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5/2/23, 21:42 Capítulo 6: La conferencia general

Capítulo 6

La conferencia general

Introducción
El Señor instruyó al profeta José Smith (1805–1844) que: “Los varios
élderes que componen esta Iglesia de Cristo deben reunirse en
conferencia… de cuando en cuando” con el fin de llevar a cabo
“cualquier asunto de la iglesia que fuere necesario en esa ocasión” (D. y
C. 20:61–62). Aproximadamente dos meses después de la organización
de la Iglesia, se llevó a cabo la primera conferencia, el 9 de junio de
1830. El profeta José Smith registró lo siguiente con respecto a esa
primera conferencia: “Éramos aproximadamente treinta, además de las
muchas personas que se habían reunido con nosotros, que eran
creyentes o estaban ansiosas de aprender. Habiendo empezado la
reunión con canto y oración, participamos juntos de los emblemas del
cuerpo y de la sangre de nuestro Señor Jesucristo. Luego procedimos a
confirmar a varios que recientemente se habían bautizado, después de
lo cual llamamos y ordenamos a varios a los diversos oficios del
sacerdocio. Se nos dio mucha exhortación e instrucción, y el Espíritu
Santo se derramó sobre nosotros de manera milagrosa; muchos de
nuestros miembros profetizaron, mientras que a otros se les desplegaron
los cielos ante su vista” (en History of the Church, tomo I, págs. 84–85).

Así como en 1830, las conferencias generales continúan proporcionando


“mucha exhortación e instrucción”, y “el Espíritu Santo [se derrama]”
en esas congregaciones sagradas. En este capítulo se recalcan los
propósitos de las conferencias generales de la Iglesia y se enfatiza
nuestro papel en aceptar el consejo y las advertencias de los siervos del
Señor. Al estudiar este capítulo, evalúa tu actitud actual respecto a la
conferencia general y considera lo que podrías hacer para recibir una
mayor renovación espiritual e instrucciones personales de los mensajes
de los líderes de la Iglesia.

Comentarios
6.1
Los propósitos de las conferencias generales
El presidente David O. McKay (1873–1970) resumió los propósitos de
las conferencias generales:

“(1) Informar a los miembros acerca de las condiciones generales: si la


Iglesia está progresando o retrocediendo desde el punto de vista
económico, eclesiástico y espiritual. (2) Elogiar el verdadero mérito.

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(3) Expresar gratitud por la guía divina. (4) Dar instrucción ‘en


principio, en doctrina, en la ley del evangelio’. (5) Proclamar la
restauración, con la autoridad divina para administrar en todas las
ordenanzas del evangelio de Jesucristo; y declarar, citando al apóstol
Pedro, que ‘no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres’ que
el de Jesucristo ‘en que podamos ser salvos’(Hechos 4:12). (6) Exhortar
e inspirar para continuar en mayor actividad” (en Conference Report,
octubre de 1954, pág. 7).

6.2
La conferencia general brinda oportunidades para la
renovación espiritual
El presidente Howard W. Hunter (1907–1995) enseñó que la
conferencia general es un tiempo para fortalecer nuestro testimonio y la
determinación de mejorar nuestra vida:

“Los días de conferencia son un tiempo de renacimiento espiritual en


el que aumentan y se fortalecen el conocimiento y el testimonio de
que Dios vive y bendice a aquellos que son fieles. Es el tiempo en el que
la comprensión de que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente, se
graba en el corazón de aquellos que han tomado la determinación de
servirle y de guardar Sus mandamientos. Es el tiempo en el que
nuestros líderes nos dan dirección inspirada en cuanto a la manera de
conducir nuestra vida; en el que nuestro corazón se conmueve y se
toman resoluciones de ser mejores esposos y esposas, padres y madres,
de ser hijos e hijas más obedientes, mejores amigos y vecinos” (véase
“Nuestro testimonio al mundo”, Liahona, febrero de 1982, pág. 20;
énfasis agregado).

Durante la sesión final de la Conferencia General de octubre de 2006, el


élder Jeffrey R. Holland, del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó
que el dar oído a la voz de Dios mediante Sus siervos es de vital
importancia para la supervivencia espiritual en nuestros días de peligros
y dificultades:

“Vivimos días turbulentos y difíciles; vemos guerras por el mundo y


dificultades nacionales. Nuestros vecinos afrontan aflicciones personales
y pesares familiares. Muchísimas personas pasan por muchas clases
diferentes de temor y tribulación. Eso nos hace recordar que cuando los
vapores de tinieblas envolvieron a los viajeros en la visión de Lehi del
árbol de la vida, rodearon a todos los participantes, tanto a los justos
como a los injustos, al joven junto con el anciano, al nuevo converso y al
miembro de mucho tiempo. En esa alegoría, todos hacen frente a la
oposición y a las penalidades, y únicamente la barra de hierro —la
palabra declarada de Dios— puede guiarlos con seguridad. Todos
necesitamos esa barra; todos necesitamos esa palabra. Nadie está seguro
sin ella, porque si no se tiene, cualquiera puede ‘[caer] en senderos

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prohibidos y [perderse]’, como se indica en el registro [1 Nefi 8:28;


véanse también versículos 23–24]. Cuán agradecidos estamos por haber
oído la voz de Dios y sentido la fuerza de esa barra de hierro en esta
conferencia estos dos días pasados” (véase “De nuevo llegaron profetas
a la tierra”, Liahona, noviembre de 2006, pág. 105; énfasis agregado).

