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BARRA NACIONAL DE ABOGADOS LUIS ENRIQUE TAPIA BRITO

MAT. 20838

BARRA NACIONAL DE ABOGADOS


FACULTAD DE DERECHO
MAESTRIA
AMPARO LABORAL
DR. MAURICIO OSEGUERA GUZMAN.

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BARRA NACIONAL DE ABOGADOS LUIS ENRIQUE TAPIA BRITO
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ENSAYO “TRATADO TEORICO-


PRACTICO DE LA SUSPENSION EN
EL AMPARO”.

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Previamente al entrar a lo referente a lo que el autor focaliza como punto central de su obra
sobre el tema de la suspensión del acto reclamado, precisa comenzar con el estudio de la
naturaleza del juicio de amparo. Como nacimiento de esta figura de amparo se retoma el hecho
de que los filósofos precursores de la revolución francesa tomaron como principio fundamental
el que las instituciones deben estar al servicio de los hombres, y con la caída del absolutismo se
genera la necesidad de establecer constituciones o leyes supremas a las cuales se deben
someter los gobernantes, es decir ya no mandan de un modo absoluto sino sujeto a dichas
leyes supremas. De lo anterior se desprende que el Estado se encuentra subordinado al
Derecho, y en caso de que un acto de autoridad viole el derecho éste será inválido, es decir no
producirá efectos jurídicos, una vez declarada su inconstitucionalidad. Esta subordinación
principio de legalidad, se aplica para todos los poderes de la Unión, y se establece una jerarquía
de leyes, en las que predominan las declaraciones de derechos y las constitucionales sobre las
inferiores, por lo que se requieren tribunales independientes que vigilen que las leyes inferiores
no vulneren a los principios y reglas supremas. En México son los tribunales federales quienes
ejercen esta función de vigilar la constitucionalidad de los actos de autoridad, incluyendo los de
los propios tribunales de los Estados y de la propia Federación, por medio del juicio de amparo,
incluso llegando a vigilar el respeto de las competencias entre autoridades, cuando el acto que
las transgreda afecte los derechos de una persona, siendo este el requisito del que parte el
juicio de amparo conforme al interés jurídico de la persona que lo reclama, pues de lo contrario
implicaría una intromisión justificada respecto de los otros poderes, por lo que siempre se actúa
a instancia de una parte legítima.

Pero la organización del Poder Político, no basta, por sí sola, para la protección de
las libertades públicas, es necesario, además, que los órganos del Poder estén
sujetos a determinadas reglas preexistentes; es necesario que las personas que
tienen en sus manos las fuerzas del Poder, nada puedan hacer que no esté de
acuerdo con esas reglas; es necesario que esté en la consciencia de gobernantes
y gobernados, que todo acto de aquellos que rebase los límites de sus funciones
carece de todo valor; tal es el llamado principio de la legalidad, sin el cual las
libertades no son más que promesas, palabras vacías de sentido; sólo admitiendo
dicho principio puede sentirse verdaderamente protegido el individuo contra los
abusos del Poder. En virtud de tal principio, el Estado, ya sea que administre, ya
sea que juzgue, nada puede hacer que sea contario a la ley; ésta los sujeta de tal
modo que todo lo que haga debe ser porque la ley se lo permite o se lo ordena, y
si hace algo contrario a la ley, sus actos estarán viciados de nulidad.

Existen una verdadera jerarquía de leyes, las declaraciones de derechos van en


primer término; vienen después las leyes constitucionales rígidas, que están
subordinadas a las declaraciones de derecho; en último término quedan las leyes
ordinarias, que deben conformarse con las leyes constitucionales rígidas y con las
declaraciones de derecho; de este modo, la acción del legislador común viene a

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quedar limitada y el individuo se encuentra poderosamente protegido contra el


arbitrio legislativo.

La acción de dicho Poder se desarrolla dentro de un procedimiento en el que,


admitida la queja del agraviado, se oye a la autoridad contra la que la queja va
enderezada, así como al Ministerios Público, se reciben las pruebas y las
alegaciones de las partes y se pronuncia la sentencia que corresponda; de este
modo, las más arduas cuestiones políticas, invasiones de soberanía entre la
Federación y los Estados, usurpación de funciones de los poderes, se reducen a
las proporciones de intereses puramente privados, que vienen a decidirse dentro
de un juicio, sin nada más que comprometa el prestigio del Estado.

La función de equilibrio de poderes a que se refiere las fracciones II y III del


artículo, que hoy es el 103 de la Constitución, sólo está garantizada cuando la
invasión de soberanías repercute en la violación de una garantía individual,
quedando fuera del cuadro de protección de la ley, dichas invasiones, cuando no
concurre aquella circunstancia.

Por otro lado la función judicial se caracteriza por la disputa que surge entre
partes, respecto de un derecho, y en el amparo, lo que es materia del juicio es la
autoridad del Poder para hacer algo; lo que el amparo persigue es impedir que un
poder se salga del cuadro de sus atribuciones constitucionales, conservar
incólume la soberanía de la Federación y los Estados, mantener, en una palabra,
la integridad de la Ley Suprema, y esto constituye una función netamente política.

El juez federal nunca puede proceder de oficio, tiene que hacerlo siempre a
petición de parte agraviada; en el juicio ordinario hay una contienda entre partes;
igual cosa pasa en el amparo, con la única diferencia, de que en éste, la contienda
es contra un poder; finalmente, en el amparo, como en el juicio ordinario, hay
pruebas, alegatos y sentencia; el proceso se desarrolla bajo las formas tutelares
de un procedimiento netamente judicial. La sentencia de amparo difiere, sin
embargo, mucho de la pronunciada en un juicio común; en éste, la sentencia que
se dicta es directa, universal, positiva, comprende todo el circulo de los derechos
discutidos; en el amparo no es así; la sentencia es indirecta, particular, negativa,
no hace declaraciones generales, no ataca de frente a la autoridad de que emanó
la ley o el acto que dio motivo al juicio.

