Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
1. CICLO A
MONICIÓN DE ENTRADA
Bienvenidos hermanos a la Casa del Señor.
Hoy empezamos los cristianos un nuevo año litúrgico con el I Domingo de
Adviento, tiempo de espera. Desde hoy hasta el día del Bautismo del Señor, el
domingo siguiente a la Epifanía, van a ser unas seis semanas de "tiempo fuerte"
en que celebramos la misma Buena Noticia: la venida del Señor.
Cuando todos están hablando de las últimas semanas del año, nosotros hablamos
de las primeras. Y se notará por las lecturas y las oraciones, así como la
ambientación especial de las iglesias, los colores litúrgicos y por el tipo de los
cantos. También por las velas de la "corona de Adviento", que se encienden
sucesivamente a lo largo de este tiempo inicial del Adviento.
Nosotros comencemos la espera del Señor, poniéndonos de pie y entonando el
canto de entrada...
MONICION A LAS LECTURAS
En una visión universalista de la salvación, Isaías ve, al final de los tiempos, cómo
todas las naciones acuden gozosos a la casa del Señor. Dios viene para
otorgarnos a todos la salvación. El día de la venida del Señor será en el momento
menos esperado. Nadie sabe cuándo. Pero Jesús nos pone hoy en alerta y nos
hace hoy unas sugerencias importantes a tomar en cuenta, para que ese día no
nos sorprenda sin prepararnos. Escuchemos
PRIMERA LECTURA
Lectura del libro de Isaías 2, 1-5
Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén:
Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor
en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas.
Hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos.
Dirán:
«Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob:
él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas;
porque de Sión saldrá la ley, de Jerusalén la palabra del Señor».
Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos.
De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas.
No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra.
Casa de Jacob, ven, caminemos a la luz del Señor.
Palabra de Dios.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Romanos 13, 11-14a
Hermanos:
Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de despertaros del sueño,
porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer.
La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las
tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz.
Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas ni
borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias. Vestíos
del Señor Jesucristo.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según San Mateo 24, 37-44
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
—«Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé.
Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé
entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a
todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre.
Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos
mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán.
Por lo tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el
ladrón estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa.
Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis
viene el Hijo del hombre».
Palabra del Señor.
Homilía
¡Velad!
Empieza [el domingo] el primer año del ciclo litúrgico trienal, llamado año A. En él
nos acompaña el Evangelio de Mateo. Algunas características de este Evangelio
son: la amplitud con la que se refieren las enseñanzas de Jesús (los famosos
sermones, como el de la montaña), la atención a la relación Ley-Evangelio (el
Evangelio es la «nueva Ley»). Se le considera como el Evangelio más
«eclesiástico» por el relato del primado a Pedro y por el uso del término
«Ecclesia», Iglesia, que no se encuentra en los otros tres Evangelios.
La palabra que destaca sobre todas, en el Evangelio de este primer domingo de
Adviento, es: «Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor...
Estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del
hombre». Se pregunta a veces por qué Dios nos esconde algo tan importante
como es la hora de su venida, que para cada uno de nosotros, considerado
singularmente, coincide con la hora de la muerte. La respuesta tradicional es:
«Para que estuviéramos alerta, sabiendo cada uno que ello puede suceder en sus
días» (San Efrén el Sirio). Pero el motivo principal es que Dios nos conoce; sabe
qué terrible angustia habría sido para nosotros conocer con antelación la hora
exacta y asistir a su lenta e inexorable aproximación. Es lo que más atemoriza de
ciertas enfermedades. Son más numerosos hoy los que mueren de afecciones
imprevistas de corazón que los que mueren de «penosas enfermedades». Si
embargo dan más miedo estas últimas porque nos parece que privan de esa
incertidumbre que nos permite esperar.
La incertidumbre de la hora no debe llevarnos a vivir despreocupados, sino como
personas vigilantes. El año litúrgico está en sus comienzos, mientras que el año
civil llega a su fin. Una ocasión óptima para hacer hueco a una reflexión sabia
sobre el sentido de nuestra existencia. La misma naturaleza en otoño nos invita a
reflexionar sobre el tiempo que pasa. Lo que decía el poeta Giuseppe Ungaretti de
los soldados en la trinchera del Carso, durante la primera guerra mundial, vale
para todos los hombres: «Se está / como en otoño / en los árboles / las hojas».
Esto es, a punto de caer, de un momento a otro. «El tiempo pasa y el hombre no
se da cuenta», decía Dante.
Un antiguo filósofo expresó esta experiencia fundamental con una frase que se ha
hecho célebre: «panta rei», o sea, todo pasa. Ocurre en la vida como en la
pantalla televisiva: los programas se suceden rápidamente y cada uno anula el
precedente. La pantalla sigue siendo la misma, pero las imágenes cambian. Es
igual con nosotros: el mundo permanece, pero nosotros nos vamos uno tras otro.
De todos los nombres, los rostros, las noticias que llenan los periódicos y los
telediarios del día --de mí de ti, de todos nosotros--, ¿qué permanecerá de aquí a
algún año o década? Nada de nada. El hombre no es más que «un trazo que crea
la ola en la arena del mar y que borra la ola siguiente».
Veamos qué tiene que decirnos la fe a propósito de este dato de hecho de que
todo pasa. «El mundo pasa, pero quien cumple la voluntad de Dios permanece
para siempre» (1 Jn 2, 17). Así que existe alguien que no pasa, Dios, y existe un
modo de que nosotros no pasemos del todo: hacer la voluntad de Dios, o sea,
creer, adherirnos a Dios. En esta vida somos como personas en una balsa que
lleva un río en crecida a mar abierto, sin retorno. En cierto momento, la balsa pasa
cerca de la orilla. El náufrago dice: «¡Ahora o nunca!», y salta a tierra firme. ¡Qué
suspiro de alivio cuando siente la roca bajo sus pies! Es la sensación que
experimenta frecuentemente quien llega a la fe. Podríamos recordar, como
conclusión de esta reflexión, las palabras que santa Teresa de Ávila dejó como
una especie de testamento espiritual: «Nada te turbe, nada te espante. Todo se
pasa. Sólo Dios basta».
ORACIÓN DE LOS FIELES
1. Para que la Iglesia se convierta en ese foco de atención que atraiga a todos
hacia Dios. Oremos.
2. Para que los gobernantes de las naciones rijan con justicia y derecho los
destinos de los pueblos. Oremos.
3. Para que los que sufren necesidad encuentren auxilio, y los que no conocen a
Dios se preparen para su encuentro en este tiempo de adviento. Oremos.
4. Para que los que este día comeremos del banquete del Señor, en el día final
también podamos compartir con él en el cielo. Oremos.
MONICIÓN DE ENTRADA
Queridos hermanos, nos preparamos para comenzar esta Santa Eucaristía,
arribando ya al II domingo de Adviento dentro del año litúrgico, misa que
celebraremos en comunión con los hermanos que nos sintonizan a través de la
radio.
En este domingo escuchamos, no sólo a Isaías, sino ahora también a Juan, el
Bautista, personaje importante en los cuatro evangelios, como profeta recio,
consecuente, que sabe estar en su sitio de precursor del Mesías y que hace oír su
voz en el desierto de Judá, más allá del Jordán, preparando los caminos del
Señor.
Pidiendo al Señor esa fuerza para convertirnos y hacer vida así la palabra de este
día, comenzamos la Santa Misa, de pie, cantando el canto de entrada...
MONICION A LAS LECTURAS
Con comparaciones tomadas de la vida rural, que, aunque no conozcamos muy de
cerca, podemos entender todos, el profeta Isaías nos anuncia un reino mesiáncio:
un reino de paz que se convertirá también en señal de salvación para otros
pueblos. Del evangelio de San Mateo, escucharemos ahora a Juan el Bautista, el
último profeta del antiguo testamente, que ahora con valentía anuncia la venida
del Mesías y nos llama a dar frutos de una sincera conversión. Escuchemos
PRIMERA LECTURA
Lectura del profeta Isaías: 11, 1-10
Aquel día, brotará un renuevo del tronco de Jesé,
y de su raíz florecerá un vástago.
Sobre él se posará el espíritu del Señor:
espíritu de prudencia y sabiduría,
espíritu de consejo y valentía,
espíritu de ciencia y temor del Señor.
Le inspirará el temor del Señor.
No juzgará por apariencias
ni sentenciará sólo de oídas;
juzgará a los pobres con justicia,
con rectitud a los desamparados.
Herirá al violento con la vara de su boca,
y al malvado con el aliento de sus labios.
La justicia será cinturón de sus lomos,
y la lealtad, cinturón de sus caderas
Habitará el lobo con el cordero,
la pantera se tumbará con el cabrito,
el novillo y el león pacerán juntos:
un muchacho pequeño los pastoreará.
La vaca pastará con el oso,
sus crías se tumbarán juntas;
el león comerá paja con el buey.
El niño jugará con la hura del áspid,
la criatura meterá la mano
en el escondrijo de la serpiente.
No harán daño ni estrago
por todo mi monte santo:
porque está lleno el país
de la ciencia del Señor,
como las aguas colman el mar.
Aquel día, la raíz de Jesé
se erguirá como enseña de los pueblos:
la buscarán los gentiles,
y será gloriosa su morada.
Palabra de Dios.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Romanos: 15, 4-9
Hermanos: Todas las antiguas Escrituras se escribieron para enseñanza nuestra,
de modo que entre nuestra paciencia y el consuelo que dan las Escrituras
mantengamos la esperanza.
Que Dios, fuente de toda paciencia y consuelo, os conceda estar de acuerdo entre
vosotros, según Jesucristo, para que unánimes, a una voz, alabéis al Dios y Padre
de nuestro Señor Jesucristo.
En una palabra, acogeos mutuamente, como Cristo os acogió para gloria de Dios.
Quiero decir con esto que Cristo se hizo servidor de los judíos para probar la
fidelidad de Dios, cumpliendo las promesas hechas a los patriarcas; y, por otra
parte, acoge a los gentiles para que alaben a Dios por su misericordia. Así dice la
Escritura:
«Te alabaré en medio de los gentiles
y cantaré a tu nombre».
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Mateo: 3, 1-12
Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea, predicando:
—«Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos». Éste es el que anunció el
profeta Isaías diciendo:
«Una voz grita en el desierto:
“Preparad el camino del Señor,
allanad sus senderos”».
Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y
se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.
Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán;
confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán.
Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo:
—«¡Camada de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente?
Dad el fruto que pide la conversión.
Y no os hagáis ilusiones, pensando: “Abrahán es nuestro padre”, pues os digo que
Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras.
Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será talado
y echado al fuego.
Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí
puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias.
Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.
Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y
quemará la paja en una hoguera que no se apaga».
Palabra del Señor.
Homilía
Una voz en el desierto
En el Evangelio del segundo domingo de Adviento no nos habla directamente Jesús,
sino su precursor, Juan el Bautista. El corazón de la predicación del Bautista se
contiene en esa frase de Isaías que repite a sus contemporáneos con gran fuerza:
«Voz del que grita en el desierto: preparad el camino del Señor, enderezad sus
sendas». Isaías, a decir verdad, expresaba: «Una voz clama: en el desierto abrid
camino al Señor» (Is 40, 3). No es por lo tanto una voz en el desierto, sino un camino
en el desierto. Los evangelistas, aplicando el texto al Bautista que predicaba en el
desierto de Judea, han modificado la puntuación, pero sin cambiar el sentido del
mensaje.
Jerusalén era una ciudad rodeada por el desierto: a Oriente los caminos de acceso,
en cuanto se trazaban, fácilmente desaparecían por la arena que mueve el viento,
mientras que a Occidente se perdían entre las asperezas del terreno hacia el mar.
Cuando una comitiva o un personaje importante debía llegar a la ciudad, era
necesario salir y caminar por el desierto para abrir una vía menos provisional; se
cortaban las zarzas, se colmaban las hondonadas, se allanaban los obstáculos, se
reparaba un puente o un paso. Así se hacía, por ejemplo, con ocasión de la Pascua
para acoger a los peregrinos que llegaban de la Diáspora. En este dato de hecho
se inspira Juan el Bautista. Está a punto de llegar, clama, uno que está por encima
de todos, «el que debe venir», el que esperan las gentes: es necesario trazar una
senda en el desierto para que pueda llegar.
Pero he aquí el salto de la metáfora a la realidad: este sendero no se traza sobre el
terreno, sino en el corazón de cada hombre; no se traza en el desierto, sino en la
propia vida. Para hacerlo, no es necesario ponerse materialmente al trabajo, sino
convertirse: «Enderezad las sendas del Señor»: este mandato presupone una
amarga realidad: el hombre es como una ciudad invadida por el desierto; está
cerrado en sí mismo, en su egoísmo; es como un castillo con un foso alrededor y
los puentes alzados. Peor: el hombre ha complicado sus sendas con el pecado y
ahí se ha quedado, seducido, como en un laberinto. Isaías y Juan el Bautista hablan
metafóricamente de precipicios, de montes, de pasos tortuosos, de lugares
impracticables. Basta con llamar estas cosas por sus verdaderos nombres, que son
orgullo, acidia, vejaciones, violencias, codicias, mentiras, hipocresía, impudicias,
superficialidades, ebriedades de todo tipo (se puede estar ebrio no sólo de vino o
de drogas, sino también de la propia belleza, de la propia inteligencia, o de uno
mismo ¡que es la peor ebriedad!). Entonces se percibe inmediatamente que el
discurso también es para nosotros; es para cada hombre que en esta situación
desea y espera la salvación de Dios.
Enderezar un sendero para el Señor tiene por lo tanto un significado concretísimo:
significa emprender la reforma de nuestra vida, convertirse. En sentido moral lo que
hay que allanar y los obstáculos que hay que retirar son el orgullo -que lleva a ser
despiadado, sin amor hacia los demás--, la injusticia -que engaña al prójimo, tal vez
aduciendo pretextos de resarcimiento y de compensación para acallar la conciencia-
-, por no hablar de rencores, venganzas, traiciones en el amor. Son hondonadas a
colmar la pereza, la acidia, la incapacidad de imponerse un mínimo esfuerzo, todo
pecado de omisión.
La palabra de Dios jamás nos aplasta bajo una mole de deberes sin darnos al mismo
tiempo la seguridad de que Él nos brinda lo que nos manda hacer. Dios, dice [el
profeta] Baruc, «ha ordenado que sean rebajados todo monte elevado y los collados
eternos, y colmados los valles hasta allanar la tierra, para que Israel marche en
seguro bajo la gloria de Dios» [Ba 5, 7. Ndr]. Dios allana, Dios colma, Dios traza la
senda; es tarea nuestra secundar su acción, recordando que «quien nos ha creado
sin nosotros, no nos salva sin nosotros».
MONICIÓN DE ENTRADA
Sean bienvenidos, queridos hermanos. Hoy estamos de fiesta con la Virgen María,
celebrando la solemnidad de la Inmaculada Concepción..
La fiesta de la Inmaculada surgió en el Oriente hacia los siglos VII-VIII, y luego se
extendió rápidamente también por el Occidente. El año 1854 el papa Pío IX
declaró dogma de fe que María, por singular privilegio, fue preservada de toda
mancha de pecado ya desde el momento de su concepción.
Esta solemnidad no desentona con el Adviento. En la Madre empieza a realizarse
el misterio de la encarnación del Hijo, y por eso nos alegramos con María y la
celebramos en esta Santa Eucaristía. De pie, cantamos con gozo el canto de
entrada...
PRIMERA LECTURA
Lectura del libro del Génesis 3, 9-15. 20
Después que Adán comió del árbol, el Señor llamó al hombre:
—«¿Dónde estás?».
Él contestó:
—«Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí».
El Señor le replicó:
—« ¿Quién te informó de que estabas desnudo? ¿Es que has comido del árbol del
que te prohibí comer?».
Adán respondió:
—«La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto, y comí».
El Señor dijo a la mujer:
—«¿Qué es lo que has hecho?».
Ella respondió:
—«La serpiente me engañó, y comí».
El Señor Dios dijo a la serpiente:
—«Por haber hecho eso, serás maldita entre todo el ganado y todas las fieras del
campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; establezco
hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza
cuando tú la hieras en el talón».
El hombre llamó a su mujer Eva, por ser la madre de todos los que viven.
Palabra de Dios.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 1, 3-6. 11-12
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.
Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante él por el amor.
Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya, a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo, redunde en alabanza suya.
Por su medio hemos heredado también nosotros.
A esto estábamos destinados por decisión del que hace todo según su voluntad.
Y así, nosotros, los que ya esperábamos en Cristo, seremos alabanza de su
gloria.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Lucas 1, 26-38
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea
llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la
estirpe de David; la virgen se llamaba María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo:
—«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».
Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél.
El ángel le dijo:
—«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu
vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se
llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará
sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».
Y María dijo al ángel:
—«¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?».
El ángel le contestó:
—«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su
sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios.
Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya
está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible».
María contestó:
—«Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».
Y la dejó el ángel.
Palabra del Señor.
ORACIÓN DE LOS FIELES
Contestaremos a cada petición: Que la llena de gracia interceda por nosotros
1. Tú que en Pedro fundaste a la Iglesia, haz que por mediación de María, Madre
de la Iglesia, sea fortalecida en tiempos de tribulación. Oremos.
2. Tú que coronaste a María como reina del Cielo, haz que los gobiernos de las
naciones busquen y construyan la paz que tanto anhelamos. Oremos.
3. Tú que nos diste a María por Madre, concede por su mediación salud a los
enfermos, consuelo a los tristes, perdón a los pecadores, y a todos, abundancia de
salud y de paz. Oremos.
4. Tú, verbo hecho carne en el vientre de María Santísima, haz que por su
intercesión podamos hacer vida la palabra que este día hemos
escuchado. Oremos.
Presentación de las Ofrendas
Junto a las ofrendas de Pan y Vino, ofrezcamos también nosotros, a ejemplo de
María Santísima, nuestro corazón y el propósito de vivir en santidad.
Homilía
8 de diciembre de 2005, 40 aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II
Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:
Hace cuarenta años, el 8 de diciembre de 1965, en la plaza de San Pedro, junto a
esta basílica, el Papa Pablo VI concluyó solemnemente el concilio Vaticano II. Había
sido inaugurado, por decisión de Juan XXIII, el 11 de octubre de 1962, entonces
fiesta de la Maternidad de María, y concluyó el día de la Inmaculada. Un marco
mariano rodea al Concilio. En realidad, es mucho más que un marco: es una
orientación de todo su camino. Nos remite, como remitía entonces a los padres del
Concilio, a la imagen de la Virgen que escucha, que vive de la palabra de Dios, que
guarda en su corazón las palabras que le vienen de Dios y, uniéndolas como en un
mosaico, aprende a comprenderlas (cf. Lc 2, 19. 51); nos remite a la gran creyente
que, llena de confianza, se pone en las manos de Dios, abandonándose a su
voluntad; nos remite a la humilde Madre que, cuando la misión del Hijo lo exige, se
aparta; y, al mismo tiempo, a la mujer valiente que, mientras los discípulos huyen,
está al pie de la cruz.
Pablo VI, en su discurso con ocasión de la promulgación de la constitución conciliar
sobre la Iglesia, había calificado a María como "tutrix huius Concilii", "protectora de
este Concilio" (cf. Concilio ecuménico Vaticano II, Constituciones, Decretos,
Declaraciones, BAC, Madrid 1993, p. 1147), y, con una alusión inconfundible al
relato de Pentecostés, transmitido por san Lucas (cf. Hch 1, 12-14), había dicho que
los padres se habían reunido en la sala del Concilio "cum Maria, Matre Iesu", y que
también en su nombre saldrían ahora (ib., p. 1038).
Permanece indeleble en mi memoria el momento en que, oyendo sus palabras:
"Mariam sanctissimam declaramus Matrem Ecclesiae", "declaramos a María
santísima Madre de la Iglesia", los padres se pusieron espontáneamente de pie y
aplaudieron, rindiendo homenaje a la Madre de Dios, a nuestra Madre, a la Madre
de la Iglesia. De hecho, con este título el Papa resumía la doctrina mariana del
Concilio y daba la clave para su comprensión.
María no sólo tiene una relación singular con Cristo, el Hijo de Dios, que como
hombre quiso convertirse en hijo suyo. Al estar totalmente unida a Cristo, nos
pertenece también totalmente a nosotros. Sí, podemos decir que María está cerca
de nosotros como ningún otro ser humano, porque Cristo es hombre para los
hombres y todo su ser es un "ser para nosotros".
