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¡ALEMANIA

DEBE
PERECER!
Por

THEODORE N. KAUFMAN
1941

ARGYLE PRESS
Newark, New Jersey

Traducido al Español: Samuel Cruz 2019


Éste dinámico volumen describe un plan integral para la
extinción de la Nación alemana y la erradicación total de la tierra,
de toda su gente. También, está contenido dentro, un mapa que
ilustra la posible disección de Alemania y el reparto de sus tierras.

*****

A todos aquellos hombres y mujeres que preferirían morir


luchando por la libertad, que permanecer vivos como esclavos;

A todos aquellos hombres y mujeres que, sin miedo, dicen la


verdad; tal y como conciben a la verdad;

A todos aquellos hombres y mujeres que, inspirados por los


esfuerzos, las esperanzas y las aspiraciones de la humanidad
anteponen sus propias necesidades;

Este libro está humildemente dedicado.


NOTA ESPECIAL PARA EL LECTOR

ALEMANIA DEBE PERECER presenta un plan para la paz


permanente y duradera entre las naciones civilizadas. Basa su tesis
en la eventual derrota de Alemania por parte del Imperio Británico
y sus Aliados, sin la ayuda de los Estados Unidos.

Sin embargo, si las circunstancias decretasen que el público


estadounidense emitiese su voto a favor de la guerra como medida
de autodefensa, (y es la ferviente plegaria del autor que esto nunca
suceda) sería primordial que las vidas de nuestros hijos naturales
no fueran sacrifcadas en vano como lo fue la vida de sus padres
hace una generación.

Si nuestros soldados deben salir a matar o morir en la batalla, al


menos dejen que se les de no sólo un eslogan, sino un propósito
solemne y una Promesa Sagrada.

¡Que este propósito sea una Paz Duradera!

Y, ésta vez, esa promesa ¡debe ser cumplida!


1.

Acerca de Éste Libro

La actual guerra no es una guerra contra Adolf Hitler.

Tampoco es una guerra contra los Nazis.

Es una guerra de pueblos contra pueblos; de pueblos civilizados


que visualizan la luz, contra bárbaros incivilizados que aprecian la
oscuridad.

De los pueblos de esas naciones que surgirán adelante con


esperanza hacia una nueva y mejor fase de la vida, enfrentados
contra la gente de una Nación que viajaría con entusiasmo hacia
atrás a las edades oscuras.

Es una lucha entre la Nación alemana y la humanidad.

Hitler no es más culpable por esta guerra alemana de lo que fue


el Káiser por la última. Ni Bismarck antes que el Káiser. Estos
hombres no originaron ni continuaron las campañas de guerras
Alemanas contra el mundo. Ellos fueron simplemente espejos
refejando siglos de antigua lujuria innata de la Nación alemana por
la conquista y el asesinato en masa.

Esta guerra está siendo librada por el pueblo alemán. Son ellos
quienes son responsables. Son ellos a quienes debe hacerse pagar
por ésta guerra. De otra forma, siempre habrá una guerra alemana
contra el mundo. Y con semejante espada colgando para siempre
sobre las cabezas de las naciones civilizadas del mundo, no importa
cuán grandes sean sus esperanzas, cuán agotadores sean sus
esfuerzos, nunca lograrán crear esos frmes y sólidos cimientos que
ellos deben primero establecer para la paz permanente, si alguna
vez tienen la intención de comenzar a construir un mundo mejor.

Porque de hecho no sólo no debe haber más guerras alemanas;


incluso no debe seguir habiendo la menor posibilidad de que alguna
ocurra de nuevo. El objetivo de la lucha actual debe ser un alto
final a la agresión alemana, no un cese temporal.

Esto no quiere decir un dominio armado sobre Alemania, o una


paz con ajustes políticos o territoriales, o una esperanza basada en
una Nación derrotada y arrepentida. Tales acuerdos no son
garantías sufcientemente concluyentes de no más agresiones
alemanas.

Esta vez Alemania ha forzado una GUERRA TOTAL sobre el


mundo.

Como resultado, debe estar preparada para pagar una PENA


TOTAL.

Y hay una, y solamente una, tal Pena Total:

¡Alemania debe perecer para siempre!

¡En realidad, no en suposición!

*****

Diariamente, la verdad se imprime sobre nosotros por


observación, y sobre otros menos afortunados por las bombas, que
la doctrina alemana de la fuerza no se basa sobre la conveniencia
política o la necesidad económica. La lujuria personal por la guerra
de aquellos que dirigen al pueblo alemán no es más que una parte
componente de la lujuria de guerra que existe en todo el conjunto
de las masas alemanas. Los líderes alemanes no están aislados de
la voluntad del pueblo alemán porque, apartados de esta voluntad,
no podrían surgir o existir en absoluto. Su inspiración personal, la
motivación, incluso el consentimiento de sus acciones son todas y
cada una proyectadas por los líderes alemanes desde lo más
profundo del alma Nacional alemana.

