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El territorio colombiano y

sus má rgenes

Vincent Gouü set'


R E SUMEN

El paradigma de la territorialidad, cada vez


má s importante en el conjunto de las ciencias
sociales, tiene una peculiar pertinencia en el
caso de Colombia. En çste país, muchas á reas
periféricas del espacio nacional han
permanecido al margen de los grandes flujos
de poblamiento y padecen lo que podría
llamarse un ir 4s territoriofídó d. Es decir,
se mantienen fuera de los mecanismos de
regulació n social, política y econó mica
prevalecientes en las zonas urbanizadas y/o
densamente pobladas. Las herramientas
teó ricas tradicionales, como el modelo
centro-periferiá , o las enseíianzas de la
sociología de la violencia, que aportan
mucho en el conocimiento de estos espacios
marginados, no parecerá ser suficientes para
comprender de manera global los problemas
de territqtialidad del espacio colombiano, The paradigm of territoriality, which is
increasingly important in all the social
sciences, is particularly relevant in the
Colombian context. many peripheral areas
in this country have remained only
marginally affected by inte-scale settJement
‘jjjogvements and are b tively affected by
Mat we refer to'as a r of territoríaliy.
remain yrncoiiJçained by the

regulation which tio my operate in


“ dciisely populated or.jp- areas. wha»
„ çonventional theoreticgl e@@aches, such as

of violence, can provi‹;l¢qt «sffg instght imto


tbcse areas, they are ted irí;heir abílity
to provide a full understandmg of the
problems of territoriality in Colombia.
Territorio, territorialidad'
,1 mitado política o administrativamente. Se-

