Está en la página 1de 235

1

2 Experiencias

Índice Página

Introducción………………………………………………. 5
La fuerza de Dios………………………………...……… 6
Hermoso sueño………………………………………...... 7
No sabía que era una experiencia espiritual…………. 8
Una milagrosa coincidencia………………………….…. 11
Ya tengo a mi padre…………………………………..… 14
Encontré el verdadero amor……………………………. 16
Humanidad……………………………………………… 19
Fe en Dios………………………………………….…….. 21
Dios, como yo lo entiendo…………………………….… 23
Mi llegada a Alcohólicos Anónimos………………….... 25
El despertar espiritual…………………………….…… 27
De muerto a la vida…………………………………...…. 28
Sí, soy alcohólico………………………………………… 30
Mi despertar espiritual…………………………………... 33
¿Alcohólico yo?.................................................... 35
Mi primera junta………………………………………… 37
Mi voluntad no era mía……………………………..... 38
Aceptar su voluntad…………………………….…….. 41
Milagro de Dios………………………………………… 43
Hasta que creí……………………………………....….. 45
Volver a empezar………………………………..…..…. 47
La nube rosa……………………………………..……... 49
Mi último juramento…………………………………..… 51
Acción……………………………………………….…….. 53
Empezó la fe……………………………………….…... 54
Cuando hablo…………………………………………… 56
Fue Dios, sí, existe………………………………..…... 58
Un premio……………………………………………..… 59
Valorar la libertad………………………………………. 59
Gracias, Dios mío………………………………………. 60
Volver a creer………………………………………….…. 62
Todo lo necesario………………………………………. 65
Y empecé a ver y oír: ¡Mira, aquí está tu hijo!......... 67
Me sentí cansado de AA…………………………….... 70
Mi relación con Dios…………………………..………. 76
Hacia una nueva vida…………………………..……… 79
¿Cómo harán sus fiestas?..................................... 81
Sección México 3

Índice Página

Mi experiencia espiritual………………………..……… 84
La grandeza de Dios………………………………….. 93
Dios abarca todo……………………………….……… 96
Creía que no existía Dios………………………..……. 100
Al fin libre…………………………………………………. 103
Por primera vez platiqué con Dios……………….….. 107
Fuente de vida……………………………………….…. 110
Mi reencuentro con Dios……………………………... 112
Pensamientos con Dios………………………….…… 113
¡Siempre anhelé un Padre!.................................... 115
¡En ese momento entró en mí la verdad!................ 118
La prueba…………………………………………….….. 120
Suceda lo que suceda…………………………….…… 122
No negaba ni aceptaba a Dios………………….……. 124
Los mejores días………………………………….…… 126
¡Dios mío, si realmente existes, ayúdame!.............. 128
Empecé a sentir algo hermoso……………………….. 131
La vida que me espera……………………..………….. 133
Ser libre equivale a decir la verdad………………….. 135
Pensaba durar tres meses y retirarme……………….. 137
Mi llegada…………………………………………..……. 139
Gracias a Dios por permitirme llegar y ya no estar
ciego a la vida…………………………………….……. 141
Me encontré con Dios, puse mi vida y voluntad al
cuidado de Él……………………………………….…… 143
Cuatro caminos: Alcohólicos Anónimos, la justicia, el
alcohol y la muerte…………………………………..… 147
Me tocó cuidarlo la noche que falleció……………… 149
La mano amiga de AA………………………….……… 151
Dios me hizo tres regalos……………………..……… 153
Como mujer soy muy importante; sólo soy un ser
humano que desea vivir………………………..……… 155
En ese momento me arrepentí del desafío hacía Dios 157
Sólo Él puede ayudarme a encontrar un cambio de
juicios y actitudes en mi vida………………………… 159
Todo hombre debe decidir una vez en su vida……. 162
¡Gracias a Alcohólicos Anónimos!......................... 164
4 Experiencias

Índice Página

El único lugar donde uno aprende a vivir la vida sin


sufrir…………………………………..…………………… 166
Juventud, soledad, locura y depresión……………… 168
Mi desesperación y mis problemas me estaban
volviendo loca……………………………………..……. 170
Lo que me enseñaron y lo que he aprendido en
AA…………………………………………………….…… 172
Vivir una vida plena……………………………….…… 174
Quien tenía que aceptar su alcoholismo, para hoy y
para siempre, era yo…………………………………... 176
Despertar de una pesadilla………………………..….. 178
Encontré a Dios en un sueño…………………………. 180
Mi pensamiento hacia Dios………………………..…. 182
Su hija, la peor de sus ovejas, lo encontrará………. 184
Dios fue muy tolerante conmigo…………………..… 186
También el postre me lo dio mi Poder Superior…… 189
Llegamos a creer………………………………….…… 192
Dos días después………………………………….…… 195
El Poder Superior………………………………….….. 197
¿Será experiencia espiritual?................................. 198
El Ave Fénix………………………………………….…. 200
Un llamado de Dios………………………………….… 201
Recordar y valorar……………………………………... 203
Sendero de vida……………………………………….. 205
Un rayo de esperanza………………………….……… 206
Deseo de vivir…………………………………….…….. 208
Ayuda en el servicio…………………………….…….. 209
Busco a Dios……………………………………..……… 211
Mi mejor regalo………………………………….……… 213
Sentí como si me quitaran las cadenas……..……… 217
Ánimo de vivir…………………………………….……. 220
Por fin, encontré a Dios………………………….…… 221
El enviado de Dios……………………………….……. 224
La escalera………………………………………….…… 226
Dios es sabiduría………………………………….…… 227
Mi experiencia espiritual………………………….….. 228
No creía, no creía... ¡hoy creo!.............................. 230
Declaración de México…………………………….…. 231
Sección México 5

Introducción

Los alcohólicos anónimos sabemos que es necesario


practicar nuestro Programa de Recuperación, contenido en
los Doce Pasos, para obtener un despertar espiritual, y así,
encontrar la sobriedad y el camino genuino de la alegría de
vivir.

En nuestra Agrupación, raramente se ha logrado obtener


recuperación alguna, sin que exista la fe y la dependencia en un
Poder Superior. Es precisamente una experiencia espiritual la
que nos conduce a la liberación.

La selección de experiencias espirituales contenidas en este


texto, no pretende ser perfecta, sólo constituye una muestra
relativamente pequeña, aunque bastante representativa de la
totalidad de vivencias de los miembros de nuestra Comunidad.
Hemos logrado conjuntar experiencias de hombres y mujeres de
distintas edades.

Es preciso recordar que los Pasos Dos y Doce enfatizan que


estas experiencias se pueden presentar de dos maneras
distintas: gradual o repentinamente. Sin embargo, el resultado
siempre será el mismo: ¡el progreso espiritual! Miles de
alcohólicos anónimos lo han vivido y compartido.

Las experiencias incluidas en este libro, ilustran de


manera sencilla y con un lenguaje accesible, la forma en que
el amor de Dios, como cada quien lo concibe, y sus frutos se
hacen presentes en nuestras vidas.

¡Quiera Dios que estas experiencias nos sirvan para encontrar


el derrotero espiritual tan necesario para conservarnos sobrios.
6 Experiencias

La fuerza de Dios

Un día, me sentí con ganas de tomar debido a los problemas


que tenía con mi pareja; problemas que habían surgido como
consecuencia de la vida cotidiana. Decidí buscar ayuda con mi
padrino del Grupo al que asistía, pero éste había recaído y eso
me desanimó. Mis ganas de beber aumentaron. Pensé si mi
padrino ha bebido, ¿por qué yo no? Compré dos cervezas
grandes que me dispuse a tomar, pero mi hija me expresó
tristemente que no tomara, ya que esto me ocasionaría muchos
problemas con mi pareja y descuidaría a mis hijos. Como
pretexto le dije que mi Grupo me quedaba muy lejos y además,
era muy tarde. Entonces Dios se manifestó por medio de mi hija;
ésta me dijo: “Vamos, yo te acompaño al Grupo que está aquí
cerca”. Decidida, mandé llamar a mi ahijada para que cuidara a
mis otros dos hijos pequeños, tomé mi chamarra y salí guiada
por mi hija hacia ese Grupo desconocido. En el camino quería
regresarme a mi casa, sentía vergüenza de llegar a ese Grupo,
no sabía cómo me iban a recibir y esto me intimidaba.

Cuando llegué me preguntaron si era la primera vez que


asistía a Alcohólicos Anónimos, y comenté que no. Fue
cuando conocí y aprendí que todos los grupos están unidos
por causas similares y por los mismos propósitos. Los
compañeros, aunque entre nosotros no nos conocemos,
estamos unidos por los mismos sentimientos y esperanzas
de recuperarnos, de rehacer una vida y compartirla con la
sociedad, vivir en paz con nuestros semejantes y nuestra
familia. Todos unidos por la fe y por la fuerza que Dios nos
da para recuperarnos.

Anónimo
Sección México 7

Hermoso sueño

Realizaba el servicio de RSG de mi Grupo y por mi mente


pasaban los fantasmas de la fatiga, del cansancio y sobre
todo, el de la soberbia. Pensaba que esto no era como me lo
habían planteado y, por lo mismo, sería mejor dejar el
servicio. Ningún compañero del Grupo me apoyaba, todo
eran críticas y lamentos.

Un martes, al regresar a mi hogar, me acosté muy


cansado; entré en un sueño profundo. De pronto, me vi en
mi sueño escuchando una voz que me invitaba a entrar a un
cuarto vacío y lleno de luz. Solo, miré una ventana sin
cortinas y me pregunté: “¿Qué hacía en ese lugar?” Sin
embargo, me llamó la atención la paz y tranquilidad que
sentía. Vi que la puerta se abría nuevamente y entraron más
personas; todos nos saludamos sin decir nada. Con
curiosidad, me asomé por la ventana y sólo vi una especie
de neblina o nubes, que no permitían ver más. Al poco
tiempo, se abrió la puerta y entró un joven alto con el pelo
largo y barba, vestía de mezclilla y nos saludó. Entonces, al
mirarle los ojos descubrí una mirada tierna, llena de paz,
tranquilidad, amor y esperanza. Nos habló con una voz
suave y pausada, y dijo: “A ustedes los he escogido para
realizar mi misión, sé que irán con amor a cumplirla”.

Después no recuerdo nada, sólo que cuando desperté, al


día siguiente, no había cansancio en mí, había mucho ánimo
para seguir en el servicio y, gracias a Dios, como yo lo
concibo, continúo en él.

Ángel
8 Experiencias

No sabía que era una experiencia espiritual

Mi vivencia fue súbita, inesperada. Me acerqué a Alcohólicos


Anónimos únicamente con la idea de dejar de beber.
Al salir de la secundaria tuve mi segundo contacto con la
bebida y desde ese instante me convertí en un bebedor
anormal. Tirado en medio del patio, en una fiesta, luego de
molestar a todos, sentí un tremendo vértigo que me impedía
dormir y levantarme del suelo. A partir de ese día, sin saberlo,
comencé mi rápido descenso como enfermo alcohólico. Mi
enfermedad se caracterizó por tener una obsesión muy viva,
que me obligaba a buscar momentos de bienestar, casi de
manera continua y en corto tiempo. Mi enfermedad no sólo me
convirtió físicamente en dependiente del alcohol, sino también
me llevó a buscar sensaciones más fuertes con otras sustancias, en
especial, con la marihuana.
En un par de años me convertí en un alcohólico problema. Los días,
las semanas y los meses se iban literalmente volando. Vivía en la
inconsciencia total, sin freno, ni guía que me hiciera detenerme un poco y
pensar. Los estragos físicos comenzaron a marcar el fin de la época
dorada, en la que no había indicios de cruda. En estado seco sufría
alucinaciones, confundía la realidad con la fantasía, perdía la noción del
tiempo durante mis borracheras; esto se acrecentó cuando empezaron
las lagunas mentales. Escuchaba una voz femenina que me decía: ¿A
dónde vas?. Si no era ella, era la voz de alguien que lloraba con lamentos,
un quejido proveniente desde el interior de mis oídos; en mi
desesperación no podía lograr que ese alguien se callara.
Pese a todo, seguía asistiendo a la escuela (era mi único
motivo para seguir viviendo). Estaba en el punto más bajo de
mi depresión y de repente, no sé cómo, terminé mis estudios.

Al poco tiempo encontré a una mujer que me entregó su


corazón y la convertí en cómplice de mis borracheras y mis
crudas. También, conseguí un trabajo cómodo donde ganaba
bien y con un horario que me permitía seguir bebiendo casi
diario. Llegó el momento en que creía tener todo lo que un
hombre de mi edad podría desear.
Sección México 9

Todo marchaba bien, aunque confieso que no era feliz y


tenía que beber, no porque quisiera, sino porque mi mente y mi
cuerpo me lo pedían. Me resigné a ser un alcohólico y avanzar
en los días de sequía, en lo que creía que era la vida. Luego de
haber recurrido a la ayuda terapéutica de un psicólogo, la
filosofía y otras grandes ciencias de la humanidad (inservibles
para un alma tan enferma como la mía) todo se esfumó, como
una bocanada de cigarro en el aire.
Años atrás, en los días de resaca y sequía, solía caminar
al barrio de mi niñez en busca de lo que había perdido. En
repetidas ocasiones me quedaba en la esquina donde
estaba un Grupo de AA. Siempre tuve miedo de entrar.
Pensaba que por mi formación académica no iba a comulgar
con las ideas que tenían de Dios; mucho menos con la moral
y las prescripciones de gentes que estaban por debajo de mi
jerarquía intelectual. Llegué un día, y pregunté a un compañero, que
desencadenaba su bicicleta, la hora de inicio de las
reuniones. Me sugirió que regresara al siguiente día. Tras de
una borrachera de quince días más, que yo consideraba
pequeña, pues llegué a beber hasta un año completo,
regresé al Grupo acompañado de mi novia, unos minutos
antes de las 20:00 horas.
Años antes había leído “Viviendo Sobrio” y parte del Libro
Alcohólicos Anónimos, por eso cuando me preguntaron si
sabía de AA, contesté que sí. No se me informó, se llevó a
cabo una Reunión donde los alcohólicos comenzaron a
participar. No recuerdo lo que dijeron, pero sí recuerdo lo
que sentí.

Mi primer impulso fue levantar la mano y pasar a tribuna. Al


subir, sentí que las piernas me fallaban, yo tan ufano y con la
cabeza agachada les dije: “Soy R. y soy alcohólico”. Vi como
mi novia se ruborizó, agachando la cabeza (ella no sabía quién
era yo). Les dije que sentía mi vida rota, me sentía frustrado y
había intentado todo lo que había estado en mis manos y no
podía detenerme; sabía que de seguir así, lo más seguro era
que muriera o enloqueciera. Les dije a los alcohólicos
10 Experiencias

anónimos: “Ustedes son mi última esperanza, la última carta


que le juego a la vida”. No dije más, sólo que regresaría,
pero sentí que nadie me creyó, hoy sé porque. La que ahora
es mi pareja me preguntó que si volvería y le contesté
afirmativamente, que sí me había gustado la Reunión.
Lo que aconteció después de dejarla en su casa, fue aún
más inesperado y sorprendente. Solo, en mi miserable
cuarto, pensé que todo lo que había estado buscando,
estaba ahí; que ellos lo tenían. Por mi mente pasaron
escenas del pasado: de la niñez, adolescencia y de la última
borrachera. Con ellas se mezclaban todas mis emociones:
tristeza, alegría, conmiseración, sorpresa y, en unos cuantos
segundos, me encontré llorando; tuve la certeza de que iba
a dejar de beber. Al día siguiente, la luz del sol la vi
resplandeciente y hasta las plantas marchitas de la casa las
vi bellas y vivas. Me observé en el espejo y me sentí distinto.
Supe por fin, que siempre estuve equivocado. Sin saberlo
comencé a verme en retrospectiva; desde ese día mi vida ha
sido otra y yo, un hombre distinto hasta el día de hoy.
Al poco tiempo leí la “Historia de Bill” y también su primer
charla a una sociedad médica. Me sorprendió lo que relataba, y
la semejanza con lo que había estudiado y vivido. Sin
embargo, durante años no comenté nada. Pensaba que los
alcohólicos anónimos me iban a decir que estaba alucinando o
que mi enfermedad me llevaba a confundir las cosas; por temor
callé. Aunque lo que aconteció esa noche, fue de lo que me
agarré; no importa lo que haya sido, me agarré de eso (como
Silkworth se lo recomendó a Bill), hasta el día de hoy.
Hoy cuento esta historia para quienes me devolvieron esa
noche la fe y la esperanza en la vida. Ojalá que quien lo viva
así, no tarde tanto tiempo como yo en platicarlo; que desde hoy
lo comparta.

Anónimo
Sección México 11

Una milagrosa coincidencia

En 1983, tenía escasos seis meses sin beber con el apoyo


de Alcohólicos Anónimos, y la vida no parecía ofrecer nada de
lo que mis compañeros de Grupo me auguraban. Los
problemas económicos y familiares no se solucionaban. No
encontraba empleo y esto me deprimía. Al escuchar las
experiencias de mis compañeros en tribuna, el reflejo que
encontraba en ellas sobre mi propia vida desordenada,
provocaba que me sintiera nervioso en la silla.

Mis padrinos se regocijaban. ¿Te está llegando?, me


preguntaban entre risas, y yo asentía. Me dolía reconocer
que la idea que tenía sobre mí no se acercaba a la cruda
realidad. Siempre pensé que mi único problema era la
bebida. Jamás sospeché que mi enfermedad radicaba en mi
alma y en mis emociones. A causa de todo esto, sufría y
sufría.

En realidad, me dolía mi precaria situación y no encontraba


alivio en la tribuna ni en el apadrinamiento constante. No sabía
qué hacer ni hacia dónde voltear en busca de ayuda, porque
nunca me imaginé que ésta debía llegar de alguien superior
a mí. Aún no entendía sobre métodos de sustitución; mucho
menos de la necesidad de entregar mi vida y mi voluntad a
un Ser Superior. Mi Poder Superior era (si es que dentro de
mí lo aceptaba con humildad, lo cual es dudoso, ya que no lo
conocía) y en aquel entonces tenía que serlo, mi Grupo. El
Poder Superior estaba lejos, muy lejos de mí (así lo
consideré por muchos años). En esta situación, no
comprendía nada de nada. Ya había dejado de beber y las
cosas seguían igual o peor que cuando bebía y no había ni
para cuando.

Creo que todo lo anterior lo observaban los compañeros y


mi padrino, porque así sucede comúnmente. Pero ¿qué
sentía y qué pensaba en mi interior? La rebeldía total,
producto del orgullo mal encausado o el diablillo del alcohol,
12 Experiencias

me decían que no valía la pena haber dejado de beber.


¿Realmente era esta la vida feliz que se me prometió por
dejar la botella? Esto ni era vida y yo no era en lo absoluto
feliz. Así que la idea se fue agrandando de tal manera que
un lunes, san lunes para muchos como yo, me dirigí a buscar un
diario para conseguir un probable empleo y me encontré a dos
antiguos amigos de parranda. Ellos se dirigían a curársela y me
invitaron a que los acompañara; algo se encendió dentro de mí.
Acepté con mucho nerviosismo y me subí a su vehículo.

Ellos comentaban los incidentes del día anterior y se


prometían sólo tomar dos o tres copas para la cura; tenían
cosas que hacer. Yo sólo escuchaba y envidiaba. Ellos
seguían siendo bebedores y tenían empleo y negocios, yo
había dejado de beber y no tenía ni lo uno ni lo otro. Me
conmiseraba y no dejaba de pensar con nerviosismo y
ansiedad, “¿Vale la pena dejar de beber?”

Entre charlas y bromas llegamos a la cantina donde


pensaban curársela. Entramos y ocupamos una mesa cercana a
la puerta de entrada. Yo me sentía muy mal, temblaba y las
manos me sudaban, aun no sabía qué hacer. En eso se
acercó el mesero a tomar la orden de consumo y para mi
triste sorpresa pidieron dos, sólo dos vasos de bebida. Digo
triste sorpresa porque inexplicablemente, yo ya no bebía.
Sentí la terrible desazón que siente todo bebedor cuando se
siente marginado y humillado por no ser considerado en el
reparto. “Somos tres”, se me ocurrió decir, pero ellos no me
escucharon. Ya sabían que yo militaba en un Grupo de AA y
por lo tanto, no bebía.

Seguí al mesero insistentemente con la mirada para pedirle


mi copa. Éste no me miraba y yo quería hacerlo voltear con la
fuerza de la mirada y hacer la señal de tres; tres copas para
tres bebedores. Ante mí se paró un individuo sucio de muchos
días, barba crecida y grasosa como su pelo, totalmente ebrio,
hecho un despojo humano. Era Santiago, un alcohólico que
militaba en mi Grupo y al que todos llamaban recaído. Al verlo
Sección México 13

me asusté aún más y salí corriendo de la cantina. Corrí


hasta mi Grupo y comenté enseguida lo sucedido. “Dios te lo
puso ahí”, me dijeron, “saca provecho de la experiencia si en
algo valoras tu vida”.

Hoy sé que Dios se manifestó esa mañana, que siempre


está y estará conmigo, que su presencia realizó esta
milagrosa coincidencia que me permitió no beber.

Santos
14 Experiencias

Ya tengo a mi padre

Soy la primera hija en el matrimonio de mis padres y la


mayor de cuatro hermanos: un hombre y tres mujeres.
Siempre me sentí querida por mi padre, porque fue él con
quien caminé de la mano. Tenía la paciencia de peinarme
sin jalones o regaños (cosa que no sucedía con mi madre,
con ella siempre lloré). Con mi padre me sentía protegida.
Me sentía segura cuando él, sentado, me metía entre sus
piernas y sus brazos, me llevaba a la tienda y me compraba
dulces y vestidos bonitos, cuando me decía que era su
muñequita.

Antes de que yo cumpliera siete años murió: sufrió un


accidente en su trabajo, una caída desde una parte muy alta.
Por la falta de dinero para ir al médico y atenderse no se
cuidó y murió. Lo recuerdo en agonía, moviendo su cabeza
de un lado a otro; sus lágrimas llegándole a los oídos.

No me dejaron ir al panteón cuando fue enterrado.


Recuerdo que la primera noche sin él, las sombras de una
higuera que estaba en medio de la vecindad, me parecieron
monstruos que querían atraparme. Yo lloraba llena de pánico y
miedo porque ya no tenía a nadie que me cuidara y me
protegiera. A los catorce años me fui a vivir con el padre de
mis dos primeros hijos. Una noche se me hizo tarde, no me
di cuenta de la hora; el miedo a las golpizas de mi madre me
hizo pedirle que me dejara quedarme en su casa.
Al día siguiente, sus padres y él me fueron a dejar a mi
casa, explicándole a mi madre que había dormido con la que
después fue mi cuñada, pero mi madre ya no quiso recibirme.
A los quince años ya era madre y mujer de un alcohólico
activo, celoso, irresponsable y golpeador. A esa edad
experimenté mi primera borrachera y mi primera laguna
mental. Bebí con él, el papá de mi hijo, con la esperanza que
de esta manera se quedara en casa con nosotros.
Sección México 15

A los 17 años me separé definitivamente de él, quedando con


dos meses de embarazo. Seguí bebiendo esporádicamente por
poco tiempo, ya que pronto me vi haciéndolo cada vez con más
frecuencia, por más tiempo. Mi reclamo a Dios era este: “Si tú no
te hubieras llevado a mi padre, a mí no me hubiera tocado esta
maldita suerte. ¿Por qué te llevaste a mi padre, cuando más lo
necesitaba? ¿Por qué en vez de darnos dinero para los
alimentos, no se atendió y tuvo que morir?”
Me consagré a la bebida, probé drogas, estuve en
cárceles, perdí la patria potestad de mis dos hijos y siempre
llevé conmigo la idea, ¿por qué te llevaste a mi padre?
Llegué a mi Agrupación de Alcohólicos Anónimos sin
saber qué iba a buscar o qué iba a encontrar. Me hablaron
del Programa y cómo funciona, me hablaron de una derrota
ante el alcohol; de mi necesidad de depender de un Poder
Superior y de poner mi vida y mi voluntad al cuidado de
Dios, como yo lo entendiera. Hacían hincapié en trabajar mi
historial desde la niñez; pronto me encontré otra vez con
aquello de ¿por qué te llevaste a mi padre?
Lloraba mucho en tribuna al tocar ese punto y una vez,
cuando nadie más estaba en casa, de pronto sentí algo. La
sensación y la seguridad de “¡ya tengo a mi padre!, ¡ya
tengo a mi papá!” Sentí ansiedad de que llegara la hora de la
Junta y decirles a mis compañeros: “¡Compañeros, ya tengo
a mi papá!” Después pensé: “pero, ¿cómo, si mi padre ya
murió hace muchos años?” Enseguida, llegó como respuesta
el siguiente pensamiento: “Mi padre es Dios”; ese padre que
jamás me dejó, ni me dejará nunca.
Entendí y comprendí que no era ni había sido huérfana de
mi padre físico, sino que era huérfana de mi padre Dios y
que si no podía hacer nada por mi padre muerto, sí podía, sí
quería, caminar de la mano con mi padre Dios. Que también
Él me ama, me cuida, me protege y está conmigo y en mí.

Anónimo
16 Experiencias

Encontré el verdadero amor

Casi a los 18 años conocí a la mujer que llegaría a amar hasta la


locura. Jamás pensé que amar de esa manera provocaría que el
amor a mi madre y el amor que de adolescente sentía por Dios,
se borraran de mi mente. No había amor más grande en la vida
que el que yo sentía por mi novia, que posteriormente fue mi
esposa.

Desgraciadamente, el alcohol tenía otros planes para mí. Mi


esposa sentía que me quería, aunque no de la misma manera
que yo. Poco a poco, mi forma de beber fue aumentando, pero
no me encontré con muchos problemas, pues afortunadamente
jamás dejé de trabajar. Sin embargo, mi alcoholismo aumentó
tanto que empezaron los problemas.

A veces llegaba sin dinero y mi esposa empezó a amenazar


con abandonarme. Para entonces teníamos seis hijos que
quería, pero no tomaba mucho en cuenta. Vivíamos en una
vecindad, en una colonia donde el alcohol y las drogas se
venden sin ningún problema. Las amenazas de mi esposa se
volvieron más constantes; comencé a sospechar que me
engañaba y, por lo mismo, mi forma de beber aumentó. Pero ni
eso era capaz de hacer que dejara de amarla.

Para mí no existía Dios, hijos, ni nada que no fuera mi


esposa. Pensé en matarla y suicidarme junto con ella, era
una forma de amar deformada, ahora lo entiendo.

Nunca pensé que mi vida iba a cambiar de manera radical


cuando mi esposa me abandonó y se fue a vivir con otro
hombre. El primero de diciembre de 1983, volví a casa y la
encontré vacía con un recado donde explicaba su determinación
de irse para siempre. Se llevó a cuatro de mis hijos, los mayores
se quedaron conmigo. Cuando terminé de leer la carta, sentí que
el mundo se volcaba sobre mí, que me hundía en un hoyo que
no tenía fondo. Pensé que la vida no tenía nada para mí y me
Sección México 17

sumí en una depresión que duró hasta que llegué al Grupo de


Alcohólicos Anónimos, el 2 de enero de 1984.

No sé cómo sobrevivieron mis hijos durante esos treinta días,


pues me la pasaba llorando y durmiendo. Dejé de trabajar. En
una noche de desesperación llegaron a mi mente todas las ideas
que mi madre me había inculcado desde chico acerca de Dios.
Recuerdo que me decía que Dios escuchaba a los que lo
llamaban, aliviaba las penas de los que se lo pedían y muchas
cosas más que me había enseñado, pero que olvidé desde muy
joven. Estaba temeroso porque pensaba que no me iba a
escuchar y no me atrevía a pronunciar su nombre.

Cuando lo pude hacer, le pedí con todas mis fuerzas que


me ayudara, que no quería seguir viviendo; no sé cuántos
días pasaron de esa manera. Lo que sí sé, es que Él se
compadeció de mí y me escuchó. El 2 de enero, salí de la
casa sin destino. El frío que hacía no era tan fuerte como el
que sentía en el alma. Por un momento pensé que ese día
ya no regresaría vivo a casa. No me importaban mis hijos, ni
lo que ellos estaban viviendo al ver su hogar destruido, en
ruinas y con un padre deseando morir.

Serían como las 18:00 ó 18:30 horas, ya estaba medio


oscuro, cuando al pasar debajo de un árbol, apareció un
foco pegado a la pared. No sabía, en aquel momento, qué
fue lo que me hizo voltear a verlo. El foco iluminaba un
letrero que decía: Alcohólicos Anónimos. En aquel momento
no supe qué fue lo que me detuvo para observarlo, no supe
cuánto tiempo pasó. Reaccioné cuando una persona me
tomó del brazo y me preguntó: “¿Vienes por primera vez?”

Sin saber por qué, le contesté afirmativamente. Me invitó


a pasar, me dejé conducir. Así llegamos al departamento
donde está el Grupo (porque estaba en una vecindad). Todo
lo que ocurrió después ya lo saben. Ahora sé que Dios me
escuchó y me concedió lo que le pedí, me quitó la vida y me
dio otra. Después de dos años regresó mi esposa, me pidió
18 Experiencias

que le permitiera regresar, analicé la situación y llegué a la


conclusión de que mis hijos tenían derecho a tener un hogar
con sus padres, yo estaba muy endeudado con ella.

Después de todo, yo era el culpable y Dios me había


enseñado la forma de amar a mis hijos. Así lo sentí. Tardé
15 años en encontrar el verdadero amor, el que no falla, el
que todo lo perdona. Sé que no debo amar a nada ni a nadie
primero que a Dios. Amo a mi esposa, pero ya no en la
forma que la amé; amo a mis hijos, pero no más que a Dios;
quiero las cosas materiales, pero no las amo como a Dios;
quiero a mis pequeños nietos, porque por medio de ellos, le
digo a Dios cuánto lo amo.

Juan
Sección México 19

Humanidad
Cuando llegué a Alcohólicos Anónimos estaba llena de
prejuicios de todo tipo; uno de ellos era de tipo religioso. De
niña, los adultos me advertían: “No digas mentiras porque
Dios te castigará”. “No rezongues porque te va a llevar el
diablo.

Al hacer mi primera comunión, en el catecismo me enseñaron:


no hurtarás, no mentirás, no cometerás adulterio, Él sabe lo que
piensas y sentía miedo.
Mentía para que no me regañaran y me pegaran, robaba
dinero para comprarme un dulce; había muchas carencias.
Siempre tuve miedo al castigo de Dios.
En la adolescencia llegué a pensar que Dios tenía una
larga lista de mis pecados y me iba a mandar al infierno: ¿ya
qué caso tenía portarme bien? ¿Qué caso tenía cumplir,
comulgar y confesarme con un sacerdote?
Hice contacto con el alcohol y me revelé abiertamente
ante la religión y ante la voluntad de Dios: la muerte de un
ser querido, terremotos, accidentes, explosiones, asesinatos,
violaciones, enfermedades y aborrecí hasta mi condición de
ser mujer. Escuché a las personas decir: “Fue la voluntad de
Dios, es que Dios así lo quiso, ya de Dios estaba, sólo Dios
sabe, es castigo de Dios”.

Cuando escuchaba a mis compañeros hablar de su


dependencia de Dios, del poder de la Oración de la Serenidad y
de un Dios amoroso, llegué a pensar: “yo quiero y necesito
un Dios como el de ustedes, quiero tener esa fe que tienen
ustedes, yo quiero sentir como ustedes”. Estaba en eso,
cuando un compañero me regaló un libro.
Al término de mis labores tomé mi libro y me dispuse a
leer lo siguiente: “Esa noche de fiesta espiritual, les invitaría
a hacer un recorrido para ver cómo viven esta noche y les
presentaría en un solo cuadro, a la niñez olvidada con
20 Experiencias

hambre y frío en sus cuerpos y faltos de amor, a una madre


anciana, que la guerra le arrebató a sus hijos y apura su
cáliz de lágrimas; a los que están presos en cárceles por
falta de amor y de justicia de los representantes, a los
soldados que evocan esta noche a sus seres queridos, a los
ricos les recuerda que la fiesta ya no es espiritual, sino
profana, y dedicada a los placeres del mundo”.
Algo estaba sucediéndome y no era tanto por lo que leía,
sino que escuchaba lo que leía con una voz que nunca
había escuchado, pero que invadió mi ser de algo
indescriptible. Cuando me di cuenta me encontré llorando de
rodillas y con la cara entre mis manos. Vi ese libro y pensé:
“Dios mío tenías que ser Tú el que viniera a decirme esto;
tenías que ser Tú quien me sacara de mis errores y de mis
dudas”.
En ese libro encontré la explicación de mi incredulidad, de
mi ignorancia y de mi distorsión mental. Leía y reflexionaba
sobre mi Segundo Paso, entré en acción en el Tercero y
continué con el Cuarto y Quinto, consciente de mi necesidad
de conocerme. Sin saber exactamente cuándo había
sucedido, ya tenía a un Dios amoroso. El Dios de ustedes, el
poder de la Oración de la Serenidad yo también lo
experimentaba.
Empecé a ver las manifestaciones del amor de Dios para
con nosotros, con mi propia existencia, la vida en sí.
Comprendí la necesidad de la gente, al ir a la iglesia, de
confesarse y comulgar. Mi asistencia a una iglesia no era
igual a la de de antes ni lo eran mis confesiones ante un
sacerdote. Encontré la voluntad de Dios y me encontré
conmigo misma.
Conocí el medio a través del cual se llega a una experiencia
de ese tipo: reduciendo mi egocentrismo al máximo con el
Programa de acción.

Anónimo
Sección México 21

Fe en Dios

Eran cerca de las once de la noche después de un día más


en el penal. Me disponía a descansar y no me di cuenta de
la hora en que me quedé dormido.

Lo que sí recuerdo bien, es que de pronto me vi en un


gran salón, una especie de granero. A cada lado había
hileras de literas de ángulo, de tres colchones cada una y yo
me encontraba arriba, en la última, mirando hacia abajo.
Entre el espacio de las literas, el piso levantado y un ataúd
parcialmente abierto, el miedo me hacía pensar que el
muerto de ese cajón iba a salir en cualquier momento. Veía
hacia las demás literas y en todos los espacios había cajones
de difuntos.

El terror me hacía sentir que los muertos podrían salir de


sus ataúdes en cualquier momento. De pronto todo se iluminó y
me vi en medio de las hileras de literas mirando hacia el frente.
No había puerta, pero Él entró caminando por ahí.

Su cuerpo despedía una luz intensa, pero muy clara y


hermosa. No había ruidos, todo quedó en silencio. Él caminó
hacia mí. Llegó a mi lado y me preguntó: “¿De qué tienes
miedo?” Quería contestarle, decirle que los muertos se iban a
salir de sus tumbas, pero el terror que sentía no me dejaba
hablar. Nuevamente, me preguntó: “¿Por qué tienes miedo?” y
me dijo: “Mientras yo esté contigo no volverás a sentir miedo”. Y
era verdad, ya no sentía miedo, ya no había tumbas abiertas,
todo era normal. La luz se hizo más intensa, abrí los ojos y un
rayo de sol me despertó. Había amanecido.

Todo fue un sueño pero, aún así, me impresionó. Estaba


seguro que había estado con mi Poder Superior, Dios. Pero
no, todo fue un sueño. Un año después me trasladaron a
otro penal.
22 Experiencias

En el patio nos formaron y fuimos seleccionados para cada


dormitorio. Al entrar al que me tocó, quedé impresionado: todo
estaba igual. El gran salón o granero, idéntico al que soñé. No
pude más, tuve que aceptar mi derrota y creer en Dios. Él me
hizo ver el lugar al que sería mandado. Ahí, en ese lugar,
terminé por reformarme.

Dios me dio el tiempo, espacio y lugar. Ahí conocí su


palabra y comencé a amarlo.

Un día, me dio el carcelazo y quería quitarme la vida; cuatro


años encerrado y no tenía para cuándo salir. Un compañero me
vio y me dijo: “Ten fe en Dios, Él te va a sacar, pídeselo”. Me
quedé viendo y comencé a pedirle a Dios. En medio del patio de
la cárcel, le decía: “muéstrame tu poder, sácame de la cárcel”.
Compañeros, Dios me mostró su poder: quince días después
estaba yo en la calle, libre y ¿saben qué?, todavía me faltaban
algunos años para cumplir mi condena. Experiencia espiritual o
un simple sueño... sólo Dios sabe.

Martín
Sección México 23

Dios, como yo lo entiendo


Nací en un seno familiar donde la educación teológica me
mostraba un Dios castigador, al igual que bondadoso. No
obstante, mi propio dios, el de la autosuficiencia, desplazó al
Dios de mis padres.

La oración, durante mis inicios de renuencia y prejuicio, se


volvió causa de tropiezo dada la confusión con la que me
desarrollé a lo largo de mi vida.

La prepotencia de mi juventud me indicó que todo acto


realizado por mí tenía razón de peso. Sin embargo, los
resultados indicaron lo contrario. Fui internado en 1985, sin
aceptar mi condición, y volví a beber. Posteriormente, fui
abordado por mi padrino durante algún tiempo, ¡vaya que le
di trabajo!

Finalmente, llegué al Grupo de Alcohólicos Anónimos. Me


sugerían que tuviera fe en algo o en alguien superior a mí y
esto fue el punto final. Inició mi derrota con resistencia,
mucha, diría yo. No obstante, con la guía espiritual, muy a su
modo, mis padrinos me indicaron que debería iniciar,
tratando de creer en un Poder Superior a mí.

Hoy, con el paso del tiempo, entiendo y siento que orar


ante Dios es fundamental como un acto de derrota a mi
autosuficiencia y egocentrismo. No importa qué palabras o
de qué manera lo haga, lo importante es la comunicación
con Dios, como yo lo entiendo. Él me contesta, da respuesta
y me sugiere que me encargue a como dé lugar de trabajar
Su Paso Doce.

Finalmente, deseo compartirles mi experiencia espiritual


con relación a mi conversión y concepción de mi Dios hacia
mi persona: creo en Dios, tengo fe en Él, no sólo en la
bonanza, sino también en la adversidad.
24 Experiencias

Siento la necesidad de recurrir a Él, aún cuando mis actos


se manifiestan en el vivir diario. Continúo en busca del sano
juicio, no como una perfección, sino como un avance
espiritual.

Lorenzo
Sección México 25

Mi llegada a Alcohólicos Anónimos

Mi llegada a Alcohólicos Anónimos fue con una bonita familia,


un marido ideal, ¡ah!, y sin problemas de alcoholismo. Llevé a
mi padre a un Grupo de AA, me gustó y me quedé. Pero mi
renuencia a aceptar mi problema me llevó nuevamente a beber
y a tener aún más problemas. Perdí a la familia y, a mi hijo
mayor, siempre lo arrastré conmigo a mis parrandas y juegos
de azar. Nos reuníamos sólo amas de casa y para descansar
del estrés, formamos un club. Había días que no llegaba a la
casa, para cuidar la imagen de la señora Toña.

Al año, cuando recaí, mi madre se llevó a mis hijos y el mayor


se quedó conmigo. En 1990, se aburrió y se fue a Los Ángeles,
California con su padre. En 1993, lo mandó de regreso su papá
convertido en todo un alcohólico y drogadicto; llegó a casa de mi
madre y por ella me enteré del problema. En los primeros días
de 1994, mi hijo llegó conmigo esforzándose por ocultar todo. Yo
no decía nada por temor a represalias; él a escondidas se
intoxicaba y yo no sabía cómo ayudarlo. Un día le pedí a Dios, a
ese Dios que tantas veces ofendí con reclamos y negándole su
poder, que me ayudara, que se manifestara de alguna forma
para corregir a mi hijo. Le decía que le hablaba una madre con el
corazón destrozado y Dios escuchó mi ruego y persistencia.

Esa misma semana me llamó mi hijo y me dijo: “Mamá,


quiero platicar contigo, fíjate que me pasó algo raro, sólo te
pido que no te vayas a reír de mí. Hace un rato, cuando me
encontraba en el baño haciendo mis necesidades, vi una luz
blanca en forma de torbellino y fue a dar a la pared.
Tomando forma, se dibujó un rostro que no puedo describir y
me quedé petrificado sin poder moverme. Sentí miedo, pero
pasó el tiempo, no sé si fueron minutos o segundos. El rostro
se desvaneció, quedó la luz blanca, se hizo torbellino
nuevamente y se dirigió a mí. Entró en mi pecho, sentí un
frío en toda la columna vertebral y llegó la paz” ¿Cómo podía
26 Experiencias

reírme de la manifestación de Dios que había contestado mi


ruego?

Lo primero que se me ocurrió fue mostrarle a mi hijo el


Libro Alcohólicos Anónimos y Tres Charlas a Sociedades
Médicas, donde se narra la experiencia de Bill W. Le
mencioné parte de la experiencia que él vivió y la similitud
que había entre las dos, y le dije: “Hijo, tú eres uno de los
elegidos del Señor, estás señalado para servirle a Él,
búscalo donde creas que lo vas a encontrar”.

Hasta el día de hoy, puras bendiciones he recibido del


Todopoderoso, pues, en 1996, regresó mi hijo y, posteriormente,
mis demás hijas.

Me causaba sufrimiento pensar que no podría conocer a mis


nietos o que tendría que verlos de lejos porque mis hijos no
querían verme, ni siquiera me decían mamá, pues estaban muy
resentidos conmigo. El día de hoy, soy la abuela más feliz, pues
tengo a mi nieto y a algunos de mis hijos conmigo. Como verán,
¡todavía tengo tarea para rato!

Me doy cuenta de todo el tiempo que perdí dentro de AA


queriendo llevar el Programa sólo con el Primero y Duodécimo
Paso. Hoy pongo atención practicando los Doce Pasos, duelen,
pero gustan los resultados.

Toña
Sección México 27

El despertar espiritual

Pasé la vida dormido espiritualmente y un día, el menos


esperado, descubrí que la vida es diferente. Vi el color de la
naturaleza, el fresco del viento, la lluvia y descubrí el despertar
de mi espíritu. Desde ese momento seguí alimentándolo día con
día: escuchar el ritmo de la música; el diálogo con personas que
anteriormente no pensaba que pudieran aportarme algo; el roce
de unas manos en mi piel; el sentimiento de ternura al mirarme
en tus ojos; el deseo vehemente de volver a sentirme parte de
ti;la pasión que me despiertas y de la que antes no estaba
consciente, pues sólo deseaba saciar mis instintos, no mis
sentimientos; el volver a creer que existe algo más grande que
yo; el dar antes que recibir.

En fin, una visión y concepto totalmente diferente del


mundo que me rodea.

Enrique
28 Experiencias

De muerto a la vida

Cuando me pasaron el mensaje dije que no era alcohólico.


Transcurrieron cuatro años bebiendo incontrolablemente hasta
que caí en lo más bajo. Empecé a tener todo tipo de problemas:
económicos, familiares, con la sociedad, morales, físicos y
mentales. ¿Cómo obtuve mi despertar espiritual?

Recuerdo mi última borrachera con el escuadrón de la


muerte. Ese día estaba Rolando, un muchacho de 19 años
de edad. Tomamos desde temprano toda clase de bebidas y
marcas; más tarde nos invitó a su casa, almorzamos caldo
de pato de la laguna, pues su padre iba de cacería al lago de
Texcoco. Eso nos cayó bien para la cruda. Durante el día
seguí bebiendo hasta perderme y no supe cómo llegué a
casa. A la mañana siguiente no podía despertar: escuchaba
voces de la familia y todo el movimiento de la casa. Me
quedé como paralizado, no podía hablar ni moverme y me
entró una terrible desesperación. En aquel momento pensé:
“Estoy muerto y ni cuenta se han dado”. Quería que mi
esposa se diera cuenta de que estaba muerto.

El sol entró por mi ventana, las moscas pasaban zumbando,


se paraban en mi cuerpo y pensé: “Apesto y ni cuenta se
han dado”. No supe cuanto tiempo estuve así. Cuando
desperté, tomé mi bicicleta y me dirigí a comprar mercancía
para trabajar en mi pequeño negocio. Tenía que pasar por
donde se encontraba el escuadrón de la muerte y los ignoré.

De regreso me detuvieron y me informaron que Rolando


había muerto, y dije: “No es posible, si el día de ayer estuvimos
tomando en su casa” Sí, pero allí lo llevan ¡mira! Había fallecido
cerca de donde estaba el escuadrón de la muerte sin que nadie
se diera cuenta; cuando el doctor llegó, era demasiado tarde.

Algunos de nosotros, asistimos con su familia para ayudarles


a colocar la lona y las vigas para el velorio. Los cuates me
Sección México 29

ofrecían aguardiente, pero no quise ni un trago aunque estaba


nervioso, desesperado e inquieto.

En el velorio estaba reflexionando: “Si este muchacho


tenía 19 años de edad, estaba joven y murió de alcoholismo,
¿qué me esperaba a mí si yo bebía diario por meses?” De
inmediato me acordé de Alcohólicos Anónimos y también
que habían transcurrido cuatro años desde que dejé de asistir.
Los que me recibieron en ese tiempo, ¿todavía estarían en AA?

Pregunté la hora, pasaban de las 20:00 horas, de inmediato


me salí del velorio y nuevamente asistí al Grupo donde me
habían dado información por primera vez.

Me recibieron con los brazos abiertos y me ofrecieron


cambiar mi botella por una vida útil y feliz, si yo quería.

Desde ese día no he vuelto a beber, por la gracia de Dios,


y tengo nueve años sin beber. Para mí ese fue el despertar
espiritual: un cambio de vida a una vida sin alcohol.

Me doy cuenta que antes de entrar a AA estaba muerto


espiritualmente.

Hoy trato de comprender la espiritualidad, que para mí, es


regresar la dadiva que me dieron desinteresadamente,
informando, directa o indirectamente, al público en general.

Anónimo
30 Experiencias

Sí, soy alcohólico

Ingresé a Alcohólicos Anónimos acabado en todos los sentidos:


física, moral, económica y socialmente. En la tribuna decía “Soy
Ricardo y soy alcohólico” sólo porque los demás miembros así
se presentaban; yo lo hacía por imitación. Aun así, estaba
dejando de beber.

Transcurrieron los primeros días y me sentía muy raro;


no sabía qué era, pero me estaba gustando. Ahora puedo
decir que fue la manifestación de Dios, como yo lo concibo.
Pasaron los primeros meses y continué en el Grupo. Me
sentí motivado y decidí hacer el aseo del local, lavar las
tazas y llegar puntual al Grupo.