Cristo, dicen los Padres, como Cabeza es inseparable de su Cuerpo que es la
Iglesia, formando con ella, por decirlo así, un único sujeto vivo. La Madre de la
Cabeza es también la Madre de toda la Iglesia; ella está, por decirlo así, por
completo despojada de sí misma; se entregó totalmente a Cristo, y con él se nos da
como don a todos nosotros. En efecto, cuanto más se entrega la persona humana,
tanto más se encuentra a sí misma.
El Concilio quería decirnos esto: María está tan unida al gran misterio de la Iglesia,
que ella y la Iglesia son inseparables, como lo son ella y Cristo. María refleja a la
Iglesia, la anticipa en su persona y, en medio de todas las turbulencias que afligen
a la Iglesia sufriente y doliente, ella sigue siendo siempre la estrella de la salvación.
Ella es su verdadero centro, del que nos fiamos, aunque muy a menudo su periferia
pesa sobre nuestra alma.
El Papa Pablo VI, en el contexto de la promulgación de la constitución sobre la
Iglesia, puso de relieve todo esto mediante un nuevo título profundamente arraigado
en la Tradición, precisamente con el fin de iluminar la estructura interior de la
enseñanza sobre la Iglesia desarrollada en el Concilio. El Vaticano II debía
expresarse sobre los componentes institucionales de la Iglesia: sobre los obispos y
sobre el Pontífice, sobre los sacerdotes, los laicos y los religiosos en su comunión
y en sus relaciones; debía describir a la Iglesia en camino, la cual, "abrazando en
su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación..."
(Lumen gentium, 8). Pero este aspecto "petrino" de la Iglesia está incluido en el
"mariano". En María, la Inmaculada, encontramos la esencia de la Iglesia de un
modo no deformado. De ella debemos aprender a convertirnos nosotros mismos en
"almas eclesiales" —así se expresaban los Padres—, para poder presentarnos
también nosotros, según la palabra de san Pablo, "inmaculados" delante del Señor,
tal como él nos quiso desde el principio (cf. Col 1, 21; Ef 1, 4).
Pero ahora debemos preguntarnos: ¿Qué significa "María, la Inmaculada"? ¿Este
título tiene algo que decirnos? La liturgia de hoy nos aclara el contenido de esta
palabra con dos grandes imágenes. Ante todo, el relato maravilloso del anuncio a
María, la Virgen de Nazaret, de la venida del Mesías.
El saludo del ángel está entretejido con hilos del Antiguo Testamento,
especialmente del profeta Sofonías. Nos hace comprender que María, la humilde
mujer de provincia, que proviene de una estirpe sacerdotal y lleva en sí el gran
patrimonio sacerdotal de Israel, es el "resto santo" de Israel, al que hacían referencia
los profetas en todos los períodos turbulentos y tenebrosos. En ella está presente
la verdadera Sión, la pura, la morada viva de Dios. En ella habita el Señor, en ella
encuentra el lugar de su descanso. Ella es la casa viva de Dios, que no habita en
edificios de piedra, sino en el corazón del hombre vivo.
Ella es el retoño que, en la oscura noche invernal de la historia, florece del tronco
abatido de David. En ella se cumplen las palabras del salmo: "La tierra ha dado su
fruto" (Sal 67, 7). Ella es el vástago, del que deriva el árbol de la redención y de los
redimidos. Dios no ha fracasado, como podía parecer al inicio de la historia con
Adán y Eva, o durante el período del exilio babilónico, y como parecía nuevamente
en el tiempo de María, cuando Israel se había convertido en un pueblo sin
importancia en una región ocupada, con muy pocos signos reconocibles de su
santidad. Dios no ha fracasado. En la humildad de la casa de Nazaret vive el Israel
santo, el resto puro. Dios salvó y salva a su pueblo. Del tronco abatido resplandece
nuevamente su historia, convirtiéndose en una nueva fuerza viva que orienta e
impregna el mundo. María es el Israel santo; ella dice "sí" al Señor, se pone
plenamente a su disposición, y así se convierte en el templo vivo de Dios.
La segunda imagen es mucho más difícil y oscura. Esta metáfora, tomada del libro
del Génesis, nos habla de una gran distancia histórica, que sólo con esfuerzo se
puede aclarar; sólo a lo largo de la historia ha sido posible desarrollar una
comprensión más profunda de lo que allí se refiere. Se predice que, durante toda la
historia, continuará la lucha entre el hombre y la serpiente, es decir, entre el hombre
y las fuerzas del mal y de la muerte. Pero también se anuncia que "el linaje" de la
mujer un día vencerá y aplastará la cabeza de la serpiente, la muerte; se anuncia
que el linaje de la mujer —y en él la mujer y la madre misma— vencerá, y así,
mediante el hombre, Dios vencerá. Si junto con la Iglesia creyente y orante nos
ponemos a la escucha ante este texto, entonces podemos comenzar a comprender
qué es el pecado original, el pecado hereditario, y también cuál es la defensa contra
este pecado hereditario, qué es la redención.
¿Cuál es el cuadro que se nos presenta en esta página? El hombre no se fía de
Dios. Tentado por las palabras de la serpiente, abriga la sospecha de que Dios, en
definitiva, le quita algo de su vida, que Dios es un competidor que limita nuestra
libertad, y que sólo seremos plenamente seres humanos cuando lo dejemos de lado;
es decir, que sólo de este modo podemos realizar plenamente nuestra libertad.
El hombre vive con la sospecha de que el amor de Dios crea una dependencia y
que necesita desembarazarse de esta dependencia para ser plenamente él mismo.
El hombre no quiere recibir de Dios su existencia y la plenitud de su vida. Él quiere
tomar por sí mismo del árbol del conocimiento el poder de plasmar el mundo, de
hacerse dios, elevándose a su nivel, y de vencer con sus fuerzas a la muerte y las
tinieblas. No quiere contar con el amor que no le parece fiable; cuenta únicamente
con el conocimiento, puesto que le confiere el poder. Más que el amor, busca el
poder, con el que quiere dirigir de modo autónomo su vida. Al hacer esto, se fía de
la mentira más que de la verdad, y así se hunde con su vida en el vacío, en la
muerte.
Amor no es dependencia, sino don que nos hace vivir. La libertad de un ser humano
es la libertad de un ser limitado y, por tanto, es limitada ella misma. Sólo podemos
poseerla como libertad compartida, en la comunión de las libertades: la libertad sólo
puede desarrollarse si vivimos, como debemos, unos con otros y unos para otros.
Vivimos como debemos, si vivimos según la verdad de nuestro ser, es decir, según
la voluntad de Dios. Porque la voluntad de Dios no es para el hombre una ley
impuesta desde fuera, que lo obliga, sino la medida intrínseca de su naturaleza, una
medida que está inscrita en él y lo hace imagen de Dios, y así criatura libre.
Si vivimos contra el amor y contra la verdad —contra Dios—, entonces nos
destruimos recíprocamente y destruimos el mundo. Así no encontramos la vida, sino
que obramos en interés de la muerte. Todo esto está relatado, con imágenes
inmortales, en la historia de la caída original y de la expulsión del hombre del Paraíso
terrestre.
Queridos hermanos y hermanas, si reflexionamos sinceramente sobre nosotros
mismos y sobre nuestra historia, debemos decir que con este relato no sólo se
describe la historia del inicio, sino también la historia de todos los tiempos, y que
todos llevamos dentro de nosotros una gota del veneno de ese modo de pensar
reflejado en las imágenes del libro del Génesis. Esta gota de veneno la llamamos
pecado original.
Precisamente en la fiesta de la Inmaculada Concepción brota en nosotros la
sospecha de que una persona que no peca para nada, en el fondo es aburrida; que
le falta algo en su vida: la dimensión dramática de ser autónomos; que la libertad de
decir no, el bajar a las tinieblas del pecado y querer actuar por sí mismos forma
parte del verdadero hecho de ser hombres; que sólo entonces se puede disfrutar a
fondo de toda la amplitud y la profundidad del hecho de ser hombres, de ser
verdaderamente nosotros mismos; que debemos poner a prueba esta libertad,
incluso contra Dios, para llegar a ser realmente nosotros mismos. En una palabra,
pensamos que en el fondo el mal es bueno, que lo necesitamos, al menos un poco,
para experimentar la plenitud del ser.
Pensamos que Mefistófeles —el tentador— tiene razón cuando dice que es la fuerza
"que siempre quiere el mal y siempre obra el bien" (Johann Wolfgang von Goethe,
Fausto I, 3). Pensamos que pactar un poco con el mal, reservarse un poco de
libertad contra Dios, en el fondo está bien, e incluso que es necesario.
Pero al mirar el mundo que nos rodea, podemos ver que no es así, es decir, que el
mal envenena siempre, no eleva al hombre, sino que lo envilece y lo humilla; no lo
hace más grande, más puro y más rico, sino que lo daña y lo empequeñece. En el
día de la Inmaculada debemos aprender más bien esto: el hombre que se abandona
totalmente en las manos de Dios no se convierte en un títere de Dios, en una
persona aburrida y conformista; no pierde su libertad. Sólo el hombre que se pone
totalmente en manos de Dios encuentra la verdadera libertad, la amplitud grande y
creativa de la libertad del bien. El hombre que se dirige hacia Dios no se hace más
pequeño, sino más grande, porque gracias a Dios y junto con él se hace grande, se
hace divino, llega a ser verdaderamente él mismo. El hombre que se pone en manos
de Dios no se aleja de los demás, retirándose a su salvación privada; al contrario,
sólo entonces su corazón se despierta verdaderamente y él se transforma en una
persona sensible y, por tanto, benévola y abierta.
Cuanto más cerca está el hombre de Dios, tanto más cerca está de los hombres. Lo
vemos en María. El hecho de que está totalmente en Dios es la razón por la que
está también tan cerca de los hombres. Por eso puede ser la Madre de todo
consuelo y de toda ayuda, una Madre a la que todos, en cualquier necesidad,
pueden osar dirigirse en su debilidad y en su pecado, porque ella lo comprende todo
y es para todos la fuerza abierta de la bondad creativa.