L
r gún la definición de Raffestin (1980), el te-
os conceptos de territorio y territoria-
rritorio es “[...] una fracción del espacio
lidad tienen cada vez más importancia
organizada en una relación de poder”, bajo
en el quehacer de las ciencias sociales. En
el control de un Estado moderno, “[...]
América Latina, la ola democratizadora de
cuya existencia y validez son garantizadas
los años ochenta y sus apuestas en materia
de modo continuo dentro de un territorio
de descentralización y de ordenamiento te-
geo- gráficamente determinado por el
rritorial contribuyeron a ubicar en la delan-
ejercicio de la coerción física legítima”, para
tera este tema. En Colombia, la investigación
retomar la idea clásica de Max Weber
alrededor de la territorialidad del espacio na-
(Badie, 1995). Se trata una concepción
cional constituyó, en 1993, el tema central
heredada de la Eu- ropa del Siglo de las
del V Coloquio Colombiano de Sociología
Luces, en un periodo de afirmación de los
(Silva, 1994).
Estados-naciones. Una lógica “moderna”,
A pesar de cierta confusión en el uso de
cartesiana, y, como lo su- brayar
es- tos dos términos, se puede decir que
Bonnemaison y Cambrézy (1996: 17),
tcrrito- rio designa, en un primer sentido,
“tranquilizadora”, pues asimila el terri- torio
un “espacio geográfico calificado por una
a un espacio jerarquizado, mensura- ble,
per- tenencia jurídica” (George, 1994,
organizado por el centro y delimitado por
Diction- nairc dc gcogrephic), es decir,
unas fronteras precisas. Obviamente, la
un espacio político donde se ejerce la
dinámica guerrillera, que pretende extender
autoridad de un Estado (el territorio
su monopolio en el manejo de la fuerza
colombiano), o de una entidad
pú- blica, para imponer un orden
administrativa de menor escala (el
considerado como más legítimo, entra en
territorio municipal, los territorios indíge-
la misma lógi- ca de un territorio construido
nas, etc.). Luego, la palabratsrrilorió ha evo-
“desde el cen- tro abajo”, para retomar la
lucionado hacia el concepto de “espacio
fórmula de Boisier (1994: 18), es decir,
apropiado”, con una conciencia de esa
por un grupo de poder constituido con el
apropiación (Brunet rr ef, 1992, Jr i›rrri &
fin de asumir el monopolio del uso de la
la géographie). La territorialidad correspon-
fuerza pública, aun- que éste no sea su
de, precisamente, al modo de apropiación y,
principal objetivo.
más aún, de relación que el hombre y la so-
— Como lo seíialan muchos autores, esta
ciedad establecen con el espacio terrestre.
acepción de territorio, que no es, según Bon-
De hecho, el concepto de rrNt mantie-
I nemaison y Cambrézy (1996: 8), sino una
ne cierta ambivalencia:
“ideología geográfica”, fracasa ante la evi-
— En primera instancia, el territorio apare-
dencia de una dimensión mas culturalista del
ce como el espacio de los Estados-
territorio. En una perspectiva de corte post-
naciones (el territorio nacional), es decir,
moderno, la territorialidad no es solamente
un espacio acabado, apropiado,
una cuestión de apropiación de un espacio
administrado y dcli-
—por un Estado o por cualquier grupo de
poder— sino también de pertenencia a un
Pero este Llano político, vuelto un inmenso
territorio, a través de un proceso de identi-
campo de batalla, no coincide tampoco con
ficación y de representación —bien sea co-
el Llano identificado por los grupos indíge-
lectivo como individual—, que muchas veces
nas, hecho de fronteras invisibles y lleno
desconoce la fronteras políticas o adminis-
de geosímbolos imperceptibles por el
trativas clásicas (C1ava1, 1996). Incluso, so-
viajero distraído. Ni coincide con el “Llano
bre una mis ma superficie se pueden
llano” construido por lo colonos
superponer varios territorios, es decir, va-
tradicionales, an- tes del petróleo y del
rias formas de apropiación del mismo espa-
asfalto, cuyo recuerdo aparece en las
cio. Tal definición «culturalista» del espacio
crónicas de Alfredo Molano. Menos aún
no está exenta de riesgos, pues en muchos
tiene que ver con el Llano de las empresas
casos sirve para legitimar conflictos étnicos,
petroleras, que se ubica en un marco
en los cuales la reivindicación del territorio
territorial mucho más amplio, de es- cala
abre 1a puerta a cualquier tipo de abusos (en
mundial, siguiendo una lógica más re-
Kosovo, Bosnia, Ruanda y muchas otras par-
ticular (el Llano como enclave en la
tes). Sin embargo, esta concepción del te-
economía mundial del petróleo) que areo-
rritorio como un “espacio cultural de
lar (el Llano como parte de un continuum
pertenencia” (Bonnemaison y Cambrézy,
geográfico). Habría que contar, por fin,
1996: 17) tiene la ventaja de funcionar “des-
con lo que podría llamarse el Llano
de el individuo arriba”, como se podría de-
cachaco, es decir, el conjunto de
cir en referencia a la fórmula de Boisier.
representaciones que tiene del Llano la
Estas consideraciones son claramente aplicables
gente ajena, y que conlle- va cierto temor,
a Colombia. Si se toma, por ejemplo, el caso de
algo de fascinación y mu- chos clisés
la Orinoquia: acaso, ino existen varios Llanos!
(arpas, coleos, atardeceres y otras imágenes
En efecto, la Orinoquia colombiana consti-
de postal).
tuye un espacio que cuenta con cierta ho-
