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ESCRITOS MÍSTICOS DE SAN JUAN BAUTISTA DE LA CONCEPCIÓN

REFORMADOR DE LA ORDEN DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

***

TRATADO DE LA HUMILDAD

***
3

***

Esta transcripción a un lenguaje más actual está hecha solo y únicamente para uso
personal, a quien quiera profundizar en este tratado, recomiendo vivamente acercarse
al texto original (Obras completas I, San Juan Bautista de la Concepción, BAC,
Madrid, 1995, pp 957-1035).

***
4

INTRODUCCIÓN

E ste texto que tenemos a continuación, es el primero de los 10 breves “tratados”


que nos regala y nos deja como un gran legado San Juan Bautista de la
Concepción, todos estos tratados están agrupados, ordenados y compaginados
por el mismo autor.
Tenemos que decir también que no encontramos pistas internas, que nos
permitan saber sobre el tiempo y el lugar de su composición, pero haciendo un
minucioso rastreo fuera del mismo, podemos decir que este “tratado de la humildad” fue
escrito hacia finales de 1609. ¿Dónde? Tal vez en Salamanca 1. Por otro lado, al
reformador trinitario no se le ocurrió formular un título específico para este tratado, pero
por el contenido que encontramos en el mismo es fácil titularlo “tratado de la
humildad”.
Es inevitable que nos hagamos la pregunta sobre la ocasión o el motivo que le
llevó a nuestro Santo Reformador a escribir este tratado, pero es él mismo quien al
inicio del tercer capítulo nos desvela el porqué:
"No es mi intento hacer de ella (la humildad) un tratado principal ni tomar este
asunto a propósito. Escribo sobre ella partiendo de haber […]escuchado y sido testigo
de que un fraile le dice a otro “su caridad, hermano, tiene necesidad de dar grandes
muestras de humildad, porque lo que ha hablado y dicho descubre mala hilaza y
grande soberbia”, habiendo escuchado esto [dice él], me puse a pensar ¿cómo era
posible que un hombre diese muestras de humildad y que eso fuese verdadera
humildad...?".
Entonces, podemos decir que el objetivo primario y principal del escrito es,
“demostrar el sinsentido de una humildad de la que se pretenden signos externos; y
poner en evidencia que la verdadera humildad es una virtud interior, oculta,
silenciosa”. A partir de ahí el autor ahonda en la sustancia teológico-espiritual de esta
virtud fundamental para el cristiano.
Sabemos que la humildad es una actitud fundamental del hombre que comprende
y vive su existencia desde y ante Dios, o al menos eso es lo que como cristianos
buscamos, y la humildad no puede sino más que sustentarse en la verdad que es el
mismo Dios, pues “El conocimiento de Dios, conocimiento de sí propio y conocimiento
de que lo poco o mucho que en él hay nace de la majestad y grandeza de Dios” (c.16,1).
De manera que, la persona humilde es la persona llena de Dios, absorta en la
contemplación del Ser absoluto, omnipotente, creador universal, infinitamente perfecto
y fuente de todo bien, y todo ello le hace al hombre reconocer que en su propio terreno,
de su propia cosecha no haya más que el pecado, por eso, fascinada por la bondad y la
misericordia de Dios, abre de par en par su corazón al amor divino, y mientras más
penetra en la íntima comunión con Dios, va perdiendo la estima de sí misma y de las

1
Cf. N. A. [= Nicolás de la Asunción], Apuntes críticos al tomo I de las Obras del beato Juan Bta. de la
Concepción: Acta OSST IV/7 (1948) 426-428.
5

cosas terrenas, hasta llegar a considerarlas sin valor alguno cuando se las desliga del
Creador. Por todo ello, el alma humilde juzga que solo Dios es digno de su amor y de su
obediencia incondicional y desinteresada, deseando servirle y glorificarle en todo
momento, por ello, no podemos pasar por alto la sentencia que hace nuestro Santo
Reformador, dice: el humilde "ya murió al mundo y vive solo para Dios" (c.2, 7); y
“para Su Majestad guarda su corazón a solas” (c.2, 9).
Así mismo, tenemos que resaltar que la frase atribuida a san Francisco: “Dios
mío y todas las cosas” (Deus meus et Omnia), sintetiza, según nuestro santo, la íntima
realidad del hombre humilde. En efecto, Dios es el único bien y lo único deseable para
el corazón humilde. Su despojo radical le permite gozar del sumo bien; es el más rico de
los hombres. Si ante los ojos de los demás parece débil e ignorante, ante la mirada de la
fe es fuerte y sabio, ya que "sabe quién es Dios y.… de todo Dios se apodera" (c.9, 1).
"De aquí es que el humilde hace de Dios todo lo que quiere y parece que lo tiene a su
mandado. Porque, como lo entiende y conoce, sabe cómo lo ha de tratar y llevar o
cómo se ha de haber con Su divina Majestad... Todo anda junto para el
verdaderamente humilde: conocimiento de Dios, rendimiento de corazón y tener a Dios
a su mandado" (c.9, 1). Ahí radican la eficacia y la fecundidad extraordinarias de la
oración y de toda la vida de los santos, es decir, de los humildes, entre los que podemos
mencionar a los mismos apóstoles, a un Pablo, un san Francisco, y a otras tantas
personas ignoradas por la historia...
Por otro lado, nos dice nuestro Santo Reformador que la desestima propia, unida
a la incapacidad de autodefensa y de autoexaltación, es una de las notas de la humildad.
De manera que, viviendo solo desde y para Dios, solo quiere el corazón humilde hacer
público el amor de Dios, así “no teniendo palabras para descubrirse a sí, tiene muchas
y misteriosas sentencias para descubrir quién es Dios” (c.7), siente un ímpetu
irresistible para pregonar que “no es él quien vive, sino Cristo en él” (Gál 2,20); y que
todo lo bueno que pueda detectarse en su vida es puro don gratuito del Señor. San Juan
Bautista de la Concepción observa a este respecto que el cristiano humilde, cuando
habla de Dios, no es un charlatán retórico, sino que sus palabras (no importa si son
pocas o muchas) brotan del corazón y van cargadas de espíritu y vida, por lo que
impactan benéficamente a los oyentes.
Ya decíamos que “la humildad tiene su asiento y virtud en lo escondido del
corazón, en las raíces del alma... No hay que andar buscando la humildad en las
palabras ni obras exteriores, porque muchas veces salen y nacen de un corazón
soberbio y presuntuoso” (c.2,2). Por ello podemos decir que la humildad es una virtud
desnuda y oculta, no se exhibe e incluso nuestro autor la llega a comparar con el alma
separada del cuerpo, en cuanto que ésta es invisible. No existen signos y
manifestaciones externas inequivocables de la humildad, pudiendo ser humilde quien
ostenta cargos importantes y se relaciona con los grandes del mundo, y soberbio quien
se presenta pobre y modesto. Soberbio no es solo el que pretende demostrar con
hechos y palabras la propia humildad, sino también quien cae en la cuenta de que
la tiene. Para demostrar todo ello, recurre nuestro autor constantemente a hermosas
imágenes naturales para ejemplificar la condición de la humildad: es como la nieve,
que, si la arropamos, se deshace, y si la manoseamos, se derrite; como el agua que
6

empapa la tierra ocultándose en ella; como la rosa, que no soporta ser manipulada;
como el árbol, cuya sustancia y vigor residen en el corazón y en las raíces...
Por ello, sabiendo que la humildad se ve constantemente amenazada por peligros
internos y externos al hombre, esta reclama una gran vigilancia. El afecto desordenado
de las cosas, que pretenden el corazón humano, es una de las amenazas habituales; la
tendencia pecaminosa innata del hombre es otra de las amenazas. Las riquezas y
comodidades del mundo que están al acecho, son para la humildad como “el gusano
que la roe, la polilla que la come, el gorgojo que la consume y el aire que la desbarata”
(c.6,1). En fin, “no hay nieve tan fácil de derretir ni licor que tan presto se corrompa
como la humildad; basta un pensamiento altivo para, como zángano, comer,
desbaratar y desperdiciar lo que el alma humilde ha labrado en mucho tiempo” (c.5,1).
De ahí que el verdadero humilde lleva con santo temor los cargos honorables, evitando
aficionarse a ellos, y no se apena, sino más bien se siente liberado de un peso, al
dejarlos.
Habiendo hecho una somera aproximación a nuestro tratado y deseando
provocar en nuestros corazones un deseo ardiente de adentrarnos en este “tratado de la
humildad” de la mano de San Juan Bautista de la Concepción, aventurémonos así en
uno de los escritos de tan gran místico del siglo de oro español, sabedores de la calidad
y altura de su espiritualidad o como dice el fraile mercedario Luis Vásquez “Me ha
impresionado fuertemente este breve tratado sobre la humildad” al mismo tiempo que
resaltaba la “belleza literaria”2 de nuestro tratado, y así mismo nos dice Nicolás de la
Asunción3 “Son tan incomparables las preciosidades que nos escribe, que no es fácil
hallarlas en otros autores”, declaraba hace muchos años. Dios sabrá premiar de la
mejor manera el tiempo que le dediquemos y sabrá recompensarnos con buenos y
sabrosos frutos.

2
“La belleza literaria de la obra de Juan Bautista de la Concepción salta a la vista tan pronto se interna
uno por sus páginas, donde lo metafórico se ofrece frondoso y fresco, como en los mejores clásicos”. Le
reconoce “un arte especial para no degenerar, como es el caso de otros autores de la época, en
barroquismo exagerado”; “gran fuerza lírica” en algunos pasajes; “elegancia” en sus precisiones
conceptuales; “calidad literaria y frescor poético” en su decir. Cf. su Prólogo a [S. JUAN BTA. DE LA
CONCEPCIÓN], Un maestro de liberación interior [= Tratado sobre la humildad], presentado y
comentado por el P. Juan Luis Losada, Madrid 1977, 7-19.
3
Apuntes críticos...: Acta OSST IV/7 (1948) 412.
7

CAPÍTULO 1

“De cuán dificultosa es y cuánto sienta al justo cumplir con el mundo y


satisfacerlo en materia de esa virtud, según la obligación que tiene de ser luz
puesta sobre candelero. Y cómo haciendo una moderada diligencia no se debe
afligir, diga lo que diga el mundo”.

1. Una de las mayores mortificaciones que tiene el justo en el camino de la


perfección es tener necesidad de cumplir con el mundo y satisfacer a los hombres.
Aunque es verdad que en todas nuestras obras solo hemos de tener por meta a Dios y su
mayor honra y gloria, no dejamos de ser deudores de los hombres, pues; “no somos
deudores de la carne para vivir según la carne”4, porque eso ya sería morir, y sería
morir sujetarnos a los antojos y caprichos de la carne. Así como tenemos obligación de
acudir en auxilio del hombre en sus necesidades justas, de esa misma manera, siempre
seremos deudores de agradarlos y satisfacerlos en las cosas que no contradicen a la ley
de Dios. Es la misma ley que nos manda acudir con buenas palabras y ejemplos, esto es
lo que Cristo nos manda por medio del evangelista Mateo: “que así resplandezca
nuestra luz ante los ojos de los hombres, que vean nuestras buenas obras y éstas en
ellos engendre y produzca o incite nuevas alabanzas de nuestro Padre celestial que
está en los cielos”5.
Pero, como los ojos de los hombres son tan cortos y sus juicios tan limitados, es
dificultoso satisfacerlos y descubrirles la verdad a quien en materia de virtud es tan
incapaz. Y esto provoca en el justo una grandísima mortificación, pues se ve obligado a
satisfacerlos. De suerte que una y mil veces se ve y se halla tan enfadado con esa carga
que, volviendo los ojos solo a Dios que es a quién principalmente desea agradar, la
arroja y echa en el suelo sin importarle del qué dirán las gentes ni aun del nombre, fama
y honra que de ellas le puede venir. Le gusta y quiere muchas veces vivir deshonrado y
no sujeto a tantos y tan malos antojos y pareceres como ellos tienen.
2. Quisiera tener yo una doctrina que fuese conveniente para consolar al
justo en semejante ocasión. Que no se aflija tanto si no puede cumplir con los hombres
como él quisiera, pues satisfacer a todos y edificar la voluntad de todos con su buen
ejemplo, es ya motivo para que estos alaben a Dios. Porque Cristo con ser él mismo
Dios, cuyas obras por todas partes, miradas y calificadas, no siempre hacían ni daban el
fruto que uno esperaría, sino que según hallaba la disposición en el corazón del hombre,
unos lo alababan, otros lo vituperaban y otros le injuriaban. Y en esto no hay que
detenernos, el manjar a cada uno le sabe conforme al humor o enfermedad que en él
reina.
4
Rom 8,12.
5
Mt 5,16.
8

Bueno fuera que los árboles al dar su fruto se hubieran de conformar con los
gustos de los que comen esto y de los que no comen aquello. Cada uno da su fruto,
como dice el Espíritu Santo en el Génesis “según su especie”6; el naranjo llevando sus
naranjas agrias y la palma sus dátiles dulces. Coma agrio el que lo comiere y dulce el
que lo apeteciere. Lo importante es que cada árbol cumple dando su fruto a su tiempo. Y
lo propio, el justo cumple obrando simple y llanamente según Dios le dio la gracia, y si
las obras que él hace no aprovechan a quien las mira porque no come dulce o porque no
come agrio o no es de tal opinión con que el siervo de Dios obra, de ese don bien se
priva. Pues no toda el agua que derraman las nubes se aprovecha, ni toda la luz que
extiende el sol bien se logra; como en la casa que entra el sol, o como en el cántaro que
se vierte el agua. El santo Job, considerando el pecado en el que fue concebido, maldice
el día en que nació y pide que la luz de ese día se vuelva tinieblas 7, etc. Y Jeremías dice
que los malos toman agua de unas cisternas rotas y agrietadas 8. De manera que en el
mundo hay hombres que maldicen el día claro, y enturbian con sus propias manos y
malos pensamientos el agua clara, en medio de todo ello, resplandece más que el sol que
da luz al día la vida del justo. Y así no tiene el siervo de Dios, que vive en el mundo y
está sujeto a lenguas y pareceres, que hacer más que lo que Cristo hacía cuando muchas
veces los judíos cargados de piedras y sus lenguas agudas para insultarle como si fueran
serpientes: “pasando por medio de ellos, se marchó”9, bajaba su cabeza y seguía su
camino dejándolos y no haciéndoles caso; y otras veces escondiéndose para no dar lugar
a la ira y enojo que con Su Majestad tenían. El justo parará muchos momentos buenos
en su camino, al mismo tiempo, tiene que aprender a dejar de atender a los dichos de la
gente, no reparar en las piedras que los malos tienen en sus manos listas para
descargarlas en él, porque tiene que confiarse en el poder que tiene Dios para trabar sus
manos y hacer que ninguna piedra le haga el más mínimo daño, de la misma manera
Dios sabrá enmudecer la lengua de los malvados y arruinar todo lo que contra el justo
tramaban.
3. Es costumbre de Satanás hacer que los hombres tengan tantas opiniones
y tan diferentes gustos acerca de la virtud del justo, solo para ver si con ello puede
desviar la mirada del justo que está centrada y concentrada en amar a Dios. Sabemos
que este adversario nuestro es tan sagaz y astuto, y sabe muy bien como incomodar al
justo y muchas veces haciéndonos desviar de nuestro buen nombre y del buen ejemplo
que debemos dar, para que viéndonos insatisfechos, nos concentremos en trabajar tanto
que no nos quede tiempo para cumplir con Dios, es cierto que, si a Dios nos acercamos
lleno de ocupaciones y preocupaciones, aunque tengamos fuerzas de sobra, no le
quedará ninguna fuerza para acudir a Dios después de haber estado tan preocupado en
cumplir con todos los hombres.
Me parece que con ellos nos hemos de encontrar como nos encontramos con un
pobre que llega a las puertas de nuestros conventos a pedir limosna: muchas veces
creemos que cumplimos con ellos dándoles un pedazo de pan o las migajas que sobran
después de que se hubiesen saciado los de casa. Y si fuese el caso de que el pobre está
en extrema necesidad, tengo la obligación de quitarme el bocado de la boca y que todos
6
Gén 1, 12.
7
Job 3, 3-4.
8
Cf. Jer 2, 13.
9
Lc 4, 30.
9

los de casa, padezcamos un poco de hambre con tal de remediar al pobre. Esta es la
obligación que el justo tiene con los seglares y gente del mundo acerca del buen
ejemplo que está obligado a darles: que cumple con ellos con darles las sobras y los
pedazos que quedan después de haber cumplido con Dios y con su alma. Que ya se sabe
que un alma que de veras ama a Dios y desea agradarle, saca fuera una modestia y
compostura exterior admirable, unas palabras santas, unas obras y pasos muy medidos,
todo lo cual, lo considero yo como migajas y pedazos de pan que se levantan de la mesa
espléndida de que ha gozado el alma del justo con Dios. Esto se les debe dar, y con eso
los seglares, como pobres mendigos que para satisfacerse andan de puerta en puerta, se
deben contentar. Y si alguna vez estos pobres de quien estamos hablando son tan pobres
y necesitados de espíritu que están en extrema necesidad, es necesario que nos quitemos
el bocado de la boca y dejemos de comer nosotros, y aún es necesario que dejemos a
Dios por acudir al prójimo, es decir, que dejar a Dios por Dios.
4. Pero nos encontramos aquí con una dificultad y no pequeña: ¿cuándo
estos seglares, a quienes llamamos pobres, están en extrema necesidad para que yo deje
mi recogimiento y ejercicios ordinarios para haber acudido a ellos? Podría ser, por
ejemplo, cuando no hay nadie quien pueda acudir en remedio y reparo del que llama,
podría acudir yo según la gracia y la fuerza que Dios me ha dado, podría serle de gran
provecho a tal alma, bien podría quitar sus males y crecer en muchos bienes; cuando yo
veo que con mis palabras y buen ejemplo que obro delante de ellos, les muevo sus
voluntades y les abro los ojos para que caigan en la cuenta. Acuérdense de lo que hacía
san Francisco, cuando muchas veces decía a su compañero: “Vámonos, hermano, a
predicar”, y dando una vuelta por la ciudad sin hablar palabra se volvían a casa; y le
decía el compañero: “Padre, ¿no dijo que íbamos a predicar? ¿Cómo no hemos hecho
ninguna plática?”. Y el santo le respondía: “Ya, hijo, hemos predicado porque estos
sayales predican; los ojos bajos, los pasos medidos, los cuerpos compuestos y toda la
modestia exterior predica”10.
5. Esta es la obligación que tiene el justo. Así como el hombre rico, si
dejase las sobras de la mesa o las arrojase a los rincones donde se perdiesen, haría mal y
le pediría Dios cuenta de ellas. De la misma manera el justo está obligado a
manifestarse en sus obras, en sus palabras y en su buen ejemplo al mundo para ayudar a
remediarlo, porque tapar y encubrir eso que Dios le ha dado es esconder el tesoro y
encubrir la sabiduría del cielo que Dios como talentos depositó en él para que con ellos
granjee y gane almas que en el mundo están perdidas. Debe como fiel mayordomo
repartir y dar limosna de lo que Dios le ha dado, y no querer se pierda su buen ejemplo
por encerrarse en los rincones y huir a los despoblados; que tiempo hay, como dice el
Espíritu Santo, hay “tiempo de conversar entre las gentes y tiempo de huir de ellas”11.
De suerte que siempre regulemos nuestras obligaciones según nuestras pérdidas y
ganancias que del trato de los hombres sacamos, que Dios es tan bueno que no quiere
bienes con nuestros males y pérdidas, ordenando la caridad desde nosotros mismos.

10
Cf. MANSELLI, R., Il gesto come predicazione per san Francesco d'Assisi: Collect. Franc. 53 (1981)
5-16.
11
Ecl 3,5.
10

CAPÍTULO 2

“Como, entre esas dificultades de contentar al mundo, la mayor es la


que se ofrece en la virtud de la humildad por ser virtud secreta y escondida”

1. Y aunque es verdad que en cualquier género de virtud es cosa


trabajosísima cumplir con los hombres, lo es particularmente con la virtud de la
humildad. Quiero decir que es dificultosísimo ser humilde ante los ojos de los hombres
y quererles satisfacer acerca de esta virtud, porque por el mismo hecho que quiera dar
muestras de humildad ya no es humildad, sino soberbia. Todas las otras virtudes tienen
con qué vestirse y con qué mostrarse fuera, pero para la humildad no encuentro ningún
tipo de vestido que el mismo vestido no la deshaga. La humildad es como la nieve, que
si la arropamos se deshace y, si la manoseamos, se derrite. Y así, como virtud desnuda,
no quiere mostrarse fuera sino siempre anda escondida y metida en los rincones y en lo
más profundo del corazón, sin atreverse a asomar la cabeza. Y, si no, mirémoslo en el
publicano y fariseo, que queriendo el fariseo dar muestras de humildad diciendo lo que
hacía y salió sin ella y vestido de soberbia, en cambio, el publicano que bajó sus ojos sin
atreverse a levantarlos, metido en los rincones del templo, salió justificado y con buen
despacho12.
2. Yo considero a la humildad y a las otras virtudes como árboles
diferentes; que unos tienen la virtud en la hoja, otros en la fruta, otros en la corteza y
otros en el corazón y en la raíz del mismo árbol. Hay virtudes que su asiento la tienen en
la lengua, en las palabras o en las obras, pero la humildad tiene su asiento y virtud allá
en lo escondido del corazón, en las raíces del alma: “un corazón contrito y humillado,
oh Dios, tú no lo desprecias”13. No hay que andar buscando la humildad en las palabras
ni obras exteriores, porque muchas veces salen y nacen de un corazón soberbio y
presuntuoso, sino que hay buscarla en el corazón, y no en un corazón entero sino en un
corazón deshecho y si el corazón está deshecho, ¿cómo conocemos y hallaremos en él
esta virtud? Porque lo que está deshecho “no es” y “nada tiene”. Pues como yo digo: la
humildad, estando en un corazón deshecho, no la halla el hombre ni la conoce, solo
Dios es el que penetra esas profundidades, ese no ser, y así halla y conoce cuál es la
verdadera humildad y el verdadero humilde.
3. La humildad es como el agua que tiene su asiento en la tierra y en ella se
empapa, se esconde y amasa, de suerte que derramando mucha agua sobre la tierra
ninguna parece, porque toda se la traga y esconde. De esa misma suerte la humildad se
sujeta y halla en unos hombres hechos tierra, desechados, abatidos, despreciados en sus
ojos y en los de los hombres; y en el punto que ahí entra la humildad, aunque sea
12
Cfr: Lc 18,10-14.
13
Sal 51,19.
11

grande, como cae sobre tierra, toda se hunde en esos hombres hechos tierra, se esconde
y amasa en ellos de tal manera que nada parece sino tierra, deshecho y desprecio. Lo
cual los hombres no lo tienen por humildad, sino por necesidad, por suelo y tierra,
porque nunca jamás ellos acabaron de entender qué fuese y en qué consistiese la
verdadera humildad.
4. Para confirmación de todo esto que decimos, traeré dos dichos que yo
mismo oí y de igual manera las vi. En Roma, conocí a un rústico labrador, en lo natural
hombre ordinario, a quien por su singular santidad y virtud nuestro muy santo padre
Clemente VIII, de feliz memoria, mandó venir y asistir a Roma, porque era de un
pueblo o aldea cerca de Nuestra Señora de Loreto. A este labrador le traían los
cardenales y grandes personajes de la corte romana, de suerte que el que lo llevaba a su
casa un día a comer hacía cuenta que Dios le había hecho singulares mercedes. Un día,
viéndolo así ocupado y entretenido, un hombre docto que trataba y sabía de espíritu
(pudo ser que por mortificarlo o probarlo) le dijo: “Bueno se anda, hermano Jácomo
(que así pienso se llamaba), entre príncipes y cardenales, buena andará ahora la
vanagloria”. El santo le respondió delante de mí: “Has de saber, padre, que por
muchos años del principio de mi vida espiritual no podía ver hombres, tratarlos ni
conversarlos, tanto que, si arando o cavando en el campo pasaba algún hombre junto a
mí, dejaba las mulas y echaba a huir y me apartaba de ellos. Y aquel propio espíritu
que entonces me daba aquel aborrecimiento y desasimiento de los hombres, ese propio
espíritu me trae ahora entre ellos, sin parecer ser señor de mí, sino que el alma y la
vida se me va por su aprovechamiento, por responderles y preguntarles cosas de Dios”.
Tengo yo por cosa evidente que aquella es la voluntad de Dios y no solo para
aquel siervo soberbia o presunción, sino grandísima mortificación, pues verse un
hombre rústico, pobre y maltratado entre tantos príncipes, a un hombre desechado entre
los del mundo le daba palabras dignas de estimación entre los muy poderosos, de quien
la divina gracia en aquellos dones y talentos no hizo caso, pues para ellos había
escogido los pequeños y escondidos a los grandes14. Conocimiento que de veras había
de obligar a humillarse más y rendir las armas (pues eran ajenas) solo a Dios. Cuando le
preguntaban u obligaban a que hablase, su confusión y mortificación eran tan grandes
que parece se quería deshacer y meter debajo de la tierra.
De suerte que el muy discreto, el que sabe y trata de cosas de espíritu juzga por
soberbia, vanagloria y presunción lo que al otro pobre le era mortificación y es ocasión
de conocer su bajeza, miseria y la misericordia grande de Dios en haber escondido en
semejante muladar de trapos viejos tesoros tan grandes, viendo delante de sus ojos arcas
doradas dónde los pudiera encerrar.
5. De manera que en esta ocasión podemos decir que si la soberbia, para
taparse y encubrirse, se viste con los trapos viejos del humilde, o con los sayales y la
desnudez del pobre, por otro lado, la humildad se tapa y se esconde de los ojos de los
hombres entre los brocados, los tapices y las grandezas de los príncipes y, entre ellos,
pareciendo soberbia y presunción, para el justo es mortificación, conocimiento y
humildad. En definitiva, el humilde todo lo que es terreno lo desprecia, todo lo estima
en nada y pone su imaginación únicamente en que nada tiene y nada posee, pero