El tiempo pasó y seguía en el Grupo. Mi familia empezaba a


tenerme confianza, principalmente mi compañera. No así mis
hijos mayores, que me veían con recelo. Estaban temerosos
ante el solo hecho de pensar ¿cuándo llegará borracho? Seguí
asistiendo constantemente a las reuniones en el Grupo,
consultaba a los más viejos y todo me iba favoreciendo.

En ese tiempo me tocó participar en varios aniversarios


de mis compañeros y me sentí motivado para lograr el mío.
Y así fue, los compañeros de Grupo dijeron que si celebraba
mi aniversario, ellos darían el pastel y se haría una junta de
información al público.

Sentí una gran alegría de poder decirles a las personas


que AA sí funciona. Quería que me vieran, que supieran que
había dejado de beber por un año, que era algo maravilloso;
sin saber que esto sólo era manifestación de mi orgullo, tal y
como era usual en mí.

Llegó el día y todo estaba preparado. Asistieron las personas


no alcohólicas y compañeros de otros grupos. La mesa de
coordinación estaba al frente y sobre ella un pastel
Sección México 31

con las letras: felicidades Ricardo; también tenía el logotipo


de AA.

Estaba sentado a un lado del Coordinador y me había


barnizado muy bien para que me vieran lleno de felicidad. El
Coordinador llevó la secuencia de la Reunión hasta que me
tocó el turno de compartir cómo me había sentido durante un
año sin beber.

Mi corazón se hizo chiquito, al fin tendría que decirle a mi


esposa y a mis hijos, que, por cierto, estaban sentados
enfrente de mí, lo mucho que los quería y lo mucho que los
había dañado. Casi lloré en tribuna, pero me contuve por
orgullo; dije muchas cosas más. Enseguida bajé, y todos me
aplaudieron, volví a la tranquilidad. El Coordinador preguntó
si algún familiar mío quería pasar a decir algo. Vi como mi
esposa se puso de pie y caminó hacia mí, puso sus manos
en mis hombros y empezó a hablar. Dio gracias a Dios,
primeramente, y luego les contó de todo el sufrimiento que
pasó a mi lado. Ella sí habló sin egoísmos, ella sí dijo que
AA estaba haciendo el milagro conmigo y con mi familia, ella
sí lloró de alegría. Contagió a todos los presentes narrando
su vida al lado de un alcohólico. Entonces, sí que me puse a
llorar amargamente; no me importó si me veían o no. Quería
decirle que me perdonara, que no había sido mi intención
causarle tanto daño; todos llorábamos. Poco a poco se fue
tranquilizando. Enseguida, el Coordinador preguntó si había
alguien más que quisiera participar.

Mi sorpresa fue que mi hija se levantó de su asiento y


dirigiéndose a mí se paró a mi lado. Para eso, mi esposa se
quedó a mi lado abrazándome, mi hija hizo lo mismo y empezó a
hablar, diciendo: “Papá, a pesar de todo, nosotros te queremos.
Hemos sufrido mucho contigo, pero esos días ya quedaron
atrás. Ahora, puedo decir que tengo un papá de verdad”. Todo lo
que siguió diciendo ya no pude captarlo. El llanto me ahogaba.
Las personas estaban estáticas, sumidas en un silencioso llanto.
Reinaba un ambiente de nostalgia mezclada con alegría
32 Experiencias

interrumpido sólo por la voz entrecortada de mi hija que


seguía hablando y llorando.

Compañeros en AA, sólo hasta ese instante sentí un gran


alivio interior. Hasta que escuché a mi esposa y a mi hija,
reflexioné sobre lo que estaba haciendo en AA. Puedo decirles
que ese día y en aquel momento, me acepté realmente como
alcohólico. Para mí fue mi primera experiencia espiritual porque
sentí la presencia de Dios dentro de mí, sentí que Dios estaba
entre nosotros.

Ricardo
Sección México 33

Mi despertar espiritual

Llegué a Alcohólicos Anónimos en 1989, físicamente mal; con


los ojos enrojecidos; un tremendo sentimiento de culpa; sin
haber dormido tres días con sus noches; sudando a chorros con
frío y calor a la vez.

Tenía deseos de morir. Había roto un juramento de cinco


meses y mi familia me lo reprochaba. Me decían que Dios
me podía castigar por esto con la muerte de algún familiar y
que yo iba a ser culpable. Esas palabras me dieron miedo,
podría pasarles algo malo. Con gran desesperación en mi
interior, pensaba que mi afición por la bebida era herencia
de mi padre, de mi tío. “No es culpa mía si muero por borracho
como ellos”, pensaba con cierta resignación.

En eso llegó a mi mente que tres años antes me habían


pasado el mensaje de AA en un billar, diciéndome que si yo
quería dejar de beber podía asistir, pero pensaba: “yo no soy
alcohólico, trabajo; soy responsable, en mi casa no falta nada;
soy buen hijo, buen hermano; sólo tomo cerveza y pulque cada
semana, sábados y domingos ¿qué hago? Bueno, voy mañana
para que no me estén molestando. Total, voy un tiempo y ya,
mientras se les olvida”.

Asistí al Grupo, espiritualmente dormido. Empecé a escuchar


las experiencias de mis compañeros y seis meses después
empecé a sentir un cambio en mi interior y me convencí de
que sí, en realidad yo era un alcohólico, pero que podía
dejar de beber. Hablé con el compañero que me había
transmitido el mensaje. Les doy las gracias a Dios y a él;
sentí la espiritualidad del Programa.

Un día en el Grupo me hicieron sentir mal y consideré


beber. Visité a un compañero y dialogamos de mi experiencia,
eran las 24:00 horas. Me invitó a pasar al patio de su casa y
preparó un café mientras me escuchaba, y a las 02:00 horas
del día siguiente me despedí de él. Me dijo que si me iba a
34 Experiencias

beber él lo iba a sentir mucho, pues me estimaba como AA y


como amigo, me dio la mano y luego un abrazo.

Camino a mi casa sentí una gran tranquilidad interior y le


daba gracias a Dios por no haber bebido. Llegué a mi casa
con los ojos rojos, pero no por haber bebido, sino por haber
llorado al sentir este despertar espiritual.

Enrique
Sección México 35

¿Alcohólico yo?

A los 22 años de edad me hospitalizaron, me quedé dos


meses y medio en el hospital y posteriormente logré ocho sin
beber. El decir “soy alcohólico” era de dientes para afuera:
no hubo derrota, no hubo aceptación. Tengo a mi madre, soy
hijo de familia, me daban todo en un inicio. Pero todo se
acaba, me decían: “Deja de beber”. Me llevaron a jurar como
quince veces. Nunca cumplí y, durante el último juramento
roto, caí en la cárcel.

Ofendía a mi madre, a mis hermanos y cuñados, pensando


que me tenían miedo; era lástima. Mi recaída fue dolorosa, tres
meses de alcoholismo; de delirios de persecución, auditivos y
visuales; llegar con el escuadrón de la muerte; tomar alcohol de
96º; tres o más borracheras al día. El motivo, según yo, una
mujer, el amor de mi vida, puros pretextos, por eso bebía más.

Lo cierto es que no me quería a mí mismo; mi madre


lloraba y sentía tristeza al verme así. Después hubo
resentimientos: “mejor muérete hijo”, me decía mi madre, me
escondían la comida y me cuidaban las manos. Sabían que
si faltaba algo, me culpaban a mí. Beber y beber eso quería
yo, total, muerto el perro se acaba la rabia. Pedía dinero
para beber para, una y otra vez, encontrarme tirado en la
calle, en las pulquerías. Qué más quisiera yo, irme de fuga
geográfica con familiares, amigos y desconocidos. El muerto
y el arrimado a los tres días apestan... ¿Y el alcohólico?

Sufrí a causa de mis intentos de suicidio, pero cobarde


como siempre. El miércoles 19 de abril de 1983, día de
tianguis en la colonia, llevando una bolsa con mandado, mi
madre llegaba de trabajar. Yo, con mi botella de alcohol,
levanté la cabeza al cielo y dije una frase: “Señor, ayúdame,
ayúdame Señor”. Enseguida grité “¡no vuelvo a beber en mi
vida!” Desde esa fecha quede convencido que Dios me
arrancó la obsesión de beber.
36 Experiencias

Regresé a un Grupo de Alcohólicos Anónimos dispuesto a


todo. Aquí asimilé, con alma y corazón, que era un alcohólico.

Fue en el Grupo donde me di cuenta que enterré todo el


pasado. Éste fue desplazado por las experiencias de algunos
compañeros y métodos de AA: hazlo por ti mismo, no por tu
madre o por tus hermanos o por Dios; se muera quien se
muera, nazca quien nazca, se vaya la esposa o se quede,
suceda lo que suceda, no tienes, no puedes, no debes
beber. Gradualmente empecé a vivir lo que ya había escuchado:
“Estás preparado para todo”. A esto se referían mis compañeros.

Mi meta era casarme y se cumplió. También tuve dos hijos y


el segundo murió. Me divorcié y empecé a tener negocios,
dinero y un poquito más. La separación fue por presuntuoso,
vanidoso e infiel. Murió mi hermano de alcoholismo, él me llevó
al Grupo de AA. Entre amargas experiencias hay algo
agradable, a los ocho años me casé nuevamente.

Después de aliviarse mi segunda esposa, a los seis meses


murió mi pequeña niña, murió mi hermana de alcoholismo, perdí
todos los bienes que había acumulado; lo del agua al agua.

Tuve cinco accidentes: dos ingresos al hospital por perezoso,


mal comido, mal dormido, anemia, mucho café, cigarro.
Animado por los compañeros, pasé el mensaje en diferentes
lugares a alcohólicos. En el último accidente concebí la
presencia de Dios, porque entre heridos, muertos y gritos, pude
darme cuenta que yo estaba hincado diciendo: “gracias, Señor,
por darme la oportunidad de conocerte”. Arrepentido y adolorido
físicamente, encontré el resultado de mi familia, mi esposa y mis
hijos; juntos lloramos de agradecimiento a Dios.

Juan
Sección México 37

Mi primera junta
Eran principios de 1993, un miembro de Alcohólicos Anónimos,
el compañero al cual conocí en la actividad, me pasó el mensaje
y por un tiempo estuvo tratando de convencerme de asistir a una
Reunión de AA.
Yo seguía bebiendo y, en los primeros días de marzo, viví
una experiencia que le dio un giro total a mi vida. Después de mi
última borrachera de varios días, viví una de las crudas físicas y
morales más pesadas; tenía insomnio y ansiedad. Durante una
noche de insomnio, aproximadamente a las dos de la mañana,
una sensación extraña me condujo hacia la televisión; la cual
tenía bastante tiempo sin ver. La encendí y estaban pasando
una película que me interesó y me atornilló al sillón. La primera
escena que vi mostraba a una persona delgada bebiendo en la
sala de su casa, alguien toca la puerta y pesadamente va a
abrirle. Se saludan amigablemente, lo pasa a su sala y le ofrece
de lo que estaba bebiendo. El recién llegado no acepta y le
empieza a hablar de cómo ha logrado dejar de beber.

Era Ebby pasándole el mensaje a Bill W. (esto lo supe


posteriormente). Al finalizar la película supe que se trataba de
AA, porque apareció el logotipo. Aún dentro de mi inconsciencia
debida a los malestares físicos, entendí que era un mensaje y tal
vez, mi última oportunidad. El resto de la mañana me dediqué a
tratar de localizar a un compañero, pero no tenía su teléfono ni
su dirección y fue imposible. Al día siguiente me fui a trabajar y a
los cinco minutos de haber llegado a mi trabajo, llegó el
compañero. Él se extrañó, pues no tenía nada que hacer en mi
trabajo y me manifestó que iba rumbo a su casa después de
visitar a un cliente y al pasar por aquí en su pesero, algo le
impulsó a bajarse. Estuvimos platicando acerca de lo que me
había sucedido esa madrugada y estuvimos de acuerdo en que
Dios se había manifestado. Esa misma noche recibí mi Junta de
información y hasta el día de hoy no he bebido.
Rogelio
38 Experiencias

Mi voluntad no era mía


Cuando llegué a Alcohólicos Anónimos, lo primero que
pensé fue: esto es para viejitos, yo estoy muy joven para
estar en este lugar. La verdad, no quería dejar de beber, no
me agradó y dejé de asistir. Dos años después llegué de
nuevo a la Agrupación, ahora con la idea de enseñarles a
esos borrachos cómo deberían hacerle para dejar de beber
y, obviamente, al no hablar de mí, sino de ellos, cada día me
ponía diferentes máscaras. Esto continuó hasta que los
compañeros me sugirieron que fuera honesto y que hablara
de mí, que no escondiera mi verdadera personalidad atrás
de una máscara. El hecho de que me hablaran, ¡a mí!, de
esa forma logró que sintiera resentimiento y, como no tenía
el sincero deseo de dejar de beber, me retiré otra vez de la
Agrupación.
Mi pensamiento estaba ya atado a AA, pero mi voluntad
estaba atada a una botella y, por lo tanto, volví a beber. Volví a
llegar a la Agrupación porque mi esposa me amenazó con
dejarme y mi madre me regañaba cada que tenía oportunidad.
Pero como bien dicen los alcohólicos: “Cuando alguien no quiere
dejar de beber, así baje Dios y se lo pida, no lo hará”. Fue hasta
la cuarta ocasión en la que me acerqué a la Agrupación que, por
la gracia de un Poder Superior, he podido conservarme sin
beber hasta el día de hoy. Esto lo he logrado utilizando el
método de las veinticuatro horas, “Sólo por hoy”.
Afortunadamente este Grupo tiene como característica
guiar a los compañeros nuevos motivándolos al servicio sin
descuidar su recuperación. El Grupo me motivó, a los seis
meses de estancia, para adquirir un servicio; lo cual, a
sugerencia de mi padrino acepté. De ahí en adelante seguí
en el servicio. Cuando cambié de domicilio salí de este
Grupo, pero terminé el periodo de servicio como ROI.
Posteriormente me adherí a otro Grupo con el entusiasmo
de saberme buen servidor y me sentí motivado a servir como
RSG interino durante siete meses, tiempo en el que concluía el
Sección México 39

periodo. Pasado un tiempo, regresé, al primer Grupo donde


había logrado dejar de beber. Recuerdo que se encontraban
en tiempos de elección para RSG y sentí la motivación más
no logré tener la aceptación de mis compañeros. Me sentí
frustrado porque creí que era el hombre ideal para guiar al
Grupo. Sin embargo, la conciencia no lo vio así. Me fui a
apoyar un Grupo de baja membresía donde me autoelegí
como RSG, pero a los seis meses renuncié porque era
demasiado absorbente. Por tal motivo, me resentí y me retiré
del Grupo y de la Agrupación por espacio de dos años, tiempo
en el que viví buenas y agradables experiencias.
Los compañeros que me encontraban se daban cuenta
de mi estado emocional, y me sugerían asistir al Grupo. Mi
soberbia me hacía contestarles de forma agresiva y prepotente,
afirmándoles que me encontraba bien en todos los
departamentos de mi vida y el asistir al Grupo me pondría
mal: a tal grado llegaba mi borrachera seca. En esa misma
etapa viví una experiencia que transformó mi conducta y mi
forma de pensar hacia el Grupo y la vida.
Me había quedado sin empleo, mi esposa me acosaba
con indirectas, mis hijos sufrían carencias y diario me
preguntaban si ya tenía trabajo. Como si esto fuera poco, me
enteré que una persona con la que había tenido una relación
murió de SIDA. Caí en una depresión muy fuerte, me sentí
como un condenado a muerte y me rebelé ante mi Poder
Superior, “¿por qué a mí?” En esos momentos, en mi mente
se presentaban dos salidas, beber o suicidarme. Mi orgullo
no me permitía asistir al Grupo y contarles a mis
compañeros lo que me pasaba. Conseguí algunos pesos y
fui a ver a un doctor lejos de mi comunidad donde no me
conocieran. Lo esperé aproximadamente dos horas, pero
nunca llegó. Tomando esto como un mal presagio sentí que
mi suerte estaba echada. Salí del consultorio y caminé por
las calles sin dirección fija, deambulé no sé cuánto tiempo,
cuando me di cuenta me encontraba frente a una iglesia. Sin
pensarlo me adentré y de mis ojos comenzaron a brotar
40 Experiencias

lágrimas, ¿cómo es que el ser humano recurre a Dios


cuando siente la cercanía de la muerte?
En ese instante pedí perdón por todos mis pecados,
imploraba que mi familia no fuera a sufrir las consecuencias de
mis actos, creía que para mí todo había terminado. De pronto en
mi mente revoloteaban estas preguntas: “¿Qué has hecho tú
para vivir una vida útil y feliz? ¿Qué vida le has dado al
Programa? ¿Lo has entendido? ¿Has sido útil alguna vez? Si no
lo has sido, ¿cómo puedes pensar en ser feliz? Eso es lo que te
duele ahora, que sientes que la vida se te escapa; nunca te has
ocupado de las cosas de Dios, por eso tienes miedo”. Salí con
un poco de tranquilidad, y esa misma noche asistí al Grupo. Al
término de la Reunión me apadriné con un compañero que me
escuchó con detenimiento por largas horas y, sin apapachos, me
ubicó en mi realidad. Me sugirió dejar de jugar al engañabobos y
no quererme curar de vez en cuando, sino constantemente.
Volví a integrarme al Grupo y, con más vehemencia, al servicio,
dándome cuenta que en tiempos pasados veía al servicio como
una manera para adquirir prestigio. Hoy he comprendido que es
vital para complementar mi recuperación.
Me hice unos análisis para salir de mis dudas y los resultados
fueron satisfactorios. A los pocos días de asistir al Grupo, se me
presentó una oportunidad de trabajo. La aproveché y hoy tengo
un empleo que me permite desarrollar mi servicio con
tranquilidad.
Hoy, estoy consciente que podrán venir más problemas,
quizás otras enfermedades, pero me he puesto en las
manos de mi Poder Superior y seguiré en AA hasta que Él,
en su infinita sabiduría, me marque el destino que me ha
reservado.

José Luís
Sección México 41

Aceptar su voluntad

Hace algunos años, las cosas marchaban bien, había trabajo,


dinero, salud, Grupo y padrino; todo era felicidad.

Dios me mostró su mano un sábado 10 de febrero de


1995. Mi esposa se enfermó de un dolor y la trasladamos al
hospital, pero había muchos pacientes en urgencias y se nos
pidió que esperáramos turno. Así, después de tres horas, a
mi esposa se le pasó el dolor y, de regreso a casa, le volvió
a dar. La llevamos a un consultorio particular, en donde nos
dijeron que tenía que operarse de la vesícula y nos dieron
una medicina para el dolor, que ya para entonces se le había
quitado; la llevamos a la casa.

Al día siguiente, se volvió a poner mal, la llevamos a una


clínica particular donde fue operada y salió muy bien. A los tres
días, la dieron de alta. A los veinte días de estar en casa, se
volvió a sentir mal y además le dio hepatitis. También su mamá
enfermó y fue internada en la misma clínica. Mi esposa fue a
visitarle y al llegar le dijeron que a su mamá le acababa de dar
un paro cardíaco.

Mi esposa tuvo que ser operada nuevamente porque los


estudios que le mandaron a hacer demostraban que la primera
operación había salido mal. Salió bien de su operación, pero a
los dos días, se puso mal del corazón porque no le bajaba la bilis
y temían que tuviera cáncer. Quiero decirles que aunque mi
esposa estaba internada, yo casi no faltaba a mis reuniones. Por
la noche al llegar a casa, caía de rodillas llorando, oraba y le
pedía a Dios que me dijera qué era lo que yo tenía que hacer
para aceptar su voluntad.

Quiero decirles que el costo de todo esto fue mucho. Tuvimos


que deshacernos de algunos bienes materiales, pero eso era lo
de menos, mi esposa fue dada de alta y llegando a casa se
volvió a poner mal y la volvimos a internar.
42 Experiencias

Le hicieron todos los estudios que ya le habían hecho en la


clínica particular, y nada que se componía. Nos dijeron que la
iban a volver a operar, yo desesperado decía: “Dios mío, por qué
a mí”. Una noche, ya muy desesperado, dije: “Señor, perdóname
por dudar de ti, sólo te pido que si me la vas a dejar, me digas
qué es lo que tengo que hacer y si te la vas a llevar, que no sufra
tanto, y, a mí, dame fortaleza para poder transmitirla a mis hijos y
a toda mi familia”. Quiero decirles, compañeros, que mientras
tanto, sus hermanas la curaron por otros medios a los cuales no
me opuse. Quiero decir por medios espirituales y el resultado fue
que a mi esposa ya no la tuvieron que operar y hoy la tenemos
con nosotros.

Gracias, Señor, por tu misericordia y por tenerte a mi lado


en todo momento.

Alfredo
Sección México 43

Milagro de Dios

Dios me ha dado pruebas para creer en Él. No voy a mentir


sino a decir mi verdad. Después de muchos fracasos en mi
actividad de alcoholismo, perdí a mi esposa, a mi hijo, a mi
hermano y una hija con otra pareja. Renegaba de Dios por
todo lo que me pasaba y no lo aceptaba.

En 1989, me empezaron a dar el mensaje de Alcohólicos


Anónimos, pero no lo quería. Cada día iba cayendo más
bajo. Por la insistencia de un compañero asistí al Grupo,
pero llegué borracho; no dejé que me dieran información.
Seguí tomando hasta 1993, año durante el cual fui por
información a un Grupo. Quería seguir tomando, pero por
miedo no tomé.

Los compañeros me invitaban a otro Grupo, pero no


quería ir. Me empecé a acercar como al año y en las
primeras reuniones me dieron un servicio, después de
comprometerme no quería cumplir como debía de ser. Por
esos días, uno de mis hijos se empezó a comportar mal con
su esposa y sus tres niñas. Por fortuna yo había dejado de
beber. Hablé con él y hubo un pequeño cambio, pues dejó a
las mujeres con las que andaba.

Yo todavía estaba incrédulo. Sin embargo, sucedió algo


más: nació el cuarto bebé, que fue un niño. A los cuatro
días, se puso tan grave que esperábamos lo peor. Le pedí a
mi hijo que fuéramos a pedirle a Dios por el niño.

Cuando regresamos al hospital, donde estaba el niño con su


mamá, llegó una ambulancia que lo llevó a otro hospital donde
se recuperó. Mi hijo cambió mucho con su familia. Esa semana
hubo un Congreso en Cuernavaca, al cual no pude ir por
acompañar a mi hijo. Posteriormente vino un Congreso en
Puebla. La noche anterior, avisé a mis compañeros que no iría.
Ellos me dijeron que iban a salir a las 05:00 horas.
44 Experiencias

A esa hora estaba con mi familia durmiendo y tuve un


sueño en el que iba rumbo a ese Congreso. Desperté e
inmediatamente fui a buscar a mis compañeros para ver si
todavía no se iban. A mi familia le dije que iba a un Grupo.
Las experiencias que viví no se me olvidan. Desde entonces
he creído que Dios nunca me ha dejado solo, por lo de mi
hijo y por el sueño. Le doy gracias porque me ha dado la
oportunidad de asistir a foros, congresos y a la 3ª
Convención. Gracias a Él estoy ayudando a mis hermanos.
Gracias, Dios mío, ahora sí creo en ti.

Elías
Sección México 45

Hasta que creí

A la edad de quince años tuve mi primer contacto con el


alcohol; soltero y con todo un futuro por delante (eso
pensaba). El efecto que produjo en mí fue hermoso. A partir
de ese momento buscaba otras ocasiones para volver a
repetir lo mismo.

Esto pasó muchas veces durante año y medio. Después


llegué a un Grupo de Alcohólicos Anónimos sólo por
experimentar. Además, asistí también porque bajé mucho en
mis calificaciones en la escuela. Sólo asistí durante cuatro
meses, pero la semilla quedó sembrada. Me salí y enseguida
seguí bebiendo, empecé a volverme más indisciplinado y me
interné en un seminario religioso, buscando alguna posible
solución a mi problema de indisciplina y alcoholismo. En mi
mente estaba consciente que no quería ser sacerdote. Pero
había algo que me agradaba de ese lugar, y era su forma de
convivir, reír, expresarse y mucho más: lo hacían sin alcohol. La
gran mayoría de estos seminaristas eran de mi edad, sólo que
sin ningún complejo; yo tenía muchos complejos. Me sentía solo,
cargaba con la problemática de un padre alcohólico y una madre
llena de tristeza. Todo esto me ocurrió a una corta edad, ni
siquiera tenía 17 años. Seguía bebiendo a escondidas en el
campanario de la iglesia o en la recámara del sacerdote.

Después abandoné ese lugar. Inmediatamente me sentí


libre y seguí bebiendo, ya fueron cantidades más fuertes y
más prolongadas. Estaba a punto de terminar la carrera y
me llevé a vivir a casa de mis padres a una mujer que tenía
problemas parecidos a los míos, pero al fin y al cabo ya era
yo esposo y según yo, señor. Sólo que tenía 18 años, mucha
inmadurez, y una enfermedad desarrollada de alcoholismo.
Por supuesto que abandoné los estudios y me puse a
trabajar. Aumentó aún más mi manera de beber y empecé a
destrozarle la vida a esa mujer al igual que a mi madre.
46 Experiencias

A los cuatro meses mi mujer quedó embarazada y en ese


estado la golpeaba mucho, la corría y la humillaba. Hubo
algunas separaciones, hubo muchas promesas de cambiar, pero
todo fracasó. Empecé a quedarme tirado en la calle, a curármela
en las banquetas con leche y alcohol. Muchas veces no llegué a
casa y cuando llegaba era sin dinero, sin cartera, sin reloj, sin
suéter y sin nada, Hice algunos juramentos y no los cumplí. Tuve
delírium trémens, visuales y auditivos. Pero eso no bastó, seguí
bebiendo todavía más cantidades, seguía golpeando a esa
mujer. Nació mi primer niño y prometí cambiar y no cambié;
después, vino el segundo y fue una niña. Me entusiasmé todavía
más que con el primero y le dije a Dios: “Ahora sí voy a cambiar
y me voy a superar”, a los tres días estaba borracho nuevamente.

Una ocasión viví un delirio bastante fuerte con el que pude


causar la muerte a mi mujer y a los niños, pero gracias a Dios,
eso nunca pasó. Fui con una psicóloga por un tiempo. Sin
embargo, después de las terapias seguía bebiendo. Por fin me
di cuenta y noté que todas las tentativas fallaron y un día,
acostado, reposando una borrachera, me llegaron a la mente
los rostros de dos miembros de AA y algunas palabras que
ellos me decían cuando fui a ese Grupo. Asistí a un Grupo
cerca de donde vivía y lo hice con mucha seguridad,
creyendo que Dios era quien me llevaba, hasta que creí; era
el 22 de julio de 1995.

Desde entonces no he vuelto a beber, mis hijos están sanos


y mi esposa cree en mí. La obsesión de beber desapareció.
Tengo mi propia casa, trabajo y aunque se acabara este trabajo:
yo creo en Dios. Él me sacó de todo en el pasado y Él me
ayudará cuando lo necesite.

Raymundo
Sección México 47

Volver a empezar
A mediados de 1981, llegué a Alcohólicos Anónimos por
primera vez. Fue la necesidad la que me llevó a acudir a un
Grupo. Mis conflictos sociales y familiares me llevaron a
tomar esta decisión; a buscar un refugio o ayuda para mi
problema de alcoholismo. Aun en esos momentos críticos,
no aceptaba ser un alcohólico. La curiosidad me hizo llegar
a la Agrupación, pues algunas personas, incluyendo mi
esposa, me sugerían incansablemente que en AA podría
encontrar la ayuda necesaria para mi problema. No recuerdo
lo que se dijo esa noche. Lo único que se me quedó grabado
fue que mantuviese mi mente abierta.
Esa noche llegué a casa, quería que todo el mundo se
enterara que ya pertenecía a AA; sobre todo mi esposa, mis
hijos, y mis jefes en el trabajo. Quería que se enteraran:
desde ese momento empezaba a dejar de beber. Recuerdo
que la emoción era verdadera porque, el parar esa carrera
tan desenfrenada hacia la locura o la muerte, era mi deseo
sincero.
Aproximadamente tres años después, tuve que trasladarme
a otra ciudad por motivos de trabajo. Esto fue motivo suficiente
para no asistir más a un Grupo. Creía que ya sabía como
mantenerme sin tomar y que ya podía solo con mis problemas.
Tuve que caer en el error de las fantasías de la autosuficiencia.
Mi soberbia me mantuvo año y medio más sin tomar una sola
gota de licor. Pero lo esperado y dicho por ustedes tuvo que
llegar: volví a beber.
Durante cuatro años y medio me mantuve seco hasta los
huesos; únicamente tapando la botella. Jamás presté atención al
Programa, jamás terminé ni consideré el Primer, Segundo y
Tercer Paso; mucho menos llegué a completar el Cuarto y
Quinto Paso o cualquiera de los siete Pasos restantes.
Todo lo que se había logrado hasta ese momento: la
recuperación de la confianza de mis seres queridos, una
estabilidad económica regular y algunos logros más, se
48 Experiencias

esfumaron, se derrumbaron, se perdieron en unos cuantos


segundos.
Durante once años regresé dos veces al Grupo y recaí dos
veces más. Durante éstas dos recaídas las cosas siempre
fueron peor, nunca mejor. Mi alcoholismo aumentó hasta tocar
fondo: el de las crudas infernales: el de las noches de
sobresaltos, de insomnio, pesadillas; el de las visiones
infernales, temblores incontrolables; el de desprecios de todo el
mundo y el de hurgar el monedero de mi mujer, pues los fondos
para beber se habían agotado. En fin, fui perdiendo poco a poco
el respeto de mis hijos, el respeto a mí, la dignidad y, sobretodo,
el amor a la vida, que es lo mismo que el amor a Dios.
Una mañana, hace aproximadamente dos años, sucedió algo
muy raro en mí. Desperté sin esa terrible obsesión. Me dirigí a
buscar un Grupo que sesionara por las mañanas. No lo
encontré. Un poco desalentado me dirigí a un parque cerca de
mi domicilio. Me recosté en el prado pensando a qué Grupo me
iba a dirigir, ya que no quería ir al Grupo al que había asistido en
los últimos años (por soberbio, creo ahora) y me quedé dormido.
Desperté como a las 18:00 horas y me dirigí a otro Grupo dado
que era hora de sesión y entré cinco minutos tarde. Según yo,
esto evitaría que empezaran las clásicas preguntas. Finalmente,
se me invitó a pasar a tribuna y tuve que soltar gran parte de lo
que me había acontecido. Esa noche, por primera vez en mi
vida, me sentí libre de algo pesado que sentía dentro de mi ser.
Esa noche, por primera vez sentí ser honesto y sincero
conmigo mismo. Por primera vez en muchos años, pude
dormir tranquilo. No se iluminó el cuarto, como le sucedió a
Bill W., pero pude sentir un cambio radical en mi existencia.
Hoy trabajo para aminorar mis defectos de carácter y regular
mis juicios y actitudes. Hoy tengo un servicio que Dios y AA
me han regalado. Con el servicio fortalezco mi recuperación
y reafirmo, día a día, lo que sentí esa noche: que mi Padre
me dio la oportunidad de volver a AA.
Jesús
Sección México 49

La nube rosa
Al llegar a Alcohólicos Anónimos se compuso todo: el trabajo, la
familia y la voluntad. Pude tener fuerza de voluntad y, por
primera vez, me sentía vivo. Tuve tres épocas en las que
recuerdo haber sido realmente feliz. La primera, fue cuando tuve
mi primera novia, el famoso primer amor. La segunda, fue
cuando el alcohol me abrió las puertas de una felicidad ficticia,
pero felicidad al fin. A pesar de todo, hubo una época de
bebedor en que disfruté la bebida. La tercera época feliz, fue mi
primer año en AA.
Durante estas etapas de felicidad siempre vi al mundo más
hermoso, vi los colores más brillantes y sentía cómo mi sangre
corría alegre y vigorosa por mis venas. Pero este primer año en
AA me trajo algo más: un contacto extraño con algo extraño.
Percibía dentro de mí, mucho más lejos que mis entrañas, unos
ojos. Esos ojos eran raros, misteriosos y me veían durante casi
todo el día.
Siempre he tratado de compararlos con algo grato en un
intento por describirlos. Nunca comenté esto con nadie ni
traté de explicarme la razón de esta sensación tan extraña
que duró varios días.
Tiempo después de apagar la vela del pastel, que mi
Grupo había comprado para festejar mi primer año de
sobriedad, me regresó esa espantosa y desesperante sed
que solamente podía ser calmada con alcohol. Quería beber
alcohol, pero a la vez no quería. Pude soportar esta locura
sin beber durante un mes. Pero fue un infierno más grande
que el de mis peores tiempos de bebedor.
Había pedido ayuda a mis compañeros de Grupo, pero
nadie podía hacer nada por mí. Sus comprensivas palabras
y sus sinceros consejos rebotaban en mi mente porque tenía
ganas de beber hasta desmayarme de borracho o reventar.
Entonces, lleno de desesperación, por primera vez en mucho
tiempo, me arrodillé y le pedí ayuda a Dios. No quería regresar a
mi vida anterior, pero tampoco quería vivir como lo estaba
haciendo. Me sentí hueco e hipócrita al estar hablándole a algo,
o a alguien, en quien no creía mucho.
50 Experiencias

Entonces, abandoné repentinamente, algo fastidiado, mi


inútil oración. No tenía caso estar haciendo esto sin sentirlo
y me puse a llorar lleno de desesperación. ¿Por qué no
podía creer? ¿Por qué Dios no me quería escuchar si yo era
su hijo? ¿Qué iba a hacer con mi desesperada sed por
beber otra vez? Todo esto me preguntaba mientras lloraba a
gritos, tumbado de bruces sobre mi cama.
Rato después me sentí más calmado. Pensé que la calma
había llegado por haberme desahogado en llanto, pero no
fue sino hasta tiempo después que me di cuenta que la sed
desesperante y espantosa había desaparecido. Me quedé
muy sorprendido de no haberme dado cuenta en seguida.
He reunido, a partir de esos días, algunos años más en
AA y he tenido muchos problemas, algunos difíciles, pero
nunca he vuelto a padecer aquella sed por beber alcohol.
Estoy seguro que aquella vez, con mi hipócrita y hueca
oración, fui capaz de hacerme escuchar por Dios.
Estoy seguro que esa mañana empecé a practicar mi
Primero, Segundo y Tercer Paso. Muchas veces he cerrado
mis ojos y he intentado buscar y encontrar al par de ojos
extraños que penetrantemente me miraban desde lo más
hondo de mis entrañas; sin embargo, nunca más los he
vuelto a sentir.
Cuando en mi vida se ha vuelto a presentar otro capítulo
difícil, he sentido resentimiento, depresión y autoconmisera-
ción, pero nunca más he tenido ganas de volver a beber.
Sí, tal parece que fui bajado a tierra. Hoy he visto esta
vida de frente y, siempre que he tratado de pedir ayuda a
Dios, mi vida ha sido más llevadera.
Estoy seguro que el par de ojos eran los de un representante
de Él y cuando pienso más audazmente, tengo la creencia que
eran los ojos del mismísimo Dios.

Anónimo
Sección México 51

Mi último juramento

En aquellos tiempos cuando mi alcoholismo era más fuerte


que mi fuerza de voluntad, en ocasiones me funcionaba
hacer un juramento durante algún periodo de tiempo
impuesto por mí, con el fin de no ingerir bebidas alcohólicas.
Esto me trajo como consecuencia inestabilidad emocional y
descontrol físico. A pesar de que lo anterior realmente estaba
fuera de mi conocimiento.

Conforme avanzaba mi carrera alcohólica, cada vez era


más difícil cumplir cada uno de esos juramentos. Se me
había hecho costumbre hacer largas peregrinaciones para
poder mitigar un poco el sentimiento de culpabilidad que
sentía al haberme defraudado una vez más, por no cumplir
mi promesa de no beber. Esta ocasión fue diferente, pues
nadie podía ayudarme. Me encontraba completamente solo,
sin esperanza, con la lucha por la sobrevivencia, por el suelo
y sin un centavo en la bolsa.

Esa noche decidí que al otro día de madrugada tomaría mi


bicicleta, que era lo único que conservaba, y me encaminaría
una vez más hasta Toluca. Así lo hice. Aún no había recorrido la
mitad del trayecto cuando ya me había cansado y no podía
continuar más. Por primera vez en mi vida mi orgullo me tenía
doblegado a media montaña, llorando todos mis pesares. No sé
cuándo, o en qué momento, llegó a pararse frente a mí una
persona de edad avanzada y, con una sonrisa, me preguntó:
¿Cuál es tu pesar? Tampoco sabría decirles por qué le conté lo
que me pasaba. Al ver que tiraba las refacciones y herramientas
que portaba en una mochila, quiso saber qué más tiraría.

Me sorprendí al ver que en el fondo de la mochila se


encontraba un pequeño traste con alimentos y una buena
dotación de agua que mi madre había puesto un día antes.
Cabe mencionar que parte de mi fatiga se debía a la falta de
alimentos y agua. Apresurando con avidez los alimentos y el
agua, mi compañero desconocido, con esa misma sonrisa, me
52 Experiencias

invitó a continuar mi camino. Pero ya no quise hacerlo.


Entonces, me propuso que si llegaba antes que él a la cima me
daría la razón. Si por el contrario, llegaba él, entonces tendría
que completar mi camino. Nuevamente mi orgullo me daría otra
lección. Al observar a mi competidor en turno, lo menosprecié.
Tenía el cabello, las cejas y el bigote totalmente blancos y, por
la edad, no creí que pudiese tener la menor oportunidad.
Además, el sentimiento de autosuficiencia que me daba el
haber sido entrenador durante dos años me dio seguridad.

Aún con esto, el anciano me dio ventaja de aproximadamente


un kilómetro; cosa que hasta la fecha para mí sigue siendo un
enigma. Yo no levantaba la mirada, sólo me concretaba a
pedalear y pronto me di cuenta que con su bicicleta empujaba la
mía. Los ciclistas sabrán que la cima de la montaña es de lo más
pesado. Ahí estaba mi gran amigo acompañándome y dándome
la lección que necesitaba. Pudo haberme ganado, pero no lo
hizo. Platicó un rato conmigo en lo que avanzábamos y me pidió
que rezara por todos los que no creen en Dios.

Gracias a él, terminé mi recorrido. Lo extraño de esto es


que al comentarlo con otros ciclistas me dijeron que les ha
sucedido algo parecido y, la descripción que me han dado,
es de la misma persona. Pero fue hasta cuando lo compartí
en otro Grupo de Alcohólicos Anónimos, supe que también a
otro compañero le había sucedido. Este compañero me
sugirió que de ahí me afianzara porque era lo único que
tenía que verdaderamente era mío. Poco tiempo pasó
cuando llegó la muerte de este compañero. Desde entonces
me parece que la vida es más sencilla de lo que yo imaginé.

Anónimo
Sección México 53

Acción

Mi experiencia espiritual, un acontecimiento inolvidable hasta


que el Poder Superior me dé permiso de seguir sobrio y en
Alcohólicos Anónimos.

En 1995, un compañero del Grupo me dijo: “¿Qué hay


Toño, te gustaría hacer tu inventario, o sea, el Cuarto Paso?”
Le contesté que sí, pues para mí era muy importante. Nos
preparamos para este Paso tan necesario en la práctica de
los Doce Pasos y llegó el día tan esperado.

Mi experiencia es algo increíble. Al estar en el Onceavo


Paso, la oración y la meditación, me encontré en un campo
verde, hermoso, sin viento, no era luz de sol y era una tarde
increíble. Se me acercó mi Poder Superior y me besó la
mejilla. No vi su rostro ni sus pies, me tocó el hombro
cuando me besó y repentinamente empezó a irse. No lo vi
darse la vuelta y le quería decir: “No te vayas, no te vayas”.

Compañeros, al volver en mí, estaba en llanto incontenible.


Hoy, le doy gracias, me ha servido para mi recuperación y sé
que ahora no estoy solo, portaba su túnica blanca y su
cabellera larga.

José
54 Experiencias

Empezó la fe

Los primeros días de estar dentro de la Agrupación de


Alcohólicos Anónimos, los empecé a sentir agradables. Ya
no sentía la cruda física atormentadora, las noches largas y
desesperadas por un trago de alcohol, por temor a
quedarme engarrotado y sentir ese miedo a la muerte, pues
los sueños que tenía eran de esa índole. Sentía que me
mataban o me aventaban a un precipicio profundo. Entonces
era cuando me despertaba con esos sudores fríos y
empezaba a sentir la cruda física y moral.

Por eso, al recordar cómo en el Grupo me iban quitando


esa obsesión por un trago de alcohol, comprendo cómo voy
teniendo mi primer despertar espiritual. Porque voy viendo
los días diferentes, con una alegría por vivir y siento esa
felicidad, ese principio de una aventura maravillosa.

Tuve que sufrir en mi caminar dentro de AA. Empezar a


creer que tengo que depender de algo superior a mí, pues mi
filosofía, pensamientos, orgullo, vanagloria y autosuficiencia,
hacían que no creyera en un Dios. Todo lo que conseguía en
la vida: trabajo, dinero y familia, era por mi sabiduría. Por eso,
cuando se hablaba de Dios en el Grupo, siempre me sentía
mal. Hasta mi esposa me decía que era un incrédulo. Cuando
hacía una venta en mi negocio, no le daba las gracias a Dios y
a ella le decía que no necesitaba de Dios, que las ventas que
hacía eran por mi sabiduría y mi inteligencia; yo le demostraría
que iba a triunfar en la vida.

Desde ese momento vinieron los tropiezos y los fracasos.


El negocio se vino abajo, debía mucho dinero, mis hijos que
me ayudaban me dejaron: me estaba quedando solo. Sentía
miedo al fracaso y salía a la calle a caminar y mi pensamiento
era que no iba a poder. Esas borracheras secas me hacían
sentir mal, pues decía: “Ahora que tengo tres años dentro de
AA, ¿cómo es posible que me haya sucedido esto?”
Sección México 55

Dentro del Grupo empecé a sentir al Poder Superior con


las experiencias de los compañeros que me levantaban el
ánimo y me decían: “Hay que seguir adelante” Me empecé a
dar cuenta que ahí estaba el Dios de los AA.

Así fue como empecé a sentir esa fe dentro de mí y a


pedirle a Dios que me ayudara a salir adelante. Fue muy
doloroso derrotarme, pero tenía que sufrir para poder
hacerlo y comprender que hay algo que mueve todo y eso es
Dios; comprender su voluntad por si llega un accidente o la
pérdida de un familiar o una enfermedad.

Es por eso que estando dentro de AA, aprendí que


aceptar la voluntad de Dios es confianza en uno mismo,
fortaleza y por eso ahora decimos muchos de nosotros, ¡ya
no estamos solos!

Carlos
56 Experiencias

Cuando hablo
Nací el 10 de febrero de 1962, en la ciudad de México.
Conocí poco a mi padre. Cuando cursaba el quinto año de
primaria, falleció. Sin embargo, recuerdo que él era un
bebedor social, que amaba a mi madre, era cariñoso,
respetaba a mis hermanos y a mí. Mi madre era modista,
trabajaba haciendo ropa y composturas.
Recuerdo que ella me decía que era buen estudiante, nos
sacaba a pasear a mi hermano menor y a mí, regularmente.
Sin embargo, veía que se inclinaba más por el menor y lo
consentía más. Al terminar la primaria me resentí con ella,
pues no me fue a ver bailar en el festival del día de la madre.
Sentí culpa (no me daba cuenta que lo hacía por su trabajo)
y tristeza. En la secundaria jamás se presentó a firmar mi
boleta, siempre lo hacía una hermana mayor.
Al terminar la secundaria fui rechazado al siguiente nivel. Sin
embargo, después logré ingresar y aquí fue donde comencé a
ingerir alcohol y drogas. Me di cuenta que las drogas no eran
para mí, pues me daba miedo, temor, frustración e inseguridad y
por lo tanto no lo volví a hacer. Con el alcohol era una persona
sociable, bailadora y no insultaba a la gente, me encantaba salir
a pasear, porque mi madre me daba dinero y además, era hábil
para sacarles el dinero a mis hermanos mayores. En esta época
llegué a conocer gran parte de la República Mexicana con mis
compañeros de clases, también ingeríamos grandes cantidades
de vino y cerveza.
Ingresé a la licenciatura en 1981, y en los tres años
siguientes aún me la curaba con refresco. Sin embargo, estuve a
punto de fracasar en mi carrera, pues ya tenía sentimientos de
culpa, vómitos por la mañana, náuseas, temblores...
Noté que yo no era el centro de atención en casa, que mi
madre siempre hablaba de mis cuatro hermanos y de mí,
nada. Terminé la carrera y tardé cinco años para titularme,
pues ingería alcohol casi toda la semana y empecé a tomar
con personas de cincuenta a sesenta años.
Sección México 57

Dentro de sus pláticas mencionaban: “Anoche no pude


dormir, tuve diarrea y estuve en el baño nada más sentado,
tenía miedo, escalofríos y sudores”. Me decía a mí mismo: “Yo
soy ese, pero cómo iba a decirlo”, pues era un joven de 25
años de edad. Sin embargo, la enfermedad del alcoholismo ya
estaba latente.
El autoengaño superaba mi situación real y con la fuga del
alcohol tenía a ratos sueños de grandeza, para después
sumergirme en la autoconmiseración. Los juramentos ya no
daban resultado, en las fiestas ya no estaba a gusto, no
disfrutaba. Comencé a aislarme, a no entender el sentido de
los programas de televisión y a tener delirios auditivos y
visuales; la falta de apetito y de retención de alimentos en mi
estómago me estaba ocasionando reblandecimiento cerebral.
Las piernas no me sostenían, para mí era la ruina. En una
ocasión me paré frente a una imagen que estaba en el
oratorio de la casa de mi madre y le hablé de una manera
grosera, diciéndole que me echara la mano, que ya no
quería sufrir.
Comencé a asistir a los grupos de Alcohólicos Anónimos,
pero únicamente como si fuera a tomarme mi pastilla, pues
asistía cuando me sentía muy mal y al salir de ahí me sentía
bien. No aceptaba mi derrota porque creía que AA se trataba
de competencias y se tenía que llegar más reventado.
Al asistir a un lugar para que me dieran una limpia, se me
dijo: “Lo que tú necesitas es ir a un Grupo donde tanta gente
deja de beber”. Llegué al Grupo base el 26 de febrero de
1994, y hasta el día de hoy no he bebido. Esto no fue obra
de mi filosofía de la vida, ni del conocimiento de mí mismo.
Esto fue gracias a un Dios, como yo lo entiendo. A partir de
entonces disfruto de la lluvia, del sol, de la luna, de las
estrellas y del mar. Siento una buena vibra en cada instante
de mi vida.
Anónimo
58 Experiencias

Fue Dios, sí, existe

Mi llegada a la Comunidad de Alcohólicos Anónimos fue en


enero de 1990. Junto con otros nuevos y guiados por un
padrino que tenía veinte años, el Grupo abrió sus puertas y
desde ese momento empecé a dejar de beber. Recuerdo
bien que la primera vez que tocamos el asunto de Dios me
molesté mucho, enfurecí y dije: “Cómo vine a caer con estos
santurrones, sólo quiero dejar de beber y nada más”.
No me interesaba el asunto de un Poder Superior (en ese
entonces). Hábilmente el padrino empezaba a preguntar qué
hay del Cuarto Paso, de la oración, meditación y el contacto
con Dios como yo lo concebía.
Yo ni en cuenta. Pensaba que era fácil dejar de beber sin
necesidad de Dios o de un Poder Superior. Aunque sí asistía
al Grupo, la vida ingobernable seguía presente. Yo no leía, no
hablaba de mí y no practicaba los Legados de Unidad y
Servicio, como lo haría después, y lo más importante, vivía ¡sin
Dios!
Se me acabó la euforia, resultó que dejar de beber no era
suficiente. Vino la adversidad, las relaciones de pareja se
tambalean. Rogelio era víctima de la conmiseración. Me
sentí hueco, huérfano de todos, e incluso, de ¡Dios!
Hasta que un día asistí a un evento de AA, dejando
bienes materiales y comodidades atrás. En la clausura, al
ver tanto hermano con la misma enfermedad y la cadena
humana que se formó, sentí una sensación extraña, calor y
escalofrío al mismo tiempo.
Recuerdo que me quedé frente a la fotografía de Bob y
por primera vez me sentí liberado; un suspiro de descanso,
algo escapó como el alcohol, convertido en espíritu de
maldad y sentí la presencia de algo agradable, de paz, de
seguridad, de calor de vida y salí en llanto, pero era llanto de
calma y alegría. Estoy seguro: era el Poder Superior.

