mintió el muchacho, aparentando despreocupación-. Entonces, ¿encontraron a los
aliados?

-No, bueno en realidad si, bueno no tanto -Ignacio no sabía cómo explicarse-. Deberías verlo tú
mismo.

-Nosotros también tuvimos que luchar con alguna de esas criaturas aquí arriba, limpiamos todo el
piso pero...

Zeta observó la mirada angustiada de Samantha y se imaginó lo peor. La oji verde lo guio
surcando todo el pasillo hasta la habitación donde supuestamente los aliados se mantenían
refugiados. Al abrir la puerta lo único que encontraron fue vacío. El lugar se encontraba
completamente destruido y adornado de escombros por doquier; las paredes de la habitación ya
no estaban y tampoco gran parte del techo, que se encontraba despedazado y regado por todas
partes. Los edificios de la ciudad se veían a la perfección desde la altura, el viento los golpeaba
sin piedad y con él, un fuerte olor a pólvora estaba impregnado en todo el lugar.

-Dios -expresó Abigail, acercándose a una enorme mancha deforme de sangre y carne que se
encontraba distribuida por el suelo-. ¿Estos son cadáveres?

-Así parece -concluyó Sam-. Calavera también sabía de este lugar y casualmente también sabían
del piso y la habitación exacta a la cual bombardear.

-Ese hijo de perra -balbuceó Zeta-. Tiene oídos por todos lados. Lo sabe absolutamente todo.

-Es una lástima, pero ya nada puede hacerse aquí -comentó Sam, con la mirada gacha-.
Volvamos a la nación.

En ese momento un ruido se escuchó justo en la puerta, era el sonido de un arma que había
caído al suelo. Todos voltearon sus cabezas para ver la proveniencia de aquel sonido y la
sorpresa les cayó de lleno cuando observaron una figura masculina agazapada, con una capucha
que cubría su cabeza y su rostro, intentando alcanzar su arma en el suelo.

El más veloz en reaccionar fue Emilio, quien apuntó con su fusil directamente a aquella persona.

- ¡Alto ahí! No muevas un solo musculo o te lleno de orificios.

Samantha se apresuró para bajar con su mano el arma de Emilio.

- ¡Espera! Podría ser un superviviente.

En ese segundo, la figura aprovechó para salir a la violenta carrera del lugar. Zeta se apresuró a
seguirlo por detrás, mientras que Sam también se acoplaba a la carrera. El muchacho comenzó
una persecución veloz contra aquella persona encapuchada, ambos recorrieron todos los pasillos
del hotel, la velocidad de aquel sujeto era bastante difícil de alcanzar para Zeta. Sus músculos se
tensaban e intentaba con todas sus fuerzas seguirle la pista, pero la diferencia aún era amplia. El
encapuchado viró por unas escaleras y bajó velozmente cada peldaño hasta el piso de abajo.
Zeta aprovechó la ocasión para saltar directamente desde el peldaño más alto hasta el más bajo,
ganando un poco de terreno. Samantha lo seguía de cerca, también aportando en la persecución.

El sujeto encapuchado se dirigió por el pasillo a toda velocidad y se metió a una habitación en su
derecha al ver a un zombi merodeando por el lugar. Zeta no perdió tiempo y utilizó su Beretta para
reducirlo mientras corría y se metía también por la misma puerta. Pero al ingresar no vio a nadie
dentro, el lugar se encontraba completamente vacío, escuchó una puerta cerrarse justo a su
lateral, pero cuando quiso ir a verificar su pie tropezó con un cadáver en el suelo.

En ese segundo algo hizo clic bajo el cadáver y comenzó a escucharse un leve pitido. Zeta
observó un extraño interruptor debajo del cuerpo.

- ¡Zeta! ¿Lo tienes? -Samantha también había cruzado hacia la habitación.

En ese instante una reja de acero que se encontraba justo por encima de la puerta, bajó
velozmente bloqueando la salida. Zeta observó a su alrededor, todos los muros de aquella
habitación estaban sellados con un enrejado de acero.

-Es una trampa -dedujo el joven, mientras observaba como del otro lado de la puerta, se asomaba
la figura encapuchada-. ¡Hey! Sácanos de aquí hijo de perra...-Pero justo en el instante que Zeta
posó su mano en la reja, sintió un fuerte golpe eléctrico que recorrió todo su cuerpo y lo arrojó
estrepitosamente al suelo, retorciéndose de dolor.

La figura encapuchada escuchó unos pasos aproximarse y abandonó el lugar sin decir palabra
alguna.

- ¡Espera! -Pero las advertencias de Samantha no fueron escuchadas.

Ignacio y Emilio fueron los primeros en llegar para ayudar.

- ¿Qué mierda hacen ahí dentro? -inquirió Emilio, confundido-.

- ¡No lo toques! -Avisó Sam, al ver que Ignacio estaba por posar sus dedos en la reja-. Está
electrificada. Ese sujeto nos metió dentro de una trampa para zombis.

- ¿Toda la habitación está electrificada? -preguntó Emilio, observando con interés todo el lugar
desde la entrada.

-Eso parece -comentó Zeta, incorporándose-. Tienen que ayudarnos a salir de aquí, si pudieran
cortar la luz, podríamos ver la forma de quitar estas molestas rejas.

-Está bien, yo iré y cortaré las luces -comenzó a decir Ignacio pero fue interrumpido por su
compañero-.

-Tú no irás a ninguna parte -dijo Emilio, apuntando con su fusil a su cabeza y disparando,
haciendo que el cráneo de Ignacio volara en pedazos. Luego, apuntó rápidamente a Zeta-. ¡Ni se
te ocurra tomar tu arma o la chica paga! -dijo, cambiando el fusil de dirección para apuntar a
Samantha.

-Emilio, ¿Qué mierda estás haciendo? -inquirió Samantha, confundida, mientras alzaba sus
brazos.

-Tú eres el traidor ¿verdad? El informante de Calavera -Zeta no soltaba su pistola, la cual
guardaba en su funda.

-Quítale las balas, o te juro que Samantha perderá un ojo. Tú también niña, quiero sus armas
vacías ahora mismo.

La impotencia se apoderaba de sus cuerpos. Zeta sentía una furia desorbitante manando dentro
de su ser, con fuertes deseos de asesinar a Emilio, pero sabía que antes de que pudiese hacer
nada, Samantha podría morir. Resolvió seguirle el juego y desarmar su pistola. La oji verde hizo lo
mismo.

-Muy bien, Sam, toma el arma de Zeta y arrójala de mi lado-ordenó Emilio-.

Sam obedeció y le quitó el arma a su compañero, mientras se aproximaba a la puerta.

-No intentes nada.

La muchacha tragó saliva y con delicadeza pasó ambas armas por los espacios entre las rejas
para que Emilio las tomara.

-Perfecto, a Calavera le encantará este regalo -comenzó a decir Emilio con una gran sonrisa-. No
puedo creer la suerte que tengo de que justo ustedes dos caigan en una trampa, dejándome la
mesa servida para darle un festín a la Nación Oscura.

-Yo no creo lo mismo -dijo Abigail, detrás de Emilio, con su arma apuntando en su nuca-. Suéltala
ahora, hijo de puta.

Zeta y Sam se sorprendieron, habían olvidado por completo la presencia de Abigail en el edificio.
Ambos dejaron escapar un suspiro de alivio al verla, sus cuerpos se relajaron y agradecieron
internamente por tener ahora a una aliada como ella a su lado.

Pero algo increíble pasó. El rostro de Zeta comenzó a cambiar lentamente, sus ojos se abrieron
con intensidad, sin poder creerse lo que veía.

- ¡Mierda, estúpida me has asustado! -dijo Emilio, apartando con su mano el arma de su nuca.

Abigail sonrió.

-Los oscuros si que son unos amargos -dijo la muchacha, bajando su arma y observado con
placer a Zeta y Samantha tras las rejas-. Esto es increíble, ¿Cómo los atrapaste?

- ¿Qué? -vociferó Sam.

-No puede ser...-Algo se revolvió en la boca del estómago de Zeta.

-La verdad, se atraparon solitos. La trampa era para los zombis y ellos cayeron redondos, además
-Rozó con su arma el filo de la reja y esta largó una pequeña chispa-. Está electrificada, podemos
tenerlos aquí el tiempo que queramos.

-Es asombroso, quien hubiera pensado que sería tan sencillo. Hasta me da gracia. Cuando
rechazaste mi oferta de escapar juntos incluso llegué a preocuparme, atraparte hubiera sido más
difícil, y solo mírate ahí dentro, como un pobre hámster sin salida -La voz de Abigail había
cambiado, todo su rostro había cambiado. Ya no era la muchacha serena y de aspecto
bondadoso de hace unos momentos, sus ojos parecían haberse ensombrecidos y su sonrisa
destilaba malicia. Toda una actriz, pensó Zeta.

-Hija de puta...-Fueron las únicas palabras del muchacho, su mirada fijaba un odio creciente hacia
Abigaíl. No digería la idea de haber sido tan iluso de confiar en ella.

-No entiendo, ¿tú también? Pero pasaste el detector de mentiras ¿Cómo pudiste hacerlo sin que
el polígrafo saltara? -cuestionó Samantha, confundida. A ella aún le costaba aceptar que frente a
sus ojos estaba la farsante.
-Porque no mentí, estúpida -respondió Abi con desprecio-. A diferencia del neanderthal a mi lado,
yo no pertenezco a la Nación Oscura. El mundo no gira en torno a sus tres estúpidas naciones,
hay muchos otros grupos afuera, y el mío en particular, es uno de los mejores.

-Todo fue mentira ¿eh? -Dijo Zeta fríamente-. La historia de tu secuestro, sobre que Roni aún
vivía. Todas mentiras para acercarte a mí.

-Desde que ingresaste a ese teatro, la obra ya había comenzado -contestó la impostora con
altura-.

- ¿Y esa marca en tu brazo? ¿Tan lejos estabas dispuesta a llegar? -Se aventuró el muchacho,
intentando que su ira no alterara el hilo de sus palabras.

-Hay algunas cosas que simplemente hay que hacerse -dijo, pasando sus dedos por la cicatriz-. Y
yo soy muy profesional en mi trabajo. Pero puedes respirar tranquilo, lo que te conté sobre
Ronaldo era verdad, él aún vive.

- ¿Qué?

-Por supuesto que no es una vida muy placentera, claro -comentó Abigail, burlándose-. Cuando lo
conocí estaba en la Nación Oscura, siendo torturado con una máquina de afeitar. Era muy
gracioso ver cómo me hablaba sobre ti y le rebanaban la piel trozo por trozo.

- ¡Eres una perra! -Zeta se abalanzó hacia las rejas. La descarga que recibió lo sacudió
volviéndolo a arrojar al suelo.

Abigail sonrió, disfrutaba la bella vista de desesperación que transmitía Zeta.

-Tranquilo muchacho, te encontrarás con él cuando te llevemos con Alexander -comentó Abigail.

- ¿Qué planean hacer con la Nación Escarlata? -inquirió Sam, aprovechando la situación para
conseguir, al menos, un poco de información.

-Su patética nación no sobrevivirá, tan pronto como Calavera extermine a todos sus compañeros
en la torre de radio, atacaremos su nación -respondió Emilio con una sonrisa maliciosa.

-No atacaremos imbécil, recuerda el plan de Alexander, las armas son el último recurso, ¿para
qué utilizarlas si tenemos esto? -Abigail mostró su collar, con un pintoresco dije en forma de un
cristal alargado-.

- ¿Qué es eso? -preguntó Emilio, extrañado.

- ¡Vaya! Alexander tiene suerte de haberme enviado, sus hombres son unos tarados -comentó la
muchacha suspirando. Luego observó a Samantha y a Zeta y evaluó que no le importaría si ellos
también escuchaban-. Este collar contiene sangre infectada de los colmillos de un nocturno. Solo
basta inyectar esto en alguien de la Nación Escarlata y ver como se matan los unos a los otros.
Cuando el caos termine, si hallamos cualquier rasgo de supervivientes serán finalmente
exterminados por Calavera y su equipo.

- Es verdad, se me había olvidado... ¿Y qué hay de ese compañero tuyo? Ese que buscaba el
pendrive -Cuestionó Emilio.

- ¿El pendrive? ¿El que tú trajiste? -preguntó Sam, primero a Emilio y luego a Zeta.
Zeta subió sus hombros, verdaderamente no tenía idea de lo que ese artefacto escondía o si
realmente buscaban el mismo pendrive.
-Está en progreso -dijo Abi, respondiendo a Emilio-. Cuando el virus esté suelto, se encargará de
quitarle al presidente el pendrive de sus muertas manos.

- ¿Hay más infiltrados con ustedes? -Samantha deseaba con fervor que respondieran a su
pregunta.

-Pues claro que hay, niña. La nación escarlata es la única que acepta el ingreso a todas las
personas. Ese fue su gran error -respondió Emilio, con una sonrisa de oreja a oreja que destilaba
soberbia.

-Solo una última pregunta -Samantha estaba dispuesta a llegar al fondo de todo esto, solo
necesitaba una respuesta más-. ¿Quién es el infiltrado?

- ¿Por qué te lo diría? -cuestionó Abigail.

La siguiente respuesta de Sam era clave, podría despejar todas sus dudas o provocaría que
Abigail se marchara. Tenía que ser sutil y responder con cuidado.

-Digamos que es mi última voluntad antes de morir, ¿podrías negármela?

Abigail soltó una corta carcajada.

-Yo solo hago mi trabajo, no soy una mala persona y te lo demostraré-. Dijo la joven acercándose
a las rejas-. El otro infiltrado es alguien cercano al presidente. Por supuesto que no tan cercano
como tú, después de todo, son familia ¿verdad Sami?

Los verdes ojos de Samantha ya no podían reflejar más sorpresa.

- ¿Cómo lo sabes? Jamás le dije a nadie eso, excepto a...-Samantha calló, sin terminar lo que iba
a decir.

-Digamos que Alexander tiene ojos en todos lados. Y ya son suficientes preguntas para ustedes -
Abigail se dirigió hacia Emilio-. Escucha, yo volveré a la Nación, soltaré el virus y me reuniré
contigo aquí para llevárselos a Calavera.

-Pero Calavera solo quiere al muchacho, ¿matamos a Sam?

-Por el momento solo tenla de rehén, para asegurarte que Zeta no haga alguna locura y se
suicide. Usa a la chica para tener a Zeta a raya.

-Perfecto.

Abigail sonrió a los muchachos una vez más, antes de marcharse.

-Al fin y al cabo tenías razón -dijo Abigail, observando a Zeta quien seguía sentado en el suelo-.
Nunca debes confiar en nadie.
- ¿Todo listo alfa? - indagó Romero desde su Walkie-talkie, frotándose su calva cabeza morena
mientras esperaba atrincherado en la calle frente a la torre de radio con su grupo.

El edificio que se erguía frente a sus ojos se estructuraba de forma circular en tres pisos de altura
de concreto y ladrillos. En la cima, una angosta torre de acero ascendía en forma piramidal, donde
una incandescente luz parpadeaba en la punta. Cada piso en el edificio contaba con una hilera de
ventanas que cubrían toda la extensión de la parte delantera, aún así, el polarizado de los vidrios
no permitía la visión hacia el interior. Algo que resultaba problemático para una emboscada, ya
que desde dentro se podría ver perfectamente la calle y sus alrededores.

-Aquí Alfa, en posición-. Respondió Franco-. Informe su situación equipo Beta.

El equipo Alfa se encontraba resguardado en un callejón lateral de la torre, aguardando la señal


para ingresar. El equipo era comandado por Franco, quien los encabezaba, seguido por una
hilera, detrás suyo, de hombres armados hasta la cabeza, en donde se encontraban Rex y Jin. El
joven mecánico se encontraba notablemente nervioso.

- ¿Estás bien, Rex? -inquirió Jin, palmando su espalda para darle ánimos.

-Sí, estoy bien -mintió.

-Díselo a tu cara.

Rex suspiró.

-Matar zombis es una cosa, intentas no morir y siempre puedes usar el mismo método para matar
uno y otro. Pero las personas son distintas, son estratégicas y estos en especial son unos
desquiciados asesinos del demonio.

-Amiguito, no te preocupes -dijo un sujeto de gruesa voz detrás de ambos. El hombre se llamaba
Antonio y resultaba ser mucho más alto que Rex y con el doble de sus brazos. Presentaba un
pintoresco bigote que se unía a la barba de su mentón y unos ojos claros como el cielo-. El
secreto está en cubrirte. Busca un lugar donde atrincherarte y solo sal para disparar. No debes
durar más de tres segundos descubierto, es el tiempo que le toma a un tirador promedio descubrir
tu posición apuntarte y disparar.

-Antonio tiene razón, no es tan difícil.

La cabeza de Rex asentía mecánicamente. Su mente se imaginaba las escenas de batalla y su


rostro lo traducía en una preocupación desorbitante.

-Tranquilo, viejo. Estuvimos en situaciones peores el día de hoy -comentó Jin en un vano intento
de reanimarlo.

-Si... Lo sé.

- ¿Qué mierda pasa? -Vociferó Franco, golpeando su Walkie-talkie y volviendo a comunicarse-.


¡Equipo Beta, informe su situación!

Una serie de interferencia se escuchó desde el aparato.

-Lo siento -La interferencia no cesaba-. Ya está listo. El equipo Beta reportándose.

- ¿Cuál es su situación? -reiteró Franco de mala manera.


-Llegamos al objetivo, estamos frente a la puerta trasera -respondió Romero-. Pero esto estaba
hasta las bolas de esos monstruos y...

- ¿Qué paso?

-Perdimos a Santos.

-Entendido -respondió Franco en una mueca de furia-. Proseguiremos, intenten no tener más
bajas.

-Comprendido -respondió Romero.

- ¿Equipo Gamma? Situación.

-Estoy en posición y listo para la acción -respondió López.

-Perfecto. A partir de aquí no nos comunicaremos hasta llegar a nuestros objetivos, suerte
muchachos.

-Igualmente, equipo Alfa -contestó López.

Franco se dirigió a su equipo y ordenó en un gesto con su cabeza para moverse. El grupo Alfa de
quince personas comenzó a movilizarse. Se dirigieron en hilera hacia la puerta delantera, lo más
pegado posible de los muros. Frente a ellos, en la otra calle estaba el equipo Gamma, distribuido
a lo largo del perímetro rodeando y protegiendo las puertas de un posible ataque humano , así
tanto como las calles, de un posible asedio zombi.

El equipo Alfa rodeó las puertas desde ambos laterales. Dos hombres para cada puerta, los más
cercanos se agazaparon acercándose cuidadosamente, y en un movimiento veloz, abrieron
ambas puertas cristalizadas, habilitando espacio a los otros dos para poder ingresar con fusiles en
mano y asegurar la entrada.

-Despejado -dijo uno de los soldados escarlata-. No parece haber nadie aquí.

El interior mostraba un espacio reducido donde se localizaba un escritorio anexado a una


gigantesca pared blanca. Las únicas vías posibles para proseguir eran las escaleras que se
encontraban a los laterales y una puerta detrás del escritorio.

-Iremos por las escaleras, divídanse en dos grupos para rodear el perímetro-. Informó Franco,
mientras se dirigía a las escaleras de su izquierda-. Jin, ve a la cabeza del otro grupo.

-Entendido -Declaró el joven asiático y junto con seis hombres más, se dirigieron por las escaleras
de la derecha.

Franco, seguido de Rex y su equipo encararon su objetivo y ascendieron meticulosamente por las
escaleras. El edificio por dentro estaba completamente oscuro, y por más veces que Franco
quisiera encender el interruptor no había forma de dar iluminación al lugar.