14
Cf. Lc 10,21
12

sabemos que el humilde tiene a Dios y solo Dios es para él digno de estima y
reverencia, y quien de veras tiene este sumo bien, nada de las cosas de este mundo
puede hacerle variar en sus pensamientos, aunque se lo dieran como posesión todo
cuanto pudiera imaginar.
Todo esto lo podemos ver en los santos mártires, a quienes los emperadores
ofrecían riquezas, dignidades o grandezas y todo ello los santos mártires lo estimaban
como si fuera estiércol, pues para ellos el único bien era Dios, por quien estaban
dispuestos a entregar sus vidas. Sin embargo, aún me falta entender ¿Por qué veo a los
humildes entre los príncipes que están colmados de favores, para los que la humildad es
solo una pretensión? Debemos de pensar que allí puso Dios al justo para poder granjear
para Dios a los príncipes y grandes de este mundo, a quienes nadie se atreve a hablarles
como a iguales, y el humilde se mueve entre ellos como un gusanillo, como dijo el
Espíritu Santo de la salamanquesa: “que, sin tener alas y siendo un animalejo así
desechado, vive en casa de los reyes”15, allí entra el humilde sin pensarlo, sabedor de
que Dios le da su gracia y su apoyo y entre esos poderosos habla y dice palabras con las
que edifica, enseña, convierte y cambia a nueva vida a sus oyentes.
6. Todo esto podemos verlo mejor en el ejemplo que nos dejó el hermano
Francisco, religioso lego carmelita descalzo16, quien era en lo natural hombre rústico e
ignorante y en lo sobrenatural celestial, divino, sabio, discreto y con tantas y tan buenas
propiedades, que tenía cabida con los reyes, incluso en lo más secreto de sus negocios y
determinaciones para encomendarlas a Dios y alcanzar luz de Su Majestad para sus
aciertos. ¿Cómo pies descalzos y hombres humildes son aquellos que todo lo tienen y
poseen sin que entre esas majestades tenga lugar el pensamiento de otras altiveces y
soberbias? El gusano de la seda envuelto en el capullo de la misma seda muere y en esa
propia seda tiene su sepultura y entierro. ¡Ojalá nos abriese Dios los ojos para que de
verdad conociésemos cuántos santos hay que entran y salen en las casas de los
príncipes, ya sea porque van por obediencia o porque es necesidad para sus religiones o
para alguna obra de caridad! Los cuales, aunque los ven con rostro alegre y risueño, si
tan solo pudiésemos entrar en sus corazones, hallaríamos cuán sepultados andan en ese
trato exterior con seglares, cuántas y cuán grandes son sus tristezas, pues sé muy bien
que para ellos no hay nada más difícil que verse obligados al trato común y al
cumplimiento de gente de palacio; pero, como no pretenden sino la mayor honra y
gloria de Dios, entre esas sedas y brocados hallan su sepultura, su muerte y
consideraciones de mayor desprecio suyo.
7. Es verdad que todo esto no lo percibe el ignorante ni el soberbio, porque
piensa como ladrón que todos son de su condición. Y, si no, dígame por caridad: cuando
van a enterrar un cuerpo muerto de un hombre poderoso o de un príncipe, cargado de
brocados el ataúd, acompañado con tantos lutos veintidosenos 17, rodeado de tantos
poderosos que hacen sus sentimientos, con mil bálsamos y olores, vayamos nosotros y
le preguntemos a ese cuerpo muerto si tiene cabida en él toda esa soberbia, esa
presunción, esa altivez o vanagloria, y verán que nos dice que todo ello no le sirve de
15
Cf. Prov 30, 28.
16
Francisco del Niño Jesús -Pascual Sánchez-. Habla también de él en VIII, f.56. Francisco se hizo
carmelita descalzo el año 1598, muriendo en 1604. Cf. SILVERIO DE STA. TERESA, Historia del
Carmen Descalzo, VIII, Burgos 1937, 365-399.
17
Paños “veintidosenos” son los tejidos con 22 centenares de hilos.
13

nada; pues que de qué le sirve aquella ropa, sino le abriga; de que le sirve aquellos
bálsamos, sino le quitan la corrupción; de que le sirve toda esa compañía de tantos
poderosos, si llegada la tarde lo van a dejar solo, acompañado de tantos gusanos y
metido en un triste y oscuro cajón. Lo mismo podemos decir del que es verdadero siervo
de Dios, del que ya murió al mundo y vive solo para Dios, pues de nada le sirven todas
las cosas que le ponen por fuera, porque nada de todo ello le abriga, en nada le
dignifican esos acompañamientos y aplausos que le puedan brindar en los grandes
palacios, porque sabe muy bien que unos instantes después que terminan los aplausos,
vuelve a su rincón dónde se encuentra solo con sus remiendos y piojos, y todo lo demás
que le puedan brindar por fuera, fuera se queda.
8. Al que podríamos juzgar de soberbio, a mi parecer, es al que, como el
gusano de seda, no contento con lo que en su capullo labró, cría alas y rompe su casa y
capullo y quiere volar buscando otra vida más alta y elevada. ¡Oh, válgame Dios! Que
hay hombres en el mundo, que no se contentan con todo lo que Dios les dio, rompen los
límites de su poder y sacando alas, si no pueden de sus fuerzas la sacan de su
imaginación, y con ellas vuelan y entran en lo que es de propiedad ajena y haciendo mil
malabares para que vengan a parar a sus manos, y lo que no pueden conseguir, lo
desprecian y desestiman en absoluto. O podríamos decir que son como el gusanillo del
agua que, no contento con el lugar en el que vive, le nacen alas, pico y aguijón que le
permite ir y entrar dónde quisiese, y anda picando y molestando a todo el mundo. ¡Oh,
buen Dios!, cuántos hay en él que se pudieran quedar hechos gusanos por ser gente de
poca consideración, y no quieren, sino que a su cuerpo pequeño le pegan grandes alas y
un pico mayor con que ensordecen al mundo tratando de su linaje y descendencia, y
ojalá parase ahí, pero no, pues tienen un aguijón agudo con el que rompen honras y
vidas ajenas, pues es como dice David: “afilan sus lenguas como serpiente”18; pues
tienen lenguas llenas de ponzoña. A éstos digo yo que tendríamos que canonizarlos por
soberbios y arrogantes, pues son como la rana de quien se dice en las fábulas: que
quería ser tan grande como el buey y, para agrandarse, no hacía otra cosa más que beber
agua y luego preguntaba a sus hijos si estaba ya tan grande; bebió tanta, sin poder llegar
a lo que pretendía, que reventó primero quedando muerta antes que buey vivo19. Muchos
hay como éstos en el mundo que, siendo menores que ranas, quieren ensancharse tanto
que quieren igualar a los príncipes y poderosos y, para llegar a ello, solo tragan viento y
beben agua; y vienen a hincharse tanto que, sin alcanzar lo que pretendían, revientan
primero quedándose hombres humildes, bajos y aún más despreciados de todos, porque
su edificio no llegó donde él imaginó.
9. Sin embargo, el justo, a quien Dios le ha dado su grandeza y tamaño,
aunque le arrojemos todo el mundo a sus pies no será bastante como para añadir un
dedo a su grandeza que ya posee, como Cristo tratando del poco poder de los hombres
dice: “¿Quién de ustedes puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo a la
medida de su vida?”20, absolutamente nadie, porque solo Dios puede y hace eso. Así
como el cuerpo del humilde Dios lo formó e hizo (digo cuerpo a la virtud interior de la
18
Sal 140, 4.
19
La vida del Ysopet con sus fábulas hystoriadas, facsímil de la ed. de 1489, Madrid 1929, II, 20,
ff.XXXXIIv-XXXXIIIr; Fábulas de Esopo. Vida de Esopo. Fábulas de Babrio, Madrid 1985 (Fábulas de
Babrio) n.28, p.318.
20
Mt 6, 27.
14

humildad a diferencia de la sombra y cuerpo fantástico del soberbio), nadie podrá


añadirle un codo ni con todo el oro y los tesoros que hay en el mundo, pues no es el
tener lo que hace subir la humildad, sino el despreciar y deshacerse de todo.
Así pienso yo que sucede en el tema que vamos tratando (de como la humildad
del justo entre poderosos y grandes se zambulle y esconde a los ojos del mundo). El
humilde es como la anguilla, que mientras más la aprietan más se desliza y escurre; y
aun como la culebra, que si pasa por angosturas y estrechos se sale, aunque se deje la
piel y salga desnuda. Apreturas son para el justo las cosas de la tierra, y donde otros
ensanchan el corazón a él se le encoge y estrecha; y tanto que, aunque sea a costa de su
vida y de su honra, cuando pensamos que está dentro de las cosas de la tierra y metido
entre poderosos y grandes, está fuera, aunque como otro José se deje la capa en manos
de la adúltera21; que así podemos llamar a la majestad y grandeza del mundo, pues
habiendo de reconocer por su Señor verdadero, solo a Dios quiere honrar y engrandecer
al hombre, que es un poco de polvo y ceniza. Pero el justo, que de veras reconoce que
todas estas cosas son de Dios, a él se las deja y para Su Majestad guarda su corazón a
solas.

21
Cf. Gén 39, 12.
15

CAPÍTULO 3

“Del peligro que tiene la virtud de la humildad acá fuera, y cuánto se


engañan los que al justo le piden dé muestras de humildad. Y como solo tiene su
seguro en lo secreto del corazón”.

1. Poco a poco nos vamos adentrando en nuestro deseo de tratar sobre la


humildad. No es mi intento hacer de ella un tratado principal ni tomar este asunto a
propósito. Solo trato de ella, como dije en el primer capítulo, después de haber visto a
un religioso que con celo de agradar más a Dios se había entremetido en algunas cosas
de gobierno, y dijo: “su caridad, hermano, tiene necesidad de dar grandes muestras de
humildad, porque lo que ha hablado y dicho descubre mala hilaza y grande soberbia”.
Después de ello, me puse a considerar cómo era posible que un hombre diese muestras
de humildad y que eso fuese verdadera humildad. Si se diese el caso que, queriendo ser
humilde la sacara fuera para que la viesen los hombres y vieran que soy humilde, pues,
ahí hallaba yo la soberbia bien descubierta y la humildad bien deshecha o, por mejor
decir, hecha humo que, dándole por donde salga, va y no vuelve; y, si algún rato se
detiene y para, queda hecha hipocresía, vicio diabólico y mortal.
2. ¡Oh, si Dios nos diese de veras esta virtud y junto con ella un verdadero
conocimiento de que, por mucho que conozcamos, no la hemos de conocer, porque en el
punto que conociéramos que somos humildes, somos soberbios! Pues, si aquel en cuyo
corazón se asienta y posa la humildad ni es sentida ni conocida, dí hombre corto de
juicio y más de entendimiento, ¿cómo quieres y pides que te den muestras de humildad?
¿No sabes que esta virtud es como el dinero encantado, que en el punto que se conoce el
encanto, se desparece el dinero? ¿No sabes que, si las demás virtudes fortalecen al
sujeto dónde se encuentra, la humildad lo deshace y achica? ¿Cómo quieres tú ver y
conocer lo deshecho, lo que no es, lo que no parece? Si el hombre mira en la cara y
conoce lo de fuera, la humildad busca lo más escondido y secreto del alma y allí, anida
hasta que deja un corazón molido, deshecho y trillado. Y, si no, adviértelo y pon los
ojos de veras en millares de lugares donde la Sagrada Escritura trata de la humildad; que
antes le pone por adjetivo este participio: contrito y deshecho 22, dando a entender que la
humildad es un sustantivo que, donde se halla, carga y pesa tanto que muele, deshace y
derriba el corazón en el que se sustenta.
3. ¡Oh, qué loco es el fraile descalzo que piensa que, por andar con los pies
descalzos y no vestirse con lienzo ni adornarse con paño fino y aunque añadiese a sus
vestiduras más remiendos que los que llevan los peregrinos de Jerusalén y Santiago,
22
Sal 50, 19: “un corazón contrito y humillado”.
16

piensa que todo eso da muestras de humildad! Pues vive muy engañado, porque bien
puede entender que la soberbia sabe hacer mil cosas; así la que viste brocados en casa
de príncipes, sabe también matar los piojos a la luz del sol como también lo hace dónde
la vean; también tenemos a quien no se contenta sino es con un estrado de brocado en
casa de ricos, sabe también fregar platos en las cocinas de los frailes; también tenemos a
quien quiere que todos le besen las manos por las calles, pero tampoco duda en arrojarse
a besar los pies de los frailes debajo de las mesas.
4. Podemos decir que la soberbia tiene las características de un ave de
rapiña, a quien no se le escapa la presa por más alta que esta vuele o por muy baja que
se encuentre, pues esta caza al vuelo y atrapa a su presa zambulléndose en el agua. De
igual manera, muy bien sabe la soberbia zambullirse y meterse entre cenizas, como el
ave fénix, y de allí salir como la única ave en el mundo que no consienta otra en él. Dios
quiera que en todo esto no acierte, porque cuántos hay que por sus pecados se opacan,
se deshacen y se hacen cenizas, con el único deseo de salir de allí con vuelo ligero tanto
que quieren ser los únicos en el mundo y no tener en él quien los iguale. Ojalá todos
ellos supiesen que, después de haber llegado a ser los únicos en el mundo y ser como el
ave Fénix, han de terminar como esta ave, es decir, hechos ceniza y polvo, quizá todo
esto les sirva de remedio y así no se sigan levantando en su grandeza y toda esa
grandeza que lograron alcanzar será para ellos mismos la leña encargada de reducirlos a
nada, de reducirlas a polvo y si alguno me dice que con esas cenizas se renueva, les diré
que es verdad que se renueva la especie, pero no el individuo, porque es otra ave Fénix
la que levanta vuelo, y no así la que era antes.
Esa misma suerte corre el soberbio: que su hacienda y sus grandezas lo abrasan
y queman, deshacen y aniquilan y de sus cenizas no torna él a resucitar y vivir y con
ello todo se acabó; sin embargo, otro soberbio resucita de esas cenizas, de esos
despojos, y que con esos bienes que él dejó se levanta.
5. Pues, ni los pies descalzos, ni los remiendos, ni los ojos bajos son señales
ciertas del corazón humilde, mal hace el que pide muestras de humildad y cada día
vemos en él juegos y muestras tan falsas y fingidas que, pensando que vende buen vino,
es buen vinagre. Y, si no, díganme por caridad, quien de esto no supiera y viera a los
apóstoles, pobres pescadores, con su predicación abrazar un mundo tan grande y lleno
de grandes personalidades, con el único deseo de convertir a todos a Cristo, y por eso no
solo no apoyan a los apóstoles, sino que se oponen rotundamente a destruir la adoración
de los dioses falsos e introducir la adoración de un crucificado, ¿qué? ¿No los tienen por
locos, soberbios, presuntuosos? Pues pregunto yo ¿hubo mayor humildad que la que
tuvieron los apóstoles de Cristo convirtiendo al mundo, apoderándose de él y no sacaron
en provecho suyo ni tan solo un alfiler, sino que, como dice san Pablo, trabajan con sus
manos23 para comer con tal de no hacer un agravio a la palabra de Dios, que no es
interesada, y mueren en cárceles, en cadenas, en cruces, apedreados, degollados,
desollados?... ¡Que no buscamos eso! Que el corazón humilde todo lo desprecia, solo
estima el cumplimiento de la voluntad de Dios en el provecho de las almas. No busca
sus apoyos, sino hacer a sus hermanos deshaciéndose a sí.

23
Cf. 1 Cor 4, 12.
17

6. ¿Qué diré de un pobre san Francisco? ¿Quién lo vio con sus viles
remiendos apoderarse de los corazones del Papa y cardenales y de tantos poderosos que
vivían en Roma en aquel tiempo, trayendo a su religión a millares las almas convertidas,
que mirando las cosas de fuera que no juzgaran con ojos de carne y dijeran que allí
andaba envuelta grande soberbia y altivez, ver un hombre pobre tan subido y elevado?
Y vemos que el cielo y la tierra, nos lo introduce por verdadero pobre y humilde, tan
pobre que le llama la verdadera pobreza, tan humilde y desembarazado que el cielo le
descubre sus secretos. Y, si no, después de tantas ganancias como en el mundo tuvo y
de tantos provechos y títulos como pudo alcanzar, abramos los ojos y oigamos el
testamento que hace a su muerte, y hallaremos que la más rica joya que manda es un
breviario y una cruz, contentándose con morir hecho “Francisco siervo y humilde”24
como la Iglesia le llama.
Así pues, los que juzgan a los siervos de Dios y quieren calificar sus espíritus
por sus imaginaciones y antojos, nunca jamás han de mirar más que los fines, de quien
bien y suficientemente se pueden tomar indicios y fundamentos para conocer el espíritu
que uno tiene en los medios. Digámoslo más claro. Si veo a un siervo de Dios que trata
con reyes y príncipes y después de ese trato regresa a su casa lleno de piojos como
entró, sale tan fraile descalzo como lo llamaron, y no habrán sido mis juicios acertados
llamándolo soberbio, de tal manera que, si pudiendo querer no quiso, y si pudiendo
tomar no tomó, y al cabo de la jornada salen sus pies sacudidos del polvo y sus manos
lavadas y no manchadas con sangre como dice Dios por su profeta 25, aunque pase de
hora en hora en muy buenos oficios y junto a todas las dignidades, las quiera a todas
para que sirvan a Dios, pero una vez que hubo logrado que ellas se rindieran ante Dios,
él las desprecia luego, pues no quiere darles asiento en su corazón. Tal es así que el
corazón humilde, se achicó y estrechó tanto que, todo cuanto en él hay es breve y
angosto para Dios y tan solo desea que su corazón fuera tan grande como el cielo para
que Dios entrara en él y ahí se entretuviese, pues sabe muy bien que en la tierra
fácilmente el corazón se llena de otras cosas, pero al mismo tiempo sabe que si su
corazón poseyera muchas cosas, está tan pronto y ligera a dejarlas para dárselo su
corazón únicamente a Dios.
7. ¡Qué poco sabe de humildad quien piensa que en las manos del justo
peligran las cosas que a ellas llegan y que pronto se las han de extraviar! La soberbia es
la que en mí causa tal temor que me persuade que ha de faltar agua en la mar para que
mate la sed de mi soberbia y ambición. Que el justo tan lejos está de alzarse con estas
cosas de acá como lo está un cauce, que está hecho como conducto por donde pasa el
agua a la fuente, que solo sirve para recibirla, darla y enviarla.
Y no hay camino más cierto para entender que el soberbio alcanzará lo que
pretende que verlo en las manos del humilde, pues solo toma y recibe en sí esas cosas
para dejarlas. Como son verdaderos cristianos, que quiere decir ungidos26, y tienen el
corazón untado con una gracia celestial, por todas esas cosas pasa sin que se le pegue
cosa alguna ni, aunque pase el tiempo será posible que se mezclen, tal como pasa con el

24
Cf. Breviario Romano, oración propia de la fiesta de san Francisco. No se lee en el testamento, ni en
otros escritos del Santo, lo referido.
25
Cf. Is 59, 3.
26
Uungido, que ha recibido la unción. Cf. 2 Cor 1, 21; 1 Jn 2, 20. 27.
18

agua y el aceite. Y así vuelvo a decir que sabe poco de humildad y del conocimiento de
la bajeza de estas cosas de acá el que juzga que ambas cosas (humildad-soberbia), se
han de unir y pegar, y la una ha de menoscabar a la otra. Con todo eso digo que es mal
hecho juzgar antes de tiempo porque, si el fin es el que lo descubre, mal hecho sería el
que no conoce un árbol si no es por su fruta, juzgarlo en el invierno cuando no tiene
hoja, flor o fruto y juzgarlo como malo lo que el tiempo descubrirá con el paso de los
días como un árbol muy bueno.
8. Concluyamos este capítulo y respondamos al que pide que le den
muestras de humildad, y digámosle que por mucho que la busque en el más santo,
por el camino que él las busca, no las hallará ni habrá quien se las dé; y que si
algunas hay son cuando el justo es despreciado, aniquilado, deshecho, tenido por
soberbio y presuntuoso, y él lo lleva con paciencia y entiende que lo juzgan con
verdad y dicen bien los que lo llaman soberbio y recibe estos golpes con igualdad
de corazón. Entonces es cuando entre esas injurias y afrentas empieza a revivir la
humildad, porque es como el gusanillo y escarabajo, pues el uno se engendra de las
carnes podridas y el otro del estiércol de las bestias. Cuando los mundanos pisan y
desprecian al justo y lo tienen por estiércol, entonces es cuando la humildad se
engendra y como gusanillo revive y se esconde, tapa, guarda y conserva entre esas
injurias y vituperios. Y cuando a este gusano le nacen alas y vuela y se quiere posar
entre las flores, ése ya no es gusano ni humildad, sino mariposa que, no teniendo
derechos sus caminos, vuela por los tejados y es llevada por los vientos hasta que
van a parar en el barro fangoso o en un fuego que hace con ellas lo que desea.
9. Lo que yo pido y ruego a mis carísimos hermanos por las entrañas de
Jesucristo, si en algún tiempo leyeren estos papeles: que en sus obras solo miren a
Cristo crucificado y no reparen en los dichos y juicios de los hombres; dejen para los
locos a los que piden muestras de humildad, que es una característica de satanás para
atemorizar el corazón que pretende obrar según honra y gloria de Dios. Y créanme que
la mayor soberbia de todas es no querer que los tengan por soberbios, y que es
grandísima humildad no reparar que por solo Cristo los tengan por soberbios.
Pongan los ojos en nuestro buen Maestro, ejemplo verdadero de humildad, el
que en sus palabras y obras solo pretendía y buscaba nuestro provecho y la honra y
gloria de su Padre. ¡Qué de veces le dijeron que quién se hacía, que buscaba su gloria! 27,
y en nada reparaba ni eso lo tomaba o tenía por estorbo para pasar adelante con lo que
pretendía. ¡Oh, mis hermanos, y qué astuto es el demonio y con cuántos caminos busca
amedrentar el corazón generoso, gustando más de que el siervo de Dios friegue platos,
pintándole la humildad en el barrer y servir, antes que acuda a hacer obras de que por
otra parte se hayan de sacar grandes provechos! Pregunto yo: si nuestro cristianísimo
rey28 fuera ahora a conquistar a Berbería ¿fuera bien que dijéramos que le movía la
soberbia y que solo lo hacía por ser rey del mundo? Tuviera yo por loco y demonio al
que eso dijera olvidando los muchos provechos y bienes que le seguían a toda la
cristiandad, a tanto granjeo de almas y a tanto aumento de la gloria de Dios, a solo un
mal que él imaginaba, incierto, dudoso y no creíble en una persona tan cristiana.

27
Cf. Mc 11, 28 y par.
28
Felipe III.
19

Pongan en el propio lugar y grado al que juzga al siervo de Dios por soberbio
cuando su divina Majestad le da gracia y fuerzas para acudir a cosas grandes. Cierren
los ojos y venzan esa tentación, que no quedará el demonio poco corrido y Dios poco
glorificado de que su siervo no repare en que lo tengan por soberbio a cambio de acudir
a hacer su voluntad.

CAPÍTULO 4

“Como la humildad no tiene premios en la tierra con quien seguramente


se pueda conservar. Y como solo Dios, que tan bien conoce la naturaleza de las
cosas, es el que con ella sabe juntar conocimiento de cosas altísimas, con quien
se conserva y crece”.

1. A la humildad yo no le hallo premio en la tierra. Antes, por el propio


caso que lo tenga, deja de ser o por lo menos peligra. Yo no trato de los premios
secretos y encubiertos que Dios comunica al espíritu verdaderamente humilde; que,
como Dios poderoso que conoce la naturaleza de las cosas y cuáles son aquellas con
quien mejor se conservan unas con otras, le provee de premios y compañía no solo con
quien no deje de ser humilde, sino con quien crezca y se aumente. Uno de estos premios
es el que Cristo nos dice por san Mateo, dando gracias a su Padre, porque “a los
humildes les descubre y revela sus misterios, y los esconde de los encumbrados y
levantados del mundo”29.
¡Quién dijera jamás que ignorancia y soberbia se hallarían juntos! Pues eso hace
el demonio: que, siendo un hombre tan ignorante en las cosas de Dios que a la más
pequeña no le dé alcance, con todo eso se enorgullece e hincha, de suerte que los llama
sabios y prudentes. ¡Quién dijera que Dios había de juntar humildad y tanto y tan alto
conocimiento como tienen de sus grandezas los humildes! Pues eso que nosotros no
entendemos ni sabemos, eso es lo que hace y junta Dios.
2. Y para que la humildad se conserve y aumente, en el alma pone [Dios] el
conocimiento de sus misterios. Debe de ser la causa de conservar la humildad con este
conocimiento porque la sabiduría del cielo no es viento como el de la tierra, que levanta
al liviano y lo sube y pone donde a vueltas de cabeza hallaremos que no está ni es lo que
era, pues el mismo viento que lo subió sobre los cedros del monte Líbano 30, ese propio
lo arrojó en un muladar y en un fango donde mudó su exaltación por bajeza. Pero la
sabiduría de Dios, como no solo trae consigo la información del entendimiento sino la
afición de la voluntad, y ésta no consiste en puros y meros conceptos abstraídos, sino en
el conocimiento de la cosa que se conoce y en la misma cosa que se da a conocer.
3. Me parece que la sabiduría que Dios da a los verdaderos humildes se
debe diferenciar de las que se aprenden en el mundo, en lo que se diferencia de tratar
de Roma por relación o por vista, no obstante que los santos, que tienen ciencia y
29
Mt 11, 25.
30
Cf. Sal 36, 35-36.
20

sabiduría de Dios, no vean a Dios. Que Su Majestad tiene modos con las que producir
una noticia tan cierta y clara como si le vieran, o que por lo menos quede el alma bien
satisfecha acerca de las cosas que de su poder y grandeza Su Majestad le descubre. Que
por eso a esta información de ciencia llama Cristo revelación: “se las has revelado a los
pequeños”31. Y como es revelación, y ésta siendo de mano tan poderosa y larga, bien
sabrá Su Majestad hacerla y darla sin representación de especies ajenas que nos
muestren, descubran y representen lo que Dios pretende y quiere: representándolas y
dándolas a conocer en sí propias o infundiendo una noticia tan cierta y clara como si, no
viendo las cosas que Su Majestad descubre, las viéramos. O, si no, digamos que la
ciencia que acá se aprende y la sabiduría que Dios descubre se diferencian en lo que una
noticia abstraída o el conocimiento de una cosa que por algún modo particular se tiene o
se goza. Supongamos que yo me estoy comiendo un pastel muy bien aderezado: tengo
ciencia cierta de este pastel por la vista, por el sabor y por el olor y por el peso y
cantidad, que parece que todos los sentidos informan de la verdad y bondad de aquel
pastel que yo estoy comiendo; o que otro, por haberlo oído decir, dijera y quisiera tratar
de la bondad de aquel pastel.
4. En lo que toca al palpar y gozar por visión clara los misterios de Dios,
eso se queda para los bienaventurados. Pero digo que, fuera de ese bien, hay otro acá en
la tierra que gozan los humildes, con quien Dios trata con particular amistad, tan subido
y tan levantado que lo que saben, dicen, hablan e informan, parece que lo palpan, lo
huelen, les sabe y lo ven. Pues digo que, como esta sabiduría viene acompañada de
tantas cosas y de tanto ser y entidad, es grave y pesa y, como el alma donde se sujeta es
humilde, más la humilla y menos lugar y fuerzas torcidas y naturales le quedan para
enorgullecerse y levantarse. Por eso el Espíritu Santo tantas veces en la Escritura la
comparó al oro32 y aun más que el oro, que entre los metales es el más pesado.
5. El ejemplo ordinario que se pone es el de los árboles. Pues vemos que el
olmo, el álamo y el ciprés, que no echan fruta, se empinan y encumbran por lo alto
echando en ocho días cogollos y renuevos que asombran, porque lo que habían de dar
en fruta lo echan en crecer y levantarse. Al contrario, los árboles que cargan mucho
fruto se quedan bajos a orilla de la tierra, para que la misma tierra les dé ayuda para
sustentar la carga que a su tiempo tuvieren. De esa misma suerte los letrados sin fruto,
todo lo echan en crecer y levantarse en alto, desvanecerse y enorgullecerse, por el
contrario, el alma santa, a quien Dios informa y llena de sabiduría del cielo, humilde
queda y, con ese conocimiento, más se baja y abate para que la tierra y bajeza de la que
fue formado le ayude a sustentar tanto peso que sobre ella carga cuando Dios le
descubre algunos de sus misterios. Los cuales, como traen consigo tanta luz y claridad
con que Dios los infunde en los entendimientos, esos propios rayos y resplandores les
hace bajar los ojos del entendimiento con que los han de percibir. Como el que mira al
sol, pues no pudiendo ver la luz en el mismo sol se bajan a tomarla y percibirla en las
partes donde hiere.
¡Oh, válgame Dios! ¡Quién viera o mereciera gozar de este sumo bien para
saberlo por experiencia! ¡Qué debe de ver cuando Dios llega a un alma y viene cargado
de estos dones de los que vamos tratando; como se avergüenza el alma, como se
31
Mt 11, 25.
32
Cf. Sab 7, 9.
21

estrecha y encoge no atreviéndose a levantar los ojos para recibir y tomar en el mismo
Dios los bienes que se le han de dar, aguardando que Su Majestad por su misericordia
los comunique al alma, ¡quien en sus propios ojos es y se estima en menos que tierra!
Entonces es cuando el alma extiende la vista y en sí propia conoce los dones que Dios,
porque él solo quiere, en ella derramó; y en sí, conoce grandes maravillas de Dios, las
cuales no le dan lugar a levantar los ojos a enorgullecerse y sublimarse, porque perdería
lo que en su bajeza y humildad goza, y porque levantando los ojos quedaría encandilada
y oprimida de la gloria de Dios y aun ausente de él porque huye, como él dice en los
Cantares33, de los ojos que le miran. Él sea bendito por tales misericordias como obra
con un alma humilde cerrándole las puertas y tapándole los caminos por donde se puede
enorgullecer.
6. No creo que sea dificultoso entender al alma humilde: que solo quiere las
cosas arrojadas, despedazadas y no enteras, porque, conociendo su bajeza y poca
capacidad y que Dios está todo entero y uno, contentándose con las migajas que caen de
la mesa de tan gran Señor. De aquí es que, habiendo en Dios nombres que nos lo dan a
conocer como es, y estos nombres son infinitos, inefables, se contenta esta alma
considerando unas veces en las criaturas en quienes está esta grandeza de Dios repartida
y como en pedazos y en migajas. Otras veces considera a Dios no entero sino como
dividido y en partes, como es considerarlo justo, misericordioso, sabio y omnipotente.
Con estas migajas se contenta y aun se conoce por no merecedora el alma humilde hasta
que Dios, por quien él es, obligado de este conocimiento profundo y humildad tan
levantada, se da entero como él es servido, rindiendo a tanta grandeza el alma sus
armas, su entendimiento y voluntad a que Dios haga de ellas y en ellas lo que fuere
servido.
7. Parece confirmar esta doctrina la conversación y plática que Cristo tuvo
con la cananea, cuando, pidiendo ella abriese los tesoros de su misericordia y sanase a
su hija, le respondió Cristo que “no era bien echar el pan de los hijos a los perros”; y
entonces, con la réplica que puso la discreta mujer sobre el argumento que Cristo le
propuso, lo concluyó, que ése fue el intento de Cristo: darle palabras y motivo para que,
como acá decimos, lo cogiese de manos a boca. Lo propio hizo con el pie y motivo que
le dio el mismo Cristo a la samaritana cuando levantó la plática del agua 34. Pues,
diciendo Cristo a la cananea que “no era bien echar el pan de los hijos a los perros”,
respondió ella: “Muy bien dices, Señor, no quiero yo pan que no lo merezco ni tengo
estómago y disposición para tan grande comida; yo me contento con la ración que se
da a los perros, que son las migajas que se caen de la mesa; con eso tengo yo harto y
remedio mis necesidades”. Y tiene esto tanta verdad en lo natural que, si a un perro se le
echa un pan entero no lo quiere y, si el amo se lo da con la mano, le parece que se burla,
hasta que se lo da arrojado y hecho pedazos; entonces lo come. Entonces, viendo Cristo
la humildad y sabiduría de la cananea, se vuelve a ella y le dice: “¡Oh, mujer, grande es
tu fe, grande tu humildad!; anda, vete y hágase como tú lo quieres”35.
8. Ay, alma humilde, ¡qué grande es tu fe y cómo obliga a grandes cosas tu
humildad, a que todos hagan como tú lo quieres! ¿Qué quiere y que puede querer un
33
Cf. Cant 6, 5.
34
Cf. Jn 4, 7ss.
35
Cf. Mt 15, 22-28.
22

humilde que no lo haga Dios? ¡Oh, Señor mío bendito, cómo quisiera yo que esto no se
quedara en mi especulación, en decirlo y enseñarlo, sino en experimentar yo lo que tú,
bien de las almas, ¡lo infundieras! No hay que decir de esto, que ya todos saben las
alabanzas de la humildad. Ojalá Señor mío, nos dieras lo que ignoramos que es el
hacernos humildes, el contentarnos con mendrugos y con las migajas que se caen de tu
mesa, considerando que, como perros que aún no han llegado a ser hijos, no merecen el
pan entero, ni ver, ni conocer ni gozar a Dios como en sí es. Que les basta y aun sobra,
para lo que nosotros merecemos, unas pobres migajitas, una partecita pequeña, y con
ésta vivir muy consolados dejándole a Dios hacer, que ése es su oficio: hacer en los
deshechos, en los abatidos y despreciados. Y el que hoy se contenta con una migaja, con
ésa le abre Dios las ganas de comer para que mañana tenga estómago y anchura en su
corazón para recibir un Dios entero, en cuya presencia muy bien se conserva la
humildad, porque ésos son premios y pagas que no enorgullecen ni levantan, sino hacen
crecer en mayor humildad.
23