Rogelio
Sección México 59

Un premio

Habiendo estado sin beber durante un periodo de doce


meses en Alcohólicos Anónimos y catorce años sin tener
hijos, mi esposa me invitó a que fuéramos a surtir su
despensa al mercado y al regreso, cargados con sendas
bolsas de ixtle, me dijo: “Te voy a dar un premio porque
intuyo, dentro de mi ser, que tú no vuelves a beber y quiero
una relación sexual que no sea en la casa”.

De esa relación nacieron dos niñas, una normal y otra con


síndrome de Down; razón poderosa para cimentarme más
en AA y en mi vida emotiva. Al día de hoy, cada una cuenta
con diecinueve años y el que escribe esta experiencia, con
veintiún años de sobriedad por la gracia de Dios y AA.

Anónimo

Valorar la libertad

Estando como responsable de un Grupo Institucional, viví un


tremendo impacto al ver a mi hijo menor ingresar a la
institución. Obviamente, por respeto a los lineamientos y a
los Principios de Alcohólicos Anónimos, tuve que tratarlo
como a cualquier interno. Nueve meses duró su proceso y
prestó sus servicios de Cafetero, Tesorero, Secretario y
Coordinador. De repente, un día mi hijo rompe mi anonimato
y desde la tribuna menciona que la persona responsable del
Grupo Institucional es su padre, y quien en muchas
ocasiones lo había invitado a AA y nunca lo escuchó. Pero
mi hijo mencionó también que no estaba arrepentido de
haber conocido a su padre y a AA en un reclusorio, pues en
esa institución aprendió a valorar la libertad, el amor a sus
semejantes y a Dios.

Anónimo
60 Experiencias

Gracias, Dios mío

Al pensar en mi experiencia espiritual, aún sigo recordando


lo que me aconteció esa noche.

Fue la última borrachera que tuve y me duró más de un


mes. Tomaba y tomaba cada vez más, hasta encontrarme a
un extremo de la locura y de la muerte sin poder probar
bocado. La comida no me sabía a nada, me provocaba
vómitos y no podía dormir, pues había en mí un miedo, al
pensar en las pesadillas que seguramente iban a aparecer
especialmente esa noche.

Empecé a sufrir delirios visuales y auditivos, en el suelo


miraba cucarachas gigantes que cruzaban mis pies. Pensaba
que era mi imaginación. También escuchaba voces sin darme
cuenta que estaba delirando a causa del alcohol.

Por la gracia de Dios, como yo lo concibo, llegué a un Grupo


de Alcohólicos Anónimos y, después de estar una semana, me
sentí desesperado, con los nervios destrozados. Sentía que
ahí mismo iba a morir y dije: “¿Por qué, Dios mío? Tengo
una semana de no probar el alcohol y ya no quiero beber.
¡Me siento morir!”. En esos momentos pensé: “Híncate y
pídele a Dios, humildemente que te ayude”. Entré a mi
recámara, cerré la puerta y por primera vez en mi vida, me
hinqué con fe, con la esperanza de que iba a escuchar mis
palabras de desesperación. Aquellas palabras fueron:
“Señor, sé que tú estás aquí, lo veo en el movimiento de las
hojas de ese árbol. Ayúdame Dios mío, porque ya no puedo
más”. Con lágrimas en los ojos le pedí con tanto amor y,
extendiendo mis brazos, recuerdo estas palabras: “Hágase,
Señor, tu voluntad y no la mía”.

No sé cuánto tiempo estuve hincado. Lo maravilloso fue


cuando me levanté, me sentí relajado, tranquilo y con una
paz dentro de mí. Abrí mi puerta, salí al patio, miré el cielo
estrellado. El aire era fresco, limpio, y dije: “Gracias a Dios,
Sección México 61

la obsesión por beber no me ha vuelto a perturbar hasta el


día de hoy”.

Voy a cumplir mi tercer aniversario, si Dios me da la


oportunidad de cumplirlo. Al estar escribiendo puedo decir
que Él está conmigo y le agradezco a AA por haberme
recibido con agrado y de encontrar gente que un día sufrió
como yo.

Roberto
62 Experiencias

Volver a creer

Cuando ingresé al Grupo de Alcohólicos Anónimos, era una


persona desconfiada; no confiaba en nada ni en nadie. Por
la vida ingobernable que llevé, pensé que no necesitaba de
nada ni de nadie. El alcohol me estaba matando. Aquí en
prisión, mi odio y resentimiento se acrecentaban y también
me atacaban. Desde pequeño cargaba con traumas, odios y
temores que yo quería decir. Pero no lo hacía, pues tenía
miedo de que se burlaran de mí. No aceptaba muchas cosas
como: carencias económicas y el medio ambiente donde me
tocó vivir; siempre quise algo mejor y ni siquiera era capaz
de aceptarme a mí mismo. Por esto y muchas cosas más,
bebía. Pero no lograba tener paz ni tranquilidad.

Necesitaba confiar en alguien. Una vez tuve un amigo en


quien confiaba, pero por mi forma egoísta de ser, lo perdí. Al
llegar a AA sentía una necesidad imperativa de encontrar en
quien confiar. La persona llegó: mi padrino de AA, alguien
que tenía tiempo de practicar el Programa de AA. Me
acerqué al compañero, no me caía muy bien, pero tuve que
hacerlo. Lo veía muy enojón y duro, pero todo esto
desapareció cuando me acerqué a él a pedirle ayuda. Le dije
que si quería ser mi padrino y él empezó a pasarme su
experiencia. A contarme las cosas que sufrió y que yo
también había pasado.

Todo empezó a cambiar para mí, me dio confianza y


comencé a sacar cosas que traía cargando desde mi niñez,
cosas que me molestaban. Cuando tenía ganas de tomar
alcohol o droga, mi padrino me dijo que acudiera con él antes de
drogarme, no después. Me dijo que lo más importante para él
era yo; me hizo sentirme amado y respetado.

Durante seis meses, día a día, platiqué con mi padrino.


Poco a poco lo fui queriendo, ya que él me enseñó a caminar
mis primeros pasos en AA, también me dijo que era un ser
humano y que no dependiera de él, sino de Dios y del
Sección México 63

Programa de AA. Me enseñó a confiar en sus Principios. Me


ayudó en mi Cuarto y Quinto Paso y me dijo: “Ya tienes tus
propias alas, puedes volar, pero lo más importante, puedes
transmitir lo que ahora, por la gracia de Dios, tienes”.

Nació una bonita amistad. Me enseñó a servir en el Grupo, a


tomarle cariño al servicio: Cafetero, Tesorero, Secretario,
Coordinador y Representante de Literatura de mi Grupo.

Dadas las circunstancias del Grupo, empecé a ayudar a


los nuevos con el ejemplo y conforme a los Principios. En
ocasiones algunos recaían y pensaba “¿en qué fallé?”

Iba con mi padrino y me decía que no era cosa mía sino


de ellos y de Dios. Me explicaba que algunos logramos
quedarnos a la primera, pero a otros les cuesta más trabajo.
Logró que entendiera que tenía que poner mi mejor empeño
y lo demás dejárselo a Dios.

Tuve la oportunidad de vivir aquí en prisión la maravillosa


experiencia de abrir un nuevo Grupo de AA con los
compañeros de afuera y con el permiso de las autoridades
responsables. Mi trabajo es pasar el mensaje de vida de AA
en el área de ingreso, saber que sólo soy un instrumento de
Dios en AA, y que tengo la oportunidad de servir por medio
de mi experiencia y del apadrinamiento.

Hoy sé que no se puede dar lo que no se tiene, y mi


deber como padrino es prepararme dentro de los Principios
de AA para darle lo mejor a mis compañeros. Tengo una
bonita amistad con mi padrino. Todavía me apadrino y lo
seguiré haciendo, pues por necesidad lo tengo que hacer.
Cuando iba a cumplir siete meses mi padrino salió libre.
Tardó un año en volver, pero estaban los padrinos que
vienen de afuera y que también me apadrinan.
64 Experiencias

Por la gracia de Dios, estoy por cumplir mi VII Aniversario


en el Grupo institucional. No obstante, he vivido las dos
maravillosas experiencias dentro del apadrinamiento:
apadrinarme y ayudar a los demás que, para mí, son de vital
importancia en AA. Hoy he encontrado mis mejores amigos,
como me lo prometieron en AA. Estos son mis padrinos y
mis ahijados, pues me siguen dando mucho para seguir aquí
dentro de prisión en AA. Mis padrinos me jalan, pues van
adelante de mí, y mis compañeros que vienen atrás, me
empujan. Cuando me siento cansado o paso por momentos
duros, sé que siempre hay alguien que me puede escuchar y
que no se va a burlar de mí, ni le contará a nadie mis cosas;
sé que dentro de AA hay alguien en quien confiar; que me
hizo y mantendrá creyendo en las personas y en mí, y lo
principal, en Dios, como yo lo concibo.

Rafael
Sección México 65

Todo lo necesario

Desde muy pequeño tuve que enfrentarme a la adversidad


de la vida. Tan grande fue el trauma causado que me hizo
cometer muchas tonterías con los míos.

Siempre hubo carencias en la casa materna. Era controlada


por mi abuela que era quien llevaba las riendas.

Decidí trabajar en tiempo de vacaciones de la escuela.


Estaba en segundo año y quería trabajar para traer algo de
dinero a la casa y así poder mejorar económicamente.
Trabajé de herrero con un tío que me daba cinco pesos a la
semana y diez pesos en las vacaciones. Al término de éstas
sólo me dio cinco pesos porque no era tiempo completo, por
lo cual decidí ya no ir a la escuela.

Esto alarmó a mi familia, pero otro tío más comprensivo


les dijo: “Yo me lo llevo a probar al trabajo para ver si no se
raja”. Me puso a cortar viguetas de acero con segueta, otros
lo hacían con soplete. Al decirle que me dejara usar el soplete,
contestaba: “¿Ya te cansaste?” No le respondía y continuaba
sin parar. Al terminar la semana me dio 30 pesos para mi
casa y cinco pesos para mí. Esto me gustó.

Me casé y mis objetivos eran: no tener las mismas carencias,


no dejar que nadie me ayudara, trabajar sin descanso, tener
casa propia y lo suficiente para ser feliz. Esto me hizo privar a mi
familia de convivir con los demás familiares y hacerlos como yo:
poco comunicativos y solitarios.

Trabajé hasta lograr tener tiendas. Vendía bicicletas,


viajaba, bebía y paseaba a mi familia. Si tenían todo, “¿por
qué no beber?” Me iba a las cantinas a beber solo. Me hacía
falta compañía. Hasta que todo se derrumbó, se acabó. Me
llené de deudas, empezaron las humillaciones. Mi esposa no
dormía, lloraba. Me desesperaba y mis hijos no lo creían.
En fin, reinaba la locura.
66 Experiencias

Como pude conseguí dinero prestado con intereses. Fueron


tiempos difíciles: de trabajar sin descanso y de carencias. Pero
al fin, esto se superó.

Llegué a Alcohólicos Anónimos por la gracia de Dios; no


sabía leer ni escribir, no hablaba, no participaba; sólo asistía
y me dejaba llevar. La felicidad no llegaba. De pronto un día
al estar en la calle, vi a un niño sucio con ropa vieja, pero
con gran alegría disfrutaba de un buen trozo de sandía de la
mano de su padre. Los dos eran felices, sin preocuparse de
lujos ni comodidades, sino disfrutando de la vida con todo y
carencias. Lloré al darme cuenta que no es necesario darle a
los hijos regalos, sólo amor, cariño, comprensión y alegría.

Gracias a Dios, comprendí el mensaje y rectifiqué el


camino. Mi esposa está en un grupo familiar, mi hijo en AA,
mi hija en casa; mi yerno lee la literatura de AA, y me
comentan lo maravilloso que es AA. Mi otra hija es soltera,
sin preocupaciones. Actualmente, disfruto de la vida dentro
de AA asistiendo a eventos y cumpliendo con mi servicio.

Ya no soy tímido ni tengo complejos. Estoy aprendiendo a


leer y escribir. Cuento con el apoyo de mi familia, de mis
compañeros y, lo más importante, cuento con la fe en mi
Poder Superior. ¡Gracias AA por esta nueva vida útil y feliz!

Rosendo
Sección México 67

Y empecé a ver y oír: ¡Mira, aquí está tu hijo!


Era mi sexto y último embarazo, y cuando estuve segura de
lo que debería hacer, se lo comuniqué a mi marido: “Yo no
quiero que nazca, y si Dios quiere, no lo voy a tener”. Él me
contestó: “Pues si así lo quiere Dios, ¿qué se le va a hacer?”
¿Por qué esta decisión?, porque la noche en que nació mi
hijo anterior, mi hermana y mi marido tuvieron intimidad en
mi casa, en mi cama, mientras mi hijo nacía. Por eso mi
rechazo ante otro embarazo. ¿Por qué no lo evité? Por
desidia.
Como ya tenía dos meses, era necesario hacerme un
aborto. Para esto necesitaba dinero y no lo tenía. Empecé a
pedir prestado. Nadie me prestó. El tiempo seguía pasando,
tres meses y sin conseguir, ni nada qué empeñar ni qué
vender. Mi embarazo continuó y lo acepté de mala gana. Al
cuarto mes tuve una hemorragia y mi marido me acusaba
de haberme hecho algo, y que al fin me iba a salir con la
mía. No era cierto. Ya lo había aceptado y no iba a abortar.
Mi hijo nació a los siete meses y estuvo trece días en la
incubadora. Cuando iba a visitarlo al hospital, me cruzaban
horribles pensamientos en el trayecto: “¡Ojalá cuando llegue,
me digan que ya se murió!” Me espantaba de mis propios
pensamientos y de mí.
Cuando me lo entregaron, estando en la casa, al observarlo
dormido, sentía miedo. Sus ojeras se acentuaban, sus ojos se
hundían y su respiración era apenas perceptible. Tenía que
acercar mi cara a su nariz y tocarlo para asegurarme que
estaba vivo.
Hasta los siete años, fue un niño enfermizo de tez muy
pálida y de bajo peso. Muchas veces me despertaba para
que lo acompañara al baño o para que le prendiera la luz.
Frecuentemente mientras yo dormía, él me hablaba y al abrir
mis ojos y toparme con su figura en la semioscuridad,
parecía que me decía: “¡Mira, aquí está tu muerto!” Era un
68 Experiencias

tormento: mental, emocional, horrible y además de un


sentimiento de culpa espantoso.
Algunas personas me decían que así eran los sietemesinos,
enfermizos y bajos de peso. Eso aminoraba mi tormento un
poco. Pero no del todo.
Cuando llegué a Alcohólicos Anónimos, todo esto se
agravó y aumentó mi culpabilidad; pasaba las noches sin
poder dormir y me di cuenta de que era incapaz de
sostenerle la mirada a mi hijo, porque sentía en ella, y me
parecía oír: “¡Mira, aquí está tu muerto!” No lo soportaba.
Cuando mi madrina me preguntó: “¿Cuándo fue la última
vez que les dijiste a tus hijos que los amas?”, no tuve que
hacer mucho esfuerzo para recordarlo, porque simplemente,
nunca lo había hecho. No sabía hacerlo ni sabía que debía
hacerlo. Cuando empecé a llevar a cabo la sugerencia y me
tocó el turno de este hijo, cría no poder, porque otra vez era:
“¡Mira, aquí está tu muerto!” Yo lo hablaba en la tribuna. Ahí
lloraba y balbuceaba de arrepentimiento. Escuchaba a los
compañeros, que me decían: “Desde que tú cruzaste por
primera vez la puerta de un Grupo, Dios te ha perdonado.
Sólo falta que tú te perdones”. Pero ¿cómo? Eso es lo que
necesitaba saber.
Cuando leía el Primer Paso me detenía en donde dice:
“¿A quién le agrada reconocer sus errores y reparar los
daños que ha causado?” Esa frase provocaba algo en mi
interior, pero no alcanzaba a entender qué era. Terminé por
relacionarlo con el Cuarto Paso. Apenas tenía dos meses de
haber dejado de beber y le pedí a mi madrina que me
ayudara a hacer mi Cuarto Paso. Se rió y me contestó: “Eso
se hace cuando se está en el Programa”. Bueno, le dije: “Si
yo no estoy en el Programa ¿en dónde estoy entonces?” Tal
vez yo no sabía en dónde estaba, pero sí sabía lo que
necesitaba.

No me quedé con los brazos cruzados, decidí seguir dos


de tres sugerencias. Ya tenía una negativa, me faltaban
otras dos. No sentía miedo cuando decían: “Te vas a ir a
Sección México 69

beber, aún no es tiempo de un Cuarto Paso”. Lo que sabía


sin estar consciente de ello era que quería librarme de todo
lo que me hacía sentir como si viviera en el infierno. Las
otras dos sugerencias, fueron afirmativas; se me dijo:
“¡Adelante! Eso se hace cuando se siente la necesidad y no
cuando te lo digan”.
Haciendo una oración, empecé a escribir. Cuando llegó el
momento de llevar a cabo mi Quinto Paso y el momento de
ver y oír: “¡Mira, aquí está tu muerto!” Retrocedí el tiempo,
mental y emocionalmente, hasta el momento de quedar
embarazada de este hijo. Le di los nueve meses de
embarazo. Lo recibí en mis brazos y en todo mi ser, mis
primeras palabras hacia él fueron: “¡Te amo, hijo!” Lo
amamanté con mi leche, lo arrullé con cantos de cuna.
Cuando me miraba y me sonreía su mirada era limpia y
pura. Lo vi cuando cumplió un año, dos, tres, cuatro y
cuando iba al kínder, cuando tenía cinco y seis años. Lo ví
cuando empezó a ir a la primaria y a los siete años, su edad
actual, lo abracé fuerte con todo mi ser y le repetía: “¡Te amo
hijo! ¡Te amo Jorge!”
Terminé mi Quinto Paso y no sé cuánto tiempo pasó. ¡Dios
mío! ¡Mi hijo! había crecido. No sólo creció sino que empezó a
subir de peso. Dejó de ser un niño enfermizo: sus ojeras
desaparecieron y dejó de ser un sietemesino.

Y dejé de ver y oír: “¡Mira, aquí está tu muerto!”

Y empecé a ver y oír: “¡Mira, aquí está tu hijo!”

¡Un milagro en AA! ¡Un milagro de Dios! ¡Un milagro de


amor!

Gloria
70 Experiencias

Me sentí cansado de AA

Llegó la fecha esperada e increíble para mí: ¡Estaba por


cumplir 25 años en Alcohólicos Anónimos! Pensaba
festejarlo, el problema era que no tenía Grupo base. Tenía
más de un año que me había alejado de aquél que
consideraba mío y del cual me había convertido en guía. Me
alejé porque sentía que me molestaba cuando se me
tomaba mucho en cuenta. Cuando tomé esta decisión, había
reflexionado sobre ella y, la noche anterior, consideré que
era mejor para mí alejarme un poco del Grupo. Pensé que
podría visitar otros, así lo hice. Pero, como dice la Tradición:
“No hay nada tan impopular como un viejo rebosante de
sabiduría” Además, tampoco me adaptaba.

Empecé a regresar a los grupos de mi rumbo, aquéllos en


los que había sido de los iniciadores. Los compañeros que
estaban ahí no me aceptaban. Hablaba de servicio y esto no
les agradaba. Mi ritmo de trabajo no les agradaba. En
algunos lugares no tuvieron empacho en decirme que me
fuera, que los dejara como estaban. No necesitaban ni
requerían más membresía.

Me fui desanimando cada vez más. Al paso de los días,


ya ni siquiera pensaba en festejar mi aniversario. El visitar
otros grupos no me produjo ningún consuelo. Entonces,
pensé regresar al mío. Cuál sería mi sorpresa, que habiendo
dejado un Grupo rebosante, ahora estaba casi desierto con
cuatro o seis compañeros repartidos en los dos horarios. Me
desilusioné más todavía.

Una mañana sonó el teléfono, era un compañero que


conocía desde hace veinte años; le había pasado el mensaje
y había sido un buen servidor. No había vuelto a beber, en
alguna ocasión hablamos. Yo sabía que hacía como un año,
él se había clavado mucho en la religión; tanto que ya no
quería ir a AA. Me hablaba para preguntarme si yo iba
todavía a AA. Como habíamos sido buenos amigos le
expresé mi manera de sentir. Él me dijo que en su iglesia
Sección México 71

hacía oración junto con otras personas para que yo saliera


de AA y me fuera con ellos a su iglesia, pues él me
recomendaba para pasar el mensaje de la religión. Al final
preguntó: “¿Qué haces todavía en AA, contaminándote y
hablando tantas groserías?” Aseveró que él, por medio de su
ministro y la oración (de rodillas) había jurado que no
volvería a pisar los grupos de AA y, que hasta el momento,
así lo había hecho. Me invitó a irme con ellos y a dejar de
asistir a AA.

Con lo desanimado que estaba, me dejó pensando mucho.


Casualmente el domingo siguiente, me encontré con una
compañera de AA que también tenía tiempo de conocer. Ahora
estaba en una religión e igualmente trató de convencerme para
que dejara a mi Comunidad y me fuera con ella a su religión.

Todo lo justificó diciéndome que en AA las terapias son


muy fuertes y se dicen muchas majaderías. Me dijo que si
últimamente yo no había asistido a los grupos debería de ser
por algo. Insistió y aseveró: “No seas tonto, AA después de
tantos años ya no es igual”.

Esto, aunado a todo lo anterior, era demasiado para mí.


Me sentí muy mal y se me cargó mucho. Lo peor de todo fue
que desde que llegué había sido de junta diaria. Me sentía
muy confundido y lo único que pude hacer fue rogarle a Dios
que me iluminara. Durante varias noches le pedí que me
resolviera este problema de acuerdo a su voluntad, que si
me necesitaba en la religión me lo hiciera saber, que se
manifestara en mi vida. Pero que si quería que permaneciera
en AA, pues también me lo manifestara. Pasaron los días y
como si nada, sin urgencia de mi parte por saber la
respuesta de Dios.

Un sábado en la tarde, encontré a mi hija mayor llorando


histéricamente, lo que me asustó. Al preguntarle qué
pasaba, me indicó que me viera con mis propios ojos y
señaló hacia las habitaciones de arriba. Me dirigí al cuarto
que me indicaba para encontrarme con un cuadro desolador:
72 Experiencias

mi hija la menor, que había salido, aproximadamente tres


cuartos de hora antes a la casa de su tía, se encontraba allí
y había regresado completamente ebria. No podría describir
lo que sentí y todas las cosas que pasaron por mi mente.
Creo que como padre, siempre veré a mis hijas como si
fueran niñas. Mi hija, aunque ya tenía diecinueve años, me
pareció muy pequeña.

Recordé cuando era chiquita; cuando murió mi esposa.


Vinieron a mi memoria aquellos días en que tuve que ser
madre y padre al mismo tiempo, cuando, sin experiencia en
esos menesteres, tuve que aprender a darle su mamila.
Ahora estaba ahí, hecha una mujer. Además, por lo que
empezó a decir, me reveló otras cosas que yo ignoraba.
Llorando me decía: “¡Pégame, pégame papá!, ¡dime lo que
quieras papacito!” Yo estaba clavado al piso, sentía una
decepción tan grande. Más recuerdos me atosigaban.
Cuando en mi actividad alcohólica, mi esposa esperaba a
nuestro primer hijo; ebrio y llorando, le pedía a Dios que no
me diera un hijo, sino una hija. Sentía que si era hombre iba
a ser un alcohólico como yo. Le decía: “¡por favor, Dios, que
sea una niña!”

Hoy comprendía el veredicto médico: el alcoholismo ataca


por igual a hombres y mujeres. Me partía el alma escuchar a
mi hija decir: “¡Dios mío! ¿Por qué no has hecho caso a mi
súplica? ¡Tanto te lo he pedido! ¿Por qué permites que mi
papá se dé cuenta que me emborracho? ¡Te he pedido que
no me dejes beber, que ya no lo pruebe! ¡Ni siquiera verlo,
porque cuando empiezo ya no puedo parar! ¿Por qué tengo
que emborracharme? ¿Por qué, Dios mío, por qué? ¡Mejor
quítame la vida, no quiero vivir así!”

¡Qué feo y qué triste lloraba! En esos momentos pude


darme cuenta que Dios me estaba rebelando que mi hija era
una alcohólica. Ella seguía hablando y llorando, se dirigía a
su madre como si estuviera ahí: “¡Mamacita, llévame
contigo! ¡Tú tampoco me has hecho caso, te he dicho que
me quiero ir contigo! ¡Llévame, mamacita, llévame!”
Sección México 73

Yo pensé que si me salía y la dejaba sola se podría tragar


un veneno o se tiraría por la ventana. ¡Tan desesperada la
veía! Le di unas cachetadas y enseguida me contuve. “¡Pero
qué bruto!” me dije: “¡Tu hija es una alcohólica y apenas te
das cuenta de ello!” Lo único que se me ocurrió fue darle de
beber más hasta que se quedó tranquila. Al otro día,
después de una noche de infierno que pasé a su lado,
sintiéndome culpable y preguntándome desde cuándo
existía esta situación. Surgía de nuevo mi problemática y
pensaba que por estar metido en AA, ni siquiera me había
dado cuenta del problema de mi hija. En otros momentos
pensaba que como ella era mujer, tal vez tenía problemas
que no podía comentar conmigo y que aun estando
permanentemente a su lado, no hubiera sido capaz de
ayudarla a solucionarlos.

¡Sabrá Dios, qué problemas tendría! Pero eso sí, yo


apadrinando a mis compañeros y sin darme cuenta qué es
lo que afligía a mi hija. Fue entonces que encontré un punto
más de apoyo para llevar a cabo mi idea de retirarme
definitivamente de AA. Decidí apegarme más a la religión,
así podría asistir a la iglesia junto con mis hijas; cosa que no
podía hacer en AA.

Pensé en hablarle a mi amigo para darle la noticia: ya


tenía la decisión tomada de asistir a la iglesia. Desde luego
que no le diría nada del problema de mi hija ¿cómo le iba a
contar semejante cosa? Hablé con mi hija, una vez que se
tranquilizó, le dije que iríamos juntos a la iglesia, que no se
preocupara, que lo que pasaba es que habíamos estado
alejados de la religión y que así se resolvería todo. No me
contradijo y aceptó. Así lo hicimos y desde ese día
empezamos a asistir juntos a la iglesia, hasta que ella se
aburrió y se fue alejando; yo también me aburrí y dejé de
asistir. Como no la volví a ver beber, pensé que ya se le
había pasado y que había sido un exagerado; que todo
había sido una falsa alarma.
74 Experiencias

Un domingo hubo una fiesta de niños y mis hijos me


dijeron que iban a asistir para llevar a mi nieta. Yo me fui a
una Reunión de AA, regresé como a las 21:30 horas y
todavía no regresaban. Al rato entró mi hijo solo, le pregunté
por sus hermanas y me dijo que la mayor venía atrás, pero
que la pequeña le había dicho: “¡Tú métete, ahorita vengo!”,
y se había ido, ¿quién sabe adónde? La encomendé a Dios,
porque mi hijo agregó que se había tomado unas copas y
que se había ido con unos amigos. Me imaginaba lo peor, la
veía golpeada y violada por alguna palomilla. Hasta me
imaginaba que la podrían matar, no me atreví a moverme de
la casa; sólo le pedí a Dios que se hiciera su voluntad y que
a mí me diera la fortaleza para aceptarla. Me acosté con
unas profundas ganas de llorar. Mis hijos y mi yerno salieron
a buscarla, pero fue inútil. No supe qué sucedió, pero casi
atrás de ellos entró mi hija, nos dijo que no había encontrado
a nadie. ¡Gracias a Dios!

Pasé otra noche infernal, pensando en que verdaderamente


mi hija era una alcohólica, que andaba picada y quería seguir
bebiendo. Sufrí más durante toda la semana esperando el
domingo para ir a la iglesia. A ella le dije que me tenía que
acompañar y aceptó de mala gana. Por fin llegó el domingo
y decidí llevarla a un Grupo de AA.

Salimos a la calle, paré un taxi, le di la dirección del


Grupo y mi hija se extrañó y me preguntó que adónde
íbamos. Le expliqué cual era mi intención y la gran
importancia que en AA le dábamos a los nuevos que
llegaban. Ella aceptó de buen grado ¡Creo que Dios había
escuchado mis oraciones!

Llegamos al Grupo y las compañeras que estaban ahí me


hacían señas indicándome que me saliera. Les indiqué que
la ayuda era para mi hija, me di la vuelta y me salí. Esperé
donde no me vieran, de repente oí el aplauso. ¡Sentí un
Sección México 75

impacto muy grande! No sabía si quería brincar o llorar¡ le


estaban dando su aplauso a mi hija! Elevé una oración diciendo:
“¡Dios mío, ilumínala! ¡Haz en ella tu voluntad!” Anduve
caminando y cuando regresé ya hacía rato que habían
terminado, el cuadro que vi fue hermoso: mi hija estaba rodeada
de todas las compañeras. La veían con ternura. De nuevo la vi
como cuando era chiquita. Le hice señas para que nos
fuéramos. Las compañeras la despidieron con besos y sonrisas.
Yo sentía mucha emoción, le eché los brazos al cuello y
empezamos a bajar las escaleras. Cruzamos la calle hacia la
parada del autobús, repentinamente, mi hija me comentó que le
había gustado mucho la Reunión. Recargó su cabeza en mi
hombro y nos pusimos a llorar. Hablamos de muchas cosas y di
gracias a Dios desde el fondo de mi corazón.

Los días han ido pasando y con mi aceptación y la suya,


hasta le he dado gracias a Dios de que mi hija sea
alcohólica. Ya no tuve más dudas para saber en dónde
estaba mi lugar. Desde entonces, he seguido asistiendo a mi
Grupo con otra actitud. Los compañeros me han pedido
apoyo y aunque me hice el remolón diciéndoles que: “Los
viejos sólo estorbaban”, volví a hacer la unidad. Les propuse
adherirnos al Plan de la Conferencia, lo pusimos a votación y
estuvieron de acuerdo.

Como nadie quiso ser RSG, acepté este servicio que


antes no me había interesado. Voy al Distrito y no me canso
de agradecer a Dios. Hoy sé que ésta fue la respuesta a mi
petición. Entiendo por qué los compañeros dicen que: “Esto
del servicio lo da Dios”. Mi amigo que oraba por mí para que
dejara AA, ya está de nuevo conmigo en el Grupo; nos
dimos cuenta a tiempo de cuál era la voluntad de Dios para
con nosotros. ¡Verdaderamente, Él nos escuchó!

Anónimo
76 Experiencias

Mi relación con Dios

Mi relación con Dios todopoderoso e infinito, que es mi


Padre amoroso.

Su presencia se ha vuelto fuerte estos últimos tres días y


siento que lo estoy concibiendo dentro de mí. Esto quiere
decir que le estoy dando vida dentro de mi ser. Por fin lo
estoy logrando y no quiero dejarlo escapar porque, ¡cuánto
trabajo y sufrimiento me ha costado volverlo a encontrar y
sentir! Sentir que existe, que Él, me ama porque soy su hija;
que siempre me ha cuidado y amado y que, a pesar de todo
lo que he hecho en mi vida equivocada y destructiva, Él
siempre ha estado conmigo, cuidándome, amándome y
dándome todo lo necesario para vivir.

¡Qué necia, terca y testaruda he sido al no acercarme a Él


y entregarle mi vida y mi voluntad, para que Él se haga
cargo de mí! Pues yo nunca supe vivir y mejor que Él ahora
dirija mi vida y acepte de corazón su voluntad: lo que Él
disponga de mi vida, siempre será lo mejor. Me derroto ante
Él, le pido perdón y misericordia por todas mis faltas, mis
errores, mis defectos y mis pecados; le suplico que
acreciente mi fe, que ilumine mi camino y que ¡nunca más!,
me permita alejarme de Él.

¡Qué gran emoción siento dentro de mí al estar relatando


todo esto! Estoy llorando, pero de alegría, porque lo tengo
conmigo otra vez y ahora, con mucha más conciencia de lo
que es un Padre amoroso para mí. ¡No permitas, Señor mío,
que esto que siento hoy desaparezca, sino todo lo contrario,
que cada día me des vida para consagrarme a ti y a todos
mis hermanos alcohólicos o no alcohólicos!

Permíteme ser tu conducto para ser útil y llevarles un


poco de consuelo y paz; que pueda ayudar mostrando el
camino para llegar a ti, Señor.
Sección México 77

¿Cuándo supe de ti? Desde pequeña, por lo que mi padre


y mi viejita me inculcaron, pero hubo desconcierto en cuanto
a las diferentes religiones. Ahora sé que hay muchos
caminos para llegar a ti y que todas esas religiones pueden
ser y son buenas, si el objetivo principal es encontrarte. Me
perdí en el transcurso de mi vida y lo más doloroso fue
perderte. El alcohol, principalmente, me sumió en un abismo
terrible y ¡lo que tuve que sufrir!, sin darme cuenta que Tú,
siempre estuviste conmigo.

¡Qué ciega he sido! ¿Por qué Señor? ¿Por qué tuve que
haber vivido mi pasado y sufrido tanto? ¿Por qué hubo tanta
inconsciencia en mí? ¿Por qué mi vida ha sido tan vacía e
inútil? Ahora que lo reconozco, me da mucha tristeza haber
sido tan ciega, tapada y estúpida. ¡Ya no lo puedo remediar!

En medio de un mar de confusiones, siempre pensé que


creía en ti; si te llegué a buscar, siempre fue por conveniencia.
Nunca me dirigí a ti con humildad. Hoy quiero hacerlo, con toda
la humildad de que sea capaz. En mis primeros tiempos en
Alcohólicos Anónimos, te busqué y pude encontrarte, pero
como siempre, fue convenencieramente.

Sin embargo, tú eres tan bondadoso que me permitiste


sentirte, pero luego, con la enfermedad y muerte de mi
hermana, otra vez surgió mi alcoholismo activo; me enojé,
me resentí y me rebelé ante ti ¿quién era yo para rebelarme
ante tú voluntad?

No obstante, fue muy difícil para mí perdonarme y


volverme a acercar a ti; reconozco que esos resentimientos
no eran en tu contra, si no contra mí por mi propio
sufrimiento al volver a beber. Ahora sé que tú, como mi
Padre que eres, me has perdonado y entiendo tu perdón y el
valor de tu dádiva que es mi propia vida, para tener una vez
más la oportunidad de modificarla y enmendarla. Esto no es
fácil, sólo podré llevarlo a cabo entregándome a ti. Es una
ardua tarea, pero si Tú estás conmigo, saldré adelante.
78 Experiencias

Te pido, Padre, que me ayudes a hacer a un lado lo


negativo: mis temores, mi inseguridad, mis frustraciones, mi
soledad, la ira y los resentimientos. Yo intentaré hacer mi
parte, pero ayúdame porque sola no puedo; ¡nunca he
podido! ¡Ayúdame a aceptar a los seres humanos como
seres humanos! Que pueda cultivar mis virtudes en este
aspecto y relacionarme auténticamente con mis semejantes.
Que pueda controlar mis emociones, porque ya no quiero
sufrir, quiero disfrutar tu dádiva por medio de AA, unificándome con mis
hermanos. ¡Este es el punto más difícil de mi vida, aceptar a los demás!

Padre mío, Señor todopoderoso, quiero diluirme


lentamente en ti y darme con amor a quien me necesite.
Señor, ahora que te tengo dentro de mí, es tanta mi emoción
y tanto lo que pienso y siento; que quisiera expresártelo
escribiéndolo, estoy hecha un enredo. No me canso de
decir que esto es hermoso, lo mejor que me pudo haber
ocurrido. No me importa haber sufrido tanto por volver a
beber, si es que ese ha sido el precio que tuve que pagar
para encontrarte. El camino que escogí fue el más difícil por
mi rebeldía e insensatez, pero ha valido la pena y el
resultado es el que estoy viviendo. Estoy fascinada, pero
estoy consciente; con los pies en la tierra y el corazón en ti.

Ya no estoy hueca, ni vacía, estoy llena de ti, de tu amor


y tu bondad. Mi vida tiene sentido. Sé lo que quiero y hacia
donde debo dirigir mis pasos. Asida de tu mano ya nada es
imposible. Sólo permíteme ser, digna hija tuya.

Eva
Sección México 79

Hacia una nueva vida

Tengo 30 años y casi seis de permanecer en este lugar.


Estoy a unos cuantos días de poder obtener mi libertad y
hago conciencia de lo difícil que ha sido para mí. Siempre
acosado por un sinfín de problemas que poco a poco y con
la aplicación del querer es poder, he podido resolver y así he
logrado un cambio de vida.

Tuve que sentir dulces y amargas experiencias para


poder ver mi verdad y mi realidad. Recuerdo cuando ingresé
al penal por tercera ocasión, idiotizado e ignorante, con las
huellas recientes del alcohol marcadas en mi rostro. Era el
inicio de una larga, cruel y amarga experiencia, que hoy
podría catalogar de afortunada. Lo que tuve que vivir y sentir
le da valor al presente.

Cuando ingresé, encontré aquí personas que ya conocía:


la banda, como la llamaba. En mi ignorancia, me daba valor
el formar parte de este grupo; esto significaba tomar parte en
las anomalías y desastres que se podían provocar,
abusando del más débil: quitándoles ropa, dinero o algunas
cosas de valor que pudieran tener; no nos importaba el dolor
o el sacrificio que nuestros hechos significaban, teniendo
que asumir complicidades absurdas.

Haciendo uso de drogas y bebidas embriagantes que


nosotros mismos nos ingeniábamos para conseguir, para así
poder sacar el valor que no teníamos y ocultar el miedo que,
en mi caso, me acosaba. Pasó el tiempo y llegó el día en
que me dictaron sentencia, trasladándome al reclusorio.
Atrás quedaba una etapa llena de problemas, hechos
violentos e incluso algunos sangrientos, pero aún faltaba.

Vinieron castigos y apandos. En ocasiones tuve que caer


en el chantaje y la inmoralidad para evadirlos y no llegar más
lejos. Mi meta era llegar a ser temido y respetado a cualquier
precio; tal vez de alguna manera lo logré, pero tuve que
80 Experiencias

pagar con golpes y humillaciones, que poco a poco me


fueron acabando, hasta hacerme sentir desesperación y
miedo. Llegué a llorar como un niño en medio de la
oscuridad. Esa es la verdad que tal vez nadie me creería.

Un día, mi madre dejó de venir y su ausencia fue el inicio


de lo más terrible, pues en realidad, la había visto por última
vez. Tuvieron que venir otros apandos para que así llegara
el momento de tomar una decisión, que hasta este momento
la tengo firme: la de conocerme y aceptarme a mí mismo,
hoy hago esta confesión, porque así lo quiere Dios. Soy uno
más que busca la tranquilidad, sabiendo que por medio de
valores nuevos: la serenidad, la unidad, la fortaleza, la
honestidad y la humildad, es posible vencer el orgullo y la
vanidad, así como otros defectos de carácter que no me
dejaban ver más allá de mis narices.

Hoy en día, les recalco que he descubierto lo importante


que soy y el valor que tengo como persona. Además amo a
mi familia, a la que poco faltó para perderla, pero gracias a
Dios no sucedió así. Voy en busca de una nueva vida, voy a
enfrentarme a mi realidad y para ello llevo una fe; creo en mi
Ser Superior que para mí es Dios, para aceptarme tal y
como soy, solamente por el día de hoy.

Salvador
Sección México 81

¿Cómo harán sus fiestas?

Era un domingo como cualquier otro. Hace quince años


aproximadamente, estaba colocando una alfombra en la
casa de mi suegra y al mediodía me recordó mi señora, que
nos habían invitado a una fiesta. Era raro que en los últimos
tiempos nos invitaran. Era el aniversario de un conocido de
mis suegros y mío. Nos habíamos conocido, un día de
tantos, en una borrachera; no sé en qué lugar. Sin embargo,
ahora me enteraba que la celebración era porque cumplía
un año de no tomar; esto me causó una profunda sorpresa.
Porque lo conocía, lo dudaba. ¿Sería verdad? Le iban a
hacer un convivio en su Grupo de Alcohólicos Anónimos.
Después me enteré que discretamente les había dicho a mis
suegros que me invitaran. Ahora comprendo que sabía muy
bien lo que se proponía.

Cuando digo que era un domingo como otro cualquiera, lo


hago porque para esa hora ya estaba con varias cervezas
en el estómago; para aliviar un poco los estragos de la
noche anterior y de hecho, como siempre, ya me estaba
picando. Como para salir tenía que bañarme, no me parecía
muy atractiva la idea de ir a un lugar donde según sabía no
bebían. Sin embargo, sentí curiosidad, quería saber cómo
era una fiesta sin chiste. Para mí, el chiste, de acuerdo a mi
oscuro entender, era que hubiera licor. No obstante, sabía
que tenía que hacer algo respecto a mi forma de beber. Me
daba vueltas en la cabeza un mensaje de AA que había visto
en la televisión. Incluso, recordaba haber hecho el comentario que si
alguna vez me daban ganas de dejar de beber, iría allí. Claro
que siempre encontré pretextos para darle largas al asunto.
Dejar de tomar se confundía en mi mente, con volverme
mojigato.

Así que, queriendo o no, me bañé y le dije a mi esposa si


ya nos íbamos a la fiesta. Cuando llegamos, después de
recibir un refresco o agua (no recuerdo bien), pero sí
recuerdo que lo acepté, no de muy buena gana, comencé a
82 Experiencias

escuchar a aquellas personas que felicitaban a su


compañero y después a su familia. Oía cosas que yo traía
muy dentro; perdidas o escondidas bajo un montón de
escombros de mis sentimientos. Fue tal el impacto, que poco
faltó para que me soltara llorando. No podía permitirme esa
debilidad delante de tanta gente, así que, buscando un
pretexto, me salí para aclararme la garganta.

¡Había estado en una clase de fiesta que nunca me


hubiera imaginado! Una fiesta del espíritu donde en lugar de
música, se tocaba el alma con la palabra. En lugar de vino,
se bebía el sentimiento, en lugar de baile, danzaba suavemente la
comprensión de alcohólico para alcohólico y de ser humano
para ser humano.

En ese instante, supe que ese era mi lugar. Yo había sido


repudiado en todas las fiestas y últimamente, en todos lados. Tenía la
oportunidad de llegar a un lugar donde sería bien recibido.
¡Claro, si así yo lo decidía! Ahí podría decirles que aquello
que hablaban, también lo sentía, pero que nunca se lo había
podido decir a nadie por no perder mi imagen de macho. No
quería parecer débil ante los demás que eran como yo de
inconscientes. Pero esto era como un oasis en mi árida vida.
Aún me defendí un par de días más, pero gracias a mi Poder
Superior, sintiendo pena, regresé al Grupo.

Ese día estaba presente, hoy lo sé, un Comité de Información


Pública. Esa noche conocí lo que tal vez hubiera tardado mucho
tiempo en conocer por mí mismo. Me acabé de convencer que ese
era definitivamente mi lugar. Tiempo después, también me tocó mi
parte de esa inolvidable experiencia de mi I Aniversario. También hubo
fiesta, fiesta de sentimientos, de alegría real, no ficticia como la que
conseguí a lo largo de quince años en el fondo de las botellas. Hoy
procuro invitar a quien aún sufre a esta fiesta perenne que es AA,
compartir la renovación de la esperanza, pues mientras exista un
Grupo de personas como el que encontré, seguirá existiendo la
posibilidad de vivir: ¡Con la alegría de vivir!
Sección México 83

Un Grupo de AA es como la raíz de un árbol: hay tierra,


lodo y a veces oscuridad, pero de ahí nacen las raíces. Los
nutrientes que necesita ese árbol fuerte y hermoso, son las
vidas de cada uno de los que noche a noche, se dan cita
para ayudarse a sí mismos y ayudar a los demás. Por eso,
un Grupo de AA es como una raíz.

Francisco
84 Experiencias

Mi experiencia espiritual

Mi llegada a Alcohólicos Anónimos fue después de quince días


consecutivos de estar bebiendo. Me dieron la bienvenida, me
dijeron que era la persona más importante y que podía seguir
siéndolo, indefinidamente, si aplicaba el Programa de AA a mi
vida. Era tanto el sufrimiento que me había causado el alcohol,
que en esos momentos estaba dispuesta a hacer cualquier
cosa con tal de no volver a beber. Me dieron las sugerencias
primarias para mantenerme sobria. Estaba impresionada por la
camaradería, la tranquilidad y el afecto que me brindaban. Salí
del Grupo sonriendo nerviosamente, incrédula de lo que
acababa de vivir. Corrí unas calles llena de gozo. Quería
gritarle a todo el mundo que había otros como yo, que no era la
única que sufría cuando se emborrachaba; que había un lugar
donde me entendían, donde hablaban el mismo idioma que yo.
Ya no estoy sola, pensé. De pronto detuve mi carrera y
empecé a caminar, sentí deseos de llorar, llorar de alegría, de
felicidad, no me reprimí y lo hice. Levanté mi cara hacia el cielo
y di gracias por haber encontrado el lugar que tanto tiempo
estuve buscando.

