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Y EXILIO
PREMIO INTERNACIONAL DE ENSAYO teatral 2015
Andrés Gallina
33
Cuadernos de Ensayo Teatral
DRAMATURGIA
y exilio
Andrés Gallina
33
Fotografía de portada:
ISBN: ??? ??? ???? ?? ?
Emiliano San Román
© Andrés Gallina
Correos electrónicos:
editor@pasodegato.com, diseno2@pasodegato.com, editorialpdg@gmail.com
2. La suspensión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
3. La(s) lengua(s) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
4. Tendencias de exilio: pérdida y encuentro . . . . . 26
6. Dramaturgias mestizas . . . . . . . . . . . . . . . . . . 40
7. Dramaturgias radicantes . . . . . . . . . . . . . . . . 47
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50
4
se trate de una dramaturgia de autor, de escritorio o gabine-
te) dado que siempre se realiza, se actualiza en términos de
un colectivo. Su fuerza contextual inherente es determinan-
te, dada su condición de práctica inacabada, proyectiva, en
potencia; los materiales de producción y el contexto afectan
directamente su materialidad. La concreción de la dramatur-
gia depende, entonces, de un trabajo de elaboración anterior,
simultáneo o posterior, que involucra a una serie de agentes
determinantes en el proceso: actores, directores, escenográ-
fos, etc. El poder del objeto reside tanto en sí mismo como en
las proyecciones escénicas que sobre él se realizan.1
En este sentido, la escritura dramática elabora su propia
especificidad, su propio registro estructural y su propio rango
epistémico. Claro que, como afirma Adorno (2004: 65), siem-
pre hay un conjunto de fuerzas insertadas en la obra de arte,
que borran lo que en apariencia aparece como subjetivo, con
la presencia potencial de un colectivo, de acuerdo con la me-
dida de las fuerzas productivas disponibles. La singularidad en
el caso es que la práctica extrema la fuerza del conjunto: no
habría dramaturgia sin su realización social.
Si la literatura, en términos de construcción, de proceso
de configuración, suele entenderse como una práctica relati-
vamente autónoma y suficiente, la dramaturgia es ya de ante-
1
Más allá de que el objeto que nos ocupa concentra un tipo de
dramaturgia dominante (conocida como dramaturgia de autor), la
época en que se inscribe da lugar a una gradual transformación del
concepto de dramaturgia (que se radicaliza en la posdictadura), des-
pegado de la inmanencia de la palabra. Dentro de las variantes dra-
matúrgicas que expanden y multiplican el concepto encontramos la
dramaturgia de director, de actor, de grupo, de espacio, etc. Para una
ampliación del concepto de dramaturgia, remitimos a “Textos dramá-
ticos y acontecimiento teatral” (en Dubatti, 2008: 135-171).
6
toda dramaturgia: su inserción en un régimen cultural que la
incluye y la completa.
Ahora bien, definida una concepción fragmentaria y par-
cial de la práctica dramatúrgica, se impone la necesidad de
un recorte sobre el objeto con el que ésta se interseca en las
páginas que siguen: el exilio. Entendemos el exilio produci-
do por la última dictadura militar argentina como una prác-
tica efectiva inseparable de la violencia ejercida por el terro-
rismo de Estado. Siguiendo a la especialista Marina Franco
(2008), buscaremos evitar las categorías críticas totalizantes
que aluden al “exilio argentino” y utilizar, en cambio, el tér-
mino plural exiliados; la opción léxica evidencia el carácter
complejo y heterogéneo del fenómeno, con el fin de impedir
reducciones que indiquen un conjunto uniforme y reificado.
Las prácticas teatrales que surgieron a la luz del exilio revelan,
en espejo, la diversidad de sujetos, experiencias y trayectorias
que abarcan. La propuesta de una definición inclusiva, por
fuera de cualquier regularización cerrada, permite entender
que la complejidad del fenómeno contiene en su definición
tanto las salidas impulsadas por persecuciones políticas efec-
tivas —secuestros, encarcelamientos, torturas, desapariciones,
amenazas, censuras, circulación de “listas negras”— como las
salidas voluntarias —sólo en el sentido de una decisión toma-
da por el propio actor— pero no deseadas: inducidas y cons-
treñidas por las circunstancias políticas (Franco, 2008: 40). El
amplio campo de experiencias teatrales registra entonces, ne-
cesariamente, menos regularidades que diferencias. El escritor
argentino Juan José Saer ha reafirmado el carácter diverso de
los tipos de exilio, vistos desde el interior del campo literario:
8
Retomando la observación de Jorge Dubatti (2008) relaciona-
da con el impacto de los artistas exiliados en el tejido de una
nueva cartografía teatral, entendemos que el exilio necesa-
riamente habilita nuevas prácticas estéticas en nuevos esce-
narios de producción. Se establece así aquello que Jacques
Rancière denomina —con otro alcance epistémico— un nue-
vo reparto de lo sensible, es decir una redistribución y recon-
figuración “de espacios, de tiempos y de formas de actividad
que determinan la manera misma en que un común se ofrece
a la participación y donde los unos y los otros tienen parte en
este reparto” (2014: 19). El sistema de relaciones inéditas que
se abre entre Buenos Aires y el teatro del mundo (Latinoaméri-
ca, Europa, Estados Unidos) se tensa a partir de intercambios,
tránsitos y mediaciones, generadas por las nuevas conexiones
estéticas.