No la ataca de frente; el efecto del amparo será, sin duda alguna, que quede sin
efecto la ley o acto reclamado en el caso especial de la queja; pero este efecto no
lo establece la sentencia misma, sino que es una consecuencia de ella; de otro
modo, como se dice en la Exposición de Motivos, el amparo deja sin efecto la ley
apelada, sin ultrajar ni deprimir el Poder Soberano de que emanó, sino
obligándolo, por medios indirectos, a revocarla por el ejercicio de su propia
autoridad.

La sentencia es negativa, porque no condena hacer nada; se limita a sujetar la ley


o el acto reclamado al examen constitucional, y admitiendo que no se conforma

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con los postulados de Ley Fundamental, declara la supremacía de ésta y pone al


agraviado bajo la protección de la justicia federal, en el sentido de que sus efectos
quedan circunscritos al quejoso; la sentencia no nulifica de un modo absoluto la
ley o el acto reclamados, éstos quedan subsistentes, ya que esa ley no será
aplicable para las personas que hayan acudido al juicio constitucional y obtenido
sentencia favorable, pero lo seguirá siendo para quienes no la hayan reclamado;
en al artículo 76 de dicha ley, que se puede suplir la deficiencia de la queja
cuando el acto reclamado se funde en leyes declaradas inconstitucionales por la
jurisprudencia de la Suprema Corte.

El juicio de amparo se seguirá siempre a instancia de parte agraviada; La


sentencia será siempre tal que sólo se ocupe de individuos particulares,
limitándose a ampararlos y protegerlos en el caso especial sobre el que verse la
queja, sin hacer una declaración general respecto de la ley o acto que la motivare,
el amparo, en términos generales, procede contra toda clase de actos de
autoridades; basta que exista un derecho conculcado, por cualquier autoridad que
sea, para que el individuo agraviado pueda buscar la reparación del agravio en el
juicio constitucional.

En la fracción I del artículo 103, no todas las violaciones de derecho dan lugar al
juicio de amparo; sino proteger al individuo de un modo practico y eficaz contra los
abusos del Poder, cuando estos traen como consecuencia una lesión a sus
derechos, si la violación a la ley no produce perjuicio para el individuo, el amparo
será improcedente; en uno y otro caso podrá haber responsabilidades civiles y
penales en contra de la autoridad que ejecutó el acto.

Sobre la naturaleza, objeto y alcances de la suspensión; la suspensión del acto


reclamado tiene por objeto primordial mantener viva la materia del amparo,
impidiendo que el acto que lo motiva, al consumarse irreparablemente, haga
ilusoria para el agraviado la protección de la justicia federal; la suspensión es una
parte esencial del juicio de amparo; es, en muchos casos, una necesidad del
mismo, en efecto, desde que el quejoso obtiene la suspensión, se encuentra
protegido por la ley; su situación jurídica continúa siendo la que era antes de que
el acto violatorio hubiera tenido lugar; y la sentencia de amparo no viene a
producir otro resultado práctico a su favor que el de convertir en definitiva la
protección de que ya disfrutaba por virtud de la suspensión, la suspensión viene,
pues, a equivaler a un amparo provisional.

Ejemplo de ello es que un agricultor pide amparo contra la orden arbitraria de un


presidente municipal que le impide levantar la cosecha que actualmente tiene en
determinado terreno de su propiedad. Si tal caso se presentara a la consideración
de la Corte, decidiría, en el sentido de negar la suspensión, porque si se
concediera, el efecto de ella sería que el quejoso pudiera levantar, desde luego,
su cosecha, obteniendo con aquélla lo que sólo debería obtener con la concesión
del amparo.

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La falsedad del principio que funda la negativa de la suspensión, una de dos: o se


acepta que la suspensión puede producir los efectos del amparo o se admite que
tratándose de casos en que aquélla, por la fuerza de las cosas, produce efectos
prácticamente definitivos, el amparo es incapaz de llenar sus fines, y como esto es
la negación del amparo como un recurso serio, como esto supone la existencia de
violaciones de garantías que no tienen remedio en el amparo, como esto, en fin,
contraría los fines primordiales de la suspensión, que son mantener viva la materia
de aquel, hay que aceptar lo primero.

La finalidad del amparo es proteger al individuo contra los abusos del Poder; la de
la suspensión es protegerlo mientras dure el juicio constitucional; en
consecuencia, una teoría sobre la suspensión no sería jurídica, sino cuando
ambas finalidades queden satisfechas. Que la protección que otorga la
suspensión sea, en algunos casos, provisional, y que, en otros, por la naturaleza
de los actos reclamados, sea prácticamente definitiva.

Refiere el Autor que en la adición que en 30 de diciembre de 1950 se hizo al


artículo 107 de la Constitución, se volvió a la fórmula antigua: “Los actos
reclamados dice la fracción X del citado artículo, podrán ser objeto de suspensión
en los casos y mediante las condiciones y garantías que determine la ley…”
Tenemos, entonces que ya no sólo por una ley secundaria, sino por la
Constitución misma, la concesión de la suspensión es una función facultativa del
juez, sujeta, claro está, a la realización de ciertos requisitos.

De acuerdo con la reglamentación anterior, el perjuicio para el agraviado, en


relación con el perjuicio para la sociedad y el Estado, era el único elemento que
debía considerarse para conceder la suspensión, si el acto reclamado perjudicaba
al quejoso y su inmediata ejecución no perjudicaba a la sociedad o al Estado,
aquélla debía concederse; si, por el contrario, la suspensión ocasionaba un
perjuicio a la sociedad o al Estado, debía negarse; la violación cometida, para
nada era tomada en cuenta, esa reforma constitucional cambio el sistema: el
perjuicio social y el colectivo continúan siendo elementos de estudio para la
procedencia de la suspensión; pero ya no son los únicos, su estudio debe hacerse
en relación con el de la naturaleza de la violación alegada.