6.3
Las palabras de los profetas pronunciadas mediante el
Espíritu durante la conferencia general son Escritura de los
últimos días
Una Escritura es la intención y la voluntad de Dios revelada por medio
de Sus siervos (véase D. y C. 68:4). El apóstol Pablo declaró: “… la
profecía nunca fue dada por voluntad humana, sino que los santos
hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo”
(2 Pedro 1:21). Tales Escrituras se han escrito y preservado en los libros
canónicos como joyas inestimables de verdad eterna. Sin embargo, los
libros canónicos no son la única fuente de Escritura. El élder James E.
Talmage (1862–1933), del Cuórum de los Doce Apóstoles, indicó la
conexión que existe entre los libros canónicos y las palabras de los
profetas vivientes:

“Los libros canónicos de la Iglesia constituyen la autoridad escrita de la


Iglesia en cuanto a doctrina. Sin embargo, la Iglesia se mantiene
preparada para recibir luz y conocimiento adicionales ‘pertenecientes al
Reino de Dios’ mediante revelación divina. Creemos que Dios está tan
dispuesto hoy, como lo ha estado siempre, a revelar Su intención y
voluntad al hombre, y que lo hace por medio de Sus siervos señalados
—profetas, videntes y reveladores— investidos por ordenación con la
autoridad del Santo Sacerdocio. Por tanto, confiamos en que las
enseñanzas de los oráculos vivientes de Dios tienen igual validez que
las doctrinas de la palabra escrita” (Articles of Faith, 1968, pág. 7;
énfasis agregado).

El presidente Joseph Fielding Smith (1876–1972), enseñó en cuanto a


las Escrituras de los últimos días:

“Cuando uno de los hermanos presidentes se pone de pie delante de


una congregación del pueblo hoy en día, y la inspiración del Señor está
sobre él, habla lo que el Señor quiere que hable, y es Escritura, tanto
como cualquier cosa escrita en cualquiera de estos registros; sin
embargo, a estos los llamamos los libros canónicos de la Iglesia.
Dependemos, naturalmente, de la guía dada por las Autoridades que
tienen derecho a la inspiración.

“Hay solamente un hombre a la vez, en la Iglesia, que tiene el derecho


de dar revelación para ella, y ese hombre es el Presidente de la Iglesia.
Pero eso no impide que otros miembros de esta Iglesia expresen la
palabra del Señor, como se indica aquí en esta revelación, sección 68
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[véase D. y C. 68:2–6]; mas una revelación que tiene que ser dada como
lo fueron las revelaciones de este libro, para toda la Iglesia, solamente
vendrá mediante el oficial presidente de la Iglesia. Sin embargo, la
palabra del Señor, expresada por otros siervos en las conferencias
generales y en las conferencias de estaca, o dondequiera que ellos estén,
cuando expresan lo que el Señor ha puesto en sus bocas, es la palabra
del Señor tanto como los escritos y las palabras de otros profetas en
otras dispensaciones” (véase Doctrina de Salvación, compilación de
Bruce R. McConkie , 1954, tomo I, pág. 179).

El presidente J. Reuben Clark Jr. (1871–1961) explicó que debemos ser


dignos y recibir inspiración del Espíritu Santo para saber cuándo las
Autoridades Generales hablan por el poder del Espíritu Santo:

“La pregunta es, ¿cómo sabremos cuando las cosas que han hablado
fueron dichas ‘conforme los inspire el Espíritu Santo’? [D. y C. 68:3].

“He reflexionado en esa pregunta, y la respuesta, según lo puedo


determinar, es: podemos saber si los oradores son ‘inspirados por el
Espíritu Santo’ solamente si nosotros mismos somos ‘inspirados por
el Espíritu Santo’.

“En un sentido, eso hace que la responsabilidad de determinar cuándo


hablan en esa forma pase de los hombros de ellos a los nuestros”
(“When Are Church Leaders’ Words Entitled to Claim of Scripture?”,
Church News, 31 de julio de 1954, pág. 9; énfasis agregado; véase también
2 Pedro 1:20–21).

El presidente Howard W. Hunter (1907–1995) habló en cuanto a los


discursos de conferencia general en comparación con las Escrituras de
los últimos días:

“Los profetas, videntes y reveladores, así como otras Autoridades


Generales de la Iglesia, dan muchos consejos inspirados durante la
conferencia general. Nuestros profetas de hoy en día nos han instado a
hacer de la lectura de los ejemplares de conferencia de nuestras revistas
de la Iglesia una parte importante y regular de nuestro estudio
personal. De ese modo, la conferencia general se convierte, en cierta
forma, en un complemento o una extensión de Doctrina y Convenios.
Además de los ejemplares de la conferencia de la revista de la Iglesia, la
Primera Presidencia escribe artículos mensuales que contienen consejo
inspirado para nuestro bienestar” (The Teachings of Howard W. Hunter, ed.
Clyde J. Williams, 1997, pág. 212; énfasis agregado; véase también
Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Howard W. Hunter, 2015, pág.
123).