Ambos objetos de estudio —dramaturgia, exilio— se cons-
tituyen en el movimiento, no pueden pensarse bajo una ló-
gica enraizada, estática, fija. Nos preguntamos aquí —desde
una historización de las prácticas— cuáles son las relaciones
específicas entre el impulso dinámico del exilio y una escritu-
ra cuya naturaleza se encuentra a la vez desplazada. ¿Cuáles
son las incidencias directas que se producen en el interior de
la práctica a partir de esta experiencia? ¿Qué problemáticas
emergen entonces cuando los dramaturgos son expulsados de
su tierra de origen? ¿Cuáles son los nuevos repartos teatrales
que moviliza la diáspora? ¿Es posible reconfigurar un mapa
teatral cuando se quiebra?
2. La suspensión
10
que se presentan como un conjunto articulado a partir de ras-
gos comunes, que implican tanto a los entes poéticos como a
la formación de una época y contexto que los vincula. A pesar
de que en la micropoética de cada autor podamos distinguir
un espacio de diferencia y variación, esta década se afirma en
la reunión “macropoética de conjuntos poéticos que resultan
de los rasgos comunes” (2010: 95).
Una primera pregunta que subyace es qué ocurre cuan-
do, a partir de la emergencia del exilio, esos sujetos y ob-
jetos dramatúrgicos se dispersan y cambian su horizonte de
colocación. ¿Cómo circulan ahora los autores y las poéticas
sin la identificación de sus entornos? ¿Es también el exilio la
disolución de las macropoéticas y la llegada de espacios de
tensión, de cruce, de hibridez y diferencia más afines a una
producción dispersa de variadas micropoéticas?
Según Adorno, la fuerza productiva estética es igual a la
del trabajo útil, es decir que se activa y se inserta en ésta. De
este modo, Adorno afirma el carácter dual de toda obra en
tanto autónoma y en tanto que fait social (2004: 15). Sin em-
bargo, esa interdependencia está, para los dramaturgos exilia-
dos, cortada en su cadena. Dado que, siguiendo con Adorno,
un producto artístico es también un producto social, la posi-
bilidad de inscripción de los objetos teatrales en los nuevos
contextos de adopción dependerán del estado de las fuerzas
productivas (332). Centrado no sólo en la esfera de la recep-
ción, Adorno considera que la decodificación social del arte
tiene que dirigirse a la producción en vez de contentarse con
la clasificación de los efectos. Sin embargo, en el caso que nos
ocupa, la pérdida de los efectos reduce en muchos casos las
posibilidades de continuidad de la producción. Héctor Agos-
ti (1982) afirma, pensando en Marx, que el trabajo humano
produce objetos estéticos que a la vez generan sujetos que
los consumen. La relación dialéctica se establece en tanto “la
2
El propio Pavlovsky ha manifestado que su teatro se desmarca del
teatro rioplatense, condición por la cual podría encontrase ahí una de
las claves de su repercusión internacional. De todos modos, Dubatti
considera que el teatro de vanguardia de Pavlovsky está profunda-
mente ligado a la sociedad argentina, dado que los procedimientos
absurdistas se encuentran “siempre en el marco del carácter situado,
contextualizado de las referencias sociohistóricas locales. La diferen-
cia del absurdo pavlovskiano respecto del europeo radica en su in-
trincada reelaboración de los códigos de vida nacional (comunes al
productor y receptor) dentro de sus piezas)” (en Pavlovsky, 2003: 13).
No tuvo Pavlovsky un exilio difícil en términos profesionales dado que
sus libros de psicoanálisis y terapia grupal tenían previamente amplia
difusión en su ciudad de acogida, Madrid. Sin embargo, el propio
Pavlovsky ha manifestado que “fue un exilio holgado pero con un
dolor psíquico enorme. Nunca me habitué, nunca abrí mi propio con-
sultorio, estaba permanentemente pensando en volver, tres hijos míos
estaban acá” (21). En relación con su producción artística, en Madrid,
durante 1979 y 1980, Pavlovsky finaliza la escritura de Cámara lenta y
escribe la pieza breve: Melodía inconclusa de una pareja.
12
la la apertura a otras tipologías discursivas (léase la novela en
Gambaro;3 el ensayo en Adellach).
En los trabajos de Pierre Bourdieu, desde el campo de la so-
ciología de la cultura, se lee el estrecho enlace entre el artista
que hace la obra y el seno del campo de producción, a la par
de todos aquellos que contribuyen a descubrirlo y consagrarlo
como artista conocido. En esta serie compleja, aplicada a la
problemática del caso, se inscribe un campo cultural desco-
nocido, que parcialmente borra el recorrido de legitimación
previo. Por eso Bourdieu insiste y subraya, en el transcurso de
su elaboración teórica, la importancia de la incorporación
de los agentes que participan del valor de la obra de arte en
general al análisis concreto de “la obra en su materialidad”
(1995: 339). Esos agentes de legitimación también cambian
con los exilios. En esta dirección, trasladando al teatro un con-
cepto de Raymond Williams (1980) en Marxismo y literatura,
pensamos las obras de los dramaturgos como una acción so-
cial dependiente de una relación social. Habría, en cada obra,
una actividad práctica que consiste en la (re)creación social
del significado a través del uso de elementos formales.