Esa noche llegué a casa. Ya era otra, hasta mi esposo lo


notó. Le platiqué lo que me acababa de suceder y lo animé a ir
conmigo al día siguiente. Me escuchó y aceptó acompañarme.
A la siguiente noche, el Grupo se encontraba de nuevo de
fiesta, pues le estaban dando el recibimiento a otro
alcohólico. Ahora estábamos en AA los dos, todo iba a
cambiar. Ya no habría más alcohol para nosotros; nos
dedicaríamos a atender a nuestros hijos, a darles lo que
ellos se merecían, lo que tanto tiempo les habíamos negado.
¡Nacíamos a una nueva vida! Seguí asistiendo y con anhelo
esperaba la hora para ir a mi Reunión. Como mis hijos
todavía eran muy pequeños, procuraba dejarlos dormidos
para poder ir tranquila, mis veinticuatro horas se empezaron
a transformar en meses sin más contratiempos.
Sección México 85

Cierto día llegó una invitación del trabajo de mi esposo


para asistir a un banquete. Esto era muy natural, pues en
otras ocasiones ya habíamos asistido a este tipo de
reuniones; así es que sin darle mayor importancia, asistimos.
Al llegar, inmediatamente advertí el olor del licor y tampoco
le di importancia. El lugar era muy agradable, había poca
gente: compañeros de trabajo de mi esposo con sus
respectivas esposas todas muy elegantes. No me gustó
sentirme forzada a convivir con ellas, pues los señores se
fueron. Me sentí incómoda con esas señoronas. Observé
que bebían con mucha elegancia a pequeños sorbos;
parecía que besaban la copa mientras se referían a la
aparentemente despreocupada vida que llevaban. Cuando
pasamos a la mesa, cenamos acompañados por una suave
música; en cada lugar había una copa de cristal fino con vino
blanco; todos bebían, con excepción de mi esposo y yo. Él
me miraba como diciéndome: “¡Cuidado, no vayas a
tomarla!” Por mi parte, empecé a sentir el deseo de hacerlo,
pues realmente, me sentía muy incómoda, cohibida. ¡Ese no
era mi mundo! Al menos en ese momento.

En un descuido de mi esposo tomé una copa y la bebí.


Desde ese momento mi personalidad cambió. Al terminar de
cenar nos fuimos a otro salón, las mujeres de un lado, los
hombres en otro. Ya no me sentía mal, seguí tomando, me
ambienté; ya no me impresionaban las señoronas, ni sus
galas. En poco tiempo perdí la noción de las cosas. Cuando
desperté de la borrachera estaba en mi cama. Describir lo
que a partir de entonces tuve que vivir: todo el dolor, la
vergüenza, la rebeldía; pensar y creer que AA no era para
mí, que no pertenecía a ninguna parte.

Quise dejar de beber, pero no podía, siempre volvía a


beber. Quería convencerme de que no necesitaba de AA.
Había días que no bebía sólo para empezar de nuevo. En
esa lucha me sorprendieron las fiestas decembrinas. Hacía
algunos días que no había bebido, pasaron las posadas, la
navidad; se acercaba el año nuevo y yo sin beber. Pensaba:
86 Experiencias

“¡Qué felicidad, soy la primera alcohólica que logra dominar


la enfermedad!” Creía que la represión era dominio, porque
debo confesar, que cuando veía la botella se me hacía agua
la boca, no la bebía porque quería demostrarles a los
alcohólicos anónimos y a mí, que no los necesitaba.

Faltando un día para el año nuevo, nos reunimos todos


los vecinos para organizar un convivio y despedir el año.
Llegó el tan esperado día, se notaba una gran alegría. Los
niños de la vecindad rompieron piñatas, gritaron y rieron, los
adultos también. Todo parecía muy hermoso, yo así lo
quería ver, mis hijos estaban contentos y lo compartía con
ellos. Sonaron las doce campanadas, todos levantamos
nuestras copas para brindar por el año nuevo. Tuve cuidado
de llenar mi copa con refresco de manzana, pues quería
evitar tener contacto con cualquier líquido que contuviera
alcohol.

Posteriormente siguieron los abrazos, las felicitaciones y


las palabras de aliento de unos a otros; después comenzó el
baile, las copas chocaban y el ambiente se volvía cada vez
más agradable para todos, ¡pero no para mí! Hacía rato que
había empezado a sentir el miedo y el nerviosismo
indescriptible que se tiene cuando se despierta la obsesión
por un trago. Ese temor por beberlo, por no saber hasta
cuando se va a parar y el deseo de hacerlo sin querer
pensar en nada más. Pero, ¿por qué no? nada más un
trago. ¿Qué mal podría hacerme? Logré controlarme un
tiempo, pensaba: “Ni siquiera se darán cuenta”. Así se
justificaba mi mente alcohólica, mientras mi temblorosa
mano alcanzaba la botella y con desesperación, me serví
una buena dosis en mi refresco que apuré hasta la última
gota. Inmediatamente sentí en el estómago ese calor que
sube rápidamente hasta la cabeza e incita al siguiente trago.

Aprovechando que cada cual se encontraba en lo suyo y


nadie me prestaba atención, me serví otra copa. De pronto
comencé a sentir cierto malestar. ¿Cómo era posible que
Sección México 87

apenas unos momentos antes tenía la firme decisión de no


beber y ahora lo estaba haciendo? ¿Qué iba a suceder?
Nuevamente empecé a sentir el miedo que tuve al principio
antes de beber la primera copa. Sucedió algo que nunca me
había pasado: terribles náuseas, el estómago me ardía, un
sudor frío de la cabeza a los pies, una temblorina incontrolable, la
taquicardia que amenaza con cortar la vida de un tajo. Me
dije: “¡Dios mío! ¿Qué está pasando? ¿Acaso no son estos
los síntomas que aparecen después de varios días de estar
bebiendo?” Gradualmente empezó a envolverme la terrible
soledad, acompañada de despiadados sentimientos de
culpa. Todo era extraño a mí alrededor, por un momento
dejé de escuchar la música; ante mis ojos la gente se iba
desvaneciendo. ¡Estaba sola! y con una copa de licor en la
mano. Sentía una gran desesperación, insistentemente me
preguntaba a mí misma: “¿Qué está pasando? ¿Qué está
sucediendo? Esto debe ser un sueño o una pesadilla”. Un
torbellino de sentimientos confusos me envolvió. Hasta
entonces y por primera vez en muchos años, dije con todas
las fuerzas de que era capaz: “¡Dios mío, ayúdame!”.

Me recargué en la pared y poco a poco me fui dejando


caer hasta quedar en cuclillas. Varias veces murmuré: “¡Dios
mío, ayúdame, ya no puedo más!”. De pronto una oleada de
aire cálido invadió mi cuerpo. Se empezó a desvanecer el
miedo; mi cuerpo dejó de temblar. Ya no sentía la resaca,
me sentía muy ligera como si estuviera flotando. Me daba la
impresión de que ya no era de este mundo, pero aún
permanecía en él. Miré a mi alrededor y como si hubiera
despertado de una pesadilla, llegaba la calma a mí. Todo
estaba bien, la música seguía tocando, la gente bailaba, los
adultos bebían, se escuchaba una gran algarabía. No ha
pasado nada, pero ¿qué fue entonces?

Me di cuenta que mis pies estaban mojados y mi copa en


el suelo hecha pedazos. ¿En qué momento la solté? No lo
sabía, pero no me molestaba; por el contrario, me sentía
bien; estaba tranquila, algo así como una liberación, como si
88 Experiencias

hubiera escapado de un cuarto de torturas después de


haberme librado de mi verdugo. Ahora, yo era el ama; el
alcohol era el esclavo a mis pies, como un charco que corre
a refugiarse tras la alcantarilla para no ser alcanzado por el
sol. Todo me parecía distinto y me repetía. “¡No estoy ebria y
no siento el menor deseo de estarlo!” Rápidamente, reuní a
mis tres pequeños y sin despedirme de nadie, nos subimos a
dormir. Dormí aproximadamente cinco horas. Suficientes
para que a la mañana siguiente me despertara con la mente
despejada y dispuesta a realizar mis labores diarias. Me
sentía como nueva, como si fuera otra. Aún me preguntaba.
¿Qué sucedió anoche? No lo entiendo, pero sea lo que sea,
es como una invitación a una vida nueva. Año nuevo, vida
nueva. Ahí concluyó tan enigmática experiencia. Al día
siguiente, 2 de enero de 1986, casi con timidez, mi esposo
me dijo: “Creo que ya es tiempo de que reanudes tu
asistencia al Grupo”. Le contesté que sí, que a partir de ese
día volvería a asistir. Yo me sorprendía de la firmeza que
tuve al estar de acuerdo con su invitación, pero finalmente,
¿por qué no?, ¿acaso no era esta otra oportunidad para
aprender a vivir?

Esa misma noche asistí a la Reunión de AA, me invitaron


a hablar y tuve cuidado de no tocar lo que hacía dos noches
me había sucedido. Hablé sobre mis regresos a la actividad
alcohólica, sobre mis fracasos y concluí diciendo que iba a
tratar de empezar de nuevo. Confieso que en ese momento
sentí que no era sincera, que dudaba de mí, pero que en
realidad lo quería intentar. Cuando terminó la Reunión se
acercó mi padrino y me dijo con palabras hirientes que
dejara de intentarlo, que no me creía y concluyó diciendo:
“No seas egoísta, ya nos trajiste muchas veces tu
experiencia de alcohólica activa, de que fracasaste en tu
batalla con el alcohol. Ya no queremos saber más de tus
idas a beber, regálanos mejor la experiencia de que tuviste
que morir para que nosotros sigamos viviendo.” Ahí me di
cuenta de que el alcohólico, o lo da todo o no da nada. O me
quedaba en AA para vivir, o me iba para morir. No puede
Sección México 89

quedarse uno a la mitad del camino, me dolió mucho lo que


escuché. Después de pasar una noche de insomnio, llorando,
renegando y debatiéndome en mi autoconmiseración, pensé:
”Me voy a vengar de éste, pero ¿cómo?, si lo que había dicho
era verdad. ¿De qué manera podría vengarme?”. Sí su único
error había sido tratar de ayudarme, darme todo sin esperar
nada a cambio. Me costó mucho trabajo aceptar ese hecho. Ya
casi amanecía y me dije: “Está bien todo lo acepto, pero no me
voy a ir a morir, no le voy a dar ese gusto; voy a seguir
asistiendo a AA y me dormí”. El 4 de enero, me sentía
desesperada, no por beber, sino porque no aceptaba mi
situación, no aceptaba AA; no me sentía conforme con las
reuniones. Esta vez no era como las otras cuando regresaba
de la guerra. Esto me hacía sufrir, yo no quería volver a beber,
pero sabía que de seguir así, tarde o temprano reincidiría.

Esa noche, abrazada a mi almohada, solté un llanto


amargo que salía desde dentro de mí. Entre hipos y sollozos
me enderecé y recurrí, con afán de reproche, a quien hacía
muchos años no buscaba conscientemente, diciéndole a
Dios: “Tú que todo lo sabes, que todo ves y que todo
escuchas, si de verdad existes, escúchame; te necesito,
manifiéstate conmigo, quiero sentir la fe que sienten mis
compañeros. Quiero creer en ti, no puedo sola con esta
misión, porque estoy segura que para algo me mandaste a
este mundo, el cual, siento que no merezco. ¡Ayúdame,
ayúdame por favor!”

Seguí llorando desconsoladamente, de pronto sentí rabia


por no obtener ninguna respuesta y como una desquiciada
lancé un reproche: “¿No dicen que tú eres el Padre y
nosotros tus hijos? Si es así, entonces ¡ayúdame!” Como un
reto continué: “¡No, no existes, si existieras ya le hubieras
mandado paz a mi alma!, o qué ¿acaso, yo no soy tu hija?”
Guardé silencio mientras me tragaba mis propias lágrimas.
De pronto, empecé a sentir remordimientos. Si quería ser
escuchada no era esa la manera correcta, pero entonces
¿cómo? Yo no sabía pedir, menos a quien le había perdido
90 Experiencias

la fe; desde la edad de ocho años cuando lo culpé de


haberme arrebatado a mi madre. Todavía rebelde dije:
“¡Dicen que no importa cómo se te pida, lo importante es que
se acuda a ti!”

No sé cuánto tiempo pasé así. Cuando llegó mi esposo


me despertó, pues me había quedado dormida y me dijo:
“Me espantaste, creí que estabas tomada”. Le dije: “No,
sencillamente, me dormí”. Me preparé para acostarme y caí
en un sueño muy profundo. Al día siguiente, 5 de enero, por
la mañana, mi esposo se disponía a salir a trabajar y
tiernamente me despertó para despedirse de mí. Al verlo ya
bañado y arreglado, me levanté un poco apenada, le dije:
“¿Por qué no me hablaste para preparar tu ropa?” Él
respondió: “Te vi tan dormida que no quise molestarte.
Duérmete otro rato, aprovecha ahorita que todavía están
durmiendo los niños” y se fue. En ese momento recordé que
era 5 de enero; salté de la cama y corrí a la ventana,
afortunadamente todavía lo alcancé y le dije: “No se te olvide
que tenemos que ir por los juguetes de los niños, ¿te espero
aquí o en el Grupo?” Contestó apresurado que vendría al
medio día para ponernos de acuerdo.

Cerré la ventana y fui a la cocina, a preparar el biberón de


mi bebé. Lo puse a un lado de su almohada y me volví a
acostar, vuelta hacia la pared para evitar la luz.

Eran las 9:00 horas y pensé que con media hora más que
durmiera sería suficiente. Me acurrucaba cuando, de pronto, el
cuarto empezó a oscurecerse poco a poco. Me quedé inmóvil y
tiesa, no podía ni parpadear. Todo quedó en una total
oscuridad. En ese momento, ante mis ojos, se abrió una
pantalla, aproximadamente de sesenta centímetros cuadrados,
e inició una proyección. Vi a una mujer saliendo por una puerta,
llevaba un abrigo oscuro, tenía el pelo enmarañado y llevaba
una botella de vino en la mano izquierda. De pronto se detuvo y
volteó: la sorpresa que llevé era indescriptible, ¡yo era la
actriz! Según la película, la puerta de la que salí, era la de mi
Sección México 91

casa, en el umbral se encontraban de pie mi esposo y mis tres


hijos; con su carita triste levantaban su mano para decirme
adiós. Yo me volví sobre mis pies y seguí caminando. Hasta
entonces advertí que estaba lloviznando; se veía un día
nublado y triste, el piso se encontraba lodoso. Me alejé dejando
las huellas de mis pasos.

En ese momento pude parpadear y, en un abrir y cerrar


de ojos, todo había vuelto a la normalidad. Es imposible
describir exactamente lo que sentía, pero trataré de hacerlo.
Sentí una gran emoción, tuve miedo, ganas de reír y de
llorar, de creer y de dudar, pero era cierto, quise pensar que
fue un sueño, pero estaba despierta ¿qué fue esto? De
repente recordé lo que con tanta vehemencia había estado
pidiendo la noche anterior e inmediatamente comprendí
todo. Entonces, como impulsada por un resorte que hubiera
estado presionado, caí de rodillas al suelo y, con un sincero
arrepentimiento, pedí perdón; di gracias a mi Creador, por
esa manifestación que había puesto ante mis ojos y
comprendí el mensaje de seguir luchando contra mí, eso era
exactamente lo que me iba a suceder. Aunque parezca
increíble, hasta ese momento pude comprender lo que mis
compañeros tantas veces me habían dicho. ¡Ahórrate diez o
quince años de sufrimiento!

Llorando emocionada di gracias a mi Dios por haberme


escuchado, gracias por permitirme sentir su bondad; también
en ese momento, me declaré alcohólica. Ofrecí servirle por
medio de AA y comprendí cuál era la misión por la que
estaba viva. Permanecí de rodillas como esperando la orden
para ponerme de pie. En ese momento, mi bebé comenzó a
llorar y me levanté para atenderle.

Desde entonces no he vuelto a tomar ni una copa de


alcohol. La obsesión desapareció. Comencé a servir café en
el Grupo y, en cinco años que tengo, no he parado de servir.
Al principio fue por cumplir mi promesa de aquel día, por
necesidad. A través del tiempo, le he ido tomando amor al
92 Experiencias

servicio; hoy lo hago por gusto y placer. Además, me gusta


ser útil y si Dios se manifestó por conducto de los
alcohólicos anónimos para que yo recibiera este mensaje de
vida sin pagar nada, es justo que yo se lo pase a otro porque
en mis manos, se moriría. No hay con qué pueda pagar todo
lo que AA ha hecho por mi espíritu.

Lourdes
Sección México 93

La grandeza de Dios

Corría el año de 1991, al llegar del trabajo a la casa, por la


tarde, mi hija Diana de cinco años de edad, empezó a
ponerse mal, por primera vez le dio una crisis asmática.
Inmediatamente mi compañera y yo la llevamos al médico y
éste al recibirla, la atendió en su consultorio no recibiendo a
más pacientes, pues la crisis era muy fuerte. En esos
momentos sentía dolor y desesperación, trataba de calmar a
mi compañera pidiéndole que se tranquilizara y que
confiáramos en el doctor. Al observar a mi hija, y ya con el
diagnóstico, le pedí a Dios con todas mis fuerzas que le
enviara el alivio, la salud, y aceptación a mi esposa, porque
la miraba cómo sufría. Después de dos horas, la crisis
empezó a ceder, el doctor nos la entregó y dijo que le
tuviéramos muchos cuidados. Nos dio medicamentos, un
spray con una sustancia que había que aplicarle por la boca
si presentaba otra crisis. También nos recomendó que la
lleváramos constantemente con él para que la revisara.
Sentenció: “El asma es una enfermedad incurable”.

De regreso a casa pensaba: “¿Por qué tan chiquita y ya


tiene esto?” No encontraba a quien culpar aunque casi
siempre lo hacía. Recordé las palabras de mi padrino: “Dios
allana el camino de los servidores”. En esos momentos, me
sonaban huecas sus palabras. Sin embargo, la acostamos
en su cama y mi compañera le dio los medicamentos, le dije
que la cuidara mucho porque me tenía que ir al Distrito; era
el RSG de mi Grupo y tenía que cumplir mi servicio. Mi
compañera pegó de gritos diciéndome: “¿Cómo es posible
que nuestra hija está grave y te vayas a largar con los
alcohólicos? ¿Ellos son más importantes que nuestra hija?”
Le contesté que se calmara, que como humanos ya
habíamos hecho lo necesario, ahora quedaba en manos de
Dios; ella se calmó y no me dijo nada. Me dirigí al Distrito y
en el camino me encontré a mi padrino y le conté lo
sucedido. Él me dijo: “¡Exactamente, está en manos de
Dios!” Yo iba llorando, no con mucha fe, pero algo me decía
94 Experiencias

que tenía razón, que sólo Él podría hacer el milagro, que


sólo Él, decidiría, que atendiera mi servicio, y Él haría su
trabajo. Llegamos al Distrito y con la Oración de la
Serenidad le encomendé a mi hija a Dios. Me entregué a la
Reunión y en el transcurso de ella no me acordé en lo más
mínimo de mi hija.

Cuando terminó la Reunión, mi padrino me apuró y me


dijo que ya habíamos cumplido, que ahora me tocaba
atender a mi hija por si algo se ofrecía. El regreso a casa se
me hizo demasiado largo, ya eran como las 22:00 horas. Al
llegar encontré a mi hija y a mi compañera calmadas. Al
acostarnos, le pedí a Dios que la cuidara y se hiciera su
voluntad, pero si Él quería, me la sanara (lo dije
convenencieramente).

Tres días después, la llevamos con el doctor y nos


comentó que había un colega suyo en Guadalajara, que
había hecho una vacuna y que el 90% de los pacientes a los
que se las había aplicado, habían sanado, sólo que era muy
cara. Nos dijo que si nos interesaba, le respondiéramos en la
semana, dado que en ese momento mi hija se encontraba
tranquila. Como pudimos conseguimos el dinero y sabíamos
que íbamos a estar endrogados por un buen tiempo, pero no
importó. Al mes ya le estábamos aplicando la vacuna. Yo
veía como sufría cuando se la aplicaban, pero le decía:
“Pídele a Dios que te sane, ¡Él lo puede todo!, además, las
oraciones de los inocentes como tú, le llegan más rápido”. Mi
compañera y yo le pedíamos lo mismo todos los días y me
daba cuenta que ahora ya no exigía, me costaba mucho
decir: “Mejor, hágase tú voluntad”. Ahora sí creía en Él
porque me había arrancado del alcoholismo, teníamos tres
hijos hermosos, yo estaba cambiando, tenía un servicio, ¿no
era esto un cambio de vida? Ya sentía la grandeza de Dios,
empezaba a pedirle que se hiciera su voluntad y no la mía.
Escuchaba a mis compañeros de trabajo que tenían hijos así
y sufrían mucho, en ocasiones eran hospitalizados de
gravedad y mi hija gracias a Dios no sufría eso. Pasó un
Sección México 95

largo año y se acabó la vacuna, ya no había más


inyecciones, ahora sólo muchos cuidados. La familia se
solidarizó con ella: no tomábamos refresco, ni chocolates,
dejé de fumar en la casa. Fue muy bonito hacer estas cosas
por nuestra hija.

Más adelante, Diana y mi hijo Pablo hicieron su primera


comunión; ahí estaban los dos de blanco, con sus velas,
postrados ante el altar ¡qué bellos! Se reían, le agradecía a
Dios todas sus bondades, todas sus bendiciones. Por las
noches, cuando llegaba del Grupo, me ponía a rezar con
ellos en sus camas. Las oraciones de los niños llegan más
rápidas a Dios, esto lo escuché de un compañero en algún
Grupo.

Pasó el tiempo y ya no hubo más crisis de asma. Cuando


Diana iba a entrar a la secundaria le pidieron un certificado
médico. Yo estaba temeroso, pensaba que tal vez no la
aceptarían por tener asma. La llevamos con el médico para
que le hiciera el estudio. Al auscultarla, dijo: “Esta niña está
sana, los estudios revelan que no tiene nada”. ¡Está sana!
¿Y el asma?, le pregunté al doctor. Él contestó que yo era
muy incrédulo, había sucedido un milagro y mi hija ya no
tenía asma. ¡Dios mío, y yo que no creía en Ti, no tenía la fe
suficiente!

Ahora, Dianita es una jovencita muy hermosa: sé que


cree en Dios, es muy buena con toda nuestra familia, le
gusta estudiar y nos quiere muchísimo. Aprendí con lo
anterior, que tenía que vivir y conocer la grandeza de Dios,
que su voluntad y su bondad son inmensas. Hasta la fecha
no he dejado de servirle y sólo le pido que me dé la
oportunidad de seguirlo haciendo, ¡hágase Su voluntad y no
la mía!

Ángel
96 Experiencias

Dios abarca todo

Habían transcurrido diez días desde que mi exmujer decidió


abandonarme llevándose a mis dos hijos de cinco y ocho
años. Recuerdo que fue el 17 de noviembre de 1995,
después de ir a rogarle, humillándome y arrastrándome ante
ella para que no me abandonara, me dediqué a beber día y
noche. Fue minando mi voluntad (la poca que me quedaba)
física, mental y sobre todo la espiritual. Me encontraba a
punto del colapso. Un sábado después de diez días de
infierno, como las 07:00 horas, después de dormitar una o
dos horas y habiendo bebido toda la noche, desperté
sobresaltado. Sentí la presencia de una fuerza Divina. En mi
mente escuchaba una voz que me animaba a levantarme, a
no dejarme caer más en ese abismo sin fondo. Por primera
vez en diez días, vi la luz más clara y nítida. Dios insistía en
que no permaneciese tirado. Algo superior a mí me hizo
dirigirme al closet de la habitación de mis hijos. En la parte
superior encontré dos hojas sueltas: un voto por la
abstinencia. Lo leí con avidez y encontré el mensaje que me
hizo llegar a Alcohólicos Anónimos.

Decidí darme un baño y acudí con mi madre. Necesitaba


confiarle a alguien que había recibido un mensaje de Dios,
un mensaje de paz. A partir de ese momento recibí la
semilla de la buena nueva del Programa. Claro que no acudí
inmediatamente a un Grupo, pensé que yo solo y con mi
fuerza de voluntad dejaría de beber: me resistía a acudir al
Grupo. Ocho meses antes de que mi exmujer me
abandonara, me pasaron el mensaje dos compañeros del
Grupo. Ya se imaginarán que fue lo que les dije: “Yo no soy
alcohólico, sé controlarme, qué no ven que tengo familia,
trabajo, casa y carro. ¡Alcohólicos ustedes! ¡Yo no!”.

Ocho meses después, tuve que tragarme mis palabras:


sin esposa, hijos, ni trabajo, lleno de resentimientos contra
mí y contra Dios. La soberbia y el egocentrismo habían
actuado. Pero Dios no me abandonó; ese sábado por la
Sección México 97

mañana me habló y me tendió la mano. Ingresé al Grupo el


8 de enero de 1996, con la esperanza de recuperarme y
recuperar a mi familia. Inicié mi proceso en el Grupo. Fue
doloroso tratar de cambiar mi mentalidad torcida. Confundí la
religión con lo espiritual.

Inició el proceso de divorcio de mi esposa. Su hermano,


que era abogado, llevó el caso. No me dejaron ver a mis
hijos, los escondieron. En mi primer año en AA, toqué fondo
sin alcohol. Fue un año difícil, deseaba beber por la carga
que significaba el divorcio, los abogados, jueces y trámites.
Para mí fue traumatizante, ¡gracias a Dios, no bebí!
Derrotarme y entregar mi vida y mi voluntad al cuidado de un
Poder Superior, fue lo más difícil. Me resistía a decirle a
Dios, como yo lo concibo, que me ayudara, que Él actuara
por mí. Hasta que caí de rodillas, derrotado y sin fuerzas. No
recuerdo cuantos meses llevaba en el Grupo, pero Él
empezó a actuar por mí, me empezó a dar paz y aceptación.

Comencé a trabajar los resentimientos contra mi padre


que me golpeaba desde que era muy chico: crecí odiándolo.
Al año y medio de estar en el Grupo, sentí que algo me
faltaba. Según yo, ya había trabajado los resentimientos y lo
había perdonado. Pero tenía reservas, me hacía falta hacer
un inventario moral completo. Sentí la necesidad de hacer mi
Cuarto y Quinto Paso y me preparé. Llegó el día de escribir
mi inventario. Escribí sintiendo que alguien llevaba la pluma
por mí. Trabajé bastante, de acuerdo al trabajo es el salario.
Honestidad es lo que se requiere, saqué todos mis actos
aberrantes, mis resentimientos. Antes de acudir a elaborar el
inventario, soñaba que mataba a mi padre. Ahí pude matar y
enterrar a ese padre golpeador y surgió un Padre amoroso,
compasivo, fiel y poderoso: el Dios que ahora concibo. Sentí
cómo el maligno se desprendía de mí. Pude ver y sentir al
Padre Celestial. Me perdoné y perdoné a todos mis
semejantes. Estaba enterrando al hombre viejo y renacía
ese niño inocente y puro. Dios me estaba hablando al oído,
98 Experiencias

me estaba dando una nueva oportunidad de comenzar a


vivir sin odios.

Después de vivir mi nube rosa espiritual, me llegaron con


más fuerza los defectos de carácter que había descubierto
en el Quinto Paso: el sexo descoyuntado. El mal comenzaba
a actuar en mí, conduciéndome a deseos insanos, a cometer
actos aberrantes que ya se habían trabajado en el Cuarto
Paso. Nuevamente tuve que acudir a Dios. Le pedí
humildemente, que me ayudara a eliminar ese defecto. Ya
contaba con las herramientas de la fe, la oración y la
meditación; son las armas más poderosas con las que
cuenta el alcohólico en el caminar dentro del Programa.

Este escrito lo inicié en noviembre de este año, y tengo


que comentar esta experiencia maravillosa y milagrosa que
me acaba de suceder. El miércoles 23 de diciembre me
llamó mi hijo mayor, después de tres años sin verlos a él y
su hermano. Dios me los regresa, los vi en persona el
domingo 27 de diciembre. Vi a su madre. Ya la he
perdonado. No sentí ninguna emoción desviada, sólo la vi
como un ser humano que necesita de Dios.

Dios se ha manifestado estos tres años que llevo en la


Agrupación a través de la práctica del Programa, de ser
obediente a los Principios espirituales, de ser constante,
agradecido a Dios con un corazón humilde y del servicio
(soy RSG de mi Grupo). Los conductos de los que se ha
valido son: el Programa, mis compañeros y la práctica del
Cuarto y Quinto Paso, elementales para ir al encuentro con
Él. Si no me limpio por dentro, ¿cómo puedo pedirle a Dios
que entre en mí? Él, siendo lo más puro, no va a entrar en
un espíritu sucio. Sí, en verdad se vive el despertar
espiritual. La experiencia espiritual es básica para
trascender. Dios elimina la obsesión por el alcohol. Él ha
traído de regreso a mis hijos después de tres años de
espera dentro de mi proceso del Programa. Estos años han
sido lo que me ofrecieron desde el principio: una vida útil y
Sección México 99

feliz y los mejores momentos están por llegar. Para eso


estoy en AA, para prepararme al encuentro final con Él, para
que al término de mi misión, me diga: “Has sido fiel y
obediente al reino de mi Padre”.

Ahora, tengo que predicar con el ejemplo, mis hijos


estaban perdidos y Dios me los ha regresado. AA funciona,
si yo quiero. Es el dolor del cambio, o el arrepentimiento de
no hacerlo. Lo más satisfactorio es que no he vuelto a beber
desde que llegué a la Agrupación.

Raúl
100 Experiencias

Creía que no existía Dios

Llegué a Alcohólicos Anónimos, igual que la mayoría,


resentida con Dios porque pensaba que Él no me quería.
Llegué a un Grupo a los 17 años de edad, pensando que no
tenía problemas con mi manera de beber; iba a las
reuniones sólo un rato. En ocasiones me alejaba del Grupo y
me iba a beber. Cuando los compañeros me encontraban,
me decían: “Deja de beber”, yo les contestaba que no era
alcohólica; jamás los engañé y a pesar de que iba al Grupo,
les decía que seguía bebiendo.

Después me fui a otro Grupo, al salir de una Reunión, un


compañero me dijo que yo me iba a morir, que iba a volver a
beber y muchas cosas más; parecía una ratoncita asustada.
En este Grupo, los compañeros me recibieron bien;
permanecí un tiempo sin tomar, después volví a beber. Para
ese entonces, ya me sentía mal; como que los había
defraudado y me fui nuevamente de ese Grupo. Más
adelante me fui a otro Grupo donde había muchos
compañeros y me sentí a gusto. Después de un tiempo volví
a beber en dos ocasiones. Cuando iba a beber, la tercera
vez, estaba dentro de un Grupo. Un compañero me invitó a
una Reunión para conmemorar la muerte del Dr. Bob.
Sentada en una silla, se presentó la obsesión de beber;
quería quitarme la idea de la cabeza, pero ahí seguía. Pedí
tribuna y cuando subí les dije: “¡Quiero irme a beber, pero
tengo miedo!, a lo mejor me pasa algo o hasta me muero”.
Recordé lo que siempre me habían dicho los compañeros,
que cada día iba a beber más y a caer más bajo. En ese
instante me acordé de Dios, le pedí que me ayudara, que
quería cambiar y no quería seguir destruyéndome. ¡Y la
obsesión desapareció! Al otro día ya no quería beber,
empecé a ver las cosas diferentes; como si hubiese
despertado de un sueño, no sé qué pasó, pero ya no era la
misma. Desde ese día no he vuelto a beber.
Sección México 101

Cuando tenía dos años en AA viví con una persona que


me pegaba mucho, me maltrataba y me decía que yo no
valía la pena como mujer, que era una cualquiera. En medio
de lo que estaba viviendo, un día que estaba a punto de
beber, hablé con mi padrino y pude dejar a esta persona y
darme cuenta que valía como mujer y que los errores que
cometí en el pasado eran míos; nadie tenía derecho a
maltratarme por ellos. Le pedí a Dios que me ayudara. Tanta
era mi desesperación que varias veces soñé que Él me
tendía sus manos, sentía que ya no estaba sola, que tenía a
alguien a quien no le importaba lo que había hecho ni quién
era, que ya jamás iba a sentirme sola, que había encontrado
a alguien que me quería y al que podía querer.

Después, me abandonó el papá de mi hijo y llegué al


Grupo sintiéndome destrozada y humillada, pero no me
dieron ganas de beber, al contrario, quería salir adelante con
mi bebé. Cuando él nació, me di cuenta que Dios me estaba
perdonando todo lo que había hecho; porque para mí, mi
hijo ha sido una bendición.

Me han pasado tantas cosas dentro de AA, buenas y


malas, pero hoy sé que puedo superar cualquier obstáculo
porque ya no estoy sola. Hoy vivo con un compañero que
me quiere y me respeta; jamás me ha echado en cara mi
pasado y mi hijo lo quiere mucho; no lo he traicionado con
otros, no por virtuosa, sino porque quiero cambiar. Cuando
me surge el deseo de caer en esas tentaciones, nada más
recuerdo mi pasado y me pregunto: “¿Vale la pena correr el
riesgo?” Mi respuesta es, no. Hoy he encontrado muchas
cosas buenas en mi camino y me doy cuenta que se puede
cambiar si uno quiere, que tengo dos caminos, el bueno y el
malo. Hoy quiero escoger el bueno, no pretendo ser santa ni
nada parecido, pero sí quiero cambiar mis actitudes hacia lo
positivo. En mi Grupo, con el servicio que Dios me regaló,
me doy cuenta de muchas cosas y veo el apoyo que me
brindan mis compañeros y mi familia.
102 Experiencias

Hay veces que tengo problemas, pero hoy sé que jamás


volveré a estar sola, los tengo a todos ustedes y lo más
importante, tengo a alguien que jamás me abandonará, que
no me fallará, que me quiere como soy, neurótica,
caprichosa, sonriente y noble, alguien que perdona mis
errores, que siempre va a estar conmigo cuando caiga para
ayudarme a levantar: ¡Ese Ser divino! Al que todas las
noches le pido que me ayude a no traicionar a mi esposo, a
no pegarle a mi hijo, a que nunca se me olvide que soy AA.
Gracias a Él, que me está dando las armas para ser feliz, y
es bueno, amoroso, bello, único. Un Dios del que tanto me
hablaron y que hoy estoy segura que existe y que nunca me
va a abandonar, siempre está con nosotros y siempre se va
a hacer su voluntad.

Claudia
Sección México 103

Al fin libre

Antes de llegar a Alcohólicos Anónimos no sabia de donde


provenía mi incontrolable manera de beber, la cual me llevó
a deteriorar por completo mi vida. Aún por encima del
alcohol que ingería en grandes cantidades, sobresalía un
sufrimiento que estuve arrastrando desde que tenía tres o
cuatro años de edad. En mi derrotero sólo me vi acompañado del
resultado de mi rebeldía a causa de la vida ingobernable que
llevaba. Fueron fantasmas que me atormentaron, hundiéndome en una
serie de sentimientos que me ahogaban el espíritu, sintiéndome
el ser más despreciable y ruin sobre la faz de la tierra.
Muchas veces pregunté a ese Dios que proclaman algunos:
“¿Señor, por qué tengo que ser así?” Quiero cambiar y ser
diferente, ya no quiero dañar, ni tener estos sentimientos
que me atormentan. ¡Quiero vivir! ¡Líbrame de estas
cadenas!”

Quiero compartir algunas de estas cosas que me


atormentaban: el miedo, la angustia, el remordimiento de
conciencia, la soledad, frustraciones, envidia, una envidia
que corroía como ácido mi alma y un egoísmo que ya no
soportaba. Aún así, me sentía complacido con algunos
defectos, difíciles de eliminar. Dentro de este laberinto giró
gran parte de mi vida hasta que empecé a beber. Al
principio, esto alivió un poco mis viejas heridas, pero en el
transcurso de dos años, a este tormento se sumaron las
consecuencias de mi alcoholismo y el obscuro laberinto se
hizo más y más profundo, llevándome a un intento de
suicidio, acompañado de amargos sentimientos de
venganza. Esto que relato, inició cuando tenía 16 años, de
los cuales sólo quedaron amargos recuerdos y sentimientos
que me hicieron morir espiritualmente. Pensaba que mi
destino era morir de borracho, sin otro consuelo, pues me
había cerrado las puertas y había perdido la confianza de los
que me rodeaban.
104 Experiencias

A finales de agosto de 1985, si mal no recuerdo, un día


antes de llegar a la querida Agrupación de AA, me ocurrió un
hecho que cambiaría el curso de mi vida. Me encontraba
tomando en una lonchería, desde las primeras horas del día,
pero ya avanzada la noche, estaba haciendo un trato con
una de las mujeres que ahí trabajaban para pasar la noche
con ella. Al percatarme que no traía dinero, muy ebrio, me
dirigí a mi domicilio con el fin de tomar un dinero que tenía
guardado en mi pequeño ropero. Al abrir la puerta del ropero
y tomar el rollito de billetes, estos, como un carbón
incandescente, me quemaron la mano. Una ráfaga de luz
entró en mi mente y con un temor tremendo los lancé lejos
de mí. Me senté en la cama y comencé a llorar,
preguntándome: ¿Qué voy a hacer Dios mío? Entonces,
todo se obscureció y perdí la noción del tiempo.

No sé cuánto tiempo transcurrió y esa misma noche


llegaron tres personas que se decían alcohólicos anónimos.
A lo lejos mi mamá gritaba: “¡Leonardo no pelees, ellos te
van a ayudar a dejar de beber!” No opuse resistencia. Allí
estaba mi salvación. No sé qué ocurrió, pero bajé la guardia
y decidí recibir la ayuda que unos meses atrás había
rechazado y me dejé guiar por aquellas personas; parecía
que ese Dios que proclamaban algunos me los había
enviado en un momento de debilidad.

Al otro día desperté dispuesto a entregarme a ese


Programa que me ofrecían. Desde entonces dejé de sentir
lástima por mí y por los demás; algo había arrancado de mi
alma una serie de sentimientos que me atormentaban. Ya no
me sentí solo, el miedo había aminorado de gran forma.
Entonces, vinieron a mi mente aquellos Doce Pasos que
había leído unos meses atrás y que de alguna forma
influyeron antes de mi llegada a AA. Así, con más
disposición me agarré de ellos y comencé a practicarlos
como si fueran mi único puerto. Los entendí, comprendí y
por consecuencia, los empecé a sentir hasta la médula de
mis huesos. Aunque algunas de estas cosas ya las había
Sección México 105

escuchado y sabido por cuenta propia, en AA las escucho y


las veo de una forma completamente diferente. Al practicar
los Doce Pasos y las Doce Tradiciones descubrí que mi
conciencia, siempre estuvo opacada por mi vida
ingobernable; hacía cosas malas a juicio de mi conciencia,
que me causaban sentimientos de culpa, remordimientos de
conciencia. Según mi entendimiento, el espíritu se alimenta y
crece con actos buenos, si no, el espíritu muere.

Para alguien que no tiene humildad esto es casi imposible


y yo no la tenía; la adquirí por medio del sufrimiento que me
propinó el alcohol y la vida ingobernable. Esto ocurrió en mi
primer año de sobriedad, alcanzando una paz mental y
espiritual que fortaleció mi sobriedad.

Derrotarme ante la vida ingobernable me permitió


alejarme por completo de las cosas y personas que no eran
buenas para mí y así estuve menos tentado por la obsesión
hacia el alcohol, recobrando un poco mi autoestima y
sustituyendo todo aquello por las reuniones de AA.

Obtener sano juicio no me fue tan difícil, porque lo más


difícil estaba ya hecho: ¡Dejar de beber! Nunca supe
conducir mi vida, por eso tomé la dirección de todos aquellos
compañeros que tienen muchos años dentro de AA.
Trabajando el Paso Dos dejé de acarrearme problemas que
podrían poner en peligro mi sobriedad y estabilidad
emocional; adquiriendo un nuevo estado de conciencia que
me llevó a experimentar emociones y sensaciones que
nunca había tenido. Conduciéndome a lo que llaman fe,
comencé a tener confianza en Dios, depositando en Él mi
vida y todo tipo de tribulaciones que arrastraba.

Comprendí que es mejor depender de Dios y del


Programa de AA, porque ellos no me fallan, ni me traicionan
y sí me comprenden y ayudan. La acción en el Programa me
ayudó a conseguir sobriedad, progreso y habilidad para
106 Experiencias

enfrentarme a la vida. Desde entonces, no me he visto


envuelto en problemas de ninguna clase.

El Quinto Paso me dio la liberación y la paz mental que


tanto añoraba años atrás y como resultado, hoy me
encuentro libre de esas cadenas que me ataban fuertemente
al pasado. Me resultó más fácil practicar lo restante, pues,
de alguna manera, quité las piedras que no me permitían
avanzar. Estos son sucesos que ocurrieron en los primeros
doce meses en AA. Hoy, es muy difícil que llegue a
enojarme; los celos son un lujo que no tengo, pido por los
demás porque es mejor que envidiar. Siempre antepongo a
Dios y los Principios de AA antes que a cualquiera de mis
deseos personales; de mí depende que el orgullo no se
vuelva a inflar.

Desde entonces he tenido un sin número de experiencias


de tipo espiritual que son el resultado del apadrinamiento y
la práctica de los Doce Pasos. Actualmente, tengo quince
años en AA y mi confianza sigue creciendo día con día, junto
con la verdadera fe que ahora necesito para poder ser útil y
servirle a los demás.

Leonardo
Sección México 107

Por primera vez, platiqué con Dios

Mi llegada a Alcohólicos Anónimos fue el 26 de septiembre


de 1992. Pensando que no era alcohólico, siempre buscaba
algún pretexto o de plano, que alguien me dijera que yo no lo
era, siempre ponía pretextos para salirme del Grupo. Mis
compañeros me interceptaban la puerta y me daban buenas
razones para que me quedara, todas ellas basadas en sus
experiencias, por lo que me quedé. Escuché que algunos
compañeros hablaban de Dios y aunque también yo lo
hacía, ellos parecían seguros de lo que decían, yo no.

Fue entonces cuando me di cuenta que al hablar de Dios no


lo sentía realmente. Empecé a escuchar y a leer el Segundo
Paso que habla de la fe. Pude darme cuenta que Dios no era
mi problema, sino el concepto que yo tenía de Él.

Desde pequeño concebí un Dios que no me ayudaba.


Desde que tengo uso de razón no aceptaba lo que tenía: un
padre alcohólico, una madre neurótica y la miseria
económica. Me sentía diferente a los demás, pues en mi
casa sólo existían golpes y groserías. Desde entonces le
pedía a Dios que cambiara a mi familia, porque me
avergonzaba de ella y como no mejoraba la situación, creí
que Él no me ayudaba, además de creer que era un Dios
castigador. También tenía un tío alcohólico y drogadicto que
seguido juraba no beber y casi siempre rompía su
juramento, pasándole muchos accidentes. Mi abuelita (qepd)
le decía a mi tío que Dios lo castigaba por su mala conducta
y eso se quedó grabado en mi mente. Así crecí pensado
que Él me castigaría cuando me portara mal.

Por otro lado, también sentí que era un Dios injusto


porque desde niño observaba que a la gente mala nada le
pasaba y a la gente buena siempre le iba mal. Pensaba
que Él no era justo y que si en verdad existía, ¿por qué no
nos hacía a todos iguales, acabando así con el problema de
tantas diferencias?
108 Experiencias

En ese entonces, cuando observaba el Segundo Paso,


podía estar de acuerdo en que existía un creador de la
naturaleza, pero si este era Dios, me preguntaba: ¿A Él
quién lo había creado y para qué? Lógicamente, no
encontraba la respuesta. Un día, levanté la cara al cielo y
pregunté que si Él existe, ¿por qué estoy aquí, en este
mundo y para qué?

Recuerdo que pasé varios días con esa duda y al fin viví
una experiencia: fui de compras al centro de la ciudad y de
repente alguien me abrazó y me pidió que no gritara, porque
si lo hacía estaría cavando ahí mismo mi tumba. Volteé y
comprobé que tenía tres sujetos delante y tres atrás.

En ese instante me sentí solo en el mundo, con mucho


miedo, y lo único que pude hacer fue cerrar los ojos y gritar
dentro de mí: ¡Dios mío!

Me despojaron del dinero, reloj y todas las pertenencias


que llevaba y por último, el que me abrazó me preguntó que
a dónde me dirigía, le contesté que a la calle de Guatemala,
cuando en realidad me dirigía a la de Colombia y me indicó
que podía irme.

Me dirigí a la entrada del metro y el mismo sujeto me


preguntó: “¿No que ibas a la calle de Guatemala?” Le
respondí que sus acompañantes me habían despojado de
todo y él les preguntó: “¿Quién trae las cosas?” Se las
entregaron y me las regresó, ofreciéndome disculpas. Y al
mismo tiempo decía que el asunto no era conmigo. En ese
momento sentí un estremecimiento en todo mi cuerpo que
nunca en mi vida había sentido, me dieron ganas de llorar,
pero mi orgullo me lo impidió.

Por el miedo pensé en regresarme a mi casa, pero sentí


que alguien me hablaba diciéndome que si ya tenía de
nuevo mis pertenencias fuera a donde tenía que ir y así lo
hice, en mi camino encontré una iglesia.
Sección México 109

Fue la primera vez en mi vida que entré por deseo propio,


me hinqué, di gracias a Dios y por fin pude llorar. De regreso
en el metro, encontré a un compañero alcohólico; le platiqué
mi experiencia y sin importarme la gente que iba en el
vagón, sentí mi orgullo aplastado y me puse a llorar. El
compañero de AA sólo me dijo que este incidente había sido
la manifestación de Dios.

Desde ese día fue como una presentación de Dios


conmigo, diciéndome: “¡Aquí estoy cada vez que me
busques!” Así lo he venido haciendo desde entonces. Ahora
puedo darme cuenta de mis limitaciones y defectos. Él se va
manifestando siempre que me rindo y grito con honestidad
¡ayúdame!

Alejandro
110 Experiencias

Fuente de vida

He escuchado muchas veces hablar acerca de experiencias


espirituales y deseo hacer una remembranza de mi llegada a
Alcohólicos Anónimos. Fue un lunes por la noche, serían
aproximadamente las 21:00 horas. Cuando salí de mi
trabajo, abordé el camión y escuché unos gritos de mujeres
que viajaban en la parte delantera del camión, decían:
“¡Están asaltando el camión!” Escuché unos balazos y más
gritos. Yo iba en la parte de atrás, bajé lo más rápido que
pude y me quedé un buen rato parado, reflexionando en lo
que había pasado.

