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Si mencionamos la palabra pan a secas se sobreentiende dos cosas: que

se está hablando de pan de trigo regular y que se trata de pan salado; de lo


contrario, se debe especificar si es dulce y el cereal con el que está
elaborado – mijo, centeno, avena, linaza, cebada.

El consumo del pan llegó a México y como consecuencia del colonialismo.


El hombre natural de la Nueva España, más acostumbrado a la tortilla - o
sea, al pan de maíz -, se vio obligado a consumirlo, pues lo recibía de raya,
es decir, como salario. Más tarde, con la llegada de la panadería francesa y
el baguette, el pan logró mayor aceptación; sin embargo, su alto costo dio
lugar a la venta de medias piezas o fracciones más pequeñas que
terminaron convirtiéndose en los tan mexicanos bolillos y teleras
indispensables en una buena torta. El bolillo también es llamado “virote” en
ciudades como Hermosillo y Guadalajara, y “francés” en Yucatán. Eso sí,
una vez que adoptamos el consumo del pan, nos entregamos a él sin
remilgo, por eso lo tenemos disponible en cientos de variedades de todas
las formas, tamaños, olores y sabores: bollos, bolillos, marinas, semitas,
chapata, bisquets, teleras, cuernitos de sal, hojaldras, medias noches,
pambazos, pan de pueblo, por mencionar algunos. A esto habría que añadir
las versiones blancas e integrales y el espectro de semillas que se
complementan con el amaranto.

No es gratuito que el pan sea el protagonista de una lista interminable de


dichos y refranes a todo aquello que sirva para el sustento diario, para lo
esencial y con lo que el hombre ha subsistido desde tiempos inmemoriales.
Por ejemplo: Para los que estamos condenados a “ganarnos el pan con el
sudor de la frente”, no hay “pan comido”, porque, como dice Anatole France,
“la Ley, en su magnífica ecuanimidad, prohíbe, tanto al rico como al pobre,
dormir bajo los puentes, mendigar por las calles y robar pan”. Por eso,
Cervantes ya había asegurado antes que “¡Venturoso aquél a quien el cielo
dio un pedazo de pan, sin que le quede obligación de agradecérselo a otro
que al mismo cielo!”, lo que Saint-Exupéry remata con aquello de que “no
hay pan más sabroso que el que se comparte”.

Victoria García Jolly en Algarabía. Revista que genera Adicción, num. 52,
México,
Diciembre 2008 – enero 2009.

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