Si la realidad es aquello de lo que puedo hablar con el otro
y se define, en este sentido, en tanto zona de intercambio y
negociación, muchos dramaturgos encontraban quebrado el
sentido del producto en la interacción entre ellos y “el que
3
Griselda Gambaro (2010) ha manifestado que la experiencia exí-
lica produjo un corte en su producción dramatúrgica: “En el exilio no
escribí teatro porque había perdido a mi público, y no sabía cómo era
el público español. El teatro pide enseguida al escenario y al público;
por lo menos, yo pienso así. Y por otro lado yo me había llevado tres o
cuatro páginas de una novela que estaba pensando, Dios no nos quie-
re contentos, que la escribí en España y la terminé y la publiqué allá”.
14
contexto, las condiciones de posibilidad de la revolución po-
lítica, social y cultural. La obra funciona en tanto constructo
simbólico revelador, que espeja sus contigüidades con la vida.
Si dichas escrituras eran portadoras de un presente territorial
y programático, dada la confianza en sus capacidades ope-
rativas y sus lógicas de la inmediatez, el corte con el público
implicaría en estos casos la discontinuidad de la obra.
Los efectos del corte que provoca la diáspora llegan a expre-
siones extremas como, insistimos, el caso de Alberto Adellach.
La marca fraccionadora y dispersiva de esta experiencia quie-
bra entonces una lógica de intercambio entre los productos cul-
turales de los dramaturgos y sus campos de recepción.4 Rubens
Correa afirma en el prólogo de las Obras completas de Ade-
llach: “El país perdió a uno de sus autores fundamentales que
sentía, como recuerda su hijo Esteban, que ya no tenía temas,
porque había perdido el público para el que escribía” (2004: 4).
Los dramaturgos Luis Thenon y Alberto Wainer nos han
manifestado en respectivas entrevistas la dificultad de escribir
en la primera etapa de sus exilios. También Andrés Lizarraga
vivió un penoso destierro y, al momento de su muerte, cuenta
Perla Zayas de Lima, estaba terminando de escribir su primera
obra de exilio, Contacto en Madrid, para estrenarla en Vene-
4
En el estudio de teatro republicano español en el exilio de Berta
Muñoz Cáliz (2010), hay diversos antecedentes que muestran las di-
ficultades con las que los dramaturgos se encuentran para escenificar
sus textos en los campos teatrales de adopción. El poeta, ensayista y
dramaturgo Pedro Salinas manifiesta en una carta a Guillermo de To-
rre que en el comienzo de su exilio en Puerto Rico ha logrado escribir
un drama en tres actos y siete piezas breves, de un acto. No obstante,
tiempo después, manifiesta la decepción por no lograr que dichos
textos se representen, razón por la cual suspende su producción dra-
mática: “Ya he cortado mi vena dramática, por algún tiempo, en vista
de la falta de salida de esa producción” (29).
16
En líneas generales, otra de las problemáticas que acarrea
el exilio es el modo de inclusión de los productos cultura-
les de los dramaturgos extranjeros en los campos teatrales de
adopción. Como podemos advertir luego de una entrevista
con la dramaturga argentina Susana Torres Molina, exiliada
en Madrid junto a Eduardo Pavlovsky, en su país de adopción
percibían por un lado el enriquecimiento del sistema teatral
propio a partir del intercambio cultural que se gestaba5 pero,
al mismo tiempo, se juzgó y clasificó a los artistas argentinos
por su “identidad” y por el valor de distribución de sus pro-
ductos en el nuevo mercado teatral en el que ingresaban.6
Para pensar el multiculturalismo posmoderno, Nicolas
Bourriaud se refiere al funcionamiento del pensamiento occi-
dental diagramado a partir de la noción de pertenencia:
5
En una entrevista inédita, Susana Torres Molina nos mencionó los
cambios radicales que se evidencian en Madrid en “la forma de enca-
rar la actuación a partir de la llegada de argentinos que comenzaron a
impartir cursos y modificar la enseñanza. Las dos escuelas más impor-
tantes de actuación en Madrid, y creo que siguen siéndolo hoy día,
son coordinadas por argentinos, Cristina Rota y Juan Carlos Corazza,
que no fue un exiliado de los setenta sino que llegó mucho después”.
6
Cuenta Luis Thenon en la entrevista realizada que el límite que
se imponía a los actores en los elencos españoles era de un actor
argentino por cada cinco actores españoles. A algunos actores argen-
tinos con ascendencia española les proponían que, para evitar esos
problemas, optaran por nacionalizarse españoles, dado que por un
convenio entre los dos países, no perdían la nacionalidad argentina.
7
Nos referimos a la entrevista realizada con motivo de esta inves-
tigación.
18
sus marcas. En variadas ocasiones, esta voluntad programática
que insistió en el imaginario receptivo entró en fricción con
las búsquedas propias de los dramaturgos.
En síntesis, podemos afirmar que la práctica dramatúrgi-
ca (en tanto parte del teatro entendido como acontecimien-
to) conlleva en sí misma una fuerte marca contextual que
determina su posibilidad operativa. En segunda instancia,
pensamos que la macropoética dominante (que no incluye ni
aglutina todas las poéticas) de la dramaturgia de Buenos Aires
de los años sesenta y principios de los setenta cargaba con
una marca estética difícilmente traducible en los países de
acogida: era una dramaturgia de enunciación localizada, que
mostraba dificultades de movimiento y traslación. En tercera
instancia, en algunos casos, los países de recepción crearon
cierta expectativa estética que homologaba estrechamente la
experiencia del exilio con la producción de textos sobre el
exilio, olvidando que en todo acto de escritura hay ya un mo-
vimiento inmanente a la vez que una afirmación de la subjeti-
vidad que ha sido desplazada.