CAPÍTULO 5

“De las muchas diligencias que el justo debe hacer para que la
humildad no se le deshaga entre las manos y vuelva humo, por ser una virtud
tan delicada”

1. Propusimos al principio del capítulo pasado como la humildad en la tierra


no tiene premio ni paga, no tratando de los premios secretos y escondidos que Dios sabe
dar a los verdaderos humildes, porque, como es Dios infinito y de infinito saber, busca
premios y pagas a la humildad con quien se pueda conservar y no peligrar y
menoscabar, porque raras y pocas veces sale libre y entera con los premios y pagas que
ofrece el mundo. Porque, no hay nieve tan fácil de derretir ni licor que tan pronto se
corrompa como la humildad, particularmente cuando no tomó posada en un corazón
muy bien pulido; que la humildad no se filtre y corra y quiera salir fuera donde, como
dice san Juan, todo es carne, codicia o soberbia36, y con tales aires es fácil que dama tan
delicada se resfríe pronto. También es necesario esté ese vaso tan bien guardado que no
entre en ella algo de lo que por acá corre, que le servirá de polilla a lienzo tan fino.
Las abejas tienen mucho cuidado para no malograr el fruto de sus colmenas: de
tal manera que lo primero que hacen es embarrar el corcho donde labran; y con todo
eso, sin que les entre o salga, hallan la polilla, carcoma y enemigo dentro de sus vasijas.
Y no falta el colmenero que, queriendo quitarles el fruto y sacarles la miel, a puro humo
las echa fuera del corcho. Toda esta cautela tiene el verdadero humilde, pues lo primero
que hace, queriendo labrar en su corazón fruto para Dios, es embarrar el corcho, echar
lodo y poner tierra en todas las partes de su persona donde el conocimiento pone los
ojos. Y, con todas estas cautelas, vemos muchos humildes caídos y apolillados, porque
allá dentro en la colmena y en cada uno de por sí hay un principio de perdición
heredado de nuestros primeros padres que se quedó en casa como hacienda de nuestra
propia cosecha; no le falta un pensamiento altivo que, como zángano, come, desbarata y
desperdicia lo que el alma humilde ha labrado en mucho tiempo. Y aun el demonio,
mundo y carne, enemigos capitales nuestros, saben muy bien dar una humareda con que
echa fuera a las abejillas y pensamientos humildes para disfrutar que ellas no puedan
trabajar.
36
1Jn 2, 16.
24

2. Según esto, la humildad, siendo tan delicada, vale solo para uno y no
para jugar al descubierto con ella ni para salir fuera. Y pues la comparamos a la abeja,
digamos lo que de ella dicen y se ve: como animalillo tan pequeño es y que con su peso
no puede resistir las inclemencias del cielo, no sale de su corcho con mal tiempo,
cuando llueve o hace aire; y así los que tratan en colmenas tienen cuidado de dejarles
que coman dentro de sus corchos el invierno; y, si alguna vez les coge algún mal
temporal fuera de sus casas, dicen se arrojan en el suelo con las espaldas a la tierra y las
alillas tendidas para que no se las lleve el viento donde ellas no quieren ni les conviene,
pues parece que vuelven en esta postura los ojos al cielo para pedir socorro. ¡Qué bien
conoce Dios esta flaqueza o delicadeza del corazón humilde!, pues, deseoso de que se
conserve y guarde en ese estado, el sustento y mantenimiento mientras en este mundo
vive se lo puso Dios allá dentro en su casa, en su retrete y escondido. Así lo dice Cristo:
“porque has escondido estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a los
pequeños”37. Una vez que escondió sus secretos de los soberbios ¿dónde los escondió y
encubrió sino en los corazones humildes? Allá les arrojó y echó el cebo y ración con
que se habían de sustentar. Pero, si el mal temporal alguna vez atrapa conociendo su
flaqueza y que es como animalillo delicado, se arroja en el suelo y vuelve los ojos al
cielo de donde le ha de venir socorro y tiende sus alas en la tierra, que son sus
pensamientos, para que no se los lleve el viento de la presunción y soberbia. No fue mal
ejemplo el que nos dio Juan Bautista cuando le dijeron que él era el Cristo, y él se
humilló hasta decir que no era profeta; y la razón de tanta baja fue porque era voz 38 y
quien es cosa tan delicada como la voz, que con un poquito de viento se resfría, por ello,
bien es que se entierre y sepulte donde no parezca.
3. Según esto, mal hace quien pide acá fuera muestras de humildad,
puesto que la humildad está escondida y tapada, está retirada en los rincones más
desechados y ocultos de la casa. La humildad es como la buena sierva y esclava que
sirve a todos los de la casa; y cuando esta sierva quiere salir de paseo, ya no es esclava
ni sierva, sino señora. Por eso la soberana Virgen, siendo la más humilde de todas las
criaturas, dijo al ángel cuando le trajo el mensaje de ser la madre de Dios: “he aquí la
esclava del Señor”39. Ahora bendita Señora, ya te han escogido por Reina, por señora de
los ángeles y de los hombres y por madre de Dios, ¿por qué te llamas sierva y esclava?
¿Por qué? Por no perder la humildad, que entre todas las virtudes es la que no quiere
estrado, majestad ni grandeza, ni salir a calle ni plaza, porque, como es sierva y esclava,
queriéndose hacer señora, luego al punto deja de ser humildad. En los capítulos pasados
comparábamos la humildad al gusano, habiéndose así llamado Cristo 40, el más humilde
de todos los humildes, pues el gusano, en cuanto le sale las alas quiere volar, salir de los
agujerillos y andar arrastrándose por el suelo, con todo ello, deja de ser gusano; de igual
manera, el humilde deja de ser humilde en cuanto quiere volar, subir en alto y salir
de su bajeza y de sus escondrijos y secretos.
4. Esta es la causa por la que el humilde no busca premios, honras ni
grandezas en la tierra. Todo lo deja para la otra vida. De todo esto nos da vivo
ejemplo Cristo, de cuya humildad quiere que aprendamos: que, cuando le quisieron
37
Lc 10, 21.
38
Cf. Jn 1, 19-23.
39
Lc 1, 38.
40
Sal 22, 7: “Y yo, gusano, que no hombre”.
25

hacer rey y alabándolo a boca llena como a un gran profeta, se escondió y huyó41. La
humildad en la tierra no quiere ser coronada con rosas y flores sino con espinas y
abrojos. Tiene y quiere por premios las afrentas y las injurias. No es que todas las cosas,
allí donde reciben un mejor lugar, premio y honra se conserven y aumenten más o, así
como el hombre dónde le dan bien de comer, dice que es bien premiado. Sin embargo,
el sustento del verdadero humilde son injurias y afrentas, con ellas crece y aumenta la
humildad y así, mientras uno es más humilde, más hambre y más sed tiene de que lo
injurien y afrenten por amor de Dios. Esto es lo que Jeremías dice del varón justo, que
ya se levantó sobre sí y se fue a la soledad donde solo buscaba oprobios que le sean
hartura, y no se contenta ni satisface ni con todas las alabanzas y glorias que hay en la
tierra, porque no es ése su sustento42.
5. La humildad es como la rosa entre espinas, si bien las espinas la punzan y
la hieren, al mismo tiempo, son las que la guardan y defienden, porque una rosa
manoseada o cortada, con facilidad se marchita y deshace. ¡Oh, si acabásemos de
entender esta gramática y penetrar esta ciencia, los que de veras desean ser humildes!
¡Cómo no se afligirían en la soledad y en el rincón, cómo no aborrecerían ni sentirían
las injurias, pues entre ellas hallan lo que desean, conservan y guardan lo que pretenden!
El que por otro camino busca humildad no sabe qué es humildad, porque, si
siente alguna injuria, no se siente honrado y considera que no es merecedor de aquel
trato, porque se considera a sí mismo por encima del resto y que aquel trato no es otra
cosa que bajeza. Esta estimación no es otra cosa que soberbia, porque siendo nada o
poco menos que nada, se estima como si fuese algo y, si fuese humilde, que consiste en
una verdadera desestimación y desprecio de uno mismo, nadie se molestaría porque le
llamasen y dijesen lo que es, pues cada uno debe de sentirse honrado y estimar que lo
conozcan, traten y estimen por lo que es. Y, siendo nada y la escoria del mundo, no le
afecta que lo echen a la calle y al muladar o lo desperdicien por los campos, que allí
hace provecho y es de valor y, si estuviese en las salas y en las arcas, sería ofensa y no
sería de ninguna consideración.
El justo, siempre es contrario y está enfrentado con que lo alaben, honren y
pongan en lugares y asientos privilegiados, porque sabe lo poco que vale para eso; pues
él estima y aprecia los últimos lugares considerando que a cada cosa se le da el lugar
que merece y se le debe. La humildad de Pablo hizo estimar sus cárceles, cadenas,
trabajos y desprecios, y “hemos venido a ser, hasta ahora, como la basura del mundo y
el desecho de todos”43, el que era considerado deshecho de los hombres, fue subido y
levantado sobre los encumbrados cielos cuando Dios le subió allá 44. Bien se deja
entender la discreción y sabiduría con que esto hablaba y decía, pues, para ponerlo Dios
debajo de los pies de los hombres, lo sube al cielo y con aquel cielo alto dispone la
grandeza del cielo bajo que había de traer y merecer cuando fuese perseguido de los
hombres. De manera que, por aquella alteza, como si fuera grado inferior, vino al
superior de las deshonras, las cuales le dieron un cielo no de paso ni a la ligera, sino de
asiento y para siempre.

41
Cf. Jn 6, 14-15.
42
Cf. Jer 9, 2 (Vulgata).
43
1Cor 4, 13.
44
Cf. 2Cor 12, 4 (fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede pronunciar).
26

6. Cristo Jesús no quiso admitir el título de rey de los judíos hasta que se
vio desnudo, clavado y coronado de espinas en la cruz45. Porque los humildes son reyes
cuando están cargados de injurias y afrentas y cuando les quitan la vida y la honra,
cuando le chupan y sacan la sangre. Entonces es cuando dejan el corazón libre para que
en él quepa la corona que solo se da al verdadero humilde. Porque, como estos reinos y
títulos son de este mundo, nada quiere Dios que lleven de él los justos, sino que vayan
completamente libres, porque Su Majestad les quiere poner casa allá para su uso y
darles criados que los sirvan y honren con honra verdadera que no se acaba. Pues parece
Su Majestad estima y tiene tanto amor a los suyos que, mientras viven en este mundo,
los quiere desnudos antes que estar mal vestidos con las glorias y alabanzas que el
mundo les ofrece, antes prefiere que el mundo les dé lo que a su vez él ha recibido,
únicamente aguardando la honra verdadera. Esta es la recomendación que su Majestad
hace del justo: pues es verdad que “no es hombre de probada virtud el que a sí mismo
se recomienda, sino aquel a quien el Señor recomienda”46. De todo ello podemos decir
que, si la humildad es opuesta a la majestad y grandeza del mundo, al haber y tener
cosas acá en la tierra, uno será verdaderamente humilde cuanto menos fuere honrado,
menos estimado y levantado, el que fuere más pobre y desprendido de las cosas de la
tierra. Que Dios nos dé verdadero conocimiento de estas verdades para que busquemos
la humildad por el camino que se debe y entendamos que, la humildad, así como es
virtud dificultosa de hallar y más dificultosa de conservar, los premios que trae consigo
son grandes. De manera que, a los humildes Dios ya no quiere tenerlos en la tierra,
porque toda la tierra no basta para premiar al verdadero humilde, sino que es solo Dios
el que puede llenar los grandes y profundos vacíos que se halla en un corazón humilde.

45
Cf. Mt 27, 35-37 y par.
46
2Cor 10, 18.
27

CAPÍTULO 6

“Del miedo y temor con el que humilde se emplea en cosas de honra,


causa por qué los oficios no le menoscaban la virtud; y como los pecadores en
ellos se desvanecen y deshacen”.

1. De lo dicho en el capítulo anterior concluimos que las honras y alabanzas


no son premios para la humildad, ni tampoco la majestad y grandeza son el fuego que la
vivifica, sino el gusano que la roe, la polilla que la come, el gorgojo que la consume y el
aire que la desbarata, ¿quién podrá entender el miedo, el asombro y el temor con que un
verdadero humilde arremete las cosas de honra, los oficios y mandos, y no duda en
arrojarse a esos fuegos para de entre ellos sacar, como saca de las llamas y del horno de
Babilonia47, almas para Dios?
¡Oh, corazón desnudo y pies descalzos, con qué cuidado debes pisar las honras,
en quien hallas abrojos y espinas que punzan el alma! ¿Quién no ha oído hablar de las
lágrimas que derramaba el glorioso Gregorio, electo pontífice, oficio dado por el cielo,
pero no sin embarazo y peligro que le punzase hasta desaguarle el corazón y apenarlo
como quien se veía cargado de un peso tan grande y sin medida? 48 ¡Oh, qué poco sabe
de estos sentimientos quien poco sabe de humildad! ¡Oh, qué vanos son los ojos de los
hombres que miran al justo, como este santo de quien ahora hablamos, que, cargado con
los oficios, pero no miran la soltura del corazón y el despego que para ellos tiene! ¡Cuán
enteros están en sus personas y cuán sin almas sus oficios porque solo las guardan para
Dios dando al oficio y dignidad lo que para ella se requiere! ¡Oh, juicios humanos que
miran las florecillas que consigo trae el mando y la dignidad!, abran los ojos y juzguen
que son flores con espinas que en este mundo no se vuelven fruta, antes se acompañan
con espinas y a quien aprieta la mano punzan y sacan sangre. Por eso le mandó Dios a
Moisés, al tiempo de darle el oficio de caudillo de su pueblo, que se descalzase para que
pisase con mucho respeto49 y, en posesión de cosas semejantes, apretase poco la mano
para que con el oficio no recibiese daño.
47
Cf. Dan 3, 19ss.
48
Cf. S. Gregorii Magni Vita, ex eius scriptis adornata: ML 75,281-282; 291-292.
49
Cf. Ex 3, 5.
28

2. De aquí notaremos dos cosas. La primera; la causa por qué los justos
dejan los oficios con tanta facilidad y sin mostrar pena ni dolor en la despedida, es
porque el desapego que tienen para con ellos es tan grande que no les pesa y cada uno
juega y vive de por sí siendo señor sobre ellos; que como criado que ya cumplió y se va
de su casa, le echa la bendición y no repara en ello.
Lo segundo, digo que la causa por qué el pecador no siente estos cuidados y
afanes que traen consigo los oficios es porque no los pisan, tienen y poseen con corazón
desnudo y pies descalzos, pasan sin sentimiento por todo, porque no penetran sus
dificultades, y sus obligaciones no les punzan el corazón, visten y calzan interés. Ahí es
donde se rompen todas las dificultades, ahí es donde se despuntan todas las sutilezas,
donde se quiebran las olas. Calzan hierro y traen manoplas de malla. Y, si ese interés no
busca y con todo eso no sienten los aguijones que esos oficios traen consigo, deben de
ser bestias, que comiendo cardos espinosos no lo sienten.
Pues el justo siente tener el oficio y no siente el dejarlo por la entereza con que
vive y queda. Sin embargo, el pecador, que en los oficios y honras puso su alma y en él
tiene toda su vida, cuando la quitan pareciera que le arrancan la vida y el alma, de tal
manera que queda desalmado, no solo porque su alma está pegada a las honras y oficios,
sino que más le vale perder el alma que perder las honras y oficios que son tan baratos y
de poca consideración. Esto es lo que san Pablo dijo de los soberbios y presuntuosos:
que “se ofuscaron en sus razonamientos”50, que se vaciaron y deshicieron en sus
pensamientos. El justo se deshace de los pensamientos y los hecha de sí, pero el
soberbio y ambicioso se desvanece y se deshace en sus propios pensamientos; hasta tal
punto que su alma, su vida, su salud y su honra se desaguan, se evapora y sale echa
humo en pensamientos y se queda vana, vacía y no solo sin Dios, sino también sin
conciencia, y de igual manera, sin alma, sin salud y sin honra. De suerte que no solo
perdieron y echaron en pensamientos los bienes sobrenaturales y de la gracia, sino
también que los dones naturales los apocaron y estrujaron de suerte que todo salió en
pensamientos: quedaron vanos, desvanecidos y huecos por haber hecho el empleo de
todo cuanto en ellos había en pensamientos. Y, para lo que ellos pretendían, así
convenía que estuviesen porque, como con sus pretensiones no buscaban en el mundo
más que nombre y voz, para tenerla cual ellos deseaban, habían de estar huecos como
campanas, vacíos como trompetas.
3. ¡Oh, ¡cuántos ejemplos podríamos poner sobre esta verdad! Pues hay
muchos que, vaciados en pensamientos, huecos y desembarazados de todo ser de virtud,
se preocupaban para que el sonido de sus nombres saliera por todo el mundo y el eco de
sus invenciones sonase en las orejas de todos. Esto es lo propio, dice san Agustín 51, que
pretendió Simón el Mago y tantos herejes como cada día salen en el mundo publicando
nuevas invenciones. ¿Qué pretendió el otro ciudadano de Rodas que, por solo eternizar
su nombre, según dice Rabicio52, quemó el coliseo perdiendo juntamente la vida? ¿Qué
más vano que Homero que, por henchir un pensamiento en que no había quedado corto,
50
Rom 1, 21.
51
Cf. Enarr. in Ps., XXX, II, 14: CCL 38,211-212. También Sermón 256,3.
52
La afirmación de Rabicio se refiere al templo de Diana, en Efeso, no al coloso de Rodas: "Herostratus,
nominis et famae libidine, templum Dianae Ephesiae incendio dedit": IOANNIS RAVISII TEXTORIS
NIVERNENSIS, Officina, nunc demum post tot editiones diligenter emendata..., Basileae 1566, 1162;
desde la p.954 se describe minuciosamente el coloso de Rodas.
29

en cierta ocasión se vació y perdió la vida? 53 ¿Qué más vano que Aristóteles, que la
especulación del ir y venir de las olas de la mar le causó la muerte y quitó la vida?54. Es
finalmente gente que vida, alma, honra y salud y pensamientos es toda una misma cosa
y, perdiendo los pensamientos, todo se acabó juntamente.
No soy yo, dice David, no me dejé llevar la vista del viento, no levanté los ojos
por quien el corazón se desagua y desvanece; los bajé y los recogí de suerte que, no
mirando a lo alto, se contentasen con lo poco que dentro de ellos había. “No está
inflado, Yahveh, mi corazón, ni mis ojos subidos […] ¡Como niño destetado está mi
alma en mí!”55; se echa una maldición si no pensó de sí con humildad, que es la que les
viene a los soberbios y de la que vamos hablando, y es que dice que, si de sí no pensó y
sintió humildemente, que le suceda lo que al niño chiquito que le quitan el pecho antes
de tiempo, que como no come otra cosa, faltándole la leche, no crece, sino enflaquece y
muere. Esto es lo que les sucede a los soberbios e hinchados del mundo, que, como se
sustentan con solo pensamientos, el día que esa leche les falta, ese día perecen, mueren
y acaban o por lo menos quedan debilitados y deshechos sin tener ni alcanzar lo que
pretendían y, con ello, sienten y deben sentir grandes pérdidas cuando dejan o no logran
alcanzar los oficios que pretendían. El justo por otro lado, cuando pretende algunas
cosas, no se desvanece su alma sino las logra alcanzar dichos intereses ni las mejoras
que ellas traían consigo, pues, hacen de cuenta que no les quitan ni pierden nada, sino
que permanecen libres y desocupados de cuidados ajenos, están enteros en sus personas,
y con ello, poder atender más y mejor sus necesidades particulares.
4. Para entender mejor la gran diferencia entre una y otra persona,
pongamos el ejemplo del buen o mal nadador. Para el que sabe nadar bien, ni la mucha
agua, ni la corriente ni el ímpetu del río le estorba, porque sabe muy bien compensar las
olas, bracear el agua, subir arriba y bajar abajo a su tiempo sin tragar una sola gota de
agua. Sin embargo, el mal nadador, no encontrando tierra firme, va agua abajo llevado
por la corriente sin saber dar mano, ni correr o evitar los peligros; traga agua por mil
partes como si con ello pudiese agotar el río, dejarlo seco y salvar su vida. A estos tales
yo aconsejaría que no se burlasen del agua, es preferible que vayan por el puente o por
tierra firme.
¿Qué otra cosa son los oficios y dignidades sino ríos caudalosos, avenidas que a
muchos les vienen para mal, con quien muchos ignorantes se burlan? Y, si las burlas
mostraran sus voluntades en la cara, yo diría que halláramos en esos oficios más
ahogados que vivos; pero, como la muerte es del alma y el ahogo es del espíritu, no hay
quien lo conozca, sino que todos se burlan, dejándose llevar por la corriente. Tragaron
agua y se bebieron las dignidades como si el oficio y cuidado de almas lo hubieran de
agotar y acabar para andar ellos libres y en tierra firme; y acaban tristemente sin saber
huir de los peligros ni evitar los daños de las burlas o entretenimientos, ellos pudiendo
contentarse con pasar por un puente seguro por donde llegara más pronto al descanso y
a las bienaventuranzas; a ellos una y mil veces se les ha de tener más lástima que
envidia.

53
Cf. Ibid., pp.574-575.
54
Murió "ex dedecore et ignominia dolore perculsus" por no lograr conocer el secreto de las corrientes y
mareas del estrecho de Euripo: S. JUSTINO, Cohortatio ad Graecos, 36 (MG 6,306).
55
Sal 130, 1-2.
30

5. Pero el humilde verdadero, como liviano y desembarazado en este oficio,


puede decir que nada porque no pretende cosa alguna y por ello ninguna agua traga;
antes, como discreto nadador, bracea el agua, desvía y repara las olas, sube y baja a su
tiempo dando a cada hora lo que es suyo, y al fin, sale libre y desnudo como entró en él.
Quien así obra y pasa su oficio cumpliendo con él y no menoscabando su persona, me
parece un san Cristóbal que, por ser de cuerpo grande y lleno de caridad, tomó por
oficio pasar gente por los ríos, pasándolos como si fuera barco y colocándolos en sitio
seguro. Grandes son los prelados que enseñando obran, a lo que llama Cristo: “el que
los observe y enseñe, ese será grande en el reino de los cielos” 56; no grandes en el
cuerpo sino en el espíritu, en la sabiduría, en la prudencia y en el consejo con que a los
súbditos guían y hacen pasar, como si fuese un barco, a la seguridad eterna, librándolos
de los peligros y corrientes de este mundo. Como el santo Job dice que fue ojos para el
ciego y pies para el cojo57, porque de todo sirve el buen capitán de la nave al pasajero.
¡Oh, cuántos perecen en este mundo confiados en sus fuerzas, rigiéndose por su
parecer, despreciando el paso y la ayuda de este gran prelado que llamo san Cristóbal!
¡cuántos ahogados en sus tratos y cuántos agonizando en el ejercicio de sus oficios!
¡Oh, si tan solo supiesen de cuánta consideración es el consejo y parecer del siervo de
Dios, que solo quiere que nada malo les pase y está presto a ayudarlos! ¡Qué pocas
veces llamaría a Santelmo58 buscando bonanza de la borrasca que él buscó y levantó!
Que suerte tienen estos desdichados que, sin saber nadar, son dichosos y
bienaventurados porque Dios les ha dado el regalo de estos buenos siervos, que se
ejercitan en pasar a las pobres almas de los males de este mundo, a un cielo seguro
dónde se trata y conversa con el mismo Dios.
6. Pues, para que todos estos siervos y prelados sean semejantes a san
Cristóbal, que preocupado por hacer pasar a la gente, entre todas ellas hizo pasar a
Cristo59. Así quiso honrar [Dios] a este santo, haciendo que sirviese de paso y puente
pasando su Majestad sobre sus hombros. De esta manera, quiso honrar nuestro gran
Dios a los verdaderos prelados, no solo asemejándolos a san Cristóbal (él dice que el
bien que se le hace a uno de sus pequeñuelos él lo recibe 60). Entre otros santos,
encontramos experiencias semejantes, así por ejemplo, santa Catalina de Siena,
ejercitando el oficio de limosnera, acudió también el mismo Cristo por su limosna 61; lo
propio sabemos de san Martín, que dio su media capa al pobre 62, y de san Gregorio que,
hospedando peregrinos, entre ellos hospedó a un ángel 63. Porque así honra Dios a los
santos que ejercitan tales oficios con tanta caridad, y no solo merecen los haga
semejantes a san Cristóbal, sino que los hace cristos y vicedioses (otros dioses) en la

56
Mt 5, 19.
57
Job 29, 15.
58
Santelmo, "nombre abreviado de San Erasmo, al cual invocan los marineros cuando se ven en
tormenta" (Covarrubias).
59
Cf. Acta Sanctorum, VI, día 25 julio, Venetiis 1799, 136.
60
Cf. Mt 25, 40.
61
Cf. R. DE CAPUA, Vita..., II, 2: Acta Sanctorum, 30 aprilis, Venetiis 1738, 886-887.
62
Cf. RIBADENEIRA, P., Flos Sanctorum, cioè Vita de' Santi, Venezia 1614 [ed. orig. española, 1599],
II, 420.
63
Cf. RIBADENEIRA, P., o.c., 332. El episodio era recogido en una de las lecturas del oficio de san
Gregorio (12 de marzo).
31

tierra, de suerte que, viviendo crucificados en sus oficios y dignidades, son puentes
pasadizos, barcos y aun hombros fuertes sobre quien pasan los flacos.
7. Quien a estos prelados juzga por soberbios y ambiciosos, bien poco sabe
del trabajo que es gobernar un navío por la mar en tiempo de borrasca y aun en tiempo
de bonanza. No hay cosa más sabrosa que mirar la mar desde fuera y los que en ella
andan, dice san Crisóstomo, ni cosa más amarga que gustar de sus alteraciones y
mudanzas64. Estos que juzgan desde fuera y piensan que el siervo de Dios, cuando
ejercita el oficio que el cielo le dio, se entretiene y se pasa tomando el sol, a ellos les
ruego que se acerquen, al menos con la consideración, y vean los grandes y terribles
afanes que tienen y padecen en su vida común, aun sin sobrevenirles viento contrario ni
mar alta. Consideren el dormir sobre una tabla sin quietud ni reposo porque no lo tiene
la mar, aquel estar con sobresalto sujeto a la variación de los vientos y alteraciones de la
mar, subiendo y bajando velas, comiendo con mil zozobras un poco de pan duro y lleno
de moho; y aun cuando tienen en la boca el bocado no tienen tiempo para masticar, pues
es menester acudir con prisa a desaguar el navío, aligerar el paso y torcer el viaje.
Es imposible poder enumerar los peligros, afanes, trabajos y muertes que tienen
y padecen los que en esos oficios andan. Basta saber que Cristo para hacer prelados en
su Iglesia fue a buscarlos a la mar, porque sabía que el trabajo que les iba a tocar no solo
era corporal, sino también espiritual65, al mismo tiempo, no iban a encontrar cama
blanda, sueño reposado, porque no solo sufren las inquietudes y mudanzas del oficio, y
que la comida no había de ser con ahorro de cuidados, pues éstos y las necesidades que
consigo traen los oficios piden muchas veces no pasar el bocado que ya está en la boca.
En fin, son oficios en la tierra, donde los aires se mudan y cambian tantas veces a quien,
sujetos, es necesario subir y bajar velas, torcer caminos, cambiar pláticas y torcer
consejos, de suerte que, si hoy eran merecedores de premios, mañana bien podrían ser
merecedores de castigos y, si hoy permitimos entrar gente en nuestro navío, mañana
será necesario echarlos a la mar.
8. Esto quisiera yo que gustaran y miraran los que de fuera juzgan y creen
que los prelados que a estos oficios acuden solamente echando mano de las honras,
usando sus oficios para honores personales. Es verdad que esto lo hace quien es
semejante al que entra en la mar aguardando el buen tiempo y con una caña en la mano
a pescar lo que se ha de cenar en la noche; y que hay prelados que solo quieren ejercitar
sus oficios en bonanza y no quieren entrar en tiempo de borrasca cuando anda la mar
alterada, cuando es necesario hacer las paces, reprender los pecados, remediar las
necesidades. En estas ocasiones, la mar y los oficios miran desde fuera, durmiendo
felices en sus camas, paseando por las calles y en tierra firme; y, si algún día se ofrecen
a entrar en este océano y mar grande del oficio, aguardan buenos temporales y entonces
entran con una varita de justicia si el oficio es secular y, si es eclesiástico, con un báculo
pastoral, que podría ser (quiera Dios que no) ser más caña de pescar la buena cena y
comida que palo para castigar o cayado para defender. En estas ocasiones bien se puede
dar licencia a los murmuradores que digan y juzguen, pues las tiranías y descuidos de
64
JUAN CRISÓSTOMO, Hom. De Poenitentia, et in Herodem et in Joannem Baptisman, 2 (considerada
espuria): "Nunquamne vidisti mare in littore tranquillum, in alto fluctibus agitari? Quot tranquillo mari
navigantes, in alto pelago fluctibus repentinisque tempestatibus excepti, naufragium fecerunt" (MG
59,759).
65
Cf. Mt 4, 18-22.
32

tales prelados les hacen y ablandan las camas a sus lenguas. Y aun quisiera Dios que
fueran como la espada que dicen trae en la mar un pez en la frente con que rompe y
detiene un navío; quiera Dios que este hablar de las gentes fuera para estos prelados tan
eficaz que los detuviera y deshiciera para que no pasaran adelante con sus torcidos
pensamientos. Pues éstos, más se parecen a navíos que salen a la mar a robar, engañar y
cautivar y, no así, a librar a la gente y pasarlas a puerto seguro y tierra firme.
CAPÍTULO 7

“Como el verdadero humilde se vuelve y hace invisible a los ojos de los


hombres. Y como, no teniendo palabras para descubrirse a sí mismo, tiene
muchas y misteriosas sentencias para descubrir quién es Dios”.