Resolvió usar únicamente su linterna para dar visibilidad a sus pasos y no tropezar. Las escaleras
se alzaban en un espiral rectangular. Los escalones de baldosas verdes resonaban con las
pisadas de todos. Franco tuvo que volverse y ordenar a su equipo, con un gesto de su mano, que
hicieran silencio. El joven ex militar tenía poca paciencia cuando se trataba de operaciones de
este estilo. No le gustaban los errores novicios y este grupo en particular tenía bastantes. Pero no
podía culparlos, después de todo, ellos jamás recibieron la misma instrucción que recibió él.
Inhaló hondo, intentando calmarse. Ya había llegado a su primer objetivo.
Franco señaló con sus dedos el lugar exacto en donde dos de sus hombres debían de colocarse
para asegurar la puerta. Uno de ellos fue Rex, quien se posicionó a un lado de la entrada
empuñando su revolver con fuerza. Franco ordenó con otra señal para que dos hombres más
cubrieran los pasillos laterales. El muchacho se posicionó frente a la puerta, acompañado de los
soldados restantes, todos apuntando al frente.

-Equipo Alfa, en posición en el objetivo, el segundo equipo debe estar ya cubriendo el segundo
piso-. Comunicó Franco, su voz sonó baja pero clara.

En ese instante, se produjo una duradera brecha de silencio que se prolongó hasta que el Walkie-
talkie de Franco sonó.

-Equipo Beta, en posición en el subsuelo, no vas a creer lo que estoy viendo amigo-se escuchó en
un susurro-. Es como si fuese un pozo gigante y está repleto de estas criaturas.

- ¿Alguna novedad de los oscuros? -preguntó Franco.

-Por el momento nada -respondió Romero-. Me dirijo a tu posición, Brandon. No hay nada que
hacer aquí.

-Perfecto, nosotros ingresaremos. Equipo Gamma, ¿novedades?

-Aquí, equipo Gamma, sin novedades -respondió López.

-Recibido.

Franco guardo el artefacto, por el momento todo estaba saliendo como lo habían planeado. Al dar
la señal con su mano, Rex se estiró para alcanzar el pomo y repetir el mismo proceso que
realizaron al ingresar al edificio. La puerta se abrió y Franco ingresó. Su haz de luz iluminó una
habitación extensa, pero se encontraba repleta de archivadores de metal de unos dos metros, con
montones de cajas apiladas encima. A su izquierda se hallaba una mesa circular, con unos
cuantos cadáveres distribuidos por el suelo. La tentación lo llamó a verificar si alguno de ellos era
perteneciente a la Nación Escarlata.

El joven se acercó, siempre agazapado, con su arma en una mano y su linterna en la otra,
mostrando su camino. El muchacho era resguardado por sus hombres, quienes se encargaban de
verificar los distintos rincones del lugar.
1
Al estar finalmente a una distancia prudente de uno de los cadáveres, utilizo su bota para patear a
uno que se encontraba boca abajo. Iluminó su cuerpo, sus manos se encontraban sin dedos,
luego prosiguió por alumbrar su rostro. Una mueca de disgusto se fundó en su semblante.

-Son ellos. Los que manipulaban la central de radio, están muertos -informó, mientras
inspeccionaba los otros cuerpos.

En ese instante, un grito violento se escuchó a su retaguardia. Era uno de sus hombres. Todos
apuntaban a distintas direcciones con sus armas, pero nadie lograba ver movimiento alguno,
hasta que un fuerte golpe alarmó a todos en la habitación. Uno de los archiveros metálicos cayó
bruscamente al suelo siendo arrastrado con un cuerpo arriba.

- ¡Es Martínez! -comunicó Rex, alumbrándolo con su linterna. El susodicho yacía sobre el
archivero, con una gran herida en su estómago y en su cuello, la cual desparramaba sangre que
descendía en hilos por su cuerpo y seguía su recorrido en el archivero, terminando por formar un
charco en el suelo.
En ese mismo segundo, una figura se movió como un relámpago y se posicionó justo sobre
Martínez, bramando un feroz aullido. Rex se alejó y preparó su arma, pero el monstruo ya había
saltado hacia él, evadiendo un disparo de Franco.

El monstruo cayó sobre el cuerpo del joven mecánico, amenazando peligrosamente su vida. Pero
gracias a la ayuda de Antonio, evitó una muerte segura. El hombre alzó del cuello al monstruo y lo
lanzó hacia el muro, donde dos soldados se encargaron de reducirlo a balazos.

- ¡No gasten tanta munición! -Franco se acercó para interponerse y que sus hombres dejasen de
disparar-. Podría haber más de ellos.

Como una jugada sucia del destino, justo al momento de terminar esa frase, unos cuantos
monstruos salieron desde detrás de los archiveros. Todos se colocaron en una posición defensiva
junto a la salida y comenzaron a disparar. Sangre y vísceras volaban y se esparcían por toda la
habitación, mientras las bestias caían de una en una.

- ¡Cúbranme! Voy a recargar -informó Rex-.

-Yo te cubro, niño-. Dijo Antonio, mientras reducía a un Parca que se aproximaba saltando de
archivero en archivero.

- ¿Cuántos más quedan? -Vociferó uno de los soldados-.

-No lo sé, cada vez salen más-. Franco continuaba atacando a las bestias, pero el tiroteo nunca
terminaba. Siempre había uno más a quien disparar. En ese momento algo se iluminó en su
interior, había sido un estúpido en caer en una trampa tan barata-. ¡Retirada! Nos vamos -ordenó,
mientras salía de la habitación-.
Al retirar al último hombre de la sala, Antonio trancó la puerta, encerrando dentro a todos los
zombis.

- ¿Están todos bien?

-Sí, pero Martínez...-Contestó Antonio, bajando la mirada.

- ¿Por qué no los matamos a todos? No podemos dejarlos sueltos -inquirió uno de los soldados.

-Porque la idea es que los matemos, para gastar nuestra munición en los bichos y no tener nada
con lo que defendernos contra Calavera -respondió Franco.

-Increíble, eso explica porque eran tantos -añadió Rex.

-Sí y posiblemente les pasó lo mismo al equipo de Jin-dijo Franco, tomando nuevamente su
Walkie-talkie-. Equipo Beta, informe su situación.

Todos se miraron las caras mientras esperaban una respuesta que nunca llegó.

-Equipo Beta, responda -insistió Franco.

Luego de varios minutos sin resultados, Franco imaginó lo peor.

- ¿Qué pasa ahí dentro? -preguntó López.

-Nos tendieron una trampa, ¿sabes algo del equipo Beta?

-Nada, deben seguir todavía en el subsuelo.


-Dijeron que vendrían hacia aquí, ¿puedes cerciorarte?-inquirió Franco-.

-Entendido, Brandon. Eso haré.

Franco encaró nuevamente hacia las escaleras, mientras guardaba su pistola y se equipaba con
su fusil de asalto.

-Vamos.

- ¿Iremos arriba? ¿Qué tal si Calavera está ahí esperándonos? -Comentó Pablo, uno de los
soldados que también estuvo en la división de Parkour, cuando trabó la puerta antes de que Zeta
saliera-. Ya perdimos un hombre y no sabemos nada del resto. No hay sonido de disparos ni
nada, esto me da un mal augurio.

-Calavera está ahí esperándonos -respondió Franco, en una mirada sin expresión-. No podemos
abandonar ahora, hacemos esto por la nación. Si podemos recuperar esta torre, ya no hará falta
otro conflicto así. Esta puede ser la última batalla, si hacemos todo como corresponde.

-Estoy con Brandon, después de todo, para eso vinimos -añadió Antonio.

-Yo no quise venir aquí en primer lugar -dijo Pablo de mala manera-. Yo me iré de aquí ahora.

-Si te vas -Lo interrumpió Franco-. Se te considerará traidor y no volverás a pisar la Nación
Escarlata.

Pablo volteó nuevamente para observar con sus ojos azulados a Franco.

- ¿No lo entiendes, verdad? Ya no existe la Nación Escarlata, para mí, ya está muerta-. El hombre
bajó por las escaleras, alejándose de todos.

-Déjalo -dijo Franco, retomando su camino-. Es un cobarde.

El ahora escaso grupo de Franco ascendió por las escaleras hasta finalmente toparse con la
última puerta en el tercer piso. La sala de control.

Franco repitió el proceso que realizaban cada vez que tenían que ingresar a una habitación. Solo
que esta vez los nervios estaban a flor de piel, provocando a cada uno de ellos un sudor irritable.
La adrenalina se mezclaba con el miedo y se fundía en ansiedad. Detrás de esa puerta de chapa
roja, estaban los asesinos más despiadados de lo que quedaba del planeta. La batalla estaba
cerca, inminente. Nadie quería salir herido, nadie quería morir. Ya habían caído varios hombres y
algunos se habían marchado, quedaban unos pocos para hacer frente a un ejército de bandidos.
Todos se aferraban a sus preciadas armas, revisaban sus municiones constantemente y se
aseguraban de que el seguro no estuviese puesto. Un fallo no era aceptable en estas
circunstancias, donde sus vidas estaban en juego.

Todos esperaban pacientes en posición a la señal de Franco. El joven inhaló aire, no podía negar
que también se encontraba nervioso, después de todo, ahí enfrente estaba Calavera. Su antiguo
jefe de escuadrón y la persona más peligrosa que conoció en su vida. Tenía que matarlo,
deseaba hacerlo desde que fue parte de su horrible escuadrón de la muerte. Las vidas cobradas
en esos oscuros momentos pasados siempre le carcomían la cabeza por las noches. Los gritos
todavía resonaban en su cabeza, atormentándolo de por vida. Debía ponerle fin a todo ese
sufrimiento, ponerle fin a la vida de Baltasar Montreal.

-Vamos, equipo Alfa.


La señal esperada fue dada. El procedimiento siguió y la puerta se abrió. Franco fue el primero en
ingresar, seguido a sus laterales por Rex y Antonio. El equipo ingresó y examinó la habitación.
Había movimiento al frente, personas. Los objetivos estaban fijados, todos alzaron sus armas y...

- ¡Esperen! No disparen -ordenó Franco, bajando su arma-.

- ¡Oye! Tranquilo, viejo. Somos nosotros -dijo Jin, alzando sus brazos y mostrando el listón del
equipo Alfa envuelto en su brazo.

- ¿Y Calavera? -preguntó Franco, acercándose a Jin al centro de la habitación.

El lugar, como todas las habitaciones posteriores, presentaba una forma circular. En el lateral
izquierdo se encontraba instalado un equipo de control de radio, con algunas pantallas de
cámaras de seguridad en el muro, que mostraban distintos puntos estratégicos del lugar. Del otro
lado, se hallaba el ventanal donde podía apreciarse la vista bella vista a la destruida ciudad.

-Calavera no está aquí, no hay nadie en este lugar -respondió Jin.

- ¿Y el equipo Beta? -indagó Rex.

- ¿Qué pasa con ellos?

-Entonces tampoco están con ustedes -musitó Franco, nuevamente haciendo uso de su Walkie-
talkie-. Aquí, Franco. Estoy arriba, no hay señales de Calavera, ¿Cuál es tu situación?

En el momento que Franco dejó de hablar alguien contestó del otro lado. Unos sonidos de
disparos se escucharon en el aparato, gritos y nuevamente más disparos. Franco, Rex y Jin
adoptaron el mismo semblante de preocupación.

- ¡¡Franco!! Están en todos lados -exclamó López, su voz se hallaba agitada, apenas pronunciaba
las palabras correctamente y el sonido ambiental interrumpía la escucha-. Tienes que salir...
¡Mierda!

En ese momento se escuchó una fuerte explosión seguida de unos sonidos de golpes bruscos
que daba el aparato. Luego, todo fue silencio. Franco pegó el aparato a su oído, intentando
escuchar aunque sea algo más.

- ¡¿López?! ¿Estás ahí? ¡López, contesta!

- La explosión se escuchó muy cerca de aquí...-Informó Antonio, aunque ya todos se habían


percatado de eso.

Franco siguió esperando alguna señal de vida, un gemido, un resoplido, lo que sea, pero nada
ocurrió... Hasta que algo comenzó a sonar dentro de la habitación. Todos se voltearon hacia el
panel de operaciones, donde se hallaba una radio justo en el medio. La radio volvió a sonar una
vez más.

- ¡Franco! -La voz era ronca, apenas audible, pero no cabía duda de quién se trataba: López.

Franco cruzó el lugar a toda velocidad y tomó la radio.

- ¡López! Aquí estoy, amigo. ¿Qué está ocurriendo ahí abajo?

Hubo un momento de silencio, donde Franco estaba seguro que podía escuchar los pálpitos de su
corazón contra su pecho.
-Es una trampa -Fueron las únicas palabras de López.

En ese momento, un disparo se hizo escuchar en la radio. Luego, otra voz distinta habló por la
radio. Una voz que Franco repudiaba en su interior, la última voz que desearía oír.

-Que empiece la función -dijo Calavera-.

En ese instante, algo comenzó titilar, muchas luces rojas aparecieron en distintos sectores del
edificio emitiendo un pitido intenso y desesperante. Franco sabía lo que ocurriría, estaba
atrapado, todo fue una artimaña de Calavera y ellos habían caído exactamente donde él quería.
No lo pensó dos veces, saltó hacia el muro más cercano y gritó:

- ¡Cúbranse todos!

Una serie de bombas comenzó a estallar en todo el edificio, el lugar se tiño de blanco, amarillo y
rojo. Las explosiones eran consecutivas, una tras la otra y no parecía querer detenerse. El centro
del suelo se resquebrajó y se abrió, derrumbándose en escombros, arrojando a todos quienes
estuvieran cerca al vacío. Uno a uno, todos fueron cayendo. Los gritos desesperados inundaban
todo el ambiente. Las explosiones continuaron, ya no se sabía la proveniencia de cada una, si
explotaba cerca o lejos, arriba o abajo. Todo para Franco era un caos, pedregones y escombros
volaban chocando con todo a su paso. No veía nada, todo era humo y polvo esparcido por el
lugar. La única certeza que tenía era que todavía se hallaba sobre suelo firme. Para su suerte o
desgracia, todavía estaba vivo. El sector del suelo cercano al muro no había terminado por
derrumbarse lo que había permitido a Franco conservar por unos momentos más su vida.

El joven intentó colocarse de pie al notar que las explosiones ya habían acabado. Sus oídos le
zumbaban, como si tuviese un panal de abejas dentro de su cabeza, la visión se le dificultaba,
pero poco a poco, el humo se iba disipando. Revisó instintivamente su armamento, ya no tenía su
fusil. En algún momento de las explosiones se había caído al vacío. Solo contaba con su pistola y
un fuerte dolor de cabeza. Esforzó su vista para poder ver mejor entre la humareda de polvo, y
esbozó una mueca de sorpresa al ver que era el único en la habitación. Todos sus compañeros
habían caído al vacío de tres pisos de altura. Se asomó un poco al borde, con cuidado de no
resbalar. Todo se encontraba muy oscuro ahí abajo, pero luego de agudizar un poco su oído,
pudo notar una serie de sonidos guturales en el fondo del pozo. Sonidos de monstruos.

En ese momento recordó lo que Romero le había dicho, el subsuelo era como un enorme pozo y
se encontraba repleto de esas bestias. Calavera había planificado todo con sumo detalle para que
ninguno se salvara arrojando a todos al pozo. Si alguno caía y sobrevivía, los monstruos se
encargarían del resto. Una fuerte ira comenzó a crecer en su interior. Toda la misión había sido un
total fracaso. Calavera jamás quiso adueñarse de la torre, la destruyó sin compasión alguna,
deshabilitando cualquier medio de comunicación. Destruiría toda la ciudad si fuera necesario para
acabar con la Nación Escarlata. Franco se encontraba totalmente contrariado, pero no podía bajar
los brazos ahora, tenía que volver y avisar a la Nación Escarlata cuanto antes.

- ¡Oye! -Una voz familiar se escuchó cercana a su posición. Sus ojos se dispararon hacia todos
los rincones del lugar, buscando la fuente del sonido. Hasta que volvió a hablar-. ¡Aquí abajo!

Franco se asomó al borde con curiosidad. A unos pocos metros de distancia, se encontraba Rex,
colgado de unas cañerías al borde del segundo piso.

- ¿Me ayudas?

Franco no perdió tiempo, recorrió cuidadosamente el borde de lo que quedaba de suelo para
llegar hasta Rex. Cuando finalmente pudo alcanzarlo, lo tomó del brazo y utilizó todas sus fuerzas
para alzarlo. Una vez arriba Rex pudo respirar otra vez, se quitó su gorra de lana verde y sacudió
todo el polvo que tenía antes de volver a colocársela.
-Esos tipos están dementes, volar un edificio entero es una locura.

- ¿Hay alguien más que haya sobrevivido aparte de nosotros?

-No lo creo-. Contestó Rex, observando hacia el vacío. No veo a nadie desde aquí.

Franco suspiró, secándose la transpiración.

-Entonces volvamos, no podemos enfrentar a Calavera solos -concluyó Franco.

En ese momento, la puerta principal del primer piso se abrió bruscamente. Franco y Rex
escucharon con claridad el portazo, y unas voces comenzaron a hablar entre sí. Ambos se
cubrieron tirándose al suelo, y solo asomaban minúsculamente sus cabezas para ver hacia abajo
sin ser descubiertos.

- ¡Vaya, vaya! Eso sí que fue una buena explosión. Deberíamos repetir esto más seguido -
exclamó Calavera, ingresando junto con alguien más-. Todo salió perfectamente.

-Los planes de tu hermano nunca fallan -comentó la otra persona. Franco tuvo que asomarse más
para ver de quien se trataba. Pero el timbre de su voz ya le había dado una ligera pista.

-No puede ser... ese hijo de puta -susurró Franco, con rabia-. Es Pablo.

-Si, Alexander tiene ingenio para estas cosas, no dudo de eso -comentó Calavera-. Pero él solo
se la pasa en su estúpida mansión, fue mi merito haber logrado todo esto.

-Por supuesto, ustedes dos son un equipo único -dijo Pablo.

-Maldita rata chupa culos -Franco había hablado demasiado alto.

- ¿Escuchaste eso? -Preguntó Calavera, alzando la mirada-. Hay alguien vivo todavía -Calavera
repasó el lugar con la vista-. ¡Hola, hola! ¡Puedes hablar amigo, no te haré mucho daño!

Franco y Rex pegaron sus rostros al suelo para no ser descubiertos.

- ¡Mira! -alertó Pablo, señalando una dirección bajo ellos-. Ahí hay uno colgado.

Inmediatamente, Calavera esbozó una sonrisa que traducía placer y malicia.

- ¡Mira a ese lindo monito! -Dijo, mientras se acercaba al borde-. Es increíble -Calavera comenzó
a aplaudir, mientras se aproximaba-. Sobrevivir a una explosión y a tres pisos de caída libre y
quedar colgado de un solo brazo, es admirable-.

Quien se encontraba colgado de unas salientes de escombros era Jin. Su brazo izquierdo estaba
completamente herido, perdiendo gran cantidad de sangre. Solo usaba un brazo para sostenerse
y su rostro se encontraba con profundas cortaduras, su ojo se hallaba hinchado y morado, a razón
de los golpes sufridos en la caída, y apenas podía mantener abierto uno de ellos.

El joven asiático escupió sangre.

- ¡Vete a la mierda! -Las palabras de Jin fueron escuchadas por Franco y Rex, quienes intentaron
asomarse aún más para presenciar mejor a su compañero.
-Jin...-La angustia y preocupación de Rex eran notables, quería ir a ayudar a su amigo, pero
Franco ordenó con un gesto negativo de su cabeza que se quedara en el lugar. Rex obedeció
inseguro, aun observando la escena que acontecía abajo.