En ella Dios graba su propia imagen, la imagen de Aquel que sigue la oveja perdida
hasta las montañas y hasta los espinos y abrojos de los pecados de este mundo,
dejándose herir por la corona de espinas de estos pecados, para tomar la oveja
sobre sus hombros y llevarla a casa.
Como Madre que se compadece, María es la figura anticipada y el retrato
permanente del Hijo. Y así vemos que también la imagen de la Dolorosa, de la
Madre que comparte el sufrimiento y el amor, es una verdadera imagen de la
Inmaculada. Su corazón, mediante el ser y el sentir con Dios, se ensanchó. En ella,
la bondad de Dios se acercó y se acerca mucho a nosotros. Así, María está ante
nosotros como signo de consuelo, de aliento y de esperanza. Se dirige a nosotros,
diciendo: "Ten la valentía de osar con Dios. Prueba. No tengas miedo de él. Ten la
valentía de arriesgar con la fe. Ten la valentía de arriesgar con la bondad. Ten la
valentía de arriesgar con el corazón puro. Comprométete con Dios; y entonces verás
que precisamente así tu vida se ensancha y se ilumina, y no resulta aburrida, sino
llena de infinitas sorpresas, porque la bondad infinita de Dios no se agota jamás".
En este día de fiesta queremos dar gracias al Señor por el gran signo de su bondad
que nos dio en María, su Madre y Madre de la Iglesia. Queremos implorarle que
ponga a María en nuestro camino como luz que nos ayude a convertirnos también
nosotros en luz y a llevar esta luz en las noches de la historia. Amén.
III Domingo de Adviento Ciclo A
MONICIÓN DE ENTRADA
Bienvenidos hermanos a la celebración de esta santa Misa, correspondiente al III
domingo de Adviento. Este domingo ha sido llamado desde hace siglos domingo
de "Gaudete", o de "alegría". La iglesia nos invita a alegrarnos porque ya está
cerca el Señor.
En un mundo con tantos quebraderos de cabeza, no está mal que los cristianos
escuchemos esta voz profética que nos invita a la esperanza y a la alegría,
basadas en la buena noticia de que Dios ha querido entrar en nuestra historia para
siempre. La liturgia de hoy es un mensaje que nos llena de regocijo.
Con ese gozo del que nos llena Dios este día, comencemos la Santa Misa, de pie,
cantando el canto de entrada...
MONICION A LAS LECTURAS
Leemos una página de Isaías llena de optimismo, con comparaciones tomadas del
mundo del campo y de la vida humana, anunciando el plan de Dios que es de
alegría y liberación total. Como el domingo pasado, Juan el Bautista vuelve a ser
protagonista en el evangelio de hoy, con una intervención en la que se gana la
alabanza de Jesús, el Mesías, a quien Juan le preparó el camino. Escuchemos
atentamente la palabra de Dios.
PRIMERA LECTURA
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 5, 12-16
SEGUNDA LECTURA
Lectura del libro del Apocalipsis 1, 9-11a. 12-13. 17-19
Aleluya Jn 20, 29
Porque me has visto, Tomas, has creído,
—dice el Señor—.
Dichosos los que crean sin haber visto.
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 19-31
MONICIÓN DE ENTRADA
Queridos hermanos: nos encontramos ya en el último domingo de preparación
para el Nacimiento del Señor, un motivo que nos llena de alegría en medio del
adviento, gozo que también compartimos con nuestros hermanos que nos
sintonizan a través de la radio.
La liturgia del día de hoy pone su acento en el papel importantísimo de María, la
mujer que dijo sí al proyecto de salvación de Dios. María fue la que mejor vivió el
Adviento y la Navidad: ella, la que "le esperó con inefable amor de Madre". Ella
puede ayudarnos a vivir la Navidad con mayor profundidad desde nuestra fe, no
conformándonos con las claves de la propaganda de consumo de estos días y
acogiendo a Dios en nuestra vida con el mismo amor y la misma fe que ella.
Pidiendo la intercesión de la Madre de Dios para vivir mejor esta navidad, nos
disponemos a iniciar la Santa Misa, de pie, cantando el canto de entrada...
MONICION A LAS LECTURAS
El rey Acaz recibe una señal sobre el nacimiento del Emmanuel. Este hijo,
históricamente, fue el rey Ezequías, pero muy pronto se interpretó la profecía
como referida al futuro Mesías. Esa profecía se cumplió plenamente en la
encarnación del Hijo de Dios en la Virgen María. El cumplimiento de la profecía
que escuchábamos en la primera lectura, nos lo relata ahora San Mateo en su
evangelio: esta profecía se cumple en Jesús, el Mesías, hijo de María y José, un
padre adoptivo ejemplar, como lo escucharemos a continuación. Escuchemos.
PRIMERA LECTURA
Lectura del libro de Isaías 7, 10-14
En aquellos días, el Señor habló a Acaz:
—«Pide una señal al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo».
Respondió Acaz:
—«No la pido, no quiero tentar al Señor».
Entonces dijo Dios:
—«Escucha, casa de David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis
incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal:
Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo,
y le pondrá por nombre Emmanuel,
que significa "Dios-con-nosotros"».
Palabra de Dios.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 1, 1-7
Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para anunciar el
Evangelio de Dios.
Este Evangelio, prometido ya por sus profetas en las Escrituras santas, se refiere
a su Hijo, nacido, según la carne, de la estirpe de David; constituido, según el
Espíritu Santo, Hijo de Dios, con pleno poder por su resurrección de la muerte:
Jesucristo, nuestro Señor.
Por él hemos recibido este don y esta misión: hacer que todos los gentiles
respondan a la fe, para gloria de su nombre. Entre ellos estáis también vosotros,
llamados por Cristo Jesús.
A todos los de Roma, a quienes Dios ama y ha llamado a formar parte de los
santos, os deseo la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Mateo 1, 18-24
El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera:
María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que
ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en
secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un
ángel del Señor que le dijo:
—«José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la
criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás
por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el
Profeta:
«Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo
y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa
"Dios-con-nosotros"».
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se
llevó a casa a su mujer.
Palabra del Señor.
MONICIÓN DE ENTRADA
Feliz Navidad, queridos hermanos y heramanas!. Una gran alegría nos llena esta
noche porque hoy nos ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor. El templo en
que nos reunimos está bellamente preparado, para contemplar cómo esta noche,
la oscuridad se ve iluminada por una luz que irrumpe en las tienieblas y parte la
historia en dos, para dar paso a la gran salvación prometida desde el Antiguo
Testamento.
El niño Jesús que hoy nace en nuestros corazones, nos trae la paz y oramos para
que esa paz reine en el mundo, especialmente aquellos lugares invadidos por la
violencia.
Llenos de gozo, nos disponemos a celebrar juntos esta gran liturgia de
Nochebuena, de pie, cantando jubilosos el canto de entrada...
PRIMERA LECTURA
Lectura del libro de Isaías 9, 1-3. 5-6
El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande;
habitaban tierras de sombras,y una luz les brilló.
Acreciste la alegría, aumentaste el gozo:
se gozan en tu presencia, como gozan al segar,
como se alegran al repartirse el botín.
Porque la vara del opresor, el yugo de su carga,
el bastón de su hombro, los quebrantaste como el día de Madián.
Porque la bota que pisa con estrépito y la túnica empapada de sangre
serán combustible, pasto del fuego.
Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado:
lleva al hombro el principado, y es su nombre:
Maravilla de Consejero, Dios guerrero,
Padre perpetuo, Príncipe de la paz.
Para dilatar el principado con una paz sin límites,
sobre el trono de David y sobre su reino.
Para sostenerlo y consolidarlo con la justicia y el derecho,
desde ahora y por siempre.
El celo del Señor lo realizará.
Palabra de Dios.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a Tito 2, 11-14
Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres,
enseñándonos a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y a llevar ya
desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que
esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo.
Él se entregó por nosotros para rescatarnos de toda maldad y para prepararse un
pueblo purificado, dedicado a las buenas obras
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Lucas 2, 1-14
En aquel tiempo, salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un
censo del mundo entero.
Éste fue el primer censo que se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos
iban a inscribirse, cada cual a su ciudad.
También José, que era de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de
Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para
inscribirse con su esposa María, que estaba encinta. Y mientras estaba allí le llegó
el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo
acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada.
En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando
por turno su rebaño.
Y un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y
se llenaron de gran temor.
El ángel les dijo:
«No temáis, os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: hoy,
en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí
tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un
pesebre».
De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa
a Dios, diciendo:
«Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor».
Palabra del Señor.
Homilía
En esta noche brilla una «luz grande» (Is 9,1); sobre nosotros resplandece la luz del
nacimiento de Jesús. Qué actuales y ciertas son las palabras del profeta Isaías, que
acabamos de escuchar: «Acreciste la alegría, aumentaste el gozo» (Is 9,2). Nuestro
corazón estaba ya lleno de alegría mientras esperaba este momento; ahora, ese
sentimiento se ha incrementado hasta rebosar, porque la promesa se ha cumplido,
por fin se ha realizado. El gozo y la alegría nos aseguran que el mensaje contenido
en el misterio de esta noche viene verdaderamente de Dios. No hay lugar para la
duda; dejémosla a los escépticos que, interrogando sólo a la razón, no encuentran
nunca la verdad. No hay sitio para la indiferencia, que se apodera del corazón de
quien no sabe querer, porque tiene miedo de perder algo. La tristeza es arrojada
fuera, porque el Niño Jesús es el verdadero consolador del corazón.
Hoy ha nacido el Hijo de Dios: todo cambia. El Salvador del mundo viene a compartir
nuestra naturaleza humana, no estamos ya solos ni abandonados. La Virgen nos
ofrece a su Hijo como principio de vida nueva. La luz verdadera viene a iluminar
nuestra existencia, recluida con frecuencia bajo la sombra del pecado. Hoy
descubrimos nuevamente quiénes somos. En esta noche se nos muestra claro el
camino a seguir para alcanzar la meta. Ahora tiene que cesar el miedo y el temor,
porque la luz nos señala el camino hacia Belén. No podemos quedarnos inermes.
No es justo que estemos parados. Tenemos que ir y ver a nuestro Salvador
recostado en el pesebre. Este es el motivo del gozo y la alegría: este Niño «ha
nacido para nosotros», «se nos ha dado», como anuncia Isaías (cf. 9,5). Al pueblo
que desde hace dos mil años recorre todos los caminos del mundo, para que todos
los hombres compartan esta alegría, se le confía la misión de dar a conocer al
«Príncipe de la paz» y ser entre las naciones su instrumento eficaz.
