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SERGIO BAGÚ
O /IR A S D E L A U T O R
PRÓLOGO
9
la saciedad una ubicar ion parecida. F¡1 hecho de que
esas individuos scmi propietarios o usuarios de los
medios de producción, o titulares de capital fiduciario,
o muño de obra sin la propiedad de los medios de
produrrión tjue utiliza es un factor fundamental para
determinar a qué clase social pertenecen.
No queremos con esto ofrecer una definición d-el
concepto, ni agotar su complejidad, sino fijar un punto
de partida para el estudio que aquí hacemos. Para
nosotros, las clases sociales son, en primer término,
^una realidad ec on ómir o-social. Pero eso no implica
que reduzcamos nuestrd"~ésfüerzo o seguir el rastro
de fas clases sociales tan sólo en lo económico y en lo
social. La historia -—es decir, la vida humana— es un
todo y nada hay en ella, nodo absolutamente, que no
se integre dentro riel conjunto, que vo guarde relación
con lo demás.
Lo que creemos es que la participación de ese
agregada humano, que distinguimos como clase social,
en el poder político —o sw tw participación— esí¡i
siempre subordinada a su junción económica y a su
posición social. Creemos asimismo que los individuos
de esas cluxes sociales tienen modalidades, ideas, pre
ferencias es le ticas, lógica —n cuyo estudia dedicaremos
nuestro próximo trabajo sobre el período colonial— de
las cuales puede hablarse en términos generales y cuya
génesis y evolución se encuentran fuertemente condi
cionadas por el hecho de que esos individuos pertene
cen a tales clases sociales.
Cuando un agregado humano de ese Upo presenta,
como curarterislica muy bien definida, la de consti-
J¡ luir un ¡grupo socigl_ce-rradiJi¡ prácjicarnente inipcnetra-
b(qt lo dcnoimnamos Pero, a nuestro entender,
no hubo castas propiamente tules en la sociedad colo-
nial hirpannport urja esa y así Jo sostenemos en el texto.
No creemos necesario —por lo menas, no serta f&~
!0
cil hacerlo si fuéramos a respetar todos los escrúpulos
históricos y lingüísticos— utilizar un término único
pora referirnos a la clase social que era —económica,
social y políticamente— la más poderosa de la colonia.
La aludimos llamándola clase de los grandes poseedo-y
res, clase dominante, clase privilegiada o de los privi-
legíados. Estas denominaciones no aspiran a tener pre- 1
cisión técnica en este trabajo.
Dentro de tina clase social existen lo que denomi
namos grupos, categorías o estratos sociales, cuyos
miembros tienen entre'sí cierta, afinidad desintereses
o de ocupación, o semejanza en- su función económica,
social o política.
Los estratos sociales son muy numerosos en la
historia hispanolusa y no intentarnos estudiarlos mi
nuciosamente a tocios, ni siquiera enumerarlos en for
ma completa. Muchas veces, la denominación especí
fica se refiere a la actividad económica que los carac
teriza y de la cual derivan su poder político y social:
mineros, ganaderos, senhoros de cngenho, íazendeiros
de gado, comerciantes monopolistas, negreros, etc.
Oíros, a la propiedad territorial, en la cual pueden lle
varse a cabo diversas actividades ¡rroductivas: terra
tenientes, latifundistas, rancheros, estancieros. Otras,
al nombre tradicional: los Gran Cacao, de Venezuela:
los cargadores, como en algunas partes se llamaba a los
que participaban del tráfico ultramarino.
Llamamos .inmovilidad o inmutabilidad a la ten
dencia de algunas clases y grupos sociales o, cerrarse
en sí. a parecerse a las castas en cuanto a la marcada,
dificultad que otros elementos ajenos a ellos encuen
tran para ingresar en esas clases o grupos y q la casi
imposible contingencia de que uno de sus miembros
deje de serlo. Al hablar de mutabilidad, o Bjavilidad
nos referimos a la tendencia de clases y estratos c
mudar su estructura, su asiento económico y su ubi-
11
r social; naí como a perder miembros que cam
bian de clase y a ganar otros nuevos, que provienen
ffi 1 otra clase.
/{(•servamos el nombre de estratificación sacia! a
/n ¡eron¡visación de los distintos grupos o estratos sa
rtales entre sí, a la ubicación que tienen éstos en la
lau'trdud.
n
haya pensado sino en ella cuando puso en boca del
caballero de la Mancha el corneja que hemos respetado
escrupulosa mente: uSt; breve en tus razonamientos, que
ninguno hay gustoso si es largo".
S. B.
AUamar. Noviembre de 1951.
13
C a p ít u l o P r e v io
CASTAS Y PU EB LO EN LA S SO CIED AD ES
IN D ÍG E N A S PRECOLOM BINAS
15
li'rlor a los incas; el colpiLlli que existía antes de que
liw aztecas llegaran al valle de México.
En la gran mayoría, al menos, de estas comunida
des. persiste el sentido igualitario en las relaciones so
ciales entre sus miembros y no hay grupos privilegia
dos ni clases que se beneficien con el esfuerzo de los
demás. Algunos pocos cargos administrativos son pro
vistos por medio del sufragio periódicamente, reunidos
en asamblea las mujeres y los hombres adultos de la
comunidad. Institución ésta de tan puro acento demo
crático y que aún conservan algunas comunidades que
chuas de la sierra peruana, como Ciro Alegría ha na
rrado en su admirable novela.
Como en la yens íroquesa estudiada por Morgan y
ni otras organizaciones primitivas donde aún no ha
aparecido una superestructura estadual bien definida,
el sincjii, jefe guerrero del o.yíju, es elegido por un plazo
limitado de tiempo y su poder no deja nunca de ser
compartido por un consejo. No habiendo continuidad
on la función, ni un sistema hereditario que la trans
fiera obligatoriamente dentro de ciertas familias, no
aparecen los síntomas característicos de la formación
de clases o castas.
16
n«s precolombinas, hay varios capítulos que, aunque
para nosotros Henos de lagunas, reproducen este pro
ceso. Así, la llegada de los aztecas al valle de México
es una empresa de conquista militar en perjuicio de
las tribus que lo pueblan de antiguo, lo que da lugar a
que se forme la confederación azteca. Quienes la go
biernan ya no son elegidos indiscriminadamente entre
la masa de ia población, sino entre ciertos grupos que
se reservan el ejercicio del poder como propio de su
nueva condición social. El jefe militar de la confedera
ción a la llegada de Hernán Cortés —el cargo que des
empeñaba Moctezuma— tiene todavía carácter electi
vo, pero quienes lo eligen son sólo unos pocos dirigen
tes y el jefe elegido debe pertenecer, según todos los
indicios, a un grupo social dado, Hay, incuestionable-)
mente, ,u.n sistemadle caata^1 , en pleno funcionamiento,
gobernando Ia^o_n/¿Ieración azteca cuando se le en-j
frentan los invasores blancos.
Entre loa mayas de Yucatán, en los últimos tiem
pos del denominado Nuevo Imperio, el poder político
se encuentra en manos de castas y Morley señala va
rios indicios aceptables que hacen pensar que esas cas
tas son de origen azteca, os decir, emparentadas con
los invasores aztecas que dominaron la región.
En la historia política del Imperio Incaico, que
nos es mejor conocida que la de otras saciedades in
dígenas y que alcanzó estadios de evolución superio
res, hay un hecho inicial revelador; una tribu, la de
los Incas, conquista a otras y establece sobre ellas su
predominio militar y político. Poco a poco, esa tribu
dominante va levantando una compleja estructura po
lítico-administrativa, un Estado que le permita prolon
gar indefinidamente sus derechos de dominadora. Los
conquistadores se transforman en casta aristocrática.
En el dominio incaico, la estructura poltt'co-admi-
nistrativa llega a ser un verdadero y admirable estado
17
i
imperial. E n el valle de México, la confederación azte
ca nunca alcanzó ese grado de cohesión ni tuvo empe
radores propiamente tales. En la vasta zona maya,
Jamás existió una sola autoridad política, sino varias. ■
Ésas fueron iaa principales, mejor organizadas y más
extendidas organizaciones políticas. Pero además, en
la larga y enmarañada historia* precolombina ha habi
do multitud de organizaciones políticas menores, esta
dos embrionarios en los cuales parece repetirse,
una y otra vez, el mismo proceso de superposición de
vencedores sobre vencidos, dando origen a la forma
ción de castas. Es posible que algunas de las llamadas
aristocracias regionales entre los aztecas, los mayas y
los incas hayan nacido en esas circunstancias. Uno
de los principios de la inteligente política imperial in
caica fué la de respetar las castas aristocráticas de los
pueblos dominados a las cuales, en cierta época, se las
atraía hacia la deslumbrante sede imperial del Cuzco,
donde los descendientes recibían una instrucción es
pecial.
ü A R IST O C R A C IA S Y CO M UN ID AD ES A G R A R IA S
18
períodos agitados. Pero lo que no sufre alteración
sustancial es aquella expresión básica de la estructura
económica y social: el calpulli en el norte, el aylht en
el sur. Ayllus y calpttllis hubo que se expandieron;
Ófros,"que se extinguieron; otros, que cambiaron de
índole. Pero los más perduraron, en una suerte de his
toria sin historia.
La superposición de una estructura política con
federal o imperial sobre esa multitud de comunidades
primitivas no altera, básicamente, los modos de pro
ducción de estos pueblos, La agricultura continúa sien
do su actividad más importante, sin que haya ganado
mayor, ni manufactura que no sea la doméstica. E l
campesino produce para su consumo y paga un tri
buto a la confederación a ai estado imperial; en cier
tos casos excepcionales, destina todo su esfuerzo a
obras planeadas por la autoridad política central. No
ha perdido la posesión ni el usufructo de la tierra, ni
e) dominio de sus primitivos medios de producción.
Hay apenas un escaso intercambio de productos, más
intenso at parecer bajo los Incas, cuya política econó
mica les llevó a organizar el envío regular de ali
mentos y otros productos de una zona, en la que
abundaban, a otra en que escaseaban. No bay moneda
propiamente tal, ni esclavitud, ni servidumbre como
instituciones económico-sociales.
La conquista, las guerras, los fenómenos de la na
turaleza pueden lesionar la entraña de la comunidad,
pero casi nunca tienen la eficacia de esos factores di
solventes que, en otros mundos, habían relegado ya a
las comunidades agrarias primitivas a un simple ca
pitulo de historia escrita. El campesino indígena sel
aferra a la tierra por el amor que le profesa, por un
sentido de lo religioso que te otorga categoría místi-j
ca, por el auténtico placer que le ocasiona trabajarla
'y por la elemental razón de ser ella la fuente úni-
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i'ji de su economía, El estarlo imperial y la confe
deración precolombinas comprenden esa realidad, por-
la comparten y, además del respeto que les rae-
icyiíin otros factores, no destruyen ia comunidad pri-
II1II na porque sus propias liases económicas se derrum-
Iiiirían. Su estrategia está dirigida a asegurarse el trí
bulo y a sobreponer una estructura de castas que
«puníale convenientemente el orden político,
20
b. En esa organización escalonada no es difícil
ubicar las castas y los autores que han hecho una enu
meración de ellas no difieren en nada sustancial. Los
Incas y su familia imperial, que también eran denomi
nados incas; la nobleza de ¡os “ orejones'*; la aristocra
cia secundaria de los “ curacas" y de otros jefes regio
nales; la enorme masa de tos tributarios. No es pro
bable que hubiera grupos considerables de pobladores
que escaparan a esta clasificación.
Podría argüir se que ios sacerdotes constituían por
sí una casia, como también los amuutas, que eran los
sabios de! imperio y ios haravec-cuna, sus cantores,
Pero en el Inca rio, lo mismo que en la confederación
azteca y en las ciudades-estado de los mayas, los sa
cerdotes pertenecían a ia casta gobernante, Morley,
refiriéndose a Jos mayas, adelanta la hipótesis de que
esa fué la causa que impidió que se presentaran entre
la casta de los sacerdotes y la casta dominante conílie-
tos políticos graves, como en otras sociedades primi
tivas.
Castas decimos y no clases, porque la mente que
preside esté ordenamiento social reposa en la idea de
que cada uno de estos grupos desarrollará por siempre
las mismas tareas y que sus obligaciofiég y prerroga
tivas se heredan de generación en generación. Esta
concepción astática'*no resulta invalidada por la cir
cunstancia de que el acceso a la casta aristocrática
nunca estuvo definitivamente cerrado a quien, sin per
tenecer por nacimiento a ella, demostrara sobrellevar
cualidades relevantes, como lo anota Valcárcel.
21
igiipmiftabilidades. En el caso de los Incas, la comple- *
|ii |iltiniMención económica^ a conquista de nuevas tié- |
11 fin (tma el cultivo cuando las ya poseídas resultan ¡
luniiflcínttos, la orientación del rito religioso, que en!"
luu Indígenas es entonces tan obsesionante y sincero?
Iniih el aristócrata como para el plebeyo.
Se explica así que el aprendizaje a que eran so-
moildos los miembros de la realeza incaica haya cons-
IUnido una verdadera escuela de carácter, tan en vio
lento contraste con el clima de perversión moral que
predominaba en muchas dinastías, aristocracias y bur
il lientas de Europa en la época de la conquista. Aque
lla audaz y gigantesca construcción imperial descansa-
bu sobre una economía de limitadas posibilidades, de
elementales recursos, dicho esto sin cometer la injus-
llciii de olvidar los prodigios de los ingenieros agróno
mos del viejo Perú. Sin esa disciplina ascética de loa
que mandaban, sin un fiero sentido social en Jas cas-
írni dirigentes, se hubiera resquebrajado con rapidez.
1K«íi ineludible tensión por mantener un edificio enor-
[ me sobre cimientos débiles concede extraño acento de
grandeza y osadía a la faena política de los Incas, sin
iluda la más original y vasta de todas las emprendidas
en el continente en la era precolombina.
Una mentalidad europea superficial, al comprobar
la presencia, en las sociedades indígenas más evolucio
nadas, de sacrificios humanos, de castas y de una obse
sionante idolatría politeísta, puede cerrarse a toda otra
consideración y afirmar que lo existente basta para
«signarles una baja categoría ética. Así procedieron
algunos de los cronistas de los siglos 16 y 17, muchos
sacerdotes y la enorme mayoría de los funcionarios de
h corona española. Pero la altitud ético-social de un
conglomerado humano nunca se puede juzgar medían
le procedimientos tan mecánicos.
E l sacerdote indígena que consuma un sacrificio
humano, si ío hace con el corazón conmovido por el
terror que le inspira Lo sobrenatural y pensando que
la víctima tiene el privilegio de oír el llamado de los
!dioses en su inmolación, como creían los aztecas, es
’un ser éticamente más sano que el familiar del Santo
\Oficip que, por aquellos mismos años, encendía laTia-
guera para arrojar en ella pensadores, poetas, ene*
migos políticos y comerciales, invocando el nombre de
Cristo para aumentar su bolsa y saciar instintos pato
lógicos.
El maya y el quechua que creen honestamente que
la montaña palpita y gime, que canta en las noches
tranquilas y sé estremece bramando en sus raptos de
ira; para quienes un dios puede ser el aire, o acaso el
sonido melancólico de su flauta de cañas es, en su in
timidad psíquica, mucho más sano que el monoteísta
recitador de cánones sagrados que justifica en latín
una matanza colectiva de infieles.
A l fin y al cabo, hay pruebas para sostener que
entre los incas de principios del siglo 16 casi no había
sacrificios humanos y parece que hacía algún tiem
po que la masa de los indios mayas tenía en muy baja
consideración al nucom, que era el sacerdote elegido
de por vida para arrancar el corazón palpitante de la
víctima en el ritual propiciatorio, lo cual podría Indi
car un principio de reacción popular contra esa prác
tica bárbara.
Hay oficios que envilecen, porque su ejercicio des
cansa sobre la mentira a sabiendas o sobre la perse
cución de lo ostensiblemente noble y justo. En la Eu
ropa del siglo 16 había multitud de ellos y, no pocos,
en las más altas esferas políticas y religiosas. No pue
de demostrarse que fuera oficio vil ninguno de los
ejercidos por las castas aristocráticas ni por ios sa
cerdotes de las sociedades indígenas precolombinas,
por más que debamos ubicar sus modalidades, desde
23
til) ángulo técnico-histórico, en un estadio de la bar-
luirle.
¡ir A R IST O C R A C IA Y A R T E
24
ocurrió en Ja sociedad indígena, cuyos sabios forma
ban parte de la aristocracia y adiestraban a los miem
bros de ésta en el conocimiento. En el imperio Incai
co, los umautás, integrantes de la casta aristocrática,]
custodiaban el secreto de la sabiduría y llevaban sobre]
sf la gran responsabilidad de iniciar en ese secreto a!
los que gobernarían el Imperio.
La sabiduría y la religión —íntimamente unidas
como se encontraban— sirvieron para alimentar el pri
vilegio político y social y en ningún momento parecen
haber entrado en conflicto con ese privilegio. Para los
integrantes de la comunidad agraria, el conocimiento
de Jos hechos complejos no era necesario porque, aún
sin él, podían seguir existiendo en esa existencia ele
mental y sin graves alternativas que fué la del ayllu
o el calpulli. A l no presentárseles ese conocimiento
como indispensable para sostener sus posiciones eco
nómicas. los miembros de la comunidad no pugnaron
pqr adquirirlo. Pero tampoco la casta dominante usó
la religión y Ja sabiduría como instrumentos opresivos.
El Inca tiene algo de sagrado —aunque no sea dios
él mismo, como se ba sostenido durante mucho tiem
po— y eso le vale notablemente para consolidar el
respeto de sus subordinados y la disciplina interna de
su imperio, pero no hay documento alguno valedero
que induzca a creer que ese hálito exlrahumano de
inviolabilidad que le rodea sirve, por ejemplo, para
consumar el despojo de las comunidades agrarias, arre
batar la tierra a las familias, doblegar hasta la exte
nuación en el trabajo sin recompensa al campesino
humilde. f
Lo que ho resultó actividad exclusiva de minorías
fué el arte. Muy por el contrario/todo —modo de vi
da, apetencias, necesidades materiales— tendía a hacer
del arte una actividad de grandes masas y parte mis
ma de las necesidades diarias del hombre anónimo.
25
Por esa ancha puerta penetramos en el más ín-\
Iimit y, sin duda, más grandioso recinto del alma de
aquellas lejanas sociedades indígenas. La admiración^
qun pueda producirnos la arquitectura administrativa
y económica del Incario, la sabiduría sencilla que pre-
ftlilo l¡t asamblea de] ca’pitííí se desvanecen un poco
i'iliindo entramos en contacto —y aquí el contacto sí
en directo— con aquella otra arquitectura de las pi-
lAinldüü, Jos templos, las ciudades muertas; las esta-
MUIÍiih, las cerámicas, los frescos.
Quiénes eran los artistas. Cuántos y de dónde ve
nían. Cuál fué su categoría social. Es lógico pensar,
tupiendo en cuenta la vastedad de esa producción ar-
IIntica, que hubo en una época dada centenares y acaso
millares de artistas dedicados totalmente á su oficio.
Por más admirable que haya sido la intuición estética
ilnl Indi gen a —lo es hoy mismo— hay multitud de
plazas precolombinas que requieren además un amplio
dominio técnico y un concepto artístico que no se ad
quieren sino en virtud de una absorbente dedicación de
■michos años. Debía existir, pues, una verdadera ca
liera de artista y lo más verosímil es que el acceso a
In misma no haya sido difícil.
Por lo demás, señalemos algo que posee una con
siderable importancia social, a la vez que estética. De-
Irás del "Caballero Aguila” , que se guarda en el Mu
flen Nacional de la Ciudad de México; de las pirámides
de Tcotihuacán; del Templo del Sol de la ciudad del
Cuzco, hay una realidad Invisible, pero indudable. Hay
lina larguísima experiencia, una incesante maduración
que recorre la historia toda de aquellos pueblos y~que
viene a desembocar en lo que ahora vemos — en esa
niutcs's de líneas, en esa depuración del sentido artís-
lico, en esa casi Inconcebible perfección de la técnica.
Qué duda cabe que el escultor del "Caballero Águila"
fue un artista maravilloso. Y que la arquitectura mo-
2G
numental de las pirámides y del Templo íué planeada
y dirigida por hombres de la más sorprendente capa
cidad mental. Pero, también, cuántos escultores de
épocas anteriores al "Caballero Águila" fueron no me
nos capares e indispensables para Que el autor
de esta obra pudiera realizarla. Y cuántos siglos de
arquitectura monumental se necesitaron para alcanzar
la síntesis que se manifiesta en las pirámides y en el
Templo. El arte indígena es una obra de masas, un
largo e intenso capítulo de historia. j
Hay varios factores de índole diversa que contri-'
buyen a crear esa atmósfera artística en la cual el in
dio nace, vive y crea con la misma espontaneidad con
que siembra su tvpii:
1) la proximidad física y espiritual de la natura
leza, en la que se siente el individuo integrado y a la
que concibe en parte como ser humano, en parte como
dios. La naturaleza es aun para él el asombro de todas
las horas pero no menos, por eso, la madre grandiosa
de todos Jos instantes;
2) la religión, tan íntimamente ligada a la natu
raleza y a los acontecimientos humanos, que le impul
sa a buscar la explicación de los fenómenos naturales
en el ritmo, en la periodicidad, en el movimiento, con
lo cual el alma se familiariza con una suerte de danza
de lo incomprensible, de armonía perenne que envuel
ve todo lo imaginable;
3) la forma primitiva de concebir la propia his
toria. casi tan importante como el tipo de religión,
historia en la que los hechos v e r d a d e r o s se entrela
zan inextricablemente con los mitos, creando un ara-
Icente poético y de misterio, al que la imaginación de
cada individuo se traslada a diario;
4) el tipo de economía agraria cerrada que, al no
admitir el intercambio de productos, obliga a cada fa
milia a fabricar sus instrumentos de trabajo, sus uten-
aillos ile uso diario y su vestimenta, adiestrando las
lilamts en las artesanías, lo mismo que los músculos
en el cultivo de la tierra. Cada hogar es un pequeño
IiiIUt . cada indígena un pequeño escultor que modela
lina propios adornos. Esa intensa y confluía actividad t
iirilslica —en cada hogar, en cada comunidad, en cada \
II'I'hhi— agudiza el talento natural y le estimula a ,
iiiaiti testarse; ■
fil otra consecuencia muy importante de esta
forma elemental de organización económica. Labra
da su parcela, labrada la parcela a que le obl gan las
leves de su estado, satisfechas las necesidades domésti
cas nada complejas, e] indígena ha de haber quedado^
lilcmpre con muchos días_.libres al año. No podía ser
aplicado su esfuerzo, sin embargo, a acumular rique
zas de terceros, ni le hubiera resultado satisfactorio
riicr en el ocio, que aquellas sociedades condenaban tan
nevera mente. Había siempre, pues, un excedente de
Induljo social. Un enorme excedente, que las más de
las veces no pudo ser absorbido por las guerras o las
campañas militares y que era destinado al arte monu
mental en forma sistemática. I>c allí, de esa invisible
fuente de la economía indígena, surgen los veinte mil
obreros y artesanos que. durante cincuenta años, tra
bajaron en la construcción del Templo del Sol del Cuz
c o y (pie llenaron de asombro a Preseott.
v, S E N T I D O D E IN T E G R A C IÓ N
29
El historiador que duda de que pudiera encontrar
en Pi> utm sociedad primitiva tan asómbrela posibili
dad ib* planificación y ese sentido ético de la política
ipto v» adviniera el Padre Calancha. demuestra la mis A CO TACIO N ES
ma incapacidad de comprensión que el escritor román
ico ipic, en el extremo opuesto, propone un retorno arsco arijos
ai iniltftuelo de la historia como única salida de nuestros
nmlen presentes. ’ En el resguardo indígena colombiano hay huella tam
bién de la comunidad agraria primitiva. Hernández Rodrí
guez ha hecho un estudio de excepcional valor titulado De
tos chibchas a la Colonia y a la República (Del clan a
la encomienda y al tatíjundw en Colombia), en el cual estu
dia cómo toda la estructura de la encomienda hispana se t
levantó sobre las bases demográficas y económicas de las j
antiguas organizaciones indígenas y cómo durante la repü- <
Mira suhsiate un friiiimcno semejante. Es asi cómo el je s - ]
guardo resulta ser una continuación de la comunidad tndí-
g e n i jjfotohístój-lea, en el cual la propiedad coléétlva de la
tierra sigue siendo una reailtlad o, por lo menos, un derecho
reclamado por sus miembros.
Así lo explica el autor (278): "E l resguardo consiste en
una parcialidad indígena, seguramente una antigua trlhu o
clan, que tiene o alega un derecho colectivo de propiedad
ii sobre la tierra en que vive con sujeción a yuxtapuestas nor
i mas de procedencia aborigen, rdonial y republicana.
"Ixig resguardos no se explican sino sobre la preexis
tencia de una propiedad colectiva del clan o de la tribu
sobre la tierra". _
Enmi MA HE CASTAS
,W 3/
*
fwt'fl, Ario perdió su significado racial originario y pasó a
indicar Iñ calidad de noble. No sólo dividieron los arios a la
sociedad en cuatro casias,, sino que también dividieron a ios
Individuo» en cuatro grupos, de acuerdo a sus edades (Neh-
m , 7:>>, io que recuerda la división similar por grupos esta
blecida |tor los incas.
Hay una dif_rencia importante: en aquella sociedad de
la India antigua ya lia aparecido el comercio y hay más
profundas distancias sociales enü'e ios grupos. Hay ciudades
populosas habitadas por comerciantes y villas dz artesanos
que producen para el intercambio. Los sAudreis quizá hayan
sido campesinos despojados de sus tierras, que quedaban,
por eso, sin ocupación fija, Este tipo social ud existía entre
los Incas.
32
ídolos, para que más aceptación tenga su petición, toman
muchas niñas y niños, y aun hombres y mujeres de más
de mayor edad, y en presencia de aquellos (dolos los abren
vivos por los pechos y k s sacan el corazón y las entrañas,
y queman las dichas entrañas y corazones delante de Í03 ído
los, ofreciéndoles en sacrificio aquel humo. Esto habernos
visto algunos de nosotros, y los que lo han víalo dicen que
es la más terrible y espantosa cosa de ver que jamás han
visto". Así escribía Hernán Cortés (I, 3), desde Veracruz,
el 10 de julio de 1519, a la Reina Doña Juana y a Carlos V,
monarcas de un país donde el sacrificio de víctimas huma
nas con propósitos religiosos llegaba a adquirir, en aquella
época, caracteres de refinada y temible arma de persecución
política c ideológica,
Que sepamos, nunca I03 mayas ni los aztecas llevaron
al sacrificio ritual a sus astrónomos, ni a sus pensadores, ni
a sus artistas. Parece que entre los Incas ios sacrificios ri
tuales estaban en vías de extinción total. Pero mientras
existieron en plena fuerza, no se tiene noticia de ningún
amonta ni haravec-cuna —los sabios y los poetas del impe1
rio— que hayan tenido ese trágico destino. Menos afortu
nados que ellos fueron algunos de sus colegas en los países
cristianos de Europa.
33
1
brln para medir la sensualidad?— y al traidor, personajes los
lies mm«i bien vistos, ¿qué quedarla en muchos ambientes
de la civilización <» Id. mal si se aplicaran hoy, y con igual
irnitlacnhilliind. las leyes incaicas? ¡Qué manos rio sé fatiga
■tan de bullo ajusticiar, allegar y despeñar?
1. a civilización incaica, según la clasifica Morgan, se en
contraba dentro de la dapa inedia de la barbarie. Ya hacía
mucho <pie habían salido de esc período Inferior y abando
nado el politeísmo idolátrico, los'monarcas a quienes el mis-
mu severo y minucioso Fray Antonio de la Calancha se re
fiere en otras páginas de su obra: "...verás® en la historia
de España escrita por el Rey don Alonso el Sabio; en la
cuarta parte, capítulo diez dice: el Rey don Alonso IX de
ÍA*ón hizo guerra contra su hijo don Fernando el Santo, y
ol hijo viendo los gratules daños, envió a saber a su padre,
cual era lo causa de tan sangrienta guerra, que se lo avi
sase, y ios enmendarla, y le respondió por escrito, que hada
la guerra, porque no le pagaba diez niü maravedís que íe
ilehia; pagóselos y cesó la guerra; montan treinta y seis
p^sos y seis reales y cuatro maravedís. Un padre contra
un hijo, y un Rey Católico contra otro su vecino, tratan
de matarle por treinta y seis posos y seis reales, que hoy
los gasta un palanquín en. dar un almuerzo" (1771.
2. Sobre economía y moral en el antiguo Perú, dice así
Valeárcel (Cult. ant.r 1, I I, 13);
"Pocas veces se presentan con mayor nitidez las estre
chas relaciones existentes entre estos dos órdenes de activi
dad cultural, como aparecen cuando se examina la vida del
Perú antiguo. La alta tónica de la moralidad de los Inkas
no os sino un fruto de la organización de su economía. Pre
cisaba que los hombres fueran disciplinados en un régimen
de trabajo y justicia pava que ñus costumbres se arreglaran
dentro de un marco de respeto mutuo. Desde el Ínstame en
que el individuo es considerado como '“persona” y nunca
como ‘‘cosa". y cuando el Estado aprecia en cada uno ud
productor, un guarismo positivo en la matemática de produc
ción, establécese en forma clara el “ valor humano", no en
el sentido abstracto sino en su práctica y realista interpre
tación de creador de riqueza. E l homhre es fin y medio de
su propia felicidad, enteramente ligada a la de los otros seres
de su especie, hasta hacerse inconcebible un bienestar egoís-
tamente Individual. La buena o adversa fortuna es común.
Nadie escapa a los daños que importa una mala cosecha:
34
ninguno os excluido rio lo asistencia del Estado en casos
Lalos. Pero, lo i|ir ■es aún mas nslinsihlo: ningún hombro,
J W abo rptv í'M ú n i la jiratriufa, t i e n e derecho do despajar
al mus humilde, pi lu.uido'n de las recursos vitales. Nadie
es Uní podíanse —ni <1 Inlta mismo— que acumule en sus
manos bicne» laiiios que alguno en el pueblo padezca por
ello de necesidad iusutisldeha.
