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UN JUICIO, UN CUENTO Y UNA LÁGRIMA

Cuando uno es niño los grandes, que “saben más “o son “más inteligentes” los
cuidan y resguardan (o eso creen). Nunca dicen toda la verdad, al contrario de los
niños que como ellos dicen “no tenemos filtro “. Pero esto más que todo pasa en las
tragedias. No necesariamente son del nivel de Shakespeare; no siempre hay
muerte, pero sí cosas que lastiman. Cosas que a veces, son peores que la muerte.
Cosas que si uno pudiera las dejaría en una caja y las tiraría al fondo del mar, algo
parecido se intenta hacer cuando la gente dice “todos tienen alguna muerte en su
placard “o “no saques los traperos al sol”. Frases que por lo menos yo, he
escuchado mucho.
Cuando estás supuestas cosas ocurren, los grandes optan por contarle cuentos a
los niños. Cuentos extremadamente sintéticos y adornados, con mariposas, colores
y unicornios, pero, sobre todo, con finales felices.
Cuando yo era niña viví una tragedia, pero por supuesto, la viví en forma de cuento.
Si hoy preguntamos qué sucedió nadie lo tiene claro; ni mi consiente, ni mi
subconsciente, ni mis padres, ni mi imaginación. Lo peor de todo es que esta
historia no estaba escrita en ningún lado, ni el cuento ni la crónica, sino que era una
narrativa oral. Una de esas que, si uno no se acuerda, se pierden en el tiempo al
igual que las palabras. Pero bueno, mi trabajo como cronista, es encontrar la
verdad. Mostrarles una crónica, no un cuento. No voy a hacerles lo mismo que
hicieron conmigo, de esa zafan.
La Tierra, América Latina, Sud América, Argentina, tierra del mate y la pasión;
Córdoba, ciudad chovinismo del cuarteto y la Mona Giménez; Barrio Jardín, hogar
de clubes, juventud y la escuela Instituto Nuestra Señora (mejor conocida como
Monjas Azules). Allí, vivía una niña de 5 años con su familia de cinco personas: un
papá, una mamá, un hermano más grande, una hermana del medio y ella, la más
pequeña de su familia. Su apellido era Luque, pero para comenzar con esta crónica
debemos ir un poco más atrás.
Hace muchos años atrás Sebastián, el padre de Victoria (la hija menor), inició una
sociedad con su hermano Federico, persona a la cual Victoria no conoce y no cree
que conocerá jamás. Todo parecía ideal, como una narrativa infantil. Tenían una
hermandad tan sólida que parecía indestructible, hasta que el dinero se interpuso
entre ellos o mejor dicho el kuko.
Ambos agrónomos (una actividad muy próspera en Argentina) que deseaban crecer.
No venían de una familia con poder ni mucho menos. Todo lo que conseguían lo
obtenían con esfuerzo, sudor y lágrimas. Ambos casados, pero la esposa de uno de
ellos no era querida por la familia de mi papá. Esa era mi mamá. No la querían para
nada debido a que venía de una clase más alta que mi papá y mis abuelos,
resentidos por su falta de poder, decidieron odiarla (cabe aclarar que esta es sólo mi
opinión, probablemente mis abuelos paternos lo veían distinto). Si lo vemos por
arriba parece un relato de amor prohibido muy lindo y divertido, pero para mis
padres no era una situación agradable. En fin, su sociedad estaba creciendo.
Parecía ser una sociedad próspera y con mucho futuro hasta que sufrieron un gran
accidente.
Un día, yendo desde Córdoba (ciudad donde residen) hasta el Chaco (lugar donde
trabajaban en su campo) la autopista les jugó una mala pasada. Comenzó como un
día común: salieron de sus casas a las 5:30 de la mañana, buscaron un paquete
grande de galletitas nueve de oro agridulces, prepararon lo antes posible su mate y
salieron. El viaje desde mi ciudad al chaco es de 7 horas, así que estaban
tranquilos, haciendo el mismo camino que hacían siempre. Lo que no sabían era
que debido a un incendio lejano un sector de ruta 89, aproximadamente en el
kilómetro 540 (más o menos dos horas antes de llegar a destino), estaba infectado
de humo.
