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C O B R E el C írculo de V iena h a escrito B e rtra n d

^ Russell: «La escuela es ad m ira b le p o r su decisión


de h ac er filosofía científicam ente, p o r su inflexible
am o r a la verdad y p o r su tra b a jo técnico en lógica,
sin tax is y sem ántica». Sus p u n to s de p a rtid a están en
el cam po de la física (P la n c k ), en el de las ciencias
exactas, en el de la nueva lógica ( R u ssell) y en el de
la filosofía del lenguaje (W ittg en stein ).

Víctor Kraft

taurus
VICTOR KRAFT

EL C I R C U L O
DE V I E N A
V e r s ió n e s p a ñ o la d e
FRANCISCO GRACIA

taurus
T ítu lo original: D e r W ie n e r K r e is
© S p rin g er V erlag, V iena

P rim era ed ició n : 1966


R eim presiones: 1977, 1986

© 1966 T a u r u s E d ic io n e s , S. A.
Príncipe de V erg ara, 81. 28006 M a d r id
ISB N : 84-306-1045-6
D epósito legal: M. 4.098-1986
P R IN T E D IN S P A IN
PROLOGO

El Círculo de Viena fue (junto con la Sociedad de


Filosofía em pírica, de Berlín) el punto de partida de
un movim iento filosófico internacional que ha produ­
cido una renovación y reform a del positivismo y el
em pirismo. El neopositivismo se encuentra hoy en
el p rim er plano filosófico, sobre todo en los países
anglosajones y escandinavos. Ha de ser considerado
como el fenómeno filosófico m ás im portante y serio
del intervalo en tre am bas guerras. Sin embargo, es
precisam ente en el área cultural alem ana donde la obra
del Círculo de Viena ha sido rechazada, en la medida
en que ha sido conocida. Y este conocim iento era y es
m uy insuficiente, extendiéndose sólo a los comienzos.
A este respecto es significativo que Gerh. Lehm ann en
su historia de la F ilo s o fía a le m a n a a c tu a l, aparecida
en 1943, tra te sólo a Cam ap e incluso de éste no tenga
en cuenta m ás que los prim eros escritos: su tesis doc­
toral, un tratad o sobre E ig e n tlic h e u n d U n e ig e n ttic h e
B e g r if fe de 1927, D e r lo g is c h e A u f b a u d e r W e lt y los
S c h e in p r o b te m e , de 1928, y el G r u n d r is s d e r L o g is tik
de 1929, sin considerar ninguno de sus escritos poste­
riores tan im portantes. Además, los trabajos citados
p o r él son juzgados erróneam ente, ya que no compren-

7
de lo esencial. Tam bién Del Negro, cuya H is to r ia d e la
F ilo so fía a le m a n a d e la a c tu a lid a d se publico sólo un
año antes, caracteriza todavía como la obra fundam en­
tal de la dirección, D e r lo g is c h e A u f b a u d e r W e lt de
Carnap. Los num erosos e im portantes escritos apareci­
dos posteriorm ente, los estudios de los ocho volúmenes
de E r k e n n t n i s , la L o g is c h e S y n t a x d e r S p r a c h e de
Carnap, los G e s a m m e lte A u fs a tz e de Schlick, con los
que acaban el desarrollo y los progresos del Círculo de
Viena, no han sido tenido en consideración. Ellos y
el movimiento entero fueron dejados de lado y repri­
midos por la orientación espiritual del nacionalsocia­
lismo. También en la nueva visión de conjunto de la
F ilo so fía e u r o p e a d e la a c tu a lid a d (1947) de Bochenski,
obra por lo dem ás valiosa, se presenta al neopositivismo
y al Círculo de Viena desde luego bastante m ejor que
en los estudios anteriores mencionados, pero en form a
no del to d o satisfactoria y m uy brevem ente. (Hay tr a ­
ducción castellana de esta últim a o b ra : Fondo de Cul­
tu ra Económica, B r e v ia r io s , núm. 16. México, 1949 y si­
guientes.)
Son sobre todo las exposiciones extranjeras las que
se ocupan detenidam ente del Círculo de Viena. En p ri­
m era línea está la gran m onografía de J. R. W einberg
A n e x a m in a t io n o f L ó g ic a l P o s it iv is m , Londres, 1936 *,
muy bien docum entada, que, sin em bargo, tra ta funda­
m entalm ente la prim era etapa, dependiente de Wittgens-
tein. El Círculo de Viena ha sido objeto posteriorm ente
de una detenida consideración en la acertada exposi­
ción del neopositivism o de G. H. von W right D e n lo g is k a
E m p ir is m e n , Helsingfors, 1943, pero debido a estar es­
crita en sueco no ha adquirido m ucha difusión. Las

1 Hay trad u cció n esp añ o la: E x a m e n d e l p o s i t i v i s m o ló g ic o .


T raducción de J. L. F ernández de C astillejo. A guilar, M adrid,
1959. ( N . d e l T .) .

8
restantes exposiciones extranjeras proceden en parte
de los prim eros tiempos del Círculo de Viena, como
el extraordinario trabajo de Kaila D e r lo g is c h e N e u p o -
s i t i v is m u s , que apareció ya en 1930, y el inform e de
Petzall, entonces exacto, pero am pliam ente superado
luego, D e r lo g is c h e P o s itiv is m u s de 1931 y su crítica
de las proposiciones protocolarías Z u m M e th o d e n p r o -
b le m d e r E r k e n n tr tis fo r s c h u n g de 1935. Parte de ellas
son visiones de conjunto muy breves, como la de Voui-
llemin La lo g iq u e d e la s c ie n c e e t l'é c ó le d e V ie n n e , 1935,
y la de C. W. M orris L o g ic a l P o s itiv is ta , P r a g m a tis ta
a a d S c ie a t if ic E m p ir ic is m , 1937. (P or desgracia no he
podido conseguir, a pesar de mis esfuerzos, el estudio
de Blumberg y Feigl.) E ntre las exposiciones extranje­
ras de las doctrinas del Círculo de Viena hay que m en­
cionar tam bién el libro de A yer: L a a g u a g e , T r u t h a n d
L o p e (1938, 2? ed. 1946). (Versión castellan a:: L e a g u a je ,
v e r d a d y lógica. Editorial Universitaria de Buenos Ai­
res (EUDEBA).)
Por ello me ha parecido indicado exponer de modo
sintético los trabajos filosóficos del Círculo de Viena,
sus problem as y resultados; no sólo para que con ello
no se pierdan en el olvido, sino sobre todo p ara pre­
sen tar de este modo las ideas fundam entales de este
movim iento a la filosofía alem ana de nuestro tiempo,
filosofía que sólo las conoce en form a insuficiente.
El Círculo de Viena pertenece al pasado, al menos
en Viena. Su trabajo, en el que yo m ism o participé, ha
term inado. Por ello mi exposición llega sólo hasta su
diáspora en 1938. Tampoco hubiese sido posible lograr,
durante el aislam iento del extranjero ocasionado por
la segunda guerra mundial, un conocim iento suficiente
de la literatura aparecida desde entonces en otros países
y producida p o r antiguos m iem bros del Círculo de Viena
o relacionada con ellos. Por tanto, no ha sido posible

9
referirse a ella, con excepción de las nuevas obras de
Carnap.
No hay que p erder de vista al juzgarlo, que el tra ­
bajo del Círculo de Viena no concluyó, sino que fue
interrum pido bruscam ente cuando se hallaba en su ple­
nitud. Más de una simplificación excesiva, m ucho ra­
dicalismo se explican como un planteam iento inicial.
Igual que variaron reiteradam ente las opiniones en el
Círculo de Viena, del mismo m odo que Carnap ha su­
perado después la unilateralidad de la consideración
puram ente sintáctica, tam bién en el Círculo de Viena
se hubiese llegado a soluciones m ás m aduras, si se hu­
biese podido seguir trabajando. Si se quisiesen sacar
form ulaciones y consecuencias extrem as, se podría
p resentar sus resultados a una luz totalm ente distinta
de lo que sigue. Pero con ello se habría hecho injusticia
a su obra. Su gran significado positivo es indudable.
De ningún modo podría defender p o r com pleto' las
opiniones del Círculo de Viena; he añadido incluso una
crítica en algunos puntos im portantes. Pero el Circulo
de Viena se preocupó p o r poner en claro con profun­
didad y am plitud lo fundam ental del conocim iento y
dem ostró un grado de claridad y rigor lógico que no
se encuentra en la filosofía alem ana de la últim a ge­
neración. Incluso quienes se hallen en una posición
distinta de la del Círculo de Viena pueden aprender
tam bién m ucho de él.
V i e n a , m a r z o d e ¡9 5 0 . V. Kr a f t

10
PRIMERA PARTE

LA H ISTO RIA DEL CIRCULO DE V IE N A '

Desde 1895 hubo en la Universidad de Viena una cá­


tedra de filosofía de las ciencias inductivas, que fue
creada para E m st Mach, quien la ocupó hasta 1901. Des­
pués se encargó de ella L. Boltzmann (de 1902 a 1906).
Más tarde la obtuvo el original Adolf Stóhr. Había con
ello en Viena una larga tradición de una filosofía em-
pirista que se ocupaba principalm ente de las ciencias
naturales. Ya antes se habían im puesto en cierto sen­
tido tendencias em piristas a través de Franz Brentano.
Theodor Gomperz y Jodl habían defendido una filosofía
antim etafísica. En 1922 fue nom brado M oritz Schlick
para desem peñar la cátedra de filosofía de las ciencias
inductivas. Igual que sus predecesores, habían llegado
a la filosofía desde la física. H abía hecho su tesis doc­
toral con Planck sobre la reflexión de la luz en un
medio no homogéneo, y fue el prim ero en valorar
filosóficam ente la teoría de la relatividad en su obra
R a u m u n d Z e i t in d e r g e g e n w a r tig e n P h y s ik (1917). Te­
nía relaciones personales con los hom bres m ás im por­
tantes dentro de las ciencias exactas, tales como Planck,
Einstein, y H ilbert. Pero a diferencia de sus predece-

> Cfr. W is s e n s c h a ft ii c h e W e l ta u ff a s s u n g . D e r W ie n e r K r e is .
Viena, 1929. N e u ra th : «Den logiska E m pirism en och w iener
krctsen.» 1936. ( T h e o r i a , vol. II, p. 72 s.).

11
sores, no sólo de Boltzmann, sino tam bién de Mach,
tenía un profundo conocim iento de la filosofía.
Pronto se form ó en Viena, alrededor de Schlick, un
círculo no sólo de alumnos, sino tam bién de estudiosos
interesados en la filosofía. Lo constituían los m ás ade­
lantados de sus discípulos —entre los que Fr. W aismann
tenía un lugar destacado—, pero tam bién doctores
como O. N eurath, E. Zilsel, H. Feigl, B. v. Jubos, H. Nei-
der, algunos de sus colegas, los profesores R. C am ap,
V. Kraft, F. Kaufm ann, y no sólo filósofos «puros»,
sino tam bién m atem áticos con intereses filosóficos: el
catedrático H. Hahn y los profesores Menger, Radako-
vic y Gódel. Esta composición tra jo consigo un nivel
desacostum bradam ente alto. La orientación m atem ática
—tam bién Cam ap, W aismann, Zilsel, N eurath y Kauf­
m ann tenían una form ación m atem ática— fortaleció la
tendencia hacia el rigor y la pureza lógicos. En breves
inform es y largas discusiones se debatían cuestiones
lógicas y gnoseológicas, m ediante lo cual y gracias a la
preparación y el pensam iento independiente de los
m iem bros m ás im p o rtan tes 2 —particularm ente Schlick,
C am ap, N eurath, W aismann, Hahn, Zilsel— se consi­
guieron abundantes resultados. E ra un trab ajo intelec­
tual de construcción conjunta, no la aceptación de las
tesis de un m aestro. Schlick no m arcaba en m odo al­
guno la pauta. De W ittgenstein partieron influjos p ro ­
fundos, aunque él m ism o no estuvo nunca presente.
Fueron transm itidos p o r Schlick y W aismann, quienes
se hallaban en contacto con él, que entonces estaba en
Viena. De este modo llegaron m ucho m ás allá de su
T r a c ta tu s lo g ic o p h ilo s o p h ic u s *. De este trab ajo con­

* Véase una bibliografía de los p articip an tes en W i s s e n s c h a ft l.


W e i t a u f f a s s u n g . 1929. T am bién en E r k e n n t n i s , vol. I, p. 315 y ss.,
y en E i n h e i t s w i s s e m c h a f t , cu ad ern o 1, p. 30; cuad. 3, p. 21-22.
* Ver, p., ej., la co nstatación expresa {le S c h l i c k en el ensayo
«M eaning a n d V erification» ( C e s a m m e l t e A u f s ü t z c , p. 340),
de que debe su caracterización del significado a conversaciones
sostenidas con W ittgenstein, que in fluyeron p ro fu n d am en te sus

12
ju n to se derivó un progreso tan rápido como el que
únicam ente se produce en las ciencias especiales. Por
tanto, resulta natural que tal desarrollo tuviese' como
consecuencia varios cambios y que m ás de una con­
cepción inicial dem asiado sim plista fuese superada m ás
pronto o m ás tarde.
En 1929 Schlick fue llamado a Bonn, pero renunció
después de algunas vacilaciones. En la prim avera y el
verano del m ism o año m archó com o profesor invitado
a la Universidad de Stanford en California. En esta
época, la am enaza de la pérdida prim ero y la larga
ausencia de Schlick después, hicieron tom ar conciencia
a los m iem bros de este círculo de que constituían una
com unidad espiritual de cuño especial, un grupo filosó­
fico peculiar. El congreso de la Sociedad alem ana de
Física y de la Asociación de m atem áticos alemanes,
que tuvo lugar en Praga a mediados de septiem bre del
m ism o año, proporcionó la ocasión exterior de inter­
venir allí como un grupo autónom o, que, ju n to con la
Sociedad de Filosofía em pírica de Berlín, a la que per­
tenecían Fr. K raus, H. Reichenbach, A. Herzberg, A. v.
Parseval, W. Dubislav, K. Grelling, organizó sim ultá­
neam ente un congreso sobre gnoseología de las ciencias
exactas. Al mismo tiem po se publicó un pequeño es­
crito program ático W is s e n s c h a ftlic h e W e lta u ffa s s u n g .
D e r W i e n e r K r e is , realizado p o r Carnap, Hahn y Neu­
rath, que exponía brevem ente el origen y los miem bros,
la actitud y los fines de esta sociedad de trabajo. Es­
taba dedicado a Schlick y le fue entregado a su vuelta
a Viena en octubre de 1929 «en señal de agradecim iento
y de alegría p o r su perm anencia en Viena», como se
decía expresam ente en el prefacio. El «Círculo de Vie­
na» entraba así en la .vida pública.
Esto se m anifestó tam bién en que el Círculo consi­
guió su propio órgano de publicación al hacerse cargo

p ro p ias consideraciones so b re la m ateria. «D ifícilm ente p uedo


ex ag erar m i d euda respecto de este filósofo.»

13
Cam ap y Reichenbach en 1930 de los A r m a le n d e r P h i-
lo s o p h ie , que continuaron bajo el título de E r k e n n tn i s .
El Círculo encontró una posibilidad ulterior de publi­
cación en los pequeños escritos V e r o ff e n tl ic h u n g e n d e s
V e r e in e s E r n s t M a c h , editados p o r la asociación «Ernst
Mach», que había sido fundada en 1928 p o r varios miem ­
bros del Círculo con la tendencia de la popularización *;
y además, en la serie E i n h e it s w is s e n s c h a ft , editada por
N eurath, 1934.
El «Círculo de Viena» se dio a conocer rápidam ente
en medios cada vez m ás amplios. En septiem bre
de 1930 volvió a organizar ju n to con el grupo berlinés
de filosofía em pírica un congreso de gnoseología de las
ciencias exactas, en el que se trataro n los problem as
fundam entales de la m atem ática y de la mecánica
cu án tica *, congreso que se celebró ju n to con la Asam­
blea de físicos y m atem áticos alem anes en Konigsberg.
La designación de Carnap en 1931 como profesor ex­
traordinario de la Facultad de Ciencias N aturales de la
Universidad de Praga significó una sensible pérdida
para el Círculo de Viena, pero Carnap form ó con el
catedrático de física Philipp F rank una ñlial del
«Círculo de Viena» en Praga. Ambos grupos en traron en
relación con pensadores extranjeros orientados en el
m ism o sentido: con Jorgensen, catedrático de Filosofía
en Copenhague, con Rougier, entonces catedrático en
Besangon y El Cairo, con M orris, catedrático en Chi­
cago, con Miss Stebbing, catedrático en Londres, etcé­
tera. Se estableció tam bién contacto personal con las

* U na tendencia política, tal com o la q u e N e u ra th in te n tó


in tro d u c ir a veces en las publicaciones y com o la q u e rep ro ch ó
D ingler al «C írculo de Viena» en el prólogo de sus G r u n d la g e n
d e r G e o m e tr ie (1933), no tenía n a d a que ver con los esfuerzos
del «C írculo de Viena», q u e e ra n p u ra m e n te filosóficos. Reichen-
bah c la rechazó ( E r k e n n t n i s , vol. 4, p . 75 s.) y tam b ién el p ro ­
fe so r Schlick la rechazó ex p resam en te a n te m í.
3 Un inform e sobre él en E r k e n n t n i s , vol. 2, p. 86 s.

14
escuelas logísticas de Vársovia y Lemberg*. De aquí
surgió un congreso internacional de Filosofía científica,
que fue preparado en 1934 p o r Rougier, Reichenbach,
Carnap, Frank y N eurath en una conferencia previa
en Praga y que tuvo lugar en París en septiem bre
de 1935 en las aulas de la S o b o rn aT. Fue prom ovido por
el Gobierno francés y p o r Institutos científicos interna­
cionales de París; Russell y Enriques pronunciaron
discursos de apertura; participaron aproxim adam ente
170 m iem bros de m ás de 20 países, viniendo de Alema­
nia, ap arte del grupo de Berlín, solam ente el catedrático
Scholz de M ünster. Constituyó un gran éxito. La orien­
tación del Círculo de Viena, que encontró todavía una
fuerte resistencia en el Congreso de Praga de 1929, fue
ahora am pliam ente reconocida. Enriques y el general
Vouillemin advirtieron del peligro del dogmatismo y de
un nuevo escolasticismo, M orris sobre la unilateralidad
y Reichenbach sobre el peligro de aplicar precipitada­
m ente a algo el calificativo de m etafísica; algunos p arti­
cipantes form ularon objeciones contra concepciones
aisladas. A propuesta de Carnap se nom bró un com ité
para la unificación internacional del sim bolismo lógico
y en p rim er lugar de la term inología alemana; ef Con­
greso se declaró tam bién dispuesto a prom over y cola-76

6 Una bib liografía de estas escuelas en E r k e n n t n i s , vol. 5,


p. 199 s.
7 In fo rm e so b re la conferencia p revia de P ra g a : E i n h e i t d e r
W is s e n s c h a ft , 1934. In fo rm e sobre el p rim e r congreso en P a rís:
P h il o s o p h ie s c i e n t i f i q u e , P arís, 1935 y «Actes d u C o n g ris in te r­
n a r de philosophie scientifique». ( A c t u a l i t é s i d e n t i f i q u e s e t
i n d u s tr ie ll e s , núm . 378-395, P arís, 1936). In fo rm e so b re am bos
congresos en E r k e n n t n i s . vol. 5, p. 1 s., p. 377 s. P a ra este con­
greso aparecieron com o in tro d u ccio n es: Vouillemin, L a lo g iq u e
d e la S c ie n c e e t l'é c o le d e V ie n n e . y N eu rath , L e d é v e l o p p e m e n t
d u c e r c le d e V i e n n e e t l'a v e n i r d e V e m p ir is m e lo g i q u e ; am b as
en P arís, 1935.

15
borar en la Enciclopedia internacional de la ciencia
unificada, propuesta p o r N eurath*.
Al año siguiente, en julio de 1936, tuvo lugar un se­
gundo Congreso internacional «para la unidad de la
ciencia» en Copenhague, que estuvo dedicado especial­
m ente al problem a causal, sobre todo en relación con
la física y la biología cuánticas". Participaron unos
cien miem bros, provenientes de la m ayoría de los paí­
ses europeos, siendo particularm ente grande el núm ero
de los am ericanos; N. Bohr pronunció la prim era con­
ferencia. En el discurso de ap ertu ra Jorgensen puso
de relieve que la iniciativa de este Congreso y de los
anteriores había partid o del «Círculo de Viena» y que
era éste el que había desarrollado las ideas fundam en­
tales del nuevo movim iento filosófico. Al año siguiente,
en julio de 1937, se volvió a celebrar en París y en la
Sorbona el tercer Congreso p ara la unidad de la cien­
cia, que sirvió para las discusiones de la proyectada
E nclopedia10. Y de nuevo un año después, en julio
de 1938, se organizó un cuarto Congreso para la Unidad
de la Ciencia en Cambridge, en el que se trató del len­
guaje científico11. G. E. Moore pronunció el discurso
de apertura, siendo tam bién esta vez internacional la
concurrencia. El últim o de tales Congresos tuvo lugar
en septiem bre de 1939 en América, en Cambridge, Mas-
sachusetts. La guerra señaló entonces el fin. Fue un
ascenso fulm inante. El Círculo de Viena se había con­
vertido así en un movim iento filosófico internacional:
el neopositivism o o neoem pirism o.
Pero m ientras tanto el Círculo de Viena había su­
frido dolorosas pérdidas. Feigl obtuvo en 1931 una cá­

* A parecida ya en p a rte com o E n c y c lo p e d ia o f U n if ie d S c ie n ­


c e , Chicago, 1938 s.
* In fo rm e e n E r k e n n t n i s , vol. 6, p . 275 s., y D a s K a u s a lp r o -
b le m , Leipzig y Copenhague, 1937.
10 In fo rm e en Z u r E n z y k i o p a d i e d e r E i n h e i t s w i s s e n s c h a f t ,
La H aya, 1938.
11 In fo rm e en E r k e n n t n i s , vol. 7, p. 153 s.

16
tedra en la Universidad de Iowa, de donde pasó pos­
teriorm ente a la Universidad de M innesota. En 1934
m urió inesperadam ente el profesor Hahn. Cam ap m ar­
chó en 1936 a América, nom brado doctor honoris causa
p o r la Universidad de H arvard, y aceptó un nom bra­
m iento en la Universidad de Chicago 12. Y en el mismo
año recibió el Círculo el golpe m ás fu erte: el profesor
Schlick fue m uerto a tiros en la Universidad p o r un
antiguo discípulo, un psicópata con m anía persecutoria.
Fue una pérdida irreparable que Schlick fuese arreba­
tado de este modo al trab ajo fecundo y se truncase
su evolución, pues dejó mucho m aterial incompleto e
inacabado. Cesaron las reuniones del Círculo y éste se
disolvió p o r completo en 1938 después de la anexión
violenta de A ustria a Alemania. Sus m iem bros se dis­
persaron en todas direcciones. W aismann y N eurath
m archaron a Inglaterra, donde W aismann fue profesor
universitario prim ero en Cambridge y luego en Oxford,
y donde m urió N eurath en 1946; Zilsel y Kaufm ann se
fueron a N orteam érica, donde Zilsel m urió en 1943;
M enger y Gódel habían aceptado ya anteriorm ente in­
vitaciones para ir allí. E r k e n n t n i s se trasladó en 1938
de Leipzig a La Haya, donde tom ó el título T h e J o u r n a l
o f U n ifie d S c ie n c e ( .E r k e n n tn is ) en el volumen 8, pero
a causa de la guerra hubo que suspender su publica­
ción en 1940. Se prohibió la com pra de las obras del
Círculo de Viena p o r razones políticas, ya que entre sus
m iem bros había algunos judíos y porque la actividad
de la Asociación «Ernst Mach» se consideraba «disol­
vente».
En Viena ya no había Círculo de Viena. Pero su
orientación se defendía ahora en el extranjero, donde
había ganado cada vez m ás terreno, sobre todo en los
Estados Unidos, donde existía ya una orientación se­

12 P o r ta n to , C am ap no «em igró a América», com o lo in te r­


p reta G. Lehm ann en D ie d e u t s c h e P h il o s o p h ie d e r G e g e n -
w a r t, 1943, p. 293.

17
m ejante con M orris, Langford, Lewis, Bridgman, Na-
g e lu , donde Reichenbach y R. v. Mises encontraron
sitio y donde ahora Cam ap en Chicago y Feigl en Min­
nesota continúan el trabajo. En Inglaterra, donde vive
Russell como antepasado de todo el movimiento, el
Círculo de Viena se continúa p o r W aismann en Ox­
ford y por Ayer y, en lo esencial, tam bién p o r Pop-
p e r 1* bis) en la Universidad de Londres, donde tam ­
bién Miss Stebbing (f 1943) defendió una tendencia
sem ejante u . Una continuación muy notable de su labor
la encontró el Círculo de Viena en Finlandia, con Kaila,
quien, como Ayer, participó personalm ente de vez en
cuando en los últim os tiem pos del Círculo, y con
G. H. v. W right, que fue su discípulo y luego su colega
en la Universidad de Helsinki y actualm ente es cate­
drático en Cambridge. Por supuesto, los que entonces
pertenecieron al Círculo de Viena no han perm anecido
en la antigua posición, sino qué han continuado avan­
zando y en parte la han superado.
Con el Círculo de Viena están vinculados tam bién el
profesor Jorgensen, de Copenhague, y el profesor Dürr,
de Zürich; en Francia, el profesor Rougier, el general
Vouillemin, M. Boíl, etc. H ubo igualm ente relaciones
con el Círculo de Viena/ allí donde se profesase la
m ism a tendencia, al menos en parte; así con la escuela
em pirista de Upsala y el profesor Tegen de L u n d 1*,
con las escuelas logísticas de Gottingen y M ünster y5143*

11 Que tiene su expresión en la revista P h il o s o p h y o f S c ie n c e ,


B altim ore, 1930 s., y en el J o u r n a l o f S y m b o l i c L o g ic .
13 b is E l D r. P o p p er no p articip ó en los últim o s tiem pos del
Círculo de Viena, pero estuvo en co n tacto personal con varios
m iem bros (C am ap , Feigl, K raft). E l D r. H . A. L indem ann, m iem­
b ro del C írculo, volvió a B uenos Aires, donde h a b ía vivido an te­
rio rm en te y donde co ntinúa escribiendo.
E l D r. T scha H ung, qu e p artic ip ó tam b ién en el C írculo de
Viena, es a h o ra p ro fe so r en la U niversidad W uhan, W uchang,
China.
14 A la q u e servía la revista A n a l y s i s , O xford, 1933 s.
15 Que se expresa en la rev ista T h e o r ia , Lund, 1935 a.

18
con las efe Varsovia y Lem berg ,8, si bien am bas fueron
disueltas po r la guerra igual que el Círculo de Viena.
Sólo en Alemania no encontró difusión la orientación
del Círculo de Viena. M ientras Russell, p o r ejemplo,
em ite sobre ella un juicio de gran a p re c io 17 e incluso
personas alejadas no han desconocido su significa­
ción 1S, en Alemania ha sido rechazada de m odo despec­
tivo y decidido, en la m edida en que ha sido tom ada en
consideración **.

16 Con la rev ista S t u d i a P h ilo s o p h ic a , Lem berg. 1934-38. De


las rev istas e x tra n je ra s citad as, el a u to r no h a podido d isponer
m ás que de T h e o r ia .
17 R ussell, «Logical P ositivista, 1946 (P o le m ic , vol. I). P. 7:
E l C irculo de Viena, «que p roporcionó u n ra r o ejem plo de
colaboración fecunda e n tre filósofos», es caracterizad o , igual que
la escuela de V arsovia, com o «del m ás alto nivel». «La escuela
es a d m irab le p o r su decisión de hacer filosofía científicam ente,
p o r su inflexible a m o r a la v erd ad y p o r su tra b a jo técnico en
lógica, sintaxis y sem ántica.» «Pero, siendo ta n grandes los
m érito s de la escuela, tienen u n a c ie rta estrechez y u n a c ie rta
ceguera fre n te a algunos pro b lem as de considerable im p o rtan ­
cia», com o respecto de la psicología, etc., (p. 12).
18 Asi W einberg, A n E x a m i n a t i o n o f L o g ic a l P o s i t i v i s m , 1936,
p. 294, dice después d e u n a c rític a : «Las investigaciones de
lógica, m atem áticas y de la esencia de los sisteméis científicos
realizadas p o r lo s positiv istas lógicos son a p e sa r de e sto de la
m ayor im p o rtan cia. Parece ju stificad o a firm a r que esto s e stu ­
dios n o s h an pro p o rcio n ad o la visión m ás clara h asta hoy de la
lógica y de los sistem as científicos y es aq u í donde hay que
ver el m érito m ás evidente del positivism o lógico.» Y Petzall,
«D er logische Positivism us», 1931 ( G iit e b o r g s H o g s k o la s A r s -
s k r i f t . 37), p. 36: «Las objeciones aqui fo rm u lad as n o n o s im ­
piden c re e r que u n a revisión del lenguaje científico, tal com o
la qu e in te n ta el C írculo de V iena p a ra la concepción científica
del m undo, sería de u n valo r e x trao rd in ariam en te alto.»
18 Así p o r H eim soeth en el L e h r b u c h d e r G e s c h ic h te d e r
P h i lo s o p h ie de W indelband, p ublicado nuevam ente p o r él, 1935,
p. 574 (tra d . esp a ñ o la : M a n u a l d e H i s t o r i a d e la F il o s o fía , Ed.
Ateneo, México, 1960, p. 599): «El hom bre, el e sp íritu , la h isto ria
son considerados desde u n a p reten sió n m etódica y cognoscitiva
fija d a de an tem an o y su p u estam en te lib re de to d o dogm a onto-
lógico y, en ú ltim o térm ino, son ignorados en lo esencial». Y p o r

19
Schlick discutió las acusaciones contra el Círculo de
Viena en su ensayo «L’école de Vienne et la philosophie
traditionelle»30: «Se reprocha frecuentem ente a la es­
cuela de Viena el que no está com puesta p o r filósofos,
sino por enemigos de la filosofía. Las doctrinas de esta
escuela, se dice, no contribuyen en nada al desarrollo
ni al progreso de la filosofía, sino más bien a su diso­
lución.» Pero sólo puede hablarase así si se equipara
la filosofía con la metafísica. Y la negación de la m eta­
física es claro que no fue inventada p o r el Círculo de
V iena31. Las comprensivas palabras que tiene Schlick
en el mismo ensayo para con la filosofía histórica son
un testim onio de que el reproche de m enosprecio de
la filosofía no es ex acto 33: «Los 'anti-metafísicos' son
injustos m uchas veces con la fiosofía tradicional al de­
clarar que es sim plem ente una colección de pseudo-
problemas. Yo pienso, p o r el contrario, que tenem os
pleno derecho a estar orgullosos de que nuestros pen-
somientos sean el resultado de un largo desarrollo his­
tórico del espíritu humano.» «Frente a los sistem as del
pasado m ostrarem os una com prensión histórica; sus
dogmas ya no nos alteran; podem os ad m irar con la
conciencia tranquila las épocas grandiosas de una hu­
m anidad que en la búsqueda y en la equivocación de-

Del N egro en D ie d e u t s c h e P h il o s o p h ie d e r G e g e n w a r t , 1942, p . 8:


«El neopositivisino em prendió la lucha m ás v iolenta no sólo
c o n tra la m etafísica, sino c o n tra to d o esfuerzo filosófico en
general.» « In te n ta d a r a su s afirm aciones la ap arien cia de exac­
titu d in su p erab le m ed ian te la v estid u ra logística. La novedad
respecto a M ach se halla en el fondo solam ente en el cam po
del form alism o.» Y p o r G erh. L ehm ann en D ie d e u t s c h e P h il o ­
s o p h i e d e r G e g e n w a r t , 1943, que sólo tra ta de C am ap (ver pos­
terio rm en te la c ita en la p. 119) y tam bién p o r B ochenski. E u r o -
p a is c h e P h i lo s o p h ie d e r G e g e n w a r t , 1948, p . 62 s. S ólo el juicio
d e E. v. A ster, D ie P h il o s o p h ie d e r G e g e n w a r t , 1935, p. 177 s.,
constituye u n a excepción.
24 G e s a m m e l t e A u f s d t z e , 1938, p. 390.
*» t b i d . , p . 391.
22 I b i d ., p. 394.

20
m uestra una voluntad profunda para la verdad.» No
debe juzgarse la posición del Circulo de Viena respecto
de la filosofía tradicional solam ente por las m anifes­
taciones de los radicales. Es indudable que quien vea
en la filosofía la confesión de una sabiduría personal
sobre el m undo y la vida, de una interpretación sub­
jetiva sobre ellos, o quien busque en ella la construc­
ción especulativa de un principio oculto e inexperímen-
table del m undo o la poesía conceptual de una novela
cósmica, éste no podrá considerar a la filosofía tal
como la entiende el Círculo de Viena m ás que como
una degeneración. Pues en este sentido, la filosofía ex­
cluye todo lo que no puede obtenerse p o r la vía cientí­
fica. Pero sólo entonces se puede superar la diversidad
y variabilidad subjetiva y sólo entonces se puede pre­
tender lograr generalidad y resultados duraderos.

21
SEGUNDA PARTE

LA LABOR DEL CIRCULO DE VIENA

Debido a su composición, el Círculo de Viena no es­


taba dom inado p o r concepciones tan uniform es como
las de un m ero círculo de discípulos que aceptase sim­
plem ente las opiniones del m aestro, pues al menos sus
m iem bros m ás im portantes eran pensadores indepen­
dientes. H abía una orientación radical, representada
sobre todo po r N eurath, qüe actuó p o r eso m uchas ve­
ces como estím ulo y a veces indujo a error, orientación
a la que se adherieron frecuentem ente H ahn y tam bién
Carnap, y una m ás m oderada a la que pertenecía
Schlick. H abía toda clase de diferencias de detalles, al­
gunas de las cuales se aluden en el ensayo de Schlick
«L'école de V ienne...»1. Tampoco era unánim e la posi­
ción frente a las tesis de W ittgenstein ni lo era en la
teoría de la probabilidad. Pero se estaba de acuerdo
en lo fundam ental.
Existía una orientación fundam ental com ún: la cien-
tifícidad de la filosofía. Las rigurosas exigencias del
pensam iento científico han de valer tam bién para la

1 Véase, p. ej.. la polém ica d e Schlick c o n tra el radicalism o


de N eu rath en lo relativo a la filosofía, en el e stu d io «L'école
de V ienne e t la philosophie traditionelle», 1937, ( G e s a m m e lt e
A u f s d t z e , p. 391, 392, 395); y la polém ica de N eu rath c o n tra la
«constatación» de Schlick en «R adikaler Physikalism us u.
"W irkliche W elt’’.» ( E r k e n n t r d s , vol. 4, 1934, p. 346 s.).

23
filosofía. La claridad unívoca, el rigor lógico y la fun
damentación suficiente son im prescindibles en ella,
como lo son en las restantes ciencias. Las afirmaciones
dogmáticas y las especulaciones incontroladas, tan ex­
tendidas todavía hoy en la filosofía, no deben presen­
tarse en ella. Con ello venia dada también la oposición
contra toda m etafísica dogmático-especulativa. La me­
tafísica había de ser elim inada p o r com pleto. E sta era
la razón de que el Círculo de Viena estuviese vinculado
con el positivismo.
Pero por encima de esta actitud general había tam ­
bién una am plia coincidencia en las concepciones fun­
dam entales. Así en el em pirism o, tal como era defen­
dido p o r Russell principalm ente, y en la repulsa del
apriorism o unida a él. En este sentido, no puede haber
juicios sintéticos a p r io r i. Los enunciados sobre hechos
sólo pueden valer en virtud de la experiencia. Una co­
m unidad todavía m ás estrecha en cuanto a los funda­
m entos la proporcionaba la nueva lógica, tal como la
habían desarrollado W hitehead y Russell hacía m ás de
diez años. La filosofía del lenguaje desarrollada por
Ludwig W ittgenstein en su T r a c ta tu s lo g ic o -p h ito so p h i-
c u s , 1922 *, partiendo de la obra de Russell y W hitehead,
constituía otro punto de partida común. En la discu­
sión de sus pensam ientos, en la que éstos fueron p er­
feccionados, transform ados y en parte superados, se
desplegó una gran p arte del trabajo del Círculo de
Viena.
De acuerdo con esto, el interés se dirigía en p rim er
térm ino hacia cuestiones lógicas, de teoría del conoci­
m iento y de filosofía del lenguaje, pero tam bién se
trataron cuestiones relativas a una imagen científica
del mundo. Debido a esta am plia coincidencia no hubo

3 Publicado p rim e ro com o «I.ogisch-philosophische Abhand-


lung» en los A n n a le n d e r N a t u r p h i l o s o p h i e , a ñ o 1921. (V ersión
española de E. T ierno Galván; M adrid, 19S7.)

24
necesidad de realizar previam ente la larga y penosa
tarea de ponerse de acuerdo sobre los fundam entos
de la discusión y se pudo e n tra r directam ente a las
cuestiones especiales. E sta fue la razón de la desacos­
tum brada fecundidad de esta com unidad de trabajo.

25
A. E L L O G IC IS M O

I. LOGICA Y MATEMATICA

La nueva lógica tenía u n significado especial para


el Círculo de Viena, cosa que se pone de m anifiesto en
las designaciones que se han dado al Círculo de Viena:
«neopositivismo logístico» o «em pirism o lógico» l.
Desde la segunda m itad del siglo xix la lógica expe­
rim entó una transform ación y una am pliación que la
colocaron lejos de la lógica tradicional. Aquello en lo
que se diferencia la nueva lógica de la a n tig u a 21 con­
siste, por una parte, en la utilización de símbolos en
la logística, p o r analogía con las m atem áticas, y p o r
otra, en una ampliación de la lógica con un cam po
com pletam ente nuevo: las relaciones y las funciones
preposicionales, es decir, proposiciones con lugares va­
cíos que se designan m ediante variables, aparte del cam ­
po de las propiedades, que era el único considerado hasta
ahora. La reconstrucción m aterial de la lógica partió

1 V éase p o sterio rm en te p p . 35-36.


2 Véase p a ra e sto C arnap, «Die a lte u n d die n eu e Logik»,
E r k e r m t n i s , vol. 1, 1930/31, p . 12 ss.; K. M enger, «Die a lte u . die
neue Logik», 1933, en K r i s e u . N e u a u f b a u i n d e n e x a k t e n W is-
s e n s c h a f t e n , fascículo 1; Jorgensen, A t r e a t i s e o n F o r m a l L o p e ,
vol. I, 1931. (E l artícu lo d e C arn ap e stá recogido en la o b ra
E l p o s i t i v i s m o tó g ic o , com pilada p o r A. J . Ayer. V ersión es­
pañola p u b licad a en M éxico, en 1965, p o r Fondo d e C u ltiv a
Económ ica.)

27
de los matem áticos, a los que les resultaba insuficiente
la lógica tradicional para la elaboración rigurosa de la
m atem ática. Las proposiciones m atem áticas no con-
cuerdan con el esquem a del juicio de la lógica clásica:
sujeto-cópula-predicado, ya que expresan relaciones. Los
enunciados que atribuyen un predicado a un sujeto son
sólo idóneos para propiedades, para clases. Las relacio­
nes, que consisten en la conexión de dos o m ás miem ­
bros, no pueden expresarse adecuadam ente de este
modo. Y las series, tan im portantes en m atem áticas,
sólo pueden construirse m ediante relaciones (irrever­
sibles transitivas). Por tanto, había que desarrollar una
teoría lógica de las relaciones. Al realizar la construc­
ción lógica de la m atem ática surgieron tam bién dificul­
tades lógicas al producirse antinom ias que en parte
eran de carácter lógico general, razón po r la cual re­
sultaba tam bién necesaria una reform a de la lógica.
La nueva form a de la lógica encontró su realización
am plia y definitiva en la gran obra P r in c ip ia m a th e m a -
tic a de Russell y W hitehead, vol. I-III, 1910-13, 2í edi­
ción, 1925-7. La nueva lógica es cultivada y proseguida
no sólo por los discípulos de Russell (W ittgenstein,
Ramsay), sino tam bién por las escuelas logísticas pola­
cas de Varsovia, Lemberg y Cracovia, y tam bién por
Hilbert y sus discípulos, p o r H. Scholz en M ünster y
K. D ürr en Zürích, por Jórgensen en Copenhague, Kaila
en Helsinki, y en los Estados Unidos.
La nueva lógica, la logística, es m uy superior a la
lógica tradicional, tanto m aterial como form alm ente.
No sólo está increm entada con ám bitos esenciales, sino
que los antiguos están tam bién concebidos de u n modo
m ás riguroso y sistem ático. Y con el sim bolism o se ha
creado una form a de exposición m ediante la cual se
fijan los conceptos y enunciados y las reglas de su
conexión con precisión m atem ática. De este m odo se
hace posible un puro operar form al sin ten er en cuenta
el contenido, u n cálculo con conceptos y enunciados.
M ediante esto se logra una claridad y un rig o r que

28
están excluidos al utilizar el lenguaje natural. Se evi­
tan los equívocos, se descubren los supuestos inad­
vertidos, se garantizan el rigor y la consecuncia. Ver­
dad es que la utilización de la logística tiene unos
límites sensibles en el hecho de que sus fórm ulas se
hacen muy pronto dem asiado complicadas. «Sería prác­
ticam ente imposible d ar a toda deducción la form a de
una inferencia com pleta en el cálculo lógico, es decir,
analizarla en pasos concretos de tal tipo que cada
paso sea la utilización de una de las reglas de trans­
form ación del cálculo, incluida la definición. Una refle­
xión usual de un p ar de segudos requeriría entonces
días enteros. Pero lo esencial es que esta resolución
es teóricam ente posible y tam bién lo es prácticam ente
para una pequeña parte del proceso. De este modo,
cualquier punto crítico puede ser colocado bajo la lupa
lógica.» «Si varias personas quieren ponerse de acuerdo
sobre la corrección formal de una inferencia dada, pue­
den d ejar de lado todas las diferencias de opinión
sobre cuestiones m ateriales o cuestiones de interpreta­
ción. Sólo tienen que investigar si la serie de fórm ulas
dada cumple las reglas form ales del cálculo»*.
Partiendo del sistem a de la nueva lógica, se deriva
la m atem ática por Russell y W hitehead en los P r in c ip ia
m a th e m a tic a . Sólo con los conceptos lógicos prim iti­
vos y en virtud de los principios lógicos, con la adición
de dos nuevos, el axiom a de infinitud y el axioma de
elección, se constituyen los conceptos prim itivos m a­
temáticos, los núm eros, naturales y am pliados, y los
conceptos del análisis y de la teoría de conjuntos. Se
desarrolla así la m atem ática como una ram a de la ló­
gica y, en consecuencia, lo qué es válido para la lógica,
es válido tam bién para la m atem ática.
La nueva lógica y su relación con la m atem ática tu-

* C am ap, «Foundations of Logic and M athem atics», 1939. ( I n ­


E n c y c lo p e d ia o f U n if ie d S c ie n c e , vol. I, núm . 3.)
te r n a ti o n a l

29
vieron un significado decisivo en la actitud filosófica
del Circulo de Viena. Consiguió así la comprensión
adecuada de la peculiaridad de la lógica y de la m ate­
m ática, com prensión que hasta entonces le había fal­
tado al em pirismo. E ste había creído, en la formulación
clásica de J. St. Mili y Spencer que todavía tiene de­
fen so res4, que tenía que fundam entar tam bién la ma­
tem ática y la lógica en la experiencia. Estas son sola­
m ente sus generalizaciones suprem as, las leyes del ser
y del pensar, com pletam ente abstractas y formalizadas.
De e ste modo, contendrían tam bién leyes naturales, con
lo que serían inductivas y, p o r tanto, ¡refutables por
la experiencia!
E sta concepción es com pletam ente insostenible. Si
las proposiciones m atem áticas y la experiencia no coin­
ciden, a nadie se le ocurre considerar refutadas las
proposiciones m atem áticas y corregirlas de acuerdo
con la experiencia. Más bien consideram os los teore­
mas como m ás seguros que nuestras cuentas y medi­
ciones, pues si éstas salen de o tro modo, pensamos que
las mediciones no son suñcientem ente exactas y que las
cuentas están equivocadas. E sto dem uestra que la ma­
tem ática no descansa en la experiencia, sino que tiene
validez de un modo com pletam ente autónom o. Por su
parte, la lógica puede inferirse de la experiencia en
una medida igualmente escasa, pues está ya presupues­
ta en toda experiencia m etódica. Por tanto, la lógica
no podría m odificarse nunca po r nuevas experiencias.
Lógica y m atem ática pueden reducirse g e n é ti c a m e n te
a experiencias, es decir, a conjuntos de vivencias; éstas
habrán proporcionado el estím ulo para su form ación;
pero al hacerlo se han construido sistem as completa­
m ente autónom os, independientes p o r com pleto de la

4 P. ej., B ross y Bow dery, «A realistic criticism o í a contem-


p o rary philosophy o f logic», 1939 ( P h il o s o p h y o f S c ie n c e , ved. 6,
p . 105 s.); so b re ello, V. K raft, «Logik u. E rfahm ng», 1946 ( T h e » ■
ñ a , vol. 12, p. 205 s.).

30
experiencia en su validez. Valen a p r io r i, siem pre que
con esto no se entienda m ás que «independiente de la
experiencia». Esto no puede pasarse por alto.
Com prender esto significó hasta entonces una obje­
ción decisiva contra el em pirismo, que se hacía insos­
tenible para quien pensase así. La salida del dilem a:
abandono del em pirism o o interpretación errónea de
la lógica y de la m atem ática, fue el Círculo de Viena el
prim ero en señalarla*: la lógica y la m atem ática no
enuncian nada sobre la realidad experim entable. La
lógica no contiene ningún conocimiento, no proporcio­
na los principios del ser, sino los fundam entos del or­
den de los pensam ientos. Las relaciones lógicas son
relaciones m eram ente m entales; no existen como rela­
ciones fácticas dentro de la realidad, sino sólo como
relaciones dentro del sistem a de representación. Por
ejem plo, las clases no son nada real, sino que son la
reunión en el pensam iento. Y a la negación no le co­
rresponde tampoco en el m undo circundante un hecho
peculiar que se halle junto al positivo. Puesto que las
relaciones lógicas son puram ente formales, pueden com­
probarse con completa independencia del significado
especial de las frases, del hecho concreto. Por tanto,
no pueden enunciar absolutam ente nada sobre el ser.
Lo que contiene la lógica son los principios de la orde­
nación dentro de la representación simbólica. En el
pensam iento form ulado verbalm ente se coordinan a los
objetos y a sus relaciones símbolos y conjuntos de
símbolos. Estas coordinaciones no son unívocas, de
tal modo que a cada objeto y a cada relación le corres-1

1 S obre esto, H ahn, «Logik, M athem atik u. N aturerkennen»,


1933 ( E i n h e i t s w i s s e n s c h a f t , fase. 2) y en E r k e n n t n i s , vol. 1 (1930-
1931), p. 97 s., vol. 2 (1931), p. 135 s. Que la lógica y la m ate­
m ática no enuncian nad a so b re el m undo, siendo reglas de
tran sfo rm ació n y relaciones in tern as del sim bolism o, es cosa
que se rem o n ta a W ittgenstein. (P arte del tra b a jo de H ahn
m encionado en esta nota está recogido en el lib ro E l p o s i t i ­
v is m o ló g ic o , citado en pág. 27, n o ta 2.)

31
ponda sólo un sím bolo y viceversa, sino no uniform es,
de tal m odo que al mismo objeto le corresponden va­
rios símbolos o com plejos de símbolos, pero no a la
inversa. Es posible, pues, transform ar entre sí los com­
plejos de símbolos que designen todos el mismo objeto
o el mismo hecho. Lo que la lógica contiene son las
reglas de tales transform aciones. Como lógica pura,
form ula leyes d entro del simbolismo únicam ente, no
leyes del m undo de la experiencia. El conocido princi­
pio lógico «lo que es válido p ara todas las cosas, es
válido tam bién p ara cada una en particular» se limita
a describir el m ism o hecho m ediante dos simbolizacio­
nes diferentes, a saber, m ediante «todas» y «cada una
en particular». Pero «no es una propiedad del m u n d o
que lo que vale para todas las cosas sea válido tam bién
para cada una de ellas» 8.
Puesto que la m atem ática puede s.er derivada de la
lógica, participa de su carácter. Tampoco la m atem á­
tica enuncia ningún hecho. Los núm eros no significan
en pura m atem ática, sin tener en cuenta su aplicación,
objetos del m undo de la experiencia y la geom etría
no describe el espacio real, pues hay varias geom etrías
m utuam ente excluyentes. No puede decidirse de ante­
m ano cuál de ellas es válida en el m undo de la expe­
riencia. Se desarrollan, pues, p o r sí, con independencia
de si son válidas allí o no. Tampoco se ocupan de
objetos empíricos, sino de creaciones ideales, tales como
el punto inextenso, etc. Una igualdad como el cono­
cido ejem plo de Kant 7 + 5 = 12 no se refiere a ningún
hecho real, proporcionando solam ente una transform a­
ción de los grupos de unidades en un grupo único se­
gún las reglas del cálculo. Ni estas unidades son cosas
de la realidad ni las reglas del cálculo son sus leyes
naturales, sino que en los núm eros se reúnen clases de
elem entos posibles cualesquiera y las reglas del cálculo
son las reglas de transform ación de tales clases en •

• H ahn en E r k e n n t n i s , vol. 2, 1931, p. 137.

32
otras, reglas que han sido establecidas p o r Dosotros
Con ello sólo se agrupan de o tro modo la s m is m a s uni­
dades. Se permanece, pues, p o r com pleto dentro del
sistem a de representación, dentro de un orden pura­
mente id e a l8.
Entendidas de este modo, la lógica y la m atem ática
no presentan ya ninguna dificultad p o r su validez a p rio -
t í. Puede aceptarse sin m ás tal validez porque no se
refiere en m odo alguno a la experiencia, sino a la re­
presentación simbólica. Las proposiciones de la lógica
y de la m atem ática no pueden tom arse como conoci­
m ientos de la realidad, sino sólo como modos de trans­
form ación dentro del simbolismo, a los cuales corres­
ponde o debe corresponder siem pre en la realidad uno
y el mismo hecho. Su validez apriorística descansa en
decisiones que sólo se extienden al cam po de la sim­
bolización y p o r eso pueden alcanzar validez objetiva,
ya que no establecen ninguna regularidad del m undo
de la experiencia, sino sólo las de la representación.
Las proposiciones de la m atem ática no son sintéti­
cas, como pensaban Kant y Mili, sino analíticas; puede
saberse que son verdaderas (o falsas) en virtud única­
m ente de las definiciones de los conceptos de que es­
tán form adas; contienen m eras tautologías, como llama
W ittgenstein a las proposiciones que puede saberse que
son verdaderas sólo po r su form a lógica. El carácter
analítico de la m atem ática resulta ya con toda claridad
de su estructuración en sistem as deductivos, tal como
se ha realizado desde la segunda m itad del siglo xix.
Su validez apriorística se explica por su carácter analí­
tico. La m atem ática se refiere solam ente a la conexión 1

1 Cuando Schlick ( G e s a m m e lt e A u f s a tz e , p. 145 y 222) lo ex­


presa diciendo qu e la m atem ática sólo tiene que ver con la com ­
binación de «signos», lo que estos signos designan son p reci­
sam ente grupos de unidades, o m ás ex actam en te: clases de
clases (o con ju n to s).
■ Sobre esto tam bién V. K ra ft, M a t h e m a t i k , L o g ik u . E r -
f a h r u n g , 1947.