-Eres muy maleducado, monito -comenzó a decir Calavera, mientras se sentaba sobre sus
talones, posando sus brazos en sus rodillas-. ¿Es ese el trato que me merezco después de
celebrar tu audacia?

-Mereces la muerte, mal nacido -las palabras de Jin sonaban duras, pero escondían un dolor
interno inmensurable.

Calavera tomó un cigarrillo y procedió a encenderlo.

- ¿Sabes? No me gustan los monos maleducados que no saben lo que dicen -Calavera exhalaba
humo mientras hablaba-. Tú nación de desperdicios cree que nosotros somos los malos, pero eso
no es así. Nosotros nunca nos hubiéramos metido con ustedes si nos hubieran entregado al
muchacho en primera instancia. Si hubieran colaborado nada de esto estaría pasando ahora
¿sabes?

-Zeta te arrancará las tripas y te las meterá por el culo.

-Sigues siendo un maleducado conmigo, solo estamos charlando aquí-. Dijo Calavera, mientras
seguía fumando. Luego observó su cigarro y cambió la vista a Jin-. ¿Quieres un poco? Puede que
sea el último que pruebes en tu vida, yo que tú lo aprovecharía. Vamos toma, fuma un poco -
Calavera acercó el cigarro a la boca de Jin, el joven sucumbió a la tentación y lo fumó. No podía
ejercer resistencia alguna de todas formas-. ¿Rico verdad? Entonces, como te venía diciendo,
ustedes fueron los que empezaron esta absurda guerra. Solo queríamos una cosa, y ustedes
necios, morirán por algo que escapa de su entendimiento.

-Nunca entregaremos a Zeta -Contestó Jin. Sus fuerzas se agotaban rápidamente, no soportaría
mucho más-. Primero prefiero morir.

-Bueno, amigo -dijo Calavera, esbozando una gran y satisfactoria sonrisa-. Estas de suerte-.
Calavera apagó su cigarrillo en la mano de Jin y se colocó de pie-. Saluda a los zombis de ahí
abajo-. Baltasar pateo la mano de Jin sin titubear.

Rex ahogó un grito de furia al verlo, intentó ir a socorrerlo, pero Franco se lo impidió. El cuerpo del
joven asiático cayó al fondo del pozo de forma estrepitoso. Varios zombis comenzaron a rodearlo
rápidamente, hasta tenerlo completamente acorralado, sin salida, sin armas, sin esperanza
alguna. Jin lo supo en ese instante, no tenía manera de salvarse. Unas lágrimas se desprendieron
de sus ojos y el último registro de vida que dio fue un desgarrador grito que se escuchó por todo
el lugar, para luego apagarse en un silencio sepulcral.

-No...-susurró Rex. Sus ojos se encontraban ardiendo en lágrimas-.

-Shh... escucha -dijo Franco, asomándose un poco más al borde-.

- ¿Qué haremos ahora? -preguntó Pablo.

- Primero, quiero que revises todo el perímetro. No quiero que se nos escape nada ni nadie -
ordenó Calavera, volviendo a la puerta de entrada-. Cuando terminen vuelvan al helicóptero.

- ¿Atacaremos ya?

-No, hay que esperar la estúpida señal de nuestros aliados -escupió Calavera con repulsión.
Odiaba trabajar con gente ajena a la nación-.
- ¿Los de la Guarnición Mercenaria? -inquirió Pablo.

-Sí, esa gente son buenos en lo que hacen -admitió Calavera-. Creo que Alexander había
contratado dos chicas; una secuestraría al muchacho y la otra creo que es secretaria del imbécil
del presidente. Se ve que para mi hermano la única manera de mantener a los hombres
despistados es con mujeres, y no se equivocó, tú no has aportado absolutamente en nada a
nuestra causa.

-Yo ayudé aquí -se excusó Pablo.

- ¿Aquí? No hiciste una mierda -dijo Calavera, observando con malicia a Pablo-. Puedes empezar
a hacer algo bueno por tu vida y revisar los pisos, ¡Ahora!

- ¡Si señor! -dijo Pablo y junto con otros soldados de la Nación Oscura, se dirigieron hacia las
escaleras.

-Tenemos que salir de aquí -ordenó Franco, colocándose de pie-. ¡Sígueme!

Franco y Rex bordearon las esquinas del suelo hasta poder llegar a la salida que daba a las
escaleras. Escucharon varios pasos en la planta de abajo, por lo que resolvieron ir al lado opuesto
y continuar ascendiendo. Al final del trayecto se toparon con una puerta que daba a la terraza. El
cielo ya se encontraba oscurecido cuando salieron y las nubes grises abundaban en el paisaje.

-No tengo nada para trancar esta puerta -informó Franco-. Tendremos que actuar rápido antes
que suban

- ¡Esa hija de perra de Patricia! -Vociferó Rex, enfadado, pateado la antena de acero-. Cuando la
vea la mataré y también a ese hijo de perra de Calavera.

- ¡Cálmate! Primero tenemos que salir de aquí y no veo ninguna forma de hacerlo -comentó
Franco, inspeccionando las orillas en busca de alguna escalera de emergencia-. No hay nada.
Estamos atrapados, ellos vendrán en cualquier momento.

- ¿Qué haremos? -Inquirió Rex, quien también se puso a la labor de buscar algo para asegurar su
escape, pero sin buenos resultados-.

En ese momento, se escuchó un sonido seco, como un disparo ahogado sonando a la distancia.
Luego otro sonido impactó cerca de su posición. Franco se asomó al borde de la terraza. Ya
había revisado antes en ese lugar y no había visto lo que sus ojos le mostraban ahora. Un grueso
cable de acero estaba clavado firmemente en el muro. La trayectoria del cable cruzaba a lo largo
hasta el edificio de enfrente, donde una pequeña figura alzaba sus manos sacudiéndolas con
entusiasmo.

- ¡Es Anna! -Exclamó Rex-. La había olvidado por completo.

-Yo no. Pero pensé que no vendría por nosotros.

- ¡Ahí hay dos! -gritó uno de los oscuros, mientras comenzaba a abrir fuego contra Rex y Franco.

Ambos se cubrieron de los disparos posicionándose detrás de la torre de acero y devolvieron el


tiroteo.

- ¡Habrá que saltar! -dijo Franco, mientras se quitaba su cinturón y se dirigía al borde del edificio,
aun disparando-.
- ¡Espera, yo no tengo cinturón!

- ¡Usa tu gorra! -dijo Franco y se arrojó al vació sin vacilar. En el aire, cruzó el cinturón por el
cable y comenzó a descender velozmente.

-No usaré mi gorra -contestó Rex, para sí mismo mientras continuaba disparando. Su sexta bala
ya se había agotado. El joven mecánico se quitó su chaqueta y la enrolló. Se acercó a la orilla del
edificio y dio el salto de gracia.

Apenas pudo cruzar su chaqueta por el cable para poder tomarlo con su otra mano. El descenso
fue intenso y veloz. El aire golpeaba fuerte y la fricción comenzaba a desgarrar poco a poco su
chaqueta. Escuchó un disparo pasar muy cerca de él, eran los oscuros. Rex aguantó colgado
hasta el último momento y saltó adentrándose en un balcón donde lo esperaban Franco y Anna.

Al aterrizar, Anna utilizó su fusil para reducir de un disparo al soldado oscuro. Esperó un momento
hasta que el otro también se asomara a la orilla, y fue necesario un micro segundo para que su
cabeza estallara en pedazos, por un proyectil más de la muchacha. Anna comenzó a hablarles en
lenguaje de señas apresuradamente. Rex tuvo que pedirle que repitiera todo de nuevo para
comprender lo que quería decir.

-Dice que ella los vio y no pudo hacer nada. Nos está pidiendo disculpas por no actuar -tradujo
Rex, quien se encontraba sentado en el suelo-. Dijo que si disparaba, iban a dispararse.

Anna negó con su cabeza y repitió las señas.

-Ah, no. Dijo que si ella disparaba, ellos le dispararían.

-No te preocupes Anna, hiciste lo correcto -comentó Franco, sin darle importancia. Por su ayuda
ahora estaban vivos-. Ahora debemos volver a la Nación Escarlata.

Anna volvió a realizar unas señas, preguntando que ocurría.

-El presidente está en peligro. Patricia es la infiltrada -dijo Franco.

-Calavera también comentó algo de que había alguien que capturaría a Zeta -añadió Rex-.
¿Crees que sea Abigail?

Franco desvió la mirada, pensativo.

-No lo sé. Pero se lo preguntaré a Patricia -dijo, chocando la palma de su mano con su puño-.
Cuando le arranque todos los dientes de su cara.
Zeta estaba impaciente. Caminaba de un lado a otro en aquella reducida habitación amurallada,
de rejas electrificadas.

- ¿Podrías quedarte quiero? Me alteras -inquirió Samanta, sentada en un rincón alejada de la


puerta.

Zeta se acercó hasta ella y tomo asiento a su lado.

-Hay que encontrar una manera de salir de aquí, Sam -susurró el joven-.

-No la encontrarás dando vueltas -respondió la muchacha desganada, sin hacer contacto visual.

- ¿Qué te pasa? Te veo pensativa.

-Nada...

-Sam -insistió el joven.

La oji verde alzó su mirada furiosa hacia Zeta.

-Ese pendrive que Abigail mencionó, ¿de dónde lo sacaste?

- ¿A qué viene eso? -inquirió Zeta, desviando el tema.

-Quiero saberlo, y quiero la verdad, por favor -la muchacha transmitía una mirada intensa y seria.

Zeta desvió su vista, sin responder. Consumido en sus pensamientos. Samantha se hartó de la
espera, ya estaba muy cansada por lo que decidió despejar todas sus dudas de una buena vez.

-Quiero saber si lo conseguiste en la Nación Militar.

Zeta abrió sus ojos como platos, ciertamente no esperaba ese tipo de afirmación.

- ¿No es más lógico pensar que la robe de la Nación Oscura? ¿Por qué piensas que la conseguí
allá?

-Respóndeme primero y yo también lo hare.

Sus miradas se chocaban con intensidad. Unas miradas que escondían algo y que ambos
estaban dispuestos a averiguar lo qué era.

-Lo robe de ahí, de la Nación Militar -admitió Zeta, su mirada seguía fijada en la muchacha-. Te
toca.

-Lo imaginé.

- ¿Cómo? -preguntó el muchacho.

-Porque ese pendrive es mío.

- ¿Qué? -Zeta no podía disimular su asombro- Explícate bien, ¿Cómo que es tuyo?

-Bueno, no mío en realidad. Es de mi madre -admitió la joven.

-Tú eras de la Nación Militar...


-No. Estábamos secuestradas ahí dentro. Franco me ayudó a escapar un día y jamás volvimos -
comentó Sam, apagando su voz-. Ese lugar es horrible -La muchacha volvió la vista a Zeta-. Tú
nunca mencionaste que estuviste en la Nación Militar.

-Tú lo has dicho... ese lugar es horrible. Pero volviendo al tema, si el pendrive es tuyo ¿Por qué
no lo abres?

- ¿Crees que no lo intenté? Max...-La joven suspiró. Ya estaba cansada de los secretos-. Es
decir...mi tío y yo intentamos todas las claves posibles para poder abrirlo y no hay caso.

- ¿Es tu tío?

La joven asintió.

- ¿Y tampoco sabes lo que hay ahí dentro?

-Podría haber cualquier cosa. No lo sé.

-En fin... ¿Y tú mama? Ella podría saberlo -cuestionó Zeta.

-Ella está muerta -dijo Sam en un hilo de voz apenas audible.

-Lo siento.

-Está bien.

- ¿Por qué quieren el pendrive de tu madre?

-No lo sé.

- ¿Cómo no puedes saberlo? -Inquirió Zeta, alzando la voz-. Es tú madre.

-Créeme que te lo diría si supiera algo, pero estoy tan perdida como tú -contestó Samantha, de
mala gana.

Zeta respiró profundo.

-Mira, perdóname. No quería presionarte.

-No importa. Lo que me preocupa ahora es Abigail, no tenemos que dejar que llegue a la Nación o
será el fin -señaló Sam, angustiada.

-Abi mencionó otro infiltrado cercano al presidente -añadió Zeta-. Por lo que sabemos puede ser
Patricia, ella está siempre con él y sabe sus movimientos. Pero a juzgar por tu expresión de hace
unos momentos, creo que tienes a otra persona en mente ¿no es así?
Samantha negó con su cabeza.

-No lo sé bien. Estoy confundida ¿Cómo ella podía saber que era familiar de Max? El me prohibió
decírselo a los demás por seguridad, decía que algún enemigo podría atacarme si sabían que yo
era sobrina del presidente -confesó Sam, acomodándose la colita de su cabello-. Fue muy estricto
en ese sentido, y ni siquiera patricia lo sabe.

- ¿Hay alguien que lo sepa que se lo pudo decir a Calavera?

Sam guardó silencio, meditando su respuesta.


-Por más que no me agrade la idea, el único que lo sabía era Franco.

- ¿Y piensas que él pudo ser el otro infiltrado? -inquirió Zeta, con un atisbo de rabia al pensar en
ese sujeto. Si tenía alguna prueba, por más minúscula que fuese, juraría que le arrancaría la cara
de un golpe.

-No lo sé...-La joven recordó su última discusión con su novio y una mueca de angustia se dibujó
en su rostro-. Él nunca me contó sobre Calavera y ese escuadrón de la muerte al que perteneció.
No entiendo porque me lo oculta todavía.

-No necesito escuchar más - dijo el muchacho colocándose de pie-. Si él es el infiltrado, lo


descubriremos ahora.

- ¿Qué piensas hacer?

- ¡Hey hijo de puta! -Gritó Zeta, dirigiéndose a la puerta-. ¡Ábrela ahora o la romperé aunque me
cueste la vida!

Emilio se colocó de pie ante el desafío del muchacho y se acercó hasta las rejas.

-Me encantaría ver como lo haces -respondió esbozando una sonrisa.

Zeta tensó sus músculos, ya estaba cansado de estar ahí atrapado sin poder hacer nada. La
Nación corría peligro y era mayormente por culpa suya. Sus puños se cerraron, su mirada se fijó
en las rejas. El joven tomó carrera y se lanzó en una embestida contra la reja de la puerta. La
electricidad recorría una vez más su cuerpo, arrojándolo al suelo nuevamente. En ese momento
las luces centellaron, la tensión de luz había bajado por ese golpe. Podía hacerlo, solo necesitaba
causar un cortocircuito y podría salir de ahí.
Volvió a colocarse en posición. Samantha intentó advertirle que no lo hiciera de nuevo pero era
tarde, el joven ya se había lanzado nuevamente hacia las rejas. El impacto duró más esta vez,
casi no logra despegarse de la electricidad, pero su plan estaba funcionando. Las luces habían
bajado mucho más que la vez pasada, solo necesitaba un golpe más. Su cuerpo estaba
debilitado, la electricidad le provocaba retorcijones en todo su ser, tenía severas quemaduras en
sus brazos y su hombro, pero no podía permitirse frenar ahora.

En todo su trayecto hasta este momento, nadie había vacilado ni un solo instante. Roni no vaciló
cuando atacaron la Nación Oscura, o cuando volvió por Elías; ni Lara, cuando se enfrentó a su
padre, y cuando desobedeció las advertencias que Zeta le había dicho para que no lo ayudara, y
lo hizo de todos modos; tampoco lo habían hecho Matías, cuando apartó a Zeta para salvarlo del
decapitado, dando su vida por él; o Noelia, quien soportó un infierno estando infectada; Leo no
vaciló al enfrentarse al titán y llevárselo para que sus compañeros vivieran un poco más; Marcos
no vaciló al dar su vida hasta el final, luego de incluso perder una mano en el camino; inclusive
Claudia, ella no vaciló al momento de electrocutarse a ella misma para salvar a todos en la
división de Parkour. Todos habían dado lo mejor de sí hasta el final, sin dudarlo un solo instante,
sin cuestionarse y sin mirar atrás.

Él era Zeta, el señor de los zombis, y no vaciló al arrojarse nuevamente a las rejas.

Las luces volvieron a centellar y los focos explotaron, las rejas dejaron de dar electricidad y el
cuerpo de Zeta cayó al suelo. Samantha fue en su ayuda pero un disparo de Emilio la alejó del
joven.

- ¡Sí que eres masoquista, niño estúpido! Y tú quédate donde estas, preciosa. Parece que tendré
que amordazarlos -dijo el sujeto, abriendo las puertas de las rejas-. Mantén tus manos arriba,
Sam-. Emilio pateo el adolorido cuerpo de Zeta, que aún se encontraba inmóvil en el suelo-.
Parece que tú ni siquiera necesitas ser atado-. Emilio apuntó con su fusil a la muchacha-. Ponte
de espaldas y arrodíllate.
-Tú arrodíllate, enfermo -dijo una voz, tras Emilio.

Lo siguiente que el hombre sintió en ese momento fue un gran pinchazo de dolor en su pantorrilla
derecha, lo que provocó que se agachara, para extraer un cuchillo clavado en su pierna. Luego,
detrás suyo saltó una persona, no aparentaba ser muy pesada para su cuerpo, porque pudo
volver a colocarse de pie fácilmente. Pero en ese segundo, un brazo bordeó su cuello y una
navaja hundió su hoja justo debajo de su mentón. Emilio gimió de dolor, intentó resistirse a su
muerte, pero no pudo soportarlo, ya había llegado. El hombre cayó en un golpe seco al suelo.

Samantha se encontraba completamente impresionada. No por el hecho de que Emilio hubiese


muerto, sino por el hecho de que su asesino había sido nada más y nada menos, que un niño.

El niño se quitó su capucha azul dejando a la vista su rostro. Aparentaba unos diez años de edad,
con unos brillantes ojos celestes y de un cabello castaño enrulado y alborotado. El chico
desenfundó un arma y apuntó directamente a Zeta.

-Hasta que por fin te encuentro, maldito hijo de puta. No te vas a escapar esta vez -La voz del
niño sonaba segura, como si hubiera esperado por este momento toda su vida-.

Zeta apenas podía moverse, su cuerpo todavía acarreaba las consecuencias de los golpes
eléctricos, pero pudo reconocer al chico al primer contacto visual.

-Esteban...-Musitó Zeta, esbozando una sonrisa-. Estás vivo.

-Pero tú no lo estarás ¡Maldito! -Expresó Esteban, en un ataque de ira-. ¡Mataste a mis padres, a
Leo y a Érica! ¡Jamás te lo perdonaré!

Zeta aclaró su garganta.

-No...-El joven se vio obligado a toser-. Yo no los maté.

- ¡Mientes! -Esteban se encontraba fuera de sus cabales. Su rabia acumulada era inmensa y toda
se dirigía hacia Zeta-. Te los llevaste, los mataste a todos y después te marchaste solo.

-Yo...te busque por todos lados -dijo Zeta, intentando sentarse-. Fui a ese hospital durante días, te
busque en los alrededores y en toda esta ciudad. No sabía que estabas aquí o hubiera venido a
hablarte.

- ¿A hablarme de qué? ¿De cómo nos abandonaste en ese hospital infestado de monstruos? ¿De
cómo usaste a mi familia para sobrevivir?

-Eso no fue así, Esteban...-Zeta ya había logrado mantenerse sentado en una posición firme. Pero
su mirada buscó el suelo al hablar de Marcos-. Tu padre... Murió para que yo pudiera vivir, él ya
no podía seguir y le prometí que te protegería-. El joven alzó su vista. Esteban se sorprendió,
nunca se esperó ver al asesino de sus padres llorando frente a él-. Pero no pude hacerlo. No
pude protegerte y tampoco pude proteger a tus padres, pero...-El joven se secó sus lágrimas, su
voz sonaba entrecortada por su llanto-. Si me das una oportunidad... no solo te protegeré a ti,
déjame proteger a mis amigos. Están en grave peligro Esteban, necesito salvarlos.