Mi papá era el que manejaba mientras que mi tío dormía con el asiento reclinado.
Cuando se dio cuenta de que era muy peligroso ir a gran velocidad ya que no podía
ver nada, desaceleró y muchos otros autos hicieron lo mismo. Según los diarios, los
medios de comunicación y lo que logré escuchar a escondidas mientras mis tíos
hablaban, por supuesto que esta parte de la historia a mí nunca me la dijeron
directamente; la autopista era un caos.
Un auto con dos padres jóvenes y un niño decidieron detenerse en la banquina
hasta que el humo cese; otro auto había chocado con un árbol justo al frente de
ellos e impedía el paso continuo y cotidiano atravesando una parte de la ruta con la
cola del auto. La caminera, policía o control de tránsito aún no habían llegado por lo
que nadie lograba ver el auto hasta estar como a un metro y medio de distancia.
Había otros dos autos más circulando delante de mi papá. En total eran cinco autos
aglomerados en un tramo de 20 metros.
Lo que ocasionó el choque fue que un camión que iba muy rápido por esa misma
ruta no logró frenar a tiempo y chocó con el auto que había impactado con el árbol
desde atrás a unos 60 km/h. Este auto estalló contra el vehículo de la familia joven y
el camión, aún sin poder frenar, ocasionó que los otros tres autos chocaron en
cadena.
En suma, todos los miembros de la familia próspera y joven murieron al igual que el
auto que había chocado con el árbol. Los integrantes de los otros tres autos salieron
severamente lastimados y el camionero no sufrió ningún daño mayor a nivel físico.
Mi papá y mi tío fueron llevados al hospital más cercano en el pueblo de Moreno
(Santiago del Estero) donde los estabilizaron e hicieron lo mejor posible. Debido a
como estaba sentado mi tío, sufrió más lesiones que mi papa ya que el cinturón lo
presionó desde debajo del estómago lo que ocasionó lesiones internas algo más
graves que las de mi padre.
Luego de grandes sustos, ambos terminaron sanos y salvos. Mientras ellos se
recuperaban mis hermanos y yo vivíamos con mi abuela. A mí me decían que mis
papas se habían ido de viaje y que volverían cuando el viaje concluyera. Si lo
analizamos groseramente, en realidad nunca me mintieron, solo ocultan detalles, es
debido a estos hechos que digo que me contaban un cuento, no una mentira, sino
una verdad adornada.
Lamentablemente unos meses después de este accidente, mi tío comenzó a actuar
muy raro. Primero comenzó a decir que todo era culpa de mi papá y que, sobre que
él no tenía la culpa fue el más perjudicado. Fue por esto que quería romper su
sociedad con mi papá, a lo que mi papá no objetó, pero Federico (mi tío) decía que
él debía quedarse con casi todo lo que habían logrado ya que ahora estaba
“imposibilitado para trabajar”. Esto no fue de agrado para mi padre porque él
también había contribuido para formar su pequeño negocio. Pero, sobre todo, lo
sentía como una gran traición de parte de su hermano ya que este no solo llegaba a
mi casa gritando como un loco diciendo que mi mama había cambiado a mi papá,
sino que puso a toda la familia de mi padre en gran tensión obligándolos a elegir
bandos.
No recuerdo muy bien que hadas o unicornios le pusieron a esa parte de la historia
en su momento. Tal vez, agobiados por la situación, decidieron ya no darme más
explicaciones.
Finalmente, fueron a juicio el cual concluyó seis años después cuando yo estaba
entrando al nivel secundario.
El juez decidió que cada uno se llevaría una mitad, pero la gran tragedia no fueron
solamente los llantos provocados por el choque sino las lágrimas derramadas por
una hermandad perdida y jamás recuperada.

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