33
de pensam iento, no a la realidad experiencial. No se
necesita, p o r tanto, buscar una razón de la validez de
los juicios sintéticos a p r io r i ni recu rrir p ara ello a
la «razón pura» ni a la «intuición pura», ni a la intui­
ción o la evidencia, ni a la experiencia. Las relaciones
analíticas son relaciones lógicas, no relaciones em pí­
ricas, y las relaciones lógicas son únicam ente relacio­
nes dentro de un sistem a de representación. La validez
independiente de la lógica se com prende p o r el hecho
de que no contiene los principios del m undo, sino los
del pensam iento sobre el mundo. Se hace así justicia
sin dificultad a la autonom ía de la lógica y de la m ate­
m ática frente a la experiencia.
Es claro que el Círculo de Viena no fue el prim ero
en descubrir la validez autónom a de la lógica y de la
m atem ática; la idea es antiquísim a. Tam bién se encon­
tró ya con el conocim iento del carácter analítico de la
m atem ática. C outurat lo expuso detalladam ente* y ya
antes lo había defendido B re n ta n o >0. Pero los filósofos
que reconocieron antes que él el carácter apriorístico
de la lógica y de la m atem ática, defendieron tam bién
usualm ente un apriorism o y un racionalism o dogmá­
ticos para el conocim iento de la realidad. Por su parte,
el em pirism o desconoció su. carácter apriorístico. Sólo
el Círculo de Viena supo u n ir este conocim iento con el
em pirism o. Es esta una solución de extraordinaria sig­
nificación11. El em pirism o experim enta con ello una
corrección fundam ental. Su an terio r pretensión de de­
rivar y fundam entar todo conocim iento y toda ciencia
en la experiencia queda abandonada. El em pirism o se

* C o u tu rat, L e s p r in c ip e s d e s m a t h é m a t i q u e s , 1905. D ie P rin -


z i p ie n d e r M a t h e m a t i k , 1908.
10 B ren tan o , V e r s u c h ii b e r d i e E r k e n n t n i s . P ublicado p o r
K astil. 1925.
11 Schlick designa la com prensión d e la esencia d e la lógica,
de su «relación con la realid ad y la experiencia» com o «el p ro ­
g reso m ás im p o rta n te de la filosofía» (G e s a m m e l t e A u f s a t z e ,
P- 223).

34
limita al conocimiento de hechos. Todos los juicios sin­
téticos no pueden tener validez m ás que en virtud de
la experiencia; no hay para ellos ningún otro funda­
m ento de validez. Este núcleo del em pirism o es el que
se conserva. El reconocim iento de la validez apriorís-
tica de la lógica y la m atem ática, p o r el contrario, no
tiene como consecuencia ningún racionalism o en el co­
nocimiento de hechos, pues ninguna de am bas enuncia
nada sobre hechos. Con ello se realiza una reform a
trascendental del em pirismo, sólo m ediante la cual que­
da establecido sobre fundam entos sostenibles. En cierto
aspecto, de este modo se conserva el dualismo de racio­
nalismo y em pirism o; hay dos clases fundam entales
de enunciados: la de los que valen con independencia
de la experiencia y con necesidad; son válidos única­
m ente en virtud de la lógica; son siem pre proposiciones
analíticas, pero que no enuncian nada sobre hechos
—y hay enunciados sobre hechos, proposiciones sinté­
ticas, que sólo valen en virtud de la experiencia, re­
futables. Pero no se trata de ningún dualismo absoluto,
como anteriorm ente. El conocim iento racional no abre
a o tro m undo distinto del em pírico; no es ningún racio­
nalismo m etafísico. La lógica m ism a puede volver a
ser introducida en el ám bito em pírico considerándola
pragm áticam ente como un tipo determ inado de com­
portam iento m etó d ico 12*
.
E sta lim itación del em pirism o se expresa en la de­
signación de la orientación del Círculo de Viena como
«empirism o lógico»u . A su favor se declararon tam ­
bién sus m iem bros m ás im portantes, como S ch lick 14

12 Véase M orris, Ch. W., «The R elation o f th e Form a] and


E m pirical Sciences w ithin Scientifie Em piricism », 1935 (E r k e n n t -
n i s , vol. 5, p. 6 s.).
J* Así G. H . v. W right, D e n lo g is k a e m p i r i s m e n , Helsing-
fors, 1943.
14 G e s a m m e l t e A u f s a t z e . p . 342: « P referiría llam arle em p iris­
m o consistente.»

35
y Carnap ,s. E ste objetó contra la denom inación de «po­
sitivismo lógico»l#, o tam bién «neopositivism o»1T, con
la que suele designarse esta orientación, que «sugiere
una dependencia dem asiado estrecha respecto del anti­
guo positivismo, especialm ente del de Comte y M ach»ls.
Pero una objeción com pletam ente análoga podría ha­
cerse tam bién contra la designación como «em piris­
mo». La diferencia frente al antiguo em pirism o no es
aquí menos significativa. Sin embargo, con el positi­
vismo histórico tiene en común el Círculo de Viena la
atribución de todo conocimiento positivo a las ciencias
particulares y la de la filosofía a la teoría de la cien­
cia 1#.

II. EL ANALISIS LOGICO DEL LENGUAJE

La nueva lógica se desarrolló para la elaboración teó­


rica de la m atem ática; en el Círculo de Viena se con­
virtió en el instrum ento de la teoría de la ciencia en
general. En cuanto lógica aplicada, frente a la lógica
pura, dio precisión al m étodo de las investigaciones
filosóficas *. El m odo y m anera de sus investigaciones

» «T estability a n d Meaning», p. 422: «Tal vez sea ad ecu ad a la


designación de 'em pirism o científico'.»
IS Así M orris, L o g ic a l P o s i t i v i s m , P r a g m a t i s m a n d S c i e n t i f i t
E m p i r i c i s m , 1937. D e r lo g is c h e P o s i t i v i s m o s , 1931. W einberg, A n
E x a m i n a t i o n o f L o g ic a l P o s i t i v i s m , 1936. B lum berg y Feigl, «Lo­
gical Positivism », 1931 (J o u r n a l o f P h il o s o p h y , 28).
11 K aila, D e r lo g is c h e N e o p o s i t i v i s m u s , 1931; tam b ién en As­
te r, D ie P h il o s o p h ie d e r G e g e n w a rt-, 1935.
18 «T estability an d M eaning», p. 422.
»• W einberg (loe. c it ., p. 2 s.) hace u n a investigación más
d etallad a de la p rep aració n h istó rica del neopositivism o. (V er­
sión esp añ o la, p. 17 s.)
> Sobre esto. C arnap, «Die Aufgabe d e r W issenschaftslogik»,
1934 ( E i n h e i t s w i s s e n s c h a f t , fase. 3); C arnap, «Von d e r E rkennt-
nisth eo rie z u r W issenschaftslogik» ( A c t e s d u C o n g r é s i n fe r n a l.

36
le venía determ inando al Círculo de Viena por la exi­
gencia de la cientificidad de la filosofía. Dos eran prin­
cipalmente los grupos de problem as de que se ocu­
pab a: el análisis del conocim iento y los fundam entos
teóricos de la m atem ática sobre todo, pero tam bién los
de las ciencias naturales y los de la psicología y de la
sociología.
La teoría del conocim iento era hasta entonces nor­
malm ente una confusa mezcla de investigaciones psi­
cológicas y lógicas, y tam bién lo fue inicialm ente en
varios trabajos del Círculo de Viena mismo. Las inves­
tigaciones psicológicas pertenecen al conocim iento de
hechos y, p o r tanto, han de realizarse con los métodos
de la ciencia em pírica, razón p o r la que se separan de
la teoría del conocimiento. E sta sólo puede consistir
en el análisis lógico del conocimiento, en la «lógica de
la ciencia», como se la designó en el Círculo de Viena
por razones de claridad.
Los fundam entos y los conceptos fundam entales de
las ciencias particulares se refieren al espacio y el
tiempo, a la causalidad y el determ inism o, etc. P or ello
no puede tratarse de un análisis e m p í r ic o de estos con­
ceptos, pues tal análisis es asunto de las ciencias par­
ticulares, sino únicam ente de un análisis lógico. Las
contestaciones a las preguntas que conciernen a los
hechos pertenecen a una ciencia particular; no son,
pues, preguntas filosóficas. Las preguntas de la filosofía
sólo pueden ser las que se hacen acerca de la estruc­
tura lógica del conocim iento científico.
Investigar el conocim iento científico en su estructu­
ra lógica significa investigar cómo se relacionan entre
sí sus conceptos y enunciados, cómo unos conceptos
están incluidos en otros, cómo los enunciados pueden

d e p h il o s o p h ie s c i e n t i f i q u e . P a r ts , 1935. I . P h it o s o p h ie s c i e n t i f í
q u e e t E m p i r i s m e to g iq u e . 19361; C arnap, «Die M ethode der
logische Anaiyse» ( A c te s d u Se C o n g r i s i n t e m . d e P h ito s ., 1936,
p. 142 s.); W aism ann, «Was ist logische Anaiyse?» ( E r k e n n t n i s ,
vol. 8, 1939-40, p. 265 s.).

37
inferirse unos de otros, y cuestiones sem ejantes. En
tales investigaciones, en el análisis lógico de los con­
ceptos, proposiciones, dem ostraciones, hipótesis y teo­
rías de la ciencia consiste la tarea de la teoría del cono­
cim iento y de la filosofía en general. Sólo aquí tiene
su cam po propio. Con ello queda determ inada p o r su
objeto, su tarea y su m étodo. Y este cam po es más
amplio que el de la teoría del conocim iento usual. Con­
tiene preguntas del tipo d e 2: ¿tienen el m ism o signi­
ficado dos conceptos C, y Cz definidos de m odo dis­
tinto? ¿Tienen el m ism o significado las dos proposicio­
nes distintas P, y P_? ¿Se deduce la proposición Pa de
la proposición P, de m odo puram ente lógico? ¿O en
virtud de una ley natural? ¿Es o no com patible la teo­
ría T, con la teoría Tz? Si son com patibles, ¿está con­
tenida T„ en T, o excede T2 a T,? Y si sucede esto
últim o, ¿m ediante qué elem entos? O con ejem plos con­
cretos: «el principio de la constancia de la velocidad
de la luz en la teoría de la relatividad, ¿es una estipu­
lación o una frase sobre hechos?, ¿contiene la teoría
general de la relatividad una contradicción lógica?»
«¿Cuál es el sentido de las proposiciones probabilita-
rias?» Y puesto que la ciencia presupone el conoci­
m iento cotidiano, usual, en su base experim ental, la
lógica de la ciencia equivale al análisis lógico del cono­
cim iento en general.
El conocim iento se expresa en form ulaciones lingüís­
ticas. Sólo m ediante ellas se fija y objetiva su conte­
nido intelectual, adquiere una form a fija y duradera y
se hace comunicable. Pero el lenguaje no tiene sim­
plem ente la función de la comunicación, no se limita
a servir a la com prensión intersubjetiva, sino que es ya
indispensable de un modo puram ente solipsista como
medio de representación. Sin el lenguaje no podría
desarrollarse y dom inarse la pluralidad de los concep­
tos y de los contenidos enunciativos. El lenguaje cons-

2 C am ap , D ie A u fg a b e d e r W i s s e n s c h a f t s l o g i k , 1934, p. 6.

38
tituye p o r así decirlo el cuerpo del conocimiento. Sólo
con su ayuda puede elaborarse éste. El análisis lógico
del conocim iento científico ha de realizarse, p o r tanto,
sobre su form ulación lingüística. Si la investigación de
los h e c h o s , es decir, de aquello que se representa me­
diante el lenguaje, corresponde a las ciencias particu­
lares, el análisis lógico se orienta hacia c ó m o se repre­
sentan en el lenguaje los hechos m ediante conceptos
y enunciados. El análisis del lenguaje constituye el
cam po propio de la lógica de la ciencia. El análisis
lógico de una expresión consiste en incardinarla en
un determ inado sistem a lingüístico, sistem a que ha de
estar ñjado m ediante la indicación de sus determ ina­
ciones esenciales*.
N aturalm ente, en este análisis no se investiga el len­
guaje en el sentido de la lingüística. No se tra ta de
uno de los lenguajes utilizados realm ente, sino de un
lenguaje con una form a sim plificada y perfeccionada.
Es la estructura de un lenguaje en general, lo que se
necesita en cualquier lenguaje para la expresión de los
pensam ientos. El lenguaje sirve, aparte de para la re­
presentación, tam bién para lo expresión de sentim ien­
tos y actitudes. El análisis lógico sólo tiene que ver
con la representación. No se considera el lenguaje ni
psicológica ni sociológicamente, sino respecto de las
condiciones de un sistem a de representación en gene­
ral. Es esto lo que aquí quiere decirse con «lenguaje».
Lenguaje en este sentido es representación de un cam­
po de objetos m ediante un sistem a de signos, sobre
todo m ediante form as orales y escritas, pero también
m ediante gestos, como en el lenguaje de los sordom u­
dos, m ediante señales con banderas, etc. Los signos
tienen un sigificado y precisam ente p o r ello son signos
y no m eram ente sonido o figura. Remiten fuera de
ellos mismos, se refieren a contenidos conceptuales y

* C am ap, «Die M ethode d e r logischen Analyse» ( A c te s d u Se


C o n g r é s i n t e r n e t , d e P h il o s o p h ie á Prague, 1934, 1936), p. 124 s.

39
enunciativos, los representan. Por esta razón, una in­
vestigación del lenguaje no representa todavía una se­
paración de lo esencial, del contenido intelectual, pues
en la estructura del lenguaje se m uestra la estructura
del pensamiento, po r lo cual ésta puede ser com pren­
dida en aquélla. Y esta captación será tanto más cla­
ra cuanto más precisam ente se form ulen los pensam ien­
tos sobre el lenguaje. La significación de la logística
para el análisis del lenguaje consiste en este resultado.
Es así como se justifica su aplicación; no se lim ita a
ser una m era «vestidura».
El lenguaje como sistem a de signos puede conside­
rarse bajo dos puntos de vista: p o r una parte, tenien­
do en cuenta que el lenguaje representa algo y lo q u e
representa; por otra parte, desde el punto de vista del
cómo, de qué modo representa algo. En el p rim er caso
se tra ta del contenido significativo de los signos, de
su función sem ántica; en el segundo, del m odo de com ­
binarse, de sus reglas sintácticas. El prim ero se ocupa
tam bién del vocabulario de un lenguaje; el segundo
sólo de su gram ática. Ambos son im prescindibles
para é l 4.
Pero a veces puede considerarse tam bién un len­
guaje sin tener en cuenta su función significativa, de
un modo puram ente exterior, atendiendo a la form a
de sus signos y combinaciones de signos. Frente a la
consideración m aterial aparece entonces la form al. Me­
diante ella se ponen de relieve sus propiedades estruc­
turales form ales, sobre las que se basa su función de
representación.
Cuando se explica la construcción de un lenguaje,
cuando se indican sus form as esenciales m ediante defi­

4 C am ap d istingue ahora en u n a investigación del lenguaje


los p u n to s de vista «pragm ático», «sem ántico» y «sintáctico».
( I n t r o d u c t i o n t o S e m a n t i c s , 1942; vol. 2, 1947). (V ersión espa­
ñola en p rep aració n p o r el P a tro n a to de Publicaciones del In s ­
titu to Politécnico N acional, de México.)

40
niciones y reglas, se está hablando sobre el lenguaje
mismo. Saber si es siquiera posible hablar sobre el
lenguaje y cómo es posible, es algo sobre lo que varió
mucho de la opinión en el Círculo de Viena. El len­
guaje mismo ocupa entonces el puesto que en los demás
casos tienen los objetos sobre los que se hacen enun­
ciados. Por tanto, se consideraba necesario, junto al
lenguaje que se representa, otro segundo lenguaje por
medio del cual pueda ser representado el prim ero, un
«metalenguaje». Pero para determ inar la construcción
del m etalenguaje se necesita ahora un nuevo lenguaje
y para hablar sobre éste, otro más, y así hasta el infini­
to. En cambio, W ittgenstein declaró imposible que se
pudiesen hacer siquiera enunciados sobre el lenguaje ®.
Lo form al del lenguaje no puede ser enunciado; se
m uestra m eram ente. Que las proposiciones se contra­
dicen o que una resulta de otra, es algo que se m uestra
en su estructura lógica. Sólo es posible m o strar la for­
ma que es común a ciertas proposicipnes. Pero si es
imposible hacer enunciados sobre el lenguaje, entonces
todo el análisis lingüístico no puede consistir m ás que
en pseudoproposiciones carentes de significado, que no
pueden ser m ás que m edios prácticos p ara lograr cla­
ridad sobre el significado de las proposiciones verda­
deras, como W ittgenstein dice de las proposiciones de
su T r a c ta tu s m ism o *
*, pero no enunciados teóricos. Nos
hallamos entonces ante la paradójica tesis de que una
teoría del lenguaje no puede form ularse en modo al-
gupo con proposiciones signiñcativas.

Pero Carnap eliminó todas estas dificultades en su


L o g is c h e S y n t a x d e r S p r a c h e . M ostró que la construc­
ción de un lenguaje puede representarse con la ayuda

s T r a c t a t u s lo g ic o - p h i lo s o p h ic u s , 1922, p. 78. (V ers. esp., p. 81).


• L o e . c it ., p . 188 (vers. esp., p. 191): «Mis proposiciones son
esclarecedoras en la m edida en q u e quien m e com prende se da
cuen ta al final d e que carecen de significado.»

41
de este lenguaje mism o. El m etalenguaje es entonces
un lenguaje parcial del lenguaje investigado. (V er pos­
teriorm ente p. 77 s.) Con ello se colocó por prim era vez
todo el análisis del lenguaje sobre un fundam ento fir­
me y se hizo posible p o r vez prim era form ular de un
modo científico una estructura lógica general del len­
guaje.

1. An á l is is 's e m á n t ic o

a) S ig n ific a d o , c a re n c ia d e s ig n ific a d o y m e ta fís ic a

Uno de los prim eros esfuerzos del Círculo de Viena


fue el de poner en claro la función significativa del
len g u aje'. Indicar el significado de un signo quiere
decir establecer una relación simbólica entre un signo,
o sea, una clase de objetos, y un designado, esto es, un
objeto o una clase de objetos (en su sentido m ás am ­
plio), de tal modo que el signo señale a lo designado
y lo represente. Para ello hay que conocerlos a ambos,
al signo y a lo significado, ha de poderse indicar cada
uno de ellos. Por lo tanto, no puede establecerse nin­
gún significado cuyo objeto no pueda indicarse de al­
guna m anera. El significado de una p a la b r a puede esta­
blecerse m ediante una d e fin ic ió n , es decir, transcri­
biéndola m ediante otras palabras cuyo significado ya
está dado, de tal modo que la palabra en cuestión pue­
da ser sustituida p o r las otras. Pero puesto que esto
no puede proseguirse indefinidam ente, hay que llegar
finalm ente a palabras indefinibles, a conceptos prim i­
tivos, cuyo significado no puede establecerse m ás que
de la m anera como se aprende un lenguaje en la prác- 1

1 Sobre esto, Schlick, «Meaning an d V erification», 1936 (Ge-


s a m m e l t e A u f s a t z e , p. 338 s.), fre n te a Lewis, «Experience and
vteaning», 1934 ( T h e P h ilo s o p h ic a l R e v i e w , vol. 42).

42
tica: m o s t r a n d o lo que se designa con esa palabra, lo
que cae bajo ese concepto. E sto no es siem pre tan
sencillo com o en el caso de la palabra «azul» o «ca­
liente». Lo que hay que p resen tar p ara hacer com pren­
sible el significado de palabras tales como «accidente»,
«porque», «inmediato» son situaciones com plejas en las
que se utilizan estas palabras. Así, Einstein determ inó
lo que significa «sim ultáneo en lugares alejados» indi­
cando un m étodo experim ental para el establecim iento
de esta sim ultaneidad. Indicó con ello bajo qué cir­
cunstancias ha de utilizarse esta palabra. Estableció de
este modo la «gramática» de esta palabra, como dijo
W ittgenstein, a quien se rem onta este tipo de conside­
ración.
En el caso de una p r o p o s ic ió n , la locución «cómo se
utiliza» quiere decir: qué hecho se designa con ella, y
esto significa lo m ism o q ue: bajo qué circunstancias
constituye un enunciado verdadero o falso. El signifi­
cado de una proposición se determ ina p o r el método
de su verificación2. No se tra ta con ello, sin embargo,
de la verificación efectiva de una frase, sino sólo de la
posible, de la verificabilidad en principio, no de su
verificación de hecho. E sta sólo es exigible para su
verdad, pero no para su significado. El significado de
una proposición no puede obtenerse después de que se
la ha verificado, pues p ara poder efectuar la verifica­
ción hay que saber ya bajo qué circunstancias es ver­
dadera.
Incluso respecto de la p o s ib ilid a d de verificación hay
que distinguir todavía entre verificabilidad em pírica y
lógica. Una verificación es posible e m p ír ic a m e n te si sus
condiciones no contradicen las leyes naturales. Una ve­
rificación es posible ló g ic a m e n te si la construcción de

2 El origen de esta fó rm u la está en W ittgenstein, cuyo T r a c -


t a t a s to g i c o - p h ilo s o p h ic u s co nstituyó el p u n to de p a rtid a de la
concepción del significado y la carencia de significado en el
Círculo de Viena.

43
la frase no contradice las reglas lógicas, si no contra­
dice las reglas de aplicación de sus palabras. El signi­
ficado de una proposición depende sólo de su verifica-
bilidad lógica, no de la em pírica. El enunciado «en la
cara oculta de la luna hay una m ontaña de 3.000 m e­
tros de altura» no podem os verificarlo, pero no por
ello carece de significado, pues la imposibilidad de la
verificación es sólo accidental, em pírica, no de fondo,
lógica. Igualm ente, los enunciados de la física newto-
niana sobre el movimiento absoluto no carecen de sig­
nificado, porque esta física indica criterios p ara saber
cuándo estos enunciados son verdaderos o falsos. La
posibilidad de verificación fue no sólo racional, sino
tam bién práctica en el experim ento de Michelson. Por
el contrario, una proposición como «hay un m undo en
sí, pero es com pletam ente incognoscible» carece de sig­
nificado real; parece m eram ente que lo tiene porque
las palabras aisladas «hay», «mundo» y «cognoscible»
tienen significado. Pero cuando se priva a este m undo
de la cognoscibilidad, se hace im posible p o r principio
determ inar si existe tal mundo. De este modo se ex­
cluye ló g ic a m e n te la verificación, pues no pueden indi­
carse circunstancias de ningún tipo bajo las cuales re­
sultase verdadera esta proposición. Es cierto que tal
proposición suscita imágenes, tal vez tam bién senti­
mientos, pero con ello no expresa ningún hecho, no
tiene contenido teórico alguno, pues es contradictoria
en sí, ya que afirm a conocer al menos la existencia de
este m undo a pesar de su incognoscibilidad. (No es ne­
cesario d ar p o r supuesto que las proposiciones contra­
dictorias tienen s ig n ific a d o para poder conocer la con­
tradicción; antes bien, la contradicción ha de inferirse
ya de la m era form a sintáctica de la proposición.)
E sta distinción de significado y carencia de signifi­
cado ha de entenderse, por tanto, referida al contenido
teórico, es decir, representativo de las proposiciones.
«Carente de significado» significa, pues, solam ente: sin

44
tal contenido, carente de significado teórico, pero no
«sin sentido».
Las definiciones descansan en últim a instanciá en
la m ostración de lo designado. Sólo puede m ostrarse
lo que está presente de modo inmediato, es decir, sólo
lo perceptible. El significado posible de los enunciados
queda vinculado de este modo a la experiencia, no pue­
de sobrepasarla. A lo que no puede ser reducido a la
experiencia no se le puede atrib u ir significado alguno.
Es esta una consecuencia extrem adam ente im portante,
pues m ediante ella se obtiene un criterio claro para la
delimitación entre el pensam iento científico y la meta­
físic a 11, criterio que preocupó profundam ente al Círcu­
lo de Viena desde el comienzo. Por «metafísica» se de­
signa una pretensión de conocim iento no accesible a
la ciencia em pírica, de conocim iento que la sobrepasa.
No puede indicarse ningún procedim iento de verifica­
ción de sus proposiciones, no son reductibles a lo ex-
perim entable. Por tanto, carecen de significado expre-
sable. Son m eras reuniones de palabras que aparentan
ser proposiciones significativas; son m eras pseudopro-
posiciones. '
Tales proposiciones pueden originarse de dos m odos:
el uno consiste en que contengan una palabra a la que
no le corresponde ningún significado, que representa
únicam ente un pseudoconcepto; el o tro consiste en re­
u n ir palabras con significado de un modo tal que con­
tradiga las reglas de la gram ática lógica. Una palabra
designa un pseudoconcepto cuando p ara ella no se
cumplen las condiciones de la indicación significativa,
es decir, de acuerdo con lo dicho: cuando no pueden
indicarse características em píricas del objeto concep­
tual. Tales palabras son, p o r ejemplo, «fundam ento ori-*

* S obre esto, C am ap , «Ü berw indung d e r M etaphysik d u rch


logische Analyse d e r Sprache», 1931 ( E r k e n n t n i s , vol. 2, pági­
na 219 s.). (Recogido en E l p o s i t i v i s m o ló g ic o , com pilado p o r
A. J. Ayer. V ersión castellana. Fondo de C u ltu ra Económ ica,
México, 1965.)

45
ginario» (« U r g r u n d »), «lo incondicional, lo absoluto»
«ser-en-sí», «anonadar». Surge tam bién un pseudocon
cepto cuando, p o r ejem plo, se utiliza una palabra como
«nada» como si fuese el nom bre de un objeto, cuando
la verdad es que ella no puede servir legítim am ente
m ás que para la form ulación de una proposición exis-
tencial negativa. Por eso se obtienen pseudoproposicio-
nes al querer hacer enunciados sobre este objeto «nada».
Son pseudoproposiciones aquellas proposiciones que
no violan las reglas gram aticales en sentido filológico
y, p o r tanto, tienen la apariencia de proposiciones ver­
daderas. Por ejem plo, «César es un núm ero prim o» se
parece a «César es un general». Con ello se pone de
m anifiesto que la gram ática usual, la filológica, es in­
suficiente. Su distinción de los tipos de palabras en
substantivos, adjetivos, verbos, etc., necesita ser com­
pletada p o r distinciones ulteriores dentro de ellos en
categorías sintácticas, de acuerdo con las clases desig­
nadas p o r tal tipo de palabras: cosas, propiedades de
cosas o relaciones de cosas, núm eros, propiedades de
núm eros o relaciones de núm eros, etc. Las propiedades
num éricas no pueden ser atribuidas a las cosas en vir­
tud de su definición. Por ello la proposición «César es
un núm ero primo» no puede form ularse en un len­
guaje lógicamente correcto. En tal lenguaje no pueden
construirse tampoco proposiciones m etafísicas de tipo
sem ejante.
Es esta la razón p o r la que las pseudoproposiciones
de la m etafísica no son aptas en modo alguno p ara re­
p resen tar hechos, pero tienen una función completa­
m ente d istin ta : expresan un sentim iento vital; con ellas
se m anifiestan las actitudes sentim entales y volitivas
frente al medio, a los otros hom bres, a las tareas vita­
les. P or eso tiene la m etafísica tal valor para tanta gen­
te. El sentim iento vital puede encontrar tam bién su
expresión po r la vía de la creación artística. En esto la
m etafísica es análoga a la obra de arte. Pero en ella
el sentim iento vital se expresa en un conjunto de pro­

46
posiciones que aparentem ente se hallan relacionadas
lóigcamente entre sí, en relaciones deductivas, y de
este modo se aparenta un contenido teórico.
El significado de una proposición consiste en aquello
que en ella es verificable. Sólo pueden ser verificados
los enunciados sobre hechos de experiencia, razón por
la que las proposiciones sobre algo que po r principio
es inexperim entable no tienen significado alguno. De
este modo se dividen con precisión las proposiciones
científicas de las metafísicas, en cuanto proposiciones
significativas y proposiciones carentes de significado,
respectivam ente. Pero con ello se abandona una con­
cepción del antiguo em pirism o, que pensaba, como
Hume, que la m etafísica era imposible debido a la in­
solubilidad de sus cuestiones. Pero no hay cuestiones
insolubles en el sentido de que sean incontestables p o r
p r in c ip io \ Es cierto que hay preguntas que pueden no
ser contestables p r á c ti c a m e n te debido a dificultades
técnicas, tal como la pregunta p o r la geografía de la
otra cara de la luna, o p o r falta del conocim iento de
los hechos correspondientes, com o la pregunta: ¿qué
hizo Platón en su 50 cumpleaños? Las preguntas pueden
ser incontestables por estas razones, bien de mom ento
o tam bién probablem ente para siem pre. Pero esto no
quiere decir que no perm itan p o r p r in c ip io , esto es, ló­
gicamente, una respuesta, pues pueden im aginarse sin
m ás las condiciones bajo las cuales las respuestas a
tales preguntas serían enunciados verdaderos. Pero si
esto no es posible, entonces la pregunta carece de sig­
nificado. Y puesto que el significado de una proposi­
ción viene determ inado por su verificabilidad en princi­
pio, las preguntas se dividen en significativas y carentes
de significado, dando un rodeo a través de sus contes­
taciones. No puede haber cuestiones que sean incon­
testables p o r principio, ya que tales cuestiones no pue-*

* S o b re esto , Schlick. «U nansw erable Q uestions», 1935 (G e -


s a m m e l t e A u f s a t z e , p . 369 s.).

47
den plantearse significativam ente. Las cuestiones que
tiene planteadas la filosofía desde sus comienzos o pue­
den ser presentadas significativam ente m ediante una
formulación cuidadosa o, en caso contrario, no se pue­
de preguntar sobre ellas significativamente.
Pero la determ inación del significado po r m edio de
la verificabilidad tiene todavía o tra consecuencia. Sólo
las proposiciones em píricas tienen significado, pues
sólo éstas son verificables. Las proposiciones m atem áti­
cas y lógicas, p o r el contrario, no tienen significado.
Esta consecuencia se extrajo tam bién en el Círculo de
Viena, lo cual se comprende sin m ás si se tiene presente
que se identifica significado con contenido representa­
tivo. Las proposiciones m atem áticas y lógicas no dicen
nada sobre hechos, no son conocim ientos de este tipo,
sino reglas. Las proposiciones m atem áticas son reglas
p ara el uso de signos —con lo cual se considera a la
m atem ática como un puro cálculo— y las proposiciones
lógicas son reglas para la transform ación de unas p ro ­
posiciones en otras \ Pero de este modo, las proposicio­
nes de la lógica de la ciencia m ism a pertenecen tam­
bién, como lógicas que son, a las vacías de contenido.
Esta consecuencia radical de este concepto de signifi­
cado la extrajo ya W ittgenstein. «Mis proposiciones son
esclarecedoras en la m edida en que quien m e com pren­
de se da cuenta al final de que carecen de significado,
cuando m ediante ellas —p o r ellas— las haya supera- *

* C fr. Schlick, G e s a m m e l t e A u fs a tz e . p. 222: «‘5 + 7 = 12' no


es en m odo alguno u n a proposición; es una regla que nos p e r­
m ite tra n sfo rm a r u n a proposición en la qu e e n tra n los sig­
nos de 5 + 7 en una proposición equivalente en la que e n tra el
signo 12. E s u n a regla relativ a al u so de signos.» [E n los dos
últim o s casos, debe d ecir «fórmula» en lu gar de «proposición»,
p a ra e v ita r una co n tradicción con «proposición» en la p rim era
p a rte .] «Las reglas a ritm éticas tienen c a rá c te r tautológico; no
expresan ningún conocim iento. E sto es tam bién v erdad respecto
de to d as las reglas lógicas.»

48
do*.» Las proposiciones de la lógica de la ciencia son
sólo indicaciones que han de dirigir la m irada a lo que
se m uestra en el lenguaje mismo. E n cuanto tales no
tienen contenido teórico.
Pero esta caracterización del significado p o r la ve-
rificabilidad experim entó pronto una crítica radical.
Petzall fue el prim ero en llam ar la atención sobre las
insostenibles consecuencias de este concepto de signi­
ficado T, luego Ingarden explicó en el congreso de Pra­
ga de 1934 que de este modo las proposiciones «meta-
lógicas» carecerían de significado *, y luego también
lo hizo W einberg *. Lewis objetó contra la «exigencia
de significado empírico» que m ediante ella el Círculo
lim itaría la discusión filosófica de modo in to lerab le* 10
*7 .21
También Nagel u , Stace 13 y Reichenbach 13 hicieron ob­
jeciones. En el Círculo de Viena fue N eurath el prim ero
que se volvió contra las declaraciones de carencia de
significado. En su L o g ik d e r F o r s c h u n g , de la que par­
tieron muchos estím ulos im portantes, hizo valer Popper
contra la determ inación entera del significado el hecho
de que se tratab a de una decisión arbitraria. «No hay
nada m ás fácil que desenm ascarar un problem a como
’pseudoproblem a carente de significado’: sólo se nece­

* T r a c t a t u s lo g ic o - p h ilo s o p h ic u s , p. 188 ívers. esp., p. 191). T am ­


b ién Schlick u tiliza con frecuencia ( G e s a m m e lt e A u j s a t z e , p. 159,
166, 168, 170, 206) proposiciones p o r las que pide disculpas, ya
que pro p iam en te carecen de significado, haciéndolo con el p ro ­
p ó sito de d irig ir la atención hacia u n p u n to d eterm inado.
7 A. Petzall, «L ogistischer Positivism us», 1931, p. 34, 35 (Go-
t e b o r g s H o g s k o la s A r s k r i f t , vol. 37).
* A c te s d u h u i t i é m e C o n g r e s i n t e r n a l . d e P h ilo s o p h i e , 1936,
p. 203 s.
* W einberg, A n E x a m i n a t i o n o j L o g i c a l P o s i t i v i s m , 1936, pá­
gina 195. (Vers. esp., p. 260.)
10 Lewis, «Experience a n d M eaning», 1934. ( T h e P h iío s o p h i c a l
R e v ie w , vol. 42).
11 Nagel, «V erifiability, T ru th an d V erifícation», 1934 ( T h e
J o u r n a l o f P h il o s o p h y , vol. 31).
12 Stace, «M etaphysics and •M eaning», 1935 ( M in d , vol. 44).
13 Reichenbach, W a h r s c h e in li c h k e it s le h r e , 1935.

49
sita concebir el concepto de 'significado' de un modo
suficientem ente estricto, para que se pueda decir de
todo problem a incómodo que no se le puede encontrar
'significado' alguno; y al aceptarse como 'significati­
vas' las cuestiones de la ciencia em pirica únicam ente,
todo debate sobre el concepto de significado se convier­
te tam bién en carente de significado: una vez entroni­
zado, este dogma del significado está libre p ara siem­
p re de todo ataque, es 'intangible y definitivo'»14, como
dice W ittgenstein en el prólogo de su libro. Carnap
criticó luego a fondo este concepto de significado y lo
form uló de nuevo en su tratado T e s ta b il it y a n d M ean-
i n g la, cuya im portancia es fundam ental en varios as­
pectos. Reconoce que la definición del significado me­
diante la verificabilidad es demasiado estrecha, pues
de acuerdo con ella carecerían tam bién de significado
proposiciones a las que difícilm ente se Ies puede negar
significado. Así, una proposición analítica (p. ej., el
ejem plo kantiano: «todos los cuerpos son extensos») se
volvería carente de significado al ser negada, pues
se transform a entonces en contradictoria y las propo­
siciones contradictorias son inverificables po r principio.
A la inversa, una proposición contradictoria carente de
significado (p. ej., «la altura total de la torre del Ayun­
tam iento de Viena es tanto 50 m. como 100 m.») se
haría significativa m ediante su negación, al hacerse ve-
rificable. Dos proposiciones sintéticas, cada una de las
cuales sea significativa, aunque sean incompatibles en­
tre si (p. ej., «la torre del Ayuntamiento de Viena mide
en total 50 m. de altura» y «la to rre del Ayuntamiento
de Viena mide en total 100 m. de altura»), unidas en
una conyunción originarían una proposición carente de
significado, ya que sería una contradicción inverífica-

14 «Logik d e r Forschung», 1935 ( S c h r i f t e n t u r w i s s e n s c h a f t l .


W e l ta u ff a s s u n g , vol. 9), p. 21. (T rad. esp. de V. Sánchez d e Za-
vala, M adrid, 1962, p. 50.)
18 P h il o s o p h y o f S c ie n c e , vol. 3, 4, 1936-7.

50
ble. Con esto se pone de m anifiesto que la definición
del significado m ediante la verificabilidad no puede
proporcionar un criterio suficiente para la distinción
entre proposiciones significativas y carentes de signifi­
cado.
Se logra aclarar el concepto de significado m ediante
un análisis detenido del lenguaje en lo que a su fun­
ción sem ántica se refiere. Un sistem a semántico, un
sistem a de representación, consta de signos como ele­
m entos y de sus combinaciones. Los signos pueden ser
palabras, o banderas, o golpes de tam bor, o cualesquie­
ra otros elem entos. Hay sistem as semánticos, lenguajes,
que constan sólo de signos y com binaciones con una
significación establecida, fija, p. ej., los lenguajes de
banderas o tam bores. Los lenguajes animales contienen
tam bién únicam ente señales para determ inados tipos
de hechos. En tales lenguajes sólo pueden ser repre­
sentados los hechos para los que han sido establecidas
combinaciones determ inadas de signos. Lo distintivo'del
lenguaje hum ano respecto de los lenguajes animales
consiste en que m ediante la com binación de signos es
capaz de expresar un significado siem pre nuevo, sin de­
term inación para el caso concreto; es decir, que puede
representar con un núm ero lim itado de signos un nú­
m ero ilim itado de hechos, com binando los signos de
m odo siem pre nuevo. Esto viene posibilitado p o r el he­
cho de que el significado de una combinación de signos
no descansa en una determ inación especial, sino que se
obtiene de acuerdo con las reglas generales de la com­
binación. E stas reglas están consignadas en la gram á­
tica de un lenguaje.
En tal lenguaje, los signos se dividen en dos clases
según su s i g n i f i c a d o : signos descriptivos, que desig-81

18 Véase p a ra e sto : C arnap, «Foundations o f Logic and Ma-


them atics», 1939. ( I n t e r n a t i o n a l E n c i c l o p e d i a o f U n ifi e d S c ie n c e ,
vol. I, núm 3.) Schachter, «Prolegom ena zu ein er k ritischen
G ram m atik», 1935. (S c h r i f t e n z u r w is s e n s c h a f t l . W e lt a u ff a s s u n g ,

51
nan cosas, propiedades, relaciones, y signos form ativos
o lógicos, que sirven para la conexión de los signos des­
criptivos en proposiciones y p ara la caracterización de
sus condiciones de verdad. Los signos descriptivos son
o nom bres (de cosas) o designaciones de propiedades o
relaciones —predicados monódicos o poliádicos—. Los
signos lógicos son o constantes como «no», «y», «o»,
«si-entonces», «es», «todo», o variables, que designan
lugares vacíos para la inserción de nom bres, predicados
o proposiciones.
M ediante las reglas sem ánticas de form ación se d e­
term ina cómo con tales signos pueden com ponerse su­
cesiones de signos que designen hechos, es decir, que
sean enunciados. Dan p o r resultado la vinculación de
un nom bre (de varios en el caso de una relación) con un
predicado, el enunciado negativo, la conyunción, la dis­
yunción, la implicación, el enunciado existencia! y el
general. La form a m ás sencilla de enunciado consiste
en la vinculación de nom bres con un predicado; las
otras form as tienen enunciados como com ponentes. Per­
tenecen tam bién a las reglas de form ación aquellas que
resultan de una teoría lógica de los tipos, referentes a
la posibilidad de vinculación de clases de signos des­
criptivos. El significado de las constantes lógicas puede
determ inarse m ediante las reglas de form ación indican­
do en general lo que designa una frase construida con
una constante lógica. Por ejem plo, la vinculación de un
nom bre S con un predicado P m ediante «es» designa
que la cosa designada p o r S m uestra la propiedad o
relación designada p o r P ,T. O bien: «no» P designa la
diferencia respecto de lo designado por P.
Con ello están dadas las condiciones m ediante las
cuales se determ ina el significado de una combinación 71*

vol. 10.) Schlick, «Form a n d Content», 1932. ( G e s a m m e lt e A u f-


s'á tze, p. 152 s.)
17 C fr. C am ap , F o u n d a ti o n s ó f L o g ic a n d M a t h e m a ti c s , p á­
gina 11.

52
de signos que constituya una proposición. Estando es­
tablecido el significado tanto de los signos descriptivos
como de los lógicos y estándolo tam bién su vinculación
en proposiciones m ediante las reglas de form ación, que­
da determ inado de modo com pleto el significado de
una com binación de signos, de un enunciado. Consiste
en aquello que es designado por la combinación, de
acuerdo con los significados establecidos de los signos
y las reglas de form ación establecidas. Con otras pala­
b ra s: el significado viene determ inado simplemente por
el vocabulario y la gram ática —¡lógica!— de un len­
guaje l®.
E sta determ inación del significado se obtiene también,
a decir verdad, partiendo de su definición m ediante la
verificabilidad de una proposición. Si se trata solamen­
te de la posibilidad ló g ic a de la verificación, ésta de­
pende de las definiciones de las palabras de la propo­
sición y son entonces estas definiciones, junto con las
reglas de form ación establecidas p ara la construcción
de proposiciones, las que sirven para establecer el sig­
nificado de la proposición.
Pero con esto resulta tam bién claro que el que una
proposición sea significativa o no, depende de las reglas
sintácticas y sem ánticas establecidas p ara un lenguaje.
Un signo carece de significado cuando no se le ha coor­
denado nada m ediante una asignación; y una combina­
ción de signos es una pseudoproposición cuando de
acuerdo con las reglas sem ánticas o sintácticas estable­
cidas no da lugar a ninguna coordinación. Puesto que
estas reglas pueden establecerse de modo diverso, una
proposición que carece de significado en un lenguaje
puede ser significativa en otro lenguaje construido de
otro modo. Una proposición como «el cielo ríe», toma-81

18 Schlick, qu e p o r lo dem ás definia el significado m ediante


la verificabilidad, se vio llevado tam b ién u n a vez a esta conse­
cuencia (G e s a m m e t t e A u fs a tz e , p. 157): «El significado de una
proposición se obtiene p o r si m ism o sim plem ente con que se
conozcan el vocabulario y la g ram ática del lenguaje.»

53
da literalm ente, puede considerarse tan carente de sig­
nificado como la proposición «la piedra está triste», si
las reglas sintácticas excluyen la atribución de predica­
dos anímicos a la clase de lo inorgánico. Si, p o r el con­
trario, no sucede esto, representa una proposición sig­
nificativa que sim plem ente es falsa. Y si «ríe» no de­
signa aquí, m ediante un desplazam iento de significado,
un estado anímico, sino la aptitud p ara producir un
estado aním ico (el de e sta r de buen hum or), entonces
es una proposición significativa y verdadera. No puede
decidirse sin más, para una proposición aislada, si tiene
significado o carece de él, pues esto depende de la cons­
titución del lenguaje. El significado no es absoluto, sino
m eram ente relativo a un sistem a sem ántico y sintáctico
determ inado.
Vuelve a ser éste un conocim iento im portante, pues
con él cae la distinción, tan sencilla originariam ente,
entre conocimiento científico y metafísica. Ya no se
puede elim inar a las proposiciones m etafísicas simple­
mente como carentes de significado. Más bien hay que
conceder que puede erigirse tam bién un sistem a sem án­
tico en el que las proposiciones m etafísicas sean sig­
nificativas, cosa que los logísticos polacos sostuvieron
desde el principio. Pero con ello la separación entre
m etafísica y ciencia sólo ha dejado de ser una separa­
ción dictada p o r e l lenguaje, ya que no hay solam ente
u n único lenguaje, sino una pluralidad de lenguajes po­
sibles según las distintas reglas sem ánticas y sintácticas.
De entre estos lenguajes se destaca uno que viene de­
term inado por las exigencias fundam entales del empi­
rism o: aquel en el que 1. p ara el significado de los
signos descriptivos se exige en últim o térm ino la mos-
t rabil idad de aquello que se coordina a un signo, y con­
cretam ente su m ostrabilidad en lo vivencialmente dado,
y en el que 2. se exige de los enunciados sobre hechos
que sean contrastables m ediante la experiencia, lo que
vuelve a querer decir en últim a instancia m ediante la
posibilidad de m ostración en lo vivencialmente dado.

54
M ediante el establecim iento de estas condiciones se li­
m ita el significado de las palabras y los enunciados a
lo e x p erim en tare, se le vincula a lo dado en las viven­
cias. En tal lenguaje, las proposiciones de la m etafísica
trascendente a la experiencia siguen siendo no signifi­
cativas e inverificables y están así escindidas claram en­
te de los enunciados científicos. El criterio de la deli­
mitación entre am bas no se obtiene de las condiciones
d e l lenguaje, de cualquier lenguaje posible, pero se con­
serva en el lenguaje especial del em pirism o

b) C o n te n id o y e s tr u c tu r a

Para la com prensión de la función significativa del


lenguaje es esencial esclarecer lo que puede ser desig­
nado y com unicado m ediante el lenguaje. E ste proble­
ma se trató tam bién detenidam ente en el Círculo de
V ien a'. Lo que designan los com ponentes de la propo­
sición, las palabras, consiste en últim o térm ino en algo
m ostrable, o sea, en lo dado en la experiencia. Se trata,
pues, de algo de tipo cualitativo, como las cualidades
sensoriales o sentim entales o cualquier o tro tipo de
cualidades psíquicas. Pero este contenido cualitativo es
inaccesible a la com unicación lingüística. No se puede
participar a nadie un contenido cualitativo m ediante
palabras y proposiciones. Es una perogrullada que a un
ciego no se le puede hacer com prender lo que es el co­
lo r m ediante palabras, ni tam poco lo que e s nostalgia a
uno que nunca haya salido de casa. Cuando describim os
lo cualitativo, p. ej., el m atiz de un color, lo hacem os
indicando las relaciones en que se encuentra el conte­
nido cualitativo con otros sem ejantes. Decimos, p. ej.,1*

’® Véase tam bién, posterio rm en te, p. 177 s.


1 Sobre esto, Schlick, «Form an d C ontení» (G e s a m m e l t e A u f-
s a tz e , p. 151 s.), «Positivism us u. Realism us» ( ib id ., p. 17 s.).
(E ste últim o tra b a jo está recogido en el lib ro E l p o s i t i v i s m o
ló g ic o , citado en la n ota 3 de la pág. 27.)

55
que es el color propio de un determ inado tipo de cosas
(rojo de teja o gris paloma), o que se parece a un color
determ inado de un atlas de color, o que es algo m ás
claro o m ás oscuro o m ás saturado que o tro color de­
term inado. Un contenido cualitativo se describe así me­
diante su posición dentro de un conjunto, incardinán-
dolo en él, m ediante una «estructura». Sólo se le puede
determ inar p o r sus relaciones, sólo im plícitam ente; el
contenido cualitativo como tal no puede establecerse
unívocam ente. No es él m ism o lo que se com unica me­
diante su designación lingüística («azul», «dulce»), sino
su posición en un orden intersubjetivo.
E sta es la razón de que no se pueda tam poco com­
probar si dos personas que perciben el m ism o objeto,
p. ej., un elem ento verde sobre fondo rojo, experimen­
tan o no el mismo contenido cualitativo. Si alguien lo
investiga con todos los medios de la psicología experi­
mental, nunca podrá encontrar m ás que las personas
reaccionan del mismo (o de distinto) modo, que hacen
enunciados coincidentes (o divergentes); es decir, sólo
puede com probar que las cualidades que vive cada una
de las personas se hallan en las m ism as (o en distintas)
relaciones con otras. Si esta investigación arro ja como
resultado que una de ellas tiene una visión norm al y
la otra es ciega para el rojo y el verde, no se ha logra­
do conocer con ello el tipo de las cualidades m ism as,
sino sólo que se hallan en relaciones diferentes. El con­
tenido cualitativo como tal no puede ser controlado,
pertenece a la esfera privada de cada uno y es inacce­
sible para cualquier otro*.

2 E n el fondo, es esta u n a idea antigua. Como indica H . Berg-


m ann («Z ur G eschichte u n d K ritik d e r isom orphen Abbildung», en
A c te s d a C o n g r é s in t e r n a t i o n a l d e p h i l o s o p h i e s c i e n t i f i q u e , V II,
p. 67) sobre la base de un a alusión de K untze ( E r k e n n t n i s t h e o ■
ríe , p. 64), fue* m an ifestad a ya p o r S. M aim ón, quien en sus
S t r e i f e r e i e n , p. 100, p a rtie n d o de Leibniz ( N o u v e a u x E s s a is ,
Livr. II, Chap. 9), observa que en la com unicación se abandona
lo m aterial del su jeto y el predicado y se conserva sólo lo for-

56
Por tanto, Jo cualitativo no es comunicable, sino so­
lam ente experimentable. Y lo vivido o experimentado
se lim ita siem pre a uno mismo (salvo que hubiese una
co-vivencia telepática). Lo que puede ser comunicado
es sólo la posición de lo cualitativo dentro de un orden.
Sólo en la medida en que se refieren a este orden, con­
tienen las designaciones de lo cualitativo algo que pue­
da ser común a todos; sólo de este modo son intersub­
jetivas. «Color» designa intersubjetivam ente algo vincu­
lado a la función de los ojos, «tono» algo unido a la
función del oído, «sentimiento» algo que tiene deter­
minados síntom as expresivos. Esto es válido tam bién
para la psicología y no sólo para la experim ental, sino
tam bién para la introspectiva. Sus enunciados no pue­
den contener tampoco intersubjetivam ente m ás que re­
laciones de orden, «estructuras».
No sólo las proposiciones de la ciencia, sino tam bién
todas las dem ás proposiciones intersubjetivas, incluso
las de la poesía, no pueden com unicar nada m ás que
estructuras. Es cierto que para la poesía son esenciales
las intuiciones y los sentim ientos, o sea, contenidos cua­
litativos, pero la poesía no los comunica, sino que los
provoca. M ediante lo que com unica hace surgir en el
lector u oyente las intuiciones o sentim ientos mismos.
Y éste es tam bién el modo de proceder de la exposición
histórica cuando no quiere m eram ente describir y ex­
plicar causalm ente el com portam iento de las grandes
personalidades y el am biente espiritual de una época,
sino hacerlos com prender. Quiere entonces que vuelvan
a vivirse, quiere provocarlos como contenidos cualitati­
vos en el lector en virtud de los conocimientos histó­
ricos *.
Pero no debe perderse de vista que al decir esto se

m al. T am bién Poincaré aludió a esto , a sí com o R ussell (E i n -


f i i h r u n g in d ie m a t h e m a t . P h ilo s o p h ie , p. 63). (De e sta últim a
o b ra h ay trad u cció n española.)
3 Cfr. Schlick, lo e . c it ., p . 211 s.

57
trata siem pre de la función comunicativa del lenguaje.
Esta lim itación no vale para su función de designación
en general \ Designación es «un tipo de corresponden­
cia entre dos cosas» tal que una reem place a la o tr a 5,
o m ejor una correspondencia entre dos clases de fenó­
menos, una clase de form as orales o escritas, en lo que
consiste una palabra, y una clase de objetos (en el sen­
tido m ás amplio), en lo que consiste lo coordinado a la
cosa. E sta coordinación se establece en últim o térm ino
m ediante la m ostración de algo vivencialmente dado.
Con ello se explica el lenguaje de palabras p o r ges­
tos, m ediante los cuales se señala a lo vivencialmen­
te dado, o sea al contenido cualitativo, cuyas relaciones
se m uestran. En su utilización intersubjetiva en la co­
municación, el significado de lá designación se deter­
mina sólo mediante estas relaciones. L o q u e se encuen­
tra en estas relaciones sólo puede ser representado
mediante variables (igual que están determ inados los
elem entos geom étricos en los G r u n d la g e tt d e r G e o m e -
tr ie de Hilbert, únicam ente como m iem bros de las re­
laciones axiom áticas). Pero al com prender la designa­
ción se introducen p o r cada uno en estas variables los
contenidos cualitativos de su propia vivencia, que están
determ inados p o r estas relaciones. De este modo, la de­
signación se vincula p ara cada uno personalm ente con
un contenido cualitativo subjetivo, y no m eram ente
con una estructura. La designación tiene así ju n to a su
significado intersubjetivo otro subjetivo individual; de­
signa para cada uno un contenido cualitativo, contenido
que cada cual conoce p o r su vivencia. Y cada cual con-

Schlick no pasó esto p o r alto, pero no lo m anifestó con


claridad, produciendo m ás bien la im presión co n tra ria al u tilizar
«expresar» i * a u s d r ü c k e n », «express») desde el p u n to de vista
de la com unicación únicam ente (p. 159, 169, 177: • i n c o m m u n i -
c a b i l i t y a s t h e c r it e r i o n o f in e x p r e s s i b i l i t y * ). P ero distingue con
precisión e n tre enunciado y designación («A u s s a g e », «expres-
s i o n » y «B e z e ic h r t u n g », • r e p r e s e n t a r o n * ) (p. 154).
5 Schlick, lo e . c it.