"No hay Immhic, mujer, niño o anciano, enFermo o in
válido que sufra ta angustia ti ) abandono, la miseria o el
hambre. Todos, sin excepción, tienen el alimento, el vestido
y la casa, la ayuda y ei consuelo, la medicina o la diver
sión; el esposo y el padre pued n morir tranquilos.
“ Nadie recibe los bienes como una limosna: no es por
caridad sino por derecho que el necesitado participa en el
r parto. No son parásitos sociales sino productores equita
tivos: no hay ciego, cojo, manco, enfermo o anciano que no
pueda realizar alguna t’laíe de trabajo, que esté por com
pleto inhabilitado pam concurrir con su cuota a la produc
ción social. EJ niño de cinco años y la vieja de ochenta ha
con su parte, en relación con sus fu estas, y eso basta; por
que la ética del trabajo a nadie exige más de lo que puede
dar“ ,
TRIBUTO
35
ti.ii'i;» servidnmbit', sino vida muy dichosa: basta aquí es
iigeno, y holgué pancrlo aquí, como pondrá en sus lugares
otras cusas des te muy venerado autor, que es el P, José de £
Artista, de la Compañía de Jesús; cíe cuya autoridad, y de i
los demás historiadores españoles me quiero valer en seme
jantes pasos contra los maldicientes, porque no dtgán que
finjo fábulas en favor de la patria y de los parientes. Éste
i ra el tributo que entonces pagaban a los reyes idólatras"
til, ®).
*i
RSCLAVITÚB
/MI
l
y de explotación económica. Su mayor importancia, finaliza
diciendo, radicaba en que ofrecía aparceras sexuales a los
señores,
37
particular su testimonio en cuanto a ¡a existencia y la
liiign rtancia de la esclavitud precolombina.
Por la índole de la estructura económica y social de loa
guiri dos indígenas, por su trayectoria histórica y por la eom-
(i.irad-in tgue puede establecerse con otrae civilizaciones e n .
n,i|j;tN semejan Les, llegamos nosotros a la candusión de que,/
ii lo largo de casi toda J a historia precolombina, ía esc laJ
v11iid tío existió en algunos pucUíos o existió, en btru.a^.Bfilq
1*11 forma esporádica, pero no corno institución permanente!
US inuy posible, sin embargo, que en los últimos períodos
en ln vjda de algunas de estas sociedades —cuando el co
men lo iniertribal comienza a exfiandic.se y se amplia el
numero de agricultor! s a quienes »c ha despojado de la
ti.-rra— se haya maultipiloado uu tipo de trabajador sin
tierra que prestase su fuerza de trabajo a cambio de una
remuneración, Pero todos ios testimonios coloniales parecen
(Mim-ldir en que ese trabajador —a quien los escritores es
pañoles llaman esclavo o siervo— goza de un status econó*
niiro-Éjorial muy superior (j 1 del esclavo eulenial, porque con
serva ¡tu llbeilad durante largos peludos, forma una f ami lis,
tu-lunilla ciertos bienes y hasta puede, en ocasiones excepcio
nales, tomar a su servido a otros trabajadores, a quienes
los nitores coloniales —para colmo de confusión— también
llaman esclavos.
Opinamos, pues, que no fueron esclavos todos los es
clavos que los cronistas creyeron descubrir en la era pre
colombina. Que sí los hubo, pero que ni per su número,
ni per «n contribución al proceso de !a producción, ni por
su condición social, puede creerse que la esclavitud llegara
a ser una institución económico-social en tas sociedades In
dígenas anteriores a la llegada de los colonizadores europeos.
38
amauíOf, Levantó oíros edificios con igual destino que eí
primitivo Y acha fin asi y atrajo a esos recintos, no sólo a la
juventud de la casta de los Incas, sino también a los jóvenes
de las familias de los curacas, jefes locales y de los Jefes
o reyezuelos de las tribus conquistadas.
Gam tóso, citando al Padre Blas Valero, atribuye al Inca
Roca esta norma: “Que convenía que los hijos de la gente
común no aprendiesen las ciencias, las cuales pertenecían
solamente a jos nobles, porque no se ensoberbeciesen y amen
guasen la república" (U , 42).
AHTE. ARTESANÍAS
39
cuín prim estructura, y cincuenta afios empleados en el edi
lirio" {Conquest of Peni, 740).
SENTIDO DE INTEGRACIÓN
t
C a p ít u l o I
E L PROCESO FORMAT1VO DE LA S C L A SE S
i. ÍN D O LE D E L A E M P R E SA CO LO N IA L HISPANO-
P O R T U G U ESA
43
merendó del centro-occidente europeo. E n España y
Portugal, mientras tamo, así a la hora de consolidar
lo unidad nacional como en los años posteriores de la
umnnrquía absoluta, el proceso capitalista se mani-
fs'Kló en forma ostensible en ciertas zonas y activida
des, pero el resto del organismo ibérico siguió arras
trando una producción de fuerte reminiscencia feudal.
América enriqueció a algunos grupos sociales de
ambas metrópolis ibéricas, pero no salvó a éstas de
la decadencia. No constituyó tampoco la causa que la
ocasionó. Enquistado el mecanismo de la producción en
un molde anacrónico en ambas metrópolis, las enor
mes riquezas coloniales no pudieron ser asimiladas por
aquéllas y se filtraron a través de la península para ir
a desembocar, en última instancia, en los países cuyas
estructuras económicas nacionales más modernas —no
ku genio innato, ni su raza— las absorbieron con avi
dez y alto provecho.
Robustecido, el enemiga europeo —Gran Bretaña,
en primer término— ganó la batalla imperial, librada
en todos los mares y bajo todos los soles, porque usó
en ella armas económicas más eficaces y modernas,
t^a historia económica de las colonias americanas fué
quedando progresivamente más vinculada —y más
sometida—■a la acción de ese enemigo triunfante.’ La
historia de las clases coloniales depende, como vere
mos, de una multitud de factores fuertemente ameri
canos, pero se encuentra también condicionada por la
incesante lucha económica trabada entre las metrópo
lis y otros países europeos; por la parábola descenden
te te que aquéllas describen a lo largo del período colo
nial y por la gravitación cada vez mayor que ejercen
fuera de Europa otras potencias europeas, primera en
tre ellas Gran Bretaña.;
44
ii L O S E L E M E N T O S T) L’TE ÍIM IN A N T ES D E L PRO
C E S O F O R M A T IV O
47
huí nirmpre a escuchar el primer llamado de la selva.
Mi ln nene, en cambio, cuando llega el negro en gran*
»(ri cantidades, promediando el siglo 16.
bus saibores de engenho —a la inversa de sus
i Hienas, los mineros mexicanos y peruanos— no en*
vllimn a Europa de inmediato, muy a su pesar, un
piodurto ya codiciado. Para los paladares refinados del
inminente viejo, eHízucab^fué un hallazgo, una no
vedad y las compañías'que"la vendieron allá tuvieron
ijuc crear el mercado mediante un procedimiento tí
picamente capitalista —creando la necesidad en el
consumidor. Todo lo cual llevó cierto tiempo durante
Cl que tos senhores no llegaron a constituir la clase
Inn poderosa que serían después.
A la vez, el comercio directa o indirectamente
vinculado a la exportación de esos productos básicos
en el que da lugar a las mayores concentraciones de
Capital comercia] y determina la formación de los gru
pos sociales mercantiles más poderosos: ( lo ^ ucgrergs
en Brasil; ios comediantes exportadores e importado
res en México y Perú, que intervienerTéh Ja expor
tación de metales preciosos o en la importación de
múltiples artículos, muchos de ellos de lujo, para loa
ricos consumidores locales.
Los términos no varían fundamentalmente cuando
dirigimos la mirada hacia el norte o hacia las Anti
llas, aunque sea otra la bandera que flamee en esas
latitudes. Las “primeras familias de Virginia” , aristo
cracia anglizante impenetrable, descansan también so
bre la multitud de trabajadores negros y el éxito que
el tabaco virginiano obtiene en el mercado británico
(Morísdn y Commager, I, 167 y slg.). En Carolina del
Sur, las condiciones se repiten: el número de esclavos
negros es superior al del total de pobladores blancos
y la aristocracia de Charleston está integrada por cul
tivadores de productos tropicales y por los mercade
as
res que les dan salida en el exterior (ifcidewi, 171), Y
si en Nueva Inglaterra puritana no llegó a surgir una
aristocracia de este tipo no fué tanto, dice Beard (fíise,
55), porque alguna concepción teórica lo impidiese,
sino porque allí, aunque había tierra abundante, no
había mano de obra en gran número. Además, agre
guemos, porque los únicos productos que la fría sede
de los puritanos de Amó rica podía colocar en el mer
cado mundial encontraban un competidor demasiado
temible: la propia madre patria. La verdad es que, a
pesar de todo, hubo en Nueva Inglaterra una aristo
cracia más o menos impregna ble en los últimos tiem
pos de la colonia, pero modesta fuá en poderlo econó
mico y social si se la compara con la de Virginia o
Carolina del Sur, así como éstas podían parecer indi
gentes a los señores del oro y la plata de México y
Perú.
Las islas del azúcar en las Antillas británicas re
producen estos fenómenos, pero magnificados y, a la
vez, simplificados. Para colocar un producto único en
el mercado europeo, se organiza allí un tipo de socie
dad elemental, con una multitud de esclavos y un
núcleo harto reducido de blancos. Ai comenzar el siglo
19, se calculaban en Barbados 15.800 blancos y $4.200
esclavos: en Jamaica, 18.300 blancos y 226.000 escla
vos; en Dominica, 1.600 blancos y 22.000 esclavos; en
Monserrat, 144 blancos y 6.700 esclavos; en Tohago,
439 blancos y 17.000 esclavos ÍRagatz, Oíd plant., 21
y sig.).
3. Pero si a los mineros mexicanos y peruanos
y a los senhorex de wujcnho brasileños pertenece Ja
gloria del enriquecimiento más sensacional, hay tam
bién otros grupos cuyo poderío se deriva del dominio
sobre multitud de trabajadores y de la producción de
artículos para el consumo local o para la exportación.
49
1
Muy cerca, pues, de aquéllos, en cuanto a poderío eco
nómico y social, hay que enumerar a lostencpmenderoB
de México y Peni en cuyos latifundios se hacían~clís‘ "
limos cultivos para eL consumo local; a ios ganaderos
de México, que controlaban un renglón de la produc
ción sólo superado en importancia por la minería y
que, a mediados del 3igio 16, extendían sus dominios
pm* los valles más fértiles de la zona central; a los
comerciantes de las ciudades de México y Lima; a los
lindares de los capitales invertidos en el tráfico —por
épocas muy intenso— de esclavos negros que entraban
por Veracruz y asiáticos y negros, por Acapulco, en
México; a los propietarios de ingenios de Veracruz,
movidos por brazos negros; a los plantadores de vid.
cutía de azúcar y algodón, en ia costa peruana, señorea
también de esclavos negros; a los Gran Vacuo, la aris-
h>crnc:a venezolana que tanto gravita a partir del si
glo 17 y cuya principal fuente de enriquecimiento está
en el cacao que envía a España y México; a los hacen
deros y comerciantes monopolistas de Cuba, isla cuyo
siglo 19 presenciará, aún bajo la bandera colonial, la
acumulación de grandes fortunas surgidas en el tráfico
negrero y la formación de una poderosa oligarquía
del azúcar; y en Brasil, a los fagendeiros de gado, a
las mercaderes lusitanos, a los mineiradores del siglo
18, dispersos y arruinados antes de finalizar la era
colonial y hasta a los fazendeiros de café que adqui
rirían, bajo el Imperio, tan fastuosa consagración social.
Más modestos, si se les ubica dentro del panorama
americano, pero de influencia decisiva en su suelo de
origen, fueron los encomenderos chilenos, para quie
nes trabajaba sólo un número escaso de indígena? y
que. según Amunátegui, llegaron a fundar no más de
14 mayorazgos (Mst. social. 23Ó); los encomenderos de
Cuyo, Córdoba y el noroeste de lo que hoy es la Ar
gentina, cuyos indígenas sometidos se contaban por
50
decena? de miles y cuyos productos y artesanías se
vendían en el mercado colonial con gran aceptación;
los comerciantes de Buenos Aires, especialmente en
los últimos tiempos del virreinato; los accionaros de
vaquerías, en Buenos Aires y el Litoral argentino, que
en ios siglos 17 y 18 movieron capitales y mano de
obra considerables, precursores de los estancieros que,
extinguido el ganado cimarrón, comenzaron a criar
ganado doméstico dentro de límites más o menos pre
fijados; los criadores de ganado mular en Buenos A i
res y el Litoral y todos los capitalistas, pequeños y
grandes, que intervenían en el tráfico de muías, desde
Buenos Aires hasta el Alto Perú: la burguesía de Córdo
ba y del noroeste de lo que boy es la Argentina, que
invertía sus dineros indistintamente en muchos ra
mos, como e] tráfico de ganados y de esclavos, la com
praventa de artículos de consumo y aun el préstamo
a interés; y de la Banda Orienta), los estancieros y sa
laderistas en el siglo 18, que vendían tasajo en Monte
video y exportaban tasajo y *cueros, y los comerciantes
que prosperaban con el tráfico legal y el ilegal en
Montevideo y Colon La.
51
t|H<i llegan tardíam ente a B rasil, pueden ser conside-
l«i|u¡i (((Mitro de esa clase, si se tiene en cuenta su u bi-
Htilnii norial, au nqu e ellos, de por sí, form an u n es
puto qiii- tiene sus intereses propios y q u e a veces se
r itm e n ira en co nflicto con algu nos de los grupos cita-
di m 'Tam bién pertenece a esa clase el alto..clero, a u n
que en este caso el factor económ ico adquiere m ayor
Iiu»l7,n, porque m uchos de su s m iem bros eran, titu lares
ilo encom iendas, latifu n dio s y cuantiosos capitales co-
móndales y fid u ciarios.
iil LO S E L E M E N T O S CO N D ICIO N A N T ES D E L
PROCESO FOH M ATIVO
53
i’iLtiades coloniajes de todos los tiempos, pero, aunque
parezca lo contrario, se trata de una estratificación
ímica que es consecuencia —y no origen— de la dife
renciación en clases sociales.
En otro trabajo hemos estudiado con mayor de
tenimiento este proceso. Resumiremos aquí lo ya dicho,
repitiendo que en Jas sociedades coloniajes se super-
(MJiie un grupo pequeño de conquistadores o coloni
zadores, que pasan a ser los poseedores y señores de
la mano de obra y un grupo mucho más numeroso de
inano de obra desposeída.
Los muy pocos que son conquistadores y coloniza
dores se constituyen —inevitablemente, diríamos, al
no fuera que la historia ofrece siempre sorpresas que
rompen las generalizaciones—■envoligarquías cerradas,
que defienden sus privilegios con todo ervigor que les
proporciona el poder político.1Cuando conquistadores
y conquistados, poseedores y desposeídos pertenecen a
distintos grupos étnicos, traían loa primeros tic orga
nizar un sistema de diferenciación étnica notoria, como
forma de expresar la diferenciación social, igualmente
notoria, que con tanta vehemencia defienden. lÉl^pri-
vilegio^social iln origen al prejuicio racial, como justi
ficativo y, a la vez, como afirmación de poderío o, di
cho en otra forma, como afirmación del decidido em
peño de defender et privilegio por todos los medios
posibles.
La segregación étnica, el uso de las diferencias de
pigmentación como pauta ostensible para acentuar las
líneas divisorias de las clases sociales, ha sido por si
glos —y sigue siéndolo, en algunos países— uno de los
Instrumentos más eficaces para la defensa de los privi
legios econónvicus, sociales y políticos.
Los muchos que son ios conquistados y coloniza
dos quedan en la sociedad colonial bajo el yugo de todo
un vasto organismo estado al que les hace imposible
54
mudar su condición. Andando el tiempo, van apare
ciendo en esa sociedad nuevos elementos que no per
tenecen ni a uno ni a otro grupo: blancos europeos
llegados más tarde y que no tienen ni los privilegios
de la oligarquía originaria, ni deseos de ingresar en la
gran masa de la mano de obra sin derechos; mestizos,
mulatos y toda la gama de los cruces étnicos, muchos
de quienes tampoco se incorporan a la multitud de los
desposeídos, sino que quedan fluctuando entre los de
más arriba y los de más ahajo, sin ubicación en la
sociedad colonial.
Son, pues, motivos económicos, sociales y políti
cos los que promueven esta estratificación étnica. En
la sociedad colonial, es ella una proyeción de la divi
sión en clases sociales.
("Lejos está, como se ve, el elemento étnico de ser
determinante en la formación de Jas clases sociales ^
coloniales, pero la condiciona, al agregarle un matiz
ostensible, que viene a acentuar la distancia existente
entre las clases.,
2. E l podeb político
55
que ingresarán en la naciente clase de los poseedores.
I 'oro —con ser eso mucho— no puede ir más allá. Hu
biera legislado sobre el aire —tamo tantas veces— de
u<> haber existido los elementos determinantes que
dan vida real a la nueva clase. Con poder político im-''
penal o sin él, los conquistadores ya señores del te- j
nono y de los indios, hubieran constituido aquí una 1
dase dominante, como Jos senhores de engenho de |
bahía la formaron sin esperar Ja bendición imperial
de Lisboa. Carvajal en Perú y el Marqués del Valle
de Oaxaca no tuvieron de esto la menor duda.
Establecido el régimen del monopolio comercial,
Lié al amparo que les dispensaba el poder político que
lucraron los comerciantes monopolistas hispanos y lu
sos instalados en las colonias. Allí también, el imperio
condiciona fuertemente su formación y su prosperidad
como grupo social.
3 L a I o lesía
56
apenas dentro riel esquema económico y social de la
coloñia.
4. E l o r ig e n s o c ia l rm lo s p e n in s u l a r e s
57
en, en alto grado, la fuerza de convicción que tenia en
Europa.
Muchos autores latinoamericanos del siglo 19, pre
ocupados por descubrir la causa de] progreso más rá
pido registrado en las colonias anglosajonas del norte,
creyeron que el origen social de los colonizadores del
norte —que supusieron más popular que el de los del
sur— podía explicar la diferencia. El argumento ha
perdido fuerza en nuestros días. Es probable que la
proporción de aristócratas que se trasladaron al norte,
con ser reducido el número, no haya sido inferior a
la de ios que llegaron al sur. Lo que ocurría era que i
en la América del Sur —sobre todo, en la colonia es
pañola— resultaba más fácil constituirse en aristócra-
U\, aunque sin blasones, porque había aquí grandes
multitudes de nativos, sobre quienes podía sustentarse
el privilegio.
El origen social de Jos peninsulares no ha tenido
importancia decisiva en la estructuración y en la his
toria de las ciases sociales de ia América hispa no-lusa,
pero es posible que le haya agregado matices que hoy
no percibimos bien. Quizá en el futuro lleguemos a
tener un conocimiento más cabal de loe detalles que
se necesitarían para llegar a un juicio de esta índole.
58
ACOTACIONES
LA GANADERÍA EN M É X IC O
59
íK C O M lS N n A fl V l.yU U 'l'N lU O S
60
"La entrada de esclavos por Acapulvo adquirió impulso
desde la última década del siglo x v i , por las mismas razones
que hicieron lomar vida al tráfico de negros, esto es, la de
manda del mercado novo español. Durante lodo el rigió xvn
la introducción dé estos esclavos ron lino ó a favor de la in
tirrupción de la concesión de los asientos, y la decadencia
del comercio iic r.^lavos por esta vía no tuvo efecto sino
hasta el primer tercio del siglo xvni".
Los esclavos de oriente, quo provienen de Manila, eran
destinados, en paite, a los obrajes de México, Puebla y otras
ciudades (ZavaJa, Contacto úe cutí «ras, 1S4).
SÍ
liberación legal no cambia la suerte real del trabajador, sino
que la empeora, como ocurrió en el siglo 19 con los esclavos
tieso os en algunas Islas de las Antillas, becho éste al cual
no» referimos en e! Capitulo II, i, 4.
i j t s v A q v rrd A s en b u e n o s a ir e s y kl l it o r a l h o y a r g e n t in o
63
(linarias Noticias secretas (420): ‘‘Los Europeos y Chape-
iones (¡tic llegan a aquellos payses son por lo general de \¡
un nacimiento baxo en España, ó de linaje poco conocido,
sin educación ni otro mérito alguno que los hagan muy
recomendables” , Y agregan: ‘ Como las familias legitima
mente blancas son raras allá, porque en lo general sólo las
distinguidas gozan de este privilegio, la blancura acciden
tal se hace allá el lugar que -debería corresponder a la
mayor jerarquía en la calidad, y por esto en siendo Europeo,
sin otra más circunstancia, se juzgan merecedores del mis
mo obsequio y respeto que se hace á los otros más distin
guidos que van allá con sus empleos, cuyo honor Jos deberla
distinguir del común de los demás” (421), Un fenómeno
semejante es el que se trasluce de la observación hecha
por Luiz Vahla Montetro, gobernador de Río de Janeiro
(citada por Víanos, populatoes, I, 7fi), que observaba que
los portugueses blancos, aunque hubiesen sido criados con
la azada en la mano, “ em pondo os pés no Brasil rtenhum
qtier trabalhar’1. 6
3. A las colonias británicas del norte llegó un mosaico
de tanta variedad como a las hlspanolusas del sur. Sim
ples y plebeyos eran, en efecto, —según el agudo pro
loguista de la edición más reciente del histórico diario
persona! de Wllliam Bradford, uno de los principales héroes
del Mayflower (Wtllíson, viii) —ios peregrinos que inicia
ron la colonización de Massaclmsetts, de cuya psicología
no siempre bíblica hablaremos en urt trabajo próximo. Pero
al lado de ellos, agrega, peregrinos viajeros del Mayflower
también y que estaban en mayor número, venían hombrea
sedientos de aventuras fáciles (xxli). Los puritanos que
llegan después a la Bahía de Massachusetls, con más can
tidad de sangre azul que los peregrinos, aspiraban, según
I’arrington (I, 24), a ser mirados aquí como hidalgos y a
vivir en América "de una manera semlfeuda!, rodeados de
gran número de sirvientes y satélites". Lord Baltimore y
quienes le acompañaban traían el propósito de establecer
en ¡as tierras nuevas un gran dominio feudal, según Mo-
rison y Commagcr (I, 47).
Pero no eran ésos todos. A la América británica lle
garon agricultores y pequeños capitalistas emprendedora
y tenaces; condenados par deudas y por delitos eomunc-
presos políticos y prisioneros de guerra; adultos y niños
raptados en los puertos del continente. La enumeración que
hace el historiador de Barbados do los orígenes de la mano
de obra que llegaba a lu isla (llarlow, 292 y sig.) coincide
con la que los autores estadounidenses y británicos hacen
para las colonias británicas de tierra firme.
4, Es muy difícil establecer proporciones. ¿Con qué
base se podría sosrener que los elementos sanos eran, pro
porciona! mente, más numerosos aquí o allá? VValker, el his
toriador del imperio británico, después de mencionar toda
esa gama de criaturas de tan diversa extracción y vocación
que vinieron a ia América británica, concluye sosteniendo
que el grueso do los emigrantes estaba formado por ambi
ciosos que deseaban probar fortuna, por los que venían a
reunirse con sus amigos y por loa que corrían detrás de
una aventura (15). E s decir, gente nada extraordinaria, ni
en lo bueno ni en lo malo.
Un factor que no ha sido tenido en cuenta con fre
cuencia y que, sin embargo, ha condicionado fuertemente
el origen social e ideológico de Jos emigrantes ha sido la
política de loa gobiernos metropolitanos. La España de Car
los V y Felipe II, subyugadora de los Comuneros y cuya
política económica sofoca a Ja burguesía artesanal y mer-
cantil nativa en muchos lugares del país, no es la más indi
cada para seleccionar los emigrantes que debían ir a las
Indias, digan lo que dijeran algunas Reales Cédulas donde se
habla de la conveniencia de enviar artesanos y titulares de
otros oficios manuales.
De Gran Bretaña, la calidad de los que emigran depen
de del vaivén de la política interna. A veces, son puritanos
de mentalidad republicana —1G29 a 1640— sometidos a con
diciones opresivas después de la Restauración. Otras, aris
tócratas monarquistas que huyen de la Guerra Civil y de la
República de Cromwell (Walker, 15).
65
PROFESIÓN, 2.0 NA CEOGHÁF í C A , ÉPOCA Y ESTRATO SOCIAL,
fifi
comerciantes, entre unos ganaderas y otros, entre mineras
y mineros suelen alcanzar notoria estridencia y confundir
al estudioso, que puede creer que se trata de rencillas per
sonales o de odios nacionales n raciales, cuando lo que en
realidad estalla son intereses económicos contrapuestos.
s ig n if ic a d o de algunos t é r m in o s
67
corresponden a los iiidcnlured serva-nis de América del norte
y de oirás Antillas.
Saladerista es el propietario del saladero, primer esta-
lilecimiento destinado en el Río de la plata a preparar la
i'inne con destino al consumo local y su envío a oirás colo
nias.
Scnltor de engenho es el propietario de tierras, ínstala-
i-limes, esclavos y vidas humanas en el ingenio de azúcar,
*-n Brasil.
C a p ít u l o I I
69
lismo con intenso colorido feudal, pero no feudalis
mo— rechazamos la idea de las. castas y aceptamos,
en cambio, Ja presencia de ciases^ sociales, sujetas a
un proceso transformativo que, no por lento las más
de las veces, escapa a los ojos del estudioso ni deja
de presentar, en ocasiones, episodios de rapidez y mo
vilidad tales que recuerdan a los de la época actual.
i. M O V ILID A D E IN M O V ILID AD
70
pandas y lusitanas como en las británicas, holandesas,
francesas y danesas, salvo muy escasas excepciones.
Pero esa tendencia no llega a impedir que se operen
transformaciones dentro de una clase y un grupo;
que se amplíe notablemente, a veces, el número de
sus miembros y disminuya otras; que una clase o un
grupo se encuentren, en ocasiones, sujetos a cambios
profundos, que alteren su fisonomía y modifiquen su
status social; que, en ciertos períodos, una clase o un
grupo sean poderosos y pudientes, para ser, más ade
lante, avasallados y aniquilados en el terreno econó- "j
mico. Eso es lo que llamamos movilidad o mttiabilidad ■
y que aquí estudiamos simultáneamente con la ¿ o r n o - j
vilidad. porque nos parece que son dos aspectos ín- 1
timamente relacionados de un mismo proceso,
inmovilidad absoluta —conviene aclarar— no ha
existido nunca y el vocablo lo usamos aquí con un
alcance relativo. Es a la tendencia a inmovilizarse a
lo que nos referimos al hablar de la inmovilidad social,
2, Paivif.EGio e iNMoviiiDAn
71
quía—, surge sólo cuando existe cierto número de in
dividuos que tienen algún privilegio que defender.
Más se cierra y más impenetrable se hace cuanto más
amenazados siente sus privilegios.
En ciertos casos, no es tanto la magnitud del
privilegio como su inestabilidad lo que determina el
grado de inmovilidad del grupo social. Asi se explica
que se descubran g r upos de a rtesa nosj que tratan fé
rreamente deíprqlqngar nu inmovilidad;} en defensa de
privilegios modestos, pero vacilantes, cuya vigencia
puede cesar con el capricho de un gobierno o con
transformaciones económicas de corto alcance.
Otro factor de primera importancia en este pro
ceso es el sistema de relaciones existentes entre po
seedores y mano de obra. Cuando ese sistema está
basado en la violencia, cuando más ostensible se hace
Ja injusticia, más cerrada tiende a hacerse la oligar
quía, más agudizada y agresiva su conciencia de cla
se, Es lo que ocurre con los mineros de Potosí, se
ñores despiadados cuyo privilegio colosal "requiere
que una multitud de indígenas desaparezca periódi
camente en la entraña del cerro y, en general, con
todos los mineros de la época colonial. En el caso
inverso,'la oligarquía, cuando la defensa de su pri
vilegio exige menos violencia, menos injusticia, tien
de a hacerse patriarcal, a buscar también en el mé
rito individual una base de apoyo. Así, en los grupos,
indudablemente oligárquicos, de ganaderos del Rio
de la Plata, de] noreste y del sur del Brasil y aún
en el caso de algunos de los senhores de engenho
brasileños.
72
í historia, porque el colonizador viene a buscar privile
gios y' cuanto más amplios, mejor. Pero el verdadero
: proceso de inmovilidad no se agudiza más que cuan
do se presenta la posibilidad de que el privilegio sea
grande or aunque modesto, de rendimiento seguro.
Por eso se descubre muy tempranamente en algunas
zonas la presencia de oligarquías de perfil nítido^ y
marcada esclerosis social, mi en iras que en otras sur
gen mucho después o arrastran siempre una existen
cia desdibujada.
Cualesquiera .fuesen las ventajas que se ofre
ciesen a los europeos en muchas regiones, en ninguna
como en el vallé de México y en ia sierra peruana
encontraron reunidas con mayor fortuna las condi
ciones de ia prosperidad colonial: abundante mano de
obra disciplinada, con hábito de trabajo sistemático
y abundantes metales preciosos —que era entonces <
la mercadería de exportación más codiciada en el
mercado centro-occidental europeo. Nada de miste
rioso tiene que ambos lugares fueran asiento de las
más tempranas y agresivas oligarquías, en las que
primero se manifiesta con radical agudeza La tenden
cia a la Inmovilidad.
Ya despierta el proceso con los conquistadores
mismos, muy pronto divididos en belicosos grupos an
tagónicos, cuyos privilegios —los reales y los poten
ciales— no tenían más límite que la ilimitada ambi
ción. Estalla sangrienta, espectacularmente, a media
dos del siglo lt>, cuando el poder imperial intenta,
con las Leyes Nuevas, establecer una norma econó
mica y política en América que no suprime, sino que
pone el primer valladar al privilegio.