1. Yo no querría salir del intento principal que he tomado en estos capítulos


anteriores, que es tratar de la humildad en cuanto “virtud” que tiene su morada en lo
escondido del corazón, siendo y haciendo tan pequeño al justo en quien se halla, que
aun hablar no sabe ni tiene palabras para poder descubrirse. Me parece que es como el
alma apartada del cuerpo, que es invisible, oye sin orejas, ve sin ojos, percibe sin
discursos y habla sin lengua. ¡Oh, cuánta verdad es esto y cuánta semejanza tiene con el
humilde y con la humildad! Que el humilde desaparece, se deshace y aniquila hasta no
dejar en sí cosa que nuestros ojos vean, nuestras manos palpen y orejas oigan.
Esto podemos entenderlo mejor con el ejemplo que nos dio el gran Bautista: que,
habiéndole ofrecido a él ser el Cristo, se fue deshaciendo y opacando tanto que nada
dejó que en él se pudiese ver, oír, palpar o mirar; porque, negó ser profeta, segó ser
Elías y negó ser Cristo, aunque dijo que era voz 66, pero la voz por sí sola no es nada sino
está acompañada de palabras. Decir que san Juan es voz sin palabra es decir que es nada
sin Cristo, que es la palabra del Padre67, y que en él nada hay que mirar ni oír ni de que
poder echar mano; porque el verdadero humilde, de entre las manos se nos va y
desparece. Mirad a Cristo cuando lo quieren hacer rey, se les desliza de entre las manos,
huye y se esconde68.
2. Tampoco tiene palabras el humilde porque es pequeño y aún no aprendió
letras. Miren a Cristo cuando en su pasión le preguntan y le dicen que haga milagros y
dé muestra de quién es, ni una sola palabra habla en su defensa, ni un milagro hace en
su beneficio69. ¿Qué es esto? ¿Qué? Que la humildad no tiene lengua ni palabras
para volver por sí, ni manos para defenderse, porque aquel en quien está y se halla
presente la humildad, lo hace tan pequeño que aun hablar no sabe y defenderse no
puede. Por eso el profeta Isaías comparó a Cristo en su pasión con la oveja cuando la
66
Cf. Jn 1, 19-23.
67
Cf. Jn 1, 1.
68
Cf. Jn 6, 15.
69
Cf. Jn 19, 9ss.
33

llevan al matadero70, atada de pies y manos; y sabiendo que este animal entre los demás
es el que menos molesta con sus balidos.
¡Oh, santo Dios mío!, quién pudiera traer a tus pies a todos los soberbios del
mundo para que, aprendiendo de ti, Señor mío, verdadera humildad, dejaran sus
soberbias, hinchazones, bullicios, ruidos, campanadas y aprendieran cuáles son las
muestras de la verdadera humildad y como no consisten en hablar ni defenderse, sino en
padecer por Cristo crucificado, en gustar más parecer culpable y malhechor que no por
salir del rescoldo dar en las llamas y ascuas, y por salir de penas y afrentas, dar en
presunciones. ¡Oh, Señor!, y qué bien en tan buena ocasión, como la de tu pasión,
aprenderían como la humildad no tiene ni rostro para aparecer y darse a conocer, sino
espaldas para sufrir, no tiene palabras para responder ni ojos para mirar; pues,
poniéndole a este gran Dios y maestro nuestro título sobre la cruz de rey, bajada la
cabeza muere71, los ojos quebrados y cubiertos de sangre, para enseñarnos que ha de
estar Dios premiando a los humildes y levantándolos y ellos inclinando la cabeza y
cerrando los ojos, mirándose a sí propios poco merecedores de tanto bien.
Y aquí también queda declarado el segundo intento que íbamos diciendo: “para
el humilde ni hay premio en la tierra ni él lo quiere porque siempre se juzga por
indigno de él”; y, si a alguno le ha de dar Dios por su misericordia, gusta y quiere que
se lo guarde para la otra vida donde todas las cosas permanecen en un propio ser, siendo
siempre la virtud virtud y la humildad humildad, sin que la exaltación la cambie, ni la
dignidad y grandeza la disminuya y reduzca.
3. Dos cosas he dicho aquí que tienen necesidad de confirmación: el
humilde no tiene lengua ni palabras y como en todas las ocasiones enmudece; y lo
segundo, como no tiene ojos para ver, vive bajando la cabeza, mirándose a sí y a su
poquedad a quien, juzgando por nada, nada dice que ve. Dios me de sabiduría y
conocimiento de estas dos verdades para que de verdad pueda yo descubrirlas y
declararlas a quien pretende y quiere ser humilde, para que todos huyamos de los
engaños del mundo, que quiere muestras de humildad y busca habladores y gente que,
teniendo ojos de lince, anda con ellos buscando y pintando lo que no es como si fuese y
vendiendo por vino vinagre, y alquimia por oro, y llamando virtud a lo que es hipocresía
y humildad a lo que es soberbia y desprecio a lo que es presunción de espíritu.
4. Al humilde le faltan palabras. Estas palabras que le faltan y esta mudez
que tiene, es para introducirse a sí por grande y poderoso, porque, como queda dicho,
así como el soberbio se desvanece en sus pensamientos, el humilde sabe bien que todo
lo que en él hay es recibido de Dios, son dádivas de Su divina Majestad y en ellas halla
al mismo Dios, y así tan pobre y nada como es, tiene necesidad de recibirlo todo de la
mano de Dios. Y así la lengua que pretendía ocuparse en decir quién era ella, se ocupa
en decir quién “no es” ella, sino que desea ser lengua infinita para decir como él no es
sino Dios en él, pues todo lo que en él halla son dádivas graciosas de la poderosa mano
de Dios. Y así, para tratar de Dios y de los bienes que de su mano cada día ha recibido,
no podemos decir que el humilde no tiene lengua ni palabras, sino que tiene muchas

70
Cf. Is 53, 7.
71
Cf. Jn 19, 19.30.
34

palabras, pero acompañadas de una ciencia y sabiduría altísima con que iluminará a
todos los sabios del mundo.
Oigamos lo que dice san Pablo: “nunca entre ustedes me precié de saber cosa
alguna, sino a Jesucristo, y este crucificado”72, que nada en sí tiene que saber, porque se
estima y considera en nada, y que solo estima el saber y conocer a Cristo crucificado,
pues quien sabe y conoce a Cristo, mucho sabe y conoce porque en Cristo hay mucho
que saber y conocer, porque es Dios eterno y la sabiduría infinita del Padre. Y quien
tanto sabe, parece que mucho hablará para dar a entender y conocer eso que sabe. Así lo
hace, y escribiendo a los corintios dice: “Corintios, les hemos hablado abiertamente”73;
que traía su boca siempre abierta, que no la cerraba, siempre predicaba, hablaba y
escribía descubriendo las grandezas de este crucificado que sabía y conocía.
5. No quiero traer más ejemplos sobre la humildad en la vida de los santos,
pues es bien conocido la humildad que profesaban y su continuo empeño en predicar,
enseñar y escribir sobre la misma. Solo quisiera hablar y descubrir las santas y copiosas
palabras que he visto en algunos rústicos humildes, ignorantes del mundo y sabios del
cielo: quienes por un lado parecen un poco de tierra, por otro lado, son ríos caudalosos y
mares anchos que no se agotan porque como hablan de Dios, y Dios no tiene fin, no lo
tienen sus palabras, que también tienen en ese propio Dios su principio y origen.
En cuyo testimonio bajó el Espíritu Santo en lenguas de fuego 74 dando a
entender como al humilde no le basta una lengua con que poder decir ni explicar lo que
él no es y lo que Dios es en él y los bienes que de su mano recibe. Dice más, que estas
lenguas bajaron del cielo, dando a entender como las lenguas de los humildes son
cauces que se llenan en aquel abismo y mar grande de la sabiduría de Dios, y que no
eran lenguas de la tierra, porque ésas se cansan y se agotan y todo lo de acá es corto,
cansado y mendigo para tratar las cosas de Dios. Dice que las lenguas son muchas
porque, como ahora decíamos comparándolas a las cauces, mientras unas vacían otras se
están llenando; de suerte que, así como la rueda en las norias siempre vierte y está
derramando agua sin que haya intervalo o cesación en ella, de esa misma suerte el
humilde siempre tiene qué hablar y qué decir de Dios sin cansarse porque, como se le
dan muchas lenguas, siempre parece que tiene lengua mientras incansablemente está
tratando de Dios. Dice que eran lenguas de fuego porque cuando el humilde habla de
Dios no hay quien lo detenga. Eso quiere decir san Pablo cuando dice que trae siempre
la boca abierta, que parece no hay quien le vaya a la mano. También tienen lenguas de
fuego, porque, siendo por una parte el humilde rústico y tosco, tiene palabras sutiles,
delgadas, agudas, ligeras y fáciles para descubrir quién es Dios, según las propiedades
que tiene el fuego. De suerte que, al humilde, si le faltan palabras para decir y dar
muestras de sí, no le faltan mil lenguas para tratar de Dios. Si no tiene lengua para
mentir diciendo de sí lo que no es, tiene copia de palabras para decir y descubrir lo que
es Dios. Y si algunas muestras se pudieran dar de humildad en la tierra, eran ver al
humilde mudo, sin lengua y palabras para sí, y lengua y palabras para Dios, de suerte
que, desapareciendo él en sí mismo, solo topa y halla a Dios en sí. Como hacía san

72
1Cor 2, 2.
73
2Cor 6, 11.
74
Cf. He 2, 3ss.
35

Pablo que, buscándose a sí, no se hallaba sino a Dios en él: “no soy yo el que vive, es
Cristo quien vive en mí”75.
6. Otro modo tiene el humilde de hablar, el cual no consiste en
palabras, sino que habla con su vida y con su espíritu. Así dijo san Pablo “la
palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo”; puesto que es
una palabra viva que, arrojada y echada en el corazón del hombre, esa palabra, por sí
misma predica y enseña, porque es como el grano de trigo que, arrojado y sepultado en
la tierra, nace, vive, crece, reverdece y se multiplica. Es palabra viva y que penetra, que
no se queda fuera solo en su sonido y el eco que produce; sino que entra en el alma y,
como ayer oí decir a un rústico, no se puede abreviar y enjaular porque, como es palabra
viva y tiene el Espíritu de Dios, se apodera de todo el hombre y anda y pasea toda la
casa sin dejar en ella un escondrijo.
¡Oh, qué alto modo de hablar del humilde: hablar pocas palabras y que esas
palabras cada una de por sí hable y descubra quién es Dios y quién la lengua que las
envía! Así como los sembrados cuando nacen descubren la bondad de los temporales y
la grandeza de los labradores que los sembraron, de esa misma suerte las palabras que
siembra y arroja el humilde, ésas descubren quién es Dios, que tal vida les da y, quién es
el humilde que las siembra.
7. Ahora pregunto yo. Si un hombre tuviera un pleito y siendo él uno de los
que puede hablar y volver por sí informando de la verdad, y le salieran al paso veinte
procuradores sabios, prudentes, discretos, que todos ellos discreparan, persuadieran e
informaran, ya no es que fuera particular grandeza del pleiteante. ¡Oh, Dios santo!, y
como en esto muestras tu grandeza y poder cuando, pretendiendo el granjeo de las
almas, no habiendo quien en ese caso informe sino el humilde, das tal vida y espíritu a
sus palabras que cada una de ellas se vuelve un procurador que dentro del alma y
corazón del hombre habla, informa y arguye en su favor y por la parte del humilde. Que
bien dijo san Pablo escribiendo a los Corintios “mi palabra y mi predicación no fue con
persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu”76; no
ponemos la eficacia y el cuidado en multiplicar y pactar razones humanas formadas con
humana sabiduría, sino en la virtud y espíritu que dentro de sí lleva encerrado las
palabras; en eso es en quien confiamos y esperamos los provechos y frutos, en el ser y
virtud que Dios da a esas palabras.
Como si un arquero disparase de su arco muchas flechas y no matase ni
perjudicase a la persona que tira, y después tirase una saeta elevada y derribase con ella,
entonces podría decir que no se fiaba de las flechas sino de la dirección que la última
flecha llevaba. Así dice san Pablo: no ponemos la mira en arrojar palabras por esos aires
que, como flechas emplumadas, las palabras de la tierra se las lleva el aire, pero la
ponemos en la dirección y virtud que Dios comunica a las pocas palabras que hablamos.
El espíritu que llevan encerradas las palabras es la que derriba príncipes y reyes de sus
estrados y tronos, el que hace inclinar y bajar emperadores de su alteza y rendirlos a los
pies de pobres pescadores. ¡Oh, santo rey David!, qué bien dijiste: “son flechas en
manos de un guerrero, los hijos de la juventud”77; estos hijos del crucificado que se
75
Gál 2, 20.
76
1Cor 2, 4.
77
Sal 126, 4.
36

engendraron con los trabajos de la cruz, con sus azotes y tormentos, ésos son como
flechas en mano poderosa; que ésas, como llevan fuerza, van derechas en su camino,
hieren y derriban. Y así los santos apóstoles derribaban, vencían y alcanzaban
celestiales e increíbles victorias, no tanto con retóricas ni razones cortadas, sino con
espíritu y virtud peleaban y vencían.
8. Adviertan, dice el glorioso Pablo en su primera carta a los corintios
“sabiduría, sí, hablamos entre los perfectos; pero una sabiduría que no es de este
mundo ni de los príncipes de este mundo, condenados a perecer, sino que enseñamos
una sabiduría divina, misteriosa, escondida”78. ¡Oh Dios santo, y qué palabras de
consuelo para los perfectos, para los que tiene deseo de aprovechar y conocer a Dios, y
qué desconsuelo para los malos y soberbios! Dice san Pablo: sabiduría hablamos y
misterios escondidos, que solo se sabe, se conoce y aprovecha cuando hablamos entre
perfectos, entre humildes que la desenvuelven y meditan buscando en ella los misterios
que Dios tiene encerrados. Habiéndose estos como los que en el seno y al calor del
pecho vivifican la semilla y granos de la seda para que se vuelvan gusanos, que es lo
que decía David: “en mi corazón escondo tus consignas, así no pecaré contra ti”79. Eso
quiere decir que es ciencia, sabiduría, misterio, virtud y espíritu lo que hablamos cuando
tratamos con gente que trata de perfección y de buscar a Dios y su verdadero desengaño.
No tratamos, dice san Pablo, sabiduría de la tierra ni de príncipes, que los que de ésa
tratan y hablan, con ella se destruyen y matan; no solo no aprovecha a los que oyen,
sino destruye y hiere a los que hablan y se visten de ella.
9. A un enfermo que tiene fríos y calenturas de poco le sirve la ropa que le
coloquen encima para abrigarlo, porque tiene el frío bien metido en los huesos y en las
entrañas; y mientras no le den medicina que entre adentro y eche fuera aquel mal, de
poco le sirve la ropa y abrigo que le brinda el enfermero. Lo propio es la calentura que
después le sobreviene: que ya acertadamente los médicos mandan que no les pongan
pañitos de agua en la frente, porque, no curándoles las calenturas, las estorban y
detienen para que no salgan fuera. De esto sirve la sabiduría y ciencia de este siglo: de
vestido y ropa por fuera del corazón cuando este está helado por dentro, y tiene la
tibieza y frío en el alma, que no sirve sino para estorbar y detener para que no salga
fuera el mal que está dentro.
A quien habló y dijo Dios en el Apocalipsis: “no eres frio ni caliente […]
porque eres tibio, ni frio ni caliente, estoy a punto de vomitarte de mi boca”80, ojalá
fueras frío o caliente, pero eres tibio, tienes de lo uno y de lo otro, por obligación tendré
que vomitarte. Tienes el frío y el calor metido en las entrañas, pero por fuera tienes
buena apariencia. Ese cumplimiento e hipocresía que en el rostro tienes, impide y
estorba a la frialdad del corazón salir fuera; y ese rostro macilento y helado con que
cumples con el mundo, estorba al corazón para que se desahogue. De suerte que todas
las exterioridades son contrarias a lo que en el interior se reza y hace, convirtiéndose así
en un ganapán de los mundanos y por cumplir con ellos se llena únicamente de cosas
que el aire se las lleva. ¡Ay de las entrañas y de los interiores que se están abrasando
con codicias, deshonestidades y presunciones, que se quedan en su fuerza carcomiendo
78
1Cor 2,6-7.
79
Sal 119, 11.
80
Apoc 3, 15-16.
37

el alma y el corazón hasta el punto de acabar con el enfermo sin dar tiempo al
enfermero apiadarse de él! Porque, como el demonio lo sobrelleva con estas cosas
exteriores, y le tiene tan perdido en las cosas que se lleva el viento, no se queja ni dice
dónde le duele para que ni siquiera por compasión se le aplique algún remedio a sus
dolencias.
10. ¡Oh, Dios santo, y cuánto más valiera que estos fueran ignorantes y no
tuvieran ojos, antes que tener ciencia que se la lleva el viento y ojos pintados que, no
faltara alguno que, siquiera por compasión u obligación por su oficio, ¡les diera la mano
y los guiara por donde se salvaran! Pero haciéndose a los valientes dicen que saben,
cuando en realidad son ignorantes; dicen que ven, cuando son ciegos; así caminan solos,
acompañados de su ignorancia, ceguera y necedad. ¿Qué se puede aguardar sino que
den en un despeñadero y en la casa del olvido?; siendo merecedor de caer en mayor
olvido, quien en vida no se quiso acordar de Dios y procurar conocerle con ciencia y
sabiduría que nos descubre sus misterios y nos enseña virtud y espíritu de quien dice san
Pablo que se habla y trata entre perfectos81: sabiduría que tiene alma, virtud y espíritu;
sabiduría cuyo ecos, tiene virtud que penetra y entra allá dentro a echar las
enfermedades secretas y a dar a conocer a su dueño. Esta es la que del todo vuelve a un
justo fervoroso, encendido, hecho un fuego y llama que enciende y quema aquellos con
quien habla. Esta es el agua viva con que Cristo convida para matar la sed. Es la fuente
que está saltando y brotando hacia la vida eterna82.
A quien esta sabiduría se le comunica, no se le da el pan hecho migajas, sino
entero porque ya se ha recibido por hijo. Este ya no se puede contar entre los pobres de
este mundo, sino entre los ricos del cielo, pues ya se le abrieron los tesoros de la ciencia
y sabiduría de Dios83 y se le dio lo que se estima sobre el oro y piedras preciosas 84.
¡Ojalá, Dios mío, por quien tú eres, no mirando nuestra poquedad y miseria, ¡nos
hicieses vasos escogidos de este soberano licor y ungieses nuestros ojos con este divino
colirio y alumbrases nuestros entendimientos con esta luz! ¡Ay, lumbres, y de cuánta
importancia sería, qué pocos tropezones con ella se darían, en qué pocos errores
caeríamos! Todo sería bueno, todo acertado, todo escogido, porque este bien no da lugar
ni se compadece con las tinieblas y males de este mundo, no admite presunciones, no
descubre fantasías, no despierta soberbias, no es locuaz ni habladora. Es una ciencia que
anda junta y pegada con el mismo Dios, de suerte que el que la tiene, tiene y posee un
sumo bien que lo llena todo y satisface sin que quiera más; antes, conociendo la
cortedad de su entendimiento, temiendo no dar abasto y que le falten fuerzas para tanto
como le dan, una y mil veces dice: basta, basta 85. Porque esta es la ciencia y sabiduría
que juega a dos hitos: descubre a Dios y su grandeza, y nos humilla mostrando nuestra
bajeza, de suerte que, teniendo palabras para decir quién es Dios, nos faltan para
descubrirnos a nosotros mismos.

81
Cf. 1Cor 2, 6.
82
Cf. Jn 4, 10.14.
83
Cf. Ecl 2, 26.
84
Cf. Sal 18, 11; 118, 72. 127.
85
Expresión que evoca Lc 22,38.
38

CAPÍTULO 8

“Como el humilde es corto de vista para entender algo de sí y largo para


contemplar y conocer altísimamente de Dios”.

1. Dos cosas dijimos del humilde: uno, que no sabía hablar ni tenía palabras
para descubrirse; segundo, que no tenía ojos para mirar. Porque, aunque es verdad que
el humilde es tan pequeño que desparece, con todo eso, siendo tan mínimo en la tierra,
es tan grande en el reino de los cielos que no halla cómo ni con qué darse a conocer sino
con el modo más alto que los santos nos dan a conocer a Dios, que es por negaciones.
Entonces ¿Quién es el humilde? El que no sabe, sabiéndolo todo; el que no entiende,
conociendo; el que no habla, hablando; el que no ve, mirando. ¡Oh, grandeza inmensa
de la humildad y del humilde!, que es tan grande y tan elevado que, siendo por una parte
la misma bajeza y la misma nada que no le conocemos, por otra parte, es tan grande que
no lo comprendemos y, si por pequeño se nos esconde a la vista, por grande se nos
escapa por nuestro poco saber.
2. En los dos capítulos anteriores dijimos que una de las formas de
negación con el que el humilde se esconde y escapa es por medio del no hablar. Ahora
en este capítulo decimos que la segunda negación es que el humilde es corto de vista
para conocer algo que sea de provecho personal. Sus ojos son como antojos de larga
vista que, viendo que está lejos, nada ve de cerca. Esto propio tiene el humilde: que,
levantando los ojos del alma, ve y conoce las grandezas de Dios, sus misterios y
secretos escondidos; y, volviendo a mirar lo que está tan cerca de sí, como él mismo, no
ve en sí nada que sea de consideración. O de otro modo, digamos que es como el que
está en tinieblas y ve a lo lejos una luz, sin embargo, no puede ver lo que está a su
alrededor. Es como si uno se empeñase en mirar el sol, al mirar percibe cosas distantes y
dispares, y si después se mira sus manos no las puede ver. ¡Oh, santos humildes!, que
Dios les dé sabiduría y ciencia para conocer y saber mucho de su grandeza, y que les
falte para ver algo en su poquedad y miseria.
3. Así podemos hacernos un verdadero retrato de los humildes, entre ellos
de san Francisco, miren lo que dice “¡Dios mío y todas las cosas! ¡Dios mío y todas las
39

cosas!”86 ¿Qué dices, Francisco? ¿Que Dios es tuyo y es todas las cosas? ¿Piensas que
dices poco en esas palabras? Ahí encierras lo que pueden decir todos los teólogos del
mundo y todo lo que pueden enseñar las escuelas más famosas y renombradas. Cuando
dices que es tuyo dices y descubres la bondad y sabiduría infinita de Dios. Con la
bondad te ama, y con la sabiduría buscó modos con que hacerse tuyo. Y para amar Dios
al hombre de la manera que le amó y hacerse suyo del modo con que se hizo, fue
necesario que en Dios hubiese infinita bondad e infinita sabiduría, infinita misericordia
e infinita justicia con que, satisfaciendo su Hijo por el hombre, el hombre quedase
absuelto y libre de sus culpas. Dices, santo humilde, que Dios es todas las cosas.
¿Piensas que dices poco en eso? No, por cierto, pues no dijo más el profeta Isaías con
todo su espíritu de profecía cuando dijo, tratando de la grandeza e inmensidad “¿Quién
ha medido el mar con el cuenco de sus manos y mensurado a palmos el cielo, o con una
medida el polvo de la tierra? ¿Quién ha pesado en la báscula los montes y en la
balanza las colinas?”87 Como si dijera Dios mismo en persona: ¿Quién sino yo puedo
medir con mi puño las aguas, y los cielos a palmos? Si tengo tan grande y poderosa la
mano que sola ella puede ser la medida del mar y de los cielos, miren qué tan grande
será mi ser. Mas ¿quién sino yo contiene con solo tres dedos toda la redondez de la
tierra? ¿Ni quién podrá hacer lo que yo hago, que peso en una balanza los montes y los
collados más grandes y empinados del mundo sin que su peso sea bastante para
derribarme el brazo ni darme peso ni cansancio alguno?
4. En definitiva, podemos decir que Dios es tan inmenso que lo comprende
y lo abraza todo, pero él es incomprensible en su ser y no puede ser abarcado por nadie.
Todo lo pesa y todo lo mide, pero a él nadie lo puede medir ni pesar.
Esta ciencia que enseña el profeta sobre la grandeza de Dios es altísima, y san
Francisco la dice en una frase corta: “Dios mío y todas las cosas”. Dios es el que en sí
encierra y en el que están todas las cosas, porque, si el profeta dice que en el puño le
cabe la mar y en su palmo alcanza el largo cielo, san Francisco dice que en ese puño y
en esa mano caben todas las cosas. Concluye el profeta: “¿Con quién podrán comparar
a Dios y que imagen podrán en su lugar?”88 Pues si esto es así, que Dios es tan grande,
díganme hombres locos e incoherentes, ¿a quién hacen semejante a este Dios? O ¿quién
les parece que podrá competir con él en la grandeza? ¿Habrá alguno que parezca algo a
su lado?, como si dijera, No. San Francisco con su frase se adelanta al profeta, porque,
si el profeta dice que no hay pintura ni dibujo de Dios tan grande ni quien se le asemeje,
san Francisco diciendo que Dios es suyo, dice que solo el humilde es el que se asemeja
a Dios, porque, siendo Dios todas las cosas y siendo Dios del humilde, el humilde es
todas las cosas en Dios siendo para sí nada y, por consiguiente, semejante a Dios; y el
que por una parte es tan pequeño que no parece a sus ojos algo que suyo sea, es todas
las cosas y todo lo que es Dios en el sentido que Dios es suyo.
5. ¡Oh, sabiduría inmensa la del humilde, que no vea de cerca y vea de lejos
tanto que en Dios vea y mire todas las cosas! Aquí llegó lo que Dios enseñó al santo Job
acerca de su grandeza y poder, particularmente lo que dice en el capítulo 40 en unas

86
Florecillas de S. Francisco y de sus compañeros, c.2, en San Francisco de Asís. Escritos. Biografías.
Documentos de la época, Madrid (BAC) 1978, 801-802.
87
Is 40, 12.
88
Is 40, 18.
40

misteriosas palabras, descubriendo Dios su grandeza: “los montes le pagan su tributo,


junto a él retozan las bestias”89 ¿Job, serás poderoso para pescar al Leviatán y sacarle
del agua donde tiene su imperio y está protegido? ¿Podrás enlazarle la lengua con un
cordel para jugar con él como quien juega con un pajarillo enlazado y apresado con
unos hilos? Como quien dice: no habrá príncipe ni monarca en el mundo ni habrá ángel
ni serafín en el cielo que tal cosa pueda hacer, porque esa hazaña está reservada para mí;
pues solo yo soy el que puedo hacer eso.
Esto lo confirma Dios por medio del profeta Ezequiel, dónde dice el mismo Dios
unas palabras en el mismo tono: “aquí estoy contra ti, faraón, rey de Egipto, cocodrilo
gigante que yaces en el Nilo y dices “mío es el Nilo, yo soy quien lo ha hecho”. Yo te
pondré arpones en las quijadas , sujetaré a tus escamas los peces del Nilo …”90 son
palabras que, aunque es verdad que según el rigor de la letra se han de entender de
Faraón rey de Egipto, sin embargo, puede aplicarse también al demonio, por sus razones
tan arrogantes y soberbias como cuando dice “yo me hice a mí mismo y no conozco otro
hacedor ni otro Dios que me sea superior”, y Dios le dice al demonio dragón infernal,
que tienes tu trono en medio de las aguas y dices con osadía y atrevimiento “mío es el
río y no tiene otro dueño; yo crié estas aguas y aun me hice a mí mismo”. Pues yo te
juro, dice Dios, que ha de venir un día que yo frene tu locura y te saque de las aguas; te
eche al desierto donde serás pasto de las bestias; te echaré grillos y cadenas para que no
puedas andar a la ligera y volar sin riendas. Esto es lo que Cristo hizo cuando en la cruz,
entró en juicio con él y lo echó fuera del mundo según el antiguo poder que tenía y
según san Juan dice: “ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este
mundo va a ser echado fuera”91. ¿Y cuándo Señor muestras ese poder? Cuando es
levantado en un madero, cuando está más humillado.
6. Dice Dios a Job: ¿Quién tendrá tanto poder que llegue a aprisionar al
demonio, a maniatarlo, a refrenarlo, a hacerle que se retire sino yo? Espera Señor, que
eso que dices y enseñas, san Francisco también lo dice en una frase y dice que eres
“Dios y todas las cosas”; eres el que todo lo puede y ante quien todo se rinde y todos se
sujetan en tu grandeza y poder. Y quien todo lo dice nada excluye, y así también solo en
tu nombre se le puede jurar al demonio soberbio, hacerle rendir y echarlo sin poder del
mundo. […] Y verás que el humilde puede todo eso, porque es señor de Dios. Y si Dios
es suyo y Dios todo lo puede, también san Francisco lo puede; y él, como poderoso con
virtud del cielo, aprisionaba al demonio que estaba encastillado en muchas almas y lo
sacaba librándolas de pecado y entregándolas libres al mismo Dios que las creo.
¡cuántas veces pretendió el demonio burlar a san Francisco, y quedaba él burlado y
agraviado! ¡Oh, santo Dios, qué a leviatanes, peores que faraones y demonios, los
prendía con su cordón y humildad, y los traía atados como pajarillos, jugando con ellos
por esos suelos, ¡rendidos y sujetos a un hombre desechado y despreciado del mundo!
Según esto san Francisco, por humilde, sabe lo que Dios enseña a sus muy amigos, y
añade lo que Dios le da licencia descubriendo en medio de la flaqueza y poquedad del
humilde el poder de Dios; que puede, dándole Dios fuerzas, lo que Dios puede según la
virtud que a ellas Dios les comunica.