Si del estudio que se haga de la violación, resulta que no hay datos que
comprueben su existencia, la suspensión deberá negarse; si, en cambio, la
violación existe, la labor del juez consistirá en estudiar, bajo todos sus aspectos, la
naturaleza de la violación en relación con el interés social, y si de ese estudio se
destaca el predominio de este interés respecto de la violación misma, la
suspensión deberá negarse.

Es un argumento más en pro de la necesidad que hay de fijarse al fondo del


asunto para decidir sobre la suspensión, es normal que desde que se inicia un
juicio de amparo se pueda presumir si realmente existe la violación de que el
promovente se queja; y la consideración del hecho, de las circunstancias que le

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han acompañado y de los resultados probables del amparo, influirán en el ánimo


del juez para resolverse a conceder o negar la suspensión que se le pide.

Por otro lado en el auto de exequendo, dictado sin que el reo haya tenido
oportunidad de presentar su defensa ni presentar pruebas, sólo puede apoyarse
lógicamente en la facultad de prejuzgar concedida al juez, facultad provisional,
temporal, mientras dura el procedimiento, facultad que no empiece a decidir por la
sentencia definitiva el fondo mismo de la controversia, según los datos que las
partes aduzcan.

En los tres géneros restantes de suspensión, a saber: la de oficio a que se refiere


la fracción II del artículo 54; la otorgable sin fianza a petición de parte, según
fracción I del artículo 55, y la que sólo procede a petición de parte y con el
requisito de la fianza, podemos identificar como ejemplo aquel en que el Ejecutivo
declara de oficio la nulidad de un título minero o la rescisión de un contrato
celebrado por la nación con algún particular. La violación de la garantía del párrafo
segundo del artículo 14 constitucional es prima facie tan manifiesta, que la
suspensión debiera otorgarse con sólo la presentación de la demanda de amparo
y la constancia de la resolución administrativa. La Suprema Corte ha resuelto
algún caso en este sentido. Otro ejemplo es que si la autoridad fiscal de un Estado
ejerce la facultad económico-coactiva contra un comerciante, con objeto de
hacerle efectivo un impuesto por aduanas locales, que requiere inspección o
registro de bultos, o exige documentos que acompañen la mercancía; o bien, dicta
una orden contra ese mismo comerciante impidiendo el tránsito de sus
mercancías por el territorio del mismo Estado. El comerciante comprueba uno u
otro hecho con documentos de la autoridad responsable, o la prueba resulta del
informe previo que debe rendir dicha autoridad. ¿No es éste un caso en que la
violación constitucional es tan evidente prima facie que sea imperativo otorgar la
suspensión sin fianza, ni otro requisito semejante?

Pero no lo es en la mayoría de los que a diario se presentan, en que basta la


lectura de aquélla para formarse un juicio, más o menos exacto, sobre la violación
reclamada, ya sea atendiendo al acto en sí mismo, a las circunstancias en que
tuvo lugar o a la autoridad de que procede. La práctica en la judicatura es, a este
respecto, la mejor guía que pueden tener los encargados de administrar justicia,
un juez de Distrito, con experiencia, difícilmente se equivocará sobre la seriedad
de la reclamación desde que se le presente ésta, pues aunque en términos
categóricos ha decidido que en el incidente de suspensión no pueden tomarse en
cuenta cuestiones de fondo, de aquí que para poder decidir si la ejecución del acto
reclamado causa perjuicios al quejoso, es preciso examinar si aquél tiene derecho
a que tal acto no se ejecute en su contra; de otro modo, es preciso atender a la
constitucionalidad de dicho acto.

Hay actos cuya ejecución produce la irreparabilidad de agravio; son los


consumados de un modo irreparable, de que habla la fracción IX del artículo 73 de
la Ley de Amparo, un caso típico es la ejecución de la pena de muerte, hay actos
cuya ejecución produce sus efectos todos desde el momento en que tienen lugar,

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pero que, a diferencia de los anteriores, pueden repararse, como el remate de


bienes, el lanzamiento de un individuo de la casa que ocupa, y los hay, finalmente,
en que la ejecución tiene lugar de día en día, de momento en momento, sin que
pueda precisarse cuándo queda definitivamente ejecutado el acto; tales son la
clausura de una casa comercial, depósito de objetos embargados, la desposesión
de bienes en general, etc. Los primeros no presentan dificultad ninguna en lo que
se refiere a la suspensión, consumado irreparablemente el acto, la suspensión es
improcedente, como lo es el amparo mismo. Respecto de los segundos resulta lo
mismo, ejecutado el acto, no hay nada que suspender; pero tratándose de los
terceros, los que se ejecutan de día en día, de momento en momento, no es lo
mismo, cuando se clausura un comercio con el objeto de que no esté abierto al
público; cuando, por virtud de un embargo de muebles, se nombra un depositario
que cuide de la cosa embargada; cuando se despoja a alguien de lo que estaba
poseyendo, no se está en presencia de actos ejecutados, pues la ejecución
trasciende a futuro; se verifica de momento a momento; tiene lugar, en los
anteriores ejemplos, por todo el tiempo en que esté clausurado el establecimiento
comercial o privado el quejoso de la tenencia material de sus bienes; durante todo
ese tiempo, el acto está en vías de ejecución, está ejecutándose; no puede, pues,
decirse que no haya nada que suspender; la suspensión puede afectar a la
ejecución del acto, en cuanto a la continuidad de esa ejecución, y no hay razón
para que no sea así, supuesto que el objeto de aquélla es evitar perjuicios al
quejoso, mientras dure el juicio de garantías, protegerlo provisionalmente mientras
se decide si el acto que reclama es violatorio de la Constitución, y tal objeto sólo
se llena suspendiendo la continuación de acto violatorio.