58
sidera las designaciones de cualidad contenidas en una
com unicación como refencia a las cualidades vividas
p o r él mismo. Cada cual las com prende en s u sentido.
E sta com prensión consiste en una interpretación de las
designaciones m ediante el contenido cualitativo corres*
pondiente a la estructura comunicada. Lo que diversas
personas se com unican entre sf e stá determ inado por
form as estructurales y éstas son comunes p ara todas
ellas, que coinciden en ellas. Esto se debe a que todas
ellas viven en un m undo com ún, o bien a la inv ersa: por
esto es p o r lo que viven en uno y el mismo mundo. Pero
cada una de ellas inserta en esta form a sus cualidades
vividas personalm ente y establece asf la conexión con
su propio m undo de vivencias. No puede decidirse si
coinciden tam bién en esta in te r p r e ta c ió n , pues lo cua­
litativo es privado y no puede com pararse*. La cone­
xión de las designaciones con las cualidades vividas po r
uno m ism o es indispensable y fundam ental. Las com u­
nicaciones intersubjetivas constituyen solam ente un
sistem a estructural. Este sistem a se hace significativo
y utilizable para cada uno sólo p o r el hecho de que
puede relacionarlo con su propio vivir. Cada cual ha
de poder u nir el m undo común intersubjetivo con el
suyo privado, subjetivo. Sólo m ediante esto obtienen
los m iem bros de las relaciones en que consiste el sig­
nificado intersubjetivo una determ inación m aterial y
unívoca. De lo contrario, son m eras variables. El conte­
nido cualitativo subjetivo constituye asi el fundam ento
de todo lo intersubjetivo y objetivo. Por eso no se le
puede e lim in a r7.
Pero, como refiere W aism ann en el prólogo a los
G e s a m m e lte A u f s a tz e de Schlick (p. XXVII, XX VIII),
Schlick intentó superar la doctrina de la no comunica­
bilidad de lo cualitativo, que había desarrollado deteni-

• Schlick, lo e c i t ., p. 164, 208, 209.


T Schlick m anifestó tam b ién esto c laram en te: lo e . c it ., p. 194,
y 205.

59
dam ente y con especial insistencia. «Dos trabajos poste­
riores —"Ober die Beziehung zwischen psychologischen
und physikalischen Begriffen” y "Meaning and Verifica-
tio n " 8*10— m uestran cómo Schlick se liberó interiorm en­
te de esta distinción de contenido y estructura. Pinta
en ellos —de nuevo bajo el influjo de W ittgenstein—
posibilidades particulares imaginables bajo las cuales
nos sería accesible el 'contenido' de la vivencia ajena.
Y con ello perdió su sentido originario la distinción de
'com unicable' y 'no-comunicable'.»
En el estudio «Form and Content», Schlick había con­
siderado como una im posibilidad ló g ic a que un hom bre
pudiese experim entar las vivencias de otro y que, por
tanto, estaba radicalm ente excluido el com probar si los
contenidos cualitativos son iguales o distintos cuando
dos personas perciben el m ism o objeto*. Ahora veía
en ello una m era im posibilidad em pírica. Es sim ple­
m ente un hecho que los hom bres no pueden experi­
m entar las vivencias de otro, pero no tendría p o r qué ser
así. Para m ostrarlo —dentro de otro orden de ideas:
la refutación del solipsismo, no respecto de la comuni­
cabilidad de lo cualitativo— analiza la proposición «yo
sólo puedo sentir m i dolor» en su significado,0. Cuando
una vivencia está caracterizada como «mía» lo es p o r
su realización con un cuerpo determ inado, «mi» cuer­
po. P or tanto, la proposición puede p recisarse: «yo sólo
puedo sen tir dolor cuando a mi cuerpo le pasa algo».
Pero puede im aginarse o tra posibilidad, que es lógica­
mente posible porque puede d escrib irse: yo podría sen­
tir tam bién dolor cuando le sucede algo al cuerpo de
o tr o . Schlick considera esto como equivalente con la
proposición: «yo puedo sen tir el dolor de otro». La
comparación de los contenidos cualitativos de perso-

8 C e s a m m e l t e A u is á a tz e , p. 267 s., 337 s.


» G e s a m m e lt e A u f s a t z e , p. 166.
10 L o e . c it ., p. 359.

60
ñas distintas sería con ello-posible al m enos lógica­
mente, si no em píricam ente.
Pero m ediante este razonam iento especulativo no se
dem uestra todavía esto. Si se define «yo» y la caracteri­
zación como «mío» m ediante la relación a un cuerpo
determ inado, entonces el dolor de otro es aquel que
depende del cuerpo de otro. Para que y o sienta el dolor
de otro, esta sensación de dolor tiene que depender
tam bién de mi cuerpo; de lo contrario es sólo el dolor
del otro y no un dolor sentido tam bién p o r mí. De este
modo el dolor de otro sentido p o r m í depende de pro­
cesos en d o s cuerpos, m ientras que el dolor del otro
depende solam ente del cuerpo del otro. En el caso de
Schlick sirve como base el presupuesto tácito de que
el dolor de otro que y o siento es exactam ente el mis­
mo que el dolor que el o tr o siente. Pero este presupues­
to es arb itrario y, por tanto, no puede ser aplicado.
Pues el dolor del o tro se halla entonces en una doble
relación: con u n cuerpo y con d o s cuerpos y habría que
aceptar más bien que se modifica con los distintos
modos de dependencia. De acuerdo con esto, sigue
siendo incierto si los contenidos cualitativos de distin­
tas personas son com parables o no u .

2. An á l is is s in t á c t ic o

a) S i n ta x is y ló g ic a

La otra cara del lenguaje, contrapuesta a su función


significativa, la constituye el edificio formal, la estruc­
tu ra del sistem a de representación. C am ap ha produ­
cido en este cam po trabajos fundam entales. En su obra
D ie ío g is c h e S y n t a x d e r S p r a c h e , 1934 *, proporcionó 1
*

11 C fr. K aila, «Det fram m an d e siálvslivets k unskapsteoretis-


k a problem », 1936 ( T h e o r ia , vol. I I , p . 128 s.).
1 S c h r i f t e n z u r w i s s e n s c h a j t l . W e l ta u ff a s s u n g , vol. 8. (V ersión
española en p rep aració n , UNAM, México.)

61
po r prim era vez una exposición sistem ática de ella. En
esta ob ra le interesa no sólo la estru ctu ra esencial del
lenguaje, sino tam bién su conexión con la lógica. Witt-
genstein fue el prim ero en llam ar la atención sobre la
conexión de lógica y len g u aje2. Las reglas de la ló­
gica se m anifiestan como reglas del lenguaje; son al
m ism o tiem po reglas fundam entales en la construc­
ción de un sistem a de signos. La estru ctu ra de un
lenguaje y la conexión de la lógica con él se perciben
con especial claridad cuando am bos, lenguaje y lógica,
se consideran en su configuración formalizada. Del
mismo m odo que la lógica ha sido expuesta de acuer­
do exclusivamente con las form as generales, prescin­
diendo del significado p articular (desde la sim boli­
zación medieval de la cantidad y la cualidad de los ju i­
cios y de los conceptos de sujeto, predicado y térm ino
medio de los raciocinios, basta el sistem a de los P r in c i­
p ia m a t h e m a ti c a ) , igualmente puede form alizarse el len­
guaje tom ando en consideración exclusivamente su for­
m a general, prescindiendo de su significación. Una con­
sideración form al del lenguaje, de un sistem a de repre­
sentación, fue em prendida p o r H ilbert en su M e ía m a -
th e m a t ic a y por los logísticos polacos (Ajdukiewicz,
Tarski, Lukasiewicz, Lesniewski) en su M e ta lo g ic a .
Carnap recibió tam bién estím ulos de estos últim os a
través de Tarski.
Desde el punto de vista form al, se tom an los signos
como m eras form as, visibles o audibles, y su conexión
en proposiciones com o m eras sucesiones de signos,
como fórm ulas, y la inferencia de unas proposiciones
partiendo de otras como la transform ación de tales su­
cesiones de signos en otras. Es el lenguaje como un
puro cálculo. Se presenta entonces com o un juego con 3

3 Según la indicación de O. K rau s (IVege u . U m w e g e i i r P h i-


lo s o p h i e , 1934), estim ulado p o r la filosofía del lenguaje de Bren-
tañ o y M arty (v. C arnap, D ie A u fg a b e d e r W is s e n s c h a ft s lo g ik ,
1933, p. 24, 25).

62
figuras realizado de acuerdo con reglas establecida
El sentido y el valor de tal formalización consistí
como de costum bre, en que aquello que interesa se
separa de aquello que n o interesa, y puede ser com­
prendido claram ente p o r sí solo y form ulado con preci­
sión. Lo que no interesa es el significado especial de las
proposiciones. Aqui se trata sólo de relaciones del tipo
m ás general. Carnap designa la estructura de un sistem a
de representación como «sintaxis», aunque la «sintaxis»
en sentido filológico contenga sólo las reglas de cone­
xión. Teniendo en cuenta que lo que en los sistem as
formalizados corresponde a la etimología son los tipos
de signos, la expresión análoga para designar la estruc­
tu ra de un sistem a de representación sería propiam ente
«gramática». Pero puesto que en el sistem a form aliza­
do del lenguaje son especialm ente im portantes las re ­
glas para la conexión de signos, las sintácticas, interesan
sobre todo las reglas de conexión y transform ación, la
sintaxis.
Por tanto, no se tra ta de la sintaxis de un lenguaje
em píricam ente dado, de sintaxis «descriptiva», sino de
sintaxis «pura», es decir, de la «estructura de las posi­
bles ordenaciones en serie de elem entos cualesquiera3».
Para explicar esto no se puede p a rtir del análisis de la
sintaxis de un lenguaje corriente, pues esto sería de­
m asiado complicado. Por esta razón, Carnap construye
prim eram ente dos modelos lingüísticos muy sim plifi­
cados para explicar la sintaxis sobre ellos. En estos len­
guajes, los objetos no se designan m ediante palabras,
sino m ediante núm eros, como se designan las casas
m ediante núm eros en lugar de hacerlo como antes me­
diante nom bres propios, o como se hace con los puntos
del espacio m ediante coordenadas **. Las propiedades

* D ie lo g is c h e S y n t a x d e r S p r a c h e , p. 6.
* La aritm etización, com o un m éto d o exacto de tales inves­
tigaciones, fue in tro d u cid a p o r Godel, q u e p articip ó en el Circu­
lo de V iena («Ü ber fo rm al u n en tsch eid b are System e d e r Princi-

63
y relaciones, los predicados, que se atribuyen a estos
objetos pueden determ inarse tam bién m ediante núm e­
ros, a los cuales se les anteponen signos según el ti p o de
las propiedades o de las relaciones. (Por ejem plo,
«te (3) = 5» designa: la tem peratura en el lugar 3 es 5;
o «te dif (3,4) = 2» designa: la diferencia de tem pera­
turas entre los lugares 3 y 4 es 2. Los functores se
dividen en descriptivos, tales com o los que acabamos
de m encionar, y lógico-matemáticos, como p o r ejem ­
plo «sum (3,4)», es decir 3 + 4.)
El prim ero de am bos lenguajes formalizados contie­
ne 11 signos aislados, constituidos en p rim er lugar por
los signos lógicos prim itivos y adem ás p o r variables nu­
méricas (x, y , ...) y constantes num éricas (0, 1, 2 ...),
predicados (designados m ediante letras mayúsculas o
grupos de letras con iniciales m ayúsculas) y functores
(designados m ediante grupos de letras minúsculas). Una
sene ordenada (finita) de tales 'signos, una «expresión»,
viene determ inada p o r el tipo de los signos y p o r su su­
cesión, p o r su form a sintáctica. Lo que en el lenguaje
usual se presenta como una proposición total o como
una proposición existencial, se designa m ediante opera­
dores, como es corriente en la logística. En el prim ero
de los dos lenguajes sólo entran operadores lim ita ­
d o s, i. e. expresiones totales y existenciaics que sólo se
refieren a un ám bito de posiciones lim itado, y no a
todas las posiciones en general. Por el contrario, la ge­
neralidad ilim itada, que no se refiere a posiciones, sino
a signos, puede expresarse m ediante variables. Por
ejemplo, «sum (x, y) = sum (y, x)» designa: p ara dos
núm eros cualesquiera, la suma del prim ero y el segun­
do es siem pre igual a la suma del segundo y el prim ero.
Finalmente, se introduce todavía un operador descrip­
tivo, que sirve especialm ente en am bos lenguajes para
la descripción unívoca de núm eros y relaciones numé-

pia M athem atica u. v erw an d ter Systeme», 1931, M o n a ts c h . /.


M a t h e m a t i k u . P h y s i k , año 38).

64
ricas. M ediante el establecim iento de todos estos signos
y de sus reglas de conexión están dados los elem entos
y las determ inaciones fo r m a le s de este lenguaje.
Se necesitan tam bién, aparte de esto, reglas de tr a n s ­
fo r m a c ió n , mediante las cuales se establece hasta qué
punto puede deducirse una proposición de otra. Las re­
glas de transform ación consisten en axiomas (propia­
mente en esquem as de axiomas, ya que en este lenguaje
no se dispone de las variables para «proposición», «pre­
dicado» y «functor», necesarias para los axiomas) y re­
glas de deducción. Los axiomas proporcionan en nota­
ción logística las reglas para el cálculo proposicional,
para los operadores, para el signo de igualdad y para
las propiedades fundam entales de la serie num érica.
M ediante las reglas de deducción se define el concepto
de «inm ediatam ente deducible», que es algo m ás estric­
to que el concepto de «inferencia», diferencia que la
lógica m oderna ha sido la prim era en realizar clara­
m e n te 3. La ventaja y la finalidad del modelo de len­
guaje sim plificado es que facilita esencialm ente la defi­
nición de la deducibilidad inm ediata y de la inferencia.
Una proposición es inm ediatam ente deducible si resulta
de otra m ediante substitución (en este caso de una ex­
presión num érica en lugar de una variable num érica)
o reem plazando una parte de una proposición mediante
una conexión de proposiciones (p. ej., una implicación
por «no ... o ...») o cuando es implicada po r o tra pro­
posición o en virtud del principio de la inducción m ate­
m ática (puesto que aquí se trata de expresiones numé.
ricas).
La deducción inm ediata es el modo de proceder fun­
dam ental para toda deducción ulterior. Una deducción

3 V erdad es que actu alm en te C arnap no concede ya ta n ta


im p o rtan cia a la distinción e n tre deducción e inferencia, puesto
q u e e n tre ta n to ha llegado a la conclusión de que puede utili­
zarse p a ra am bas el m ism o procedim iento de construcción de
un a secuencia de proposiciones (I n t r o d u c t i o n t o S e m a n t i c s , 1942,
p. 248).

65
de este tipo consiste en una serie finita de proposicio­
nes tales que cada proposición es o una prem isa o una
definición o es deducible inm ediatam ente de una pro­
posición precedente. En virtud de la definición de «de­
ducible» pueden definirse los conceptos lógico-sintác­
ticos fundam entales «dem ostrable», «refutable», «inde-
cidible». Estos conceptos se refieren en este lenguaje
sólo a un núm ero finito de prem isas. Son, p o r tanto,
m ás estrictos que los conceptos lógicos usuales de
«inferencia», «analítico», «contradictorio»9, pues estos
pueden referirse tam bién a c la se s de proposiciones, cla­
ses que no tienen p o r qué agotarse m ediante una serie
finita. Las clases de proposiciones son form as sintác­
ticas de expresiones. M ientras que una deducción es
siem pre una serie finita de proposiciones, una inferen­
cia puede ser una serie finita de clases preposicionales
infinitas. En virtud de la deducibilidad y con ayuda de
las clases preposicionales puede definirse tam bién la
in feren ciaT, cosa que Carnap ha em prendido p o r pri­
m era vez en una form ulación rigurosa. En virtud de la
definición de inferencia pueden definirse entonces los
im portantes conceptos «analítico», «sintético», «contra­
dictorio», «compatible» e «incompatible». Una cosa que
sólo com prendió el siglo xx —Weyl la m anifestó por
vez prim era *, luego W ittgenstein insistió sobre e lla 9—
es que puede conocerse si una frase es analítica o con­
tradictoria con independencia de su significado, en vir­
tud solam ente de su estru ctu ra lógica. P or tanto, en el
caso de todas las proposiciones lógicas puede conocerse
si son verdaderas o no por su m era configuración sim­
bólica, si están dadas las reglas sintácticas del lenguaje

* Sólo el concepto de «analítico» com prende todo lo qu e es


válido en v irtu d de la m era lógica, m ien tras que el concepto de
«dem ostrable» com prende sólo lo qu e es lógicam ente deducible;
pero e sto n o agota to d as las relaciones lógicas.
7 L o e . c it ., p. 36.
8 D a s K o n t i n u u m , 1918.
8 T r a c t a t u s lo g tc o - p h ilo s o p h i c u s , 1922.

66
correspondiente. Con ayuda del concepto de inferencia
puede determ inarse tam bién de modo puram ente for­
mal el contenido lógico de una proposición, sin tener
que en trar en su significado. Consiste en la clase de
las proposiciones no analíticas que se infieren de esta
proposición. Se caracteriza con ello de modo fo r m a l
lo que quiere decirse al hablar del s ig n ific a d o de una
proposición en la concepción m aterial. De este modo
pueden representarse tam bién form alm ente relaciones
de contenido (como la igualdad de contenido).
El sistem a de signos construido de este modo es
llamado por Cam ap un lenguaje «definido», porque
sólo contiene operadores totales y existenciales lim i ta ­
d o s. (Corresponde aproxim adam ente a la aritm ética de
los núm eros naturales en la limitación del intuicionismo
m atem ático).
El segundo sistem a de signos construido po r Cam ap
es un lenguaje «indefinido». Contiene los m ism os sig­
nos que el prim ero, aum entados sólo en uno, pero tam ­
bién operadores ilim ita d o s . Por o tra parte, es m ás rico
al contener nuevos tipos de functores y predicados y
variables. Por consiguiente, las expresiones tienen que
ser diferenciadas de acuerdo con su tipo lógico y divi­
didas en grados. Los distintos tipos de expresiones de
este lenguaje se establecen de modo análogo a las del
prim er lenguaje; sólo que los axiomas han sido aum en­
tados como corresponde a la m ayor existencia de sím­
bolos en el segundo lenguaje y tam bién po r nuevos
axiomas p ara los operadores ilim itados, aparte del prin­
cipio generalizado de elección de Zermelo y dos axio­
m as de extensionalidad. M ediante dos reglas de deduc­
ción, la de la implicación y la del operador total, se
determ ina cuándo una proposición puede deducirse in­
m ediatam ente de o tra : cuando es im plicada p o r otra
o cuando se construye a p a rtir de una proposición me­
diante u n operador total. La definición del concepto de
inferencia es m ucho m ás com plicada que en el prim ero,
debido a la m ayor riqueza de este lenguaje, y p o r ello

67
Carnap sólo indica el método de la definición y no esta
misma. A la inversa que en el caso anterior, aquí se
definen prim eram ente los conceptos «analítico» y «con­
tradictorio» y sobre su base «inferencia» y «sintético»,
«compatible», «incompatible». A continuación puede de­
m ostrarse que toda proposición lógica es o analítica o
contradictoria. Con tal lenguaje puede expresarse toda
la m atem ática clásica y toda la física clásica.
En virtud de esta extensión puede resolverse la ver­
dadera tarea: form ular una sintaxis general para cual­
quier lenguaje. Pues no hay sólo u n lenguaje, al modo
en que W ittgenstein hablaba d e l lenguaje sin más, sino
distintos lenguajes, como se ha puesto de m anifiesto en
los dos lenguajes construidos. Una sintaxis general
quiere decir un sistem a de difiniciones de los concep­
tos sintácticos que sean aplicables a todos los lenguajes.
Como hace notar Carnap m ism o (IV, p. 120), su sistem a
es sólo un esbozo, un p rim er intento, para el que hasta
ahora se disponía únicam ente de pocos alem en to s,#.
Para la exposición de la sintaxis son indispensables
conceptos indefinidos. Un signo lingüístico es «indefi­
nido» cuando en su definición entra un operador ilimi­
tado. Los conceptos fundam entales de la transform a­
ción: «deducible», «demostrable», «analítico», «contra­
dictorio», «sintético» son definidos sólo en sistem as
muy sencillos, siendo en otro caso indefinidos. Los con­
ceptos «inferencia* y «contenido» son siem pre indefi­
nidos. Pero la adm isibilidad de los conceptos indefini­
dos es una cosa discutida. Una propiedad que se expre­
sa mediante un predicado lógico d e fi n id o de prim er
grado es siem pre decidióle en lo relativo a su existencia.
Por el contrario, no hay ningún procedim iento general
de decisión p ara un predicado in d e fin id o . P or esta razón
los conceptos indefinidos han sido considerados por 01

10 S obre to d o de T a rsk i: «F udam entale B egriffe d e r Metho-


dologie d e r deduktiven W issenschaften», 1930 (M o n a t s c h . f . M a th .
u . P h y s ., añ o 37).

68
Poincaré, Brouw er y W ittgenstein como carentes de sig­
nificado e inadm isibles. Pero frente a esto, Carnap mos­
tró que son significativos y admisibles.
Los conceptos indefinidos se han considerado caren­
tes de significado en virtud de la definición según la
cual el contenido significativo de un concepto está dado,
cuando existe, p o r el m étodo de su verificación. No co­
nocemos tal procedim iento de decisión general para los
conceptos indefinidos y ésta es la razón de que se los
considerase carentes de significado. Pero sabemos muy
bien bajo qué condiciones habría que realizar una de­
cisión sobre la existencia de una propiedad que viene
dada m ediante un concepto indefinido. Esto es lo.que
sucede cuando encontram os una dem ostración de la
existencia o inexistencia de la propiedad. Saber si una
serie de proposiciones constituye tal prueba es algo
que puede determ inarse de modo definido. Por tanto,
los conceptos indefinidos son significativos, puesto que
se sabe cuándo son verdaderos. Tampoco puede discu­
tirse entonces su adm isibilidad, si se establece la exi­
gencia restrictiva de que tiene que ser decidible en cada
caso concreto si la propiedad dada m ediante un concep­
to indefinido existe o no. Para dem ostrar que es válida
una proposición con un operador ilimitado, una propo­
sición general, no es necesario ni tam poco posible, de­
bido a su núm ero infinitq, d em ostrar que son válidas
todas las proposiciones concretas que se obtienen de
ella p o r inserción de constantes. Si fuese esto necesa­
rio, toda proposición general sería ciertam ente indeci-
dible y carente de significado. Pero la dem ostración de
la validez puede realizarse m ediante la ejecución de una
única prueba para la proposición general misma. El
ejercicio de una dem ostración es una operación finita
y, p o r tanto, los proposiciones con operadores ilimita­
dos son tam bién dem ostrables. Por eso «también para
los conceptos indefinidos existe... la posibilidad de en­
co n trar una decisión sobre su existencia o no existencia
en un caso concreto, si bien no tenem os ningún proce-

69
dimiento de producir siem pre este descubrim iento» (pá­
ginas 116, 117). Como consecuencia de esto, no es nece­
sario excluir los conceptos indefinidos.
El concepto m ás im portante de una sintaxis general
es el concepto de inferencia. Con su determ inación se
fijan todas las relaciones lógicas dentro de un lenguaje
y pueden ser definidas. La definición de la «inferencia
inm ediata» consta de las reglas sobre los signos del
lenguaje correspondiente, de las reglas de form ación
y las reglas de transform ación. Vuelven a distinguirse
las reglas establecidas sobre la base de la «inferencia»
de las reglas establecidas sobre la base de la «deduc­
ción», en las cuales las propiedades exigidas a la pro­
posición deducida y a la clase proposicional de la que
se deduce son propiedades definidas. Según que la de­
finición de un concepto sintáctico se refiera a las reglas
de inferencia o sólo a las reglas de deducción, los con­
ceptos sintácticos se dividen en conceptos de infe­
rencia y conceptos de deducción. Se definen de modo
formal una serie de conceptos de inferencia fundam en­
tales —válido y contraválido, determ inado (o válido o
contraválido) e indeterm inado, com patible e incompa­
tible, dependiente e independiente, com pleto e incom­
pleto, el contenido y sus relaciones.
Al hacerlo, Carnap tom a en consideración las reglas
de transform ación bajo un punto de vista completa­
m ente general. En los lenguajes simbólicos se form u­
lan usualm ente sólo reglas de transform ación funda­
m entadas lógico-matemáticamente. Por el contrario,
Carnap adm ite tam bién reglas de transform ación ex­
tralógicas y tam bién pueden adm itirse entre los axio­
m as leyes naturales o proposiciones em píricas en ge­
neral. De acuerdo con esto, se distinguen los lenguajes
con reglas de transform ación exclusivamente lógico-
m atem áticas y los lenguajes que tienen tam bién reglas
de transform ación «fisicalistas» (en el sentido m ás am ­
plio, es decir, em píricas) («L»-lenguajes y «P»-lengua-
jes). Los conceptos sintácticos form ulados bajo el pun­

70
to de vista más general, el de un lenguaje con a m b o s
tipos de reglas de transform ación —válido o contravá­
lido, determ inado, etc.—, son m ás generales que los
conceptos «analítico», «contradictorio», «sintético». Si
entre los axiomas los hay tam bién de origen empírico,
entonces una proposición sintética puede estar deter­
minada por ellos en lo relativo a su validez y, por tan­
to, ser reconocida como verdadera o falsa m eram ente
en virtud de su form a simbólica, cosa que de lo con­
trario sólo sucedía con una frase analítica. «Analítico»,
«sintético», «contradictorio» son conceptos de un sis­
tem a lingüístico que no contiene m ás que reglas de
transform ación lógicas. La diferencia en tre reglas de
transform ación lógicas y «fisicalistas», que parte del
significado de las proposiciones, es conocido igualmen­
te por Carnap de un modo puram ente formal.
Pero Schlick objetó con razón, respecto de las reglas
de transform ación extralógicas, que resulta engañoso
hablar de una aceptación de leyes naturales como axio­
mas. En la medida en que se considera como regla
sintáctica a una proposición que bajo los presupuestos
de la gram ática usual expresa una ley natural, se le
da a esta serie de signos «un significado completam ente
nuevo..., o m ejor, propiam ente se le despoja de signi­
ficado. 'La proposición' ya no es una ley natural, ni
en general un enunciado, sino una regla simbólica. Toda
la reinterpretación parece ahora trivial e inútil. Toda
form a de exposición que tienda a b o rra r diferencias
tan fundam entales es altam ente peligrosa»n .
Además, la distinción entre signos lógicos y descrip­
tivos, que descansa en prim er térm ino sobre su sig­
nificado, según que designen algo lógico o algo extra­
lógico, empírico, se caracteriza tam bién form alm ente,
teniendo en cuenta que toda proposición construida
exclusivamente por signos (expresiones) lógicos está de­
term inada respecto de su validez. Luego se definen.1

11 Schlick. G e s a m m e l t e A u f s a t z e , p. 320.

71
también de modo puram ente formal, la distinción entre
variables y constantes y los distintos tipos de opera­
dores y las conectivas preposicionales (conyunción, dis­
yunción, implicación ) l i . También la traducción de un
lenguaje a otro puede concebirse de modo puram ente
formal sin e n tra r en el significado, como coordinación
m ultiform e de expresiones o de proposiciones o de cla­
ses preposicionales. Tal traducción es entonces una
traducción conforme al significado cuando las expre­
siones, etc., tienen el mismo contenido lógico en am bos
lenguajes.
Finalmente se define tam bién el concepto «extensio­
nal» y su contrario «intensional» con ayuda de las de­
finiciones anteriorm ente establecidas, sustituyendo en
la definición usual de la extensionalidad como función
de verdad el concepto «verdadero» por el concepto «de
igual contenido», ya que el prim ero no es un auténtico
concepto sintáctico. De este modo, una proposición es
extensional respecto de una proposición parcial cuan­
do conserva el mismo contenido al sustituir la propo­
sición parcial por otra del mismo contenido. Wittgens-
tein afirm ó que toda proposición es una función de
verdad de proposiciones elem entales, esto es, que es
extensional respecto de las proposiciones parciales.
Pero no es este el caso en todos los lenguajes posibles,
pues hay proposiciones que no son una función de
verdad de sus proposiciones parciales: las proposicio­
nes intensionales. De este tipo son, por ejem plo, las
proposiciones que inform an sobre hechos pensados o
m anifestados o creídos p o r personas, tales como «mu­
cha gente ha creído que Federico B arbarroja vive to­
davía en Kyffháuser». «Federico B arbarroja» puede ser
sustituido en ella p o r la descripción «el E m perador 21

12 Pero C am ap ha reconocido que esta s definiciones son in­


suficientes p a ra se r válidas p a ra todos los tip o s de cálculos y
en M e a n i n g a n d N e c e s s i t y , 1947, las ha ofrecido de u n nuevo
m odo con ayuda de nuevos conceptos sintácticos.

72
que se ahogó en el río Saleph». Pero que «el Em pera­
dor que se ahogó... vive todavía...» no es lo que m ucha
gente ha creído. Del m ism o modo, las proposiciones
modales que enuncian una necesidad, una imposibili­
dad, etc., y las que enuncian una inferencia lógica han
sido tom adas en consideración p o r L ew isw y otros
como proposiciones intensionales. Hay, pues, lenguajes
extensionales y lenguajes intensionales. Pero Carnap
cree poder hacer la suposición de que p ara todo len­
guaje intensional puede construirse uno extensional al
que puede traducirse el prim ero. (E sta tesis de la ex-
tensionalidad la m antiene todavía actualm ente de modo
ex p reso *14; pero la com pleta m ediante una definición
sem ántica de la extensionalidad en la que «de igual
contenido» es sustituido p o r «equivalente p o r su signi­
ficado».)
Si al principio se pensó analizar «eí» lenguaje, como
W ittgenstein, el análisis puso de m anifiesto que no hay
sólo u n lenguaje, sino lenguajes de distinta configura­
ción. Un lenguaje viene determ inado p o r el tipo de sus
signos, po r las form as de construcción de las proposi­
ciones y por las reglas de transform ación de éstas.
Todo esto descansa en decisiones y las decisiones pue­
den adoptarse librem ente. Pueden introducirse signos
con significado dado y aceptar o excluir form as prepo­
sicionales, según parezca conveniente. El establecimien­
to de las reglas de form ación y de transform ación tiene
que hacerse de tal m anera que m ediante ellas se obten­
gan resultados adecuados a los significados de los sig­
nos prim itivos. En este aspecto, la sintaxis no puede
elegirse librem ente, sino que viene co-determ inada por
el significado de los signos. Pero incluso estas decisio­
nes pueden realizarse tam bién librem ente si se form u­
la prim ero un sistem a de signos sin significado estable­
cido, un puro cálculo, y se busca luego un significado

,s A S u r v e y o f S y m b o l i c L o g ic , 1918.
14 I n t r o d u c t i o n lo S e m a n t i c s , p. 249, 43.

73
adecuado para los signos lógicos prim itivos, y se le
encuentra. Pueden construirse lenguajes de distinta for­
m a lógica y de distinta am plitud lógica, como se ha
puesto ya de m anifiesto en los dos lenguajes construidos
por Carnap. En el trabajo «Testability and M eaning»”
ha bosquejado una serie de lenguajes posibles que va
hasta el infinito.
No tiene sentido preguntar po r una justificación o
licitud de las form as lingüísticas, pues no hay ninguna
instancia que pudiese proporcionar una decisión uní­
voca, ya que éstas no son preguntas sobre la verdad
o falsedad, sino sobre decisiones y su conveniencia. Lo
que puede hacerse es desarrollar las consecuencias a
que conduce una u otra decisión, una exclusión o una
admisión, y se elegirá sobre su base teniendo en cuenta
la conveniencia, esto es, en la m edida en que cum­
plan las finalidades prácticas. No pueden pronunciarse
prohibiciones generales de form as preposicionales o
modos de inferencia (como lo hicieron Brouw er con
el principio de tercio excluso y W ittgenstein con las
proposiciones generales ilim itadas), sino que en lógica
del lenguaje hay que acatar un principio de toleran­
cia ia. Se ve claro el significado de un sintaxis general,
tal como la ha desarrollado Carnap, frente a las múl­
tiples posibilidades de form as lingüísticas lógicas. Me­
diante ella se explica lo esencial de un lenguaje en
cuanto formalizado. M ediante ella se hace posible re­
ducir lenguajes de cualquier form a a un denom inador
común, com prenderlos como configuraciones especiales

ls P h ii o s o p h y o f S c ie n c e , vol. 4, 1937, p. 25.


l* K. M enger fue el p rim ero en hacerle v aler en la polém ica
sobre los fu n d am en to s de la m atem ática («D er Intuitionism us»,
1930. en B l á t t e r /. d e u t s c h e P h ilo s o p h ie , añ o 4); P o p p er le de­
fendió luego de hecho p a ra la lógica de la ciencia ( D ie L o g ik
d e r F o r s c h u n g , 1935, p. 19 s., 195; tra d . esp., p. 48 s.). Se expresa
m e jo r lo esencial en la designación de «principio de convenció-
nalidad» ( • P r i n z i p d e r P e s t s e t z b a r k e i t » , • c o n v e n t i o n a l i t y »), p re ­
ferido actu alm en te p o r C arnap (I n t r o d u c t i o n t o S e m a n t i c s , pá­
gina 247).

74
de una estru ctu ra general e indicar con precisión sus
propiedades y diferencias características.
Carnap se vio llevado a la reducción del análisis lin­
güístico a la sintaxis al p a rtir de la determ inación del
significado m ediante la verificabilidad y al tra ta r de
conservarla para las proposiciones del análisis lógico.
Ingarden había objetado en el congreso de Praga w que
en virtud de esta definición del significado las propo­
siciones m etalingüísticas serían carentes de significado
o no significativas, ya que por principio no podían ve­
rificarse, cosa que ya había expresado W ittgenstein al
final de su T r a c t a t u s w. Una verificación sólo puede
tener lugar m ediante hechos físicos perceptibles, pero
lo que en el lenguaje es perceptible, físico, los signos
escritos y las vibraciones sonoras, es una cosa distinta
de aquello de lo que hablan las proposiciones m etalin­
güísticas, ya que lo esencial del lenguaje está en el
significado. Para evitar esta objeción, Carnap tuvo que
in ten tar separar el análisis lingüístico del significado
y dirigirlo hacia lo externo y perceptible del lenguaje,
hacia los signos y su conexión, a la sintaxis. Sus propo­
siciones serían entonces verificables y con ello signifi­
cativas.
M orris fue el prim ero en m a n ife star1' que con la
sintaxis no se abarca todavía la totalidad del lenguaje
y Carnap mismo lo ha reconocido desde entonces y lo
ha puesto de relieve. Ahora ve tam bién claram ente su
lado semántico, m ientras que al principio no recono­
cía, aparte del sintáctico, m ás punto de vista frente al
lenguaje que el psicológico, que designa ahora de modo
m ás general como pragm ático. Se ha apartado de la*•

lr «D er logistische V ersuch ein er N eugestaltung d e r Philo-


sophie» ( A c t e s d u 8e C o n g r é s in t e r n a t . d e P h ilo s o p h ie , 1936,
p. 203 s.).
•8 T r a c t a t u s lo g ic o - p h i ío s o p h ic u s , p. 188 (vers. esp., p. 181).
18 «The Concept o f M eaning in P ragm atism and Logical Po-
sitivism » (A c t e s d u 8 e C o n g r é s d e P h il o s o p h ie á F r a g ü e 1934,
1936, p. 103 s.).

75
unilateral idad radical del prim er esbozo, en el que pen­
saba poder concebir todavía todo lo lingüístico y lo
lógico de modo puram ente sintáctico, y ha concedido
tam bién sus derechos a la función significativa del len­
guaje. En una I n ír o d u c t i o n to S e m a n ti c s (1942, 2? edi­
ción., 1947) la ha desarrollado sistem áticam ente.
Pero con este giro se ha modificado fundam ental­
m ente la relación de la lógica con la sintaxis. E n la
L o g is c h e S y n t a x d e r S p r a c h e expuso la lógica como
una parte de la sintaxis y constituyó las relaciones lógi­
cas como sintácticas. Definiendo la relación de infe­
rencia de modo puram ente sintáctico, como una rela­
ción entre la form a sintáctica de las proposiciones, la
independizó del significado de las proposiciones. De
este modo se la puede establecer en tre proposiciones
sin necesitar recu rrir a su significado, únicam ente en
virtud de la sintaxis. Todos los conceptos y relaciones
de la lógica pueden y deben expresarse de m odo pura­
mente formal, incluso el contenido lógico de una pro­
posición. La lógica form alizada es completa; no hay
ninguna parte de la lógica que sea sólo posible en
una lógica fundada en el significado; tal tipo de lógica
lo consideraba superfluo.
Pero Cam ap ha com prendido ahora una idea de im ­
portancia fundam ental: la de que la formalización de
la lógica es sólo una cosa secundaria y que la lógica
descansa prim ariam ente sobre el significado, es decir,
sobre las reglas sem ánticas. C. I. Lewis había puesto
ya de relieve !0 que la inferencia lógica es algo distinto
de la implicación, de la relación si-entonces, en la form a
en que se contiene en los P r in c ip ia m a th e m a tic a de
Russell y W hitehead, y que no es posible en modo al­
guno expresar en este sistem a la relación de inferencia
lógica21. Cam ap ha rectificado ahora radicalm ente en

*« A Survey o f Sytnbotic Logic, 1918.


*> Tam bién Jórgensen consideró indispensable u n a lógica del
significado: «Ü ber die Ziele u n d Problem e d e r Logistik», 1932
( E r k e n n t n i s , vol. 3, p. 73 s.).

76
el sentido de que la sintaxis no basta p o r sí sola para
la constitución de la lógica. La distinción entre los sig­
nos lógicos y los descriptivos no puede hacerse en úl­
tim o térm ino más que en virtud de su significado22, y
del m ism o modo, verdad lógica no quiere decir frente
a verdad fáctica m ás q ue: verdadero en virtud de las
reglas sem ánticas. La sintaxis sola no puede garantizar
que en un concepto sintáctico esté form ulada la corres­
pondiente relación sem ántica, pues esto depende de las
relaciones del sistem a form alizado, del cálculo, con el
correspondiente sistem a sem ántico. Ya no parece po­
sible en general definir conceptos sintácticos que co­
rrespondan en c a d a caso a los conceptos tal como vie­
nen definidos en virtud de las reglas sem ánticas. C am ap
ya no m antiene, por tanto, las definiciones sintácticas
de los conceptos lógicos tal como las dio en la sintaxis
general, al menos como generalm ente válidas, si bien
son aplicables en muchos cálculos. En una nueva obra,
T h e F o r m a liz a tio n o f L o g ic (1943, 2? ed., 1947), ha em­
prendido la formalización de la lógica a modo de cálculo
de una m anera perfeccionada.

b) P r o p o s ic io n e s c u a si- s in tá c tic a s

Al exponer de esta form a la sintaxis de los lenguajes,


se cuenta siem pre con dos lenguajes: 1. El lenguaje cuya
sintaxis se expone, el «lenguaje-objeto»; 2. El lenguaje
mediante el cual se expresa esta sintaxis, el «lenguaje-
sintaxis». Este no tiene por qué ser necesariam ente un
lenguaje peculiar, pudiendo ser tam bién un lenguaje
parcial del lenguaje-objeto. Los enunciados del lengua-

22 C am ap h ab ía reconocido ya en la L o g is c h e S y n t a x d e r
S p r a c h e q u e p a ra la realización
del form ulism o lógico es ne­
cesaria una lógica que tenga en cu en ta el significado, ya que
p a ra el establecim iento de las relaciones lógicas tienen que
com prenderse m aterialm en te, según su significado, los enun­
ciados so b re las figuras y fó rm u las del m etalenguaje.

77
je-sintaxis son entonces proposiciones lógicas del len­
guaje-objeto. Pero en el lenguaje-objeto no pueden ex­
presarse to d o s los enunciados sintácticos. Por ejemplo,
los conceptos «analítico» y «contradictorio» no pueden
definirse con los medios de un lenguaje-sintaxis que sea
un lenguaje parcial del lenguaje-objeto, sino únicam en­
te en un lenguaje m ás r ic o 1.
Cuando el lenguaje-sintaxis, como sucede la mayoría
de las veces, es un lenguaje parcial del lenguaje-objeto,
la distinción en tre am bos ha de ponerse de relieve cla­
ram ente, pueá con una designación (p o r ejem plo, «Uno»)
puede quererse decir o el objeto designado (la Organi­
zación de las Naciones Unidas) o la designación misma
(por ejem plo, en : «Uno» es una abreviatura de «Uni­
ted Nations Organisation»). Si el objeto designado es
tam bién una expresión lingüística, como sucede preci­
sam ente en las designaciones sintácticas, para evitar
la confusión, se hace necesario d ar a conocer la ex­
presión lingüística como tal, colocándola en tre comillas
o caracterizándola de o tro modo (por ejemplo, me­
diante un nom bre como «Omega»). Cuando una expre­
sión se m ienta a sí m isma (es «autónima»), se le atribu­
ye propiam ente un nuevo significado; se utiliza como
una designación de algo nuevo, concretam ente de sig­
nos, m ientras que norm alm ente designa un objeto. Esta
diferencia se destaca claram ente en un ejem plo dado
p o r Carnap (p. 109): cu es un tipo ordinal; «u>» es una
letra; omega es una letra; «omega» es una palabra de
cinco letras. Frege fue el prim ero que distinguió con­
secuentem ente entre una designación de objeto y una
designación de designación y, siguiendo su modelo, tam ­
bién la escuela de lógicos de Varsovia. Pero no es raro
que todavía hoy se descuide esta distinción (así por
Heyting, Chwistek, etc.), debido a lo cual pueden sur­
gir equívocos.

1 Cfr. C arnap, «Form al W issenschaft u. Real w issenschaft»


( E r k e n n t n i s , vol. 5, p. 36).

78
Ahora bien, hay correspondencias entre las propie­
dades de los o b je to s designados y las propiedades de
sus d e sig n a c io n e s , tales que si a un objeto le corres­
ponde una propiedad determ inada, a la expresión que
designa al objeto le corresponde una determ inada pro­
piedad s in tá c tic a . Así, al enunciado sobre objetos «cin­
co es un número» le corresponde el enunciado sintác­
tico: «cinco» es un num eral. Cuando a una proposición
que atribuye una propiedad a un objeto le corresponde
una proposición que atribuye a una d e sig n a c ió n de este
objeto una propiedad s in tá c tic a coordinada, aquella
proposición puede traducirse a ésta. Tal proposición
es llamada p o r Carnap una proposición «cuasi-sintác-
tica». Las proposiciones cuasi-sintácticas perm iten una
doble interpretación. Pueden concebirse como enuncia­
dos sobre una propiedad del objeto; po r ejem plo, «cin­
co es un número». Lo d e s ig n a d o m ediante la palabra
«cinco» se incardina con ello en una clase de objetos.
En esto es en lo que consiste el «modo m aterial de ha­
blar». Pero pueden entenderse tam bién en el sentido
de que con ellas se m ienta la propiedad sintáctica de
la d e s ig n a c ió n del objeto —«cinco es un numeral»—,
al designar la expresión (cinco) no a un objeto, sino a
ella misma; se utiliza entonces «autónim am ente», lo
que lleva consigo la equivocidad. Si en lugar de pro­
posiciones cu asi-sintácticas se utilizan proposiciones
puram ente sintácticas —'«cinco» es un num eral', donde
«cinco» está caracterizado expresam ente como una de­
signación—, se utiliza entonces el «modo form al de
hablar». Este modo es valioso porque perm ite que se
destaque inequívocam ente el carácter lingüístico de
aquello de que se trata.
La clase de las proposiciones cuasi-sintácticas juega
un papel significativo. Constituye una zona interm edia
entre las puras proposiciones sobre objetos y las puras
proposiciones sintácticas. En el m odo m aterial parecen
proposiciones sobre objetos, pero p o r su contenido son
propiam ente proposiciones sintácticas, pues se refieren

79
propiam ente a la d e s ig n a c ió n de los objetos sobre los
que parecen hablar. Son pseudo-propiedades de obje­
tos, son propiedades que están «disfrazadas en cierto
modo como propiedades de objetos», pero tienen «ca­
rácter sintáctico p o r su significado»2.
La com prensión de esta situación le ofrece a Cam ap
un m edio para aclarar toda clase de problemas, al darse
cuenta de que se trata en ellos de proposiciones cuasi-
sintácticas. Así se esclarece la relación entre la impli­
cación y la inferencia lógica. Lewis, igual que Russell,
consideró la implicación y la inferencia como relacio­
nes am bas entre proposiciones, o sea como homogé­
neas en este punto, y distinguió la inferencia como im­
plicación estricta («sfricí») de la implicación m aterial.
Pero la implicación y la inferencia son radicalm ente
distintas. La inferencia lógica es una relación entre
proposiciones, pero la implicación, no. Pues la impli­
cación no dice nada sobre las proposiciones que están
conectadas en tre sí, sino sobre los o b j e t o s de estas p ro ­
posiciones. La implicación «si uno ayuna, adelgaza» no
enuncia nada sobre am bas proposiciones, sino sobre
dos tipos de procesos La relación de inferencia se da,
por el contrario, entre proposiciones y no entre proce­
sos. Es, pues, una relación sintáctica. La relación entre
objetos expresada por una implicación es una relación
sintética. La proposición «si» y la proposición «enton­
ces» están sim plem ente conectadas de hecho entre sí,
pero la segunda no se puede inferir de la prim era. Sin
embargo, en el caso especial en el que la relación de
implicación no es sintética, sino analítica, tiene el mismo
contenido lógico que una relación de inferencia. Pero
incluso en este caso no se identifica con la inferencia,
porque continúa siendo siem pre una relación entre o b ­
je to s . Pero le corresponde entonces una relación entre
p r o p o s ic io n e s , una relación sintáctica, que es precisa­
m ente la inferencia lógica, m ientras que esto no su-

2 C am ap, D ie lo g is c h e S y n t a x d e r S p r a c h e , p . 177, 211.

80
cede en el caso de una implicación sintética, fáctica.
Por tanto, la implicación sólo coincide con la infe­
rencia cuando es una relación analítica, no cuando es
una relación sintética como sucede norm alm ente. Tie­
ne entonces el mismo contenido que una relación de
inferencia, es decir, entonces es una proposición cuasi-
sintáctica. Parece enunciar una relación entre o b je to s ,
pero propiam ente enuncia una relación entre p r o p o s i­
c io n e s.
Igualm ente claro se hace el carácter peculiar de los
conceptos modales (necesario, contingente, posible, im­
posible) al descubrir que son cuasi-sintácticos *. Tradi-
cionalmente se distingue la necesidad, la imposibili­
dad, etc., lógicas de las reales. Es claro que las m oda­
lidades ló g ic a s expresan sólo el carácter de la inferen­
cia lógica, de la contradicción, etc. Pero lo m ism o es
válido tam bién p ara las modalidades reales. E stas se
refieren a los objetos, enuncian que un hecho es nece­
sario o posible... Pero la necesidad natural no es nin­
guna o tra necesidad distinta de la necesidad de la infe­
rencia lógica a p a rtir de una ley natural. En la natu­
raleza sólo hay facticidad. Los organism os se m ueren
sim plemente. Que te n g a n q u e m orir, que la m uerte sea
n e c e s a r ia para todo organismo, esto sólo es válido en
la m edida en que se determ ina m ediante leyes biológi­
cas, esto es, en la m edida en que se in fie r e de ellas.
Si no sucede esto, entonces no existe ninguna necesi­
dad de que sea así; entonces es tam bién posible que
los organismos sean inm ortales. Así, pues, «posible»
sólo quiere decir: en no contradicción con las leyes
naturales. E igualmente, imposibilidad real no quiere
decir otra cosa que: en contradicción con una ley na­
tural. Un p e r p e tu u m m o b il e es imposible porque con­
tradice al segundo principio de energía. La contradic­

* W ittgpnstein fue el p rim ero en co m p ren d er la conexión de


las m odalidades con la fo rm a lógico-sintáctica de las pro p o si­
ciones.

81
ción es una relación puram ente lógica, una relación
entre proposiciones. En la naturaleza le corresponde
solam ente un no-existir; lo contradictorio sencillam ente
q o existe. Cuando se consideran los objetos y procesos
como necesarios o contigentes, como posibles o im po­
sibles, esto sólo puede tener el sentido de que pueden
ser inferidos partiendo de leyes naturales o que son
com patibles o incom patibles con ellas. Las caracteri­
zaciones m odales dicen relaciones entre objetos sólo
aparentem ente, pero dicen verdaderam ente relaciones
entre proposiciones, ya que pueden ser traducidas a pro­
posiciones puram ente sintácticas. La proposición p,
«todos los organism os tienen que m orir» corresponde
a la proposición sintáctica: «p, es una proposición
analítica» (dando p o r supuestas las definiciones y le­
yes). La proposición p 2: «un p e r p e t u u m m o b ií e es im­
posible» corresponde a la proposición sintáctica: «pa
es contradictoria». Y la proposición p s : «es posible que
los organism os sean inm ortales» corresponde a la p ro ­
posición sintáctica: «p# no es contradictoria». La pro­
posición p4: «las constelaciones de estrellas y el destino
hum ano m archan juntos de un m odo com pletam ente
casual» corresponde a la proposición sintáctica: «p4 no
es ni analítica ni contradictoria y tam poco su negación
es contradictoria; es sintética». Los enunciados mo­
dales son, p o r tanto, proposiciones cuasi-sintácticas.
Del m ism o modo que para la inferencia lógica, Lewis
(to e. c it.) exigió tam bién una lógica basada sobre el
significado para los conceptos modales. La necesidad
de la validez de una proposición tampoco puede expre­
sarse en el sistem a de los P r in c ip ia m a th e m a tic a . Con­
sideró por esta razón a los conceptos modales como
conceptos no-extensionales, como conceptos que exigen
una consideración del significado de la proposición.
Introdujo por ello un nuevo signo para «posible», como
concepto prim itivo, y definió luego los conceptos «im­
posible» y «necesario». Después se ha desarrollado por

82
sus discípulos y por otros * un sistem a peculiar de ló­
gica modal como am pliación del sistem a de R u s s e ll.
Ahora bien, Carnap ha m ostrado que tam bién los
conceptos modales pueden ser form ulados como lógico-
sintácticos, de form a que los enunciados modales pue­
den ser concebidos como cuasi-sintácticos. Sólo que en
ellos se tra ta en prim era línea del carácter lógico y no
del sintáctico. Los enunciados modales, pareciendo ser
enunciados sobre relaciones de hechos, son propiam en­
te enunciados c u a si-ló g ic o s. Puesto que la lógica des­
cansa prim ariam ente sobre la sem ántica, la lógica m o­
dal ha de desarrollarse prim ariam ente como una lógi­
ca de las relaciones de significado sobre la base de la
sem ántica, como efectivamente lo ha hecho Cam ap en
una nueva o b ra: M e a n in g a n d N e c e s s it y (1947). Pero,
aun con todo, la explicación fundam ental de la L o g is c h e
S y n t a x d e r S p r a c h e se conserva en pie, explicación se­
gún la cual los enunciados modales no hablan propia­
m ente de relaciones de hechos, sino de relaciones ló­
gicas. Y en la medida en que la lógica puede expre­
sarse sintácticam ente, no requieren ningún tipo espe­
cial de lógica. Todo sistem a lógico m odal puede ser
traducido a uno sintáctico. Desde luego, esto no im­
pide construir una lógica modal propia; no queda ex­
cluida por lo anterior. Pero no es inevitable, como se
pensaba hasta ahora.
Se obtienen tam bién proposiciones cuasi-sintácticas
al utilizar como predicados los conceptos que Carnap
llama «predicados totales» o «palabras totales». Estos
conceptos indican una propiedad o relación «que les
corresponde analíticam ente a todos los objetos de cual­
quier género» (p. 219). Si en una proposición que tenga
uno de estos predicados se sustituye el sujeto p o r otro 4

4 Así O. B ecker, «Z ur Logik d e r M odalitáten», 1930 (J a h r b u c h


fü r P h a n o m e n o lo g ie , vol. 111); Lukasiewicz, «U ntersuchungen
ü b e r den A ussagenkalkül», 1930 ( C o m p . R e tid , d e la S o c i i t é d e s
S c ie n c e s d e V a r s o v ie , T. 23, Cl. IJ I, 1930).