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6.4
El beneficio y el valor de la revelación de los últimos días
El presidente Harold B. Lee (1899–1973) observó la importancia de
aceptar y dar oído a la revelación:

“Algunos de los grandes pensadores de nuestra generación, aparte de


los miembros de la Iglesia, han comprendido la necesidad de tener
revelaciones del Señor para dar vitalidad a las enseñanzas de una
iglesia. Fue Ralph Waldo Emerson quien dijo:

“‘Las escrituras hebreas y griegas contienen frases inmortales que han


sido el pan de vida para millones de personas, pero carecen de
grandiosa integridad, son fragmentarias y no se muestran al intelecto en
su orden… Tampoco la Biblia puede permanecer cerrada hasta que
nazca el último gran hombre… Los hombres han llegado a referirse a la
revelación como algo que se dio hace mucho tiempo y se terminó, como
si Dios hubiera muerto. Ese daño a la fe reprime a los predicadores, y la
institución más buena se convierte en una voz incierta e incoherente.
Nunca hubo mayor necesidad de revelación que hoy’. [Contiene
declaraciones de un discurso pronunciado en Harvard Divinity School,
15 de julio de 1838, y Representative Men, “Uses of Great Men”]…

“Existen en esta, nuestra época, hombres comisionados por el Señor


con poder y autoridad, y Él les ha dado la inspiración para enseñar y
proclamar estas cosas al mundo con el propósito que el Señor ha
declarado: … que los élderes de la Iglesia puedan aconsejar a los
miembros acerca de los asuntos importantes conforme a la inspiración y
revelación que reciban de tiempo en tiempo. Al salir los Santos de los
Últimos Días de esta conferencia e ir a sus hogares, sería bueno que
consideraran seriamente la importancia de… esta conferencia y la
utilizaran como guía para sus acciones y sus palabras en los próximos
seis meses. Estos son los asuntos importantes que el Señor considera
oportuno revelar a este pueblo en la actualidad” (en Conference Report,
abril de 1946, págs. 67–68).

El presidente Thomas S. Monson nos alentó a estudiar los discursos de


la conferencia que se encuentran en las revistas de la Iglesia:

“Les recordamos que los mensajes que hemos escuchado durante esta
conferencia se imprimirán en los ejemplares de las revistas Ensign y
Liahona. Al leerlos y estudiarlos, recibiremos más instrucción e
inspiración. Es mi deseo que incorporemos a nuestro diario vivir las
verdades que allí se encuentran” (“Palabras de clausura”, Liahona,
noviembre de 2009, pág. 109; énfasis agregado).

El élder Lowell M. Snow, de los Setenta, comparó la conferencia


general a la Liahona que el Señor proporcionó para guiar a Lehi y a su
familia (véase 1 Nefi 16:10, 16, 29):

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“El Señor proporciona hoy en día guía y dirección a las personas y a las
familias como lo hizo con Lehi. Esta conferencia general es en sí una
Liahona moderna, el momento y el lugar para recibir la guía y dirección
inspiradas que nos hacen prosperar y nos ayudan a seguir el sendero de
Dios por los parajes más fértiles de la vida terrenal. Piensen en que
estamos reunidos para oír el consejo de profetas y apóstoles, quienes
han orado intensamente y se han preparado con cuidado para saber qué
es lo que el Señor desea que digan. Hemos orado por ellos y por
nosotros mismos para que el Consolador nos enseñe la intención y la
voluntad de Dios. Sin duda, no hay mejor momento ni mejor lugar para
que el Señor dirija a Su pueblo que en esta conferencia.

“Las enseñanzas de esta conferencia son la brújula del Señor. En los


próximos días, ustedes podrán, al igual que Lehi, salir a la puerta de
entrada de su casa y encontrar una Liahona u otra publicación de la
Iglesia en el buzón, y allí encontrarán los mensajes de las reuniones de
esta conferencia. Al igual que la Liahona de la antigüedad, esta nueva
Escritura será sencilla y fácil de leer, y les proporcionará a ustedes y a su
familia el conocimiento concerniente a los caminos y los senderos del
Señor” (véase “La brújula del Señor”, Liahona, noviembre de 2005,
pág. 97; énfasis agregado).

6.5
Nos comprometemos a dar oído y a apoyar a quienes
sostenemos en la conferencia general
El sostenimiento de los oficiales de la Iglesia siempre ha sido parte de
La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. En las
Escrituras se enseña que: “No se ordenará a ninguna persona a oficio
alguno en esta iglesia, donde exista una rama de ella debidamente
organizada, sin el voto de dicha iglesia” (D. y C. 20:65). En la primera
reunión de la Iglesia que se efectuó el 6 de abril de 1830, “José Smith
preguntó a los presentes si estaban dispuestos a aceptarlo a él y a Oliver
Cowdery como sus maestros y consejeros espirituales. Todos levantaron
la mano en señal de aprobación” (véase La historia de la Iglesia en el
cumplimiento de los tiempos, Manual del alumno, manual del Sistema
Educativo de la Iglesia, 2003, pág. 74; véase también History of the
Church, tomo I, pág. 77). Más tarde, el Señor afirmó que “todas las
cosas se harán de común acuerdo en la iglesia, con mucha oración y
fe” (D. y C. 26:2; énfasis agregado). En la conferencia general tenemos
la oportunidad de sostener, de común acuerdo, a la Primera
Presidencia, al Cuórum de los Doce Apóstoles, a los miembros de los
Cuórums de los Setenta y a otros oficiales generales de la Iglesia.