Bajo estos condicionantes, entre otros, se desarrollaron una
suma de experiencias que no hacen sino mostrar, desde su ré-
gimen simbólico, la conflictividad de las memorias en el exilio.
3. La(s) lengua(s)
Si bien para algunos escritores irse del país era sentirse doblemen-
te exiliados —de la tierra propia y de la lengua propia— para otros
era simplemente un tránsito, por una suerte de “estado natural”: si
el escritor es siempre un exiliado, a la literatura poco le importa
dónde un texto fue escrito. Así, en ciertos casos, la experiencia del
exilio tiene como consecuencia la esterilidad creativa; en otros,
funcionó como un acicate para repensar su producción y renovar
su escritura. [2003: 142]
20
terior, por su otredad; la vida es un exilio continuo desde el
propio nacimiento, sin necesidad de un desplazamiento mate-
rial, incluso en el seno de la comunidad natural. Esta visión de
Said dialoga con el sintagma “x sin x” de Blanchot, mediante
el cual “en el exilio la única propiedad es la ausencia de pro-
piedad, el único modo de ser es el de no ser en el modo de
la atribución; en el que la única casa es la ausencia de casa
y en el que la espera es espera sin espera y el mesianismo es
sin mesías” (Cragnolini, 2011: 30). El modo de ser en el exilio
implicaría la afirmación de la extranjeridad —esa huella des-
plazada— que nos constituye como sujetos.
Ahora bien, retomando la idea de José Luis de Diego, la
importancia acerca de dónde un texto fue escrito cobra sin-
gular espesor en el caso dramatúrgico, entendiendo que las
transformaciones lingüísticas se inscriben en tanto necesidad
de integración en los campos teatrales extranjeros. En su tra-
bajo: “Cine: del exilio a la globalización”, Domin Choi re-
flexiona sobre las fundaciones nacionales del cine, a partir de
la siguiente frase del director berlinés Ernst Lubitsch:
22
de ortografía”. Allí se cifra la asociación directa del exilio con
el desvío de la lengua materna para dar lugar a una ortografía
que implica el uso de una lengua nueva —una nueva arbitra-
riedad—. Exilio y ortografía se tocan acá porque el estrabismo
existencial se ordena sobre una base lingüística.
José Luis de Diego (2008) cita en su trabajo una frase de
Martini: “en ningún país se es más extranjero que en aquel
país en el que los usos de una misma lengua son diversos”.
Para De Diego, el mayor extrañamiento se produce no ante
una lengua foránea, sino ante un uso diferente de la propia.
Sin embargo, otros planteamientos teóricos respecto del pro-
blema, indican lo contrario. Burello (2011: 284), por ejem-
plo, considera que la condición de extranjería se advierte sólo
cuando no se habla la propia lengua. Aunque resulta difícil
calibrar la comparación en términos cuantitativos, es evidente
que tanto la dislocación de una lengua propia como la absor-
ción de una lengua extranjera fue para los dramaturgos exilia-
dos una problemática central. El dialecto propio —el porteño,
por ejemplo— pasa a ser en el exilio un dialecto memorial,
recordado, que no se actualiza en el uso del presente cotidia-
no. En los casos en los que se lo utiliza, aparece ya como un
uso desfasado, en el que opera el recuerdo, en filtración con
los nuevos usos de las comunidades de acogida.
En el caso de la adopción de una lengua extranjera,8 las
8
Los problemas de los actores con las lenguas de adopción tienen
sus propias marcas específicas. Héctor Alterio, uno de los actores ar-
gentinos de mayor proyección en España, quien participó del movi-
miento de renovación del cine español en la etapa posfranquista, ha
señalado sus dificultades lingüísticas de inserción en el nuevo entor-
no: “El español no es el español que nosotros hablamos. Y eso en mi
profesión representó un gran problema. Era como si hubiese perdido
mi identidad. Se me hacía muy difícil expresarme con espontaneidad.
. Petre).
La rápida adaptación a la lengua extranjera que se con-
vierte en el nuevo instrumento de elaboración dramática
(Cristina Castrillo).9
Fue muy doloroso. Tuve que aprender las ‘zetas’, las ‘eses’, los giros
y los acentos (en Ana Barón et al., Por qué se fueron, 1995: 399). “Al
principio, por mis dificultades con el español me tenían que doblar.
En esa época les leía a mis hijos, noche a noche, cuentos imitando el
sonido español para que se me fuera familiarizando. Es decir, ejercita-
ba el idioma diariamente para poder incorporarlo. Aún hoy no tengo
un lenguaje preciso, pero tengo un lenguaje neutro que no molesta.
Yo nunca pensé que iba a vivir en el exterior. Yo siempre fui muy por-
teño” (ibid., 400 y 401).
9
En una entrevista inédita, Cristina Castrillo nos cuenta: “Tuve
que aprender velozmente otra lengua. Sin posibilidades de permitir-
me una escuela, recurrí a todas las estratagemas posibles: escuchar
conversaciones, leer periódicos, carteles. La aprendí velozmente (aún
ahora con errores), pero con una participación enorme. Yo amé esta
24
. La práctica dramatúrgica paralela tanto en la lengua ma-
terna como en la/las lengua/s de adopción (Luis Thenon,
Manuel Puig).
otra lengua, a tal punto que desde casi al inicio empecé a escribir en
italiano. A tal punto que todo mi trabajo, incluidos los textos para los
espectáculos que he hecho (y continúo haciendo) son originalmente
en italiano. Incluso mis cuadernos personales son en italiano”.