89
Job 40, 20.
90
Ez 29, 3-4.
91
Jn 12, 31.
41

7. Pasemos adelante y veamos lo que san Francisco en estas palabras


aprendió de Dios sin ir a las escuelas ni universidades. Escuchemos a los doctores lo
que de Dios dicen y enseñan, y hallaremos todo dibujado a lo fácil y a lo claro en las
palabras de san Francisco. Dice pues el celebrado Trismagistro: “Dios es una esfera
inteligible, perfectísima y muy acabada, cuyo centro está en todas partes, pero su
circunferencia en ninguna”92. Es como decir que todo Dios es centro, que es lo firme y
estable del universo, porque su ser es firmísimo y no está sujeto a mudanza; y no tiene
circunferencia porque es interminable y sin fin. El compararle a la esfera no es otra cosa
sino darnos a entender que Dios todo lo contiene y encierra en sí mismo; porque, así
como la esfera del cielo, no siendo comprendida por nadie, ella todo lo comprende y
abraza: el fuego, el aire, el agua y la tierra con todas las demás criaturas visibles que
debajo de la capacidad de los cielos se contienen, así Dios, siendo como es en su ser
infinito, incomprensible, inmenso, todo lo comprende y abraza en sí mismo, de suerte
que no hay perfección ninguna criada que en sí no la deposite y encierre. Y aun a esto
parece que aludieron los griegos alejandrinos según refieren Pierio en sus jeroglíficos,
Eusebio Cesariense93 y el glorioso Agustín94; de quien dicen que dieron en hacer un dios
formado -y como embutido en él- [de] todas cuantas maderas conocidas había en el
mundo y de todas las diferencias de metales sin dejar ninguno, significando en esto que
no hay cosa chica ni grande en toda la fábrica de este universo que Dios no la encierre y
comprenda en sí mismo. “No hemos de decir: Dios es esto, no es aquello, sino Dios es
tan grande que todo lo es por eminencia como causa universal y principio de todo”95.
8. Glorioso san Francisco, humilde verdadero que con pocos trabajos
aprendiste y con más facilidad enseñas, dinos quien es Dios, pues no teniendo ojos para
ver en ti algo, lo ves todo en Dios. ¿Qué dices? ¿Qué? Que Dios es mío y es todas las
cosas, él es la esfera que todo lo abraza y comprende y él por nadie es comprendido.
¿Tienes algo que añadir a esto glorioso santo? Sí, aunque es verdad que Dios es todas
las cosas y es esfera que todo lo encierra y por nadie es comprendido, debemos de
advertir que el humilde, que todo lo deja y lo desprecia, ése es dueño de Dios, pues a
boca llena dice: “Dios mío y todas las cosas”.
El humilde tiene los ojos como el lince y tan larga vista que nada se le escapa de
aquello que Su Majestad tiene determinado comunicarle según su capacidad y su gracia
que Dios le ha comunicado. Así ve su grande e infinita misericordia, su poder, su
justicia; y allí ve y conoce como están todas las cosas por grandes y pequeñas que sean,
aunque sea el de una hormiga por pequeña que sea, tienen a su Majestad por principio y
fin.

92
Es improbable que leyera directamente el corpus de escritos reunidos bajo el nombre del mítico Hermes
Trismegisto, mencionado solo aquí. La idea, condensada en la citada frase, la recabó tal vez de S.
AGUSTÍN, De Civitate Dei, VIII, 23-26.
93
Cf. EUSEBIO DE CESAREA, Praeparatio evangelica, II,1; III,8 (MG 21,99-106,132-133). En su
Historia ecclesiastica (VII,32,26-30) elogia a Pierio, presbítero de Alejandría, del que solo se conservan
unos fragmentos de homilías exegéticas (MG 10,241-246).
94
Cf. Sermón 105 (De verbis Evangelii Lucae, 11,5-13), 9: ML 38,624.
95
Cf. PSEUDO DIONISIO AREOPAGITA, De Divinis Nominibus, c.I (MG 3,588); De Mystica
Theologia, c.I (MG 3,1000). Para las distintas versiones de la frase, véase Dionysiaca recueil donnant
l'ensemble des traductions latines des ouvrages du Denys de L'Aréopage, Paris 1937, I, 355.
42

CAPÍTULO 9

“De cuán rico y poderoso es con Dios el humilde”

1. De aquí es que el humilde hace de Dios todo lo que quiere y pareciera


que lo tiene a su mandado. Porque, como lo entiende y conoce, sabe cómo lo ha de
tratar y llevar o cómo se ha de hacer con Su divina Majestad.
Se suele decir cuando una persona discreta alcanza de otra lo que quiere: “Señor,
le tomó el pulso, le conoció su condición”. Se entienden el uno con el otro, así no hay
que espantarse que el uno sea señor de todo cuanto hay en el otro. ¡Oh, poderoso Dios!,
y ¿en qué consiste que el humilde sea señor de tu cielo, de tus riquezas y de tus bienes,
y aun del mismo Dios? En que se entienden y se conocen. Solo Dios sabe cuál es el
corazón verdaderamente humilde, y el verdaderamente humilde sabe quién es Dios, y
como quien tan bien le sabe a Dios su condición que le trata según ella, y de todo Dios
se apodera. De suerte que diciendo san Francisco que Dios es todas las cosas,
juntamente lo llama suyo, porque anda todo junto para el verdadero humilde:
conocimiento de Dios, rendimiento de corazón y tener a Dios a su mandado. Porque
¿qué otra cosa quiso decir David cuando dijo: “¿los ojos del Señor miran al justo y sus
oídos escuchan su clamor?”96, llamando allí a los humildes justos, según aquello que el
mismo Cristo dice: “…y ¿en quién voy a fijarme? En el humilde y contrito que tiembla
a mi palabra”97. Los ojos de Dios están de cerca mirando a los humildes. Así como el
buen siervo tiene puestos los ojos y los oídos sobre su amo a ver qué le manda para
realizarlo pronto, de esa misma manera Dios se hace siervo y criado del humilde para
hacer todo lo que quisiere, para mirar con los ojos si el humilde con sus ojos le hace
señas; porque más tardará en pedir o mandar que Dios en hacer. Sus orejas están sobre
la voz del hombre humilde para atender a lo que manda, aunque sea detener la máquina
de los cielos o volverlos atrás como si fuera un reloj averiado, como hizo Dios ante el
mandato de Josué98 y en el ruego del rey Ezequías, contrito y humillado99.
96
Sal 34, 16.
97
Is 66, 2.
98
Cf. Jos 10, 12-13.
99
2Re 20, 2-6.
43

2. ¿Qué se puede decir de un novicio obediente, como aquel a quien


mandaba san Francisco que pusiese y plantase las lechugas al revés, sino callar y
obedecer como quiera que el prelado lo manda? ¡Oh, santo Dios, cuántos modos tienes
tú para que Josué alcanzara su victoria, y con todas tus posibilidades no quiso sino
atender a lo que el justo y humilde pide y quiere, porque de ellos es Dios novicio que se
da en aprobación, para ser una misma cosa Dios y el humilde; esto significa lo que san
Francisco dice con “Dios es suyo”!
Nunca suele decir el inferior del superior “es mío”; sino siempre al revés, el
superior dice del inferior que es suyo, como el amo del criado, del siervo o del esclavo:
“es mi siervo, mi esclavo, mi criado”, pero el inferior no puede decir a boca llena del
superior “es mío”, de igual modo, el vasallo no puede decir que el rey es suyo, ni el
súbdito decir que el prelado es suyo, ni el siervo decir que el amo es suyo; porque sabe
que hay un no sé qué de superioridad y sujeción sobre el otro el que dice que aquella
cosa es suya, que parece es su dueño. Y con todo eso, siendo Dios Dios, que es todas las
cosas como dice san Francisco, y él siendo a sus ojos nada, ¿qué dice?: que Dios es
suyo. Porque Dios por su bondad quiso en alguna manera hacer su superior al humilde y
estarle sujeto, de suerte que a boca llena el humilde pueda decir que Dios es suyo.
3. Esto significan las palabras que el evangelista Lucas dice de Cristo:
“vivía sujeto a ellos”100; que estuvo Cristo sujeto a la Virgen y a José; porque, aunque
Cristo era niño, era Dios grande, poderoso, y como Dios y hombre, se sujeta al hombre
humilde. ¡Oh, buen Dios santo!, ¿no decías tu hace un instante por medio de Job,
mostrando tu poder: que solo tú puedes sacar al Leviatán, bestia terrible y grande de las
aguas dónde está escondido y al igual que a un corderillo atarlo con un lazo de la cabeza
y traerlo bajo tu mandado101 al igual que hace un chiquillo con el pajarillo que le dieron
atándolo un cordel al pie?
Pues espera, Señor, y dame permiso para que diga otra grandeza que la tengo por
mayor: nadie hay tan grande como tú, pues eres todas las cosas y puedes más que este
pez grande. Y más protegido estabas en tus cielos, pues nadie te daba alcance y, de
quien lo pretendía, te defendías por tener cerrados tus cielos y el hombre desterrado de
ellos. Y con todo eso, con volar tan alto, confiesas que tu esposa te hirió el corazón con
un cabello que de su trenzado alrededor del cuello 102; y con ser tú tan grande y tan
poderoso, y un cabello, que significa un pensamiento de un corazón humilde, te prende
y ase y echa cordeles para que, bajando tú de esas alturas a la presa del corazón
humilde, de él quedes preso y sujeto a su mandado, de suerte que pueda decir que eres
su Dios.
4. ¡Oh, soberana Virgen María!, que temía tomar en mi lengua tu
profundísima humildad: que siendo tú tan humilde y desechada en tus ojos, volaste tan
alto que hiciste punta y atrapaste al mismo Dios, el cual, atrapado y enlazado con tus
santos y humildes pensamientos, lo bajaste a la tierra, lo hiciste tuyo y tan tuyo que fue
tu propio hijo, y nos lo diste a nosotros de suerte que fuese nuestro hermano. Esto
significan aquellas misteriosas palabras que esta celestial señora dice en su cántico:
“porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las
100
Lc 2, 51.
101
Cfr Job 40, 25-26.
102
Cf. Cant 4, 9.
44

generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes


cosas”103. Dos cosas dice la Virgen: primero, que todas las naciones la llamarán
bienaventurada; y la segunda, que la hizo grande y poderosa el que era grande. Yo lo
creo. Porque, si Dios puso los ojos en la humildad de la Virgen y de ella fue cautivo y
prisionero, ya no es que había de ser bienaventurada humildad, que tal esclavo tenía
sujeto y por suyo. Y si este Dios es grande y la Virgen lo pesca y, niño chiquito como
pajarillo, lo envuelve en pobres pañales, grande es la que al grande sujeta y lo tiene por
hijo a su mandado.
5. Todo esto alcanza el humilde, porque se entiende con Dios, porque lo
conoce y sabe llevarle sujeto y rendido el corazón a su mandato y querer. ¡Oh,
soberanos del mundo, y qué lejos andan de Dios y de que Dios sea suyo, de que Dios
haga algo de lo que quieran o consideren necesario! Todos están llenos de ignorancia y
muy poco saben lo que quiere Dios, de su trato y condición; no saben sufrir y llevar a
Dios; así siempre andan encontrados, pobres y menesterosos de lo que desean y
pretenden, sin dar un alcance a la cosa más mínima de lo que pide su soberbia y
ambición. De lo que dice san Francisco se entiende, porque si Dios es todas las cosas y
ninguna sin Dios tiene ser y perfección, y ustedes por ser soberbios no tienen a Dios, de
todo ello fácilmente podemos concluir que están pobres y carecen de todo bien, están
sin esperanzas de dar un alcance por ese camino a algo que de entidad sea.
6. Miren, hermanos míos, los que pretendemos ser ricos de virtudes y que
Dios acuda a llenar nuestros vacíos y a los muchos menesteres que nuestra naturaleza
pobre ha de necesitar, dispongámonos para conocer a este gran Dios. Que de este
conocimiento resultará en nuestro corazón una profundísima humildad y una plenitud de
bienes, de suerte que seamos tan poderosos que nos vengamos a hacer dueños de Dios,
como san Francisco dice. ¡Oh, Señor mío, y si tú me dieses gracia para que supiese yo
por qué camino puedo alcanzar esta disposición, ¡qué dichoso sería! Bien veo que la
disposición para esa sabiduría es la humildad, pero enséñame tú, Dios eterno, cómo
tengo que ser humilde. Me temo que muchos estamos ciegos y engañados sin conocer
esta virtud y por nuestra ignorancia el demonio nos hace mil artificios, vistiéndonos la
soberbia con traje de humildad y haciéndonos en creyentes, en la oscuridad de la noche
de nuestra ignorancia, que Lía la legañosa es Raquel la hermosa, contentándonos con
decir que ésa es la fecunda y la que da a luz, y Raquel es la estéril 104. ¡Oh, santo Dios,
¡cuántos hay en el mundo burlados y engañados en esta materia! Los cuales, si
estuvieran informados con la luz del cielo, no se dejarían engañar ni se casarían con la
soberbia y presunción, satisfaciéndose y haciéndoles creer que los oficios y dignidades
son hijos de las buenas diligencias, de la solicitud y cuidado de los regalos y sobornos.
Yo confieso que es verdad. También confieso que son hijos de Lía, la que está
llena de legañas, y si ahora no las conocen, pasarán su vida llena de tinieblas y cuando
esta se vaya y llegue la claridad del día verán la verdad de sus vidas y llorarán por sus
malos partos y como arruinaron su fecundidad, y empezarán a valorar la hermosura de
Raquel, aunque estéril, más que todas las riquezas que puedan imaginar. Allí será donde
se estimará y verá cuánto vale la humildad estéril, la que en este mundo no dio a luz ni

103
Lc 1, 48-49.
104
Cf. Gén 29, 16-35.
45

tuvo más hijo que a Benjamín, de cuyo parto murió 105. Así es el verdadero humilde:
pobre de bienes temporales, de majestad, de grandeza y de honra, contentándose
únicamente con Dios en este mundo; pobre que por su humildad y pequeñez lo podemos
comparar a Benjamín; y que, por alcanzarlo y tenerlo, pierda una y mil veces si fuere
necesario la vida antes que haber sido príncipe y rey.
7. ¿Quién, Señor mío, puede a dar luz en estas tinieblas para conocer por
blanco lo que es blanco, y por negro lo que es negro, por humildad lo que es humildad,
y por presunción lo que es soberbia, sino tú, Dios eterno, que eres eterna sabiduría y luz
inaccesible, con quien no tienen que ver ni en qué se pueda hermanar las tinieblas, que
así lo dice tu siervo Pablo: “¿Qué unión entre la luz y las tinieblas?”106 ¡Oh, Señor mío,
y si de veras y en espíritu y verdad nos abrieses los ojos, particularmente a los que
profesan vida más recogida y reformada para saber en qué está la humildad que así te
agrada, qué gran cosa sería! Porque me temo, Señor, que hay muchos que con engañosa
confianza están contentos con sayales y pies descalzos, y temo que haya algunos que
tengan el corazón lejos de ti. ¡Oh, padres y hermanos míos!, que ya he dicho muchas
veces que la humildad no está en lo que se ve y se oye, sino en lo que no se ve y se
calla. No ponga nadie los ojos en sus pies descalzos y pobres sayales, deje eso de fuera
que fuera se queda. La humildad verdadera está en el corazón desnudo, pobre, callado y
en su pensamiento no merecedor de la tierra que pisa. ¿De qué me sirve decir que no
quiero el oficio ni valgo para el beneficio, si el corazón soberbio contradice a mi lengua
mentirosa? Si la humildad fuera el apoyo y engaño que hacemos a los hombres, esa
representación exterior bastaba; y estoy por decir no hay bobos en el mundo, ya todos
conocen cuáles son burlas, imaginaciones, cumplimientos.
8. La soberbia es una gran bestia que no cabe en el corazón del hombre por
mucho que se lo ensanche y se dilate los pensamientos, porque cuando más seguro está,
saca las orejas o la cabeza por la boca, se descubre por palabras o meneos disimulados.
La soberbia es un animal al que fácilmente no se le puede domar, puedes echarle
grilletes o cadenas para que se quede quieto y escondido dentro del corazón, al menos
por un momento mientras finjas un rato de humildad, ella no verá la hora de salir y
mostrarse tal cual es. De manera que de esta pelea que hay entre lo que uno esconde
dentro y lo que intenta mostrar por fuera, se conocen las palabras y signos exteriores de
que su humildad mostrada son como flores que poco duran, su humildad es como una
pintura que a la primera lluvia y helada se va rio abajo. En definitiva, todo cuanto el
soberbio disimula, todo es sembrado entre espinas, sobre piedras y en el camino, que
todo se malogra por no haber en su corazón humildad que lo conserve, sino únicamente
piedras y espinas que lo ahogan. Esto también lo vemos en la parábola que Jesús
propuso al pueblo, que la semilla que cae en el camino y no se cubre con tierra, vienen
las aves del cielo, se lo comen y se lo llevan 107. Yo tengo por cosa muy cierta que las
palabras humildes y compostura recatada del soberbio, son como anzuelos de sus
pretensiones, porque llega el momento en el que el diablo se lleva esas apariencias de
humildad y quedará con su soberbia, que es de su propia cosecha.

105
Cf. Gén 35, 16-19.
106
2Cor 6, 14.
107
Cf. Mt 13, 4ss.
46

CAPÍTULO 10

“Con qué medios viene el justo a alcanzar la humildad, y los


bienes que con ella se dan”

1. Mis hermanos, los que esto leyeren, vayan conmigo y todos


consideremos las premisas que pretendemos sacar y las riquezas y el poder que un justo
tiene para con Dios. Dijimos que el justo que conoce a Dios, hace la voluntad del mismo
Dios y Su Majestad hace lo que el justo quiere. Hemos dicho también que esta humildad
no consiste solamente en exterioridades, sino en corazones rendidos y desembarazados.
Demos ahora otro aporte que nos ayude en esta disposición, que nos ayude en
este altísimo conocimiento de Dios. Y es que Dios, por nuestra flaqueza, se comunica y
da a conocer por medio de unas tinieblas y oscuridad clara, donde Su divina Majestad,
engendra y produce una noticia en el entendimiento del humilde; que si lo viera con mil
luces y soles no quedara tan convencido, satisfecho y enterado de aquello que Dios se
sirve para darle a conocer. De estas tinieblas y oscuridades claras, donde el humilde
halla gran conocimiento de las cosas de Dios, se habla en muchos lugares de la Sagrada
Escritura. David dice que Dios puso en tinieblas sus escondrijos 108, y en otro lugar dice
que su resplandor es como sus tinieblas: “la luz sea como la noche a mi alrededor”109.
Si Dios se da a conocer en las tinieblas, me parece que todo lo que nos ausente de estas
tinieblas y nos quite la oscuridad, nos privaría de este conocimiento. Me pregunto
¿Quién puede quitar estas dichosas tinieblas y esta rutilante oscuridad, sino las luces
exteriores, las prudencias humanas, la sabiduría de este siglo, las astucias y cuidados de
la tierra? Ahí es donde un alma se encandila para no ver lo que tanto le importa, como
conocer a Dios y sus misterios. Este derramarse en cosas exteriores, este perderse en las
grandezas de la tierra hace perder la vista de las cosas del cielo.
2. Pregunta Holcoth, de la orden de los predicadores, en el libro que
escribió sobre los de la Sabiduría110, ¿por qué razón el murciélago tiene tan débil la
vista, que no puede ver la luz del día ni del sol sin quedar ciego después, de suerte que
se ve obligado a estar escondido comiendo tierra en los agujeros y aberturas de las
108
Sal 18, 12: “envuelto en un manto de oscuridad”.
109
Sal 139, 11.
110
Robert HOLKOT (Holcot), O.P., † 1349, Praelectiones in Librum Sapientiae (1ª ed. Espira 1483).
47

paredes? Y responde diciendo que la causa es porque el humor cristalino, que dijo el
filósofo111, que es necesario para los ojos, se convirtió en la materia de aquellas alas que
tiene tan desproporcionadas al cuerpo, que no son de pluma sino de cuero; así, por las
alas, y ésas no buenas, perdieron la vista que les era de mayor importancia. Ven aquí un
retrato vivo del soberbio, el cual con la vista y la luz de los ojos, debía de contemplar y
meditar los bienes del cielo, se los echó en alas para volar, muy desproporcionadas a su
tamaño y cuerpo, pretendiendo oficios y dignidades sobre sus fuerzas, y se quedó sin
ojos para ver y conocer al mismo Dios; la vista y luz que tanto le importaba las ubicó en
las alas para volar en la noche de esta vida, aguardando a gozar la otra, que para el justo
será día, en los escondrijos y despeñaderos del infierno.
Esto es lo que adelante dijimos cuando de estos (soberbios) afirmó el glorioso
san Pablo, en su carta a los romanos “se extraviaron en vanos razonamientos y su mente
insensata quedó en la oscuridad”112; es decir, echaron en pensamientos y en
imaginaciones lo que debían de echar en conocimiento de Dios. De ahí les vino el tener
un corazón lleno de oscuridad y de tinieblas. Lo uno fue causa de lo otro, lo primero de
lo segundo y lo segundo de lo primero. De la ceguedad y tinieblas les viene a los
soberbios sus presunciones, y de su vanidad les viene su ceguera.
3. Pero el justo, desprendido de todas las cosas de la tierra, y recogido allá
dentro, echando en la vista lo que había de echar en alas, tiene una vista larga para
contemplar y meditar los misterios ocultos y encubiertos de Dios.
No hay cosa más delicada y que con más facilidad se estorbe e impida como la
vista: un poquito de tierra, un polvillo de poca consideración la quita o por lo menos la
enturbia. Esa es la razón por la que Cristo a los limpios de corazón, en su testamento, les
promete: “felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios”113. Esta es la
causa por la que el humilde nada quiere de este mundo, porque todos los bienes de esta
tierra son para él tierra que ciega y enturbia la vista y todas las grandezas que se pueden
imaginar en la tierra son alas que consumen y absorben el cristal de la humildad, cuando
los ojos del humilde son solo para ver y contemplar las grandezas de Dios. Más quiere
el humilde ser gusano y vivir sin alas en la tierra que con alas en el fuego, hecho ceniza.
4. Todas las cosas que se precipitaron en crecer hacia arriba antes que echar
buenas raíces, cuando apenas se dejan ver ya desaparecen, son como hierbas y
matorrales delicados, cuya flor y fruta no puede ver el sol porque en cuanto sale este las
quema y mata; así podemos verlo por ejemplo en el heno que nació en el tejado, de
quien dice [Cristo] que hoy nace y mañana se lleva seco al pajar 114. Lo propio pasa con
todo género de flores, y también con las calabazas que, sin estar firmemente enraizada,
quiere extenderse por la huerta y los jardines como si todo el campo fuera suyo, con
tales pretensiones su jornada y vida se hace corta a semejanza de los soberbios, de quien
dice David que ponen su asiento sobre el cedro más alto del monte Líbano 115. En fin,
como gente hueca que pretendía dar buena campanada y que sonase bien su nombre,
buscó una torre y un campanario bien alto; o como centinelas que están observando la
111
Cf. ARISTÓTELES, De gener. animalium, V, 1; De sensu et sensibus, c.2.
112
Rom 1, 21.
113
Mt 5, 8.
114
Cf. Mt 6, 30.
115
Sal 37, 35: “He visto al impío muy arrogante empinarse como un cedro del Líbano”.
48

dignidad y oficio para echar mano, se subieron al monte y se levantaron sobre las torres
de los cedros. Pero les duró poco su exaltación y subida. Esto es propio del proceder de
satanás, subir a uno para hacerlo bajar tropezando y que baje con tantas lesiones y
heridas como sin saber por qué subió los escalones, haciendo con ellos como hace el
águila con la tortuga, que, llevándola a lo más alto, la arroja sobre los peñascos para
romperle el caparazón convirtiéndose así en su alimento 116. Por ello, pidamos que Dios
nos sostenga con su poderosa mano para que permanezcamos firmes y no nos lleve el
viento y haga de nosotros pasto y sustento de la muerte.
Ojalá nos ensanchase Dios y plantase nuestras raíces en lo profundo de la tierra
con un profundo conocimiento de lo que somos, para que seamos perseverantes y no
como las florecillas del campo que tienen sus raíces en la superficie de la tierra, que con
apenas salir el sol desaparece su hermosura y gloria, porque es cierto que a quien
amanece temprano, temprano ha de anochecer. Así sucede a los soberbios, que por
querer gozar de una pequeña alborada que lograron con su corta ciencia y letras que
quedaron en plena oscuridad en tan breve tiempo, convirtiéndose toda su vida en noche
perpetua. Por ello, más nos vale sufrir y gozar de las heladas del invierno, de las
escarchas y vientos debajo de la tierra mientras vamos echando profundas raíces de
humildad, que no tardará en llegar la primavera de abril y mayo, dónde los justos
gozarán para siempre de aquel hermoso sol de justicia que es Cristo Jesús. Así lo dice el
mismo Cristo a sus escogidos, cuando les hablaba de las señales del juicio, y las
comparaba a los árboles que en primavera empiezan a echar sus flores y sus frutos,
quedando tan hermosos que quien las ve, se alegra y regocija117.
5. Es una gran experiencia cuando uno vende, pero mucho más grande es la
experiencia cuando se da fiado un producto, pues no hay plazo ni tiempo seguro en el
que se cumpla lo pactado. Del mismo modo, nada quiere el humilde en la tierra, porque
la fe le dice que cerca está el reino de los cielos y que pronto llegará aquel día y hora en
el que Dios abrirá los cielos y pagará abundantemente y con grandes manos y entregará
los premios a los justos para siempre sin que estos premios se los escapen de las manos,
ese día, los soberbios se quedarán con las manos vacías, porque a lo largo de la vida
todo su afán fue correr tras la vanidad y la locura y se quedarán como tales: vanos y
locos. Son como los sembrados que, por tener riego continuo, crecen rapidísimo y en
breve tiempo quieren hacer mucho, por eso, es bueno gozar de todas las cosas a su
tiempo. Y si en este nuestro mundo, tenemos que llorar y trabajar duro, eso debemos de
hacer sin dudar, para que en la otra vida disfrutemos de los frutos de nuestro trabajo y
esfuerzo y no nos quedemos soplando las manos, pues eso es lo que merece quien en
esta vida se la pasa durmiendo y sin trabajar, pues cuando despierte, despertará vano y
vacío.
6. Por ello, no es vanidad que el humilde viva pobre y menesteroso que, si
es tan pobre y menesteroso que ni su padre le reconoce por haber renunciado a todo por
Cristo crucificado, este mismo Señor crucificado será quien le reciba en la otra vida
como a hijo y haciéndole heredero de todo su reino. Así lo dicen los soberbios y de esta
verdad nos dan testimonio: “este es aquel a quien hicimos entonces objeto de nuestras
burlas, a quien dirigíamos, insensatos, nuestros insultos. Locura nos pareció su vida y
116
Cf. Fábulas de Esopo, Madrid 1985, n.230, p.141.
117
Cf. Lc 21, 29-31.
49

su muerte, una ignominia ¿Cómo, pues, ha sido contado entre los hijos de Dios y tiene
su herencia entre los santos?”118. Teníamos, dicen en la otra vida los soberbios, a los
humildes por vanos, locos e insensatos, y ahora los vemos entre los hijos de Dios y que
su suerte es la dichosa de los bienaventurados; nosotros insensatos, ahora vemos que
nosotros somos los locos y los insensatos, pues por gustos, y gustos bien amargos de un
solo día, hemos querido perder dulcemente la eterna presencia de Dios y la compañía de
los santos en la otra vida.
¡Oh, dichosos humildes y mil veces dichosos!, que si mientras viven en este
mundo están vacíos para los que miran únicamente desde la tierra, sin embargo, son
ricos y honrados para los que miran desde la parte del cielo. Son humildes como la luna,
que, cuando mengua la parte que mira a la tierra, se va llenando la parte de arriba que
mira al cielo, la cual es imposible eclipsarse, porque el eclipse se hace cuando entre el
sol y la luna se ubica la tierra.
Así, el corazón del soberbio muy a menudo anda oscurecido y eclipsado, porque,
aunque Dios lo mire y lo alumbre como lo hace con todo hombre que viene al mundo,
como dice el evangelista san Juan119, se hace incapaz de esa luz y de esa claridad, pues
entre esa luz y claridad él pone sus pensamientos de vanidad y de tierra, dejando
siempre entre él y la luz que es Dios, su propio interés y el cumplimiento de sus deseos
y apetitos. Sin embargo, el humilde, que para los hombres se oscurece y aparece ante
ellos como un ignorante y vano, para Dios camina con la luz, la claridad y la plenitud de
los bienes celestiales, los cuales, mientras sea humilde, no le pueden eclipsar, porque
entre él y Dios no se ubica la tierra, pues todo es cielo, todo es claridad, todo es bondad
y todo es Dios.

118
Sab 5, 4-5.
119
Cf. Jn 1, 9.
50

CAPÍTULO 11

“De la grande dicha que los humildes tienen con Dios y de la miseria y
caída de los soberbios”.

1. ¡Oh, dichosos humildes!, si en este mundo están pobres, en el otro serán


ricos, y tanto es así que por sus manos Dios distribuirá aquellos tesoros eternos a los que
él quiera dar. Esto nos lo dio a entender el evangelista san Juan cuando Jesús mojando
sus manos en un poco de agua, lavó los pies fangosos de Judas y los pies polvorientos
de los demás apóstoles120. Eso merecen las manos limpias del humilde que no quiso
nada, y fueron manos de fiar: que ponga Dios en ellas su cielo para que lo repartan a los
ricos que lo merecieron. Así lo dice Cristo: “Dichosos los pobres de espíritu”121, a quien
san Agustín llama humildes122, porque de ellos es el reino de los cielos. Y en otro lugar
dice el mismo Cristo a los ricos que tengan a estos pobres humildes por amigos y
compañeros, porque en la otra vida, cuando ellos vayan pobres y desposeídos de los
bienes materiales, los reciban y favorezcan en sus casas y moradas123.
2. Dichosos humildes, si en este mundo son abatidos, en el otro serán
levantados. Así lo dice la Virgen en su cántico: “Desplegó la fuerza de su brazo,
dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus
tronos y exaltó a los humildes”124; hace Dios una obra fuerte, digna de su poderosa
mano. Y ¿qué obra es ésta, Virgen santísima, que tanta fuerza y poder hace falta para
que sea necesario que intervenga el brazo de Dios? ¿Qué? Derramar, esparcir y
dispersar a los soberbios de entendimiento en sus propios pensamientos; de suerte que,
así como el caminante que se ve en medio de un páramo sin saber dónde está, no
acertará a ninguna parte, de esa misma manera Dios procede con los soberbios, los
desparrama y dispersa en sus propios pensamientos, que sin saber dónde están con nada
de lo que pretenden aciertan. Y esto lo hace Dios con su mano poderosa a los soberbios
de pensamientos; de modo que, a los que ya están sentados en las sillas, con su propia
mano los derriba y baja y sube y levanta a los humildes que están bajos y abatidos.