Cuando el presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) fue sostenido


como Presidente de la Iglesia, él explicó el compromiso que hacemos
cuando sostenemos a los líderes de nuestra Iglesia:

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“Esta mañana todos participamos en una asamblea solemne, la cual es,


exactamente, lo que el nombre indica. Es una reunión de miembros,
donde cada uno es igual al otro al ejercer, con seriedad y solemnidad, el
derecho de apoyar o no apoyar a aquellos que, según las disposiciones
que se originan en las revelaciones, han sido llamados a dirigir.

“La práctica del sostenimiento es mucho más que el rito de levantar la


mano; es el compromiso de sostener, de apoyar y de ayudar a quienes
han sido elegidos…

“Al levantar la mano esta mañana en la asamblea solemne, manifestaron


su disposición y deseo de sostenernos, a nosotros, sus hermanos y
siervos, con su confianza, fe y oraciones” (“Esta obra está dedicada a la
gente”, Liahona, julio de 1995, pág. 57; énfasis agregado).

El élder David B. Haight (1906–2004), del Cuórum de los Doce


Apóstoles, habló acerca del convenio que hacemos con Dios cuando
sostenemos a los líderes de la Iglesia:

“Cuando sostenemos al Presidente de la Iglesia con la mano levantada,


no solo reconocemos ante Dios que él es el poseedor legal de todas las
llaves del sacerdocio, sino que también hacemos convenio con Dios de
que obedeceremos la dirección y los consejos que recibamos por medio
de Su Profeta. Este es un convenio solemne” (véase “Las asambleas
solemnes”, Liahona, enero de 1995, pág. 16).

En Doctrina y Convenios 107:22 dice que los miembros de la Primera


Presidencia son “sostenidos por la confianza, fe y oraciones de la
iglesia”. El día en que Thomas S. Monson, Henry B. Eyring y Dieter F.
Uchtdorf fueron sostenidos en una asamblea solemne como Primera
Presidencia, el presidente Eyring enseñó lo siguiente con respecto a lo
que significa sostener a nuestros líderes:

“A fin de sostener a quienes se ha llamado hoy, debemos examinar


nuestra vida; arrepentirnos, de ser necesario; prometer guardar los
mandamientos del Señor y seguir a Sus siervos. El Señor nos advierte
que si no hacemos estas cosas, el Espíritu Santo se retirará, perderemos
la luz que hemos recibido y no podremos cumplir la promesa que
hemos hecho hoy de sostener a los siervos del Señor en Su Iglesia
verdadera…

“Hoy, en especial, sería acertado tomar la determinación de sostener


con nuestra fe y nuestras oraciones a todos los que nos presten servicio
en el Reino. Sé, personalmente, del poder de la fe de los miembros para
sostener a los que han sido llamados. Las últimas semanas he sentido
de manera muy intensa las oraciones y la fe de personas que no
conozco y que me conocen a mí solo como alguien llamado a servir
mediante las llaves del sacerdocio. El presidente Thomas S. Monson
será bendecido por medio de la fe sustentadora de ustedes; también se
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derramarán bendiciones sobre la familia Monson debido a la fe y las


oraciones de ustedes. Todos aquellos a quienes sostuvieron hoy serán
sostenidos por Dios debido a la fe de ellos y a la de ustedes” (véase “La
Iglesia verdadera y viviente”, Liahona, mayo de 2008, pág. 21; énfasis
agregado).

La siguiente declaración pone de relieve el compromiso que el


presidente Joseph F. Smith (1838–1918) tenía de sostener a aquellos a
quienes reconocía como siervos del Señor:

“Se me llamó para la misión después de haber trabajado cuatro años


como colono en un terreno, y solo tenía que quedarme un año más para
tener derecho a reclamar la propiedad y conseguir el título de la tierra;
pero el presidente Young quería que fuera de misionero a Europa, a
hacerme cargo de la misión allá. Yo no le dije: ‘Hermano Brigham, no
puedo ir, estoy a punto de obtener el título del terreno, y si voy lo
perderé’. Le dije al hermano Brigham: ‘Está bien, presidente Young; iré
donde usted quiera que vaya; estoy a la orden para obedecer el
llamado de mi líder’. Y fui. Perdí la tierra, pero aun así, nunca me quejé
de ello, ni acusé al hermano Brigham de haberme robado. Sentía que
estaba embarcado en una obra más grande que la de asegurarme
sesenta y tantas hectáreas de terreno. Se me envió a declarar el mensaje
de salvación a las naciones de la tierra. Se me llamó por la autoridad de
Dios en la tierra y no me detuve a considerarme a mí mismo ni a mis
insignificantes derechos y privilegios personales. Fui, tal como se me
había llamado, y Dios me sostuvo y me bendijo en ello” (Enseñanzas de
los Presidentes de la Iglesia: Joseph F. Smith, 1999, pág. 226; énfasis
agregado).

