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Edgar Samuel Haaz Chan

4TO DESOR
EL MITO DE LA DESTERRITORIALIZACIÓN

DEL “FIN DE LOS TERRITORIOS” A LA MULTITERRITORIALIDAD

El mito de la desterritorialización es el mito de los que imaginan que el hombre


puede vivir sin territorio, que la sociedad puede existir sin territorialidad, como si el
movimiento de destrucción de territorios no fuese siempre, de algún modo, su
reconstrucción sobre nuevas bases.

Lyman y Scott, en un incitante artículo, hacían un balance sociológico de la noción


de territorialidad, considerada de modo sistemático como “una dimensión
sociológica que ha sido descuidada”. A través de este texto se evidencia no sólo la
poca consideración de la sociología respecto a la dimensión espacial/territorial,
sino sobre todo la falta de diálogo entre las diversas aéreas de las ciencias
sociales.

El “territorio” en el sentido etológico es entendido como el ambiente [environment]


de un grupo […] que no puede por sí mismo ser objetivamente localizado, sino que
está constituido por patrones de interacción a través de las cuales el grupo o
banda garantiza una cierta estabilidad y localización. Exactamente del mismo
modo el ambiente de una sola persona (su ambiente social, su espacio personal
de vida o sus hábitos) puede ser visto como un “territorio”, en el sentido
psicológico, en el cual la persona actúa o al cual recurre. En este sentido ya
existen procesos de desterritorialización y reterritorialización en curso –como
procesos de dicho territorio (psicológico)–, que designan el estatus de la relación
interna al grupo o a un individuo psicológico (Gunzel, s/d).

En nuestra síntesis de las diferentes nociones de territorio (Haesbaert, 1995 y


1997; Haesbaert y Limonad, 1999), agrupamos estas concepciones en tres
vertientes básicas:

 Política (referida a las relaciones espacio-poder en general) o jurídico


política (relativa también a todas las relaciones espacio-poder
institucionalizadas): es la más difundida, en la que el territorio es concebido

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como un espacio delimitado y controlado, a través del cual se ejerce un
determinado poder, la más de las veces –aunque no exclusivamente–
asociado con el poder político del Estado.
 Cultural (muchas veces culturalista) o simbólico-cultural: prioriza la
dimensión simbólica y más subjetiva, en la que el territorio es visto, sobre
todo, como el producto de la apropiación/valorización simbólica de un grupo
en relación con su espacio vivido.
 Económica (con frecuencia economicista): menos difundida, destaca la
dimensión espacial de las relaciones económicas, el territorio como fuente
de recursos o incorporado al conflicto entre clases sociales, y en la relación
capital-trabajo como producto de la división “territorial” del trabajo, por
ejemplo.

Dentro del par materialismo-idealismo, podemos pues afirmar que la vertiente


predominante es, de lejos, aquella que ve el territorio desde una perspectiva
materialista, aunque no por fuerza “determinada” por las relaciones económicas o
de producción, como en una lectura marxista más ortodoxa que se difundió en las
ciencias sociales. Esto se debe, muy probablemente, al hecho de que el territorio,
desde su origen, tuvo una connotación fuertemente vinculada al espacio físico, a
la tierra.

Al huir del tan criticado “determinismo ambiental” o “geográfico”, se hizo muy


común, incluso entre los geógrafos, restar importancia a la relación entre sociedad
y naturaleza11 en la definición de espacio geográfico o de territorio. Por tal visión
antropocéntrica del mundo, menospreciamos o sencillamente ignoramos la
dinámica de la naturaleza que, calificada hoy en día como indisociable de la
acción humana, la mayoría de las veces termina perdiendo por completo su
especificidad.

Se designa como territorio la porción de la naturaleza, y por lo tanto del espacio,


sobre el que una sociedad determinada reivindica y garantiza a todos o a parte de
sus miembros derechos estables de acceso, de control y de uso con respeto a la

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totalidad o parte de los recursos que allí se encuentran y que dicha sociedad
desea y es capaz de explotar (Godelier, 1984:112).

Santos distingue un “territorio de todos”, también denominado, retomando a


François Perroux, “espacio banal”, “frecuentemente contenido en los límites del
trabajo de todos”, y un espacio de las redes, vinculando a las “formas y normas al
servicio de algunos”. Existe allí una diferenciación entre “el territorio en su totalidad
y algunas de sus partes, o puntos, o sea, las redes”.