- ¿Piensas que voy a creerte?

-Es verdad -añadió Sam, dando un paso al frente-. Yo conozco a Zeta, él nunca haría nada malo
contra nadie. Cuando volvió de esa misión, lo primero que hizo fue contarme la desgracia que
ocurrió en ese hospital y lo muy mal que se había sentido por no poder haber hecho nada.
-Lo lamento mucho, Esteban -se disculpó Zeta, mirándolo a los ojos-. Sé lo mucho que habrás
sufrido.

- ¡No lo sabes! ¡No tienes idea de lo que tuve que pasar!

-Si lo sé -el joven, poco a poco iba colocándose de pie-. Yo pasé por situaciones similares, pero lo
último que quiero es hacerte daño, y jamás quise que tus padres murieran. Yo le hice una
promesa a Marcos, y si tú me lo permites, voy a cumplirla.

Esteban observó a Zeta con confusión. Sus palabras sonaban sinceras y su mirada transmitía
confianza. Pero el hecho de que sus padres habían muerto aún le dolía en el alma. Su mente no
sabía si era correcto confiar en ese muchacho o no, pero sus opciones eran escasas, su grupo
había sido aniquilado sin compasión y solo quedaba él para sobrevivir por su cuenta. Esteban
comenzó a bajar su arma, inseguro.

-Tu padre te amaba. Él quería que te transformaras en un hombre e hicieras lo correcto, y ahora
tienes la oportunidad para hacerlo. Acompáñame y ayúdanos a salvar a la Nación Escarlata.

Esteban meditó su respuesta. Su mente se encontraba en conflicto, su propósito en la vida luego


de la muerte de sus padres era asesinar a quien los había matado. Pero al encontrarse con la
realidad y descubrir que esa persona no resultaba tan mala, que incluso parecía alguien
bondadoso y confiable, provocó en Esteban una amarga sensación en su pecho. Su corazón
deseaba venganza, pero ahora se daba cuenta que estaba mal canalizada. No debía vengarse de
Zeta, él no había tenido la culpa, su venganza debía ser hacia los monstruos. Esos detestables
seres que llegaron al mundo para provocar caos y miedo. Esteban sentía gran rabia hacia ellos,
los quería muertos a todos. Pero también necesitaba un grupo en el cual sobrevivir, para así algún
día presenciar la muerte del último de los zombis con sus propios ojos.

-Bien. Lo haré -decidió el niño.

-Haces lo correcto, Esteban -dijo Sam, posando su mano en el hombro del niño-. Te lo
agradecemos.

-No te defraudaré -dijo Zeta, con seguridad y temple-.

-Entonces, movámonos rápido -comentó Sam-. Abigail ya se nos adelantó mucho.

Zeta se dirigió al cuerpo sin vida de Emilio y tomó sus armas y las de Sam.

-No tenemos que dejar que Abigail infecte a nadie, o todo se terminará muy rápido.
Samantha sacó de una bolsa de cuero que llevaba, un mapa de la región, donde se mostraban los
vehículos escondidos por la ciudad. Comenzó a revisar los distintos sectores donde podría hallar
un transporte cercano.

-Tenemos suerte, hay una camioneta a unas cinco calles de aquí. Si nos apresuramos podremos
llegar a tiempo -comentó la muchacha.

- ¿Camioneta? -inquirió Esteban, rebuscando algo entre sus bolsillos, donde extrajo una pequeña
llave dorada, que mostró a ambos - ¿No prefieren ir en un Ferrari?

Sam y Zeta cruzaron miradas de sorpresa.

- ¡Eres genial! -Exclamó Zeta, con felicidad-. Llegaremos en un parpadeo.

-Eres el mejor, Esteban -Lo alagó Sam-.


-Lo sé, gracias -dijo, dándole las llaves a Zeta-. Por cierto, ¿ustedes son novios o algo así?

Ambos alzaron sus cejas y cruzaron sus miradas con un atisbo de vergüenza.

- ¿Por qué lo preguntas? -cuestionó Zeta.

-Hacen buena pareja, ustedes dos -respondió Esteban, saliendo de la habitación para dirigirse al
ascensor.

Zeta sonrió ante la ocurrencia de Esteban. Luego, observó a Sam.

-Sabes, hablando de ser pareja... ¿No me debías un beso?

- Te lo daré si salimos vivos de esta-dijo Sam, divertida mientras salía de la habitación tras
Esteban.

Zeta suspiró en una sonrisa y comenzó a trotar lentamente hacia la salida. Los dolores de su
cuerpo aún estaban presentes.

- ¡Espérenme!
Tenía mucho frio. Al caer la noche, las viejas celdas se volvían un congelador, pero él ya estaba
acostumbrado a vivir así. Ya había perdido la cuenta de los días que había pasado en esa fosa,
encerrado como una rata. Cada día la comida venía más escasa a su celda, quizás era porque
alguien se la comía antes de entregársela. Su cuerpo había adelgazado bastante, podía sentirlo al
ver los huesos de sus costillas entre su piel. Juan, en toda su vida como mecánico, nunca imaginó
que terminaría en un lugar así.

Un portazo se escuchó a lo lejos de su celda. No se molestó en moverse de su desgastada litera,


pero si alertó sus sentidos, después de todo, el horario de comida ya había pasado hace un par
de horas. Quizás finalmente habían escuchados sus reclamos y alguien venía a reparar el
pequeño y podrido retrete de madera, que se inundaba cada día que lo usaba.

Juan escuchó el sonido de unos pasos acelerados aproximándose y deteniéndose justo frente a
su celda. Sus cejas se arquearon al ver a una hermosa chica detrás de las rejas.

- ¿Tu vienes a reparar el retrete?

- ¿Tu eres juan verdad? Calavera me habló sobre ti, tiene planes muy importantes contigo -dijo la
muchacha de cabellos castaños y rubios, mientras abría la celda con una llave-. Vamos, es hora
de irnos.

Juan no creía lo que sus ojos veían. Se alzó raudo de su litera y se aceró a la puerta.

- ¿En serio? ¿Estás con Calavera? ¿Me sacarás de aquí? -preguntó Juan con voz temblorosa.

-La puerta está abierta, vámonos -dijo la muchacha, amagando para irse-. Oh, si... se me
olvidaba, Calavera me dijo que te diera esto -dijo la joven, mostrándole su collar.

- ¿Qué es eso? ¿Se lo tengo que dar a alguien? -preguntó Juan confundido, acercándose a ella.

Abigail, quitó una diminuta tapa del collar la cual lo transformó en una diminuta jeringuilla. Luego
observó a Juan con desprecio.

-Si, a ti -La muchacha clavó la jeringa en el cuello de Juan, e inyectó el líquido en su cuerpo.

Juan se arrojó al suelo violentamente. Lo que sea que le habían dado, estaba recorriendo cada
parte de su interior quemándole como lava. El dolor que su cuerpo experimentaba era
insoportable. Sentía como su cabeza estallaría en cualquier momento. Quería parar el dolor, gritó,
gimió y se retorció por todo el suelo.

-Espero que Patricia tenga razón -dijo la joven, mientras se alejaba del lugar rápidamente.

Juan siguió padeciendo su agonía durante unos segundos que se hicieron eternos. Sus manos ya
no tenían control alguno, se disparaban hacia todos lados, rasgaban todo a su alcance, sus uñas
se cortaban haciéndose sangrar la yema de sus dedos. Su boca comenzó a dolerle por dentro,
como si un camión pasara una y otra vez por encima de su cara. Escupió un diente, luego otro
más. Su boca era completamente roja ahora. Ya no aguantaba el sufrimiento, tenía que hacerlo el
mismo. Con sus manos, comenzó a quitarse cada uno de sus dientes. Golpeando su cara contra
el concreto, para facilitar el trabajo. Luego de una ardua tarea como dentista casero. Sentía como
si espinas salieran de su boca.

Nuevamente volvió a gritar. Ya no tenía conciencia si estaba muerto o vivo, solo sentía dolor y
agonía. Su visión empezaba a fallar. Veía como unas manchas negras comenzaban a obstruir su
visión gradualmente, hasta ya no ver más que penumbras. Pero había algo bueno en todo esto,
su dolor comenzó cesar, su cuerpo se debilitó y se desparramó en el suelo. Finalmente había
muerto.
Y en ese momento, Juan abrió sus oscuros ojos, y mostró sus cuatro aterradores colmillos en un
gruñido enfurecido.
Zeta ingresó a la nación luego de abandonar el Ferrari. Junto con Sam y Esteban, caminaban bajo
los reflectores de luz que iluminaban el patio de la Nación Escarlata, con rumbo directo al
despacho del presidente. Tenían que avisar con urgencia lo que habían descubierto sobre Abigail,
pero en ese momento, algo se cruzó en sus caminos, algo que hizo que Zeta desviara su trayecto
y corriera directamente hacia él.

Franco volteó, pero ya era demasiado tarde, Zeta había comenzado la plática con un fuerte golpe
que dio en medio de su cara.

- ¡Tú eres el infiltrado, hijo de perra! -bramó Zeta, furioso. Asestando otro golpe más y tumbando a
Franco, quien no opuso ningún tipo de resistencia.

Rex tuvo que alejar a su compañero por la fuerza, para que no siguiera matando a Franco.

- ¿Qué mierda te pasa? -Franco se alzó como un relámpago, y atravesó a Zeta con una mirada
fría-. ¿Crees que yo soy el infiltrado?

-No lo creo -respondió Zeta, aun forcejeando para escurrirse de Rex-. Sé que lo eres.

-Suéltalo, Rex. Le romperé la cara -dijo Franco, arrojando su equipo al suelo para alivianar su
peso.

- ¡Zeta tranquilízate! Franco no es el infiltrado -acotó Rex, empujando a su amigo para alejarlo
definitivamente-. ¡No es él! Ya sabemos quién es la infiltrada...

-Abigail.

-Patricia.

Rex y Zeta arquearon sus cejas, luego de nombrarlas al unísono.

- ¿Cómo que Patricia? -preguntó Samantha.

-El asedio a la torre fue un desastre, todos murieron... Incluso Jin -comentó Rex, con disgusto.

Sam se tapó la boca involuntariamente, sus verdes ojos denotaban una fuerte angustia.

-Mierda...-musitó Zeta, digiriendo la amarga noticia-.

-Nosotros tres apenas pudimos sobrevivir. Pero antes de marcharnos pudimos escuchar a
Calavera mencionar que la infiltrada era la asistente del presidente -explicó Rex-. No hay otra, que
no sea Patricia.

-Y parece que ustedes saben algo más sobre la chica nueva -intuyó Franco, limpiando un poco de
sangre de su labio-.

-Abigaíl nos traicionó -comenzó a decir Sam, aún contrariada por las muertes de sus
compañeros-. Ella y Emilio nos encerraron, pero gracias a él, pudimos escapar -Sam señaló a un
niño a su lado.

- ¿Cómo te llamas, chico? -Preguntó Rex-.

-Esteban -respondió el niño.

- ¿Ese Esteban? -preguntó el joven mecánico con sorpresa a su compañero. Zeta asintió-. Dios,
él me habló mucho sobre ti... Siento lo de tus padres, pero, ¡qué alegría que estés vivo!
Esteban observó a Rex sorprendido y luego a Zeta. No pensaba que en verdad a alguien le
importaba su vida, mucho menos la persona que creía que había matado a sus padres.

-Gracias.

En ese mismo momento, las luces de toda la nación se apagaron, sucumbiéndola en una
obscuridad total.

- ¿Qué mierda está pasando? -Inquirió Franco, encendiendo su linterna-.

-Sam, no tenemos tiempo -advirtió Zeta-.

-Tienes razón. Chicos, ¿alguno ha visto a Abigail? Tenemos que impedir que comience un
desastre y por como veo, no falta mucho para eso.

-No, llegamos hace muy poco -respondió Rex-.

-Entiendo, la buscaré fuera por las habitaciones -dijo Sam, alejándose del grupo.

-Usa esto -dijo Rex, ofreciéndole una linterna-.

-Yo iré por el presidente y mataré a la perra de Patricia -dijo Franco con severidad. Pero justo en
ese momento, un escalofriante grito de miedo se escuchó cercano a ellos.
Una mujer y dos hombres se encontraban próximos al sector del comedor. Todos se retorcían en
el suelo de forma estrambótica, gimiendo y gritando. Una sombra se vio alejarse fugazmente del
lugar, para alcanzar a un centinela. Las miradas de Zeta, Franco y Rex, volvieron a dirigirse hacia
las tres personas que estaban retorciéndose. Sus semblantes cambiaron drásticamente al ver que
ya no estaban en el suelo.

Más alejado del lugar, una serie de gritos y disparos comenzó a resonar. Un cortador asesinaba a
diestra y siniestra a un grupo de centinelas; un nocturno se encargaba de morder y trasformar a
más gente y un zombi Parca se paseaba en cuatro patas por el patio a toda velocidad, buscando
una presa para devorar.

- ¡Mierda! -Exclamó Zeta-. Empuñando su arma.

-Si crees que eso es malo...mira allá -señaló Rex, hacia el centinela que había sido mordido.

Un enorme zombi de tres metros aterrorizaba a todos, golpeando y destruyendo lo que tuviera a
su alcance. Los muchachos prepararon sus armas y su equipo. Rex se alejó para intervenir entre
el zombi Parca y la cocinera de la nación, dejando a Franco y Zeta solos.

-Escucha...-comenzó a decir Franco, pero Zeta no lo dejó continuar-.

-Lo sé, no me fui -dijo-. Pero no me importa. Si vas a contar mi secreto y lo que leíste en el diario,
puedes hacerlo -Los ojos café del muchacho transmitían seguridad y convicción-. No me
importará. Yo empecé con esto y yo voy a terminarlo.

Franco guardó silencio, mientras observaba a Zeta, sus palabras eran certeras y él supo verlo.

-Lo entiendo, Zorro -dijo Franco, con voz pasiva. Una voz que jamás había usado cuando hablaba
con él-. Es verdad que todo fue iniciado por tu culpa. Pero cuando escuché hablar a Jin, antes de
que Calavera lo matara, me di cuenta que todos en la Nación Escarlata decidieron cargar con ese
peso de todas formas. Rex, Anna, Sam, inclusive el presidente lo dijo: No entregaremos a nadie
de la nación.
-El presidente te ordenó leer mi diario.

-A pesar de eso, él no me dijo que te echara, lo hice por mi cuenta -admitió Franco-. Tienes que
aceptar que la curiosidad le ganó, solo quería saber el porqué de todo esto. Pero creo que ahora
veo todo con más claridad. Tú puedes sernos útil.

Zeta no pudo evitar sonreír.

-No entiendo cómo puedo ser útil, pero ayudaré en todo lo que pueda.

Franco le tendió la mano y le ofreció una sonrisa amistosa.

-Acabemos entonces con estos asquerosos bichos.

Zeta estrechó fuertemente la mano de su nuevo compañero y le devolvió la sonrisa.

-Pero...-continuó Franco-. Si vuelves a golpearme, te mato.

-Me lo debías por las dos veces que me noqueaste por la espalda.

-Bien -aceptó Franco, marchándose-. El señor de los zombis se encargará del grandote. Tú y yo,
nos iremos por aquí, niño -dijo dirigiéndose hacia Esteban-.
Esteban esperó dubitativo a la autorización de Zeta para seguir a Franco.

-Está bien. Ve con él, te mantendrá a salvo -aceptó el joven. Luego, encendió su linterna y apuntó
con su Beretta modificada a la nuca del titán-. Vamos a matar a estos hijos de...
-¿Es en serio? ¿Ambos? ¿Y están vivos?
-
Por supuesto que están vivos, ¿por quién me tomas?

-Me cuesta creerlo.

-Soy buena en lo que hago. Solo falta que tú termines tú trabajo y nos marchamos de aquí -dijo
Abigail, con brillo en sus ojos-. Y dile adiós a esta vida de mercenarias y hola a una nueva y
cómoda vida como reinas.

-Está bien. Es perfecto, todo está saliendo mejor de lo previsto -celebró Patricia, mientras se
dirigía al escritorio de Máximo-. Tú todavía tienes que infectar a alguien de la nación y creo saber
por quién empezar.

- ¿Por qué no lo hago con alguien que esté despistado? - Preguntó Abigail, recostada sobe el
marco de la puerta-.

-No. Tiene que ser a una persona aislada, si algún centinela ve la transformación le disparará y
nuestro plan se arruinará -comentó Patricia, mientras extraía de una cajonera, un manojo de
llaves-. Toma, esta es de la celda de Juan.

- ¿Quién es Juan?

-Es un prisionero. El único que tenemos -explicó Patricia, observando su reloj-. Estará solo así
que se te será fácil. Ahora apresúrate, Máximo no tardará en volver aquí y no puede verte.

- ¿En qué crees que se transformará? -preguntó Abigail, mientras abría la puerta y observaba
hacia los lados por si alguien se encontraba cerca.

-Será un nocturno.

Abigail enarcó una ceja, sorprendida.

- ¿Cómo estás tan segura?

-Tengo informantes, gente importante que sabe mucho de virología. Créeme, será un nocturno,
por eso tiene que ser él -dijo Patricia, segura de sus palabras-. Cuando logres infectarlo, sal de
ahí inmediatamente y reúnete conmigo. Yo me encargaré de trasladarlo hasta el patio principal.

-Está bien, pareces tener todo bajo control.

-Soy mucho más antigua que tú en La Guarnición -subrayó Patricia-. Sé lo que hago. Vete ahora,
Abigail.

Abigail, decidió marcharse pero antes de hacerlo se volteó y dijo sus últimas palabras a Patricia:

-Tienes cinco minutos para matar a Máximo.

Patricia cerró la puerta del despacho de Máximo y se dirigió hasta su escritorio. La computadora
portátil de Máximo estaba sobre el escritorio, en él, se hallaba el pendrive que había obtenido de
Zeta. Patricia lo desenchufo y se lo guardó. Luego, comenzó a revisar otro sector, bajo el
escritorio. Sabía que el presidente siempre guardaba su arma debajo de la cajonera izquierda, si
tenía que matarlo y deshacerse de él, debía hacerlo ahora. La mujer rebuscó minuciosamente el
arma, pero nunca llegó a encontrarla.

- ¿Dónde está? -preguntó irritada, para sí misma.


- ¿Buscabas algo?

Patricia se alzó rápidamente y fingió su mejor sonrisa al ver a Máximo en la puerta.

- ¡Señor presidente! No lo había visto.

-Patricia -comentó Máximo, mientras se acercaba bordeando la habitación por el lado derecho-.
¿Estabas revisando mis cosas?

-No, para nada señor. Solo ordenaba su escritorio -alejándose del camino de Máximo-.

-Creo haber escuchado que buscabas algo -comentó Máximo, mientras se acercaba a su
escritorio para cerciorar que todo estuviera en su lugar-.

-Solo una pinza de cabello que se me ha caído en algún lugar, ya sabe, son tan pequeñas que
parecen invisibles.

-Suenas nerviosa -declaró Máximo, tras su escritorio, clavando una mirada a su asistente.

-Para nada señor presidente, me asusté un poco al no escucharlo entrar, eso es todo -mintió la
mujer. Tenía que cambiar el tema de forma audaz-. ¿Sabe algo de la misión en la torre?

-Nada, de momento-contestó Máximo, tomando asiento de forma relajada y dejando su arma


sobre su escritorio-. Los muchachos no volvieron. Tampoco sé nada de Zeta y su grupo-. Máximo
torció el labio, confundido-. Patricia, ¿Dónde está el pendrive?

- ¿Qué pendrive? -inquirió, haciéndose la desentendida y acercándose al escritorio. Con la mirada


clavada en el arma-.