73
poderosos en América, actitud que también tuvieron
los imperios portugués y británico y nunca dejó c o t í -
vencerse enteramente por la teoría —sustentada en
Perú hasta por él. virrey, ToledoTsgrquetipo de agente
imperial— de que una aristocracia cerrada y vigoro *
sa servirla de sostén a la institución monárquica en <
el continente nuevo. Una vez y otra, a Eo largo de - *
siglos, el poder imperial adoptó medidas contrarias ^
a la inmovilidad de Jas oligarquías americanas, pero, ^
aparte de que la realidad se burló siempre de las
leyes de Indias, el interés económlcn de la monarquía
española agudizaba el privilegio que quería atenuar por
otros medios.
La prerrogativa que los mineros de México ad
quirieron por voluntad Imperial en el siglo 16 dió
hase lega) al privilcg’o ya conquistado en los he
chos, r(a monarquía estaba sedienta de metales pre
ciosos y los mineros, que se tos proporcionaban, reci
bieron, como estímulo y premio, el reconocimiento
de su rango social y numerosas concesiones legales.
Estas disposiciones contribuyeron a dar gran impulso
a la minería, hacia fines del siglo 16 y principios del
17, como era el propósito imperial (Riva Palacio, Ti-
rreinafo, 4861,
ruando la defensa del indio, que es la defensa del
poder imperial ronlra los desmanes de inspiración
feudal de los encomenderos y mineros, amenaza le-
s'onar el volumen de la producción de las mercancías
que el imperio espera más ansiosamente, ei conflicto 1
es siempre resuelto en favor de la mercancía y en
contra del indio. Triunfa la necesidad económica in- f
mediata, aún a riesgo de que se produzca lo que la
monarquía teme, que es la existemra de oligarquías
agresivas y con espíritu de independencia. Fmot na
rra. por eiemplo. cómo las leyes de 1601, sobre pro
hibición del servicio forzoso en las minas, tuvieron
74
un,misterioso y eficaz antídoto en las instrucciones
secretas enviadas a las autoridades peruanas, orde
nando que aquellas leyes no se aplicaran si la pro
ducción pudiera con ello sufrir menoscabo, porque la
voluntad del monarca no era que ésta cesase (107-9 j.
Las leyes de Indias contenían, es verdad, muchas
disposiciones que hubieran obstaculizado el proceso
de inmutabilidad de las oligarquías mineras de Mé
xico y Perú, pero hay una multitud de instrucciones
a los virreyes de ambas colonias que cumplían la fi
nalidad exactamente opuesta.
c. El latifundio. Otro factor que actuó desde la
primera hora y estuvo presente en toda la historia
colonial de América fué da concentración de la pro
piedad inmueble^En MéxmfTy PwiíHúgares de densa
población indígena, el latifundio creció a expensas de
la propiedad de los nativos. El blanco no sólo se apro
pió de la tierra de] indio, sino que redujo a éste a su
servicio. En los lugares donde la tierra estaba inha
bitada —en 3a pampa rioplatense, en el sertao brasi
leñ o— el latifundio, al expandirse, no proporcionó al
europeo un beneficio económico inmediato, pero le
agregó, un mérito^socia l, Españoles, portugueses, bri
tánicos, franceses, holandeses y daneses sabían que en
Europa la propiedad de la tierra acrecentaba el mérito
social y los colonizadores de todas las nacionalidades
buscaron en América —sin una sola excepción— el
latifundio que Jes enriqueciera o que, por lo menos,
diera lustre al nombre de su familia,
Fué Abad Queipo, quizá, el escritor colonial que
con mayor lucidez señaló en México los males eco
nómicos del latifundio. Funcionarios y economistas
hubo en otras colonias hispanas que, hacia fines del
siglo 18 y en los comienzos del 19, dejaron páginas
muy importantes en igual sentido, entre ello® el Oi-
75
dor-Visitador Juan Antonio Mon, cuyo informe, pre-F j
sentado en 1788 a la Audiencia de Santa Fe, en Nue-] í
va Granada, es considerado por Ots Capdequi —que j
acaba de exhumarlo {/nsi. de gobierno, ]ü l)— '‘pieza
documental de un valor histórico poco frecuente’'.
En México, Perú. Venezuela, Brasil —aquí, e] ne
gro importado vino a valorizar la tierra—, el latifundio
fué asiento de poderosos grupos arélales y la incesante 1
concentración de la propiedad rural en pocas manos l
contribuyó notablemente a la inmutabilidad de las l
oligarquías de latifundistas y encomenderos, senhores |
de engenho y fazendeiros. Es lo que había ocurrido
en las islas británicas de ias Antillas —donde, en el si
glo 18, no quedaba prácticamente pequeño propietario
de la tierra, con excepción de Barbados (Ragatz, Oíd
planiation, 1 y nota al pie)— y en todas las colonias
británicas del norte, aunque aquí la inmensidad del
I territorio siempre ofreció una puerta de escape a la
esperanza de los que no querían aceptar la dura reali
dad y que formaron una retaguardia de pequeños pro
pietarios, lejos de las tierras más valorizadas.
También estuvo el latifundio presente en las dos :
márgenes del Plata. Algunos autores del siglo pasado
—Francisco Ramos Mejía, entre ellos (Federalismo,
101 y sig.)— sostenían que esta parte de América
había sido refugio de pequeños propietarios y que el
latifundio no había proliferado. Pero ya Manuel Bel-
grano decía todo lo contrario en 1819 (Gondra, Bel-
grano, 258 y sig.) Mendoza ha explicado con claridad,
no hace mucho, cómo se fué desarrollando el proceso
de acaparamiento de tierra» (97 y sig.).
Lo que ocurrió en el Río de la Plata fué otra cosa.
No se formaron oligarquías poderosas e influyentes
como en otras colonias, pero no por lo que supuso
Ramos Mejía, sino porque, para valorizar esos enor
mes latifundios, no había en el Plata mano de obra su-
76
flcienle ni hubieran podido los latifundistas, aunque
la tuvieran, extraer de ellos ios productos que el mer
cado internacional pagaba mejor y que otras parles
de América le proporcionaban —metales, diamantes,
azúcar, tabaco, cacao, algodón—, Hasta los últimos de
cenios del siglo 19 tendrán que esperar los latifundis
tas riopiatenses para poder lanzar en las corrientes
del mercado internacional el producto que dará lugar
a la formación de una poderosa oligarquía: la carne
vacuna.
77
(inviable para la adquisición de carne, tenían de sus
privilegios como tales una conciencia característica-
llicnle oligárquica, que implicaba el menosprecio de
Ida derechos de los agricultores de la zona y de los
pueblos de indios. La Mesta fué, según todas las po-\
[tiltilidades, un factor de inmovilidad social en Nueva|
tápana, como lo había sido dudante siglos en la me- ■
Irópoli, aunque no tuviera aquí la misma proyección'
(pie allá. Ya en ta segunda mitad del siglo 16 el Có
dice Mendieta enumera, entre "las cosas que han sido
causa de destruir a los indios, y lo son", "los daños
que hacen los ganados, que ya en algunas partes no
osan sembrar" y a principios del 1P, el sagaz Abad
Queipo un" olvida recordar en su "Representación" el
hecho de que "padece también la agricultura por los
exorbitantes privilegios de la mesta, introducidos en
este reino por Ja prepotencia de cuatro ganaderos ri
cos de esa corte" (8D).
Pocos ejemplos tan incuestionables podrían en
contrarse en la era colonial de cuanto llevamos dicho,
como el de los Gran Cacao, la oligarquía que domina
la vida económica y social de Venezuela desde el si
glo 17. Todo confluye en ella para hacerla típica en
un análisis de esta índole y apenas si el estudioso pue
de apartarla un instante de su memoria cuando trata
del tema. Un producto de exportación le proporciona-
el talismán de la fortuna y una multitud de indios y
negros, el motor que le permitirá acumularla sin lí- '
miles. Cuando ya no es sólo el cacao, sino oíros rubros
de la producción colonial los que se suman para ma
yor opulencia de sus miembros, la oligarquía caraque
ña entra en un proceso de iférrea inmutabilidad'y
desarrolla una conciencia de clase que no es superada
por ninguna otra en América —ni por la de Pennsyl-
vania, que tan desmesurada explicación religiosa ha
bía encontrado de sus privilegios terrenales. No hay
78
I
prejuicio que no sustente, no hay privilegio que no
defienda con el más extremado celo, no hay intento
igualitario —como el levantamiento de Gual y Espa
ña, en 1797— que no desate sus iras,
79
minación del destino económico de la zona sobre la
cual gobernaba. Las oligarquías se perpetuaron eri b u s
asientos y los utilizaron sistemáticamente para am
pliar sus privilegios y restringir el acceso de otros
grupos sociales a la condición de poseedores, Ots Cap-
de qu i narra cómo los cabildos, a pesar de lo que es
tablecían Jas leyes y de las enérgicas y reiteradas ins
trucciones en contrario de la corona, distribuyeron
Jas tierras, incluyendo las del ejido, los bienes de pro
pios y las realengas o baldías í liég. Horra, 148), con
lo cual se transformaron en eficaces agentes de mul
tiplicación del Latifundio.
Fueron ios grandes propietarios rurales en Brasil
ios que dominaron entas Cámaras Municipales y eran
sus intereses los que defendían en Lisboa los repre
sentantes de esas Cámaras. Los h&mens bous de San
Pablo —recuerda Taunav, S. Paulo, 21— eran ios úni
cos que gozaban del derecho de ser miembros de la
Cámara Municipal y de la categoría de homens bons
estaban excluidos, según la terminología de la época,
Jos operarios, los mecánicos, los degradados, loa ju
díos y los extranjeros.
Fué menester que mudaran algunas condiciones
económicas y sociales de la colonia para que las Cá
maras Municipales cesaran de ser un instrumento
utilizado exclusivamente por las grandes plantadores.
Es así cómo en la segunda mitad dei siglo 18 —ese
agitado siglo 18 dé la colonia lusitana— la burguesía
comercial portuguesa va desalojando de las Cámaras
a lew antiguos senhores de la tierra (Prado, Evol, pol.,
67 y síg,). Pero claro está que este otro grupo oligár
quico —más asido aún al privilegio que deriva del
poder político, porque su fortuna descansa en el ré
gimen de monopolio comercial implantado por la co
rona lusitana^— tampoco hace más que utilizar las
Cámaras en su propio beneficio.
SO
La historia -es la misma en las colonias británicas
del norte, desde Nueva Inglaterra —cuya “ aristocra
cia de santos” cedió él gobierno local a la “ aristocra
cia de comen; antes'’ solo cuando la enrona británica
impuso el cambio^— hasta Carolina riel Sur, sobre cu
yo gobierno ejercía un rígido control la aristocracia
de plantadores y mercaderes de Cbarleston, liberal
e independiente en cuestiones de política imperial,
pero u 11raconscreadora en materia de gobierno local,
según Mor ison y Cnmmager (I, 371). Sin mencionar
las oligarquías de latifundistas, plantadores y comer
ciantes de Nueva York, Bennsylyaníá, Virginia o Ca
rolina del Norte, que invariablemente ejercieron el
poder político local para consolidar el privilegio eco
nómico y social de que gozaban, Y en las islas bri
tánicas del azúcar en Jas Antillas, el panorama resultó
aún más monótono y simplificado porqué las legisla
turas locales, ausentes en Londres ó Bristol los gran
des. latifundistas, estaban en manos de sus mandata
rios ineptos, con la única excepción de, Antigua, se
gún afirma Kagalz {Oíd planf.., 4íi), cuya oligarquía
era más, pobre, menos dispendiosa y más preocupada
del progresó de la isla.
4, L O S FACTORES DE M OVILIDAD
8J
«
teneia. No hubo colonia donde no se registraran acon
tecimientos económicos, políticos y militares capaces
de alterar fundamentalmente la estructura de ciertos
grupos sociales y hubo regiones y épocas particular
mente propicias para esas transformaciones,
a. Anverso y reverso de la encomienda. El régi
men de Jas encomiendas constituyó en la América his
pana una de las más firmes bases de sustentarión del
privilegio y, por tanto, de injimtabiiidad social. Laa
cifras que ofrece la estadística de encomiendas que el
virrey Toledo hizo levantar en las Audiencias de Li
ma, Quito y Charcas —mediados del siglo 16— tra
ducen el hondo desequilibrio social ya enraizado y
cuya continuidad exigía, precisamente, la exacerba
ción del sentido de clase de sus beneficiarios.
Sin embargo, aún ese factor de inmovilidad so
cial no dejó de arrastrar consigo siempre ciertos gér
menes de cambios sustanciales. La corona se neg&
desde muy temprano, a otorgar ¡ía" perpetuidad de la&\
encomiendasNy, si algunas véces n'izo la promesa, no
más que por exigencias de una táctica política
de aplicación circunstancial. Cree Riva Agüero que
los encomenderos peruanos no obtuvieron la perpetui
dad porque no lograron reunir el dinero necesario para
conquistarse la voluntad de la corona (LXVTTJ,1 pero
resulta hoy evidente que el de la reyocabíMdad fué un
criterio uniforme que el imperio aplicó en todas sus
colonias, destinado a impedir que las aristocracias
americanas adquirieran un grado excesivo de inde
pendencia económica y poderío socialj
Insistiendo sin cesar en la revocabilidad de las
encomiendas después de una, dos o tres vidas y en
la prohibición de reunir dos encomiendas en una ca
beza, la corona logró introducir y mantener vivo un
principio de mutabilidad en las oligarquías de éneo-
menderos de toda la América hispana. Es cierto que
la tradición de respetar 3a ley, pero no cumplirla,
siempre tuvo en estas latitudes una excepcional gra
vitación y cierto es también que no pocos encomende
ros solían curarse en salud y, antes de que la revoca
ción alcanzara a sus familias, ya habían extendido
sus latifundios y sus bienes en forma tal que sus des
cendientes siguieron usufructuando en la colonia,
aunque sin encomiendas, los más altos privilegios eco
nómicos y sociales. Pero es también incuestionable
que, manejando ese poderoso instrumento de la revo-
cabilidad y la redistribución de las encomiendas, la
corona hizo mudar la fisonomía de no pocas oligar
quías locales, llevando a la decadencia a algunas de
sus familias conspicuas y elevando a otras a la cate
goría de los grandes encomenderos. PEs que la España i
imperial nunca se desprendió de la prerrogativa del *
introducir cambios sustanciales en la estructura so- J
cial y económica de América y, cuando no lo hizo, no i
fué porque le faltaran ganas, sino porque no pudo. )
Idéntica afirmación es válida para todos los poderes (
imperiales que actuaron en America.
Cuando, a principios del siglo 18, la corona gene
raliza en Perú la extinción de las encomiendas —cu
yo usufructo había venido limitando empeñosamen
te—■ , son profundas las consecuencias que esta política
enérgica tiene en el orden social. El Marqués de Cas-
tellfuerte, virrey de la época, la consideraba causa de
la decadencia de la nobleza colonial (Torres Salda-
mando, II , 121) y muchos historiadores peruanos han
coincidido con su opinión. El notable ascenso social}
de otros grupos nuevos —burgueses, comerciantes— 1
que Basadre ubica en tos decenios siguientes de este
mismo siglo 18 (Multitud, 871, debe haberse encon- ,
trado favorecido por la decadencia de la antigua arie-
83
tampoco hubiera sido posible sin esta migración en
musa de mano de obra, así como sin el aporte del
bmulciraníe cazador de indios y es, también, sobre
Cite subsuelo demográfico y económico de reciente for
mación que surge en el centrosur una agricultura,
lina ganadería y —por consiguiente— grupos sociales
nuevos de fazendeiros,
Los emboabas mismos nos ofrecen diez caras di
ferentes, según la época y las circunstancias. Habían
tildo mascates, que se internaban en los mgenhos y
r« las fazendas para vender sus mercaderías, hasta
que el oro encendió su fantasía siempre despierta y
los mascates se transformaron en mineiradores. Cuan
do las minas se agotan —moría el siglo 18—, los dea-
rendientes de aquellos emboabas aventureros vuelven
a cambiar de profesión y muchos de ellos se hacen
fitzmdeiros (Vtanna, Populado es, I, 124 y sig.), aun
que es posible que otros inviertan en el comercio los
Tuertes capitales acumulados.
La oligarquía de más antigua tradición en el cen-
hosur —la vieja nobleza vicentina de propietarios
m ral es, que Oliveira Vianna ha estudiado tan minu
ciosamente (ibidem, 1, 118)— tiene, igualmente, su
intensa historia interna. Las bandeiras del siglo 17
la habían ampliado y enriquecido. Se había expandido
hacia el sur y hacia el norte. Se había hecho minera
en los comienzos del siglo 18 y, derrotada por los em
boabas, había sufrido un proceso de dispersión par
cial y de readaptación a las nuevas condiciones. Pero
volverá pronto al primer plano de la vida económica
y social y, ruando la monarquía lusitana se instala en
Río, la veremos arrastrando sus aristocráticos enseres
para establecer en la corte su residencia permanente.
Aristocracia caminadora, cuyos cuadros se amplían,
se reducen y se modifican al unísono con las transfor
maciones que va sufriendo la economía de la colonia.
S<5
5. L a movilidad »e la clase media colonial
87
M*'¡i que llevaban las carretas cuyanas y que hace el
,mb»r chatio (129 y aig.). Además del encomendero
y del indio econmendado, ese tráfico Intenso y prós
pero necesitó de una verdadera mult'tud definterme- „
diarios: V comerciante minorista y mayorista —en el
punió de partida, en el camino y en e! punto de des
tino el fletero de carretas; el propietario de barra
rme el frarcionador de bebidas *alcohól'cas, porque era i
á'iie uno de los rubros más importantes de ese tráfi- {
rn, etc, etc. !
Fs igualmente interesante reconstruir la línea
geográfica que corresponde al tráfico de ganado en-
Irr el fttn de la Piala y la costa del Pacífico. Muías,
Hihíillos, ovejas y vacas se criaban en las llanuras de
Miienos Aires, Santa Fe, Corrientes y Córdoba; in ver
ile a n en Córdoba y Tueumán y de allí pasaban a las
ferias periódicas de Jujuy y Salta. Desde éstas, par-
lian las tropas en dial i uta a direcciones: algunas hacia
Chile, otras hacia el Alto y el Bajo Perú.
Mendoza, que ha estudiado esas etapas iniciales
(■» la historia de la ganadería argentina, asegura que
la feria del valle de Lerma fué, en la época, la más
grande del mundo, con más de flO.OOO muías y 4.000
caballos, ovejas y vacas distribuidos en sus corrales
y con varios miles de individuos venidos de tantas par
les de América del Sur para participar, en una con
dición u otra, en ese mercado continental, que ge
prolongaba durante más de un mes todos los años,
Muchos gremios, expresa el mismo autor, inte
graban el comercio ganadero y enumera, entre ellos,
los propietarios de ganado, los invernadores, los tro
peros, los arreadores, los compradores y los recibido
res. Nos sería fácil agregar otros más: un gran nú
mero de pequeños comerciantes, desde las pampas
platenses hasta el últ'mo lugar de destino de la tropa,
concentradas principalmente, sin duda, en el mismo
88
Valle de Lerma (luíame los meses de feria; ios capi
talistas, cuyo dinero se debía aplicar a múltiples ope
raciones —adelantos a los hacendados platenses, prés
tamos a los pequeños comerciantes, etc.—; ios arte
sanos, de cuyas manos debían salir muchos de los
objetos e instrumentos que hacfan pos ble el manejo
de tantos miles de animales y la movilización de tan
tos centenares de individuos y, claro está, los mis
mos cercos y troncos construidos en ei Valle de Lenca.
b. Las ciudades de Lima y México, como se sabe,
fueron las dos más l iras y populosas metrópolis colo
niales de América, sin natía que pudiera comparár
seles en las colonias británicas o en la portuguesa.
En ambas ciudades, los oficios y las profesiones ca
racterísticas de ia ciase media se multiplicaron nota
blemente —no sólo para satisfacer las necesidades de
ia población numerosa, Pino porque tenían allí Sus
asientos oligarquías de gran poder adquisitivo y de
los más refinados gustos.
El Padre Bernabé Cobo, que escribe a principios
del siglo 17, no abandona un instante ia sorpresa ante
loe hallazgos que hace en Lima; “ Es cosa que admira
ver el gran número do tiendas y oficinas que hay por
toda la ciudad, mayormente en las calles vecinas a
la plaza principal, pues sólo las tiendas de los Mercade
res pasan de ciento cincuenta, sin muchos almacenes
que hay en casas particulares; y los plateros sólo ocu
pan una calle de las más principales de la ciudad;
apenas hay una esquina en que no haya una tienda
o taberna de vino o de cosa de comer, que acá llama
mos pulpería de manera que pasan de doscientas se
tenta las que se cuentan por tocia ta ciudad” (Cap.
X V , 72). De los “ tres diálogos latinos” escritos en 1554
por Cervantes Salázar y el poema de Valbuena, que
data de loe inicios del siglo 17 (ver Bibliografía), se
89
r
desprende la existencia de gran número de mercade
res en la ciudad de México. ”
Esos {grupos de clase medí?; deben haber estado f
sometidos a un proceso continuo de mutabilidad y sus
integrantes haber oscilado sin cesar entre la fortuna
y la miseria, sin otro respaldo que su esfuerzo ni otra
esperanza que la de su buena estrella. Quizá fueron
los artesanos los que lograron dar mayor fijeza a su
destino; los que, como grupo de clase media, llegaron i
a inmovilizarse más firmemente. Chávez Orozco afirma |
que en Nueva España se organizaron férreamente (39).
En Nueva Granada, en cambio, no lograron nunca la
autonomía que en España, según Antonio García (Sa
lariado, 259).
En Brasil, la versatilidad vocacional y la movili
dad de la población fueron características que advir
tieron varios viajeros ilustres. Habla numerosos ofi
cios de menor cuantía y actividades económicas rura
les, ninguna de las cuales ofrecía una esperanza grande
de liberación, que se tomaban y se abandonaban con
sorprendente rapidez. Buarque de Hollanda hace una
observación que tiene gran importancia para determi
nar el grado de mutabilidad de los grupos de clase
media: el oficio, dice, no se heredaba (64).
90
que no pueden abandonar el lugar y tienen gravea
obligaciones hacia su señor. En otros, son más inde
pendientes y, a la vez, más indefensos. Las más de las
veces, su suerte estuvo determinada por la actitud
del señor y un gesto de éste podía arrojarles, en cual
quier instante, a la multitud de los desocupados o de
los esclavos.
La Inquisición actuó, en ocasiones, con dura ma-j
no para dispersar por completo un grupo de clase j
inedia o para reducir sus integrantes a la miseria, obli
gándoles a huir del lugar y abandonar sus bienes. El
caso más brutal fué, probablemente, el proceso lla
mado de los portugueses de Lima, iniciado en 1C36,
que ilevó a la hoguera a numerosos comerciantes
limeños sospechados de judaismo (Medina, II, 47). A l
go semejante ocurrió en Brasil a principios del siglo
18. donde la Inquisición procesó a más de 500 per
sonas, comerciantes y pequeños agricultores los más,
por el mismo delito que en Lima (Leite Filho, 53).
91
formaciones económicas y sociales que se operan a su
alrededor.
Es muy probable que el mayor grado de miscibi
lidad se haya encontrado en los grupos de ta p íase
inedia, debido a su mayor inestabilidad. Pero es en
la clase de los grandes poseedores y altos funcionarios
donde más fácil nos resulta hoy. percibir ciertas leyes
que rigen la miscibilidad de los grupos, porque es más
abundante y clara la documentación existente que se
se refiere a ellos.
92
familias do más escrupulosa y antigua preocupación
aristocrática un elemento deleznable, pero extraordi
nariamente poderoso: el tratante de esclavos.
El orgullo aristocrático y hasta la más estrecha y
antigua tradición familiar ceden ante el empuje del
dinero y un grupo social nuevo o recién llegado al
poderío económico traé“síehipre consigo la más~efiraz ,
de todas tas creclenciates, por bastas que sean sus ma
neras y oscuros sus apellidos. Quizá tenga que esperar
una generación, pero su entroncara¡erito con la aristo
cracia antigua se producirá inevitablemente, ■
A medida que se diversifica la economía colonial, 1
la base económica de algunas familias de grandes po- *
seedores se amplía, pero esto ocurre no sólo porque
hayan ido adquiriendo propiedades de distinto tipo,
sino porque, a lo largo de generaciones, han ido en
troncándose, por matrimonios, miembros de distintos
grupos, de distintos orígenes sociales. La enumeración
de los bienes deí padre de Simón Bolívar (Gil For-
toul, 1, 280) no sólo nos demuestra que la aristocracia
mnntuana abarcaba ya muy diversas actividades eco
nómicas, sino que nos hace snsjtechar, con justificado
motivo, que el exclusivismo de los Gran Cacao había
sufrido múltiples quebrantamientos y que, detrás del
nombre brillante de un aristócrata caraqueño, danzaba
alegre, aunque silenciosamente, el espectro de un os
curo comerciante bilbaíno y hasia de algún capitán de .
buque negrero dei más inenarrable origen social.
"La riqueza de los más —observa el Padre Cobo •
en la Lima de principios del siglo 17— consiste en
dinero y bienes raíces, como son; heredades, huertas, 1
viñas, ingenios de azúcar, obrages de paños, estancias J
de ganados, posesiones y rentas de mayorazgos y en- 1
contiendas de. indios". Ese complejo subsuelo econó
mico de la aristocracia limeña —que no era tan sólo
encomendera, como pudiera creerse— implica una es-
93
Iructuración compleja del grupo social y habla de po
sibles y frecuentes casamientos de propietarios de
obrajes con hijas de encomenderos y de herederos de
i Ingenios de azúcar con herederas de estancias de ga-
* mulo.
El entronque de familias de altos funcionarios de
la corona con familias de encomenderos, mineros y
grandes hacendados, que ya se advierte desde media
dos del siglo 16, debe haber sido de la más alta peli
grosidad para los desposeídos —los indi es encomenda
dos, los mitayos, los esclavos— a quienes siempre al
guna luz de esperanza Ies llegaba del siempre renovado
conflicto entre los representantes del imperio y los
señores locales. La corona trató insistentemente de im
pedirlo, con múltiples disposiciones legales, porque
también ella veía peligrar en esos matrimonios la fi
delidad absoluta que reclamaba de bus funcionarios,
Algo semejante puede decirse del ingreso de hijos
de familias aristocráticas en la Iglesia, donde solían
alcanzar las más elevadas dignidades. De los vástagos
del senhor de engenho, el mayor —dice Calmón Hist.
social, I, SO y 85— heredaba la tarea del padre; el
segundo, iba a estudiar a Coimbra; el tercero, era des
tinado a la carrera sacerdotal.
Ocurre a menudo que la conmixtión, de la burgue
sía comercial con la aristocracia rural en una colonia
se intensifica después de un proceso de enriquecimien
to de la primera y empobrecimiento de la segunda.
En realidad, es una consecuencia de ese proceso. Para
los comerciantes, esa es una manera de adquirir pres
tigio social; para los viejos aristócratas arruinados, de
adquirir dinero.
W
f antiguas aristocracias territoriales decaen o sufren se-
^veros golpes de fortuna.
Los emboabas lusitanos, enriquecidos en las minas
y flamantes fazendeiros, llegan a mezclarse intensa
mente con la nobleza territorial paulista, en parte de
rrotada, en parte dispersa.
En Perú, mientras los encomenderos se empobre- *
cen por la supresión de las encomiendas en el siglo |
18, hay una burguesa jiomerciarque asciende y mu-í,
chos de cuyos- miembros se apresuran a adquirir ti- í'
tu los de nobleza para ingresar en los círculos más ^
privilegiados, J
En Chile, el proceso ha sido sintetizado en pocas
palabras por Edwards (9 y sig.): "Desde mucho antes
de 1810, las antiguas familias de conquistadores y
encomenderos, arruinadas por el lujo y el ocio, o ex
tinguidas en la guerra o el claustro, se encontraban
en plena decadencia. Nuevas estirpes de mercaderes
y hombres de trabajo, con sólo tres o cuatro generacio
nes de opulencia y figuración social, las habían lenta
mente absorbido y desplazado. Llegó asi a dominar
económica y socialmente en el país una aristocracia
mixta, burguesa por su formación, debido a) triunfo
del dinero, por su espíritu mercan til ista y de empresa,
sensata, parsimoniosa, de hábitos regulares y ordena
dos, pero por cuyas venas corría también la sangre
de algunas de las viejas familias feudales” .
Aún en las Antillas británicas, donde tan simpli
ficado era el esquema colonial, con sus señores em
pleando sus ocios en los círculos sociales de Inglate
rra, se registra un proceso muy semejante. Muchos
plantadores habían hipotecado sus propiedades a ban
queros y empresas británicas y se advierte, hacia fines
del siglo 18 y principios del 19, un proceso de em
pobrecimiento y dispersión de las oligarquías de azu
careros, proceso en el cual actúan también otras causas
95
tltyn estudio no corresponde hacer aquí. Simultánea
mente, había medrado en algunas islas una burguesía
de ntu»'iríantes de origen preferentemente escocés y
lililí", t uyos ingresos principales se derivaban de la
vim.i a los ingenios de ciertas mercaderías que traían
de Iagía ierra y de la venta en Inglaterra del producto
Hn los ingenios. Algunas familias de este origen IIe-
Kiinm a acumular cuantiosa riqueza y sus miembros
Ingresaron, por casamiento, en la aristocracia local de
plantadores (Hagatz, Oíd jílant., 11).
m
ACOTACION ES
p r iv il e g io ~v p r e j u ic i o
97
?