En realidad, 1as dos aproximaciones del con-
I mogeneidad ambiental, con un relieve, un
cepto de territorio no son antinómicas. Pue-
clima y una vegetación característicos, pero
den coexistir, sobre un mismo espacio, varios
que carece de unidad política y social. El
territorios, es decir, varias formas de terri-
Llano físico se encuentra dividido entre Ve-
torialidad. En su labor investigativa sobre
nezuela y Colombia. En Colombia, fuera del
este tema, Di Meo (1993), quien retoma la
Corpes, cuyo alcance es limitado en el siste-
clasificación marxista clásica, define el terri-
m ma político-administrativo colombiano, no
torio como un fragmento de espacio donde
tiene gran cabida la territorialidad llanera.
se fusionan tres tipos de estructuras: una
Más aún, por el control político del Llano
infraestructura (el espacio físico, con sus ar-
compiten hoy los grupos insurgentes, el ejér-
tefactos humanos, y la esfera de las activida-
cito y algunos grupos paramilitares, según
des económicas), una supere ctura (tanto
fronteras muy fluctuantes. el campo político como el ideológico y el
#0 simbólico) y una metacMuctura (la relación
individual con el espacio; noción que hace
eco con el concepto tradicional de espacio
lez Arias (1992), “[...] Colombia es un país
vivido —ripnrr réro—). En esta aproxima-
cuyo territorio sobrepasa la nación y cuya
ción, de corte estructuralista, caben las dos
sociedad es mas sólida que el Estado (...)
vertientes de la territorialidad.
En este contexto es útil introducir la idea de
una dicotomía entre ‘el espacio nacional efec-
El territorio colombiano
tivo’ (o integrado), donde el Estado ejerce
y sus márgenes
su dominio con legitimidad, y ‘los espacios
difusos o discontinuos’, al margen de la
El caso colombiano es de peculiar interés,
do- minación estatal”.
pues tanto el Estado nacional como la so-
— La relación de las sociedades locales con
ciedad, en sus miíltiples componentes, se
el territorio es muy diversa —pues los gru-
acomodar a una territorialidad de geome-
i pos no conciben su relación con el espacio
tría variable. El espacio nacional, vasto, poco
en la misma escala ni con las mismas tempo-
poblado, se suele caracterizar con la metá-
ralidades—y, con frecuencia, conflictiva, dado
fora del archipiélago. Término utilizado para
el carácter muy atomizado de la población.
aludir al poblamiento discontinuo y a la exis-
— El relativo desinterés de la sociedad co-
tencia de viejos focos de poblamiento en la
lombiana “central” hacia esos espacios mar-
periferia, donde se encuentran grupos mas
ginales. A diferencia de lo que pasa en otros
o menos al margen de la sociedad colom-
países americanos, los frentes de coloniza-
biana: resguardos indígenas, comunidades
ción y los espacios vacíos no constituyen un
negras, colonos, grupos insurgentes, agen-
mito iuicional, un símbolo de la labor de edi-
tes (permanentes u ocasionales) del narco-
ficación del Estado-nación, un espacio don-
tráfico. Unas inmensas superficies, en los
de se forja un porvenir nacional conjunto.
paramos andinos, en la costa pacífica, en los
Más bien, para mucha gente, estos
llanos de la Orinoquia o en la cuenca ama-
espacios inaccesibles, donde la autoridad
zónica, escapan al control del Estado cen-
del Estado no logra afirmarse, aparecen más
tral.
como unos símbolos del “caos societal
La marginalidad social, económica, e inclu-
colombiano”. En general, cuando se habla
so política, no es ninguna exclusividad de
de los frentes de colonización y de las
los espacios poco poblados. Se encuentra en
zonas poco pobla- das de Colombia, se
el pleno corazón de las metrópolis. Pero la
suele hablar en térmi- nos de déficit:
cuestión territorial encuentra en los márge-
déficit de población, déficit de Estado (en
nes del espacio nacional una dimensión in-
cuanto a la inversión pública y al orden
édita, por tres razones al menos:
público) y déficit de integración
— La extrema debilidad del Estado (no so-
económica.
lamente la fuerza pública, sino también la
El problema nos parece más amplio. Los
administración pública, en un sentido am-
espacios marginales y poco poblados de
plio). Como lo dijo acertadamente Gonzá-
Colombia son representativos de las dificul-
tades de construcción territorial, esa sutil
alquimia que no requiere solamente una iCuáles son aquellos rm*o del mapa colom-
in- yección de fondos públicos y la biano! Los espacios poco poblados (Figura
realización de infraestructuras físicas, sino 1) se ubican fundamentalmente en la peri-
también la construcción de una sociedad y feria del espacio nacional: Costa Pacífica;
de una eco- nomía local duraderas, que no península de La Guajira; cuencas del Mag-
estén desar- ticudas del resto del país. Se dalena medio y del bajo Cauca; cumbres
podría decir, en fin, que buena parte del de la sierra Nevada de Santa Marta, de la
espacio colombia- no padece de un déficit serra- nía de Los Motilones y de algunas
de territorialidad, lo que es mucho más que partes de la cordillera Oriental; inmensas
una falta de habitan- tes, de dinero, de llanuras de la Orinoquia y del Amazonas.
escuelas o de policías.
FIGURA l
Primer escollo en DISTRIBUCIÓN ESI’ACIAL DE LA POBLACIÓN COLOMBIANA (1985)
la territorialidad
colombiana:
el poblamiento