Cuando oigamos hablar del nacimiento de Cristo, guardemos silencio y dejemos
que ese Niño nos hable; grabemos en nuestro corazón sus palabras sin apartar la
mirada de su rostro. Si lo tomamos en brazos y dejamos que nos abrace, nos dará
la paz del corazón que no conoce ocaso. Este Niño nos enseña lo que es
verdaderamente importante en nuestra vida. Nace en la pobreza del mundo, porque
no hay un puesto en la posada para Él y su familia. Encuentra cobijo y amparo en
un establo y viene recostado en un pesebre de animales. Y, sin embargo, de esta
nada brota la luz de la gloria de Dios. Desde aquí, comienza para los hombres de
corazón sencillo el camino de la verdadera liberación y del rescate perpetuo. De
este Niño, que lleva grabados en su rostro los rasgos de la bondad, de la
misericordia y del amor de Dios Padre, brota para todos nosotros sus discípulos,
como enseña el apóstol Pablo, el compromiso de «renunciar a la impiedad» y a las
riquezas del mundo, para vivir una vida «sobria, justa y piadosa» (Tt 2,12).
En una sociedad frecuentemente ebria de consumo y de placeres, de abundancia y
de lujo, de apariencia y de narcisismo, Él nos llama a tener un comportamiento
sobrio, es decir, sencillo, equilibrado, lineal, capaz de entender y vivir lo que es
importante. En un mundo, a menudo duro con el pecador e indulgente con el
pecado, es necesario cultivar un fuerte sentido de la justicia, de la búsqueda y el
poner en práctica la voluntad de Dios. Ante una cultura de la indiferencia, que con
frecuencia termina por ser despiadada, nuestro estilo de vida ha de estar lleno de
piedad, de empatía, de compasión, de misericordia, que extraemos cada día del
pozo de la oración.
Que, al igual que el de los pastores de Belén, nuestros ojos se llenen de asombro y
maravilla al contemplar en el Niño Jesús al Hijo de Dios. Y que, ante Él, brote de
nuestros corazones la invocación: «Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu
salvación» (Sal 85,8).
PRIMERA LECTURA
Lectura del libro de Isaías 52, 7-10
¡Qué hermosos son sobre los montes
los pies del mensajero que anuncia la paz,
que trae la Buena Nueva,
que pregona la victoria,
que dice a Sión: «Tu Dios es rey»!
Escucha: tus vigías gritan,
cantan a coro,
porque ven cara a cara al Señor,
que vuelve a Sión.
Romped a cantar a coro,
ruinas de Jerusalén,
que el Señor consuela a su pueblo,
rescata a Jerusalén;
el Señor desnuda su santo brazo
a la vista de todas las naciones,
y verán los confines de la tierra la
victoria de nuestro Dios.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: Salmo 97
R. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.
Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R.
El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R.
Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. R.
Tañed la cítara para el Señor
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor. R.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta a los Hebreos 1, 1-6
En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros
padres por los profetas.
Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado
heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo.
Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su
palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está
sentado a la derecha de su majestad en las alturas; tanto más encumbrado que
los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado.
Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado», o: «Yo
seré para él un padre, y él será para mí un hijo?».
Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos
los ángeles de Dios».
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Juan 1, 1-18
En principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
Por medio de la Palabra se hizo todo,
y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
En la Palabra había vida,
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas,
y las tinieblas no la recibieron.
Surgió un hombre enviado por Dios,
que se llamaba Juan:
éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz,
para que por él todos vinieran a la fe.
No era él la luz, sino testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera,
que alumbra a todo hombre.
Al mundo vino, y en el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios,
si creen en su nombre.
Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal,
ni de amor humano, sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre,
lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
«Éste es de quien dije:
"El que viene detrás de mí pasa delante de mí,
porque existía antes que yo"».
Pues de su plenitud todos hemos recibido,
gracia tras gracia.
Porque la Ley se dio por medio de Moisés,
la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás:
Dios Hijo único, que está en el seno del Padre,
es quien lo ha dado a conocer.
Palabra del Señor.
Homilía
MONICIÓN DE ENTRADA
Bienvenidos queridos hermanos, a la Casa de Dios. Hoy cerramos el año civil, con
la Solemnidad de la Sagrada Familia. Esta es una fiesta reciente (tiene poco más
de un siglo de existencia): fue establecida por el papa León XIII para dar a las
familias cristianas un modelo evangélico de vida. El ejemplo de la familia de
Nazareth nos mueve hoy a vivir de una manera diferente.
Como una sola familia cristiana, unidos a la Familia de Nazareth, nos disponemos
a celebrar esta Misa, comenzando con el Canto de entrada. De pie..
PRIMERA LECTURA
Lectura del libro de Sirácida 3, 2-6. 12-14
Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la
madre sobre su prole.
El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula
tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos y, cuando rece, será
escuchado; el que respeta a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre
el Señor lo escucha.
Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras
vivas; aunque chochee, ten indulgencia, no lo abochornes mientras vivas.
La limosna del padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus
pecados.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: Salmo 127, 1-2. 3. 4-5 (R.: cf. 1)
R. Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos.
Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu trabajo
serás dichoso, te irá bien. R.
Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa. R.
Ésta es la bendición del hombre
que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida. R.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 12-21
Hermanos:
Como elegidos de Dios, santos y amados, vestíos de la misericordia entrañable,
bondad, humildad, dulzura, comprensión.
Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro.
El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.
Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada.
Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón; a ella habéis sido
convocados, en un solo cuerpo.
Y sed agradecidos. La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza;
enseñaos unos a otros con toda sabiduría; corregíos mutuamente.
Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos
inspirados.
Y, todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús,
dando gracias a Dios Padre por medio de él.
Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene en el Señor.
Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas.
Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor. Padres, no
exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Lucas 2, 22-40
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de
Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito
en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para
entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos
pichones».
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso,
que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había
recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al
Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por
la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
—«Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz.
Porque mis ojos han visto a tu Salvador,
a quien has presentado ante todos los pueblos:
luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo Israel».
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre:
—«Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será
como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y
a ti, una espada te traspasará el alma».
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una
mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda
hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a
Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a
Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a
Galilea, a su ciudad de Nazaret.
El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de
Dios lo acompañaba.
Palabra del Señor.
PRIMERA LECTURA
Lectura del libro del Génesis 15, 1-6; 21, 1-3
En aquellos días, Abrán recibió en una visión la palabra del Señor:
«No temas, Abrán, yo soy tu escudo, y tu paga será abundante».
Abrán contestó:
«Señor, ¿de qué me sirven tus dones, si soy estéril, y Eliezer de Damasco será el
amo de mi casa?».
Y añadió:
«No me has dado hijos, y un criado de casa me heredará».
La palabra del Señor le respondió:
«No te heredará ése, sino uno salido de tus entrañas».
Y el Señor lo sacó afuera y le dijo:
«Mira al cielo; cuenta las estrellas, si puedes».
Y añadió:
«Así será tu descendencia».
Abrán creyó al Señor, y se le contó en su haber.
El Señor se fijó en Sara, como lo había dicho; el Señor cumplió a Sara lo que le
había prometido. Ella concibió y dio a luz un hijo a Abrán, ya viejo, en el tiempo
que había dicho. Abrán llamó al hijo que le había nacido, que le había dado Sara,
Isaac.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: Salmo 104, 1b-2. 3-4. 5-6. 8-9. (R.:7a y 8a)
R. El Señor es nuestro Dios, se acuerda de su alianza eternamente.
Dad gracias al Señor, invocad su nombre,
dad a conocer sus hazañas a los pueblos.
Cantadle al son de instrumentos,
hablad de sus maravillas. R.
Glorias de su nombre santo,
que se alegren los que buscan al Señor.
Recurrid al Señor y a su poder,
buscad continuamente su rostro. R.
Recordad las maravillas que hizo,
sus prodigios, las sentencias de su boca.
¡Estirpe de Abrahán, su siervo;
hijos de Jacob, su elegido! R.
Se acuerda de su alianza eternamente,
de la palabra dada, por mil generaciones;
de la alianza sellada con Abrahán,
del juramento hecho a Isaac. R.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta a los Hebreos 11, 8. 11-12. 17-19
Hermanos:
Por fe, obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en
heredad. Salió sin saber adónde iba.
Por fe, también Sara, cuando ya le había pasado la edad, obtuvo fuerza para
fundar un linaje, porque juzgó digno de fe al que se lo prometía. Y así, de uno solo
y, en este aspecto, ya extinguido, nacieron hijos numerosos como las estrellas del
cielo y como la arena incontable de las playas.
Por fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac; y era su hijo único lo que
ofrecía, el destinatario de la promesa, del cual le había dicho Dios: «Isaac
continuará tu descendencia».
Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar muertos. Y así,
recobró a Isaac como figura del futuro.
Palabra de Dios.
MONICIÓN DE ENTRADA
Bienvenidos queridos hermanos a la celebración de esta Santa Misa, en la
Solemnidad de Santa María Madre de Dios.
La fiesta de hoy tiene varias direcciones: es el comienzo del año civil (la más
popular), es la octava de la Navidad, el día en que Jesús fue circuncidado y le
pusieron ese nombre, la jornada de oración por la paz (que podría motivar de
modo especial la oración por la paz del mundo y el gesto de la paz mutua antes de
comulgar). Pero, sobre todo, es la solemnidad de Santa María Madre de Dios.
Aunque el protagonista de todo el tiempo de la Navidad es Cristo Jesús, el
recuerdo de la Virgen en la octava de la Navidad no le quita al Hijo ninguna
importancia y nos ayuda a todos a vivir mejor la Navidad.
Comencemos esta Santa Misa con mucho gozo. De pie y cantamos...
RIMERA LECTURA
Lectura del Libro de los Números 6, 22-27
El Señor habló a Moisés:
—«Di a Aarón y a sus hijos: Esta es la fórmula con que bendeciréis a los israelitas:
"El Señor te bendiga y te proteja,
ilumine su rostro sobre ti
y te conceda su favor;
El Señor se fije en ti
y te conceda la paz".
Así invocarán mi nombre sobre los israelitas y yo los bendeciré».
Palabra de Dios.