6.6
Nuestra preparación influye en el provecho que obtenemos
de la conferencia general
El élder Paul V. Johnson, de los Setenta, describió la forma en la que
aprendió a dar prioridad a la conferencia general:

“A mi madre le encantaba la conferencia general; ella siempre encendía


la radio y la televisión, y subía tanto el volumen que era difícil
encontrar un lugar en la casa donde la conferencia no se oyera. Ella
quería que sus hijos escucharan los discursos y, de vez en cuando, nos
preguntaba qué recordábamos de los mismos. Algunas veces yo salía
con uno de mis hermanos a jugar a la pelota durante una de las sesiones
del sábado. Nos llevábamos una radio porque sabíamos que mamá nos
haría preguntas más tarde. Jugábamos a la pelota y a veces tomábamos
un descanso para escuchar con atención a fin de darle un informe a
mamá. Dudo que engañáramos a mamá cuando daba la casualidad de
que los dos recordábamos la misma parte de toda una sesión.

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“Esa no es la manera correcta de escuchar la conferencia, por lo que


ya me he arrepentido. He aprendido a amar la conferencia general y
estoy seguro de que se debe en parte al amor que mi madre tenía por las
palabras de los profetas vivientes. Recuerdo que, mientras estaba en la
universidad, escuché todas las sesiones de una conferencia yo solo en mi
apartamento. El Espíritu Santo le testificó a mi alma que Harold B. Lee,
el Presidente de la Iglesia en ese entonces, era en verdad un profeta de
Dios. Eso sucedió antes de irme al campo misional y estaba
entusiasmado por dar testimonio de un profeta viviente, porque había
llegado a saberlo por mí mismo. Desde ese entonces, he tenido el mismo
testimonio acerca de cada uno de los profetas.

“Mientras me encontraba en el campo misional, la Iglesia no contaba


con un sistema de satélite y el país en el que me encontraba no recibía
las transmisiones de la conferencia general. Mi madre me enviaba las
cintas de audio de las sesiones, y yo las escuchaba una y otra vez.
Aprendí a amar las voces y las palabras de los profetas y apóstoles…

“Decidan ahora dar a la conferencia general un lugar de importancia en


su vida; decidan escuchar con atención y seguir las enseñanzas que se
den. Escuchen o lean los discursos más de una vez para comprender
mejor el consejo, y seguirlo. Al hacer estas cosas, las puertas del infierno
no prevalecerán contra ustedes, los poderes de las tinieblas se
dispersarán delante de ustedes y se sacudirán los cielos para su bien”
(véase “Las bendiciones de la conferencia general”, Liahona, noviembre
de 2005, págs. 51–52; énfasis agregado).

El presidente Boyd K. Packer (1924–2015), del Cuórum de los Doce


Apóstoles, recalcó la importancia de nuestra preparación para la
conferencia general:

“Dentro de unos días comenzará otra conferencia general de la Iglesia.


Los siervos del Señor nos impartirán consejos. Ustedes podrán escuchar
con oídos y corazones ansiosos de aprender, o podrán desechar esos
consejos… El provecho que ustedes obtengan no dependerá tanto de
la preparación de los mensajes de ellos, sino de la forma en que
ustedes se preparen para recibirlos” (Follow the Brethren, Brigham
Young University Speeches of the Year, 23 de marzo de 1965, pág. 10;
énfasis agregado).

Considera las siguientes ideas para prepararte:

1. Planifica y reserva tiempo personal para escuchar y estudiar los


discursos de la conferencia. Tal vez sea necesario que te apartes de
distracciones o interrupciones. Asegúrate de que el ambiente en el
que veas, escuches o estudies los discursos de la conferencia sea
propicio para el Espíritu Santo.

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2. Ora con fe para que recibas mensajes que sean de importancia en


tu vida. Ora por los líderes de la Iglesia mientras se preparan y
pronuncian sus discursos.

3. Antes de escuchar o estudiar los discursos de la conferencia, haz


una lista de las preguntas o inquietudes para las cuales estés
buscando respuesta. Al hacer un inventario espiritual, tal vez notes
aspectos de tu vida en los que desees mejorar. En un diario
personal o cuaderno, anota las respuestas e impresiones que recibas
durante la conferencia.

4. Después de escuchar o estudiar los discursos de la conferencia,


vuelve a comprometerte a mejorar tu vida en los aspectos que te
impresionaron.
El presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) extendió la siguiente
invitación al comienzo de una conferencia general:

“Ustedes se han reunido para ser alentados, inspirados, edificados y


dirigidos como miembros de la Iglesia… Se han reunido para recibir
ayuda con respecto a sus preocupaciones temporales, sus fracasos y sus
victorias. Han venido a escuchar la voz del Señor enseñada por aquellos
que, no por su propia elección, han sido llamados como maestros de
esta gran obra.

“Ustedes han orado pidiendo que puedan escuchar aquello que les
ayude a resolver sus problemas y fortalezca su fe…

“Los invito a que escuchen, a que escuchen por el poder del Espíritu, a
los discursantes que les hablarán hoy y mañana, y esta noche. Si lo
hacen, no dudo en prometerles que serán edificados, la resolución que
tienen de ser mejores se fortalecerá, encontrarán soluciones a sus
problemas y a sus necesidades, y serán guiados a agradecer al Señor lo
que habrán escuchado” (véase “Escuchen por el poder del Espíritu”,
Liahona, enero de 1997, págs. 4–5).