120
Jn 13, 3.
121
Mt 5, 3.
122
Cf. De sermone Domini in Monte, I, 1,3: ML 34,1232; Sermón 14, 1 y 9: ML 38,112 y 115; De Sancta
Virginitate, 32 (CSEL, 41, 270; ML 40,413): “bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos
es el reino de los cielos [Mt 5,3]: quos sine nulla controversia humiles intelligimus”. También S. Juan
Crisóstomo, In Matth. homil., XV,1 (MG 57,224): “¿Quiénes son los pobres de espíritu? Los humildes, y
los de corazón contrito”.
123
Cf. Lc 16, 9.
124
Lc 1, 51-52.
51

Pues pregunto yo: ¿para eso es necesario tanto poder, tanta fuerza que sea
necesario intervenga el brazo de Dios y su poder, si toda la tierra la tiene Su Majestad,
como dice Isaías, colgada de tres dedos? 125 Siendo una partecita pequeña la de los
soberbios y otra la de los humildes, con un dedo parece bastaba para confundir a los
unos y levantar a los otros. Los egipcios, viéndose perseguidos y aniquilados con tantas
plagas como les venían por mano de Moisés, no dijeron: “¿este no es el dedo de
Dios?”126. Pues, si el dedo de Dios, hace tales maravillas como se sabe hicieron las
manos de Moisés en Egipto teniendo por conclusión la muerte de sus primogénitos, y
los príncipes y reyes con todo su ejército ahogados en el mar, si éste es el dedo de Dios
en el hombre, ¿qué será la mano de Dios en Dios y, junto con ella, su poder, de quien la
Virgen dice usa Dios para abajar a los soberbios y levantar a los humildes?
Esto lo podemos comprender mejor mirando a Job, este era muy rico y poderoso
como todos sabemos, tan subido, levantado, prosperado y enriquecido, y un solo toque
de esta mano lo bajó de esa alteza y lo echó y puso en un muladar, cargado de lepra y
tan pobre que buscaba algún buen amigo que le consuele 127. Pues pregunto yo: ¿no
bastaba ese toque para deshacer, desbaratar y aniquilar al soberbio? ¿No le bastaba
como a otro Job quitarle los hijos, quemarle los sembrados, robarle los ganados,
derribarle las casas y palacios, bajarle el cargo a quien se servía de tantos criados, que
no tenga en quien poner los ojos sino en gusanos que le comen la vida y no le dejan sino
desnudo y descarnado pellejo sobre sus huesos? ¿Qué mayor miseria se puede
imaginar? Pues ésa se hace con un toque de la mano de Dios, como él mismo Job lo
dice: “¡Apiádense, apiádense de mí, amigos míos, porque me ha herido la mano de
Dios!”128. Más, con ese mismo toque de mano Dios lo volvió a levantar y a sacar del
muladar y a duplicarle todas las cosas que antes tenía, sembrados, casas, ganados,
prosperidades y contentos.
3. Pues eso bastaba también para el humilde por paga: por todo lo que fue
abatido y despreciado en la tierra se le diera honra y grandeza duplicada. No, no así,
dice la Virgen, más y mayor abatimiento para el soberbio, más y mayor exaltación para
el humilde. Consideren cuantas caídas y miserias ha habido en el mundo, todas son
toques del dedo de Dios en comparación de las que dará [a] los soberbios. Todas las
exaltaciones, honras y grandezas que se han visto en el mundo son de poca
consideración en comparación de las que tendrán los humildes. Porque esas dos obras
las toma Dios tan en cuenta y las hace tan suyas que, no queriendo encomendar el
castigo de los unos y el premio de los otros a nadie, quiere que pase por su mano y por
su brazo, llamando esa obra “obra y poder del brazo de Dios”.
¡Santo Dios! ¿A quién no se le erizan los cabellos, quién no teme y tiembla
aguardando tal golpe? ¿Que no le basten a un soberbio tantas plagas como vinieron
sobre Egipto, pues entre ellas hubo no solo persecución de la tierra, de los ríos, de las
nubes, del mar, sino también de ángeles que con espada desenvainada mataban y
degollaban egipcios? Tanto así que quedó asolada la tierra, sangrientas las aguas,

125
Is 40, 12: “¿Quién … metió en un tercio de medida el polvo de la tierra…?”
126
Ex 8, 19.
127
Cf. Job 2, 7ss.
128
Job 19, 21.
52

apedreados los sembrados, quitada la salud, y por remate la muerte129. ¿No bastará esto,
Dios santo, para castigo del arrogante y presuntuoso? ¿Y para premio de los humildes
no bastará que con ellos hagas lo que hiciste con los hebreos cuando los sacaste de entre
los egipcios, ahogando a quien los perseguía y maltrataba, sacándolos a ellos libres con
millares de maravillas que con ellos obrabas, cantando ellos himnos y salmos? 130 ¿Qué
lengua podrá decir los gustos, premios y bienes que con aquella gente usaste en cuarenta
años de camino que tuvieron por el desierto, dándoles por remate una tierra que manaba
leche y miel, y quedándose el mismo Dios por su Señor, amparo y defensa? 131 El santo
rey David, que con luz del cielo trató esta jornada y salida, entrada y posesión que
tuvieron en la tierra que desearon, empieza y no acaba132.
4. Otro tanto como esto parece bastara por premio y paga para el humilde
para cuando salga de este mundo bárbaro. No, dice la Virgen, todo eso es poco y
pequeño castigo para los unos, pequeño y liviano premio para los otros. Más y mayor
abatimiento es el que tendrán los soberbios al final de su vida, porque en eso se esmera
Dios, haciendo de ese castigo, castigo de su poderosa mano; y mayor premio, paga y
honra el que dará a los humildes, oprimidos en este mundo.
Vean pues soberbios y presuntuosos, empiecen, empiecen con tiempo a llorar su
miseria y abatimiento, pues es y será tan grande que todas las que hay y hubo en este
mundo son juguetes de los dedos de Dios en su comparación, de suerte que, con tantos
castigos como se han oído y visto en este mundo, no llegan ni tienen que ver con los que
vendrán sobre el soberbio.
¡Oh, santo Dios!, si para un castigo como tú amenazaste a la casa de Elí,
sacerdote, por su descuido y golosina de sus hijos, dices que el que lo oyese había de
tapar sus orejas, siendo un castigo que solo quien lo oyó, oyó y vio muertes 133, ¿quién
tendrá orejas para oír u ojos para ver que los castigos serán obra de tu poderoso brazo?
Haznos, Dios mío, humildes para que con ellos nos regocijemos y alegremos,
considerando que sus premios y exaltación ha de ser obra grande y tan grande que todo
el brazo de Dios es necesario en ella. Si los santos, Dios mío, viéndose obligados de los
bienes que de tu poderosa mano en este mundo reciben, les falta lengua para agradecer y
palabras para referir; y el gozo de esos pequeños bienes, con la esperanza de los que
aguardan, los derriba en el suelo y los deja como desanimados por haber huido el alma
por no tener con qué agradecer la más mínima parte de lo que recibe, ¿qué será cuando
se vea cargada, no de los bienes de acá, sino de los eternos e inmensos, en cuya
comparación todo lo pasado se deshace, desparece y aniquila, como la niebla en
presencia del sol? ¿Quién, Señor mío, tendrá lengua o fuerzas para sustentar tanto peso,
si tú no das una gracia y un don tan poderoso que fuese suficiente contrapeso de tal
peso? ¿Quién con tales nuevas no busca y profesa humildad y con los humildes espera y
se regocija? ¡Oh, Señor, y si entre los humildes fuese yo desechado y entre los
desechados abatido y despreciado, qué gran cosa y consuelo sería! Dame tú, Dios mío,
gracia para que esto ame y esto quiera simple y llanamente, sin otro interés ni paga, que

129
Cf. Ex 7-11.
130
Cf. Ex 13, 17-15, 21.
131
Cf. Ex 15, 22ss.
132
Cf. Sal 67; 77; etc.
133
Cf. 1 Sam 2, 27-34; 3, 11-14.
53

esto está a mi cuenta y es otro a la tuya. Sea yo, Señor mío, siervo fiel en estas cosas
que, aunque grandes, tú las llamas pequeñas, que estoy seguro que tú eres señor y amo
que pagas sobre lo que yo merezco y se me debe.
5. ¡Oh, qué dichosas labradas las que el humilde da en la viña de Dios sin
hacer concierto ni ponerse al regateo, pues no hay tanto cuanto Dios le dará! San Pablo
dice que “ni la oreja oyó ni el ojo vio lo que Dios les tiene preparado”134. Adviertan por
caridad que san Pablo, para decir que a los justos humildes les aguarda, echó mano de lo
que los ojos ven y de lo que las orejas oyen, tengamos en cuenta que estos son dos
sentidos de los que menos se cansan, los que más tarde se satisfacen y hartan. La lengua
se cansa de hablar en una hora y el gusto de comer en un rato y el tacto de tocar y las
narices de oler, pero las orejas y los ojos parece que son incansables y que apenas se
satisfacen. Y, con ser medidas tan largas y grandes, no cabe en ellas lo que Dios tiene
preparado para los que en esta vida no tienen ojos para con ellos buscar premios ni
orejas para aguardar promesas.
Que sea en buena hora Señor; con golpe y sin golpe, con cuenta y sin cuenta,
quiero que me cuentes entre los humildes y que me recibas en tu servicio. Las cuentas
queden, Señor mío, a tu cuenta, que en fin eres Dios verdadero y no echarás dado falso,
porque el agraviar tú al justo sería agraviar tu bondad que solo desea dar y entregar
bienes, y dejara de ser bondad la que por otro camino anduviera. Buen fiador tengo,
sobre buen abono sirvo, si como debo me dispongo, pues quien abona tu palabra, Señor
mío, él es lo bueno que en ti hay. Y siendo esa bondad una propia cosa con tu ser, todo
Dios entero es el fiador y dejará de ser Dios antes que dejar de cumplir lo que promete.
6. ¡Oh, palabra eterna, y qué bien abonada estás! El cielo y la tierra, dice
Cristo, se deshará y no faltará una tilde ni un ápice de todo cuanto al justo se le
promete135. Así lo entiendo yo, Señor, porque estos ápices no tienen menor arrimo ni
resguardo que el ser de Dios, ahí se apuntan y señalan los menores puntos que vos haces
en la Escritura con que tratas con los hombres. Según esto, Señor, no hay que espantarse
que el humilde se dé mil puntadas en la boca, enmudezca y calle antes que ser en tu casa
jornalero asalariado. Pues por mucho que abra la boca y menee su lengua al tanto que
Dios le ha de dar, son sus palabras muy cortas y muy limitadas, pues, siendo mucho más
larga la vista y las orejas, no llegan, sino que se quedan inmensamente más bajas de ver
y oír lo que Dios ha de dar al humilde. Es bueno Señor, dejar eso en tus manos, que es
mano larga y dadivosa y mano de Dios manirroto.
Allá los soberbios, ciegos e ignorantes, que ni saben lo que se hacen ni lo que
piden cuando piden y se contentan con premios y pagas en este mundo. ¡Oh, ceguera
inmensa! ¡Oh, tinieblas oscuras, que se quieran privar de tan sumo bien, como a los
humildes aguarda, solo por pagarse ellos de su mano, mano tan estrecha y limitada, y
mano que no la tienen ni Dios se la da para que la extiendan y empleen si no es en la
escoria y bajezas de la tierra, y todo lo que al fin buscan y se les da es tierra que se ha de
quedar en la tierra y ellos con sus manos vacías!
7. Volvamos a lo que la Virgen dice del poder que hace y muestra Dios
derramando y confundiendo los pensamientos de los soberbios, derribándoles de sus
134
1Cor 2, 9.
135
Cf. Mt 5, 18; 24, 35.
54

sillas y asientos, y levantando a los humildes. Parece que, cuando esto dijo, la Virgen
tenía presente lo que Dios hizo con los engreídos y presuntuosos de la torre de
Babilonia, y con Lucifer y sus secuaces. A aquéllos los confundió, derramó y dispersó
en lenguas diferentes, de suerte que cuando unos supieran lo que se hablaban, otros no
sabían lo que se oían, y así cesó y no siguió adelante tal locura como era querer hacer
una torre que llegase al cielo136. Y esto es “dispersó a los soberbios de corazón”137; que
cuando el soberbio en su corazón hace torre de viento que llegue al cielo, y ahí se
detenga, no tenga palabras que nadie se las entienda, sino que pida ladrillo y le den cal y
fuego que le abrase hasta que cesen tales pensamientos. Pues aquella confusión de los
descendientes de Noé fue tan grande y obra tan heroica que dice Dios: “bajemos
entonces, y una vez allí, confundamos su lengua, para que ya no se entiendan unos a
otros”138; como quien parece pone acá tanta fuerza en hacer y salir con una cosa que,
aunque es uno solo el que la hace, dice “vamos y acabemos con esto”, esto es decir que,
si solo no bastara, procurara hacerse veinte para los veinte acudir a ello. ¡Santo Dios!,
que aborreces tanto los pensamientos altivos y presuntuosos que, siendo un Dios, la
Trinidad entera provoca tal confusión en los hombres; y si no fuera más de una persona,
y el destruir los soberbios pidiera muchas, ésa era ocasión en que el mismo Dios hiciera
sus diligencias para hacerse muchos y no dejar de salir con tal obra.
8. Lo segundo que digo, me parece tenía la Virgen delante, cuando dijo
“derribó a los poderosos de sus tronos139” fue a Lucifer y a sus secuaces, que son los
que quisieron hacer guerra a Dios y levantar su silla más alto; lo cual le dio tan en cara
al mismo Dios que, con ser el cielo lugar de paz, se volvió lugar de guerra y tomaron la
causa los ángeles buenos y humildes, y no pararon hasta limpiar el cielo de tan mala
canalla140. Y ésta también fue obra poderosa y grande, señalada como si fuera de todo el
brazo de Dios, el cual, Su Majestad, ofrece para deponer y bajar a los soberbios, porque
según son de soberbios que les parece el dedo y mano de Dios poca cosa. Pues vivan
desengañados, dice la Virgen que, si para deponerlos y abajarlos fuera necesario todo el
brazo poderoso de Dios, allí lo tiene y para eso lo guarda: “Desplegó la fuerza de su
brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados
de sus tronos y exaltó a los humildes”141.
9. Lo tercero que esta bendita Señora tenía delante de los ojos cuando dijo
estas palabras, lo que en tan breve le había pasado con el ángel y con las obras que Dios
había usado y obrado con ella: de hacerse hombre en sus entrañas. Cuando ella, confusa
de la grandeza de la obra y de su pequeñez y bajeza, encogida dentro de sí, tan llena de
temor y vergüenza, se entregó por sierva y esclava, pareciéndole que incluso eso no
merecía; y con todo eso, vio que la grandeza de Dios, y con el poder de su mano, tomó
carne en sus entrañas y la levantó a tan grande dignidad como era ser madre de Dios,
que en sí encierra cierto modo de infinidad. Esto pasa, Señor, así bajas a los soberbios y
levantas a los humildes. Obra es ésta de vuestra poderosa mano.

136
Cf. Gén 11, 4-8.
137
Lc 1, 51.
138
Gén 11, 7.
139
Lc 1, 52.
140
Cf. Is 14, 12-15; Ap 12, 7-9.
141
Lc 1, 51-52.
55

Más veía la Virgen: por esta obra de la encarnación y redención del género
humano, se habían de llenar con humildes las sillas que se vaciaron de los ángeles
soberbios, y que esta bajeza de los unos llenando las sillas vacías con los otros no le
había de costar a Dios menos que morir en una cruz. Esta obra es grande, y tan grande
que todo el brazo de Dios ha menester entender en ella: desplegó la fuerza de su brazo.
10. Concluyamos diciendo que en la casa de Dios los humildes son los ricos,
son los levantados, son los prosperados, porque, si como hemos dicho, en este mundo
son pobres, allá ricos; si aquí abatidos, allá levantados; y si aquí desnudos, allá vestidos
de gloria; y si aquí desconocidos, allá alabados. ¡Dichosa humildad, gloriosos
abatimientos y mil veces dichosos los frailecillos descalzos que, habiendo desnudado
los cuerpos de todo lo que es honra y contentos, desnudan los corazones de sus propios
pensamientos para que por ese camino tengan ojos claros y vean en Dios grandes cosas,
las cuales tiene para entregarlas cuando de este mundo salgan!
56

CAPÍTULO 12

“Aclarando las interrupciones que se hicieron en este tratado. Y como al


humilde todo le viene a pelo en materia del bien, honrándolo Dios, y en materia
del mal por lo mucho que él desea padecer por el mismo Dios”.

1. El hacer tantas interrupciones y el tener deseo de proseguir siempre, me


hace repetir a fuerza muchas veces lo que en capítulos pasados he propuesto,
particularmente cuando no se ha logrado decir todo lo que se pretende decir. Confieso
que, cuando las cosas están desencajadas y fuera de su lugar, por buenas que sean, nos
invitan y obligan a llorar con ellas por haberlas traído arrastrando y de los cabellos. Y es
muy común que, a cosas graves y de peso sacándoles a la fuerza de su propia casa y
dándole otra casa y fuera de su propósito, lo que hacemos únicamente es
descomponerlas. Pidámosle a Dios que nos de su gracia para que este edificio que
construimos a la humildad, salga de tal manera que a todos guste y deseen
ardientemente vivir en ella.
2. Una cosa les tengo que decir: aunque los humildes son pequeños, Dios
les fabrica una casa tan grande que ninguna cosa buena les puede venir fuera de su
propósito. Como en las fábricas de los grandes palacios, que ningún material se desecha
y que lo que no vale para una cosa es muy útil para otra. Y es cierto que, para el
humilde, según los grandes deseos y afectos que Dios le tiene, nada parece que le sobra,
sino que todo el mismo Dios es necesario sea el premio y paga para los que de veras se
humillan.
Y aunque sea de paso, quiero notar lo que san Pablo dice de Cristo tratando de
su humildad y de la paga que de parte de su Padre correspondió a aquella humillación.
Dice pues: “se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por
lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre”142. Con ello
nos quiere dar a entender que la paga que Dios da al humilde es sin término y sin
medida, dice que Cristo se humilló obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz, pero
a la exaltación no le pone fin ni término. Como si dijera: aunque es verdad que las obras
de Cristo fueron infinitas y de infinito valor, en cuanto a la ejecución, obra y ejercicios,

142
Flp 2, 8-9.
57

tuvieron su término y se acabaron, fueron obras puntuales; y aunque es verdad que los
méritos de su vida y muerte duran y durarán para siempre sin fin en su efecto, pero
Cristo “no muere más”143. Digo yo que esa muerte que entonces fue puntual nos la dio
dilatada y tirada en el sacramento del altar, para que siempre la tuviésemos fresca
delante de los ojos. De suerte que aquellas obras que Cristo hizo entre nosotros, tuvieron
su ejercicio mientras vivió, y llegaron hasta la muerte. Así dice san Pablo que Cristo se
humilló hasta la muerte y muerte de cruz y por eso su Padre lo levantó y le dio nombre
sobre todo nombre. ¿Hasta dónde lo levantó? ¿Y hasta dónde llegó ese nombre, glorioso
Pablo? No tiene hasta dónde, eso no tiene fin, paradero ni remate. Lo levantó; considera
tú todo cuanto quisieras y pudieras, más lo levantó; y más que cuantos nombres hay,
puede haber y se pueden imaginar, más sube su nombre y más alto vuela y más sube, sin
hallar el apóstol dónde llega su exaltación.
Todo esto nos da a entender que el humilde, en su humillación, tiene fin, y que
ya se sabe dónde puede llegar su desprecio y abatimiento así de parte de la grandeza de
la obra como de parte de la duración del tiempo, pues no puede pasar de la muerte ni
puede ser mayor que despreciar y dar la vida, y mil veces si hiciese falta por su Dios.
Pero el premio y paga que da Dios a los humildes, ése no se sabe dónde llega, no hay
ojos, que den alcance a su fin y paradero. Finalmente, nada le sobra de lo que se le da y
de lo que de él dijéramos, y nada en materia de bien le viene fuera de propósito.
3. Podría también ser la causa que, como el humilde es pobre de todas las
cosas, todas le cuadran y vienen bien; como si a un pobre desnudo le diesen un vestido,
sea del tamaño y color que fuese, no puede dejar de venirle bien y ser aquélla el color
que buscaba y necesitaba; y sería un error preguntarle al pobre si le queda pequeño o
grande, si lo prefiere rojo o dorado, de seda o de brocado, sino que todo le cuadra y
viene bien al cuerpo desnudo, que es lo que por otro refrán decimos: que a buena
hambre no hay pan malo. Está el humilde tan desnudo de su interés que, si lo visten de
injurias y afrentas, ésas le cuadran y vienen bien; si lo maltratan y desprecian, parece
que esos malos tratamientos le vienen nacidos y que para él se hicieron según los lleva
con paciencia y sufrimiento; si lo alaban y honran, ése es el vestido que Dios le corta y
mide a su talla y proporción, contentándose con lo que Dios en él obra. Finalmente, es
un divino camaleón, que se vuelve del color que Dios se sirve otorgarle, sin que haya
color que en él no se halle buen color y gana para recibirlo.
4. Según esto, si en los intentos principales que llevamos nos divirtiéramos
algo y el que lo leyere, no las tenga por fuera de propósito, pues al humilde todo le
cuadra y viene bien, sea un sayal chico o grande, sea bien o mal cocido, pues en él hay
hambre y vacío para todo sin que nada le parezca pan malo en materia de humildad.
Como Cristo nos remitía para que aprendamos de él sin mostrarnos otro maestro 144, en
él hallamos y hallaremos ejemplos de todo lo que quisiéremos, siendo el más humilde
de todos los humildes. Llama manjar, comida y pan floreado a sus trabajos y penas,
azotes y muerte de cruz. Lo propio nos dice Jesús por medio del evangelista san Juan,
cuando sus apóstoles y discípulos fueron a Samaría en busca de comida y cuando lo
trajeron y le pidieron que comiese, responde: “yo tengo otro manjar que ustedes no
saben”. Dudaban los apóstoles si alguien le hubiese traído de comer, entonces les
143
Rom 6, 9.
144
Cf. Mt 11, 29.
58

declaró Cristo el misterio diciendo: “mi comida es hacer la voluntad de mi Padre y el


perfeccionar la obra para que me envió”145. Esta no se perfeccionó y acabó hasta que,
entregando su espíritu en la cruz, dijo: “todo está cumplido”146. De manera que la
comida y pan que los discípulos traen de Samaría, es pan floreado el padecer por el
hombre, pues, entre los dos platos, aquél desecha y éste escoge.
También llama claramente la atención tantas injurias y afrentas como en la cruz
le decían147, pues, habiendo caído sobre él tanta lluvia, dice que tiene sed 148 y quiere más
y más padecer por el hombre. ¡Oh, santo Dios!, que tus fiestas, tus pascuas, banquetes y
comidas los libras y pones en ofensas y trabajos de los que no te ves saciado, como si
vinieran muy bien guisados, por ser el deseo tan grande que tienes de padecer por el
hombre que nada te satisface ni llena las medidas de ese amor encendidísimo que arde
en tu pecho. ¿Cómo, Señor mío, con tal ejemplo ha de haber pan malo para el humilde y
para el que de veras te quiere y desea imitar? ¿Cómo ha de haber ropa o vestido que no
le cuadre?
5. Si en satisfacer nuestras interrupciones nos hemos detenido en este
capítulo, cerrémosle con pedir a todos nuestros hermanos, que pretenden alcanzar esta
humildad: que, si la quieren tener y encontrar, ensanchen el corazón y alarguen el paso
para retratar en sus personas a Cristo crucificado, hambriento por padecer, sediento por
sufrir. De suerte que, por mucho que los desprecie el prelado, riña o reprenda, sea tan
grande su sed y deseo de padecer que nada le llene ni satisfaga. Siempre pidan más
padecer, más sufrir, y estén ciertos que nada llega ni llegará [a] aquellos premios
eternos, como dice el glorioso Pablo: “los sufrimientos del tiempo presente no son
comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros”149. Alégrense que, si a
golpes y a martilladas los engrandecen y ensanchan, como el platero a la plancha de oro,
grande es el sayo y vestido que Dios les tiene dispuesto, pues, acabándose en este
mundo y en esta vida sus sufrimientos, sus premios durarán por los siglos de los siglos.
Amén.

145
Jn 4, 32-34.
146
Jn 19, 30.
147
Cf. Mt 27, 39-44.
148
Cf. Jn 19, 28.
149
Rom 8, 18.
59

CAPÍTULO 13

“se concluye de los capítulos anteriores: que el humilde solo tiene ojos
para contemplar y meditar la grandeza de Dios, de cuya presencia los saca
encandilados para no ver en sí algo que sea de consideración”

1. En los capítulos pasados dijimos que el humilde ni tenía palabras para


volver por sí, ni ojos para mirar cosa buena que en él estuviese; sin embargo, tiene una y
muchas lenguas llenas de palabras para hablar de Dios. Por otro lado, tiene gran amistad
con el mismo Dios, que Dios le hace señor de grandes bienes y tesoros, porque con su
humildad y conocimiento, sabe muy bien ganarse a Dios.
2. Ahora, en este capítulo, nos falta probar la cortedad de vista para sí y
para ver en sí cosa de la que sus ojos se enamoren. Y la prueba de esta verdad la
podremos sacar de las palabras, que decíamos del glorioso san Francisco, cuando
gastaba días y noches en llamar a Dios “suyo y todas las cosas”. Porque, si Dios es
todas las cosas, argumento lógico es que san Francisco será nada, que lo será todo en
Dios, porque Dios es san Francisco, y san Francisco Dios. Bien pudiéramos [traer] a
este propósito y para probar esta verdad, la burla que dijo Esopo cuando su amo lo
vendía entre otros esclavos en la plaza. Preguntó un mercante a uno de los esclavos que
se vendían, qué sabía hacer, este respondió que todas las cosas. Lo mismo le preguntó a
Esopo este dijo que no sabía nada y le volvió a preguntar “¿cómo es que no sabes
nada?”, respondió por segunda vez: “Porque éste lo sabe todo”150.
Dime glorioso san Francisco, ¿quién eres? Este nos dirá que nada. ¿Por qué o
cómo que eres nada? Responderá con verdad que Dios es todas las cosas, y si Dios es la
vida, el ser y la perfección de todo cuanto hay, nada hay que sea, valga o tenga ser y
perfección de todo cuanto hay, nada hay que sea, valga, tenga ser y vida que no sea
Dios, y las mismas cosas por sí sean nada. Más dice san Francisco: que Dios es suyo,
Dios mío y todas mis cosas. ¿Qué ha de ser san Francisco en presencia de un Dios tan
grande que es suyo?

150
Episodio de la vida de Esopo narrado en La vida de Ysopet con sus fábulas hystoriadas, facsímil de la
ed. de 1489, Madrid 1929, f. VII.
60

Cuántas veces sucede a una señora noble y bien casada, que ama, quiere y
conoce todas las prendas de su marido y le piden que dé o haga alguna cosa por sí sola
en ausencia de su marido, sino remitirlo todo a él; y, si le importunan, responde que no
hay nadie en casa que pueda atender dicho asunto, y que se vayan con Dios, entonces a
ella le parecerá que su marido es todas sus cosas y sin él todo es nada. ¡Oh, qué
casamiento tan alto y espiritual el de san Francisco con Dios! ¡Oh, qué conocimiento de
san Francisco sobre quién es Dios!, pues dice que Dios es todas las cosas, y siendo él
tan humilde en su consideración y considerándose por nada, esa misma nada la halla en
Dios hecha algo y tan algo que dice que Dios es de san Francisco: suyo y todas las
cosas. Pues a quien tanto ve, a quien tanto mira, le lleguemos a preguntar ¿quién es san
Francisco? Dirá que nada. Si tuviésemos la presencia de un rey, quien es un hombre
como los demás, ¿qué hará la majestad y grandeza de Dios presente en un san
Francisco, en medio de tan alto conocimiento? Quien miraba un abismo de tan infinito
ser ¿qué había de hallar cuando se mirase a sí, sino un abismo de no ser? Natural es que
del conocimiento de tanta grandeza había de nacer el desprecio de tanta humildad.
3. Esto es un retrato de lo que san Pablo dice considerando a Cristo en él, él
desparecería de entre las manos diciendo: “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive
en mí”151, porque en tal presencia no hay yo porque todo es Cristo. Ojalá yo acertase a
declarar a este propósito aquello que el propio san Pablo dice en otro lugar: “antes,
ustedes eran tinieblas, pero ahora son luz en el Señor”152, en definitiva, podemos decir
que un hombre apartado de Dios es tinieblas, pero cuando Cristo llega a nosotros, todo
lo que era nuestro o tinieblas se deshace o desaparece y solo queda lo que es Dios.
4. Claramente nos muestra esto el propio san Pablo en aquel rapto en que
fue llevado al imperio, de esta subida, dice que no sabe si fue con el cuerpo o sin él: “no
sé si con el cuerpo o fuera de él, ¡Dios lo sabe!”153. Dime, glorioso santo, ¿cómo es
posible que un hombre no se conozca a sí mismo? ¿No tenías en aquella ocasión ojos?
Si los tenías, hubieses visto claramente que tenías cuerpo y, si no los tenías, hubiese
visto claramente que no lo tenías. El caso fue que, estando la vista en aquel abismo del
infinito ser, en aquella luz inaccesible de la majestad eterna de Dios, quedó de tal
manera deslumbrado y encandilado que, cuando volvió los ojos a mirarse a sí mismo, no
se halló ni pudo verse y no pudo determinar si llevaba consigo su cuerpo o no.
Testigos de esta verdad son aquellos venerables viejos que, en presencia del
Cordero, después de haber abierto aquel libro cerrado con siete sellos, se quitaban las
coronas que tenían sobre sus cabezas y soltaban los instrumentos y se echaban por
tierra154. Esto nos da a entender que, en la presencia de Dios, no hay majestad ni
grandeza, no hay coronas ni reinos, no hay majestades ni grandezas, no hay lenguas que
se atrevan a hablar, ni manos que toquen instrumentos; todo es silencio, todo sumisión y
confusión de verse ante tan grande majestad. Esto es lo que David dice en el salmo [65,
2]: “te corresponde un canto de alabanza en Sion”, en definitiva, que se enmudecen las
lenguas más habladoras y ponen silencio en sus lenguas.