Los historiadores de la Compañía de Jesús y de las mi
atañes jesuíticas en el Paraguay han tratado de ridiculizar
las ideas de Antequera, pero si la oligarquía comunal de
Asunción defendió sus posiciones con tanto arrojo en varias
ocasiones en aquel sigla 18 no fué únicamente porque obe
decía ios dictados de sus intereses comerciales, sirio también
porque peleaba movida por un sentido de justicia y c! *'Co
inúrT no era para ella menos real y digno de respeto que el
"pueblo" que aparece en la preocupación de Ioh grupos crio
llos que inician la revolución de ¡a independencia, en varias
colonias hispanas, a comienzos del siglo 13,
99
ftlpntn del ambiente, prevalecieron normas de mayor laxitud
<|iH' las vigentes en el viejo solar ancestral”,
i vriruNDins
fomenta Ots Capdequt (ínst. de gobierno, 101 y sig.) el
Itli |*»rUmte informe sobre tierras realengas que el Oidor-Vt*
■Mador Juan Antonio Mon presentó -a la Audiencia de Santa
(■'iv Nueva Granada, en 1786:
"lil abuso con que hasta entonces se habla procedido en ?
la concesión de tierras realengas, sin medida, deslinde, ni
HViilón, sin tener en cuenta las posibilidades económicas del
íolleMnnte y sin que unos supieran lo que pedían ni los
ii|| ok lo que otorgaban, era !a principal dificultad “ para que
Uliit ha parte, que se halla incuba, ee pudiera hacer civil, y
habitable” ; muchos, al amparo de un titulo de merced de
(Ierras, hablan hecho reventas muy lucrativas; otros, hablan
di>Jo<lo establecer en sus tierras familias de pobres cultiva
dores y cuando éstos, con su esfuerzo, hablen hecho fructi
ficar los campos, exhibían aquellos sus títulos y los conml-
llli Imrt con el desahucio si no se convertían en verdaderos
(tilid atarios suyos” , _,-t
BICHISJCADO DE ALGUNOS T E R M IN O S
W0
C a p ít u l o III
O RGAN IZACIÓN SO C IA L Y C L A SE S SO C IA LE S
101
unciales nunca podría representarse, por lo tanto, con
esquemas demasiado generales e inmutables, en los
que unos grupos aparezcan siempre aquí y otros siem
pre allá. Algunos hubo que deslumbraron eon su as-
tensión vertiginosa y que luego se hundieron en el
olv.do histórico. Otros, que sufrieron mutaciones de
estructura —cambios en su intimidad de grupo— de
lai magnitud que lo único que conservaron igual, a
través de las generaciones, fué el nombre genérico con
que Jos historiadores les conocen.
No vamos a escribir aquí la cronología de los gru
pos sociales, ni a intentar rehacer en detalle el es
quema de su jerarquización colonial, sino a hablar de
las líneas generales de acuerdo eon las que los grupos y
clases se fueron escalonando.
102
ríales trataron de imponer en América se quebranta
ron muchas veces y el que, en definitiva, resultó, no
había sitio previsto por nadie. Cambiaba según los Ju
gares y las épocas, por más que los juristas de Feli
pe J í y los teólogos de Massachusetts hicieran mara
villas para gobernarlo. Ya cincuenta años después de
iniciado el experimento de Nueva Inglaterra —recuer
da Wertenbaker, 7fi— los teólogos clamaban contra la
perversión de las costumbres de las nuevas genera
ciones y el abandono de la comunidad bíblica ideal,
cuyos primeros signos de decadencia descubrían. Pero
el mismo autor advierte que su desintegración había
comenzado apenas la comunidad ideal se había esta
blecido bajo el cíelo neblinoso de la Bahía de Massa-
chusetts.
Los factores que determinaron la jerarquía de las
clases fueron los mismos que actuaron en el proceso
forma tlvo y en el proceso transformativo, que hemos cf '
estudiado. Es, así, posible trazar un esquema jerárqui-
co que incluya, entre los grupos de potentados, a los j V
encomenderos, los mineros, los haceñdadósalos planta-
dores, los aenhorcs de ennenhor los negreros, los co
merciantes mayoristas, loa altos funcionarios de los
imperios, los altos dignatarios de la iglesia católica. *.
Entre los grupos de ciase media, los artesanos, wu-':
j'M - '
chos comerciantes minoristas, funcionarios y profesio
nales menores, pequeños agricultores y explotadores
de ganado.
Entre los asalariados y trabajadores no esclavos,
que recibían alguna forma de. compensación por su es
fuerzo y gozaban de cierto grado de libertad Indivi
dual, algunos de ios que trabajaban en las minas, o
i
en los talleres de los artesanos, o en los obrajes, los t*
indios cuyas comunidades pagaban tributos en espe
cie, la mano de obra de las ¡azeiidas de gado y de las
vaquerías y estancias pía tenses. Y luego, la gran masa
í Oí
Un m^ros esclavos y de indios, también esclavos, aun-
iplli la ley les diera otro nombre.
iVro ¡as salvedades y excepciones, las condicio
nen y circunstancias que hay que agregar para que
pulí* esquema adquiera la flexibilidad necesaria que le
|ii'imiLa reflejar una realidad y no una preconcepción
ilt1! autor, son tan numerosas que escapan a la índole
iln nuestro libro. No todos los encomenderos ni mine- ’
litfi fueron ricos ni poderosos y muchos de ellos pasa-
hili por todos los azares, perdieron bienes y rango so
cial y finalizaron en una oscura clase media. Hacen-
(Indos y plantadores hubo —y quizá en gran cantidad—
HUI* apenas si pudieron haberse clasificado entre los
Mtupos de la clase inedia. Los negreros sí que deben
Im U t sido siempre y en todas partes muy prósperos
portillo, descartando algún funcionario que se metía a
negrero ocasional, f e más necesitaban disponer de
fuertes capitales para invertir en un negocio en el
tiltil —para utilizar términos modernos— el capital
circulante lo era casi todo y el fijo casi nada, lo cual
«crecía el riesgo. Y las ganancias.
,l?l trato dado al negro y al indio, por lo demás,
variaba según los lugares y las épocas, aunque la re
gla fué siempre —y en todas partes—■que ocuparan el
Ultimo rango en la jerarquía.
Una palabra especial merece p elase media ven la^
Polonia, Como la de todos los países^ y épocas, su dés-
Tlncr lué incierto; su característica, la inestabilidad.i
MI comerciante, un naufragio o un atraco de los pira
tas podían llevarle a la quiebra; si artesano, una orde
nanza del Cabildo o de la Cámara Municipal podía
reducir a ceniza su esfuerzo de veinte años. Si foreiro
en Brasil o inquilino de un hacendado en los alrede
dores de Buenos Aires, un capricho del señor podía
arrojarle en cualquier momento de su tierra. Si judio
[pie labrara la plata o vendiera alguna mercancía, la
Wí
denuncia de que honraba el sábado podía significar
que su taller o bu tienda fueran confiscados por la In
quisición y su cuerpo dado a las llamas.
En el mejor de los casos, aunque una generación
lograra mantener su rango, de la otra, casi siempre,
apenas hay noticia y sus miembros parecen extraviarse
en la penumbra de lo incierto. No existía la continui
dad del privilegio, como en las casas señoriales; ni la
de la opresión, como en la multitud esclava. Esa ines
tabilidad y discontinuidad de la clase media la encuen
tra también Sylvia Thrupp entre los mercaderes en la
ciudad de Londres, en los últimos años del medioevo,
2. I dea V jh js ih il id a d de procheko
105
muchos lo encontraron. Se hicieron señores de más es
clavos que el señor más poderoso de sus tierras y
algunos, que apenas sabían firmar sus nombres, casa
ron con princesas morenas y se adormecían rodea
dos de una corte improvisada, como ellos suponían que
era costumbre de los magnates de oriente.
En las ciudades más grandes existía la oportuni-
r dad —qué acepción tan fuertemente capitalista tiene
esta palabra— dg^cambiar la suerte en poco tiempo,
/romo podía ocurrir asociándose cbiTalgún negrero, in
terviniendo con los respetables miembros de algún ca
bildo en una especulación sobre alimentos, o haciendo
el tráfico honesto de algún rubro muy apetecido por
los pudientes. Este cambio era menos espectacular que
el otro, pero no menos codiciado para e] que ha apren
dido a medir los valores de la vida en cantidades de
dinero y no en títulos honoríficos.
Los españoles y los portugueses —y todos Ira co
lonizadores en América— tuvieron, además, que cons
truir las bases materiales indispensables de la colonia:
viviendas, templos, casas para el gnhierno, talleres, bu
ques. Los ojos que en Europa sólo habían conocido
rvtidndcs seculares, inmóviles en su trazado, casi sin
industria de [a construcción, presenciaron en América
cómo, sobre una ciudad india, se levantaba una me
trópoli española. Era el cambio material ostensible.'"
eravel progreso/Aunque la palabra no existiera en elj
vora bulano^cmrriente.
Estas condiciones, características del mundo nue
vo. y esa experiencia que a nadie se ocultaba porque
todos !n« oios la veían, deben haber introducido un
factor de perturbación, de insatisfacción dentro del es
quema de la jerarquía de los grupos sociales en la co
lonia. No sólo era pos ble el cambio, el salto de un
estrato a otro, sino que a eso venían loa más de los
peninsulares y a menudo, cuando la realidad traicionó
lOfi
sus esperanzas, se revelaron airados y desconocieron
a la autoridad, así fuera el arzobispo como el virrey.
Los que ninguna posibilitad tenían de mejorar su
suerte dentro de la organización colonial fueron los
indias y los negras. Para ellos, el incentivo déTprogre-
so está ausente. En los esclavos de los ingenios cuba- i ~j
nos se producían epidemias de suicidios, porque entre ¡
ellos se corría la"rns~de que volvían, en la segunda]
vida, a su terruño natal, en África, Los negros brasi
leños huían a los Palmares y los indios de las colonias
españolas no dejaron pasar veinte años sin producir
una rebelión sangrienta. Es sintomático que sobre
ellos —negros e indios— recayera con más insisten
cia la acusación de abulia, de inercia, de desinterés
por el trabajo,
107
Los aecioneros de vaquerías y, después, los prl-
jHi'l’on estancieros en el Plata, como los fazendeiros de
pudo, eran a menudo hombres de campo y de trá
talo duro, jinetes infatigables que arreaban, carneaban
p mareaban al lado de sus esclavos negros y de sus
108
de encomenderos de Cuzco, Charcas y Lima, en el si
glo 18, después de la abolición de Jas encomiendas.
Los casos de dicotomía económico-social no se
prolongan, pues, mucho tiempo, porque el privilegio
social descansa normaímente sobre el poderío econó
mico. El poderío político, en cambio, puede escapar
durante más tiempo de manos de grupos sociales que
sigan conservando su predominio económico y social.
II. LO S DESCLARAD OS
100
limpia, hasta que fueron exterminados por las armas,
Kurman parte de la población improductiva quie
nes no produren bienes, ni participan de manera actl-
vi i en sai producción. Categorías muy diversas se en
cuentran en esas condiciones: los funcionarios, los \
]>i ufes ¡únales liberales, los eclesiásticos que no ejercen ¡
oficios ni dirigen centros de producción, los propieta- ^
ríos inactivos, los pensionistas, los encomenderos que
lie reducen a recibir la renta de sus encomiendas, los
desocupados, los del;ncuentes, las prostitutas. La
enumeración que hacemos tiene, desde luego, carác
ter estrictamente técnico-económico y no prejuzga so
bre Ja función social ni el valor ético de estos grupos.
A su función social nos referimos en diversos lugares
de este libro. A su valor ético haremos alusión en otro
Induljo.
I,a pol)larión no incorporada a la economía colonial
nc encuentra, no sólo al margen de la producción co
lonial, sino también fuera de la organización social
de la colonia. Tiene su propia historia social, su pro
pia organización. E l grado de autonomía que ios nu
ciros que la integran conservan respecto de la socie
dad colonial varia. En algunos casos, ni siquiera se
llega a establecer el contacto físico más elemental
entre aquéllos y ésta —es lo que ocurre con tantas
comunidades indígenas que quedaron aisladas en la
lili ¡planicie o en las tierras Incógnitas del sur—, mien
tras que, en otros, el contacto esporádico con la
colonia introduce un germen de transformación, y aún
de d solución, en el elemental esquema social del nú
cleo. Pero el hecho básico es que esas agrupaciones
humanas no participan de la existencia social de la
colonia hispa no-portuguesa.
Dentro de la población improductiva hay que ha
cer un distingo fundamental: algunos de sus elemen
tos forman parte de las clases sociales coloniales y
110
otros no. El funcionario, el encomendero que se redu
ce a cobrar el tributo de sus Indios, el abogado perte
necen a clases y estratos sociales, como lo hemos visto.
El delincuente y la prostituta, que hacen un modo de
vida del delito y la prostitución, son desclasadcs.
Mayor dificultad se nos presenta en el caso de
tos desocupados. Cuando se trata de desocupados tem
porarios. entendemos que siguen perteneciendo al mis
mo grupo social del cual forman parte cuando ejercen
una actividad productiva. Pero, al lado de ellos, abun
dan en la época colonial los desocupados permanentes.
t Algunos jamás han trabajado, ni tienen ingresos fijos
{pero —-como el picaro español del siglo de oro— des
tinan su ingenio y su inescrupulosidad a obtener in
gresos esporádicos que les permitan seguir viviendo
1sin trabajar. No son indios, ni negros, pero quizá ten
gan algunas gotas de sangre india o negra, aunque
ellos sigan considerándose españoles o portugueses y
<x;ultando su origen mestizo. Pueden ser blancos recién
llegados de tas metrópolis. El individuo que pertenece
a este núcleo vive y actúa estrechamente ligado al es
quema colonial de las clases, ya sea recibiendo el favor
de Un señor poderoso, ya sea interviniendo en especu
laciones ilegales con alguna autoridad, ya sea cubrien
do sus gastos con el producido de las artesanías de al
gunos esclavos que le han sido obsequiados. A veces,
un casamiento afortunado le transforma en comercian
te; o el favor de una autoridad le hace latifundista. Es,
en síntesis, un desocupado permanente que no se di
vorcia de la estructura social colonial, que existe den
tro de ella y que, en ocasiones, termina siendo miem
bro de una clase con tantos títulos como cualquiera.
Pero hay otros desocupados permanentes —más
numerosos— que nada esperan de la organización so
cial colonial, como no sea alguna migaja, alguna opor
tunidad para delinquir. Ésos sí tienen una dosis mayor
111
il(' sangre negra o india y son, en no pocos casos, ne
ldos o indios fugitivos, pero que no se han alejado
de los centros urbanos, o indios cuya comunidad rural
li» sido destruida por el aluvión colonial y que se han
Irosla dado a la urbe para sobr ellevar allí una exis-
!encía de sombra humana. Estos desocupados perma
nentes, en casi todos los casos, no ingresan jamás a
itna clase social, no aceptan la única alternativa que
)n sociedad colonial les ofrece: la de ser mano de obra
esclava o semi esclava. Algunos se hacen vagabundos;
oíros, delincuentes accidentales o habituales. De allí
surgen muchas de las prostitutas.
112 I
1
dos, ni eran funcionarios, ni ejercían oficios, porque,
si los tenían, se olvidaron de ellos a! llegar a América.
La gran masa de los desocupados estuvo formada
por miembros de grupos étnicos intermedios, pero no
porque arrastraran taras raciales insalvables, sino por
que el esquema económico y social colonial no tenía
para ellos ubicación alguna y porque, como consecuen
cia de lo mismo y dé una herencia social de siglos, los
grupos étnicos que ejercían los trabajos manuales que
daban envilecidos por ese solo hecho.
JE1 mestizo, sin ubicación en el esquema econó
mico, se encuentra también sin destino en el esquema
social porque, no siendo indin ni negro, aspira a ser
blanco sin poder serlo. La sociedad colonia] le coloca
en un peligroso lugar intermedio, le crea una psico-'
314
entonces su ingreso a Ja economía y a la estructura
social colonial no ofrece ninguna duda. Es la mano
de obra de la ganadería piálense, aunque no sea la
única, porque todavía hay negros esclavos que traba
jan a su Jado.
Estas etapas son sucesivas en términos generales
pero, durante algún tiempo, coexisten. Ya llevaban las
repúblicas varios decenios de existencia y aún había
gauchos trotamundos y otros que lo eran a ratos, como
para alternar el ocio del trabajo fijo con el horizonte
sin limitaciones, ¿Es que Martín Fierro no es, acaso,
un gaucho errante —muy a su pesar, es cierto— y Se
gundo Sombra, decenios después, un asalariado en
i toda Ja línea, aunque todavía hierva en él esa necesi-
l dad de andar y andar, tan gauchesca? Esa necesidad
que le hace decir, como si fuera un lema de su vida
nómade, que apenas llega ya esté queriendo Irse,
i
i
li los desertores de la selva, se pone al margen de la
nocí edad colonial.
117
r
pro es insuficiente. La multiplicación de la produc
ción colonial, además, no depende, sino en mínima j
parte, del progreso técnico y, por ende, es ai esfuerzo
físico al que es menester exigir todo.
La presencia de esa multitud fantasma de des
casados es, pues, un factor poderoso de inmoralidad
social, de corrupción, de injusticia, de disgregación.
J íS
1
tir su presencia de tal. Pero es necesario advertir que,
para el colono británico, el sentido de la comunidad
no es sinónimo de sentido social, porque el primero
está limitado a un grupo —religioso, social o racial—,
mientras que el segundo se extiende a toda la socie
dad, dentro de la cual se incluyen grupos e individuos
que el colono británico combate, subyuga o menos
precia por razones políticas, económicas, religiosas o
raciales. Tawney observa que el sentido de solidaridad
social se encontraba poco desarrollado en el puritano
(2291 e igual cosa podría decirse de muchos de los
protestantes no puritanos en la América colonial.
Los qué tenían sentido de lo social admirable
mente desarrollado eran los indios cíelas comunidades
agrarias primitivas. El Incario lo respetó v estimuló. (
pero la colonjg_M.<j£StruyQ hasta donde pudo. Se man
tuvo' en Tas células rñctígenas que quedaron intactas,
sin incorporarse a la economía colonial.
Ya veremos en otro trabajo qué suerte corrieron,
en la nueva sociedad colonial surgida en América, eL
arisco individualismo del conquistador y el Individua-1
lismo crónico del colono. Lo que en éste tenemos qlieJ
agregar es que también fué muy limitada la solidari
dad de clase o de grupo social, Es posible que se haya
desarrollado, en cierto grado, entre los indios y los
negros esclavos. Las sediciones frecuentes así lo hacen
creer, aunque debe advertirse que se trata de una so
lidaridad elemental de defensa. Ninguna debe haber
habido en esos grupos densos de desciasados y desocu
pados —más numerosos a medida que corre el perío
do—, entre quienes los mestizos y los mulatos for
man en alto porcentaje. Alguna, entre los que tenían
intereses profesionales o económicos semejantes y que
uníarí sus esfuerzos, aunque fuere accidentalmente,
para defenderlos; como en los gremios de artesanos,
en los comerciantes locales que pugnaban contra los
comerciantes monopolistas de la metrópoli, etc.
La independencia —larga y cruenta lucha en la /
Am óíícá^ispaña^orno no lo fué en la portuguesa ni f
en la británica— resultó un estupendo proceso de
aglutinación de clases sociales y grupos étnicos; de tn-
I tegración jnaeiona 1; de apresurado, desarrollo d_e_ las
^ fuerzas de cohesión social^ Pero’el siglo 19 hispano-lu- \
i| so destruyo mucho tle” lo que hizo la revolución de la j
' independencia y no dejó un aporte, en esta materia, /
que sobrepasara el de la colonia.
iv. LA IG L E S IA COMO F A C T O R SO C IA L
120
abrir una brecha por dónele se manifieste un tipo di
ferente de asociación que escape a su control. E l tea- i
tro tuvo que vencer su veto para existir.
Donde la Inquisición se hizo presente —en México
y Perú mucho más que en Chile y el Río de la Plata—
eJ..ter£or fué otro factor que redujo la asociación a los
casos en los cuales la Iglesia ejercía un control direc
to, porque era ia manera más segura, aunque no infa
lible, de que no recayera sobre el propósito de la aso
ciación la sospecha de herejía.
En^BrasU, la Iglesia tuvo menos poderío, menos
gravitación que en algunas colonias españolas. La
gran unidad económica —fazenda, engenho-— desarro
lló un alto grado de autosuficiencia productiva, con lo
cual entorpeció el desarrollo de grandes concentracio
nes urbanas y, ai mismo tiempo, fué una célula social
gobernada, no por el virrey ni por el comendador, sino
por el senhor o el jazmdeiro. La Iglesia presente en 'ó
la fazenda y el engenho fué, no la centralizada y todo- /
poderosa de otras partes, sino la casi privada, sometida
al propietario del lugar mucho más qüe~a"la Jerarquía
lejana.
La carrera eclesiástica, en Brasil como en las eo-q
lonlas españolas, cumplió una misión social que no \
tiene similar en los tiempos modernos. Aunque redu-;
cida en muchos lugares y durante mucho tiempo a los
individuos de piel blanca, fué la gran canal izad ora de /
las energías individuales que, por otro camino, iban \
a desembocar en el fracaso. Ofrecía, a unos, la opor
tunidad/casi exclusiva, de la cultura;-1^ muchos Otros,
la seguridad económica, la vida fácil, la aventura del
predominio social y basta la posibilidad tentadora de
una carrera política completa. Ésta es una de las cau
sas fundamentales de que el clero fuera tan numeroso
y mundano, tan afecto a los bienes de la tierra y tan
descuidado de los del cielo.
m
ACOTACION ES
('ASTAS
“ En las Indias Occidentales se distinguían siete castas, a
sabor;
“ I5 los españoles nacidos en Europa;
"2* ios españoles nacidos en América;
”3* los mestizos, descendientes de blanco e indio;
” 4* Ies muíalos, descendientes de blanco y negro;
”5* los zambos, descendientes de indio y negro;
”6a los indios;
los negros, con las subdivisiones de zambos prietos,
producto de negro y zamba; cuarterones, de blanco y mulata;
quinterones, de blanco y niartcrona; y salto atrás, la mezcla
en que el color es más oscuro que el de la madre” (Gil
Kortoul. CE),
En las colonias británicas se hizo también, una clasifi
cación minuciosa de este tipo, esn terminología propia.
Las Leyes de Indias hablan con mucha frecuencia de
las castas, pero la terminología y Jos conceptos son -vacilan'
tes y contradiclorioB.
IDEA P E PROGRESO
in e s t a b u l u A d d e l a o l As e m e d ia
122
de mortalidad introducen en las familias de mercaderes Un
factor de inestabilidad a través de las generaciones. La auto
ra advierte que en tuda Europa sé produce el mismo fenó
meno en las clases urbanas acomodadas (22,2 y sig.).
Con nuestros conocimientos actuales, sería muy difícil
estudiar cómo este factor de la mortalidad lia incidido sobre
la continuidad de ía clase media urbana en la sociedad colo*
nial hispano-portuguesa. E s muy posible, sin embargo, que
pueda llegarse a una conclusión semejante a la rie la autora
citada.
ESFECTTOACIONEfl
1%3
iti'iUe incapacidad y venalidad que prevalecía en los gobier
nos municipales en toda la reglan andina. Loa funcionarios,
agrega, se complicaban en especulaciones sobre la venia de
)ion y oíros artículos de consumo. A menudo, se provocaba un
vergonzoso aumento de precios —sigue diciendo el aulor
mm iieíonario— de) que se beneficiaban los alcaldes y otros
funcionarios municipales.
" E n t r e lo s e n o r m e s m a le s q u e e s t a ra z a in fe liz — s o s
tie n e S a c o en IfCIO, re fir ié n d o se a lo s n e g r o s (F a p t m c ia , I.
Ü0T>)— ha i ra íd o a n u e str o su e lo , u n o d e e llo s e s e l h a b e r
a le ja d o de la s a r t e s s n u e s t r a ix d itac ió n b la n c a . D e stin a d a
ta n só lo al t r a b a jo m e c á n ic o , e x c lu s iv a m e n te s e le e n c o m e n
rlaron to d o s lo s o fic io s, co m o p r o p io s d e s u c o n d i c i ó n .,,
a s i f u é q u e to d a s ( la s a r t e s ) v in ie r o n a s e r el p a tr im o n io
e x c lu s iv o de la g e n t e d e co lo r, q u e d a n d o r e s e r v a d a s p a r a
lo s b la n c o s ín s c a r r e r a s lit e r a r ia s o d o s o t r e s m á s qu e
«O te n ía n p o r h o n o r ífic a s ."
Un escritor negro podría enmendar la redacción del
Ilustre sociólogo cubano en esta forma: "Entre los enormes
males que los blancos han ocasionado al traer a esta raza
infeliz a nuestro suelo , Pero aun así no se ajustarla a
la verdad histórica si no se preocupara de limpiar el texto
de torta prenoción racial. La misma Influencia que los ne
gros en Cuba, tuvieron tos indios en casi todas las colo
nias españolas y la mano de obra blanca en las británicas,
francesas y danesas. No es una raza la que engendra el
fenómeno que preocupaba a Saco, sino una forma de orga
nizar el trabajo, la economía y la sociedad.
Fué común en los historiadores latinoamericanos del si
glo 19 la creencia de que nuestros pueblos heredaron de
España y Portugal el desprecio por el trabajo manual. Es
exacto, pero a medías. La verdad completa es que lo mismo
pudieron haberla heredado de Gran Bretaña, Francia, H o
landa o cualquier otro país de Europa. Existía en los grie
gos antiguos y —según Westcrmarck y Landtman (Landt-
man, 84)— aparece en las civilizaciones primitivas, en cierto
grado de b u desarrollo.
E s s e g u r o q u e s e e n c u e n tr a en lo d o s lo s p u e b lo s en
loe c u a le s y a se h a p r o d u c id o u n a d iv isió n d el t r a b a jo q u o
24
dé origen a la formación de clases sociales, encargadas unas
del gobierno y de la guerra y otras de la producción.
Cuando decimos en el texto que el feudalismo dejó en
herencia su desprecio por el trabajo manual (III, i, 3), no
queremos con ello significar que esa actitud fuera exclu
siva del feudalismo.
“ N u e s tr o D o n , S e ñ o r H id a lg o ,
e s c o m o el d e l a lg o d ó n ,
q u e p a r a te n e r el D o n ,
n e c e s it a te n e r a lg o " .
DE9CLASAD0S
m
Sacó hizo en 1830 un estudio especial del problema
en su memoria sobre la vagancia en Cuba (ver Bibliografía),
donde habla de una densa masa de desocupados y que con
tiene un criterio más moderno que el de casi toctos los docu
mentos coloniales en e] tratamiento de la materia.
En las instrucciones del monarca español enviadas al
virrey do Nueva España el 3 de octubre de 1558 —menciona
das en el texto— se lee: “Somos lnfo"mados que son muchos
las qua ensi ay vagamundos, especialmente mestizos” (Fu
ga. II, 319).
En el siglo 17 era el del virreinato novohispano “ un
pueblo numeroso mal vestido, hambriento, y que tenia pOr
habitaciones miserables chozas e infectos cuartos en los su
burbtos de tas ciudades1', según Blva Palacio { Virreinato,
676). La misma observación la hace un economista colonial
det talento de| obispo de Michoacán, Manuel Abad Queipo,
ai finalizar la era virreinal. “E l pueblo —expresa— vive sfn
casa, sin domicilio y casi errante” (Estado mordí, 58).
En la sola provincia de Antioquia, Nueva Granada, el
Oidor-Visitador Juan Antonio Mon, en uno de sus Informes
a la Audiencia de Santa Fe recientemente exhumados por
Ots Capdequl (Inst. de gobierno, 103) y que hamos mencio
nado en el texto, después de decir que encontró allí mucha
desocupación y miseria, calculaba que había 50.000 indivi
duos ociosos. Este informe data tlei 23 de noviembre de 1786.
De Chile, en la víspera de la independencia, el padre O li
vares ofrecía en su “Historia de Chile” este panorama: “ En
la gente de itaja esfera, acostumbrada al libertinaje, que no
es conocida do ios jueces de los partidos, oculta en su misma
pequeñez, es lamentable el ocio y más los vicios que nacen
de 61. De esta gente no será exageración afirmar que la ma
yor parte se mantiene del hurtó, y que habrá en todo el reino
más de 12.000 que no tiene otro oficio ni ejercicio, con im
ponderable perjuicio de los que tienen haciendas en el
campo; y en este maligno oficio han cobrado, con el hábito
que facilita los actos de su especie, tanta destreza y osadía
que se llegan a robar rebaños enteros de ganado de lana,
las engordas de vacas y las manadas de cabras y caballos”
(cit, por Silva Cotapoe. 172).
A “ la rnutítud de Bags mundos, forajidos, gentes ociosas
o ara ganes que tamo abundan en la campaña” , mencionada
cu un documentó del cabildo de Buenos Aires de 1788 nos
hemos referido en el texto.
Concolorcorvo decía más o menos lo mismo de la Ban
da Oriental (37), que él visitó en la segunda mitad del
siglo 18.
Además de los moradores das engt-nhos y de otros des
ocupados que vagan por los ser toes, hubo siempre en Í03 cen
tro» urbanos de Brasil una población estable de vadios y
prostitutas (Prado, Br. cent., 303).
N o p u e d e a t r ib u ir s e a lo s e s p a ñ o le s n i a lo s c a tó lic o s el
m o n o p o lio fie e s te m ¿tocio d e v e n e r a r a d io s p o r l a fu e rz a .
S e lo e n c u e n tra en a Egunas c o lo n ia s b r ité n ic a s d el n o rte , e s t a
b le c id o en b e n e fic io d e i g l e s i a s p r o t e s t a n t e s y e n JE 7 2 s e
a p lic a b a n m u lta s en la s A n t illa s d a n e s a s a q u ie n e s n o a t e n
d ía n lo s s e r v ic io s r e lig io s o s (K c lle r , 4í>íl>.
la ig l e s ia c a t ó l ic a e * b r a s il
M a m e lu co, E n B r a s il , h ijo d e p o r t u g u é s e in d ia . A l d e
c ir en e l te x t o q u e la bandeira e s u n a c o lu m n a m am eluco
h a c e m o s r e fe r e n c ia a l g r a n n ú m e ro d e m e stiz o s q u e l a fo rm a .