No se le dan a la suspensión efectos restitutorios, propios de la sentencia de


amparo; el efecto de ésta, es restituir al individuo en el goce de la garantía que se
la arrebató; ahora bien cuando se concede la suspensión para que un acto que no
ha producido todos sus efectos a través del tiempo, no los continúe produciendo,
no se restituye al individuo en el goce de su garantía violada, supuesto que el acto
violatorio sigue existiendo; lo que se hace es mantener, mientras dure el juicio, la
situación jurídica que existía antes de que tuviera lugar el acto reclamado, pero sin
nulificarlo; dejándolo por el contrario, subsistente, a fin de que sea la sentencia de
amparo la que, al nulificarlo, restituya al agraviado en el goce de sus garantías.

Citando un caso en el cual se solicitó el amparo contra un embargo de bienes


muebles, antes de que los bienes embargados hubieran sido entregados al
depositario nombrado; la Corte estimó, en el considerando relativo de su
ejecutoria, que debería negarse la suspensión respecto del embargo, por ser éste
un acto ejecutado, y concederse respecto de la entrega de los muebles
embargados al depositario, por no estar aún ejecutado este acto; ahora bien,
como el embargo de bienes muebles no se entiende perfeccionado sino hasta que
la cosa embargada queda constituida en depósito en poder del depositario
nombrado, “véase ejecutoria publicada en el tomo XIX, pág. 550, del Semanario
Judicial”, la resolución de la Corte implica un contrasentido, supuesto que al haber
concedido la suspensión respecto de la entrega al depositario del mueble
embargado, en realidad la concedió contra el embargo mismo, no obstante haber

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considerado que debería negarse con relación a éste, por tratarse de un acto
ejecutado y por no poder tener aquélla efectos restitutorios, sino en el falso
principio de que la suspensión no puede tener efectos restitutorios, que son
propios de la sentencia que se pronuncie en cuanto el fondo, y ese fundamento
llevó a aquel Alto Tribunal a hacer una lamentable confusión entre los actos
negativos y los prohibitivos.

La suspensión no procede respecto de los actos probables y los futuros; la razón


es que esos actos no tienen existencia todavía, y no teniéndola, no puede haber
materia para aquélla.

Por ejemplo, la orden de aprehensión dictada por una autoridad y que ha de


ejecutar otra, sería un acto futuro que no podría dar origen al amparo y a la
suspensión hasta que no se ejecutara.

La suspensión es improcedente cuando el amparo lo es; la razón está en que


teniendo por fin aquélla mantener viva la materia del amparo o evitar perjuicios al
quejoso, mientras dura el juicio constitucional, no tiene objeto, ni una ni otra cosa,
cuando la queja es improcedente; conceder la suspensión en tales circunstancias
es antijurídico, porque si, por la improcedencia del amparo, es imposible que el
quejoso pueda obtener la protección de la justicia federal, ilógico resulta que se le
conceda la protección provisional que otorga la suspensión.

Teniendo por objeto la suspensión proteger al individuo contra la ejecución del


acto que reclama, mientras se pronuncia sentencia definitiva que decida sobre su
inconstitucionalidad no puede comprender actos distintos de los que dieron origen
al amparo; la resolución que concede o niega la suspensión no causa estado; lo
que quiere decir, antes de pronunciarse sentencia definitiva en el juicio, puede
modificarse, sea concediendo la que en un principio se hubiese negado, sea
negando la que se hubiese concedido.

Respecto a la competencia para conocer de la suspensión, podemos decir de


conformidad a lo que nos ilustra el autor es que de acuerdo con las reformas
constitucionales de 30 de diciembre de 1950, las autoridades con jurisdicción para
conocer del amparo, son: la Suprema Corte de Justicia, los Tribunales Colegiados
de Circuito, los jueces de Distrito y los Tribunales Superiores de los Estados, del
Distrito y Territorios Federales, en los casos de la fracción XII del artículo 107 de
la Constitución.

Sin embargo, el legislador ha atribuido competencia para conocer de la


suspensión a otras autoridades, además de aquéllas, y que son: las responsables
contra las que se pida amparo, cuando éste va enderezado contra una sentencia
definitiva civil o penal o contra un laudo, en los casos de que deban conocer, en
única instancia, la Suprema Corte de Justicia o los Tribunales Colegiados de
Circuito; los jueces de Primera Instancia o, en su defecto, cualquiera otra
autoridad que tenga ejecución en lugares en donde no radica el juez de Distrito.
En suma, las autoridades con jurisdicción para conocer de la suspensión, son las

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siguientes: I. La Suprema Corte de Justicia de la Nación. II. Los Tribunales


