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LA BUSQUEDA ESPIRITUAL
La vida es una búsqueda permanente que empieza cuando el bebé de modo reflejo
busca el pezón de la madre o algo que llevarse a la boca. Este instinto innato de
búsqueda es algo que define a las crías de todos los seres vivos, que vienen equipados
con esta programación esencial para la subsistencia.
Todo contribuye a que la gran mayoría de las personas que constituyen el grupo vaya
internalizando la creencia profundamente arraigada de que es más feliz el que consigue
satisfacer un mayor número de necesidades. El efecto de esta motivación grabada hasta
la médula en la estructura de la propia personalidad, nos empuja a no distinguir entre las
necesidades de subsistencia y reales y aquellas otras que nos esclavizan porque no tiene
fin y su logro se convierte en una meta que nunca se alcanza. Esta generación
interminable de necesidades y la convicción de eso es la base de la felicidad se hace
todavía más perversa porque se esfuerza en que miremos al vecino y hagamos
comparaciones; de este modo incluso aquellos individuos que consiguen satisfacer la
mayor parte de sus deseos, acaban sintiendo desazón al comprobar que la publicidad te
señala a los que han llegado más lejos, surgiendo así la que podíamos llamar la
infelicidad comparativa.
El caso es que este modo de actuación constituye los cimientos del propio sistema y, si
en algún momento dejase de recordar las necesidades conocidas y de generar otras
nuevas, peligraría e incluso dejaría de existir como tal. También es básica para la
continuidad del sistema la programación para que los individuos se miren
permanentemente en los demás pero es a la vez la siembra en la mayoría de la población
de la semilla del desasosiego y de la infelicidad. Es difícil dejar atrás esta programación
no sólo por el trabajo especializado de los medios publicitarios del sistema, que lo repiten
insistentemente, sino también porque los propios miembros del grupo están dispuestos a
presionar en la misma dirección, excluyendo al que se atreva ponerlo en duda. De este
modo es realmente difícil liberarse de “las cadenas” invisibles a que estamos sometidos y
que nos mantienen esclavizados.
El resultado es que siempre tenemos que esforzarnos un poco más para llegar a la tierra
prometida que siempre está un poco más allá. Muchos no consiguen más que superar
una de las etapas previas y sólo unos pocos alcanzan las metas de satisfacción de
necesidades prefijadas. Pues bien, la mayoría de estos pocos, que han llegado a la meta,
cuando, mirándose a sí mismos, se preguntan si ha valido la pena hacer todo el
recorrido, experimentan una sensación de vacío, continúan sintiendo una especia de
anhelo profundo en su interior que permanece sin llenar. Con frecuencia esta
constatación, cuando sucede, se alcanza cuando el reloj de la vida ya señala la última
etapa: cuando echan la vista atrás y se dan cuenta que esa no era la dirección correcta,
ya no es tiempo de cambiar lo vivido. Tampoco sirve de mucho tratar de advertir a los
que les rodean a fin de que no cometan el mismo error porque no son capaces de
escucharle ya que se trata de algo que uno tiene que experimentar.
Estamos tan ocupados ejecutando los programas que nos han ido instalando en la
psique que ni siquiera nos damos cuenta, hasta que es demasiado tarde, de que hemos
estado persiguiendo un espejismo que siempre se aleja y nunca se alcanza. Esa
búsqueda prefijada e indiscutible no nos deja tiempo para mirar aquí y ahora, en cada
momento presente donde está la única realidad indiscutible.
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“Cada momento actual es un regalo glorioso de Dios. Por eso se llama el presente.”
(Conversaciones con Dios)
Por su parte, las religiones, que en principio nacieron para llamar la atención de todos
hacia el tesoro auténtico que encierra cada momento, se han olvidado en su mayoría de
su meta y se han especializado en ofrecer otro tipo de esperanza, también ubicada en el
futuro del futuro: es la promesa intangible del cielo, paraíso o como quiera que se llame,
que sólo es posible alcanzar al final del final. No es de extrañar que algunos hayan
considerado a las religiones como la esperanza de los desafortunados, el opio del
pueblo, la oferta del premio de consolación para los que se quedaron atrás en la carrera
de las satisfacción de las necesidades. También sirve para aquellos que, a pesar de las
muchas necesidades satisfechas, no se sienten colmados y tratan de escapar de su
decepción.
Tenemos, por una parte, un sistema económico que indudablemente proporciona bienes
y servicios, muchos de ellos fundamentales para vivir y para lograr una vida cómoda y a
los políticos, los especialistas en hablar y proclamarse los mejores proveedores de tales
promesas de futuro terrenal; y por otra parte están las promesas de las religiones
convencionales que rizan el rizo de las promesas. En ambos casos nuestra vida se
convierte en una búsqueda interminable.
Sólo unos pocos, movidos por su forma de ser y por los acontecimientos que la vida les
ha ido presentando, son capaces de darse cuenta de que la lógica de ambas búsquedas
no son liberadoras sino esclavizantes: la conclusión es que si éste no es el camino,
hay que buscar en otro parte. Esos pocos, cada vez más, que ven con claridad que
sus preguntas esenciales continúan sin una respuesta auténtica y profunda,
deciden mirar más allá de las promesas terrenales y de las promesas de cielos y
paraísos.
Estas personas, que de algún modo intuyen que existe una respuesta a su anhelo de
verdad, calma y sosiego, son los llamados buscadores espirituales o transpersonales.
