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DE UNA ANTIGUA HOMILIA SOBRE LA IMPORTANCIA DEL SILENCIO

EN LA VIDA DEL HOMBRE QUE SE QUIERE CONSAGRAR

Menciona el autor sagrado en el texto que hemos escuchado hoy «Hay un tiempo
para callar, y un tiempo para hablar; un tiempo para amar, y un tiempo para odiar;
un tiempo para la guerra, y un tiempo para la paz» si observamos con gran
detenimiento la vida del hombre nos daremos cuenta que todo crece en el silencio.
Las plantas sin saber cómo crecen en el silencio, después caen sus hojas y sin darnos
cuenta de repente retoñan y comienza otra vez su ciclo de vida, el mismo ser
humano crece en el silencio.

El silencio es vida y vida en abundancia pues solo en el silencio Dios se manifiesta a


los hombres que le buscan con sincero corazón. Del corazón surgen los buenos
deseos y también las intenciones más viles y ruines del hombre, cuando logramos
silenciar nuestro corazón logramos escuchar la voz de Dios, pero también la voz del
maligno que se esmera por alejarnos de la voz del Señor.

Es en el silencio donde surge la bondad y el deseo de ser mejor donde una vez
analizadas sus faltas en el transcurso del día, el hombre justo, el hombre que busca
agradar a Dios, se propone firmemente enmendarse, y no ofender más al Señor su
Dios. Es pues en el silencio donde surge un lugar privilegiado para el encuentro con
Dios y así como la música es el arte del buen combinar los sonidos y silencios con el
tiempo ,así; la oración que surge del silencio sagrado de la noche se convierte en un
arte, el arte de combinar la voz del Creador con el silencio de la noche, donde nos
habla a cada instante y así mientras los ojos se duermen el alma está siempre en vela
y ese silencio se convierte en diálogo de amor, donde descansan las penas y después
de la fatiga y dureza del trabajo del día, se nos da el regalo de Paz, que surge del
encuentro con el Señor resucitado.

Es en el silencio de la noche también donde viene el enemigo malo y como en la


parábola del sembrador, llega y sin que el dueño de la mies ni sus trabajadores se
den cuenta, siembra la cizaña entre el trigo, o llega y se lleva la semilla de la Palabra
que ha sido depositada en nuestros corazones al anochecer. Y así en el silencio si no
estamos atentos surge en nosotros el odio y el rencor que tanto daño hacen al
hombre y a la humanidad, fruto de los sentimientos mal encaminados, pues cuando
hay ruido en nuestro corazón es mucho más fácil que el enemigo se filtre en nuestro
corazón pues el malvado escucha en su interior un oráculo del pecado, y dice no
tengo miedo a Dios ni en su presencia pues en su obstinación se ha olvidado del
Señor su Dios y de que su presencia y su voz se manifiestan en el silencio sagrado
de la noche, pues se hace la ilusión de que su culpa no será descubierta ni
aborrecida. Por eso ¡Hombre! Reconoce tu miseria, reconoce que has ofendido al
Señor tu Dios rompiendo el silencio y que te resistes a escuchar su voz, no pongas
obstáculo más a su voz ya que a pecar no te opones ni te resistes. Reconoce hermano
tus errores antes de dormir que tu soberbia no te aparte del amor del Señor, no sea
que te alcance la muerte en el silencio de la noche y mueras en pecado por romper tu
relación con tu prójimo y por ende con Dios ¡arrepiéntete del mal! de la indiferencia
que tanto daño hace al corazón, pues quien sufre indiferencia no es otra cosa más
que un muerto en vida y quién es indiferente por ende se convierte en un asesino y
los asesinos no pertenecen al reinado de Cristo. Si te sientes muy hombre y todo a
golpes lo quieres arreglar lo único que denotas es que no tienes voluntad, porque
quienes guardan silencio son capaces de resolver las cosas a través del diálogo,
porque el silencio también es signo de sabiduría, mientras que tu ruido denota tu
falta de carácter y disciplina, porque no tienes voluntad y no eres más un hombre
débil y endeble, incapaz de entrar en el diálogo de Amor. Cuando tu prójimo se
aproxima hacia ti en el silencio de la noche y con molesta voz te invita a romper el
sagrado silencio de la noche, ¡no es el él! es el Maligno enemigo que busca que
ofendas a Dios. No hables si no es necesario a menos que sea para tu salvación, no
vaya ser que te condenes a falta de obediencia y que por unas cuantas palabras
efímeras y que se lleva el viento pierdas la salvación que te ofrece el silencio de la
noche, por ello hermano guarda, respeta y ten por encima de todo y en gran aprecio
el sagrado silencio, preferible que escuches gargantas en tumulto de tus hermanos en
esta vida y a cada noche a que después tu garganta se sume al tumulto innumerable
de aquellos insensatos que golpearán las puertas del Reino de los cielos, buscando
entrar y que dirán: Señor, Señor, “nosotros te seguíamos, somos tus sacerdotes,
somos tus hijos, somos los hombres que deseaban consagrarse a ti”… pues no vaya
ser que el Señor te responda y te diga yo te aseguro que no te conozco “recuerdas
cuando por las noches golpeaba la puerta de tu corazón y tú te resistías a escuchar
mi llamado en el silencio, distrayéndote con la voz de todos esos que están junto a ti
golpeando las puertas” pues con su estruendosa voz osaron desafiar a Dios que se
manifiesta en el silencio, y que llama al corazón del hombre en cada noche.

Busca pues hermano que tu silencio se vuelva un silencio de amor que como el
siervo que a las fuentes de agua fresca va veloz, así los anhelos de tu alma busquen
el silencio para el encuentro del Señor, que su silencio sea un silencio de amor, y no
un silencio de miedo como los cobardes que se callan ante la injusticia, como los
poco hombres que obstinados en su pecado buscan como hacerle mal a sus
hermanos, como aquellos que actúan movido por el miedo a condenarse, pues si no
se convencen de la grandeza y la importancia del silencio terminarás arruinado en
esta vida y en la venidera. Roguemos pues amadísimos hermanos a Cristo el Señor
de la noche para que sea él nuestro centinela y cuide nuestro corazón de la mala
semilla, del rencor, del odio y de la guerra y que al contrario estemos en vela
sobrellevando las penas cuidando que germinen en nuestra vocación la semilla de la
bondad, de la caridad y de la fraternidad para que podamos encontrar a Cristo en
cada hermano.

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