151
Gál 2, 20.
152
Ef 5, 8.
153
2Cor 12, 3.
154
Cf. Ap 4, 4ss.
61

Esto significaban los serafines que tenían seis alas que Isaías vio delante de
Dios: ellos con dos alas se cubrían el rostro, con las otras dos se tapaban los pies y con
las otras dos de en medio volaban155. Como quien dice: ojos que están en presencia de
Dios, tápense y nada vean, cúbranse y oculten los pies, porque delante y en presencia de
tanta majestad no pueden parecer bajeza; solo el corazón palpite y se menee con unos
pasos compasados, meneando esas alas de en medio, entregándole a Dios solo el deseo
alabarle y bendecirle.
5. ¿Qué otra cosa pudo significar el caer en tierra los tres apóstoles en la
transfiguración, cuando oyeron la voz del Padre que dijo: “Este es mi hijo muy
amado”156, sino arrojarse en tierra, como quien por tierra nada se confiesa en presencia
de tal testimonio y tal hijo? ¿Qué significaba aquel batir las alas de aquellos misteriosos
animales que vio Ezequiel, mientras volando al firmamento oían una voz y un grito: “Y
se produjo un estruendo sobre la plataforma que estaba sobre sus cabezas”157 Era éste
el caso: pues sobre el firmamento que caía sobre las cabezas de los animales estaba
Dios, sentado en su trono de zafiros, echando rayos de luz; se oía la voz que bajaba de
arriba y al punto se levantaban los animales sobre sus pies para escuchar la voz y
prestarle atención. Y como al levantarse ponían los ojos en Dios, luego se les caían las
alas como quien las humillaba y encogía su vista158.
Declara esto el glorioso Gregorio en sus Morales diciendo: el estar estos
animales en pie no es otra cosa sino estar los justos atentos a la contemplación de Dios y
de las cosas del cielo159. Y entonces, cuanto más se levantan para la contemplación,
tanto más se les caen las alas por la humildad, que la contemplación de Dios y su
grandeza y majestad es la que humilla a un hombre y le hace reconocer su poquedad y
bajeza; y que quien tiene corazón para amar y descubrir quién es Dios, no tiene ojos
para mirarse a sí, y su poquedad la considera por tan grande que gusta de taparla,
desaparecerla delante de un ser tan infinito, como dijimos que representaban aquellos
serafines que vio Isaías.
6. ¿Qué tienen que decir ante esto los soberbios y presuntuosos del mundo,
aquellos a los que se les hace estrecho el mundo, aquellos para los que faltan títulos y
ningún nombre satisface su soberbia y presunción, aquellos a los que se les hace chico
la tierra y quieren vivir volando por el aire y descubrir nuevas regiones donde establecer
nuevas dignidades? A éstos hay que decirles que están y viven lejos de Dios, tienen su
ser y su asiento en las tinieblas, que para ellos no ha amanecido para que conozcan y
escudriñen los misterios de Dios, hay que decirles que viven entre ciegos, pues tienen
tuertos y torcidos sus pensamientos, se quieren hacer reyes, y reyes sin Dios, que es un
abismo de miseria, un eterno tormento, una aflicción y descontento sin fin y una muerte
que dura para siempre. ¡Oh, qué bien dijo el Espíritu Santo!: “el principio y origen de la
soberbia es no conocer a Dios”160, no escudriñar sus misterios, no penetrar sus secretos,
no mirar a Dios sino mirarse a sí.
155
Cf. Is 6, 2.
156
Cf. Mt 17, 5-6.
157
Ez 1, 25.
158
Cf. Ez 1, 25-26.
159
Cf. S. GREGORIO MAGNO, Expositio in Iob, Libri moralia, 35, c.2: ML 76,751-752; también In
Ezechielem, I, homil.8.
160
Eclo 10, 14: "Initium superbiae hominis apostatare a Deo".
62

“Yo, que no soy más que polvo y ceniza, tengo el atrevimiento de dirigirme a mi
161
Señor” , hablaré con mi Señor, dice Abraham. Ahora pues, santo, no eres más que
polvo y ceniza, pregunto yo: ¿En lo natural y temporal no eres hombre rico, poderoso en
personas, criados y ganados? ¿No te ha hecho Dios señor de grandes y de inmensas
posesiones? ¿No te ha prometido multiplicar tu linaje como las estrellas del cielo y el
polvo del mar, y hacerte padre de las naciones, acompañando todo esto con inmensos
bienes sobrenaturales que de tal amistad como la de Dios vienen? 162 ¿Cómo dices que
eres polvo y ceniza? Sí, que en presencia de tal Señor con quien hablo, todo eso y más
se vuelve polvo y ceniza y se deshace entre las manos.
7. Lo mismo dice Job, cuando hablando con Dios le dice: “¿Quieres
asustar a una hoja que se lleva el viento, perseguir una paja seca?”163. Y en otro
capítulo: “Recuerda que me hiciste como se amasa el barro, y que al polvo has de
devolverme”164. ¿Cómo, pues, pregunto yo, santo patriarca, se defiende a un poder tan
grande como el del demonio, a quien no han derribado tantos y tales tiros como se
asestaron y enderezaron contra tu hacienda, posesiones, casas e hijos? Yo veo cuanto ha
pasado contigo: con cuantos vientos, borrascas y tempestades ha despertado el poder del
demonio, que no te ha deshecho del árbol de la vida, que es Dios. ¿Por qué, pregunto
yo, te llamas follaje? Debe de ser porque todo ese ser, en presencia del poder de Dios es
follaje, aun se deshace entre las manos y se vuelve nada. Y en presencia de Dios, una
tan admirable compostura, como la que David halló en el hombre altísima sabiduría de
Dios, diciendo: “una ciencia tan admirable me sobrepasa”165; eso todo lo halla en
presencia de Dios el santo Job un poco de lodo: “Recuerda que me hiciste como se
amasa el barro”166 y “¿No me vertiste como leche y me cuajaste como queso?”167. Con
tener en aquel muladar tantos ojos como llagas, y como queso con ojos, no los tiene
para ver en sí más que un poco de lodo.
8. Lo propio significa cuando David dice: “¿A quién sino a ti tengo yo en el
cielo? Si estoy contigo, no deseo nada en la tierra”168 Que ni en la tierra hay nada ni en
el cielo algo sino Dios a quien ama y quiere, en cuya comparación y presencia las
grandezas del cielo dejan de ser; y las riquezas, reinos, mandos y señorío con todo lo
demás que contiene la tierra, no lo estima ni quiere, sino solo a Dios. Pues, si David no
estima ni hace caso en presencia y comparación de Dios [de] tantas cosas como en el
cielo y sobre la tierra consideraría y con ojos proféticos y luz del cielo miraría, ¿por
mucho que, poniendo los ojos en la grandeza de Dios, caído en la cuenta después de su
pecado, en sí no hallase nada? Como por muchos modos lo da a entender en los salmos
penitenciales169, en quien se lamentaba con tanto sentimiento de su desastrada caída.

161
Gén 18, 27.
162
Cf. Gén 15, 5; 17, 2ss.; 22, 17.
163
Job 13, 25.
164
Job 10, 9.
165
Sal 139, 6.
166
Job 10, 9.
167
Job 10, 10.
168
Sal 72, 25.
169
Son siete los salmos penitenciales: 6, 31, 37, 50, 101, 129, 142, según la numeración de la Vulgata.
63

CAPÍTULO 14

“Cómo el verdadero religioso debe buscar esta humildad y por qué


caminos y con qué medios la hallará. Y cómo, cuándo más deshecho esté el
humilde, más rico es porque tiene a Dios”.

1. ¡Oh, padres y hermanos míos, los que tratamos de oración y decimos que
meditamos y contemplamos dos o tres horas cada día, mi gran temor es que no nos
encontremos en ella con Dios, sino con nosotros mismos y de esa contemplación poco
se ve crecer en humildad y en deshacernos y aniquilarnos! Bien podría decirme un
religioso que no sabe cómo deshacerse, sino únicamente ponerse en el oficio y estado en
que está de fraile descalzo, desnudo y pobre. No quiero añadir a la humildad más cosas
exteriores, aunque pudiera hallarla entre nosotros muchas cosas para ofrecer y que el
mismo Dios las estimara. No quiero decir que en el aprecio del mundo las cosas
adquieren su verdadero valor, sino basta que fueran valiosas a los ojos de Dios. Y si
Dios estimó y apreció las diminutas monedas de la pobre viuda más que todas las
ofrendas que dejaban los ricos170 no haría menos con un religioso pobre, que no
teniendo para ofrecer más que un alfiler, con dicha ofrenda Dios estará contento.
2. No quiero tratar de las cosas exteriores que uno pueda ofrecer, sino de las
ofrendas interiores, el cual por más pobre sea siempre lo hallaremos rico en
pensamientos, de los cuales cada día nos podemos desnudar para ser verdaderamente
humildes. Pues nuestro corazón siempre produce y de él brotan cosas nuevas, al mismo
que, desnudándolo, le haríamos mucho provecho, a Dios servicio y a la humildad
cortesía. Y eso que le parece poca cosa no lo desprecia, sino que lo estima mucho. Al
mismo tiempo, sabemos que un rey o un príncipe no desprecia un ramillete de flores
entretejidas con hierbas ordinarias, aunque en su casa encuentre mayores riquezas, sino
que lo que recibe y lo guarda, y de igual modo lo estima y agradece. Eso mismo es lo
que hace Dios con la pequeñez de nuestros bienes, pues teniendo Dios tantos y tan
grandes bienes, aprecia nuestros bienes y en muy alto grado, que siendo ellos de poca
consideración e importancia como unas flacas florecillas, las llama piedras preciosas,
que cuando las encuentra, llama a todos sus amigos para que le den la enhorabuena 171.
En definitiva, es de suma felicidad para el hombre que a Dios le brillen los ojos ante las

170
Cf. Mc 12, 41-44.
171
Combina distintas referencias evangélicas: Mt 13, 44-46; Lc 15, 8-9.
64

espigas de sus sembrados que le ofrece Abel 172, y que esos pensamientos pequeños que
anidan en tu corazón Dios los estime tanto y les tenga una inmensa consideración.
3. Según esto hermano, de acá en adelante no dudes en sentarte en tu jardín
o en tu huerto y cortar flores de buenos pensamientos y buenos propósitos y los revistas
y acompañes con las hierbas que llevas en tu exterior, aunque dejes de beber el agua de
la jarra y te prives de todas las comodidades por amor a Dios, preferirás mil veces
quedar tan pobre a no conocer nada de la casa en la que vives.
En definitiva, esto es dar algo y dejar muy poco para tener mucho y poseerlo
todo, porque si el humilde de esas pocas cosas se deshace, lo hace tan solo y únicamente
para tener propiedad y posesión en el mismo Dios. ¡Oh, qué ciencia y qué gramática es
ésta la del humilde, que por pocos es conocida y solo por corazones humillados
entendida! de tan pocos sabida y solo de este corazón solo y humillado entendida! Dice
el humilde que no es merecedor de tratar con Dios, y al mismo tiempo es indigno de tan
gran bien y por ello se arroja en la profundidad y el abismo de la nada; y por allí, no
solo no se desvía de Dios, sino que se acerca a él más y más. Pongamos un ejemplo:
pensemos en un hombre que está en el centro de la tierra, y viendo que toda la tierra está
cercada por el cielo en igualdad de proporciones dijese “yo no quiero subir hacia
arriba, ya sea porque no puedo o porque no quiero, sino bajar hacia abajo, que me es
más fácil”. Pues pregunto yo: si el cielo que por todas partes está en igualdad de
proporción y distancia del lugar en el que nuestro hombre se encuentra, por ese camino
por donde avanza ¿no se acerca más al cielo? No queriendo acercarse por la parte que le
habría de costar más trabajo, se acercó por la parte que menos trabajo le implicaba. Esto
propio le pasa al humilde, por todas partes está cercado de Dios y considerándose
indigno de subir y ser levantado, se humilla y se baja en sus pensamientos hasta un
abismo de nada, y por ahí se acerca más a Dios. Aunque por sus pecados se considere
en el infierno, “si me acuesto en el abismo, allí te encuentro”173; allí halla a Dios. Y el
que por su humildad no lo quiso en la exaltación, que le había de costar mucho trabajo,
lo halló con facilidad en el abatimiento.
4. Esta es la gramática que nunca acabamos de percibir en tantos años como
nos llamemos religiosos y andemos por la escuela donde se aprende y enseña. Toda ella
consiste en saber declinar, dejando de lado nuestro orgullo natural, y en saber adjetivar
y juntar nuestra nada con aquel océano de ser y poder de Dios, nuestros pecados con su
misericordia, sus méritos con su justicia, nuestra ignorancia con su sabiduría. Que de
esta unión nace una verdadera y nueva relación en la que no cabe error alguno ni falte
nada. Pues de esa unión le nace saber que de Dios son todas las cosas entre las que está
él, y de esa unión entre Dios y todas las cosas nace un amor verdadero, de manera que
Dios se comunica de modo particular con el humilde, de donde este saca fuerzas para
padecer, y valentía para invocarlo y llamarlo; y como persona que aquí se ve tan rica y
colmada de bienes ajenos, le nace el desprenderse de los propios bienes, aunque sean de
sumo valor.
5. ¡Oh, dichosa gramática en la cual, bajando un hombre a su misma nada,
se encuentra con Dios y ya nada le falta! Vean, mis hermanos, de hoy en adelante nadie

172
Gén 4,2. Caín es el cultivador de la tierra; Abel el pastor de rebaños.
173
Sal 139, 8.
65

se sienta pobre para con Dios, desnúdese de cuanto tiene, ponga los ojos en un
Bartolomé, que, no teniendo nada qué dar, dio su misma piel y vestido interior y no le
faltará otro vestido de gracia y gloria a quien esto hiciere. Rompa ese corazón, déselo a
pedazos, que ése quiere Su Majestad y tras ése anda y así lo quiere, como dice el profeta
Joel: “desgarren su corazón y no sus vestiduras”174. El corazón roto y contrito bien lo
recibirá Dios y lo tomará encantado. Por ello, cuando el religioso está deshecho debe de
sentirse consoladísimo, porque entonces será rehecho; cuánto más bajo esté, más será
levantado; cuanto más esclavo se sepa, recibirá mayor trato de rey; cuanto más pobre se
sienta, será enormemente enriquecido incluso hasta hacerse señor del mismo Dios,
porque de todo ello es digno cuando uno se hace verdadero siervo de Dios.
6. Acerca del maná dice la Escritura que cuando le daba el sol se deshacía y
convertía en gusanos175. Eso tiene el humilde que, alumbrándolo Dios e hiriéndolo con
sus rayos como sol de justicia, lo deshace y, deshecho, se hace Dios su siervo y amigo
que se consideraba un gusano. A todo eso llega la humildad, a convertir a un hombre
deshecho y gusano como se consideraba, en un Cristo crucificado 176. Pues parece que
Dios está continuamente haciéndole competencia al hombre, porque en materia de
humildad no quiere que nadie le gane, sino que siendo el Señor quien enseña y lee estas
lecciones de humildad, no quiere que el discípulo sea más que el maestro177. Y si el justo
se deshace y, deshaciéndose, se hace siervo y esclavo, en medio de esos derretimientos
halla el humilde al mismo Dios tan humillado y hecho gusano pisoteado en un madero.
Y en medio de ese deshacimiento no quiere Dios que el humilde se le vaya de las
manos, pues dice que el gusano tiene una cosa buena y es que su madre es la tierra y no
se sabe quién es su padre, y si el humilde en este abajamiento no encuentra en sí mismo
más que tierra, en esa misma consideración de tierra tiene Dios su nacimiento, sin
trabajos ni presunciones de orgullo que haga de padre a quien se quieran atribuir el
hallazgo de tan sumo bien.
7. Si la humildad no tiene alas para volar, levantarse y engreírse, tampoco
las tiene el gusano para ausentarse, y así Cristo y los humildes andan siempre juntos.
¡Dios mío y todas mis cosas!, que quien todo lo dejó por el mismo Dios, bien es que el
mismo Dios, que es todo, todo sea del humilde. Dios, por quien es, nos dé el
conocimiento de esta virtud, el procurarla, el tenerla, para que por ese camino
alcancemos lo que deseamos.

174
Joel 2, 13.
175
Cf. Ex 16, 20-21.
176
Sal 22, 7: “yo soy un gusano y no un hombre”.
177
Cf. Mt 10, 24.
66

CAPÍTULO 15

“Del gran bien que posee el alma que tiene humildad. Y como Cristo
reservó y guardó para sí el ser maestro de ella”.

1. Supongamos que mi trabajo no haya sido hablar a propósito de la


humildad, no sé porque pero no puedo dejar de hablar de ella, aunque sea solo de
palabras, sabiendo que toda palabra que use siempre será imperfecta por tratarse de una
cosa que uno no la tiene, no sabe o no conoce que es, cuando ella es una virtud que al
hombre no le es fácil encontrarla, de manera que mientras más se abaja el hombre para
encontrarla, ésta más se esconde y si uno diese con ella y se mostrase orgulloso por
haberla encontrado, estemos por seguros que no es humildad, porque dónde la humildad
está no puede haber presunción de que hay humildad.
La humildad es como un pozo hondo o un mar sin suelo, en quien el que nada
jamás haya suelo firme para fabricar cosa alguna. Y siendo la humildad un “ser” y el
hombre “nada”, la humildad es una virtud tan grande que todo lo puede, todo lo alcanza
y todo lo posee. Sobre esa nada del hombre y esa grandeza de esta virtud, es sobre quien
se asientan y toman firme fundamento todas las demás virtudes 178; y donde ella no vive,
las demás no habitan, y donde ella se deshace las demás se destruyen. Acá solemos
decir que el humo es el que echa al hombre de su casa; y el soldado por más fuerte que
sea con el humo se rinde. Por ello, cuando la virtud de la humildad se convierte en
presunción y soberbia, deshecha y vuelta humo, las demás virtudes se salen de casa y el
mismo hombre por fuerte que sea, se rinde y sujeta a los vicios más viles y apocados de
cuantos hay en el mundo.
2. Humo, soberbia y presunción echaron a los ángeles del cielo y, si ellos
no hubiesen salido, Dios les hubiese dicho: “No habita dentro de mi casa el hombre
traicionero; la gente mentirosa no puede permanecer delante de mí vista”179, dice que
en su casa no hay espacio para el que es soberbio, el que enciende fuego y hace lumbre,
el que tiene necesidad de una gran chimenea para que se desahogue la casa. Donde se
178
Cf. S. AGUSTÍN, Sermón 69, c.2 (ML 38,441): “¿Piensas construir una gran fábrica en altura? Piensa
primero en el cimento de la humildad”. S. BERNARDO, De Consideratione, l. V, c.14 (ML 182,806):
“Virtutum siquidem bonum quoddam ac stabile fundamentum, humilitas”.
179
Sal 101, 7.
67

note que; para llamar a uno carnal, le llaman deshonesto; al que mata, homicida y al
soberbio no le llama aquí David soberbio, sino “el que hace soberbia”.
Pues pregunto yo: ¿cómo se hace y se fabrica la soberbia? Digo que entre todos
los vicios éste se hace y jamás se acaba; podemos ver que el deshonesto y el homicida,
cumplida su voluntad y habiendo alcanzado lo que desean y pretenden, dicen que se
acabó su oficio; pero jamás acaba el oficio del soberbio. Una vez que la soberbia entró
en el corazón arrogante siempre está martillando y fabricando: “el clamor de tus
agresores que crece sin cesar”180. Siempre el altivo sube y se levanta sin hallar término
ni fin a sus pretensiones. En ellas es como el pintor que, como cada día se va más
perfeccionando en su arte y aprendiendo más, jamás pone en la imagen que pinta: tal
persona me hizo, sino tal persona la hacía, que es como decir: aunque les parezca bien
esa imagen, mejor la hará el dueño si se le volviese a encomendar otra semejante. Así es
el soberbio, que jamás en su arte llega a dónde sus pensamientos y deseos quieren, por
ello, siempre hacen y siempre trabajan, piensan y fabrican en ese oficio; de suerte que si
al ver la solicitud, el cuidado, los enredos y los embustes con que alcanzaron una
dignidad, adviertan que, como gente que en su arte se va cada día más perfeccionando,
mañana, si se les ofrece otra ocasión semejante a esa, harán mayores tramas,
maquinaciones, engaños y artificios. Por ello dice David que quien hace soberbia y
quien habla cosas inicuas, no vivirá en su casa.
3. En segundo lugar debemos de advertir que a la soberbia le gusta hablar
iniquidades. Así como al humilde le atribuimos el silencio y pocas palabras, al soberbio
le atribuimos la palabrería, la iniquidad y el refinamiento de la maldad en sus palabras,
todo ello lo vimos perfectamente en Lucifer y sus secuaces: que, en cuanto el vicio de la
soberbia entró en ellos, esta se apoderó de todos ellos y en seguida se pusieron a hablar
blasfemias contra Dios181. A estos Dios no consiente que estén en su casa. Y fue la
soberbia la que destruyó y deshizo las demás virtudes, los dones y las gracias
sobrenaturales que Dios había puesto en ellos, y no faltó quien cortase las alas a los
dones y gracias naturales que había en ellos, de suerte que de ángeles de luz que eran,
pasaron a ser demonios de las tinieblas y del cielo hicieron infierno perpetuo; y quien
del primer parto dio a luz demonios, para dichos hijos y para tal madre preparó como
regalo una cama de fuego para siempre, y con su segundo parto formó monstruos tan
desproporcionados y con ellos mala hierba con espinas, abrojos, necesidades, hambre,
cansancio, etc. De manera que, los ángeles de las tinieblas son quienes descompusieron
la tierra y quienes al hombre desencuadernaron, de suerte que, como dice David, no se
hallará paz ni siquiera en los huesos del hombre182. Así como la soberbia es el principio
y el origen de todo pecado, principio y origen de toda miseria y pena, de la misma
manera la humildad es el cimiento, el fundamento, la casa y estabilidad de las otras
virtudes, y ella propia tiene su fundamento en el mismo Dios, de cuyo conocimiento le
nace al hombre el echar de ver cuán nada es él.
Ahora pues, si la humildad tiene su fundamento, casa y morada en la presencia
del mismo Dios, ¿quién irá a buscar esta virtud en tal fundamento y en tal casa, que una
y mil veces no se pierda a sí de vista y se divierta de lo que va a buscar, hallando en la
180
Sal 73, 23.
181
Cf. 2 Pe 2, 10; STO. TOMÁS, Sum. Th., 1, q.63; Summa contra Gentiles, 3, c.109.
182
Cf. Sal 38, 4.
68

grandeza de ese Dios infinidad de atributos y perfecciones, que la menor de ellas no


requiera otro entendimiento y conocimiento mucho más alto que el suyo para descubrir
un algo de lo mucho que allí está encerrado?
4. ¡Oh, qué gran cosa si de esta manera nos perdiésemos en Dios!: que
perdiéndonos a nosotros mismos de vista, a nuestras virtudes, nuestras cosas,
hallásemos a Dios; o si yo buscando palabras para descubrir la humildad, me topase con
Dios y en él hiciese mi morada, y queriendo enseñar quién es la humildad para que la
busquen, enseñaría cómo hemos de hallar a Dios, que ése es el atajo y el camino cierto y
derecho para hallar humildad. Y el que piensa que ha de encontrarse con la humildad
sin encontrarse con Dios, es muy ignorante, porque como Su Majestad es un abismo de
perfecciones y un depósito de todo lo bueno, aquí hemos de acudir a que Su Majestad
nos comunique lo que tanto importa.
Esto es en tal manera que, habiéndonos Dios dado para otras virtudes maestros
diferentes para ser humildes, no nos quiso remitir a nadie, sino que quiso que su propio
Hijo fuese nuestro maestro183. Y así dice él por medio del evangelista: “aprended de mí
que soy manso y humilde de corazón”184. A su eterno Padre puso por ejemplo del amor a
los enemigos “así serán hijos del Padre que está en el cielo”185. A Abrahán por modelo
de buenas obras: “Si ustedes fueran hijos de Abraham obrarían como él”186. De la
confianza en Dios, puso a las aves del cielo para que nos la enseñasen, diciendo que sin
sembrar ni recoger ni esperar a los tiempos ni al agua, Dios las apacienta y sustenta, y
ninguna de ellas muere de hambre: “Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni
cosechan, ni acumulan en graneros y, sin embargo, el Padre que está en el cielo los
alimenta”187. Del día del juicio y sus señales, puso a la higuera: “aprendan esta
comparación, tomada de la higuera”188 y [a] Salomón189. De la prudencia, a la hormiga,
que en el verano con tanta solicitud puebla y llena sus graneros para el invierno “Fíjate
en la hormiga, perezoso”190. Pero en caso de humildad no nos remite a nadie, sino que
lo reserva para sí: Solo yo quiero ser tu maestro de humildad y que me tengas por tu
modelo, pues importa mucho que salgan buenos discípulos de esta virtud.
No es poca cosa que nos remitiera a sí mismo para aprender y saber algo de esta
virtud. Ver aquella majestad y grandeza de Dios, en cuya comparación; no hay monte
por empinado que sea, que no se humille; no hay cedro tan alto, que dé con sus ramas en
el cielo y no se abaje; no hay gigante, que no sea hormiga y quede desecho. Aun acá lo
vemos: que una mujer hermosa, a otra que no es tanto, la hace fea, y un hombre grande
a otro menor, lo hace pequeño. Pues ¿qué será el hombre junto, pegado y cotejado con
Dios? ¿Lo que es tan nada por tantas partes como el hombre, con quien es un Dios tan
infinito por cualquier parte que el hombre lo considere? Todas las cosas de la tierra, dice

183
Según S. Agustín, Cristo es “maestro de humildad con la palabra y con el ejemplo”: Sermón 62 (De
verbis Evangelii Matthaei, 8,8-12), c.1 (ML 38,415).
184
Mt 11, 29.
185
Mt 5, 45.
186
Jn 8, 39.
187
Mt 6, 26.
188
Mt 24, 32.
189
Cf. Mt 12, 42.
190
Prov 6, 6.
69

el profeta, comparadas con Dios, [son] como si no fuesen191. Pues ¿qué será un hombre
solo y tan solo que de su cosecha nada tiene que sea de consideración?
5. ¡Oh, Dios inmenso e infinito, y qué bien dices que vayan los hombres a
aprender así humildad, ¡a ver y conocer pequeños y cuán pequeños y nada son! Es Dios
una medida tan sin medida de nuestra pequeñez que jamás el hombre acaba de entender
lo poco que es, si no es cuando con una consideración entra en este abismo de ser, y en
este mar y océano profundo de infinitas perfecciones. ¡Oh, qué lejos anda de este tanteo
y cercanía quien piensa que es algo! ¿Por qué el rústico se estima y piensa que es rico y
rey en su aldea? Porque no salió de ella ni entró en la corte; que si va dónde está el rey
con sus grandes dignidades, no procuraría otra cosa más que esconderse debajo de los
bancos donde la gente se sienta y ahí estaría temeroso de que los alabarderos y guardias
lo vayan a echar a palos. Cuando uno es soberbio, no se plantea aproximarse por los
cielos ni siquiera con el pensamiento, porque si viera el sitio donde habita Dios con toda
su dignidad y grandezas, y como no se atreve a aproximarse por esos terrenos piensa
que es alguien grande y que sabe muchas cosas, cuando en realidad no es ni sabe nada,
y sabiendo menos que nada, no conoce a Dios.
Entre los demonios, decimos que Lucifer es el más grande y el mayor; de la
misma manera podemos decir que entre todos los pecadores el más grande y el mayor
de todos es el soberbio, pero entre los buenos es nada, es escoria, es risa y, por mejor
decir, demonio.
Cuando Cristo entró en la barca de Pedro y este le ve obrar y hacer grandes
maravillas, no tiene más palabras y valor que pedirle a Cristo que se aleje de él, porque
él es un pecador192. Pues el justo no sabe dónde meterse cuando se ve o considera ante la
presencia de Dios y en presencia de tan grande Majestad, así lo podemos ver en la
reacción del apóstol Pedro al ver a Jesús en el lavatorio de los pies y Pedro le dice “¿Tú,
Señor, me lavas a mí los pies?”193. ¡Oh, cuánta humildad aprende Pedro, viendo sus pies
pobres junto a manos tan ricas, pies tan llenos de polvo con manos tan llenas de cielos!
Acerquémonos a Dios y estemos seguros que de esa cercanía hemos de aprender grande
y profunda humildad, como el mismo Cristo nos invita diciendo: “aprendan de mí”194.
6. En segundo lugar, es de suma importancia considerar esta virtud en el
mismo Cristo, para que nosotros la aprendamos. Cuando entramos en una huerta y
vemos que la fruta no está muy madura, echamos mano de la fruta que está picada por el
pájaro porque la tenemos por más madura. Sin embargo, en el hombre la virtud de la
humildad nunca termina de madurar, de suerte que, si por una parte lo miramos y nos
parece humilde, pero otras muchas lo hallaremos falto de humildad. Pues solo en Cristo
esta virtud llegó donde había de llegar y de él la hemos de aprender porque él es el
verdadero maestro, y todas las cosas que a su cargó tomó y a sus manos llegaron, no
dudó en perfeccionarlas y acabarlas, de suerte que no pasaran de sus manos si no fueran
perfectas, pues el mismo la dice en varios lugares, cuando haciendo mención de las
cosas que su Padre le había encomendado, el las perfecciona, acaba y consuma195.
191
Cf. Is 40, 17.
192
Cf. Lc 5, 6-8.
193
Lc 13, 6.
194
Mt 11, 29.
195
Cf. Jn 4, 34; 5, 36; 10, 37.
70