-El pendrive de Zeta -comentó Máximo, buscándolo entre unos papeles-. Estaba justo aquí.

Patricia vio clara su oportunidad. Era ahora o nunca.

-La mujer se agachó, simulando buscar debajo del escritorio y arrojó disimuladamente el pendrive,
justo detrás del asiento de Máximo-. Ya lo vi, está ahí justo detrás de usted.
Máximo giró su asiento y se le dibujó una sonrisa de satisfacción al encontrar lo que buscaba.
Odiaba perder las cosas. El hombre se inclinó para tomar el pendrive, pero algo le impidió volver a
alzar la cabeza. El frio del acero tocando su nuca lo alertó de lleno.

-Démelo -ordenó Patricia con brusquedad. Su farsa había acabado. Se sentía bien ser ella misma,
otra vez-. El pendrive, ahora, y más le vale no intentar nada.

Máximo prefirió no hablar y obedecer a su asistente, o ex asistente, viendo las circunstancias. La


mujer tomó el artefacto y retrocedió, su mirada no se despegaba de Máximo y su arma, no dejaba
de apuntarlo en ningún momento.

-No es personal.

-Por supuesto que no -dijo Máximo con temple, pero con una pisca de rencor en sus palabras-.
Solo quiero saber ¿Por qué?

-No lo entenderías.

-Pruébame.
-Lo siento, Máximo.

- ¿Cómo mentiste en el detector?

Patricia negó con su cabeza.

-Yo no soy de la Nación Oscura. Soy una mercenaria, trabajo por recursos.
Máximo hervía de rabia. No sabía cuál versión prefería menos, la Patricia de la Nación Oscura, o
la mercenaria. Solo sabía que en este momento odiaba ambas.

-Yo elegí mi bando -añadió la mujer.

- ¡Eso está claro! -El presidente había alzado demasiado la voz, intentó no volver a cometer el
mismo error otra vez, siendo que no era él quien tenía el arma-. Solo me interesa saber el motivo
de tu elección.

Patricia observó su reloj con preocupación. Apenas le quedaba un poco de tiempo hasta
encontrarse con Abigaíl otra vez. Tenía que actuar rápido.

-Tienes que saberlo, Max. Una vez entras en la mira de Alexander, solo tienes que esperar morir.
Esos sujetos no son poca cosa. Son peligrosos.

El presidente asintió, su semblante denotaba ofensa, esas palabras lo subestimaban y odiaba


eso. Se colocó lentamente de pie.

- ¿Por qué esperar hasta ahora? Podrías haber tomado el pendrive y haberte marchado hace
mucho.

-Porque tiene que ser ahora -fue lo único que respondió-.

- ¿Desde cuando trabajas para él? -Siguió cuestionando-. ¿Antes o después de acostarte
conmigo?

-Máximo, no te acerques, te lo ruego-. Imploró Patricia, alejándose-.

- ¿No responderás?

- ¿En serio quieres saberlo?

-Sí.

Patricia suspiró, agotada.

-Supongo que no hará nada que te lo diga -comenzó-. El día que Zeta decidió ir al hospital fui
contratada.

- ¿Por Alexander?

-No en persona, claro. Fue un mensajero, solo estuvo un día en la nación y se marchó -explicó la
mujer, volviendo a chequear su reloj-. Desde ese día tuve que tomar mi decisión. Yo ayudé a
Calavera con las localizaciones de los aliados. Informaba constantemente sobre los movimientos
que hacíamos. Ellos saben todo, Máx. Incluso la localización de la sede central.

- ¡Porque tú se los dijiste!


- ¡No tenía opción! Ellos son más fuertes, Max, tienes que entenderlo. Tarde o temprano, esto iba
a pasar.

-Veo que depositas mucha confianza en ellos.

-No tienes una idea de lo que son capaces.

- ¡Tú tampoco! -Máximo, se apresuró a tomar un cuadro que había en la pared y se lo arrojó a
Patricia. Luego, aprovechó el momento de confusión de la mujer para abalanzarse sobre ella.

El cuerpo de Máximo embistió al de la mujer, arrojándola de forma brusca al suelo. En ese


segundo, comenzó un intenso forcejeo por la posesión del arma. Máximo intentaba arrebatársela,
pero Patricia no iba a dejársela fácil. La mujer ejerció fuerza en su mano, quizás más de la que
quería. Un disparo repentino se escuchó resonar en la habitación. Fue entonces cuando Máximo
se detuvo. Ya no intentaba arrebatar el arma. Su mirada se encontraba fijada en Patricia.

El corazón de la mujer palpitaba con fuerza. Fue la única certeza que tenía que la bala no había
atravesado su cuerpo, pero si el de Máximo. El hombre derramó una gota de lágrima sobre el
rostro de la mujer antes de derrumbarse en el suelo. Patricia se apresuró para quitarse el cadáver
de encima. No quería cargar con su sangre en toda su ropa. Máximo comenzó a toser de dolor, su
cuerpo derramaba grandes cantidades de sangre. Patricia, apartó la mirada angustiada y no lo
pensó demasiado en abandonar la escena del crimen lo más rápido posible. Antes de salir le
dedicó una última mirada a su ex jefe y amante.

-Perdóname -susurró Patricia, cerrando la puerta.

- ¡Te tardaste, mujer! ¿Qué demonios hacías? -preguntó Abigail, esperando fuera del despacho.
Luego, la joven observó hacia su retaguardia, en dirección a las cárceles-. Ese sujeto saldrá en
cualquier momento, tenemos que apresurarnos.

Patricia no contestó, la situación de hace unos segundos aún la tenía shockeada. Quizás después
de todo si había cultivado alguna clase de sentimientos por el sujeto que acababa de asesinar.

- ¿Me estás escuchando? -insistió Abigail, interrumpiendo el hilo de pensamientos de la mujer.

-Sí, lo hago. Solo dame un momento -dijo Patricia sacudiendo su cabeza, mientras se dirigía hacia
la parte trasera del despacho-. Yo me hago cargo de Juan, tú intenta distraerlo.

- ¿Qué haces? ¿A dónde vas? -inquirió Abigaíl, preocupada. Pero su preocupación se transformó
rápidamente en miedo, cuando escuchó un fuerte bramido tras ella.

Al voltear lo vio: Tenebrosos ojos oscuros apuntándola; peligrosos colmillos pronunciados y


sangre por toda su cara. Al parecer la predicción de Patricia había sido certera, Juan ahora era un
nocturno. Pero eso no era bueno en este momento, pues el monstruo ya la había localizado y se
acercaba prudencialmente hacia ella.

Abi tenía su arma, podría usarla para salvarse, pero no era ese el plan que tenía en mente. Juan
debía convertir a más gente en zombis, para que toda la nación se derrumbase por dentro.
Matarlo ahora, no era opcional. Pero tampoco tenía idea de cómo retenerlo. Patricia la había
dejado sola, sin forma alguna de combatir a esa bestia sin asesinarla.

Lastimosamente para Abigail, el momento de pensar había acabado. El monstruo comenzó una
carrera violenta hacia ella. No tardó más de unos segundos en alcanzarla, Abi no ofreció
resistencia y cayó al suelo junto con la bestia.
El monstruo abrió su mandíbula, disponiéndose a clavar sus afilados colmillos en la piel de la
muchacha. Abigail ya había preparado su arma, no iba a morir tan fácilmente, pero decidió
esperar hasta el último segundo. El monstruo en cambio ya había esperado suficiente, acercó su
boca peligrosamente hacia la muchacha, y fue en ese momento, cuando todo se volvió blanco.

El monstruo se irritó. Una potente luz cegadora le daba de lleno en su rostro, lastimando
gravemente sus ojos. El nocturno tuvo que apartarse de Abigail, no soportaba tanta claridad en su
visión. Tenía que escapar hacia un lugar más sombrío. Retrocedió y se dirigió lo más rápido que
pudo hasta una puerta en arco que conectaba a un pasillo estrecho. Al llegar al otro lado, sus ojos
pudieron descansar. Ya no había luces y su visión volvía a ser la de siempre: Obscuridad intensa,
pero, algo estaba mal. Algo seguía irritándolo. Había siluetas yendo y viniendo, manando una
cálida luz naranja que bombeaba constantemente desde el centro de sus pechos. Ese latido
insoportable que desprendían esas siluetas lo fastidiaba, tenía que deshacerse de él. Tenía que
acabar con todos.

Irritado, el zombi nocturno se dirigió a toda velocidad hacia el cuerpo de un hombre, sintió
fructífero morder su brazo, los latidos de esa silueta molesta ya se estaban apagando, hasta
quedar en completa obscuridad. Tal como le gustaba. Su trabajo estaba hecho, no debía hacer
más. Pero en ese momento, una mujer bramó un grito aturdidor que lo sorprendió. Aunque no
demoró demasiado tiempo en hacerla callar y seguir con alguien más.

- ¡Levántate! Tenemos que irnos ahora -ordenó Patricia, alzando del brazo a su camarada-. Nos
escabulliremos por la salida trasera, en donde guardan todos los vehículos -explicaba Patricia,
mientras guiaba a Abigail a un tinglado, en la parte trasera de la nación.

- ¿Cómo lograste que se marchara? -preguntó la joven, aún con su corazón en la garganta.

-Corte las luces de toda la nación y encendí los reflectores del despacho de Máximo, los
nocturnos solo se mueven por la obscuridad, así que Juan tiene vía libre para ir donde quiera sin
molestarnos -explicaba la mujer, mientras ejercía fuerza para intentar abrir el portón del tinglado-.
Ayúdame aquí, ¿quieres?

-Eres buena -la felicitó Abigail, mientras entre ambas, deslizaban la puerta hacia un lado-.

-Bien -dijo Patricia, adentrándose en el tinglado. Una vez ahí, viro a su izquierda en dirección a un
pequeño galpón de chapa roja-. ¿Tienes la sintonía de la Nación Oscura?

-Ciento cinco, punto, cinco -recitó la joven, de memoria-.

-Perfecto -dijo Patricia, mientras le daba una radio que había extraído con anterioridad del
galpón-. Llama a Calavera, informa de nuestro estado. Yo mientras tanto, haré otra cosa.
Samantha había recorrido cada esquina de las habitaciones sin resultado alguno. La poca
iluminación que se apreciaba en la nación era de las linternas que solo unos pocos agraciados
podían darse el lujo de portar, mientras que el resto luchaba por sus vidas en una sanguinaria
batalla sin precedentes contra un ejército de zombis, que aumentaba cada segundo que pasaba.

La joven oji verde se encontraba en el segundo piso, en el pabellón de las habitaciones. Al no


poder encontrar por cuenta propia a su objetivo, no resolvió una mejor manera de hacerlo que
intentar preguntar a las pocas personas que se le cruzaban. La joven se acercó hasta una mujer
mayor, de cabello castaños enrulado y un poco pasado de peso, pero con una potente Magnum
aferrada a cada una de sus manos.

- ¿No has visto a Abigail? -preguntó Sam, siguiendo a la mujer, quien disparaba a diestra y
siniestra hacia cualquier dirección.

- ¡Solo veo monstruos muchacha! Y si no tuviera mis anteojos puestos probablemente te habría
confundido con uno, así que no estorbes.

Samantha hizo caso. Luego, se dirigió hasta un apresurado hombre que pasaba a toda velocidad
por las habitaciones, con un fusil en el brazo, y una niña ensangrentada en el otro.

- ¡Disculpe, señor...! -pero el hombre ni siquiera le prestó atención, continuó su recorrido rumbo a
las escaleras.

Samantha lo siguió por inercia, intentando encontrar más gente a quien preguntar de camino.
Pero en ese instante, un monstruo cortador apareció en medio de las escaleras. El hombre que
transportaba a la niña no tuvo oportunidad de defenderse, pero arrojo a la pequeña junto con Sam
para salvarla. El cortador hizo honor a su apodo y clavó sus zarpas en el torso del sujeto. La niña
gritó desconsoladamente al son del padre.

Samantha tomó uno de sus cuchillos de la correa que llevaba adherida a su pecho y se acercó
por detrás de la bestia, ensartándoselo con precisión en su cabeza. La niña comenzó un llanto a
los pies de su fallecido padre. Samantha se compadeció de la pobre, pero debía llevarla a un
lugar seguro cuanto antes, y por cómo iban las cosas, no veía lugar alguno dentro de la nación al
cual pudiese denominar como seguro.

La muchacha de ojos verdes se acercó a la niña y la tomo del brazo, la chica ofreció una pequeña
resistencia a no querer marcharse sin su padre, pero finalmente cedió.

Ambas continuaron bajando las escaleras hasta llegar al sector principal. El caos en la nación era
estrepitoso; las personas corrían de un lado a otro, gritando. Algunas de miedo, y algunas por el
estrés del enfrentamiento. La sangre y los disparos predominaban en el ambiente, el miedo era
visible en los rostros de las personas y las ansias de matar en los rostros de los muertos.
Samantha no tenía idea de que hacer o a donde dirigirse, todo el lugar parecía el escenario de
una auténtica guerra, nadie estaba seguro en ninguna parte.

- ¡Sam! -Esa voz la alivió, sabía que podía contar con su ayuda siempre que estuviera en aprietos,
y ahora lo necesitaba más que nunca-.

- ¡Franco!

- ¿Encontraste a Abigail, al presidente o a Patricia? -Franco escoltaba a Esteban y a unas cuantas


personas más, detrás de él-.

-No tuve suerte.

- ¿Probaste en su despacho?
-Me dirigía hacia allá, pero me topé con ella -señaló Sam, a la niña-. Tengo que refugiarla en
algún lugar, pero todo parece un caos-.

-Déjamela. Yo la llevaré a la enfermería, estamos refugiando a todos ahí, Esteban ayuda bastante
-Lo felicitó-.

-Ven -dijo Esteban, tomando la mano de la niña y luego se dirigió hasta los demás-. Todos
síganme, iremos a la enfermería.

-El chico se manda por si solo -comentó Franco, mientras los seguía con la mirada-. Ni bien me
desocupe de este caos, estaré contigo Sam. Pero primero, creo que el zorro necesita una mano
con ese grandote.

La oji verde asintió.

-Ayúdalo. Iré con Max.

-Ten mucho cuidado.

-Tú igual -Se despidió la oji verde y se dirigió a la puerta en arco-.

El pasillo la llevó al segundo patio. Donde se encontraba, en su izquierda, el despacho de


Máximo, y a su derecha, el sector de celdas. Unos cuantos metros más al fondo estaba el
tinglado, que daba lugar al estacionamiento donde ubicaban a todos los vehículos, y a la puerta
trasera, segunda salida de la Nación Escarlata.

Los sonidos de balazos y explosiones aún retumbaban a lo lejos, en el patio que había dejado
atrás. A su mente le costaba procesar la idea de que el lugar al cual había llegado a sentir como
su hogar, estaba siendo destruido sin piedad por esos horribles seres. Pero su preocupación
actual cambió radicalmente cuando entró en la oficina de Máximo.
Los ojos esmeraldas de la chica se cristalizaron al ver el cuerpo de su tío tendido en el suelo,
recubierto de un extenso manto de sangre que coloreaba de rojo el alfombrado del despacho.

- ¡Max! -Samantha se acercó como un rayo, dejando caer sus rodillas junto al cuerpo. Lo sujetó de
la cabeza, aún respiraba-. ¿Qué te pasó?

Máximo entreabrió sus ojos. Los parpados le pesaban y el dolor de la herida le escocía
tremendamente. Pudo lograr con gran esfuerzo llevar su mano su camisa para desprenderla y
dejar a la vista su chaleco.

-La bala pego en mi hombro, justo donde el chaleco no llega -comentó Máximo, con dificultad-.
¿Puedes creer mi suerte?

Samantha suspiró aliviada y se permitió sonreír.

-Al menos vivirás, eso es lo único que importa.

Máximo, logró con ayuda la chica, sentarse en una posición recostado sobre el muro.

- ¿Quién te hizo esto?

-Fue Patricia, Sam -contestó bajando la mirada, con un atisbo de impotencia en su expresión-. Se
vendió a la Nación Oscura.

Sam enarcó sus cejas, en una mueca de disgusto.


-Entonces Franco tenía razón -balbuceó Sam-. Y entonces no tenemos mucho tiempo. Si Patricia
y Abigail escapan, la Nación Oscura nos asediará sin compasión.

-Está bien. Creí escuchar que Patricia se fue en dirección a la playa de estacionamiento -comentó
Máximo, tomando su arma e intentando colocarse de pie con torpeza-. Iré contigo y...

- ¡No! Así como estás solo estorbarías -lo cortó Samantha con firmeza-. Irás con Franco, está en
la enfermería con los demás.

-Samantha, no voy a dejarte ir sola -insistió-.

-Entonces apresúrate y avisa a los demás -dijo la joven, mientras se dirigía a la salida-.
- ¡Sam! -Máximo alzó su brazo para intentar detenerla pero el dolor en su hombro hizo acto de
presencia inmovilizándolo, dándole tiempo a la joven oji verde de abandonar el lugar-. ¡Mierda!

La muchacha escuchó la puerta abrirse mientras se alejaba hacia el playón de estacionamiento.


Detuvo la marcha y volvió la mirada hacia su tío.

-Ten cuidado Sam -exclamó Máximo, tomando el camino opuesto-. Enviaré a alguien pronto.

Samantha solo asintió y retomó su marcha. Al llegar el portón ya se encontraba abierto,


un mal augurio se hizo sentir en su interior. La joven ingresó cautelosa y aferrada a su pistola. El
lugar estaba pobremente iluminado por unos faroles colgantes en forma de copa de baja calidad.
Sam no divisó nada raro en las cercanías, pero algo a lo lejos llamaba su atención. Unas voces.

Murmullos constantes y casi inaudibles le daban la certeza de que alguien más estaba en aquel
tinglado. Se dirigió rauda en puntas de pies hacia la parte trasera de un vehículo estacionado, con
la intención de acercarse lo suficiente para escuchar mejor.

- ¿Terminaste de hacer lo que te pedí? -preguntó Patricia, acercándose a Abigail.

-Sí, está hecho -informó Abi-. ¿Ya podemos irnos de aquí?

-Sí. Nuestro trabajo aquí está terminado -aceptó Patricia, mientras usaba una llave para abrir una
pequeña puerta roja de chapa que daba al exterior-. Te abriré el portón trasero desde fuera y
sacaremos un vehículo para buscar al muchacho y llevárselo a Calavera.

-Suena bien -dijo Abi, acomodándose su flequillo-. Solo espero que ese tonto de Emilio no haya
dejado escapar a esos dos.

- ¡Lamento decepcionarte! -dijo Sam con ímpetu, apuntando su arma hacia Abigail.

Patricia al verla decidió actuar rápido y cruzó la puerta a toda velocidad, dejando a su compañera
atrás.

-Estúpida cobarde -comentó Abigail entre dientes, mientras giraba lentamente hacia Sam. Al verla
fingió una sonrisa-. ¿Así que estas libre? Estimo que Zeta también lo está... ¿Verdad?

Samantha se acercó unos pasos a la muchacha, pero aun manteniendo una distancia importante.

-Eso no te incumbe -dijo Sam con frialdad-. Quiero que dejes todas tus armas, no quiero tener que
asesinarte.

Abigail alzó sus brazos, obedeciendo las peticiones de su contendiente.


-Está bien. Tú ganas, Sam -expresó la joven impostora, con una expresión y tonalidad amistosa-.
No haré nada, solo desabrocharé la funda.

- ¡Te estoy vigilando! Más te vale no intentar nada -dijo la oji verde, apuntando con total precisión
y un atisbo de nerviosismo.

-Está bien -continuó Abigail, mientras con una mano se quitaba la funda y la depositaba junto a
sus pies. Luego volvió a alzar su mano en la posición anterior-. Ya está, puedes relajarte.