Colegiados de Circuito. III. Los jueces de Distrito. IV. Los Tribunales Superiores de
los Estados y del Distrito y Territorios Federales, en los casos de la fracción XII del
artículo 107 constitucional, esto es, cuando se trate de la violación del artículo 16
en materia penal o de los artículos 19 y 20 de la Constitución, siempre que la
violación haya sido cometida por un inferior de aquéllos Tribunales. V. Los
Tribunales Unitarios de Circuito, respecto de las sentencias definitivas que
pronuncien en asuntos civiles o penales. VI. Los Tribunales Superiores de los
Estados y del Distrito y Territorios Federales, respecto de las sentencias
definitivas que pronuncien en asuntos civiles o penales. VII. Los jueces de Primera
Instancia de los Estados y del Distrito y Territorios Federales, respecto de las
sentencias definitivas que pronuncien, que no admitan el recurso de apelación, ni
ningún otro recurso. VIII. Los Presidentes de las Juntas de Conciliación y Arbitraje,
sean federales o locales, respecto de los laudos que pronuncien dichas juntas. IX.
Los jueces de Primera Instancia dentro de cuya jurisdicción radique la autoridad
que ejecute o trate de ejecutar el acto reclamado, si en el lugar no reside el juez
de Distrito y si se trata, además, de actos que importen peligro de privación de la
vida, ataques a la libertad personal fuera de procedimiento judicial, deportación o
destierro o alguno de los prohibidos por el artículo 22 de la Constitución. X.
Cualesquiera otras autoridades judiciales dentro de cuya jurisdicción radique la
autoridad que ejecute o trate de ejecutar el acto reclamado, cuando, reuniéndose
las condiciones mencionadas en el párrafo anterior, la autoridad responsable sea
el juez de Primera Instancia y no haya en el lugar otro de la misma categoría, o
bien, cuando reclamándose contra otras autoridades, no resida en el lugar juez de
Primera Instancia o no pueda ser encontrado. De estas autoridades, las
enumeradas en primero, segundo y tercer términos obran con jurisdicción propia
federal; las otras obran como auxiliares de la Justicia Federal. Todas ellas no
intervienen en la suspensión en el mismo grado y en la misma extensión; por
razón de orden, estudiaremos en secciones separadas cada una de éstas
competencias.

Respecto de la suspensión de oficio, podemos decir que este procede cuando la


propia suspensión de oficio dice el artículo 123 de la ley de Amparo: I. Cuando se
trate de actos que importen peligro de privación de la vida, deportación o destierro,
o alguno de los prohibidos por el artículo 22 de la Constitución Federal. II. Cuando
se trate de algún acto que, si llegare a consumarse, haría físicamente imposible
restituir al quejoso en el goce de la garantía reclamada. La suspensión a que se
refiere este artículo se decretará de plano, en el mismo auto en el que el juez
admita la demanda, comunicándose sin demora a la autoridad responsable para
su inmediato cumplimiento, y haciendo uso de la vía telegráfica, en los términos
del párrafo tercero del artículo 23 de esa ley.

Por otro lado respecto de la suspensión ordinaria, la suspensión de oficio


anteriormente señalada, tiene como fundamento, por una parte, la necesidad de
mantener viva la materia del amparo, impidiendo que el acto que lo motiva se
consume en una forma irreparable, y por otra, poner un inmediato remedio a
ciertas violaciones por el grave carácter que revisten. Estos fundamentos explican

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el interés de la sociedad en dicha suspensión, del que es consecuencia el


ineludible deber que tienen los jueces de concederla, aunque el interesado no lo
solicite y aunque manifieste una voluntad en contrario. En la suspensión ordinaria,
no es así; el propósito que se persigue con ella es el evitar perjuicios al agravio
con la inmediata ejecución del acto reclamado, y como esto interesa
principalmente a aquél, y como nadie mejor que él puede estimar hasta qué punto
le perjudica dicha ejecución, la ley supedita, en cierto modo, la concesión de dicho
beneficio, a la voluntad del interesado, haciendo de la solicitud una condición de
procedencia. Por eso, dicha suspensión se conoce también, en la práctica, con el
nombre de suspensión a petición de parte.

El primer elemento implica la necesidad de un otorgamiento de facultades a las


autoridades que deben de la suspensión, para concederla o negarla; el segundo
elemento fija el criterio que debe normar el ejercicio de dicha facultad.

El requisito básico para la procedencia de la suspensión, es que con ella no se


siga perjuicio al interés general, ni se contravengan disposiciones de orden
público. Su fundamento está en el principio según el cual el interés colectivo está
por encima del individual; la ley atiende al interés del quejoso, para que no se
ejecute el acto reclamado; pero cuando ese interés está en conflicto con el de la
sociedad o el Estado, lo sacrifica a este último.

Como podemos ver, para la procedencia de la suspensión es condición que con


ella no se siga perjuicio al interés social, ni se contravengan disposiciones de
orden público; al lado de este requisito existe el de que la ejecución del acto
reclamado cause al agraviado daños y perjuicios de difícil reparación. La dificultad
en la reparación de los daños y perjuicios es una cuestión de hecho que debe
estudiarse tomando en consideración las circunstancias que en cada caso
concurran; habrá casos en que la dificultad en la reparación de los daños y
perjuicios sea fácil de apreciar, en razón de la naturaleza misma del acto que se
trata de ejecutar.

En relación a lo anterior debemos considerar el perjuicio al agraviado con el


criterio de la Ley de Amparo, esto es, en sí mismo y no en relación con la violación
de la garantía que reclama; consideramos que la ejecución de un acto causa
perjuicios al quejoso si implica la violación de una garantía, pues no puede
jurídicamente perjudicar lo que se ordena de acuerdo con una ley justa.

Esta disposición está ampliamente justificada; la ley, colocándose en un justo


medio, tomando en cuenta los derechos del quejoso y del tercero, uno, interesado
en que el acto reclamado no subsista monto debe ser fijado por el juez de Distrito,
y que puede consistir en fianza, hipoteca, prenda o depósito.

Cuando los derechos del tercero afectados por la suspensión no sean estimables
en dinero, la ley autoriza al juez que conoce del amparo para fijar
discrecionalmente el monto de la garantía.