Salmo responsorial 66
R. El Señor tenga piedad y nos bendiga.
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros:
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación. R.
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud,
y gobiernas las naciones de la tierra. R.
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe. R.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Gálatas 4, 4-7
Hermanos:
Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido
bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el
ser hijos por adopción.
Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones al Espíritu de su Hijo que clama:
¡Abbá! (Padre). Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también
heredero por voluntad de Dios.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Lucas 2, 16-21
En aquel tiempo los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al
niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de
aquel niño.
Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y María
conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y
oído; todo como les habían dicho.
Al cumplirse los ocho días tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre
Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.
Palabra del Señor.
Homilía
«Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc
2, 19). Así Lucas describe la actitud con la que María recibe todo lo que estaban
viviendo en esos días. Lejos de querer entender o adueñarse de la situación, María
es la mujer que sabe conservar, es decir proteger, custodiar en su corazón el paso
de Dios en la vida de su Pueblo. Desde sus entrañas aprendió a escuchar el latir
del corazón de su Hijo y eso le enseñó, a lo largo de toda su vida, a descubrir el
palpitar de Dios en la historia. Aprendió a ser madre y, en ese aprendizaje, le regaló
a Jesús la hermosa experiencia de saberse Hijo. En María, el Verbo Eterno no sólo
se hizo carne sino que aprendió a reconocer la ternura maternal de Dios. Con María,
el Niño-Dios aprendió a escuchar los anhelos, las angustias, los gozos y las
esperanzas del Pueblo de la promesa. Con ella se descubrió a sí mismo Hijo del
santo Pueblo fiel de Dios.
En los evangelios María aparece como mujer de pocas palabras, sin grandes
discursos ni protagonismos pero con una mirada atenta que sabe custodiar la vida
y la misión de su Hijo y, por tanto, de todo lo amado por Él. Ha sabido custodiar los
albores de la primera comunidad cristiana, y así aprendió a ser madre de una
multitud. Ella se ha acercado en las situaciones más diversas para sembrar
esperanza. Acompañó las cruces cargadas en el silencio del corazón de sus hijos.
Tantas devociones, tantos santuarios y capillas en los lugares más recónditos,
tantas imágenes esparcidas por las casas, nos recuerdan esta gran verdad. María,
nos dio el calor materno, ese que nos cobija en medio de la dificultad; el calor
materno que permite que nada ni nadie apague en el seno de la Iglesia la revolución
de la ternura inaugurada por su Hijo. Donde hay madre, hay ternura. Y María con
su maternidad nos muestra que la humildad y la ternura no son virtudes de los
débiles sino de los fuertes, nos enseña que no es necesario maltratar a otros para
sentirse importantes (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 288). Y desde siempre el
santo Pueblo fiel de Dios la ha reconocido y saludado como la Santa Madre de Dios.
Celebrar la maternidad de María como Madre de Dios y madre nuestra, al comenzar
un nuevo año, significa recordar una certeza que acompañará nuestros días: somos
un pueblo con Madre, no somos huérfanos.
Las madres son el antídoto más fuerte ante nuestras tendencias individualistas y
egoístas, ante nuestros encierros y apatías. Una sociedad sin madres no sería
solamente una sociedad fría sino una sociedad que ha perdido el corazón, que ha
perdido el «sabor a hogar». Una sociedad sin madres sería una sociedad sin piedad
que ha dejado lugar sólo al cálculo y a la especulación. Porque las madres, incluso
en los peores momentos, saben dar testimonio de la ternura, de la entrega
incondicional, de la fuerza de la esperanza. He aprendido mucho de esas madres
que teniendo a sus hijos presos, o postrados en la cama de un hospital, o sometidos
por la esclavitud de la droga, con frio o calor, lluvia o sequía, no se dan por vencidas
y siguen peleando para darles a ellos lo mejor. O esas madres que en los campos
de refugiados, o incluso en medio de la guerra, logran abrazar y sostener sin
desfallecer el sufrimiento de sus hijos. Madres que dejan literalmente la vida para
que ninguno de sus hijos se pierda. Donde está la madre hay unidad, hay
pertenencia, pertenencia de hijos.
Comenzar el año haciendo memoria de la bondad de Dios en el rostro maternal de
María, en el rostro maternal de la Iglesia, en los rostros de nuestras madres, nos
protege de la corrosiva enfermedad de «la orfandad espiritual», esa orfandad que
vive el alma cuando se siente sin madre y le falta la ternura de Dios. Esa orfandad
que vivimos cuando se nos va apagando el sentido de pertenencia a una familia, a
un pueblo, a una tierra, a nuestro Dios. Esa orfandad que gana espacio en el
corazón narcisista que sólo sabe mirarse a sí mismo y a los propios intereses y que
crece cuando nos olvidamos que la vida ha sido un regalo —que se la debemos a
otros— y que estamos invitados a compartirla en esta casa común.
Tal orfandad autorreferencial fue la que llevó a Caín a decir: «¿Acaso soy yo el
guardián de mi hermano?» (Gn 4,9), como afirmando: él no me pertenece, no lo
reconozco. Tal actitud de orfandad espiritual es un cáncer que silenciosamente
corroe y degrada el alma. Y así nos vamos degradando ya que, entonces, nadie nos
pertenece y no pertenecemos a nadie: degrado la tierra, porque no me pertenece,
degrado a los otros, porque no me pertenecen, degrado a Dios porque no le
pertenezco, y finalmente termina degradándonos a nosotros mismos porque nos
olvidamos quiénes somos, qué «apellido» divino tenemos. La pérdida de los lazos
que nos unen, típica de nuestra cultura fragmentada y dividida, hace que crezca ese
sentimiento de orfandad y, por tanto, de gran vacío y soledad. La falta de contacto
físico (y no virtual) va cauterizando nuestros corazones (cf. Carta enc. Laudato si’,
49) haciéndolos perder la capacidad de la ternura y del asombro, de la piedad y de
la compasión. La orfandad espiritual nos hace perder la memoria de lo que significa
ser hijos, ser nietos, ser padres, ser abuelos, ser amigos, ser creyentes. Nos hace
perder la memoria del valor del juego, del canto, de la risa, del descanso, de la
gratuidad.
Celebrar la fiesta de la Santa Madre de Dios nos vuelve a dibujar en el rostro la
sonrisa de sentirnos pueblo, de sentir que nos pertenecemos; de saber que
solamente dentro de una comunidad, de una familia, las personas podemos
encontrar «el clima», «el calor» que nos permita aprender a crecer humanamente y
no como meros objetos invitados a «consumir y ser consumidos». Celebrar la fiesta
de la Santa Madre de Dios nos recuerda que no somos mercancía intercambiable o
terminales receptoras de información. Somos hijos, somos familia, somos Pueblo
de Dios.
Celebrar a la Santa Madre de Dios nos impulsa a generar y cuidar lugares comunes
que nos den sentido de pertenencia, de arraigo, de hacernos sentir en casa dentro
de nuestras ciudades, en comunidades que nos unan y nos ayudan (cf. Carta enc.
Laudato si’, 151).
Jesucristo en el momento de mayor entrega de su vida, en la cruz, no quiso
guardarse nada para sí y entregando su vida nos entregó también a su Madre. Le
dijo a María: aquí está tu Hijo, aquí están tus hijos. Y nosotros queremos recibirla
en nuestras casas, en nuestras familias, en nuestras comunidades, en nuestros
pueblos. Queremos encontrarnos con su mirada maternal. Esa mirada que nos libra
de la orfandad; esa mirada que nos recuerda que somos hermanos: que yo te
pertenezco, que tú me perteneces, que somos de la misma carne. Esa mirada que
nos enseña que tenemos que aprender a cuidar la vida de la misma manera y con
la misma ternura con la que ella la ha cuidado: sembrando esperanza, sembrando
pertenencia, sembrando fraternidad.
Celebrar a la Santa Madre de Dios nos recuerda que tenemos Madre; no somos
huérfanos, tenemos una Madre. Confesemos juntos esta verdad. Y los invito a
aclamarla de pie (todos se alzan) tres veces como lo hicieron los fieles de Éfeso:
Santa Madre de Dios, Santa Madre de Dios, Santa Madre de Dios.
Solemnidad de la Epifanía del Señor
Monición de entrada
Queridos hermanos, les damos una cordial bienvenida a esta Santa Misa, para
celebrar juntos la gran Solemnidad de la Epifanía, o manifestación del Señor.
La fiesta de hoy, prolongación de la Navidad, tiene en nuestra liturgia como
protagonistas a unos magos de tierras extrañas que vienen a adorar al Mesías.
Celebramos, en el Niño nacido de María, la manifestación de aquel que es el Hijo
de Dios, el Mesías de los judíos y la luz de las naciones.
Como los reyes magos se dejaron guiar por la luz de aquella estrella, nosotros nos
dejamos conducir también para adorar y celebrar con gozo al niño Jesús. De pie,
cantamos el canto de entrada...
1. Por la santa Iglesia de Dios, para que ilumine a los hombres con la luz que
resplandece en el rostro de su Señor, disipe las tinieblas de los que viven en el
error y dé ánimo a los fieles a fin de que se decidan a hacer brillar la luz de Cristo
ante todas las naciones. Oremos.
2. Por los gobernantes: para que en sus decisiones busquen lo que conduce a la paz
y a la justicia. Oremos.
3. Por los enfermos y por cuantos luchan y sufren sin esperanza: para que se les
manifieste el amor de Cristo que les conforte en la prueba. Oremos.
4. Por nosotros que hemos sido llamados de las tinieblas a la luz admirable de Cristo,
para que nos afiancemos en la fe verdadera y sigamos con fidelidad las
enseñanzas de Evangelio. Oremos.
PRIMERA LECTURA
Lectura del libro de Isaías 60, 1-6
¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!
Mira: las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos,
pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti;
y caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor de tu aurora.
Levanta la vista en torno, mira: todos ésos se han reunido, vienen a ti:
tus hijos llegan de lejos,a tus hijas las traen en brazos.
Entonces lo verás, radiante de alegría; tu corazón se asombrará, se ensanchará,
cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar, y te traigan las riquezas de los
pueblos.
Te inundará una multitud de camellos, los dromedarios de Madián y de Efá.
Vienen todos de Saba, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del
Señor.
Palabra de Dios.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios
3, 2-3a. 5-6
Hermanos:
Habéis oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado en
favor vuestro.
Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio que no había sido
manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el
Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son
coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa en
Jesucristo, por el Evangelio.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Mateo 2, 1-12
Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes.
Entonces, unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando:
—«¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su
estrella y venimos a adorarlo».
Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los
sumos pontífices y a los letrados del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el
Mesías.
Ellos le contestaron:
—«En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el profeta:
"Y tú, Belén, tierra de Judá,
no eres ni mucho menos la última
de las ciudades de Judá;
pues de ti saldrá un jefe
que será el pastor de mi pueblo Israel"».
Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos, para que le precisaran el tiempo
en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles:
—«Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño, y, cuando lo encontréis,
avisadme, para ir yo también a adorarlo».
Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que
habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde
estaba el niño.
Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al
niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo
sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.
Y habiendo recibido en sueños un oráculo para que no volvieran a Herodes, se
marcharon a su tierra por otro camino.
Palabra del Señor.
Homilía
Las palabras que el profeta Isaías dirige a la ciudad santa de Jerusalén nos invitan
a levantarnos, a salir; a salir de nuestras clausuras, a salir de nosotros mismos, y a
reconocer el esplendor de la luz que ilumina nuestras vidas: «¡Levántate y
resplandece, porque llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!» (60,1). «Tu
luz» es la gloria del Señor. La Iglesia no puede pretender brillar con luz propia, no
puede. San Ambrosio nos lo recuerda con una hermosa expresión, aplicando a la
Iglesia la imagen de la luna: «La Iglesia es verdaderamente como la luna: […] no
brilla con luz propia, sino con la luz de Cristo. Recibe su esplendor del Sol de justicia,
para poder decir luego: “Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en
mí”» (Hexameron, IV, 8, 32). Cristo es la luz verdadera que brilla; y, en la medida
en que la Iglesia está unida a él, en la medida en que se deja iluminar por él, ilumina
también la vida de las personas y de los pueblos. Por eso, los santos Padres veían
a la Iglesia como el «mysterium lunae».
Necesitamos de esta luz que viene de lo alto para responder con coherencia a la
vocación que hemos recibido. Anunciar el Evangelio de Cristo no es una opción más
entre otras posibles, ni tampoco una profesión. Para la Iglesia, ser misionera no
significa hacer proselitismo; para la Iglesia, ser misionera equivale a manifestar su
propia naturaleza: dejarse iluminar por Dios y reflejar su luz. Este es su servicio. No
hay otro camino. La misión es su vocación: hacer resplandecer la luz de Cristo es
su servicio. Muchas personas esperan de nosotros este compromiso misionero,
porque necesitan a Cristo, necesitan conocer el rostro del Padre.
Los Magos, que aparecen en el Evangelio de Mateo, son una prueba viva de que
las semillas de verdad están presentes en todas partes, porque son un don del
Creador que llama a todos para que lo reconozcan como Padre bueno y fiel. Los
Magos representan a los hombres de cualquier parte del mundo que son acogidos
en la casa de Dios. Delante de Jesús ya no hay distinción de raza, lengua y cultura:
en ese Niño, toda la humanidad encuentra su unidad. Y la Iglesia tiene la tarea de
que se reconozca y venga a la luz con más claridad el deseo de Dios que anida en
cada uno. Este es el servicio de la Iglesia, con la luz que ella refleja: hacer emerger
el deseo de Dios que cada uno lleva en sí. Como los Magos, también hoy muchas
personas viven con el «corazón inquieto», haciéndose preguntas que no encuentran
respuestas seguras, es la inquietud del Espíritu Santo que se mueve en los
corazones. También ellos están en busca de la estrella que muestre el camino hacia
Belén.
¡Cuántas estrellas hay en el cielo! Y, sin embargo, los Magos han seguido una
distinta, nueva, mucho más brillante para ellos. Durante mucho tiempo, habían
escrutado el gran libro del cielo buscando una respuesta a sus preguntas –tenían el
corazón inquieto– y, al final, la luz apareció. Aquella estrella los cambió. Les hizo
olvidar los intereses cotidianos, y se pusieron de prisa en camino. Prestaron
atención a la voz que dentro de ellos los empujaba a seguir aquella luz –y la voz del
Espíritu Santo, que obra en todas las personas–; y ella los guió hasta que en una
pobre casa de Belén encontraron al Rey de los Judíos.
Todo esto encierra una enseñanza para nosotros. Hoy será bueno que nos
repitamos la pregunta de los Magos: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha
nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo» (Mt 2,2). Nos
sentimos urgidos, sobre todo en un momento como el actual, a escrutar los signos
que Dios nos ofrece, sabiendo que debemos esforzarnos para descifrarlos y
comprender así su voluntad. Estamos llamados a ir a Belén para encontrar al Niño
y a su Madre. Sigamos la luz que Dios nos da –pequeñita…; el himno del breviario
poéticamente nos dice que los Magos «lumen requirunt lumine»: aquella pequeña
luz–, la luz que proviene del rostro de Cristo, lleno de misericordia y fidelidad. Y, una
vez que estemos ante él, adorémoslo con todo el corazón, y ofrezcámosle nuestros
dones: nuestra libertad, nuestra inteligencia, nuestro amor. La verdadera sabiduría
se esconde en el rostro de este Niño. Y es aquí, en la sencillez de Belén, donde
encuentra su síntesis la vida de la Iglesia. Aquí está la fuente de esa luz que atrae
a sí a todas las personas en el mundo y guía a los pueblos por el camino de la paz.
TIEMPO ORDINARIO I
II Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo A
MONICIÓN DE ENTRADA
Queridos hermanos: acabamos de salir de las fiestas navideñas y entramos en el
Tiempo Ordinario en su segundo domingo, que es como un eco todavía de las
celebraciones navideñas.
La liturgia de este día acentúa el testimonio sobre Jesucristo: Pablo que se
proclama como Apóstol de Jesucristo, y Juan el Bautista, que nos da testimonio
sobre Jesús como el cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Monición única para todas las lecturas
Las lecturas de hoy nos ayudan a centrar nuestra atención en la persona de
Jesús, el Enviado y Mesías, anunciado por los profetas y ahora presentado por
Juan como el cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
PRIMERA LECTURA
Lectura del libro de Isaías 49, 3. 5-6
El Señor me dijo:
«Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso».
Y ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo,
para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel
—tanto me honró el Señor, y mi Dios fue mi fuerza—:
«Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob
y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones,
para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra».
Palabra de Dios.
SEGUNDA LECTURA
Comienzo de la primera carta del apóstol san Pablo a
los Corintios 1, 1-3
Yo, Pablo, llamado a ser apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios, y Sóstenes,
nuestro hermano, escribimos a la Iglesia de Dios en Corinto, a los consagrados
por Cristo Jesús, a los santos que él llamó y a todos los demás que en cualquier
lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor de ellos y nuestro.
La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sean
con vosotros.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Juan 1, 29-34
En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó:
—«Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
Éste es aquel de quien yo dije: "Tras de mí viene un hombre que está por delante
de mí, porque existía antes que yo". Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar
con agua, para que sea manifestado a Israel».
Y Juan dio testimonio diciendo:
—«He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó
sobre él.
Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo:
"Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de
bautizar con Espíritu Santo".
Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios».
Palabra del Señor.
Homilía
«¡He ahí el Cordero de Dios!»
En el Evangelio escuchamos a Juan el Bautista que, presentando a Jesús al mundo,
exclama: «¡He ahí el cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo!». El
cordero, en la Biblia, y en otras culturas, es el símbolo del ser inocente, que no
puede hacer daño a nadie, sino sólo recibirlo. Siguiendo este simbolismo, la primera
carta de Pedro llama a Cristo «el cordero sin mancha», que, «ultrajado, no
respondía con ultrajes, y sufriendo no amenazaba con venganza». En otras
palabras, Jesús es, por excelencia, el Inocente que sufre.
Se ha escrito que el dolor de los inocentes «es la roca del ateísmo». Después de
Auschwitz, el problema se ha planteado de manera más aguda todavía. Son
incontables los libros escritos en torno a este tema. Parece como si hubiera un
proceso en marcha y se escuchara la voz del juez que ordena al imputado a
levantarse. El imputado en este caso es Dios, la fe.
¿Qué tiene que responder la fe a todo esto? Ante todo es necesario que todos,
creyentes o no, nos pongamos en una actitud de humildad, porque si la fe no es
capaz de «explicar» el dolor, menos aún lo es la razón. El dolor de los inocentes es
algo demasiado puro y misterioso como para poderlo encerrar en nuestras pobres
«explicaciones». Jesús, que ciertamente tenía muchas más explicaciones para dar
que nosotros, ante el dolor de la viuda de Naím y de las hermanas de Lázaro no
supo hacer nada mejor que conmoverse y llorar.
La respuesta cristiana al problema del dolor inocente se contiene en un nombre:
¡Jesucristo! Jesús no vino a darnos doctas explicaciones del dolor, sino que vino a
tomarlo silenciosamente sobre sí. Al actuar así, en cambio, lo transformó desde el
interior: de signo de maldición, hizo del dolor un instrumento de redención. Más aún:
hizo de él el valor supremo, el orden de grandeza más elevado de este mundo.
Después del pecado, la verdadera grandeza de una criatura humana se mide por el
hecho de llevar sobre sí el mínimo posible de culpa y el máximo posible de pena del
pecado mismo. No está tanto en una u otra cosa tomadas por separado -esto es, o
en la inocencia o en el sufrimiento--, sino en la presencia contemporánea de las dos
cosas en la misma persona. Este es un tipo de sufrimiento que acerca a Dios. Sólo
Dios, de hecho, si sufre, sufre como inocente en sentido absoluto.
Sin embargo Jesús no dio sólo un sentido al dolor inocente; le confirió también un
poder nuevo, una misteriosa fecundidad. Contemplemos qué brotó del sufrimiento
de Cristo: la resurrección y la esperanza para todo el género humano. Pero miremos
lo que sucede a nuestro alrededor. ¡Cuánta energía y heroísmo suscita con
frecuencia, en una pareja, la aceptación de un hijo discapacitado, postrado durante
años! ¡Cuánta solidaridad insospechada en torno a ellos! ¡Cuánta capacidad de
amor que, si no, sería desconocida!