-No me digas lo que tengo que...

Pero Sam no llegó a finalizar su frase. Abigail se arrojó al suelo de espaldas al mismo tiempo que
Samantha había respondido, distrayéndola por un segundo que fue crucial para que la impostora
tomase su arma del suelo y disparara con rapidez.

La bala no llegó a pasar ni cerca de Samantha pero fue suficiente para hacerle perder el control
de la situación. La joven se agazapó lo más rápido que pudo junto a una camioneta para
protegerse. Abigail se incorporó de manera veloz y volvió a disparar, para asegurarse que
Samantha no saliera hasta que pudo encontrar resguardo junto a un vehículo cercano a su
posición.

-Sabes que podría haberme marchado ¿verdad? -comentó Abigail, abandonando su tono
bondadoso-. Pero creo que voy a disfrutar matándote -dijo disparando nuevamente-.

- ¡Eres una hija de perra! ¡Yo confié en ti! -Expresó Samantha furiosa, disparando dos veces
consecutivas-.

- ¡Todos lo hicieron, querida! -Otro disparo que pasó muy cerca de la pierna de la oji verde-. Ese
era mi trabajo.

- ¡Debí haberme dado cuenta hace mucho! Zeta tenía razón al desconfiar de ti.

-Y fue gracias a ti que él volvió a confiar en mí, así que te agradezco eso -Abigail volvió a
disparar, impactando su bala contra la chapa de la camioneta-. Aunque debo admitir que también
tú fuiste una de las razones por las que ese idiota nunca se entregó a mí al completo. Parece que
tienes a todos los hombres de la nación a tus pies, ¿Eh Sami?

- ¿De qué hablas?

-Tú: Samantha Da Silva, la chica linda de la nación, la cual conquistó el corazón del intrépido
señor de los zombis.

Samantha sacudió la cabeza confundida.

-No sé de qué hablas -la joven oji verde intentó volver a disparar pero sus municiones ya se
habían agotado-. Mierda...

Abigail salió de su escondite para quedar totalmente al descubierto.

- ¡Vamos mujer! Sabes de qué hablo. Si tú crees que yo soy una manipuladora, tú no te quedas
muy atrás. Tienes al presidente, al líder y al mejor soldado comiendo de tú mano. Eso sí que me
revuelve el estómago. Te las das de inocente, pero eres toda una zorra.
Samantha se mordió los labios de rabia. Sabía que todas las palabras que salían de la boca de
esa mujer eran con la sola intención de hacerla enfurecer lo bastante como para salir de su
resguardo. Pero no era tan tonta, no pensaba hacerlo siendo que ya no le quedaba munición para
defenderse. Solo sus cuchillos de lanzamiento.
Abigail sonrió. Dejó su arma en el suelo y la pateo a algún lugar alejado. Luego, procedió a
extender sus brazos hacia ambos lados demostrando que no portaba otra clase de armamento.

- ¡Dije que disfrutaría asesinándote! -Comentó Abi, incitando a su contrincante a ponerse de pie-.
¡Así que ven aquí y arreglemos esto como mujeres!

Samantha dudó en salir, pero algo dentro de ella la movió a levantarse. No sabía si era su orgullo
o sus ganas de patearle la cara a esa mujer, de cualquier forma, ya no había vuelta atrás. Se
acercó hasta estar una distancia prudente. Sus miradas se chocaban en un intenso odio y
desprecio mutuo, que ambas morían por demostrarlo de la manera más violenta.

-Todo lo que le está pasando a la nación es por tu culpa -escupió Sam con frialdad-. ¡Y yo me voy
a asegurar de hacértelas pagar a todas!

Ni bien Samantha terminó su frase, desquitó toda su ira abalanzándose con rapidez hacia Abigail
perpetrando un feroz tacle. La aludida actuó con habilidad arrojando el peso de su cuerpo hacia
un lado y dejando que la velocidad de Sam le jugara en contra, arrojándola al suelo. La oji verde
giró de lado para luego colocarse nuevamente de pie, pero Abigail había sido más rápida,
efectuando una patada que desestabilizo a la joven arrojándola una vez más al pavimento.

Abigail sabía que para ganar en un enfrentamiento cualquier oportunidad es crucial y ella no
permitiría que su contrincante tuviera oportunidades algunas. Antes de que Samantha pudiera
alzarse del suelo la joven impostora tomó carrera para darle otra patada que terminó por romper
el labio de la muchacha.

Samantha se dejó tumbar, intentando descansar al menos una milésima de segundo, pero Abigail
no parecía tener intenciones de que eso ocurriera. Sujetó del cuello a la joven y alzó su puño al
aire para luego bajarlo en un rápido puñetazo. La oji verde recibió el golpe de lleno, pero utilizó su
mano para aferrarse al brazo de Abigail, luego con su otra mano libre tironeó a su contendiente
del cabello provocando que cayera junto con ella al suelo. Aprovechando la ventaja de la situación
y que tenía sujeta la cabeza de Abigail, Sam utilizó todas sus fuerzas para efectuar un rodillazo
que golpeó el lado derecho de su cara.

Ambas se alejaron rodando cada una por su lado y se colocaron de pie a la vez. El golpe de
Samantha había logrado aturdir a Abigail, rompiéndole su ceja derecha, la cual desprendía gran
cantidad de sangre. Pero a su vez, la oji verde había recibido un gran caudal de daño en su labio
inferior y parte de su rostro. Sus cuerpos ya traducían el agotamiento de la lucha, pero sabían que
solo era el comienzo.

Sam escupió sangre al suelo y alzó sus manos en una posición de defensa. Abigaíl fue la
atacante esta vez, se dirigió rauda hacía Sam tomando impulso justo antes de llegar a ella para
intentar efectuar una patada, pero la joven se apartó del trayecto. Abi quedó unos momentos de
espaldas a la muchacha, la cual aprovechó para intentar un ataque por detrás pero la impostora
fue más ingeniosa, realizando un potente codazo a la vez que giraba. El golpe llegó a Sam, pero
no fue suficiente para detener su carrera, la joven utilizó la inercia para empujar a Abi hacia el
capó de un vehículo.

Acorralada y sin salida, Abigail comenzó a recibir fuertes golpes desde múltiples direcciones sin
piedad alguna. La muchacha apenas podía ver de dónde provenía cada puñetazo de la oji verde,
utilizando únicamente sus brazos para escudarse. Samantha descargaba toda su furia en cada
golpe, gritando más fuerte por cada ataque que daba, pero llegado determinado momento la joven
tuvo que descansar por unos segundos.

Segundos que fueron entendidos por Abi como una oportunidad que no pretendía desaprovechar.
La joven alzó ambas piernas apoyando su cuerpo en el capó del vehículo y empujó a Samantha
pudiendo alejarla de ella. Pero las cosas no iban a quedarse así, Abigail fue a la carrera hacia
Samantha, se alzó en un elevado salto y con sus dos piernas realizó una patada doble que
impactó de lleno en el pecho de la oji verde.

Sam no pudo evitar gritar mientras se arrastraba por el suelo. La patada había sido tremenda,
sentía dolor en cada mísero rincón de su cuerpo. El golpe le había provocado una pérdida
considerable de aire en sus pulmones. Jadeaba con extrema dificultad, mientras apenas podía
observar como esa mujer se acercaba a ella de nuevo. La situación se había complicado para la
muchacha.

Abigail tomó nuevamente su arma del suelo, ya se había cansado de jugar con esa niña, era hora
de terminar su trabajo. Alzó su arma apuntando hacia Sam, pero justo en ese segundo, una
punzada de dolor se tradujo en su mano, provocando que su arma cayera al suelo.

Una de las cuchillas de Samantha se había clavado en su muñeca, Abigail insultó a los cuatro
vientos mientras se lo quitaba, derramando sangre en todo el lugar. Observó con rapidez a
Samantha, aún seguía en el suelo, con otro de sus cuchillos en la mano, dispuesto a lanzarlo.
Abigail no tuvo tiempo de reaccionar, la velocidad de Samantha al arrojar la navaja fue limpia y
eficaz, dando de lleno en el hombro de la impostora.

Otro grito desgarrador salió expulsado de la garganta de Abi. Samantha preparó su último cuchillo
y se lo lanzó directamente a la cabeza. Abigail no tenía oportunidad ni fuerza para evadirlo, así
que no tuvo más remedio que bloquear el ataque con su propia mano. La cuchilla atravesó de
lado a lado la piel de la impostora, quien de la cólera de la situación se arrancó el cuchillo con su
otra mano, desparramando grandes proporciones de sangre en todo su cuerpo.

El dolor ya se tornaba secundario a estas alturas para la muchacha, lo único que tenía en su
mente era asesinar a Samantha, y dado que ya no tenía ningún cuchillo para arrojar, la balanza
volvía a inclinarse a su favor. Abi se acercó tan lentamente como su cuerpo se lo permitió. Sam
por su lado, permanecía inmóvil, recostada en el suelo, esperando y midiendo cada movimiento
que la mujer hacía.
Abigail preparó la navaja, apuntándola hacia su rival.

-Vete al infierno, hija de...

Abigail dejó la frase en el aire y se abalanzó hacia Samantha, la oji verde esperó hasta el último
segundo para reaccionar y evadió el ataque echando su cuerpo hacia un lado. Con rapidez cruzó
su brazo por el cuello de Abigail y giro sus cuerpos dejando a su contendiente debajo de ella, pero
aún así no pensaba dejársela tan fácil. Abi aún tenía posesión del cuchillo y trazó un arco con su
brazo para clavar la navaja en la cabeza de la oji verde, pero la chica detuvo el impacto con un
fuerte golpe que hizo que la navaja saliera volando hacia cualquier dirección.

Ahora Abigail no tenía nada en su poder, o eso creía, Samantha tomó la navaja que todavía
seguía clavada en el hombro de la impostora y la estrujó con severidad causándole un tremendo
dolor. Arrancó con fuerza la navaja y sujetó el cuello de Abigail con su mano libre.

-Esto es por todo lo que nos hiciste...-susurró Samantha, con una mirada frívola clavada en los
ojos de Abigail-. ¡Esto es por la Nación Escarlata!

Eso fue lo último que la mujer escuchó luego de ver como Samantha incrustaba la navaja en su
cuello.
¡Señor presidente! ¿Se encuentra bien? -Cuestionó Rex, inspeccionado la herida en su hombro-.
¡Enfermera!

La enfermera acudió rápidamente a la puerta donde acababa de ingresar Máximo y le cedió un


asiento. La mujer ya había observado varias heridas de balas en sus años como enfermera, no
perdió tiempo en buscar lo necesario para el tratamiento.

-Estoy bien Xiobani -contestó el presidente tomando asiento-. ¿Viste a Franco por algún lado?

-Está afuera en el medio del caos con los demás, yo vine a refugiar a una anciana pero volveré
allá enseguida -se excusó rápidamente el joven, tomando rumbo a la puerta-.

-No espera -la voz de Máximo sonó más suave de lo que hubiera querido-. Tienes que buscar a
Samantha, puede que esté en peligro. Búscala en el playón de estacionamiento.

Rex enarcó una ceja.

- ¿Qué está haciendo allá?

-Fue a buscar a las traidoras, posiblemente estén todavía en la nación. ¿Podrías buscarla? No
hay nadie más aquí para hacerlo.

Rex asintió y dejó al presidente junto con la enfermera. Al salir se dirigió por el pasillo
directamente a la puerta que llevaba hacia el patio trasero. En el camino observaba la masacre a
su alrededor; el zombi titán seguía destruyendo todo a su paso, mientras los supervivientes
luchaban sin cansancio contra el innumerable ejército de muertos acechantes. Una bala pasó
zumbando muy cerca de su cabeza, al menos así fue como lo escuchó. Instintivamente se
agazapó mientras continuaba su recorrido evadiendo a un zombi parca que se abalanzaba
ágilmente hacia un superviviente. Rex lo habría matado, pero un centinela se le adelantó, para
luego continuar asesinando al superviviente recientemente infectado.

Rex siguió su marcha, cruzó la puerta en arco a toda velocidad y algo del otro lado lo obligó a
detenerse. Una veloz sombra pasó a toda velocidad justo frente a él y terminó por esconderse
detrás del edificio de las celdas. Rex se equipó inmediatamente con su Glock, las balas de su
Magnum ya se habían agotado y no tenía tiempo de reponerlas. Sabía que la velocidad de giro
que tenía con una pistola normal era menor a la que tenía con su revólver, pero de todas formas
decidió correr el riesgo.

El joven mecánico se acercó sigilosamente a la esquina de uno de los muros del edificio, donde
del otro lado no había más que un cono de oscuridad total. Deseaba tener una linterna ahora,
pero lastimosamente para él no era posible contar con ese lujo, por lo que su mirada recorría cada
esquina y rincón con suma concentración.

En ese segundo un crujido se escuchó próximo a él, su mirada ascendió siguiendo la procedencia
de aquel sonido y fue cuando lo vio. Juan, su antiguo compañero de trabajo en el taller de su
padre, se encontraba colgado de un muro, acechándolo con sus frívolos y oscuros ojos.

No tardó suficiente en lanzarse en picada hacia Rex, el joven mecánico no pudo completar su
ritual con su arma y ambos terminaron cayendo al suelo. Rex utilizó sus conocimientos sobre
Parkour para aplicar la inercia de la caída en un giro de espaldas con su cuerpo y utilizó sus
piernas para lanzar a Juan fuera de su alcance.

Su arma salió volando por la caída y desgraciadamente para el joven se situaba más cerca de
Juan. Las armas de fuego ya no eran una opción a escoger, por lo que decidió desenfundar su
cuchillo de cacería. Su última y única oportunidad.
Rex adoptó una posición defensiva, con el cuchillo al frente, sin quitarle la vista de encima a Juan.
El monstruo comenzó a caminar lentamente, midiendo cada movimiento de Rex. El muchacho por
su lado, comenzó su ritual, volviendo a guardar su navaja, pero fue en ese instante que Juan
aprovechó la ocasión para abalanzarse hacia él en un veloz salto.

Rex se arrojó a su derecha y giró sobre la tierra evadiendo el ataque, quedando de rodillas frente
al monstruo. Una vez más, volvió a quitar su cuchillo y lo guardó de nuevo. El demonio se acercó
corriendo a toda velocidad sin dar oportunidades al joven de una evasión. El golpe fue directo,
tumbado a Rex en el suelo. El monstruo buscó rápidamente una mordida certera en su hombro,
pero Rex se anticipó e interpuso su brazo. Juan clavó sus dientes en él sin piedad, pero el
muchacho utilizó su brazo libre para efectuar un golpe que desestabilizó al monstruo,
seguidamente utilizó todas sus fuerzas para empujarlo a un lado y rodar hacia el otro para por fin
colocarse de pie.

Rex palpó su brazo preocupado, pero la malla de Kevlar de su armadura había cumplido con su
trabajo a la perfección. Se alegró internamente por eso y volvió a desenfundar su cuchillo, para
guardarlo otra vez.

El monstruo rugió furioso y se abalanzó nuevamente hacia Rex, quien lo evadió en un habilidoso
paso hacia el costado, seguido de un gran derechazo que hizo temblar el cráneo del nocturno. Sin
darle tiempo a descansar Rex se animó a golpear nuevamente a su ex compañero de trabajo. Un
golpe más y otro bien colocado en la mandíbula. Rex no podía negar que se sentía espectacular
por cada impacto en sus nudillos.

Animado por la situación y la adrenalina, intentó dar una patada frontal en el estómago de la
bestia, pero inmediatamente se percató de que ese sería un error que iba a tener que pagar por
las malas. Juan sujetó la pierna de Rex y lo zarandeó arrojándolo hacia un muro. El impacto
provocó un severo golpe en la nuca del joven que lo aturdió durante unos momentos.

El nocturno se acercó peligrosamente hasta Rex, abriendo su apestosa mandíbula. Rex volvió a
quitar su cuchillo, ya era el cuarto intento. La bestia acercó su dentadura su cuello pero Rex lo
terminó insertándole la hoja en medio de la sien. El monstruo cayó sin vida a las rodillas del joven,
quien se lo quitó de encima rápidamente. Volvió a incorporarse utilizando el muro a sus espaldas
como apoyo y se permitió un momento para observar a su compañero.

-Cuando te conocí nunca pensé este final para los dos -musitó con un atisbo de nostalgia-. Lo
siento, amigo.

Rex casi había olvidado la razón de la cual había terminado en ese lugar, pero lo recordó al
instante al ver a Samantha de pie a unos metros de distancia. Se acercó enérgico hasta la chica,
aliviado de que no corriera peligro, pero al acercarse se espantó del aspecto de la muchacha.

Samantha se encontraba con serias heridas y magullones en todo su rostro, y gran cantidad de
sangre se apreciaba en su cuerpo y sus manos. Su cuerpo temblaba como un papel, todo su
cabello estaba totalmente desarreglado y su ropa completamente maltrecha.

- ¡Sam! ¿Qué te ocurrió? -preguntó Rex con preocupación.

La oji verde no se dignó a cruzar miradas con el joven, su vista se hallaba perdida en el suelo
recordando los traumáticos acontecimientos recientes.

-Nada -Fue lo único que dijo, mientras se secaba una lagrima que había escapado de sus
cristalinos ojos-. Volvamos con los demás.
- ¡Es inútil! -Vociferó Zeta con rabia-. Ese hijo de perra se cubre cada ataque, no vamos a matarlo
así.

El zombi titán desprendió una de las puertas de chapa del edificio y la arrojó violentamente hacia
Zeta, quien no tuvo dificultades para evadirlas gracias a la pésima puntería del monstruo.

-Hay que intentar otra cosa -comentó Franco, disparando una ráfaga de balas a la bestia con su
fusil-. Si no lo paramos pronto, destruirá la puerta y las cosas se pondrán feas para nosotros.
Teniendo en cuenta el alboroto que estamos haciendo seguro ahora hay un hermoso grupo de
bichos asentados afuera.

- ¿Crees que no intenté todo ya? Cada vez que quiero disparar a su nuca el maldito se cubre, es
igual al que vi en el hospital y no me fue muy bien esa vez -dijo Zeta, mientras alternaba disparos
al titán y a otros zombis que se le acercaban.

-Tú eres el experto, Zorro -comentó Franco a la vez que destrozaba la cabeza de un zombi con
brutalidad-. ¡Piensa algo!

Zeta comenzó a recordar cada enfrentamiento que tuvo con uno de estos seres gigantescos.
Cada vez que se enfrentaba a uno nuevo parecía tener más inteligencia que el anterior, como si
ese monstruo supiese sus debilidades y luchara en consecuencia de ello cubriéndose la
retaguardia y atacando estratégicamente sin descuidarse y sin dejar espacios abiertos. El joven
tenía en claro que ese monstruo se cubriría la cabeza en cada momento que quisiesen disparar
ahí, debía idear un plan de ataque para descuidarlo pero necesitaba algo más que unas simples
armas de fuego livianas. Algo potente.

La comisura de sus labios ascendió en una sonrisa al encontrar la respuesta.

-Tengo una idea.

-No anuncies que tienes una idea, solo escúpelo -expresó Franco, evadiendo a un proyectil
humano que el titán le había arrojado-.

-Tengo que anunciarlo, porque es una buena idea -se defendió el joven-.

-Perdemos tiempo si tienes que anunciar todo lo que se te ocurre, Zorro.

-Estamos perdiendo más tiempo en esta discusión filosófica subjetiva sin sentido.

Franco suspiró agotado.

- ¡Dilo de una vez!

- Le volaremos la cabeza, tal como hice con el titán ese día que llegue a la nación, pero
necesitaré una de tus granadas.

