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Un soldado es confrontado por un niño: “¿Estás aquí para

matar a mi padre?”
COLOMBIA

Simón y Sara despertaron por los gritos y golpes en la puerta a las 4 de la mañana. Los guerrilleros de las
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) con botas de goma negras y trajes militares verde
olivo sacaron a la pareja de su casa bajo una lluvia torrencial y los obligaron a subirse a las motocicletas.
Conforme Simón y Sara se aferraban a los vehículos, sintiendo la bofetada de la lluvia en la cara y las
salpicaduras del barro en las piernas, se preguntaban si los estarían llevando a la muerte.

Al pequeño pueblo selvático de la Colombia rural donde viven Simón, Sara y sus cinco hijos solo
es posible llegar por medio de cruzar algún cuerpo de agua. Las casas están dispersas a lo largo
de una red de ríos, y la única forma de llegar a ellas es en lancha. Los colombianos que viven en
esta zona remota se ganan la vida con la agricultura..

Simón y su familia se habían trasladado a la zona cuatro años antes para compartir el evangelio
con quienes vivían en la aislada «zona roja», un área controlada por la guerrilla y no por el
gobierno federal. Él y otro pastor trabajan juntos, ministrando en extremos opuestos de la región
fluvial. VOM le proporcionó a Simón una embarcación que comparte con otro pastor con el fin de
ayudarlo en su labor ministerial. Ministra a unos 170 creyentes, pero rara vez se reúnen en grupo.
En cambio, Simón los visita individualmente para leer y enseñar la Biblia.

No obstante, algunos creyentes cercanos se reúnen los domingos en un pequeño edificio de la


iglesia detrás de la casa de Simón. Simón predica con un sistema de altavoces, y sabe que los
grupos guerrilleros acampados al otro lado del río pueden oír cada palabra. Se alegra de que
escuchen el evangelio, pero también sabe que pueden impedírselo en cualquier momento. En
toda Colombia, las guerrillas y los grupos paramilitares ven a las iglesias como amenazas a su
autoridad y como posibles fuentes de complots contra ellos. Odian el hecho de que los cristianos
sean más leales a Dios que a la ideología comunista.

«Las FARC llaman a los cristianos una plaga —dijo Simón—. Siempre quieren matarnos».

Encuentros Con Las FARC


En los primeros cuatro años que Simón vivió en la zona, la guerrilla cerró su iglesia tres veces.
Una vez, cuando el comandante de las FARC le dijo que cerrara la iglesia, Simón respondió: «No
podemos cerrar la iglesia; no tenemos puertas». Al cabo de unos meses, la guerrilla les permitió
volver a reunirse.

En un momento dado, la iglesia estuvo cerrada durante más de un año antes de que Simón
reanudara discretamente las reuniones. Sabe que es arriesgado, pero también sabe que los
creyentes necesitan recibir el ánimo de la adoración en conjunto. Y Simón ha visto a Dios
protegerlo del peligro de forma milagrosa.
En 2013, un soldado de las FARC se presentó en su casa, tiró la puerta y dijo: «Traigan al
pastor». Simón no estaba en casa, así que su hijo de 8 años le preguntó al guerrillero uniformado:

—¿Viniste a matar a mi padre? Si lo haces, ya no seremos amigos. —El soldado se rio y le dio
una palmadita en la cabeza.

—Tu padre no morirá hoy —dijo. Luego le pidió al niño que orara por él antes de desaparecer de
nuevo en la selva.

Simón ha llevado a Cristo a cuando menos un miembro de las FARC. El exguardaespaldas de un


comandante particularmente despiadado depositó su confianza en Cristo, se bautizó y ahora está
en un grupo de oración de la iglesia.