26
Argentina, o bien a partir de proyectos nuevos, con un círculo
cerrado de artistas argentinos, cuya recepción ahora se redu-
cía a los espectadores también exiliados que asistían desde
una actitud genuinamente solidaria y cooperativa.
En este sentido circulaba en el imaginario de los artistas
teatrales exiliados una fuerte marca de los objetos estéticos
arraigados a su condición de origen, atados a su lugar de
enunciación y encerrados en la tradición de la que provenían.
Es interesante insistir aquí en la carga del realismo como ma-
cropoética dominante, difícilmente transpolable a otros con-
textos, dada la operatividad, la inmediatez y la localización
de su alcance.
Gran parte de los exiliados han buscado la preservación
de su lengua, de sus costumbres, de sus sensibilidades como
modo de lucha frente al alejamiento de su país de origen. Han
intentado sostener las referencias comunes, las marcas identi-
tarias estables, para procurar la reafirmación de su origen en
plena extranjería. De este modo, muchos artistas teatrales han
buscado producir algo común, sociable, formas de resistencia
frente a la diseminación que promueve toda diáspora. La pre-
sencia activa en congresos y festivales —el activismo político-
teatral de la revista Conjunto es la síntesis de este estado de
cosas— da cuenta de un tipo de teatro en el exilio que ha
buscado continuar íntimamente ligado a su teatro nacional a
pesar de la distancia física y, más aún, parafraseando a Mari-
na Pianca10 (1990), la reunión de los exiliados era un modo
de resistencia asidua y libre en tanto forma de encuentro del
teatro latinoamericano frente a las tácticas divisionistas de las
dictaduras del Cono Sur.
10
Para una visión exhaustiva e integral de esta problemática, re-
mitimos al trabajo de Marina Pianca, El teatro de nuestra América: un
proyecto continental (1959-1989), citado en la bibliografía.
28
Ulises, su ser extranjero, es momentánea y, como tal, su exilio
es un pasaje transitorio de su existencia.11 El dramaturgo, actor
y director Norman Briski cuenta una anécdota que reafirma
este carácter transitorio de la vida exílica: “Mi hijo no se des-
pegó nunca de la madre durante el exilio. Era la única refe-
rencia que podía mantener, y si vos le decías a mi hijo: ¿por
qué no vas a jugar al fútbol?, te decía ‘estás loco, a ver si me
hago un amigo’. Era un chiste de mi hijo” (2013: 22). En esta
clave, Ricardo Piglia plantea en Respiración artificial el exilio
desde una forma de utopía mediante la cual el desterrado vive
inmerso en una constante nostalgia de futuro.
b) En contraposición, en la Conferencia Internacional so-
bre el Exilio y la Solidaridad en América Latina, Julio Cortázar
(1980) trabaja una noción y una praxis positivas del exilio:
Estoy seguro de que en casi todos los casos una vivencia de tipo
afirmativo es siempre posible, y que nuestro deber, puesto que
estamos especialmente equipados para ello, es luchar desde aquí
y desde todas partes, tanto en congresos como en la actividad
11
Esta figura del exilio como experiencia transitoria ha tenido di-
versas adscripciones. Entre muchas, mencionamos la frase de Hora-
cio Salas que sirve de epígrafe al libro testimonial Por qué se fueron:
“Pero, en definitiva, el retorno es imprescindible si uno quiere seguir
siendo uno. Porque además, los argentinos somos muy malos inmi-
grantes, somos demasiado nostálgicos” (1995: 7).
En el campo teatral, el cordobés Paco Giménez (exiliado en Méxi-
co, de 1976 a 1983) también narra la experiencia de su exilio como
un periodo transitorio: “Yo me vine de México, que pasé los siete
años del Proceso y estaba todo rebién, pero yo no encontraba forma
de involucrarme con el país, su realidad. Me sentía de vacaciones
y de esas forzosas que te querés volver”. En línea: <http://lalogiade-
losescritoressuicidas.blogspot.com.ar/2011/05/mi-me-gusta-trabajar-
con-los-obstaculos.html>.
30
dictadura argentina pulveriza y que sin embargo el exilio re-
constituye a su modo:
32
escribe en lengua italiana una copiosa obra dramatúrgica y
pedagógica. Juan Carlos de Petre se exilia en Venezuela, co-
mienza con los talleres cuya metodología es difundida como:
el “Teatro Desconocido”, funda rápidamente Teatro Altosf y
ese mismo año estrena la primera obra del grupo: El señor
y los pobres, que provocó gran impacto en Caracas. Norman
Briski dirige actores para la película Kuntur Wachana de Fede-
rico García Hurtado, en Perú; funda dos grupos de teatro en
Venezuela (Grupo Petare y Grupo de la Ciudad), recreando
la experiencia del grupo de teatro militante Octubre; partici-
pa activamente en México de los Festivales de Teatro Popular;
milita en el cais (Centre Argentin d’Information et Solidarité)
en París; comunica la experiencia del grupo Octubre dando
talleres de teatro popular en Cuba, invitado por la revista
Conjunto; filma siete películas en Madrid y escribe y dirige
una obra de teatro enmarcada dentro de una organización de
solidaridad con argentinos.12 Vicente Zito Lema conforma la
Comisión Argentina de Derechos Humanos (Cadhu), junto
con Julio Cortázar, David Viñas y Eduardo Luis Duhalde, entre
otros, y comienza a escribir teatro en su exilio holandés, a
partir de una obra que reivindica la lucha de las Madres de
Plaza de Mayo, Mater. Hugo Álvarez, actor, director y dra-
maturgo comenzó su exilio en Perú y continuó en Suecia, es-
tableciendo allí un trabajo político de solidaridad con otros
argentinos en un comité sueco-argentino. A su vez, trabajó en
una compañía teatral en la que brindaba cursos de actuación
y realizó su primer espectáculo con una obra de otro exiliado
12
Estas experiencias de Briski en el exilio se narran en su autobio-
grafía: Mi política vida. A su vez, para profundizar en las experiencias
de teatro militante en los años setenta, remitimos en la bibliografía al
libro de la especialista Lorena Verzero, Teatro militante, radicalización
artística y política en los años 70.