Sertao (plural, sertoes). E n Brasil, interior del país, in
culto o deshabitado,
127
C a p ít u l o IV
CO N FLICTO S DE C L A SE S
i. L A V IO L E N C IA O M N IPR ESE N T E
129
)
grupos sociales o entre individuos que se disputaran
t un privilegio o una ventaja, América fué suelo de vio
lencias desatadas y lo excepcional fué en ella la mesu
ra. Violentas son las relaciones habituales entre co
merciantes y labradores; entre comerciantes y planta
dores; entre estancieros e inquiiinos; entre los poten
tados locales y los representantes del poder imperial;1
entre los jerarcas de Ja iglesia y el clero llano; entre
el cura y ios indios, sus feligreses; entre el cacique y
sus indios; entre el mestizo o el mulato y los indios
o negros.
Episodios de la, lucha de clases, preñados de vio- |
lencia, son el de los éspafiolés"^je~Tíuerto tíiccrrobairdo I
esela v Oe n ég irds ’d'e~la s "A nt illa s" d a n e s a ‘'para bautizar- ¡
los” (Keller, 501); el de los bcmdeírantes robando ín- ’
dios guaraníes a las misiones jesuíticas para venderlos
a los fazendeiros y a los mineiradores', el de los cha
rrúas robando ganado de I els estancia-a jesuíticas del
norte de .Santa Fe y de Paraguay para venderlo a los
hacendados santafecinos. Era la lucha por la mano
de obra o por la mercancía llevada al terreno del des
pojo violento, del robo.
131
dnr. El brutal trasplante que sufre de su comunidad
obraría primitiva al sistema de capitalismo colonial le
f|tilia a su esfuerzo personal todo sentido y a su exis
tencia todo aliciente. Por lo demás, la conquista y los
primeros tiempos de la colonia significaron para las
naciones indígenas la destrucción de cuantiosas rique
zas naturales y el hambre y la desorganización cun-
) dieron entre ellos. El consumo de la coca en el Perú,
muy limitado bajo los Incas pero estimulado por los
colonizadores, vino a completar el panorama de la de-
i fidencia nacional, orgánica y psíquica, Detrás del ocio
Indígena que descubría el virrey en todas partes —no m
t'l ocio idílico, en la montaña silenciosa, como podría
imponer un poeta romántico— habla, no ya una sola
oncena de violencia en la historia de las relaciones ríe
clases, sino toda una catástrofe nacional, como prefie
re llamarla el profesor Cutiérrez~Noriega (Cocaísmo
y alimentación),
134
aulas (1Jarréela Laus, 279)—; pero sí lo fué lograr que
Jos distintos gruías de la mano de obra esclava y sentí
esclava se maní uvieran apartados entre sí. Las dispo
siciones, originadas algunas en la metrópoli y otras en
las colonias, para evitar el contacto de negros con In
dios o de mulatos y mestizos con aquellos dos grupos,
fueron numerosas y, aunque a vece? parecen tener una
finalidad de protección de uno de los grupos, otras
presentan al desnudo el propósito de impedir una coa
lición de oprimidos cuyas consecuencias políticas hi
cieron (cmhlar en todas las épocas a ios blancos be
neficiarios del trabajo colonial.
Fué menester en todo instante de la vida colonial
usar de mano dura para mantener dentro de ciertos
limites económicos, sociales y políticos a la mayoría
subyugada de la población. El bando de la Audiencia
de Lima del 17 de julio de 1706, “ mandando que nin
gún negro, zambo, mulato ni Indio neto pudiera co
merciar, traficar, tener tienda, ni aun vender géneros
por las calles” (Juan y Ulloa, nota de la pág. 423)
estaba dirigido, evidentemente, a poner fin a una com
petencia que molestaba a los comerciantes minoristas
blancos.
Pero las expresiones más dramáticas del terror de
los poseedores se manifiestan cuando estalla una insu-
rreeción o cuando se sospecha que puede estallar. To
do castigo parec^poco_ para que sirva de alerta a las
multitudes que pueden sufrir el contagio de la rebel
día; todo refinamiento sádico resulta aceptable a aque
llos espíritus poseídos del terror ante el posible triun
fo del enemigo de clase. "Ahorcaron ocho indios por
alzamiento por tenían intentado —narra muy escueta
mente el Diario de Muga buril (84), situando el hecho
en el 21 de enero de 1667— . . . Y después de ahorca
dos les quitaron las cabezas y fueron puestas en la
puente; y fueron hechos cuartos y puestos en loa ca-
minos". El castigo que se impone a los negros escla
vos que se levantan en Venezuela en 1749 —semanas
después de la revolución de Francisco de León pero,
al parecer, sin conexión con ella— es minuciosamente
decretado y ejecutado en la vía pública, con un escri
bano que certifica los detalles y un cirujano que cura
a ios negros a quienes, después de los azotes, les cor
tan "las orejas izquierdas, por la parte superior del
oido" (García Chuecos), i
En 1537 ocurrió en la ciudad de México “ la pri-
mera matanza de esclavos provocada por La pusilani- |
midad^HeTospoblaSwes que, asustados por la actitud '
rebelde y la cuantía de los africanos, descuartizaron a
unas cuantas docenas que supusieron pensaban alzar
se con la tierra" (Aguirre Beltrán, Población negra, ^
11), La ejecución de Jacinto Canek y sus compañe
ros, los indios rebeldes 'de 'füeátSííT^ánó de sangre la
plaza pública en una interminable ceremonia de con
tornos tan brutales que pueden parangonarse a los
autos de fe de la Inquisición, El funcionario que or
denó y presenció la carnicería fué más tarde censu
rado por el gobierno de México por su exceso de cruel
dad, pero los señores blancos yucatecas, cuyos bienes
e integridad física eran los que más directamente pe
ligraban en el caso de que Jacinto Canek hubiera triun
fado, deben haber aprobado con alborozo el sanguinario
procedimiento.
136
te local abusivo es el otro personaje jamás ausente de
esta crónica roja de los tres siglos coloniales.
Basta recorrer los escuetos y monpeordes “ Anales”
de Martínez y Vela para comprobar que la existencia
en Potosí, en el siglo 1G, estuvo siempre matizada de
incidentes de esta índole. “ ¡569. Este año —refieren
loa “ Anales” , por ejemplo— oprimidos los moradores
de Potosí con las molestias del Gral. Abendaño o Avi-
ñón, como lo nombraron algunos autores, entraran
ocho hombres disfrazados en su casa; y ocultándose en
un pozo dicho Corregidor, escapó la vida; pero le ma
taron a un sobrino y dos criados''. En cualquier año
—15S2, 1583— hubo “ crueles bandos entre las nacio
nes", lo que significa que extremeños y vascongados
se trenzaron en riña y quedaron decenas de muertos
en las calles.
Más adelante, el conflicto tomó otro carácter, Fué
entonces el de españoles contra criollos, detrás del cual
palpitaba, en algunas colonias, el de una naciente bur
guesía local contra los comerciantes monopolistas o el
de una antigua oligarquía colonial contra lo$ represen
tantes de la corona. Narran Juan y Ulloa: “ Basta ser
Europeo o Chapetón, como le llaman en el Perú, para
declararse inmediatamente contrario a los_ Criollos: y
es suficiente el haber nacido en las Indias para abo
rrecer a los europeos” (415).
ii E L E S T A L L ID O D E L CO N FLICTO
139
jesuítas y declaró extinguida la Companhia Qeral do
Comercio de Grao-Pará e Maranhao (Ferdlgao Malhei-
ro, I, 253).
La huida en masa de esclavos hacia la selva con
mueve a lá colonia portuguesa a lo largo de tos siglos
17 y 18. En el sertao, como hemos dicho antes {III,
ii, 2, b), formaron comunidades algunas de larga vida.
Las más importantes son las que se conocen con el
nombre de P aliares, cuyo régimen social y político ha
sido calificado por algunos autores., brasileñ a,.. con
exceso de imagihacISrí, de socialismo primitivo. No
hubo" uno sino muchos Palmares y piara aplastarles fue
ron menester numerosas expediciones armadas y bata
llas. Nina Rodrigues distingue tres períodos en su
historia, aún oscura y envuelta en la leyenda: Palma
res holandeses, destruidos en 1844; Palmares de ia res
tauración per na mbu cana y Palmares terminales, ani
quilados definitivamente en 1687 (Africa?ios. 1161. C1—
Pero, sin que el gusto de sentirse libres les resul
tara tan duradero ni la organización revolucionaria
fuera tan eficaz, los negros se levantaron contra sus
opresores multitud de veces y en multitud de lugares.
Apenas son las más importantes, la insurreción de Río
de Janeiro, en 1650; la de Minas Gerais, en 1756; Ja
de Santo Tomé; la del Marañón, en 1772, en la cual
negros e indios aparecen en transitoria alianza; la de
Matto Grosso, en 1770 fibídem,).
La serie de levantamientos indígenas mencionados "
por los historiadores es muy extensa, pero es seguro
que los levantamientos desconocidos por éstos y de
los cuales debe haber constancia en los documentos
coloniales aún no estudiados fueron igualmente nume
rosos. Tupac Amaru y Jacinto Canek —cuyas rebe- ^
liones, tasm&s Importantes de~tOdae, adquirieron noto- j
rio sentido de clase— tuvieron múltiples predecesores/
y continuadores.
140
En la extensa serie de movimientos que integran
el proceso de la independencia de las colonias hispa-
ño-lusas, se encuentran —más nítidos allá o apenas
manifiestos acá— dog conflictos que coexisten y se
entrelazan, hasta hacer inexplicables muchos episo
dios para quien no los descubre y sigue su ras- _D-írt lo
tro. Por una parte, el choque entre el poder Impe
rial y los grupos sociales- na ti vos que buscan la .in de
pendencia políUccTv que están formados por propieta
rios o clase media d eTET^cqs^mg¡? ti zog o mulatos. Por
otra, el choque entre los propietarios..y: los indios y ne
gros sometidos, para quienes el primer paso en el ca
mino de su liberación es rebelarse contra su señor, que
a rfüStüdb pertenece a aquellos grupos. El doble con
flicto'surge en todas partes —y a veces simultánea
mente— con ia consecuencia, incomprensible para
nuestros historiadores liberales del siglo 19, de que
hubiera gran parte de la población indígena y negra,
en algunos lugares, que tuviera más simpatía por el
poder imperial que por las juntas de revolucionarios
integradas por propietarios blancos, mestizos y ínula-^
tos.
A la inversa, ocurre también que estos últimos,
en vísperas revolucionarias, hayan preferido abando
nar su programa emancipador y apoyar el régimen co
lonial en presencia de una rebelión de esclavos, que
hacía temblar su ánimo de poseedores. Esojse^vló_£n
Cuba, en 1812, cuando estalló la conspiración de Apon^, ^
te. V en Venezuela, la oligarquía de plantadores y ca
pitalistas, que tan pronta estaba siempre para ponerse
en rebetión contra el poder imperial, condenó muchos
levantamientos de colorido social, como el de Gual y
España, en 1797, “ infame y detestable" porque aspi
raba a destruir la jerarquía de las clases (Parra Pérez,
Primera Repúb'icaf 52).
141
2. Estos enunciados de carácter general se pue
den formular, con igual validez, para las colonia?
americanas de otras potencias europeas. En las trece
británicas dei norle, los conflictos de clases, latentes
o sangrientos, nunca estuvieron ausentes y a veces
adquirieron contornos de guerra civil, como en Mary-
land, en 1654, cuando chocan Jo s pequeños plantado
res protestantes contra los terratenientes católicos
(Moríson y Commager), I, 47).
A Irving Mark se debe un estudio muy completo
y revelador sobre los conflictos agrarios en la colonia
de Nueva York durante ei siglo 18 (ver Bibliografía),
El autor examina allí, con amplia documentación, có
mo se fué formando en la colonia neoyorquina una
pequeña y despótica oligarquía de grandes terratenien
tes, que jamás dejó de apelar a la violencia y al frau
de para acrecentar sus bienes y su poderío político.
Estando el gobierno local y el poder judicial casi siem
pre en manos de ese grupo de poderosos, los pequeños
agricultores, propietarios o arrendatarios, tuvieron que
recurrir a la violencia en varias ocasiones para defen
derse de los despojos de que eran víctimas.
Aptheker ha hecho una larga y minuciosa enu
meración de revueltas de esclavos negros, de las cua
les 66 ocurrieron entre 1644 y 1776, año de la inde
pendencia (71), lo que da un promedio de una cada
dos años en la era colonial. En algunos c a s o s , los ne
gros se aliaban con otros grupos. Así, en 1663, hubo
un importante conato, fracasado por delación, de escla
vos negros e "indentured servante*' blancos, en el con
dado de Gloucester, Virginia y en 1709, en los conda
dos de Surry y de fsle of Wight, Virginia, fué descubier
ta y sofocada una conspiración de negros e indios (18).
En la hora de ia revolución, el conflicto de clases
estalla simultáneamente con el conflicto político. Hay,
en realidad —explican Morison y Commager, I, 163—,
142
dos revoluciones al mismo tiempo: la revuelta seccio
nal de las tres colonias contra la centralización im
perial y un levantamiento de clases contra ios intere
ses creados y las clases gobernantes locales.
143
ACOTACIONES
VIOLENCIA
IO S COREECIDOPES
145
10
mióos. Ejecutados en la Plaza Mayor de Lima los jefes de
la conspiración de Huarochirí, Perú, en 1783 —Felipe Velaeco
Túpac Inca Yupanqui y Ciríaco Flores—. "siendo las tres
de la tarde, se mandó bajar loa cadáveres y descuartizarlos.
La cabeza de Vejaseo la colocaron en una "jaula de hierro",
en la puerta de las Maravillas, y Sos demás cuartos en todas
las portadas" (Ibidein, 138). El corazón y las entra fia a reci
bieron, claro está, cristiana sepultura.
146
PROHIBIA TON ES DB PORTA» AJVMAS
147
en partes públicas; y conservar 1a separación de naciones'’
(Memoria de Don Juan de Mendoza y Luna)’1.
ESCLAVOS FUGITIVOS
i .a KKvoi.innús ni; t i t a c a m a r o
149
téntlco imperio do la ley y la religión oficiales, y unas
gentes impacientes por sacudir el yugo extraño, superlati
vamente intolerable" (ilude»», 181),
Corneja Buuroncle cree que Tupac Amaru buscaba la
independencia del Perú <134). En su importante obra, este
autor hace un extenso y sagaz análisis de la táctica polí
tica del gran caudillo Indio, usando numerosos documentos
Inéditos,que se deben a su pluma,.
Para Boleslao Lewin, cuya contribución a la historia del
movimiento es asimismo do importancia excepcional, “ está
fuera de duda que Tupac Amaru declaró una guerra sin
cuartel a los españoles europeos, proponiéndose su total ex
pulsión de América", aunque respetara el sacerdocio y tole
rara a algunos peninsulares en casos determinados (134).
La de Tupac Amaru, sostiene Lewin, “es, sin duda, la rebe
lión social más grande en la historia de las tres Améri-
cas" (138).
¿Y qué opinaban de este levantamiento de esclavos del
altiplano, que hl2o temblar los Andes, los usufructuarios del
trabajo Indígena? Lewin reproduce un fragmento de un
poema colonial, que dice así (li)íl):
compa S ía GtimrzcoANA
150
C O M P A H B U GFJtAI 1)0 COM ERCIO DE GRAO PARA E MARAMBAO
151
cípios del siglo 10, se encuentran en ía historia impe
rial de España, A la inversa, hay problemas que pre
sentaron su más alto grado de complejidad en las co
lonias españolas y episodios de historia imperial que
se registran en España con mayor intensidad que en
las otras potencias.
Por otra parte, los principios fundamentales sobre
los cuales se va estructurando la política imperial his
pana se han de encontrar, siglos más tarde, inspirando
la política imperial de las otras potencias europeas, no
sólo en América sino en todos los continentes donde
se aplique, sin que ello signifique que estas potencias
europeas no agreguen otros principios propios o fuer
tes matices a ios que fueron adoptados por los espa
ñoles.
No ha ocurrido así porque España estuviera do
tada de un genio peculiar que le haya permitido ser
fundadora e inspiradora de imperios. La historia sue
le ser menos poética que la magia y menos misteriosa
que las misteriosas teorías raciales que aún siguen
cultivándose en el mundo. Ha ocurrido porque Espa
ña tuvo que idear tempranamente soluciones para va
rios problemas que son los que están en la médula de
todo imperio: dominar v organizar pueblos de distin
tas culturas y orígenes; estructurar una economía co
lonial subordinada a la economía metropolitana; presl-
dir el proceso de estratificación social colonial, man
teniendo un equilibrio "de Tuerzas que permita el pre
dominio del imperio por tiempo indefinido.
De lajustoria del,imperio hispano en América sur
ge una teoría imperial, una pauta política sostenida a
través de los tiempos —aunque se contradiga a ve
ces—, que fué la misma que Gran Bretaña y Portugal
aspiraron a aplicar en sus colonias americanas, pero
que sólo en parte pudieron hacerlo, porque tuvieron
154
menos tiempo y circunstancias más adversas que ven
cer.
Cuanto decimos no encierra ningún pronuncia
miento sobre el mérito de una política. Ni sobre su
éxito. El hecho de que España haya llegado a tener
una teoría imperial antes que Gran Bretaña no signi
fica que su éxito imperial estuviera por ello asegura
do. Por el contrario, su derrota en la lucha económica
mundial —cuyas causas y características hemos estu
diado en un trabajo previo— le impidió obtener de su
política en América todo el provecho que pudo. De
igual manera, Portugal, dominada por Gran Bretaña
diplomática y económicamente durante buena parte de
su historia imperial, no pudo obtener del Brasil cuanto
de é! pretendía.
1. Los PRINCIPIOS DE LA POLÍTICA IM PERIAL
1 155
Ja seguridad plena de la veracidad de su narraciój
y de su teoría. Lo que hace es verter una opinión qu
otros —claro está— corregirán o superarán en lo poi
venir,
Los principios de la política imperial de España y
de las otras potencias europeas aplicados en América
que enunciamos a continuación.no están tomados de
ningún documento, sino que, a nuestro entender, sur
gen del conocimiento de la época y de la necesidad de
explicar los hechos con criterio histórico.
En gran proporción, esos principios son hijos de
la experiencia adquirida por las monarquías occiden
tales en el período de transición entre el feudalismo ^
medieval y el capitalismo, cuando los países pasan de
la janarqula feudal a la monarquía unificadora. Lo son j
tarn\j]£rí de ese arte de gobernar a ios~ptrehlos que tu
vo por esos siglos en el continente viejo expertos inte
ligentes y expositores sutiles, cuyas ideas básicas han
venido aplicándose hasta nuestros días. Y, finalmente,
esos principios son también la consecuencia de la po
lítica económica imperial aplicada en las colonias de
América y de otros continentes, política económica que
obedece al propósito, omnipresente en la época, de acu
mular el mayor lucro posible, aunque se le disfrace de
citas teológicas y argumentos raciales.
La orientación de la política económica de España
y Portugal coincide a menudo, como también ocurre
con la de otras metrópolis coloniales de la época. En
lo fundamental, esa política económica consistió en es- J
timular la produción de mercancías dé mejor cóIí p (
cactón en el mercado internacional cT~aé metales pTe- J
ojosos a los qüé~se atribuía propiedades ^maravillosas.
Á la inversa, todo ^odücto que pudiera compefiYTíbn
los metropolitanos en el mercado colonial careció de
estímulo y a menudo fué proscripto.
“■"España fué laTpotencia europea que estuvo en
1SG
condiciones de aplicar en América una política econó
mica orgánica más temprano. Ya puede hablarse de
tal en sus colonias a mediados del siglo 16. De Portu
gal, no antes de mediados del siglo 17. De Gran Bre
taña, en sus colonias del noreste americano, sólo en
los últimos lustros del siglo 17.
A todas las monarquías de comienzos de la Edad
Moderna —con sus gobiernos centralizados y sus vas
tos planes universalistas— afligió el mismo problema:
el dinero. Dinero, o bienes, para equipar sus volu
minosos ejércitos, para asegurar su estabilidad política
en el orden nacional, para mantener un complejo y
amplísimo mecanismo administrativo en muchas par-
tes del mundo. De allí, su hambre de Impuestos, de
‘ contribuciones forzosas, su inania de emitir moneda,
su crónica angustia financiera, su endeudamiento con
los banqueros de la época. España, quizá, fué a la
que más perentoriamente se le presentó ese problema.
iTanto era lo que tenía que hacer en el mundo y tan
mala fué su política económica!
Esa urgencia por obtener dinero, esa sed fiscal
explican muchos episodios que pueden parecer oscuros
en la historia colonial y constituyen uno de los factores
subyacentes que gravean para orientar la política im
perial en todos los tiempos.
757
En América, si alguna característica común ofre
cen las tres imperios mayores —España, Portugal,
Gran Bretaña— es incuestionablemente su devoción
por la omnipotencia política, su sostenido propósito de
reglar desde la metrópoli todo lo que era menester
reglar en la colonia. Que uno haya aplicado el princi
pio con menos energía que el otro no significa más
que la imposibilidad de superar' ciertos obstáculos en
su ambición colonial.
El imperio todo lo puede y está en todas partes.
Es capaz de resolver todos los problemas, grandes y
menudos; de regular en detalle hasta la existencia de
comunas minúsculas y la expresión de los sentimien
tos religiosos de los súbditos. En este afán universa
lista, Carlos V de España no difiere de Jacobo II de
Inglaterra, ni de Juan V de Portugal, El primero
hizo en el siglo 1(1 lo que el segundo intentó hacer en
el 17 y el tercero hizo a medias a comienzos del 18.
Los tres creían que el poder político imperial debía
ser lo más absolutista que las circunstancias permitie
ran y que los pueblos coloniales debían estar subor
dinados a su dictado.
Menéndez Pidal ha sostenido —en contra de la
tesis de varios autores alemanes— que el universalis
mo de Carlos V se explica mejor mediante la teoría
del imperio cristiano, con la cual el autor simpatiza,
que de la monarquía universal. que supone de finali
dades éticas más estrechas, (/dea imperial de Car
los V. Ver Bibliografía). La primera, sin embargo, no
dejaba de infundir al monarca la convicción de q u í
el imperio podía estar presente en todos los rincones
del orbe y ofrecer una solución para todos los proble
mas humanos. Esa misma euforia imperial fué la que
asaltó a los monarcas de Gran Bretaña y Portugal
apenas se creyeron con poder semejante al de Carlos V.
La idea de Ja convivencia de grupos sociales y re-
158
ligiosos distintos, de la tolerancia de las creencias, ha
bía tenido algunos devotos y cierto comiendo de apli
cación práctica en la Europa del medioevo, como tuvo
asimismo abogados nobles en las colonias de América,
pero no es la que marca la pauta de la realidad colo
nial ni de ella se impregna el tono de la existencia en
las comunidades. Muy por el contrario, aunque un
grupo se oponga gallardamente a los desmanes de\ ab
solutismo imperial —ios plantadores de las colonias
británicas, o los encomenderos de las españolas, o los
fnzendeiros brasileños—, cuando es su propia volun
tad la que pueden imponer en la colonia o en el mu
nicipio, lo hacen con un impulso tanto o máá absolu
tista que el que llega de la metrópoli. Por eso suele
ocurrir que, en presencia de un choque de esa índole,
la masa absolutamente desposeída, como pueden ser
los indios, ve con mayor simpatía a los representantes
del poder imperial.
No deja de ser paradojal —y, sin duda, sorpren
dería a los historiadores liberales latinoamericanos del
siglo 19, que interpretaron erróneamente el proceso
histórico de las colonias británicas de América— que
fuera una comisión especia! enviada por el gobierno
de Carlos II, el Estuardo despótico que disuelve el
Parlamento y gobierna autocrótica mente, la que im -i
pone por la fuerza a los puritanos de Nueva Inglaterra 1
un principio de tolerancia religiosa, al obligarles a no l
penar a los miembros de la Iglesia Anglicana que no i
concurrieran a los servicios de la Iglesia Congregado- 1
na lista (Wertenbaker, 310 y 323). “*
El absolutismo es el oxígeno que se respira en la
época y con él se nutren monarcas y ministros, carde
nales y curas, pioneros y banderrantes. Muerto y en
terrado estaba Alfonso el Sabio, que creía en la tole
rancia sustentada por la sabiduría. América nace en
la historia del mundo occidental cuando el absolutis-
159
mo es la meta y la intolerancia el método en la existen
cia diaria. Wertcnbuker, en un reciente y notable estu
dio i The. pv rilan olUjarehy. 32 y s1g.\ ha demostra
do que los fundadores de Massachusscls no vinie
ron a América huyendo de la persecución política ni,
mucho menos, con la intención de defender el prin
cipio de la tolerancia religiosa —‘'ellos no creían en la
tolerancia” (32)— sino principalmente porque tenían
un sagrado horror a la idea de perder sus almas en
una Inglaterra que obligaba a sus habitantes a seguir
otro culto religioso. Huyeron de[ error más que de la
persecución, afirma, eon"afortunada expresión^eLau-
tor citado. NTfTporque péTigrárarTsus cuerpos, sino sus
almas (208). Causa ésta a la cual se agregaba la grave
cr'sis económica que sacudía en aquellos años su país
de origen Í39>.
Esta preponderancia del estado imperial se pro
yecta sobre la estructura social de las colonias y gra
vita sobre el destino de los grupos sociales. Aunque
la corona no tenga idea precisa de lo que es una clase
social, sí sabe con certeza que hay partes de la pobla
ción con derechos y poder económico y otras con de
rechos y poder muy d'stintoa. Lo que el imperio se
propone es marcar con nitidez los Hurtes de unas y
otras; determinar qué individuos dehen estar aquí y
quienes allá: indicar, hasta en detalle, en qué forma
y en qué circunstancias debe manifestarse la subordi
nación que todos les grupos deben a la corona. España
fué, también en esto, más lejos que ios otrog imperios,
que se quedaron, por hacer lo que hubieran querido.
A lo que aspira el imperio es a que ía aristocracia
y la iglesia —cuyo poderío a menudo estimula— sean
sus instrumentos dóc.les. Lo cierto es que la realidad
se burló a menudo de ese propósito, porque América
no era Europa, ni estaba tan cerca dei monarca como
i 60
para aceptar sin rebeldía sus Imposiciones, a menudo
muy distantes de la realidad,
161
u
recer, crear intereses locales, estimular la apetencia
de una nueva aristocracia, para que'ÍSta Sé transfor-
mara en guardíana celosa de la nueva iraní,era en nom
bre de Su Majestad. Lo repite un sacerdote de la época,
el Padre Bivero, citado por el mismo autor (ibídem):
"Es necesario que Vuestra Magestad dé orden con bre
vedad para que en cada pueblo de españoles de este
reinó haya por lo menos una docena de hombres que
tengarvfeudo perpeUm y suficiente, en la caja de Vues
tra Magestad odontiíe"mejor pareciere, para que sean
nervios de la República y puedan en paz y en guerra
sustentarla, porque de otra manera se va acabando a
más andar".
En el otro extremo, se reitera a cortos intervalos}
la advertencia de que pueden engendrarse en America"}
grupos demasiado poderosos, sobre Jos cuales eiHrno* 1
narea no logre ejercer vigilancia ni fiscalización, En /
España se sostiene esto a menudo y en América se lo
oye decir, especialmente, a corporaciones religiosas o
sacerdotes. Zavala menciona el parecer de los predi
cadores jle -C a r los V, que ya en 1519 le adverílánque
la encomienda era inaceptable, porque resultaba impo
sible controlar al encomendero (Encam,, 32).
La historia colonial vino muy pronto a señalar a
los monarcas españoles la existencia del más grave
peligro. Los levantamientos armados, los intentos de
separatismo, las guerras civiles se sucedieron a partir
de los días de la conquista y es indiscutible que los
monarcas miraron siempre con profunda desconfian
za a estas oligarquías americanas levantiscas y exce
sivamente poderosas,"que se burlaban de su represen-^
tante cuando podían"y combatían a mano armada con
tra las órdenes religiosas cuando llegaba la ocasión.
Si es indudable que la política económica y las
medidas de gobierno adoptadas por España y Portu
gal en América tuvieron el propósito de permitir la
formación de grupos oligárquicos ricos e influyentes,
también lo es que ambos imperios se propusieron man
tener esos grupos subordinados n su voluntad y utili
zarlos como inste tímenlos poli i icos. España, sin extir
parlos, comenzó a ponerlos en vereda en el siglo 16;
Portugal, no antes del IR. Pero ninguna de las dos
potencias logró alcanzar su dominio completo.
163
católica, de incorporar a gran parte de la población
indígena al régimen colonial y mantener después su.
fidelidad a la corona. I
Regiones extensas e importadles había en las
cuales el desequilibrio social creaba constantemente
la posibilidad de ün estallido de graves proporciones.
"E l abismo que separaba a la .clase rica de la pobre
era inmenso, —explica Riva Palacio, Virreinato, 676—■
el equilibrio social inestable, y necesariamente cual
quier acontecimiento, como la pérdida de una cosecha
o la falta accidental de algunos de los efectos de pri
mera necesidad, debía producir y producía terribles
trastornos, cuyas manifestaciones eran siempre peli
grosas para el gobierno y para los ricos. Así se ex
plican todos esos tumultos que estallaron en México
y en las provincias con tanta facilidad durante el si
glo X V II" .
Lo ratifica el sagaz Abad Queipo, en cuyas páginas
surge con nitidez la misión cumplida por la Iglesia.
En América, dice, "el pueblo vive sin casa, sin domi
cilio y casi errante. Vengan, pues, los legisladores mo
dernos y señalen, si lo encuentran, otros medios que
puedan conservar estas clases en la subordinación a
las leyes y al gobierno que el de la religión, conser
vada en el fondo de sus corazones por la predicación
y el consejo en el pulpito y en el confesionario de los
ministros de la Iglesia. Ellos son, pues, los verdade
ros custodios de las leyes. Ellos son también los que
deben tener y tienen en efecto más influjo sobre el
corazón del pueblo, y los que más trabajan en mante
nerlo obediente y sumiso a la soberanía de V. M."
(Estado moral, 58).