El espacio colombiano no
está muy densamente po-
blado. En términos relati-
vos, con 37,7 millones de
habitantes cansados en
1993 (y 40,2 estimados en
1997), la densidad pobla-
cional promedio de Colom-
bia, que era de 33 hab./km2
en 1993 (y de 35,2 hab./km 2
en 1997), supera la densi-
dad promedio de América
Latina (aproximadamente
23 hab./km2) y, má s aú n, la
de América del Sur (menos
de 20 hab./km2). Sin embar-
go, la distribució n de la po-
blació n es muy desigual: el
70% de la població n es ur-
bana, y en las zonas rurales
la densidad promedio gira al- Tomado de Dureau, F. y Pissoat, O., 1996, En mapas: las soluciones
rededor de 10 hab./km2. socioespasiaüs de Bogotá y si contexto (1973-1993)› CEDE, Dcto núm.96-05.
Si se quiere establecer una tipología de aque-
tendido determinismo físico”. No existen
llos espacios poco poblados, se pueden
obstáculos físicos insuperables. Acaso, ino
distinguir tres categorías principales (Fi-
se poblaron las inhóspitas vertientes de la
gura 2):
cordillera Central cuando el cultivo del café
— Unos márgcncs intcriores (l), situados
permitió su articulación con la economía
dentro del fisorTJoad colombiano, es decir,
internacional! Los espacios marginados, más
en el eje caribe-andino. Corresponden bá si-
que ligados a una supuesta «repulsividad»
camente a tres tipos de medios geográ ficos:
física, están a merced de la capacidad y de la
los altos paramos, algunas vertientes irihó s-
pitas y las zonas pantanosas (como la de- voluntad del Estado y de los actores econó-
i micos para actuar sobre el territorio (Jara-
presió n Momposina).
millo, 1979; Cuervo, 1990).
— Unos márgenes cercanos (2), que corres-
ponden a las vertientes externas de los An-
FIGURA 2
des y sus respectivos piedemontes, que se
TIPOLOGÍA DE LOS MÁRGENES
encuentran en vía de integració n al eje ca-
TERRITOTIALES DE LOMBIA
ribe-andino, por ser zonas de coloniza-
““ ' Aroia•oe a• wu«o+óo (a+ leza y 1sa6› r ae aaaa geogra«•‹a (‹eas).cEoE - ORsTOM
ció n.
— Algunos má rgrnsi /rysmi (3), aú n muy
poco poblados y desarticulados del resto del
espacio nacional, que se encuentran a veces
en la Costa Pacífica y sobre todo en el orien-
te del país: Vichada, Guainía, Vaupés y
Amazonas (estos cuatro departamentos con-
taban, en el censo de 1993, con una densi-
dad promedio de 0,4 hab./km2).
iCó mo explicar el relativo déficit poblacio-
nal de estos má rgenes territoriales!
No hay que desconocer tampoco el legado
Desde luego, se trata de unos espacios que,
histórico, puesto que ya en la época preco-
por lo general, son físicamente poco atrac-
lonial la densidad poblacional era muy baja
tivos: los pá ramos y nevados de las cumbres
en la mayoría de estas zonas. Durante todo
montaíiosas, el semidesierto de La Guajira,
el periodo colonial y, luego, en el siglo XIX,
los pantanos de la depresió n Momposina,
los flujos de poblamiento se concentraron
los suelos poco fértiles de los Llanos Orien-
tales y la selva hú meda de la Amazonia.
en el heertland caribe-andino, dejando al
Los impedimentos de índole física son in-
margen las zonas periféricas, excepto en el
negables, pero, como lo señ alaba Gü hl hace caso de algunos episodios más o menos bre-
má s de veinte aííos (Gü h1, 1976: 145), es ves (como el ciclo del oro en algunas partes
“[...] un grave error... [caer en] un mal en- ' de la Costa Pacífica o el auge cauchero en
los ríos Putumayo y Caquetá).
En una perspectiva histó rica, habría que se-
llanuras del Caribe), se podría decir que la
íialar también el relativo desprecio de 1a so-
labor de con ccián territorial consistió más
ciedad colombiana por 1os ma rgenes
bien en una lucha contra las fuerzas de des-
territoriales, lo que no es casual a escala del
agregació n interna y contra las tendencias
continente americano. En muchos países, la
secesionistas de las regiones. No ha existido
existencia de unas grandes reservas territo-
en 1a opinió n pú blica, ni tampoco en 1a cla-
riales constituyó , en su historia, un reto co-
se política, la conciencia de que la labor de
lectivo, un mito constitutivo de la identidad
intcgrasión territorial constituya una priori-
nacional, un espejo donde se reflejaba el por-
dad absoluta.
venir de una nació n en construcció n. Stei-
Parece obvio ademá s, en el caso de Brasil y
ner (1994: 144) establece un paralelo muy
de Argentina, pero también en los casos
sugestivo entre Colombia y Estados Unidos,
ecuatoriano o chileno, que el mito coloni-
donde el tema de laJonrirr constituyó , des-
zador fue atizado por los militares, sobre
pués del trauma de la guerra civil de los añ os
todo cuando estuvieron en el poder, obse-
1860-1865, uno de los grandes mitos fun-
sionados por los asuntos geopolíticos, como
dadores (io má s bien reconciliatorios!) de
la integridad y la integració n del espacio
la nació n. Algo similar se podría decir de
nacional (que les permitía, dicho sea de paso,
Brasil del siglo XIX, cuya obsesió n era des-
eludir los problemas sociales internos). Tal
plazar cada vez más hacia el occidente el me-
no fue el caso de Colombia. No es que los
ridiano de Tordesillas, y luego, en el siglo
militares colombianos hayan menosprecia-
XX, integrarlo al espacio nacional. “Integrar
do las periferias territoriales. Por el contra-
[la Amazonia] para néo entrcgar” era el frir-
rio, existe, tanto en la literatura estratégica
mrir del gobierno militar en los aííos se-
de los militares (véase, por ejemplo, Baha-
tenta. También se puede considerar el caso
mó n, 1989) como en el discurso político de
de Argentina, donde el episodio de la “con-
sus altos mandos, una referencia continua a
quista delDriiriTo”, que en realidad contaba
la imperiosa necesidad de controlar la inte-
con la presencia de una numerosa població n
gralidad del espacio nacional, cuyas perife-
indígena, equivalía, segú n la famosa fó rmu-
rias siempre sirvieron de refugio para los
la de Sarmiento, a una lucha de “la civiliza-
grupos insurgentes (sin hablar del narcotrá -
ció n contra la barbarie”.
fico). Ademá s, le correspondía al ejército,
Ahora bien, el paradigma colonizador no
hasta la nueva Constitució n Política de 1991,
opera con la misma intensidad en el caso de
administrar directamente los “Territorios
Colombia. En este país, que no recibió se-
Nacionales”. A diferencia de lo que pasó en
mejantes flujos de inmigrantes en los siglos
otros países de América Latina, en Colom-
XIX y XX, y donde los frentes de coloriiza-
bia el ejército poco accedió al poder en el
ció n han sido má s internos que periféricos
siglo XX, y no pudo adelantar una política
(como la colonización antiogueña, o el caso
de integració n territorial consistente. El reto
má s reciente del Magdalena medio y de las
era má s bien recuperar el terreno perdido
en el firorrfond, como las mal llamadas “re-
cipios periféricos. Los ingresos fiscales son
pú blicas independientes” de los añ os 1950
muy bajos en la mayoría de los pequeííos
y 1960.
municipios, que se encuentran en un alto
Pero la baja densidad poblacional de muchas
grado de dependencia con respecto a las
partes del territorio colombiano tiene que
transferencias centrales.
ver, de manera má s amplia, con su estado
Un estudio del DNP (DNP, 1996: 57-58)
de subintegració n al espacio nacional.
permitió establecer, para el añ o 1995, que
en los municipios de menos de 5.000 habi-
El problema de la subintegración
tantes (son 165 municipios, es decir, el
política y de las carencias del Estado
15,7% de los municipios colombianos, pero
só lo el 1,5% de la població n nacional) los
La referencia a los paradigmas clásicos de
recursos propios no representan sino el
subintegración, deprúfrúnJ o de &pcndcncia
13,7% de los ingresos municipales; el resto
alude a dos tipos de problemas que se ' proviene del crédito (5,7%) y sobre todo de
retroalimentan mutuamente: primero, un las transferencias centrales (80,6%). A modo
problema político que tiene que ver con el de comparació n, los recursos propios repre-
débil protagonismo del Estado, y, segundo, sentan en promedio el 18,6% de los ingre-
un problema de índole más económica, sos municipales en Colombia; una tasa que
consistente en el bajo grado de articulación asciende al 46,8% en 1os municipios de má s
con las economías nacional e internacional. de 100.000 habitantes (que concentran el
La debilidad del Estado opera en varios ni- 52% de la població n colombiana).
veles:
Pero, como lo señ alaron algunos autores, el
— A escala del Estado central, que con defi-
problema no es solamente la insuficiente
ciencias en la administración de justicia, y
inversió n pú blica, sino también su ineficien-
enfrentado a grupos armados que buscan el ' cia. Estudiando el caso de la Amazonia co-
control del territorio, es incapaz de asegu- lombiana, Fajardo (1994: 79-96) muestra
rar el orden público. Sus escasos programas que el Estado concentró la mayor parte de
de desarrollo en las zonas marginadas (como su inversió n en el financiamiento del apara-
el DRI, el PNR o, ahora, la Red de Solida- to represivo, en lugar de ayudar al desarro-
ridad Social) contaron con recursos limita- llo econó mico regional, y que, además, hay
dos, aunque el monto de la inversión una dispersió n de las prerrogativas entre los
estatal en los municipios ha aumentado numerosos organismos que intervienen en
sustancial- mente en los últimos quince la zona, lo cual genera un desperdicio del
aíios. gasto pú blico, agravado porque las necesi-
— A escala de las entidades territoriales, en dades prioritarias de las poblaciones locales
especial de los municipios, cuya posibilidad no han sido bien identificadas. En síntesis,
de intervención es muy limitada, debido a el Estado no só lo invirtió poco en la Ama-
la falta de recursos financieros y humanos. zonia, sino que ademá s invirtió mal.
Este problema no es específico de los muni-
Fig. 3 : La red vial en 1990 La subintegración
económica y
Sonto Mono €”
el estatuto de periferias