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El artículo 139 de la Ley de Amparo provee a este inconveniente, concediendo al


quejoso un plazo de cinco días, a contar de la fecha de la notificación, para
otorgar la garantía apareciendo, de los términos del citado precepto, que vencido
dicho plazo, se pierde el derecho concedido por la suspensión. Sin embargo, no
es así, la Suprema Corte de Justicia, en ejecutorias que forman jurisprudencia, ha
interpretado el mencionado artículo en el sentido de que el plazo de cinco días a
que se refiere es para que, dentro de él, la autoridad responsable se abstenga de
ejecutar el acto reclamado, sin significar esto que el quejoso no pueda, aún
después de vencido dicho plazo, si la ejecución no ha tenido lugar, otorgar la
caución correspondiente. Los terceros perjudicados a favor de los cuales debe
otorgarse la garantía, son, según el artículo 5 de la ley, los siguientes:
“a) La contraparte del agraviado cuando el acto reclamado emana de un juicio o
controversia que no sea del orden penal, o cualquiera de las partes en el mismo
juicio, cuando el amparo sea promovido por persona extraña al procedimiento; b)
El ofendido o las personas que, conforme a la ley, tengan derecho a la reparación
del daño o a exigir la responsabilidad civil proveniente de la comisión de un delito,
en su caso, en los juicios de amparo promovidos contra actos judiciales del orden
penal, siempre que éstos afecten dicha reparación o responsabilidad; c) La
persona o personas que hayan gestionado en su favor el acto contra el que se
pide amparo, cuando se trate de providencias dictadas por autoridades distintas
de la judicial o del trabajo.”

La caución que dé el tercero perjudicado para dejar sin efecto la suspensión


acordada, debe ser, en los términos del artículo 126 de la Ley de Amparo,
bastante para restituir las cosas al estado que guardaban antes de la violación de
garantías.

Siempre que se conceda la suspensión mediante garantía ¿procederá el


otorgamiento de contragarantía para dejar aquella sin efecto? El artículo 127 de la
Ley de Amparo señala dos casos de excepción: cuando, de ejecutarse el acto
reclamado, quede sin materia el amparo, y cuando con la suspensión puedan
afectarse derechos de tercero perjudicando que no sean estimables en dinero.

El otorgamiento de la contrafianza no produce otro efecto que el de dejar expedita


la acción de la autoridad responsable para ejecutar el acto reclamado; pero si por
cualquier motivo no lo ejecutare, no tendrá derecho el tercero perjudicado de
ocurrir en queja al juez federal, para que obligue a aquella autoridad a la
ejecución, toda vez que la admisión de la contrafianza no implica orden alguna
tendiente a dicha ejecución.

Así mismo es de referirnos al artículo 138 de la Ley de Amparo, que establece que
en los casos en que la suspensión proceda, se concederá en forma tal que no
impida la continuación del procedimiento en el asunto que haya motivado el acto
reclamado, hasta dictarse resolución firme en él; a no ser que la continuación de
dicho procedimiento deje irreparablemente consumado el daño o perjuicio que
pueda ocasionarse al quejoso. La razón de este precepto está en el interés social
que hay de que no se entorpezca la acción de la justicia; pero este interés cede

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ante la posibilidad de que la continuación del procedimiento deje irreparablemente


consumado el daño o perjuicio que pueda ocasionarse al quejoso, porque ello es
para el legislador de más entidad que la no continuación del procedimiento.

Consecuencia de la regla general contenida en el precepto señalado, es que, si la


suspensión impide la continuación del procedimiento, debe negarse.

Referente de la suspensión en los amparos directos, la suspensión de la ejecución


es de la competencia, como también del tribunal que haya dictado la sentencia o
del presidente de la Junta de Conciliación y Arbitraje, si se trata de laudos.

Tratándose de los laudos de las Juntas de Conciliación y Arbitraje, no es lo


mismo, porque la Constitución, al imponer a las autoridades responsables del
deber de conceder la suspensión contra las sentencias definitivas, solamente se
refirió a estas sentencias, por lo que el mandato de la ley no abarca a los laudos.
En cuanto a éstos, la Ley de Amparo deja al Presidente de la Junta que hubiere
dictado el laudo, la facultad de conceder o negar la suspensión reglamentando el
ejercicio de esa facultad en los artículos 174 y 175.

Las disposiciones indicadas acusan un cambio brusco del sistema seguido por el
Constituyente en lo que respecta a la suspensión contra sentencias definitivas, a
las que equipara el legislador los laudos de las Juntas de Conciliación y Arbitraje.

En efecto, la concesión de la suspensión de un laudo que favorece al obrero,


depende de que no se ponga en peligro a éste de no poder subsistir mientras se
resuelve el amparo; de manera que si existe ese peligro, la suspensión debe
negarse pero solo en cuanto se considere necesario para evitar aquél; en lo
excedente habrá de concederse la suspensión, pero sujeta a la condición de que
la parte contraria al obrero otorgue le garantía correspondiente, a menos que el
obrero otorgue contragarantía.

Por cuanto hace de la suspensión provisional, la suspensión del acto reclamado


no puede otorgarse en forma definitiva, sino después de solicitar de la autoridad, o
de las autoridades responsables, su informe previo, para lo cual tienen un plazo
de veinticuatro horas, a contar de aquella en que se les pida el informe.
Transcurrido dicho término, debe celebrarse una audiencia dentro de las cuarenta
y ocho horas siguientes, para recibir las pruebas que ofrezcan las partes, oír sus
alegatos y pronunciar resolución, concediendo o negando, la suspensión
solicitada.

El juez de Distrito, con la sola presentación de la demanda de amparo, podrá


ordenar que las cosas se mantengan en el estado que guardan hasta que se le
notifique a la autoridad responsable la resolución que se dicte sobre la suspensión
definitiva, tomando las medidas que se estimen convenientes para que no se
defrauden derechos de tercero y se eviten perjuicios a los interesados, hasta
donde sea posible, o bien, las que fueren procedentes para el aseguramiento del
quejoso, si se tratare de la garantía de libertad personal.