Ahora pues, si vamos al mercado a comprar alguna cosa, sin duda que
entraríamos a la tienda más grande y al mayor mercader del producto que necesito,
porque sabemos que no nos engañará. Ahora, sabemos lo necesaria que es la humildad y
que nadie sin vestirse de ella podrá entrar en el reino de los cielos, y ya Cristo lo dijo a
sus apóstoles colocando a un niño en medio de ellos “si no eran como aquel niño no
entrarían en el reino de los cielos”196. También sabemos que grandes santos han escrito
sobre esta virtud, pero eso no quita que ellos hayan tenido algunas quiebras y roturas,
como fue el caso de los mismos apóstoles que, siendo ellos tan humildes y bajos, se
preocuparan de mayorías y dignidades197; solo en Cristo está esta virtud en su punto y en
sus cabales, el que la supo sazonar y llevar donde debía, el que, siendo Dios tan grande
y tan rico de bienes “se despojó de sí mismo tomando condición de siervo”198, se vació y
se humilló hasta llegar a tomar forma de pecador. Y así convenía que se humillase y
solo él quiso ser nuestro maestro en esta virtud, pues en ella es un mar profundo sin
suelo, para que el más humilde que aquí llegase a aprender no hallase lo que pretendía y
deseaba.
Seas tú, Dios mío, bendito, que acá en las escuelas y universidades se pelean por
oír de buen maestro y aprender de hombre docto; y siendo tú, Dios verdadero, la
sabiduría del eterno Padre, el que enseñas esta virtud, no veo, en el aula y estudio donde
se lee, oyente que de consideración sea; y si hay quien oiga, no hay quien aprenda, obre
o repita una lección de tantas como en esta materia leíste en el discurso de tu vida.
7. Solo hallo por discípula verdadera a tu bendita Madre, la cual ve tus
obras y oye tus palabras, todas ellas las aprende y guarda en su corazón, como dice el
evangelista Lucas: “María guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón o
su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón”199, sin dejar
perder nada, para después ella poder fabricar otra casa de humildad al estilo de Jesús; y
no solo las guardaba sino las: “meditaba en su corazón”200. Meditar, entre estudiantes,
quiere decir pasar lo que han oído, repetirlo, cotejarlo y hacer comparación. Pues,
habiendo nacido el Hijo de Dios en un pesebre desnudo, helado, llorando y sujeto por
querer y por nuestro ejemplo a las leyes de los pecadores, viendo pues la Virgen tales
obras, dice que todo lo guardaba en su corazón y lo meditaba. Como dice el divino
Crisóstomo en su homilía de la Natividad: “porque era santa y había leído las santas
Escrituras y entendía a los profetas, cuando en ellos hallaba escritas extraordinarias
grandezas de su hijo y por otra parte lo viese tan pobre y humilde, estaría meditando y
haciendo comparación, cotejando y adjetivando lo que había oído de la boca del ángel y
lo que había leído en los profetas con lo que delante los ojos veía y tenía 201. Si el ángel
dijo: “el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios”202, grande que no cabe

196
Cf. Mt 18, 2-3.
197
Cf. Mc 9, 34.
198
Flp 2, 7.
199
Lc 2, 19. 51.
200
Lc 2, 19.
201
“Maria autem conservabat omnia verba haec conferens in corde suo. Quid vult hoc, quod dicit,
conferens? [...] Quoniam sancta erat, et sanctas Scripturas legebat, et sciebat prophetas, recordabatur quod
angelus Gabriel sibi dixerat illa, quae dicta sunt in prophetis. Cum his videbat conferens in corde suo, si
staret: Spiritus superveniet in te...” (S. JUAN CRISÓSTOMO, De Nativitate Domini homilia, en Opera,
II, Basileae 1539, 846).
202
Lc 1, 35.
71

en los cielos y estrechado en un pesebre; cercado de millares de ejércitos de ángeles y


espíritus divinos, y aquí acompañado de animales; cercado de gloria que en su casa no
cabe y aquí envuelto en pañales; allí grande, inmenso, infinito, inmortal y aquí niño
chiquito, pasible, mortal.
¡Oh, qué lección la que aquí lee Dios, al mismo tiempo tan grande y tan
dificultosa! Esta es la que en su corazón pasa y medita la Virgen, no porque dude ni sea
difícil, sino porque bien sabía que todo le era posible a Dios 203, pero las guardaba y
meditaba en su corazón por el asombro y admiración que le causa ver como su hijo daba
lecciones de humildad, así: tiene un nombre de niño pequeño el que es tan inmenso y
grande; se hace igual a nosotros los pecadores, y se hace siervo, el que era señor de
cielos y tierra; se guarda también para él las injurias y los rechazos, y gustoso padece y
muere por los mismos que lo crucifican, siendo él el destinatario de toda alabanza del
cielo y de la tierra; y siendo el mismo Dios, al hacerse hombre, quiso ser nuestro
abogado e intercesor rogando a su Padre por los hombres 204; naciendo y muriendo tan
pobre que para el nacimiento tiene un pesebre y para la muerte una cruz. Esto era lo que
meditaba la soberana Virgen y la lección que nos transmitía.
8. Esta es la lección que ha de aprender y pasar el que de veras desea ser
humilde para que, asombrado de tales declinaciones y casos, no se maraville ni asombre
de lo que Dios le pidiere a él por grande que sea y sustancia que tenga, no desprecie el
trato, junta y conversación con el pobre. Decline y baje por diferentes casos y
acontecimientos de humildad, hasta dar consigo en una nada que de sí debe considerar.
Considere que Dios se hizo hombre para juntarse con el hombre, porque antes en nada
encajaban. Y tampoco ahora encajarán, si Dios se abaja y el hombre se sube y se
levanta, que mal queda nuestra soberbia con tanta humildad de Cristo, tanta grandeza de
Dios y se nos presenta en un pesebre y con tanta codicia del hombre quiere hacerse
Dios, tanta limpieza con tanta deshonestidad. Es necesario que conformes tu vida con la
de Cristo.
¡Oh, santo Dios, y quién podrá decir de tu grandeza abreviada y de la poquedad
y miseria del hombre extendida! ¡Oh, cuántas cosas hallará el hombre en sí que tiene
que enmendar y cortar! Porque muchas veces solo consideramos en Cristo lo que a la
vista de los ojos humanos obraba y con qué cara nos presentaremos ante él cuando, en
realidad, tenemos sobradas pretensiones y dilatados pensamientos en grandezas en
presencia de un Dios tan abreviado. ¡Cristo en un pesebre y el hombre en ricas camas!
Compara, hermano: el establo de Cristo con tus palacios; sus mantillas pobres con tus
brocados; su desecho con tu estimación; sus pies descalzos por el suelo con tu calzado y
caballos; sus caminos, solicitud y cuidado con tu descuido y tibieza; su pan de cebada
con tus comidas regaladas. Pues ¿qué, si llegaras a la humillación y abatimiento de cruz,
con tu soberbia y presunción?
9. No sé qué hombre al mirar su vida, la halla tan distante y apartada de la
de Cristo y vive, según él, aguardando el cielo y el premio que solo se da a los
verdaderos humildes, como dijo san Agustín en su tratado sobre el evangelio de Juan:
“Cristo nuestro Señor es puerta baja; quien quiera entrar por esta puerta, ha de

203
Cf. Lc 1, 37: “...porque no hay nada imposible para Dios”.
204
Cf. Heb 7, 25.
72

agacharse para entrar con la cabeza sana. Quien, en vez de humillarse, se enorgullece,
quiere entrar por el muro, y quien sube por el muro, sube para caer”205. ¿Es bueno que
sea la puerta angosta y humilde, y que quiera el hombre entrar por ella levantada la
cerviz y erguida la cabeza, sin descalabrarse? ¿Es justo que Cristo entre en su reino
inclinando la cabeza en un madero, y quiera el gusanillo del hombre entrar levantándola
en sus imaginaciones? ¿Si Cristo es el camino al cielo, y camino humilde, y quiere la
escoria del mundo caminar por él con soberbia y elación usando coches y caballos?
Compara hermano tu vida con la de Cristo, coteja tus costumbres con sus obras
“Fíjate para que lo hagas según los modelos que te han sido mostrados en el monte”206.
Di, ¿cómo te enseñan? Obra como allí hacen. Y cuando te veas tan desconforme y tan
sin apariencia a la misma verdad, avergüénzate, confúndete. Y el confundirte sea de
aquella manera que dice Dios, cuando los de Babilonia quisieron levantar una torre que
llegase al cielo: “bajemos, y una vez allí confundamos su lenguaje”207.
Abramos, mis hermanos, los ojos y advirtamos como Dios, viendo nuestro
orgullo y nuestros desmesurados pensamientos en nuestras pretensiones, no solo para
confundirnos bajó de su cielo a un pesebre y a morir por el hombre, y con una muerte de
cruz. De esta venida ha de sacar el hombre confusión y debe de cambiar sus razones y
palabras, de suerte que a la pobreza la llame riqueza y, al contrario, a las riquezas,
pobreza; a las afrentas, injurias y oprobrios que por Cristo se llevan, se han de llamar
honras; a la cruz, gloria; a la muerte, vida; y a la cárcel, libertad. Esta es la lengua nueva
que Cristo nos enseña viniendo al mundo. Y como dice el divino Agustín: “Nada hay en
el nacimiento temporal de Cristo que no sea cátedra, escuela y oficina donde se enseña
humildad”208 y se confunde nuestra soberbia, para que el hombre aprenda vida nueva,
lección nueva, olvidando lo viejo que del viejo Adán había aprendido, desnudándose de
lo antiguo para vestirse del hombre nuevo que es Cristo 209. Que Cristo nos de su gracia
para que aprendamos de él y de todas las lecciones que nos brinda.

205
S. AGUSTÍN, tratado sobre el evangelio de San Juan, 45, 5: CCL 36,390.
206
Ex 25, 40.
207
Gén 11, 7.
208
No hemos hallado la frase, pero la idea la expresa Agustín a menudo, por ejemplo, en algunos
Sermones de la Natividad del Señor. Cf. ML 38,1004,1009; etc.
209
Cf. Ef 4, 22-24; Col 3, 9-10; Gál 3, 27.
73

CAPÍTULO 16

“Como siendo nuestro Dios maestro de la verdadera humildad, en su


presencia aprenden todas las criaturas del mundo”.

1. Dos o tres principios tiene la humildad, y según lo que antes tratamos


podríamos concluir: el conocimiento de Dios, conocimiento de sí propio y conocimiento
de que lo poco o mucho que en él hay nace de la majestad y grandeza de Dios, que
usando de su misericordia quiso comunicar algo de la infinidad de perfecciones que en
él hay. Aunque es verdad que lo esencial que quiero decir lo debo ya tener tratado en los
capítulos anteriores, pero con todo eso, como quien a solas y con verdad engendra y
produce humildad verdadera en el corazón del hombre son estas dos o tres cosas, me
parece que, habiendo de tratar de humildad, no acertaría a salir de aquí. Así, el que esto
leyere no debe cansarse si ve con diferentes términos tocar dos veces una propia cosa.
2. ¿Qué hombre, pregunto yo, abría en el mundo que, teniendo solo mil
ducados de hacienda, quisiese jactarse de su riqueza delante de otro que, esos mil
ducados, se lo regalaría como limosna o lo hubiese prestado y que le debe más de cien
mil de renta? ¿Pues qué, si junto con eso, este hombre fuese su criado, siervo o esclavo?
¿Y qué si estos mil ducados se los hubiese dado, no para que los desperdicie y gaste en
lo que él quisiese, sino según la orden que se le diese? Por cualquier parte que la mires,
todo lo que él tenía en orden a gloriarse ante los demás, le harán llegar a lo más bajo que
él se hubiese imaginado. No le vaya a suceder lo que le pasó al cantinero: “había un
hombre que hizo fortuna aumentando agua al vino que vendía. Un día le sucedió que,
estando en el río dónde se descargaba los vinos, puso su bolsa de dinero a la orilla del
río mientras contrataba o compraba, en eso un villano viendo la bolsa de cuero y
creyendo que era un pedazo de carne, se lanzó sobre ella y levantándola en alto
empezó a morderla y al darse cuenta que no era el manjar que se había imaginado, la
dejó caer en el río; y así, que con el agua había amasado una fortuna, el agua se llevó
lo que era suyo”210.
3. Es seria cosa que, siendo el hombre un poco de agua vertida que corre al
abismo de la nada, como dijo la sabia mujer a David: “como el agua que se derrama”211,
quiera venderse por vino y, sabiendo su poquedad y nada, con toda su soberbia y
presunción pretenda venderse por vino puro, este hombre se merece que todo el caudal

210
Prado Espiritual, recopilado de antiguos, clarísimos y santos doctores por el doctor Juan Basilio
Santoro, Madrid, Juan de la Cuesta, 1607 [1ª ed. 1588], l. III, c. XXIII, f.188r-v.
211
2Sam 14,14: “en verdad, moriremos sin remedio, como agua derramada en tierra, que no se puede
recoger”.
74

que ha acumulado se lo lleve el villano, o por mejor decir, se lo quite todo lo que había
ganado y se quede como estaba al inicio, sin nada.
Hay muchas cosas que se deshacen y exhalan en vapores, como lo vemos en las
nubes que, estando muchas veces listas para descargar sus aguas, sopla un poquito de
aire y estas desaparecen. Lo mismo les pasa a las riquezas y grandezas de este mundo,
es decir, se exhalan y se vuelven nada y si caen en un pecho henchido de soberbia se
vuelven humo. Y aun en el sol lo vemos: no quiere engendrar y producir oro y plata
encima de la tierra, sino en las entrañas más bajas y escondidas de la tierra, esto puede
ser lo que quiso decir David cuando dijo: “Súbese el hombre a lo alto y húyele Dios”212.,
porque donde este sol de justicia produce el oro y la plata de las virtudes y gracias es en
la profundidad del corazón humilde.
4. Este corazón, cuando está delante de Dios, está tan avergonzado y
confuso que, no hallando dónde esconderse, huye de sí mismo y da consigo en la nada;
y le parece que allí tendrá más seguridad de muchas cosas de las que le podrían acusar
delante de tal majestad y grandeza de Dios, y estando delante de Dios quisiese fingir.
Esto lo da bien a entender el santo rey David en un salmo cuando decía: “Señor, tú me
sondeas y me conoces”213; tú, Señor, conociste muy bien lo que yo era antes que fuese
rey, que era un pobre pastorcillo. “Tú sabes si me siento o me levanto; de lejos percibes
lo que pienso”214; también sabes la alteza del oficio y estado donde me he levantado y
donde tu misericordia me ha resucitado y sacado, como si dijera, de la sepultura del
olvido, pues tan muerto y olvidado estaba cuando andaba tras las ovejas de mi padre; y
ahora me has puesto entre los que viven en la cumbre de la dignidad, cetro y mando, y
entre aquellos a quienes hacen caso el mundo. Y no solo, Señor, entendiste estas cosas
de acá fuera, como son lo poco que yo era y lo mucho a que me has levantado, sino
también “familiares te son todas mis sendas”215, desde tus eternidades tenías conocidos
mis pensamientos. “Esté yo en camino o acostado, tú lo adviertes”216; y aun mis
inclinaciones y movimientos, y con tanta delicadeza escudriñabas mis sendas por dónde
voy. Como quien es tan delicado que no permite ni que pise las líneas de los senderos
más angostos que me hagan desviar mi alma de mi seguimiento a Dios, sino que Dios
quiere que vaya sin torcer mi camino librándome de toda amenaza que puedan dar
rienda suelta a los vicios.
Esto es lo que hacen los jueces cuando un labrador trabajando sus campos rompe
los mojones o linderos ajenos, ven que castigo le merece tal acción. Lo mismo David,
daba buena suerte a quién reposaba entre dos suertes: “¡No se queden recostados entre
los rebaños!”217. Parece que en España Dios hace con los hombres como con los
ganados que van de extremo a extremo 218, que les tienen señaladas ya sus veredas por
donde han de ir y que a ambos lados hay sembrados que no les es lícito hacer daño. Así
Dios a un alma le tiene señaladas sus veredas (si es religioso, algo más estrechas)
estando prohibido torcerse a ningún lado, porque Dios está pendiente de la cuerda, la
212
Sal 64, 7-8: “…su mente y su corazón son un abismo”.
213
Sal 139, 1.
214
Sal 139, 2.
215
Sal 139, 3.
216
Ibid.
217
Sal 68, 14.
218
Por: Extremadura.
75

misma que está tensada por un lado por nuestra suerte y destino y, por otra parte, por las
tentaciones del demonio.
5. En los tres versos siguientes va David desmenuzando y encareciendo el
conocimiento que Dios tiene de él, así de sus palabras, de sus pensamientos y de todo lo
que en el hombre se puede imaginar, viejo o nuevo, presente o pasado, antiguo o por
venir. Así como es propio de un alma humilde que, viéndose cargada de bienes
recibidos de parte de Dios y delante de tan gran Majestad, busca desesperadamente
rincones dónde esconderse deseando únicamente desaparecer en un abismo de la nada, y
sabiendo que de todos los dones que Dios le dio tiene que dar cuentas, de la misma
suerte David, temeroso de todas estas cosas y de verse tan cargado de obligaciones ante
quien es fiel ejecutor, dice el santo rey: “¿a dónde iré lejos de tu Espíritu?”219 “¿Dónde
me esconderé, Señor? “Si subo al cielo, allí estás tú; si me tiendo en el Abismo, estás
presente”220. Y lo propio será si algún día “quisiere madrugar y tomar alas y con ellas
huir a las cuevas y agujeros que en las peñas hace la mar”221. “También allí me llevaría
tu mano y me sostendría tu derecha”222; no hará falta Señor que mandes tras de mí tus
alguaciles, ni postales ni correos, porque tu mano derecha es bien larga y con ella me
tomarás y me harás retornar para que esté al día contigo.
En esto se parece el rey David a un alcalde cuando sale de su corte a visitar la
plaza y las tiendas que hay en ella, se siente triste por lo que ve, ya por el peso falso que
se maneja en las tiendas, ya por la mercadería en mal estado y por todo ello solo quiere
alejarse de la plaza, pero como sabe que el juez trae muchos alguaciles dónde quiera que
va, no se atreve a hacer cosas sino solo esperar buenos resultados. De la misma suerte
considera David a Dios, como un escudriñador de los pensamientos por más pequeños
que sea en los que un hombre ha fallado, como un juez que todo lo toma en cuenta, él,
temeroso por tal escrutinio, solo quiere esconderse y desaparecer y dar en un sitio dónde
no sea absolutamente nada, pero sabe que no puede, porque el poder de Dios es grande
y sin importar dónde se vaya Dios con su brazo derecho lo alcanzará y con sus ojos lo
descubrirá en su escondite, y así: “Que me cubran las tinieblas”223, así como el pobre
queda bien escondido en la casa del rey porque al desechado nadie lo irá a buscar en
casa de tanta grandeza, ¿Se podrá el rey esconder debajo de los pies de las tinieblas y en
casa de tanta bajeza, donde nadie imagine que allí había de dar consigo un poderoso
rey? No, porque, “Que me cubran las tinieblas y la luz sea como la noche a mi
alrededor!, las tinieblas no serían oscuras para ti y la noche será clara como el día”224,
pues ni habrá tinieblas para Dios ni para mí, porque para Su Majestad nada hay que
haga sombra, porque luz y tinieblas para Dios son una sola cosa; y yo, cuando esté súper
contento por haberme escondido, Dios hará que la noche me alumbre y sea como el sol
que me descubra.
6. Son estos efectos de una profunda humildad, de un justo temor de sus
muchas obligaciones, las cuales se descubren muy al vivo en presencia de su
bienhechor. Y viendo que con ellas y con la correspondencia que debe no se puede
219
Sal 139, 7.
220
Sal 139, 8.
221
Sal 139, 9.
222
Sal 139, 10.
223
Sal 139, 11.
224
Sal 139, 11-12.
76

esconder, todas se las deja en las manos a quien se las dio, y él se retira pobre, desnudo
y sin nada en la nada. Como quien dice: todo cuanto en mí hay, Señor, es tuyo, tú me lo
diste, reconócelo por tal. Que yo me tendré por dichoso si no me alcances más que solo
en lo principal. Este no se te puede negar. Estoy dispuesto para que de mí hagas lo tú
quieras, si quieres Señor que volvamos a ver y tratar de las cuentas, que vaya a cuenta
tuya tanto las ganancias como las pérdidas, que la ganancia que es tuya sea para tu
honra y tu gloria, y si es pérdida, que tú las perdones y nos libres de ella.
7. Vamos adelante con los pensamientos humildes de un alma.
Consideremos una mujer aldeana de la sierra: que los domingos se arregla muy bien, se
pone maquillaje en el rostro y se viste tan bien con cintos y fajas que toda su aldea al
verla la tienen por hermosa y la llaman la galana, pero si se diese el caso que ella se
encontrara con una cortesana, quien con una ropa simple y sin maquillajes, tiene una
hermosura admirable, ante ello no dudamos que la aldeana solo quería esconderse y
desaparecer, pues sabe muy bien que la hermosura de la que tanto la alaban es puro
maquillaje, y sabiendo ello no dudaría en confesarse fea y desaliñada. ¡Oh, santo Dios!,
quién pudiera considerar la humildad de un alma, cuando se ve delante de Dios que
esencialmente es santo, bueno, rico, poderoso, con otra infinidad de atributos; y ella que
toda su hermosura la tiene comunicada, prestada y que de su propia cosecha no tiene
nada si Dios no la hubiera adornado con tantos y tales dones, ¡no hubiera quien la
mirara! En tal ocasión esta alma se confunde y en su pensamiento se esconde y
desparece. En cualquier género de estimación que de sí quiera hacer, da en una nada tan
nada que siempre busca menos para menos estimarse y más humillarse.
8. De la luz que tienen los bienaventurados dice san Juan que su sol es el
Cordero: “y su lámpara es el Cordero”225. Pregunto yo: si el sol está tan cerca del cielo
¿por qué no da luz allá en el cielo, como lo hace acá en la tierra? Pienso que es como la
dama aldeana de la que hablábamos, que el sol no se atreve a descubrir su hermosura en
el cielo, es decir, esconde sus rayos y no se atreve a desenvolver sus dorados cabellos,
sino que, recogidos en sí, allá en el cielo estará con una confusión, está todo tímido y
con plena humildad, batiendo sus alas hacia abajo, se contenta con dar luz a los que
vivimos en la tierra, porque en presencia de Dios que es luz, luz por esencia, no parece
ni tiene entrada lo que es participado. O para entenderlo mejor, si tomáramos un poco
de flores de seda o de papel que se hacen en invierno y las pusiéramos en un prado junto
a otras flores que allí nacieron ¿no será lo más normal que las flores naturales que allí
nacieron se rían al ver que estas flores artificiales se quisieren comparar a ellas, y las
flores artificiales insultadas por las flores naturales, quisieran tener pies para marcharse
al invierno dónde reemplazaban en los aposentos a las flores naturales? Lo mismo
podemos decir de los retratos, que por muy acabados que estén, en presencia de los
originales desearían que los lleven y colgasen en los aposentos oscuros dónde adornan
las paredes. En definitiva, si criaturas a criaturas se humillan así ¿qué no hará un alma
santa delante de su Creador, sabiendo que ella es nada y su creador es en sí infinito y
tiene infinito poder?
9. Viene Abigaíl cargada con un poderoso presente para David de pan,
vino, carneros, pasas y otras muchas cosas. Y, arrodillada a sus pies, mil veces le llama:
señor mío y ella se llama sierva, ofreciendo todo lo que llevaba con unas palabras y
225
Ap 21, 23.
77

afectos extraordinarios; que todo lo que llevaba le parecía poco, por ello lo quería
entregar todo con gran afecto226. Veamos, discreta mujer ¿para qué tanta educación y
cortesía al ofrecer a David tu ofrenda cuando este está necesitado de algo para poder
llevarse a la boca, porque anda por los desiertos escapando y muerto de hambre?
Podrías responder diciendo que el multiplicar las palabras y avivar los afectos es porque
David estaba terriblemente enojado con Nabal, esposo de Abigail, de manera que, por
más grande que fuera la ofrenda, sabiendo el gran enojo de David, esta discreta mujer
con profunda humildad quiso ganarse a David, y así, por millares de veces le llama
“Señor mío” y ella se llama a sí misma “sierva”.
Pues si esto pasó a David, ¿Por qué nos hemos de espantar que un alma
compareciendo ante Dios, aunque esté cargada de mil bienes y resplandores,
considerando los muchos dones que Dios le hizo (como David a Nabal: que le había
guardado sus ganados en los campos, favorecido a sus pastores y defendiendo su
hacienda; así Dios hace encargos al alma más justa de todos los recibos de su mano; y
para hacerle estos encargos basta parecer delante de tanta majestad, de quien dice David
“el Señor examina al justo y al culpable”227; solo con mirar al hombre, le está
preguntando y disputando que qué es lo que tiene que no lo recibiese de su mano), con
solo mirarle ve y sabe que él tiene razón de enojarse con ella, pues no hubo tan buena
correspondencia como debía y tenía obligación? Pues, por mucho que hubiera hecho,
siempre será poco en comparación a lo que Dios nos da, por ello, aunque un alma
delante de Dios esté cargada de mil bienes para presentarle, todo se le hace poco, que
tan solo quisiera esta alma con palabras humildes y afectos encendidos completar lo que
le falta, y así veremos que jamás se cansará de llamar a Dios mil veces ¡Señor mío, Dios
mío, rey mío!; y a sí, mismo llamarse sierva, esclava, pobre y miserable.
10. Pero como Dios conoce tan bien los corazones, y el alma se da cuenta lo
poco que valen sus palabras, entonces es cierto que ella enmudece y vuelve los ojos
sobre sí, deshaciéndose ella en humildes pensamientos y pidiendo que Dios sea quien lo
conforte, lo consuele y anime. Como otro rey Asuero a la hermosa Ester, de quien dice
la Sagrada Escritura que, vestida de gloria, hermosura y adornada como verdadera reina,
se fue a hablar con el rey intercediendo por su pueblo que estaba tan oprimido por la
persecución de Amán, la misma, acompañada con dos criadas, se presentó ante el rey,
en cuya presencia “la reina se desvaneció; perdió el color y apoyó la cabeza sobre la
sierva que la precedía”228, pues perdió el color que tenía y tomó color de muerte, tanto
que tuvo que reclinar su cabeza en una de las criadas que llevaba y la causa de este
desmayo y decaimiento lo da primero la Sagrada Escritura en el propio capítulo
diciendo: “estaba el rey sentado en el trono real, revestido de vestiduras de las
ceremonias públicas, cubierto de oro y piedras preciosas y con un aspecto
verdaderamente impresionante”229, ante todo ello, viendo el rey a su reina desmayada,
la consoló con palabras dulces y amorosas, animándola para que le dijese lo que quería.
Mientras Ester estaba hablando, dice la Escritura que “se desmayó de nuevo”230 y al
quedar como sin alma, le volvió a preguntar el rey cual era la causa de todo ello, lo
226
Cf. 1Sam 25, 18-31.
227
Sal 10, 5.
228
Est 15, 10.
229
Est 15, 9.
230
Est 15, 18.
78

primero que respondió fue: “te he visto, Señor, como a un ángel de Dios y mi corazón
se turbó ante el temor de tu gloria”231.
¡Oh, santo Dios! Si de solo mirar la gloria de un ángel representada en los
vestidos, oros y piedras preciosas de un rey, asombra a una reina, adornada y vestida
como reina; si le hace perder el color y poner como muerta el aspecto terrible de un
hombre, ¡cuánto más un alma santa, temerosa de Dios, compareciendo ante tal presencia
y majestad, como un humilde ante Dios, pierda el color, se desmaye y se aniquile, de
suerte que la benignidad de Dios sea necesario le consuele y anime y conforte! Una
reina ante un rey reina es; y poca es la diferencia que hay del uno al otro. Así el rey la
consuela con estas palabras: “soy tu hermano, ten confianza”232, poca es la diferencia
que hay entre ambos, no temas. Más, si el rey estaba vestido y adornado con la majestad
de rey, la reina iba con majestad de reina: “se revistió de reina”233. Y por grande que
fuese la gloria del rey cuando en él se le representó a la reina un ángel, mucha más era
la hermosura de la reina, pues ésa fue causa que la subiese Asuero a la dignidad que
tenía. Y con haber tanta proporción e igualdad entre el rey y la reina, en su presencia
pierde el color, huye la sangre del rostro y queda como sin alma.
Pues pregunto yo. Cuando un humilde comparece ante Dios -cuya majestad,
grandeza y gloria no cabe en los cielos, cuyo poder e imperio no aciertan a rastrearlo
como él es todas juntas las criaturas- y el humilde no va vestido con vestiduras reales
-que eso es ser humilde: desnudarse un hombre de lo que tiene- y no se considera como
hermano, sino como siervo y esclavo, ¿cuál será su aniquilación, su crecer en el
desecharse en sus propios pensamientos, el decir que no es digno, etc.?

231
Est 15, 16.
232
Est 15, 12.
233
Est 15, 4.

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