13
Hugo Álvarez cuenta que en 1990 fundó en Suecia el grupo
Mascarazul: “Claro está que trabajar en sueco y con actores suecos
tuvo la gratificación de una crítica que desbordaba el ámbito de la
colonia latinoamericana. Implicaba ya el poder ser reconocido por
la gente del teatro local. Después de trece años de trabajo en Suecia,
yo entendía que en ese momento trabajar en sueco y con suecos era
lo que debía hacer y no me equivoqué, porque los resultados fueron
muy positivos” (cit. en Ana Barón et al., Por qué se fueron, 1995: 413).
Para profundizar en la mirada de Hugo Álvarez, como actor partícipe
del cine de la resistencia, remitimos a su libro: Memorias de un actor
exiliado, incluido en la bibliografía general de este trabajo.
34
llach en España, México y Estados Unidos son algunas de las
pruebas que evidencian la relevancia del teatro latinoameri-
cano en el exilio.
¿Hay, a partir de estos desplazamientos que continúan hasta
hoy, una posibilidad de pensar ejes trascendentales como una
lengua y un estado? Para Rancière aquello que se encuentra en
juego en el reparto de lo sensible son las relaciones entre mo-
dos de hacer y modos de decir que dibujan comunidades alea-
torias que contribuyen a la formación de colectivos de enuncia-
ción que ponen en cuestión la distribución de los roles, de los
territorios y de los lenguajes” (2014: 63). La circulación de estos
artistas en nuevos territorios produce una serie de líneas de frac-
tura, de desincorporación que desborda la institución teatral
geográficamente delimitada y pervierte sus circuitos de pro-
ducción. Dichas experiencias son las de una comunidad que
recrea la pregunta acerca de las relaciones entre la producción
de imágenes teatrales y las formas de ciudadanía.
En los estudios sobre teatro republicano español en el exilio
de Manuel Aznar Soler (1999), leemos que Madrid y Barcelona
dejan de ser en los años cuarenta del siglo pasado las capita-
les teatrales españolas para ser sustituidas por Buenos Aires y
México. De este modo, Aznar Soler sostiene que en el Teatro
Avenida, de Buenos Aires, se estrenaron durante la década de
los años cuarenta obras de mucha mayor calidad literaria y es-
cénica que las representadas en el Teatro Español, de Madrid,
obras que a su vez marcaban la continuidad de la mejor tradi-
ción teatral republicana, heredera de Valle-Inclán y de García
Lorca. Es decir, la escena exiliada republicana acontecía en los
marcos del teatro argentino y se oponía radicalmente a la esce-
na franquista española. Aznar Soler menciona tres experiencias
teatrales que dan cuenta de la riqueza del teatro español que
sucedía en Buenos Aires, específicamente en el Teatro Avenida:
el 8 de junio de 1944, El adefesio, de Rafael Alberti; el 3 de
pias de una tradición. Porque los teatros del exilio (no cabe el
singular), aun cuando reenvían inequívocamente a su descen-
dencia, se desmarcan de una tradición nacional, para poner
en crisis la noción de un teatro argentino, boliviano o francés,
poniendo a prueba las relaciones de su producciones, sus
modos de decir en más de una lengua, sus experiencias que
acontecen ya no situadas en un único lugar. Nuevos teatros
entonces conformados por colectividades que, en muchos ca-
sos, se desconocen entre sí y actúan de modo disperso, móvil
y variable. El carácter de desborde de estas experiencias tra-
baja en contra de la consistencia unificadora y aglutinante de
una tradición y una asignación nacionales.
En este sentido, la supraterritorialidad (Dubatti, 2008: 18)
permite entender la condición de aquellos fenómenos que no
pueden ser pensados en términos territoriales, dado que ex-
ceden o trascienden esta problemática. La especificidad del
teatro del exilio es su problematización con los vínculos to-
pográficos —de pertenencia geográfica—, de diacronicidad
—aspectos de la historicidad en su proyección en el tiem-
po— y de hibridez en tanto, en un mismo movimiento, es un
teatro que remite a un origen cultural a la vez que evidencia
una diversidad y una diferencia descentradas de aquel origen.
Si entendemos que existen teatros del exilio, éstos han inte-
ractuado y se han enfrentado simbólicamente con espacios
culturales/sociales/políticos otros y, en la fricción de esa dife-
rencia, han propiciado la identidad de un tercer espacio, que
ya no remite fijamente ni al país teatral de origen ni al país de
destino. Alfonso de Toro (2005) habla en este sentido de un
concepto superador de esta dicotomía: la “transculturalidad”
entendida como la producción de bienes culturales que no
son generados ni en el propio contexto cultural (cultura local
o de base) ni por una propia identidad cultural, sino que pro-
vienen del cruce con culturas externas, construyendo así un
38
campo de acción heterogénea. Transculturalidad no implica-
ría pérdida o cancelación de lo propio, ni tampoco resultado
definitivo sintético homogeneizante de la cultura, sino un pro-
ceso continuo e híbrido; “hibridez” es lo contrario de pensar
la cultura como algo aglutinante, homogéneo y escalonado.