83
miembro cualquiera del mismo género, vuelve a obte­
nerse una proposición analítica. Por ejem plo, u n perro
es una cosa, la luna es una cosa; o bien, siete es un
núm ero, cero es un núm ero, y así sucesivam ente para
cualquier o tra cosa y para cualquier otro núm ero. Por
el contrario, si el sujeto se tom a de o tro género, no se
obtiene una proposición significativa. Por ejem plo, la
m entira es una cosa, César es un núm ero. Tales «pala­
bras totales» son: cosa, objeto, propiedad, relación, he­
cho, estado, proceso, espacio, tiempo, núm ero, etc. Son
las especies de conceptos o de palabras que distingue
la gram ática lógica dentro de los géneros filológicos de
los sustantivos, adjetivos, verbos, etc., especie que fue
W ittgenstein el prim ero en co n o cer**. Son «categorías
sintácticas» •.
Estos «predicados totales» pueden utilizarse de do­
ble m anera: 1. Para caracterizar el género sintáctico
de una expresión p o r razones de claridad; p o r ejem plo,
«el estado de am istad» a diferencia de «la relación de
am istad»; o para facilitar la com prensión o sim plem en­
te para poner de manifiesto; p o r ejem plo, «el proceso
de calentamiento». En esta utilización el predicado to­
tal no es independiente, es sólo un. índice gramatical
de otra expresión, especialmente de una variable, como
lo son las palabras «un», «algo», «cada», «todo». Puesto
que con estas palabras no se determ ina qué objetos
particulares han de colocarse en su lugar, el género
de los argum entos perm itidos en las proposiciones to­
tales y existenciales y en las preguntas tiene que darse
a conocer expresam ente. Por ejem plo «Si un número
cualquiera... entonces...» o bien «Hay una relación tal
que...», o «¿En qué tiem po...?» Tales proposiciones son
auténticas proposiciones sobre objetos y no proposi­
ciones cuasi-sintácticas.

5 T r a c t a t u s lo g ic o - p h i lo s o p h ic u s , p. 84. (Vers. esp., p. 87.)


* C am ap, «Ü berw indung d. M etaphysik d u rch log. Analyse
d. Sprache» ( E r k e n n t n i s , vol. 2, p. 228).

84
2. Pero las palabras totales pueden utilizarse tam ­
bién como predicados independientes; por ejem plo:
cinco es un núm ero, la am istad es una relación. Se les
puede coordinar entonces un predicado s in tá c tic o (de
una propiedad o relación) que corresponda a todas las
d e sig n a c io n e s del respectivo género de objetos; por
ejemplo, «cinco» es un num eral, «amistad» es un tér­
mino relativo. La palabra total es aquí un predicado
cuasi-sintáctico y se tra ta de proposiciones cuasi-sin-
tácticas.
(Una proposición tal como «César es un número» no
tiene por qué considerarse necesariam ente como ca­
rente de significado. Como Cam ap ha reconocido pos­
teriorm ente T, una proposición como «la piedra piensa
en Viena» puede considerarse o como carente de signi­
ficado o como falsa, según sean las reglas sintácticas
de un lenguaje. Las proposiciones con un predicado
total que tienen al mismo tiem po un sujeto de otro
género carecen de significado cuando las palabras to­
tales constituyen categorías s in tá c tic a s . Pero la distin­
ción entre cosa y núm ero, e n tre cosa y propiedad, et­
cétera, es propiam ente de tipo descriptivo. Luego los
predicados totales no tienen p o r qué representar nece­
sariam ente categorías sintácticas. Si no lo hacen, tales
proposiciones no carecen de significado, sino que son
falsas y ya no son proposiciones cuasi-sintácticas. Por
tanto, no son cuasi-sintácticas m ás que b ajo la supo­
sición de que los predicados totales están incluidos en
las reglas sintácticas.)
Las proposiciones cuasi-sintácticas tratan sólo apa­
rentem ente de objetos extralingüísticos tales com o nú­
meros, propiedades, el espacio, etc., haciéndolo en rea­
lidad de designaciones, de expresiones num éricas, de
designaciones de propiedades, de coordenadas espacia­
les, etc. Son únicam ente «pseudo-proposiciones de ob-7

7 E n «T estability an d M eaning», V, IV. Véase, an terio rm en te,


pp. 50-51.

85
jetos». Una vez que se ha reconocido como tales a las
proposiciones cuasi-sintácticas, se logra claridad sobre
la problem ática y la situación verdaderas, con lo que
m uchas veces se obtiene tam bién la solución. Las pro­
posiciones cuasi-sintácticas adquieren así un significa­
do gnoseológico especial. Si se las traduce a proposi­
ciones puram ente sintácticas, si se pasa de la form a de
hablar «m aterial» a la «formal», no sólo se evitan oscu­
ridades engañosas, sino que m uchas veces ya no sub­
siste ningún problem a. Así, el famoso dicho de Kro-
necker «Los núm eros naturales los creó Dios, los que­
brados y los núm eros reales, p o r el contrario, son obra
humana» puede expresarse de modo prosaico pero pre­
ciso de la siguiente form a: los signos de los núm eros
naturales son signos prim itivos, las expresiones de los
quebrados y de los núm eros reales se han introducido
m ediante definiciones. (Cfr. posteriorm ente pp. 93 s.).
Puesto que con las proposiciones cuasi-sintácticas se
m ientan propiam ente proposiciones sintácticas, depen­
den de la estructura del lenguaje. Por tanto, no se
las puede considerar por sí, sino que exigen la indica­
ción del lenguaje en el que son válidas: en el lenguaje
usual de la ciencia o en un lenguaje de otro tipo o en
todos los lenguajes. Y por ello no se considera tam ­
poco en tales proposiciones su verdad o su falsedad,
sino solam ente la conveniencia de una decisión lingüís­
tica y de sus consecuencias. Nos encontram os, pues,
ante una situación com pletam ente distinta que en el
caso de auténticas proposiciones sobre objetos, p o r las
que puede tom árselas fácilm ente en el estilo m aterial.
Cam ap considera aquí tam bién como proposiciones
cuasi-sintácticas a proposiciones que expresan un sig­
nificado. El significado de una palabra o de una pro­
posición se indica ordinariam ente transcribiendo el ob­
jeto o el hecho designado m ediante otras proposicio­
nes. Como consecuencia de esto, se pueden form ular
los enunciados sobre significados como enunciados so­
bre relaciones sintácticas de sus designaciones. Por

86
ejem plo, «estrella diurna» significa el sol; esto quiere
decir: las p a la b r a s «estrella diurna» son sinónim as con
la p a la b r a «sol». «Sinónimo» es un concepto form al,
sintáctico, definido m ediante la igualdad form al de con­
tenido entre proposiciones que contienen las designa­
ciones correspondientes. De este modo, pueden expre­
sarse tam bién de modo formal, sintáctico, las relacio­
nes entre el significado de distintas expresiones y el
objeto designado m ediante ellas. Por ejem plo, «la es­
trella de la tarde» y «la estrella de la mañana» tienen
distinto significado, pero designan el m ism o objeto. A
esto le corresponde la proposición sintáctica: las pa­
labras «estrella de la tarde» y «estrella de la mañana»
son sinónimas, pero no en virtud de su definición,
como lo son, ejem plo, «asno» y «burro», sino en virtud
de la experiencia. En el caso de proposiciones, a la
proposición «dos proposiciones tienen el m ism o signi­
ficado» le corresponde la proposición sintáctica «tienen
el m ism o contenido lógico» (según la definición de
«contenido lógico»), e igualm ente ya de modo pura­
m ente lógico o solam ente em pírico.
Pero Carnap m ism o ha com prendido desde entonces
que los enunciados sobre el significado no son propia­
mente cuasi-sintácticos, sino que tienen m ás bien ca­
rácter sem ántico*. Su transcripción m ediante relacio­
nes sintácticas es una cosa secundaria, ya que sólo
puede tener lugar en virtud del significado. Lo prim a­
rio son las relaciones sem ánticas. La transcripción sin­
táctica del significado tam poco puede realizarse más
que si se da p o r supuesta la validez de la tesis exten-
sional. Las expresiones que tienen distinto significado,
pero designan el mismo objeto, y las proposiciones que
tienen distinto significado, pero representan el mismo
hecho, no son ni cuasi-sintácticas ni cuasi-lógicas, sino
puram ente sem ánticas, como rectifica ahora el mismo
Carnap ( lo e . c it.). Del m ism o modo, ya no considera

• I n tr o d u c tio n to S e m a n tic s , 2? ed ., 1947, p . 250.

87
ahora las proposiciones que contienen proposiciones
parciales que m anifiestan un hecho creído o pensado
o expresado p o r alguien, y en general las proposicio­
nes con proposiciones parciales en estilo indirecto,
como proposiciones cuasi-sintácticas, ni tampoco como
puram ente sem ánticas, sino como pragm áticas, como
proposiciones que se refieren a la conducta de perso­
nas, en las que se utilizan tam bién conceptos sem ánti­
cos (to e . c it.) .
En la L o g is c h e S y r tta x d e r S p r a c h e tuvo Cam ap por
cuasi-sintácticas a todas las proposiciones no extensio-
nales (intensionales). Pero el punto de vista entero de
las proposiciones cuasi-sintácticas experim enta una mo­
dificación radical m ediante la com prensión que ha lo­
grado posteriorm ente del significado de la semántica,
com prensión que se expresa en la I n t r o d u c t i o n to S e-
m a n t ic s y en M e a n in g a n d N e c e s s ity . Los que contienen
realm ente las pseudo-proposiciones objetivas, que sólo
aparentem ente hablan sobre objetos, son relaciones
ló g ic a s. Pero la lógica, tal como C am ap reconoce aho­
ra, descansa en prim era línea sobre la sem ántica y no
sobre la sintaxis. P or tanto, las proposiciones pseudo-
objetivas se designan m ejor com o cuasi-tó g ic a s que
como cuasi-sintácticas. Hay que form ularlas, pues, en
p rim er térm ino como proposiciones sem ánticas y sólo
posteriorm ente traducirlas a proposiciones sintácticas *.
E s ésta una aclaración de im portancia fundam ental.
M ediante ella se hacen superfluas los objeciones que
se levantan contra la utilización p o r Cam ap de las p ro ­
posiciones cuasi-sintácticas, sobre todo contra su papel
en filosofía, pues C am ap estableció en la L o g is c h e S y n -
ta x d e r S p r a c h e una conexión estrecha de la filosofía
con las proposiciones cuasi-sintácticas y con la sintaxis
del lenguaje científico.
Las proposiciones y cuestiones de cualquier campo
se refieren o a los o b je to s del mismo, sus propiedades

* In tr o d u c titm to S e m a n tic s , p. 249.

88
y relaciones, o a las relaciones lógicas de los c o n c e p to s ,
p r o p o s ic io n e s y te o r ía s relativos a estos objetos. Una
proposición tiene que ser o una auténtica proposición
objetiva o una proposición sintáctica o tiene que poder
transform arse, como proposición cuasi-sintáctica, en una
puram ente sintáctica. Si esto no es posible, la propo­
sición no tiene entonces ningún contenido científico.
La traducibilidad a una proposición sintáctica consti­
tuye la piedra de toque del carácter significativo de
toda proposición que no sea ni una auténtica proposi­
ción objetiva ni una puram ente sintáctica.
De la aplicación de este punto de vista a la filosofía
resultó una determ inación nueva y precisa de la filoso­
fía como ciencia. La filosofía no tiene que ver con pu­
ras cuestiones o b je tiv a s , ya que éstas corresponden a
las ciencias particulares y un cam po de objetos propio
de una m etafísica trascendente a la experiencia es algo
que no en tra en consideración. Las cuestiones filosó­
ficas no pueden ser, pues, m ás que cuestiones ló g ic a s,
tales como el análisis lógico de la cien cia>0. Cam ap
m ostró en la sintaxis general que todas las relaciones
lógicas pueden form ularse form alm ente, como relacio­
nes concernientes m eram ente a la «sucesión y tipo
(sintáctico) de los signos de las expresiones lingüísti­
cas», como relaciones sintácticas. C am ap llegó como
consecuencia de esto a la conclusión «de que todos los
problem as significativos de la filosofía», p o r lo menos los
problem as de la filosofía no m etafísica y no referida
a valores, «pertenecen a la sintaxis» M. Fue nuevam ente
W ittgenstein el prim ero que m anifestó una concepción
sem ejante de la filosofía en su relación con la lógica
de la ciencia y con la sintaxis (en el T r a c ta tu s logico-
p h ilo s o p h ic u s ) , pero sin equiparar lógica de la ciencia
y sintaxis. Según él, sólo las reglas sintácticas han de10

10 Se refiere críticam en te a e sto Petzáil en T h e o r i a , 1936,


p. 359 s.
11 D ie lo g is c h e S y n t a x d e r S p r a c h e , p. 206, 207.

89
form ularse sin referencia al significado; las proposicio­
nes de la lógica de la ciencia se refieren, p o r el con­
trario, al significado de los conceptos y proposiciones
científicas.
Pero la filosofía suele ocuparse poco de las cuestio­
nes puram ente form ales del sistem a de representación.
Norm alm ente se trata de cuestiones que se refieren apa­
rentem ente a o b je to s , espacio, tiempo, cosas, núm eros...,
especialmente en los problem as filosóficos de funda-
mentación de las ciencias particulares. Pero en realidad
se refieren a conceptos y proposiciones y teorías, a su
carácter lógico. Son, por tanto, cuestiones cuasi-sintác-
ticas. Filosofía es lógica de la ciencia y lógica de la
ciencia es sintaxis del lenguaje científico. Todas sus
cuestiones han de plantearse como cuestiones sintác­
ticas en una form ulación precisa. Por eso pensaba Car-
nap que m uchas cuestiones filosóficas, que se tienen
por cuestiones objetivas sólo como consecuencia del
modo m aterial de hablar, pero que realm ente son cues­
tiones cuasi-sintácticas, podrían en consecuencia ser es­
clarecidas y solucionadas m ediante su form ulación en
el modo form al de hablar. Así puede elim inarse la opo­
sición entre la concepción form alista y la logicista de
los núm eros en la disputa sobre los fundam entos de
la m atem ática. E sta últim a define los núm eros como
clases de clases de cosas, aquélla como una especie
peculiar, originaria, de objetos. Expresadas form alm en­
te, estas concepciones enfrentadas entre sí rezan sim­
plemente : por una parte, las expresiones num éricas son
expresiones de clase de segundo grado; p o r la otra,
las expresiones num éricas son expresiones de grado
cero. Y el conflicto puede solucionarse al poderse cons­
tru ir un sistem a de aritm ética tanto en virtud de la
una como de la otra definición (p. 227). Así se form ula
tam bién más claram ente la proposición de Wittgens-
tein «el m undo es la totalidad de los hechos, no de las
cosas», si se la sustituye por la proposición sintáctica

90
coordinada: la ciencia es un sistem a de proposiciones,
no de nom bres (p. 230).
Las cuestiones filosóficas contienen de ordinario «pa­
labras totales» y hablan, p o r tanto, de especies de ob­
jetos. Pero esto induce frecuentem ente a plantear pseu-
docuestiones sobre la esencia de estas especies de obje­
tos, de los núm eros, del tiempo, de los universales, etc.
Se escapa a tales pseudocuestiones si se utilizan, en lu­
gar de las palabras totales, las correspondientes expre­
siones sintácticas (expresiones num éricas, coordenadas
temporales, predicados). M ediante su traducción a pro­
posiciones sobre las designaciones se destacan clara­
m ente las contradicciones y faltas de significado. Los
enunciados sobre lo «indecible», como los que se en­
cuentran incluso dentro del Círculo de Viena p o r in­
fluencia de W ittgenstein, se presentan m ediante ello
como afirmaciones de que hay objetos y hechos inex­
presables, esto es, designaciones de objetos que no pue­
den designarse y enunciados sobre hechos que no
pueden describirse: con lo que dan pruebas de que son
contradictorios.
«En cualquier cam po de la ciencia sólo puede hablar­
se o c o n proposiciones del cam po o s o b r e las proposi­
ciones del campo» Las auténticas proposiciones son
o proposiciones sobre objetos o proposiciones sintácti­
cas. Pero no están adscritas a ám bitos separados, a las
ciencias especiales p o r un lado y a la lógica de la
ciencia p o r otro, sino que am bas se ofrecen juntas tan­
to en las ciencias especiales (en las que se tratan,
aparte de los objetos, tam bién los conceptos y propo­
siciones, como sucede siem pre que se m anejan relacio­
nes lógicas) com o tam bién en la lógica de la ciencia
cuando, junto a la investigación sintáctica, se discuten
tam bién circunstancias psicológicas, sociológicas e his-

12 C am ap , L o g . S y n t a x d. Sprache, p. 210.

91
tóricas del uso del lenguaje. Cuando la lógica de la
ciencia trabaja en el cam po de las ciencias particulares,
lo hace con otra orientación que éstas: atiende a las
conexiones lógico-sintácticas 1S.
Pero estas precisiones de la filosofía, lim itada a las
proposiciones sobre la sintaxis, esto es, sobre la «suce­
sión y especie (sintáctica) de los signos de las expre­
siones lingüísticas», son dem asiado estrictas. El mismo
C am ap se ha dado cuenta de ello posteriorm ente. Con­
cibe ahora la tarea de la filosofía de un m odo comple­
tam ente general como análisis «semiótico» (que no hay
que confundir con «semántico») del lenguaje de la cien­
cia y de la p arte teórica del lenguaje usual. La «Se­
miótica» abarca el análisis del lenguaje en tres direc­
ciones: en lo relativo al u s o del lenguaje, es decir, en
consideración pragm ática; en relación con el s ig n ifi­
c a d o de los signos lingüísticos, consideración sem án­
tica; y en lo relativo a la relación de los signos s in tener
en cuenta su significado, consideración sintáctica. En
filosofía suelen presentarse unidos los tres tipos de
investigación. En la teoría del conocim iento y en la
filosofía de las ciencias (filosofía natural, fundam entos
de la m atem ática) se trata, p o r una parte, de la adqui­
sición de conocim iento form ulado lingüísticam ente m e­
diante percepción, com paración, confirm ación. Tales
investigaciones pertenecen, por tanto, a la pragm ática.
Son investigaciones psicológicas, sociológicas, históri­
cas, o sea, em píricas. Por otra parte, se trata de análi­
sis lógicos. Si este análisis se refiere al significado de las
expresiones lingüísticas, se m ueve en terreno semánti- 91

19 C uando C arnap dice ( L o g is c h e S y r t t a x d . S p r a c h e , p . 210,


260) qu e la lógica, de la ciencia n o co n stitu y e ningún ám b ito
p eculiar, ningún á m b ito nuevo ju n to a las ciencias especiales
(o a la ciencia unificada), pues la sin tax is p u ra y la d escriptiva
«no son m ás qu e la m atem ática y la física del lenguaje», hay
qu e reconocer que co n stitu iría al m enos u n a nueva ra m a de la
m atem ática, com o, p. ej., la teo ría de los grupos.

92
co. Sólo cuando se realiza de un modo puram ente for­
mal, como cálculo, pertenece a la sintaxis u .
Pero com o consecuencia de esto ya no puede seguirse
diciendo que la filosofía tiene que ver sobre todo con
proposiciones cuasi-sintácticas y que m ediante su tra ­
ducción a proposiciones puram ente sintácticas se re­
suelven los problem as o al m enos se aclaran, sobre lo
que Carnap había insistido tanto en la L o g is c h e S y n ta x
d e r S p r a c h e . Pues si bien no son en absoluto proposi­
ciones puram ente sem ánticas, en vez de ser cuasi-sintác­
ticas son propiam ente proposiciones cuasi -lógicas. Tales
proposiciones han de form ularse prim eram ente como
sem ánticas y sólo entonces pueden form alizarse como
sintácticas. Por tanto, no puede excluirse la considera­
ción del significado, de la relación con los objetos.
Los problem as no pueden aclararse en general partien­
do de la sintaxis, m ediante el análisis de m eras rela­
ciones de signos, p o r el paso del estilo m aterial al
form al.
Por el contrarío, las form ulaciones lingüísticas de­
penden m ás bien de la medida en que se esté en claro
sobre las relaciones de los objetos. Si la famosa afir­
mación de K ronecker sobre los núm eros naturales y
los am pliados (v. anteriorm ente), parece lograr una
aclaración inm ediata p o r su traducción a una propo­
sición sobre la diferencia entre signos prim itivos y sig­
nos definidos, esta aclaración descansa únicam ente so­
b re el hecho de que W eierstrass y Meray descubrieron
la reductibilidad de los núm eros am pliados a los na­
turales. Respecto al pretendido resultado del estilo for­
mal sobre el m aterial, esto es, del sintáctico sobre el
sem ántico, resulta válida la crítica de Mili al «conocido
aforism o de Condillac, según el cual una ciencia es
poco o nada m ás que una la n g u e b ie n fa ite , o sea, con
otras palabras, según el cual la única regla suficiente
p ara el descubrim iento de la naturaleza y propiedades

14 I n t r o d u c c i ó n t o S e m a n t i c s , p . 245.

93
de los objetos consiste en una denom inación adecua­
da de los mismos; como si la inversa no fuese c ie rta : es
imposible denom inarlos de un m odo apropiado si no se
los conoce, como hacem os nosotros, en lo relativo a su
naturaleza y sus propiedades. ¿Será necesario decir que
no podría conseguirse nunca el m enor saber relativo
a las cosas m ediante cualquier m anipulación imagina­
ble de m eros nom bres y que lo que podem os aprender
de los nom bres no es m ás que lo que el que los utiliza
sabía ya de antem ano?»11. El m ism o C araap d ic e 1*:
«Una propuesta de reestructuración sintáctica de un
punto determ inado del lenguaje científico es, conside­
rada fundam entalm ente, una convención que puede ele­
girse librem ente. Pero sólo puede lograrse tal conven­
ción de un modo fecundo y utilizable prácticam ente si
se tienen en cuenta los resultados em píricos existentes
de la investigación de las ciencias especiales.» El esta­
blecimiento de signos prim itivos m ediante los cuales
pueden definirse los dem ás es siem pre una reestructura­
ción sintáctica de este tipo (si bien en la m atem ática
lo determ inante para ello no son resultados e m p ír ic o s ) .
Pero Carnap consideró tam bién como cuasi-sintácti-
cas m uchas proposiciones que propiam ente no tienen
el significado de enunciar algo sintático, es decir, re­
laciones de designaciones, pues en el caso de una pro­
posición cuasi-sintáctica su form ulación en el modo
form al de hablar no está m eram ente coordinada a
su form ulación en el modo m aterial, sino que tiene su
significado p a rtic u la r,T. Así, la proposición «cada tono 91

19 Mili, S y s t e m d e r d e d u k t i v e n u n d i n d u k t i v e n L o g ik , vol. I,
lib ro 2, cap. 2, 2. T rad. de Schiel, p. 211.
*• D ie lo g i s c h e S y n t a x d e r S p r a c h e , p. 211.
11 S ( designa u n a proposición del m odo m a terial de h ab lar,
si S ( enuncia de u n o b je to u n a p ro p ied ad resp e c to de la que
hay u n a p ro p ied ad d istin ta de ella y co n cretam en te sin táctica
q ue, p o r asi decirlo, c o rre p a ra le la con ella, es d ecir, qu e le
co rresp o n d e a u n a designación de un o b jeto si y sólo si aquella
p ro p ied ad co rresp o n d e a este o bjeto» (C arnap, D ie lo g is c h e
S y n t a x d e r S p r a c h e , p. 213). P. ej., la prop o sició n S , : «cinco no

94
tiene una altu ra determ inada» no quiere decir propia­
m ente : «cada expresión de tono contiene una expresión
de altura de to n o » 1*, o la proposición «las cualidades
sensoriales, p o r ejem plo, colores, olores, etc., pertene­
cen a lo originariam ente dado» tam poco quiere decir la
proposición sintáctica «los signos de sensaciones, por
ejem plo, signos de color, de olor, etc., pertenecen a los
signos descriptivos prim itivos» l*. Con ello no se hace
m ás que adosar a las proposiciones sobre hechos pro­
posiciones sobre sus designaciones. Estas no constitu­
yen el verdadero significado de aquéllas, sino que me­
diante ellas se ejecuta un cam bio en el significado de
las proposiciones; con ellas se habla de otra cosa: en
lugar de hablar de los objetos, se habla de sus desig­
naciones. Las proposiciones como «la luna es una cosa»,
«cinco es un número» enuncian algo sobre clases de
objetos; p o r el contrario, « lu n a ’ es un substantivo»,
«'cinco' es un num eral» enuncian algo sobre las desig­
naciones correspondientes. E stá claro que cuando asi
se pasa del estilo m aterial al form al, los problem as
objetivos desaparecen* 20; pero no porque queden des­
*
8
1

es un a cosa, sino un núm ero». A parentem ente en esta proposi­


ción se enuncia u n a p ropiedad del cinco, igual que en la propo­
sición «cinco no es un núm ero p a r, sino im par» (S 2). En rea­
lidad, sin em bargo, S , no se refiere al cinco, sino a la p alab ra
«cinco»; esto lo pone de m anifiesto la form ulación S n, que tiene
el m ism o contenido que S | : 'Cinco no es un a sustancia, sino
un n u m eral'. M ientras que S g es una au tén tica proposición ob­
jetiva, S ( es una pseudoproposición objetiva; S ( es u n a p ro p o ­
sición cuasi-sintáctica (del m odo m aterial de h ab lar), S x es la
proposición sin táctica coo rd in ad a (m odo form al de hablar).
( I b ld ., p. 211.)
18 L o e . c it ., p. 234, ejem plo 48.
18 I b l d ., ejem plo 43.
20 «Todos los pseudoproblem as de este tip o desaparecen si
se utiliza el m odo form al de h a b la r en lugar del m aterial, o sea
si en lu g ar de las p alab ras to tales (p. ej„ núm ero, espacio, uni­
versal) se em plean las p alab ras sin tácticas correspondientes (nu­
m eral, coordenadas espaciales, predicado)». ( D ie lo g is c h e S y n t a x
d e r S p r a c h e , p. 238).

95
enm ascarados como pseudocuestiones, sino porque con
ello se les da de lado. N aturalm ente, si se habla de los
signos num éricos en lugar de hablar de los núm eros
no hay ningún problem a acerca de qué sean los nú­
m eros. Pero subsiste desde el punto de vista sem ántico,
al preguntar qué es lo que designan los signos num é­
ricos. Carnap consideró en la L o g is c h e S y n t a x d e r S p r a -
c h e la proposición «los núm eros son clases de clases
de cosas» como una proposición cuasi-sintáctica, cuyo
significado consiste propiam ente en la proposición sin­
táctica: «las expresiones num éricas son expresiones de
clase de segundo g rado»21. Pero no se haría justicia a
la gran conquista intelectual de Frege y Russell si no
se quisiese ver en ella más que una determ inación lin­
güistica, frente a una determ inación como «las expre­
siones num éricas son expresiones de grado cero » 22.
Igual que Carnap m ism o previno contra el uso «des­
preocupado» de la palabra «carente -de significado » 2i,
hay que prevenir contra el uso despreocupado de la ex­
presión «pseudoproblema». Es dem asiado sencillo su­
prim ir las cuestiones incómodas diciendo que carecen
de significado o que son pseudocuestiones y hablando
de las designaciones —es decir, de o tra cosa— en lugar
de h ablar de los objetos.
En conexión con la exclusividad del punto de vista
sintáctico y la exclusión del sem ántico se halla el que
Carnap, y en parte tam bién el Círculo de Viena, no esté
libre de la form a m ás radical del nominalismo, del
m ero vocalismo. Se encuentran una vez y otra form u­
laciones según las cuales parece como si los conceptos

21 I b id ., p. 227, ejem plo 21.


22 I b i d ., ejem plo 22. T am bién W einberg ( A n E x a m i n a t i o n o f
L o g ic a l P o s it iv is m , 1936, p. 250; tra d . esp., p. 339) hace n o ta r que
«la cuestión acerca de la n atu raleza del núm ero... p uede se r
tra ta d a en el lenguaje-objeto com o u n a cuestión so b re el análi­
sis de los térm in o s m atem áticos».
22 «T estability an d M eaning» ( P h i l o s o p h y o f S c ie n c e , vol. IV,
P- 5).

96
y enunciados no consistiesen en otra cosa que en sus
designaciones, porque se ha abandonado la considera­
ción de su significado. Por ejem plo, «el nom bre de un
objeto físico (por ejem plo, la palabra «luna») es redu-
cible a predicados de datos sensoriales»* 24. Un nom bre
—una palabra— no puede reducirse en absoluto; sólo
puede reducirse un concepto.
Tal vocalismo se pone de m anifiesto sobre todo
en la concepción de la lógica y de la m atem ática. La
prim era «consta sólo de reglas convencionales sobre
el uso de signos. Y, po r tanto, los signos de la lógica
y de la m atem ática no designan objetos, sino que sir­
ven sólo para la ñjación sim bólica de aquellas re­
glas» 2S. «’5 + 7 = 12' no es en modo alguno un enun­
ciado; es una regla que nos perm ite transform ar una
proposición en la que entran los signos 5 + 7 en una
proposición equivalente en la que entra el signo 12.
Es una regla sobre el uso de signos»2#. «Las proposi­
ciones aritm éticas están com puestas de signos de tal
y tal tipo en tal y tal form a; son válidas tales y tales
reglas de transform ación.» «Al utilizar el estilo form al,
que no habla en m odo alguno de 'núm eros', sino de
signos num éricos', desaparece la pseudocuestión» de
saber qué objetos son los n ú m ero s11. La m atem ática
trata sólo del modo «como querem os hablar sobre los
o b jetos»24, o sea, sólo del lenguaje. De acuerdo con
esto, los núm eros no consisten en nada m ás que en
los signos num éricos y en los num erales y éstos sólo
designan sus propias reglas de aplicación. Esto es vá­
lido únicam ente para la construcción puram ente for­
m alista de la m atem ática, pero no para la logicista y
la intuicionista. Las proposiciones de la lógica y de

34 L o e . c it ., vol. III, p. 429.


** C arnap, D e r lo g is c h e A u f b a u d e r W e lt, p. ISO. Igualm en­
te, Schlick, G e s a m m e lt e A u f s a t z e , p. 147.
2* Schlick, lo e . c it ., p. 227.
2T C arnap, E r k e n n t n i s , vol. 2, p. 436.
24 H ahn, L o g ik M a t h e m a t i k u . N a t u r e r k e n n e n , p. 17.

97
la m atem ática consisten en m eras series de signos sólo
cuando están formalizadas, sólo en un cálculo. Pero
ju n to a un cálculo existe tam bién un sistem a sem án­
tico, como ahora ha puesto claram ente de relieve Car-
nap. Es indudable que la lógica y la m atem ática no se
ocupan de los hechos de la realidad; pero no p o r ello
tienen que tra ta r m eram ente de signos. Tam bién sus
signos tienen un significado, designan algo. Un núm ero,
por ejem plo 3, no consiste sim plem ente en el signo
num érico o en el num eral; lo que am bos designan es
un m últiplo determ inado de la unidad: 1 + 1 + 1, con­
cebido unitariam ente. Esta es tam bién la razón p o r la
que un enunciado sobre un núm ero no puede sustituir­
se p o r un enunciado sobre el num eral. Y lo que enun­
cia la proposición «cinco es un núm ero» no tiene, p o r
tanto, el significado de «'cinco’ es un numeral».
La lógica tampoco tiene que ver en la logística for­
malizada m ás que con m eros signos. Pero el estable­
cimiento de sus reglas descansa sobre un significado
propio de las constantes lógicas. Así, la tabla de las
funciones de verdad corresponde a los significados de
los signos conectivos («y», «o», etc.). Estos significados
pueden definirse o m ediante ciertos conjuntos de va­
lores de verdad o pueden darse p o r supuestos como
originariam ente dados para la fijación del tipo de las
funciones de verdad.
Pero todas estas objeciones se refieren a un punto
de vista ahora superado. Carnap ha vencido en sus
nuevas obras la unilateralidad de la consideración me­
ram ente sintáctica y ha concedido todo su derecho a
la sem ántica. Él mismo ha señalado en un apéndice
de la I n t r o d u c t i o n to S e m a n ti c s (p. 246 s.) las modifi­
caciones que experim enta con ella D ie lo g is c h e S y n ta x
d e r S p r a c h e y ha abandonado la lim itación de la filo­
sofía a la sintaxis del lenguaje de la ciencia.
Lo que Carnap ha aportado con su L o g is c h e S y n t a x
d e r S p r a c h e puede caracterizarse con las palabras que

98
le dedicó en su re se ñ a 2* uno de los m ás em inentes
lógicos de la actualidad, Jorgensen: «Este nuevo libro
de Carnap form a parte sin duda de las publicaciones
m ás im portantes de la literatu ra filosófica de nuestro
tiem po... Es probable que se le considere en el futuro
como uno de los hitos en el penoso cam ino de la ver­
dadera filosofía científica.»

29 E r k e n n t n i s . vol. 4, p. 419. K aila, «R udolf C arnap. Logische


S yntax d e r Sprache», 1936 ( T h e o r ia , vol. I I , p . 83 s.).

99
B. E L E M P IR IS M O

I. EL SISTEMA DE CONSTITUCION DE LOS CON­


CEPTOS EMPIRICOS

Puede indicarse el significado de una palabra o, en


general, el de un signo definiéndolo con ayuda de pala­
bras (signos) cuyo significado está ya establecido. Este
es el modo corriente de determ inar el significado m e­
diante una definición. Pero los lím ites del proceso de
deñnición consisten en que en últim o térm ino hay que
determ inar tam bién el significado de las palabras (sig­
nos) utilizadas en la definición, porque de lo contrario
nos moveríamos en u n círculo de m eras palabras (sig­
nos). Hay que relacionar las palabras (signos) con algo
distinto. Esto se realiza estableciendo la coordinación
de lo designado con el signo m ediante la presentación
inm ediata de lo designado, m ediante una «definición
ostensiva». Lo que se m uestra puede ser no sólo una
cosa o u n proceso, sino tam bién una situación, por
ejem plo, aquella en la que haya que utilizar «sí» o
«aquí» o «pero». Pero sólo puede m ostrarse algo que
esté presente de modo inm ediato. P or tanto, ha de ser
siem pre, si no algo perceptible, sí algo dado en una
vivencia. Las palabras (signos) obtienen de este modo
p o r una parte un significado s u b je t iv o , designan un
contenido cualitativo, y p o r o tra un significado in te r ­
s u b j e t i v o para la comunicación, en cuanto designan
sólo la estru ctu ra de lo dado en la vivencia, tal como
se discutió anteriorm ente (pp. 51 s.).

101
Según esto, lo dado en la vivencia tiene que consti­
tu ir el fundam ento de la significación de todas las pa­
labras. Tenemos aquí uno de los puntos claves del em­
pirism o. Los sinificados han de descansar en últim a
instancia en una m ostración de lo designado y, por
tanto, todos los significados tienen que acabar por
poder reducirse a lo vivencialmente dado como lo úni­
co que puede m ostrarse. Y esto quiere decir que todos
los significados conceptuales pueden ser constituidos
sobre la base únicam ente de lo vivencialmente dado.
Carnap em prendió en su libro D e r lo g is c h e A u fb a u
d e r W e lt, 1928, el intento, esbozado en líneas genera­
les, de tal constitución de los conceptos. Pero su sis­
tem a de constitución de los conceptos no quiere ser
un sistem a definitivo, sino sólo un proyecto; sólo ha
de «ilustrar a modo de ejemplo» la tarea de la cons­
trucción de tal sistem a (p. 209). Ha de servir sobre
todo para la com probación lógica de los métodos uti­
lizados para ella y ha de «m ostrar la posibilidad ra­
dical de un sistem a unitario de todos los objetos (con­
ceptos) científicos» (p. 209). Carnap ha intentado hacer
con los c o n c e p to s y concretam ente con las clases capi­
tales de conceptos de toda la ciencia lo que se realiza
en la axiom ática de un modo tan brillante con las
proposiciones de cam pos concretos: su deducción ló­
gica y, po r consiguiente, su reducción a sus fundam en­
tos lógicos.
«Constituir» un concepto quiere decir establecer una
regla según la cual hayan de sustituirse todos los enun­
ciados que contienen este concepto por enunciados que
contengan otros conceptos. En esto consiste la «defi­
nición constitucional» de un concepto. No todos los con­
ceptos son definibles, sino sólo los conceptos de nivel
m ás alto. Los conceptos prim itivos indefinibles que
constituyen su fundam ento son los significados que
sólo pueden m ostrarse en las vivencias. De acuerdo
con esto, todos los enunciados sobre objetos de orden
superior han de poder transform arse en enunciados

102
que ya no contengan m ás que los conceptos prim itivos
y conceptos lógicos, esto -es, form ales.
La constitución de los conceptos se realiza gradual­
mente, constituyendo conceptos ulteriores sobre la base
de los conceptos que se han constituido en prim er
térm ino a base de los conceptos prim itivos, y otros en
virtud de éstos, etc. Una constitución de este tipo com­
pone los conceptos uno tras otro del m ism o modo que
ellos se presuponen entre sí. Así, por ejem plo, «ace­
leración» se define con ayuda de los conceptos «incre­
mento de velocidad» y «tiempo»; y «velocidad» se de­
fine a su vez con ayuda de los conceptos «trayectoria»
y «tiempo». Ahora bien, Carnap determ ina q u é con­
ceptos están presupuestos por otros, por los superio­
res, teniendo en cuenta qué conceptos son prim arios
desde el punto de vista cognoscitivo. De este modo, la
gradación de los conceptos así constituidos está orde­
nada de acuerdo con su relación cognoscitiva. Para ello
han de investigarse las especies de conceptos en su
reducibilidad y ésta se obtiene en virtud de los cono­
cimientos científicos especiales del ám bito de objetos
correspondiente. «El sistem a de constitución es una re­
construcción racional de toda la construcción de la
realidad que se efectúa en el conocimiento de modo
principalm ente intuitivo» (p. 139). El objetivo es, por
tanto, una genealogía lógica de los conceptos a base de
lo dado en la vivencia.
Nadie puede adoptar como vivencialmente dado más
que lo que él mismo ha vivido, pues la valoración de
vivencias a je n a s sólo puede realizarse en virtud de una
percepción propia de m anifestaciones ajenas. La base
del sistema de constitución está form ada, p o r tanto,
por el «psiquismo propio», esto es, por aquellos obje­
tos que sólo pertenecen a u n sujeto y precisam ente
como conscientes, sin que entre tam bién lo incons­
ciente. Carnap ha designado esta fundam entación como
«solipsismo metódico». Esto se ha interpretado equi­
vocadamente en el sentido metafísico de que sólo se

103
aceptan como reales u n sujeto y sus vivencias, aunque
él rechazó esto expresam ente (p. 86). No quiere decir,
sin embargo, otra cosa que la limitación del funda­
m ento a lo realm ente vivido. Pero lo vivido no puede
ser caracterizado en modo alguno desde un principio
como «de m i psiquism o propio», es decir, como «psí­
quico* y como «mío», perteneciente a m i yo. Pues el yo
no pertenece al «estado de cosas prim ario de lo dado»
y el yo presupone la oposición del «tú» y de otros «yos*
y lo psíquico la oposición de lo físico. Por tanto, lo
vivencialmente dado, de lo que se parte, sólo puede
ser determ inado como «del psiquism o propio» después
de la constitución de estos conceptos, o sea, sólo en
un nivel superior de la constitución. Esta caracteriza­
ción sólo se obtiene posteriorm ente, después de saber
en qué cam po de objetos entra, dentro de este sistema.
En el origen es sencillam ente lo dado de hecho, ni
«mío» ni «psíquico», sino algo com pletam ente neutral.
Todos los conceptos m ediante los cuales podría ser
determ inado han de ser constituidos prim eram ente a
p a rtir de aquí. Al construir un sistem a de Constitución
de los conceptos ha de distinguirse claram ente aquello
que es fundam ento y aquello que es elaboración.
Lo que Cam ap tom a por base como vivencialmente
dado no son elem entos cualitativos discretos, elemen­
tos de sensación, como hacia el positivismo m ás re­
ciente (Mach, Ziehen). Pues estos elementos son sólo
el resultado de una abstracción llevada muy lejos, de
una reiterada construcción conceptual. Lo que se vive
son totalidades: percepciones, pensam ientos, sentim ien­
tos, tendencias, disposiciones, enlazados unos con otros
como un todo unitario, un «cual» específico en cada
caso. Lo originario es la corriente continua de viven­
cias, que cambia constantem ente. Las «vivencias ele­
mentales» son unidades que no pueden descompo­
nerse.
Realizar un análisis consiste en buscar partes inte­
grantes en un complejo, en descomponerlo en elemen­

104
tos. No es posible un verdadero análisis de lo viven­
cialm ente dado en partes integrantes, porque no está
com puesto de partes integrantes reales. Para su tra­
tam iento conceptual Carnap sigue otro cam ino, un ca­
mino propiam ente sintético. En la corriente vivencial
pueden distinguirse posiciones y entre tales posiciones
pueden encontrarse relaciones, p o r ejem plo, la de que
una posición es sem ejante a otra en un aspecto deter­
minado. Todo lo que puede enunciarse sobre la corrien­
te vivencial es que en ella una posición se encuentra
en una determ inada relación con otra. Lo que Carnap
designa como «vivencias elementales» no son elemen­
tos cualitativos en sentido psicológico; no son otra
cosa que m iem bros relaciónales de la corriente viven­
cial, puntuales y carentes de propiedades. No pueden
hacerse enunciados sobre las vivencias elem entales m ás
que en lo relativo a sus r e la c io n e s en tre sí, pero no p o r
su determ inación c u a lita tiv a , ya que para esto habrían
de constituirse prim eram ente los conceptos. Las per­
cepciones visuales o auditivas no son partes integran­
tes de la corriente vivencial, sino que se segregan de
ella m ediante las operaciones de puesta en relación y
com paración. No son nada originariam ente dado, sino
que son extraídas m ediante una relación de semejanza
con otras posiciones de la corriente vivencial, distin­
guiéndose dentro de ella del m ism o modo que dentro
de un acorde de tres notas no puede aislarse un tono
m ás que por su semejanza con tonos únicos. Son un
resultado abstracto de la construcción conceptual, como
la altura del tono. En ellas se consignan solam ente re­
laciones de sem ejanza entre posiciones de la corriente
vivencial. La base del sistem a de constitución la for­
man, p o r lo tanto, no las clases prim itivas de elem en­
tos, sino las relaciones prim itivas sobre las que des­
cansa el orden de las vivencias. Los conceptos prim i­
tivos indefinidos no representan a los elem entos p ri­
mitivos, sino a las relaciones prim itivas. Los elem entos

105
prim itivos se constituyen m ás bien partiendo de las
relaciones prim itivas, como m iem bros suyos.
Carnap cree —no puede afim arlo definitivam ente
m ientras no se haya realizado p o r completo el sistem a
de constitución— que para su construcción basta una
única relación fundam ental: la semejanza entre viven­
cias elementales; y puesto que se reconoce la seme­
janza com parando una vivencia elem ental actual con
una anterior, o sea, con una vivencia recordada, es el
r e c u e r d o de la sem ejanza el que constituye la relación
fundam ental.
Mediante ella se constatan relaciones de parentesco
entre las vivencias elem entales y en virtud de estas
relaciones se obtienen círculos de semejanza, que son
idénticos con las clases de las cualidades que funda­
m entan la semejanza de las posiciones entre sí. Estos
círculos de sem ejanza sustituyen conceptualm ente a las
partes integrantes, las cuales se obtienen norm alm ente
por división. Conceptualm ente proporcionan el mismo
resultado, funcionan como «cuasi-elementos» y este
procedim iento com o «cuasi-análisis».
El «cuasi-análisis» consiste en la disposición de una
vivencia elemental en relaciones de parentesco en vir­
tud del recuerdo de sem ejanza, con lo que se conserva
indivisa la unidad de la vivencia. De este modo pueden
distinguirse «cuasi-elementos» en la vivencia elemental.
La relación entre las vivencias elem entales es o bien
la de la igualdad parcial en un aspecto determ inado
o bien la de la m era sem ejanza parcial. En el prim er
caso, los círculos de semejanza se excluyen m utuam en­
te; en el segundo se superponen de diversas m aneras.
En el prim er caso, los círculos de semejanza mismos
constituyen cuasi-elementos; en el segundo caso, éstos
tienen que ser deducidos prim eram ente de los círculos
de sem ejanza, «como las clases parciales máximas que
no son divididas por la intersección de los círculos de
semejanza» (p. 101). De este modo se obtienen clases
de sem ejanza, luego relaciones entre tales clases, ulte-

106
n órm ente clases de tales clases y clases de tales rela­
ciones y todavía clases y relaciones superiores de este
tipo. Así se obtienen ám bitos cada vez m ás reducidos
de coincidencia y de este modo se consigutn construc­
ciones conceptuales cada vez m ás especiales. Todos los
cuasi-elementos se han conseguido así m ediante abs­
tracción. todas las determ inaciones son construcción
lógica a p a rtir de la totalidad vivencial.
El prim er resultado del cuasi-análisis comparativo
son clases de vivencias elem entales que tienen una se­
m ejanza parcial entre sí, círculos de semejanza. De
ellos pueden aislarse clases parciales, las «clases de
cualidades», que representan cualidades sensoriales o
emotivas. Las clases de cualidades son sem ejantes entre
sí, si todo elem ento de la una es parcialm ente seme­
jante a todo elem ento de la otra. Si entre dos clases
de cualidades hay una serie de cualidades que progre­
sa continuam ente de una cualidad a otra sem ejante,
entonces las dos clases de cualidades pertenecen al
mismo ám bito sensorial (de las cualidades viáuales o
auditivas o calóricas o emotivas). La clase de las clases
de cualidades sem ejantes entre sí es una «clase sen­
sorial». D entro de una clase sensorial se determ ina el
orden de las cualidades en lo que a su semejanza se
refiere m ediante su relación de vecindad. E sta relación
tiene un núm ero determ inado de dimensiones, m edian­
te el cual puede caracterizarse el correspondiente cam ­
po sensorial de modo puram ente formal, sin ayuda del
contenido cualitativo. Para el sentido de la vista son
cinco, porque el color m anifiesta tres dimensiones
(tono crom ático, saturación y claridad) y dos dimensio­
nes el cam po visual p o r razón de la extensión. Como
clases de clases de cualidades de un cam po sensorial
pueden distinguirse finalm ente los com ponentes de las
cualidades: cualidad en sentido m ás estricto, intensi­
dad, señal local en los sentidos cutáneos, com ponentes
de dirección de los sentim ientos...
P or tanto, la construcción conceptual no parte aquí

107
de lo m ás especial, las sensaciones, como es corriente
tanto en psicología como en teoría del conocimiento,
ascendiendo desde aquí hacia lo que es cada vez m ás
general, las cualidades como clases de sensaciones, de
aquí a los campos sensoriales, etc., sino a la inversa:
prim ero se constituyen las clases m ás generales de cua-
si-elementos y sólo desde aquí se construyen las m ás
especiales: partiendo de las clases de las cualidades,
las clases de los cam pos sensoriales, y sólo desde és­
tas, las sensaciones. Una sensación es un «par ordenado
form ado p o r una vivencia elem ental y una clase cua­
litativa a la que la vivencia pertenece» (p. 130). Así los
colores, como lo m ás especial, sólo se constituyen muy
en últim o lugar. La posición del cam po visual se cons­
tituye como una clase de clases de cualidades del sen­
tido de la vista y la posición de vecindad com o una
clase de posiciones del cam po visual. Partiendo de
aquí se constituye la igualdad de color de posiciones
vecinas como una relación de clases cualitativas del
sentido de la vista y solam ente desde aquí los colores
como clases de igualdad de color. E ste pesado rodeo
es necesario si se quiere tener claram ente ante sí los
presupuestos lógicos de la definibilidad. Si no se quiere
dar por supuesto sencillamente el concepto de elemento
de sensación de Mach (por ejem plo, azul) como con­
cepto prim itivo indefinible, porque es ya un producto
de la abstracción, se necesitan conceptos m ás generales
(el de color) para poder definirlo, y para la definición
de éstos, otros más generales (el de lo visible), hasta
que se llega finalmente a uno últim o, el m ás general
(el de corriente vivencial).
La ordenación bidim ensional de las posiciones de
vecindad da como resultado el cam po visual. Con ello
se establece una prim era ordenación espacial, la del
cam po visual. Del recuerdo de sem ejanza puede deri­
varse tam bién una relación te m p o r a l de las vivencias
elementales, porque el m iem bro recordado está carac­
terizado como anterior frente al actual y partiendo de

108
aquí puede construirse una prim era ordenación tem ­
poral provisional —provisional porque todavía no ca­
rece de lagunas, ya que sólo puede ser com pletada pos­
teriorm ente m ediante inferencias de regularidades.
Los conceptos de los objetos d e l p s i q u i s m o p r o p io se
constituyen de este modo. Estas definiciones constitu­
cionales se ofrecen en una cuádruple exposición, en
cuatro «lenguajes»: prim ero, en el simbolismo logístico
para lograr precisión; en segundo lugar, en su traduc­
ción al lenguaje natural; tercero, en lenguaje realista,
como descripción de objetos conocidos, para lograr la
com prensión m aterial y, m ediante esto, p ara la com­
probación m aterial; cuarto, com o reglas de operación
p ara una construcción ficticia, m ediante la cual se
indica la estru ctu ra form al de la constitución de los
objetos, que sirve p ara la comprobación de la correc­
ción form al de la constitución. La constitución de los
niveles superiores, los cuales se construyen sobre el
nivel del psiquism o propio, sólo se ofrece, p o r el con­
trarío, en u n lenguaje, en el lenguaje natural, porque
ya no se lleva a cabo rigurosam ente, sino que sólo se
esboza.
El prim ero de estos niveles superiores es el del m u n ­
d o p e r c e p tiv o . No se constituye prim ero como funda­
m ento suyo el espacio visual subjetivo, sino que se
constituyen sim ultáneam ente el espacio físico objetivo
de las cosas perceptibles y el tiem po objetivo. Al ha­
cerlo no interviene la cualidad específica de lo espacial
y de lo tem poral; espacio y tiem po se constituyen con
ayuda de «puntos del mundo» ( W e l t p u n k t e n ) com o su
orden tetradim ensional. Un punto del m undo viene
dado p o r sus coordenadas (tres espaciales y una tem ­
poral) como un grupo de núm eros de cuatro miem­
bros. Los puntos del m undo con la m ism a coordenada
tem poral son «simultáneos». Todos los puntos del m un­
do que son sim ultáneos entre sí constituyen una «clase
especial». Una «línea del mundo» es un «arco de cur­
va» continuo «del cual corresponde exactam ente un

109
punto del m undo a cada valor de la coordenada tem ­
poral» (p. 167). De este modo, esta ordenación espacio-
tem poral es sólo una estructura de relaciones num éri­
cas (de las coordenadas).
A los puntos del m undo se les atribuyen colores
(como clases de cualidades visuales) y, m ediante éstos,
se definen las «cosas visuales» como clases de puntos
del m undo con relaciones constantes de vecindad du­
rante un largo espacio de tiempo, dentro de un haz de
líneas del mundo. Del mismo modo, se atribuyen a los
puntos del m undo clases cualitativas del sentido del
tacto que concuerdan en la señal local y de aquí se ob­
tienen las cosas táctiles, y, de la combinación de am bas,
las cosas sim ultáneam ente visuales y táctiles.
La cosa visual y táctil m ás im portante es «mi cuer­
po». El cuerpo sólo consigue una superficie cerrada
m ediante la atribución de cualidades táctiles ju n to a las
cualidades visuales (puntos crom áticos), porque una
gran parte del mismo no es visible y sólo puede per­
cibirse por el tacto. Sólo en virtud de su constitución
conceptual pueden constituirse com pletam ente especia-
lizaciones ulteriores de los cam pos sensoriales y, en
virtud de ellos, las cosas del m undo perceptivo. Los
órganos de los sentidos pueden caracterizarse consti­
tucionalm ente como partes del cuerpo y de este modo
pueden constituirse, a su vez, los restantes sentidos
(oído, olfato, gusto).
Las cualidades de los restantes sentidos pueden atri­
buirse del mismo modo que las cualidades visuales y
táctiles a los puntos del mundo, m ediante lo cual se
com pletan las propiedades de las cosas perceptibles.
Pero las cualidades no se les atribuyen todas del mis­
m o modo. «Las cualidades de ciertos sentidos (por
ejem plo, del sentido estático, del sentido cinético, de
las sensaciones orgánicas) no pueden atribuirse apenas
o en modo alguno a determ inadas líneas del m undo o
a determ inados haces de las m ism as, es decir, a las
cosas visuales. Sin embargo, no hay ninguna frontera