-No tengo ninguna -declaró Franco adoptando un semblante pensativo -. Pero creo que queda
una en la armería, podría traerla.

-Encárgate de eso y yo me ocuparé del titán -señaló Zeta, pero Franco ya se había puesto en
marcha dejándolo a su suerte-. Entonces solo somos tú y yo grandote -dijo Zeta, disparándole una
serie de tres balazos en la cabeza-.

Como era de prever, el monstruo recibió el primer disparo y se cubrió los otros dos con sus
demoledores brazos. La criatura se perfiló hacia el muchacho furioso, bramando por cada paso
que daba. Zeta permanecía inmóvil en su lugar, apuntaba su arma directamente a su cara, pero el
monstruo seguía interponiendo su brazo en la línea de mira. El joven movió el arma apuntando un
poco más abajo y como lo pensó, el monstruo seguía sus movimientos cubriendo allá donde el
arma apuntase.

-Cada vez son más inteligentes -susurró Zeta para sí mismo-. ¿Pero cómo puedes saber estas
cosas tan pronto?

El monstruo al notar al muchacho desprevenido en sus pensamientos, se abalanzó hacia él en


una arremetida brutal. El joven se arrojó al suelo evadiendo el ataque, pero el monstruo continuó
persiguiéndolo y estiró su brazo para efectuar un golpe. Zeta se dejó arrastrar en el suelo con
habilidad, el brazo del monstruo pasó muy cerca por sobre su cabeza, pero el titán no estaba
dispuesto a descansar. Volvió a acercarse intentando otro manotazo al suelo, Zeta tuvo que
actuar con audacia arrojándose nuevamente al suelo para rodar sobre su eje y volver a
mantenerse en pie. Agradeció en su interior a su fallecido maestro de Parkour por las constantes
lecciones de movimientos evasivos.

Zeta volvió a disparar contra la bestia aprovechando su cercanía y alzó su brazo para concretar
una serie de cuatro disparos que terminó por agotar su última munición. El monstruo recibió los
proyectiles sin inmutarse demasiado, pero en ese segundo, algo en Zeta hizo un clic al ver detrás
de la cabeza del monstruo, el puente que conectaba los pisos superiores en donde había tenido
anteriormente una charla con Abigail.

El puente se encontraba por unos metros sobre el titán, suficiente para que el monstruo no
llegase. Si pudiera lograr llegar hasta ahí, sería el lugar perfecto para atacar a la bestia desde un
ángulo alto.

El monstruo volvió a interrumpir los planes de Zeta arremetiéndolo con ambos puños, pero Zeta
se lanzó en picada en la abertura entre medio de sus piernas y continuó corriendo en dirección a
las escaleras seguido muy de cerca por el titán.

En el camino, un cortador se interpuso en el trayecto del joven alzando sus garras


amenazadoramente. No fue difícil para Zeta rebasarlo, pero la cosa se complicó más al mirar a su
retaguardia como el zombi titán tomaba al cortador y se lo arrojaba sin compasión. Zeta frenó la
marcha y se arrojó al suelo evadiendo al cortador que pasó rozándolo a toda velocidad. Sin darle
siquiera tiempo a incorporarse el titán se dirigió a Zeta alzando una vez más sus demoledores
puños para terminar con todo de una vez.

Zeta no tuvo tiempo de escapar ni moverse del lugar, lo único que atinó a hacer fue cubrir su
cabeza con sus brazos esperando el impacto. Pero nunca llegó.

- ¿Se puede saber qué haces durmiendo ahí? -cuestionó Franco, acribillando a balazos al titán,
intentando alejarlo del muchacho.

-No estaba durmiendo -expresó alzándose-. ¿Tienes la granada?

-Aquí está.

-Genial, voy a necesitar que lo distraigas y lo lleves debajo del puente -explicó Zeta, subiendo los
primeros peldaños de las escaleras a toda velocidad-.

- ¿Para qué quieres eso?

- ¡Solo hazlo!
Zeta ascendió las escaleras abandonando a Franco con el titán. El joven militar maldijo en sus
adentros, no le gustaba actuar improvisadamente sin tener un control premeditado de la situación.
Pero no tenía tiempo para quejarse, el monstruo gigante se había cansado de recibir balazos y
comenzó a destruir los muros de las habitaciones de la planta baja. Franco bordeó e intentó
llamar su atención a gritos exasperados, pero la mole seguía con su demoledora tarea sin
prestarle la menor atención. El joven ya no contaba con munición en su fusil y su pistola contaba
apenas unas cuatro balas que no tenía intenciones de desperdiciar, por lo que resolvió intentar
con otra cosa.

Franco se equipó con su Pistola Taser de electricidad y disparó hacia la bestia. La descarga
efectuada fue sentida en el monstruo como apenas un cosquilleo, pero suficiente como para
llamar su atención y dirigirse hacia Franco. El joven arrojó el arma y comenzó a correr en
dirección al puente.

El zombi comenzó a seguirlo por detrás. Franco podía sentir como el suelo retumbaba por cada
zancada de la bestia. Sentía sus pasos muy cerca suyo, como si estuviese justo encima de él.
Sus piernas se esforzaban por correr a toda velocidad y tuvo que abandonar su fusil para
aminorar el peso de su cuerpo. Aun así las pisadas retumbaban cada vez más cerca de él. Su
pecho sentía la adrenalina de ser aplastado en cualquier momento y fue cuando escuchó un
resoplido fuerte detrás de su oreja que sus nervios lo alertaron y obligaron a saltar hacia un lado.

El monstruo erró por poco un golpe que podría haber significado la muerte instantánea de Franco.
El joven rodó por el suelo y se alzó como un rayo para localizar a esa gigantesca criatura. Sin
esperar más, desenfundó su arma y disparó. La bala surcó el aire para impactar en la frente del
titán, obligándolo a retroceder un paso. Luego, otra bala más impactó para que retrocediera un
paso más. La tercera y anteúltima fue bloqueada por el monstruo con su brazo.

Ahora lo tenía más claro. Un alivio recorrió el cuerpo y la mente de Franco, volvía a tener el
control de la situación. Todo estaba saliendo perfecto, el monstruo se encontraba alineado bajo el
puente y Zeta ya había llegado a la parte de arriba, listo para dar el golpe de gracia. Pero Franco
también se había percatado de algo más. Sin dudarlo, el joven gastó su última bala para darle en
el pie a la bestia.

El zombi titán bajó la mirada y su cuerpo se inclinó levemente hacia abajo. El plan de Franco
había funcionado, ahora la nuca del monstruo estaba completamente expuesta. Pero no sería así
demasiado tiempo, tenían que hacerlo rápido.

-¡¡Hazlo ahora Zorro!!

Zeta escuchó desde arriba del puente la advertencia de Franco y fue cuando decidió actuar. Quitó
el seguro de la granada, pisó con fuerza la baranda del puente y se arrojó al vació extendiendo
brazos y piernas en toda su plenitud. No pudo evitar gritar en el descenso, hasta que terminó por
aterrizar en el lomo de la bestia. Pudo mantener el equilibrio con facilidad gracias a que Franco
había logrado que el monstruo se inclinara y con rapidez, utilizó el cuchillo que tenía preparado en
su mano para cortar la nuca del monstruo. El titán sintió el dolor y enfureció bramando un fuerte
gruñido.

En ese segundo, Zeta fue atrapado por las garras del titán, quien intentó alejarlo de su espalda
pero el joven insertó el cuchillo en su lomo para poder aferrarse lo más posible. El monstruo
zarandeó con más fuerza esta vez y terminó por desprender a Zeta de su espalda y lo arrojó con
fuerza al pavimento. El cuerpo del muchacho rodó estrepitosamente por el suelo hasta terminar
tendido boca arriba.

Franco fue inmediatamente en su ayuda. Zeta apenas podía moverse por el golpe y lo único que
pudo hacer es sentarse sobre el asfalto.
- ¡Mierda! Faltó muy poco para que colocaras la granada dentro -bufó Franco, volteando hacia el
monstruo quien se acercaba peligrosamente hacia ellos-. Yo no tengo nada más con lo que
enfrentarlo, creo que estamos perdidos Zorro.

Zeta simplemente sonrió.

- ¿Quién soy?

Franco viró la cabeza hacia Zeta, incrédulo.

- ¿Has perdido la memoria otra vez?

-No, no. Quiero decir... ¿Sabes quién soy?

-Creo que el golpe te afecto.

El joven volvió a sonreír confiado y observó al titán con altura.

- ¡Yo soy Zeta! El señor de los...

Pero una potente explosión sepultó sus palabras. La cabeza del zombi titán estalló abriéndose en
mil pedazos, arrojando sus restos por todo el lugar. El cadáver del monstruo se tendió en el suelo
retumbando con fuerza al caer.

-En realidad había calculado que diría toda la frase antes de que explotara, pero qué más da -
comentó Zeta-.

Franco lo ayudó a incorporarse.

-Buen trabajo, Zorro. Creía que no lo habías logrado.

-Casi me rompo el brazo, pero valió la pena -comentó el muchacho, moviendo cuidadosamente su
brazo derecho-.

-Tenemos que volver a la enfermería, vamos.


-Franco -Lo llamó el presidente, una vez que los jóvenes ingresaron a la sala-. ¿Cómo está todo
allá afuera?

-Muy tranquilo -admitió-. Luego de destruir al bicho grande, pareciera que no quedaron muchos
más dando vueltas.

-Eso es porque Rex se encargó de matar al nocturno -explicó el presidente, quien usaba una gasa
que envolvía todo su hombro-. Con ese monstruo dejando de transformar a los nuestros, el resto
es apuntar y disparar.

-Bien hecho, Rex -Lo felicitó Zeta-. ¿Cómo está Esteban?

-Está bien. Está junto al resto de los supervivientes en la otra sala.

- ¿Y Samantha? -inquirió Franco.

-Está siendo atendida -indicó Máximo-. Déjala que se reponga, tuvo un conflicto muy violento con
Abigail.

- ¿La encontraron? -Preguntó Zeta-.

- Si, Samantha tuvo que matarla, lastimosamente Patricia también era una traidora y se le escapo.

Franco y Zeta adoptaron el mismo semblante de sorpresa.

-Mierda -balbuceó Zeta, bajando la mirada-. Matar a alguien no es algo que deje buenas marcas.
Mentalmente hablando.

-Tiene razón. Eso es mucho peso para Sam, hablaré con ella -insistió Franco-.

-Déjala descansar, creo que ahora solo quiere estar sola -sugirió Rex-.

-Sí, todavía tenemos que encargarnos de los zombis restantes. Luego habrá tiempo para charlar
Brandon -expuso Máximo-. Sé que lo entenderás.

Franco lo meditó un momento, pero en su interior sabía que el presidente tenía razón. Debían
terminar de limpiar el lugar antes de descansar, ya habría tiempo para consolar a Samantha más
adelante.

-Entonces no hay que perder más tiempo.


- ¿Este fue el último? -Preguntó Zeta, en el patio cercano a las puertas de la nación mientras
limpiaba su machete cubierto de sangre-.

-No, aquél de allá es el último -señaló Rex, mientras observaba como Anna le daba un disparo a
un zombi que se encontraba en los pisos superiores-.

Anna realizó un gesto al presidente desde las barandas, que indicaba que todo su perímetro
estaba asegurado. Mientras tanto, Máximo se acercó al centro del patio y convocó a todos los
supervivientes para realizar un conteo de personal que estuvo a cargo de Samantha, la cual
trataba ya como su asistente sustituta.

Todos se colocaron en fila para que la muchacha pudiese realizar el conteo sin inconvenientes.
Pero a simple vista, la diferencia era muy notoria en comparación al principio del día.

-Veintiséis personas. Solo sobrevivimos veintiséis personas -anunció Samantha con una sombra
mortecina bajo sus ojos-.

- ¿Qué vamos a hacer? -Inquirió Romeo, el padre de las gemelas, junto a su hija y Lucas-. Yo sé
que no tengo mucha experiencia en esta nación, pero no podemos mantenernos siendo tan pocas
personas.

-Él tiene razón -intervino Ulises, quien había sido uno de los pocos supervivientes en la masacre
en la división de Parkour-. No tenemos comunicación con la sede central y así no podremos pedir
auxilio médico.

-Y la misión en la torre de radio fue un desastre, solo pudimos sobrevivir tres personas -añadió
Franco con un atisbo de rabia-. Los mejores soldados murieron ahí, eso quiere decir que tampoco
podemos defendernos de un ataque enemigo.

-No hay que olvidar que Patricia escapó, que los oscuros saben nuestra ubicación y que
probablemente estén dispuestos a atacarnos -comentó Rex-.

Un barbullo de quejas y protestas comenzó a arremolinarse de boca en boca en los integrantes de


la nación. Máximo se sentía demasiado adolorido y cansado como para encarar una nueva
discusión intentando disminuir los reclamos, por lo que simplemente guardó silencio escuchando y
asintiendo mecánicamente, mientras su mente intentaba idear un plan que los sacara de este
tremendo embrollo.

-Ya no tenemos armas y las municiones se nos agotaron con todo estos malditos monstruos -se
quejó un centinela-.

- ¿Y la comida? Estos engendros destruyeron toda mi cocina y el almacén donde guardábamos


los alimentos está lleno de sangre y no pienso cocinar nada de ahí, así que tendrán que buscar
alimentos si quieren comer estos días -expuso Matilde, la cocinera y encargada del sector
comedor de la nación-.

- ¿A quién le importa la comida? Las medicinas son más importantes, necesitamos más
analgésicos y no vendría nada mal una buena dosis de morfina en estos momentos -expuso
Brenda, la enfermera-.

-Creo que todos están viendo el lado vacío del vaso -comentó Zeta-. Podríamos dejar de nombrar
lo que no tenemos y empezar a ver qué cosas disponemos para sobrevivir. Estoy seguro que el
presidente tiene algo en mente, ¿no es así?

-En realidad...-meditó Máximo, rebuscando en su mente. Si bien sabía que las municiones y los
armamentos eran estrictamente necesarios para un enfrentamiento, los alimentos y las medicinas
eran recursos de extrema valía en estos días. Sin contar que necesitaban más hombres y más
seguridad dentro de sus puertas. Necesitaba todo eso y lo necesitaba rápido y solo había una
forma de conseguirlo. La respuesta vino a su mente en un instante-. Si tengo algo en mente -
comentó, alzando la vista-. Nos iremos de aquí. Volveremos a la sede central de la Nación
Escarlata.

- ¿Abandonaremos esta nación? -inquirió Franco, sorprendido-.

-No tenemos otra alternativa si queremos seguir vivos.

-Entonces tenemos que movernos rápido -dijo Zeta, observando como el cielo comenzaba a
aclararse para dar espacio a un nuevo amanecer-. Si no recuerdo mal, la Nación Oscura planeaba
un ataque sorpresa.

- ¡Bien! ¡Todos atentos! -Exclamó Máximo-. Se dirigirán todos inmediatamente hacia el patio
trasero, al playón de estacionamiento y una vez ahí...-pero en ese segundo, algo cayó cerca del
presidente y rebotó como una lata varias veces hasta terminar en el suelo-.

Todos quedaron expectantes ante el suceso, pero fue Franco quien supo inmediatamente lo que
ocurría.

- ¡Granda de flash! ¡Cúbranse!

En ese momento una potente luz cegadora cubrió el lugar alcanzando los ojos de la mayoría de
los integrantes de la nación. Inmediatamente, una serie de bombas de humo comenzaron a
explotar en distintas direcciones, cubriendo todo el perímetro y dificultando aún más la visión.

Una bomba explotó derribando las puertas de la nación y el caos volvió. Se escuchaban disparos
provenientes de todas direcciones. Todo era blanco y gris, nadie podía ver más allá de sus
propios brazos. Aullidos de guerra, gritos despiadados y risotadas evidenciaban que la Nación
Oscura había llegado.

Los disparos iban y venían, las balas surcaban el aire buscando sus objetivos a ciegas. Zeta
sabía que no debía disparar o podría herir a cualquiera de los suyos, y no quería volver a cometer
ese fatídico error una vez más. Intentó retroceder agazapado para escapar, pero la niebla no
permitía una movilidad muy segura. Escuchaba gritos de dolor y voces pidiendo auxilio. Una de
esas voces era de María, debía ir a ayudarla pero no estaba seguro hacia qué dirección marchar.
Intentó por instinto ir hacia su derecha, pero en ese instante, una bala zumbó muy cerca de su
posición obligándolo a tomar otro camino.

Siguió avanzando hasta que algo se topó en su camino. Era Samantha.

- ¿Zeta?

- ¡Sam!

-Hay que salir de aquí, dame la mano -dijo Sam, sujetándolo con fuerza y escoltándolo con ella-.
Tenemos que encontrarnos con todos los demás en el estacionamiento.

- ¿Cómo sabes que es por ahí?

- Solo guíate por el suelo y no te perderás -indicó la oji verde-. Estamos cerca.

Samantha guio a Zeta hasta la puerta en arco, todo a partir de ahí se comenzó a ver con más
claridad.
-El humo se está disipando rápido -añadió Sam, ingresando a la puerta. Del otro lado se encontró
con Anna, quien resguardaba la entrada. Detrás de ella estaban los demás supervivientes-.

- ¿Están todos bien? -cuestionaba el presidente, desde el otro lado a los pocos que habían
conseguido escapar de las garras de los oscuros-.

-Solo somos quince aquí, todavía hay gente allá -informó Franco-.

- ¿Los buscamos? El humo no durará mucho -inquirió Rex, asomándose a la puerta-.

-No -respondió el presidente a secas-. No tenemos tiempo. Hay que irnos.

-Espera, María todavía sigue allá -comentó Lucas, con un tinte de desesperación en sus ojos-.
Hay que ayudarla.

-Imposible, si no puede llegar hasta aquí no podemos hacer nada. Sería un suicidio ir allá ahora
que pueden vernos -declaró Máximo con seriedad-.

-Mierda...-balbuceó Rex, quien espiaba los movimientos de los oscuros desde detrás de la
puerta-. Ese hijo de perra los tiene ahí.

Del otro lado de la puerta, a pocos metros de distancia de la entrada principal de la nación estaba
Calavera, luciendo su particular atuendo de cuero negro desabrochado y su parche en un ojo. A
sus laterales y a su retaguardia, se formaban un grupo de numerosos soldados oscuros cubriendo
cada sector con armas de poderosos calibres; y justo delante de él, se encontraban cinco
personas arrodilladas con las manos en la espalda. A Lucas le subió la presión al ver que una de
esas personas era María, y a su lado se encontraba su padre.

- ¡La tienen! Debo ir por ella, no puedo dejar que nadie más muera -dijo Lucas, intentando cruzar
la puerta, pero Rex se le interpuso-. No entiendes, le prometí a Claudia que cuidaría de su
hermana.

-No voy a dejar que te suicides, hombre -dijo Rex, alejándolo de la puerta-. Ya no hay nada que
podamos hacer, salvo intentar no aumentar el número de bajas.

-No puedo dejarla...- pero un balazo interrumpió lo que iba a decir-.

Uno de los cuerpos frente a Calavera cayó en secó, derramando sangre por el suelo. El hombre
se dirigió hacia su izquierda y apuntó a la cabeza de la cocinera.

- ¡El primero fue una demostración! A partir de ahora, iré asesinando a cada uno de sus amiguitos
si no me entregan antes algo que yo quiero -comenzó a vociferar Calavera a los cuatro vientos-.
¡Y quiero al chico de la zeta en el brazo!

Calavera esperó durante unos segundos una respuesta, pero al no ver nada, optó por una
segunda demostración.

