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1) «Noche primera»
TEDIATO y un SEPULTURERO
Diálogo
El palacio, la cabaña
son mi asilo,
si del ábrego8 el furor
troncha el roble en la montaña,
o que inunda la campaña
el torrente asolador9.
Y a la hoguera
me hacen lado
los pastores
con amor,
y sin pena
y descuidado
de su cena
ceno yo.
O en la rica
chimenea,
que recrea
con su olor,
me regalo
codicioso
del banquete
suntüoso10
Con las sobras
11 Turbión: aguacero con viento fuerte, que viene repentinamente y dura poco.
12 Villano/a: aquí, habitante de una villa, pueblerino/a.
Y al avaro
da castigo
que le niegue
caridad.
Y a la hermosa
que respira
cien perfumes,
gala, amor,
la persigo
hasta que mira,
y me gozo
cuando aspira
mi punzante
mal olor.
(Vase BRÍGIDA.)
16
Aura: aquí, aire, viento suave y apacible.
que agita con manso aliento,
ese dulcísimo acento
con que trina el ruiseñor
de sus copas morador
llamando al cercano día,
¿no es verdad, gacela mía,
que están respirando amor?
Y estas palabras que están
filtrando insensiblemente
tu corazón, ya pendiente
de los labios de don Juan,
y cuyas ideas van
inflamando en su interior
un fuego germinador17
no encendido todavía,
¿no es verdad, estrella mía,
que están respirando amor?
Y esas dos líquidas perlas
que se desprenden tranquilas
de tus radiantes pupilas
convidándome a beberlas,
evaporarse a no verlas
de sí mismas al calor,
y ese encendido color
que en tu semblante18 no había,
¿no es verdad, hermosa mía,
que están respirando amor?
¡Oh! sí, bellísima Inés,
espejo y luz de mis ojos;
escucharme sin enojos
como lo haces, amor es;
mira aquí a tus plantas, pues,
22 Enajenar: Sacar a alguien fuera de sí, turbarle el uso de la razón o de los sentidos.
5) «La Venta de los Gatos»
Mi hijo hizo esfuerzos increíbles por verla otra vez, para hablarle un
momento. Todo fue inútil; su familia no quería. Al cabo la vio, pero la vio muerta.
Por aquí pasó el entierro. Yo no sabía nada, y no sé por qué me eché a llorar
cuando vi el ataúd. El corazón, que es muy leal, me decía a voces:
-Esa es joven como Amparo; como ella, sería también hermosa; ¿quién
sabe si será la misma? Y era; mi hijo siguió el entierro, entró en el patio, y al
abrirse la caja, dio un grito, cayó sin sentido en tierra, y así me lo trajeron.
Después se volvió loco, y loco está.
Cuando el pobre viejo llegaba a este punto de su narración, entraron en
la venta dos enterradores, de siniestra figura y aspecto repugnante. Acabada su
tarea, venían a echar un trago «a la salud de los muertos», como dijo uno de
ellos, acompañando el chiste con una estúpida sonrisa. El ventero23 se enjugó
una lágrima con el dorso de la mano, y fue a servirles.
La noche comenzaba a cerrar, oscura y tristísima. El cielo estaba negro,
y el campo lo mismo. De los árboles pendía aún, medio podrida, la soga del
columpio agitada por el aire; me pareció la cuerda de una horca, oscilando
todavía después de haber descolgado a un reo24. Sólo llegaban a mis oídos
algunos rumores confusos: el ladrido lejano de los perros de las huertas; el
chirrido de una noria, largo, quejumbroso y agudo como un lamento; las palabras
sueltas y horribles de los sepultureros, que concertaban en voz baja un robo
sacrílego... No sé; en mi memoria no ha quedado, lo mismo de esta escena
fantástica de desolación, que de la otra escena de alegría, más que un recuerdo
confuso, imposible de reproducir. Lo que me parece escuchar tal como lo
escuché entonces es este cantar que entonó una voz plañidera25, turbando de
repente el silencio de aquellos lugares:
23 Ventero/a: persona que regenta una venta para hospedaje de los pasajeros.
24 Reo/a: condenado/a o preso/a, persona que por haber cometido una culpa merece castigo.
25 Plañidero/a: que plañe, lloroso y lastimero.
Era el pobre muchacho, que estaba encerrado en una de las habitaciones
de la venta, donde pasaba los días contemplando inmóvil el retrato de su amante
sin pronunciar una palabra, sin comer apenas, sin llorar, sin que se abriesen sus
labios más que para cantar esa copla tan sencilla y tan tierna, que encierra un
poema de dolor que yo aprendí a descifrar entonces.
Rimas y Leyendas (1871)
Gustavo Adolfo Bécquer
II
Como a impulsos de lenta
enfermedad, hoy cien, y cien mañana,
hasta perder la cuenta,
racimo tras racimo se desgrana.