110
precisa entre cualidades sensoriales atribuíbles y no
atribuíbles» (p. 177), en el sentido de la antigua distin­
ción de cualidades prim arias y secundarias. Del mismo
m odo que el azúcar se califica de dulce porque provoca
tal sensación gustativa, puede llam arse tam bién «ale­
gre» a una melodía, «dolorosa» a una carta, «escanda­
loso» a un hecho, porque m ediante ellos se provocan
estos sentim ientos. Sólo que debido al hecho de que
los sentim ientos provocados p o r el m ism o objeto va­
rían gradualm ente de persona a persona con m ayor
intensidad que la m ayoría de las sensaciones y, p o r
tanto, sus atribuciones a un m ism o objeto por parte
de diversas personas conducen a contradicciones, es
p o r lo que norm alm ente, pero no en el pensam iento
infantil ni en la lírica, se les adjudica al m undo interior
m ás bien que al m undo exterior.
Para com pletar el m undo perceptivo realiza Carnap
desarrollos de significado trascendental. Introduce pun­
tos crom áticos no vistos y puntos táctiles no toca­
dos, ju n to a los vistos y a los tocados, al a trib u ir a
ciertos puntos de su espacio num érico cualidades vi­
suales y táctiles, y efectúa en general una atribución
de cualidades sensoriales a los puntos de un ám bito
espacio-temporal que carezcan de atribuciones de este
tipo, por analogía con los puntos correspondientes de
otro ám bito espacio-temporal con el que aquél coin­
cide en un ám bito parcial m ayor. E sto quiere decir en
lenguaje realista: si de una cosa percibida anterior­
mente vuelve a percibirse una parte espacial, pero no
la parte restante, se supone entonces que esta parte
de la cosa existe en el ám bito espacial no percibido,
parte que corresponde a la m ism a parte de la cosa an­
teriorm ente percibida —siem pre que esto no esté con­
tradicho p o r otras conclusiones; y si vuelve a perci­
birse la m ayor parte del curso tem poral de un proceso
ya conocido, pero no la parte restante, se supone —en
ausencia de razones en contra— que el proceso se ha
desarrollado tam bién de modo análogo en el tiem po

111
marginal no observado. El sentido de este modo de
proceder es claro: con él se constituyen al punto las
partes no percibidas de las cosas y de los procesos,
tales como las caras ocultas, lo interno, o los efectos
Estas atribuciones p o r analogía sirven para establecer
un postulado de la sustancialidad y un postulado de
la causalidad o a la inversa: «Las dos categorías de la
causalidad y de la substancialidad significan la aplica­
ción de la m isma constitución analógica en distintos
sentidos de las coordenadas» (p. 180).
M ediante la atribución de cualidades sensoriales a
los puntos del espacio num érico tetradim ensional se
constituye el m undo perceptivo —p o r sus conceptos—.
Elim inando las cualidades sensoriales y m ediante la
atribución de núm eros como m agnitudes físicas de es­
tado, se obtiene el m undo fís ic o . Con esta constitución
se crea un ám bito en el que pueden establecerse leyes
form ulables m atem áticam ente, en virtud de las cuales
pueden deducirse unas determ inaciones de otras dadas
y que es com pletam ente intersubjetivo, m ientras que
el m undo perceptivo no está libre de contradicción como
consecuencia de la variabilidad de persona a persona.
Pero entre el m undo físico y el perceptivo se da una
coordinación recíproca: biunívoca entre los puntos del
m undo físico y los del m undo perceptivo, m ultiform e
entre las cualidades y las m agnitudes de estado, al co­
rresponder determ inadas cualidades en un punto del
m undo a las magnitudes físicas de estado, m ientras que,
por el contrario, a una cualidad determ inada en un
punto del mundo sólo le corresponde una c la se deter­
m inada de magnitudes de estado.
El nivel de constitución siguiente en el orden de ele­
vación lo constituye el de la conciencia a je n a . Dentro
del m undo preceptivo puede constituirse, sobre la base
de su coincidencia con la cosa «mi cuerpo», una clase
«otros hom bres» como cosas físicas p o r su cuerpo. 1

1 Cfr. las observaciones críticas de las p p . 119 s.

112
Además puede coordinarse a una clase de procesos
del psiquism o propio una clase de procesos físicam ente
perceptibles de mi cuerpo, que frecuentem ente se pre­
sentan sim ultáneam ente con ellos, con lo que se cons­
tituye la «relación de expresión». Además puede consti­
tuirse tam bién el concepto «manifestación significa­
tiva» en virtud de la relación de signo (si bien con
dificultades) y con ello el fundam ento para la com­
prensión de los signos como comunicaciones p o r parte
de los otros. En virtud de estas constituciones se de­
fine constitucionalm ente el concepto de psiquism o aje­
no. Son procesos del psiquism o propio que se conectan
al cuerpo de otro hom bre, pues las vivencias de otro,
incluso si son m uy distintas de las propias, sólo pue­
den ser construidas con cuasi-elementos de las viven­
cias propias, ya que los procesos expresivos de o tro no
pueden interpretarse m ás que partiendo de lo que a
uno mismo le resulta conocido. Y la vida psíquica aje­
na sólo puede ser conocida a través de la m ediación de
un cuerpo por el que se m anifiesta. E sta atribución se
completa para series enteras de vivencias en virtud de
las leyes psicológicas estáticas y dinám icas que se han
encontrado en las vivencias propias, relativas a un mis­
mo suceso y a la sucesión de elem entos vivenciales.
Tampoco en el caso de la constitución de la vida psí­
quica ajena «se abandona la base del psiquism o p ro ­
pio» (p. 194).
Partiendo dé las vivencias de un prójim o puede cons­
truirse un nuevo sistem a de constitución, del mismo
modo que se ha realizado hasta aquí partiendo de las
vivencias p r o p i a s : con ayuda de una relación prim i­
tiva entre las vivencias ajenas «recuerdo de sem ejanza
(del prójim o)» y con las m ism as form as y pasos de
constitución. Será el m undo del prójim o. Pero este
sistem a de constitución es sólo un sistem a p a r c ia l del
sistem a de constitución propio, lo que se refleja en una
cierta analogía. Esto es posible porque am bos son sis­
tem as inacabables. E sta es la razón de que p ara cada

113
objeto de vino de los sistem as pueda constituirse un
objeto correspondiente en el otro, «si este sistem a está
construido con la suficiente am plitud» (p. 198). Esto
es una representación exacta de cómo con los m undos
interiores de los prójim os se construye conceptualm en­
te en una conciencia singular la idea de u n m undo
exterior objetivo.
E ntre el sistem a total y el sistem a parcial ajeno que
form a p arte de él, esto es, entre m i m undo y el de
un prójim o, existe una analogía m uy am plia, pero en
modo alguno com pleta. A los conceptos constituidos
o r ig i n a r ia m e n te —psiquism o propio, cosas perceptivas,
m undo físico espacio-temporal, psiquism o ajeno— les
corresponden generalm ente los m ism os conceptos en
el n u e v o sistem a de constitución. Pero en casos concre­
tos resultan distintos. La cosa física «mi cuerpo» no
es en abosluto la m isma en el sistem a de constitución
de un p r ó j i m o determ inado, como vivida p o r él, que
la cosa «cuerpo del prójim o NN» en el sistem a de
constitución to ta l. También otras cosas «comunes», esto
es, m utuam ente correspondientes en am bos sistem as
de construcción, diñeren parcialm ente entre sí, p o r en­
contrarse con el cuerpo del prójim o en una relación
distinta que con mi cuerpo. Pero entre el m undo físico
en el sistem a total y los m undos físicos de cada sis­
tem a parcial ajeno puede establecerse una coordinación
biunívoca: entre los puntos del m undo coordenados
entre sí se dan las m ism as relaciones espacio-tempo-
rales y tam bién las m ism as relaciones cualitativas, esto
últim o de modo m ediato, como consecuencia de. la a tri­
bución. Con ello está dada una coordinación in te r s u b ­
je tiv a . La clase de los objetos coordinados intersubje­
tivam ente entre sí puede definirse como «el mismo»
objeto, tal como es experim entado y conocido p o r mí
y p o r los otros. La intersubjetividad concierne en p ri­
m er térm ino sólo a los distintos m undos físicos. Pero
puede establecerse tam bién m ás allá de ellos, en el
cam po de lo psíquico. El psiquism o ajeno, lo que se

114
atribuye en el sistem a total al cuerpo de un prójim o
determ inado, corresponde al psiquism o ajeno que se
atribuye en los sistem as parciales a los cuerpos aná­
logos.
Com pletando las posiciones vacías de los distintos
sistem as de constitución a base de atribuciones hechas
en otros sistem as, se hace posible una coordinación
universal, biunívoca general, intersubjetiva, entre los
sistem as de constitución, se constituye un m undo inter­
subjetivo. En consecuencia, las propiedades de los ob­
jetos intersubjetivos, que coinciden en todos los siste­
m as de constitución, y los enunciados sobre ellos
pueden transm itirse intersubjetivam ente; por el contra­
rio, las propiedades que se dan sólo en sistem as de
constitución aislados y los enunciados sobre ellas son
subjetivos.
El siguiente nivel superior de constitución, el últi­
mo, lo representan los conceptos de lo e s p ir itu a l o de
los objetos culturales. Carnap se lim ita aquí a m ostrar
con ejem plos la p o s ib il id a d de su constitución, sin
exponer la form a exacta de la misma. Los objetos
espirituales se constituyen a base de los físicos. Esto
no es ningún psicologismo, ya que los objetos de un
nivel lógico superior constituyen una nueva esfera de
objetos. Objetos espirituales prim arios son aquellos
que no presuponen ya objetos espirituales para su cons-,
titución. Se constituyen «a base de aquellos procesos
psíquicos en los que se presentan», a base de sus «ma­
nifestaciones», como, p o r ejem plo, el saludo por el
levantam iento del som brero. Los objetos espirituales
restantes, los superiores, los de la sociedad, de la eco­
nomía, del derecho, etc., han de constituirse sobre la
base de los prim arios. Por el contrario, los valores no
se constituyen en virtud de los objetos espirituales o
del psiquism o ajeno, sino partiendo de vivencias psí­
quicas valorativas propias, de modo sem ejante a como
se constituyen las cosas físicas partiendo de vivencias
perceptivas. Tales vivencias valorativas son las de de­

115
ber, de responsabilidad, de la conciencia, del sentim ien­
to, etc. En el caso de los valores, como en el de las
cosas, no hay tam poco psicologismo.
Finalm ente se constituye tam bién el concepto de la
r e a lid a d em pírica, a diferencia de la metafísica. La
realidad metafísica, una existencia independiente de la
conciencia, no es constituíble. Las características de la
realidad em pírica frente a lo irreal (sueño, poesía)
consisten en que todo objeto real tiene una posición
en el orden tem poral, en que es intersubjetivo o al
menos da ocasión inm ediata para la constitución de
un objeto de este tipo y en que pertenece a un sistem a
regular amplio. Así, las cosas físicas son reales «cuando
están constituidas como clases de puntos físicos que
se encuentran en haces conexos de líneas del m undo
y están incardinadas en el sistem a tetradim ensional
total del m undo físico espacio-temporal» (p. 237). Y
los objetos psíquicos son reales cuando están incardi-
nados en el sistem a psíquico de un sujeto. Con ello se
constituye la diferencia en tre realidad e irrealidad en­
teram ente sobre la base del psiquism o propio, sin que
haya que d ar p o r supuesto para ello la trascendencia.
Del conocim iento de la construcción de los concep­
tos resultan varias explicaciones filosóficas.
Así, en p rim er lugar, se hace claro en qué consiste
la diferencia en tre lo ittd iv id u a l y lo general. Puesto que
todos los conceptos se constituyen com o clases o rela­
ciones de vivencias elem entales, no hay ningún con­
cepto propiam ente individual, sino sólo conceptos ge­
nerales. La individualización de los objetos se realiza
más bien determ inándoles tem poralm ente y a veces
tam bién espacialm ente, esto es, incorporándolos a un
orden tem poral y, eventualm ente, espacial. Lo que se
halla en otras ordenaciones es, p o r el contrario, un
objeto general. La diversidad de las ordenaciones tem­
poral y espacial respecto de las restantes ordenaciones
radica en que hay dos tipos distintos de relaciones
entre clases de cualidades —como, p o r ejem plo, en el

116
caso del sentido de la vista, tener la m isma posición
o tener el mismo color—. La ordenación del campo
visual descansa sobre la prim era y con ello, indirec­
tam ente, tam bién la ordenación espacial. Sobre la se­
gunda descansa la ordenación cualitativa de los colores
en el cuerpo coloreado. En lo que el p rim er tipo de
relaciones aventaja a los dem ás es en la propiedad
lógico-formal de que clases distintas de cualidades si­
tuadas en la m is m a p o s ic ió n no pueden pertenecer nun­
ca a la m ism a vivencia elemental, pero sí pueden ha­
cerlo las d e l m i s m o c o lo r. E ste es el últim o funda­
m ento de la individualización.
Entonces puede form ularse con precisión el concepto
de la id e n tid a d lógica. Resulta de la pregunta sobre
«cuándo dos designaciones distintas designan el mismo
objeto». El criterio para ello consiste en su sustituibi-
lidad: cuando al insertar tan to una como o tra de am ­
bas designaciones en una función proposicional se ob­
tiene una proposición verdadera. Pero en la mayoría
de los enunciados de identidad la designación de «el
mismo» no se refiere al objeto nom brado (por ejem ­
plo, esta m ariposa) como individual, sino a su especie
(esta especie de m ariposa), o sea, a un objeto de nivel
superior. Com prendida en este sentido, sí se da iden­
tidad en sentido estricto, tal como se la acaba de defi­
nir. Si, p o r el contrario, la identidad se refiere al objeto
como singular, entonces no es propiam ente identidad,
sino que son solam ente relaciones de igualdad (coinci­
dencia en cualquier propiedad, continuidad u ordena­
ción intersubjetiva). Es sólo una identidad im propia.
Mediante la separación del lado lógico y el metafí-
sico, el dualismo de lo fí s ic o y lo p s íq u ic o y la relación
psico-física reciben una versión carente de problemati-
cidad. Al no ser propiam ente las especies de objetos
constituidos m ás que form as distintas de ordenación
del mismo tipo unitario de cuasi-elementos de la co­
rriente vivencial, las dos especies objetivas de lo físico
y lo psíquico no son las únicas form as de ordenación,

117
sino que ju n to a ellas se hallan o tra s: los objetos bio­
lógicos, los espirituales, los valores. Dentro del sistema
de constitución no hay, po r tanto, un dualismo, sino
un pluralism o de especies de objetos constituidas.
Respecto de la relación de dependencia entre lo fí­
sico y lo psíquico, Cam ap tom a p o r base la hipótesis
del paralelism o: a todo proceso psíquico le está coor­
dinado de modo regular un' proceso fisiológico sim ul­
táneo en el sistem a nervioso central. E sto quiere decir
desde el punto de vista constitucional: dos series de
cuasi-elementos de una sucesión de vivencias (las ob­
servaciones en las que se constata esta relación) m ar­
chan paralelas. Pero tal decurso paralelo de cuasi-ele­
m entos no se da únicam ente en el caso de lo físico y
lo psíquico, sino tam bién en varias otras series de ele­
m entos; po r ejem plo, «si un cuerpo tiene una configu­
ración visual determ inada, tiene tam bién sim ultánea­
m ente una configuración táctil análoga» (p. 234). El
decurso paralelo de lo físico y lo psíquico no se dis­
tingue fundam entalm ente de estos otros y no es más
problem ático que ellos. La cuestión de cómo se rea­
liza tal paralelism o, de cómo ha de explicarse, puede
plantearse del mismo m odo para todos ellos. Pero ya
no cae dentro del cam po de la ciencia, sino en el de la
metafísica, donde se la contesta m ediante suposiciones
de realidad. La ciencia sólo puede com probar el decurso
paralelo de las series de elem entos en general.
Este sistem a de constitución de los conceptos es sólo
un intento, un prim er esbozo, cosa que el au to r pone
de relieve expresam ente y que solam ente resulta com­
prensible p o r la m agnitud de la tarea. Pero con ello
se ha empezado realm ente la tarea fundam ental de ex­
plicar los fundam entos y el modo de proceder en la
definición de los conceptos. La reducción de todos los
conceptos a la percepción interna y externa,' a las im­
presiones inm ediatas, es un postulado antiguo. Locke
y Hume le afirm aron y sirve de base a su teoría del
conocimiento. Pero esta reducción no se em prendió nun­

118
ca de hecho. Carnap ha llevado a cabo realm ente el te ­
m erario intento, al esforzarse po r m o strar en sus líneas
fundam entales la construcción definitoria, al menos de
los conceptos fundam entales, sobre la base exclusiva de
las vivencias. Lo ha hecho con una claridad y m inu­
ciosidad sobresalientes y que dan un significado funda­
m ental a su intento, a pesar de su carácter incompleto.
Es indudable que no m erece un juicio tan despectivo
como el que le dedicó Gerh. Lehmann en su D e u ts c h e
P h ilo s o p h ie d e r G e g e n w a r t, 1943 (p. 299): «La ingenui­
dad de la pretensión de constituir el m undo con tales
m edios (insuficientes) es evidente p ara todo el mundo.»
Kaila hizo una crítica aguda, sistem ática y radical de
la teoría de la constitución34 , de la que Carnap mismo
dice*: «Un escrito como el presente, que ha conside­
rado a fondo y ha exam inado la conexión de los pro­
blemas, constituye una valiosa incitación para nosotros
p o r su crítica penetrante y comprensiva», en oposición
a otras críticas de las que Kaila dice justam ente (p. 29):
«No merece la pena e n tra r en objeciones hechas a la
ligera, tales como las planteadas p o r Króner» *. Kaila
considera como la falta fundam ental de la teoría de
Carnap el hecho de que la constitución de los concep­
tos se realiza dem asiado pronto, desde el punto de
vista gnoseológico, cuando le faltan todavía los pre­
supuestos necesarios para ello. Su base la constituyen
los cortes transversales en la corriente de vivencias,
que Carnap concibe como totalidades cualitativas sin
variedad ni articulación interna, para no pensarlas
com puestas de elem entos psíquicos como en la anti­
gua psicología del mosaico. Sin em bargo, con ello se
encuentra en contradicción con la m oderna psicología
de la configuración ( .G e sta ltsp s y c h o to g ie ), que ha pues­

3 «Der logistische N eupositivism us», 1930 (A ti n ó l e s U n iv e rs i-


t a t i s A b o e n s i s , Ser. B, tom . X III).
1 E r k e n n t n i s , vol. 2, p. 77.
4 D ie A n a r c h i e d e r p h i l o s o p h i s c h e n S y s t e m e , 1929, p . 289 s.

119
to de m anifiesto que lo vivencialmente dado está con­
figurado, articulado, estructurado. Si todas las deter­
minaciones de lo vivencialmente dado sólo pueden
tener Júgar en virtud de las constituciones conceptua­
les, toda la diversidad interna de lo m ism o sólo puede
resu ltar m ediante su elaboración conceptual. Falta en­
tonces en lo vivido la variedad interna en la que pue­
dan constatarse las relaciones de sem ejanza en general.
Entonces sólo pude h ab er sem ejanzas entre las totali­
dades vivenciales en conjunto, pero no habrá ninguna
sem ejanza ni ninguna diversidad d entro de ellas a las
que puedan aplicarse la puesta en relación y la com­
paración del cuasi-análisis. Que en lo vivencialmente
dado se dé una variedad interna analizable, es algo que
constituye un presupuesto necesario para ello y la cons­
titución conceptual m ediante cuasi-análisis sólo puede
asentarse sobre un nivel m ás elevado.
Así, la vivencia del tiem po no puede ser constituida,
teniendo que darse ya por supuesta su división en pre­
sente, pasado y futuro. Según Kaila, tam bién la d ir e c ­
c ió n de una relación, esto es, el hecho de que .sus miem ­
bros no sean intercam biables sin m ás, descansa en la
dirección vivida del tiempo. En su réplica a la crítica
de K aila*, debilita Cam ap esta objeción señalando que
no se tra ta realm ente de una dirección de una relación,
sino sólo de su designación, de que tenga que ser cog­
noscible la diferencia de los signos y su posición re­
cíproca.
Tampoco el espacio de la percepción (o de la repre­
sentación) puede constituirse cuasi-analíticamente, pues
es ilimitado, no po r no tener ningún borde, sino porque
todo punto en él tiene una zona circundante tridim en­
sional continua. Pero, como fundam ento de la consti­
tución, sólo se dispone de un núm ero lim itado de posi­
ciones distinguibles con carácter espacial; p o r tanto,
toda espacialidad constituida tiene que ten er un borde; 5

5 E r k e n n t n i s , vol. 2, pp. 75-77.

120
tiene que tener un comienzo y un fin. Si se toma como
base un protocolo concluso de vivencias, no pueden
constituirse a p a rtir de él sistem as susceptibles de am ­
pliación ilimitada, como el espacio y el tiem po, ni
tampoco toda la realidad. Carnap hace n o tar frente a
esta objeción que de un núm ero finito de elem entos
puede constituirse perfectam ente un conjunto infinito;
así, de las diez cifras, la serie infinita de los signos
numéricos.
Kaila sigue objetando: existe una diferencia funda­
m ental en tre diversidades «reales», como el espacio y
el tiempo, y diversidades «ideales», como los colores,
diferencia que Carnap ha pasado p o r alto. Un color
como posición en el orden del cuerpo crom ático es sólo
una clase; p o r el contrario, una posición en el campo
visual, en el orden espacio-temporal en general, no es
una clase, sino algo individual. Pero Carnap constituye
tam bién la posición en el cam po visual com o una clase
parcial de una clase de vivencias elem entales. De acuer­
do con su teoría de la constitución, toda diversidad es
sólo una abstracción conceptual de la corriente viven­
cia!; consiste sólo en clases de sem ejanzas dentro de
ella y sólo se dan las diferencias form ales de ordena-
bilidad de las clases, en clases de clases, clases de re­
laciones, relaciones entre clases, etc. Pero, como conse­
cuencia, el sistem a de constitución no puede poner de
m anifiesto otra cosa que relaciones de las sem ejanzas
dentro de mi corriente vivencial; no puede obtenerse
nunca nada nuevo, todo se lim ita a ser una ordenación
y reordenación cada vez m ás complicada de los mis­
mos elem entos prim itivos. Con ello no puede superarse
nunca el ám bito de las vivencias propias transcurridas.
De aquí resultan «consecuencias catastróficas». En
modo alguno son posibles en él enunciados sobre la
vida psíquica ajena en el sentido usual, pues éstos
tam poco pueden contener m ás que relaciones entre
mis vivencias; todo lo dem ás es sólo contenido imagi­
nativo científicam ente inexpresable. Los enunciados so­

121
bre el psiquism o ajeno son equivalentes a enunciados
sobre sus síntom as expresivos corporales, que se cons­
tituyen en el nivel de lo físico partiendo de mi co­
rriente vivencial. Y las predicciones sobre lo futuro no
pueden ser m ás que enunciados sobre lo pasado, pues
el concepto de futuro ha de constituirse tam bién p ri­
m eram ente a p a rtir de las vivencias, no estando dado
originariam ente en ellas. Con ello se vuelven carentes
de objeto todas las generalizaciones inductivas hechas
sobre el futuro desde el pasado. «Con esto se alcanza
de hecho el fin de toda filosofía» (p. 53).
Pero esta profunda crítica se une a la sum a aproba­
ción: «Incluso el esbozo existente hasta la fecha del
sistem a de constitución representa un resultado adm i­
rable caracterizado por la máxima precisión abstracta
y una herm osa pureza lógica» (p. 29).
Cam ap adm ite en su contestación {loe. c it.) que que­
dan abiertas todas las cuestiones de contenido y psico­
lógicas, y, en consecuencia, la de si las vivencias son
unidades indivisibles o m anifiestan una diversidad in­
terna prim aria, y, como consecuencia de esto, tam bién
la de si ha de aplicarse el cuasi-análisis y en qué nivel.
Concede tam bién que la diferencia en tre una ordena­
ción ideal y una real es una cuestión abierta, por de­
pender igualmente de la diversidad interna de las vi­
vencias.
W einberg som etió tam bién D ie lo g is c h e A u fb a u d e r
W e lt de C am ap a una crítica radical concebida con
m ucha claridad ®, la cual conduce igualmente a la ex­
posición de «consecuencias catastróñcas». Consisten en
que no puede justificarse un m undo físico que sea
independiente de la experiencia propia, en que los enun­
ciados sobre las vivencias ajenas carecen de significado
y en que la com unicación y con ello la intersubjetivi­
dad son imposibles. Si sólo son significativos los enun-•

• A n E x a m i n a t i o n o f L o g ic a l P o s it iv is ta , 1936, pp. 200-226.


(T rad. esp., pp. 276-296.)

122
ciados que tratan de m is vivencias, las afirm aciones
sobre entidades físicas inferidas no pueden ser signi­
ficativas, ni tam poco los enunciados sobre las vivencias
del prójim o. En su lugar, pueden enunciarse los tipos
del com portam iento exterior de otro. Estos son equi­
valentes lógicamente con aquéllos y, p o r tanto, pue­
den sustituirlos lógicamente. Si al hacerlo se piensa
en las vivencias ajenas al m odo como se piensa en las
propias, esto no pueden ser m ás que imágenes conco­
m itantes sin relevancia. Los enunciados de otro hom bre
no pueden concebirse tam poco m ás que como hechos
externos de su com portam iento, pero no como símbolos
utilizados p o r o tro (p. 219). En consecuencia, es com­
pletam ente imposible una comunicación p o r p arte de
los otros hom bres y, por tanto, no hay tam poco inter­
subjetividad (p. 222). (Trad. esp., pp. 294 y 295.)
Al juzgar D ie lo g is c h e A u f b a u d e r W c lt de Carnap
no hay que perder de vista que en todo el sistem a de
constitución sólo se tra ta de definiciones de conceptos.
Carnap dice expresam ente en el prólogo (p. II, I I I ) :
«Aquí se tra ta ... de la cuestión de la reducción de unos
conocim ientos a otros» y «que la respuesta a la cues­
tión de la reducción conduce a u n sistem a reductivo
unitario, en form a de árbol genealógico de los con­
ceptos m anejados en la ciencia, sistem a que sólo ne­
cesita pocos conceptos primitivos.»
Las deñniciones no han de contener en últim o té r­
mino m ás que relaciones entre las vivencias de una
corriente vivencial determ inada («la mía»). E ste es el
sentido y la finalidad de todo el sistem a de constitu­
ción. Los objetos conceptuales constituidos de este
modo son solam ente form as de las disposiciones de
estas vivencias y sus designaciones no son m ás que
abreviaturas de ello. Saber si adem ás designan algo
existente en sí «es una cuestión de la m etafísica que
no tiene cabida dentro de la ciencia» (p. 220).
Ahora bien, el sistem a de constitución de Carnap no
ha explicado en modo alguno si todos los conceptos

123
de la ciencia pueden ser constituidos m ediante una
m era reorganización de las vivencias o cuáles de ellos
pueden serlo, pues él realizó la constitución de modo
riguroso sólo respecto de los conceptos del psiquism o
propio. Que é s t o s han de construirse únicam ente en
virtud de lo vivido, es algo que está fuera de duda desde
un principio. Pero para todos los niveles superiores de
la construcción conceptual la constitución no se reali­
za de modo com pleto y, p o r tanto, no se alega nin-*
guna prueba concluyente de que hayan de descom po­
nerse únicam ente en relaciones de vivencias.
El sistem a de constitución de Carnap ha de cum plir
dos exigencias: ha de proporcionar una reconstrucción
racional de la construcción conceptual que se da real­
mente en la ciencia y en la que se construye el mundo;
y no ha de utilizar p ara ello m ás que relaciones de vi­
vencias. Para conseguir esto últim o se sirve de la equi­
valencia lógica. Dos proposiciones son lógicam ente
equivalentes cuando am bas tienen el m ism o valor de
verdad, esto es, cuando son siem pre las dos verdade­
ras o las dos falsas. Sólo se tiene en cuenta su valor
de verdad, pudiendo ser su significado com pletam ente
distinto. Pero, desde este punto de vista, no pueden defi­
nirse conceptos m ediante relaciones de vivencias más
que cuando estas definiciones son lógicam ente equiva­
lentes a los otros m odos de definición. E sto parece po­
sible porque uno tiene que poder conectar de algún
modo el contenido conceptual con vivencias, si con él
han de ser posibles enunciados decidibles sobre el
m undo. P or tanto, pueden utilizarse en su fijación de-
finitoria estos criterios suyos de la experiencia. Pero
resulta claro que de este modo no pueden constituirse
los conceptos m ás que en e l sentido de que contengan
m eras reorganizaciones de vivencias. P or esta via no es
constituible o tr o sentido con el que pudiesen ser equi­
valentes estas definiciones; aquél se convierte en una
m era «imagen concomitante», que es lógicamente irre­
levante, y queda fuera de la consideración lógica. Pero

124
en el concepto del psiquism o ajeno, de lo futuro y de lo
inconsciente, se pone de m anifiesto que hay conceptos
con este sentido distinto, que contribuyen a la cons­
trucción del mundo. Sólo pueden construirse conceptos
de objetos «que no se presenten inm ediatam ente en las
vivencias» (p. 180) en la m edida en que contengan
m eras reorganizaciones de cuasi-elementos de viven­
cias. En el sistem a de constitución de Carnap se pierde
necesariam ente cualquier o tro sentido. La base solip-
sista no es dem asiado esencial p ara ello. Incluso si se
tom an p o r base v a r ia s c o m en tes de vivencias, no pue­
den deñnirse conceptos de lo extraconsciente, aunque
sí el psiquism o ajeno.
Tratándose en todo el sistem a de constitución sólo
de construcción conceptual, o sea de definiciones, los
enunciados existenciales no tienen lugar alguno en él,
lo que tiene como consecuencia:
Las atribuciones de cualidades sensoriales a los pun­
tos del m undo no percibidos superan com pletam ente
el m arco de una definición constitucional. La afirm a­
ción «de que en la parte de espacio no observada...
e x is te una parte análoga de la cosa» (p. 180) es, sin
em bargo, un enunciado existencia!, o sea, algo comple­
tam ente distinto de una definición. Es una extrapola­
ción, no una m era «reorganización de los objetos inme­
diatam ente presentes» (p. 176), en lo que únicam ente
pueden consistir estas constituciones de conceptos. Sa­
b e r si algo definido existe, es cosa que tiene que ser
siem pre expresam ente probada, pero tal dem ostración
estaría aquí fuera de lugar, ya que no es asunto de
una constitución conceptual. En ella no se trata en
modo alguno de una realidad. Lo m ism o sucede con
la atribución de objetos in c o n s c ie n te s , que se consti­
tuyen a base de los conscientes como «elementos ge­
nerales de las vivencias» (clases cualitativas, compo­
nentes de cualidades, configuraciones m ás com plejas
de éstas) y que se atribuyen de modo especial, análo­
gam ente a los puntos crom áticos no vistos, a puntos

125
tem porales (no a puntos del m undo en general). Con
esto tampoco puede constituirse el c o n c e p to de lo in­
consciente, pero, en todo caso, con ello no puede c o m ­
p le ta r s e mi consciencia con la finalidad de poder esta­
blecer así en el ám bito total del psiquism o propio una
regularidad m ás completa, si bien no universal, que
en el ám bito parcial de lo consciente.
Es igualmente indudable que el psiquism o ajeno no
puede ser otra cosa que un concepto obtenido m ediante
una m era «reorganización de mis vivencias»' (p. 193),
pero que sólo es tal m ientras se considera su definición
constitucional, pero no como enunciado existencial.
Tam bién para el m undo intersubjetivo vale lo mismo
que para los niveles de constitución p articulares: to­
das «estas constituciones no consisten en la inferencia
hipotética ni en una posición ficticia de lo no dado,
sino en una reorganización de lo dado» (p. 200). Com­
p letar lo vivido está en contradicción con la condición
de la m era reorganización y, p o r tanto, es ilícito.
Un sistem a de constitución de los conceptos no tiene
que hacer e n u n c ia d o alguno sobre el m undo, ni sobre
la vida psíquica ajena ni sobre el futuro, sino que sim­
plem ente tiene que construir c o n c e p to s . Pero puesto
que todos los conceptos del sistem a de Carnap sólo
pueden ser reorganizaciones de cuasi-elementos de la
propia corriente vivencial, con estos conceptos, y por
falta de otros, no pueden hacerse tam poco e n u n c ia d o s
e n sentido usual. Sin em bargo, la teoría de la consti­
tución de Carnap tiene el m érito no despreciable de
que de ella resultan con toda claridad las consecuencias
y la lim itación de una construcción de los conceptos
que sea puram ente inm anente a las vivencias.
H a sido esta obra la que se ha tenido en cuenta ex­
clusivam ente, o al menos en prim era línea, en los in-*

* «Por tan to , to da la serie de vivencias de o tro h o m b re no


consiste en o tra cosa que en u n a reorganización d e m is viven­
cias y de su s p a rte s integrantes.» (D . lo g . A u f b a u d . W e lt , p . 186.)

126
form es de las historias de la filosofía sobre el Círculo
de Viena. No se ha tenido conocim iento de las num ero­
sas publicaciones salidas posteriorm ente del Círculo
de Viena. Sin em bargo, esta o b ra está ya superada en
parte. El m ism o Carnap efectuó en su estudio «Testa-
bility and Meaning»*, im portante en tantos aspectos,
una corrección fundam ental.
Hay conceptos como los de visible o soluble, concep­
tos de propiedades de disposición, cuya definición en
la form a del sistem a de constitución tropieza con difi­
cultades. Una propiedad de este tipo consiste en una
disposición p ara una reacción en condiciones deter­
m inadas. Por tanto, una propiedad de disposición no
puede observarse directam ente —no puede verse la
solubilidad de una sustancia—, pero, sin em bargo, sólo
puede com probarse m ediante observaciones. Una sus­
tancia es soluble cuando puesta en un líquido adecua­
do se disuelve. M ediante una proposición condicional
de este tipo, una implicación, que indica bajo qué cir­
cunstancias se da la correspondiente propiedad de dis­
posición, y una segunda implicación que indica cuándo
no se da —pudiendo estar am bas unidas en una sola
implicación—, puede reducirse el concepto de una p ro ­
piedad de disposición a vivencias.
Pero no puede definirse m ediante esto. M ediante tal
p a r de proposiciones de reducción, o tam bién m ediante
una proposición reductiva doble, está determ inado el
concepto de una propiedad de disposición sólo para
aquellos casos en los que se cum pla la condición de
verificación que se establece en la implicación. Pero en
aquellos casos en los que esta condición no se cumple,
la propiedad de disposición correspondiente no puede
ser ni atribuida ni negada. Cuando un objeto no ha sido
puesto nunca en el líquido correspondiente, no se pue­
de decidir sobre su solubilidad. Hay que buscar enton­
ces nuevas condiciones de verificación en una nueva

» P h il o s o p h y o f S c ie n c e , vol. 3, 4, 1936. 1937.

127
implicación con la que el concepto quede determ inado
y sea posible una decisión, incluso en tales casos. Con
esta finalidad puede form ularse, p. ej., la implicación
de que cuando de dos objetos de la m ism a sustancia
el uno ha dado pruebas de que es soluble, el otro ha
de considerarse tam bién soluble, aunque no se halle
bajo la condición correspondiente. Pero de este modo
sólo se puede reducir cada vez más el ám bito de inde­
term inación, nunca elim inarlo completam ente. En el
fondo sigue siendo siem pre cuestionable si estas im­
plicaciones valen tam bién para tipos de casos distintos
de aquellos para los que se encontraron. Por el con­
trario, una definición fija un concepto de una vez por
todas, para todos los casos. Si se quisiesen utilizar las
proposiciones reductivas como definiciones, se deter­
m inarla con ello que fuesen válidas más allá del ám ­
bito para el que fueron establecidas originariam ente.
Estas implicaciones suelen ser leyes naturales descu­
biertas em píricam ente y de aquí se deriva el que no
sean válidas para un nuevo tipo de casos. Habría que
abandonar entonces esta definición; por el contrario,
tom adas como m eras proposiciones reductivas para su
ám bito em píricam ente fijado, siguen siendo válidas y
sólo tienen que ser com pletadas m ediante otras nuevas.
Sólo cuando están determ inadas las condiciones de re­
acción para to d o s los casos puede construirse una de­
finición partiendo de las proposiciones reductivas, de
las implicaciones. Pero, en general, debido a la incom-
pletitud de las condiciones de verificación, cuando se
introduce un concepto como el de una propiedad de
disposición m ediante proposiciones reductivas no es
posible sustituirlo por éstas y elim inarlo de este modo.
Por tanto, hay conceptos que son reducibles a relacio­
nes de vivencias, pero no son definibles m ediante ellas.
Esto origina una corrección de radical im portancia
en la concepción prim itiva. El sistem a de constitución
de C a m a p estaba sustentado por la concepción positi­
vista y em pirista de que todo concepto em pírico de la

128
ciencia ha de ser reducible a conceptos de relaciones
de vivencias y, en consecuencia, ha de ser tam bién de­
finible m ediante ellos. Su intención al elaborar el sis­
tem a de constitución era precisam ente ponerlo de m a­
nifiesto. E sta tesis experim enta ahora una limitación
fundam ental. Se conserva la reductibilidad, pero tienen
que abandonarse la definibilidad ilim itada y, con ello,
la sustituibilidad m ediante relaciones de vivencias.
Frente a esto, K a ila em prendió el intento* de resta­
blecer la definibilidad en toda su extensión. La im pli­
cación, una relación si-entonces que realiza la reducción
de una propiedad de disposición a lo observable, no
puede utilizarse como definición de esta propiedad, ya
que se hace inaplicable cuando no se da en m odo al­
guno la condición de reacción que ella indica. P or tan­
to, K a ila establece la exigencia adicional de que el an­
tecedente de esta relación si-entonces no ha de estar
vacío, que han de existir siem pre observaciones efecti­
vas p ara poder enunciar tal propiedad. Pero esto no
es suficiente p ara solucionar com pletam ente la dificul­
tad, pues sigue dándose todavía la circunstancia de que
las proposiciones reductivas no pueden indicarse de
ordinario todas com pletas, circunstancia que no se ven­
ce de este modo.
Los conceptos de las propiedades de las cosas y los
de las magnitudes físicas de estado son del mismo tipo
que los conceptos de disposición. El enunciado: la
cosa D se encuentra en el tiempo t en el lugar O, no
puede sustituirse por un enunciado si-entonces sobre
relaciones de vivencias del tipo de: si alguien está en
el tiem po t en el lugar O, tiene tales y tales percepcio­
nes. Pues lo que tendría que contarse como tales per­
cepciones no son sólo las percepciones visuales de todos
los aspectos posibles de la cosa y todas las percepciones
táctiles posibles de ella, sino tam bién todas las percep­
ciones realizadas en virtud de com probaciones indirec-

• «Wenn-so» ( T h e o r i a , vol. X I, 1945, p. 88 s.).

129
tas, m ediante fotografías, etc. Incluso si el núm ero de
estas percepciones posibles n o es infinito, no pueden
indicarse todas com pletam ente en una conyunción gi­
gantesca, ya que no pueden preverse de antem ano todas
las posibilidades de percepción. Lo mismo sucede, por
ejem plo, respecto de la intensidad de una corriente
eléctrica. Puede determ inarse p o r la desviación de una
aguja m agnética o p o r el calentam iento de un conduc­
to r o p o r la cantidad de hidrógeno que separa del agua
y de otros varios modos. Cada uno de estos m étodos de
medición puede describirse m ediante un sinnúm ero
de percepciones posibles y es evidente que está plena­
m ente excluido indicar de modo com pleto las implica­
ciones: si se dan tales y tales circunstancias, entonces
se dan tales y tales percepciones. Sólo una conyunción
interm inable de tales implicaciones es equivalente al
concepto de tal propiedad. Por tanto, es imposible de­
finir estos conceptos de propiedades m ediante percep­
ciones, m ediante relaciones de vivencias, es decir, sus­
tituirlos y elim inarlos m ediante ellas. No todos los
conceptos pueden, pues, definirse de este m odo y, por
tanto, es inevitable la introducción de conceptos m e­
diante proposiciones inductivas.
De acuerdo con esto, en un lenguaje hay que distin­
guir tres tipos de signos: 1. Signos prim arios que se
introducen sin ayuda de otros signos. 2. Signos intro­
ducidos indirectam ente: a ) M ediante definición, b ) Me­
diante proposiciones reductivas. Pero la introducción
de conceptos m ediante proposiciones reductivas es ne­
cesaria no para un grupo de conceptos pequeño y ca­
rente de im portancia, sino precisam ente p ara los que
son fundam entales p ara la ciencia. Con ello queda al
descubierto una situación de significación trascendental
que no ha sido valorada todavía suficientem ente.

130
II. LOS FUNDAMENTOS DE LA VERIFICACION DE
LOS ENUNCIADOS EMPIRICOS

1. LOS ENUNCIADOS VERIFICADORES

Así como el Círculo de Viena tuvo siem pre presente


como una tarea fundam ental del em pirism o la explica­
ción del contenido de los c o n c e p to s em píricos m ediante
su reducción a lo vivencialmente dado, em prendió tam ­
bién la otra tarea fundam ental de explicar el contenido
y la validez de los e n u n c ia d o s em píricos m ediante su
reducción a enunciados elementales. Tam bién aquí se
partió del T r a c ta tu s de W ittgenstein, cuya orientación
se siguió en principio. W ittgenstein tom ó de los P r in ­
c ip ia m a th e m a t ic a de Russell la división fundam ental
de los enunciados en com puestos y simples, en propo­
siciones «moleculares» y «atómicas». Se define negati­
vamente una proposición atóm ica como una proposi­
ción singular que, a su vez, no contiene una proposición
como elem ento suyo ni tampoco contiene los conceptos
«todos» o «algunos». Una proposición m olecular es
igualmente una proposición singular, pero consta de
dos o m ás proposiciones atóm icas. Tales proposiciones
com puestas tienen la form a de la conyunción o de la
disyunción o de la implicación o de la negación. Una
proposición negada es tam bién una proposición com­
puesta, pues contiene dentro de ella a la proposición
que se niega.
Ahora bien, W ittgenstein aportó la idea nueva e im­
portante de que la verdad de las proposiciones com­
puestas depende únicam ente de la verdad de las propo­
siciones simples, que son sus partes; es una «función
de verdad» de éstas. Como consecuencia, sólo im porta
la verdad de las proposiciones simples, de las proposi-

131
d ones atóm icas, de las que ha de deducirse de modo
puram ente lógico la verdad de las proposiciones com­
puestas.
La condición de verdad de los enunciados que tienen
la form a más sencilla puede form ularse directam ente:
son verdaderos cuando al objeto designado mediante
el nom bre le corresponde efectivamente la propiedad
o relación designada m ediante el predicado. Las condi­
ciones de verdad de las otras form as de enunciados, las
com puestas de elementos, se determ inan indirectam en­
te. W ittgenstein m ostró cómo se relaciona la verdad de
una conyunción, de una disyunción, de una implicación
y de una negación con la verdad y la falsedad de las
proposiciones singulares como consecuencia del signi­
ficado de «y», «o», «si», «no», de las «constantes lógi­
cas». En una conexión de dos enunciados, su verdad
y su falsedad pueden com binarse de cuatro m aneras;
en el caso de n enunciados, de 2°. Es fácil ver que una
conyunción de dos enunciados es verdadera cuando son
verdaderos los dos enunciados singulares que se han
vinculado; si, por el contrario, uno de am bos o los dos
son falsos, la conyunción es tam bién falsa. La disyun­
ción del «o» no exclusivo, a diferencia del «o ... o ...»,
sólo es en cam bio falsa cuando los dos enunciados sin­
gulares son falsos. Del mismo modo, una implicación
es verdadera en tres casos y sólo es falsa cuando el
prim er enunciado, el im plicante, es verdadero y el se­
gundo, el implicado, es falso. Un enunciado negativo
es verdadero cuando el enunciado negado es falso, y
a la inversa. Pero, a la inversa, estas form as conectivas
pueden volverse a definir p o r el tipo de su función de
verdad, m ediante la indicación de qué combinaciones
de las proposiciones singulares son verdaderas y cuáles
falsas. Así, p. ej., la disyunción de las proposiciones
p y q se determ ina diciendo que es verdadera cuando
am bas proposiciones o al menos una de ellas es ver­
dadera, y falsa sólo cuando am bas son falsas. No se
necesita entonces recu rrir al s ig n ific a d o de estas for-

132
m as conectivas, x con ello pueden determ inarse las
constantes lógicas de un doble m odo: o p o r su signi­
ficado, como las palabras, o p o r su función de verdad.
La verdad de u n enunciado g e n e r a l es una función
de la verdad de todos los enunciados singulares que
caen b ajo este enunciado general y que están determ i­
nados p o r una condición de verdad directa. Por tanto,
un enunciado general tiene que poder form ularse como
una conyunción de enunciados sim p les1.
Por tanto, la tarea siguiente y m ás im portante era
investigar las proposiciones atóm icas y caracterizarlas
p o r su form a lógica. W ittgenstein las identificó con las
proposiciones a las que llamó «proposiciones elemen­
tales a». Son éstas proposiciones que pueden ser com­
paradas in m e d ia ta m e n t e con la realidad, es decir, con
lo dado en las vivencias. Tiene que haber tales propo­
siciones, ya que de lo contrario el lenguaje no tendría
relación con la realidad. Todos los enunciados que no
son ellos mismos proposiciones elementales tienen que
ser funciones de verdad de proposiciones elementales.
En consecuencia, todos los enunciados em píricos tie­
nen que poder reducirse a enunciados sobre lo viven-
cialmente dado, tienen que poder traducirse a ellos, si
ellos m ism os no son ya enunciados de este tipo. Todos
los enunciados que no pueden ser reducidos de este
modo se consideran carentes de significado, ya que uno
no sabe entonces de qué se trata en ellos. La reduc­
ción se facilita m ediante un árbol genealógico de los
conceptos, a través del cual se reducen a relaciones de
vivencias, tal como el que se esboza en el sistema

1 Véase p o sterio rm en te p. 137 s.


3 Pero W right ( D e n lo g is k a E m p i r i s m e n , H elsingfors, 1943,
p. 56) h a expuesto con razón que «proposiciones atóm icas» y
«proposiciones elem entales» no son idénticas según su s defini­
ciones, p u es la m ayoria d e las proposiciones ató m icas expresan
v a r i o s hechos, ya que de cada u n a de ellas son derivables varias
proposiciones n o an alíticas, en lo q u e consiste precisam en te su
contenido lógico.

133
de constitución de Carnap. Así se acoplan entre sí la
teoría em pirista del significado, la de los conceptos
y la de los enunciados.
Partiendo de aquí, de que las proposiciones elemen­
tales o atóm icas son enunciados sobre vivencias, en el
Círculo de Viena se creyó encontrarlas en las llamadas
«proposiciones protocolarias 5». Las proposiciones pro­
tocolarias deben describir los hechos cognoscibles m ás
sencillos, de tal m odo que no se contenga en ellas
ninguna proposición conseguida m ediante elaboración.
Por tanto, han de designar los contenidos inm ediatos de
las vivencias. Pero sobre lo que no había claridad al­
guna era sobre qué proposiciones son las que respon­
den a tales exigencias. Se las considera como enun­
ciados sobre lo «dado». Pero el positivism o an terio r veía
lo «dado» en cualidades sensoriales y sentim entales,
Carnap lo veía en vivencias totales con relaciones entre
ellas y N eurath partía de hechos materiales. Con ello
quedaban en la incertidum bre precisam ente los funda­
m entos del conocimiento em pírico. En prim er térm ino
se pensó en protocolos de vivencias, especialm ente de
percepciones. En lugar de la form a subjetiva inicial

3 E n el C irculo d e V iena h u b o u n a viva discusión so b re la


cuestión de las proposiciones p ro to co larias: C arnap, «Die phy-
sikalische S prache ais U niversalsprache d e r W issenschaft» ( E r -
k e n n t n i s , vol. 2, 1931-32, p. 437 s.). En sentido co n trario , N eu­
ra th , «Protokollsatze» ( E r k e n n t n i s , vol. 3, 1932-33, p. 204 s.).
C arnap, «Ü ber Protokollsatze» ( E r k e n n t n i s , vol. 3, p. 215 s.).
Zilsel, «B em erkungen zu r W issenschaftslogik» ( E r k e n n t n i s , vol. 3,
p. 413 s.). R éplica de C arnap, ib íd ., p. 177 s. Ju h o s, «K ritische
B em erkungen zu r W issenschafts-Theorie des Physikalism us» ( E r ­
k e n n t n i s , vol. 4, 1933-34, p. 397 s.). Se en cu en tra un a exposición
sobre las teo rías del Círculo de V iena acerca de las proposi­
ciones p ro to co larias en el tra b a jo de Petzall: «Zum M ethoden-
problem d e r E rkenntnisforschung» ( G o te b o r g s H o g s k o ta s A rs-
s k f r i f t , vol. 41, 1935). E ste tra b a jo originó u n a discusión e n tre
Petzall y N e u ra th : «Physikalism us u n d E rkenntnisforschung»,
1936 ( T h e o r ia , vol. I I , p. 97 s., 232 s., 359 s.). (E l tra b a jo de
N eurath «Proposiciones protocolarias» e stá recogido en el v o ­
l u m e n E l p o s i t i v i s m o ló g ic o , c ita d o a n terio rm en te.)

134
con «yo», «ahora» y «aquí», N eurath prom ovió una
form a objetiva, conteniendo el nom bre del que va a
hacer el protocolo e indicaciones espaciales y tem po­
rales y con un concepto perceptivo. Por ejem plo: «NN
percibió esto y esto en el tiem po t en el lugar O». Los
protocolos de las pruebas psicológicas proporcionan
ejem plos adecuados de ello. Aunque en los experimen­
tos biológicos o físicos no se establecen frases protoco­
larias de este tipo, se sabe sin em bargo que pueden re­
construirse tales proposiciones protocolarias como sus
fundam entos últim os. «Si un investigador anota, por
ejem plo, 'en tales y tales circunstancias el indicador se
halla sobre 10,5', sabe que esto significa: 'dos rayas
negras coinciden’ y que las palabras ’en tales y tales
circunstancias...' se descomponen igualmente en deter­
m inadas proposiciones protocolarias *».*
Tales proposiciones protocolarias (enunciados percep­
tivos) se consideraron prim eram ente como absoluta­
m ente válidas. Son «proposiciones que no necesitan
confirm ación, sirviendo como fundam ento para todas
las proposiciones restantes de la ciencia ’». N eurath
impugnó este carácter de la validez ab so lu ta #. Las pro­
posiciones protocolarias pueden considerarse tam bién
inválidas en caso necesario T, pues nunca están libres
de elaboración, no son m ás originarias que otras pro­
posiciones em píricas, son tan hipotéticas como éstas
y, por tanto, son corregibles. Los enunciados no pue­
den com pararse en modo alguno con lo dado, con vi­
vencias, con algo extralingüístico. Los enunciados sólo
pueden com pararse con enunciados. Carnap se adhirió
tam bién a esta opinión de N eurath. Las proposiciones

4 Schlick, «Das F un d am en t d er E rkenntnis» ( E r k e n n t n i s .


vol. 4, 1934; G e s a m m e lt e A u f s d t z e , p. 291). (Recogido en el vo­
lum en E l p o s i t i v i s m o ló g ic o , citad o a n terio rm en te.)
* C arnap, E r k e n n t n i s , vol. 2, p. 438.
• E r k e n n t n i s , vol. 3, p. 209 s.
7 Como ya habia defendido R eininger p a ra los enunciados
sobre vivencias ( M e t a p h y s i k d e r W i r k l i c h k e i t , 1931, pp. 132-34).