Desde luego, las carencias


en materia de infraestruc-
Slnc ej@
tura contribuyen a trans-
Ocoñ formar los espacios que
Apartao Cúcuto
son periféricos, en térmi-
PtO B0t
nos geográ ficos, en au-
ténticaspN r írœ,
Ø'uibd S qjcrroso
es decir, en espacios mal ar-
2 Armenia
ticulados con las economías
Bogotó
nacional e internacional,
Buenaventur con las cuales mantienen
una relació n de dependen-
S n u
G ovore cia, basada en el desequili-
brio de los intercambios.
Florencia
La configuració n de la red
Ipiale
urbana colombiana, carac-
terizada en las zonas mar-
LE YE NDA'
ginadas por la ausencia de
Carretera pavimentada unos centros urbanos ha-
— Carretera sin pavimentar
Ciudad / Cruce
bilitados para prestar los
0 50 1Œ1 200 3P hn servicios bå sicos (pú blicos
y privados) y para consti-
Fuente: Latorre (1985), M.O.P.T., I.F.E.A.
Canografía: V. Gouëset (1995) tuir polos elementales de
desarrollo, agrava esta ten-
Las carencias del sector pù blico se notan dencia. Este problema afecta a buena parte
también en el déficit infraestructural, con de la Costa Pacífica, de las llanuras del bajo
unas evidentes fallas en materia de transporte Magdalena y del Sinú , y sobre todo del
y de comunicació n. Buena parte del espacio oriente colombiano. En este caso, ningu-
nacional es de difícil acceso por vía terrestre na ciudad, fuera de Villavicencio, alcarizaba
(Figura 3). Igualmente, los municipios poco los 50.000 habitantes en el censo de 1993.
poblados se distinguen por una muy defi- Ademá s, todas las capitales departamenta-
ciente cobertura en servicios pú blicos bá sicos les se ubican en los bordes de sus respecti-
(agua, luz, salud, educació n, etc.), que apare- vos departamentos, muy poco urbaniza-
ce reiteradamente en las estadísń cas oficiales. dos.

