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En el marco de la pandemia de COVID-19 que ha tenido lugar a inicios del siglo XXI,
la Organización Mundial de la Salud acuñó un término necesario para describir el
caótico y nocivo fluir de contenidos conspiranoicos en las redes sociales y servicios
de transmisión de contenidos.
Este nuevo término viene a ponerle nombre a un problema que existe hace tiempo,
pero que alcanzó sus mayores dimensiones en el marco de la crisis sanitaria,
especialmente en el surgimiento de minorías organizadas para el repudio de la
vacunación. Pero el virus de la conspiranoia y de los contenidos basura, diseñados
para captar de la peor manera la atención del internauta, ha estado circulando en
las redes sociales desde hace ya unos cuantos años, sin que nadie alzara nunca la
voz para denunciarlo.
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Unmut
En principio, esta tolerancia o incluso complicidad de las empresas de redes
sociales con este tipo de contenidos se debe a que no se habían dado
oportunidades para comprobar lo que, sin embargo, a cualquiera que prestara
atención le habría resultado evidente: que estos contenidos ejercen un efecto
radicalizador sobre importantes segmentos de la población, y los empuja hacia
posturas cercanas a la paranoia, el odio y la intolerancia.
Pero lo que muchos no ven, sin embargo, es que la narrativa terraplanista no trata
exclusivamente de que el planeta sea plano o sea redondo sino de que existe una
conspiración intentando alejarnos de la verdad.
A todo lo anterior deben sumarse los dilemas propios del formato de las redes
sociales: la adicción y la falta de regulación del contenido. Esto no solo es
preocupante en la medida en que mantienen a las personas continuamente
expuestas (en la omnipresente pantalla del teléfono celular) al contenido tóxico, lo
cual de por sí es ya un problema, sino también porque no existe nadie a quien
reclamar ante el esparcimiento de semejantes contenidos.
La empresa de redes sociales, por ejemplo, tiende a lavarse las manos con el
argumento de la libertad de expresión: son sus usuarios, no sus empleados, quienes
generan y difunden ese contenido. Ellos, simplemente, sirven de intermediarios, de
mensajeros. Y es de mal gusto matar al mensajero. Además, el contenido en redes
sociales tiende a ser anónimo, así que tampoco existe un usuario específico al que
llevar a la justicia; como mucho se puede cerrar una cuenta, obligando al usuario a
abrirse una nueva para retomar su conducta nociva.
Por a las nefastas consecuencias que sus algoritmos han tenido en el manejo de
datos privados, estas empresas se han comprometido a tomar cartas en el asunto:
reducir la frecuencia con que estos contenidos se fomentan, añadir advertencias al
contenido potencialmente nocivo o incluso brindar información respecto de líneas de
ayuda en caso de que un usuario piense que algún contacto suyo pueda necesitar
un cable a tierra. Pero resta aún ver la eficacia de tales medidas, así como el grado
de responsabilidad que estas empresas están dispuestas a asumir respecto del rol
que sus servicios juegan dentro de la sociedad.
Fuente:
https://www.ejemplos.co/ensayo-critico-sobre-las-redes-sociales/#ixzz7sBeOkIR4