El presidente Spencer W. Kimball (1895–1985) nos animó a anotar,


recordar y actuar de acuerdo con las ideas que recibamos al escuchar los
mensajes que se den durante la conferencia general:

“Confiamos en que los líderes y los miembros de la Iglesia que han


asistido a la conferencia y la hayan escuchado, hayan sido inspirados y
elevados. Confiamos en que hayan tomado abundantes notas de las
ideas que han acudido a su mente mientras las Autoridades Generales
les hablaban. Se han dado muchas sugerencias que los ayudarán en su
condición de líderes para perfeccionar su trabajo. Hemos oído ideas que
nos serán de mucha ayuda para perfeccionar nuestra propia vida; esa es,
sin duda, la razón básica de nuestra presencia aquí.

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“Mientras me encontraba sentado en el estrado, tomé la determinación


de que, cuando regrese a mi hogar tras la finalización de esta
conferencia hoy, habrá muchos, muchos aspectos de mi vida que puedo
perfeccionar. He hecho una lista mental de los mismos, y espero
ponerme a trabajar tan pronto como esta conferencia termine”
(“Spoken from Their Hearts”, Ensign, noviembre de 1975, pág. 111;
énfasis agregado).

6.7
La conferencia general es un llamado a la acción
Durante una conferencia general en 1856, el presidente Brigham Young
hizo un llamado a los santos para que fuesen y rescataran a las
compañías de carros de mano que se encontraban varadas. Utilizando
eso como una analogía, el élder Jeffrey R. Holland, del Cuórum de los
Doce Apóstoles, enseñó que la renovación espiritual que obtenemos de
la conferencia debe impulsarnos a prestar servicio a los demás:

“… cada una de estas conferencias es un llamado para actuar, no


solamente en nuestra propia vida, sino también a favor de los que nos
rodean, aquellos que son de nuestra propia familia y fe, como los que
no lo son…

“Tan ciertamente como el rescate de aquellas personas necesitadas fue el


tema de la Conferencia General de octubre de 1856, es también el tema
de esta conferencia, y de la última conferencia y la de la primavera
siguiente. Tal vez en esta conferencia no afrontemos ventiscas ni
sepulturas en terrenos congelados, pero los necesitados aún están allí: el
pobre y el fatigado, el desalentado y el desanimado, los que ‘[caen] en
[los] senderos prohibidos’ [1 Nefi 8:28] que mencionamos
anteriormente, y las multitudes que ‘no llegan a la verdad solo porque
no saben dónde hallarla’ [D. y C. 123:12]. Están allí con las manos
caídas y las rodillas debilitadas [véase D. y C. 81:5] y el mal tiempo se
avecina. Únicamente los pueden rescatar aquellos que tienen más, que
saben más y que pueden ayudar más. Y no se preocupen por preguntar:
‘¿Dónde están?’. Están por todas partes; a nuestra derecha y a nuestra
izquierda, en nuestro vecindario y en el trabajo; en toda comunidad,
municipio y nación de este mundo. Tomen su yunta y su carromato,
cárguenlo con su amor, su testimonio y un saco de harina espiritual, y
después tomen cualquier rumbo. El Señor los guiará hacia los
necesitados si tan solo adoptan el evangelio de Jesucristo que se ha
enseñado en esta conferencia. Abran el corazón y la mano a los que
están atrapados en el equivalente del siglo XXI de Martin’s Cove y
Devil’s Gate [lugares históricos por los que pasaron esas compañías]. Al
hacerlo, honraremos la repetida súplica del Maestro a favor de las
ovejas, las monedas y las almas perdidas [véase Lucas 15]” (véase “De

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nuevo llegaron profetas a la tierra”, Liahona, noviembre de 2006, pág.


106; énfasis agregado).

6.8
El llevar a la práctica las enseñanzas de la conferencia
general mejorará nuestra vida
El presidente Spencer W. Kimball (1895–1985) enseñó lo siguiente
acerca de la importancia de llevar a la práctica lo que aprendemos en la
conferencia general:

“El domingo por la noche, el 7 de abril, el gran Tabernáculo se cerró,


las luces se apagaron, las máquinas grabadoras se interrumpieron, las
puertas se cerraron y otra histórica conferencia se convirtió en historia.
Habrá sido un esfuerzo en vano —una pérdida de tiempo, energía y
dinero— si no se da oído a sus mensajes. En [varias] sesiones de dos
horas… se enseñaron verdades, se expusieron doctrinas, se dieron
exhortaciones, lo suficiente como para salvar al mundo entero de todos
sus males —y quiero decir, de TODOS sus males. A millones de
personas se les impartió una educación bastante completa de verdades
eternas con la gran esperanza de que haya habido oídos para oír, ojos
para ver y corazones vibrantes, convencidos de la verdad…

“Que ninguna persona arrogante, vanidosa y autodenominada


intelectual descarte las verdades que allí se enseñaron y los testimonios
que allí se dieron, ni dispute los mensajes y las instrucciones que allí se
impartieron…

“Espero que ustedes, jóvenes, hayan oído los mensajes importantes


pronunciados [durante la conferencia general]. Habrá otras
conferencias cada seis meses. Espero que obtengan un ejemplar de las
revistas [Ensign o Liahona] y subrayen los conceptos pertinentes, y que
la conserven con ustedes como referencia constante. Ningún texto o
volumen aparte de los libros canónicos de la Iglesia debería ocupar un
lugar tan prominente en los estantes de su biblioteca personal, no por
su excelencia retórica ni por la elocuencia con que se pronunció, sino
por los conceptos que señalan el camino a la vida eterna” (In the World
but Not of It, Brigham Young University Speeches of the Year, 14 de mayo
de 1968, págs. 2–3).