Ese día, para colmo de males, iba crudo como normalmente acontecía
los lunes; en otras ocasiones iba borracho. Me sentí muy nervioso y
con mucho miedo por lo que había pasado. Pero en esa
ocasión, por la mañana, se me había metido en la cabeza
visitar a un Grupo de AA, pues mi alcoholismo cada vez
avanzaba más y por ello mi familia estaba cada vez más
triste y desconsolada. Como ya sospechaba de la gravedad
de mi situación, cerca de mi trabajo había un hospital
antialcohólico particular y sin que mis compañeros de trabajo
se dieran cuenta fui a preguntar el costo del tratamiento. Me
informaron que el tratamiento era muy caro, por semana, y
de acuerdo como me fueran observando, sería el tiempo y
costo de mi tratamiento. De inmediato pensé: “Mejor sigo
tomando, me sale más barato”.

El alcoholismo ya se había apoderado de mí. El 28 de


abril de 1986, fecha del incidente que es memorable para mí
fue el día en que considero que llegó un rayo de luz a mi
cabeza para poder conocer una fuente de vida espiritual.
Ese día llegué al Grupo cercano a mi casa, pasé y me senté.
Un compañero de los ahí presentes me preguntó si era
compañero y le dije que no, que iba a saber cómo le hacían
para dejar de tomar. Llamaron a otro compañero que se
retiraba para que me diera la información; hubo mucha
identificación con él.
Sección México 111

Ahora, que por la gracia de Dios, estoy dentro de AA,


quiero pensar que para mí, esto fue una experiencia
espiritual.

Tomás
112 Experiencias

Mi reencuentro con Dios

Sumida en la desesperación y en la más profunda soledad,


me encontraba en mi departamento dando vueltas de un
lado a otro a pesar del tratamiento que recibía en esos
momentos de un médico psiquiatra, el cual, sabiendo mi
problema con el alcohol, me recetó medicamentos; de esa
manera me quitaría la depresión, que en mi caso se había
vuelto crónica. Aquella terrible noche, mi cerebro sufrió una
tremenda confusión. Lo primero que vino a mi mente fue
tirarme por el balcón desde el quinto piso. También sentía
que el cerebro me estallaba y me di cuenta que estaba a
punto de volverme loca. En ese triste estado, de pronto sentí
como si la cabeza se me abriera en dos, como si me entrara
una luz. Me dije que desde ese momento no volvería a tomar
ninguna medicina y ni una gota de alcohol. Tiré a la basura
los medicamentos y tapé la botella que tenía en la mano.

Después fui a la cama y me dormí con esos dos firmes


propósitos. Por la gracia de Dios, me mantuve sola durante
un mes y lo logré. Un buen día le pregunté a mi familia por
un Grupo de Alcohólicos Anónimos, pues comprendí que
sola no podría lograrlo.

Al día siguiente, a las 10:00 horas, entraba al Grupo


donde nací, en el cual permanecí sólo tres meses, pues me
cambié de colonia y el Grupo me quedaba muy lejos.
Busqué otro Grupo para que me siguieran ayudando. Han
pasado algunos años y por la misericordia infinita del
Todopoderoso y la paciencia y dedicación que día a día me
ofrece mi Grupo, sigo adelante.

Gusha
Sección México 113

Pensamientos con Dios

¡Dios! Parece que fue ayer cuando te dije: “Que todo había
terminado para mí”. Todo lo tenía perdido con mi pobreza
económica, mi estado físico, moral y espiritual; además, con
una soledad interna, enfermedad del alma y sentimientos de
culpa que corroían todo mi ser.

¡Surges Tú! No sé cómo, ni de dónde, pero pusiste en mí


la oportunidad de mi vida; sentí que había una nueva vida
para mí. Aquella noche del 1 de enero de 1980, noche de mi
última borrachera, noche de recorrer mi loca carrera de una
vida ingobernable, de todos los daños causados. Esa noche
pude aceptar a mi mujer, a mis hijos, a mi madre, a una
familia que había arrastrado a la miseria y humillaciones por
mi irresponsable forma de beber y que nunca había querido
aceptar, hasta que llegué a conocer por primera vez a
Alcohólicos Anónimos, el 9 de enero de 1980.

Otro descubrimiento que me hiciste ver, fue conocer un


grupo de hombres y mujeres sonrientes y felices porque
vivían una nueva vida, vida que querían compartir. Así de
uno en uno, hasta terminar la Junta que me dieron de
principio a fin, fui aprendiendo que el alcoholismo es una
enfermedad, física, mental y espiritual. Conforme pasaba el
tiempo, aprendía a vivir el Programa y los Principios de AA,
por medio de la unidad con mis compañeros y amigos. Me
hiciste sentir la necesidad de ti dentro de mi recuperación;
me hiciste sentir la necesidad de vivir unido con este puñado
de hombres y mujeres y de acallar mis ambiciones
personales si quería salvarme de todo un pasado lleno de
alcoholismo y frustración; de vivir un mundo de iguales y de
responsabilidades, tratando de hacer un servicio en mi
Grupo al que llegan nuevos compañeros. Algunos se
quedan, otros sólo lo hacen temporalmente y otros se van
para ya no regresar jamás, porque mueren.
114 Experiencias

Al paso del tiempo, algunos viejos compañeros se han


retirado a usar su mejor sillón y a ponerse sus pantuflas y yo
me quedo con la sangre renovadora que se hace cargo de
las cosas que conciernen a AA. Quise formar parte, como
miembro viejo, sin responsabilidades, pero sentía el vacío y
tenía necesidad de formar parte de esa conciencia, sin saber
cómo unirme a ellos. Me hiciste sentir valor y confianza para
pedir el servicio de Secretario de Grupo; de esa manera
empecé a sentir el deseo de vivir y de ser útil a otros.

Me hiciste surgir a otra vida, donde se vive el amor y el


servicio con un poco de tiempo, esfuerzo y humildad. Con
responsabilidad, pude unirme a un Distrito. ¡Con ese Grupo
de AA, de buena voluntad, se mantiene viva la Estructura de
nuestra Comunidad! Me hiciste salvar otra vida, es un logro
por obra tuya; nosotros solamente somos tus conductos.
Somos responsables cuando alguien extiende la mano
pidiendo ayuda; la mano de AA siempre estará ahí, para dar
esa llamita de luz y esperanza de vida.

Anónimo
Sección México 115

¡Siempre anhelé un padre!

Hablar o escribir acerca de algo que se lee o que se tiene


que memorizar, sería algo muy fácil para mí, porque
después de algunas veinticuatro horas dentro de Alcohólicos
Anónimos, al fin entendí que la palabra es una y el
sentimiento es otro.

Por un tiempo estuve en AA nada más por estar, hablar por


hablar; tomar café por tomar, fumar por fumar, rezar por rezar y
estrechar mi mano con otras personas, esa era la monotonía
que yo vivía. Cuando comencé a expresar mis sentimientos he
tenido una sensación de dolor, resentimiento, vergüenza y
lástima. Me ha disgustado expresar el dolor que quizá he
causado y culpar a mi padre que es inocente.

Con voz alta y desesperada, quería matarlo en la tribuna,


pero bajando de ella me sentía muy mal porque en esos
momentos no sabía si lo odiaba. Lo buscaba para culparlo o
insultarlo, pero dentro de mí pedía a gritos un padre. Al paso
del tiempo, sentí que ya estaba trascendiendo esta situación,
porque en los grupos de AA se alcanza a oír el eco que dice:
¡Perdonando, seremos perdonados!
Los momentos de alegría, jamás los recordé: aquel primer
beso, mi primera boleta de calificaciones, mi primer gol, mi
primera novia, mi primera vuelta en bicicleta y muchas
alegrías más. Jamás me acordé de ti, ni te di las gracias
porque fuiste parte fundamental para que yo viniera al
mundo. Querido padre, hoy te agradezco, más que nunca,
porque tuviste tanta inteligencia y astucia que me dejaste
solo, quizás porque desde pequeño viste en mi rostro el
semblante de la audacia, y optaste porque caminara solo y
así caminé, aparentemente.

Por eso el día de hoy, te doy las gracias porque anduve


casi descalzo en los corredores de la escuela, con un
hambre tan fuerte que no me permitió aprender el abc de la
primaria.
116 Experiencias

Pasaba cada día atrapado en el aislamiento y con un gran


paquete de dudas en mi mente; con una vestimenta que
hasta yo me entristecía; más aún, cuando alguno de los
amigos de mi edad platicaba acerca de su padre. A veces
me preguntaban: “¿Y tu papá?” Inmediatamente mi mente
creaba uno mezclando a todos los papás de mis amigos; el
resultado era un súper padre, ¡el mejor!, que siempre
andaba de viaje. Sin embargo, a solas me preguntaba: “¿Y
el mío, dónde está?” Con el tiempo, en mi mente y en mi
imaginación fui perdiendo su recuerdo, porque la vida había
seguido su curso y la ausencia de mi padre era cada vez
más real, al igual que mi alcoholismo.

¿Quién me jalaría las orejas por llegar tarde? ¿Quién me


regañaría por decir groserías? ¿Quién me regañaría por
agarrar lo que no era mío? ¿Quién me llamaría la atención
por beber? Hoy me doy cuenta que no supe caminar solo
porque pasé días y noches bebiendo, fui golpeado, humillado, desechado y
maldecido. Fue tanta mi ingobernabilidad y autosuficiencia, que
nunca me imaginé que sí podía buscar un buen padre.

Cuando llegué a AA, y a causa de mis recaídas, llegué a


escuchar (en una organización similar): ¡Eres un mal nacido!
En ese momento volteé a ver a ese montón de anarquistas y
fariseos, buscando un rostro que les dijera: ¡No le digan
nada, él es inocente y aquí estoy yo, su padre para
defenderlo!, pero eso fue sólo una fantasía.

Un día, al término de una Reunión, y después de sentir


tan reducido mi ego, al grado que deseé no haber nacido,
me senté en la sala y se me manifestó una sensación, no de
soledad, ni de llanto, sentí una voz que salía de lo más
profundo de mi ser, que me decía: “¡Ya no estás solo, me
tienes a mí, como tu amigo, como tu Padre, como tu tutor o
como tú quieras llamarme, yo nunca te he dejado solo, seguí
tus pasos porque siempre he estado pendiente de ti, de que
no te falte el sol, el viento, la noche, y la lluvia. Recuerda que
Sección México 117

¡nunca vas a estar solo, porque cuando quieras estar


conmigo, sólo llámame, háblame y estaré contigo hasta que
mi Padre mande por ti!”

Raúl
118 Experiencias

¡En ese momento entró en mí la verdad!

A mi llegada a Alcohólicos Anónimos descubrí que era el


lugar idóneo para mí, porque fue el comienzo de una vida
diferente a la que había llevado hasta entonces. Mi vida
había sido de miedos, humillaciones, daños y angustia; todo
lo que en la actividad alcohólica se sufre. Por necesidad
admití que era alcohólico, porque para mí era imperativo
dejar de beber, de lo contrario moriría.

Comencé a participar en el Grupo y empecé a hablar de


Pasos, Tradiciones y a practicar, según yo, el Programa de
AA, pero no había seguridad en mí, no encontraba una base
sobre la cual cimentar mi precaria sobriedad. Hablaba de
Dios y ni yo me convencía de lo que decía; rezaba, pero me
sentía hueco. Trataba de creer en Dios y me confundía con
teorías científicas. De vez en cuando se me antojaba el
alcohol y cuando celebré mi primer aniversario, estuve a
punto de beber. Me había esmerado en mis relaciones
familiares, pero no obtenía respuesta. Total, vivía con
inseguridad temiendo a todos y a todo. Sentía la necesidad
de afianzarme en el Programa y no lo conseguía.

Un domingo en la noche, estaba disfrutando del


descanso, viendo la televisión con mis hijos y mi esposa y
después de que nuestros hijos se fueron a dormir, empezó la
transmisión de la película: “Días de vino y rosas”. En ella
pude ver mi alcoholismo en toda su crudeza. Pasó por mi
mente todo el sufrimiento de mis crudas, sobre todo las
morales. Me angustié ante la idea de volver a pasar por todo
aquello; puedo decir, que durante gran parte de la
transmisión tuve un ligero temblor en todo mi cuerpo y mi
voz se quebraba al hacer comentarios con mi esposa.

No sabía qué estaba pasando, me sentía inquieto; no


lograba ubicar la razón de esa zozobra que casi rayaba en la
angustia, aunque no era algo desagradable. Estaba
sintiendo una emoción desconocida, parecida a una mezcla
Sección México 119

de miedo y alegría; algo que no he podido definir. Terminó la


película, me levanté del sillón, apagué la televisión y caminé
hacia mi cama y entonces me vino un temblor incontrolable y
un exceso de llanto abierto. Como nunca antes, sentí que
había comprendido, conscientemente, mi condición de
alcohólico; acepté verdaderamente mi enfermedad, pero lo
más maravilloso: ¡En esos momentos entró en mí la verdad!
¡La luz de Dios en mi espíritu! ¡Cómo nunca, me sentí cerca
de Dios! Sentí la necesidad de hablarle y de agradecerle y lo
hice, caí de rodillas llorando, agradeciéndole profundamente
por haberme enseñado el camino y por las cosas que tenía y
no apreciaba.

Llamé a mi esposa y ella, al darse cuenta de mi emoción,


también se contagió de espiritualidad. Haciendo caso a mi
invitación y de rodillas agradecimos a Dios por todas sus
bondades: por haberme librado del manicomio, una camisa
de fuerza y la pérdida de mi esposa, como sucedió en la
película. Considero que ahí me fue removida la obsesión por
beber.

Pasados unos minutos, comencé a tranquilizarme y entró


en mí una serenidad, un cansancio que me invitaba a dormir;
esto lo logré al cabo de algunos comentarios con mi esposa.
Esa noche logré el sueño más tranquilo que jamás haya
tenido, comprendí de golpe muchas cosas espirituales
difíciles de explicar; lo que sí sé, es que después de nueve
años no he vuelto a beber, porque sé que Dios está
conmigo.

He cometido muchos errores dentro y fuera de AA, pero a


partir de esa experiencia, siempre he estado dispuesto a
cambiar. He tenido dolorosos retrocesos, pero Dios y
ustedes siempre me han dado la fortaleza para volver a
intentar ser mejor.

Anónimo
120 Experiencias

La prueba

Esa noche, después de asistir a la Reunión de mi Grupo,


unos compañeros me invitaron al café. No acepté porque me
sentía sumamente inquieta, nerviosa y muy triste. Al salir, un
compañero, de buena voluntad, me preguntó: “¿No vinieron
por ti?”, “¡no!”, le contesté. Ofreció llevarme y acepté.

Todo el camino me mantuve callada, pero casi al llegar a


casa me solté llorando. Él se estacionó y me preguntó:
“¿Qué te pasa compañera, te sientes mal?” Seguí llorando
sin contestar, no podía contener ese torrente de lágrimas
que salían de lo más profundo de mi ser. Casi gritando le dije:
“¡Voy a beber, quiero beber, no voy a poder aguantarme!” Tenía tanto
miedo que mi cuerpo empezó a temblar.

¿Por qué dices que vas a beber, cuánto tiempo tienes?


Le contesté que seis meses. Me preguntó: “¿Eres cíclica,
verdad?” Le respondí que sí. Enseguida me dijo: “Mira,
María Teresa, a mí me pasó lo mismo; efectivamente el
cuerpo grita y el diablillo del alcohol quiere hacer su labor”.
Mi padrino, en ese tiempo, me sugirió: “Hoy en la noche,
híncate y pídele a Dios que te mande una prueba de que no
vas a beber”. Con desesperación, le pregunté: “¿Tú crees
que a mí me escuche?” Y me contestó: “¡Sí, híncate, pídele
y reza con mucho fervor!”

Cuando llegué a casa me dirigí a la recámara, mi esposo


dormía; con mucho cuidado me senté al otro extremo de la
cama, prendí la lámpara y pensando en lo que me había
dicho el compañero, sin darme cuenta estaba tocando una
imagen, la observé con mucha atención, la tomé y salí de la
recámara; me dirigí al comedor, al llegar caí de rodillas (por
primera vez en mucho tiempo lo estaba haciendo, pero
sobre todo, sintiéndolo). Tomé en mis manos, con todas mis
fuerzas, esa imagen y le dije estas palabras: “Me contó un
compañero que Tú eres todo poderoso”, y le supliqué:
“¡Ayúdame, apiádate de mí! ¡Mándame una prueba de que
Sección México 121

no voy a volver a beber! ¡Por lo que Tú más quieras,


apiádate de mí!”

No podía contener las lágrimas, reprimidas desde hacia


largos años. De repente me invadió una sensación de
miedo, que hasta el día de hoy me estremece;
inmediatamente después, sentí una presencia, ¡una
presencia maléfica! Era alguien, era humo, era un todo que
envolvía el ambiente. El terror me paralizó, empecé a rezar
de nuevo con todo el fervor que en esos momentos estaba
viviendo. Sin soltar la imagen comencé a orar diciendo: “¡Tú
eres más fuerte que él, no me dejes! ¡Tú eres todopoderoso,
no dejes que me lleve!” De repente vi cómo esa energía, o lo
que fuera, salía con gran precipitación por la ventana para
no volver jamás hasta el día de hoy.

No sé cuánto tiempo pasó, yo seguía en la sala


temblando de pies a cabeza. De repente, un ambiente me
envolvió con una paz y tranquilidad difícil de entender. Volví
a la recámara y dejé la imagen sobre mi buró. Ya no tuve
miedo y me dormí. Al día siguiente después de la Reunión,
al volver a casa, me dirigí a buscar la imagen, quería volver
a rezar.

Han pasado más de quince años y hasta hoy, no he


vuelto a beber. La imagen se perdió. Todo lo ha sumido en
penumbras el tiempo. El buró ya no está; los muebles del
comedor ya no son los mismos, mis hijos han crecido, yo he
cambiado; lo único que ha permanecido fiel en mi memoria,
es que: ¡Dios maneja misteriosamente los prodigios que
realiza!

María Teresa
122 Experiencias

Suceda lo que suceda

Una noche mis compañeros y yo compartimos el Tercer


Paso. Comentaron lo difícil que era practicarlo y los critiqué
por su falta de fe, porque según yo, sí lo practicaba y estaba
preparado para afrontar lo que fuera: suceda lo que suceda.
¡Hoy entiendo qué pequeña es la mente para comprender
las cosas de Dios!

Al llegar a casa me encontré con la noticia de que el


colectivo donde viajaba mi hija, había chocado, pero que
afortunadamente, sólo tenía una leve fractura en el pie.
“¡Bueno, comenté, gracias a Dios no pasó nada grave!” Al
pasar el tiempo, su dolor era cada vez más fuerte y se le
subió hacia el vientre. Nosotros pensamos en una posible
apendicitis o algún problema de riñones. Acudimos al
médico y después de análisis y estudios el diagnóstico fue
una sorpresa: ¡Leucemia! Cayó como bomba en mi cerebro.
Todos mis instintos se rebelaron, el pánico se apoderó de mi
cuerpo, en mi mente sólo existía una palabra: ¡Muerte! Acudí
al Grupo a comentarles cómo me sentía y las todas las
sugerencias fueron: usar el Tercer Paso. Sólo los oía, no los
escuchaba, me sentía bloqueado, la depresión inició un
estado de rebeldía y conmiseración que duraría siete
dolorosos meses. En ese tiempo tenía el servicio de
Coordinador de Información Pública, asistía sólo por cumplir,
tomaba café y fumaba, casi no hablaba, iba al Grupo, pero
casi no ponía atención. Estaba muerto espiritualmente,
pensando en estudios, medicinas, inyecciones y mi pasado
alcohólico.

Una noche en el Grupo se tocó el Cuarto Capítulo del


“Libro Alcohólicos Anónimos”. Me dediqué a fumar, tomar
café, casi no escuchaba. De pronto, casi sin sentir, en forma
muy lejana me compadecía: ¿Por qué a mí? Al mismo
tiempo me contestaba: ¿Quién eres tú para que no te
suceda? Esta frase me sacudió en tal forma, que ya no oí
más, pensé: “¿Cuántas veces escuché o leí esta frase sin
Sección México 123

comprenderla?” Salí del Grupo y camino a casa me brotaron


las lágrimas; al mismo tiempo salió de mi corazón el deseo
de pedir perdón por ser tan necio. Era cierto, ¿quién era yo
para que no me sucediera? Después de todo, su voluntad se
haría como Él quisiera, Él era el patrón y yo su obrero,
manejaría mi vida como Él quisiera.

Después de esa noche, la tranquilidad, la paz y el valor,


nuevamente llegaron. Finalmente, los análisis de sangre y
todos los demás estudios del siguiente mes resultaron
negativos. ¡Mi hija estaba sana, la enfermedad desapareció!
¿Fue un milagro? ¿Ustedes qué creen?

Salvador
124 Experiencias

No negaba, ni aceptaba a Dios

Llegué a la Agrupación totalmente desorientada, no negaba


la existencia de Dios, pero tampoco la aceptaba, pensaba
que era tan mala que ni siquiera Él me quería o me tomaba
en cuenta. Me daba mucho coraje cuando los compañeros
en el Grupo hablaban de Dios, me parecían exagerados y
falsos.

Antes de tener un año sin beber, en dos ocasiones intenté


suicidarme y en ambas llegaron compañeros del Grupo y lo
impidieron: una vez tomé pastillas; la otra, abrí las llaves del
gas de la estufa. Pensaba que la llegada de ellos a mi casa,
había sido coincidencia, pero mis compañeros dijeron que
quizás Dios los había enviado. Hoy creo que así fue, aunque
en aquel tiempo no lo comprendía, ni siquiera había
asimilado que ya había tenido un despertar espiritual al
aceptar mi alcoholismo; pensaba igual que cuando estaba
bebiendo.

Ahora veo las cosas de otra manera. En aquellos días, la


situación en casa estaba muy mal. Mi padre, mi madre y mi
hermana bebían demasiado. A mi hermano ya lo habían
llevado a un Grupo, pero había vuelto a beber; yo me
encontraba sin beber pero me sentía sola, deprimida, sin
trabajo y, peor aún, sin Dios. Cuando tenía dos años sin
beber, un compañero del Grupo me dio trabajo. En ese
momento yo me encontraba muy mal emocionalmente, él lo
notó y me sugirió que le pidiera ayuda a Dios, pues en
realidad la necesitaba mucho y así lo hice.

Empecé a orar. Siento que por primera vez fui honesta


con Él, no tenía la experiencia de orar, pues jamás lo había
hecho y se lo dije. Quiero decirles que no me dirigí a Él con
palabras bonitas, sino de forma agresiva y grosera. Le dije:
“si yo también soy tu hija, ¿por qué no has hecho nada por
mí?” Ya tenía dos años sin beber y en mi vida nada se
Sección México 125

resolvía, al contrario, todo estaba peor. Le comenté que no


tenía caso haber dejado de beber y le hice muchos
reproches más, lloré bastante. Recuerdo muy bien que las
últimas palabras fueron: “¡si me escuchaste, manifiéstate en
mi vida, porque te necesito mucho!” Recité la Oración de la
Serenidad y le pedí que se hiciera su voluntad y no la mía.

Esto sucedió en marzo de 1984. Después de esta


experiencia, ya no me sentía la misma, sentía paz interna,
seguridad interior, fe en que todos mis problemas se iban a
resolver; ya no estaba sola, me sentía diferente. Esta fue mi
primera experiencia espiritual, jamás la voy a olvidar. Lo que
sucedió después, reforzó más mi fe en ese Dios amoroso.
Ese mismo mes, mi hermano dejó de beber. En abril, en un
festival del día del niño, localicé a mi mamá después de
años de no saber nada de ella y en mayo, mi madre y mi
hermana llegaron a Alcohólicos Anónimos; mi padre también
aceptó el Programa. Asimismo, en AA conocí a mi esposo,
que es el padre de una hermosa hija. Yo me integré al Grupo
y al servicio con alegría.

A la fecha, tengo algunos años sin beber, mi fe ha


aumentado día con día; mi familia está unida y llevo una vida
tranquila. Hoy cuento con un amigo, un padre que me
provee de todo lo que necesito. He hecho un hábito, el de
platicar con Él todos los días; le cuento mis cosas, dándole
gracias por todas las bendiciones que me da. Desde 1984,
jamás me ha faltado trabajo, nunca he caído en cama como
consecuencia de alguna enfermedad, tampoco mi familia.
Hoy entiendo que mientras yo haga las cosas de Dios, servir
al prójimo, Él hace lo mío.

Ana Luisa
126 Experiencias

Los mejores días

El 25 de noviembre de 1996, fui internado de emergencia,


víctima de neumonía. Dada la gravedad de la enfermedad
me suministraron suero, oxígeno y medicamentos, además,
me hicieron estudios las 24 horas del día.

Al sentir la cercanía de la muerte, llorando imploré a Dios


por mi vida y al instante pensé: “¿y para qué la quiero?
¿Para seguir siendo igual? ¿Y bajo qué méritos?”. Debido a
esto, rectifique mi petición y dije: “¡Dios mío, si esta
experiencia me va a servir para mejorar en la vida, adelante,
si no, aquí estoy! ¡Hágase Tu voluntad!”

Esto es fácil decirlo cuando uno está sano o en un


arranque emotivo, pero estando al filo de la navaja es algo
que sólo quienes lo vivimos, sabemos lo que se siente muy
dentro de uno mismo.

Después de tres días fue superado el problema de la


neumonía, sin embargo, se presentaron complicaciones
renales alarmantes. Por la noche, delirando me vi en
escenas apocalípticas, dantescas, que reflejaban partes de
mi vida ingobernable y en esa lucha me sentí impotente.
Sabía que sólo con la ayuda de Dios podría salir adelante
y... amanecí. ¡Gracias a Dios!

Al correr los días la situación se complicó. Apareció el


fantasma del SIDA, la angustia y el miedo se acrecentaron y
pedí ayuda al Poder Superior, ¡sí, aquél que siempre negué,
de quien renegué y de quien blasfemé!, ante el que siempre
asumí una actitud beligerante, ¡ese día me doblegué! Sabía
que no había más adónde ir o a quién acudir. ¡Aquí estoy
Señor, en tus manos, hágase tu voluntad! ¡La que sea!

Así llegó el 3 de diciembre (día de mi santo). El 4


(cumpliendo mi 16º Aniversario en Alcohólicos Anónimos)
Sección México 127

me invadió la tristeza de vivir estos días en la cama de un


hospital.

¡Nunca había estado así! Al reflexionar me di cuenta que


estos días eran aquellos de los que me hablaban desde mi
llegada al Grupo: ¡Los mejores días! ¿Por qué? Porque sin
un Programa y sin los valores de la recuperación, sería
imposible aceptar y enfrentar, luchar con fe, esperanza y
humildad ante esta situación. Así, la tristeza se fue
transformando en alegría, pues a mi familia, amigos y
compañeros de AA, no se les olvidó y fueron a felicitarme y a
darme ánimos.

Hoy, 31 de enero de 1997, aún sigo en tratamiento y un


tanto delicado, pero ya en mi casa, limitado para muchas
cosas, pero creo que con la ayuda de Dios y de mis
compañeros podré superarlo. Debo mencionar que esto
ocurrió siendo servidor en un Distrito; por lo que me vi en la
necesidad de retirarme, pero siempre hay y habrá en AA
compañeros deseosos de servir. Por lo tanto, sé que debo
mejorar y avanzar en mi recuperación, ¡aprovechando así la
maravillosa oportunidad de vivir estas veinticuatro horas y
estar preparado para cuando el Poder Superior me llame!

Anónimo
128 Experiencias

¡Dios mío, si realmente existes, ayúdame!

Me emborraché por primera vez a la edad de once años,


estaba en sexto año y sólo bastaron cinco copas para
emborracharme. Al otro día no sentí cruda, sin embargo, ese
día marcó la diferencia, ya que yo era tímido y al recurrir al
alcohol éste me ayudó a relacionarme mejor con los demás.

Había probado bebidas con alcohol desde los siete u


ocho años: sidra, rompope y bachitas de cerveza... o sea,
que si tuve un periodo de bebedor social, fue en plena
infancia y pubertad, como en un juego. A partir de mi
primera borrachera, lo ingería, no con mucha frecuencia,
aunque sí inconscientemente, tomaba cada dos o tres
meses. A los catorce años tuve la primera laguna mental
junto con mi segunda o tercera cruda fuerte, ese día me
enseñó mi padre a curármela y con él empecé a beber con
mayor frecuencia.

A los 18 años entré a trabajar formalmente. Desde los 15


empecé a fumar y cuando mi padre se daba cuenta, me
decía que lo hiciera hasta que tuviera para pagar mis vicios;
por lo que cuando recibí mi primer salario llegué fumando.
En la familia siempre fue más permitido tomar que fumar y
durante lapsos seguí tomando cada vez con mayor
frecuencia y en mayor cantidad. A los veintitrés años me
casé para hacer mi vida de adulto y al empezar a tomar
decisiones de marido y no de hijo, me espanté. Me abstuve
tres meses de beber. Pero al enfrentarme a la vida lo más
fácil fue recurrir nuevamente al alcohol. A partir de ese
momento comenzaron las promesas vacías a una fiel
esposa, a la cual no quería arrastrar conmigo. Hubo una
separación de cuatro meses. Después de la reconciliación
dudaba que la niña fuera mía.

Alrededor de los catorce o quince años probé la marihuana.


La fumaba esporádicamente y continué haciéndolo hasta la
separación con mi esposa. Fue entonces cuando la compré
Sección México 129

por primera vez. De tal modo que los dos últimos años de
actividad alcohólica fueron los más difíciles. También tenía
una úlcera, los médicos decían que si seguía tomando ésta
podría reventar. No obstante, seguí bebiendo y brindaba por
mi úlcera, diciendo: “¡haber cuándo me revienta canijos!”
Poco antes de la reconciliación con mi esposa y un año
antes de llegar a Alcohólicos Anónimos, dejé la marihuana,
pero bebía diario. Cinco meses antes de llegar a AA, dejé de
beber quince días hasta que sentí que ya me merecía un
trago. Me lo tomé y no dejé de tomar hasta el 1 de enero de
1983. Nunca falté a mi trabajo en ese lapso. ¡Sólo Dios sabe
cómo lo logré y por qué no me corrieron! Mi esposa me
había amenazado con dejarme y pendía de un hilo mi
permanencia en el trabajo; me habían suspendido en tres
ocasiones. En esos días fue cuando nació nuestra primera
hija (16 de noviembre de 1982).

El día que dejé de beber tenía 27 años y se cumplían 16


años de mi primera borrachera. Diez días después de no
beber, utilizando mi asombrosa fuerza de voluntad, me
desperté una madrugada, tembloroso y desesperado por
otra copa. A sabiendas de que esto provocaría la separación
de quienes yo más quería, me dirigí a buscar un trago. El
frasco estaba vacío, en otra ocasión había agotado mi
reserva. Quise salir a comprar algo de beber, pero me dio
mucho miedo. Con mi nerviosismo desperté a mi esposa.
“¿Qué pasa?”, me dijo. Le comenté que me dolía el
estómago y que necesitaba el alcohol de 96º para frotarme
un poco en el ombligo. Me indicó que días antes se había
caído y le eché pleito. Me preparó un té, me bañé y me fui a
trabajar. Llegué y pedí permiso para ausentarme un rato y mi
jefe me dijo que podía salir, pero que si a las diez de la
mañana no había regresado, me iría a buscar para que
“disparara”. Iba hacia la cantina y en una esquina se hallaba
el escuadrón de la muerte (ellos me habían salvado con una
teporocha un año atrás). Como me sentía agradecido con
ellos por su acción, recordé una sentencia escuchada de sus
labios: “¡El que cae en esto sale al panteón o al manicomio!”
130 Experiencias

Sabía que si seguía caminando me quedaría allí, en ese


momento alcé mi cara hacia el cielo y exclamé: “¡Dios mío, si
realmente existes, ayúdame! ¡Ya no quiero volver a beber!”

Me tomé un jugo de naranja y regresé a mi trabajo.


Aunque tenía poco trabajo me mandaron a un compañero a
ayudarme. ¿Qué iba yo a saber en lo que me ayudaría? Él y
yo éramos uña y mugre en la actividad alcohólica. Como él
tenía tres meses sin beber, inmediatamente le pregunté:
“¿Cómo le estás haciendo?”. Me contestó: “Si quieres beber
hazlo y mañana que estés crudo platicamos”. Le advertí que
no tomaría con tal que me dijera cómo le había hecho para
dejar de beber. Al día siguiente, con ansias le volví a preguntar. Al
darse cuenta que yo no había tomado supo que era porque
sí me interesaba. Nos fuimos a desayunar y me dijo: “¡A mí
me ha estado funcionando AA!”

Toda la semana estuvo trabajando conmigo. Yo me


mostraba renuente a ir al Grupo de AA. Por lo tanto me
indicó que a lo mejor no era alcohólico, que bebiera de
nuevo y lo comprobara. Ese fin de semana hubo una reunión
de trabajadores y al ofrecerme una copa les dije: “no tomo,
es que juré”. Comentaron: “¡Qué bueno, ya la riegas mucho!”
Por el ambiente de la fiesta, me animé y me serví una copa y
cuando estaba brindando para tomármela, me atacó un
fuerte dolor en el vientre, y pensé: “la úlcera me está
molestando ¿qué tal si ahora sí se me revienta? ¿Qué tal
que ésta es mi última borrachera y no pueda conocer AA?”
Me salí de la reunión sin beber, decidido a ir a AA. Cuatro
días después (18 de enero) asistí a mi primera Reunión y
desde entonces no he bebido.

Hugo
Sección México 131

Empecé a sentir algo hermoso

Empecé a tener una vida de ilusiones y de sueños, de poder


realizar grandes trayectorias cuando fuera adulto, pues
desde niño deseaba ser adulto y no disfruté mi niñez.

Me empecé a juntar con amigos más grandes de edad, a


tener contacto con los cigarros y con el alcohol y me fascinó.
Tuve más contacto con el alcohol y mi ilusión por terminar la
escuela fue truncada. También se despertó la idea de las
noviecitas y fracasé con ellas por la bebida. Todas las cosas
con las que había soñado se iban quedando atrás por el
alcohol.

Al estar más involucrado con el alcohol, empecé a quedarme en


bancarrota como ser humano porque me sentía sin carácter y sin facilidad
de desarrollarme como yo quería. Aún siendo joven empecé a pensar
como un viejo, y para mí, ya no había ilusión. Me fui quedando con mis
frustraciones y fracasos y mi obsesión por el alcohol era cada vez más
continua.

Cuando llegó el momento de ingresar a Alcohólicos


Anónimos, escuché la información y la invitación de poder
asistir al Grupo. Al inicio desconocía todo lo que pasaba y
escuchaba dentro de ese lugar. En mi tercera Reunión
empecé a sentir algo muy diferente por las atenciones que
tenía de los compañeros. Empecé a notar algo que nunca
había sentido, algo agradable que me hacía pensar que algo
nuevo iba a suceder a partir de ese momento. Un
compañero subió a la tribuna y empezó a compartir su
experiencia. Entonces comencé a sentir algo en la mente
que me gustó; de ahí nació un interés muy grato. Recuerdo
que al salir del Grupo tenía el deseo de platicárselo a los
mismos compañeros que salieron conmigo, pero no sabía
cómo explicar lo que había sentido: ¡hasta el aire lo sentía a
todo dar en mi cara y sentía un deseo intenso de vivir!
132 Experiencias

Al llegar a mi casa empecé a sentir algo hermoso que


quería compartir con toda mi familia. Saludé a mis padres y
los tuve que abrazar y al abrazar a mi esposa, sentí un gran
cariño por ella y por mi hijo (que era el primero). Desde esos
momentos nació el interés por estar en un Grupo. En esa
época un compañero pasaba por mí para ir al Grupo y me
regresaba a mi casa.

Después asistía solo al Grupo. Anhelaba que fueran las


siete de la noche para seguir asistiendo a mis reuniones. Me
agradaba que me tomaran en cuenta. Escuchaba a mis
compañeros con vehemencia y, al ver el interés de ellos por
escucharme, me sentía más que satisfecho. En varias
ocasiones tuve que llorar al platicar lo que me había
sucedido y, al sentirlo, tenía una gran atracción por el Grupo,
porque me brindaban alguna esperanza.

Francisco
Sección México 133

La vida que me espera

Soy una persona que padece alcoholismo como consecuencia


de una vida desordenada, sin sujetarme a normas establecidas, sin
conocer disciplina alguna. Esto generó en mí un sentimiento de
inutilidad y un tremendo hueco en mi alma. Sin saber de dónde
viene, a dónde se dirige y sin conocer cuál es el objetivo y el
significado que conlleva el vivir. De pronto me encuentro en un
Grupo de Alcohólicos Anónimos, y la venda que traigo en la
conciencia empieza a caer. Cuando la presencia de Dios se
manifiesta en mi vida, me siento incómodo, extraño, pues estoy
sintiendo algo que jamás imaginé que existiera, y menos que
pudiera llegar a experimentar. Todo esto me está sucediendo.
El llegar a considerarme lo peor, cargando sentimientos de
culpa o el pretender que otras personas son las únicas
responsables de mis calamidades, me llevó a ser una persona
frustrada, sin ambiciones, sumergida en el abismo del cual no
encontraba la salida.

Adoptar nuevas ideas o conceptos de lo que es la vida,


desechando aquellos que por muchos años consideré como
positivos y que inclusive defendí con entereza y sin razón, el
darme cuenta que el alcohol no fue mi enemigo, reconocer
que mi peor enemigo era yo por mi forma distorsionada de
pensar, que me llevaba a actuar de una manera equivocada,
fue el principio que ha establecido la diferencia que existe
entre el yo del pasado y el actual.

Reconocer que, por mis propios medios y mi supuesta


intelectualidad, no logré cosechar resultados positivos en la
vida; admitir que necesitaba la ayuda de algo o de alguien,
me condujeron a concebir, así como a confiar, en alguien
más poderoso que yo: un Dios, como yo lo entiendo. Saber
que siempre contaré con su ayuda es un estímulo para
enfrentar la vida que me espera.

Conocerse a uno mismo, algunas veces, da miedo. No es


fácil confrontarse con el yo interno, valorando y canalizando
134 Experiencias

la experiencia pasada hacia alcances positivos. El reto que


como ser humano debo enfrentar es empezar a considerarme como
alguien que vale la pena y reconocer que la vida contiene un
gran significado que estoy descubriendo. Aunado a los retos
anteriores está el trabajo en el acercamiento a los demás,
algunas veces reparando daños, otras tratando de entender
al otro ser humano sin pretender ser entendido, trabajando
conmigo mismo en las deficiencias de personalidad que
poseo.

Todo esto se puede lograr con la ayuda de un Poder


Superior. Además, también se logra compartiendo mis
experiencias con otros iguales a mí, con la seguridad de que
van a entenderme. El otro que está a mi lado me ofrece el
conocimiento de que voy por la ruta indicada, que voy
conociendo la voluntad de Él hacia mí. Poco a poco van
quedando atrás los resentimientos, esa malsana sensación
que sólo provoca sufrimientos mentales y emocionales.
Comprobar que el amar al prójimo y experimentar que sólo
el amor y el perdón curan, me hace sentir una persona
diferente de aquella de años anteriores.

Esto me ha dado tranquilidad mental y emocional.


Algunos compañeros lo nombran sobriedad o espiritualidad.
¿Qué cuesta trabajo? ¡Por supuesto que sí! Pero vale la
pena enfrentar este reto que considero establece la
diferencia entre un ser humano internamente hueco y otro
que llegará a considerarse un ciudadano del mundo.

Guillermo
Sección México 135

Ser libre equivale a decir la verdad

Deseo compartir esta experiencia para que mis compañeros


y, cualquier otra persona que tenga la oportunidad de leerla,
sienta el río de esperanza y de vida que fluye desde nuestra
mente y nuestro cuerpo. Antes de llegar a Alcohólicos
Anónimos, la vida para mí no tenía sentido, no me importaba
vivir, pues sentía que cumplía un ciclo biológico y sólo vivía
por vivir. Vivía sin un objetivo claro, todo era tinieblas y
confusión, hasta que todo cambió cuando el 18 de febrero
de 1985, llegué a un Grupo.

Confieso que me avergonzaba haber llegado a AA, me


resistía a aceptarme como alcohólico. Tardé más o menos
tres años en poder concientizarlo y, a pesar de asistir
constantemente al Grupo, no obtenía los resultados que
esperaba: sentirme recuperado. Hasta que me iba a casar
intenté hacer el Cuarto y Quinto Paso, y aproveché para
hacerlo ante un guía espiritual.

En mi mente pasaba la idea de decirle parte de mi


verdad, de todo lo que había hecho y además, una verdad a
medias. A medida que realizaba mi examen de conciencia,
me recriminaba por no querer decir la verdad, a pesar de
saber que lo que aprendía en AA, me inducía a ser honesto.
Al ya no tener escapatoria, tomé la decisión de decirle mi
verdad, y cuando le manifesté lo que hacía y sentía, considerándolos
como pecados, él me absolvió y me dijo que como
penitencia tenía que orar y rezar unas cuantas oraciones.
Le pregunté: “¿por qué nada más me impuso esas pequeñas
oraciones como penitencia?” Él me contestó: “Desde que
estabas preparando tu examen de conciencia, desde ese
momento, ya estabas generando tu perdón”.

El tratar de ser honestos nos hace libres; decir la verdad


nos conduce a la libertad. Desde ese momento sentí algo
tan maravilloso como el despertar de una pesadilla.
136 Experiencias

Tuve una visión distinta de la vida y de la gente, en una


forma clara, positiva y más transparente que me ayudó a
descubrir la positividad de la gente que me rodeaba.
Además, me parecía que las cosas, la naturaleza y todo
tenían nuevos colores.

Descubrí que tenía una venda en los ojos que no me


había permitido mirar con sencillez y claridad todo a mi
alrededor. Aprendí que el perdón de Dios sí existe y, lo más
importante para mí en ese momento, fue el hecho de
perdonarme a mí mismo.

Con todo esto, sentí la presencia de Dios en mi vida:


comprendiendo su bondad y su misericordia infinita;
sintiendo que radica en mi conciencia como lo señala
nuestra literatura. Por eso, doy gracias al Poder Superior y
siento su bendición sobre todos los AA, pues al encontrarlos,
inmediatamente recuerdo que yo encontré a Dios en AA.

Recordando que el ser libre equivale a decir la verdad,


gracias a todos los que hacen posible que el mensaje llegue
al que todavía está sufriendo.

José Andrés
Sección México 137

Pensaba durar tres meses y retirarme

Llegué al Grupo de Alcohólicos Anónimos el 31 de agosto


de 1979, y en la información de quién es un alcohólico,
empecé a escuchar las experiencias de algunos de mis
compañeros.

Los días pasaban y no quería darme cuenta que en


verdad era un enfermo. Pensaba durar tres meses y
retirarme. Pero pienso que viví mi primera experiencia
espiritual, al menos así lo siento, pues mis compañeros me
decían: “No asistas a los lugares donde bebías”. El primer
día pasé a la tienda donde acostumbraba beber y pedí una
famosa pollita, me la bebí de un jalón, pagué y me salí.

El segundo día pasó lo mismo. Al tercero pedí una botella


de tequila. Al agarrarla del mostrador la sentí caliente: un
calor que no soporté en la mano y la pasé a otro amigo de
actividad. Me salí para ya no regresar jamás a ese lugar y
me alejé de mis cuates sin tener la convicción de ser un
enfermo.

Seguí asistiendo al Grupo, todavía con la idea de estar


nada más tres meses y retirarme.

A los dos meses abordé la tribuna pensando que les iba a


dar una cátedra. No pude más que imitar a los demás y
declararme enfermo de alcoholismo. Sin embargo, mientras
hablaba, no podía olvidar lo de la botella caliente.

En una Reunión de trabajo, escuché que no había quién


cubriera el servicio en instituciones y levanté la mano
pidiendo el servicio. El lunes siguiente, día de la primera
información en la Clínica 4 del Centro de Salud, me presenté
esperando encontrar al padrino que me iba a guiar en ese
servicio. Éste no llegó.
138 Experiencias

La señorita de trabajo social me llamó, puesto que me


había presentado al llegar, y me dijo si ya pasábamos a la
sala. Le contesté que sí, sin saber cómo iba a transmitir el
mensaje. Afortunadamente recordé la información que me
habían dado, que con el enunciado sacara parte de la
información y así lo hice. La presentación de la trabajadora
social me ayudó a iniciar mi explicación y así pude vivir mi
primera experiencia en el servicio: la que me borró de la
mente esos tres meses que pensaba estar en AA.

Al ver los ojos enrojecidos y con lágrimas de las personas


que me escuchaban, me estremecí de emoción. Me di
cuenta que borracho no servía para nada y, sin beber, podía
regalar algo por medio del sufrimiento de aquellas
borracheras que me llevaron a convertirme en un alcohólico.

Rogelio
Sección México 139

Mi llegada

Llegué a Alcohólicos Anónimos en octubre de hace algunos


años, cuando ya el alcohol y las drogas me habían hecho
trizas. Me habían derrotado física, mental y espiritualmente.
Pero por fin, llegué.

¿Qué me iban a dar o a hacer? Ni yo me imaginaba, lo


único que sabía era que en un Grupo se encontraba mi
hermano y que desde su llegada no había vuelto a beber.
Recuerdo cómo me encontraba, tembloroso y débil por el
alcohol que había consumido durante mi última borrachera;
ésta había durado mes y medio.

Al llegar a mi habitación mi hermano se paró en el marco


de la puerta y me dijo: “¡Qué tal! ¿Cómo te encuentras?” En
un tono que para mí fue de burla. Le contesté que muy mal,
pues mi estómago apenas y aceptaba alimento. Me dijo:
“¡Estás bien, pues cuando yo tomaba, no aceptaba siquiera
el olor a comida!” Esto me parecía algo así como cuando a
Bill se le presentó en el hospital su padrino Ebby. Me dijo:
“¿Quieres dejar de tomar?” Le contesté que sí y le pedí que
me llevara a donde él estaba. Me dijo que mientras llegaba
la hora de sesionar invitaría a un compañero del Grupo para
que me platicara cómo le estaba haciendo.