135
protocolarías no tienen ningún rango privilegiado sobre
las otras proposiciones Ciertas proposiciones concre­
tas se tom an com o proposiciones protocolarías, esto
es, como puntos ríñales de la reducción. «No hay p ro ­
posiciones iniciales absolutas p ara la construcción de
la ciencia.»* Es cuestión de resolución, de decisión, el
saber dónde se quiere parar. Fue ésta una transform a­
ción decisiva en la concepción de las proposiciones p ro ­
tocolarías. Con ella volvió a alejarse un residuo de ab­
solutism o de la teoría del conocimiento.
Pero se estaba entonces ante una gran cuestión nue­
va. Si las proposiciones protocolarias ya no son absolu­
tam ente seguras, sino que son corregibles, ¿cómo se
determ ina cuándo ha de abandonarse una proposición
protocolaría y cuándo no? N eurath form uló como cri­
terio para ello la coincidencia de las proposiciones em ­
píricas entre sí. Pero esto abre el paso a la arbitrarie­
dad. Si una proposición protocolaria contradice al sis­
tem a de las proposiciones adm itidas hasta la fecha, se
puede o bien «tacharla» o bien aceptarla «y m odificar
para ello el sistem a de tal modo, que increm entado
con esta proposición siga estando libre de contradic­
ción ,0». Pero de esta m anera puede conservarse cual­
quier sistem a de proposiciones, tachando sim plem ente
las proposiciones protocolarías antagónicas. El experi­
m ento de Michelson no hubiese dado ocasión entonces
a la form ulación de una nueva teoría, la teoría de la
relatividad. Si se deja a la arbitrariedad el decidir si es
válida o no una proposición protocolaría incompatible,
se cae entonces en el convencionalism o y se abandona
el em pirismo.
Aquí intervino Schlick con su estudio «Über das Fun-

• «Toda proposición del sistem a lingüístico fisicalista puede


serv ir com o proposición p ro to co laría en d eterm in ad as circuns­
tancias», dice C a rn a p : «Ü ber Protokollsatze» ( E r k e i m l n i s , vol. 3,
p. 224).
» Ib id .
10 E r k e n n t n i s , vol. 3, p. 209.

136
dam ent der E rk en n tn is11*. Coincidencia de las propo­
siciones em píricas entre sí significa ausencia de contra­
dicción, pero ésta sólo es suficiente en el caso de un
sistem a puram ente ideal, como la m atem ática; p ara el
conocim iento de h e c h o s no puede tratarse simplemente
de ausencia de contradicción sin más, sino de ausencia
de contradicción con proposiciones perfectam ente deter­
minadas, que no pueden elegirse librem ente, ya que
están caracterizadas p o r no ser corregibles. Son los
enunciados sobre percepciones propias en el presente.
Pero estos enunciados no son las proposiciones p ro to ­
colarias que se hallan al c o m ie n z o del conocimiento;
éstas son el origen del conocimiento, pero no su funda­
mento. Aquellos enunciados señalados son los que cons­
tituyen el té r m in o del conocimiento. Son los enuncia­
dos de observación que producen la verificación (o la
falsación).
La verificación se realiza al com probar la coformidad
de un hecho predicho con uno observado. Del hecho
a verificar se deduce una consecuencia observable y
ésta se com para con el hecho a observar efectivamente.
Un cálculo astronóm ico a rro ja como resultado, por
ejemplo, que en tal y tal tiem po y en un telescopio
orientado de tal y tal form a se habrá de ver una estre­
lla. La observación practicada puede rezar entonces:
aquí coinciden ahora un punto claro y un punto oscuro
(la estrella con el centro de un retículo). El enunciado
de tal observación tiene siem pre la form a: «aquí y
ahora asi y así», designando el «así y así» un dato vi-
vencial inm ediatam ente presente y no su interpretación
objetiva; p. ej., «aquí contiguo ahora negro y blanco»
o «aquí duele ahora». Estos enunciados de observación
están caracterizados porque las palabras dem ostrativas
«ahora», «aquí» y «esto» pertenecen esencialm ente a su

11 E r k e n n t n i s , vol. 4, 1934. G e s. A u f s a t z e , p. 290 s. C fr. Come-


lius, «Zur K ritik d e r w issenschaftl. G rundbegriffe» ( E r k e n n t n i s ,
vol. 2, 1931, p. 206 s.).

137
form a lógica. M ediante estas palabras no se designa
ningún contenido determ inado, sino que refieren a una
cosa inm ediatam ente presente, actual. El significado de
una proposición de este tipo sólo puede com prenderse
siguiendo esta indicación y dirigiendo la atención a lo
m ostrado. Pero como consecuencia, al com prender esta
proposición se conoce tam bién si es verdadera, pues lo
que constituye su significado se halla inm ediatam ente
presente. M ientras que en los casos norm ales de veri­
ficación la com prensión del significado del enunciado y
la com probación de su verdad son dos fases com pleta­
m ente distintas, aquí están reunidas. Al conocer el sig­
nificado de tal enunciado, que Schlick llama una «cons­
tatación», se conoce sim ultáneam ente su verdad. Esto
sólo sucede norm alm ente en el caso de las proposicio­
nes analíticas. También en éstas se sabe que son ver­
daderas tan pronto como se ha com prendido su signi­
ficado, porque su verdad ha de conocerse p o r la propo­
sición misma. Por el contrario, en el caso de las pro­
posiciones sintéticas, cuando se las ha com prendido no
se sabe todavía si son verdaderas o falsas. Esto sólo se
decide m ediante la experiencia, m ediante la com para­
ción con enunciados de observación. El hecho de que
al com prender una constatación se conozca ya tam bién
su verdad es el que hace a un enunciado sem ejante
absolutam ente verdadero y cierto, como una proposi­
ción analítica. Es definitivo e irrevocable y, p o r tanto,
el fundam ento del conocim iento em pírico I2.
Pero p o r muy aguda y tentadoram ente que esté des­
arrollado este concepto de la constatación, no se ha
encontrado con él todavía una solución definitiva. Lleva
unida una insuficiencia de gravedad. Las constataciones

12 B. Ju h o s h a defendido y d e sarro llad o la «constatación»:


«N egationsform en em p irisch er Sátze» ( E r k e n n t n i s , vol. 6, 1936,
p. 41 s.); «E m pirische Sátze u n d logische K onstanten» ( T h e
J o u r n a l o f V n i f i e d S c ie n c e [ E r k e n n t n i s L vol. 8. p. 354 s.); «Princi­
pies o f Logical Em piricism » ( M in d , vol. 46); «Theorie em p irisch er
Sátze» ( A r c h iv f . R e c h t s - u . S o z i a lp h il o s o p h ie , vol. 37, 1945).

138
no pueden tener su validez absoluta m ás que en p re­
sencia de la vivencia que enuncian. No se las puede
utilizar- como enunciados duraderos, pues entonces se
vuelven falsas a consecuencia de las palabras dem ostra­
tivas «aquí», «ahora» y «esto» con su significado que
apunta al respectivo presente. Pero tam poco se las pue­
de form ular como proposiciones protocolarias: «NN per­
cibió esto y esto en el tiem po í en el lugar O». Pues
entonces pierden su validez absoluta y se convierten en
hipótesis. Una constatación es algo com pletam ente dis­
tinto de una proposición protocolaria. E sto se infiere
de que una proposición protocolaria incluye una consta­
tación, pues la proposición protocolaria an terio r puede
form ularse tam bién así: «NN hizo en el tiem po t en el
lugar O tal y tal constatación». La proposición completa
no puede querer decir lo m ism o que la proposición in­
cluida. Las constataciones dan ocasión para la consti­
tución de proposiciones protocolarias, pero a ellas mis­
m as no se las puede protocolizar. No son intersubje­
tivas, sino un monólogo. Y sólo tienen una validez m o­
m entánea. Por eso no puede utilizárselas como propo­
siciones iniciales y seguir construyendo sobre ellas. Sólo
pueden hallarse al fin y verificar. E sto no perjudicaría
su valor; pero las constataciones son enunciados que
no pueden fijarse en modo alguno, son enunciados m e­
ram ente momentáneos. «Una auténtica constatación no
puede escribirse, pues tan pronto como yo anoto las pa­
labras m ostrativas ’aquí’, 'ahora', pierden su significa­
do 13». Tales enunciados no pueden utilizarse en modo
alguno en un sistem a de proposiciones. Sólo pueden
d ar ocasión para la construcción de otros enunciados,
que ya no podrán ser m ás que enunciados protocola­
rios hipotéticos.
La constatación de Schlick sufrió en seguida la críti­
ca en el Círculo de Viena. N eurath fue el prim ero que
se enfrentó críticam ente con la constatación, con su

13 Schlick, G e s. A u f s a t z e , p. 309, 303.

139
oscuro carácter, con su certeza absoluta y su coinciden­
cia con la realidad u . En su im portante libro D ie L o g ik
d e r F o rs c h u n g , 1935 1
1S, que ejerció un influjo decisivo
4
en el desarrollo intelectual del Círculo de Viena, plan­
teó Popper graves objeciones y expuso un nuevo punto
de vista. Popper opone a la concepción fundam ental que
encontró su expresión en la doctrina de W ittgenstein
de las proposiciones elem entales y en la de las propo­
siciones protocolarías del Círculo de Viena una concep­
ción com pletam ente nueva. Las proposiciones sobre las
que ha de construirse la ciencia y a las que ha de re­
ducirse y que constituyen su significado propio no son
en modo alguno proposiciones singulares sobre viven­
cias.
Pues toda proposición científica supera am pliam ente
lo que sabemos con seguridad en virtud de vivencias
inm ediatas, ya que utiliza conceptos generales, univer­
sales. Estos no son reducibles a clases de vivencias, son
indefinibles y sólo están fijados por el uso lingüístico.
Popper niega radicalm ente que haya en general concep­
tos constituibles, esto es, definibles em píricam ente, o
sea, niega la teoría de la constitución, aunque sin expli­
cación más detallada. Por tanto, no es posible hacer un
enunciado que exprese realm ente un dato vivencial de­
term inado en cuanto único, individual, p o r lo cual los
enunciados perceptivos no pueden p reten d er una po­
sición preferente. En consecuencia, todos los enuncia­
dos en general son hipótesis. Todo intento como el de
Schlick de fundam entar la ciencia m ediante enunciados
de vivencias de convicción le parece psicologismo y que
está equivpcado de antem ano. Las vivencias de convic­
ción, como la evidencia perceptiva, son algo meramen-

14 «R adikaler Physikalism us und "W irkliche W elt’’» (E r k e n n t -


n is , vol. 4, 1934, p. 346 s.).
15 S c h r i f t e n z u r w i s s e n s c h a f t t .
W e lt a u f f a s s u n g , vol, 9. Tam ­
bién Petzall criticó a S chlick: «Zura M ethodenprobiem d e r Er-
kenntnisforschung» ( G ó te b o r g s H ó g s k o la s A r s s k r i f t , vol. 41, 1935,
p. 37 s.).

140
te psicológico, lo que efectivam ente Schlick pone tam ­
bién de relieve. Él describe como lo característico de
una constatación «un sentim iento de realización» de
nuestra expectativa y dice «que las constataciones o
proposiciones de observación han cumplido su ver­
dadera m isión tan pronto como se ha producido en
nosotros esta satisfacción p e cu liar1*». La constatación
de Schlick es así m ás una m era vivencia que un enun­
ciado, algo m ás bien psicológico que lógico. La percep­
ción, la vivencia nos proporcionan ciertam ente el co­
nocimiento de hechos, pero sólo psicológicamente con­
form e a su' origen; no pueden justificar su validez. La
verdad de los enunciados no puede garantizarse me­
diante vivencias, pues los enunciados científicos son
intersubjetivos y no pueden justificarse tam poco en su
validez m ás que por fundam entos intersubjetivos, no
p o r vivencias subjetivas.
Un enunciado dice m ás de lo que está dado de hecho
en u n a vivencia verificadora, pues para ello es siem pre
necesario que la vivencia se produzca e n d e te r m in a ­
d a s c ir c u n s ta n c ia s. Unicamente un punto de luz en tal
y tal vecindad en un tiem po determ inado y en un lugar
determ inado verifica un tránsito de una estrella por
un retículo y constituye una observación astronóm ica
válida. Estas circunstancias ¿ienen que volver a ser
com parables en lo que a su exactitud se refiere y de
este modo un enunciado implica una pluralidad de enun­
ciados d istin to s1T. Por tanto, la validez de un enunciado
se com prueba deduciendo de él, en conexión con enun­
ciados ya válidos, consecuencies tales que se com prue­
ben lo m ás fácilm ente posible. Estas consecuencias han
de ser proposiciones singulares que enuncien que en
una posición espacio-temporal determ inada hay esto y
esto, o sea, han de ser enunciados existenciales singula-1*

>• «Das F u n d am en t d. E rkenntnis». G e s. A u f t s a t z e , p. 30*.


11 Cfr. Schlick, «P ositivism us u n d Realism us» (Ges. A u f s d t z t ,
pp. 95, 96).

141
res. Saber si sucede realm ente lo que enuncian, es algo
que ha de poder ser com probado intersubjetivam ente
m ediante observación; el objeto o proceso correspon­
diente tiene que ser, por tanto, observable. A diferencia
de «observación», «observabilidad» no es un concepto
psicológico, sino gnoseológico y Popper lo introduce
como concepto prim itivo indefinible. Popper conserva
tam bién de este m odo la conexión del conocim iento
em pírico con las vivencias perceptivas. A las proposi­
ciones sobre procesos observables las llama «proposi­
ciones básicas». No son en absoluto lo que quería sig­
nificarse con las proposiciones protocolarias. Estas son
enunciados sobre percepciones efectivas, sobre hechos
vividos. Por el contrario, las «proposiciones básicas»
de Popper no enuncian nada efectivam ente vivido. Tam­
poco son proposiciones ya aceptadas, siendo sólo cons­
tataciones c o n c e b ib le s de hechos, las cuales se derivan
de una hipótesis. Hay que decidir en prim er lugar si los
hechos responden realm ente a ellas, si son verdaderas
o falsas. Las proposiciones básicas c o n c e b ib le s , lógica­
m ente posibles, proporcionan el m aterial para la com ­
probación de una hipótesis; las proposiciones básicas
a c e p ta d a s proporcionan los fundam entos para su corro­
boración o refutación. Pero ésta no puede producirse
por una proposición básica ú n ic a cuando enuncia un
acontecimiento único no reproducible, pues tal aconte­
cim iento no puede com probarse. Tiene que ser un pro­
ceso repetible intersubjetivam ente. Un proceso de este
tipo constituye ya una hipótesis de generalidad inferior
Por tanto, los enunciados sobre los que descansa la va­
lidez del conocimiento em pírico se alejan en esta m is­
m a medida de los enunciados sobre vivencias.
Las proposiciones protocolarias no pueden com pro­
barse fácilmente, entendidas como enunciados sobre
percepciones. Es m ás difícil com probar las perecepcio-
nes individuales que, po r ejem plo, los enunciados sobre
cosas o procesos del m undo exterior. Esta es la razón
de que las proposiciones básicas decisivas sean en gene-

142
ral enunciados de este tipo y no proposiciones protoco­
larias.
Puesto que las proposiciones básicas no son válidas
absolutam ente, sino que son m eram ente hipotéticas, pri­
m eram ente tiene que com probarse su validez, o al me­
nos tiene que poder com probarse. Pero esto tiene que
volver a ser posible respecto de las proposiciones utili­
zadas para su com probación y así in in fi n it u m . Pero
este regreso infinito no conduce esta concepción a d
a b s u r d u m , puesto que no es necesario que cada propo­
sición que sirva para una com probación vuelva a ser
com probada, teniendo que ser únicam ente com probable.
Se puede y se debe detenerse en una proposición que
aparezca suficientem ente asegurada e in terrum pir la
com probación. No hay proposiciones últim as absolutas,
ni proposiciones elementales, ni proposiciones que no
tengan ya que ser com probadas p o r ser absolutam ente
seguras e incorregibles. Las proposiciones básicas que
aceptam os como decisivas lo son solam ente porque
puede obtenerse del modo m ás fácil un acuerdo inter­
subjetivo sobre su aceptación, porque son muy fácil­
m ente com probables. Pero esto quiere decir que las
proposiciones term inales de la fundam entación de la
validez descansan sobre un acuerdo. Son válidas, pues,
únicam ente por decisión.
Se tom an com o proposiciones básicas decisivas aque­
llas que enuncian lo intersubjetivam ente observable, o
sea, las que recurren a las vivencias. Pero no se justifi­
can lógicam ente m ediante estas vivencias. Las vivencias
sólo m o ti v a n su aceptación, su decisión. Verdad es que
Popper no se ocupa m ás detalladam ente del tipo de re­
lación con las vivencias, dándose p o r satisfecho con la
fórm ula general de «que la decisión de aceptar una pro­
posición básica está relacionada con vivencias» (lo e .
c it., p 62). M ediante esta relación conserva Popper un
resto de em pirism o u . Pero él mismo confiesa defender

>■ E n v erd ad , P o p p er n o a d o p ta u n a posición univoca fre n te

143
una teoría sem ejante a la del convencionalismo, pues
al ser aceptadas las proposiciones básicas decisivas por
estipulación, la validez de una hipótesis descansa en
últim o térm ino sobre una estipulación realizada p o r ra ­
zones de conveniencia. «Las proposiciones básicas se
aceptan por decisión, p o r convención; son estipulacio­
nes. El alcance de la decisión está regulado,sobre todo
po r el hecho de que no podemos aceptar proposiciones
básicas singulares, aisladas lógicamente unas de otras,
sino que contrastam os una teoría» (to e . c it., p. 62). La
caracterización de una teoría como válida «no se p ro ­
duce m ediante la reducción lógica a la experiencia; se
prefiere aquella teoría que m ejor se m antiene en el con­
curso, en la selección de teorías, la que puede contras­
tarse del modo m ás riguroso y ha resistido hasta ahora
las pruebas rigurosas realizadas» (lo e . c it., p. 64). La di­
ferencia en tre la concepción de Popper y la del conven­
cionalismo se halla en que las que se estipulan no son
las proposiciones m ás generales, como sucede en el caso
del convencionalismo, sino las básicas. La concepción
de Popper se separa del positivismo y tam bién del em­
pirism o en que la aceptación de las proposiciones bási­
cas no se j u s t i f i c a m ediante vivencias, siendo desde
el punto de vista lógico solam ente una estipulación
arbitraria, una decisión que sólo psicológicamente está
determ inada p o r las vivencias (lo e . c it., p. 65).
Pero, frente a esto, puede conservarse en pie el empi­
rism o en la m edida en que m ediante la estipulación ar­
bitraria se determ ina únicam ente en qué proposiciones

a la determ inación p o r lo vivencialm ente dado. P o r u n a p a rte ,


a d m ite u n a «conexión» de las proposiciones básicas q u e han de
se r acep tad as con los enunciados so b re vivencias, p ero , p o r o tra ,
vuelve a ten e r la tendencia a fu n d a m e n ta r la co rro b o ració n so­
b re relaciones lógicas únicam ente. Se desliza, pues, desde el
em pirism o a u n convencionalism o. Dice de las proposiciones
básicas ( lo e . c it ., p. 203): «Podem os in te rp re ta r su aceptación
com o decisión convencional y las proposiciones acep tad as com o
convenciones.» (V ersión española, p . 256. Las re sta n te s citas se
en cu en tran en las pp. 100, 101, 103 y 104 de la versión española.)

144
básicas detenem os la contrastación. Pero la aceptación
de determ inadas proposiciones básicas como decisivas
es algo que sucede en virtud de enunciados sobre viven­
cias. Se las considera válidas porque coinciden con ellas
todos los enunciados sobre vivencias tom ados en consi­
deración. Los enunciados verificadores tienen que ser
enunciados de observación o al menos han de poder re­
ducirse a ellos. Y se considerarán válidos en tanto que
no haya ninguna razón para ponerlos en duda. Se da
una de estas razones cuando entran en contradicción
con proposiciones aceptadas. Entonces se com prueban
del mismo modo aquélla o éstas. Pero la decisión se
realiza siem pre p o r coincidencia (o contradicción) con
enunciados sobre vivencias que concuerdan no sólo con
las proposiciones básicas a verificar, sino tam bién inter­
subjetivam ente. De este m odo son enunciados sobre
vivencias y no estipulaciones arb itrarias los que cons­
tituyen el fundam ento de validez de los enunciados
em píricos. Todavía e n tra una com ponente convencional,
al depender de nuestra decisión el que considerem os
una proposición básica como suficientem ente asegurada
o como necesitada de comprobación. Pero con ello se
decide solam ente sobre su com probación; sin embargo,
el resultado de la m isma o la validez adm itida sin com­
probación no se determ inan m ediante estipulación, sino
mediante enunciados sobre vivencias La estipulación
se refiere únicam ente a la renuncia a una com probación,
pero no a una elección e n c u a n to a l c o n te n id o de las
proposiciones verificadoras. Este se determ ina m ás bien
por su relación con enunciados sobre vivencias. Las teo­
rías que m ejor se confirm an son precisam ente aquellas
que concuerdan m ejor con los enunciados de observa­
ción intersubjetivam ente coincidentes.
En toda la cuestión de las proposiciones protocola­
rias se trata de que el lenguaje tiene que ser puesto

i» Asi tam bién C am ap , D ie lo g is c h e S y n t a x der Sprache,


p. 426.

145
en relación con algo extralingüístico no sólo porque
es así únicam ente como adquiere un significado, sino
porque es el único modo de hacer determ inable un
sistem a de proposiciones que ha de ser caracterizado
como conocim iento de la realidad. E ste fue el motivo
de Schlick. La verificación tendría que poder ser jus­
tificada de un m odo puram ente lógico, puram ente for­
mal, si al realizarla hubiese que perm anecer p o r com­
pleto dentro del lenguaje. Pero la verificación no pue­
de abarcarse con la m era sintaxis, como se puso de
m anifiesto en los esfuerzos de Carnap. E n el puro
análisis form al no puede obtenerse ningún distintivo
de las proposiciones em píricas porque éstas no pueden
caracterizarse m ediante su form a lógica20 (com o creía
W ittgenstein). N eurath quiso superar esto con ayuda
de la teoría de la coherencia, pero con ella no se ob­
tiene univocidad alguna; se entrega uno a la arb itra­
riedad y se abandona el em pirism o. El problem a de
la verificación se hizo insoluble m ediante la conside­
ración puram ente sintáctica, porque en ella no se tiene
en cuenta ninguna relación con lo extralingüístico. Sólo
el punto de vista semántico proporciona base p ara ello.
Pero el problem a de las proposiciones verificadoras en
su relación con las vivencias perceptivas no ha encon­
trado todavía una solución com pleta en el Círculo de
Viena, com plicándose m ás m ediante el fisicalismo 21.
Hay que abandonar la concepción de los enunciados
sobre vivencias como fundam entos del conocimiento,
en la form a en que predom inaba en el em pirism o an­
terior y a la que Popper com bate como «inductivismo».
De acuerdo con ella, los enunciados sobre vivencias se
hallan lógicamente al comienzo y el conocim iento em-

20 Cosa en la qu e tam bién W einberg in siste reiterad as veces


( A n E x a m i n a t i o n o f L o g ic a l P o s i t i v i s m , 1936, pp. 254, 255, etc.).
P ero puesto que C arnap ha ab an d o n ad o la exclusividad de la
consideración sin táctica y atrib u y e todo su derecho al pu n to
de vista sem ántico, ya no hay m ás dificultades en ello.
21 Véase p o sterio rm en te pp. 159 s.

146
pírico y las proposiciones generales se obtienen p o r su
ordenación y síntesis en la inducción. Pero la induc­
ción sólo puede justificarse como procedim iento lógico
riguroso si está dada una prem isa de la máxima gene­
ralidad que perm ita la deducción lógica de proposicio­
nes generales a p a rtir de las particulares, si está dado
un principio de inducción. Este principio tendría que
ser un enunciado general sintético sobre la realidad,
sobre la uniform idad del acontecer natural. N atural­
mente, tal principio no puede ser justificado a su vez
inductivam ente, pues esto isería una p e t i t i o p r in c ip ii.
Pero tam poco puede introducirse axiomáticamente,
porque quedaría refutado al ser refutada la prim era
generalización u lte rio r22. Una de las prim eras ideas
fundam entales del Círculo de Viena fue que la induc­
ción no puede justificarse deductivam ente ni, en gene­
ral, lógicamente. Incluso cuando Schlick dice que las
leyes de la ciencia se originan a p a rtir los enunciados
sobre vivencias «paulatinam ente m ediante aquel proce­
so... que se llam a 'inducción' y que no consiste en nada
m ás que en que yo, estim ulado e inducido p o r las p ro ­
posiciones protocolarias, form ulo p o r vía de ensayo pro­
posiciones generales Chipótesis’), de las cuales... se
deducen lógicam ente aquellas prim eras proposiciones»,
se da cuenta perfectam ente del carácter no-lógico, me­
ram ente psicológico de este proceso: «la inducción no
es m ás que una adivinación conducida m etódicam ente,
un proceso psicológico y biológico cuyo tratam iento
es indudable que no tiene nada q u e .v e r con la lógi­
ca» 23. La v a lid e z de los enunciados em píricos no des­
cansa sobre la inducción, sino sobre la verificación

22 P opper, D ie L o g ik d e r F o r s c h u n g , p. 188. (V ers. esp., p á­


gina 236.)
a «O ber d a s F u n d am en t d. E rkenntnis» (G e s. A u f s d t z e p. 303).
Yo m ism o he critic a d o d etallad am en te el pro ced im ien to induc­
tivo desde el p u n to de vista lógico-gnoseológico en m is «Grund-
form en d e r w issenschaftlichen M ethoden» (S. B . d . W ie n e r A k a -
d e m i e d e r W is s e n s c h a f l e n , P h il.- h is t. K L , vol. 203, 1925).

147
ulterior de las hipótesis establecidas p o r vía de ensayo.
Si las proposiciones que se deducen de éstas «enun­
cian lo mismo que proposiciones de observación pos­
teriores, las hipótesis se tienen p o r confirm adas, en
tanto que no se presenten tam bién enunciados de ob­
servación que se hallen en contradicción... con propo­
siciones deducidas de las hipótesis» ( ib íd .). Respecto
del «inductivismo» y el «deductivismo», en el Círculo
de Viena se estaba de acuerdo con Popper.
Esto significa una nueva reform a fundam ental del
em pirism o. Su fundam entación usual en la inducción
tiene que ser abandonada, partiendo de la base de la
lógica rigurosa. No es así como se habían imaginado
J. St. Mili y Mach y tam bién W ittgenstein el conoci­
m iento empírico. Ellos pensaban que descansa sobre
enunciados singulares de vivencias, enunciados que son
ciertos cada uno de por sí y de cuya síntesis resultan
las leyes naturales. Con esto no se ha descrito ni si­
quiera su surgim iento psicológico, pero en todo caso
su validez no puede justificarse a s í2*. Todo conoci­
miento em pírico consiste en que construim os hipótesis
que exceden lo vivencialmente dado, que quieren decir
siem pre más que esto, incluso en proposiciones singu­
lares. Una hipótesis no adquiere su validez de una vez
por todas m ediante las observaciones que la preceden,
sino que tiene que confirm arse constantem ente en la
verificación ulterior. Su verificación depende de la con­
cordancia con enunciados de observación aceptados
intersubjetivam ente. A consecuencia de la posibilidad
siem pre renovada de comprobación, en el caso de los
enunciados em píricos no hay una validez definitiva,
sino una validez siem pre provisional, revocable. La va­
lidez em pírica no se reduce a convención porque una *

** P ero con ello, la función de v e rd a d p ie rd e tam b ién su


significado fu n d am en tal p a ra el conocim iento, y a q u e é ste no
puede co n stru irse sim plem ente com o conyunción de proposi­
ciones elem entales.

148
de las condiciones es la intersubjetividad de la posi­
bilidad de comprobación. No es u n convenio arbitrario
de aceptar estos enunciados de vivencias y aquéllos no,
sino que es una regularidad en los hechos vivenciales
com probables po r los distintos sujetos, regularidad por
la que se determ ina la verificación. Así se determ ina
la validez «en virtud de la experiencia», a diferencia
de como se hacía en la concepción inductiva.

2. La v e r if ic a c ió n d b e n u n c ia d o s g e n e r a l e s

La validez de los enunciados g e n e r a le s constituye un


grave problem a, incluso p ara la concepción no induc­
tiva. De acuerdo con su descubrim iento de la depen­
dencia de la verdad, W ittgenstein quiso in terp retar la
verdad de las proposiciones generales como una fun­
ción de verdad de proposiciones singulares. Para ello
tiene que poder resolverse una proposición general en
una conyunción de proposiciones singulares. Pero esto
no es posible la m ayoría de las veces. Hay dos tipos
de generalidad: «todo» puede significar, por una parte,
un conjunto finito determ inado en su totalidad, una
cantidad determ inada cuyos elem entos pueden ser con­
tados individualmente, p o r ejem plo, todos los habitan­
tes de Viena, contados en un censo de población en un
día fijo. Pero «todo» puede significar tam bién una clase
definida únicam ente m ediante características determ i­
nadas (propiedades o relaciones) y, por tanto, repre­
sentar un conjunto indeterm inado, no cerrado, sino
abierto, cuyos elem entos no pueden, pues, ser enum e­
rados completam ente. E sta es la generalidad que co­
rresponde a las leyes de la naturaleza. En consecuen­
cia, sólo las proposiciones del p rim er tipo pueden trans­
form arse en una conyunción y conseguir validez como
su función de verdad. Por el contrario, esto no puede
realizarse con las proposiciones del segundo tipo. Esta

149
es la razón de que W ittgenstein, y siguiéndole a él Ram-
s a y 1 y Schlick *, no adm itan como auténticas proposi­
ciones del conocimiento m ás que las proposiciones ató­
micas y las proposiciones moleculares com puestas de
ellas, pues se suponía todavía que podían verificarse
definitivamente, pero no adm itan proposiciones de ge­
neralidad ilim itada. Pero esto tiene consecuencias con­
siderables. Con ello se excluye naturalm ente no sólo
el infinito actual de la m atem ática —Fel. Kaufm ann
intentó tenerlo en cuenta*—, sino que las le y e s n a tu ­
r a le s no pueden entenderse tam poco en su sentido
usual, como enunciados de g e n e r a lid a d ilim ita d a . Pero
si se conciben las leyes naturales como p r o p o s ic io n e s
m o le c u la re s, esto es, como mera reunión de proposi­
ciones singulares en una conyunción y com o su función
de verdad, sólo contendrían c o n s ta ta c io n e s c o n o c id a s ,
con lo que n o habría p r e d ic c io n e s para casos nuevos.
Por esta razón, Schlick consideró las proposiciones ge­
nerales que expresan leyes naturales únicam ente como
instrucciones o fórm ulas para la construcción de enun­
ciados*, a saber, de los enunciados particulares que
han de derivarse de un enunciado general (una ley na­
tural), como, p o r ejem plo, «bajo tales y tales circuns­
tancias la aguja de un aparato determ inado se deten­
drá sobre una determ inada raya de la escala». Según
esto, las leyes naturales y con ellas el contenido teó­
rico de las ciencias exactas y los fundam entos de la
técnica no representarían conocim iento alguno, no 4*21

1 «General P ropositions an d Causality», 1929 ( T h e F o u n d a -


t i o n s o f M a t h e m a ti c s , N ew Y ork, 1931).
2 «Die K au salitat in d e r gegenwa<"igen Physik» ( N a t u r w i s -
s e n s c h a f t e n , 1931; G e s a m m e l t e A u f s a t z e , p. 55 s.).
2 Fel. K aufm ann, D a s U n e n d l ic h e in d e r M a t h e m a t i k u n d
s e in e A u s s c h a lt u n g , 1930; véase la reseñ a de C arnap en D e u ts c h .
L i t e r a t u r i e i t u n g , 1930, p. 1674 s.
4 Ya an te rio rm e n te Weyl, «Die h eutige E rk en n tn islag e in d er
M athem atic» ( S y m p o s i o n , I, 1925, p . 19); «Un ju icio general no
es un au té n tic o juicio, sino u n esq u em a de juicio.»

150
enunciarían nada sobre el m undo de los objetos, sien­
do sólo una especie de reglas sintácticas5. Una ley na­
tural representa, según esto, únicam ente un esquema
pronosicional, una «función proposicional», que natu­
ralm ente no puede expresar nada real. Sólo contiene
una regla metódica. Sirve para construir enunciados
determ inados partiendo de ella, m ediante la inserción
de datos concretos. Sólo estos enunciados pueden ser
verificados; esta posibilidad está excluida p o r sí mis­
m a para el esquem a proposicional.
Kaila se ha opuesto a esto®, argum entando que no
hay que exigir la verificabilidad c o m p le ta de una p ro ­
posición total para que sea significativa, pues el sig­
nificado de una proposición existe con independencia
de su verificabilidad, bastando para ello con que se
conozcan las expresiones que entran en ella y con que
la sintaxis sea correcta. Sólo los enunciados concretos
que se derivan de una proposición total tienen que ser
verificables, pero no su totalidad. Las proposiciones
totales son esenciales p ara el conocimiento, precisa­
mente como no verificables de modo completo, pues
sólo entonces expresan algo de los casos futuros, lo
que no sucedería si se agotasen en un núm ero finito
de casos.
Mediante el análisis del lenguaje realizado p o r Car-
nap se ha puesto en claro que la exclusión de los
enunciados generales ilim itados no es una necesidad,*

5 T am poco C am ap ad m itió en A u f b a u d e r W e l t proposicio­


nes de generalidad ilim itada, sino únicam ente proposiciones m o­
leculares, p e ro in te rp re tó las leyes n atu rales com o conjuncio­
n es de las experiencias p a rtic u la res conocidas h a sta la fecha,
in ducidas a p a r tir de ellas (com o en el caso de M ach se las
in te rp re ta b a com o a b rev iatu ras de la lista de las m ism as).
* «Ü ber die All-S3tze » ( A c te s d u S e C o n g r é s i n t e m a t . d e P h i-
t o s o p h ie d P r a g u e 1934, 1936, p. 187 s.). E l significado de las p ro ­
posiciones de generalidad ilim itada depende entonces de que
se pueda in tro d u c ir significativam ente el o p e ra d o r total ilimi­
tado, com o to talid ad de u n c o n ju n to ¡lim itado, fre n te al li­
m itado, com o enum eración en una conyunción.

151
sino una estipulación que puede hacerse tam bién de
otro modo. Es una estipulación que se refiere a las
reglas de form ación de un lenguaje y puede ser ele­
gida librem ente de un modo muy diverso. C am ap ha
esbozado toda una escala de lenguajes en la cual se
adm iten o se excluyen proposiciones de determ inada
form a, en diversa gradación T.
Las proposiciones de la form a m ás sencilla, las pro­
posiciones atóm icas o elem entales, son proposiciones
singulares con un predicado «primitivo». Es éste un
predicado que es observable o ha sido introducido me­
diante una cadena de proposiciones reductivas atóm i­
cas. Frente a ellas se hallan las proposiciones com­
puestas. Dentro de ellas existe una distinción funda­
mental según el tipo de operaciones p o r las que se
construyen. Con ayuda de las conectivas preposicio­
nales (convunción, implicación, etc.) se originan las
proposiciones m o le c u la r e s ; m ediante operadores tota­
les y existenciales, las proposiciones g e n e r a liz a d a s.
Cuando éstas se lim itan a campos finitos, pueden trans­
form arse en conyunciones o disyunciones, o sea, en
proposiciones moleculares. Las discutidas son las pro­
posiciones de generalidad ilim ita d a . E ntre ellas hay
todavía m uchas diferencias/ según que contengan ope­
radores totales o existenciales o ambos y según el
núm ero de los mismos. Se origina así una serie infinita
de lenguajes de complicación creciente.
El lenguaje más sencillo es aquel en el que sólo pue­
den construirse proposiciones de generalidad lim itada,
proposiciones moleculares. La form a lingüística inme­
diatam ente superior, esto es, más rica, es aquella en la
que se adm iten proposiciones generales ilim itadas de
la form a m ás sencilla, o sea, con u n operador total.
La siguiente es aquella en la que se adm iten tam bién
proposiciones existenciales de la form a m ás sencilla,
o sea, con u n operador existencia!. La siguiente vuelve

T «T estability and M eaning», vol. IV , p. 24 s.

152
a ser aquella en la que se introducen proposiciones
totales ilim itadas con un operador existencia!. Las for­
m as lingüísticas superiores se obtienen m ediante la
aceptación alterna de operadores totales y existencia­
les (con dos operadores totales y uno existencia!, lue­
go con dos operadores existenciales y uno total, etc.) y
así, m ediante el núm ero creciente de operadores, pue­
den construirse form as lingüisticas siem pre nuevas y
m ás ricas, teóricam ente en núm ero infinito, pero limi­
tado prácticam ente por la complicación descomunal.
El valor de esta reflexión consiste en que por ella se
ve cómo está determ inada la construcción de un len­
guaje p o r estipulaciones arbitrarias.
La exclusión de la generalidad ilimitada, tal como la
em prendieron los «finitistas», W ittgenstein, Ramsay,
Schlick y Kaufm ann, no puede calificarse de errónea,
pues la elección de la prim era form a lingüística, de la
m ás sencilla, hecha por ellos, es tan libre como cual­
q uier otra. Pero esta elección es com pletam ente inade­
cuada, puesto que no concuerda con el lenguaje real
de la ciencia, que en las leyes naturales utiliza abun­
dantem ente enunciados de generalidad ilim itada y los
utiliza en unión de proposiciones singulares, o sea,
de indudables proposiciones «auténticas», en las form as
de la implicación, la conyunción, etc., es decir, los uti­
liza como proposiciones auténticas y no como reglas
sin tácticas8. E sta es la razón de que sea m ejor elegir
una form a lingüística con enunciados totales ilimitados.
De este modo, se soluciona de un modo claro y com­
pleto la cuestión de la licitud de tales enunciados.
Pero sigue existiendo el problem a de la verificación
de los enunciados totales ilimitados. Los «finitistas»
querían excluirlos de los auténticos enunciados porque
no pueden interpretarse como funciones de verdad de
proposiciones singulares. No pueden ser sustituidos por
una conyunción finita de enunciados singulares, porque

* Carnap. «T estab ility an d M eaning», vol. IV , p . 26.

153
no se conocen todos sus casos particulares y, p o r tanto,
no se les puede enum erar ni poner a prueba. E sta es
la razón de que los enunciados totales ilim itados no
puedan ser verificados de m odo com pleto. Esto es in­
discutible.
La verificación de los enunciados totales ilimitados
no puede realizarse m ás que com probando enunciados
singulares, derivados de ellos con ayuda de otros enun­
ciados, en lo relativo a su concordancia con enunciados
ya aceptados y, en últim a instancia, con enunciados
sobre vivencias. Si la com probación resulta positiva
en todos los casos y no se obtiene ningún enunciado
contradictorio, el enunciado total ilim itado queda con
ello verificado para estos casos, los conocidos; pero su
validez sigue estando pendiente todavía respecto de los
casos desconocidos, p ara los futuros, pues nunca puede
excluirse el que posteriorm ente se encuentren enuncia­
dos concretos contradictorios. Esta verificación parcial
se designa m ejor como «corroboración» * o com o «con­
firm ación» ,#.
Los enunciados generales ilim itados, si bien no pue­
den verificarse com pletam ente, pueden ser refutados
p o r la aceptación de un enunciado contradictorio. Pop-
p er ha expuesto esto con especial ahinco. R ecurrió para
ello a la correlación que existe en tre los enunciados
totales y existenciales. A un enunciado total positivo
le corresponde un enunciado existencia! negativo; po r
ejem plo, «todos los anim ales de rapiña felinos tienen
garras retráctiles* y «no hay ningún animal de rapiña
felino con garras fijas». A un enunciado total negativo
le corresponde un enunciado existencial positivo; por
ejem plo, «no todos los cisnes son blancos» y «hay cis­
nes que no son blancos». En un enunciado existencial
singular se constata un hecho; p o r esto, y a la vea
p o r su correlación lógica con un enunciado total, es 01*
* P opper, D te L o g ik d e r F o r s c h u n g , p. 185.
10 «C onfirm ation» en C am ap , «T estability an d M eaning», vo­
lum en I I I , p. 420, 425.

154
por lo que resulta idóneo para la com probación de
éste. Un enunciado total positivo se refuta m ediante
un enunciado existencial positivo válido, cuya negación
sea el correlato del enunciado total positivo. Los enun­
ciados generales son, pues, refutables de modo com­
pleto (falsables). Pero esto, aparte de p ara las proposi­
ciones moleculares, sólo es válido para las proposiciones
totales y existenciales con u n operador, pero no para
las proposiciones de form a m ás complicada. Pero,
según esto, los enunciados generales n e g a tiv o s son
falsables, m ediante un enunciado existencial singular
positivo; consecuencia que Popper no extrajo, pero que
explicó Carnap u . A la inversa, respondiendo a su c o
relación con los enunciados totales, los enunciados
existenciales son verificables po r enunciados percepti­
vos, pero no falsables. El enunciado «hay serpientes
m arinas gigantescas» podría verificarse m ediante una
proposición existencial singular, pero no se le puede
refutar, pues no pueden registrarse com pletam ente
todos los m ares para com probar que no ha de encon­
trarse ninguna de ellas. La negación de un enunciado
existencial no singular indeterm inado de este tipo no
es, po r tanto, verificable, pero sí falsable.
Las condiciones que ha de cum plir una proposición
concreta, una proposición básica, para ser idónea como
fundam ento de una falsación vienen dadas, según esto,
p o r determ inadas relaciones lógicas de tal proposición:
1. Una proposición falsadora no debe derivarse de la
proposición a com probar sin ayuda de o tras proposi­
ciones (sin condiciones iniciales especiales), porque de
lo contrario no la puede contradecir. 2. Para poder
contradecirla, la n e g a c ió n de la proposición básica tie­
ne que ser deducible lógicamente de la proposición a
com probar. Por tanto, una proposición falsadora y su
negación tienen que tener distinta form a lógica. Esto
lo ofrece la correspondencia de una proposición gene-

11 «T estab ility and M eaning», v o l. I I I, p . 438.

155
ral y de una existencial: de una proposición general no
puede deducirse una proposición existencial singular
incom patible (de acuerdo con 1); pero por generaliza­
ción de su negación puede deducirse una proposición
total que la contradiga (de acuerdo con 2). A esto se
añade todavía una condición m aterial: una proposición
falsadora tiene que enunciar un proceso observable.
Esto está relacionado con el hecho de que la «existen­
cia» ha de verificarse únicam ente m ediante la rela­
ción con vivencias.
Según esto, existe una asim etría entre verificabilidad
y falsabilidad: no hay veriñcabilidad completa, pero si
com pleta falsabilidad; y con ello hay una falta de deci-
dibilidad plena de la validez y existe únicam ente una
decidibilidad parcial. Pero incluso ésta se da sólo bajo
determ inados presupuestos. Se puede evitar la contra­
dicción entre una proposición general y una singular
no sólo de la m anera prim itiva consistente en no acep­
ta r el enunciado singular contradictorio, sino introdu­
ciendo hipótesis auxiliares que «ilustran» y elim inan
la contradicción, como sucedía con la hipótesis de la
contracción de Lorentz y Fitz-Gerald frente al expe­
rim ento de Michelson, o bien practicando en las supo­
siciones determ inadas modificaciones que hagan des­
aparecer la contradicción. La com probación de un
enunciado, sea general o singular, exige siem pre la ayu­
da de otros enunciados generales o singulares. Estos
presupuestos pueden configurarse de tal modo que ya
no se produzca ninguna contradicción, p o r ejem plo, me­
diante la modificación de las definiciones de coordina­
ción. Esto ha sido puesto de relieve sobre todo p o r el
convencionalismo. Si la medición de u n triángulo em pí­
rico (com o la fam osa realizada p o r Gauss) diese como
resultado una suma de ángulos distinta de dos rectos,
esto no contradiría el carácter euclídeo del espacio em ­
pírico, si se supusiese que los rayos de luz utilizados

156
como líneas de m ira son curvos en lugar de ser rectos 12.
Por tanto, sólo puede confirm arse o refutarse un siste­
ma com pleto de enunciados, y p ara que sea posible ha­
cerlo con un enunciado aislado (una nueva hipótesis)
hay que considerar la parte restante del sistem a como
firm e y segura. Si no se quiere abandonar el em pirism o
en favor del convencionalismo, tal eliminación de una
contradicción entre una consecuencia de la hipótesis a
com probar y una proposición básica aceptada no debe
realizarse m ás que bajo determ inadas condiciones. No
deben introducirse hipótesis auxiliares o modificacio­
nes arbitrarias en los presupuestos, si no sirven más
que para esta eliminación y carecen de toda otra jus­
tificación. Son arbitrarios todos aquellos recursos que
no pueden com probarse independientem ente, median­
te nuevas observaciones, o que no pueden inferirse de
proposiciones ya aceptadas. Son éstas reglas metódicas
que favorecen y justifican el em pirism o **. No están
establecidas arbitrariam ente, sino que son necesarias,
porque sólo entonces se obtiene la univocidad en el
conocim iento de los hechos y un máximo de regula­
ridad
Las hipótesis o teorías no son todas comprobables
en la misma medida. Lo son tanto m ás cuanto mayores
posibilidades de falsación contienen. Popper ha in­
tentado determ inar exactam ente el grado relativo de
com probabilidad (falsabilidad), de una doble m anera:
1. M ediante una com paración de las clases de las posi­
bilidades de falsación de dos proposiciones. Una pro­
posición es falsable en grado mayor, o m ejor com pro­
bable que otra, cuando la clase de sus posibilidades de
falsación contiene a la clase de las posibilidades de

** Así Poincaré, cW issenschaft und Hypothese», p. 75-77. (Hay


tra d . esp. Col. A ustral, n ú m . 379.)
»* Popper, D ie L o g ik d e r F o r s c h u n g , p. 42 s. (Vers. esp., pá­
gin as 78 s.)
>4 V éase p a ra esto V. K ra ft, M a t h e m a t i k , L o g i k u n d E r ja h r -
u n g , 1947, p. 88 s.

157
falsación de la o tra como una verdadera clase parcial.
Lo es en el mismo grado cuando am bas clases tienen
la m ism a extensión. Pero si no se da una de estas
relaciones de clases, si las clases de las posibilidades
de falsación son inconm ensurables, entonces este tipo
de determ inación resulta im posible. Popper trata de
obtener un segundo tipo de m ensurabilidad del grado
de comprobación distinguiendo una clase de proposi­
ciones como proposiciones «relativam ente atóm icas».
Las define como aquellas que se originan p o r inserción
en una función proposicional arbitrariam ente estable­
cida (que contenga, p o r ejem plo, el esquem a de la lec­
tura de una medición). Si una proposición sólo puede
ser falsada p o r una conyunción de n proposiciones dis­
tintas de una clase de tales proposiciones atóm icas,
pero no por una conyunción de n-1, el núm ero n de­
signa entonces el grado de com plejidad de la propo­
sición respecto de esta clase de proposiciones atóm i­
cas y su grado de contrastabilidad, si se definen las
proposiciones básicas m ediante las proposiciones ató­
micas ls.
Popper tiene así posibilidad de d a r una form a pre­
cisa al concepto de sencillez. La sencillez juega un
papel fundam ental en el em pirism o a p a rtir de Kir-
choff, como «economía del pensam iento» en el caso
de Mach y Avenarius, e igualmente en el convenciona­
lismo desde Poincaré. Es ella la que ha de determ inar
la elección de una hipótesis, de una teoría. Pero todos
los intentos realizados hasta la fecha para indicar en
qué consiste propiam ente la sencillez y para establecer
una medida de la sencillez, no tuvieron éxito. Lo que
se caracteriza como sencillo se hace, en parte, desde el
punto de vista práctico (como con la econom ía del pen­
samiento), en parte desde el estético, es decir, en todo
caso desde un punto de vista extralógico. Popper inten­

i» Véase P opper, loe. cit., p . 80 s. y apéndice I, p . 210 s.


(V ers. esp., p. 107 s. y apéndices 1 y V III.)

158
ta determ inar con ayuda del grado de falsabilidad lo
que quiere significarse ló g ic a m e n te con sencillez. Ver­
dad es que p o r sus breves explicaciones al respecto
no queda suficientem ente claro en qué medida sea
realm ente aplicable tal concepto de sencillez, por lo
que se necesitaría una investigación m ás detenida.

3. Ve r d a d y c o n f ir m a c ió n

Puesto que un enunciado general sobre hechos no


es nunca com pletam ente verificable, no puede obtener
su validez m ás que al irse verificando constantem ente
los enunciados deducidos de él. De este modo no puede
asegurarse nunca definitivamente la validez de un enun­
ciado general de este tipo; sólo va estando corrobo­
rado por un núm ero de contrastaciones y no se halla
excluida la posibilidad de que sea refutado p o r una
nueva contrastación. De un enunciado general no pue­
de decirse, por tanto, que sea verdadero. Puede ser
verdadero, pero no puede saberse si lo es. Puede sa­
berse, po r el contrarío, a causa de la asim etría entre
verificabilidad y fálsabilidad, que es falso, p o r haber
sido refutado. Esta es la razón de que en el caso de los
enunciados generales sólo pueda hablarse de su corro­
boración y su confirm ación en lugar de su verdad.
Menos claro resulta cómo suceden las cosas respecto
de los enunciados especiales, particulares y singulares,
pues éstos se nos presentan frecuentem ente como indu­
dables.
De que los objetos que uso están hechos de tales
y tales m aterias, de que m i vivienda tiene tantas habi­
taciones, de que lo que veo ante mí son tales y tales
objetos determ inados, brevemente, de que ciertas per­
cepciones están interpretadas correctam ente, de esto
estam os com pletam ente seguros; ponerlo en duda se­
ría un escrúpulo ridículo. E sta es nuestra convicción

159
subjetiva, pero es sólo una cosa psicológica. ¿Podemos
estar tam bién seguros de ello gnoseológicamente? Sí,
pero sólo bajo ciertas condiciones. Tales enunciados
indudables son siem pre enunciados sobre hechos bien
conocidos, sobre el medio usual, sobre objetos o clases
de objetos con los que estam os familiarizados. La se­
guridad proviene de que estos hechos han sido con­
trastados innum erables veces y han sido confirm ados.
Por el contrario, si los enunciados especiales se refie­
ren a hechos desacostum brados, extraños, nuevos, ya
no estam os tan seguros, tenem os que cercioram os p ri­
mero, esto es, tenem os que contrastar.
Si podemos juzgar como indudable un enunciado so­
bre un hecho com probado m uchas veces es sólo porque
damos p o r supuesto que entre tanto no han variado sus
relaciones, que en el m undo hay uniform idad, esto es,
que en el m undo hay regularidades *. Pero esto no es
p o r sí m ism o un conocim iento indudable, puesto que
es un enunciado general ilim itado y, p o r tanto, un enun­
ciado sobre lo desconocido, sobre lo que no podem os
saber nada. No tenem os ninguna certeza sobre el hecho
de que estem os a cubierto de sorpresas. Es una creen­
cia tan firm e que en virtud de ella arriesgam os incluso
nuestra vida, pero no es ningún conocim iento demos­
trable. Los enunciados sobre hechos bien conocidos,
que han sido contrastados y confirm ados m uchas veces,
es como si fuesen com pletam ente ciertos, bajo la su­
posición de regularidades, puesto que pueden deducirse 1

1 P o p p er q u iere resolver el principio de la co n stan cia del


acontecer n a tu ra l en la exigencia m etódica de la invariancia
espacial y tem p o ral de las leyes n atu rales. E ste p rin cip io es
p a ra él un a « rein terp retació n m etafísica de u n a regla m eto d o ­
lógica» (p. 187). Según él, se d e f i n e lo que es una ley n a tu ra l
m ed ian te la exigencia de la invariancia. P ero u n a exigencia m e­
tó dica y u n a definición no b asta n p a ra el conocim iento de la
n atu raleza. H ay que p ro b a r tam bién q u e existe lo definido;
la exigencia m etódica tiene q u e p o d e r cu m p lirse en lo dado. Lo
que q uiere decirse con la constancia del acaecer n a tu ra l es que
esto es lo que sucede d e hecho.