Con demasiada frecuencia, se ha afrmado que el actual impulso


alemán hacia el dominio mundial es sólo el gangsterismo callejero
practicado a escala Nacional organizada, derivado principalmente
de las clases más bajas, las heces de Alemania. Tal afrmación no
está sustentada por hechos, porque la misma lujuria, la misma
fuerza bruta que los alemanes muestran hoy bajo el gobierno de los
llamados “ Nazis de clase baja”, también la manifestaron en 1914,
en un momento en que “las clases altas” y los “especímenes más
nobles” capaces de ser producidos por la Nación alemana, los
Junkers(1), gobernaban esa tierra. Y un vasto número de
intelectuales alemanes, otra “clase alta” alemana, ¡se sentaron
como miembros del Reichstag alemán!

¡No! El problema del Germanismo no debe ser transmitido de


nuevo a la próxima generación.

El mundo nunca más debe ser estirado y torturado en el potro(2)


alemán. Nuestro es el problema; nuestra solución. El mundo ha
aprendido, con un conocimiento nacido de tragedias demasiado
numerosas, demasiado horribles para recordar, que
independientemente de qué líder o clase gobierne a Alemania la
guerra será librada contra él por ese país, porque la fuerza que lo
obliga a la acción es una parte inseparable del alma de las masas
de esa Nación.

Es cierto que esa alma, en algún momento, podría haber sido


formada de otra manera.

Pero aquella época estuvo en el ciclo civilizador de hace mil


años. Ahora es demasiado tarde.
Nosotros sabemos eso. Nuestros hombres de 1917 no lo sabían.
Ellos no tenían ningún precedente en el que basar su experiencia.
Nosotros no tenemos esa excusa hoy. Sus inútiles sacrifcios y sus
esfuerzos vacíos deben hoy dictar nuestras propias acciones y
decisiones.

Nosotros estamos pagando por la falta de experiencia de la


última generación al lidiar con las personas de la Nación alemana.
Cuando, y si el momento llega para nosotros de tomar una decisión
y acción similar, no debemos repetir su error. El costo resulta
demasiado grande; no sólo para nosotros, sino para todas las
generaciones futuras.

Debemos darnos cuenta de que ningún líder puede gobernar


Alemania en absoluto a menos que, de alguna manera, él encarne
el espíritu y exprese el alma de guerra existente en la mayoría de
sus gentes.

La palabra “mayoría” es utilizada deliberadamente porque al


hablar de las masas que componen una Nación, debe admitirse de
manera imparcial que alguna fracción de la masa debe
forzosamente discrepar de la misma. En consecuencia, aquí no se
hace ninguna injusta afrmación de que todos en Alemania son
culpables de sus infames delitos contra el mundo. De hecho
deberemos, al seguir nuestro punto de vista, favorecer a Alemania
permitiendo que como mucho el 20% de su población sea
enteramente inocente de complicidad en sus crímenes, así como
además de ser ajeno a cualquier porción de su alma de guerra.
Nosotros por lo tanto concedemos, por el bien del argumento, que
unos 15,000,000 de alemanes son absolutamente inocentes.

PERO ̶ deberán polacos, checos, eslovacos, austriacos,


noruegos, holandeses, belgas, franceses, griegos, ingleses,
irlandeses, escoceses, canadienses, australianos y estadounidenses,
ya que nosotros también podríamos a la larga sentir la punta de la
bota alemana ̶ ¿Deberán todos estos pueblos, que suman alrededor
de 300,000,000 de los más civilizados, más cultos de la tierra sufrir
constantemente y enfrentarse a la muerte no natural en cada
generación para que una pequeña parte de la población alemana
pueda seguir existiendo?

¿Son esos 15,000,000 de alemanes tan valiosos, tan


indispensables para la humanidad que 300,000,000 de hombres,
mujeres y niños inocentes deberán librar una guerra con Alemania
cada vez que ella así lo decrete? ¿Será el único futuro que
enfrenten los pueblos civilizados luchar perpetuamente contra los
alemanes? ¿Por qué criar niños mientras que Alemania engendra
guerra?

¿No son los holandeses un pueblo sobrio y prospero? ¿No son los
franceses cultos? ¿No son los checos industriosos? ¿No están los
polacos profundamente apegados a la tierra, la familia y Dios? ¿No
son los escandinavos un pueblo decente? ¿No son los griegos
valientes y audaces? ¿Acaso los ingleses, irlandeses, escoceses y
estadounidenses no son personas progresistas y amantes de la
libertad? Y en una muy simple aritmética, ¿no son estos
300,000,000 más que 15,000,000 de alemanes?

Si la democracia, como los estadounidenses lo saben, es un


gobierno mayoritario en un sentido nacional, también debe serlo en
un sentido internacional. El mayor bien para el mayor número es la
regla de oro de la democracia; luchar por la democracia mundial es
garantizar los derechos de la mayoría de los pueblos democráticos
contra las incursiones hechas sobre ellos por una minoría
autocrática.

Si esto no es así, ¿por qué reclutar un vasto ejército para la


defensa de la democracia? ¿Por qué entrenar a los soldados
estadounidenses para asesinar a un enemigo hipotético de la
democracia, cuando la voluntad que engendra éste enemigo se
fortalece y crece con cada baño de sangre sucesivo?
En 1917, los soldados estadounidenses, como los de cualquier
otra Nación importante, fueron obligados a asesinar por millones.
¿Para qué?