Fue por el compañero. Éste me empezó a compartir su experiencia,


recuerdo que era más cruda que mi experiencia. Posteriormente,
sentí la confianza que te dan los alcohólicos anónimos para
poder desahogar lo que después conocería como el puente
de comprensión que me permitiría desahogarme con ese
compañero del Grupo y que logró que ese espíritu regresara
a mi alma, pues empecé a contarle lo que me atosigaba.

Además de otros actos aberrantes, en esa borrachera


había agredido a mi padre. Pero esa acción era la que me
lastimaba más, pues el viejo nunca me había tratado mal y
140 Experiencias

no concebía por qué lo había hecho. Al platicarlo sentí alivio,


sentí ese descanso en el alma, me sentí otra persona.

Al atardecer, llegamos al Grupo de AA. Nunca podré


olvidar mi llegada, con temor e inseguridad. Me dieron mi
bienvenida como se les da a todos los nuevos y
posteriormente pasaron a la tribuna a compartirme su
experiencia. Para terminar la Reunión, el Coordinador me
invitó a subir a la tribuna, acepté y exterioricé nuevamente lo
de mi padre. El Coordinador me dijo que no me preocupara,
que estaba enfermo y que Dios me perdonaba siempre y
cuando no lo volviera a hacer. Al salir de la Reunión
nuevamente me sentí otro, con ánimos de vivir la vida: había
vuelto a nacer.

Al seguir en la Agrupación y analizarme, me di cuenta que


había perdido la fe en mi Poder Superior. Sucedió durante
un accidente en el cual murió mi hermano mayor. Recordaba
que había quedado abajo de una roca de cemento, de
algunas toneladas, y no se la pudimos quitar hasta que los
vecinos nos auxiliaron. ¡Qué desesperación sentía al darle
vueltas a la roca, al quitársela de encima y ver a mi hermano
con los ojos abiertos y con lágrimas! Allí renacieron las
esperanzas y sentí en mi interior que mi hermano viviría.
Después de esto el recuerdo se nubla. La llegada de las
ambulancias, la cruz roja, los reporteros: mi hermano había
muerto y mi fe se había esfumado.

Al cumplir mi primer aniversario en el Grupo, me festejaron con un pastel


y me sugirieron que invitara a la gente que había dañado para
ofrecerles una disculpa, y al hacerlo, sentí ese alivio que
hasta hoy comparto con mis seres queridos.

José Luís
Sección México 141

Gracias a Dios por permitirme llegar y ya no estar


ciego a la vida

Llegué a un Grupo de Alcohólicos Anónimos a la edad de 20


años. Pensaba que a mi edad no podría ser alcohólico, pues
cuando bebía no tomaba mucho. Pensé que alcohólico era
la persona que ingería grandes cantidades de alcohol. Yo
bebía tres o cuatro veces al año y unas cuantas horas; no
tomaba tres o cuatro días, únicamente me bastaban unas
horas. En AA entendí que no era la cantidad de licor sino el
efecto que tiene.
Vengo de una familia desintegrada. A los dos años de
edad, me quedé con mi padre, él también tomaba. Debido a
esta situación, crecí con complejos, resentimientos, soledad,
frustración y, cuando bebía, me conmiseraba por dicha
situación.
Tuve la oportunidad de terminar la secundaria. Pero,
cuando iba a la escuela, veía cómo los demás alumnos
bebían afuera de la misma. A mí me daba miedo verlos y me
decía que yo no bebería alcohol y que no fumaría. Así lo
hice.
Mi padre me daba de beber y me decía que prefería
verme tomar una cerveza a que anduviera drogándome. El
día de hoy, sé que es lo mismo. Cuando bebía me llegaban
a la mente algunas preguntas: “¿por qué vivía esa situación?
¿Por qué vivía en esa casa de cartón pegada al cerro? ¿Por
qué mis padres estaban separados? ¿Por qué no teníamos
dinero? ¿Por qué pasaba hambre? ¿Por qué la gente no
entendía mis problemas?

¡Cuando no me entendía a mí mismo y no me enfrentaba


a la realidad! Si quería superar todas esas cosas, lo más
efectivo era no beber. ¡Sin embargo, yo bebía! Nunca tomé
en la calle, no buscaba pleitos. Siempre bebí en mi casa
porque me daba temor que me vieran ebrio. A mí nunca me
gustó el sabor del alcohol sino el efecto que me hacía.
142 Experiencias

Llegué a AA pensando que encontraría pura gente ya


grande y me llevé una sorpresa, ¡había también jóvenes y
algunos más jóvenes que yo! Me dije: “si ellos pueden, ¿por
qué yo no?” Cuando admites que tienes problemas ya tienes
frente a ti el 50% de la solución. Cuando se es joven se
piensa que AA es para los viejitos que ya vivieron su vida. Mi
padre pensaba que AA es para los jóvenes que apenas
están empezando a vivir su vida, pues los viejitos ya la
vivieron.

Me doy cuenta que el alcohólico niega su enfermedad, se


escuda en pretextos tontos para no admitir su problema.
Cuando llegué a AA me dijeron que si no pasé por la cárcel y
hospital, que lo evitara. Estuve preso, pero de mí mismo. Mis
complejos no me dejaban salir de mi desesperación y de mi
frustración. Estuve encarcelado por mi propio egoísmo, por
no ver a la sociedad que también sufría con sus problemas y
por querer que me diera atención sólo a mí. Estuve enfermo,
pero de resentimiento hacia la sociedad en la que vivía.
Enfermo por mi egocentrismo que me llevaba a creerme el
único malo de la tierra, por creer que Dios ya no me quería,
que se había olvidado de mí: me auto conmiseraba.

Mi vida ha cambiado desde que llegué a AA. Ahora veo la


vida diferente, la ciudad la veo bella, aunque con smog, pero la
veo bella. Mis complejos, frustraciones, resentimientos y
soledad, poco a poco van desapareciendo gracias a la ayuda
de todos los alcohólicos anónimos que desinteresadamente me
tendieron la mano. Que me tendieron la mano sin importar
quién era ni cuánto había sufrido, si era joven o viejo; si era
pobre o rico. Porque el alcohol es democrático y no quiero
morir tan joven. Hoy, he empezado a vivir la vida sin alcohol y
no lo necesito para vivir. Sé enfrentarme solo a mis problemas,
cuales sean.

Miguel
Sección México 143

Me encontré con Dios, puse mi vida y voluntad al


cuidado de Él

Empecé a beber a la edad de 17 años, actualmente tengo


58. Mi primer contacto con el alcohol fue a los 8 años,
después de una noche buena, o sea, en Navidad. Esa
mañana nos juntamos varios amigos, quienes habíamos
acordado que cada uno llevara una bebida de lo que se
había consumido el día anterior en la cena de la casa de
cada cual. Es de imaginarse la borrachera que nos pusimos
con el revoltijo de bebidas que ingerimos. Empezamos a
hacer desfiguros y a actuar como borrachos, yo me empecé
a marear y luego a volver el estómago. Fue tanto el escándalo que
hicimos, que nuestros padres salieron a ver qué estaba
sucediendo. Al vernos en tal estado, empezaron a darnos
café negro para bajarnos la borrachera. Cuando ya
estuvimos un poco mejor, nos preguntaron que por qué lo
habíamos hecho y les contestamos que queríamos ver qué
se sentía con lo que ellos tomaban y no nos daban. No hubo
regaño por parte de nuestros padres, nos aconsejaron que
ya no lo volviéramos a hacer, que esa era bebida para
grandes y ya llegaría el tiempo de poderlo hacer.

Mi segundo contacto fue cuando cumplí 15 años, cuando


mi padrino de confirmación me invitó una cerveza en un
estanquillo. No pasó nada ese día porque mi padrino dijo
que eso no era para los jóvenes y nos retiramos. Antes de
cumplir los 16 años, me expulsaron de la secundaria por
fumar e insultar al director de la misma, y mi madre y mi
padrastro optaron por mandarme a Campeche; allí vivía un
hermano de mi mamá que era muy enérgico, pensaron que
él me podría enderezar. Vendieron la bicicleta que la esposa
de mi hermano me regaló en reyes, aunque la bicicleta era
de mujer, yo estaba feliz con ella, pues era un regalo que
nunca había tenido. Con el dinero compraron el boleto del
camión que me llevaría a Veracruz, de ahí me tenía que ir en
un barco de carga que me llevaría a mi destino final.
144 Experiencias

Tras dos días de travesía llegué a la isla a las seis de la


mañana, tomé un taxi y éste me llevó a casa de mis tíos;
ellos me esperaban, pues ya se habían puesto de acuerdo
con mi mamá. Después de los saludos, el tío me preguntó
que si tomaba, fumaba o andaba con mujeres; le contesté
que solamente fumaba. Luego me dijo: aquí todo está
permitido, que tomes, que andes con amigas o mujeres, lo
único que está prohibido es que fumes. Él sí fumaba, jugaba
juegos de azar y todo lo demás. A las ocho de la mañana ya
estaba trabajando en una compañía pesquera de camarón.
Empecé de lavafierros en los barcos, porque mi tío era
maestro mecánico diesel de esa empresa y reconocido en la
isla como uno de los tres mejores.

Todos los lunes llegaban los compañeros de trabajo y


platicaban sus anécdotas de fin de semana: que se fueron a
tal lugar, que otro se emborrachó, que fulano todavía no
había llegado a su casa porque seguía tomando. Todo esto
me llamaba la atención por que ellos sí lo podían hacer y yo
no; me les quise unir, pero no me aceptaron. Primero, por
ser menor de edad, segundo, porque temían que el maestro
se fuera a enojar con ellos, pues yo era su sobrino. Pero un
día, me los encontré en un restaurante y me metí a comer
con ellos. Me tomé por primera vez cuatro cervezas y al
salir, ya iba yo bien borracho, de tal forma que ya no fui a
trabajar, tomé mi bicicleta y me fui a la casa. En el trayecto
hacia la casa empecé a volver el estómago, me caí de la
bicicleta varias veces, llegué a la casa todo golpeado,
raspado y lleno de tierra. Mi tía me recibió y me advirtió que
me iría mal cuando llegara mi tío. Al informárselo, al tío le dio
mucho gusto porque eso era un síntoma de que ya me
estaba volviendo hombrecito, comentó. Él nunca se imaginó
la clase de monstruo que empezó a surgir en su casa a
causa del alcohol.

Bastaron tres años para que el alcohol se apoderara de


mí y cometiera un sinfín de barbaridades que se empezaron
a manifestar en mi mente. Uno de los primeros síntomas fue
Sección México 145

el resentimiento hacía mis padres por haberme sacado de la


casa a tan temprana edad. Otro fue hacía las mujeres, pues
tuve una novia que terminó conmigo porque su papá no le
permitía que fuéramos novios y como ella sí podía verse con
su concuño, se hicieron novios. Tuve cantidad de novias y
les hacía lo mismo que me hicieron a mí, no me importaba
hacerlas sufrir, pues las mujeres tenían que pagar lo que
hicieron conmigo.

Un día, mi madre fue a visitarnos casi un mes. En ese


tiempo no tuve la atención de atenderla, pues era mucho mi
resentimiento. Argumentaba que tenía que trabajar y
encontraba un sinfín de obstáculos para no estar con ella.
Se regresó a México muy dolida con mi actitud.

Lo que ganaba a la semana apenas me alcanzaba para


mis diversiones, mis borracheras y mis cigarros. Me había
vuelto un irresponsable en la casa, no daba gasto, ni me
compraba ropa porque no alcanzaba mi sueldo.

Tras 27 años de alcoholismo, en los que perdí trabajos,


amigos, negocios y por último a la familia, tuve mi fuga
alcohólica a 1000 kilómetros de mi ciudad natal, ya nadie me
aceptaba ni me daban trabajo. El 26 de junio de 1983,
sábado en la noche, encontrándome nuevamente en la
soledad, con resentimientos, angustiado, lleno de temor y
con miedo de que se me fuera a acabar el poco vino que me
quedaba en la botella, salí a eso de las 10 de la noche a
comprar mi reserva para la madrugada.

¡Cómo es grande Dios! Esa noche se manifestó en mí,


porque en lugar de ir a la tienda, me guió a un Grupo de
Alcohólicos Anónimos; jamás lo había visto en el año que
tenía de vivir ahí. La Reunión ya se había terminado,
únicamente se encontraba un compañero en el escritorio. Se
puso a platicar conmigo de muchas cosas y al último me
preguntó que si quería dejar de beber y ya no sufrir esas
espantosas crudas. Le respondí que sí, pero que era
146 Experiencias

imposible porque bebía día y noche. Me propuso el plan de


las veinticuatro horas, eso para mí dentro de mi borrachera
me parecía imposible llevarlo a cabo y me invitó a que
asistiera el lunes para que me dieran más información,
cuando estuviera un poco menos alcoholizado.

Llegué a mi cuarto, me preparé una cuba y me la tomé.


Preparé la segunda, pero la sugerencia del compañero ya la
traía sembrada en la mente, nada más me tomé medio vaso
y lo dejé. Al día siguiente me desperté crudo y tembloroso,
pero Dios estaba ahí, manifestándose para darme la fuerza
de voluntad de no tomarme el primer trago. Tuve que
pasarme el domingo dominando la ansiedad de beber, pero
había entendido lo que me dijo el compañero: que si no
tomaba la primera, ya no iba a haber borrachera y que
disfrutara mi última cruda, porque jamás la volvería a tener,
si yo quería. Fueron muchas horas de angustia y miedo, pero
por fin llegó el lunes y asistí al Grupo, a la Reunión de las 8 de
la noche. ¡Dios ya se había manifestado en mí!, porque desde
ese momento ya no volví a beber, me reencontré con Dios,
puse mi vida y voluntad al cuidado de Él.

Acepté que era un alcohólico, empecé a ver la luz del día


y la naturaleza en todo su esplendor, a vivir una nueva vida
sin alcohol. Los alcohólicos anónimos cumplieron su palabra,
me cambiaron mi botella por una nueva vida. El 28 de junio
de 1998, cumplí 15 años en la Agrupación; no he vuelto a
beber, me he pegado a los servicios del Grupo y fuera de él.
¡Gracias a Dios que se manifestó esa noche que tal vez,
hubiera sido el día de mi muerte!

Marco Aurelio
Sección México 147

Cuatro caminos: Alcohólicos Anónimos, la justicia, el


alcohol y la muerte

Dos años después de haber llegado a Alcohólicos Anónimos, llegaron


las borracheras secas. Anduve tres meses desesperado, sin
trabajo, con problemas económicos y familiares, con
insomnio, vueltas de un lado para otro en la cama, tratando
de solucionar mis problemas.

Llegué a pensar que AA no funcionaba y sentí que estaba


mejor antes de conocerlos; había llegado la depresión. Una
tarde le hablé a mi padrino y le comenté cómo me sentía. Me
dijo que me tomara unas copas, que era preferible a seguir
sufriendo sin alcohol pero no me gustó lo que me dijo. Sin
embargo, mi mente ocupada con mis problemas, no me
dejaba ver claro.

Una mañana, decidido me levanté como a las seis, pensé


que lo mejor sería dejar AA e irme a beber. Me bañé y al
vestirme, de pronto vi un libro en el buró, empecé a hojearlo
y en cada parte que leía blasfemaba contra Dios. Empezó a
darme sueño y en unos minutos ya estaba soñando: un
Grupo de AA y una patrulla. El patrullero bajó de la misma,
se dirigió al Coordinador y le preguntó ¿verdad que el que
entra en AA es para toda la vida? El Coordinador contestaba
que sí, y yo ahí como espectador. Como a media cuadra una
señora con rebozo me enseñaba una botella. Entonces
escuchaba la radio de la patrulla, desperté y seguí escuchándola, me
dio miedo y me asomé por la ventana para ver sí había una
patrulla enfrente de mi casa, pero en la banqueta de enfrente
estaba un alcohólico tendido. En esos momentos bajé
corriendo y salí a la calle, quería gritarle a todos los del
barrio que estaba a punto de beber.

Nuevamente, mi Poder Superior me mandó la ayuda.


Empecé a descifrar el pequeño cuadro que había soñado,
me marcaba cuatro caminos: Alcohólicos Anónimos, la
justicia, el alcohol y la muerte. Entonces comprendí que en
148 Experiencias

los dos años que llevaba en AA, nada más había tapado la
botella; no había cambios, seguía actuando igual que antes.
Pensaba que con sólo dejar de beber, Dios me iba a
premiar, no había entendido lo que me decía el Tercer Paso:
“...Este es el camino hacia la fe que obra...”, se requiere de
una acción firme.

Quería que todo se me diera fácil por el simple hecho de


dejar de beber. Me di cuenta que tenía que echarle acción y
poner mi vida y mi voluntad al cuidado de Dios y gracias a
Él, no fui a beber. Esto me sucedió hace cinco años y hoy
camino más confiado, más seguro. Aunque a veces me
tambaleo con mis problemas, ahora tengo a Dios y al Grupo
de AA. Ya no estoy solo.

Fernando
Sección México 149

Me tocó cuidarlo la noche que falleció

En los albores de mi llegada a Alcohólicos Anónimos las


cosas se iban dando poco a poco, sin entender todavía la
problemática tan cruel de mi enfermedad. Había logrado
dejar de beber y de algún modo las cosas seguían
cambiando en mi vida, pero sin darme cuenta. Por ese
tiempo se recrudeció la enfermedad que mi padre venía
padeciendo, pues al fallecer mamá, un tiempo antes, todo
cambió para él y todos nosotros. Aunque fuerte como un
roble, la muerte de ella lo había destrozado. Viví con él ese
camino de sufrimiento, sin dejar al Grupo, pero cuando llegó
el momento de no poder superar su enfermedad, lo tuvimos
que internar aún en contra de su voluntad.

Fue cruel, porque cuando a alguien lo abandonan en


algún lugar así se siente solitario y temeroso, sin tener fe en
poder superarlo. Para mí fue bueno estar en AA sin fallar,
pero lo que más me sostenía era la fortaleza que me daba
pedirle al Poder Superior que se hiciera su voluntad y no la
mía. Esto me ayudó a tener el valor que no sabía de dónde
surgía, para enfrentar la situación real que se me
presentaba, y yo mismo me sorprendía.

Debido a su estado tan delicado, todos los hermanos nos


turnamos para cuidarlo en las noches. Para mi mayor
asombro, me tocó cuidarlo la noche que falleció. Se
encontraba demasiado inquieto, señalándome no sé qué
cosas que veía y balbuceaba nombres; yo le decía que no
había nada, pero él seguía señalándome las figuras. De
pronto, el cuarto que tenía varios enfermos se llenó, durante
varias horas de la madrugada, de un ambiente enormemente
pesado y falleció mi padre.

No sé cómo, ni de qué manera pude resistir estos momentos


crueles y difíciles. Sólo sé que si esto no es algo
sorprendente para alguien como yo, que anteriormente
estaba lleno de miedo a todo y de sentimientos tan débiles,
150 Experiencias

hoy con más calma analizo mi proceder y me pregunto: ¿de


dónde salió tanta fortaleza y voluntad para resistir eso? He
llegado a la conclusión de que fue obra de mi Poder
Superior. Por ello siento que fue en este momento que
sucedió mi despertar espiritual. Desde entonces, lo que ese
día sucedió me fortalece para seguir adelante, con mi Poder
Superior y AA.

Rafael
Sección México 151

La mano amiga de AA

Ya dentro de Alcohólicos Anónimos sufrí un accidente de


tránsito. Estaba lavando mi coche y al cruzar la calle, una
camioneta que venía huyendo de un motociclista de tránsito
me pegó con el espejo lateral en la cabeza. Caí sobre el
cofre de otro auto estacionado, resbalé y caí al suelo
pegándome nuevamente en la cabeza. Esto me lo dijo mi
hijo que había abierto la ventana para pedirme permiso de
llegar tarde ese día. Inmediatamente, avisó a su otro
hermano y llamaron a la Cruz Roja, preguntaron si tenía
asistencia médica en alguna institución y uno de mis hijos
corrió a la esquina para llamar a la empresa en que laboraba
para preguntar sobre eso. En su desesperación de hacer las
cosas, no supo por qué corrió al teléfono de la esquina, si
nosotros tenemos teléfono. A los de la ambulancia les
dijeron que sí y me trasladaron al hospital; allí recibí una
atención maravillosa. Mi estado era tan grave que los
mismos médicos decían que a lo mejor no salía vivo del
hospital. Por no dejar de fumar tuve dos neumonías,
además, detectaron que tenía sangre en los pulmones, por
lo cual fui intervenido nuevamente.

Había días en que estaba muy inquieto. Mi esposa avisó


a algunos compañeros de AA sobre mi estado de salud.
Sentía que en las tardes, cuando pedían por mi salud, me
llegaba la calma y estaba más tranquilo. Al hospital ingresé
el 17 de abril y me dieron de alta el 5 de junio, 50 días pasé
ahí, la mayor parte en terapia intensiva. También hubo
cosas agradables. Un médico comentó que yo tenía muchas
ganas de vivir, pues siempre hablaba sobre mi deseo de
salir del hospital.

En una ocasión escuché que habían entrado por


urgencias y que se les había hecho muy fácil llegar. A uno
de mis hijos le pregunté si sabía por dónde estaba
urgencias. Me dijo que sí y me llevó al elevador al cuál
entramos. Yo iba vestido con la bata del hospital. Llegamos
152 Experiencias

a la planta baja, salimos del elevador y me dijo. “Mira, allá


donde se ve mucha gente es urgencias”. Yo vi un pasillo
excesivamente largo y le comenté: “mejor regrésame a mi
cama”. Otro día escuché un helicóptero y pensé: “Soy tan
buenazo que hasta en helicóptero me andan buscando”.

Cuando salí del hospital, tenía la idea de que me había


fugado de él. Como a la semana de haber salido del hospital
tuve el pensamiento de que había bebido. Se lo comenté a
mi esposa y le pedí que me llevara al Grupo. Puso el grito en
el cielo: “Allí nada más vas a ir a fumar y a tomar café”, no
me llevó. Hablé con ella y le manifesté que sentía que había
bebido y me dijo: “¿Cuándo lo pudiste haber hecho? A la
casa llegó la ambulancia y te trasladó al hospital, del
hospital, nosotros te trajimos y te hemos cuidado como a un
bebé, lo seguimos haciendo, así que no pudiste haber
bebido”. De todas maneras me llevó al Grupo y lo manifesté,
saliendo más contento conmigo mismo.

Un día, uno de mis hijos me dijo: “Estás loco”. Lo escuché


y estuve pensando en eso. Fue para mí un martirio el
manifestar nuevamente que estaba loco. Manifestarlo por
primera vez no me fue difícil. La segunda vez fue más difícil,
pues pienso que cuando uno ha empezado a hacer
conciencia del estado en que se encuentra y de todas
maneras no se acepta, el que le digan a uno que está loco
es una afrenta a la consciencia.

Pienso que cuando nos unimos los alcohólicos y pedimos


por alguien que está en desgracia, estas peticiones llegan a
Dios y se manifiesta en la persona que está sufriendo en
esos momentos.

Javier
Sección México 153

Dios me hizo tres regalos

Por la gracia de Dios y el látigo del alcoholismo, llegué a


Alcohólicos Anónimos. El 14 de febrero de 1988, inició una
nueva vida para mí. No sabía leer ni escribir y mis
compañeros me regalaron el servicio de Cafetero, de seis
meses, luego Secretario y Tesorero.

Mis hijos hacían las cuentas y los informes de mis


servicios. Después tuve la oportunidad de hacer otros:
Representante de Información Pública y Representante de
Servicios Generales. Al preguntar “¿cómo debía de informar
a mi Grupo?” surgió la sugerencia de que aprendiera a leer y
escribir.

En el año de 1993, siento que Dios me hizo tres regalos.


El primer regalo fue mi certificado de primaria. Los otros dos
se debieron a que me sentía alejado de Dios. El 23 de mayo
balearon a mis dos hijos debido a una confusión. A uno lo
atravesaron de un balazo en el pecho; el otro se salvó. Yo
estaba en un compartimiento en un Grupo de Ixtapan de la
Sal, cuando regresé a México, me dieron la noticia de lo
ocurrido. En ese momento, al ver a mi hijo en el hospital,
postrado en una cama con muchas sondas, me sentí impotente. Llorando,
alcé la cara hacia el cielo y dije: “¡Señor, por ahora sólo es tu voluntad,
Señor!” Al preguntarle a mi esposa por mi otro hijo, me contestó llorando que
se lo habían llevado los agentes. Fui a preguntar en varias partes y
no me daban información. Una persona me preguntó su
edad. Le contesté que tenía dieciséis años y me dijo: “Lo vas
a encontrar en el tutelar para menores”. Ahí lo encontré por
el mismo problema.

Como mi oficio es el de hojalatero ambulante, al no


trabajar, no había dinero. Gracias a Dios y a AA pude
superar esto poco a poco. Cuando estaba en el evento de la
2ª Convención Nacional de AA, Sección México, Dios me
estaba dando los problemas y la alegría de vivir estos
eventos.
154 Experiencias

Además, el 5 de junio me avisaron que mi padre había


fallecido en el estado de Guerrero, pues ahí vivía. Sentí que,
en esos doce días en que sucedió todo, se me destrozaba el
corazón. No sabía si ir al hospital, al tutelar o al sepelio de
mi padre. Mi esposa me dijo: “Vé con tu papá”. Cuando
llegué al pueblo, en la terminal de autobuses me recibieron
como veinte alcohólicos anónimos, que con voz fuerte me
dijeron: “Damián, estamos contigo, di no a la primera copa”.
Compañeros, sentí la manifestación de Dios en los
alcohólicos anónimos. Desde entonces he sido obediente y
les aseguro que estando en AA no pasa nada. Actualmente
sirvo como RSG, ahora sí con conocimiento porque sé leer y
escribir.

Damián
Sección México 155

Como mujer soy muy importante. Sólo soy un ser


humano que desea vivir

Llegué a la Agrupación desesperada y angustiada por no


dejar de beber. Mi complejo de inferioridad e incapacidad
para vivir se agudizaba más y más. Me sentía devaluada por
ser mujer. Este sentimiento me agobiaba y lo quería apagar
con alcohol. Muy dentro de mi ser me decía que estaba
equivocada, pero mis sentimientos eran acallados por las
ideas que me dominaban. Muchos años caminé sin
encontrarle sentido a la vida. Todo esto lo ahogaba con el
alcohol; creía que perdiéndome hasta no saber nada de mí
era la solución.

Por un acto de la Providencia llegué a un Grupo de


Alcohólicos Anónimos, donde fui muy bien recibida. Aquí
encontré hombres y mujeres con un solo objetivo, ayudarme
a dejar de beber y de sufrir. Empecé a tener confianza en el
Grupo y por algo indescriptible, mi obsesión por beber iba
desapareciendo. Poco a poco, los compañeros me invitaban
a participar en los servicios internos del Grupo, haciéndome
sentir parte de él. También me fui involucrando en las
informaciones al público. Esto me daba una sensación de
confianza en mí. Empecé a sentir que en la vida no todo era
caótico. Encontré un rumbo: ayudar a otros a reconocer que
el alcoholismo es una enfermedad. Me di cuenta que en AA
había una solución. Me seguí integrando a los servicios y
una compañera me invitó a asistir a las informaciones en el
hospital. El prestar este servicio me dio una sensación de
seguridad y, sobre todo, se fue desvaneciendo el sentimiento de
inferioridad y de incapacidad para vivir.

Sigo ejerciendo el servicio y esto me confirma que puedo


ser útil; la sensación de bienestar la disfruto más y más. En
AA mi condición de ser mujer nunca se ha menospreciado;
estoy en una Agrupación de iguales. Siempre creí que todo
lo hacía mal. Hoy sé que con este Programa que Dios puso
en mis manos las cosas salen bien y me dan confianza de
156 Experiencias

seguir viviendo. Hoy sé que como mujer soy importante, que


solamente soy un ser humano que desea vivir plenamente,
disfrutando de todo lo que me rodea y sentir el placer de
tener una vida útil y feliz.

Juanita
Sección México 157

En ese momento me arrepentí del desafío hacia


Dios

Mi llegada a la Agrupación de Alcohólicos Anónimos fue un


15 de enero. Tenía ya un poco de conocimiento sobre el
Programa, pues mi esposo llegó primero a un Grupo de AA.
Nunca estuve de acuerdo con que él siguiera acudiendo al
Grupo y empezó una lucha entre AA y yo. Quería que mi
esposo siguiera tomando conmigo, pues durante muchos
años de matrimonio siempre tomamos juntos. Por fin,
conseguí que él ya no asistiera al Grupo. Cuando ya tenía
casi dos años en AA volvió a tomar conmigo.

Después de un tiempo, mi alcoholismo aumentó y decidí


pedir ayuda a los AA. Cuando ya habían transcurrido cinco
años sin tomar, noté el cambio que mi familia mostró hacia
mí. Me sentía feliz con este cambio. Sin embargo, mi esposo se
encontraba muy enfermo de diabetes y empeoraba cada día más.
Un 16 de mayo a mi esposo le dio un infarto y murió. Ese día
me enemisté con Dios. No quería saber nada de Él, ni de
nadie. Siempre le reclamaba ¿por qué a mí me pasaba
esto?

Caí enferma. Mis hijos, preocupados, le pidieron ayuda a


mi hermana que vive en Puerto Vallarta, pues yo deseaba
morir. Al llegar a la casa de mi hermana me di cuenta que
ella y su esposo tomaban demasiado y me ofrecieron de
tomar, pero no acepté. Salí a la playa y empecé una lucha
conmigo misma: “¿valdrá la pena tomarme la primera copa?”
Me puse a reflexionar viendo el mar y el cielo. Fue entonces
cuando me arrepentí del desafío hacia Dios. Caí de rodillas y
le pedí perdón. Por un momento sentí mi cuerpo flotando en
el mar. Me puse a llorar y le volví a pedir a Dios que me
perdonara. Empecé a recordar lo que mis compañeros de
Grupo me decían: “Hay que estar fortalecida para cuando
sucedan estas cosas y no cometer el error de volver a
tomar”. Sentí que todos mis compañeros del Grupo estaban
conmigo y eso me dio la fortaleza para superar el problema.
158 Experiencias

Ahora sé que la confianza en Dios la adquirí ese día; por


eso estoy agradecida con Él. También siento agradecimiento a
todos los alcohólicos anónimos por la ayuda incondicional que
he recibido. Espero que esta experiencia le sirva a alguien, que
como yo, haya perdido a un ser querido.

Raquel
Sección México 159

Sólo Él puede ayudarme a encontrar un cambio de


juicios y actitudes en mi vida

Soy un alcohólico que, desde muy niño, viví resentido con


Dios, creyendo que Él había sido injusto conmigo. Mis
padres habían tenido cuatro hijos, todos hombres, y tenían la
ilusión de tener una hija. Por medio de un nuevo embarazo,
le pidieron a Dios que esta ocasión fuera mujercita. El deseo
se les concedió.

Ella era la ilusión de todos nosotros, pero sólo nos duró


dos años el gusto de convivir con ella. Cuando yo tenía seis
años de edad y ella sólo dos, recuerdo que mi madre
ayudaba a una de sus cuñadas a vender chocolates
envinados de figuras en un mercado sobre ruedas. Ese día
acompañamos a mi madre a vender y, mientras ella atendía
el puesto, la niña y yo jugábamos con una prima a las
escondidillas entre los demás puestos. De pronto me bajé
de la banqueta, ella corrió detrás de mí, y en eso un camión
que transportaba refrescos la arrolló, quitándole la vida de
tajo. Corrí a avisarle a mi madre y ella espantada se abrazó
al cuerpecito inerte. Lloraba y gritaba preguntándose: “¿Por
qué había pasado eso?” Después mis padres decían que
Dios se la había llevado al cielo porque la necesitaba con Él.
Yo me resentí con Él, pues pensaba que era injusto al
arrancarnos la felicidad a mis padres, mis hermanos y a mí.
A partir de ese momento empecé a creer menos en Él,
además, pensaba que podía vivir sin esas tonterías de Dios.
Asistía a misa sólo cuando era un compromiso importante
con algún familiar o amigo. Pensaba que el hombre por sí
mismo podría triunfar en la vida.

A raíz de que mi alcoholismo se fue acrecentando, mi fe


se fue perdiendo por completo. Le pedía que me ayudara a
dejar de beber y esto no ocurría; pensaba que Él no me
escuchaba y, después de un tiempo, de plano dejé de
pedirle. Durante dos años, mi alcoholismo fue muy
desesperante, no tenía ganas de vivir. El 30 de agosto de
160 Experiencias

1995, llegué a Alcohólicos Anónimos, a la edad de 18 años.


Escuchaba a los compañeros hablar de Dios y pensaba que
eso era para débiles, mas no para mí. Además pensaba que
el Programa no necesitaba de Dios. Muy adentro de mí
quería gritarles: “que si no se daban cuenta de que yo no
podía o no quería creer en Él”.

Todas esas ideas con respecto a Él me molestaban.


Decía que yo nunca podría aceptarlo después de todo lo que
me había hecho, pues lo consideraba como un Dios
castigador. Después de algún tiempo, a pesar de que AA no
obliga a nadie a creer en Dios, la necesidad de permanecer
sin beber me llevó a buscar ese Poder Superior. Al principio
tuve que depender del Grupo para dejar de beber. Sin
embargo con el tiempo me empecé a sentir mal: con ganas
de reír, llorar o gritar, sentía un vacio en el pecho. Me
acerqué a un compañero para platicar sobre esto y gracias a
su experiencia me dijo que él alguna vez sintió lo mismo. Mi
compañero me platicó que tuvo que recurrir a Dios, como él
lo entendía, para platicar con Él y decirle todo lo que sentía.

Una noche estaba solo en mi cuarto y, al mirar una


imagen de Dios en la pared, sentí la necesidad de hablar
con Él. Le pedí que me perdonara por lo egoísta que había
sido al pedirle muchas cosas a cambio de nada, por todos
esos resentimientos que tenía hacia Él y que me permitiera
conocer y aceptar su voluntad. No sé cuánto tiempo me la
pasé llorando, platicando con Él. Eventualmente me quedé
dormido sin darme cuenta. Al otro día desperté demasiado
tranquilo, miré nuevamente la imagen, le di las gracias por
haberme escuchado y por la paz que en esos momentos
sentía. Hoy sé que Dios siempre estuvo conmigo porque
nunca en mis borracheras, me pasó algo malo. El hecho es
que siempre lo busqué en las cosas materiales y hoy sé que
a Dios hay que buscarlo dentro de uno mismo. Dios siempre
le da al individuo lo que necesita, no lo que desea. Lo que
necesito es AA y nada más. Lo demás se vendrá dando por
Sección México 161

añadidura, por medio del esfuerzo que ponga en la práctica


del Programa.

He tenido algunos momentos difíciles en mi estancia


dentro del Grupo. También he tenido momentos agradables.
En ambos casos le doy gracias a Dios por permitirme sentir
que el día de hoy estoy vivo. También sé que sólo Él puede
ayudarme a encontrar un cambio de juicios y actitudes en mi
vida.

Isidro
162 Experiencias

Todo hombre debe decidir una vez en su vida

Recuerdo cuando empezaba a conocer la Agrupación de


Alcohólicos Anónimos. Iba a visitar a un amigo, pero no
quería darme cuenta que el alcohol me estaba dañando.
Cuando me decían que dejara de beber, los ignoraba.
Recuerdo muy bien ese día en que una señora de edad
avanzada me dijo que dejara de beber, aunque fuera sólo
por un día. Me dijo que así lo hiciera día con día, pero no
hice caso.

Fue avanzando mi enfermedad. Yo decía que ésta era un


vicio. Después de un tiempo, mis padres ya no sabían qué
hacer, porque cuando llegaba ebrio a casa eran de
esperarse los desastres que iba a hacer. Un compañero me
pasó el mensaje de AA y me preguntó si quería dejar de
beber, le dije que sí, pero de dientes para fuera.

Fui a ocho reuniones, pero no ponía atención. Estaba


esperando el fin de semana para mi próxima borrachera.
Tuve que vivir mi experiencia e irme a beber por otros seis
meses. Durante ese tiempo no pude dejar de beber. Empecé
a beber diario. Ya no comía y hasta tuve que sentir el
rechazo de los doctores cuando uno va con ellos por
intoxicación alcohólica. Pero aún así decía que a mis 18
años no era alcohólico. Empezaba a darme cuenta que ya
estaba dañando a mi familia. No sé cómo Dios, tal como yo
lo concibo, me dio esa luz para regresar al Grupo. Los
compañeros me recibieron con los brazos abiertos y me
aferré al Grupo como mi única salvación. Solía decir que iba
a dejar de beber por mi esposa y mi hija, pero los
compañeros me abrieron los ojos a tiempo y me dijeron que
empezara a amarme para poder amar a mi familia. Gracias a
Dios que escuché la sugerencia.

Pero después me empezó a ganar la autosuficiencia. Con


esto me refiero a que, después de tener un tiempo en el
Grupo y debido a ello, ya no iba a beber. Nuevamente Dios
Sección México 163

se manifestó y me dio la oportunidad de pasarle el mensaje


a mi papá. Él, gracias a Dios, siguió este hermoso
Programa. Por mi parte, empecé a asistir a más grupos.
Hasta entonces me di cuenta que Dios me mandaba otra
oportunidad para que no me tomara nuevamente esa
primera copa que fue la que me hizo tanto mal. Ahora, mi
papá y yo luchamos contra la enfermedad a brazo partido;
actualmente ya no me proyecto a futuro, vivo mi día como
Dios lo dispone. ¡Siendo honesto no le pasa nada a uno!

Ahora sí comprendo las palabras que mis compañeros


me dijeron cuando llegué: “Te vamos a cambiar la botella por
una vida útil y feliz”. Hoy, Dios y mis compañeros me
regalaron el servicio de Información al Público y estoy
contento. Me siento útil y me hace responsable. Sin
embargo, deseaba decirles que sentía miedo a la
responsabilidad, pero mi papá, con unas palabras de aliento
y superación, me dijo una frase que me ayudó a superar
este miedo. La quiero compartir con ustedes: “Todo hombre
debe decidir, una vez en su vida, si se lanza a triunfar
arriesgándolo todo o se sienta a contemplar el paso de los
triunfadores”.

Hoy tengo 21 años y gracias a Dios, soy un alcohólico.

Emilio
164 Experiencias

¡Gracias a Alcohólicos Anónimos!

Quizá mi caso es especial, pues sólo tengo 18 años y creí


que esto sólo me pasaba a mí por ser mujer y muy joven.
Creía que solamente yo sufría, eran ideas que siempre me
justificaban en todos mis actos; actos que me acercaban
más a la muerte. Todo comenzó cuando tenía 15 años.
Murió mi madre y creo que ahí empecé a morir.

Me alcoholizaba y me drogaba. No me gustaba el sabor


de la bebida sino los efectos que me producía. Recuerdo
vagamente una borrachera que me puse en año nuevo. Una
de tantas, pero de las más significativas, ya que a partir de
ésta, abandoné mis estudios y mi persona. No recuerdo
mucho, únicamente que bebí tres cuartos de una botella y
que me quería pelear por ella. Fue triste y vergonzoso, pues
me dijeron que hice un reverendo y grandioso ridículo.
Recuerdo que cuando bebía quería ir a un Grupo de
Alcohólicos Anónimos y pedir ayuda. Sin embargo, nunca
me atreví y sólo sabía de AA a través anuncios en la
televisión.

Después de pocos años de esto, me encontré con la


amistad de una pareja, la cual empezó a preocuparse un
poco por mi problema con la bebida. Ella había notado mis
problemas con el alcohol y con las drogas. Ella me dijo que
si quería, me acompañaría a un Grupo de AA, pues
pertenecía a la Agrupación. Por fin un día, me llevó al Grupo
y allí me dijeron: “¡Hoy has vuelto a nacer!”. Pero en ese
momento no capté el mensaje y cuando ella me dejaba de
hablar, yo bebía; me le presenté un día borracha. Esto fue
motivo para que me retirara su amistad.

Ahora comprendo que eso fue una recaída por no poner


atención a lo que querían decirme. Yo creía que si dejaba de
beber, era por mi amiga y no por mí, por mi vida y nada ni
nadie más. Gracias a la voluntad de un Poder Superior,
cualquiera que éste fuera, regresé a AA. Después de varios
Sección México 165

meses de seguir en las andadas me dijeron: “Primero es lo


primero”. Me hicieron ver que realmente debería tener
deseos de cambiar; de ir a las reuniones.

Ahora puedo decir que estoy viva y no muerta en vida.


Ahora veo todo diferente, me mantengo sobria un día a la
vez. No me preocupo de ver el árbol feo de un bosque, sino
de verlo maravilloso al contemplarlo como un todo.

Resumo con decir: “¡Gracias, AA!”

Adriana
166 Experiencias

El único lugar en donde uno aprende a vivir la vida


sin sufrir

Nací en el Distrito Federal. Mis padres se separaron cuando


yo tenía 6 años. Desde ahí empezó mi amargura, pues nos
fuimos a vivir de arrimados a casa de una tía. Allí mis primos
me golpeaban hasta que se cansaban. Crecí frustrado,
resentido y con la autoestima muy abajo.

A la edad de trece años entré a la secundaria con muchas


ganas de salir adelante e inclusive llegué a ser uno de los
mejores alumnos. Sin embargo, como nuestros ingresos
bajaron significativamente, la desilusión me provocó que
empezaran a bajar de calificaciones y a tener mala
conducta, reprobando y dándome de baja en la escuela.

Para mí fue una frustración muy grande. Entonces me


encontré a un amigo que era drogadicto e hice contacto con
la droga como en cinco ocasiones, pero no me llamó la
atención, me dio miedo, pues yo provengo de una familia, en
la cual, el que no es drogadicto, es alcohólico y eso me
atemorizaba. Así pasaron 3 años más, viviendo amargado,
frustrado, resentido y neurótico.

Volví a tener contacto con la droga y me empecé a fugar.


Así viví una pesadilla durante nueve años de drogadicción y
alcoholismo, consumiendo mi juventud. Pero ese Poder
Superior es tan grande que puso en mi camino a un medio
hermano que milita en un Grupo de Alcohólicos Anónimos y
me pasó el mensaje. Pensaba que eso sólo les pasaba a los
viejos, pero tuve que recaer y vivir mi propia experiencia.

Durante cinco años toqué el fondo del sufrimiento, llegando a estirar


la mano a pesar de mi juventud. Estaba cayendo muy bajo y
ya no disfrutaba una copa. Sabía que existía un lugar en
donde se puede dejar de beber, pero no quería ir. Tuve que
aceptarme como enfermo alcohólico y drogadicto e ir a pedir
ayuda a un Grupo de AA, en el que he permanecido durante
Sección México 167

un año y tres meses en sobriedad. A través del tiempo, me


doy cuenta que es el único lugar donde uno se enseña a
vivir la vida sin sufrir, con la ayuda de los compañeros.

Ahora en la Agrupación de AA, les regalo mi experiencia,


agradeciendo a mi Poder Superior que me dio otra
oportunidad, regresando dulcemente a ser razonable con lo
que me resta de juventud y salud. Le pido a mi Poder
Superior sabiduría para pasar el mensaje a aquél hermano
de enfermedad que todavía sufre y no lo sabe.

Rosalío
168 Experiencias

Juventud, soledad, locura y depresión

Me desarrollé en un ambiente en el que no había futuro. Soy


hijo de un matrimonio separado y recuerdo haber sido
siempre muy tímido y burro para la escuela. A temprana
edad comencé a trabajar, el ansia por alcanzar lo que algún
día soñé fue lo que me impulsó a salir. Sin embargo, logré
salir sólo a medias, pero no de la soledad que sentía al estar
aislado de los demás.

A los catorce años de edad, por vez primera, sentí que


pertenecía al mundo; el vacío había desaparecido, había
probado mi primera botella de alcohol. Recuerdo las
lágrimas de mi madre por el gran hijo que ella creía tener, en
ese momento su anhelo de hacerlo un hombre de bien había
sido frustrado.

Para ser sincero, sólo pensé en mí. Al día siguiente no


hubo poder humano que me quitara de la mente volver a
emborracharme, ni las advertencias de mi madre ni las de mi
padre me importaron y al darme cuenta que no lograba lo
que quería me frustré y nació un resentimiento con la
sociedad.

A mis dieciséis años conocí a la mujer que creí sería mi


felicidad. Mi alcoholismo avanzó, el deseo por seguir fugado
en alcohol también. Ya no quería vivir, la chica de mis
sueños se había ido y no quería estar conmigo, yo seguía
bebiendo. Me llegó tal depresión, que deseé la muerte, fue el
primer intento de quitarme la vida, quería morir. Hoy sé que
nunca estuve solo y me siento dichoso de dar testimonio del
regalo que recibí estando a punto de morir. Había llegado el
mensaje de Alcohólicos Anónimos a mí, sólo pensé hacer lo
posible por entender.

Tuve la dicha de haber llegado a los 18 años de edad,


¿qué me dieron? Hasta ganas me dan de llorar. Lo que en
18 años no tuve, en una hora y media se me entregó. Recibí
Sección México 169

comprensión, amor y tolerancia de mis compañeros, mi vida


ha cambiado. De tantos que llegamos fui uno de los elegidos
por Dios al permitir que me quedara en AA; el miedo ha
desaparecido porque hoy tengo deseos de vivir.

Las lágrimas de mi madre se convirtieron en bendiciones;


la pérdida de la mujer que amé, se convirtió en fortaleza y mi
ilusión por vivir renació. Nunca olvidaré aquella tarde en que
mis compañeros, con los brazos abiertos y dispuestos a
darme su comprensión en aquel Grupo, dieron la luz a un
alcohólico joven para enseñarlo a vivir.

Que Dios bendiga a todos mis compañeros porque me


enseñaron a vivir sin alcohol.

Hugo
170 Experiencias

Mi desesperación y mis problemas me estaban


volviendo loca

Ingresé a los 18 años a Alcohólicos Anónimos por motivos


de la bebida y de la droga. Cuando tenía 12 años, ya era
una persona rebelde, estaba en la secundaria y pensaba
que todo era fácil. Al tomar mi primera copa sentí un gran
desahogo, empecé a salir con mis compañeros a las tocadas
y sentía que el alcohol era lo máximo; nunca comprendí por
qué sentía esa soledad con esa puerta falsa del alcohol.

En mi casa era una persona cohibida y nunca se daban


cuenta de lo que hacía. Tenía trece años cuando falleció mi
padre y me sentí más sola. Sin saberlo, ese sería mi
pretexto para dedicarme más a las tocadas y a la rebeldía;
terminé la secundaria. Como mi madre trabajaba para
sacarnos adelante, tenía más oportunidades para estar con
mis amigos; entré a un trabajo a los quince años, esto me
permitió tener dinero para alcoholizarme y seguir en las
tocadas que, según yo, eran lo máximo. Era una persona
distinta en la calle y en mi casa, pero conocí algo más fuerte
que era la droga; veía como mis amigos se drogaban con
chochos, cemento y solventes, se veían felices. Para ese
entonces, en mi casa yo ya era un problema como persona
rebelde y, según yo, libre, porque trabajaba y solventaba mis
gastos. Pero al ver la situación de mi casa quería salir y
encontrar un príncipe azul que me sacara para tener más
libertad o salir de mi casa y pagar una renta.