En Brasil, la historia es diferente. E l engenho y la
fazenda, grandes unidades económicos, son también,
hasta comienzos del siglo 18, vastos núcleos demográ
ficos y sedes de poder local, frente a un poder impe-
m
rial que tarda en hacer sentir su presencia con energía.
El clero estuvo muelio más cerca físicamente y mucho
más subordinado al senhor y al fazendeiro que a la
corona portuguesa y la Iglesia careció en la colonia
lusa de la unificación y del poderío que tuvo en la
hispana. Esta característica de la iglesia brasileña co
lonial ha sido bien estudiada por varios autores bra
sileños.
165
cumplía, en efecto, para la corona una doble finalidad:
demográf ico-pulí tea, por una pane, porque el mayor
número de loa vasallos dependientes directamente del
monarca —como fué la intención de éste— sería lo
que prestara mayor solidez al poder imperial en Amé
rica; económica, por otra, porque el indio pagaba tri
butos a la corona y ésta jamás dejó de tener muy es
pecial interés en que el tributario nativo no desapa
reciera y tuviera capacidad económica para pagar.
Ya en 3528, O rlo s V dirige instruciones al obispo
de Tenochtitlán, en las que dice que se ha informado i
que los cristianos dan malos tratos a los indios, lo 1
cual "es en mucha disminución de los dichos indios f
é causa de despoblarse la dicha tierra*’ (Puga, I, 227 ^
y sig.). Desde entonces, los documentos de origen real
en los que se manifiesta la misma preocupac’ón con
tinúan llegando a la colonia con periodicidad y per
severancia. “ Nos somos informados —expresa Felipe
ti, en una Real Cédula del 27 de mayo de 1582, diri
gida a la Audiencia de Quito (Colección de Cédulas
Reales, 391)— que en esa provincia se van acabando
los indios naturales de ella por los malos tratamien
tos que sus encomenderos les hacen". Y su sucesor,
Felipe III, en la memorable Real Cédula que reorga
nizó el régimen del trabajo indígena, del 24 de no
viembre de 1601, después de expresar que se ha com
probado que las disposiciones reales sobre indios no
se cumplen y que el número de éstos disminuye, insis
te en que los servidos personales “ son caussa de que
se vayan consumiendo y acauando con Jas opresiones
y malos tratamientos que rediten".
El exterminio de la masa indígena no era, para
los monarcas españoles, tema de disquisición evan-t
gélíca, sino cuestión de alcances prácticos bien definí- <
dos. Muchos de sus consejeros'haHásfTTñs®dtPen<
ello. Ya los predicadores de Caries V habían advertido
im
a éste que la encomienda "le quita (al rey) lo que 1#
hace gran señor, que es Ja muchedumbre del pueblo"
(Zavaia, Encom-. indiana, 32) y Lizárraga, cuando
se quejaba de las tremendas bajas que la minería pro
ducía en el Perú —en otras partes de su obra dirá
que son "!as borracheras" las causantes—■recordaba
aquel axioma inconmovible de que "el rey sin vasallos
es como cabeza sin miembros, sin pies, sin manos,
sin ojos, etc." (I, Cap. L X X V I, 179). "Pues la tierra
sin habitadores y el reino sin vasallos, ¿qué valen?” ,
agregaba, como argumento decisivo (I, Cap. C X IV ,
285)
rt Absolutismo no significa dilapidación de recursos
ihuma nos y el absolutista inteligente debe comenzar
'por defender su riqueza esencial, que es la multitud
sobre la cual se ejerce su poderío. Luis X IV , el de
Francia, lo entendió con meridiana claridad y en las
Memorias que escribió para sn descendiente, al refe
rirse a la intensa acción desplegada por él para dis
tribuir asistencia entre los menesterosos, a causa del
hambre de 1662, hace esta anotación cuyo valor sigue
en píe, a través de los siglos: "Jamás he hallado gasto
mejor empleado que éste. Pues nuestros súbditos, hijo
mío, son nuestras verdaderas riquezas” (62),
Pero no era Luis X IV de Francia el que pudiera
enseñar teoría política a los grandes monarcas abso
lutos de España. De economía, de cómo reglar sus
propias finanzas, sabían poco —menos, sin duda, que
otros monarcas. Pero de política —cómo tratar a este
grupo social, qué atribuciones entregar a este obispo,
qué libertades conceder a estos indios, qué restric
ciones imponer a estos señores, cómo provocar la riña
entre dos poderosos e intrigar en el Vaticano—, de
eso, maestros fueron y tanto como los mejores de la
época. Por Jo menos, hasta que la política amplía
su horizonte y adquiere un cariz social y ético más
auténtico, desconocido en los siglos que estudiamos.
Para esos hombres de gobierno de la España im
perial, el informe de un jesuíta sobre las maldades
de los encomenderos tenía siempre interés enorme,
aunque eilos bien supieran que detrás de ese informe
podía urdirse una maniobra de índole personal o bus
carse tan sólo un propósito de venganza, como fué a
veces la realidad. En cambio, cuando Concoíorcorvo
sostiene la tesis de que el número de indios disminuye,
no por exterminio, sino por mestizaje o cuando el
Arzobispo Liñán y Cisneros inventa la peregrina expli
cación de que ios indios muertos no están muertos,
sino que "se ocultan para no pagar tributos" (E. Ro
mero, Ilist. ec. Perú, 97), no están hablando para el
monarca. Están hablando para los encomenderos, para
los mineros, para los usufructuarios de la mita, para
las oligarquías locales.
Una pugna semejante, aunque nunca de la misma
magnitud y una política imperial también semejante,
aunque no tan bien delineada ni de igual perseveran
cia, tuvo por escenario a Bra_sil.
EJ clero católico —muy especialmente, los jesuí
ta®^ cumplió allí la tarea importante de imponer unJ
valladar al desborde del señor y proteger al indígena.
Detrás de la legislación de la corona portuguesa en
materia indígena se advierte con mucha frecuencia
la presencia del consejero jesuíta, aunque a veces triun
fa, con alguna excepción elocuente, el Influjo de las
poderosas oligarquías locales. Perdigao Malheiro, en
su obra clásica, ha analizado esa legislación y los con
flictos sociales que la van soslayando íver la acotación
respectiva).
168
forma notoria, a ciertos grupos sociales —mineros, por
ejemplo— a quienes estaba confiado el tipo de pro
ducción que esperaban como talismán mágico, no hay
en ellas un favoritismo inalterable en un sentido o
en otro.
Los monarcas españoles, más que los portugueses,
—y en esto se asemejan notablemente a los británi
cos— cuidaron mucho de que no surgieran en la co
lonia grupos demasiado poderosos y pensaron en man
tener allí un equilibrio de fuerzas, con la Iglesia vigi
lando a la aristocracia y con los funcionarios reales
controlando a la Iglesia y a la aristocracia. Así se ex
plica que, en ¡os conflictos interminables que surgen,
su influencia se vuelca alternativamente hacía un lado
y hacia otro.
La ley concedía, a unos, privilegios muy grandes,
pero a los indios los protegía contra las malas condi
ciones de trabajo, contra los salarios muy bajos, con
tra las jornadas prolongadas. Los funcionarios dé ta
corona en América eran los encargados de aplicar la
voluntad imperial, pero a ellos alcanzó también esta
política con singular fuerza. Del vasto cuerpo que
forman las leyes de Indias podría extraerse todo un
estatuto del funcionario imperial, incluyendo al V i
rrey y, bien coordinadas sus diaposiciones, observa
ríamos la insistente preocupación de la metrópoli paTa
evitar que los altos funcionarios entroncaran con fami
lias de la aristocracia local, lo que hubiera creado —y
en la práctica creó, a pesar de la ley—• las oligarquíasN
más temibles e incontrolables o echaran vínculos de
amistad e intereses económicos que hicieran peligrar
la fidelidad absoluta que el monarca exigía de ellos. /
Además, ia legislación de Indias se esmeró por
crear un complicado sistema de equilibrio y control
recíproco de poderes locales e imperiales, cuya finali
dad fué la de asegurar la aplicación más amplia posi-
169
ble de esa legislación y evitar que se crearan grupos
burocráticos impenetrables, que burlaran la voluntad
del monarca,
Claro está que la realidad se apartaba a menudo
de la ley, pero aquí estamos hablando del propósito de
una política, no de lo que ocurría en la vida diaria.
Ningún grupo demasiado poderoso y todos ellos
subordinados al poder imperial, 'Esa fue la norma de
las metrópolis.
170
Pero, en su conjunto, Gran Bretaña no parece haber
dejado, ni con mucho, una legislación imperial apli
cable a América del volumen ni el detalliamo de la
española,
Lo que, con los siglos, adquiere fuerza de mito,
perfil legendario en España es ia convicción de que
todo problema puede ser resuelto mediante la ley y
de que basta promulgarla para que sus efectos ope
ren en torios sus alcances. Pora la monarquía bis- j
pánica, la ley es un Instrumento político formidable,
en el cual deposita una confianza casi sin límLtes. Aun
que, por supuesto, no el único. \
En muchos aspectos, lo que el monarca se pro
pone hacer en América se encuentra, explícito o im
plícito, en el texto de la ley y si a menudo surgen con
tradicciones en sus cláusulas es porque son ellas inhe
rentes a la política imperial misma.
La estructura legal que tiende a regular el pro
ceso de estratificación social y el equilibrio de las gru
pos sociales queda ya definido por España en el siglo
16 y lo que se agrega posteriormente no contiene cam
bios de principios, Aquí también, Portugal y Gran
Bretaña fueron más tardías e incompletas. La mo
narquía portuguesa sustentó una opinión semejante
en cuanto a la omnipotencia de la ley. pero no la con
cretó en un cuerpo jurídico tan vasto. En cuanto a
Gran Bretaña, parece indudable que atribuyó siempre
a la ley una tarea más reducida y se preocupó me
nos de enunciar por escrito Jos principios generales
de su política imperial,
¡72
sentatlvo de oligarquías locales— quitó la ley impe
rial muy temprano el derecho de distribuir tierras y
encomiendas, así como la corona lusa redujo poste
riormente las atribuciones de las cámaras municipales
brasileñas, donde los senhores habíanos y la nobleza
paulista dominaban sin disputa.
A la Iglesia le alcanzaron también no pocas res
tricciones. El diezmo era suyo, sí, pero lo percibía
la corona y la Iglesia lo recibía de manos de los re
presentantes del rey, con lo cual se ponía de mani
fiesto su dependencia del poder imperial. A las cor
poraciones religiosas Ies estaba vedado adquirir tie
rras y, aunque podían tener esclavos e indios, con
cierta frecuencia los monarcas enviaban instrucciones
severas imponiendo a aquel [as restricciones importan
tes en el trato de !a mano de obra servil.
La defensa de la propiedad indígena, en la cual
insiste la ley, debió, asimismo, gravitar en contra de
la expansión de los latifundios y restringir el poderlo
económico de las oligarquías de terratenientes, así co
mo de las corporaciones religiosas que eran las mayo
res propietarias territoriales (Ots Capdequi, Rég. tie
rra, 99), en violación de la legislación dictada por la
metrópoli.
Es indudable, además, que, en ciertas épocas, la
corona tuvo la intención de estimular el traslado a
América de artesanos y técnicos, con lo cual hubiera
contribuido a ampliar, indirectamente, la clase media
urbana colonial. Pero esa intención nunca llegó a gra
vitar fuertemente en la estratificación social de las co
lonias americanas, porque la política económica de la
corona —casi siempre, fuertemente proteccionista, en
favor de la producción manufacturera hispana— y la
presencia de la Inquisición, perseguidora de pequeños
comerciantes y artesanos, pusieron un valladar a la
173
expansión de loa grupos de clase media urbana en
América.
No fallan tampoco en la monumental legislación
de lrul as disposiciones tendientes a la equiparación
Legal de los grupos sociales más Indefensos. Ya desde
Femando el Católico estaban autorizados los matrimo
nios de indios y blancos {Arboleda Llórente, 37) y
una real cédula de 1783, que cita Emilio Romero (Hist.
ec. Perú, 141), declaró honrados todos los oficios y au
torizó a los atiésanos a ejercer cargos públicos en el
orden municipal y adquirir títulos.
La ley imperial, pues, en sus líneas generales, no
entra en conflicto con la política imperial y, en el caso
de España —que es el que tiene mayor importancia en
la historia jurídica— la ley tiende, como instrumento
que es de la política imperial, a poner en ejecución
los principios sustanciales de ésta, evitando que se creen
grupos sociales coloniales demasiado poderosos y que
todos ellos queden subordinados al poder imperial.
174
vantiscas y peligrosas de la colonia hispana están ya
doblegadas. Sin e m b a r g o , aunque sin finalidades de
secesión, tos levantamientos han de seguir produ
ciéndose, como lo prueban la revolución de las alcaba
las en Quito, los comuneros asunceños en pleno siglo
18 y las tropas de *'■ voluntarios" cubanos después de
1868, instrumentos de una cerrada y temible oligar
quía negrera que llega a imponer su voluntad sobre
el gobierno de la colonia. Las oligarquías, cuando pue
den, toman por la Fuerza lo que les niega la ley.
En Brasil, los clanes fazendeiros siguen sembran
do la anarquía hasta el siglo 18 y Vían na incluye a
“ los potentados" en la lista que hace de los enemigos
del orden público colonial iPojntfa^oes, I, 224).
Vor otra parte, lo que la corona estatuía, después
de madura reflexión y siguiendo una coherente línea
política, quedaba no pocas veces desvirtuado por nece
sidades inmediatas —más económicas y fiscales, que_
políticas y militares La crónica angustia económica
de la monarquía hispana dejó siempre abierta una ren
dija en la severa estructura jurídica, para que se fil
traran por allí totlas las excepciones que J ueran nece
sarias para salvar a la corona del apremio. La^venta
~fTe lÓ5~TTt0ít£gJHjg^¿¿itlCCg^en llu ev a España y la con-
f'scaclón de los haberes de los religiosos planeadas en
1804, por ejemplo, con el propósito de ofrecer un res
paldo metálico a una emisión de vales reales hecha en
España, pudo haber producido en la colonia, no sólo
un gravísimo trastorno económico inmediato, sino toda
una reestructuración social, en cuyos alcances jamás
pensaron los autores de esa operación.
Más permanente, como factor de perturbación del
esquema teór.co concebido por ei imperio español en
América, fu^_jg venta de los cargos públicoij que per
seguía un propósito nscal y que aceleró rápidamente
el proceso de concentración del poder político local en
manos de las oligarquías coloniales.
Con todo, el hecho de que España y Portugal ha
yan podido conservar la unidad de sus imperios ame
ricanos, a pesar de las fuerzas internas disgregadoras,
de las acechanzas de sus enemigos internacionales, de
los ataques armados y de sus propias urgencias fisca
les, adquiere una extraordinaria proyección histórica,
mucho mayor en el caso de España, porque sus colo
nias eran más extensas, más pobladas y de más arisca
geografía.
Esto mismo debe servir para reconocer que la po
lítica imperial hispana logró un éxito no pequeño.
Si la corte española no tuvo en los siglos i 6 y 17 con
sejeros que pudieran comprender la índole de ese com
plejo proceso económico que estaba llevando a España
a la decadencia, sí. tuvo, en ciertos años, políticos sa
gaces que sabían cómo tratar a los poderosos y a los
desposeídos para que se mantuviere entre ellos un
equilibrio que permitiera al imperio prolongar en Amé
rica su predominio.
176
nes secretas que llegaban a los virreyes o a las Au
diencias detrás de la ley flamante y en las que se ad
vertía que no se pusiese en ejecución la ley, o que
se restringiera notablemente su vigencia. .
Más fácil es explicar la ficción legal que se prac
ticó en vasta escala y en todas las épocas en la colo
nia, porque aquí pabia grupos sociales muy poderosos
y funcionarios muy interesados en que no se aplica
ran ciertos preceptos que lesionaban sus intereses,
aunque, a la vez, no deseaban tampoco mostrarse en
abierto desafío del monarca, a cuya sombra medraban
y cuya protección necesitaban.
Como la violación de la ley se hizo crónica —sin
que en España decayera un instante la pasión por se
guir dictándola— fué necesario encontrar fórmulas so
lemnes que permitieran salvar la apariencia. La fic
ción jurídica llegó, así, a concretarse en Fórmulas ri
tuales. “ Si es orden del Monarca — explican Juan y
Ulloa, hablando del tema (445)-— la distinguen con la
circunstancia de besarla, ponerla sobre las cabezas, y
añadir después la fórmula: ‘‘Obedezco, pero no lo exe-
cuto, porque tengo que representar sobre ello". No
importaba que la “ representación’' ante el poder im
perial no se hiciera jamás, como a menudo ocurría.
La conciencia del funcionario quedaba tranquila con
esta reserva de tan fácil manejo.
Es que la ley misma llegó a aceptar el procedi
miento y le concedió cierta jerarquía jurídica. Lo re
cuerda Alejandro Korn: “ La legislación se arma de
las cautelas más minuciosas1 , sin cesar inculca el deber
de respetarla, amenaza con las penalidades consiguien
tes y llega hasta disponer —rasgo germina mente es
pañol— que en determinadas circunstancias las mis
mas órdenes reales se obedezcan, pero no se cumplan,
como lo establece en especial una ley de la Recopi
lación para los casos de obrepción o subrepción" (29).
177
12
ACOTACIONES
LA tUEA IMPERIAL
U N IVERSALISM O PE CARLOS V
178
Europa, Digo hispanizar porque él quiere transfundir en
Europa el sentido de un pueblo cruzado que España mante
nía abnegadamente desde hacía ocho siglos, y que acababa
de coronar hacía pora-! años por la guerra de Granada, míen
tras Europa había «K idado el ideal di* cruzada desde hacía
siglos, después de un fracaso mi al Eso abnegado sentimiento
de cruzada contra infidos y herejes es el que inspiró el alto
quijotismo cíe ¡a política de Garlos" (Menéndez Tidal, Me»
in iprm i, 20). También inspiró ese abnegado Ideal el apios
tamicnto de los comuneros y de sus fueros; el soborno
de quienes debían proclamarlo emperador; tu persecución
sangrienta de los cristianos disidentes y el funcionamiento
puntual de la Inquisición.
17D
puentes, caminos y canales; restricción de ia jurisdicción de
los capitanes mayores.
ARISTOCRACIA E IM PERIO
ISO
José das Santos, en " U u congreso Internacional de Historia
de América", ITI, 325 También F rey re, Casa-Grande, I, 113
e Interjrretarión, 43.
183
cotonía trajo la paz, sino la esclavitud para muchos millares
de Indígenas y la corrupción para otros más.
Ésta es la historia que tiene por personajes á las cria
turas humanas, que sufren y mueren. La historia de papel
es la otra, la que Llene como irepsonajea a los tipos de im
prenta y los textos Jurídicos.
Agreguemos que Henóndez Fldal es profundamente in
justo cuando supone que España es culpable de "faltas"
cometidas en América. Faltas fueron las cometidas por loe
conquistadores, por las compañías internacionales que finan
ciaban sus empresas, por la corona, por las oligarquías de
las colonias, por los funcionarios reales y por el clero, que
buscaban el enriquecimiento o el poder con desesperada ur
gencia. No se complicaron con esas faltas la España que
seguía viviendo su existencia nacional, ni aquellos funcio
narios y sacerdotes que cumplieron honestamente —y a ve
ces, heroicamente— su tarea en América.
Por lo demás, esta forma de pecar en las colonias no
la Inventó España ni la monopolizó. La cultivaron todos
lo s imperios y algunos con características más graves aún.
vram y c o n f is c a c ió n tac b ie n e s de la ig l e s ia
EN NUEVA ESPAÑA
184
C af Itu lo V I
D ESIN T EG R A C IÓ N DE GRUPOS SO C IA LE S
1S5
obra indígena la más geave,jcomo que, en realidad,
se trata- de'to~3ésni legración de pueblos nativos Inte
gros, pero también adquirió importancia la de los ,ne;
gres y no dejó de tenerla, en algunos lugares, la de
la mano de obra blanca. El estudio comparado del
proceso en todos estos grupos nos permitirá, como
siempre, comprenderlo mejor y advertir con mayor
nitidez sus consecuencias actualeá,
i ín d o l e y l ím it e s d e l p r o ceso
186
cotí un puñado de faniUias sumergidas en el más inde
cible pauperlsrrfáXa fría eñümefaólón que Lizárraga
hace de los lugares donde va observando este fenó-
meno —desde Perú hasta el Río de la Plata— hacia
fines del siglo líi, tiene toda la elocuencia de un tes
timonio, pero hay centenares de testimonios tan elo
cuentes como ése en la era colonia!. Minas hubo que
cesaron de trabajar porque se había agotado toda la
mano de obra disponible en una vasta zona. Planta
dores —y muchos— que tenían que renovar periódi
camente su "stock1' de negros, porque su número dis
minuía a pesar del cuidado que aquéllos ponían para
que se reprodujeran sin ¡imitaciones.
A veces, ia mano de obra se desintegra en un
lugar por migración hacia otra. Es el caso de los
negros reclutados en las plantaciones bahianas para
trabajar en las minas del sur brasileño; de los indios
arrancados de las encomiendas clel actual noroeste
argentino por agentes de la corona y de los mineros
para marchar a Potosí a labrar el cerro. Migración de
cimos. por dar idea de un movimiento de masa; pero,
por lo que tuvo de involuntario ese movimiento, po
dríamos decir ieva. Se trata, evidentemente, de una
migración, organizada, involuntaria, Migraciones es
pontáneas que tuvieran —en lo social— consecuencias
semejantes, hubo algunas, pero no tantas. Así, los gau
chos rioplalenses son, en cierta época, viozos oteados,
es decir, muchachos de los centros urbanos o de la
cintura suburbana que abandonan voluntariamente sus
hogares, dejan de ayudar a sus padres en la chácara
y se lanzan a la aventura en la campaña sin límites.
Así también, destruida en la costa peruana la antigua
agricultura incaica, en el proceso que veremos más
adelante, hubo cierto número, quizá no pequeño, de
indígenas costeros que se trasladaron, por sus medios,
187
1
a la sierra, en proeura de un sustento que la nueva
economía colonial les negaba.
A veces, por dispersión o deserción. E s el negro
que huye de la fnzi’mla, el nidio que deserta de (a
c}¡ácoro, fenómeno tan común en la colonia como el
amanecer y el poniente de todos los días del año. La
dispersión o deserción se presenta en masa en casos,
excepcionales, como cuando se ha registrado un levan
tamiento indígena o negro y ba sido aplastado, Dece
nas, centenares o millares de indios y negros desapa
recen y el propietario blanco ya no volverá a saber
nada de los desertores.
A veces, por extinción. Son los indios y negros que
mueren en el trabajo, página Ja más cruel de un cruel
sistema de organización social.
Pero, en una u otra forma, la desintegración de
la mano de obra colonial se inicia con la colonia y
sigue produciéndose cuando la Colonia llega a su oca
so. La acompaña en toda su existencia,
ii O R ÍG E N E S
189
gracíón de ia mano de obra —que denominamos se
cundarias,
1 C aobas pr im ar ias
190
poética, fiscal o económica que, en poco tiempo, ter
minaba por corromper la comunidad, desorganizarla
y arrojar sus miembros a los cuatro vientos de la in-
certi(lumbre. Con él correr del tiempo, las condiciones
fueron empeorando. Puebios enteros de indios desapa
recen. Los hijos ya no recogen la herencia de trabajo
ni llegan en ningún momento a saber que la existencia *
puede tener un sentido comunal o social. Todo les re
sulta preñado de incertidumbre e injusticia. Los valo
res trad eionales —el sentido social del esfuerzo indi
vidual, la intimidad con la naturaleza, la fusión de lo
artístico con lo ético— desaparecen y a su alrededor
observa hombres desesperados por acumular metales
preciosos o mercancías con finalidades totalmente aje
nas a las suyas. El trabajo, en la nueva sociedad, es
una maldición y el indio es siempre, como quiera que
actúe y cualquiera sea la circunstancia, el culpable, el
vil, el despreciable.
Este proceso de dislocación social lo padecen to
dos los indios incorporados a la producción colonial
en los primeros tiempos. Después, va siendo mayor
el número de los que ya nacen dentro del régimen colo
nial y nunca han conocido otros y de quienes no pue
de decirse que sean víctimas de aquel proceso. Pero
siempre, a lo largo de toda la colonia, fueron siendo
incorporadas a la vorágine de la producción colonial,
nueras comunidades con cuyos miembros se repetía
el mismo fenómeno,
La capacidad de producir, el sentido de solidari
dad hacia otros individuos, la ética personal no son va
lores absolutos. Son el resultado de un equilibrio de
valores individuales y sociales. Roto ese equilibrio,
todo aquello se desmorona. El indio de la comunidad
agraria primitiva y del Encano —por colocar un ejem
plo concreto— fué un trabajador metódico, responsable
e inteligente. Cuando se le azota, se le desprecia y se
191
o
192
I
una trasmutación tan violenta de valores como para el
africano y, sobre todo, para el indígena de las socie
dades precolombinas más avanzadas.
194
economía regional o nacional— que las condiciones
alimentarias de los grupos sociales de grandes posee
dores sea buena, mientras que 3a de los trabajadores
sea mala o pésima. Casi todos los alimentos son impor
tados, aún los que podrían obtenerse en pequeñas
huertas familiares y ello les pone fuera del alcance
del obrero colonial. Así, la imposición de una estruc
tura económica colonia] trae consigo, inevitablemente,
la imposición de un régimen de injusticia social que
ofrece las manifestaciones más primarias e indignantes,
como la notoria desigualdad de la alimentación.
195
culpabilidad de la víctima —prima hermana de la
teoría racial— que jamás ha dejado de aparecer en
la historia de la humanidad cada vez que el hombre
ha usufructuado inhumanamente el esfuerzo del hom
bre.
No hemos visto aparecer esa teoría, en cuanto se
refiere a los indios, en la multitud de reales cédulas,
instrucciones y otros documentos emitidos por la co
rona española que hemos consultado. Despunta a ve
ces, sin embargo, cuando esos documentos hacen refe
rencia a los negros, los mulatos y los mestizos.
No conocemos documento colonial de más dramá
tica entonación —a pesar de la sobriedad de su estilo—
de más terminante evidencia en esta materia, que la
real cédula del 27 de mayo de 1582, que Felipe II di
rigió a la Audiencia de Quito. “ Nos somos informados
que en esa provincia —expresa el monarca, refirién
dose a la de Quito— se van acabando los indios natu
rales de ella por los malos tratamientos que sus enco
menderos les hacen, y que habiéndose disminuido tan
to los dichos indios, que en algunas partes faltan más
de la tercia parte. Ies llevan las tasas por entero que
es de tres partes, las dos más de lo que son obli
gados a pagar, y los tratan peor que esclavos y que
como tales se hallan muchos vendidos y comprados
de unos encomenderos en otros, y hay algunos muer
tos a azotes y mujeres que mueren y revientan con
las pesadas cargas, y a otras y a sus hijos les hacen
servir en sus granjerias y duermen en los campos
y allí paren y crían mordidos de sabandijas ponzo
ñosas, y muchos se ahorcan y otros se dexan morir
sin comer y otros toman hierbas venenosas, y que hay
madres que matan a sus hijos en pariéndolos, dicien
do que lo hacen por librarlos de los trabajos que ellos
padecen, y que han concebido los dichos indios muy
grande odio al nombre cristiano y tienen a los espa-
196
nales por engañadores y no creen cosa de las que les
enseñan, y así todo lo que hacen es por fuerza, y que
estos daños son mayores a los indios que están en
nuestra Rea! Cotona, por estar en administración; y
porque, como véis. de estos y otros malos tratamien
tos que a los dichos indios se hacen, viene el irse
acabando tan a priesa y conviene remediarlo con gran
cuidado'1 (Colección de Cédulas Reales, 391),
A la jornada extenúa dora, las condiciones insa
lubres del trabajo y la escasa remuneración, debe agre
garse Ja mala alimeníación, la pésima vivienda y el no
madismo impuesto □ indios sedentarios que eran trans
portados a grandes distancias del lugar de su resi
dencia y que, después de cumplido su tumo —el cua-
tequü en México, Ja mita en Perú—, si sobrevivían, no
eran devueltos a sus hogares.
“ Cuando vienen a edad de treinta años —observa
Lope de Atienza, en la segunda mitad del siglo 16—
las mujeres parecen de cincuenta, mayormente si han
parido, y los varones por consiguiente, por el ma] tra
tamiento y vida penosa que los miserables padecen y
también por las comidas tan sin virtud como usan,
aunque para ellos, por la costumbre en que ya están,
como no les falte el ají, su principal especia y la sal
con que templan su calor y alguna chicha que beben,
torio lo demás por muy accesorio y vil que sea, jun
tándolo con estos manjares, lo tienen por principal
y no procuran otros potajes, ni aún ios estiman en
.nada respec to de] gusto que con la sal y ají reciben y
así mueren los más. sin llegar a edad de cuarenta
años** (67).
Esas condiciones de existencia conducen en todas
las épocas —y en nuestros días también, por supues
to— a la desorganización de la familia. Para que ésta
exista como entidad permanente, es menester un mí
nimo de estabilidad económica y social, de la cual ca-
297
recleron el indio y el esclavo, Este último, aunque
su cuerpo fuera mejor tratado por el amo, tenía aún
menos posibilidad de constituir una familia porque
el amo lo usaba como reproductor de la misma ma
nera en que usaba el ganado. Por otra parte, caído el
individuo —indio, negro, blanco, amarillo— en el sub
suelo de la miseria y de la desorganización, lo normal
es que no surja de él ningún impulso por organizar un
núcleo familiar. La esclavitud ha sido, en la historia
de la humanidad, uno de los factores más formidables
de corrupción social. La sociedad esclavista ha sido
siempre de hábitos corrompidos y de pésima moralidad,
tanto entre los señores como entre loa oprimidos.