El presidente Ezra Taft Benson (1899–1994) describió la forma en que


podríamos beneficiarnos más de la conferencia general:

“Oro humildemente para que todos nosotros sigamos los consejos y las
instrucciones que hemos recibido.

“Al igual que hemos sentido el Espíritu y hemos hecho nuevos y


sagrados compromisos, ruego que ahora tengamos la valentía y la
fuerza de llevar adelante esas determinaciones que hemos tomado.

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“En los próximos seis meses, el ejemplar de la revista Liahona en el que


se publican los discursos de la conferencia debería estar junto a sus
libros canónicos… para que lo consulten frecuentemente. Así como dijo
mi querido amigo y hermano, el presidente Harold B. Lee, debemos
dejar que estos discursos de la conferencia ‘sean los que guíen nuestros
pasos y nuestras palabras en los próximos seis meses. Estos son los
importantes asuntos que el Señor considera oportuno revelar a su
pueblo en este día’ (en Conference Report, abril de 1946, pág. 68).

“Que todos vayamos a nuestro hogar con renovados deseos de


dedicarnos a hacer que se cumpla la sagrada misión de la Iglesia que en
forma tan hermosa se ha expuesto en estas sesiones de la conferencia:
‘… invitar a todos a venir a Cristo’ (D. y C. 20:59), y ‘… venid a Cristo, y
perfeccionaos en él’ (Moroni 10:32)” (véase “Venid a Cristo, y
perfeccionaos en él”, Liahona, julio de 1988, pág. 84).

El presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) expresó el deseo de


que todo miembro de la Iglesia llegara a ser una persona mejor al poner
en práctica las enseñanzas que se impartieron en la conferencia general:

“Espero que todos meditemos con espíritu sumiso los discursos que
hemos escuchado. Espero que reflexionemos con tranquilidad sobre las
cosas maravillosas que nos han dicho. Espero que nos sintamos un poco
más contritos y humildes.

“Todos hemos sido edificados; pero los resultados se verán al aplicar a


nuestra vida las enseñanzas recibidas. Si en lo sucesivo somos un poco
más amables, si tratamos mejor a nuestros vecinos, si nos hemos
acercado más al Señor con una resolución más firme de seguir Sus
enseñanzas y Su ejemplo, entonces esta conferencia habrá tenido gran
éxito. Pero si, por lo contrario, nuestra vida no mejora en ningún
sentido, entonces quienes nos han hablado habrán fracasado en gran
medida.

“Esos cambios tal vez no se podrán ver en un día, ni en una semana ni


en un mes. Las resoluciones se hacen y se olvidan con rapidez. Pero si
de aquí a un año, nos comportamos mejor de lo que lo hemos hecho en
el pasado, entonces los esfuerzos de estos días no habrán sido en vano.

“No recordaremos todo lo que se ha dicho, pero aun así todo esto
servirá para elevar nuestro espíritu. Podría ser un cambio indefinible,
pero aun así será real. Como el Señor dijo a Nicodemo: ‘El viento sopla
de donde quiere, y oyes su sonido; pero no sabes de dónde viene, ni a
dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu’ ( Juan 3:8).

“Eso sucederá con la experiencia que acabamos de disfrutar. Y quizás,


de todo lo que hemos escuchado, una frase o un párrafo se haya
destacado o nos haya llamado particularmente la atención. Si eso ha
pasado, espero que la escribamos y luego reflexionemos sobre ella hasta
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llegar a comprender su significado más profundo y lograr hacerla parte


de nuestra vida.

“Espero que en la noche de hogar hablemos con nuestros hijos de esos


principios para que ellos también disfruten de la belleza de las verdades
que hemos disfrutado. Y cuando… salga publicada la revista Liahona
con todos los mensajes de la conferencia, no la pongan a un lado
diciendo que ya los han escuchado, sino léanlos y medítenlos.
Encontrarán muchas cosas que se les habrán pasado al escuchar a los
oradores…

“Mañana por la mañana, regresaremos a nuestras labores, nuestros


estudios o sean cuales fueren nuestras actividades, pero llevaremos con
nosotros el recuerdo de este memorable acontecimiento para darnos
sostén” (véase “Un corazón humilde y contrito”, Liahona, enero de
2001, págs. 102–103; énfasis agregado).