Las desilusiones y problemas que le causaba a mi madre,


la hacían enfermar por los corajes y por la angustia al
quedarse esperándome cuando llegaba a las cuatro de la
mañana. Nunca me sentí conforme con la miseria en que
estábamos, odiaba la vecindad donde vivíamos, siempre
creyendo que con el alcohol olvidaría mi situación. Pero
cuando cambié de trabajo, me adentré en las drogas; era lo
máximo, me permitía disfrutar de las alucinaciones, en ellas
sentía que era más que una obrera. En la calle y sobre todo
Sección México 171

por las noches, era cuando compartía mis experiencias


fascinantes. Sentía que los obstáculos no eran suficientes
para mí, anduve con muchos chavos, que al igual que a mí
les gustaba divertirse. Con esto escondía mi soledad y mi
angustia. Cada vez mis alucinaciones eran más horribles. No
podía dejar de drogarme en el trabajo y en la casa; siempre
cuidando que no me vieran, estaba acabando con mi familia
y principalmente, conmigo misma. Mi desesperación y mis
problemas me estaban volviendo loca, hasta llegué a pensar
en suicidarme y terminar con mi existencia. Pero encontré a
una persona que me habló del Programa de AA y me
fascinó. ¡Ya no estaba sola! Encontré comprensión y lo
mejor, pude darme cuenta que no era la única que tenía
problemas, que había una solución si quería. Ahora estoy
en un Grupo, he dejado de beber y de drogarme; lo único
que pido a Dios es que me ayude a salir adelante.

Mayra
172 Experiencias

Lo que me enseñaron y lo que he aprendido en AA

A la edad de cinco años abusaron de mí. Víctima de esa


situación, me sentí miserable durante mucho tiempo y le
tenía un profundo miedo y desconfianza a la gente. Esto me
hizo una persona retraída.

Mi primer contacto con el alcohol fue a la edad de once


años, cuando mi madre me dio una cerveza de las que
habían quedado de la boda de una de mis hermanas. Al
probarla me supo tan mal que pensé: “¿cómo es posible que
la gente se beba esto?” Me prometí no volver a beber, cosa
que no cumplí, pues con el tiempo llegué a tenerle tanto
gusto que casi le dejo mi vida a este pasatiempo. Cuando
hice contacto nuevamente con el alcohol, a la edad de
catorce años, fue en una fiesta en donde acepté una cuba,
más por compromiso que por otra cosa y al tomármela, el
sabor no era muy agradable, pero la sensación era tan
maravillosa que me sentí flotar, además de sentir una gran
seguridad. Desde ese momento, en cada oportunidad que
tenía buscaba la bebida. En mi casa pronto se dieron cuenta
de que cada vez que asistía a una fiesta llegaba tomado, así
que optaron por prohibirme que fuera a las fiestas y durante
ese tiempo no bebí.

Sin embargo, cuando terminé la secundaria, en la fiesta


de fin de curso, en mi casa me dijeron que para que me
divirtiera, ellos no iban a ir y me dieron dinero como premio
de haber terminado. Así que me dispuse a pasármela bien.
Mi primo, que también salía de la escuela, no asistiría a la
fiesta y me regaló sus derechos de mesa y bebida, además,
a uno de mis compañeros ya le había robado su vale de
bebida. Ya sabrán como terminé. Después de eso me fui a
radicar a otra ciudad en donde estuve estudiando el
bachillerato; durante un tiempo no bebí, pero vivía hastiado.
Dentro de mí sentía un gran hueco, era la lástima que sentía
por mí mismo; perdí el apetito y el interés en el estudio.
Después comencé a hacer amistades y a ir a fiestas en las
Sección México 173

que bebía. Salí con algunas chavas durante un tiempo,


después me aburría o les veía defectos y terminaba las
relaciones. El bachillerato nunca lo terminé, así que estudié
una carrera corta que terminé con las máximas
calificaciones. Estuve eufórico un tiempo y comencé a dar
clases; algunas veces me llegué a presentar tomado y
terminé por renunciar para poder beber de una manera más
libre.

Paradójicamente, empezaba a preocuparme lo desagradable que


era despertar en un cuarto desconocido, sin dinero o no
saber cómo llegaba a la casa, o encontrarme a alguien a mi
lado sin saber quién era. Sin embargo, continuamente
minimizaba estas situaciones diciéndome que esto le sucede
a cualquier persona cuando bebe. Después de una pelea, un
amigo se me acercó y me invitó a un Grupo de Alcohólicos
Anónimos. Aunque pensaba que eso no era para mí, lo
acompañé y me agradó la manera natural con la que
hablaban de sus problemas, además de la forma en que
dejaron de beber. A mí no me fue fácil dejar de beber, pues
no conocía otra forma de enfrentarme a la vida, pero, gracias
a los miembros y al Programa de AA, me han enseñado la
forma de hacer a un lado el alcohol. También me enseñaron
a ya no sentir lástima de mí mismo; he aprendido a sentirme
satisfecho con lo que soy y como soy, a vivir contento y con
ganas.

Luis
174 Experiencias

Vivir una vida plena

Durante diez años en Alcohólicos Anónimos he vivido


muchas experiencias espirituales y todas se resumen así: fui
liberado de la obsesión alcohólica. Logré, por medio de la
catarsis, un análisis de mi personalidad. He alcanzado una
concepción propia de un Ser Superior para reintegrarme a
mi religión. También he tenido mejores relaciones con las
personas, siendo útil a los demás y a mí mismo.

Alguien como yo, nunca hubiera tenido estas experiencias


si continuara bebiendo; siempre viví con resentimiento,
frustración y conmiseración. Con la ayuda de mis
compañeros, de los Doce Pasos y de la buena voluntad, mi
vida ha cambiado. Pienso que cada uno de los Pasos es una
experiencia espiritual que lleva, a cualquiera que tenga
disposición de practicarlos, a vivir una vida plena.

En una ocasión, al volver al pueblo donde nací, después


de 30 años, caminaba con mi padre a las dos de la mañana
por una vereda. Al llegar a la cumbre de un cerro él se detuvo para
decirme: “Aquí, en este lugar había bastantes árboles, pero
quién sabe por qué razón ya no crecen más” Después,
continuó caminando, yo me detuve, estaba en el centro de
un claro más o menos de cincuenta metros. Observé que
había poca vegetación, pero a la distancia vi más árboles,
miré sus troncos y finalmente las copas con espeso follaje.

Sentí como si algo ejerciera atracción en mi vista. Enseguida


levanté totalmente la mirada al cielo para descubrir un
maravilloso espectáculo. Ante mis ojos tenía la bóveda
celeste, como un hermoso tapete de terciopelo medio
salpicado de millones de brillantes. El milagro de la creación
universal me estremeció hasta lo más profundo de mi ser;
debo confesarles que lloré, pero fue de alegría. En ese
instante comprendí que un ser humano, jamás debe
menospreciarse o sobrevalorarse; tiene que ubicarse en su
verdadera realidad, en su justa dimensión, ¡ser, él mismo!
Sección México 175

Ésta es una de las más hermosas vivencias que me ha


brindado AA.

Albino Antonio R.
176 Experiencias

Quien tendría que aceptar su alcoholismo, para hoy


y para siempre, sería yo

Cuando bebía, solía creer que triunfaba en la vida. Sin


embargo, no era así y el darme cuenta de esto me llevaba a
seguir sufriendo y bebiendo. Tomé para sentir que mi
persona tenía importancia en la sociedad y terminé siendo
un don nadie. Brindaba para festejar alguna posible
conquista o compañía y, a fin de cuentas, me quedaba solo.

Festejaba con la bebida mis pequeños triunfos ocasionales:


ascensos, aumentos de sueldo, nuevos amigos o amigas,
triunfos de mi equipo favorito o derrotas de mis enemigos...
Ya tomado, contaba que era el abandonado, el rechazado o
el incomprendido y era yo quien abandonaba, rechazaba o
no comprendía a nadie. Casi siempre no había dinero en mi
hogar, pues lo gastaba en la bebida, unas veces solo, otras
acompañado. Pretextaba que no me pagaban, que lo perdía,
que me asaltaban o simplemente, lo escondía para el día
siguiente.

Me acompañaba la pobreza económica, física y espiritual.


No podía concebir la vida sin alcohol, conocí como pocos la
soledad; en muchas ocasiones deseaba fervientemente que
todo terminara. En la insensatez me decía: “si tomo un trago
más, me voy a morir, pero si no me lo tomo también”. Estas
dos cosas me empujaron a tocar un fondo infinito de
sufrimiento, que me pudo llevar a aceptar mi alcoholismo.
Cuando llegué al Grupo de Alcohólicos Anónimos se me
invitó a aceptar mi derrota ante el alcohol para poder dar los
primeros pasos hacia mi liberación y fortalecimiento. Esto
significaba que podría ser una persona libre, que no estaría
solo nunca más; que podría pertenecer a una sociedad, a
una familia, a un grupo de amigos que me iban a entender,
porque vivieron el mismo fondo de dolor en el alcoholismo.
Logré creer en un Poder Superior, tal y como yo lo entendía.
Cuando vi la diferencia entre mi vida pasada y la actual,
pude alcanzar esas metas.
Sección México 177

En algún momento, agradecido, devolví a otro ser


humano lo que se me dio y, con la ayuda de Dios y de los
alcohólicos anónimos, pude conservar mi sobriedad. Llegué
a la conclusión de que quien tendría que aceptar su
alcoholismo, para hoy y para siempre, sería yo. Me di cuenta
que buscando mi alma, no pude verla; busqué a Dios,
eludiéndolo; busqué a mi hermano alcohólico y cuando lo
encontré, encontré a los tres.

Agustín G.
178 Experiencias

Despertar de una pesadilla

Había llegado la hora de decidir. Las cartas estaban sobre la


mesa: quedar loco para siempre, soportar largamente unas
paladas de tierra sobre mi triste y desgarrada humanidad o
seguir la luz de la esperanza que estaba naciendo en mi. No
tenía un miedo cruel a morirme, a volver a vivir el sufrimiento
que me estaba acabando, pero existía la posibilidad de
buscar un alcohólico anónimo que me llevara a un Grupo.

Había pasado varios meses sumido en la pesada y


amenazante atmósfera del alcoholismo que iba matando
poco a poco mi aliento y deseo de vivir. Días en donde no
sabía cuál era la realidad, cuál era el fantasma y cuál era la
locura, con mis sueños plagados de pesadillas, con sus
muñecos vivientes de adornos multicolores, cuyas fauces
parecían señalarme y sentenciarme en una sonrisa fría y
hermética el próximo final.

En una pesadilla estaba tratando de sobrevivir en un


enorme río de plástico verde y succionante, que cubría
casas, calles e individuos; crispándose y serpenteando
sobre la vida. En otra era acosado por pequeñas ratas, unas
blancas, otras negras y cafés, tenían los ojos inyectados de
sangre; su tamaño había alcanzado el de un perro gruñendo
con una espantosa mueca ¡enseñaban los colmillos largos
como los de un jabalí atacando ferozmente!

La realidad era tan cruel, tan cruel el sufrimiento y esa


sed que no se mitigaba jamás a pesar de los peroles que
preparaba mi madre, piadosa y lastimada mujer.

Sintiendo la obsesión mortal por ingerir una copa de


alcohol, en mi mente bailaba la idea que iba a ser la buena;
que esa copa me iba a curar, me levantaría, me permitiría
sentir el sol, la brisa, la lluvia, poder trabajar y sobre todo,
reír de gozo con mi familia caminando tomados de la mano
por las calles. ¡Vanas esperanzas! No era verdad ni podía
Sección México 179

ser verdad, pues esa copa me sumía en un sufrimiento


mayor y la idea de buscarla una y otra vez. Una noche de
esas, le pedí a Dios, llorando de impotencia y tirando mis
cabellos, que quería arrancar el sufrimiento. De repente
sentí como si éste fuera a salir al instante del corazón y la
decisión llegó ¡Dios me escuchó como ha escuchado a
muchos!

Anónimo
180 Experiencias

Encontré a Dios en un sueño

Deseo compartir lo que opinaba de Alcohólicos Anónimos


antes de pertenecer a nuestra querida Agrupación, cuando
tenía un gran desconocimiento y andaba en la actividad.
Ahora me doy cuenta de que era un bebedor problema.
Cuando bebía, después de tres o cuatro meses, lo hacía
hasta emborracharme. Mi madre y mi esposa me decían al
siguiente día que debería asistir a un Grupo de AA. Siempre
les contesté, que eso no era para mí, pues aún era una
persona responsable en mi hogar, que no dejaba a mi familia
sin gasto. Les decía que eso era para las personas que
pedían para comprar alcohol, e incluso, los que se quedaban
tirados en la calle, sucios y malolientes. Les decía que eso
era para la gente grande y yo era demasiado joven y podía
dejar de beber cuando quisiera. Además, les decía que AA
no servía porque conocí a una persona que después de
cumplir un año en la Agrupación, volvió a beber y lo hacía a
diario. Les mencionaba que si asistía, después iba a beber
más de lo que ya bebía y por eso no me acercaba al Grupo.

No obstante, mi familia insistió durante dos años en los


cuales no hice caso y seguí bebiendo periódicamente. Años
después recibí el mensaje en un hospital. Tenía tres meses
sin beber, volví a hacerlo y tuve un accidente: me
atropellaron el 2 de septiembre de 1992. Hoy doy gracias al
chofer por no haberme visto, pues aunque no he podido
quedar bien, tuve la fortuna de tocar mi propio fondo de
sufrimiento. A causa de la bebida me alejé del Dios que me
inculcaron, debido a que no me cumplía. Cuando andaba
borracho renegaba de Él y hoy que estoy dentro de AA he
vuelto a encontrarlo.
Él se me reveló en un sueño. Yo estaba encargado del
mantenimiento de un salón de reuniones, éste era circular y
el techo de forma triangular. Dicho salón estaba rodeado por
árboles y el techo cubierto con palmeras. Una persona me
dijo que en el techo había tres agujeros que debía reparar,
pues era mi responsabilidad. Yo vivía a un lado del salón
Sección México 181

con mi esposa e hijos en un cuarto que está a la altura del


techo del salón y antes de abrir una puerta que tenía el
techo, observé que el menor de mis hijos jugaba con una de
sus primas. Al abrir la puerta les pedí que no se acercaran
por el peligro que existía. Poco después me introduje
colgándome con una cuerda para reparar los agujeros del
techo.

Al estar trabajando vi caer a mi hijo que se golpeaba la


cabeza y el resto del cuerpo. Le grité a mi esposa que fuera
a auxiliarlo. Mientras bajaba vi a mi hijo de pie, pero con la
cabeza ensangrentada. Al verlo así le reproché a Dios: “¿si
es que existes, por qué permites esto?” Al terminar de decir
esto escuché una voz que me decía: “Y tú, quién eres para
negarme”, al voltear hacia mi hijo vi que ya no tenía sangre
ni heridas. Levanté la vista al techo y descubrí el cielo azul y
tres personas con túnicas blancas dándome la espalda. En
esos momentos dije: “Señor, se hizo tu voluntad y no la mía”.
Cuando comenté este sueño con mi esposa, me dijo que los
tres hombres con túnica blanca en fondo azul representan la
providencia. Este sueño, con su pasaje doloroso, tuvo un
maravilloso final. Me sirvió para convencerme que Dios ha
estado, está y estará siempre conmigo.

Raúl V.
182 Experiencias

Mi pensamiento hacia Dios

Busco a hacer contacto con Él, aunque sin engrandecer mi


fe, pero existe el temor de descubrir que no existe. Mi
espíritu debilitado por mis malos hábitos y por la
deformación de mi carácter me empujan a buscar una forma
eficaz y valedera que me pueda liberar de mis angustias y
mis miedos. Queriendo encontrar esa fórmula recurro a ti, a
ti Señor, a quien acuden tantos y tantos seres en el mundo
que dan testimonio de tu bondad y amor. Yo, Señor, no
recuerdo hasta el día de hoy si he tenido contacto contigo, si
me eres familiar o no. Te digo esto por la confusión que
tengo de mí hacia ti.

Mucho he escuchado de ti, pero no está firme esta convicción;


actúo, hablo y pienso, en algunos casos, como si fuéramos
grandes amigos. Te nombro Dios, Señor o Padre y te he
pedido muchas cosas en su gran mayoría para mí. Por lo
que sé de ti, tú no te ofendes o molestas con la forma en que
se te dirija la palabra, por otro lado escucho lo contrario. He
caminado con la idea, no con la convicción, de que tú eres el
creador de todo, de todo, hasta de mí, lo que veo, lo que
oigo, lo que huelo. Siento y pienso que sería conveniente
para mí conocerte y tenerte como amigo.

He renegado de lo que tú haces con algunos de los seres


humanos. También te he agradecido muchas cosas, que así
como me destruí, me has regenerado y sé que es porque tú
así lo quieres y yo sin conocerte. Te he buscado en las
iglesias, en lugares, en imágenes, en grupos de seres como
yo; me he aprendido rezos, he leído mucho sobre ti; te busco
en mi soledad, en momentos críticos de mi existencia, pero
en momentos en que se pudiera decir de contento o
bienestar, la verdad, no recuerdo haberte visto, o sentido
que estuviéramos juntos, o a la mejor, no necesitaba de
alguien como tú.
Sección México 183

Recurro a gente para que me hable de ti y sus palabras


me dicen que tú siempre has estado conmigo. Los escucho y
los veo convencidos de lo que dicen y hasta son felices.
Ahora bien, ¿cuál es la razón de estas líneas? Estoy en una
situación, en un momento, que después de experimentar,
idear, hablar, hacer cosas para buscar y encontrar formas,
he malgastado mi vida. Además, he molestado a muchos
seres como yo y ya llegó el momento de mi derrota, de mi
cansancio.

He vuelto a repetir frases que, como no te conozco, mi fe,


si es que tengo alguna, me ha encaminado a ti y sí me ha
dado resultado. Hoy deseo tener un amigo como tú, a un
Padre, a un Señor, a alguien que no falle, que me dirija por
el resto de mi existencia. Y por todo lo que nos has dado,
quiero estar contigo, sentir la seguridad y la libertad de
muchos de los que te han encontrado.

Espero tu respuesta, contéstame.

Anónimo
184 Experiencias

Su hija, la peor de sus ovejas, lo encontrará

Me siento con la necesidad de escribir y voy a decirte un


pedacito de mi vida. En mi pasado recuerdo, y ya no con
tristeza, lo que sufrí sola después de tener tres hijos. Bueno,
si así se puede decir, porque tengo tres hijos, pero uno lo
parí yo, los otros dos mi hermana, que en paz descanse,
quien me los dejó. Son como los cuervos porque hoy
entiendo que eso les inculqué con mi manera de beber: puro
egoísmo, rencor y odio. Ellos no son capaces de brindarme
un poco de afecto, todo lo contrario, puro odio, puro
egoísmo, pero de eso, después hablamos.

Tuve un despertar con Dios, muy hermoso. Mi vida fue


como una col dando hojas y hojas a los alrededores para
beber y beber; no sé cuándo empecé ni cuándo terminé. Lo
que sí sé, es que bebí con mucha tristeza los últimos años,
después de la muerte de mi santa madre. Yo decía que ella
no supo que yo era una enferma alcohólica. Sin embargo,
hoy que estoy en el Programa, entiendo que ella se fue con
el sufrimiento de verme todo el tiempo alcoholizada, tal vez
ella no conocía que yo era una enferma, pero si estoy
segura que ella, donde esté, está feliz porque la única hija
que dejó en el mundo, ya no bebe, por estas veinticuatro
horas.

Que Dios esté contigo, madre mía y que te ayude a


perdonarme, madrecita querida. Cuanta tristeza había en mí.
Fuimos dos hijas, yo fui la grande, mi hermana falleció de 24
años, me quedé sola, pensando en lo que mi madre me
decía: “Hija, no quiero morirme primero que tú, te quiero
llevar por delante”. Cómo era mi madre, decía yo: “es cierto”,
Cual fue mi sorpresa que se marchó un 25 de julio y me dejó
peor porque me dejó enferma, sola en el mundo y mi
alcoholismo no me dejaba pensar en Dios, no lo tenía. En la
mañana, en la tarde, a media noche o en las madrugadas,
me sacaban del panteón. Muchas noches, no sé cuantas, en
once años lo hicieron; irme a sacar de allí, donde platicaba,
Sección México 185

peleaba, lloraba y recriminaba a mi madre que me mintió


hasta el último momento al decir que me iría primero yo,
después ella.

Un día, después de estar en Alcohólicos Anónimos tres o


cuatro meses, no recuerdo muy bien, venía del panteón,
mucho más triste que otras veces. Un compañero de otro
Grupo, en su terapia, me hizo encontrarme con Dios, ese
Dios que yo también tengo y que todos tenemos, y que lo
traemos junto con nosotros. Tanto lo traemos que pienso lo
traemos borracho, crudo o como lo podamos creer, pues yo
también lo tenía y si Él me dejó en el mundo, por algo fue.
Sí, Él quiso que me hiciera cargo de esos hijos ingratos que
me mandó; sí, Él me quitó a mi hermana querida, a mi
padre, a mi esposo, y al final a mi madre; Él sabe por qué.
Hoy pienso que Él quiso que llegara a un Grupo de
alcohólicos para que su hija, la peor de sus ovejas, lo
encontrara. Lo único que le pido a Él, es que me ayude
siempre con el único propósito de no volver a beber y poder
seguir en AA.

Sandra Y.
186 Experiencias

Dios fue muy tolerante conmigo

A mi llegada a Alcohólicos Anónimos pensaba que con unos


quince días, más o menos, podría llegar a conocer cómo se
dejaba de beber, y así poder tomar, y cuando yo quisiera,
dejar de hacerlo, porque siempre negué ser alcohólico y, por
qué no decirlo, también drogadicto, cosa que trataba de
ocultar.

Los compañeros que me recibieron fueron muy amables.


No comprendía por qué lo hacían, pues los últimos años era
rechazado por todos. Llegué después de haber perdido una
familia, la confianza de mis padres y de toda la sociedad; la
confianza en mí y la confianza en Dios, hacía mucho que no
la tenía. Yo decía que Dios era para los ricos, los que lo
tienen todo; para los pobres y los borrachos como yo, Dios
no existía. Fue difícil aceptar ser un alcohólico, pues mi vida
y mi pensamiento siempre giraban alrededor del alcohol y las
drogas, pero la forma en que me trataban los compañeros del Grupo
al cual llegué, las sugerencias y sus experiencias me fueron
abriendo los ojos hacía una nueva vida.

Pero algo pasaba y me hacía sentir despreciable. Estaba


dejando de beber, pero no podía dejar de usar las drogas;
me sentía mal y según yo engañaba a mis compañeros. En
cierta ocasión se me acercó un compañero y me dijo que
tenía que dejar de drogarme si quería ser feliz en AA. Yo le
dije que lo estaba intentando, pero que no podía. Me dijo:
“pídele a Dios, así como te está ayudando para dejar de
beber, así te ayudará”. Mi desconfianza en Dios me impedía
entregarme a Él en forma total; aún después de pasar varios
meses sin tener contacto con el alcohol, continuaba
sufriendo con mi drogadicción. En cierta ocasión se planeó ir
a un Congreso a Chihuahua, todos los compañeros del
Grupo estaban muy motivados para asistir, yo dudaba en
acompañarlos.
Sección México 187

Un compañero me preguntó: “¿Irás con nosotros al


Congreso?” Me comentó que a esos eventos asisten
compañeros de muchas partes y que allá podría encontrar
algo nuevo, algo grande para mi recuperación; me quedé
pensando: algo nuevo, algo grande para mi recuperación.
Los días y las semanas se fueron rápidos y llegó el día de la
salida; a última hora acepté ir al Congreso en compañía de
todos ellos. En el viaje todo era alegría, chistes y risas, yo
trataba de ser parte de esa felicidad, pero en el fondo de mi
corazón sufría porque no era sincero con ellos. Llegamos a
Chihuahua y fuimos recibidos con abrazos y saludos, como
si nos conociéramos de toda la vida; muchos nos invitaron a
sus casas, el tiempo que durara el Congreso, otros, a que
nos fuéramos a su Grupo que había sido acondicionado para
dormir.

Nos fuimos repartiendo poco a poco, a mí me tocó irme a


quedar en un Grupo con varios compañeros. Dormimos un
rato y al amanecer nos preparamos para asistir al Congreso.
El día transcurrió con rapidez, no sé por qué se me hizo
corto, pero lo había vivido como nunca; los compartimientos
y las experiencias de los que participaron me habían
emocionado. Nos fuimos al Grupo donde nos alojamos y
allá, compañeros del Grupo y nosotros acordamos llevar a
cabo una Reunión de compartimiento. Todos y cada uno
fueron abordando tribuna y subió uno que poco a poco fue
dando su experiencia, que era muy similar a la mía. Desde
un principio sentí algo dentro de mi pecho: gusto, algo de
llanto, no sé cómo explicarlo, pero era bonito, sentía como si
en ese momento mis ojos se abrieran, pero mis ojos de
adentro, de la mente, del alma, para ver. Algo muy grande,
algo desconocido me hizo ponerme de pie y pedí subir a
tribuna. “Adelante”, me dijeron. Traté de explicar lo que me
pasaba y no pude, el llanto me ganaba, los compañeros me
animaban. No hablé mucho, no recuerdo, pero lo que no
olvido es que, de esa manera empecé a tener confianza en
Dios, como yo lo concibo. Dios ya me regaló otra familia y
188 Experiencias

trato, con la ayuda de AA, de ser mejor cada día con Dios y
con mis semejantes.

Dios fue muy tolerante conmigo. Con paciencia esperó mi


reconciliación con Él. Hoy le doy las gracias con amor, pues
arrancó de mi vida la obsesión del alcohol y las drogas. Mi
antigua familia me visita de vez en cuando, hoy son felices,
somos felices.

Rigoberto V.
Sección México 189

También el postre me lo dio mi Poder Superior

Nunca como hoy me había sonado tan bien la música


ranchera, que por cierto, estoy escuchando como fondo
musical mientras doy gracias a Dios por permitirme
escucharla al ritmo del vaivén del Ferry que me lleva de
regreso a La Paz. Tuve la oportunidad de convivir con mis
compañeros de los grupos del Área Norte de Sinaloa,
durante las vacaciones de fin de año. En esta ocasión me
fue permitido asistir a la cena baile de fin de año, organizada
por el Distrito Sinaloa, así como al V Aniversario de un
Grupo que se celebró con una Junta pública de información.
Ésta fue la primera a la que había asistido y posteriormente,
en el mismo marco del festejo, participé en una junta cerrada
de información.

Volaron los días y los festejos se sucedían a granel, como


nunca antes lo había experimentado, haciendo que mis
vacaciones se convirtieran en las más extraordinarias que he
tenido desde que tengo uso de razón. En Los Mochis, luego
de asistir a la Plenaria del Área, fui invitado a la celebración
del aniversario de un Grupo, en el que tuve mi primera
experiencia en tribuna participando con el tema “Esto es
Alcohólicos Anónimos”. Fue en una Junta de información
pública, ante más de cien personas que, para mi precaria
sobriedad, parecía toda una multitud. En esta ocasión el
Poder Superior utilizó a un compañero para darme una
buena lección de humildad, pues cuando se me hizo la
invitación para suplir al compañero que estaba programado
con el tema mencionado, en mi arrogancia tuve miedo de
participar y en el colmo de la misma, me atreví a decir: “aún
estoy muy verde para enfrentarme a esa multitud”. Ese
compañero con la madurez que da nuestro Programa y la
comprensión reflejada en su rostro acertó a decirme: “No te
preocupes, no serás tú el que hable”. Comprendí el mensaje
y le dije: “tienes razón, que se haga su voluntad, inclúyeme”.
Después de esta experiencia, mi alegría no tenía límite, sentí
que ese era el plato fuerte que me tenía reservado Dios para
190 Experiencias

cerrar con broche de oro mis vacaciones, pues una


sensación de bienestar me invadió por haber participado en
esa Junta. Creí que ya podría regresar a gusto a mi hogar,
sin embargo, Él tenía otros planes.

Al día siguiente me fui a Topolobampo a tratar de


conseguir un lugar en el barco y se me informó que ya no
había cupo. Me sentí frustrado y un poco acobardado, pues
yo debería haber entrado a trabajar desde el día anterior. Me
regresé a Los Mochis, pensando en asistir a un Grupo para
hacer tiempo, en espera del día siguiente para volver a
intentar alcanzar un lugar en el barco. Para mi buena suerte,
fui invitado a otro Grupo en donde un compañero celebraba
su I Aniversario en AA, lo que me hizo olvidar rápidamente
mi frustración y temor. Nunca había asistido a un aniversario
tan emotivo, pues, independientemente de la satisfacción
que produce en el alcohólico presenciar un testimonio más
de cómo una familia vuelve a ser feliz, luego de rescatar de
las garras del alcoholismo a uno de sus miembros, el
festejado no escatimó en su alegría llevando incluso una
banda para que tocara las mañanitas y otras piezas
musicales, aderezando el festejo con una suculenta
barbacoa que se preparó para las más de cien personas que
ahí estábamos, entre compañeros, familiares e invitados.

Satisfecho con la vida, al día siguiente, miércoles 6 de


enero, volví a Topolobampo, pero ahora con la confianza de
que el barco zarparía. Entre su tripulación estaba un
compañero que ya en otras ocasiones me había conseguido
lugar, así que llegué al puerto e hice contacto con él. Sin
embargo, regresó desilusionado y molesto, pues no había
logrado su cometido. Pero no perdí la fe y le sugerí que
hiciera el intento por otra vía, él me sugería que me
presentara ante el superintendente de la aduana, en actitud
amenazante haciendo valer el cuarto poder que da la pluma.

Sin embargo, yo no creía que eso fuera necesario, así


que a las 9:30 de la noche, cuando todo el pasaje había
Sección México 191

subido a cubierta, apareció el radioperador del barco, con


cara amable y sonriente, diciéndome: “¿Listo para abordar?”
Y llevaba mi boleto en la mano.

No podía sino dar gracias a Dios por ese postre que me


regalaba, pero no era así, aún faltaba el colofón de la obra.
Cuando iba a acomodarme en un asiento del salón del
barco, una mano tocó mi hombro y al voltear vi que era un
amigo que presta sus servicios en ese barco. Sonriente, me
pedía le concediera unos minutos, pues quería platicarme
que venía de su Reunión en un Grupo de Topolobampo, al
que por segunda ocasión había asistido, luego de la última
papalina que se puso el 31 de diciembre, la que lo hizo
concientizarse de que era tiempo de dejar de beber. A este
compañero, en otra ocasión otros dos compañeros y yo le
habíamos pasado el mensaje a bordo del barco, así que
comprenderán la felicidad que me embargó al ver que,
finalmente, parecía dispuesto a pegarse a un Grupo.
Después de platicar por espacio de una hora, subí feliz a
cubierta dando gracias a Dios por ese extraordinario postre
que me había proporcionado al permitirme platicar con un
doceavo, y tratar de entregarle la poca experiencia que he
tenido dentro de AA, para que Dios, en su infinita
misericordia, por medio de mi persona, le iluminara y le diera
la fortaleza para aceptar su problema alcohólico. Así, ahora
comprenderán por qué hasta la música de fondo que vengo
escuchando en estos momentos me suena tan bien.

Alberto
192 Experiencias

Llegamos a creer

El 13 de noviembre de 1997, cuando nos preparábamos, el


compañero Víctor y un servidor, para festejar juntos el VIII
Aniversario, recuerdo que todo el día anduve de nervios
porque había invitado a toda mi familia que vivía en Ciudad
Obregón. En mi casa se alistaron mi esposa y mis hijos y
nos fuimos al Grupo, excepto mi hijo mayor, lo dejé en casa
a esperar a su abuela y a sus tíos que venían de dicha
ciudad. Antes de iniciar la Reunión, le sugerí al compañero
Julián que fuera por mi hijo a casa, pues no habían llegado
mi madre y mis hermanos. Después de que el Coordinador
lee el preenunciado, el Enunciado de Alcohólicos Anónimos
y le dio lectura al Capítulo V, “Cómo trabaja el Programa”, se hizo la
pregunta de rigor poniéndose de pie tres personas nuevas
que querían conocer el Programa de AA. En ese momento
no me importaba tanto que mi familia no haya podido estar
presente en mi aniversario, porque se estaba alcanzando el
objetivo primordial, que es: “Llevar el mensaje al alcohólico
que aún está sufriendo”.

Se dio información con los temas: alcoholismo como una


enfermedad, ¿Quién es un alcohólico?, Plan de las veinticuatro horas,
Tercera, Séptima y Doceava Tradición.

Los expositores estuvieron de maravilla, los escuchaba


como oradores profesionales. La Reunión me gustó mucho,
lo difícil fue en el momento de los testimonios de los
festejados. Antes de que la Reunión se terminara, le pasé
una papeleta al Coordinador para que pasara, a mi
compadre y compañero Víctor. El Coordinador invitó a los
parientes del compañero Víctor. Pasó la madre del
compañero y su hermana, no pudieron dar el testimonio por
la emoción que sentían en ese momento. Agradecieron a
Dios, a los compañeros y AA por el apoyo que le estaban
dando a Víctor. Cuando pasa el compañero Víctor a dar su
testimonio, comenzó a recordar a su padre, que tenía pocos
meses de finado (un gran amigo mío), comencé a ponerme
Sección México 193

muy sentimentaloide con su testimonio y se me salieron las


de San Pedro.

Mi compañero Víctor se baja de la tribuna y le toca dar


testimonio a mis familiares. Participan mi hija y mi hijo
dándole gracias a Dios y a los compañeros de AA por
aguantar a su padre. Mi esposa agradece a Dios y a los
compañeros de AA y me da las gracias por haber ingresado
a AA. Cuando me tocó dar mi testimonio, comencé muy
bien, pidiéndoles disculpas, delante de todos los presentes,
a mis hijos y a mi esposa, pero me comencé a quebrar. Mis
compañeros me gritaron: “Déjalo salir, no seas cobarde”.
Comencé a llorar, al grado de no poder dar testimonio. Un
compañero me llevó un vaso con agua y fue cuando pude
pasar un nudo que tenía en la garganta. Al estar por terminar
mi testimonio, me gritaron desde afuera: “¡Ánimo hermano!”
Volteo y ahí estaban cuatro hermanos, sus hijos y esposas y
qué creen, compañeros, también estaba mi madre y comencé a gritar:
“¡qué grande es mi Poder Superior! ¡Qué grande es mi
Poder Superior!” No me cansaba de darle las gracias a Dios,
ni tampoco de llorar, porque mi familia estaba por primera
vez en un aniversario, aunque llegaron tarde, no importó,
porque estaban conmigo.

Quizá a los aniversarios anteriores no asistieron por falta


de motivación o no creían que la oveja negra de la familia
estaba dejando de beber y cambiando de juicios y actitudes
dentro de las filas de AA. Es aquí donde se cambia, pero yo
no creo que haya cambiado mucho porque tengo la botella
tapada, me han preguntado y digo que sigo siendo el mismo,
nada más que sin beber. Hay compañeros que me dicen,
eso creo yo y que le pregunte a los demás; me dan ánimos
para que siga en AA. Ahora sé que practicando los Doce
Pasos de recuperación personal, puedo cambiar de juicios y
actitudes.

Al escribir esta experiencia he estado llorando por estar


viviendo de nuevo la felicidad de mi VIII Aniversario, no me
194 Experiencias

da vergüenza hacerlo, sé que los hombres aprenden a llorar


porque el corazón se ablanda; es cuando uno comienza a
sentir que está vivo. ¡Vivo de verdad! Gracias al Poder Superior por
permitirme recordar estas experiencias maravillosas dentro de los
grupos de AA.

No me resta más que agradecer a Dios, a mi familia, a


mis compañeros del Grupo, a los compañeros de los grupos
hermanos y a todas las personas que estuvieron presentes
para que este aniversario fuera tan emotivo, a Dios gracias.

Santos G.
Sección México 195

Dos días después

Soy un ciudadano común y corriente, la diferencia es que


tengo a Dios en mi corazón, ¿por qué?

Conocí el Programa de Alcohólicos Anónimos en 1978.


En ese entonces era estudiante de bachillerato y no presté
mucha atención al objetivo del Programa. Posteriormente
regresé y vegeté en los grupos y servicios por espacio de
ocho años y no logré encontrarme a mí mismo, dejé en el
abandono todo lo concerniente al Programa. ¿Qué sucedió
para que lograra discernir la magnitud del caos emocional en
que me encontraba?

Una vez más no capté el objetivo del Programa, me fui a


experimentar de nueva cuenta en la vorágine del alcohol.
Transcurrieron cuatro años en esa desastrosa y catastrófica
vida, hasta que un bendito día Dios se manifestó. Esto
sucedió por la noche, estando borracho, cuando se me
presentó la experiencia espiritual de la siguiente forma: creí
estar soñando, pero a la vez lo sentía real. Lo que no me
convencía de que estuviera soñando, fue que ese día tenía y
sentía una plática con un compañero alcohólico que ya
falleció, el cual era mi compañero para asistir a un Grupo
distante a diez kilómetros de donde vivíamos. Los dos
estábamos atravesando la etapa de necesidades que pasan
quienes tienen poco tiempo en un Grupo. Sentía la
presencia de ese compañero y a mi juicio era Dios que se
estaba manifestando, porque el compañero me hablaba de
su vida alcohólica, donde me platicaba, como él decía, de
los delírium trémens; esa noche sentí el deseo enorme de
dejar de beber. Al amanecer seguí bebiendo, pero tenía en
mi pensamiento lo experimentado esa noche, y al día
siguiente asistí a un Grupo de AA. Desde entonces, y hasta
el momento de escribir esto, diciembre 21 de 1998, hace
nueve meses, no he bebido. Los primeros tres meses fueron
de martirio, estaba pasando la etapa neurótica de mi
organismo y me refugié en el servicio.
196 Experiencias

Hoy tengo la convicción de creer en Dios, corazón


adentro. Que Dios los bendiga.

Macario A.
Sección México 197

El Poder Superior

Después de dejar de beber, mi intelecto se resistía a creer


en un Poder Superior. Después de haber asistido a la
universidad, mi manera de pensar cambió totalmente, jamás
aceptaba a Dios, siempre criticaba a las personas que se
desenvolvían sobre este tema y que creían en un Poder
Superior.

Pero cierto día, como dicen algunos, me cayó el veinte,


me puse a pensar: “¿quién puede crear una rosa tan
maravillosa como la que observaba en mi jardín?” Analizaba
sobre la teoría acerca de la materia: “La materia no se crea
ni se destruye, sólo se transforma” y he aquí el ejemplo de
creación de la rosa y no de su transformación.

Para ilustrar más acerca de esto, cierta mañana uno de


mis hijos (uno de los regalos de Alcohólicos Anónimos) me
preguntó: “¿Papi, cómo es Dios?” ¡Me quedé sorprendido sin
saber qué contestar! Solamente le tomé su manita y la
acerqué a dicha flor y le dije: “¡aquí está Dios en esta rosa,
en esa hermosura en color y diseño!” Me miró con ojos
tiernos y asintió con su cabecita, parece ser que lo convencí
y sobre todo, a raíz de ese suceso, empecé a creer.

Anónimo
198 Experiencias

¿Será experiencia espiritual?

Compañeros en Alcohólicos Anónimos, cuando llegué a la


Agrupación me encontraba en un estado completamente
salvaje y lleno de prepotencia, a pesar de que unos días
antes me había abandonado mi esposa, llevándose a
nuestros hijos a los cuales decía yo querer más que a nada
en la vida. Esto fue lo que me orilló a buscar la ayuda tan
repudiada, pues juraba y perjuraba que nunca llegaría a
pisar un Grupo de AA. Para hacerlo tuve que llegar en
completo estado de ebriedad, sólo tengo nociones vagas de
la Junta de información. Pero gracias a Dios, hoy lo veo así:
logré dejar de beber a pesar de mi renuencia y rebeldía,
pues siempre me opuse a la idea de tener que depender de
un Poder Superior a mí mismo. Mis compañeros lo llamaban
Dios y yo estaba resentido con Él y con el diablo, pues
ninguno de los dos había respondido a mis demandas de
prestigio, poder y dinero. Tampoco me respondieron cuando
mis problemas se agravaron por mi forma descontrolada de
beber, al grado de tener que perder buenos trabajos y lo
peor llegó cuando tuve que perder a mi familia. Por esto
pensaba que Dios no existía.

Pasaba el tiempo y los compañeros del Grupo me


empezaban a insistir en la necesidad de un Poder Superior
con argumentos como: “¡Tú no podrás solo, nunca has
podido!, esto es de cambios de juicios y actitudes”. Esto a mí
me molestaba sobremanera, pero siempre que discutía salía
perdiendo, así que me dije: “si no puedes contra ellos,
úneteles”. Empecé a leer la literatura y me di cuenta que
tenía habilidad para interpretar verbalmente todo lo que leía,
y me dediqué a pregonar lo que dicen los Pasos y los
Capítulos, pero sin practicar nada de esto.

Por la gracia de Dios recuperé a mi familia y esto me hizo


creer que era muy inteligente, al grado que me llené de
autosuficiencia. Se me olvidó que esto es espiritual y me
dediqué a disfrutar mi sobriedad y el pago no se hizo
Sección México 199

esperar. De pronto perdí todo lo que tenía; me quise


independizar e hice una mala inversión. Las consecuencias
me llevaron al borde de la desesperación y para colmo, mi
esposa me volvió a abandonar por no darle lo necesario
para vivir y me dejó a nuestros hijos. En este momento me
sentí completamente solo y abandonado, pues la dependencia hacia
ella era tan grande que deseé huir, alejarme de todo, e
incluso pensé en la muerte, pues sin trabajo, sin dinero y
tres hijos que mantener, me sentía demasiado agobiado. No
me quedó más que llegar al Grupo y llorar todas mis desdichas.
Afortunadamente los compañeros se dieron cuenta y no tardaron en
darme lo que necesitaba para reaccionar. Repentinamente,
me llegó la luz, ¿acaso no, sin trabajo ni nada seguíamos
comiendo? ¿Acaso no, mis hijos seguían estudiando? ¿Y
acaso no estaba yo aprendiendo a aceptar que hay cosas
que no puedo cambiar porque es la voluntad de Dios? Un
compañero me dijo: “¡Ya bájale, Dios te ha dado todo, pero
tu soberbia no te permite verlo! Tienes que darte cuenta que
por ti mismo no has hecho nada, que todo es obra de Él,
cuando lo entiendas dejarás de sufrir”. El compañero tenía
razón, hoy he vuelto a recuperar a mi esposa, vivimos con
nuestros hijos. Lo más importante es que hoy he recuperado
la fe en Dios.

Filiberto L.
200 Experiencias

El Ave Fénix

Dios me dotó de todos los instintos que cualquier criatura de


este mundo posee, para que sobreviviera y viviera en medio
de todos los obstáculos que se presentan en la vida
cotidiana.

También me dotó del libre albedrío para decidir, como ser


terrenal, el destino que debiera construir. Me cobijé en ese
libre albedrío y heme aquí, un tiempo bastante largo tratando
de salir del infierno del alcoholismo. Caí, caí y volví a caer,
siempre hacia abajo, hacia lo más profundo, hacia la nada, a
donde el lodo pudre al ser humano, a donde sin ayuda de
Dios y de sus conductos de Alcohólicos Anónimos, nada se
puede hacer.

Cierto día, un compañero de AA me motivó a asistir a un


Grupo a un festejo o fiesta espiritual. Ahí me encontré a otro
compañero y amigo y me cantó mis verdades, al grado de
sacudirme los hombros, en un gesto de impotencia al ver
que no podía dejar de beber. De momento me sentí mal,
pero el otro compañero que me había llevado salió en mi
ayuda diciendo: “Este hombre es como el ave fénix, se
levantará del lodazal, se sacudirá sus miserias, volará y
dejará de sufrir”.

Esas palabras quedaron grabadas en mi mente. Dios, mis


compañeros y el ave fénix, viven conmigo.

Desde ese momento, el ave fénix vuela por los aires de


recuperación de AA.

Anónimo
Sección México 201

Un llamado de Dios

Cuando el resentimiento hacia una persona se apoderó de mí,


al grado de querer desaparecerla, no podía vivir tranquilo,
siempre que la recordaba sentía un vacío, un hueco en el
estómago. Quería olvidar, pero mis pensamientos eran turbios,
no encontraba cómo. No fue sino hasta elaborar mi Cuarto y
Quinto Paso, cuando pude descubrir la causa real de ese
resentimiento de ira y venganza, de esa aversión en contra de
esa persona. Por fin pude descargar esa terrible sensación de
odio, al descubrir y aceptar mis faltas cometidas, para que Él
actuara de esa manera. Logré tener paz interior, supe que
había sido perdonado y que podía otorgar el perdón a los
demás.

Cierto día que pasé a saludar a mis padres, me encontré


con la grata sorpresa de que mi abuela se encontraba allí.
Un sentimiento indescriptible me embargó, corrí a abrazarla
y pude besarla sin ningún prejuicio. Al salir de la casa no
podía sentirme bien, algo me mantenía inquieto.
Tranquilizándome un poco escuché una voz que me decía:
“Tienes que ir al pueblo de tu madre”. Se lo comuniqué a mi
esposa y le dije que algo me pedía y que necesitaba ir al
pueblo; acordamos cuando iríamos y a los pocos días
visitamos el pueblo de mi madre. Hoy sé que ese algo que
me pedía asistir allá era la voz de Dios, porque en ese
pueblo vive la persona a quien deseaba desaparecer.
Fuimos a saludar a los familiares, pero al visitar la casa
donde vive él, mi corazón empezó a latir con mayor fuerza,
no sabía cuál iba a ser mi reacción al encararle, pero
afortunadamente no estaba en casa. ¡Dios, iba a indicarme
el camino a seguir!