Las condiciones de trabajo y de vida del indio y
del negro —así como las de otros grupos, incluido el
blanco— se encuentran en relación con su número,
sin que esto sea causa determinante de aquéllas. Pue
de comprobarse en la colonia que cuando el indio es
caseaba en una zona, el minero y el encomendero le
daban mejor trato. En los lugares en que la mano de
obra es casi enteramente africana, esto se observa con
mucha frecuencia porque, como el negro fué menor en
número que el indio, el señor esclavócrata debía tener
en cuenta la posibilidad que había de adquirirlo en el
mercado y tos precios a que se cotizaba. Hubo épocas
y lugares en que los esclavos se vendían a precios ele
vados y esa circunstancia hizo que el señor cuidara de
esa máquina de trabajo. De allí deriva, a menudo, el
supuesto palemalismo del fazendeiro o del estanciero
rioplatense para con sus negros esclavos, a quienes a
veces no destinaban a los trabajos más peligrosos,
reservados para indios o gauchos blancos o mestizos
contratados a destajo. El mismo motivo obliga al plan
tador británico a cuidar de su '‘indentured servan!",
n quien ha comprado por cuatro o seis años y que no
198
desea que huya, ni que se muera, ni que enferme
de gravedad antes de vencer el plazo,
2 C ausas se c u m >aeias
199
gloa para sobrellevar la miseria más extremada” (Ibi-
dem). Las actuales investigaciones, agrega, “ también
demuestran la estrecha vinculación entre el cocaísmo
y la miseria, en especial entre el cocaísmo y la alimen
tación insuficiente". El fenómeno tiene “ una especta
cular comprobación an lropogeográfica: a menor dieta,
mayor intensidad del cocaísmo; a mayor dieta, al con
trario, reducción de la intensidad del cocaísmo" (Ibi-
dem).
El consumo habitual de cocaína actúa como com
pensación de ia alimentación insuficiente y de las
pésimas condiciones de vida, porque aumenta la re
sistencia a la fatiga y engendra en el individuo una
sensación de euforia que los toxicóiogos denominan
“alegría cocaí nica” (Gutiérrez N oriega y Zapata Or-
tiz, Coca y cocaína, 58 y sig.). Una funciÓ3i semejante
de falsa compensación cumple el alcoholismo. En Perú,
en las regiones de intenso cocaísmo hay también un
exagerado consumo de alcohol, según Gutiérrez No-
riega. Cocaísmo y alcoholismo nú ofrecen, por cierto,
ai indio o al negro en la colonia, como no lo ofrecen
hoy, una solución permanente de sus problemas. Por
Jo contrario, los agravan, porque son agentes activos
de inferioridad mental y física y restan, por ello mis
mo, al individuo toda posibilidad de rebelión y de
defensa.
Las toxicomanías y el alcoholismo son, pues, de
rivados de las condiciones de existencia y de trabajo,
pero se transforman, a su vez, en factores que aceleran
la desintegración de la mano de obra, porque acortan
la vida riel trabajador y debilitan su organismo,
200
quena escala, casi siempre fueron seguidas de una
deserción en masa. Huían los indios o negros inculpa
dos y, como ellos, los que quedaban en la zona y so
bre quienes podían recaer las represalias. Muchas —la
mayoría, sin duda— de esas víctimas del terror social
se refugiaban en la selva o la montaña, o se sumaban
a la masa de los vagabundos en ias ciudades. Eran de-
sertorea que perilla la mano de obra y que no volvían
a sumarse a ella.
201
en un informe presentado al Cabildo de Buenos Airea
por los capitanes Juan Bautista Fernández y Fernando
de Rivera Mondragón, sobre una epidemia que estalló
en esa zona en 1652— y se alzó toda la hacienda, yen
do a dar hasta el Carcarañá por el Norte y el Saladillo
por el Sud‘f (Cit. por Coni, Gauchos de Santa F e, 66).
ül E L PROCESO DE R EFLTJJO
202
teza de los oprimidos y la ignominia de los opresores,
mientras algunos espíritus nobles, aquí y en las me
trópolis, escriben páginas admirables o dedican sus vi
das a remediar lo irremediable.
lv d o s o b s e r v a c io n e s f i n a l e s
1 U na SEi.EC-Tróu a l revés
203
vida, sino que está formado por los sobrevivientes de
una gran catástrofe” (Cocaísmo y alimentación).
Es interesante observar que entre la hipótesis del
historiador y la del médico hay una coincidencia bá
sica. La de que se ha ido produciendo una selección al
revés en el seno de la masa indígena. En efecto, te-*^
nemas antecedentes que comprueban esa creencia y /
muchos de ellos han sido enunciados a lo largo de este /
libro.
Fué la mejor mano de obra de las sociedades indí
genas la que utilizó y malgastó la colonia, mientras
quedaban al margen de ella, casi intocados, los elemen
tos nómades más primitivos. Más adelante, mientras el "í
buen obrero indio iba desapareciendo por extinción ín- ¡
cesante, el número de indios desocupados, alcoholis-
tas y delincuentes se iba multiplicando sin cesar. *•
Tal fué la herencia que recibieron las repúblicas
hispano-indias en el siglo 19 y que ellas— con las ex
cepciones de algunos períodos luminosos^ no hicieron
más que arrastrar como una fatalidad, (Esta selección
aj revés./tan propia de la colonia y del siglo íí£ no es
exclusiva de elle®, sino que caracteriza muchos tipos
de organización social, en todas Jas épocas.
Por otra parte, no queremos con esto significar,
de modo alguno, que una generación de indígenas re
ciba de otra taras de origen. Salvo en casos individua
les, de trascendencia colectiva casi nula, son Jos fac
tores ambientales los que operan sobre el sujeto para
hacer de él un elemento improductivo y antisocial. El
hijo del indio desocupado o del coquera es toxicómano
o antisocial porque sobre él actúan los mismos factores
sociales que sobre su padre, no porque sobre él pese
ninguna fatalidad familiar. Lo que hoy podemos afir
mar es que el tipo de producción y de organización
social impuesto a las masas indígenas de la Amé
rica hispano-portuguesa fué malgastando, con inlen-
204
sidad creciente, ei mejor elemento hurnanu y aumen
tando el número de los improductivos, los antisociales
y los enfermos.
205
algo que el indio y el negro no tuvieron y sin lo cual
la criatura humana cae en el escepticismo, la indolen
cia o la inmoralidad.
Una sociedad como la colonial hispanolusa que
es incapaz de dotar a la mayor parte de su población
de un sentido de vida, ni inyectarle entusiasmo por el
esfuerzo creador, lleva en sí misma una condena de
muerte y, aunque prolongue su existencia por siglos,
es siempre la muerte la que tiembla en su entraña.
Por eso, su naufragio abre con frecuencia una era grá
vida de anuncios optimistas y propósitos constructivos.
206
ACOTACIONES
EXTINCIÓN DE in d íg e n a s
207
siguientes cifras —do valor "relativo e hipotético", según
sus palabras— para la población Indígena total en América,
en diferentes épocas:
1492; 13.385.000
1670: 111.827.150 (— 2 ¡>57.850)
u;r»o: 10 035.000 (— 702 150)
1825: 8.«34.301 (— 1 400 000)
10-10: 1(1-211.670 (+ 7 577.360)
208
Antillas), y aun navios llenos; pero los más murieron acá
en las minas tío oro y piala.
”2* El servicio personal que lodos los demás natura
les h a r ta n ... moría Infinita genio: y todo este servicio Jo
hallan sin ninguna paga.
"3* Los excesivos tributos que a los principios dieron,
y los crueles castigos que íes hicieron a algunos para que
los diesen. . .
"4* Los edificios muy excesivos, como la ciudad de
México y la de los Ángeles y otras villas que se han po-
blado. . . Pues Dios sabe si han trabajado y sustentado tanto
los H ligiosos como estos conquistadores y pobladores a
quienes se les han hecho tan superbas casas y sin paga algu
na, que aun a los de la ciudad de los Angeles, sin ser con
quistadores, les sirvieron loa indios do la comarca más de
diez años, con más de tres mil Indios cada día, sin paga
alguna. . .
"5* Los trabajos intolerables que llaman coh-utitetfitltl,
“6* Las armadas y descubrimientos que as han hecho
desta tierra para otras. El Marqués fué a conquistar a Pa
nuco y llevó gran número de gente, y volvió muy poca. . .
‘7* De presente es el cohvatcqvitl de los españoles en
sus sementeras y otras obras, que aunque se lo pagan no
es lo justo, y vienen de muy lejos, que olios darían otro
tanto como la paga paro no venir, y ixtr los malos trata
mientos que allí reciben, y asi se les huyen til cabo do la
semana, dejando la paga y aun sus mantas.
“8* I>os daños que hacen los ganados, que ya en algu
ñas partes no osan sembrar, y haberles tomado sus tierras,
y las granjerias y agravios de los corregidores, y pl?Hos y
excesos de derramas que para esto echan entre si, y robos
que les hacen los mestizos y n e g r o s ...”
Z Pacheco, Cárdenas y Torres de Medina, en su Co-
lección de documentos inéditos, I, 332 íver Bibliografía),
lieren a conocer la JUdación de Gil González Dáoüa, conta
dor del R ey, de la despoblat-óm de ht Jala Española, de don
de es vegino, escrita, al parecer, en 1018. Se trata de un
documento importante que atañe a la materia que estudia
mos y en el cual $e lee lo siguiente:
'‘Cuatro cosas principales han etvtlo causa de la dismi
nución que digo en aquella Isla,
“ La primera, la mudanza ele los gobernadores, que como
naturalmente en los hombres more pasión é envidia (siel
209
H
fií--iii| á to.! mío- d'-splar u li> que «i ln*- litros favorece. ó fl
<-:ití- :'t isr h a n id o d e uitil'-ttM is la h a r to s v e a in n íi,
*'i.a ••■ ■ .ítti'M<;m ;i ha ^t'vtto el mudar r\r los índíits (lo
un«!' itvilin; cu i»irrj-í. c |kiim fti'iT i> lo hay tmirfit'-'-i i
!)>.(, lu> dos muy eln:s- .* L'iid;iü. T,¡1 plintiTit es*: que
ron iini'ljHi'-, roum tlíj.n. rlf> ncri-scl.id los Indios niud.in sum
¡edrutn.-í > ■ *m vhlondii é runiti ellos sean gente? dedicada, pe
queña mudanzíi hace imv lia Imprcí-Inn i-n ellos. 1-1 la otra
muy principal que con lo ím eruriidod it-utióndiise* ¡n rc’ t’ -
ihn »b ‘ f \ los vi.eIiuis lian u*nlrif> siempre de sus indios,
tiendo esto, no l o Iki» hocho el tratamiento que fes lúcie-
ron. si denlo ovi e\ li'ivtn seguros.
"(,:i li d ova e.v¿ón, que Ii.i ayudado ú eri.ii ulru rs los
piolín.; i|i' t i t i l e 1o*: wrllms: i|UC‘ ¡ifW1 venir lo*; vi’fflWis ó los
pir-hlor á cnlcii(|i r on sita i.ilcito?. húnsi: descuidado d d hlieii
nntíimtei'Ki ilc sus indios <■li,inicíalas. E romo osum dog c"
sus *-"aii la fi)s;.i rti, 1 mundo q u e niaw hurí int'iiosUm la pre*-
seriela da m i s dueños, i • smidn por osla cansa ó por otras
L|iio vnihliM a |os iniciilos se (il'roclítn-, su venida lia rermltíuln
(¡alio ti ‘ iN Indios o lia'/iuiidaM isici.
t u . 11vi m lai.HMli. i '1 n i a l p i ' ú i e l p a l lia .s v y d u , q u e r e litl
t e n i d o s i e m p r e U n a *1 1 ■ d<* a q u e l l a l >la u m i t a s i e m p r e e l
m a s oro q u e y pueda, é un ■ ■u.i ñ a t c n i * l o U n á g u s t a r n i n g u
n a e n s n c i i la c o n s e r v a c i ó n ni a e i ' f v e i i l a m i e n t o i Le! Ia n i r r
p| do-ícans i di* los itidiiW'*
t>cM( jcncia iiinirnABu
210
Tlmilaclónos ele la vltallilar.! ría orden heredo raro nelal, jus-
tlfieatorlas de !íi elevada mortalidad Infantil «enana” (Pro
blema indígena, 3<>j.
c o r a tk m o
1. Existe una bibliografía autor ixada y abundante sobre
el cocaísmo en el Perú, que constituye un material precioso
para el historiador y el sociólogo Mencionamos algunas de
esas obras en Is Bibliografía (ver Cocaísmo en el índice
temático de ¡a Bibliografía). A esas obras ha venido a su
marse muy recientemente el notable fnjoniie de la Comisión
de Estudio de las Hojas de Cora, presen todo al Consejo
Económico y Social de las Naciones Unidas y publicado en
volumen (ver Bibliografía, bajo el epígrafe Nociones Uni
das).
Este informe incluyo, romo segundo anexo, una Biblio
grafía anotada sobre los efectos de la masticación de la hoja
de coca, por Pablo Osvaldo Wolff, que es uti trabajo do
excepcional valor práctico para el estudioso,
211
211. Esa cualidad de la coca —agreguemos nosotros— la
transformó en importante auxiliar del régimen económico
y social do la colonia, permitió que el indio intensificara sü
rendimiento físico en plazos más reducidos, consumiera
menos allmemos y vestidos, se hiciera menos rebelde y en
contrara en su toxicomanía un sustituto de todas las cosas,
materiales y espirituales, que Ja colonia le negó, por otra
parte, el cultivo de coca en gran escala permitió acumular
cuantiosas fortunas entre los colonos.
Se dictaron, durante la colonia, ciertas medidas resine
Uvas y algunas escasas opiniones se alzaron contra su « in
sumo. pero no tuvieron jamás alcance práctico. Garcilaso de
la Vega decía que la coca era uno de I03 artículos comercia
les más importantes del Perú (Ibülem. 25) y pronto se escu
charon opiniones de médicos y sacerdotes que sostuvieron
que la hoja de coca era beneficiosa para e] indio y que se
debía estimular su consumo en gran escala, najo la Repú
blica, el problema continuó en pie y la telaraña do los inte
reses creados siguió impidiendo el menor intento de solución,
“Durante muchísimos años — la historia del coqueo
cuenta más de cuatro siglos sin considerar su prehistoria
— el hábito a la coca fué cuestión intocable, Cada vez que
se hizo pública alguna opinión contra el coqueo, y se pre
sentó un proyecto para suprimirlo, se interpusieron grandes
influencias anulando tales iniciativas. Durante ia época
colonial merecen destacarse las sugerencias de Santíllán y
de Faleón para reducir los cocales y extirpar el hábito a
la coca en forma progresiva. En dicha época se ignoraba
ta existencia de ta cocaína y de tos toxicomanías, pero aque
llos precursores en la lucha contra este mal público tenían
vagos presentimientos de loe perjuicios causados por la
droga. Durante la época republicana. la coca tuvo más apo
logistas que detractores", con algunas honrosas excepciones
(Ibidem. 126).
Sáenz, en su libro sobre la coca (ver Bibliografía), llega
a esta conclusión en lo que se refiere a la historia de Ja
toxicomanía peruana; “Da Historia revela que la coca fué
utilizada en el Incanato por sus propiedades medicinales
y que su acción estupefaciente y Su acción en el coqueo Sé
usó sólo desde una época que coincide con la Conquista del
Perú por España, a partir de la cual loa conquistadores
favorecieron su consumo, tanto por los voluminosos ingresos
que el Fisco Español obtenía, cuanto por la ayuda que el
coqueo llevaba a la dominación del pueblo Incaico" (235).
212
3 Los efectos ffsioiógiccw y psicológicos del consumo
de la hoja de coca son bien conocidos por los estudiosos y
todos ellos tienen una proyección hislórico-soctal de la mayor
Importancia.
"Desde la ¿poca preincaica —expresan Gutiérrez Norte-
ga y Zapata Grtiz, Coca y cocaína, 53— se ha reconocido
que la cocaína es «na do las drogas más eficaces para au
mentar la resistencia a la fatiga. Es Indudable que tal acción
se debe a ia concurrencia de sus efectos n euro-estimulantes
centrales y periféricos y también, como veremos después,
a su acción estimulante sobre e] metabolismo, que permite
movilizar con rapidez las reservas de materiales energéticos,
fie glucosa en particular''. Continúan los mlsmcrs autores:
"Con frecuencia se observan .alteraciones afectivas, en espe
cial euforia y diversas emociones placenteras, que el sujeto
examinado por lo regular expresa afirmando que se siente
muy feliz; sólo en casos raros se experimenta angustia o
depresión melancólica”' (58).
“ Más importante es, entre los cambios afectivos pro
ducidos por la cocaína que condicionan la habituación
—observan los mismos autores— el sentimiento de superio
ridad, que se observa tanto en ios coqueras como en los
sujetos no habituados bajo la acción de la cocaína. Esta
droga contrarresta ios estadas depresivos, induciendo si
multáneamente ideas optimistas y de superioridad personal”
(Ibídifm).
Sáenz atribuye a la ooca — por lo monos, en gran parte
— la psicología del indio de la sierra, “ En lugar de la nor
mal reacción que el sentimiento de inferioridad debía engen
drar en el serrano, se aprecia en él, el "alma del esclavo"
y una pasividad que lleva a] servilismo. Su resignación
frente a las injusticias que con él se cometen son tradicio
nales en et Perú, Sus reacciones sólo son explosiones
momentáneas, zóomórficas, praducidas únicamente, cuando
la opresión y el abuso, lo llegan a lesionar físicamente y le
amenazan la existencia y en estas reacciones demuestra, una
vez más, su ¡rref lexibitidad, por lo que ie resultan siempre
ineficaces.
“ Estas a lte r a c io n e s e s p ir it u a le s — co n tin ú a él a u t o r —
d a n l u g a r a q u e to d a v ía ho y, en m u c h o s lu g a r e s d e l a s ie r r a ,
e l e le m e n to p ro le ta rio e s te so m e tid o a un se r v ilis m o e s c la
v iz a n te . q u e s e o r ig in ó en e l C o lo n ia je y del q u e — p o r la
a b u lia q u e la to x ic o m a n ía fe g e n e r a — no tie n e g r a n in te r é s
213
por libertar se". \ agrega; "Este mismo indio O mestizo,
en otros lugares del l ’erii. en que no se padece la toxico-
manía, usa y trata de ampliar las leyes, que le garantizan {
la Libertad, no permitiendo que se le explote prr el hacendado
o se le veje por la autoridad, como es la regla en Ja sierra"
(Coco, 1G9),
El mismo autor, al refutar la tesis racial que atribuye i
al indio cierta fatalidad misteriosa que le empuja ol consumo i
de la hoja, observa lo siguiente; "ha carencia de ambiciones |
y aspiraciones que e! roquero demuestra, la padecen en la
sierra, en idéntico grado, el indio puro y el mestizo (cholo),
cualquiera que .sea la dosis de sangre de otras razas que
lleve en sus venas, a condición de que sea habituado a la
coca y este hábito es la regia en la clase proletaria de la
sierra, cualquiera que sea la raza que se observé. Elemen- 1
tos racialmente idénticos a los de La sierra, que viven en j
otras regiones del Perú, sin toxicomanía, se comportan ñor* t
malmente" (Ibidem, 173),
Cocaísmo y hanibre han estado íntimamente unidos a 1
través do los siglos y siguen estándolo. ‘CuanLo más come
el indígena, menos mastica hojas de coca” , comprueba el ,
doctor C. A Ricketís, de Arequipa, Perú, en su monografía (
publicada en laí- Actas del Segundo Congreso Médico Sud
americano, celebrado en 1943 i.cit. en el Informe del men
cionado organismo de las Nociones Unidas, 2ü). E l problema
principal, continúa el mismo autor, es el del hambre y se
lo debe combatir con métodos sociales.
El representante de Boíl vía en la Conferencia sobre
Nutrición, convocada por la Organización de las Naciones
Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO ), en
1948, sostuvo que la alimentación insuficiente con que vive i
La población nativa del país eres un estado crónico de ham
bre que se alivia -s disimula mediante el uso de la coca
(] bidem, 2í>), j
Pero si bien la coca permite al obrero realizar un ¡
trabajo determinado bajo su estímulo inmediato, su orga
nlsruu se resiente seriamente con el tiempo y hace que su
capacidad totai de trabajo sea relativamente pequeña (Ibidem,
28 y sig.). Ocurre esto, precisamente, a pesar de las condi-
cienes que el indio tiene, en circunstancias favorables; para
La labor continuada y su habilidad técnica. La mencionada ¡
Comisión tfe las Naciones Unidas comprobó en el terreno
esa "notable aptitud dél indio para el trabajo industrial”
(Ibidem, 33).
214
t'l'fliKMIAs Éir ríen-1 i A
José Pt'ini;i, í>l flii ■ ■n i- Liü'M'utain ¡it'Ki’iiüno,. hizo uno tío
Jos primeros en savf. s¡ ,n maiieos i|r lilstorui do la viruela
U) i'| mili ini'iiln i\(ir Pil lUigrufin i.
"l'aun'C' f|idf lili a luir- r|iil .Ijilfj sv rpic ella hizo ,,u
prenota irrutM-imi > pi • -u . a umpé' la tedia más remota
i m ueitl r.i n-"i'lrií-.ti l,i t-ii el primer nuiiUn (k’l siguiente
siglo, para upuollu r|Mdeiuva IiI■ •ti tm.-iiioruhle por la .molla
hitad (pie se ju tiriu.iti t ii l.i Mu ríe Santa jHiiningo ( ir. 17), a tal
pumo qiif la de-pi casi ili'ci.-i la M ni iiriiwir ¡i Morí ador
iit? lo , viajes di’ (‘rlüiiiruil (.r.ilon el <[Utr halda de frita epjde
nuil f l ’edin (l'Anghlt na}, Sin embargo, el Dr. M ojí relia cu
h i !listar re (fe ta Yun-nu- liare suHr ;i 20 años amos la
tocha ilc «h im[i.inucl'nit a Aiiii'l'l.ra y, uimqtin no indica con
r-jíueiirurl ni el lugar tn ta época sin ceta [nittiera inmigra
ción mój’liida, i», nos es i iídvMu ace-piarla, si se recur-rdu
f|iU' prca-en! miele m t- i ilcini-o la \ iriada tic vastaba la Cu
ropa y i|Ui' las cnenentenas y Indas- las demás medidas pro
caíiclnn¡des i'Otilta el flagelo i'inri, sino desconocidas, cuando
mcin.i.s asunnw i.le pora itn|ió,i,Uim,l,i para los aven turo ros ávl
du.s ii'c i'iipiczaw i[i.tc i n d luiinliiúuinf; huí tres so echaron so
hr.’ las luidlas de ('filón, enu lodo;, 'Us vicios y tildas siu
enfermedades.
"Kl padre Fray Toi'lbln de P'-navi nte o Motolinía al íes
tiiíUai' la.- cuirs¡-,. de la ilc--[atM.ie|nn .|e| hit pono de loa Inous,
líe refiere ¡i .]u 7 plaum--, i mro las uuulcw la viruela segura en
el primer 1.*¡i til ini y agrega-, V i a enfermedad futí llevada
por primera vez u Nueva Kspíum en el año 1¿>20, por un es
clavo de la comitiva ti ■Panfilo Narvaez". Fray Torihio aso
gura huta* muer tu la mitad do la población rio las provin
cias en pile i-v introdujo*' iHi.
"‘Kl ¡'hule Filipino Sfdcy.iloi'i.’ lídl.1, en su K i t * t i > /o ’ ¡< í H -h -
216
De la obra Descri]Kión de la PotQgonia, por el Padre
Tomás Falknor, que era médico (Incluida en la Colección de
Obras y documentos relativos a la historia de la Provincia
del Río de tu Plata, de Pedro de Angeüs, tomo I, p. 36,
1836), transcribe Peona este párrafo: “Las viruelas Introdu
cides en el país de los Araucanos por los Europeos, causan
mayor 9 estragos en ellos que la peste, desolando villas en
teras con sus malignos efectos. Este mal es mucho más fatal
a estas gentes que a ¡es españoles o negros, por razón del
grosero vestido, mala comida, falta de cobertura, medicina
y cuidado necesario. Sus parientes más cercanos huyen de
ellos para evitar el mal, dejándolos perecer aun en medio
de un desierto" 125),
El Padre Falkner menciona una epidemia similar ocu
rrida en Bu-nos Aires en ol siglo 17, que se extendió a nu
merosas tribus de la Pampa (23). En 17P-I, agrega Penna,
hubo una gran epidemia tic viruela en ambas márgenes del
Río Uruguay, a consecuencia de la cual murieron 7414 in
dios de 21 reducciones (27).
En Brasil se acepta que la viruela fué introducida en
1050, proveniente de ia costa de Africo, aunque parece cier
to que había reinado epidémicamente en Bahía hada 1563
y en Marañón en 1021, donde Igualmente la introdujeron
ios buques negreros. “ El origen africano de la viruela trans
portada al Brasil no puede ser discutido hoy día" (22).
L»a vacuna an ti variólica rué introducida rn Brasil en
1804. En Montevideo, Buenos Aires, Perú y Chile, en 1805
(41).
217
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(N IH C i: A L F A B E T IC O I>E
M A.TliR(A¡> Y N O M B R E S
219
e incas, 18 - territorial en Bra Boech García, 37,
sil, 80 - y arte. 24 - y comu Brahmanes, 31.
nidades agrarias, 18 - y poder Brasil - aristocracia territorial,
imperial en la América espa 81) - burguesía comercial, SO -
ñola. 161, 102. - Cámaras Municipales, 80 -
Armas (prohibición de portar ciernes ffíze’n detros, 175 - cla
las, en Perú), 147, se media, 90 - Cnmpanhin
Arrendatarios, 90 - en Nueva Oeral t!o Com ercio de Grao
Granada, 99. liará e Afararthao, 140, 151,
Arte indígena, 25, 27, 182 - deetciasados, 128, - /a-
Artesanos. 52. zcndciros de café, 50 - fa-
Asalariados, El, 103. zediáHras de gado, 40, 50 -
Asambleas en las comunidades Iglesia, 128 - Iglesia y poder
indígenas precolombinas, 16. político, 164 - latifundio, 75,
Atienza, 145, 107. 76 - levantamiento de planta
Ayilu, 15, 18, 19. dores y comerciantes, 139 -
Aznar, 138. mercaderes, 66 - mine tracto
Aztecas - arte y artesanía, 39 res, 50 - miscibilidad social,
- esclavitud, 37. 95 - negreros, 48 - nobleza vi-
Azúcar (islas del), 49. centina, 108 - Palmares, 140
Azucareros (propietarios de in - revolución de Marañón, )39
genios) - en Cuba, 50 - en - revueltas de Río, Minas Ge-
Yeracvuz, 50. raes, Santo Tomás, Maraiión,
Matto Crogso, 14(1 - senhores
—B ■
— do. erigen fw , 46, 48 - virue
la, 217.
Bahía - viruela, 217. Ru&rque de Boifanda, 90.
Banda Orienta) - comerciantes, Buenos Aires - accioneros de
51 - desel asados, 127 - estan vaquerías, 51 - comerciantes,
cieros, 51 - saladeristas, 51. -51 - criadores de ganado mu
TJanxleiraS' n ? , 139, lar, 51 - deselaaados, 126 - es
Barídvuantes, 85, 86, tancieros, 51 - viruela, 217.
Barbados - origen de los pobla Burguesía - comercial de Perú,
dores europeos, 65 - pequeños 95 - de Córdoba y noroeste
propietarios de la tierra, 76 - de Argentina, 51 - minera de
población blanca y negra, 49. Brasil, 85.
Barreda y Caos, 135, 147.
Barros de Ran Millón, 139. —C—
Rarry, 182.
Basadre, 83. Cabildos, 79, 172.
Beard, 49, 122. Caciques (enriquecimiento de),
Bel granó, 76. 144,
Benedicto XIV, 182. Ca lancha, 30, 33, 34.
B e n ito s, 138. Caimán, 94, 133.
Bivero, 162. (M pixtles, 52.
Blancos en la estratificación so Calpulli, 10, 18, 19.
cial, 53. Cámara Municipal, 80,
Solivia - cocaísmo y hambre, Oanek, 138 ,140.
214. Cañete (Marqués de), 116.
220
Capital financiero corno factor flictos de clases en la revolu
en la estratificación social, 46. ción ile la independencia, 142
Capitalismo colonial, 43. - latifundio, 76 - m a r O o h
Capitalistas del tráfico de mu campí, 148 - origen de ios po
ías en el Rio de la Plata, 51. bladores europeos, 64, 65.
Cárdenas (Ver Pacheco). Colonos, 90.
Cargo» públicos (venta de), 98. Comerciantes - de Buenos Ai
Carlos II (tiran Bretaña), 159. res, 51 - de Cuba, 50 - de la
Carlos V (España), 33, 65, 134, Banda Oriental. 51 • de las
158, 162, 166, 167, 178. ciudades de México y Lima,
Carnelro, 148. 50 - en las órdenes nobilia
Carolina del Sur - aristocracia rias, 99 - exportadores e im
y esclavos negros, 48 - mer portadores en México y Perú,
caderes, 48 - plantadores, 48, 48 - minoristas, 52.
Carvajal, 62. Comercio en México, 59.
Castas - en América española, Commager (Ver Mor ¡son).
122 - en la India, 31 - en Ia3 ComparCiia (¡eral do Comer
colonias británicas, 123 - en cio de Grao Pará e Al ara
las colonias españolas, 69 - ñil ao, 140, 151, 182.
entre los incas, 17, 18, 20, 21 Compartía de Jesús - en Para
- entre los mayas, 17 - so ori guay, 07.
gen en las sociedades indi ge- Compañía Guipúzcoa na, 13 9,
non precolombinas, 17 - su 145, 150.
origen en tas sociedades pri Comuneros (levantamiento de
mitivas, 16. ios) - en Asunción, 97, 139 -
OastHlfueite (Virrey), 83, 131. en Bogotá. 139.
Cervantes, 57. Comunidad agraria primitiva
Cervantes Sal arar, 59, 89. en América, 15.
Clanes fozc'ndeiros, 117, 175. Concolorcorvo. 60, 127, 168, 196.
Clase media, 53, B7, 103, 1U4 Condiciones de trabajo y de vi
- e Iglesia, 56 - e Inijuisieiín, da, 195.