De cualquier forma, en Ratzel, el territorio queda definido en el eslabón


indisociable que hay entre una dimensión natural, física, y una dimensión política
del espacio. Esta concepción acaba, de alguna manera, por aproximarse a aquella
que, valorando la dimensión económica, concibe el territorio como fuente de
recursos para la reproducción de la sociedad, ya que es también con base en la
disponibilidad de recursos que Ratzel va a construir su concepto.

La relación entre territorio y defensa, que se encuentra en los orígenes del término
y se difundió también por medio de la visión neodarwinista de territorialidad, no es
una característica superada sino que está presente en diversas concepciones
contemporáneas, en especial la del neorrealismo en el análisis de las relaciones
internacionales.

El grado de centralidad del territorio en la concepción del mundo de los grupos


sociales puede ser muy variable.19 Por ello se debe tener siempre sumo cuidado
con el “trasplante” y la generalización de conceptos como el de territorio, forjados
en nuestra realidad, para contextos distintos, como el de las sociedades
genéricamente denominadas tradicionales.

El territorio sólo podría ser concebido a través de una perspectiva integradora


entre las diferentes dimensiones sociales (y de la sociedad con la propia
naturaleza). El territorio desempeñaría, de esta manera, un papel similar al que le
cabía a la región como el gran concepto integrador en la perspectiva de la
geografía clásica.

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si privilegiamos las cuestiones políticas y, dentro de éstas la del Estado, el


territorio puede quedar limitado a las sociedades modernas, articuladas en torno a
los estados-naciones. En este caso, la crisis del Estado sería la principal
responsable de los procesos actuales de desterritorialización

El territorio construido a partir de una perspectiva relacional del espacio se concibe


como totalmente inmerso dentro de relaciones socio históricas o, de modo más
estricto, de poder.

Justamente por ser relacional, el territorio es también movimiento, fluidez,


interconexión; en síntesis, y en un sentido más amplio, temporalidad. En tanto,
relación social, una de las características más importantes del territorio es su
historicidad.

Otro aspecto importante es que no toda relación de poder es “territorial” o incluye


una territorialidad. La territorialidad humana implica “el control sobre un área o
espacio que debe ser concebido y comunicado”, pero ésta es “mejor entendida
como una estrategia espacial para poder obtener, influir o controlar recursos y
personas, por el control de un área y, como estrategia, la territorialidad puede ser
activada y desactivada”. El uso de la territorialidad “depende de quién está
influyendo y controlando a quién y de los contextos geográficos de lugar, espacio y
tiempo”.

Las formas más familiares de territorialidad humana son los territorios


jurídicamente reconocidos, empezando por la propiedad privada de la tierra, pero
la territorialidad se manifiesta también en otros contextos sociales diversos.

“La territorialidad debe proporcionar una clasificación por área, una forma de
comunicación por frontera y una forma de coacción o control”.

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El Estado-nación surge para promover una territorialidad, tanto en el sentido de
control del acceso, como en el de clasificar e incluso nombrar a las personas
según su lugar de nacimiento. Toda existencia “legal” de los individuos dependerá
de su condición territorial nacional.

En síntesis, “la territorialidad, como componente del poder, no es tan solo un


medio para crear y mantener el orden, sino una estrategia para crear y mantener
gran parte del contexto geográfico a través del cual experimentamos el mundo y lo
dotamos de significado”.

La exclusión social que tiende a disolver los lazos territoriales termina


produciendo, en diferentes momentos, el efecto contrario: las dificultades
cotidianas por la supervivencia material llevan a numerosos grupos a aglutinarse
en torno a ideologías e incluso a espacios más cerrados, con el fin de poder
mantener su identidad cultural, último refugio en la lucha por preservar un mínimo
de dignidad.

podemos afirmar que el territorio, en términos relacionales, o sea, en tanto


componente espacial del poder, es el resultado de la constitución diferenciada
entre las múltiples dimensiones de ese poder, desde su naturaleza más
estrictamente política hasta su carácter en rigor simbólico, pasando por las
relaciones dentro del llamado poder económico, indisociables de la esfera jurídico-
política.

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