Al otro día fuimos invitados a un partido de béisbol, al que


asistimos, él jugaba en uno de los equipos. De pronto recibió
un pelotazo en plena cara, la sangre brotó inmediatamente y
alguien gritó: “¡Consigan hielo!”. Sin pensarlo, eché a correr
hacia uno de los puestos donde vendían refrescos y
202 Experiencias

cervezas, pedí un pedazo de hielo y la señora, muy


amablemente, me lo regaló. Regresé corriendo para después verme
frente a esta persona, extendiéndole mis manos y
diciéndole: “toma, póntelo te va a ayudar, te sentirás mejor”.
A todo esto siguió una descarga de emociones internas, ya
no de ira ni de rencor, más bien de amor y perdón. No pude,
ni tuve tiempo de pensar, me di media vuelta, caminé unos
pasos y en medio de aquel cielo despejado y esos árboles
verdes, frondosos, alcé mi cara al cielo y dije: “¡Dios, si esto
es el perdón, quiero seguir perdonando!”

Alejandro R.
Sección México 203

Recordar y valorar

En mi vida he vivido muchas experiencias espirituales. Sólo


hasta que llegué a Alcohólicos Anónimos, he comprendido
que debo estar al pendiente de cada suceso de mi vida de
aquí en adelante, sin olvidar el pasado para darme cuenta
de la inmensa bondad de Dios para conmigo, aún antes de
llegar a la Agrupación y comprender el verdadero significado
de la palabra valorar. Mi primera experiencia espiritual para
mí, fue el día de mi nacimiento, en un cuarto de vecindad y
no en un hospital, con mucha dificultad para sobrevivir.
Posteriormente, por la gracia de Dios, logré seguir con vida.

Hay otra que también quiero compartir. Tenía un padrastro que no me


quería y me maltrataba sin importarle mi corta existencia, mi madre no
podía hacer nada, sólo recibir golpes y más golpes. Así, ante
esta situación, unos familiares me llevaron a su casa, ellos
me bautizaron y me registraron a su nombre y cuidaron de
mí; me salvaron la vida como conductos de Dios.

Mi padre adoptivo, a pesar de tener un buen negocio de


frutas y legumbres, era muy borracho, como un teporocho se
quedaba tirado en cualquier parte y en varias ocasiones me
compartió cómo dejó de beber. En una cruda tremenda,
recién llegado a su lado, me encontré en la misma cama
junto a él, con una fiebre muy severa, ellos temían por mi
vida y él, mi padre le pidió a Dios que no permitiera que yo
muriera y que él a cambio prometía no volver a beber
alcohol. Me alivié y ese buen hombre, mi padre, nunca lo
volví a ver borracho. Lamentablemente él ya falleció, pero
cumplió y hoy no tengo duda de que eso fue obra de Dios.

Dos veces estuve privado de mi libertad. Primero por


daños a la salud, siendo menor de edad, mis familiares me
liberaron, pero al poco tiempo regresé a ese lugar por robo,
sin haber tenido participación en el mismo. Encerrado
nuevamente, sentí pena por mí y por los que me apreciaban,
quienes querían ayudarme sin lograrlo. En las noches, en el
204 Experiencias

dormitorio me acordaba de Dios, pidiéndole salir de ese


lugar.

El día menos pensado y cuando menos lo esperaba, unos


amigos de infancia y de correrías, se entregaron, declarando
que yo era inocente y de esa forma Dios me liberó de un
traslado seguro a la correccional de menores. Un día llegué
a AA, he tropezado y he caído en el alcoholismo cuatro o
cinco veces. En dos ocasiones con peligro de morir por trabajar ebrio: una
vez electrocutado conectando una máquina de soldar. La otra, fue en una
de mis últimas borracheras, yendo en bicicleta con una bolsa llena de
caguamas me caí y un vidrio de las botellas me saltó y me
hirió. De repente me ví en el hospital sin poder hablar y vivo
de milagro, pues perdí mucha sangre.

Todavía recuerdo cómo los compañeros que me recibieron me


sugirieron no retirarme de la Agrupación, que me evitara más
sufrimiento y dolor. Pude recuperar la voz gracias a Dios y a
los doctores que me trataron muy bien. Soy un ser
afortunado, estoy próximo a cumplir tres años sin beber,
tengo un servicio y treinta y dos años de edad. Trabajo no
me falta, sólo espero ser más receptivo para atender los
mensajes que Dios, día a día, me mande y que en AA van a
ser contundentes, sólo hay que mantener la mente alerta y
receptiva.

Francisco R.
Sección México 205

Sendero de vida
Tengo 44 años, provengo de una familia humilde, toda mi vida
fue de incertidumbre hacia Dios, si existía o no, siempre
pensé que todas las cosas buenas o malas provenían sólo del
ser humano, nunca había podido aceptar que hubiese un
Poder Superior, que era el que podría dirigir mi vida. Hasta la
edad de 43 años que ingresé a Alcohólicos Anónimos, me
sugirieron buscar un Poder Superior y poner mi voluntad y mi
vida al cuidado de Dios, como yo lo concibiera; seguía con la
misma tendencia a no querer aceptar que ese Poder Superior
fuera más fuerte que mis actitudes y mis pensamientos.
Soy chofer de un camión de ocho toneladas desde hace
diez años. En un viaje que hice el 20 de noviembre de 1998,
llegué bien a mi destino y al regresar, venía rebasando por el
carril izquierdo y de pronto salió una camioneta queriendo
rebasar también. Tuve que pisar el freno, pues del lado
contrario iba un tráiler y al frenar el camión se me jaló y giró al
lado izquierdo, sólo en dos llantas, ya casi para voltearme,
pensé en hacer un cambio, pero cualquier cosa terminaría en
un accidente. Al no poder controlar el camión, todo se me
oscureció. Por obra de Dios, sentí que las llantas bajaban a la
terracería, solté el freno impulsado no sé por qué; volvió la luz
a mi mente, vi una luz brillante, muy limpia y al detenerme, vi
por el espejo lateral la distancia que quedó del tráiler que
venía de frente, eran entre veinte y treinta centímetros. de la
plataforma del camión que conducía. En ese momento me di
cuenta de la existencia de Dios y de su grandeza. Después de
esta experiencia estoy cierto y seguro que Dios existe.
Me costó trabajo aceptarlo, pues siempre me sentí
autosuficiente y que todo lo que hacía era por mi capacidad
para controlar cualquier situación, ahora puedo decir que Dios
existe, sin temor a equivocarme. Ésta es mi experiencia,
espero que comprendan mi infinita alegría por haber
encontrado a Dios, si no lo has encontrado, búscalo porque sí
existe.

Anónimo
206 Experiencias

Un rayo de esperanza
Fui criado bajo el concepto de un Dios castigador. A la edad
de cuatro años, mis padres me decían que me portara bien
porque si no, Dios me iba a castigar y que me iba a ir al
infierno. Me imaginaba el infierno como un lugar donde las
llamas quemarían mi cuerpo. Sin embargo, ese Dios que
me imaginaba, no me cumplía mis deseos, por lo que
empecé a dejar de creer en Él y empecé a creer en ese Dios
material, el que todo lo podía; por lo tanto, me tracé un
objetivo, el de tener una profesión, el cual cumplí.
Pensaba que todo se me había dado debido a mi intelecto
y al empezar a tener buenas entradas de dinero, me sentí el
propio dios de mi universo y debido a que durante mi niñez
tuve carencias económicas y un gran complejo de inferioridad, cuando
bebía entraba a un mundo de fantasías y era el reverso de la
medalla. Me volvía arrogante y sentía que la sociedad me
debía mucho, por eso surgía en mí un complejo de
superioridad. Sin embargo, al pasar la borrachera me hundía
en una depresión de la cual únicamente salía volviendo a
beber. En mi trabajo se acostumbraba que los viernes eran
sociales y nos íbamos a comer a una cantina, por la noche
nos íbamos a un centro nocturno a seguir la juerga, llegando
a mi casa a altas horas de la noche, a veces no sabía ni
cómo llegaba y empecé a tener lagunas mentales.
Así pasaron varios años, a veces tenía la intención de
dejar de beber, me hacía promesas de no beber en un mes,
pero no las cumplía. A pesar de tener un hermano que es
alcohólico y que ya nos empezaba a preocupar a toda la
familia, él ya tenía delírium trémens, incluso, una tarde al
llegar del trabajo, me informaron que no se sabía de él.
Me di a la tarea de buscarlo y lo encontré tirado en la calle, lo llevé a un
centro de tratamiento, en el que me aseguraron que ellos lo curarían en
quince días. Sin embargo, volvió a beber. Nuevamente lo llevé y les
reclamé, me dijeron que lo que pasaba es que no se había
tomado las pastillas y que lo tendrían otra semana sin
Sección México 207

cobrarnos; finalmente volvió a beber. Lo llevé a un Grupo de


Alcohólicos Anónimos y nos dieron una Junta de información, a
la cual no presté atención, puesto que al que llevaba era a mi
hermano, y no era yo el del problema; al terminar la junta me
dijeron que me quedara, contestándoles que no tenía problemas con mi
manera de beber, que yo sí me controlaba.
Tuvieron que pasar todavía algunos años para que quisiera
dejar de beber, pero no podía, me acordé de Dios y le supliqué,
le rogué que me quitara de beber. A veces pienso que no era la
forma correcta.
Por fin, después de una gran borrachera, al día siguiente me
la quise curar, pero como teníamos una fiesta y se nos hacía
tarde, mi esposa no me dejó. Llegamos a la fiesta y mi
comadre, que es propietaria de una tienda de vinos, me ofreció
un atole y tamales, a lo cual le dije que era una avara, que
mejor ¿por qué no me ofrecía una botella? Me contestó que la
tomara. Rápidamente tomé la botella y el refresco y empecé a
tomar, por lo que a las 13:00 horas ya estaba ebrio. En ese
momento no sé qué me pasó, pero tomé el vaso y lo estrellé en
el piso, gritando: “¡ya no quiero beber!” Corrí hacia donde se
encontraba mi hermano, le supliqué llorando que me ayudara,
y él me aseguró que sí lo haría. Fue en ese instante que entró
en mí ese rayo de esperanza que tanto había buscado.
Al llegar a un Grupo de AA me empezaron a hablar de un
Poder Superior, tal como yo lo concebía y entró en mí el
concepto de un Dios bondadoso y amoroso que siempre
estuvo conmigo, esperándome y cuidándome; ahí es donde
me reconcilié con Él y empecé a practicar las sugerencias
del Programa, para nacer a una vida nueva y quitar esos
viejos moldes. Reconozco que el Programa no es fácil, pero
sé que lo tengo que practicar si no quiero seguir sufriendo.

José
208 Experiencias

Deseo de vivir

Viví una niñez muy difícil, sufrí maltrato físico y emocional en


mi núcleo familiar y en el ambiente social. Me llené de
fuertes resentimientos y me transmitieron otros, reales o
imaginarios. Cada cumpleaños era de alegría porque iba
creciendo y esto significaría libertad, pero también era una
entrega a la conmiseración porque nadie se acordaba de mí.

El resentimiento, el sentirme culpable hasta de haber


nacido, provocó que al llegar a la adolescencia, perdiera el
interés en estudiar y mi ambiente se tornó hostil. En todas
partes, observaba alcohol y drogas y tenía un sentimiento de
gran soledad, sin conciencia de hacia dónde dirigirme o qué
hacer y sin poder cumplir las exigencias de los que me
rodeaban.

Fui cambiando de amistades, dejé a las que no bebían y se


hicieron mis hermanos todos los borrachos y drogos, lacras,
parásitos y demás. No puse reglas y empecé a beber
socialmente la chela y a fumar; aunque nunca fui una bebedora
social, el ambiente que rodea una borrachera me embriagó.
Después, no podía borrar de mi mente cada momento,
entrando al ensueño del recuerdo se intensificaban las ganas
de beber, de oír música, de no saber de nada, sólo beber y
beber.

Al despertar en Alcohólicos Anónimos, he sentido, de


una manera inexplicable, el deseo de vivir y de asumir la
responsabilidad de mis actos. Esto, basándose en la
obediencia de Principios espirituales, sé que va más allá de
la sobriedad.

Adriana
Sección México 209

Ayuda en el servicio

Como Coordinador de una Oficina Intergrupal, el tiempo pasa rápido, y


aunque no es fácil cumplir con todo el servicio, es muy recompensante.

Mi servicio comenzó el 1 de enero y después de algunos meses, el


cuerpo ya estaba acostumbrado. Sin embargo, por agosto, una noche
regresaba al hogar cansado y apesadumbrado por cuestiones económicas
y laborales; aún teniendo Grupo base, es difícil encontrar el tiempo suficiente
para descargar el diario vivir. En el metro veníamos bastante apretados, yo
generaba desilusión y abatimiento por la situación del trabajo. Comencé a
rezar para calmarme e invocar la ayuda del Poder Superior, el desaliento y
la tensión empezaron a ceder y cuando me iba a bajar del metro, ya no era
tanta la carga.

Al momento de querer acercarme a la puerta, la gente se


juntó en demasía y no deseando tener apresuramientos para
bajar, me dirigí a la siguiente puerta. Cual sería mi sorpresa
que al pararme frente a ésta, las molduras negras que
sostienen las gomas de cierre venían rayadas y llamaron mi
atención dos palabras escritas: Esperanza Jaime. Pensé
que algún novio escribió lo anterior y se le pasó poner la “y”,
junto con algún corazón. Pero dentro de mi espíritu y en mi
corazón, sentí la mano de Dios, indicándome que habría una
solución para mi problemática y que no pasaría nada. La
esperanza, junto con la fortaleza espiritual, regresó como un
rayo y brotaron las lágrimas de agradecimiento por este
mensaje.

No puedo imaginar otra cosa porque dentro de todos los


vagones, que corren en todas las líneas y de las ocho
puertas de cada uno de ellos, yo tenía que pasar ahí, a esa
hora, ese día preciso que necesitaba la ayuda y encontrar
bloqueada por tanta gente aquella otra puerta. Creo
firmemente en la literatura cuando nos dice que si hacemos
el trabajo bien, Él nos ayudará, dándonos las guías
necesarias para seguir sirviendo al que sufre. Dios auxilia a
todos los servidores porque ahora son sus trabajadores y Él,
210 Experiencias

el nuevo patrón. La preocupación y el desgano por el


próximo servicio se desvanecen. Cuando recuerdo esta
experiencia que hizo vibrar todo mi ser al revestirme de fe y
amor por el prójimo y confianza en Él, me doy cuenta que mi
Poder Superior jamás está lejos de mí.

Jaime
Sección México 211

Busco a Dios

A pesar de tener un reflejo inmediato, desde mi Junta de


información, vi mi condición alcohólica y me fue arrancada la
obsesión de beber desde el primer momento. Este alcohólico que escribe
no tenía conciencia de su devastadora debilidad de sus
consecuencias ni de nada. ¿Por qué? Porque los alcohólicos
habían tocado mi mente y un acto de la providencia había
tocado mi vida en general, pero no hice conciencia de mi
realidad.

Después de siete u ocho meses de permanencia en Alcohólicos


Anónimos, un día, luego de experimentar una depresión por la
autolástima, de ya ser buenito y no haber recibido lo que pensé que
me merecía (trabajo y paz interior), me encaminé hacia mi Grupo (más
por no tener algo que hacer, que por convicción de salvar mi vida por
ese día y aportar mi experiencia a los compañeros). En el trayecto,
debía pasar cerca de una iglesia antigua de puertas altas y al ver estas
puertas me sentí como arrancado de mi cuerpo y me vi como en una
película. En la escena, yo tocaba una de las puertas y luego de unos
instantes, un hombre alto y barbado, vistiendo hábito blanco, abrió
sonriente y preguntó:

“¿Qué buscas, hijo?”

Yo contesté, en tono impaciente: “¡Busco a Dios!”

“Él no está, pero pasa, siéntate a esperarlo.”

“Pero a mí me dijeron que siempre estaría disponible


cuando lo buscara.”

Haciendo un gesto de inmensa afabilidad y comprensión,


el hombre aquel me comunicó lo que sería una revelación
que cambió el rumbo de mi vida respecto a recibir ayuda del
Poder Superior.
212 Experiencias

“Dios no está, porque ha salido a auxiliar a alguien que le


necesita más que tú.”

Eso sí que me llegó hasta los huesos, descubrí mil


mensajes en esas palabras tan simples:

Primero: yo no era el único que sufría, era importante para


Dios, pero otros lo necesitaban más. Él sí practica “Lo
primero es primero”.

Segundo: si no llegó la ayuda, es que consideró que podía


seguir vivo sin ese milagro esperado, siempre y cuando
continuara en acción; el Poder Superior y yo realizaríamos el
milagro.

Al entrar en mi cuerpo nuevamente e ir a escuchar la


Reunión de esa noche, empecé a hacer conciencia de mi
realidad, que parecía decir: “Tienes un salario de acuerdo al
trabajo hecho”.

Reconocí que esperar pacientemente y con acción en el


Programa, es muy diferente a esperar que el Poder Superior
arregle toda mi vida, sólo porque ya tengo una fe
convenenciera. Hoy me conmisero nada más por haber
dejado algún asunto sin acción aunque eso ya no es
frecuente.

Sólo por este día, mi fe se reduce a saber que: Dios


confía en mí por el simple hecho de darme cuenta que abrí
los ojos esta mañana. Cada día es una prueba más de que
Dios me da la oportunidad de seguir cambiando y siendo útil
y feliz, con mis errores y aciertos, lo cual, hoy agradezco
inmensamente a mi Dios.

Anónimo
Sección México 213

Mi mejor regalo

Mi llegada a Alcohólicos Anónimos fue durante una semana


de unidad que se celebraba en el Grupo en el que nací y
hasta el día quince, me dieron la bienvenida, trasmitiéndome
el mensaje. Como joven alcohólico que llega, lloré de
rebeldía y autosuficiencia, con un gran desconocimiento de
mí mismo; con la cabeza que parecía una olla llena de
grillos. Por esos pensamientos y maneras de percibir las
cosas, tan diferente a los demás, no aceptaba lo que decían
mis compañeros y tampoco, cuando tocaban el tema de Dios
o de un Poder Superior, como cada quien lo conciba. A
pesar de eso no bebía y así llegué a mi I Aniversario.

Domingo 19 de noviembre de 1995. Aunque mi aniversario era el


quince, decidí celebrarlo en esta fecha para que pudieran estar
presentes mis familiares y amigos. En esos momentos me
sentía nervioso, alegre y un poco confundido. Comenzaron
las felicitaciones de mis compañeros, los abrazos, las
palabras de mi esposa, de mi madre, de mi padre, de mis
hermanas, de mis demás familiares y de algunos otros
amigos y hasta la presencia de mi patrón, motivándome a
seguir adelante. Yo, agradecí a todos y hasta lloré, no sé si
de emoción o me ganaron los nervios. Pero, ¿qué había
realmente dentro de mi mente? Había la idea del alcohólico
típico que cree que por estar en un Grupo de AA, todo se
tiene que resolver de la noche a la mañana, y dije en forma
de reclamo: ¡creo que estaba mejor cuando bebía! ¡He
dejado de beber y mis problemas, principalmente los
económicos, no se solucionan! Vaya, estaba en un estado
de inconsciencia y de soberbia tan grande, como el vacío
espiritual que albergaba dentro de mí. Pero ahí estaba,
dándole gracias a ese Poder Superior, que debido a mis
prejuicios y a la desorientación que tenía en lo referente a
este tema, sólo lo hice porque así lo decían mis
compañeros, pero en realidad sin sentirlo y el tiempo
continuó su marcha. El 4 de diciembre de 1995, en Junta de
Trabajo, me proponen para Representante al Comité de
214 Experiencias

Literatura, así como a otro compañero, nos vamos hasta el


sombrero y salgo electo. Mi compañero, como no salió, en
cierta forma mencionó su descontento, pero yo en un acto
de supuesta humildad (más bien por hacerme notar), le cedo
la representación de dicho Comité y me propongo para IP,
quedando aceptado por la conciencia del Grupo.

Cuando escuchaba a mis compañeros hablar del Poder


Superior, aunque me costaba trabajo, intentaba poner
atención porque decían que Él les ayudaba a tener la
fortaleza necesaria para no beber y para vivir de una manera
diferente, aun con todos los problemas cotidianos, siempre
que aceptaran su voluntad. Pero seguía sin entender y, en
algunas ocasiones, llegué a burlarme de algunos de ellos,
tildándolos de espiritualoides y que ya sólo les faltaban sus
alitas y su aureola; es que quería que ese Poder Superior,
como ellos le llamaban, se manifestara, pero de una manera
en la que pudiera tocarlo y hasta poder verlo. Que resolviera
de inmediato mis problemas y me diera lo que le pedía;
porque ya no bebía y estaba siendo responsable, tanto en mi
hogar, como en mi trabajo, me estaba portando bien y
además, estaba sirviendo en el Comité de IP. ¡Qué locura la
mía, creer que ya lo merecía todo!

Entonces, como consecuencia de mis exigencias


irracionales, suceden dos cosas:

Primero: me invitan para ser Secretario del Comité de


Información Publica, cosa que acepto no de muy buen
agrado, porque significaba más disciplina y responsabilidad
de parte mía.

Segundo: los compañeros del Grupo cesaron el apoyo a


los trabajos de informaciones al público. Mis exigencias y
reclamos para con ellos, ocasionaron en mí resentimientos
hacia el Grupo y mis exigencias y reclamos a ese Poder
Superior crecieron.
Sección México 215

Viernes 15 de noviembre de 1996, día de II Aniversario.


Mis planes eran los siguientes: asistir a la Reunión del
Comité y, posteriormente, a mi Grupo para anunciarles mi
celebración el domingo siguiente. Pero sucedió que el
Coordinador del Comité no llegó y, como yo era el
Secretario, tomé la responsabilidad de coordinar la Reunión.
Al salir en busca de una pluma, al local del Grupo que está a
unos pasos del Distrito, sucedió lo siguiente: vi a dos tipos
parados en el pasillo que da a un pequeño patio, uno de
estos sujetos creyendo que yo era un trabajador de la fábrica
que se encontraba en el mismo edificio, me encañonó con
una pistola y poniéndola sobre mi cuello y tomándome como
rehén para cubrirse conmigo, me introdujo a dicho local al
grito de: “¡Esto es un asalto!”. Diciéndome con insultos que
le indicara en dónde se encontraba la oficina, comenzaron
los disparos y, como en una película de policías y ladrones,
quedé prácticamente expuesto a recibir un balazo, ya fuera
por parte de los asaltantes o de los que defendían. En
cuestión de instantes, que parecían interminables, el que me
tenía amagado me soltó para apoyar al otro tipo en los disparos. Como
pude caminé a una pieza contigua, que resultó ser un baño, ahí se
encontraban otras gentes (trabajadores de la fábrica); quedamos
en un ambiente de tensión, miedo, nerviosismo y confusión.
Algunos rezaban y le pedían a Dios que no nos pasara nada.
Cuando pudimos salir, después de algunos minutos, ya no
se oían disparos, lo que vi en el pasillo me dejó perplejo: allí,
donde momentos antes me encañonaron con un arma,
estaba tirado el tipo que me había tomado como parapeto;
dentro de toda mi confusión sólo acerté a balbucir: “¡qué
Dios te perdone!”

Este hecho me llevó a tener un movimiento emocional


bastante fuerte, pero también me llevó a tener una reflexión
profunda y produjo en mí un considerable cambio interno
que podría resumirlo así. El hecho de haber estado en esa
situación, me hizo llegar al convencimiento de que sí existe
un Poder Superior, que ha llenado ese vacío interno que
tenía; que Su poder es tan grande, que si Él dice hasta aquí
216 Experiencias

llegas, hasta ahí vas a llegar; que a pesar de todos mis


reclamos y exigencias irracionales, así como mi falta tan
grande de fe y mi soberbia extrema, Él, en su infinita
bondad, me dio una oportunidad más para que hoy pueda
sentir su presencia y le agradezca por haberme dado en mi
aniversario, el mejor regalo que un alcohólico como yo pudo
haber recibido, estar con vida.

Muchos me dijeron: “¡Todavía no te tocaba! ¡Qué cerca la


viste! ¡Hierba mala, nunca muere!” Yo, solamente les comenté: “¡El
Jefe hace su voluntad!”

Héctor
Sección México 217

Sentí como si me quitaran las cadenas

Mi vida se volvió muy aburrida, pues ya no era feliz ni con el


alcohol. Mi razón o pensamiento era muy confuso, creía que
la mentira era verdad y, por supuesto, sentía ser todo un
talento dotado de virtudes (de las que podía echar mano
cuando yo lo quisiera). En mi adolescencia fui adquiriendo la
costumbre de imaginarme una vida diferente y me decía:
“soñar no cuesta nada”, además estoy consciente de que no
es más que una ilusión y una fuga. Con el tiempo no podía
ya salir de la mentira y la farsa, acabé creyendo mis sueños
y estaba preso de mis mismas exigencias, pues todo lo
idealizaba; esto me llevó a creer que toda la gente era
inferior a mí. A los amigos de mi edad los veía como tontos,
a mi familia la sentía inferior a mí, así que podía manipularla.

Cuando empecé a beber, de alguna forma sentía pena y


vergüenza por ser como los demás que tanto criticaba, pues
pensaba que el alcohol era para personas faltas de
personalidad que se daban valor sólo con unas copas y yo
no podía ser así. Sin embargo, me agradaban los efectos,
pues con unas copas podía expresar todas mis grandes
ideas, posar como los personajes de las películas y sentir
que el mundo estaba en mis manos. Al poco tiempo ya ni me
acordaba de la pena, me volví un bebedor consuetudinario,
traté de no meterme en problemas para ser aceptado en las
fiestas y reuniones, pues en ese entonces me buscaban
mucho para beber porque siempre era jalador, pero sólo
para beber, yo no pagaba las parrandas. Para estos tiempos
me olvidé de todo: de mis metas, de mis responsabilidades
con la familia y de mi futuro. Al vivir mi mundo, rápidamente
caí en el alcoholismo, pues nunca me gustaba estar a
medias y siempre tomaba hasta que el cuerpo aguantara. La
frustración de ver mi estado y recordar lo que yo pensaba de
mí y de los demás, me hacían beber más y no aceptar mi
realidad. Después pasé a un estado de depresión donde
quería morir ahogado de alcohol, pero eso sí, sin dolor,
como en las películas y que todos me lloraran.
218 Experiencias

Después de estar cinco años así, me di cuenta que ni


moría, ni vivía, además, que no podía vivir sin alcohol y que
enloquecería si seguía así. Escuchaba voces, música y mis
sueños eran mis mayores temores, por eso, cuando caía la
noche trataba de ponerme hasta atrás por temor a que
llegara el día de la cruda. Pero llegaba y pasaba lo
inevitable. Se me endurecían las manos, el cuerpo me
hormigueaba y al querer gritar, se me endurecían las
quijadas como si alguien me cerrara las puertas para pedir
ayuda. Entonces me acordaba de Dios y le pedía perdón y
ayuda, sólo Él sabía lo que estaba sintiendo y empezaba a
sudar y a llorar, a gritar por dentro: “no vuelvo a beber, si me
ayudas a salir de ésta”. Esto me ocurrió varias veces, hasta
que en una ocasión, que me encontraba así, después de
unos segundos sentí como si me quitaran las cadenas y me
entró un profundo sueño. Dios se manifestó por medio de
dos compañeros que me fueron a ver a mi casa y comencé
una serie de cambios en mi manera de pensar, claro, todo
ello en Alcohólicos Anónimos.

Después, mi mente comenzó a aclararse y la humildad


entró en mí con la paz y la alegría de estar vivo, pero con el
temor de volver a beber y terminar con el sueño y caer de mi
nube rosa. Un compañero me dijo que le pidiera a Dios que
no se me olvidara mi última borrachera y me diera fuerzas
para seguir sólo por veinticuatro horas en AA. Conforme
fueron cambiando mis pensamientos, también lo fueron
haciendo mis actitudes hacia mis semejantes. Entonces
empecé a sentir la libertad del alcohol y de mis deseos de
perfección, a entregarme a AA. Hoy agradezco a Dios
haberme hecho cambiar y ubicarme en el lugar donde mejor
me comprenden, donde tengo la oportunidad de mejorar
cada día; dar la alegría a mi madre que se fue y no volvió a
verme borracho. Hoy trato de no conformarme con sólo dejar
de beber y de crecer a imagen y semejanza de mi Creador,
serle útil y no defraudarlo, en gratitud por los inmensos
favores recibidos, por su gracia y el soplo de vida que me
Sección México 219

regala día con día; por estar en paz conmigo y porque hoy
valoro el sufrimiento. Por eso, deseo que todos experimenten
este cambio y este sentir, que sólo un Poder Superior a
cualquier cosa, puede brindarnos si se lo pedimos.

Felipe
220 Experiencias

Ánimo de vivir

Cuando mi forma de beber era más frecuente, empecé a


perder el interés por la vida. Lo único que existía en mi
mente era buscar la forma de conseguir el alcohol o algún
estimulante que me mantuviera fuera de la realidad. Para mí,
todo se había acabado, ya no tenía ganas de seguir
viviendo. En varias ocasiones intenté quitarme la vida para
ya no darles lástima a los amigos y a mis familiares. Todos
aquellos sueños que siempre tuve nunca los pude realizar,
sentía vergüenza y desprecio de mí mismo. La familia se
preocupaba por mi situación, pero no sabía cómo ayudarme,
aunque con la fe y la esperanza pudieron encontrar un lugar
en donde logré dejar de beber. Los primeros días que asistí,
me sentía mal, me sentía confundido y aunque escuchaba a
los compañeros, no entendía cómo me iban a ayudar, pero
seguía asistiendo.

En una ocasión, abordó la tribuna un compañero y empezó a


compartir su experiencia. En esos momentos se me empezó
a hacer interesante, cómo había trascendido tantos problemas
acarreados por la bebida. Mencionaba que estaba viviendo una
vida feliz, hablaba de la comunicación y entendimiento que
ya tenía con sus hijos. Con su compañera, a la que había
abandonado por la bebida, se llevaba ahora muy bien y que
la amaba, había continuado sus estudios y había logrado
muchos éxitos. Esa Reunión me inyectó y despertó un
interés por seguir adelante. Al término de la Reunión le dije
que algún día quisiera tener algo de la tranquilidad,
seguridad y ánimos por la vida como los que él tenía. Con la
ayuda de ese compañero, con su exposición sentí una
situación diferente dentro de mí, algo que me agradaba, un
ánimo por seguir asistiendo, era algo desconocido para mí,
pero me despertó un interés, como hacía mucho tiempo no
lo había tenido de estar vivo.

Juan
Sección México 221

Por fin, encontré a Dios

Empecé a beber a la edad de catorce años, ignorando


totalmente los consejos de mis padres sobre los peligros de la
bebida y desconociendo los problemas que posteriormente
fueron el resultado del abuso del alcohol. Era un chavo lleno de
ilusiones y sobre todo, de oportunidades; era una persona
estudiosa a la que le gustaba el deporte y el baile. A los
dieciséis años ya era maestro de bailes de quince años. Era
bromista y juguetón. Entre broma y juego tomé el alcohol que
posteriormente se apoderó de mi mente y de mis actos, dejando atrás
las ilusiones de mis padres sobre mi futuro y más adelante las
mías al beber más continuamente. Antes de tener contacto con
el alcohol, era inseguro, tímido, lleno de miedos, me sentía
inferior a los demás cuates, pero cuando hacía contacto con el
alcohol, me sentía diferente, que todo lo podría hacer sin
ninguna prohibición; parecía que en ese momento había
encontrado el remedio para todos los problemas.

Al principio me escondía y bebía sin que mis padres se


dieran cuenta. Poco a poco fui perdiendo la vergüenza de
que mis padres me vieran borracho. En ocasiones entraba
borracho a la escuela, en otras, hacía los exámenes en el
mismo estado. Todo se volvió amenazas de parte de los
maestros por estar en el salón en estado de ebriedad, pero
como tenía buenas calificaciones y mi conducta, que tiempo
atrás había sido buena y respetuosa, me daban chance y me
aconsejaban sin lograr ningún resultado.

Mis padres trataban de aconsejarme, a su manera, haciendo todo


tipo de intentos para que entendiera. Mis hermanos, también, pero ya
estaban cansados de mi conducta, porque cada vez se iba acortando el
tiempo entre cada borrachera, cada vez era más seguido. Por eso dejé
la escuela. En ocasiones, hasta me alejé de mi casa por varios días, sólo
para estar con los cuates bebiendo diariamente. Me convertí en un
chavo irresponsable; no me importaba quedarme en un carro viejo ni
que la gente me viera borracho. Comencé a tatuarme el cuerpo,
perdiendo la vergüenza y avergonzando a mis padres y
222 Experiencias

hermanos, que varias veces fueron a recogerme en la calle


totalmente borracho. Mi alcoholismo se había desarrollado
totalmente; se había fijado en mi mente la idea de beber. Al
principio no me hacía ninguna cruda, pero poco me duró el
gusto porque comencé a padecer las terribles crudas físicas
y morales. Para cortar el malestar físico y el sentimiento de
culpabilidad, tenía que volver a beber para que se me
olvidara todo y no me sintiera solo.

Trataba de culpar a todos de lo que me estaba pasando,


pensaba que nadie entendía, que todos estaban en mi
contra. Comencé a sentir cada vez más problemas físicos,
porque empecé a vomitar sangre y eso me dio miedo. Tenía
problemas en la casa, con las personas de mi familia y las
personas más cercanas a mí. Llegué a hacer juramentos y
promesas, todo lo que estaba a mi alcance para no beber, o
para poder beber tranquilamente como al principio. Quería
beber y disfrutar con el alcohol, pero eso ya no pudo ser,
siempre que bebía, era como empeorar mi situación; cada
vez era más difícil.

Un día, cansado y totalmente acabado, no sólo física, sino


moralmente, me sentí terrible. Estaba acabado como ser
humano, ya no vivía, sólo permanecía. Fue cuando en una
de tantas borracheras y lagunas mentales, le pedí a mi
madre, como lo hiciera un moribundo en su último deseo,
que me ayudara a dejar de beber. Esto lo recuerdo por una
plática que tuve con mi madre tiempo después. El día que se
lo pedí, vino una persona a la casa. Esta persona era muy
conocida para mí, me preguntó qué cómo estaba y que si
tenía tiempo para platicar con él. Platicamos, él me compartió su
experiencia con el alcohol, donde me reflejé totalmente. Me
contó cómo había hecho para dejar de beber; me dijo que él
asistía a un Grupo de Alcohólicos Anónimos y me dio una
pequeña información acerca del Grupo de AA. Ese mismo
día me invitó a una de sus reuniones donde me identifiqué
plenamente, encontré a personas que habían encontrado lo
que yo estaba buscando.
Sección México 223

Encontré la esperanza, la oportunidad que tantas veces


me había negado. De mí dependía la decisión de tomarlo o
dejarlo, fue donde comprendí que padecía de una enfermedad
progresiva y posiblemente mortal, llamada alcoholismo; que
solamente aceptando lo que me había pasado cuando bebía
y deseando dejar de beber podría estar en el principio de
una nueva vida sin alcohol. Asistí diariamente a las
reuniones de AA con el deseo sincero de dejar de beber,
pero sobretodo, dejar de sufrir. He encontrado una manera
mejor de vivir, una manera diferente de pensar y la creencia
y la fe en un Poder Superior, Dios, tal como yo lo concibo.
Aquí hay verdaderos amigos, de los cuales, recibo
sugerencias.

En mi familia todo ha cambiado y los problemas fueron


terminándose. Regresó la confianza y la armonía que tanto
deseaba, pues por medio de analizar mis errores y reflexionar sobre
ellos, comprendí que el equivocado era yo; el problema
estaba en mí y no en mi familia. Dentro de AA encontré
comprensión, pues todos me hablaban en el mismo idioma;
el del alcoholismo y sus consecuencias.

Tiempo después comencé a servir dentro del Grupo,


como agradecimiento, pues ellos lograron lo que las
lágrimas y sufrimiento de toda la familia no pudieron hacer.
Este grupo de personas, (exborrachos), lo lograron por
medio de compartir sus experiencias, permaneciendo así,
con el constante pensamiento del sólo por hoy sobrio; tan
sólo por estas veinticuatro horas, no beberé.

Francisco
224 Experiencias

El enviado de Dios

Con la más afectuosa gratitud hacia Dios, deseo que


entiendan esto que me tocó vivir. Es muy difícil compartir
una experiencia espiritual por medio de la escritura. Son
cosas que el ser humano como yo no alcanza a entender.

En primer lugar, nunca pensé tener problemas con mi


alcoholismo. Después de 17 años, por primera vez busqué la
forma para dejar la bebida, sin lograrlo. Empecé a preocuparme y a
preocupar a los demás, al grado de ser corrido del hogar. Al
encontrarme solo, en la calle, sin tener a quien pedirle ayuda, porque no
me quedaba otra salida, decidí pedirle a un Poder Superior
que me ayudara, dudando que pudiera hacerlo. El 15 de
marzo de 1992, ingresé a un Grupo de Alcohólicos Anónimos, sin
entender realmente lo que estaba haciendo. Poco a poco
logré mantenerme sin beber y lo más sorprendente, empecé
a darme cuenta de todo el daño que me había causado, y lo
más cruel, es el daño que le había causado a toda la gente
inocente.

Cinco meses después de estar en AA, deseaba tener una


familia, pero tenía miedo de no poder con la responsabilidad
y de volver nuevamente a beber. Me apadriné al respecto,
quedando en duda. Por segunda ocasión pedí orientación a
un Poder Superior, sobre qué hacer.

Posteriormente, encontré a mi compañera, que hasta el


día de hoy me sigue aguantando. El 2 de julio de 1993,
acudimos al hospital, en donde nos informaron que en
quince días mi compañera daría a luz. En nuestro hogar, a la
hora de costumbre me fui al Grupo, regresé como a las diez
de la noche y encontré inquieta a mi esposa. De mala gana
le manifesté que por la mañana acudiríamos al hospital, que
se durmiera y como a las 24:00 horas me dijo que se sentía
mal. Busqué un transporte, y por cierto, estaba lloviendo.
Dos horas más tarde nos encontrábamos de nuevo en el
Sección México 225

hospital y la doctora nos informó que no se podía hacer


cargo porque el parto tenía cuatro horas de retraso.

Siempre he sido bien hablador, pero en ese momento no


dije nada. Sin saber qué hacer me dirigí a la salida, cuando
de pronto se me acerca una persona preguntándome cuál
era mi problema. Le comenté y me dijo: “No te preocupes, yo
te voy a llevar a donde van a atender a tu esposa”. A las
cinco y media de la mañana ya había nacido una niña.
Nunca había visto a aquella persona, ni la he vuelto a ver
después de todo esto. No puedo descifrar bien estos
sucesos, pero sé que nuestro Poder Superior nos ama y nos
tiene un lugar reservado a cada uno de nosotros. ¡Busquémoslo, hoy es el
día! ¡No tengas miedo, ojalá lo encuentres!

Lorenzo
226 Experiencias

La escalera
Jamás, dentro de mi vida alcohólica, me detuve a analizar lo
que observaba y escuchaba, mi mente siempre nublada y
obscurecida, no acataba las órdenes que mi cerebro dirigía a
mis sentidos (háblese de sentimientos).
Solamente vivía de manera mecánica, automática. Cierto día, después
de vivir la gran borrachera, y de haber destrozado las fibras morales de mi
familia, incluyendo por supuesto las mías, me observé con detenimiento,
caminando por una escalera. Iba con cuatro compañeros de Alcohólicos
Anónimos hacia la segunda planta de la casa de uno de ellos. La
finalidad era ver una gran película, en la cual Bill W. es el
actor o personaje principal.
Posteriormente, me senté al lado de mis compañeros, atento a lo que
en dicha cinta ocurría, me sentía aterrorizado, acabado, sin ánimos de vivir;
la espantosa cruda que vivía en esos momentos me mataba, parecía que
ahora sí, en esta recaída moriría.
Pero mi Poder Superior, con magnanimidad, iluminó al
actor principal, al que representaba a Bill, en cierta escena:
“en la escalera de una tienda departamental, Bill resbalaba y
caía con su regalo para Lois, que trabajaba en dicho lugar”.
La sensación que tuve en ese momento no la puedo
describir, yo era ese personaje; sentía, dolor, tristeza y
desesperación.
Pasando algunos segundos, me sentí diferente, con
ganas de dejar de beber, con ganas de vivir y reparar daños.
La escalera, en ese momento fue un signo hacia la felicidad
que andaba buscando; una escalera hacia arriba, hacia la
cúspide, hacia mi Poder Superior, hoy Dios.
Desde ese día no he hecho contacto con el alcohol, ni a
cuentagotas, ahí está la escalera hacia la sobriedad.

RG
Sección México 227

Dios es sabiduría

Antes de llegar a Alcohólicos Anónimos viví una experiencia


que posiblemente muchos hemos vivido: mi novia me dio la
noticia de que estaba embarazada. No sabía ni qué pensar,
pues aparte de estar viviendo mi alcoholismo en pleno, no
tenía ni en qué caerme muerto. Llegó a mi mente la idea de
negar mi responsabilidad en los hechos, inclusive, de decir
que no era mío; pero algo dentro de mí me dijo: “eso no es
de hombres”. A pesar de ver la tormenta que se avecinaba,
traté de tomar las cosas con calma. Lo medité durante varios
días y una noche que me encontraba solo en mi cama, no
podía dormir y le pedí a Dios, como yo lo concibo, que me
iluminara para tener paciencia y sabiduría para resolver mi
vida. Tuvieron que pasar tres años más para conocer el
Programa de AA, pero después de algunas veinticuatro
horas sin beber, empecé a comprender que Dios me había
mandado allí para darme cuenta de mis errores.

Debo mencionarles que a pesar de haber recaído, tuve


que regresar porque me di cuenta que en ninguna parte me
ayudarían a reconocer cuáles fueron las cosas que me
orillaron a beber y a descoyuntar mis defectos. Hoy sé que
AA es la universidad de la vida, aquí encontré esa sabiduría
que le pedí a Dios para sacar a mi familia adelante.

Anónimo
228 Experiencias

Mi experiencia espiritual

Cuando llegué a Alcohólicos Anónimos, y escuché a mis


compañeros hablar de la Segunda Tradición, hablaban de un
Dios amoroso que se manifiesta en la conciencia del Grupo
y también de la necesidad de poner la vida y la voluntad al
cuidado de Dios.

Automáticamente, mi mente rechazaba todas esas cuestiones que


se referían a Dios, experimentando miedo provocado por el
concepto equivocado que tenía de Dios. Hoy, me puedo dar
cuenta del porqué de mis continuas recaídas; mi mente
jamás había dado cabida a que existiera un poder mayor
que yo, Dios, hasta que mi sufrimiento se hizo más agudo;
mi manera de pensar y sentir seguía vigente. Pensaba y
sentía que Dios era injusto y castigador. Tenía la idea de
que las guerras, las enfermedades raras, los niños y
ancianos abandonados y maltratados, las jovencitas
violadas, aunado a todo lo que me había pasado a mí, era
culpa de Él; pensando y creyendo que Él con su gran poder,
podía solucionar todo eso y más. Sin tomar en cuenta de
que Él nos dio libre albedrío y respeta la decisión de todos lo
seres humanos. Había caído en la indiferencia, lleno de
autosuficiencia, había adquirido prejuicios en contra de la
religión. Lo que dice en el Segundo Paso: “No pedía, sino
exigía y me la pasaba recriminándolo porque no me
concedía mis caprichos”. ¿Cuál cordura, cuál sano juicio?
Fue entonces cuando Dios me dio la oportunidad de cambiar
mis conceptos respecto a Él, por medio de la experiencia
espiritual que tuve y que fue mi última borrachera el 31 de
diciembre de 1996. Para amanecer, el 1 de enero de 1997,
regresé a mi casa hasta las manitas, como a las diez de la
mañana, me acosté a dormir la mona y no desperté hasta el
día 2 como a las nueve de la mañana. Me pasé casi
veinticuatro horas durmiendo, lo curioso es que cuando me
desperté, no había cruda física, ni moral; no había ningún
malestar que me hiciera recurrir a la botella, me sentía súper
bien. Algunos días después, me encontraba profundamente
Sección México 229

dormida cuando escuché una voz muy cerca de mi oído que


dijo: “Yo siempre he estado a tu lado y siempre te he amado,
pero ni soy malo ni convenenciero, la mala y convenciera
eres tú”. En realidad esas siempre eran mis palabras cuando
hablaba de Él, les ruego me disculpen por la expresión, pero
exactamente esas fueron las palabras que escuché.
Inmediatamente abrí mis ojos y me senté. En seguida volteé
a ver a mi esposo, creyendo que era él quien me había
hablado, pero no era así, él estaba profundamente dormido y
dándome la espalda. Todo ese día lo pasé como ausente,
como si me hubiera fugado de la realidad.

Meditando sobre lo que había escuchado, se lo comenté


a mi madrina, pensando que no me iba a creer, pero fue
todo lo contrario. Me dijo que era una manifestación de Dios
y que me agarrara de eso para no volver a beber, que podía
ser el inicio de mi derrota ante el alcohol.

Fue entonces cuando empecé a sentir la necesidad de


tener conocimiento de Dios. Hoy sé que mi Padre Celestial
es todo amor y bondad. Sé que todo lo que nos pasa es
provocado por el mismo hombre y hasta entonces pude
comprender mi forma equivocada de pensar y actuar.
Curiosamente, desde 1985 en que llegué a AA por primera
vez, siempre me la pasé entrando y saliendo, nunca pude
dejar de beber. Por la gracia de Dios, hoy he dejado de
beber, con una gran alegría para mí, ya que esta experiencia
fue mi despertar espiritual.

Anónimo
230 Experiencias

No creía, no creía... ¡hoy creo!

Jamás me di cuenta que Dios me cuidaba, que me protegía,


hasta que llegué a Alcohólicos Anónimos. Es otra dimensión
en esta vida, es un oasis en el desierto, es una isla en el
mar, es una paz en mi alma, es una esperanza que había
perdido y sobretodo son ganas de vivir.

Todo esto no existía en mi vida La causa era mi


alcoholismo y las ideas negativas que tenía sobre Dios. No
podía aceptar ni digerir la doctrina de creer en Dios aunque
en mi niñez mis padres me educaron en ella. Lo que es el
colmo es que hasta fui monaguillo.

Pero lo escrito la literatura de AA no miente: “El dios del


intelecto desplazó al Dios de nuestros padres”.

En AA recobré el amor y creencia en Dios, el Dios de mis


padres, de mis abuelos, de mis seres queridos. AA me unió
a Dios.

Anónimo
Sección México 231

Declaración de México

“Somos Alcohólicos Anónimos.


Cualquier Sección, de cualquier Grupo
de Alcohólicos Anónimos puede
unírsenos.

Somos responsables sólo ante un Dios


de amor, tal como se exprese en
nuestra conciencia de Grupo.”

Ciudad de México, junio 7 de 1997


232 Experiencias
Sección México 233
234 Experiencias
Sección México 235

También podría gustarte