¿Supongamos que nos vemos obligados a matar de nuevo?


Porque las guerras sólo se ganan asesinando, no muriendo. ¿Una
vez más para qué? ¿Otra traición? ¿Traicionar a nuestros soldados
se va a convertir en un hábito Nacional? Porque es bastante
evidente, que luchar una vez más en la defensa democrática contra
Alemania con cualquier objetivo en vista, salvo la extinción de ese
país, constituye, aunque pierda la guerra, una victoria alemana.
Luchar para ganar, y no para acabar esta vez con el Germanismo
para siempre exterminando por completo a aquellas personas que
esparcieron su doctrina, es preconizar el estallido de otra guerra
alemana dentro de una generación.

Déjennos pues advertir, porque no es ilógico suponer que algún


día el soldado pueda emerger de debajo de la pesada capa del
“deber” y llegar, como capital laboral y civil, a exigir “derechos”.
No debe ser irracional conjeturar que un soldado también debe
tener derechos, así como también deberes. Ciertamente, un
hombre forzado contra su instinto de matar tiene derechos; tal vez
no los derechos de salarios y horarios, ni los derechos a utilidades,
ni el derecho de hablar sin restricción contra sus superiores, lo que
en un sentido militar presagia una catástrofe. No, ninguno de estos;
sólo algunos derechos simples, tres de los cuales aparecerían como
su deber incontestable de exigir: uno, que se le suministre
adecuadamente con las armas apropiadas en cantidades sufcientes
para que haya un mínimo de desperdicio ligado a su capacidad de
“matar”, ̶ en segundo lugar, que no sea traicionado por los
quintacolumnistas(3) quienes deben, en tiempo de guerra, ser
despachados sumariamente, por encarcelamiento o ejecución, y por
último, de la mayor importancia, que reciba una declaración
definitiva de su gobierno garantizándole de una vez por todas que
éste macabro, horrible asunto de matar alemanes es para un fin;
para que su hijo pueda conocer la paz sin tener que matar por ella.
Si tal garantía no se le concediera antes de su lucha, o no se la
mantuviera después de su lucha, como no lo fue la última vez
(aunque los generales sabían, entre ellos nuestro propio Pershing(4),
que Alemania en aquel momento debería haber sido
inalterablemente extinguida) ¿No puede entonces tomar tal acción
por sus propias manos? Concediendo que los obreros tienen
derecho a huelga cuando se violan sus derechos, concediendo que
el capital se retiene de circulación cuando se considera que su uso
no es rentable, concediendo que el civil se sienta tiranizado cuando
se ponen en peligro sus libertades civiles, ¿Qué curso no puede
tomar el soldado una vez que se dio cuenta de que ha sido
engañado, repetidamente, por aquellos por quienes mató?

Cuando llegue el día del ajuste de cuentas con Alemania, como


llegará, sólo habrá una respuesta obvia. ¡Ningún estadista, político
o líder responsable de los acuerdos de posguerra tendrá derecho a
disfrutar de darse el lujo personal del falso sentimiento y la
mojigatería superfcial y declarar que Alemania, engañada por sus
líderes, merecerá el derecho de resurrección! No se le permitirá,
esta vez, olvidar tan fácilmente a los bombardeados, a los millones
de mujeres y niños sepultados bajo escombros que vivieron un
inferno en la tierra; los acribillados, los cuerpos de soldados
aplastados por tanques; los muchos países cuyas energías fueron
minadas y sus recursos agotados. ¡Y, sobre todo, no se le permitirá
ignorar los sacrifcios desinteresados hechos por la gente común
para que la bestia que es Alemania nunca vuelva a vagar por la
tierra!

Es una obligación categórica que el mundo le debe a los que


lucharon y murieron ayer contra el alemán, y para aquellos que
están luchando contra él hoy, así como es una obligación ineludible
para la generación actual con aquellos que aún no han nacido,
asegurarse de que los perversos colmillos de la serpiente alemana
nunca volverán a atacar. Y ya que el veneno de esos colmillos se
obtiene de su fatal ponzoña, no desde dentro del cuerpo, sino desde
el alma de guerra del alemán, nada más garantizará la seguridad y
salvaguarda de la humanidad, al menos que esa alma de guerra sea
expurgada para siempre, y el cadáver enfermo que lo alberga sea
removido de este mundo para siempre.

Ya no hay ninguna alternativa:

¡Alemania Debe Perecer!

Esta guerra, con sus angustiosas miserias, sus indescriptibles


devastaciones alemanas, sus indecibles atrocidades alemanas, es
nacida del alma guerrera de aquellos bárbaros de quienes
Maquiavelo, escribiendo hace más de cuatrocientos años, observó:

“Las ciudades alemanas tienen poco o ningún valor en cualquier


cosa, a excepción de armar almacenes militares y hacer mejores
sus fortificaciones.. en vacaciones en lugar de otras diversiones, a
los alemanes se les enseña el uso de armas.”

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