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El juez de Distrito siempre concederá la suspensión provisional, cuando se trate


de la restricción de la libertad personal, fuera de procedimiento judicial, lo primero
que se desprende es que la suspensión provisional está sujeta a las mismas
condiciones de procedencia que la definitiva, y es lógico que así sea, pues su
objeto es completar la protección que el legislador ha querido dar al quejoso,
durante la tramitación del juicio constitucional, ya sea para conservar la materia
del amparo o para evitar a aquél perjuicio. En este sentido puede decirse que la
suspensión provisional es a la definitiva, lo mismo que ésta es al amparo: la
suspensión definitiva es para conservar la materia del juicio y evitar perjuicios al
agraviado; la provisional es para conservar la materia de la suspensión.

La suspensión provisional debe concederse, cuando proceda, tomando el juez las


medidas que estime convenientes para que no se defrauden derechos de tercero
y se eviten perjuicios a los interesados, y se tratare de la libertad personal,
dictándose las medidas procedentes para el aseguramiento del quejoso.

Para la concesión de la suspensión provisional, el juez que conoce del amparo


tiene facultades discrecionales; pero cuando se trate de la restricción de la libertad
fuera del procedimiento judicial, tiene el deber de conceder aquélla, tomando las
medidas de aseguramiento pertinentes.

De esos actos, el único que no amerita la suspensión de oficio es el consistente


en ataques a la libertad personal fuera de procedimiento judicial.

Respecto de los recursos y de la revocación por causa superveniente, los


recursos que la ley admite con relación a la suspensión, son la revisión y la queja.
La revisión es para un fin único determinado en la Ley, conocer de la legalidad de
los autos de suspensión definitiva, dictados por los jueces de Distrito o por el
superior del tribunal que haya cometido la violación, así como de la modificación y
revocación de dichos autos. La queja es un recurso que tiene muchas finalidades,
procede contra las resoluciones dictadas en el incidente de suspensión que no
admitan la revisión y que, por su naturaleza trascendental y grave, puedan causar
a las partes un perjuicio no reparable en la sentencia definitiva; a veces sustituye a
la revisión, como es en el caso del auto de suspensión contra un laudo de las
Juntas de Conciliación y Arbitraje, cuando el conocimiento del amparo es de la
competencia de la Suprema Corte o de los Tribunales Colegiados de Circuito; se
usa también para reclamar, en contra de las autoridades responsables, el indebido
cumplimiento o la falta de cumplimiento del auto de suspensión, y, finalmente,
sirve para recurrir las resoluciones dictadas por los jueces de Distrito, al conocer
de la queja, con motivo de incumplimiento de la resolución de suspensión;
entonces es un recurso de queja contra otro recurso de queja.

La suspensión definitiva puede ser de oficio y a petición de parte; en la primera


hay que distinguir entre la que es materia del artículo 123 de la Ley de Amparo,
que se llama también suspensión de plano, por la forma en que debe concederse,
y la que las autoridades responsables decretan contra la ejecución de las

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sentencias definitivas que pronuncian en los casos en que el amparo contra esas
sentencias es de la competencia directa de la Suprema Corte de Justicia o de los
Tribunales Colegiados de Circuito.

La suspensión a petición de parte, llamada así porque para obtenerla es requisito


indispensable solicitarla, es la de que trata el artículo 124 de la mencionada ley.

En los amparos contra laudos de las Juntas de Conciliación y Arbitraje, federales o


locales, de que deben conocer, en única instancia, la Suprema Corte de Justicia o
el Tribunal Colegiado de Circuito, el auto que dicte el Presidente de la Junta,
concediendo o negando la suspensión, es recurrible por medio del recurso de
queja, del que deberán conocer la Suprema Corte de Justicia o el Tribunal
Colegiado, según que el amparo sea de la competencia de una u otro.

El término para la interposición del recurso de revisión es el de cinco días,


contados desde el siguiente al en que surta efectos la notificación de la resolución
recurrida. Para la interposición de la queja, el término es también de cinco días, si
lo que se recurre es una resolución o determinación del juez que conoce del
amparo.

La revisión debe interponerse por escrito, expresándose los agravios que la


resolución recurrida le cause al recurrente, y el escrito correspondiente puede
presentarse ante la autoridad que haya dictado el auto recurrido, o ante la
autoridad revisora; en el primer caso, deberá acompañarse una copia del escrito
de agravios para el expediente, y las que sean necesarias para las partes que
intervienen en el juicio; en el segundo caso, el recurrente deberá dar aviso, bajo
protesta de decir verdad, a la autoridad que haya dictado la resolución, de la
interposición del recurso, acompañando las copias correspondientes.

La tramitación de la queja es la siguiente: si el objeto de ella es reclamar contra


exceso o defecto en la ejecución del auto de suspensión, o el incumplimiento del
auto que concedió la libertad caucional, debe interponerse ante el juez que
conozca del amparo, acompañando las copias necesarias para las autoridades
contra quienes la queja se dirija y para las partes que intervengan en el juicio.
Admitida la queja, se pedirá informe a dichas autoridades y recibido o no, se
dictara la resolución correspondiente.

Por cuanto hace al procedimiento, podemos destacar que los procedimientos en la


suspensión son distintos, según se trate de la de oficio, la que es a petición de
parte, también, llamada suspensión ordinaria, y la que se concede por las
autoridades responsables, en los amparos de competencia en única instancia, de
la Suprema Corte Justicia y de los Tribunales Colegiados de Circuito.

PROCEDIMIENTO EN LA SUSPENSIÓN DE OFICIO.- No es necesario que la


reclamación la haga el mismo agraviado; puede hacerla cualquiera en su nombre,
aunque sea menor de edad o mujer casada; tampoco es necesario que la petición

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se haga por escrito; puede hacerse por comparecencia ante el juez que debe
conocer del amparo

La demanda no necesita llenar ningún requisito; basta que se exprese el nombre


del agraviado, el acto que se reclama y la autoridad responsable, para que el juez,
sin demora alguna, ordene la suspensión, comunicado su resolución por la vía
más rápida, a la autoridad que se señala como responsable y aun a otras que
pudieran tener intervención 174 en la ejecución del acto

PROCEDIMIENTO EN LA SUSPENSIÓN A PETICIÓN DE PARTE.- La petición


puede hacerse en el mismo escrito de demanda, o con posterioridad a la
presentación de él. El artículo 141 de la Ley de amparo autoriza a promover el
incidente de suspensión en cualquier tiempo, mientras no se haya pronunciado
sentencia definitiva en el juicio.