El élder Paul V. Johnson, de los Setenta, explicó que tenemos que


poner en acción los mensajes de la conferencia general:

“Para que los mensajes de la conferencia general cambien nuestra vida,


debemos estar dispuestos a seguir el consejo que escuchemos. El Señor
le explicó en una revelación al profeta José Smith: ‘… que al estar
reunidos os instruyáis y os edifiquéis unos a otros, para que
sepáis… cómo obrar de conformidad con los puntos de mi ley y mis
mandamientos’ [D. y C. 43:8]. Pero el saber ‘cómo obrar’ no es
suficiente. En el siguiente versículo, el Señor dijo: ‘… os obligaréis a
obrar con toda santidad ante mí’ [D. y C. 43:9]. Esta disposición a
actuar de acuerdo con lo que hemos aprendido abre las puertas a
bendiciones maravillosas…

“Cada vez que obedecemos las palabras de los profetas y apóstoles,


cosechamos grandes bendiciones. Recibimos más bendiciones de lo
que podemos comprender en el momento y continuamos recibiendo
bendiciones mucho después de nuestra decisión inicial de ser
obedientes” (“Las bendiciones de la conferencia general”, Liahona,
noviembre de 2005, pág. 52; énfasis agregado).

Al concluir la conferencia general de abril de 1978, el presidente


Spencer W. Kimball (1895–1985) dijo:

“Al concluir esta conferencia general, prestemos atención a lo que se


nos dijo. Consideremos que el consejo que se impartió se aplica a
nosotros, a mí. Demos oído a aquellos que sostenemos como profetas y
videntes, así como a los otros hermanos, como si nuestra vida eterna
dependiera de ello, ¡porque así es!” (“Listen to the Prophets”, Ensign,
mayo de 1978, pág. 77; énfasis agregado).

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El presidente Marion G. Romney (1897–1988), de la Primera


Presidencia, recalcó la gran cantidad de verdad que se enseña durante
las conferencias generales:

“En esta conferencia hemos escuchado suficiente verdad y dirección


para que nos lleve a la presencia de Dios, si la seguimos. Se nos ha
llevado a la montaña espiritual y se nos han mostrado visiones de gran
gloria” (en Conference Report, abril de 1954, págs. 132–133).

A medida que te comprometas a poner en práctica las enseñanzas de la


conferencia general, considera las siguientes sugerencias:

1. Habla de la conferencia general con tu familia y amigos.


Comparte lo que aprendiste y aprende también de lo que ellos
compartan contigo.

2. Mientras escuchas la conferencia general, si sientes las impresiones


del Espíritu para hacer algo, anótalo y después hazlo.

3. Establece metas que especifiquen cómo y cuándo pondrás en


práctica el consejo que recibas en la conferencia general. Anota tus
metas y consúltalas con frecuencia.

4. Estudia los discursos cuando se publiquen en las revistas de la


Iglesia o en internet, a fin de que obtengas nuevas perspectivas y
renueves los sentimientos espirituales que sentiste. (Los discursos
de la conferencia general están disponibles para leerse o escucharse
en LDS.org. También se pueden realizar búsquedas en línea de
palabras y temas de la revista Liahona).

5. Prepara lecciones para la noche de hogar basándote en discursos


de conferencia.

6. Compra los DVD o CD de la conferencia general y míralos o


escúchalos con frecuencia, posiblemente mientras viajas en la ruta
al trabajo, a fin de ayudarte a utilizar tu tiempo más sabiamente.

7. Copia citas breves de los discursos de la conferencia y colócalas en


algún lugar de tu casa o apartamento donde las puedas ver con
regularidad. Intenta memorizarlas.

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Puntos para meditar


¿Tomas notas mientras escuchas la conferencia general? ¿Son un resumen general
de los comentarios de los oradores, o anotas solo las cosas que te impresionan?
¿Incluyen tus notas impresiones que recibiste del Espíritu mientras escuchabas al
orador? ¿Incluyen planes y metas que pudieran ayudarte a cambiar tu vida? ¿Qué
instrucciones de las que se dan en Doctrina y Convenios 43:8–10 te podrían servir
para mejorar la forma en que tomas notas durante la conferencia general?

Reflexiona en cuanto a cómo consideras los mensajes de la conferencia general y


otros discursos y escritos de las Autoridades Generales. ¿En qué forma has puesto
en práctica la exhortación y la instrucción de los oradores? ¿Cómo las llevarás a la
práctica en el futuro?

¿Qué bendiciones se prometen a aquellos que siguen a los profetas de Dios?

¿En qué forma mejorarás tu preparación para la próxima conferencia general?

¿En qué forma el estudio de los discursos de la conferencia influye en tu estudio


de las Escrituras?

Asignaciones sugeridas
Valiéndote de lo que aprendiste en este capítulo, enumera específicamente lo que
puedes hacer a fin de prepararte para recibir la palabra del Señor en la
conferencia general y llevarla a la práctica. Haz una segunda lista de las
bendiciones que esperas recibir a medida que logres lo que escribiste.

Lee Mosíah 5:1–7, y haz una lista de los efectos que tuvo el discurso del rey
Benjamín en su pueblo. ¿Qué puedes hacer para tener una experiencia similar con
la conferencia general?

Lee Efesios 4:11–14, y enumera las razones que dio el apóstol Pablo por las que el
Señor estableció Su Iglesia con profetas y apóstoles. ¿Cómo se relaciona la
enseñanza de Pablo con la conferencia general?

Al estudiar los ejemplares de la conferencia de la revista Liahona y otros discursos


de las Autoridades, marca las promesas específicas que hicieron los discursantes.
Asimismo, pon atención a lo que los discursantes dijeron que debemos hacer para
recibir las bendiciones prometidas. Anota lo que harás ahora para obtener esas
bendiciones.

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