?6
Sin embargo, habría que matizar el concep-
no puede existir una verdadera relació n de
to de periferia, no siempre empleado perti-
' dr§rn&nrie. La inexistencia de una relació n
nentemente. En efecto, para que realmente
de dependencia econó mica y la ausencia de
se pueda hablar de periferia, se requieren tres
una presió n econó mica pueden explicar que,
condiciones simultá neas: la existencia de un
a pesar de una pobreza aguda y de un desin-
centro econó mico identificable; la existen-
terés por parte del Estado, esté reinando un
cia de un contraste de desarrollo significati-
clima de calma relativa en la mayor parte
vo entre la periferia y el centro; y la existencia
del Amazonas, del Vaupés, del Chocó o del
de unos flujos econó micos desequilibrados
Guainía, donde las tasas de homicidio son
entre ellos (flujos de bienes, de mano de obra
tres o cuatro veces inferiores al promedio
o de capital). Si bien es cierto que los dos
nacional (Echandía, 1997: 91).
primeros pará metros se encuentran en Co-
En fin, no todo lo que brilla es oro, y no to-
lombia (a escala de los municipios, existe una
dos los má rgenes del espacio colombiano son
fuerte correlació n entre la densidad pobla-
! auténticas perifcrias, como erró neamente se
cional y el nivel de pobreza), no siempre se
les suele calificar. El concepto de periferia in-
averigua el tercer pará metro.
terviene ahí como factor discriminante entre
En algunos casos, como en los frentes de
unos má rgenes, generalmente cercanos al cen-
colonizació n o en 1os enclavcs cconáinicos, se
tro, que son verdaderas periferias (las fronteras
reciben flujos de mano de obra e inversio-
! de colonizació n), y otros que aú n no lo son.
nes de capital a cambio de flujos de mercan-
' Por otro lado, unaprrífNs puede existir so-
cías: petró leo, minerales diversos, madera,
lamente si existe un rrnwo claramente iden-
carne, cultivos lícitos e ilícitos. Desde lue-
t tificable en el espacio. Ahora bien, no es
go, y como lo mostró muy bien Echandía
siempre el caso. El provecho de la explota-
(1996), la coexistencia de una gran pobreza
ció n econó mica del piedemonte llanero o del
y de unas fuentes importantes de riqueza
bajo Atrato, por ejemplo, se destina má s a
sobre un mismo perímetro crea unas ten-
' unos centros extranjeros (América del Nor-
siones fuertes: ésta constituye una de las cla-
te o Europa) que a los centros de la econo-
ves de la violencia colombiana.
mía nacional. Aquellos centros nacionales
Pero en muchos otros casos (en la Costa
(las metró polis), aun cuando reciban parte
Pacífica o en las llanuras del oriente), pre-
del beneficio de la explotació n econó mica,
domina un modelo econó mico de autosub-
no constituyen s/ centro econó mico de refe-
sistencia, sin muchos intercambios con el
rencia, pues los centros son extranjeros. Las
centro. Si se alude a la «ortodoxia» del para-
metró polis colombianas se encuentran si-
digma centro-periferia (Amin, 1973; Rey-
multá neamente en posició n central (a esca-
naud, 1981), se trata de simplesrpmíosU/edos
la nacional) y periférica (a escala mundial).
(i5olats, en francés), o deeega/ri inmrr0i, mas
Ademá s, ide dó nde vienen la mano de obra
no deprú frrim. Puesto que los intercambios
y los capitales que afluyen en las “periferias
econó micos con el centro son incipientes,
integradas”! No siempre de los centros in-
ternacionales (los que compran los produc-
El papel de la sociedad en el proceso
tos), ni tampoco de los centros nacionales, de constucció n territorial
sino del conjunto del país, y muchas veces
de otras zonas rurales. En el caso, por ejem- Si se considera la tcrritorialided como el
plo, de la explotación petrolera del Casana- modo de apropiació n del espacio por el hom-
re, Flórez, Dureau y Maldonado (1998: 66- bre y la sociedad, queda claro que en Co-
88) mostraron claramente que la mano de lombia existe un problema de índole socie-
obra proviene de todo el país (con un fuerte tal. En las zonas poco pobladas no solamente
tropismo regional) y no específica- mente de escasean los habitantes, sino también los
las zonas centrales. grupos sociales que puedan conformar un
Dicho de otra manera, los flujos que conjunto heterogéneo, una sociedad diver-
entran y salen de los frentes de sificada, donde distintos modos de vida, dis-
colonización y de los enclaves económicos tintas culturas, pero también distintos gru-
son indudablemen- te de tipo perifcrica, pos de edades, distintas categorías profesio-
pero con un juego de escala muy complejo nales o distintos niveles educacionales estén
(Figura 4), sin un cen- tro nacional representados. Como dijo Fajardo (1994:
claramente identificable. Por su- puesto, 79), aplicando a la Amazonia colombiana
sería absurdo abandonar los conceptos de una má xima de Boisier: “[...] ninguna can-
centro y periferia en la inter- pretación de la tidad de recursos volcada por el Estado en
dinámica territorial colom- biana, pero el una regió n es capaz de provocar su desarro-
modelo centro-periferia no da cuenta de llo si no existe realmente una sociedad re-
toda la complejidad de las situa- ciones, y gional, compleja, con instituciones realmen-