Al menos desde la segunda mitad del siglo xx, los exilios
permiten pensar en un espacio público supranacional y en
la constitución de solidaridades colectivas, redes intelectuales
internacionales, protección universal de derechos y culturas
políticas y estéticas supranacionales (Jensen, 2011). Una co-
lectividad teatral se desintegra a partir de la dinámica exiliar.
La radicalidad de la experiencia ya no permitiría pensar en
un mundo teatral/sensible común, en un hábitat compartido y
en un sistema o institución que pueda responder a la noción
de teatro argentino desde un enfoque meramente geográfico-
territorial, que dé cuenta de diversos grupos de personas que
hacen teatro y, en consecuencia, ocupan un espacio y una
lengua común. El exilio, de este modo, obliga a revisar la tra-
dición propia, a pensarla como contingente, a ponerla a prue-
ba. El dramaturgo y director Arístides Vargas reflexiona sobre
la relación del exilio, el teatro y la territorialidad:
6. Dramaturgias mestizas
40
La noción de mestizaje que elaboran Laplantine y Nouss es
la de “una experiencia de la desapropiación, de la ausencia
y de la incertidumbre que pueden surgir de un encuentro”
(2007: 23). En este sentido, el mestizaje escapa a las nocio-
nes de propiedad, apropiación y pertenencia, para destacar la
inestabilidad de los encuentros, las tensiones, los movimien-
tos y las vibraciones que aparecen cuando ciertas formas tran-
sitorias se encuentran y reorganizan de otro modo. La noción
de mestizaje abreva en la disciplina de la Biología y se desa-
rrolla en el marco de la Antropología. Sin embargo, Laplantine
y Nouss plantean el concepto justamente desde una lógica de
mestizaje, que por fuera de toda fijación y estabilidad, se des-
plaza por distintas disciplinas, conceptos, lenguajes, en tanto
epistemología de la desapropiación (27). Justamente, la sepa-
ración de géneros, de campos disciplinarios y de áreas cultu-
rales disolvería la lógica del devenir que emerge del objeto.
Ahora bien, el mestizaje en los albores del siglo xxi, se ins-
cribe políticamente en el reverso del liberalismo económico,
de las sociedades de información/control, donde cada vez
más el pensamiento se vuelve homogéneo, uniformado e indi-
ferenciado. En ese sentido, los autores distancian al mestizaje
del multiculturalismo del plano sociopolítico y de la realidad
biológica en el plano antropológico. Si los autores identifican
que el platonismo, el clasicismo o el racionalismo han proce-
dido desde una lógica dual, desde arquetipos y binarismos,
por rechazo y exclusión, el mestizaje desde el plano episte-
mológico, entonces, plantearía una lógica de apertura de la
incorporación. Desde el plano filosófico-político, los autores
piensan el mestizaje como un humanismo, donde las premi-
sas sartreanas encontrarán nuevos signos a los cambios histó-
ricos de nuestra modernidad, donde se pueda superar la dis-
tinción autonomía/heteronomía “para encontrar en plural una
autonomía basada en la heteronomía, la primera formando
42
Tal vez se deba a que el Malayerba está integrado por actrices y
actores de distintas procedencias y nacionalidades, o porque en
un momento del proceso grupal se vieron en la necesidad de
crear un espacio donde la técnica no hiciera tabla rasa con las
identidades particulares del componente humano del grupo. Lo
cierto es que la creación teatral comenzó a situarse en un entre-
cruce de informaciones teatrales distintas, que no eran otra cosa
que la exploración de lo vivido por cada uno de ellos. Apareció
entonces una suerte de estética de las diferencias, donde cada obra
es un universo que exige un periplo solitario a través de vivencias
propias, condición para encontrarse con el compañero, con el
equipo de trabajo, con un sentido profundo de trabajo grupal.14
14
Este fragmento textual corresponde a la gacetilla de prensa en
la que el grupo Malayerba comunica los presupuestos teóricos y me-
todológicos de su taller teatral “Memoria y olvido en la acción dra-
mática”.
44
En este caso específico, nos preguntamos si el teatro de
Brie puede alcanzar una asignación nacional, o si más bien su
nomadismo dispone ya no de un tono de voz y de un idioma
—lo que Bourriaud llama el ángulo muerto de la teoría posco-
lonial—, sino de la posibilidad de no pensar unívocamente la
asignación a sus raíces locales, étnicas, culturales. La existen-
cia de su teatro justamente parece residir en las posibilidades
de su diseminación.
La producción teatral nómada de César Brie comienza en
su exilio en 1974, en Italia, unos meses después de la repre-
sión que sufre por parte de los grupos paramilitares el colecti-
vo teatral del cual fue cofundador: Comuna Baires. En Milán,
Brie funda Teatro Tupac Amaru, con Gianpaolo Nalli, Dolly
Albertin y Yura Simonato, a partir de las influencias directas de
Ariane Mnouchkine, Jerzy Grotowski, el Odin Teatret y Peter
Brook, entre otros. En 1980 se traslada a Dinamarca y funda,
con dirección de Iben Nagel Rasmussen, el grupo internacio-
nal Farfa, que formó parte del Odin Teatret de Dinamarca. En
1991 se radica en Yotala, Bolivia, y funda Teatro de los Andes,
con Naira González y Gianpaolo Nalli, casa-teatro de expe-
rimentación donde permanece durante casi dos décadas de
actividad integral en tanto actor, director, dramaturgo y peda-
gogo teatral. Teatro de los Andes constituye una experiencia
relevante para pensar el fenómeno de contacto, encuentro y
multiculturalidad del teatro latinoamericano. Brie ha manifes-
tado como programa estético-político la construcción de un
teatro que sea el puente entre las técnicas teatrales occiden-
tales y las fuentes culturales andinas, resaltando la mezcla de
razas, culturas y usos, producto de las migraciones, como de-
tonantes de nuevas formas expresivas.