160
lógicamente de ellas. Pero de este modo sólo son ver­
daderos c o n d ic io n a d a m e n te , no absolutam ente verdade­
ros. Los enunciados especiales de este tipo no tienen
gnoseológicamente ninguna preferencia; no son indu­
bitables y, debido a su dependencia lógica de enuncia­
dos generales, que son fundam entalm ente inseguros
porque no puede dem ostrarse definitivam ente que son
verdaderos, son en el fondo tan poco ciertos como éstos
en lo que a su verdad se refiere. Si se tra ta de la d e ­
m o s tr a b ili d a d de su verdad, están tan corroborados y
confirm ados com o sus presupuestos generales, sólo que
en m ayor medida.
Cuando tienen que contrastarse enunciados especia­
les se hace del m ism o modo que en el caso de enuncia­
dos generales: se deducen de ellos consecuencias que se
contrastan p o r com paración con proposiciones básicas
aceptadas. Tampoco es aquí posible una contrastación
de to d a s estas consecuencias y, p o r tanto, tampoco es
posible la verificación completa para los enunciados
especiales **.
Al ser c o n tra sta b a s los enunciados en distinta me­
dida, pueden confirm arse tam bién m ejor o peor. El
grado de confirm ación crece con el núm ero de las con­
firm aciones, pero no depende tanto del n ú m e r o de los
casos en los que se confirm an como del rigor de la
contrastación. El grado de confirm ación depende así
tam bién, pero no sólo, del grado de contrastabilidad.
C am ap ha desarrollado las condiciones y tipos de la
confirm ación de modo preciso y sistem ático 3. Distingue
la contrastabilidad de un enunciado de su aptitud para
la confirmación. Un enunciado es apto para la con­
firm ación si pueden indicarse las circunstancias bajo
las cuales el enunciado es verdadero. Un enunciado

* Cfr. C am ap , T e s t a b i l i t y ..., vol. I I I , p. 425. Asi tam bién Lewis,


«Experience a n d Meaning» ( P h i lo s . R e v i e w , vol. 43, 1934, p. 137,
n o ta 12) y Nagel, «V erifiability, T ru th an d V erification» (J o u r n .
o f P h ii o s o p h y , vol. 31, 1934, p. 144 s.).
* En «T estability an d M eaning», vol. III, p. 431 s.

161
puede ser confirm ado con ayuda de otros al ser redu­
cido a éstos, sea directa o m ediatam ente, de modo
completo o incompleto. Un enunciado em pírico es apto
en general p ara la confirm ación si su confirm ación
puede reducirse a la confirm ación de un predicado
observable. Una proposición molecular (com puesta de
proposiciones simples), que no tenga m ás que predica­
dos capaces de confirm ación, puede ser confirm ada tan­
to respecto de su afirm ación como de su negación; es
capaz de una confirm ación de doble sentido. Lo mismo
sucede con una proposición com puesta de predicados
capaces de confirm ación con ayuda de conectivas pro-
posicionales (y, o ...) y operadores totales o existen-
ciales.
Que se puedan indicar las circunstancias bajo las
cuales un enunciado es verdadero no quiere decir to­
davía que puedan com probarse tam bién estas circuns­
tancias, esto es, que pueda contrastarse efectivamente
el enunciado y decidir sobre su validez. Un enunciado
puede ser capaz de confirmación sin ser decidióle de
hecho. Para que haya un m étodo de contrastación hay
que poder indicar, en p rim er lugar, la condición de
contrastación, esto es, una situación experim ental de­
term inada, y, en segundo lugar, la condición de verdad,
esto es, un posible resultado experim ental de ella. Pero
esto no basta. Tiene tam bién que poderse realizar la
condición de contrastación. Y hay que poder contras­
tar a su vez el cum plim iento de la condición de verdad
misma. Por tanto, ésta tiene o que estar determ inada
por un predicado observable o que ser definida me­
diante él, pues sobre un predicado observable puede
decidirse sin indicación de un m étodo de contrasta­
ción, y, en caso contrario, hay que indicar un m étodo
de contrastación.
Ahora puede determ inarse, de acuerdo con esto, en
qué m edida pueden cum plirse estas condiciones por
cada uno de los géneros de enunciados según su esen­
cia. Las proposiciones para las que estas condiciones

162
se indican m ediante proposiciones de form a atómica
o molecular pueden confirm arse c o m p le ta m e n te —lo
que no es lo m ism o que verificarse com pletam ente—
y pueden contrastarse com pletam ente. Por el contra­
rio, las proposiciones para las que las condiciones de
contrastación están indicadas m ediante proposiciones
con operadores totales o existenciales sólo pueden con­
trastarse y confirm arse incom pletam ente. Cuanto m a­
yor es el núm ero de operadores en una proposición,
tanto m ás incom pletam ente se la puede confirm ar. Sólo
las proposiciones existenciales afirm ativas y las propo­
siciones totales negativas de la form a m ás sencilla pue­
den contrastarse com pletam ente. Por esto W ittgenstein
y sus seguidores quisieron adm itir solam ente proposi­
ciones moleculares y excluyeron las proposiciones ge­
nerales ilim itadas. Y tam bién por esto form uló Popper
el principio de la falsabilidad, ya que la negación de
una proposición general, y sólo ella, puede confirm arse
com pletam ente. Pero la falsabilidad unilateral se limi­
ta así a un lenguaje cuyas proposiciones no superen
la form a de proposiciones totales con predicados mo-
nádicos; pero no vale para lenguajes m ás ricos, que
contengan tam bién proposiciones existenciales y tota­
les con predicados poliádicos.
Ahora puede verse tam bién claram ente de qué modo
pueden form ularse los principios fundam entales que
originan el em pirism o. No consisten en verdades, ni
en constataciones de hecho relativas a «los» funda­
m entos o condiciones «del» conocim iento de la reali­
dad, sino en exigencias respecto a la capacidad de
confirm ación y la contrastabilidad de los enuncia­
dos; se trata de la construcción de un lenguaje. La
exigencia fundam ental del em pirism o es la de que to­
das las proposiciones sintéticas y los predicados des­
criptivos tienen que hallarse en una conexión deter­
m inada con lo observable. E sta conexión puede enten­
derse de un modo m ás o menos estricto, m ás riguroso
o m ás liberal. La concepción m ás estricta, la exigencia

163
más rigurosa y que va m ás lejos, es la de exigir con-
trastabilidad com pleta para toda proposición sintética.
Para todo predicado descriptivo tiene que ser cono­
cido y ser realizable un m étodo de contrastación que
perm ita saber si la propiedad o relación expresada en
él corresponde o no a una posición espacio-temporal.
Esto sólo puede cum plirse si se adm iten exclusivamen­
te proposiciones moleculares, como hacía W ittgenstein.
La exigencia mínim a, la concepción m ás liberal, exige
m eram ente que toda proposición sintética tiene que ser
confirmable, aunque sea sóló de modo incompleto. En­
tre ellas hay todavía diversas gradaciones de la exigen­
cia, relativas a las diferencias de contrastabilidad y ca­
pacidad de confirm ación y, dentro a su vez de cada
una de éstas, respecto a la m anera m ás o menos com­
pleta de realizarse.
Si al em pirism o le interesa únicam ente deslindar el
conocimiento científico de la m etafísica trascendente,
basta entonces plenam ente con la exigencia m ás libe­
ral. Las proposiciones m etafísicas no pueden ser con­
firm adas de este modo, ni siquiera incompletamente,
si bien con ello queda claro al mismo tiempo que no
está excluida la construcción de un lenguaje p ara la
metafísica. Pero éste sólo puede ser un lenguaje que
renuncie a la relación con lo observable y con ello a
la contrastación y a la confirm ación en el sentido de la
ciencia. Debe form ular para ello otros criterios de va­
lidez. La metafísica, si no quiere o b ra r irracional, in­
tuitiva y dogm áticam ente, sino que quiere proceder
todavía de un modo racional y lógico, tiene que estable­
cer así sus fundam entos.
Ahora bien, ¿cómo se com porta la confirm ación res­
pecto de la verdad? La verdad es algo distinto de la
confirm ación. La diferencia en tre am bas calificaciones
la ha form ulado Popper claram ente'*: la verdad y la
falsedad son intem porales; la confirmación, p o r el con-

* L o e . c it ., p. 203. (V ers. esp., p. 255 s.)

164
trario, es válida únicam ente hasta un m om ento deter­
m inado; tom ada rigurosam ente, tiene que ser comple­
tada siem pre con un índice tem poral. De un enunciado
em pírico np puede afirm arse definitivamente y de una
vez po r todas que es verdadero, sino sólo que hasta
ahora se ha confirm ado. La confirm ación es un modo
de validez de variación gradual, que sólo le correspon­
de a un enunciado tem poral y nunca definitivamente,
siendo siem pre relativa. Un enunciado no está confir­
m ado sin más, sino que se halla sólo confirm ado res­
pecto de un conjunto determ inado de proposiciones
básicas aceptadas. La confirm ación es tam bién intem ­
poral en la medida en que representa una relación ló­
gica entre una teoría y sus proposiciones básicas, pero
la sum a de estas proposiciones básicas no es constan­
te, modificándose con el tiempo. La relación lógica no
se da siem pre, p o r tanto, entre ta s m i s m a s proposi­
ciones, dentro de uno y el m ism o sistem a proposicio
nal. E sta es la razón de que no se pueda identificar
verdad con confirmación, como hace el pragm atism o.
Pero éste tiene razón al sostener que de una teoría em­
pírica, y en general de u n enunciado em pírico, n o puede
afirm arse m ás que su confirmación relativa en u n gra­
do m ayor o m enor, pero nunca su verdad absoluta.
Por esto quería Popper, como ya antes N e u ra th s, re­
nunciar al uso de «verdadero» y «falso» y sustituirles
p o r la «confirmación». Confirmación significa p ara él
una calificación autónom a, propia de los enunciados
empíricos, com pletam ente independiente del concepto
de verdad. Confirmación no significa entonces el grado
de probabilidad de que un enunciado sea verdadero.
Pero si se distinguen verdad y. c o n o c im ie n to de la ver­
dad, tal como ha hecho C am ap recientemente®, la •

• «R adikaler Physikalism us u n d "W irkliche W elt"» ( E r k e n n t -


n is , vol. IV . 1934. p. 346 s.).
• «R em arks on In d u ctio n an d T ru th » ( P h i l o s o p h y a n d P h e -
n o m e n o lo g . R e s e a r c h , vol. 6, 1946, p . 590 s.).

165
confirmación se refiere al c o n o c im ie n to de la verdad.
No sabemos con seguridad si un enunciado empírico
es verdadero, pero tenemos una medida de la proba­
bilidad de su verdad en cómo se confirm a.
Si bien la colocación de la confirmación en el lugar
de la verdad no la realizó el Círculo de Viena p o r pri­
m era vez —el pragm atism o había puesto de relieve
este punto de vista ya mucho antes—, sin em bargo en
él se investigó lo esencial de esta calificación con una
profundidad y una integridad tales que constituye un
resultado com pletam ente nuevo.

4. P r o b a b il id a d

a) P r o b a b ilid a d g n o s e o íó g ic a ( d e e n u n c ia d o s )

L o s enunciados em píricos se designan usualm ente


como probables porque no puede constatarse su ver­
dad, sino sólo su confirmación, y se ha intentado de­
term inar el grado de probabilidad con ayuda del cálcu­
lo de probabilidades. Pero este concepto de la proba­
bilidad está m uy necesitado de explicación y ocupó m u­
cho p o r ello al Círculo de Viena **. La probabilidad de
los enunciados parece claram ente determ inable si se la
equipara con la probabilidad m atem ática, aplicando
ésta a enunciados en lugar de hacerlo a acontecimien­
tos. Si se define p ara ello la probabilidad m atem ática
como frecuencia relativa de dos clases de acontecim ien­
tos en una serie m ás a m p lia *, la probabilidad de enun-

1 La discusión so b re la p ro b ab ilid ad o cupó gran espacio ya


desde la p rim e ra reu n ió n en P raga. V éase E r k e n n t n i s , vol. I,
1930/31, p. 158-285.
* Así p o r Reichenbach. W a h r s c h e ln li c h k e it s te h r e , 1935: «Wahr-
scheinlichkeitslogik» ( S .B d . p r e u s s . A k a d . d . W is s ., P h y s .- M a th .
K l„ vol. 29,1932). Con an te rio rid a d p o r R. v. M ises, «W abrschein-
iichkeit. S ta tistik , W ahrheit», 1928; 2? ed., 1936 ( S c h r i f t e n z. w is s .
W e ít a u ff a s s u n g , p. 3). (H ay tra d . esp.)

166
ciados expresa entonces la frecuencia relativa de la
verdad de un enunciado frente a su falsedad en los
casos concretos de su contrastación. La frecuencia de
verdad puede fijarse asf num éricam ente en un que*
brado.
Popper ha sometido esta concepción a una crítica
detallada*. Ante todo, resulta oscuro m ediante qué
enunciados ha de ser construida la serie dentro de la
cual han de determ inarse la frecuencia de verdad y,
con ella, la probabilidad. Si los m iem bros de esta serie
los constituyen las diversas proposiciones básicas que
están de acuerdo con una hipótesis o que la contra­
dicen, la probabilidad de una hipótesis seria siem­
p re 1/2, aun cuando la contradijesen la m itad de las
proposiciones básicas p o r térm ino medio. Pero si la
serie la constituyen las proposiciones básicas n e g a tiv a s
derivables de una hipótesis, es decir, proposiciones bá­
sicas que la contradicen, y se determ ina entre ellas la
relación de las no falsadas con las falsadas y, con ello,
la frecuencia de la falsedad en lugar de determ inar la
frecuencia de la verdad, se obtiene la probabilidad 1, in­
cluso con un gran núm ero de falsacionps, pues pueden
deducirse infinitas proposiciones básicas negativas de
la form a «no hay...», pero sólo un núm ero fin ito de ellas
falsa (produce la falsación). Y no hay o tro cam ino dis­
ponible, si se define la probabilidad como la relación
entre enunciados verdaderos y falsos en una serie. Por
esta razón se hace im posible determ inar con precisión,
m ediante la aplicación del cálculo de probabilidades, la
«probabilidad» de los enunciados, que ha de designar
la m edida de su confirm ación. P o r tanto, hay que dis­
tinguir la probabilidad g n a s e o íó g ic a de la m atem á­
tica 4.

* L o e . c it ., p. 188 s. (V ers. esp., p. 237 s.).


* C arn ap in te n ta d e sa rro lla r a h o ra de m odo fo rm a l la p r o ­
b abilidad gnoseológica análogam ente a la p ro b ab ilid ad m atem á­
tica, p ero co n co m p leta independencia de su teo ria d e la frecuen­
cia. «On In d u ctiv e Logic» ( P h i l o s o p h y o f S c ie n c e , vol. 12, 1945,

167
b) C á lc u lo d e p r o b a b ilid a d e s

Pero con independencia del problem a de su aplica­


ción gnoseológica, el c á lc u lo de probabilidades fue ob­
jeto por sí mismo de una profunda investigación en el
Círculo de Viena en lo relativo a sus fundam entos teó­
ricos. La razón de esto estaba en que la teoría de la
probabilidad es todavía asunto de controversia —la teo­
ría de la frecuencia, la teoría del cam po y la teoría de la
probabilidad de Reichenbach se encuentran en lucha re­
cíproca— y en que gnoseológicamente hay relaciones im­
portantes en tre ella y la ley de los grandes núm eros y
el criterio del azar. El cálculo de probabilidades estaba
desarrollado desde hacía tiem po como un form alism o
m ediante el cual partiendo de probabilidades dadas
pueden calcularse otras. Pero la interpretación prim i­
tiva de la probabilidad como la relación de los casos
«favorables» a los «igualmente posibles» ya no es sos-
tenible, porque con «igualmente posible» no se quiere
decir otra cosa que «igualmente probable». De lo que
se trata ahora es de saber lo que se determ ina propia­
m ente en el concepto de la probabilidad m atem ática.
Una concepción es la de que probabilidad significa
el lím ite de la frecuencia relativa en la distribución de
características dentro de una serie irregular. No enun­
cia entonces nada sobre un m iem bro aislado de la su­
cesión, sino sólo sobre la sucesión entera y concreta­
m ente sobre la relación num érica de la presencia de
las características dentro de ella. E sta concepción del
cálculo de probabilidades la ha desarrollado fundam en­
talm ente Rich. v. M ises* 1. Mises caracterizó una suce-

p. 72 s.); «The T w o C oncepts o f Probability» (P h i l o s o p h y a n d


P h e n o m e n o to g . R e s e a r c h , vol. 5, 1945, p. 513 s.).
1 «W ahrscheinlichkeit, Statistilc u n d W ahrheit», 1928; 2? ed.,
1936 ( S c h r i f t e n zjur w i s s e n s c h a f t l . W e l t a u f f a s s u n g , vol. 3).

168
sión de probabilidad, un «colectivo», m ediante dos exi­
gencias: p o r su irregularidad o aleatoriedad y porque
lo frecuencia relativa tiende siem pre a un lím ite en
todas sus secciones, y lo hace tanto m ás cuanto m a­
dores sean las secciones.
Feigl 2 y W aismann * hicieron n otar frente a esto que
la convergencia hacia un lím ite significa una regula­
ridad, a saber, que desde un lugar determ inado de una
serie en adelante las desviaciones de la frecuencia re­
lativa media tienen que perm anecer p o r debajo de una
m agnitud elegida que sea arbitrariam ente pequeña.
Convergencia e irregularidad se hallan, pues, en con­
tradicción. La convergencia hacia un lím ite sólo puede
afirm arse de una sucesión establecida po r una ley de
form ación —pues el lím ite es una propiedad de la ley
de form ación— y, en consecuencia, no puede afirm arse
de una serie que, debido a la condición de irregulari­
dad, no puede tener ninguna regla de form ación *. Feigl
discutió adem ás la dificultad fundam ental que consti­
tuye el afirm ar la convergencia en una serie estadística.
Pues todo com plejo, po r muy divergente que sea, tiene
una probabilidad calculable, si bien muy pequeña, y
podría presentarse con la frecuencia correspondiente.
Como consecuencia, siem pre podría suponerse una con­
vergencia, incluso para secciones que difieran am plia­
m ente de la frecuencia calculada, ya que podría con­
cebirse la divergencia como una sección rara, de pro ­
babilidad muy pequeña, que se com pensarla en el res­
to de la sucesión. W aism ann señaló todavía o tra ob­
jeción fundam ental contra la teoría frecuencial de la
probabilidad. El cálculo de probabilidades trab aja con
sucesiones infinitas, pero las series estadísticas sólo son
finitas. Por tanto, no es lícita la identificación de una

* «W ahrscheinlichkeit u n d E rfahrung» ( E r k e n n t n i s , vol. I,


p. 249 s.).
* «Logische Analyse des W ahrscheinlichkeitsbegriffs» { .E r k e n n t­
n is . vol. I, p . 228 s.).
* Así P opper, lo e . c it ., p. 115, 116, 101. (V ers. esp., p. 137 s.)

169
frecuencia relativa con un límite y la probabilidad esta­
dística no puede definirse como lím ite de una frecuen­
c ia 1relativa.
Frente a la teoría frecuencia! de la probabilidad,
W aismann {loe. c it.), siguiendo a W ittgenstein, propor­
cionó una fundam entación lógica rigurosa a la concep­
ción de la probabilidad desarrollada p o r Bolzano,
v. Kries y recientem ente por Keynes, como perfeccio­
nam iento de la teoría com binatoria clásica de la pro­
babilidad. El concepto clásico de la probabilidad se
define como el cociente de los casos favorables sobre
los igualmente posibles. Se necesita precisar prim era­
m ente lo que se entiende po r posibilidad objetiva.
Tomada rigurosam ente y entendida adecuadam ente, a
un a c o n te c im ie n to no le corresponde probabilidad al­
guna, pues sobre la realización de un acontecim iento no
hay ninguna inseguridad; está unívocam ente determ ina­
do si sucede o no. La probabilidad corresponde propia­
m ente al e n u n c ia d o en el que se ha de predecir, en vir­
tud de otros enunciados, la realización de un aconteci­
miento. La probabilidad expresa con ello una relación
lógica entre enunciados. A diferencia de la deducibilidad
u n iv o c a de un enunciado partiendo de otros, a diferen­
cia de su posibilidad de inferencia rigurosa, esta rela­
ción sólo está determ inada parcialm ente y no comple­
tam ente, y la m agnitud de la determ inación origina la
gradación de la probabilidad.
Generalmente, un enunciado no está determ inado tan
individualm ente que establezca un único hecho. El es­
tado de cosas por el que es verificado puede variar den­
tro de ciertos límites. Al enunciado «NN habita en
Viena» le corresponde una pluralidad de estados de
cosas posibles: puede h ab itar en este o en aquel barrio,
casa o piso. Un enunciado designa generalm ente sólo
un á m b i t o de hechos aislados, un cam po. E n el caso
de dos enunciados (o de varios) estos cam pos pueden
excluirse o uno puede incluir al otro o pueden inter­
secarse. Si se introduce una medida de la magnitud

170
de los cam pos m ediante una estipulación adecuada­
m ente establecida, estas relaciones de los campos pue­
den determ inarse cuantitativam ente, num éricam ente: la
exclusión p o r O, la inclusión p o r 1 y la intersección por
un quebrado. La m agnitud del campo c o m ú n en rela­
ción a la m agnitud del cam po de u n o de los enunciados
es la probabilidad que el últim o enunciado da al otro.
Si en vez de este últim o enunciado se tienen en cuenta
todos los enunciados verdaderos conocidos, se obtiene
la probabilidad que todo el saber actual da a un enun­
ciado. Cuanto m ayor sea el cam po común, tanto mayor
es la probabilidad. Partiendo de esta base «pueden des­
arrollarse de modo puram ente form al y sin adición ul­
terio r todas las proposiciones del cálculo de probabi­
lidades» (p. 239).
E sta determ inación de la probabilidad responde a la
circunstancia de que la probabilidad sólo se aplica cuan­
do las condiciones de un acontecim iento son conocidas
parcialm ente y no en detalle, o se consideran de tal
modo que no bastan para un enunciado completo, es
decir, determ inado individualmente. La inseguridad
gradual respecto a la verdad de tal enunciado se expre­
sa en la probabilidad. A pesar de todo, la probabilidad
no es m eram ente subjetiva, porque con ella se deter­
mina la relación lógica entre los enunciados. Partiendo
de las condiciones, conocidas parcialm ente, de una clase
de enunciados puede calcularse una probabilidad deter­
m inada en virtud de una m étrica p ara la m agnitud de
los campos y deducir de aquí relaciones de frecuencia
como predicciones para las series estadísticas. Esto
constituye una gran ventaja sobre la teoría frecuen­
cia! de la probabilidad, que tiene que tom ar como base
las series estadísticas sencillam ente como dadas. En
cierto sentido, pues, la teoría de la frecuencia está
incluida en la teoría del campo, con la cual, sin em­
bargo, se evitan las dificultades de la teoría de la fre­
cuencia. Si la experiencia confirm a la predicción pro-
babilitaria, esto quiere decir que los acontecim ientos

171
están determ inados únicam ente p o r las condiciones que
se han puesto como base al principio del cálculo de
probabilidades y que son independientes de circunstan­
cias ulteriores y no conocidas. Pero si la experiencia
n o confirm a la predicción probabilitaria, entonces bus­
camos una explicación m ediante una dependencia ulte­
rior. La probabilidad está asi relacionada con la depen­
dencia, esto es, con la ley y el azar. E sta fundam en-
tación de la probabilidad encontró la adhesión de
C a m a p 5. y Schlick •.
Frente a esto, Popper m antiene la teoría frecuencial
de la probabilidad, teniendo en cuenta las objeciones
contra ella y dándole una form a perfeccionada. Esto
se realiza m ediante la idea original de sustituir la exi­
gencia de la irregularidad, que como tal es necesaria,
por una exigencia puram ente m atem ática, a saber, la
de que la frecuencia relativa de una sucesión ha de
conservarse para toda selección arb itraria de m iem bros
según • determ inados predecesores. En lugar de poner
como base sucesiones estadísticas irregulares, constru­
ye así sucesiones m a te m á ti c a s que tienen la form a dé
las azarosas, sucesiones que reproducen el carácter de
irregularidad de las sucesiones azarosas m ediante suce­
siones m atem áticas determ inadas p o r una regla. Una
sucesión de características es de tipo azaroso cuando
los límites de frecuencia de sus características funda­
mentales son insensibles a las selecciones según grupos
cualesquiera de n predecesores. La irregularidad se sus­
tituye así p o r una hipótesis frecuencial. Consigue con
ello un fundam ento puram ente m atem ático.
Puesto que las sucesiones azarosas em píricas son fi­
nitas, hay que renunciar en su im itación m atem ática
a un lím ite de la frecuencia relativa, ya que tal lím ite
no se da m ás que en sucesiones infinitas. Popper intro­
duce por ello en su lugar el concepto de un punto de •*

5 E r k e n n t n i s , vol. I, p. 268, 269.


• G e s a m m e l t e A u f s ü t z e , p . 73.

172
acumulación de las frecuencias relativas de una suce­
sión. Con ello quiere decirse que p ara toda sección de
una sucesión hay siem pre secciones cuya frecuencia
relativa difiere arbitrariam ente poco de una frecuencia
determ inada, que constituye el punto de acumulación.
Si una sucesión sólo tiene u n o de tales puntos de acu­
mulación y no varios, una única frecuenia media que
es tam bién la frecuencia media de toda selección de
m iem bros, entonces este punto sustituye al lím ite de
la frecuencia re la tiv a 7. E sta frecuencia media única
representa la «probabilidad» de la distribución de las
características. Con lo cual, las sucesiones de tipo aza­
roso se com portan como las de form a convergente.
Popper ofrece entonces la prueba de que el teorema
de Bernoulli es independiente de la existencia de un lí­
m ite y sólo presupone la insensibilidad de la frecuencia
relativa frente a toda selección. Esta dem ostración se
realiza deduciéndole únicam ente de esta suposición, in­
cluso para sucesiones de tipo azaroso s in lím ite de fre­
cuencia. El teorem a de Bernoulli reza en la interpreta­
ción de la probabilidad como frecuencia relativa: la fre­
cuencia relativa de la distribución de las características
en secciones finitas suficientem ente largas de una suce­
sión de tipo azaroso difiere de la frecuencia media de
toda la sucesión arbitrariam ente poco conform e aum en­
ta su núm ero, haciéndolo mucho m ás am pliam ente, por
el contrario, en secciones cortas. Cuanto m ás pequeñas
son las secciones, tanto mayores son sus desviaciones
de la frecuencia media; cuanto mayores son aquéllas,
tan to menores son éstas, tanto m ás se com portan de
form a convergente. Pero esto no es o tra cosa que la
ley de los grandes núm eros, con lo que ésta resulta
ser una transform ación tautológica del teorem a de
Bernoulli y una consecuencia lógica de la propiedad de
una serie de casos de m ostrar una frecuencia media
que no se altera m ediante selecciones de tipo determi-

» D ic L o g i k d . F o r s c h u n g , p. 94 s. (V ers. esp. p. 144 s.)

173
nado. Se soluciona así la paradoja de que a p esar de la
«irregularidad» de tales series se produzca una «regu­
laridad» en grandes núm eros, pues de aquella propie­
dad de ordenación resulta de un modo puram ente ló­
gico que una serie de este tipo está todavía desordena­
da en ám bitos pequeños, pudiendo m anifestarse un
orden, en el sentido de una convergencia, sólo en los
grandes.
La teoría subjetiva del cálculo de probabilidades no
puede in terp retar el teorem a de Bernoulli como enun­
ciado de frecuencia en el sentido de la ley de los
grandes núm eros y, p o r tanto, no está en condiciones
de explicar la aplicabilidad del cálculo de probabilida­
des a las sucesiones estadísticas, el éxito de los pro­
nósticos probabilitarios. Por el contrario, la teoría de
la probabilidad p o r la frecuencia relativa, que era la
existente hasta entonces, postulaba ya una regularidad
a gran escala m ediante la introducción de un límite.
Popper dedujo la ley de los grandes núm eros como una
proposición m a te m á tic a . Pero está relacionada con una
condición de las series estadísticas em píricas. La ley
de los grandes núm eros describe el estado em pírico de
cosas siguiente: hay series de acontecim ientos que en
pequeño están desordenadas y en grande son casi con­
vergentes. Pero ahora, cuando el carácter azaroso de
una sucesión, incluso de una sucesión estadística, pue­
de ser expresado por una condición m atem ática de la
m ism a —insensibilidad frente a la selección—, se le
puede deducir lógicamente de aquí y, p o r tanto, vale
tam bién necesariam ente para tales series e m p ír ic a s . El
cálculo de probabilidades, ju n to con la ley de los gran­
des núm eros, es entonces una teoría m atem ática de un
ám bito em pírico; y tam bién a la inversa: si se han
constituido sucesiones m atem áticas de carácter azaro­
so, hay series estadísticas em píricas que corresponden
a ellas y, p o r tanto, realizan tam bién la ley de los
grandes núm eros. Las series m atem áticas y la ley de

174
los grandes núm eros, en cuanto es m atem ática, en­
cuentran así aplicación em pírica.
Los enunciados sobre la probabilidad m atem ática no
pueden ser verificados ni falsados en su aplicación
em pírica, esto es, ni ellos ni sus negaciones pueden con­
firm arse de m odo com pleto. No pueden verificarse por­
que los enunciados del cálculo de probabilidades con­
ciernen a series infinitas, m ientras que las series em­
píricam ente dadas son siem pre finitas. Incluso cuando
una de estas series haya respondido bien a un enuncia­
do probabilitario m atem ático, sigue siendo completa­
m ente incierto e indeterm inado si esto seguirá siendo
válido de su continuación. Se produce el mismo impe­
dim ento de la confirm ación a causa de lo descono­
cido que en el caso de los enunciados generales ilimi­
tados. Pero, p o r esta m ism a razón, una serie em pírica
no puede contradecir tam poco a un enunciado proba­
bilitario m atem ático. Las desviaciones de una probabi­
lidad calculada pertenecen al carácter de una sucesión
probabilitaria. Sólo hay que suponer que se com pen­
sarán en el transcurso ulterior. Por tanto, los enuncia­
dos probabilitarios son indecidibles teóricam ente. No
pueden confirm arse em píricam ente en modo alguno
(loe. c it., p. 194). Pero entonces carecerían de signifi­
cado para la experiencia. Popper confiesa (p. 133) que
por esta razón tendrían que considerarse «propiam ente
como 'no significativos em píricam ente' o como 'caren­
tes de contenido em pírico’», si bien no como carentes
de contenido lógico; «sin embargo, contra tal concep­
ción habla... el gran é x ito predictivo que obtiene la
física con proposiciones probabilitarias hipotéticas»8.
Aquí se las supone, pues, como confirm adas práctica­
mente o como refutadas por inútiles.
Esto se com prende por la form a lógica de los enun­
ciados probabilitarios y p o r su relación con las propo­
siciones básicas. De prem isas probabilitarias pueden *

* L o e . c it ., p . 133. (Vers. esp., pp. 244, 178.)

175
deducirse conclusiones, o sea, enunciados existenciales
relativos a los m iem bros y secciones de una serie, por
ejem plo, el de que hay secciones que difieren arb itra­
riam ente poco de la frecuencia media. Estas proposi­
ciones existenciales son g e n e r a le s : «vuelve a haber
siem pre m iem bros de tal y tal tipo; son hipótesis exis­
tenciales y, por tanto, no son verificables ni falsables».
Pero los enunciados existenciales singulares obtenidos
de ellas pueden verificarse. Según que esto suceda con
m uchas o pocas o ninguna de estas conclusiones de
«hay», el enunciado probabilitario se confirm a m ás o
menos bien o de ningún modo.
Pero esto no es suficiente. Los enunciados probabi-
lítanos no deben utilizarse ilim itadam ente, pues todo
tipo de regularidad podría considerarse como una sec­
ción rara de una serie azarosa. Precisam ente por esto
no son refutables los enunciados probabilitarios. La uti­
lización de las hipótesis probabilitarias ha de lim itarse,
pues, m ediante una regla metodológica. E sta regla prohi-
be considerar predecibles o reproducibles en una serie
azarosa las secciones que m ás am pliam ente divergen
de la frecuencia media * en una dirección determ inada,
pues tales secciones no pueden m ostrarse com o prede­
cibles y reproducibles, precisam ente po r su im proba­
bilidad y rareza. Para la confirm ación de una prem isa
probabilitaria no es suficiente una concordancia m ejor
o peor con las proposiciones básicas, sino que se re­
quiere la concordancia óptim a dentro de la precisión
alcanzable en las mediciones. Las hipótesis probabili­
tarias pueden ser utilizadas de este modo como las otras
hipótesis. *

* P o p p er d efíne el azar p o r el hecho d e q u e n o p uede dedu­


cirse n inguna predicción q u e le sea aplicable. E l c a rá c te r aza­
ro so de u n a serie no excluye todavia la re g u larid ad de sus acon­
tecim ientos p articu lares. E n oposición a Schlick ( G e s. A u fs a t-
z é , p . 72).
176
III. EL AMBITO DE LO COGNOSCIBLE

1. Cie n c ia u n if ic a d a y l e n g u a je u n iv e r s a l

La realización de la unidad del conocimiento consti­


tuye una de las tareas históricas de la Filosofía *. El
Círculo de Viena tuvo tam bién claram ente presente esta
tarea. Los sistem as conceptuales de la física, de la bio­
logía, de la psicología, de la sociología, de las ciencias
históricas, no pueden hallarse uno al lado del otro sin
posibilidad de com paración. Estas ciencias no pueden
hablar cada una en su propio lenguaje. Si se consideran
las ciencias particulares como heterogéneas en sus ob­
jetos, métodos y condiciones de validez, entonces no
existe ninguna relación entre ellas, sobre todo entre las
ciencias naturales y las culturales (o del espíritu), y no
resulta claro cómo se com portan entre sí sus conceptos
y leyes. Pero hay que estar utilizando constantem ente
los conceptos y leyes de un cam po en otro. Si hay que
explicar, y no m eram ente describir, un proceso psíquico
como la percepción, sólo es posible hacerlo si se sale
del sistem a conceptual psicológico, ya que tal proceso
tiene que ponerse en relación con un estím ulo físico
y un proceso fisiológico. Pero toda predicción es un
proceso singular transcendente de este tipo, p o r estar
condicionado com plejam ente. La deducción de una de
ellas, que tanta im portancia reviste, exige recu rrir a leyes
de d iv e r s a s ciencias particulares, leyes de la naturaleza
y del com portam iento de los hom bres. Pero para ello
las leyes y conceptos de las ciencias especiales tienen
que pertenecer a u n sistem a, no deben hallarse desco-1

1 Sobre esto, D iirr, «Die E inheit d e r W issenschaften» ( E r k e n n t -


n is , vol. III, p. 65 s.).

177
nectadas unas ju n to a otras. Tienen que constituir una
ciencia unificada con un sistem a conceptual com ún
(un lenguaje común), sistem a en el cual los sistem as
conceptuales de las ciencias particulares sean sólo miem ­
bros, lenguaje en el cual sus lenguajes particulares sean
únicam ente lenguajes p arciales2.
£1 lenguaje unificado de la ciencia tiene que cum plir
dos exigencias. Tiene que ser: prim ero, intersubjetivo,
lo que en el aspecto form al quiere decir: tiene que ser
un sistem a común de signos y reglas, y en el aspecto
sem ántico: tiene que designar lo mismo para cada per­
sona. Segundo, universal, es decir, toda proposición de
cualquier lenguaje tiene que poder ser traducida a él,
tiene que ser un sistem a conceptual en el que pueda
expresarse cualquier hecho. N eurath y C am ap conside­
raro n en prim er lugar a la física como tal lenguaje,
como tal sistem a conceptual, p o r lo que esta teoría re­
cibió el nom bre de «fisicalismo».
Los enunciados de la física describen cuantitativa­
m ente el estado de una posición espacio-temporal, pero
pueden incluirse tam bién determ inaciones cualitativas,
como las que se dan a las cosas del m undo perceptivo,
si se las puede coordinar a estados o procesos físicos.
Por esto C am ap ha modificado esta tesis de la unifica­
ción * en el sentido de que en ella no se tra ta del sistem a
conceptual de la física, sino de propiedades y relaciones
observables de cosas. El nom bre de «fisicalismo» se hace
con ello inexacto y debería ser sustituido p o r el de

2 C am ap, «Die physikalische S p rach e ais U niversalsprpche d er


W issenschaft» ( E r k e n n t n i s , vol. II, p. 432 s.). C am ap, «Psycholo-
gie Ln physikalischer Sprache» ( E r k e n n t n i s , vol. I I I , p. 107 s.).
N eu rath , «E m pirische Soziologie», 1931 { S c h r i f t e n z. w i s s e n s c h a f t i .
W e l ta u ff a s s tm g , vol. V). N eu rath , «Physicalism » { T h e M o n is t,
vol. 41, 1931). N eu rath , «Physikalism us» ( S c i e n t i a , V, 50, 1931).
N eurath, «E inheitsw issenschaft u n d Psychologie», 1933 ( E i n h e i t s -
w i s s e n s c h a f t , fascíc. 1). La E n c y c lo p e d ia o f U n ifi e d S c ie n c e , Chica­
go, 1938 s., tiene com o m isión realizar el p u n to de vista de la
ciencia unificada.
* «Testability and Meaning», vol. 3, p. 466 s.

178
«lenguaje del m undo corporal» o «lenguaje de cosas».
No es el lenguaje fisicalista cuantitativo el que consti­
tuye el lenguaje unitario de la ciencia, sino el lenguaje
cualitativo de cosas. Esto quiere decir: todos los enun­
ciados sobre hechos cualesquiera pueden traducirse a
enunciados sobre estados o procesos del m undo cor­
poral. Las determ inaciones de las cosas no pertenecen
exclusivamente a un ám bito sensorial determ inado; las
oscilaciones de un diapasón no sólo pueden oirse, sino
tam bién verse y tocarse. Las determ inaciones de las
cosas son intersensoriales. Pero, a la inversa, determ i­
nadas cualidades sensoriales están coordinadas unívo­
cam ente a determ inados procesos corporales. A un tono
determ inado le corresponden oscilaciones de una deter­
m inada frecuencia fundam ental y determ inadas frecuen­
cias superiores con am plitudes determ inadas. Por tanto,
las cualidades sensoriales pueden caracterizarse unívo­
cam ente m ediante relaciones de cuerpos y, en conse­
cuencia, los enunciados sobre aquéllas pueden sustituir­
se p o r enunciados sobre éstas. La constatación de las
relaciones de cuerpos no sólo es independiente de un
determ inado ám bito sensorial, sino tam bién de un su­
jeto determ inado. En el fondo, siem pre es posible esta­
blecer una concordancia entre diversas personas respec­
to de estados y procesos del m undo corporal, precisa­
mente porque el m undo corporal es intersubjetivo. Por
tanto, el lenguaje de cosas, la descripción m ediante pro ­
piedades y relaciones observables, es tam bién intersub­
jetivo.
M ediante este lenguaje no sólo puede exponerse
el cam po de la física, sino tam bién todos los restantes
cam pos de las ciencias naturales. Si bien puede haber
leyes específicas de la biología, o sea, aunque no se pu­
diesen reducir todas las le y e s biológicas a leyes de la
física, sin embargo, los c o n c e p to s biológicos son reduci-
bles en últim a instancia a propiedades y relaciones ob­
servables de cuerpos. Si esto no sucede con conceptos
como «dominante» o «entelequia» es porque a base de

179
estos conceptos no pueden deducirse consecuencias con­
tra s ta r e s . Pero tam bién p o r ello tales conceptos no
son adm isibles en modo alguno en la ciencia 4.

2. El f is ic a l is m o

Los enunciados de las ciencias naturales son ya en


y por sí enunciados sobre relaciones reales, espacio-
temporales. Los enunciados de o tr o s campos tienen que
poder traducirse al menos a tales enunciados. La m a­
tem ática y la lógica pueden expresarse en este lenguaje,
considerándolas como puros cálculos, como com bina­
ciones de m eras figuras-signos. Pero el verdadero pro­
blema del lenguaje «fisicalista» unitario se halla en si
con él puede representarse tam bién el cam po de lo
anímico; versa sobre la posibilidad de traducción de los
enunciados psicológicos a enunciados sobre estados y
procesos corporales. N eurath y Carnap, para funda­
m entar la posibilidad de traducción, form ularon una
tesis que da como resultado un «fisicalismo» en sentido
estricto.
O riginariam ente consideraron todavía que los enun­
ciados psicológicos y los fisicalistas eran dos tipos dis­
tintos de enunciados, en el sentido de que los enuncia­
dos psicológicos hablan de las vivencias como de hechos
no físicos. Así dice Carnap con toda claridad en el pri­
m er estudio sobre el tem a *1: «cualquiera puede com pro­
b a r bajo qué condiciones físicas... v iv e él una cualidad
determ inada»; o bien: «los procesos de reacción pueden
ser, en parte, procesos de los llam ados físicos y, en
parte, procesos psíquicos; ahora bien, en caso de que
sea válida la tesis antedicha de que los conceptos y p ro ­
posiciones psicológicas son reducibles a conceptos y

4 K aila. «Det fram m ande siálvslivcts k u n sk ap teo retisk a p ro ­


blem a, 1936 ( T h e o r ia , vol. I I , p. 128 s.).
1 «Die physikalische S p rach e a is U niversalsprache d e r Wis-
senschaft» ( E r k e n n t n i s , vol. I I , 1931, p. 445).

180
proposiciones fisicalistas, se trata siem pre de procesos
físicos» (p. 451). La tesis fundam ental se form ula a con­
tinuación con toda c larid ad 2 34
: «No ha de entenderse
el fisicalismo como si quisiese prescribir a la psicología
que trate sólo hechos expresables de m odo'fisicalista.
Quiere decirse m ás bien: la psicología puede tra ta r lo
que quiera y form ular sus proposiciones como quiera.
Estas proposiciones son, en todo caso, traducibles al
lenguaje ñsicalista». Pero hablar de una traducción de
los enunciados psicológicos a enunciados fisicalistas,
únicam ente tiene sentido si son enunciados distintos.
Pero sim ultáneam ente se abandona esta concepción
dualista por la conclusión «de que todas las proposicio­
nes de la psicología hablan de procesos físicos (en el
cuerpo y especialm ente en el sistem a nervioso central
del sujeto en cuestión *). El único significado captable
científicam ente en los enunciados sobre fenómenos
aním icos no puede consistir en otra cosa que en enun­
ciados sobre estados corporales, pues sólo estos enun­
ciados son intersubjetivos y contrastables. Si se inter­
pretan los enunciados sobre lo aním ico en un sentido
no físicalista, escapan p o r principio a la contrastación,
pues la vida psíquica no es accesible de modo general.
E n consecuencia, los enunciados sobre lo psíquico se
excluyen expresam ente del lenguaje de la ciencia. «Si se
habla en form a dualista —como es usual en filosofía
casi siem pre— de 'contenidos de vivencias’ y de 'hechos
físicos' (... de lo psíquico y lo físico...), son inevitables
las contradicciones *». Las representaciones de las vi­
vencias psíquicas de o tro son únicam ente representa­
ciones accesorias superfluas. El contenido lógico de
los enunciados sobre lo psíquico consiste sólo en

2 «Psychologie in p hysikalischer Sprache» (E r k e n n t n i s , vol. I I I ,


p. 108). (Recogido en el volum en E l p o s i t i v i s m o ló g ic o , citado
a n terio rm en te.)
2 «Die physikal. S prache ais U niversalsprache d. W issenschaft»
( E r k e n n t n i s , vol. I I , p. 450).
4 E r k e n n t n i s , vol. I I , p. 456, 457.

181
enunciados sobre lo físico. «Fundam entalm ente sólo hay
una especie de objetos, a saber, los procesos físico s9».
Todos los enunciados de las ciencias positivas no pue­
den versar m ás que sobre lo corporal", pues sólo los
enunciados sobre ello son intersubjetivam ente com­
prensibles y co n trastab as. En consecuencia, el lugar
de la psicología al uso debe ocuparlo un behaviorism o
radical, como la única form a científicam ente posible de
la psicología. «La psicología es una ram a de la física» T.
Las proposiciones sobre vivencias psíquicas carecen se­
gún esto de significado científico, esto es, de contenido
teórico. Las representaciones de las vivencias psíqui­
cas de otro son únicam ente representaciones concomi­
tantes superfluas 9. La suposición de que los hom bres
tienen vivencias aparte de su com portam iento corporal
no puede expresarse fisicalistam ente y, p o r tanto, tam ­
poco científicam ente. Constituye una m era pseudopro-
posición. Es metafísica. De este modo, se devino desde
la tesis originaria a una m ucho m ás radical.
Este fisicalismo radical causó generalm ente extrañe-
za y chocó desde el principio con una fuerte resisten­
cia. Pero en él se extraen con inexorable rigor lógico
consecuencias de la exigencia de la contrastabilidad,
que parecen inevitables. Este radicalism o sin trabas
vuelve a ten er aquí el significado de plan tear proble­
m as legítimos e im portantes.
Los enunciados sobre la vida psíquica ajena no pue­
den contrastarse directam ente, ya que los procesos psí­
quicos ajenos no pueden percibirse directam ente. Si
se afirm a, como Scheler, que pueden leerse de modo
inm ediato en el rostro de otro los procesos psíquicos 4

4 E r k e n n t n i s , vol. I I I , p. 108.
* K otarb in sk i defiende tam b ién una concepción com pletam en­
te análoga con el «Reismus». V éase R. R and, « K otarbinskis Phi-
losophie» ( E r k e n n t n i s , vol. 7, 1937/38, p. 97 s.).
1 E r k e n n t n i s , vol. I I I , p. 142.
* E r k e n n t n i s , vol. I I , p. 459 s. C am ap , S c h e i n p r o b l e m e , 1928,
p. 36 s.

182
como la cólera, la alegría, la confusión, «leer en el
rostro» quiere decir precisam ente: poner como base de
la diagnosis psíquica la expresión del rostro, o sea, p ro ­
cesos corporales. Tiene que h ab er siem pre com unica­
ciones lingüísticas o síntom as corporales expresivos o
el com portam iento general en una situación determ i­
nada o procesos fisiológicos en la percepción. Sin tales
indicios del m undo corporal, no es posible en modo
alguno una contrastación de los enunciados sobre fe­
nómenos psíquicos, salvo que haya telepatía. Y esto es
válido no sólo p ara los estados psíquicos ajenos actua­
les, sino tam bién para los estados propios pasados.
Pero si todo enunciado sobre ellos tiene que estar
basado en enunciados sobre estados corporales, a todo
enunciado psicológico de este tipo le tiene que corres­
ponder otro sobre el m undo corporal y p a rte e posible
en consecuencia elim inar los enunciados psicológicos en
general y sustituirlos p o r los enunciados coordinados
del m undo corporal, pues, como consecuencia de esta
correspondencia, lo aním ico puede ser caracterizado
m ediante lo corporal coordinado. Con ello no queda
d e fi n id o en su particularidad, sino únicam ente ñjado
unívocam ente según su extensión. Pero precisam ente
por esto, los enunciados psicológicos y los «fisicalistas»
correspondientes son equivalentes, tienen el mismo
contenido teórico. No existe entonces diferencia algu­
na teóricam ente relevante, ni siquiera indicable teóri­
cam ente, entre ellos. Los enunciados sobre lo «psíqui­
co» no pueden consistir, pues, científicam ente m ás que
en los enunciados sobre lo corporal, que son los úni­
cos co n trastab as. Con ello el fisicalismo radical es
behaviorism o radical. No hay enunciados sobre las vi­
vencias psíquicas. Los enunciados «psicológicos» úni­
cam ente tienen un significado contrastable como «fisi­
calistas». La tesis radical del fisicalismo se hace así no
sólo comprensible, sino aparentem ente inevitable.
Pero hay que darse cuenta ahora de lo que el fisi­
calismo radical encierra consecuentem ente dentro de sí

183
mismo. Los enunciados sobre la vida psíquica ajena, en
cuanto algo no-físico, son pseudoproposiciones carentes
de significado, ya que no son contrastables p o r prin­
cipio. Esto tiene como consecuencia que tam bién son
incom prensibles y carentes de significado desde el pun­
to de vista intersubjetivo los enunciados mismos de
o tro hom bre sobre sus estados psíquicos, en la medida
en que p o r ellos se entienda algo distinto de estados
de su cuerpo. «Si la proposición ’A estaba enojado
ayer a m ediodía' no tiene p ara mí ningún significado
porque... no puede ser com probada p o r mí, no se con­
vertirá tampoco en significativa p o r el hecho de que de
la boca de A provenga un fenómeno sonoro con la confi­
guración de esta proposición»*. Son sólo actos de su
com portam iento corporal «verbal».
Pero, finalmente, tam poco los enunciados sobre las
vivencias p r o p ia s pueden contener en el lenguaje cien­
tífico intersubjetivo otra cosa que fenómenos corpora­
les, si han de ser contrastables. «Ayer estaba irritado»
sólo quiere decir «mi cuerpo tenía ayer el estado físico
que se acostum bra a designar como 'irritación’» **. El
lenguaje de los protocolos de vivencias se convierte
con ello en un «lenguaje parcial del lenguaje fisicalis-
ta > " . Esto tiene tam bién com o consecuencia que la
base del sistem a de constitución, constituida p o r el psi-
quism o propio, se viene abajo. Los conceptos del m un­
do de las cosas no pueden ser constituidos m ediante la
reorganización de lo vivencialmente dado, sino que, a
la inversa, el sistem a de constitución tiene que ser
construido sobre la base de conceptos «fisicalistas», de
conceptos de cosas propiam ente. Con ello se realizó un
giro esencial en la fundam entación del conocimiento
em pírico desde el inm anentism o de la conciencia al
materialism o.

• E r k e n n t n i s . vol. I I I , p. 122, 124.


10 E r k e n n t n i s , vol. I I I , p. 136.
** E r k e n n t n i s , vol. I I I , p. 458.

184
La crítica de este fisicalismo no puede efectuarse,
como suele suceder **, partiendo de la h ip ó te s is dua­
lista de que hay vivencias psíquicas que son distintas
de los procesos del cuerpo respectivo. Hay que anali­
zar la afirmación fisicalista de que los enunciados que
son psicológicos en e s te sentido no pueden form ularse
en modo alguno científicam ente, es decir, de m anera
que sean contrastables.
Para hacer la crítica del fisicalismo radical hay que
contestar prim ero la pregunta fundam ental: ¿cómo se
puede hablar entonces científicam ente, de modo com­
prensible intersubjetivam ente, de las vivencias del psi-
quism o ajeno en general? ¿De qué modo puede cons­
truirse en general científicam ente el concepto de lo
psíquico como algo no corporal? Pues dado que el
psiquism o ajeno no puede constatarse directam ente,
dado que no es inm ediatam ente accesible, no puede
captarse en modo alguno p o r sí mismo, sin sus sínto­
m as corporales. Este es el argum ento fundam ental del
fisicalismo. No niega la existencia de vivencias psíqui­
cas; pero afirm a que de ellas no puede hablarse en
absoluto, puesto que son m etafísica. Las proposiciones
sobre ellas carecen de significado, pues no son contras­
tables p o r principio. Las vivencias psíquicas no pueden
com unicarse intersubjetivam ente y, p o r tanto, no pue­
den com probarse. Si los enunciados psicológicos le ha­
cen pensar a uno en vivencias psíquicas, esto sólo son
representaciones concom itantes que no pertenecen al
contenido teórico de los enunciados,f. En consecuen­
cia, no puede indicarse de ninguna m anera m ediante
un enunciado objetivo en qué consiste la diferencia
entre un enunciado sobre lo psíquico en sentido usual
y un enunciado sobre los procesos corporales coordi­
nados, qué es lo que aquél dice distinto de lo que dice

12 E n el fo n d o tam b ién se hace asi p o r D uncker, «Behavioris-


m us u n d G estaltpsychologie» ( E r k e n n t n i s , vol. I I I , p. 162 s.).
11 E r k e n n t n i s , vol. I I , p. 459, 460.