Lo más importante, en cambio, cuando se habla de dolor inocente, no es explicarlo,
sino evitar aumentarlo con nuestras acciones y nuestras omisiones. Pero tampoco
basta con no aumentar el dolor inocente; ¡es necesario procurar aliviar el que exista!
Ante el espectáculo de una niña aterida de frío que lloraba de hambre, un hombre
gritó, un día, en su corazón a Dios: «¡Oh Dios! ¿Dónde estás? ¿Por qué no haces
algo por esa pequeña inocente?». Y Dios le respondió: «Claro que he hecho algo
por ella: ¡te he hecho a ti!».
MONICIÓN DE ENTRADA
Bienvenidos queridos hermanos a la celebración del banquete del Señor en este
tercer domingo del tiempo ordinario.
Este día retomamos la lectura del evangelio de San Mateo, el cual nos
acompañará durante todo el presente ciclo litúrgico. La luz que brilló en la Navidad
sigue haciendo eco en la liturgia de hoy.
Pidiendo a Dios esa luz que nos ilumine en nuestros proyectos de vida,
comenzamos esta Santa Misa, de pie, cantando el canto de entrada...
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a
los Corintios 1, 10-13. 17
Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo: poneos de acuerdo
y no andéis divididos. Estad bien unidos con un mismo pensar y sentir.
Hermanos, me he enterado por los de Cloe que hay discordias entre vosotros. Y
por eso os hablo así, porque andáis divididos, diciendo: «Yo soy de Pablo, yo soy
de Apolo, yo soy de Pedro, yo soy de Cristo».
¿Está dividido Cristo? ¿Ha muerto Pablo en la cruz por vosotros? ¿Habéis sido
bautizados en nombre de Pablo?
Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a anunciar el Evangelio, y no con
sabiduría de palabras, para no hacer ineficaz la cruz de Cristo.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Mateo 4, 12-
23
Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando
Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y
Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías:
«País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán,
Galilea de los gentiles.
El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en
tierra y sombras de muerte, una luz les brilló».
Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo:
—«Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos».
Pasando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman
Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues
eran pescadores.
Les dijo:
—«Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres».
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a
Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús
los llamó también.
Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.
Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio
del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.
Palabra del Señor.
Homilía
“El Señor es mi luz y mi salvación” (Sal 26/27,1).
Estas palabras del Salmo responsorial son, a la vez, confesión de fe y expresión
de júbilo: fe en el Señor y en lo que Él representa de luminoso para nuestra vida;
júbilo por el hecho de que Él es esta luz y esta salvación, en la que podemos
encontrar seguridad e impulso para nuestro camino cotidiano.
Nos podemos preguntar ¿De qué modo es el Señor nuestra luz y nuestra
salvación? Cristo se convierte para nosotros en luz y salvación a partir de nuestro
bautismo, en el que se nos aplican los frutos infinitos de su bendita muerte en la
cruz: entonces viene a ser “para nosotros sabiduría, justicia, santificación y
redención” (1 Cor 1,30). Precisamente para los bautizados, conscientes de su
identidad de salvados, valen con plenitud las palabras de la Carta a los Efesios:
“Porque en otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor. Vivid
como hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y
verdad” (Ef 5,8-9).
---Vida pública del Señor
Pero la vida cristiana no es sólo un hecho individual y privado. Tiene necesidad de
desarrollarse a nivel comunitario e incluso público, puesto que la salvación del
Señor “está preparada ante la faz de todos los pueblos; luz para iluminación de las
gentes” (Lc 2,31-32).
El Evangelio de este domingo manifiesta cómo Cristo se ha convertido
históricamente, al comienzo de su vida pública, en luz y en salvación del pueblo al
que ha sido enviado. Citando al Profeta Isaías, el Evangelista Mateo nos dice que
este pueblo “habita en tinieblas..., en tierra y sombras de muerte” (9,1) pero
finalmente “vio una luz grande”. Después que la gloria del Señor había envuelto de
luz, ya en Belén, a los pastores en la noche (cfr. Lc. 2,9), con ocasión del
nacimiento de Jesús, ésta es la primera vez que el Evangelio habla de una luz que
se manifiesta a todos. Efectivamente, cuando Jesús, después de haber dejado
Nazaret y haber sido bautizado en el Jordán, va a Cafarnaún para dar testimonio
de su ministerio público, es como si se verificase un segundo nacimiento público,
que consistía en el abandono de la vida privada y oculta, para entregarse al
compromiso total de una vida gastada por todos hasta el supremo sacrificio de sí.
Y Jesús, en este momento, se encuentra en un ambiente de tinieblas, que cayeron
nuevamente sobre Israel con motivo del encarcelamiento de Juan Bautista, el
precursor.
Pero Mateo nos dice que Jesús iluminó enseguida eficazmente a algunos
hombres, “mientras caminaba junto al lago de Galilea”, es decir, en las riberas del
lago de Genesaret. Se trata de la llamada a los primeros discípulos, los hermanos
Simón y Andrés, y luego a los otros dos hermanos, Santiago y Juan, todos ellos
trabajadores dedicados a la pesca. Ellos “inmediatamente dejaron las barcas y a
su Padre y lo siguieron”. Ciertamente experimentaron la fascinación de la luz
secreta que emanaba de Él, y sin demora la siguieron para iluminar con su fulgor
el camino de su vida. Pero esa luz de Jesús resplandece para todos. En efecto, Él
se hace conocer por sus paisanos de Galilea, como anota el Evangelista,
“enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del Reino, curando las
enfermedades y dolencias del pueblo”. Como se ve, la suya es una luz que ilumina
y también caldea, porque no se limita a esclarecer la mente, sino que interviene
también para redimir situaciones de necesidad material. “Pasó haciendo el bien y
curando” (Hch 10,38).
---Conversión personal
Una de las mayores conquistas de esta luz fue la de Saulo de Tarso, el Apóstol
Pablo. Teniendo presente su propio caso personal, escribió así a los Corintios:
“Pues el mismo Dios que dijo: De las tinieblas brille la luz, ha hecho brillar la luz en
nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en
la faz de Cristo” (2 Cor 4,6). Diría que esta luz brilla particularmente sobre el rostro
de Cristo crucificado, “Señor de la gloria” (1 Cor 2,8), por quien el Apóstol
precisamente fue enviado a predicar el Evangelio de la cruz (cfr. ib., 1,17; 2,2).
Esto nos dice lo que es una conversión: una iluminación especial, que nos hace
ver de modo nuevo a Dios, a nosotros mismos y a nuestros hermanos. Así, de
maneras diversas, Jesucristo se da a conocer a los distintos hombres y a las
sociedades en el curso de los tiempos y en diversos lugares. Los que le siguen, lo
hacen porque han encontrado en Él la luz y la salvación: “El Señor es mi luz y mi
salvación”.
Y también vosotros ¿seguís a Cristo? ¿Lo habéis conocido verdaderamente?
¿Sabéis y estáis convencidos a fondo de que Él es la luz y la salvación de
nosotros y de todos? Este es un conocimiento que no se improvisa; es necesario
que os ejercitéis en Él cada día, en las situaciones concretas en que está colocado
cada uno de vosotros. Se puede, al menos, intentar y llevar esta luz al propio
ambiente de vida y de trabajo y dejar que ella ilumine todas las cosas para mirarlo
todo a través de esa luz. Esto vale de modo particular para los enfermos y para los
que sufren, puesto que, si es verdad que el dolor hunde en la oscuridad, entonces
más que nunca se confirma la verdad de la gozosa confesión del Salmista: “Señor,
Tú eres mi lámpara; Dios mío, Tú alumbras mis tinieblas” (Sal 18/17,29). Pero esto
vale para todos: efectivamente, Cristo es luz y salvación de las familias, de los
cónyuges, de la juventud, de los niños, y luego también de todos los que se
ejercitan en varias profesiones: para los médicos, los empleados, los obreros,;
cada una de estas categorías, aunque sea en modos diversos, ejercita un servicio
para los otros y del conjunto resulta una sociedad bien ordenada y armoniosa.
Más para que todo esto se logre bien, sin roces o conflictos, es preciso que cada
uno sepa decir al Señor con humildad y con deseo: “Lámpara es tu palabra para
mis pasos, luz en mi sendero” (Sal. 119/118,105). Esto es posible si juntamente, y
a fondo, cada uno recibe el alimento de todos y todos concurren al crecimiento de
cada uno.
Volvamos al salmo responsorial de la Misa.
La luz y la salvación están en contraste con el temor y el terror.
“El Señor es la defensa de mi vida; ¿quién me hará temblar? Él me protegerá en
su tienda el día del peligro”.
Sin embargo, ¡cuánto temor pesa sobre los hombres de nuestro tiempo! Es una
inquietud múltiple, caracterizada precisamente por el miedo al porvenir, de una
posible auto destrucción de la humanidad, y luego también, más en general, por
un cierto tipo de civilización materialista, que pone el primado de las cosas sobre
las personas, y además por el miedo a ser víctimas de violencias y opresiones que
priven al hombre de su libertad exterior e interior. Pues bien, sólo Cristo nos libera
de todo esto y permite que nos consolemos espiritualmente, que encontremos la
esperanza, que confiemos en nosotros mismos en la medida en que confiamos en
Él: “Contempladlo y quedaréis radiantes” (Sal. 34/33,6).
Juntamente con esto, como nos sugiere la segunda estrofa, nace el deseo de
poder “habitar en la casa del Señor” (Sal. 26/27,4).
“Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por todos los
días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor contemplando su templo”.
¿Qué quiere decir esto? Significa ante todo la condición interior del alma en la
gracia santificante, mediante la cual el Espíritu Santo habita en el hombre; y
significa además permanecer en la comunidad de la Iglesia y participar en su vida.
En efecto, precisamente aquí se ejercita en abundancia esa “misericordia”, de la
que habla el Salmo; cada uno puede repetir con el Salmista, seguro de ser
escuchado: “Acuérdate de mí con misericordia, por bondad, Señor” (Sal 25/24,7).
Finalmente estamos orientados hacia la esperanza última, que da toda la
existencia del cristiano su plena dimensión.
“Espero gozar en la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé
valiente, ten ánimo, espera en el Señor”.
El cristiano es hombre de gran esperanza, y precisamente en ella se refleja esa
luz y se realiza esa salvación, que es Cristo. Efectivamente, Él “hace caminar a los
humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes” (Sal. 25/24,9).