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Aquel año el Ejército entraba en transición.

Con la pujanza de la burguesía, las nuevas ideas


limitarían el clasismo. Las ordenanzas de 1768 advertían al oficial que su “nacimiento no debía
granjearle esperanzas para el ascenso”.  El saludo de San Martín, también reciente, era con la “gorra
de sombrero”, casi mitra sueca, que sustituyó al “sombrero acandilado” —de tres picos, flexible y
estrechado en candil— y la marina bandera roja y gualda desde 1785, popularizaría en el sitio de
Gerona, y la vería José, como oía la marcha real, aún “marcha granadera”, que desde 1761 alternaba
en infantería con “la fusilera”.
No fue cadete cinco años, como sus hermanos, lo normal, sino menos de cuatro, tal vez por la
campaña. Viviría en su casa —era permitido— y su alma militar se forjaría en el espíritu y la letra de
las “sabias ordenanzas”, norma de vida del soldado y el oficial, que se las haría comprar a su ingreso
el “maestro de cadetes”.

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