Cuando la petición de la suspensión se haga en la misma demanda de amparo, se


acompañarán, además de las copias que la ley requiera para las autoridades
responsables y para los terceros, otras dos para formar el incidente de suspensión
y el duplicado de él que debe llevarse, conforme al artículo 142. Para resolver
sobre la suspensión definitiva, se comenzará por solicitar de la autoridad, o de las
autoridades responsables, su informe previo, acompañándoles una copia de la
demanda, y previéndoles que deben rendirlo dentro de veinticuatro horas, que
podrán ampliarse respecto de las autoridades foráneas,

El informe debe pedirse por oficio; pero, en casos urgentes, puede solicitarse por
la vía telegráfica y aun ordenarse que se rinda por esa vía.

Los términos en el incidente de suspensión se cuentan de momento a momento,


sin excluir los días inhábiles.

El día y hora señalado para la audiencia, debe celebrarse esta, aunque no se


haya recibido el informe previo de la autoridad responsable, lo que da lugar a que
se presuman ciertos los actos reclamados. En la audiencia se ofrecerán y
recibirán las pruebas, se oirán los alegatos de las partes y se pronunciará la
resolución correspondiente

Las únicas pruebas admisibles en la audiencia son la documental y la de


inspección judicial.

Hablando de la jurisprudencia, esta se define de diversos modos la jurisprudencia.


Justiniano la definía diciendo que era el conocimiento de las cosas divinas y
humanas, la ciencia de lo justo y de lo injusto. Según otra definición, la
jurisprudencia es el hábito práctico de interpretar rectamente las leyes y de
aplicarlas a los casos que se presentan. Se llama también jurisprudencia a los
principios que en cada país, o en cada tribunal, se aplican en materia de Derecho,
esto es, la costumbre adquirida de juzgar de manera determinada en cada

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negocio y la serie de sentencias que forman un criterio sobre un punto


determinado de Derecho.

Para finalizar podemos añadir respecto del autor del libro materia del presente
ensayo que desde la década de los cincuenta del siglo XX, Couto (1973) sostuvo
la necesidad de otorgar a la suspensión los efectos de un amparo provisional,
para lo cual era necesario realizar un análisis previo de la probable
inconstitucionalidad del acto reclamado la fracción X del artículo 107 de la Carta
Magna-CPEUM que dispone que debe prever la naturaleza de la violación
alegada.

Conforme a la anterior ley de amparo, en caso de incumplimiento por parte del


responsable del auto que concedió la suspensión, lo precedente era la denuncia
de violación de la medida cautelar en la vía incidental, conforme a lo previsto por
los artículos 358 y 360 del Código Federal de Procedimientos Civiles.

En este supuesto, la suspensión en el juicio de amparo indirecto era concedida


analizando el interés con el que comparecía el quejoso, siempre tomando en
cuenta la naturaleza la violación alegada, sin originar perjuicio de interés social ni
se contravengan disposiciones de orden público.

Después de la reforma al artículo primero de la CPEUM (Congreso de la Unión,


art. 1, 9 de junio del 2012) el Estado se encuentra sujeto y pendiente de la estricta
observancia de los derechos humanos reconocidos y contenidos en el mismo
cuerpo normativo y en los Tratados Internacionales.

Esta reforma impactó directamente los juicios de tutela constitucional (juicio de


amparo) y en particular a la protección que estos brindan a los gobernados a
través de la institución procesal denominada suspensión del acto reclamado.

La investigación resulta oportuna al analizar el caso de la suspensión del acto


reclamado concedida en los autos del juicio de amparo indirecto número:
452/2016-III, del índice del Juzgado Tercero del Décimo Circuito en el estado de
Tabasco, en el que el quejoso, una persona de la tercera edad, en condiciones de
pobreza, sin familia, enfermo y con una atención médica que se catalogó
deficiente o casi nula, demandó al Estado la protección de su derecho humano a
la salud, a un trato humano y digno.

Con la suspensión concedida se logra mantener viva la materia que da origen al


juicio de amparo, en este caso la vida del propio quejoso, asegurando con esto la
protección constitucional de sus derechos humanos, pero con una particularidad,
la suspensión se concedió a Contrario Sensu, lo que se traduce en un no dejar de
hacer como legalmente establece la Ley de Amparo, Reglamentaria de los
artículos 103 y 107 de la CPEUM, al respecto Mario Flores señaló:

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“…la suspensión del acto reclamado como aquella medida cautelar que proveerá
de vida al propio juicio, con una importancia que puede llegar a ser mayor, incluso,
que el dictado de la sentencia protectora misma.”

De lo anterior, se confirma que lo esencial en la suspensión es mantener viva la


materia del juicio de amparo, pues sin ella, el juzgador no tendría elemento sobre
el cual dictar una resolución, trayendo consigo un desgaste innecesario en el
sobrecargado sistema judicial.

No es óbice mencionar que concedida la suspensión se fija garantía para


responder por los daños y perjuicios que la promoción de un juicio con la sola
intención de retrasar u obtener un beneficio indebido frente a un tercero, posterior
a ello se procede a fijar la contragarantía para levantar la suspensión, aunque
previamente no se haya fijado garantía para obtenerla.

En la especie la garantía señalada no aconteció por tratarse de una violación a un


derecho fundamental y por no existir tercero extraño a juicio que pudiera alegar el
perjuicio que se ha mencionado.

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