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Ocurre muy pocas veces que un ser vivo crece y crece sin parar. La primera fue
una hormiga que, en la era de los dinosaurios, creció y creció hasta hacerse más
grande que todos ellos. La gigantesca hormiga campaba a sus anchas sin temor,
pues sus pinzas eran tan grandes que hasta los tiranosaurios se asustaban y salían
También le ocurrió a una vaca. La vaca creció tanto que, para alimentar su
barriga, se tragaba praderas enteras llenas de hierba. Toda esa hierba la digería en
su tripa y luego hacía lo que hacen las vacas: soltar boñigas y tirarse pedos. Los
de esta descomunal vaca eran tan grandes que formaban nubes tóxicas a su
alrededor. Por eso la vaca vivió siempre sola; nadie nunca se le acercó.
La tercera y última vez que algo creció sin parar fue un tomate. Un tomate que
naturaleza.
La existencia de este singular tomate llegó hasta los oídos de un malvado rey que
sé. ¡Traedme una escalera! Me subiré al tomate y reinaré sentado sobre él. ¡Será
Y así fue. El rey se subió al tomate y desde allí reinaba aunque lo hacía muy mal,
porque imponía castigos sin ton ni son y se quedaba con montones de comida
Pronto tuvieron que hacerle al rey una escalera más grande, porque el tomate
seguía creciendo. Su piel se ponía cada vez más y más tensa, hasta que un día,
cuando el rey llegó a lo más alto del tomate y se sentó, pinchó sin querer la roja
piel del tomate con su espada y el tomate explotó como un globo gigante
¡PLUUUUMMMMMMM!
El rey gritó del susto a la vez que salía disparado hacia el espacio como un
cohete, desapareciendo por encima de las nubes. El malvado rey nunca volvió y