debe manejarse con prudencia. te regionales, con una clase política, con una
clase empresarial, con organizaciones socia-
FIGURA 4 1es, sindicales y gremiales de base, con pro-
LOS LÍMITES DEL MODELO CENTRO-PERIFERIA yectos políticos propios, capaz de concer-
tarse colectivamente en pos del desarrollo”.
No obstante las iiltimas consideraciones so-
bre los “proyectos políticos propios” y la
“concertació n colectiva en pos del desarro-
llo” (una hipotética armonía política que
existe en muy pocas partes del territorio
colombiano), parece claro que la sociedad
local, en las zonas poco pobladas del país,
carece de diversidad.
Muchos grupos sociales estan totalmente
subrepresentados: la clase obrera en gene-
ral, el asalariado y el mundo de la empresa
(los empleados, los técnicos, los ingenieros,
dos (los empresarios, los sindicatos, los gre-
los empresarios), los funcionarios pú blicos,
mios y los partidos políticos). Tenemos aquí
la burguesía «media», etc. En cambio, algu-
otra clave de la violencia en las zonas margi-
nos grupos, marginales en el resto del país,
nales de Colombia.
dominan aquí el panorama social: los colo-
nos y los pequeííos campesinos; los hacen-
El significado territorial de la violencia
dados y sus auxilios; los contrabandistas, los
agentes del narcotrá fico y su mano de obra
Mucho se ha escrito sobre dimensiones po-
ocasional; los guerrilleros y los paramilita-
líticas, sociales y culturales de la violencia
res; y las comunidades indígenas y negras (en
contemporánea en Colombia. También se
el Pacífico), que deben resistir la presió n cada
ha hecho un importante trabajo de «geogra-
vez má s fuerte de los otros grupos.
fía», es decir, de localización, de cartografía
Fajardo insiste, de manera implícita, en la
y de reflexión sobre el impacto territorial de
debilidad de las élites y del “juego de acto-
la violencia.
res” en la escena política local. De hecho, la
La Figura 5 da constancia de la situación en
clase política es muy reducida, sin fundamen-
1988:
to histó rico, familiar o gremial de larga tra-
iQué pasó en los ú ltimos diez añ os! De los
yectoria, y difícilmente puede apoyarse sobre
estudios recientes sobre el tema (cf. Pécaut,
las clientelas y 1os grupos sociales que en
1996; Echandía, 1997; Rubio, 1997), so-
otras regiones constituyen su base tradicio-
bresale lo siguiente:
nal.
— la difusió n de la violencia sigue siendo
En realidad, pese a un alto grado de inesta-
desigual en el conjunto del país. A escala
bilidad poblacional, los movimientos popu-
departamental (Echandía, 1997: 90-91), la
lares con base comunitaria son numerosos:
tasa de homicidios en Antioquia (183,8 por
movimientos indígenas y negros, movimien-
100.000 hab. —la cifra más alta del país—)
tos “cívicos” y/o por la paz, sindicatos y
es doce veces superior a la tasa del Amazo-
movimientos campesinos, grupos evangéli-
nas (15,7 por 100.000 hab. —la cifra más
cos, etc. Pero su influencia, que se enfrenta
baja del país—).
con los protagonistas má s potentes (ganade-
" — Entre 1988 y 1998, existe cierta inercia
ros y hacendados, narcotraficantes, guerrillas,
en la ubicación de las zonas más violentas
entre otros, sin hablar de las Fuerzas Arma-
del país, a pesar de algunos cambios percep-
das) es limitada en el espacio y el tiempo.
tibles: mientras algunas zonas se han vuelto
Las debilidades de la sociedad local y la frag-
menos violentas (como el sur de La Guajira
mentació n de sus élites tienen un impacto
o algunas partes del Meta), surgieron otros
amplificador sobre las deficiencias de los
focos de intensa violencia (las sabanas del
mecanismos institucionales de regulació n,
sur de Córdoba, las llanuras del sur del Ce-
tanto pú blicos (la administració n local, las
sar, el piedemonte putumayense y caquete-
Fuerzas Armadas, la justicia) como priva-
fío, o las laderas del Valle del Cauca).
que se suele considerar
violento). Pécaut, en par-
ticular, insiste en que va-
rias zonas poco (o me-
nos) afectadas por la
violencia en el periodo
anterior han sufrido un
incremento sustancial de
2 la criminalidad en los no-
venta: las ciudades en ge-
neral, el minifundio an-
dino tradicional, las
zonas cafeteras, las regio-
nes ganaderas.
— En cambio, hay
un hecho que siguió igual
en la ú ltima década: den-
tro de las zonas má s afec-
tadas (en términos rela-
tivos) por la violencia, se
encuentran precisamente
muchas zonas de baja
densidad poblacional, en
vías de colonizació n y/o
cuya valorizació n econó -
mica se ha intensificado
en el periodo reciente: el
Uraba antioqueñ o y cho-
coano, el sur de La Gua-
jira, el Magdalena medio,
las sabanas del Sinú , el
›.. piedemonte llanero, la re-
gió n de La Macarena, el
— Sin embargo, ninguna zona del Guaviare, el valle del Patía, etc. Por supues-
país se escapa del fenó meno. La criminali- to, se trata de fronteras de colonizació n, sien-
dad en el Amazonas, por ejemplo, que es el do má s violentas las fronteras internas que
departamento má s seguro del país, es dos las fronteras periféricas del oriente colom-
veces má s alta que en Estados Unidos (país biano (Pécaut, 1996: 21-22).