56, 63 - en Lima, 89 - en Méxi Confederación azteca - au ori
co, 89 - movilidad, 87 * rural, gen, 17.
90. Conflictos - agrarios en Nueva
Clase social de los desposeídos, York, 142 - de clases en la re
52 - de los poseedores, 51,103. volución de la independencia
Oovigero, 37. en las colonias británicas de
Clero, 51, 52, América del norte, 143 - de
Cobo, 89, 93. ©ligaronfas con el poder impe
Cocaísmo, 190, 203, 211 - y rial. 159.
hambre, 214. Coni, 61, 114. 202.
Colombia - comunidades indíge Ooiinuista - en las sociedades
nas protobiat óricas. 31. Lnd'genas precolombinas, 16 -
Colón (Cristóbal), 215. en las sociedades primitivas,
Colón (Bartolomé), 138. 10.
Colonia - comerciantes, 61. Conspiración de Aponte, 141,
Colonias británicas de América 146.
de) norte, 61 - aristocracias y Córdoba - burguesía, 61 - enco
poder político local, 81 - con menderos, 60.
221
Cornejo Bouron ele. 150. Desorganización de la familia,
Cortés (Hernán), 33. 137.
Corregidores - íraíales 8 ios in l'Espotoaeh n del Alto Perú, 85.
dios, 141. DesposoMos, 51, 159.
Criadores «le ganado mular en Dicotomía econütmco-s o c i a ! ,
Buenos Aires y Litoral hoy 108.
argentino, 51. Diferenciación ¿loica como con
Cuatequil, 197. secuencia de la diferenciación
Cuba - azucareros, 511 - comer social, 54.
ciantes, 50 - conspiración de Dislocación económica, 193,
Aponte, 141, 14d desclasa- Dislocación social. 190.
dos, 127 - Guerra de los Diez División del trabajo, 69.
Añus, 108 - hacendados, 50 - Dominica - población blanca y
las tropas de robenfurtos des negra, 49.
pués do JXfíS, 175 - negreros,
Sí) - oligarquía azucarera, 108 — Ifi —
- vegueros, iOH.
Cuyo - eneumemleroa, 60 + pro Beené(nía - de la América hís
ducción, 87. pano.! usa, 43 - y arte en las
suciedades indígenas, 27. 28 -
— OH — y moral en el bien rio, 34.
Ecuador - revolución de las al
Ciarles! on - aristocracia, 48 - cabalas, 138.
aristocracia y poder político Edwards, 95.
local, 81. Emboabas, 86, 95.
Chinchas - comunidades, 31 - Empleados, 52.
esclavitud, 36, Eugenlio c Iglesia en Brasil,
Chile - desclasados, 126 - enco 194.
menderos, 50 - inquiiincfBi 84 Encomenderos - de Córdoba,
- miscibilidad social. 95 - oli Cuyo y norueste de !o que hoy
garquía <le terratenientes y es Argentina, 50 - de Cuzco,
encomenderos, 109 - primer Charcas y Urna, lí>9 - de Chi
mayorazgo, J 97, 126 - virue le, 50 - (le Méjico y Perú, 6Ó.
la. 216. Encomiendas - e inmovilidad
Chavea Orosco. DO. social, 82 - en la formación
de estratos sociales, 65 - en
—D— Lima, Quito y Charcas, S2 -
extinción. 83 - y latifundios,
Decadencia de hispana y Portu 60,
gal, 44. Epidemias, 2.01.
Hese lasa dos, 109, 118, 117 - en Epoca y estrato social, 66.
Brasil, 126, 127 - en Buenos Esclavitud, 104, 137 - como
Aíres, 127 - en Cuba, 127 - factor de corrupción social, 108
en Chile, 127 - eu la Banda - en Carolina del Sur, 48 - en
Oriental, 127 - en Nueva Es el Incal ió, 3G - entre los azte
paña, 127 - en Nueva Grana cas, 37 - entre los chibcha», 36
da, 127- - entre tos mayas, 36 - entre
Desocupados, 11, 119, 117 (Ver los tupíi lámbaos, 36.
también lies elasados). Esclavos - africanos en México,
222
lid - cMitn d a s e seria l, 51 - Jil- i i':tlJrLhn^, IJ 3.
líilivnw, MI), 113 - levtili.l ¡,l'- tíauilci'ioj!, 113.
lili d i los O)) las rnlriiiias ! riló— I.'ilii, ¿15.
nicas de Aiiii'-ncív ilil iini|-li', (•f<ii/-álcz Húvila, 209.
1-13, . orientales en M idien, (.írupos é1 niena, 53,
("O, til.
Espuria - ilei_tt limeta, II - i■*- — 11 —
imctU'Víi. ero) irúnica y mddad
nacional, 44. Hi'nnintle/, Kodríy ucz, 36, 144,
España (W íintam ienln tfe Gual
SÍ» 7». — 1—
Española ( Is la ) , 2 15 - levanta-
n:ii,Tno do Rnldim 133. 174, Iiderin - rmiTO ínetñr social, 120
EspccuLn Iones, 123. - en kuisil, 121. 127 - y el
Édadn itu’ aivci - u v ijír ii y fo n P -i'T ¡jjificiiitl «H'pnñnl, 1(13 -
d ón surial, 17. \ I (milcr politicn en E ra d l,
E t í t m K Í í í - en Hílenos Añ'f',- Mil,
j T.íliiral hoy ítrjti-nl¡no. 51 - iiitliclhinj. I!K.
rn cjI R'íu (ti' la l’Inlii. f*1^ - 1(<■ ii'7,i - n r id n m in n incaica,
en la í í ",rul.i Mvit td al. a 1. 2ft - i'cmisiTin, ílí'.i, 211, ¿13 -
Est-jiÉtirifaciúti serial * oh la com|Lilst;i, 17 - economía y
A morirá hispano-luán, 15 - y m o r a l, ^ * d i l u í s o c i a l , ¡W -
cultos Ií., ii mi Inl, I IH - y pofW esclavitud, 36 _ tríbulo, 35.
político tuca!, 710 I n n tf áf'iT «ií;ji. <10, 61,
lüft
-- F Indio* '(tc-fii;1
, de su iliícvhlrtdad
F alk m 'r. 217. niciin l, 214.
PaKonda. (■ T flesiu mu lirnsiil, Imnovilldíid. 7(', 71, 72.
164. l . ’Untlinos en Chile, S4.
Eaüendeirt'h - tri cali*, íiíi ■ ■de- rmpi/siriijri, 50, 03.
{pillo, JO , Stl, llfti * pTUpnti filj- (sílis lid nxiVar - aristocracia
< rutea nuevos, S0-. y poder político local. 51.
Felip e Í I , 65, V X 9$. Iií4, UÜ5,
19(3.
Poní andes (.Flores! ú n ), ;tfí.
Fernando d Cute lien. I 24, 174. Juirjiicti - población blanca y
Fernando el S a n io , 34. vif"jíVa, 49.
F íiio t, V i . 170. Jeiareu a ociijiacíomd, 107,
FI ijto Bí 140, Jo i’ fi n.íii ízíh'I itii neieiilmico-8 o -
Fo reíros, 90. cial. 101.
Ere y re. 127, 1H1. Juno v U11o,i, Olí, 136. 137, 144,
Frían. 125. 177, 1S2
Fim rio natíos, 61 , 52. Juuiiri l lieliei lio n a), 33.
Funcionen piibl¡cas en lüfí v<>»
jnwni dados índ ígonñs preiOk. - K—
!om binas 10.
- í ; -
ketlcr, 127, 130, M'J.
Klein, 97.
t¡iiniidedíi en Mé\ie«f, 59, 97, Korn. 177. 179, ISO.
223
Kroeber, 40. Jfiri'wm catnps, 148.
Kshatriyns, ai. Martínez de Quijo no, 183.
Martínez y Vela, 137.
—L — •'Marti» Fierro", 114, 116.
Maryland _ lucha de pequeños
1Jinda, 36. plantador"* contra terrate
Landtmun. 97, 124,126. nientes, 142.
Latifundios, 76, 76, 100. MatluzuhuttU 216.
Leile Kilho, 63. Mayas - esclavitud, 36 - Nuevo
l>eón (levantamiento del. 139. Imperio. 17 - periodo de gran
143. florecimiento artístico, 40.
Levantamientos - conRecuen- Mayorazgos en Chite, 60, 107,
cias, 200 - de comereíante* y 126.
plantadores en Brasil, 130 - Mayordomos, 62.
de esclavos en la* colonias Means, 63, 123.
británicas de América del nor Mechan), ISO.
te. 142 - de Uón, 139, 148 - Medien*, 52.
de Los comuneros en Asunción, Medí eres, 90.
97, 139 - Je loa comunero* en Medina, 91.
Bogotá, 139 - de Marañen, 149 Mendieta, 78, 139, 194, 208.
- de Matto Groase, 140 - de Mendoza, 87.
Minas Ceraes, 140 - de R'ó Mendoza, 76. 88.
de Janeiro, 140 - de Roldó», Mendoza y Luna, 147.
138, 174 - de Santo Tomé, 140 Mcnéntlc/. Piñal, 168, 178, 179,
- de Tambohuacao, 146. 183. 184.
Levillier, 161. Mercaderes - de Brasil, 60 -
Lewin, 160. de Carolina del Sur, 66.
Ley imperial espadóla (su apli Mercado local como factor en
cad-n>, 176. la estratificación social, 46.
Leyes Nuevas, 62. Mesta - en México, 77 - en
Lima - comerciantes, 60. Nueva España, 97.
Liñán y Cisneros, 1C8. Mestizos - en ta estratificación
Idtoral hoy argentino - accio social, 53 - su ubicación so
nes de vaiinertas, SI - criado- cial, 113.
rea de gaandn, 6l - estáñele- México - comercio y comercian
ros, 61. tes, 48. 80, 59 - encomenderos,
Bizarra ga, 86. 16?, 189, 207,
60 - esclavos orientalpa. 60 -
208.
ganaderos, 60 - latifundios,
Ixrhman Víllena, 99. 76. 76 - Mesta. 76, 77 - mi
Lucha de clases en Brasil, 132. neros, 47 - miseria y riqueza,
Luía XIV, 167, 167. 164 - negreros, 50 - negros,
60.
— M— Milla. 178,
Machado Ribas, 116. Mineíradores, 80,
Malte-Brun. 216. Mineros - de Brasil, 50 - de
Mano de obra - como factor en México, 47, 74, 75 - de Perú,
la estratificación social, 46. 47, 75.
Maraft. n - viruela, 217. Miranda, GS, 97.
Mnrk, 98, 142, Miscegenadún, 201.
224
Miscibilidad, 91. Nueva York - conflictos agra
Mita, J97. rios, 142 - levantamientos do
Moctezuma, 17. esclavos, 142.
Mon, 76, 100, 126.
Monarquía universal, 158. —O—
Monserrat - población blanca y
negra, 49. Oaxnca (Marqués del Valle de),
Montevideo - comerciantes. 51- 62.
Monfeils, 215. Obrajes (propietarios de), 52.
Moral y economía en *1 Enca Oligarquía - azucarera en Cu
ño. 34. ba, 108 - concepto, 71 - con
Morales Cuifiazú, 97. flictos con el poder imperial,
Morgan. 16, 34. 169 - de Córdoba, Jujuy y
Mormoo y Commager, 48, 64, Salta, 84 - de encomenderos y
81, 142. terratenientes en CSule, 109
Morley, 21. - do terratenientes en Nueva
Motolinía, 39, 216, 216. York, 98.
Movilidad, 70, 81, Olivares, 126.
Mozos alzados, 187. Ordenes nobiliarias, 99.
Mugaburu, 136, 147. Orejones, 20.
Origen social do loa colonos
- de la América española, 67
—N — - de la América inglesa, 58
-del Brasil, 67.
Nati anea Unidas, 211, 214, 216. Ota Cipdeoui, 76, 79, 80, 98,
Nacom, 23. 100, 120, 173, 179, 180.
Narváez, 216. Oviedo y Valdez, 231.
Naturaleza y arte en las so
ciedades indígenas. 27, —P —
Negreros - en Brasil, 48 - en
Cuba, 50 - en México, 50. Pachacutec, 38.
Negros, 126 - en la estratifica Pachecos Cárdenas y Torro* de
Medina, 208.
ción social, 63 - en Nueva Es Palmares, 140, 148.
paña, 60 - fugitivos, 116, Palo brasil (ciclo del), 47.
Nehru, 3L Paraguay - batidcíros. 139 -
Nobleza - panlista, 95, 95 - comuneros, 97, 139.
vicentina, 86, 108. Parra Pérez. 141,
Noroeste argentino - burgue Parringtniw 64,
sía, 51 - encomenderos, 60. Peona. 215, 216, 217.
Northrop, 41. Pequeño» plantadores en Mary-
Nueva España - dése lasa dos, 127 land, 142.
- venta de bienes eclesiásticos Per di gao Malhcdro, 140, 168,
en 1804, 175 - víctimas de en 181.
fermedades, 216. Pérez, 203.
Nueva Granada • desdas ados, Perú - conspiración de Huaro
126, ehiTÍ, 146 - comerciantes ex
Nueva Inglaterra - aristocra portad ores e importadores, 49
cia, 49. - encomenderos do Cuzcos
225
u
Charras y Lima, 109 - «neo- Puritanismo y absolutismo,
Hienderoa, RO • latifundio, 75, IC O .
7G - levantamiento de Tambo-
hu&cso, 115 - mineros, 47 - — It —
miscibilidad sorial, 95 - plan-
tadores. 50 - viruela, 215. ftagatz, 75, 96.
Picón Rala», 36. Rsm«s Mejfa, 76.
Pilis, 148. Real Cédula de 27 de mayo de
Plan tartore» - en Carolina del 1682, 196.
Sur, 48 - en Perú, 60. Religión y arte en la sociedad
Población - «) margen de la indígena, 27.
población colonial, 63, 69 - im Resguardos indígenas en Co
productiva, 63. 109, 110 - no lombia, 31.
incorporada a la economía co Revolución - de las alcabalas,
lonia), 68, 109, LIO. 138 - de Tupac Amara, 149.
Pobladores europeos (origen Revuelta de Mantñón, 139.
social), 93. Reyes Católicos. 163.
Poder político - entre loa ma Ricketts, 214.
yas, 17 - como factor en la Río de la Plata - capitalistas
estratificación social, 45, 79. del tráfico de muías, 61 -
Portell VHá, 134. 145. latifundio, 75, 76,
Portugal - estructura económi Rio Uruguay (márgenes) - vi
ca y unidad nacional, 44 - ruela, 217.
44 • decadencia, 44, Rita Agüero, 82.
Portugueses - su proceso en Riva Palacio, 126, 164.
Urna, 91. Roca (Inca). 38, 39,
Poseedores, 51. Rodrigues (Nina), 140.
Prado, 60, 65, 128. Rojas (R.), 144.
Prejuicio racial, 97, Roldan í levantamiento de),
Prest-oí t, 28. 39. 174.
Primeros familias de Virgi Roldán (Francisco), 138.
nia, 48. Romero (E,), 123. 131, 168, 174.
Privilegio - e inmovilidad, 71 Rose nidal, 267.
_ expansión, 77 - y prejuicio,
97,
Proceso de toa portugueses en —S—
Lima, 91, Sacerdotes - en el Tncario, 21
Produeck'n de artículos expor • entre los mayas, 21.
tables como factor en la es
tratificación social, 45. Saco, 124, 126.
Profesión y estrato social, 85. Sacrificios humanos en las so
Profesionales liberales, 62, ciedades indígenas, 22, 23, 32.
Profesores, 62. Siena, 210. 213, 214.
Propiedad de la Iierra como Saladeristas en ia Banda
factor en la estratificación so Oriental. 51.
cial, 46. Santa Fe - vaquerías, 62.
Propietarios - de obrajes, 62 Santiago dil Estero, 207,
- pequeños, R2, Sanio hermingo, 215, 216.
Puga, 118, 127, 131, 168. Santos, 180.
226
Segregación étnica, 147 - sen Vaicircel ( D ), 146, 149.
tid» social, 54. Valtárce) (L.), 32. 34, 36, 41.
Segando Sombra, 115. Valdcz (Ver Oviedo).
hAudros, 31, 32. Vaquerías - capitalistas en
Silva Colapoa, 12$. Santa Pe, 62 . en Buenos Ai
Sincftt, 16. res y Litoral, 62.
Sitian íes, $0. Várela, 39.
Smith (A. E.). 117. Vega (Garvilaso de la), 35, 39,
S e n h o r e s d e e J ig e n h a . 4S, 66. 212 .
Spinden, 40. Veguer»» en Cuba, IOS,
Swart. 93. Venaxuela - Compañía Guipúz
coa na, 160 . Oran Cacao, 50
—T — - latifundio, 76 - levantamien
to de Cual y España, 141 -
Tambobuacso, 145. levantamiento de León, 139,
Taunay, SO. 148.
Tawney, 119. Venta de cargos públicos, 176.
Templo del Sol, 39. Veracnu - azucareros, 50.
Te trasgueros en Nueva Gra Vianna. 64, 80, 176, 179.
nada, 99. Virginia - levantamiento de es
Terratenientes • en Maryland, clavos, índeníurrd servmits
142 - en Nueva York, 98. e indios, 142 - Primeras fa-
Thrupp, 106, 122. millos, 48.
Tobago - población blanca y Viruela, 216.
negra, 49. Voluntarios cuhanos después de
Toledo (Virrey), 74, 82, 161. 5868, 175.
211.
Tolerancia religiosa en Nueva
Inglaterra, 159 — W~
Torquemada, 37, 215.
Tortea de Medi«B (Ver Pache Walker. 66.
co). Weatermarrlt, 124.
Torrea Satdamundo, 83. Werlenbaker, 103, 156, 160.
Toxicomanía, 199. Wíllíson, 64.
Trinidad • marotm campe, Wolff, 21J.
148.
Tu pac Amaro, H9. —- Y —
Tu pinarabies - esclavitud, 36.
—ü — Yachahuasi, 38.
Yupanqui (Tupac Inca), 146.
Ulloa. Ver Juan y L'IJoa.
—V — —Z—
227
I.
i
í'
*
i
t
1
f*
La vastedad del tema que se estudia en estas páginas
exige el manejo de una bibliografía extensa. Hemos hecho un
esfuerzo por consultar, en cada país y cada materia, las obras
de mayor autoridad o que aportan hechos o criterios im
portantes, sin que esta signifique que hayamos logrado ínte
gramente nuestro propó&iui. por lo cual esta Bibliografía
no está exenta del Incómodo pecado de omisión.
lío ha sido intención nuestra, por ende, compilar una
bibliografía completa de los periodos precolonial y colonial.
Por [o demás, el lector encontrará en la bibliografía de
nuestra Economía (le la sociedad colonial algunos títulos
no Incluidos aquí.
Se menciona entre paréntesis, en los casos en míe la
obra ha sido citada en el texto, la abreviatura especial usa
da en la cita. Cuando incluimos varias obras de un mismo
autor, las enumeramos entre paréntesis para poder distin
guirlas con facilidad al mencionarlas en el índice temático
de la Bibliografía.
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Se refiere al registro y desarme de portugueses residen
tes en Buenos Aires, ocurrido en 1643.
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Se refiere a la América Española.
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cimento. Santiago 2 vol. 1924 11).
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toresca de su ciudad i de fu puerto, desde su descubri
miento hasta nuestros días. 153G 18(58”. - Albion de Oox
1 T aytor V alp araíso, 2 v o l, 1SG91S72 (2).
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de Buenos Aires” . Tomo ir, 32 y 182. Buenos Aires,
1803 (.3).
—“ Los orígenes de las familias chilenas” . Santiago de Chi
le, 1903 (4).
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"La Revista (te Buenos Aires", Tomo 24, 3., Buenos
Aires, 1S71,
El autor era ftecal de la Audiencia de Charcas. El Pte-
curso está fechado el í) de marzo de 1793.
263
Mozos (hoy BoJlvia) —Lachas agrarias: Aguirre
—Historia: Ghávez Suárez. Beltrán (2).
Municipio — Mesta: Miranda.
— en América española: Ots —Población negra: Aguirre
Capdequi (2, 8). Beltrán. ( l, 2),
—Propiedad: Cossio (1, 2, 3).
Nahoaa —Propiedades de !a Iglesia:
Chávez O r i f i c o (4). Moría.
Navegación —Títalo3 nobiliarios: Martí
Haring ( 1>. n e z C o s ío .
Negros Nueva Granada (Ver también
— en América: Tannenbauro. Colombia).
— en Brasil: Rodrigues (N .). —Comuneros: Ardniegas (2).
— en Nueva España: Aguirre ■
—Encomiendas: H etnú n d e i
Beltrán (1, a). Rodrigue*.
—en Uruguay: Pereda Vaidés, —-Gobierno: Juan y Ulloa, Ots
Petit Muñoz y otros. Capdequi (6, 6).
Nicaragua —-Historia: Groot.
— Historia: Colección de docu- —Historia económica: García
meo tos, etc. A.) (1, 2).
Nueva España (Ver también —-Indios: Arboleda Llórenle,
México). Friede. Juan y Ulloa.
— Ciases sociales: C h i v e a —Propiedad inmueble: Her
Crezco <t>. nández de Alba, Sal alar.
—Condiciones económicas y Nueva York (Ver t a m b i é n
sociales: Abad Queipo (i, América del Norte, Estados
2), Valbuena. Unidos).
—Culturas: Zavata (S), —Conflictos agrarios: Maric,
—Encomienda: Simpson.
—'Feudalismo y capitalismo: Organización social
Bazant. —de los Tupinambáes: Fer
— Franciscanos: M endieta. nándea.
— Historia: Aguí lar, Castro Palmares (Es ti ovo a fugitivos
Santa Arma, Cervantes So en Brasil),
lazar, Chavez Orozco (1), Cameiro, Enríes, N. Rodri
García CtAao, García Icaz- gues.
balceta (1, 2), Hmnriboldl Paraguay (Ver también Río de
(I), Mendieta, Riva Palacio, la Plata).
Orozco y Berra (1, 2), Paso —Condiciones económicas y
y Troncóse, Rahagun, sociales: Azara (1).
— Historia de la Iglesia: Cue —Expulsión de loa jesuítas:
vas, Mora. Brabo.
— Historia del trabajo: dava —Franciscanos: Córdoba (2).
la (Tí. —Historia: Ráez. Azara (1)
— Inquisición: Mari el de Ybá- —Jesuítas: Pastel la.
flez. —Misiones jesuíticas: Gay,
— Legislación: Puga, Hernández, Lozano.
—Levantamientos de indios: —Revolución de los Coman*-
Casar rubí as. ros; Estrada, Rain*.
274
Perú (Ver también Bolivia, l i P1 anudares (Planlera, genito
ma). res de engenho, fazendeiroa,
—Alimentación: G u t i é rrez etc.)
Noriega. —en Brasil: Anónimo, Dialo
— Ayllu: Castro Pozo. go, Freyre, (1, 3). _
— Cocaísmo: Gutiérrez No- —en las Antillas británicas:
riega, Mortinaer, Naciones Ragatz (1, 2, 3).
Unidas, Sáena (2), Zapata Pisteros
Ortiz. —en Buenos Aires: Márquez
— Condiciones económica a y Miranda (2).
sociales: lioárraga. —en las Indias Occidentales;
— Conquista: Prescott. Torre Re vello (I).
— Civilizaciones i n díg e n as: Plymouth
MeaiiH (1, 2), Telio (1, 2, —Historia: Bradford-
S>. Valcárcel (L.) (1). P oblación
— Cultura: Barreda La erg. —Antillas: Guerra y SAndhez.
— Encomien de: Bel aún de Gni- —Buenos Aires: Rea ¡o More
nassí, Torres Saldam&ndo no.
U). Portugueses
— Gobierno: Juan y Ullrra, —en Buenos Airea: Lafuente
"Mari en zo. Maehain (3).
— Historia: Basad re (1, 2, 8), Potosí (hoy Boíl via) ,
Cicaa de León, Cobo, Egui- —General: Cañete y Domín
guíen. Fuentes (1, 2), Gu guez, Martínez y Vela.
tiérrez de Santa Clara, Le- —Indios: AJvarez Reyero.
villier (4), Loaíza, Lo rento —Minas: Atvarez Reyero, Ro
(1, 2, 3, 4, 5), Harlálegui, jea.
Odriozola. Polo de Ondegar- —Mita: Viilaha.
do (l), Prado, Riva Agüero, Progreso
Valeárcel (L .), Wieese. —Concepto: Beard.
— Historia económica: Rome Propiedad * inmobiliaria (Ver
ro, Ugarte, también Régimen de la tie
— Iglesia Católica: Juan y rra).
triio*. —de la Iglesia en Nueva Es
— Indios: Atienía (Lope), Ho paña: Mora,
yo, Juan y tlllua, Loaiza, —en América española: Ots
Paz Soldán y otro, Sáenz Capdequi (4).
( 1). —en Buenos Aires: Marfany.
— Inquisición: Medina (1>, —en Cundinamarra (hoy Co
Palma. lombia); Hernández de Al
—Jesuítas: Paatells. ba.
—Judíos: Lewin (2). —«n México: Cosido (1, 2, 3).
— Minas: Lohmann Villana —en Nueva Granada: Her
(1), Polo de Ondegardo (3), nández Rodríguez, Sal azar.
—Tierras: Torrea Sai da man do —en Salta (hoy Argentina):
(3). Cornejo (1).
Piratería —en Uruguay: Márquez.
— en América española: Al«e- Puritanismo, Puritanos (Vei
do y Herrera, Haring (2). también Religión),
27$
Barton Perry, Brndford, Wer- —Judíos: Lewin (1, 2).
tenbaker, Willisoa. —Títulos nobiliarios: Calvo.
— Vaquerías: Con i (4), i
Quito (Ver también Ecuador). Rosario (hoy Argentina).
—Gobierno: Juan y Ulloa. —Historia: Fernández Díaz,
—Historia: Velosco, Archivo Salariado, Salario
Nacional (Ecuador). — en América latina: Bagó,
—Indios: Juan y Ulloa, Archi García (A.) (2).
vo Nacional (Ecuador), —en N ueva España: Cha ver
—Mita: Pérez. Orozco (1).
— Problemas económicos y so Salta (hoy Argentina).
ciales; Santa Cruz y Espejo, —Historia: Cornejo (1).
—Propiedad inmobiliaria: Cor
Rasas nejo (2, 3).
•—»n América: Sarmiento. Sabedor (El)
—Grupos raciales en Estados —Historia: Barbe reos.
Unidos: Warner y otro. Sao Pablo (Ver también Bra
Real Cédula (España). sil).
—dei 26 de diciembre de 1804: —Historia: Taunay (2).
Abad Queipa {'¿).
Religión (Ver también Fran Santa Fe (hoy Argentina)
ciscanos, Iglesia Católica, In —Cauchos: Coni (2).
—Historia: Al vare z (1), Cer-
quisición, Jesuítas, Misiones
jesuíticas), vera.
—Araucanos: Latcham. Santiago (Chile).
—en Brasil: Rodrigues <J. C.), —Historia: Amunátegui Solar
—Incas: Jijón y Coa maño, (3), Vicuña Mackenna (1).
Polo de Ondegardo. Santo Domingo
—Indios: Ifoyo. —Historia: Bellegarde, Blet,
—Reforma: Tawney. Cabon, Charlevoix, Gastine,
Régimen de la tierra Madiou, Martínez de Qui-
—en América española: Ota xano, Monte y Tejada, Va-
Capdequi (4). nnfel y otro.
Revoluciones (ver U e v u n t a —Jesuítas: Valle Ulano.
mientos). Scnhoree de e n g e n h o (Ver
Rio de la Plata (Ver también Plantadores).
Argentina, Paraguay, Uru Servidumbre
guay). —personal de indios: Agía.
—Encomiendas: Feliu Cruz y i
otro. Tierras
—Estado rural: Azara (2). —Reparto en la Banda Orien
—Estructura social: Astesano. tal: Anónimo, Jnjarm e.
—Gauches: R obes. Títulos nobiliarios
—Historia: Azaro (l), Le- —en América e s p a ñ o l a ;
villier (3), Parish. Atienza (Julio), Lohmann
—Historia económica: Levene Villana (2).
(4), Puiggros. —en Chile: Amunátegui Solaz
—Inquisición: Torre Revelio <1). .
( 2) . —en el Río de la Plata: Calvo.
■i
276’ í
I
—en Nueva España: Martines —Negros: Pereda Valúes, Pe-
Ctfssio, Mentóte (1, 2). tlt Muñoz y otros.
Toledo (Francisco) —Propiedad inmueble: Már
Levillier (é). Urteaga (1). quez.
Tributo Vagancia
—en la América española: —en Cuba: Saco (6).
Ota Capdequi (3). Vaquerías
Trinidad —en ei Río de la Plata: Coni
■
Guerra y Sánchez (X), Pitia. (4).
Valparaíso
Trujillo (Perú). —Historia: Vicuña Macken-
Feyjóo de Sousa, na (2).
Tucumán (hoy Argentina). Venezuela
—Condicione» económicas y —Economía: Ardía Ferias,
Sociales: Llzárraga. Díaz Sánchez.
Tupac Amaro —Encomiendas: Dávila.
Cornejo Bouronde, L e w i n — H istoria: Baralt, B l a n c o ,
(3), Valcárcel (D.) (1). G il Fortoul, P a ir a Pérez (1,
Tupin&mbáes 2) .
Ferrsándes. —Iglesia católica: Wattere.
Uruguay {Ver también Rio de —Jesuítas: Aguirre Etnrríag».
la Plata). —Levantamientos de negros:
—Esclavitud: Pereda Valdéa. Garda Chuecos,
—Franciscanos: Córdoba (1). Vírgenes (lelas).
—Gauchos: Cent (1, 3). —Gutiérrez de Arce.
—Gcéaerno: Blanco Acevedo. Viruela
—Historia: Acevedo B l a s , —en América del Sur; Penna,
Bauza, Biblioteca, Pintos,
Zum Felde. Yucatán (México).
— Jesuítas: Paetdla. Landa.