El mestizaje del teatro de César Brie se opone a, o más
bien suspende, lo que identifica, fija y estabiliza. Siguiendo
con la noción de mestizaje de Laplantine y Nouss, pensamos
15
Federico Luppi —actor argentino que vivió su exilio en Ma-
drid— revisa la cultura argentina en clave de mestizaje: “Cuando me
pregunto por qué surgió acá esa camada de gente maravillosa en las
distintas ramas, la única explicación que consigo darme a mí mismo,
la más válida, robusta y vigorosa de todas, pasa por revisar la historia
argentina. Éste es un país de aluvión, inundado por muchas etnias,
fundamentalmente la mediterránea —española e italiana—. Cuando
digo mediterránea, me estoy refiriendo a una cultura que engloba lo
árabe, lo semítico, la isla desde el punto de vista de cierta entroniza-
ción de lo que son las pasiones calientes. […] Aquí, un actor judío, in-
glés, francés o español viene a trabajar y no provoca en el espectador
exclamaciones del tipo de: ‘¡Oia, un español!’ u ‘¡Oia, un francés!’.
Para nada. Aquí nadie se extrañó nunca de que Alberto Closas hablara
un catalán-español casi cerrado en treinta películas. Eso siempre nos
pareció lo más natural. Porque también fue casi natural la cabida de
esa corriente, de esa fluidez afectiva que traspasó el mundo medi-
terráneo. Tan natural como tirar una semilla de lo que fuere en esta
ubérrima tierra y que surja un fruto, aunque sea a base de salivazos.
La Argentina logró cristalizar esa suerte de savia muy profunda” (289).
46
¿Por qué, cualesquiera que sean los trastornos migratorios, las
perturbaciones de referencias, las discontinuidades de todo tipo
—padecidas o buscadas— se procura con todas las fuerzas, de
todas las maneras, volver a rearmarse: encontrarse entre conoci-
dos, entre los suyos, en plena extranjería? ¿Por qué se obstinan en
producir algo común, sociable, indivisible, pese a lo dispar y lo
diseminado? ¿Por qué quiere uno proseguir, preservar las fidelida-
des, a despecho de las rupturas? [2007: 246]
7. Dramaturgias radicantes
48
radicante plantearía un estar entre las marcas de su desarraigo
y los vínculos con su nuevo entorno. Sus raíces crecen a me-
dida que avanzan sobre un espacio que no las reconoce del
todo. Dramaturgias radicantes, en tanto ponen en escena las
propias raíces en contextos y formatos heterogéneos, a la vez
que se deslocalizan y se contagian del nuevo teatro que las
recibe. Las dramaturgias radicantes establecen entonces una
multiplicidad de arraigos simultáneos y sucesivos.
Ya con una lente de mayor integración, de mayor alcan-
ce, pensamos que los movimientos de los artistas teatrales
exiliados latinoamericanos siguen siendo modos de recons-
trucción de las estructuras de comunidad que buscaron pul-
verizar las dictaduras, formas de poner a decir en nuevos
contextos, nuevos modos de ejercer políticas sustitutivas. Fi-
nalmente, dentro de las obras de estos artistas, en su interior,
es donde debería seguir buscándose el trazo de la errancia.
Porque como nos dice Arístides Vargas, el exilio es —continúa
siendo— lo inacabado:
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Dramaturgia y exilio
se terminó de imprimir en octubre de 2015
en los talleres de Editorial Innova,
1.ª Norte 150, col. Isidro Fabela,
c. p. 14030, Tlalpan, Distrito Federal.
El cuidado de la edición estuvo a cargo
de Leticia García, Abril Terreros y el autor.
Formación y diseño, Irasema Chávez Santander.
El diseño editorial es de José Bernechea Iturriaga.
El tiraje consta de 2 000 ejemplares.
56
E n estos tiempos nómadas de migraciones, traslados
y mestizajes que ofrecen una alternativa transcultu-
ral al discurso hegemónico y unívoco de nuestras socie-
dades de control, este ensayo emprende un inteligente
y hermoso análisis sobre la creación teatral y el exilio.
Su autor teoriza con rigor, solidez y claridad sobre las
articulaciones que existen entre las poéticas escénicas
y las geografías territoriales en donde son concebidas.
¿Cuáles son las problemáticas que se originan cuando la
escritura teatral que es un arte por excelencia del despla-
zamiento —recordemos que su realización final no suce-
derá nunca en su expresión literaria sino en su traslado
hacia ese otro territorio que es la escena— se enfrenta a
la experiencia del exilio que también se inscribe en una
dinámica de movimiento? Con gran lucidez y hondura,
este texto reflexiona de forma exquisita sobre el teatro y
las cartografías por medio de una escritura precisa y pre-
ciosa que hacen de este ensayo una verdadera aventura
literaria.
Sergio Blanco