El buscador espiritual busca algo más profundo, en cierto modo es un buscador más
refinado y consciente, pero tiene una característica que le asemeja al otro y es que
ambos tratan de encontrar la respuesta en otra parte y en otro tiempo, nunca aquí y
ahora. El buscador espiritual o transpersonal se diferencia en que ya se ha convencido de
que la respuesta a sus anhelos no está en las cosas materiales ni siquiera en las buenas
relaciones personales, sino en alguna otra parte.
(Eckhart Tolle, una de las personas más influyentes a nivel espiritual actualmente nos da
una pista sobre esa busqueda espiritual, el aquí y el ahora)
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3.-LOS CAMINOS Y ESCUELAS ESPIRITUALES ANTE EL DILEMA DE LA
BÚSQUEDA
Los maestros espirituales auténticos se han dado cuenta, desde siempre, de que no hay
nada que buscar porque la naturaleza esencial está en el aquí y ahora en nuestro interior.
También han dejado claro que no es cuestión de creer en esto o en aquello; la única y
exclusiva manera es verlo y experimentarlo por uno mismo. A pesar de la claridad de
esta afirmación, los seguidores de los distintos maestros y las escuelas que surgieron en
torno a ellos hablaron de caminos, de métodos de purificación y catarsis para llegar a
caer en la cuenta de nuestra naturaleza esencial; al hablar de caminos y métodos
pensamos en un recorrido necesario para llegar a alguna parte, y justo esto es olvidar el
momento presente.
(Ken Wilber nos habla en este video sobre la “soledad del camino espiritual”)
Por tanto, cuando se habla de recorrer un camino de seguir un método, hay que estar
atentos para no caer en la trampa de buscar en un lugar distinto de este mismo
momento. Si somos conscientes de que lo que se trata de buscar ya está dentro de
nosotros, sólo es necesario mirar con toda la atención de que seamos capaces. A
medida que vayamos retirando las diversas capas de la personalidad que nos impiden
ver sin distorsión de la realidad, iremos descubriendo lo que realmente somos, que se
muestra de múltiples maneras, que son distintos aspectos o perspectivas de lo Mismo.
Todos los psicólogos transpersonales, entre los que destacan Ken Wilber y A. H. Almaas,
compaginaron la indagación de sí mismos con el estudio de los grandes maestros de
Oriente y de Occidente, desde Buda y el Zen hasta el Advaita, y desde el Sufismo hasta
los místicos cristianos tales como el maestro Eckhart, Angelus Silesius, San Juan de la
Cruz, Santa Teresa de Jesús o, pasando por la cábala y Plotino hasta Nisargadatta o
Ramana Maharshi y en general el estudio de la filosofía perenne. También estudiaron la
Psicología Oriental y profundizaron en Occidental, hasta determinar de una u otra manera
que para ver la Realidad es preciso antes deshacerse de las distintas distorsiones,
nacidas en nuestra infancia, que nos impiden ver el Fondo originario, nuestro Ser
esencial. Hay que tener cuidado para no interpretar esta catarsis como otro tipo de viaje
al fondo de uno mismo, un viaje a lo profundo, porque, si fuese así, de nuevo estaríamos
dejando de lado lo único que hay, que no es otra cosa que el momento presente. Hay
que evitar el error de pensar que el amor, la paz, la sabiduría y la inteligencia auténticos
están más allá de este momento, posponiendo todo a cuando realicemos una catarsis
más profunda, a cuando hayamos practicado más meditación o cuando aparezca el
maestro adecuado. Lo único que tenemos que hacer es dejarnos ser aquí y ahora, justo
donde estamos, sin necesidad de cambiar la manera que somos, sin necesidad de dejar
de ser quienes somos, sin perder de vista cada instante que es lo único que se nos da.
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4.-EL FIN DE LA BÚSQUEDA ES EL CAMINO QUE NO ES CAMINO
El verdadero camino es aquel que no es camino, es el que sirve para honrarse a uno
mismo dónde está, cómo es, y quién es, sin juicio y sin comparación con nadie ni
con ningún modelo establecido. Estar dónde uno está significa justo eso: estar donde
está, exactamente donde está, con todo lo que hay, ya nos parezca bueno y ya nos
parezca malo, tal cual es. El simple hecho de estar donde uno está, sin dejarse llevar por
el barullo mental, genera un proceso de apertura en el que se van evaporando las
barreras que se han ido estableciendo en nosotros de un modo inconsciente y a medida
que éstas desaparecen se van mostrando aspectos cada vez más profundos de la
verdadera naturaleza de lo que somos. Poco a poco aprendemos a dejar de defendernos
y de esconder quiénes somos realmente. En la calma y la relajación que esto produce
vamos aprendiendo a disfrutar del simple hecho de ser –ser dándose cuenta y
plenamente despiertos-. El hecho de simplemente ser, se convierte en un agente de
cambio que va transformando nuestra conciencia y revelando cada vez con más
profundidad la verdad de lo que somos. Esta revelación está disponible y sucederá si
queremos abrirnos a lo que significa verdaderamente estar donde estamos. Sólo basta
con concedernos el don de no ir a ninguna parte, de no intentar hacer nada, de no
mirar en otro sitio.
Ya para acabar, os dejo con una serie de películas muy diferentes entre si y que ayudan a
reflexionar sobre todo lo dicho .