185
éste *\ Según el fisicalismo, el concepto de lo psíquico
en sentido específico no puede en absoluto form ularse
científicamente.
Pero surge entonces en p rim er lugar la cuestión de
qué sucede con los conceptos del lenguaje de cosas,
del fisicalismo. En él hay que introducir conceptos p ri­
mitivos indefinibles. Estos conceptos prim itivos no
pueden determ inarse tam poco m ediante la m o s tr a c ió n
de aquello que aíslan m entalm ente, pues lo que puede
ser m ostrado no es intersubjetivo, como debe serlo lo
corporal; son los datos subjetivos de la percepción,
si no se es partidario del realism o ingenuo, que con­
funde los cuerpos objetivos con los contenidos de per­
cepción subjetivos. Pero es cierto que ahora no puede
afírm arse que los conceptos del m undo corporal sean
gnoseológicamente tan claros e incuestionables que sin
determ inación ulterior se les pueda d ar p o r supuestos
como fundam entos de la ciencia. Lo que ha de enten­
derse p o r «cuerpo» ha sido reducido de las cualidades
secundarias a las prim arias y de éstas a los núm eros
concretos de las m agnitudes físicas de estado, donde
se inserta la problem ática gnoseológica, cosa que la
física conoce perfectam ente: realidades extraconscien­
tes como los electrones, etc., con su «complementarie-
dad» de partículas y ondas de m ateria o únicam ente
conexiones regulares de lo perceptivam ente dado **. Los
conceptos del lenguaje de cosas representan, pues, una
suposición com pletam ente problem ática y, p o r tanto,
difícilm ente se les puede introducir asi sin m ás como
conceptos prim itivos indefinidos.
Para constituir el concepto de lo psíquico en sentido
usual se necesita tom ar como base únicam ente lo que
a cada uno le resulta conocido p o r su experiencia pro­
pia. Por su género cualitativo no es comunicable, pues
el contenido intersubjetivo de los enunciados consiste

14 C araap, S c h e i n p r ó b l e m e , p . 40.
14 V éase p o sterio rm en te p. 189 s.

186
en la «estructura», en las relaciones de ordenación en
que se hallan los contenidos cualitativos1*. Pero los
m iem bros subjetivos de estas relaciones intersubjeti­
vas son indispensables e ineliminables. En los conteni­
dos subjetivos de las vivencias están dados los hechos
en virtud de los cuales puede construirse el concepto
de lo psíquico como un concepto intersubjetivo com­
prensible. Es el concepto de la especie general de lo
vivencialmente dado, la esencia de lo crom ático, de lo
frío, de lo doloroso, de lo desagradable, etc. E stas cua­
lidades se fijan intersubjetivam ente m ediante la carac­
terización de su ordenación, si bien el contenido cua­
litativo puede diferir individualm ente. El concepto ge­
neral de algo de especie sem ejante a aquello que cada
uno vive subjetivam ente, de algo que llena cualitativa­
m ente las relaciones intersubjetivas, puede constituirse
así como un concepto intersubjetivo.
Hay que dem ostrar adem ás la com unicabilidad de lo
psíquico. La com prensión de enunciados sobre el psi-
quism o ajeno se produce ya p o r el hecho de que lo
psíquico ajeno está fijado p o r su relación de ordena­
ción (estructura), al estar diferenciado suficientemente
y determ inado unívocam ente p o r ella. Pero esta estruc­
tu ra b asta plenam ente para producir una com prensión
intersubjetiva. Quien recibe una com unicación puede
llenar de contenido la estructura con elem entos de su
propia experiencia y representarse de este m odo los
procesos psíquicos ajenos según su tipo general. Se
sabe entonces lo que se quiere decir con ello: algo
del m ism o tip o que el color vivido p o r uno m ism o o
que el dolor vivido p o r uno mismo, si bien no de la
m ism a peculiaridad exactam ente. P or tanto, los enun­
ciados sobre fenóm enos psíquicos son significativos sin
tener que interpretarlos como físicalistas.
Pero tal concepto de lo psíquico seria adem ás inútil,
p o r ser superfluo, si p ara todo proceso psíquico hu-•

•• V éase an te rio rm e n te p. 51 s.

187
biese tam bién procesos corporales que no sólo pudiese
suponerse que están coordinados, sino que se com pro­
base siem pre que lo están. Pues entonces podría ha­
blarse realm ente de los procesos psíquicos, ya que am ­
bos enunciados son equivalentes; si uno es verdadero,
el otro tam bién lo es.
Para la crítica ulterior del fisicalism o se tra ta de
saber, pues, si lo que norm alm ente se consideran como
vivencias psíquicas puede describirse íntegram ente m e­
diante enunciados sobre hechos corporales y, en conse­
cuencia, si puede sustituirse p o r ellos. Pero esto tro ­
pieza con dificultades de principio. Hay un gran con­
ju n to de fenómenos psíquicos (en sentido usual), sobre
todo en los cam pos del pensam iento y la imaginación,
pero tam bién en los de las im presiones sensoriales y
orgánicas, cuyos síntom as corporales de expresión son
extrem adam ente escasos y m uy inseguros o completa­
m ente insuficientes para una determ inación m ás de­
tallada. Generalmente, el hecho de que alguien piensa
en algo determ inado, o lo recuerda, o lo desea, o lo ve,
se expresa tan poco y con tan poca claridad en su
com portam iento que no se lo puede determ inar m e­
diante ello ni siquiera aproxim adam ente y m ucho me­
nos claram ente. Los procesos que se desarrollan en el
sistem a nervioso central al hacerlo no los conocemos
en detalle. Los únicos fundam entos perceptivos para
ello son los enunciados de las personas que experi­
m entan.
Para poder describir tales fenóm enos psíquicos en
lenguaje fisicalista, C am ap se ve obligado a designar
el estado corporal coordinado a ellos no de un modo
directo, sino m ediante un rodeo consistente en servirse
de expresiones psíquicas. Le caracteriza como el estado
corporal que se da cuando alguien hace un enunciado
sobre una vivencia determ inada, el cual, sin embargo,
ha de tom arse únicam ente como un fenómeno m era­
m ente físico (voz, escritura). P or ejem plo, la descrip­
ción ñsicalista de que alguien ve rojo viene dada por

188
el hecho de que el estado corporal del sujeto corres­
pondiente se designa como «viendo rojo». Pero «viendo
rojo» no significa, utilizado de este modo, una sensa­
ción, sino una clase de reacciones corporales (movi­
m ientos orales, gestos com o el de señalar a un objeto
rojo) que se producen regularm ente en virtud de estím u­
los (preguntas como sonidos verbales, signos escritos).
La vivencia psíquica «ver rojo» ha de sustituirse en la
descripción m ediante un estado c o rp o r a l de «estar vien­
do rojo» y este estado corporal se caracteriza po r estar
ligado a una clase determ inada de reacciones del su­
jeto que ve r o j o 17.
Para poder caracterizar unívocam ente «de m odo fi­
sicalista» un fenóm eno psíquico determ inado tendrían
que poder indicarse to d a s las reacciones que podrían
servir como distintivo del estado corporal correspon­
diente, pues si esto no fuese posible habría que supo­
ner que en una persona no pasa nada, cuando de hecho
sucede. Las reacciones m ediante las cuales se hace de-
term inable el estado corporal «estar viendo rojo» pue­
den ser movim ientos orales o escritos del tipo m ás
diverso, o sea, enunciados que recen de modo diverso
en distintos lenguajes. Pero tam bién pueden faltar ta­
les reacciones. No es necesario que uno exteriorice toda
sensación. Los procesos fisiológicos que se producen
en el cerebro no son suficientem ente conocidos. Las
reacciones m ediante las cuales se haga determ inable el
estado corporal «estar pensando la proposición p»
(«p» puede ser, p o r ejem plo, « 2 x 2 = 4») serán muy
escasas, si puede com probarse alguna en general. Pero
incluso estas escasas reacciones serán com pletam ente
inexpresivas. Serán características sólo del pensar en
algo en general, pero no perm itirán conocer el conte­
nido especial de la proposición. Una proposición psi­
cológica no tiene el mismo contenido que una p ropo­
sición fisicalista ú n ic a , sino únicam ente el m ism o que

,T E r k e n n t n i s . vol. I I , p. 458.

189
una conyunción de proposiciones fisicalistas. Pero esta
conyunción de- las reacciones corporales posibles no
puede fijarse de modo suficiente y com pleto ni me­
diante una clase, definida p o r una propiedad o una
relación, ni p o r enumeración. Se construye sólo reco­
giendo los síntom as corporales expresivos de una deter­
m inada clase de fenómenos p s íq u ic o s . Pero en modo
alguno puede decirse de antem ano cuáles son todos los
estados corporales que pertenecen a ella, cosa que no es
posible p o r la imprevisible diversidad de su variación **.
Esto sólo puede concebirse unitariam ente m ediante una
coordinación con una especie de vivencias psíquicas.
Con lo cual no puede elim inarse lo psíquico en sentido
específico.
E sto es válido con especial claridad para el ám bito
de la com prensión de signos, cuya im portancia es fun­
dam ental. La com prensión de un significado, de una
significación, no e s tá 1* «determ inada com pletam ente
por la condición física de los estím ulos que alcanzan
nuestros órganos sensoriales». Si se hace una señal
con banderas a un barco, los estím ulos físicos (ópticos)
están dados allí del mismo modo p ara todas las per­
sonas, pero la señal será com prendida por la dotación
del barco, o al menos por una parte de ella, m ientras
que la m ayor parte de los pasajeros no la com prenderá.
La com prensión no depende m eram ente de la condición
del estímulo, de los objetos como signos, sino también
de la preparación de los sujetos. Para com prender la
significación de un signo hay que haberla aprendido.
Es esta segunda condición subjetiva la que obliga a
Carnap a re c u rrir a la persona que com prende en su
intento de fiscalización de la com prensión. Un signo o
un com portam iento significativo es caracterizado p o r él

** R ougier h a a rg u m en tad o de u n m odo se m e ja n te : «Le lan-


gage de la physique est-il universel e t autonom e?» ( E r k e n n t -
rtis, vol. V II, 1937/38, p. 189 s.).
19 Com o dice C arnap, «Psychologie in physikalischer Sprache»
( E r k e n n t n i s . vol. I I I , p. 126).

190
como com prensible cuando un sujeto reacciona a él
con una proposición protocolaria correspondiente. Al
hacerlo, el sujeto ha de ju g ar únicam ente el papel de
un detector orgánico; su vivencia com prensiva no en­
tra en la caracterización, haciéndolo únicam ente su
enunciación de la com prensión. Carnap cree perm ane­
cer con ello al hacer la caracterización completam ente
dentro del cam po fisicalista, pues considera el enuncia­
do como un fenóm eno físico (voz o escritura).
Pero en cuanto tal no es suficiente. Este mismo enun­
ciado tiene, a su vez, que ser com prendido, pues no se
pueden indicar todas las posibles combinaciones ora­
les o escritas m ediante las cuales puede expresarse
una com prensión determ inada. Incluso si no son infi­
nitas, son imprevisibles. Sólo podría elim inarse la v i­
v e n c ia de la com prensión si estuviésemos en condicio­
nes, no sólo de definir fisiológicamente el aprendizaje
m ediante la creación de reflejos condicionados, sino
tam bién de caracterizar unívocam ente del mismo modo
lo aprendido en concreto. M ientras esto no sea posible,
no puede transcribirse, caracterizarse ni definirse el
com prender de u n modo puram ente fisicalista. Mien­
tras tanto, lo psíquico sigue siendo indispensable e in-
elim inable en cuanto fenóm eno no fisicalista. El len­
guaje fisicalista o lenguaje de cosas no sirve, pues,
para la representación de lo psíquico. Por tanto, se
conserva el dualism o originario de lo psíquico y lo
corporal y, con ello, tam bién el de lenguaje de vivenr
cias y lenguaje de cosas.
Nos hallamos, p o r tanto, en la siguiente situación:
si se tiene p o r inconstituíble el concepto de lo psíquico
en sentido usual y se consideran imposibles los enun­
ciados sobre ello, la ciencia tiene que renunciar a un
gran núm ero de sus enunciados actuales y se suprim en
la m ayor parte de las ciencias culturales.
Para poder incardinar acciones dadas en un contexto
causal o teleológico, tenem os que referirlas o a sus mo­
tivos psíquicos o a sus fenóm enos corporales paralelos.

191
Pero estos últim os no los conocemos ni con m ucho de
modo suficiente p ara poder inferirlos de acciones da­
das. Por el contrario, las relaciones psíquicas las cono­
cemos m ucho m ejor. Por tanto, cuando se desconocen
los procesos corporales coordinados, no podem os pres­
cindir de la m otivación psíquica. Tales situaciones se
producen abundantem ente en la investigación histórica
y en los procesos judiciales.
Pero ¿cómo pueden contrastarse intersubjetivam ente
los enunciados sobre el psiquism o ajeno en este sen­
tido, en los casos en los que no se dispone p ara ello de
n in g ú n indicio corporal directo? Nos hallam os ante un
caso de este tipo, p o r ejem plo, cuando se discute ante
un tribunal si un hom icidio ha sido el resultado de
un propósito de m atar o constituye un homicidio no
intencionado. Si se ha ocultado la intención de m atar,
no existen indicios corporales directos de ella (m ani­
festaciones del asesino). Para averiguar la intención se
tiene en cuenta sobre todo si la situación total puede
m otivar una intención de asesinato. Puede deducirse
de acciones preparatorias. Pueden ser acciones que en
sí y p o r sí no indiquen en modo alguno una intención
de asesinar y sólo adquieran este significado en el con­
texto total, como, por ejem plo, inform aciones previas
sobre la presencia o ausencia de personas. O bien se
inñere que se tra ta de un m ero homicidio p o r el hecho
de existir un profundo afecto entre los sujetos. Tales
razonam ientos descansan, p o r una parte, en que las
acciones nacen de un conjunto de motivaciones, en que
son m iem bros de un contexto psíquico de fines y me­
dios para su realización; po r o tra parte, se fundan en
regularidades exclusivas de la vida psíquica, de modo
que el gran afecto excluye la prem editación y un im ­
pulso violento lleva consigo las acciones. Por tanto, los
fundam entos p ara la constatación del psiquism o ajeno,
como, p o r ejem plo, de una intención, están dados por
relaciones regulares entre procesos corporales y psíqui­
cos (acciones e intenciones) y en tre procesos psíqui-

192
eos (afecto y prem editación). Estas regularidades se in­
ducen de la experiencia propia y ajena y se utilizan
para la interpretación de la conducta ajena, habiendo
sido confirm adas una y o tra vez. Los enunciados sobre
el psiquism o ajeno son co n tra sta b a s intersubjetiva­
m ente en virtud de estas regularidades, incluso cuan­
do no hay ningún indicio corporal directo de él. Lo
que sólo indirectam ente está relacionado con lo cor­
poral perceptible m ediante leyes psicológicas, que son
leyes probabilitarias m eram ente estadísticas, puede tam ­
bién ser justificado como hecho psicológico válido. Los
enunciados sobre el psiquism o ajeno son enunciados
científicos legítimos.
Por consiguiente, no puede m antenerse que el len­
guaje ñsicalista o lenguaje de cosas pueda servir como
lenguaje universal de la ciencia unificada, pues los
estados y procesos psíquicos no pueden traducirse com­
pletam ente a él. El lenguaje de vivencias y el lenguaje
de cosas, el sistem a conceptual de lo psíquico y el de
lo físico se m antienen autónom os uno al ladQ del otro.
La ciencia no puede prescindir de ninguno de e llo sí0.

*» C o n tra el lenguaje fisicalista unificado de la ciencia se han


levantado tam bién objeciones desde o tro p u n to de v ista : p o r
K okoszynska, «B em erkungen ü b e r die E inheitsw issenschaft» (E r -
k e n n t n i s , vol. V II, p. 325 s.). N o to d as las proposiciones cientí­
ficas pueden ex p resarse en el m ism o lenguaje; no puede hacerse
con cretam en te esto con las proposiciones q u e se refieren a la
v erdad, la denotación, la definibilidad en u n lenguaje. E sta ob­
jeción, que se apoya únicam ente sobre las proposiciones lógicas,
ya no es válida cuando al h a b la r de la u n id ad del lenguaje de
la ciencia se tr a ta sólo de las proposiciones extra-lógicas, com o
explica C arnap («Logical F o u n d atio n s o f th e U nity o f Science»
[ E n c y c lo p e d ia o f U iti fie d S c ie n c e , vol. I, núm . 1]). Lo q u e im­
p o rta únicam ente es sab er si to d as ésta s son reducibles a p ro ­
posiciones fisicalistas. F re n te a e sto , K aila h a .e m p re n d id o un
ingenioso in te n to de c o m p ren d er de m odo beh av io rista la fun­
ción sim bólica («Physikalism us u. P hánom enalism us» [ T h e o r i a ,
vol. V III, 1942]).

193
3. Re a l id a d

De las condiciones de la confirm ación resulta el ám ­


bito de lo que es cognoscible. La confirmación de un
enunciado em pírico tiene que fundarse en la percep­
ción y, en últim a instancia, en la percepción propia.
También la posibilidad de utilización de las experien­
cias ajenas descansa sobre la percepción propia. Uno
tiene que o ír o leer lo que o tro le comunica. Pero no
por esto es cognoscible únicam ente lo vivido por uno
mismo, ni tam poco m eram ente lo que puede experi­
m entarse en general, sólo lo inm anente a la concien­
cia, como se defendió por parte del positivismo. Cierta­
m ente, no hay que negar que tam bién en el Círculo de
Viena, en parte y a veces, se consideró com o real 6ólo
lo vivencialmente dado *. Según el sistem a de consti­
tución de los conceptos de Carnap, el significado de los
enunciados sólo puede consistir en transform aciones
de lo vivencialmente dado, lo corporal en regularidades
de lo perceptible y todas las dem ás especies de objetos
sólo en relaciones entre vivencias. Por m iedo a la me­
tafísica no se osaba salir del ám bito de las vivencias.
Pero esta concepción se abandonó com pletam ente en
el fisicalism o y Schiick rechazó expresa y detallada­
m ente la equiparación con cualquier idealism o o solip-
sism o teóricos en su ensayo «Positivismus und Rea-
lismus» *.
El principio defendido p o r el Círculo de Viena de
que todos los enunciados, incluso los que versan sobre
la realidad, tienen que ser contrastados y confirm ados
con lo vivencialmente dado, resulta com pletam ente mal-
interpretado cuando se ve en él la afirm ación de que 21

1 «Las cosas* q u e se co nstituyen p a rtie n d o de las percep cio ­


n es no co rresp o n d en a n inguna realid ad existente fu e ra de las
percepciones*, dice Ph. F ra n k ( E r k e n n t n i s , vol. I I , p . 186).
2 E r k e n n t n i s , vol. I I I , 1932; G e s. A u f s a t z e , p. 83 s.

194
sólo lo dado es real, de que las cosas corporales sólo
son conceptos auxiliares para la ordenación de lo vi­
vencialm ente dado, que el m undo exterior sólo es una
construcción lógica. Esta opinión se defendió a veces
realm ente por el positivismo y otras veces se le ha
im putado p o r una falsa interpretación. Puede vacilarse
acerca de si sucede lo uno o lo otro cuando J. St. Mili
caracteriza los cuerpos como «posibilidades perm anen­
tes de sensaciones». Por el hecho de que lo vivencial­
m ente dado se considere como el contenido de la
conciencia de un sujeto, se llega de la exclusiva rea­
lidad de lo dado a la exclusiva realidad de lo cons­
ciente; no hay nada fuera de la conciencia. Si al
hacerlo se supone que lo dado se distribuye en una
pluralidad de conciencias, se m antiene uno en el idea­
lismo; pero si se limita lo dado a lo que me está
dado a mí mismo, se viene a p arar al solipsismo. Pero,
en ambos casos, se halla uno ante doctrinas metafísicas,
pues se afirm a con ello que fuera del m undo em pírico
no existe nada más, que detrás no se halla ningún ser
trascendente. Pero esto es algo que no puede com pro­
barse y decidirse em píricam ente, igual que la afirm a­
ción del realism o m etafísico de que ju n to al m undo
em pírico existe todavía o tro distinto, absoluto; es se­
cundario que éste sea cognoscible de u n m odo especial
o sea incognoscible.
Pero al contenido de la conciencia no le corresponde
ninguna posición excepcional respecto de la realidad
e m p ír ic a . Lo esencial no es que lo dado sea una cosa
neutral, como en el caso de Mach y Avenarius, y que
tanto lo psíquico como lo físico se constituyan a par­
tir de ello, sino que lo que im porta es que un estado
de conciencia, un sentim iento, un dolor, sólo pueden ser
afirm ados como objetivam ente reales en el m ism o sen­
tido que un objeto físico. «Ser-real significa siem pre
hallarse en una relación determ inada con lo dado.»
{L o e . c it., p. 105). Pues sólo entonces puede contrastarse
y confirm arse u n enunciado sobre la realidad.

195
La realidad objetiva no viene garantizada p o r una
vivencia única, sino sólo p o r conexiones regulares.
Cuando es dudoso si en mi cuerpo hay un lugar dolo­
roso aquí o allí, en el apéndice o en el hígado, tienen
que encontrarse indicios de ello (palpando o po r m é­
todos sem ejantes). Y del mismo modo puede demos­
trarse la realidad de los estados de conciencia a je n o s .
En virtud de conexiones regulares entre procesos cor­
porales y psíquicos puede probarse que es real —o tam ­
bién que no es real— que alguien tenga una vivencia
determ inada, p o r ejem plo, que se alegra. Las m anifes­
taciones lingüísticas, las comunicaciones del otro, sín­
tom as corporales expresivos, conocim iento del carác­
ter del otro y de su situación instantánea establecen
una conexión entre estados corporales perceptibles y
estados psíquicos no perceptibles p ara mí, pero que, a
pesar de todo, han de aceptarse com o reales en virtud
de esta conexión, si bien sólo de m odo hipotético, como
todos los enunciados em píricos.
Y del mismo m odo puede dem ostrarse la realidad de
objetos y procesos corporales no percibidos ni percep­
tibles. Si se los conjetura en virtud de leyes naturales
unidas a estados de cosas dados en la percepción, si
son incardinables en el sistem a espacio-tem poral del
m undo exterior, entonces estas suposiciones son igual­
m ente válidas que los enunciados sobre cueipos y p ro ­
cesos percibidos. «Estamos, pues, en posesión de crite­
rios em píricos determ inados p ara saber si las casas y
los árboles estaban ya ahí cuando no los veíamos y si
ya existían antes de nuestro nacim iento y existirán des­
pués de nuestra m uerte; es decir, la afirm ación de que
aquellas cosas 'existen con independencia de nosotros’
tiene un significado com pletam ente claro y com proba­
ble y evidentem ente ha de ser adm itida. Podemos dis­
tinguir perfectam ente de una m anera expresable estas
cosas de aquellas que existen sólo 'subjetivam ente', ’de-

196
pendiendo de nosotros’»*. E n este sentido no cabe
duda de la realidad de la cara de la luna siem pre ocul­
ta para nosotros * ni tam poco de que las estrellas conti­
nuarían en sus órbitas incluso cuando toda conciencia
se extinguiese en el m undo *. Y del m ism o m odo se
dem uestra la realidad de los átom os y campos eléctri­
cos m ediante las regularidades descubiertas por la fí­
sica. «Positivismo lógico y realism o no son, p o r tanto,
antagónicos»*. «Por tanto, ha de rechazarse la form u­
lación utilizada por algunos positivistas según la cual
los cuerpos 'sólo son complejos de sensaciones’»*. Es
este un reconocim iento claro e inequívoco del realismo
em pírico. Pero con ello no debe afirm arse, ni tampoco
negarse, una realidad absoluta trascendente a la expe­
riencia, pues tal realidad no puede ser discutida *.
Ser-real quiere decir en sentido em pírico: estar in-
card inado en el sistem a espacio-temporal de lo Ínter-
subjetivam ente com probable. No puede plantearse en
modo alguno la cuestión de si esto es sólo una cons­
trucción ideal o le corresponde una realidad absoluta
subsistente por sí. E sta es la pregunta p o r su «idealidad
o realidad trascendental», una cuestión metafísica. Evi­
dentem ente, saber si lo que aceptam os como real es
«verdaderam ente» real, si aquello que suponem os in­
dependiente de nosotros y existente fuera de nuestra
conciencia, existe realm ente p o r sí con independencia
o si a nuestras suposiciones no les corresponde en
modo alguno una realidad absoluta, «existente en sí»,
es colocarse en un punto de vista metafísico. Es una

• G e s. A u f s d t z e , p. 107, e ig ualm ente p. 102.


« I b i d ., p. 352.
» I b i d ., p. 365.
• I b i d ., p. 115.
1 I b i d ., p. 114. Cfr. an terio rm en te n o ta 1, p. 160.
• C araap, S c h e i n p r o b l e m e d e r P h ilo s o p h ie , 1928. Ph. F ran k ,
«Das K ausalgesetz», 1931 ( S c h r i f t e n z ■ w i s s e n s c h a f t t . W e lta u ffa s -
s t m g , vol. V I, cap. 10). Cornelius, «Z ur K ritik d e r w issenschaft.
G rundbegriffe» ( E r k e n n í n i s , vol. I I , p. 191).

197
pregunta que se sale* p o r completo de lo científica­
m ente cognoscible. No puede definirse lo que quieren
decir «realidad» y «absoluto* en este sentido, ya que
no puede indicarse ningún criterio para ello. P or esta
razón se caracterizaron tales proposiciones sobre la
existencia m etafísica como carentes de significado*.
¿Cuándo hemos de poder decir que a la realidad em­
pírica le corresponde una absoluta y cuándo no? Una
realidad que no exista actualm ente en una vivencia no
podemos hacer m ás que pensarla, afirm arla, suponerla,
pero nada más. Form ulamos la hipótesis de una reali­
dad independiente de nuestra experiencia e indicamos
criterios para su contrastación en la medida en que
una afirm ación de existencia im plica determ inados
enunciados perceptivos. Si se trata de la realidad empí­
rica, p o r ejemplo, de si una cordillera de una región
desconocida es real o sólo legendaria, esto se decide con
segundad mediante la vista. Ahora bien, a la realidad
introducida idealm ente fuera de nuestra conciencia no
le podemos contraponer adem ás otra realidad que no
estuviese introducida igualmente de un modo ideal. Su
realidad tendría que alcanzarse de otra m anera. ¿Cómo
se llegaría, pues, a tal realidad absoluta? Q uerer m edir
nuestras suposiciones de realidad en una realidad ab­
soluta de este tipo es un deseo absurdo. Respecto de
una realidad o idealidad absolutas no hay ninguna po­
sibilidad de decisión. Por esto se caracterizó la pre­
gunta por la realidad o idealidad del m undo exterior
como un pseudoproblem a, pues sólo se la puede com­
prender en este sentido m etafísico, ya que una ideali­
dad e m p ír ic a del m undo exterior, esto es, una limitación
de lo real a lo consciente, a la conciencia actual, es
una afirmación que no puede m antenerse. La realidad
em pírica es una hipótesis necesaria. Todas las tesis
históricas sobre la verdadera realidad: el idealismo

• C araap , D ie lo g i s c h e S y n l a x d e r S p r a c h e , p. 237; S c h e in p r o -
b l e m e d e r P h iio s o p h ie , 1928.

198
m etafísico y el realism o m etafísico, el fenomenalismo,
el solipsismo, y tam bién el antiguo positivismo con su
lim itación a la inm anencia de la conciencia, caen fuera
del cam po del conocim iento em pírico, pues quieren
contestar una pregunta imposible.

4. V a l o r e s

Tam bién las cuestiones del valor se tra ta ro n en el


Círculo de Viena, si bien sólo en la m edida en que son
accesibles a una investigación científica. Carnap era
tam bién radical en este aspecto y excluyó los juicios
de valor en general de un tratam iento teórico, pues lo
que constituye el carácter específico de los juicios de
valor no puede form ularse teóricam ente. «O se dan
criterios em píricos para Tsueno’, 'bello' y los restantes
predicados utilizados en las ciencias norm ativas o no
se dan. En el prim er caso, una proposición con un
predicado de este tipo será un juicio em pírico sobre
hechos, pero no es un juicio de valor; en el segundo caso
será una pseudoproposición; no puede construirse en
modo alguno una proposición que enuncie un juicio de
v alor»1. Y posteriorm ente: «La validez objetiva de un
valor o de una norm a no puede verificarse em pírica­
mente o deducirse de proposiciones em píricas (tam poco
en la opinión de los ñlósofos de los valores); por tanto,
no puede expresarse de ningún modo (m ediante una
proposición significativa)» ( i b í d . ) * .
A esto le sirve todavía de base la deñnición inicial
del significado por la verificabilidad, que luego el mis­
mo Carnap encontró dem asiado estrecha. Según ella,
sólo los enunciados descriptivos pueden ser significa-21

1 ■Ü berw indung d er M etaphysik durcta logische Analyse d er


Sprache» (E r k e n n t n i s . vol. II, p. 237).
2 T am bién Ayer ( L a n g u a g e , T r u t h a n d L o g ic , 1936, cap. 6) con­
cibe los enunciados de v alo r com o expresión de sentim ientos
y no com o afirm aciones.

199
tivos, porque sólo ellos son verifícables. Todos los de­
m ás enunciados: preguntas, exhortaciones, reglas, va­
loraciones, carecen de significado, pero sólo en este
sentido: no tienen ningún contenido representativo, teó­
rico. Por el contrarío, si el significado se defíne s e ­
m á n tic a m e n te , tales proposiciones son tam bién signifi­
cativas, pues m ediante ellas se designan determ inados
modos de com portam iento. En particular, a las desig­
naciones valorativas les están coordinadas relaciones
de objetos (relaciones entre estados objetivos y acti­
tudes), relaciones que pueden expresarse em pírica­
m ente *.
Schlick em prendió una fundam entación de la éti­
c a 4. Lo que la ética puede realizar científicam ente es
únicam ente una descripción y una ordenación sistem á­
tica de las norm as morales, y no el establecim iento de
norm as. La ética puede justificar las norm as inferiores
p o r las superiores, pero las norm as suprem as no las
puede ju s tific a r , pudiendo únicam ente hacerlas constar
como fácticas. No hay criterios p ara los valores abso­
lutos. Todos los valores son relativos a un sujeto. Por
otra parte, la ética puede e x p lic a r las norm as m ediante
condiciones extraéticas m ás generales; puede derivar
el com portam iento m oral de las leyes naturales del
com portam iento en general.
Schlick considera como ley general de motivación
del com portam iento la ley hedonista, según la cual la
decisión de la voluntad se efectúa conform e al motivo
m ás placentero o al menos desagradable. «Bueno» en
sentido m oral es u n predicado que se refiere, a las
decisiones de la voluntad y expresa una aprobación
p o r la sociedad. Lo que una sociedad regula com o mo­
ral y p o r qué lo regula es cosa que viene determ inada

• V éase V. K ra ft, «G rundlagen e in e r w issenschaftl. W ertleh-


re». 1937 (S c h r i f t e n z . w i s s e n s c h a f t l W e l t a u f f a s s u n g , vol. X I).
(S egunda edición a u m en tad a, S p rin g er, V iena, 1951. N. del T.)
4 «Fragen d e r E thik», 1930 ( S c h r i f t e n z . w i s s e n s c h a f t l W e t­
t a u f f a s s u n g , vol. 4).

200
p o r las consecuencias placenteras y dolorosas que re­
sultan para una sociedad de determ inados m odos de
com portam iento, o m ejo r: las que ella c o n s id e r a que
resultan. El individuo actúa m oralm ente porque lo que
le parece útil a la sociedad puede ser tam bién placen­
tero para él mismo. Este carácter placentero es provo­
cado por sugestión en la educación y m ediante el pre­
mio y el castigo im partidos por la sociedad, en am bos
casos desde fuera. Pero un com portam iento realizado
en el sentido de las exigencias sociales puede tener tam ­
bién por s( mismo e inm ediatam ente un carácter pla­
centero para el individuo. Igualm ente puede proporcio­
nar placer el presenciar una situación placentera y de
este m odo se hace tam bién valioso el com portam ien­
to altruista y no sólo el egoísta. Pero la colocación del
placer como fundam ento del valor exige una explica­
ción del hecho de que el dolor no tiene siem pre como
consecuencia una valoración negativa, ya que el sacri­
ficio se valora de un m odo m ás alto que la felicidad.
Schlick lo explica porque el dolor es entonces o bien
una condición previa del placer o bien contiene ya en
sf mismo placer en cuanto estado complejo, pudiendo
ser placentera la fuerte excitación que se produce en él.
Schlick contrapone su ética de la bondad a la ética
de la obligación. Es una ética de la «buena persona»
que quiere p o r inclinación lo que la sociedad impone
como obligación. Es una m eta m uy lejana puesta a la
evolución. P or ahora, com o dem uestran el pasado y el
presente, sólo tiene significación práctica una ética de
la obligación.
He intentado explicar detalladam ente en mi W e r t-
te h r e que el hedonism o es insuficiente para la expli­
cación y justificación de los valores*. Sólo una parte
de. lo valioso descansa sobre el carácter placentero y
el desagradable. Junto a ellas hay todavía otras fuentes

5 «G rundlagen ein er w issenschaftl. W ertlehre», 1937 ( S c h r i f ­


t e n z. w i s s e n s c h a f t l . W e l t a u f f a s s u n g , vol. X I, p. 95 s.).

201
no menos im portantes de valor, sobre todo la aptitud
para la satisfacción de necesidades condicionadas bio­
lógicamente, de una tendencia, de un deseo. Lo decisivo
aqui no es la representación del placer que se deri­
vará de la satisfacción, sino el im pulso inm ediato y
su acabam iento p o r la satisfacción de la necesidad.
En mi W e r íle h r e he investigado de modo general el
cam po de los valores y los fundam entos para hacer
enunciados científicos sobre ellos y he intentado ex­
plicarlos psicológicamente, p o r una parte, y lógico-teó­
ricam ente, p o r otra. Los conceptos valorativos tienen
un contenido descriptivo unido a su carácter propia­
m ente valorativo, salvo en pocas excepciones: los con­
ceptos valorativos más generales, tales como «valioso»,
«excelente», e tc .4. Es este contenido el que se indica
en la definición de un concepto valorativo; p o r ejem ­
plo, cuando se define «m oralm ente bueno» p o r la con­
cordancia de la voluntad con una ley m oral o p o r la
voluntad orientada hacia la felicidad de todos o po r el
sentim iento de sim patía, y cuando se define «bello»
p o r la ordenación arm ónica de las partes en el todo.
Los juicios de valor tienen p o r ello un contenido obje­
tivo, teórico. Por tanto, tam bién los juicios de valor
—y lo mismo puede decirse de las normas— pueden
som eterse a un análisis lógico y no sólo psicológico.
Gracias a este contenido objetivo, los juicios de valor
pueden hallarse en relaciones lógicas entre sí; m ediante
las relaciones de clase de sus conceptos puede existir
en tre ellos la relación de subsunción, se puede com­
p ro b ar la incom patibilidad entre ellos, se pueden de­
ducir lógicamente de los juicios de valor generales otros
m ás especiales T. Sobre esto descansan, por una parte, *

* IjOc . c it ., p. 24 s. Casi sim u ltán eam en te form u ló Jorgensen


la d istinción análoga p a ra los im perativos (n o rm a s): «Im perad-
ves a n d Logic», 1937/38 ( E r k e n n t n i s , vol. V II, p. 288).
7 Asi tam bién Jorgensen, «Im peratives an d Logic» ( E r k e n n t -
n i s , vol. V II, p. 288 s.) y Rose Rand. «Die Logik d e r Forderungs-
satze» (I n t e m a t . Z e i t s c h r . f . T h e o r ie d . R e c h t s , 1939).

202
los sistem as de ética y de estética y, p o r otra, toda
crítica positiva. Pero los juicios de valor que pueden
deducirse de este modo son siem pre condicionados.
Presuponen siem pre otros juicios de valor m ás ge­
nerales.
El específico carácter valorativo, aquello p o r lo que
lo bueno y lo bello definidos de tal y tal form a se ca­
racterizan como «valiosos*, hace referencia a la a c ti tu d
p ara con el contenido objetivo definido. Puede ser una
actitud am istosa u hostil, de tendencia o de recusa­
ción, de aprobación o de desaprobación. El carácter
valorativo fija tal actitud. Es algo no teórico: una se­
ñal para el com portam iento práctico. De este modo la
designación del carácter valorativo es tam bién signifi­
cativa; se sabe cómo ha de emplearse.
El juicio valorativo lo constituye la atribución de un
carácter valorativo a un objeto o a una clase de objetos.
Los juicios valorativos son, pues, significativos en su
totalidad, no sólo en su contenido descrip tiv o '.
Pero un juicio valorativo no expresa m eram ente la
actitud personal del que juzga, sino que incluye tam ­
bién una exhortación a quien lo com prende para que
adopte una actitud igual, pues un juicio valorativo no
quiere ser m eram ente una confesión subjetiva, sino que
pretende uqa validez general.
Pero la exhortación para que se adopte la actitud ex­
presada p o r el carácter valorativo no tiene por qué ser
obedecida. No hay ninguna instancia que haga necesario
en general su reconocim iento, tal como la verificación
hace necesario el reconocim iento de un enunciado des­
criptivo, pues no hay valores absolutos ni im perativos
categóricos, sino sólo hipotéticos. Lo que se tiene por
tales son únicam ente aquellos valores e im perativos que
se han hecho naturales en un círculo cultural. Sólo
suponiendo principios valorativos aceptados pueden de-*

* F ren te a Jórgensen, lo e . c it . — si no se Umita «significado»


p recisam ente al contenido descriptivo.

203
ducirse juicios valorativos m ás especiales con validez
objetiva. En este sentido es válida toda crítica objeti­
va; sólo así puede afirm arse una validez objetiva de los
juicios de valor: en cuanto deducidos y condicionados.
Sin supuesto alguno, en cuanto incondicionados y ab­
solutos, los juicios de valor no pueden tener ninguna
pretensión de validez general, ya que ésta no puede
justificarse de ninguna m anera.

5. F il o s o f ía

La exigencia fundam ental del Círculo de Viena, el


fundam ento de su unidad interna, era que la filosofía
ha de proceder científicam ente. Se estaba de acuerdo
con el positivismo en que la filosofía no investiga un
cam po propio de la realidad. M ientras se tra ta de la
realidad e m p ír ic a , ésta se halla repartida entre las cien­
cias especiales; y una realidad no empírica, trascen­
dente, no puede ser objeto del conocim iento. Los obje­
tos tradicionales de la m etafísica, un ser absoluto y
tam bién valores y norm as absolutos, no pueden pro­
porcionar un ám bito científico propio, pues las cues­
tiones y afirmaciones relacionadas con ellos no tienen
ningún contenido objetivo; son únicam ente pseudo-
cuestiones y pseudoproposiciones. La filosofía, en cuan­
to metafísica, es imposible científicam ente *.
Pero no estaba igualmente claro cómo había de con­
cebirse la filosofía positivamente. En un ensayo p ro ­
gram ático con el que se inició el p rim er año de E r k e n tt t-

1 Si bien, p o r esta razón, en el Circulo de V iena algunos ra ­


dicales. so b re todo N eu rath , p ero tam b ién C arnap (en la L o g i-
s c h e S y n t a x d e r S p r a c h e , p. 205, 206), no se oponían a ren u n ciar
a la designación de «filosofía» e in c lu s o 'a la de «teoría del co­
nocim iento», sin em bargo, Schlick p ro te stó co n tra esto en el
ensayo «L’école de Vienne e t la philosophie traditionelle» (Ges.
A u f s d t z e , p . 391 s.).

204
n i s 3 determ inó Schlick de una nueva form a la tarea
de la filosofía, form a que se rem onta a L. W ittgenstein.
La filosofía tiene que poner en claro el significado de
palabras y enunciados, m ostrando y eliminando los que
carecen de significado. De acuerdo con esto, ella no
form ula proposiciones propias, sino que explica pro­
posiciones dadas. La filosofía no es un sistem a de ver­
dades y, por tanto, no constituye una ciencia peculiar,
sino «aquella actividad mediante la cual se fija o se
descubre el significado de los enunciados. La filosofía
explica las proposiciones, las ciencias las verifican. En
el caso de éstas se tra ta de la verdad de los enunciados,
pero erf’él de aquélla se tra ta de lo que los enunciados
q u ie re n d e c ir propiam ente» *. Según esto, la filosofía no
es una ciencia con un cam po propio, sino un método
que se aplica a las ciencias particulares allí donde hay
oscuridades. Nos hallam os así ante el resultado p ara­
dójico de que partiendo de la aspiración hacia una so­
lidez científica se niega la filosofía como ciencia.
Pero a través de los trabajos de Carnap se precisó
luego que la filosofía ha de ser «lógica de la ciencia»,
que investiga la sintaxis lógica del lenguaje científico.
Hay dos grandes campos distintos: el de los objetos,
sus propiedades y relaciones, y el de la r e p r e s e n ta c ió n
de los objetos, es decir, el del lenguaje y de la lógica.
El cam po entero de los objetos corresponde a las cien­
cias especiales, que le cultivan com pletam ente. El cam­
po de la filosofía es el de la representación de los
o b je to s ; sus objetos son los conceptos, proposiciones
y teorías de la ciencia. Esta determ inación de la filo­
sofía la realizó W ittgenstein p o r prim era vez.
En la L o g is c h e S y n t a x d e r S p r a c h e , Carnap deter­
m inó el trabajo de la filosofía diciendo que es investi­
gar la sintaxis lógica del lenguaje. Su contenido lo for-

* «Die W ende d e r Philosophie», G e s. A u f s a t z e . p . 31 s. (R e­


cogido en E l p o s i t i v i s m o ló g ic o , citad o a n terio rm en te.)
* «Die W ende d e r Philosophie» ( E r k e n n t n i s , vol. I, 1930/31,
p. 8; G e s. A u f s d t z e , p . 36).

205
m an en p arte proposiciones inm ediatas sobre esta sin­
taxis y en parte proposiciones cuasi-sintácticas o pseu-
doproposiciones de objetos (ver anteriorm ente p. 88 s.).
E sto es lo que sucede frecuentem ente en los problem as
de fundam entación de las ciencias especiales. Se pre­
sentan como problem as relativos al m undo de los ob­
jetos, pero su análisis m uestra que se tra ta de cuestio­
nes de lenguaje, de relaciones sintácticas. En vez de
com prenderlos como filosofía de la naturaleza, de lo
orgánico, del alma, de la historia, hay que hacerlo como
análisis lógicos de la ciencia natural, de la biología, de
la psicología y de las ciencias históricas. Los problem as
de fundam entación de la física, como, p o r ejem plo, la
cuestión acerca de la estructura del espacio y el tiem ­
po, los consideraba C araap como cuestiones de la sin­
taxis de las coordenadas del espacio y del tiempo. Los
problem as de fundam entación de la biología, concer­
nientes sobre todo a la relación de la biología con la
física, son cuestiones acerca de la posibilidad de tra­
ducción del lenguaje biológico al lenguaje de la física.
Los problem as de fundam entación de la psicología, por
ejem plo, el problem a psicofísico, son igualm ente los
problem as de la relación entre dos lenguajes parciales
del lenguaje científico general, el psicológico y el fisi-
calista, son los de saber «si cada dos proposiciones pa­
ralelas de los mismos tienen el m ism o contenido siem­
p re o sólo en ciertos casos»4. Tam bién los problem as de
fundam entación de la m atem ática, form alism o o logi-
cismo, conciernen a la construcción de un sistem a for­
mal que se incorpore al lenguaje total de la ciencia.
Puesto que la sintaxis puede tra ta rse de un m odo pu­
ram ente form al, sin referencia al significado y sólo res­
pecto de las relaciones de las designaciones, las propo­
siciones de la filosofía pueden tener carácter puram ente
formal. En cambio, Schlick, como W ittgenstein, había

4 D ie lo g is c h e S y n t a x d e r S p r a c h e , p. 252.

206
vinculado la filosofía al s ig n ific a d o de las proposiciones
científicas.
Pero Carnap se ha apartado desde entonces de esta
concepción sintáctica de la filosofía, com o ya se expli­
có anteriorm ente (p. 92 s.). Si bien la filosofía es
análisis lógico del lenguaje de la ciencia, este análisis
no versa sobre su sintaxis, porque la lógica no es cosa
de la sintaxis, sino de la sem ántica. Por tanto, el análi­
sis lógico no ha de separarse del contenido significa­
tivo del lenguaje. Se abandona con ello su tratam iento
puram ente form alista. La filosofía com o análisis lógico
del lenguaje de la ciencia no se aleja ya de. la investi­
gación gnoseológica de las ciencias. Abarca así todo
lo que se tra ta en la teoría no psicológica del conoci­
m iento y en los problem as de fundam entación de las
ciencias particulares. El Circulo de Viena se ocupó rei­
teradam ente de estos problem as; así de la fundam en­
tación gnoseológica de la m atem ática, en el congreso
de Kónigsberg en 19305; de la relevancia biológica de
la física cuántica, en la conferencia previa de Praga
en 1934 •; del problem a causal del concepto de tota­
lidad*. Los problem as filosóficos tradicionales o pue­
den form ularse como cuestiones em píricas, que corres­
ponden entonces a las ciencias especiales, o como cues­
tiones de la representación, del lenguaje, del signifi­
cado y tam bién de la sintaxis, o son cuestiones m eta­
físicas, que se hallan fuera de todo tratam iento cien­
tífico.
En la concepción de la filosofía que defendió el
Círculo de Viena no hay en absoluto ninguna innova-

» Véase E r k e n n t n i s , vol. II, p . 91 s.


• Véase E r k e n n t n i s , vol. V, p. 56 s., 178 s.
7 Schlick, «Die K au salitát in d e r gegenw ártigen Physik» (Ges.
A u f s S t z e , p. 41 s.); F ran k , «Das K ausalgesetz u n d seine Gren-
zen», 1932 ( S c h r i f t e n z. w i s s e n s c h a f t l . W e lt a u ff a s s u n g , vol. V I)
y en el congreso d e 1936 en Copenhague ( E r k e n n t n i s , vol. V I,
p . 293 s.).
* Schlick, G e s. A u f s ü t z e , p. 251 s.

207
ción revolucionaría. K ant redujo ya la filosofía a teoría
del conocimiento, en tanto deba ser conocim iento', y
el positivismo atribuyó todo conocim iento objetivo a
las ciencias especiales. Pero la concepción del Círculo
de Viena le supera al reunir todas las ciencias en la
ciencia unificada, pues con ello los problem as de una
concepción unitaria del mundo, que constituían un
problem a capital de la filosofía anterior, se conservan
como problem as de un sistem a unitario del conocimien­
to científico, o sea, com o científicam ente legítimos. Y
en el Círculo de Viena encontró tam bién su expresión
precisa el m étodo de la teoría del conocim iento como
análisis lógico del lenguaje. Por eso una investigación
del conocim iento ha de realizarse en el lenguaje.
Aquello de lo que la filosofía se ha ocupado hasta
ahora se divide en tres tipos: en p rim er lugar, hay
cuestiones relativas a hechos em píricos, las cuales han
de contestarse p o r m edio de las ciencias experim enta­
les; en segundo lugar, hay cuestiones que conciernen
a la representación, al lenguaje, las cuales se solucio­
nan en una explicación de conceptos y enunciados; y
en tercer lugar, hay cuestiones metafísicas. Estas no
pueden contestarse en modo alguno, no pueden form u­
larse en el lenguaje de la ciencia, con conceptos cien­
tíficos. Por tanto, no se pierde ninguno de los proble­
m as significativos, científicamente legítimos de la filo­
sofía.
Si ahora recapitulam os lo que produjo filosófica­
mente el Círculo de Viena, se tra ta de resultados que

> Cfr. W indelband, L e h r b u c h d e r G e s c h ic h te d e r P h ilo s o p h ie ,


publicado p o r H eim soeth, 1935, p. 3: «La filosofía, qu e se ha­
llaba en e sta situación de conciencia de si m ism a, fue sacudida
p o r K ant, quien p uso de m anifiesto la im posibilidad de un
conocim iento filosófico (m etaffsico) del m u n d o al lado o p o r
encim a de las ciencias p articu lares. T ras esta renuncia, el ám ­
b ito de la filosofía com o ciencia p a rtic u la r se re d u jo precisa­
m ente a aquella reflexión c ritica de la razón so b re sí misma.*
(H ay tra d . esp., México, 1960.)

208
han hecho avanzar am pliam ente a la teoría del cono­
cim iento sobre la situación en que se encontraba. Se
explicó la esencia de la lógica y de la m atem ática, se
descubrió p o r prim era vez la relación de la lógica con
el lenguaje, se analizaron y explicaron el m étodo y los
fundam entos del conocimiento experim ental tan dete­
nidam ente como no se había hecho nunca hasta ahora.
Es indiscutible que se mezclaron varias simplificacio­
nes excesivas, m ás de una unilateralidad radical y que
todavía no han sido superadas. La labor del Círculo de
Viena no concluyó, sino que fue interrum pida. El m o­
vimiento del neopositivismo, que él inauguró, continua­
rá su trabajo. Pero ciertam ente tam poco ha de discu­
tirse que desarrolló puntos de vista nuevos y fecundos
y que sus resultados significan profundizaciones y ex­
plicaciones valiosas. En una época en la que im pera­
ban en el ám bito alem án las tendencias m etafísicas y
la construcción dogm ática, él tra tó la filosofía de modo
científico. Realizó sus estudios con la claridad, pro­
fundidad y solidez que exige la cientificidad, frente a
la vaguedad e inconsistencia usuales en las afirm acio­
nes filosóficas, aunque hay que reconocer que a sus
estudios les afecta tam bién la inevitable sobriedad de
la ciencia, sin que hablen al corazón ni satisfagan se­
cretos deseos. Sin duda las fantásticas poesías concep­
tuales son m ás interesantes para la generalidad de la
gente y la sabiduría vital de una personalidad em inente
es sin duda m ás im portante hum anam ente. Pero son
subjetivas, controvertibles e indecidibles. Les falta la
generalidad. Son asunto de convicción personal, pero
no son conocimiento.

209
I N D I CE

Pr ó l o g o ......................................................................................... 7
P rim era p a rte : LA HISTORIA DEL CIRCULO DE VIENA. II
Segunda p a rte : LA LABOR DEL CIRCULO DE VIEN A ... 23
A. E L L O G I C I S M O ... .............................................................. 27
I. LOGICA Y MATEMATICA ............................................. 27
II. EL ANALISIS LOGICO DEL LENGUAJE ................... 36
1. An á l is is s e má n t ic o ............................................................. 42
a) S ig n if ic a d o , c a r e n c ia d e s i g n if ic a d o y m e t a f í s i c a ........ 42
b) C o n te n id o y e s t r u c t u r a .................................................... 55
2. An á l is is s in t á c t ic o ............................................................ 61
a) S i n t a x i s y l ó g i c a ................................................................ 61
b ) P r o p o s i c io n e s c u a s i - s i n td c ti c a s ........................................ 77
B. E L E M P I R I S M O ................................................................. 101
I. EL SISTEM A DE CONSTITUCION D E LOS CON­
CEPTOS E M P IR IC O S ...................................................... 101
II. LOS FUNDAMENTOS D E LA VERIFICACION DE
LOS ENUNCIADOS E M P IR IC O S .................................. 131
1. LOS ENUNCIADOS VERIFICADORES........................................... 131
2. La VERIFICACIÓN DF. LOS ENUNCIADOS GENERALES.................. 149
3. V e r d a d y c o n f ir m a c ió n ...................................................... 159
4. Pr o ba bil id a d ........................................................................ 166
a ) P r o b a b il id a d g n o s e o ló g ic a ( d e e n u n c i a d o s ) .................. 166
b ) C á lc u lo d e p r o b a b il id a d e s .............................................. 168
I I I . E L A M B I T O D E L O C O G N O S C I B L E ......................... 177
1. C ie n c ia u n if ic a d a y l e n g u a j e u n iv e r s a l ........................ 177
2. E l f i s i c a l i s m o .................................................................... 180
3. R e a l id a d .............................................................................. 194
4. Va l o r e s ................................................................................ 199
5. F i l o s o f ía .......................................................... 204
Los com ponentes de este grupo de filósofos,
entre los que cabe destacar
a Carnap y a Schlick,
y cuyo trabajo floreció entre las dos guerras mundiales,
orientaron su filosofía por derroteros científicos,
enfrentándose con la reform a
del positivism o y del em pirism o.
N o puede buscarse en sus textos
ni confesiones de sabiduría personal
sobre el m undo y la vida,
ni la interpretación subjetiva de éstos,
ni la práctica de la filosofía como poesía conceptual
que term ina por com poner una novela cósmica.
T anto en la elección de los temas
como en el tratam iento con que los elaboran,
los m iem bros de esta escuela propugnan
la claridad unívoca, el rigor lógico
y la fundam entación suficiente
como condiciones im prescindibles del filosofar válido.
El Círculo de Vicna
queda dispersado violentam ente en 1938
al producirse la anexión de A ustria
a la Alemania nacionalsocialista;
pero su semilla sigue haciéndose árbol
en el actual ejercicio filosófico.

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