-Parece que no me escucharon la primera vez -dijo apretando el gatillo, mientras la cocinera caía
al suelo-. ¡Sé que está por aquí! ¡Así que no intenten tomarme el pelo! -Calavera se acercó a la
tercera de la fila, Brenda y se aproximó a su oreja-. Oye, hermosa ¿Sabes dónde puedo encontrar
a ese chico? Si me lo dices, te dejaré viva. Promesa.

-Muérete, nadie te dirá nada. ¡Puedes matarnos a todos!


-Oye, habla por ti misma -comentó Calavera, separándose de la mujer-. Probablemente ellos no
quieran morir -señaló a María y a su padre-. Pero bueno, si tú no valoras tu vida. Ellos quizás lo
harán mejor.

Calavera apunto a la cien de Brenda, la mujer imploró por su vida antes de ser brutalmente
asesinada por Calavera.

-Bueno, bueno -comenzó a decir Calavera mientras se acercaba con una sonrisa maléfica hacia
Romeo-. Tú pareces cooperador, ¿cooperarías conmigo?

-Haré lo que sea, pero no la toques a ella, por favor.

- ¡Amor paternal! ¡Eso me gusta! -Exclamó Calavera, pateando el aire de la emoción-. Quiero que
me ayudes y los convenzas de que entreguen al muchacho, ¿podrías hacer eso por mí?

- ¡No lo hagas papá! -Se aventuró María-.

Calavera le dio un cachetazo.

-Nadie está hablando contigo.

- ¡Hijo de puta! ¡Te dije que no la tocaras!

- ¿¡A quien le dices hijo de puta!? -Expresó Calavera furioso, arremetiendo contra Romeo y
disparándole cuatro veces consecutivas-. ¡Hijo de puta! ¿Qué demonios pasa contigo? ¡Mierda!
¡Ahora estás muerto y no puedes ayudarme! ¿Estás feliz por eso? -Calavera pateaba y pisaba el
cadáver de Romeo una y otra vez-. Maldito idiota. No hay gente cooperativa estos días.

Calavera se acercó hasta María, quien lloraba desconsoladamente por la muerte de su padre.

-Parece que solo quedamos tú y yo -dijo, cambiando su semblante a uno más alegre y dócil-.

- ¡Es un maldito chiflado! -Exclamó Lucas-. Tenemos que hacer algo.

-Olvídalo, escapemos mientras podamos -comentó Franco, zarandeando del brazo a Lucas-. No
tenemos otra opción ahora, lo siento.

-Vamos amigo -dijo Rex, sumándose a Franco para llevarse a Lucas al estacionamiento.
Mientras tanto, Zeta observaba con detenimiento a Calavera. Anna se acercó hasta el joven y lo
llamó tironeándolo del brazo. El joven seguía sin moverse y sin quitar la mirada de Calavera y
María. Sus ojos comenzaron a cristalizarse y sus puños se cerraron con fuerza.

-Es toda mi culpa -susurró Zeta-. Están muriendo por culpa mía.

Zeta observó a Anna, quien le decía por medio de señas que debían marcharse. Pero Zeta sabía
que no podía irse así sin más. Su orgullo lo obligaba a quedarse. No podía marcharse y sabía que
no podía luchar contra todos ellos, pero aun así, también sabía que quizás no tenía que hacerlo.
Observó hacia su retaguardia, todos se organizaban para ir al playón de estacionamiento. Solo
Anna se encontraba con él ahora, por lo que decidió decirle sus últimas palabras en el lenguaje de
señas. Anna lo observó atónita. Negó repetidas veces con su cabeza e intentó llevárselo con ella,
pero era inútil.

Zeta le tendió su arma favorita, su Beretta modificada, y en cambio, se equipó con una pequeña
Glock que le quitó a Anna y finalmente se perfiló hacia la puerta. Anna no podía gritar para pedir
ayuda a los demás, eso resultó perfecto para Zeta, quien cruzó sin problemas el pasillo para
dirigirse al otro patio.
- ¿Qué está haciendo? -Preguntó Rex, quien se había percatado de la salida de Zeta y fue
inmediatamente a la puerta-. Zeta...

- ¿Podrías dejar de llorar? ¡No puedo hablarte si estás llorando todo el puto día! -Exclamó
Calavera frente a la muchacha, perdiendo la poca paciencia que tenía-. ¡Cállate de una vez!

- ¡Déjala!

Calavera alzó sus cejas, sorprendido por aquellas palabras que escuchaba a sus espaldas. El
hombre se giró sobre sus talones con una sonrisa de oreja a oreja.

-Bueno, bueno, ¿pero que tenemos aquí? -Comentó Calavera sin borrar su sonrisa-. Ya te estaba
extrañando -comentó, acercándose un paso-. ¿Sabes? Siento que tú y yo... tenemos una
conexión de ambivalencia. Siento que te detesto, pero a la vez, me alegra verte.

-Me pasa todo lo contrario -escupió Zeta, con seriedad-. Lo único que puedo sentir por ti es odio.

-Ya sabes lo que dicen, del amor al odio...

- ¡No te acerques! -Intervino Zeta-.

- ¿O qué? ¿Dispararás? -cuestionó Calavera, confiado.

-No -contradijo Zeta, llevándose la punta de su arma a la cabeza-. Yo me dispararé.

Calavera no pudo evitar la sorpresa en su rostro.

-Sé que tu trabajo es capturarme vivo, sería una lástima que lo echara a perder -amenazó Zeta-.

-No hagas ninguna locura chico, no hace falta ponerse así.

-Quiero que dejes ir a la chica -ordenó el joven con severidad-. Y no quiero que intentes nada o
aprieto el gatillo.

Calavera alzó sus brazos en muestra de paz.

-Perfecto, es un buen trato -dijo, acercándose a María y alzándola con delicadeza del brazo-. Por
favor señorita, por aquí -indicó Calavera con amabilidad-. Adelante, no quieres hacer enojar al
chico con la pistola.

Calavera fue escoltando con cuidado a María desde detrás. Al tenerla a una distancia segura,
Zeta estiró el brazo para poder tomarle la mano.

-Adelante -insistió Calavera-.

María seguía indecisa, pero se aventuró a tomar la mano del muchacho, apartándose de
Calavera. Por fin después de todo este calvario podía sentirse segura una vez más. La joven
sonrió, Zeta despegó sus ojos de Calavera para poder observar la mirada de María. Algo en su
interior lo hizo sentirse realizado al poder salvarla. También le sonrió.

Pero en ese mismo momento, Calavera alzó su arma y apuntó a María, disparándole en el pecho
sin vacilar. La sangre se salpicó en el rostro del joven, quien no pudo reaccionar a tiempo. El
cuerpo de María cayó delante de sus ojos, desparramando su vida en el suelo.
Una fuerte ira creció en el interior de Zeta e incontenibles deseos de asesinar a Calavera
rondaban por sus venas.

- ¿Qué pasa? -Inquirió Calavera-. ¿No que ibas a matarte? ¡Disparate si eres tan hombre!

Zeta no lo soportó, quitó el arma de su cabeza y apuntó directamente a Calavera, pero el hombre
se anticipó a su movimiento y trabó el brazo del joven con la palma de su mano, luego, de un
movimiento veloz de ambas manos torció el brazo de Zeta, provocando que arrojara su arma al
suelo. Efectuó un rápido codazo en su cara que lo desestabilizó y colocó su pierna como
obstáculo para incitar a Zeta a caer de una manera violenta al suelo.

Una vez lo tuvo donde quería Calavera comenzó a patear y golpear con furia al muchacho, sin
darle oportunidad alguna de levantarse. Zeta se veía obligado a recibir cada golpe, su cuerpo ya
se encontraba demasiado agotado como para poder siquiera cubrirse. Entregado por completo, el
muchacho fue el saco de boxeo de Calavera durante unos prolongados minutos.

- ¿Qué mierda pasaba por tu cabeza cuando viniste hasta aquí? -Comentaba Calavera, mientras
seguía golpeando a Zeta sin compasión-. ¿Pensaste de verdad que podías salvarla? ¿Piensas
que puedes pasarme por alto, mocoso estúpido? -Calavera golpeó con un fuerte derechazo el
rostro de Zeta-. ¡¿Qué te crees que eres, llamándote a ti mismo el señor de los zombis?! -Esta
vez fue un pisotón en la boca del estómago que hizo a Zeta revolcarse por el suelo, luego se
agachó y lo tomó del cabello acercándolo a su rostro para mirarlo fijamente a los ojos-. ¿Te crees
un héroe? ¿Eh? ¿Muchacho? -Calavera soltó a Zeta y se irguió de pie, pisándole la cabeza con
fuerza-. Déjame decirte algo, pedazo de idiota...¡¡No eres un héroe!! ¡Tú, no eres nada! ¡Eres
insignificante, un pedazo de mierda atorado en mi zapato! ¡Eso es lo que eres!

- ¡Zeta! -Rex intentó ir en su ayuda, pero Franco y Máximo se lo impidieron-. ¡Déjenme ir!

- ¡Zeta está muerto! -Exclamó Máximo-. ¡Nos vamos ahora!

Franco tuvo que obligar a Rex a volver, pero el joven ejercía mucha resistencia y no iba a ser fácil
moverlo.

- ¡Rex, por favor! -Lo llamó Sam, derramando lágrimas de sus ojos-. No quiero perder a nadie más
hoy... por favor, ven.

Rex se detuvo. Sus ojos habían explotado en lágrimas al ver a Samantha. No podía bajo ningún
concepto concebir la muerte de su compañero, de su mejor amigo. Pero no podía hacer nada
tampoco. El viento soplaba en contra y sabía que no serviría de nada ir a morir allá afuera. La
impotencia lo obligó a desquitarse con el muro, antes de seguir a Samantha y los demás al
tinglado.

Una vez dentro, Franco realizaba señas desde la puerta de un autobús para que todos
ingresaran. Rex se acercó y observó una deteriorada casa rodante de color negra azabache en un
rincón.

- ¿Esa era la de Zeta? -Preguntó el joven, interesado en el vehículo-.

-Si -comentó Sam, anticipándose al muchacho-. Puedes usarla si quieres. Las llaves están dentro.

-Gracias.

-Calavera -Lo llamó uno de sus hombres-. Los Escarlata están escapando por la puerta trasera,
¿quiere que los sigamos?
-No -comentaba Calavera, mientras se limpiaba las manos de sangre-. Déjenlos ir, de todas
formas morirán ¿verdad Patricia?

Patricia se acercó a Calavera y asintió.

-Sí. No hay posibilidades que salgan vivos de esa.

- ¡Entonces ya no hay nada que hacer aquí muchachos! -Exclamó Calavera, dirigiéndose a las
puertas-. Suban al muchacho al helicóptero y llévenlo con mi hermano. Yo iré en uno de los jeep,
adoro apreciar el camino de la ruta luego de una victoria así.

- ¿No me llevarán a mi nación? -inquirió Patricia, disgustada-. Les di el pendrive y mucha


información valiosa.

-Y como muestra de mi agradecimiento, podrás usar el vehículo que quieras -respondió


Calavera-. Excepto el helicóptero, ese es mío.

- ¿Cuándo me pagaran?

- Ni bien llegue a la nación le avisaré a mi hermano que te haga llegar cuatro baúles de
armamento militar, dos cajones de municiones, tres vehículos blindados y un cargamento de
racionamiento para tres meses.

-Espera, es apenas la mitad de lo que ofrecían por el trabajo completo.

-Exactamente. Tú hiciste tu parte a la perfección, pero Abigail no cumplió su trabajo y tuve que
venir hasta aquí a buscar al muchacho por mi cuenta. Así que te corresponde la mitad.

-No habíamos acordado eso. Además fue tu hombre el que lo dejó escapar.

-Por tu bien, te recomiendo que te quedes con lo que te corresponde y te calles la puta boca -dijo
Calavera con seriedad-.

-Eres un hijo... -pero Patricia dejó la frase en el aire al ver la terrorífica mirada que Calavera le
había puesto-. Está bien. Un placer hacer negocios con ustedes -dijo entre dientes-.

- ¡Así me gusta más! -Expresó Calavera, subiéndose al jeep-. ¡Nos vamos señoritas! ¡Todos a
casa!
Las imágenes de Calavera pisoteando y golpeando a Zeta no salieron de la cabeza de Rex en
ningún momento desde que consiguieron entrar a la carretera. El joven tuvo que frenar su
vehículo en medio de la calle, para salir a tomar un poco de aire. En consecuencia, el autobús
donde viajaban los pocos supervivientes de la nación también estacionó a unos pocos metros, al
ver a Rex detenerse.

Del vehículo bajó el presidente, seguido por Samantha, Franco y Anna, quienes se acercaron al
joven.

- ¿Qué pasó Xiobani? ¿Ya no tienes combustible? -Inquirió Máximo-.

-No, el combustible está bien.

- ¿Qué pasa entonces? -inquirió Franco.

-A partir de aquí, seguiré solo -fueron las únicas palabras de Rex-.

- ¿A qué te refieres con eso? -Preguntó Sam-. ¿A dónde vas?

-Iré a buscar a Zeta.

Luego de un silencio de penumbras, Máximo intervino en la conversación.

- ¿Por qué lo harás?

-Él es mi amigo y sé que haría exactamente lo mismo por mí. No voy a dejarlo solo.

- ¿Sabes que es una locura, verdad? Ir solo a la Nación Oscura es un suicidio, Xiobani. Podrías
esperar a que lleguemos a la sede central y convocar hombres para iniciar un rescate.

-No sabemos lo que ocurrirá con Zeta hasta que lleguemos a la sede central, así que no puedo
permitirme correr ese riesgo. Iré y lo buscaré ahora -subrayó Rex con firmeza en cada palabra-.
Solo les estoy avisando. Pueden irse si quieren.

Rex se dio la vuelta para marcharse, pero en ese momento alguien lo tomó de la manga.

-Yo también voy -dijo Esteban-. Vi como ese muchacho se sacrificó para salvar a aquella chica. Y
ahora estoy más que seguro que habría hecho lo mismo por mis padres... así que yo también
quiero ir.

-No niño, no creo que sea buena idea -comentó Rex, pero Anna también se colocó a su lado y
asintió con su cabeza-. ¿Tú también?

Franco compartió una mirada con Samantha y no necesitaba palabras para saber lo que pasaba
por su cabeza.

-Si ella va, yo también iré -añadió la oji verde-.

-No te dejaré sola -comentó Franco-. Lo sabes.

- ¿Entonces vienes?

-Que opción tengo. Además soy el único de ustedes que conoce la ubicación de la Nación Oscura
-explicó Franco, colocándose él también, a un lado de Rex-.

- ¿Están completamente seguros de lo que van hacer? -Preguntó Máximo-.


-No. Solo tomamos un propósito para vivir y nos aferramos a eso -respondió Rex-.

Máximo asintió.

-En cuanto lleguemos a la sede central informaré de su destino -comentó Máximo-. Pueden
llevarse alguna de nuestras armas y municiones para su viaje.

-Gracias Max -dijo Sam, mientras, junto con Anna, se dirigieron a cargar los armamentos en la
casa rodante-.

Al finalizar los preparativos lo restante fue subir a todos en la casa rodante. Esteban subió junto
con Anna, Samantha fue seguida de Franco, quienes ocuparon los asientos delanteros y el joven
militar se ubicó tras el volante. Rex fue el último en subir luego de despedirse de Máximo. Franco
arrancó el vehículo y viró en ciento ochenta grados, alejándose por el lado opuesto al que viajaba
el presidente.

Rex se ubicó junto con Anna y Esteban en una pequeña mesa al centro del vehículo.

- ¿Por qué viniste? -Preguntó Sam de forma que solo su novio la escuchara-. Sabías que no era
necesario. Yo también conozco la ubicación de la Nación Oscura.

-Te lo dije. No voy a dejarte ir sola.

-Podrías haberme pedido que no viniera -refutó la oji verde-. ¿O es que ahora Zeta te importa?

Franco no respondió, pero su simple silencio provocó que Sam sonriera.

-Lo sabía -dijo victoriosa para sí misma-.

-Digamos... que Zeta puede resultarnos un poco útil después de todo.

A Samantha le impresionó esas palabras, pero resolvió dejar que todo se quedara en esa frase,
sin insistir más de la cuenta.

- ¿Por qué sonríes así? ¿Dije algo gracioso? -Inquirió Franco, observando la imborrable sonrisa
en el rostro de la oji verde-.

-Solo me dio gracia.

- ¿Qué cosa?

-Es la primera vez que te escucho decirle Zeta.

Franco resopló.

-No molestes.

-Me iré a descansar un poco los ojos, si no les molesta -dijo Esteban, dirigiéndose a las
habitaciones-.

-Para nada, que descanses -Lo despidió Rex, y luego observó con detenimiento a Anna-. Oye,
Anna. Vi que Zeta te dijo algo en lenguaje de señas antes de confrontar a Calavera. ¿Qué fue lo
que te dijo?
Anna cambió la mirada de la ventana del vehículo a Rex y repitió las mismas señas que Zeta le
había hecho.

-Lo siento... no soy tan bueno todavía con ese lenguaje, ¿podrías escribirlo... aquí? -Dijo Rex,
pasándole un lápiz y un papel que había sobre la mesa-.

A Anna no le molestó escribir, trazó una pequeña frase en el papel y se la ofreció a Rex con
amabilidad. El joven observó la leyenda en la hoja y su rostro no pudo evitar proferir una sonrisa.
Alzó la mirada hacia la ruta y dedicó unas palabras a su ausente compañero.

-Claro que no, amigo. Definitivamente, este no es un adiós.


- ¡Señor presidente! -Lo llamó una señora mayor, de cabellos castaños café y anteojos redondos-.
¿Ese ruido es normal?

Máximo retrocedió hasta el fondo del autobús en donde se encontraba la mujer.

- ¿Ruido? ¿Hay algo mal en el vehículo señora?

-Eso parece -comentó uno de los centinelas, inspeccionando bajo el asiento de la mujer-. Hay
algo que comenzó a hacer un ruido raro hace unos momentos.

-Quizás pisamos algo en la ruta -dijo Lucas intentando dar una vaga explicación-.

-Espera, aquí está -balbuceó el centinela, extrayendo una gran caja metálica de aspecto pesado
con un diminuto reloj digital en el centro-.

- ¿Qué es eso? -Preguntó Lucas-.

-Parece...-comenzó a decir el centinela, pero la respuesta fue obvia al ver el conteo regresivo del
reloj-. No puede ser.

-Mierda...-fue lo único que alcanzó a decir el presidente mientras corrió hacia la salida para avisar
al conductor que frenara el vehículo-. ¡Todos afuer...!

Pero una gran explosión inundó el vehículo de llamas. El autobús se alzó en la parte trasera y
derrapó contra el asfalto, girando sobre su eje repetidas veces hasta quedar completamente
volcado y consumiendo de fuego a todos dentro.
- ¡Me siento de maravilla este día! -Expresó Calavera, haciendo uso de su impecable sonrisa,
mientras manejaba a toda velocidad el Jeep junto a tres de sus secuaces-.

- ¿A qué se debe? -preguntó uno de ellos-.

-Saben muchachos -comentó Calavera, encendiendo un cigarrillo y dejando el volante solo por
unos segundos-. Llega un determinado momento en las circunstancias de la vida, en donde
puedes prever que es lo que te depara el futuro.

-Que profundo, jefe.

- ¡Cállate Pablo! No estoy hablando contigo - Ordenó Calavera-. En fin, como les iba diciendo. En
este mismo momento, estoy viendo el futuro. Nuestro futuro.

- ¿Y qué es lo que ve? -Preguntó el oscuro junto a Calavera-.

El hombre se tomó su tiempo para echarse una duradera y maliciosa carcajada antes de
responder.

-Veo sangre -respondió Calavera con extrema seriedad en su mirada y unas palabras que
traducían odio-. Sangre color escarlata.

Fin.

También podría gustarte