40
Desde luego, la violencia se ha generalizado
jos y duraderos cuando se encuentran «ins-
tanto en Colombia que resulta cada vez má s
trumentalizados» por los protagonistas co-
ilusorio establecer una tipología fina de sus
lectivos (y casi «institucionales») de la
formas y de sus factores. Sin embargo, en
violencia: por un lado, los grupos insurgen-
las fronteras de colonizació n y en 1as zonas
tes (la guerrilla, los grupos paramilitares, el
rurales poco pobladas, la violencia adquiere
narcotrá fico, que sin duda fortalecieron sus
una dimensió n claramente territorial, en re-
posiciones en los diez ú ltimos aííos), y las
lació n con el modo de reivindicació n y de
fuerzas armadas, por el otro.
apropiació n del espacio por la sociedad (1o
En su labor interpretativa de los “territorios
que no siempre es el caso en las ciudades).
de la violencia” en Colombia, Reyes Posada
El problema no es tan grave en las zonas
(1991 y 1994) identifica varias categorías
má s lejanas, como en la Costa Pacífica o en
de conflictos directamente ligadas al proce-
la Amazonia oriental, donde el nivel de vio-
so de territorializació n del espacio:
lencia es relativamente bajo. Como lo plan-
— conflictos entre comunidades indígenas
teó muy claramente Echandía (1994), la
y campesinos oriundos de otras regiones
interpretació n de 1a violencia por los “facto-
(pueden ser colonos recién llegados o ha-
res objetivos”, que son la miseria o la subin-
cendados ya afirmados). Los ejemplos so-
tegració n econó mica, no es suficiente, pues
bran: kogi y arhuacos en la sierra nevada de
no existe en Colombia una correlació n direc-
Santa Marta, motilones en el Catatumbo,
ta entre el nivel de pobreza y la tasa de homi-
emberas en el Chocó , nukak en el Guaviare,
cidios. Mientras no exista una competencia
huitotos en el Putumayo, etc. Muy similar
fuerte entre los actores sociales para apro-
es el caso de las comunidades negras del
piarse (o simplemente controlar) el espacio, y
Pacífico (aunque en algunos casos se enfren-
aunque 1a pobreza sea alta y el Estado esté
taron con los indígenas).
ausente, no se registra una mayor violencia.
— Conflictos entre los colonos y los terra-
En cambio, cuando la presió n colonizadora
tenientes (o sus pistoleros), tratese de gana-
se hace má s fuerte; cuando el estatuto de
deros (cuya actividad, muy extensiva, expulsa
pertenencia del suelo no es claramente esta-
mucha mano de obra) o de cultivadores. Este
blecido; cuando, ademá s, en unas zonas ini-
caso es muy frecuente, en los piedemontes
cialmente pobres, aparecen unas actividades
andinos, o en los grandes valles, cuando los
cada vez má s lucrativas (agricultura, narco-
latifundios de las llanuras se enfrentan a los
trafico, extracció n minera y petrolera, etc.),
minifundios de las laderas (Valle del Cauca,
los conflictos alrededor de la propiedad y
del Magdalena o del Patía).
del uso del suelo se multiplican, sobre todo
— Conflictos entre los terratenientes y su
si el ejercicio del orden pú blico por parte
mano de obra asalariada, cuyo estatuto es
del Estado es deficiente.
muy precario.
Los conflictos, mas que todo de caracter
— Conflictos entre las mal llamadas «mili-
privado al comienzo, se hacen má s comple-
cias populares» y los grupos paramilitares;
1
aunque no se pueda asimilar de manera sis-
lanos, sobre el estado inconcluso de muchos
tematica los grupos paramilitares a la defensa
má rgenes del territorio colombiano, donde
de los intereses de los terratenientes, hay que
hacen falta no só lo habitantes, infraestruc-
reconocer que los primeros aparecen muchas
turas o actividades econó micas, sino también
veces como el brazo armado de los segundos.
un cuerpo social diversificado, unas élites que
— Conflictos entre empresas petroleras o
asuman la gestió n del desarrollo local, en un
mineras y sus contradictores (los vecinos de
clima de concertació n y de paz civil, y, má s
los yacimientos y, en muchos casos, 1a guerrilla).
impalpable todavía, una “identidad regional”,
— Conflictos vinculados con la presencia del
que en la mayoría de los casos no existe.
narcotrá fico, cuyos modos de regulació n,
De hecho, hay un real déficit de territoriali-
necesariamente clandestinos, difícilmente
dad en varias partes del espacio nacional
podrían ser pacíficos. Obviamente, tratá n-
donde, fuera de las comunidades indígenas
dose de una actividad muy lucrativa, mu-
y de algunos contados pobladores de remo-
chas veces atrae la «protecció n» de los
ta ascendencia, el poblamiento es reciente,
protagonistas más potentes, la guerrilla y las
la memoria colectiva carece de profundidad
l Fuerzas Armadas, con quienes los narcotra-
histó rica y escasean los famosos lisas dr
ficantes mantienen una relació n compleja,
niemoire; donde no existen siquiera un há bi-
hecha de enfrentamientos violentos y de
tat, unas costumbres o un modo de vida tra-
“acomodamientos dudosos” (Pécaut, 1991).
dicionales y compartidos por la població n
La capacidad desestabilizadora del narcotrá -
local; donde la mayoría de los habitantes no
fico, ya importante en 1as ciudades, es má s
tienen recuerdos lejanos ni ancestros que
fuerte todavía en las zonas aisladas, donde
conmemorar; en fin, donde no existe una
el cuerpo social es débil e indefenso.
cultura local comú n. Un problema nada des-
— Conflictos vinculados con la guerrilla:
preciable en un país como Colombia, don-
lucha entre facciones rivales; «boleteo» y pre-
de tradicionalmente las identidades regio-
v sió n ejercida sobre 1os actores econó micos
nales son fuertes en las zonas densamente
locales (hacendados, comerciantes, empre-
pobladas.
sas mineras, etc.); enfrentamientos con las
Las políticas pú blicas de desarrollo de las
Fuerzas Armadas; lucha contra las milicias
fronteras de colonizació n y de las zonas pe-
populares y los grupos paramilitares (a ve-
riféricas, que cuentan con unos recursos
ces en colusió n con algunos agentes descon-
limitados, suelen intervenir de manera sec-
trolados de la fuerza pú blica), etc.
torial, sin considerar el problema de
desarrollo local de manera global: construc-
Conclusiones ció n de infraestructuras viales, sanitarias o
escolares; desmovilizació n de los grupos in-
Para cerrar esta reflexió n, se podría retomar
surreccionales; sustitució n de los cultivos
la metá fora empleada por Pouyllau (1993:
ilícitos; otorgamiento de créditos al campe-
161) acerca de los Llanos colombo-venezo-
sinado, etc.
42
Por último, habría que descartar un escollo
Bogotá , nú m. 25, diciembre de 1994,
real, la consideración de un modelo territo-
pá gs. 16-27.
rial de referencia. Cuando se habla del esta-
Bonnemaison, J. y Cambrézy, L., 1996, “Le
do inconcluso de algunas partes del territorio
lien territorial. E ntre frontiere et
colombiano, se hace referencia a unas regio-
identités”, en Géographie et Cultures,
nes que están en pleno proceso de construc-
EHarmattan, nú m. 20, hiver 1996,
ción territorial. Pero no se pretende, de
numéro spécial «Territoire», pá gs. 7-18.
manera jacobina, que el centro del territo-
C1ava1, P., 1996, “Le territoire dans la tran-
rio colombiano sea la norma de lo que debe
sition a la postmodernité”, en Géogra-
ser un tcrritorio acabado, que constituye una
phie et Culturas, EHarmattan, nú m. 20,
suerte dc cspejo dc la modernidad triunfante.
hiver 1996, numéro spécial «Territoire»,
Por el contrario, cada territorio precisa for- pá gs. 93-112.
jar sus propias reglas de funcionamiento, in-
Cuervo, L. M., 1990, La primauté urbainc
cluso desviándose del mode1ourbano-cruda,
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