Sara también ha tenido oportunidades de hablar de Cristo con los guerrilleros. Cuando tenía 8
años, tanto su madre como su padre fueron asesinados por las FARC, y ella y sus cuatro
hermanos quedaron huérfanos. Se hizo cristiana a los 15 años y más tarde se casó con Simón.
En 2014, se enteró de que uno de los comandantes responsables de la muerte de sus padres
estaba siendo juzgado cerca de allí por otro delito, así que fue a conocerlo. «Te perdono por
haber matado a mi madre, por haber matado a mi padre —le dijo—. Me has hecho mucho daño,
pero ahora yo voy y les hablo a las personas, y les predico».

Simón y su familia habían compartido el amor de Cristo en la remota región de la selva durante
cuatro años, pero en mayo de 2014, cuando los despertaron en medio de la noche, parecía que
Simón y Sara podrían tener que pagar con sus vidas.

CASTIGADOS POR PREDICAR

Eran las 7 de la mañana cuando los guerrilleros finalmente se detuvieron y les ordenaron a Simón
y a Sara que se bajaran de las motos. Habían llevado a la pareja al otro lado de la frontera con
Venezuela para reunirse con un comandante de las FARC. «Yo estaba muy asustado —dijo
Simón—. Mi mujer recordaba cómo mataron a sus padres y pensaba en nuestros cinco hijos».

Mientras esperaban, Simón y Sara se enteraron de la razón por la que habían sido llevados ante
el comandante. «El propósito era castigarnos por no obedecer las reglas —explicó Simón—. No
más sermones».

Esperaron nerviosos hasta que el comandante llamó a uno de los soldados por el móvil para
decirle que iba en camino. Simón y Sara siguieron orando, preguntándose qué vendría después.

Hacia las 8 de la mañana, el comandante volvió a llamar. «Hoy no puedo reunirme con ellos —
dijo—, porque el ejército está al acecho. De una manera igualmente repentina a cómo Simón y
Sara habían sido secuestrados por los guerrilleros esa mañana, fueron liberados. Los guerrilleros
se esfumaron en la selva para evitar posibles ataques del ejército, y dejaron a la pareja en medio
de la carretera. Aunque sus hijos se asustaron esa mañana al darse cuenta de que sus padres
habían desaparecido a mitad de la noche, Simón y Sara volvieron a casa a las 11 de la mañana.

En 2014, Simón se unió a un grupo de otros pastores en una conferencia de pastores patrocinada
por VOM en Colombia. Una de las mayores dificultades para los pastores como Simón es el
aislamiento y la falta de apoyo que sienten al ejercer su ministerio solos en zonas hostiles. Las
conferencias como la patrocinada por VOM en Colombia son una forma de animar a quienes
trabajan en el frente ya que a menudo tienen poco contacto con otras personas que realizan una
labor ministerial similar.

En la conferencia de Colombia, Simón compartió su testimonio y pasó varios días con los demás
pastores para adorar a Dios, descansar y animarse. También escuchó historias sobre otros
lugares donde los cristianos sufren por su fe.

«Después de la conferencia, me sentí revitalizado —dijo—. Las palabras que se predicaron y la


charla sobre la importancia del apoyo mutuo fueron motivadoras. El mero hecho de que ustedes
[quienes nos apoyan] estuvieran allí con nosotros [fue significativo]».

Aunque su encuentro con las FARC en mayo de 2014 solo les produjo mayor miedo y ansiedad,
Simón y Sara saben que podrían ser secuestrados de nuevo en cualquier momento. A Simón le
preocupa lo que le ocurriría a su familia si las FARC se lo llevaran, y también se pregunta cómo
respondería él. «No sé qué diría en medio de la persecución —dijo—, porque amo a mis hijos y a
mi esposa».

Simón sabe que es un hombre ordinario utilizado por Dios. «No creo que sea más fuerte que
nadie; no soy más inteligente ni más tonto que nadie». Y con el apoyo de sus hermanos y
hermanas en Cristo está ansioso por seguir compartiendo la verdad del evangelio con sus
vecinos.

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